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1. COMO AUMENTAR TU FE?

2. Como pastor, una de las preguntas que más me han


hecho es: “¿Cómo puedo aumentar mi fe?”. Esto tiene
sentido, ya que sin fe es imposible agradar a Dios (Heb.
11:6).
3. El nivel de nuestra fe muchas veces hace la diferencia
entre la obediencia y la desobediencia, entre el
contentamiento y la falta de contentamiento, entre la
seguridad y el miedo. De esta manera, es sabio que los
creyentes queramos saber cómo aumentar nuestra fe. Sin
embargo, el reto es que la Biblia describe la fe como un
regalo de Dios (Ef. 2:8, 2 P. 1:1, Fil. 1:29).
4. Así que, ¿cómo podemos hacernos crecer en algo sobre
lo que no tenemos control?
5. La fe no es algo que puedes fabricar
6. Tenemos que reconocer que la fe no es algo que
podamos manufacturar. Si no me crees, inténtalo. Si tú
pudieras ofrecerme $1,000,000 para que me hagas creer
que Carla Morrison —a quien admiro grandemente— está
detrás de mí cantando su más grande éxito, Déjenme
llorar, voy a querer creerlo desesperadamente. Voy a
intentar cualquier cosa para hacerme creer que, de hecho,
ella está de pie detrás de mí interpretando su clásica
canción.
7. Pero, incluso con la motivación interna del millón de
dólares, yo simplemente no puedo obligarme a creerlo, no
importa cuánto lo intente. La única manera en que yo lo
creería sería si la mismísima Carla Morrison
verdaderamente estuviera físicamente presente, justo
delante de mis ojos. Incluso en ese momento, yo no estaría
causando que mi fe creciera en la presencia de Carla
Morrison, sino que una fuerza externa (es decir, Carla
Morrison) está haciendo que mi fe crezca. Tal vez este
ejemplo te resulta extraño, pero es un intento de mostrarte
que la respuesta corta a la pregunta ¿cómo puedo
aumentar mi fe? es: “No puedes”. Sin embargo, esto no
significa que no tenemos esperanza.
8. Hay cosas que podemos hacer para ponernos en una
posición donde es más probable que crezcamos en el
regalo de la fe.
9. Aunque es cierto que la fe es un regalo de Dios que no
podemos manufacturar, es igualmente cierto que hay cosas
que podemos hacer para ponernos en una posición donde
es más probable que crezcamos en el regalo de la fe.
10. La fe es algo que puedes cultivar
11. Me gusta comparar esto con cuidar semillas. Cuando
plantas semillas en tu jardín, tú no tienes control sobre si
realmente van a crecer o no. Dependes completamente de
que Dios cause que tus semillas se conviertan en los
vegetales que estás esperando. Pero esto no significa que
no puedas hacer nada y simplemente tengas que esperar lo
mejor. Hay acciones específicas que puedes controlar para
hacer que sea más probable que Dios cause que tu semilla
crezca, aunque estas acciones no forcen la mano de Dios
para hacer que crezcan.
12. Primero, eliges la estación adecuada para plantarlas.
Segundo, eliges la mejor tierra que pone a la semilla en el
mejor ambiente para que prospere. Tercero, preparas la
tierra de la mejor manera que puedes. Entonces, después
de haber hecho todo lo que puedes hacer para poner las
semillas en el ambiente más adecuado para su
crecimiento, esperas que Dios cause que el sol brille y que
la lluvia caiga. Si la semilla crece, es porque Dios eligió
darle lo que necesita para crecer.
13. No podemos hacer que nuestra fe crezca de la misma
manera en que no podemos hacer que una semilla se
convierta en una planta. Pero podemos ponernos en la
tierra adecuada, en el tiempo correcto, en la forma
correcta, y esperar que Dios envíe el sol y la lluvia (por
decirlo de alguna manera) que causarán que nuestra fe
crezca.
14. Palabra, iglesia, oración, y sufrimiento
15. La Biblia nos da cuatro cosas específicas que podemos
hacer para ponernos en la tierra más adecuada posible para
que sea más probable que nuestra fe crezca.
16. Primero, nos exponemos a la Palabra de Dios. Romanos
10:17 dice: “Así que la fe viene del oír, y el oír, por la
palabra de Cristo”. Entre más te expongas a la Palabra a
través de la Biblia, escuchar sermones, cantar canciones,
etcétera, es más probable que veas que tu fe crece.
17. Si quieres que tu fe crezca, la mejor tierra para
plantarte es la tierra de la iglesia local.
18. Lo segundo que podemos hacer es involucrarnos en la
comunidad cristiana. Esto se ilustra en la carta a los
Hebreos, escrita a un grupo de cristianos que estaban
tentados a abandonar la fe como la conocían. El autor
exhorta a sus lectores a mantener firme la esperanza que
profesan (Heb. 10:23). Se trata de un llamado a perseverar
en la fe frente a la tentación e incluso la persecución.
Inmediatamente después, el autor apunta a la reunión de la
iglesia local como el medio por el cual esto puede
lograrse:
19. “Consideremos cómo estimularnos unos a otros al amor
y a las buenas obras, no dejando de congregarnos, como
algunos tienen por costumbre, sino exhortándonos unos a
otros, y mucho más al ver que el día se acerca”, Hebreos
10:24-25.
20. Si quieres que tu fe crezca, la mejor tierra para plantarte
es la tierra de la iglesia local.
21. Un tercer lugar al que podemos ir para buscar el
crecimiento de nuestra fe es la oración. Ya que la fe es un
regalo de Dios, es razonable que nos volvamos a Él
cuando deseamos más de ella. Esto es lo que hizo el padre
del muchacho endemoniado cuando clamó en oración:
“¡Sí creo! […] ¡Ayúdame en mi poca fe!” (Mr. 9:24,
NVI).
22. Jesús está dispuesto y es capaz de responder a nuestra
oración, así como lo hizo por el padre de ese muchacho.
Incluso si no percibimos una respuesta inmediata, el
simple hecho de orar nos permite usar y practicar la fe que
ya tenemos. Esto mismo puede ser lo que Dios use para
hacer crecer nuestra fe.
23. Finalmente, uno de los terrenos más fértiles para ver
nuestra fe crecer es el sufrimiento. El apóstol Pedro
explica que a través del sufrimiento y pruebas “la fe de
ustedes, que vale mucho más que el oro, al ser acrisolada
por las pruebas demostrará que es digna de aprobación,
gloria y honor cuando Jesucristo se revele” (1 P. 1:7,
NVI).
24. Esto no significa que debes salir y buscar sufrir para que
tu fe crezca. Significa que cuando venga el sufrimiento, no
tienes que perder la esperanza. En lugar de eso, puedes ver
la mano de Dios en medio del sufrimiento mientras Él lo
usa para que tu fe en Él, la cual “vale mucho más que el
oro”, crezca.
25. Conclusión
26. Debido a que nuestra fe es tan importante, debemos
buscar que crezca. Mientras perseguimos esto, debemos
ser cuidadosos y evitar el error de pensar que podemos
crear fe por nosotros mismos al simplemente “creer más”.
Al mismo tiempo, debemos evitar el error de meramente
esperar que nuestra fe crezca sola.
27. En lugar de eso, debemos ponernos en la mejor posición
posible para ver cómo Dios hace crecer nuestra fe a través
de la Palabra de Dios, nuestra participación en la iglesia
local, la oración, y a través de permitir que el sufrimiento
haga en nosotros lo que Dios quiere.
28. ¡Bendito sea el Dios que nos concede la fe para
gozarnos y crecer en Él!
29. 4 consejos para mejorar tu estudio bíblico
Como cristianos, los estudios bíblicos en grupos
pequeños son una de las herramientas más poderosas
que tenemos para obedecer el mandato que Jesús nos
dio: hacer discípulos en todas las naciones (Mt. 28:16-
20).
Como pastor, dos de mis cosas favoritas acerca de los
estudios bíblicos en grupos pequeños son (1) que
pueden ser dirigidos por cualquier persona y (2) que
pueden hacerse en cualquier lugar. No necesitas tener
educación de seminario o experiencia profesional en el
ministerio para reunirte con algunos amigos, abrir la
Biblia, y escuchar lo que Dios dice. Tampoco necesitas
acceso a un edificio de la iglesia, ya que puedes
empezar un estudio en donde sea que estés: tu hogar, tu
trabajo, tu escuela, tu vecindario… donde sea.
Debido a que los estudios bíblicos en grupos pequeños
son tan poderosos y flexibles, es importante que
aprovechemos estos beneficios para la gloria de Dios y
el bien de la Iglesia. Aquí hay cuatro consejos que
espero te ayuden a aprovechar al máximo el estudio
bíblico que diriges, o te inspiren a empezar uno en tu
esfera de influencia.
1. Deja que la Biblia hable más que tú.
Aunque le llamamos “estudio bíblico”, en muchos casos
un nombre más adecuado para nuestro estudio en grupo
pequeño sería más bien “estudio del maestro”.
Como líderes de estudio bíblico, frecuentemente
sentimos el peso de la responsabilidad de que los
miembros se vayan con un entendimiento rico de la
Palabra de Dios. Pero muchas veces permitimos que
este deseo sano nos dirija hacia un estilo de enseñanza
poco sano. Podríamos hacer esto dando las respuestas a
preguntas cruciales sobre el texto bíblico en lugar de
permitir que los miembros descubran las respuestas en
la Biblia. Eso le enseña a los miembros a depender de
nosotros para buscar la verdad en lugar de depender de
la Palabra de Dios. O podríamos hacerlo al proveer
nuestras respuestas a las preguntas después de que los
miembros del grupo ya dieron las suyas, lo que les
enseña que las respuestas que encontraron en la Biblia
son insuficientes sin nuestras ideas adicionales.
Los mejores maestros de la Biblia son aquellos que
pueden hacer las mejores preguntas para que otros
encuentren las respuestas en la Biblia.
Los mejores maestros de la Biblia no son aquellos que
pueden compartir la mayor cantidad de información o
proveer las mejores respuestas. En cambio, son aquellos
que pueden hacer las mejores preguntas para que los
miembros del grupo encuentren las respuestas en la
Biblia en lugar de en su líder.
2. Deja que el Espíritu guíe.
Como líderes que se han preparado bien antes del
estudio, frecuentemente venimos al grupo ya con
nuestras conclusiones acerca del pasaje. Esto es
maravilloso para nosotros como individuos, pero puede
ser peligroso para los otros miembros del grupo cuando
intentamos guiarlos hacia las mismas ideas.
Cuando hacemos esto, interferimos con el Espíritu
Santo, quien podría elegir usar el mismo texto para
guiar a otros miembros hacia distintos pensamientos,
aplicaciones, y convicciones que pueden surgir de un
entendimiento correcto del pasaje. Además, sin querer
podemos comunicarle al grupo que no han llegado a la
respuesta correcta hasta que lleguemos
a nuestra respuesta. Ya sea que tengas esa intención o
no, cuando intentas guiar al grupo hacia tu respuesta,
haces que los miembros se pongan nerviosos de
compartir sus ideas, porque saben que podrían no
corresponder con la respuesta “correcta” que buscas.
Es de suma importancia que resistas la tentación de
guiar a los miembros del grupo hacia tus respuestas
particulares, y en lugar de eso confíes en que el Espíritu
