Está en la página 1de 8

CÁTEDRA: GAGLIARDO.

SOCIOLOGÍA APLICADA AL DISEÑO

FICHA DE CÁTEDRA: MODELOS DE ORGANIZACIÓN NACIONAL


 
 
Los modos del ejercicio de la economía y la política en Argentina han sido
variados y conflictivos a lo largo de nuestra historia, conflictividad que aparece
fuertemente influida por la profunda impronta que marca nuestro origen colonial.

En el devenir de los últimos 200 años, se perciben en forma persistente -con


mayor o menor nitidez- dos posiciones antagónicas que se enfrentan con mayor o
menor grado de violencia física y simbólica y que logran predominios coyunturales,
aunque ninguna ha logrado hasta ahora la supremacía absoluta.

Esas posiciones reflejan intereses económicos enfrentados, que consolidan


concepciones ideológicas y políticas diferentes y polarizadas, que se cristalizan en dos
modelos específicos acerca de cómo debe consolidarse la organización nacional.

a. Modelo Liberal Conservador

Este modelo, de base colonial, se organiza alrededor de intereses económicos,


políticos y geopolíticos que intentan definir la organización nacional a partir de las
condiciones que impone la “necesaria” subordinación a los países controlantes.

Valora y prioriza las formas políticas, económicas, culturales y sociales de los que
se suponen “países civilizados”, o “países más desarrollados”, centrando su mirada
en los países más poderosos dentro del sistema capitalista occidental, a los que
considera como el modelo a seguir. De ellos intenta importar las características y
condiciones para estructurar “de afuera hacia adentro” una forma de organización
nacional “en espejo”, pero siempre subordinada y alineada a los países que “marcan el
rumbo del progreso civilizatorio occidental”, según la división internacional del trabajo,
que ubica a los países de la región como proveedores de productos primarios e
importadores de manufacturas y capitales.

Presume que la sociedad humana y la “civilización” avanzan en una línea


evolutiva única y “verdadera”, conducida y liderada por los países de mayor desarrollo
industrial-económico-tecnológico-militar, y que ese poderío señala inequívoca y
excluyentemente que esa forma de “desarrollo” es la única legítimamente habilitada
para que la “humanidad” transite en el camino tan “racional” como inevitable al
“progreso”.

Esto implica que la organización nacional local debe necesariamente subordinarse


a las características y condiciones que la hagan compatible con los países “centrales”,
ordenándose disciplinadamente en su línea evolutiva. El bienestar general se concibe
como resultante de un adecuado acoplamiento de cada país al tren del progreso, cuya
locomotora son los países de mayor desarrollo industrial.

En este sentido, las particularidades, características y potencialidades sociales,


culturales, económicas y políticas locales que se apartan del modelo europeo
hegemónico se perciben como factores retardatarios y se ponderan como
“negatividades”, como problemas de mayor o menor gravedad a resolver y corregir.
Precisamente estas particularidades, características y potencialidades locales son
nada menos que el fruto del bagaje histórico cultural que es la esencia de las
tradiciones de los pueblos locales, cuestión que explica el necesario divorcio existente


 
entre los referentes políticos, sociales y culturales consustanciados con este modelo y
las grandes mayorías de la población.

Esta perspectiva ideológico política asume una posición negativa en relación a las
posibilidades y potencialidades de desarrollo socioeconómico, cultural y político
autónomo e independiente del influjo y la sumisión a las pautas y condiciones
“civilizatorias” ya probadas e instaladas en los países “centrales”.

Implica necesariamente la peyorización de las condiciones y potencialidades de


las bases poblacionales locales y de sus referentes sociales. Los bagajes sociales y
culturales fruto de las tradiciones locales se perciben y catalogan en forma más o
menos “indulgente” como atrasadas y retardatarias en relación a la vitalidad de la
civilización europea y estadounidense.

En el plano ideológico esta perspectiva se resume en la célebre dicotomía


sarmientina entre “Civilización o Barbarie”, que cristaliza las formas de organización
política, social, cultural y económica foráneas -europea y estadounidense- como
paradigma de la civilización a seguir e imitar, y las expresiones de extracción
autóctona, nativa y criolla con todas sus tradiciones locales como paradigma de la
barbarie.

