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Duraznos zippeados.

Los migrantes regionales en la televisión argentina

Gerardo Halpern, María Graciela Rodríguez y Mauro Vázquez

Numerosos trabajos sostienen la importancia que ha ido adquiriendo la


televisión en relación con la pregunta por la formación de los sujetos contemporáneos.
Y, asimismo, el desafío que implica su presencia en términos de los procesos que se dan
en la dimensión informal del aprendizaje. En ese sentido, Orozco Gómez plantea que la
expansión de los medios en esta era global y pos-nacional, produce varios
“desordenamientos” implicados en el pasaje de la sociedad del conocimiento, a otra del
aprendizaje (Orozco Gómez, 2004). En este pasaje, estamos asistiendo a una verdadera
conmoción en la relación medios-educación, que ha ido perdiendo el control del saber, y
que debe enseñar, no sin dificultades, a sujetos acostumbrados a “aprender” en cualquier
situación, lugar y momento, a través de medios y lenguajes que la escuela aún no puede
o no sabe incorporar.
Así, no sólo “el sentido tradicional de la educación y la pedagogía, que
consideraba al conocimiento como un conjunto de saberes acumulativos, estáticos e
inmodificables, es hoy seriamente cuestionado” (Valderrama, 2004: 19), sino que,
además, la presencia de la televisión en la vida cotidiana se presenta como una poderosa
modalidad de aprendizaje informal, tanto en los niños, adolescentes y/o jóvenes, como
en los adultos. Y estos aprendizajes conviven con los dispositivos de educación formal,
configurando, en el entramado dialógico que se produce entre ellos y los medios, unos
modos de percibir la realidad que colaboran en la construcción del sentido común.
Diariamente la televisión introduce representaciones en el espacio privado del
hogar. Lo hace a través de los noticieros, los documentales periodísticos, los productos
vinculados a géneros ficcionales (como las telenovelas, los programas costumbristas),
los programas de entretenimiento, o los de opinión. Innumerables ofertas televisivas
comparten las múltiples escenas domésticas de la vida cotidiana. Como una música de
fondo, o un compañero fiel, la televisión parece estar siempre allí, omnipresente,
convocando dinámicamente a un orden social particular: el de las relaciones sociales y
las prácticas institucionales que organizan, producen y reproducen nuestra manera de
entender el mundo (Williams, 1993).
En ese entramado cotidiano, y de modos casi invisibles, las representaciones
televisivas van naturalizando las diferencias a través de la operación de trazado de unas
fronteras simbólicas sobre las desigualdades sociales. Así se va legitimando, en suma, el
orden social, aún cuando estas representaciones puedan dialogar, o entrar en
confrontación con otras provenientes del sistema de educación formal.
En esta presentación, indagaremos sobre los modos de representar a los sujetos
migrantes regionales contemporáneos en los medios de comunicación masiva en
Argentina, poniendo particular énfasis en las estrategias enunciativas televisivas
emergentes en las últimas décadas dentro de lo que se conoce como neoperiodismo
televisivo (Ciamberlani, 1997). Nos referimos a un género híbrido que agrupa a
programas de no ficción cuya pretensión es “mostrar la realidad” a través de una
espectacularización que combina información, ficción y entretenimiento (Vilches,
1995). Entre ellos se destacan ciertos documentales periodísticos denominados “de
investigación” que tematizan sobre la vida y las prácticas de sujetos marginalizados a
partir de un contrato de lectura realista (Palma, 2008).
En este contexto, el mismo Comité Federal de Radiodifusión (COMFER) ha
corroborado en los últimos años la creciente presencia que han adquirido en la pantalla
las temáticas atravesadas por la pobreza y la marginalidad: el uso y abuso de sustancias
psicoactivas por parte de los más jóvenes, la delincuencia juvenil, “los sin techo”, la
prostitución infantil, el trabajo infantil en la calle (por ejemplo, los “chicos
limpiavidrios”), los pibes chorros, los cartoneros, los chicos “poxi”, los “paqueros”,
sólo por mencionar algunos casos.1 Según Álvarez (2008) estos sujetos, y sus prácticas,
han sido y son actualmente objeto de tematización de estos programas, lo cual conlleva
la paradójica situación de que estos sujetos, a la vez que obtienen una
sobrerrepresentación, son exotizados y alterizados a través de la “culturalización” del
conflicto social (Grimson, 2007).
Los migrantes regionales también han sido tomados como foco de estos
programas de televisión, formando parte del conjunto de prácticas y sujetos
tematizados. En este marco, nos interesa dar cuenta de las representaciones televisivas
de los migrantes regionales en los programas periodísticos “realistas” de los últimos
años en la Argentina. Para ello, nos proponemos partir de un abordaje conceptual que
abreva en la centralidad que, en el pensamiento de Gramsci, adquiere el factor cultural
en la construcción del orden social y político. Entendemos, gramscianamente, en primer

