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Brian Cade

William Hudson O'Hanlon

Guía breve
de terapia breve

ediciones
PAIDOS
Barcelona-Buenos Aires-México
SUMARIO

Agradecimientos 11
Prefacio 13
Introducción 15

1. Enfoques breves/estratégicos de la terapia: una visión ge-


neral 19
Historia de los primeros tiempos: algunos hitos importantes. . 19
Definiciones 22
Los dos enfoques principales 23
Intervención terapéutica 27
Entrenamiento 33
Conclusión 34
2. ¿Qué es lo que sucede entre oreja y oreja? 37
La operación básica 38
Los constructos personales 40
Figura/fondo: los efectos de la tendencia del observador . . . . 45
3. La realidad de la «realidad» (o la «realidad» de la realidad):
«¿qué es lo que está ocurriendo realmente?» 49
4. ¿Cómo comprendemos las emociones? 61
5. Negociando el problema 69
6. Neutralidad y poder, sugerencias, tareas y persuasiones . . . 83
Influencia y pericia 83
La neutralidad 85
Sugerencias, tareas y persuasiones 87
7. Menos de lo mismo 97
Libertad, ¿para quién? 104
8. Excepciones, soluciones y enfoques al futuro 111
Excepciones 114
La pregunta del milagro 118
Ubicación en una escala 122
Enfocando al futuro 125
10 GUÍA BREVE DE TERAPIA BREVE

9. Intervenciones de enmarcado: modificando la visión del pro-


blema 127
10. Intervención en la pauta: modificando la acción del proble-
ma 139
Intervención en la pauta 142
11. El uso de la analogía 149
Sobre la analogía 150
Anécdotas, parábolas y relatos 152
Utilizando las aptitudes naturales del cuerpo 154
La metáfora mediante la acción 156
Tareas metafóricas 157
«He conocido una familia que...» 157
12. Las intervenciones paradójicas 159
La paradoja reconsiderada: empatia, no trampa 168
13. Exceso y defecto de responsabilidad: las dos caras de la mo-
neda 171
Tres niveles de responsabilidad 173
Experiencias formativas 174
El continuum responsabilidad-irresponsabilidad 176
Sistemas de constructos personales 183
«El que compra un perro no sigue ladrando» 184
Conclusión 189
Una historia final 190

Epílogo 192
Bibliografía 195
Indice de nombres 204
Indice analítico 206
AGRADECIMIENTOS

Nos gustaría reconocer la ayuda de nuestro amigo y colega Michael


Durrant, por sus valiosos consejos, su apoyo, su constante exhortación
a que no abandonáramos, sus frecuentes y gratas invitaciones a tomar
un vaso de vino (ofrecido a Brian, no a Bill, que vivía demasiado lejos)
y, finalmente, por su pericia con los ordenadores.
También deseamos expresar nuestro agradecimiento a los directo-
res de los periódicos que nos autorizaron a reproducir o adaptar la tota-
lidad o partes de los siguientes artículos:

Cade, B. (1982), «Some uses of metaphor», The Australian Journal of


Family Tlierapy, 3: 135-140.
Cade, B. (1984), «Paradoxal techniques in therapy», Journal of Child
Psychology and Psychiatry, 25: 509-516.
Cade, B. (1986), «The reality of "reality" (or the "reality" of reality)»,
The American Journal of Family Therapy, 14: 49-56.
Cade, B. (1987), «Brief/strategic approaches to therapy: A commentary»,
The Australian and New Zealand Journal of Family Therapy, 8: 37-44.
Cade, B. (1988), «The art of neglecting children: Passing the respon-
sability back», Family Therapy Case Studies, 3: 27-34.
Cade, B. (1989), «Over-responsability and under-responsability: Opposite
sides of the coin», A celebration of family therapy-10th anniversary
issue of The Journal of Family Therapy, Primavera, 103-121.
Cade, B. (1992), «A response by any other...», Journal of Family Therapy,
14: 163-169.
Cade, B. (1992), «I am an unashamed expert», Context: A News Magazine
of Family Therapy, Verano, 30-31.
Cade, B. y Seligman, P. (1981), «Nothing is good or bad but thinking
makes it so», The Association for Child Psychology and Psychiatry:
Newsletter, n. 6, Primavera, 4-7.
12 GUÍA BREVE DE TERAPIA BREVE

F i n a l m e n t e , q u e r e m o s agradecerle su infinita paciencia y com-


prensión, y su buen humor, que seguramente algunas veces se vio afec-
tado, a Susan Barrows Munro, de la editorial Norton. Y a su nueva ayu-
dante, Margaret Farley, deseamos expresarle nuestra admiración por
el rápido desarrollo de sus habilidades para la «compaginación breve».
PREFACIO

Los autores se conocieron en Cardiff, Gales, a principios de la déca-.


da de 1980. Bill dirigía unas sesiones de trabajo auspiciadas por The
Family Institute, en el que estaba empleado Brian. Descubrimos con-
siderables afinidades. Los dos tocábamos la guitarra y habíamos escri-
to canciones. Otrora ambos habíamos llevado el pelo largo (aunque
en el caso de Brian; ya andaba algo escaso de ese bien), además de cami-
sas floreadas y abalorios. Encontramos que nuestras ideas sobre la ten
pia breve y el modo en que la practicábamos tenían mucho en común
a u n q u e c o n algunas diferencias de énfasis. Coincidíamos en que la
influencia de Milton Erickson había sido de suma importancia en el
desarrollo de nuestra práctica y de nuestras ideas acerca de la terapia
aunque sólo Bill le había conocido personalmente.
Muy pronto decidimos colaborar en un libro que resumiría los prin-
cipales elementos, las ideas, los principios, las actitudes y las técnicas
asociadas con la terapia breve. Cada u n o de nosotros había practica-
do y e n s e ñ a d o este enfoque desde mediados de la década de 1970, y
nos p a r e c í a q u e teníamos algo significativo que decir. El libro iba a
reflejar t a n t o las semejanzas como las diferencias de nuestro trabajo.
Sin embargo, escribirlo nos llevó más tiempo del que habíamos pen-
sado. Esto se debió, en parte, a que no podíamos seguirle el paso a los
desarrollos que se producían en nuestro campo (y en nosotros); en bue-
na medida, la causa fue que los dos somos personas ocupadas; también
a que estábamos escribiendo demasiadas otras cosas; de pronto, Brian
emigró a Australia, y etcétera, etcétera. El proyecto finalmente levantó
el vuelo c u a n d o , p o r casualidad, descubrimos que los dos habíamos
comprado ordenadores compatibles y programas también compatibles
para el procesamiento de textos, y que, además, ambos teníamos fax.
Entonces surgió un problema que no habíamos previsto. ¿Qué está-
bamos h a c i e n d o en terapia, y qué pensábamos acerca de ello? En los
días impetuosos de finales de la década del 70 y principios de la del 80,
14 GUÍA BREVE DE TERAPIA BREVE

nosotros, junto con la mayoría de nuestros colegas breves/estratégicos,


trabajábamos con relativa certidumbre. Éramos buenos tácticos, nos
basábamos en concepciones claras, centradas en los procesos, acerca
del modo en que se mantenían y evolucionaban los problemas; ade-
más, disponíamos de energía y entusiasmo ilimitados, y de una ver-
dadera cornucopia de ideas perspicaces para las intervenciones.
Ahora somos tácticos con menos certidumbres, menos audaces,
menos abrazados a modelos simplistas, y m u c h o menos impresiona-
dos por nuestra sagacidad. Nos interesan m u c h o más los recursos de
nuestros clientes y procuramos evitar enfoques que, abierta o encu-
biertamente, los debiliten. Nos interesa m á s el desarrollo de un enfo-
que cooperativo. No obstante, seguimos siendo un tanto escépticos con
respecto al m o d o santurrón con que algunos colegas niegan la vali-
dez de la pericia profesional y afirman que es posible y deseable no
ejercer ninguna forma de influencia. Nosotros pensamos que es impo-
sible no influir, pero «...hay un modo de estar abiertos para que los
clientes influyan en nosotros como terapeutas. Podemos escucharlos
a ellos en lugar de escuchar a nuestras teorías. Podemos validar su expe-
riencia y permitirles que nos enseñen lo que da y lo que no da resul-
tado para ellos» (O'Hanlon, 1991, pág. 109).
Sin duda, nos habría resultado mucho m á s fácil escribir este libro
cuando se nos ocurrió la idea y mientras aún disfrutábamos de un gra-
do considerable de certidumbre acerca de lo que pensábamos y de lo
que poníamos en práctica. Pero, con suerte, lo que finalmente hicimos
quizá sea más útil.
INTRODUCCIÓN

En las últimas tres décadas, considerablemente influido por la publi-


cación en 1963 de Strategies of Psychotherapy, de Jay Haley, y el trabajo
ulterior del Centro de Terapia Breve de Palo Alto (Watzlawick y otros,
1974; Weakland y otros, 1974), se produjo un rápido crecimiento del
interés en el desarrollo de enfoques terapéuticos breves/estratégicos.
En contraste con la mayoría de los modelos que entonces prevalecían,
evolucionó un enfoque más activo, directivo, para el cual la terapia con-
sistía primordialmente en promover el cambio, y ya no el crecimiento,
la comprensión o el insight; el terapeuta se volvía mucho más útil como
agente generador del cambio.
Gran parte del primer ímpetu del desarrollo de este enfoque refle-
jaba el interés por la innovación y el descubrimiento de mejores téc-
nicas para producir cambios. En los años siguientes, resultó cada vez
más claro que la terapia exitosa podía ser mucho más corta que lo que
suponían los profesionales que operaban en el marco de principios más
tradicionales. Esta perspectiva fascinó a cantidades crecientes de pro-
fesionales y equipos en todo el m u n d o , que empezaron a experimen-
tarla. Les atraía el optimismo y el enfoque pragmático, tanto la creati-
vidad como la aportación a una terapia eficaz. Siguió una oleada expo-
nencial de artículos, capítulos y libros; cada vez era mayor la riqueza
de ideas y técnicas. Más recientemente, la posibilidad de realizar inter-
venciones breves pero eficaces se ha popularizado entre diversas fuen-
tes de recursos económicos, compañías de seguros, y los muchos orga-
nismos de ayuda que no pueden proporcionar servicios a cantidades
crecientes de clientes, dado que sus presupuestos se reducen rápida-
mente.
Pero en los últimos años se está empezando a dirigir u n a m i r a d a
m á s sobria y más crítica al enfoque, a las consecuencias de m u c h a s de
las técnicas desarrolladas, y a algunos de los supuestos subyacentes
que orientaron la práctica de la terapia breve que ésta, alternativamente,
16 GUÍA BREVE DE TERAPIA BREVE

ha sido a c u s a d a de i g n o r a r o p a s a r p o r alto. S i e m p r e h u b o críticos


externos, pero ahora el campo en sí está considerando con mayor deten-
ción la dirección de su marcha anterior y el punto al que ahora se enca-
mina.
Entre los principales ámbitos de preocupación parecen estar:

• el empleo de técnicas encubiertas y manipulativas (por ejemplo,


las intervenciones paradójicas), en particular cuando éstas supo-
nen proyectos encubiertos del terapeuta o del equipo y, a veces,
diversos grados de engaño deliberado;
• el a b u s o implícito o explícito de la posición de poder y control
del terapeuta p a r a definir la dirección y el resultado, en parti-
c u l a r c u a n d o éstos q u e d a n fuera de la conciencia del cliente;
• el enfoque conductual estrecho y, en g r a n medida, pragmático
asumido por esta aproximación, y su aparente desinterés por las
variables i n t r a p s í q u i c a s o emocionales de la vida del cliente;
• la perspectiva un tanto frivola que parece haberse adoptado en
c u a n t o a la i m p o r t a n c i a o existencia de u n a realidad o verdad
identificable en los asuntos humanos;
• el hecho de que no se encararan con seriedad las variables socio-
políticas que afectan la vida de los clientes, en particular las rela-
cionadas con el género.

A lo largo de este libro tocaremos m u c h o s de estos temas, aunque


no prometemos resolver todos los dilemas suscitados. No pretendemos
negar que, a veces, los terapeutas breves h a n aparecido como profe-
sionales de enfoque estrecho, antagónicos y falaces en su trabajo, en
algunos casos impúdicamente. Pero creemos q u e los buenos terapeu-
tas breves siempre h a n prestado mucha atención a las preocupaciones
de los clientes (lo cual también supone respetar sus sentimientos), han
considerado las restricciones contextuales m á s amplias, y han valora-
do y respetado los propios recursos del cliente. También creemos que
el campo ha evolucionado significativamente desde aquellos días impe-
tuosos y ofuscados de principios de la década de 1970, cuando los escri-
tos omitían mencionar estos factores.
Estamos de acuerdo con Steve de Shazer, quien, al ser interrogado
acerca de la reputación manipulativa/no ética que los terapeutas bre-
ves se habían ganado, respondió:
INTRODUCCIÓN 17

Hemos descubierto que no hay ninguna necesidad de inventar esas


trampas, esos recursos engañosos que algunos de nosotros solíamos uti-
lizar en el pasado. Nuestras técnicas preferidas son ahora francas y correc-
tas, y estamos utilizando el material que nos proporciona la familia. De
hecho, retrospectivamente, supongo que todas aquellas técnicas prove-
nían de las familias con las que trabajábamos. Pienso que las preocu-
paciones que tienen algunas personas surgen del modo en que nosotros,
los autores, escribimos sobre lo que estábamos haciendo, y quizá escri-
bíamos de un modo que no lo reivindicaba. Si lo hubiéramos escrito de
otra manera, podríamos haber dicho: «¡Dios mío, vaya si son astutos
estos clientes!» (Cade, 1985b, pág. 97).

Nosotros ya no utilizamos el paradigma sistémico como nuestro


modelo p r i n c i p a l . El único que p u e d e a c t u a r y r e a c c i o n a r a n t e las
circunstancias es el individuo. Preferimos el término interaccioval a la
palabra sistémico, en cuanto el primero lleva a considerar procesos
repetitivos y potencialmente observables, en los cuales las personas
reaccionan secuencial y recíprocamente. La palabra «sistémico» pue-
de ser demasiado estática y carente de especificidad, además de pres-
tarse a la reificación.
Por razones tanto pragmáticas como estéticas, también nos hemos
guiado p o r el principio de economía de Occam. El hermano Guillermo
de Occam, un filósofo inglés del siglo XIV, sostenía que para explicar
cualquier fenómeno había que partir de la m e n o r cantidad posible de
supuestos. Basándose en la idea de que «es vano hacer con más lo que
puede lograrse con menos», diseccionó como con u n a navaja todos los
marcos de referencia. Como dijo más tarde Bertrand Russell, «...si en
una ciencia todo puede interpretarse sin suponer ésta o aquella enti-
dad hipotética, no hay ninguna base para suponerla» (Russell, 1979,
pág. 462).
Tras u n a visión histórica general, nuestro plan es llevar al lector a
un recorrido razonablemente amplio por los diversos aspectos de este
c a m p o tal c o m o lo vemos en la actualidad. (Al principio, Bill quería
que el libro se titulara «Una guía de la terapia breve para turistas que
hacen a u t o - s t o p » , pero finalmente prevaleció la reserva británica de
Brian.) Por cierto, no será un recorrido exhaustivo ni, esperamos, ago-
tador. Evitamos plantear las cosas como si fueran recetas de cocina,
aunque algunas secciones tengan ese aspecto. Tratamos de no escribir
un m a n u a l t o t a l m e n t e teórico, a u n q u e i n t e r c a l a m o s alguna teoría.
E s p e r a m o s que este libro refleje la tendencia actual a un enfoque
18 GUÍA BREVE DE TERAPIA BREVE

que, de m a n e r a m a r c a d a y transparente, sea m á s cooperativo y res-


petuoso. También esperamos haber logrado c o m u n i c a r nuestro entu-
siasmo continuo y nue st ro compromiso con el potencial de los enfo-
ques breves, aunque reduciendo al mínimo o evitando p o r completo el
celo fundamentalista que quizá se habría deslizado si hubiéramos escri-
to el libro cuando lo planeamos inicialmente.
Deseamos dejar en claro desde el principio que la «terapia breve»
de la que hablamos deriva de la tradición de la terapia familiar y de
la obra de Milton Erickson. Hay otra rama de la «terapia breve», pro-
cedente de Freud y de la tradición psicodinámica, que es, p o r lo gene-
ral, considerablemente m á s prolongada que la que describimos aquí.
Lo advertimos para que el lector tenga la seguridad de haber dado con
el libro correcto, a la m a n e r a de las azafatas, que anuncian el destino
del vuelo antes de cerrar las puertas del avión. Si no es éste el tipo de
terapia breve al que el lector quiere llegar, ahora tiene la oportunidad
de bajarse rápidamente del avión.
1. ENFOQUES BREVES/ESTRATÉGICOS DE LA TERAPIA:
UNA VISIÓN GENERAL

Si se me pidiera que explicara brevemente la psicoterapia estra-


tégica... respondería: «Los pacientes intentan dominar sus pro-
blemas con una estrategia que el terapeuta cambia, porque no es
eficaz. Todo lo demás es comentario».
RABKIN(1977, pág. 5)

Milton H. Erickson, doctor en medicina, fue el primer tera-


peuta estratégico. Se le podría incluso considerar el primer te-
rapeuta, puesto que fue el primer clínico importante que se con-
centró en la manera de cambiar a las personas.
HALEY (1985, pág. vii)

HISTORIA DE LOS PRIMEROS TIEMPOS: ALGUNOS HITOS IMPORTANTES

La influencia de Milton Erickson sobre el desarrollo de los enfo-


ques breves/estratégicos ha sido enorme. Sus actitudes y su genio inven-
tivo ejercieron u n a influencia considerable durante el desarrollo tem-
prano de los enfoques de la comunicación, centrados inicialmente en
el proyecto de investigación de Gregory Bateson. Éste empezó en 1952
con un e s t u d i o de las paradojas de la a b s t r a c c i ó n en la c o m u n i c a -
ción, p a r a lo cual utilizó la teoría de los tipos lógicos (Whitehead y
Russell, 1910-1913). Bateson colaboró en este proyecto j u n t o con John
Weakland, Jay Haley y William Fry, Jr. Otras importantes influencias
tempranas fueron las de la obra de Norbert Weiner sobre cibernética
(la ciencia de la comunicación, a ú n en desarrollo, y el control de los
sistemas) (Weiner, 1948), y el trabajo de Shannon y Weaver, que desa-
rrollaba u n a matemática del intercambio y el flujo de la información
(1949).
Al m i s m o tiempo, Don Jackson, un psiquiatra, estaba elaborando
sus ideas acerca de la homeostasis familiar (1975). E m p e z ó a traba-
20 GUÍA BREVE DE TERAPIA BREVE

j a r en estrecha colaboración con el grupo de investigación de Bateson


y más tarde se incorporó a él. «En la investigación se utilizaron diver-
sos tipos de datos: hipnosis, ventriloquia, entrenamiento animal, pelí-
culas populares, la naturaleza del fuego, el humor, la esquizofrenia, la
comunicación neurótica, la psicoterapia, los sistemas familiares y
la terapia familiar» (Haley, 1963, pág. ix).
A lo largo de los diez años que duró este proyecto, sus miembros
consultaron a m e n u d o a Milton Erickson para examinar aspectos de
la hipnosis y la terapia, y también en busca de supervisión en sus pro-
pios casos. Recientemente se h a n publicado las transcripciones de
muchas de esas consultas en tres volúmenes compilados por Jay Haley
(1985).
En 1956 apareció el trabajo clásico y seminal titulado Toward a
Theory of Schizophrenia, en el que se elaboraba la etiología de la esqui-
zofrenia sobre la base de la teoría del doble vínculo (Bateson y otros,
1956).
Don Jackson fundó en 1958 el Mental Research Institute (MRI)
en Palo Alto, California, y se le unieron John Weakland, Jay Haley, Jules
Riskin, Virginia Satir y Paul Watzlawick. George Greenberg ha escri-
to un excelente homenaje a la influencia y las ideas de Don Jackson
(Greenberg, 1977).
En 1963, Haley publicó su brillante obra Strategies of Psychoterapy,
que destacaba la naturaleza paradójica de toda terapia y también demos-
traba la influencia de Milton Erickson en su pensamiento.
En 1966, Richard Fisch iniciaba en el MRI el proyecto de terapia
breve que iba a tener un profundo efecto sobre el desarrollo de los enfo-
ques breves/estratégicos.
Dos obras importantes vieron la luz en 1967: el trabajo de Haley
titulado Toward a Theory of Pathological Systems, que trataba sobre la
influencia de las coaliciones transgeneracionales (el triángulo perver-
so) en el desarrollo de la patología (Haley, 1967a), y el libro Pragmatics
of Human Communication: A Study of Interactional Patterns, Pathologies,
and Paradoxes (Watzlawick, Beavin y Jackson, 1967).
En 1967, Haley pasó a la Philadelphia Child Guidance Clinic, don-
de se unió a Salvador Minuchin y Braulio Montalvo, interesándose cada
vez más por la estructura y la jerarquía. En 1973 se publicó Uncommon
Therapy: The Psychiatric Techniques of Milton H. Erickson; allí Haley
introdujo la expresión «terapia estratégica» y elaboró sus ideas sobre
el enfoque ericksoniano de los problemas que aparecían en las diver-
ENFOQUES BREVES/ESTRATÉGICOS DE LA TERAPIA
21

sas etapas del ciclo vital de la familia. Como observa Lynn Hoffman,
este libro representa la culminación de la preocupación inicial de Haley
por el proceso. Dice esta autora: «Al escribir sobre la terapia estraté-
gica, Haley se atiene principalmente al lenguaje de los procesos. Tras
su decisión de unirse a Minuchin en Filadelfia... comenzó a restar impor-
tancia al empleo de las técnicas hipnóticas y las directivas paradójicas
(aunque sin dejar de atribuirles importancia), para concentrarse en un
modelo más organizacional de la terapia» (Hoffman, 1981, pág. 280).
El paso de Haley del interés en los procesos al interés en la forma resul-
ta muy claro en sus obras ulteriores, Problem Solving Therapy (1976) y
Leaving Home: The Therapy of Disturbed Young People (1980b).
En 1971, Mara Selvini Palazzoli, Luigi Boscolo, Gianfranco Cecchin
y Giuliana Prata empezaron a trabajar juntos en Milán y en 1974 publi-
caron un artículo, The Treatment of Children Through the Brief Therapy
o Their Parents. Aunque algunos autores presentaban su enfoque como
breve/estratégico (Stanton, 1981), Hoffman ha observado que «los aso-
ciados de Milán, a u n q u e influidos por el grupo de Palo Alto, evolu-
cionaron en u n a dirección totalmente diferente, c r e a n d o u n a forma
singular y lo bastante distinta como para que se la p u e d a considerar
una escuela por derecho propio» (Hoffman, 1981, pág. 285). Estamos
de acuerdo con la observación de esta obra, y no incluimos a los aso-
ciados de Milán en el campo de los enfoques «breves/estratégicos», si
bien reconocemos la brillantez táctica de su trabajo y la influencia que
su m o d o de pensar, su preocupación por el contexto, el estilo de sus
intervenciones y su empleo de las intervenciones «paradójicas» sisté-
micas han ejercido sobre muchos terapeutas breves/estratégicos.
En 1974, miembros del proyecto de terapia breve del M R I publi-
caron dos obras i m p o r t a n t e s : el libro Change: Principles of Problem
Formation and Problem Resolution (Watzlawick y otros, 1974) y el ar-
tículo «Brief Therapy: Focused Problem Resolution» (Weakland y otros,
1974). Estos trabajos tuvieron un impacto inmediato y espectacular en
el campo de la terapia familiar, y contribuyeron de m o d o profundo a
la ulterior difusión rápida del interés por los enfoques breves/estraté-
gicos. Este grupo ha continuado perfilando sus ideas sobre la terapia
en trabajos posteriores, que se concentraron m u c h o menos en elabo-
r a r la teoría y más en la práctica de la terapia breve centrada en pro-
blemas (Fisch y otros, 1982).
Otra figura temprana importante es Richard Rabkin, quien demos-
tró su estilo singular en Strategic Psychotherapy: Brief and Symptomatic
22 GUÍA BREVE DE TERAPIA BREVE

Treatment (1977); allí utiliza como analogía el ajedrez, y divide las eta-
pas del tratamiento en apertura, medio juego y final.

DEFINICIONES

Haley definió la terapia estratégica como sigue:

La terapia puede denominarse estratégica si el clínico inicia lo que


sucede durante ella y diseña un enfoque particular para cada problema...
[El terapeuta] debe identificar los problemas resolubles, establecer metas,
diseñar intervenciones para alcanzar esas metas, examinar las respues-
tas que recibe para corregir su enfoque y, en última instancia, examinar
el resultado de su terapia, a fin de ver si ha sido eficaz. El terapeuta debe
ser agudamente sensible y receptivo al paciente y a su campo social, pero
él mismo tiene que determinar su modo de proceder (Haley, 1973,
pág. 17).

Richard Rabkin diferencia los enfoques estratégicos respecto de las


terapias que «buscan sabiduría e iluminación», definiéndolos como
«usualmente breves» e interesados en «cambiar la perspectiva que tie-
nen los pacientes de sus problemas y síntomas» (1977, págs. 6-7).
Para describir su enfoque, Weakland y otros prefieren la expresión
«terapia breve» a «terapia estratégica» (Weakland y otros, 1974); lo
mismo que Peggy P a p p (1983), pero Rabkin considera que esa deno-
minación «no es lo bastante específica» (1977, pág. 7).
Típica del terapeuta breve/estratégico es la evitación de una teoría
elaborada de la personalidad o la disfunción, sea en el nivel individual,
familiar, o del sistema global. Las formulaciones diagnósticas tienden
a representar, en cada caso, la visión más simplificada de la evolución
y el mantenimiento de los problemas, a fin de permitir el desarrollo de
una intervención eficaz. A los terapeutas breves/estratégicos les inte-
resa intervenir del modo más rápido y económico posible; realizan una
exploración y una elaboración sostenidas de sus propias conductas ó
actitudes que tienden a facilitar al m á x i m o la resolución rápida de
los problemas.
En los escritos más recientes de Jay Haley y Cloé Madanes, la expre-
sión «terapia estratégica» ha pasado a vincularse m u c h o m á s a las preo-
cupaciones estructurales/jerárquicas/centradas-en-el-poder que apa-
recen en el trabajo de estos autores. En consecuencia, en los capítulos
ENFOQUES BREVES/ESTRATÉGICOS DE LA TERAPIA 23

siguientes emplearemos el término «breve», y no «estratégico», para


referirnos a los enfoques, primordialmente c e n t r a d o s en los proce-
sos, que constituyen el interés de la mayor parte de este libro.
La terapia breve se atiene esencialmente a fenómenos observables,
es pragmática y se relaciona con la creencia de que los problemas son
producidos y mantenidos:

1. por los constructos a través de los cuales se ven las dificultades


(Kelly, 1955), y
2. por las secuencias conductuales repetitivas (personales e inter-
personales) que rodean a tales constructos; estas secuencias, del
de luego, pueden incluir los constructos y los aportes de los tera-
peutas.

LOS DOS ENFOQUES PRINCIPALES

Aunque en todos los casos hay acuerdo acerca de la importancia de


identificar las secuencias conductuales repetitivas, los enfoques bre-
ves/estratégicos pueden dividirse en dos grupos principales, según el
modo en que tiende a utilizarse la información:

A. Los enfoques (que definiremos como terapias estratégicas) inte-


resados en el modo en que las secuencias repetitivas revelan y
reflejan la forma. Por lo general, se considera que los síntomas
cumplen u n a función en la familia y aportan información meta-
fórica s o b r e la disfunción jerárquica (Haley, 1976; Madanes,
1981a, 1984; Papp, 1983). Se observan las secuencias para tra-
zar el m a p a de la organización familiar.
B. Los enfoques (que definiremos como terapias breves) para los
cuales el análisis de las ideas y de las secuencias repetitivas que
r o d e a n a los síntomas constituye un nivel de explicación sufi-
ciente; se consideran innecesarias las inferencias sobre su pro-
pósito, su función, o la estructura familiar (Cade, 1985; de Shazer,
1982, 1985, 1988; Fisch y otros, 1982; OHanlon, 1982; OHanlon
y Weiner-Davis, 1989; Weakland y otros, 1974). Las secuencias
se observan p a r a identificar pautas de pensamiento y conduc-
tas que se autorrefuerzan.
24 GUÍA BREVE DE TERAPIA BREVE

Los enfoques interesados en la forma y la función

El enfoque de Haley, tal como aparece apuntado en Problem Solving


Tlierapy (1976), se basa en la creencia de que los síntomas son signos
de un sistema en el cual el ordenamiento jerárquico es constantemen-
te ambiguo o bien involucra coaliciones reiteradas que cruzan los lími-
tes generacionales u organizacionales. Esa ambigüedad o confusión se
cartografía observando los modos repetitivos en que los miembros del
sistema se tratan entre sí, particularmente con respecto a la conducta-
problema. Por ejemplo, un progenitor podría sentirse exasperado por
un hijo, expresar cólera o desesperación y pedir ayuda, pero proteger
c o n t i n u a m e n t e al jovencito de los intentos del cónyuge tendentes a
imponer disciplina. En otro caso posible, un abuelo actúa constante-
mente en connivencia con un nieto contra sus padres, o lo protege de
ellos, y de tal modo socava los esfuerzos de estos progenitores por alen-
tar o dar vigencia a lo que consideran conductas apropiadas. Al mis-
mo tiempo, ese abuelo o abuela quizá culpe de las conductas pertur-
badoras del niño a la incompetencia o indiferencia de los padres. Los
problemas tienden a ser m á s graves cuando la confusión jerárquica es
encubierta y/o desmedida. Desde esta perspectiva, la terapia supone
cambiar esas secuencias, de m o d o tal que se corrija la jerarquía y se
reduzca la ambigüedad o confusión.
Madanes comenta:

Se espera que los progenitores estén a cargo de sus hijos, y las coa-
liciones transgresionales, como la de un progenitor que toma partido por
un niño contra el otro progenitor, estén bloqueadas. Hay también una
preocupación cautelosa por el lugar del terapeuta..., de modo que él o
ella no forme coaliciones inadvertidas con los miembros que ocupan
posiciones inferiores en la jerarquía, contra los que están en niveles más
altos (Madanes, 1981b, pág. 22).

Los síntomas se consideran una comunicación metafórica sobre un


p r o b l e m a m á s i m p o r t a n t e , y t a m b i é n u n a solución disfuncional dé
ese problema. Se los analiza c o m o contratos entre p e r s o n a s o como
tácticas en las luchas de poder. Dice Madanes:

En el caso de un hombre deprimido que no hace su trabajo, se supon-


dría que éste es el modo en que ese hombre y su esposa (y/o su madre)
su padre, sus hijos y otras personas) se comunican acerca de ciertas cues-
ENFOQUES BREVES/ESTRATÉGICOS DE LA TERAPIA 2S

tiones específicas, como la de si la esposa aprecia a su marido y el tra-


bajo que éste desempeña, o si el esposo tiene que hacer lo que quieren la
mujer o la madre, etcétera. Es posible que la pareja se vuelva inestable
en torno al problema presentado, y que entonces un hijo tenga que desa-
rrollar un síntoma que obligue al padre a participar activamente en su
cuidado, en lugar de mantenerse deprimido o incompetente (Madanes,
1981b, pág. 21).

De modo que, para este enfoque, los síntomas tienen funciones de


protección o estabilización. Papp habla de tener presentes interrogan-
tes como «¿Qué función cumple este síntoma en la estabilización de la
familia?», y «¿Cuál es el tema central en torno al que está centrado el
problema?». Esta autora habla de cambios en el ciclo vital de la fami-
lia que activan «conflictos dormidos, y esos conflictos, en lugar de resol-
verse, se expresan a través de un síntoma» (Papp, 1983, págs. 18-19).
Se considera que el propósito del síntoma es defender a la familia de
los cambios o, alternativamente, ayudar a negociarlos, forzando a la
familia a reorganizarse.

Los enfoques que se centran en el proceso


y los circuitos de feedback

El modelo de terapia breve del MRI se basa en la creencia de que


los problemas se originan y son mantenidos por el m o d o en que un
cliente o las otras personas involucradas perciben y a b o r d a n las difi-
cultades normales de la vida. Las soluciones intentadas, que derivan
de un cierto marco de creencias aplicado a la dificultad, quizá no gene-
ren ningún cambio o incluso exacerben el problema. Dicho problema
se agrava mientras se aplican de modo repetido y creciente soluciones,
o aparentes soluciones, del tipo «más de lo mismo», que llevan a «más
del mismo» problema, lo cual, a su vez, genera «más de las mismas»
soluciones intentadas, y así sucesivamente... (Watzlawick y otros, 1974).
Se entiende que lo que mantiene los problemas es la aplicación conti-
nuada de esos intentos de solución, «erróneos» o frustrados, que enton-
ces se convierten en el problema en sí. Desde luego, el mismo fenómeno
puede producirse en la terapia, cuando «más del mismo» enfoque tera-
péutico o «más de las mismas» técnicas derivadas de un cierto marco
o modelo generan «más del mismo» problema, etcétera, etcétera... Una
reacción insuficiente a u n a dificultad, o su negación, p u e d e n tam-
26 GUÍA BREVE DE TERAPIA BREVE

bién constituir «soluciones intentadas» capaces de perpetuar esa difi-


cultad y convertirla en un problema.
La aplicación repetida de soluciones «erróneas» o desafortunadas
conlleva así la dificultad en u n a pauta de autorrefuerzo que mantiene
el statu quo. Por ejemplo, los miembros de The Brief Therapy Center
describen como sigue la pauta común que se desarrolla entre una per-
sona deprimida y sus íntimos:

Cuanto más intentan animarlo y hacerle ver los aspectos positivos


de la vida, probablemente más se deprimirá el paciente: «Ellos ni siquie-
ra me comprenden». La acción destinada a aliviar la conducta del otro,
en parte la agrava; la «cura» es peor que la «enfermedad» original.
Lamentablemente, los involucrados, por lo general, no advierten este
hecho, e incluso se niegan a creerlo si cualquier otro intenta señalárse-
lo (Weakland y otros, 1974, pág. 149).

Un progenitor que trata de controlar a un adolescente lo impulsa a


realizar más actos de rebeldía, que provocarán más intentos de con-
trol, v así sucesivamente. Un insomne se esfuerza cada vez con más
empeño en dormir, fenómeno éste que sólo puede producirse de modo
espontáneo; ese esfuerzo frenético por dormir se convierte en la razón
misma de que el sueño le resulte tan elusivo. En este enfoque, la cro-
nicidad es vista como persistencia de una dificultad repetidamente mal
manejada. No se extraen inferencias sobre disfunciones individuales o
familiares subyacentes. Al síntoma no se le atribuye n in g ú n propósi-
to o función. No se considera que sean necesarios o útiles conceptos
tales como los de homeostasis, enfermedad mental o ventaja inter-
personal de los síntomas.
Fisch y otros comentan:

Las personas suelen persistir en acciones que inadvertidamente man-


tienen los problemas, y a menudo lo hacen con la mejor de las inten-
ciones.. Se atienen con mucho cuidado a mapas mal trazados, lo cual
es de esperar en personas comprensiblemente angustiadas en medio de
dificultades. La creencia en tales mapas también hace difícil que se vea
que no sirven como guías eficaces... (1982, págs. 16-18).

En este enfoque, la terapia se centra en las «soluciones intentadas»,


en detener c incluso invertir el tratamiento usual que ha servido para
exacerbar la situación, por m á s lógico que ese tratamiento parezca. El
ENFOQUES BREVES/ESTRATÉGICOS DE LA TERAPIA 27

supuesto de base es que, una vez bloqueado el circuito de realimenta-


ción que mantiene el problema, se tiene acceso a u n a mayor gama de
conductas.
En contraste con la sabiduría convencional, según la cual «si no tie-
nes éxito la primera vez, sigue intentándolo», Fisch y otros recomien-
dan que, «si no tienes éxito la primera vez, puedes intentarlo una segun-
da, pero si vuelves a fracasar, intenta algo diferente» (pág. 18). Ellos
resumen su enfoque como sigue:

Si la formación y el mantenimiento del problema se ven como par-


tes de un círculo vicioso, en el cual la bienintencionada conducta-solu-
ción mantiene el problema, entonces alterar esa conducta debe inte-
rrumpir el ciclo e iniciar la resolución, es decir, la cesación de la con-
ducta-problema, puesto que ya no es provocada por otras conductas del
sistema de interacción (1982, pág. 18).

Entonces «menos de lo mismo» puede llevar a «menos de lo mis-


mo», y así sucesivamente.

INTERVENCIÓN TERAPÉUTICA

Aunque los distintos enfoques breves/estratégicos se basan en algu-


nos supuestos diferentes, hay muchos modos de intervención comu-
nes a todos los terapeutas breves. Está implícito en lo que ya hemos
dicho que los terapeutas breves se identifican más por el m o d o en que
actúan que por sus formulaciones teóricas. Milton Erickson parecía
trabajar m á s a p a r t i r de u n a teoría implícita de la intervención que
basándose en u n a teoría de la personalidad o de la disfunción clara-
mente articulada. Lankton y Lankton han confeccionado u n a lista de
los principios que sust e nt a n el enfoque idiosincrásico de Erickson.
Éstos pueden verse como implícitos en el trabajo de la mayoría de los
terapeutas breves.

1. Las personas actúan sobre la base de sus mapas internos, y no de su


experiencia sensorial.
2. Las personas realizan la mejor elección para ellas en cualquier momen-
to dado.
3. La explicación, la teoría o la metáfora utilizadas para relacionar hechos
concernientes a una persona no son la persona.
28 GUÍA BREVE DE TERAPIA BREVE

4. Respeta todos los mensajes del cliente.


5. Enseña a elegir; nunca excluyas la elección.
6. Los recursos que el cliente necesita están en su propia historia personal.
7. Encuéntrate con el cliente en su propio modelo del mundo.
8. La persona con la mayor flexibilidad o posibilidad de elección será el
elemento que controle el sistema.
9. Una persona no puede no comunicar.
10. Si es trabajo duro, divídelo en partes.
11. Los resultados se determinan en el nivel psicológico (Lankton y Lankton,
1983, pág. 12).

El genio de Erickson para construir intervenciones singulares y a


menudo brillantes se ha hecho legendario. En nuestra opinión, no menos
i m p o r t a n t e era el profundo respeto que tenía por sus pacientes, p o r
sus creencias, por su capacidad para cambiar a pesar de sus problemas
agudos o crónicos, y la preocupación por proteger su integridad.
La terapia apunta hacia todos o algunos de los objetivos siguientes:

A. Modificar los marcos de creencias o constructos del cliente (indi-


viduo o familia) que se pueden considerar relacionados con el
modo en que se perciben, encaran y mantienen las dificultades.
B. Modificar las sentencias repetitivas que rodean el problema,
derivadas de aquellos marcos.
C. Modificar las posiciones y enfoques del terapeuta que se vuelvan
partes de un patrón que se autorrefuerza entre el terapeuta y el
cliente.
D. Modificar la relación del cliente (y quizá del terapeuta) con los
sistemas globales de la familia, el vecindario o la profesión.

Las pautas como hábitos

El enfoque breve a s u m e el supuesto de que las personas hacen lo


mejor que está a su alcance en vista de las situaciones y las restriccio-
nes de los constructos (Kelly, 1955) a través de los cuales h a n llegado
a ver sus dificultades (véase el capítulo 2). No se supone que los sín-
tomas reflejen hipotéticos problemas subyacentes irresueltos. El enfo-
q u e no se basa en un m o d e l o de déficit. La opinión de los a u t o r e s
es que la mayoría de los problemas están insertados en hábitos de reac-
ción y respuesta, no n e c e s a r i a m e n t e m á s complejos que, p o r ejem-
ENFOQUES BREVES/ESTRATÉGICOS DE LA TERAPIA
29

plo, el hábito de fumar o de comerse las uñas, a u n q u e sus ramifica-


ciones pueden tener consecuencias de mucho m a y o r alcance. Y así
como una persona puede empezar a fumar mucho c o m o respuesta a
un período particularmente tenso de su vida, y después le resulte difí-
cil r o m p e r el hábito a u n q u e ese período de tensión haya concluido
mucho tiempo antes, del mismo modo, decimos, las reacciones y res-
puestas emocionales y conductuales habituales que se convierten en
partes de los contextos-problema pueden verse como hábitos que sobre-
viven mucho tiempo a los estímulos originales que los h a n desencade-
nado. Igual que muchos hábitos, éstos suelen ser difíciles de romper,
debido a los ciclos de autorrefuerzo en los que quedan a t r a p a d o s . A
nuestro juicio, no es necesario inferir un sustrato más fundamental y
profundo de cuestiones irresueltas, motivaciones inconscientes, resis-
tencias, etcétera.

Etapas de la vida

Los terapeutas a los que les interesa la forma consideran los sín-
tomas como indicación de que una familia no está pasando de u n a eta-
pa a la siguiente del ciclo vital familiar con éxito. Se supone que la tera-
pia ayuda a las familias a negociar esa transición y a reorganizarse ade-
cuadamente para la etapa siguiente. Pueden ser especialmente difíci-
les las etapas en las que alguien se suma al sistema o desaparece de él
—por ejemplo por nacimiento, divorcio, muerte, y cuando los hijos cre-
cen y empiezan a irse del hogar (Haley, 1973, 1980b).
Para los terapeutas a los que les interesa el proceso, esos puntos de
transición también son importantes. Fisch y otros comentan:

Los problemas comienzan en alguna dificultad ordinaria de la vida,


de las que nunca faltan. Esa dificultad puede provenir de un aconteci-
miento inusual o fortuito. Pero, las más de las veces, es probable que el
origen sea una dificultad común asociada con una de las transiciones
que se experimentan regularmente en el curso de la vida (1982, pág. 13).

El proceso que lleva a ver la situación de determinada m a n e r a , y


a manejarla mal inadvertidamente, por medio de la aplicación reite-
rada de soluciones desafortunadas, puede convertir m u y p r o n t o una
dificultad en un problema «cuya dimensión y naturaleza finales qui-
zá tengan poca relación aparente con el obstáculo original» (pág. 14).
30 GUÍA BREVE DE TERAPIA BREVE

Cambio, ¿en qué?

Ya hemos indicado que todos los enfoques breves/estratégicos, sea


que se interesen en el proceso o en la forma, consideran que el cambio
surge de la ruptura de las pautas de pensamiento y acción, de la inte-
rrupción de las secuencias que se repiten.
También interesa directamente el problema presentado, aunque las
distintas opiniones sobre lo que ese problema refleja o representa pue-
den diferir mucho. Como observa Haley,

... al concentrarse en los síntomas, el terapeuta obtiene el mayor poder


y la mejor oportunidad para generar cambios. Lo que más le interesa
al cliente es el problema presentado: cuando el terapeuta trabaja con
esto, puede obtener una gran cooperación... La meta no es proporcio-
narle a la familia conocimientos sobre su sistema, que funciona mal, sino
cambiar las secuencias familiares para que se resuelvan los problemas
presentados (1976, pág. 129).

Los terapeutas interesados en el proceso centran su atención en las


soluciones intentadas, tratando de bloquearlas o invertirlas. Por ejemplo:

Un hombre pidió ayuda porque cada vez era más incapaz de man-
tener la erección. Esto le provocaba un considerable malestar y genera-
ba alguna tensión en sus relaciones con su novia. Hubo una entrevista
conjunta y el hombre dijo que necesitaba aprender a controlar mejor la
conducta de su pene. Como primer paso hacia el aprendizaje de este con-
trol, se le pidió a la joven que esa noche intentara todo lo que pudiera para
excitar al novio. A él se le indicó que tratara de impedir que su pene entra-
ra en erección o permaneciera erecto. Fracasó (Cade, 1979, pág. 92).

Weakland y otros observan:

En general sostenemos que el cambio se puede lograr con más faci-


lidad si su meta es razonablemente pequeña y está claramente enun-
ciada. En cuanto el paciente ha experimentado un cambio pequeño pero
definido en la naturaleza aparentemente monolítica del problema que
es más real para él, esa experiencia conduce a más cambios autoindu-
cidos en ese ámbito de su vida, y a menudo también en otros. Es decir,
se inician círculos benéficos (1974, pág. 150).
ENFOQUES BREVES/ESTRATÉGICOS DE LA TERAPIA
31

Los terapeutas interesados en la forma tienden a planificar su tera-


pia en etapas y a concentrarse directamente en la organización dis-
funcional de la familia. A menudo, como primer paso en el camino a
una organización disfuncional, conducen a la familia a u n a organiza-
ción disfuncional diferente. Por ejemplo, una pauta que incluye a un
progenitor que participa en exceso podría llevar a un p a t r ó n en el cual
el otro progenitor, m á s periférico, deba t o m a r todas las decisiones
importantes sobre los hijos. Ése sería el paso inicial, antes de que ambos
padres pasen a a c t u a r juntos con mayor eficacia. Los encargos asig-
nados a las familias con respecto a este tipo de metas tienden a con-
trolarse con algún vigor en las sesiones ulteriores.
Los terapeutas interesados en el proceso, aunque piensan mucho
la planificación de las intervenciones, no operan desde u n a posición
normativa que fije de a n t e m a n o una organización obligada y, por lo
tanto, tienden a tomar cada sesión tal como viene. Si la familia no cum-
ple con un encargo, el terapeuta tiende a considerar que se trata de un
error de cálculo suyo, más bien que de resistencia del cliente (indivi-
duo o familia).

Directivas

Los enfoques breves/estratégicos son a menudo directivos, en cuan-


to al cliente o a la familia se le dan ideas o incluso instrucciones sobre
cómo comportarse en determinadas situaciones. A veces, las directivas
requieren cambios específicos en las conductas, y otras, que los cam-
bios sean evitados o pospuestos. Los terapeutas interesados en el pro-
ceso tienden a concentrarse en directivas que se d e b e n llevar a cabo
entre sesiones; utilizan la entrevista para reunir información y desa-
rrollar el tipo de rapport necesario para una relación respetuosa y coo-
perativa. Los terapeutas interesados en la forma también dan directi-
vas para el tiempo entre sesiones, pero también en las entrevistas se le
suele indicar a la familia que haga algo diferente de lo habitual. Por
ejemplo, a un progenitor se le pide que controle en ese m i s m o momen-
to a un niño destructivo, mientras el terapeuta bloquea cualquier in-
tento de intromisión del abuelo o la abuela, o de otro de los hijos. La
sesión sirve para ensayar los cambios que la familia t e n d r á que reali-
zar en el hogar. E s t a s sesiones a veces se vuelven m u y d r a m á t i c a s .
Madanes observa:
32 GUÍA BREVE DE TERAPIA BREVE

El enfoque supone que toda terapia es directiva y que el terapeuta


no puede evitar serlo, puesto que incluso son directivos los temas que
escoge comentar y su tono de voz (1981b, pág. 23).

Por lo tanto, el terapeuta debe adquirir la habilidad de influir sobre


las personas y llevar al m á x i m o la probabilidad de que las directivas
sean aceptadas o realizadas. Cade ha observado:

Lo típico es que el terapeuta no considere la motivación simplemente


como algo que existe en los miembros de la familia [sino como] una fun-
ción del intercambio entre la familia y el terapeuta. Lo más útil es ver la
falta de motivación como una respuesta a la respuesta del terapeuta a
la familia (1980b, pág. 95).

También es importante considerar cómo hay que responder al modo


en que las personas abordan las directivas. ¿Las han seguido, modifi-
cado, ignorado u olvidado? ¿Se h a n opuesto a ellas? Para determinar
el próximo paso, el terapeuta debe guiarse por ese feedback. Por ejem-
plo, si las directivas se siguieron tal como se pidió, lo indicado podría
ser dar más directivas del mismo tipo; si hubo oposición, lo indicado
serían directivas «paradójicas». Si las directivas son olvidadas o igno-
radas, el terapeuta debe considerar cuidadosamente su propia posi-
ción. A menudo estará más motivado para el cambio que el cliente o la
familia, y debe prepararse para adoptar u n a posición subordinada más
cauta y respetuosa.
También típica de la mayoría de los terapeutas breves/estratégicos
es la creencia de que, en cuanto a los significados que es posible atri-
buir a los hechos, no existe ninguna realidad absoluta, sino sólo cons-
tructos (Kelly, 1955) o «mapas mentales» p o r medio de los cuales las
personas dan sentido a su experiencia, y que gobiernan sus reacciones,
sus respuestas y lo que piensan sobre tales experiencias. Estos tera-
peutas parten del supuesto de que si se puede cuestionar y modificar
una manera de ver el mundo, también es posible cambiar el significa-
do y sus consecuencias experienciales y conductuales. Esta creencia
ha llevado a atribuir importancia al empleo del reenmarcado y el re-
etiquetado.
Los terapeutas breves/estratégicos también hacen un uso conside-
rable del arte de comunicarse p o r medio de analogías. Para facilitar la
terapia se utilizan anécdotas, parábolas, relatos y cuentos humorísti-
ENFOQUES BREVES/ESTRATÉGICOS DE LA TERAPIA
33

cos. En capítulos ulteriores consideraremos más detalladamente estos


aspectos, así como el desarrollo reciente de los enfoques c e n t r a d o s
en el futuro o la solución, que se basan en lo que los individuos ya están
haciendo y les da resultado (Berg y Miller, 1992; de Shazer, 1985, 1988;
de Shazer y otros, 1986; Dolan, 1991; Furman y Ahola, 1992; O'Hanlon
y Martin, 1992; O'Hanlon y Weiner-Davis, 1989; Walter y Peller, 1992;
White y Epston, 1990).