En el plano específicamente económico esta posición sostiene que el modelo de


desarrollo debe focalizarse estrictamente en las ventajas comparativas agrícola
ganaderas que el país capitaliza a partir de las cualidades de una de las tierras más
fértiles y productivas del planeta, y que lo constituyen en el “granero del mundo”,
abandonando toda pretensión de desarrollo sostenido de sus propias capacidades de
investigación y desarrollo industrial.

Este modelo, en su aspecto económico productivo se estructura y define como


“agroexportador” y se basa en la exportación de productos primarios, a cambio de lo
cual se reciben los productos elaborados industrialmente en el extranjero, las
tecnologías básicas y los capitales.

Desestima, desalienta y se opone firmemente al desarrollo de la pequeña y


mediana industria nacional que pueda avanzar hacia estructuras empresarias
mayores, sosteniendo que las capacidades industriales están cubiertas por los países
más desarrollados, y que con las divisas producto de la exportación agropecuaria se
pueden importar todos los productos que requiere el país para su normal
funcionamiento.

Esta posición interpreta y representa los intereses de los actores económicos y


políticos de la elite terrateniente y rentista, (denominada tradicionalmente “oligarquía” y
estimada en no más de 1.000 familias), asociada a las corporaciones extranjeras que
concentran el manejo de la exportación, la logística y el transporte internacional, y de
los pocos grupos empresarios industriales y comerciales nacionales, vinculados a los
grandes capitales y corporaciones industriales, comerciales y financieras extranjeras.
Se suman a esta elite los propietarios de las grandes cadenas de medios masivos de
difusión, fuertemente concentrados en las últimas décadas, y las elites que manejan
las corporaciones judiciales y sindicales.

En este sentido es que esta posición ideológica y su expresión como modelo de


organización nacional, dependiente de las potencias internacionales de turno, asume
un claro perfil tan políticamente conservador como económicamente liberal.
Conservador de las condiciones de subordinación colonial y de modelo productivo
decimonónico, y liberal en términos de oponerse decididamente a todo tipo de


 
intervención estatal democrática que pueda equilibrar las inequitativas relaciones
económicas “libres” entre las corporaciones y la población local.

b. Modelo Nacional Inclusivo

Este modelo se organiza a partir de la convicción de que la organización nacional


debe partir de la agregación e integración de las potencialidades, particularidades,
intereses y conveniencias de las poblaciones que se distribuyen a lo largo y a lo ancho
de la geografía nacional, priorizando el bienestar general del conjunto. Recién
entonces, y a partir de la consolidación de esa unidad autónoma e independiente,
definida y estructurada “de adentro hacia afuera”, propone establecer relaciones
soberanas con el contexto internacional.

Esta posición ideológico política asume una percepción positiva acerca de las
características, valores y potencialidades sociales y culturales de las distintas
poblaciones que conforman -en su diversidad- el conjunto del colectivo social
argentino, así como de la posibilidad y necesidad de su desarrollo económico y político
autónomo. Presume una valoración y una relación afectiva positiva de ida y vuelta
entre los referentes políticos –pensadores, ideólogos y gestores operativos- y los
distintos sectores que conforman las bases sociales territoriales que mayoritariamente
conforman la población local en cada lugar y momento histórico, conglomerado que
comúnmente se entiende y denomina como “Pueblo”.

De esta forma, se produce al interior del colectivo de grupos, sectores y referentes


que comparten esta concepción ideológica, una instancia histórica de debate y de puja
política, económica, cultural y social, más o menos conflictiva pero siempre creativa y
superadora. El mismo proceso histórico ha ido galvanizando con el tiempo una
avenida compartida e iluminada por la experiencia que el conjunto social capitaliza en
su devenir, agregando riqueza y homogeneidad al sentido común que aportan esas
experiencias colectivas.

A partir de una vocación común y una similar percepción, ponderación y


valoración de las capacidades del conjunto nacional, y la prioridad asignada al
bienestar de las grandes mayorías, el proceso histórico va definiendo las mayores o
menores posibilidades y condiciones de unión y enriquecimiento común dentro de la
diversidad que el conjunto cobija.