1
Fuente: “Informe Agenda”. Este informepermite estimar estadísticamente la fijación de la agenda
temática y la estrategia de distribución de las informaciones que difunden los noticieros.
http://www.comfer.gov.ar/publicaciones.php
lugar, que no hay homogeneidad del sujeto de clase, sino que la “clase” es el resultado
de un proceso de subalternización basado en la culturalización de los grupos que ocupan
determinado lugar en el modo de producción; y en segundo lugar, que no es posible
hablar de “racismo” en general, sino de “racismos”, toda vez que este proceso está
geográfica e históricamente situado. Así, clase y raza no serían categorías
autoexcluyentes sino que, en su articulación, configuran el principio de conformación
de una específica formación social (Hall, 1997).
Pretendemos también aquí poner en escena una serie de interrogantes y
preguntas sobre la noción de multiculturalismo: qué alcances y dificultades tiene, y las
cuestiones que, creemos, son necesarias poner sobre el tapete para un análisis sobre esta
cuestión. La excusa es la aparición pública en ciertos programas de tipo documental en
la televisión argentina que tienen la particularidad de pretender ubicarse por fuera de las
formas tradicionales de estereotipación de los sujetos a los cuales refiere. Analizar estos
procesos nos permite discutir cómo entre las representaciones mediáticas hegemónicas y
las alternativas se produjeron distancias, especialmente en torno de la figura política del
inmigrante.

De viajes y costumbres: los documentales televisivos en primera persona.

Caggiano (2005) y Halpern (2007) han mostrado la profunda relación que se dio
entre el Estado y los medios de comunicación en la tipificación y negación (o en la
tipificación negativa) de los migrantes regionales en las últimas décadas, sobre todo en
los noventa. Esa operación conjunta produjo así una “visibilización del inmigrante
regional en la Argentina” (Halpern, 2007: 153) en base a tres, si se quiere, tópicos:
ligando al inmigrante con el cólera, la desocupación y el aumento de la delincuencia.
Esto tenía que ver, por un lado, con la construcción estatal del inmigrante, pero también,
con su objetivación como hecho “noticiable”, es decir, “como un fenómeno novedoso,
masivo, incontrolable y peligroso” (2007: 152). Su presencia era una amenaza, una
invasión2. El inmigrante regional, precisamente, fue construido así como sujeto
(peligroso) y como noticia (sensacionalista), paralelamente en los medios y por parte del
Estado. Una visibilidad del inmigrante signada por la negatividad.
2
La revista La Primera de la Semana del, en ese entonces, incipiente empresario de medios Daniel Hadad
publicó en el año 2000 una nota sobre inmigrantes regionales que se tituló “La invasión silenciosa”.
La cuestión de la visibilidad puede ser desgranada en varias cuestiones. Un primer
punto central en esta discusión es la referida a los procesos de lo que Renato Rosaldo ha
denominado visibilidad e invisibilidad cultural (1991: 183). Claro está, preguntarse por
esto implica tener presente qué se encuentra por detrás de estas operaciones y, por otro
lado, cuál es la implicancia dentro del proceso, si se quiere más general, de
visibilización de los migrantes regionales. Es decir, cómo operan, en este proceso que
venimos trabajando, estas operaciones particulares con la cultura. Como pregunta
Rosaldo: “¿Qué política cultural borra el ‘yo’ sólo para realzar al ‘otro’? ¿Qué
conflictos ideológicos documentan el juego de visibilidad e invisibilidad cultural?”
(1991: 183). En este punto tenemos que hacer dos pasos aclaratorios. En primer lugar, la
relación que aquí cultura sostiene con ciudadanía, y en segundo lugar, la
contextualización que estos juegos de visibilidad e invisibilidad cultural necesitan
sostener para su explicación. Para Rosaldo “la ciudadanía y la visibilidad cultural
parecen estar relacionadas a la inversa. Cuando uno crece, la otra decrece. Los
ciudadanos titulares carecen de cultura y aquéllos que están más envueltos en ésta
carecen de ciudadanía plena” (1991: 183) Algo similar a esto analiza el antropólogo
español Delgado, quien lo aclara para el uso del término “grupo étnico”. Allí establece
que el discurso de la etnicidad se basa en el borramiento del carácter étnico de todo
grupo social para concentrarlo específicamente en los inmigrantes contemporáneos.
Incluso, para profundizar esta diferenciación, lo étnico se separa de la imagen de las
“colonias” inmigratorias. Es lo que uno podría denominar, la extranjerización del
inmigrante. Operación que juega ya no sobre el extranjero, sino sobre el inmigrante que
supone una ruptura “cultural” con el “nosotros legítimo deseable”. Perversión
metodológica de muchos etnógrafos, esta manera de entender esa relación viene de
fusionar cultura con la idea de diferencia, es decir, al definir cultura, casi
exclusivamente, a partir de las diferencias. Rosaldo lo trabaja a la vez para ciertos
contextos nacionales como México y Filipinas; nuestro trabajo exigiría una redefinición
de esta hipótesis en función del contexto nacional argentino. Si partimos de la idea
sostenida por Grimson de un “régimen de invisibilización de la diversidad”3 (2006)
debemos centrar la atención de los modos del sustantivo cultura el juego de esos
migrantes (y no sólo los limítrofes) en la Argentina. Como señala Jelin: “las minorías
culturales, y en particular las ‘nuevas minorías’ generadas por procesos migratorios,

