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Eternos

Lighling Tucker
Copyright © 2020 LIGHLING TUCKER
1ªedición Junio 2020.
ISBN
Fotos portada: Shutterstock.
Diseño de portada: Tania-Lighling Tucker.
Maquetación: Tania-Lighling Tucker.

Queda totalmente prohibido la reproducción parcial o total de esta obra por


cualquier medio o procedimiento, y ya sea electrónico o mecánico, alquiler o
cualquier otra forma de cesión de la obra sin la previa autorización y por escrito del
propietario y titular del Copyright.
Todos los derechos reservados. Registrado en copyright y safecreative.
A ti, esa pequeña fuente de energía inagotable, por enseñarme
a querer. Algún día podrás leer estos libros, cuando seas muy
muy muy mayor.
Gracias a todos los que me dais esta
nueva oportunidad. Gracias por leerme y
seguir ahí día tras día apoyándome. A los
recién llegados: ¡Bienvenidos!
Espero que disfrutes de la lectura.
A todos los que amaron sin
contemplaciones, sin miedos y sin pensar en
el qué dirán. A los que lo dejaron todo por
seguir al corazón. El amor puede ser
complejo, duro y descelebrado, pero si estás
seguro de amar lánzate sin miedo.
Si te equivocas siempre puedes volver a
intentarlo. No importa a quién sea, ama y
disfruta y no solo a tu pareja también a tus
amigos y familiares.
Porque amar siempre fue de valientes y el
amor puede convertirse en eterno.
¿Amas?
ÍNDICE
Katariel de Nislava
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Capítulo 47
Capítulo 48
Capítulo 49
Capítulo 50
Capítulo 51
Capítulo 52
Capítulo 53
Capítulo 54
Capítulo 55
Capítulo 56
Capítulo 57
Capítulo 58
Capítulo 59
Epílogo

Tu opinión marca la diferencia


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OTROS TÍTULOS
Otros libros de la Autora: “No te enamores del Devorador”
Otros títulos:
BIOGRAFIA
Katariel de Nislava
Estamos en guerra.
Dicen que años atrás todo este lugar era cálido y acogedor,
pero ahora es frío y cruel.
No soy nadie, salvo una mota de polvo en el lugar más
sucio del mundo. Aún así te invito a conocerme y, tal vez,
puedas ver la belleza de las pequeñas cosas como hago yo.
Sí, estamos en guerra, no obstante, no permitas que la
oscuridad no te deje disfrutar de las vistas.
Bienvenido.
Prólogo

Érase una vez que se era un gran mundo distinto al tuyo.


Un mundo formado por un único y gran continente repartido
en cinco reinos. Cada uno distinto al siguiente, con seres muy
dispares como habitantes.
Quiero que sepas que es un mundo mágico, capaz de
cambiar a voluntad tanto en clima como en cultivos.
El reino del norte: Kaharos. Reino repleto de ninfas, elfos y
seres mágicos que solo tu imaginación es capaz de crear. Una
ciudad pacífica y en armonía con la naturaleza donde la calma
suele reinar, aunque peligroso en su esencia.
El reino colindante: Draoid. La magia en este lugar es
mucho más visceral y peligrosa, su gente estudia durante
largos años antes de poder ser capaz de lanzar su primer
hechizo. Peligrosos y con ejércitos capaces de doblegar a
cualquier enemigo.
Al sur el reino de Reiyar. Ciudad de grandes montañas y
colinas, sus gentes aprendieron a extraer minerales y piedras
preciosas vendiéndolas por una gran suma de dinero.
A su lado izquierdo, el reino de Diamon. Poco se sabe del
reino en ruinas, se dice que sus bosques están malditos como
envenenados sus ríos. Tras la maldición de una bruja a la que
se le negó el trono fue totalmente deshabitado; incluso los
animales huyeron despavoridos.
Y el último reino, en el centro: Nislava: antaño fue la
ciudad más hermosa del universo. Las mejores flores se
cultivaban en él, había sido el centro turístico y la gente podía
viajar durante días solo para contemplar sus hermosos campos.
El reino del sol se hacía llamar antes de caer en desgracia.
Pero la guerra estalló por culpa de su rey y el reino quedó
sumido en un perpetuo invierno. Treinta años hace ya de los
primeros copos y sigue nevando como si no fuera a parar
jamás.
La naturaleza castigó al rey y sus gentes ante la barbarie
que crearon. Sus ejércitos saquearon, mataron y torturaron en
un intento de adueñarse de todo. El castigo fue eterno, aunque
eso no hizo cambiar a su monarca solo consiguió hacerlo más
oscuro.
Visualiza este mundo. Distinto al tuyo, no obstante, con
cosas en común. Ellos conocen la electricidad, el agua y el
gas, aunque con ciertas diferencias. No es un mundo antiguo,
es moderno, con gente curiosa y ansiosa por descubrir más.
La guerra ha hecho que muchas vidas se pierdan en vano,
odiándose entre los cinco son incapaces de dar con una
solución.
Y es aquí donde empieza esta historia.
Porque a veces una brisa alzando una mota de polvo puede
hacer que todo cambie.
Es posible.
Capítulo 1

—Señorita Kata, debería apurarse si no desea llegar tarde.


Las palabras de su doncella hicieron que saliera del baño a
toda prisa con el peine todavía enredado en sus cabellos. Ellos
habían decidido que no iban a colaborar esa mañana y poco
tenía que decir en su defensa.
Malorie, con signos evidentes de estar aguantando la risa,
señaló hacia arriba como si tratara de hacerle entender algo.
—¿Piensa ir así?
Kata cabeceó un poco ante la posibilidad de hacerlo, pero
decidió cambiar de táctica y atacar al problema de una forma
mucho más sencilla.
Giró sobre los talones entrando nuevamente en el baño. Allí
registró un par de cajones con la esperanza de encontrar lo que
deseaba y, al hacerlo, emitió un pequeño suspiro.
Decidida, y con unas tijeras entre los dedos, cortó el primer
mechón de su melena pelirroja dejando que cayera al suelo sin
remedio. El sonido del peine le indicó que ya era libre.
—Vale, ahora solo tenemos que igualar el resto —se dijo a
sí misma decidida.
Siguió cortando sin titubear ni un instante y no le resultó
tan difícil como imaginó en un principio. Hubo un momento
en el que dejó que sus labios tararearan una canción mientras
se desprendía de su larga cabellera. No la necesitaba.
De pronto un grito hizo que dejara caer las tijeras al suelo y
diera un brinco al mismo tiempo que su corazón parecía
colapsar.
—¡¿Qué ha hecho?!
Malorie la miraba desde la puerta con los ojos tan abiertos
que creyó que iban a salírsele de las cuencas.
—Estoy cansada de batallar cada mañana, pierdo mucho
tiempo cuidando un pelo que escondo con recogidos
interminables —se justificó.
La doncella seguía petrificada sin dar crédito a lo que
acababa de hacer. Kata, sin embargo, tomó las tijeras de nuevo
e igualó un par de mechones que le quedaban para sentirse
satisfecha con el trabajo.
Cuando miró al suelo no sintió pena. Aquella melena había
sido una condena durante todos aquellos años. Malorie cada
noche la cepillaba sin cesar dando tirones innecesarios para
dejarla suave y brillante.
Ahora eso no era un problema.
Se miró al espejo y sonrió al verse bien. Su cabello apenas
colgaba bajo sus orejas y se sintió la mujer más hermosa del
reino; no importaba si el resto no podían verlo. Casi creyó que
esa melena era una pesada carga.
Comenzó a recoger aquel deshecho y consiguió que
ocupase entre sus manos mucho más de lo que hubiera
esperado en un principio. Era demasiado larga como para
seguir cargando con ella.
—Su padre la matará —susurró Malorie con horror.
Kata volvió la mirada al espejo.
—No. Hace años que no se fija en mí —contestó sin rastro
de pesar en sus palabras.
El sonido de unos nudillos golpeando su puerta hizo que
reaccionara al instante. Dejó sus cabellos caer ante la
imperiosa necesidad de salir corriendo y sorteó a su doncella a
toda prisa.
—Lo lamento, después lo recogeré —explicó sin mirar
atrás.
Interceptó el picaporte, abrió y cerró tras de sí a tanta
velocidad que acabó impactando contra el pecho del hombre
que acababa de llamar. El olor a mar inundó sus fosas nasales
reconociéndolo al instante. Kata gimió lastimeramente antes
de apartarse para mirarle.
Nixon era su mejor amigo, tal vez el único en todo aquel
estúpido reino.
Era un guerrero al servicio del rey y al que todos temían.
Tenía la capacidad de atemorizar a todos sus hombres solo con
una mirada, algo que era totalmente inútil con ella. Lo conocía
demasiado bien como para dejarse amedrentar por él.
Iba pulcramente vestido de negro, de los pies a la cabeza,
toda la tela se apretaba a su cuerpo luciendo sus músculos; los
mismos que tenían a las mujeres del reino suspirando sin cesar.
Ahora lucían casi el mismo peinado, él algo más corto y sus
cabellos negros como la noche distaban de los suyos. Su
rostro, según decían las mujeres, era el más atractivo que los
dioses habían podido esculpir. Ella solo veía un hombre de
rasgos duros y cincelados para culminar en unos labios finos y
rojos que escondían la mejor de las sonrisas.
—Vas tarde, otra vez —reprochó él.
La joven se encogió de hombros fingiendo indiferencia a
pesar de que temía las posibles represalias de sus actos.
—Tú también —acusó ella enarcando una ceja.
Los ojos azules de Nixon la contemplaron de arriba abajo
hasta detenerse más segundos de la cuenta en su recién
estrenado peinado. Frunció el ceño unos instantes, como si su
cerebro hubiera colapsado en aquel instante, y la rodeó con un
brazo posándolo sobre sus hombros. La aplastó contra su
pecho con fuerza poco antes de dejar caer la mano libre sobre
su cabeza, acto seguido, la movió con rapidez, despeinándola.
—¡Nixon! ¡No! ¡Para!
—Vaya, pero si nuestra princesita ha perdido esa larguísima
melena que todos los hombres del reino adoran. ¿Serán ciertos
los rumores y eres más hombre de lo que pensábamos?
Ante las burlas de él usó una táctica sencilla para liberarse:
lanzó su codo contra sus costillas y el agarre desapareció.
Kata se alejó unos pasos mientras trató de peinarse con los
dedos, una tarea difícil ya que no podía verse reflejada en
ningún sitio y no podía saber el resultado.
—Eres un estúpido.
No lo dijo en serio y él lo sabía bien. En el transcurso de su
amistad se habían dicho cientos de barbaridades, a cada cual
más pintoresca y eso no la había mellado lo más mínimo.
—Muchas dirían lo contrario. Creo que has querido decir
que soy el hombre de tus sueños.
Kata fingió una arcada antes de regalarle un corte de
mangas.
—¡Eso no es gesto para una princesa! —se quejó Nixon.
La joven se llevó las manos al pecho fingiendo sorpresa y,
después, dolor como si sus palabras la hubieran disparado en
el centro de su corazón.
—Bésame el culo mientras te adelanto hasta el despacho de
mi padre —le retó.
No esperó a que contestase, giró sobre sus talones y arrancó
a correr sabiendo que él era mucho más rápido que ella. Debía
usar esa débil ventaja que acababa de robarle para tratar de
ganar aquella carrera.
Los pasos de Nixon tras de sí le provocaron una risa
nerviosa, siempre lo conseguía. Tenerlo atrás, a aquel hombre
imponente, hacía que su adrenalina se disparase y su cuerpo se
activase.
Corrieron por los pasillos del castillo, sortearon empleados
y algún que otro animal que decidió cortarles el paso mientras
las risas de ambos se entremezclaban creando una sola.
Kata mantuvo la ventaja hasta pocos metros antes de llegar
al despacho del rey. Fue cuando se creyó victoriosa que Nixon
la tomó de la muñeca y tiró de ella con cierta fuerza.
Ella gruñó enfadada por perder y peleó. Forcejeó dispuesta
a ganarle de una vez, lo empujó dejando que las palmas de sus
manos hicieran fuerza sobre su pecho y salió disparada hacia
la puerta de espaldas.
No estaba cerrada, lo que provocó que el mayor de sus
miedos se hiciera realidad. Al impactar contra la madera cedió
y notó, con horror, como la sensación de caída la abrazaba.
Con desesperación trató de sujetarse a Nixon y él también
intentó alcanzarla, no obstante, fue inútil y cayó demasiado
sonoramente contra el suelo.
El golpe fue duro, cortándole la respiración en cuanto la
espalda tocó el suelo. Asustada, giró sobre sí misma y trató de
levantarse, aunque fue demasiado rápido consiguiendo
marearse mientras luchaba contra su cuerpo.
—Señor, discúlpenos, ha tropezado por mi culpa. No vi por
dónde caminaba y la empujé sin querer —la excusó Nixon.
Kata se paralizó en el suelo, siendo incapaz de mover
extremidad alguna durante unos angustiosos segundos.
Levantó la cabeza y vio, con estupor, como todos los guerreros
de su padre la miraban con miedo.
Y supo lo que iba a pasarle.
Tragó saliva antes de mirar hacia el escritorio de roble que
tenía su padre. Tras él, su temible figura se erigía con
severidad.
Era un hombre que rondaba los cincuenta años, aunque
parecía tener diez menos. Sus cabellos oscuros y sin rastro de
canas le dotaban de una juventud que sabían que no era cierta.
Sus pobladas y anchas cejas subieron y bajaron con
desaprobación como si acabase de ver a una cucaracha sobre
su impoluta alfombra.
Presa del miedo, la joven alcanzó a ponerse de rodillas
mientras el rey se levantaba de su asiento para caminar hacia
ella.
—Lo siento mucho, padre. Resbalé… —explicó titubeante.
El rey no prestó atención a sus palabras. Se colocó ante su
hija y la tomó por la barbilla de forma dolorosa haciendo que
ella luchara contra sí misma por no gritar.
No se detuvo ahí, la levantó sin miramiento alguno y sin
importar el dolor que le causó cuando tiró de su cuerpo desde
el rostro. Cuando la tuvo en pie la miró de forma acusatoria y
Kata recordó que no era nadie en aquel lugar.
Menos que nadie.
—Te has cortado el pelo.
Su voz severa provocó que temblase de los pies a la cabeza
sabiendo bien que eso no le gustaba a su padre.
—Sí, señor…
El primer bofetón llegó sin avisar, ladeando su cara con
fuerza, pero sin liberarse del agarre impasible que su padre
seguía ejerciendo sobre su barbilla. Kata contuvo las ganas de
pelear porque sabía que eso empeoraría las cosas.
Tragó aire y dejó que dos golpes más señalaran su rostro.
—Señor, es culpa mía. Yo la empujé —dijo Nixon en un
intento inútil de exculparla.
El rey asintió.
—Si es tu culpa tendrás el placer de contemplar lo que hago
con los que me molestan —explicó.
Kata gimió entonces sabiendo lo que ocurriría.
La soltó para mirar a sus guerreros, ellos ya supieron lo que
tenían que hacer. Con pesar, se acercaron a ella y la tomaron
de los brazos para sacarla de allí arrastrándola.
La princesa miró al rey sabiendo que no había grito o llanto
que pudiera provocarle sentimiento alguno. Se resignó
aceptando bien lo que iba a ocurrir y que no podía evitar.
Dejó caer la mirada mientras la guiaron al patio trasero del
castillo, justo ahí donde había ido cientos de veces, donde él
podría dañarla.
***

Nixon reprimió las ganas de gritar cuando se llevaron a


Kata sin oponer resistencia. Todos sabían lo que vendría
después y no había forma de evitarlo. Lo mejor era superarlo
para no volver a caer en el mismo error.
Siguió a su rey Negan cuando arrancó a andar.
Al salir el frío les golpeó el rostro. La nieve superaba los
cincuenta centímetros de altura a pesar de que un equipo de
limpieza se encargaba de rebajar el grosor de nieve para hacer
habitable la ciudad.
Llevaron a Kata al centro, donde una T de madera la
esperaba. La regularon a su altura y le ataron las muñecas a
cada extremo y los tobillos en la base para evitar que pudiera
escapar.
Ella no lo haría, la conocía bien, aunque su padre se
empeñase en tratarla como si fuera una extraña.
Uno de esos guerreros entró en el castillo para salir con una
especie de mordaza que le colocó a la princesa en la boca. Ella
la abrió de forma sumisa dejando que se la pusieran como
tocaba.
La primera descarga eléctrica hizo que la joven se
estremeciera, cerró los ojos intentando soportar las que
vendrían después. La segunda dio paso a la tercera, cada vez
más intensas y largas provocando que los gritos rompieran el
aire.
Excepto al rey, a todos los presentes se les encogió el
corazón, deseaban con todas sus fuerzas mirar hacia otro lado,
pero no podían hacerlo o ella sufriría las consecuencias de la
piedad.
Porque sí, todo era culpa de la princesa.
Si sentían pena por ella ese motivo, significaba que era lo
suficiente mala persona como para crear ese sentimiento. No
valía nada y no debía hacer que los demás se compadeciesen
de su situación.
—Cuando seas rey serás tú quien deba hacer esto —
comentó Negan.
Nixon asintió.
—Su madre fue más fácil de doblegar, le bastaron un par de
descargas para comprender cuál era su sitio. Ella es trabajo
duro, sin embargo, estoy convencido de que podrás.
Kata gritó a pleno pulmón y luchó por liberarse cuando la
séptima descarga pudo con su cuerpo. Eran demasiadas como
para soportarlo.
Nixon quiso detener aquello, aunque supo que no podía.
Únicamente se le permitía mirar.
La octava duró casi diez segundos, lo que hizo que él
apretase los puños con rabia mientras veía a la princesa llorar
y gritar al mismo tiempo. La novena no fue mejor y la décima
casi pareció romperla en dos.
Negan rio cuando comprobó que el esfínter de su hija no
pudo soportarlo más y el orín bajó por sus piernas hasta
convertirse en un charco.
—¿Cuántas crees que merece?
La pregunta le sorprendió, dudó unos segundos antes de
debatir consigo mismo qué debía contestar.
—¿Señor? —preguntó.
Negan alzó una mano deteniendo la tortura lo justo como
para mirarlo a los ojos esperando una respuesta.
—Quizás sea suficiente. La princesa Kata debe estar viva el
día de la boda para poder proclamarme rey.
Nixon sintió asco de sí mismo al pronunciar esas palabras.
Jugaba en el terrero del rey y todos sabían bien que su hija
seguía con vida solo porque todos sabían que lo era. Se
convirtió en un trofeo al que regalar cuando encontrase
heredero al trono.
El rey sonrió satisfecho.
—Buena respuesta. Soltadla.
Los soldados soltaron los tobillos de la princesa antes que
las muñecas, aunque el resultado fue el mismo. Con dolor y
bajo la atenta mirada del rey, tuvieron que dejarla caer
duramente contra el suelo.
La volvieron a coger y la arrastraron camino al interior del
castillo. Cuando pasaron por su lado él no pudo evitar mirarla.
La pobre muchacha apenas se mantenía consciente después de
todo.
—Si tanto te gusta mirarla pídeles que la dejen ahí —
propuso el rey.
Él se estremeció cuando supo que acababa de cometer un
gran error. Tragó saliva antes de pedirle a los soldados que
hicieran justo lo que su monarca acababa de pedir y lo hicieron
sin pestañear.
La nieve estaba demasiado fría.
—¿Sabes? Creo que no solo hay que doblegar a Katariel.
Tal vez su futuro esposo necesite una lección…
Nixon se quedó paralizado al sentir sus palabras sabiendo
que su destino estaba marcado. Sus compañeros lo rodearon
sabiendo bien lo que debían hacer y él decidió alzar las manos
en señal de rendición antes de arrancar a andar hacia la T que
lo esperaba.
Sin mediar palabra dejó que lo ataran a aquella máquina de
tortura.
—¿Algo que decir? —preguntó el rey con una sonrisa.
—Siento mi error.
La primera descarga hizo que la sonrisa se expandiera casi
de oreja a oreja.
—Un rey nunca pide perdón —sentenció Negan.
Giró sobre sus talones y caminó hacia el interior del
castillo.
—Seis más y dejadlo en el patio. Un día al raso hará que
ambos sepan dónde está su lugar.
Las órdenes fueron claras y pobre del que no hiciera caso al
rey, correría la misma suerte o peor. Estaba convencido de que
cualquier otro moriría sin contemplaciones, no obstante, a
ellos dos solo podía torturarlos.
Nixon cerró los ojos y soportó lo que cayó sobre él.
¿Qué otra cosa podía hacer?

***

La nieve estaba demasiado fría, pero Kata estaba tan


paralizaba que no podía moverse y huir del hielo que quemaba
su piel.
Los brazos de Nixon la envolvieron en un intento de
proporcionarle calor para que ninguno de los dos muriera de
hipotermia. Llevaban tantas horas allí que habían perdido la
noción del tiempo, sin embargo, el sol ya había abandonado el
firmamento lo que significaba que llevaban más de diez horas.
—He sido una estúpida… —susurró lamentándose por lo
que sus actos habían provocado.
Él temblaba más que ella y se apretó en su pecho
intentando hacerle sentir mejor.
—Yo nunca te haré eso cuando sea rey —sentenció
castañeando los dientes.
Lo sabía, Nixon no era su padre. Confiaba en él más que en
cualquier otra persona en el mundo y sabía que las cosas malas
que le habían ocurrido no las había provocado buscando su
dolor.
El rey la odiaba, a decir verdad, odiaba a todo el mundo y
no se podía luchar contra eso.
—Se me olvidó decirte algo —comentó Nixon.
Ella escuchó la puerta del patio abrirse y temió por ver el
rostro de su padre.
—Me gusta tu pelo corto, estás guapa.
Kata sonrió y llevó los dedos de una mano sobre sus labios
para instarlo a callar. No podían seguir hablando si el rey
Negan estaba allí.
—Santo cielo, que los dioses lo castiguen algún día.
La voz de su doncella Malorie hizo que todas sus defensas
cayeran y las lágrimas mancharan su rostro. Su presencia
significaba que el rey daba por finalizado el castigo y podían
volver al interior.
Por fin había acabado todo.
Esta vez.
Capítulo 2

Kata había perdido la noción del tiempo en aquella


habitación. Llevaba encerrada lo que ella pensaba que era una
semana, pero las horas comenzaban a ser todas iguales y ahí,
privada de luz, no podía ver los ciclos lunares.
¿Cómo había llegado allí?
Se envolvió con la manta que Nixon había conseguido colar
antes de tratar de recordar qué acto tan malo había hecho en su
vida para revivir aquella tortura año tras año.
La fecha de su nacimiento marcaba una de los peores días
de todo el calendario. Por decreto de su monarca, todo el
mundo estaba de luto ese día. Los comercios debían
permanecer cerrados y toda clase de vida social quedaba
terminantemente prohibida.
Y a ella la encerraban unos días en ese estúpido cuarto que
había ordenado hacer desde que cumplió catorce años.
Ahora, con poco más de treinta sobre sus hombros,
comenzaban a pesar los años y los castigos que no
comprendía.
Negan, su padre y castigador, hizo aquella especie de cuarto
o armario a conciencia. Era un lugar pequeño, oscuro, de no
más de metro veinte de ancho y dos de largo. Las paredes eran
de piedra, dura, la misma que había arañado los primeros años
buscando huir.
Lo había dotado de todo “lujo” de detalles, un retrete donde
poder hacer sus necesidades y una comodísima almohada para
que pudiera conciliar el sueño las noches que él creyera
conveniente tenerla allí.
Kata, en su infinita soledad, no podía evitar echar la vista
atrás año a año para recordar la primera vez que la trajo allí.
Hasta aquel día su padre era una figura retórica porque había
sido criada por el personal que tenía contratado.
Inocentemente creyó que venía a felicitarla, no obstante, la
agarró de la muñeca y, sin mediar palabra, la arrastró hasta
allí.
Gritó, lo hizo durante horas y días en un intento absurdo de
comprender el delito tan terrible que había cometido. Luchó
por escaparse y eso solo hizo que añadiera días a su eterna
agonía. Al final, los días dejaron de ser días, rindiéndose al
cansancio y a la pena que provocaron que cayera enferma.
Malorie siempre explicaba que estuvo con fiebres altas y
delirios cerca de un mes. Uno en el que su padre no se
preocupó por ella salvo cuando el médico certificó que estaba
a punto de morir.
Eso lo desesperó.
Trajo a los mejores médicos del reino exigiéndoles salvar la
vida de su hija. Por desgracia lo hicieron.
Los años siguientes no mejoraron la perspectiva, pasar
encerrada el día de su cumpleaños no debía ser lo que todas las
niñas de su edad hacían. No se atrevió a preguntar los motivos
por miedo a ser recluida de nuevo.
Él no volvió a hacerlo de esa forma tan brusca. Días antes
se cercioraba de ir a hablar con ella y notificarle lo que iba a
ocurrir, como si eso mitigase el dolor, la rabia y el terror que
pasaba.
No volvió a pelear. Era casi el único día que su padre le
dirigía unas pocas palabras y las aceptaba como si de un
sermón se tratase.
“—Recuerda bien: eres mi hija y eso significa que debo
hacerte fuerte ante cualquier situación. Esto es de lo más
suave que vivirás a partir de hoy —sentenció Negan.
Kata asintió con cierto pesar.
Eso fue cierto, porque los castigos empezaron. Primero fue
por un vaso que se precipitó contra el suelo, después por
suspender una asignatura en el colegio y otras veces solo por
respirar.
Eso la fortalecía, decía.
—Sabes porqué hago esto, ¿verdad, Katariel? —preguntó.
La joven, sin levantar la vista del suelo, asintió.
—Dímelo —ordenó el Rey.
—Porque tengo tu sangre y no puedo ser débil como mi
madre.
Percibió cómo asentía orgulloso y se lo imaginó sonriendo
al escuchar esas palabras que se había preocupado de calar
en su mente a golpe de cinturón.
—¿Qué más?
Kata tragó saliva segundos antes de levantar el mentón
para mirarlo a los ojos.
—Ella nos abandonó de la forma más ruin y debo repudiar
la sangre que me quede en las venas de su procedencia. Soy
Katariel de Nislava y debo estar a la altura de mi nacimiento.
Negan sonrió como una serpiente, era tan viperino que
podía ver la maldad en aquellos ojos oscuros como la noche.
—Tu madre se suicidó a las pocas horas de tenerte y yo
limpiaré el mal que queda en ti.
Kata asintió.
—Sí, señor…”
El eco de sus recuerdos rebotó unos segundos en aquellas
cuatro paredes desprovistas de recovecos. Casi fue como si
aquellas palabras fueran una canción de cuna que la advertía
de lo que era.
La hija de una mujer que no pudo soportar a Negan y,
aunque pudiera parecer sorprendente, la comprendía.
Cuando cumplió veinte años nadie vino a buscarla, así
pues, se dirigió a su habitáculo a la espera de que la encerrase.
En lugar de eso, se encontró a su padre vociferando por todo el
castillo buscándola. Al encontrarla tiró de ella sin explicar
nada, como era de costumbre.
La llevó a su despacho, no sin antes advertirle lo refinada
que había sido su educación y que esperaba haber dado los
golpes suficientes como para que recordase el protocolo
adecuado.
“Kata entró en el despacho temblando como una hoja
siendo incapaz de imaginar qué nueva tortura habría ideado.
Se topó con tres personas perfectamente sentadas a la
espera de su Rey. Al verlos entrar se levantaron e inclinaron
como marcaba el protocolo.
Eran un matrimonio, de una edad similar a la de su padre,
y el que parecía ser su hijo. Él se llevó toda su atención como
si el resto se acabase de desvanecer en el aire por arte de
magia.
Kata, tratando de contener los latidos asustados de su
corazón, alcanzó a recordar que debía caminar hasta
colocarse en el lado izquierdo de su padre. Lo hizo en el
momento justo en el que se sentó en su gran silla y les
separaba una mesa de sus invitados.
Tras unas justas presentaciones en las que comprendió que
eran grandes benefactores de la corona y que sus donaciones
sustentaban la guerra que tenía abierta con el resto de los
reinos, le presentaron al muchacho.
—Este es Nixon, mi alteza. —presentó su madre orgullosa
como quien exhibe un coche recién comprado. Le acariciaba
la nuca de forma que le hizo pensar en un perro—. Tendrá un
par de años más que usted.
Explicó sus atributos y la meticulosa educación a la que
había sido sometido. Eso provocó que se lo imaginara como
una pertenencia la cual vender al mejor postor, en este caso al
Rey.
—Se someterá a un curso militar para pasar a ser guardián
de confianza. Si quiere ser rey deberá cuidarme bien —explicó
Negan.
Ella luchó para esconder su sorpresa cuando él se giró
hacia ella tan sonriente que no creyó que fuera posible. Aquel
hombre estaba desprovisto de emoción alguna, pero ese día se
anunciaba glorioso.
—Katariel. Nixon será, el día de mi muerte, mi sucesor al
trono. Será tu deber complacer al próximo monarca y
proveerlo de la felicidad que crean las buenas esposas.
Porque ese era su lugar en el mundo. No era una persona a
la que amar o apreciar, era un símbolo absurdo de una
corona. El Rey no podía nombrar a otro que no tuviera
parentesco sanguíneo.
Nadie heredaba la corona salvo ella, no obstante, él
prefería convertirla en un símbolo de realeza y cederla a un
hombre que disfrutase de su derecho de nacimiento.
Pasada la sorpresa inicial, Kata miró a Nixon con rostro
desencajado. Rápidamente se recompuso y sonrió como si
fuera la mejor de las noticias antes de inclinarse ante el joven.
—Será un placer cuidar de usted el resto de mi larga vida,
solo deseo estar a la altura de las expectativas.
Nixon la miró a los ojos con tanta lástima que se vieron por
primera vez.
—El placer es todo mío, su alteza —contestó.
Él no estaba allí por voluntad propia. Desde su nacimiento
lo habían instruido para impresionar a Negan y pretenderla
como esposa. Aquel hombre había vivido su propio infierno.
Y las almas condenadas siempre se reconocían con una
simple mirada.
Nixon estaba tan atrapado como Kata.”
Alguien golpeó la puerta con los nudillos un par de veces.
El toque fue suave y firme a la vez, intentando llamar su
atención, aunque no la del resto del castillo.
—¿Kata? ¿Estás despierta?
Ella sonrió al reconocer la voz.
—Nixon… —susurró.
Cambió de postura, se aproximó a la puerta todo lo que
pudo y se sentó con las manos sobre el frío acero como si
buscara el contacto de otro ser humano. La única persona en el
mundo que la comprendía estaba al otro lado de la puerta.
—No voy a poder entrarlo, pero te he traído la cena con una
vela.
Ya era el día de su cumpleaños, aquella vez la había
encerrado mucho antes, como si el recuerdo del día que vino al
mundo atormentase al Rey como la peor de sus pesadillas.
—Pide un deseo y yo soplaré por ti —pidió el joven.
Kata puso la oreja en la puerta para escucharlo mejor.
Nixon susurraba para no ser descubierto, lo que entorpecía
poder oírlo con claridad.
—¿Lo has hecho? —preguntó para cerciorarse.
Ella susurró de forma afirmativa, sintió temor a que alguien
pudiera escucharla y no pudo más que dejar escapar un
delicado hilo de voz.
—De acuerdo, ahora cierra los ojos y sopla conmigo —
pidió Nixon.
Kata lo hizo imaginándose una gran tarta de chocolate
cubierta con treinta velas a las que soplar, rodeada de gente
que podía ser su amiga. El salón principal estaría lleno de
comida, bebida y gentes de todo tipo celebrando su día.
—Una, dos, tres…
Ambos soplaron, cada uno en un extremo de la puerta como
si el aliento de ambos pudiera apagar esa vela.
No esperaba que su deseo se cumpliese, ser libre no entraba
en los planes del rey.
—Feliz cumpleaños, Kata.
No pudo contestar, solo acurrucarse más sobre la puerta en
un intento desesperado de sentir contacto.
La rendija del suelo se abrió dejando entrar una bandeja de
acero con algo de pasta con tomate, pan y agua.
Nixon acompañó su comida unos centímetros más de lo
permitido dejando que ella pudiera tocarlo. Tragó saliva antes
de armarse de valor, sabía que si aquello llegaba a oídos de su
padre el castigo iba a ser terrible, pero no pudo negarse, lo
necesitaba más que respirar.
El contacto fue suave, con el dedo índice y el corazón
acarició sobre las falanges de aquel hombre. Volvió a cerrar
los ojos al mismo tiempo que eso la reconfortaba mucho más
que cualquier deseo.
—Algún día todo esto pasará, te lo prometo —aseguró
Nixon.
Ella no pudo estar de acuerdo porque no creía en cuentos de
hadas, su vida no tenía final feliz.
Capítulo 3

—¡No voy a permitirlo de ninguna manera! —exclamó


Kata levantando la voz de tal forma que Malorie se removió en
su asiento.
Supo que no debía llamar la atención porque si su padre se
enfadaba con ella volvería a castigarla. No era una novedad,
pero llevaba una buena racha y no deseaba romperla por su
propia estupidez.
—No puedo negarme —se justificó un Nixon más que
mortificado.
Estaba sentado en el suelo con las manos extendidas casi
pidiendo clemencia, pero no era suficiente para Kata.
Aquella mañana soleada era portadora de malas noticias. El
Rey Negan hacía treinta años declaró la guerra al resto de
reinos, los mismos que no dudaron en no doblegarse y
presentar batalla.
Todos creyeron que, tras unos años de duro asedio, el rey
de Nislava se rendiría, no obstante, nada más lejos de la
realidad. Así seguían, con la certeza de que sus enemigos
caerían bajo el mandato del hombre más cruel de la tierra.
Nislava era el reino más grande, pero eso solo era a causa
de hierro y sangre, las fronteras habían crecido ganando
batallas y su plan era seguir conquistando hasta reducir a
cenizas el resto de países.
Al parecer, Draoid había conseguido avanzar y en una
noche había arrasado todo un asentamiento Nislavo. La sangre
derramada debía pagarse, a lo que el rey respondía con su
feroz ejército.
Kata cerró los ojos, era incapaz de comprender los motivos
por los cuales quería que fueran liderados por Nixon.
—No tengo opción. Tu padre quiere que le demuestre que
soy capaz de ganar batallas para ganarme el puesto.
Tenía sentido y no esperaba menos de su padre. Nadie
podía ganarse ese puesto sin demostrar ser digno. Eso no
quitaba que el temor a perderlo la bloquease de los pies a la
cabeza.
Kata asintió aceptando que no tenían opción alguna. No
había nada que hacer ante el decreto de su padre.
—Tranquila, estaré de vuelta pronto.
La promesa de Nixon caló hondo en su corazón y rezó para
que se cumpliera. Iban a ser días largos de espera, incluso
semanas sin saber nada concreto del campo de batalla.
Se levantó reprimiendo las ganas de llorar y caminó hacia
la ventana. Fuera nevaba, como llevaba haciendo los últimos
treinta años. Los mayores siempre explicaban historias de una
Nislava diferente, una verde y con tanta vegetación por
doquier que era imposible de creer.
Y todo residía en el rey Negan.
El resto de reinos lo castigaron condenando su reino a una
helada perpetua mermando la vida. Los animales habían huido
despavoridos por el frío y por la falta de alimentos. No
existían los campos de cultivo, solo invernaderos que
producían alimentos casi insípidos.
—Te veo preocupada, princesa. ¿No me ves capaz de
volver?
La pregunta de Nixon la sacó de su ensimismamiento,
trayéndola de vuelta al mundo real; uno que amenazaba con
quitarle una de las pocas personas que cuidaba de ella.
Él se había sentado en el alféizar de la ventana por donde
ella había estado mirando. A su lado quedó un hueco que llenó
dejándose caer con hastío. No contestó inmediatamente, solo
lo miró a los ojos.
Era un gran hombre y había sido entrenado por los mejores.
Sabía de lo que era capaz, pero también sabía que eso no era
suficiente. No peleaban con seres iguales a ellos, las armas de
fuego no iban a salvarlo de la magia de los guerreros de
Draoid.
La formación militar que habían recibido era de las
mejores, no obstante, eran simples humanos ante un ejército de
magos y eso la hacía temer por su vida.
—Claro que sí, creo en ti —contestó esperanzada.
Ambos sabían los peligros de enfrentarse al reino vecino.
Históricamente, Nislava solía ganar la gran mayoría de
enfrentamientos, solo esperó que esa batalla no fuera de las
pocas que perdieran.
—¿Cuándo te vas? —preguntó Kata con un hilo de voz,
casi sin querer molestar al aire con la pregunta.
Nixon tomó las manos de la princesa y se las llevó sobre
sus rodillas con pesar, lo que le indicó que el viaje era
inminente.
—¿Mañana? —preguntó ella con un nudo en la garganta.
Él, para su desgracia, asintió haciendo que aquello fuera
más aterrador.
La princesa tragó saliva siendo consciente de que él la
miraba como si esperase una reacción visceral por su parte.
Quedaban apenas unas horas para verlo partir y volverse loca
no era la solución.
Cerró los ojos unos segundos interiorizando la noticia, si
mantenía la esperanza tal vez regresase a su lado.
Al final, cuando fue demasiado para soportarlo, soltó sus
manos, giró sobre sí misma y dejó que su espalda se apoyara
en el pecho de Nixon, el cual la recibió con los brazos
abiertos.
Con lentitud, juntaron sus manos y las entrelazaron al
mismo tiempo que miraban la terrible tormenta de nieve que
no parecía tener intención de parar.
Kata respiró profundamente buscando la forma de no
pensar en todo aquello, no obstante, no lo consiguió. Se aferró
a él con la esperanza de aquel momento pudiera durar toda la
vida.
—Voy a volver —prometió Nixon.
La princesa solo cerró los ojos y se impregnó de su aroma,
para recordarlo en todos esos días en los que no lo vería.

***

No había llegado el alba cuando Kata se despertó. Saltó de


la cama como si esta se hubiera envuelto en llamas y corrió a
vestirse, no se fijó si la ropa estaba del revés y tampoco le
importó.
Nixon se había marchado poco después de media noche.
Ella había estado dispuesta a suplicar que se quedase a su lado,
pero no lo hizo por intentar hacerle más soportable la
despedida.
Abrió la puerta de su habitación topando directamente con
Malorie, la cual llegaba a despertarla.
—¡Señorita! —exclamó sorprendida.
A Katariel no le importó, salió disparada pasillo abajo para
salir a despedirse de los guerreros que se iban a marchar aquel
día. Cientos de hombres y mujeres saldrían a enfrentarse a la
muerte sabiendo bien que no todos volverían.
Descendió las escaleras a toda velocidad, casi saltándolos
de cuatro en cuatro sin tener en cuenta el riesgo que podía
conllevarle.
La princesa se detuvo en seco cuando entró en el vestíbulo
del palacio, no fue por llegar a la meta sino por reconocer la
figura que había de espaldas a ella. La frenada fue tan brusca
que cayó al suelo de culo.
Ante el estruendo no pudo pasar desapercibida. El rey
Negan giró sobre sus talones para mirar a su hija con la
desaprobación de siempre. No estaba a la altura y apareciendo
así tampoco ganaba puntos.
—Me sorprende que llegues antes de la hora, sin embargo,
las formas dejan que desear. Después, cuando se hayan
marchado los soldados, trataremos ese tema.
La nuca de Kata se erizó, sabiendo bien lo que eso
significaba. El castigo iba a ser terrible.
Se levantó como pudo y se estiró la ropa como si quitar las
arrugas de la vestimenta provocase que él la viera mejor. Eso
no iba a pasar jamás, aquel hombre la tenía sentenciada de por
vida, lo que provocaba que no existiera forma humana posible
para hacerle cambiar de opinión.
—Espero que no montes una escena como viuda afligida,
deja que ese papel lo haga su madre. Lleva telefoneándome los
últimos tres días intentando hacerme cambiar de opinión.
La joven no tuvo claro porqué le explicaba todo aquello,
pero no pensaba preguntar. Suficiente tenía que soportar en los
próximos minutos como para lidiar con aquel ataque de
verborrea que no le interesaba.
—¿Tengo permiso para hablar con Nixon? —preguntó Kata
segundos antes de ver como abría la puerta para dirigirse a sus
masas.
El Rey comenzó a caminar seguido de su fiel hija, la cual
temblaba como una hoja. No fue por el frío, sino por el gran
ejército reunido en los jardines del palacio de hielo.
Aquellos hombres y mujeres estaban dispuestos a morir por
su rey y por la causa; tampoco es que tuvieran opción alguna.
Creían estar en posesión de la verdad absoluta al creer que el
resto de reinos debía rendirse a su único Rey y él sería lo más
piadoso posible.
Un «spoiler»: Negan no conocía el significado de la
compasión.
El resto de personas del mundo se evaporaron justo en el
instante en el que los ojos de la princesa vieron al orgulloso
coronel del ejército. Se emocionó casi sin poder controlarlo y
tuvo que hacer acopio de toda su fuerza de voluntad para no
derramar ni una sola lágrima.
Nixon estaba imponente. Vestido con los colores del reino,
rojo y naranja, con el escudo de Nislava pintado en el centro
del pecho: una corona sobre la forma del reino mostrando lo
comprometidos que estaban a su rey.
Todo giraba a su alrededor.
Kata, de soslayo, pudo ver a una desconsolada madre de
Nixon abrazada a su marido. Nadie podía convencer al Rey de
cambiar de opinión y había llegado el día en el que, su hijo,
debía mostrar su valía o morir en el campo de batalla.
Negan avanzó hasta el micrófono colocado a pocos metros
de Nixon y sus valientes guerreros. Estaba a punto de decir
unas palabras, unas que, la princesa, no quiso escuchar.
Se mordió el moflete por dentro buscando sentir dolor y, al
no despertar, comprobó que la pesadilla se había hecho
realidad.
—Hoy es un día glorioso. Hoy, mi futuro yerno, Nixon,
parte al frente para traer consigo su primera victoria y la
cabeza del enemigo. No hay lugar para el miedo porque
nuestro reino no sabe de su existencia.
»Vais a demostrarles lo equivocados que están al retarnos y
caerán bajo mis pies. Ellos pagarán con sangre cada muerte,
provocación y ataque sufridos estos años. El fin del invierno
está cerca.
La ciudad rugió alabando a su Rey y señor, supo que en
realidad no importaba lo que dijera porque inspiraba tanto
temor que podían aplaudir cualquier cosa que saliera de sus
labios.
De lo contrario los asesinarían públicamente. Los castigos,
humillaciones y asesinatos eran el deporte favorito de su padre
y su atención no iba destinada exclusivamente a su hija «non
grata». Tenía maldad en su corazón para todos.
—Id con mi bendición —sentenció Negan.
Pocas palabras para un Rey que enviaba a la muerte a sus
fieles, no obstante, sabía bien que ni el mejor de los discursos
hubiera hecho más llevadero aquel día.
El Rey dio por acabado su emotivo momento dando por
terminadas las palabras que pudiera decirles a sus guerreros.
Fue justo en ese momento en el que se dio cuenta de que
muchos de ellos temblaban presos del terror.
Kata se compadeció, en silencio, permaneciendo impasible
al lado de su padre.
Inocentemente buscó su mirada cuando este se giró para
regresar al interior de su palacio. Solo deseaba una cosa, una
que no le concedió. Negó como solo él sabía hacer
arrancándole toda la vida de su pecho y obligándola a
contemplar a Nixon con una mirada desconsolada.
No quería volver a esa cárcel de marfil sin poder abrazarlo.
Había sido estúpida al pensar que aquel hombre pudiera tener
un poco de corazón y la dejase decir adiós.
Nixon y Katariel se contemplaron en completo silencio y
ante la mirada de todo un reino que lloraba la partida de sus
seres queridos. Fueron un par de segundos, pero los suficientes
como para hablar sin palabras todo lo que sentían el uno por el
otro.
No podía morir.
Nixon debía regresar con vida.
Capítulo 4

Los últimos seis días habían sido una tortura y,


sorprendentemente, no de una forma física o psicológica por
parte de su padre. Lo curioso era que cada minuto sin saber de
Nixon era como un puñal en la espalda clavándose sin piedad.
Había vislumbrado en su mente cientos de finales posibles
y la noche no ayudaba a sentirse mejor. Las pesadillas la
perseguían noche tras noche, desde el momento en el que
cerraba los ojos.
Y así despertó, envuelta en su propio sudor impregnado en
las sábanas y el corazón a punto de salírsele del pecho.
Los gritos resonaban en su cabeza, de cientos de personas e
imágenes que se alternaban en su mente una detrás de otra a
una velocidad apabullante. En sueños veía rostros que jamás
antes había contemplado, voces que vociferaban sin haberlas
escuchado jamás acompañada de la sensación de haber estado
allí.
Necesitó unos segundos antes de poder acostumbrarse a la
poca luz que había en la habitación. Giró sobre sí misma y
atravesó la almohada de tal forma que pudo apoyar la cabeza y
abrazarla con la pierna a la vez.
Pronto los rayos de sol lucharían por entrar entre las
rendijas de la ventana. Según los cuentos, antaño, los pájaros
habían sobrevolado el reino. Ahora era el silencio abrumador
el que los despertaba día tras día.
Solo esperó que no nevara durante más de dos días
seguidos, lo cuál era una gran novedad. Estaba cansada de los
copos, del frío y de las veces que había tenido que usar la pala
para despejar el camino de entrada al palacio.
Curiosamente, la idea de reinar le llenó la mente. A pesar
de todas las torturas y castigos, llegaría el día en el que Negan
moriría. Katariel y Nixon gobernarían aquel lugar, si es que
eran capaces de sobrevivir a su padre.
Lo primero que deseaba cambiar era la guerra que les hacía
pasar dolor, miedo y hambre. Después buscaría ayuda mágica
para hacer retroceder el invierno perpetuo y buscaría la forma
en que aquel lugar volviera a ser cálido como años atrás.
Aunque, lo que más quería hacer, era visitar la playa. En su
cabeza la había visto cientos de veces como si de una película
se tratase, no obstante, en la vida real jamás se lo habían
permitido.
«Tal vez Nixon quisiera acompañarme». Pensó.
Las ideas volaron. Ellos serían matrimonio y su deber era
tener descendencia, lo que implicaba tener sexo, algo que la
enrojeció.
Kata rodó hacia el lado contrario en el que estaba colocada
como si la almohada sintiera vergüenza de sus pensamientos.
No era virgen, aunque tampoco era la más alocada del reino.
Estaban siendo obligados a casarse, estar juntos y amarse el
resto de sus vidas, pero el cariño no llegó de golpe. Antes
pasaron años compitiendo el uno contra el otro, tratando de
superarse para acabar dándose cuenta de que estaban en el
mismo barco y estaban a punto de hundirlo.
El jugar en el mismo equipo les dio ventaja, pronto
descubrieron que se complementaban lo suficiente como para
hacer soportable la convivencia.
Pasado unos pocos minutos no pudo soportar seguir
tumbada. Salió de la cama derecha a la ducha esperando poder
despejarse y sentirse mejor. Las voces de la guerra que se
imaginaba amenazaban con volverla loca.
—¿Señorita Katariel?
La voz de su doncella la hizo sonreír. Apenas se había
desvestido y el grifo seguía cerrado cuando la escuchó.
—En el baño —contestó.
La escuchó subir las persianas antes de entrar en la estancia
donde se encontraba. Kata ya había entrado en la ducha y su
piel recibió las primeras gotas calientes del grifo.
—Buenos días, señorita —saludó Malorie.
Ella contestó sin muchas ganas, aquella mañana las reglas
sociales no le interesaban lo suficiente. Únicamente buscaba
consuelo para sí misma y para el terrible agobio que sentía.
—Su padre la espera en media hora en su despacho. Ha
sido muy claro en su orden.
Por supuesto. Días atrás había sido claro en su objetivo, iba
a proporcionarle un nuevo entrenamiento militar.
—¿De qué sirve saber pelear si nunca me lleva al frente? Al
menos allí podría ser útil —se quejó furiosa por no poder estar
junto a Nixon.
No lo vio venir ya que nunca se esperó una reacción así por
parte de su doncella. Ella, la gentil y amable, Malorie, le dio
una sonora colleja que hizo que Kata se encogiera a causa de
la sorpresa.
—¡No diga eso! —La reprendió visiblemente molesta—.
Los príncipes no pueden ir a la guerra, son el futuro del reino.
Hasta su padre sabe eso.
Katariel quiso rebatirla, pero no encontró palabras
suficientes. Así pues, después de aclararse el jabón, salió y se
envolvió en el albornoz.
Lo hizo de forma rápida, sin reparar en el reflejo en el
espejo de la mujer que era. Tenía el cuerpo tan lleno de
cicatrices que siempre rehusaba mirarse para no recordar todo
lo vivido.
—La entrena por si algún día toman el palacio. Debe ser
fuerte.
Malorie dijo eso mientras ella se sentaba en el borde de la
bañera dejando que, la doncella, le secara el cabello.
—¿Ella lo fue? —preguntó Kata.
Ambas sabían a quién se refería. A la misma mujer a la que
había servido mucho antes de su nacimiento: a su madre. Todo
el reino tenía prohibido hablar de la mujer que había
enfurecido al rey.
Conocía detalles de la que había sido su progenitora, no
obstante, no tenía ni una imagen de ella. A veces, la curiosidad
era mucho más grande que la razón.
—Su madre era una gran mujer. Yo era muy joven cuando
empecé a servirla y tuvo mucha paciencia conmigo. Era gentil,
cálida y generosa, aunque…
La doncella calló como si los recuerdos fueran más fuertes
que la realidad.
Kata, se giró hacia ella en busca de un poco de verdad.
Nadie hablaba de aquella mujer y necesitaba saber algo más.
Sabía que había sido una traidora a su reino, que el suicidio la
había condenado a vivir sola, pero a veces sentía curiosidad
por aquella extraña.
—Su sonrisa se apagó con los años hasta convertirse en un
fantasma de lo que fue.
La princesa lo comprendió y no la culpó, de alguna forma
supo que su padre tuvo que ver en todo aquello. Convivir con
él no era algo sencillo, lo que sus cicatrices hablaban por sí
solas.
—Ella no era de este reino, ¿verdad? —preguntó queriendo
saber un poco más.
Malorie suspiró.
—No. Al igual que usted, Negan concertó el matrimonio
con la hija de uno de los mayores reinos, creyendo así que
gobernaría en los dos. La boda fue por todo lo alto, nunca
antes vi Nislava tan llena de vida. Gente de todo el mundo
asistió a la celebración.
Se tomó un par de segundos para proseguir.
»Poco después descubrió que, a pesar de casarse y tener un
aliado fuerte, no pensaban ceder a ser reinados por él. Las
fricciones hicieron que todo se fuera tensando hasta poco
después de su nacimiento y fallecimiento de su madre. Ahí la
guerra comenzó.
Katariel se estremeció. La información encontrada en la
biblioteca era difusa y poco clara sobre todo aquello. Era
mucho mayor de lo que contaban, como si hubieran
maquillado la historia por miedo al Rey Negan.
—¿De dónde era mi madre?
No sabía su nombre, nadie lo pronunciaba como si fuera un
pecado terrible.
—Del mismo reino al que hoy Nixon se enfrenta. No es
azar que lo haya enviado a un contraataque con Draoid. Quiere
que le muestre que es capaz de matar a las personas que una
vez se atrevieron a desafiarle.
Malorie le dio un golpecito en el hombro instándola a
levantarse e ir a vestirse. Estaba claro que aquella
conversación acababa de finalizar y no pensaba seguir
insistiendo. Su doncella se entristecía con aquel tema.
—Vístase rápido o llegará tarde a la reunión con su padre.
No le de motivos… —No fue capaz de acabar.
Kata lo hizo por ella.
—Para castigarme. Sí, lo sé.
Se vistió a toda prisa y se peinó lo mejor posible para estar
ante él con su mejor cara. Antes de salir de la habitación tragó
saliva y se tomó unos segundos para respirar profundamente.
«Permíteme no meter la pata para que no me…». Pensó sin
ser capaz de terminar, esta vez era ella misma la que no podía.
Capítulo 5

Katariel estaba camino al despacho de su padre cuando


Carisa Myara la asaltó. Supuso que acaba de tener una
audiencia con el rey para informarse sobre el frente y el estado
de su hijo Nixon.
La mujer iba vestida con un largo vestido color marfil, casi
parecía ser una novia a escasos minutos de casarse. Tenía un
cinturón dorado que resaltaba su cintura pequeña, casi de
avispa y una especie de corpiño provocativo. Le gustaba
embelesar a los hombres a pesar de estar casada, de hecho,
alguna vez había intentado embaucar a su padre con sus curvas
y su verborrea incansable.
La trenza que acostumbraba a llevar, morena y larga,
descansaba sobre su hombro izquierdo con una pequeña
cadena plateada que la rodeaba y adornaba hasta la base.
Kata podía ver la sirena que había en ella. Aquella mujer
parecía dulce y amable, con tono sensual, pero escondía una
auténtica harpía que podía hundirte en las profundidades del
mar.
—Señora Myara, buenos días —saludó la princesa tratando
pasar de largo lo más rápido posible.
Esta le cortó el paso justo en el momento en el que quiso
sortearla. No podía decirse que fueran grandes amigas y, a
pesar de estar comprometida con su hijo, jamás iba a verla
como parte de su familia.
—¿Para ti son buenos? ¿Sabiendo que tu prometido podría
haber muerto? —preguntó Carisa completamente enfurecida.
Su mano agarró el brazo de la princesa y ella, sin hacer un
movimiento brusco, buscó la forma de liberarse, pero no lo
consiguió.
—Es solo una formalidad. Nada es bueno desde que Nixon
no está —contestó sin titubear mirándola a los ojos.
Aquella madre afligida no la creyó, nunca le había caído
bien y aquello era la excusa perfecta para odiarla todavía más.
—¿Fuiste tú quién lo envió al frente?
Kata, presa de la sorpresa, sonrió incapaz de creer que la
viera de tal forma.
—Me hubiera ido con él si así me hubiera sido permitido
—contestó la princesa.
El agarre sobre su brazo se hizo más fuerte hasta
convertirse en doloroso. Ella hizo una mueca de desagrado
antes de volver a encararse con su futura suegra.
—Cuando mi hijo sea rey me encargaré de que te traten
como te mereces. Nixon va a gobernar sobre todos y tú solo
serás una mancha en la alfombra que limpiar. Después de que
le des los suficientes hijos que perpetúen la línea de sangre
Nislava, ya no habrá lugar para ti —susurró Carisa
acercándose a su oído.
Escupió tanto odio que casi sintió que era la mordedura de
una serpiente y no las palabras de una persona. Kata supo que
era el dolor el que hablaba, no obstante, fue como si algo se
activara casi de forma primitiva.
La mano derecha de la princesa, que quedaba libre, tomó a
Carisa Myara del cuello y la hizo retroceder hasta que su
espalda, al igual que su nuca, tocaron la pared. No fue de
forma violenta, ni produciéndolo dolor, pero sí lo suficiente
como para que ella se quedara completamente paralizada.
—No vuelvas a amenazarme —advirtió de forma lenta y
pausada —. Si tengo que soportar un desprecio más por tu
parte, te desollaré viva y dejaré que los cerdos se coman el
resto.
Kata, mostrando una sonrisa terriblemente fría, se acercó a
su oído antes de susurrar:
—Nunca podrás entender lo mucho que me importa tu hijo,
sin embargo, no creas que, por ser golpeada por mi padre, seré
igual contigo.
Se alejó y disfrutó de las vistas. Las pupilas de su futura
suegra estaban dilatadas, además, el temblor que la
acompañaba de los pies a la cabeza la complacían hasta límites
insospechados.
—¿Me he explicado con claridad?
Carisa asintió como pudo y fue entonces cuando la dejó ir.
Se acomodó las ropas como si de esa forma volviera a recobrar
la compostura e hizo un leve asentimiento de cabeza mientras
decía:
—Bien pues, como decía antes: buenos días.
La dejó marchar sin reparar en su ausencia, se limitó a
caminar hacia el despacho de su padre sin tener en cuenta lo
que acababa de pasar.
La gente tenía la mala costumbre de juzgarla conforme a
cómo la trataba su padre. La veían débil, una carga o una
mujer que apenas merecía respirar. Muchos cometían el error
de creer que era alguien sumiso e incapaz de defenderse y
acababan lamentándose de su error.
Negan era su torturador, sin embargo, el resto no tenían ese
privilegio y ella tenía carta blanca de aplastarlos como si de
cucarachas se tratase.
La respiración se le entrecortó cuando vislumbró a su padre
ante la puerta del despacho, allí, mirándola impasiblemente.
Fue ahí, cuando los ojos de Negan se hicieron más oscuros
indicándole que lo había visto todo.
Katariel tragó saliva, como si de alguna forma se animara a
sí misma a seguir caminando en lugar de echarse al suelo y
hacerse un ovillo suplicando perdón. Llegó hasta él bajo un
silencio sepulcral que hizo que toda ella se estremeciera.
—¿Así es cómo te haces valer? —preguntó decepcionado.
Ella, agachó la cabeza y asintió.
—La próxima vez córtale un dedo o una mano, entenderá el
mensaje.
—Sí, señor —contestó casi al momento.
Esperó un golpe que acompañara a su enseñanza, pero, por
suerte, no fue así. Al parecer tenían trabajo que hacer que
requería su atención más que la madre de Nixon y sus
pretensiones a ser una suegra entrometida.
Acompañó a su padre hasta el despacho, esperó a que él
entrase y cerró tras de sí sin mediar palabra alguna. Ambos
caminaron hasta el escritorio y se sentaron en lugares opuestos
quedando el uno ante el otro.
—Han llegado noticias del frente y no son buenas. Al
parecer, tu prometido no está resultando ser el comandante que
esperaba. Una decepción más para una lista larga de fracasos.
Sus palabras fueron frías y distantes, como si el hecho de
que estuvieran muriendo personas en la guerra no fuera
importante.
Antes de que Kata fuera a decir algo, su padre le tendió una
carta dentro de un sobre. El sello estaba roto, evidentemente,
había sido traída por algún emisario o alguna ave destinada
para ello.
Escribirse por carta era algo bastante antiguo, pero cuando
peleaban contra los Draoid era la forma más efectiva de
conseguir que llegase. Al ser conocedores de magia, podían
bloquear cualquier señal de internet. Nada salía del campo de
batalla de forma digital si sus enemigos así lo querían.
A Kata le temblaban las manos, aunque luchó por
disimularlo para que él no se percatara de ese detalle. Abrió el
sobre y sacó la carta, casi pudo sentir el olor a azufre; fue
como si la muerte hubiera impregnado todo vaticinando el
horror que aquellos hombres estaban viviendo. Desdobló el
pequeño trozo de papel y las letras de su interior, ahora algo
borrosas, contaban la terrible emboscada en la que habían sido
sorprendidos.
Ahí comprendió que no había sido culpa de nadie.
Las pocas líneas que quedaban decían que los
supervivientes se habían refugiado en un bosque cercano,
además de pedir permiso para regresar a casa ante la evidente
inferioridad numérica.
La joven tragó saliva tratando de deshacer el nudo que tenía
en la garganta mientras mantenía bajo control todos sus gestos
faciales. No iba a darle una excusa a su padre para
atormentarla más de lo que ya lo estaba.
La carta no mencionaba si Nixon había sobrevivido o
estaba herido, nada, solo una súplica para retirarse de aquel
campo de batalla.
Volvió a guardar aquel trozo de papel y se tomó su tiempo
bajo la atenta mirada de su padre. Ninguno de los dos articuló
palabra como si esperasen que fuera el otro el que rompiese el
hielo.
Finalmente, Negan lo hizo volar por los aires.
—Si esa rata no sabe volver por su propio pie será mejor
que muera como un hombre por su rey.
Katariel recordó las miles de razones que tenía para callar,
todas y cada una implicaban dolor y sangre, pero fue como si
la cordura acabase de volatizarse en mil pedazos sin ser capaz
de controlarlo.
—No es una rata, ni él ni ninguno de tus títeres.
Acababa de hablar, siendo consciente de las consecuencias
que vendrían a continuación.
Negan se levantó, sorprendido por su ataque repentino de
rebeldía. Eso provocó que Kata saltara de su asiento como un
resorte y retrocediera mucho más rápido que él.
Tomó la puerta a toda velocidad, arrancando a correr por el
pasillo como si la peor de sus pesadillas la persiguiera.
—¡Guardias! —bramó el Rey haciendo que estos, que
caminaban de un lado al otro del castillo, corrieran a la
llamada de su señor.
Casi como perros rabiosos, dos de ellos aparecieron ante
Katariel cortándole el paso. Ella se detuvo en seco antes de
mirarlos sabiendo que no la dejarían pasar, así pues, resignada,
giró sobre sus talones y lo encaró.
—¡No son guardias! ¡Son guardaespaldas! ¡No estamos en
la Edad Antigua! —Dispuestos a enfurecerlo iba a sacar lo que
llevase dentro.
El Rey enrojeció de puro enfado, avanzó hacia ella de
forma amenazante y supo que estaba atrapada. Así pues,
cuando faltaban unos pocos metros para prenderla, ella se
llevó la mano al interior de la chaqueta que llevaba. Ahí, cerca
del pecho, tenía bien protegida una pistola. La sacó y
desbloqueó a toda velocidad para acabar apuntándose a sí
misma a la sien.
Su padre se detuvo en seco.
—¿Qué haces? —preguntó exigiendo saberlo.
Ella, sin titubear y presa del enfado, sonrió.
—Si me vuelo los sesos no tendrás tu juguete para torturar.
Negan no reaccionó como ella esperó. Sin venir a cuento,
echó la cabeza hacia atrás arrancando a reír como si acabasen
de contarle el mejor chiste del mundo.
—Eres una cobarde como lo fue en su día tu madre.
—¡No soy cobarde! —gritó enfurecida.
Pero su padre no creía sus palabras, estaba convencido de
las suyas propias.
—Claro que sí. En vez de apuntarme a mí, te has apuntado
a ti.
Kata se sorprendió de descubrir que así era. Estaba tan
atemorizada por ese hombre que no había visto la posibilidad
de acabar con su vida. Eso la hizo gemir lastimeramente, casi
dejándose vencer por aquel hombre. La conocía mejor que ella
misma.
—Suelta el arma, acepta tu castigo y aprende de tus errores
—exigió Negan.
No le dio tiempo a pensar. La joven pudo ver como hacía
un leve movimiento de mano dándole la orden a sus hombres
para que la capturaran. Eso casi fue como un pistoletazo de
salida justo para defenderse.
Kata giró sobre sus talones justo en el momento en el que
uno de ellos lanzó sus manos hacia su cuerpo. Reaccionó sin
pensar en lo que hacía, lanzó su pie propinándole una fuerte
patada en el plexo solar haciendo que este cayera al suelo
estrepitosamente.
El segundo también quiso detenerla. Ella esquivó el
puñetazo que le lanzó y, con la mano libre, le dio uno en el
costado lo justo como para hacerlo doblarse hacia delante. Allí
aprovechó para envolver sus brazos en su cuello y presionar el
punto justo como para hacerle perder el conocimiento. No
tardó más de veinte segundos, los que sirvieron para que el
primero comenzara a no estar tan aturdido, así pues, con la
culata de su arma, le golpeó duramente la cabeza para hacerle
perder el conocimiento.
Fue entonces cuando miró a su padre, desafiándolo.
—No soy débil —sentenció convencida.
Él, en cambio, no parecía sorprendido por su hazaña.
—Claro que lo eres. No los has matado —comentó sin más
segundos antes de sacar el arma que tenía en el cinturón.
Fue cuestión de segundos, unos en los que ella vio todo
como si de una película se tratase. Incapaz de reaccionar,
contempló cómo Negan disparaba a sus dos guardaespaldas en
la cabeza.
Entonces sus instintos le pidieron que corriera.
No preguntó, arrancó a correr pasillo abajo sin esperar a
que nadie le dijera nada. Lo hizo sabiendo bien que su padre
era peligroso en aquel momento. No iba a darle la oportunidad
de descargar su ira sobre ella.
El primer disparo rozó su oreja arrancándole un grito
desgarrador y el siguiente pasó zumbando muy próximo a su
rodilla. Su padre había abierto fuego contra ella, lo que afianzó
su idea de seguir corriendo.
Poco después llegó a su habitación, estaba abierta porque
seguramente Malorie había entrado a llevarle el correo como
cada mañana.
Katariel lloriqueó contenta de no tener que lidiar con aquel
portón grande y pesado. Entró casi derrapando, antes de tomar
aquel trozo de madera y cerrar a toda velocidad.
Antes de hacerlo pudo ver a su padre, con el rostro
completamente desencajado por la ira, persiguiéndola con la
promesa de dolor.
Ella alcanzó a cerrar, dejándolo fuera, y puso el pestillo.
Era una puerta de seguridad, lo que la hacía muy difícil de
abrir por alguien desde afuera.
—¿Qué ha hecho? —preguntó Malorie.
La mujer estaba a pocos pasos de ella, tan blanca como una
hoja. Katariel quiso contestar, no obstante, todo se ensordeció
cuando el primer disparo impactó contra la puerta.
Las dos mujeres gritaron asustadas al escucharlo. Estaba
claro que su padre pensaba derribar la puerta fuera como fuera.
—¡KATARIEL! —bramó.
—¡No! —contestó ella.
Ella, buscando a su alrededor, se acercó corriendo a la gran
cajonera que tenía al lado, casi de su misma altura, y comenzó
a empujarla para bloquear, todavía más, la puerta.
Impulsó aquel pesado mueble, dejando toda su fuerza para
conseguir moverlo unos pocos centímetros.
Malorie corrió en su ayuda, cosa que facilitó que se pudiera
desplazar hasta quedar delante de la puerta, cortando el paso a
todo el que quisiera entrar.
—¡Niña, vas a contarme que has hecho! —Gritó asustada.
Ella reparó en aquel instante, la había tuteado, algo que no
había pasado jamás en los años que llevaba cuidándola.
—Ellos han caído en una emboscada y no pone nada de
Nixon, él dijo que era una rata y yo… yo no sé cómo… me
apunté con mi propia arma.
Supo bien que había sido una explicación pésima de lo que
acababa de suceder, no obstante, su mente no era capaz de
conectar nada en aquel estado. Fue como si se hubiera
quedado totalmente paralizada por el miedo.
Malorie no pudo hablar, cuando abrió la boca para hacerlo
algo contundente golpeó la puerta. Ambas gritaron antes de
que la doncella abrazara a la joven, la cual temblaba sin
control.
El segundo golpe les hizo adivinar que se trataba de un
hacha, aquel hombre había enloquecido y pensaba llegar hasta
ella como fuera.
—¡Abre la puerta ahora mismo! —gritó enfadado.
—¡No pienso hacerlo! —contestó ella convencida.
Si lo hacía las consecuencias iban a ser terribles.
—¡Será mejor que hagas buen uso de esa pistola y te vuelas
los sesos! ¡Si yo te alcanzo lo haré mucho más doloroso!
Su padre estaba enajenado por la rabia, ella no solía
desobedecerle y no abrir estaba empeorando las cosas, sin
embargo, si lo hacía iba a sufrir toda su rabia en sus propias
carnes.
Kata miró a su alrededor sabiendo que esa puerta no
aguantaría eternamente. Además, no iban a sobrevivir allí
dentro muchos días. Necesitaba una escapatoria factible.
Se acercó a su ventana y abrió sopesando sus posibilidades.
—¡¿Qué haces?! —preguntó Malorie aterrorizada.
No podía saltar como si de un pájaro se tratase porque se
trataba de un segundo, corría la posibilidad de aplastarse
contra el suelo, aunque esa forma de morir le resultó más
agradable que la que su padre tenía preparada.
—Tengo que irme —sentenció Kata—. A ti no te tocará,
pero a mí va a matarme.
Malorie negó con la cabeza.
—No, niña. Arrepiéntete y seguro que será menos duro
contigo.
Ella arrancó a reír, algo extraño teniendo como banda
sonora los hachazos de su padre contra la puerta.
—Va a dejar morir a los pocos hombres que quedan en el
campo de batalla. Los ha abandonado a su suerte. Y yo
necesito saber que Nixon sigue con vida, tengo que traerlo a
casa.
Kata volvió a asomarse a la ventana, era el único lugar por
el que salir, pero la caída era tan fuerte que sabía que iba a
romperse algo.
La doncella la tomó de la cintura, retirándola de su vía de
escape, tratando de poner serenidad a aquella locura.
—¡No puedes ir al campo de batalla! —exclamó
sorprendida con ella.
Kata asintió.
—No puedo dejarlo morir, no me lo perdonaría jamás —
explicó con tanto dolor en el corazón que pensó que dejaría de
latir.
Malorie acunó su rostro con cariño.
—Si me quedo aquí me matará. ¿No lo ves? Tengo que ir a
por Nixon y, tal vez, podamos huir juntos. A algún lugar en el
que no seamos sus peones —gimió deseando que la
comprendieran.
La mujer mayor la abrazó como solo una madre sabía
hacer, meciendo a su pequeña como si fuera la última vez.
Amasándole el cabello como cientos de veces había hecho a lo
largo de los años.
—De acuerdo, ve a por él. Ve a por tu amor y volved
juntos. Los días harán que la ira de tu padre mengüe y todo
volverá a su cauce.
Aquello tenía sentido, pero no era capaz de pensar en nada
más que en los trozos de madera que salían disparados con
cada golpe. A pesar de la plancha de metal que tenía en el
centro, pronto no podía soportar seguir siendo agredida de esa
forma.
—Ve a por él y regresad a casa. Comprende una cosa, la
sangre de ese hombre —señaló la puerta—, corre por tus
venas. No estarás a salvo en otro reino. Solo te queda volver
aquí y esperar a que los años se lo lleven.
Katariel gimió con horror. Aquello era cierto, siendo quién
era no tenía escapatoria en reino alguno.
—Corre, mi pequeña y trae de vuelta a ese muchacho. Los
días harán que el mal humor de tu padre se esfume.
Asintió.
Entonces, Malorie la soltó para meter las manos en su
mandil. Allí tomó su teléfono móvil y mando un par de
mensajes.
—¿Qué… qué haces? —preguntó aturdida.
—Pedir ayuda, no podemos salir volando como pájaros —
contestó.
Fue entonces cuando volvió a guiarla hacia la ventana.
Pocos segundos después, llegaron un par de criadas
acompañadas por un par de hombres del equipo de seguridad.
Ellos cargaban una gran escalera que apoyaron contra la pared
del castillo, quedando a un par de metros de su ventana.
—Vamos, pequeña. Ellos te ayudarán a salir del castillo —
explicó la doncella.
Katariel, después de volver a enfundar su arma, pensó en la
locura que era aquello. Reaccionó negando con la cabeza y se
abrazó a la única mujer que la había querido en toda su vida.
—Tienes que venir conmigo o te matará —pidió
desesperada.
Malorie, mucho más centrada que ella, acunó su rostro
asegurándose de que recibía toda la atención.
—No lo hará, confía en mí.
Aquellas palabras no significaban nada y sabía bien que
cuando esa puerta cayera alguien debería asumir las
consecuencias.
Negó con fervor mientras la empujaban hacia su
escapatoria. Allí calculó lo que tendría que descolgarse antes
de que sus pies alcanzasen el primer escalón. Era un salto
grande, pero podía conseguirlo.
—Toma —dijo Malorie.
Se llevó las manos a la nuca y allí abrió el broche de uno de
los dos collares que llevaba. Era un medallón de oro con una
flor de invierno grabada, lo conocía bien porque llevaba en ese
lugar toda la vida.
—Perteneció a tu madre. Ella me lo encomendó poco antes
de su partida. Pensaba dártelo el día de tu boda, pero creo que
lo necesitarás antes —explicó de forma confusa antes de
atárselo a su cuello.
Aquel colgante pesó mucho más de lo que hubiera esperado
en un principio. Como si fuera mucho más que un mineral
precioso.
—Corre y vete. Y ve con mucho cuidado, mi niña.
Kata la abrazó con fuerza antes de que esta volviera a
guiarla hacia la escapatoria.
Era un salto sencillo, pero le dio miedo la altura. Antes de
hacerlo cerró los ojos y pidió al cielo conseguirlo. Se sentó en
el alféizar, giró sobre sí misma y se descolgó lentamente
mientras sus manos se aferraban al marco con fuerza.
Le quedaban unos centímetros para alcanzarla, lo comprobó
al mirar abajo. Así pues, le quedaba un acto de fe. Soltó sus
manos y cayó con todo su peso producto de la gravedad. Por
suerte, reaccionó rápido y se aferró a la escalera.
Bajó a toda velocidad y en los últimos peldaños, uno de los
hombres la tomó de la cintura.
Lo siguiente pasó a toda velocidad. Ellos le colocaron una
sudadera con el escudo del ejército de Nislava, además, le
pusieron la capucha para evitar que nadie le viera el rostro.
—Tenemos que irnos, princesa —anunció uno de ellos.
Asintió.
Las criadas tomaron la escalera y se fueron de allí a toda
prisa. Fue el momento en el que Kata reaccionó estirando los
brazos, titubeando de aquella decisión.
—No, esperad…
Miró hacia arriba.
—Ven conmigo, por favor —susurró sabiendo bien que
Malorie sabía lo que decía.
Esta miró a su pequeña con una sonrisa en los labios.
—Todo irá bien.
La princesa odió con todo su ser aquel dichoso cliché,
porque nada de lo que estaba ocurriendo estaba bien. Ella
quería llevársela para asegurarse que su padre no la dañaba de
ninguna forma.
De pronto un estruendo hizo que su doncella se girase.
Aquel golpe provocó que el corazón se le parase en seco. Supo
bien que la puerta acababa de ceder y Malorie quedaba a las
manos de su padre.
Quiso gritar, subir aquella pared que acababa de descender
y ser capaz de lo que no había sido: disparar al Rey.
No obstante, los hombres la tomaron de los hombros y
arrastraron su cuerpo mientras ella luchaba por ver a través de
esa ventana. Su corazón necesitaba saber qué ocurría en el
interior de su habitación porque, a fin de cuentas, había
provocado aquello.
—No puedo irme —dijo convencida.
—Demasiado tarde, señora —explicó uno de ellos.
Por desgracia supo que tenía razón, pero eso no lo hizo más
fácil.
Fue entonces cuando se marchó de aquel lugar que la vio
crecer. Dejó de oponer resistencia, dejando que sus piernas la
llevaran lejos de todo aquello. Aunque no fue fácil cuando
escuchó el cargador del arma de su padre vaciarse por
completo.
Su corazón se rompió un poco más aquel día.
Para siempre.
Capítulo 6

A Katariel le dejaron una moto para que saliera de allí lo


más rápido posible. Un coche puede que fuera más seguro,
pero más lento si el Rey decidía iniciar una persecución.
Ella tenía una, aunque por razones obvias no la había
cogido. Era como ponerse una diana en la espalda para que la
encontrasen. No podía permitirse el lujo de llamar así la
atención.
Se había despedido de aquellas personas que tan
altruistamente le acababan de echar una mano y partió lejos
del hombre que se había atrevido a dispararle con un arma de
fuego.
Las lágrimas empañaban sus ojos, por desgracia no pudo
apartarlas de su rostro porque el casco se lo impedía. Así pues,
siguió conduciendo hasta la primera parada de su camino.
Ese lugar no entraba en los planes de Malorie, no obstante,
no estaba allí para impedirle hacerlo.
Aparcó en el jardín de los Myara y caminó por el césped a
toda velocidad. El personal de servicio, extrañado, fue hacia
ella en pos de detenerla. No quiso tener que explicar nada, así
pues, sacó su arma y apuntó a todo el que se acercó.
Los gritos no tardaron en sonar, todos alzaron las manos y
dejaron que ella prosiguiera su camino.
Llamó al timbre, ocultando la pistola de la mirilla para que
se negasen a abrir. La pobre doncella que abrió bramó asustada
cuando Katariel se la mostró en cuanto la puerta cedió.
Entró y cerró la puerta con un talón antes de que los Myara
bajaran la enorme escalera que tenían en el vestíbulo de su
casa. Ninguno de los dos vio el arma hasta que no fue
demasiado tarde.
—¡Santo cielo! ¿Qué quiere de nosotros? —preguntó el
señor de la casa con las manos en alto.
Ella se retiró la capucha descubriendo quién era.
—¿Qué es esto? ¿Una especie de juego o algo? —preguntó
Carisa totalmente indignada con aquella intromisión.
Kata no la miró, decidió tratar con el marido porque era el
más cuerdo de aquellos dos.
—Necesito ropa de Nixon, a ser posible un uniforme del
ejército —pidió.
Cornelius Myara se detuvo unos segundos a mirarla. Era
mejor que su mujer, pero no era un hombre al que
menospreciar. No había llegado a su cargo y su puesto por sus
atributos de madurito interesante.
Muchas hablaban de su tupé blanco como la nieve a
conjunto con su barba poblada repleta de canas. Sus ojos
azules, tan claros como las costas de Nislava, casi parecían
hipnóticos, como si fueran capaces de adentrarse en tu alma.
—¿Qué ha pasado? —preguntó sin preocuparse del arma
que apuntaba directamente a su cabeza.
Kata suspiró.
—Necesito la ropa de su hijo —repitió ella.
Los Myara no se movieron ni un centímetro del lugar,
incapaces de moverse por mucho que ella pudiera matarlos.
—Voy a llamar a palacio —anunció Carisa.
La princesa quitó el seguro del arma entonces, dejando el
mensaje alto y claro. Quería que supieran que era capaz de
hacer cualquier cosa en el estado en el que estaba.
—Si llamas tu hijo no tendrá ninguna oportunidad —
anunció.
Cornelius tomó el control de la situación agitando un poco
las manos tratando de que ambas mujeres lo mirasen a él.
—Si su alteza se explicase puede que pudiéramos
comprenderla mejor.
La bilis se le atascó en la garganta a la muchacha, sabía
bien que aquel hombre podía ser un encantador de serpientes y
no pensaba bajar la guardia.
—Habéis visto la carta que me ha enseñado a mí. Piensa
dejarlo morir en el frente, si no lo ha hecho ya. Pienso ir a
buscarlo, pero las prisas no me han dejado ir vestida como se
merece. Esto es parte del uniforme de entrenamiento, si quiero
adentrarme allí, necesito pasar como un soldado más.
Carisa amaba a su hijo con devoción, lo que provocó que
cediera al instante.
Los Myara la guiaron hasta la habitación de Nixon. Al
entrar su colonia le picó en la nariz trayendo consigo tantos
recuerdos que tuvo que hacer acopio de todo el esfuerzo
posible para no llorar.
Miró a su alrededor, era una estancia muy amplia, pero con
pocos muebles. Había lo esencial, todo de colores claros.
Carisa se adelantó a rebuscar en el armario de su hijo, lo
hizo con prisa sabiendo que la presencia de la princesa no era
algo normal.
Katariel siguió mirando. Nunca había estado en esa casa y
le sorprendió encontrar cientos de fotografías en una pared. Se
acercó a ellas quedando prendada con la belleza que encontró
en ellas.
Muchas eran de cosas normales, árboles, nubes, sin
embargo, poseían una magia especial. Eran pequeñas obras de
arte que formaban un conjunto digno de mirar.
Tragó saliva comprendiendo partes de Nixon que no
conocía. Él podría haber sido un gran fotógrafo, el mundo a
través del visor de su cámara se veía mucho más hermoso de
lo que era en realidad.
Nadie le había preguntado si quería ser el heredero al trono,
dieron por hecho que estaría encantado de asumir ese puesto a
pesar de los castigos.
—Toma —dijo Carisa sacándola de su ensimismamiento.
La joven giró sobre sus talones descubriendo que Cornelius
la había estado mirando todo el tiempo, comprobando sus
reacciones.
—Él te quiere mucho —anunció como si con eso le
descubriera algo del mundo que no hubiera visto antes.
Se acercó a las fotos y retiró una de un gran lago helado
para mostrar otra mucho más increíble. Le costó reconocerse
en aquella instantánea, pero cuando lo hizo se quedó
boquiabierta.
No se había dado cuenta de aquel momento, estaba sentada
sobre el muro de la torre más alta del castillo; el mismo que les
gustaba escalar para ver las estrellas, y sonreía mirando al
cielo.
Recordó que no tenía tiempo que perder. Dejó los
sentimentalismos a un lado y corrió a tomar las ropas para
vestirse.
Cosas del destino, no le importó que sus futuros suegros la
vieran en ropa interior. Tampoco que descubrieran la infinidad
de cicatrices que decoraban su cuerpo de arriba abajo por arte
y obra de su padre.
Cuando estuvo vestida, volvió a tomar su arma, la cual
había dejado sobre la cama, y se preparó para marchar.
—Gracias —dijo a modo de disculpa.
Salió de aquella habitación seguida muy de cerca por el
matrimonio. Descendieron las escaleras a toda velocidad y
decidieron romper el silencio en cuanto tocó el picaporte.
—Nixon es todo lo que tengo, no sabría vivir sin él —
explicó Carisa.
Kata chistó con la lengua. Al parecer pensaban lo mismo de
ese hombre, aunque cada una obtuviera su amor de forma
diferente.
—Espera, Katariel —pidió él.
Su nombre en sus labios sonó diferente, como si fuera la
primera vez en toda su vida que lo sentía.
Giró en pos de él, tratando de mirar esos labios, los mismos
que acababan de provocar que su nombre le erizase el bello del
cuerpo.
Cornelius se acercó a la joven. Sus manos cayeron, con
suavidad, sobre sus hombros y su mirada caló en ella.
—Tu madre fue, hasta la fecha, una mujer increíble, pero
hasta ella sucumbió en las manos de tu padre. Si mi hijo sigue
con vida, aléjalo de aquí porque no habrá paz para vosotros
mientras Negan reine.
Sus palabras calaron en ella de una forma tan profunda que
se encogió un poco, fue casi como una bofetada, una de
realidad que agradeció.
—Gracias, señor.
No pudo seguir hablando, el tiempo corría en su contra.
Una criada corrió con una bolsa en las manos. Al parecer, a
Cornelius le había dado tiempo a ordenar que le dieran una
mochila de provisiones para el camino. Algo que agradeció
más de lo que nadie pudo imaginar. Y, es que, huir a la
desesperada provocaba cabos sueltos.
Salió al jardín cuando los primeros copos de nieve
comenzaron a caer. No importaba la tormenta que tenían
encima, existía una peor que pronto soltaría a sus perros para
encontrarla.
Se montó en su moto y echó un último vistazo hacia los
Myara. Estos asintieron antes de dejarla marchar, lejos, donde
el bosque se acababa y el reino llegaba a su fin.
Capítulo 7

