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Vélez de Guevara y la sátira barroca:

el tema de los encochados

Héctor BRIOSO SANTOS

Para I. M.

Requebrado me vea de una fea


pidiendo coche, río y fiambrera,
tres enemigos de la faltriquera 1 .

Mujer moza y coche, la hacienda hace noche (refrán).

U N pasaje bien conocido del Diablo Cojudo de Luis Vélez de Guevara, el de los encochados del Tranco
II, viene a poner u n curioso punto final de verdadera sofisticación a una gran preocupación
contemporánea, la de los coches de caballos. Para dar la justa medida de su alcance y de su tono, creemos
necesario situar la cuestión en su contexto social y literario.

A lo largo del siglo XVII son numerosos los testimonios de docenas de novelistas, poetas, dramaturgos y
moralistas contra el abuso de los coches de caballos 2 . A Cervantes no se le pasó por alto la moda e incluyó un
pasaje alusivo en el Quijote5 y otros en varias obras, como el entremés de «El vizcaíno fingido» o El Licenciado
Vidriera. Quevedo escribiría su «Sátira a los coches» y una famosa alusión en el Buscón a cargo de los hidalgos
del milagro, Barrionuevo su entremés «El triunfo de los coches», Quiñones de Benavente el suyo «Los coches»
y, en fin, el sevillano Luis Brochero publicó en 1626 un panfleto bajo el título Discurso problemático del uso de
los coches.

El tema es, como en muchos otros autores, recurrente en Salas Barbadillo, a la letra del estudio de La
Grone 4 . Así, por ejemplo, en su novela La casa del placer honesto, de 1620, llama a los coches «portátil
carnicería»5. El término encochado se había divulgado tanto en su uso desde fines del XVI que en 1589 Fray Juan
de Pineda incluía el siguiente juego de palabras en uno de sus Diálogos familiares de la agricultura cristiana: «El
rey hizo muy bien en mandar tal -se refiere a la ley restrictiva del uso de coches-...porque las mujeres
encochadas no diessen que juzgar de soncochadas» 6 . Asimismo, la «Premática acerca de las personas que se
prohiben andar en coche» de 5 de enero de 1611 la empleaba para vetar que «ningún hombre... se encochase
sin licencia del Rey»7. La Real Academia la define del modo siguiente: «Dícese del que está o anda mucho en
coche»8. Pero de su valor corriente era relativamente fácil extraer una significación satírica, al suponerle al
término un sema de «apropiación ilícita» que acarreaban las nuevas leyes y al imaginar gráficamente al
encochado como embutido en un coche, como prisionero de él. En sus Avisos, Barrionuevo, a once de agosto
de 1655, volvía a usar la palabra 9 . Además, la sufijación en -ado acerca esta palabra burlesca a varias de las
usadas en géneros como el entremés para aludir a los vicios sociales que se solía parodiar grotescamente: los
atarantados, los maridos examinados, los guisados, etc. Surge, entonces, la imagen cómica del encochado o
habitante de una carroza que varios autores utilizarán para ilustrar su prédica contra los carruajes o
simplemente para arrancar una carcajada fácil a su público.

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En muchas alusiones satíricas a los coches se insiste en que los fanáticos de andar en esos vehículos se
esfuerzan por no salir jamás de ellos. Y para esto cualquier expediente es bueno, como indica Lope en su obra
- d e dudosa atribución- La llave de la honra, donde se habla de una mujer que quiere coche a toda costa y el
gracioso Marín añade: «¡Y hay mujer que, si pudiera, / Por saya se le pusiera, / Por traerle todo el día!»10.

Ahora bien, una referencia fundamental para la historia del desarrollo de este tópico nos parece u n pasaje
de otra comedia de Lope, Querer la propia desdicha, de alrededor de 161811, donde se anticipa el principio
esencial del chiste de los encochados, al aludir Tello a las cualidades del cochero, capaz de ejercer de
aposentador: «Sin esto, aposento damos / y en un desierto le hacemos» 12 . Más adelante, el Rey pregunta a Tello
por la situación de su amo: «¿Que es tan pobre?». A lo que aquél replica:

Aquesto pasa.
Ayer labró de madera
una cochera, y decía
yo que llamarse podía
el Conde de la Cochera 13 .