3
Señala Rosaldo que “uno alcanza la ciudadanía plena en el estado-nación cuando se convierte en una
pizarra culturalmente en blanco” (185)
ponen en cuestión la idea de un ‘pueblo’ culturalmente homogéneo como fundamento
de la soberanía del Estado-nación” (2006: 47). La relación entre ciudadanía y cultura
aquí se vuelve central, y exige su especificidad y especificación (por parte del analista).
La migración regional, si bien cuenta con una extensa historia en el país, en los últimos
años no sólo se ha incrementado (en relación con la tasa de migración total) sino
también concentrado en el ámbito de la ciudad de Buenos Aires y sus alrededores. Y es
en este período, precisamente, cuando los mecanismos de visibilización han comenzado
a hacerse sistemáticos. Aquí es cuando cultura ya deja de ser solamente una palabra.
Varias preguntas surgen de esta encrucijada: ¿por qué, entonces, mantener la idea de
culturas estancas, limitadas, cerradas? ¿Qué conflictos informan estas representaciones?
Pero en el marco de esa conflictividad marcada por el racismo, surgieron en los
últimos años una serie de realismos, tanto en cine como en televisión, que intentaron
otra vía de delimitación, marcación y definición de esos mismos migrantes. Esa vía
estaba profundamente punteada por otra mirada, por un acercamiento distinto, por un
acento diferente. Nuestro interés es ver, precisamente, cómo, a través de una serie de
contratos realistas, se produce una representación de los inmigrantes regionales que
pretende escapar a los límites impuestos por el racismo y la visibilización negativa, pero
que, marcados por un discurso dominante desde lo masivo, insisten en una perspectiva
lindante con la discriminación. En estos documentales televisivos del neoperiodismo,
esa construcción de estas alteridades toma otro camino. Y podemos establecer tres
grandes características de este realismo televisado: la reterritorialización, la primera
persona (ubicada en el cuerpo del conductor o el notero), y la celebración
(descalificación) de las costumbres. En el proceso de naturalización de las diferencias
que destacamos, ese aprendizaje y construcción del otro se hace, en estos formatos
televisivos, a partir de las formas del mapa, el viajero y las costumbres: las metáfora del
viaje hacia lo exótico mantiene su estatus, lo interesante, y que es uno de los objetivos
de este trabajo, es ver cómo es ese viaje, cómo se mapea, se construye ese actor y se
entienden esas costumbres (y culturas). Es sobre estos aspectos que se desarrollará la
importancia de la definición del migrante regional.
En primer lugar, es espacio. Y acá los espacios son motivos de una referencia
explícita, de una marcación. Es que los espacios de los migrantes tienen un territorio,
una localización (en los programas analizados se trata de los suburbios de la ciudad de
Buenos Aires como Villa Lugano, Bajo Flores, Villa Itatí, y Liniers), unos límites. Esto
requiere una presentación que delimita: estos programas tienen una parte introductoria
en donde se especifica el espacio al que se va a viajar (ya lo haga la voz en off, una
presentación mapeada o, en el caso del programa Ser Urbano4, donde se recrea la
entrada del conductor al barrio: su llegada a la estación del tren, su viaje en el tren y la
llegada al barrio de villa Lugano). Así se arma el mapa del otro, con esta serie de
índices, que también incluyen tanto a los carteles de las calles como el videograph.
Pero, también, esta territorialización funciona como un índice de un margen; son los
márgenes de la ciudad (el barrio de Liniers, como “barrio de frontera” 5, o los barrios
precarios, conocidos como villas miserias) o del país (como la ciudad de Salvador
Mazza en Salta6), pero marcados por una particularidad espacial: es un lugar
determinado, ubicable en el mapa de las jerarquías urbanas. Es en este sentido que uno
de los programas se llama GPS. Para saber dónde estás parado, donde la necesidad de
ubicar (ordenar, clasificar, asegurar7) al espectador en la realidad contemporánea
adquiere el tinte de una pulsión cartográfica. Las jerarquías también tienen (y necesitan)
su cartografía, y sus cartógrafos.
El programa La Liga del 2 de septiembre de 2007 se estructura, por ejemplo, sobre
un barrio particular de la ciudad de Buenos Aires: Liniers. Y ahí, como parte (y casi
como metonimia conflictiva del barrio), la comunidad boliviana, con sus territorios y
espacios, que también incluyen la diversión. Barrio de frontera es el subtítulo del
programa: a la vez un barrio, un lugar de paso (de colectivos y trenes) y un lugar
fronterizo (de inmigrantes). No sólo el lugar se conecta con la provincia de Buenos
Aires sino también con Tarija, Potosí y otras regiones de Bolivia. Si, como señala Said,
“la práctica universal de establecer en la mente un espacio familiar que es ‘nuestro’ y un
espacio no familiar que es el ‘suyo’ es una manera de hacer distinciones geográficas que
pueden ser totalmente arbitrarias8” (2004: 87), esta geografía imaginaria sirve
precisamente para que lo lejano, lo apartado, lo diferente de clase y de etnia 9, adquiera
un sentido para ese nosotros, y pueda ser delimitado; y así “las extensiones lejanas,