ENTRENAMIENTO

Los puntales teóricos básicos de las terapias breves/estratégicas son


relativamente fáciles de aprender, lo mismo que muchas de las habi-
lidades básicas p a r a la intervención. No obstante, el e m p l e o respe-
tuoso, creativo y eficaz del enfoque resulta extremadamente difícil de
adquirir e integra u n a parte m u y importante del resto de la vida del
terapeuta.
Haley apunta varios criterios para la selección y el e n t r e na m i e n -
to. Son los siguientes:
1. Sugiere que, como el enfoque «subraya los problemas del mun-
do real, lo mejor es escoger estudiantes con e x p e r i e n c i a de
ese mundo». Él prefiere estudiantes maduros con hijos, y no
personas jóvenes.
2. El estudiante debe t e n e r tanto inteligencia c o m o u n a g a m a
amplia de conductas: capacidad para ser «autoritario, a veces
juguetón, a veces presumido, a veces severo y serio, a veces de-
samparado, y así sucesivamente».
3. Se debe evitar el aprendizaje de varios enfoques a la vez.
4. Idealmente, el estudiante debe aprender haciendo terapia y guia-
do desde el principio p o r un supervisor con experiencia que
emplee técnicas de supervisión en vivo. La representación de
roles con ensayo de técnicas específicas puede ser útil antes
de ponerlas a prueba con un cliente (individuo o familia).
5. El aprendizaje en grupo optimiza las oportunidades de apren-
dizaje, por el mayor n ú m e r o de casos que se ven, la g a m a de
ideas a las que se tiene acceso y el apoyo de los pares.
6. Debe acentuarse más la práctica que la teoría; m á s que discu-
tir la terapia, hay que observar y presentar sesiones de terapia.
7. El entrenamiento debe concentrarse en lo que hay q u e hacer
34 GUÍA BREVE DE TERAPIA BREVE

con las cuestiones que surgen en el trabajo presente del estu-


diante. De esta manera, él se sentirá motivado para aprender.
8. El supervisor debe enseñar al estudiante a ser directivo y moti-
var. (A n u e s t r o j u i c i o , p a r a d ó j i c a m e n t e , t a m b i é n es impor-
tante aprender a ser directivo para poder optar por ser no direc-
tivo.)
9. La terapia debe orientarse hacia problemas y soluciones más
bien que hacia métodos, y hay que escoger casos en los que sea
posible brindar oportunidades de aprendizaje sobre los temas
específicos en que los estudiantes individuales están encon-
trando dificultades.
10. Se le debe requerir al estudiante que controle el resultado de
su trabajo y aprenda a realizar seguimientos.
11. El contexto del entrenamiento debe respaldar el enfoque y el esti-
lo de la formación, además de contar con el equipamiento téc-
nico apropiado —por ejemplo, espejos falsos, videograbación y/o
facilidades para realizarla (Haley, 1976, págs. 179-194).

CONCLUSIÓN

El campo de la terapia breve/estratégica se ha estado expandien-


do rápidamente, y las técnicas h a n proliferado de tal modo que es casi
imposible hacer justicia a su riqueza y diversidad. Esta visión general
ha procurado identificar los principales temas y desarrollos.
Los enfoques breves/estratégicos parecen tener u n a aplicabilidad
muy amplia. Madanes observa que, «puesto que en la terapia estraté-
gica se diseña un plan terapéutico específico para cada problema, no
hay ninguna contraindicación en cuanto a la selección de los pacien-
tes y la adecuabilidad» (Madanes, 1981b, pág. 27). Stanton enumera
una vasta gama de desórdenes q u e h a n sido eficazmente tratados con
estos enfoques, desde dificultades conductuales directas, delincuencia,
problemas matrimoniales, h a s t a trastornos m á s serios, neuróticos y
psicóticos (1981, págs. 368-369). Este autor dice que «no es tan pro-
bable que los terapeutas estratégicos rechacen tipos particulares de
familias-problema, como que eludan situaciones en las que el contex-
to no permite ejercer más que poca o ninguna influencia» (pág. 369).
Stanton sostiene que «los investigadores de la terapia estratégica
han sido más activos que los de otros enfoques de la terapia familiar
ENFOQUES BREVES/ESTRATÉGICOS DE LA TERAPIA 35

en lo que concierne al estudio controlado o comparativo de los resul-


tados» (pág. 369). Ha llamado, sobre todo, la atención acerca del tra-
bajo de Parsons y Alexander, al confrontar un enfoque estratégico con
otros tres enfoques del tratamiento de la delincuencia, d e m o s t r a n d o
que el primero es notoriamente más eficaz (Parsons y Alexander, 1973).
Para poner fin a este capítulo con una nota más cauta, diremos que
muchos terapeutas jóvenes, recién formados, se sienten atraídos por
la excitación y la promesa de los enfoques breves/estratégicos y por la
«brujería» demostrada en talleres o en la literatura. Asimismo, como
señala Greenberg, «se supone que, como la terapia es breve, es senci-
lla de realizar». Greenberg añade:

Terapeutas recién llegados a la perspectiva se suelen familiarizar con


la literatura e intentan precipitadamente aplicar los principios y técni-
cas breves, sin la particular información necesaria para la evaluación y
el tratamiento. El equipo de novicios también tiende a intentar «inter-
venciones de libro de cocina», basadas, sobre todo, en las descripcio-
nes de la literatura... (Greenberg, 1980, pág. 320).

A menudo los principiantes se concentran excesivamente en la téc-


nica, en idear intervenciones «astutas», prestando una atención insu-
ficiente al respeto, la comprensión y la validación. En cierta medida,
éste podría ser también el defecto de quienes escriben sobre los enfo-
ques breves/estratégicos (entre ellos nosotros mismos), que a veces han
prestado una atención excesiva a las técnicas de intervención, subes-
timando la importancia de las actitudes y valores básicos, de la pru-
dencia, la integridad y la contención, dando por sentado que el lector
ya valoraba de por sí estas cualidades. Los terapeutas breves/estraté-
gicos tampoco h a n sabido describir el trabajo básico, paciente, peno-
so y a menudo agotador, que suele preceder a las intervenciones «bri-
llantes», ni los m u c h o s casos en los que los cambios significativos
son generados por una labor constante y competente, y no por «fuegos
de artificio». La sabiduría no se desarrolla de la noche a la m a ñ a n a
ni puede aprenderse en un taller, por mejor conducido q u e esté. Se
desarrolla a lo largo de años rigurosos de ensayo y error.
2. ¿QUÉ ES LO QUE SUCEDE ENTRE OREJA Y OREJA?

Un universo adquiere ser cuando se divide o fragmenta un


espacio. La piel de un organismo vivo separa un exterior de
un interior. Lo mismo hace el perímetro de un círculo en un pla-
no. Rastreando el modo en que representamos esa separación,
podemos comenzar a reconstruir, con una precisión y un alcance
que parecen casi sobrenaturales, las formas básicas que subyacen
en nuestra ciencia lingüística, matemática, física y biológica, y
también empezar a ver de qué modo las leyes familiares de nues-
tra propia experiencia se desprenden inexorablemente del acto ini-
cial de separación.
SPENCER-BROWN (1979, pág. xxix)

...ninguna de nuestras explicaciones puede ser verdadera... en


cierto sentido no hay ninguna verdad final accesible a nosotros,
por la sencilla razón de que hemos realizado un corte en el
Universo, a fin de realizar el experimento. Tenemos que decidir
qué es lo pertinente y qué es lo no pertinente.
BRONOWSKI(1978, pág. 69)

...sin sus invenciones, tanto teóricas como instrumentales, el


hombre estaría al mismo tiempo desorientado y ciego. No sabría
qué mirar o cómo ver.
KELLY (1969, pág. 94)

El más profundo de los sentimientos es que tiene que haber algo


más.
HARRISON (1986, pág. 2)

En los últimos años se ha expresado u n a preocupación creciente


p o r q u e los terapeutas breves h a b i t u a l m e n t e demuestran estar poco
interesados en lo que sucede entre oreja y oreja. La analogía de la «caja
negra» ha sido criticada porque ignora las experiencias vividas p o r el
cliente, que constituyen un factor motivante significativo del m o d o en
38 GUÍA BREVE DE TERAPIA BREVE

que responde a su mundo, y una componente crucial de su sentido con-


tinuo del sí mismo (Duncan, 1992). Es cierto que los terapeutas breves
están, por lo general, más interesados en los fenómenos observables.
En lo esencial, coincidimos en cuanto a la importancia de concentrarse
en lo observable y de reducir al m í n i m o las inferencias y los supuestos
cuando se trata de comprender la conducta humana. No obstante, tene-
mos cerebro, y no cabe duda de que en él sucede algo. Con un mínimo
de supuestos, queremos p r e se n t a r brevemente algunos marcos rela-
cionados (por lo menos, relacionados en nuestras mentes). Los hemos
encontrado útiles al considerar el m o d o en que las personas dan sen-
tido a su m u n d o y discriminan p a r a sí mismas las «realidades» únicas
con las que cada uno vive y responde, tanto conductual como afectiva-
mente.

I.A O P E R A C I Ó N BÁSICA

El bloque constructivo de toda vida que no se encuentre en el nivel


más primitivo (las amebas, ciertos políticos, etc.), es la célula nervio-
sa, que opera siguiendo estrictamente un principio de «todo o nada»:
emite una descarga o no lo hace. Una distinción más básica: está ENCEN-
DIDA o APAGADA. La decisión de cada célula de transmitir o no se basa
en su particular y constante u m b r a l de excitabilidad; no puede comu-
nicar información de ninguna otra m a n e r a que no sea con la frecuen-
cia con que se descarga (por ejemplo, no puede recurrir a variar la in-
tensidad de sus respuestas). El proceso de la evolución hacia formas
superiores de funcionamiento se basa primordialmente en «tender»
conexiones sinápticas cada vez m á s ricas y variadas entre un crecien-
te n ú m e r o de células nerviosas básicas, cada u n a de las cuales sólo
sigue siendo capaz de indicar dos estados posibles.
Spencer-Brown dice que la operación básica es trazar una distin-
ción que, una vez establecida, crea dos espacios o estados, separados
por un límite y susceptibles de marcarse (nombrarse) (Spencer-Brown,
1979, pag.1). El hecho de que esta operación se realice implica q u e
existió primero una distinción entre el observador y el campo de obser-
vación. Sea cual fuere el impulso a t r a z a r u n a distinción, ésta deter-
minará qué lado del límite será el m á s significativo, de m o d o q u e el
otro se convierte en lo que no es el primero.
Está claro que, cuanto más primitiva es una forma de vida, menos
¿QUÉ ES LO QUE SUCEDE ENTRE OREJA Y OREJA?
39

distinciones necesitará para funcionar dentro de los p a r á m e t r o s defi-


nidos por su forma: distinciones, por ejemplo, entre lo caliente y lo no
caliente, lo frío y lo no frío, lo o s c u r o y lo no o s c u r o , la luz y la
no luz, lo húmedo y lo no húmedo, lo seco y lo no seco, lo comestible y
lo no comestible, lo seguro y lo no seguro, lo peligroso y lo no peligro-
so, etcétera. Cuanto m á s compleja sea la forma de vida, m a y o r será la
cantidad y variedad de las distinciones que podrá trazar. Cuanto más
complejos sean el aparato sensorial y el sistema nervioso, m á s sutiles y
variadas serán las distinciones que esa forma de vida sabrá establecer.
Sin duda, es posible trazar distinciones dentro de las distinciones.
Por ejemplo, la respuesta de un organismo que traza la distinción entre
lo c o m e s t i b l e y lo no comestible se verá afectada p o r la d i s t i n c i ó n
que ese m i s m o organismo establece entre lo cercano y lo no cercano,
entre estar cansado y no cansado, o tener hambre y no tener h a m b r e .
Las distinciones que definen el grado de urgencia e intensidad con que
se ven otras distinciones pueden llevar a organizarías en u n a varie-
dad de ordenamientos jerárquicos. Por ejemplo, un h a m b r e intensa
podría impulsar a un animal cansado a perseguir algo no cercano pero
comestible. A la inversa, un cansancio intenso puede d e t e r m i n a r que
un animal h a m b r i e n t o pase p o r alto algo comestible pero no cerca-
no. Algo cercano y comestible podría no suscitar ninguna respuesta en
un animal que no está cansado pero tampoco tiene h a m b r e . Aunque
éstos son ejemplos un tanto simplificados, a través de ellos p u e d e ver-
se que, incluso cuando la gama de distinciones es mínima, se vuelve
posible un grado considerable de complejidad en la experiencia del
organismo y en sus respuestas al medio.
El t a m a ñ o y la capacidad del cerebro h u m a n o , la complejidad de
nuestro a p a r a t o sensorial y nuestro sistema nervioso, y n u e s t r a apti-
t u d p a r a el p e n s a m i e n t o abstracto, determinan que la g a m a y com-
plejidad jerárquica de las distinciones que podemos trazar resulte prác-
ticamente infinita.
A pesar de los intentos de los sociobiólogos de explicar en todo lo
posible n u e s t r a conducta como determinada genéticamente, se diría
que se la p u e d e considerar basada en la «conexión» de relativamente
sólo unos pocos rasgos básicos. Nuestra dotación genética parece impul-
sarnos a comer, a defendernos, a h u i r cuando es necesario, a reunir-
nos en agrupamientos sociales, a reproducirnos y a cuidar a n u e s t r a
prole. También parecemos dispuestos a reír, a menudo en relación con
el ejercicio de nuestra curiosidad casi insaciable por la naturaleza de
40 GUÍA BREVE DE TERAPIA BREVE

lo que n o s rodea, con su interminable provisión de enigmas. En este


sentido no somos muy diferentes de los chimpancés, que pueden des-
cribirse de un m o d o muy parecido. Lo distinto es que, con nuestros
cerebros m á s grandes, según Chomsky, tenemos también una red de
conexiones p a r a el desarrollo del lenguaje simbólico, y a través del len-
guaje h e m o s podido comprender y articular u n a multitud de mundos,
que van desde el básico y más práctico hasta el m á s abstracto y meta-
físico (Chomsky, 1972, 1975).
Las distinciones que trazamos y los significados que atribuimos se
articulan, interpretan y reinterpretan a través de la riqueza del lenguaje
simbólico en el proceso evolutivo continuado de construcción de nues-
tras «realidades». Lo hacemos p o r medio de diálogos internos e inter-
personales. Como observan Goolishian y Anderson,

...en el sentido hermenéutico, los seres humanos construyen mun-


dos porque participan en el lenguaje, en las prácticas sociales, en las ins-
tituciones, y en otras formas de acción simbólica. Estas acciones socia-
les presuponen, exijen y recompensan las mismas construcciones del
mundo y el sí mismo corrientes en esa participación (1992, pág. 11).

L O S CONSTRUCTOS PERSONALES

El p s i c ó l o g o George Kelly p r o p u s o un m a r c o p a r a la c o m p r e n -
sión de la c o n d u c t a h u m a n a , b asado principalmente en el estableci-
miento de distinciones (Kelly, 1955). A nuestro juicio, este marco pare-
ce p o s t u l a r un proceso básico semejante a la «operación básica» de
Spencer-Brown, y también sigue el principio de economía de Guillermo
de Occam en c u a n t o a la formulación de hipótesis. Describiendo la
aportación de Kelly a las diversas teorías de la personalidad, Schultz
comenta:

Es poco lo que la teoría de Kelly comparte con los otros enfoques. Él


mismo nos advierte que no encontraremos muchos de los términos y
conceptos familiares de Jas otras teorías de la personalidad en su siste-
ma. Después de esto, procede a sacudirnos, señalando cuántos de tales
términos faltan en su enfoque: inconsciente, necesidad, impulso, estí-
mulo, respuesta, refuerzo y (esto es lo más sorprendente) motivación y
emoción (1990, pág. 380).
¿QUÉ ES LO QUE SUCEDE ENTRE OREJA Y OREJA? 41

El postulado esencial de la teoría de Kelly es que a las situaciones


se les da sentido por medio de la aplicación de u n a variedad de «cons-
tructos» que constituyen el m o d o singular en que cada uno de noso-
tros traza distinciones y categoriza sus experiencias, lo cual incide en
la m a n e r a en que prevemos los hechos futuros. Con el paso del tiem-
p o , todos desarrollamos u n a variedad de dimensiones, o conjuntos
de categorías, que nos resultan de particular importancia p a r a anali-
z a r el m u n d o y responder a él. Esas categorías reflejan nuestras va-
riadas experiencias hasta el m o m e n t o (según las recordamos e inter-
p r e t a m o s en el presente), nuestras preocupaciones actuales p o r los
principios. No sólo afectan nuestra percepción de las situaciones pre-
sentes y las respuestas que les damos, sino también nuestra previsión
del futuro probable y nuestra preparación para él. Los constructos exis-
ten primordialmente en el ojo del observador; p o r lo tanto, no deben
considerarse entidades como un ser real. Son interpretaciones de la
realidad objetiva, y no reflejos de ella. Continuamente se los somete a
revisión. En el capítulo 3 consideraremos algunos de los problemas que
surgen c u a n d o se tratan las abstracciones c o m o si fueran entidades
concretas. Toda percepción personal es altamente selectiva e indivi-
dual ( a u n q u e las personas de la m i s m a familia, con iguales antece-
dentes étnicos, fe religiosa, convicción política, género, etcétera, pue-
den, desde luego, compartir muchos constructos, que confirman por
medio de los rituales y el diálogo sostenido).
Los constructos pueden sacarse a luz, p o r ejemplo, pidiéndole al
sujeto que confeccione una lista de diez a quince personas con las que
tiene distintos tipos de relación significativa (padre, madre, h e r m a -
no, m a e s t r o , sacerdote, amigo, a m a n t e , extraño, etcétera); alternati-
vamente, esa lista puede proporcionarla el experimentador. A conti-
nuación, t o m a n d o tres ítem de la lista p o r vez, se le pregunta al suje-
to qué dos de los tres seleccionados son m á s semejantes entre sí, y en
qué difiere de ellos el tercero. E x a m i n a n d o las diferentes combina-
ciones, es posible identificar las características preferidas, y repre-
sentar en un gráfico las dimensiones a lo largo de las cuales el sujeto
tiende a establecer distinciones cuando evalúa a las personas. Argyle
señala que «las diferentes personas utilizan diferentes rasgos... Se vuel-
ven m á s precisas al evaluar las cualidades que m á s les importan...»
(Argyle, 1983, pág. 107).
Para Fransella y Bannister, el constructo es u n a discriminación, no
un rótulo verbal:
42 GUÍA BREVE DE TERAPIA BREVE

Kelly ofrece varias definiciones del constructo. Por ejemplo, dice que
es «un modo en que se asemejan dos o más cosas y por lo tanto difieren
de una tercera cosa, o de otras».... En todas estas definiciones, Kelly con-
serva la noción especial de que los constructos son bipolares. Su argu-
mento es que nunca afirmamos nada sin negar simultáneamente algo...
No siempre, ni siquiera a menudo, especificamos el polo contrastante,
pero Kelly dice que extraemos sentido de nuestro mundo observando
simultáneamente las semejanzas y las diferencias. La utilidad del cons-
tructo reposa en el contraste» (1977, pág. 5).

Aunque los científicos no están aún seguros de cómo se almacenan


los recuerdos, parece claro que el proceso supone la acumulación de
pautas asociativas entre los impulsos sensoriales. Este almacenamiento
de pautas —y no el almacenamiento secuencial de cada acontecimiento
sensorial aislado— es lo que nos permite operar con cantidades limi-
tadas de información. El acceso a una parte de una pauta nos hace posi-
ble una apreciación casi instantánea del modo de completar dicha pau-
ta sobre la base de asociaciones aprendidas previamente, del agrupa-
miento cartográfico de los datos que ingresan en pautas almacenadas
en la memoria. (Es fácil advertir las ventajas evolutivas que represen-
ta la capacidad para responder de este modo.)
Peter Russell dice que «la información se registra en vastas redes
interconectadas. Cada idea o imagen tiene centenares, quizá miles de
asociaciones, y está conectada con muchos otros puntos de la red men-
tal (1979, pag.105).
Las vías asociativas recorridas con más frecuencia tienden a refor-
zarse. Las utilizadas con menos frecuencia, aunque no desaparezcan,
probablemente tienden a perder importancia y «olvidarse», del mismo
modo que las sendas que atraviesan u n a selva son cubiertas de nuevo
por la vegetación, a menos que el tránsito reiterado por ellas las man-
tenga abiertas.
A medida que quedan establecidas p a u t a s de asociaciones, éstas
tienden a influir en la selección y flujo de la información subsiguien-
te. Como ha señalado de Bono, «las pautas se extraen del ambiente sólo
sobre la bases de la familiaridad, y a través de tal selección se vuelven
cada vez más familiares» (1971, pág. 124). De este modo desarrollamos
jerarquías de pautas de distinciones dentro de las distinciones, que tien-
den a gobernar el modo en que nos vemos a nosotros mismos, a nues-
tro m u n d o y a cómo le atribuimos significado a nuestras experiencias.
¿QUÉ ES LO QUE SUCEDE ENTRE OREJA Y OREJA?
43

A las estructuras que creamos a partir de esas abstracciones las defi-


niremos c o m o «realidad». Sin duda, las distinciones necesarias para
preservar la vida y la seguridad tienen una importancia primordial. Las
distinciones pueden basarse en constructos articulados con relativa
facilidad y ser accesibles a la introspección en los recuerdos de expe-
riencias y condicionamientos más profundamente enterrados, o inclu-
so en nuestros instintos más básicos y menos articulables. También en
este caso, la organización jerárquica depende del contexto instantáneo.
Si un adulto ve a un niño en peligro, sin pensar en absoluto (o con inde-
p e n d e n c i a de lo que piense), es capaz de enfrentarse a algo que, en
un contexto diferente, le provocaría una fobia irracional o un terror
razonable.
Otras dimensiones importantes en el establecimiento de distin-
ciones son las que nos permiten definir diversas categorías de «ellos»
y «nosotros»: por ejemplo, familia, tribu, raza, género, color, creen-
cia religiosa, clase social y la multitud de otros agrupamientos que pue-
den adquirir u n a importancia profunda y duradera, o bien transitoria,
en nuestra vida.

...después de que los hechos han sido asignados a una categoría glo-
bal, las observaciones ulteriores sobre ellos tienden a ser tendenciosas...
tienden a ser asignados a conductas incluso sobre la base de poca infor-
mación... Después de haber aplicado rótulos globales, puede resultar difí-
cil refutarlos y descartarlos. Además, si una cultura comparte amplia-
mente y utiliza de modo habitual vastas categorías de rasgos, puede
llegar a verlos como descripciones intuitivamente adecuadas de con-
ductas a las que en realidad no se adecúan bien.
A menudo se ha encontrado que, después de que un individuo cate-
goriza o agrupa los estímulos, tiende a retener esa categoría incluso fren-
te a pruebas en sentido contrario, prestando menos atención a la nueva
información y concentrándose, en cambio, en la información que con-
firma su categoría (Mischel, 1968, pág. 58).

A veces, sólo p r e d o m i n a n u n a s pocas dimensiones p r i m a r i a s .


Entonces m u c h a s otras dimensiones potenciales son absorbidas p o r
las pocas que se consideran más inclusivas, y puede desarrollarse u n a
rigidez de actitudes y respuestas durante un período breve o m á s pro-
longado. Por ejemplo, dimensiones tales como la bondad o la maldad,
el estatus, la inteligencia, el atractivo, pueden ser notablemente afec-
tadas cuando se las construye viéndolas a través del cristal de dimen-
44 GUÍA BREVE DE TERAPIA BREVE

siones jerárquicamente superiores (para nosotros) tales como la fami-


lia, la tribu, el color, la religión, «parecerse al tío Jack», etcétera. En un
nivel m u c h o m á s trivial, las distinciones q u e se trazan comúnmente
entre los pelirrojos y el resto de nosotros pueden afectar nuestra acti-
tud y nuestra tolerancia respecto de los estallidos de ira. Bajo presión
(y lo que se experimenta como presión, en medida considerable, está
en el ojo del observador), es probable que cualquiera de nosotros reduz-
ca su enfoque a esas dimensiones, q u e p a r e c e n las m á s importantes
para la supervivencia inmediata. Ciertas posiciones fundamentalistas
políticas y religiosas pueden actuar como «agujeros negros» en los que
permanentemente desaparecen verdaderos universos de dimensiones,
bajo el imperativo de unos pocos temas dominantes. Como observa de
Bono,

...de la tendencia a tratar las cosas en términos de polos opuestos


surge el peculiar peligro de que estos polos se alejen tanto como sea posi-
ble... Entonces cualquier distinción se magnifica hasta convertirse en
una distinción absoluta. Exactamente el mismo efecto explica el proce-
so en el cual una descripción parcial reemplaza a la descripción total. Es
fácil tildar a un político de corrupto, o a una mujer de ramera, aunque
sólo una pequeña parte de su conducta justifique tal descripción. Pero
si esta pequeña parte es la única distintiva, se la toma como represen-
tativa del todo» (1971, págs. 201-202).

Schultz señala que los constructos van desde los que son permea-
bles y «susceptibles de revisarse y ampliarse a la luz de nuevas expe-
riencias», h a s t a los que parecen impermeables y «no susceptibles de
revisión o reemplazo, sean cuales fueren las nuevas experiencias acce-
sibles... Una p e r so n a puede tolerar algunas incongruencias subordi-
nadas sin descartar o modificar el constructo general» (Schultz, 1990,
págs. 390-391). De modo que la complejidad cognitiva (que puede defi-
nirse en función del mayor n ú m e r o de dimensiones independientes
accesibles para su uso en el trazado de distinciones en cualquier momen-
to) es defendiblemente equiparable a la flexibilidad, la responsabili-
dad, la tolerancia, la comprensión, la creatividad, etcétera. Presumible-
mente, h a b r á todo un complejo de factores personales, interpersona-
les, de p e r t e n e n c i a grupal (incluso la r a z a y el género), históricos y
sociopolíticos q u e afectarán, en cada u n o de nosotros, a la constan-
cia o inconstancia relativas de cualquier grupo particular de constructos
relacionados.
¿QUÉ ES LO QUE SUCEDE ENTRE OREJA Y OREJA?
45

FlGURA/FONDO: LOS EFECTOS DE LA TENDENCIA


DEL OBSERVADOR

Así pues, en cualquier campo que atraiga la atención, ciertos aspec-


tos de la situación se destacarán en u n a relación de figura/fondo sobre
los otros aspectos.
Hace m u c h o s años, un amigo de uno de nosotros compró un dibu-
jo Victoriano que era más bien una imagen, ejecutada con habilidad,
de figura y fondo reversibles, del tipo que ilustra con frecuencia las
obras sobre psicología de la percepción. El dibujo podía verse como
una joven desnuda o como un conjunto de cráneos humanos. Este ami-
go solamente había visto la primera figura, y no pudo ver la otra has-
ta un tiempo después de que le fuera señalada. Varios días más tarde
estaba m i r a n d o distraídamente la imagen, cuando de pronto vio por
primera vez las calaveras. Está claro que en los dibujos de este tipo la
emergencia de uno u otro tema depende de dos interpretaciones total-
mente diferentes acerca de qué líneas y qué zonas sombreadas cons-
tituyen la figura en torno a la cual el resto se convierte en el fondo. Los
dos temas no pueden ser simultáneos para ningún observador (aun-
que, c u a n d o u n o ha aprendido a verlos, se p u e d e n alternar rápida-
mente). E x a m i n a n d o el fenómeno de la figura/fondo en un capítulo
sobre la percepción, Adcock comenta que «en la porción considerada
como figura son observables los detalles, mientras que el fondo tiende
a ser m á s bien homogéneo» (1964, pág. 142).
Como h a n demostrado los estudios de Rosenthal y sus colabora-
dores sobre los efectos de las tendencias del experimentador, el sen-
tido que le d a m o s a las cosas, lo que escogemos como figura y como
fondo, y nuestras predicciones acerca del futuro, no sólo inciden sobre
nuestras propias conductas, sino que pueden también afectar profun-
d a m e n t e las c o n d u c t a s de los otros (Rosenthal, 1966; Rosenthal y
Jacobson, 1968). En uno de sus experimentos, a un grupo de maestros
se les i n f o r m ó q u e los niños de sus clases h a b í a n p a s a d o un test de
inteligencia p a r a prever cuáles de ellos era probable que destacasen.
Además se les dieron los nombres de quienes supuestamente habían
obtenido puntuaciones altas. En realidad, los «niños especiales» ha-
bían sido elegidos al azar. De modo que la diferencia entre esos «niños
especiales» y el resto sólo existía en la mente de los maestros. Al cabo
de u n año,
46 GUÍA BREVE DE TERAPIA BREVE

...apareció una significativa ventaja de expectativa, especialmente


grande entre los niños del primer y el segundo grado. La ventaja de los
que se esperaba que descollaran fue evidente con estos niños más peque-
ños en el CI total, el CI verbal y el CI de razonamiento. Los niños del gru-
po control progresaron bastante en su coeficiente intelectual: el 19 por
ciento ganó 20 o más puntos de CI total. Pero, entre los niños «especia-
les», realizó ese mismo progreso el 47 por ciento» (Rosenthal y Jacobson,
1968, pág. 175).

Otros investigadores han subrayado los efectos de nuestras expec-


tativas, no sólo sobre el modo en que se ven las cosas, sino también
sobre las acciones, como consecuencia de las distinciones establecidas.
Rosenhan ha informado sobre la investigación que demostró convin-
centemente la imposibilidad de distinguir, de m o d o fiable, a cuerdos
de enfermos en los hospitales psiquiátricos, en los que se construye una
realidad tal que cualquier conducta, por m á s n o r m a l que sea, puede
llegar a verse c o m o un signo evidente de enfermedad. En la historia
clínica de u n o de los investigadores/seudopacientes, que había estado
escribiendo extensa y abiertamente sobre su experiencia, apareció el
c o m e n t a r i o siguiente: «El paciente p r e s e n t a c o n d u c t a escritural".
Aparentemente, ningún miembro del personal le preguntó qué era lo
que escribía (Rosenhan, 1973).
Como u n o de nosotros ha dicho en otro lugar,

...cuando nuestras pautas de asociación quedan establecidas de un


modo particular, tienden a influir en el procesamiento de las experien-
cias subsiguientes... De este modo, desarrollamos marcos de creencias o
«tendencias» mentales que determinan el modo en que nos vemos a noso-
tros mismos y vemos nuestro mundo, atribuimos significado y respon-
demos a esas experiencias. En nuestras relaciones con los otros, tende-
mos a desarrollar pautas de conductas conjuntas que reflejan nuestras
tendencias mentales y las de las personas con las que interactuamos; esas
tendencias van confirmándose por la repetición, aunque pocas veces estas
pautas se desarrollan conscientemente (Cade, 1991, pág. 35).

Este proceso ha sido descrito sucintamente por Zukav:

La realidad es lo que tomamos como cierto. Lo que tomamos como


cierto es lo que creemos. Lo que creemos se basa en nuestras percep-
ciones. Lo que percibimos depende de lo que buscamos. Lo que busca-
¿QUÉ ES LO QUE SUCEDE ENTRE OREJA Y OREJA? 47

mos depende de lo que pensamos. Lo que pensamos depende de lo que


percibimos. Lo que percibimos determina lo que creemos. Lo que cree-
mos determina lo que tomamos por cierto. Lo que tomamos por cierto
es nuestra realidad (1979, pág. 328).

No p r e t e n d e m o s que todo esto represente la verdad sobre lo que


sucede entre oreja y oreja. Se trata de los marcos m á s austeros para
comprender los procesos mentales basados en la operación básica de
nuestros bloques constructivos básicos, con el menor número posible
de supuestos.
3. LA REALIDAD DE LA «REALIDAD»
(O LA «REALIDAD» DE LA REALIDAD):
«¿QUÉ ES LO QUE ESTÁ OCURRIENDO REALMENTE?»

...el razonamiento sobre las causas y efectos es muy difícil...


Ya nos ha costado mucho establecer una relación entre un efec-
to tan obvio como un árbol carbonizado y el rayo que le prendió
fuego, de modo que rastrear cadenas de causas y efectos a veces
interminables me parece tan necio como tratar de erigir una torre
que toque el cielo.
El nombre de la rosa, Eco (1983)

Algunos trabajos recientes han iniciado en nuestro campo un deba-


te sobre la naturaleza de la realidad. Watzlawick (1984) compiló un
libro titulado The Invented Reality, en el que los colaboradores sostie-
nen de diversa manera que la realidad no es más que u n a construcción,
una invención, que surge del modo en que cada observador ve el mun-
do. Speed, p o r o t r a parte, ha defendido lo que ella llama u n a posi-
ción constructivista: la realidad existe; nuestras construcciones la refle-
jan de un m o d o m á s o menos adecuado, y están en u n a relación de
interpretación con ella (1984a, 1984b, 1991).
Aquí t r a t a r e m o s de subrayar algunos p r o b l e m a s que, a nuestro
juicio, p u e d e n surgir en este debate, como consecuencia de que no se
diferencie con claridad entre dos niveles: 1) el nivel de las cosas y los
hechos, y 2) los significados que se les atribuyen. También propugna-
remos u n a posición anarquista, en el sentido de que, p o r un lado, aun-
que hubiera u n a realidad absoluta, es mejor no creer en ella, y, por otra
parte, cualquier visión de la realidad, por a bsurda que parezca, pue-
de merecer que se crea en ella en uno u otro m o m e n t o . En otras pala-
bras, no debemos creer en nada y creer en todo, al mismo tiempo. Hacer
menos puede llevarnos a las múltiples posiciones absurdas que vemos
en torno a nosotros, en nuestro mundo aparentemente loco y suicida.

Las COSAS y los HECHOS se limitan a observaciones y descripciones


50 GUÍA BREVE DE TERAPIA BREVE

de base sensorial de lo que percibimos, o recordamos haber percibido,


a través de nuestros sentidos; son lo que está sucediendo o lo que ha
sucedido.
Los SIGNIFICADOS son interpretaciones, conclusiones, creencias y
atribuciones derivadas de, impuestas a, o relacionadas con, esas cosas
y hechos percibidos.

Comencemos con el nivel de la realidad que involucra a las cosas y


los hechos. Para la mayoría de nuestros fines, parece sensato que acep-
temos ese nivel de realidad. Aunque esto podría no ser así con otras
formas de vida aún no descubiertas, en general todos estamos de acuer-
do acerca de la existencia y las dimensiones de las cosas particulares,
y en cuanto a que, dentro y entre las cosas, a lo largo de ciertas esca-
las temporales, se producen cambios que nosotros podemos observar
y medir. Las diferencias, a veces espectaculares y de gran alcance, apa-
recen en la interpretación y en la atribución de significados a aquellas
cosas.
Esto ha sido muy bien subrayado en un artículo de Scheflen, «Susan
Smiled: On Explanation in Family Therapy» (1978). Sin duda todos los
observadores del hecho mencionado en el título de ese artículo (la son-
risa de Susan) estarán de acuerdo, si se les da tiempo para el análisis,
en que los labios de S u s a n se movieron de cierto m o d o en un cierto
momento y en u n a relación cronológica con las conductas de las otras
personas que estaban en la habitación. Pero esos mismos observado-
res pueden diferir en la selección de las cosas y hechos significativos,
y en la atribución de significados. En el grupo de discusión descrito en
el artículo, tales diferencias de interpretación parecieron llevar a poco
más que un examen interesante y prolongado de los significados posi-
bles de la sonrisa de Susan. En otros contextos, este m i s m o fenómeno
(el fenómeno de que las cosas y los hechos p u e d e n verse de muchos
modos, a veces conflictivos) puede conducir al desarrollo de toda una
gama de problemas h u m a n o s , que van desde tendencias relativamen-
te menores hasta la persecución religiosa, las grandes guerras y, quién
sabe, quizá incluso la aniquilación planetaria total.
En este p u n t o hay que admitir que, al descender en la escala has-
ta los niveles subatómicos, tropezamos i n m e d i a t a m e n t e con proble-
mas relacionados con la definición de la realidad. Por sólido que parez-
ca un trozo de roca c u a n d o se tiene la experiencia de él a través de
los sentidos h u m a n o s desnudos, si se lo sondea en el nivel subatómi-
LA REALIDAD DE LA «REALIDAD» 51

co se vuelve m á s bien insustancial y elusivo. Parece estar formado por


relaciones entre partículas minúsculas que existen brevemente en un
mundo de probabilidades (y que quizá sólo adquieren existencia en vir-
tud del proceso m i s m o de la observación). Como dice Capra, «el con-
cepto de m a t e r i a en la física subatómica... es totalmente distinto de
la idea tradicional de sustancia material de la física clásica. Lo mismo
vale respecto de conceptos tales como espacio, tiempo, o causa y efec-
to» (1976, pág. 15). El físico Henry Pierce Stapp, en un artículo inédito
citado en la fascinante obra de Zukav, titulada The Dancing Wu-Li
Masters, señala que:

Si la actitud de la mecánica cuántica es correcta, en el sentido fuer-


te de que no es posible una descripción más completa que la que esta
mecánica proporciona de la subestructura que subyace en la experien-
cia, entonces no hay ningún mundo físico sustantivo, en el sentido habi-
tual de la palabra. Ésta no es la conclusión débil de que podría no haber
un mundo físico sustantivo, sino de que definitivamente no hay un mun-
do físico sustantivo» (1979, pág. 105).

No obstante, a nuestros fines, permaneceremos un tanto por enci-


ma del nivel subatómico; nuestro plano es el de las cosas y aconteci-
mientos que experimentamos en el ambiente, y que pueden conside-
rarse razonablemente «allí afuera».
A veces, Watzlawick parece asumir una posición un tanto extrema,
sosteniendo que no existe ninguna realidad «allí afuera», sino sólo la
que en «el sentido m á s inmediato y concreto» (1984, pág. 10) es cons-
truida por el observador. Al no diferenciar claramente entre los nive-
les, entre las cosas y los hechos y los significados que se les pueden atri-
buir, este a u t o r parece adoptar una posición tan solipsista, que sería
interesante invitarlo a elaborarla en profundidad frente a un oso polar
enfurecido. ¿Está «realmente» allí la criatura? Sin embargo, la discu-
sión entre un peletero, un esquimal, un aficionado a la caza mayor
en busca de trofeos y un ambientalista, bien podría demostrar que, aun-
que ninguna de esas personas cuestione la realidad de tales animales,
quizá difieran radicalmente en su modo de verlos y tratarlos.
Desde luego, como ha demostrado Rosenthal, las creencias y expec-
tativas de un observador pueden ejercer u n a influencia directa y de
auto-incumplimiento sobre la conducta de las personas o criaturas obser-
vadas (que es lo que también parece ocurrir con las partículas subató-
micas) (Rosenthal, 1966). La selección tendenciosa de las percepcio-
52 GUÍA BREVE DE TERAPIA BREVE

nes conduce a respuestas peculiares del observador, q u e transmiten


información capaz de p r o m o v e r y reforzar ciertas c o n d u c t a s en los
observados, alineadas con las expectativas del observador y, por lo gene-
ral, en gran medida fuera de la percatación consciente de las partes.
Por lo tanto, la actitud del observador respecto de los osos polares pue-
de incidir en el m o d o en q u e el oso se c o m p o r t e con él, y en conse-
cuencia «construir» un aspecto de la realidad. Pero el oso polar físico
existe con independencia del proceso de la observación (y, de todos
modos, si no en un sentido absoluto, en el nivel de la realidad física
que nosotros habitamos es prudente creer en su existencia).
Speed, p o r otro lado, cae en el error opuesto. T a m p o c o ella dife-
rencia con claridad los diferentes niveles, y parece equiparar, por ejem-
plo, la estructura física perfectamente definible de u n a montaña, con
u n a presunta «realidad» o «verdad» igualmente absoluta y definible de
lo que sucede en u n a familia, realidad a la cual, refinando progresi-
vamente sus modelos, el observador podría acercarse cada vez más.
Esta autora dice que las hipótesis sobre las familias son útiles porque
son «verdaderas» (o m á s bien, según se rectifica a continuación, por-
que «son reflejos o modelos relativamente más adecuados de la reali-
dad»).
La «realidad» de la familia es algo un tanto complejo. En un nivel,
la mayoría de los observadores se pondrían de acuerdo en cuanto a la
cantidad de participantes, su sexo, su altura, y otras facetas del aspec-
to físico, y sobre los hechos que se produjeron entre los diversos miem-
bros (por ejemplo, la m a d r e giró 180 grados y levantó la voz en varios
decibelios; pronunció un cierto número de palabras; el padre, a la cuar-
ta palabra, giró rápidamente 170 grados y salió de la habitación; cuan-
do él estaba a dos metros de la puerta, aparecieron lágrimas en los ojos
de la hija; la m a d r e se acercó a ella y le pasó el brazo sobre los hom-
bros, etcétera; estos análisis pueden realizarse en un nivel microscó-
pico, instante por instante, o en un nivel menos detallado, durante lap-
sos más largos). No obstante, cuando se trata de aplicar significados a
los hechos, todo se vuelve m u c h o más complejo:

En cualquier situación dada, hay facetas potencialmente ilimitadas


de la gestalt total de experiencias de origen externo e interno utilizables
para recrear las condiciones originales capaces de llevar a la «recupe-
ración» de toda una gama de recuerdos y asociaciones. Que sean unas u
otras de estas facetas de la experiencia las realidades en un momento
LA REALIDAD DE LA «REALIDAD»
53

dado, contra el enorme trasfondo de las asociaciones potenciales, depen-


de de las peculiares preocupaciones, conscientes o menos conscientes,
que tenemos en ese momento... En otras palabras, nuestras preocupa-
ciones peculiares, los peculiares enfoques derivados de nuestros marcos
para la aplicación de significados, separarán, por medio de la intensifi-
cación, ciertos rasgos o aspectos de la experiencia, respecto de la rique-
za implícita o potencial de las asociaciones posibles. Cuando las pautas
de asociación queden establecidas de determinada manera, tenderán a
influir, en consecuencia, en el procesamiento de las experiencias subsi-
guientes (Cade, 1991, pág. 35).

En todo h e c h o o serie de hechos que involucran a varias perso-


nas, la situación es infinitamente más compleja; se constituye u n a com-
plicada red de distinciones trazadas, recuerdos, asociaciones y rela-
ciones entre los procesos de selección y agrupamiento p a u t a d o de cada
participante, todo ello influido por los mitos individuales, familiares,
culturales, religiosos y raciales sobre lo que es y lo que ha sido, por qué
debió o p u d o h a b e r sido, y lo que debe ser; esa t r a m a , a su vez, sólo
es observable mediante un proceso análogo del observador.
Veamos un ejemplo simplificado. Un hombre, en virtud de todo un
complejo de condicionamientos, experiencias, prejuicios, mitos, etcé-
tera, puede h a b e r desarrollado la idea de que no se p u e d e confiar en
ciertas mujeres (o en ninguna mujer), y de que ellas t r a t a n siempre
de controlar a los h o m b r e s por medio de ardides femeninos e intrigas.
Tenderá a percibir las acciones de toda mujer con la que tiene alguna
relación a través de este conjunto de constructos (y a r e a c c i o n a r en
consecuencia). Supongamos que, en una relación anterior, este hom-
bre llegó a ver a la mujer como «perseguidora» y «tramposa», en vir-
tud de constructos probablemente derivados de un complejo de «con-
dicionamientos» tanto personales como sociales. Nuestro sujeto habría
reaccionado finalmente en consecuencia (desde su perspectiva).
Una mujer que, p o r su parte, ha desarrollado la idea de q u e algu-
nos hombres (o todos los hombres) son incapaces de comprometerse
emocionalmente e intentan dominar y controlar como si tuvieran dere-
cho a hacerlo, tenderá a percibir bajo esta luz las acciones de cualquier
varón con el que se relacione (y a reaccionar en consecuencia). Entre
estos dos individuos la pauta de la interacción se desarrollaría a partir
de tales reacciones y contrarreacciones (originadas en p a r t e o en gran
medida en los «constructos» de las generaciones precedentes, así como
en los de las normas sociales prevalecientes). Decidimos nuestro modo
54 GUÍA BREVE DE TERAPIA BREVE

de actuar en concordancia con los constructos (o diálogos internos) a


través de los cuales cada u n o de nosotros ve y «da sentido» a lo que
sucede en cualquier relación o conjunto de relaciones (con indepen-
dencia de que estemos en lo cierto o no, y suponiendo que esto pueda
llegar a determinarse).
Durante algún tiempo, el hombre puede experimentar a esta mujer
como distinta de la mujer de su relación anterior y, por lo tanto, actuar
también él de distinto modo. Pero es posible que, si la relación entre
ellos se prolonga, los constructos generales de él acerca del modo en
que se comportan las mujeres en las relaciones largas, comiencen a
incidir en la interpretación que les da a algunas de las conductas de
ella, viéndolas c o m o «persecución» y «trampa». E n t o n c e s iniciaría
un repliegue, d a n d o precisamente paso a la g a m a de conductas más
temibles desde la perspectiva de la mujer. Consideremos ahora las cosas
desde el lado de ella. Aunque inicialmente experimentara al hombre de
modo diferente, su constructo general según el cual «la mayoría de los
hombres se distancian emocionalmente» podría llevarla a esperar y,
por lo tanto, interpretar aspectos de las conductas subsiguientes del
compañero como los primeros signos de u n a retracción que la asusta
y la lleva a «perseguir», con lo cual suscita precisamente la gama de
conductas de él que ella más teme.
Actuamos en concordancia con los motivos y proyectos que atri-
buimos a las acciones de los otros y que usamos para explicarlas (correc-
ta o erróneamente), y también en concordancia con nuestros propios
proyectos (de los q u e en cada m o m e n t o s o m o s m á s o m e n o s cons-
cientes). Sin darse cuenta, las personas se atrapan recíprocamente en
«juegos» (a veces de consecuencias trágicas) mientras tratan de pro-
mover y proteger sus intereses (y quizá también los de los otros, aun-
que erróneamente percibidos o representados).
Desde luego, esto t a m b i é n es válido con respecto al m o d o en que
experimentamos las acciones de nuestras parejas (y sus parientes y los
nuestros) en sus relaciones con nuestros hijos, y también las acciones
de nuestros hijos en su relación con nosotros y nuestros cónyuges (y
con todos los otros parientes).
Una multitud de factores gravitan en el m o d o en que interpretamos
esas acciones. Entre ellos se cuentan aspectos del desarrollo de nues-
tras relaciones familiares y matrimoniales (a nuestro juicio), los con-
dicionamientos y m a n d a t o s (recibidos en nuestra propia experiencia
familiar) sobre la naturaleza del matrimonio y lo que se puede esperar
LA REALIDAD DE LA «REALIDAD» V,

de él, y sobre el lugar de los hijos, de cada uno de los sexos, en la rela-
ción matrimonial, así como los imperativos y estereotipos sociales al
respecto. Tratamos de reaccionar en concordancia con los motivos y
proyectos que atribuimos a esas acciones; por ejemplo, quizá atribu-
yamos móviles «sucios» a nuestro cónyuge, a nuestro hijo, o a ambos,
y a otras personas (Palazzoli y otros, 1989), además de tener nuestros
propios motivos y proyectos. Entra en juego el p o d e r del efecto
«Pigmalión», la profecía de autocumplimiento, que genera su propia
realización.
A su vez, los niños recogen constructos sobre ellos m i s m o s (tam-
bién tomados de la familia y de los valores y actitudes sociales), que
incluyen, en las familias con problemas crónicos, la posibilidad de
muchas ideas autodenigratorias. Entre esos constructos (que vemos
como «existentes» en u n a jerarquía compleja de temas entrelazados)
habrá ideas sobre los roles que deben adoptar en relación con padres
y hermanos, con la familia global y la sociedad: «salvador», «ángel»,
«aliado», «favorito», «villano», «perseguidor», «víctima», «éxito», «fra-
caso», etcétera. Cuanto más nos comportamos respecto de alguien como
si él fuera algo, m á s probable es que él se convierta en eso. Cuanto más
nos comportamos como si nosotros mismos fuéramos algo, más pro-
bable es que nos convirtamos en eso.
Basta con añadir a la mezcla más de la misma pauta repetidamen-
te actuada e identificada, continuamente influida p o r la aplicación
de más de los mismos modos de construir lo que sucede, lo que con-
duce a más de las mismas atribuciones relacionadas con las acciones
de los otros participantes en el juego, y así sucesivamente.
En la posición de Speed parece estar implícita la creencia en pau-
tas o estructuras concretas que existirían en la familia y en sus rela-
ciones internas y externas; Speed también parece creer en u n a estruc-
tura oculta pero explícita para el individuo, y en procesos inconscien-
tes compartidos, que escogen y agrupan en pautas las experiencias a
partir de las cuales los participantes responden y reaccionan entre sí.
Welwood dice:

Según el modelo tradicional del inconsciente en la psicología pro-


funda, parecería que tiene una estructura explícita, que los impulsos,
deseos, represiones o arquetipos existen en forma explícita; que el incons-
ciente es una especie de alter ego autónomo... Lo inconsciente son los
pautamientos holísticos, que se pueden explicar de muchos modos dife-
56 GUÍA BREVE DE TERAPIA BREVE

rentes y en muchos niveles diferentes de la interrelación organismo/


ambiente (1982, pág. 133).