El tema de los coches había interesado dramáticamente a Lope al menos desde aproximadamente 1610 o
1613, cuando hace que uno de estos vehículos se convierta en eje primario de la trama de su comedia La villana
de Getafeu, en la que el caballero don Félix ofrece un coche como presente a la villana Inés y el pretendiente
campesino de ésta, Hernando, se hace cochero para estar cerca de Inés. A pesar de ello, no parece haber usado
la palabra «encochado» en ninguna de sus obras, al menos según el Vocabulario de Fernández Gómez 15 , que sí
incluye una cantidad apreciable de neologismos burlescos sobre el tema de los coches acuñados o empleados
por el Fénix: cocheril, cochiferino, cochería, cochera, cochambre...

Calderón de la Barca es, sin lugar a dudas, el autor que recurre con más frecuencia a la broma de los encochados.
En Nadie fíe su secreto, comedia fechada hacia 1623 o 1624 por Hilborn y Valbuena Briones16, aparece el asunto:

Lázaro: Laura vive aquí, quien dijo:


"Con lo que la casa cuesta
de alquiler, he de hacer coche".
Y respondiéndole a ella
¿Dónde había de vivir?
dijo: "Cuando coche tenga,
en el coche todo el día,
y la noche en la cochera" 17 .

La hipérbole del andar en coche de día y de noche coincide con otra alusión a los coches de Quiñones de
Benavente, aunque no se trata de una coincidencia literal, pues el texto del entremesista reza así, en palabras
de la buscona Francisca del «Entremés famoso:-las habladoras»: « ...y de día y de noche / tráigame u n coche,
búsqueme otro coche...»18.

En Mañanas de abril y mayo, obra compuesta entre 1634 y 164419, construye una anécdota burlesca de este
tipo, cuando hace contar a don Hipólito la historieta siguiente, en la que se repiten incluso algunos de los
versos de la cita anterior:

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Porque en mi vida la vi
sino en coche. Por aquesta
fué por quien se ha presumido
que le dijo a su marido:
"Con lo que la casa cuesta
de alquiler, echemos coche".
Y volviéndola a decir:
"¿Pues dónde hemos de vivir
y estar el día y la noche?".
Dijo: "Si el coche tuviera,
sin casa vivir podía,
en el coche todo el día,
y de noche en la cochera" 20 .

Se trata de una mujer, Flora, tan aficionada al vehículo que hace de él su casa y se condena a una vida
vagabunda burlesca por gozar de su entorno favorito: el coche. Hipólito comenta esta característica suya a raíz
de su sorpresa porque la dama ha acudido a una fiesta a pie. Los protagonistas de los episodios de encochados
son siempre mujeres o matrimonios en los que la mujer impone sus aficiones, lo que nos acerca, a su vez, a otro
tópico fustigado en la época, el de los maridos complacientes, que abarca tipos como el Diego Moreno de
Quevedo, cornudo voluntario, la malcontenta - u n extraño descendiente de la hembra brava-, el vejete
engañado de tantos entremeses, la habladora, etc.

En El pintor de su deshonra, en la escena tercera de la jornada primera, el gracioso Juanete hace las delicias
del público con u n episodio en todo semejante a los anteriores, usado para caracterizar por comparación
burlesca a la dama que viene en coche:

Murió una dama una noche,


y porque pobre murió,
licencia el vicario dio
para enterrarla en un coche.
Apenas en él la entraban,
cuando empezó a rebullir,
y más cuando oyó decir
a los que le acompañaban:
"Cochero, a San Sebastián";
pues dijo a voces: "No quiero,
da vuelta al Prado, cochero,
que después me enterrarán" 21 .

Aquí Calderón ilustra el asunto con nuevas hipérboles: ya no se trata de la anécdota graciosa de la dama
que habita en un coche, sino de una mujer tan «cochera» -para usar el argot satírico contemporáneo- que es
enterrada en el vehículo. Reaparece el motivo humorístico de la pobreza, ahora refinado con el elemento del
entierro caritativo, por pobre, aunque se trata de una nueva pirueta inverosímil: el coche es u n símbolo de
bienestar económico, no u n recurso para indigentes. La exageración de las prédicas contemporáneas sobre el
tema autoriza el extremo imposible de usar la carroza como ataúd, puesto que quien supone en broma que el