4
Ser Urbano, 7/09/04.
5
La Liga, 4/09/07.
6
La Liga, 16/09/07.
7
Es interesante notar como esa necesidad del mapa urbano es ligada con el problema de la inseguridad: la
última publicidad política del candidato de la derecha peronista Francisco de Narváez promueve hacer,
junto con los votantes, un mapa de la inseguridad en la ciudad de Buenos Aires, con los lugares más
inseguros, donde falta personal policial, etc.
8
En este punto Said aclara que lo de arbitrario se debe a que no necesariamente esa geografía imaginaria
sea reconocida por el otro.
9
En este sentido Grimson (2006) señala cómo en la Argentina los ejes de clase y etnia se entrecruzan
cuando los excluidos social y económicamente son parte de una operación de extranjerización. Así, por
ejemplo, se tiende a “identificar a los pobres como bolivianos” (2006: 79).
vagas y anónimas se llenan de significaciones para nosotros, aquí” (Ibíd.). En La Liga
del 9 de diciembre de 2008 eso está claro. Un mapa señala lo que la voz en off del
conductor delimita: “los paraguayos en Retiro, los peruanos en el Bajo Flores, y el
Abasto, y los bolivianos en Lugano y Liniers”. El inmigrante regional tiene así su
geografía reconocida, sus espacios, sus límites. Pero a la vez, un límite muy parecido a
una frontera, según el programa.
Sin embargo, esa delimitación, esa lejanía vuelta geografía comprensible, ubicable,
esconde su dependencia de un modo del relato, que es su contrapartida necesaria: el
viaje, el traslado. “La Liga viajó a…”, suele ser el leitmotiv que da inició al programa (o
a un segmento del programa). Pero también sucede lo mismo con Ser Urbano, y los
viajes de su protagonista, Gastón Pauls, en los que ya nos detendremos más atentamente
(como su llegada a la villa 3: ficcionalizando el viaje en premetro10). Esto se puede ver
en los realismos cinematográficos del denominado Nuevo Cine Argentino: sus
producciones son un viaje por esas marginalidades, por los espacios de los desocupados,
los delincuentes, los inmigrantes11. Una geografía delimitada necesita de un viaje que la
recorra, que una las distancias de clase y de etnia. La geografía se inventa, se cierra, se
limita, para ser recorrida y, así, reconocida. Traducida o capturada en una
particularidad, puede ser así objeto de representación mediática.
Pero nos podríamos preguntar, ¿para qué delimitar ese espacio? O ¿qué efecto de
sentido pretende producir? No se lo hace solamente para expulsar sino para poseer,
conectar, acercar. El espacio también implica un mediador, alguien que se mete, que se
introduce, que recorre. Un viajero, si se quiere. Un sujeto que transita esa geografía
imaginaria y que, además de caminarla, la define. Sea Gastón Pauls en Ser Urbano o
Ronnie Arias o Malnatti en La Liga, o Rolando Graña en GPS. Para saber dónde estás
parado, quien nos conecta con el espacio del otro es el conductor del programa, el
mediador. Ellos, en primera persona, subjetivizando el relato, viajan a Liniers, a Villa
Itatí, a Villa Lugano. Se meten en este territorio donde se había remarcado, y limitado,
la presencia del otro migrante. Como señala Scannapieco: “prueba de un mayor
contacto con ese otro mundo, el cuerpo del presentador sale a la calle, se encuentra
físicamente con un afuera, cara a cara, en el espacio de esa otra realidad, en las casas, en