En el reino de la a t r i b u c i ó n de significados, el h e c h o de que un


mapa, modelo o marco de creencias sea adecuado, no significa en nin-
gún sentido absoluto que sea de algún modo verdadero o esté más cer-
ca de u n a «verdad» absoluta que otro modelo adecuado. Todo lo que
puede decirse es que las pautas de asociaciones seleccionadas, las cone-
xiones realizadas y los significados atribuidos (tal vez sería más exac-
to decir «impuestos») p o r medio de esos marcos, son más o menos úti-
les o funcionales para ciertos propósitos (por ejemplo, son útiles para
la explicación y predicción). Speed habla de «la realidad de las pau-
tas de la familia»; en este caso, comete un error fundamental al con-
fundir niveles de realidad. Las p a u t a s son conexiones entre elementos,
entre cosas y hechos, establecidas por un observador. Desde luego, para
la m a y o r parte de los fines, se p u e d e considerar q u e las cosas y los
hechos existen «allí afuera», pero las pautas pertenecen a un nivel dife-
rente, y son impuestas p o r el observador a partir de marcos peculiares
p a r a trazar distinciones y desarrollar comprensión, en relación con-
ciertos propósitos de ese observador.
En la figura 1 se ve claramente lo que decimos. Arriba hay 24 pun-
tos, que, d a d o el p r o p ó s i t o de este capítulo, el lector p u e d e a c e p t a r
como existentes realmente «allí afuera». En el resto de la página vemos
algunas de las pautas m á s directas que pueden «imponerse» para esta-
blecer y destacar las relaciones entre esos puntos, empezando p o r ver-
los como 4 filas horizontales de 6 puntos, después c o m o 6 columnas
verticales de 4 puntos, y así sucesivamente.
La perspectiva de Speed da p o r sentado que todas estas pautas, pre-
sumiblemente junto con las otras posibles, que son innumerables (y no
hemos hablado de utilizar líneas curvas), están realmente en los pun-
tos, con independencia del acto de observar. Esa autora cae víctima de
lo que A. N. Whitehead d e n o m i n a «la falacia de la concreción mal ubi-
cada». Como explica Waddington:

El pensamiento más convencional... reconoce ciertas nociones deri-


vadas y esencialmente abstractas, que han sido inventadas por el hom-
bre para tratar de dar sentido a las situaciones con las que tropieza. Son
ejemplos los átomos físicos, o sentimientos tales como la cólera, o nocio-
nes sociales tales como la de justicia. El hombre tiende a aceptar estas
LA REALIDAD DE LA «REALIDAD» 57

ideas como si fueran cosas concretas que, por así decirlo, pudieran reco-
gerse y ubicarse en algún otro lugar. Whitehead dice que, en realidad,
ellas derivan siempre de casos reales de experiencia humana. Las expe-
riencias son lo real; las nociones son secundarias y derivadas. Es peli-
groso olvidarlo, y tomar esas cosas secundarias como más concretas y
reales que lo que son en realidad (1977, pág. 24).

Obviamente, en cualquier marco explicativo debe h a b e r un grado


significativo de «adecuación» entre los dos niveles (y es «significativo»
el nivel «adecuación» necesario para que el observador p u e d a expli-
carse y predecir suficientemente en relación con sus fines). Así como
las pautas del diagrama deben adecuarse a la cantidad y a la distribu-
ción espacial de los p u n t o s , del m i s m o m o d o , en u n a familia, las
ideas del terapeuta sobre lo que está sucediendo deben adecuarse, en
un nivel, a las personas involucradas y a un número suficiente de hechos
«significativos» (y también a las ideas que los participantes tienen sobre
estas cuestiones). Incluso con tal restricción existe, lo m i s m o que en el
caso de los puntos, u n a variedad inmensa de p a u t a s y explicaciones
que el observador puede «imponer» (probablemente tantas pautas como
observadores) aunque, desde luego, las influencias familiares, de géne-
ro, culturales, educacionales, profesionales, teóricas y de m u c h o s otros
tipos, que los observadores tienen en común, d eterminarán que haya
considerable coincidencia con respecto a numerosas facetas.
Nosotros diríamos que las realidades que construimos nos ayudan
a idear interacciones o intervenciones útiles gracias a u n a adecua-
ción suficiente con facetas significativas (para ellos) de las realidades
construidas de los m i e m b r o s de la familia, con sus m o d o s de pensar
acerca de sí mismos. La «realidad» de una familia no será m á s que uno
de los modos (entre los muchos posibles) de dar sentido a las cosas y
hechos que los m i e m b r o s de esa familia e x p e ri m e n t a n (reales para
ellos), y de responder conductual y afectivamente. La habilidad del tera-
peuta consiste en encontrar una manera de ver la realidad familiar lo
bastante próxima a las ideas de los miembros de esa familia como para
poder comprometerlos, así sea brevemente, en u n a «realidad compar-
tida», pero con u n a perspectiva lo bastante distinta c o m o p a r a ayudar
a generar cambios en los significados y, por lo t a n t o , t a m b i é n en la
experiencia y la respuesta. Acercarse a la «realidad» de u n a familia no
significa que el terapeuta encuentre la realidad, del m i s m o m o d o que
conjeturar qué pauta emplea la familia para organizar los 24 puntos
58 GUÍA BREVE DE TERAPIA BREVE

FIGURA 1
LA REALIDAD DE LA «REALIDAD» 59

de nuestro diagrama no significa que esa pauta sea la real. Cualquiera


de las otras pautas se adecuaría igualmente bien.
Buda dijo a los buscadores de la verdad que considerar el m undo
de los objetos materiales, las emociones, las relaciones, etcétera, como
«realidad», es vivir en el error, y que considerarlos meras ilusiones es
también vivir en un error, igual de grande.

Mi punto de vista es que todos los problemas humanos, en todos los


niveles de funcionamiento, desde el individual hasta el internacional,
surgen de la reificación de los marcos de creencias, de los modos de
ver la realidad, y de las pautas reiteradas de respuesta que se originan en
esos marcos. (Desde luego, lo que digo se aplica a este mismo enuncia-
do, que no debe ser tratado con demasiado respeto.) Por ende, a mi jui-
cio, es importante que, para ser terapéuticos, nos volvamos anarquis-
tas en nuestros enfoques, que no creamos en nada y lo creamos todo al
unísono. Siempre que nuestra terapia recibe su forma de la ortodoxia
diagnóstica y terapéutica, de creencias personales fuertes, imponemos y
delimitamos, alentamos y en algunas circunstancias tratamos de poner
en vigor la ortodoxia en el pensamiento y la acción (a veces en nombre
de su opuesto) (Cade, 1985a, pág. 10).

Pero a fin de considerarlo todo debemos contar con un marco para


pensarlo. El error no consiste en que tengamos marcos, sino en que
olvidamos que son sólo marcos, y los confundimos con la realidad.
Después de haber asumido u n a posición con respecto a algo, empe-
zamos a cerrar nuestra mente a otras posibilidades, y a continuación
tendemos a seleccionar e interpretar datos que confirmen esa posición
y no vean, pasen por alto o rechacen lo que la contradice. Éste es un
proceso que uno de nosotros ha denominado «endurecimiento de las
categorías» (O'Hanlon, 1990). Desde luego, éste no es un problema
cuando no es un problema, pero cuando aparecen problemas, puede
volverse m u y i m p o r t a n t e . Entonces el fenómeno s u b r a y a d o p o r
Rosenthal (Rosenthal, 1966; Rosenthal y Jacobson, 1968), y las profe-
cías de autocumplimiento que Watzlawick ha descrito con tanta elo-
cuencia en su libro (Watzlawick, 1984, págs. 95-116), perpetúan y exa-
cerban lo que está sucediendo.
A modo de resumen, nos parece importante que, en cualquier dis-
cusión de la realidad, tengamos el cuidado de diferenciar con claridad
dos niveles: el de las cosas y los hechos que se pueden considerar razo-
nablemente como existentes «allí afuera», y el de los diversos marcos
60 GUÍA BREVE DE TERAPIA BREVE

a través de los cuales los pe rc i bi m os e interpretamos. También nos


parece vital que nunca creamos lo que creemos; eso le quita sustento
a la persecución de los disidentes. Como dice Feyerabend,

...dada cualquier regla, aunque sea «fundamental» o «necesaria» para


la ciencia, siempre hay circunstancias en las que es aconsejable no sólo
ignorarla, sino incluso adoptar su opuesto... mi tesis es que el anar-
quismo ayuda a lograr progreso en cualesquiera de los sentidos que uno
se tome el trabajo de escoger. Incluso una ciencia de «ley y orden» sólo
logrará éxito si en ocasiones permite que se produzcan movimientos
anarquistas (1978, págs. 23-27).
4. ¿CÓMO COMPRENDEMOS LAS EMOCIONES?

En la medida en que los factores cognitivos son potentes deter-


minantes de los estados emocionales, es posible inferir que exac-
tamente un mismo estado de excitación psicológica puede eti-
quetarse como «alegría», «furia» o «celos», o recibir cualquier otra
de entre una gran variedad de etiquetas emocionales, sobre la ba-
se de los aspectos cognitivos de la situación.
SCHACHTERY SlNGER ( 1 9 6 2 , p á g . 3 8 1 )

Una emoción es aproximadamente el significado que le damos


a nuestros estados sentidos de excitación.
HARRÉ Y SECORD (1972, pág. 272)

Una de las cosas que define los sentimientos es que nacen en


nosotros sin nuestra voluntad, y a menudo contra nuestra volun-
tad. En cuanto queremos sentir... el sentimiento ya no es un sen-
timiento, sino una imitación, una teatralización del sentimiento.
KUNDERA (1990, pág. 195)

«Pienso, luego existo», es el enunciado de un intelectual que


subestima el dolor de muelas. «Siento, luego existo», es una ver-
dad de validez mucho más universal, y se aplica a todo lo que vive.
KUNDERA (1990, pág. 200)

Otro ámbito de la experiencia humana, que a m e n u d o se conside-


ra que los t e r a p e u t a s breves p a s a n por alto, es el de las e m o c i o n e s .
Estamos de acuerdo con Kleckner y sus colaboradores en cuanto a que
«el terapeuta estratégico que no siente» es en gran medida un mito.
También coincidimos con ellos en que han sido los propios terapeutas
breves/estratégicos los principales responsables de haber mantenido el
secreto de que, en realidad, ellos creen que los sentimientos del clien-
62 GUÍA BREVE DE TERAPIA BREVE

te son importantes. Como dicen los autores mencionados: «No se tra-


ta de que los terapeutas estratégicos no aborden los sentimientos, sino
sólo de que no hablan sobre ellos entre sí, no escriben al respecto en la
literatura, ni enseñan al respecto a sus discípulos» (Kleckner y otros,
1992, pág. 49).
Nosotros, con nuestros alumnos, durante algunos años hemos seña-
lado constantemente la importancia no sólo de escuchar lo que el clien-
te comunica, incluso los s e n t i m i e n t o s expresados, sino t a m b i é n de
encontrar modos de demostrarle que lo hemos hecho. No basta nece-
sariamente con escuchar. Cuando no hay feedback, el cliente no sabe
si se le ha escuchado o no.
Una trabajadora de un centro público de salud buscó la ayuda de
un terapeuta consultor. Su caso iba a ser observado a través de un espe-
jo falso, y la trabajadora esperaba la experiencia con considerable an-
siedad.

Siempre le tengo miedo a este caso. No tengo la menor idea de adón-


de ir con él.

La trabajadora describió a u n a mujer que había luchado durante


cierto tiempo con dos adolescentes fuera de control y un esposo que le
brindaba poco apoyo, trabajaba m u c h a s horas y era proclive a tener
estallidos violentos. El p r o b l e m a de la trabajadora era que se consi-
deraba incapaz de contener lo que ella experimentaba como una abru-
madora e interminable m a r e a de amargas quejas de la mujer.

No escucha nada de lo que le digo, no acepta consejos. Ya la han


echado de varias instituciones. Yo soy la única persona que le queda, que
aún está dispuesta a verla. En realidad no llego a nada. Sé que necesita
ayuda, pero me siento impotente para hacer algo por ella, y también cul-
pable al descubrir que me está empezando a provocar una aversión ac-
tiva.

Si bien la trabajadora creía q u e había escuchado y comprendido el


problema de esta mujer, p r o n t o resultó claro que la clienta, sobre la
base de sus experiencias anteriores, y en ausencia de un feedback cla-
ro en la situación presente, seguía pensando que eso no era así. Entonces
se sentía obligada a c o n t i n u a r n a r r a n d o su historia inútil y desespe-
radamente, a quienquiera que la escuchara. Al mismo tiempo, era evi-
dente que no esperaba que nadie oyera lo que ella trataba de expresar.
¿CÓMO COMPRENDEMOS LAS EMOCIONES?
63

Durante la sesión siguiente, se aconsejó a la trabajadora que deja


ra el cuaderno de notas de lado, que mientras estaba sentada se incli-
nara hacia adelante (según sus colegas, frente a esta mujer ella solía
reclinarse en la silla, como luchando contra un viento fuerte), y que en
el transcurso de la sesión no brindara ningún consejo, sino que se limi-
tara a repetir frases como:

«¡Pero, esto es terrible!»


«¿Cómo demonios ha aguantado todos estos años?»
«Seguramente usted siente que nadie sabe lo q u e ha t e n i d o que
pasar. Debe sentirse m u y sola con toda esta preocupación.»
«¿Cómo es que resiste todo esto?»
«Muchas personas habrían renunciado hace m u c h o tiempo.»

Poco a poco, la mujer empezó a hablar con más lentitud y menos


acaloramiento, a parecer m á s serena, y a escuchar lo que se le decía.
Finalmente, cuando se le volvió a preguntar cómo había podido resis-
tirlo, sonrió y dijo: «No lo sé. Quizá soy más fuerte de lo q u e creo».
Al final de la sesión, la clienta estaba más tranquila, con un mar-
co mental más optimista, y dispuesta a escuchar lo que se le dijera. Más
tarde, la trabajadora manifestó haber descubierto que en realidad gus-
taba de esa d i e n t a y la respetaba. Nos damos cuenta de q u e la suge-
rencia del consultor podría considerarse sólo como u n a m a n i o b r a tác-
tica destinada a romper un impasse, y no como una prescripción real
de que se prestara atención a los sentimientos. Esto es posible porque,
al contar el episodio de la consulta, el consultor quizá o m i t i ó men-
cionar su riqueza creciente al escuchar la descripción que la trabaja-
dora realizaba de la historia de la mujer.
Nosotros creemos que, p o r lo general, los clientes sólo e s c u c h a n
cuando sienten que han sido escuchados, cuando sus experiencias han
sido validadas —incluso sus experiencias afectivas—. Entendemos que,
para u n a terapia eficaz, el terapeuta, sea cual fuere su escuela, debe
prestar u n a atención suficiente a este aspecto de las experiencias del
cliente. Los diversos enfoques terapéuticos difieren en el modo de hacer-
lo, y quizá en la definición de la «atención suficiente». La expresión de
sentimientos es sin duda u n a respuesta natural h u m a n a , y a m e n u d o
importante, sobre todo en m o m e n t o s cruciales de aflicción, alegría,
excitación, miedo, etcétera. Las terapias suelen diferir no sólo en la
medida en que consideran importante reconocer las emociones, sino
64 GUÍA BREVE DE TERAPIA BREVE

también p o r su mayor o m e n o r creencia en que expresarlas es crucial


y central en el proceso de la terapia y el cambio. Consideramos que,
p o r útiles y catárticas que sean a veces las exploraciones y expresiones
emocionales, el principal m e c a n i s m o del c a m b i o es la modificación
f u n d a m e n t a l de los constructos q u e p e r m i t e n realizar las distincio-
nes y destilar la experiencia.
Es cierto que los terapeutas de hoy tienden a prestar una conside-
rable atención a lo observable. Pero, c o m o subraya George Greenberg
en su artículo sobre las aportaciones de Don Jackson al campo de la
terapia familiar,

Si bien Jackson y sus asociados, al crear un enfoque conductual, se


apartaron de los constructos mentalistas, no negaron la existencia de
mecanismos intrapsíquicos internos que influyen, alteran y/o facilitan el
funcionamiento humano. De hecho, desarrollaron técnicas como el «reen-
marcamiento», destinadas en parte a incidir sobre la cognición o «per-
cepción». Lo novedoso e importante en ellos fue sostener que uno no
puede conocer las percepciones de otros, y que, desde el punto de vista
científico, lo mejor era caracterizar la realización, describir la conducta
y operar sobre la base de fenómenos observables» (1977, pág. 403).

O, como explica Arthur Bodin,

Si bien los sentimientos y pensamientos se consideran importantes, en


la terapia familiar del MRI lo que resume los resultados es la conducta.
Sólo a través de la conducta se manifiestan esos hechos y experiencias
afectivas y cognitivas (1981, pág. 292).

En m a y o r o menor medida, en todos los ámbitos de nuestra vida,


nuestros sentimientos son un fenómeno omnipresente, y determinan-
tes poderosos del m o d o en que reaccionamos o no reaccionamos ante
u n a situación. Se ha dicho que los sentimientos son interpretaciones
de los estados de excitación fisiológica, de la manera que tiene el cuer-
po de prepararse para la acción; que dependen en gran medida de los
diversos niveles de constructos generados p a r a d a r sentido a la situa-
ción presente, y que, basados en el recuerdo de experiencias pasadas,
t a m b i é n dependen de lo que esperamos sentir. Los sentimientos son
a s i m i s m o afectados p o r las prescripciones y proscripciones del con-
texto social, y p o r los imperativos asociados con el género (Crawford
y otros, 1992). Sea cual fuere el sentimiento fundamental que experi-
¿CÓMO COMPRENDEMOS LAS EMOCIONES? 65

m e n t e m o s , las concomitancias fisiológicas del estado de excitación


(irrupción o adrenalina, tensión sanguínea, ritmo cardíaco, tono mus-
cular, etcétera) son, en gran medida, idénticas. El trabajo de Schachter
y Singer respalda su proposición de que:

Las cogniciones que surgen de la situación inmediata, interpretada


a través de la experiencia pasada, proporcionan el marco con el cual uno
comprende y etiqueta sus sentimientos. Es la cognición lo que determi-
na que el estado de excitación fisiológica sea etiquetado como «cóle-
ra», «alegría», «miedo», u otra cosa (1962, pág. 380).

Cuando existe más de un marco p a r a interpretar u n a experiencia,


la excitación fisiológica puede verse de distintos modos, a veces con-
flictivos. Es decir, podemos sentirla de varias maneras. Por ejemplo,
m u c h o s de nosotros, antes de subir a un escenario p a r a p r o n u n c i a r
u n a conferencia o algún otro tipo de intervención, h e m o s t e n i d o la
experiencia de oscilar rápidamente entre una excitación y anticipación
ansiosa, p o r un lado, y, por el otro, u n a gran angustia y deseos de que
nos trague la tierra. Quizá esperemos tener una actuación brillante, y
también temamos fracasar o ponernos en ridículo. Es decir, tal vez nin-
guno de los dos sentimientos constituya una interpretación apropiada
del estado de alta excitación fisiológica que en la mayoría de noso-
tros precede a tales momentos. Muchas investigaciones ulteriores h a n
puesto a prueba la idea de que la autoatribución de emoción está rela-
cionada con el m o d o en que d a m o s sentido a lo que o b s e r v a m o s en
nuestra propia conducta (Bem, 1965, 1968; Nisbett y Schachter, 1966;
Storms y Nisbett, 1970).

Recuerdo que, al supervisar un caso desde detrás del espejo falso,


pude observar a una familia a la que «se ayudaba a tomar contacto con»
sus sentimientos de cólera recíproca. No había duda alguna de que lo
estaban haciendo con considerable calor, vigor y autenticidad aparente.
Pero, ¿eran ésos realmente los sentimientos de los miembros de la fami-
lia, o estaban reaccionando a la única explicación verosímil que tenían
de los altos niveles de excitación fisiológica que experimentaban, expli-
cación tal vez introducida explícita o implícitamente por un terapeuta
que se basaba en la creencia de que, en las familias, estos problemas deri-
van de una cólera no expresada? Alarmado por la tensión creciente en la
habitación, que parecía volverse improductiva y potencialmente peli-
grosa, intervine y propuse «la tristeza por lo que podrían haber sido las
cosas» como explicación alternativa de ese alto nivel de excitación fisio-
66 GUÍA BREVE DE TERAPIA BREVE

lógica. Casi instantáneamente, este marco condujo a expresiones de tris-


teza y a un proceso conmovedor de creciente dulzura y gradual reafir-
mación entre los miembros de la familia. ¿Cuáles eran los sentimientos
reales? Sin duda, cualquiera de los dos marcos bastaba para interpre-
tar la experiencia de excitación fisiológica de los miembros de la fami-
lia. Uno de estos marcos parecía más útil que el otro como cristal para
interpretar la excitación, por lo menos en lo concerniente a crear una
atmósfera aparentemente constructiva, cooperativa y más optimista,
durante el resto de la sesión (Cade, 1992a, pág. 167).

Quizá otra explicación (por ejemplo culpa, traición, miedo, des-


precio, etcétera) también podría h a b e r «tenido sentido» para los clien-
tes, y conducido a u n a expresión distinta de sentimientos, pero tam-
bién defendible como apropiada y auténtica.
No se trata de que creamos que los clientes son tan maleables que,
de algún modo, se les puede i m p o n e r cualquier sentimiento. En toda
situación, particularmente en u n a situación interaccional compleja y
muy cargada, los constructos que aplican todos los involucrados p a r a
explicarla por lo general constituyen la punta del iceberg de los incal-
culables recuerdos y asociaciones almacenados que también se podrían
aplicar. Como observa Gendlin:

Cualquier momento tiene una riqueza enorme... Atravesar un acto


simple supone una inmensa cantidad de conocimientos, aprendizajes,
sensaciones de la situación, comprensiones de la vida y las personas, así
como de los múltiples rasgos específicos de la situación dada (1973,
pág. 370).

Nosotros e n t e n d e m o s que, si b i e n el reconocimiento de la exis-


tencia de diversas emociones fuertes puede ser altamente terapéutico,
en cuanto ayuda a las personas a sentirse validadas y comprendidas,
tal vez no sea ni útil ni terapéutico alentar la expresión sistemática de
las emociones, sobre todo de las «etiquetadas» de un modo tal que per-
p e t ú a u n a sensación de desesperanza o desamparo. Por ejemplo, las
expresiones de cólera pueden ser potencialmente útiles cuando se refie-
ren a algo sobre lo cual sentimos tener algún control; en caso contra-
rio, quizá conduzcan sencillamente a u n a mayor sensación de impo-
tencia y desvalimiento. Debemos t e n e r el cuidado de no reificar las
emociones y encerrar a los individuos en pautas negativas de pensa-
miento y acción. En el ejemplo anterior, referido a subir al escenario,
¿CÓMO COMPRENDEMOS LAS EMOCIONES? 67

las interpretaciones de que se trata de miedo o de excitación «satisfa-


cen los requisitos» por igual para dar razón de nuestro estado de ele-
vada excitación fisiológica. El reconocimiento del miedo puede hacer
que nos sintamos comprendidos, pero es la otra interpretación la que
nos lleva a continuar la tarea.
Kleckner y otros llegan a la conclusión de que:

Lo que debe subrayarse... es que los terapeutas estratégicos no dedi-


can cantidades importantes de tiempo a hablar sobre los sentimientos o
a hacer que el cliente los reconozca y asuma; en cambio, se concentran
en lograr que el cliente exprese sus sentimientos de un modo que sea más
probable que lo lleve a una mayor satisfacción en la vida cotidiana» (1992,
pág. 49).
5. NEGOCIANDO EL PROBLEMA

El primer paso era el que contaba. Una vez que has iniciado
algo, ello ejerce una autoridad terrible sobre ti.
JULES ROMAIN (1973)

Todas las cosas tienen pequeños principios.


MARCO TULIO CICERÓN

El proceso de la evaluación es crucial para la dirección que toma


cualquier terapia y a menudo, en última instancia, para su éxito. Richard
Rabkin ha utilizado la analogía del ajedrez para pensar el proceso tera-
péutico (1977). Lo mismo que en una partida de ajedrez, el éxito o fra-
caso de la terapia está a m e n u d o d e t e r m i n a d o p o r las «jugadas» de
apertura: las preguntas formuladas, las respuestas extraídas, que refle-
j a n la «estrategia de juego» y los supuestos del terapeuta.
Todos los marcos explicativos son metáforas, aunque pueden tener
consecuencias m u y reales. Creemos que son muchos los diferentes mar-
cos capaces de orientar a los terapeutas en su trabajo. No obstante, a
m e n u d o aparecen problemas, como ya hemos dicho antes, cuando esos
marcos se confunden con «la realidad» y son reifícados. Después de un
tiempo, los clientes pueden llegar a considerar sus problemas y pro-
nósticos, y a verse a sí mismos, a la luz de las creencias del terapeuta
al respecto, incluso aunque esas creencias no hayan sido explícitas sino
implícitamente comunicadas.
Una clienta q u e había sido etiquetada como «personalidad lími-
te» fue transferida a u n a nueva terapeuta, debido a un cambio de per-
sonal en la institución en la que recibía la terapia. Después dijo que,
c u a n d o iba a ver a la nueva terapeuta, a m e n u d o salía m u y desalenta-
da y deprimida. Se le preguntó cuál era la diferencia de estilo entre las
dos terapeutas, y respondió: «Esta o t r a terapeuta es m u y pesimista.
70 GUÍA BREVE DE TERAPIA BREVE

Cuando entro en el consultorio, quizá me sienta m u y bien. Pero ella


me dice que parezco deprimida. Entonces empiezo a preguntarme si
en realidad no lo estoy. Al final de la sesión, estoy decididamente depri-
mida, aunque no lo estuviera al principio».
Tradicionalmente, en el proceso de evaluación o diagnóstico, el pro-
blema del cliente o la familia es estudiado, identificado y descrito «obje-
tivamente», después de lo cual se lo trata. Puesto que, a nuestro juicio,
la realidad está mediada socialmente, no debe sorprendernos que vea-
mos los problemas y sus definiciones (y los efectos pragmáticos de estas
definiciones) c o m o mediados en gran medida social e interaccional-
mente, en un proceso en el cual el cliente o los clientes y el terapeuta
crean juntos u n a «realidad», sea cual fuere la conciencia que los par-
ticipantes tengan de este hecho. El grado de influencia que ejercerá
el cliente (o lo que el terapeuta le reconozca competencia para ejercer)
en la creación de esta «realidad» varía según el enfoque.
Los terapeutas conductuales «descubren» problemas de conducta;
los analistas «descubren» problemas intrapsíquicos, con frecuencia ori-
ginados en la niñez; los psiquiatras de orientación biológica «descu-
----» pruebas de problemas neurológicos y déficits químicos; los tera-
peutas estructurales/estratégicos «descubren» ambigüedades jerárqui-
cas y coaliciones; los terapeutas contextuales «descubren» los efectos
de la injusticia y la explotación intergeneracional; los terapeutas bre-
ves "descubren" pautas de pensamiento y acción que se autorrefuer-
zan. Todo terapeuta se basa en el supuesto de que él o ella ha descu-
bierto la causa fundamental del problema (y, lamentablemente, a menu-
do desatiende e incluso se mofa de otros modelos y explicaciones, ten-
dencia ésta de la cual nuestro propio campo de ningún modo está total-
mente libre).
Todo lo que pensamos, sentimos y ha c e m o s se p u e d e considerar
insertado en, y afectado por, u n a compleja j e r a r q u í a de influencias.
Estas abarcan desde el m á s amplio nivel sociopolítico hasta el nivel
neurosipnóptico individual, de origen genético o ambiental; desde nues-
tros antecedentes históricos, pasando por nuestras diversas experien-
cias del presente (familia, grupo de pares, c o m u n i d a d , género, raza,
etcétera), hasta nuestro futuro, tal como lo prevemos hoy. Por ejem-
plo, c o n s i d e r a n d o la complejidad del f e n ó m e n o q u e d e n o m i n a m o s
esquizofrenia, Scheflen m u e s t r a que hay que considerarlo reflejo de
un complejo de influencias de por lo m e n o s ocho niveles diferentes
(1981). Esos niveles se asemejan estrechamente a los ocho niveles de
NEGOCIANDO EL PROBLEMA 71

explicación propuestos por el biólogo Steven Rose como los mínimos


necesarios p a r a comprender la conducta del cerebro (1976, pág. 30).

Scheflen Rose

La perspectiva social Nivel sociológico


El nivel institucional Nivel psicológico-social
El nivel familiar Nivel psicológico (mentalista)
La interacción diádica Nivel fisiológico (sistemas)
La emocionalidad y los Nivel fisiológico (unidades)
estados corporales
Los subsistemas fisiológicos Nivel anatómico-bioquímico
La organización del sistema Nivel químico
nervioso
La microestructura neural Nivel físico.

La riqueza y complejidad de este tapiz existencial significa que cual-


quier aspecto de nuestro ser, incluso el desarrollo y mantenimiento de
los problemas, puede verse como reflejo de fenómenos que existen en
cualquiera de estos niveles, o en todos ellos. La riqueza y compleji-
dad de este tapiz existencial significa también que es posible encontrar
«pruebas» en apoyo de u n a amplia g a m a de preconcepciones diag-
nósticas. A nuestro juicio, también significa que la causa o causas «rea-
les» de cualquier problema nunca se pueden determinar de modo con-
cluyente.
Los terapeutas breves se concentran primordialmente en lo obser-
vable, en lo que puede describirse de un m o d o claro y concreto, en tér-
minos de cosas y hechos. O'Hanlon y Wilk hablan de «enunciados des-
criptivos basados en la observación, que no contienen ni presuponen
ninguna información que en principio no pudiera derivarse sin inter-
pretación de un vídeo con banda sonora» (1987, pág. 20). No se trata
de que neguemos la complejidad de la experiencia humana. Pero cree-
mos que c u a n t o m á s se aleja uno de las tuercas y tornillos observables
o descriptibles de la interacción, mayores son los riesgos que corre
de quedar a t r a p a d o en sus propias metáforas, y de imponérselas a los
clientes. Además, a menos que estemos actuando como agentes de con-
trol social, lo q u e nos autoriza a realizar nuestra tarea es resolver el
problema específico que la persona nos trae a terapia, y con respecto
72 GUÍA BREVE DE TERAPIA BREVE

al cual él o ella es un cliente real o potencial. A veces sucede que el pro-


blema inicial se utiliza como «tarjeta de presentación», y que en rea-
lidad al cliente le preocupa más otro problema, que no está preparado
para introducir antes de que pase algún tiempo, y confía más en la inte-
gridad y la competencia del terapeuta. Creemos que nuestra respon-
sabilidad consiste en proporcionar ese clima, pero quien en última ins-
tancia debe definir el enfoque es el propio cliente. Los clientes no tra-
bajan por cambios de los que no son consumidores, p o r más necesa-
rios, deseables o beneficiosos que esos cambios les parezcan a las otras
personas de sus vidas y al propio terapeuta.
Desde esta perspectiva consideramos innecesarias las ideas tradi-
cionales acerca de la resistencia. Aunque al afrontar el enfoque de un
cambio significativo todos tendemos a aferramos a «lo malo conoci-
do», a nuestro juicio las personas con problemas quieren cambiar, aun-
que, por diversas razones individuales o interpersonales, no saben o
no pueden iniciar el proceso sin alguna ayuda.
El grupo del Centro de Terapia Breve de Palo Alto (Fisch y otros,
1982; Watzlawick y otros, 1974; Weakland y otros, 1974) ha examina-
do este tema esencial de la «relación de compra». ¿Quién quiere ayu-
da, con qué, o de quién? A veces la persona que recurre a la terapia se
siente proclive a adquirir los cambios de otros (un cónyuge, un hijo),
sin advertir o estar preparada para ver que es ella m i s m a quien podría
o debería c a m b i a r su m a n e r a de ver a ese otro. A m e n u d o , el cliente
que llega al consultorio ha sido derivado por un consejero escolar, un
tribunal, un progenitor, un cónyuge, etcétera, y quizá no tenga nin-
guna motivación p a r a la terapia, e incluso sea hostil a la idea de some-
terse a ella. Esto no significa necesariamente q u e no se puede hacer
nada, sino que el terapeuta debe partir con cautela de u n a posición res-
petuosa y humilde, sin establecer ningún supuesto. M u c h o de lo que
suele definirse como «resistencia» puede verse c o m o resultado direc-
to del hecho de que el terapeuta no clarifica si alguien es cliente o no,
y trata de «venderle» algo a u n a persona que no está interesada en
adquirir nada. O bien a esa persona le interesa adquirir algo, que no es
lo que el terapeuta intenta «venderle», y siente q u e los otros (incluso
el terapeuta) tratan de convencerla o forzarla a «realizar esa compra»
porque tienen sus propias razones.

Un hombre pidió hora por recomendación de su agente de seguros,


quien aparentemente le había dicho que mediante el hipnotismo se pue-
NEGOCIANDO EL PROBLEMA 73

de dejar de fumar. Se le informó de que no era así; el terapeuta no podía


hacer, ni haría, que dejara de fumar. No obstante, estaba en condiciones
de ayudarlo a abandonar el hábito, pero primero quería saber si él mis-
mo lo deseaba. Respondió que no. Se le preguntó si alguna vez había
tenido problemas de salud o respiratorios relacionados con el tabaco, y
contestó que nunca había padecido efectos desagradables. Al dejar la
Marina, cuarenta años antes, los médicos le habían dicho que le que
daban tres años de vida, debido a sus hábitos extremos con la bebida y
el tabaco. Estaba jubilado, había renunciado al alcohol y suprimido las
grasas de su dieta, por prescripción médica, varios años antes. Fumar
era uno de los pocos placeres que le quedaban. Tenía que hacerse un exa-
men médico en el término de unas pocas semanas.
El terapeuta le dijo que, sobre la base de lo que él le había comen-
tado, suponía que no le costaría mucho dejar de fumar, ya que antes
había dejado de beber, en el caso de que el médico se lo recomendara.
Pero si el médico no le hacía esa recomendación, podía seguir disfru-
tando del tabaco mientras quisiera. El hombre respondió: «Gracias, joven.
Supongo que realmente no quiero dejar de fumar, y nuestra conversa-
ción me ha ayudado a comprenderlo. Era el agente de seguros quien que-
ría que yo dejara el tabaco».
El terapeuta le deseó suerte y agregó que la puerta de su consultorio
estaba siempre abierta si él quería volver.

Los párrafos siguientes delinean los aspectos i m p o r t a n t e s de la


«relación de compra», tal como los presentó inicialmente el grupo de
Palo Alto, con u n a adaptación posterior de Steve de S h a z e r y de sus
colegas (de Shazer, 1988):

Un visitante (que Fisch y otros, 1982, llaman window shopper, es decir,


alguien que mira escaparates pero no entra a comprar) no se compro-
mete; a menudo llega a la terapia bajo algún tipo de coacción, implíci-
ta o explícita, y por lo general debido a las preocupaciones de otros. Por
más claro que esté para esos otros y para nosotros mismos que la per-
sona tiene problemas, en los planes de él o ella no está el hablar sobre
tales problemas en el contexto presente, ni recibir ayuda. Por lo tanto,
es probable que cualquier intento de intervención sea estéril o conduz-
ca a lo que posteriormente podría llamarse «resistencia». En tales situa-
ciones, Steve de Shazer aconseja escuchar con respeto, felicitar cuando
sea posible, pero no hacer sugerencias ni encargar tareas.
Un quejicoso tiene un problema o una lista de problemas, específi-
cos o vagos, concernientes a él mismo o relacionados con otra u otras
personas, acerca de los cuales está por lo general dispuesto a hablar, a
GUÍA BREVE DE TERAPIA BREVE
74

veces extensamente. Pero, aunque tal vez se vea a sí mismo como rela-
tivamente impotente, o bien con potencial para influir en el problema
o los problemas con sus propias acciones, no está aún claro que invite
directamente al terapeuta a ofrecer consejo o ayuda (quizá asuma la posi-
cion de que son los otros, y no él, quienes tienen que cambiar, en cuyo
caso es probable que convenga tratarlo inicialmente como a un visitan-
te, con empatia, pero sin sugerencias y tareas).
Un comprador tiene una queja, relacionada con él mismo o con otra
u otras personas; de esa queja puede obtenerse una descripción relati-
vamente clara, y el individuo desea sin duda alguna hacer algo al res-
pecto, para lo cual busca la ayuda del terapeuta.

Es importante no suponer que estas definiciones describen «carac-


terísticas» fijas y reales; son sólo orientaciones para pensar la relación
terapéutica. Se refieren a las posturas adoptadas por los clientes en rela-
ción con las posiciones reales o previstas de los terapeutas y los otros
miembros de la familia o profesionales involucrados. Esto contrasta
con la idea tradicional de la «resistencia», vista como una cualidad que
está dentro» del cliente.
Es común que cada miembro de una familia adopte posiciones dis-
tintas con cada uno de los otros, y también que las cambie, así como
su actitud con el terapeuta, en el transcurso de una misma sesión, o de
una sesión a otra. Por ejemplo, una mujer puede llevar a terapia a su
esposo renuente. Sin duda es la compradora del cambio de él. El hom-
bre no tiene ningún interés en la terapia, y se ve con claridad que se
dejó llevar para conservar la paz, o para poder decir: «Bien, fui pero
no dió resultado; que es lo que yo había previsto».
Es posible que, al encontrarse con que el terapeuta no le señala erro-
res y le demuestra comprensión, el esposo, al final de la sesión, se haya
convertido en un comprador de terapia. No obstante, como lo que suce-
díó no es lo que esperaba la mujer, ella podría desplazarse a la posi-
ción de quejicosa o incluso a la de visitante (por lo menos con ese tera-
peuta y en ese momento). A veces, el cliente sigue siendo visitante has-
la que otras personas de su vida, allegados, amigos u otros profesio-
nales dejan de presionarlo para que vaya a terapia. Entonces puede
concurrir con sus planteamientos, y al terapeuta le resulta más fácil
evitar la difícil posición de aparecer como agente de los otros.
Desde luego, es posible tener varios compradores a la vez, cada uno
de ellos con diferentes problemas. Esta situación aparece a menudo en
la terapia familiar y marital, en las que en la sesión se ve a más de una
NEGOCIANDO EL PROBLEMA 75

persona, y cada u n a tiene sus problemas y su propio programa, dife-


rentes de los de los otros y, a veces, en conflicto con éstos.
Por ejemplo, u n a familia llega a terapia por el impulso inicial de los
padres, que se quejan de la conducta y actitud de u n a hija de 15 años.
Ella ha violado reiteradamente varias reglas familiares y hogareñas, ha
faltado a clase, ha pasado toda una noche fuera de casa, y suele enzar-
zarse en disputas con los padres. Es probable que, al principio, la niña
sea renuente a asistir a la terapia, hasta que el terapeuta le pregunte,
con o sin la presencia de los padres, si le gustaría ayudar a «sacárselos
de encima». Es probable que esto realmente le interese, y entonces
resulta posible e n s a m b l a r y alinear los dos conjuntos de metas. Los
progenitores quieren que la hija obedezca las reglas de la familia, y la
hija quiere t e n e r m e n o s conflictos con ellos y m e n o s restricciones.
En este caso tenemos dos problemas y dos conjuntos de metas, con dos
compradores distintos.
Después de asegurarse de que uno tiene comprador, el siguiente
paso en la terapia consiste en conocer el problema de ese comprador.
Es decir, qué conducta o experiencia que se produce en su vida le gus-
taría a esa persona reducir o eliminar, o bien, alternativamente, a qué
conducta o experiencia que no se produce le gustaría poder recurrir
más r e g u l a r m e n t e . En algunos enfoques, la decisión acerca de cuál
es este p r o b l e m a se basa en una teoría de la patología, más bien que
en la petición de ayuda del cliente. A nosotros nos interesa una defi-
nición clara del problema en términos de conducta real. En lugar de
aceptar enunciados tales como «Él es obediente» o «Estoy deprimida»,
p r e g u n t a r , en este caso, «¿Qué es lo que él h a c e e x a c t a m e n t e p a r a
que lo considere desobediente?» o «¿De qué m o d o la tristeza afecta a
su conducta?», alienta el análisis más detallado. A m e n u d o es impor-
tante descubrir c u á n d o comenzó el problema, con qué frecuencia se
produce, c u á n d o y dónde, en relación con quién o qué, etcétera. A con-
tinuación hay que extraer con igual claridad las soluciones intentadas.
Como en la terapia breve la evaluación se orienta hacia el presen-
te y el futuro (qué es lo que al cliente/comprador no le gusta en el pre-
sente, y qué es lo que quiere cambiar en el futuro), p o r lo general no
b u s c a m o s c a u s a s o antecedentes en el pasado, si bien reconocemos
que, en algunas personas, un marco para la comprensión de los efec-
tos de hechos pasados puede ser de ayuda en el proceso de revisar los
constructos personales. Al buscar una descripción del problema, pre-
ferimos c o n c e n t r a r n o s en el presente o en el pasado reciente. Procu-
76 GUÍA BREVE DE TERAPIA BREVE

r a m o s encontrar las p a u t a s individuales e interaccionales asociadas


con la dificultad. También queremos comprender con exactitud lo que
describe el cliente, para no tener que recurrir a conjeturas, que pueden
ser inexactas.
Los terapeutas breves tienden a interesarse en lo que no le da resul-
tado a la persona y a convencerla de que intente algo distinto, o bien
tratan de descubrir lo que sí da resultado, y alientan a recurrir más a
ello. También se concentran más en el futuro y en las soluciones que
en la etiología y el pasado, o incluso, a veces, el presente (de Shazer,
1988, 1991; F u r m a n y Ahola, 1992; O'Hanlon y Weiner-Davis, 1989).
La siguiente es u n a lista de puntos acerca de los cuales tendería-
m o s a hacer preguntas al buscar una definición clara del problema y
de las que aparezcan como secuencias importantes en torno a él. Más
adelante nos detendremos en los enfoques centrados en el futuro.

¿Cuándo se produce el problema?

Buscamos regularidades en la reiteración del problema en el tiem-


po. ¿Hay m o m e n t o s en los que el problema aparece habitualmente o
siempre, o en los que no aparece nunca? ¿Hay algún m o m e n t o espe-
cífico del día, la semana, el mes o el año en el que el problema surge
con más o menos frecuencia?

¿Dónde aparece el problema?

¿Hay algún lugar donde el problema siempre se produce, o es más


probable que se produzca? ¿Hay algún lugar donde el problema no sur-
ge nunca? A m e n u d o p e d i m o s localizaciones generales (por ejemplo
en el trabajo, en la escuela, en el hogar) y localizaciones específicas
(como u n a cierta habitación en particular de la casa).

¿Cuáles son las acciones del problema?

Si hubiera u n a grabación en vídeo del problema en acción, ¿qué es


lo que veríamos? ¿Qué posturas y gestos específicos, qué frecuencias
de acciones, interacciones, diálogos, etcétera, podríamos ver y oír en
esa presentación activa del problema?
NEGOCIANDO EL PROBLEMA 77

¿Con quién se produce?

¿Quién es más probable que esté rondando cuando aparece el pro-


blema? ¿Qué hacen y dicen esas otras personas antes, d u r a n t e y des-
pués de que aparezca la conducta-problema? ¿Qué dicen esos otros
sobre el individuo q u e tiene el problema, o sobre el p r o b l e m a en sí?

¿Cuáles son las excepciones a la regla del problema?

Muy pocas veces el problema es continuo, de m o d o que solemos


seguir una línea indagatoria que subraye lo que interfiere en el pro-
blema, lo i n t e r r u m p e o lo reemplaza. De Shazer ha f o r m u l a d o este
método en su trabajo centrado en la solución (de Shazer, 1988, 1991).
Este método invita a la persona a advertir y producir m á s a partir de
las excepciones al problema, de modo que éstas se convierten en la
regla que acaba reemplazando a la regularidad indeseada. Análogamen-
te, White busca lo que él denomina en sus trabajos «desenlaces úni-
cos» (1988).

¿Qué es lo que el cliente o los clientes hacen


de modo distinto, o qué actividades quedan excluidas
a causa del problema?

¿De qué modo el problema obstaculiza lo que las personas harían


habitualmente o les gustaría hacer? A veces, para obtener esta infor-
mación, le p r e g u n t a m o s al cliente qué haría de u n a m a n e r a distinta
si el problema estuviera resuelto. De Shazer ha descrito el empleo de
la «pregunta del milagro», no sólo para obtener respuestas a ese inte-
rrogante, sino t a m b i é n p a r a procurarle al cliente la experiencia de
hablar de la solución como si fuera inevitable o ya se h u b i e r a inicia-
do (de Shazer, 1988, 1991).

¿Qué es lo que el cliente muestra en la sesión


que está relacionado con el problema?

A veces los clientes sacan a luz alguna parte del problema en el con-
sultorio. Esto ocurre casi siempre en las sesiones con matrimonios o
78 GUÍA BREVE DE TERAPIA BREVE

familias; entonces el proceso del p r o b l e m a se despliega ante los ojos


y los oídos del terapeuta. Pero también puede suceder en las sesiones
individuales. Un cliente se quejaba de que sus colegas no lo aceptaban
en su c a r r e r a profesional. D u r a n t e la p r i m e r a sesión, habló en voz
tan alta que, más tarde, los terapeutas de los consultorios adyacentes
se quejaron de h a b e r tenido que escucharlo todo. Además, el cliente
m i r a b a a cualquier lugar de la h a b i t a c i ó n , pero no al terapeuta, de
manera acentuada y notable. Al principio de la sesión siguiente, el tera-
peuta le comunicó lo que habían dicho los profesionales vecinos, y se
preguntó si la voz alta y la evitación del contacto ocular tenían algo que
ver con el problema del cliente. Este respondió que su jefe había men-
cionado alguna vez que hablaba en voz demasiado alta, pero que nin-
guna otra persona le había hecho ese comentario, de modo que lo des-
cartó, atribuyéndolo a que el jefe era una persona muy crítica. Decidimos
que en el curso de la semana siguiente él trataría de hablar con m á s
suavidad y tomaría nota de la reacción de sus colegas. Descubrió que
daba resultado. Después hubo otra s e m a n a en la que se concentró en
el contacto ocular, y que también le dio resultado.

¿Cuáles son las explicaciones y marcos del cliente


respecto del problema?

A m e n u d o las personas tienen algunas ideas acerca de lo que cau-


só o causa sus dificultades, o sobre lo que el problema significa en sus
vidas. Como ya hemos comentado, esas explicaciones y marcos de refe-
rencia pueden ser útiles o formar parte del problema. En ambos casos,
conviene evaluar qué son.
¿Qué es lo que el cliente cree que causó o causa el problema? ¿Cuáles
son, si existen, las dificultades más profundas a las que el cliente atri-
buye el problema? ¿Qué indica el p r o b l e m a sobre su identidad o sus
previsiones de futuro? ¿Qué metáforas, analogías o imágenes emplea
el cliente cuando habla del problema? Además, ¿cuáles son o han sido
las explicaciones de los otros significativos (por ejemplo, los miembros
de la familia u otros profesionales involucrados), que pueden h a b e r
orientado sus actitudes respecto del cliente y el modo de tratarlo, afec-
tando también al modo en que el cliente pensaba el problema? Hoy en
día, incluso puede ser importante saber qué libros de autoayuda se h a n
leído.
NEGOCIANDO EL PROBLEMA

¿Cuáles son las soluciones intentadas por el cliente


o los otros, acerca del «problema»?

Ya hemos visto que se puede considerar que los problemas reflejan


el m o d o en que los clientes han persistido en el empleo de soluciones
inadecuadas y desafortunadas. ¿Qué han estado haciendo el cliente y
los otros significativos (incluso los terapeutas) para tratar de resolver
el problema?

¿Cómo podremos saber que hemos llegado?

Para el terapeuta breve tiene u n a importancia crucial que ayude al


cliente a clarificar y expresar las metas. Como dice el título de un libro,
«si no sabe adónde va, probablemente termine en otra parte».
Debemos tratar de conocer las imágenes e ideas que tiene el clien-
te acerca de cómo sabrá él que el problema está resuelto. ¿Qué suce-
derá en los otros ámbitos de su vida cuando el problema ya no los aco-
se? A veces, el solo hecho de que se le pregunte por el futuro y se le pida
que visualice un porvenir mejor, ayuda al cliente a ver con claridad las
soluciones. En otros casos, sólo nos ayuda a nosotros a precisar lo que
él quiere. Algunas veces, como dicen de Shazer y sus colaboradores (de
Shazer y otros, 1986), la terapia puede concentrarse primordialmen-
te en c ó m o será la solución, y trabajar en pos de ella sin llegar siquie-
ra a u n a descripción clara de lo que es el problema. De un modo u otro,
para nosotros esto constituye una parte importante del proceso de eva-
luación. Puesto que no tenemos ningún modelo explicativo general ni
modelos normativos que nos guíen, las metas y las visiones del futuro
del cliente pasan a ser nuestras brújulas, y nos ayudan a cartografiar
el c a m i n o hacia el destino que anhela. Tratamos de concentrarnos en
u n a m e t a descrita con claridad, en cuanto podamos hacerlo sin ahu-
yentar al cliente. Si recibimos mensajes verbales o no verbales de que
nuestro enfoque en las metas irrita al cliente, podemos explicarle nues-
tro propósito, o retroceder y concentrarnos en lo que él nos indica que
considera m á s importante examinar.

Ejemplo: «Éste parecería un buen lugar para empezar, pero me gus-


ta saber a dónde voy, de modo que puedo escuchar más, para encontrar
lo que le será útil. Si es posible, dígame qué es lo que espera que suce-
80
GUÍA BREVE DE TERAPIA BREVE

da en su vida cuando hayamos tenido éxito. ¿Qué hará después de la tera-


pia? ¿Cómo se darán cuenta los otros de que ha cambiado? ¿Cómo lo
sabrá usted?».