Esa diversidad, en términos políticos tiende a manifestarse en mayor medida en


tensiones y conflictos vinculados a cuestiones de forma; en el “como” avanzar hacia el
objetivo supremo de la organización y la unión nacional; en el orden de prioridades a
asignar en la resolución de las problemáticas identificadas, y en los cursos de acción
más adecuados para resolver las coyunturas en cada caso. Tensiones y conflictos que
siempre incluyen la acción más o menos evidente de los actores e intereses políticos y
económicos tanto locales como externos que se le oponen con mayor o menor grado
de agresividad y virulencia.

Esta posición se sintetiza en un modelo de corte Nacional Inclusivo y popular,


cuya identidad reconoce la prioridad absoluta de la independencia y autonomía
nacional y a partir de ella la particular organización orientada al bien común, definido
como el bienestar de las grandes mayorías populares, reconociendo explícitamente la
igualdad de todos los ciudadanos y habitantes de buena voluntad, y reconociendo que
el objetivo supremo de la acción política es la inclusión de los sectores menos
favorecidos y más vulnerables, en términos de hacer efectiva la irrestricta igualdad de


 
oportunidades y derechos sociales, políticos, económicos y culturales que el modelo
sostiene.

En ese sentido esta posición incorpora la cualidad y el significante


“revolucionario”, ya que asume como objetivo principal transformar la realidad
prefigurada y entronizada por el origen colonial de los países sudamericanos, que
tiende a naturalizar la “inferioridad” de las mayorías populares frente a la supuesta
“superioridad” del colonizador y las elites nativas asociadas, agravada por la tendencia
a la fragmentación social y la progresiva exclusión que potencia el sistema capitalista
occidental post feudal, factores que han generado y sostenido en los 200 años de
historia nacional una persistente inequidad en las posibilidades de acceso a la cultura,
la información, los bienes económicos, el protagonismo político y la “visibilidad” misma
de vastos sectores sociales que forman parte del colectivo social, cuya marginación
aparece naturalizada y asumida como un simple dato de la realidad.

En ese mismo proceso, se han cristalizado sectores minoritarios de la población


en posiciones de privilegio que concentran poder económico, político, militar,
mediático, jurídico, eclesiástico y cultural, vinculados a las elites dominantes en las
potencias extranjeras hegemónicas en el concierto internacional, que aún pretenden
mantener la región sudamericana subordinada a sus propios intereses y
conveniencias.

Esta posición ideológica que sostiene al modelo Nacional Integrado, incorpora


también un componente de alta significación como es la pertenencia común a “La
nación sudamericana”, en la conciencia de la complementariedad entre los países de
la región, centrada en la convivencia y la resolución pacífica de los conflictos entre
pueblos que se identifican por sus semejanzas históricas territoriales, culturales,
económicas y sociales, que comparten un origen y un destino común. Es ese sentido
esta posición prioriza las semejanzas entre los pueblos de la América del Sur y
pondera sus diferencias –culturales, económicas, sociales y políticas- como parte de la
riqueza de la unión en la diversidad. Concibe, defiende y prioriza cada cultura local
como una de las manifestaciones que conforman la diversidad de la cultura
sudamericana. Así reconoce como referentes históricos comunes a personalidades
que trascienden los límites de sus propios países, como San Martín, Bolívar y Martí, e
incluye como elemento central del modelo la irrenunciable lucha por las autonomías
nacionales y la autodeterminación de los pueblos.

En el plano específicamente económico esta posición sostiene la necesidad de


desarrollar las capacidades industriales nacionales, las consiguientes fuentes de
energía, la ciencia básica y aplicada, la investigación y la tecnología, complementando
la producción agraria y garantizando un proceso de desarrollo autónomo y sustentable,
lo que se cataloga como un modelo de base integral.

Las claves de este modelo económico son  el crecimiento agrícola ganadero e


industrial equilibrado, y el impulso de la producción industrial financiada con parte de la
renta superlativa de la explotación agrícola ganadera. Incluye el aumento progresivo
de los recursos energéticos, de la calidad y variedad de la producción industrial y del
empleo, el incentivo a la educación, el desarrollo de la ciencia y la tecnología, la
política de salarios a la suba, el consumo y la demanda creciente, y por lo tanto de
mercados internos sólidos que garanticen el desarrollo autónomo y sustentable.