Santo los guiará a la verdad, incluso si no es la idea que
hubieras elegido enfatizar.
3. Da retroalimentación sin avergonzar.
Durante un estudio bíblico, los miembros dicen toda
clase de cosas. Algunas de ellas serán muy perspicaces,
algunas serán bastante obvias, y otras serán
simplemente erróneas. Con el perspicaz y el obvio, los
líderes tienden a cometer el error de no decir nada. Con
el equivocado, los líderes tienden a cometer el error de
corregir al miembro de manera humillante. Ambas
estrategias son insuficientes.
No importa lo que se diga, los líderes del grupo deben
proveer retroalimentación. Un facilitador nunca debe
sentarse en silencio después de que alguien comparte su
perspectiva, sin importar cuál sea. Tampoco puedes
simplemente decir “Muy bien”, o “¿Alguien más tiene
algún comentario?”. Cuando haces cualquiera de estas
cosas, estás fallando en facilitar, y dejas a todos los
demás pensando en si hay algo errado o inútil en lo que
se acaba de decir.
En lugar de eso, puedes responder a cada pensamiento
en una de tres maneras:
 Primero, puedes resumir en tus propias palabras lo
que se dijo. Esto suele ser útil porque los miembros
del grupo a veces pasan varios minutos confusos
explicando algo que puedes resumir en una oración
y así aclararlo para todos los presentes.
 Segundo, puedes ofrecer ánimo con una frase
sencilla como: “Gracias por compartir eso”,
“Buenas ideas”, o “Esa es una observación
excelente”.
 Tercero, si un miembro del grupo dice algo que está
completamente fuera de lugar, puedes responder
con preguntas para guiar, en lugar de corrección
para humillar. “Eso es interesante, ¿podrías
compartir con nosotros cómo llegaste a esa
conclusión?”. “Puedo ver por qué piensas eso,
¿pero los versículos 5 y 6 no parecen decir algo
diferente?”. “Nunca lo había pensado de esa
manera, ¿puedes pensar en otros pasajes bíblicos
que apoyen o contradigan eso?”.
4. Solicita participación, no la demandes.
Aunque deseas que cada miembro de tu grupo participe
activamente, su participación verbal no es lo más
importante. Lo más importante es que interactúen con la
Palabra de Dios.
El Espíritu de Dios usa la combinación de la Palabra de
Dios y el pueblo de Dios para enseñarnos y
transformarnos de maneras profundas.
Algunos estarán cómodos haciendo esto en voz alta,
pero otros no tanto, ya sea por su personalidad, su falta
de conocimiento bíblico, su miedo a ser corregidos, o su
poca familiaridad con los miembros del grupo. Cuando
obligas a alguien así a compartir algo cuando no está
listo, o leer en voz alta cuando no se siente cómodo,
corres el riesgo de hacer que la experiencia de estudiar
la Biblia se vuelva desagradable para ellos. Esto, por
supuesto, es exactamente lo opuesto a lo que buscas.
En lugar de pedirles que participen en público, es sabio
acercarse a solas a aquellos que no han participado. En
ese contexto puedes preguntarles si estarían o no
cómodos con que les llames a leer o a responder
preguntas en el futuro. Si no, puedes preguntarles por
qué, lo cual podría llevarte a una oportunidad de
discipulado. También te empoderará para guiarles de
manera mucho más amorosa y hábil.
Recuerda: el Espíritu de Dios usa la combinación de la
Palabra de Dios y el pueblo de Dios para enseñarnos y
transformarnos de maneras profundas. Quizá los cuatro
consejos anteriores te serán útiles mientras juegas tu rol
en ese proceso.
3 razones para rechazar el evangelio de la
prosperidad
El evangelio de la prosperidad es una etiqueta que se
utiliza para describir la popular enseñanza de que los
cristianos que ponen su fe en Dios y sus promesas
recibirán prosperidad en sus finanzas, salud, y
cumplirán sus objetivos de vida.
Millones de personas —incluyéndome a mí durante
varios años en mi vida cristiana— han sido atraídos a
esta enseñanza. Y no es sorpresa. Escuchar que el Señor
del universo está comprometido en cumplir cada uno de
nuestros deseos (convirtiéndonos así en señores de
nuestro universo) suena como evangelio (“buenas
nuevas”). Sin embargo, la verdad es que el evangelio de
la prosperidad es todo menos evangelio. Es exactamente
lo opuesto a las buenas nuevas, y todo cristiano debería
rechazarlo por al menos tres razones.
1. El evangelio de la prosperidad abusa de la Palabra
de Dios.
Los predicadores de prosperidad solo pueden presentar
su “evangelio” torciendo las Escrituras para que parezca
que digan cosas que no dicen. Lo hacen de muchas
maneras, pero dos estrategias prominentes son ignorar la
evidencia contraria y leer la Biblia al revés.
Aquellos que promueven el evangelio de la prosperidad
tienden a ignorar la evidencia contraria. Nos apuntarán a
la prosperidad de Salomón mientras ignoran la
conclusión del mismo Salomón de que la prosperidad
material no vale nada (Ec. 2:11), o harán referencia a las
riquezas de Abraham mientras ignoran los muchos
pasajes que mencionan la extrema pobreza de Jesús y
sus apóstoles (Lc. 2:24, 9:58; 1 Co. 4:11-13) y la
promesa de que los cristianos del futuro deberían
esperar persecución (2 Ti. 3:12).
Los maestros de la prosperidad leen la Biblia al revés
cuando prometen la sombra de la prosperidad material
temporal en lugar de la realidad de la prosperidad
espiritual eterna en Jesús.
Los predicadores de la prosperidad también tienden a
leer la Biblia al revés, interpretando el Nuevo
Testamento a la luz del Antiguo Testamento. En otras
palabras, utilizan pasajes del Antiguo Testamento como
las llaves que abren el verdadero significado del Nuevo
Testamento. Aunque esto podría parecer tener sentido
cronológicamente, teológicamente no tiene sentido.
Jesús nos enseña a hacer exactamente lo contrario.
En Lucas 24:5-27, Jesús explica que Él es la clave que
revela el verdadero significado del Antiguo Testamento.
Él y sus apóstoles modelan esta forma de abordar las
Escrituras a través del Nuevo Testamento, revelando a
Jesús como el verdadero día de reposo (Heb 4:1-11), el
verdadero templo (Jn. 2:21), el verdadero sacrificio
(Heb. 9:11-28), el verdadero Israel (Jn 15:1; cp. Sal.
80), etcétera. Estas sombras (así se les llama en Heb.
8:5, 10:1) físicas en el Antiguo Testamento hallan su
cumplimiento espiritual verdadero en Cristo (Col. 2:16-
17).
De la misma manera, la prosperidad material del
Antiguo Testamento no es el cumplimiento de las
promesas de Dios, sino una sombra de sus promesas que
se cumplen completamente en la persona de
Cristo. Efesios 1:3 promete que los cristianos poseen
ahora mismo “toda bendición espiritual” en Cristo. El
contexto revela que esas bendiciones incluyen la
adopción como hijos, el perdón de pecados, el sello y
poder del Espíritu Santo, vida nueva, y mucho más. Los
maestros de la prosperidad leen la Biblia al revés
cuando nos prometen la sombra de la prosperidad
material temporal en lugar de la realidad de la
prosperidad espiritual eterna en Jesús.
2. El evangelio de la prosperidad roba la alabanza.
Es cierto que el evangelio de la prosperidad nos llama a
hacer buenas cosas, como dar financieramente a la
iglesia, orar, y tener fe en las promesas de Dios.
Desafortunadamente, también te llama a hacer esas
cosas buenas por razones muy malas.
La motivación central de cada una de esas acciones es la
adoración al yo y el avance de nuestro propio reino en
lugar de la adoración al Dios trino y el avance de su
reino. No se nos dice que las hagamos porque amamos a
Dios o porque Él es digno de estas cosas; se nos dice
que las hagamos para que podamos obtener prosperidad
material para nosotros.
Por maravilloso que suene en la superficie, el evangelio
de la prosperidad no es una buena noticia.
De esta manera, el evangelio de la prosperidad le roba a
Dios nuestra alabanza dirigida a Él. Aunque Él no
necesita nuestra alabanza, la merece ricamente (Ro.
11:33-36). También, el evangelio de la prosperidad nos
roba a nosotros de nuestra alabanza dirigida a Dios.
Aunque Dios no necesita que le adoremos, nosotros
necesitamos muchísimo adorar a Dios. Cuando no
vivimos como sus adoradores vivimos como sus
enemigos, y eso no termina bien para nosotros (Stg. 4:4-
5).
3. El evangelio de la prosperidad no son buenas
nuevas.
Por maravilloso que suene en la superficie, el evangelio
de la prosperidad no es una buena noticia. No te prepara
para la vida, no te prepara para la eternidad, y te motiva
a conformarte con unas pocas cosas bonitas cuando
puedes tener todas las cosas gloriosas.
El evangelio de la prosperidad no puede equiparte para
la vida. Cuando enfrentas problemas financieros, de
salud, o de la vida, la única respuesta que el evangelio
de la prosperidad puede ofrecerte es “ten más fe”.
Además de ser trillado e inútil, este consejo pone tu
salvación en tus débiles manos en lugar de ponerlas en
las manos todopoderosas de Dios, y frecuentemente lo
hace durante los tiempos de sufrimiento, cuando la fe es
más difícil de obtener.
Por otro lado, el verdadero evangelio es una buena
noticia porque ofrece un sinnúmero de recursos para tu
sufrimiento, incluyendo a un Sumo Sacerdote que ora
por ti (Heb. 4:14), que tiene compasión de tus luchas
(Heb. 4:15), que te ha rescatado del juicio de Dios (Ro.
3:21-25), y que promete darte todo lo que necesitas —
incluyendo fe— y nunca dejarte (Fil. 4:19; Heb. 13:5).
El evangelio de la prosperidad te motiva a intercambiar
todas las cosas gloriosas que Dios te ofrece por unas
pocas cosas bonitas que el mundo te ofrece.
De la misma manera, el evangelio de la prosperidad no
puede equiparte para la eternidad, pues enfoca tus ojos y
energía solo en lo que puedes obtener y experimentar
aquí y ahora. Al hacerlo, virtualmente garantiza que no
estarás preparado para la eternidad. Ese es el punto de
Jesús en Mateo 10:39: “El que se aferre a su propia
vida, la perderá, y el que renuncie a su propia vida por
mi causa, la encontrará” (NVI). Los únicos cristianos
que son capaces de permanecer delante de Dios en el día
del juicio son aquellos que están vestidos del lino fino
de la justicia de Cristo y la suya (Ap. 19:8). Estar
vestido del lino fino de tu diseñador favorito no te
servirá de nada en ese día.
Y lo peor de todo, el evangelio de la prosperidad te
motiva a intercambiar todas las cosas gloriosas que Dios
te ofrece por unas pocas cosas bonitas que el mundo te
ofrece. Le enseña a tu corazón a conformarse con un
bonito auto, casa, o factura médica cuando pudiera tener
al glorioso Señor del cosmos que sostiene todas las
cosas con la Palabra de su poder. ¿No es un trato mortal
con el diablo estar dispuestos a dejar lo que es más
valioso y le costó la vida al mismísimo Hijo de Dios por
aquello que es común y cuesta nada más que unos
cuantos miles de dólares?