El mundo que conocía en palacio era mucho más pequeño


de lo que imaginó en un principio. Ahora era grande, inhóspito
y peligroso. Había aprendido una cosa que nadie le explicó en
su momento: contra más se separaban de palacio menos gente
había.
Los poblados vivían muy cerca de la capital ya que era casi
imposible sobrevivir en el frío y helado reino que quedaba.
Pronto las horas se convirtieron en días y cuando quiso
darse cuenta el viaje le había tomado una semana. Por suerte,
en cada poblado que visitó, hizo mal uso de quién era para
conseguir provisiones y energía para la moto.
Esperó a atravesar la gran explanada para poder detenerse
unos minutos en el gran bosque que se abría ante sus ojos.
Bajó de la moto como pudo ya que, después de tantos días,
sentía tan dolorida la zona de las piernas y las ingles que no
podía caminar con normalidad.
Se dejó caer al suelo cuando comprendió que sus rodillas ya
no querían colaborar. Dejó su espalda reposar apoyada contra
el tronco de un árbol y cerró los ojos unos segundos.
El frío calaba sus huesos, ya no recordaba la última vez que
había dejado de temblar. Toda ella era un amasijo de agujetas,
dolor y frío.
Llevó una de sus manos al colgante que le había dado
Malorie. El mero recuerdo le produjo una punzada en el
corazón. Su mente rememoró cómo su padre había disparado
al descubrir que ella había escapado.
Su muerte era culpa suya.
Se había esforzado en seguir las directrices de su padre toda
la vida. Cierto era que no era la primera vez que lo
cuestionaba, pero sí la vez que peor había reaccionado. Estaba
tan fuera de sí que sabía que la hubiera asesinado.
El colgante pesó entre sus dedos. Esa era la única
pertenencia que le quedaba de la persona que la había amado
toda la vida. Además, parecía ser que era una pertenencia de
su difunta madre.
—Me hubiera gustado conocerte… —susurró dejando que
el vaho se escapase de su boca.
Lo agitó un poco recordando los pasos que la habían
conducido a ese lugar inhóspito, muy cerca de las fronteras del
reino.
—¿A quién quiero engañar? Necesito un milagro para
encontrarlos y otro para poder huir de aquí.
Los Draoid no debían estar muy lejos de su localización, lo
que podía hacer que muriera mucho antes de dar con Nixon.
—¿Podrías ayudarme? —preguntó mirando al cielo—. Sé
que nunca te he rezado, que he hecho pocas preguntas y que,
seguramente, esté enloqueciendo por culpa del frío, pero
necesito un milagro y no se me ocurre a nadie a quién ir a
rogar. Por favor…
Sus palabras solo fueron un susurro al aire que nadie
escuchó. Estaba sola y únicamente se tenía a sí misma para
sobrevivir.
Supo que había sobrepasado el tiempo de descanso, debía
ponerse en marcha si no quería morir a causa de una
hipotermia. Tiró de sí misma tratando de levantarse
descubriendo que le llevó mucho más tiempo del esperado.
Lloriqueó agotada cuando sus piernas volvieron a sentarse
en la moto de motocross. Estaba preparada para la nieve,
aunque hasta sus ruedas comenzaban a mostrar el paso del
tiempo.
Secándose las lágrimas con el dorso de la mano, fue a
colocarse el casco. De pronto un crujido llamó su atención.
Si algo había aprendido era que, en Nislava, no quedaban
animales. Todo ruido procedía de otro ser muchísimo peor.
Con el corazón desbocado, se colocó la capucha de su
sudadera y tomó su pistola para defenderse. Iba a disparar a
toda sombra que viera moverse, sin hacer preguntas porque
ese segundo era el decisivo entre vida y muerte.
Bajó de la moto con suma lentitud. Un segundo crujido le
indicó que en uno de los árboles más próximos había alguien.
En silencio deseó no morir allí mismo, su vida no podía
acabar de una forma tan absurda y sin poder cumplir el
cometido que ella misma se había impuesto.
Decidió avanzar hacia ese árbol, pero sin dar señales de que
sabía bien que había algo detrás. Disimuló revisando todo el
alrededor con lentitud, dándose cuenta de que había pisadas
que no eran suyas.
Haciendo acopio de todo el valor posible, caminó a grandes
zancadas hasta el punto dónde había escuchado los ruidos
dispuesta a matar a quién estuviera allí.
Con rapidez giró hacia la parte trasera y, antes de poder
apretar el gatillo, un brazo la golpeó en el codo haciéndola
impactar con el tronco. Un enorme cuerpo apareció ante ella y
todo sucedió demasiado deprisa.
Kata lanzó un puñetazo hacia la cara de aquella persona, él
lo esquivó y, antes de que pudiera contraatacar, recibió un
rodillazo en todo el estómago. Fue entonces cuando ella pudo
liberar el brazo con la pistola, ese era su segundo de suerte.
O al menos eso fue lo que creyó.
—¿Por qué no usas tu magia en vez de matarme como uno
de los nuestros? —dijo el desconocido.
La joven, sin embargo, retrocedió un par de pasos casi
aturdida por la confusión. Aquella voz era demasiado familiar
para pasarla por algo. Gimió una mezcla de alegría, dolor y
agotamiento antes de poder aclarar su garganta.
—¿Nixon?
Este, casi más confundido que ella, se levantó segundos
antes de retirarse la capucha. El bosque era tan oscuro que se
esforzó por poder ver con claridad la persona que tenía ante sí.
Era él.
—¿Kata?
Ella, al borde de las lágrimas, asintió para proseguir
mostrándose. No era su día de suerte, pero eso era lo más
cercano posible a la felicidad.
Nixon fue el primero en reaccionar, acortó la distancia que
les separaba a toda velocidad y la estrechó entre sus brazos
con mucha fuerza. La joven necesitó un par de segundos más,
los mismos que él aprovechó para acunar su rostro en un
intento desesperado de verla con claridad.
—¿Qué haces aquí? —preguntó atónito.
Y ahí el mundo pareció romperse. Ella gorgoteó algo antes
de romper a llorar producto de la alegría. Fue incapaz de
pronunciar palabra, solo aferrarse a aquel hombre como si
llevasen años sin verse.
La carta no decía nada de él y era una opción real que
estuviera muerto. Había luchado contra ese pensamiento todo
ese tiempo para evitar volverse loca. Ahora podía tocarlo y
sentir lo real que era.
—Él iba a dejaros morir aquí… Dijo tantas cosas… Me
disparó, Malorie no sé si… Huí…
Sus palabras inconexas desorientaron un poco más al pobre
hombre que la sostenía.
Antes de seguir hablando, de poderse explicar con claridad,
él rompió la distancia que les separaba besándola en los labios.
Kata tardó unos segundos en procesar esa información. Que
recordase era el primer beso que se daban de esa forma tan
real. Alguna vez, hablando del matrimonio, habían probado a
darse un pico, sin embargo, jamás de esa forma tan profunda y
visceral.
Se rindió a su toque como si acabase de ser bendecida por
los ángeles. Su lengua barrió todo a su paso, dejándola sin
aliento y loca por aquel hombre. Sabía que sus sentimientos
eran tan reales que dolían.
—Eres una estúpida —dijo él finalmente, frente con frente.
Sus manos acunaron su rostro unos segundos antes de secar
sus lágrimas y dirigirse al pelo. Lo hizo a toda velocidad como
si tuviera prisa, como si aquel instante fuera a desvanecerse de
un momento a otro.
—¿Has venido a por nosotros? ¿Te has enfrentado a él?
¿En serio había podido entenderla?
Ella asintió.
Nixon volvió a besarla.
—No tenías que hacer eso. Él… Él va a estar muy enfadado
contigo —dijo sin ser capaz de tocarla.
Kata tragó saliva recordando las palabras de Cornelius.
Ellos no tenían lugar en Nislava ahora.
—No podemos volver o nos matará —sentenció
convencida de las intenciones de su padre.
Nixon se retiró unos pasos antes de volver a abrazarla.
Estaba tan contento de volverla a ver que casi podía
vislumbrar una sonrisa en sus labios cada vez que la tocaba.
—Pensé que no volvería a verte —confesó él.
Ambos habían sentido lo mismo. Su relación no había
empezado de forma normal, pero se necesitaban el uno al otro.
—¿Eres el único que queda? —preguntó ella tratando de
pensar con claridad.
Nixon negó con la cabeza.
—Quedamos unos pocos, muy pocos —enfatizó—. He
salido a buscar provisiones cuando he escuchado tu moto. Creí
que eran los Draoidianos de nuevo y pensé que, si tengo que
irme de este mundo, que sea habiendo matado a todos los
posibles antes.
La idea de la muerte golpeó el pecho de Kata de forma tan
brutal, que fue ella la que se acercó a él para besarlo.
—Tenemos que irnos de aquí. A donde sea, pero alejarnos
de este bosque —sentenció la princesa.
Él, en cambio, negó con la cabeza.
—Eso es lo que llevamos intentando semanas. Cada vez
que lo hacemos ellos nos rodean y nos matan.
Ella, incapaz de creerlo, acunó su rostro tratando de llamar
su atención.
—Yo he podido entrar sin que me vean, así que, podremos
salir.
La mirada que le echó Nixon entonces supo que no iba a
olvidarla jamás en toda su vida, por corta que fuera. Una de
lástima, como si ella fuera una ingenua en un juego demasiado
grande.
—Nadie sale o entra sin que ellos lo vean, lo hemos
aprendido a las malas. —Hizo una pausa, como si le diera
miedo pronunciarlo—. Te han dejado entrar.
Eso la impactó mucho más de lo que hubiera esperado.
Ellos estaban en un tablero con todas las fichas comidas y casi
sin turnos para tirar los dados.
—Algo podemos hacer, ¿no? —preguntó ella algo
desesperada.
Nixon se encogió de hombros.
—Algo se nos ocurrirá —prometió—. Coge tu moto, el
resto se alegrará de verte.
Capítulo 8

Apenas quedaban un puñado de hombres y mujeres


desgastados por la guerra, heridos tanto física como
psicológicamente. Al verla creyeron que el Rey había
mandado un gran ejército para rescatarlos. La decepción al
saber la verdad fue tan dura que sintió una punzada en el
corazón.
Todos ellos tenían familias a las que amaban, las mismas
que rezaban cada día por su vuelta y su señor les había
abandonado.
Kata les dio las provisiones, ellos la necesitaban mucho
más que ella y se negó a comer cuando le dieron una parte.
Podía aguantar, ellos llevaban días sin probar bocado.
Escuchó con atención todo lo que quisieron contarle.
Llevaban viviendo un infierno desde que abandonaron palacio.
Les habían dado la espalda, los habían destruido hasta
conseguir que fueran unos pobres y asustados humanos
luchando contra seres muy poderosos.
—El tema es que vamos a morir de todas formas, ¿no? —
preguntó Kata atrayendo la atención de todos.
Nixon tosió un poco ante la crudeza de sus palabas.
—Es una forma poco diplomática de decirlo —contestó.
Ella se encogió de hombros, las formas en un lugar como
ese no importaban lo más mínimo.
—Solo se me ocurre que salgamos corriendo cada uno en
direcciones distintas. No podrán seguirnos a todos y alguien se
salvará.
La miraron como si acabara de enloquecer, lo que hizo que
tuviera más ganas de defender su única idea.
—Sí, es una locura, pero si os quedáis aquí os matarán de
uno en uno o dejarán que el hambre haga su trabajo. Además,
si salimos todos a la vez tendrán difícil darnos caza. Os
quedan unas pocas motos, yo traigo algo de gasolina y el
tanque lleno. Conduzcamos hasta donde nos dejen, lejos de
aquí.
Tomó una bocanada de aire.
—Es verdad que no todos los aquí presentes vamos a salir
con vida, no obstante, es una oportunidad. Porque quedarnos
aquí y esperar a que nos maten es la peor de las opciones, casi
prefiero volarme yo los sesos antes.
Su franqueza caló en todos ellos. No había querido
arrebatar esperanzas a nadie, solo abrirles los ojos. No había
ningún Rey rezando por su regreso, ni ejército que viniera en
su ayuda. Estaban solos.
Katariel no habló más en toda la noche, no quiso obligarles
a obedecer por ser princesa o gritarles por su propia estupidez.
Dejó que hablaran entre ellos, sopesando las pocas
posibilidades que tenían.
Ella se limitó a ir hacia su moto y sentarse delante, no
quería perderla de vista porque era el medio de transporte más
rápido del que disponían. La nieve no era un sitio agradable
para correr, así pues, debían tomar lo que tenían.
Nixon se acercó a ella pocas horas después. Su rostro serio
mostró el cansancio que cargaba sobre sus espaldas. Además,
también lo había escuchado discutir con alguno de sus
soldados.
—Has sido un cuervo portador de malas noticias —dijo
sonriendo, algo que no casaba con sus palabras.
Ella asintió.
—Tengo razón y ojalá no la tuviera —deseó.
Nixon, cariñosamente, llevó sus manos a su capucha y se la
colocó ocultando su rostro.
—¿Qué haces?
Él acomodó su pelo dentro, ocultándola por completo. Solo
él era capaz de verla y era porque estaba apabullantemente
cerca.
Nixon, antes de contestar, también se puso la suya. Aquello
cada vez era más confuso.
—Nadie debe saber que estás aquí, eso daría una ventaja al
enemigo. Todos han ocultado sus rostros para darte una
oportunidad.
La seriedad de sus palabras le indicó que habían tomado a
una decisión y que tener allí a la princesa era algo más
peligroso de lo que hubiera imaginado en un principio.
Siempre olvidaba su cargo, como si no lo fuera, de hecho,
nunca antes la habían hecho sentirse así. Su padre se había
encargado de enseñarle que no era más que un insecto que no
merecía vivir.
—Hemos decidido seguir lo que nos dices, no podemos
esperar a tu padre sabiendo que no llegará.
Las palabras de Nixon le dolieron en el corazón, ellos
confiaban en el hombre que les acababa de dar la espalda.
—Tenemos motos suficientes como para salir de aquí cada
uno en una. Muchas ya tenían energía para seguir, solo unas
pocas irán con dos ocupantes. Se están preparando para salir
ahora, aprovecharemos la noche para correr el máximo
posible. No dejaremos a nadie atrás.
Kata se levantó a toda prisa, aquello era inminente, algo
que no hubiera imaginado.
—De acuerdo —aceptó la joven.
Nixon se colocó ante ella para darle un beso, uno rápido y
fugaz.
—Tú ve hacia el oeste. Los que podamos huir nos
reuniremos en Sazer, el primer poblado que hay en dirección a
palacio, tienen una gran fortificación que ha logrado detener a
los Draoid durante años.
Kata escuchó las indicaciones de Nixon poco antes de
escuchar como las motos comenzaban a arrancar. El plan se
ponía en marcha ya, sin opciones a pensar o añadir algo más.
Le tendió su casco y se lo colocó a regañadientes. Todo era
tan confuso que notaba como a su mente se le escapaba algo.
Aquello era demasiado precipitado como para tener la suerte a
su favor.
—Nix…
Él la mandó callar poniéndose un dedo sobre los labios.
Cuando lo hizo, también se colocó su casco.
—¿Y tú en qué dirección irás? —preguntó asustada.
La muerte era demasiado real como para asimilarla.
—Nos veremos en Sazer. Corre, monta.
Volvió a preguntar, pero él se alejó de ella para tomar su
moto, así pues, no le quedó más remedio que obedecer.
Todos estaban ya en sus puestos como si aquello fuera una
carrera y esperasen el disparo de salida. No hubo arma de
fuego que les instara a apretar el gas de sus vehículos, pero si
un Nixon que pareció rugir en la noche.
Las motos arrancaron resquebrajando el silencio de aquel
bosque, casi como si fuera un pecado hacerlo.
Kata reunió el valor necesario como para tomar la dirección
que le acababan de decir. Lo hizo a tanta velocidad que temió
caerse y romperse el cuello allí mismo.
Pocos segundos después el suelo tembló anunciando la
llegada de los fieros guerreros de Draoid.
Era un gran ejército, mucho mayor que ninguno que
hubiera visto antes. Salieron de todas partes, algunos hasta de
las copas de los árboles que les habían cobijado segundos
antes.
Entonces comprendió las palabras de Nixon: la habían
dejado entrar.
Supo que era una locura, sin embargo, y a pesar de la
velocidad, miró absorta a aquellos guerreros. No se parecían a
los de Nislava en nada, ellos eran mucho más altos y
corpulentos. Además, algunos parecían estar envueltos en
llamas mostrando así sus feroces poderes.
La joven buscó con la mirada las motos de los suyos,
algunas ya estaban muy alejadas entre ellas. Fue imposible
encontrar la de Nixon, pero no escucharle.
—¡Aquí me tenéis! ¡Soy Nixon Myara, prometido de la
princesa y próximo rey de Nislava!
El grito atravesó la tierra y lo inundó todo.
Tarde comprendía el plan que habían orquestado sin su
aprobación. Él se entregaba como señuelo a cambio de la vida
del resto, era un suicidio anunciado. El corazón de Katariel se
rompió en mil pedazos al descubrir lo estúpida que había sido.
«No dejaremos a nadie atrás»
Recordó las palabras de Nixon y tomó una decisión.
Giró su moto a toda velocidad, levantando nieve
derrapando en un terreno demasiado peligroso para hacerlo.
Y allí, en la lejanía, vio al hombre por el que se había
enfrentado a su padre.
Nixon, detenido sobre la moto, se había quitado el casco y
la capucha mostrando así su rostro y su identidad para sorpresa
de todos sus enemigos. Pocos segundos después arrancó
dejando que una horda de Draoids lo siguieran a toda prisa.
Kata se lanzó, sin pensarlo lo suficiente, hacia él. No
importó que un par de los suyos trataran de cortarle el paso
para detenerla. Continuó como si Nixon fuera la única estrella
en el cielo y tuviera que seguirla.
Subió la velocidad en un intento desesperado por llegar a él
antes que nadie. No fue así, vio como un choque de energía
detuvo la moto de Nixon lanzándolo por los aires varios
metros.
En un parpadeo estuvo rodeado por una docena, quitándole
la única posibilidad que tenía para seguir con vida.
Kata llegó a ellos antes de lo esperado. Cuando estaba a
pocos metros bajó un poco la velocidad y decidió hacer una
locura.
Tomando la moto caída de Nixon como rampa, subió para
tomar altura. Fue cuestión de segundos, desmontó y empujó
con sus piernas el asiento para lanzarla sobre el primer Draoid
que le cortó el paso.
La joven cayó al suelo poco después.
El golpe fue de lejos suave, rodó, gritó y se rasgaron sus
vestiduras durante unos largos y dolorosos metros. Justo
después, completamente aturdida, luchó por ponerse en pie.
Alguien la tomó de la ropa logrando, con un fuerte tirón,
ponerla en pie. Ella gritó enfurecida antes de lanzar la cabeza
hacia atrás dejando que impactase sobre la nariz de alguien,
una que cedió con un fuerte crujido.
Justo al soltarla ella aprovechó para tomar su arma, le
quedaban un puñado de balas que usaría bien.
Disparó al guerrero que se sujetaba la nariz con dolor,
acabando con su vida en el acto y se giró hacia el siguiente
más cercano.
Este le lanzó una especie de golpe de aire, uno que esquivó
lanzándose al suelo y rodando. Llegó hasta él, lo hizo caer
barriéndolo con sus piernas y volvió a disparar sin dar opción
a atacar.
Algo golpeó su casco, provocando que todo girase un poco,
no obstante, no tenía tiempo para eso. Se levantó lanzando una
patada en el plexo solar de aquel hombre y disparó,
descubriendo con horror que no le quedaban balas.
Un par de segundos de desconcierto por parte de ambos
sucumbió dándole la vuelta a la pistola y golpeándole con la
culata en la cabeza tumbándolo al momento.
Quiso alegrarse, aunque no pudo al comprobar la cantidad
de hombres que caminaban hacia ella.
Fue entonces cuando una moto pasó por su lado a muy poca
velocidad. Kata aprovechó para montar y aumentó la
velocidad al máximo posible para huir de ahí.
—¡¿Te has vuelto loca?! —bramó Nixon.
Ella, abrazada a él, solo pudo sonreír.
—¡No dejamos a nadie atrás! ¿Recuerdas? —contestó ella
convencida de sus actos.
Un choque de energía impactó muy cerca de ellos
provocando que la moto se desestabilizara unos segundos
antes de seguir su camino.
Kata, en su abrazo, notó las dos armas que él llevaba en su
cuerpo. Las tomó con cierta dificultad y las desbloqueó. Iban a
salir de aquel dichoso bosque o iban a morir en el intento.
Giró sobre su asiento quedando de espaldas a Nixon,
afianzó las piernas en la moto como pudo y levantó ambos
brazos.
Los disparos cortaron el aire alcanzando de forma efectiva
a algunos de los guerreros que los perseguían. Los vio caer al
suelo y rodar sin vida haciendo un hueco en los pocos
centímetros de nieve que había.
En ese momento uno de ellos despuntó de una forma
peligrosa, sus ropas mostraban un estatus superior dentro de
ese ejército. Iba completamente rapado, cosa que en ese
momento no le debió importar, pero lo hizo por algún motivo.
Su mirada, oscura y penetrante le vaticinó lo peor.
Aquel ser era mucho más peligroso que el resto.
Kata solo pudo desear que Nixon saliera con vida de aquel
lugar. No había otro deseo más fuerte que ese y ella se iba a
encargar de protegerlo hasta su último aliento.
Apuntó hacia el enemigo y supo que todo estaba perdido
cuando notó un choque de energía alcanzar la moto. Los elevó
en el aire un par de metros al mismo tiempo que ambos
gritaban asustados.
Lo peor fue la sensación de caer, esa que les encogió el
corazón. Fueron pocos segundos, los suficientes como para
que su mente solo pudiera pensar en Nixon.
El destino quiso que él cayese muy cerca de la moto,
levantándose y subiendo de nuevo a ella. Giró en su dirección,
para ir a ayudarla. Kata apenas tenía aliento suficiente como
para permanecer consciente después del golpe tan duro que
acababan de recibir.
—¡VETE! —bramó sabiendo que si se entretenía con ella
morirían los dos.
Un segundo choque de energía salió disparado dispuesto a
golpear nuevamente a la moto. Esta vez no fue invisible, Kata
pudo percibir su forma de boomerang y la dirección a la que
había sido lanzado.
No dudó ni un segundo en levantarse y colocarse en
dirección a la energía. Esta la golpeó duramente en la espalda
tirándola al suelo, haciéndola impactar tan fuerte que creyó
que algún hueso acababa de ceder.
—¡VETE! —gritó sin saber si Nixon la escuchaba.
Rezó como nunca antes lo había hecho y el cielo le dio la
respuesta, él, a regañadientes y sin querer abandonarla, había
llegado a su lado y se disponía a protegerla con su propio
cuerpo.
—No, no, no, no —lloró horrorizada.
No había podido salvarlo.
—No puedo dejarte aquí —se justificó él.
Y solo por eso iban a morir juntos.
Kata, sin saber muy bien el porqué, guiándose por su
instinto, tomó el colgante que llevaba en el cuello y lo besó.
—¡Sácalo de aquí! —exclamó antes de tocar a Nixon.
No tuvo explicación plausible para lo que ocurrió entonces,
él, el hombre al que había venido a salvar, acababa de
desaparecer ante sus ojos; se evaporó como si de una burbuja
de jabón se tratase.
Fue entonces cuando una magia invisible cayó sobre su
espalda aplastándola contra la nieve.
—¡QUIETO! —gritaron las voces al aproximarse.
Ella no tenía salvación y esperaba que Nixon hubiera sido
capaz de aparecer muy lejos de ellos.
Capítulo 9

Dolía, aquello era demasiado para soportarlo. Lo que la


inmovilizaba contra el suelo la aplastaba de tal forma que ya
no podía expandir sus pulmones para tomar aire. Quiso gritar,
revolverse y pelear para librarse de aquello, no obstante, no
fue capaz de hacerlo.
La carga se aligeró lo suficiente como para toser en busca
del oxígeno que necesitaba.
Su cuerpo se levantó sin que ella hiciera nada, una magia
invisible la tomó por las axilas dejándola en pie y con los
brazos extendidos, casi de puntillas. Era una postura dolorosa,
pero no emitió sonido alguno para no demostrárselo.
Él se acercó, seguía destacando por encima de los demás
como si llevase un aura especial que lo indicase.
Se colocó a su altura, levantó la mano derecha y chasqueó
los dedos con fuerza. En ese momento, por arte de magia, el
cierre de su casco se abrió y salió de su cabeza privándola de
esa coraza de anonimato que poseía.
La luz la cegó unos instantes, sin embargo, luchó por abrir
los ojos y enfrentarse a aquel hombre.
Y no, no estuvo preparada para hacerlo. Él era un guerrero
feroz, de ojos más oscuros que la noche, los mismos que la
miraban con cierta sorpresa al descubrir que no era un hombre.
—Eres una mujer… —susurró.
Su voz le hizo temblar las piernas o tal vez fuera la postura
tan incómoda a la que estaba siendo sometida.
—¿Sorprendido? —preguntó dibujando una media sonrisa.
Aquel guerrero negó con la cabeza.
–Sí, pero no para bien —contestó.
Kata no supo qué más decir o quizás era porque estaba
presa de un hombre que podía asesinarla sin pestañear y sin
darle opción a defenderse. Tarde fue cuando descubrió sus
malas decisiones.
—Nuestras mujeres pelean mejor —explicó él acabando su
frase.
Ella lo aceptó sin rechistar, reprimió el impulso de decirle
tantas cosas que sintió que podía envenenarse con ellas.
—¡¿Dónde has enviado a tu amigo?! —preguntó otro
guerrero.
Quiso mover la cabeza para ver quién era el que acababa de
gritar, no obstante, al estar inmovilizada fue incapaz de
hacerlo. No pudo verlo hasta tenerlo ante ella, momento en el
que luchó por liberarse.
Aquel hombre estaba fuera de sí, enfurecido como si ella le
hubiera ofendido con alguna palabra malsonante.
Era rubio, algo extraño en su tierra. Llevaba una trenza que
nacía en su frente y parecía descender hasta por debajo del
pecho. Su barba temblaba de pura rabia mirándola como si no
fuera nada.
Sus ojos verdes no podían apartar la mirada de su cuello,
algo sorprendente ya que Kata no era capaz de recordar lo que
llevaba colgado en él.
—¡¿Dónde has robado eso?! —preguntó gritando haciendo
retumbar sus oídos.
Alargó la mano, pero antes de alcanzarla, el que parecía el
jefe le dio un leve toque en el codo parándolo al instante. Fue
una orden sin palabras, una que acató sin rechistar, lo que
afianzaba más su idea de que era alguien de peso.
—No lo toques. Eso que lleva no se puede robar, te lo
tienen que dar voluntariamente y dudo mucho que la señorita
esté deseando ceder ese objeto tan peculiar.
Kata frunció el ceño. ¿Qué tenía de especial ese collar?
—¿Y si le da por hacer desvanecer al resto o a ella misma?
Reprimió las ganas de reír, apenas había sido consciente de
haber hecho desaparecer a Nixon.
—La vigilaré bien, yo me encargo. Me gustan las peleonas
—sonrió mirándola a los ojos haciéndola temblar.
Sus pies tocaron el suelo lo que la alivió mucho, también
hizo bajar sus brazos hasta dejarlos completamente estirados.
Fue en ese momento en el que ató una cuerda alrededor de sus
muñecas con fuerza, mostrándole que el otro extremo quedaba
entre sus manos.
Como si de un perro se tratase, tiró de ella incitándola a
andar y seguirle.
—¿Dónde están los otros? —preguntó el jefe.
El rubio señaló unos metros más allá.
—Hemos cogido a cuatro con vida.
Él asintió satisfecho con aquello. Habían hecho rehenes,
aunque no sabía si eso iba a ser por mucho tiempo ya que
podían matarlos en el momento en el que quisieran y nadie se
lo impediría.
—¿Y los caídos?
—Al menos una docena, muchos por culpa de ella —dijo
acusándola con un dedo.
Kata no dijo nada, no iba a disculparse por las vidas que
acababa de sesgar. Aquello era una cuestión de supervivencia.
Nadie pudo decir nada más o, si lo hizo, ella no fue capaz
de escucharlo. Justo en ese instante sintió como una mano en
el cuello, graznó en busca de aire y levantó las manos en
dirección a ellas para liberarse, descubriendo que no había
nada; era magia.
El agarre se hizo más intenso casi cortando la entrada de
oxígeno a su cuerpo.
—Duele, ¿eh, zorra? —preguntó el rubio.
Estaba ante ella con una mano extendida, haciéndole
comprender que era él el que estaba haciéndole daño.
Kata sonrió y eso lo enfadó más de lo que ya lo estaba. Se
aproximó a su rostro hasta quedar a unos escasos centímetros.
—¿Te parece divertido?
La princesa echó la cabeza hacia atrás y después hacia
delante con toda la fuerza que pudo reunir. Golpeó la nariz de
aquel hombre con tanta fuerza que pudo escuchar como se
rompía al instante.
Justo entonces el agarre sobre su cuello se desvaneció
cayendo de rodillas al suelo. Comenzó a toser buscando aire
desesperadamente.
—¡Voy a! —gritó el hombre alzando un puño amenazador.
El golpe nunca llegó, el jefe bloqueó el ataque con su magia
y lo obligó a retroceder lentamente hasta que estuvo a un par
de metros de ella.
—Te dije que yo me encargaba de ella.
Él negó con la cabeza.
—Tengo derecho al menos a marcarla.
—Nadie tiene derecho a nada hasta que no lleguemos a
casa. Si te acercas a ella o alguno de los rehenes, el menor de
tus problemas será una nariz rota.
Retrocedió un par de pasos con cierta dificultad. La rabia
burbujeaba en sus venas y estaba tan sediento de sangre que
únicamente era capaz de mirarla como si de un despojo se
tratase.
—Markus, retrocede ya —ordenó con cierta calma.
Un tirón en la cuerda de sus manos provocó que tuviera que
levantarse a toda prisa por miedo a ser arrastrada. El jefe tiró
de ella sin piedad instándola a caminar. Lo hicieron durante
unos minutos, todos en marcha mientras el ejército de los
Draoid se reagrupaba.
Pasados unos metros pudo ver el alcance que tenían. Eran
mucho más de los que su padre había enviado. Eso sumado a
los poderes que poseían hacía una ecuación difícil, no habían
tenido posibilidad alguna.
En la lejanía, pudo ver un par de camiones, las lonas
ondeaban al viento mostrando los víveres y lo necesario para
sobrevivir allí.
El jefe la llevó a la parte trasera de uno de ellos y ató su
correa a un hierro que sobresalía. Pronto, antes de que pudiera
pensar, trajeron a los otros cuatro rehenes Nislavos.
Kata los miró con pena antes de bajar la mirada
avergonzada. Ellos habían esperado a un rey que les había
dado la espalda.
Él subió al camión. A pesar de estar atada al hierro, cogió
parte de su cuerda entre sus dedos y la mantuvo ahí. Se puso
cómodo antes de dar un golpe a la lona como orden para
arrancar. El vehículo se puso en marcha al instante, lo que les
hizo ponerse a caminar.
Los rehenes eran tres hombres y una mujer, más la
princesa. Uno de ellos parecía herido, estaba cubierto de
sangre y su palidez no era buena señal.
El camión no iba excesivamente rápido, cosa que
agradeció.
Les esperaba un largo camino hasta su reino.

***

Tras horas de marcha, los Draoid se detuvieron cuando la


noche cerró el cielo. Justo cuando el camión se detuvo, el
rehén herido cayó al suelo de bruces para mofa de muchos de
sus enemigos.
Kata, con cariño, se agachó a su lado. Tomó su cabeza y
parte del pecho y lo arrastró sobre su regazo.
—Pr…
—Shhh, guarda fuerzas —susurró ella.
Nadie podía saber quién era. Jugaban con la ventaja de que
no parecían saber que la princesa de Nislava estaba entre ellos.
—Zachary, tenemos un par de problemas —dijo un hombre
acercándose al jefe.
Él estaba en el interior del camión buscando algo y no tardó
en sacar la cabeza para atender a quién lo llamaba.
Ahora ya sabía su nombre.
Bajó del vehículo de un salto provocando que el suelo
temblara por su peso. Era muy corpulento y musculoso. Sus
ropas eran holgadas, pero dejaban entrever un cuerpo
entrenado.
A Kata le pareció curioso que no llevasen uniforme como
ellos. En el caso de su jefe, iba vestido con unos pantalones
oscuros y una camiseta cruda que se intuía bajo la chaqueta
que lo abrigaba. Era oscura, con el forro caliente, que asomaba
por el cuello.
De no haber sido por esas circunstancias a ella le hubiera
parecido muy atractivo.
Zachary, antes de atender a su soldado, le echó una mirada
que le heló el corazón. Se dio cuenta de que lo había estado
mirando, lo que hizo que ella bajase la mirada tratando de no
enfadarle.
Fue una fracción de segundo, pero sintió que el corazón iba
a salírsele del pecho.
La noche pasó con tranquilidad. Ellos montaron tiendas de
campaña para dormir y cenaron contando diversas historias de
la travesía que llevaban desde que empezó esa batalla.
Pronto estuvieron dormidos. Por lo que habían estado
hablando, el día siguiente iba a ser duro. Pensaban llegar a
casa costase lo que costase.
Kata miró al cielo cuando el silencio de la noche los abrazó.
Únicamente el sonido de la madera arder los acompañaba y
eso consiguió relajarla, hacerla sentir como en casa a pesar de
la distancia.
Trató de conciliar el sueño, pero su cabeza apenas fue capaz
de desconectar mostrándole las imágenes de los últimos días.
Al menos Nixon estaba a salvo o eso era lo que esperaba.
Ese había sido su máximo deseo y lo había conseguido, lo
demás no importaba.
Un crujido provocó que frunciera el ceño antes de abrir los
ojos.
Miró a su alrededor con desesperación sabiendo que algo
no iba tan bien como esperaba. Pronto encontró unos ojos
color miel que los miraban.
El corazón se le desbocó como si vaticinase lo que estaba a
punto de pasar. O, quizás, fue que esa mirada solo podía
significar problemas; unos que no esperaba tener.
Un Draoid se acercaba a ellos con paso lento y una sonrisa
dibujada en los labios.
—Hola, chicas —canturreó provocando que la bilis le
subiera por la garganta.
Kata miró a la otra rehén, la cual había comenzado a
temblar sabiendo bien las intenciones del desconocido.
—Me preguntaba cómo se tiene que sentir meterla en una
Nislava.
Ella tragó saliva.
Con cariño, acompañó el cuerpo de su compañero, que
tenía en el regazo, hacia el suelo, el cual estaba dormido o
inconsciente, y se levantó.
—No, tú no eres mi tipo. Me van más las rubias como tu
amiguita —anunció el Draoid.
La rehén, asustada, se hizo un ovillo con sus piernas como
si al hacer eso el mundo desapareciera.
—No llores, bebé. Soy un hombre cariñoso —canturreó él.
Kata contó los segundos que tardó llegar a su lado. Sopesó
sus posibilidades, si gritaba y despertaba al resto, tal vez estos
se unían a la fiesta y si dejaba que pasase no iba a perdonarse
jamás.
Ocho segundos después, toda cordura se desvaneció en el
aire.
Justo en el momento en el que aquel hombre tocó el cabello
de la Nislava, Kata le lanzó una patada en las costillas
lanzándolo al suelo. Sus instintos hicieron el resto. Corrió al
camión y luchó por soltar el nudo de sus cuerdas, lográndolo
tras un par de desesperados segundos.
Él la encaró.
—Vale, veo que no te sienta bien que te dejen de segundo
plato. Te follaré antes a ti, haré el esfuerzo —anunció
sonriendo.
Katariel se lanzó al suelo cuando vio la energía salir de sus
dedos, lo esquivó y lo barrió con las piernas poniéndolo a su
altura.
El Draoid cayó boca abajo, lo que ella aprovechó para
colocarse sobre su espalda. Pasó la cuerda por su cuello y
comenzó a tirar con todas sus fuerzas dispuesta a acabar con
su vida.
La magia de él explotó haciendo que ella saliera disparada
por los aires un par de metros. Impactó contra el suelo y se
quedó sin aire unos segundos antes de recobrar el aliento.
Consiguió levantarse a la par que su atacante y muchos
Draoid.
Vio como Markus comenzó a caminar hacia ella, pero
Zachary le detuvo poniéndole una mano sobre el pecho.
Tanto Kata como su atacante los miraron esperando que
dijera algo, lo que fuera, cosa que no ocurrió.
—¿Ves? Mi jefe me da el visto bueno. Voy a hacértelo hasta
que no puedas andar —rio él.
No obstante, ella no pensaba lo mismo.
Tomó su cuerda y haciendo un pequeño nudo, consiguió un
lazo como el que utilizaban con el ganado. No tenía armas con
las que defenderse, pero eso no significaba que estuviera
indefensa.
Esperó un instante a que aquel hombre se acercase unos
centímetros, lo justo como para llegar. Tiró el lazo
consiguiendo que el cupiera dentro, lo apretó con fuerza
inmovilizándole los brazos a ambos costados del cuerpo.
Corrió hacia él lo suficiente como para usar sus rodillas
como impulso y después envolver sus piernas alrededor de su
cuello. Ambos cayeron al suelo, aunque no soltó su agarre.
Apretó con fuerza mirando a los ojos a su atacante.
—Ya es suficiente.
La voz de Zachary cruzó el cielo como un rayo. Fue una
orden clara y directa hacia ella.
Una que tardó un par de segundos en obedecer. Después,
gruñó de rabia y se retiró de encima de su atacante.
Él rodó a toda prisa y se levantó lo suficiente como para
mirarla con tanto odio que casi la fundió allí mismo. El lazo
seguía atado alrededor de su cuerpo, uno que se abrió por arte
de magia.
El cabo de su cuerda voló hasta la mano de Markus, guiado
por Zachary, el cual la miraba con dureza. Kata no fue capaz
de sostener la mirada y giró el rostro hacia el camión donde
debía estar atada.
—Señor, yo… —balbuceó el soldado.
—Cuando lleguemos redirás cuentas a Markus. Yo no
quiero tener que tratar contigo —explicó.
Kata, moviéndose un poco, pudo ver como el hombre
palidecía al instante. Al parecer, aquel Markus no era alguien a
quien enfadar. Ella tomaba nota de aquello, si es que salía viva
esa noche.
Zachary ordenó que siguieran durmiendo. El soldado rubio
se marchó lejos de los rehenes y desapareció entre la multitud.
Y, para su sorpresa, cedió su cuerda al hombre al que debía
temer antes de irse a dormir.
Markus y ella intercambiaron un par de miradas antes de
que, la joven, volviera a mirar al suelo. El jefe caminó hacia
ellos, provocando que Kata solo pensara en huir, no obstante,
se mantuvo inmóvil tratando de no parecer tan asustada como
lo estaba en realidad.
Quedando ante ella sonrió y siguió su camino llevándola
hasta el camión, justo donde la ató con un triple nudo.
Al girarse quedaron muy próximos el uno del otro, casi
pudiendo tocarse. Eso hizo que Kata pudiera notar la energía
de aquel ser a su alrededor. Era como un torbellino, que podía
succionarla y dispararla lejos acabando con su vida.
—Sí que eres peleona —susurró satisfecho.
Solo cuando estuvo a un par de metros lejos de ella pudo
respirar de nuevo.
Kata tomó asiento con normalidad, al parecer iba a seguir
con vida una noche más. El cansancio llamó a su puerta y más
cuando apoyó su espalda contra el camión.
Y ahí, antes de que sus ojos se cerrasen, pudo ver como
Zachary la miraba tumbado en su saco de dormir. Ella hizo lo
mismo, como si pudieran ver el uno dentro del otro a tanta
distancia.
Fueron unos segundos antes de que todas las luces de su
mente se apagasen de puro agotamiento.
Capítulo 10

Después de largas horas caminando, los habían metido en el


camión para poder llegar a casa antes. Fue algo que todos
agradecieron porque los pies les quemaban y dolían después
de tanta travesía.
Kata descubrió un agujero en la lona, uno por el que
aprovechó para mirar cuando la nieve de Nislava desapareció.
Era la primera vez que veía un mundo verde en persona.
Las fotografías le habían mostrado como era todo en realidad,
sin embargo, nunca antes pudo contemplar la belleza de los
colores.
Vigilando a Zachary de cerca, fue moviéndose centímetro a
centímetro para tratar de quedar ante el agujero y así poder
mirar mejor. A pesar de las circunstancias, necesitaba poder
ver aquello, aunque después la muerte la visitara.
Él, como era de esperar, se acabó dando cuenta y la miró
unos segundos con el ceño fruncido. Poco después pareció
comprender qué era lo que estaba ocurriendo y el porqué de
tanta curiosidad.
Se levantó, lo que hizo que su corazón amenazase con
salírsele del pecho, y desató un poco la tela que no le dejaba
ver el exterior.
—Es la primera vez que ves algo así, ¿no? —preguntó
dando por hecho la respuesta.
Markus, también confundido, los observó ya que todos los
rehenes respondieron de la misma forma. El sol les cejó unos
segundos antes de poder ver la belleza de aquel mundo nuevo.
—¿Nunca habéis visto el pasto verde? —preguntó el
soldado incrédulo.
Kata asintió con cierta vergüenza.
Tanto el jefe como él se miraron comprendiendo lo que
ocurría, les sorprendió, pero no mediaron palabra.
—Así estáis tan paliduchos —rio Markus.
Ella lo ignoró, estaba demasiado emocionada por ver todo
aquello. El camión iba tan rápido que no podía observar todos
los detalles, no obstante, sí lo suficiente como para recordar
las palabras de Malorie cuando hablaba del mundo antiguo.
La tristeza no le dejó respirar.
Llegaron al reino de Draoid casi a la noche, cuando los
pájaros comenzaron a callarse.
Entraron a una gran ciudad amurallada, pero no pudo ver
nada más porque Zachary volvió a colocar bien la lona.
Los vítores a los soldados hicieron eco a lo largo de todo el
camino. Ellos estaban contentos de ver a sus familiares
regresar a casa y lo celebraban con fuertes gritos y cánticos;
cosa que en Nislava no sucedía.
Cuando todo se detuvo supo que habían llegado a su
próximo destino y, tal vez, a una muerte temprana.
Zachary tomó las cuerdas de los cinco rehenes y bajó
instándoles a hacer lo mismo. Eso hicieron, salvo Kata que se
apresuró a tomar al herido por la cintura y ayudarlo a bajar.
Markus cayó de un salto tras ella, lo que provocó que la
piel se le erizase.
—Vais a ver a Gerald —rio el hombre antes de poner sus
manos en su espalda y empujarla suavemente.
Recordó el nombre del Rey de Draoid, lo que significaba
que una audiencia con él no era nada bueno. En realidad, ser
rehén tampoco lo era. Para bien o para mal estaban a punto de
sellar su destino.
Estaban, en lo que parecía, la plaza del pueblo.
Aquel reino no era para nada lo que había esperado. Era
muy distinto a los libros que estudió de más joven.
Las calles eran de piedra, con casas de una planta por
doquier y una algo más grande al frente. Esta última era blanca
como la nieve, con el porche y el balcón de madera y el tejado
negro como la noche, provocando que resaltase sobre el resto.
Comprendió que aquel lugar era el «palacio» del Rey,
siendo mucho más modesto de lo que las escrituras decían.
Aquella plaza podía albergar quizás a unos pocos cientos de
personas, era tan humilde como el resto del reino que había
visto.
Vio lo que parecía haber sido una fuente muchos años atrás.
Le habían colocado un gran poste en el centro, alto en
dirección al cielo. Curiosamente, también vio muchos de ellos
a lo largo de la plaza y en las calles colindantes.
—¡Oh, Zachary! ¡Bendito sea el cielo por traerte de vuelta!
—dijo una voz.
Kata miró como salía un hombre de la casa que
correspondía a la de la realeza. Era mayor y lo pudo saber por
su forma de caminar, lenta. El resto parecía mucho más joven
de lo que sabía que era.
Al estudiar sabía bien que Gerald Draoid tenía unos setenta
y pocos años. No los aparentaba, casi parecía unos veinte más
joven. Negan siempre le dijo que aquel hombre practicaba
magia prohibida y que por ese motivo se mantenía tan joven.
El rey y Zachary se fundieron en un abrazo antes de que
pudieran compartir unas palabras sobre el duro viaje.
Ella miró bien a ese hombre, como si quisiera memorizar
cada una de sus facciones. No era muy alto, quizás un poco
más que ella. Su cabello castaño presentaba unas cuantas
canas que le hacían parecer algo mayor, pero no lo suficiente.
Bajó a su rostro queriendo encontrar alguna cosa que le
indicase la edad que tenía en realidad y no la encontró.
Tenía las arrugas propias de un hombre de cincuenta años,
unas pocas de expresión en los ojos y alrededor de los labios,
unos gruesos y rojos oscuro como la sangre. Además, lucía
una poblada y tupida barba negra de unos buenos ocho
centímetros. Quiso mirar el color de los ojos, no obstante, no
encontró valor para hacerlo.
—¿Qué me traes? —preguntó el Rey.
Zachary señaló hacia ellos como si fueran ganado y él los
miró con atención uno a uno hasta llegar a ella.
—¿Cuántos han caído? —le preguntó afligido.
Él contestó, demasiados.
Gerald caminó entre los rehenes mirándolos de arriba
abajo, como si así pudiera saber todo de ellos. De pronto se
detuvo ante ella provocándole un escalofrío de los pies a la
cabeza.
La joven, de forma impulsiva, se negó a mirarlo. Algo que
no le importó al Rey, ya que la tomó del mentón y la obligó.
—¿Cómo te llamas? —preguntó.
Kata tragó saliva.
—Alana Sould —contestó de forma instintiva.
Desde pequeña le habían enseñado a mentir por si caía en
manos enemigas. Nadie podía saber quién era porque podía ser
peligroso para ella y para su reino, al que le debía total lealtad
—Alana, ¿eh? Eso ya lo veremos —comentó.
Soltó su barbilla para agarrar su cuerda. Tiró de ella casi
haciéndola tropezar y caer, aguantó a duras penas y caminó
tras él como un perro siendo dirigido por su dueño.
La arrastró hasta llevarla casi a las puertas de su casa. Allí
la hizo girar sobre sus talones, de modo que todo el mundo
pudiera verla.
La plaza estaba llena de soldados y familias que habían
venido a celebrar el regreso de su gente. Además, los balcones
estaban atestados de personas que no querían perderse el
espectáculo.
La mano de Gerald cayó sobre su hombro derecho con
contundencia, pesó mucho más de lo que pudo soportar
provocando que acabase de rodillas. Fue entonces cuando su
mano cambió yéndose a la izquierda y rodeando su cuello.
—Muy bien, Alana Sould. Estás en un juicio donde se la
acusa de asesinato. ¿Cómo te declaras?
La mente de la joven iba tan rápido que no podía
comprender lo que estaba ocurriendo. No contestó
inmediatamente, necesitó que la agitase un poco para poder ser
capaz de hacerlo.
—Culpable —contestó sin temor a mentir.
Ella había sesgado vidas.
—Bien. Te condeno a muerte —sentenció el Rey sin
titubear.
Ese era su final, no iba a poder pelear por seguir viviendo.
Aunque lo hiciera no podía huir de un reino entero. Debía
asumir que sus decisiones la habían llevado a ese lugar. Era la
única culpable de su suerte.
Agachó la cabeza esperando el golpe de gracia, solo
esperaba que fuera rápido e indoloro.
Notó la palma de la mano de él sobre su cabeza y, segundos
después, una descarga eléctrica que, tras cortarle la respiración
unos segundos, le hizo gritar hasta rasgar sus cuerdas vocales.
Los rehenes se movieron inquietos y ella suplicó al cielo,
sin palabras, que aquello acabase lo más pronto posible.
—¿Cómo te llamas? —volvió a preguntar el Rey.
La electricidad paró en seco provocando que su cuerpo
cayera laxo. Sorprendentemente no cayó al suelo, él la sostuvo
en la misma posición en la que llevaba los últimos minutos.
—Alana Sould.
Una segunda descarga hizo que se revolviera tratando de
liberarse. Gritó con todas sus fuerzas dejando que el dolor se
expandiera a cada extremidad de su cuerpo.
—¿Cómo te llamas? —repitió.
Ella, luchando entre la consciencia y la inconsciencia, negó
con la cabeza negándose a abrir la boca. Notó humedad
descender de su nariz hasta llegar a sus labios, el sabor
metálico le indicó que era sangre.
—¡Dímelo, niña! —bramó enfadado.
—Alana Sould —contestó al mismo tiempo que escupía al
suelo la sangre que se acumulaba en la boca.
El Rey apretó su agarre sobre su cabeza, como si no
estuviera contento con su decisión.
—Muy bien.
Ese parecía ser su final. Iba a morir allí mismo y, dadas las
circunstancias, lo prefería a seguir sufriendo. Solo sintió pesar
por los suyos, los que dejaba allí indefensos, a merced de un
hombre que podía hacerles cualquier cosa.
—¡ES KATARIEL DE NISLAVA! —gritó uno de los
rehenes que miraban la escena, que contemplaban a su
princesa sufrir.
La sorpresa golpeó a todos con contundencia. Fue tal que el
agarre que había sobre su cuerpo se desvaneció cayendo al
suelo de bruces. Justo ahí, cuando impactó contra la dura
piedra, lloriqueó mientras negaba con la cabeza.
—No, no, no. No lo soy… —gimoteó sabiendo que era
inútil.
La magia de Gerald la levantó, liberó sus muñecas
segundos antes de suspenderla a unos pocos centímetros del
suelo. No contento con eso, le hizo abrir los brazos y la dejó
allí para deleite de todos los presentes.
—Así que eres la hija de Negan —dijo regocijándose con
su descubrimiento.
Kata, mirándole de reojo ya que no podía moverse,
gorgoteó:
—No sé de qué me estás hablando.
Pero nadie la creía.
—Tu papaíto estará muerto de preocupación por ti —
comentó Gerald caminando a su alrededor.
Eso hizo que ella sonriera tratando de ocultar su risa, al no
conseguirlo, rio un instante.
—¡Qué poco lo conoces!
La magia que sostenía su cuerpo se hizo más fuerte, como
si cientos de cuerdas se enrollaran alrededor de cada
centímetro de piel hasta quemarla.
—Conozco bien a tu padre, llevamos en guerra treinta años
—le indicó como si fuera la primera vez que lo escuchaba.
Kata miró al cielo.
Fue en ese momento en el que el collar que llevaba en el
cuello llamó la atención del Rey. Se acercó para observarlo,
alargó los dedos para alcanzarlo, aunque no lo hizo finalmente.
—¿Quién te dio esto? —preguntó.
—Alguien.
Su contestación no fue tan divertida como ella pensó y lo
descubrió cuando rodó en el aire hasta acabar con la cabeza
cerca del suelo y los pies hacia arriba.
—No tengo paciencia para esto —advirtió.
La princesa cerró los ojos unos segundos como si los
recuerdos fueran demasiado como para lidiar con ellos en
aquel momento. Al final, decidió rendirse y decirle lo que
quisiera.
—Me lo dio la mujer que me crio.
Gerald no estuvo satisfecho con eso, la agitó como si fuera
a hacer música y volvió a repetir su pregunta.
—Se llamaba Malorie.
Los rehenes entendieron lo que eso significaba y
seguramente también él y los presentes, pero necesitó
preguntar.
—¿Qué le ocurrió?
Kata jadeó sintiendo que estaba a punto de desmayarse, la
sangre la tenía acumulada en la cabeza y ya no podía ver con
claridad. Por suerte pareció entenderlo y la giró nuevamente.
—Él la mató —contestó.
Gerald miró el colgante como si viera una obra de arte.
—¿Sabes lo que es?
—Un colgante —contestó aún a riesgo de acabar siendo
descuartizada o agitada hasta vomitar.
El Rey contuvo el aliento unos segundos como si tratase de
calmarse. Supo entonces, que de no haber sido quién era,
hubiera muerto en sus manos.
—Hizo desaparecer a su prometido cuando estábamos a
punto de capturarlos —explicó Zachary.
La sorpresa se dibujó en el rostro de aquel hombre para
después ocultarlo tras una capa de indiferencia.
—Entonces sí sabes lo que es. Tu padre lamentará que te
hayamos puesto la mano encima —rio—. Ahora tenemos una
pieza que puede inclinar la balanza al favor de Draoid.
Kata, como si acabasen de contarle el mejor chiste de su
vida, sonrió cerrando los ojos.
—¿Qué te parece tan divertido? —preguntó Markus.
—Que podáis creer que ese hombre pueda mover un solo
dedo por mí —contestó con una sinceridad arrolladora.
Con el mentón, señaló a los rehenes antes de poder
continuar hablando.
—Recibimos una carta en la que decía que habían sido
vencidos, que habían caído en una trampa y decidió dejarlos
morir allí.
Zachary avanzó hasta colocarse ante ella.
—¿Eres el soldado que dejamos pasar? —preguntó
recordando cuando llegó al bosque.
Kata lo miró a los ojos antes de dibujar una media sonrisa.
Era la mejor decisión de su vida y no se iba a arrepentir jamás.
Salvar a Nixon había sido el mejor objetivo que había tenido
nunca.
—Yo quería saber si Nixon seguía con vida. Le pedí ir
ayudarles, traer los soldados de vuelta a casa y no lo vio de la
misma forma —explicó.
Gerald chasqueó la lengua haciendo que Zachary y Markus
retrocedieran dejándola a solas con su rey.
—Mientes.
—¿Crees que cualquier rey, en su sano juicio, enviaría a su
hija sola y sin protección a la guerra?
Todos comenzaban a comprender lo que decía. Les costaba
creer su historia y no les culpó, a ella misma también le
pasaba. Todo era tan irreal que apenas era capaz de
comprenderlo.
—¿Y cómo llegaste? —quiso saber un todavía incrédulo
Gerald.
—Cuando le dije de salvarlos, incluyendo a Nixon, decidió
dispararme. Mató a dos guardias que noqueé por no haber
acabado con su vida. Me encerré en mi habitación esperando
que se calmase, pero fue a más.
Las lágrimas mancharon su rostro y tuvo que hacer un alto
en su relato.
—Malorie estaba allí y pidió ayuda. Me ayudaron a bajar
por la ventana —relató como si estuviera allí mismo—. Le
supliqué que viniera conmigo y no me escuchó. Me entregó el
colgante antes de que escuchase como mi padre la disparaba
sin piedad. Y lo hubiera hecho conmigo de haber estado en la
habitación.
Miró al cielo al mismo tiempo que parpadeó a toda
velocidad tratando de hacer a un lado las lágrimas, no podían
verla débil.
—Yo solo quería salvar a Nixon, necesitaba hacerlo. Viajé
por todo el reino hasta encontrarlos. Obviamente el plan de
escapar no nos fue del todo bien.
Gerald suspiró.
—¿Y el muchacho?
—Pedí al cielo que no estuviera allí, que escapase y se
desvaneció en el aire. Es lo único que sé. Lo juro.
Kata cayó al suelo duramente cuando lo que la sujetaba
desapareció. No trató de incorporarse, únicamente dejó que
pasara lo que tuviera que pasar. Ya nada más le importaba. Él
estaba bien.
—Atadla al poste y también al resto. Tengo que verificar
esa información —ordenó el Rey.
Zachary avanzó hasta ella, se agachó para tomarla del brazo
y levantarla. Sin mediar palabra, comenzó a caminar hacia el
poste de la fuente que había estado mirando al llegar al reino.
La hizo sentarse y obedeció sin rechistar, no pensaba pelear
en aquellos momentos, no tenía fuerzas. Tomó sus brazos y
volvió a atar sus muñecas para fijarlas a una anilla que había
sobre su cabeza para ese cometido.
El resto sufrió su misma suerte antes de que anunciasen que
estaban todos invitados a una gran fiesta. Una que celebraron
en honor a los guerreros que habían sobrevivido y a los caídos.
Capítulo 11

—¿Qué posibilidad hay de que sea realmente quién dicen?


—preguntó Gerald.
El rey estaba reunido en el comedor de su casa con el jefe
de su ejército, Zachary, y su segundo al mando, Markus,
mientras el resto celebraba una gran fiesta en honor a la
victoria.
Zachary paseó por la estancia, era algo rutinario, como si
sentarse fuera estar demasiado quieto para alguien que vivía
todo el día alerta.
—Yo sí lo creo —contestó Markus.
Él cabeceó, tenía tanto sentido que podían estar
engañándoles, sin embargo, en la vida había aprendido que la
respuesta más sencilla solía ser la verdadera.
—Yo también. Nixon hizo todo lo posible por sacarla del
campo de batalla y hasta sus vasallos la protegen. Creo que
estamos ante la descendiente de sangre del mismísimo Negan
—sentenció el jefe convencido de ello.
Por supuesto, aquella noticia era algo agridulce. Tener a
una descendiente de aquel hombre podría levantar muchas
ampollas.
—No se parece en nada a ella —comentó Gerald dejándose
caer sobre la butaca de su escritorio.
Él optó por encogerse de hombros.
—Yo tampoco me parezco a mi madre —dijo Markus
restándole importancia a las similitudes físicas.
Zachary caminó hasta quedar ante la estantería de libros
que tenía su rey. Giró sobre sus talones y apoyó la espalda en
ella segundos antes de enfrentar a su segundo al mando.
—¿Estás seguro? Tenía entendido que fuiste un bulto que le
salió a tu madre —bromeó.
La vena del cuello de Markus se inflamó y le regaló un
corte de mangas que prefirió ignorar. Quiso dejar estar el tema,
no obstante, le resultaba tan divertido meterse con él que no
pudo evitarlo.
—¡OH! ¡Ya recuerdo! A ti te encontraron en medio del
bosque. Tu madre biológica te abandonó y la de ahora se
apiadó de ti. Dijo: hasta los feos merecen ser queridos.
Markus chasqueó los dedos lanzándole un choque de
energía que Zachary transformó en una bengala infantil.
—Esto es serio, chicos —regañó Gerald.
Zachary decidió seguir caminando mientras se desarrollaba
la conversación.
—Mañana a primera hora mandaré un mensaje a Negan,
quiero ver si es verdad que hace algo por su hija —prosiguió
el Rey.
Ella no había estado convencida de ello. Por alguna razón, a
pesar de la tortura a la que estaba siendo sometida, en cuanto
mencionaron a su padre arrancó a reír. Eso podía resultar
esclarecedor.
—Si no es su hija él nos lo confirmará.
El jefe suspiró.
—Lleva el colgante, ¿no? Tiene que ser ella.
Markus tenía razón. Él también estaba convencido de que
así era. Aquella mujer era la mismísima Katariel de Nislava,
algo que jamás hubieran esperado cuando emprendieron el
viaje a la guerra.
—Y no tiene ni idea de lo qué es —explicó Gerald.
Zachary se colocó detrás del asiento del segundo al mando,
puso las manos sobre sus hombros, pero este le dio un par de
manotazos para que se apartase. Eso le provocó una sonrisa.
—En la guerra la información es un pilar clave y ella
parece haber sido excluida de todo eso —dijo con
contundencia.
Gerald juntó las manos a modo de súplica u oración, como
si deseara al cielo pudiera hacer aquello muchísimo más fácil.
—Mandaré el mensaje e iremos improvisando sobre la
marcha, quiero una reunión a primera hora todos los días —
ordenó el Rey.
Ambos asintieron ante la petición de su señor. No podían
tomar una decisión precipitada ya que tenerla a ella podía
cambiar el curso de la guerra. Una que duraba demasiado
tiempo.
—¿Y qué hacemos con ellos? ¿Los dejamos como
espantapájaros? Sé que es costumbre hacerlo, pero otros
prisioneros han gozado de ciertos privilegios como atención
médica, alimentación y trabajo —recordó Zachary.
Gerald asintió un par de veces.
—Sí, sí. Haremos el procedimiento habitual, por ahora.
Ella había hecho tambalear un pilar, como si con su llegada
hubiera hecho caer la primera pieza de un dominó
perfectamente ensamblado. Ahora todo podía hundirse
golpeando una ficha contra otra.
Zachary se acercó a la ventana del comedor. Usando dos
dedos apartó un poco la cortina que la cubría, lo justo como
para poner verla en el mismo sitio donde la había dejado atada.
—Señor, ¿ha avisado usted a la reina madre? —preguntó
tragando saliva.
—¡Por supuesto que no! Mi madre sale poco de casa,
mañana la prepararé —contestó Gerald.
Él decidió abrir un poco más la cortina para que pudieran
ver lo mismo que estaba viendo.
—Creo que no podrá ser así —titubeó.
Y es que, después de años sin salir apenas, aquella mujer
había elegido el día más idóneo para tomar el aire de una
cálida noche de verano. Aunque lo peor no era eso, sino que
estaba ante Katariel.
Los tres hombres se miraron unos instantes antes de correr
al exterior.

***

Kata movió los brazos en un intento de despertarlos.


Aquella postura era tan incómoda que ya apenas era capaz de
mover las puntas de los dedos. Lo intentó con todas sus
fuerzas, sin embargo, ya no quedaba de eso en su cuerpo.
—Hola, querida —dijo una voz.
La joven frunció el ceño, confusa. Ante ella vio como
llegaba una mujer que le pareció más mayor que el mismísimo
mundo.
Caminaba con un bastón que la ayudaba a mantener el
equilibrio, uno de una madera oscura. Le llamó la atención la
gran cantidad de nudos que tenía, como si el árbol que
hubieran usado fuera casi tan viejo como ella.
Encorvada por la edad, lucía un vestido negro como la
noche y una chaqueta de punto roja, sus mangas eran tres
cuartos, dejando sus brazos al aire. Le pareció curioso ver que
llevaba la manicura hecha del mismo color, intenso como la
sangre.
Su pelo blanco estaba recogido en un moño repleto de
horquillas. Además, en la cúspide, llevaba un pasador con una
mariposa azul de adorno. Eso le hizo pensar que era una mujer
muy elegante.
Su rostro tenía las arrugas propias de la avanzada edad que
poseía, pero tampoco demasiadas. Kata estuvo convencida de
que de joven había sido una mujer muy hermosa.
Y sus ojos, unos azules como el cielo que habían
contemplado en aquel reino, despejado y sin nubes. Eran tan
increíbles que se los quedó mirando sin apartar la mirada
como sabía que debía hacer, no obstante, no fue capaz de
hacerlo.
—He dicho «hola» —regañó.
Ella, comprendiendo lo que decía, carraspeó antes de
conseguir hablar.
—Hola.
La mujer sonrió satisfecha.
La miró de arriba abajo como si estudiara bien la posición
en la que estaba. Molesta, apoyó ambas manos en su bastón
mientras le fruncía el ceño al agarre de sus muñecas.
Para su sorpresa, el nudo se deshizo y, sus brazos cayeron
por culpa de la gravedad, sobre su regazo. No pudo evitar
gimotear dolorosamente ya que apenas sentía que fueran parte
de ella.
La cuerda se deshizo por completo para hacer un agarre
diferente. Volvió a tomar sus muñecas, pero esta vez giró a la
derecha para atarse a la parte baja del poste, cosa que
agradeció ya que así no tenía que levantar los brazos.
—Mucho mejor así —dijo satisfecha la mujer.
—Gra… gracias —tartamudeó.
Ella asintió.
Resultaba incómodo que la mirase tanto. Lo peor es que
parecía tener todo el tiempo del mundo para hacerlo.
—¿Cómo te llamas, niña?
La pregunta la sorprendió.
—¡Madre!
La voz del rey hizo que ella se erizase recordando la tortura
a la que había sido sometida. Así pues, quedó rígida contra el
poste a la espera de no ser castigada por hablar con aquella
mujer.
No solo llegó Gerald, Markus y Zachary franquearon a la
reina madre como si ella se hubiera convertido en una
amenaza mayor. Eso provocó que, la joven, enseñara las
palmas de las manos recordando que estaba atada, no podía
hacer nada.
—Hijo, hace una noche muy bonita. ¿No crees? —preguntó
como si nada estuviera pasando.
El rey asintió no demasiado convencido de ello.
—Seguro que Molly tiene algodón de azúcar. Siempre hace
para días especiales. ¿Le apetecería un poco, señora? —
preguntó Zachary.
Estaba claro que querían apartarla de ella. Por algún
motivo, su presencia era mucho más peligrosa de lo que habría
esperado en un principio.
—¡Oh, sí! Siempre hace ese dulce tan rico. Quizás debería
saltarme la dieta e ir a verla —comentó la mujer.
Markus asintió y le extendió el brazo para que se agarrase,
sin embargo, en lugar de hacerlo, le dio un leve golpe de
bastón en el codo obligándolo a bajarlo.
—Después, querido —explicó.
Eso no le gustó a ninguno, sus rostros mostraron decepción
y Kata temió que la culpasen a ella.
—Antes me gustaría seguir con esta muchacha, estábamos
en una conversación muy interesante.
El corazón de la joven se congeló al saber que dijese lo que
dijese iba a recibir la ira de alguno. Una parte de ella recordó
su hogar, allí tampoco tenía posibilidades de ganar ninguna
conversación.
—Madre, es solo una rehén —comentó Gerald.
Pero aquella mujer no cejó en su empeño. Estaba
convencida en hablar con ella y lo iba a conseguir les gustara a
esos hombres o no.
—Disculpa a mi hijo, es rey y eso siempre va en el cargo —
pidió la señora volviendo a ella—. Ahora dime, ¿cuál es tu
nombre?
La joven tragó saliva y cabeceó un poco sus opciones
llegando a la conclusión de que no tenía ninguna. De forma
desesperada, miró a los hombres que la acompañaban, pero no
dijeron nada.
Así pues, solo tenía que contestar.
—Kata, señora.
La mujer le dio un ligero golpe con el bastón en los pies.
Era una advertencia y estaba convencida de que todo podía
empeorar.
—Nombre completo —regañó.
Ella tomó una bocanada de aire.
—Katariel Alana Martha de Nislava, pero suelen resumirlo
como Katariel de Nislava o Kata.
El rey la miró con severidad sabiendo que, a pesar de todo,
cuando había preguntado su nombre no había mentido del
todo. Era el segundo y por eso podía decirlo con soltura.
El rostro de aquella mujer cambió, la miró como si fuera un
espejismo en un desierto antes de comenzar a temblar.
—Todavía estamos a tiempo de ir a comer algodón de
azúcar —se ofreció Markus.
Ella lo rehusó levantando la mano.
—Una vez conocí a la dueña de ese collar… —comenzó a
decir.
Al parecer todas las historias colindaban en él. Como si el
peso que sintió la primera vez que se lo dieron se hubiera
multiplicado por mil. Ahora casi era una maldición en lugar
del milagro que había salvado a Nixon.
—Sé que mi madre fue Draoid y que fue suyo —dijo
rápidamente como si con eso pudiera dar por zanjada la
conversación.
Ahora fue Markus el que le dio un leve golpe en la planta
del pie con su bota. Estaba convencida de que no querían que
hablasen y de que estarían encantados de cortarle la lengua.
—Ella lo llevó mucho tiempo antes de tu nacimiento, pero
no supo protegerla lo suficiente. No la trajo de vuelta a casa.
La mujer sonrió.
—En su defecto te trajo a ti. Estoy convencida que ella lo
hubiera querido así.
Kata apretó la mandíbula con cierta rabia y dolor. No era
una reacción voluntaria, era la conseguida durante años
hablando mal de su madre. Negan se había encargado de
castigarla por los pecados de su progenitora, lo que hacía que
no pudiera sentir demasiada simpatía por una mujer que
decidió salvarse ella, tomando la salida más fácil, que a su
propia hija.
—¿La conociste? —preguntó la reina madre.
La joven negó con la cabeza.
—Una pena. Una hija siempre debería saber de dónde
procede y tú lo has conocido demasiado tarde.
Katariel frunció el ceño sorprendida. ¿Cómo podía saber
aquello?
—Puede que sea vieja y esté oxidada, pero todavía me
quedan algunos trucos bajo la manga —confesó orgullosa.
Esa conversación había durado demasiado tiempo y pudo
notar el nerviosismo en los hombres que mantenían silencio a
su lado. Ellos estaban deseando poder llevarse a aquella mujer
lo más lejos posible.
—¿Cómo murió? —preguntó la reina madre.
La pregunta hizo que todo el aire de sus pulmones se
esfumase como por arte de magia. Tosió un poco tratando de
respirar y se calmó pasados unos segundos.
—No lo sé —contestó Kata mirándola a los ojos.
El bastón se levantó y le dio un ligero toque en la cabeza.
Aquella mujer podía llegar a ser muy severa si se lo proponía.
Supo que huir de aquella respuesta podía hacer que doliera
mucho más.
—Se suicidó al poco de nacer yo.
La mujer, consternada, negó con la cabeza como si acabase
de decir una de las mayores barbaridades del mundo, cosa que
ofendió a Kata.
—¡Eso es mentira! —exclamó llevando sus manos al
pecho.
Zachary y Markus tomaron a la mujer de los brazos con
miedo a que pudiera caer al suelo. Kata, en cambio, solo pudo
desviar la mirada para no contemplar aquello. El corazón se le
encogió con dolor pensando en la pobre mujer y la imagen que
tendría de su madre.
—¡Retira eso, niña! —exclamó enfadada.
—Lo retiro —cedió ella.
Apoyó la cabeza en el poste, suspirando, y cerró los ojos.
Las mentiras no iban a cambiar aquello que se había
grabado en su cuerpo desde el día en el que la enterraron.
—¿Qué te dijo ese monstruo? —preguntó volviendo a la
carga.
Estaba claro que se refería a su padre y Kata aceptó que
aquel calificativo se quedaba corto con lo que era.
—Madre, ya has tenido suficientes emociones por hoy.
Quizás mañana —trató de convencerla para encontrarse con
una gran negativa.
La mujer estaba convencida a hablar con la princesa del
reino enemigo y no pensaba marcharse de allí sin las
respuestas que había venido a buscar. No importaba lo que
tardase en conseguirlo.
—Mi padre siempre ha sostenido que ella se suicidó y lo sé
bien porque me ha castigado por ello toda la vida. He sufrido
en mis carnes los pecados de otra persona y me han torturado
para no ser débil como ella. La meta que me asignó fue que
borrase todo rastro de esa mujer en mí —contestó Kata.
Los miró a los ojos a todos, no pensaba mentir. Ya sabían
quién era y esconder algo podía girarse en su contra. Tenía
cientos de cicatrices testigos de los abusos a los que había sido
sometida.
—Él es un mal hombre. Yo lo dije cuando vino a pedir su
mano, pero sus padres no me creyeron —explicó la reina
madre.
Kata asintió.
El silencio los abrazó unos instantes, como si las palabras
que acababa de decir hubieran sido toda una sorpresa. Tenían
mucho en lo que pensar ya que, tener retenida a la princesa, no
producía tantas ventajas como hubieran imaginado.
—Ahora sí que me apetece ese algodón de azúcar. —Se
aferró al brazo de Markus—. Tú me vas a llevar, ¿verdad,
joven?
Todos se fueron sin decir nada más. Como si romper el
silencio fuera algo prohibido en un momento como ese.
Capítulo 12

—Toma —dijo Zachary sacándola de su ensimismamiento.


Kata parpadeó y buscó la voz hasta encontrarla a su lado.
Durante unos segundos había estado embobada en la mujer
que acababa de sondearla.
Ella no sabía que la reina madre era la mujer más
importante del reino y que conocía su historia desde mucho
antes de su nacimiento. Aquella mujer, que apenas salía de
casa, había elegido verla en persona justo en el momento que
supo que estaba ahí.
Vio dudar a la joven mirando la cantimplora que le tendía,
pero cedió finalmente. Alargó sus manos hasta alcanzarla.
—No voy a envenenarte —prometió Zachary.
—Creo que sería lo mejor que podía pasarme —contestó
antes de abrir y dar un buen sorbo.
Zachary no hubiera negado ante nadie lo mucho que miró a
esa mujer mientras bebía. Podría haberse defendido diciendo
que vigilaba a la prisionera y no le hubiera importado si le
creían o no.
Sus cabellos pelirrojos eran algo tan extraño en su reino que
sabía que muchos se habían detenido a observarla. Casi
parecía un trofeo expuesto para que todos pudieran
vanagloriarse de haber capturado a la princesa de Nislava.
Su tez pálida mostraba el poco sol que tenían en su reino,
casi parecía la nieve que habían estado pisando los días que
duró la batalla.
Siguió con la mirada las pecas que se dibujaban en sus
mejillas y que subían por su nariz. Casi parecían ser el mapa
de un tesoro, uno que podía culminar en algo peligroso.
Sabía bien de lo que era capaz.
Para todos era una atracción de circo, no obstante, no tenían
ni idea de lo que la había visto pelear en aquel lapso de
tiempo. No era solo una cara bonita, podía atraerte al agua
como una sirena y ahogarte en sus profundidades.
—Gracias —contestó ella devolviéndosela.
—Quédatela, te la iremos llenando.
Katariel asintió sin decir nada más. No era un trato de
honor, si querían que los rehenes siguieran con vida debían
alimentarlos.
—¿Puedo preguntar su nombre? Nunca me hablaron de
ella, solo del rey Gerald.
Molly en ese momento atrajo su atención. Canturreó su
nombre, lo cual solo podía significar que tenía algo para él.
Era como un ritual que conocían bien. Esa mujer podía ser el
mismísimo infierno y el cielo a la vez, como si dos
personalidades habitasen en el mismo cuerpo.
Zachary decidió a ir a ver lo que quería de él. Cuando
llevaba un par de pasos no pudo evitar girar hacia Kata. Ella,
como si se hubiera dado por vencida, estaba con la nuca
apoyada en el poste con los ojos cerrados, casi como si tratase
de descansar.
—Loretta. Así se llama la reina madre.
Katariel abrió sus enormes ojos para mirarle. Acto seguido
asintió y volvió a cerrarlos como si el sueño fuera demasiado.
Decidió dejarla atrás y no molestar el poco descanso que
pudiera encontrar en aquella postura.
—Hola, querido —sonrió Molly en cuando llegó hasta ella.
Había puesto su paradita, la que siempre montaba cuando
regresaban a casa. Estaba repleta de dulces, tenía buena mano
para ellos y había conseguido que muchos fueran adictos a sus
recetas, entre ellos la reina madre.
La mujer, vestida con un elegante vestido azul, salió de
detrás de su mostrador y se lanzó a sus brazos. Los envolvió
en su cuello, apretándolo con fuerza contra él como si hiciera
mil años que se hubiera marchado.
—¡Cuánta efusividad! —exclamó él apartándola con
delicadeza.
—Eres el más esquivo de todos. Markus vino a verme hace
un ratito y ya le di sus dulces.
Zachary no pudo evitar notar la malicia y la picaresca de
esa frase. Aquella mujer era muy atractiva, no era un secreto
de que muchos hombres habían intentado ganarse sus favores,
pero él no pensaba preguntar por si su compañero acababa de
probar algo más que sus dulces.
—Tranquilo, solo se ha llevado un trozo de tarta y algodón
de azúcar. Los otros dulces los guardo a buen recaudo —
sonrió como si pudiera leer su pensamiento.
Él asintió algo avergonzado por haber sido descubierto.
Molly tomó una bolsa transparente en la que puso un buen
puñado de golosinas ácidas. Sabía que eran sus favoritas y le
gustaba que se acordase de uno de sus gustos más peculiares.
Cuando fue a echar mano de su cartera ella negó con un
dedo amenazante.
—A estas invita la casa. Por el valor en el campo de batalla
y por hacer que muchos hayan vuelto.
Fue agradable que alguien valorase todo el esfuerzo. La
única cosa que tenía clavada en el corazón era los soldados
que jamás volverían a ver sus familias. Ellos eran unas
víctimas inocentes.
—Siempre eres muy amable conmigo —sonrió.
Molly asintió aceptando el cumplido. Contoneó sus caderas
de vuelta a su sitio de trabajo puesto que, mientras hablaban, la
cola de gente esperando no había hecho más que alargarse.
—¿Ella es quién dice ser? —preguntó señalando
rápidamente a la rehén.
Él le dio una rápida mirada, parecía ajena al bullicio de
gente, como si acabase de dormir.
—Yo sí lo creo.
La mujer se abstuvo de contestar, únicamente asintió como
si eso fuera suficiente. Creía en su intuición. Además, tampoco
es que tuvieran forma de saberlo al cien por cien, siempre iba a
quedarles la duda.
—Baila un rato y diviértete, guerrero. Te lo has ganado.
Zachary asintió como si acabase de recibir una orden y se
perdió entre la gente.

***

Katariel se revolvió cuando algo húmedo cayó sobre ella.


Quiso alejarse, pero fue entonces cuando chocó con la
realidad: estaba atada y no era una pesadilla, seguía estando en
el reino de Draoid.
—¿He despertado a la princesita? —preguntó una voz.
A su lado había un hombre muy alto o es que ella en
aquella posición así lo veía. Se tambaleaba un poco
mostrándole que se encontraba en un estado de embriaguez
bastante alto.
Miró su sonrisa maligna, casi perversa; se trazaba de lado a
lado del rostro como si así pudiera vaticinar lo que pensaba
hacer.
En una de sus manos llevaba un vaso, el contenido del cual,
decidió que era buena idea dejarlo caer sobre ella. Se lo colocó
sobre su cabeza y, con un leve giro de muñeca, todo cayó.
Katariel jadeó cuando el líquido frío la empapó. Bajó por su
rostro para seguir camino abajo hasta conseguir que toda ella
quedase mojada. El olor a alcohol le picó las fosas nasales,
como si se tratase de algún ron que hubiera olido alguna vez.
—Si te prendo fuego, ¿arderías para mí? —preguntó
apoyándose en el poste.
La joven se negó a mirarlo o contestar. No pensaba
provocar su ira y mucho menos iba a abogar por compasión,
sabía bien que no tenía ya que su rostro mostraba sus deseos
más oscuros.
—Mataste a mi amigo —escupió enfadado.
El silencio le molestó mucho más.
—Tu le metiste una bala entre los ojos —explicó al mismo
tiempo que un dedo bajó hasta apretar su entrecejo.
Kata no se resistió y no se retorció evitando el contacto.
Aquel hombre era peligroso, solo debía concentrarse en
mantener la calma.
Escuchó una cremallera descender, eso llamó suficiente su
atención como para que quisiera mirar qué era lo que se
disponía hacer.
Era de noche, no obstante, las luces de las calles pudieron
dejarle ver el nuevo plan que trazaba.
Aquel hombre metió la mano en la bragueta de su pantalón
apartando la ropa interior con dos dedos. Lo siguiente fue algo
que deseó no mirar, pero se descubrió a sí misma
contemplando con horror.
Él ahuecó su miembro entre sus dedos y lo liberó sacándolo
del pantalón. Fue entonces cuando Katariel cerró los ojos y
apartó el rostro todo lo que pudo. El orín se derramó sobre su
hombro derecho y descendió a toda velocidad.
La princesa no lo pudo soportar, su estómago se retorció
dejando que la bilis subiera garganta arriba, no obstante, ella
retuvo el vómito impidiendo que el contenido de su estómago
acabase en el suelo.
Usó sus piernas para impulsarse y ponerse el pie. El agarre
sobre sus muñecas dolió cuando lo logró, pero no le importó.
Con la poca distancia que los separaba, usó unos pocos
centímetros para afianzar un pie el en suelo y subir la otra
rodilla directo al punto de gravedad de aquel hombre. Golpeó
sus testículos con tanta fuerza, que de haber sido un hueso lo
hubiera notado quebrarse.
El guerrero se dobló hacía delante por el dolor, lo que ella
aprovechó para darle un cabezazo con todas sus fuerzas.
Lo vio caer de espaldas justo antes de llevarse las manos a
la entrepierna para socorrer esa parte de su anatomía que dolía.
Gritó, aulló de dolor casi como si de un niño se tratase.
Katariel supo entonces que acababa de llamar demasiado la
atención.

