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RESUMEN DE MITOLOGIA JURIDICA DE LA

MODERNIDAD – VOL. 2
La ley vacía era una suerte de forma ingeniosa dentro de la cual un legislador omnisciente,
infalible, omnipotente podía hospedar a su arbitrio cualquier contenido. El ordenamiento
jurídico resuelto en un gran esqueleto legislativo, admitía un sólo cordón umbilical, el que le unía
con el poder, el único del que extraía vitalidad, alimento efectividad, mientras no reconocía
ninguno con la complejidad de la sociedad. En tal disposición legicéntrica y legilátrica el supremo
principio constitucional es por tanto el de legalidad que hace las veces de precioso cierre; y es claro
que es una legalidad concebida en sentido estricto como respeto a la forma-ley; y es claro por ello
que esta legalidad es el respeto de la ley que prohibe el homicidio (con toda su carga ética), de la
ley que sanciona la primacía de una raza sobre otra e impone disminuciones de capacidad para los
pertenecientes a un etnos tenido por inferior.Es decir, el principio de legalidad pierde aquí todo su
valor garantista para representar sólo el foso infranqueable que circunda perfectamente y cierra el
castillo mítico así edificado.Sería bueno que tantos legalistas inconscientes, legalistas a toda costa,
se dieran cuenta finalmente de esto".

A pesar del contrapeso que, en una fase tardía, los valores constitucionales han representado para
esta concepción, sobre todo a partir del establecimiento de los tribunales constitucionales que
enjuician la ley, no puede decirse que el mito haya sido adecuadamente diagnosticado y
tratado.Se observa incluso un repliegue de los propios tribunales constitucionales hacia el
formalismo de la ley y la racionalidad del legislador.En parte está justificado, se dice, por el riesgo
de excesiva judicialización de la vida política, pero la contrapartida es, también, cegar en el ámbito
jurídico cualquier fuente de origen social no estatal y mantener una fe absolutamente infundada
en la capacidad sanadora del Estado-legislador.

Sobre esta última dice el propio Grossi, refiriéndose a Italia pero con palabras plenamente
aplicables a España, lo siguiente:

"ha sido elocuente su confesión sobre la lentitud del legislador italiano y sobre su incapacidad para
responder a las demandas de una sociedad civil extremadamente compleja también en su
organización cada vez más tecnológica. Violante ha hablado con pudor de lentitud , yo, con mayor
brutalidad, pero no sin motivos, prefiero hablar de impotencia (...) Es evidente que el Estado no
puede abdicar de la fijación de líneas fundamentales, pero es también claro que se impone una
deslegalización, abandonando la desconfianza ilustrada hacia la sociedad y desarrollando un
auténtico pluralismo jurídico con los particulares como protagonistas activos de la organización
jurídica así como lo son del cambio social".

El derecho como aplicación más que como norma sería el contrapeso del culto a la ley sagrada (la
mística de la ley en cuanto ley). No es, por ello, extraño que la principal línea de fractura jurídica
en la actualidad se produzca entre la defensa a ultranza de la legalidad (de cualquier contenido de
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legalidad, pero especialmente de aquellos que se refieren a la seguridad o protección en sentido
amplio) y la de los derechos de los individuos y organizaciones que no deberían ser impunemente
franqueados por la sagrada maquinaria estatal que, como siempre, sólo vela por ellos y se ve
obligado a desconocerlos en beneficio de quienes no sabrían hacer un uso adecuado.

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