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coche es una religión -como hará Vélez- o que alguien puede nacer en un coche, bien puede admitir que el
coche llegue a suplantar la casa o incluso el ataúd. De hecho, las burlas basadas en la sustitución del féretro
por otros objetos son corrientes: Cervantes había hecho que don Quijote expresara el deseo de ser enterrado en
una vaina de espada y Quevedo imaginaba el panorama todavía más grotesco del hidalgo del «Testamento de
don Quijote» que exigiría lo propio años después. Por otro lado, Calderón, junto a los otros autores citados, ha
aportado un elemento satírico adicional de trivialización de la muerte y la ultratumba, pues la mujer emerge
de entre los muertos por el capricho frivolo de andar en coche, altera el rumbo del vehículo para desviarlo de
la iglesia y ordena que la encaminen al paseo de moda 22 .

La mujer resucita al sentirse dentro del coche, lo que, de nuevo, roza un punto esencial del debate
«cocheril»: las mujeres eran las que, según los detractores de la nueva moda, difundían el invento por su afán
de vanagloria y su gusto por las modas. Y es que, en efecto, sobre ellas se concentraban las acusaciones contra
los coches, por juzgarse que en éstos se cometían inmoralidades al autorizar la intimidad del coche los
encuentros entre los sexos. La muerta, volviendo a nuestro ejemplo, se reanima con el traqueteo del vehículo,
pero sobre todo con las palabras de los acompañantes que ordenan al cochero que se dirija hacia San Sebastián.
Ella, impelida por otra moda contemporánea fuertemente vinculada a coches y a mujeres, sus protagonistas más
denostados, pretende que la lleven a pasear, a ruar, al Prado, escenario del paseo de los madrileños ricos que
van allí a ver y a ser vistos. Tras rodar por el paseo no le importa ser enterrada, termina el chiste calderoniano.

La muerta es pobre, rasgo que alude indirectamente a la cuestión de las leyes restrictivas del uso de los
coches, las famosas premáticas que darían origen al famoso pasaje cervantino de «El vizcaíno fingido», en el
que Cristina lamentaba la prohibición de andar en coche las mujeres «malas de su cuerpo» 23 . Naturalmente,
las cortapisas legales se promulgaron con el fin de vedar el acceso a las carrozas a los menos pudientes y
preservar el privilegio de la nobleza.

Lo «íntimo» del coche se confunde ahora con la promiscuidad de sus pasajeros. El armatoste sobre ruedas
se nos antoja una alcoba con sus cortinillas y sus puertas, o bien u n enorme guardainfante, esto es, otro aparato
denostado por satíricos y moralistas. La censura cobra toda su fuerza cuando Quevedo lo considera poco
menos que una «mancebía sobre ruedas». Es frecuente la sátira de modas femeninas y masculinas sobre la base
de lo grotesco del postizo: la cabellera de muertos, la calza con relleno, el guardainfante que oculta despojos
de todas clases en su interior para darle su forma de campana, incluso la guedeja. Son secuelas del debate
contra los afeites, contra el barro, contra el «acero», etc. Y en el fondo se trata siempre de tópicos misóginos
reavivados ahora en los momentos de la difusión incipiente de las primeras modas populares o democráticas.
Sin estar al alcance de todos, los coches son vistos como un factor de disolución social, no sólo moral o
económico, puesto que ocultan la condición de sus pasajeros literal o figuradamente.

A su vez, Quevedo no deja escapar la posibilidad de elaborar su chiste de encochados. Blecua data en fecha
posterior al tres de marzo de 1611 su famosa «Sátira a los coches» en la que éstos se reúnen en un jocoso Juicio Final
y dan cuenta de sus pecados y de los atenuantes: unos son alcahuetes, otro ha servido para que un pretendiente se
envaneciera, etc. Entre los más notables caracteres rodantes del desfile está uno, el último, que ha servido de casa:

Tras aquestos, llegó al puesto


un coche verde, que ha sido
el sujeto a quien más debe
cierta mujer y marido.

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Desde el alba hasta la noche
les sirve de albergue y nido,
y aunque duermen dentro del,
ha dicho u n contemplativo:
Aqueste es coche imprestable,
porque ambos han prometido
no desamparar su popa
por cosa de aqueste siglo 24 .