10
El premetro es un medio de transporte, parecido a un tren, que recorre la zona del sudoeste de la ciudad
de Buenos Aires. Esa es la zona más pobre de la ciudad, y el premetro, en su recorrido, pasa por varias
villas de emergencia (como la villa 3, la 1-11-14 y la villa 20, y por el barrio de edificios de monoblocks
conocido como Lugano I y II, donde termina).
11
No es casualidad, como señalamos, que esa cadena significante fuera la que Caggiano y Halpern
encontraron en la prensa gráfica y en los medios de comunicación en los años noventa.
las calles, en el barrio” (2007: 43). El conductor es el “puente” de contacto con ese
mundo de lo real, y del otro (un abyecto, improbable nosotros). Es el cuerpo, mediador,
y la narración en primera persona, los que estructuran ese contacto con lo real. El
mediador pregunta, da la palabra, comenta en persona y con la voz en off (destacándose,
generalmente, más el comentario de ese conductor que el del entrevistado: en la
antonomasia del antropólogo), abraza, consuela, y hasta subtitula, si se cree que el
lenguaje del otro es inentendible o intraducible.
Pero el tercer elemento es el que engloba a los otros dos: la cultura (y sus políticas).
El conductor que se moviliza a ese territorio, además, se encuentra una forma particular
de entender los conflictos que articulan la cultura. En primer lugar, hay un conflicto
representado, pero a ese conflicto lo define la discriminación de la sociedad receptora.
La discriminación, por un lado, aparece en tanto conflicto motor (un programa de La
Liga, incluso, se titula “Discriminación” 12) pero donde aparece secundariamente (como
rasgo de la humanidad: en todo el mundo se discrimina, dice un migrante coreano13),
como algo que nunca sucedió (como señalan los migrantes paraguayos en el mismo
programa) o como un discurso no renegado, sin respuesta por parte de la víctima. Sin
embargo, el que plantea, tiene la voz, habla con más insistencia, es el sujeto
discriminador: es el que lo nombra como bolita14 (casualmente, cuando algún
informante dice bolita o boliviana la cámara muchas veces ejemplifica ese discurso, lo
complementa con la imagen15), lo describe como invasor, o quien denuncia
abiertamente que les quitan el trabajo y su barrio (Liniers, por ejemplo16). El boliviano,
en cambio, apenas si contesta ese discurso. En presencia del entrevistado, es solo un
rostro amenazante armado en el montaje, o un silencio que lo rodea, en directo, al
entrevistado discriminador que en la calle “tomada” denuncia a los bolivianos. El
conflicto apenas aparece. O si aparece, solo tiene un actor: el discriminador. Del otro
lado no hay respuestas, sino silencios17.

12
La Liga, 6/06/07.
13
La presencia del migrante coreano da cuenta de la operación de generalización de la práctica
discriminatoria en tanto se construye de forma totalizadora sin trabajar los modos específicos y
contextuales en cada formación y espacio social específico.
14
Calificador con que se nombra al inmigrante boliviano en gran parte de la Argentina.
15
La Liga, 4/09/07.
16
En el programa de La Liga del 4/9/07 el habitante típico del barrio (que vive desde que nació y que dice
que va a morir ahí), un taxista, presenta el bloque dedicado a los bolivianos como una invasión, la
expropiación de una parte de su territorio que, “como una mujer, no se comparte”. No es casual aquí la
relación con el modo como la revista La Primera había nombrado la inmigración: “la invasión silenciosa”.
17
El único caso de respuesta, de acción, es el de las mujeres que se agrupan para luchar contra la
violencia de sus maridos en Ser urbano, pero es sólo una voz de género y la condición de migrantes es
Pero también el viajero, el mediador, el cronista, se encuentra con una cultura: estos
documentales abrevan en un cierto relativismo o populismo (según el caso), “para quien
el sentido de las prácticas populares se cumple íntegramente en la felicidad monádica de
la autosuficiencia simbólica”, como señalan Grignon y Passeron respecto de los
populismos y relativismos (1991: 31). En el programa de La Liga sobre discriminación,
una característica iguala a todos los inmigrantes18: todos tienen sus costumbres
relevantes. Y, a esa variedad de culturas, es el mediador el que las aprueba. Así, una
profusión de costumbres, especialmente en La Liga, aparecen ante la movediza cámara:
la danza de los caporales bolivianos, sus noches de karaoke, la sopa paraguaya, el culto
a la virgencita, el jugo de durazno o el durazno zipeado19. Todos no solo subrayados
como las posesiones (los haberes, si se quiere) de los migrantes, sino también
legitimados por el mediador, pues es él quien los prueba. No solo pisa el territorio, y
une, sino que también prueba, degusta, aprueba las costumbres y la cultura del
inmigrante20. Pues es en definitiva quien nombra lo popular, lo étnico. Renato Rosaldo
muestra cómo esta perspectiva se relaciona con la operación de ligar la noción de
cultura con la de diferencia, de esta manera

el énfasis sobre la diferencia resulta en una proporción particular: en tanto el ‘otro’


se hace culturalmente más visible, el ‘yo’ se hace menos (…) Así, esconden el lado
más oscuro de la proporción: cuanto más poder tenga uno de menos cultura se
goza, y cuanto más cultura tiene uno menos poder se posee. Si ‘ellos’ tienen un
monopolio explícito sobre la cultura auténtica, ‘nosotros’ tenemos una implícita en
el poder institucional (1991: 186).