Para que las metas sean alcanzables, es preferible alentar al clien-


te a formularlas en términos controlables objetivamente. Las metas
bien formuladas consisten en acciones del cliente, o en condiciones
que esas acciones pueden generar. Suelen incluir elementos tempora-
les: cuán a m e n u d o (frecuencia); cuándo (fecha/hora/plazo); dónde y
por cuánto tiempo (duración).
Para que sea viable, nosotros pensamos que la meta debe ser com-
partida. Chente y terapeuta tienen que estar de acuerdo en que es impor-
tante y susceptible de alcanzarse. Si hay m á s de un cliente, o el com-
prador no es el cliente, es preferible que todas las partes estén de acuer-
do en que la meta es pertinente y alcanzable.
Para a s e g u r a r que todas las partes s e p a n reconocer, cuando ello
ocurra, que la meta se ha alcanzado, ayudamos a los clientes a tradu-
cir a un lenguaje b a s a d o en la acción sus palabras y frases vagas, de
contenido no sensorial. Tenemos que imaginar la meta como si pudie-
ra ser vista y oída en u n a videograbación. Desde luego, al principio los
clientes suelen hablar sobre las metas de un m o d o vago, o refiriéndo-
se más a los sentimientos o estados interiores. Como ya hemos subra-
yado, consideramos importante prestar atención a las descripciones
de sentimientos, estados o cualidades interiores, y demostrar empatia.
Sin embargo, seguiremos alentando respetuosamente las descripcio-
nes de los correlatos externos (observables) de tales estados.
Si u n a persona se quejara de ser tímida, le pediríamos que descu-
briera u n a interacción (o falta de interacción) típica. ¿Baja los ojos
cuando está en compañía de otros? ¿Se sienta solo o sola en una fies-
ta? ¿Rechaza invitaciones a reuniones? E m p l e a r í a m o s esas descrip-
ciones de acciones, y trataríamos de alentar a esa persona a cambiar
las acciones e interacciones que nosotros y ella consideramos más per-
tinentes y que c o n m á s probabilidad g e n e r a r á n un c a m b i o generall

A una joven anoréxica le resultaba difícil definir una meta más espe-
cífica que «Me sentiré mejor». Finalmente, mediante el empleo de la «pre-
gunta del milagro», pudo identificar como metas iniciales ser capaz de
mirarse al espejo de cuerpo entero camino de la ducha, y elegir una pren-
da para ponerse sobre la base de lo que le gustaba, y no porque fuera lo
que ocultaba más. Se le aconsejó realizar el intento sólo cuando estu-
NEGOCIANDO EL PROBLEMA
81

viera preparada. En la sesión siguiente, se presentó con un vestido sin


mangas y dijo sentirse más optimista acerca del futuro.

A fin de ayudar a conducir a nuestros clientes, a m e n u d o les pre-


sentamos respuestas múltiples para que opten entre ellas cuando vaci-
lan en establecer metas claras o continúan respondiendo a nuestra inda-
gación al respecto con palabras y frases vagas. Por ejemplo:

¿Piensa usted, quizá, que los primeros signos de que las cosas mejo-
ran podrían ser que se mirara realmente al espejo en lugar de apartar
la mirada, o ponerse algo porque le quede bien y no porque la oculte
más? ¿O alguna otra cosa?

A veces resulta importante informar al cliente de que buscamos una


meta alcanzable, y dar una justificación racional a nuestra búsqueda.

Vuelvo a esta cuestión de cómo sabremos que hemos tenido éxito y


podemos dejar de encontrarnos, porque quiero estar seguro de cuál es
el destino de nuestro trabajo.

Me preocupa que lo que estamos haciendo aquí pueda convertirse (o


se haya convertido) en parte del problema, en lugar de ser parte de la
solución. Creo que definir una meta nos ayudará a evitarlo, porque ten-
dremos un punto de destino claramente definido.

Al p r e g u n t a r p o r las metas, a p r o v e c h a m o s la o p o r t u n i d a d para


crear u n a expectativa de cambio y resultado. Nuestras palabras la refle-
jan. Al h a b l a r de las metas del cliente en la terapia (o después de ella),
no nos referimos al futuro empleando el modo potencial o subjuntivo:
decimos «cuándo» y «todavía».

¿Así que todavía no ha salido nunca con una mujer, y le gustaría ini-
ciar una relación?

Entonces, cuando se sienta mejor, menos deprimido o no deprimi-


do, ¿se levantará más temprano y pasará más tiempo con sus amigos?
82
GUÍA BREVE DE TERAPIA BREVE

Construyendo un problema resoluble

Cuando se negocia el problema, una de las metas importantes es


definir las dificultades, en el discurso que se despliega entre el tera-
peuta y el cliente (o los clientes), de un m o d o que optimice la posibi-
lidad de actuar sobre ellas. Como ya hemos dicho, es más probable que
esto suceda cuando se alude a conductas específicas y no a cualidades
personales o entidades hipotéticas. Un niño que se niega a ordenar su
habitación es m á s fácil de tratar que un «niño desobediente»; una per-
sona que toma su primer trago al volver a casa después del trabajo es
más fácil de tratar que un «alcohólico»; un matrimonio que no ha encon-
trado aún el m o d o de conseguir que un niño asustado vaya a la escue-
la es más fácil de tratar que «una familia enredada»; la falta de expe-
riencia en la relación con los pares es más fácil de tratar que la «baja
autoestima»; u n a tendencia a evitar el contacto con los otros y a llorar
con frecuencia es m á s fácil de tratar que u n a «depresión».
Para t o m a r sólo u n o de estos ejemplos, el individuo que bebe su
p r i m e r a copa al volver a su casa desde el trabajo, noche tras noche,
podría ser persuadido de que, en lugar de ello, sacara a pasear el perro.
Invitamos al lector a practicar la reducción de cualquiera de las
categorías diagnósticas que se emplean con frecuencia a una pauta de
conductas discretas, personales e interpersonales, que se repiten cuan-
do se da cierto conjunto de circunstancias; de ese m o d o es más fácil
a c t u a r sobre los distintos elementos de esa p a u t a . Pero este proceso
presenta mucho m á s que ventajas pragmáticas. Las consecuencias de
a l u d i r a entidades de existencia en última instancia indemostrable
(como, por ejemplo, la «codependencia» o la «personalidad adictiva»,
el «daño psicológico» o un «déficit de la atención», p o r nombrar sólo
cuatro categorías de u n a muy larga lista posible), pueden ser profun-
d a s y, a nue st ro juicio, un t a n t o aterradoras ( a u n q u e quizá generen
buenas ganancias).
6. NEUTRALIDAD Y PODER, SUGERENCIAS, TAREAS
Y PERSUASIONES

Generalmente, las personas se convencen mejor con las razo-


nes que han descubierto por sí mismas que con las que les han lle-
gado de las mentes ajenas.
PASCAL

Tenemos la muy ingenua creencia de que si uno no escoge


influir, si la palabra estrategia se le queda pegada en la garganta
cuando intenta emitirla, o si cree que los seres humanos son capa-
ces de no influirse entre sí (con intención o sin ella), tiene que reti-
rarse de la sociedad humana.
BROOKS Y HEATH (1989, pág. 320)

Lo típico es que los terapeutas breves h a g a n u s o frecuente de la


sugerencia directa y el encargo de tareas. Por lo tanto, tienen que con-
vertirse en expertos en el arte de la persuasión. Puede sostenerse que
el arte de la terapia, sea cual fuere el enfoque que se utilice, tiene mucho
en c o m ú n con el arte de la persuasión. Para m u c h o s , éste es un hecho
desagradable. Pero, nos guste o no, nuestra profesión tiene que ver pri¬
mordialmente con alentar a las personas, de m o d o directo o indirecto,
a modificar sus actitudes o sus conductas.

INFLUENCIA Y PERICIA

Son m u c h o s los que, en nuestro campo, creen que es posible no


influir y limitarse a escuchar la historia de un cliente o u n a familia,
alentar un discurso en el que el terapeuta no realice ningún intento de
«dirigir, m a n e j a r o cambiar el diálogo familiar p a r a llevarlo en una
dirección particular...» (Markowitz, 1992, pág. 12, citando a Harlene
Anderson). P e n s a m o s que ésta es una ilusión peligrosa. Desde cierto
84 GUÍA BREVE DE TERAPIA BREVE

p u n t o de vista, es imposible no revelar opiniones e influir en la inte-


racción, así sea inconscientemente, a través de toda la gama de los cana-
les verbales y no verbales que llevan y traen la información. Por ejem-
plo, sea cual fuere nuestro modelo terapéutico, respondemos a un cier-
to enunciado y no a otro, formulamos una cierta pregunta y no otra,
sacudimos la cabeza o decimos «hum» en respuesta a alguna de las
cosas que se nos h a n dicho, y no a otras. En todos estos casos influi-
mos sobre el proceso y la dirección de la interacción. También es mucho
lo que comunicamos a través de los niveles sutiles de la expresión facial,
los movimientos oculares, la dilatación de las pupilas, las pautas res-
piratorias, la postura, etcétera, que no podemos controlar y de lo cual
somos totalmente inconscientes. Nos preocupa que esos niveles suti-
les de influencia p u e d a n ser s u m a m e n t e insidiosos, en cuanto actúan
al margen de la percatación de todos los interesados. Nosotros esta-
mos inequívocamente de acuerdo con todo lo que a u m e n t e el sentido
de autonomía, de autodetenriinación, de la propia capacidad en el clien-
te. Pero no creemos que el hecho de que el terapeuta haga sugerencias
o persuada al cliente para que intente algo distinto represente una mani-
pulación o la imposición y explotación de una malsana diferencia de
poder.
Al parecer, actualmente existe también una preocupación en nues-
tro campo (a veces nos atreveríamos a considerarla un tanto mojiga-
ta) que tiende a negar p o r completo la validez del rol de «experto», o
incluso de la habilidad en sí. Se suele invocar la afirmación tautológi-
ca de Maturana acerca de la imposibilidad de la interacción instructi-
va; «la conversación» ha sido elevada a un nivel sacramental, y se habla
de ella en un susurro reverente. La asunción del rol de experto se con-
sidera epistemológicamente errónea (sea lo que fuere lo que esto sig-
nifica), o bien presuntuosa, elitista, alentadora de la dependencia, un
aferramiento al poder profesional, controladora del «poder del cono-
cimiento», etcétera, etcétera. Si bien estamos seguros de que esto podría
ser así en los casos de algunos terapeutas, diríamos que el rol de «exper-
to» t a m b i é n puede a s u m i r s e de un m o d o tal que no quite p o d e r (de
hecho, dar poder no es posible; lo único que puede hacerse es evitar lo
que quita poder).
No dejamos de advertir que la mayoría de quienes evitan la habi-
lidad y la técnica son terapeutas sumamente experimentados, con mucha
habilidad y una técnica m u y asentada. Estamos de acuerdo con que se
h a g a n a un lado la a c t i t u d de antagonismo, las técnicas encubierta-
NEUTRALIDAD Y PODER 85

mente manipulativas y la idea de que la terapia es un proceso en el cual


nosotros, con la suma del conocimiento, actuamos benévolamente sobre
quienes no lo tienen. Pero creemos que carece de sentido fingir una
carencia de conocimientos o habilidades, negar que la experiencia y la
sabiduría que llevamos a la terapia es el fruto del ejercicio prolonga-
do, y a veces penoso, de ese conocimiento y esas habilidades, y de la
evolución de uno y otras. Ofrecer los frutos de m u c h o s años de expe-
riencia de un m o d o sensible y respetuoso a un cliente o u n a familia
perturbados no significa necesariamente quitarles p o d e r o tratarlos
como incompetentes (aunque sin duda ésta es u n a posibilidad).
Para dar un ejemplo, Brian a menudo les explica a los individuos,
parejas o familias que, a lo largo de los últimos veinticinco años, él
ha adquirido u n a habilidad considerable con los enfoques que, por lo
común, no dan resultado en las relaciones, sobre todo cuando se han
convertido en un rasgo de ellas. Por lo general, a continuación dice que,
con respecto a lo que sí dé resultado, él es mucho menos capaz de hacer
una declaración tan definitiva. Sin embargo, admite que a m en u d o tie-
ne ideas sobre lo que podría funcionar, muchas de ellas t o m a d a s de
clientes anteriores, y algunas propias; añade que le gustaría m u c h o
compartirlas con ellos (Cade, 1992b).

LA NEUTRALIDAD

En los últimos años, la cuestión de la neutralidad ha recibido una aten-


ción considerable y ha originado algunas controversias. A nuestro juicio,
la neutralidad del terapeuta es un requerimiento pragmático para ser tera-
péutico cuando se trabaja en el punto de encuentro de las relaciones. La
pérdida de neutralidad, por lo general, empuja al terapeuta a u n a posi-
ción estéril. La posición neutral asumida por razones terapéuticas no
expresa necesariamente la opinión o la actitud personales del terapeuta
con respecto a una persona, una conducta, un conjunto de valores, una
disposición o un hecho. Desarrollamos el empleo de esta posición en vir-
tud del aprendizaje realizado en los casos en que no pudimos ser útiles
por haber tomado partido, creyendo a veces que era importante proteger
a una de las partes, otras veces inconscientemente, en ocasiones con el
autoengaño de que intentábamos una provocación terapéutica para «dese-
quilibrar» el sistema, y a veces por motivos personales nuestros.
Hay en nuestro campo quienes parecen equiparar la neutralidad en
86 GUÍA BREVE DE TERAPIA BREVE

la terapia a la adopción de u n a postura de desapego, no comprometi-


da, no emocional. H e m o s visto a algunos terapeutas que entrevistan
familias empleando u n a expresividad emocional del estilo de Buster
Keaton. Nos parece posible m a n t e n e r la posición neutral respecto de
las dos partes, a d o p t a n d o enfoques intermedios en el continuo que
va entre la postura remota, no comprometida, en un extremo y, en el
o t r o extremo, u n a posición cálida, interesada, afirmativa, c o m p r o -
metida, incluso amistosa, con a m b a s partes. Lo importante es que, a
lo largo del tiempo, ninguna de ellas sea tratada de un modo distinto
y que, implícita o explícitamente, se constituya una alianza de una con-
tra la otra. La neutralidad terapéutica puede significar no tomar par-
tido por ninguno de los lados, o t o m a r partido por los dos.
La neutralidad con respecto al resultado es también, a nuestro jui-
cio, u n a posición pragmática que resulta importante asumir en algu-
nas situaciones, y no necesariamente u n a expresión de la falta de inte-
rés del terapeuta en la resolución de los problemas, o de su insensibi-
lidad a cuestiones sociopolíticas globales. Cuando un terapeuta se iden-
tifica con demasiada claridad con los argumentos en favor de un cam-
bio, sea que comunique su posición explícita o implícitamente, a menu-
do puede convertirse, por así decirlo, en el principal «comprador» del
modo en que debería ser una familia o un miembro de ella. En ese caso,
es como si el terapeuta hubiera colonizado esos argumentos, dejando
p a r a el miembro o los miembros de la familia sólo los argumentos con-
trarios, j u n t o con el efecto que producen esos contraargumentos. Las
ventajas y desventajas de la idea que tiene el terapeuta acerca de cómo
deben ser las cosas carecen de i m p o r t a n c i a si la persecución de esos
fines, p o r positiva que sea la motivación, les quita poder a las perso-
nas, a u m e n t a su «resistencia» o las atrinchera aún más en sus actitu-
des. Al considerar la terapia de familias en las que hubo abuso, Kearney,
Byrne y McCarthy se h a n referido al «potencial colonizador» de las
redes profesionales que tratan a las familias perturbadas o perturba-
doras de las comunidades pobres y marginalizadas. Estos autores seña-
lan que «tales familias están singularmente expuestas a cruzadas rei-
teradas de inversión y retirada, bajo las banderas caritativas del con-
trol y el tratamiento (...) los colonizados, sostenidos por las sanciones
de los colonizadores, mantienen su asociación ambivalente en oscila-
ciones entre la rebelión y la obediencia» (Kearney y otros, 1989, pág.
17). En el examen de las técnicas paradójicas, volveremos a conside-
r a r este proceso de colonización.
NEUTRALIDAD Y PODER
87

En el examen de estas cuestiones preferimos utilizar el marco del


«visitante», el «quejicoso» y el «comprador», al que nos hemos referi-
do en un capítulo anterior, en lugar de la noción más genérica de «neu-
tralidad». En nuestra opinión, teniendo presente la cuestión de «quién
es realmente el comprador de qué», por lo general evitamos las alian-
zas estériles, no nos mostramos demasiado entusiastas o dogmáticos
acerca de cómo deberían ser los otros y, lo que quizá es m á s serio, nos
salvamos de nuestros móviles personales. Cuando las personas están
claramente motivadas para cambiar ciertos aspectos de su vida, lo que
nos produce mayor alegría es actuar como cheerleaders que a n i m a n a
sus los equipos deportivos (aunque por lo general no nos prestamos
a ponernos faldas cortas y agitar pompones).
En la práctica privada, m u y pocas veces debemos asumir u n a pos-
tura de control social directo. Pero tenemos claro que, en tal caso, no
actuaríamos como terapeutas con respecto a la persona o personas de
las que se tratara (aunque la acción en sí podría ser terapéutica, e inclu-
so vital a corto plazo, por ejemplo para un niño o una mujer en riesgo,
o para alguien que sintiera el impulso de no mezclar las cosas). Cuando
se adopta u n a posición de control social, está claro que el c o m p r a d o r
de algo que se desea que suceda es el terapeuta o alguna parte o poder
que el terapeuta representa. Según nuestra experiencia, lo que cambia
no son las personas sino el modo en que éstas quieren comprar. Cuando
nos vemos obligados a asumir el rol de compradores, en particular si
podemos imponer sanciones, lo esencial es que estamos buscando obe-
diencia (en ciertas circunstancias, ésta podría ser la opción ú n i c a y
correcta, pero no debemos confundirla con una determinada terapia).
Sin embargo, esto no significa que no se pueda tratar de cumplir con
la función de control social del m o d o m á s «terapéutico» posible
(Weakland y Jordan, 1990).

SUGERENCIAS, TAREAS Y PERSUASIONES

En la terapia breve, a menudo pedimos que los clientes experimenten


con nuevas conductas o cultiven nuevos modos de cuestionar sus situa-
ciones, lo cual a veces representa u n a desviación radical respecto de su
conducta acostumbrada, o de lo que durante mucho tiempo h a n con-
siderado «sentido común» o verdades evidentes de por sí. La fuerza de
las actitudes, creencias y valores de u n a persona es u n a variable impor-
88 GUÍA BREVE DE TERAPIA BREVE

tante, en c u a n t o la preparan para intentar algo nuevo. Rokeach ha ela-


borado u n a jerarquía de creencias de tres niveles: el más primitivo, pro-
fundo y básico (nivel 1), el de las creencias vinculadas con las diversas
autoridades que rigen a quienes escuchamos y respetamos (nivel 2), y
el de las creencias relativamente periféricas (nivel 3). Cuanto más esté
anclada u n a conducta en creencias del nivel 1, cuanto mayor sea la
fuerza e intensidad con que se la sostiene, m á s difícil será, probable-
mente, influir sobre ellas (Rokeach, 1968). En el resto de este capítu-
lo vamos a presentar algunas ideas, tomadas de la investigación sobre
el arte de la persuasión, que consideramos pertinentes para nuestro
trabajo c o m o terapeutas.
Sin duda alguna, es más probable que las personas cooperen e inten-
ten algo nuevo cuando son validadas y sienten que sus creencias y sen-
timientos son comprendidos y respetados. En cambio, quienes se sien-
ten incomprendidos, particularmente si experimentan niveles altos de
aflicción y angustia, tienden a ser m u c h o m e n o s capaces de concen-
trarse en los mensajes persuasivos, p o r pertinentes que le parezcan al
emisor, y c o n independencia del m o d o de t r a n s m i s i ó n (Nunnally y
Bobren, 1959).
Un grupo de asistentes le aconsejó a u n a mujer muy acongojada, a
la que su esposo acababa de abandonar, que se pusiera en contacto con
su abogado y también con el departamento de Seguridad Social. Ella
se sentó sollozando en la sala de recepción del organismo, aparente-
mente incapaz de actuar. Sólo atinó a pedir, casi de inmediato, el núme-
ro telefónico del departamento de Seguridad Social, y u n a guía p a r a
buscar el teléfono de su abogado, después de que uno de los asistentes
reconociera y validara los sentimientos de temor, cólera y desespera-
ción que ella experimentaba, invitándola, a pesar de todo, a hacer lo
necesario. De m o d o que, a u n a riesgo de repetirnos, subrayamos que
es i m p o r t a n t e , no sólo escuchar lo que n o s dice el cliente, sino tam-
bién, explícita e implícitamente, indicar que hemos escuchado, y demos-
trar nuestra comprensión del relato y el reconocimiento de los senti-
mientos concomitantes.
Es m á s probable que u n a persona obedezca a los requerimientos o
sugerencias m á s congruentes con sus propios deseos, experiencias y
actitudes. «En la persuasión, cuanto mayor sea la congruencia entre la
creencia o la acción propugnada y la necesidad sentida del persuadi-
do, m á s a l t a es la p r o b a b i l i d a d de q u e la p e r s u a s i ó n se produzca»
(Brooks y Heath, 1989, pág. 333). Una joven inició la terapia por pro-
NEUTRALIDAD Y PODER

pia voluntad porque estaba enfermando a causa de su excesiva inquie-


tud y las muchas horas de estudio para sus exámenes finales. Poco tiem-
po antes había tenido que abandonar un examen, al sufrir un ataque
violento de angustia y agotamiento. Ella sabía que tenía u n a prepara-
ción m á s que suficiente para aprobar con honores, pero no podía rela-
jarse. Se le sugirió que cada día tirara u n a moneda. Si caía cara, ese
día no p o d r í a trabajar en absoluto. Por difícil que le resultara, tenía
que irse a la playa o a algún lugar análogo, sin llevar consigo ningún
libro. Si caía cruz, podía estudiar con todo el empeño que ella consi-
derara apropiado.
De este modo pudo frenar su ritmo de trabajo. Sobrevivió a los exá-
menes y obtuvo las notas más altas de su curso. Nos parece que esta
sugerencia dio resultado porque era totalmente congruente con el pro-
pio deseo de la joven de aflojar el paso. Si ella hubiera querido abor-
dar su pánico de un modo tal que le permitiera trabajar aún con más
empeño, la sugerencia no habría dado resultado, por más que nosotros
creyéramos que era lo mejor para ella.
Un individuo con ideas rígidas, dogmáticas, tiende a rechazar las
que no concuerdan con las fuentes de autoridad de sus propias creen-
cias y actitudes.

Si hay que convencer a una persona muy dogmática... hay que tener
presente que el receptor no necesariamente será persuadido por la lógi-
ca o las pruebas, ni por ideas nuevas. Más bien, sobre este tipo de per-
sonas se puede influir apelando a sus figuras de autoridad y a los valo-
res tradicionales, y teniendo presente que ella o él tiene un sistema de
creencias rígido que no tolera mucha incongruencia (Bettinghaus y Cody,
1987, pág. 48).

Un ex soldado manifestó que era una persona extremadamente tra-


dicional, q u e ni siquiera creía que las mujeres se hubieran ganado el
derecho al voto. A su juicio, la familia debía ser gobernada con disci-
plina, y las actitudes de su mujer estaban socavando su autoridad, por
lo cual los hijos se portaban como salvajes. Era evidente que había acep-
t a d o asistir al consultorio p a r a demostrarle a la mujer que los tera-
p e u t a s son inútiles. Se le preguntó al h o m b r e si él se consideraba un
general de la primera guerra mundial o un general de la segunda gue-
r r a m u n d i a l . Pidió que se le especificara la pregunta. Entonces se le
explicó que los primeros habían aprendido muy poco en los primeros
c u a t r o a ñ o s de lucha, y parecían t e n e r p o c o interés en la moral de
90 GUÍA BREVE DE TERAPIA BREVE

sus tropas o en salvar vidas. Al final de la guerra seguían haciendo las


mismas cosas que desde el principio habían demostrado ser totalmente
ineficaces. Pero los últimos aprendían de sus experiencias, prestaban
u n a c o n s i d e r a b l e atención a la m o r a l y a la limitación de las vícti-
mas, y sabían adaptarse a las circunstancias cambiantes. Después de
c o n s i d e r a r la cuestión por u n o s m o m e n t o s , el h o m b r e admitió pen-
sativamente: «Supongo que me he vuelto un poco como un general
de la p r i m e r a guerra mundial».
Enfrentar a este hombre con el error de su pensamiento difícilmente
habría sido útil. Pero una vez trazada la distinción entre los diferentes
estilos de generalato, pudieron alentarle a explorar, desde el interior
de sus propios constructos, las consecuencias de volverse más pareci-
do a un general de la segunda g u e r r a m u n d i a l . Como señala Miller,
«desde un p u n t o de vista pragmático, los mensajes que procuran dar
forma y condicionar las respuestas tienen u n a mayor probabilidad de
éxito que las comunicaciones que a p u n t a n a convertir las pautas esta-
blecidas de conducta» (1980, pág. 19).

Una pareja recurrió al terapeuta para que les ayudara a impedir que
su hijo de 26 años se relacionara con una mujer divorciada. El marido
tenía fuertes creencias cristianas, y se sentía moralmente ultrajado por la
conducta del joven. El terapeuta se manifestó de acuerdo en que Dios les
había pedido que llevaran una carga pesada, y discutió con ellos la pará-
bola del hijo pródigo. Señaló cuánta fe había necesitado el padre de la
parábola para permitir que el hijo dilapidara su herencia y aprendiera de
sus errores, a pesar de lo cual le perdonó y acogió con calidez en su retor-
no. No se realizó ningún intento de vincular el significado de la parábo-
la con cualquier sugerencia de que el hombre cambiara de actitud. En
la sesión siguiente, el padre demostró que se había sentido profundamente
conmovido por el encuentro anterior; había vuelto a leer la parábola, y
llevado a la esposa a conocer a la pareja del hijo; los dos encontraron que,
básicamente, ella era «una buena mujer» (Cade, 1980b, pág. 97).

En este ejemplo, mediante el empleo de u n a parábola de la Biblia,


ayudaron al hombre a «descubrir» espontáneamente actitudes nuevas
y congruentes con sus propias creencias firmes, y además derivadas de
ellas. Cualquier intento de persuadirle de que cambiara de actitud, o
de indicarle las conclusiones que debía extraer de la parábola, proba-
blemente sólo habría servido para endurecerle.
Los argumentos generados p o r u n o m i s m o son m u c h o más influ-
NEUTRALIDAD Y PODER 91

yentes que los producidos por otros, y parece que cuanto m á s n u m e -


rosos son los propios argumentos en favor de una posición, m á s pro-
bable es que esa posición persista. También parece que, al considerar
u n a serie de mensajes persuasivos, las personas recuerdan sus propios
p e n s a m i e n t o s y argumentos con u n a claridad mucho m a y o r que los
mensajes en sí (ya estén esos argumentos a favor o en c o n t r a de ta-
les mensajes). Como observan Perloff y Brock,
...los individuos son participantes activos en el proceso de la per-
suasión e intentan relacionar elementos del mensaje con su repertorio
de información existente. Al hacerlo, estos individuos pueden conside-
rar materiales no contenidos realmente en el mensaje persuasivo. Tales
cogniciones generadas por el propio sujeto pueden concordar con la posi-
ción defendida por la fuente, o divergir de ella. En la medida en que la
comunicación suscite respuestas cognitivas favorables, las actitudes deben
cambiar en la dirección propugnada por la fuente. Si el mensaje evoca
reacciones mentales desfavorables, debe inhibirse el cambio de actitud
en la dirección propugnada por la fuente (1980, pág. 69).

Como Perloff y Brock dicen a continuación, las consecuencias de


esto son que «una vez que los comunicadores han comenzado a cam-
biar la mente de las personas acerca de una cuestión, pueden estar muy
seguros de que ese cambio persistirá si los miembros de la audiencia
refieren sus propios pensamientos acerca del mensaje, en l u g a r de
los argumentos del orador» (1980, pág. 85).
El mayor efecto de la confrontación consigo mismo se produce en
sujetos cuyos valores iniciales son congruentes con los implícitos o explí-
citos en un mensaje persuasivo, aunque su conducta haya sido incon-
gruente (Grube y otros, 1977). Cuando los valores de un cliente no son
c o n g r u e n t e s con los que d a n forma al mensaje, la confrontación es
m u c h o menos eficaz. De hecho, si el mensaje suscita reacciones desa-
gradables, desfavorables o de desaprobación proporcionales al grado
de incongruencia, habrá u n a tendencia a inhibir el cambio de actitud
y conducta en la dirección propugnada, y a generar contraargumentos
(que pueden o no expresarse abiertamente).
Asimismo, cuando una persona espera o se le advierte que va a reci-
bir un mensaje persuasivo probablemente opuesto a sus valores y acti-
tudes, se producirán y referirán de antemano respuestas contraargu-
mentativas, que hacen a ese sujeto m u c h o menos sensible a la persua-
sión (Petty y Cacioppo, 1977).
Un m a r i n o retirado había sido definido anteriormente p o r profe-
92 GUÍA BREVE DE TERAPIA BREVE

sionales de diversas especialidades como rígido y Victoriano en sus ide-


as sobre la disciplina, totalmente reaccionario y sin motivación.
Consideraba que su hija de 14 años era desobediente, brusca, y que esta-
ba fuera de control. Según los profesionales mencionados, la niña era
perfectamente normal, y se veía i m p u l s a d a a «actuar» y a rebelarse
por las rígidas actitudes y expectativas del padre. Los intentos maternos
de mantener la paz y defender a la hija no hacían más que aumentar la
tensión. Había alguna preocupación oficial por la posibilidad de que la
situación se volviera violenta y que la niña corriera peligro. Se conside-
raba que el padre era totalmente incapaz de ver el modo en que sus pro-
pias actitudes estaban en la raíz del problema. Él había expresado la opi-
nión de que el trabajo social y la psiquiatría eran «peor que inútiles».
Derivado a un terapeuta breve, el h o m b r e demostró con su com-
portamiento que no estaba preparado para ninguna cooperación que
fuera más allá de presentarse en el consultorio. El terapeuta le hizo un
comentario sobre lo difícil que resultaba e d u c a r hijos en esta época
permisiva. Muchos de los valores tradicionales parecían haberse per-
dido. Él expuso su creencia de que los p a d r e s tienen derecho a defi-
nir la conducta apropiada en el hogar, y que los jovencitos necesitaban
la mayor experiencia de sus progenitores, p o r m á s que los considera-
ran «anticuados». El terapeuta lamentó la pérdida de muchos de esos
antiguos valores y principios, y la falta de autorrespeto y autodiscipli-
na, tan frecuente en la sociedad moderna. «Pero, desde luego», conti-
nuó, «los buenos padres se vuelven obviamente más flexibles y nego-
cian más a medida que los hijos crecen.»
Ante esa inesperada validación de muchas de sus creencias, el padre
comenzó a asentir con la cabeza, incluso al enunciado final sobre la
necesidad de volverse más flexible. Quedó pensativo y, al cabo de unos
minutos, se inclinó hacia adelante y dijo: «Me pregunto si tal vez no
soy demasiado anticuado; quizá sea d e m a s i a d o d u r o con ella; quizá
éste sea el problema real».
El terapeuta comentó con cautela que hoy en día parece haber nume-
rosos padres a los que no les importa m u c h o la manera en que se com-
portan sus hijos. Los niños necesitan realmente aprender a distinguir
lo correcto de lo incorrecto. El padre volvió a asentir pero, unos minu-
tos más tarde, reiteró con m á s insistencia su creencia de que quizá él
no fuera razonable. «Después de todo, ella tiene ahora 14 años y en rea-
lidad no es mala chica. Los tiempos son distintos, y supongo que ten-
go que aprender a convivir con la época.»
NEUTRALIDAD Y PODER
93

Cuanto m á s le exhortaba el terapeuta a ser cauto, más insistía el


padre en que era él quien necesitaba cambiar. Aceptó otra entrevista y
el resultado del caso fue una rápida mejoría de la relación entre el hom-
bre y su hija.
Al principio, sin duda el hombre había previsto que el terapeuta
vería la c o n d u c t a de su hija desde u n a perspectiva «blanda y consen-
tidora», y q u e u n a vez más se le señalaría el error que cometía él. Por
cierto, tenía contraargumentos de lo m á s ensayados. Un buen núme-
ro de profesionales le había estado acosando con sus intentos de per-
suadirle, a veces con suavidad, a veces más enérgicamente, de que adop-
tara un enfoque incongruente con sus creencias y actitudes aparentes.
Al sentir q u e sus creencias y preocupaciones eran validadas, y no
experimentar ninguna necesidad de defender su posición, él sintió inme-
diatamente q u e podía permitirse que esa postura perdiera estrechez,
aceptando la idea de que los buenos padres se vuelven más flexibles a
medida que los chicos crecen. Las expresiones de cautela del terapeu-
ta y su renuencia a culparlo a él parecieron alentar al hombre a gene-
rar cada vez m á s argumentos propios a favor de una mayor tolerancia;
los mismos argumentos que antes nunca habría aceptado de los otros.
Una vez q u e sus actitudes comenzaron a modificarse, pudo tolerar y
sacar p a r t i d o de los consejos —no sólo de los consejos del terapeuta,
sino también de su mujer y su hija—. Para poder sentirse un buen padre,
y que los otros lo vieran como tal, tenía u n a importancia indudable.
Como señala Miller, «si se logra dar forma a las respuestas de la per-
sona a persuadir, este éxito incide en la vinculación de tales respues-
tas con valores firmemente asentados...» (Miller, 1980, pág. 18).
A corto plazo, la repetición de un mensaje persuasivo puede pro-
ducir a c u e r d o y cooperación. No obstante, si la repetición continúa,
tenderá a volverse rápidamente c o n t r ap r o d u c e n t e , y a generar m á s
«resistencia» cuanto más se reitera (Cacioppo y Petty, 1979). Algunas
investigaciones sugieren también que un exceso de refuerzo positivo
de las actitudes y la conducta de u n a persona puede, en realidad, pro-
vocar un «efecto rebote» e inhibir la influencia de u n a comunicación
persuasiva (McGuire, 1964).
Por ejemplo, una maestra de escuela que participaba en un seminario
sobre los enfoques conductistas comprendió que había estado reaccio-
nando de m o d o exagerado ante la desobediencia de un chico, con lo cual
quizá reforzaba inconscientemente la conducta-problema y también la
sensación que tenía ese niño de ser malo. La maestra decidió comenzar a
94 GUÍA BREVE DE TERAPIA BREVE

brindarle más ánimos y a elogiar lo que él hacía que pudiera merecer apro-
bación; además, en la medida de lo posible, trató de reaccionar poco a las
habituales conductas provocadoras del niño. Le sorprendió gratamente
percibir u n a rápida mejoría. No obstante, para su decepción, ese cam-
bio fue breve. Finalmente, la maestra consultó sobre el caso, y se le acon-
sejó que continuara con su política de reaccionar poco a las conductas
provocadoras, pero que fuera m u c h o m e n o s generosa con el ánimo
y el elogio. La conducta del niño mejoró y, esa vez, la mejoría se man-
tuvo.
Si se logra persuadir a u n a persona de que cumpla con pequeños
requerimientos o sugerencias, es m á s p r o b a b l e que esté de acuerdo
con requerimientos mayores. Puede que este fenómeno sea bien cono-
cido. Sin embargo, la investigación t a m b i é n ha demostrado que, en
m u c h o s casos, si a u n a persona se le pide que ejecute u n a acción lo
suficientemente importante o incluso absurda como para que con toda
seguridad la rechace, a m e n u d o a c e p t a r á de i n m e d i a t o un requeri-
miento más pequeño, que parezca más razonable. De no mediar la pri-
mera petición, normalmente la segunda habría sido rechazada. Quizá
sea más probable que un individuo realice concesiones a quienes pare-
cen, a su vez, hacerle concesiones a él. Por ejemplo, una mujer grave-
mente agorafóbica quedó petrificada c u a n d o el terapeuta le anunció
que, en esa sesión, los dos iban a pasear p o r el interior de unos gran-
des almacenes. Con alivio considerable, ella aceptó después la suge-
rencia alternativa de que tomaran j u n t o s un café en un bar cercano.
Ésa fue su primera salida de casa en varios meses.
Sugerir que no se realice una tarea o no se responda a un requeri-
miento claramente descrito puede impulsar a algunas personas a inten-
tar lo contrario, es decir, a tratar de cumplir. Por ejemplo:

Normalmente, en esta etapa, yo sugeriría que [el terapeuta enuncia


con claridad la sugerencia], pero, por el momento, me interesa que usted
no tenga una nueva experiencia de fracaso.

T a m b i é n es posible presentar alternativas ilusorias; se formulan


dos sugerencias que serían rechazadas p o r igual si se plantearan u n a
a una, pero que aparecen como si el rechazo de u n a supusiera la acep-
tación de la otra. Por ejemplo, a la mujer agorafóbica a la que nos hemos
referido, se le podría haber hecho la siguiente pregunta:
NEUTRALIDAD Y PODER 95

¿Le gustaría dar una vuelta conmigo por los grandes almacenes y
describirme sus sentimientos, o preferiría empezar con una salida más
corta, a tomar un café?

Para u n a mayor elaboración de este método, vale la pena estudiar


ejemplos del trabajo de Milton Erickson (Rossi, 1980).
También es importante considerar las posibles maneras de abor-
dar las tareas o sugerencias. ¿Los clientes las siguen, las modifican, se
oponen a ellas, las ignoran, las olvidan? Para determinar el siguiente
paso, el terapeuta debe orientarse con ese feedback. Por ejemplo, si las
sugerencias se siguen al pie de la letra, lo indicado son más sugeren-
cias; si son ignoradas, o hay oposición u olvido, el terapeuta debe con-
siderar con cuidado su posición. ¿Ha evaluado mal la medida en que
el cliente o la familia son «compradores», o está él m i s m o (el tera-
peuta) m á s motivado que ellos para lograr un determinado cambio?
¿Acaso el cliente o la familia han traído una idea diferente o mejor, más
apropiada para ellos? A nuestro juicio, el fracaso aparente en una tarea
o sugerencia debe verse, normalmente, como resultado de un error
de comprensión o cálculo del terapeuta, más bien que como resisten-
cia o desobediencia del cliente individual o la familia.
7. MENOS DE LO MISMO

...si cambiamos algún aspecto de un sistema... el primer resul-


tado será a menudo una cantidad de otros cambios donde no los
esperábamos...
WADDINGTON (1977, pág. 103)

En la vida real, aunque algunos problemas humanos pueden


persistir en un nivel constante de gravedad, muchas dificultades
no siguen idénticas durante mucho tiempo, sino que tienden a
aumentar en escalada si no se intenta ninguna solución, o si se
aplica una solución errónea —y especialmente más de esa solu-
ción errónea.
WATZLAWICK Y OTROS (1974, pág. 34)

En primer lugar, hay sólo una solución posible, permitida,


razonable, lógica, y si esta solución no ha producido aún el efec-
to deseado, aplíquela con más energía. En segundo término, en
ninguna circunstancia ponga en duda el supuesto de que existe
una sola solución; sólo su aplicación puede cuestionarse y «refi-
narse».
WATZLAWICK (1983, pág. 33)

Una de las ideas que más ha influido en el c a m p o de la terapia bre-


ve es la propuesta del Centro de Terapia Breve de Palo Alto en cuanto
a que, en ciertas circunstancias, los problemas se desarrollan y man-
tienen a partir del modo de percibir y, posteriormente, abordar algu-
nas dificultades de la vida, a menudo totalmente normales (Watzlawick
y otros, 1974; Weakland y otros, 1974). Con la guía de la razón, la lógi-
ca, la tradición o el «sentido común», se aplican diversas soluciones
intentadas (entre ellas, a veces, la reacción insuficiente y la negación),
cuyo efecto es m í n i m o o nulo, o que directamente exacerban la difi-
98 GUÍA BREVE DE TERAPIA BREVE

cultad. Entonces el problema se atrinchera en más de las mismas solu-


ciones o clases de soluciones, seguidas p o r más del mismo problema,
que atrae más de las mismas soluciones intentadas, y así sucesivamente.
Se crea un círculo vicioso; la aplicación continuada de soluciones «erró-
neas» o inadecuadas, que encierran la dificultad en u n a pauta que se
autorrefuerza y automantiene, puede p a s a r a ser el problema percibi-
do. La cronicidad es vista como la persistencia de u n a dificultad rei-
teradamente mal manejada. Dicen Weakland y otros:

Suponemos que, desde que la dificultad empieza a verse como el


«problema», la continuación, y a menudo la exacerbación de ese pro-
blema resulta de la creación de un circuito de feedback positivo, casi siem-
pre centrado en esas mismas conductas de los individuos del sistema que
tienen el propósito de resolver la dificultad» (1974, pág. 149).

También en la terapia puede producirse u n a situación análoga,


cuando «más del mismo» enfoque terapéutico conduce a «más del mis-
mo» problema, y así sucesivamente. El terapeuta puede quedar com-
prometido m u y p r o n t o con un diagnóstico y un enfoque, sobre todo
cuando ha cargado emocionalmente su idea de lo que la situación es o
debe ser. El diagnóstico puede entonces reificarse de un modo tal que,
incluso frente a la inexistencia de cambio, se continúan aplicando los
mismos enfoques terapéuticos, y «más de lo mismo» tiende a generar
«más de lo mismo», etcétera, etcétera. Cuando la terapia queda atas-
cada, la formación de la mayoría de los profesionales los lleva a pres-
tar cada vez más atención al cliente. Lo recomendable es hacer lo con-
trario, o incluso más. Si está atascado, el terapeuta debe considerar sus
marcos exploratorios y los enfoques que utiliza, que quizá sean «correc-
tos», pero no dan resultado, y pueden haber pasado a formar parte del
mismo problema.

Sin duda, no es siempre fácil persuadir a las personas de que dejen


de aplicar, o incluso inviertan, las soluciones intentadas, que hagan
la prueba con «menos de Jo mismo». Esto no se debe sólo a que esas
soluciones tengan el respaldo de la razón, la lógica, la tradición o el
«sentido común», sino también a que suelen impulsarlas fuertes emo-
ciones despertadas por el problema y/o la persona o las personas invo-
lucradas. Son t a m b i é n soluciones que h a n d a d o r e s u l t a d o en otros
momentos y en otras circunstancias («Así me trataban mis padres cuan-
do yo me descarriaba, y nunca me hizo daño»). Cuanto más se inviste
MENOS DE LO MISMO
99

intelectual y emocionalmente una posición particular, más difícil resul-


ta renunciar a ella. No obstante, si las personas sienten que han sido
respetadas, y que sus preocupaciones fueron escuchadas y validadas,
nuestra experiencia nos dice que a menudo están dispuestas a inten-
tar (aunque a veces con cautela) no seguir haciendo lo que está claro
que no les da resultado: quedan preparadas para hacer «menos de lo
mismo». Suelen aceptar que por lo menos ahorrarán m u c h o tiempo
y esfuerzo derrochados, pero también que esa conducta, por sí misma,
podría promover algo nuevo (de hecho, ocurre muchas veces, y a menu-
do es la solución). Después de todo, ¿quién sabe qué llenará la consi-
derable brecha que queda?
Una mujer recurrió a un terapeuta para poder ayudar al marido a
dejar de beber. Él era un abogado cuya práctica e m p e z a b a a sufrir
las consecuencias de que a menudo estuviera ebrio desde el mediodía.
La esposa le llamaba constantemente la atención acerca del alcohol
que consumía, de los peligros de volver conduciendo por la noche en
estado de embriaguez, de lo que estaba sufriendo su práctica profe-
sional, del hecho de que pocas veces estaba en el hogar cuando los hijos
se iban a dormir. Además lo llamaba por teléfono varias veces al día
para saber cómo estaba. En las primeras horas de la noche, ella inter-
ceptaba las llamadas de él, para ocultar a clientes y colegas que el hom-
bre había estado bebiendo. El solía llegar tarde a casa, y a menudo esta-
llaba en cólera si se le hacía cualquier mención al tiempo que había
pasado bebiendo, o a las copas que había tomado. La mujer evitaba
cada vez más las invitaciones, porque la conducta del marido la aver-
gonzaba. Estaba cansada de tener que disculparlo.
Se le preguntó a esta mujer si alguno de estos procedimientos había
influido en la conducta del esposo. Parecía que, en todo caso, la situa-
ción había empeorado.
Brian le entregó un ejemplar de la cartilla con la que suele ayudar
a la gente a descubrir por sí misma qué es lo que ha vuelto estériles sus
acciones, p o r correctas, lógicas o justificables que parezcan.

Enfogues que por lo general no dan resultado

Los enfoques señalados a continuación, aunque pueden ser eficaces


ocasionalmente (lo bastante como para que nos apeguemos a ellos), cuan-
do forman parte de una pauta crónica, regular, no sólo no dan resulta-
100 GUÍA BREVE DE TERAPIA BREVE

do, sino que a m e n u d o intensifican la aparición de la misma conducta o


actitud que intentamos cambiar.
Estos enfoques o procedimientos tienden a fracasar, no porque sean
aplicados mal o con poca sutileza, ni tampoco porque su motivación sea
e r r ó n e a . Al p a r e c e r , no d a n resultado d e b i d o a que no dan resultado
por mejor que u n o los defienda, y por lógicos o correctos que sean. Del
mismo modo que una pelota lanzada al aire siempre cae hacia abajo, no
querer o poder cooperar ante el empleo constante de los procedimientos
es una «ley» de la naturaleza humana.

A. El sermón no solicitado

• Sermones (especialmente cuando son


• Consejos «por tu propio bien»)
• Regaños o reproches
• Insinuaciones
• Aliento: «¿Por qué no tratas de...?»
• Rogar/suplicar/tratar de justificar la propia actitud
• Apelación a la lógica o al sentido común
• Artículos de folletos o periódicos dejados estratégicamente a la vista, o
leídos en voz alta
• El enfoque silencioso y sufrido de «mira con cuánta paciencia y valen-
tía no digo n a d a ni t o m o nota de nada», o bien u n a versión iracunda
de lo m i s m o (éstos suelen ser los «sermones» m á s poderosos del lote)
• Tampoco tiende a dar resultado el castigo repetido y/o creciente; a menu-
do genera «más de las mismas» conductas-problema, o una escalada de
ellas

B. Adoptar una postura de superioridad moral

c u a n d o c u a l q u i e r a de los métodos anteriores se aplica desde una


posición de superioridad, de lógica «inexpugnable» (por lo común, la posi-
ción masculina), de ultraje moral, de indignación justa. Como, por ejem-
plo:

«Si realmente me quisieras...»


«Seguramente podrías ver que si tú...»
«¿Por qué no comprendes que...?»
«Cualquier persona con sentido común...»
«Después de todo lo que he hecho...»
«Mira cuán enfermo/desesperado/deprimido estoy por preocuparme
por ti.»
MENOS DE LO MISMO 101

«Te a m a r é y dejaré de estar enojado/de irme/de negarme a hablar, si


haces exactamente lo que yo quiero.»
«Te a m o porque te comportas como quiero que lo hagas, y te amaré
mientras lo sigas haciendo.»

Se trata de cualquier posición que implique que quien habla tiene la


verdad acerca de cómo son o deben ser las cosas, o un conocimiento supe-
rior, capacidades, un conjunto de costumbres que al otro, por definición,
le faltan o sólo posee a medias.

C. Autosacrificio/autonegación

• Actuar constantemente para mantener la paz


• Andar constantemente de «puntillas» para no perturbar o enojar a otros
• Poner constantemente la felicidad de los demás por encima de la propia
• Tratar de justificarse constantemente
• Proteger a los otros de las consecuencias de sus acciones
• Estar permanentemente pendiente del cambio del otro
• Tratar continuamente de agradar a alguien/todos

D. ¡Hazlo espontáneamente!

En este caso, por medio de cualquiera de los modos de actuar enu-


merados, trata de que alguien haga algo o adopte una actitud diferente,
pero también exige que sea porque quiera hacerlo.

«¡Tienes que querer agradarme!»


«Me gustaría que me demuestres más afecto, pero sólo lo aceptaré
si lo haces p o r q u e quieres.»
«No basta con que me ayudes a lavar; preferiría que lo hicieras con
gusto/de b u e n grado.»