En el ejemplo de Quevedo han surgido nuevos elementos: se alude a la ley que prohibía prestar los coches
a otros, se pretende burlescamente presentar al tal coche, humanizado por el Juicio Final al que asiste, como
un benefactor del matrimonio y como un signo de esperanza grotesco, pues es un coche verde. Los felices
inquilinos han prometido no salir de él a ningún precio y el artefacto les sirve de «albergue y nido», lo que
anticipa las animalizaciones operadas más adelante por el autor del Diablo Cojudo.

El desarrollo final de la espiral satírica iniciada en el teatro corresponde a la prosa de Luis Vélez de
Guevara, concretamente al pasaje de los encochados de su Novela de la otra vida traducida a ésta, El diablo Cojuelo.
Durante la revista de tipos ridículos madrileños y cortesanos que pasa el diablo cojo ante los ojos atónitos de
don Cleofás Leandro Pérez Zambullo, la atención de ambos se fija en varios personajes grotescos: unos
comilones, un letrado enfermo de próstata, un lindo, una bruja, unos ladrones, un pretendiente gordo, u n
alquimista, etc. En esta serie se inserta el cuadro siguiente:

Vuelve allí y acompáñame a reir de aquel marido y mujer, tan amigos de coche que todo lo que habían
de gastar en vestir, calzar y componer su casa lo han empleado en aquél que está sin caballos agora, y
comen y cenan y duermen dentro del, sin que hayan salido de su reclusión, ni aun para las necesidades
corporales, en cuatro años que ha que le compraron; que están encochados, como emparedados, y ha sido
tanta la costumbre de no salir del, que les sirve el coche de conchas, como a la tortuga y al galápago, que
en tarascando cualquiera dellos la cabeza fuera del la vuelven a meter luego como quien la tiene fuera de
su natural, y se resfrían y acatarran en sacando pie, pierna o mano desta estrecha religión; y pienso que
quieren ahora labrar un desván en él para ensancharse y alquilalle a otros dos vecinos tan inclinados a
coche que se contentarán con vivir en el caballete del.

Pero la broma no acaba ahí, pues aún sentencia don Cleofás: «Esos... se han de ir al infierno en coche y en alma»25.

Reaparecen en este pasaje todos los componentes de la broma consabida y algunos más. Los encochados
siguen instalados en su carroza dispuestos a no salir de ella y, siguiendo los modelos anteriores, u n criterio de
economía absurdo los lleva a vivir en el coche. Pero Vélez ha intensificado todas las facetas del asunto: la
situación ha durado ya cuatro años, todas las comidas y gestos cotidianos se hacen en el coche, al que se
considera una reclusión. Los caballos han desaparecido y el vehículo, como sus dos «autonautas» barrocos, se
ha inmovilizado, algo esencialísimo para su conversión en verdadera casa (y casa de locos). El fragmento se ha
situado hábilmente en un contexto de desfile de figuras heterogéneas hermanadas por sus tendencias
obsesivas comunes, siempre según el satírico de turno, a gran parte de la sociedad.

La tarasca es un monstruo figurado relleno de ganapanes, como indica Quevedo en el cuadro décimo de
su Hora de todos. Correas la define en los términos siguientes: «Una manera de sierpe que hacen en días de gran

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fiesta, como el Corpus Cristi, para quitar las caperuzas a los que se cubren en las procesiones del Santísimo, en
que caben dentro ocho o diez hombres que la llevan...». Pero la condensación conceptista de Vélez imprime a
la palabra una categoría de verbo (tarascar), lo que reproduce ante los ojos del lector el gesto amenazante del
animal carnavalesco en el acto de atacar a la muchedumbre alargando el cuello. Hay, además, otras notas
grotescas añadidas por la animalización de los habitantes del coche, su reificación -la tarasca es animal y cosa-
y su nueva hechura de monstruos. Algo más lejana queda, sin embargo, la condena moral de los personajes
por medio de su «atarascamiento», ya que, si bien la tarasca iba montada figuradamente por una prostituta y
representaba el pecado, es difícil que el uso particular del término en este contexto vaya más allá de lo
puramente físico.

