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Los Apóstoles.

l. Carácter general.- La doctrina de Jesucristo fue predicada por los Apóstoles,


recogida en los libros que constituyen el Nuevo Testamento y testimoniada con
la virtud y el martirio. Por lo que a la filosofía se refiere, interesa destacar aquí
únicamente la obra de los Apóstoles San Pablo y San Juan.

2. San Pablo.- Sus especulaciones sobre Dios influirán notablemente en la


filosofía. Dios es el primer ser, la plenitud del ser, creador y providente, por
esencia caridad. En la Epístola a los Romanos se hallan claramente formuladas
1as bases de la prueba cosmológica de Dios: invisiblia Dei, per ea quae facta
sunt, intellecta conspiciuntur. También ha inflúido notablemente en la filosofía
su famoso discurso en el Areópago, donde, hablando de Dios, dijo aquella
frase tan manoseada: En El vivimos, nos movemos y somos. También influirá
San Pablo en el grave problema de la conciliación de la providencia de Dios y
la libertad humana. No menos decisiva será su influencia en la moral. En las
epístolas de San Pablo puede decirse que está contenida la ética cristiana.

Los Apóstoles son

transmisores de la revelación, expositores de la doctrina de Jesucristo,


fundadores de comunidades cristianas o «iglesias». Lo que sucede es que en
la realización de esta triple labor se encuentran con la filosofía
helenísticorromana, y en su orbe de conceptos deben hacerse entender. Por lo
que respecta la obra paulina, debe entenderse primariamente como teología,
como tratado de Dios desde Dios. San Pablo habla de Dios tal como le fue
dado en Cristo.

Y desde Dios tal como se le ofrece en la realidad del «misterio» de Cristo. Lo


cual significa, naturalmente, hablar de «todas las cosas» sobrenaturalmente,
porque Cristo es recapitulación y plenitud. Dios, en su ser íntimo, es amor, y,
como tal, efusión. Efusión personal intradivina, efusión creadora fuera de sí,
efusión recopiladora y asociadora de nuevo en sí. Dicho de otra manera:
procesión, creación y deificación: he ahí los tres momentos en que se concreta
la teología paulina.

En una época en que abundaban las religiones de misterios en sincretismo con


la filosofía, no es de extrañar que se viese en San Pablo un filósofo, vemos con
claridad que su obra es, eminentemente, teología. La llamada filosofía paulina
es esencialmente teología. Hay en San Pablo, como en el resto de los
Apóstoles, una actitud negativa ante la filosofía del siglo y una posición
afirmativa ante la filosofía como tal. «Mirad que nadie os engañe con filosofías
falaces y vanas, fundadas en tradiciones humanas, en los elementos del
mundo y no en Cristo.»
El propio San Pablo lo explica a los fieles de Corinto: <<Mi predicación no fue
en persuasivos discursos de humana sabiduría, sino en la manifestación y el
poder del Espíritu, para que vuestra fe no se apoye en la sabiduría de los
hombres, sino en el poder de Dios. Hablamos, sin embargo, entre los perfectos,
una sabiduría que no es de este siglo, ni de los príncipes de este siglo, que
quedan desvanecidos, sino que enseñamos una sabiduría divina, misteriosa,
escondida, predestinada por Dios antes de los siglos para nuestra gloria; que
no conoció ninguno de los príncipes de este siglo, pues si la hubieran conocido,
nunca hubieran crucificado al Señor de la gloria>>.

3. San Juan.-San Juan se mueve en dominios semejantes. Se ha señalado y


discutido su importancia filosófica por el prólogo del Evangelio de su nombre.
Cuando San Juan quiere expresar la personalidad y filiación eterna del Verbo,
utiliza una palabra muy usada por los filósofos griegos: Al principio era el Verbo
(Logos) y el Verbo estaba en Dios y el Verbo era Dios. Con ello expresa San
Juan la eternidad de la Segunda Persona de la Trinidad. El Logos de que habla
San Juan no es emanación de Dios, el lugar de las ideas, reflejo del Uno. El
Logos, en unión del Padre, es creador, mientras que la idea de creación es
totalmente ajena a los filósofos griegos. San Juan vive de la tradición y expresa
los misterios de quien le recostó en su pecho. Y la tradición había dicho: Al
principio creó Dios el cielo y la tierra. El prólogo de San Juan constituirá un
punto de arranque y una meta para las especulaciones del pensamiento
cristiano.