Cómo hacer que crezca la iglesia

Algunos cristianos prefieren una iglesia grande, otros


prefieren una iglesia pequeña, pero todos los cristianos
prefieren una iglesia que crece. La pregunta es: ¿cómo
hacemos crecer a una iglesia? Específicamente, ¿cómo
puedes ayudar al crecimiento de tu iglesia?
Nuestras redes sociales están llenas de conferencias,
libros, y entrenadores que responderán a esta pregunta
por solo cuatro sencillos pagos de $19.99. Algunos te
dirán que la clave es diseñar tu iglesia para las familias
jóvenes, otros te dirán que la respuesta es diseñar todo
lo que haces con los solteros a la moda en mente.
Algunos grupos dicen que la clave para el crecimiento
de la iglesia es predicar con cristianos en mente, y otros
dicen que el enfoque correcto es el no cristiano. En el
mismo día escucharás que solo predicar el evangelio
con fidelidad hará que tu iglesia crezca (sin respetar las
necesidades que percibes), y que predicar a las
necesidades de tu comunidad (por sobre cualquier
énfasis teológico en particular) es el ingrediente
esencial. En otras palabras, los expertos no están de
acuerdo en cómo es que puedes hacer crecer tu iglesia.
Pero no importa.
Porque la verdad es que Dios ya respondió cómo se
edifica la iglesia en Efesios 4:11-13:
“Él [Dios] mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros,
profetas; a otros, evangelistas; y a otros, pastores y
maestros, a fin de capacitar al pueblo de Dios para la
obra de servicio, para edificar el cuerpo de Cristo. De
este modo, todos llegaremos a la unidad de la fe y del
conocimiento del Hijo de Dios, a una humanidad
perfecta que se conforme a la plena estatura de Cristo”.
De acuerdo con este pasaje, la clave para el crecimiento
y edificación de la iglesia es que tanto los líderes como
los miembros desempeñen el rol que Dios les ha
dado. Si hacemos esto, el crecimiento espiritual está
asegurado, y aquí está la causa de un crecimiento
numérico que será saludable y duradero.
El rol del líder
Líder de iglesia: eres llamado a desempeñar el rol que
Dios te otorgó al capacitar a los miembros de la iglesia
para hacer la obra de servicio tanto dentro como fuera
de la iglesia. Seamos honestos y reconozcamos que esto
es muy diferente a lo que la cultura de iglesia
estadounidense nos enseña que debemos esperar de
nuestros líderes. Queremos que nuestros líderes jueguen
el rol de amigo, psicólogo, predicador dinámico,
gerente, consejero, y director de mercadeo. Que se
mantenga siempre a nuestra disposición y, en medio de
cumplir con todas estas responsabilidades, de alguna
manera siempre tenga la iniciativa para buscarnos.
La cultura de iglesia estadounidense nos ha entrenado
para esperar todo de nuestros líderes excepto aquello
que Dios espera de ellos.
La cultura de iglesia estadounidense nos ha entrenado
para esperar todo de nuestros líderes excepto aquello
que Dios espera de ellos: que nos entrenen para la obra
de servicio. Desafortunadamente, entre más tiempo
pasan los líderes tratando de cumplir las expectativas de
los miembros, menos tiempo tienen para cumplir las
expectativas de Dios. De la misma manera, los
miembros deben saber que si un pastor elige
desempeñar el rol que Dios le ha otorgado, ya no será
capaz de desempeñar el rol que el miembro promedio le
demanda.
Así como un pícher de grandes ligas sufre en el plato
precisamente porque invierte cada momento para
destacar como pícher, un pastor puede destacar en el rol
que Dios le otorgó o en el rol que los miembros esperan
de él. Es imposible hacer ambas cosas. Justo como un
equipo de béisbol solo puede crecer a todo su potencial
cuando sus píchers están dispuestos a sacrificar su
capacidad de bateo para concentrarse en lo que el
equipo más necesita de ellos, la iglesia crece a su
máximo potencial cuando sus líderes eligen sacrificar su
habilidad de cumplir las demandas de la cultura de
iglesia estadounidense para hacer lo que mejor servirá a
la iglesia: desempeñar el rol que Dios les ha otorgado.
El rol del miembro
El pastor debe capacitar para el ministerio, y los
miembros de la iglesia deben hacer el ministerio.
De la misma manera, los miembros de la iglesia han
sido llamados por Dios para desempeñar su rol también.
Miembros: ustedes son llamados por Dios para la obra
de servicio (Ef. 4:12). Esto es muy diferente de lo que
pensamos acerca del ministerio. Nosotros llamamos a
los pastores nuestros “ministros”. Y cuando tenemos
problemas que requieren atención, consejo, oración,
mediación, conocimiento bíblico, etcétera, le llamamos
al pastor para que se encargue de ellos. Pero Dios dice
que ese no es el rol que juegan los pastores. El pastor
debe capacitar para el ministerio, y los miembros de la
iglesia deben hacer el ministerio.
En este sentido, el pastor es algo similar a un entrenador
personal. Él no hace el trabajo por ti, él te da las
herramientas y el ánimo para hacer la obra tú mismo.
Así como no vas a fortalecerte si tu entrenador personal
levanta las pesas por ti, la iglesia no va a fortalecerse
mientras los líderes levanten el peso del ministerio por
los miembros. Sin embargo, no debes escuchar esto
como una carga, sino como una bendición. Dios te puso
en esta posición precisamente porque puedes
desempeñarla (por su gracia y su poder) y producir el
crecimiento que deseas ver.
Si te gusta el fútbol americano, te aseguro que nunca has
visto a un centro de 140 kilos tratando de correr las rutas
de un ala abierta, ni a un mariscal de campo de 90 kilos
tratando de bloquear un tacleo de 140 kilos. Esto es
porque los jugadores (del deporte menos favorito de
Dios, en mi humilde opinión) conocen la posición que
les ha sido dada en el juego. También saben que su
equipo solo puede ganar cuando cada uno juega en la
posición que le han dado.
Cambiar hábitos
Desafortunadamente, en la iglesia, tenemos el hábito de
hacer exactamente lo que los jugadores de fútbol se
rehúsan a hacer. Cambiamos las posiciones. Tenemos
pastores haciendo la obra de servicio, y a los miembros
dando dinero, peticiones, y consejos no solicitados.
Si queremos que nuestras iglesias crezcan, esto tiene
que parar. Tanto los líderes y los miembros tienen que
rechazar los roles tradicionales que nuestra cultura de
iglesia les ha asignado, y abrazar la posición que Dios
les ha otorgado. Aunque esto es difícil, la buenas noticia
es que se nos promete que cuando cada parte trabaja
“conforme al funcionamiento adecuado de cada
miembro”, Jesús —y no nosotros— producirá “el
crecimiento del cuerpo”. Pero no me creas a mí:
“[Jesús], de quien todo el cuerpo, estando bien ajustado
y unido por la cohesión que las coyunturas proveen,
conforme al funcionamiento adecuado de cada
miembro, produce el crecimiento del cuerpo para su
propia edificación en amor”, Efesios 4:16.

3 elementos de la verdadera humildad. Prov. 21;4


Dios ha llenado las Escrituras con gloriosas promesas
para el humilde. Él promete dar gracia a los humildes (1
Pedro 5:5), exaltar a los humildes (1 Pedro 5:6),
escuchar las oraciones del humilde (2 Crónicas 7:14),
dirigir y guiar al humilde (Salmos 25:9), y conceder al
humilde el honor de la victoria (Salmos 149:4). A la luz
de estas promesas, todo cristiano debería buscar la
humildad en oración y con pasión.
Pero debemos ser cuidadosos.
Debemos ser cuidadosos porque, en ocasiones, lo que
definimos como “humildad” es todo menos humildad.
Podemos cometer el error de pensar que tenemos más
para ofrecer que los demás o menos para ofrecer que los
demás, y ninguna de esas actitudes es una de verdadera
humildad. Afortunadamente 1 Pedro 4:10-11 nos provee
tres puntos clave que nos ayudan a cuidarnos de tener
un falso entendimiento acerca de lo que es la humildad.
“Cada uno ponga al servicio de los demás el don que
haya recibido, administrando fielmente la gracia de
Dios en sus diversas formas. El que habla, hágalo como
quien expresa las palabras mismas de Dios; el que
presta algún servicio, hágalo como quien tiene el poder
de Dios. Así Dios será en todo alabado por medio de
Jesucristo, a quien sea la gloria y el poder por los
siglos de los siglos. Amén”.
1. La verdadera humildad reconoce sus dones.
El apóstol Pedro escribe, “Cada uno ponga al servicio
de los demás el don…”. Es imposible obedecer este
mandamiento a menos que reconozcamos que tenemos
ciertos dones y talentos. Y sin embargo, frecuentemente
cometemos el error de pensar que la humildad se
encuentra en actuar como si no tuviéramos nada que
ofrecer. Convencernos a nosotros mismos o a otros de
que no tenemos “nada especial” podría lucir como
humildad, pero no es humildad. Al contrario, es
arrogante negar los dones que Dios nos ha dado en su
gracia.
¿Por qué?
Porque vivir como si no tuviéramos los dones que
tenemos es negarle la gloria que Dios merece por darnos
los dones que nos ha dado. También significa que no
podemos obedecer el mandamiento de 1 Pedro 4:10, y la
desobediencia siempre está arraigada en el orgullo y no
en la humildad.
Vivir como si no tuviéramos los dones que tenemos es
negarle la gloria que Dios merece por darnos los dones
que nos ha dado.
2. La verdadera humildad reconoce la fuente de sus
dones.
Algunas personas no tienen problema con reconocer sus
dones. Están muy conscientes —y quieren que tú
también estés muy consciente— de sus dones especiales
y sus talentos. Sin embargo, esto no significa que sean
humildes. No es suficiente que meramente
reconozcamos que tenemos dones, también debemos
reconocer la fuente de esos dones.
Pedro escribe, “Cada uno ponga al servicio de los demás
el don que haya recibido”, (revelando que tus dones no
vienen de ti mismo), “administrando fielmente la gracia
de Dios” (revelando que tus dones vienen de Dios). La
persona arrogante sabe que tiene dones, pero se da a sí
mismo el crédito por ellos. La persona humilde sabe que
tiene dones, pero le da a Dios el crédito como la fuente
de sus dones.
3. La verdadera humildad usa sus dones para atraer
la atención al dador de los dones.
Aunque los primeros dos elementos son necesarios para
la verdadera humildad, no son suficientes. Uno puede
conocer sus dones y reconocer a Dios como la fuente de
los dones y aun así tener un corazón enormemente
arrogante. (Solo necesitas ver programas de concurso en
la televisión para encontrar ejemplos de esto). Esto es
porque la verdadera humildad requiere los primeros dos
elementos y un tercero.
Después de exhortar a los cristianos a reconocer sus
dones y la fuente de sus dones, el apóstol Pedro le dice a
los cristianos que usen esos dones. Sin embargo, él no
está satisfecho con que esos dones sean usados para
simplemente cualquier propósito. Él tiene un propósito
muy específico en mente, “Así Dios será en todo
alabado por medio de Jesucristo”.
La persona arrogante usará sus dones para atraer la
atención y alabanza hacia sí mismo. La persona humilde
usará sus dones para atraer la atención y alabanza al
Salvador. Para el observador externo, podría parecer que
las dos personas están haciendo las mismas cosas de la
misma manera, pero los motivos internos no están
escondidos de Dios. (Y, me atrevo a decir, que un ojo
perspicaz también notará la diferencia). Solo aquellos
que están motivados por la gloria de Jesús en lugar de la
suya son verdaderamente humildes. Y solo aquellos que
son verdaderamente humildes pueden reclamar las
promesas de la humildad.
La persona arrogante usará sus dones para atraer la
atención y alabanza hacia sí mismo. La persona humilde
usará sus dones para atraer la atención y alabanza al
Salvador.
¿Eres tú uno de ellos?
¿Cuáles son tus dones?
¿A quién le das crédito como fuente de tus dones y
talentos?
¿Para el honor de quién utilizas lo que has recibido?