Además de los animales fingidos, Vélez instrumentaliza algunos verdaderos, como el galápago. La
tortuga, como la serpiente, es u n animal de gran rendimiento para la caricatura en el barroco por su aspecto
monstruoso y repugnante y por su caparazón, de modo que el gesto de sacar la tortuga su cabeza de la concha
era una herramienta corriente en manos de los escritores: Quevedo ya se refiere a un dedo que sale de un
zapato de un pobre como «tortuga que saca / la cabeza de la concha» en su romance «Responde a la sacaliña
de unas pelonas» 26 . O lo usa para la estampa de don Quijote en su parodia de la obra cervantina. El aire
desvalido y cobarde del animal cuando muestra su cabeza es corroborado por las enfermedades que contrae
cada vez que se expone a la intemperie, lo que también sucede satíricamente a los encochados. Otra imagen
marina equivalente a la del galápago surge pocas páginas más adelante en la novela de Vélez, cuando apellida
un coche como «ballena con ruedas» 27 .

Al obsesionarse este matrimonio con la moda «cocheril» hasta el punto de que vivan en el vehículo, lo que
ha ocurrido es que el coche verdaderamente se ha apoderado de ellos, los ha devorado, una idea aprovechada
también por Quevedo en otro lugar: «Lo mejor de las mujeres / Se han engullido los coches, / Cazuelas donde
se ven / Solas cabezas y alones» 28 .

Todo el retrato de los individuos encochados está presidido por el mecanismo grotesco de los cuerpos
amontonados en un espacio reducido o la reclusión en un estuche, un mecanismo que resulta particularmente
efectivo si los protagonistas se reifican o se animalizan, como aquí sucede, o si se explota la sensación de
maleabilidad del organismo humano al reducir hiperbólicamente el volumen en el que puede sobrevivir. Quevedo
ya había recurrido a la comparación de los hidalgos del milagro de su Buscón con las chinches amontonadas en
una cama y Zabaleta había hablado de u n coche como de u n «zapato alpargatado con ruedas» 29 . Ahora, sin
embargo, los seres humanos que pueblan el extraño hogar del coche disponen de poco más espacio que los
parásitos, puesto que hacen toda su vida dentro del vehículo; pero la situación se resuelve en una paradoja al
anunciársenos que los inquilinos se proponen labrar un desván sobre el caballete del coche. Vélez se sirve del
verbo «ensanchar» con sorna inaudita, a la vez que anticipa la posibilidad alarmante de que haya otros tan
poseídos del vicio de los coches que están dispuestos a realquilar parte de uno -su desván figurado- como
vivienda infrahumana. El satírico se aproxima aquí a los niveles de sofisticación del estilo de Quevedo, si es que
no los supera. Únicamente se observa una menor condensación léxica, una tendencia a construcciones más abiertas
y menos conceptuosas en las que la polisemia es" aún un valor usado con ponderación frente al modelo
quevedesco. La intensificación grotesca de Vélez se detiene, por ejemplo, ante lo escatológico con cierta delicadeza,
como cuando anuncia que los reclusos del coche no salen de él ni para las «necesidades corporales».

En cuanto a la alusión a la condena de los encochados, que «se han de ir al infierno en coche y en alma»,
la idea es una de las más repetidas en los escritos de toda índole sobre estos vehículos, pero especialmente en

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los más jocosos: así, los pecadores van en coche al infierno; los cocheros llevan a los condenados al infierno en
coche y quieren ser bien tratados allí por la comodidad del transporte a la ultratumba que se consigue gracias
a ellos30. El inventor de los coches está probablemente en el infierno, según el Don Vinoso del entremés «Los
coches» de Quiñones: «Ardiendo esté el primero que los hizo» 31 . El que se pierde por ir en u n coche con una
dama es comparado con Plutón, que llevó a Prosérpina en su carro al infierno: «Este coche hizo por entonces
con este hombre lo que su carro con Plutón, que le metió en el infierno con una dama» 32 . La sátira de los
vehículos y sus ocupantes es, entonces, clara: son diablos los que tiran de u n coche infernal y es Satán el que
los guía. Aqueronte es, en otro lugar, el barquero infernal identificado con los cocheros, pues se le llama
«gobernador de los coches del mundo» 3 3 . En fin, al Juicio Final no deben acudir los pecadores humanos, sino
los coches mismos, según un expresivo poema de Quevedo: «Tocóse a cuatro de enero / la trompeta del juicio
/ a que parezcan los coches / en el valle del registro...» 34 .