Tratar de hacer a alguien más responsable, rnás expresivo, m á s razo-


nable, m á s solícito, más considerado, más erótico, m á s positivo, etcéte-
ra, equivale a invitarlo a que obedezca a nuestras definiciones de cómo
debe ser, sean cuales fueren las intenciones reales de él. Esto da resul-
tado muy pocas veces o nunca. A lo sumo se obtiene obediencia; lo más
probable, c o n m u c h o , es que la respuesta sea u n a m a y o r incapacidad
para responder, desobediencia, cólera, repliegue sobre sí mismo, fraca-
so o resentimiento. Parece que a la mayor parte de las personas no les gus-
ta ser obedientes.
lo; GUÍA BREVE DE TERAPIA BREVE

Las implicaciones de todas estas ideas fueron examinadas deteni-


damente con la mujer. Ella estuvo de acuerdo en que era improbable
que hacer «más de lo mismo» diera resultado, y se manifestó dispues-
ta a intentar algo distinto. Decidió dejar de llamar regularmente al mari-
do por teléfono, y también de protegerlo interceptando sus comunica-
ciones profesionales. Además, no volvería a referirse al hecho de que
bebiera, a los riesgos de conducir en estado de embriaguez, o a la hora
de su llegada a casa. Decidió ignorar sus frecuentes rabietas, en lu-
gar de tratar de calmarlo. Empezaría a aceptar invitaciones sociales y
a permitir que el m a r i d o cargara con las c o n s e c u e n c i a s de su con-
ducta si se emborrachaba o ponía en ridículo. Empezaría a hacer todo
esto sin aviso previo. (Según nuestra experiencia, por lo general es pre-
ferible no prevenir que va a establecerse un nuevo conjunto de reglas
para la relación, sino sencillamente empezar a c o mp o r t a r s e como si
las reglas nuevas ya estuvieran en vigencia.) Al mismo tiempo, ella com-
prendió que era importante que hiciera estas cosas no para levantar la
presión sobre él, y que no las considerara sólo como un conjunto más
tácticas para persuadirlo a beber menos, sino c o m o un reconoci-
miento de que ella m i s m a necesitaba empezar a considerarse y de que,
en última instancia, su hígado era responsabilidad de él, por más que
a ella le preocupara. Esta clienta admitió que no siempre sería fácil
quebrar la pauta de responsabilidad excesiva a la que estaba «aferra-
da» desde hacía tiempo.
En la sesión siguiente, dijo, con considerable sorpresa, que el mari-
do, de un modo totalmente espontáneo, había c o m e n z a d o a volver a
casa más temprano. Cuando sabía que iba a llegar tarde, llamaba por
teléfono para avisar, y además era mucho más atento. Después de una
de sus rabietas, que ella aparentemente había pasado p o r alto con toda
tranquilidad, «como si fuera la rabieta de un crío», p o r primera vez
él se disculpó e s p o n t á n e a m e n t e ; su tendencia a dejarse llevar p o r la
cólera había decrecido de modo notable. Varias semanas más tarde, el
hombre dijo que temía estar bebiendo demasiado, y que ello estuviera
afectando a su trabajo. La mujer logró resistirse a ad o p t a r u n a postu-
ra de superioridad m o r a l (por ejemplo, «eso es lo que he estado tra-
tando de decirte...») y respondió: «Parece que estás realmente preocu-
pado. Espero que encuentres un modo de superarlo. Si yo puedo ayu-
darte de alguna manera, dímelo».
Esta clienta se dio cuenta de que si ella hubiera reaccionado como
lo hacía antes, mostrándose excesivamente útil, alentándolo a que fue-
MENOS DE LO MISMO
103

se a ver a un terapeuta, concertando u n a cita, etcétera, él probable-


mente habría empezado a luchar contra ella, en lugar de luchar con su
propio problema. Un par de semanas más tarde, el h o m b r e buscó un
terapeuta p o r sí mismo.
Desde luego, las m a n e r a s de actuar señaladas en la cartilla que
hemos reproducido representan enfoques que todos aplicamos, tanto
en la terapia como en nuestras propias vidas personales. Constantemente
nos sorprendemos impartiéndole a un cliente o u n a familia u n a con-
ferencia que no nos h a n pedido, desde una posición de lógica «inex-
pugnable», sobre la inutilidad general de dar conferencias o sermones
no solicitados desde una posición de lógica «inexpugnable». Esta mane-
ra de comportarse no es fácil de evitar y, en ciertos ámbitos de nues-
tro trabajo (por ejemplo, c u a n d o tenemos responsabilidades regla-
mentarias, y en particular cuando encontramos violencia familiar, vio-
lación o abuso sexual de niños), resulta casi imposible prescindir de
ella. No obstante, según nuestra experiencia, éstos siguen siendo enfo-
ques que por lo general no dan resultado.
Cuando se consideran los problemas como soluciones intentadas
que se han convertido en parte del problema, es importante tener cla-
ra la cuestión de la culpa y la responsabilidad. El terapeuta no consi-
deró de n i n g ú n m o d o , ni le dijo a la mujer, que las s o l u c i o n e s que
ella intentaba e r a n el motivo de que el esposo bebiera. Si e m p r e hay
que tener cuidado de no transmitir inadvertidamente, de algún modo,
esa inferencia (teniendo presente que la información que tratamos de
dar no es siempre la información que se recibe). Se ha aducido, por
ejemplo, que las explicaciones interaccionales de los p r o b l e m a s pue-
den llevar implícitamente a pensar que una mujer está implicada en la
violencia que el marido ha ejercido sobre ella, y que, p o r lo tanto, tie-
ne parte de la culpa. Así, McGregor cuenta que:

Al trabajar con la noción de la complementariedad, y centrarse en la


experiencia psicológica del hombre y la mujer, la violencia es implícita-
mente conceptuada como una cuestión de la relación. A ambas partes se
les pide que describan lo que sucede «entre ellas y en torno de ellas» cuan-
do aparece la violencia; de este modo, se implica a la víctima en la vio-
lencia. Al concentrarse en las «regañinas» o «reproches» de la mujer... exis-
te el riesgo de que implícitamente se reduzca la violencia a un nivel de
conducta molesta, y puede establecerse un vínculo encubierto entre la pro-
vocación femenina (o regañina) y la violencia del varón (1990, pág. 69).
104 GUÍA BREVE DE TERAPIA BREVE

A nuestro juicio, el hecho de que, en cierta oportunidad, si una mujer


no hubiera regañado no habría sido golpeada, no significa que ella sea
responsable de que un h o m b r e aborde determinadas situaciones utili-
zando la violencia. No obstante, consideramos perfectamente válido
ayudar a esa mujer a advertir que «los reproches» se h a n convertido
en un modo de actuar que no da resultado y no la ayudan a lograr lo
que quiere (por más razones que ella tenga para estar enojada con el
hombre), a fin de persuadirla de que haga «menos de esto» e intente
algo distinto.
El hecho de que después sea golpeada con menos frecuencia nos
parece un resultado positivo, a u n q u e de ningún m o d o supone nece-
sariamente la resolución del problema más amplio de que la mujer esté
en una relación con un h o m b r e que se considera con derecho a ser vio-
lento. Cuando contamos un chiste que hace reír a otra persona, sin
duda hemos estimulado esa risa, pero no somos de ningún modo res-
ponsables de que el otro tenga o no tenga un sentido del h u m o r bien
desarrollado.
A continuación presentamos un ejemplo más detallado del estímulo
a hacer «menos de lo mismo» p a r a interrumpir una escalada poten-
cialmente grave entre una joven adolescente y sus padres. Tampoco en
este caso se pretende inculpar implícitamente a los padres por la con-
ducta de la hija.

LIBERTAD, ¿PARA QUIÉN?

Los padres de Melissa la llevaron a terapia por indicación del con-


sejero escolar. Pequeña y bonita, de 14 años de edad, ella permaneció
hoscamente sentada mientras los progenitores describían el deterio-
ro de su conducta, tanto en casa como en la escuela, en el curso del
último año, más o menos. El h e c h o de que no hubiera vuelto a su casa
durante toda una noche había precipitado una crisis reciente. No era
la primera vez que lo hacía. A m e n u d o volvía muy tarde, frecuentaba
night-clubs, bebía alcohol r e g u l a r m e n t e , y se sospechaba que había
fumado marihuana. En los meses anteriores, su rendimiento escolar
había declinado de modo notorio.
Mientras la madre, Leanne, describía el resentimiento y el desafío
creciente que sentía en Melissa, el padre, Ron, parecía colérico, pero
también aturdido y derrotado. De vez en cuando trataba de r a z o n a r
MENOS DE LO MISMO
105

con la niña, le p r e g u n t a b a qué era lo que estaba mal, q u é quería de


ellos. Ella respondía siempre: «Quiero más libertad»; Ron observaba
que ya tenía muchísima libertad, pero que la libertad q u e aparente-
mente quería era u n a licencia para crecer en estado salvaje y hacer
su voluntad, con independencia de que afectara o no a otras personas.

Melissa: No, no es así.


Ron: Por supuesto que es así.
M: No es así.
R: ¿Qué me dices de tus «amigos»? Andan por la calle c o m o locos
a altas horas de la noche, haciendo lo que quieren.
M: No es cierto.
R: Es así. Sé que es así.
M: No es cierto.
R: Por lo que veo, eso es lo que nos pides que te dejemos hacer.
M: Yo no pido eso.
R: Entonces, ¿qué es lo que quieres?
M: Sólo quiero más libertad.

En este punto, Ron, derrotado, pareció renunciar; se volvió hacia


el terapeuta y le dijo: «Ya lo ve, de esto se trata. Diría que ella ya no
quiere formar parte de la familia».
Melissa respondió de inmediato: «Sí que quiero».
Leanne dijo que era difícil conseguir que Melissa hiciera los debe-
res para la escuela, que no ayudaba para nada en la casa, que trataba
mal a sus dos hermanas menores y (punto éste de preocupación par-
ticular para los padres) que, a la salida de la escuela, no volvía direc-
tamente al hogar («No es m u c h o lo que le pedimos»). La n i ñ a vaga-
bundeaba con grupos de amigos, holgazaneaba en la estación de auto-
buses o en la playa, a m e n u d o durante varias horas. De hecho, la cri-
sis más reciente se había producido cuando Melissa llamó a su casa a
las dos de la m aña na , sin h a b e r vuelto desde el día anterior. Leanne
le dijo enfurecida: «O estás aquí dentro de media hora, o no te preo-
cupes en volver nunca». La niña finalmente llegó a mediodía del día
siguiente.
Ante escaladas simétricas de este tipo, por lo general es u n a bue-
na política realizar p r i m e r o u n a breve entrevista con t o d o el grupo,
durante la cual uno puede hacerse una idea de cómo actúan los miem-
bros de la familia. Después se dividen las facciones; se conversa a solas
106 GUÍA BREVE DE TERAPIA BREVE

con el adolescente, y a continuación con los padres. A todos se les acla-


ra que esas sesiones son totalmente confidenciales y que no se llevará
información de u n a a otra, a u n q u e , desde luego, los propios clientes
podrán comunicarse más tarde lo que quieran. Esto le permite al tera-
peuta entrar éticamente en coalición abierta con todas las partes, para
ayudarlas a abordar más productivamente las dificultades que expe-
r i m e n t a n en sus relaciones. A p a r t i r de entonces, son m u y raras las
sesiones con la totalidad del grupo. A los hermanos, a menos que estén
directamente involucrados en u n a escalada con los progenitores, por
lo general se les agradece la ayuda y no se les pide que vuelvan. Los
padres y hermanos no son entrevistados juntos sin la presencia del ado-
lescente-«problema», sobre todo si esos hermanos parecen tomar regu-
l a r m e n t e partido por los p a d r e s . De este m o d o , es m u c h o más fácil
afrontar con eficacia y respeto las «soluciones intentadas» que cada
parte aplica estérilmente a sus problemas percibidos con la otra. Cuanto
m á s intentan los padres controlar, proteger, ayudar o guiar al adoles-
cente, más se ve éste impulsado a replegarse o rebelarse. Cuanto más
trata el adolescente de «encontrar espacio» evitando a sus progenito-
res «entrometidos» (según el jovencito los ve), discutiendo con ellos o
desobedeciéndoles, más confirma las dudas y temores que tienen los
adultos, y más atrae su atención.
A solas, Melissa se volvió m u c h o m á s comunicativa. Se quejó de
que sus padres la trataran c o m o si tuviera 11 años. La madre le decía
cuándo tenía que cambiarse de ropa, ducharse, hacer los deberes; cómo
ordenar su habitación; que al salir de la escuela volviera directamen-
te a casa, etcétera, etcétera. El padre la trataba como si fuera incapaz
de cuidarse. «Ellos dicen que quieren confiar en mí, pero no me d a n
libertad para que yo les demuestre que soy digna de confianza.»
El terapeuta le preguntó: «¿Qué querrías que yo les aconseje a tus
padres que hagan?». (Según nuestra experiencia, la mayoría de los ado-
lescentes suelen encontrar respuestas perfectamente sanas y razona-
bles a esta pregunta.) Melissa dijo que les aconsejaría que dieran mar-
cha atrás, que confiaran más en que ella era capaz de cuidarse y de rea-
lizar elecciones sensatas en su vida. Confirmó que, si cesaban en sus
intentos casi constantes de manejarle la vida, ella probablemente sería
m u c h o más cooperativa.
El terapeuta le dijo que h a r í a lo que pudiera, pero sin p r o m e t e r
nada. Además, en vista de la reputación que tenían esos barrios, de fre-
cuente abuso de drogas y prostitución adolescente, quizá sería impo-
MENOS DE LO MISMO 107

sible conseguir que los padres dejaran de preocuparse. La n i ñ a estu-


vo de acuerdo en que tenían derecho a preocuparse cuando volvía muy
tarde por la noche, y admitió que ella misma detestaba hacerlo, y que
«se moría de miedo» ante la posibilidad de que la violaran o la roba-
ran y agredieran. Sin embargo, la certidumbre de que los padres esta-
rían esperándola furiosos cuando llegara, por lo general p e s a b a más
en esos momentos que las posibilidades más peligrosas.
A los padres se les pidió que describieran detalladamente todo lo
que habían intentado para resolver las dificultades que les planteaba
Melissa. Habían intentado la mayoría de las cosas que hacen los padres:
reprenderla (a veces delante de sus amigos), retirarle privilegios, impe-
dirle salir, razonar con ella, apelar a ella, amenazarla, etcétera. Poco
tiempo antes, Leanne se había sentado dos horas al pie de la c a m a de
la niña, rogándole que le dijera qué era lo que estaba mal, por qué hacía
esas cosas. Todo había sido inútil.
El terapeuta comentó que esas conductas parecían haberse vuelto
totalmente predecibles para Melissa y que tal vez incluso se sabía de
memoria todo lo que le decían. Explicó que los adolescentes parecen
tener u n a aptitud especial p a r a cerrar los oídos y m i r a r a la lejanía
siempre que detectan la inminencia de un argumento, un sermón, una
apelación predecible. No obstante, reconoció que el hecho de que estu-
viera hasta tarde fuera de casa era muy preocupante, sobre todo con-
siderando las zonas que la niña frecuentaba, y el hecho de que sin duda
tenía que aprender a ser más responsable. Ahora bien, por el m o m e n -
to, los intentos que los padres realizaban no parecían llevarlos a nin-
gún lado. «Sí, lo sabemos», dijo Ron, «pero sencillamente no podemos
darle una libertad total para hacer lo que quiera.»
El terapeuta se mostró de acuerdo con la dificultad, a u n q u e comen-
tando que, a pesar de lo que habían hecho para que la niña cambiara,
parecía que en realidad ella ya estaba haciendo m á s o m e n o s todo lo
que quería. ¿Consideraban ellos que, insistiendo con esos procedi-
mientos, finalmente t e n d r í a n éxito? Ambos progenitores coincidie-
ron en que era improbable, en vista de la historia pasada.

De modo que, sea lo que fuere lo que intenten, a menos que la enca-
denen, lo cual, desde luego, no haría más que posponer el problema, uste-
des no tienen ninguna garantía de que durante la semana próxima ella
no volverá a pasar alguna noche fuera de casa.
108 GUÍA BREVE DE TERAPIA BREVE

Los dos estuvieron de acuerdo en que no tenían ninguna garantía.


En ese p u n t o de la entrevista, pareció que estos progenitores no sólo
se sentían comprendidos y completamente apreciados en sus preocu-
paciones, sino que también se h a b í a n d a d o cuenta de que continuar
con las conductas intentadas hasta ese m o m e n t o era probablemente
inútil, p o r más lógicas que esas conductas parecieran. Sólo entonces
fue posible pedirles que intentaran un experimento más bien radical.
Ambos coincidieron en estar preparados para poner a prueba cualquier
cosa razonable.
Se les sugirió que la semana siguiente trataran de invertir por com-
pleto su modo de proceder corriente. Parecía que la hija los estaba elu-
diendo de modo total, y el terapeuta manifestó que las cosas no debían
ser así. A ella no le haría daño ser arrojada a un nivel sano de confu-
sión, p a r a que no p u d i e r a p r e d e c i r c ó m o le r e s p o n d e r í a n en t o d o
momento. Así, los padres podrían poner a prueba la reacción de la niña
al verse obligada a a s u m i r la responsabilidad de sus propias accio-
nes. No teman que hablar en absoluto de la hora de regreso de la escue-
la, de dónde había estado, de cuándo tenía que cambiarse la ropa, orde-
n a r su habitación, ducharse o hacer los deberes, de si debía o no comer
con la familia, etcétera. Tenían que p a s a r por alto por completo todo
lo que hasta entonces había sido objeto de su constante preocupación.
Se les aconsejó que se desentendieran «en silencio, y no ruidosa-
mente», es decir, que no prestaran atención a las conductas de la niña,
p e r o no que emitieran un mensaje no verbal apenado y tenso («Mira
c ó m o no te prestamos atención»), del q u e siguiera infiriéndose q u e
estaban preocupados. En la medida de lo posible, debían aceptarla con
calidez y ser corteses con ella. Era i m p o r t a n t e recordar que estaban
p a s a n d o por alto algunas de sus conductas, pero no desatendiéndola a
ella. Si volvía de madrugada, se sugirió que le preguntaran, con la mayor
indiferencia posible, si había pasado u n a noche agradable y si quería
t o m a r u n a taza de café. Se aclaró que el terapeuta no podía garantizar
la respuesta a este cambio de táctica, y que además tenía perfectamente
presente que él no sabía dónde estaba escondido el próximo violador.
Sin embargo, tenía u n a seguridad casi total de que la continuidad de
lo que había estado sucediendo en la familia no podía sino intensificar
el p r o b l e m a . Los dos p a d r e s estuvieron de acuerdo, y se manifesta-
ron dispuestos a poner a prueba la sugerencia.
Cuando la familia volvió la semana siguiente, el terapeuta empezó
por ver a Melissa a solas. La niña dijo que las cosas iban mucho mejor
MENOS DE LO MISMO
109

en su casa. Sus padres la trataban con mucho más respeto y realmente


habían dejado de «estar encima de ella». Agregó que no había habido
«incidentes», y que esto se debía en parte a que sus padres se habían vuel-
to mucho más flexibles en cuanto a la hora de su regreso al hogar. No se
había atrasado más de media hora con respecto a lo acordado («Antes,
por diez minutos me reventaban»). Fue interesante que manifestara no
haber realizado ningún intento destinado a cambiar su conducta o acti-
tud; era sólo que las cosas estaban mucho más tranquilas en el hogar.
Leanne describió los cambios de Melissa como «espectaculares».
Ron la definió como «notablemente distinta... A veces tuvimos que mor-
dernos la lengua, sobre todo la primera vez que volvió tarde a casa».
El terapeuta los felicitó, pues para que los cambios fueran tan sig-
nificativos, los dos debían de haber desempeñado muy b i e n su parte
del experimento. («Siempre supe que les estaba pidiendo m u c h o . » )
Ron expresó alguna cautela en cuanto a si esos cambios durarían.
Se les había advertido que el adolescente encuentra u n a m u l t i t u d de
maneras de inducir a los padres a volver a escaladas estériles que los
convierten en impotentes, y que hacen que el joven se sienta incom-
prendido y victimizado. Se subrayó la importancia de que la pareja tra-
bajara conjuntamente para evitar esa reaparición de la pauta. («Es tiem-
po de que ustedes mismos busquen un cambio.»)
Aparentemente, también otras personas habían hecho comentarios
sobre el cambio de actitud de Melissa, acerca de cuánto más feliz pare-
cía ella, cuánto menos desafiante se había vuelto. La abuela advirtió
que de pronto la niña se había integrado mucho más en la familia. La
pareja fue alentada a seguir haciendo «más» de lo que o b v i a m e n t e
empezaba a dar resultado.
La cita siguiente, fijada para tres semanas más tarde, fue cancela-
da porque Leanne estaba indispuesta. Como las cosas iban bien, se dejó
que la familia tomara contacto en el caso de que resultara necesaria
una sesión más.
Dos años más tarde, u n a llamada telefónica de seguimiento con-
firmó que, aunque habían atravesado toda una gama de lo que Leanne
describió como «hipos normales de adolescente», la situación había
seguido siendo espectacularmente distinta, sin ninguna reaparición de
las dificultades anteriores.

Ahora sabemos cuándo mantenernos firmes, y cuándo evitar luchas


estériles acerca de cuestiones que básicamente podemos controlar muy
110 GUÍA BREVE DE TERAPIA BREVE

poco, cosas que en realidad Melissa tiene que arreglar p o r sí sola. Ella
es mucho más responsable ahora. Hemos dejado de preocuparnos tan-
to p o r ella, y de discutir p o r ella; a Ron y a mí nos va m u c h o mejor.
8. EXCEPCIONES, SOLUCIONES Y ENFOQUES AL FUTURO

El sí mismo no está en la memoria, sino sólo en la historia que


creemos sobre nosotros mismos. También es posible revisarla. Se
la somete constantemente a revisión. Vemos lo que h e m o s hecho,
construimos una historia para explicarlo, creemos en ella, y pen-
samos que nos comprendemos a nosotros mismos.
ORSON SCOTT CARD (1987, pág. 179)

La nueva apreciación de los actos pasados y la aparición de


sorpresas en los actos presentes les procura a los h o m b r e s futu-
ros indeterminados.
STRAUSS (1977, pág. 33)

En los últimos años, en el campo de la psicoterapia ha surgi-


do una nueva filosofía para encarar los problemas h u m a n o s orien-
tada hacia los recursos. Esta filosofía se basa en u n a a p e r t u r a y
una cooperación que enfocan lo positivo: las fuerzas, el progreso,
las soluciones. La aplicación de esta filosofía no se limita a la psi-
coterapia; parece ser pertinente en todo el espectro de los servi-
cios de ayuda.
FURMAN Y AHOLA (1992, pág. 162)

Los terapeutas breves parten del supuesto de que cada persona tie-
ne muchas zonas de competencia en las que es posible abrevarse para
superar las dificultades. Incluso en la zona definida como problema,
se supone que en ciertos momentos hay menos presión, y se puede
abordar con más eficacia el desorden en sí o alguna de sus diversas
manifestaciones. No obstante, estas diferencias en la aptitud para el
manejo tienden a olvidarse o descartarse por la sensación que tiene
el cliente o la familia de ser incapaz de resolver el problema o, a veces,
porque no cree que pueda resolverse, modificarse o, por lo menos,
hacerse más llevadera. En este capítulo consideraremos algunos de los
enfoques y técnicas que se han subsumido bajo los encabezamientos
112 GUÍA BREVE DE TERAPIA BREVE

generales de «centrados en la solución» (de Shazer, 1985, 1988, 1991;


de Shazer y otros, 1986; Furman y Ahola, 1992; Walter y Peller, 1992)
u «orientados hacia la solución» (O'Hanlon y Weiner-Davis, 1989).
En nuestra opinión, el trabajo de Steve de Shazer y sus colegas en
el Centro de Terapia Familiar Breve de Milwaukee representa uno de
los desarrollos más interesantes en el c a m p o de la terapia breve pro-
ducidos en la última década. Mientras que a m u c h o s les ha preocu-
p a d o c o n s t r u i r elaborados castillos teóricos, a m e n u d o basados en
las obras de diversos antropólogos, físicos y biólogos, de Shazer y sus
colaboradores han seguido trabajando p a r a obtener descripciones y
definiciones más claras y precisas de la esencia de la terapia eficaz.
En 1984, de Shazer y Molnar describieron cuatro intervenciones
específicas que estaban comenzando a emplear regularmente. En par-
ticular, introdujeron lo que iba a convertirse en u n a tarea rutinaria
de la primera sesión con clientes individuales, parejas o familias, fue-
ra cual fuere el problema presentado.

Entre esta entrevista y la próxima, quiero (o queremos) que ob-


serven y después me (nos) digan lo que sucede en su vida (matrimonio,
familia o relación) que ustedes quieren que continúe sucediendo (1984,
pág. 298).

Estos autores encontraron que, entre el m o m e n t o del encargo de la


tarea y la sesión siguiente, en m u c h o s casos se produjeron cambios
concretos y significativos.

Con una frecuencia sorprendente (cincuenta de cincuenta y seis en


una encuesta de seguimiento), la mayoría de los clientes advirtieron cosas
que querían que continuaran, y muchos (cuarenta y cinco de los cin-
cuenta) se refirieron a por lo menos una de ellas como «nueva o dife-
rente». Después, las cosas se encaminan a la solución; se han producido
cambios concretos, observables (de Shazer y otros, 1986, pág. 217).

La eficacia de esta fórmula de intervención fue comprobada empí-


ricamente p o r Adams y otros, quienes consideraron que la tarea de la
primera sesión «era u n a intervención eficaz en las etapas iniciales del
tratamiento, para obtener la aquiescencia de la familia, aumentar la
claridad de las metas del tratamiento, e iniciar la mejoría en el pro-
blema presentado (1991, pág. 288). Aunque señalando que la finalidad
EXCEPCIONES, SOLUCIONES Y ENFOQUES AL FUTURO
11!

de su investigación no había sido apreciar la eficacia general del mode-


lo c e n t r a d o en la solución, estos autores expresaron algunas d u d a s
sobre la eficacia de esa tarea de la primera sesión para acrecentar el
optimismo de la familia acerca del resultado del tratamiento.
En Keys to Solution in Brief Therapy (de Shazer, 1985) se presentó
la idea de que las soluciones no siempre están tan estrechamente rela-
cionadas como parece con los problemas que abordan. Se habían ela-
borado algunas «intervenciones de fórmulas», por medio de las cuales,
según se decía, era posible iniciar el desarrollo de soluciones, incluso
sin conocer a fondo la naturaleza del problema a resolver. De Shazer
adujo la analogía de la llave maestra. Con una llave maestra pueden
abrirse m u c h a s puertas, sin necesidad de encontrar un i n s t r u m e n t o
específico que se adecue a la forma exacta de cada cerradura.
Weiner-Davis y otros han destacado la medida en que a m en u d o se
producen cambios significativos antes de la primera entrevista. Ellos
empezaron a hacer la siguiente pregunta:

Muchas veces las personas advierten que entre el momento en que


conciertan la cita para la terapia y la primera sesión, algunas cosas ya
parecen diferentes. ¿Qué ha advertido usted en su propia situación? (1987,
pág. 306).

Molnar y de Shazer elaboraron una lista de intervenciones de fór-


mula que estaban comenzando a usarse junto con la «tarea de la pri-
mera sesión»;

1. Se le pide al cliente que reitere m á s de las conductas satisfac-


torias y diferentes de la conducta-problema.
2. Se le pide al cliente que «preste atención a lo que hace cuando
supera la tentación o el impulso a... (caer en el síntoma o algu-
nas conductas asociadas con el síntoma)».
3. Se le comunica al cliente u n a evaluación predictiva, por ejem-
plo, con respecto a si en el tiempo entre sesiones habrá más casos
de c o n d u c t a que constituyan excepciones a la c o n d u c t a - p r o -
blema.
4. Se le dice al cliente: «Entre este m o m e n t o y la próxima entre-
vista me gustaría que usted haga algo distinto y me diga lo que
ha sucedido».
5. Se le pide al cliente que realice una tarea estructurada (como lle-
114 GUÍA BREVE DE TERAPIA BREVE

var un «cuaderno de bitácora» de ciertos incidentes) relaciona-


da con las veces en que la conducta-problema cesa o no está pre-
sente.
6. Se le dice al cliente: «La situación es muy complicada (escurri-
diza, etcétera). Entre este m o m e n t o y la próxima vez que nos
veamos, trate de identificar las razones por las que la situación
no es peor» (Molnar y de Shazer, 1987, pág. 355).

El t e m a c o m ú n de todas estas intervenciones es el hecho de que


se concentran en cosas que dan resultado o empiezan a darlo, y no en
u n a exploración, clarificación o categorización de la patología.
En su siguiente libro, titulado Clues: Investigating Solutions in Brief
Theraphy, de Shazer resume adicionalmente los principios básicos que
están detrás del enfoque centrado en la solución, destacando la impor-
tancia de las excepciones, y presentando además la técnica de la «pre-
gunta del milagro», con la cual se invita al cliente a describir las dife-
rencias específicas que él o los otros advertirían si el problema queda-
ra misteriosamente resuelto de la noche a la mañana (1988).

EXCEPCIONES

P a r a el enfoque centrado en la solución, es esencial la certidum-


bre de que, en la vida de una persona, hay siempre excepciones a las
conductas, ideas, sentimientos e interacciones que están o pueden estar
asociados con el problema. En ciertos momentos, un adolescente difí-
cil no es desafiante, u n a persona deprimida se siente menos triste, un
tímido puede ser sociable, un obsesivo es capaz de relajarse, una pare-
ja perturbada resuelve un conflicto en lugar de intensificarlo, una bulí-
mica resiste el impulso al atracón, un niño no tiene una rabieta cuando
se le pide que vaya a acostarse, u n a persona excesivamente responsa-
ble dice no, un bebedor problemático impone un límite razonable a su
hábito, etcétera. Estas excepciones aparecen, por lo general, asociadas
con otras diferencias en la conducta, las ideas, los sentimientos y las
interacciones que las acompañan. Pero, como dice de Shazer:

Se observa que los problemas se mantienen a sí mismos simplemente


porque se mantienen a sí mismos y porque los clientes los describen como
constantes. Por lo tanto, los momentos en que el motivo de queja está
EXCEPCIONES, SOLUCIONES Y ENFOQUES AL FUTURO
115

ausente son descartados como triviales por el cliente, o ni siquiera se per-


ciben; el cliente no los ve. No hay nada realmente oculto, pero aunque
estas excepciones están a la vista, el cliente no las ve como diferencias
que establezcan una diferencia (1991, pág. 58).

Un h o m b r e que, según él mismo reconocía, era sobreprotector en


extremo con su hijo de 21 años, al p u n t o de que le hablaba p o r teléfo-
no varias veces al día, finalmente decidió tomarse unas vacaciones de
dos semanas con su mujer, sin dejar ninguna dirección ni n ú m e r o tele-
fónico para que cualquiera de sus tres hijos mayores pudieran comu-
nicarse con él. El terapeuta lo alentó en su resolución de no llamar p o r
teléfono a su casa durante toda la quincena, aunque reconociendo que
podría ser más bien difícil. En la entrevista siguiente, tres semanas más
tarde, el hombre anunció de modo abyecto que había fracasado. Cuando
se le pidieron detalles, admitió que, al séptimo día, finalmente había
cedido al impulso de telefonear «para controlar cómo estaban las cosas».
Habló con el hijo «problema», el cual, para su sorpresa, le dio la segu-
ridad de que todo estaba bien (más tarde se vio que era cierto), y de
que no había habido ninguna necesidad de que se le controlara. El hom-
bre parecía totalmente deprimido por su «fracaso».
El terapeuta le preguntó: «Pero, ¿qué me dice de los trece días duran-
te los cuales no telefoneó? A veces le debe de haber resultado m u y difí-
cil resistirse, pero sin embargo parece que pudo».
Al considerar ese logro, la conducta del hombre comenzó a cam-
biar. Finalmente admitió: «¿Sabe usted?, no soy muy bueno para reco-
nocer mis propios logros. Me falta práctica. Pero creo que tiene razón,
esas vacaciones fueron realmente un éxito».
En este enfoque se invita al cliente a reconocer lo que ya ha estado
haciendo y puede definirse como exitoso o, por lo menos, como encami-
nado en la dirección general a un abordaje más eficaz del problema, para
construir sobre ello. Sin duda, a fin de persuadirlo y hacer que conside-
re esos «éxitos», es importante que el cliente o la familia consideren al
terapeuta como alguien que escucha, comprende y valida las experien-
cias sentidas de fracaso, cólera, zozobra, depresión, etcétera, que son sus
respuestas habituales al problema. La medida en que el reconocimiento
de la existencia de excepciones puede convertirse en trampolín para cam-
bios ulteriores es directamente proporcional al grado en que tales excep-
ciones sean o puedan hacerse significativas para el cliente o la familia.
Por supuesto, es fácil caer en el error de destacar las excepciones
116 GUIA BREVE DE TERAPIA BREVE

de un m o d o tal q u e el cliente o la familia se sientan apadrinados, o


les parezca que el terapeuta en realidad no comprende la gravedad del
problema, de la zozobra, la culpa, la cólera, etcétera, que ese proble-
ma les provoca. De modo que es importante cuidar mucho que un clien-
te o familia reconozcan la existencia de u n a cierta excepción, y tam-
bién no entrar en discusiones con ellos acerca de su significado. Como
dice John Weakland (comunicación personal), «nunca discutas con un
cliente». A m e n u d o es m u c h o mejor m a n t e n e r un escepticismo des-
concertado, y no un celo de fanático.

Todavía estoy desconcertado por el modo en que usted ha logrado


evitar esta vez caer en su habitual pauta de respuesta colérica. No debe
haber sido fácil. La mayoría de las personas habrían perdido la calma en
los primeros segundos.

Sí, sé que debe de haber sido algo pequeño, pero en realidad su hija
parece comportarse como para hacerle perder la paciencia a un santo.
A usted no le veo la aureola, así que, santo seguro que no es. Entonces,
¿cómo demonios se resistió anoche a retorcerle el cuello?

Por lo que usted me dijo, creo que yo mismo me habría deprimido.


¿Cómo consiguió seguir con lo que estaba haciendo?

A m e n u d o resulta útil hacer preguntas del tipo «¿Cómo consiguió


h a c e r eso?». De este m o d o , no sólo se s u b r a y a el éxito, o los grados
de éxito, sino que también se contribuye a suscitar contingencias de la
vida de las personas que están asociadas con un funcionamiento más
exitoso, y se p u e d e n subrayar como tales:

Pude seguir porque sabía que esta vez mi esposo estaba respaldán-
dome.

Como señalamos en el capítulo 4, a u n a p e r so n a puede resultarle


muy afirmativo que se le dé testimonio de la dificultad de su situación
con comentarios c o m o «Por lo que usted me ha dicho sobre su situa-
ción, realmente me sorprende que las cosas no sean mucho peor. ¿Cómo
lo ha soportado?».
Miller c o m e n t a que «Al preguntar c ó m o p u d o realizar algún pro-
greso, o impedir que sus problemas empeoraran, el terapeuta y el clien-
te pueden revisar situaciones que parecían fracasos, y verlas como solu-
ciones que p a s a r o n inadvertidas» (Miller, 1992, pág. 7).
EXCEPCIONES, SOLUCIONES Y ENFOQUES AL FUTURO 117

Cuando el cliente habla de la percepción que tiene de sus proble-


mas, el terapeuta puede contribuir del mejor modo al proceso de des-
construir u n a visión negativa, centrada en el problema, que no se pres-
ta a c o m p r e n d e r con demasiada rapidez.

Cliente: Sé que tengo algunos problemas. Soy hipersensible. En lo


esencial, no soy una persona compasiva. Veo que no hago amigos con
facilidad.
Terapeuta: ¿De dónde ha sacado esa idea de que no es compasivo...?
Cliente: Bien, supongo que... Usted me está sonsacando un secre-
to. Yo sé...
Terapeuta: ¿Fingía usted cuando me dijo que se preocupaba por su
esposa? Eso parece compasión. Estoy un poco confundido.
Cliente: Bien... ¿Cómo no ser compasivo si soy hipersensible?
Terapeuta: Así es.

De Shazer ha comentado:

Quizá lo mejor que el terapeuta pueda aplicar sea una no compren-


sión creativa de lo que el cliente dice, para que se escojan los significa-
dos más útiles y beneficiosos de sus palabras. La no comprensión crea-
tiva les permite al terapeuta y al cliente construir juntos una realidad
más satisfactoria para este último (1991, pág. 69).

En su libro más reciente, Putting Difference to Work, de Shazer des-


cribe un ejemplo brillante de esta técnica, tomada de la obra de Insoo
Kim Berg (de Shazer, 1991, págs. 63-67). Una mujer que se describía
como ninfómana, incapaz de dormir a menos que ese día hubiera teni-
do una relación sexual, acudió a la consulta de Berg. La clienta no esta-
ba de n i n g ú n m o d o preparada para aceptar como excepciones signi-
ficativas las noches en que de algún modo había podido contenerse, ni
tampoco p a r a ver como solución viable aprender a abstenerse del sexo.
Eso significaría que su matrimonio iba mal. En un punto, el esposo,
que consideraba que le estaba convirtiendo en un semental, en lugar
del a m a n t e que prefería ser, comentó:

Esposo: Pero, para mí, éste es más un problema de sueño que tene-
mos ambos.
Terapeuta: Me pregunto si no es así. Quizá lo hemos estado abor-
dando de un m o d o erróneo.
118 GUÍA BREVE DE TERAPIA BREVE

Esposa: ¿Tiene usted una cura para el insomnio?


Terapeuta: No lo sé. Hemos estado considerando esto como un tras-
torno sexual, pero empieza a parecerse más a u n a perturbación del sue-
ño (de Shazer, 1991, págs. 64-65).

Descrita como un problema de insomnio, la dificultad pareció resol-


verse rápidamente. Nunca se volvió a hablar de ninfomanía. La mujer
dijo que tanto su patrón de sueño como su libido habían «vuelto a la
normalidad». Sin duda, el éxito de esta terapia estuvo directamente
relacionado con la medida en que la definición alternativa tenía sen-
tido p a r a la mujer. S e g ú n este enfoque, la cuestión de cuál era, en
términos objetivos, el problema «real», carece de importancia. En el
proceso de negociación de lo que había que a b o r d a r en la terapia, la
técnica del relativo desconcierto del terapeuta llevó a que el proble-
ma potencialmente más intratable de la ninfomanía (la mujer lo con-
sideraba arraigado en su infancia, y requeriría u n a terapia profunda)
fuera desconstruido y reemplazado p o r el m á s fácilmente abordable
problema del insomnio. Ambos «problemas» se superponían en tér-
minos conductuales y emocionales, lo suficiente como para que cual-
quiera de ellos pudiera escogerse y subrayarse como u n a legítima zona
focal (teniendo presente que esa legitimidad debe estar, en última ins-
tancia, en el ojo del contemplador, en este caso la mujer, y no en la
mente del terapeuta).

LA PREGUNTA DEL MILAGRO

Una eficaz manera de ayudar a las personas a concentrarse en u n a


solución potencial, y no en los problemas, es la pregunta del milagro.

Supongamos que una noche se produce un milagro, y mientras usted


duerme el problema que lo ha traído a terapia queda resuelto. ¿Cómo lo
sabría usted? ¿Qué sería distinto? ¿Qué vería usted de diferente a la maña-
na siguiente, como signo de que se produjo un milagro? ¿Qué notaría su
cónyuge? (de Shazer, 1991, pág. 113).

Como de Shazer continuó diciendo, «a m e n u d o los clientes pueden


construir respuestas a esta "pregunta del milagro" de u n a manera muy
concisa y específica» (pág. 113). El proceso real de resolución del pro-
EXCEPCIONES, SOLUCIONES Y ENFOQUES AL FUTURO 119

blema, y con él de muchas de las dudas concomitantes del cliente, se


pueden p a s a r por alto. De Shazer cuida de atribuir la génesis de esta
idea a Milton Erickson y su empleo de la seudoorientación en el tiem-
po como técnica hipnótica.

Estas ideas se utilizan para crear una situación de terapia en la que


el paciente puede responder efectivamente en el nivel psicológico a las
metas terapéuticas como realidades ya logradas.
Esto se hacía empleando hipnosis y una técnica de orientación hacia
el futuro, inversa a la regresión en la edad. De tal modo, el paciente podía
obtener una visión desinteresada, disociada, objetiva y sin embargo sub-
jetiva de lo que en ese momento él creía haber logrado ya, sin percatarse
de que esos logros eran la expresión en la fantasía de sus esperanzas y
deseos. (Las cursivas son nuestras.) (Erickson, 1954, pág. 261.)

Se estimula al cliente, la pareja o el miembro de la familia, a ima-


ginar, del m o d o más concreto posible, cuáles serían las muchas dife-
rencias. A m e n u d o les pedimos que imaginen qué cosas notoriamen-
te distintas se verían u oirían en una grabación de vídeo que los siguie-
ra al día siguiente. Es importante que el terapeuta insista suavemente
en obtener u n a descripción conductual clara y específica. No busca-
mos un c u a d r o borroso de algún sueño futuro, u n a utopía o algo así.
Como dicen O'Hanlon y Weiner-Davis, «parece que el simple acto de
construir u n a visión de la solución obra como catalizador para gene-
rarla» (1989, pág. 106). El proceso de r e u n i r esta información puede
tomar un tiempo considerable, y es preciso no precipitarse.
Por lo general, a las personas les resulta m u c h o más fácil describir
en qué s e r á n distintos los otros (sobre todo el cónyuge con el que tie-
nen dificultades, o el hijo-problema). Esto p u e d e tender a p e r p e t u a r
«más de la misma» actitud de «superioridad moral», «pero, ¿no ves que
estás a c t u a n d o mal?», posición que a m e n u d o no será lo bastante dis-
tinta de las interacciones habituales en torno al problema. Es preferi-
ble alentarlas a describir las diferencias futuras en sus propias con-
ductas y actitudes, lo que advertirán en sí mismas. En última instan-
cia, u n o sólo puede cambiarse a sí mismo. Puede ser particularmente
útil que los clientes consideren qué verán de distinto en sus conductas
y actitudes las otras personas: el cónyuge, los hijos, los amigos, los
compañeros de trabajo o los extraños.
120 GUÍA BREVE DE TERAPIA BREVE

¿Qué es lo distinto que usted hará o dirá, por lo cual los otros podrán
saber que está menos deprimido?

Si estuvieran en un restaurante y la gente los observara comer jun-


tos, ¿cómo sabría que se están llevando bien?

Como ha expresado elocuentemente el poeta escocés Robert Burns


en «A un piojo»,

O wad some Pow'r the giftie gie us


To see oursels as others see us!
It wad frae mony a blunder free us,
And foolish notion.

¡Oh, que algún Poder nos hiciera el don


de vernos corno nos ven los otros!
¡De cuántos disparates nos liberaría,
e ideas necias!

Cuando las personas describen las diferencias en términos de ausen-


cia de una pauta conductual o un estado emocional, es útil preguntar-
les qué es lo que h a r á n o sentirán en lugar de ello. Comprometerse a
una acción alternativa claramente definida es más fácil que resistirse
a hacer algo sin n i n g u n a conducta de reemplazo, sobre todo cuando
se trata de un hábito con raíces profundas. Lo mejor es traducir la des-
cripción de los cambios emocionales a descripciones de las conductas
específicas, que les demostrarán con claridad a los otros la modifica-
ción anímica producida.
Cliente: No me quedaré sentada l a m e n t á n d o m e constantemente.
Terapeuta: ¿Qué h a r á en lugar de ello?
Cliente: Seré m á s feliz.
Terapeuta: ¿Qué hará que les permita a las otras personas saber que
es más feliz?
Cliente: Sonreiré con m á s frecuencia.
Terapeuta: ¿Qué más?
Cliente: Volveré a t o m a r contacto con mis amigos. No me veo con
casi ninguno de ellos. i
Terapeuta: ¿Qué verán ellos de diferente en usted?
Cliente: Bien, en p r i m e r lugar, que tomo contacto con ellos. (Ríe.)
EXCEPCIONES, SOLUCIONES Y ENFOQUES AL FUTURO 121

Terapeuta: ¿Qué otra cosa?


Cliente: Que de nuevo me interesa salir. Antes acostumbraba a salir
mucho a comer. Éramos un grupo. Supongo que ellos lo siguen hacien-
do. Además, iba m u c h o a conciertos.
Terapeuta: Entonces, ¿volverá a hacerlo?
Cliente: Sí.
Terapeuta: Esos cambios, ¿qué diferencias determinarán para usted?
Cliente: Volveré a tener la sensación de que mi vida tiene una direc-
ción.

Otro m o d o de concentrarse en el futuro consiste en hacer un plan-


teamiento del tipo de «Cuando vuelva la semana próxima y me diga
que ha mejorado significativamente, de qué me hablará?». O bien, si
se trata de u n a pareja, «¿De qué diferencias en usted me hablará ella
(o él)?». Otro enfoque posible es: «Si yo toco u n a varita mágica para
resolver la situación, ¿qué sucederá distinto de antes?» (O'Hanlon y
Weiner-Davis, 1989, pág. 106).
Al explorar esas diferencias que se producirán es importante que el
terapeuta tenga el cuidado de emplear un lenguaje que presuponga la
inevitabilidad del cambio. Hay que decir «cuando» en lugar de «si»;
«qué otra cosa será diferente», y no «qué otra cosa sería diferente; «cuan-
do las cosas empiecen a mejorar...», y no «si las cosas empiezan a mejo-
rar...»; «a medida que usted se vaya desinhibiendo», y no «si usted se
fuera desinhibiendo...»; «cuando usted deje de oír voces...», y no «si
usted deja de oír voces...».
Una vez logrado el cuadro de lo que el cliente piensa que será dife-
rente, resulta posible encontrar modos de estimularlo o capacitarlo
para experimentar con nuevas conductas. De Shazer describe que les
pidió a los m i e m b r o s de una pareja que cada uno, sin precisárselo al
otro, eligiera dos días de la semana siguiente en los que fingirían que
el milagro había ocurrido realmente. Cada uno tenía entonces que ob-
servar cómo reaccionaba el otro. Además, se le pedía que conjeturara
qué par de días había elegido el compañero, pero sin que se comuni-
caran n a d a h a s t a la sesión siguiente (de Shazer, 1991, pág. 144). En
ese caso, el terapeuta no especificó las conductas. Cuando está claro
que los m i e m b r o s de una pareja o una familia tienen metas diferentes,
o el terapeuta no está seguro de que no es así, conviene que no espe-
cifique, y se refiera en términos generales al «problema que los ha tra-
ído». Si es obvio que hay acuerdo acerca de las metas, se puede pedir
122 GUÍA BREVE DE TERAPIA BREVE

que practiquen conductas específicas en los días del «milagro» elegi-


dos por ellos mismos.
Una joven había confeccionado una lista m u y larga de cosas espe-
cíficas que empezaría a hacer de nuevo después de ese milagro. Se la
invitó a tirar u n a m o n e d a todos los días.

Cuando salga cara, me gustaría que usted haga por lo menos dos
cosas de su lista. Desde luego, puede hacer más, pero yo sólo le pido que
haga dos. Los días que salga cruz, no está obligada a nada. Esos días pue-
de hacer lo que quiera.

Por supuesto, en general las personas sólo seguirán esas sugeren-


cias si las conductas que se les pide que intenten son congruentes con
sus propias ideas acerca de cómo quieren ser, y no con lo que quiere
el terapeuta o alguna otra persona. Cuando se pone en práctica este
método, lo i m p o r t a n t e es que, como ha m o s t r a d o Kiesler, si hay un
compromiso con la conducta correspondiente a ciertas creencias o acti-
tudes, o promovida por éstas, ese compromiso sea confirmado o for-
talecido con m u c h a mayor rapidez y profesionalidad que si los clien-
tes se limitan a hablar al respecto (Kiesler, 1971).

UBICACIÓN EN UNA ESCALA

Otro método eficaz para concentrarse en el logro y la solución con-


siste en el empleo de preguntas sobre la posición en u n a escala. Esta
técnica puede aplicarse de diversos modos.

En una escala que va de cero a diez, y en la que el cero representa lo


peor, y el diez corresponde a las cosas tal como serán cuando estos pro-
blemas estén resueltos, ¿dónde situaría usted el día de hoy?

Como señalan Kowalski y Kral,

...la escala se basa en el supuesto de un cambio en la dirección desea-


da. Puesto que una escala es una progresión, el número «7» supone los
números «10», «5», «3» o «1». Supone movimiento (cambio) en una direc-
ción u otra, en lugar del estancamiento. Por esta razón, cuando al clien-
te se le pide que se ubique en una escala, queda incorporada una expec-
tativa de cambio al proceso... puesto que el empleo de una escala inten-
EXCEPCIONES, SOLUCIONES Y ENFOQUES AL FUTURO
123

sifica la sugerencia del cambio con la dirección deseada o la dirección


temida, también implica algún grado de control por parle del cliente para
establecer esa dirección... se realiza la tarea de establecer la meta, pues
to que los extremos polares y la zona que está entre el problema y la meta
se vuelven cuantificables y objetivables (1989, pág. 61).

Estas escalas pueden utilizarse con toda u n a gama de aspectos de


la vida del cliente. De hecho, cualquier experiencia concebible puede
verse a través del cristal de la ubicación en u n a escala.

Las escalas pueden emplearse para evaluar la autoestima, la auto-


confianza, el interés en cambiar, la disposición a trabajar con empeño a
fin de generar los cambios deseados; sirven para establecer el orden de
prioridad de los problemas, percibir la esperanza, evaluar el progreso, y
así sucesivamente —cosas consideradas demasiado abstractas para con-
cretarlas (Berg, 1991, pág. 88).

Explorar en profundidad las distintas maneras de emplear esta téc-


nica llevaría todo un capítulo. Aquí nos limitaremos a dar algunos ejem-
plos a partir de los cuales el lector podrá inferir o inventar muchos de
los otros usos posibles. Nosotros utilizaremos u n a escala de cero a diez,
pero esto no es de ningún modo obligatorio. Por ejemplo, si se estiman
necesarias divisiones más pequeñas (cuando se discuten o sugieren cam-
bios graduales, cautelosos, lentos), puede servir una escala de cero a cien.
En el trabajo con parejas, en particular cuando hay alguna duda acer-
ca de la motivación de uno o ambos miembros, hemos encontrado que
es útil la pregunta siguiente para abrir un debate que a menudo ayuda
a los clientes a empezar a ver su relación de un modo más productivo.

Si cero representa «Me importa un comino», y diez «Estoy realmente


entusiasmado», ¿dónde se ubicaría cada uno de ustedes, actualmente,
en cuanto a trabajar sobre su relación?, o ¿dónde piensa usted que se
ubicaría su pareja?