B. Los Padres Apostólicos.

l. Representantes y documentos.-Reciben el nombre de Padres apostólicos los


primeros escritores eclesiásticos, discípulos inmediatos de los Apóstoles.
Comienzan con el autor de la Didajé o Doctrina de los doce Apóstoles, hacia el
año 90, y concluyen con el Pastor de Hermias, hacia el año 150. En medio se
encuentran los siguientes documentos: la Epístola de San Bernabé, atribuida al
«apóstol Bernabé, colaborador de San Pablo>>; la Epístola de San Clemente a
los corintio:/, atribuida a Clemente, cuarto obispo de Roma; las siete breves,
pero importantísimas, Epístolas de San Ignacio de Antioquía, el discípulo de
San Pablo, San Juan y San Pedro y martirizado en Roma; la Epístola de San
Policarpo, obispo de Esmirna, a la Iglesia de Filipos; las epístolas sobre Las
Actas del martirio de San Ignacio (de autenticidad dudosa) y sobre Las Actas
del martirio de San Policarpo; los fragmentos de la obra de Papías, obispo de
Hierápolis, titulada Explicación de las Sentencias del Señor, conservados en
distintos autores, y la Epístola a Diogneto, de autor anónimo, que enlaza, por
su carácter de apología, con la época de los Apologistas puede incluirse
también aquí al Símbolo Apostólico, señal y compendio de la doctrina cristiana,
que, aunque recibido de los Apóstoles, sólo en esta época adquiere su primera
forma escrita.
2. La doctrina.- Los Padres apostólicos viven, casi con exclusividad, de la
tradición de los Apóstoles. Celosos custodios de los misterios ante la curiosidad
de los gentiles, se vuelven sobre sus respectivas «iglesias peregrinas» y
establecen entre ellas una peculiar comunicación espiritual hasta constituir la
<<Iglesia católica», siempre apartados del mundo para no contaminarse de su
espíritu. Ninguna influencia muestran haber recibido de la cultura helenística:
en el orden conceptual ni en la expresión literaria. Ante las filosofías paganas
adoptan la actitud negativa derivada de la advertencia literal del Apóstol, y
como a cosas vanas e inútiles las dejan de lado. Sólo aspiran a la realización
personal del anuncio evangélico: de su fe proceden, con su esperanza viven,
por su amor mueren. Directamente nada aportan a la filosofía, pero su actitud
debe ser registrada como positivamente valiosa en una época en que el
gnosticismo está secularizando la religión y las persecuciones obligan a
preparar las armas para la apología.

C.

EL GNOSTICISMO.

l. El sincretismo religioso y el gnosticismo.- La actitud negativa adoptada por los


Padres apostólicos ante la filosofía vigente queda sobradamente justificada al
advertir que discurría por los cauces del gnosticismo. Es el gnosticismo la
expresión metafísica (mejor diríamos teosófica) del sincretismo religioso del
ámbito helenístico que se ha encontrado con la religión cristiana y quiere
revestirse de sus expresiones naturalizándola. El cónsul Marco Agripa había
constituido un Panteón a todos los dioses conocidos y desconocidos. Todas las
religiones eran toleradas y hasta protegidas, siempre que dejaran a salvo el
debido respeto a la religión oficial del Imperio. Las religiones eran legión, y los
dioses, muchedumbre. Al intentar ordenar caos semejante surge el sincretismo
religioso. Expresión de este sincretismo religioso en el ámbito de la filosofía son
precisamente las formas del gnosticismo, variadas y diversas en los detalles,
pero coincidentes en lo esencial.