Y los cruces satíricos del coche con la religión son, asimismo, corrientes, pues, por citar algunos ejemplos,
un personaje quevedesco afirma: «Tráese destrozado a sí, / y sus caballos mohínos, / y de ayunar a san Coche
/ está en los güesos él mismo» 35 . Se dice también el «coche de cada día» por «el pan de cada día» en Salas,
«Entremés del comisario...» 36 . Pero en el texto de Vélez no es descartable la polisemia intencionada de
«religión», un fenómeno nada infrecuente en el estilo del autor del Cojudo: por u n lado, entendida como
comunidad o vida religiosa, es decir, la orden monacal de los coches, que por ser tan estrecha puede ser vista
además como una clausura; por otro, la religión como «sentimiento religioso» en el sentido más habitual; y,
por último, una tercera vía semántica, la de la etimología a partir del latín RE-LIGARE o «religar», «volver a
atar o ceñir» (Corominas), lo que supone que el coche posee el atributo de ser animado capaz de atrapar a estas
personas en su interior. El sentido original latino no se conserva como uso común según Autoridades, que sólo
incluye los significados modernos. Pero todos estos sentidos se integran en la idea burlesca del encochado
como fanático religioso, como miembro de una secta grotesca. Se trata de una extraña forma de religión, u n
culto inmoral, además de antisocial, puesto que el coche, en opinión de los moralistas más cualificados, era un
acicate para la promiscuidad, por la cercanía física que propiciaba entre los pasajeros, algo que se agravaba
cuando éstos eran de los dos sexos.

Al convertir el coche en una casa-monstruo, se logra anular en parte a sus moradores, meros cautivos de
semejante bestia, a la vez que prisioneros de sus propios deseos ridículos y de una verdadera obsesión cocheril.
El proceso de reificación hace de ellos objetos, instrumentos de esa manía vana -recordemos que las figuras
barrocas suelen ser monomaníacas- y los acerca ligeramente a la sátira contemporánea de los Ersatzen o
artefactos de moda 37 : postizos, cabelleras, rellenos, afeites, tintes... Y por la senda trazada por los más
hiperbólicos de estos accesorios, como el guardainfante, se llega hasta el coche, el estrado o la litera, aparatos
genuinamente barrocos y teatrales. Si la casa o el coche no son esencialmente ridículos, sí lo es la posibilidad
de que alguien habite un coche y haga de él su casa. Cuando esto ocurre, el Ersatz se apodera del individuo y
dicta el orden de su vida: la mujer entrega su virtud al feliz propietario de una carroza impulsada por el afán
de subirse a ella; el picaro se arriesga a ser ajusticiado por la pretensión de detentar Ersatzen propios de la clase
de los caballeros y la buscona acosa a los galanes para que éstos le regalen objetos y prendas de lujo, más
Ersatzen. El coche, como el estrado, como el guardainfante, el caballo o el chapín sirven a u n fin escenográfico
social que los satíricos rechazan burlescamente. Los encochados dan un paso más, pues se convierten ellos
mismos en parte de ese objeto, en seres objetos, en lo que Iffland ha llamado implement beings38.

Vélez trató también el asunto de los coches en su «Entremés de los atarantados» 39 . Aparte del tema de los
bailarines compulsivos o atarantados (picados por la tarántula), el otro motivo esencial de la obrita es el del

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coche, porque, obligada la protagonista, Micaela, a elegir marido entre un vejete y un sacristán, se decide por
el primero cuando éste le ofrece uno de estos vehículos. La coincidencia más relevante con el pasaje de los
encochados es la que sugiere el siguiente parlamento de Micaela: «Tarima, ésta es mi mano, seas viejo, /
enfermizo y de duelos u n retablo, / que coche quiero, aunque me lleve el diablo». Que es, como el lector habrá
notado, u n pariente del que se hallaba en el infierno de los encochados de El diablo Cojudo. Junto a esta
repetición, surge además la idea de la carroza como móvil de las acciones más desorbitadas, porque, según
explica la misma Micaela: «Obliga un coche a lo que nadie piensa...». Sin embargo, no hallamos otros rasgos del
episodio en el entremés, cuyo chiste de coches esta construido sobre elementos bien conocidos y habituales: la
comodidad del vehículo, la obediencia del cochero, el ofrecimiento del coche a las amigas -motivo incluso de
leyes en la época-, el saludo cortés a la que va en él, la boda justificada por andar en el coche del novio -una
vieja anécdota usada, entre otros, por el Lope de La villana de Getafe-, etc.