***

Zachary frunció el ceño cuando la gente dejó de bailar. No


solo eso, se giraron hacia un lado demasiado concreto como si
algo hubiera llamado su atención. Pero el misterio se desveló
cuando vio la dirección.
—¡Zachary! —gritó Molly desgarradoramente indicándole
que había problemas grandes.
Corrió entre la gente, se abrió paso como pudo sabiendo
bien quién era o más bien hacia dónde debía ir. Solo cuando el
último Draoidiano se apartó pudo contemplar una escena que
lo sorprendió.
Katariel estaba de pie, enfrentándose a uno de sus soldados,
el cuál parecía estar sujetándose la entrepierna con dolor. Fue
cuestión de un segundo porque se incorporó lo justo como
para estar sentado y cantó el hechizo que hizo que creciera una
llama de fuego en su mano.
Sabiendo bien quién sería el objetivo, Zachary alzó ambas
manos. Convocó un hechizo sencillo, aunque efectivo. Justo
cuando la llama de fuego se alejó de su dueño, apareció una
nube de tierra que la rodeó. Giró a su alrededor unos segundos
antes de consumirla dejando un reguero de humo como estela.
Toda su atención fue hacia su guerrero, se colocó ante él
tratando de que le diera una explicación plausible para
justificar lo sucedido.
Markus también llegó, pero su objetivo fue otro muy
distinto al suyo. Colocándose tras Katariel, la tomó del cabello
y la inmovilizó como si una mujer atada e indefensa fuera a
suponer una amenaza.
—¡¿Qué has hecho?! ¡¿Haciendo amigos de nuevo?! —
bramó, el segundo al mando, en su oído.
—Evitar que una escoria así se reproduzca —contestó, la
joven, destilando odio por todos sus poros.
Aquella contestación provocó que ambos mirasen al
hombre que seguía sentado en el suelo.
Al estar ante sus jefes, saltó para ponerse en pie desvelando
parte del misterio en forma de pene colgando fuera de sus
pantalones.
—¿Qué se supone que ibas a hacer con eso? —preguntó
Zachary.
Fue entonces cuando Markus lanzó un par de improperios
al cielo llamando su atención.
Mantenía a la princesa sujeta por el cabello, pero solo con
una mano y se había apartado de su cuerpo todo lo posible
como si le diera repulsión estar cerca. Fue entonces cuando el
olor golpeó sus fosas nasales.
Ahora parecía tener el rompecabezas completo mostrándole
algo que no le gustaba.
No fue capaz de contenerse o es que, tal vez, no quiso
hacerlo. Con un ligero movimiento con el pecho y los hombros
dejó escapar un choque de energía que lanzó a su soldado un
par de metros más allá de él.
—Di una orden explícita de no tocar, molestar o torturar a
los rehenes. Siempre procedemos igual y bien puedes conocer
mi ética laboral. ¿Qué tienes que decir en tu defensa?
El hombre tartamudeó ante las palabras de su jefe sabiendo
que las consecuencias serían terribles, no obstante, el alcohol
dejó que consiguiera decir lo que realmente sentía.
—¿Por qué deberíamos tener piedad ante los enemigos?
Zachary avanzó un par de pasos.
—Tener piedad o no es mi decisión y la del rey. Solo él
puede elegir cuándo cruzar la línea.
La energía se arremolinó a su alrededor con fuerza,
mostrando porqué era el jefe de aquel reino. Se había ganado
aquel puesto a base de entrenamiento, fuerza y templanza.
Además, sabía cumplir una orden cuando se la daban.
—Por el momento quedas suspendido de empleo. Ya
buscaré el sitio más duro y sucio del reino que requiera tus
hábiles manos para limpiar. —Hizo una pausa—. Ahora, fuera
de mi vista.
Esa orden sí la supo acatar. Se levantó a trompicones antes
de arrancar a correr hacia su casa.
Zachary giró sobre sus talones para encarar a Markus y a
Kata. Él seguía distante con ella a causa de su olor y no le
culpaba.
—Yo me encargo, si quieres —se ofreció su segundo al
mando.
Negó con la cabeza.
—Disfruta de la fiesta, yo lo haré.
Markus aceptó encantado, soltó a la princesa y se alejó
unos pasos antes de dirigirse a la multitud. No había nada que
hacer allí en aquellos momentos, ya todo había acabado.
La música retomó la melodía donde lo había dejado y
pronto todo el reino decidió seguir con la celebración.
Así pues, solo quedaba una cosa: Katariel.
Zachary la contempló unos segundos antes de colocar sus
manos en sus caderas. Suspiró sin tener claro qué hacer con
ella.
Capítulo 13

Katariel iba detrás de aquel hombre. Seguía sus pasos,


poniendo los pies donde justo antes había pisado, como si
quisiera seguir sus huellas sin dejar las suyas propias. La guio
hasta un cobertizo, uno que parecía haber sido reformado
hacía muy poco, su madera caoba brillaba sin que el paso de
los años hubiera hecho mella en ella.
Zachary se detuvo entonces, a pocos centímetros de la
puerta, y se giró para comenzar a desatar sus muñecas.
—Hay una ducha dentro, está destinada para soldados, pero
podrás usarla.
La joven asintió y esperó a que le diera alguna indicación
más. Lo vio abrir las puertas, le sorprendió descubrir que las
dos puertas eran en realidad cuatro. Estaban partidas por la
mitad, haciendo que quedase parte de la cabeza al descubierto.
—Quiero las de arriba abiertas —ordenó.
Ella tragó saliva, necesitó aclararse la voz antes de
contestar de forma afirmativa. Tampoco es que tuviera opción
a negarse.
La ducha estaba impoluta, incluso desprendía un olor
cítrico que indicaba que había sido limpiada hacía poco.
Apoyándose en una de las puertas se descalzó y entró en
ella. Cerró las inferiores bajo la atenta mirada de aquel hombre
y logró encontrar a tientas un pestillo para evitar que se
abrieran.
—Espera —pidió él.
Ella vio como su mano se encendió, fue algo que pasó de
una pequeña chispa a una bola de un tamaño considerable.
Entonces la introdujo dentro haciendo que todo el habitáculo
se iluminase por completo.
—Podéis hacer de todo —susurró sorprendida.
—Solo los más estudiosos —contestó.
Katariel, ante el silencio que quedó, decidió pasar a la
acción. No estaba cómoda en aquel lugar, pero sentía la
necesidad de desprender ese olor de ella. Era imperativo que
los restos biológicos de aquel hombre desaparecieran de una
vez.
Dejando a Zachary a su espalda tomó la camiseta y se la
quitó. Miró a su alrededor buscando un lugar donde dejarla, al
no encontrarlo decidió tirarla a través de la puerta que quedaba
abierta. El resto de la ropa siguió cayendo por allí una a una
hasta quedar completamente desnuda y sin haberse girado en
ningún momento.
No podía saber si él era capaz de ver su cuerpo o no.
Abrió el grifo apartándose para dejar salir los primeros
litros fríos como el hielo. Una vez se calentó se metió debajo
dispuesta a limpiarse.
—No somos partidarios de ese tipo de humillaciones —
resonó la voz de Zachary a su espalda.
Katariel cerró los ojos buscando una paz interior que no
existía. Esas palabras le resultaban carentes de significado,
estaban en guerra y desde pequeña había escuchado todo tipo
de historias que sufrían los rehenes.
—Os agradezco la ayuda a ti y a Markus.
Debió dejar la frase ahí, quedando como alguien bueno.
—Pero no me mientas. Sé de lo que sois capaces y que
parece que tengo un trato de favor por ser hija de Negan.
No tuvo tiempo a reaccionar. Las puertas se abrieron de
golpe, sin necesidad de tocarlas, permitiendo la entrada al
enemigo dejándola a merced de aquel hombre. El mismo que
llenó todo su espacio sin temor a mojarse.
Katariel se giró demasiado lento como para poder
defenderse, él la tomó de la barbilla y la obligó a retroceder
hasta quedar con la espalda contra la pared. Fue un golpe seco,
algo violento.
—No confundas piedad con estupidez. ¿Nos ves como los
malos? ¿Qué les hace tu rey a los rehenes? Porque podría
contarte historias de la infinidad de mujeres que ha regalado a
sus soldados para ser explotadas sexualmente. También las
torturas a las que son sometidos por puro regocijo de un
hombre que no tiene alma.
La joven no se defendió, lo miró a los ojos totalmente
aterrorizada sabiendo que sus palabras eran ciertas.
—Ha asesinado públicamente a muchos de mis amigos y ha
hecho cosas que ni el viento merece saberlas.
Hizo una pausa, la que aprovechó para apagar la luz que él
mismo había creado.
Katariel pudo fijarse en su rostro. Sus ojos oscuros eran
solo la puerta a un guerrero esculpido por dioses. Tenía los
pómulos marcados y una barba de más de tres días que
adornaba la parte inferior de su rostro sin ocultar unos labios
gruesos y de un rojo oscuro que no temblaba ante sus palabras.
—Sí, hoy has gozado de un trato especial que quizás
debería cobrarme para que así pudieras odiarme con motivo. A
tu padre no le temblaría la mano para follarse a una rehén, tal
vez deba aprender de él.
Zachary descendió lentamente provocando que ella
comenzase a temblar como una hoja. No se movió ni un
centímetro cuando notó su aliento en su oído. La mano que
sujetaba su barbilla recorrió el camino que la separaba del
cuello, fue una caricia dura, haciendo friccionar sus dedos por
su piel hasta dejar su pulgar por debajo de su mandíbula y el
resto de dedos cerca de su oído. Acto seguido descendió hasta
caer sobre su clavícula.
—Yo no soy un violador. Ni tampoco tu amigo. Aquí hasta
los actos más insignificantes tienen consecuencias. Yo de ti
elegiría bien tus próximas palabras.
Alguien carraspeó a su espalda.
—¿Molesto?
La voz de una mujer hizo que el gran guerrero que tenía
encima se apartase lentamente. Sin dejar de mirarla a los ojos,
utilizó su magia para cerrar las puertas y se permitió un par de
segundos para atender a quién los acababa de interrumpir.
—Tú nunca molestas, Molly.
Kata, que seguía apoyada en la pared y temblando, luchó
por tomar el control de su cuerpo.
Pocos segundos después pudo ver a la mujer que acababa
de llegar.
Sus ojos solo pudieron ver el vestido azul que llevaba
durante unos instantes, fue como si aquello se llevara toda la
atención. Contoneaba su figura mostrando sus grandes y
generosos dotes que no dudaba en adornar con un atrevido
escote. Lo siguiente que pudo ver fue como su pelo negro caía
sobre sus hombros con cierta gracia, dejando que sus rizos
cayeran sobre ella a propósito para resaltar su piel morena.
—He traído ropa para la muchacha. Supuse que no habías
reparado en ello —explicó la mujer.
Su voz no era estridente, más bien melodiosa, como si
estuviera cantando al oído de un marinero para hacerlo entrar
en el agua.
—Siempre sabes lo que necesito —sonrió Zachary.
La mujer sonrió ampliamente ante el cumplido. Kata casi
sintió que sobraba en aquella ecuación, como si aquello en
otro contexto pudiera acabar en una noche de sexo salvaje.
Solo rezó por no ser público en algo así.
Molly caminó hacia ella, sus pasos seguros y nada
titubeantes hicieron que Kata se pusiera en alerta.
—Hola, cariño. ¿Ya estás? Te he traído algo cómodo que
ponerte.
La joven contuvo la respiración unos segundos.
—No… señora. Ahora mismo acabo.
La mujer, con gesto divertido, miró a Zachary antes de
encogerse de hombros y soltar una carcajada.
—Señora dice. Si no debo ser mucho mayor que tú.
Katariel dejó que ellos hablaran sobre edades para pasar a
tomar el primer jabón que encontró en el suelo. Se dio prisa
para lavarse, no quería hacer esperar a nadie y mucho menos
que él volviera a ocupar todo ese espacio.
—¡Oh, cielo santo! —exclamó Molly.
Eso hizo que ella girase de un salto como si temiera por su
vida. Lo que no supo es que el destino no la preparó para la
imagen de lástima con la que chocó cuando se topó de frente
con la recién llegada.
—¿Quién te ha hecho todo eso? Estás hecha girones —
preguntó llevándose ambas manos sobre los labios.
Kata se miró, recorrió un par de cicatrices con los dedos,
casi como rememorándolas y se encogió de hombros.
—Mi padre —contestó.
Aquella mujer parecía consternada y una parte de sí misma
quiso que fuera real, no obstante, sabía que nadie podía sentir
nada por ella y mucho menos una desconocida de un pueblo
enemigo.
—¿Por qué motivo un padre podría hacer eso? —preguntó
con la voz tan quebrada que la sorprendió.
Katariel miró a Zachary ya que no soportó la lástima que
Molly destilaba hacia ella. Él estaba observando la
conversación con cierta curiosidad.
—Supongo que nunca estuve a la altura —contestó antes de
aclarar el jabón de su cuerpo.
Capítulo 14

La noche no duró mucho más después de que se vistiera y


la atasen de nuevo al poste. Las calles quedaron vacías poco a
poco hasta que ningún transeúnte quedase en ellas.
Solo los rehenes en sus lugares de honor. Todos ellos
agotados, sus rostros mostraban miedo y incertidumbre de qué
pasaría con ellos el próximo día.
La joven decidió descansar, si la vida iba a seguir
poniéndola a prueba iba a necesitar hacer acopio de todas sus
fuerzas para enfrentarse a lo que viniera a buscarla.
Así pues, se apoyó en el poste, buscó la postura más
cómoda posible y trató de dormir.
«Katariel…».
Aquel susurro le hizo abrir los ojos.
Buscó a su alrededor alguna persona que hubiera podido
hablar y se encontró sola.
«Katariel…».
Era un mero hilo de voz que atormentaba su sueño. Volvió
a buscar en la oscuridad cualquier posible compañía que no
fuera capaz de vislumbrar.
Cerró los ojos enfadada.
—Si no vas a dejarme verte deja de joderme —sentenció
dándole la bienvenida al sueño.
Justo cuando peleaba entre los brazos de Morfeo la voz
volvió a increparla. Era femenina, dulce, alguien que no
recordaba haber escuchado jamás. De pronto notó un dedo
tocar su mejilla.
Eso provocó que abriera los ojos de par en par y con el
corazón a punto de salírsele del pecho. No pudo más que
chocar contra la más infinita de las oscuridades y la soledad
pareció reírse de ella.
«¡Katariel!».
Ella se encogió como si así pudiera librarse de lo que fuera
que la estuviera atemorizando.
—Déjame en paz. Lárgate y no regreses.
Una brisa de aire arremolinó su cabello como si de una
mano se tratase, después se alejó a toda velocidad calle abajo
hasta donde se alcanzaba la vista.
«Pronto despertarás. Ven al bosque…».
Kata rio.
—Genial. Me estoy volviendo loca —se dijo a sí misma
antes de obligarse a dormir y huir de aquella situación el
tiempo que la dejasen.

***

—Yo voto por noquearla —propuso Markus.


Volvían a estar reunidos en casa del rey observando de
cerca a la terrible invitada que tenían en sus tierras. Tarde
descubrían que era un regalo envenenado que el destino les
había entregado.
—¿Cómo puedes ser tan bruto? —preguntó Molly desde el
lado opuesto de la mesa.
—Ven aquí y te demostraré lo duro que puedo llegar a ser
—prometió el guerrero mordiéndose los labios.
Aquello no la impresionó, únicamente hizo que riera como
si acabasen de contarle el mejor chiste.
—Querido, he dicho bruto. Deberías aprender un poco de
vocabulario antes de tratar de ligar conmigo. Me gustan más
cultos.
Zachary chasqueó con la lengua antes de decir:
—Por supuesto, para que tu amante pueda decirte que te
comerá el baúl de tus tesoros en vez del coño.
Molly se llevó las manos a la entrepierna y fingió
acariciarse a pesar de quedar a un par de centímetros de su
piel.
—¿Ves? Dicho así me entra mejor.
Gerald carraspeó trayendo cordura a aquella conversación
tan estúpida que acababan de arrancar por culpa de un Markus
que no sabía mantener la boca cerrada. Su rey supo llevar el
silencio a la sala y apoderarse de él.
—¿Duerme? —preguntó.
Todos miraron por la ventana sentados en sus sitios, aunque
Zachary era el que más cerca se había colocado.
—No, parece que batalla contra algo —susurró convencido
de que podía ver los labios de la joven moverse.
Nadie dijo nada porque supieron qué ocurría. Aquellas
tierras estaban plagadas de magia, la misma que destilaban por
todos sus poros. A lo largo de la historia había leyendas de
voces que susurraban al viento, tal vez algo así estaba tratando
con Katariel o era su propia mente volviéndose en contra de
ella.
—Gracias por ducharla.
El guerrero se erizó ante las palabras de su rey.
—No debería agradecerme nada. Supuse que siendo quién
es debía hacerlo. Además, nunca he permitido ese tipo de trato
hacia nadie —se justificó.
Comprendía el odio que podían tenerle a aquella mujer,
pero no pensaba justificar cualquier ataque que no viniera por
orden expresa de Gerald. Solo él podía mandar sobre esa
muchacha.
—No es por mí y lo sabes. No siento nada hacia ella, pero
si mi madre supiera que le ha ocurrido algo así mandaría
decapitar al que fuera o lo haría ella misma —comentó.
Todos asintieron.
—No sé cómo pudo saber que estaba entre nosotros —
escupió Markus tan sorprendido como el resto.
Gerald, en cambio, tenía una respuesta para eso, una que
parecía que lo atormentaba desde que Katariel pronunció su
nombre completo ante la multitud. Aquel hecho había
sacudido el reino de Draoid por siempre.
—Es su bisnieta y podría haberla notado hasta en los
confines del mundo.
Zachary se negó a decir palabra alguna.
Si esa mujer era quién decía ser, procedía de un linaje de
sangre pura entre dos reinos.
—No parece saber quién es su madre.
Molly tenía razón.
—No. Ese monstruo ha borrado el recuerdo de mi hija de
todo su reino. Ha privado a su hija de conocer sus raíces y la
ha adoctrinado para ser como él alegando que mi niña era
débil —dijo el rey destilando odio en cada una de sus palabras.
Nadie conocía exactamente la historia de Negan y cómo
había pretendido la mano de la princesa. Solo sabían que
después de la boda prohibió la entrada de cualquier Draoid al
reino, no obstante, todo empeoró cuando meses después las
noticias de un descendiente no varón había nacido.
La muerte de la madre de Katariel consternó a todos los
reinos, siendo la gota a un vaso demasiado lleno. La guerra
explotó entre los dos reinos, pero Negan, no contento con eso,
decidió desviar su ira hacia el resto del mundo.
Treinta años de aquel día certificaban que el odio de aquel
hombre no conocía parangón. No había dado tregua a su gente
y a sus ejércitos que año tras año enterraban a sus seres
queridos.
—No sabe ni el nombre de su madre —susurró Markus
temiendo enfadar todavía más al rey.
Gerald se acercó a la ventana y contempló a su nieta. Un
detalle que ella desconocía por completo.
—Nadie le dirá nada sobre esto. El que lo haga se
enfrentará a mi ira. Ella no es sangre de mi sangre, es solo la
hija del enemigo y trataremos de sacar partido de esto. Negan
no es tonto, sabe que ella es un símbolo de la corona, solo por
eso debe estar deseoso de recuperarla.
Zachary siguió mirando a la joven, al fin parecía quedarse
dormida ya que vio como su cabeza colgaba de una forma
poco cómoda.
Un pensamiento atravesó su mente, uno que lo perturbó
unos segundos más de lo que le hubiera gustado.
Había visto las cicatrices que adornaban su cuerpo, en ellas
se certificaba el poco amor que sentía el rey hacia su hija.
Había estado torturándola toda su vida contándole la historia
de su débil madre, era como si hubiera querido borrar el
vínculo biológico y sanguíneo que las unió en su momento.
Y ahora estaba en el reino de su abuelo. Uno que la miraba
con recelo por ser el enemigo número dos. Ella significaba las
muertes absurdas y dolorosas que provocaba Negan con esa
incansable guerra.
Gerald no podía sentir simpatía hacia aquella desconocida
que había crecido a los pies de su padre.
Lo que significaba que nadie podía amar a aquella criatura.
—Yo no creo que sea mala, está viviendo una guerra que no
le pertenece —comentó Molly siendo incapaz de permanecer
en silencio.
Zachary estuvo de acuerdo, sin embargo, todos eran
inocentes salvo el hombre que planeaba con reinar sobre todos
los seres vivos. Negan era el culpable de todo lo que ocurría
más allá de las fronteras que los separaban.
A pesar de todo, había algo en Katariel que hacía que no
fuera un rehén cualquiera y todos lo sabían.
Les gustase o no, aquella mujer había venido a ese reino
para cambiarlo todo. Tal vez fuera la pieza que inclinase la
balanza hacia su favor o hacia la perdición.
—Debemos esperar a que él nos conteste. Hasta entonces la
quiero con vida.
—¿Y si él no mueve un dedo por ella? —preguntó Markus.
Zachary cerró los ojos sabiendo bien la contestación del
rey.
—Entonces que el cielo se apiade de su pobre alma.
Capítulo 15

No fueron los primeros rayos de sol los que la despertaron


sino el canto de los pájaros. Ellos, criaturas pequeñas y
gentiles, que nunca antes había visto o escuchado.
Uno de ellos, valiente como ninguno, estaba posado sobre
su rodilla cuando abrió los ojos. Katariel, evitando moverse
para no asustarlo, lo contempló. Era pequeño, marrón y algo
rechoncho, no obstante, le pareció la criatura más hermosa de
la tierra.
El animalito se acicaló sobre ella sin importarle mucho su
presencia o sin temer que pudiera hacerle daño.
La lástima fue verlo marchar volando cuando Zachary se
acercó a ella. Casi sintió que era su propio corazón el que salía
volando hacia aquel cielo despejado.
—Hoy tenemos trabajo —explicó el guerrero.
Ella asintió.
Sus ataduras se abrieron sin necesidad de que nadie las
tocase y supuso que había sido él, de hecho, solo podía ser él.
Se levantó con cierta dificultad y estiró todas sus
extremidades buscando relajar sus músculos. Dormir atada no
era una de las maravillas del mundo, tampoco es que pudiera
quejarse por ello. Seguía con vida y eso era lo importante.
—Toma —dijo Zachary antes de tenderle una botella de
agua y algo que parecía un bocadillo envuelto en servilletas.
—Gracias.
No iba a negar que tenía que hambre porque su estómago se
encargó de demostrarlo al rugir como si de un león se tratase.
Eso le provocó una sonrisa a su captor antes de arrancar a
andar.
Lo siguió mientras intentaba morder su comida, no sabía el
tiempo que iba a tener y no pensaba desaprovecharla.
Después de un par de calles a paso ligero, vio a Markus a
pocos metros. Él estaba acompañado por los otros rehenes.
Todos aprovechaban para comer como ella, lo que le produjo
cierta tranquilidad.
Los miró a todos, los tres hombres y la mujer que
pertenecían a la misma tierra que ella y se sintió culpable.
Katariel sabía que no había nadie esperándola en Nislava, no
obstante, aquella pobre gente tenía familia y sabía bien que las
posibilidades de regresar eran casi nulas.
Al parecer, el rehén herido, había recibido atención médica.
Tenía mejor aspecto, aunque estaba muy lejos de encontrarse
bien.
—¡Qué bonito día para trabajar! ¿No crees? —preguntó
Markus con una amplia sonrisa cuando se acercaron.
Zachary, manteniendo la calma y seriedad habitual, asintió
sin añadir palabra alguna a su afirmación.
Kata se entremezcló entre los rehenes antes de seguir a
aquellos hombres. No tardaron demasiado en salir de las calles
asfaltadas para encontrar otra maravilla del mundo: campos de
cultivo.
A pesar de que sabía que no podía, no pudo evitar detenerse
a contemplar lo que sus ojos apenas podían creer.
No eran invernaderos como en su reino, allí se cultivaba en
el suelo, como había estudiado en el colegio. Los campos se
extendían más allá de la vista, mostrando un mundo fértil,
fuerte y capaz de alimentar a sus habitantes.
Markus se percató que se quedaba atrás y, enfadado, giró
hacia ella provocando que subiera las manos en señal de
inocencia.
—Solo miraba, disculpa. No volverá a pasar —se justificó
tratando de apaciguar su genio.
Él se detuvo en seco suspirando. Al parecer, podía
comprender que todo aquello era nuevo para ellos.
—Anda, camina —pidió.
Lo hizo pasando por su lado sin mirarle, no quería
enfrentarse a nadie. La clave de la supervivencia era, o eso le
habían dicho siempre, que se mantuviera en un perfil bajo. Lo
que significaba no enfadar a sus captores.
—¿Cómo os alimentáis en Nislava? —preguntó Zachary.
Al parecer él había estado observando lo que acababa de
pasar, es más, se detuvo esperándola como si quisiera
cerciorarse de que no volvía a despistarse.
—Gracias a los invernaderos, allí consiguen cultivar casi
todo, aunque es obvio que no llegamos a las cantidades de
aquí. En nuestro reino la comida escasea y puede presentar un
problema grande. Por suerte, tenemos dos mares y la pesca nos
ayuda lo suficiente —explicó terminándose el bocadillo.
Zachary los llevó a un campo completamente vacío. Estaba
claro que aquella parcela estaba preparada para ellos, ya que
estaba lo suficientemente lejos del resto, donde no ponían en
riesgo a su gente.
—Es un milagro que haya vida en aquel gélido lugar —
comentó el guerrero.
Kata asintió.
Vivir allí no era fácil, ya no solo por Negan, el clima
representaba una dificultad añadida.
—¿Los Draoid hicisteis el hechizo de invierno perpetuo?
Markus se llevó a los otros rehenes y ella quedó relegada
con Zachary. Estaba claro que tenía un trato diferente al resto,
lo que le confirmaba que creían quién era. Eso le hizo pensar
en su padre.
¿Ya sabría que era rehén?
¿Renegaría de ella al saberlo?
—No te han enseñado nada de historia, ¿no? —preguntó él
algo molesto.
Katariel se sonrojó por ser tan ingenua. Había sido muy
estudiosa, siempre había sacado buenas notas, pero no les
habían enseñado nada de la realidad que vivían. Nunca antes
se lo cuestionó, aunque ahora comenzaba a creer que no había
sido una buena idea.
Su cometido allí era labrar la tierra. Estaba claro que ellos
lo hacían con magia, pero era una forma de entretener a los
rehenes y agotarlos al máximo para evitar rebeliones
indeseadas.
Le facilitaron guantes, gorra y una azada, material
suficiente para el resto de la jornada que tenían ante ellos.
—Aunque me gustaría marcarnos el tanto la verdad es que
ese hechizo no es cosa nuestra —comentó Zachary regresando
a la conversación anterior.
Ella se limitó a asentir antes de comenzar a colocarse los
guantes para dedicarse al trabajo que tenían asignado.
—Diamon fue una vez un reino fuerte y rico, de los más
influyentes de los cinco. Era una tierra próspera donde muchos
se mudaban en busca de un futuro mejor. Sin embargo, se dice
que una bruja acabó con todo aquello.
»La reina Circe era de las mujeres más compasivas que el
mundo había contemplado jamás. Gobernaba con mano firme,
pero piadosa, lo que hizo que su reino fuera glorioso. Las
envidias hicieron que su hermana, bruja de nacimiento,
comenzase a descubrir magia oscura, prohibida. Ansiosa de
más logró controlar los hechizos más peligrosos y se enfrentó
a Circe tratando de reclamar un trono que no era suyo.
Katariel tragó saliva.
—Minerva, la bruja, asesinó a su hermana y a todos los que
se opusieron a su reinado. Cuando el trono fue suyo se
encontró con una sorpresa más: su reino no la quiso.
Negándose a la nueva reina muchos murieron bajo su ira, otros
huyeron a reinos colindantes: Nislava y Reiyar.
La joven cerró los ojos cuando recordó cierta parte de esa
historia. La que decía que, el rey Negan, cerró las fronteras
cuando la gente del reino de Diamon pidió asilo, dejándolos
morir a merced de su tirana soberana Minerva.
—Al final el reino quedó completamente en ruinas, sus ríos
envenenados y sus montañas y campos estériles. Todo por la
ira de su gobernanta, la cual no aceptó que su pueblo no la
quisiera tanto como a Circe. Ahí si tenemos algo de
protagonismo los Draoid.
Aquello llamó su atención.
—El rey Gerald y la reina madre Loretta hicieron un
hechizo de contención para evitar que la maldad de Minerva se
extendiera por los otros reinos. Se dice que murió allí, sola y
desprovista de todo, sentada en su precioso trono, con su
corona puesta y la única compañía de su magia.
Aquella historia hizo que el cabello se le erizase. Se había
puesto a trabajar el suelo, pero eso no hizo que no prestase
máxima atención a su relato.
—Y con esto puedo contestarte a tu pregunta. Ante la
maldad que mostró Negan por dejar morir el pueblo de
Diamon, ellos mismos lo condenaron. Aprendiendo magia
como la bruja Minerva, se aliaron con los elfos del reino
superior Kaharos y, entre ellos, hicieron el hechizo de invierno
perpetuo. Obviamente cada pueblo lo hizo por sus motivos
propios, Diamon por dejarlos morir y Kaharos porque Negan
acababa de iniciar una guerra contra el resto del mundo. Así
fue como os condenaron a la nieve, al frío y a la falta de
campos de cultivo.
Katariel no se sorprendió.
Sabía que habían sido condenados por su padre, él había
hecho que el resto del mundo lo odiase y lo condenase.
Obviamente, Negan, de forma totalmente premeditada, había
borrado esa historia de los libros y los archivos; puesto que no
quedaba nada de eso.
—Tu padre es un cabrón que ha jodido a mucha gente,
hasta a su propia gente. No debería gobernar —añadió Markus
atento a la conversación.
Ella estuvo de acuerdo, pero no lo dijo en voz alta.
Su padre era la máxima crueldad que había conocido y, al
parecer, el resto de personas del mundo así lo creían.
Eso solo afianzaba su teoría de que el rey Negan era
incapaz de amar, lo que la condenaba a aquel reino para
siempre.
Capítulo 16

Nixon llevaba tantas horas caminando que no sabía


distinguir realidad de ficción. Su mente, enferma por puro
agotamiento, llevaba jugándole malas pasadas casi desde el
principio de su andadura.
Apenas era capaz de comprender lo sucedido, se sentía
como parte de un embrujo del que no podía escapar. Había
hecho todo lo posible para sacar a Katariel del campo de
batalla, no quería que cayera en las manos de los Draoid y no
fue capaz de evitarlo.
Maldito el destino que lo condenaba a la peor de las
torturas.
Verla en el campo de batalla le dio unos segundos de
felicidad antes de darse cuenta del problema real que tenían
entre manos. Solo quiso una cosa, una sola y no le hubiera
importado dar su vida por la de ella.
—¡Nixon! —gritó una voz femenina.
La ignoró puesto que no era la primera que sentía, sabía
bien que era su cabeza la que lo engañaba.
Preso del agotamiento, se dejó caer de rodillas tratando de
tomar una bocanada de aire. No podía quedarse quieto mucho
tiempo para evitar morir de hipotermia.
—¡Nixon!
Alguien lo agarró de los hombros provocando que se
revolviera. El contacto era real y no un espejismo como había
creído en un principio. Giró hacia esa persona y no le importó
quién fuera, lo abrazó totalmente desesperado de encontrar a
alguien.
—¡Cornelius! —gritó la voz femenina.
Ella le acunó el rostro, no obstante, a él le costó mucho más
de lo que hubiera esperado ver de quién se trataba. Pasados
unos segundos, sus ojos comenzaron a enfocar a la mujer que
tenía ante sí.
—¿Madre?
Carisa Myara abrazó a su hijo, apretándolo contra su pecho
con tanta fuerza que temió dejar de respirar allí mismo.
—¡Hijo! ¡Hijo! —exclamó su padre—. ¿Qué haces aquí?
Sus padres, bajo el amor paternal, lo zarandearon entre
abrazos. Se aferraron a él como si fuera el mayor tesoro de la
tierra. Solo duró unos pocos segundos, aunque los suficientes
como para hacer que el estómago de Nixon se revolviera.
Cornelius fue el que detuvo el cariño para tomarle de los
hombros.
—¿Dónde está Katariel? —preguntó frunciendo el ceño.
Su madre, molesta por la pregunta, le dio un par de golpes
en las manos de su padre y lo apartó para tratar de levantarlo y
meterlo en casa.
—Eso no es importante, ahora —comentó Carisa con
desprecio.
Nixon caminó como pudo, con ayuda de ellos, a entrar en
su casa. Estaba tan agotado que apenas podía permanecer
despierto, además, el dolor de las heridas de sus pies, después
de tantas horas caminando, hacían más difícil dar un paso más.
Se desplomó cuando pasaron el umbral de la puerta. Su
madre, después de profesar un grito ahogado, lo incorporó
hasta dejar que su espalda chocase contra la pared.
—Tranquilo, mi niño, mamá cuidará de ti —le alentó.
Nixon asintió.
—¿Y Katariel? —volvió a preguntar su padre.
Él no pudo más que lanzar un quejido penumbroso.
—¡Déjalo ya! ¡No todo gira en torno a esa muchacha! —
bramó su madre como si aquel nombre estuviera prohibido.
Impotente pudo contemplar como golpeaba a su padre en el
pecho con las manos, estaba enfurecida y lo pagó con él en
aquel momento. Cornelius, en cambio, dejó que lo empujase
mientras negaba con la cabeza.
Al final, harto de ser golpeado, la tomó de las muñecas y le
alzó los brazos en un intento de detener su ira.
—La hija del rey vino aquí dispuesta a salvar a nuestro hijo.
Es importante. ¡Es la hija de Negan!
Carisa retrocedió como si acabasen de darle un bofetón.
Ofendida, dolida y enfadada se apartó lo justo para dejar que
él pudiera hablar con su hijo. No estaba de acuerdo, pero dejó
que hiciera lo que creyera conveniente.
—Nixon, hijo mío, ahora podrás descansar, pero necesito
saber dónde está la princesa.
Él, compungido, asintió sabiendo que ella era importante.
Por desgracia era portador de las peores noticias.
—Ella llegó hasta nosotros. Nos encontró y te juro que hice
todo lo posible por sacarla de ahí. Tracé un plan, solo tenía que
acelerar su moto e irse y yo atraería la atención de todos los
Draoid. Era un plan simple.
Tomó aire dejando que los recuerdos lo golpeasen con
fuerza.
—Cuando me escuchó gritar, diciendo quién era para que
me persiguiesen… —Tuvo que hacer acopio de todas sus
fuerzas para seguir—. Se dio la vuelta, giró la puta moto y
vino a por mí. Peleamos muy duro, yo conducía y ella
disparaba.
El recuerdo se hizo tan doloroso que solo pudo abrazarse a
sí mismo en un intento de reconfortarse.
—Salimos volando por los aires. Puse la moto en pie y fui a
por ella, pero desaparecí lejos de allí.
Su padre lo miró, confuso. Le tomó la temperatura de la
frente con el dorso de la mano creyendo que deliraba. Él, en
cambio, negó con la cabeza.
—Es verdad, ella me hizo desaparecer. Me salvó.
—Cariño, esa mujer es muchas cosas, pero no maga —dijo
Carisa abrazando a su hijo como si de un bebé se tratase.
Nixon afianzó su versión de los hechos.
—Lo hizo ella, lo juro. Los Draoid no iban a dejar escapar
un rehén de esa forma. Lo hizo Katariel.
Cornelius suspiró dejándose caer al suelo. Su trasero golpeó
la madera produciendo un crujido a modo de quejido.
—Me estás diciendo que, ¿los Draoid tienen a la hija del
rey?
Nixon asintió sabiendo bien lo que ello significaba e hizo
que su padre escondiera su rostro entre las manos totalmente
desesperado.
—Pero eso no es culpa de él, ella lo eligió así —comentó
Carisa tratando de exculpar a su hijo.
Sus padres dejaron el tema unos minutos, los suficientes
como para llevar a Nixon hasta el sofá. Allí su madre lo tapó,
no sin antes quitarle las botas con todo el cariño del mundo
tratando de no hacerle más daño.
—Llama al rey, tengo que contárselo —gimoteó Nixon.
Su madre gritó un sonoro «no» que estuvo convencido que
hasta los vecinos habían sido capaces de sentirlo.
—Necesito una audiencia con el rey. Tiene que saber lo que
ha pasado con Kata y que voy a hacer todo lo necesario para
traerla de vuelta.
Ahí sí que Carisa enloqueció, comenzó a gritar como si la
vida se le escapase de entre los dedos siendo incapaz de
retenerla. Blasfemó mil y una vez el nombre de la princesa,
haciéndola culpable de todos sus males.
—Tu padre ha conseguido que Reiyar nos de asilo. Es un
mundo minero, podemos conseguir una nueva vida, lejos de
todo esto y Negan quedará atrás y, con él, su dichosa hija —
escupió presa de la más profundas de las iras.
Nixon extendió su mano esperando que ella la tomase. Su
madre hizo lo que esperaba, se la llevó hasta los labios donde
la besó con cariño y ternura. Sabía bien que su amor de madre
estaba por encima de cualquier cosa.
—Iros y tened una buena vida. Yo no puedo abandonar a
Katariel.
Carisa comenzó a llorar al mismo tiempo que negó con la
cabeza. Su padre, en cambio, se sentó cerca de su estómago y
dejó una de sus manos sobre su pecho dejándole sentir que
seguía ahí.
—Mamá, le debo mi vida y amo a esa mujer, no puedo
dejarla.
—Sí puedes —lloriqueó.
Nixon negó con la cabeza.
—No quiero dejarla y haré todo lo posible para traerla de
vuelta, no importa si no lo comprendes.
Carisa se ahogaba en sus propias lágrimas dejando que el
maquillaje manchase su rostro. La máscara de pestañas había
dejado un rastro negro de los ojos hasta casi la barbilla,
mostrando la angustia que sentía.
—Negan os matará. Tendríais que haber huido los dos
juntos, lejos de ese hombre. Si te ve aparecer sin ella mandará
ejecutarte.
La mano de su padre que tenía en el pecho se apretó como
si esas palabras hicieran mucho más daño de lo que parecía.
Nixon suspiró, en el fondo eran dos buenas personas que
sufrían por su hijo. Ellos siempre habían tratado de darle el
mejor porvenir, aunque fuera bajo el mandato del despiadado
Negan.
—Si me merezco la muerte, la aceptaré de buen grado, pero
no puedes pedirme que le dé la espalda a Kata.
—¡Tu vida vale mucho más que la de esa mujerzuela! —
gritó Carisa provocando que su hijo cerrase los ojos,
descontento.
Aquella situación no era agradable, sabía bien que era
producto de unos padres desesperados por proteger a su hijo.
A pesar de todo él tenía la última palabra y esa era su decisión.
—Llamaré a palacio para concertar una audiencia —cedió
Cornelius.
Carisa aulló de puro dolor.
—¡Es nuestro hijo! —gritó acusándolo.
Su padre la miró con toda la piedad que pudo reunir en
aquellos momentos. Como si estuviera tratando con una niña
pequeña, se agachó para quedar a su altura y secó sus lágrimas
con los pulgares.
—Katariel vino aquí dispuesta a dar su vida por la de
Nixon, no hay mayor privilegio que morir por ella si así lo
cree el destino pertinente.
Nixon suspiró escuchando los llantos incansables de su
madre, ahogándose en su propia amargura, dejando que el
dolor se destilase por todos sus poros. No la culpaba por
quererlo, nadie podría hacerlo.
—Te quiero, madre —suspiró Nixon aceptando su destino.
—Y yo a ti, mi pequeño.
Capítulo 17

Katariel se detuvo para tomar aliento unos segundos, dejó


caer la azada antes de estirar los brazos al cielo y encorvar su
espalda hacia atrás buscando el alivio suficiente como para
que sus riñones dejasen de doler.
—¿Y por qué esta vigilancia tan exhaustiva? ¿No tenéis a
nadie más en todo el reino? —preguntó a un Zachary sudado
por el sol abrasador.
Su camiseta estaba tan pegada a su pecho que estuvo segura
que podía contemplar cada centímetro de músculo de aquel
hombre.
Él, lejos de enfadarse, sonrió. Estaba a unos escasos tres
metros de ella, mirando a conciencia cómo trabajaba la tierra y
dándole las indicaciones pertinentes.
—Cada vez que te quito un ojo de encima tienes la mala
costumbre de patear o dar cabezazos a alguien.
La joven se encogió de hombros restándole importancia a
su afirmación.
—Defensa propia —dijo sin más.
Él, negando con la cabeza, se aproximó hasta quedar a un
par de centímetros de ella. Era mucho más alto y ancho que la
princesa, imponente como estar ante una bestia salvaje.
Su presencia le entrecortó la respiración y su corazón dejó
de latir cuando Zachary la tomó de la barbilla para acercarla
todavía más a él.
—¿Qué serías capaz de hacer con esa azada y sin
vigilancia?
Su voz profunda produjo una corriente eléctrica que la
atravesó de los pies a la cabeza, sin dolor, solo erizando su piel
sin apenas tocarla.
—No represento una amenaza —susurró ella.
Los dientes perlados de aquel hombre se mostraron al
volver a sonreír. No creía en sus palabras y estaba equivocado.
—¿Por qué será que no te creo?
—Porque somos enemigos y tenemos que odiarnos —
contestó.
Zachary retiró su agarre, con lentitud, como si se recrease
con el movimiento; alejándose de ella nuevamente para dejarla
trabajar.
Un grito ensordecedor rompió esa especie de momento,
llamando la atención de todos los presentes. Ese atrajo muchos
otros y pronto descubrió que aquello que ocurría no era nada
bueno.
—¡¿Dónde está?! —bramó Markus atrayendo toda la
atención.
Katariel contó a los rehenes y supo que faltaba uno, lo que,
por consiguiente, no sonaba nada bien.
—Solo quiso ir a la acequia a lavarse un poco el sudor —se
justificó.
Zachary dijo algo que Katariel ya no pudo escuchar. Los
gritos se hicieron más sonoros, además, pudo ver como
muchas personas corrían hacia algo. Eso desencadenó que no
pensara en su propia seguridad y arrancase a correr.
Sorteó a Markus cuando este se percató de lo que hacía,
siendo consciente de que iba a ser castigada por eso. No se
detuvo a pensar, únicamente dejó que sus piernas hicieran el
resto.
Pronto un golpe mágico la derribó y no solo eso, echó sus
manos a su espalda y las ató, además, de sus tobillos. Entonces
notó una rodilla sobre su columna y un aliento en su oído.
—¿Ves lo que decíamos? No puedo fiarme de ti —la acusó
Zachary antes de dejarla atrás.
Katariel forcejeó contra algo de lo que sabía que era
imposible librarse. Aquel hombre se había cerciorado de
dejarla allí bien atada para que no causara problemas.
Los otros rehenes llegaron a ella, atados por Markus, el cual
les hizo sentarse a su alrededor. Les dio un par de indicaciones
y amenazas para no huir, de hacerlo iban a sufrir graves
consecuencias.
—¡Puedo ayudar! —gritó ella tratando de llamar su
atención.
No sirvió de nada porque la ignoró dejándola tirada sobre el
pasto húmedo.
Presa de la rabia, golpeó con la frente el suelo al mismo
tiempo que gritaba enfadada por la situación. Lo siguiente que
hizo fue mirar, como pudo, a los tres rehenes que tenía
alrededor.
—¿Qué habéis hecho? —les acusó.
Los dos hombres giraron el rostro, como si la mirada de su
princesa fuera demasiado como para soportarla. La mujer, en
cambio, pidió perdón al instante, mostrando el plan que
acababan de llevar a cabo.
—Solo teníamos que distraerlos y vos teníais absorto a
Zachary, era nuestra oportunidad —se excusó.
Katariel, temiéndose lo peor, forcejeó hasta notar como las
ataduras abrían su piel. Gritó, pero no de dolor, de rabia por lo
que acaban de hacer. Eso no les ayudaba a seguir con vida.
Los gritos se intensificaron lo que le hizo temer demasiado
las consecuencias.
—¡¿Os habéis vuelto locos?! Cada acto así os aleja más de
vuestras familias. No podemos huir de ellos. ¿No habéis visto
la magia? —les regañó.
Levantó la cabeza tratando de ver algo, no obstante, no fue
capaz.
—¿Podéis desatarme? —preguntó mirándolos a los tres.
Supo que no podían ya que ellos también estaban atados
con las manos a la espalda. La rabia hizo que gritase con
fuerza, pero nadie acudió en su ayuda, sabían que ella no era el
problema.
—¡Sois unos estúpidos!
Iban a matar al rehén que se había escapado. Aquel hombre
jamás iba a volver a ver a su familia y todo por un plan mal
trazado de huida.
—Si alguien puede detener esto eres tú —dijo alguien a su
espalda.
Katariel se revolvió hasta alcanzar a ver a alguien que no
esperaba: Molly. Ella estaba ahí, mirándola tan fijamente que
casi consiguió deshacerla en aquel mero instante.
—No sé lo que puedo hacer, pero no quiero que muera lejos
de su casa —explicó la princesa.
Molly movió la mano derecha levemente y sus ataduras
desaparecieron.
—Corre —la instó.
Katariel lo hizo sin pensar en nada, no escuchó cuando el
resto le dijo que no lo hiciera, que era una trampa y tampoco
cuando su propia cabeza le indicó que aquello era un error.
Era una experta cometiendo errores y aquel iba a ser uno
más en una lista larga de otros fracasos de su vida.
Siguiendo los gritos, torció hacia un campo de maíz y se
perdió en él siguiendo cualquier pista que pudo encontrar.
No era capaz de ver a nadie, solo ver las matas que se
alargaban hasta por encima de su cabeza. Los gritos, los
ataques y los crujidos la guiaron como si eso pudiera llevarla
hasta él.
De pronto apartó una de las plantas quedando frente a
frente con Markus, chocó contra su pecho antes de caer al
suelo de espaldas.
—¡Tú! —exclamó.
Kata, usando sus piernas, lo barrió antes de huir entre el
maíz. La magia la persiguió como si él le lanzase granadas.
Todo su alrededor estallaba por los aires provocándole que
corriera sin parar.
Al final, pasados unos minutos, pudo despistarlo.
Se detuvo en seco producto del agotamiento y trató de
coger aire para unos pulmones que estaban a punto de
colapsar.
Fue en ese momento en el que pudo escuchar el llanto de un
niño pequeño. Frunció el ceño pensando que era producto de
su imaginación, pero el sonido prosiguió indicándole que no
era producto de una alucinación.
Caminó con lentitud hacia allí, tratando de no levantar
ningún tipo de sospecha o sonido que pudiera advertirles.
Pocos metros después pudo ver que se trataba de el rehén.
Entre sus manos llevaba un niño, de no más de dos años,
completamente aterrorizado. Lloraba sin comprender nada de
lo que estaba ocurriendo.
—¡Deja de llorar o te rajo el cuello! —exclamó el hombre.
Justo cuando vio la hoja del cuchillo sobre el cuello del
niño, Katariel salió de entre el maíz para hacerse visible.
—No lo hagas —le dijo atrayendo toda su atención.
Aquel hombre estaba fuera de sí, pero pudo reconocerla al
instante.
—Mi princesa… yo…
Al verla avanzar reaccionó agarrando más fuerte al pequeño
y apretándole más el cuchillo. Eso provocó un grito tan
estridente que supo que los otros no tardarían en llegar.
Tenía que hacer algo antes de que alguien pudiera resultar
herido.
Levantó las palmas de las manos y se las mostró
quedándose inmóvil en el sitio. No pensaba dar un paso en
falso en aquel momento.
—No estoy armada —le dijo.
—Tú no, pero ellos son capaces de cualquier cosa. Tengo
que huir antes de que me atrapen —explicó.
Katariel negó.
—¿Huir? ¿Y el niño?
El pobre lloraba tan desconsoladamente que le rompió el
corazón. No podía permitir que le ocurriera nada malo.
—Cuando llegue a Nislava deberá…
No fue capaz de terminar la frase porque era tan terrible el
crimen que pensaba cometer que no tenía el valor suficiente
como para decirlo en voz alta.
—¿Y crees que podrás huir de todo un reino?
—Si me alcanzan le rajaré la garganta al niño.
Katariel sintiendo pasos tras de sí, no pudo más que echar
una mano a su espalda, ocultándola de aquel hombre y
tratando de decirles a los recién llegados que esperasen, que le
dieran un instante para probar de solucionarlo todo.
Al parecer y para su sorpresa, le hicieron caso.
—Esta no es la solución. No podrás huir de ellos, son
mucho más poderosos que nosotros y estás desarmado. —
Señaló al niño—. Él no tiene la culpa de todo esto y su madre
tiene que estar muerta de preocupación, no podemos hacerle
eso.
Él apretó más al niño sobre su pecho y lo agitó en un
intento absurdo de acallar sus gritos.
—¡Ellos también matan a nuestros niños! ¡No podemos
sentir piedad! Mis hijos y mi mujer me esperan en casa y no
volveré a verlos. Cuando se cansen de nosotros nos matarán.
Yo quiero volver a casa —lloró el pobre hombre.
Katariel avanzó muy lentamente, tanto que él apenas podía
percatarse del detalle. Comprendía sus motivos y lo atroz que
podía resultar aquella guerra, no obstante, en aquel instante
solo podía pensar en el pequeño inocente que tenía en los
brazos.
—Todos queremos volver, lo sé. Nadie quiso que esto
acabase así y tampoco quisimos ir a la guerra por un hombre
que solo nos ve como mercancía, te entiendo. Pero esta no es
la solución, te darán caza y tu muerte será en vano. Deja que
trate de negociar, siendo quién soy podría intentar que os dejen
libres. Algo querrán que pueda dar a cambio.
Su voz apaciguó un poco los ánimos, incluso el niño dejó
de gritar para mirarla atentamente.
—¿Podríais hacer eso, princesa? —preguntó algo
esperanzado.
Ella asintió.
—Claro que sí. Yo me quedaré aquí con ellos a cambio de
todos, estoy convencida de que puedo conseguirlo, pero para
eso necesito que seas un rehén obediente y que soportes toda
la mierda que nos vaya a caer encima —explicó a pocos
centímetros de ellos.
Con cautela extendió las manos hasta tocar el brazo que
sujetaba al pequeño.
—Deja las armas en el suelo y dame al niño. Ese sería un
gran paso para que se apiadasen de ti.
El hombre, el cual lloraba, la miró a los ojos.
—Yo solo quiero regresar a casa —gimoteó.
Katariel asintió convencida con sus palabras.
—Lo sé, haz lo que te digo y todo irá bien —prometió.
Tras unos segundos en los que pudo notar el maíz crujir por
impaciencia, provocó que ella rezara a los cielos que le
permitiesen un poco más de tiempo para seguir negociando y,
finalmente, cedió.
El cuchillo cayó al suelo, pero no la azada que había
conseguido atar a su costado, no obstante, el agarre sobre el
niño disminuyó haciendo que ella se olvidase de todo solo por
tomarlo entre sus brazos.
Lo abrazó con ternura antes de besar su frente y buscar
algún signo o rastro de herida. Al no encontrarlo, suspiró
agradecida.
—Gracias —susurró Katariel al rehén.
Giró entonces sobre sus talones y dejó al pequeño en el
suelo para señalarle a pocos pasos adelante donde sabía que
estaban escondidos los Draoid.
—Ve con ellos.
El pequeño hizo justo lo que le pidió y fue en ese preciso
instante en el que supo que acababa de cometer un error.
Ahora él sabía que había sido conocedora de la presencia de
sus enemigos mientras discutían.
Cerró los ojos aceptando que acababa de cometer una
estupidez y se agachó al suelo mientras fingía ver al niño
marcharse.
—¡Eres una traidora! —bramó el rehén.
Los siguientes segundos pasaron demasiado rápido como
para ser capaz de pensar, los instintos tomaron el control de la
situación.
Él desató la azada y, lejos de lo que ella pensaba, no fue a
atacarla, pero sí al niño. Alzó el arma al aire con la intención
de que, al bajarla, acabase la vida del inocente pequeño que
caminaba a trompicones hacia la salvación.
Katariel tomó el cuchillo, que estaba en el suelo, por la
empuñadura. Se levantó con toda la rapidez que pudo con la
idea de contenerle y evitar aquella desgracia que pensaba
cometer.
Sin ser consciente de lo que hacía, a toda velocidad, se
colocó delante del soldado y reteniéndolo con la mano
izquierda, la otra subió hasta que el cuchillo se clavó en la
base del cuello.
Y allí quedaron ambos, uno ante el otro mirándose a los
ojos tan sorprendidos por cómo habían acontecido los hechos
que no podían moverse. Soltó la azada cayendo tras la espalda
de Katariel, pero sin alcanzar al pequeño.
La sangre llenó la boca de aquel hombre sin remedio justo
en el momento en el que ella soltaba el arma. Fue entonces
cuando cayó al suelo, ahí contemplando a su atacante con
estupor.
—¡No! —gritó ella arrodillándose a su lado.
Las lágrimas llegaron a los ojos, desbordando de tal forma
que sintió que podía ahogarse en su propio llanto. Supo que
iba a morir allí mismo, lo supo en la forma en la que él la
miró.
Temblando, tocó la empuñadura del arma sin llegar a
retirarla sabiendo que, si lo hacía, su final sería mucho más
rápido.
—Yo no quería… —susurró desgarradoramente.
—Traidora… a… la… corona… y… a tu reino —balbuceó
el hombre mientras se debatía entre la vida y la muerte.
Alguien la cogió de los brazos retirándola de allí al instante,
supo que era Zachary cuando este le dijo a Markus que se la
llevase lo más lejos posible.
Cuando la soltó para que hiciera lo que acababa de decir, se
negó en rotundo y giró hacia ellos en un intento desesperado
por alcanzar al hombre que estaba a punto de morir. No lo
consiguió, el segundo al mando la cogió de la cintura y la
levantó unos centímetros para separarla unos metros de allí.
Solo cuando sus pies tocaron el suelo usó todo el impulso
que pudo para empujar a Markus y hacerlo tambalear. Al
conseguir que la soltase trató de correr, pero este le barrió el
paso.
—¡Quítate! —le gritó enfadada.
No lo estaba con él sino con ella, por lo que acababa de
conseguir.
El guerrero la encaró de forma que ambas frentes chocaron,
estaba claro que no pensaba dejarla ir ya que su jefe así lo
había ordenado.
Katariel se revolvió con desesperación hasta conseguir
liberarse una vez más, pero no pudo avanzar porque chocó
contra un muro invisible que supo que lo había creado
Zachary, lo vio hacerlo y pronunciar las palabras.
Fue entonces cuando golpeó con toda su rabia la separación
que acababa de crear para impedirle estar allí los últimos
instantes del ciudadano Nislavo.
Markus pasó los brazos por su cintura y se aferró a ella con
toda la fuerza posible para tratar de mantenerla quieta.
Y ahí contempló con estupor como Zachary negaba con la
cabeza y usaba las yemas de los dedos para cerrar los ojos del
soldado caído. Sorprendentemente no había muerto en manos
enemigas sino por la mujer que debía haberlo protegido.
Las rodillas de Katariel cedieron entonces y Markus la
acompañó hasta el suelo con lentitud. Justo tocar el suelo con
su piel la barrera desapareció, así como el agarre del guerrero
sobre ella.
Ya nada importó. Aquel hombre había muerto rodeado de
Draoids en vez de su familia, la cual esperaba su regreso; uno
que jamás iba a suceder.
Ella había sido el brazo ejecutor. Había querido ayudar,
tratar de que el niño saliera con vida de aquella batalla en la
que no tenía nada que ver y también aquel soldado que solo
ansiaba regresar a casa.
Había sesgado una vida. Una que la perseguiría el resto de
sus días.
Fue entonces cuando no le importó su alrededor y gritó, lo
hizo con todo el aire de sus pulmones, de forma tan
desgarradora que los Draoid se estremecieron al escucharla.
Ella era una asesina.
Y una traidora a su pueblo.
Capítulo 18

Katariel no pronunció palabra alguna de camino a la


ciudad. Después de gritar, de vaciarse por dentro, se limitó a
hacer lo que le pidieron sin oponer resistencia alguna. Dejó
que Zachary llegase hasta ella, se agachase a su altura y la
contemplase totalmente destruida. Consiguió levantarla y
hacerla caminar por el campo a través del maíz.
Todos parecían saber lo ocurrido o, al menos, lo intuían ya
que cuando vieron pasar a la princesa Nislava agacharon sus
rostros compungidos.
A todos parecía haberle llegado al corazón ese grito, como
si en él hubiera dejado parte de su alma.
Markus transportó el cuerpo hacia donde él le indicó, no era
momento de dejarlo allí para que las bestias salvajes se
alimentasen. Puede que con otros lo hubieran hecho, sin
embargo, no pasaría esta vez.
Al llegar a la plaza principal del reino la hizo detenerse
cuando vio al rey Gerald aproximarse.
—¿Qué ha pasado? —preguntó.
—Un pequeño accidente, uno de los rehenes ha muerto —
explicó él tratando de no entrar en detalles.
Gerald, sorprendido, asintió, aunque no quedó conforme.
—¿Quién lo ha hecho?
Zachary se tomó un par de segundos para tomar aire y
encarar aquella respuesta. Él mismo sabía que no debía haber
ordenado al resto que se detuvieran cuando ella lo pidió, pero
era imperativo salvar al niño y cualquier paso en falso hubiera
provocado que el cuchillo le habría desgarrado.
—Yo lo hice —sentenció Katariel sin pestañear.
Gerald, preso de la sorpresa, la encaró incrédulo.
—¿Ahora matas a los tuyos?
Aquella pregunta dolió y lo supo por la forma en la que ella
se encogió como si acabase de recibir un bofetón.
—Sí —contestó.
No era del todo así, pero no era el momento para discutir
aquello. Encontraría la forma de hablar con su rey sin que ella
tuviera que estar presente. Merecía saber todo lo ocurrido.
Zachary se encargó de llevarla al poste, justo donde volvió
a atarla a pesar de que sabía que no se escaparía.
—Déjalo ahí en medio, donde todos puedan verlo.
Las crueles palabras del rey hicieron que se girase para
observar lo que ocurría. Markus llegaba con el cadáver cuando
le hizo aquella horrible petición. El segundo al mando dudó un
poco antes de dejar caer al soldado Nislavo al suelo.
—Bien. Quiero que todos contemplen la obra de Katariel de
Nislava. La misma mujer que nos asesina a nosotros y a los
suyos. Así el resto de rehenes y el reino entero podrá disfrutar
de tu obra.
Markus cerró los ojos al igual que lo hicieron muchos de
los que venían del campo y habían contemplado lo ocurrido,
no obstante, pudo ver como la princesa no lo hacía. Fijó la
vista en el cadáver congelándose al instante sin pestañear.
Zachary se giró hacia ella.
—No tienes que mirar hacia allí —la avisó.
—Déjala que lo haga si disfruta de su muerte.
Nunca había sentido ganas de golpear a su rey, pero aquel
instante lo puso a prueba. Aquel hombre estaba cegado por el
odio hacia el padre de la joven, un odio que no le dejaba ver
más allá.
Gerald mandó que el reino siguiera con sus quehaceres
ignorando aquel pequeño incidente.
No quiso hacerlo, pero Zachary se vio obligado a dejarla
atrás para tratar de tener una audiencia con su rey. Antes de
hacerlo se agachó hasta quedar de rodillas ante ella, como si
eso pudiera distraerla del atroz espectáculo que estaba
mirando.
—¿Cómo te liberaste? —preguntó.
Sabía bien que iba a ser una pregunta en la reunión.
Además, él mismo la necesitaba porque sabía que la había
atado a conciencia para evitar que saliera corriendo de aquel
lugar.
—Magia —contestó ella sin parpadear.
—Necesito que me digas la verdad.
Katariel reaccionó mirándolo ofendida.
—No vas a creer nada de lo que diga, pero fue magia —
escupió enfadada antes de dejar de mirarle como si aquello
doliera.
Antes de mirar al cadáver señaló con el mentón.
—Pregúntale a ella, seguro que la crees diga lo que diga —
acusó la princesa.
Zachary se sorprendió al ver llegar a Molly, la miró a los
ojos sin rastro de arrepentimiento y supo entonces que había
sido ella. Que aquella mujer, saltándose todas las órdenes,
había liberado a la princesa teniendo como resultado un
cadáver que contemplar en el suelo.
—¿Por qué? —preguntó tratando de encontrar una
explicación.
Molly, la cual tenía un mechón propio entre los dedos y lo
acariciaba como a un gatito, se encogió de hombros antes de
hablar sin rastro de culpa en su voz.
—Quería que el niño viviera y ella es su princesa, podía
convencerlo.
Zachary apretó los puños con ira.
—Podríamos haberlo solucionado nosotros.
Ella, lejos de creerle, rio un poco.
—O tendrías a un niño desangrándose sobre el maíz y un
rehén condenado a muerte. He salvado una vida.
Su falta de remordimientos lo sorprendió. La guerra lo
había endurecido, aún así, seguía viendo a todo el mundo
como personas. Todos querían una cosa: vivir y lo que aquel
hombre trataba de hacer era regresar a casa. No había
encontrado la forma adecuada, no obstante, eso no quitaba que
fuera un humano más buscando sobrevivir.
—Has condenado a Katariel.
—Yo no le puse el cuchillo en la mano, lo hizo ella sola.
Tuvo que dejarla marchar por miedo a matarla, ya se había
derramado demasiada sangre aquel día.
Markus se acercó a él.
—Zach, puedo hablar yo con Gerald si lo prefieres. Fue mi
culpa, me despisté —se ofreció temiendo que su ira tomase el
control.
Agradeció el ofrecimiento, aunque supo que era algo que él
mismo debía hacer. Nadie podía tomar su obligación, por algo
era el jefe del ejército y lo seguiría siendo hasta el fin de sus
días. Eso significaba compromiso.
—Dadles comida y agua a los presos. Esto hubiera pasado
de todas formas tarde o temprano. Es algo con lo que debemos
vivir —contestó antes de bajar la mano y colocarla sobre
Katariel, la cual no respondió de forma alguna.
—Asegúrate que bebe lo suficiente.
Markus asintió y supo que se encargaría, aunque eso
significase alimentarla él mismo con cuchara las horas que
hicieran falta.
Confió en él.

***

—¿Así que me pides que retire el cadáver? Con lo bien que


queda ahí —preguntó Gerald divertido con su petición.
Zachary, que había rehusado sentarse, asintió mientras
caminaba por el comedor de su rey. Las cortinas se movieron a
su paso y él mismo uso su magia para dejarlas cerradas e
inamovibles, no quería contemplar aquella escena dantesca.
—Ella lo hizo para salvar a un niño de los nuestros. No se
merece esa humillación, solo reaccionó cuando el rehén quiso
matar al pequeño —explicó tratando de conmover a un rey que
no lo iba a hacer.
Gerald asintió.
—Me has contado la historia y sé que es verdad, pero mi
decisión sigue siendo la misma. Quiero ese trozo de carne
sobre mis calles para el disfrute de mis ciudadanos.
La magia de Zachary explotó por su propio enfado, se
arremolinó a su alrededor como si buscase un atacante y logró
mantenerla bajo control antes de que fuera demasiado tarde.
—He asesinado a miles de Nislavos y lo haría si con eso
salvara vidas Draoids, pero eso es un ensañamiento hacia
alguien que ha hecho algo bueno por nosotros. ¿Así paga el
sacrificio que acaba de hacer? Ha preferido una vida nuestra
que suya —trató de explicarle.
Gerald no retrocedió, estaba convencido de su decisión y
poco importaba lo que tuviera que decir.
—No gastes saliva, hijo. ¡Es un cabezota! —exclamó
Loretta entrando al comedor acompañada por su fiel bastón.
El rey pareció ofenderse con las palabras de su madre, la
miró como si acabase de salirle una segunda cabeza.
—Zach te ha explicado lo ocurrido y sigues estando
interesado en culparla. Ella no es su padre por mucho que la
haya criado. Negan hubiera dejado morir al niño. Tiene la
piedad de tu hija, aunque te niegues a reconocerlo.
Él trató de no asentir, pero estaba de acuerdo con la reina
madre, hasta la hubiera aplaudido de haber podido.
—¡Katariel nunca será ella! —gritó Gerald mostrando tanto
dolor en sus palabras que hizo retroceder al resto unos pasos.
Nadie lo sería jamás.
—Yo no te he dicho que lo sea. La niña nunca será su
madre. Este castigo no es por lo que haya o dejado de hacer.
Crees que castigas a Negan haciendo eso cuando ha
demostrado que poco o nada le importa lo que le pase a
Katariel.
El decir su nombre en voz alta provocó que el rey se
levantase de su asiento provocando que la silla cayera al suelo
sin remedio.
—Te guste o no, madre, sigo siendo el rey y es mi decisión.
Loretta asintió.
—Claro que sí, como también fue tu decisión enviar a mi
nieta al extranjero con un hombre que nos trajo la ruina. Esta
también es otra de tus maravillosas ideas y espero que
contemples con orgullo como destrozas a tu nieta por placer.
Dicho esto, la reina madre salió de la estancia como si el
diablo la persiguiese. No quería estar con su hijo y aquella
conversación había abierto heridas del pasado que solo les
provocaron dolor.
Zachary creyó que era más conveniente marcharse de allí y
tratar de razonar con él el día siguiente.
Justo antes de tomar el picaporte de la puerta, notó la magia
del rey negándole la salida. Así pues, solo le quedó girarse
hacia él para escuchar lo que tuviera que decirle o acusarle.
—Deja el cadáver en el suelo hasta el anochecer, después
entiérralo lejos.
Su interior sonrió al fin, había cedido un poco.
—Sí, majestad.
—Que ella haga el agujero —sentenció refiriéndose a
Katariel.
Fue entonces cuando Zachary tuvo que apretar los labios y
contenerse para no contestar. Estaba claro que su rey no iba a
darle la oportunidad a su nieta. Iba a castigarla hiciera lo que
hiciera.
—Por supuesto, majestad —contestó sin rastro de
convencimiento.
Su rey solo quería una venganza que Kata no podía darle.
Capítulo 19

Era noche cerrada cuando Zachary salió en busca de


Katariel. Maldijo para sí mismo por lo que se veía obligado a
hacer. Hasta la fecha no había dudado de ninguna de las
órdenes del rey Gerald, ahora, esta no le parecía la más
acertada.
El odio hacia Negan era tal que tener a su hija le servía para
acabar con una venganza de la que ella no estaba enterada.
Cuando la vio mirando sin pestañear hacia el cadáver algo
en él se rompió. Había esperado verla dormida por puro
agotamiento en vez de encontrarla torturándose con la muerte
de uno de ellos.
Pasó por su lado sin pronunciar palabra alguna, dispuesto a
acabar con eso lo antes posible. Tomó el cuerpo sin vida del
rehén y se marchó lo más lejos posible, no le importó el peso
solo quiso alejar aquel recuerdo de la vista de la princesa, al
menos durante unos minutos antes que tuviera que obligarla a
algo peor.
Regresó a por ella y se sintió miserable cuando descubrió
que, al fin, se había quedado dormida. Aquella mujer había
nacido solo para ser torturada una y otra vez, no importaba lo
que hiciera o pensase.
Se acercó a Katariel y luchó consigo mismo para conseguir
darle un ligero toque con la bota a uno de sus pies.
Fue justo en ese momento en el que una brisa de aire le
golpeó en la espalda. Fue rápido, sintiendo casi como si lo
atravesara hasta llegar a lo más profundo de su ser.
«Estás a punto de despertar, Zachary…». Dijo una voz.
Giró sobre sí mismo para ver a quién fuera que hubiera
pronunciado aquellas palabras y se encontró a sí mismo
peleando con la noche y la soledad.
—¿Tú también puedes escucharla?
La pregunta de Katariel lo conmovió, volviendo a ella
como centro único de atención, pudo contemplar como estaba
ante alguien completamente destruido.
—¿Eh? ¿Tú también la oyes?
Zachary asintió ante sus preguntas. Al parecer esa voz
parecía atormentar de alguna forma a la muchacha.
—Estos bosques están llenos de magia y de voces. Tal vez
le has caído bien a una y trata de molestarte. Ignórala o
acabará enloqueciéndote.
Ella asintió.
La desató y le pidió que lo siguiera. No preguntó o trató de
descubrir de qué se trataba. Sintió como si hubieran quebrado
su espíritu a base de golpes hasta conseguir la persona que era
ahora.
Eso le hizo preguntarse cuántas veces había tratado de
hacer lo correcto y no había conseguido la aprobación de
nadie.
Apartó aquellos pensamientos de su mente para tratar de
mantener la cordura. Ella no dejaba de ser la enemiga de su
reino y la piedad no era cualidad demasiado bien vista en la
guerra.
Además, pronto recibirían respuesta del rey Negan y
sabrían qué pasaría con Katariel, aunque mucho se temía que
Gerald no iba a dejarla marchar jamás. Ella era el resultado de
una de sus malas decisiones.
—Se está muriendo… —susurró ella a su espalda.
Miró entonces al rehén que ella señalaba con el dedo. Había
sido herido en batalla y cierto era que no tenía buen aspecto.
—Está recibiendo atención médica y me consta que están
haciendo todo lo posible por mantenerle con vida. Gerald lo ha
retirado de los trabajos para que descanse y se recupere con
mayor rapidez.
Pero eso no la convenció, siguió mirando al herido con el
rostro desencajado por la preocupación y supo que no iba a ser
capaz de pronunciar palabra que calmase ese sentimiento.
—Vamos —la instó finalmente.
Caminaron durante largos minutos en completo silencio,
como si abrir la boca fuera un pecado o pudieran despertar a
un reino que dormía tranquilamente. Fue tan incómodo que
supo que necesitaría una copa después.
Atrás dejaron las calles infestadas de casas, los campos de
cultivo y la civilización para encontrarse con el más angosto
de los bosques. Uno que rodeaba el lago Saner, el que tenían
en común con el reino Nislava.
Katariel pudo ver el cadáver, del que había sido ciudadano
de su mismo reino, en el suelo y casi comprendió lo que iba a
pasar allí mismo. Suspiró compungida, pero no preguntó o
emitió quejido alguno.
Zachary le tendió la pala, la cogió al momento y se lo
quedó mirando esperando la orden que sabía que vendría a
continuación, no obstante, parecía necesitar escucharla de viva
voz.
—Haz un agujero para enterrarlo —ordenó él.
Ese fue el pistoletazo de salida que necesitaba para ponerse
manos a la obra. Lo hizo, comenzó a cavar palada a palada, en
silencio y sin intención de sacar ningún tema de conversación.
Zachary, pasado un rato, se sentó apoyando la espalda
contra un árbol mientras vigilaba a la presa. Iba a ser un
trabajo duro y arduo, que iba a llevarle más horas de lo que
parecía en un principio.
Dejó que el tiempo pasara, impasible, las estrellas parecían
moverse en el cielo a su antojo. Algunas parpadeaban como si
tratasen de comunicarse de alguna forma con ellos.
Fue el momento en el que pensó en la voz. Conocía las
historias de ellas, pero hasta la fecha no había tratado con
ninguna. Era femenina y casi había parecido tocarle lo más
profundo de su ser. Lo más perturbador era que sabía su
nombre y que también le hablaba a Katariel.
Todo alrededor de aquella mujer era distinto, pasaban cosas
inexplicables y se preguntó si siempre habría sido así.
—¿Cómo era tu vida en palacio? —preguntó.
Su voz sonó más oscura y profunda de lo que planeó,
produciéndole un escalofrío a Katariel, la cual se revolvió
antes de dedicarle una mirada para después seguir trabajando.
—Me limitaba a sobrevivir como aquí. Tenía horas de
estudio, profesores particulares que venían a darme clase a
casa. Y después tenía el entrenamiento con los soldados. Ese
era mi día a día. También intentaba no lidiar con mi padre,
aunque cada noche quería que cenásemos juntos.
Zachary escuchó atentamente.
—¿Había alguien que te quisiera?
Esa era una pregunta que lo comenzaba a atormentar. Puede
que fuera enemiga, no obstante, la idea de que no hubiese
conocido ningún tipo de amor le hacía sentir verdadera
lástima.
Ella no contestó inmediatamente y no le metió prisa. Dejó
que ella misma pensase bien la respuesta.
—Malorie me quería y dejé que muriera por no tener el
valor suficiente como para disparar a mi padre.
Esa era una culpa que no le pertenecía, no podía
considerarse mala persona por no ir contra natura. Los padres
debían amar a sus hijos, cuidarlos y protegerlos de todo mal,
pero este parecía ser su instigador.
—Bueno, Nixon también me quiere, aunque es diferente…
—dijo casi divagando.
La imagen de su prometido llenó la mente de él. Había
peleado contra ese hombre un par de veces antes de que
Katariel llegase en su rescate. Estaba claro que había algo más
que amistad entre ellos porque lo había dado todo por salvarle
la vida.
—¿En qué es diferente?
Se sintió como un niño haciendo demasiadas preguntas.
Ella no estaba obligada a contestar, aún así, lo hizo.
—No fue un amor lento o un flechazo. Un día nos metieron
en la misma habitación y nos dijeron que nos íbamos a casar,
que él ocuparía el lugar de mi padre el día de su muerte. Cierto
es que podría haber sido peor hombre que Negan, sin
embargo, cuando nos vimos fue como si pudiéramos
reconocernos. Estábamos viviendo lo mismo, sin voz ni voto,
dejando que otros manejaran nuestras vidas a su voluntad.
Hizo una pausa para tomar aire.
—Creo que eso fue lo que nos unió. El pensar que un día
todo esto acabará y podremos ser nosotros mismos. Que el
dolor tendrá fin si sabemos esperar. Y así nos unimos,
descubriendo que teníamos muchísimas cosas en común.
Zachary pensó en sus palabras. En cómo la vida había
unido a dos personas que estaban destinadas a reinar juntas.
Estaba convencido que, de ser así, era mucho mejor llevarse
bien que odiarse el resto de sus días.
Y él era muy importante para Katariel, de lo contrario
jamás hubiera aparecido en el campo de batalla de esa forma.
—No volveré a verle, ¿verdad? No es que me queje, me
queda el consuelo que sigue con vida y lejos de vosotros.
Él no supo contestar.
La vida era muy larga para saber si podían volver a
reencontrarse. Todo era posible, sin embargo, tampoco podía
prometer algo semejante. No sabía si algún día Gerald se
cansaría de su nieta y la asesinaría.
Ella siguió cavando aquella tumba con dedicación y supo
que era injusto. Había tenido que elegir entre una vida y otra.
Había sido una buena decisión, aún así se la condenaba por ser
piadosa.
Tuvo que cerrar los ojos un segundo para evitar seguir
contemplando aquella escena.
Un gemido hizo que frunciera el ceño antes de abrir los
ojos. Katariel, en el más absoluto de los silencios y sin dejar
de trabajar, lloraba. Las lágrimas resbalaban por su rostro sin
control alguno haciendo aquel momento más intenso.
Zachary echó la mirada al cielo y buscó la estrella más
brillante. Quiso ser fuerte, lo era, pero sus valores no dejaban
de decirle que aquello estaba mal. No era noble hacerle pasar
por algo así.
Al final, pasados unos pocos minutos, estalló.
Se levantó y fue hacia ella con paso firme. Eso hizo que
Katariel le temiera, dejó caer la pala y se llevó las manos a las
mejillas para borrar las lágrimas que derramaba.
—Lo… lo siento —se disculpó.
El guerrero vio que ya tenía un agujero de unos veinte
centímetros de profundidad, a ese ritmo estarían toda la noche
allí y ya había tenido suficiente. Como jefe tenía potestad
sobre algunas órdenes.
Y, por primera vez en mucho tiempo, decidió quebrantar
una orden directa.
—Aparta —pidió.
Ella, perpleja, solo pudo pestañear sin comprender lo que
ocurría.
No quiso volver a pedírselo, así pues, la tomó de la cintura
y la colocó tras de sí. No tenía tiempo para nombrar los cientos
de motivos por los que estaba mal condenarla de esa forma.
Juntó las manos y, al separarlas, la tierra empezó a salir
hacia los lados como si una fuerza invisible cavara a toda
velocidad. Fue cuestión de minutos hacer una tumba de más de
tres metros de profundidad y tampoco era la primera que hacía
en su vida.
—Mételo dentro —pidió.
Katariel corrió hasta el cadáver y, tras peinarle un poco con
los dedos a modo de despedida, lo empujó haciéndolo rodar
por el suelo hasta lanzarlo al agujero. El sonido fue duro y
sordo, cayendo a plomo.
No dejó que mirase en la postura que había caído ya que
comenzó a tapar sus restos con la tierra que acababa de sacar.
Al final solo quedaron ellos, el silencio y una infinidad de
estrellas como testigos de aquel instante.
—¿Por qué lo has hecho? —quiso saber Kata.
Zachary se encogió de hombros.
—No tengo que darte explicaciones de todo.
Ella aceptó la respuesta sin rechistar.
—Échate un poco y descansa. No podemos regresar antes
del amanecer o sabrán que te ayudé. No es que me importe
demasiado, sin embargo, no tengo intención de alargar más la
lista de tus castigos.
La joven se alejó bordeando la tumba haciendo justo lo que
acababa de pedirle. Se alejó unos centímetros antes de
tumbarse en el suelo con la palma derecha contra el pasto.
Algo le dijo que ese gesto era como estar cerca del hombre
que había asesinado, torturándose un poco más por lo que
había hecho.
El guerrero se sentó en el lado opuesto, quedando por
delante el agujero y ella, siendo incapaz de perderla de vista.
Si alguien hubiese preguntado la contestación hubiera sido que
lo hacía para que no escapase, pero no era verdad.
—No te di las gracias por salvar al pequeño.
Katariel, con los ojos cerrados, suspiró.
—Díselo a los hijos que nunca jamás verán a su padre de
nuevo.
El dolor estaba presente en la guerra. Cada vida que se
sesgaba significaba dolor para alguien. La felicidad del niño
era a costa de una familia que nunca jamás volvería a ver a su
ser querido.
Él sabía bien de dolor y todo el que había causado no se lo
perdonaría jamás. No se excusaría nunca por las vidas
asesinadas, todos eran personas en un mundo en el que
buscaban prosperar.
El pensamiento de que la guerra duraba demasiado tiempo
se afianzó en su corazón.
Y lo peor es que nadie saldría victorioso.
Zachary se levantó cuando la respiración de Kata se relajó,
se hizo mucho más profunda lo que le indicó que se había
quedado dormida. Se acercó a ella tratando de no despertarla
con sus pisadas y se agachó hasta quedar de rodillas.
Ahí contempló su rostro, uno que no parecía en paz y deseó
que todo hubiera sido mucho más fácil. Ella representaba algo
que todos sabían muy bien el qué salvo Katariel.
No tenía ni idea que era la nieta de Gerald.
Se tumbó hacia el otro lado, quedando únicamente su rostro
delante del de la princesa.
Antes de acomodarse, se aproximó un poco y depositó un
beso en su frente, como si este, de alguna forma, calmase el
dolor y el tormento al que estaba siendo sometida desde el día
de su nacimiento.
Después se colocó boca arriba a la espera de que el sueño
llamase a su puerta.
Se sorprendió cuando la mano de Katariel tomó la suya.
Giró un poco el rostro esperando verla despierta y se topó con
una mujer profundamente dormida. Eso hizo que enumerase
en su mente los cientos de motivos que tenía para alejarse y, a
pesar de que todos eran importantes, no lo hizo.
Simplemente se durmió.
Capítulo 20

Zachary supo que estaba soñando. No podía dar una


respuesta exacta a esa teoría, era más su propia intuición la
que le indicaba que seguía dormido.
Estaba en un bosque muy similar al real, aunque mucho
más oscuro. Apenas podía ver unos pocos centímetros más allá
de sí mismo. Lo peor era el silencio perpetuo, no había animal
o brisa que hiciera crujir las ramas de los árboles.
Respiró profundamente tratando de tomar el control de la
situación. Si aquello era un sueño podía hacerlo desaparecer.
Se concentró poniendo en práctica todo lo aprendido durante
años en el colegio y, pasados unos segundos, se dio cuenta que
no era capaz.
—¿Zachary?
Ante él apareció Katariel, lo miraba con el ceño fruncido,
como si encontrárselo allí fuera una gran coincidencia.
—¿Qué haces aquí? —preguntó la joven.
Él trató de dar sentido a su aparición. Por algún motivo su
mente quería tenerla en ese lugar.
—Esto es un sueño, no tiene por qué tener sentido —se
recordó diciéndolo en voz alta.
Katariel se mostró más confusa todavía. Al parecer ella no
parecía estar al tanto de estar dormida, aunque no le
sorprendió ya que ellos no habían estudiado magia. Para un
humano corriente podía costar discernir entre realidad y
ficción.
Ellos, al poder ser atacados con encantamientos, aprendían
muy pronto a distinguirlo.
—¿Y qué haces tú en mi sueño? —preguntó la joven.
Zach sonrió. No pensaba despistarse con su presencia.
Supo que había sido un error bajar la guardia. No tendría
que haber dormido con ella. Estaba convencido de que eso era
por su culpa, tal vez la princesa escondía bien que era alguien
mágico.
—No debí apiadarme de ti. Nadie lo hace y debe ser por un
motivo —le escupió mirándola directamente.
Sintió rabia cuando su gesto se torció mostrando dolor. Ella
se había valido de la pena para conseguir que él flaquease, un
error que subsanaría en cuanto saliera de aquella especie de
embrujo.
—¿Qué quieres conseguir? He sido piadoso, el único que
ha visto que eres una persona bajo todo ese rollo de princesa,
de hija de Negan o de enemigo. ¿Así es cómo me lo pagas?
Katariel, presa de la rabia, usó las palmas de sus manos
para empujarlo con fuerza. No consiguió derribarlo, pero
tampoco le importó ya que salió corriendo bosque a través
perdiéndose en la oscuridad.
Aquel lugar le estaba volviendo loco. No comprendía los
motivos por los cuales ella pudiera hacer algo así.
¿Qué pretendía?
Un grito atravesó el bosque.
—¡Ayuda! —vociferó Katariel destilando terror.
Zachary, manteniendo el control, no se movió ni un ápice
de su lugar. No pensaba correr hacia nada. Era una de las
primeras reglas que se aprendían en clase, si ibas hacia el
peligro eras el primero en caer. Además, morir en un sueño
podía equivaler a hacerlo en la vida real.
—¡Zachary!
Le costó arrancar a correr en dirección contraria y no ir en
su ayuda. Obligó a todo su cuerpo a moverse rápido, sorteando
cada rama, piedra o desnivel al que se enfrentó en su huida.
De pronto un crujido a su espalda lo puso en sobre aviso de
que estaba siendo perseguido. Eso solo incrementó los latidos
de su corazón y se exigió ser más rápido a pesar de que no
sabía bien a dónde se dirigía.
—¡Ah!
Katariel gritó una última vez, siendo muy diferente a las
anteriores. Su voz desgarrada atravesó cada centímetro de
aquel lugar, mostrando dolor infinito y tantos sentimientos que
una parte de él se doblegó.
Cedió, no queriendo hacerlo, y se detuvo en seco.
Justo en ese momento algo cayó sobre su cuerpo cegándolo
por completo. No alcanzó a tocar el suelo en ningún momento
haciendo que la sensación de caída nunca desapareciera.
Su cuerpo parecía flotar en el espacio mientras caía sin
remedio muy lentamente.
Fue entonces cuando todo pareció explotar y llenarse de
imágenes extrañas. Lo primero que alcanzó a ver fue una
joven riendo, su voz le fue tan similar que casi sintió dolor en
su cabeza.
Ella siguió riendo hasta girarse.
Era Katariel, pero era muy distinta a la que conocía. Estaba
inmensamente feliz y en su rostro no había signo de miedo
alguno. Sus ojos brillaban mientras le mostraba un hermoso
vestido morado.
—¿Te gusta, Zachary? —preguntó la visión.
Pocos segundos después pudo contemplar con horror como
esa misma mujer yacía muerta ante sus pies.
Todo aquello pareció reactivarse para mostrarle una nueva
imagen. Esta vez era una Katariel subida a un árbol. Estaba
tratando de alcanzar una cometa, una que había quedado
atrapada en lo más alto.
—Podrías ayudarme, Zachary, en vez de limitarte a mirar.
Pocos parpadeos después esa misma mujer apareció en un
ataúd improvisado y rodeado de rosas rojas.
Las imágenes fueron alternándose viendo una y otra vez
cientos de miles de versiones de Katariel de Nislava. Cada una
era distinta a la anterior, aunque a su vez tenían algo en
común.
Y todas decían su nombre.
Él estuvo ahí, lo que le pareció una eternidad, condenado a
ver su muerte de muchas formas distintas. No había salvación
para ella en ninguna de las formas que se mostraba allí.
Zachary trató de darle sentido a todo aquello.
—¿No lo ves? —preguntó una voz muy similar a la suya.
Él no pudo más que llevarse las manos a la sien tratando de
conjurar algo que lo sacase de allí a toda velocidad.
—Eres tú una y otra vez viéndola morir. La has enterrado
tantas veces… Has luchado por ella hasta consumirte. Cientos
de veces habéis vivido con la única condena de dejarla ir.
¿Él se estaba hablando a sí mismo?
—Y lo peor es que la volverás a perder otra vez si no
despiertas.
Y ahí estaba, una versión de sí mismo ante sí. Era como
mirarse a un espejo salvo las diferencias en la ropa. Ahí
estaba, inmóvil contemplándolo como si esperase algo o se
estuviera advirtiendo.
—¿A qué te refieres? —se preguntó.
El otro Zachary no pestañeó.
—Para siempre, lo prometiste —le acusó esa versión de él
que no comprendía.
De pronto pareció empujarlo sin manos, como cuando caes
al agua y alguien te saca cogiéndote de la camiseta. Tiraron de
él a la superficie, alejándolo lejos de todo aquello, dejando
aquellas imágenes enterradas en lo más profundo de aquel
lugar.
Puso de su parte para seguir subiendo, no importaron las
miles de sensaciones que lo golpearon con fuerza durante el
camino. Una parte de él pudo llegar a creer que todo aquello
una vez fue suyo, que él mismo había experimentado todo
aquello.
Al final todo se desvaneció dejándolo únicamente consigo
mismo. Duró apenas unos segundos antes de que recobrara la
conciencia y despertase. Como si un mago hubiera contado
hasta tres.
Uno.
Dos.
Tres.
Capítulo 21

Zachary saltó cuando logró despertar.