La cultura migrante no deja de ser siempre dicha por el programa: la migración es un


tema de culturas, costumbres, hábitos. Pero la valoración de las culturas y costumbres
esconde las relaciones de poder que las definen (incluyendo al propio mediador). Como
señalan Grignon y Passeron: “no hay por qué describir como mirada fascinada por el
valor o la belleza de la cultura popular lo que sólo es para los dominantes el ejercicio de
un derecho de pernada simbólico” (op. cit. 52). La película Copacabana, de Martín

apenas un murmullo, una forma del habla, algo lateral, un dato apenas audible en el tono lacrimógeno del
programa.
18
En este sentido no hay jerarquías entre los diferentes inmigrantes: es lo mismo un paraguayo, una
ucraniana o un coreano.
19
La cara de sorpresa que pone Ronnie Arias cuando un boliviano le dice que lo que tiene en la mano es
un durazno desecado, zipeado (en relación al modo en que se denomina el proceso de compactar archivos
en el sistema Windows), muestra a las claras como los límites entre el miserabilismo y el populismo, y las
distancias de clase y etnia, siempre son marcadas.
20
No hay ninguna comida o bebida que no reciba la legitimante frase de “muy rico”, especialmente en la
voz del conductor de La Liga, Ronnie Arias.
Rejtman21, por ejemplo, insiste en esta retórica, relacionando las ferias, la vida
cotidiana, el trabajo textil, las relaciones de género con un aspecto cultural: la
exposición casi estática de la preparación de los cuerpos y sus vestimentas para el
carnaval y los festejos de la Virgen de Copacabana, lo que termina siendo nada más que
un ensayo cultural. Así, sólo quedan repertorios vacíos, acciones sin contextos,
fragmentos de un museo sin historia, un artificio del pluralismo que se convierte en un
objeto pasivo de intercambio cultural: una muestra inmóvil de la cultura de los
migrantes regionales 22.
Pero esta valoración de las culturas tiene su contraparte: aquellos programas donde
las prácticas de los migrantes son subrayadas por la negatividad. En programas como
“Policías en acción”, el ámbito de las clases populares es narrado a partir de la violencia
–en sí misma-, el descontrol, la muerte, pasibles de ser controlados por el aparato
represivo del Estado. En esos programas los territorios de los migrantes son definidos a
partir de esas características. El programa GPS. Para saber dónde estás parado es en
ese sentido terminante: en la emisión que se titula “Boliniers”23 (neologismo
cartográfico producto de la unión de Bolivia con Liniers) redunda en todas las
caracterizaciones miserabilistas sobre la cultura popular. Así en ese barrio predomina la
droga (que viene de Bolivia, según relatan vecinos del lugar e imágenes de noticieros,
que aparecen como índices, legitimantes, de realidad), la delincuencia, la fiesta, el
alcohol y la violencia, en donde varios de los sujetos bolivianos filmados se enfrentan al
camarógrafo pidiendo que no los filmen24, lo que es leído por el programa como un
gesto de violencia –o como un dedo acusador sobre el desoído filmado- y no de
desacuerdo con el tipo de representación. Incluso el gesto del conductor llega al punto
de probar, degustar, esa cultura, pero a través de la degustación de la hoja de coca, que
termina funcionando como metonimia y presentación del mundo violento e ilegal del
barrio de Liniers invadido por los migrantes bolivianos.