Si los dos miembros de la pareja evalúan su motivación como baja,


se les puede preguntar qué sucederá para que en la entrevista siguien-
te digan que a m b o s han avanzado un punto o dos. También se les pue-
de hacer u n a pregunta análoga cuando sólo u n o de los dos miembros
eligió un n ú m e r o bajo. Alternativamente, p a r a la exploración de este
tipo de temas cabe emplear la pregunta del milagro.
124 GUÍA BREVE DE TERAPIA BREVE

La escala p e r m i t e , a s i m i s m o , explorar la m e d i d a en que se cree


en la posibilidad del cambio.

Si cero significa que cree que en lo esencial seguirá siendo así duran-
te el resto de su vida, y diez que hay probabilidades de que pueda con
este problema en algún momento del futuro, ¿dónde se ubicaría hoy en
esta escala? ¿Qué necesitaría para aumentar medio punto o un punto en
la escala?

Cuando el terapeuta indaga el progreso en la escala, es importan-


te que lo haga con r e a l i s m o y se incline m á s a s e r c o n s e r v a d o r que
demasiado optimista. Si el cliente experimenta un alto grado de opti-
mismo, conviene que tenga que convencer al terapeuta de que está en
lo cierto. Si el t e r a p e u t a acelera el proceso y el cliente se siente pre-
sionado, es más probable que adopte una posición de «sí, pero...». Como
ya se ha señalado, en ciertas situaciones una escala de cero a cien pue-
de resultar m e n o s a m e n a z a n t e , en t a n t o las g r a d u a c i o n e s son más
pequeñas.
El examen del progreso por medio de una escala a m e n u d o le pro-
cura al cliente u n a perspectiva diferente de la marcha de las cosas. Una
joven, en el transcurso de su cuarta sesión de terapia, a ú n se mostra-
ba escéptica respecto de su propio progreso, a p e s a r de las diversas
«excepciones» que el terapeuta le había subrayado (las cuales, en esa
etapa, eran m á s significativas para él que para ella). Más o menos en
la mitad de la sesión, el terapeuta preguntó:

Si cero representa la forma en que usted se sentía cuando vino a ver-


me por primera vez, y diez cómo se sentirá al finalizar la terapia, ¿dón-
de se ubicaría en este momento? •

Después de reflexionar un momento, la joven dijo que estaba entre


cuatro y cinco.

Terapeuta: ¿De m o d o que está acercándose a la m i t a d del camino?


Cliente: Sí.

Durante el resto de la sesión, a medida que se precisaban los hechos


y las conductas que representaban esa mejoría (el terapeuta tuvo el cui-
dado de seguir el p r o c e s o con cautela y contención, en lugar de pre-
EXCEPCIONES, SOLUCIONES Y ENFOQUES AL FUTURO 125

sionar con tanto entusiasmo como lo había hecho antes), la joven fue
volviéndose m á s optimista.

Cuando, en la próxima sesión, usted haya llegado a cinco, a la mitad


del camino, ¿de qué nuevas cosas va a hablarme?

Un h o m b r e joven admitía, disculpándose, q u e , a su juicio, sólo


llegaba a tres en la escala; lo sorprendió y estimuló que se le señalara
que ya había recorrido «la tercera parte del camino».
La ubicación en la escala puede emplearse con niños pequeños tan-
to como en adultos. Desde luego, las palabras no son el único medio
para esta indagación. Podemos trazar gráficos, o pedirle al niño que lo
haga. Hay m u c h o s modos creativos de ayudar a los niños a describir
dónde les parece que están en cuanto a la dimensión explorada.

Si este ladrillo representa cómo eras cuando hacías mucho ruido en


clase y te comportabas como si tuvieras cinco años, y esta pila alta repre-
senta cómo serás cuando puedas comportarte como un niño de diez años,
¿qué tamaño debería tener la pila para representar lo crecido que has
estado estos últimos días?

Si este pequeño círculo en la pizarra me muestra lo tímido que so-


lías ser, y este círculo grande me muestra lo valiente que serás, dibuja
otro círculo que me muestre cuánto más valiente has sido esta semana.

ENFOCANDO AL FUTURO

Puesto que todo el mundo no es más que una historia, sería


bueno para ti que compres la historia más duradera, y no la his-
toria que dura menos.
Santa Columbia de Escocia

Todos vivimos en nuestro pasado, nuestro presente y nuestro futu-


ro. Como hemos dicho antes, nuestra percepción de estas cosas es alta-
mente selectiva. El futuro existe en nuestra previsión de c ó m o será.
Tradicionalmente, a las terapias les ha interesado el p a s a d o y el pre-
sente; intentan realizar cambios en ellos por medio de un proceso de
revisión y examen. Lo nuevo y excitante en nuestro campo es que pare-
ce que también el futuro está abierto a la revisión, aunque aún no haya
126 GUÍA BREVE DE TERAPIA BREVE

sucedido. F u r m a n y Ahola h a n resumido c o m o sigue este avance hacia


enfocar al futuro:

Puesto que el futuro suele estar conectado con el pasado, las perso-
nas con un p a s a d o lleno de tensiones son proclives a tener una visión
desesperanzada de su futuro. A su vez, una visión negativa del futuro exa-
cerba los problemas presentes, al arrojar una s o m b r a pesimista sobre
pasado y presente.
Por fortuna, lo inverso también es cierto; una visión positiva del futu-
ro invita a la esperanza; la esperanza a su vez ayuda a superar las penu-
rias presentes, reconocer los signos de la posibilidad del cambio, ver el
pasado m á s bien como una prueba que como u n a desgracia, e inspira
soluciones (1992, pág. 91).
9. INTERVENCIONES DE ENMARCADO:
M O D I F I C A N D O L A VISIÓN D E L P R O B L E M A

Nada es bueno o malo; el pensamiento lo hace así.


Hamlet, WILLIAM SHAKESPEARE

Por lo general, se atribuye a Bateson el mérito de recurrir al


t é r m i n o «marco» para indicar la organización de la interacción
de un m o d o tal que en cualquier m o m e n t o es m á s probable que
se produzcan ciertos hechos y se formulen ciertas interpretacio-
nes de lo que está sucediendo.
C O Y N E ( 1985, pág. 338)

Una cosa aparece tal como es.


El libro tibetano de la gran liberación

Nuestro proceso de pensamiento simbólico nos impone cate-


gorías de «o esto o aquello». Nos enfrenta siempre con esto o aque-
llo, o con una mezcla de esto y aquello... En el ámbito de la expe-
riencia, nada es esto o aquello. Siempre hay por lo menos una alter-
nativa m á s , y a menudo una cantidad ilimitada de alternativas.
Z U K A V ( 1 9 7 9 , pág. 284)

R e e n c a r n a r significa, entonces, c a m b i a r el escenario con-


ceptual y/o emocional o punto de vista en relación con el cual se
experimenta una situación, y ubicarla en otro m a r c o que se ade-
cúa igualmente bien o incluso mejor a los «hechos» de esa misma
situación concreta, y de tal modo modificar todo su significado.
WATZLAWICK Y OTROS (1974, pág. 95)

En el capítulo 3, al examinar la naturaleza de la realidad, introdu-


j i m o s l a i m p o r t a n t e d i s t i n c i ó n q u e h a y q u e t r a z a r e n t r e h e c h o s y sig-
nificados.
128 GUÍA BREVE DE TERAPIA BREVE

Las COSAS o HECHOS son sólo observaciones de base sensorial; lo que


está sucediendo o ha sucedido allí, que nuestros sentidos pueden per-
cibir.
Los SIGNIFICADOS son interpretaciones, conclusiones y atribuciones
derivadas de los hechos en cuestión, o relacionadas con ellos.

Las conductas y las emociones asociadas con ellas (o viceversa) que


llevan a solicitar terapia, no son un reflejo de «las cosas o los hechos», sino
de los significados que se les atribuyen. Hemos dicho que las personas
están constantemente trazando distinciones mientras tratan de dar sen-
tido a su mundo, y que desarrollan marcos o jerarquías de constructos que
en gran medida determinan de qué modo darán sentido a sus experien-
cias y responderán a ellas. Estos «marcos» son, a nuestro juicio, el foco
principal de la terapia, puesto que los cambios sólo pueden producirse
donde hay acceso a significados alternativos, que permiten dar respuestas
diferentes a las experiencias posteriores. Como ha dicho de Bono:

Un marco de referencia es un contexto proporcionado por el orde-


namiento presente de la información. Es la dirección de desarrollo que
ese ordenamiento implica. No se puede romper con ese marco de refe-
rencia actuando desde su interior. Quizá sea necesario saltar afuera; si
el salto tiene éxito, el marco de referencia en sí se ve alterado (de Bono,
1971, pág. 240).

Para ayudar a las personas a «saltar afuera» de los marcos que se


puede considerar que limitan su capacidad para ad o p t a r perspectivas
diferentes y empezar con ello a resolver las situaciones-problema, exis-
ten dos enfoques básicos.
El proceso por el cual el terapeuta proporciona o alienta el desa-
rrollo de un marco o significado nuevo o alternativo p a r a u n a situa-
ción, de modo directo o indirecto, se denomina reenmarcado.
Por ejemplo, Lorraine, de 17 años, fue conducida a terapia por su
madre. Más bien bonita, con algo de sobrepeso, la jovencita mantuvo
la cabeza gacha d u r a n t e gran parte de la entrevista y m i r a b a a través
del flequillo. Al terapeuta se le dijo que, en los últimos meses, ella se
había vuelto depresiva e introvertida; se estaba angustiando cada vez
m á s ante el inicio del nuevo ciclo lectivo, que ocurriría a la semana
siguiente. La propia Lorraine había pedido ver a alguien que la ayu-
dara con esos problemas. Cuando se le preguntó, dijo estar de acuer-
do con la descripción de su madre.
INTERVENCIONES DE ENMARCADO
129

Terapeuta: ¿Qué es lo que las ha decidido a venir a ver a alguien


ahora?
Madre: Bien, ella dice... ¿Quieres decírselo, Lorraine?
Lorraine: No, tú puedes explicarlo.
Madre: Ella dice que se siente distinta de las otras chicas. Encuentra
que no puede relacionarse con ellas en absoluto. Ha perdido contacto
con todas sus viejas amigas.
Terapeuta: Distinta, ¿en qué sentido?
Madre: Lorraine, ¿le puedo contar lo que ha sucedido?
Lorraine: Sí, está bien.
Madre: Bien, Lorraine fue objeto de abuso sexual por parte de su
padre algunas veces hasta hace más o menos un año. E n t o n c e s vio a
algunos consejeros, que la ayudaron un poco, pero creo que la expe-
riencia aún la afecta. Tiene una autoestima muy baja.
Lorraine: Cuando veo a las otras chicas de la escuela, sé que no soy
como ellas. Soy anormal.

Después de indagar con más detalles las creencias de Lorraine sobre


el modo en que la afectaba la experiencia del abuso, el terapeuta comen-
tó: «Después de h a b e r hablado contigo, me parece, Lorraine, que eres
perfectamente n o r m a l . Lo que te ha sucedido es lo a n o r m a l , no tú.
Tú eres una persona normal que trata de hacer algo con u n a experiencia
anormal».
Desde ese momento, el comportamiento de Lorraine cambió de modo
espectacular. El feedback que Lorraine y su madre aportaron posterior-
mente demostró que el hecho de trazar esa distinción había representa-
do un importante punto de inflexión para la muchacha. Había creado un
nuevo marco desde el cual la niña pudo, casi de inmediato, empezar a
verse de un modo más positivo. Negoció con éxito la vuelta a la escuela,
y no encontró ningún problema en reintegrarse al grupo de amigas.
Si el terapeuta desafía (una vez más, directa o indirectamente) los
significados q u e el cliente asocia con la situación sin p r o p o r c i o n a r
un nuevo m a r c o , esto se llama desenmarcado. Se p u e d e dejar que el
propio cliente cree o descubra significados alternativos, o quede sin
ningún significado en particular. El siguiente ejemplo está t o m a d o
de u n a sesión de terapia.

Cliente: Conozco mis defectos, pero los he tenido d u r a n t e cuaren-


ta y seis años.
130 GUÍA BREVE DE TERAPIA BREVE

Terapeuta: ¿Le parece que está como «pegado» a ellos?


Cliente: Estoy pegado a ellos. No hay modo de que me los saque de
encima.
Terapeuta: Muchos piensan eso...
Cliente: Bien, quizá yo pueda.

Reenmarcar y desenmarcar no son dos técnicas discretas. Como lo


demuestran los ejemplos anteriores, para reenmarcar es necesario que
algo sea desenmarcado, así como desenmarcar significa que algo pue-
de ser reenmarcado. El r e e n m a r c a d o de la n o r m a l i d a d desenmarcó
la idea que tenía la joven de que era anormal; el desenmarcado de la
creencia en la imposibilidad de cambiar los hábitos de toda u n a vida
reenmarcó la idea del cliente acerca del potencial de la terapia. La dife-
rencia entre e n m a r c a d o y d e s e n m a r c a d o reside esencialmente en el
enfoque.
Nosotros diríamos que el reenmarcado es la operación más nece-
saria y básica en el proceso del cambio. Todo lo demás es subordina-
do, ayuda u obstaculiza ese proceso, o puede verse como accesorios
que reflejan creencias y prejuicios del terapeuta acerca de la terapia y
la naturaleza del c a m b i o (no necesariamente inútiles en su terapia,
pero a veces sin valor p a r a la claridad teórica).
Un trabajo reciente ha cuestionado la medida en que, en el empleo
de las técnicas de enmarcado, los terapeutas breves h a n tendido a no
tener en cuenta las «verdades subjetivas» de sus clientes (individuos
o familias). El autor se pregunta hasta qué punto los enmarcados son
objeto de una imposición, en lugar de desarrollarlos en un proceso coo-
perativo (Flaskas, 1992).
El enfoque aparentemente «alegre», manipulativo, de «todo vale»,
que se dice que emplean los terapeutas breves al elegir las «verdades»
cuando reenmarcan, según nuestra experiencia está en gran medida
en la cabeza de ciertos comentadores, lo mismo que la supuesta falta
de interacción en el desarrollo de estos marcos. Cualquier terapeuta
breve sabe que n i n g ú n m a r c o será de ayuda si sólo opera en el nivel
intelectual; los marcos no se sacan de la nada (por lo menos, no es esto
lo que hacen los buenos terapeutas breves), sino que orienta la infor-
mación directa que a m e n u d o hay que extraer penosamente del clien-
te en las entrevistas; p o r lo tanto, también involucran las «verdades
subjetivas» de los m i e m b r o s de la familia. No es que no se respete la
experiencia personal que los individuos tienen de «la verdad». Lejos de
INTERVENCIONES DE ENMARCADO 131

ello. Pero creemos que, en las interacciones humanas, hay muchas «ver-
dades» potenciales; algunas parecen inhibir el cambio, y otras parecen
fomentarlo.
Coyne se ha referido a las investigaciones recientes sobre

...los determinantes del nivel en que se enmarca la actividad, y la


manera en que es posible cambiarlo... Los experimentos preliminares
sugieren que cuando una acción puede enmarcarse al mismo tiempo en
un nivel alto («llevo una vida aburrida») y en otro más bajo («veo tele-
visión toda la tarde»), tenderá a prevalecer el enmarcado de nivel más
alto, mientras el nivel más bajo queda desatendido (1985, pág. 339).

No obstante, Coyne cita a continuación el trabajo de Wegner y otros


psicólogos sociales, según quienes

...cuando una persona piensa en los detalles de su acción, se vuelve


particularmente sensible al significado global de lo que está haciendo.
Puede emerger una nueva comprensión de la acción, y esa nueva com-
prensión puede llevar al desarrollo de una nueva acción (Wegner y otros,
citados en Coyne, 1985, pág. 340; las cursivas son nuestras).

La fuerza y el potencial curativo del reenmarcado parecen derivar


del hecho de que a m e n u d o no «sabemos» con claridad qué subyace en
nuestra tendencia a reiterar ciertas acciones, o a d e s e m p e ñ a r conti-
nuamente un cierto rol en nuestras interacciones.
En c u a n t o a la cuestión de quién produce el m a r c o en la terapia
breve (o, diríamos nosotros, en cualquier terapia eficaz), sin duda debe
resultar de un p r o c e s o interaccional en el que el t e r a p e u t a no sólo
sea sensible a los fenómenos conductuales (que constituyen un foco
principal de indagación), sino también a las explicaciones del proble-
ma que d a n los m i e m b r o s de la familia (verdaderas p a r a ellos), y a
las experiencias afectivas (también reales para ellos) suscitadas por sus
modos de ver la dificultad y por el proceso de la terapia. No obstante,
las sugerencias del terapeuta sobre los diferentes m o d o s de enmar-
car las situaciones ocupan una posición central, en cuanto derivan de
u n a perspectiva exterior. Por definición, los clientes (lo m i s m o que
todos nosotros) tienden a pensar las situaciones a través de sus mar
cos habituales, y esos marcos en parte los ciegan a las alternativas.
Cuanto m á s m i r e m o s el mundo a través de cristales azules, m á s azul
lo veremos. A veces, sobre todo si olvidamos que llevamos puestas len-
132 GUÍA BREVE DE TERAPIA BREVE

tes de color, y, por lo tanto, no cuestionamos la validez de los datos


sensoriales, necesitamos que alguien nos preste unas gafas con cris-
tales de un color distinto. Seguramente todos hemos tenido la expe-
riencia de examinar introspectivamente un problema y caer en espiral
hasta las conclusiones m á s pesimistas, enterrándonos más profunda y
desesperadamente. El hecho de que la aportación del terapeuta (o la
oferta de un par de gafas de diferente color) sugiera otro modo de con-
siderar las cosas, no significa que el cliente individual o la familia se
conviertan en destinatarios pasivos y desvalidos de una manipulación.
Estamos de acuerdo con Flaskas (1992) en que los clientes (lo mis-
mo que todos nosotros) conservan un cierto compromiso e interés (di-
ríamos que un interés y un compromiso considerables) en torno a su
propia evaluación de sus experiencias y comprensiones de la verdad.
Nos parece que cualquier tipo de terapia corre el peligro de pasar por
alto este hecho, no sólo las terapias breves. Creer que no existe nin-
guna «verdad» absoluta no significa negarse a conocer o avasallar las
«verdades subjetivas» de los otros. La utilidad de las «verdades» utili-
zadas cuando se le p r o p o n e n m a r c o s distintos al cliente (individuo o
familia), se basa primordialmente en el modo en que se vean esos mar-
cos desde la perspectiva subjetiva de los involucrados (profundamen-
te influidos como estarán por sus propias creencias y sus respuestas
afectivas al marco y a la experiencia que tienen del terapeuta). Hacer
esto de un modo útil y respetuoso significa inequívocamente que hay
que escuchar siempre con profundo interés y atención lo que dicen los
miembros de la familia.
Una joven madre soltera, abandonada durante el embarazo por el
hombre que amaba, llevó a su hijo de ocho años a ver al terapeuta. Dijo
que, cada vez que ella recibía en su casa a un amigo, el niño se com-
portaba atrozmente, decía malas palabras, a veces se ponía agresivo
con el h o m b r e y se n e g a b a a dejarlos solos. La joven temía invitar a
alguien a su casa. D e s c r i b i e r o n al n i ñ o c o m o a p e g a d o a la abuela,
que vivía cerca y que, según la joven, seguía mostrándose sobrepro-
tectora con ella y tendía a desaprobar a sus amistades masculinas. Hacia
el final de la primera sesión, el terapeuta caracterizó al niño como extre-
m a d a m e n t e sensible y consciente del miedo subyacente de la m a d r e
a volver a comprometerse emocionalmente y sufrir como la había hecho
sufrir el padre de él. El p e q u e ñ o t a m b i é n se d a b a c u e n t a de la preo-
cupación de la abuela; quizá en representación de ella, pero sobre todo
p o r su propio amor a la m a d r e , parecía haber decidido protegerla de
INTERVENCIONES DE ENMARCADO 133

su vulnerabilidad emocional. De modo que su «mala conducta» era un


intento de ser útil: tendía a proteger a la joven mujer de un compro-
miso excesivo, y a ofrecer u n a salida, en el hecho de que se enfadara
con él, para la angustia y tensión que ella experimentaba. Sólo un hom-
bre que verdaderamente la a m a r a estaría dispuesto a tolerar lo que
hacía ese niño. El terapeuta lo elogió solemnemente p o r su preocu-
pación, y le recomendó que continuara cuidando a la m a d r e .
En la sesión siguiente, la joven dijo que la conducta de su hijo había
mejorado mucho. En un seguimiento realizado varios meses m á s tar-
de, ella confirmó que la mejoría había continuado, y que llevar amigos
a la casa le resultaba m u c h o menos incómodo. De hecho, el n i ñ o se
había vuelto muy cordial con el más reciente.
Como hemos comentado, es importante que el nuevo m a r c o sea
lo bastante congruente con las experiencias del individuo, la pareja o
la familia, aunque introduzca una perspectiva distinta sobre las mis-
mas. Si la congruencia es insuficiente, lo normal es que ese m a r c o
sea rechazado o negado. También es importante recordar, como advier-
te Coyne, que el nuevo marco «a veces aferra al paciente en las condi-
ciones artificiales de la sesión de terapia... y es invalidado en el primer
encuentro con el ambiente cotidiano. Conviene suponer que un reen-
marcado no ha sido adoptado hasta que el paciente ha actuado basán-
dose en él y lo ha validado fuera de la terapia» (las cursivas son nues-
tras) (1985, pág. 342).
Un r e e n m a r c a d o sensible a m e n u d o roza sen timientos y pensa-
mientos hasta entonces ocultos, y pueden ser precisamente éstos los
que lo fortalezcan. En el ejemplo anterior, el reconocimiento p o r el
terapeuta de que la madre había quedado herida por el abandono sufri-
do años antes y temía que la experiencia se repitiera, bien p u d o haber
sido un elemento crucial.
El reenmarcado, casi de modo inevitable, asigna u n a connotación
positiva a conductas normalmente vistas como más negativas en el seno
del sistema de creencias del cliente (individuo o familia). En el ejem-
plo que sigue, aunque se utilizó la connotación positiva, hay también
un desafío a los dos miembros de la familia, no planteado p o r el tera-
peuta de modo abierto, sino con u n a actitud de preocupación bonda-
dosa.
Una viuda que había criado a dos hijas, ambas ya casadas, tenía
problemas con un hijo que se mezclaba con «mala gente» e inhalaba
colas. Parecía que la madre estaba preocupada en exceso p o r el chico
134 GUÍA BREVE DE TERAPIA BREVE

v le daba pocas oportunidades de m a d u r a r e independizarse. Al final


de la primera sesión, se formuló la opinión siguiente, en presencia de
ambos, pero dirigida primordialmente a la madre:

Usted ha sido, obviamente, una buena madre para sus hijas, pero,
sin el respaldo de un esposo, le ha resultado difícil comprender plena-
mente a su hijo. Esto debe de haberla preocupado mucho. James tiene
ahora 15 años. Hay un momento de la adolescencia en que, de pronto,
todo jovencito abandona muchos de sus rasgos infantiles y empieza a
actuar más como un adulto. En algunos, este proceso se produce más
tarde que en otros. Pero por lo común ocurre más o menos a esta edad.
Estoy seguro de que usted le importa a James, y de que a James le
preocupa lo que ocurrirá cuando él finalmente se vaya de la casa, pero
no sabe cómo hacer que usted se sienta menos aislada. A él esto le resul-
tará fácil cuando empiece a dejar atrás la infancia y avance hacia la viri-
lidad. Los chicos que inhalan colas suelen estar nerviosos por el paso a
la virilidad y temen iniciar actividades más serias y maduras, como estu-
diar o cortejar chicas.
Estoy convencido de que usted no es el tipo de madre que quiere que
su hijo siga siendo un bebé prendido a su falda. Usted no tiene idea de
cuántas madres sin pareja tratan de convertir a sus hijos en esposos sus-
titutos.
Sugiero que durante las dos semanas que vienen observe atentamente
a James para ver cuánto queda aún de su niñez, pero también esté pre-
parada para reconocer los primeros signos, por leves que sean, de la
madurez que se avecina. Me parece importante insistir en que James no
haga trampa, tratando de actuar como un hombre antes de estar madu-
ro para ello, aunque, como he dicho, con la mayoría de los chicos esto
impieza a suceder más o menos a su edad. Cuando se convierta en hom-
bre, es importante que sea un hombre verdadero, y no el tipo de chicos que
se hacen los rudos o se vuelven delincuentes para encubrir su miedo.

Mientras el terapeuta hablaba, el niño tenía u n a expresión de con-


centración profunda, en agudo contraste con su anterior tendencia a
la mueca burlona y a no prestar atención. En adelante, su conducta
comenzó a mejorar. La m a d r e lo veía de otro modo, y se volvió menos
exigente y opresiva. Dos sesiones m á s tarde vino sola, sin dar ningu-
na explicación. Aprovechó para hablar de sus propios problemas de
soledad e inseguridad.
Una pareja discutía constantemente por la conducta de sus hijos
«descontrolados», y en particular acerca de cuál era el modo adecua-
INTERVENCIONES DE ENMARCADO 135

do de disciplinarlos. El terapeuta dijo que esas discusiones indicaban


la determinación de remediar la situación, y estaba claro que ninguno
de los dos quedaría satisfecho hasta que tuvieran la seguridad de haber
encontrado un enfoque correcto, sobre el que p u d i e r a n p o n e r s e de
acuerdo. Además, sugirió que, por incómodo que les resultara, quizá
fuera necesario que siguieran discutiendo, incluso que redoblaran sus
esfuerzos, hasta convencerse de haber llegado a una solución satisfac-
toria. Los padres se miraron entre sí con lo que parecía calidez y mayor
respeto, aceptando la sugerencia del terapeuta. En el curso de las sema-
nas siguientes, discutieron mucho menos y pasaron a ser m u c h o más
coherentes en el manejo de los hijos (cuyas conductas mejoraron, como
tal vez era previsible).
La aparente incapacidad de esta pareja para cooperar podría haber-
se calificado «correctamente» de muchos modos: c o m o p r u e b a de
falta de armonía conyugal o de la existencia de cierta patología, en uno
o ambos esposos, en una de las muchas maneras de identificarla (remi-
timos al lector a cualquiera de las sucesivas ediciones del DSM,* don-
de las encontrará descritas). Se diría que calificar las discusiones como
prueba de b u e n a intención condujo a un e n m a r c a d o de nivel supe-
rior («Compartimos el deseo de ser buenos padres») que permitió cam-
biar la interpretación de las conductas («Peleamos porque en lo esen-
cial estamos de acuerdo»), y de tal modo las conductas en sí.
Una mujer ejecutiva recurrió a la terapia porque perdía la voz (se
volvía muy ronca y temblorosa) cuando hablaba en las reuniones. Al
principio dijo que ese problema estaba relacionado con su «baja auto-
estima». Cuando se le preguntó cómo lo sabía, pareció un t a n t o sor-
prendida y explicó que había ido a ver a un hipnotizador, quien le sugi-
rió que trabajara sobre su autoestima. Después de r e u n i r m á s infor-
mación, el terapeuta observó que, por lo que él veía, no existía ningu-
na relación entre su autoestima y los problemas con la voz. Además,
en los datos que la p r o p i a cliente aportó, en su aspecto y c o mp o r t a -
miento (iba bien vestida y hablaba con claridad y confianza), el tera-
peuta no encontraba muestras de falta de autoestima. Por el contrario,
el nivel de su autoestima parecía bueno. Se le preguntó si se sentía mal
consigo misma. Dijo que no, que no era así, pero que había supuesto

* Manual de Diagnóstico y Estadística de los Trastornos Mentales, de la Asociación


Psiquiátrica Norteamericana. [N. del T.]
136 GUÍA BREVE DE TERAPIA BREVE

que ése era su problema después de ver al hipnotizador (sin ningún


resultado) y de leer muchos libros de autoayuda. Se sugirió que la tera-
pia se concentrara en cuestiones m á s pertinentes p a r a su preocupa-
ción de ese momento, que era h a b l a r mejor en las reuniones. Ella se
manifestó en seguida de acuerdo.
Éste es un buen ejemplo de d e s e n m a r c a d o . La a t r i b u c i ó n acci-
dental de las dificultades a u n a entidad hipotética, la «baja autoesti-
ma», fue cuestionada respetuosamente y con éxito. Así la cliente que-
dó de inmediato aliviada de u n a presunción de patología, lo cual hacía
m á s probable la resolución rápida de su dificultad.
Hemos encontrado que, a veces, el reenmarcado es más poderoso
si no proviene del terapeuta, c o m o en el ejemplo siguiente (tomado de
un período durante el cual Brian a ú n experimentaba con reenmarca-
dos del estilo de los de Milán).
A un terapeuta visitante se le pidió que actuara c o m o consultor
de un equipo atascado en el trabajo con u n a familia. Los padres ha-
bían recurrido a la terapia p o r u n a niña de 13 años, la mayor de tres
hijos del p r i m e r m a t r i m o n i o de la mujer. También participaba en la
terapia la abuela materna de la jovencita, en cuya casa vivía la familia.
La niña creaba problemas t a n t o en el hogar como en la escuela; for-
m a b a parte de una pandilla de adolescentes que solía meterse en líos,
y fue descrita como mentirosa compulsiva.
El consultor, observando desde detrás de una pantalla, sintió con
fuerza q u e la m a d r e y la a b u e l a , si bien e s t a b a n m u y p r ó x i m a s en
muchos sentidos, eran al m i s m o tiempo muy competitivas, sobre todo
acerca de quién era la «mejor madre» para la niña.
La familia había sido informada sobre la presencia de un terapeu-
ta al otro lado de la pantalla; se les explicó que se recurría a él porque
el equipo se sentía atascado e incapaz de ayudar. Al final de la sesión
se aclaró que la terapeuta habitual recibiría un informe y tomaría con-
tacto para establecer las citas de u n a etapa ulterior, m á s prolongada,
del tratamiento.
Al cabo de unos días, se le envió u n a copia del informe del consul-
tor al esposo, y se le pidió que lo leyera a toda la familia lo antes posi-
ble. En su carta, la terapeuta decía que, aunque el informe tenía la fina-
lidad de ayudarla a ella, les hacía llegar u n a copia porque pensaba que
ésa era u n a de las familias que piensan con seriedad en sus problemas.
El informe decía lo siguiente:
INTERVENCIONES DE ENMARCADO 137

Me resulta obvio que ésta es una familia unida que quiere seguir siendo
dolo. Siento con fuerza que Jane es una niña extremadamente sensible
y que sin ninguna duda a m a m u c h o a su m a d r e y su abuela (es tam-
bién obvio que éstas la a m a n a ella, por más que a veces se exasperan
entre sí). Pero, por razones que aún no comprendo p l e n a m e n t e , Jane
parece experimentar una sensación de lealtad dividida, a lo cual podría
deberse que actúe de un modo tan desdichado.
Se diría que ella se preocupa por todos, pero, por alguna razón, par-
ticularmente por la madre y la abuela, aunque a éstas les resulte difícil
creerlo, pues la conducta «preocupada» de un niño a m e n u d o aparece
como conducta «díscola».
Podría ser que Jane, en lo profundo de su mente ( au n q u e quizá no
se dé cuenta de esto y quizá lo negaría) se toma demasiado a pecho algu-
nas de las diferencias entre la madre y la abuela, y le preocupa que una
de ellas se enferme o d e p r i m a si la otra «gana» lo q u e la n i ñ a parece
ver como una batalla. (Es como si sintiera que hay una competencia en
torno a quién de las dos es la mejor madre.)
Me parece importante señalarle a la familia que era m u y obvio que
[la familia de la abuela] es una familia unida, aunque quizá les resulte
difícil a los ajenos acercarse a ella, y siento con fuerza que a todos los
miembros les preocupa seguir unidos, aunque a veces p a r e z c a n com-
portarse como si fuera al revés. De modo que no siempre le será fácil a
la familia reconocer, por debajo de las conductas superficiales, lo afec-
tuosa que es y lo preocupada que está Jane.

En la sesión siguiente, tres semanas más tarde, la familia informó


que la conducta de la niña había mejorado m u c h o . En realidad, no
habían vuelto a tener problemas con ella.
Esta técnica, lo mismo que cualquier otra, no es una panacea. Hemos
dado ejemplos de reenmarcados o desenmarcados particularmente efi-
caces, suficientes de por sí para generar cambios significativos. Aunque
a posteriori las intervenciones exitosas parecen obvias y relativamen-
te simples, según nuestra experiencia, encontrar el marco «correcto»
suele ser una tarea compleja que exige considerable sensibilidad, empa-
tia, creatividad y, a veces, coraje. Tenemos muchos ejemplos de reen-
m a r c a d o s ineficaces de poco o ningún efecto, y acerca de los cuales
decidimos no escribir. Pero nuestra experiencia con estos errores es
que lo peor que suele suceder es que la familia o el cliente individual
rechaza o niega el marco propuesto, de modo que nosotros tenemos
que volver a «la mesa de dibujo».
10. INTERVENCIÓN EN LA PAUTA: MODIFICANDO
LA ACCIÓN DEL PROBLEMA

La terapia suele ser cuestión de ponerla primera ficha de domi-


nó boca arriba.
Milton Erickson, Rossi (1980, vol. 4, pag. 454)

Cuando tenga un paciente con alguna fobia descabellada, sim-


patice con ella y, de un modo u otro, consiga que él infrinja esa
fobia.
Milton Erickson, ZEIG (1980, pág 253)

...las enfermedades, psicógenas u orgánicas, seguían paulas


definidas de algún tipo, sobre todo en el campo de los trastornos
psicógenos; que romper la pauta podía ser una medida sumamente
terapéutica, y que a menudo importaba poco que la ruptura de
la pauta fuera pequeña, si se la introducía lo bastante pronto...
Rossi (1980, vol. 4, pag. 254)

Los terapeutas breves a m e n u d o tratan de resolver la queja pre-


sentada alterando sus pautas de acción e interacción intrínsecas y las
que las rodean. Procuran integrar los enfoques individual e interac-
cional en la n o c i ó n unificadora de «alterar el contexto de la queja
presentada». Modificando esas pautas, con sus regularidades y redun-
dancias, sin ninguna referencia a hipótesis explicativas causales, fun-
cionales o de otro tipo, a m e n u d o las quejas presentadas se resuelven
con prontitud.
Muchas veces se piensa que el enfoque individual se opone al enfo-
que interpersonal. O se es un terapeuta «sistémico» o se es un terapeuta
«individual, lineal». Pero nosotros no consideramos q u e exista con-
flicto alguno. El concepto unificador de «pauta» sirve p a r a tender un
puente por encima de la brecha aparente. Los dos enfoques tienen en
común el descubrimiento y la alteración de las pautas de pensamien-
140 GUÍA BREVE DE TERAPIA BREVE

to y acción que rodean a la queja. Si se evitan las hipótesis explicativas


causales, funcionales o de otro tipo, no tiene por qué surgir ningún con-
flicto. Se considera que especular acerca de por qué aparecieron esas
pautas, cuál es su función o significado, y así sucesivamente, no vie-
ne al caso y distrae de la tarea principal: discernir las pautas de pen-
samiento, acción e interacción que rodean a la queja y es verosímil que
la mantengan, para ayudar al cliente a modificarlas. En este capítulo
examinaremos algunas maneras de intervenir en tales pautas.
Las pautas automáticas de acción e interacción son aspectos nece-
sarios y deseables de la vida. Ayudan a organizar la experiencia, las per-
cepciones y la conducta, y a a u m e n t a r la eficiencia de esta última. En
m u c h o s de los aspectos n o r m a l e s de la vida cotidiana, las pautas o
modos regulares de hacer las cosas nos liberan de tener que renegociar
las relaciones y significados u n a y otra vez. De acuerdo con la finali-
dad de la terapia, sólo es necesario alterar las respuestas automáticas
que contienen o a c o m p a ñ a n a experiencias o conductas indeseadas
(síntomas). Intervenir en u n a p a u t a es reemplazar alguno de sus ele-
mentos p o r otro que cae fuera de los límites acostumbrados, o remo-
ver o s u m a r elementos.
«Por ejemplo, en cierto p u n t o de u n a pauta de atracarse de comi-
da, el sujeto prueba alguna torta, bizcochos, pan, helado o chocolate
(pero n u n c a zanahorias, apio, r e q u e s ó n o huevos duros), y después
sigue con un ítem del pri m e r tipo y n u n c a del segundo (es decir que
si toma comidas "prohibidas", de las que engordan, excluidas del régi-
men, es típico o invariable que caiga en el atracón, pero nunca se atra-
ca con comidas "sanas", "buenas", de las que no engordan). A conti-
nuación, ese individuo se provoca el vómito y devuelve en el inodoro,
la bañera o la pila del lavadero, pero nunca en el cubo de la basura, en
un b a l d e o sobre la alfombra. Y en c u a n t o a las circunstancias que
rodean a esta parte de la secuencia, puede ser que el primer bocado se
tome de pie o caminando, pero n u n c a sentado o acostado; el atracón
puede producirse en la cocina o el comedor, pero nunca en el dormi-
torio o el patio trasero; a media tarde o en mitad de la noche, pero nun-
ca es lo primero que se hace por la m a ñ a n a o lo último antes de acos-
tarse; el individuo siempre está solo, p o r lo general no hace nada en
particular, o a veces está viendo la televisión, pero nunca está hablan-
do p o r teléfono o da ndo de c o m e r al gato y al perro. La pauta puede
tener u n a diferente amplitud —con distintos elementos— en diferen-
tes personas, de modo que no es posible confeccionar un "catálogo" de
INTERVENCIÓN EN LA PAUTA 141

gamas, elementos o intervenciones. Por ejemplo, muchas de estas per-


sonas sólo se atracan estando solas, pero algunas lo hacen en presencia
de otras, ocasional o frecuentemente. Hay que encontrar los límites del
tipo de cosas que serían igual de útiles para mantener la pauta peculiar
de los atracones de esa persona» (O'Hanlon, 1987, págs. 34-35).
Quizá algunos eviten salir con amigos los días en que h a n caído en
atracones. Otros ni siquiera se visten. Aunque no forman directamen-
te parte del atracón, la alteración de esas pautas regulares que lo acom-
pañan puede modificar el contexto de la queja presentada, y de tal modo
llevar a resolverla. Puede haber una amplia gama de conductas alter-
nativas que mantengan la pauta del atracón. Lo mismo que con la músi-
ca, son posibles numerosas variaciones sobre un tema, sin que el tema
en sí m i s m o cambie. Hay que recurrir a algunas variaciones que estén
al margen de la gama, y sean capaces de introducir un tema nuevo. En
una pauta nueva y no familiar, pueden suceder todo tipo de cosas ines-
peradas.
Al preguntar por la pauta que rodea a una queja presentada, no sólo
averiguamos cuándo aparece siempre la conducta y c u á n d o no apa-
rece nunca, o si es siempre X o alguna vez Y. También hacemos pre-
guntas hipotéticas. Por ejemplo, «¿Cuándo se produciría siempre, y
cuándo no aparecería nunca?», y «¿Siempre sería X, o alguna vez podría
ser Y?». Además, a menudo ayudamos al cliente a «encontrar u n a sali-
da», sugiriéndole nosotros mismos alternativas posibles. Como el clien-
te no suele advertir cuál es la pauta, frecuentemente dice «No hay nin-
guna pauta», o «Puede ser de cualquier modo». Pero un interrogatorio
cuidadoso n u n c a deja de revelar regularidades con límites precisos.

Debe recordarse que las pautas no son «cosas». Pero son lo mejor
después de ellas. Son abstracciones descriptivas. De algunas acciones
observadas, se pueden extraer pautas. Esto no supone teorizar o expli-
car la existencia de tales hechos, especulando sobre su función, ni otras
maneras de «psicologizar». Se parece más a la clasificación de los orga-
nismos en especies, o a la de los objetos en conjuntos (O'Hanlon, 1987,
pág. 52).

Si bien la abstracción de las pautas es obra de un observador, sos-


tenemos que se basan en hechos observables y, por lo tanto, son «ani-
males» distintos de las «invenciones» de la psicología, tales c o m o los
«déficits del yo», la «baja autoestima» o una «necesidad de castigarse».
142 GUÍA BREVE DE TERAPIA BREVE

INTERVENCIÓN EN LA PAUTA

Una vez que el terapeuta ha reunido información de base sensorial


sobre la pauta y su gama de elementos, inicia, junto con el cliente, la
búsqueda de maneras de ayudarlo a modificarla. En su trabajo, Milton
Erickson subrayaba la importancia de utilizar aspectos de las propias
creencias y conductas del paciente. Por ejemplo,

A. su lenguaje;
B. sus intereses y motivaciones;
C. sus creencias y marcos de referencia;
D. su conducta;
E. su síntoma o síntomas;
F. su resistencia. (O'Hanlon, 1987, pág. 24.)

A menudo, el modo m á s fácil y directo de intervenir en un contex-


to que contiene una queja es alentar al cliente o los clientes a modifi-
car las acciones-problema en un grado pequeño o insignificante. En el
trabajo de Milton Erickson encontramos muchos ejemplos de este tipo
de intervención contextual. A un cliente que se lavaba compulsivamente
las manos, Erickson le prescribió cambiar de jabón. A un fumador podía
indicarle que guardara los cigarrillos en el desván y los fósforos en el
sótano. En una oportunidad, instruyó a alguien que se chupaba el pul-
--- que lo hiciera en un lapso preestablecido, una vez por día. Una pare-
ja discutía siempre, después de las fiestas (en las que ambos tomaban
unas copas), quién conduciría el coche de regreso al hogar; Erickson
les aconsejó que uno de ellos condujera hasta una manzana antes de
llegar a casa, y que después pararan el coche, cambiaran de sitio, y el
otro completara el viaje.
Una alteración de las acciones de la queja modifica las pautas que
la rodean, y a menudo la conducta-problema desaparece, de modo gra-
dual o brusco. El terapeuta puede lograr esa modificación con méto-
dos directos o indirectos, sobre la base de su autoridad o en una aven¬
tura cooperativa con el cliente. Para los diversos estilos de los tera-
peutas hay estrategias diferentes.
O`Hanlon ha señalado la lista siguiente de los principales modos de
intervenir en una pauta:

1. Cambiar la frecuencia/el ritmo del síntoma o la pauta-síntoma


(la pauta que lo rodea).
INTERVENCIÓN EN LA PAUTA
143

2. Cambiar la duración del síntoma o la pauta-síntoma.


3. Cambiar el m o m e n t o (del día/la semana/el mes/el año) del sín-
toma o la pauta-síntoma.
4. Cambiar la ubicación (en el cuerpo o en el m u n d o ) del sínto-
ma o la pauta-síntoma.
5. Cambiar la intensidad del síntoma o la pauta-síntoma.
6. Cambiar alguna otra característica o circunstancia propias del
síntoma.
7. Cambiar la secuencia (el orden) de los acontecimientos que
rodean al síntoma.
8. Crear un cortocircuito en la secuencia (es decir, un salto des-
de el principio al final).
9. Interrumpir la secuencia, o impedirla de otro m o d o , en todo
o en parte (hacer que «descarrile»).
10. Añadirle o sustraerle por lo menos un elemento.
11. Fragmentar algún elemento antes unitario en elementos más
pequeños.
12. Hacer que el síntoma se despliegue sin su pauta.
13. Hacer que se despliegue la pauta-síntoma con exclusión del sín-
toma.
14. Invertir la pauta.
15. Vincular la aparición de la pauta-síntoma con otra pauta —por
lo general, una experiencia indeseada, una actividad evitada, o
una meta deseable pero difícil de alcanzar («tarea condiciona-
da por el síntoma») (O'Hanlon, 1987, págs. 36-37).

Ejemplos de intervenciones para interrumpir pautas

Milton Erickson contaba la siguiente historia:

Un policía retirado por razones de salud me dijo: «Tengo un enfise-


ma, tensión alta y, como puede ver, estoy muy gordo. Bebo demasiado.
Como demasiado. Querría conseguir un trabajo, pero el enfisema y la
presión alta me lo impiden. Me gustaría fumar menos. Querría liberal
me de esto. Me gustaría dejar de beber poco menos que un litro de whisky
por día, y comer razonablemente».
«¿Está usted casado?», le pregunté.
«No. Soy soltero. Por lo general me hago mi propia comida, pero a la
vuelta de la esquina hay un pequeño restaurante que visito a menudo.»
144 GUÍA BREVE DE TERAPIA BREVE

«De modo que a la vuelta de la esquina hay un pequeño restauran-


te donde puede cenar. ¿Dónde compra los cigarrillos?»
Compraba los cartones de dos en dos.
«Es decir, que compra cigarrillos, no para el día, sino para el futuro.
Y para preparar su comida, ¿dónde hace las compras?»
«Por suerte, hay un pequeño colmado en la esquina en el que com-
pro comestibles y cigarrillos.»
«¿Dónde compra la bebida?»
«Por fortuna, al lado de ese colmado hay una licorería.»
«De modo que a la vuelta de la esquina usted tiene un restaurante,
un colmado y una licorería. Usted quiere hacer jogging y sabe que no pue-
de. Entonces, su problema es muy simple. No puede correr, pero puede
caminar. Muy bien, compre un paquete de cigarrillos cada vez, en el otro
extremo del pueblo, y vaya caminando. Esto comenzará a ponerlo en for-
ma. Tampoco compre los comestibles en el colmado de la esquina. Vaya
a alguno que esté a un kilómetro o kilómetro y medio de distancia, y com-
pre sólo lo necesario para una comida. Esto supone tres buenas camina-
tas al día. Por otro lado, puede beber todo lo que quiera. Tome su prime-
ra copa en un bar que esté por lo menos a un kilómetro y medio. Si quie-
re una segunda copa, encuentre otro bar a por lo menos otro kilómetro y
medio. Y si quiere una tercera, busque otro bar a otro kilómetro y medio.»
Me miró furibundo. Renegó contra mí. Se fue bramando.
Al cabo de un mes, vino un nuevo paciente. «Me recomendó que vinie-
ra a verlo un policía retirado», comentó. «Dice que usted es el único psi-
quiatra que sabe lo que hace.»
El policía ya no podía comprar todo un cartón de paquetes de ciga-
rrillos. Y sabía que caminar hasta el colmado era un acto consciente.
Él lo controlaba. Ahora bien, yo no le había quitado la comida o el taba-
co. No le retiré el alcohol. Le había dado la oportunidad de caminar
(Rosen, 1982, págs. 149-150).

Los padres de una niña de 13 años la controlaban constantemente.