Siete síntomas sutiles del orgullo


El orgullo te puede matar. Para siempre. El orgullo es el
pecado que probablemente te detiene más de clamar por
un Salvador. Aquellos que piensan que están sanos no
necesitan un médico.
El orgullo es tan peligroso y serio como difícil de
detectar. Cuando se trata de diagnosticar nuestros
propios corazones, a quienes tenemos la enfermedad del
orgullo nos cuesta identificarla. El orgullo infecta
nuestra visión, haciéndonos ver a nosotros mismos a
través de un lente que colorea y distorsiona la realidad.
El orgullo pintará, inclusive, nuestra fealdad en el
pecado como algo hermoso y digno de elogio.
No podemos concluir que no luchamos con el orgullo
sólo porque no vemos orgullo en nuestros corazones.
Los tiempos de satisfacción cuando me doy palmaditas
en la espalda por lo que hago bien son los momentos
que más me deberían alarmar. Necesito tomar los lentes
de la humildad de Cristo, recordando que nada bueno
mora en mi carne, y examinar mi corazón buscando
orgullo secreto y sus síntomas.
En su ensayo sobre el orgullo no detectado, Jonathan
Edwards señala siete síntomas sigilosos de la infección
del orgullo.
1. Señalamiento de faltas
Mientras que el orgullo nos lleva a filtrar el mal que
vemos en nosotros mismos, también nos lleva a filtrar la
bondad de Dios en la vida de los demás. Las filtramos
permitiendo que sólo sus fallas moldeen nuestra
percepción de ellos.
Cuando estoy escuchando un sermón o estudiando un
pasaje, el orgullo impulsa la terrible tentación de evitar
la obra del Espíritu en mi corazón, en lugar de eso
quiero planificar una conversación potencial para las
personas que según yo “realmente necesitan escuchar
esto”.
Edwards escribe:
La persona espiritualmente orgullosa lo muestra
hallando culpa en otros santos… El cristiano
eminentemente humilde tiene mucho que hacer en su
propia casa y ve tanta maldad en sí mismo que no puede
estar muy ocupado con otros corazones.
2. Un espíritu severo
Aquellos que están enfermos de orgullo en sus
corazones hablan de los pecados de otros con desprecio,
irritación, frustración o juicio. El orgullo está escondido
dentro de nuestro menosprecio de las luchas de los
demás. Se oculta entre nuestras bromas sobre la
“locura” de nuestro cónyuge. Incluso, puede estar al
acecho en las oraciones que hacemos por nuestros
amigos y que están – sutilmente o no – contaminadas
con exasperada irritación.
Nuevamente Edwards escribe: “Los cristianos que no
son más que compañeros de gusanos deberían al menos
tratarse unos a otros con tanta humildad y mansedumbre
como Cristo los trata”.
3. La superficialidad
Cuando el orgullo vive en nuestros corazones, estamos
mucho más preocupados con las percepciones de los
demás acerca de nosotros que de la realidad de nuestros
corazones. Luchamos con los pecados que tienen un
impacto sobre cómo otros nos ven, y hacemos la paz
con los que nadie ve. Tenemos gran éxito en las áreas de
la santidad que tienen la responsabilidad de gran
visibilidad, pero poco interés por las disciplinas que
suceden en secreto.
4. Una actitud defensiva
Los que permanecen en la fortaleza hallada solamente
en la justicia de Cristo, encuentran un escondite seguro
contra los ataques de los hombres y Satanás. La
verdadera humildad no se sale de balance y tira en una
postura defensiva por un reproche, sino que continúa en
hacer el bien, encomendando el alma a nuestro fiel
Creador.
Edwards dice: “Para el cristiano humilde, mientras más
el mundo esté contra él, más callado y quieto estará, a
menos que esté en su cuarto de oración, donde no estará
callado”.
5. Presunción delante de Dios
La humildad se acerca a Dios con la humilde seguridad
en Cristo Jesús. Si “humilde” o “seguridad” no están en
esta ecuación, nuestros corazones muy bien podrían
estar infectados con orgullo. Algunos de nosotros no
tenemos falta de audacia delante de Dios, pero si no
tenemos cuidado, podemos olvidar que Él es Dios.
Edwards escribe: “Algunos, en su gran regocijo ante
Dios, no han prestado suficiente respecto a esa norma en
el Salmo 2:11 -“Adoren al Señor con reverencia, y
alégrense con temblor”.
Otros no sienten confianza delante de Dios. Lo cual
suena a humildad, pero en realidad es otro síntoma del
orgullo. En esos momentos, estamos testificando que
creemos que nuestros pecados son más grandes que Su
gracia. Dudamos del poder de la sangre de Cristo y
estamos atrapados mirándonos a nosotros mismos en
lugar de Cristo.
6. Desesperación por atención
El orgullo tiene hambre de atención, respeto y adoración
en todas sus formas.
Quizás suena a presunción desvergonzada acerca de
nosotros mismos. A lo mejor es sentirse incapaz de
decir “no” a nadie porque deseamos ser necesitados.
Quizás luce como estar obsesivamente sediento por el
matrimonio – o fantasear con un matrimonio mejor –
porque tienes hambre de ser adorado. Quizás se ve
como ser cautivado por el deseo del automóvil correcto,
o la casa correcta, o del título correcto: Todo porque
buscas la gloria que viene de los hombres y no de Dios.
7. El descuido de otros
El orgullo prefiere algunas personas por encima de
otras. Honra a los que el mundo considera dignos de
honor, dándole más peso a sus palabras, sus deseos y
sus necesidades. Hay una emoción que corre a través de
mí cuando las personas con “poder” me reconocen.
Consciente o inconscientemente pasamos por encima al
débil, al que no nos conviene y consideramos poco
atractivo, porque no parecen ofrecernos mucho.
Puede ser que la mayoría de nosotros luchamos con el
orgullo más de lo que pensábamos.
Hay buenas noticias para el orgulloso. La confesión del
orgullo señala el comienzo del fin del orgullo. Indica
que ya se está librando la batalla. Porque sólo cuando el
Espíritu de Dios se está moviendo, comenzando a
humillarnos, podemos quitarnos los lentes del orgullo de
nuestros ojos y vernos a nosotros mismos con claridad,
identificando la enfermedad y buscando la cura.
Por la gracia de Dios, podemos volver una vez más al
evangelio glorioso en el que estamos y hacer mucho de
Él, incluso a través de identificar nuestro orgullo en
todos los lugares que se escode dentro de nosotros. Así
como mi orgullo oculto una vez me trasladó hacia la
muerte, así el reconocimiento de mi propio orgullo me
lleva a la vida al hacer que me aferre con más fuerza a la
justicia de Cristo.
Escudríñame, oh Dios, y conoce mi corazón; pruébame
y conoce mis inquietudes. Y ve si hay en mí camino
malo, y guíame en el camino eterno. (Salmo 139:23-24) 