Se alejó de Katariel como si esta fuera la personificación de
la maldad y buscó toda la distancia posible para que su
embrujo no pudiera alcanzarlo. Aquello era inaudito, no podría
creer que hubiera conseguido engañarlo usando la piedad
como cebo.
Respiró llevándose las manos al pecho como si tratase de
quitarse algún tipo de atadura, como si llevase alguna especie
de cadena que tirase de su cuerpo hacia la dirección a la cual
se negaba ir.
Miró entonces a la joven, seguía tumbada en el suelo en la
misma posición en la que la había dejado al dormirse; no se
había movido ni un ápice salvo que ahora no le sostenía la
mano.
—¡No sigas fingiendo! —bramó completamente enfadado.
No obtuvo respuesta y, a pesar de que supo que no debía
hacerlo, dudó. No supo decir si realmente estaba fingiendo o
ella estaba tan dormida como lo había estado él hasta hacía
unos segundos.
La incertidumbre pudo más que su propia sensatez.
Se aproximó a la princesa con paso decidido y con todos
sus sentidos en alerta. Si algo pasaba quería ser capaz de
defenderse. Estaba claro que ella era mucho más que lo que
aparentaba en un principio.
—Levanta —ordenó.
La joven no se movió ni un ápice.
Con la bota trató de moverla, la colocó debajo de su
estómago y la giró sin demasiado cuidado. El cuerpo lo hizo,
se movió completamente laxo solo por la fuerza que él ejercía.
Eso le indicó que no podía ser fingido.
—¿Katariel? —preguntó incrédulo.
Al no responder se fijó en su pecho comprobando, con
estupor, que no había respiración alguna.
Eso fue como un pistoletazo de salida, cayó a su lado, de
rodillas y corrió a tratar de encontrarle el pulso.
Sorprendentemente no lo encontró y eso fue como un jarro de
agua fría.
De una forma extraña una teoría se formó en su mente.
Ellos habían sido producto de un hechizo, la primera Katariel
que encontró en el sueño era la real; por desgracia la misma
que le pidió ayuda y la que él rehusó.
—No, no, no… Vuelve —le dijo.
No tardó en ponerse con el masaje cardíaco. Por algún
motivo ella había fallecido en el sueño y eso se había
traducido en la realidad. Era una regla básica para todos los
Draoids, mantenerse con vida en algo así a toda costa.
—¿Zachary?
La voz de Markus lo alegró, miró hacia atrás buscándolo
con desesperación y rugió tratando de llamar su atención de
alguna forma. Por suerte él lo comprendió, salió de entre la
maleza y se encontró con aquel escenario.
—¿Qué coño…? —preguntó acercándose a ellos.
No tenían tiempo para explicaciones, solo necesitaba que su
amigo siguiera con lo que él había iniciado para así él poder
intentar una nueva táctica. Le indicó que se colocase justo en
su posición y así lo hizo.
Cuando Markus comenzó él se concentró. A pesar de la
situación debía mantener la compostura para tratar de
conseguir un hechizo que ayudase. Entonces una idea le
inundó la mente.
Juntó las manos e hizo que la magia se convirtiera en
electricidad, calculó la cantidad justa para su siguiente
movimiento.
—Aparta —ordenó.
Acto seguido colocó sus manos, una sobre el corazón y otra
en el costado izquierdo. Su magia hizo como si de un
desfibrilador se tratase. No hizo efecto a la primera, así pues,
Markus y él tuvieron que turnarse un par de veces para
conseguir que ese corazón volviera a latir.
—Hay pulso —indicó el segundo al mando.
Los dos se dejaron caer al suelo, incapaces de hablar por
miedo a que su corazón reculara.
Entonces Katariel abrió los ojos, lo hizo de forma brusca y
comenzó a toser como si acabase de salir del agua, de hecho,
de su boca salió disparada una fuerte bocanada de agua salada.
—¿Qué cojones ha pasado? —preguntó Markus exigiendo
saber.
Ella no fue capaz de contestar, únicamente se colocó boca
abajo mientras tosía luchando por respirar.
—Un embrujo nos hizo dormir, sabes lo difícil que es salir
de algo así —mintió.
No iba a decir que se habían dormido por voluntad propia,
no pensaba explicar la piedad que había mostrado con ella y
que fuera juzgado como si fuera una persona blanda.
Katariel los miró, primero a su compañero y después a él,
lo hizo de forma tan acusatoria que sintió como si una bala le
atravesase el pecho.
—Tú estabas ahí y te pedí ayuda.
Zachary no retrocedió.
—Y tú provocaste todo esto.
La princesa sonrió sardónicamente.
—Nunca vas a creer lo que diga —susurró antes de dejar
caer el rostro contra el suelo, dejando que la frente golpease la
fría tierra.
Él se fijó en la joven, sus ropas estaban empapadas, algo
que antes no era así. Aquello solo pudo afianzar la teoría de
que no había sido un sueño corriente. Lo peor es que no tuvo
claro si Katariel era la responsable o no.
Markus fue el primero en levantarse, todavía no había
amanecido, pero faltaba poco para que eso ocurriera.
Tiró de Katariel incorporándola, ella se quedó rígida
cuando este la ayudó y esperó al siguiente movimiento. Esa
era la mujer que conocía y no los cientos de princesas que
había visto en esa visión.
Caminaron hacia la ciudad, solo tenían que llegar al poste y
dejarla atada, después todo quedaría atrás. Necesitaba alejarse
de todo lo que ella significaba, necesitaba un descanso o
acabaría enloqueciendo.
—¿Qué te ocurrió? —preguntó Zachary.
Estaba colocado en la retaguardia, quedando el segundo al
mando primero, ella después y él cerrando el grupo.
No contestó inmediatamente, cabeceó un poco la respuesta
como si tratase de encontrar las palabras adecuadas a lo que
acababa de ocurrir. Pudo ver, sin contemplar su rostro, que
todo era un puro caos y confusión.
—Corrí sintiendo que me perseguían, lo hice todo lo rápido
que pude hasta que caí al agua. Era un mar profundo y con tal
oleaje que no importó lo mucho que nadé para escapar.
Se hizo el silencio.
—Ni tampoco lo mucho que imploré ayuda —susurró
dolida.
Él no pensaba justificar su decisión.
—Los sueños así pueden ser nuestro peor enemigo. Solo un
estúpido moriría en ellos —masculló Markus.
Katariel asintió dándose por aludida. Estaba claro que
aceptaba las culpas de lo ocurrido, pero no dejaba claro si
había hecho aquello de una forma intencionada o acababan de
ser sacudidos por otro tipo de magia o fuerza.
Zachary solo supo que no volvería a bajar la guardia, con
ella no se podía.
Al llegar a la ciudad la joven siguió caminando hasta
dejarse caer pesadamente delante del poste. Lo hizo agotada,
aunque no solo físicamente, todo comenzaba a pasarle factura.
—En un par de horas saldrás a trabajar —advirtió el
guerrero.
La princesa se limitó a asentir.
Markus ató las cuerdas con fuerza para evitar que escapase,
algo que ya nadie esperaba que pasase, aún así había
demostrado con creces que tenía agallas o sorpresas
suficientes bajo la manga.
Dejó que su amigo se fuera a sus quehaceres y él se quedó
allí, contemplándola como si aquello fuera a darle alguna
respuesta. Al encontrarse exento de ellas no pudo más que
suspirar y marcharse.
—Yo no lo hice —dijo entonces Kata.
—Permíteme que lo dude —contestó.
Ella asintió abriendo ambos brazos en señal de rendición.
—Tú fuiste el que me dejó morir, yo debería dudar de ti.
Zachary no quiso entrar en la provocación. Necesitaba
descansar en un lugar seguro, lejos de ella, donde no tuviera
que pelear por seguir respirando. Solo una cama mullida y el
más absoluto de los silencios lo ayudarían.
La dejó atrás sin remordimientos, estando convencido de
que esa mujer era mucho más de lo que decía ser. No era solo
una princesa, acababa de convertirse en una bruja capaz de
encantar al mayor de los guerreros.
Tal vez Gerald no estuviera equivocado.
Tal vez ella no mereciera ser amada.
—¿Todo bien, cielo? —preguntó Molly poco antes de que
llegase a su casa.
Se detuvo a mirar a la mujer que había dejado libre a la
rehén en el peor momento. Las causas se le escapaban a su
comprensión, sin embargo, no tenía ganas de iniciar una
discusión mayor.
—Cuidado con encariñarte con ella —le advirtió
refiriéndose a Katariel.
Aquello la sorprendió.
—¿Y eso por qué?
—Es solo una bruja mediocre —escupió.
Acto seguido desapareció entrando en su hogar. Solo al
cerrar la puerta pudo activar los sistemas de seguridad, eso
dejaría fuera todo tipo de hechizo que viniera a hacerle daño
porque sí, de alguna forma, ver morir a Katariel tantas veces lo
había removido por dentro.
Capítulo 22

Nixon no estaba preparado para tratar con el rey, no había


forma posible que lo preparase para ello, no obstante, no podía
rehusar a sus obligaciones. Katariel se había convertido en su
objetivo más inmediato y convencería a quién hiciera falta,
aunque se tratase del rey menos piadoso de todos.
Entró en su despacho dejando a sus padres atrás, ellos
habían tratado de convencerle para acompañarlo, pero se negó
en rotundo. Aquello era algo que solo él debía hacer y no
necesitaba a sus progenitores allí como si de un niño se tratase.
El rey Negan no se inmutó con su presencia. Lo ignoró
durante unos segundos, los que él tardó en entrar y cerrar a su
espalda.
—Majestad —pronunció haciéndole una reverencia.
—Tienes dos minutos antes de que ordene que se te ejecute
públicamente. Es el momento más importante de tu vida,
chico.
Aquello era real y no una prueba, su vida pendía de un hilo,
uno del que no tenía control alguno.
—Katariel apareció en el campo de batalla, los Draoids la
dejaron entrar sin saber de quién se trataba. Tracé un plan para
sacarla de ahí, yo iba a ser el cebo mientras huía, pero se dio la
vuelta. Juro que peleé por ella como se esperaba de mí en una
situación así. Y en el último momento desaparecí, como por
arte de magia, a kilómetros de ella. Regresé hasta el lugar y ya
no quedaba rastro.
Negan lo miró.
—¿Han llegado el resto de supervivientes?
Nixon asintió, acababa de enterarse de camino a la
audiencia con el rey.
—Bien, saldrás a hablar de aquí a una hora y dirás
públicamente que, como próximo rey, los condenas a muerte.
La sorpresa lo golpeó con contundencia.
—Pero, señor…
No fue capaz de proseguir, no había forma de conseguir que
las palabras llegasen a su boca de forma clara.
—Si estáis vivos es por mi hija, de lo contrario hubierais
muerto en aquel lugar. Por lo que a mí respecta, así seguiréis.
Nixon se llevó las manos a la cara, frotándose como si
tratase de despertar de una pesadilla.
—Son buenos soldados, podrán dar la vida por el reino en
otra batalla —dijo tratando de convencerlo.
Aquel hombre no conocía el significado de la piedad y
mucho menos por los que daban la vida para que su reino
siguiera en pie. No sentía valor alguno por ellos, ni el
sacrificio que hacían.
—¿Yo también? —preguntó.
Negan sonrió con malicia indicándole que disfrutaría con
ese espectáculo.
—De ti depende, muchacho. ¿Cómo lo hiciste para
desaparecer mágicamente? ¿Quieres que crea que un Draoid te
sacó de allí? ¿Le caíste bien o algo?
Nixon apretó los puños con rabia. No tenía las claves de su
desaparición y era algo que seguía persiguiéndolo a día de hoy,
pero sabía a ciencia cierta que no se había tratado de uno de
sus enemigos.
—Creo que fue Katariel, señor. No es algo que sepa sin
más, solo una conjetura… Ella…
El rey no pronunció palabra alguna, se recreó en el silencio
a la espera de que terminase sus últimos segundos de alegato.
—Se aferró a su colgante y yo desaparecí. Es lo único que
sé. No es mucho, lo sé y quisiera tener la oportunidad de poder
rescatarla, me siento en deuda con su hija y, antes de partir de
este mundo, quisiera hacerlo con el contador a cero.
Negan chasqueó la lengua, molesto.
—Eres demasiado sentimental. Deberías querer recuperarla
porque es tu llave del reino, ella te da el trono en bandeja de
plata, pero eres tan estúpido que te has enamorado. Es como si
acabase de tirar los años de enseñanza contigo.
Nixon aceptó sus palabras y concluyó que él no tenía el
alma oscura como aquel hombre. Acababa de decirle que su
hija estaba en manos del enemigo lo que no había movido ni
un ápice de preocupación en él.
Ese hombre no tenía corazón.
—Aquella doncella se lo entregaría… —susurró
misteriosamente.
Ahora sí parecía perturbado, no obstante, no como si su hija
estuviera en manos de la muerte, más bien era un enfado.
—¿Quieres traerla de vuelta? ¿Hacerla tuya, aunque se la
hayan follado todos los Draoid?
Nixon tragó saliva antes de asentir. Fue entonces cuando el
rey se levantó y caminó hasta encararlo a pocos centímetros de
su rostro.
—Esa ya no es mi hija, no me importa lo que le pase. No
obstante, y dada tu entregadísima lealtad a ella sí puedo
concederte que la consigas. Pelea con Gerald, quítasela de sus
manos y así os perdonaré la vida a ti y a ella. Trae la cabeza
del rey Draoid y tendrás carta blanca para lo que quieras.
Después si quieres casarte con Katariel o matarla, será tu
elección, no la mía.
Una parte de él sintió un gran alivio al sentir aquellas
palabras, otra fue como si acabasen de apuñalarlo. Aquel ser
no sentía nada por ella, no lo conmovía lo más mínimo a pesar
de ser sangre de su sangre.
—¿Y si ella muere? ¿La corona?
Tal vez hablando su idioma podía remover algo en él,
aunque supo que pisaba arenas movedizas.
—Sí, lo sé. Esas estúpidas leyes antiguas que certifican que
solo la sangre puede reinar. –Chistó enfadado—. Podría
nombrar a un mono si lo así lo creyera conveniente, pero
existen fuerzas que es mejor no despertar. ¿Qué clase de
monarca sería si no pelease por la corona?
Nunca dijo su nombre, como si la hubiera deshumanizado
hasta dejarla en un despojo sin sentimientos.
—Tráela con vida o muere en el intento. No me importa lo
que le suceda al reino cuando yo me marche. No quiero que la
gente empiece a desertar por un rey que no protege a su
princesa, así pues, te encomiendo la virtuosa misión de
devolver nuestra adorada niña a casa. Gánate al pueblo con
hazañas así y contrólalo bajo la mano del miedo. Sé su nueva
esperanza y así tendrás sueños que destruir.
Nixon supo que, de no estar en presencia del rey, hubiera
vomitado allí mismo. Resultaba tan repugnante su falta de
decoro que no podía creer que alguien como él pudiera seguir
con vida.
—No te horrorices tanto con mis palabras. Cuando seas rey
sabrás la cantidad de enemigos que tendrás —rio.
Negan caminó hasta la puerta del despacho y la abrió
mirando unos segundos a sus padres. El corazón de Nixon se
detuvo creyendo que ellos también serían condenados a
muerte.
—Mano de hierro te dije hace unos años, Cornelius. Tu hijo
es demasiado blando —le recriminó.
Su padre, sin pronunciar palabra, asintió aceptando lo que
le decían sin protestar. Con él no se podía.
—Lo dejaste demasiado tiempo con su madre —dijo
mirando despectivamente a su madre–. Vuestro hijo va a ser el
nuevo salvador del pueblo o el bufón, eso está por ver todavía.
Dejó salir a Nixon, el cual no dudó ni un instante en
apartarse de aquel ser oscuro antes de que pudiera cambiar de
opinión. Sabía bien que podía ser caprichoso con la sangre y
no se negaba a un buen espectáculo al ejecutar sin piedad.
—Que no se te olvide que, en una hora, tienes faena. ¡Ah!
Y quiero estar al tanto de los planes para liberar a mi hija.
Encárgate de traerme la cabeza de Gerald para que pueda
lucirla cerca de mi trono.
—No le defraudaré, majestad.
Negan, mirándolo de arriba abajo, provocó que se quedase
helado. Él tenía esa capacidad.
—Ya lo has hecho —masculló el rey.
Y, acto seguido, cerró la puerta dejándolos fuera de su
despacho. Así daba por finalizada una conversación que no
había acabado del todo mal. Al menos mantenía su cuello y el
de sus padres intactos.
Ahora tenía que mandar asesinar a los pocos supervivientes
que habían luchado valientemente por su rey, el mismo que
agradecía su esfuerzo enviándolos a la horca solo por seguir
respirando.
Katariel había tenido razón, él los daba por muertos y no
pensaba mover un dedo para salvarlos. Además, la idea de que
no tenían nada en ese reino se afianzaba todavía más después
de esa conversación.
¿Por qué no huía entonces?
Tenía una última misión, una que requería los medios de los
que Negan disponía. Pensaba entrar en guerra con uno de los
reinos más fuertes del mundo e iba a conseguir traer de vuelta
a la princesa.
No iba a escatimar en usar los medios que hicieran falta.
Después, tal vez, ya no hiciera falta volver a Nislava.
Quizás bastaba con huir de aquel angosto y poco fértil reino.
Quizás su madre aceptase que amaba a esa mujer y pudiera
incluirla en el plan de viajar a Reiyar.
Algo en él le dijo que ya estaban marcados para siempre.
La sombra de Negan los perseguiría el resto de sus vidas.
Y no tenían dónde escapar.
—¿Qué te ha dicho, hijo? —preguntó su madre.
—Tengo que asesinar a gente inocente para conseguir que
me deje ir a buscar a la princesa.
Nadie dijo nada más.
¿Qué palabra pronunciar en un momento así?
Capítulo 23

Días después…

Katariel estaba trabajando bajo la atenta supervisión de


Markus, aquel hombre no se despegaba de ella para nada. Ya
había demostrado que no iba a huir, con ellos no existía
escapatoria posible y que siguieran dudando la molestó.
Aquel sol abrasador estaba provocando que sudaran ciertas
partes de su anatomía que no sabía que eran capaces de
hacerlo. No le gustaba aquel clima, aunque el suyo tampoco,
quizás alguno intermedio estuviera bien.
Un niño llegó corriendo antes de que él lo detuviera.
Katariel pudo fijarse y era el mismo que había rescatado hacía
días. Su madre apareció al poco, sofocada por venir corriendo
tras el pequeño.
—Solo quiere darle las gracias, nada más —explicó la
mujer.
Markus asintió, sin embargo, antes de dejar que el pequeño
se aproximase a ella, la advirtió.
—Si le haces algún daño te las verás conmigo.
Katariel asintió aceptando el trato. Aquel hombre estaba
diseñado para odiarla hiciera lo que hiciera, nunca la vería
como otro ser humano; poco importaba que uno de los suyos
hubiera muerto para protegerlo.
Soltó la azada y se la entregó a su supervisor cuando el niño
caminó hasta colocarse delante. Se agachó para estar a su
altura, lo miró con cariño y comprendió que su vida había
valido el sacrificio.
—Gracias —dijo él muy contento.
—De nada —susurró ella siendo incapaz de decirlo en voz
alta.
Lo que el niño no comprendía es que una persona había
muerto, una que jamás vería a sus hijos crecer.
El pequeño juntó las manos y pidió que pusiera las suyas
debajo. Lo hizo sin saber qué ocurriría y, aunque no esperaba
dolor, no tenía claro si hacía lo correcto.
De pronto una corriente pequeña de aire se arremolinó
dentro de las manos del niño. Fue cuestión de un segundo,
pero consiguió hacerle reír y ella sintió una especie de
cosquillas. Al final, algo pesado cayó sobre sus manos.
Las retiró con cariño para encontrarse algo que la dejó sin
aliento, era un copo de nieve, uno que no se deshacía. Tenía
forma de estrella y brilló cuando el sol se reflejó en él. Era el
regalo más hermoso que le habían hecho en toda su vida.
No pudo evitar sentirse mal por aceptar el regalo. Era como
un recuerdo de haber traicionado a los suyos, no obstante, tras
dudar unos pocos segundos, decidió aceptarlo.
—Gracias, es muy bonito.
El pequeño sonrió como si acabasen de hacerle muy feliz y
se marchó hacia su madre gritando todo lo que acababa de
pasar.
Antes de que se marchasen la madre y ella cruzaron una
rápida mirada. La mujer asintió dándole las gracias sin
palabras a lo que la joven contestó con el mismo movimiento.
No podía culparla por querer a su hijo con vida, no importaba
si esa decisión la persiguiera de por vida.
Ellos se marcharon y Markus no tardó en darle la azada,
tenía todo un campo nuevo que labrar y no podía perder el
tiempo.
—Fue muy loable lo que hiciste —se sinceró el guerrero.
Katariel respiró profundamente.
—Sí, díselo a los míos. Cambié una vida por otra y creo
que estuvo bien que prevaleciera la del niño, pero no borrará
lo que hice.
Guardó el copo en el bolsillo de su pantalón, no era un
regalo que quería tener ya que no se lo merecía, sin embargo,
le recordaba a su hogar y era algo que deseaba conservar. Con
el paso de los días y bajo aquel sol abrasador casi había
olvidado la nieve.
Delante de ella, a pocos metros, uno de los rehenes
Nislavos cayó al suelo. Katariel no se lo pensó, corrió hacia él
y trató de ponerlo en pie para que siguiera trabajando. El
pobre, agotado, lo intentó para volver a caer.
No llegó a tocar el suelo ya que la joven lo sostuvo. La
herida que tenía en el estómago, de la batalla antes de ser
capturados, se había vuelto a abrir y emanaba sangre a
borbotones.
—Necesita atención médica —explicó Katariel cuando
Markus llegó hasta ellos.
Él asintió dándole la razón, aunque tampoco había que ser
un genio para darse cuenta de que no pintaba demasiado bien.
Lo tumbó en el suelo, mirando que no se golpease la
cabeza, y levantó sus ropas para encontrarse con una herida
demasiado grande. Tenía los bordes inflamados, eso sin contar
que había comenzado a oscurecerse, señales inequívocas de
que estaba infectada. Con el dorso de la mano le tomó la
temperatura, descubriendo así que estaba ardiendo.
Tomó la botella que tenía atada a la cintura, dejó que
bebiera antes de quitarse la camiseta. Usando la boca, la rasgó
para romperla en tres pedazos los cuales empapó antes de
colocárselos en las muñecas y en la frente.
—Mi princesa… —susurró agotado.
Katariel acarició su cabello.
—Tranquilo, ahora te ayudarán —dijo en un intento de
reconfortarlo.
Este negó la cabeza.
—No volveré a ver los campos nevados de Nislava —se
lamentó.
Ella suspiró, no tenía una respuesta clara para eso puesto
que no sabía si algún día volverían a ser libres. Mucho se
temía que todos los presentes podían morir en una guerra que
no parecía tener fin.
—Debemos tener esperanza.
—Yo solo quiero dejar de sufrir, ya apenas recuerdo la cara
de los míos. Cada día es una tortura. Si pudiera ayudarme…
—masculló.
La idea que le vino a la mente la aterrorizó, no podía ser
que le estuviera pidiendo algo así cuando hacía unos días que
habían enterrado a un Nislavo. Ella no podía ser el brazo
ejecutor de dos por mucho que esa muerte fuera por piedad.
—No te rindas tan pronto, ya verás que, cuando te cures, lo
ves todo de otro color. Solo necesitas sentirte mejor —lo
animó sin esperanza alguna.
No podía rendirse, no iba a dejar que los Draoids ganasen y
se cobrasen una vida más en su marcador. Esa iba a ser suya,
iba a pelear con uñas y dientes para conseguir que no muriese.
Markus regresó acompañado de Molly y dos hombres más,
estos ayudaron a levantar al preso y se lo llevaron unos metros
más allá para que ella pudiera atenderlo.
Katariel miró unos segundos antes de recordar que no era
una espectadora, debía seguir trabajando. Era una buena forma
de mantener la mente en blanco, la ayudaba a pasar los días
uno tras otro sin más preocupación que las pocas hortalizas
que pudieran cultivar.
Para ella todo aquello era un mundo nuevo. Hacía días que
en el otro campo que habían labrado, habían crecido unos
pequeños brotes verdes. La felicidad la embargó al
contemplarlo, aquello solo podía ser magia, no conocía nada
similar.
—¿Se puede saber qué has hecho? —preguntó Markus
disgustado.
La joven frunció el ceño sin comprender a qué se refería.
—¿Has volatilizado tu ropa?
Entonces cayó en la cuenta de que se había quitado la
camiseta para ayudar al pobre hombre.
—Solo la usé correctamente, no es que yo la necesitase.
El guerrero discernió de ella, pero para dejárselo más claro
señaló a los hombres de campos colindantes que la miraban
casi sin pestañear. Fue entonces cuando comprendió que sus
cicatrices estaban al aire, allí para que todos pudieran ver lo
que su padre le había hecho.
—Dejas tu piel al descubierto para deleite de quién quiera
mirar.
Kata rio.
—¿Deleite? Estoy rota, como un trozo de tela zurcido
demasiadas veces —contestó.
Markus puso los ojos en blanco antes de alejarse un poco.
Siempre traía un saco con él, uno en el que descubrió, con
sorpresa, que tenía ropa de recambio. No tardó más que unos
pocos minutos en tenderle una nueva camiseta.
—Tápate —dijo de mal humor tirándosela al pecho.
Katariel la cogió, decidió hacer caso a lo que decía,
además, el sol era tan abrasador que prefirió taparse para no
coger una insolación.
Molly se acercó a ellos cuando regresó al trabajo. Ella no
pudo evitar reparar en su contoneo de caderas mientras sonreía
tratando de deslumbrar al guerrero que parecía no haber ido al
baño esa mañana.
—Ya está, querido, pero debería descansar lo que queda de
jornada —le explicó.
Después de pensarlo un poco, él decidió dar la orden de que
se lo llevaran a su poste donde podría dormir hasta el día
siguiente.
—Ya has hecho tu trabajo, puedes irte —ordenó Markus.
Pero Molly no lo hizo, de hecho, no parecía de esas mujeres
que dejasen que otros dictaminasen su vida. Parecía pensar por
sí misma, dejando a un lado lo que otros pudieran decir.
—Puedo relegarte un poco, me gustaría hablar con la
princesita —explicó.
—Claro que sí, porque la última vez la dejaste libre. Suerte
que corrió hacia el preso y no aprovechó toda la confusión
para huir.
La mujer echó la cabeza hacia y arrancó a reír dejando que
sus generosos pechos subieran y bajaran al son como si de un
baile exótico se tratara.
—Ella no huiría. Los hombres importantes de este reino os
habéis encabezonado con que va a salir corriendo en cuanto
apartéis la vista un momento.
Markus sonrió, tomó la barbilla de la mujer y la acercó a su
boca. No llegó a besarla, sin embargo, todos pudieron ver la
tensión que existía entre ellos. Casi sintió que podían dejar a
un lado a los presos para tirarse sobre el maíz y hacerlo allí
mismo sin importar los pares de ojos que mirasen.
—Puede que no me haya expresado con claridad, pero no
me fío de ti. Después de lo que hiciste no sé cómo el rey y
Zachary no te han dado una buena zurra en el trasero.
Molly, sin vergüenza alguna, tomó la mano derecha de
aquel hombre y la guio hasta dejarla sobre una de sus nalgas.
—¿Este trasero? ¿Y por qué no lo haces tú ya que ellos no
se ven capaces de hacerlo?
Katariel no pudo evitar dejar de trabajar para contemplar su
reacción, no obstante, él solo la apartó como si quemase, hasta
vio cierto recelo en sus movimientos cuando lo hizo.
—Largo de aquí o te buscaré un poste cerca de la princesita
si tanto la quieres.
Molly hizo una mueca lastimera.
—Yo pensaba en otro tipo de juego sexual, pero si es lo que
te gusta… —Se acercó a su lado derecho y le dijo al oído—.
Búscame cuando quieras, sabes dónde vivo y mis puertas
siempre están abiertas.
Markus se mofó.
—Iría si no supiera de sobras que después no lo eres capaz
de hacerlo. Huyes de los hombres.
Molly alzó el mentón con orgullo.
—Tal vez no esté interesada en ellos.
Y, tal cual vino, se fue sin mirar atrás siendo objeto de todas
las miradas, incluyendo la de Kata. Era como si tuviera un
aura distinta a las demás que hacía que tuvieras que mirarla,
aunque no quisieras.
—¿Y tú qué? ¿Hoy no trabajas?
Markus la sobresaltó, así pues, volvió al trabajo sin decir
nada.
—¡Mujeres! —exclamó enfadado.
Capítulo 24

Katariel miró al cielo cuando las primeras gotas mojaron su


cabeza. Era la primera vez que veía llover y hubiera sido una
visión romántica de no ser porque a los pocos minutos caló su
ropa.
Alzó el mentón para ver a los otros tres presos de su tierra.
Ellos también parecían estar sorprendidos por aquel fenómeno
de la naturaleza llamado lluvia. No era algo propio de Nislava,
así pues, casi parecían niños conociendo el mundo por primera
vez.
Escuchó pasos, los mismos que se hicieron más fuertes
hasta convertirse en un grupo de soldados que regresaban de
una nueva incursión. Habían estado cerca de diez días en la
frontera con Nislava, tratando de doblegar al pueblo que se
negaba a ser conquistado.
Zachary los encabezaba, como su jefe que era, iba cubierto
de barro, uno que dejaba caer con cada pisotón que daba al
avanzar. Sus soldados, al llegar a la plaza, se dispersaron
yéndose a sus casas a descansar.
Fue entonces cuando las preguntas llenaron su mente.
¿Habrían asesinado a muchos de los suyos? ¿Estaría Nixon
entre ellos?
No traían rehenes, lo que no supo si debía alegrarla o no.
Él llegó hasta ella, tan cerca que casi pudo verse reflejada
en sus ojos oscuros. Le pareció curioso compararlos con los de
su padre y encontrar que los tenía más claros, quizás era
porque el alma de Negan estaba podrida.
—He estado a punto de cortarle el cuello al escurridizo de
tu prometido. Quizás la próxima vez —escupió enfurecido.
Katariel no se amedrentó.
—Tal vez él te lo corte a ti.
Aquella contestación le sorprendió, lo supo porque su
semblante se congeló unos instantes antes de seguir
caminando.
—Sé que sueñas conmigo, te veo todas las noches e
ignorarme no hará que no sepa que estás ahí —advirtió la
princesa.
No llegó contestación alguna, pero los silencios muchas
veces hablaban más que las palabras. Sabía bien que
compartían las noches desde el día que pasó la primera vez,
cada vez que cerraba los ojos lo veía y no sabía los motivos.
Su sueño seguía el mismo patrón, aparecía en una especie
de bosque, similar al que tenían delante, casi idéntico donde
enterraron al Nislavo. A los pocos minutos aparecía él, salvo
que solía alejarse para evitar ser visto. No quería que supiera
que estaba allí.
Después todo eran imágenes, sonidos y sensaciones. Había
visto una infinidad de Zacharys que distaban el uno del otro,
muchos parecían despreocupados o sonrientes como si no
estuvieran en esa vida que estaban. El dolor aparecía al
finalizar de visionarlo todo y el océano se la llevaba.
Ya no moría, había aprendido a despertar antes de que todo
se acabase, pero eso no significaba que fuera menos aterrador.
La voz tampoco había cedido, le pedía ir al bosque y
despertar. No comprendía bien qué estaba ocurriendo con ella;
había días que creía que era una broma de algún Draoid que
buscaba atormentarla, no obstante, todo eso acababa de
desaparecer con la llegada de Zachary y su reacción.
Él certificaba que vivían lo mismo noche tras noche.
Pasado un rato el sueño comenzó a llamar a su mente.
Aquella jornada había sido demasiado intensa y estaba tan
agotada que supo que no tardaría en dejarse caer en los brazos
de Morfeo.
Un quejido la distrajo, buscó en la oscuridad de la noche y
vio que se trataba del rehén herido.
No parecía haber mejorado, al contrario, estaba tan pálido
que parecía que la muerte lo sobrevolaba como un buitre
esperando su festín. Por muchos intentos que estaban haciendo
por curarle no estaban consiguiendo nada.
Y eso solo significaba que iba a irse.
Gruñó para sí misma, completamente enfurecida con el
destino por permitir que cosas así sucediesen.
Miró hacia sus manos y luchó por desatarse, no lo
consiguió, lo que provocó que tirase de sus amarres con
fuerza. Se puso en pie y tiró esperando que la cuerda estuviera
lo suficientemente desgastada como para rasgarse, por
desgracia no fue así.
Su siguiente plan, nada brillante, fue usar sus dientes. Tal
vez si mordía una y otra vez conseguía dejarse ir.
De pronto el nudo de sus muñecas se deshizo. Supo bien
que no había sido ella, buscó con la mirada a su alrededor y no
encontró a la persona que acababa de ayudarla, no obstante,
supo que eso ahora no importaba.
Tenía algo mejor que hacer.

***

—Dices que sueñas con ella, que eso no te afecta y la dejas


ir, así, sin más. No tengo claro que estés bien —comentó
Markus mirando por la ventana de casa de su jefe.
Era una tradición de ellos verse y tomar un café antes de
que el propio cansancio se los llevase.
—Es cierto que no me afecta. Esto no tiene nada que ver
con ella —contestó convencido.
Lo que acababa de hacer era un acto de piedad, ni más ni
menos. Puede que no fuera de la mejor forma, pero era lo
mejor que podía hacer en aquellos momentos. Eso sí, sabía
que tendría que cargar aquella noche a su conciencia.
—¿La estás dejando huir? —preguntó Markus.
Zachary no contestó, una parte de él estaba convencido de
que ella era la causante de aquellas pesadillas que lo
perseguían desde aquel maldito día. Ni siquiera poniendo
kilómetros de por medio había ayudado.
Ahora necesitaba cerciorarse si era lo que ella vendía ser o
todo era una fachada.
Era su momento, podía brillar o apagarse para siempre y
mostrar ser más cercana a su padre de lo que decía en realidad.

***

Katariel no esperaba descubrir quién lo había hecho, era de


esas cosas que no necesitaban respuestas para salir corriendo y
hacer lo que deseaba. Eso hizo, sin miedo a lo que pudiera
ocurrir.
Se acercó al preso herido, su piel estaba blanca, mortecina,
señal de que no aguantaba más. Con cuidado le levantó la
camiseta para descubrir una herida terriblemente infectada. El
olor que desprendía era nauseabundo, lo que provocó que se
llevase una mano a la nariz.
La bilis subió por la garganta, pero rehusó vomitar. No
pensaba hacerlo en un momento así.
Acunó su rosto sin obtener respuesta, cosa que la asustó
mucho más de lo que estaba dispuesta a admitir. Era momento
de mantener la calma, estaba convencida que se podía hacer
algo porque siempre había una salida.
Desató sus muñecas para tratar de tumbarlo, tal vez así se
sintiera mejor. Tomó su cabeza por la nuca y lo acompañó
hasta que tocó el suelo, fue entonces cuando lo escuchó
suspirar aliviado.
—Voy a buscar ayuda —le advirtió.
Se puso en pie dispuesta a buscar a Molly o a quién hiciera
falta, no le importaba quién fuera.
En ese instante él la tomó del pantalón, la detuvo en seco
para su sorpresa. Ella giró sobre sus talones para encontrarse
un hombre a las puertas de la muerte, que luchaba por
retenerla a su lado.
—No, no quiero vivir —susurró.
—No puedes rendirte, déjame ir en busca de ayuda.
Él negó con la cabeza con los ojos cerrados y eso le rompió
el corazón en mil pedazos.
—Quédate conmigo —suplicó.
—No soy la mejor compañía, maté a… —Fue incapaz de
terminar la frase.
Aquella muerte la perseguiría el resto de su existencia,
aunque sabía que había hecho lo correcto.
—Eres la mejor que puedo tener, sería un honor para mí.
Katariel se pasó las manos por el pelo tratando de calmar
sus nervios, no podía controlar ese corazón que estaba a punto
de salírsele del pecho. Cedió a su petición porque no tuvo el
valor de dejarlo solo.
Con cariño, lo retiró un poco del poste, lo justo como para
sentarse ella y apoyar la espalda; justo después colocó parte de
su cuerpo sobre su regazo. Casi parecía una madre acunando a
su pequeño al que prometía proteger.
Entonces lo olio, ese hedor a muerte tan característico; ese
que le indicaba que apenas había vida en él. Puede que
estuviera un par de días agonizando, no obstante, no tardaría
mucho más en cruzar al otro lado.
—¿Recuerdas Nislava? —preguntó él.
Katariel tuvo que aclarar la voz para proseguir.
—Sí, pero solo pequeños trozos. Lo que más recuerdo es el
paisaje desde mi ventana de palacio. Desde allí podía veros a
todos, todas las casas cubiertas de nieve día tras día.
Él pareció relajarse sobre su cuerpo.
—Recuerdo el sonido de la quitanieves pasar a toda
velocidad y la voz de la mujer del mercado de los martes, ella,
gritando que traía pescado del mismísimo reino de Kaharos.
Ambos rieron porque sabían que era mentira puesto que no
existía el comercio entre reinos a causa de la guerra.
—Me gustaba oír los niños jugar en el campo que había
cerca de palacio y también la casa más alta que podía ver.
Tenía una habitación en lo más alto, una que siempre
permanecía abierta, aunque nunca supe el motivo.
Aquel hombre pareció dormirse con el relato de su reino.
Grandes bosques de nieve llenaron su mente, parte del lago
estaba helado en el que aprovechaban para patinaje sobre
hielo. También recordaba el olor a madera quemada de la
chimenea, algo que siempre la ponía de buen humor.
Otra cosa que recordó fue los cuentos de una Nislava mejor
que Malorie siempre le contaba, cuentos de un reino que ya no
existía, que se había desvanecido con el tiempo hasta
convertirlo en un lugar helado.
No había canto de pájaros, pero sí las gotas de las
estalactitas al caer al suelo, como un tintineo incesante.
Y ahí supo que su tierra estaba muy lejos y él también.
Aquel hombre iba a agonizar hasta morir y no podía
permitirlo, necesitaba una muerte digna para dejar el dolor
atrás.
Estaba dormido sobre ella, recordando el que fue su hogar
hasta que lo enviaron a la muerte.
Solo esperaba que estuviera viendo a su familia, que los
últimos instantes de su existencia fueran realmente felices con
ellos. Katariel esperaba que, con su relato, hubiera conseguido
transportarlo allí en vez de estar en aquel poste.
Lo miró con compasión, si lo pensaba bien solo iba a seguir
durmiendo.
Con dolor, alzó la vista para toparse con la mirada de la
rehén, la misma que había defendido de un violador. Ella
lloraba con la escena anticipándose a lo que vendría después.
No gritó para alertar a nadie, solo asintió aceptándolo.
Así pues, y después de que la princesa se secase las
lágrimas, dejó de acariciarle el cabello para bajar las manos
hasta su cuello. Lo rodeó sin titubear y apretó con toda la
fuerza que pudo.
El rehén abrió los ojos producto de la sorpresa, luchó por
liberarse, sin embargo, estaba tan débil que apenas opuso
resistencia. Fueron unos pocos segundos, no llegó ni al minuto
cuando escuchó su última bocanada de aliento.
Justo ahí dejó de forcejear, sus brazos cayeron laxos a su
lado y Katariel pudo soltarlo. Entonces se rompió en tantos
pedazos que creyó que nunca jamás sería recompuesta de
nuevo.
Con dolor y tristeza, se abrazó al cuerpo sin vida y pidió
perdón mil veces antes de arrancar a llorar. No fue algo
discreto o un par de lágrimas, fue feroz, dejando que su cuerpo
se vaciase.
Casi se sintió como una niña pequeña cuando comenzó a
gimotear con todo el dolor de su corazón, nunca antes había
sentido algo así y temió perder el alma en aquel instante.
Acababa de dejarlo marchar para siempre.
Y ella enterraba un nuevo cadáver Nislavo.
La lluvia seguía mojándolos, pero dejó de notarlo. Solo se
abrazó a él como pudo antes de enterrar la cabeza entre sus
ropas para perderse entre lágrimas.
Era la peor escoria del mundo.
Capítulo 25

—¡Joder! ¡Somos escoria! —bramó Markus evidentemente


molesto.
Zachary se dio cuenta de su error, aquella mujer no era su
padre ni lo sería en mil vidas. No importaba haberse criado
bajo el mismo techo que aquel monstruo, ella era muy distinta.
Acababa de mostrar una piedad infinita, aquel hombre
llevaba sufriendo desde hacía tiempo y no parecía responder a
tratamiento alguno. Solo le habría esperado muerte y mucho
más dolor.
Ese acto de bondad requería un corazón noble del que
Negan no disfrutaba.
Fue camino a la puerta dispuesto a salir cuando su
compañero le cortó el paso colocándose delante.
—Deja que yo me encargue —pidió.
—Yo lo he provocado, la he dejado libre y esta es mi
consecuencia.
Se apartó porque no le quedó más remedio que hacerlo,
pero al salir notó como le seguía y eso le gustó, no quería
enfrentarse a nada sin su amigo al lado. Markus y él
funcionaban desde hacía años como un matrimonio y apenas
tenían que hablar para compenetrarse.
Zachary dejó que la lluvia lo empapase, sin embargo, algo
cambió, ya que usó sus poderes para cubrir a los dos rehenes
que seguían atados mientras se dirigía a Katariel.
Al llegar dudó un poco, había muchas cosas que quería
hacer, aunque antes tuvo que hacer orden en su cerebro para
ponerlo todo en regla. Se sentía culpable de aquello por dejarla
ir, pero ya tendría tiempo para pelear con sus demonios.
Se agachó hasta quedar a su altura y sintió que algo se
removía por dentro cuando ella lo miró. Sus lágrimas se
habían mezclado con la lluvia y era incapaz de diferenciarlas.
Sabía que sentía un dolor real, uno demasiado poderoso y no
la culpaba. Acababa de mostrar una piedad infinita.
—Yo… Tenía que hacerlo… —murmuró como si esperase
una reprimenda por ello.
Él asintió tratando de hacerle entender que lo comprendía,
que sabía el gran sacrificio que acababa de hacer y que venía
ayudar de alguna forma.
Dejó que Markus se encargase del cuerpo, no fue fácil ya
que, cuando quiso cogerlo, ella se aferró sobre él como si fuera
una osa defendiendo su osezno. Quiso intervenir, pero no hizo
falta.
—Tranquila, solo quiero darle sepultura —susurró el
segundo al mando mirándola a los ojos.
Las manos del guerrero descansaron sobre las de Katariel
hasta que esta cedió dejando que se llevase al Nislavo. Lo
cargó sobre su hombro dispuesto a marcharse cerca de donde
estaba enterrado el otro.
Zachary decidió que no podía hacerlo solo, aquel hombre
debía recibir el último adiós por parte de los suyos. Desató a
los otros rehenes, no necesitó palabras para hacerlo, ya que sus
nudos cayeron al suelo con solo pensarlo.
Todos caminaron tras Markus, como si él fuera la estrella
fugaz a la que seguir. En ese momento supo que nadie huiría,
habían aceptado que no podían marcharse de ese lugar sin que
los Draoids les dieran caza.
Para cuando llegaron al lugar, Katariel estaba sumida en
una tristeza tan profunda que solo se la sentía gimotear
mientras lloraba sin cesar. No había parte de ella que no
sintiera un profundo dolor y eso lo conmovió.
Nadie cavó su agujero, lo hicieron ellos con magia; no
había necesidad de torturarlos más de lo que ya habían sufrido.
El cuerpo cayó con contundencia provocando que se
estremeciera, el golpe sordo fue como una especie de
despedida de un mundo demasiado cruel. Y supo que aquel
hombre era una muerte más en una lista infinita de sangre de
una guerra que llevaba en pie suficiente tiempo.
Cuando la tierra acabó de sepultarlo los rehenes dijeron un
par de palabras, una especie de despedida propio de su tierra.
Entonces Zachary miró a Markus y este entendió que lo
quería lejos, además, podía llevarse los rehenes con él porque
necesitaba tener unas palabras a solas con Katariel. Por suerte
lo entendió sin necesidad de palabras.
Cuando los vio emprender el viaje de regreso no se inmutó,
fue como si supiera que le permitían un par de minutos más de
cortesía para su despedida. Esa era la más real y, quizás, la
más dolorosa.
—Lo siento mucho —susurró llevándose la mano a un
bolsillo.
De él sacó un pequeño copo de nieve cristalizado, uno con
el que se agachó y depositó sobre la tumba como si de un ramo
de flores se tratase. Después se levantó quedando con la
cabeza gacha.
—Yo te liberé, siento haberte puesto en esta tesitura —se
disculpó Zachary.
La joven negó con la cabeza.
—Te lo agradezco, eso me dejó hacer lo que debía. No
podía seguir sufriendo más, no se lo merecía.
Su voz temblaba.
Tal vez se trataba de frío ya que todo su cuerpo también lo
hacía. Así pues, intentó llevársela de allí sin conseguir que
moviera un pie de donde estaba. Era como si estuviera
plantada delante de la tumba sabiendo que necesitaba un poco
más.
Se lo permitió porque supo que le habían quitado muchas
cosas en esa vida. Tal vez no le habían dado nada sin que se lo
ganase. Además, estaba convencido de que las metas a
conseguir estaban muy lejos de su alcance.
Y fue ahí cuando dejó las dudas a un lado, habría mil
noches para creer que era una bruja o una encantadora de
serpientes. Ahora era una mujer rota por un dolor tan lacerante
que amenazaba con consumirla.
Y fue ahí cuando, colocada a su espalda, cometió una
locura. Estiró los brazos y los envolvió alrededor del pecho de
la joven, ahí los dejó descansar sin ser su intención tocar más
de lo debido. Su mentón descansó sobre la coronilla, dejándola
inmóvil durante unos segundos.
Notó cómo no respiraba y se preocupó por hacerla colapsar.
Justo cuando estaba a punto de ver si seguía teniendo pulso,
ella subió sus manos para aferrarse a sus brazos y ponerse a
llorar como nunca antes lo había hecho.
Zachary jamás contempló a nadie tan roto, ni sintió un
dolor tan puro y visceral. No podía curar esos sentimientos,
solo asegurarse que estaba ahí para que no se viniera abajo y
ahí certificó que ella nunca había experimentado ese tipo de
apoyo.
Solo cuando se dio cuenta de que lloraba trató de
empujarlo, de liberarse de su agarre, pero no lo permitió y
acabó rindiéndose dejando una exhalación molesta. No trató
de gritar, ni tampoco romperle la nariz de un cabezazo, solo se
rindió y se dejó llevar por primera vez en la vida.
Ahí Zachary supo lo sola que había estado toda tu vida.
—Yo tendría que haberlo matado para aligerarte la carga —
susurró arrepentido.
—Tú no tienes nada que hacer por mí. Eres mi captor y, tal
vez, algún día, mi verdugo.
Ninguno de los dos dijo nada más, solo permitieron que la
lluvia los mojase el tiempo que hiciera falta. Zachary no se
retiró y supo que, aunque su rey se lo hubiera pedido, no lo
hubiera hecho. Aquella noche era la nobleza la que tiraba de
su cuerpo y ella necesitaba alguien que no la dejase caer.
Y no caería.

***

—Ya puedes sentirte orgulloso —masculló Loretta.


Gerald se enfadó, no era noche para que viniera a
atormentarlo. Había sido su demonio particular desde el día en
que permitió que Negan se casara con su hermosa hija.
Ese había sido el mayor error de su vida. Todo comenzó
como una alianza entre reinos y la codicia le permitió dejarla
marchar. Cada día desde entonces recordaba cómo lloró su
pequeña al partir.
Una última mirada, eso quedaba en su recuerdo; esa mirada
suplicante que ella le dedicó antes de irse con él a cumplir con
su obligación como princesa. Esa fue la última vez que la vio.
—Ella no es mi nieta.
—¡Es hija de Layla! —gritó su madre.
Eso provocó que Gerald se levantase tirando el espejo que
tenía en las rodillas, con él había contemplado todo y ahora
sus restos se esparcían en el suelo sin control. Nadie podría
recomponerlo nunca, como su castigado corazón.
—¡No digas su nombre!
No se había pronunciado en treinta años y nada podría
cambiar esa regla no escrita que habían pactado.
—Es tu nieta te guste o no. La misma por la que no luchaste
cuando supiste de la muerte de tu hija. La dejaste en manos de
ese monstruo sabiendo lo que haría con ella. Ahora es una
mujer destruida y te sigues empeñando en ver a su padre
reflejado en un tierno corazón que no para de sufrir.
Gerald estaba enfurecido, se llevó las manos a las sienes en
un intento de silenciar a su anciana madre. El dolor lo había
perseguido desde el día que supo que jamás volvería a ver a su
pequeña.
—Ella es solo de él y no creas que no veo lo que intentas
hacer. No sentiré piedad por esa chiquilla, yo mismo le haré
más daño del que le hizo su padre porque no se merece piedad.
Su madre no la tuvo y si tengo como devolverle el golpe a
Negan lo haré.
El odio se destilaba en sus palabras consiguiendo que los
ojos de Loretta se anegaran de lágrimas, no lloró, pero supo
que había estado a punto.
—Si tocas a Katariel te merecerás el mismo destino que
Negan, no habrá diferencia entre ambos. Ella no te devolverá a
Layla por mucho que la castigues. ¡Ni siquiera sabe nada
sombre su madre! No puedes culparla por tu codicia.
Los poderes de Gerald explotaron rompiendo todos los
cristales de la estancia, las ventanas estallaron en mil pedazos,
pero su madre no se inmutó por su ataque de ira. Nada lo hacía
ya porque habían discutido muchísimos años.
—Nadie debe querer a ese monstruo de la naturaleza —
sentenció Gerald preso del dolor.
Loretta, con el mentón bien alto.
—Ojalá estos ojos puedan verte comiéndote tus palabras.
Es más, y aquí quede presente esta advertencia, si la tocas seré
yo misma tu perdición y no ese rey Negan que tanto te
empeñas en odiar.
Acto seguido se marchó dejándolo solo con los pedazos de
un espejo roto y unos recuerdos que pesaban demasiado como
para seguir viviendo. Su hija lo había significado todo y ya no
estaba.
Jamás regresaría.
Capítulo 26

Katariel trató de mantener la calma esa mañana cuando


Gerald se acercó a ella. Estaba molesto y no lo ocultaba,
estaba claro que tenía que ver con su ira y no iba a tener un día
fácil, de hecho, nunca lo había tenido.
Blandió un papel en la mano como si de un arma se tratase,
golpeándole el rostro con él un par de veces.
—Dijiste que no movería ni un dedo por ti —la acusó.
Dejó que alcanzase aquel trozo y, cuando lo sostuvo en las
manos, no pudo evitar emocionarse al reconocer la letra de
Nixon. Seguía con vida y, no solo eso, pedía su liberación
inmediata.
Kata miró al rey a los ojos antes de encogerse de hombros.
—¿Y qué debería hacer? ¿Lamentarme por ello?
Gerald rio sardónicamente.
—No, pero esta carta me indica que eres una pieza clave y
no dudaré en usarte para ganar la guerra.
La joven asintió aceptando sus palabras, de haber sido al
revés también hubiera aprovechado cualquier ventaja que el
destino le brindase. Lo que él no sabía es que, a pesar de que
firmaba como el rey, era la letra de su prometido y eso tenía
más valor que cualquier cosa en el mundo.
—Aquí me tienes para lo que quieras. Disfruta de tu guerra
—escupió convencida.
Él le arrebató el papel de un manotazo antes de marcharse.
No le importó porque en su mente se habían quedado grabadas
cada una de las palabras que Nixon había escrito.
—¿Estás feliz, niña?
Al reconocer la voz de la reina madre no pudo evitar
ponerse erguida, tenía un tono que la incitaba a portarte bien,
como la abuela que nunca había tenido y que no tendría jamás.
—Depende de cómo se mire, señora —contestó.
—Yo le dije a mi hijo que esa no era la letra del rey de
Nislava, pero está tan cegado que ya no escucha a su madre.
En cambio, tú me has confirmado que no es de él, sino de
alguien más cercano a ti.
Quiso mentir, lo deseó con todo su corazón, no obstante, no
fue capaz de hacerlo. Necesitaba gritarle al mundo que Nixon
seguía con vida, que había hecho todo lo posible por salvarlo y
lo había conseguido.
—Así es —sonrió.
Loretta le dio con el bastón en la bota borrándole cualquier
tipo de alegría para cambiarla por confusión.
—Esconde ese sentimiento antes de que te lo quiten.
Disfruta de él cuando nadie mire y hazte fuerte.
Asintió aceptando el consejo acertado que le daba la reina
madre, lo cual se hizo más confuso. No comprendía los
motivos que la llevaban a aconsejarla de esa forma, aunque no
iba a desperdiciarlo.
—Hoy todo el mundo está entretenido con los cientos de
quehaceres. En los próximos días habrá la fiesta más hermosa
de Draoid, la que conmemora el nacimiento de alguien que fue
de la realeza.
Katariel escuchó atentamente sin saber a quién se refería.
—Nadie está pendiente de vosotros, tan ocupados arriba y
abajo que no se darían cuenta de que no estás.
Acto seguido, justo cuando la reina madre acabó de hablar,
sus ataduras se desvanecieron en el aire. Katariel no se movió
ni un ápice, demasiado sorprendida con lo que estaba
ocurriendo.
—¿Me está pidiendo que huya?
Loretta mirando a lo lejos, disimulando como si no fuera
con ella la conversación, contestó:
—Sí, pequeña. Vuelve a casa.
Katariel, conmocionada, no pudo hablar durante unos
segundos. No era capaz de comprender los motivos que habían
llevado a esa señora a dejarla libre sin pedirle nada a cambio a
Negan.
—¿Y ellos? —preguntó por los otros rehenes.
La reina madre negó con la cabeza.
—Ellos no son hijos de reyes, ni van a usarlos en una
guerra tan larga. Podrás volver a por ellos en la próxima
batalla. Hoy es tu día, niña y yo no haría demasiadas preguntas
—contestó algo molesta.
Katariel sintió que el corazón estaba a punto de salírsele del
pecho. No sabía los motivos que habían llevado a aquella
mujer a actuar así, pero no pensaba mirar atrás si el destino le
ponía esa oportunidad en bandeja de plata.
—Gr… gracias. No lo olvidaré.
Ella movió una mano tratando de restarle importancia.
—Solo vete, aunque antes tengo que hacer una cosa más.
Toca ese collar tan bonito y especial que llevas, tres veces, y di
el nombre de Layla, eso hará que nadie pueda verte solo hasta
que vuelvas a pronunciar tu nombre y solo el tuyo.
La princesa no pudo evitar tomar entre sus dedos el
colgante que Malorie le dio. Al final siempre tenía algo de
protagonismo, como si hubiera estado destinado a estar en su
cuello.
Un ligero golpe de bastón en su bota le indicó que era el
momento, así pues, dio tres toques antes de pronunciar el
nombre que le había dicho.
—Layla… —susurró.
Acto seguido Loretta miró a su alrededor sonriente, puede
que ella no notase nada y que se siguiera viendo, sin embargo,
parecía que el hechizo había hecho el efecto necesario.
—Ahora corre y hazme caso. Tienes la bendición de acabar
con esta guerra, toma bien tus siguientes acciones.
—Gracias reina, Loretta. De verdad —susurró.
Ella chasqueó la lengua mostrando descontento.
—Niña tonta, puede que no te vea, aunque sí te escucho.
Vete ya.
Eso hizo, no obstante, no tan rápido como se planteó en un
principio. Se puso en pie y dio un par de pasos esperando ser
vista por todos, como si no creyera en el hechizo que acababa
de ocurrir.
Sorprendentemente nadie se percató de lo que estaba
ocurriendo y eso la hizo sonreír de verdad.
—Si yo quisiera dar un paseo corto hasta casa, elegiría el
camino del bosque que tenemos al otro lado de los campos de
cultivo. Ese siempre conduce al lago y después, el reino de
Nislava.
Katariel tragó saliva mirándola.
Aquella mujer la estaba ayudando sin pedir nada a cambio
y le estaba indicando el camino a su hogar. Estaba
inmensamente agradecida con ella y esperaba que lo supiera
algún día.
Sintió pena cuando vio a los dos rehenes que quedaban ahí,
ellos no tenían esperanza, lo que provocó que su corazón se
rompiera en mil pedazos. Allí comprendió que no podía
salvarlos a todos, ahora era el momento de correr por ella.
Y eso hizo.
Tomó el camino que llevaba a los campos de cultivo a toda
velocidad, no miró atrás porque su cuerpo no se lo permitió.
Estaba tan asustada por ser descubierta que no quiso saber si
alguien la seguía.
Atajó por el primer campo de maíz, ya se conocía aquel
lugar al dedillo. Al salir supo que pasaría por las tumbas de los
Nislavos, necesitaba darles un último adiós antes de poder
dejar todo atrás.
Se detuvo en seco cuando vio que no era la única en aquel
lugar. Tuvo que hacer acopio de todas sus fuerzas para no
gritar a pleno pulmón cuando se encontró con Molly y
Zachary en el lugar de las sepulturas.
Algo en ella se removió, ellos dos no hacían buena pareja
juntos, cosa que tampoco le importaba.
—He estado buscando la información que me pediste —
canturreó la mujer, sonriente.
Él, en cambio, no podía dejar de mirar al suelo casi como si
presentara sus respetos a los hombres que yacían ahí.
—¿Qué has descubierto? —preguntó.
Ella le dio un manojo de papeles atados por una grapa. Eso
suscitó muchas incógnitas que no podía dejar ahí. Algo le dijo
que, dada su situación actual, podía fisgonear un poco.
Caminó a su alrededor hasta quedar al lado de Zachary,
necesitaba saber qué había en aquellos papeles y qué se traían
entre manos para ir a hablar a un lugar tan apartado.
—El nombre del prometido es Nixon Myara, sus padres han
estado dando dinero al rey desde hace años, gastando su gran
fortuna para conseguir un puesto para que acabe casado con
Katariel.
El corazón de la joven se paró en seco cuando escuchó esas
palabras.
—En la página tres tienes los nombres y perfiles de los
padres. Además, también he conseguido los horarios de Nixon,
para que, cuando ataques él esté allí.
No pudo creer lo que estaba escuchando. Con dolor y
atónita, echó un par de pasos hacia atrás, alejándose de la
pareja que estaba planeando atacar al hombre que habían
elegido como su futuro marido.
—El rey quiere que esto se lleve a cabo con total
discreción, no quiere que la reina madre lo sepa y por eso ha
creído que este era buen lugar para hablar —explicó Molly.
Zachary asintió ojeando aquellos papeles que podían darle
la clave de cómo asesinar a Nixon.
Puede que fueran sus enemigos y que era lo propio de
esperar de ellos, sin embargo, nunca imaginó ese escenario.
No fue como una traición porque no le debían lealtad alguna,
aunque dolió como si lo fuera.
Siendo incapaz de seguir escuchando, miró a aquellas
personas y se dio cuenta que nada había importado. Ella era un
peón en un juego mucho mayor, era el objeto para conseguir
una tan ansiada meta.
No tenía importancia haber sufrido o haber mostrado
piedad. Ellos iban a acabar con la única persona que quedaba
en su vida que valía la pena.
—Le diré a Markus que vigile a los demás, esto no puede
llegar a oídos de Katariel.
Las palabras de Zachary dolieron en lo más profundo de su
alma, como si él mismo le acabase de clavar un puñal en su
corazón. Una parte de sí misma se regañó, era su enemigo y
hacía justo lo que se esperaba de su cargo.
Ella era la hija del adversario, solo eso.
Fue entonces cuando comprendió que en sus manos estaba
el avisar a su gente, tenían tiempo para preparar una ofensiva
que detuviera a los Draoids.
Sin mirarlos una última vez, arrancó a correr como si el
mundo estuviera ardiendo. No soportó más la presencia de
Molly y Zachary. No quiso pensar en ellos, solo en la nueva
misión que el destino le daba, aunque parecía ser siempre la
misma: salvar a Nixon.
Se metió en el bosque, uno tan profundo que debió
asustarla, sin embargo, estaba tan convencida en su objetivo
que no se planteó la opción de sentir miedo. Ya tendría tiempo
para eso.
Capítulo 27

Aquel bosque era mucho más espeso y oscuro de lo que


recordaba. La verdad era, que la primera vez que lo cruzó, iba
siendo guiada por los Draoids y subida a un camión. Ahora el
camino iba a ser mucho más largo y arduo.
No podía correr sin más, necesitaba un plan y eso fue lo
que trazó con las pocas cosas que tenía para hacerlo. Lo
primero que necesitaba era cazar, por lo menos dos o tres
animalillos que poder llevarse para el camino y, después,
encontrar el río. Siguiéndolo no le faltaría de beber en todo el
camino.
No estaba armada, aunque esperaba no tener que
necesitarlo.
Dejó de correr para calmar su corazón, ya estaba lo
suficientemente lejos de Zachary como para no temer que
pudiera darse cuenta que estaba cerca.
Se detuvo en seco para coger aire siendo incapaz de borrar
de su mente las palabras de aquel hombre. Estaban planeando
acabar con su prometido, el mismo por el que él la había visto
pelear con uñas y dientes.
Reprimió las ganas de gritar, cambiándolas por lágrimas.
No iba a permitir que llegaran hasta él y mucho se temía
que eso significaba tener que enfrentarse a ellos algún día.
Debía tener la mente despejada para pensar con claridad,
los sentimientos sobraban en un momento como ese. Así pues,
tuvo que hacer una bola con ellos y tragarla para apartarlos un
rato.
Se tomó un par de segundos para respirar antes de pensar
en su siguiente movimiento.
Miró a los árboles, ellos subían y subían como si quieran
tocar el cielo, es más, sus copas eran tan espesas que apenas
dejaban pasar la luz del sol como si quisieran que todo lo que
viviera debajo de ellos lo hiciera en noche perpetua.
Subió por uno de ellos, el que le pareció más accesible.
Escaló como pudo dándose cuenta de que no estaba tan en
forma como recordaba. Hacer faenas de campo la había dejado
un poco oxidada.
Cuando alcanzó la copa rehusó mirar abajo un instante,
necesitaba tomar aliento un momento para proseguir.
«¡Katariel!».
La voz le produjo en susto de tal magnitud que gritó como
si la vida se le escapase del pecho, de hecho, tuvo que llevarse
las manos allí para cerciorarse de que su corazón no había
dejado de latir.
—Mira, vamos a dejar las cosas claras. No te caigo bien y
no entiendo lo que quieres decir con despertar. Si vas a
ayudarme sé algo más claro, si no solo te pido que me dejes en
paz. Este es un lugar de paso, voy camino a casa y no tendrás
que volver a soportarme. ¿Trato hecho?
Como si el bosque contestase a su petición, una brisa de
aire huracanado la empujó tan fuerte que perdió el equilibrio.
Luchó por agarrarse a cualquier lado, sin embargo, cayó sin
poder remediarlo.
Gritó presa del pánico y creyó que iba a acabar aplastada
como un bicho antes de que una enorme rama, con sus
respectivas hojas, se colocase debajo de ella para amortiguar el
golpe. Una vez la tuvo, la acompañó hasta el suelo y dejó que
bajase.
Katariel reprimió el impulso de besar el suelo.
—¿Esto qué significa?
Al no obtener respuesta se llevó la mano a los ojos.
—¡Podías ser un poco más claro!
Se pellizcó el puente de la nariz, como si ese toque de
realidad la hiciera volver en sí durante un instante.
—Estás hablando con un bosque —se regañó.
No pudo decir nada más, porque el sonido del agua la
distrajo. Estaba convencida que hacía unos minutos no era
posible escuchar algo semejante, de haberlo hecho, no hubiera
subido a la copa para tratar de buscarlo.
—¿Ves? Así cuando eres más claro nos entendemos —le
dijo al viento como si este fuera el que hablaba con ella a
través de señales.
Caminó ubicándose gracias al sonido, cuando este se
alejaba daba marcha atrás para tratar de encontrarlo en otra
dirección.
Le llevó mucho más tiempo del esperado encontrar aquel
río, salvo por la diferencia de que, al hacerlo, se dio cuenta que
estaba en la cúspide de una grandísima cascada. Una de la que
no conocía su existencia.
Caminó sintiéndose pequeña ante tanta belleza. Estaba tan
alto que parecía una hormiga en un lugar del mundo tan
impresionante que le cortó la capacidad de hablar. Fue hacia al
borde, como si este tuviera algo que mostrarle.
Y vaya que lo hizo.
Cuando llegó pudo ver una caída de agua tan mortal como
hermosa, de más de cien metros de altura, tan imponente que
disfrutó del temblor de sus piernas cuando se asomó un poco.
Por mera supervivencia se echó atrás unos centímetros para
evitar caer. Ahora lo tenía fácil, solo debía seguirlo en
dirección opuesta al reino Draoid y llegaría a Nislava,
esperaba que lo antes posible.
Giró sobre sus talones encaminándose a encontrar un
camino con el que descender esos metros que la separaban del
fondo.
«Katariel». Dijo la voz a su espalda.
Presa del miedo, se dio la vuelta esperando no encontrar a
nadie, craso error. Quedó petrificada al encontrar una figura
levitando ante ella.
No gritó, su cuerpo estaba tan bloqueado por el miedo que
le fue incapaz hacerlo. Solo pudo observar con claridad el ser
o cosa que tenía delante y supo, de alguna forma, que no se
trataba de una alucinación.
Era una mujer, lo que no era una sorpresa porque siempre
había sido una voz femenina. Parecía una especie de fantasma
ya que se podía ver a través de ella, pero también verla.
Llevaba un hermoso vestido de tonos azul cielo que
descendía hasta el suelo, no quiso ver si tenía pies o no, así
que, subió para ver algo más. Encontró, con sorpresa, que
portaba el mismo colgante que ella haciendo que una parte de
sí misma quisiera salir de allí sin preguntar nada.
No pudo huir, otra parte de Katariel necesitaba respuestas
más pronto que tarde y hacía demasiado tiempo que no sabía
nada.
Su cabello largo, pelirrojo y rizado caía elegantemente
sobre sus senos y bajaba hasta su estómago; su flequillo no
pudo ocultar aquellos grandes y hermosos ojos verdes que la
miraban sin pestañear.
En un intento de controlar sus nervios quiso contar las
pecas que dibujaban su rostro, pero le fue imposible cuando
vio sus generosos labios rojos como la sangre, de una forma
tan similar a ella que le certificó de quién se trataba.
—¿No vas a decirme nada? —preguntó con una sonrisa.
Katariel se llevó los dedos al colgante, lo tocó tres veces
como Loretta le indicó y pronunció su nombre para hacerse
visible. Fue algo por cortesía porque estaba convencida de que
ella podía verla.
—Eres tan bonita —anunció contenta.
La princesa negó con la cabeza, no quería mantener una
conversación así con algo que, seguramente, no era verdad.
—¿Qué quieres de mí? —quiso saber Kata.
Cuando la fantasma avanzó no pudo evitar retroceder, no
quería tenerla cerca, más bien no podía. Ella, al comprenderlo,
se detuvo en seco y respetó su reacción y decisión, aunque
supo que eso no le gustó.
—Nunca esperé verte.
—Créeme, esto es una sorpresa para ambas —se sinceró
Katariel.
No sabía cómo sentirse, no tenía todas las piezas delante,
no obstante, eso no le tapaba la vista de la imagen total.
—Estás muy mayor.
Molesta, se llevó la mano a los bolsillos tratando de pensar
bien qué era lo que estaba ocurriendo.
—¿Qué quieres de mí? Y, por favor, sé clara —escupió
molesta.
Eso sorprendió a la fantasma, su rostro mostró una mueca
de dolor antes de volver a mostrarse neutral.
—Cuando te vi en casa no podía creerme la suerte que
tenía, llevo años queriendo conocerte.
Katariel se retiró un poco tratando de que esas palabras no
le afectasen, no obstante, le resultó imposible obviarlas porque
ella no comprendía el dolor que podían causarle.
—Disculpa, ¿en casa? ¿A este reino le llamas mi casa?
Creo que no has mirado suficiente como para no darte cuenta
de que soy una presa. Me han tenido atada a un bonito poste,
he hecho trabajos forzosos y… ¡Espera! He matado a dos
personas inocentes, pero, claro, seguro que no te importa
porque eran Nislavos.
La fantasma alzó ambas manos en señal de rendición.
—Creo que no hemos empezado con buen pie, permíteme
disculparme.
—¡No! —bramó enfurecida.
No solo se sorprendió la mujer que levitaba, ella misma se
quedó unos segundos, completamente inmóvil, al darse cuenta
del dolor que corría por sus venas. Trató de calmarse, no
servía de nada estar enfadada.
—No puedo disculparte. No he hecho más que sufrir desde
que nací y tu hogar no me ha tratado mucho mejor. Yo no
pertenezco a este lugar, solo a Nislava, donde conseguiré que
mi padre no te vea cuando me mire. Sé que puedo conseguirlo
por mucho que ese hombre carezca de alma.
La fantasma apareció ante ella para acunar su rostro, el
toque fue extraño y la erizó de los pies a la cabeza, pero no
permitió que siguiera. Primero trató de empujarla, aunque al
atravesarla con las manos cambió de táctica y se alejó unos
pasos.
—Todos te quieren a ti y no soy como tú. Quieren tu fuerza,
tu alegría y tus ojos y yo soy una copia barata de lo que un día
fuiste. No me han dejado saber de ti en toda mi vida y, ahora,
en cuestión de unas semanas solo sé lo maravillosa mujer que
eres. No importa a dónde mire, todos te conocen y coinciden
en que eres genial y yo solo la hija de ese hombre.
Katariel se rompió.
—No estoy a tu altura y mi nacimiento solo les recuerda tu
muerte. No te perdono que me condenases así.
Ella sabía bien quién era esa mujer, no era más que su
propia madre, aunque no tenía claro si era la real o solo algo
que hubiera creado su imaginación en el peor momento de su
vida.
—Yo nunca pretendí eso, cielo. Yo solo quise lo mejor para
ti, no huvo alegría más grande en mi vida que saber que venías
de camino.
Sus palabras parecían reales, a pesar de eso luchó para que
su corazón no las aceptara. Su vida era una muy distinta y ella
no podía llegar tantos años después a romper lo que los demás
habían construido.
—¿Eres mi madre? ¿La mujer que se suicidó al poco de
darme a luz? Porque yo, por mucho que te miro, no encuentro
esa señora de la que todos hablan y la que extrañan…
Se giró para evitar encararla.
Ambas estuvieron unos segundos en silencio. Ella deseó
que su madre le dijera algo, al no hacerlo la enfadó todavía
más de lo que ya estaba.
—¿Y este colgante? ¡¿Por qué es tan especial?! Dime algo
antes de que me explote la cabeza. ¡Quiero respuestas! —
bramó al cielo dejando escapar lo que su corazón llevaba
pidiendo tantos años.
La fantasma apareció ante ella, esta vez no pudo rehusar su
toque. Dejó que la tomase de las manos antes de indicarle que
tomara asiento, lo hizo sin tener muy claro porqué lo hacía y
esperó no perder el corazón en aquel bosque encantado.
—Sí, soy tu madre. No sabía que era tan especial para los
demás y lamento que no vean la mujer en la que te has
convertido, tú me haces sombra a mí.
Acarició su mejilla, pero Katariel se apartó y ella lo aceptó.
—Ese colgante no se hizo para mí. Una noche, embarazada
de ti, una visión llegó a mí. Mi bebé era alguien especial, los
dioses me habían bendecido con una de las personas más
especiales del universo, pero eso significaba que necesitaba
protección. Yo pedí, por carta, que mi abuelita me hiciera uno
para que cuidara de ti siempre.
Suspiró como si los recuerdos fueran muy dolorosos.
—Pronto descubrí que… Negan no podía tocarme, era
como si el bebé repeliese a su padre y eso lo enfureció. El
embarazo siguió su curso y no tardó en descubrir que eras un
ser especial, aunque terriblemente condenado y me dio la peor
de las amenazas: te mataría. Al salir de mí estarías su merced.
Por desgracia eso era del estilo de su padre, sabía muy bien
que era capaz de eso y más. A pesar de todo, no quiso dar
veracidad a sus palabras, no quería dejar de verla como la
mujer que la abandonó y por la que la habían castigado toda la
vida.
—El día del parto me tocó hacerlo sola en mi habitación,
cuando vi tu carita supe que no podía permitir que te pasase
nada malo, así que, decidí darte el colgante. Por desgracia no
podías llevarlo, eras muy pequeña para soportar su magia y se
lo encomendé a Malorie, mi doncella. Ella prometió cuidarte
el tiempo que la vida se lo permitiera. Además, cuando llegase
el momento, te lo entregaría y veo que lo ha hecho. Me alegro
mucho.
Las palabras flotaron en su cabeza diciéndole muchas
cosas. No quiso tratar de descifrarlo todo a la vez, prefirió
hacerlo poco a poco.
—¿Este colgante me protege de mi padre?
—Es capaz de muchas cosas, es cierto, pero no puede
librarte de él por siempre. Yo, en un intento por salvarte,
volqué en él parte de mi esencia para cerciorarme que no
acababa con tu vida.
Katariel se llevó la mano al cierre como si quisiera
quitárselo, aunque se detuvo sin saber muy bien cómo.
—¿Tú te suicidaste?
Era lo único que necesitaba saber.
—No, pero se lo puse fácil, es cierto. Al dejar parte de mi
energía en tu collar pudo conmigo. Yo nunca quise dejarte,
solo velar por tu bienestar y sabía que él sería feliz de
arrebatarme a mi pequeña.
La historia de su vida daba un giro que provocó que su
estómago no lo soportase, trató de contenerlo en su sitio antes
de vomitar todo lo que había desayunado.
—¿Qué soy? ¿Por qué soy especial?
La fantasma suspiró y ella supo que no iba a obtener esa
respuesta. Por alguna razón esa era la única que iban a negarle.
—Ese es un camino que deberás hacer tú misma. Yo no
puedo ayudarte, aunque sí he podido desencadenar un poco
esa magia que te persigue.
¿Se refería a los sueños?
La fantasma asintió.
—¿Te llamas Layla?
Rio cuando se escuchó a sí misma decir esa pregunta en
voz alta. Estaba claro que se llamaba así, lo había sabido en el
momento en el que la reina madre le dijo el hechizo para
hacerse invisible.
—¿Y por qué ahora?
Layla suspiró, tenía muchas preguntas que hacerle y
esperaba que tuviera la paciencia suficiente como para poder
contestarlo todo.
—Me has traído a mi tierra, he podido comunicarme
contigo a través de la magia del bosque y puedes verme
porque ya llevas mucho tiempo aquí. Cada día que pasas en
Draoid me fortalezco.
Eso significaba que su madre seguía muerta, nadie iba a
poder cambiar eso por mucho que se empeñasen, pero tener
comunicación abierta con esa mujer daba un giro al mundo
como lo conocía hasta ahora.
El corazón amenazó con salírsele del pecho y no podía
morir en un momento como ese. Tenía muchas cosas a hacer.
—Yo no puedo ver este sitio como hogar, lo siento —se
disculpó Katariel.
No quería decepcionarla, aunque tampoco la conocía. Sabía
bien que su aparición quería marcar un antes y un después y,
en parte, lo había hecho, no obstante, debía regresar a casa
para salvar a Nixon.
—Yo no te pido que lo veas así, te comprendo. Quiero que
sepas que siento que estés entre dos aguas, ojalá hubiera
podido hacer algo más por ti.
La princesa suspiró, había una pregunta más que la
atormentaba desde el primer día. Le había resultado curioso
que no había tenido audiencia con los padres de Layla, ellos
no habían ido a verla a su poste en todo ese tiempo. Y eso
tenía muchas interpretaciones.
—¿Quiénes son tus padres? ¿Cuál es tu apellido?
—Creo que eso lo has descubierto tú solita.
Sus sospechas le apretaron el corazón, contuvo el aliento
tratando de mantener esa calma ficticia que no sentía.
—Dímelo.
—Layla Draoid.
Eso significaba muchas cosas, entre ellas que conocía a su
abuelo, que no era más que el rey Gerald, el hombre que la
había tratado como un despojo. Eso confirmaba, uns vez más,
que nadie la quería. Excepto Loretta, aquella mujer se había
apiadado de su biznieta y la había dejado libre contra todo
pronóstico.
—¿Por qué? ¿Qué viste en Negan?
No era una acusación, solo quiso comprender cómo alguien
podía sentir algo por el peor ser de la tierra.
—Fue por conveniencia, eso daría prosperidad a nuestros
reinos y no tuve ni voz ni voto. Creo que de eso sabes un
poco…
Las palabras de su madre le hicieron recordar a Nixon,
puede que fuera todo difícil y que habían conseguido llevarse
bien, aunque eso no quitaba que debía casarse con él quisiera o
no.
Layla acunó el rostro de su hija y ese contacto le pareció el
más humano que había vivido en toda su vida. Una parte de
ella se culpó por creer las palabras de su padre, aquel hombre
había permitido que odiara a la única persona que trató de que
ella viviera.
Y lloró, como una niña lanzándose al regazo de su «no
corpórea» madre. Ella acarició su cabello, como debía haber
hecho toda su vida, justo lo que le habían arrebatado.
—Todos te quieren a ti y yo no puedo serlo, lo he intentado,
pero solo soy yo.
Su madre cuidó de ella, no importaron los minutos que
lloró porque ella también lo hizo. Su hija había sido criada por
un monstruo, uno que le había hecho creer que había algo
malo en ser ella misma.
Toda su vida castigada sin tener opción alguna a redención,
nunca podría aspirar a remover piedad en la gente que debía
amarla puesto que su familia la veía como la manzana podrida
del cesto.
Layla sintió las lágrimas de su hija hasta en lo más
profundo de su alma. No había podido protegerla como tanto
había ansiado, en su defecto la había soltado a un mundo
demasiado cruel y sola.
—Lo siento, mi pequeña… Ojalá pudieras creer que para
mí eres perfecta.
Era cierto, Katariel no la creyó.
Capítulo 28

Zachary frunció el ceño cuando, llegando a casa, se


encontró con un Gerald más exaltado de la cuenta y una
Loretta indiferente. Eso le indicó que aquella mujer había
hecho una travesura ya que era muy dada a ellas.
—¡No puedo creer que hayas hecho eso! —le recriminó el
rey.
No quiso preguntar porque era algo que no le convenía. La
experiencia de los años le había hecho aprender que no era
bueno reñir con los reyes, ellos tenían una relación especial y
solo se entendían a sí mismos.
Decidió pasar de largo, solo esperaba que la discusión
cesase tarde o temprano y así mantendría una conversación
con el rey.
—¡Este es el reino al que debes lealtad y con eso has
ayudado a Negan! —gritó como si así fuera a tener razón.
De pronto, y a pesar de que la intuición le dijo que no le
gustaría descubrirlo, miró hacia el poste donde debía estar
Katariel. Sí, ese «debía» era correcto, ya que no había ni rastro
de ella.
Lo primero que hizo fue creer que había una explicación
lógica para aquello, tal vez no hubiera regresado del campo,
aunque ya era bastante de noche o puede que le hubieran
asignado una nueva tarea.
—¡Es tu nieta! Y no tengo que justificar mis actos. De
haber sido tu hija todo hubiera cambiado, pero no ella, es tan
sangre tuya como la de esa niña y siento que el dolor te ciega
de tal forma que has olvidado amar.
Él quiso irse de allí, de verdad que lo intentó; no contó con
que ellos ya lo habían visto y no tenía escapatoria alguna.
—Zachary, te necesito. Organiza una partida de caza. Mi
madre ha dejado ir a la prisionera.
El suelo tembló poco después de que el rey pronunciase
esas palabras. Supo entonces que la reina madre estaba mucho
más enfadada de lo que parecía y que era prudente no tentar a
la suerte.
—No es un conejo, es una niña —se quejó Loretta.
—No es una niña, es una mujer y una fugitiva, se la tratará
como se merece por atreverse a huir.
No iban a llegar a un consenso y eso solo podía hacer
explotar todo su alrededor, alguna vez había sucedido. Ella
podía ser algo visceral con sus sentimientos y no sentía temor
alguno a exponerlos.
Tenían visiones del mundo muy opuestas, como si su hijo
fuera totalmente diferente a ella.
—Si me permitís el atrevimiento, me gustaría proponer
cazarla yo mismo, sin necesidad de un equipo de búsqueda.
Así podré garantizar que no sufrirá daño alguno.
La petición volvió a hacer que discutiesen sobre los
términos, al rey no le importaban mucho las formas, solo la
quería de vuelta y Loretta ansiaba ganar tiempo para que ella
pudiera llegar a Nislava.
—Vete ya —ordenó Gerald.
Zachary asintió, pero no fue capaz de proseguir porque la
reina madre le cortó el paso con su bastón, así pues, con calma
y paciencia la miró esperando que le dijera algo.
—Es a niña ha sufrido bastante, no añadas más a su cuenta
—suplicó.
—Regresará sana y salva.
Supo, por cómo gesticuló, que no deseaba volverla a ver
allí en el reino. El corazón noble de aquella mujer había
dejado libre a la princesa, la cual tenía ya bastante ventaja.
Debía darse prisa.

***

Sabía que aquella decisión no había gustado a muchos de


sus hombres, los mismos que se amontonaban en la puerta de
su casa esperando a que saliera.
Suspiró antes de acabar de coger su mochila, no tenía ganas
de lidiar con ellos, solo de salir cuanto antes a buscar a aquella
joven. Él tenía cierta ventaja porque conocía aquel bosque
como la palma de su mano.
Abrió la puerta esperando la ronda de quejas que le
esperaban.
—Voy contigo —sentenció Markus convencido.
Zachary negó con la cabeza, él iba a ser el único que iba a
darle caza y no iba a dejar que otros entraran en el juego.
Sabía bien de lo que eran capaces algunos de sus hombres y
que podían aprovechar cualquier distracción para hacerle
daño. No creía que Markus se lo hiciera, no obstante, tampoco
lo quiso en el terreno.
—No, esta caza es mía.
—Entre los dos podemos dar más rápido con ella.
No había palabras en el mundo que pudieran convencerle
de que cambiase de opinión.
—Markus, quédate al mando en mi ausencia, pero cuidado
con extralimitarte. No quiero a nadie en ese bosque hasta que
regrese con la chica —ordenó.
Supo, por su suspiro, que no estaba satisfecho con su
decisión, él siempre quería formar parte de todo y valoraba su
entusiasmo, aunque esa vez debía dejar que se encargase a
solas.
Todo pareció estallar, fue como si las voces comenzaran a
solaparse una sobre la otra. Había diez o doce personas
hablando a la vez, dándoles los motivos por los cuales creían
que hacían bien acompañándole.
Zachary no pudo soportarlo más y chasqueó los dedos
dejando que un rayo impactase en el suelo. Justo cuando
alcanzó tierra el sonido provocó que todos callasen al instante
y se quedaran mirando el socavón que acababa de crear.
—He dicho que voy solo y el próximo que diga algo del
tema estará limpiando letrinas un mes —amenazó.
Eso fue suficiente para que se dispersasen, ya no quisieron
discutir su decisión. Todos, salvo uno, se marcharon a casa a la
espera de que su jefe no cumpliera con su amenaza.
—Lo tuyo con esa mujer es personal, ¿no? —preguntó
Markus.
Zachary puso los ojos en blanco y decidió arrancar a
caminar, eso sí, sabiendo que él lo seguía de cerca.
—¡No digas tonterías! —exclamó sorprendido con su
pregunta.
Pero su compañero no pensaba dejarlo estar y no es que
fuera una sorpresa. Sabía lo persistente que podía ser si se lo
proponía. No importaba lo mucho que él se negase, sabía bien
que lo iba a seguir hasta la entrada del bosque.
—Desde que te encontré en las tumbas tratando de
reanimarla algo ha cambiado contigo. Ha sido sutil porque
tratas de ser una roca, pero yo lo veo.
Zachary tuvo que detenerse para encararlo, no necesitaba
un psicólogo en aquellos momentos, solo un amigo que no
hiciera preguntas. También era consciente que aquella
conversación iba a repetirse hasta que soltase prenda, lo
conocía bien.
—Sueño con ella desde ese día. Lo peor es que veo cientos
de Katariels decir mi nombre para después morir una y otra
vez. Eso cada noche sin excepción, creí que al marcharme y
poner distancia la cosa se arreglaría, sin embargo, notarás por
mi alegría que no es así.
Markus se quedó petrificado.
—¿Te gusta?
Solo él podía llegar a una respuesta tan simple. Podría
haberle contado los horrores del mundo que sacaría una
pregunta totalmente ajena a lo dicho.
—No, no me gusta. Los sueños son producto de algún
embrujo o hechizo por su parte y tengo que hacerle entender
que necesito que deje de hacerlo.
Reanudó la marcha con su fiel compañero.
—Yo… no creo que ella tenga magia —se sinceró Markus.
Lo peor es que él tampoco lo creía. Había dado tantas
vueltas al tema que solo había podido llegar a esa conclusión,
nadie del reino podía estar tratando de volverle loco de esa
forma.
—Es la explicación más sencilla y, por ahora, la que más
sentido tiene.
Llegó el momento de separarse, uno que debía hacer sin
ceder en que lo acompañase. Miró a su compañero dejándole
entender que no iba a venir por mucho que lo intentase.
—Espero que cazarla te solvente muchas dudas, aunque
buscaré algo de información sobre eso —explicó Markus.
Zachary asintió con una media sonrisa.
—Solo vamos a jugar al gato y al ratón y sabes lo mucho
que me gusta ese juego.
Todos sabían que era de los mejores rastreadores del reino,
además, sentía una debilidad con acorralar a la presa. Le
gustaba hacerles sentir que ya eran libres para después
capturarlos.
Y, después de escaparse, era lo único que merecía Katariel.
—Dos días, si se alarga un poco más te dejo venir a
buscarme —dijo.
Markus aceptó el trato como si se tratase de una apuesta,
chocaron las manos sellando el pacto y dejó que se fuera.
Ahora el bosque era el terreno de juego y él no pudo evitar
sonreír cuando notó la adrenalina expandirse por todo su
cuerpo a toda velocidad. Sí, le gustaba lo que estaba a punto
de hacer.
Capítulo 29

Su madre desapareció poco después dejándole el corazón


hecho pedazos. Conocerla había sido algo demasiado fuerte
como para soportarlo y cambiaba mucho lo que creía saber.
Dolía saber que su vida había sido montada sobre mentiras,
una sobre otra hasta ocultarle casi todo. Ahora sabía algo más,
pero eso no lo hacía más fácil. Era como una espina más en su
alma,
Ella era el daño colateral de su padre.
Después de casi toda una vida creyendo que su madre, de la
cual no sabía ni el nombre, la había abandonado, conocer que
hizo el acto más puro de amor era demasiado.
Una parte de ella no quería conocer todo eso, como
tampoco que Gerald era su abuelo.
Llevaba horas caminando y si a eso le sumabas que su
mente no podía dejar de pensar daba un resultado de
agotamiento máximo. Necesitaba descansar un poco antes de
seguir el camino hacia Nislava.
Tenía que ayudar a Nixon, salvarlo de aquellos hombres
que querían acabar con su vida. El resto no importaba,
tampoco su padre, al que no tenía ni idea de cómo reaccionaría
al verla.
Sus últimos instantes habían sido algo más que tensos, lo
que le hizo recordar su querida Malorie. Ella había sido su
doncella, al igual que la de su madre, eso contestaba tantas
preguntas que sintió rabia.
Aquel sentimiento era demasiado fuerte como para dejarlo
estar, todos conocían quién era menos ella misma. Estaba
ciega en un mundo que ya la había juzgado y condenado de
por vida.
Decidió detenerse, no pasaría nada por un par de horas. Así
pues, subió a un árbol, tratando de pasar desapercibida, cuanto
más alto estuviera más difícil sería avistarla. Se sentó en la
rama más ancha que encontró, no sin antes cerciorarse de que
soportaba su peso.
Quiso pensar en cientos de cosas, en todo lo que acaba de
descubrir, pero el cansancio decidió ganar la batalla.
El sueño, como era costumbre, comenzó en un bosque muy
similar ese. Esta vez no llegó Zachary, por lo que dedujo que
él no estaba dormido en aquellos momentos. Así que todo pasó
demasiado rápido, las imágenes se atropellaron unas a las otras
sin control hasta acabar cayendo al agua.
Esta vez no peleó por nadar, únicamente dejó su cuerpo
laxo produciendo que flotase y se relajó en aquel remanso de
paz. El fondo podía ser muy profundo y aterrador, pero si algo
había aprendido era que se trataba de su sueño y en él ya podía
tener algo de control.
De pronto sus instintos la alertaron, necesitaba despertar
con urgencia. No tuvo más remedio que gritarse a sí misma
que abriera los ojos. No lo consiguió a la primera, ni a la
tercera, al final alcanzó su objetivo.
Era noche cerrada, la luz de la luna apenas lograba colarse
entre las ramas de los árboles, pero eso no impidió que pudiera
ver su alrededor.
Todo estaba en calma, algo que no la sorprendió. Las
criaturas de ese bosque dormían plácidamente ajenas a que ella
estaba ahí. No es que su presencia tuviera que perturbarles.
De pronto miró abajo y una sombra la advirtió.
No estaba sola.
La compañía en un lugar como ese no era bien recibida, así
que, no tuvo más remedio que ponerse en pie lentamente y
tratar de salir de allí sin que fuera lo que fuese la viera.
Un traspié tuvo la culpa, cuando quiso saltar de un árbol al
otro no calculó lo suficiente y cayó sobre una rama demasiado
endeble que se partió con su peso. Cayó unos centímetros
antes de poder sostenerse en otra, no obstante, ya era
demasiado tarde.
Acababa de advertir a quién hubiera abajo que estaba ahí.
—¿Nunca te enseñaron a ser sigilosa?
La voz de Zachary le produjo un vuelco al corazón.
Luchando todavía por mantenerse sobre el árbol sin caer, tiró
de su cuerpo hasta quedar encima de la rama. Solo cuando
tuvo estabilidad se centró en buscarlo con la mirada; para su
sorpresa no lo encontró.
¿Cómo había dado con ella tan rápido?
—Tienes dos opciones disponibles: bajar, ser buena y
regresar a tu poste o correr, enfadarme y que todo se vuelva
mucho peor. Te dejo elegir.
La idea de entregarse podía estar bien, sin embargo, ella no
era de las que se rendían tan fácilmente. Todavía no la había
alcanzado y tenía una posibilidad de despistarlo.
Ante su falta de respuesta él decidió volver a insistir.
—¿Qué eliges?
—Que te follen —contestó enfadada antes de tocar el collar
y hacerse invisible.
Si quería jugar podían hacerlo con un poco de igualdad de
condiciones, él tenía poderes y ella podía no ser vista.