La consideraban poco fiable y cooperativa, agresiva, perezosa e inútil.
Aunque la niña no demostraba tener ninguna motivación para la tera-
pia, empezó a interesarse cuando el terapeuta le preguntó si estaba dis-
puesta a hacerles trampa a sus padres. Con eso estuvo de acuerdo ense-
guida. Se le pidió que en la quincena siguiente hiciera algunas cosas
que ella sabía de cierto que les agradarían. Pero iba a hacerlas de un
m o d o tal que ellos lo ignoraran todo. No dejaría entrever nada, aun-
que la interrogaran. Tenía que negar q u e había hecho algo, aunque
ellos lo conjeturaran correctamente.
INTERVENCIÓN EN LA PAUTA
145

Mientras tanto, los padres tendrían que e m p e ñ a r s e en descubrir


qué había hecho su hija, y llevar u n a lista escrita. Al respecto, podían
conversar entre sí, pero no preguntarle a ella.
En la sesión siguiente, la niña fue entrevistada por separado. Admitió
que, en realidad, no había intentado hacer nada, pero las cosas habían
marchado m u c h o mejor entre ella y sus padres. Éstos, por su lado, pre-
s e n t a r o n u n a larga lista de lo que creían h a b e r detectado en la con-
ducta de su hija, destinado a agradarles.
Aparentemente, aunque la jovencita no hizo lo que se le había suge-
rido, en sus p a u t a s de conducta normales había suficientes actos no
confrontativos, cooperativos, que por lo general pasaban inadvertidos,
como p a r a que los padres tuvieran la sensación de que las cosas cam-
biaban. Desde el punto de vista de la hija, la vigilancia constante de los
progenitores, contra la cual ella por lo común se rebelaba, había adqui-
rido un nuevo significado como intento de descubrir pruebas de bue-
na (y no mala) conducta.
Un niño discapacitado de 17 años, al que poco tiempo antes habían
m a t r i c u l a d o en u n a escuela alejada de su casa, desarrolló el hábito
de levantar su brazo derecho con una frecuencia de 135 veces por minu-
to. Milton Erickson hizo que aumentara la frecuencia a 145 veces por
m i n u t o . Al c a b o de algún tiempo, y s i e m p r e bajo la supervisión de
Erickson, la frecuencia volvió a descender a 135, subió a 145, y siguió
a u m e n t a n d o y decreciendo alternativamente, pero con aumentos de 5
veces por m i n u t o y reducciones de 10 veces por minuto, hasta que el
movimiento desapareció (Rossi, 1980, vol. 4, págs. 158-160).
Una mujer bulímica dijo que n u n c a había logrado prolongar sus
atracones más de una hora. Se le dijo que debía extenderlos a dos horas,
antes de vomitar. Podía hacerlo como quisiera.
Una mujer que luchaba por beber menos recibió el consejo de que
en el futuro bebiera todo lo que quisiera. Se le señaló que a ú n estaba
recobrándose de un momento difícil del año anterior. Pero ella estuvo
de acuerdo en que, antes de t om a r u n a copa, se sacaría toda la ropa
frente a un espejo de cuerpo entero, para volvérsela a poner al revés,
con la parte de atrás adelante, excepción hecha de los zapatos (no podría
hacerlo con ellos a menos que se dislocara los pies). Después tenía que
volver al espejo, sacarse la ropa y ponérsela bien, antes de sentarse y
disfrutar de su copa. Si quería beber más, tenía que repetir el ejercicio
antes de cada copa. Aparentemente todo esto la divertía m u c h o , y en
el t é r m i n o de u n a semana su tendencia a beber quedó bajo control
146 GUÍA BREVE DE TERAPIA BREVE

Dos esposos discutían constantemente, y dijeron que les costaba no


hacerlo, aunque tuvieran las mejores intenciones. Un a l u m n o nues-
tro les prescribió que, en cuanto empezaran a discutir, fueran al baño.
Allí el hombre tendría que sacarse la ropa y tenderse en la bañera, mien-
tras la esposa, con la ropa puesta, se sentaría en el inodoro. En esas
condiciones podían continuar la pelea.
Un niño de seis años que se chupaba el pulgar izquierdo fue aten-
dido por Milton Erickson, quien le dijo que no era justo con los otros
dedos, puesto que no les dedicaba el mismo tiempo. Tenía que chu-
parse también el pulgar derecho, y todos los otros dedos. Erickson
observó que en cuanto el niño dividió su atención entre el pulgar izquier-
do y el pulgar derecho, el hábito se redujo en un 50 por ciento (Rossi
y otros, 1983, pág. 117).
Una pareja fue a ver a Erickson por sus dificultades matrimonia-
les. Atendían juntos un p e q u e ñ o restaurante, y discutían constante-
mente sobre el mejor modo de hacerlo. La mujer insistía en que estu-
viera a cargo el esposo; ella prefería quedarse en su casa. Pero temía
que, si no lo supervisaba, el hombre arruinaría el negocio, de modo que
continuaba trabajando y peleándose con él. Erickson les encargó que,
todas las mañanas, la mujer cuidara que el esposo fuera al restauran-
te media hora antes que ella. Como sólo tenían un coche, pero vivían
a pocas manzanas del negocio, ella iría caminando después. Cuando
la mujer llegaba, el esposo ya había realizado con éxito muchas de sus
funciones de «insustituible». Ella empezó a aparecer cada vez más tar-
de y retirarse cada vez m á s t e m p r a n o . Al final casi no iba al restau-
rante, a menos que se la necesitara para sustituir a alguien enfermo.
No h u b o más altercados (Haley, 1973, págs. 225- 226).
Un abogado que quería dejar de fumar estuvo de acuerdo en que,
si fumaba un cigarrillo, tendría que pasarse quince minutos realizan-
do las tareas de rutina que antes había pospuesto sistemáticamente,
antes de fumar de nuevo.
Una pareja buscó terapia matrimonial con la queja principal de que
el marido era adicto al trabajo (los dos estuvieron de acuerdo en esto).
El h o m b r e rompía constantemente su promesa de volver temprano al
hogar, lo que casi todas las noc he s provocaba amargas disputas. Él
se quejó de que la esposa quería que pasara su único día libre visitan-
do a los padres de él o de ella. Se acordó que, en lugar de quejarse, la
mujer tomaría nota del tiempo de atraso del esposo durante la sema-
na, y éste tendría que visitar a los padres de él o de ella durante esa mis-
ma cantidad de tiempo en su día libre, sin ninguna protesta.
INTERVENCIÓN EN LA PAUTA
147

Una mujer q u e h a b í a sido hospitalizada varias veces por depresión


describió que a ú n p a s a b a gran parte de su tiempo improductiva preo-
cupándose por c u a l q u i e r cosa y por todo. No hacía casi nada en todo
el día. El esposo lo h a b í a intentado todo para estimularla a que fuera
m á s activa. Ella e s t u v o de acuerdo en considerar d u r a n t e la s e m a n a
siguiente, antes de la próxima entrevista, si estaba preparada para seguir
cualquier i n s t r u c c i ó n que el terapeuta le diera, sin saber de antema-
no qué se le iba a p e d i r . Se la tranquilizó en el sentido de que no sería
n a d a que no e s t u v i e r a a su alcance o que pudiera dañarla.
En la entrevista siguiente, con determinación pero también muy
turbada, se m a n i f e s t ó dispuesta a aceptar el desafío. Se le dijo enton-
ces que por cada d í a q u e ella sintiera que había dilapidado demasiado
tiempo en preocupaciones estériles (y sólo ella, y no el esposo era quien
iba a juzgar esto), d e b e r í a acostarse a la hora normal, pero poniendo
el despertador a las d o s de la madrugada. A esa hora tendría que levan
tarse, fregar c u i d a d o s a m e n t e el suelo de baldosas de la cocina (vivían
en u n a casita de p i e d r a en Gales), y a continuación escribir a máqui-
na durante m e d i a h o r a (había estado tratando infructuosamente de
aprender dactilografía). Luego podía volver a la cama. Los días en que
sentía que había s i d o suficientemente productiva y no h a b í a dilapi-
dado demasiado t i e m p o en preocupaciones estériles, por supuesto no
tendría que s e g u i r e s t e procedimiento. Se fijó la entrevista siguiente
p a r a dos s e m a n a s m á s adelante.
En esa sesión, la m u j e r anunció que sólo había tenido que fregar el
piso una vez (y q u e Jo h a b í a hecho de un modo tan escrupuloso que se
sintió s o r p r e n d e n t e m e n t e orgullosa de su trabajo). El resto de la quin-
cena fue lo mejor q u e había experimentado en m u c h o tiempo.
Un funcionario de penitenciaría llevó a su familia a la terapia debi-
do a su preocupación p o r su hija de 15 años, que continuamente pelea-
ba con él y con la m a d r e . La joven fue descrita como testaruda y men-
tirosa; los padres t e m í a n que se estuviera «volviendo promiscua» Había
otras tres h e r m a n a s , u n a de 14 años, descrita como «un tesoro», y dos
gemelas idénticas de 12 años.
El padre tenía i d e a s sumamente estrictas sobre el m o d o de llevar
u n a familia. C u a n d o había problemas, convocaban reuniones de fami-
lia. Estas eran e x t r e m a d a m e n t e acaloradas, y consistían en acusacio-
nes y réplicas, y en la elaboración de listas de «crímenes» con sus res-
pectivas pruebas. La niña de 15 años era invariablemente la «acusa-
da». La hermana de 14 años se cuidaba de no tomar partido. Mientras
148 GUÍA BREVE DE TERAPIA BREVE

la familia describía apasionadamente su problema, la terapeuta sintió


que se la invitaba a actuar de juez.
Sugirió entonces que, en el futuro, las gemelas tuvieran derecho a
imponer u n a pausa cada vez que la batalla entre su h e r m a n a y cual-
quiera de los padres subiera demasiado de tono. Las gemelas tenían
que convocar de inmediato a un «juicio oral familiar». La niña de 14
años sería abogado defensor del progenitor agraviado, y el otro pro-
genitor, abogado de la hija-problema. No se permitía que los prota-
gonistas hicieran su propio alegato, aunque, desde luego, les darían
instrucciones en privado a sus respectivos abogados; éstos serían los
responsables de indagar a los testigos y presentar las pruebas. Las geme-
las actuarían como jurado, tomarían notas de las pruebas y prepara-
rían un veredicto, que se mantendría en secreto hasta entregárselo a la
terapeuta en la sesión siguiente.
La familia pareció muy divertida con esta sugerencia, y trató de
seguirla. Dos semanas más tarde describieron cómo, en su único inten-
to de «juicio oral», todo se había disuelto en ataques de risa. Pero, en
realidad, no había habido ningún problema importante. Disfrutaron
de dos semanas armoniosas. El juicio se llevó a cabo por una cuestión
más bien trivial, «sólo para ver cómo era».
Sin duda, el éxito de intervenciones de este tipo depende de la bue-
na relación que pueda establecerse entre el terapeuta y el cliente indivi-
dual o la familia. También es importante la cuestión de la relación de
compra. ¿Apunta la intervención a algún aspecto de la vida del cliente
o la familia investido emocionalmente, estando también investida la posi-
bilidad de solución? Si éste no es el caso, es improbable que los clien-
tes sigan las sugerencias y, entonces, las pautas no se modificarán.
11. EL USO DE LA ANALOGÍA

Soñamos en metáforas, en nuestros niveles más profundos dia-


logamos en metáforas, y a través de metáforas podemos lograr una
comprensión fundamental.
WALLAS(1985, pág. 3)

En la terapia, a una joven pareja le resultaba extremadamente difí-


cil la discusión abierta de un problema sexual, y enseguida cambiaban
de tema, p a s a n d o a otra zona de conflicto: la decoración de su casa.
Describiendo el m o d o en que emprendían la tarea, la mujer explicó,
con una ligera expresión de disgusto: «Yo rasco la pintura vieja de las
paredes, él sigue con el trabajo, y después tengo que limpiar todo lo
que él ensucia».
Sería posible definir este cambio de tema c o m o resistencia, y tra-
tar de que la pareja volviera a concentrarse en su vida sexual. También
sería posible considerar las palabras de la mujer c o m o un comenta-
rio metafórico acerca de que había llegado a ver el acto sexual como
una tarea doméstica, y tratar de ayudar a la pareja a percibir esta cone-
xión, con lo cual la terapia volvería a enfocar la vida sexual. Otro enfo-
que consistiría en aceptar la metáfora y discutir con los jóvenes las solu-
ciones posibles del problema que rodea a la decoración del hogar. De
tener éxito, este enfoque podría llevar a la pareja al inicio de una reso-
lución del problema sexual, sin que se vieran obligados a discutirlo (o,
quizá con mayores probabilidades, tomarían conciencia de él en algún
nivel, pero o p t a n d o p o r ayudar a crear el mito de que la discusión se
refería a la decoración de casa). Este capítulo trata sobre el último de
estos enfoques.
GUÍA BREVE DE TERAPIA BREVE
150

SOBRE LA ANALOGÍA

Erickson y Rossi sostienen que «Puede entenderse que la analogía


y la metáfora, así como los chistes, ejercen sus poderosos efectos a tra-
vés del... mecanismo de activas pautas asociativas inconscientes y ten-
dencias de respuesta que de pronto se suman para presentar ante la
conciencia un dato o respuesta conductual aparentemente "nuevos"»
(Erickson y otros, 1976, pág. 226). Koestler ha sugerido que «la satis-
facción estética derivada de la metáfora, la imaginación y otras técni-
cas relacionadas... depende del potencial emotivo de las matrices que
entran en el juego» (1975, pág. 321). En otras palabras, cuanto más
evocadoras son las asociaciones producidas por lo denotado o conno-
tado en la analogía, mayor será el potencial creativo.
Siempre que una cosa se asemeja a otra, o que se habla de ella como
si fuera otra, hay involucrada una analogía. «Parece que hemos llega-
do a un callejón sin salida en esta discusión.» «Tu sonrisa es como el
sol del verano.» Estas frases son de uso común, y de hecho, tan comu-
nes, que a veces no las reconocemos como analogías. Son recursos para
arrojar una luz diferente sobre un tema. Sabemos lo que es un callejón
sin salida en el transito en la ciudad, de modo que entendemos la ana-
logía cuando se utiliza esta expresión para caracterizar u n a discusión.
Hemos experimentado el sol del verano, de modo que podemos ima-
ginar el brillo y la calidez de u n a sonrisa comparada con él. La analo-
gía nos ayuda a utilizar aptitudes y comprensiones de un ámbito de
nuestra experiencia p a r a e n c a r a r de otro modo o c o m p r e n d e r y dar
sentido a otras zonas vivenciales.
Por ejemplo, Milton Erickson, en su tratamiento de un niño que
mojaba la cama, utilizó analogías para obtener acceso a aptitudes que
ese niño había desarrollado en otros contextos, a fin de que las apli-
cara a resolver ese problema. Descubrió que el niño j u g a b a al béis-
bol, y se explayó d u r a n t e un lapso prolongado sobre el fino control
muscular necesario para ser un buen jugador de ese deporte. El lan-
zador debe abrir y cerrar la m a n o enguantada en los momentos exac-
tos. Para arrojar la pelota, tiene que soltarla con idéntica precisión; si
lo hace demasiado pronto o demasiado tarde, el tiro irá donde él no
quiere que vaya. Después, Erickson le habló al niño sobre su tracto
digestivo y el modo en que la comida entra en una c á m a r a donde los
músculos de ambos extremos se cierran durante el tiempo adecuado,
v se relajan y permiten que la comida pase a otra cámara cuando corres-
EL USO DE LA ANALOGÍA
151

ponde. Le habló también del tiro con arco, describiendo la compleja


coordinación de los muchos músculos del ojo necesaria p a r a apuntar
la flecha con eficacia. Todas estas analogías tenían un t e m a común, el
del control automático de los músculos, que era precisamente lo que
el niño necesitaba utilizar para no seguir mojando la cama.
Las analogías m á s simples y básicas son las que establecen refe-
rencias cruzadas entre distintos sentidos, técnica ésta m u y utilizada
por los poetas. Por ejemplo, «una sonrisa cálida», «un silencio pesa-
do», «una melodía brillante», «un humor sombrío». Koestler observa
que «...los potenciales emotivos de las modalidades sensoriales —vis-
ta, oído, olfato, tacto— difieren ampliamente en las distintas personas»
(1975, pág. 321).
Grinder y Bandler (1981) señalan las ventajas terapéuticas de adop-
tar inicialmente el modo preferido del cliente. La atención cuidadosa
al tipo de imágenes utilizadas por las personas revela pronto cuál es su
sistema representacional preferido. Por ejemplo, quizá un hombre diga:
«He pasado años construyendo mi vida; ahora todo se ha derrumba-
do, todo está en pedazos, lo único que veo es devastación». Responderle
«Usted se siente vacío, siente que todo le pesa», o «Por lo que oigo, ya
nada le suena positivo», implica introducir sistemas representaciona-
les diferentes; las imágenes no corresponden al modo que tiene ese indi-
viduo de articular su mundo, según surge de las palabras que él recoge.
Una respuesta más congruente podría ser: «Usted quiere volver a
integrar su vida, ve todos los fragmentos a su alrededor, pero es como
si hubiera perdido el manual de reparaciones, y las piezas ya no pare-
cen encajar entre sí». Grinder y Bandler dicen que las p e r s o n a s que
e n t r a n en terapia tienden a m e n u d o a quedar fijadas con u n o u otro
m o d o representacional. Y agregan que la simple introducción de otros
modos, que se vayan superponiendo gradualmente con su m o d o pre-
ferido, puede generar cambios internos. Por ejemplo, en el caso del
h o m b r e mencionado, sería posible continuar diciendo: «Es c o m o si
usted estuviera sentado en medio de los fragmentos de su vida. Iniciar
el trabajo de reconstruirlos debe parecerle una carga muy pesada; dema-
siado para llevarla solo». El terapeuta ha pasado de lo visual a lo kines-
tésico, y, a continuación, el h o m b r e podría explorar su problema por
vías mentales diferentes, lo cual posiblemente le daría acceso a una
g a m a más amplia de conexiones y asociaciones internas.
152 GUÍA BREVE DE TERAPIA BREVE

ANÉCDOTAS, PARÁBOLAS Y RELATOS

A lo largo de la historia se han utilizado anécdotas, parábolas y rela-


tos para enseñar, embellecer, explicar, enriquecer, alentar el pensa-
miento creador y, a veces, para desconcertar. En este método, los ras-
gos significativos del argumento y las facetas de las relaciones entre los
participantes o c o m p o n e n t e s del relato d e b e n o b t e n e r u n a corres-
pondencia analógica directa con los hechos y relaciones de impor-
tancia para el oyente, y con la situación de él o ella.
La analogía puede usarse directamente para amplificar algo que el
terapeuta quiere transmitir. Por ejemplo, en una terapia matrimonial
la mujer se quejó de que el «malhumor» del esposo hacía la conviven-
cia muy difícil. No tenía la menor esperanza de que el hombre pudie-
ra cambiar de personalidad, y por momentos también desesperaba del
matrimonio. En la discusión que siguió, descubrimos que la mujer era
entrenadora de caballos, muy renombrada por su habilidad para tra-
bajar con ejemplares difíciles. Se la desafió a que pensara en el esposo
como en un caballo difícil (ella dijo que en realidad era una mula).
¿Cómo abordaría esa situación? Respondió enseguida con una lista de
los principios que utilizaba con los caballos: por ejemplo, ser coherente,
no enojarse con el animal, basarse en cambios pequeños, etcétera. Con
un poco de ayuda, llegó a ver de qué modo podía aplicar esos princi-
pios a su marido «difícil».
Por otra parte, la analogía puede utilizarse de un modo más indi-
recto. La ventaja de usar anécdotas y relatos de esta manera consiste
en que así se p u e d e n eludir las «tendencias» m e n t a l e s conscientes.
Por ejemplo, una mujer abandonada muchos años antes por el espo-
so, había luchado p a r a criar a dos hijos con dificultades de aprendi-
zaje, un varón y u n a niña, que ya eran adolescentes y les faltaba poco
para terminar sus estudios. A esta mujer parecía resultarle muy difí-
cil tolerar cualquier signo de independencia en los jovencitos, aun-
que se había quejado interminablemente a u n a sucesión de terapeutas
de que sus hijos no crecían ni actuaban con responsabilidad. Aparen-
temente, lo que ella más temía era que, habiendo sacrificado gran par-
te de su vida a educarlos y criarlos, ellos la abandonaran en cuanto fue-
ran independientes. Como a los miembros de esta familia les gustaban
mucho los animales, hacia el final de u n a sesión el terapeuta les pidió
consejo sobre su gata, que había dado a luz dos garitos anormalmente
débiles. Después los gatitos crecieron, se fortalecieron, y se los lleva-
EL USO DE LA ANALOGÍA
153

ron otras familias; la gata estaba inconsolable, y pasaba hora tras hora
maullando, buscándolos por la casa. ¿Qué le aconsejaban? La hija con-
testó enseguida: «No la eche». La madre dijo: «Lo q u e ella quiere es
m u c h o a m o r y seguridad». Cuando se sugirió que el problema podría
tener algo que ver con el hecho de que la gata debió empeñarse más de
lo normal en que sus dos crías eran débiles, la m a d r e comentó: «Algunas
de nosotras, las madres, a veces no queremos soltar a nuestros hijos».
Al final de la sesión siguiente el terapeuta dijo que, para su sor-
presa, no había necesitado hacer nada. Los gatitos, entregados a fami-
lias vecinas, habían vuelto en momentos distintos a visitar a la madre.
Como si ya tuviera la seguridad de que la seguían a m a n d o , la gata se
había calmado; de hecho, si se quedaban demasiado tiempo los empu-
jaba a irse a sus propios hogares. El hijo observó: «De modo que ellos
encontraron su propia solución». Una fotografía de la gata sirvió para
que la familia prestara más atención a la historia que se les contaba.
El empleo de ésta y otras metáforas le permitió al terapeuta explo-
rar los temores de esta madre, el miedo a ser abandonada por sus hijos,
una cuestión que habría negado y habría r e h u s a d o discutir en un son-
deo m á s abierto.
La analogía utilizada sugirió rasgos más optimistas, que no hubie-
ra sido fácil introducir abiertamente. En este caso, el terapeuta nun-
ca estableció explícitamente una conexión entre la anécdota y las cir-
cunstancias de la propia mujer.
Una joven sola de 25 años, con tres hijos de tres padres distintos,
llamó p o r teléfono considerablemente angustiada, pidiendo una cita
urgente. Pero en la terapia, aunque aludió brevemente a haber pasado
una infancia m u y difícil y traumática, no presentó signos de malestar
ni indicación alguna de la razón por la que había solicitado una entre-
vista urgente. Cuanta más clarificación buscaba el terapeuta, más tran-
quila y sosegada parecía ella. Los tres niños j u g a b a n juntos en el sue-
lo, con toda tranquilidad.
De pronto, el terapeuta les preguntó si conocían el cuento de la pati-
ta fea. Lo h a b í a n oído en la escuela. El terapeuta se extendió en expli-
caciones sobre el m o d o en que la patita fea había r o d a d o de un lugar
a otro, p e n s a n d o que no existía ningún lugar p a r a ella, y finalmente
había d e s e a d o m o r i r . A medida que el t e r a p e u t a h a b l a b a , la mujer
comenzó a demostrar una zozobra creciente, y t e r m i n ó gritando entre
lágrimas: «...¡y me esforcé tanto para que esta última relación no fra-
casara!». La sesión continuó como si, en lugar de haberse hablado de
154 GUÍA BREVE DE TERAPIA BREVE

la patita fea, se hubieran estado examinando las experiencias de inse-


guridad y rechazo de la propia mujer. El cuento era lo bastante simi-
lar a sus propios traumas como para desencadenar u n a clara respues-
ta afectiva.

UTILIZANDO LAS APTITUDES NATURALES DEL CUERPO

Una mujer recurrió a la terapia porque padecía verrugas persis-


tentes, localizadas sobre todo en las manos. Un dermatólogo la había
tratado durante dieciocho meses, o se las extirpó con crioterapia. No
obstante, este m é t o d o tenía efectos secundarios desagradables, y las
verrugas seguían reapareciendo. Pidió hipnosis, pues le habían dicho
que de ese modo se curan las verrugas. Después de ayudarla a entrar
en trance, el terapeuta le habló sobre las acequias utilizadas en Arizona
para hacer llegar agua a las plantaciones, con u n a tubería para cada
surco. Cuando se retiraba la tubería del surco, el sol del desierto que-
maba las malezas, que eran más vulnerables que los cultivos. Del mis-
mo modo, se le dijo, el cuerpo sabía regular el flujo sanguíneo y reti-
rarles el riego sanguíneo a las verrugas, manteniendo viva la piel. Se le
encargó la tarea de sumergir los pies en el agua más caliente que pudie-
ra soportar durante quince minutos, y después reemplazarla por el agua
más fría que tolerara, durante otros quince minutos. Con éstas y otras
analogías (por ejemplo el proceso automático del rubor, el modo en
que la sangre confluye en la zona digestiva después de comer, etcéte-
ra) se procuró ayudar a esta mujer a transferir su aptitud para modi-
ficar el flujo sanguíneo a la eliminación de las verrugas. Tres sesiones
de este tipo de tratamiento bastaron para eliminarlas, y el seguimien-
to regular durante varios años indicó que no se había producido recu-
rrencia.
Un hombre solicitó la ayuda de Milton Erickson p o r un dolor per-
sistente en u n a pierna que le había sido amputada. La esposa informó
que ella tenía tinnitus (zumbido en los oídos). Erickson empezó la sesión
hablándole a la pareja de su época del instituto, en la que había pasa-
do u n a noche durmiendo en el suelo de u n a fábrica de calderas suma-
mente ruidosa. En el transcurso de esa noche, mientras dormía, había
aprendido a no percibir el ruido de la fábrica; p o r la m a ñ a n a , podía
escuchar a los obreros conversando en un tono normal, algo que era
totalmente imposible para él la noche anterior. Los trabajadores se sor-
EL USO DE LA ANALOGÍA
155

prendieron, porque a ellos les había llevado m u c h o tiempo adquirir esa


habilidad. Erickson dijo que él sabía que el cuerpo podía aprender con
mucha rapidez. Siguió hablando sobre un p r o g r a m a de televisión que
había visto la noche anterior, acerca de u n a tribu de n ó m a d a s de Irán
que llevaban varias prendas de vestir superpuestas, bajo el caluroso sol
del desierto, p e r o no parecían sentirse i n c ó m o d o s . A m e d i d a que la
sesión avanzaba, contó diversas historias que ilustraban la capacidad
de las personas para habituarse a cualquier estímulo constante de modo
que, al cabo de un tiempo, aprendían a dejar de sintonizarlo. «Lo que
la gente no sabe es que puede perder ese dolor y ese z u m b i d o en los
oídos... Todos crecemos creyendo que cuando u n o tiene un dolor, debe
prestarle atención. Y también crecemos creyendo que cuando tenemos
zumbido en los oídos hay que seguir escuchándolo» (Erickson y Rossi,
1979, pág. 105).
' Una mujer fue derivada para el tratamiento de u n a «fobia al emba-
razo». Se descubrió que antes había estado e m b a ra z a d a y al borde de
la muerte varias veces durante y después del embarazo, debido al asma
y la bronquitis. Ese mes se había atrasado su período, por lo cual esta-
ba angustiada, y padecía dificultades concomitantes p a r a respirar. Se
le dijo que, a juicio del terapeuta, ella no tenía u n a fobia, sino un mie-
do realista, y se le sugirió la hipnosis para ayudarla a «respirar mejor».
Después de inducir el trance, el terapeuta le recordó que probablemente
tenía experiencia de la relajación m u s c u l a r a u t o m á t i c a en un b a ñ o
caliente. Sugirió u n a disociación corporal completa, así como levita-
ción de la m a n o (las dos experiencias suponían control muscular auto-
mático). Se refirió a un anuncio televisivo de un m e d i c a m e n t o p a r a
la respiración, muy difundido, que mostraba «tubos bloqueados» abrién-
dose, y los músculos que los rodeaban relajándose. Le dijo a la mujer
que, ya antes, su cuerpo había puesto fin a a t a q u e s de bronquitis y
asma, de m o d o que, en razón de ésas y otras experiencias, sabía rela-
jar los músculos bronquiales. La cliente concurrió a varias sesiones,
experimentando un alivio significativo. También había descubierto que
no estaba embarazada. Después de experimentar esa mejoría, ella y su
esposo decidieron tener el otro hijo que deseaban. Visitó regularmen-
te al terapeuta durante el embarazo (en busca de «inyecciones de refuer-
zo»), y no volvió a padecer ninguna de las anteriores dificultades res-
piratorias.
156
GUÍA BREVE DE TERAPIA BREVE

LA METAFORA M E D I A N T E LA ACCIÓN

Minuchin y Fishman describen de qué modo, en la terapia de una


familia con una niña anoréxica de 14 años, el doctor Minuchin había
llegado a pensar cada vez más que los miembros de la familia utiliza-
ban a la jovencita para expresar muchas de las cosas que no podían o
no estaban dispuestos a decirse unos a otros. Minuchin le manifestó a
la n i ñ a :

...Gina, estás atrapada porque le dices a tu padre el tipo de cosas que


piensas que le quiere decir tu madre, y tú amplificas la voz de ella. Le
estás diciendo a tu mamá el tipo de cosas que sabes que le dicen tu abue-
la y tu padre. De modo que en esta familia eres la voz de todos. No tie-
nes una voz propia. Eres el muñeco del ventrílocuo. ¿Has visto alguna
vez a un ventrílocuo? Siéntate en la falda de tu madre o de tu abuela.
Sólo por un momento, siéntate en su falda. (Gina se sienta en la falda
de la abuela.) Ahora dile a tu madre cómo tiene que cambiar, pensando
como tu abuela (Minuchin y Fishman, 1981, págs. 132-138).

Al pedirle a la niña que se sentara en la falda de la abuela y actua-


ra como un m u ñ e c o de ventrílocuo, Minuchin produjo una metáfora
brillante y poderosa. Al elegir la falda de la abuela, formuló también
un enunciado enérgico sobre la estructura de la familia y el papel de
esa abuela en su desarrollo. Aunque el libro no dice cuál fue el resul-
tado de la intervención, resulta difícil imaginar que u n a experiencia
tan dramática pudiera no haber tenido efecto en la familia.
Bodin y Ferber h a n descrito u n a visita al hogar, en el transcurso de
la terapia, de u n a pareja «singularmente inexpresiva, sexualmente inhi-
bida». Al ver un ó r g a n o en un rincón de la h a b i t a c i ó n , y descubrir
que la mujer estaba interpretando algo, aunque de un m o d o un tanto
solemne y tímido, el terapeuta

...se manifestó sorprendido de que una mujer tan preocupada por


hacer bien las cosas no explorara sistemáticamente los efectos de cada
tecla, en sí misma y en diversas combinaciones... Se le pidió que conti-
nuara introduciendo esos elementos adicionales, por turno, pero, en cada
caso, sólo después de haber disfrutado plenamente la experiencia de dejar
que sus dedos palparan el órgano mientras saboreaba su tono... (1972,
págs. 297-298).
EL USO DE LA ANALOGÍA
157

Los a u t o r e s dicen que «una débil sonrisa, m i e n t r a s el terapeuta


hablaba, sugirió que ellos (la pareja) estaban escuchando entre líneas...».

TAREAS METAFÓRICAS

De S h a z e r describe una familia en la que m a d r e e hija discutían


continuamente, y el padre trataba siempre de ser «justo» con ambas
p a r t e s . Se e n c a r g ó a la familia que e n c o n t r a r a un l u g a r aislado, al
que iban a dirigirse en silencio. Madre e hija se enfrentarían después
en una lucha con pistolas de agua. El padre a c a r r e a r í a el agua y ten-
dría que decidir, con la mayor justicia posible, quién era la ganadora
de cada asalto. La vuelta a casa también debía realizarse en silencio. A
medida que la familia sentía más ganas de reírse ante el encargo, las
disputas se fueron reduciendo, hasta que dejaron de constituir un pro-
blema (de Shazer, 1980).
De Shazer advierte que

...las familias pueden aceptar estas tareas aparentemente absurdas


cuando son metáforas de la pauta de la queja real, y están cuidadosa-
mente diseñadas para que se adecúen a la manera de cooperar peculiar
de esa familia. Cualquier signo de que la familia rechaza el encargo
significa que el terapeuta no ha encontrado el modo de cooperar de la
familia, y que, por lo tanto, debe abordar la intervención planeada... (de
Shazer, 1980, pág. 475).

« H E CONOCIDO UNA FAMILIA QUE...»

Referirse a las experiencias de otras familias, en particular aque-


llas que h a n logrado progresar con un p r o b l e m a semejante, ayuda a
las personas a ver que no son las únicas que tienen dificultades, y tam-
bién estimula la esperanza cuando ya han fracasado otras formas de
aliento y reafirmación. A veces el terapeuta, revelando aspectos de sus
propias experiencias o de las experiencias de su familia, puede intro-
ducir nuevas conexiones para sus clientes, a u n q u e debe tener cuidado
de que éstos no lo experimenten a él como jactándose de un modo que
subraya la s e n s a c i ó n de fracaso de esas p e r s o n a s con p r o b l e m a s . A
veces, un relato sobre la estructura de otra familia o sus experiencias
GUÍA BREVE DE TERAPIA BREVE
158

m e n o s exitosas incita a los clientes a d e m o s t r a r con sus actos que el


terapeuta se equivoca si da p o r sentado que ellos van a ser como los
protagonistas del cuento.
Finalmente, muchas de las acciones del terapeuta portan también
mensajes metafóricos, haya sido la intención deliberada o inconscien-
te. Por ejemplo, en un nivel básico, el modo en que él o la terapeuta vis-
ten, en que está ordenado y decorado el consultorio, las fotografías,
certificados o cuadros colgados de las paredes, la manera en que el pro-
fesional se presenta y aborda al cliente individual o la familia, llevan
mensajes potenciales que pueden influir en la experiencia que se tiene
del contacto con él.

La metáfora permite que los terapeutas aborden dimensiones úni-


cas del sistema, acrecentando así las probabilidades de conexión con
aspiraciones y dificultades que están fuera de la percepción consciente
del cliente... La metáfora hace más elegante e interesante el proceso de
aprendizaje, libera a las personas para que respondan de modos que sien-
ten adecuados para ellas, incluso modificando o rechazando una pauta
sugerida. Lo mismo que en los otros procedimientos terapéuticos, el uso
de la metáfora en el trabajo con las pautas le permite al terapeuta ade-
cuar la experiencia terapéutica a las necesidades de su cliente (Combs
y Freedman, 1990, pág. 85).
12. LAS INTERVENCIONES PARADÓJICAS

«Creo que iremos a conocerla», dijo Alicia, pues, aunque las


flores eran bastante interesantes, le parecía mucho más maravi-
lloso conversar con una verdadera Reina.
«Es posible que no puedas hacer eso», dijo la Rosa. «Te acon-
sejo que vayas en sentido contrario.»
Esto le pareció insensato a Alicia, de modo que no dijo nada,
pero de inmediato se dirigió hacia la Reina Roja. Para su sorpre-
sa, la perdió de vista en un momento, y se encontró caminando de
nuevo junto a la puerta principal.
Un poco irritada, retrocedió y, después de buscar por todos
lados a la Reina (a la que finalmente descubrió muy lejos), pen-
só en hacer la prueba de caminar en la dirección opuesta.
Tuvo un éxito maravilloso. Aún no había andado ni un minu-
to cuando se encontró cara a cara con la Reina Roja, y con una
visión plena de la colina, a la que durante tanto tiempo había aspi-
rado.
A través del espejo, LEWIS CARROLL

Las intervenciones paradójicas han fascinado a m u c h o s terapeu-


tas, les h a n planteado dilemas éticos a algunos, y h a n enfurecido a otros.
En este capítulo consideraremos brevemente la historia de su uso, exa-
m i n a r e m o s algunas de sus conceptualizaciones, y también expondre-
mos lo que pensamos ahora sobre este enigmático modo de intervenir.
S o n m u c h o s los diversos enfoques t e r a p é u t i c o s (por ejemplo, el
existencial, el conductista, el psicoanalítico, el interaccional y el estra-
tégico) que h a n utilizado las intervenciones definidas como paradóji-
cas y, en general, cada uno de ellos tiene su propia teoría acerca de la
justificación y el funcionamiento de estos métodos. Watzlawick y otros
han definido la paradoja como «una contradicción que se sigue de una
deducción correcta a partir de premisas coherentes» (1967, pág. 188).
No es nuestra intención explorar su naturaleza formal. Sin embargo,
en el nivel p r a g m á t i c o , en lo que concierne a la terapia, la paradoja
GUÍA BREVE DE TERAPIA BREVE

supone una comunicación explícita o implícita, pero clara, dirigida a


un cliente e insertada en otra comunicación enmarcadora que la con-
tradice, de modo que se produce un dilema. Para obedecer a una de las
comunicaciones hay que desobedecer a la otra. Por ejemplo, Watzlawick
y otros señalan que la paradoja m á s común de la comunicación huma-
na es el requerimiento de que otra persona (o uno mismo) produzca
una cierta respuesta emocional, actitudinal o conductual que, por otro
lado, solo será posible si aparece espontáneamente. Por ejemplo: «Me
gustaría que quisieras ser más independiente». La comunicación clara
de « s e r espontáneo» está insertada en una comunicación enmarcadora
igualmente clara que reclama obediencia (pág. 199). Estas dos comu-
nicaciones, juntas, sólo pueden producir confusión o parálisis, a menos
que el sujeto del requerimiento p u e d a señalar la naturaleza irresolu-
ble de la situación (por lo general, cuanto más difícil es la acción de que
se trata, más dependiente, insegura o amenazada se siente la persona
en la relación), o encuentre algún modo de abandonar el campo (a veces
esto es extremadamente difícil, y otras casi imposible).
A m e n u d o , las técnicas paradójicas h a n sido confundidas con (o
consideradas sinónimos de) la confrontación o el desafío. Hay una con-
frontación o desafío cuando se espera que el cliente responda de modo
directo, motivándose para demostrarse a sí mismo, demostrarle al tera-
peuta o a alguna persona o personas, que cierta dificultad puede enfren-
tarse o vencerse, que el otro está equivocado, o que nadie va a darle
órdenes. Todas estas técnicas envuelven u n a comunicación directa,
incluso quizá provocadora, p o r parte del terapeuta, pero no una comu-
nicación paradójica.
Las técnicas paradójicas en la terapia pueden definirse como las
intervenciones en las que el terapeuta, con á n i m o de ayudar, parece
promover la continuación o incluso el empeoramiento de los problemas,
en lugar de su revisión. Se inserta un m a n d a t o claro de m a n t e n e r o
e m p e o r a r un problema, o de h a c e r m á s lenta alguna mejoría, en una
igualmente clara comunicación e n m a r c a d o r a que define el contexto
como destinado a ayudar a resolver el problema. Se ha informado que
este método tiene éxito con síntomas tales como las fobias y las obse-
siones (Frankl, 1970), los tics (Yates, 1958), los celos en las parejas
(Teismann, 1979), los dolores de cabeza (Gentry, 1973), las rabietas
(Breunlin y otros, 1980), la anorexia y la encopresis (Palazzoli y otros,
1974), y con las familias de los «esquizofrénicos» y las «anoréxicas»
(Palazzoli y otros, 1975, 1978).
LAS INTERVENCIONES PARADÓJICAS
161

Se puede considerar que el empleo de técnicas paradójicas data casi


d e p r i n c i p i o s d e siglo ( a u n q u e p r o b a b l e m e n t e e s m u y a n t e r i o r ) .
Mozdzierz, Maccitelli y Lisiecki h a n demostrado que m u c h a s de las
técnicas de Alfred Adler teman una intención paradójica (Mozdzierz y
otros, 1976). En la década de 1920, Dunlap desarrolló un enfoque deno-
m i n a d o «práctica negativa», que involucraba, precisamente, la prácti-
ca activa de síntomas tales c o m o comerse las u ñ a s , el t a r t a m u d e o y
la e n u r e s i s en condiciones prescritas, con la intención de q u e estos
h á b i t o s cesaran (Dunlap, 1928, 1930). En los a ñ o s 30, F r a n k l desa-
rrolló la técnica de la «intención paradójica», en la cual se estimula-
ba a pacientes fóbicos u obsesivos a tratar de provocar sus síntomas,
en lugar de evitarlos (Frankl, 1969, 1970). A principios de la década de
1950, trabajando con psicóticos agudos, Rosen los incitaba a a c t u a r o
a r e p r e s e n t a r sus estados psicóticos m á s floridos y, p o s t e r i o r m e n t e ,
después de producida la mejoría, prescribía un retorno a tales estados
(1953).
En una bibliografía sobre los métodos paradójicos, Weeks y L'Abate
se refirieron al crecimiento exponencial de los artículos y capítulos
de libros acerca de este tema, y desde entonces (1978) ese crecimiento
ha d a d o pocas muestras de volverse m á s lento.
En el último p a r de décadas, quizá las figuras m á s influyentes en
este c a m p o hayan sido Haley (1963, 1973), el personal del Centro de
T e r a p i a Breve del I n s t i t u t o de Investigación Mental de P a l o Alto,
California (Fisch y otros, 1982; Watzlawick, 1978; Watzlawick y otros,
1967, 1974; Weakland y otros, 1974), Palazzoli y otros, del Centro p e r
lo St udi o della Famiglia de Milán (Palazzoli y otros, 1978), y Milton
E r i c k s o n (Erickson y Rossi, 1979; Haley, 1967b, 1973; Rossi, 1980).
Una de las técnicas paradójicas m á s comunes y mejor conocidas ha
sido la prescripción del síntoma. Al paciente o a la familia se les acon-
seja o se les instruye p a r a que continúen con las conductas sintomá-
ticas o asociadas por el síntoma, o que las incrementen, lo que se expli-
c a c o m o u n m o d o d e resolver e l p r o b l e m a con m a y o r r a p i d e z .
Watzlawick y otros dicen que esta técnica le plantea al paciente el dile-
ma de h a c e r voluntariamente lo que p o r lo general se sostiene q u e es
involuntario. «La conducta sintomática ya no es espontánea... algo rea-
lizado "porque no puedo evitarlo", y la misma conducta, e m p r e n d i d a
" p o r q u e m i terapeuta m e l o dijo", n o podría ser m á s diferente»
(Watzlawick y otros, 1967, pág. 237). También es posible «prescribir»
la c o n d u c t a sintomática c o n la explicación de que p r o c u r a evitar la
162 GUlA BREVE DE TERAPIA BREVE

posibilidad de que, si el problema original desaparece, surja otro pro-


blema diferente o peor, en el paciente o entre sus íntimos.
Michael R o h r b a u g h y sus colegas h a n diferenciado las prescrip-
ciones basadas en la obediencia (en las que se pide u n a continuación
o incremento de las conductas sintomáticas, con una expectativa razo-
nable de que el paciente intentará cooperar con el terapeuta), y las pres-
cripciones basadas en el desafío (en las que se espera que el paciente
desafíe, abierta o e n c u b i e r t a m e n t e , el requerimiento del terapeuta)
(Rohrbaugh y otros, 1977, 1981). La eficacia de las prescripciones basa-
das en la obediencia se atribuía a que el paciente intenta obedecer y le
resulta imposible hacerlo, o experimenta la obediencia como una orda-
lía aversiva. Las prescripciones basadas en el desafío pueden ser efi-
caces porque el paciente se resiste o rebela contra la prescripción, y,
p o r lo tanto, reduce o renuncia a las conductas sintomáticas. Para ayu-
d a r a determinar qué tipo de prescripción hay que usar, se empleaba
la teoría de la reactancia psicológica de Brehm (1966). Dos eran los
parámetros considerados importantes: primero, la medida en que el
paciente tendía a ser renuente o antagónico a la terapia y, segundo,
la medida en que el paciente veía el síntoma como en gran medida fue-
ra o dentro de su propio control. Rohrbaugh y otros propusieron que,
cuando la oposición es baja y el paciente ve sus síntomas como fuera
de control, lo indicado son las prescripciones basadas en la obedien-
cia. Si la oposición es alta y el paciente ve sus síntomas como poten-
cialmente controlables, entonces corresponden las prescripciones basa-
das en el desafío. Cuando la oposición es baja y los síntomas se con-
sideran controlables, se entiende que los enfoques paradójicos son inne-
cesarios. La oposición alta con síntomas considerados incontrolables
representa, según estos autores, la combinación m á s difícil de tratar,
a menos que pueda suscitarse cierto grado de obediencia de algún modo
(Rohrbaugh y otros, 1977, 1981).
Tennen clasificó las paradojas bajo tres encabezamientos: de pres-
cripción, de restricción, y de posicionamiento (1977). Cuando restrin-
ge, el terapeuta desalienta el cambio o niega la posibilidad de que se
produzca. «Por ejemplo», explica Tennen, «el terapeuta puede decirle
al paciente que "vaya despacio", o subrayar los peligros de la mejoría.
En casos escogidos, puede incluso sugerir que la situación es desespe-
rada». Esta última técnica sólo sería la indicada con pacientes muy
oposicionales. El p o s i c i o n a m i e n t o era descrito c o m o un intento de
«cambiar la "posición" de un problema —por lo general, u n a afirma-
LAS INTERVENCIONES PARADÓJICAS
163

ción del propio paciente sobre él mismo o su problema—, aceptándo-


la o exagerándola». P o r ejemplo, Watzlawick y otros se refieren a un
joven alumno de instituto, que poco antes había sido d a d o de alta de
u n a institución psiquiátrica en la que le h a b í a n i n t e r n a d o después
de un episodio psicótico, paciente cuya ambición utópica era influir
sobre el m u n d o occidental por medio de la música.

[El] también quería estudiar agricultura para utilizar los métodos


agrícolas chinos, a fin de alimentar a las masas hambrientas del mundo.
Cuando el terapeuta se manifestó en principio de acuerdo con esas metas,
pero las encontró insuficientemente importantes, el paciente respon-
dió empezando a hablar de un plan mucho menos ambicioso, a saber:
entrar en una institución de transición... Utilizando sistemáticamente
esta técnica, el terapeuta pudo hacer descender el diálogo a niveles cada
vez más prácticos (Watzlawick y otros, 1974, págs. 153-154).

Cade y Southgate describen el tratamiento exitoso de u n a m a d r e


sola, obesa, deprimida e «inadecuada». El terapeuta, con un espíritu
de preocupación bondadosa, subrayaba c o n t i n u a m e n t e las listas de
declaraciones negativas o críticas que la mujer no dejaba de hacer acer-
ca de sí misma; validaba sus razones para desesperar, sugiriendo que
las cosas e r a n i n c l u so peores de lo que ella a d m i t í a , y le advertía
que no intentara demasiado, ni con demasiada rapidez (Cade y South-
gate, 1979). (Resulta interesante señalar que, en u n a visita posterior de
seguimiento, la mujer identificó la «franqueza» del terapeuta como la
faceta m á s importante y útil de la terapia.)
Fisher, Anderson y Jones distinguieron tres clases de estrategia para-
dójica:

A. La redefinición. Es el intento de modificar el significado o la


interpretación atribuidos a los síntomas; se la considera suma-
mente apropiada con familias que presentan a lg u n a capacidad
para la reflexión y la comprensión. Por ejemplo, u n a joven madre
sola se quejaba de que el hijo, cuando ella llevaba a algún ami-
go al hogar, se comportaba de modo atroz, gritando, y a veces
m o s t r á n d o s e agresivo c o n el h o m b r e y n e g á n d o s e a dejarlos
solos. Al final de la p r i m e ra sesión, el t e r a p e u t a definió a este
niño como extremadamente sensible y consciente del t e m o r de
la madre a volver a quedar involucrada emocionalmente, y a ser
herida c o m o la había herido el padre de él. Las «malas» con-
164 GUÍA BREVE DE TERAPIA BREVE

ductas de la criatura eran un intento de protegerla de los hom-


bres, ahuyentándolos. Sólo un hombre que «realmente» ama-
ra a esa mujer se quedaría con ella a pesar de tales provocacio-
nes. En la sesión siguiente, la madre informó de u n a gran mejo-
ría en la conducta del niño.
B. La escalada. Éste es un intento de crear u n a crisis o de aumen-
tar la frecuencia de la conducta sintomática. Los autores des-
cribieron una familia en la que la hipocondría del marido apa-
rentemente m a n t e n í a una pauta familiar m á s bien enredada.
A este hombre se le dio la instrucción de que registrara por escri-
to todo pensamiento y problema físico, que se tomara la presión
y el pulso a intervalos de quince minutos, y se comunicara con
su médico dos veces al día. Al resto de la familia se le explicó de
modo detallado cómo debían ayudar. Pronto, el hombre «enfer-
mó» por la rutina, y empezó a volver a t o m a r parte en las acti-
vidades de la familia. La escalada fue descrita como aplicable
principalmente en familias rígidas con resistencia alta.
C. La reorientación. Esto significa cambiar un aspecto de un sín-
toma, prescribiendo, por ejemplo, circunstancias particulares
para la conducta sintomática. Llevaron a u n a mujer con «fobia
a salir de compras» precisamente a «salir de compras», con ins-
trucciones precisas acerca de cuándo debía c o m e n z a r a expe-
rimentar náuseas y dónde exactamente iba a desmayarse para
evitar a la multitud. Después de media hora, no había experi-
m e n t a d o p á n i c o en n i n g ú n m o m e n t o y siguió sola, en busca
de un regalo p a r a su hija. Un año m á s tarde no se había expe-
rimentado recurrencia de los síntomas. Se describió esta estra-
tegia como m á s apropiada con pacientes o familias cooperati-
vos y de resistencia baja (Fisher y otros, 1981).