2. Los gnósticos.- He aquí los principales representantes del gnosticismo: en el


siglo I, Simón, mago, Menandro de Samaria, Cerinto (judío cuya doctrina fue
ocasión del 4º Evangelio) y Nicolao; en el siglo II, Saturnino de Antioquía,
Carpócrates de Alejandría, Basílides de Alejandría, Cerdón de Siria, Marción de
Sínope (excomulgado por su propio padre, el obispo y <<primogénito de
satanás», en frase atribuida· a San Policarpo) y V alentín (probablemente de
Egipto, y apóstata, por no haber logrado el episcopado). Los más importantes
son los tres últimos; aunque de distinto origen, se encontraron en Roma, donde
abrieron sus escuelas filosóficorreligiosas, sus «iglesias gnósticas>>. Con sus
discípulos, entre los que sobresale Bardesanes, el gnosticismo se prolonga en
el siglo III e influye en otras herejías como la del maniqueísmo, fundado por
Manes.
3. Doctrina.-Buscando aquel fondo de coincidencia, podemos observar el
gnosticismo desplegándose siguiendo los tres momentos del sincretismo
religioso en: 1) una teología; 2) una cosmología; y 3) una soteriología. Diríamos
mejor, como pronto se comprobará, que la gnosis se concreta en teogonía,
cosmogonía y soteriosofía.

He aquí la teogonía: El ser divino, infinito, invisible e inefable merece el nombre


de Abismo. De él dimanan treinta eones en quince parejas diferenciadas entre
sí por el grado de separación del Padre eterno, y, por tanto, por la degradación
creciente de su esencia divina. El conjunto de los eones forma el pléroma,
plenitud del ser divino. El eón femenino de la última pareja, la sabiduría, siente
el deseo de conocer al Padre y unirse a él. Se opone a este empeño
desordenado de la Sofía el Horas, límite superior que separa los eones
engendrados del Padre eterno. Para restablecer el orden que produjo la
rebeldía de la Sofía, la primera pareja de eones engendran a Cristo y al Espíritu
Santo en agradecimiento de ello, todos los demás eones producen, para
ofrecerlo al Padre, a Jesús, astro del pléroma.

Y la cosmogonía: El deseo de la Sofía se desprendió del pléroma en forma de


aborto y cae en el espacio convertido en Sofía inferior; tiene por nombre
Achamoth. De Achamoth dimanan los tres elementos primarios del mundo
visible: el pneumático o espiritual fluye de su esencia; el psíquico o animal, de
su miedo, y el hílico o material, de su tribulación. La misma Achamoth
engendra del elemento psíquico al Demiurgo, el constructor del mundo visible
sobre la base de aquellos elementos primarios. El Demiurgo forma también al
hombre y lo hace a su imagen (el cuerpo) y semejanza (el alma). Algunos
hombres reciben el elemento pneumático inspirado por Achamoth. De ahí las
tres clases de hombres: los hílicos, los psíquicos y los pneumáticos.

Y la soteriosofía: El astro del pléroma, Jesús, cuando vino el mundo no asumió


el elemento corporal más que en apariencia. Por tanto, también fue aparente
toda su acción corporal, su pasión y su muerte. La redención tiene por objeto,
no el pecado, sino la liberación de· los elementos pneumáticos involucrados en
la materia para devolverlos al pléroma divino. Se produce por el conocimiento
que Jesús nos trajo iniciándose en la fe según el sentido obvio de la Escritura,
y consumándose en la gnosis según el sentido oculto, captado por el
entendimiento pneumático, don de la Sabiduría, que hace a los hombres
sabedores, gnósticos. De aquí que los hombres hílicos, los gentiles, no puedan
salvarse; que los psíquicos, los cristianos, puedan salvarse con tal de pasar del
elemento pístico al pneumático y que los pneumáticos, los gnósticos, están
salvos por sí mismos.
CUADRO XXI

A.

Los APOLOGISTAS.

l. Carácter general.- La filosofía del gnosticismo representa la secularización de


la religión cristiana, la naturalización de lo sobrenatural. A la filosofía se le
piden carismas de redención, pasaporte de salvación. El gnosticismo es la
filosofía del helenismo con nombre cristiano. El triunfo de la patrística sobre él
significa la prueba por el hecho de la autonomía espiritual y. cultural del
cristianismo, esencialmente irreductible a la filosofía pagana. El gnosticismo fue
el primero y más grave enemigo al que tuvo que hacer frente el cristianismo
primitivo: era un enemigo interior, surgido en la propia casa, pues sus
representaciones procedían, muy frecuentemente, de los mismos cristianos y
de los judíos. Pronto surgieron otros dos poderosos enemigos exteriores:
desde la filosofía pagana impugnan el cristianismo, entre otros, Luciano de
Samosata, Celso, Frontón; desde el campo político persiguen a los cristianos
los emperadores romanos Adriano, Marco Aurelio, Cómodo, Septino Severo...
El cristianismo tiene que defenderse en el triple frente. Es la obra de los
Apologistas. Las apologías del cristianismo son numerosas entre los años 150
y 300. Se distinguen los apologistas griegos y los latinos. Son los principales
apologistas griegos: San Justino, Taciano de Siria, Atenágoras de Atenas,
Teófilo de Antioquía, San Ireneo, Obispo de Lyon, e Hipólito, presbítero de
Roma.