21
Originalmente este documental fue producido por y para el canal del gobierno de la ciudad de Buenos
Aires, Ciudad Abierta, pero, finalmente, no fue estrenado ahí sino en la edición 2007 del Buenos Aires
Festival de Cine Independiente (BAFICI).
22
Como señala de Certeau, este aspecto cultural se vacía de su contenido específico para pasar a ser un
elemento más de transacción cultural: “La sociedad dominante trata la diversidad misma según sus
métodos que hacen accesible todas las diferencias para cada quien, que las liberan del sentido cerrado que
les atribuye una comunidad determinada, y que nivelan de esta forma las heteronomías étnicas al
someterlas al código general de la difusión individualizada” (1996: 208).
23
GPS. Para saber dónde estás parado, 17/07/08.
24
Incluso se alcanza a escuchar de uno de los sujetos filmados, como si fuera un pedido sobre el tipo de
representación realizada, “ponéme en foco”.
Pues así, conflicto y cultura se intersectan en una ausencia insistente: la política. Si
al principio partimos de esa triple caracterización amenazante del inmigrante regional
(sujeto invasor que traía enfermedades, delincuencia y desocupación), encontramos aquí
otra imagen del inmigrante ligada a un cierto populismo posmoderno que pone el
énfasis en la diversidad (folklorizada) de las culturas. Ante un conflicto sin una voz y
una visión de la diversidad cultural sin conflicto, es otra forma de racismo la que
aparece. Entendemos racismo, como señalan Shohat y Stam, como una “relación social
–una jerarquización sistematizada que se intenta establecer a toda costa, tal como dice
Fanon– anclada en estructuras materiales e insertada en configuraciones históricas de
poder” (2002: 38). El racismo pasa por una cuestión de posibilidades del sujeto: aunque
poseedores, practicantes, creadores de una cultura (¿autónoma?) el inmigrante no posee
la capacidad de darla a conocer, articularla, defenderla, en fin, hacerla política. Si en
Copacabana, La Liga y Ser Urbano nos ubicábamos en la trayectoria que va de la
carencia a la posesión, el problema es también, claro, lo que esa posesión implica: se
trata de la cultura pero no de la política. Pero una carencia se subraya: la del sujeto
político. El modo de representar el conflicto de etnia implica una figura del boliviano: el
callado, el tímido, el silencioso25. Si en Ser Urbano se trata de un conflicto de género
(permeado por la frase: “todos los bolivianos son machistas”), en La Liga el conflicto
(el racismo, particularmente, pero también la posición de clase –o su etnificación, al
decir de Wallerstein) no tiene más respuesta que el silencio: el silencio de los rostros de
los migrantes ante el insulto discriminador en La Liga. El conflicto, parecen decir,
existe, pero solo tiene una voz, un actor, una política: la del conductor del programa.
Cuando pasamos de la visibilidad negativizada de los migrantes bolivianos a la
representación de su cultura, sus espacios y sus injusticias, algo nos queda en el rasero:
la política.

Modos de mirar, modos de “aprender”

No se aprende sólo en la escuela. Los medios proveen situaciones, modalidades y


formatos informales con los cuales, aún cuando no sea su intención, enseña. La
comprensión de la realidad ofertada por los textos mediáticos está mediada por dos
mecanismos que orientan a sendas actividades cognitivas: la gramaticalización, que

25
Caggiano señala que una de las imágenes hegemónicas con que se representa a los inmigrantes
bolivianos es la de que “son tímidos” (2005: 75).
implica la identificación y la construcción de reglas y códigos culturales, y la
textualización, que señala las operaciones de remisión entre textos y la identificación
con estructuras de género o narrativas. Desde el punto de vista de la emisión los textos
mediáticos “son textualizaciones de situaciones culturales, por lo que los receptores
construyen el sentido de los mensajes a partir de la identificación de discursos sociales
amplios o historias comunes, generalmente ya incorporados en sus frames y mapas
cognitivos” (Aguilar González, 2004: 130). Estos marcos cognitivos organizan el bagaje
cultural en redes de significado estructuradas a partir, no sólo del propio capital cultural,
sino también de mediaciones diversas y de los mismos textos (Simone, 2000).
Y además, junto con las textualizaciones de situaciones culturales, los textos
mediáticos gramaticalizan la percepción, proveen los códigos por los cuales una cultura
se hace comprensible, lo cual permite la comunicación entre diversos estratos sociales.
Los programas repasados aquí, trabajan a partir de un contrato realista que define sus
tópicos a partir de la “marginalidad”, convertida en los últimos años en tema
privilegiado del mercado de la cultura argentino (Palma, 2008). Así, los índices que
remiten a lugares precarios, junto con las imágenes mudas de los actores referenciados,
terminan generando un “efecto de realidad” que marca el espacio geográfico también
como un “espacio social”. En otras palabras, la representación de un espacio precario, y
de los actores que lo ocupan, remite a una “realidad” construida, que es a la vez índice
del margen. Como afirma Kessler (2004), al barrio se va o se viene; mientras que a la
villa se “entra” o se “sale”, con la idea de espacio cerrado que esto conlleva.
No estamos de ningún modo sosteniendo la inexistencia de estos enclaves de
pobreza, como si la televisión pudiera, por sí sola, “inventar una realidad”. Lo que
pretendemos señalar es que en los procesos de aprendizaje no se aprende sólo el
contenido, sino que, junto con él se aprenden también los formatos culturales en los
cuales se encuadra. El contrato realista propuesto por los programas periodístico-
documentales del neoperiodismo argentino, construyen un modo de mirar que es
también un modo de aprender. De la precarización de los espacios y los actores,
mostrados de modos realistas, al aumento de la “percepción ciudadana” de inseguridad,
no hay más que un paso.
De hecho, la inseguridad se ha ido revelando en los últimos años como un tópico
tematizado por los grandes medios, justamente, como “percepción ciudadana”. Sin
embargo, el tema es jerarquizado por los sectores medios y ubicado en un orden
perceptual distinto respecto de a percepción de inseguridad de los sectores menos
favorecidos. Aún más, desde mediados del 2002 se produjo un cambio en las
representaciones sociales sobre delincuencia e inseguridad que es indicador del temor
de las clases medias y altas hacia las clases empobrecidas que se corresponde con las
encuestas de opinión respecto de la agenda de problemas. Como señalan Cerutti y
Grimson (2004), hasta 2003 estas encuestas colocaban en primer lugar al desempleo y
en segundo lugar a la inseguridad, mientras que en los barrios populares relevados por
estos investigadores, la inseguridad ocupa un lugar mucho menos privilegiado y se
ubica por detrás de otras temáticas más preocupantes como la alimentación, la salud, la
vivienda o el nivel de ingresos. De hecho, entre estos sectores, la inseguridad se asocia
no tanto al delito sino al miedo que generan las prácticas policiales. De allí que pueda
señalarse, al menos, la existencia de un hiato entre la percepción, las estadísticas y las
representaciones de los medios.26 Y simultáneamente, esto apunta a interrogarse acerca
de si la sensación de inseguridad no es tanto el resultado de un aumento de hechos
delictivos sino de la cobertura mediática realista de la que son objeto privilegiado
aquellos que portan atributos diferentes.