A partir de esa solidez se exportan productos al mercado internacional, generando


divisas “no tóxicas” en forma genuina, que no comprometen la independencia y la
soberanía en la toma de decisiones en el plano nacional. La riqueza progresiva que
genera este modelo de desarrollo se distribuye entre la población a través de la activa


 
intervención del Estado en las políticas de empleo y salarios, de la seguridad social, de
la inclusión y la ampliación de derechos de los sectores más vulnerables.

Estas características, entre otras, definen las cualidades nacional, popular y


democrática del Modelo, que son constitutivas del mismo y no se manifiestan como
simples consignas políticas.
 
 
c. Modelos y Gestión política

En términos de gestión política estos modelos expresan también formas


extremadamente polarizadas.

El modelo conservador liberal define un modelo de gestión exógeno –de afuera


hacia adentro- importado de países “más desarrollados”, y especulativo -de la teoría a
la práctica-, que parte de prefigurar un estado de cosas ideal, definido según la teoría
política importada, y se dedica luego a tratar de adaptar la realidad territorial concreta
al ideal abstracto definido por la teoría. Parte de un “deber ser” -siempre distinto y
contradictorio a lo que “está siendo”- construido a partir de pautas ideales y abstractas
desvinculadas de las particulares condiciones concretas de la población, de sus
tradiciones históricas, sus bagajes culturales, sus expectativas sociales y sus
aspiraciones económicas, así como de sus condiciones territoriales específicas.

La gestión política se dedica entonces a perseguir la instalación de ese estado de


cosas ideal, removiendo las “barreras” materiales y simbólicas que funcionan como
frenos a la instalación de lo “nuevo” y siempre “superador”. Entre esas barreras se
cuentan las tradiciones sociales y culturales y las expectativas y aspiraciones
autóctonas. Se trata de una gestión con fuerte contenido “evangelizador”, que
presume que lo que “la gente quiere”, generalmente no es lo que “la gente necesita”, y
que el político, –que ha sido instruido desde afuera en lo que la gente
verdaderamente necesita y le hace bien- debe gestionar en función del “deber ser” que
prescribe la civilización “universal” que sirve de sostén a los modelos especulativos
importados.

En las antípodas del anterior, el modelo de gestión política que se ajusta al


modelo nacional integrador se organiza precisamente a partir de las características,
necesidades y expectativas de la población local.

Se estructura como un modelo de gestión endógeno –de adentro hacia afuera-


fruto de la experiencia histórica, y pragmático -de la práctica a la teoría-, que prefigura
un estado de cosas futuro, socialmente construido en forma de utopía compartida, y se
dedica a tratar de acercar la realidad territorial concreta al objetivo prefigurado a futuro.

Se estructura a partir de las características de la gente real que habita el territorio


concreto y expresa un objetivo común definido a partir de lo que “está siendo”. Valora
y prioriza las condiciones históricas concretas de la población, las condiciones
territoriales, las tradiciones históricas, los bagajes culturales, las expectativas sociales
y las aspiraciones económicas y en base a esa plataforma proyecta un estado de
cosas preferible y compartido hacia el cual avanzar.

En este sentido el modelo de gestión política endógeno y pragmático pondera,


valora y prioriza en la elaboración de sus proyectos y en sus implementaciones, las
ideas, ideales, creencias, valores, normas y tradiciones locales, que son los elementos
culturales que le dan significado y construyen el pensamiento que le da sentido a la
acción y dirige las conductas individuales y sociales.


 
d. Los medios masivos de información

Más allá de la importancia creciente del factor comunicacional en todos los


aspectos de la gestión pública -que es directamente proporcional al aumento de la
complejidad de la sociedad misma- el factor “mediatizador” de la difusión masiva y de
los medios masivos de información opera en forma sustancialmente diferente en
ambos modelos.

En primer lugar es preciso definir los términos, y aclarar que mediatizar significa
nada más ni nada menos que “operar en medio de”, es decir, ocupar un lugar activo
entre un actor social y otro. En ese sentido los medios de difusión masivos, que
operan entre el gestor político y las respectivas audiencias, resignifican y le otorgan un
sentido particular al actor político, a sus acciones y a sus expresiones. Transmiten a
sus audiencias lo que interpretan de la realidad que enfocan y recortan. Las
audiencias se exponen cada vez más a datos e información “predigerida” y a
imágenes “intermediadas” -que los medios instalan y proyectan de los actores
políticos- y construyen con esos insumos su propia interpretación de hechos, procesos
y personas.

