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LICENCIATURA EN TEOLOGÍA
PROFUNDIZACIÓN II - PASTORAL
PROFESOR: JAIME IVÁN SÁNCHEZ
ALUMNO: DIEGO R. SOLER SALAMANCA.
FECHA: 27 DE MAYO DE 2020
Tenemos como punto de partida a una Iglesia que, en el transcurso del tiempo, ha perdido
su tradición e identidad propias, cosa que se subsana con el mismo documento y que, con este
nuevo soplo del Espíritu Santo, recupera aquello que había perdido, incorporado fuerzas para
seguir al servicio del Reino de Dios en la región. El documento nos plantea una hoja de ruta
sencilla de seguir: Superar desconfianzas, confusiones, miedos que no llevan a ninguna parte y,
formar a las personas y comunidades dispuestas a la misión. Hay que tener especial atención en
que los textos y las teologías no cambian la iglesia, la iglesia cambia cuando hay personas
dispuestas a reconstruir estructuras y ministerios, cuando las mismas crean nuevos espacios,
nuevos modelos de Iglesia, donde se plantean nuevas formas de hacer misión.
A grandes rasgos, toda pastoral debe ser social, además que la llamada pastoral social
debe también comprender las dimensiones profética y litúrgica, a lo que nos podemos preguntar
si ¿significa esto que ya no han de existir ámbitos pastorales especializados? Y si es así, ¿habría
que renunciar a la naturaleza carismática de la Iglesia, es decir, a su carácter de cuerpo en el que
cada miembro recibe un don para ejercer el servicio para el bien común? Preguntas e inquietudes
muy validas pero que el mismo documento de aparecida en su numeral 150, nos recuerda lo
siguiente:
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“a partir de Pentecostés, la Iglesia experimenta de inmediato fecundas irrupciones del
Espíritu, vitalidad divina que se expresa en diversos dones y carismas (cf. 1 Co 12, 1-11)
y variados oficios que edifican la Iglesia y sirven a la evangelización (cf. 1 Co 12, 28-
29). Por estos dones del Espíritu, la comunidad extiende el ministerio salvífico del Señor
hasta que Él de nuevo se manifieste al final de los tiempos (cf. 1 Co 1, 6-7)”.
Caridad, que en aparecida se muestra como una opción preferencial por los pobres, y es
un tema fundamental en este documento, a cada misionero o pastoralista se le exige un
compromiso “en la defensa de vida y de los derechos de los más vulnerables y excluidos, y en el
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permanente acompañamiento en sus esfuerzos por ser sujetos de cambio y transformación de su
situación” (394).
A través del documento se afirma que toda pastoral debe ser “social”, y que esto no
significa que acabemos “haciendo todos de todo”. Se necesitan especialistas en catequética,
liturgia, misionología y tantas otras disciplinas que atañen a la animación pastoral, así como
labores pastorales especializadas, lo que toca también al ámbito de lo social.
Igualmente, se le sugiere a toda persona dispuesta a hacer misión que busque nuevos
espacios de misión en el mundo latinoamericano actual. Se debe intensificar la presencia
diocesana y parroquial en los “nuevos areópagos” del mundo de hoy, especialmente en el ámbito
de la cultura urbana, para así acercarnos a los que no conocen a Cristo, y poder atraer a quienes
se alejaron de la Iglesia y fortalecer y nutrir a los que siguen en la Iglesia, pero flaquean en su fe.
Hay que resaltar que aparecida da un paso más allá, respecto con el interés de acabar (o
minimizar) el clericalismo tan arraigado en la Iglesia latinoamericana, una muestra de ello es la
situación actual por la contingencia del COVID-19, en donde que a pesar que la Iglesia es el
lugar por excelencia para compartir y reunirnos en pos del sacrificio pascual, por la misma
contingencia mencionada, no podemos acudir a ella, por lo que la acción pastoral se ha
transformado para suplir las necesidades del pueblo de Dios en la situación presentada. Esta
intención manifestada por los asistentes a Aparecida, se ve contrastada con la resistencia al
cambio de muchos sacerdotes, que aun tienen una mentalidad cerrada y clericalista;
desencadenando de alguna forma la lentitud para impulsar procesos de formación profunda para
el laicado, persistencia y renuencia de algunos movimientos cerrados en sí mismos, la idea de
prevalencia de la institución sobre la persona, la falta de criterios para evangelizar el mundo
urbano, una sobrecarga de trabajo debida en buena parte a los pocos agentes de pastoral, la falta
de una mayor reflexión teológica y de una más profunda espiritualidad misionera, entre otras.
Pero así como hay estos aspectos negativos, hay una serie desafíos planteados por
aparecida, que son los siguientes: recrear y rediseñar la identidad de la cada iglesia particular a
partir de los nuevos contextos de evangelización y, dentro de ella, renovar la identidad del
Sacerdote, del Consagrado, del Laico; lograr establecer y conformar una profunda espiritualidad,
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que anime todo el proceso anteriormente mencionado; descubrir y atender eficazmente los
llamados "nuevos areópagos"; superar las visiones excluyentes, los enfrentamientos, celos y
demás disputas entre grupos eclesiales aún en la misma propuesta metodológica de misión; se
tiene que valorar, potenciar, apoyar y proyectar la misión de los laicos en el mundo; se deben
encontrar nuevos canales para la transmisión de la fe a las nuevas generaciones; hay que crear
y/o animar una adecuada pastoral presbiteral, con mecanismos eficaces para acompañar a los
presbíteros, especialmente en los primeros años; establecer procesos formativos más adecuados
en los seminarios y casas de formación, en clave discipular misionera; descubrir y vivir la
profunda interrelación entre comunión y misión.
Estos son a grandes rasgos los puntos que se resaltan del Documento de Aparecida, todos
orientados como una apuesta, la cual nos muestra la importancia de cambiar la manera de
evangelizar al pueblo latinoamericano y por la cual cada uno de los miembros de la iglesia debe
optar y actuar para hacer crecer aun mas la iglesia local.