***

Zachary estuvo enfadado todo el camino, aquella mujer


había sido una descuidada. Sus huellas se podían ver con
claridad, no había tenido el más mínimo interés en esconder su
rastro y eso era algo imperdonable.
Para su sorpresa no tuvo que buscar durante muchas horas
para encontrarla dormida en la copa de un árbol. Hubiera sido
una buena idea de no ser por la cantidad de huellas que lo
llevaban hasta ella.
Hasta un niño pequeño hubiera dado con su paradero.
—Que te follen —contestó enfadada.
La vio tocar su collar y desaparecer en la oscuridad de la
noche.
La travesura de Loretta había ido más allá de dejarla ir.
Realmente había deseado que regresase a casa, algo que él no
iba a permitir.
Ruidosa como un rinoceronte, saltó a otro árbol y, esta vez,
sí que calculó bien.
Dos altos más hicieron que aquello pasara a ser una
persecución en toda regla. Zachary, atónito, no pudo más que
perseguir el sonido para saber hacia dónde se dirigía.
Mientras uno corría el las alturas, el otro lo hacía en el
suelo. Justo cuando se cansó de perseguirla lanzó un choque
de energía hacia donde ella estaba. La copa del árbol saltó por
los aires convirtiéndose en mil astillas.
La escuchó gritar un poco antes de lograr cogerse a otro
árbol.
Siempre había admirado aquel lugar, pero en aquel
momento le parecía poco práctico que estuvieran tan juntos.
De pronto una gran rama cayó muy cerca de él, por suerte
logró saltar y esquivarla a tiempo.
—¿Planeas matarme? —preguntó sorprendido.
Ella, que no pudo permanecer callada, dijo:
—No, solo noquearte un poco, aunque pensándolo bien,
tampoco estaría mal matarte.
Zachary sonrió ante la sinceridad de sus palabras.
—Te noto algo enfadada, ¿es porque te he encontrado? —
preguntó él deseando jugar.
Katariel se detuvo a tomar aliento, la pudo escuchar a
bastantes metros de altura sobre él, pero fue incapaz de
calcular en qué árbol se encontraba en aquel instante ya que el
eco hacía rebotar el sonido en todas las direcciones.
—¡Qué perspicaz eres! Pero no aciertas en los motivos —
contestó.
Al menos acababa de obtener una respuesta, ella estaba
enfadada, aunque no le importaba demasiado. No había venido
al bosque a hacer de psicólogo, solo a cazarla, tirarla sobre sus
hombros y llevarla de nuevo al reino donde su abuelo quería
exponerla cual trofeo.
Tres segundos más tarde arrancó a correr de nuevo y eso le
dio una pista bastante fiable de por dónde se movía.
No se lo pensó, comenzó a lanzar choques de energía
volatilizando los árboles uno tras otro con la esperanza de
golpear el siguiente salto de la princesa. Ella no iba a sufrir
daño alguno, pero sí su alrededor o puede que se llevase algún
rasguño.
Al final logró hacer lo que buscaba, hizo pedazos su
siguiente salto y ella cayó al vacío. Ese fue su momento, hizo
levitar todo su alrededor con la esperanza de que así la cogía a
ella.
Al no escuchar golpe o queja supo que la tenía en sus
garras. Sonrió gloriosamente.
Zachary chasqueó los dedos y ella estaba lo suficientemente
cerca como para hacerse visible. Era un hechizo complicado y
nunca le encontró utilidad alguna, lo que no sabía es que
pasarían años hasta usarlo.
Solo cuando clavó la vista en ella pudo darse cuenta de que
su collar ya no funcionaba.
—No jugamos en igualdad de condiciones —se quejó
Katariel.
Zachary se encogió de hombros sin señal alguna de
arrepentimiento.
—Una lástima —comentó sin más.
Esperando que ella tomase la dirección opuesta a la suya, se
preparó para seguir corriendo tras ella al mismo tiempo que
avanzó hacia su posición. La sorpresa lo golpeó cuando, la
joven, tras negar con la cabeza, tomó impulso antes de saltar y
caer justo contra él haciéndole un placaje.
Los dos cayeron al suelo sin remedio.
Katariel, aprovechando la sorpresa, le golpeó con su puño
en la mejilla. Este gruñó, pero no de dolor, más bien de rabia.
Empujándola se la quitó de encima, la proyectó a pocos
centímetros de él y, cuando quiso usar magia para atarla, ella
se lanzó al suelo y rodó antes de golpearle con sus piernas en
los tobillos.
Una vez lo tuvo contra el suelo quiso levantarse y huir, pero
no contó con que el guerrero la tomase del pantalón. La
bloqueó contra el suelo para colocarse sobre su espalda e
inmovilizarla.
—Hasta aquí has llegado —le dijo sonriente.
Katariel se revolvió fuertemente, trató de darle algún que
otro cabezazo que él esquivó.
Al final, cuando parecía que se rendía, la suerte quiso que
alcanzase una piedra de grandes dimensiones y lo golpease
duramente en el costado. Fue solo un instante, aflojó su agarre
un breve segundo que aprovechó para ponerse en pie y
arrancar a correr.
Zachary no tardó en seguirla y se sorprendió de lo ágil que
era esa mujer. Necesitó lanzar su mochila para sentirse más
ligero y ser capaz de darle caza.
De pronto, cuando ella se deslizó por debajo de una raíz y
él decidió saltarla, dejó de escucharla. Paró en seco para tratar
de poner sus instintos en alerta, estaba convencido de que no
iba a tardar en sacarse un nuevo truco de la manga.
—¿Molly la chupa bien?
Aquella pregunta lo sorprendió, caminó hasta donde creyó
que había venido el sonido y no la encontró. Miró al suelo
buscando huellas para cerciorarse que, cuando quería, sabía
ocultar su rastro.
Así que inició el plan B.
—No me puedo quejar —contestó enfadándola.
Lo supo en la forma en la que ella bufó.
—No te pega —escupió.
Nunca le había interesado Molly como pareja de ningún
tipo, ella y él funcionaban bien cuando se trataba de trabajo y
no quería llevar esa relación a otras partes de su vida, sin
embargo, no pensaba decírselo a la princesa.
—No, claro que no. Me pega más follar con cierta princesa
esquiva y descuidada —dijo estirando el brazo a modo de
barrera.
Justo ahí impactó con el estómago de Katariel haciéndola
rebotar y caer al suelo. Había dado con ella por un leve
crujido. Aprovechó su sorpresa para hacerse con el control de
la situación, aunque no esperó que le golpease las rodillas para
hacerlo caer.
Aprovechó aquel instante para caer sobre ella y se recuperó
a toda velocidad para cubrirla por completo. Fue ahí cuando
interceptó sus muñecas y las dejó clavadas al suelo con sus
manos.
—No vas a follar conmigo, antes te haría comerte tu propio
miembro —comentó la joven tratando de liberarse.
Zachary sonrió mirándola a los ojos.
—Creía que esto iba de darnos placer mutuamente.
Katariel y sus trucos lo sorprendieron de nuevo. Con una
sorprendente elasticidad, logró subir la rodilla colocándola
entre ambos lo suficiente como para hacer palanca y quitárselo
de encima.
Él gruñó cuando la vio alejarse de nuevo y dejó que un
choque de energía saliera de sus dedos. Este golpeó justo al
lado de Katariel, la cual gritó presa del pánico antes de
desaparecer en la oscuridad de la noche.
Ante tanto silencio, ya que solo pudo escuchar su propia
respiración, Zachary se temió lo peor y esperó no haberla
matado.
—En parte sí va de darnos placer, yo sentiría un placer
enorme si una de las ramas te diera, pero aquí sigues
respirando —comentó ella haciéndole sonreír.
Aquella mujer seguía con vida.
—Por cierto, casi me matas y no creo que eso le gustase a
Gerald —le regañó.
Zachary asintió. Había estado cerca de acabar con ella y ese
era el peor escenario posible, también debía reconocer que
nunca antes se le habían resistido tanto y la pelea le resultaba
excitante, no obstante, tendría más cuidado a partir de ese
momento.
Eso no había hecho nada más que comenzar.
Capítulo 30

—No te recuerdo así —se quejó Zachary cuando pararon de


correr unos pocos segundos y tomar aire.
Aquel juego del gato y el ratón duraba demasiado, ella
había logrado escabullirse y fundirse con la noche, sin
embargo, la podía oír cuando avanzaba. Él era bueno cazando
y siempre acababa dando con su escondite, así que, solo
quedaba seguir cansándola hasta poder alcanzarla.
—No, porque era una rehén y quería mantener mi pellejo
en su sitio —contestó desde las alturas.
Ella había vuelto al plan original de mantenerse en las
copas de los árboles y él no iba a dudar en derribar todo aquel
maldito bosque de ser necesario.
—Ahora no es que tengas la sartén por el mango —le
recordó Zachary.
Era cierto, aunque tampoco podía decirse que él tuviera
demasiada ventaja. Para tener de su lado la magia no estaba
pudiendo sacarle todo el partido posible porque tenía que
concentrarse en no romperle el cuello.
—¿Sabes? —preguntó Zach—. De haber sabido que eras
así hubiera follado contigo mucho antes.
Se la imaginó poniendo los ojos en blanco.
—Eres idiota —escupió ella.
La verdad era que aquella mujer le parecía muy divertida.
Sacada de esa imagen de rehén desvalida se escondía una
persona fuerte y mordaz. La lástima era que estaban
destinados a odiarse.
Ese era su derecho de nacimiento, por nacer en reinos
distintos.
—Seguro que estás acostumbrado a que se te pongan a
cuatro patas para follar.
Las palabras de Katariel, mientras corría, lo sorprendieron.
Por una parte, no tenía sentido mantener esa conversación,
aunque por otra la estaba encontrando la mar de interesante.
—Puede y no me quejo. Tú, en cambio, no pareces haber
follado mucho. ¿Lo has hecho con Nixon?
Una rama cayó a muy pocos centímetros de su cabeza, una
capaz de haberlo asesinado.
—No-digas-su-nombre —amenazó Katariel abriendo la
caja de los truenos.
Fue cuando comprendió su enfado, esa era la cuestión y él
no se había dado cuenta en todo ese tiempo.
—¡Oh, vaya! Así que es por eso. Nos escuchaste. Esto es
una guerra y gente como él debe morir.
Una segunda rama estuvo muy a punto de alcanzarle, eso le
hizo comprender que ella estaba muy enfadada con esas
palabras. Estaba claro que aquel tema era demasiado
importante.
Si con eso lograba desestabilizarla y acabar con aquella
persecución, lo usaría sin tener remordimiento alguno.
—Voy a pensar que quieres matarme… —canturreó.
Siguieron corriendo, esta vez sin hablarse, comprendió que
nombrar a Nixon la afectaba mucho más de lo esperado. Sin
embargo, allí había ido con un único objetivo y eso era lo que
no debía perder de vista.
Conocía el bosque, así que usó un poco su ventaja para, a
través de choques de energía, guiar a Katariel hacia una de las
cuatro cascadas. No era la más alta, pero su altura podía dar
miedo y así parar en seco la huida de la muchacha.
Después del último salto ya no quedaron árboles a los que
agarrarse y, a pesar de eso, se dejó caer a más de seis metros
de altura.
Él no pudo permitir que se estrellara contra el suelo.
Poniendo a prueba su magia a tal distancia, logró alcanzarla y
llevarla con los pies en la tierra lentamente.
Aprovechando que la tenía atrapada la colocó contra el
suelo, no lo hizo de forma suave, no supo hacerlo. Una vez
ahí, colocó su rodilla en la base de la espalda; ahí acababa su
carrera.
—No esperarías que fuera blando contigo —dijo cuando
ella gimió al tomar sus muñecas y echarlas a la espalda.
No podía fiarse, se lo había demostrado con creces.
—No, ya he notado lo blando que lo tienes y, la verdad, es
una birria.
Zachary rio, la verdad es que era mucho más ocurrente de
lo que hubiera esperado en un principio.
—¿Por qué hablamos tanto de follar? —preguntó algo
sorprendido.
Sorprendentemente ella dejó de forcejear, se mantuvo
inmóvil en el suelo mientras él buscaba la forma de
mantenerla bajo control.
—Tú sacaste el tema —lo acusó.
Hizo memoria.
—No es verdad, princesita, lo sacaste tú.
La sentó con las manos a la espalda, fue entonces cuando se
fijó que tenía algún rasguño en los brazos. Pasó los dedos
sobre las heridas para certificar que no eran graves,
sobreviviría.
Entonces se fijó en que su ceja sangraba y chasqueó la
lengua, nunca había querido dañarla, pero no se había puesto
nada fácil. Lo único que no le gustó es que aquella herida
requería un par de puntos y para eso debía volver a encontrar
su mochila.
—Levanta, tenemos camino que recorrer.
Katariel lo hizo, no sin antes echar la vista atrás para
contemplar el enorme lago que compartían con Nislava. La
imagen era sobrecogedora y no solo por la altura, medio lago
estaba congelado, con una capa tan gruesa de hielo que tenían
que romper con pico. Ese era el invierno perpetuo al que
habían sido condenados.
Había estado a un paso de volver a casa, después de esas
aguas estaba su reino, su hogar; un poco más y lo hubiera
logrado.
—No envidio tu reino, es un milagro que podáis seguir con
vida —confesó Zachary.
Lo siguiente pasó tan rápido que casi no fue capaz de
comprenderlo. Tan pronto tenía a Kata ante él mirando a su
espalda, como giró sobre sí misma colocándose de espaldas.
Ahí fue cuando se impulsó de tal forma que lo empujó hasta
hacerlo caer.
—¡Katariel! —bramó con fuerza.
Y, como si de un pájaro se tratase, corrió hacia aquel
enorme acantilado y saltó sin pensárselo dos veces.
La caída fue brutal, cayó a plomo completamente erguida
entrando al agua con los pies tan juntos que parecía como si
fuera a caminar de puntillas. No gritó ni una sola vez, aceptó
lo que acababa de decidir hasta hundirse en las aguas oscuras,
profundas y heladas de aquel lago.
Puede que la zona que tocaba con Draoid no estuviera
congelado, pero eso no quitaba que las temperaturas fueran
brutalmente frías.
Zachary se asomó al borde esperando verla salir.
Necesitaba cerciorarse de que estaba con vida antes de poder
pensar su siguiente movimiento, aunque este fuera bajar y
estrangularla.
Recordó entonces que a la locura de tirarse había que
sumarle que estaba maniatada, lo que hizo que negase con la
cabeza siendo incapaz de comprender lo que acababa de hacer.
Un par de segundos después, sin salir, solo pudo tomar una
única decisión: saltar.
Y lo hizo con la esperanza de encontrarla con vida, así
podría darse el lujo de matarla después por todo lo que había
causado.
No dudó en dar el paso, lo hizo sin dejar que sus instintos le
gritasen que estaba loco. Solo cuando la sensación de
gravedad lo envolvió, logró tener un único pensamiento:
aquella mujer estaba loca.
Rompió la superficie del agua con los pies y se hundió a
mucha velocidad a causa de su peso.
Pasados unos instantes luchó con los brazos y los pies para
salir de aquel lugar. El frío era tal que fue como si cientos de
agujas se clavasen en cada centímetro de su cuerpo, casi
bloqueándolo.
Luchó porque tenía mucho por vivir y a una princesa a la
que poner sus manos encima.
Que Gerald le perdonase porque tenía algo que tratar con
aquella loca.
Solo cuando sacó la cabeza del agua alcanzó a respirar
llenando sus pulmones de aire. Desde arriba el lago parecía
mucho más pequeño de lo que lo era, ahora era lo único que
venía a su alrededor.
Katariel no estaba, eso fue lo más preocupante.
Se zambulló para tratar de encontrarla, a pesar de lo oscuras
que eran esas aguas tenía que encontrarla sí o sí.
Con vida.
Capítulo 31

Para Katariel, entrar en el agua fue como volver a casa,


como si la hubiera estado esperando toda una vida sin saberlo.
Se hundió dejando que los problemas se fueran flotando y,
cuando pensó que no saldría, descubrió que podía hacer un
alto en el camino y seguir peleando.
Había escuchado a Zachary gritar su nombre cuando ya era
demasiado tarde, ya había saltado dejando que la suerte hiciera
el resto. Si algo había aprendido en todo ese viaje es que, si
peleaba, podía conseguir todo lo que se propusiera, de lo
contrario solo conseguiría quedarse con las dudas.
Logró pasar las manos, que seguían atadas a su espalda,
hacia delante sorteando las piernas y abrió los nudos usando la
boca. Justo después logró nadar hasta sacar la cabeza del agua
para llenar los pulmones de aire.
Lo hizo a toda velocidad, sabía que Zachary no iba a dudar
en seguirla y quiso aprovechar cualquier mínima ventaja que
tuviera a su favor. Aprovechando la oscuridad de las aguas se
metió entre ellas y nadó lo más rápido que pudo.
Puede que él conociera el bosque, sin embargo, ese lago era
su terreno de juego. Había entrenado allí con Nixon cientos de
veces y, como travesura, habían nadado al lado Draoid hasta
conocérselo al dedillo.
El guerrero se tiró al agua poco después y, aunque llevaba
bastante ventaja, no quiso entretenerse y perderla.
Las aguas frías entumecieron sus músculos, algo que no le
importó. Pensaba llegar al otro lado, a su casa y librarse de
aquel hombre durante una buena temporada.
Una de las veces que quiso subir a coger aire chocó con una
fina capa de hielo, certificando que estaba en territorio
Nislavo. Con una sonrisa triunfante en los labios golpeó con el
puño para romperlo y poder respirar.
El frío le heló la cara y ella sintió el impulso de reír, aquel
lugar era su hogar.
Nadó hasta alcanzar la orilla, justo al salir la nieve cedió
bajo su peso y se hundió; fue un detalle simple que le hizo
recordar mil cosas. Jamás hubiera imaginado echar tanto de
menos aquel reino.
Corrió, siendo consciente de que necesitaba estar en
movimiento para no morir de hipotermia.
No llegó muy lejos ya que, al avanzar unos metros, pudo
ver una moto en el suelo.
Con la respiración y el corazón agitados, llegó hasta ella
reconociendo perfectamente el modelo, la marca y la
matrícula. Fue entonces cuando creyó que iba a desmayarse
allí mismo.
—¿Nixon? —preguntó al viento mientras miraba a todos
lados buscándolo.
Encontró unas huellas recientes, unas que iban hacia el
mismo lago del que acababa de salir y eso no era una buena
noticia.
Zachary estaba en esas aguas.
Desesperada, corrió deshaciendo el camino hecho hasta
entonces, necesitaba encontrarlo antes de que el enemigo lo
hiciera. No podía regresar a casa sabiendo que a él podía
pasarle algo malo.
No tardó en verlo, estaba agachado en el agujero que había
hecho ella para salir de aquellas aguas.
—¿Katariel? —preguntó Nixon al aire sin verla.
La joven jadeó al sentir su voz, fue como si la escuchase
después de años y le produjo un escalofrío. Tembló siendo
incapaz de dejar de mirarlo, ahí estaba después de tanto
tiempo.
Era justo el momento que deseaba, solo tenía que alzar la
voz y salir de allí a toda prisa.
Tomó aire y, cuando fue a hablar, una mano cayó sobre sus
labios tapando por completo su boca. Otra, mucho más ruda,
se enroscó en su cintura y tiró de ella hacia atrás hasta
esconderla entre la maleza.
—No se te ocurra gritar —amenazó Zachary a su oído.
Katariel se revolvió buscando la forma de liberarse sin
conseguirlo, gruñó enfadada sabiendo que aquello no podía
acabar bien.
—Vas a venir conmigo y ahora no vas a escaparte.
Él no pudo verlo, pero puso los ojos en blanco, hasta trató
de morderle la mano para liberarse; tal vez entre ella y Nixon
podían noquear a Zachary lo suficiente como para correr lejos.
—Mira, hoy estoy generoso. Vamos a hacer un trato. Hoy
no muere y tú vuelves conmigo.
Katariel valoró la posibilidad, pero la rehusó negando con
la cabeza y eso firmó la condena de Nixon.
La mano que la tenía sujeta por la cintura se movió unos
centímetros, fue algo muy leve, aunque supo que lo suficiente
como para hacer un hechizo. Y ahí, con horror, contempló
como apareció una cuerda alrededor del cuello de Nixon, la
cual se envolvía y apretaba.
La joven, desesperada, se revolvió luchando por liberarse.
Él no podía morir delante de sus narices sin poder hacer nada.
—¿Aceptas el trato o sigo apretando? De ti tengo órdenes
de no matarte, pero él puede morir —preguntó Zachary en su
oído.
No quería aceptar, pero tampoco quería perder a Nixon. Él,
luchando con la cuerda que le cortaba la respiración, ya había
caído al suelo y comenzaba a peligrar su vida. Decir «no» era
una inconsciencia, así que, con el corazón roto, tuvo que
aceptar.
Aferrándose al brazo del guerrero, el que tapaba su boca,
asintió.
La cuerda cayó al instante produciendo que él luchase por
respirar, jadeó con dolor llenando sus pulmones con oxígeno.
Tosió, mucho, lo hizo durante unos minutos, los mismos que
Katariel dejó que las lágrimas manchasen su rostro hasta
acabar en la mano de él.
Fue allí cuando quitó la mano de sus labios sabiendo bien
que no haría nada que pusiera en peligro la vida de Nixon.
—¿Cómo sé que no le harás daño? —susurró la joven.
—No lo sabes y tendrás que fiarte de mi palabra —contestó
en su oído.
El agarre de su cintura pasó a su brazo, tiró de su cuerpo
llevándosela lejos. A pesar de estar en suelo Nislavo, iba a
tener que volver a Draoid siendo la rehén que era. De nada
había servido luchar sin parar.
Apenas unos pasos la separaban de Nixon, los más largos
de su vida. A pesar de todo, él seguía con vida y eso era lo
importante. Ella siempre lo antepondría en cualquier situación.
Caminó porque no le quedó remedio alguno, se dejó guiar a
través de la maleza en un intento de no levantar sospechas. No
querían alertarle, ni tampoco a los soldados que seguro habrían
ido con él.
El corazón de Katariel se rompió un poco al descubrir que
había estado a un paso de la libertad. Solo un instante la
separaba de poder abrazar a Nixon, ahora solo podía verlo
mientras ella comenzaba el camino de regreso a Draoid.
Echó una vez la vista atrás y se lamentó por no gritar su
nombre, si lo hacía lo ponía en peligro.
A pesar de que no quiso se rindió. Zachary acababa de
ganar y ella había perdido una vez más. No había forma de que
el destino le diera una tregua, no era posible que le pudieran
salir las cosas bien.
Y su interior gritó en rebeldía.

***

Solo cuando se alejaron unos kilómetros, Zachary se detuvo


permitiéndole respirar un poco. Estaba cansada, mojada y con
el corazón hecho pedazos, a pesar de eso decidió no quejarse.
No iba a darle la oportunidad.
—Después de la charla es raro no volver a sentirte. Con lo
divertida que me parecías tratando de matarme.
Ella puso los ojos en blanco.
—Dame la oportunidad y verás la fiesta que monto
bailando sobre tu tumba —contestó totalmente encolerizada.
Él no pudo evitar echar la cabeza atrás y reír a carcajada
llena.
—Ahora ya sí eres como recordaba.
Decidió no seguirle la corriente, prefería quedarse en
silencio y no darle el gusto. Si quería reír era mejor que no
fuera de ella. Respiró profundamente con los puños apretados,
no quería volver a caer en ninguna provocación.
—Tengo una pregunta en mente…
Katariel puso los ojos en blanco, prefería que se ahogara
con su propia respiración a que siguiera hablando. Estaba claro
que había encontrado su punto débil y que iba a explotarlo al
máximo: Nixon.
No contestó esperando que lo entendiera, no obstante,
estaba claro que él ya había encontrado un objetivo y que
pensaba ser como un perro con un hueso. No iba a soltarlo en
mucho tiempo.
—¿Os queréis porque sois compatibles o porque os han
dicho que acabaréis juntos?
No iba a contestar ninguna tontería que saliera por su boca.
Y eso lo divirtió mucho más.
—Pensándolo bien, si yo tuviera que verme en esa
situación, buscaría la forma de llevarme bien con esa persona.
Es mucho mejor así que pasar el resto de la vida peleando.
Quiso contestar mordazmente, pero recordó que no iba a
darle el gusto.
Él la miró de reojo con una sonrisa dibujada en los labios.
Estaba claro que estaba haciendo todo aquello para hacerla
saltar. Comenzaba a ver que su crueldad no tenía límites.
No le había dejado llorar como se merecía la pérdida de su
libertad. Había sido amenazada con la muerte de un ser
querido y, encima, la arrastraba hacia el otro lado del mundo
sin opción a defenderse.
—Estoy convencido de que ese Nixon ni siquiera sabe
besar.
Esa ya fue la gota que colmó el vaso, podía meterse con
ella, pero aquello era cruzar una línea roja que no sabía que
tenía. Esas palabras provocaron que la ira se esparciera por
todo su cuerpo.
Se detuvo en seco y tiró de su brazo para liberarlo, al no
conseguirlo, lanzó su puño contra su pecho.
—¡Eso sí te hace enfadar! —exclamó victorioso.
Katariel gruñó y bufó completamente airada.
—¡Eres muy mezquino! —lo acusó solo para su disfrute ya
que volvió a reír a carcajada llena.
Aquel hombre estaba logrando sacar lo peor de ella.
—¿Me confirmas que él no sabe besar o eres tú la que no?
—preguntó antes de que ella le diera un manotazo en el pecho,
sonó mucho más de lo que dolió, pero lo sorprendió lo
suficiente como para mirarla con los ojos bien abiertos.
Él debía comprender que iba a pelear todo lo necesario si
pensaba hacerla rabiar de esa forma.
—¡Habló el experto! ¡No he visto una gran cola de mujeres
detrás de ti! Seguro que es porque no eres capaz de conseguir
que ninguna mujer se fije en ti y no me extraña.
Zachary tomó su barbilla, no le hizo daño, pero sí ejerció la
presión suficiente como para mantenerla quieta. Ambos se
miraron a los ojos con tanta intensidad que fue como si de
ellos desprendieran chispas capaces de quemar todo el bosque.
De pronto él recortó la distancia que los separaba y tomó su
boca. No fue dulce, ni tampoco delicado, fue como un vikingo
asaltando una aldea, tomando lo que era suyo por derecho
propio.
Sus labios la cubrieron por completo, apretándose contra
ella al mismo tiempo que sus manos bajaron a su cintura y la
empujaron contra su pecho.
La cabeza le dio vueltas unos segundos, no supo si
producto de la sorpresa o por algo más. Pasados unos
segundos no pudo certificar que su mente estuviera en plenas
facultades mentales.
La lengua de Zachary empujó sus labios, no llamó o avisó,
simplemente entró quemándolo todo a su paso. La saboreó a
conciencia como si tuviera intención de recordar cada rincón
de su boca.
Y fue ahí, cuando Katariel, apretada a ese fuerte pecho,
sintió que el mundo daba vueltas a su alrededor. Se sujetó a
sus brazos tratando de no caer porque tuvo la sensación de que
si no lo hacía se daría de bruces contra el suelo.
Entonces se defendió, él pegó un quejido antes de retirarse.
La confusión se reflejó en su rostro antes de que sonriera con
unas pequeñas gotas de sangre entre los labios.
—Me has mordido —gruñó llevándose el pulgar derecho a
la boca.
Se limpió los restos de sangre y volvió a tomarla por el
codo.
—Bien, princesa. Toca regresar a mi casa.
El interior de Katariel rio como segundos antes lo había
hecho él. Ahora sabía a quién se enfrentaba y no pensaba
perder esa batalla.
Capítulo 32

Nixon solo le bastó seguir un par de sonidos y huellas para


encontrarla. Sabía que se trataba de ella porqué, segundos
antes, un grito con su nombre había atravesado el cielo.
Él no se encontraba en una misión, lo cuál significaba que
estaba solo. Había ido a desconectar y tratar de pensar al lago
al que tantas veces visitó con Katariel. Ese lugar donde habían
entrenado tanto.
La imagen que encontró ante sí lo enfadó y sorprendió a
partes iguales, encontrándose a una mujer siendo besada por
otro hombre. En otra circunstancia eso no hubiera tenido
importancia alguna, pero ella era Katariel de Nislava y él su
enemigo.
Conocía bien a ese hombre porque había peleado con él en
el campo de batalla, se llamaba Zachary y era el jefe del
ejército Draoid; eso significaba que era un alto cargo de aquel
reino.
La sorpresa lo apuñaló en el corazón.
Él llevaba preocupado por Kata desde el momento en que la
vio llegar al campo de batalla y ahora estaba en brazos de otro
como si nada. Algo ahí no podía ser real porque no era capaz
de comprender lo sucedido.
—¿Beso mejor que Nixon? —le preguntó Zachary.
Ella le dio un golpe en el pecho, uno que pareció no
importarle ya que ni se inmutó.
—No le llegas a la suela de los zapatos —escupió ella
esclareciendo un poco lo sucedido.
Siempre se la había imaginado siendo sometida a torturas o
llorando en manos de los enemigos, encontrarla de esa forma
lo sorprendió mucho más de lo que hubiera calculado jamás.
Por suerte todo parecía tener una explicación.
—¡Katariel! —gritó entonces sin tener muy en cuenta las
consecuencias posibles.
Estaba solo y aquel hombre tenía poder para acabar con
todo un ejército sin pestañear siquiera, no obstante, tenerla
delante había hecho que su sentido común se volatilizase.
El guerrero no tardó en responder, girándose hacia él
levantó un brazo y concentró energía en la palma de la mano.
Antes de poder dispararlo fue la misma Katariel quién lo
empujó haciendo que el choque de energía se desviara unos
centímetros.
Impactó muy cerca de sus pies, provocando que la honda
expansiva lo hiciera caer al suelo.
Nixon sacó su arma dispuesto a pelear, si el destino quería
que los viera era por algo y debía tratar de defenderla.
—¡Tenemos un trato! ¡Dijiste que si iba contigo no le
dañarías! —gritó la princesa enfurecida.
Zachary, haciendo una mueca de desagrado, asintió.
—¿Y qué hago? ¿Dejo que nos dispare? —le respondió.
Aquellas pocas palabras le explicaron lo que estaba
sucediendo allí. Katariel sí seguía siendo una rehén y lo peor
era que no presentaba batalla para salvarle la vida, otra vez.
Ella siempre tenía que interponerse.
Esta vez él sería quién la salvase.
Justo cuando se puso en pie apuntó su arma. Ellos estaban
absortos en una discusión y no vieron cómo lo hacía. Cuando
disparó el sonido cortó el aire hizo que los pájaros, hasta
entonces posados en la rama de los árboles, salieran volando,
huyendo de allí.
La bala nunca llegó. El Draoid la hizo desaparecer por arte
de magia.
Lo vio hacer un hechizo, aunque no supo qué se proponía.
Nixon salió corriendo en su dirección en un intento
desesperado por salvar a Katariel de sus garras enemigas.
Ahora era su oportunidad de ser un verdadero rey y poder
devolverle todos los favores que le había hecho.
Una raíz del suelo brotó tirándolo con fuerza parando en
seco su carrera. Rodó tratando de levantarse, pero a esa se le
unieron muchas más cubriéndolo casi por completo.
Él forcejeó hasta gritar y desgarrarse las cuerdas bocales.
Nada funcionó, ella volvía a escapársele entre los dedos sin
poder evitarlo. La vida de Katariel era un bien tan preciado
que se odió por no poder salvarlo.
Y así, vio como el Draoid la tomaba del brazo, justo cuando
ella quiso avanzar hacia él para ayudarle, y se la llevó contra
su voluntad. Vio partir a la mujer que amaba, con la
impotencia de saber que no había podido salvarla.
Dejándola sola de nuevo.

***

—¡¿Qué le has hecho?! —bramó enfadada pasados unos


minutos.
Llevaban corriendo cerca de media hora y su cuerpo le
exigía parar, así pues, tiró de él con todas sus fuerzas hasta
lograr que soltase su brazo.
Colocando las manos sobre las rodillas trató de recuperar el
aliento mientras su cabeza explotaba en mil reacciones
distintas. No podía creer que Zachary hubiera roto el trato que
acababan de hacer. No tenía porqué sorprenderse, sin embargo,
estaba tan decepcionada y enfadada que hubiera podido
matarlo allí mismo.
—Distraerlo, estará así un par de horas, pero no le pasará
nada malo —explicó él algo molesto con su actitud.
Chasqueó los dedos haciendo aparecer una cuerda
alrededor de su cintura, se ató con la suficiente fuerza como
para tenerla bajo control, aunque sin ejercer ningún daño.
—¿Ahora soy un perro? —preguntó tirando de la cuerda
que llegaba hasta las manos de aquel hombre.
Él, divertido con la situación, se encogió de hombros
fingiendo ser inocente.
—No es que hayas dado muchas señales de ser obediente y
no querer escaparte.
En eso tenía razón, era mejor que durmiera con un ojo
abierto porque ella se había cansado de ser la princesa
desvalida. La gota que había colmado el vaso había sido verlo
atacar a Nixon, con ese acto acababa de firmar la guerra.
Volvía a Draoid, sí, pero ya no quedaba nada de la pobre
niña que creían que era. Había sido entrenada para la guerra y
eso es lo que se iban a encontrar. Ahora sabía demasiado, tanta
información sobre su vida había provocado que todo diera un
giro.
Ya no era Katariel la princesa, ahora era Katariel la
guerrera.
Pensó en su padre, aquel hombre había conseguido que
todo el mundo estuviera en su contra y eso era todo un hito. Su
crueldad no tenía límites y, contra más sabía de su pasado, más
cosas horribles entraban en su mente.
Treinta años de guerra. Había querido reinar en Draoid a
base de casarse con la princesa del reino, al no conseguirlo,
decidió acabar con su vida y hacer que toda su gente entregase
la vida en una guerra sin sentido.
¿Y los otros reinos? De todos quería algo, de Kaharos la
sabiduría de los elfos y de Reiyar las piedras preciosas que
extraían de las montañas. Siempre tenía algo que sacar en su
beneficio sin tener en cuenta de que eran personas que solo
querían una vida normal.
Eso la hizo recapacitar.
—¿Hay forma de parar la guerra? —preguntó sin darse
cuenta que lo hacía en voz alta.
Zachary la miró con sorpresa.
—Supongo que sí, acabando con tu padre —dijo con
crudeza.
Por mucho que esas palabras no le gustaron no pudo negar
que eran ciertas. Él había iniciado aquello y con su muerte
podían firmarse nuevos pactos para alcanzar la paz que
siempre había existido.
Cabeceó con la idea sin volver a emitir palabra alguna.
—¿Esa cabecita ya comienza a pensar como una reina?
Katariel lo fulminó con la mirada, además, se cruzó de
brazos para mostrar aún más su descontento.
—¡Oh! No vas a hablarme, ¿eh?
Para aquel hombre todo parecía un juego, uno en el que
podía salir mal parado.
—Quizás debería besarte de nuevo, ahí estabas más
receptiva.
La joven se plantó, frenando en seco provocando que él la
mirase con tal intensidad que sintió que sus piernas
flaqueaban. No mostró rastro de titubeo alguno para no hacer
que se sintiera victorioso.
—Sigo mojado, ¿tú no? —preguntó como si todo aquello le
diera igual.
Acto seguido se quitó la camiseta dejando al descubierto un
pecho tan musculado que hizo que, por desgracia, se
descubriera a sí misma mirándolo de arriba abajo como si
quisiera memorizarlo.
Le sorprendió ver que todo él llevaba tatuajes, en el pecho
parecía llevar una especie de inscripciones que no pudo leer
con claridad. Su vista se centró en su hombro izquierdo, donde
llevaba una especie de cruz mezclada con un árbol de la vida
que resaltaba más lo fuerte que estaba.
Pasados unos segundos no le importó que él viera lo mucho
que miraba su desnudez, no tenían nada que reprocharse el uno
al otro.
—¿Te gusta lo que ves? —preguntó Zachary triunfante.
Katariel no se sonrojó, no era el primer hombre que veía sin
camiseta y, dado los duros entrenamientos que debían seguir
para el campo de batalla, todos estaban fuertes.
Él no podía ser una excepción.
Se mordió la lengua sin contestar, no le importaba
envenenarse ella misma si así no le daba ni un segundo de
disfrute a ese hombre.
—Tú y yo en otras circunstancias, no hubiera importado,
¿no?
Katariel fingió tener ganas de vomitar.
—Ni que fueras el último hombre de la faz de la tierra. Nos
extinguiríamos.
Zachary no pudo aguantar más de dos segundos antes de
volver a reír a carcajadas. Aquel sonido se filtró en sus oídos,
casi fue como si se tratase de una melodía capaz de
transportarla a otros lugares, a otros momentos de su vida.
Como si él y ella se conocieran desde hacía muchísimo
tiempo.
Capítulo 33

Katariel certificó que aquel reino era asquerosamente


caluroso. Al menos agradecía que los árboles apenas dejaran
pasar rayos de sol, porque eso haría mucho peor su camino de
vuelta a Draoid.
Pasadas unas horas, a modo de sorpresa, justo al atravesar
un par de árboles encontraron la mochila de Zachary. Él
pareció alegrarse antes de cogerla, acto seguido miró a su
alrededor y asintió.
—Pasaremos la noche aquí, todavía nos quedan unas horas.
La joven no se lo pensó y se dejó caer hasta sentarse en el
suelo con las piernas cruzadas. Estaba tan cansada que le gustó
saber que iban a tener unas horas antes de regresar a su «tan
preciado poste».
Zachary buscó en su recién encontrada maleta y sacó una
cantimplora, un poco de pan y embutido. No tardó en partirlo
en dos para darle una porción cosa que ella aceptó encantada,
por mucho que batallara con ese hombre necesitaba comer
para seguir con vida.
—Gracias.
—No soy un bárbaro.
Ella prefirió poner los ojos en blanco para no entrar en su
provocación, estaba muy cansada y solo esperaba tener un rato
para dormir.
Lo miró con atención cuando usó sus poderes para abrir la
botella y servir un vaso de agua, uno que levitó hasta bajar,
delicadamente, sobre su mano derecha.
—¿Cómo puedes conjurar sin decir palabras? —preguntó.
Él, enarcando una ceja, pareció divertido con su pregunta.
—¿Qué esperabas? ¡Oh, ya! Al decir magos nos imaginaste
con calderos, bolas de cristal y cien libros de hechizos.
Se sonrojó, había dado en el clavo. Allí en palacio apenas
había podido ver el mundo exterior y era ahora cuando se daba
cuenta de lo muy equivocada que estaba en todo. El mundo
real era muy distinto.
—Hace siglos era así, pero la magia evoluciona generación
tras generación y ahora somos capaces de controlarla con
nuestra mente y unos pocos pasos con las manos —explicó.
Eso tenía sentido, cada vez que lo había visto hacer magia
siempre había ido acompañado de un chasquido o un
movimiento. Eso era mucho más práctico que recitar hechizos.
—Duerme un rato, te ayudará para el camino que nos queda
—comentó él cuando vio que acababa su cena.
Katariel dudó, las últimas noches él había llenado sus
sueños. ¿Qué pasaría? Había comenzado a temer sus aventuras
nocturnas, con esas imágenes que la atormentaban. Estaba
convencida de que querían decir algo y que por eso Layla
decía haber provocado eso, pero nada quitaba el cierto recelo
que sentía.
—¿Y tú?
—Yo vigilaré, ya tendré tiempo de descansar cuando
lleguemos. Mi cama me espera y a ti no parece que el poste
sea lo más cómodo.
Asintió dándole la razón, aquel lugar era horrible, además
estaba en medio del paso con todo el mundo.
Se tumbó dejando que su mente imaginase cuál sería el
resultado de aquella noche y no le gustó descubrir que tenía
cierto miedo a esos sueños. Ellos mostraban algo que
comenzaba a comprender y del que estaba segura que no
quería saber.
—¿Qué imágenes ves al dormirte?
Él se pasó una mano por la cabeza, su cabello rapado ya
había crecido unos centímetros y pensó que le quedaba mejor
así.
—Te veo a ti, siempre dices mi nombre o me dices algo,
estás feliz, como si fueras ajena a esta guerra. Después mueres
en todas ellas.
Las palabras de Zachary calaron hondo en su pecho, era
como si sus mentes se hubieran vuelto locas a la par y
buscaban enloquecerlos hasta reducirlos a una mera
alucinación.
—¿Tú que ves?
Era justo que preguntase, aunque no estuvo segura de
responder. Las últimas noches todo se había tornado más
confuso que nunca y decirlo en voz alta solo mostraría lo loca
que se estaba volviendo.
A pesar de eso, tomó una lenta respiración y contestó.
—A ti siempre prometiéndome que volverías a
encontrarme.
Ambos se miraron en silencio incapaces de romper el
silencio que los abrazaba. Cada uno tenía su propio infierno
interior.
—Después el agua me lleva —concluyó Katariel.
Zachary carraspeó un poco como si tuviera la necesidad de
aclarar su garganta. No le culpó, lo que acababan de decirse
era extraño y no tenía sentido alguno. En otras circunstancias
ellos hubieran compartido habitación en alguna institución
psiquiátrica.
—Será mejor que duermas —cortó el guerrero.
Ella le hizo caso, necesitaba esas horas de descanso. Su
cuerpo ya comenzaba a sentirse totalmente agotado y poder
dormir, a pesar de las imágenes, era algo tan imperioso que
apenas cerrar los ojos cayó en un sueño tan profundo que
temió no despertar nunca.

***

—Te dije dos días —regañó Zachary al aire sabiendo bien


quién era el que estaba a punto de aparecer allí.
Markus hizo acto de presencia, la sorpresa de encontrarlos
se reflejó en su rostro unos segundos antes de suspirar
aliviado. Se fijó en Katariel, la cual parecía dormir
plácidamente ajena a su alrededor.
—Faltan unas pocas horas para esos dos días. Bésame el
culo por preocuparme, no te imaginas lo difícil que ha sido
esperar —explicó su compañero.
Asintió aceptando sus palabras, no podía quejarse por
querer cerciorarse de que estaba bien. Él era un buen hombre
al que le confiaría su vida y eso era difícil de conseguir en un
mundo como el suyo.
—¿Temías que me matase? —preguntó divertido.
Markus se dejó caer al suelo y echó la mano a su pesada
mochila. De ahí sacó un par de cervezas, le tendió una y las
hicieron chocar a modo de brindis antes de poder abrirlas y
pegar un trago.
—No, eso no me preocupaba —contestó convencido.
Zachary recordó todo el camino con aquella mujer y sonrió
antes de seguir bebiendo.
—Pues me ha ido de un pelo en algún momento, no creas
—se sinceró.
Había sido excitante seguirla por aquel bosque. Resultaba
estimulante haberla visto pelear con uñas y dientes. Además,
tenía claro que si Nixon no hubiera aparecido no hubiera
podido traerla a Draoid de vuelta.
Tenía un corazón demasiado blando.
—Y si no era mi muerte, ¿qué era lo que te preocupaba?
Markus la señaló con el botellín antes de volver a beber.
—Algo ha cambiado entre vosotros y serías tonto de
negarlo —le acusó ferozmente.
Su amigo tenía razón, había cosas que estaban
evolucionado de una forma que no habría esperado jamás.
Entre ellos comenzaba a haber un vínculo, muy a pesar de que
ella hubiera tratado de asesinarlo; eso había sido supervivencia
y no lo iba a tener en cuenta.
—Ella también sueña conmigo. Dice que le prometo
encontrarla —dijo sin saber muy bien porqué lo hacía.
Era como una pesada carga que necesitaba soltar y no había
nadie mejor en el mundo a quién confiarle un secreto.
Markus se llevó las manos a las sienes tratando de
masajearse y así conseguir algo de claridad en algo tan turbio.
Nunca había sentido que alguien hubiera vivido algo
semejante y sabía que no lo haría.
—¿Y qué crees que son todas esas imágenes? ¿Qué quieren
decir? —preguntó el segundo al mando siendo incapaz de
comprender semejante locura.
Zachary tenía una teoría en la mente, una que parecía tomar
fuerza con cada noche que pasaba, pero que no significaba que
fuera cierta. De serlo, todo se tornaría mucho más extraño.
—Creo que son vidas…
Decirlo en voz alta le hizo sentir como un loco, pero el
silencio de Markus le indicó que tenía mucho más sentido de
lo que habría pensado en un principio.
—Quieres decir… —Se detuvo a pensar—. ¿Qué ya os
conocéis?
Asintió solemnemente.
De pronto vieron como el sueño de Katariel cambiaba. Ya
no dormía plácidamente, en su defecto había comenzado a
moverse de un lado al otro como si algo la persiguiera. Quiso
ir a despertarla, sin embargo, se contuvo, como si quisiera
dejar que ella misma se enfrentase a esos demonios.
Además, había demostrado ser lo suficientemente fuerte
como para poder enfrentarse a cualquier cosa.
—Creo que nos hemos conocido cientos de veces —
sentenció Zachary contestando la pregunta de su amigo.
No dejó que dijera nada más porque su mente iba mucho
más rápida que cualquier cosa en ese bosque. Era como si
alguien hubiera abierto el cajón de los truenos y todos ellos
resonaran sin piedad.
—Y creo que siempre hemos estado en lados opuestos de la
balanza.
Markus lo miró como si acabase de enloquecer y no lo
culpó, solo rio ante su gesto totalmente desfigurado.
—¿Cómo sabes eso? Porque yo sueño con una mujer y no
saco tanta información.
—Es sencillo, ella, en mis sueños, siempre acaba muerta.
Su amigo suspiró pesadamente antes de sacar una segunda
tanda de cervezas. No beberían más que esas dos porque
necesitaban estar despejados para el día siguiente, pero el
alcohol estaba ayudando.
—Si yo soñara así con Molly o alguna otra me pegaría un
tiro.
—Yo estoy a un paso, pero prefiero seguir jugando que hay
más allá de todo eso.
Hicieron un brindis.
—Por esta locura de mundo —dijeron a la vez.
Capítulo 34

Cuando Katariel despertó no estuvo contenta de ver a


Markus con ellos, lo fulminó con la mirada siendo incapaz de
fingir indiferencia.
—Veo que te alegras de verme —dijo lanzando un beso al
aire.
Katariel se revolvió cuando un escalofrío la atravesó de los
pies a la cabeza.
—Sí, después de mis días del mes eres lo más alegre que
puedo ver —contestó sin miedo ninguno.
La sorpresa se reflejó en el rostro de Markus, el cual, en vez
de contestar o decir algo de mal humor, prefirió reír como si
acabasen de contarle uno de los mejores chistes del mundo.
—¡Oh, claro! Que aún no conocías a la alegre Katariel —
exclamó Zachary acercándose a ella —. Markus, te presento a
la rehén ya no tan callada. Ha sido un auténtico placer pelear
con ella por todo este maldito bosque.
La princesa decidió cambiar de objetivo y mirar al guerrero
como si tratase de fundirlo allí mismo, no lo consiguió, pero
no le importó no lograrlo. Él sabía bien cómo se sentía.
—No te creas que para mí ha sido un paseo tranquilo —
contestó.
No, no lo había sido y era una sorpresa encontrar que,
debajo de esa piel fina y delicada, se encontraba una guerrera
más feroz que muchos de sus soldados.
Regresaron a Draoid más pacíficamente de lo que hubiera
esperado en un principio. Ella dejó que ellos hablaran de sus
cosas, tampoco entró en ninguna provocación que lanzaron al
aire para hacerla rabiar.
Fue como si al regresar a casa todo volviera a estar como
antes. Eso le molestó un poco, le gustaba esa nueva faceta de
la princesa y perderla tan pronto era algo desalentador.
—¿Lista para Gerald? —preguntó Zachary.
El primer paso para salir del bosque lo dio Katariel
mostrando que esta preparada para lo que viniera de ahí en
adelante. Su mirada y su gesto serio hicieron que ambos
hombres pudieran llegar a sentir algo de pena por su cambio.
Esa mujer mordaz parecía haberse diluido paso a paso hasta
regresar.
El rey no tardó en salir a recibirlos cuando las primeras
voces comenzaron a sonar contando su regreso.
Atravesó la plaza siendo incapaz de esperar a que llegaran
ante su casa. Su rostro, donde reflejaba enfado, no mostró un
ápice de alivio al verla de regreso. Algo que sorprendió a
Zachary.
Justo cuando se detuvo ante Katariel levantó la mano
soltándole un sonoro bofetón que hizo que girase la cara.
—Devuélvela a su poste, seguro que lo ha echado de menos
—ordenó impasible.
Ella volvió a encararlo, aunque esta vez con una sonrisa en
los labios que se dibujaba tan amplia que todos creyeron que
acababa de enloquecer.
—¿Por qué no me atas tú, abuelo? ¿O crees que no
ensuciarte las manos hace que Layla se remueva menos en su
tumba?
Un segundo bofetón atravesó el aire, esta vez con tanta
fuerza que estuvo a punto de caer al suelo; se tambaleó unos
pocos segundos antes de que el rey la tomase del cuello de la
camiseta y la acercase a él.
—¡Tú no sabes nada!
Katariel no se amedrentó, al contrario, se acercó mucho
más a su rostro para mirarlo a los ojos.
—¡Yo lo sé todo! Tu codicia hizo entregarla como si de un
trofeo se tratase y me dejaste con ese hombre sabiendo de todo
lo que era capaz. ¡No eres distinto a mi padre! ¡Sois dos
hombres cortados por el mismo patrón!
Zachary quedó perplejo ante las palabras de la joven,
aunque no fue el único. Todos los presentes se sorprendieron
al ver que ella había descubierto cosas de su pasado. Ese
mismo que lo ataba al rey.
Gerald, con rabia, tomó la cuerda que llevaba el primer al
mando y tiró de su nieta instándola a caminar hasta llegar al
poste. Ahí, apretándole los hombros, hizo que se sentase justo
para atarla, aunque esta vez sí puso sus manos por encima de
su cabeza haciendo, aún más, difícil su postura.
—¿Así me ensucio las manos suficiente?
—Tus manos ya tienen sangre de sobra, podrán aceptar lo
que me hagas, lo que no sé es cómo lo vería tu hija.
Gerald levantó el puño dispuesto a atacarla justo cuando un
sonoro «NO» resonó en el viento.
Era Loretta.
La reina madre irrumpió en la discusión sin temor a
enfrentarse a Gerald. Corrió como pudo hasta colocarse entre
su biznieta y su hijo, no temió ataque alguno porque él jamás
la dañaría.
—¿No ha recibido suficiente? —preguntó enfadada.
—¡Mira lo que has hecho! Le has explicado lo que no
quería que supiera y has conseguido que se crezca. ¡Es una
prisionera! Su lazo sanguíneo no significa nada para mí.
Zachary quiso intervenir. Por primera vez en mucho tiempo
no sentía las palabras de su rey como suyas. Había conocido a
Katariel más a fondo que los estándares pedían, ya no era la
hija del enemigo, era mucho más y todos lo sabían.
No era una simple rehén.
—Claro que no. Dile a todo el reino, con orgullo, que a la
mujer que torturas es tu nieta. Ellos lo saben, pero es mucho
mejor si lo dices en voz alta. Diles también que planeas
hacerle el daño que le hizo Negan a tu hija, que eres capaz de
infringir daño a lo que queda de Layla.
Ante las palabras de Loretta, Katariel no pudo más que
agachar la mirada como si aquello fuera terriblemente
doloroso. No obstante, el rey siguió mirando a su madre con
tanta fiereza que hizo que Zachary se preocupase.
—También diles que jamás moviste un dedo por ese bebé.
Que Malorie envió cientos de cartas durante sus primeros años
de vida avisando que la niña corría peligro. Cuenta como
quemaste esas cartas y nos condenaste a perder una nieta por
tu odio.
Gerald apretó los puños.
—Madre…
Loretta negó con la cabeza.
—Si quieres hacerlo al menos acepta las consecuencias de
tus actos.
El rey miró a Katariel destilando odio por todos sus poros,
no importaban las palabras de su madre, él jamás la vería
como era, solo como una persona a la que destruir y aplastar
como a un insecto.
—Layla murió por protegerte —la acusó.
Ella jadeó como si eso doliera.
—Hizo lo que toda madre haría por sus hijos, lo que
tendrías que haber hecho tú al saber que su marido la golpeaba
y le hacía vivir un infierno. Estuviste meses tratando de mediar
su regreso sin ir a por ella. Quisiste solucionarlo pacíficamente
acabando con su vida, porque acepta que no solo Negan la
asesinó, tus manos están manchadas con la misma sangre —
sentenció Loretta con dureza.
El rey, siendo incapaz de soportarlo, se llevó las manos al
pecho como si aquello fuera demasiado doloroso como para
soportarlo. Eran recuerdos que hacían mella en él amenazando
con consumirlo.
—Permití que gestionaras lo de Layla, pero con Katariel no
echaré la vista a un lado.
Gerald, casi enloqueciendo, buscó la forma de sortear a su
madre para alcanzar a la mujer que parecía haber removido el
mundo. Ese había sido un regalo envenenado del destino y
pensaba hacérselo pagar.
Zachary se movió a toda velocidad tratando de detener a su
monarca, pero llegó tarde ya que quién le paró los pies fue la
reina madre.
De un fuerte golpe del bastón contra el suelo, provocó una
honda expansiva que lanzó a todos lo que estaban más cerca, a
metros de distancia. Cayeron al suelo de forma poco amable y
golpeándolo duramente.
—He hablado con suficiente claridad como para no tener
que repetirlo —dijo Loretta mirando a su hijo con cierta
decepción.
El rey se levantó algo dolorido. Para sorpresa de todos no
trató de alcanzar a su nieta o enfrentarse a su madre una vez
más. Aceptó sus palabras, aunque no le gustaban, y caminó
hacia su casa mientras maldecía en voz alta.
—Lo siento… —susurró Katariel.
Eso llamó la atención de la reina madre, la cual se giró
hacia ella contemplándola con todo el cariño del mundo.
—¿Y qué sientes?
Ella, algo confusa por lo sucedido, carraspeó un poco
tratando de despejar su mente y poner algo de claridad a tanta
confusión. Para todos había sido algo difícil de contemplar y
mantenerse al margen.
—Me soltó para que huyera y le he traído más problemas
—confesó acongojada.
Loretta acarició le cabeza de su biznieta.
—¡Oh, no, niña! Hacía mucho tiempo que debíamos de
reunir cuentas con el pasado. Todos hicimos sacrificios y
tomamos decisiones poco acertadas. Tu presencia ha traído lo
inevitable, pero todo esto pasó sin que tengas culpa alguna.
Katariel asintió tragando saliva, todos sabían que no era
capaz de creerla. De alguna forma lograba sentirse culpable
del espectáculo que acababan de presenciar. Algo que jamás
había sucedido antes.
—¿Qué más tienes en esa cabecita? —preguntó la reina
madre.
Ella, con sorpresa, cabeceó un poco.
—¿Malorie era Draoid?
Loretta asintió.
—Sé, pequeña, que quisiste mucho a esa mujer. Y por
cómo la conocía, también sé que su amor hacia ti fue puro.
Las lágrimas mancharon el rostro de la joven, la cual luchó
por ocultarlas sin conseguirlo.
La reina volvió a atar las manos de ella en la cintura,
salvándola de la postura tan incómoda. No podía liberarla y lo
sabía bien, pero al menos quiso cerciorarse de que estaba en
mejor posición.
Acto seguido, y sin despedirse, se marchó canturreando una
canción infantil como si nada hubiera pasado.
Pero sí lo había hecho.
Capítulo 35

Katariel pasó todo el día atada, no se la llevaron a trabajar


el campo o a nada similar. Fue como si, de pronto, olvidasen
que estaba ahí. Esa noche parecía en calma, volvía a ser
calurosa, pero mucho más soportable que la anterior.
Escuchaba los gritos provenientes de la casa del rey, llevaba
horas discutiendo con Loretta, Zachary y Markus cada uno por
sus razones propias.
Con Loretta era por defenderla a capa y espada a pesar de
que ella no lo merecía.
Con Zachary por confesar que había tenido a Nixon al
alcance de la mano y lo había dejado escapar. El guerrero
confesó que bastante difícil había sido darle caza, si a eso le
añadía la muerte de su prometido, el regreso a casa hubiera
sido un infierno. Había preferido priorizar.
Y para Markus también hubo mal humor porque había
decidido no ponerla a trabajar en todo el día después de
haberse escapado.
Así pues, acabó mascullando que tenía a todo el reino en
contra por una mujer que no merecía el aire que respiraba.
Una brisa de aire lo cambió todo, fue como si saltasen todas
las alarmas de su interior reconociendo un olor dulce muy
particular. Dejó de mirar hacia la casa del rey para observar
como el resto de rehenes también lo habían notado.
De pronto fue como si en el suelo comenzaran a dibujarse
una especie de huellas que le provocaron un vuelco al corazón.
No lo dudó ni un instante, giró la cabeza y gritó con toda la
fuerza que pudo vaciando los pulmones al instante.
—¡AYUDA!
Hicieron falta dos intentos antes de que abrieran esa
maldita ventana por la que siempre miraban y la vigilaban.
—¿Te has vuelto loca? —preguntó Gerald sorprendido.
Katariel negó con la cabeza.
—Estáis en peligro, tenéis que…
No pudo terminar la frase, su abuelo logró materializar un
pañuelo que ató sobre su boca a modo de mordaza. Ella trató
de comunicarse, pero le fue imposible decir una sola palabra
más.
La discusión siguió a expensas de que, la princesa, había
comenzado a revolverse con fuerza. Se llevó las cuerdas de las
muñecas a la boca con desesperación, esperando poder
desatarse. Logró quitarse la dichosa mordaza, pero le fue
imposible deshacer el nudo.
Una segunda brisa de aire le indicó que estaba en lo cierto
de temer por su propia vida.
Justo ahí, entre ellos, acababa de llegar un enemigo peor
que cualquier Draoid. Aquellos seres solían formar parte de
los cuentos populares que usaban para asustar a los niños.
Podían desaparecer a voluntad dejando un reguero dulce que
atraía a sus víctimas.
—¡ELFOS! —bramó asustada.
Sabía de lo que eran capaces.
No eran seres de luz como la gente solía pensar. Podían
llegar a ser poderosos y despiadados, capaces de cualquier
cosa por su propio beneficio.
De pronto notó unas manos tomar sus tobillos, el agarre fue
firme y con fuerza, tirando de ella para llevársela. Justo
cuando la cuerda de las manos los detuvo, la magia hizo el se
soltase del poste y de sus muñecas a la vez.
El corazón de Katariel estaba a punto de colapsar allí
mismo. Ella era el objetivo y eso no podía significar nada
bueno. Se revolvió con fuerza logrando dejar ir uno de sus
pies. Tomó impulso y pateó con toda la fuerza que pudo reunir
encontrando algo duro que crujió y gritó a partes iguales.
Aprovechó la confusión para rodar sobre sí misma y tratar
de incorporarse para correr en dirección contraria a aquellos
seres.
—¡AYUDA!
Su grito alertó al resto, que esta vez sí la creyeron.
Antes de que llegasen volvieron a tomarla de las piernas,
haciéndola caer de bruces al suelo con fuerza. Sus pulmones se
vaciaron de aire al instante y necesitó unos segundos antes de
volver en sí.
La arrastraban como a un saco, necesitaba defenderse o, de
lo contrario, los elfos se la llevarían. Estiró los brazos y logró
alcanzar la cuerda que, hasta hacía apenas unos segundos,
ataba sus muñecas.
Con fuerza, giró sobre sí misma al mismo tiempo que usaba
aquello como arma. Se irguió lo justo como para calcular
dónde estaba la cabeza de su atacante y la ató alrededor de su
cuello. Ahí apretó con toda la fuerza que pudo reunir.
Gerald lanzó una especie de rayo al cielo que provocó que
todos los elfos presentes se hicieran visible. Y eran muchos.
Demasiados.
Todo Draoid salió a combatir al enemigo.
Ella no soltó la cuerda hasta cerciorarse de que perdía el
conocimiento, apretó hasta que cayó al suelo sin moverse ni un
ápice. Fue justo en ese momento en el que alguien la tomó por
debajo de los brazos y la levantó.
Sonrió al encontrar una cara conocida, Zachary.
—Dame un arma —pidió.
—¿Te has vuelto loca? —preguntó como si acabase de
pedir algo prohibido.
Tuvieron que separarse unos segundos porque dos elfos los
atacaron, eran muy superiores numéricamente y tenían un
claro objetivo: la princesa de Nislava.
—¡Agáchate! —gritó Markus.
Le hizo caso sin rechistar, notando una gran fuerza pasar
por encima hasta impactar contra uno de los enemigos. La
honda expansiva la tiró al suelo, aunque pudo recuperarse a
toda velocidad y levantarse como si nada.
—¡Qué me des un arma, joder! ¡Sé pelear!
No iba a huir porque las expectativas de ir al reino de
Kaharos no eran las mejores, casi prefería el trato que estaba
recibiendo en Draoid. Puestos a elegir, ese era el mejor de los
reinos hasta la fecha.
El infierno se desató a su alrededor y solo pudo unirse a ese
caos. Entró a pelear con toda la fuerza que tenía y demostrar
que era mucho más que un objeto a ganar en una guerra
absurda.
Tras noquear a un par de elfos, presa del enfado, se acercó a
toda prisa a Zachary. Él acababa de hacer explotar a un
enemigo cuando dejó que entrase en su campo de visión.
Katariel se aferró a su cintura sabiendo bien que, a pesar de
los poderes, llevaba un arma encima por miedo a que sus
poderes fallasen. Se la había visto en el bosque cuando se
quitó la camiseta, como también sabía que Markus también
llevaba una.
Él frunció el ceño ante su cercanía y pronto comprendió lo
que buscaba entre sus ropas.
—Está mojada del lago, no disparará —la advirtió
segundos antes de silbar al hombre que tenía delante.
Markus negó con la cabeza antes de sacar la suya y lanzarla
al aire, Katariel la tomó luciendo una enorme sonrisa. Ahora
podría estar a la altura de las circunstancias y pelear como
sabía.
—Esto es una mala idea —masculló el segundo al mando.
Zachary le ordenó que no se separara de él, quería tenerla
vigilada y no lo culpó por querer algo así. Ella lo iba a intentar
con todas sus fuerzas, aunque falló estrepitosamente cuando
vio que los elfos estaban tratando de llevarse a los rehenes.
Corrió hacia ellos y disparó a uno en la cabeza antes de
patear al otro en el pecho haciéndole perder el equilibrio. Eso
bastó para que un guerrero Draoid acabase con él casi al
instante.
Katariel miró a los rehenes, ellos eran solo daños
colaterales de la guerra de su padre y ese era la única
oportunidad que tenían.
—Huid —les dijo sabiendo que iba a ser la única vez que
pudieran hacerlo.
—Venid con nosotros, princesa —pidió la mujer.
Kata, sabiendo que no podía, negó con la cabeza. Acababan
de depositar en ella la confianza suficiente como para
entregarle un arma, además, en aquellos momentos había dos
reinos peleando única y exclusivamente por conseguirla.
No tenía escapatoria, sin embargo, ellos sí.
—Corred, rápido y no miréis atrás.
La orden no se hizo esperar, asintieron y giraron sobre sus
talones lo suficiente como para correr. Estaba convencida de
que, a través del caos, nadie se fijaría en ellos y así podrían
regresar a casa.
Katariel, dispuesta a seguir batallando, buscó a Zachary con
la mirada para hacer justo lo que le había pedido: permanecer
a su lado.
Antes de hacerlo no pudo evitar ver como, mientras Markus
peleaba, un elfo pretendía atacarle por la espalda. No dudó ni
un segundo, cargó su arma y le disparó en la nuca provocando
que cayera al suelo sin remedio.
El segundo al mando se giró para ver lo que acababa de
suceder, encontrándosela con una sonrisa tan amplia que
parecía un niño abriendo sus regalos de cumpleaños.
—Una mala idea, ¿eh? —dijo orgullosa.
El guerrero tuvo que morderse la lengua para no decir una
grosería, lo supo por cómo su mandíbula se apretó con fuerza.
Alguien la tomó del brazo y la giró de golpe, ella levantó la
pistola y apuntó justo en la sien del recién llegado. Por suerte
no llegó a apretar el gatillo, solo consiguió perderse en los ojos
oscuros de Zachary.
—Te dije que te quedaras cerca de mí, no creas que no he
visto lo que has hecho —la regañó.
—Después te encargas de los azotes, ahora no tengo tiempo
para pelear contigo —sonrió ella.
El guerrero sonrió mirando directamente a su boca y supo
que, de no haber sido por el infierno a su alrededor, ellos
hubieran tenido otro momento íntimo. Una parte de sí misma
se quejó por no tener en cuenta muchas cosas, Nixon, que eran
enemigos, que tenían que odiarse y todas esas cosas que,
ahora, le parecían tonterías, pero la otra parte se quejó por
tener que matar elfos en vez de dar rienda suelta a lo que
sentía.
Llevada por su instinto más primario, echó el brazo hacia
atrás y disparó en el pecho al enemigo que venía.
—Habrá que dejarlo para después —prometió Zachary.
Lo peor fue que Katariel aceptó asintiendo con la cabeza.
Capítulo 36

Los elfos habían venido con un claro objetivo y no


pensaban irse hasta que tuvieran a Katariel. No les importó
atravesar las fronteras de su reino e invadir Draoid, algo que
jamás habían hecho, para llevársela.
Estaba claro que era una pieza importante y que estaban
dispuestos a todo para conseguirla.
Pelearon arduamente sin importar las consecuencias o
cuantos soldados morían de ambos bandos. Los elfos eran
conocidos por sus artes en la guerra, eran fieros guerreros que
dominaban cierto lado de la magia como ellos, lo que
equiparaba las fuerzas.
Pasado un rato, a pesar de que lo intentó, no fue capaz de
ver a Katariel. Miró a su alrededor completamente
desesperado por encontrarla y solo pudo ver muerte por
doquier.
—¡KATARIEL! —bramó tratando de encontrarla.
Markus, alertado por el grito, también trató de contribuir en
la búsqueda. Fueron minutos de angustia antes de encontrarla
completamente rodeada por más de diez elfos.
La joven trató de defenderse como pudo, lanzó golpes y
disparos hasta que acabó con el cargador de su arma. Fue en
ese momento, cuando no quedaban balas, que decidió
encogerse de hombros y golpearle en la cabeza con la pistola.
Tanto él como el segundo al mando estaban tratando de
llegar hasta ella, sabía que tenían ventaja suficiente como para
hacerlo, pero todo cambió en cuestión de segundos.
Los elfos se colocaron en fila y cantaron un encantamiento
que todo Draoid pudo reconocer.
De sus manos surgieron cadenas doradas que usaron para
atar alrededor del cuerpo de Katariel. Ella, presa del pánico,
giró para tratar de huir, pero no lo consiguió. Solo pudo notar
como diez de esos encantamientos rodeaban parte del tronco
superior de su cuerpo y comenzaban a tirar.
Zachary lanzó un hechizo al aire encontrándose que chocó
contra una barrera defensiva que acababan de conjurar el
enemigo.
No quedaba nadie cerca de la princesa, habían conseguido
su objetivo. Aprovechando el caos la habían separado de los
demás hasta conseguir dominarla. Y eso no era bueno.
Su propio abuelo trató de romper la barrera siendo incapaz
de conseguirlo, ahí gritó, con horror el nombre de su nieta por
primera vez.

***

Katariel se tiró al suelo en un intento desesperado de


intentar pesar más y poner más difícil que pudieran llevársela.
Si aquellas orejas puntiagudas querían llevársela iban a tener
que pelear duro por conseguirlo.
Escuchó el grito de su abuelo consiguiendo que algo se
removiera por dentro.
Miró hacia ellos, comprobando que todos estaban tratando
de romper eso que parecía separarlos. Sin querer dar lástima,
alargó los brazos en un intento inútil de alcanzarlos.
No quería tener una audiencia con el temido rey de
Kaharos.
Pasados unos segundos notó que las cadenas no solo
servían para tirar de ella, por cada instante que ella gastaba
forcejeando se calentaban lentamente. Pocos segundos después
estaban tan ardiendo que notó como atravesaban la ropa hasta
llegar a la piel.
Dolía, mucho más de lo que podía soportar, no obstante, se
aferró al suelo con las manos y presentó toda la batalla posible
mientras trataban de tirar de ella como si de un animal se
tratase.
Gritó y ya no supo si era dolor, rabia o miedo lo que se
destilaba por sus poros. Solo quería acabar con aquello y
enviar al infierno a los elfos.
Lograron ponerla en pie antes de que ella volviera a tirarse
al suelo y agarrarse como si la vida le fuera en el intento. No
importó cuando la piel de las yemas de sus dedos se desgarró,
ni las quemaduras que sentía a causa de las cadenas; solo
quería huir.
Fue justo ahí, con todos los Draoid tratando de ayudarla,
que el miedo y la rabia se unieron en un único sentimiento. No
supo describir cómo se sentía, solo que necesitaba dejarse ir.
Miró al cielo y quedó de rodillas un instante en un intento
estúpido por tomar aire.
No quería aquello, no quería ser una pieza en ese tablero de
juego. Estaba cansada de ser princesa, de ser acusada de
crímenes que no había cometido y de ser solo un trofeo que
mostrar al mundo.
Y ahí, con la rabia burbujeando en sus venas, la piel llena
de heridas y las ropas manchadas de sangre que gritó al cielo
como nunca antes lo había hecho.