A su vez los actores políticos están también expuestos al grave riesgo de ver
afectada su propia percepción e interpretación de los hechos sociales, de la realidad
social, del resto de los actores políticos y hasta de las actitudes de la población, a
partir de la interpretación que de esas realidades instalan y proyectan los medios
masivos.

Esta función “mediatizadora” de los medios consiste en proyectar a través de sus


acciones informativas, su propia interpretación de la realidad, necesariamente
interesada y sesgada a partir de la particular configuración estructural de cada medio,
por los intereses económicos, ideológicos y políticos que representa. De esta forma
opera e incide sobre la percepción de la “realidad” por parte de sus audiencias. En ese
sentido es que los expertos en comunicación masiva sostienen que los medios
masivos construyen la realidad que perciben sus audiencias

El lugar que ocupan y la función que cumplen los medios masivos de información
y difusión se consolida a partir de su configuración específica, que en su gran mayoría
se encuentran en manos privadas, estructurados como empresas con fines de lucro
dentro del negocio del entretenimiento y las “industrias culturales”, asociados a
intereses económicos, políticos e ideológicos sectoriales, y formando parte de
poderosos grupos económicos concentrados que presionan fuertemente para imponer
sus condiciones a los actores políticos.

La propia imagen del “personaje político” se construye a partir de la posibilidad de


su presencia en los medios, y del relato que éstos transmiten acerca de su persona,
sus aspiraciones, realizaciones y proyectos. Los medios masivos construyen e instalan
la imagen del personaje, independientemente de la realidad que ese personaje
encarna. El personaje “virtual” que los medios proyectan a sus audiencias se impone
sobre la persona real que lo actúa.

e. Del enfrentamiento político militar al enfrentamiento político mediático

Entre 1976 y 1982 la última dictadura cívico militar que asoló Argentina, como
parte del proceso que se desencadenó en toda la región, puso en práctica un
dispositivo de destrucción sistemática de las bases de sustentación del modelo de
organización y desarrollo nacional y popular.


 
Por un lado eliminó físicamente miles de cuadros políticos, sociales, sindicales,
técnicos, intelectuales y estudiantiles; por otro lado instaló el terror, persiguió y
proscribió los ámbitos sociales y políticos en que se nucleaban las distintas
manifestaciones de la militancia, que funcionaban como semillero de cuadros sociales
y políticos, y eliminó las fuentes de financiamiento genuino de la política y de las
campañas políticas, clausurando las instituciones de la democracia y asfixiando la
economía capilar que en cada localidad sostenía las manifestaciones políticas
territoriales (pequeños y medianos comercios, pequeñas y medianas industrias y
empresas de capitales nacionales).

Por otra parte el modelo socioeconómico neoliberal se impuso progresivamente


en toda la región – en base a la violencia física y simbólica- en los planos económico,
político y cultural, enancado en el consenso de Washington y en la consiguiente
erosión del poder y de las capacidades del Estado en sus manifestaciones nacionales,
provinciales y municipales, debilitando aún más las resistencias políticas, sociales y
culturales, facilitando la colonización neoliberal de los partidos políticos tradicionales.

Este trágico proceso, que se replicó en toda la región sudamericana, generó no


sólo la violenta transferencia de recursos económicos y políticos de las grandes
mayorías nacionales a las elites conservadoras, sino que instaló en las últimas
décadas del Siglo XX prácticas políticas alejadas de los intereses populares, y en todo
funcionales a los intereses económicos concentrados. La economía subordinó por
completo a la política y se erigió como protagonista principal del universo social.

En este proceso los medios de información masiva sufrieron el control y la


injerencia progresiva de los operadores civiles y militares de la dictadura, y la
constante presión y persecución sobre aquellos que se resistieron a jugar –por acción
u omisión- para los intereses antidemocráticos, que pagaron su resistencia con la
persecución y el exilio y en muchos casos con sus vidas. La dictadura se manejó con
los medios, los periodistas, comunicadores y representantes del medio cultural, como
toda dictadura, y en nuestro país, definitivamente, como la dictadura cívico militar más
violenta y sangrienta del Siglo XX.