Dios aborrece el orgullo

BIBLIA & TEOLOGÍA


¿Hay alguna cualidad más engañosa? ¿Hay algún otro
defecto más fácil de ver en los demás, pero más difícil
de ver en nosotros mismos? Despreciamos su presencia
en otros, pero defendemos su presencia en nosotros. Es
el horrible defecto del orgullo, uno de una serie de
rasgos hacia los cuales Dios tiene una repugnancia
especial. 
Dios aborrece el orgullo
“Seis cosas hay que el Señor odia, y siete son
abominación para El”. Así lo dice el viejo y sabio
Salomón. Y encabezando la lista de estos siete pecados
capitales están los “ojos soberbios” (Proverbios 6:16-
17). Los ojos soberbios son las ventanas de un hombre
arrogante hacia el mundo. Desde lo alto de su propia
superioridad, los usa para mirar a otros. Desde su
pedestal, creado por él mismo, cree que puede ver con
mayor claridad que su Creador.
Después, Salomón pone su mirada no en los ojos sino en
el corazón. “Abominación al Señor es todo el que es
altivo de corazón; ciertamente no quedará sin castigo”
(Proverbios 16:5). En lugar de albergar pensamientos de
amor hacia los demás, el hombre orgulloso alberga
juicio y amargura. En lugar de expresar bondad y
compasión, expresa desprecio. Está convencido de su
superioridad en cuanto a logros, intelecto, moralidad, o
espiritualidad. Está obsesionado consigo mismo. 
El orgullo es, en primer lugar, una actitud de
independencia de Dios. En la Escritura es también
sinónimo de burla, arrogancia, insensatez, maldad, y
crueldad. Se opone directamente a la disposición
humilde, temerosa de Dios, sumisa, modesta, confiada,
y llena de fe, que es agradable a Dios. “El temor del
Señor es aborrecer el mal. El orgullo, la arrogancia, el
mal camino y la boca perversa, yo aborrezco”, dice Dios
(Proverbios 8:13). Y no es de extrañar. ¿Cómo podría
ser de otra manera?
¿Por qué Dios aborrece el orgullo?
El orgullo aparece primero en la lista de los siete
pecados capitales porque Salomón está analizando el
cuerpo desde la cabeza hasta los pies, pero también
porque ningún otro rasgo es más abominable que este.
Ningún defecto se opone más a Dios que este. Dios odia
el orgullo porque es una manifestación de la más
profunda depravación, la raíz de todas las formas de
pecado. C.S. Lewis dice: “De acuerdo con los maestros
cristianos, el principal defecto y el mayor mal, es el
orgullo. La fornicación, la ira, la avaricia, las
borracheras y todo eso, son meras picaduras de pulga en
comparación con él; fue por orgullo que el diablo se
convirtió en el diablo. El orgullo conduce a todos los
demás defectos, es el completo estado de la mente en
contra de Dios”.
El orgullo es un estado mental, o más esencialmente,
una condición del corazón en la que una persona ha
suplantado el gobierno de Dios sobre su vida con el
gobierno de su propia voluntad. En lugar de depender
enteramente de Dios, como era el designio de Dios, un
corazón orgulloso ahora se ve a sí mismo para decidir lo
que es bueno y malo. Este fue exactamente el error de
Adán y Eva cuando decidieron desobedecer a Dios para
ser como Dios.
El juicio de Dios sobre el orgullo
Debido a que el orgullo es en primer lugar un acto de
traición cósmica, un acto de rebelión contra Dios, debe
ser castigado. De hecho, la Biblia a menudo describe a
Dios ejerciendo castigo sobre los soberbios. En Isaías,
Dios promete castigar al arrogante gobernante asirio: “Y
sucederá que cuando el Señor haya terminado toda su
obra en el Monte Sion y en Jerusalén, dirá: ‘Castigaré el
fruto del corazón orgulloso del rey de Asiria y la
ostentación de su arrogancia’” (Isaías 10:12). El rey
Nabucodonosor de Babilonia puso su mirada altiva
sobre sus logros y sufrió las devastadoras
consecuencias. “¿No es ésta la gran Babilonia que yo he
edificado como residencia real con la fuerza de mi poder
y para gloria de mi majestad?”. Inmediatamente fue
reducido a un estado animal hasta que se humilló lo
suficiente (Daniel 4:30).
Hablando con la mente de Dios, el rey David dijo:
“Destruiré al que en secreto calumnia a su prójimo; No
toleraré al de ojos altaneros y de corazón arrogante”
(Salmo 101:5). En el Salmo 10 declara que el orgullo es
ateísmo práctico: “El impío, en la arrogancia de su
rostro, no busca a Dios. Todo su pensamiento es: ‘No
hay Dios’” (Salmo 10:4). Santiago declara que Dios
actúa con un favor especial hacia los que son humildes,
pero con feroz juicio contra los que son orgullosos.
“Dios resiste a los soberbios pero da gracia a los
humildes” (Santiago 4:6). La persona orgullosa enfrenta
la furia de la ira justa de Dios.
Esperanza para el orgulloso
Sin embargo, aunque el orgullo es el pecado principal,
también puede ser perdonado. Puede ser perdonado por
el humilde Salvador, “el cual, aunque existía en forma
de Dios, no consideró el ser igual a Dios como algo a
qué aferrarse, sino que se despojó a sí mismo tomando
forma de siervo, haciéndose semejante a los hombres. Y
hallándose en forma de hombre, se humilló El mismo,
haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz”
(Filipenses 2:6-8). Dios se humilló a sí mismo
haciéndose hombre, sufriendo la indignidad de la
muerte, llevando el pecado de la humanidad. El humilde
se sustituyó a sí mismo por los soberbios.
Cristo se humilló a sí mismo, por eso pudo ser
justamente exaltado. “Por lo cual Dios también lo exaltó
hasta lo sumo, y le confirió el nombre que es sobre todo
nombre, para que al nombre de Jesús se doble toda
rodilla de los que están en el cielo, y en la tierra, y
debajo de la tierra, y toda lengua confiese que Jesucristo
es Señor, para gloria de Dios Padre” (Filipenses 2:9-11).
Se humilló para que nosotros también pudiéramos ser
exaltados. Pero nuestra exaltación requiere primero
humildad. Llegar alto requiere ir hacia abajo primero.
“Humíllense en la presencia del Señor”, dice Santiago,
“y El los exaltará” (Santiago 4:10).
La esperanza de la orgullosa humanidad es la fe humilde
en el humilde Salvador. Confiese su orgullo, reciba su
perdón y viva para su gloria.
Versículos Clave
Si desea profundizar en su estudio personal, aquí hay
algunos versículos clave sobre el odio de Dios hacia el
orgullo.
1. Dios aborrece los ojos altivos (Proverbios 6:16-17).
2. Dios odia una mirada orgullosa (Proverbios 6:16-
17).
3. Dios aborrece al altivo de corazón (Proverbios
16:5, 8:13).
4. El orgullo es ateísmo práctico (Salmo 10:4).
5. Cristo es ejemplo de humildad (Filipenses 2:6-11).
6. Dios humilla a los que se exaltan a sí mismos
(Isaías 10:12, Daniel 4:20).
7. Dios exalta a los humildes (Santiago 4:10).

El orgullo no puede ser domesticado


Muchas veces la gente se halaga a sí misma y piensa
que puede contener al pecado, al orgullo en particular.
Ellos piensan que en lugar de que el pecado los domine,
ellos pueden dominarlo. Este tipo de pensamiento
demuestra que un desastre está a punto de ocurrir.
El orgullo no es algo que se puede manejar. No está a tu
favor. El orgullo se te opone y te destruye.
No hace mucho tiempo hubo una inquietante historia
aquí en el área de Omaha. Un hombre de 34 años de
edad acostumbraba pasear por su vecindario y mostrar a
los vecinos su serpiente boa constrictora que media 6
pies (1.8 m) de largo. A menudo la dejaba envolverse
alrededor de los niños y deslizarse sobre sus camas
elásticas. Evidentemente, le gustaba presumir su
serpiente.
En una de esas ocasiones —en el pasado mes de junio—
la serpiente se enredó alrededor de su cuello y comenzó
a apretar. En pocos minutos el hombre estaba sin
aliento, y poco después, muerto. Su “mascota” se
convirtió en su “asesino” en cuestión de segundos. Este
hombre había sobreestimado su capacidad de dominar a
la serpiente, mientras había subestimado el deseo de la
serpiente de dominarlo a él.
Muy a menudo pasa igual con el pecado del orgullo.
Las semillas sutiles de orgullo crecen y se convierten en
un roble de auto-adoración. Nabucodonosor no
construyó una estatua de 40 pies de altura de él mismo,
exigiendo adoración a su persona, el primer día de su
reinado; pero a su debido tiempo tenía sentido hacerlo.
Fue la senda gradual del orgullo.
Salomón no permitió la adoración a dioses falsos en su
primer día como rey. Sin embargo, la lenta filtración de
idolatría y de orgullo al ligarse a mujeres extranjeras, así
como la fama adquirida, los causantes del enfriamiento
de la adoración del pueblo israelita, situación que
condujo a la división de un reino.
Judas mismo no se imaginó a donde lo conduciría su
deseo de dinero y libertad. Esto lo sabemos ya que
cuando finalmente su plan se materializó, la serpiente de
la culpa lo apretó del cuello hasta terminar con su vida.
Estaba abrumado y acabado.
Fue el orgullo quien incentivó a Satanás en el jardín e
indujo a Eva a pecar. Es el orgullo que eleva sutilmente
al individuo contra Dios. Fue el orgullo quien planificó
y llevó a cabo la muerte de Jesús.
El orgullo no es algo que se debe tomar a la ligera. Es
algo que debe ser identificado y castigado. Es decir,
nosotros como cristianos debemos ser conscientes de
nuestra susceptibilidad al orgullo, buscar en nuestros
corazones algún rastro de él, y trabajar activamente para
eliminarlo a través del arrepentimiento y la fe en Cristo.