A continuación nos referimos únicamente a San

Justino, Atenágoras y Teófilo.

En manos de los apologistas latinos la filosofía sigue siendo apologética; es


decir, defensa racional de la fe cristiana. Descuellan entre los apologistas
latinos Minucio Félix, Tertuliano, San Cipriano, Arnobio y Lactancio. Sólo
hacemos mención especial de Tertuliano y de Lactando.

2. San Justino.- San Justino nació en Neápolis al principio del siglo II. Estudió
sucesivamente la filosofía estoica, peripatética, pitagórica y platónica. Por fin,
se convirtió al cristianismo, y murió mártir en 169. Escribió dos Apologías y un
Diálogo con Trifón. Para San Justino, la verdadera filosofía está encerrada en
el Evangelio. Las doctrinas de los filósofos griegos, de Pitágoras y Platón, por
ejemplo, son únicamente la antesala de la verdadera filosofía. Definen la
filosofía como la ciencia del ser y de la verdad. Su especulación sobre Dios es
muy profunda. Dios es el que es siempre, siempre el mismo y causa del ser de
todas las cosas. En el problema de la inmortalidad, el pensamiento de Justino
es muy confuso. Propiamente sólo es inmortal lo que no es engendrado. En
este sentido, sólo Dios es inmortal. Todo lo que nace está sujeto a la muerte. El
alma, como engendrada que es, debe también perecer. Sin embargo,
Jesucristo ha dicho: <<Yo soy la resurrección Y la vida». Justino tiene esto en
cuenta, y, si por una parte cree que el alma perece, por otra admite que la fe
puede conducirnos a la resurrección. Las dificultades con que tropieza San
Justino para ver claro en el problema de la inmortalidad radican, sin duda, en
su concepción materialista del alma. Los apologistas griegos no llegaron a
elaborar una metafísica del espíritu.

3. Atenágoras.- Atenágoras era ateniense, discípulo de Justino. Conocía y


despreciaba a los filósofos griegos. Insiste, sobre todo, en la unicidad de Dios y
en la Creación del mundo. Admite, sin duda, la inmortalidad del alma, pero no
la demuestra.

4. Teófilo.- Teófilo de Antioquía siente también un gran desdén por la filosofía


pagana. Los filósofos no han hecho otra cosa que corromper la verdad
revelada. La corrupción del corazón ha cegado su razón.

5. Tertuliano.-Tertuliano ( 169-220) nació en Cartago, donde ejerció la


abogacía. Convertido al cristianismo, emprende con ardor la lucha en defensa
de su nueva fe. Contra los filósofos ha lanzado las más duras invectivas. Su
máximo enemigo es Aristóteles, al que considera como un sofista. Tertuliano
afirma que Dios es tanto un cuerpo como un espíritu. En realidad, Tertuliano
sigue sin distinguir el cuerpo del espíritu. Sin embargo, siguiendo a San
Agustín, hemos de entender esta concepción de Tertuliano como un empeño
por dar cuerpo, esto es, sustancializar a Dios. Dios es una sustancia perfecta,
la plenitud del ser. El alma humana es también corpórea y sustancial. Procede
de Dios la primera de las almas, como el primero de los cuerpos. Las demás se
multiplican por generación, lo mismo que los cuerpos. Es la doctrina del
traducianismo, de la que difícilmente se librará San Agustín. En su desprecio
por los filósofos, envuelve Tertuliano el desprecio por la razón; de él procede la
frase: credo quia absurdum.

6. Lactancio.- Laclancio nació también en Cartago, hacia la mitad del siglo III.
Su obra capital lleva el título de Instituciones divinas. Aunque receloso con la
cultura clásica, no la desprecia, como Tertuliano. En el orden filosófico,
Lactando, sin ser profundo, contribuyó a la divulgación del pensamiento
cristiano.

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