***

Zachary pudo contemplar como Katariel se dejaba la vida


peleando para que no se la llevaran, de verdad podía observar
como lo intentaba a pesar de que no parecía tener mucho con
qué defenderse.
Ella gritó, con una rabia tan interna que parecía haber
estado quemándola por dentro. Ahí estaba, de rodillas, con
diez cadenas alrededor de su cuerpo mientras tiraban de ella
como si de un animal se tratase.
Lo impensable se hizo real, del cuerpo de Kata surgió una
honda expansiva de tal magnitud que hizo temblar el suelo.
Fue en dirección a los elfos que tenía a su espalda, los arrolló
con fuerza y, a todo el que tocó, se deshizo en el aire como si
de burbujas de jabón se tratasen.
No solo acabó con la vida de ellos, arrasó cualquier rastro
de casa, árbol o señal que encontró a su paso. Después de eso,
con las cadenas todavía incrustadas, cayó al suelo provocando
que se formase un charco de sangre a su alrededor.
La barrera no cayó, pero sí se hizo añicos cuando Loretta
golpeó con su bastón contra el suelo. Ese fue el momento en el
que Zachary y Markus se acercaron a ella, al hacerlo se
quedaron congelados unos instantes incapaces de tocarla.
Ella gemía de dolor visiblemente agotada. No tardaron en
darse cuenta de que sus ataduras seguían estando al rojo vivo.
Usaron su magia para quitar el resto, si las tocaban corrían
el riesgo de quemarse como ella. Solo cuando cayó la última al
suelo pudieron escucharla suspirar de alivio, estaba al borde
entre la consciencia y la inconsciencia tratando de mantenerse
despierta.
Zachary se agachó lo justo como para poder tomarla en
brazos, no fue tarea fácil ya que toda ella parecía estar herida.
Gritó cuando sus brazos la tocaron, lo que no hizo sencilla la
tarea de ponerla a salvo.
Se puso en pie con ella muy próxima a su pecho, estaba tan
exhausta que no se quejó. Ese fue el momento para pensar lo
que acababa de ocurrir. Ella había sido capaz de producir una
explosión a su alrededor de una magnitud terrible.
Eso solo significaba que Kata sí tenía poderes. Su parte
Draoid acababa de despertar para sorpresa de todos.
Solo cuando giró sobre sus talones pudo enfrentarse a su
rey, el cual llegó hasta ellos. Miró a su nieta valorando los
daños físicos que tenía por toda su piel y, aunque no pareció
preocupado, sí mostró una mueca de desagrado.
—Llévala a Molly, rápido —ordenó.
Lo hizo seguido de su fiel compañero, él le cuidaba las
espaldas mientras se abría paso entre la multitud. Nadie dijo
nada, no supieron hacerlo. Acababan de vivir el ataque más
feroz en los últimos años de un país con el que siempre habían
mantenido una especie de paz dormida.
Ellos se habían atrevido a venir al corazón de Draoid y
atacarlos directamente. Eso solo sembraba la semilla de la
guerra.
Cuando llegó a casa de Molly, ella se dio prisa en abrir la
puerta. Entró con la joven y caminó hacia donde le indicó sin
preguntar siquiera. Solo sentía la necesidad de ponerla a salvo
de una vez por todas.
—Colócala sobre la cama —le pidió y lo hizo.
Era la habitación de invitados, pero no quiso pararse a
mirar disposición alguna, solo vio que era pequeña y que las
sábanas blancas de aquel colchón acabarían totalmente
manchadas.
Katariel lloriqueó cuando su piel lastimada tocó el colchón.
—Shh, pequeña —susurró Zachary tratando de hacerla
sentir mejor.
Con la yema del dedo, borró una lágrima que cayó de sus
ojos y se odió por no haber sido capaz de ayudarla cuando lo
había necesitado.
—Cielo, vas a estar bien, te lo prometo —dijo Molly.
Lo primero que fue a buscar fueron unas tijeras, las mismas
que usó para cortar su rasgada camiseta. Lo siguiente que
pudieron ver les rompió el corazón sin opción a volver
recomponerlo.
Toda ella era una herida que empezaba en el cuello y bajaba
hasta la cintura. Las cadenas habían hecho girones su piel,
quemándola y destrozándola hasta llegar al músculo, algunas
incluso a los huesos.
Y aquello iba a ponerse mucho peor. Los Draoids conocían
ese hechizo porque era uno de los prohibidos. Las cadenas no
solo se calentaban, también al retirarlas, si no era quién las
había conjurado, dejaban unas grandes espinas clavadas a
modo de recuerdo.
Y eso es lo que tenía ella en la piel, restos de espinas que
Molly tenía que sacar antes de poder curarla.
Vieron como se ponía unos guantes, además, trajo una
bandeja metálica y unas pinzas para ponerse manos a la obra.
—¿Por qué no usas magia? —preguntó Markus.
—Si lo hago, por cada una que saque saldrán tres más y no
está como para soportarlo —explicó.
Zachary tragó saliva, estaban a punto de contemplar algo
que no iban a olvidar el resto de sus vidas.
Molly tomó una espina y, sin contar hasta tres, la sacó
produciendo que Katariel gritase con todo el aire de sus
pulmones. No solo eso, se irguió y buscó la forma de huir de
aquella cama que acababa de convertirse en un potro de
tortura.
—Sujetadla —ordenó antes de ir a por una segunda.
Kata bramó como si la vida se le escapase entre los dedos.
Luchó por salir de allí siendo incapaz de comprender el dolor
que estaba sufriendo.
Zachary subió a la cama y se sentó en la cabecera, la colocó
con sumo cariño sobre su regazo, tratando de que su cabeza
descansara cerca de él. Después tomó sus manos y las apretó
mostrándole que no estaba sola.
La tercera provocó que, al no poder mover los brazos,
agitara las piernas acertando en las costillas a Molly. La tiró
con fuerza haciendo volar la bandeja, las pinzas y a la mujer
que trataba de ayudarla.
Esta se levantó algo aturdida y fulminó con la mirada a
Markus.
—A las piernas, ya —ordenó.
Él corrió y también se subió a la cama usando su propio
peso para conseguir que ella no pudiera golpear de nuevo.
Los gritos de Katariel resonaron por todo el reino, ellos tres
supieron que, al tener la ventana abierta, eran capaces de
escuchar la tortura a la que estaba siendo sometida.
Gritó, lloró y suplicó que parasen siendo incapaz de
conseguirlo. El dolor no cedió, aunque solo lo hacían para
ayudarla. Sabían que ella, en su estado de agotamiento, era
incapaz de entender el porqué de todo aquello.
—¡Basta! —gritó pidiendo una y otra vez.
Molly, con el rostro impregnado de lágrimas, hizo oídos
sordos y siguió quitando una tras otra tratando de acabar
cuanto antes con aquello.
—Por favor… para… por favor… —suplicó llorando sin
poder soportarlo.
Zachary bajó la cabeza hasta dejar que su frente tocase la
de aquella mujer. Fue un contacto suficiente como para
provocar que ella lo mirase a los ojos.
—No volveré a escapar, lo prometo… parad… por favor —
siguió pidiendo rompiéndole el corazón a todos los presentes.
Markus blasfemó sin soltarla, sabían que el tiempo jugaba
en su contra y debían darse prisa en acabar con aquello.
—Katariel, mírame —pidió Zach.
Ella, centrada en el dolor no le hizo caso. Siguió gritando,
desgarrándose con cada nueva espina que extraían de su
destrozado cuerpo.
—Mírame, amor.
Esa palabra la hizo reaccionar como si fuera un viejo
recuerdo, centró su vista en él como si la hubiera sentido
millones de veces antes. Hasta Zachary tuvo ese sentimiento,
casi como si esa palabra fuera familiar.
—Todo esto es por ayudarte, acabará, te lo prometo.
Céntrate en mí, mírame —pidió.
Ella asintió tratando de hacer lo que le pedía, no obstante,
dos espinas después no fue capaz de cumplirlo y volvió a
gritar. Se revolvió con fuerza tratando de salir de aquella
habitación de una vez por todas.
—¡Basta!
Loretta hizo acto de presencia, tirando del brazo de su hijo.
Uno que dudó en entrar en la habitación de los horrores.
Empujado por su madre, logró colarse dentro y observar lo
que ocurría. Perplejo fue testigo de como dos hombres
trataban de contener a una pobre mujer que se revolvía en su
propio dolor.
Molly estaba tratando de darse prisa, pero tenía el cuerpo
tan lleno de espinas que podrían pasar horas haciendo aquello.
Se acercó a ellos para contemplar más de cerca lo que
ocurría. Todos supieron que no había estado preparado para
encontrarse con un cuerpo hecho girones y con una Katariel
gritando de dolor.
Ella lo miró y, absorta en lo que le estaban haciendo, trató
de soltar una mano para agarrarse a él como si fuera su
salvador.
—Páralos, por favor —lloró siendo incapaz de detenerlos.
Ahí fue cuando el gran rey Gerald se rindió a lo inevitable.
En él seguía quedando corazón suficiente como para saber que
lo que estaba viviendo era demasiado para soportarlo.
Con cariño se sentó en el borde de la cama echando a
Molly, su mano quiso tocar su estómago, pero se contuvo al
observar las profundas heridas que tenía. Cambió el plan sobre
la marcha ajustándose a las condiciones a las que se
enfrentaba.
Su mano cayó, cariñosamente, sobre la mejilla que hacía
horas que había golpeado. Las lágrimas la mojaron y pareció
remover algo interno de aquel hombre.
No era su hija, no era la mujer por la que la ira lo había
consumido, sin embargo, era su nieta.
Y estaba sufriendo lo indecible.
—Por favor… No me escaparé… Haré lo que digáis… —
suplicó completamente rota.
Gerald apretó la mano en su mejilla dejando que la magia
entrase en ella. Lo hizo con cuidado, tratando de evitar el
hechizo que tenía de las cadenas. No podía aliviar su dolor
quitando las espinas, pero podía ayudar de una forma que
nadie podía.
Alcanzó su cabeza y, con sumo cuidado, dejó que su mano
libre apoyara sobre su frente. Justo ahí logró hacer un hechizo
que muy pocos controlaban.
Poco a poco Katariel fue cediendo al sueño que la
embaucó. No lo hizo de forma rápida, tardó unos minutos en
caer demostrando lo fuerte que era. Por suerte, logró conseguir
que se dejara llevar por un profundo descanso.
Solo cuando su cuerpo cayó laxo sobre la cama, los tres
hombres la dejaron ir.
Gerald la observó en silencio unos pocos segundos más,
necesitó aclararse la voz un poco más antes de poder hablar.
—Date prisa, solo estará así un par de horas —ordenó antes
de salir de esa habitación como si el mismísimo infierno lo
siguiera.
Nadie lo culpó.
El horror que había en esa habitación les costaría de olvidar
a todos.
Capítulo 37

Días después…

Molly levantó las manos cuando vio llegar a Zachary, se


cuadró en el porche y negó con la cabeza.
—No, no, no y no. Sigue descansando, no vas a entrar aquí
hasta que ella despierte.
No pudo más que parar en seco. Estaba convencido que,
pasados tres días, podía entrar a tener una conversación con
Katariel, sin embargo, parecía haber encontrado en su
cuidadora un guardaespaldas.
—Sabes que algún día deberás dejarme entrar, ¿verdad? —
le preguntó tratando de mentalizarla.
Molly no estuvo de acuerdo con aquella afirmación, lo supo
en cómo levantó una ceja tratando de no reír. Estaba claro que
pensaba cuidar de ella mucho más que médicamente.
—Claro, me imagino la conversación. Katariel, cielo,
espero que te encuentres mejor. ¡Ah! ¿Sabes algo? ¿Te
acuerdas de los rehenes que dejaste ir por la bondad de tu
corazón? Pues nos los encontramos descuartizados pocos
kilómetros más allá. —Entonces lo fulminó con la mirada—.
No, no voy a permitir ese tipo de conversación en mi casa, está
convaleciente.
Dicho en voz alta sonaba muy mal, lo que hizo que dudase
si algún día iban a tocar ese tema. No pensaba decirle que los
rehenes habían fallecido o, al menos, no iba a hablar de ellos si
no preguntaba.
—Ya debe estar mucho mejor y deja de hacer de cuidadora.
No te pega eso de ponerte estricta y eso —comentó Zachary.
Pero ella no estaba para interrupciones, pronto Katariel
despertaría y tenía que hacerle las curas. Cada día lo llevaba
mejor, pero eso no quitaba que fuera un mal rato para ambas.
—Quizás, mañana, te deje entrar si eres bueno, muy bueno.
¿Te parece bien? —le propuso.
Zachary puso los ojos en blanco y colocó sus manos en las
caderas a modo de respuesta. Lo cierto es que, al no recibir
respuesta de la mujer, decidió hablar para dejar clara su
postura.
—¿Te parece que sea un niño? —preguntó atónito.
Ella prefirió no contestar. Había muchos adjetivos que
casaban bien con ese hombre, pero la de infantil no era una de
ellas, así pues, decidió usar una excusa y salir de allí como
buenamente pudiera.
—¡Uy! ¡Qué tarde es! Y nosotros aquí hablando. —Negó
con la cabeza—. Nos vemos en otro rato, cielo. ¡Qué tengas
buen día!
Acto seguido entró en casa dejándolo en el exterior
perplejo, estaba claro que no se había visto eso venir. Pasados
unos segundos lo escuchó reír antes de irse a algún lado. Al
menos se lo tomó con humor.
—¿Han muerto?
La voz de Katariel a su espalda provocó que diera un brinco
y gritara asustada. Tuvo que llevarse las manos al corazón para
evitar que este saliera de su pecho huyendo de aquel lugar.
—¡Casi me matas! —exclamó quejándose.
La joven estaba encorvada apoyada en la pared, apenas se
tenía en pie, sin embargo, había salido al escuchar la voz de
Zachary. Era una reacción que había tratado de hacer cada día,
pero nunca antes había tenido la fuerza suficiente como para
conseguirlo; así que, en parte, eso significaba que estaba
mejorando.
—¿Qué haces levantada?
Molly corrió hacia ella, agarrándola por donde pudo, la
ayudó a llegar al sofá y la sentó con cuidado.
—He sentido a Zachary —contestó.
Era obvio que lo había hecho, pero Molly trató de mantener
el control suficiente como para no enfadarse.
—Sigues estando débil y mi magia te está haciendo efecto,
pero debes tomarte en serio la recuperación.
Asintió dándole la razón antes de que le abriera los
vendajes. Las heridas ya estaban casi cerradas, adquiriendo ese
tono rosita que tan buena señal significaba. Colocó sus manos
a pocos centímetros de su piel e irradió magia, la que usaban
dos veces al día para curarla.
Katariel cerró los ojos al mismo tiempo que gimió
dolorosamente, no se quejó, nunca lo hacía y soportó el
tratamiento.
Pasado un rato, los abrió mirándola tan profundamente que
no pudo evitar sentir un escalofrío. Aquella princesa era
mucho más que la mujer desvalida que habían creído una vez.
—Llevo tiempo queriendo preguntarte algo… —comenzó a
decir.
Dudó y se calló.
—Adelante, chica. Soy toda oídos —la animó Molly.
La joven suspiró tratando de tomar aire unos segundos,
tenía la cabeza apoyada en el respaldo del sofá mientras dejaba
que la magia cerrase sus heridas.
—¿Cuál es tu historia? La mía la conoces mejor que yo
misma, la hija de una mujer a la que todo el mundo quiso.
Esa era una definición muy pobre de lo que ella era, había
demostrado que no era solo eso. Había logrado ser mucho más
que su madre, además, de tener un corazón tan grande que
cabía todo el mundo. Cualidades poco vistas en la guerra.
Molly suspiró tratando de poner sus recuerdos en regla.
—¿Por qué me haces esa pregunta?
Katariel, incapaz de mantener los ojos abiertos, siguió la
conversación a expensas del dolor que sentía.
—Me liberaste, me dijiste que solo yo podía ayudar de
verdad y siempre has mediado para ayudarme. Eso me hace
pensar que hay algo que se escapa de mi control.
Molly sonrió, era perspicaz y lista, cualidades que
admiraba. No era una niña crédula que dejaba que el resto
dictara su vida, había aprendido a pelear con uñas y dientes.
En el tiempo que llevaba en Draoid había hecho un cambio tan
grande que apenas quedaba nada de esa princesa rehén que
llegó una vez.
—Yo, no sabía por dónde empezar —comenzó a decir
moviendo sus manos nerviosamente sobre sus piernas—. Me
siento identificada contigo, Katariel. Mi familia también
resultó atípica, pero yo cometí el error de no pelear para parar
todo el mal y eso hizo que mucha gente muriera. No quise que
tú te equivocaras como yo.
La joven suspiró casi adivinando quién era en realidad. Era
un secreto tan bien guardado que le costó creer que estaba a
punto de dejarlo salir. Trató de no temblar, pero los demonios
del pasado parecían perseguirla.
—Eres Circe, ¿verdad?
Su antiguo nombre provocó que su corazón diera un vuelco,
fue como si alguien abriera la compuerta a todos aquellos
sentimientos que, en su día, dejó escondidos en un cajón
esperando su regreso.
—¿Cómo lo sabes? —preguntó atónita.
Katariel abrió los ojos y la miró profundamente.
—Una corazonada, llevo con esa idea desde que Zachary
me explicó la historia de tu pueblo. Además, es como si
tuvieras cierta autoridad en el reino, me soltaste y nadie te
castigó o te reprochó nada, lo que me hizo pensar que no eras
una mujer sin más.
Molly asintió.
—Cuando Minerva quiso arrebatarme el reino, mi familia
ayudó a fingir mi muerte. Yo creí que así ella sanaría sus
ansias de poder. No se esperó que el reino entero no la quisiera
como reina y la hizo enloquecer.
Tuvo que tomarse un par de segundos para respirar. De
pronto notó como Kata le tomó una mano en señal de apoyo,
cosa que agradeció enormemente.
—Mi hermana acabó con la vida de todos los que pudo.
Asesinó a toda nuestra familia y miles de ciudadanos cayeron
bajo su tiranía. Negan no abrió las puertas de su reino, solo los
Draoids y los Reiyar nos ayudaron. Tuve que ver, con
impotencia, cómo mi pueblo moría sin yo hacer nada.
Los recuerdos la atormentaban de tal forma que aún seguía
teniendo pesadillas. Todas las muertes tenían su culpa y jamás
haría tanto el bien como para compensar aquel horror.
—Gerald y su reino me dieron un nuevo nombre, una nueva
vida, a mí y a todos los supervivientes. Es más, al poco
pudieron ver cómo, al igual que mi hermana, yo también
poseía poderes y me ayudaron a desarrollarlos.
Eso no compensaba las muertes, jamás lo haría, pero al
menos iba a dedicar el resto de su vida a hacer algo bueno.
—Y me vi reflejada en ti, tratando de ser sumisa y no
llamar la atención como lo hice yo. Te puedo asegurar que fue
el peor error que cometí y que jamás me perdonaré. Por eso
quise que tú fueras diferente. Tienes el poder capaz de acabar
con esta guerra y liderar las masas para finalizar todo esto.
Katariel sonrió.
—Yo no tengo nada, ni siquiera ejército.
Molly soltó su mano y acunó el rostro de la princesa.
—Tienes muchos más apoyos de los que crees. Has
conseguido ganarte a la gente y, con un buen plan, podrás
conseguir enfrentar a tu padre. Estoy convencida de que tu
reino quiere librarse de ese tirano, acabarán viendo que deben
rebelarse contra él. —Tragó saliva—. Su princesa debe
inspirarles, darles esperanza.
Todo había cambiado con ella allí y era una conversación
recurrente. El reino de Nislava esperaba noticias de su legítima
reina y Draoid comenzaba a verla como la hija de Layla y no
como una rehén.
Los engranajes se habían puesto en marcha. Solo ella tenía
la autoridad suficiente como para cambiar el tablero de juego.
—Yo te apoyaré y estoy segura que podrás contar con los
ciudadanos que una vez fueron del reino Diamond.
Katariel se llevó las manos a la cabeza como si aquello
fuera demasiada información.
—Soy solo una persona, no puedo hacer lo que dices. Sí
que había pensado enfrentarme a mi padre, pero liderar una
ofensiva va mucho más allá de mis cualidades.
Ella se subestimaba, pero la había visto, de hecho, todos lo
habían hecho. Todo un reino acababa de cambiar de parecer
con quién era solo mostrando la bondad de su corazón y su
fuerza.
Eso debía significar algo.
Y no dejaría que cometiese sus mismos errores.
—Descansa un poco, es demasiada información —
concluyó Molly al ver que cerraba los ojos luchando
mantenerse despierta.
Tendrían tiempo para hablar, muchos estaban esperando
una conversación con ella y tenía que estar preparada. Su vida
acababa de cambiar de nuevo y tenía en sus manos la
capacidad de cambiarlo todo.
Para siempre.
Capítulo 38

—Me estás diciendo que mi hija besaba al enemigo —dijo


Negan con una calma fingida.
Nixon asintió, sabía que no era voluntariamente sino una
forma de humillarla más como rehén. Eso necesitaba un
ataque directo, no podían tratar a la princesa del rey más
importarte como una vulgar prostituta.
—Yo propongo preparar una buena ofensiva. Debemos
mostrarle a los Draoids que Katariel no es una chica sin más.
Negan escuchó con atención.
—¿Y crees que tú puedes liderar algo así? La has tenido al
alcance de tu mano y has sido tan mediocre como esperaba.
Las palabras fueron como un puñal para su corazón. Él
había tratado de salvarla, pero aquel guerrero usaba una magia
que ellos no sabían controlar. Era muy difícil enfrentarse a
algo así.
Eso le hizo a pensar que lo iba a ejecutar tal y como
amenazó en un principio. Todavía el recuerdo de la ejecución
pública de los supervivientes lo despertaba por las noches.
Se levantó provocando que todo él temblase, sin embargo,
no hizo lo que esperaba. Salió de su despacho con paso
tranquilo, lo siguió a pies juntillas sin que se lo pidiera, pero se
sintió atraído sin más.
—No puedo confiar en ti algo tan importante como traer a
Katariel de vuelta. Ella, si intima voluntariamente o no con
esos bastardos, deberá ser castigada a su regreso. Por ahora
vamos a centrarnos en el placer que voy a sentir cuando ese
viejo chocho de Gerald se retuerce al ver a su nieta en mis
manos de nuevo y su reino reducido a cenizas.
Llegaron a las catatumbas, un lugar que pocas veces en su
vida había visitado y al cual esperaba no pertenecer jamás.
El olor a muerte se extendía de lado a lado de aquel lugar,
se entremezclaba con el de las heces de los que allí torturaban,
la sangre y las lágrimas de las pobres almas que tenían la
condena de no morir rápido.
Llegó a una de las celdas y no abrió enseguida, se recreó en
pasar las llaves, que previos instantes había sacado de su
bolsillo, por los barrotes al mismo tiempo que tarareaba alguna
canción poco adecuada para un momento así.
—Querida Malorie, ha llegado la hora —anunció glorioso.
Nixon trató de no vomitar cuando vio a la pobre doncella
de Katariel reducida a la mínima expresión.
En su día había sido una mujer alta y ancha, siempre bien
vestida y con el mentón erguido de orgullo por la mujer que
criaba. Ahora, sus ropas eran apenas unos harapos sucios y
rotos, sobraba tela por todos lados mostrando la gran cantidad
de peso que había perdido. Su pelo enmarañado ocultaba su
rostro, uno que intuyó que se encontraba demacrado y sucio
como el resto del cuerpo.
Aquella pobre alma había estado viviendo un infierno y esa
sorpresa lo golpeó con dureza. Recordó como Katariel le
explicó que había escuchado como su padre había asesinado a
la doncella, algo que claramente no ocurrió en ningún
momento.
—Vas a reunirte con tu querida niña y tu estimado rey. ¿A
qué es una buena noticia?
La mujer lloró como si supiera lo que estaba a punto de
ocurrir. Esa puerta no se abrió entonces, Negan la observó
unos segundos, regocijándose de su obra, antes de girar sobre
los talones para salir de allí.
—Prepáralo todo y no me falles.
Nixon asintió aún a sabiendas que él no podía verlo.
De pronto, el rey se giró para encararlo, como algo
meramente casual, le colocó el cuello de la camisa bien y le
dio un leve golpecito en la mejilla sin causarle daño alguno.
—El objetivo es recuperar a mi hija, pero al menor síntoma
o atisbo de que es parte de ellos, mátala.
Él no pudo asentir esta vez, se quedó completamente
congelado en su sitio siendo incapaz de comprender los actos
de su rey. Ya no le importaba la corona o recuperar a su hija,
es como si todo girase en torno al daño al orgullo que le podía
generar a Gerald.
—¿Señor? —logró preguntar.
Negan puso los ojos en blanco.
—No me importa lo que le pase a este reino cuando yo
muera, puedes quedarte este trozo de hielo si quieres. Yo solo
quiero reinar sobre los cinco reinos y reducir a cenizas a
Gerald y sus gentes. Y si Katariel, en algún momento de su
«aventura» ha comenzado a sentir algo o demostrarme que no
es 100% Nislava significará que no ha cumplido su objetivo.
Solo se merecerá la muerte y prefiero que dispares tú a que la
torture yo.
Sabía que eso era una amenaza y tragó saliva al escucharla.
—Todos hacemos sacrificios en la guerra y si debo ser un
padre afligido por la pérdida de su hija, lo seré.
Se marchó dejándolo solo con sus propios pensamientos,
unos que lo destruían por dentro.

***

—¿Y dónde está el problema? —preguntó su madre Carisa.


Nixon miró a su madre, sabía que ella no era capaz de
comprender que amaba a Katariel.
—Jamás la mataría, no puedo. Ella es la mujer de mi vida
—trató de explicar por enésima vez.
Caminó por el comedor de casa de sus padres tratando de
pensar algo, para Negan la vida valía tan poco que ni su propia
hija importaba. Ese era el hombre con el que debía lidiar.
—Es posible que ella, en virtud de sobrevivir, haya querido
seguirles el juego —explicó tratando ser comprendido.
Katariel llevaba siendo meses rehén, los cuales podría
haber usado para ganarse su confianza; era algo básico para
seguir con vida.
—No debiste de contarle que la viste así con ese guerrero
—regañó su padre.
Cornelius sabía mantener la cabeza fría en las peores
situaciones y él no había heredado esa gran cualidad. A pesar
del entrenamiento que había recibido seguía sin saber cómo
actuar.
Ella era distinta, había logrado sobrevivir en un reino
enemigo. Seguía fuerte como la recordaba, mucho mejor que
él en todos los aspectos. En cada prueba que le ponía la vida
sacaba buena nota y Nixon quedaba relegado al segundo
puesto.
—Ahora eso está hecho y partimos al anochecer. Solo
quiero saber cómo evitar su muerte —pidió.
Cornelius caminó hasta donde se encontraba su hijo, puso
sus manos en sus hombros y lo miró a los ojos, pero fue como
si pudiera ver más allá, casi pudo ver su alma y su corazón.
—¿Por qué motivo crees que Negan querrá matarla? Solo te
ha dicho que, si ves algún indicio, no tiene porqué suceder
algo así.
Él lo sabía, aunque al mismo tiempo su corazón le decía
que algo podía salir mal. En la guerra siempre había sorpresas
y no quería tener que matar a la mujer que amaba solo porque
ella interpretase un papel.
—Además, es lógico que pueda sentirse algo unida a ellos.
Su madre era Draoid y estoy seguro que ha descubierto
muchas cosas sobre su familia. El rey Gerald es su abuelo.
Aquella noticia cayó como un jarro de agua fría.
—¿Lo habéis sabido todo este tiempo? —preguntó
acusándolos.
Un secreto así no podía guardarse y esconderlo durante
treinta años. No tenía lógica haber tapado esa parte de la
historia. Eso significaba que Katariel podía haber abrazado su
parte Draoid y ese era el peor de los escenarios.
—Su madre fue una gran mujer y siempre creímos que su
enlace con Negan traería prosperidad al reino. No contábamos
con la maldad de nuestro rey y cómo acabó por consumirla.
Su padre habló con nostalgia, como si aquella mujer
hubiera significado mucho para él y recordarla fuera
demasiado doloroso.
Fue entonces cuando lo miró.
—Katariel es la clave para detener la guerra y no importa lo
que diga Negan, no puedes matarla —ordenó.
Nixon titubeó.
—Si me lo ordena y lo no hago os ejecutará. Yo tengo
asumido que moriré por defenderla, sin embargo, le debo la
vida y haría cualquier cosa por ella. No quiero que os asesine a
vosotros.
Carisa negó con la cabeza, su madre era incapaz de
comprender los motivos que la ataban a esa mujer. Nunca
vería bien que su corazón le pertenecía a la princesa, que hacía
años que era la única en su vida.
Y haría cualquier cosa por salvarla.
—Tenéis que iros y no aceptaré un no por respuesta.
Partimos al alba, debéis aprovechar la ausencia de Negan para
iros a Reiyar. Cuando sepa que habéis desertado tratará de
cortar cabezas, es mejor que estéis lejos cuando eso pase.
Su madre gritó negando con la cabeza. Nadie podía culparla
por querer proteger a su hijo, era lo propio y agradeció ese
amor. Al mismo tiempo, él tenía la capacidad de decidir su
destino y Katariel ya lo había sellado, la seguiría a dónde
hiciera falta.
—¡No te dejaré aquí! —bramó enfadada.
Nixon la comprendió y abrazó a su madre tratando de
reconfortarla. Toda su vida había peleado por conseguir lo
mejor para su hijo y estaba agradecido de ello.
—Solo hay una cosa con la que estoy de acuerdo con
Negan: en la guerra hay que hacer sacrificios y este es uno de
ellos.
Únicamente esperó que no hubiera más. Si todo iba bien
traería a Katariel a casa y pensarían en algo. Estaba escrito que
iban a ser reyes, podían lograrlo, vivir sus vidas de una vez por
todas y cumplir todas las promesas que se habían hecho.
Una parte de él estuvo muy orgulloso de la mujer que el
destino le había regalado. A pesar de todo, ella siempre
peleaba por salvarle; no existía amor más puro e infinito que
ese.
Y él pensaba estar a la altura.
Capítulo 39

Katariel salió a la calle con cierta dificultad. Sus heridas ya


estaban casi curadas, pero seguía teniendo cierto mareo
cuando trataba de mantenerse en pie demasiado rato.
Molly había luchado por conseguir que nadie la molestase
durante su recuperación, cosa que agradecía, aunque ya debía
rendir cuentas con todos aquellos que tuvieran algo que
decirle.
Al no encontrar a nadie, solo miradas de transeúntes,
decidió caminar hacia casa del rey Gerald. Subió las cuatro
escaleras que tenía en el porche y llamó a la puerta con los
nudillos.
Pocos segundos después abrió, enfrentando con sorpresa a
su nieta. No se dijeron nada, se miraron por primera vez, como
si hubieran comenzado de nuevo y aquel día se convirtiese en
el uno.
—Ya me siento mejor y te agradezco los cuidados médicos.
¿Debo volver al poste? —preguntó casi retrocediendo para ir
hacia allí.
Estaba convencida que ese era su lugar y no le importaba
regresar. Casi comenzaba a tenerle cariño a ese trozo de
madera, ya había encontrado la postura buena para dormir,
aunque agradecía la comodidad de la cama.
Gerald suspiró.
—Entra —ordenó.
Katariel frunció el ceño y no lo hizo inmediatamente. Pasó
el umbral con cierto recelo esperando encontrar cualquier
ataque allí dentro.
Justo cuando la puerta se cerró pudo ser capaz de ver aquel
hogar. Supo que ahí había vivido su madre porque las paredes
estaban plagadas de imágenes que así lo testiguaban. Las miró
sin tener en cuenta que estaba ante el rey, su enemigo de
nacimiento.
Consiguió reconocer a su madre siendo una niña en el
regazo de su progenitora tratando de comer algodón de azúcar.
Esa imagen sobresalía por encima de las demás y la atrajo
como la luz a los mosquitos. Caminó hasta esa pared salmón
con el gran cuadro que lucía con orgullo la fotografía.
Una parte de ella sintió pena por no haber tenido una
infancia así, estuvo convencida de que Layla la hubiera
cuidado con todo el amor del mundo.
—Tu madre y Edith, tu abuela. Murió poco después de
saber que no volvería a ver a su pequeña y que yo había
decidido dejarte con Negan. Nunca me perdonó no haber
movido un dedo para recuperarte.
Un escalofrío recorrió su espalda. Aquella familia había
sufrido tanto o más que ella y solo logró compadecerse de
ellos.
—Lo siento mucho —dijo con sinceridad.
Su padre había destrozado a todos los que había tenido a su
alrededor. Su crueldad había hecho estallar por los aires siglos
de paz entre reinos.
Él la guio hasta el comedor desde donde la habían vigilado
todo ese tiempo. Allí la invitó a tomar asiento y lo hizo, fue
todo tan extraño que decidió dejarse llevar. Cuando la vida
golpeaba era mucho mejor tratar de fluir.
—¿Quieres un café? ¿Un té? ¿Has comido?
Katariel se sintió abrumada con tantas atenciones, no pudo
evitar cogerse las sienes con las manos antes de amasarse el
pelo y respirar profundamente.
—No, gracias. Molly me ha alimentado lo suficiente como
para soportar días. Creo que tiene miedo a que no vuelva a
comer —rio nerviosamente.
Se quedaron en silencio y no pudo evitar tomar la esquina
del mantel entre sus manos para juguetear, era una forma de
desestresarse o sabía que iba a morir de un ataque al corazón.
—No es una novedad que nunca te he visto como una nieta
—comenzó a decir el rey.
Su voz profunda hizo que soltase el mantel, se quedase
erguida y atenta a cualquier cosa que deseara decir.
—Te pareces tanto a él que me ha costado ver que también
eres mucho más que eso. Tienes el corazón de mi pequeña,
incluso más y la fuerza capaz de enfrentarte a un ejército.
Katariel tembló sin saber bien el motivo, no estaba
preparada para esa conversación.
—Negan me quitó la persona que más amaba en el mundo
y poco después perdí a Edith. Me he ocultado tras el dolor, la
ira y la rabia ignorando que yo mismo cometí mis propios
errores.
Ella solo quiso salir de ahí, su mente daba vueltas con tanta
información. No sabía ver a ese hombre de otra forma que un
enemigo y eso hizo que comprendiera sus palabras.
—Nunca sentí que hacía nada malo cuando te dejé allí.
Aquella acusación dolió mucho más de lo que él podría
creer jamás. Toda su familia la había repudiado y eso no se
arreglaba en un día.
—El día del ataque de los elfos de Kaharos todo cambió.
Ella se enfadó un poco con aquello, quería seguir
escuchándolo, lo intentó de corazón, pero solo pudo cortarle y
decir lo que pensaba.
—¿Te has replanteado quién soy solo porqué fui capaz de
hacer magia? —preguntó algo ofendida.
Desde pequeña Negan la había enseñado a ocultar su parte
Draoid a golpes, solo que ella no sabía qué había en su cuerpo
que no le gustase. Jamás le explicó que era mucho más que
eso, era la sangre que corría por sus venas lo que trataba de
anular.
Gerald negó con la cabeza.
—Vi quién eras en casa de Molly. Los gritos me congelaron
en la puerta y Loretta me arrastró a tu lado.
Para ella esos momentos eran demasiado confusos como
para sacar algo en claro. El dolor lo tapaba todo como si fuera
un recuerdo lejano o demasiado fuerte como para poder
revivirlo.
—Suplicabas ayuda a cambio de ser buena, envuelta en
sangre. Bajo todo eso no solo vi tus cicatrices, también vi a esa
niña que llevaba toda la vida pidiéndole a su padre que dejase
de golpearla.
Katariel jadeó al borde de las lágrimas, aunque se juró
soportarlo.
—No vi a la mujer que tengo delante. Solo a esa niña
asustada, la que no protegí entonces. Me pregunté cuántas
veces le habrías pedido piedad a tu padre sin encontrarla y me
di cuenta que había sido un monstruo.
Su sinceridad tan brutal la hizo temblar como si no pudiera
creerle. Estaba conociendo una faceta oculta de ese hombre.
Quiso creerle, sin embargo, no podía abrirse al mundo como si
nada.
—¿Sigo siendo tu prisionera?
La pregunta hizo daño al rey ya que se encorvó como si
acabase de ser disparado.
—No, eres libre. Si quieres volver a casa pediré que te
escolten hasta Nislava inmediatamente.
Las palabras de su abuelo hicieron que se levantase a toda
prisa tirando así la silla al suelo. Dio un brinco antes de tratar
de cogerla para ponerla de nuevo en su sitio, sus manos
temblaban siendo incapaz de digerir lo que estaba pasando.
Tomó asiento nuevamente intentando pensar más allá de
sus instintos pidiéndole volver a casa con Nixon.
Tragó saliva antes de decir algo, se sintió como si estuviera
a punto de ser ejecutada.
—¿Y si no quisiera volver? —tanteó.
Gerald, sin modificar su rostro, asintió.
—Este también es tu reino y serás bienvenida, esta vez sí.
Jadeó buscando aire, pero la habitación comenzó a dar
vueltas. Así pues, no pudo más que levantarse para abrir la
ventana y sacar la cabeza tratando de poder llenar sus
pulmones.
Temblaba de tal forma que sus rodillas no la soportaron,
cayó al suelo y se sentó esperando controlar su cuerpo. Fue
entonces cuando su abuelo se levantó preocupado, se acercó y
se sentó a su lado.
—Yo también soy nuevo en todo esto. Puede resultar ser
abrumador, sin embargo, siempre tendremos los bastonazos de
mi madre para hacernos recapacitar.
Katariel sonrió recordando a Loretta, eso la reconfortó.
De golpe la mano del rey cayó sobre su rodilla provocando
que ella se asustara. La miró como si fuera un cuerpo extraño
y siguió el brazo hasta contemplarlo con auténtico terror.
No había golpes, desprecios o humillaciones y eso era un
mundo nuevo que no sabía si podía descubrir.
—Si decides quedarte serás una más en este reino y espero,
con el tiempo, poder reconectar como familia.
Kata se mordió la parte interna de los mofletes para evitar
llorar, necesitaba no ser vulnerable ante nadie.
—Podrás hacer lo que quieras. Aprender magia o no, tener
una casa y podemos intentar tener una vida normal en esta
guerra.
Esa palabra desencadenó un horror que se llevaba viviendo
muchos años. No era justo para ningún reino a lo que les había
expuesto Negan. Era una crueldad seguir peleando hasta la
muerte.
Recapacitó, ahora una nueva vida se abría ante sus ojos.
Tenía la oportunidad de hacer algo o perderse en el tiempo.
Suspiró tratando de poner sus ideas en orden, todas ellas
gritaban y se empujaban queriendo ser las primeras. Deseaba
hacer tantas cosas que no podía elegir una como más
importante.
Ahora ya no era rehén.
¿Quería volver a Nislava?
¿Quería regresar con Nixon?
Tras unos segundos en silencio, los mismos en los que su
abuelo no la molestó. Respetó su mudez, comprendiendo que
era una decisión difícil. Nunca antes había tenido voz y voto.
Al final miró a Gerald con firmeza.
—Quiero matar a Negan –sentenció.
Si estaba en el mundo era por una razón. El destino había
escrito sus pasos de tal forma que la dotaba de voluntad para
cambiar el curso de la historia y quería acabar con la guerra.
Para siempre.
Capítulo 40

Katariel conversó un poco con su abuelo antes de decidir


salir de allí. Eran demasiadas cosas para asimilar, todo había
cambiado a demasiada velocidad; casi sintió la necesidad de
agarrarse a su alrededor para no caer.
Llegó a su poste, en el que había compartido tantas horas y
no pudo evitar pasar la yema de los dedos por la madera, el
contacto fue corto porque sintió dolor al acariciarlo.
Miró el resto de postes y se lamentó, no había conseguido
salvar a ninguno de los rehenes, todos ellos habían muerto de
una forma u otra y ella llevaría sus nombres sobre los hombros
para el resto de su existencia.
—¿Echas de menos estar atada? —preguntó Markus
acercándose.
Ella lo encaró tratando de mantener una sonrisa.
—Fue una mala idea darme tu arma, ¿eh?
El guerrero, que transportaba algo de leña en sus manos, la
contempló con seriedad unos segundos.
—¿Pasamos a la táctica de cambiar de tema? Esa no es
buena señal, es una evasiva en toda regla.
Katariel asintió aceptando la derrota. No quería hablar con
nadie de las muertes y mucho menos con aquel hombre. No
todo podía cambiar de la noche a la mañana, podía ser
admitida en el reino, sin embargo, todo era demasiado extraño
para confiar tan pronto.
—Gracias por…
—No sé de qué me hablas —le cortó antes de que él
pudiera acabar la frase.
Sabía de sobras que había matado al elfo que amenazaba
con asesinarle, no obstante, debían comprender que necesitaba
su tiempo. No podía avanzar a los pasos que esperaban.
—No hay prisa, ¿sabes? Además, ahora puedo llegar a
caerte bien —bromeó Markus.
Katariel se acarició la nuca.
—¿Sí? Eso es apuntar muy alto, no te pases tampoco —
contraatacó ella.
Molly hizo acto de presencia, llegó contoneando las caderas
solo como ella sabía hacer. Lucía un precioso vestido rojo y un
escote que jamás sería capaz de ponerse, casi parecía que sus
pechos estaban a punto de caer mostrándose al mundo exterior.
Fue entonces cuando se fijó en la mirada de Markus,
absorto en las curvas de aquella mujer. Sonrió cuando ella
también se entretuvo en observar cada uno de los músculos del
guerrero haciéndola sentir que sobraba.
Katariel tosió un poco tratando de salir de ahí como si de
humo se tratase.
—¿Molestando a mi invitada? —preguntó Molly.
Markus miró a la princesa.
—Tienes que mejorar la clase de tu compañía, creía que
tenías mejor gusto —contestó tratando de hacerla rabiar.
Katariel no pudo evitar darle un puntapié en la espinilla
antes de dejarlos allí hablando sin que se dieran cuenta de que
se marchaba. Estaban absortos el uno en el otro y eso le robó
una sonrisa.
—Tengo muchísima clase, ella es de la realeza y tú un
vulgar soldado.
Markus dejó caer la leña al suelo provocando que Molly
profesara un brinco. Tenía suficiente confianza en sí misma
como para enfrentarse a él, pero eso no quitaba que aquel
hombre podía ser terriblemente atractivo y fiero.
—¿Por qué no me das esa oportunidad que tanto queremos
y vemos lo vulgar que puedo llegar a ser? —preguntó
aproximándose a ella hasta quedar a centímetros de su boca.
Katariel los observó a distancia. No se dio cuenta de que se
mordía el labio inferior como Molly. De haber podido ayudar a
esa conversación, les hubiera empujado hasta conseguir que se
besaran.
—Tal vez algún día —suspiró ella antes de retirarse y
dejarlo mirando su trasero bamboleante.
Kata suspiró, se notaba la tensión sexual a kilómetros de
distancia, no obstante, por alguna razón ella no caía. Repelía a
aquel hombre como si fuera a quemarla y eso la confundió.
—¿Nunca te han dicho que oír conversaciones ajenas es de
mala educación?
La voz de Zachary en su oído provocó que diera un fuerte
grito, además, del brinco que pegó tratando de alejarse.
—Tienes los nervios de punta —comentó él divertido con
la situación.
Kata reprimió las ganas de patearlo, con el susto que
acababa de llevarse estuvo convencida de que había
envejecido diez años. Se llevó las manos al corazón tratando
de contenerlo de alguna forma sabiendo que eso iba a ser
difícil.
«Mírame, amor». Recordó en su cabeza.
A pesar del dolor sabía bien que había sido él el que había
pronunciado aquellas palabras, las mismas que habían
rebotado por su mente durante días. La habían acompañado
todo ese tiempo recuperándose.
—¿Has decidido quedarte? —preguntó mirándola de tal
forma que supo que sabía de sobras la respuesta.
Katariel colocó las manos en la espalda tratando de dar
misterio a su respuesta, como si eso pudiera hacerlo dudar. En
Nislava no tenía nada más que dolor, había que estar loco
como para elegir regresar.
—Me lo estoy planteando, después de la estancia tan
agradable que he tenido es una posibilidad más que aceptable.
Arrancaron a caminar sin tener ni idea de a dónde se
dirigían, solo lo hicieron por impulso, como si sus piernas
supieran mucho más que ellos mismos. Lo hicieron en
paralelo, mirándose a la cara como si fuera un reencuentro
entre viejos amigos.
—Yo creo que he sido el más hospitalario, hasta tuviste un
paseo guiado por el bosque.
Si echaba la vista atrás todo había cambiado mucho en un
parpadeo, como si alguien hubiera decidido jugarle una broma.
Le costaba asimilar su nueva posición, ya no era una rehén y
eso no podía asimilarse en un instante.
—Sí, lo que más me gustó fue conseguir patear al guía —
sonrió Katariel.
Siguieron caminando a pesar de que la multitud había
empezado a fijarse en ellos. ignoraron al resto del reino como
si el otro fuera la única persona que existía en el mundo.
Una extraña conexión les unía, una que conseguía que
ahora se estuvieran descubriendo.
—Mi parte favorita fue cuando decidiste hacer un alto en el
camino y tomar un baño en el lago —puntualizó él.
El recuerdo del frío provocó que su piel se erizase. Su
instinto le había pedido pelear y regresar a casa y eso había
hecho. Zachary no importaba, tampoco el resto de Draoids que
solo querían su dolor.
Y así, sin darse cuenta, entraron en el bosque. Al hacerlo se
detuvieron en seco como si aquello fuera una línea roja que era
mejor no atravesar. Retrocedieron sin decirse nada
continuando su paseo hacia otro extremo.
—Es todo un poco raro —se sinceró Katariel.
—Lo es.
Ya no eran enemigos, así lo habían dictaminado. Todo el
odio que se habían tenido podía desaparecer de un plumazo.
Bueno, él había dejado de sentir eso hacía tiempo o eso
pensaba ella.
—¿Ahora puedo ir a dónde quiera? ¿Nadie me empujará,
pegará o odiará? —preguntó mirando al cielo como si esa
pregunta no tuviera nada que ver con aquel hombre.
Zachary carraspeó.
—Creo que te has ganado un hueco en el reino. Has
demostrado tener el corazón suficiente como para salvar a un
niño a expensas de un hombre de tu reino, dejaste ir a los
rehenes y salvaste la vida de Markus.
Katariel jadeó dejando que los recuerdos la invadiesen. Le
había dado tiempo a hacer muchas cosas más, todas incluían
una pelea de por medio. No importaba la situación, casi todas
las arregló con golpes.
—¿Y tu ya aceptas que forme parte de esto? —preguntó
dejando libre la curiosidad.
Zachary cabeceó un poco como si quisiera ser lo más
mordaz posible. No tardó mucho en contestar, pero para ella la
espera resultó eterna. Él sabía bien que ese silencio amenazaba
con volar su cordura.
—Bueno, creo que tenemos que limar alguna aspereza
porque tienes un poco de mal carácter. Cuando te disculpes lo
tendremos todo arreglado, no soy un tipo rencoroso.
No pudo evitarlo, le dio un leve golpe en el pecho con el
dorso de la mano. Disculparse es lo último que haría y más
después de todo lo mal que lo había pasado. Tenía excusa.
—Yo creo que alguna rama cayó demasiado cerca y te dio
un buen porrazo porque no te veo del todo bien.
La caminata acabó en la casa de Zachary, acababan de dar
una gran vuelta a la parte del reino que conocía. Sabía que
existía mucho más y que sus paisajes eran hermosos, pero no
había tenido tiempo a disfrutarlo.
Ella miró su puerta, era el momento de despedirse y,
aunque no tenía muy claro a dónde ir, sabía que siempre podía
regresar a casa de Molly. Ahora mismo, de una forma extraña,
era como su lugar seguro.
Estaba convencida, solo tenía que despedirse, darse la
vuelta y caminar sin más. Nada podía salir mal.
—¿Quieres entrar? —preguntó Zachary.
—Claro.
La mente de Katariel pareció explotar en ese momento. No
podía creer que hubiera aceptado la invitación.
¿Cómo no había podido seguir un plan tan sencillo?
Capítulo 41

Zachary nunca supo los motivos por los cuales la había


invitado a entrar. Había límites infranqueables y aquel era uno
de ellos. Su casa era su fuerte seguro al que no dejaba entrar a
nadie.
—¿Quieres un café? —preguntó tratando de ser
hospitalario.
Ella estaba incómoda, había aceptado la invitación, sin
embargo, ambos sabían que no debía estar ahí.
—¿Agua? —pidió.
Fue hacia la cocina seguida por la princesa. Le resultaba
extraño tener compañía femenina en su casa, pero resultaba
agradable ese cambio. Quizás dar el paso significaba algo.
Le dio el vaso y ella bebió en completo silencio, la
incomodidad casi podía palparse con los dedos. Estuvo
convencido que podía masticar aquella tensión y tragarla como
si fuera comida.
—¿Quieres que te acompañe a algún lado?
—He decidido matar a mi padre –dijeron a la vez.
Zachary supo que de haber tenido algo en la boca lo
hubiera escupido de golpe. No era el tema de conversación que
esperaba. La miró con sorpresa porque sabía lo que un padre
podía significar.
—¿Estás segura?
Asintió convencida.
—Esta guerra dura demasiado tiempo y Gerald está de
acuerdo con acabar con él. Estoy convencida de que podemos
hacerlo, instaurar la paz de nuevo.
Era un plan idílico, pero él conocía los horrores de la
guerra. Las cosas no eran tan fáciles por muy bonito que fuera
el resultado. Llevaban treinta años tratando de derrocar a ese
rey y no se haría de golpe solo porque su hija quería.
—Deja de mirarme así, ¿quieres? —pidió molesta
devolviéndole el vaso.
—¿De qué forma?
Katariel suspiró antes de girar sobre sus talones y comenzar
a caminar hacia la salida. Zachary quiso dejarla salir siendo
incapaz de hacerlo, caminó rápido cortándole el paso.
Ella ya había llegado a la puerta y se disponía a abrir, así
pues, él puso la palma de su mano en la madera bloqueándole
la escapatoria.
—No he querido ofenderte, pero la guerra es horrible y
llevamos muchos años en esto.
Katariel asintió.
—No soy estúpida. Conozco los entresijos de esta batalla y
los horrores que puede causar. Soy consciente de que, para
enfrentarme a mi padre, necesito apoyos suficientes, sin
embargo, creo que el pueblo Nislavo lleva muchos años
sufriendo, está lo suficientemente desgastado como para
cambiar de parecer para con su rey.
Esa era una buena idea, hablaba de conseguir que su pueblo
la siguiera y era una idea no muy difícil de vender.
—Además, quedan dos reinos más, con los contactos
suficientes podemos conseguir una audiencia con los reyes. No
creo que les beneficie que esta guerra siga durando —explicó
Kata.
Zachary rio a pesar de saber que así la ofendía.
—Puedo llegar a ver una pequeña alianza con Reiyar, pero
¿Kaharos? No sé si recuerdas que fueron sus elfos los que te
hicieron un hechizo prohibido —le escupió algo molesto.
La joven puso los ojos en blanco, además, supo que
acababa de reprimir las ganas de darle un golpe porque apretó
los puños.
—¡Justamente por eso! Me quieren porque significa
debilitar a Nislava. Si habláramos con ellos podríamos llegar a
un acuerdo. Os he escuchado todos estos días decir que ellos
jamás os habían atacado, eso debe significar algo.
Sí, que los enemigos eran fuertes, poderosos y despiadados.
—No te dejaré ir a Kaharos a hablar con su rey —bufó
Zachary convencido.
En ese momento ella inclinó la cabeza y puso sus brazos en
jarras, estaba claro que no pensaba como él y que no iba a
llegar a un acuerdo amistoso. La conversación no dejaba de
empeorar.
—Perdóname porque me importe una mierda tu opinión.
Eso es algo que deberé hablar con Gerald y, aunque él no lo
viera bien, siempre sería decisión mía.
Aquello lo molestó.
—Pues no «princesita» —dijo poniéndole énfasis a esa
palabra—. Me he roto los cuernos, la espalda y el culo por
mantenerte a salvo y, créeme, me ha costado lo mío porque
cada vez que parpadeaba estabas en un lío.
Katariel lo miró como si acabase de enloquecer, hasta se
retiró unos pasos como si necesitase algo de espacio.
—¡Ah! ¿Es que te has declarado mi dueño? —preguntó
acusándolo con el dedo índice.
Él miró su mano para después encararla directamente.
—No, pero si tengo que atarte para que no pises suelo
Kaharos lo haré. Estoy convencido que por eso prefirieres a
Nixon, porque puedes con él.
La joven cambió totalmente, fue un golpe bajo y se dio
cuenta en como ella retrocedió. Miró a su alrededor como si
buscase algún tipo de salida, ya no quería estar en aquella
estancia y no la culpaba.
—Katariel, eso estaba fuera de lugar —suspiró.
Decidida caminó hacia la puerta, la que él seguía
bloqueando. Tomó el pomo, pero no fue capaz de abrir porque
se negó a moverse. No quería acabar aquella conversación así.
—Espera, escúchame —pidió casi ordenando.
—Déjame salir —escupió sin mirarlo.
Con cierta cabezonería tomó su mano para apartarla del
pomo consiguiendo que Kata se revolviese luchando por huir.
—Vamos, chica, no ha sido mi intención —se excusó
mientras forcejeaban.
Al final, completamente furiosa, golpeó con las palmas de
sus manos en el pecho con tanta fuerza que lo hizo
tambalearse.
—Puedo contigo —amenazó ella.
—No quiero pelear, solo disculparme, ha sido un
comentario bastante desafortunado.
Estaban solos, sin embargo, supo que nadie en todo el reino
podría creer esa disculpa tan absurda. No se sentía orgulloso
de haberlo dicho de esa forma, por mucho que creyera que
tenía razón.
—¿Qué te molesta? ¿Que lo elija a él en vez de a ti? Hasta
hace dos días éramos enemigos y no por soñar conmigo
significa que tengamos que tener algo.
Ese contraataque no se lo esperó, estaba convencido que
había conseguido enfadarla y podía verlo en la tensión de su
cuerpo; estaba al borde, como si se contuviera por no tratar de
romperle la cabeza.
—Te gustó cuando te besé —le acusó él.
—Te mordí —le recordó.
Zachary llevó su pulgar a la boca lo justo como para sacar
la lengua y chupárselo de forma tan picante que pudo ver
como miraba ese gesto.
Aquella mujer era hermosa y fuerte, una combinación
peligrosa. Le gustaba el contraste de su pelo pelirrojo con su
piel clara, aunque, en el tiempo que llevaba ahí algo de
bronceado tenía. También comenzaba a sentir una especie de
adicción por esas conversaciones fieras que compartían.
—No es que tenga nada personal contra Nixon, pero creo
que es tu solución fácil. Si acabas con Negan ya no tienes
porqué casarte con él. Serás libre —rectificó—, eres libre
ahora mismo, Katariel.
Ella negó con la cabeza.
—Es mi decisión —sentenció.
Zachary sabía que no era así, que todo era por la vida que
había tenido y porque ese hombre había sido lo único bueno
que había experimentado alguna vez.
Caminó hasta ella, no se retiró, lo esperó como si supiera
que tenían esa conversación pendiente. Había habido un tira y
afloja desde que se habían conocido, no importaba lo mucho
que trataba de ocultarlo.
Él notaba esa tensión que tiraba de ellos y no eran los
sueños.
Se colocó tan próximo a su cuerpo que casi pudo sentir su
aliento cosquilleándole en el cuello. La joven miró hacia arriba
para ser capaz de mirarlo a los ojos y sus miradas chocaron
como dos trenes de alta velocidad.
—Dime que él te hace sentir más que yo ahora mismo.
Síguete mintiendo si quieres, pero yo puedo notar esa tensión
que hay entre nosotros. Y ahora que eres libre no tienes porqué
fingir que eso no existe.
Katariel se mantuvo en silencio unos segundos, respirando
como si quisiera poner sus ideas en regla. De pronto un
choque de energía, procedente de su cuerpo, lo obligó a
retroceder con contundencia.
Casi pudo ver fuego en su mirada de entonces.
—No me gustas —lo acusó.
Zachary sonrió justo antes de que ambos arrancaran a
caminar el uno contra el otro.
Para su sorpresa, no se atacaron, él tomó su rostro entre sus
manos y ella su cintura, conteniéndose el uno al otro antes de
besarse. Fue como chocar directamente contra un muro, lo
hicieron a toda velocidad casi sin calcular dónde estaba la
boca del otro, aunque, por suerte, acertaron.
Capítulo 42

Zachary besaba como nadie o eso fue lo que le pareció a


Katariel. Nadie antes había conseguido enfadarla tanto y
excitarla de esa forma a la vez. Odiaba su crudeza, pero más el
que tuviera razón.
Caminaron sin romper el beso a través del pasillo hasta
llegar al pequeño comedor que tenía la casa. Ahí fue cuando se
separaron un instante para tomar aire y no morir ahogados.
Él lanzó un pequeño choque haciéndola retroceder, fue
como devolver el golpe que había recibido. Sonrió de forma
tan picante que pudo notar como sus piernas temblaban por
ese hombre.
Devolvió el golpe, solo que no controlaba sus poderes y lo
lanzó con algo más de fuerza contra una de las estanterías de
la pared que tenían detrás. Katariel se paralizó un poco antes
de que él arrancase a reír, suspiró aliviada al ver que estaba
bien.
El guerrero le tendió una mano, una que tomó al instante.
Tiró de ella hacia su cuerpo y la apretó con fuerza hasta
sentirse piel con piel a pesar de la ropa. Con cierta
desesperación, ella subió las piernas lo suficiente como para
envolverlas alrededor de su cintura.
Zachary gruñó victorioso, puso sus manos bajo su trasero y
lo agarró con fuerza. Se incorporó con ella aferrada a su
cuerpo y giraron hasta que, esta vez, fue Kata la que chocó
contra el armario del comedor. No le hizo daño o no lo notó en
ese momento.
Volvieron a besarse, dejando que la lengua del otro entrase
para descubrir y saborear lo que quisiera. Casi fue como si una
corriente eléctrica los envolviera de los pies a la cabeza.
La magia de ambos surgió con fuerza tirando cualquier tipo
de decoración que hubiera sobre aquel mueble. No se
inmutaron, solo siguieron en la boca del otro sin descanso.
Katariel se agarró a su nuca con fuerza, incapaz de
separarse de aquel hombre. Su mente daba vueltas y podía
cambiar lo que quisiese, ahora necesitaba estar con aquel ser
esculpido por dioses.
Pasados unos segundos, lo empujó un poco obligándola a
soltarla para poder respirar. Lo hicieron, tomaron bocanadas
de aire mirándose directamente a los ojos tratando de pensar
su siguiente movimiento.
Ella descendió de sus caderas dejando que sus pies tocasen
el suelo. Aquello era como una guerra y ninguno quería
perder.
Katariel caminó unos pasos rodeándolo fingiendo querer
apartarse de su contacto. Él rugió a su oído cuando la tomó por
la espalda y la envolvió con sus brazos, duró un segundo antes
de que notase descender sus manos hasta agarrar la base de su
camiseta y sacársela de un tirón.
No le dio cuartel, no lo necesitaba. Sus labios cayeron en su
hombro izquierdo al mismo tiempo que una de sus manos
tocaba toda la piel de su estómago y la otra tenía el cuello
entre sus dedos.
Lamió su piel consiguiendo erizarla hasta llegar a su cuello,
donde se entretuvo a besar a conciencia cada centímetro
expuesto que encontró.
La mano descendió hasta encontrar un pecho, lo agarró
colmándole la mano y lo amasó con mera desesperación. Fue
entonces cuando Katariel echó la cabeza atrás y gimió en voz
alta.
Como si eso fuera una aprobación, la mano del estómago
bajó con rapidez colándose entre sus pantalones y su ropa
interior hasta alcanzarla.
Ahí le arrancó un grito de sorpresa y excitación a la vez,
ese contacto fue tan íntimo que sintió un poco de miedo un par
de segundos, los mismos que él tardó en alcanzar su clítoris
con sus dedos.
Giró el rostro buscando su boca, pero él se lo negó, con el
mentón la obligó a seguir en la posición que estaba. Katariel
gimoteó un poco en señal de queja, aunque se le pasó cuando
su lengua llegó a su oreja.
Una oleada de placer la sacudió de los pies a la cabeza y no
pudo más que dejarse caer. Él acompañó su cuerpo hasta que
cayeron, de rodillas, sobre la mesita del café que tenía delante
del sofá.
El golpe fue duro y sordo, no importó ya que Zachary dejó
que sus traviesos dedos, completamente humedecidos por la
excitación de Katariel, entrasen en ella. Primero la penetró con
uno arrancándole un gemido, aunque no tardó en introducir el
segundo.
Cerró los ojos cuando el mundo comenzó a dar vueltas,
contoneó sus caderas notando la erección de aquel hombre en
su trasero. En aquel instante no pudo más que echar las manos
atrás y agarrarse a su cintura para evitar no perderse.
No le dio cuartelillo, la penetró con velocidad dejando que
el placer se expandiera por todo su cuerpo cortándole la
respiración; solo podía gemir.
Gritó cuando el orgasmo la sorprendió, justo en el momento
en el que la mesa cedió por el peso de los dos. Cayeron al
suelo de rodillas, en la misma posición mientras Katariel
gritaba vaciándose por dentro.
Después de aquello necesitó un par de segundos para tomar
aire. Él se retiró un poco dejándola recomponerse.
Katariel se levantó a toda prisa, casi como si, al perder
tiempo, perdiera placer. Se acercó a él lanzándole un choque
suave que lo dejó contra el mueble del comedor. Él pareció
entender lo que estaba a punto de pasar porque se quitó los
zapatos sin manos quedándose a su merced.
Zachary subió los brazos antes de que ella tomase su
camiseta y se la quitara a tirones desesperados. No pudo
aguantar la posición porque bajó una mano para agarrar su
barbilla y guiarla hasta la boca.
Se besaron, dejando que sus lenguas pelearan la una contra
la otra como si alguna fuera a ganar mientras Kata se entretuvo
en abrirle el pantalón. El cinturón cedió después de que
gruñera en la boca del guerrero, eso le produjo risa, pero
tampoco se separó para respirar.
El pantalón cayó sin remedio y su ropa interior también. No
tuvo piedad, soltó entonces su boca, justo cuando dejó que su
mano tomase toda su erección. Ahora tenía el control e iba a
hacer lo que quisiera.
—Manos arriba —le ordenó y él lo hizo sin rechistar.
Descendió hasta quedar de rodillas, en todo momento lo
miró mientras él jadeaba por lo que estaba a punto de hacer.
Katariel no cerró los ojos cuando se la metió en la boca,
pero Zachary sí, es más, pareció aullarle al cielo cuando notó
su miembro entre sus labios.
Ella lo saboreó a conciencia, metiendo todo lo que pudo
dentro y saboreando al mismo tiempo. Por cada gemido que
obtenía más lo torturaba, aquel sonido era como un cántico
para sus oídos.
Lo torturó a conciencia unos minutos hasta que él pareció
perder el control. No solo bajó los brazos, también los usó para
tomarla de la cintura y levantarla. La besó casi quemando toda
su boca.
Las manos del guerrero llegaron al sujetador, cada uno
tomó una copa y tiró con tanta fuerza que lo partió en dos sin
piedad. Lo apartó de sus pechos deseoso de metérselos en la
boca.
Y lo hizo.
Primero con uno, al mismo tiempo que pellizcó el pezón
del otro. Katariel sintió que podía morir allí mismo. Lo torturó
de forma que toda ella se erizó y se pasó al otro cuando
consiguió dejarlo rojo e inflamado.
Zachary tomó su mano para tirar de su cuerpo y guiarla
hacia la mesa. En ella había mucho papeleo, vasos y cosas que
cayeron al suelo cuando él chasqueó los dedos. Lo lanzó todo
en todas direcciones despejando aquel mueble.
El siguiente chasquido fue mucho más práctico ya que la
desvistió por completo dejándola a su merced.
No pensó los siguientes instantes, dejó que él la tomase en
brazos y la tumbase sobre la mesa con las rodillas colgando.
Se colocó entre ellas sin dar tiempo a prepararse mentalmente
para ello y dejó que uno de sus dedos la penetrase.
Katariel se encorvó producto del placer facilitando que él
saboreara uno de sus pechos. Después, demasiado
provocativamente, descendió por su cuerpo beso a beso hasta
llegar a su sexo.
No tuvo piedad y tampoco la esperó, tomó su clítoris entre
sus labios haciendo que gritase con todo el aire de sus
pulmones. Lo saboreó unos minutos antes de que un segundo
orgasmo la golpease.
Gimió su nombre sin ser consciente, pero se lo había
ganado.
Y fue ahí, cuando luchaba por respirar, que notó como su
lengua la penetraba sin piedad provocándole un segundo
orgasmo de golpe. Se retorció como si quisiera apartarse,
aunque solo fue por el placer que le provocaba.
—Zachary —suspiró.
Él llegó hasta su boca y la besó, esta vez no fue salvaje, lo
hizo de forma lenta, con cariño, siendo incluso más placentero
que antes.
Ella, al notar su miembro entre sus piernas, luchó por
acercarse y, cuando estuvo a punto de suplicar, entró
colmándola por completo. Ambos gritaron cada uno por su
propio placer.
Bombeó un poco, penetrándola con su larga polla. No pudo
evitar erguirse un poco para tomar su boca y, antes de darse
cuenta, se agarró a su espalda con los brazos y él la tomó por
el trasero.
Usando su fuerza, la subió y la bajó por todo su miembro y
ella acompañó el movimiento.
Katariel besó su cuello, ansiosa por saborear todo su
cuerpo, siguió hacia arriba hasta tomar su oreja.
—Zachary —gimió en su oído.
Él caminó hasta el sofá, donde la ayudó a descender.
Estaban en un reposabrazos y lo colocó bajo su estómago
poniéndose boca abajo esperándole. Zachary no tardó en entrar
en ella y colmarla por completo.
—Recuerdo que una vez dijiste que debía estar
acostumbrado de tener a las mujeres a cuatro patas —rio el
guerrero sin parar de penetrarla.
Kata le dio una palmada de aviso a su pecho, fue un golpe
fuerte, pero que no le hizo daño.
—Que te jodan.
—A sus órdenes.
Subió el ritmo, bombeando con tanta fuerza que supo atraer
un nuevo orgasmo y hacerla gritar por ello. El placer se
extendió desde su vagina hasta el resto del cuerpo casi
provocando que perdiera el aliento.
Katariel lo empujó suavemente obligándolo a salir. Giró
sobre sus talones y lo besó, lo hizo al mismo tiempo que lo
instó a caminar de espaldas. Ella llevaba el control
produciendo que se dejase llevar.
Lo sentó en el sofá, dejándolo mirándolo confuso. Pronto
cambió a una sonrisa cuando vio que la joven se sentaba
encima de él.
Ella subió el ritmo, bombeando fuerte con sus manos en sus
hombros mientras ambos trataban de mirarse a los ojos. Sus
labios se juntaron un par de veces, pero prescindieron de besos
porque ya empezaba a ser imperativo respirar.
Katariel lo torturó subiendo y bajando, provocándole
infinidad de gruñidos y gemidos que la animaron, aún más, a
seguir. Ella disfrutaba con su placer, lo que no esperaba es un
último orgasmo.
Él se aferró a sus caderas, acompañando su movimiento
dejando que sus cuerpos chocaran produciéndose un placer
infinito.
Al final, ambos llegaron, para su sorpresa, a la vez. El
orgasmo los asaltó produciéndole tanto placer que no fueron
conscientes del choque de energía que enviaron en todas las
direcciones a través de toda la habitación destruyéndolo todo a
su paso.
Solo cuando el placer cesó, Katariel se dejó caer sobre su
pecho con la mejilla apoyada en su hombro. Necesitaban un
respiro.
Zachary miró a su alrededor, completamente saciado y
satisfecho, descubriendo el destrozo que habían hecho juntos.
—Vas a necesitar muebles nuevos —jadeó Katariel.
Él rio.
—Una reforma ahora mismo no entra en mis planes.
Con un dedo en su barbilla, tiró de su amante hacia arriba
para tomar sus besos una última vez. Después la abrazó
dejando que descansara sobre él. Tal vez necesitaran un
momento de calma.
Capítulo 43

Después de un buen rato, Zachary la tomó en brazos.


Caminó con ella a través de los destrozos que habían
producido en el comedor y la sacó de allí hasta llegar al baño.
Ahí usó sus poderes para abrir el grifo y calentar el agua.
—¿Yo seré capaz de hacer eso algún día? —preguntó
mirando sin pestañear.
—Sí, si practicas y estudias.
Con la bañera casi llena de agua, la ayudó a entrar. Dejó
que su cuerpo se mojase poco a poco mientras se sentaba,
después, cuando estuvo seguro de que no resbalaría, entró para
sentarse a su espalda.
Ella lo recibió sin quejarse, sus piernas quedaron a sus
lados y se echó atrás para apoyarse contra su pecho.
—¿Tú me enseñarías?
Sonrió al escucharla.
—Por supuesto —contestó besándole un hombro —. Así
tendré una excusa para castigarte o quizás quieras subir nota
con tu profesor favorito.
Su risa le produjo cosquillas, estaba cansada y se notaba.
Fue entonces cuando se culpó por no haber sido suave, seguía
convaleciente por las heridas de los elfos y no lo había tenido
en cuenta.
Ella conseguía que todo se olvidase.
Tomó una esponja, la mojó y le puso jabón para hacer
espuma. La usó para limpiar sus brazos, en silencio,
disfrutando de ese momento íntimo que compartían.
—¿Crees que todo esto es porque soñamos?
Katariel no podía dejar la mente en blanco, no era capaz y
no la culpó por ello. Únicamente se rindió, la besó en la
coronilla y entró en la conversación.
—No, no creo que sea por eso. ¿Y tú? ¿Qué crees que
significan? —preguntó Zach.
La joven dejó que la limpiase y él pudo contemplar, con
horror, como sus cicatrices llenaban su cuerpo. Ya las había
visto, pero de cerca parecían mucho más dolorosas y terribles.
—Tú y yo sabemos que son vidas pasadas. Por alguna
razón hemos estado encontrándonos una y otra vez.
La respuesta de la princesa era igual que la suya y no creyó
que pudieran estar equivocados. Ellos eran una infinidad de
reencarnaciones que habían tenido la desgracia de ser
condenados.
—Existe una leyenda en Nislava, una que cuenta la historia
de dos amantes. Eran enemigos, como nosotros, y sus familias
trataron de separarlos. Al no conseguirlo los maldijeron de por
vida sin darse cuenta que eso significaba morir y revivir sin
parar. Solo se prometieron una cosa: reencontrarse.
Esa era la promesa que él le hacía cada noche en los sueños
de Katariel. Tenía sentido.
El agua se llenó de espuma, no dijeron nada más porque no
tenían nada que decirse. Sabían lo que soñaban y también lo
que compartían, casi sin palabras se habían dicho todo lo que
tenían.
No eran desconocidos, llevaban meses conociéndose y no
podían negar esa atracción que sentían. Todo les había
envuelto, empujándolos a seguirse conociendo hasta
desembocar en aquella situación.
—Debería irme —susurró Katariel—. Molly quizás quiera
saber dónde estoy.
Él la enjuagó cambiando el agua que llenaba la bañera. Se
tomó su tiempo para cerciorarse que estaba limpia o quizás fue
una excusa para seguir disfrutando su compañía.
—Vete si quieres —aceptó a regañadientes.
Katariel buscó su mirada con la suya tratando de ver su
reacción a lo que él contestó manteniéndose impasible.
—Esto es nuevo para mí, yo no sé ni cómo actuar —se
escuchó.
Zachary asintió, para él también lo era. Jamás esperó que
aquel soldado que conseguía atrapar en la guerra iba a ser la
hija de Negan, no solo eso, que esa misma mujer fuera de esa
forma.
Inevitable, aquello solo podía definirse de esa forma.
—No me voy a molestar si te vas con Molly —rio tratando
de quitar importancia al tema.
—¿Y si quisiera quedarme? —preguntó tanteando un poco.
Él se enjuagó la cabeza, dejando que el jabón cayera. Le
gustaba esos silencios incómodos que compartían porque eran
como si pudieran hablar a través de la mente. Casi notaba su
desesperación.
—Todavía tengo una habitación que no hemos destrozado,
podría ser nuestro nuevo horizonte —bromeó.
Ella, sorprendentemente, aceptó casi dejándolo sin
palabras. Nunca hubiera esperado que una discusión pudiera
concluir en todo aquello. No se quejaba, al contrario, sabía que
su compañía era lo que quería.
—Bien.
Pasados unos minutos salieron del agua, ella tenía pinta de
dormirse allí mismo y solo quería tener tiempo de poderla
llevar despierta. Por suerte colaboró cuando la ayudó a
secarse, también se quejó diciendo que no era una niña
pequeña, pero poco le importó.
La guio hasta su habitación, allí tomó una camiseta y se la
dio. Lo que para él era una prenda ajustada, para ella era casi
un vestido donde cabían dos Katariels dentro. Reprimió la risa,
dejando el humor a un lado.
La princesa se metió en la cama casi de un salto, se
acomodó y bostezó al mismo tiempo que se estiraba. Ese fue
la señal que necesitaba para retirarse, eso hizo, salió de la
habitación dejándola descansar.
—¿Zachary? —preguntó confundida.
Él, haciendo acopio de todas sus fuerzas, no reculó, pero sí
preguntó en voz alta si necesitaba algo.
—Después del sexo no pensarás dejarme aquí sola como
una apestada, ¿no?
Solo ella podía darle la vuelta a su amabilidad. Había
querido hacerla sentir cómoda y le pagaba haciéndole la
pregunta más absurda de todas. Sí, eso sí que hizo que
arrancase a reír.
Reculó marcha atrás hasta asomar por el marco de la
puerta.
—Creí que la princesita descansaba sola.
—Te tendría que atar en el poste solo por eso.
Zachary enarcó una ceja mientras sonreía. Entró caminando
como si fuera un animal salvaje a punto de comerse a su presa.
Saltó sobre la cama, la tomó de las piernas y tiró de ella hasta
ponerla completamente tumbado.
En ese instante, la cubrió con el cuerpo, besándola con
intensidad. Ella se perdió entre sus labios, saboreándolo hasta
morderle el labio inferior y separarse.
—Entonces, ¿me haces compañía?
Zachary se desplomó a su lado.
—Puede.
No volvieron a hablar porque cayeron en un sueño tan
profundo que los separó unos instantes antes de volver a
reencontrarse. Esta vez ya sabían que significaban esas
visiones, solo debían tratar de sacar toda la información
posible.
Y eso hicieron.

***

Poco antes de dormir…

—¿Qué narices es eso? —preguntó Markus.


Miró a casa de Zachary con cierto recelo, los golpes se
sucedían uno tras otro sin tener una explicación lógica.
—No quieres saberlo —dijo Molly saliendo al porche
acompañada con una taza de café.
Se miraron unos segundos, los que ella aprovechó para
subir y bajar las cejas un par de veces. Al mismo tiempo los
gemidos de dos personas perforaron sus oídos mostrándole
una imagen completa de lo que estaba sucediendo en esa casa.
Palideció unos segundos, abrió la boca y señaló hacia allí
mientras su mente procesaba toda aquella información.
—¡¿En serio?! ¿Y yo llevo años esperando que me dejes
entrar en tu casa?
Alguien carraspeó llevándose toda la atención del
momento. Ambos pudieron observar al rey, que también
contemplaba el hogar de Zachary entre golpes y gemidos.
Sorprendentemente, se llevó la mano a la frente poco antes de
sonrojarse.
—Los jóvenes de ahora no sabéis ser discretos.
Markus alzó ambas manos.
—Tú no te acerques a mi nieta —advirtió.
Molly rio con la reacción del guerrero, este miró a su
alrededor como si aquello fuera una cámara oculta, pero no la
encontró. Finalmente, harto de los gemidos que llegaban sin
cesar, decidió hablar.
—¿Sabes que es tu nieta la que está con Zachary?
Fue ahí cuando la mujer se atragantó con el café, tosió un
poco antes de fulminarlo con la mirada.
Ahí comprendió que no tendría que haberlo dicho.
—Katariel está en casa de Molly, descansando.
Markus se mordió la lengua.
—Lo siento, majestad. Debo darle la razón a Markus esta
vez, es ella la que está con Zachary.
Gerald palideció producto de la sorpresa antes de mirar a la
casa, Markus y a Molly de forma intermitente. Lo hizo durante
tantos segundos que todos creyeron que aquel hombre entraría
allí y mataría a alguien.
—¡Son jóvenes! —gritó Loretta apareciendo tras su hijo,
regresaba de su paseo —. Yo recuerdo cierto jovencito que me
hizo sacar los colores un par de veces por follar en sitios
públicos.
Markus y Molly se miraron, fue entonces cuando ella le
hizo una señal de que la siguiera hasta su casa. Al parecer esa
conversación estaba siendo demasiado para que siguieran
escuchando.
No se lo pensó, corrió hasta que entraron. Ambos fueron
hacia la ventana que daba al porche, puede que desde allí no
los vieran y así escucharan porque se morían de curiosidad por
saber más de su rey.
—No tendrías que haber dicho eso, madre —la regañó.
—Tú fuiste peor. Deja que le pase algo bonito antes de la
guerra. Sabías que iban a reencontrarse y que esto pasaría.
Gerald asintió.
—Esperé que no fuera tan pronto.
Loretta suspiró al cielo.
—Tú y Edith tardasteis mucho menos y aún recuerdo
cuando el panadero me dijo que os encontró en la trastienda
desnudos y cubiertos de harina.
Gerald, ofendido, giró sobre sus talones dispuesto a
marcharse hacia su casa. No deseaba que nadie pudiera
escuchar sus travesuras de juventud. Aceleró el paso, sin
embargo, volvió atrás cuando su madre necesitó ayuda y la
dejó agarrarse a su brazo.
—Gracias, hijo.
—De nada, madre.
Markus rio un poco antes de darse cuenta que estaba en
casa de Molly. Al parecer no fue el único, ambos dieron un
brinco y se separaron casi como hubieran cometido un pecado.
Ahí fue como vio, a su espalda, el retrato de un hombre
muy apuesto y con una corona en la cabeza.
—¿Quién es? —quiso saber.
Molly pareció encorvarse de dolor. Cuando él quiso retirar
la pregunta negó con la cabeza y caminó hacia aquella
fotografía.
—Es mi marido o, al menos, su imagen. Mi hermana
Minerva lo ejecutó delante de mí.
Los hombros del guerrero cayeron mientras un sentimiento
de culpa lo invadía. Nunca debía haber preguntado algo así, ni
en sus peores pesadillas hubiera imaginado que era viuda.
—Lo siento mucho.
—Gracias, fue hace mucho tiempo, pero siento que debo
guardarle el luto. Una parte de mí lo sigue esperando.
Se apiadó de ella. Era una mujer que lo había perdido todo
en la vida, había vivido su propio infierno y nadie podía
culparla por rechazar a todos los hombres que querían algo.
—Debería irme, pero me gustaría que supieras que mi
puerta siempre estará abierta para un café. Solo eso, una buena
taza de café y una conversación.
Molly lo agradeció con una sonrisa que pareció iluminar el
resto de la estancia.
Justo después abrió la puerta invitándole a salir y eso hizo,
ya no tenía excusa para estar ahí dentro. Ella necesitaba su
propia intimidad, él acababa de recordarle que el amor de su
vida estaba muerto.
—Te has coronado —se dijo a sí mismo.
Capítulo 44

Katariel salió de casa de Zachary cuando una llamada lo


hizo saltar de la cama. El rey Negan estaba en Draoid y venía
a buscar a su hija, todavía estaban a kilómetros de distancia,
cerca de las fronteras, sin embargo, los Draoids iban a
responder a esa provocación.
Esas palabras se agolparon en su mente, tomando su ropa se
vistió a toda prisa dispuesta a acompañarlo a la batalla. No
pensaba quedarse de brazos cruzados mientras su padre trataba
de acabar con aquella gente.
—¡Quédate aquí! —bramó Zachary cuando la vio salir.
Sabía que estaba en su naturaleza dar órdenes y no se
amedrentó al recibirla. Solo había un problema: no pensaba
cumplirla.
—¡Pienso ir!
Él ya no la escuchó, se había marchado con sus soldados.
Tenían un reino que defender y eso era lo único que
importaba.
Katariel corrió entonces a casa del rey, su abuelo estaba en
el porche mirando como sus guerreros partían a la guerra que
su enemigo había declarado.
—¡Tengo derecho a ir! ¡Confía en mí! Solo quiero evitar un
derramamiento de sangre innecesario. Si puedo alcanzar a mi
padre acabaré con esto —dijo tratando de convencerlo.
Supo que no lo había hecho, él quería mantenerla a su lado
porque era la única baza que tenía para la guerra y porque era
su nieta.
—Lo siento —dijo la voz de Markus a su espalda.
Ella giró lentamente sabiendo bien que aquello no era una
buena señal. Él la miró con tanta pena que supo lo que quería
hacer. Iban a retenerla.
Katariel se concentró dejando escapar un choque de energía
que provocó que el soldado cayera al suelo.
—Yo también lo siento —dijo antes de arrancar a correr.
Pocos metros más allá estaba la moto que iba a usar el
segundo al mando para seguir al resto, solo tenía que subirse
en ella.
Justo cuando tocó el manillar con los dedos notó como una
segunda cuerda se ataba en su pecho. Markus tiró de ella con
contundencia y la tiró al suelo de bruces. El golpe fue duro,
pero logró reponerse enseguida.
Por los brazos algo retorcidos, tomó la cuerda y miró en la
dirección en la que se había marchado el ejército. Su padre
estaba ahí, eso significaba que Nixon también y podía morir
innecesariamente. Además, no solo él, cientos de soldados
Nislavos y Draoids que no tenían porqué hacerlo.
—¡Estate quieta! ¡Es por tu bien! —gritó Markus.
Ella fue la siguiente en gritar, lo hizo mirando al cielo
siendo incapaz de controlar la rabia que sentía al dejar morir a
tanta gente solo por una mala decisión.
La magia se desprendió de ella consiguiendo hacer caer y
rodar a todo al que tuvo a su alrededor, incluso a Markus. Fue
ahí cuando la cuerda se desvaneció y aprovechó su única
oportunidad.
Tomó la moto sin mirar atrás e ignoró los gritos del
guerrero, su abuelo y de Molly. Arrancó y salió de allí tan
rápido que supo que nadie iba a ser capaz de detenerla. Lo
hacía por una buena causa y eso debía significar algo.
***

Alcanzó al grupo de Zachary casi una hora después, sabía


que no iba a ser bien recibida, pero tuvo la suerte de que ya
habían entrado en batalla y eso lo distraería lo suficiente.
Le sorprendió ver un grupo tan reducido de hombres
peleando contra los Draoids. Su padre no solía enviar tan
pocos a la guerra ya que tenían uno de los ejércitos con más
números de combatientes del mundo entero.
Soltó la moto antes de comenzar a batallar. Necesitaba
hacer algo que atrajera la atención de todos, necesitaba
decirles que no tenían porqué morir ese día. Su rey no merecía
su sangre.
Muchos Nislavos la reconocieron deteniéndose en seco, los
rumores de que la princesa estaba ante ellos fue suficiente
distracción como para que todo se congelase al instante.
Notó la mirada de Zachary fulminándola, pero prefirió ver
al otro hombre que encontró en el campo de batalla: Nixon.
Él bajó sus armas contemplándola como solo se mira a un
fantasma, estaba convencida de que no esperó jamás
encontrársela allí.
—¿Katariel? ¿Estás con ellos?
La joven no supo contestar al momento, le dedicó una
mirada de arrepentimiento antes de poder contestar.
—No es fácil de explicar, lo sé. —Tragó saliva y se
descubrió a sí misma completamente en blanco.
Siempre sabía qué decir o hacer, no obstante, ahora, ante
aquel hombre, no era capaz de explicar sus motivos. Así pues,
se obligó a mantener la calma antes decir todas las cosas que
debía.
—El rey Gerald es mi abuelo —dijo como si eso lo
significase todo—. ¿No estáis cansados de tanta guerra? Creo
que Negan no ha hecho nada para ganarse la sangre que dais
por él. Podemos acabar con esto, buscar una solución al
invierno perpetuo y tener una vida normal.
Nixon, que la miraba como si hubiera enloquecido, rio
rompiendo el silencio de todos.
—Eso es alta traición y tú misma lo sabes —la acusó.
—Hemos hablado miles de veces de las cosas que haríamos
cuando él muriera, también pensábamos en paz. ¿Por qué no
hacerlo ahora? Podemos conseguir una alianza entre todos los
reinos, todos están cansados de morir.
Nixon buscó a Zachary con la mirada, cuando lo encontró
hizo una mueca de rabia como si eso significase algo.
—¿Él? ¿Todo esto es por ese hombre?
Sabía que el jefe de los Draoids estaba preparado para
atacar en cualquier momento, no lo hizo solo por ella y lo
agradeció enormemente.
—No, esto es mucho más grande que nosotros mismos. Te
estoy hablando de paz, Nixon.
Pero su prometido no la escuchaba, había sacado sus
propias conclusiones y nadie iba a hacerle cambiar de opinión.
Lo supo por cómo la miró, con una pena tan grande que
rompió su corazón.
—No, estás hablando de matar a tu padre porque te has
encoñado de un Draoid. ¿Te lo has follado?
Katariel lo miró sorprendida.
—¡Contesta! —bramó.
La princesa se cuadró y levantó el mentón con orgullo.
Abrió los brazos antes de girar para que todos los presentes
pudieran verla bien.
—Yo, hoy os prometo acabar con la tiranía de Negan. Su
tiempo debe llegar a su fin. Y sí, he follado con ese hombre y
no me arrepiento de nada. Eso no nubla mi juicio. Todos
habéis visto cómo me ha tratado todos estos años y la cantidad
se sangre que he donado a su tiranía.
Caminó un par de pasos antes de detenerse.
—Todos habéis perdido un familiar por su culpa y seguiréis
así si no evitamos esto.
Nixon se pellizcó el puente de la nariz a pesar de que tenía
un arma en cada mano. Ella lo vigiló atentamente esperando,
con esperanza, que él cediera. Era lo que siempre habían
soñado cuando eran dos don nadies, ahora tenían la suerte de
su lado.
—¿Y qué ofrecéis? —preguntó mofándose.
Zachary avanzó para apoyarla.
—Una alianza, una que ayude a crear paz —contestó.
Los segundos pasaron mientras que para Katariel todo
aquello parecieron horas. Necesitaba a su amigo de su parte,
era una de las personas más importantes de su vida y su apoyo
era vital.
—No sabes lo que he tenido que hacer para venir a por ti —
le recriminó—. Me hizo asesinar a los supervivientes que
ayudaste a escapar y tiene amenazado a mis padres. Han
tenido que huir a Reiyar para salvar la vida.
El dolor era algo que compartían, esa gente no merecía
morir, eran inocentes y merecían estar con sus familias.
—Solo por eso, para que nadie más tenga que sufrir algo
así. Podemos conseguir paz —explicó ella llegando hasta él.
Dejó sus manos sobre su pecho haciendo el toque real.
Hacía meses que no podían hacerlo, aunque todo había
cambiado. Se habían besado la última vez y esta no lo
hicieron.
Estaban en puntos distintos de la vida.
—Nixon, confía en mí como siempre has hecho. Esto es
bueno para todos.
Él pareció arrepentido.
—No somos el único grupo que ha entrado en Draoid.
Ahora mismo un ejército mayor que este va de camino al
reino. Tiene intención de hablar con Gerald cara a cara para
enfrentarse a él.
Aquello cayó encima de ella como un jarro de agua fría, esa
confesión les decía que ellos eran la distracción.
Zachary ordenó que parte de sus soldados regresaran a casa
a toda velocidad, allí también había otra parte de su ejército y
presentarían batalla contra los Nislavos en cuanto los vieran
venir.
—Tú salvaste mi vida, Katariel. Yo solo quería que
volvieras conmigo —susurró Nixon.
Ella lo sabía y, durante muchos años, lo había amado con la
misma intensidad. Ahora no podía decir lo mismo.
—Yo traté de sacarte de aquel maldito infierno… —se
lamentó de nuevo.
Katariel sabía que el hecho de que la atraparan había sido
culpa suya. Se enfrentó a los Draoids queriendo salvar la vida
de Nixon a toda costa. No le importó su vida en ningún
momento, solo conseguir que él volviera a casa.
—Has sido la persona más importante de mi vida. No
hubiera podido sobrevivir tantos años sin haberte tenido a mi
lado y lo sabes. Lo que hice lo volvería a hacer una y mil
veces. Pero ahora tenemos la oportunidad de hacer algo mucho
mayor y te necesito a mi lado —explicó la princesa.
Nixon, en cambio, se retiró como si su toque quemase y la
miró como si fuera una completa desconocida.
Capítulo 45

Ella había cambiado, ya no era la mujer que había sido


antaño. No era su Katariel y podía ver en sus ojos que no lo
amaba con la misma intensidad. Y eso dolía mucho más de lo
que sabría jamás.
Seguía enamorado de la mujer que decía haberse acostado
con otro, la misma que la última vez la besó con pasión. De
ella solo quedaban meras cenizas que no podía recomponer.
Y le pedía una alianza.
Se retiró sintiendo falso aquel toque que tenía sobre su
pecho y se mezcló entre los soldados Nislavos. Ella lo siguió,
aunque confusa y con paso mucho más lento, no comprendía
lo que ocurría.
A poco menos de cien metros tenían un helicóptero, cuando
no pudo soportar la idea de tener a Katariel tan cerca corrió
hacia él. Fue entonces cuando lo imitó y trató de alcanzarlo.
—¿Nixon? ¿Qué ocurre? ¡Habla conmigo! —pidió.
Él, subido a aquel enorme aparato, se giró hacia ella tan
decidido que ambos supieron que era un punto de inflexión
para ambos y su relación.
—Sube conmigo, déjate de guerras que no puedes ganar.
¿Qué no lo ves? Negan siempre gana. Huye conmigo —le
pidió.
Katariel, desconcertada, jadeó como si aquello fuera la
petición más loca de toda su vida.
—No podemos huir. Tenemos el deber de acabar con esto.
Pero Nixon no lo veía así. Sabía que podían tener una vida
más allá de aquellos dos reinos que buscaban destruirse el uno
al otro.
La guerra había hecho mella en él. Llevaba conviviendo
entre muerte toda su vida y necesitaba un respiro. Uno al lado
de Katariel para el resto de sus vidas, estaba convencido de
que podían ser felices.
Ya lo habían sido una vez.
—Sube —pidió.
Katariel, asumiendo su respuesta, contestó.
—No. No puedo acompañarte.
Nixon tomó la decisión, debía alejarse de todo aquello de
una vez por todas. Era demasiado doloroso como para
soportarlo.
Ordenó que encendieran el aparato y no pudo escuchar las
veces que Katariel gritó su nombre, aunque sí leyó sus labios.
Ella le rogaba que recapacitase, parecía tener la solución
mágica a todos sus problemas sin comprender que no quería
eso.
Solo la quería a ella. Y la había perdido.
En el aire pudo ver como no se rendía, seguía gritándole
como si eso fuera a hacerle cambiar de opinión, no obstante,
sus destinos ya estaban sellados. Supo entonces que Katariel le
había traicionado.