Raíces de orgullo

BIBLIA & TEOLOGÍA


¿Qué es el orgullo? Si nuestro corazón se llena de
orgullo, nos consideramos dignos de los regalos que
Dios nos da, nos justificamos cuando tomamos el lugar
que solo le pertenece a El, y hasta nos exaltamos ante
otros con todo aquella alabanza que solo le pertenece a
Dios. En sentido horizontal nos consideramos mejores y
superiores que otros (Fil. 2:4), y comúnmente tan alto
llega nuestra estima que somos autoengañados en
apropiarnos de oficios y talentos que no nos pertenecen
(Ro. 12:3), y quedamos incapacitados de disfrutar el
éxito de otros (1 Cor. 4:7).
Es interesante considerar que el orgullo se relaciona
íntimamente con la idolatría. Idolatría es cuando algo o
alguien se adueña de nosotros más que Dios. Cualquier
cosa que anhelamos más que Dios. ¿Te das cuenta?
Cualquier cosa que para nuestra felicidad sea más
fundamental que Dios es un ídolo. Por otro lado, el
orgullo es la ilusión de que somos suficientemente
competentes para determinar nuestras vidas, encontrar
un propósito suficientemente grande para darle sentido a
todo lo que hacemos[1]. Tal como la idolatría, el orgullo
es un estado de la mente contrario a Dios[2] (Sal. 10:4).
La idolatría y el orgullo siempre están relacionados y
conectados, y son la raíz del pecado.
¿Cómo se ve esto en la práctica? Consideremos la
siguiente conversación entre un consejero bíblico y una
aconsejada:
_____
Aconsejada: ¡Esto es difícil! El día que yo caiga muerta
es que mi esposo va a dejar de tirarme sus líos. Es
frustrada que me tiene. Perdona el desahogo, es que me
acaba de hacer una que casi lo mato.
Consejero: Estoy aquí para eso. No tienes que
excusarte, pero sí quiero que leas Santiago 1:19-20 “…
que cada uno sea pronto para oír, tardo para hablar,
tardo para la ira; pues la ira del hombre no obra la
justicia de Dios”.
Aconsejada: Amén. “Tardo para la ira”, tengo que
repetirme eso mucho.
Consejero: Es buena esa, ¿no?
Aconsejada: Buenísima, ¡porque lo que a veces quiero
es matarlo!.
Consejero: Tienes que pensar que Dios es tardo para la
ira contra ti. Él es paciente contigo. Entonces, ¿por qué
no ser paciente con quien más amas?
Aconsejada: Así es. Amén
Consejero: Cuando nos enojamos sin considerar a Dios,
estamos diciéndole a Dios que fuera mejor cambiar de
lugar: que seamos nosotros Dios y que Dios sea inferior
a nosotros. Increíble, ¿no? Por eso necesitamos
misericordia y perdón.
Aconsejada: Gracias. Tengo que repetirme eso mil
veces, porque siempre caigo. A veces me siento cansada
y con ganas de explotar y sé que le fallo a Dios.
Consejero: A mí también me pasa. Justo hace 10
minutos estaba pidiendo perdón a Dios.
Aconsejada: Al menos en el cielo esta lucha terminará,
¿verdad?
Consejero: Sí, pero puede mejorar significativamente
aquí también.
Aconsejada: Yo siento que he mejorado, pero vuelvo y
caigo. Y ahí a veces me siento que tal vez el esfuerzo no
sirve de nada, pero yo sé que esos pensamientos vienen
del diablo.
Consejero: ¿Sabes por qué pasa eso? Es como cuando
tienes una enfermedad y te tomas una pastilla para los
síntomas, pero no eres curada. Eso es lo que te está
pasando.
Aconsejada: Algo así, o al menos no se han ido todos
los síntomas.
Consejero: ¿Sabes cuál es la solución?
Aconsejada: ¿Llevarlo a la Cruz?
Consejero: Sí. Esa es la segunda mitad. ¿Sabes cual es
la primera mitad?
Aconsejada: ¿No? ¿Cual? ¿Darle una patada?
Consejero: Que no atacas los pecados de raíz, sino solo
los superficiales.
Aconsejada: ¿Y cómo sabes que los atacas de raíz?
Porque para mí los ataco suficiente, ¿pero al parecer no
basta?
Consejero: ¿Sabes cuál es la diferencia entre los
pecados raíz y los pecados superficiales?
Aconsejada: No sé.
Consejero: Tú sí sabes. Los superficiales son los de la
conducta, los que se ven. Los de raíz son los del
corazón, los que no se ven. ¿No recuerdas?
Aconsejada: Pero por ejemplo, ¿cómo sabes que
realmente estás atacando un pecado como el orgullo?
Porque eso es muy constante. Siempre vuelve, como la
mala hierba. Por más que te humilles, que te quedes
callada y aguantes, vuelve y vuelve.
Consejero: Tienes que conectarlo a la conducta. El
orgullo es la raíz y la conducta es el fruto. Por ejemplo,
hace un momento pecaste, ¿cual era la raíz y cuál fue el
fruto? Tienes que detenerte a analizarlo.
Aconsejada: Pues la verdad solo pequé en mi mente,
porque no dije nada. Pero en mi mente sí que pequé.
Consejero: ¿Seguro? ¿Y no te enojaste? Aunque no
estaba presente, te enojaste contra él.
Aconsejada: Sí, aunque no dije nada, el orgullo se
volvió en ira. Me iba a explotar le hernia casi de la ira.
Consejero: ¡Exacto! Eso es. Te falta algo. ¿Por qué se
convirtió en ira? Piénsalo de esta manera. ¿Qué es lo
que anhelabas?
Aconsejada: ¡Decirle tres malas palabras y mandarlo a
freír tusa!
Consejero: ¿Y qué te hizo sentir que tenías el derecho
de hacer eso?
Aconsejada: ¿El orgullo?
Consejero: Sí. Porque te creíste en el derecho de hacer
aquello que solo le pertenece a Dios. Eso es la esencia
del orgullo. Le dijiste a tu corazón que, basado en lo que
sucedió, tú tenías el derecho de tomar el lugar de Dios.
Aconsejada: Así es.
Consejero: Ahora tienes que pedirle perdón a Dios por
todo eso. Increíble que ni siquiera hablaste con él y
cometiste todos esos pecados: Ira pecaminosa, orgullo,
tomaste el lugar de Dios, impaciencia…
Aconsejada: Así mismo.
Consejero: Con corazón sincero tienes que buscar la
cruz para el perdón de todo eso hasta que Dios te dé paz.
Cuando hagas eso, el círculo estará completo y parte de
la raíz será cortada. Si llegas al punto de lastimar a otro
con tus palabras, ya se agregan 2 o 3 pecados más por
los que tendrías que pedir perdón al otro.
Aconsejada: ¿Y algún día se logra no dejarse arropar
por el orgullo?
Consejero: Más o menos. Lo que va a suceder es que
vas conquistando ciertas montañas del orgullo. Dios
puede concederte el privilegio de que tu orgullo no dañe
tu familia. O al menos que baje significativamente. Pero
tienes ahora que cerrar el círculo. Proverbios 28:13dice:
“El que encubre sus pecados no prosperará, mas el que
los confiesa y los abandona hallará misericordia”.
Aconsejada: Entonces, ¿el círculo se cierra cuando
entiendo que ese orgullo me está llevando a hacer o
querer cosas que solo Dios puede hacer?
Consejero: Sí, cierra cuando lo llevas a la cruz. Tienes
que pedir perdón. Tienes que confesar y arrepentirte de
todos eso pecados: los frutos y la raíz.
Aconsejada: Entendido. Gracias. Justo a tiempo
llegaron esas palabras.
Consejero: Amén.

Siete síntomas sutiles del orgullo


El orgullo te puede matar. Para siempre. El orgullo es el
pecado que probablemente te detiene más de clamar por
un Salvador. Aquellos que piensan que están sanos no
necesitan un médico.
El orgullo es tan peligroso y serio como difícil de
detectar. Cuando se trata de diagnosticar nuestros
propios corazones, a quienes tenemos la enfermedad del
orgullo nos cuesta identificarla. El orgullo infecta
nuestra visión, haciéndonos ver a nosotros mismos a
través de un lente que colorea y distorsiona la realidad.
El orgullo pintará, inclusive, nuestra fealdad en el
pecado como algo hermoso y digno de elogio.
No podemos concluir que no luchamos con el orgullo
sólo porque no vemos orgullo en nuestros corazones.
Los tiempos de satisfacción cuando me doy palmaditas
en la espalda por lo que hago bien son los momentos
que más me deberían alarmar. Necesito tomar los lentes
de la humildad de Cristo, recordando que nada bueno
mora en mi carne, y examinar mi corazón buscando
orgullo secreto y sus síntomas.
En su ensayo sobre el orgullo no detectado, Jonathan
Edwards señala siete síntomas sigilosos de la infección
del orgullo.
1. Señalamiento de faltas
Mientras que el orgullo nos lleva a filtrar el mal que
vemos en nosotros mismos, también nos lleva a filtrar la
bondad de Dios en la vida de los demás. Las filtramos
permitiendo que sólo sus fallas moldeen nuestra
percepción de ellos.
Cuando estoy escuchando un sermón o estudiando un
pasaje, el orgullo impulsa la terrible tentación de evitar
la obra del Espíritu en mi corazón, en lugar de eso
quiero planificar una conversación potencial para las
personas que según yo “realmente necesitan escuchar
esto”.
Edwards escribe:
La persona espiritualmente orgullosa lo muestra
hallando culpa en otros santos… El cristiano
eminentemente humilde tiene mucho que hacer en su
propia casa y ve tanta maldad en sí mismo que no puede
estar muy ocupado con otros corazones.
2. Un espíritu severo
Aquellos que están enfermos de orgullo en sus
corazones hablan de los pecados de otros con desprecio,
irritación, frustración o juicio. El orgullo está escondido
dentro de nuestro menosprecio de las luchas de los
demás. Se oculta entre nuestras bromas sobre la
“locura” de nuestro cónyuge. Incluso, puede estar al
acecho en las oraciones que hacemos por nuestros
amigos y que están – sutilmente o no – contaminadas
con exasperada irritación.
Nuevamente Edwards escribe: “Los cristianos que no
son más que compañeros de gusanos deberían al menos
tratarse unos a otros con tanta humildad y mansedumbre
como Cristo los trata”.
3. La superficialidad
Cuando el orgullo vive en nuestros corazones, estamos
mucho más preocupados con las percepciones de los
demás acerca de nosotros que de la realidad de nuestros
corazones. Luchamos con los pecados que tienen un
impacto sobre cómo otros nos ven, y hacemos la paz
con los que nadie ve. Tenemos gran éxito en las áreas de
la santidad que tienen la responsabilidad de gran
visibilidad, pero poco interés por las disciplinas que
suceden en secreto.
4. Una actitud defensiva
Los que permanecen en la fortaleza hallada solamente
en la justicia de Cristo, encuentran un escondite seguro
contra los ataques de los hombres y Satanás. La
verdadera humildad no se sale de balance y tira en una
postura defensiva por un reproche, sino que continúa en
hacer el bien, encomendando el alma a nuestro fiel
Creador.
Edwards dice: “Para el cristiano humilde, mientras más
el mundo esté contra él, más callado y quieto estará, a
menos que esté en su cuarto de oración, donde no estará
callado”.
5. Presunción delante de Dios
La humildad se acerca a Dios con la humilde seguridad
en Cristo Jesús. Si “humilde” o “seguridad” no están en
esta ecuación, nuestros corazones muy bien podrían
estar infectados con orgullo. Algunos de nosotros no
tenemos falta de audacia delante de Dios, pero si no
tenemos cuidado, podemos olvidar que Él es Dios.
Edwards escribe: “Algunos, en su gran regocijo ante
Dios, no han prestado suficiente respecto a esa norma en
el Salmo 2:11 -“Adoren al Señor con reverencia, y
alégrense con temblor”.
Otros no sienten confianza delante de Dios. Lo cual
suena a humildad, pero en realidad es otro síntoma del
orgullo. En esos momentos, estamos testificando que
creemos que nuestros pecados son más grandes que Su
gracia. Dudamos del poder de la sangre de Cristo y
estamos atrapados mirándonos a nosotros mismos en
lugar de Cristo.
6. Desesperación por atención
El orgullo tiene hambre de atención, respeto y adoración
en todas sus formas.
Quizás suena a presunción desvergonzada acerca de
nosotros mismos. A lo mejor es sentirse incapaz de
decir “no” a nadie porque deseamos ser necesitados.
Quizás luce como estar obsesivamente sediento por el
matrimonio – o fantasear con un matrimonio mejor –
porque tienes hambre de ser adorado. Quizás se ve
como ser cautivado por el deseo del automóvil correcto,
o la casa correcta, o del título correcto: Todo porque
buscas la gloria que viene de los hombres y no de Dios.
7. El descuido de otros
El orgullo prefiere algunas personas por encima de
otras. Honra a los que el mundo considera dignos de
honor, dándole más peso a sus palabras, sus deseos y
sus necesidades. Hay una emoción que corre a través de
mí cuando las personas con “poder” me reconocen.
Consciente o inconscientemente pasamos por encima al
débil, al que no nos conviene y consideramos poco
atractivo, porque no parecen ofrecernos mucho.
Puede ser que la mayoría de nosotros luchamos con el
orgullo más de lo que pensábamos.
Hay buenas noticias para el orgulloso. La confesión del
orgullo señala el comienzo del fin del orgullo. Indica
que ya se está librando la batalla. Porque sólo cuando el
Espíritu de Dios se está moviendo, comenzando a
humillarnos, podemos quitarnos los lentes del orgullo de
nuestros ojos y vernos a nosotros mismos con claridad,
identificando la enfermedad y buscando la cura.
Por la gracia de Dios, podemos volver una vez más al
evangelio glorioso en el que estamos y hacer mucho de
Él, incluso a través de identificar nuestro orgullo en
todos los lugares que se escode dentro de nosotros. Así
como mi orgullo oculto una vez me trasladó hacia la
muerte, así el reconocimiento de mi propio orgullo me
lleva a la vida al hacer que me aferre con más fuerza a la
justicia de Cristo.
Escudríñame, oh Dios, y conoce mi corazón; pruébame
y conoce mis inquietudes. Y ve si hay en mí camino
malo, y guíame en el camino eterno. (Salmo 139:23-24) 

¿Qué tal está nuestro orgullo?