Así pues, el escritor astigitano adopta y adapta genialmente u n chiste tópico de la generación de
intelectuales en la que se inscribe. Aunque algo endeble y frivola en sus comienzos teatrales, la broma de los
habitantes de u n coche sigue todos los avatares de la legislación y la opinión popular hasta adquirir con Vélez
su carta de naturaleza de episodio satírico novelesco protagonizado por auténticas figuras en el sentido barroco
de la palabra. Sin franquear el límite canónico de lo grotesco, el autor del Diablo Cojudo coquetea con esa faceta
estética y ofrece un texto híbrido entre lo burlesco y el absurdo. Una tras otra, inaugura nuevas vetas satíricas,
intensifica todos los rasgos del pasaje tal y como lo halla en sus fuentes y lo renueva, desde el estado bruto en
el que se encontraba hasta lograr una comicidad nueva.

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NOTAS

1. Don Zurrapo a una dama en el «Entremés nuevo de 11. Fechada por Federico Carlos Sainz de Robles entre
Juan Francés» de Quiñones de Benavente incluido por 1609 y 1618 en la «Nota preliminar» a su edición de la
Emilio Cotarelo y Mori en su Colección de entremeses, comedia citada, Obras escogidas, Madrid, Aguilar,
loas, bailes, jácaras y mojigangas desdefines del siglo XVI a 1987, vol. I, p. 1601. S. Griswold Morley y C. Bruerton
mediados del XVIII, Madrid, Bailly-Bailliére, 1911, tomo la sitúan después de 1618 en The Chronology ofLope de
I, vol. II, p. 706. Vega's "Comedias", Nueva York, Modern Language
2. Para dos catálogos bien nutridos de estos textos, vid. Association, 1940. Aparece impresa en la Parte XV de
José Antonio Maravall, La picaresca desde la historia sus obras (1621).
social, Madrid, Taurus, 1986, y el apéndice «Los 12. Edición citada, vol. I, p. 1607.
coches» añadido por Francisco Rodríguez Marín a su 13. Edición citada, vol. I, p. 1616. No hay que olvidar que
edición del Quijote, Madrid, Atlas, 1949, vol. X, pp. en el vocabulario satírico de este asunto las
102-111. Cf. con el más específico, pues se limita a los «cocheras» eran siempre las mujeres que andaban
testimonios de la obra de Lope, de Ricardo del Arco y «encochadas»: cf. Salas Barbadillo, «Entremés del
Garay, La sociedad española en las obras dramáticas de comisario contra los malos gustos», cit. por
Lope de Vega, Madrid, 1941, p. 617. Asimismo, José Rodríguez Marín en su apéndice, p. 107.
Deleito y Piñuela, «Vehículos de transporte personal» 14. Para la fecha de esta comedia vid. la «Nota
en su La mujer, la casa y la moda en la España del Rey preliminar» de Sainz de Robles a su ed. de las Obras
Poeta, Madrid, Espasa-Calpe, 1946. escogidas de Lope, vol. I, p. 1453. Señala que la Villana
3. Vid., entre otros, Javier Salazar Rincón, El mundo social debió escribirse entre 1610 y 1613 y estrenarse en
del "Quijote", Madrid, Gredos, 1986, pp. 300-301, y mi 1614. Para Courtney-Bruerton, las fechas probables
«Las aficiones cocheriles de Teresa Panza», son los que van de 1610 a 1614.
comunicación leída en el Congreso Anual de la North 15. Vocabulario completo de Lope de Vega, Madrid, RAE, 1971.
East Modern Language Association, Filadelfia, 16. En la «Nota preliminar» a su ed. de la comedia, Obras
Pensilvania, marzo de 1993 (aún inédita). Completas de Calderón, Madrid, Aguilar, 1987, vol. II,
4. «Some Poetic Favourites of Salas Barbadillo», Hispanic p. 89.
Revíew, 13, 1945, pp. 24-44. Nuestro asunto es tratado 17. Vol. I, p. 104 de la ed. citada.
en las pp. 42-43. 18. Colección de entremeses, loas, bailes, jácaras y
5. Cit. por La Grone, ob. cit., p. 43. mojigangas..., tomo I, vol. II, p. 763.
6. Cit. por Rodríguez Marín en su apéndice mencionado, 19. Conjetura de Valbuena Briones en su «Nota
p. 103. preliminar» a la comedia, vol. I, p. 567, de su edición.
7. Cit. en Cervantes, Entremeses, ed. de Eugenio Asensio, Cotarelo la fecha más tempranamente, en 1632 (cit.
Madrid, Castalia, 1970, p. 151, nota. por Valbuena, loe. cit.).
8. Diccionario manual de la RAE, Madrid, Espasa, 1989. 20. Jorn. I, vol. I, p. 574, ed. Valbuena Briones.
9. BAE, vol. CCXXI, p. 172. 21. Jorn. I; vol. II, pp. 870-871 de la ed. de A. Valbuena.
10. Jornada II, cit. por Rodríguez Marín en su apéndice, 22. Cf. la escena de la resurrección citada con otra
p. 107. Las hipérboles de este tono son frecuentes: semejante de Tirso, Próspera fortuna de don Alvaro de
Salas en su «Entremés del comisario contra los malos Luna y adversa de Ruy López de Avalos, jorn. III, cit. por
gustos» menciona una mujer tan «cochera» que fue Rodríguez Marín, apéndice mencionado, p. 107.
engendrada en un coche por su madre (ob. cit., p. Quevedo hace que en su «Fábula de Apolo y Dafne»
107-108). Otra, en La huerta de Juan Fernández de Dafne dude sobre si debe obedecer a los avances de
Tirso, Jorn. I, se mece «en un coche en lugar de cuna» un dios porque éste ha gritado «coche». La palabra
(ob. cit., p. 111). adquiere un valor mágico-burlesco como invocación