Cierre

Si, como afirma Frederic Jameson, la cultura es el “medio por el cual se negocia la
relación entre los grupos” (1993:103), tanto los medios de comunicación como los
espacios de construcción de la experiencia son terrenos simbólicos privilegiados donde
procesar las negociaciones sociales, allí donde los discursos ‘desde arriba’ se traman
con los relatos grupales y colectivos. Desmontar los procedimientos culturales que
modelan los elementos que van conformando las identidades y algunas de sus
representaciones, también implica recolocar los interrogantes sobre la cuestión de cómo
se organizan las fuerzas en el interior del campo político y los modos en que se
construyen/neutralizan los discursos heréticos de las prácticas políticas subalternas. Y
no sólo eso: también implica apuntar a la construcción de escenarios político-culturales
democráticos y democratizantes.

26
Aunque el delito contra la propiedad subió entre 1991 y 2001 el 113% en todo el país, 340% en la
Ciudad de Buenos Aires y 160% en el Conurbano Bonaerense (www.indec.mecon.gov.ar), durante 2003
se registró un 5% menos de hechos delictivos que en 2000. De ellos, el 17% fueron delitos contra las
personas mientras que el 67% se correspondieron con delitos contra la propiedad. El porcentaje de
homicidios dolosos también bajó respecto de 2002: un 17% menos en la Ciudad de Buenos Aires y un
28% en la Provincia de Buenos Aires. Fuente: CELS, 2004.
Bibliografía citada:

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Nómadas, Bogotá, No. 21, octubre, 2004.
Álvarez, Mariana: “Imágenes de la diferencia: lo que la televisión (in)visibiliza sobre
los otros. Una aproximación al estudio de las representaciones mediáticas sobre
las diferencias socioculturales”, Tesis de Maestría, IDAES-UNSAM, inédita,
2009.
Cerrutti, Marcela y Grimson, Alejandro: Buenos Aires, neoliberalismo y después.
Cambios socio-económicos y respuestas populares, Cuaderno del IDES Nro. 5,
IDES, Buenos Aires, octubre, 2004.
Ciamberlani, Lilia: “Los procesos de hiperrreferencialización. Del discurso de la
actualidad a los reality shows”. En Telenovela. Ficción popular y mutaciones
culturales, Barcelona: Editorial Gedisa, Colección El Mamífero parlante, 1997.
Grimson, Alejandro: “Resguardar la incerteza acerca de la incertidumbre. Debates
acerca de la interculturalidad y la comunicación”, en Diá-logos, Nro. 75,
Setiembre-diciembre, 2007.
Hall, Stuart: “La relevancia de Grasmci para el estudio de la raza y la etnicidad”, en
Causas y Azares, Año IV, Nro. 5, Otoño, 1997.
Kessler, Gabriel: Sociología del delito amateur, Buenos Aires: Paidós, 2004.
Palma, Javier: “Clases y culturas populares en el “realismo” y el “naturalismo” del
nuevo cine argentino: entre el miserabilismo, el neo-populismo y la fascinación
distante”, en Pablo Alabarces y María Graciela Rodríguez (Compiladores),
Resistencias y mediaciones. Estudios sobre cultura popular, Buenos Aires Paidós,
2008.
Simone, Raffaelle: La tercera fase. Formas de saber que estamos perdiendo, Madrid:
Taurus, 2000.
Vilches, Lorenzo: “Introducción: la televerdad. Nuevas estrategias de mediación”,
Dossier de la revista Telos N° 43 septiembre-diciembre, 1995.
Williams, Raymond: Culture and Society, Londres: The Hoggarth Press, 1993.

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