“Haya, pues, en vosotros esta actitud que hubo también
en Cristo Jesús, el cual, aunque existía en forma de
Dios, no consideró el ser igual a Dios como algo a qué
aferrarse, sino que se despojó a sí mismo tomando
forma de siervo, haciéndose semejante a los hombres. Y
hallándose en forma de hombre, se humilló a sí mismo,
haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de
cruz”, Filipenses 2:5-8.
Con el pasar del tiempo, y con los cambios en la
cosmovisión hacia el post-cristianismo, el orgullo que
antes se consideraba un vicio se ha convertido en una
virtud. Cuando Dios, el Creador y Sustentador del
universo, formaba parte de la cultura general, había una
aceptación de la realidad: Dios es Dios y nosotros
somos criaturas. Pero como la cultura moderna ha
quitado a Dios del centro, aun cuando admita que Él
existe, el hombre está en el centro, Dios es considerado
como siervo. E
Ahí podemos ver lo que el orgullo es: el deseo de ser
como Dios. Estamos tan acostumbrados a vivir con el
orgullo en medio nuestro que no nos percatamos la
gravedad del pecado, al punto que la decisión de Eva de
actuar en esta dirección cambió el mundo para siempre.
¿Por qué tan grave condena? “Porque Dios resiste a los
soberbios pero da gracia a los humildes”, Santiago 4:6.
Por su parte, la  humildad no es pensar menos de ti sino
pensar menos en ti. Es reconocer lo que realmente
somos, criaturas con una necesidad de Dios. Como nos
recuerda 1 Corintios 4:7 “¿quién te distingue? ¿Qué
tienes que no recibiste? Y si lo recibiste, ¿por qué te
jactas como si no lo hubieras recibido?”.
En contraste, el orgullo es el deseo de levantarnos y
exaltarnos por encima de lo que realmente somos,
produciendo en nuestra mente a un Dios más pequeño
que nosotros. Nuestros ideas y pensamientos se
convierten en el centro de gravedad, con una actitud de
autosuficiencia, autoimportancia y autoexaltación, y a la
vez produciendo una indiferencia o hasta un desprecio
hacia el prójimo. Esto es lo opuesto al ejemplo de Jesús
en Filipenses 2, y es contrario a lo que Dios nos enseña
en Romanos 12:16 “Tened el mismo sentir unos con
otros; no seáis altivos en vuestro pensar, sino
condescendiendo con los humildes. No seáis sabios en
vuestra propia opinión”. Es también la razón de que las
culturas estén empeorando gradualmente (Stg. 4:6).
La humildad es ser libre del orgullo y de la arrogancia.
Es saber que en la carne somos inadecuados, pero al
mismo tiempo reconocer quiénes somos en Cristo (1 P.
2:9). Es no caminar en nuestra propia fuerza sino en el
poder del Espíritu Santo (Jn. 15:5). Es tener la misma
actitud de Juan “es necesario que El crezca, y que yo
disminuya”, Juan 3:30.
Gloria verdadera
¿Hay algún orgullo sano para los cristianos? Sí, cuando
alardeamos lo que Dios está haciendo o lo que Él ha
hecho. (Ro. 15:17-19). Dios es el gran maestro: Él está
desarrollando su plan desde la eternidad, y Él seguirá
obrando hasta que todo esté completado. Sus promesas
son seguras y podemos confiar en todo lo que Él ha
dicho. Si estamos caminando con Él, nos irá
transformando para lucir cada vez más como Él (2 Co.
4:16), y esa buena obra no terminará hasta al final,
donde seamos mansos y humildes, como Jesús (Mat.
11:29).
El orgullo es nuestro mayor problema
La gente nos hace preguntas comunes cuando quieren
averiguar lo que hacemos. ¿Eres plomero
(fontanero)? Prepárate para ayudar a reparar un grifo
que gotea. ¿Médico? Prepárate para recibir un listado de
molestias y dolores misteriosos.
Para los consejeros, en algún lugar cerca de la parte
superior de la lista está la pregunta, “¿Qué problemas
encuentras más a menudo?”. La depresión, la ansiedad,
la ira, el conflicto matrimonial, todos están ahí. Pero mi
respuesta a lo que está hasta más arriba en la lista tal vez
te sorprenda. Es el orgullo. Esto no debería ser una
sorpresa para nadie, y menos para los
cristianos. Proverbios 6:16-19 lista siete características
que Dios desprecia y la primera (“ojos soberbios”) es
una forma proverbial de hablar acerca del orgullo.
El orgullo es una prisión que perpetúa la ira, las heridas
y la necedad, mientras que mantiene alejados los efectos
restauradores de la culpabilidad, humildad y la
reconciliación (Pr. 11:2; 29:23; Gá. 6:3; Sa. 4:6; Ap.
3:17-20). Más adelante, en Proverbios 16:18, Dios nos
dice: “Delante de la destrucción va el orgullo, y delante
de la caída, la altivez de espíritu”. No es solo que el
orgullo vaya a ser nuestro carcelero: también será
nuestro verdugo.
Todos los demás son el problema
Cuando las parejas vienen a verme por primera vez en la
sala de consejería, con frecuencia tienen una lista de
ofensas cometidas contra ellos por su cónyuge, así como
un inventario de los comportamientos que esperan que
su pareja cambie. De manera similar, los padres a
menudo traen niños a consejería explicando que
necesitan aprender cómo ser respetuosos, tener
autocontrol, y ser útiles. Además la gente viene con un
catálogo de formas en las que el mundo que los rodea no
les ha servido en su búsqueda de alegría, comodidad, y
seguridad.
Es necesario escuchar estas ofensas con
ternura. Nuestros hermanos y hermanas necesitan
experimentar algo de la misericordia de Dios en los
momentos en que explican algunas de sus heridas más
dolorosas. Un doctor me dijo una vez que la medicina
efectiva se encuentra en la intersección del tacto,
tiempo, y dosis. Lo mismo se puede decir de la
consejería (y estoy seguro que de muchas otras
disciplinas también). Además, los comportamientos que
ellos quieren ver cambiar ciertamente necesitan ser
reformados. Al mismo tiempo, durante el curso de
nuestro trabajo juntos, cuando cambio la perspectiva y
comienzo con preguntas como: “¿Qué le has hecho a tu
esposo/hijo/mundo? ¿De qué podrías tener que
arrepentirte? ¿Cómo puedes mostrarles a Cristo en la
misma forma en que anhelas que ellos te lo muestren a
ti?”, normalmente no obtengo respuestas, sino miradas
confundidas y dolidas. Y a menudo responden con
completa indignación. Responden con orgullo.
Cristo rindió sus derechos
Comparemos esta reacción con la de nuestro Señor y
Salvador Jesucristo. Si alguna vez hubo alguien que
tuvo el derecho de ser orgulloso, es Aquel a través del
cual toda la vida llegó a existir. Si Jesús hubiese venido
al mundo y hubiese exigido que todos le sirviesen, no
hubiese sido arrogante. Hubiese sido apropiado. Sin
embargo, como nos dice Filipenses 2, Él no vino en
forma de gobernante, sino de siervo.
El llamado de Cristo para nosotros es que vivamos de
forma que evidencie un servicio similar, y que de esa
forma nos demarque como aquellos que tenemos nuestra
ciudadanía en el Cielo, y no en el mundo (Mt. 20:25-
28). De este modo, Cristo redime nuestro servicio. Qué
gozo es servir a mi cónyuge, a mi hijo, o a aquellos que
me rodean y reflejarles —aunque solo sea en parte—
algo del carácter de Dios.
Quitando las cadenas del orgullo
¿Cómo podemos quitarnos las cadenas de la obsesión
orgullosa y mover hacia la libertad servicio humilde?
Hay tres perspectivas que suelo pedir que comprueben
dentro de ellos mismos a las personas a las que
aconsejo. Piensa en ellas como tres facetas (aunque
puede haber muchas más) de la joya de la verdadera
humildad cristiana.
 ¿En los pecados de quién te estás enfocando?
 ¿Cuál es el centro de tu alegría, seguridad y
contentamiento?
 ¿Cuál es el enfoque de tu servicio?
Cuando vemos que estamos esclavizados a nuestro
propio orgullo, las respuestas a las preguntas anteriores
son normalmente: en el de otros (pecado), en el mundo
(alegría), y en mí mismo (servicio). ¿De quién es el
pecado que es más odioso para mí en esos
momentos? ¿De quién es el pecado que necesita ser
sacado a la luz, confesado, y finalmente
mortificado? No es el mío, sino el de todos los
demás. ¿Dónde encuentro mi consuelo, mi alegría, mi
paz, mi seguridad? No es en la gloria del evangelio, sino
en algún suceso, cosa o persona. Si solamente hiciese
más dinero, tuviese más poder, tuviese un cónyuge,
hijos, casa, perro… lo que sea. Cualquier cosa menos el
gozo de sufrir por el evangelio. ¿Quién debe ser servido
en todo esto? Yo. El mundo, mis relaciones, y Dios
mismo existen para servirme.
Pero las Escrituras contestan estas preguntas de manera
muy diferente.
 ¿En qué pecados debería enfocarme? En los
míos. (Ro. 8:13).
 ¿Quién es el centro de mi alegría, seguridad y
contentamiento? Cristo. (1 Pe. 1:8-9).
 ¿Quién debería ser el centro de mi servicio? Los
demás, y especialmente los compañeros
cristianos. (Fil. 2:3-4)
Aunque los problemas presentados pueden variar
ampliamente, el problema que normalmente suele
complicar la consejería desde el mismo principio es el
orgullo. Y la respuesta es una humildad habilitada por el
Espíritu Santo y centrada en Jesús.

¡Peligro! ¡Orgullo tóxico en el ambiente!