La ferocidad del proceso cívico militar no fue casual. Se debió en gran medida al
estado avanzado de desarrollo de la conciencia popular de repudio a un modelo
socioeconómico y político conservador liberal que concentra sistemáticamente la
riqueza nacional en poder de minorías selectas privilegiadas, excluyendo a las
mayorías populares y sumergiéndolas en la pobreza y la exclusión.

Para comprender los niveles de violencia en el enfrentamiento histórico entre


ambos modelos de organización nacional es necesario advertir que la consolidación
de un proceso democrático popular, apoyado por la voluntad mayoritaria de la
población, propicia necesariamente la pérdida irreparable del poder económico,
político y cultural por parte de las minorías que históricamente lo han concentrado.

A partir de 1982, con la vuelta de la democracia, traccionada por el fracaso de la


gestión iniciada en el golpe de 1976, y ante la imposibilidad de mantener el ejercicio de
la violencia directa y la injerencia militar como herramienta para instalar y sostener
gobiernos y disciplinar a las poblaciones, los medios masivos de información se
consolidaron como la herramienta clave de las minorías para operar ideológica y
políticamente, instalar en la sociedad el ideario liberal y sus políticas, desgastar a los
políticos que defienden el interés público y posicionar a los personajes que
representan sus intereses sectoriales.


 
Para cumplir eficientemente con esta función es que se ejecutó el proceso de
concentración de los medios de información masiva en manos de grupos vinculados a
los mismos intereses económicos que sostuvieron históricamente las dictaduras. A ese
fin se diseñaron y organizaron esos medios como estructuras comerciales con enorme
poder económico y capacidad de presión política sobre los candidatos y los gobiernos
electos. En ese sentido presionan mediática y políticamente sobre los gobiernos,
partidos y representantes políticos desde la llegada de la democracia, consiguiendo
con esa presión eliminar la normativa jurídica imperante, que impedía la concentración
mediática, en el marco del brutal proceso de desregulación que fue parte central del
plan neoliberal que se abatió sobre la región.

Se organiza de esta forma el dispositivo mediático privado de difusión masiva de


información “tóxica” a través del que se manipula y digita la opinión pública en un
sentido funcional a los intereses de lo que se denomina el poder económico real,
conformado entre otros por los patrones de la renta agrícola ganadera, las
corporaciones que concentran la exportación de los productos primarios, la producción
siderúrgica concentrada, los dueños de los pocos grandes emporios de la alimentación
y de las cadenas concentradas de distribución de alimentos, asociados a las
corporaciones industriales y económico financieras internacionales, apoyados por las
embajadas de los países interesados en mantener la subordinación económica y
política del país a sus propios intereses.

Con el manejo absoluto de los crecientemente poderosos medios masivos de


difusión lograron en la década de los 90 no sólo instalar sino hacer hegemónico el
paradigma liberal en amplios sectores de la sociedad, vaciando de contenidos y
peyorizando la práctica política, e impulsando las políticas neoliberales, proceso que
culmina con el desastre económico, social e institucional del 2001/2002.

 
 
Bibliografía

 Becerra, Martín y Mastrini, Guillermo y (2006) Estructura, concentración y


transformaciones en los medios del Cono Sur latinoamericano, en Comunicar
No. 36, Vol. XVIII, Revista Científica de Educomunicación
 Ferrer, Aldo (2002) Vivir con lo nuestro, Buenos Aires, Fondo de Cultura
Económica
 Ferrer, Aldo (2004) La Economía argentina. Desde sus orígenes hasta
principios del Siglo XXI, Buenos Aires, Ed. Fondo de Cultura Económica.
 Pacho O`Donnell, (2006) Historias Argentinas, de la Conquista al Proceso,
Buenos Aires, Ed. Sudamericana
 Pigna, Felipe (2007) Historia de la Argentina, 1810-2000, Buenos aires, Ed. Az
 Rapaport, Mario (2000) Historia económica, política y social de la Argentina
(1880-2000), Buenos Aires, EMECE


 

También podría gustarte