***

Nixon no la escuchaba, aunque tampoco quería hacerlo. La


decepción más profunda se reflejaba en su rostro y se sintió
culpable por fallarle. Él había sido la única persona que había
creído en ella y no había logrado estar a la altura.
—¡Nixon, por favor! —suplicó.
Zachary fue a acercarse a ella, entonces Nixon, tomando un
arma de alto alcance, disparó cerca de sus pies.
Eso la desconcertó. Miró al cielo y lo encontró fuera de sí,
entonces supo que el dolor que sentía era tan poderoso que no
cambiaría de opinión.
Él la amaba de verdad.
—Por favor, Nixon —suplicó una vez más.
Entonces algo cambió.
Su prometido, su amigo y su cuidador, giró el arma hacia
ella. La contempló un par de segundos con el ojo en la mirilla,
aunque Katariel supo que jamás podría hacerle daño alguno.
Falló estrepitosamente esperando bondad en su corazón.
Casi pudo ver todo aquello a cámara lenta. Él apuntó a su
cabeza y vio como apretaba el gatillo dejando que la bala
surcase el aire. El sonido resonó por aquel campo haciendo
que los pájaros huyeran.
Todos se quedaron congelados mirando a la princesa de
Nislava, hasta el propio Nixon apartó el arma para poder
contemplar lo que acababa de hacer. No pudo creerse que ella
siguiera en pie, que pudiera respirar después de todo y se
preguntó dónde había disparado.
Katariel, jadeando por la sorpresa, parpadeó mientras veía
como el helicóptero tomaba altura. Fue justo en ese momento
en el que miró a su derecha, levantó el brazo y lo colocó
delante de sí para abrir la mano.
Con estupor, comprobó que tenía la bala sobre su palma.
Ella había conseguido que sus poderes la salvasen de Nixon.
La persona a la que tantos años había amado.
Él acababa de disparar a su cabeza con la intención de
asesinarla. Con horror, miró fijamente esa bala, la que estaba
destinada a acabar con su vida. Aquel hombre había sido capaz
de dañarla.
Su corazón se rompió en mil pedazos.
Presa de la pena y el dolor más infinito, lloró antes de gritar
al cielo. Quería que el mundo entero pudiera ver como
acababan de romper su alma con aquel gesto. También notó la
magia salir de ella, incluso alcanzó a leer los labios de Nixon
pidiéndole al piloto que los sacara de allí a toda prisa.
Nada importó, Kata dejó que el dolor saliera a través de su
piel, haciendo que se alzase hasta impactar en el helicóptero,
no consiguió hacerlo caer, pero ya nada le importó. Todo el
mundo en el reino escuchó su grito y notó la honda expansiva
que liberó. Ahí estaba su corazón y sus lágrimas.
Con dolor, cayó al suelo completamente abatida. Nunca
antes se hubiera esperado nada así de él. Nixon era su persona
de confianza.
Zachary la tomó de la cintura cuando la batalla dio
comienzo. Los Nislavos se tomaron aquello como una orden
de atacar y estar allí en medio hacia que corriera mucho más
peligro.
Katariel forcejeó cuando el guerrero la puso en pie, quiso
quitárselo de encima, pero fue incapaz.
—Derríbalo.
—¿Cómo? —preguntó Zachary, confuso.
Ella echó una última mirada al hombre por el que hubiera
dado la vida cientos de veces, por el que había sido una rehén,
el mismo que acababa de intentar asesinarla.
—¡Derríbalo ya! —bramó enfurecida.
Él la había traicionado, para siempre.
No pudo mirar cuando Zachary alzó la mano e hizo lo que
le pedía. Con rabia por el dolor que le habían causado, dobló
las hélices provocando que se precipitase al suelo sin remedio.
La explosión que vino a continuación sentenció el destino
de las personas que habían ocupado el helicóptero.
Katariel lloró entonces comprendiendo que la guerra
acababa de provocar que hiciera algo horrible. Se habían
amado durante años y había sido traicionada de la peor forma.
Pocos minutos después todos los Nislavos fueron
reducidos. Era un grupo pequeño y no presentaron dificultad
ninguna.
Ahora tenían un enemigo mayor a las puertas de la ciudad,
lo que significaba que no podían quedarse allí lamentando
amores pasados. Tendría tiempo para llorar aquel disparo, todo
llegaría en su momento.
Guardó la bala en el bolsillo y siguió al resto hacia Draoid.
Tenían un reino que defender.
Capítulo 46

Negan pensó que aquel era un glorioso día. Volver a sentir


el sol le recordó tiempos antiguos donde todo su reino era
soleado, algún día conseguiría que el hechizo desapareciera.
Tiró de Malorie, a la cual agarraba del cuello, y avanzó
entre la batalla que él mismo acababa de declarar. Todo
pareció detenerse cuando zarandeó a la mujer que tenía como
rehén.
Y ahí vio a Gerald, habían pasado mucho desde la última
vez. Los años no parecían pasar para el que una vez fue su
suegro.
—¡Cuánto tiempo! —exclamó —Casi había olvidado cómo
era este lugar.
—Vete de mi reino o seré yo mismo el que te mate —
amenazó su exsuegro.
Sí, ahora recordaba esa última visita a Draoid. Fue un día
glorioso y hacía un sol tan abrasador como entonces.
—Tú también recuerdas mi última vez aquí, ¿eh? Fue el día
de mi boda, ese en el que me llevé a Layla de tu lado para
siempre.
El suelo tembló recordándole que su enemigo tenía unos
poderes con los que él únicamente podía soñar. A pesar de eso,
tenía una rehén con la que sabía que no iban a atacarle.
—No está aquí, tu hija.
No le gustaron esas palabras y no pudo creerlo.
—Me estás queriendo decir, ¿qué has perdido algo tan
importante? ¿Y dónde se supone que está? ¿La has perdido o
la has dejado caer por ahí? No son unas llaves creo recordar,
aunque tampoco es que sirva de mucho, la verdad.
Gerald avanzó un paso, su energía crepitaba a su alrededor
como una tormenta. Tenía el poder suficiente como para
pestañear y pulverizarlo, solo por eso no se habían visto en
treinta años, pero era el momento de demostrar quién era.
—He visto lo que le has hecho —le acusó el rey de Draoid.
Eso hizo que sonriera orgulloso.
—Así que, mi pequeña ha conseguido rascar ese corazón
viejo y putrefacto. Te adelantaré el final de la película, ella
acaba volviendo a mi reino y seguiré haciendo con su cuerpo
lo que me plazca el resto de mis días.
Pudo notar como apretaba la mandíbula, quería contenerse
porque le preocupaba la integridad de Malorie y esa era una
baza que pensaba aprovechar en su beneficio.
—Puedo prometerte una cosa, Negan. Katariel no volverá
contigo a ese trozo de hielo tuyo.
Eso estaba por ver, él tenía las intenciones claras y aquel
día no iba a cambiar por mucho que tratasen de alejarlo de ese
camino. Durante años había sabido que ese reencuentro tenía
que darse tarde o temprano.
—Ella es mía, ¿recuerdas? No moviste ni un dedo por
recuperarla y no creas que no sé la infinidad de cartas que te
envió Malorie pidiendo salvar a la pobre niña. ¿Y sabes algo?
Creo recordar que nadie vino, ni un alma preguntó si estaba
bien o seguía respirando. Me pertenece por derecho propio.
No podía cogerle cariño a ese saco de huesos ahora, no
tenía ningún derecho sobre esa nieta que repudió en su
momento.
—Hemos cometido muchos errores todos estos años,
Negan. Darte a Layla es el que más me pesa con diferencia,
pero no proteger a Katariel es otro que no me perdonaré jamás.
Los sentimentalismos eran tan aburridos que creyó bostezar
esperando a que terminase de hablar.
—Vamos, acaba con esto de una vez. Dame lo que es mío y
yo te devolveré a la doncella, puedo decir que ha hecho un
trabajo estupendo todos estos años. Podrás darle una buena
jubilación.
La agitó mientras ella parecía gimotear asustada.
—El único defecto que puedo sacarle es que le dio ese
estúpido collar poco antes de que huyera.
Gerald asintió, por supuesto que lo había visto colgado de
su cuello. Estaba convencido de que había descubierto muchas
cosas de su nieta y que ella sabía gran parte de la historia.
—Tengo curiosidad, ¿sabes? Me pregunto si nada más
saber que era tu rehén la acogiste entre tus brazos y le diste
todo el calor de tu corazón —se mofó.
Supo, por la mueca que puso entonces, que no había sido
así y eso le gustó. Al parecer Katariel no había encontrado allí
el abuelo que tenía. Draoid había sido también una condena.
—¿Llegaste a torturarla? ¿Escuchaste los gritos?
Gerald negó antes de taparse los ojos.
—¿Tú te escuchas? ¿Eso es lo que le hiciste a Layla?
Lo que le hizo a su hija era un secreto, pero tenía mucho
que ver con gritos, placer y sangre. Acabó con su vida de la
forma más cruel que encontró y encontró regocijo cuando vio
lo debilitada que estaba. Sostener su cuerpo sin vida entre sus
brazos era un recuerdo demasiado bonito.
—Rompí ese estilizado cuello con mis manos, no sabes el
placer que me produjo sentir su último aliento. No pudo volver
a verte, Gerald, preguntaba por su papi a diario creyendo que
sería su salvador. Yo le dije que el cobarde de su padre no iba
a pisar suelo Nislavo jamás y no me equivoqué.
Rio recordando aquel día y supo que sería capaz de dar
cualquier tipo de fortuna para regresar atrás y vivirlo otra vez.
—También le dije, mientras luchaba por respirar, que nunca
moverías un dedo por Katariel, que ella sería mía para
siempre. Su hijita especial no conocería el amor de una madre,
pero tampoco el de una familia.
Se regocijó en el dolor que se reflejó en el rostro del rey
Gerald, detrás de él, su más vieja madre tampoco parecía estar
contenta con su presencia. Aquel fósil parecía no querer morir
jamás.
En ese preciso instante gritó atravesó el aire.
—¡Negan! —bramó Katariel a su espalda.
Giró sobre sus talones y le sorprendió ver a su hija. Su
físico era el mismo, pero algo había cambiado. No importaba,
antes de que pudiera acercarse a él agitó a Malorie como si de
un instrumento musical se tratase y consiguió que se detuviese
en seco.
Ahora sí tenía toda su atención.

***
Él estaba ahí y Malorie, Nixon no había mentido. Respiró
agitadamente mientras trataba de pensar en algo mínimamente
claro. Durante meses había creído que había fallecido cuando
ella se escapó.
Craso error.
Su cuidadora seguía con vida, estaba demacrada y lejos de
la persona que recordaba, sin embargo, era ella.
—¡Oh, vaya! La hija pródiga está lista para volver a casa —
rio su padre.
Katariel negó con la cabeza.
—No pienso ir contigo a ninguna parte.
Él fingió decepción, no parecía importarle lo que tuviera
que decir porque ya tenía decidido cómo acabaría ese día.
Siempre actuaba de esa forma, elegía el cómo y el cuándo y
todos debían seguir su plan.
—¿No está Nixon contigo? ¡Menuda decepción! No tenía
madera de rey, un pobre perdedor por el que sus papaítos
pagaron muy bien.
El recuerdo de aquel hombre provocó que tuviera ganas de
llorar. No podía pensar con claridad después de lo que había
pasado, no era capaz de comprender lo que había ocurrido.
—Te alegrará saber que me disparó a la cabeza —explicó
tratando de parecer neutra.
Eso sí fue toda una sorpresa para su padre.
—Al final le echó cojones. Le dije que al menor indicio de
que parecías uno de ellos te matase. Sin embargo, entiendo que
tú tuviste un as en la manga con el que él no contaba, ¿verdad?
Asintió dándole la razón, no pensaba explicar lo que había
ocurrido para no darle la satisfacción.
Entonces su padre dejó de fijarse en ella para mirar a su
alrededor. Comprobó que algunos Nislavos los acompañaban,
seguro que imaginó que se trataban de rehenes, no obstante, no
supo que era porque se habían rendido.
Todos necesitaban paz.
—Tú eres Zachary, ¿verdad? Te reconozco, el fiero
guerrero. He visto tus poderes y son impresionantes —rio
Negan.
Él avanzó unos pasos hasta quedar delante, era el jefe del
ejército y debía estar en primera línea de fuego.
—Y tú el cobarde que reina en Nislava, no recuerdo haberte
visto nunca en el campo de batalla. Dejas que todos mueran
por ti —comentó con seriedad.
Negan nunca participaba en la guerra o, si lo hacía, no era
con los Draoids. Los años le habían hecho tenerles el debido
respeto y mantener las distancias. Conocía de lo que eran
capaces.
—Tú eres músculo y yo soy la inteligencia. Eso me ha
mantenido en mi trono tantos años, pero es algo que la plebe
no puede llegar a entender.
Respiró profundamente tratando de mantener el control, no
podía perderlo en un momento así. Malorie estaba con él y eso
solo significaba problemas, no quería poner su vida en peligro
cuando acababa de descubrir que seguía con vida.
—¿A qué has venido? —preguntó Katariel.
Negan miró a la doncella unos segundos.
—Quería una bonita reunión ante todos. ¿Ya te han contado
que Malorie fue la doncella de tu madre? La cuidó muy bien
como hizo contigo, pero no podía esperar nada menos que eso
de ella. Viene de una larga familia de doncellas reales.
Katariel solo quería que la soltase, que pudieran
reencontrarse de nuevo y ella pudiera estar con su gente.
Estaba convencida que tenía familia con la que le gustaría
abrazarse.
Malorie había ido a Nislava a cuidar de su madre, aunque
solo iban a ser unos meses hasta que el personal del nuevo
reino aprendiera bien lo que hacer. Al final acabó allí más de
treinta años.
—Os propongo un trato, os doy la doncella a cambio de mi
hija. ¿Qué os parece? —preguntó Negan.
Capítulo 47

La vida de Malorie dependía de Kata, solo tenía que


entregarse. Si se rendía y se entregaba podría tener una
oportunidad para que ella estuviera bien. Eso no borraba sus
planes de acabar con su padre, estaba convencida de que iba a
ser capaz de seguir con aquello a pesar de estar recluida en
Nislava.
—De acuerdo —aceptó sin dudar.
—¡No! —gritaron muchas voces, la más sonora fue la de
Zachary, aunque ninguna resonó con tanta fuerza como para
hacerla cambiar de opinión.
Negan rio.
—La señorita ha hablado y no me gustaría contradecirla, es
de sangre real.
Quiso avanzar en dirección a su padre, pero Zachary la
tomó por el codo y la atrajo hacia él. Trató de no forcejear,
pero se trataba de Malorie. No podía perder a Nixon y a su
doncella el mismo día.
No podía desmoronarse el mundo de esa forma.
—Así es como yo lo veo —comenzó a decir el rey—. Te
has divertido con ella, cosa que no está nada mal, ahora me la
entregas, yo te doy esto como premio de consolación y todos
contentos.
Nadie estaba feliz como su padre decía, no había forma de
estarlo.
—Cielo, estaré bien, no tienes que preocuparte por mí —
lloró Malorie.
Aquello hizo que sintiera que podía morir allí mismo, ella
quería entregarse y solo esperaba que su padre no fuera tan
cruel como para hacerle algún tipo de daño a Malorie.
La necesitaba en su vida.
—Sabes que no gozo de buena paciencia. ¿Podríais hacer el
favor de entregarme a mi hija? Este padre ansía una reunión
familiar urgente. —Giró hasta mirar a Gerald—. Yo sí soy un
padre preocupado que mueve un dedo por su hijita.
Ese era un golpe bajo, uno demasiado hasta para él.
Katariel apretó los puños, no podía permitir que siguiera
así. Pegó un fuerte tirón tratando liberar el agarre que Zachary
ejercía sobre ella, no obstante, solo consiguió hacerse daño y
gruñir de rabia.
—Tic, tac, tic, tac.
—No obtendrás nada de nosotros, solo una muerte
prematura, no vas a aferrarte a tu trono mucho más tiempo —
contestó Zachary.
Esa fue su última opción y todos sabían que no estaba
dispuesto a ceder o cambiar de opinión.
Eso hizo que el infierno se desatara.
Negan, luciendo una enorme sonrisa, sacó un enorme
cuchillo de entre sus ropas. Katariel lo vio todo a cámara lenta,
quiso intervenir, lo intentó al igual que Zachary. Nadie llegó a
tiempo, seccionó su garganta y la tiró al suelo antes de que
todos los Nislavos entrasen en batalla.
—¡No! —gritó ella con horror.
Eran dos grandes ejércitos enfrentados, la batalla tan real y
cruel que el caos se desató a su alrededor.
Antes de poder acercarse a su padre, vio como cientos de
soldados la rodeaban en una lucha encarnizada. Todos
buscaban lo mismo: ganar, pero solo uno podría salir
victorioso.
A empujones, ella trató de abrirse paso.
Las cosas no debían haber ido así, no podía estar pasando
algo semejante. Estaba desesperada y solo necesitaba llegar
hasta Malorie, no quería nada más, no le importaba lo que le
pasase al resto del mundo en ese momento.
Pudo ver como Zachary y Markus comenzaron a abrirle el
camino, la bloquearon quedándose cada uno a un lado suyo y
trataron de ayudarla a pasar. Lo hicieron mientras la guerra
pasaba a su alrededor, todos luchaban por defender a sus reyes,
su pueblo y su honor sin saber muy bien los motivos.
Aquella guerra no era justa.
Negan, cobarde por naturaleza, se entremezcló entre los
suyos usándolos como escudo para salir de allí. Gerald lo
persiguió, tenían un asunto que zanjar, pero fue demasiado
tarde.
Su padre era astuto, siempre tenía un plan detrás y ese día
no iba a ser distinto. Justo cuando estaba a punto de ser
atrapado, cuando ya lo tenían rodeado, una mujer apareció a su
lado de la nada: Minerva, la reina bruja.
—Hola, querido —canturreó.
—Sácame de aquí, cariño.
Se agarró a su cintura y esta, antes de desaparecer, miró a
Gerald, el cual no podía estar más sorprendido.
—¿Qué esperabas? Ese hechizo de mierda que hiciste con
tu madre senil no iba a durar para siempre. Saluda a mi
hermana de mi parte.
Acto seguido desaparecieron abandonando a cientos de
hombres a su suerte. Quedaron en Draoid, atrapados sin un
líder que los guiase, acababan de mandarlos al matadero como
si fueran piezas sustituibles. No valían nada para Negan.
Katariel siguió peleando, empujando y gritando hasta que
logró llegar hasta ella. Se arrodilló a su lado antes de tomarla
entre sus brazos con sumo cuidado. Era una herida tan
profunda que toda ella ya estaba cubierta de sangre.
Con horror, buscó con la mirada a Zachary y a Markus, el
cual no paraba de gritar el nombre de Molly, la necesitaban a
ella o, más bien, a un milagro.
—Mi niña —jadeó Malorie sonriendo al verla.
—No hables, la ayuda viene en camino —pidió.
Zachary ordenó que contuvieran a los Nislavos, no querían
muertes, solo que los dejasen bloqueados y sin pelear.
Necesitaban tener la situación bajo control antes de que
demasiada sangre fuera derramada.
—¡Molly! —gritó Katariel desesperada.
La vida se le escapaba entre las manos, ella no podía morir,
no podía perderla. Estaba rota por el dolor, estaba convencida
de que había podido hacer algo, solo que no había usado las
cartas adecuadas.
—Lo siento —gimió llorando.
Las lágrimas mancharon su rostro sin tener ningún tipo de
control sobre ellas. Abrazó a Malorie dejando que sus brazos
la reconfortasen, se fustigó mentalmente por la resolución de
todo aquello.
—Mi niña… —comenzó a decir.
Katariel negó con la cabeza. No podía forzar su cuerpo,
tenía que utilizar las fuerzas que le quedaban para sobrevivir.
—No, no hables —pidió.
Las lágrimas de Malorie mancharon su golpeado rostro.
Aquel monstruo la había mantenido con vida, a duras penas,
todo ese tiempo. Ella no lo había sabido, su muerte la llevaba
persiguiendo desde entonces.
—Lo siento mucho, no fui la niña obediente que merecías.
La doncella sonrió como si lo que acabase de decir fuera la
mayor locura de toda su vida.
—Has sido mucho mejor de lo que esperé jamás. Esa forma
de llegar, sin miedo a tu padre. Estoy muy orgullosa de ti.
Las palabras de Malorie provocaron que sollozara, no se
veía así; no había estado a la altura de la situación y el
resultado era ese. Miró a su alrededor y volvió a gritar el
nombre de Molly.
Necesitaba ayuda urgente.
La doncella subió una mano lo suficiente como para
acariciar su mejilla. Katariel se aferró a ese contacto como si
fuera un clavo ardiendo y comprendió que aquello era una
despedida.
La vida estaba siendo demasiado cruel.
Gruñó con rabia y se abrazó con más fuerza al cuerpo de su
querida Malorie. No iba a dejarla sola en ningún momento, iba
a estar con ella hasta el final.
—Te quiero, has sido como una madre para mí —le dijo.
Necesitaba que lo supiera. Puede que solo hubiera ido a
Nislava para unos meses, sin embargo, había sido la mujer que
mejor la había cuidado en toda su vida. Gracias a ella sabía lo
que era el amor.
—Y yo a ti, mi pequeña.
Molly llegó entonces, se arrodilló justo en el momento en el
que Malorie expiraba su último aliento. Lo hizo en calma,
entre los brazos de la niña que había visto crecer, la que había
criado con amor y ternura. Se marchó en paz sabiendo que
Katariel era una mujer fuerte.
La princesa miró a Molly con los ojos anegados de lágrimas
y esta negó con la cabeza certificándole que había muerto.
Ahí sintió el dolor más punzante que había sentido en toda
su vida. Era la segunda vez que la perdía y, esta vez, para
siempre. Rota de dolor, besó la frente de Malorie al mismo
tiempo que la meció unos segundos.
Nadie dijo nada.
Permitieron que llorase en absoluto silencio, comprendían
lo que su padre acababa de hacer y la atrocidad que acababa de
suceder.
Fue ahí cuando Katariel se aferró con fuerza a su doncella
gritando de puro dolor, lo había hecho tantas veces que estaba
ronca, sus cuerdas vocales estaban dañadas de tanto gritar y su
corazón demasiado destrozado como para latir.
Se balanceó con Malorie entre sus brazos, lo hizo durante
unos largos minutos mientras lloraba su pérdida. La rabia la
inundó de una forma que nunca antes lo había hecho. Notó
cómo se extendía de los pies a la cabeza.
La mano de Molly sobre su espalda le indicó que había
llegado la hora de dejarla partir. Eso hizo, como si se tratase de
un bebé, acompañó a su cuerpo hasta que tocó el suelo.
—Te quiero —susurró.
Y se puso en pie siendo otra Katariel, una parte de sí
acababa de morir en ese instante y no regresaría jamás.
Giró sobre sus talones, tenía algo que decir.
—¿No os cansáis de enterrar a los vuestros? —preguntó
alzando la voz.
Caminó queriendo acercarse a ellos, lo hizo bajo la atenta
mirada de Zachary, el cuál se franqueó a su derecha y la siguió
como si fuera la mano derecha de la muerte, una que pensaba
usar de ser necesario.
—Negan no se merece más sangre y lágrimas. Hemos dado
todo de nosotros y solo hemos obtenido dolor. Y yo solo
quiero su muerte, no voy a descansar hasta ver que ese
corazón ha dejado de latir para siempre.
Miró a todos los que pudo a los ojos, a muchos los conocía
y ellos sabían bien todo lo que había sufrido a lo largo de los
años.
—Sé que para eso necesito aliados y eso os ofrezco. Quiero
que, cuando llegue el momento, estéis a mi lado derrocando al
rey de Nislava. Todos estamos cansados de morir y sufrir solo
por su disfrute.
Supo que muchos de ellos no creyeron sus palabras,
cambiar de un día para el otro no era fácil, sin embargo, lo
necesitaban. Ya era el momento de acabar con todo aquello de
una vez por todas.
—¿Qué puedes ofrecernos? —preguntaron.
—Guerra y después paz. Todos los reinos están cansados de
morir, podemos conseguir una alianza que nos de tranquilidad
de una vez por todas. Además, los Draoids trabajarán para
romper el hechizo de invierno.
Sabían que estaban hartos del frío, de las pocas cosechas y
de no ver el sol o animales. Aquel clima desgastaba, conseguía
que la esperanza de vida fuera mucho menor que en otros
reinos y que muchos recién nacidos no sobrevivieran.
—Sabéis que vuestro rey os ha abandonado a una muerte
segura. Os ha dejado aquí sabiendo que ellos os perseguirán
hasta que no quede nadie. Yo os propongo alianza o muerte.
Uno de ellos, cuando pasó por delante, escupió el suelo
donde pisaba y eso provocó que Zachary le lanzara un choque
de energía. Voló un par de metros antes de impactar contra un
árbol y romperse el cuello.
—Os doy a elegir. La muerte que os ha entregado mi padre
o un nuevo futuro para vuestros hijos.
Los Draoids soltaron a su pueblo. Ellos titubearon y, por
desgracia, algunos no confiaron en su palabra.
Katariel cerró los ojos antes de girarse y tocar la mano de
Zachary. Esa fue la señal para hacer lo que tenían que hacer.
Nadie podía regresar a Nislava siendo un enemigo, lo sintió
por ellos, pero esa era la muerte que su padre había sellado.
Cuando volvió a mirar muchos soldados seguían ahí. No
solo eso, se arrodillaron ante su nueva reina, la que seguirían
hasta la muerte.
Capítulo 48

Zachary estaba preocupado por Katariel. Habían pasado dos


días desde la muerte de Nixon y el entierro de Malorie, los
cuales, apenas había vuelto a hablar o probar bocado.
Aquel día llevaba sentada en el poste que había estado
atada tanto tiempo. Nadie se atrevía a decirle nada, como si
supieran el sufrimiento interno que tenía, no querían romper
esa calma ficticia que solo escondía caos.
Decidió que ya había pasado demasiado tiempo sola, que
necesitaba sacar todos esos pensamientos que amenazaban con
ahogarla.
Salió de su casa encontrando a Gerald sentado en el porche
de la suya. También observaba a su nieta con la misma pena de
todos. Después de lo sufrido nadie se atrevía a hablar y no los
culpaba.
Caminó hacia la muchacha y se sentó a su lado, eso
provocó que ella diera un respingo y lo mirase. En sus ojos
contempló el mismísimo infierno interno al que se estaba
enfrentando.
—Sé que estás sufriendo mucho y no te lo reprocho, no
puedo imaginar el dolor que sientes, ni siquiera voy a
intentarlo. —Tomó una bocanada de aire—. Aunque debo
reconocer que no escuchar tu voz se está haciendo
preocupante. No hemos discutido ni una vez, ya no hablamos
de cama y había pensado un par de sitios interesantes que
destrozar juntos.
Katariel sonrió entonces.
Se echó sobre él dejando que su cabeza apoyase en su
hombro y no se quejó, el contacto le gustó y solo rodeó su
cuerpo con su brazo mientras la dejaba acomodarse mejor.
—Siento lo de Malorie y Nixon, no lo merecías.
Su padre atravesaba líneas rojas a menudo, no obstante, la
crueldad que había mostrado aquel día fue mucho más de lo
que hubieran esperado de él. Sabía dónde pulsar para hacer
daño y lo usaba en su beneficio.
Ella rebuscó en su pantalón hasta sacar la bala. La colocó
en la palma de la mano al mismo tiempo que ambos quedaron
absortos mirándola.
Ese trozo de metal había tenido el cometido de asesinarla y
él no había podido ayudar. Sorprendentemente, los poderes de
Katariel la habían ayudado salvándole la vida.
Ese hombre había sido su prometido y la razón por la que
ella hubiera entregado su vida una y otra vez. Él se había
rendido provocándole demasiado dolor.
—¿Sabes de alguien que pueda hacer un colgante con esto?
—preguntó.
Zachary no estuvo de acuerdo con esa decisión, sabía que
no era bueno para ella, sin embargo, aceptó que era mejor
ayudarla porque encontraría la forma de conseguirlo de todas
formas.
Ella era así.
Tomó la bala con cuidado y la escondió entre sus manos, se
iluminaron un poco y, al abrir, tenía un agujero por dónde se
podía pasar una cadena. Extendió la mano para dejarla caer
sobre su palma.
Ella lo agradeció, cosa que no hacía falta y se la guardó en
el bolsillo. A pesar de todo, eso no alegró su gesto.
—Tengo un secreto —dijo tocándose el colgante que
Malorie le entregó en su momento.
Zachary no lo comprendió, así que dejó que se explicase.
—No puedo hacerlo sola.
Asintió aceptando que era algo importante. Podía confiarle
todo lo que necesitase porque ya habían cruzado esa frontera.
Él ya se creía capaz de cualquier cosa por hacerla feliz, aunque
no lo dijera con palabras.
—Necesito llevar a Gerald y Loretta al bosque.
Aquello le hizo fruncir el ceño, confuso. Era la petición
más extraña de toda su vida y por mucho que buscó una
explicación no supo encontrarla.
—Loretta está débil de salud, no sé sí…
Katariel se levantó llevándose las manos a las sienes como
si discutiera consigo misma y comprendió que acababa de
meter la pata. Ella estaba tratando de comunicarse sin
escuchar.
A pesar de todo lo que habían vivido seguía existiendo esa
separación de enemigos que habían sido una vez.
Y costaba dejar morir viejas costumbres.
—Lo siento, Kata.
—Confía en mí de una vez. Esto es bueno, de verdad —
prometió.
Estaba convencida de lo que decía y eso solo podía ser algo
bueno. Había algo en ese bosque ella había visto, sea lo que
fuere, tenía que mostrárselo a los monarcas de Draoid y él
decidió seguirla.
—De acuerdo —aceptó.
Eso fue como un pistoletazo de salida. Sin esperarlo, salió
corriendo hacia el porche de su abuelo. Derrapó quedando casi
a punto de caer de bruces contra los escalores lo que hizo que
Gerald se quejara.
—¿Por qué tanta prisa, niña? —preguntó quejándose.
—Necesito llevarte al bosque y a Loretta. No puedo
explicarlo, pero necesito que, por una vez, solo una, me sigas
sin rechistar —pidió ella.
Gerald, con su gesto torcido, fue a quejarse. No alcanzó a
hacerlo ya que su madre apareció por la puerta como si
hubiera escuchado la conversación.
—Un paseo por el bosque. ¡Qué estimulante! —dijo ella
muy emocionada con la idea.
Zachary llegó para subir los escalones, dejó que Loretta
tomara su brazo y se apoyara en él y en el bastón para caminar.
Gerald fue el que más se lo pensó, mientras que ellos tres
habían emprendido el viaje, él quedó rezagado dudando.
Katariel titubeó cuando vio que se quedaba allí. Solo
esperaba un poco de confianza, que no dudasen de cada
palabra que saliera de su boca.
Al final, dándose por vencido, decidió arrancar a caminar
con ellos lo que le provocó una gran alegría, aunque supo que
a su nieta muchísimo más.

***

Les hizo adentrarse en el bosque, no hasta la cascada, pero


sí lo suficiente hasta que notó la magia fluir por sí misma. Se
detuvo notando que su corazón latía tan fuerte que podía
sentirlo en los oídos.
No sabía la reacción que iban a tener, solo que necesitaba
mostrar aquello antes de que se desvaneciera.
Tocó su colgante con cariño, tratando de comunicarse como
si este fuera una especie de teléfono y esperó. Al no pasar nada
se puso un poco nerviosa, aunque no cejó en el intento.
—¿Hola?
Esa palabra lo desencadenó todo, fue como una reacción o
como lanzar una piedra a un charco. Todo cambió haciendo
que el aire se arremolinase a toda velocidad en un punto
concreto, uno en el que acabó apareciendo Layla.
—Hola, madre —anunció con una sonrisa.
Aquella hermosa mujer pisó el suelo, miró con alegría a su
hija acercándose a ella hasta que pareció saber todo lo que
acababa de ocurrir. Con lástima, acunó su rostro tratando de
reconfortarla.
—Lo siento mucho, cariño.
Katariel negó con la cabeza antes de retirarse, había
cubierto con su cuerpo lo que venía a mostrarle, una pequeña
sorpresa que todos necesitaban. Las heridas del tiempo habían
hecho tanto daño que solo quiso aliviarlas.
—¡Oh! Papá… Abuela —lloró casi tan emocionada como
su hija.
Gerald cayó al suelo de rodillas, su mandíbula temblaba
contemplando a su hija treinta años después de su muerte. Fue
la primera vez que lo vio tan vulnerable y no pudo evitar
emocionarse.
Loretta, soltándose de Zachary, se acercó a aquella imagen
fantasmagórica de su nieta.
Katariel retrocedió sabiendo que ese momento no era suyo,
era algo que Negan les había quitado y solo trataba de
compensar un poco el daño que había sembrado su padre por
el camino.
Chocó, asustándose unos segundos, contra el pecho de
Zachary. Él la recibió con los brazos abiertos y la envolvió
transmitiéndole toda la confianza que necesitaba en aquellos
momentos. Apoyó su mentón en su coronilla y observó ya que
era lo único que podía hacer.
—H…hija —dijo quebrándose la voz en el intento.
Layla se agachó para abrazar a su padre, lo hizo
permitiendo que los dos llorasen todo el dolor que llevaban
escondiendo tantos años. Había sido un verdadero infierno
sobrevivir a ella.
—Lo siento, no hice nada por ti esperando que él entrase en
razón. No quise entrar en guerra porque eso significaba
arriesgar la vida de millones de personas y acabé perdiéndolo
todo.
Las palabras de su abuelo la emocionaron. El dolor le había
llevado a cometer actos terribles y ese era el momento de
rendir cuentas y perdonarse. Demasiados años sufriendo.
—Sé porqué lo hiciste y jamás te culpé por ello —dijo
Layla.
Zachary la apretó un poco recordándole que estaba ahí para
cuidarla, que siempre lo estaría. Ya no estaba sola.
—Dejé a tu bebé y vino a mí como una mujer. La traté
como Negan lo hizo contigo —se lamentó Gerald.
Su hija miró a Katariel unos segundos haciendo que el rey y
la reina madre también lo hicieran, eso provocó que se
limpiase las lágrimas rápidamente.
—Creo que si ella os ha traído aquí es porque ha perdonado
todo lo ocurrido —anunció Layla.
La princesa asintió, era el momento de cerrar heridas y eso
significaba que las suyas propias también. No se podría
avanzar si no dejaban el rencor atrás para contruir unas nuevas
vidas.
—Mi niña, has tenido una hija estupenda –rio Loretta.
Ambas mujeres se abrazaron, duraron unos minutos en
silencio como si tuvieran tanto que decirse que solo pudiera
ser a través del contacto. Nadie las molestó o metió prisa, ese
era su momento.
—Te dije que sería especial —dijo Layla orgullosa.
Katariel sintió una punzada en el corazón, aquellas palabras
significaban mucho más de lo que pensaba.
—Sí y veo que seguiste mis pasos al pie de la letra. Pusiste
parte de tu esencia en el colgante para una última misión.
Todos observaron con atención a Loretta y Layla, ellas se
miraron cómplices. Habían guardado ese secreto durante
treinta años, uno que no sabían si iban a cumplir jamás, pero
que el destino había querido que así fuera.
—¿Misión? —preguntó Gerald.
Hablaron unos pocos minutos de toda la vida que llevaban
separados como si necesitasen hacerlo antes de que todo se
desvaneciera. Katariel comprendió que su madre no iba a
quedarse para siempre y esa sería la última vez que la vería
con vida.
Eso dolió.
—Cuando se quedó embarazada me envió una carta
diciendo que había soñado con esa niña. El destino la había
bendecido con una de las reencarnaciones más especiales del
mundo antiguo —explicó Loretta—. Yo indagué un poco más
y descubrí la leyenda de los amantes condenados a estar
separados, ellos se buscarían por los siglos de los siglos,
amándose y perdiéndose una y otra vez.
Katariel tragó saliva, ya conocía esa leyenda.
—Y decidimos ayudarles un poco. Al meter mi esencia en
el colgante podría ayudar a mi hija en algún momento de su
vida y tal vez, cambiar el transcurso de la maldición.
Zachary apretó a Katariel y ella se aferró a sus brazos con
cierto temor. Aquello era demasiado cierto como para ser real.
—No solo sois amantes condenados, la historia va más allá.
Se dice, que, en el mundo antiguo, vuestras familias os
maldijeron. Enemigos por naturaleza que se amaban sin
importar las consecuencias. ¡Oh, cariños! ¡Cuánto daño os
hicieron! —se lamentó Loretta.
Katariel quiso huir, lo intentó, pero él se lo impidió. Debían
llegar hasta las últimas consecuencias y darles sentido a los
sueños.
—Cuenta la leyenda que, al maldecir al hombre, su padre lo
transformó en una estrella que creció hasta convertirse en el
propio sol. Así pues, para que siempre estuvieran separados, la
familia de la muchacha la convirtió en la luna condenándola a
la oscuridad eterna. Lo que no pudieron calcular fue que el sol
la amaba tanto que podía iluminarla, alcanzándola siempre
pasara el tiempo que pasase —explicó Loretta.
«Siempre te encontraré». Recordó Katariel.
Zachary negó con la cabeza ya que ella no pudo. No
comprendían aquella parte de la historia.
—Sois la personificación del sol y la luna. Condenados a
amaros sin poder estar juntos. Esa es vuestra maldición. Por
eso siempre estáis en bandos distintos —añadió Layla.
Ambas se miraron, fue como una señal, aquello podía
significar muchas cosas, pero solo había una que iba a hacerse
realidad: su madre iba a desaparecer.
—Quiero daros una ventaja en esta vida, una que puede
hacer que podáis romper esa maldición. Por eso guardé mi
esencia, por eso siempre he querido lo mejor para ti, mi niña.
Estoy muy orgullosa —explicó su madre.
Katariel levantó una mano.
—No lo hagas.
Ella ya no le prestó atención. Abrazó por última vez a su
padre y su abuela, los tres se fundieron en un doloroso
sentimiento. Era la hora, tocaba dejarla partir para siempre y
eso no es lo que Katariel había pretendido.
—Lo sé, niña. Tú solo querías nuestra felicidad —sonrió
Loretta.
La magia de ambas se elevó como una luz en medio de la
oscuridad haciendo temblar el bosque entero. Se
entremezclaron dejando que una entrase en la otra
convirtiéndose en algo mucho más grande.
—Os quiero mucho —susurró Layla.
—Yo te quiero más —contestó Gerald.
No lo vieron venir, la energía de ambas alcanzó a Katariel y
Zachary impactando en el pecho de ella para salir por la
espalda de él. Cayeron al suelo como si de un disparo se
tratase y todo cambió.
Layla se desvaneció en el aire.
Fue entonces cuando todo se fundió en negro. De pronto las
imágenes cobraron vida como en cada sueño, una tras otra sin
parar hasta llegar a la principal. Se vieron conociéndose por
primera vez, a sabiendas que eran enemigos.
Katariel murió la primera, su propio padre la apuñaló en el
corazón acabando con su vida y Zachary corrió una suerte
similar, su hermano lo asesinó mientras dormía.
Los maldijeron convirtiéndose en los astros del cielo y así
permanecieron durante cien años antes de volver a descender a
la tierra. Ahí se inició un ciclo de vidas y muertes constantes.
Ambos abrieron los ojos. Ella salió de encima del pecho del
soldado y se miraron a los ojos comprobando que seguían
siendo ellos mismos, salvo por el detalle que tenían el
conocimiento de todas sus vidas anteriores.
Esas vidas eran parte de ellos, como recuerdos de una
historia inacabada. Cada muerte era una nueva oportunidad de
reencontrarse y su amor era tan fuerte que siempre acababan
enamorándose.
No existía amor más puro que ese. Ellos ya se querían
mucho antes de ese día y había sido inevitable.
Zachary se acercó a Katariel y la besó. Ese era su destino,
estar juntos era la única meta que tenían en la vida.
Y la cumplirían, por siempre.
Capítulo 49

Un par de días después…

—¿Estás segura? —preguntó Molly.


Katariel cabeceó su respuesta. Asintió convencida, no iban
a tener otra opción y eso significaba que solo les quedaba una
única oportunidad. Negan y Minerva llevaban mucho tiempo
reinando, eso les hacía astutos y peligrosos.
—Le diré a Markus que te acompañe —anunció dándose
cuenta de que ella no quería.
Se sintió algo decepcionada porque había visto la conexión
y la tensión sexual no resuelta que compartían. Por mucho que
comprendiera que había perdido a su exmarido tenía derecho a
ser feliz.
Bueno, ella no era la mejor en ese tema, llevaba siglos
reviviendo para reencontrarse con Zachary. Así pues, decidió
que iba a ser mucho mejor no meterse en ese tema.
—Tengo un contacto en Reiyar con el que dialogar antes.
Él me ayudará.
La curiosidad la embargó, resistió preguntar muy a pesar de
que esa idea iba a perseguirla durante días.
—¿Crees que nos escucharán? —preguntó la princesa.
Tenían un plan en marcha, pero eso era solo palabrería,
pasarlo al mundo real era mucho más difícil de lo que cabría
esperar. Contaban con eso, pero ya habían perdido suficiente
en todo aquel tiempo.
—¿Qué crees que ha visto mi padre en Minerva? —
preguntó Katariel pensando en voz alta.
Era una alianza que nunca se vio venir. Lo cierto es que
llevaba años viendo a aquella mujer en el castillo, aunque
siempre se hizo pasar por alguien más del servicio, nunca
imaginó que se trataba de un ser tan despreciable como vil.
—Magia. ¿No te parece extraño que Nislava, a pesar del
hielo, siga ganando? Ha mantenido su reinado del terror más
de treinta años y eso no se hace siendo únicamente humano.
Las palabras de Molly hicieron que se sentase de nuevo,
esta vez dejándose caer sobre el asiento con fuerza. Esa
alianza llevaba mucho más tiempo de lo que habría esperado
jamás.
—¿Tú sospechabas de ella? —preguntó siendo incapaz de
pensar con claridad.
Su amiga negó con la cabeza.
—Siempre la creí en su reino, con su estúpida corona, pero
es evidente que ha sabido escapar.
Zachary llamó al timbre, cortando la conversación al
momento. Llevaba allí cerca de tres horas y eso comenzaba a
levantar alguna sospecha.
Se alzó, antes de irse no pudo no mirar el cuadro de su
exmarido, esa imagen provocaba que tuviera una espina
clavada. Era tan real la conexión que existía entre ellos que no
podía cerrar los ojos y negarlo.
—Prométeme una cosa —comenzó a decir.
Giró hasta comprobar que tenía toda su atención.
—Si todo esto sale bien irás a tomar un café con Markus,
solo eso.
Molly dudó, pero no era una petición tan mala como para
negarse en redondo. Asintió cediendo, con un café no podía
pasar nada malo, aunque Katariel esperó que algo pasase; no
lo confesaría jamás.
Salió topándose de frente con Zachary. Se dieron un beso
muy rápido, no podían entretenerse.
Tenían una reunión con el rey Gerald para hablar de
alianzas.
—Oye, antes de entrar tengo una pregunta —comenzó a
decir Katariel.
Él la miró enarcando una ceja, no tenía muy claro qué era
lo que podía pasar por esa cabeza.
—Nunca te he preguntado por tu familia, es raro, lo sé. No
sé si tienes padres, hermanos… No te he visto con ningún
familiar ni nada parecido. Ex, ¿tal vez?
Zachary arrancó a reír como si le acabasen de contar el
mejor de los chistes. Cuando logró calmarse se rascó la cabeza
con cierta indiferencia.
—Ex, como todos, evidentemente no funcionó. Y mis
padres murieron hace algunos años a causa de la guerra.
—Lo siento mucho.
Él no le dio importancia, prefirió dejar los recuerdos en el
pasado y centrase en la realidad. El presente era lo único que
merecía atención, necesitaba aquello y poder pensar en el bien
mayor que debían cumplir.
Llegaron a casa del rey, la verdad que estaba a pocos pasos
de la casa de Molly.
Zachary fue a subir, alcanzó a subir un escalón antes de que
ella lo tomase del brazo y lo acercase a su cuerpo. Envolvió su
cintura con los brazos y, acto seguido, apoyó la barbilla en su
pecho.
—Estoy nerviosa —confesó—. ¿Me das un beso?
—Uy, pareces tan dócil que casi me asustas. Con lo que me
gustabas al tirarme ramas, me excitabas mucho.
Katariel mordió un poco su pecho a pesar de la camiseta
que llevaba, no le hizo daño, aunque sí dejó que notase los
dientes.
—No me enfades o tendré que pelear contigo.
—Nada me gustaría más si eso significa que destrocemos
una nueva habitación.
Ella tomó su nuca, lo guio hasta su boca y, antes de besarlo,
le pasó la lengua por los labios. El beso fue tan profundo que
gimió por puro placer, se acercó a su entrepierna y se rozó
provocándole.
—No podemos ahora —recordó Zachary.
Katariel se retiró emitiendo un pequeño quejido, no quería
parar por mucho que la reunión que los esperaba fuera tan
importante.
—Después —prometió él.
Ella sonrió.
Giró dispuesto a entrar, aunque se detuvo cuando se dio
cuenta que ella no lo seguía, la miró con el ceño fruncido
esperando algún tipo de explicación. Estaba claro que todo
estaba yendo demasiado rápido y que el dolor podía hacer
mella en el alma, con suerte todo habría acabado pronto.
—¿Lista?
Asintió.
—¿Podrías darme un par de minutos? Entretenlos un poco,
por favor.
Él aceptó sin dudarlo cosa que agradeció, suspiró aliviada
con los ojos cerrados y, al abrirlos, tenía a Zachary delante. Se
miraron a los ojos como si eso fuera suficiente como para
darle todos los ánimos que necesitaba.
—No importan el resto de vidas pasadas. Quiero que sepas
que en esta te quiero y ya lo sabía antes de los recuerdos.
Katariel lo supo, fue a contestar, pero Markus pasó por su
lado dándoles una colleja a cada uno. Al final la pareja no
pudo más que reír por la intromisión.
Zachary le dio un beso en la frente.
—Te veo dentro —le dijo antes de entrar.
Ambos hombres entraron, lo que significaba que tenía unos
pocos minutos antes de que se diera cuenta. Esperó allí unos
segundos, los que Zachary miró por la ventana para
cerciorarse de que estaba bien.
Cuando la conversación comenzó eso la puso en alerta. Con
cierta pena miró a las personas que estaban allí reunidas y, sin
darse tiempo a pensar, decidió dar la vuelta y correr.
Todo estaba en marcha y Molly los entretendría lo
suficiente como que, para cuando se dieran cuenta, estuviera
muy lejos de allí.
Su amiga se había encargado de robar las llaves de la moto
de Markus, había sido fácil tonteando un poco y sabía dónde la
aparcaba cada día. La arrancó, no podía dudar y aceleró rumbo
a Kaharos.
Tenía que tener una audiencia con el rey de ese reino.
Capítulo 50

«Katariel solo está nerviosa». Se dijo Zachary mirándola en


el exterior de la casa.
Necesitaba unos minutos y no pensaba que fuera tan grave,
todos lo habían necesitado en algún momento. La vida
acababa de cambiar a toda velocidad, eso podía amedrentar a
cualquiera.
—¿Y Katariel? —preguntó Gerald.
—Unos minutos y estará lista —la excusó Zachary.
Se sentaron alrededor de la mesa, también faltaba Molly y
no solía retrasarse nunca en momentos como ese. Al parecer
las mujeres necesitaban un respiro y no era una sorpresa
porque acababa de descubrir que su hermana había conseguido
escapar de su prisión.
—Tenemos que mandar un mensaje a cada reino, Reiyar y
Kaharos deben saber lo que planeamos hacer. Si
consiguiéramos su apoyo tendremos algo de ventaja. Además,
hemos visto el cariño que sienten los Nislavos hacia Katariel,
todo nos hace sumar puntos —explicó Gerald.
Zachary miró a través de la cortina cuando escuchó una
moto rugir, no significaba nada porque podía ser cualquiera. El
instinto le pedía que saliera a investigar, que eso significaba
algo.
Se levantó a expensas de que Gerald seguía hablando y no
importó que todos lo mirasen.
Abrió la cortina, apartándola con dos dedos para darse
cuenta que Katariel no estaba allí. Gruñó sabiendo que lo
había engañado.
—Ahora vuelvo —avisó.
Markus lo siguió a pesar de que no se lo dijo, él lo
agradeció ya que, si estaba pasando algo malo, sabía que tenía
su apoyo.
Molly salió de su casa y fue como si el rompecabezas
acabase de encajar. Estaba convencido que había tenido algo
que ver, lo podía sentir por su lenguaje corporal y por todos
los detalles insignificantes que había dejado Katariel.
—¡¿Qué habéis hecho?! —bramó enfadado.
La mujer retrocedió un par de pasos indicándole que sabía a
qué se refería. Estaba convencido de que acababan de tramar
algo a sus espaldas.
—A ver, vamos a hablar un poco de esto…
Molly trataba de ganar tiempo, lo que hizo que Markus
caminase hasta quedar ante ella.
—No compliques las cosas.
Aquella mujer lo fulminó con las miradas.
—No necesito que me defiendas.
Markus se apartó entonces dejando que fuera Zachary quién
tomara su sitio, ahí sí que pareció temer. Su peligrosidad se
hizo visible, es más, cuando se trataba de Katariel era capaz de
cualquier cosa.
—Visualiza esta conversación: Zacha, voy a ver al rey de
Kaharos para pedir su apoyo en la guerra. ¿Cómo
reaccionarías?
Se enfadó, mucho, tanto que su magia salió de él
proyectándose en el suelo haciéndolo temblar. No podía creer
que Katariel hubiera tomado una decisión tan temeraria.
—¡Tú misma viste lo que los elfos le hicieron! —bramó.
Molly cerró los ojos ante el enfado del jefe del ejército. No
supo hacer nada más para calmar sus nervios.
—¿En qué más consiste vuestro fantástico plan? Y no te
atrevas a mentirme —amenazó.
Ella tragó saliva, estaba claro que solo quería ganar tiempo
para que no pudieran alcanzarla y no iba a conseguirlo.
—¡Markus! Nos vamos de caza y pienso dejarle el culo de
tal forma que no podrá sentarse en un mes. —Antes de irse
señaló a Molly—. Y tú irás después, le daré ese honor a mi
segundo al mando, estoy convencido de que lo disfrutará.
Antes de que pudieran irse suspiró dándose por vencida.
—Puede que la idea de dejarla ir sola no haya sido nuestro
mejor movimiento. Mejor será que cojáis otras motos, robé las
llaves de la de Markus hace un par de días.
Él la señaló con un dedo acusatorio.
—Yo… Yo… Tú y yo rendiremos cuentas —prometió
Markus.
Molly asintió aceptando lo que podría pasar a su vuelta.
Los dejó caminar un par de pasos más antes de confesar
algo más de ese estúpido plan.
—Iré a Reiyar a pedir aliados, muchos de sus ciudadanos
fueron de mi reino.
Zachary alzó un dedo tratando de pensar en algo útil.
Estaba claro que no podía dejarla ir sin protección, pero
tampoco podía entretenerse con Molly y dejar escapar a
Katariel.
Usando su magia, hizo aparecer una cuerda que ató las
muñecas de esa mujer a ambos lados de su cadera y después la
guio hasta el poste de honor.
—Tú te lo has buscado. Cuando regrese irás con un grupo
de soldados como protección. Y si volvéis a planear a mis
espaldas os haré comprender lo peligroso que puedo ser al
enfadarme.
Acto seguido salió de allí a toda prisa.
***

Durante kilómetros no fueron capaces de ver a Katariel,


casi creían que la habían perdido cuando la vieron a lo lejos.
Eso les daba una única oportunidad, una que pensaban
aprovechar.
Ella iba tan rápida que pensó que podía romperse el cuello
subida en aquella maldita moto. Las carreteras eran demasiado
antiguas como para ser transitables, lo que hacía mucho más
peligroso ir a esa velocidad.
Por desgracia también vio como estaba a punto de cruzar la
frontera.
—¡NOOO! —gritó dentro de su casco, nadie lo escuchó
salvo él mismo.
Y Katariel hizo lo que se había propuesto: cruzar.

***

Katariel soltó la moto cuando supo que aquello era suelo


Kaharos. No tardó en colocarse de rodillas con las manos a la
espalda y los dedos entrelazados. Respiró profundamente
calmando su corazón, solo tenía una cosa que hacer.
Pronto un grupo de elfos la rodeó apuntándola a la cabeza
con diferentes armas de fuego, algo que la sorprendió, estaba
claro que habían modernizado su forma de pelear.
—¿Qué quieres?
—Quiero a hablar con el rey de Kaharos. Soy Katariel de
Nislava y vengo a entregarle la cabeza de Negan en bandeja de
plata.
Uno de ellos sacó un cuchillo para colocárselo en la
garganta, fue en ese movimiento cuando se dio cuenta de que
Zachary y Markus no tardarían en llegar. Debía dejarlos fuera.
—Mientes.
Ella hizo una mueca de desagrado.
—Después de lo que me hicisteis en Draoid no tendría
porqué venir. Busco aliados para acabar con mi padre, así que
mueve tus orejas picudas y llévame ante el rey.
Eso le provocó risa y apretó un poco más el cuchillo al
mismo tiempo que la tomaba del cabello para tirar hacia atrás.
—Yo soy el rey.
Katariel comprendió que insultarlo no había sido una buena
idea.
—Yo lo veo así, hablamos y negociamos cómo vamos a
despellejar a mi padre o dejas que dos de los mejores soldados
de Draoid crucen la frontera y os hagan papilla.
El rey levantó la vista para cerciorarse de que decía la
verdad. Chasqueó la lengua, visiblemente molesto, aquel era
un contratiempo que solo ellos podían parar y ella iba a jugar
esa carta.
—¿Qué quieres a cambio?
—Déjalos fuera —pidió.
Él suspiró ante su petición, no obstante, no se negó.
Tocando el colgante que llevaba al cuello se alzó una barrera
casi tan alta que pareció llegar al cielo, una que separó ambos
reinos.
Zachary tiró la moto y Markus lo imitó. Los últimos metros
lo hicieron a pie hasta que golpeó la frontera que los separaba.
—¡No! ¡Katariel!
Al rey no le importaron los gritos o lo mucho que luchó por
echar abajo aquella barrera. Siguió a lo suyo porque tenía un
botín mucho más grande de lo que hubiera imaginado jamás.
—Movedla —ordenó.
Katariel miró entonces a Zachary.
—Te quiero —dijo antes de que se la llevasen a las
profundidades del bosque.
Capítulo 51

Aquel reino era mucho más bonito que cualquier cosa que
hubiera visto jamás. Vivían mimetizados en la naturaleza, sus
casas no dañaban árbol alguno, se retorcían con ellos hasta
conseguir figuras imposibles.
Las edificaciones subían y subían haciendo cosas
imposibles que la lógica humana no podía comprender. No
solo eso, todos ellos tenían muchas luces en las fachadas.
Era como si estuvieran en una fiesta, veía farolillos de
colores morados, azules y verdes por todos lados. Algunos
decoraban las casas, otros colgaban de las farolas, hasta
algunos parecían subir por las copas de los árboles.
Era algo digno de ver.
No pudo entretenerse mucho con las vistas, puesto que
también tenía que estar pendiente de caminar sin tropezar. No
la empujaron en ningún momento, aunque le metieron prisa un
par de veces.
Al final llegaron a una casa que bien podía parecer la de
cualquier otro. Ahí comprendió que la pomposidad solo era de
Negan, el resto de reyes eran humildes y no construían
castillos enormes con torres infinitas.
—Entra —le ordenaron cuando la gran puerta de roble se
abrió.
No tenía idea alguna de lo que encontraría en el interior, así
que se sorprendió cuando comprobó lo amplio que podía llegar
a ser. Casi parecía una ilusión óptica porque desde fuera las
casas parecían mucho más estrechas de lo que eran en
realidad.
Le fascinó ver que también había ciertas ramas que se
habían integrado en la arquitectura de la casa. La más
interesante fue la más grande, la que lo tapaba todo lo que
tenía debajo con sus enormes hojas, casi como si de una
pérgola se tratase.
Justó ahí la sentaron, aunque no en el suelo. Colocaron un
cojín muy mullido que agradeció cuando empujaron sus
hombros hacia abajo.
Alguien, no pudo ver quién, puso una taza de algo parecido
a café delante de sus piernas y otra ante el rey, el cual imitó su
postura sentado en el suelo completamente sereno.
—Bien, dice mucho de ti que hayas venido por propia
voluntad después de lo que mis hijos hicieron con tu cuerpo.
Las palabras del rey parecieron entrar en su mente
obligándola a recordar el horrible dolor que aquel hechizo
había hecho en ella. Los gritos seguían perforando sus oídos
muy a pesar que ya no abría la boca.
—Sí, no fue una buena forma de pedir una audiencia
conmigo.
El rey bebió un poco de su taza sin perderla de vista,
incluso, en un momento le indicó con la mirada que ella
también debía probarlo. Tratando de no ofender ninguna
tradición, tomó esa taza y dio un fuerte sorbo.
Quemaba, fue como si toda ella se derritiese, como si
aquella especie de licor estuviera hecho solo para abrasar.
Soltó la taza y tosió sin poder evitarlo, aquello era demasiado
fuerte como para soportarlo.
Muchos elfos rieron, solo uno se apiadó de ella y le tendió
un vaso de agua.
—Gracias —jadeó con las lágrimas en los ojos.
—Se me olvidó decirte que es demasiado fuerte para
humanos.
Katariel solo tuvo ganas de matar, aunque se contuvo por el
bien del resto de reinos.
—Yo soy Blair, señor de este reino desde mucho antes que
tu nacimiento en esta vida.
Sus palabras le indicaron que sabía a la perfección quién
era, no solo Katariel de Nislava, era conocedor de toda la
historia que había detrás de su persona y eso la impresionó.
—Sé de tiempos en el que los cinco reinos vivían en paz.
Había comercio entre ellos, turismo y se tomaban leyes en
conjunto. Quiero recuperar eso.
Blair no se inmutó. Siguió bebiendo aquella bebida de la
muerte mientras ella hacía una mueca de asco sin darse cuenta.
No tardó en corregirlo y hacer que su cabeza retomase la
conversación.
—Negan ha hecho mucho daño y con su muerte el resto de
los reinos podría vivir en paz. Los Nislavos están hartos de
derramar sangre, los Draoids también ansían la paz y, espero
no equivocarme, también vosotros.
Puede que se hubiera precipitado, no obstante, esas palabras
sí hicieron que él cambiase de parecer. Dejó la taza en el plato
que tenía delante de los pies y miró a su alrededor con
detenimiento.
—Muchos años hemos permanecido en paz con el resto de
especies hasta que llegó Negan. ¿Conoces la historia de tu
padre?
Se sonrojó ante la pregunta, no sabía nada de su vida
anterior antes de Layla y no era porque nunca hubiera
preguntado, es que nunca habían contestado.
—Hijo de reyes, de pequeño ya disfrutaba con el dolor.
Torturó a todo tipo de animales y compañeros de colegio. Se
aprovechó de su posición para tomar las mujeres que quiso.
Todo el que le llevó la contraria cayó bajo su ira, fue entonces
cuando puso la vista en Layla.
El nombre de su madre en los labios de aquel ser hizo que
toda ella se removiera. No supo el motivo exacto, pero lo hizo.
—Ella estaba enamorada de un joven Nislavo bien
posicionado. Algo que no fue suficiente para tu abuelo cuando
llegó la petición de mano del rey Negan. Eso significaba la
unificación de dos reinos y no pudo estar más contento. La
propia estupidez de los humanos le hizo caer en esa trampa y
atrapar con ambas manos la desgracia.
Katariel no pudo más que jadear mientras escuchaba la
historia, lo hacía de una forma que casi se sintió allí mismo
viendo las imágenes que él relataba. Fue tan real que tuvo que
beber un poco más de agua para mantener la compostura.
—¿A quién amaba mi madre? ¿Lo sabes? —preguntó
queriendo saber más.
Blair miró a su alrededor y, de pronto, la imagen de una
niña pequeña saltando de rama en rama apareció ante sus ojos.
Supo que no era real, aunque eso no le quitaba validez.
—Ella solía venir aquí a jugar con alguno de mis hijos, era
una niña muy feliz. Solo con su risa hizo arrodillarse a mucho
de mis elfos —contó relatando una historia.
De pronto la niña cambió hasta convertirse en una mujer
adulta. Katariel se descubrió a sí misma sonriendo viendo a su
madre inmensamente feliz. Parecía canturrear detrás de un
hombre al que abrazó por la espalda.
Él se giró y el vaso de agua que Kata llevaba en las manos
cayó al suelo mojándola por completo. Se levantó de un salto
rompiendo aquel tipo de imagen que Blair había creado.
—Lo siento mucho —se disculpó pasándose las manos por
los pantalones tratando de secarse.
Él no pareció enfadado, casi vio comprensión en sus ojos.
El corazón le iba a mil por hora y no era por el vaso
derramado. Una elfa le trajo una toalla que agradeció y con la
que empezó a secarse como pudo. Apenas atinaba a darse en la
ropa porque no paraba de repetir esa visión en su mente.
—¿Mi madre estaba enamorada de Cornelius Myara? —
preguntó con un hilo de voz tan bajito que supo que susurraba
como si fuera un pecado decirlo.
Blair asintió sin inmutarse.
—Tu padre le arrebató a su amigo la mujer a la que amaba.
Lo hizo casarse con Carisa y prometió a su hijo con la
princesa.
El estómago le gritó que no pensaba soportar el contenido
que tenía en su interior. Ella se agarró como pudo la barriga en
un intento de tratar de detener las arcadas, pero fue incapaz.
—¿El baño? —preguntó sin esperanzas.
Un elfo la guio a toda prisa, por suerte estaba muy cerca
porque no hubiera dado un paso más. Abrió la puerta con
violencia y no se fijó en lo impoluto que estaba o el olor a
nubes de azúcar que desprendía la estancia, solo se agachó y
dejó que su estómago se pusiera del revés vaciándose por
completo.
Contra más conocía a Negan peor era y más fuerte era su
maldad. Era mucho peor de lo que hubiera imaginado jamás.
Tiró de la cadena y fue al lavamanos para enjuagarse la
boca. Aprovechó también para refrescarse la cara y la nuca ya
que sintió que todo daba demasiadas vueltas.
Después, tambaleándose, regresó ante el rey Blair y su
gemelo. Sí, veía doble, aunque no le preocupó en un principio.
—¿Qué motivos tienes para entregar a tu padre? —
preguntó el rey.
Katariel, sin pudor alguno, tomó su camiseta y la sacó por
encima de su cabeza mostrando así todas las marcas que
llevaba. Sabía bien que tenía la piel hecha girones, no las lucía
con orgullo, aunque sí supo reconocer que era una
superviviente.
—Tengo cientos de ellos.
Blair pareció entonces hacer una mueca de tristeza.
Recorrió con la mirada cada pulgada de su piel en busca de
todos los horrores que había conocido a manos de su padre y
los encontró; a cuál peor.
—¿Y qué condiciones pones? —preguntó aceptando sus
motivos.
Katariel no dudó.
—Quiero una alianza entre reinos y, después de la guerra,
paz. Que todos podamos tener una vida tranquila, que vuelva
el comercio y todo lo que eso conlleva.
Blair sonrió satisfecho.
Extendió su mano o, quizás, unas pocas más de las que ella
tenía. Trató de alcanzar una y la apretó con fuerza. Al parecer
tenían un trato.
Acto seguido no pudo soportarlo más y se desmayó.
—Siempre olvido que esa bebida es demasiado fuerte para
los humanos. Si recobramos la normalidad habrá que rebajarlo
un poco —dijo Blair para que el resto tomase nota.
Ellos eran inmortales, llevaban mucho más tiempo que el
resto en ese mundo y habían aprendido a sobrevivir, aunque
reconocía que el comercio y el turismo hacía que todo fuera
mucho más divertido. Le gustaba tener su reino lleno de gente.
Tal vez aquella chica fuera la elegida.
—Ponedla a descansar —ordenó un poco preocupado por
su salud.
Capítulo 52

Molly llegó a Reiyar acompañada de Markus y un gran


pelotón de soldados enviados por el mismísimo Zachary. Él
seguía a la espera de que el reino de Kaharos bajase las
defensas y no lo culpaba por ello.
Junto con Katariel, se había metido en un buen lío, ya
saldarían cuentas cuando todo acabase.
Bajó de la moto, se estiró dejando que todos los huesos de
su columna crujieran. Además, le dolía el trasero por culpa de
las horas que había sido obligada a montar en ese cacharro del
demonio, no obstante, no iba a quejarse.
Sabía bien que el castigo sería mucho peor que montar con
Markus, les esperaba a las dos algo ejemplar que todos
recordarían.
—¿Es aquí? A mi me parece un montón de mierda —
comentó el soldado.
A aquel hombre no le faltaba razón, pero le urgía tener algo
de imaginación. Estaban ante el lugar correcto, uno que no
levantase sospecha alguna ante ninguna mirada indiscreta.
Carisa, vestida con harapos, salió cargada con un cubo para
dar comida a los cerdos mientras lamentaba al cielo su suerte y
blasfemaba a su marido.
Sí, estaban en el sitio correcto.
Cornelius salió a ayudarla, a diferencia de su mujer él
estaba radiante y no importaba las ropas que llevase. Aquel
hombre siempre había tenido clase y nada, ni nadie le
arrebataba eso.
—¡Cornelius, amigo! —exclamó sonriente.
Este se giró hacia ella y la reconoció al instante. Olvidando
a su mujer, fue hacia la verja de la propiedad con una sonrisa.
—No has cambiado nada.
Markus palideció entonces. Fue justo en el momento en el
que ella pidió al cielo que no metiera la pata. Iban a darle la
noticia de su hijo en su debido momento, no podían llegar y
estrellarle la desgracia en la cara.
—¿Os conocéis? —logró articular el segundo al mando.
Molly asintió.
—Tú apenas tienes treinta y pocos años, querido. Yo, en
cambio, tengo unos pocos más, pero me conservo bien.
Cornelius rio antes de abrir para estrecharla entre sus
brazos. Hacía demasiados años que no se veían, desde la boda
de Layla. Al parecer ese día había marcado la vida de
muchísimos de ese mundo.
—La magia siempre fue tu amiga —comentó el hombre.
Ella asintió.
—Y pensar que siempre pensé que fue una maldición. Se
pueden hacer cosas fantásticas con ella —explicó Molly.
Cornelius miró a Markus adivinando que se trataba de un
alto cargo del ejército Draoid, no le estrechó la mano, no fue
nada personal solo que llevaba demasiados años enfrentándose
a esa gente.
—Wade ya nos espera dentro —anunció él.
Dejó pasar a Molly, la cual caminó muy segura de sí misma
hacia la casa. Antes de que pudiera pasar Markus, Cornelius le
puso una mano en el pecho para darle una directa muy clara.
—Tus hombres se quedan fuera de la casa, a ti te dejo
entrar porque tienes pinta de tirar la puerta abajo, el resto me
sobran.
Aceptó, tampoco es que pudieran caber todos en aquella
casa, lo mejor era quedarse y vigilar los exteriores.
Lo acompañó dejando pasar a su mujer primero, una vez
dentro se colocó al lado de Molly, la cual sonreía ampliamente
ante el rey de Reiyar, Wade.
—Dichosos los ojos que te ven de nuevo, pequeña Circe —
dijo antes de rectificar—. Molly, quería decir Molly.
Era un hombre de la edad de Gerald, pero para él no había
hechizo que lo hiciera parecer más joven. Sus arrugas no
engañaban, se acercaba a los ochenta años, aunque se
mantenía bastante ágil por como lo vio levantarse y abrazarla.
Habían pasado demasiados años desde que tuvo que huir de
su hermana Minerva. Wade había sido el primero en ayudarla,
juntos reconocieron que el reino más seguro era Draoid y
medió para que Gerald la ocultase.
Poco después Nislava cerró sus fronteras dejando a su
pueblo morir. De no ser por los otros reinos esa gente hubiera
muerto sin remedio alguno.
Se sentaron todos alrededor de la mesa, le pareció curioso
ver que Carisa, la esposa de Cornelius, quiso presidir la mesa.
Wade se lo permitió porque era un hombre sencillo y amable,
no necesitaba la pomposidad y la fama de su cargo.
—Bien, han llegado a mí rumores de la princesa Katariel y
me gustaría saber cuánto de verdad tienen —pidió el rey.
Molly tragó saliva, aquella reunión iba a ser difícil, mucho
más que una reunión de amigos después de años.
—Ella está en Draoid —mintió siendo incapaz de decir que
mediaba con los elfos—. Juntos creemos que podemos
derrocar al rey Negan.
Aquello cayó como un jarro de agua fría. Los rumores así
lo decían, sin embargo, muchas veces no tenían veracidad
alguna. Esta vez podía prometer que la hija de Negan planeaba
acabar con su reinado del mal.
—La pequeña Kata. Su madre era alguien muy especial,
¿verdad, Cornelius?
La pregunta de Wade provocó que Carisa pusiera los ojos
en blanco. A ella nunca le había caído bien esa mujer y
tampoco la iba a culpar, Layla y Cornelius habían sido
amantes muchos años atrás. Esa era la típica cosa que podía
desestabilizar un matrimonio.
—Puedo asegurar que su hija es mucho más especial que la
madre. No he visto a nadie con tanto valor en mi vida.
Además, no le importa su integridad física y tiende a meterse
en problemas si cree que alguien debe ser salvado —explicó
Molly.
Cornelius asintió.
—Así es, ella fue a salvar a Nixon cuando el rey los
abandonó. He tenido el honor de tenerla cerca los últimos años
y puedo certificar que lo es.
Markus tosió entonces. Molly no tardó en darle unos
buenos golpes en la espalda tratando que volviera en sí.
—¿Todo bien? —preguntó el rey.
El soldado asintió.
—Todo perfecto —contestó.
Era el momento de hacer lo que había venido a decir.
Después tendría que enfrentarse a su amigo para certificarle la
muerte de su único hijo, algo que era demasiado cruel. Él
siempre había tenido buena relación con el rey y había
aprovechado eso para huir cuando Negan amenazó su vida.
—Está buscando aliados para la guerra. Draoid y algunos
Nislavos están con ella, pronto tendrá una audiencia con Blair,
el rey elfo y también nos gustaría contar con el apoyo de
Reiyar.
Era una forma de decirlo, necesitaban su ejército y les pedía
ir a la guerra, donde muchos morirían para tratar de conseguir
un mundo mejor.
—Katariel es ambiciosa, lo reconozco y me gusta cómo
piensa. Es cierto que a todos nos gustaría ver a su padre
enterrado y recobrar el mundo que tuvimos antaño, pero es un
plan que puede implicar mucha sangre.
Molly asintió.
—Más sangre seguirá derramándose si Negan y Minerva
siguen reinando.
El nombre de su hermana hizo que su garganta quemase,
hacía años que no lo pronunciaba y casi fue como abrir la caja
de los recuerdos, unos que podían ser capaces de destruirla por
completo.
—¿Minerva? —preguntó Cornelius.
—Sí. Draoid fue atacado por Negan y escapó en el último
momento gracias a la ayuda de mi hermana. Es evidente que
ha podido liberarse del hechizo de contención, es más, la
propia princesa certifica que lleva años viéndola en el castillo
haciéndose pasar por alguien del servicio.
Eso fue un golpe duro, lo que Minerva había hecho era
imperdonable y había dejado morir a miles de personas
inocentes; por eso juntar las dos personas más despiadadas que
conocían lo hacía un combo peligroso.
—De haberla visto alguna vez hubiera tratado de avisar —
explicó Cornelius.
Estaba claro que Negan la había mantenido oculta a la
gente que alguna vez la había visto.
—Bien. Si eso es cierto y ambos están aliados, eso nos deja
un camino: guerra. Tus antiguos ciudadanos no dudarán en
seguirte como su única y legítima reina. Y los míos, que han
sufrido en sus propias carnes la maldad de Negan, también
querrán sangre.
Wade se levantó, solemne, con el mentón erguido con
orgullo.
—Una pregunta más, ¿responderías bajo sus órdenes como
tu futura reina? Siendo quién es Katariel de Nislava es la
mujer destinada a reinar en dos reinos fuertes y orgullosos.
Molly no se lo pensó, cerró los ojos al mismo tiempo que
asentía con fuerza.
—La seguiré hasta el fin de mis días.
Eso agradó a Wade, el cuál sonrió antes de ir hacia ella para
darle un segundo abrazo. Este era de despedida, aunque las
comunicaciones iban a seguir abiertas.
—Nos vemos pronto y espero que, cuando todo esto acabe,
podamos tener una conversación más alegre —dijo el rey.
Ella también lo esperaba.
De verdad.

***

Molly supo que no podía irse de esa casa sin contar la


verdad. Había usado su amigo para comunicarse con el rey sin
contarle lo que sabía, algo que iba a cambiar su mundo.
—Cornelius, siento lo que voy a decirte —comenzó a decir.
Markus se levantó a modo de protección, algo que ella
creyó que no iba a hacer falta, no obstante, lo dejó a su lado a
modo de apoyo moral. Carisa estaba en la cocina, una que no
tenía pared de separación con el comedor, podía escuchar
perfectamente la conversación. Aún así, decidió llamarla para
que tomase asiento.
—Negan atacó Draoid, llevó a Malorie, la cual seguía con
vida y la ejecutó delante de Katariel cuando se negaron a
entregarla.
El pobre hombre se llevó las manos al rostro con horror,
todo el mundo había sentido aprecio por esa mujer y, justo por
ese motivo, era tan doloroso perderla de una forma tan cruel.
—No solo pasó eso y quiero que sepas que lo lamento
muchísimo —dijo como si eso pudiera excusarla.
Cornelius tomó entonces sus manos y las apretó entre las
suyas, fue como si comprendiera que tenía una gran carga que
dejar ir. Una que iba a costar mucho más de lo que hubiera
pensado jamás.
—Nixon estaba allí y Katariel quiso convencerlo de que
podíamos ganar a Negan, que una vida mejor era posible.
Él tragó saliva escuchándole, ya sabía lo que iba a decir.
Reuniendo el valor suficiente dijo:
—No la escuchó porque él ya no la veía como un igual.
Decía que era la mujer su vida, que podía ser capaz de
cualquier cosa, pero era tan cobarde como su padre. Yo nunca
peleé por Layla como él tampoco defendió a Katariel. Nos
dedicamos a amar de una forma segura, pensando en nosotros
mismos primero. Si yo hubiera peleado por ella, quizás
hubiera podido evitar lo que vas a decirme.
Molly dejó que las lágrimas que llegaron a sus ojos
cayeran, era horrible dar una noticia así.
—Disparó a Katariel en la cabeza, aunque ella, con su parte
Draoid, logró evitar la bala.
Tuvo que tomar aire porque estaba a punto de romperse allí
mismo. No podía dar esa noticia, no era justo.
—Ella, cuando vio la bala en su mano…
Al no poder terminar, Cornelius le dio un par de palmaditas
en sus manos haciéndole la señal que se detuviera. Ya
comprendía de sobras lo que había pasado justo después.
Dejó ir sus manos, evidentemente emocionado, y se tapó la
cara lamentando al cielo la pérdida de su hijo.
—¿Quién lo mató? ¿Lo hizo ella? ¡Esa niña mimada! —
gritó Carisa enfurecida.
Molly supo que debía saber la verdad.
—Pidió a Zachary que derribase el helicóptero donde iba.
Tuvo que apartar la mirada cuando aquella madre se rompió
en pedazos. Era una de las peores noticias del mundo y no
había palabra o gesto que pudiera reconfortarla. Katariel había
querido a Nixon de su lado, toda su vida había girado en torno
a él y no pudo reaccionar cuando la disparó.
—¡Iros de mi casa! —bramó ella.
Molly se levantó, pero no fue capaz de irse. Se acercó a él y
tocó su hombro, se agachó a su altura para verlo mejor.
—Lo siento mucho, Cornelius. Sé que hubo un tiempo en el
que se quisieron mucho.
Nunca supo si la pudo escuchar, el pobre hombre lloraba
desconsoladamente por la pérdida sin reparar en su presencia.
La noticia era demasiado difícil de digerir.
—Le dije una vez que valía la pena morir por Katariel y él
se reveló contra ella.
—Nixon vio que ella ya no sentía lo mismo y el dolor fue
demasiado fuerte como para soportarlo —explicó Molly.
Tenían derecho a la verdad.
Carisa, enfurecida, corrió a un mueble. Tiró de un cajón y
rebuscó hasta encontrar un arma, la misma que usó para
apuntarles.
Cornelius reaccionó, se puso en pie y cubrió a su invitada
con el cuerpo. Molly, por miedo a que Markus hiciera algo
terrible, le tomó la mano a modo de advertencia. No quería
que se derramase más sangre de la necesaria.
—Baja el arma, Carisa.
—¡¿Cómo puedes defenderlos cuándo han sido partícipes
de la muerte de Nixon?! ¡Te dije que mi hijo se merecía algo
mejor y nunca me escuchaste!
Cornelius, a pesar del dolor, negó con la cabeza.
—¡Él se puso del lado de Negan! No merecía morir, pero
esa fue la peor decisión que pudo tomar.
Carisa disparó, por suerte no acertó a ninguno de los tres,
solo a una pared de madera vieja que crujió quejándose. Ella
tembló por la sorpresa, lo que hizo que Cornelius corriera a
tratar de quitarle el arma.
Forcejearon un par de segundos antes de que un segundo
disparo resonase con fuerza. Todos se quedaron congelados
poco antes de que Carisa cayera al suelo con las manos en el
estómago.
Él la tomó, tocó su cuerpo antes de ver salir la sangre a
borbotones.
—Siempre quisiste a esa furcia y a su hija —la acusó
Carisa.
Molly se arrodilló a su lado dispuesta a ayudar,
comprobando que no quedaba vida en ella; había sido un
disparo mortal casi en el acto.
—¡Cielo santo! ¡Lo siento tantísimo! —exclamó ella.
Cornelius la empujó tirándola al suelo, después, abrazando
a la que había sido su mujer, le señaló la puerta. Ya no era bien
recibida en aquel lugar y no se sorprendió.
Resbalando con la sangre, necesitó la ayuda de Markus para
levantarse y salir de allí. Lo hizo a toda prisa como si el
mismísimo infierno la persiguiese. Nunca imaginó que aquello
podía acabar de esa forma.
Los Draoids que los acompañaban se quedaron
sorprendidos al verlos salir después de escuchar disparos.
Molly corrió a la moto y se subió, necesitaba huir de aquel
lugar. No podía haber causado más dolor a ese hombre ni
habiéndole disparado ella mismo.
—Deberíamos hablar de esto —pidió Markus.
Ella se puso el casco negándose en redondo, el corazón iba
tan rápido que supo que podía salírse del pecho en cuanto se
despistase.
—¡No! ¡No vamos a hablar de nada! Katariel nos necesita.
Él no estuvo de acuerdo, aunque los gritos de Cornelius
solo hacían que empeorar las cosas.
—Pero…
Molly estalló en mil pedazos.
—Le he dicho a uno de mis mejores amigos que su hijo ha
muerto. Negan le quitó a Layla, lo obligó a casarse con esa
mujer y, cuando vio que tenía un hijo varón, lo prometió a su
hija. Ahora Nixon está muerto y ha tenido que matar a su
mujer. Negan y Minerva destruyen todo lo que tocan. —Se
secó las lágrimas con rabia a través de la apertura del casco—.
Solo por eso no vamos a hablar. Tenemos una guerra que
librar.
Markus no se movió de donde estaba provocando se que
enfadase mucho más. Necesitaba su apoyo y no una pelea.
—¡Sube a la puta moto! —bramó terriblemente dolida.
Solo cuando lo vio cruzarse de brazos sintió las ganas de
asfixiarlo con sus propias manos.
Él dudó unos segundos antes de gruñir.
Al final lo hizo, sin rechistar o tratar de mediar algo para
hablar. Se subió delante de ella y dejó que se abrazase a su
cintura. Después de eso apoyó el casco en el centro de su
espalda, iban a volver a casa.
Y lo hizo llorando casi todo el camino.
La vida era demasiado cruel.
Capítulo 53

—¿Estás seguro de que no puedo quedarme aquí un poco


más? —preguntó Katariel viendo a Zachary a través de la
barrera.
Blair sonrió.
—Tengo toda una eternidad para esperar a que te decidas,
no es un problema para mí —contestó el elfo.
Katariel suspiró.
La mirada de Zachary quemaba sin tocarla. Estaba tan
enfadado que podía ser capaz de hacer temblar a un ejército
entero. Esta vez no tenía escapatoria o excusa posible para
convencerle de su inocencia.
—Está bien, levántala —pidió.
El rey asintió, se agachó un poco hasta que su boca quedó
cerca de su oreja. Eso le produjo un escalofrío, aunque fue
capaz de soportarlo.
—Seguiremos en contacto.
Notó, con temor, como la magia hacía desaparecer la
separación que había mantenido a Zachary fuera del reino y
las negociaciones. Ahora ya estaba libre, pudiendo convertirse
en un animal salvaje.
—Adiós, princesa —dijo el rey instándola a marcharse.
Ella lo miró con una sonrisa fingida antes de levantar un
pie, atravesó la frontera siendo incapaz de mirarlo a los ojos.
Los elfos se marcharon, ya no tenían nada que hacer en
aquel lugar. Los tratos estaban cerrados y pronto los ayudarían
en la guerra que estaba preparando.
—Zachary, yo… —dijo antes de enmudecer.
Se desinfló sin necesidad de pensar en nada. Solo le bastó
esa mirada para hacer que su valor se desvaneciera en el aire.
Zachary sí sabía qué decir, llevaba muchas horas allí
esperando a volverla a tener al alcance.
—¡¿En qué pensabas?! ¡Podrían haberte matado! ¡Después
de lo que te hicieron! Pero lo que más me molesta es que
planeaste a mis espaldas con Molly.
Katariel dejó que él gritase lo que necesitaba. Sabía bien
que aquello era preocupación pura por su integridad y lo
agradecía. No podía reprocharle nada, además, había
demostrado tener una paciencia infinita.
—Nunca me hubieras dejado venir a hablar —contestó con
toda la tranquilidad del mundo.
Se lamentaba de que ellos la hubieran tenido que
perseguirla, también las horas de espera y la preocupación, no
obstante, estaba segura de que sería capaz de hacerlo de
nuevo. Solo esperó que no le preguntase eso.
—Las cosas no se hacen así, se queda en sitio neutral con
cientos de guardias pudiendo protegerte.
Ella suspiró.
—Después de lo que me hicieron, venir aquí con toda una
corte de Draoids fornidos les hubieran hecho creer que
buscábamos venganza. Solo he querido darle mis motivos para
acabar con Negan.
Zachary apretó la mandíbula con fuerza, levantó ambas
manos para enlazarlas en la nuca y gritar al cielo. Lo hizo con
rabia, con fuerza y con magia, una que se alzó como un halo
de luz. Fue como si quisiera tocar las nubes, casi lo creyó
capaz.
—Sé que recuerdas las otras vidas, te he perdido tantas
veces que creí que esta iba a ser una más. Y nos necesitan con
vida para acabar con Negan —dijo tan serio que se sintió
culpable.
Miró al suelo como si fuera una niña recibiendo una de las
mayores regañinas de su vida.
—Lo siento, solo quería entablar una reunión amistosa con
Blair.
Zachary puso los brazos en jarras, las colocó apoyadas en
su cadera antes de parpadear perplejo.
—¡Oh, me alegro mucho! ¡Ya os tuteáis y todo! Como hay
tan buen rollo entre vosotros ya sé quién será el primer
invitado del funeral cuando te mate —contestó el guerrero.
Katariel puso morritos, sabía que eso solo había hecho que
empezar. Estaba en su derecho de enfadarse e iba a dejar que
se desahogase todo lo que hiciera falta. Solo tenía la esperanza
de que se calmase algún día.
—Sube a la moto, tenemos camino hasta casa.
—Yo dormiré con Molly —dijo ella rápidamente.
La mirada de aquel hombre la hizo temblar, fue como si la
atravesase de los pies a la cabeza.
—Era una broma, hombre.
En realidad, no lo era, pero sabía que no tenía escapatoria.
Él jamás la dañaría, sin embargo, no sabía cuántas horas iba a
estar enfadado por su pequeña travesura.