Pienso que no hay que ser muy observador para darse
cuenta de que hay algo que no anda bien en el mundo. Y
no me refiero únicamente a las guerras, o a la amenaza
del terrorismo, o a la recesión económica mundial; me
refiero al hecho de que hay algo en el ser humano
individual que no permite que este mundo sea un lugar
seguro en el cual vivir.
Es muy fácil enfocarse en los problemas globales y
perder de vista al individuo. Pero lo cierto es que el
mundo está como está porque hay un problema en el
hombre, un problema que debe ser atacado en su misma
raíz para que podamos funcionar como se supone que
debemos funcionar en todas nuestras relaciones
interpersonales.
Alguien pudiera decir que ese problema es el pecado; y
tendría toda la razón. Pero si pudiéramos descomponer
el pecado en sus ingredientes fundamentales,
seguramente nos encontraremos con dos cosas: orgullo
y egoísmo. Somos egoístas y somos orgullosos. Ese es
el gran problema humano.
Pero si nos acercamos todavía un poco más a examinar
estos dos ingredientes fundamentales que conforman el
pecado, nos vamos a dar cuenta que están tan
relacionados el uno con el otro que difícilmente
podemos diferenciarlos. Somos egoístas porque somos
orgullosos. Queremos que el mundo gire en torno a
nosotros porque el orgullo nos hace creer que en
realidad somos el centro del universo. No importa si se
trata de una guerra entre naciones, o de un conflicto
interracial, o simplemente de un problema familiar: la
fuente de donde surgen es el orgullo.
El orgullo ha convertido al hombre en un ser peligroso
para sus semejantes. Pero lo que es todavía más crucial,
el orgullo es lo que se interpone entre el hombre y el
Dios que lo creó para Su gloria. Fue por medio del
orgullo que Satanás tentó a nuestros primeros padres en
el huerto del Edén, al venderles la idea de que si se
independizaban de Dios y decidían irse en contra de Su
voluntad serían como Él. El hombre se rebeló contra
Dios queriendo estar a la par con Él.
Pero tan pronto el pecado se introdujo en el mundo,
Dios anunció un plan de salvación que tendría como
centro la persona y la obra de Su Hijo, nuestro Señor
Jesucristo (Gn. 3:15). Ese es el mensaje del evangelio:
Que Dios no dejó al hombre en el estado que cayó por
causa de su orgullo y rebeldía, sino que decidió asumir
nuestra culpa en la muerte de Jesús en la cruz del
calvario.
Y así como el orgullo es el elemento fundamental de
toda conducta pecaminosa, así también es la humildad la
virtud esencial de todo aquel que ha recibido el
beneficio de ese plan de salvación que Dios ofrece por
gracia, por medio de la fe. Como bien señala William
Farley, Dios diseñó el evangelio para producir humildad
en el corazón humano. Sin humildad no hay salvación.
Nadie podrá disfrutar de los beneficios de la obra
redentora de Cristo hasta que reconozca su pecado y su
impotencia, y venga humillado a los pies del Señor
clamando por misericordia.
Pero eso es apenas el comienzo. Esa vida cristiana que
se inicia con un acto de humillación, se fortalece y
fructifica exactamente como empezó. Crecemos en
santidad y fructificamos como cristianos, en la misma
medida en que crecemos en humildad. Si fallamos en
priorizar la humildad – sigue diciendo William Farley –
“empobreceremos nuestros esfuerzos evangelísticos,
retardaremos nuestro crecimiento en piedad e
impediremos la efectividad de nuestros ministerios”. Y
luego añade que “la iglesia estará más capacitada para
cumplir con el propósito asignado por Dios para ella,
cuando predique el evangelio de tal manera que
produzca una fe que humille tanto al pecador como a los
santos”.
Lamentablemente, mucho de lo que se predica en los
púlpitos de hoy, antes que atacar de raíz el mal del
orgullo, lo reafirma, colocando al hombre y sus
necesidades por encima de la gloria de Dios. Y ni hablar
del “evangelio” de la prosperidad (si es que tal adefesio
puede llamarse “evangelio”), que presenta a Dios como
nuestro siervo para darnos todo lo que necesitamos para
una vida cómoda y placentera.
Si hay algo que la iglesia de nuestra generación necesita
con urgencia es volver a colocar el evangelio de Cristo
en el centro de Su ministerio. Pero seguiremos hablando
de esto en las próximas entradas. Mientras, aprecio los
comentarios que puedan enriquecer esta entrada.

Deja a un lado el peso del orgullo

VIDA CRISTIANA
Muchas de las cargas que llevo en la vida se hacen
mucho más pesadas al añadir encima de ellas una
imagen inflada de mí mismo. Simplemente tengo una
tendencia a pensar a menudo más y mejor acerca de mí
mismo de lo que debería hacerlo (Romanos 12:3). 
Irónicamente, el efecto emocional de mi propia imagen
inflada es muchas veces una baja autoestima. Me siento
mal conmigo mismo.
Siento vergüenza por mi mala memoria cuando se trata
de recordar nombres, citas bíblicas, títulos de libros, de
lo que se trató el sermón la semana pasada, los puntos
principales de mi último artículo, y la cuarta cosa que
tengo que recoger en el supermercado. Esto me resulta
vergonzoso no porque sea un fracaso moral, sino porque
expone el hecho de que mi memoria es más débil que la
de la mayoría de mis compañeros. Mis luchas con mi
memoria me pesan más de lo que deberían porque
quiero ser grande y no lo soy. 
Puedo sentir desánimo, incluso vergüenza, cuando la
adoración familiar que dirijo no es más organizada,
sistemática, regular, o inspiradora para mis hijos (“Papá,
¿ya casi acabamos?”). Mientras que esforzarme por ser
más eficaz en estas cosas es bueno, me pesa más de lo
que debería porque quiero ser el sabio padre espiritual.
Quiero ser conocido por saber qué y cómo enseñar, y
por criar a hijos que algún día narren el profundo
beneficio que recibieron de la fuente de mi santa
sabiduría. Quiero ser grande y no lo soy. 
El peso de querer ser grande
Podría seguir elaborando mis sentimientos de
insuficiencia —sobre cuánto leo, la lentitud con la que
escribo, las lagunas en la crianza, productividad en
general, la parálisis en ciertos tipos de toma de
decisiones, las luchas para concentrarme, impaciencia
con la ambigüedad, y otras numerosas limitaciones,
debilidades, y pecados. Probablemente conoces estas
luchas u otras como ellas.
Mi sentido acumulado de insuficiencia a menudo se
siente como baja autoestima. Pero en realidad, es debido
en gran parte a pensar más alto de mí mismo de lo que
debo pensar y querer que otros me admiren más de lo
que merezco. Mi vergüenza viene de una imagen de mí
mismo exageradamente alta que se siente al descubierto
por mis limitaciones, debilidades, y pecados; haciendo
el vivir o el luchar con ellos mucho más trabajoso de lo
necesario. 
¡Miserable de mí! ¿Quién me librará de este gran peso
de orgullo? Gracias sean dadas a Dios por medio de
Jesucristo nuestro Señor, quien me invita a tomar su
yugo fácil y carga ligera, que es poder abrazar el papel,
estatus, y reputación de un siervo (Mateo 11:30; Marcos
9:35).
La liberación en el servicio
Una liberación profunda y penetrante está disponible
para cualquier persona que abrace el llamado de Jesús a
la servidumbre: 
“Ustedes saben que los que son reconocidos como
gobernantes de los Gentiles se enseñorean de ellos, y
que sus grandes ejercen autoridad sobre ellos. Pero entre
ustedes no es así, sino que cualquiera de ustedes que
desee llegar a ser grande será su servidor, y cualquiera
de ustedes que desee ser el primero será siervo de todos.
Porque ni aun el Hijo del Hombre vino para ser servido,
sino para servir, y para dar Su vida en rescate por
muchos” (Marcos 10:42-45).
¿Hay liberación en convertirse en un siervo, incluso en
un esclavo, de todos los demás? ¿Qué es esta extraña
paradoja de Jesús? ¿Él nos hace libres (Juan 8:36) para
ser esclavos? 
¡Sí! Porque el tirano más grande conocido por la
humanidad es el orgullo pecaminoso y patológicamente
egoísta, que se exalta a sí mismo y vive en cada uno de
nosotros. Cuando el orgullo está enfocado hacia adentro,
nos esclaviza a las percepciones y a la búsqueda del
éxito, la belleza, la competencia, la seguridad, y una
reputación codiciada. Y en el proceso nos agobia con
cargas que no podemos soportar. Cuando fallamos, nos
presiona para mentir y engañar de manera que
escondamos aquello por lo que sentimos vergüenza (u
orgullo) de admitir. Cuando está enfocado hacia afuera,
acumula grandes cargas (“se enseñorea”) sobre otros. Es
por eso que Dios misericordiosamente se opone a
nuestro orgullo (1 Pedro 5:5). 
El llamado de Jesús a ser siervos es un llamado a la
libertad (por paradójico que suene). Es libertad de la
presión opresiva de tratar de ser lo suficientemente
bueno, y de la vergüenza crónica de no ser lo
suficientemente bueno. Y nos libra de la tendencia
tiránica que tenemos de manipular a otros para que
sirvan nuestros orgullosos deseos. 
Cuando nuestra imagen propia que se cree del tamaño
de Dios se encuentra con nuestras capacidades y
fracasos del tamaño de un hombre caído, nos volvemos
esclavos de pecados impulsados por orgullo, en un vano
intento por cruzar la brecha. Pero al abrazar la humildad
de siervo demostrada por Jesús, nos deshacemos del
yugo insoportablemente pesado de la servidumbre a tal
pecado, y tomamos el fácil yugo de Jesus que son la fe y
el amor empoderados por la gracia, pues Dios realmente
“[da] gracia a los humildes” (1 Pedro 5:5). 
Cómo hacer a un lado el orgullo
Para identificar nuestros mayores castillos de orgullo,
hay que recordar que a menudo no se sienten como una
superioridad arrogante y fanfarrona (aunque a veces es
así). A menudo se sienten como áreas de baja
autoestima, porque lo que está alimentando nuestra baja
autoestima es un deseo frustrado y avergonzado de ser
grande. 
Ante esto Jesús nos da una promesa de gracia: “Y
cualquiera que se engrandece, será humillado, y
cualquiera que se humille, será engrandecido” (Lucas
14:11). Y nos recuerda que Él vino a nosotros “como
uno que sirve” (Lucas 22:27), y que deberíamos tener
esta mentalidad también: “No hagan nada por egoísmo o
por vanagloria, sino que con actitud humilde cada uno
de ustedes considere al otro como más importante que a
sí mismo” (Filipenses 2:3). 
Dejar a un lado el peso de querer ser grandes ocurre
cuando quitamos nuestra atención de nuestros logros,
nuestro estado, y nuestra reputación, y la enfocamos en
Cristo —específicamente en las personas en la iglesia, a
menudo en “los más pequeños” (Mateo 25:40), a quien
Cristo pone ante nosotros hoy para servir. No solo nos
obliga este servicio a poner el amor en acción, sino que
también nos libera de la tiranía del orgullo absorto en sí
mismo y nos permite experimentar la profunda, gozosa
realidad de que “es mejor dar que recibir” (Hechos
20:35). 
30.

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