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que atrae o revive satíricamente a las hembras, a la Hospital de incurables, ed. de Francisco Diez de
vez que se hacen juegos de palabras tópicos con la Revenga, Madrid, Cátedra, 1987, p. 249.
llamada rústica «¡coche!» usada para reunir piaras de 33. Francisco Santos, El no importa de España, edición de
cerdos. Julio Rodríguez Puértolas, Londres, Támesis Books,
23. Entremeses, ed. de Eugenio Asensio, p. 151, nota. 1973, p. 74.
24. Obra poética, ed. José Manuel Blecua, Madrid, Castalia, 34. Obra Poética, ed. citada, vol. II, número 779.
vol. III, poema número 779. 35. Ibid.
25. Edición de Ángel R. Fernández e Ignacio Arellano, 36. Cit. por Rodríguez Marín en su apéndice, p. 108.
Madrid, Castalia, 1988, p. 93. 37. En el tan empleado término alemán, la noción se halla
26. Algunas fuentes literarias de la imagen del hombre a medio camino de las nuestras repuesto, sustituto o
comparado con u n galápago son analizadas por sucedáneo.
Domingo Ynduráin en su introducción a su ed. del 38. Quevedo and the Grotesque, Londres, Támesis Books,
Buscón, Madrid, Cátedra, 1991, pp. 77-78. 1978, p. 174.
27. Ed. citada, p. 103. 39. El profesor Héctor Urzáiz Tortajada de la Universidad
28. Musa VI, citado por Rodríguez Marín en su apéndice, Complutense de Madrid me ha enviado amablemente
p. 106. una copia del manuscrito de su edición en
29. Día de fiesta por la tarde, 331-332. preparación de este entremés, que citaré fielmente.
30. Quevedo, Sueños y discursos, ed. de Felipe C. R. Copio la ficha bibliográfica que me adjunta: «La
Maldonado, Madrid, Castalia, 1972, p. 117. edición princeps de esta pieza está en la colección
31. Cotarelo, Colección..., 1.1, vol. II, p. 654. Entremeses y flor de saínetes. Madrid, por Antonio del
32. Zabaleta, Día de fiesta por la tarde, 406; vid. también la Ribero, 1657 (Santander, Biblioteca Menéndez y
nota del editor al texto. Cf., asimismo, con u n pasaje Pelayo, R-IV-1-24). Existe, además, una edición de
de Jacinto Polo de Medina en el que un demonio tira Menéndez y Pelayo, Madrid, 1903 (Biblioteca
del coche de Satanás en lugar de una caballería, Nacional Madrid, T-16.023)».

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