***

Después de todo el camino tuvo que soportar que Gerald se


pusiera como una hidra con ella. Aguantó aquella regañina con
cierto grado de ilusión, nunca antes se habían preocupado así
por ella y eso la hizo feliz.
Pero estuvo convencida de que sonreír no fue su mejor idea
ya que tanto él como Zachary decidieron vociferar un poco
más.
Finalmente, Loretta salió a defenderla, como siempre.
Estaba convencida de que quería a esa mujer, mucho. Gracias
a ella había conseguido muchas cosas.
«Cada uno en su casa, vienen días de negociaciones y de
reuniones largas». Recordó sus palabras.
—Entonces, ¿estás lista?
La pregunta de Zachary la sacó de su ensimismamiento.
Estaban sentados en el sofá, Markus se había encargado de
reponer todas las cosas que habían sufrido después de su
primer encuentro sexual. No es que los siguientes hubieran
sido más leves, no obstante, sí menos destructivos.
—Más que en toda la vida —contestó convencida.
Cabeceó. Su vida había sido dura, mucho. En todos esos
años siempre rezó para que una enfermedad o enemigo
acabase con la vida de su padre. Todas sus opciones estaban en
esperar a su muerte.
Nunca hubiera reunido el valor suficiente de acabar con él
de no haber pasado por todo aquello. Después de todo, ir a por
Nixon y cambiarse había hecho cambiar su vida para siempre.
—Nunca esperé enfrentarme a mi padre —confesó.
Zachary se encogió de hombros.
—Yo sí, llevo haciéndolo años.
Katariel rio, recordó cuando solo era un hombre salvaje y
peligroso capaz de hacerla temblar. Le sorprendió comprobar
que todo podía cambiar con un leve pestañeo.
—¿Qué haremos después? —quiso saber el guerrero.
Ella tenía muchos planes para ellos cuando todo acabase.
Puede que tuviera que reconstruir un reino después y tratar con
los otros reyes para escribir un montón de leyes, pero valdría
la pena. Además, lo mejor vendría después.
Paz y libertad para todos.
—Visitar Kaharos, ese reino es lo más bonito del mundo
entero. También quiero conocer Reiyar, algo de turismo de
Draoid, pero lo importante es que estemos juntos.
Zachary tomó su mano entrelazando los dedos con los
suyos, fue un gesto leve, aunque cargado de cariño.
—Me dijiste «te quiero» cuando los elfos se te llevaron —
recordó.
El tema de los elfos iba a ser recurrente, se los veía muchos
años después discutiendo por ir a ver a Blair sin haberle dicho
nada. Tenía que prepararse porque la vida a su lado iba a ser
larga.
Suspiró.
—Una parte de mí creyó que no volvería a verte y quería
que lo supieras.
Era cierto, quería tener tiempo a decírselo por si las cosas
en Kaharos hubieran ido mal. No había sido un amor a primera
vista, aunque algo había cambiado cuando se conocieron.
Todo los había llevado a conocerse, como si tuvieran un
imán que los atrajera el uno al otro sin remedio. A decir
verdad, no habían tenido opción alguna desde que el colgante
hizo que Nixon se salvase.
Katariel apoyó su cabeza en el hombro de él. Estaba
nerviosa por todo lo que vendría, deseó no tener que hacerlo,
encontrar una escapatoria factible y no la encontró.
Tenían un destino que cumplir.
—Lo sigo pensando, te quiero, Zachary.
Él, giró hacia ella buscando su rostro. Se dejó guiar por sus
movimientos hasta que ambos rostros estuvieron uno delante
de otro. Respiraron el aire del otro antes de que ella tomase sus
labios.
Fue un beso cargado de sentimiento, entre ellos existía una
conexión especial que conseguía que se encontrasen vida tras
vida. Y estaban agradecidos de tener un nuevo momento
juntos.
Al separarse él dejó un reguero de besos desde su boca,
pasando por las mejillas, subiendo por el puente de la nariz y
culminando en la frente.
—Yo también te quiero.
Esa noche sol y luna fueron capaces de conseguir estar
juntos, un día más que podían celebrar.
Y los astros lo acompañaron dándoles esa noche el mayor
eclipse lunar de la historia. Ambos brillaron juntos con fuerza
y, con la ayuda que habían tenido, pensaban hacerlo toda la
vida.
Capítulo 54

Dos días después el mundo estaba preparado para la batalla,


tampoco pudieron elegir porque las tropas de su padre
comenzaron a prepararse. Él también sabía que el mundo
comenzaba a rebelarse.
Katariel se despidió de Loretta con dos besos antes de salir
de casa de su abuelo. Todos la esperaban y eso significaba
muchísima gente.
No quiso dar un discurso porque no era buena haciéndolos,
ellos no lo necesitaban, solo ganar y acabar con la tiranía de su
padre. Los años habían hecho que sus aliados lo fueran
abandonando, todos y cada uno de ellos aprendieron lo
peligroso que podía llegar a ser amigo de Negan de Nislava.
El camino a su tierra natal lo hizo en moto, tal y como
estaba acostumbrada. Zachary iba en cabeza, abriendo el
camino y lo siguió como si fuera una estrella, sabía que con él
era capaz de hacer cualquier cosa.
A su lado tenía a Markus y a una muy valiente Molly
sentada con él. Habían tratado de hacerle entender que no
existía necesidad de estar allí, pero ganó la pelea. Era su
derecho enfrentar a su hermana Minerva.
Cuando llegaron a la frontera con Nislava no pudo evitar
temblar, aunque no fue de frío. Estaba acostumbrada a las
bajas temperaturas, sin embargo, no a la imagen del
grandísimo ejército al que había pertenecido.
Nislava era el reino más grande y uno de los más
preparados en cuanto a armas se refería. Eso le hizo temer.
Detuvo la moto cuando Zachary se detuvo.
Se alegró al ver a los elfos de Kaharos allí, de hecho, no
pudo evitar saludar a su rey con un ligero movimiento de
cabeza. Además, sabía que, en el otro lado del reino, los
soltados de Reiyar también entraban en batalla.
Markus se acercó a ella, se quitó el guante y le colocó la
yema de dos dedos en el cuello para amplificar su voz.
Era su momento.
—Ciudadanos de Nislava, soy Katariel. No soy el monstruo
que mi padre dice que soy, vengo a daros una opción. —Tragó
saliva—. Durante años, Negan, ha reinado con mano de hierro.
Muchos hemos perdido seres queridos en guerras innecesarias,
torturas o ejecuciones públicas. Es el momento de entregarle a
vuestro rey la poca gratitud que ha mostrado todo este tiempo.
La voz le tembló un poco, aunque se repuso con facilidad.
—No le debéis sangre, sudor y lágrimas. Esta gente que
veis no son vuestros enemigos, son personas como vosotros
que luchan por la paz. Una que todos merecemos.
Aclaró su voz antes de continuar.
—Os doy una única oportunidad. Luchad a nuestro lado,
hacedlo por vuestros hijos, por el mundo que queréis para ellos
o pelead contra nosotros y morir por un rey al que no le
importáis nada.
Markus, cuando se cercioró de que había acabado, enfundó
su mano para subir de nuevo en su moto.
Katariel esperó unos segundos, deseó que recapacitaran.
Muchos de ellos habían sido amigos desde hacía años, conocía
a la gran mayoría y no quería tener que pelear con ellos.
Desgraciadamente, como en todas las guerras, siempre
había dos mandos y el odio por el resto de reinos había calado
hondo durante los discursos de su rey. Muchos siguieron
siendo leales a Negan y, los que no, gritaron el nombre de su
princesa.
Con ese grito de guerra la batalla dio comienzo. Era el
momento.

***

Mientras el mundo se dividía entre el bien y el mal, ellos


cuatro se abrieron camino entre la multitud. Tenían un castillo
que alcanzar. Negan estaría en él, custodiado por sus mejores
guerreros a la espera de ver ganada una nueva batalla.
Cuando llegaron a la ciudad aquello parecía un mundo
extraño. Para Katariel, recorrer esas calles dolieron de una
forma que no supo describir. Las había recorrido todas y cada
una de ellas cientos de veces.
Gritó a las madres con niños que se quedasen en casa, que
no opusieran resistencia y los soldados no las dañarían. No
tenían porqué morir.
Vislumbró el castillo a lo lejos, ese del que había huido
cuando su padre la apuntó con un arma.
Tan absorta estaba en sus propios pensamientos que no fue
consciente de cómo su moto pasó sobre unas trampas que
perforaron las ruedas. Perdió el control a toda velocidad, esta
cayó al suelo con fuerza y salió disparada por encima.
Zachary consiguió amortiguar el golpe lanzando un choque
de energía que la cogió justo por el trasero a pocos centímetros
del suelo.
Finalmente cayó de bruces. Cuando quiso darse cuenta,
alguien apareció ante ella: Minerva.
Estaba tumbada en el suelo y, cuando quiso levantarse, notó
como una pesada carga caía sobre su espalda.
—¡Minerva! —bramó la voz de Gerald antes de lanzarla un
par de metros más allá.
Su abuelo los había seguido a la guerra por mucho que le
había suplicado que no lo hiciera.
—Seguid con el plan. Id a buscar a Negan y no os confiéis,
sabe lo que hace —les advirtió.
La bruja no estuvo de acuerdo con el plan, hizo crujir su
cuello antes de tratar de hacer un hechizo. Por suerte, Gerald,
supo mover rápido las manos y la contuvo dejándole caer una
cúpula de acero encima.
Sabía que eso no la entretendría demasiado tiempo, así que
necesitaban ser más rápidos y más listos. Corrió hacia la moto
de Zachary y se subió detrás de él de un salto antes de que este
arrancase a toda velocidad.
Se fijó en que Markus y Molly no los siguieron
inmediatamente y comprendió los motivos. Ya habían hablado
de eso, la prioridad era atacar a los dos a la vez para que
ninguno pudiera escapar.
Los dejó atrás poniendo rumbo al castillo con el deseo de
verlos pronto, ella tenía una reunión familiar pendiente.
Capítulo 55

Molly se cubrió cuando su hermana hizo estallar la cúpula,


al menos les había dado el tiempo suficiente como para
dejarles a Katariel y Zachary una cierta ventaja. Pronto
llegaron muchos soldados más, la gran mayoría elfos y
Draoids.
—Me ha contado un pajarito que ahora te llamas Molly, me
gustaba más Circe —dijo su hermana sin preocupación alguna
por estar en inferioridad numérica.
A ella no le importaba cómo se llamaba.
—El hechizo de este viejo chocho me dejó jodida unos
años. Bastantes, a decir verdad, pero el destino quiso que
encontrase al amor de mi vida: Negan. Él, cual caballero de
brillante armadura, vino a mi rescate.
Gerald atacó con tal virulencia que su magia quebró el
suelo, no obstante, cuando fue a alcanzar a Minerva, este pudo
repelerlo sin problema alguno.
—¿Cómo puede un humano romper un hechizo? —
preguntó Molly sin comprenderlo.
Su hermana rio.
—Cariño. ¡Qué poco conocéis a ese hombre! ¿No sabéis
por qué se casó con Layla?
Eso significaba mil cosas y estuvo convencida que ninguna
buena. Su hermana solo se juntaba con la misma calaña de la
que ella había sido concebida. Estuvo convencida que iban a
descubrir algo que no les iba a gustar.
—Un humano no puede reinar en un mundo de seres
mágicos, pero existe un hechizo que puede hacer variar ese
estatus. Si conseguía un ser de fantásticas habilidades podía
drenar su poder para uso propio. Y Layla, aunque era muy
joven, se decía que sería capaz de superar a sus mismísimos
padres.
Aquello cayó como un jarro de agua fría. Eso indicaba que
Negan había tenido poderes o, ¿seguía teniéndolos?
—Cuando la estúpida de su mujer dejó parte de su esencia
en aquel maldito collar se enfadó mucho. La mató para que los
poderes que quedaban en ella fueran suyos para siempre.
Gerald volvió a atacar consiguiendo golpearla y tirarla al
suelo. Minerva pareció divertida con todo aquello, limitándose
a reír y levantarse.
—Después de eso necesitaba más y, ¿quién mejor para
tener poderes que la mismísima hija de Layla?
Markus gruñó completamente enfadado.
Por eso siempre le ocultó su propia historia, por el mismo
motivo por el que jamás le dejó desarrollar sus poderes.
Únicamente la destruyó haciéndole creer que su madre era
impura y había algo malo en ella, para drenarse de su energía.
Katariel no se enteraría jamás porque al no notar magia no
podría echarla de menos.
—¿Y cómo puede tener poder ahora? Katariel huyó hace
meses y ya conoce su parte Draoid, no puede estar usándola —
explicó Molly.
Minerva contoneó un poco sus caderas, antes de lanzar un
hechizo para crear huracanes, uno que chocó directamente con
el contrataque de Markus que hizo que se destruyeran
mutuamente.
—Siempre hay un plan B, tu marido no lo tuvo y por eso
acabó como acabó. El pobre, tan estúpido e inocente, aunque
ahora te codeas con jovencitos guapos y fornidos; me gusta
cómo piensas.
Molly no quiso ofenderla, necesitaba que siguiera hablando
para conocer todo lo que les depararía en el castillo y sabía de
sobras que su hermana padecía de verborrea desmedida, no
sería difícil conseguir lo que necesitaban.
—No puedo comprenderlo, hermana —dijo haciéndose la
inocente.
Eso provocó que Minerva se sintiera superior.
—Claro que no, tonta. Negan ha conseguido, durante años,
algunas docenas de rehenes Draoids de los que extrae su
magia. Algunos han muerto por el camino, no obstante,
cuando la mercancía escaseaba solo tenía que agitar un palo
para que Gerald fuera corriendo en busca de guerra.
Katariel y Zachary iban directos a una trampa. Necesitaban
saberlo lo antes posible o, de lo contrario, morirían allí mismo.
—Vete, yo la entretendré —le ordenó a Markus.
—¡Y una mierda! ¡Yo no te dejo!
Minerva arrancó a reír como si estuviera visionando una
película de comedia.
—Lo tienes en el bote, querida.
Gerald decidió intervenir, acercándose más a su enemiga
consiguió conjurar uno de los hechizos prohibidos, justo el que
habían usado los elfos contra su nieta. La cuerda se abrió
alrededor de la cintura de Minerva, aunque, antes de cerrarse,
ella levantó el dedo índice y negó con la cabeza.
—Eso es juego sucio y en eso soy la mejor —anunció.
Sus poderes contuvieron el hechizo evitando que la cadena
tocase su piel lo más mínimo. Sorprendentemente, alcanzó a
tocar el cabo y tiró de él para acercar al rey.
Fue ahí cuando Molly y Markus comenzaron a atacar.
No pudieron hacerlo porque Minerva, de un ligero
movimiento de mano, los lanzó un par de metros más allá.
Cayeron al suelo con tanta fuerza que casi perdieron el aliento.
—¡Corred y ayudadla! —gritó el rey.
Molly supo que Gerald usó toda la fuerza que quedaba en él
para conseguir que la cadena se apretase en la cintura de su
hermana. Lo consiguió produciendo que esta gritase
consumida por un dolor atroz.
Markus se subió a la moto, la montó a ella y salió disparado
hacia palacio. Molly, en cambio, solo pudo mirar atrás con
horror.
Minerva, completamente enfurecida, tomó a Gerald del
cuello. A pesar del hechizo, aprovechó la avanzada edad del
rey y que tenía toda la magia empleada en la cadena, para
atravesar su pecho y alcanzar su corazón.
Molly gritó cuando vio caer al rey al suelo, lo hizo con
rabia, dolor y desesperación, perdiendo entonces a uno de los
mejores hombres que había conocido en toda su vida.
Minerva, rebosante de gozo, desapareció en el aire, eso solo
significaba que había ido a buscar a Negan.

***

Zachary y Katariel no estaban preparados para lo que


encontraron al abrir las puertas del castillo.
Ahí, en el recibidor, había más de cincuenta Draoids y
estuvo convencido de que los suyos se extendían a lo largo de
todos los pasillos y habitaciones de aquel pomposo lugar.
—¿Qué es esto? —preguntó ella.
Alguien aplaudió llevándose toda la atención, al mirar
sobre las escaleras encontraron a Negan regocijándose de su
pequeño mercado de esclavos.
—¿Os gustan? Son mis favoritos, los más feos,
desmembrados o viejos están en lugares menos vistosos —
explicó el rey.
Ambos sintieron ganas de vomitar, aquello era de una
crueldad que jamás habían contemplado y eso que aquel
hombre era experto en no tener corazón. Siempre se podía
esperar algo más de él.
—¿Qué hacen aquí?
Esa pregunta era más que obvia, aunque comprendió que
Katariel tuviera que hacerla.
—Durante años han estado escondidos en la mazmorra
esperando a su glorioso día. Ellos, son mis pequeños
generadores de energía. Antes lo eras tú y solo contigo me
bastaba, eres tan especial que tus poderes me hacían cosquillas
en las manos. Obviamente, tuve que contenerte mucho para
que no lo descubrieras.
La sujetó cuando hizo amago de vomitar, podía comprender
que aquello fuera demasiado.
Esa gente estaba en muy mal estado de salud, mutilados y
plagados de heridas y suciedad, los habían reducido a ser un
mero objeto. Casi resultaban ser enchufes para Negan, uno que
substituía cuando le placía.
—¿Para qué querías magia?
—Para hacer esto —anunció lanzándoles una explosión tan
fuerte que casi pareció una de las muchas bombas que estaban
usando los Nislavos para defenderse.
Zachary logró contener la honda expansiva tratando de no
dañar a ninguna de las personas que estaban allí.
—¡Levantaros y pelear! —pidió el guerrero.
No lo hicieron, se limitaron a quedarse allí, sentados y con
los ojos vidriosos ajenos a lo que ocurría a su alrededor.
—No te escuchan, efectos de una bruja muy buena que me
enseñó. Es mejor mantenerlos así que pelear constantemente
como hacía con Katariel.
Minerva apareció al lado de Negan, estaba ensangrentada y
parecía herida, aunque mantenía una sonrisa tan triunfante que
Zachary solo pudo pensar en borrársela de un golpe.
—Toma, amado —dijo la bruja antes de dejar caer lo que
parecía un corazón sobre la palma de la mano del rey.
Este sonrió conforme.
—Es el corazón de Gerald, recién extraído.
Katariel se quedó conmocionada en ese instante. Jadeó
luchando por mantenerse en pie, no podía acabar de perder a
su abuelo de esa forma tan cruel.
—Eres la mejor, pastelito —contestó Negan besándola
apasionadamente.
Zachary, lleno de dolor y rabia supo que debían pensar algo
para pasar entre la gente y alcanzarlos. No solo los usaba
como generadores de energía, también como escudos para
disuadirlos de atacar.
Kata gritó entonces, apretó los puños y bramó con tanta ira
que no calculó la cantidad de energía que dejaba ir. Esta salió
de ella a toda velocidad, casi como un tren, que arrolló toda
una fila de Draoids hasta impactar en su padre.
Este bloqueó el ataque con un chasquido y miró a su
alrededor para su disfrute.
Lo que acababa de hacer la princesa había significado
asesinar a unos cuantos Draoids, los mismos que quedaron
esparcidos en el suelo hechos pedazos. Eso solo empeoró la
situación.
—Me gusta tu estilo, hija —rio Negan.
Katariel no lo hizo, llevándose las manos a la boca tembló
cuando contempló el horror que acababa de crear.
Markus y Molly llegaron en ese instante para contemplar el
huerto de Draoids que tenía Negan preparado para disuadirles
de atacar. Uno que les conmocionó y sorprendió a partes
iguales.
—Ahora, que estamos todos, podemos dejar la guerra fuera
y divertirnos entre nosotros —anunció Negan antes de que las
puertas del castillo se cerrasen.
Acababa de atraparlos dentro.
Capítulo 56

—Yo puedo alzaros hasta allí —propuso Markus


susurrando.
—Y yo puedo oíros —bufó Negan algo aburrido.
Lo primero que tenían que hacer era conseguir llegar hasta
ellos, unos debían encargarse del rey y otros de la bruja, así
tendrían más posibilidades. Y como si todo eso fuera poco
tenían un montón de rehenes a los que no deseaban dañar.
El plan era bastante complicado.
—¿Sabéis algo divertido? En este estado ellos están en una
especie de trance o estado catatónico y no notan nada —rio
Minerva.
Se acercó a uno, para, con toda la crueldad de su corazón,
romperle un brazo. Su teoría se demostró, aquel hombre no se
quejó, lloró o gritó; siguió mirando al frente sin pestañear.
—¡Basta! —exclamó Katariel.
Negan bufó.
—Siempre has sido una sentimental, eso son los genes de tu
madre.
—Prefiero tener los genes de ella que los de alguien como
tú —contratacó.
Markus hizo volar a los tres, sin que se lo esperasen, hasta
encima de las escaleras. Estaba claro que hablando no iban a
conseguir que todo acabase, debían pasar a la acción y para
eso era un experto.
—¡Qué lindo! A parte de guapo, fuerte. Yo lo quiero para
mí, como esclavo —canturreó Minerva.
Molly estalló lanzándole un rayo que casi impactó sobre
ella, lástima que la bruja lo desvió.
—Eso podría hacerme daño, pero no te lo tendré en cuenta
porque somos hermanas —la excusó Minerva.
Katariel y ella se miraron, estuvieron de acuerdo, sin
palabras, de que cada una iría hacia su familiar para acabar
con él. Había llegado el momento de acabar lo que había
empezado hacía demasiados años.
La princesa sacó un arma que llevaba enfundada cerca de
su pecho y disparó a su padre acertando claramente. Para
sorpresa de todos, él siguió como si nada acabase de pasar.
—Una cosa muy divertida de estos generadores de energía
es que pueden recibir el daño que me hacen —explicó
señalando a uno de los más cercanos de la puerta.
Ya no estaba sentado, se había desplomado en el suelo con
una herida de bala en la frente.
Ahora sí que estaban jodidos.

***

Zachary pensó rápido en sus opciones. Si querían dejar de


perder Draoids como si de chapas se tratase, debían encontrar
la forma de romper el vínculo que los unía al rey.
Minerva tenía algo que ver porque, al retirarse el hechizo
de la cadena, no mostró rastro alguno de herida. Ella era capaz
de formar vínculos de esa forma, aunque en menor medida
porque sí había llegado a sangrar.
—Déjame jugar un poco, cielo, solo un par de huesos rotos
—suplicó Minerva agarrándose al brazo de Negan.
Casi parecía una niña pequeña.
El rey, incapaz de negarse a esa petición tan especial, la
dejó ir como si un brazo ejecutor se tratase.
Molly y Markus se adelantaron, eso dejaba claro que ellos
se encargaban de la bruja y Katariel y Zachary lo harían con
Negan. Minerva se adentró en uno de los pasillos del castillo
llevándose consigo a sus amigos persiguiéndola.
—Parece que nos hemos quedado solos —rio el rey.
Zachary se acercó a Katariel, se agachó hasta llegar a su
oreja para susurrarle al oído.
—Tiene que tener algún objeto que los vincule a ellos como
hizo el colgante con tu madre. Algo simbólico con el que haya
demostrado apego.
La princesa pensó a toda la velocidad, siempre había
tratado de no compartir espacio con su padre, eso hacía que no
lo conociese tanto como hubiera querido en ese momento.
Tras unos segundos, su mente le hizo recordar un viejo reloj
que tenía un lugar de honor en la vitrina de su despacho. De
pequeña se llevó una buena zurra por tratar de sacarlo y darle
cuerda.
Después de eso había hecho poner llave a la estantería y,
años después, lo guardó en una caja fuerte que escondía detrás
de un cuadro.
Miró a Zachary convencida, tenía que ser eso.
—Lo tengo.
Ahora tenían que alcanzarlo.
—Ve a por él y destrúyelo, yo te cubro —ordenó Zachary
antes de sellar sus palabras con un beso.
Katariel corrió escaleras arriba, tenía que subir un par de
pisos más para alcanzar aquel lugar.
Negan disparó energía muy cerca de ella provocando que
cayera al suelo. No se dejó impresionar y usó los puños para
empujar su cuerpo hacia arriba. No pensaba cejar en su
empeño hasta acabar con él.
—¿Ya te vas? Si no hemos hecho nada más que empezar —
rio su padre.
—Ahora tendrás que centrarte en mí —comentó Zachary.
Ella corrió, viendo como aquellos dos hombres entraban en
batalla. Sabía que él no quería dañarlo por miedo a que más
Draoids murieran y se centró en intentar contenerlo de todas
las formas posibles.
Katariel se dejó la piel sorteando personas, ellos estaban en
trance, no podían verla y sentir cuando los pisaba sin querer.
Esa era una vida cruel y terrible, mucho más de lo que hubiera
imaginado jamás.
Derrapó al girar hacia las escaleras que llevaban al segundo
piso. Justo al hacerlo se detuvo en seco al encontrar uno de los
mayores troles que hubiera contemplado jamás.
Su padre había dejado algunas sorpresas en el castillo
mientras la esperaba. Aferrándose a su arma, se preparó para
acabar con él.
Corrió cuando aquel ser la vio y se preparó para atacarla.
Era tan grande, viscoso y tan maloliente que tuvo que hacer el
esfuerzo por no vomitar. Se metió entre sus piernas sabiendo
que ahí tenía un punto ciego. Disparó en la rodilla, el pobre ser
gritó y, con sus manos, comenzó a romper las paredes de aquel
pasillo en un intento de pillarla.
Ella era un mosquito y podía partirla en dos si la pillaba.
No solo eso, también estaban rodeados de Draoids y ellos
podían morir en aquel ataque.
Tomando una fuerte bocanada de aire, trepó por la pared
usándola como impulso para subirse sobre sus hombros. Allí
tuvo que aferrarse con fuerza antes de clavar su pistola en la
cabeza y disparar.
El trol se quedó congelado en ese momento, por desgracia
comenzó a precipitarse hacia atrás, en dirección a los grandes
ventanales. Katariel quiso saltar para no caer con él, pero la
agarró de la cintura.
La ventana se rompió por el peso y ambos fueron a caer por
ella, no obstante, una descarga eléctrica provocó que el trol la
soltase y ella pudiera agarrarse al marco hecho pedazos.
Subió a toda prisa, no quería caer, y miró a ver qué había
sido esa ayuda extra que acababa de tener.
Abajo encontró al rey Blair mirarla. Ambos asintieron antes
de continuar.
Sorteó personas como si estuviera en una pista de
obstáculos. El suelo tembló un par de veces por la batalla que
estaba habiendo justo bajo sus pies. Solo deseó que Zachary
no recibiera mal alguno.
Aulló de alegría cuando vio el despacho de su padre a lo
lejos. Nunca antes se había ilusionado tanto yendo hacia ese
horrible lugar.
Comprobó que estaba cerrado con llave y no tuvo paciencia
para abrirla, usando las piernas pateó con fuerza hasta
conseguir hacerla caer. Entró allí siendo una Katariel diferente
de la última vez que estuvo allí.
Ya no tenía miedo, poseía la voz y la fuerza suficiente
como para poder enfrentarse a ese hombre.
Con un choque de energía, hizo pedazos la mesa y la silla
que la separaban del horrendo cuadro que había detrás. Era un
retrato de su padre de joven, uno al que siempre le había
incomodado mirar como si ya hubiera maldad en esos ojos.
Disparó, estúpidamente, a la caja fuerte cuando retiró lo
que lo tapaba. La bala no hizo nada, lo que provocó que
bufase. No sabía la clave y quería abrirlo.
—Mierda —susurró.
Tenía el poder de los Draoids, lo sabía, no obstante, no era
capaz de conseguir enfocarlo en algo tan pequeño. Iba a tener
que aprender en ese justo momento porque lo necesitaba.
Muchos dependían de ello.
Juntó las manos esperando que eso funcionase y se
concentró. Notó la magia fluir a través de ella como si lo
hubiera hecho toda la vida.
—Hola, princesita.
La voz de Minerva la sorprendió.
Ella apareció a su espalda envolviendo un brazo alrededor
de su cuello. De pronto un dolor en el costado le hizo gemir,
después notó el frío acero que había entrado en su piel
apuñalándola.
—¡Katariel! —gritó Zachary antes de hacer volar a la bruja
contra una pared.
Cogió a su amada antes de que esta cayera al suelo.
—Estoy bien, no te preocupes. Vuela la puta caja fuerte —
pidió ella.
Él no lo hizo inmediatamente, tardó unos segundos antes de
comprender que la prioridad era acabar con Negan.
Molly apareció dándole la posibilidad de tomar un respiro
para recuperarse. Ambas hermanas se miraron con rabia, cada
una por sus propios motivos.
—Voy a matarte —anunció Molly.
Cada una lanzó un hechizo a la otra como si midiesen sus
fuerzas. La segunda vez fue con más contundencia y ambas
magias chocaron como si de un torrente de agua se tratase.
Katariel aprovechó para ponerse en pie justo en el momento
en el que Zachary voló la puerta de la caja fuerte. Cientos de
papeles saltaron por los aires con demasiados secretos de
estado, unos que no importaban en aquel momento.
Rebuscó hasta dar con una caja y, en ella, el reloj de
bolsillo. Lo agitó en el aire triunfante.
—¡Lo tengo! —gritó.
Acto seguido desapareció para volver a reaparecer en la
mano derecha de Minerva.
—Yo lo tengo, querido.
Katariel actuó por puro instinto, apuntó casi sin mirar y
apretó el gatillo volándole la mano a la bruja obligándola a
soltar el reloj que cayó al suelo.
Todos los presentes en la habitación lucharon por cogerlo.
Molly contuvo a su hermana gracias a la telequinesis, la
bloqueó contra la pared para que fuera el mismísimo Zachary
quien lo cogiera.
—¿Y mi padre? —preguntó ella.
—Markus se está encargando. ¡Destrúyelo! —lo instó
Molly.
Fue ahí cuando el guerrero se lo tendió a ella, le daba el
honor de hacer daño a su padre. Después de tantos años de
tortura podía devolverle un poco de lo que había sembrado
toda su vida.
Lo sostuvo entre los dedos unos segundos y la sensación de
peso le hizo recordar cuando Malorie le había dado el collar.
Los objetos mágicos pesaban muchísimo más de lo que
parecían.
Lo alzó tratando de tomar impulso antes de estrellarlo
contra el suelo con fuerza. Al hacerlo todo el reino tembló, no
se rompió del todo, aunque sí lo suficiente como para notar
como la energía se liberaba a través de él.
Tomando una segunda pistola, apuntó hacia ese objeto y
disparó. No se contentó con una o dos balas, vació el cargador
asegurándose de que era irrecuperable.
Minerva gimoteó.
—Eso no le va a gustar —amenazó antes de lograr
desaparecer en el aire.
Capítulo 57

De camino de regreso al vestíbulo, pudieron comprobar que


muchos Draoids parecían reaccionar. Les gritaron que salieran
de allí lo antes posible, que no hicieran preguntas, que su gente
estaba en la calle.
Lo peor fue descubrir que muchos seguían en aquel estado
catatónico como si nada hubiera pasado.
—¿Por qué no despiertan? —preguntó Katariel.
Todos sabían la respuesta, pero resultaba tan perturbadora
que no supieron cómo explicarlo.
—Minerva tiene el control sobre ellos.
Habían quitado un problema de la lista, pero otro se añadía
sin permiso.
Al llegar Molly estalló contra Negan con un choque de
energía que dañó una de las columnas principales, la agrietó de
tal forma que supieron que tenían que salir de allí mucho antes
de lo que hubieran esperado.
Nadie la culpó por hacerlo, de lo contrario, él hubiera
acabado con la vida de un Markus que luchaba por respirar
mientras le tenían una soga al cuello. Al liberarse lo atacó con
rabia.
Zachary avanzó queriendo acabar con aquel rey de una vez
por todas, sin embargo, Minerva apareció al lado de Negan y
se abrazó a su cintura.
—Tu hija me ha reventado la mano, quiero venganza,
querido —lloriqueó volviéndola a tener bien.
El rey acunó el rostro de su amada, solo a ella podía
quererla porque eran casi la misma persona.
—Por supuesto, pero antes tendrás que compartir un poco
de magia conmigo. Han agotado mis existencias —le pidió
besándola.
Minerva lo hizo, se la veía tan enamorada de ese monstruo
que no pudo comprender qué se veían el uno al otro.
—Tú y Markus comenzad a sacar de aquí a todos los
Draoids que podáis —le dijo Zachary a Molly.
Esta se negó en un principio, aunque comprendió que las
vidas de esa gente necesitaban ser salvadas. La vendetta contra
su hermana no tenía sentido porque iba a morir de todas
formas, no importaba quién lo hiciera, ella no necesitaba ese
tipo de venganza.
—Amor, vas a tener que elegir: tu padre o la bruja —
anunció Zachary sonriente.
Katariel los miró a los ojos a ambos antes de darse la mano
con él, era un contacto leve, aunque significó muchas cosas a
la vez.
—Yo quiero a Negan —declaró.
Ella sí necesitaba acabar con ese hombre.
Se lanzó contra él con toda la rabia y el rencor que supo
reunir. Ambos pelearon cuerpo a cuerpo unos minutos. Aquel
hombre la había entrenado a base de golpes, disfrutaba
humillándola delante de todos los soldados diciendo que nunca
llegaría a nada y ahí estaba, salvando al mundo.
De un salto, logró apoyar uno de sus pies en el pecho para
dar impulso y envolverle el cuello con sus piernas. Después se
dejó caer hacia atrás provocando que perdiera el equilibrio y
golpease el suelo.
No le importó el dolor, ni la puñalada de Minerva, solo
quiso ver su último aliento.
Negan usó su magia para hacer que una corriente eléctrica
la atravesara, fue tanto dolor que no pudo más que luchar por
no perder el conocimiento y lo aprovechó para escapar de su
agarre.
—No eres más que una insignificante pulga peleando
contra un gran tigre —le anunció.
Katariel pateó sus rodillas provocando que una de ellas
crujiera por el impacto, sonó tan fuerte que el eco rebotó en las
paredes. El dolor no se transmitió a ningún Draoid, quedó en
él aullando como si estuviera sufriendo un dolor incalculable.
Una vez en el suelo, se montó sobre su pecho y comenzó a
golpearle con los puños. Descargó toda la rabia posible en
aquellos golpes.
No quería verlo respirando.

***

Zachary logró hacer volar a la bruja hasta impactar contra


el suelo a tanta velocidad que hizo un surco por el impacto.
Sus poderes se expandieron por doquier inundándolo todo
como la marea alta.
No había llegado a jefe del ejército por nada. Sus
entrenamientos habían sido duros, no obstante, había valido la
pena cada gota de sudor gastada.
Molly miró entonces para mirar a su hermana con sorpresa,
la señaló.
—¡Es el colgante lo que la une a los Draoids! ¡Era de mi
marido!
Aquella revelación fue muy dura. La bruja había mantenido
un collar propiedad del ex de Molly, la persona por la que
seguía sufriendo.
No pudo mirar a otro lado, Zachary usó su magia para
conseguir que el hechizo prohibido se clavase en los brazos de
Minerva. Markus lo imitó para atrapar sus piernas y ambos
tiraron de las cadenas.
Esa muerte llevaba un nombre concreto.
—No te lo merecías, él era para mí y te lo dieron a ti
porque eras la mayor, pero yo lo maté. Yo lo hice.
Molly, sorprendentemente serena, se agachó para arrancarle
el colgante sin abrirlo del cierre. Lo contempló unos segundos
recordando una vida pasada que ya no existía, él había partido
y jamás volvería.
Debía pasar página.
—Adiós, hermana —susurró.
Lo colocó entre sus palmas antes de hacer una pequeña
explosión en ellas y lograr que aquel trozo de oro y metal se
hiciera pedazos, aquello sí despertó al resto de rehenes del
castillo.
Con el hechizo roto, Negan bramó furiosamente dejando
escapar el poder que tenía en todas direcciones. Lanzó a su
hija escaleras abajo, la cual rodó hasta que Zachary la tomó en
brazos.
Antes de que alguien pudiera pensar, pestañear o respirar, él
se aseguró que su amada quedaba sentada. Aprovechó la
confusión para volver a acercarse a Minerva y entró en ella.
Su magia la destruyó órgano a órgano, quemándolo todo a
su paso hasta que la propia piel y huesos cedieron. Se hundió
como si fuera el envoltorio de algún alimento congelado que
se derretía.
Y no quedó nada.
El castillo se lamentó cuando murió, sus columnas ya no
soportaban el peso de los metros y metros de altura.
—Vais a morir aquí, he llenado todos cimientos del castillo
de explosivos esperando vuestra llegada. Plan C lo llaman —
dijo antes de pulsar un botón que llevaba perfectamente
protegido y guardado en el bolsillo.
Acto seguido, usando los restos de poderes de la bruja,
desapareció de aquel lugar.
Katariel se levantó dispuesta a seguirlo, pero se detuvo
cuando comprobó que quedaba mucha gente viva en ese lugar.
—Tenemos que sacarlos —anunció antes de que todo
explotase.
Las cargas explosivas sonaron una contigua a la otra,
volando todas las mazmorras casi a la vez. El suelo cedió bajo
sus pies con tanta fuerza que supieron que había llegado la
hora.
Las bombas siguieron sonando, como si de un festival de
fuegos artificiales se tratase hasta que, de pronto, se
detuvieron.
Katariel miró a su alrededor, confusa y sin comprender lo
que ocurría allí. Giró sobre sus talones entendiendolo. Jadeó
producto del dolor sintiendo que apenas podían sostenerla sus
rodillas.
Zachary estaba en pie, con los brazos extendidos creando
una especie de cúpula que mantenía el castillo en pie.
—No… —gimoteó.
—Sacadlos a todos de aquí, yo contendré la explosión.
Era el único que podía, no existía otro con esos poderes y
estaba arriesgando su vida para conseguirlo.
Katariel se acercó a él tratando de disuadirlo, pero, pocos
pasos antes de alcanzarlo, él gritó.
—¡Haz lo que te digo por una vez!
Zachary estaba arriesgando su vida.
***

Para él no era fácil aquello. Había cientos de mujeres,


hombres y niños en aquel castillo, todos inocentes y merecían
vivir. Había sido una decisión impulsiva, no obstante, no se
arrepentía de ello.
Alejó a Katariel cuando esta trató de alcanzarlo, no quería
que tratase de convencerle. No había muchas opciones, si
soltaba la cúpula el castillo se les vendría encima sin poder
huir.
Markus y Molly hicieron lo que les pidieron, no solo ellos,
también los soldados más próximos al castillo. Katariel, a
regañadientes, lo hizo sin ser capaz de dejar de mirarlo.
Soportar el peso del castillo quebró, pasados unos minutos,
sus rodillas provocándole que cayera. No era el momento de
rendirse y no lo haría.
La vida de ella le hizo luchar, quería conseguir que tuviera
una oportunidad. Tenía una misión que cumplir todavía: matar
a Negan.
Los minutos pasaron mientras las cargas explosivas se
sucedían la una a la otra. Estaba claro que el rey había
preparado a conciencia su visita.
Llegado a cierto punto, algunos Draoids y elfos trataron de
ayudarlo sin éxito. No tenían el poder suficiente como para
soportar aquello y él solo pudo pensar en Katariel.
La miró cada una de las veces que entró a por gente, trató
de recordar su fuerza, su valentía, su cabello pelirrojo y las
veces que la había visto sonreír. Esos recuerdos no podían
borrarse de su mente, debían mantenerlo fuerte.
Sintió más dolor cuando sus dedos comenzaron a ceder y
supo que no podría sacarlos a todos de ahí. Había demasiada
gente y eso suponía hacer un sacrificio. Su corazón se partió
cuando supo que tenía que dejar morir a los suyos.
—¡Markus! —gritó atrayendo su atención— ¡Iros de aquí!
Katariel se paralizó entonces, soltó a quién ayudaba para
correr directamente hacia él. Fue entonces cuando su segundo
al mando la cogió por la cintura, ella comprendió al instante lo
que pasaba.
Gritó furiosa.
—¡NO! ¡No puedo dejarte aquí! —gritó.
Zachary asintió sabiendo que ella no podía y por eso se lo
pedía a un amigo. Así tendría la certeza de que seguiría con
vida.
Dolió saber que ese iba a ser su final, que no viviría para
ver a Negan morir, pero dolió mucho más no poder vivir un
día más con ella. Al final la maldición ganaba de nuevo.
Katariel le dio un cabezazo a Markus haciendo que este la
soltara preso del dolor. Eso le dio ventaja para llegar hasta él y
abrazarse a su cuello llorando.
—¡Vente conmigo! ¡Vente conmigo! —repitió
dolorosamente.
Zachary besó sus lágrimas mientras notaba como ella
intentaba tirar de su cuerpo sin poder moverlo ni un
centímetro.
—Tenemos una nueva oportunidad en la próxima vida.
Tienes que acabar con ese monstruo por el bien de todos, no
puedes morir aquí conmigo. Te quiero.

***

Katariel maldijo al mundo que pudieran arrebatarle al


hombre al que amaba. No escuchó durante unos segundos, tiró
con fuerza comprendiendo que tenía todo el castillo sobre sí.
No iba a moverlo. Aquello era una despedida.
Su corazón se rompió en mil pedazos sabiendo que él no
saldría de aquel espantoso lugar. Estaba aguantando para que
ella huyera.
—Te encontraré en la próxima, ¿me oyes? —prometió
salvo que esta vez no fue él quién hizo ese juramento.
Zachary asintió antes de que ella lo besara por última vez.
—Te encontraré. Te quiero —repitió rota de dolor.
Markus la tomó entonces produciendo que gritase, no podía
dejarlo allí, no quería abandonarlo para morir. Luchó con
fuerza sin conseguir que aquel guerrero la dejara ir.
La arrastró hasta la puerta mientras ella extendía los brazos
hacia él, el amor de su vida moría allí mismo.
—Te quiero —susurró Zachary.
El castillo se vino abajo de pronto, cayó piedra a piedra
sepultando a todo el que quedaba dentro y a los que más cerca
quedaron de él.
Nadie gritó más que Katariel, nadie lloró o peleó más por
tratar de alcanzar aquel ataúd de piedra y sangre. Muchos
murieron allí mismo incluyéndola a ella al saber que Zachary
estaba dentro.
Giró sobre los brazos de Markus para golpeando duramente
con los puños, lo hizo sin control y sin importarle si le dolía;
solo descargar su rabia e impotencia de perder al amor de su
vida.
Una vez más la maldición ganaba.
Al final, rendida a la realidad, se dejó caer al suelo llorando
sin poder soportar el dolor que golpeaba su pecho. Ya no tenía
corazón, se había hecho astillas y su alma se acababa de
volatilizar.
Todo había ardido dentro de ella hasta conseguir que no
quedase nada de Katariel.
Capítulo 58

No tuvo mucho tiempo para llorar porque algunos elfos


comenzaron a decir que Negan había huido al puerto. Tenía
que ponerse en marcha antes de que pudiera escapar mar
abierto.
—¡Una moto! —gritó exigiendo a quién hubiera al lado que
le facilitase una.
Molly le cortó el paso cuando un soldado Reiyar gritó que
ahí había una.
—Vamos contigo.
Sorprendentemente no pudo escucharla, quiso hacerlo, pero
una ráfaga de energía la golpeó con contundencia. Cayó al
suelo en busca de aire antes de comprender que era la estela de
poder de Zachary que quedaba en ese mundo.
Él había hecho un último sacrificio para conseguir que
ganasen la guerra y no tuvo palabras suficientes para
agradecerlo.
Las cosas no tenían que haber acabado así, no era justo y lo
lamentaba de tal forma que supo que nunca sería capaz de
reponerse a su pérdida.
—Él es mío y no pienso compartirlo —anunció.
Caminó hacia la moto y, cuando Molly y Markus quisieron
cortarle el paso, usó sus poderes para conseguir que se
arrodillasen ante ella, los clavó al suelo con fuerza para
impedir que vinieran.
Duraría unos minutos, los suficientes como para llegar al
muelle para destruir a ese monstruo al que le debía la vida.

***

Katariel hizo volar por los aires, uno a uno los barcos que
había en el muelle. Sabía que estaban vacíos y que, en uno de
ellos, estaba la peor persona que había pisado nunca antes el
mundo.
—¡Sal! —bramó completamente enfurecida.
Aquello no era odio, era un nivel más alto que no tenía
descripción alguna. El dolor era tan terrible que apenas podía
respirar. Los recuerdos no paraban de golpearla con fuerza
exigiéndose detenerse para llorar. No tenía tiempo para eso.
Sentía la energía de Zachary recorriendo su cuerpo, una que
comenzaba a desvanecerse amenazando con abandonarla.
Debía aprovecharla antes de que todo acabase.
—¡Sal sucia rata! —gritó levantando la mano y haciendo
volar el penúltimo.
Su padre, malherido, salió a gatas del último con las manos
en el aire a modo de rendición.
—Hija, siempre has tenido un corazón noble. Sé que jamás
le harías algo así a tu padre —dijo.
Katariel casi sintió el impulso de reír, pero ya no quedaba
alegría en su cuerpo; él mismo se la acababa de extraer. Así
pues, moviendo dos dedos provocó que la mano derecha de él
girase en un ángulo imposible haciendo que gritase.
—Tú no me conoces —gruñó Katariel.
El rey, de rodillas, se tomó la mano herida como si sintiera
que estaba a punto de perderla. La llevó al estómago donde la
protegió con el resto de su cuerpo como si tuviera miedo a que
se cayera.
—Has destruido todo y a todos.
El dolor habló a través de ella, no podía respirar sin sentir
como si cien astillas se clavasen en sus pulmones. No quedaba
ni rastro de felicidad en ella, lo había sustituido por un dolor
agudo y atroz.
Con esa acusación, usó su poder para tomar la otra muñeca
y romperla del mismo modo. El grito que obtuvo entonces no
la reconfortó en absoluto, necesitaba mucho más del hombre
que le acababa de quitar a quién amaba.
No había grito de dolor suficiente como para complacerla,
nada lo hacía después de Zachary.
—Katariel, hija mía, ten un poco de piedad. Cambiaré, lo
juro —prometió.
Se arrastró por el suelo cuando la vio caminar hacia él con
paso impasible. Cada vez que uno de sus talones tocaba el
suelo este temblaba como si pudiera temer la fuerza
sobrenatural que tenía encima.
Antes de descargar la rabia contra Negan, hizo estallar el
último barco de la flota de su padre. Consiguió que solo
quedaran astillas de aquel navío tan espectacular y que era el
orgullo de aquel hombre.
—Así pienso dejarte cuando acabe contigo —anunció
Katariel.
Mirando al despojo que tenía ante, sí no encontró ni rastro
de humanidad en él. Desde muy pequeño su única diversión
había consistido en dañar, golpear y asesinar a todos los que le
rodeaban por varios motivos. El mayor era por beneficio
propio, aunque la diversión también estaba presente.
—Yo le amaba —anunció.
No se contentó con romperle la rodilla de golpe, lo hizo sin
pestañear mientras permitía que una corriente eléctrica lo
atravesase de los pies a la cabeza. No merecía compasión
alguna y poco le importaba convertirse en un monstruo al
torturarle.
Negan, al borde del desmayo, pareció sonreír.
—Estás muy enfadada, pero no tienes el valor suficiente de
matarme. De tenerlo hubieras acabado conmigo —la tentó.
Tuvo que respirar para no darle lo que quería, pero decidió
disfrutar de aquel momento antes de que acabase.
—Llegará tu hora, padre. Antes me gustaría seguir jugando
como tú has hecho durante años y años. Nunca te importaron
mis gritos, mis súplicas o mis lágrimas. ¿Por qué debería
conmoverme las tuyas?
Un choque de energía lo lanzó un par de metros más allá
golpeando el suelo con la cantidad de huesos rotos.
Era la sombra del hombre que fue una vez y los fieles a él
estaban cayendo poco a poco por los ejércitos aliados. Pronto
ya no quedaría nada de Negan de Nislava, solo su amargo
recuerdo; uno que se había empeñado en grabar a fuego en el
alma de muchas personas.
Nunca sería suficiente dolor para saldar la deuda que había
contraído contra el mundo, sin embargo, decidió que era el
momento de dejarlo marchar de una vez por todas.
Concentró la energía en sus manos para un último golpe.
De ella salió la magia de Zachary y lloró al saber que, después
de eso, no quedaría nada del hombre al que amaba.
Disparó absorta en su propio dolor, tanto, que no vio como
Negan quemaba un último cartucho. Mientras hablaba había
conseguido usar los pocos poderes que le quedaban de
Minerva para hacer levitar una pistola cercana.
Disparó justo en el momento en el que un rayo lo atravesó
de los pies a la cabeza quemándolo por completo. Se
desplomó, sin remedio, al suelo sin rastro de vida alguna.
Katariel suspiró aliviada.
Al fin todo había acabado.
Fue entonces cuando notó un ligero dolor en el pecho,
llevándose la mano a él comprobó que sus dedos se mojaban
con alguna especie de líquido. Los apartó para contemplar el
color rojo carmesí propio de la sangre.
El dolor llegó justo después, bloqueándola de una forma tan
brusca que se sorprendió de no haber notado el disparo antes.
Se precipitó contra el suelo cuando sus piernas no lograron
sostenerla. Fue ahí cuando los brazos de Markus la tomaron
con fuerza. Acompañaron su cuerpo hasta acomodarla sobre su
regazo.
—Katariel, no… —susurró conmocionado.
Ella, sonriendo, le dio la bienvenida. Comprendió que no
iba a tardar en reunirse con Zachary.
—Negan ha caído, lo hemos conseguido, amigo.
Este negó con la cabeza siendo incapaz de ver la felicidad
que ella veía. La guerra tocaba a su fin y un nuevo mundo de
paz se abría ante sus ojos.
—Aguanta, la ayuda está en camino —pidió aferrándose a
ella.
Katariel supo que no se salvaría. Su cuerpo apenas
respondía y la magia de Zachary había desaparecido como si
nunca hubiera estado ahí. No tenía adónde aferrarse para
seguir.
—Tranquilo, yo estoy bien. Puedo esperar —dijo.
La boca se le llenó de sangre, lo supo por el sabor
asqueroso y metálico que notó entonces.
—No puedes irte. ¿Me oyes? —la amenazó.
La princesa cerró los ojos unos instantes para descansar,
pero él se negó a que eso ocurriese y la agitó produciéndole
algo de dolor. Allí concluyó que ser disparado no tenía nada de
divertido.
—Con ese colgante sabrán que te he declarado rey. Cuida
sabiamente de Nislava y Draoid. —Hizo una pausa— Al igual
que de Molly, es algo gruñona, aunque tiene buen corazón.
Markus negó completamente desesperado. No pensaba
dejarla marchar por mucho que viera que había perdido la
lucha por sobrevivir.
—No puedo hacerlo, te esperan a ti —susurró él.
Ella tosió demasiado cansada como para permanecer
despierta. En ese momento sus extremidades empezaron a
perder sensibilidad como si su cuerpo comenzase a apagarse
poco a poco.
—Pues tendrás que ser mejor que yo —contestó.
Markus no estaba para bromas.
—Yo tendré más oportunidades de vivir, pero tú solo tienes
esta vida. Disfrútala y sé feliz, haz que me sienta orgullosa. —
Hizo un jadeo—. Toma mi colgante, es tuyo.
Se apagó como lo hacían las velas, exhalando una pequeña
cantidad de aire antes de que todo se fundiera a negro. Lo dejó
completamente a oscuras y roto por un dolor que debería
aprender a sobrellevar.
Katariel acababa de fallecer y, con ella, la legítima reina de
Nislava y Draoid.
Todo había acabado. Ya podrían tener la ansiada paz, pero
habían pagado un precio muy alto para conseguirlo.
Demasiadas vidas desperdiciadas por un rey que no había
tenido jamás la capacidad de amar y unos amantes que
siempre estaban condenados a morir.
El mundo iba a ser un poco más oscuro a partir de ese día.
Capítulo 59

Un año más tarde…

Reconstruir el mundo fue difícil, un trabajo arduo que


requirió de la ayuda de todos. Durante meses se había
construido, ayudado y trabajado en todo lo necesario para que
la paz regresase.
Los funerales habían sido lo más difícil, cientos de personas
murieron en aquella guerra y dejarlos ir fue muy doloroso.
El sacrificio de todos no iba a ser en vano, todos
aprenderían la importancia de la paz y lo terrible que resultar
una guerra. Se había ganado y perdido al mismo tiempo,
pérdidas irreparables que dejaban un gran vacío en el corazón.
Markus, rey de Draoid, salió de su casa aquella mañana
muy temprano. Tomó un coche y condujo durante largas horas
hacia Nislava.
Aquel reino ya no era un trozo de hielo sin vida, sus prados
lucían verdes y plagados de flores como antaño. Eso le hizo
recordar cuando descubrió que Katariel jamás había visto algo
semejante.
El dolor fue tan lacerante que deseó poder olvidar.
Entró en el reino de Nislava. Caminó por sus calles dejando
que todo el mundo le saludase al pasar. No hacía mucho que lo
habían visto, pero ese día era tan especial que nadie quiso
perderse su llegada.
Molly era la soberana de ese reino, la nombró cuando
descubrió que no podía reinar en dos lugares a la vez y ella,
como antigua soberana de Reiyar, conocía los entresijos de la
monarquía y sus horribles obligaciones.
Durante todos esos meses habían conseguido que el
comercio se abriese entre todos los reinos, ya no eran
enemigos sino una máquina bien engrasada. Fue como si se
acabasen de convertir en un reloj en hora.
Aunque nadie olvidó el sacrificio tan grande que hicieron.
Markus se reunió con Molly en el centro de la plaza. Juntos
habían decidido que no iban a seguir con la monarquía.
Querían que el pueblo pudiera elegir a sus gobernantes y
tuvieran voz y voto en las decisiones del reino.
Ahora tenían todas las ayudas posibles para conseguir que
el mundo fuera próspero y en paz para cada uno de los
ciudadanos.
Caminaron de la mano hasta el lugar en el que, hasta hacía
un año, se había erigido un gran castillo. Nadie pensó en
reconstruirlo, no querían ese tipo de pomposidad o recuerdo.
Llegaron allí, donde mucha gente estaba reunida. Aquel día
se había convertido en uno muy importante. Tocaba celebrar
que sus vidas habían comenzado y quedaba marcado para el
resto de sus vidas.
Suspiró cuando los recuerdos se hicieron demasiado
dolorosos y encontró que Molly lloraba en silencio hacia las
dos tumbas que había en el centro de aquel hermoso jardín con
el que habían sustituido el castillo.
Eran de dolor blanco, aunque la naturaleza había provocado
que se tiñeran de verde. No les importó porque sabía que a
ellos les habría gustado.
Loretta estaba ahí, muy delicada de salud y con el corazón
roto, sabían que pronto partiría. Aún así, había deseado estar
para dejar un ramo de rosas rojas como la sangre derramada.
Sabían que antes había dejado una igual en la tumba de su
hijo Gerald, que estaba al lado de la de su mujer Edith.
Molly tocó las dos lápidas, con dolor y él no pudo más que
rodearla con un brazo y apretarla. Todos extrañaban esa pareja
tan especial, ellos habían conseguido movilizar a todo el
mundo en favor de la paz y les recordarían por eso.
Markus se acercó a los farolillos que había preparado en el
suelo, ya era de noche y los encendió dándole uno a Loretta y
otro a Molly. Ese día todo el mundo dejaría volar esas estrellas
brillantes en conmemoración de las vidas perdidas, aunque en
especial por Katariel y Zachary.
Loretta fue la primera que dejó que se alzase, a él le
siguieron cientos, después miles y acabaron siendo millones de
farolillos que iluminaron el cielo como si se hubiera hecho de
día.
Ese no era el final esperado de la guerra, aunque en las
batallas nunca se podía prever nada así. Habían pagado un
precio demasiado alto porque ellos merecían estar ahí, debían
disfrutar de ese día.
—Les he hecho un regalo —comenzó a decir Molly.
Markus frunció el ceño sin comprenderlo.
—¿Cuál?
Molly lucía hermosa, se había puesto su mejor vestido rojo,
con algún detalle transparente que marcaba su preciosa figura.
Después de esas palabras su piel pareció resplandecer como el
sol.
—Llevo estudiando mucho tiempo con Loretta y el rey
Blair. Entre los tres hemos conseguido hacer un hechizo que
les ayudará.
Él sintió que no estaban hablando el mismo idioma,
comprendía las palabras, aunque no el significado. Algo
fallaba y necesitaba una explicación para poder seguir aquello.
—En todas las vidas Katariel era la primera en morir. En
esta algo cambió gracias a Layla, les dieron los recuerdos
antes y un pequeño detalle pasó: él murió antes. Ese cambio en
el flujo temporal puede hacer que toda la magia cambie y
podamos ponerla de nuestra parte.
Markus miró a su alrededor más confuso todavía, si alguien
tenía el gusto de hablar algo entendible lo agradecería el resto
de su vida.
—Yo no es por parecer idiota, pero no te sigo —confesó.
Molly rio antes de darle una palmadita en el trasero, fue
entonces cuando Loretta les dio con el bastón a modo de
regañina. Estaban presentando sus respetos a los caídos en la
guerra y no era lugar para eso.
—La próxima vez que se encuentren solo necesitarán
tocarse para recordarse y Blair añadió algo más: serán
inmortales. Ya que, en teoría lo son, al menos que sea con
vida. Ya nadie podrá hacerles daño nunca más.
Eso le alegró mucho, después de todo tenían su final feliz,
aunque no era en esa vida. Él siempre los extrañaría, sin
embargo, se alegraba de que tanto sufrimiento hubiera llegado
a su fin.
Para siempre.
Esa noche todos bebieron, comieron y bailaron en honor a
la princesa y su guerrero. Ellos llenaron las bocas de todos
destacando lo valientes que fueron en la guerra. Uno había
acabado con la bruja Minerva y la otra con el rey Negan.
Ahora iban a ser leyenda.
La noche transcurrió feliz, a pesar de que para Markus no lo
era. Después de todo lo sufrido ellos no podían estar allí para
celebrarlo y eso era un giro cruel del destino. No podía estar
menos conforme.
Con una botella de licor, se sentó en el muelle, muy cerca
de donde había visto morir a Katariel entre sus brazos.
Recordó cómo la había sostenido durante horas sin dejar que
nadie lo tocase.
Acababa de perderlos a ambos en un leve pestañeo.
—¿Puedo sentarme? —preguntó Molly.
Él, pegando un trago de la botella, se encogió de hombros;
aquel día ya no le importaba nada.
—¿Cómo te sientes, exrey?
Iban a anunciarlo oficialmente al día siguiente, aunque
muchos ya conocían lo que iba a ocurrir. Ese cargo nunca
había sido suyo y no lo deseaba, solo había deseado cumplir
los deseos de sus amigos de paz y prosperidad.
Se llevó la mano al cuello para acariciar lo que había
pertenecido a Katariel. La había odiado al conocerla, pero
ahora sería capaz de dar su vida por ella.
—Cómo si no hubiera pasado un año, sigo allí repasando
cada una de las cosas que hicimos mal.
Molly lo abrazó.
—No pudimos salvarlos y eso es algo que deberemos
cargar en nuestra conciencia toda nuestra vida. Sé que las
vidas que salvamos no consuelan el hecho de que no estén, lo
sé, pero el tiempo amortiguará el dolor. Además, ellos tienen
una oportunidad más.
Y se alegraba por ellos, mucho más de lo que lo había
hecho en toda su vida. Se merecían un final feliz porque el
mundo era demasiado cruel.
Respiró antes de tratar de beber nuevamente. Con sorpresa
vio desaparecer la botella y hundirse en el mar.
Sonrió con malicia.
—Si no querías que bebiese me lo podrías haber dicho —
dijo.
Molly, sonrojada, lo miró a los ojos. Supo que tenía algo
que decirle y no pudo comprender qué la echaba para atrás.
—Le prometí a Katariel que, cuando todo pasase, tomaría
un café contigo uno de estos días. ¿Te apetece?
Markus rio.
—¿Y has esperado un año para invitarme? —preguntó
fingiendo estar ofendido.
Ella se encogió de hombros y supo el motivo, habían estado
muy ocupados ese año tratando de encajarlo todo. Sus vidas
quedaron relegadas a un segundo plano para anteponer la de
todos.
Ahora eran libres.
—Yo le prometí que te cuidaría y me dijo que eras un poco
gruñona.
Fue el momento de ella para reír.
—Si la pudiera pillar le pegaría en el culo como hace
Loretta cuando nos equivocamos.
Ambos se miraron y hablaron sin palabras. La atracción
había estado ahí todo el tiempo, pero no se habían atrevido.
Ella lloraba un hombre que jamás volvería y, ahora,
comprendía que solo tenía una oportunidad para ser feliz.
¿Iba a desaprovecharla?
—¿A qué esperas para besarme? Porque si me rechazas te
tiro al mar —amenazó Molly.
Markus se acercó a ella y tomó sus labios con sumo cariño.
Nunca imaginó poder saborearlos y gruñó glorioso al hacerlos.
Se movió tratando de cubrirla con su cuerpo sin calcular que
estaban en un muelle.
Rodaron y, aunque Molly pudo agarrarse al cabo de un
barco, él se precipitó al mar como lo había hecho la botella
segundos antes.
—¿Estás bien? —preguntó ella.
Él sacó la cabeza del agua y asintió.
—Mejor que en toda mi vida.
Epílogo

Muchos años después…

—¡Katariel! —gritó por enésima vez el rey Blair.


Ella, inmersa en sus libros, sacó la cabeza para notar que se
impacientaba. Salió de la cama, se adecentó como pudo y
tomó el tronco del árbol, que atravesaba la casa, para
descender como si de un tobogán se tratase.
Cayó ágilmente, bailando alegre. Aquel día era su
cumpleaños y él siempre solía hacerle un regalo muy especial.
—Hola, padre —sonrió.
Blair no le devolvió el gesto, estaba sentado en su lugar
favorito de la casa con una copa del licor que producía.
Siempre contaba la historia de cuando le dio de beber a una
viajera y esta perdió el conocimiento.
—¿Qué día es hoy, Katariel? —preguntó con voz severa.
Ella cabeceó, era el día más especial del mundo, no solo
porque era su cumpleaños. El mundo entero celebraba el día
en el que la guerra acabó gracias a la princesa Katariel y su
guerrero Zachary. Gracias a ella le habían puesto ese nombre.
—¿Un día para celebrar? ¿Mi cumpleaños tal vez? —
contestó con voz aguda esperando su regalo.
El rey entornó los ojos, estaba claro que no estaba de buen
humor ese día y eso no era buena señal. No le gustaba ver a su
padre enfadado o triste, sentía un amor puro por él.
Siempre había sido un padre amoroso con ella, nunca la
había tratado mal y tenía mucha más paciencia que el resto de
elfos. A muchos les solían regañar con las travesuras, en
cambio él la instaba a cometer más.
—Es el día que la guerra acabó y el que más visitas
tenemos. Tenías que estar a mi lado hace una hora.
Katariel movió sus orejas picudas recordando la promesa de
la noche anterior, se había comprometido en dar la bienvenida
a unos soldados que enviaba Draoid. Ellos iban a entrenar con
elfos una temporada.
—¿Han llegado los guerreros? —preguntó nerviosa.
Nunca antes había estado con Draoids de ese rango,
siempre algún turista, pero jamás un soldado en pleno servicio.
Blair negó con la cabeza.
—Parece que los caballeros gozan de la misma
impuntualidad que tú —suspiró—. Calculo que en unos
minutos estarán cerca de la ciudad. Deberías ser la princesa
que espero que seas y les des una cálida bienvenida.
El término princesa le traía una especie de sensación
extraña, le había pasado durante toda su vida y, por ese
motivo, su padre lo usaba poco.
—¿Son guapos?
El rey negó con la cabeza.
—Tengo entendido que son los más feos del reino. Siento
decepcionarte, hija.
No importaba, no esperaba hacer un pase de modelos con
ellos. Solo quería llevarlos a sus habitaciones antes de poder
regresar a sus queridos libros, en especial el que contaba la
guerra.
—¿Katariel?
Eso hizo que mirase a su padre con el ceño fruncido.
—No estarás inmersa en la lectura de la leyenda del sol y la
luna, ¿verdad?
La joven se sonrojó hasta la punta de las orejas, no pudo
evitarlo ya que supo que él estaba harto a oír hablar de esa
historia. Con cierto recelo asintió algo atormentada por no
poder parar de leerla.
—Lo siento mucho, padre, pero es que me parecen tan
valientes. Es una historia de amor muy trágica y lo siento
mucho por ellos, se merecían estar juntos. Él era fuerte, guapo
y noble. Ella era valiente, mucho más que cualquier elfa que
haya conocido. Yo quisiera ser tan especial cómo Katariel —
suspiró enamorada de las letras que leía sin parar.
Su padre la contempló de los pies a la cabeza y no pudo
evitar dejar escapar una sonrisa.
—Eres muy especial, hija.
Bufó, eso es lo que todos los padres le decían a sus hijos y
sus palabras no tenían validez.
Una campanita sonó indicándole que sus invitados ya
habían llegado. Eso hizo que el rey la mirase con severidad,
tenía que cumplir un único cometido y volvía a llegar tarde.
—Ahora vengo —dijo antes de salir corriendo.
Sin embargo, no pudo continuar, se detuvo para regresar al
lado de su padre y depositarle un sonoro beso en la mejilla.
Acto seguido, giró sobre sus talones y fue a hacer de
anfitriona.
—¡Te quiero! —exclamó sonriente.
—Y yo a ti —suspiró Blair.

***

—La princesa Katariel debería estar aquí —dijo uno de sus


compañeros.
Zachary suspiró, aquella mujer tenía fama de impuntual y,
teniendo en cuenta que ellos llegaban tarde, lo era mucho más
de lo que hubiera esperado.
—Busquemos nosotros mismos el edificio —propuso él.
Si la princesa tenía mejores cosas que hacer no la culpaba,
no era lo más excitante del mundo tratar con soldados que
venían a quedarse allí unos meses. Comprendía que no hubiera
ido a recibirlos con los brazos abiertos.
—Dicen que es guapísima —susurró uno.
—Si está buena le pediré salir.
—Su padre te matará —rio otro.
Zachary entornó los ojos, ellos siempre pensaban en eso y
llevaban todo el camino hablando de lo largas que serían sus
piernas, de lo hermoso que resultaría su pelo pelirrojo y lo
gruesos que serían sus labios.
Decidió comenzar a caminar antes de que una elfa de esas
características entrase en su campo de visión. Parpadeó como
si se tratase de un espejismo y sintió que ella era como un
oasis en el desierto.
Aquella mujer era la belleza personificada, fue como si
todas las mujeres que sus ojos hubieran contemplado antes
fueran trols en comparación. Su pelo pelirrojo sí era precioso,
sedoso y con unas trenzas en la parte de delante que le daban
un toque sexy. Sus piernas también eran largas como decían,
para perderse entre besos o lamiendo su piel.
Tragó saliva, sus labios eran gruesos y rojos como una
manzana, apetitosos; capaces de conseguir que muchos
hombres murieran por un beso.
—Sí que está buena —susurró su compañero, lo que él
silenció con un codazo, nada amable, en las costillas.
Tras unos segundos ella se colocó ante ellos, no les dijo
nada, se detuvo a contarlos señalándolos con un dedo como si
de una maestra de preescolar se tratase. Solo cuando hubo
contado treinta sonrió inmensamente feliz.
—¡Estáis todos! ¡Bienvenidos a Kaharos! —exclamó.
Retrocedió un poco para que todos pudieran observarla.
—Yo os llevaré al edificio que está destinado a los
aprendices. Ahí, todos tenéis asignada una habitación en unos
papeles que encontraréis en la pared del vestíbulo. Sobre
vuestra cama tendréis un set de bienvenida y unas pequeñas
instrucciones sobre el funcionamiento de este reino y vuestros
horarios.
Giró sobre sus talones y todos la siguieron como si
estuvieran hechizados, él incluido.
Se fijó en que no llevaba zapatos, caminaba dando saltitos
como si fuera un recipiente cargado de alegría y no pudiera
contenerla.
—No son muy estrictos los primeros días, pero haced caso
de las indicaciones o podréis tener algún problemilla —les
aconsejó.
No tardaron mucho en llegar, el edificio estaba construido
alrededor de un enorme árbol cargado de luces de colores.
Nunca antes había visto algo semejante y le pareció
maravilloso.
La princesa los acompañó al interior, les señaló los papeles
donde debían buscar sus nombres y se despidió de ellos.
Sorprendentemente no se fue, se quedó atrás, acompañado de
un elfo gigante, como si vigilasen que fueran capaces de
encontrar su lugar.
Zachary tardó mucho en hacerlo, absorto en ella dejó que
todos sus compañeros buscasen su nombre. La elfa rio
dándose cuenta de lo que estaba sucediendo y eso lo puso
nervioso.
Se buscó sin éxito, supo que era por los nervios que
acababa de pasar al hacer el ridículo y eso le hizo sentir más
estúpido.
—¿Puedo ayudarte? —preguntó la princesa a su lado.
Genial, ahora necesitaba ayuda como un bebé.
—Tranquila, sé leer —dijo pareciendo más idiota.
Aquel día iba a ser muy largo.
Ella miró los papeles para después chasquear con la lengua.
Estaba claro que no iba a darse por vencida hasta que la dejara
ayudar. Así pues, suspiró rindiéndose.
—Zachary.
La princesa dio un saltito de alegría.
—¿Te llamas como la leyenda? Yo me llamo como ella, ¿no
te parece genial?
En realidad, no, solo necesitaba encontrar su maldita
habitación y esconderse en ella hasta que no volviera a hacer
el ridículo delante de la princesa o cualquier alto cargo de la
realeza de aquel reino.
Ante su falta de respuesta ambos comenzaron a leer los
nombres, él debía estar al final. Cuando vio las letras que
componían su nombre lanzó su dedo hacia allí sin darse cuenta
de que la princesa también lo hizo y sus manos chocaron.
—Lo siento mucho —se disculpó.
—Tranquilo, solo quería decirte que aquí estás. Habitación
109.
Zachary se retiró, no sin antes dar las gracias. Solo debía
subir las escaleras para huir antes de que algo más sucediera,
no quería que lo acusaran de agredir a la princesa.
Ella se retiró hasta salir del edificio, de pronto algo cambió.

***

Se encontraba mal y quiso llegar a casa. Había sido de


golpe y no tenía explicación, pero le dolía el corazón. Katariel
se llevó la mano al pecho con miedo a que algo en ella
explotase.
Cientos de sentimientos la sacudieron entonces su cuerpo,
las imágenes llenaron su mente y espacios que no sabía que
tenía. Recuerdos de cientos de vidas cobraron sentido.
Miró a su alrededor y le sorprendió encontrar a los exreyes
Markus y Molly, ellos la contemplaban con cierta
complicidad, como si esperasen algo; una reacción que no
sabía que llegaría.
Jadeó cayendo al suelo de rodillas, nadie se acercó, la
observaron esperando algún tipo de reacción. Ante ella estaba
su padre, el rey la miró con cariño y sin mover ni un dedo
como si supiera lo que estaba a punto de suceder.
—Feliz cumpleaños, mi pequeña —dijo.
El dolor fue tan gutural que gritó, rasgó sus cuerdas vocales
cuando la muerte y la sangre llenó sus recuerdos. Lloró viendo
las imágenes de la guerra y más cuando vio a Zachary morir,
lo vio a él.
Ella prometió encontrarle.
Acabó de gritar profundamente agotada, los recuerdos le
pertenecían. Ahora era la de siempre, su historia al completo le
pertenecía.
—¡KATARIEL! —gritó Zachary.
Estaba a su espalda, ella se giró hacia él y pudo ver que
también la recordaba. Había dado la vida por ella, el amor no
fue suficiente como para echar a andar porque tuvo miedo a
que aquello fuera un espejismo y se desvaneciera.
Zachary arrancó a correr hasta alcanzarla, la tomó de la
cintura y ella no pudo soportar las lágrimas de alegría. Estaba
ahí, al fin. Era como si nada hubiera pasado, como si el dolor
producido por Negan no existiera.
Estaban juntos, para siempre.
—No tuviste que morir por mí —le reprochó.
El guerrero rio.
—Yo iba a decir cuánto tiempo —bromeó.
Katariel se secó las lágrimas con los dorsos de la mano
antes de abrazarse a él y poder sentir su corazón. Era real.
—Te quiero —dijo temblando por miedo a perderle.
Algo le dijo que ya nada les separaría, fue como si el
conocimiento del hechizo de Molly llegase a ella
comprendiendo que esa iba a ser su vida. Ya no tendrían que
morir y reencontrarse.
—Yo también te quiero —contestó Zachary con un beso.
El mundo entero aplaudió felices con su reencuentro, la
leyenda era real y ahora tenían esa felicidad que jamás
pudieron tener antes.
Su amor era para siempre.
Y tú, ¿crees en el amor eterno?

FIN
Tu opinión marca la diferencia

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ayuda a mejorar y hace más fácil este trabajo.
También muchos lectores podrán hacerse una idea de la
novela que encontrarán gracias a vuestras palabras. Cinco
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OTROS TÍTULOS
Saga Devoradores de Pecados:

—No te enamores del Devorador.


—No te apiades del Devorador.
—No huyas del Alpha.
—No destruyes al Devorador.
—No confíes en el Devorador.

Más títulos como Lighling Tucker:

—Huyendo de Mister Lunes.


—Las catástrofes de Alicia.
—Los encuentros de Cristina.
—Navidad y lo que surja.
—Se busca duende a tiempo parcial.
—Todo ocurrió por culpa de Halloween.
—Cierra los ojos y pide un deseo.
—Alentadora Traición.

Como Tania Castaño:

—Redención.
—Renacer.
—Recordar.
Otros libros de la Autora:

“No te enamores del Devorador”

Leah es solo un juguete. Como prostituta en el club “Diosas


Salvajes” no tiene derecho a sentir, únicamente obedecer. Pero
todo cambia cuando su jefe decide que esa noche es distinta.
No atenderá a sus clientes habituales sino a alguien aterrador:
Dominick Garlick Sin, un Devorador de pecados. Y, a pesar
del miedo inicial al verle en el reservado, no puede evitar
sentirse atraída. Él es diferente, es la personificación del miedo
y, a su vez, la de la provocación.
Dominick decide ir una noche más al club “Diosas
Salvajes” con uno de los novatos que entrena. Las reglas son
claras: nada de sexo. Debe mantener una conversación con una
de las chicas y alimentarse de sus pecados.
El destino le tiene preparado un cambio radical a su vida.
Mientras espera que la sesión del novato llegue a su fin, una
asustada humana de ojos azules entra en el reservado. Es una
más de las chicas y, a su vez, distinta a todas. ¿Qué tiene de
especial? Hasta sus propios poderes deciden manifestarse para
sentirla cerca.
Además, la vida se complica cuando un malentendido
provoca que la vida de Leah corra peligro. Esa misma noche,
con una sola mirada, el destino de ambos se selló para
siempre.
Son como nosotros, respiran y hablan como los humanos,
pero son Devoradores de pecados. Perversos, peligrosos y con
ansias de saciarse del lado oscuro de las personas. Miénteles y
satisface su hambre.

“No te apiades del Devorador”


Pixie Kendall Rey no esperaba que al llegar al hospital con
su amiga Grace, que acababa de romper aguas, no la
atendieran. Eso la obligó a recurrir al único lugar al que su
madre siempre le había prohibido acudir: la base militar.
La sorpresa fue aun mayor cuando allí también se negaron a
hacerlo. No podía rendirse y no tenían tiempo, así que decidió
derribar la puerta de la base con su coche para así llamar la
atención.
¡Y vaya si lo hizo! Provocando incluso que la
inmovilizasen contra el capó.
El doctor Dane Frost no estaba teniendo el mejor de sus
días y ver la puerta de la base saltar por los aires no lo mejoró.
Corrió hacia allí para bloquear el ataque y se dio cuenta de que
se trataba de una mujer que necesitaba ayuda urgente.
Al tocarla e inmovilizarla todo cambió.
¿Quién era esa mujer? ¿Qué la había llevado a cometer esa
locura?
Ninguno de los dos estaba preparado para conocerse, pero
el destino no da segundas oportunidades. Así pues, ambos
pusieron la vida del otro del revés.
Son como nosotros; respiran y hablan como los humanos,
pero son Devoradores de pecados. Perversos, peligrosos y con
ansias de saciarse del lado oscuro de las personas. Miénteles y
satisface su hambre.

“No huyas del Alpha”


Olivia siente que ha cambiado un cautiverio por otro. Ya no
está siendo golpeada, pero no puede salir de esas cuatro
paredes que dicen ser su protección. El recuerdo de la muerte
del amor de su vida la está desgastando.
Además, el cambio a loba está siendo difícil y más tratando
directamente con su protector. Él tiene un carácter muy
especial, se cree divertido cuando lo que ella siente es que es
un bufón de la corte. Pero, ¿a quién puede engañar?
Sin proponérselo, él se acaba convirtiendo en alguien
indispensable en su vida y eso cambia las reglas del juego.
Olivia siempre ha dicho que, una vez finalizase el celo, se
marcharía con su hermana y viviría una nueva vida.
¿Es eso posible con la presencia de Lachlan en su vida?
Lachlan no supo lo que hacía cuando acogió a Olivia en su
casa. La ha protegido durante meses y ha establecido un
vínculo tan fuerte que le duele pensar el día en el que la vea
marcharse.
Ha descubierto en ella miles de facetas que no creía que
existieran. Olivia tiene picardía, fuerza y siente que debe
ayudarla; que no debe dejarla caer en el pozo oscuro de la
pena.
No obstante, se ha marcado una meta: no tocarla mientras
dure el celo.
¿Podrá resistirse? ¿Luchar contra sí mismo? ¿Entre honor y
placer?
Amor, pasión y acción en un libro plagado de seres que te
robarán el aliento. Sin olvidarnos de la presencia de los
Devoradores.
¿Te atreves a entrar en su mundo?
Otros títulos:

“Navidad y lo que surja”

¿Qué ocurre cuando una bruja decide llevar a su hermana “no bruja” a un hostal
repleto de seres mágicos? Que casi acabe siendo atropellada por un Cambiante
Tigre, que la quieran devorar los Coyotes y que no deje de querer asesinar a la
embustera de su hermana, bruja sí. Así es Iby, una humana nacida en una familia de
brujos que odia la Navidad y es llevada, a traición, a pasar las Navidades a un
hostal bastante especial. Allí conocerá a Evan, un Cambiante Tigre capaz de hacer
vibrar hasta a la más dura de las mujeres. ¿Acabará bien? ¿O iremos a un entierro?
Quédate y descubre que estas Navidades pueden ser diferentes.

––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––—
“Se busca duende a tiempo parcial”:

Para Kya las últimas navidades fueron un desastre, por poco muere a manos de su
amante Tom en el Hostal Dreamers. Pues este año no parece mejor, su exmarido ha
hecho público su divorcio a los medios y las cámaras la siguen a donde quiera que
vaya. ¡Ojalá la Navidad nunca hubiera existido! Y lo que parecía un deseo simple
se convirtió en el peor de sus pesadillas, su hermana Iby nació en Navidad y ya no
existía. En el hostal Dreamers nadie la recuerda y Evan está con otras mujeres.
Suerte que el único que cree en ella es Matt, un ardiente y peligroso Cambiante
Tigre, que la hace vibrar y sentir cosas que jamás antes ha experimentado. ¿Cómo
recuperar la fe en la Navidad? ¿Cómo volver a tener a Iby a su lado? Acompaña a
esta bruja en un viaje único en unas Navidades distintas.

“Todo ocurrió por culpa de Halloween”:

Se acerca Halloween al Hostal Dreamers y los alojados allí poco saben lo que el
destino les tiene preparado. Todo comienza cuando en una patrulla algo consigue
noquear a Evan. Para mejorar la situación Iby Andrews vuelve a ser bruja y esta vez
no es en el Limbo sino en el mundo real. A todo eso se les suma un nuevo e
inquietante huésped en el Hostal: Dominick el Devorador de pecados. Kya e Iby
comienzan a investigar los extraños sucesos que ocurren y se topan con alguien que
no deben. ¿Qué puede ser más terrorífico que vivir en el Hostal Dreamers?

–––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––
“Cierra los ojos y pide un deseo”:

Aurion Andrews es el mayor brujo de su familia, está cansado de su vida monótona


y aburrida hasta que recibe la llamada de su hermana mayor Kya. Ella le hace una
petición muy especial: hacer un hechizo para que su mejor amiga pase unas
Navidades muy calientes y fogosas. Pero no es capaz de hacerlo y un plan se pone
en marcha en su mente. Mía Ravel lleva demasiado tiempo sin sexo, su amiga Kya
está recién casada y odia escuchar sus aventuras nocturnas con su estrenado marido.
Y, de pronto, abre la puerta y aparece un hombre desnudo con un gran lazo… ahí.
Él le dice que viene a poseerla y a desearle felices fiestas. La locura es demasiado
para soportarlo. ¿Quién es ese hombre? Nunca tomarse las uvas habían resultado
tan calientes y divertidas.

La ayudante de Cupido:

¡Ey! ¡Hola! Mi nombre es Paige y soy una de las ayudantes


de Cupido. ¿Sabéis qué me ocurre? Pues que me han obligado
a tomarme unas vacaciones, cosa que yo no quiero y encima
tengo que bajar a la Tierra.
¿Qué hace un ángel como yo allí abajo? Pues creo que será
más divertido de lo que esperaba.
Conozco a April una humana con muchísimas ganas de
pasarlo bien y mostrarme que puedo divertirme además de
trabajar. Pero la guinda del pastel es Iam, un abogado
criminalista que no dejo de encontrármelo a cada paso que
doy.
Tal vez mi jefe tenga razón y deba divertirme un poco.
¿Me acompañas?
Alentadora Traición:

Melanie Heaton no está pasando su mejor momento en su


matrimonio, las muchas infidelidades por parte de su marido
están comenzando a desgastar el amor que, un día, sintió por
Jonathan. Sin embargo, cree que puede perdonarlo, que todo
volverá a ser lo de antes.
Gabriel Hudson es un pecado mortal que todas las mujeres
desean en su cama. Atractivo y sensual, es un hombre que
llama la atención por donde pasa. Aunque, no parece estar
preparado para lo que siente al ver por primera vez a Melanie.
Se siente atraído por ella de un modo visceral, sin embargo, al
saber que está casada decide poner distancia entre ellos, con la
esperanza de que la atracción morirá. Así que, para cuando
vuelve tres meses después no está preparado, no sólo nada ha
cambiado, sino que necesita a esa mujer. Melanie lo atrae
hasta un punto inhumano, todo su cuerpo la reclama como
suya y lo peor es que ve que el sentimiento es mutuo. Sabe que
siente lo mismo, que se deshace entre sus manos al mínimo
toque.
Ninguno de los dos puede luchar contra una atracción igual
y eso es peligroso, porque Melanie no se imagina lo que es
Gabriel en realidad. Lo que esconde bajo una máscara de
normalidad; sabe que no puede exponerla, que no debe hacerla
suya… pero sus instintos se lo niegan. Necesita que Melanie
sea completamente suya, en cuerpo y alma.
¿Puede haber una atracción tan difícil de soportar?
Títulos como TANIA CASTAÑO:

Redención:

Ainhara sabe que su secreto no puede ser comprendido por


nadie. En su sangre hay lo que podría hacer tambalear el
mundo tal cual se conoce. Su vida ahora es un completo caos,
despojada de todo lo que ama, es atrapada en una espiral de
dolor y traición a la que no puede hacer frente, sin saber que
Gideon amenaza con hacer vibrar cada una de sus células.
El hombre más poderoso de todos fija sus ojos dorados en
ella y sin poder evitarlo, Gideon se convierte en el único
aliento que necesita para seguir soportando el dolor de la vida,
sin saber que miles de peligros comienzan a rodearla hasta
cortarle la respiración.
Déjate seducir por la pasión, la intriga y el misterio del
mundo de las sombras. Ellos te guiarán hasta adentrarte en la
oscuridad donde te harán arder en pasión y palpitar de terror.
Ahora comprenderás el porqué de la atracción fatal entre
humana y vampiro.
Renacer:

Seis meses después de todo el caos, Ainhara está atrapada


por sus propios recuerdos. La muerte de Dash y todos los actos
acontecidos después le han golpeado con dureza, llenándola de
oscuridad. Siente que se está perdiendo en sí misma; pero sabe
que pronto él vendrá a por ella.

Todavía puede escuchar sus palabras firmes y seguras, Gideon


no piensa dejarla escapar. Él, el único capaz de hacer
tambalear su propio mundo.

Cuanto más fuerte es la luz más oscura es la sombra. El mundo


ya no es el que conoce, todo ha cambiado, sabe que no puede
huir pero luchará fervientemente por su libertad y lo más
importante: escapar de la sombra que la persigue.

Recordar:

Ainhara ha despertado en la habitación de un hospital. Sola,


plagada de heridas y con algo inquietante: sin recordar nada.
Toda ella se ha desvanecido ante sus ojos y ni siquiera sabe su
propio nombre.
¿Quién es? ¿Qué ha ocurrido?

Gideon a su vez, se ha adentrado en un agujero oscuro de


dolor y rabia. Se ha convertido en alguien peligroso al que
todos sus amigos prefieren no enfrentar.
Lo ha perdido todo y la eternidad es demasiado larga para
vivirla sin Ainhara.
¿Hay esperanza?
Adéntrate en la última entrega de la trilogía Negro Atardecer.
Donde los vampiros no son como conoces. Vigila con no
tropezarte con ninguno, son adictivos.
BIOGRAFIA

Lighling Tucker es el pseudónimo de la escritora Tania


Castaño Fariña, nacida en Barcelona el 13 de Noviembre de
1989.
Lectora apasionada desde pequeña y amante de los
animales, siempre ha utilizado la escritura como vía de escape.
No había noche que no le dedicara unos minutos a plasmar el
mundo de ideas que poblaban su cabeza.
En 2008 se lanzó a escribir su primera novela en la
plataforma Blogger, tanteando el terreno de la publicación y
ver las opiniones que tenían sobre su forma de expresarse.
Comenzó a conocer más mujeres como ella, que amaban la
escritura y fue aprendiendo hasta que en 2014 se lanzó a
autopublicar su primera novela Redención.
En la actualidad, tiene libros publicados para todos los
públicos, desde comedia a la acción, pero siempre con grandes
dosis de amor y magia.
Esta escritora no pierde las ganas de seguir aprendiendo y
escribir, esperando que sus historias cautiven a las personas
del mismo modo que la cautivan a ella.

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