Los primeros trabajos de Palazzoli y otros con familias de «anoré-


xicas» o «esquizofrénicos» tuvieron un impacto e n o r m e en el campo
de la terapia familiar (Palazzoli, 1974; Palazzoli y otros, 1975, 1978,
1980a). Desarrollaron un enfoque sistémico utilizando los recursos de
un equipo e interesándose principalmente por los síntomas como refle-
jo de las «reglas» del sistema familiar (o de «el juego de la familia»).
Subrayaron la importancia de asignar una connotación positiva a tales
«reglas» familiares, y a la conducta de todos los miembros de la fami-
lia, incluso la del m i e m b r o sintomático, por extravagante que fuera, y
LAS INTERVENCIONES PARADÓJICAS
165

también, si resultaba apropiado, de los miembros de la familia que eran


las víctimas aparentes. Para todas las actitudes y conductas, la conno-
tación positiva proponía motivos cuyo núcleo era la unidad y estabi-
lidad del grupo familiar. Suponía la aprobación de los motivos sub-
yacentes en esas conductas, uniendo a los m i e m b r o s de la familia de
un modo tal que «ellos resultaban complementarios en relación con el
sistema, sin ninguna connotación moralista, evitando así trazar líneas
divisorias e n t r e los m i e m b r o s del grupo» (Palazzoli y otros, 1978,
pág. 61). Sólo definiendo de modo positivo la parte de cada miembro
en el «juego familiar» podía el terapeuta proceder lógicamente a pres-
cribir este «juego» para, de manera paradójica, facilitar el cambio. Las
intervenciones se basan en una alianza total con las que eran descritas
como tendencias «homeostáticas» de la familia. Implícita o explícita-
mente, se prescribía no producir ningún cambio por el momento. Puede
verse que el reenmarcado desempeñaba una parte importante en estas
intervenciones; el rol y las conductas de cada m i e m b r o de la familia
recibían un nuevo significado (se los enmarcaba c o m o beneficiosos
para la familia como un todo). También se prestaba u n a atención con-
siderable al papel desempeñado por los otros profesionales que habían
estado o estaban relacionados con la familia, en el desarrollo y man-
tenimiento del problema (Palazzoli y otros, 1980b).
P a p p t a m b i é n describió las técnicas paradójicas q u e utilizan los
potenciales de triangulación del enfoque de equipo, con los observa-
dores actuando como «coro griego» que comenta selectivamente el pro-
ceso terapéutico y hacen recomendaciones, a m e n u d o de u n a natura-
leza descriptiva o restrictiva (Papp, 1980). Breunlin y Cade describie-
r o n el empleo de mensajes del observador para intervenir en los siste-
m a s familiares (1981), mientras que Cornwell y Pearson comentaron
el grado de cooperación y coordinación necesario para idear tales men-
sajes (1981). Cade elaboró el uso de conflictos fraguados en el equi-
p o , q u e reflejaban luchas nodales dentro de la familia, c o n la pres-
cripción de no intentar ningún cambio hasta que el equipo hubiera des-
cifrado el dilema, c o m o m o d o de resolver lo q u e p a r e c í a n estanca-
mientos terapéuticos (Cade, 1980a). Las indicaciones p a r a la forma-
ción de estos equipos y las desventajas y problemas de trabajar de este
m o d o fueron explorados por miembros del Instituto de la Familia de
Cardiff, Gales (Cade y otros, 1986; Speed y otros, 1982).
Para la descripción y comprensión de las psicoterapias paradójicas
no ha habido ningún marco teórico unificado. Watzlawick y otros, apli-
166 GUÍA BREVE DE TERAPIA BREVE

cando la teoría de los tipos lógicos de Whitehead y Russell (Whitehead


y Russell, 1910-1913), propusieron dos niveles de cambio, de primer
orden y segundo orden; el primero se refiere a los cambios que no invo-
lucran la reorganización del sistema total, y el último a los cambios del
sistema en sí y de sus «reglas» (Watzlawick y otros, 1974). Se consi-
deraba que las técnicas paradójicas salían de las «soluciones intenta-
das» de p r i m e r orden, y conducían a las posibilidades del cambio de
segundo orden. Weeks y L`Abate propusieron un enfoque dialéctico
para c o m p r e n d e r la naturaleza de la terapia paradójica, utilizando
un modelo de la patología basado en el triángulo dramático de Karpman
(Weeks, 1977; Weeks y L'Abate, 1982). Los miembros de la familia se
describían como ligados por los roles de «perseguidor», «rescatador»
y «víctima»; las técnicas paradójicas sacaban a luz el engaño del aspec-
to de impotencia del rol de víctima, y de poder en los roles del perse-
guidor y el rescatador, por medio de la prescripción de tales roles. Otros
autores h a n acentuado la importancia de las posiciones «inesperadas»
adoptadas por el terapeuta, para romper pautas de creencias y acción
(Cade, 1991, Palazzoli, 1981). Como ha observado Dell, «la terapia para-
dójica se parece a los "seis personajes" de Pirandello que van en busca
del autor, en cuanto sigue siendo un conjunto de técnicas en búsque-
da de u n a teoría» (Dell, 1981, pág. 41).
Algunos autores han intentado elaborar las contraindicaciones para
el empleo de las técnicas paradójicas. Fisher, Anderson y Jones enu-
meran c u a t r o categorías: a) familias caóticas con estructuras laxas y
variables; b) familias infantiles, en las que todos los miembros, inclu-
so los adultos, son muy inmaduros y buscan el cuidado parental del
terapeuta; c) familias impulsivas, con miembros abiertamente hosti-
les, y d) familias que aceptan las responsabilidades y presentan una
oposición mínima (Fisher y otros, 1981). Weeks y L'Abate incluyen a
los clientes no comprometidos o no involucrados activamente en la
terapia, los sociópatas, el paranoide que quizá sienta «el engaño», y los
casos con potencial conducta destructiva (por ejemplo, con tendencias
homicidas o suicidas) (1982). Rohrbaugh y otros dicen que estas téc-
nicas están contraindicadas en situaciones de aflicción y pérdida agu-
da de estatus (1977).
El uso de técnicas paradójicas, quizá comprensiblemente, ha sus-
citado p a r a m u c h o s la cuestión de la ética profesional. Hay quienes
h a n c o n s i d e r a d o este enfoque c o m o a b i e r t a m e n t e «manipulativo»,
«controlador» e incluso «deshonesto», y tal vez peligroso, en cuanto
LAS INTERVENCIONES PARADÓJICAS
167

alienta al cliente a una escalada de la c o n d u c t a s i n t o m á t i c a . E s t a s


críticas h a n sido rebatidas por varios autores. Watzlawick y otros (1974)
y Haley h a n señalado que toda terapia y t oda c o m u n i c a c i ó n involu-
cra inevitablemente un mayor o menor grado de manipulación. Puesto
que la m a n i p u l a c i ó n es inevitable, dicen que el t e r a p e u t a está ética-
mente obligado a ponerla al servicio del paciente o la familia. Haley
comenta q u e «la simulación de que sentarse con u n a expresión impa-
sible y responder con monosílabos no influye en las decisiones vitales
del paciente, ha sido reconocida c o m o sólo u n a simulación» (Haley,
1976, pág. 200). Desde esta perspectiva, la cuestión no es si hay q u e
«manipular» o no, sino cuánto y de qué m o d o será mejor hacerlo en
cada c a s o . Un a r g u m e n t o en contra de esta p o s i c i ó n ha consistido
en diferenciar la influencia y la contrainfluencia inconscientes inevi-
tables en todas las relaciones, por un lado, del empleo deliberado de la
manipulación en que el terapeuta intenta obtener resultados, o abor-
dar programaciones que están fuera de la percatación del cliente, p o r
el otro. P o r cierto, estamos de acuerdo en que a veces los terapeutas
breves h a n sido algo frivolos en el empleo de las intervenciones para-
dójicas.
Weeks y L'Abate se han referido a la responsabilidad ética de no
utilizar las técnicas paradójicas como artimaña o p o r frustración, cuan-
do la terapia se atasca o los pacientes no parecen cooperativos (1982).
Estos autores subrayan la importancia de que el terapeuta tome deci-
siones responsables, basadas no sólo en la intuición sino también en
un juicio analítico cuidadoso. Observan que, en el m o m e n t o en q u e
escribían, no tenían noticia de que las técnicas paradójicas hubieran
causado un deterioro en algún paciente; lo peor que había sucedido era
que no generaran ningún cambio. Al responder a las críticas sobre el
«control», señalaron que los pacientes solían atribuir los cambios a sus
propios esfuerzos, con lo cual podían verse de m a n e r a m á s positiva,
fenómeno acerca del cual encontraron pruebas Frude y Dowling (1980).
No obstante, Weeks y L'Abate advierten que, «a pesar del hecho de que
se h a n comunicado cientos de estudios de casos que demuestran la efi-
cacia inusual de este enfoque, ha habido m u y poco trabajo empírico
de cualquier tipo» (1982, pág. 219).
GUÍA BREVE DE TERAPIA BREVE
168

LA PARADOJA RECONSIDERADA:
EMPATÍA, NO TRAMPA

Nosotros ya no opinamos que las intervenciones paradójicas ope-


ren c o m o tácticas de poder, como t r a m p a s , o p o r m e d i o de la pro-
ducción de dobles vínculos terapéuticos con todas las salidas selladas.
Es probable que todos experimentemos ambivalencia ante cualquier
desafío significativo a pautas establecidas de p e n sa m i e n t o o acción,
o ante la necesidad de cambiarlas. Esto ocurrirá, sobre todo, cuando
esas pautas se relacionen con las dimensiones m á s importantes para
nosotros, por medio de las cuales trazamos distinciones, le damos sen-
tido a nuestras experiencias y nos damos sentido a nosotros mismos.
La ambivalencia puede verse como la existencia coincidente de argu-
mentos y constructos opuestos que pueden generarse cuando se con-
templan cambios significativos, y que producirán respuestas afectivas
diversas. Algunas de ellas pueden articularse claramente, mientras que
otras quizá existan de un modo más inconsciente o en un nivel más
instintivo. Cuando un terapeuta se identifica d e m a s i a d o claramente
con los argumentos a favor del cambio, sea que comunique esta posi-
ción explícita o implícitamente, es como si colonizara esos argumen-
tos, dejando disponible para el cliente o los miembros de la familia sólo
los argumentos en sentido contrario (o los «sí, pero...»), junto con los
afectos concomitantes producidos por tal ar g u m e n t a c i ó n opuesta al
cambio.
A la inversa, cuando un terapeuta se identifica con los argumentos
a favor de la cautela o contrarios al cambio, y los valida después de
haberse s u m a d o efectivamente a los miembros de la familia, entonces,
en virtud de un proceso similar, a los miembros de la familia, por así
decir, sólo le q u e d a n los argumentos opuestos a esas advertencias (o
los «sí, pero...») —es decir, sólo le quedan los argumentos favorables
al cambio. Como hemos señalado antes, las investigaciones sobre la
persuasión h a n demostrado que los argumentos y contraargumentos
generados p o r nosotros mismos nos convencen con u n a probabilidad
m u c h o m a y o r que los argumentos de otros. A n u e s t r o juicio, lo que
hemos denominado «estrategia paradójica» tiene el efecto de dar poder
al cliente, por medio del proceso de reconocer sus preocupaciones per-
fectamente válidas y más temerosas acerca del cambio, dejando des-
pués que opere sobre la base de sus propios argumentos acerca de la
conveniencia de intentar cambiar. Colonizados sus argumentos cons-
LAS INTERVENCIONES PARADÓJICAS
169

cientes o menos conscientes a favor del cambio, tiende a responder con


«sí, pero...» explícitos o implícitos, que reflejan argumentos en contra.
Pero, si sus a r g u m e n t o s en contra son los validados y consolidados,
tienden a responder con «sí, pero...» explícitos o implícitos que refle-
jan sus argumentos a favor del cambio.
Empleamos deliberadamente el término «colonización» en cuanto
que, por más bondadoso que sea el colonizador, lo que hace es redu-
cir la autodeterminación y el control de las elecciones por parte del
colonizado.
Cuando las personas inician una terapia, a veces se quejan de una
cierta experiencia o conducta que les gustaría que se produjera con
menos frecuencia o nunca, y que sienten c o m o inaccesible a su con-
trol; en otros casos, la queja se refiere a alguna experiencia o resulta-
do que les gustaría alcanzar o que se produjera con m á s frecuencia,
pero que se perciben a sí mismos como incapaces de obtener.
Cuando el terapeuta encuentra que, cuanto m á s el cliente intenta
eliminar lo indeseado, más veces se produce, o que, cuanto más el clien-
te trata de alcanzar un resultado deseado, m á s elusivo parece volver-
se, puede entonces apelar a algún tipo de intervención paradójica. Pero
lo que queremos subrayar es que no resulta apropiado tratar de «para-
dojizar» a los clientes (o, como alguna vez oímos decir, «deprimirlos
con u n a paradoja») sólo porque ésta parezca u n a buena técnica que a
veces ha dado resultados. Ahora pensamos que u n a «intención para-
dójica» cooperativa y respetuosa, por lo general totalmente abierta y a
veces sugerida con humor (más o menos en el estilo de Victor Frankl)
a menudo ayuda a romper el estancamiento (Frankl, 1969, 1970).
Ahora, m u y pocas veces o nunca utilizamos intervenciones encu-
biertas y engañosas. No obstante, no pretendemos hacer ningún comen-
tario santurrón, de alguien «más santo que tú», sobre los antiguos tera-
peutas paradójicos. Después de todo, nosotros nos contamos entre ellos.
Se trata sólo de que nuestras ideas sobre la terapia h a n evolucionado
con el tiempo. J u n t o con la mayoría de nuestros colegas, ya no vemos
la terapia en los mismos términos de antagonismo. Pero en aquellos
días vehementes en que la considerábamos así, los terapeutas breves
obtuvieron considerables conocimientos sobre la aptitud de las perso-
nas para cambiar, aprendieron a respetarla, y t a m b i é n a c u m u l a r o n
saber sobre el proceso de la terapia, todo lo cual sirvió de cimiento para
construir la generación actual de colegas.
13. E X C E S O Y DEFECTO DE RESPONSABILIDAD:
L A S D O S CARAS D E L A M O N E D A *

La gratitud es odio enmascarado.


FRIEDRICH NIETZSCHE

El a m o r que es menos probable que defraude sigue siendo un


pacto entre dos egoísmos...
JULIAN FAKE (1988)

Una persona que quiere r e t r i b u i r d e m a s i a d o r á p i d a m e n t e


un regalo con otro, es un d e u d o r m a l d i s p u e s t o y u n a p e r s o n a
ingrata.
Proverbio indio

A cualquier edad, un niño puede verse obligado de p r o n t o a


ser responsable, quizá debido a la m u e r t e de un progenitor, o a la
r u p t u r a de la familia. Ese niño debe ser viejo prematuramente, y
p e r d e r espontaneidad, juego, e impulso creador despreocupado.
D. WINNICOTT

H a c e algunos años, en u n a sesión de trabajo, proyecté u n a graba-


c i ó n d e v í d e o d e u n a familia c o n u n a n i ñ a d e 1 7 a ñ o s b u l í m i c a y o t r a
de 14 q u e e s t a b a empezando a caer en actuaciones graves. En la entre-
vista p a r t i c i p a b a n tres generaciones de la familia, incluso la m a d r e
de las n i ñ a s , d o s veces divorciada, t r a b a j a d o r a y a d u s t a , y su p r o p i a
m a d r e , q u e p a r e c í a i n t r u s i v a m e n t e «útil» y d e m a s i a d o e n r e d a d a e n e l
g r u p o familiar. Señalé en la sesión de trabajo q u e , c o m o los p a d r e s se

* Este capítulo reproduce, con algunas revisiones menores, un artículo de Brian


Cade que apareció originalmente en The Journal of Family Therapy, primavera de 1989,
págs. 103-121. Se incluye en este libro con la amable autorización de los directores del
periódico.
GUÍA BREVE DE TERAPIA BREVE
172

sacrificaban, pasaban por alto sus propias y considerables necesidades


para a t e n d e r las de las niñas y se lo d a b a n todo, pero parecían inca-
paces o poco dispuestos a aceptar n a d a en compensación; esto podía
generar en las hijas sensaciones crecientes de obligación, culpa, falta
de valía, y de no merecer ni poder retribuir ese sacrificio. El hecho de
que el p r o g e n i t o r no pidiera r e c o m p e n s a , a p a r e n t e m e n t e no hacía
más que complicar el problema. Cont i nué diciendo que tales niños
podían experimentar dificultades considerables para dejar el hogar, y
que había cuatro patologías, básicamente intercambiables, que era pro-
bable que se desarrollaran bajo la carga de tales sentimientos. Tres
de esas patologías se manifestaban en la familia de la grabación. Las
presenté en la sesión de trabajo por orden de gravedad creciente:

1. Las niñas podían tratar de justificar su existencia, y «pagar la


d e u d a » , siendo como los p a d r e s en sus interacciones con los
otros, sacrificándose y no tomando nada en compensación, sobre
todo con sus propios hijos, de modo que los sentimientos de obli-
gación y falta de valía se transmitían inadvertidamente a la gene-
ración siguiente. Este tipo de personas a menudo fracasan en las
relaciones externas, permanecen cerca del hogar de los padres,
y a m e n u d o siguen viviendo en él.
2. Las niñas podían tratar de rechazar la carga mediante acting out,
s a c á n d o s e de encima las «obligaciones». En estos intentos a
m e n u d o se emplean conductas o actitudes extremas, inacepta-
bles para la familia y la sociedad, para alcanzar la necesaria «velo-
cidad de arranque». Estas p e r s o n a s suelen sentirse aisladas,
resentidas, culpables y desesperadas por obtener aceptación; a
m e n u d o terminan en relaciones de «perseguidor/rescatador»,
o fracasan en la vida y vuelven al hogar.
3. P o d r í a n substraerse del c a m p o , d e s a r r o l l a n d o un estado psi-
quiátrico.
4. P o d r í a n volverse miembros m u y responsables de las diversas
profesiones asistenciales, y t r a t a r de justificar sus vidas ayu-
d a n d o a los otros.
Aunque esta última posibilidad fue presentada sin énfasis, casi late-
ralmente, me sorprendió la reacción de muchos de los participantes en
la sesión de trabajo. Algunos quedaron muy perturbados, y muchos se
me acercaron después para decirme que yo había descrito con suma
precisión múltiples aspectos de sus propias familias y de sus dilemas
EXCESO Y DEFECTO DE RESPONSABILIDAD
173

pasados y presentes. Este artículo responde a los muchos profesiona-


les que, en esa ocasión y m á s tarde, me p r e g u n t a r o n si había escrito
algo sobre este fenómeno.

T R E S NIVELES DE RESPONSABILIDAD

Según el personaje de ficción lord Peter Wimsey, de Dorothy Sayer,


«la vida es sólo una maldita cosa tras otra». Creo que los miembros de
la familia están en las mejores condiciones frente a este hecho cuando
se encaran por igual y en todo momento (salvo, desde luego, en crisis
o durante lapsos breves, debido a circunstancias específicas) tres nive-
les de responsabilidad:

1. La responsabilidad de los progenitores en el desarrollo y el bie-


nestar de los hijos, alentando su creciente autonomía, o de los
hijos adultos, en el bienestar de los parientes enfermos o de edad.
2. La responsabilidad de cada cónyuge en el desarrollo continua-
do del matrimonio, lo cual incluye d a r m u e s t r a s de un g r a d o
apropiado de consideración y preocupación por las necesidades
e intereses del compañero.
3. La responsabilidad de atender a las propias necesidades y al pro-
pio desarrollo continuado como individuo separado.

El constante funcionamiento excesivo en cualesquiera de estos nive-


les, con el consiguiente descuido de los otros, conduce a u n a flexibili-
dad cada vez m á s reducida y a una mayor probabilidad de que se desa-
rrollen p r o b l e m a s alrededor de u n a o m á s de las fuentes de las difi-
cultades vitales aparentemente interminables. Como me dijo hace poco
el esposo de u n a pareja de mediana edad, después de describirme su
lucha de años para criar a los hijos, sobre todo al menor, s u m a m e n t e
exigente, a d e m á s de atender a la madre de ese hombre, que envejecía
y era también m u y exigente:

Ahora comprendemos que nos hemos convertido en sólo una serie


limitada de roles formales, en lugar de ser un hombre y una mujer con
necesidades propias, que además también son madre, padre, cónyuge,
hijo, etcétera; nada de lo que hemos hecho parece haber sido correcto
o de ayuda a largo plazo. Ahora estamos los dos totalmente agotados.
GUÍA BREVE DE TERAPIA BREVE
174

Sentimos que le hemos fallado a nuestro hijo, yo siento que le he falla-


do a mis padres, y los dos sentimos que nos hemos fallado el uno al otro.

Ivan Boszormenyi-Nagy (Boszormenyi-Nagy y Krasner, 1986;


Boszormenyi-Nagy y Spark, 1984) ha desarrollado un método tera-
péutico basado en la consideración a) de las pautas intergeneraciona-
les, transaccionales, en términos de contabilidad y derecho, justicia y
equidad, lealtad y confianza, y b) de las consecuencias de las relacio-
nes de explotación en los otros, par ticularmente en los niños. Quizá
debido a la complejidad de su estilo escrito, de la tendencia de este
a u t o r al dogmatismo y la moralización, y quizá también a causa de
su ataque peyorativo al enfoque esencial en el aquí y ahora de los enfo-
ques estructural, estratégico, sistémico y conductual, su obra ha teni-
do en el campo de la terapia familiar un impacto menos significativo
que el que hubiera sido posible de otro modo. Creo que esto es lamen-
table, pues su contribución a la comprensión de los temas y pautas inte-
raccionales globales ha sido profunda, aunque no ha abordado de modo
detallado las específicas pautas repetitivas de pensamiento y conduc-
ta que generan, transmiten y mantienen las anteriores.
Al c o n s i d e r a r las consecuencias del funcionamiento excesivo,
Boszormenyi-Nagy y Spark proponen que:

A toda relación estrecha y significativa le son inherentes los elementos


fundamentales del dar y recibir, del ser tratado con justicia o injustamen-
te, de tomar sin compensar, o recibir sin ninguna posibilidad de devol-
ver. El martirio o dar en exceso, y la permisividad, el ser víctima propi-
ciatoria y la parentización, son ilustraciones de una reciprocidad no equi-
librante o no mutua en las relaciones. Estas relaciones estimulan senti-
mientos de culpa y endeudamiento perpetuo; también producen desespe-
ración, como si uno no pudiera saldar nunca las cuentas familiares —sea
con interés y preocupación emocionales, sea con acciones concretas.
Puesto que nosotros asumimos como postulado básico que todo niño
recibe algo de sus padres e implícitamente los debe recompensar, una
mala disposición parental a recibir es considerada tan nociva como la
ineptitud parental para dar (1984, pág. 353).

EXPERIENCIAS FORMATIVAS

La tendencia a asumir el rol del miembro responsable en exceso (o,


a la inversa, irresponsable), en cualquier relación o conjunto de rela-
EXCESO Y DEFECTO DE RESPONSABILIDAD
175

ciones, puede originarse en u n a variedad de ambientes formativos,


entre los cuales los siguientes son los que han surgido con mayor regu-
laridad en mi propia práctica:

1. Un ambiente caótico y conflictivo, infeliz y rechazante, en el cual


los progenitores u otros adultos delegan en un niño o un ado-
lescente un grado inadecuado y a m e n u d o excesivo de respon-
sabilidad en el control del caos y el cuidado de los otros. Aunque
esto es lo que se le pide implícita o explícitamente, rara vez reci-
be elogios; sus esfuerzos suelen darse por sentados y a m e n u d o
son objeto de crítica o ridiculización. Estos jovencitos invaria-
blemente experimentan sentimientos de falta de valía y, p o r m á s
que se hayan esforzado, ven los problemas sistemáticos de su
familia como pruebas de su propio fracaso.
2. Un ambiente caótico, conflictivo, rechazante, en el que el propio
niño o adolescente a s u m e un grado inadecuado y excesivo de
responsabilidad en el intento de controlar el caos y cuidar a los
otros miembros de la familia, niños o adultos. Como en el caso
anterior, pocas veces se les agradece; sus esfuerzos suelen dar-
se por sentados; por lo general ellos se sienten resentidos, fra-
casados, carentes de valía y culpables.
3. Un ambiente caótico o controlado en exceso, rígido, desdicha-
do, en el que un niño o adolescente es parentizado y atraído cons-
tantemente a una solución con un adulto, cuyo bienestar pasa a
ser responsabilidad suya.
4. Un ambiente caótico o de otro tipo en el que un niño o adoles-
cente siente que ha sido el receptor inmerecido del c o n s t a n t e
sacrificio de un adulto, y la causa de ese sacrificio, sobre todo
cuando el adulto parece no haber querido o podido recibir n a d a
a cambio.
5. La experiencia de ser indeseado, rechazado, convertido en víc-
tima propiciatoria o maltratado, que lleva a sentir que se es malo
(«de lo contrario no me sucedería») y de tal modo genera inten-
tos constantes de lograr aceptación tratando de ser bueno, o hace
que se acepte el rol de «malo».

Los mitos culturales prevalecientes acerca de las relaciones entre


los roles y la responsabilidad en ellas tendrán desde luego un efecto
significativo. En la mayoría de las culturas, se espera, por lo general,
176 GUÍA BREVE DE TERAPIA BREVE

que las mujeres asuman la responsabilidad de nutrir y cultivar el cli-


ma emocional de la familia. Aún prevalecen, se han institucionaliza-
do, y son perpetuados por la costumbre y p o r profecías de autocum-
plimiento, muchos mitos acerca de las diferencias intrínsecas de acti-
tud y conducta entre los sexos. Por ejemplo, el mito de que las muje-
res son m á s emotivas, intuitivas, pacientes y afectuosas que los hom-
bres, y de que los hombres son más valientes y fuertes, más racionales,
más agresivos y sexuales, más capaces de pensamiento abstracto, más
hábiles con las manos, etcétera, a ú n es venerado en la tradición y a
m e n u d o alentado como guía para la virtud. También he encontrado
q u e las enseñanzas religiosas q u e s u b r a y a n el pecado y la culpa, la
humildad y la obediencia, las obligaciones y la autonegación, y la doc-
trina de q u e d a r es más virtuoso que recibir, constituyen frecuente-
mente un rasgo formativo presente o pasado de las familias en las que
uno o m á s miembros funcionan constantemente de un modo en exce-
so sacrificado. Aunque este trabajo concierne primordialmente a las
situaciones en las que el funcionamiento excesivo o insuficiente se ha
convertido en un rasgo acentuado, en m a y o r o m e n o r medida estos
temas afectan a todas las familias, y también a otros grupos.

EL CONTINUUM RESPONSABILTOAD-IRRESPONSABILIDAD

Los constructos predominantemente negativos sobre sí mismos y


s o b r e las relaciones (Kelly, 1955) q u e s u r g e n de la experiencia de
ambientes como los que acabamos de describir, pueden entonces con-
ducir al desarrollo de una gama de «soluciones intentadas» a los dile-
m a s p l a n t e a d o s , que t e n d e r á n a a g r u p a r s e en u n o u otro extremos
del siguiente continuum:

Excesiva responsabilidad Responsabilidad insuficiente


diversos intentos de controlar las rela- variados intentos de evitar el control
ciones del ambiente, asumiendo una de las personas del ambiente, me-
completa responsabilidad y tratando diante acting out, rebelión o conduc-
de imponer la definición de cómo tas «subadecuadas»
deben ser las cosas

Como se trata de opuestos en u n a dialéctica interior del sistema de


constructos personales, los dos extremos son, p o r lo general, igual-
EXCESO Y DEFECTO DE RESPONSABILIDAD
177

mente posibles, y el individuo puede también alternar entre u n o y otro,


a u n q u e u n a vez establecidas las pautas de u n a relación o conjunto de
relaciones, el poder de autocumplimiento de las atribuciones y las expec-
tativas de todos los involucrados, por lo general, genera una tendencia
a asentarse en u n o u otro de los polos.
Por ejemplo, en un trabajo sobre las experiencias adolescentes de
cincuenta mujeres adultas que intentaron suicidarse, Stephens encon-
tró que en los antecedentes familiares de todas ellas había muchos ras-
gos comunes, y que el grupo estudiado sobrellevaba una herencia de
depresión, culpa, cólera y sentimientos de falta de valía (1987). No obs-
tante, a esta autora le sorprendió descubrir dos pautas de adaptación
aparentemente opuestas: la de las «Humildes» (Humble-Pie) y la de las
«Exaltadas» (Cheap Thrills).

«Humildes» «Exaltadas»

Tendían a: Tendían a:
— exceso de conformidad; empeño — la rebelión desafiante; intenciones
en agradar deliberadas de ser «chicas malas»;
— tratar de ser «perfectas»; justifi- cólera por el ambiente familiar
carse con un exceso de logros que las explotaba
— la responsabilidad culpable; una — faltar a clase; un rendimiento es-
sensación de fracaso colar pobre
— quedar sumergidas en los proble- — tomar drogas y alcohol; y promis-
mas de sus familias, que se con- cuidad sexual
vertían en los fracasos de ellas — reaccionar contra el control de los
— intentar el control de las variables otros, a veces de modo extremo
de su vida por medio de una adhe- — haber crecido sintiéndose odiadas
sión compulsiva, incluso paranoi- y llenas de odio
de, a reglas y normas estrictas (a — frecuentes confrontaciones físicas
veces de otros, pero a menudo violentas con los miembros de la
propias) familia y con los novios; múltiples
— sofocar sus propias necesidades y relaciones superficiales fuera de
derechos la familia
— el autosacrificio, poniéndose siem-
pre detrás de los otros
— el martirio

178 GUÍA BREVE DE TERAPIA BREVE

El grupo de las «Humildes» tendía a provenir de familias de clase


media, en las que la cólera y acting out eran probablemente menos
aceptables, y, por lo tanto, era también m á s probable que el resenti-
miento fuera internalizado y experimentado como prueba de la propia
maldad. El grupo de las «Exaltadas» tendía a provenir de familias obre-
ras, en las que la agresión era probablemente más aceptada, y, por lo
tanto, más fácilmente externalizada. Aparentemente existían más pro-
babilidades de que el primer grupo realizara múltiples intentos contra
s u s vidas y que e m p l e a r a n m e d i o s m á s violentos. A continuación,
Stephens extrae la conclusión de que «las consecuencias clínicas de la
pauta de las Humildes son como un balde de agua fría, en cuanto sugie-
ren que existe una población en gran riesgo que quizá no haya sido
identificada por los investigadores ni por quienes trabajan en la pre-
vención del suicidio. Las adolescentes Exaltadas atraen la atención
sobre ellas mismas y sus p r o b l e m a s , m i e n t r a s que las adolescentes
H u m i d e s pueden permanecer invisibles» (pág. 117).
Ninguno de los extremos parece resolver los dilemas planteados por
las experiencias de estas personas. Como observan Boszormenyi-Nagy
y Spark, «el niño explotado a m e n u d o se convierte en un progenitor
simbióticamente posesivo» (1984, pág. 28). «Los actos de rebelión o
fuga por medio de la separación nunca pueden resolver por sí mismos
las dificultades del niño. Esas medidas no hacen más que hundirlo más
profundamente en obligaciones cargadas de culpa. Muchos niños se
vuelven coléricamente ambivalentes, cautivos de obligaciones nunca
retribuibles» (pág. 353). O, como comenta Stephens, «las dos pautas
de adaptación —la de las Humildes y la de las Exaltadas— demostra-
ron ser disfuncionales a largo plazo para estas mujeres... Ninguna de
las dos pudo salvarlas de la cada vez más profunda sensación de caren-
cia de valía y desamparo que socavaba los sentimientos de estas muje-
res acerca de sí mismas y su mundo» (1987, pág. 117).
Los representantes de ambos extremos del continuum tenderán a
escoger como parejas a personas en lucha con problemas similares.
Las pautas que entonces se desarrollan probablemente caerán en algu-
no de los tres grupos siguientes:

1. Ambos pueden desplegar u n a coalición excesivamente respon-


sable para el trato con los hijos (que es probable que desarrollen
problemas, sobre todo en relación con la confianza y la respon-
sabilidad), con otros parientes, o con el mundo exterior (inclu-
EXCESO Y DEFECTO DE RESPONSABILIDAD
179

so con las personas del grupo 2), convirtiéndose en profesiona-


les de la asistencia, activistas de grupos de presión, etcétera.
Constituirán un grupo oculto, como el grupo de los Humillados
descrito antes, y a m e n u d o aparecen como v e r d a d e r o s ciuda-
danos modelos.
2. Ambos pueden desplegar una coalición irresponsable, caótica,
dependiendo, a u n q u e con resentimiento y resistencia, de los
esfuerzos de ayuda de un hijo parentizado, de otros parientes
o del m u n d o exterior, a través de profesionales de la asisten-
cia, vecinos, la policía, etcétera (y de las personas del grupo 1).
3. Pueden desarrollar un estilo complementario de relación en el
cual uno se vuelve responsable/adecuado en proporción inversa
a la irresponsabilidad/inadecuación del otro (y viceversa). Como
observan Boszormenyi-Nagy y Spark, «los miembros superade-
cuados de la familia pueden depender del fracaso de los miem-
bros subadecuados» (1984, pág. 24). Yo añadiría que los miembros
subadecuados de la familia pueden depender del fracaso de los
miembros superadecuados.

Sharon era la menor de cuatro hermanos. A los 21 años ya se había


casado dos veces, la segunda con un joven violento de antecedentes cri-
minales, que la había golpeado con crueldad a ella y a s u s dos hijos
pequeños, ahora a cargo de las autoridades locales. En esa época, Sharon
había consumido drogas y peleaba constantemente con la familia; se
j u z g ó que no había p r o p o r c i o n a d o a los niños u n a p r o t e c c i ó n a d e -
c u a d a y que no era digna de confianza. Según los p a d r e s , h a b í a sido
un problema importante desde los 14 años.
La m a d r e de Sharon se describió como el producto de u n a infan-
cia m u y difícil en la cual se vio obligada, p o r el a b a n d o n o del p a d r e a
la «madre inadecuada», a asumir prematuramente niveles altos de res-
ponsabilidad, y aprendió a juzgarse con dureza. Creció c o n la deter-
minación de que sus propios hijos siempre serían lo m á s i m p o r t a n t e y
n u n c a experimentarían el rigor y la soledad de su propia infancia. Ella
siempre había puesto sus propias necesidades en último lugar; había
aprendido a no esperar nada para sí misma. Era cautelosa con los hom-
bres. Se medía con altas n o r m a s a u t o i m p u e s t a s de r e s p o n s a b i l i d a d
p a r a con los otros, y relacionadas con la importancia de d a r . Siempre
accesible para satisfacer las necesidades y exigencias de la familia, se
sentía culpable al percibir que no estaba a la altura de sus propias nor-
GUÍA BREVE DE TERAPIA BREVE
180

mas, imposibles de alcanzar. Y, sin embargo, h a b í a fracasado: tras


un matrimonio roto, su hija mayor y el hijo de ésta vivían de nuevo con
ella (y gran parte de la responsabilidad hacia el nieto había quedado
en sus manos); su único hijo varón sufría u n a desventaja sustancial,
debida a un problema ocular congénito; el tercer hijo estaba luchando
infructuosamente en un matrimonio perturbado y, en ese momento,
la menor, Sharon, tenía serios problemas con las autoridades. No obs-
tante, ella consideraba su deber proteger a Sharon de la opinión de las
autoridades y de la cólera decepcionada de su marido (del que Sharon
había sido la hija favorita).
El padre de Sharon era «el hijo menor de un hogar roto, concebi-
do por accidente»; había pasado gran parte de su infancia internado
en instituciones. La m a d r e lo había «tratado con extrema dureza, pero
ella no podía consigo misma, con tantos de nosotros por cuidar. No
puedo culparla. En realidad era una santa». Hombre trabajador, retraí-
do, cauto y reservado en las relaciones, tenía la tristeza de que su afec-
to por los hijos, según él lo veía, había sido sumergido a lo largo de los
años por el constante enredo de su mujer en la vida de ellos. Admitió
que ocupaba una posición periférica en la familia, aceptó que no era
particularmente capaz de expresar sus sentimientos, y habló renuente
pero conmovedoramente sobre la dificultad de convencer a su mujer
de que tomara algo para ella. Cualquier dinero que le diera, ella lo gas-
taba en los hijos. Si le compraba un vestido, se quejaba, y a menudo lo
cambiaba en la tienda por algo para los hijos o nietos.
El papel del hombre en la familia era principalmente el de provee-
dor material, tarea que realizaba a conciencia. P e r o parecía que, en
muchos sentidos, la mujer lo trataba como a u n o m á s de los hijos, a
veces con tolerancia e indulgencia, otras con exasperación. Su «incom-
petencia» e inaccesibilidad emocionales, su c a rá c t e r no demostrati-
vo, como esposo y como padre, y su concentración en cosas de fuera
de la familia, parecían a su vez haber nutrido la sensación de la espo-
sa de que «sólo contaba consigo misma», de que no tenía apoyo ni apre-
cio, confirmando su sentimiento de carencia de valía y su creencia de
que el bienestar de la familia era una responsabilidad totalmente suya.
El hombre admitió que estaba herido y decepcionado por lo que había
sucedido, pero no quería ni oír hablar del retorno de Sharon al hogar
hasta que hubiera demostrado que se podía confiar en ella.
Cuando yo la vi, Sharon dijo que no se gustaba a sí misma. Además,
ya no le interesaban los h o m b r e s ni el sexo. Parecía h a b e r quedado
EXCESO Y DEFECTO DE RESPONSABILIDAD
181

atrapada en el dilema que hizo célebre la agudeza de Groucho Marx:


«Nunca me asociaría a un club que me aceptara a mí como miembro».
Con poco respeto por sí misma, le costaba confiar en cualquier hom-
bre como pareja posible. No obstante, había empezado a sentar cabe-
za y tenía la esperanza de que finalmente le devolverían los hijos. El
rechazo del p a d r e la hacía desesperadamente desdichada, aunque se
consideraba la única responsable, y esperaba p o d e r demostrarle que
había cambiado de conducta. Idealizaba a a m b o s progenitores y aspi-
raba a emular a la madre, aunque no podía imaginarse «siendo tan bue-
na». Desde m u c h o antes, para ella la maternidad significaba dar siem-
pre prioridad a las necesidades de los hijos. Lo m i s m o que la madre,
estaba empezando a verse primordialmente en los términos de lo que
les daba a los otros o hacía por ellos, con criterios p a r a juzgar la cali-
dad de su q u e h a c e r m a t e r n a l que p r e m i a b a n m á s lo tangible/mate-
rial que lo emocional. Ya estaba fijándose n o r m a s inalcanzables para
«compensar a los chicos p o r las cosas horribles que permití que les
ocurrieran», mientras que, al mismo tiempo, preveía un fracaso casi
seguro en tal sentido.
La m a d r e de Sharon había sido empujada p r e m a t u r a m e n t e a una
posición de responsabilidad, y sin que se le agradecieran sus esfuerzos;
el padre de Sharon había sido un hijo «rechazado», incapaz de enco-
lerizarse porque la madre era «una santa» que trataba de hacer lo mejor.
Además, se h a b í a criado en instituciones d o n d e se r e c o m p e n s a b a la
obediencia no asertiva, y no la individualidad. Los dos se casaron y die-
r o n forma a u n a relación complementaria en la q u e la mujer era el
miembro excesivamente responsable, y el hombre el «inadecuado», con
un rendimiento insuficiente. Los hijos habían sido los receptores de la
devoción altruista de u n a madre sacrificada, y de un p a d r e m u y tra-
bajador pero periférico. Estaban empezando a fracasar en sus relacio-
nes de fuera de la familia. La hija mayor había vuelto al hogar, donde
dependía considerablemente de la madre, y desatendía sus responsa-
bilidades para con su propio hijo. Sharon había tratado de rechazar las
«obligaciones», y durante un lapso breve estableció u n a coalición caó-
tica con su violento segundo marido, pero en ese m o m e n t o estaba tra-
tando de volver a casa de sus padres, de emular a la m a d r e y de reco-
brar el a m o r del padre, negando su propio derecho a u n a vida separa-
da, continuando con la tradición familiar de sacrificarse por los hijos.
Esta familia me fue derivada con las metas ya enunciadas (enun-
ciadas en u n a consulta de profesionales cuya perspectiva era extre-
182 GUÍA BREVE DE TERAPIA BREVE

m a d a m e n t e escéptica en cuanto a que pudiera lograrse algo) de tra-


tar de ayudar a Sharon con sus problemas generalizados de autoesti-
ma y de alentarla gradualmente a ser más responsable. Estas metas se
alcanzaron lo bastante como para que su hijos le fueran devueltos pron-
to y ella se m u d a r a con los niños a un pequeño apartamento. No obs-
tante, esto no se logró trabajando con Sharon (salvo muy poco tiem-
po, para prever y discutir con ella los probables «problemas tempra-
nos de reingreso»), ni entrevistando a toda la familia, sino principal-
mente a la m a d r e de Sharon, a fin de p e r s u a d i r l a de que fuera más
egoísta y menos obsesionada por ayudar, m á s negligente con sus hijos
y nietos. Ello se logró, al principio, definiendo lo que tenía que hacer
como el sacrificio difícil pero necesario de u n a madre/abuela obvia-
mente consagrada a estos roles, con el objeto de ayudar a su hija a con-
vertirse en u n a madre más eficaz y apropiadamente independiente, que
pudiera volver a unirse a sus pequeños. Pero resultó bastante intere-
sante que ella comenzara a seguir la senda de un «egoísmo» creciente,
no por sentido del deber, sino porque empezó a disfrutar de sí misma,
a comprender que tenía derechos, y también p o r q u e ella y su esposo
comenzaban a gozar de más tiempo juntos. Se c o m p r ó su primer ves-
tido elegante y m á s bien costoso, en lugar de u n o razonable, adecua-
do para trabajar en casa e ir al supermercado. E m p e z ó a decir «no» a
las peticiones de sus hijos, lo que al principio constituyó una expe-
riencia extraña para ella. Como si hubieran sido liberados de sus «obli-
gaciones» p o r la nueva libertad de la m a d r e y la relación mejorada de
los p a d r e s , S h a r o n y sus h e r m a n o s c o m e n z a r o n a a s u m i r u n a res-
ponsabilidad m u c h o mayor por ellos mismos.
Para el éxito de esta terapia pareció esencial, en p r i m e r lugar, el
relevo cuidadoso de la pauta intergeneracional, con la madre y el padre,
de m o d o q u e a m b o s pudi e ra n identificar los efectos que ellos mis-
mos padecían de la sensación, «obligación» y de los sentimientos de
falta de valía q u e habían heredado de sus familias de origen (la pau-
ta, y los constructos personales que habían surgido como consecuen-
cia de ella, fueron definidos como los responsables del problema; no
se culpó a las personas); en segundo término, la terapia apuntó a con-
ductas específicas que tendían a mantener esa pauta, buscando modos
de b l o q u e a r l a s o sustituirlas. Por ejemplo, se le sugirió a la madre
que estuviera dispuesta a cuidar a su nieta sólo u n a vez a la semana,
y no constantemente; que preparara la cena a u n a hora determinada,
en lugar de s e r m o n e a r a quienes llegaban tarde y/o cocinar para ellos;
EXCESO Y DEFECTO DE RESPONSABILIDAD
183

tenía que decir, de una manera no provocativa, que lamentablemente


se habían perdido la comida pero quizá encontraran algo en la neve-
ra si tenían h a m b r e , agregando que a ella le encantaría que mientras
estuvieran en la cocina le prepararan u n a taza de té.

SISTEMAS DE CONSTRUCTOS PERSONALES

Con independencia de las experiencias intergeneracionales, lo que


mantiene y perpetúa la pauta es la repetición de interacciones especí-
ficas, que surgen de las limitaciones de los sistemas de constructos pre-
sentes. Los siguientes son algunos ejemplos de los sistemas de cons-
tructos personales más limitativos:

«Si sigo siendo paciente, afectuoso y leal, por peor que me traten,
entonces finalmente...»
«Lo que consigo es mi deber, lo menos que puedo hacer. No ten-
go ningún derecho a sentirme bien por ello.»
«Haré lo que sea necesario para que mis hijos no sufran como he
sufrido yo.»
«Soy un fracaso y una persona sin valía a menos que logre...»
«Lo único que me define es lo que hago por los otros, pero lo que
haga será siempre menos de lo que debo hacer.»
«De t o d o s m o d o s , lo que haga estará m a l o será insuficiente, de
m o d o que t a m b i é n podría...»
«Nunca p o d r é recompensarlos por lo que h a n hecho por mí, ni me
lo merezco. Debo sentir más gratitud.»
«Por lo que ellos me hicieron, tengo un bajo concepto de mis padres,
incluso desdén. Me enfurece no poder confiar en ellos. No obstante,
espero y exijo de ti u n a lealtad total y e sp o n t á n e a ( a u n q u e sospecho
que al final traicionarás la confianza que te tengo).»
«No se p u e d e confiar en nadie, de modo que, si no asumo yo la res-
ponsabilidad final, entonces...»
«Lo q u e me h a c e feliz es la felicidad de todos», o «Por m á s que
me cueste, en términos emocionales o físicos, la felicidad de todos es
m á s importante que la mía.»

Constructos de este tipo se insertan en los «argumentos» o «libre-


tos» de vida de las personas. Como dijo Sartre, «un h o m b r e es siempre
184
GUÍA BREVE DE TERAPIA BREVE

un contador de cuentos, vive rodeado de sus relatos y los relatos de


otros, ve todo lo que le ocurre a través de ellos, e intenta vivir su vida
como si la estuviera narrando» (1965). Al pasar revista con las perso-
nas de las influencias intergeneracionales que pueden considerarse los
pilares de sus constructos, no pretendo procurarles la comprensión de
algo que es, sino proponer un «es como si...», p u n t o en el cual mi tra-
bajo difiere del enfoque de base psicoanalítica de Boszormenyi-Nagy.
Un científico norteamericano, George Wald, ha dicho que «somos pro-
ductos de compilación, más bien que de autoría». Yo veo el proceso de
la terapia como más afín a la «recompilación» o «recompaginación»:
es recorrer la historia de u n a persona y ayudarla a reescribir algunas
partes. Mi posición es análoga a la de Sartre, quien dijo: «No soy afec-
to al m u n d o psicológico. Lo psicológico no es algo que exista. Digamos
que uno puede mejorar la biografía de la persona» (cita sin referencias
en Laing, 1965, pág. 120).

« E L QUE COMPRA UN PERRO NO SIGUE LADRANDO»

Según Keith y Whitaker, «los padres p u e d e n fracasar operativa-


mente por ser demasiado algo:

• demasiado disciplinantes • demasiado rígidos


• demasiado ambivalentes • demasiado comprensivos
• demasiado terminantes • demasiado estimulantes
• demasiado protectores • demasiado locos
• demasiado rechazantes • demasiado pacientes
• demasiado afectuosos • demasiado indulgentes» (1985,
pág. 10).
Se diría q u e , siempre que alguien que p a r t i c i p a en u n a relación
empieza a hacer demasiado de algo, sean cuales fueren sus móviles, a
m e n u d o el otro o los otros, si no se sienten directamente impulsados
a competir, tenderán a hacer menos de eso y/o m á s de lo opuesto. Por
ejemplo, u n a secuencia común es la que se despliega cuando un pro-
genitor ve al otro como demasiado estricto, y, p o r lo tanto, intenta res-
tablecer el equilibrio siendo muy tolerante con los hijos. Lo habitual
es que, al ver esto, el progenitor rígido se preocupe a ú n más por la dis-
ciplina. Este rigor creciente conduce a un a u m e n t o de la tolerancia en
el otro progenitor, y así sucesivamente, hasta q u e estos padres quedan
EXCESO Y DEFECTO DE RESPONSABILIDAD 185

totalmente polarizados y todo sucede como si u n o «se apropiara» de


toda la dureza, y el otro de toda la suavidad. Aunque en u n a relación
no tiene p o r qué h a b e r una cantidad determinada de rigor o toleran-
cia, si se trata de un juego de suma cero* (Von N e u m a n y Morgenstern,
1944), parece que lo sea. Otra pauta c om ún es la que aparece cuando
un progenitor intenta constantemente p e r s u a d i r o empujar al otro a
ser m á s expresivo con sus sentimientos. Muy p r o n t o p u e d e n polari-
zarse en t o r n o a este tema. El modo en que se polarizan parece decir
muy poco en c u a n t o a sus verdaderos potenciales.
Una pareja a p u n t o de romper llegó a la terapia p a r a realizar «un
último intento de arreglar las cosas». Ella era sensible, emocionalmente
abierta y expresiva; él era distante, racional y emocionalmente frío. Ella
t r a t a b a c o n s t a n t e m e n t e de conseguir que él se «abriera». Él la veía
c o m o t o t a l m e n t e irracional y eternamente insatisfecha, fuera lo que
fuere lo que él hiciera. Finalmente decidieron separarse, y yo los ayu-
dé a hacerlo con el máximo de autorrespeto y dignidad. Varios meses
m á s tarde, o t r a mujer vino a verme por p r o p i a iniciativa. Se descri-
bió c o m o sensible, necesitada de afecto, e m o c i o n a l m e n t e abierta y
expresiva. Dijo que el marido era frío, distante, y que no experimen-
taba n i n g ú n afecto. Le pregunté por qué pedía ayuda en ese momen-
to, y me dijo que poco antes había conocido a un h o m b r e de caracte-
rísticas opuestas a las de su esposo: cálido, comprensivo y expresivo;
estaba en contacto con sus propios sentimientos y era también sensi-
ble a los de ella. Al indagar algo más, descubrí que se trataba del mis-
mo h o m b r e de la pareja anterior.
Análogamente, en lo que respecta a la responsabilidad, si u n a per-
sona empieza a ser responsable en exceso, es como si comenzara a reco-
ger m á s de su p a r t e de la responsabilidad total disponible en la rela-
ción, de m o d o que el otro asume menos responsabilidad, o contesta
con lo opuesto, p o r ejemplo, con incompetencia o irresponsabilidad.
Si u n o c o m p r a un perro y después continúa ladrando cuando alguien
golpea a la puerta, ¿por qué tendría el perro que hacer algo m á s que
dormir y c o m e r galletas? Pero ver la incompetencia o la irresponsabi-
lidad del otro es u n a razón justificable para a s u m i r m á s responsabili-
dad, con lo cual «más de lo mismo» lleva a «más de lo mismo», y así
sucesivamente. Cuando pautas como éstas se c o m b i n a n con construc-
* En un juego de suma cero, cuando uno de los participantes gana, el otro pierde
una cantidad igual. La ganancia y la pérdida, sumadas algebraicamente, siempre son
iguales a cero.
186 GUÍA BREVE DE TERAPIA BREVE

tos personales del tipo de los que hemos examinado, las polarizacio-
nes pueden aparecer y enquistarse muy rápidamente.
Mientras la persona demasiado responsable trabaja cada vez con
más empeño, la otra, experimentando niveles crecientes de cólera, des-
calificación y culpa, es probable que se vuelva cada vez más incom-
petente o irresponsable, con lo cual la responsabilidad de la primera
se a c r e c i e n t a proporcionalmente, etcétera, etcétera. Cuando existe
un constructo que dificulta que la persona responsable abandone su
posición, se vuelve imposible r e s p o n d e r a sus exigencias de que los
otros sean m á s responsables. Ella siempre parece estar allí primero,
a g u a r d a n d o y juzgando, y siempre prevalece su definición de lo que
constituye un grado adecuado de responsabilidad. Incluso cuando está
de a c u e r d o en ceder por cierto lapso, envía un claro mensaje de que
sólo lo h a c e hasta que el otro esté a la altura de su definición de lo
que deben ser las cosas. La lucha por estar a la altura de las exigencias
rígidamente altas, a veces paranoides, de otro cuyas expectativas se
parecen al horizonte (que siempre se aleja, p o r más rápido que uno
corra), tiende a perpetuar los problemas, pues cuanto más imposible
es recompensar, más crece la sensación de obligación y, como la gra-
titud, se vuelve «odio enmascarado». No presupongo malas intencio-
nes en n i n g u n a de las partes; cada u n a hace, p o r lo general, lo que
parece estar a su alcance en ese m o m e n t o , en vista de sus constructos
personales y de la posición en que se encuentra. Las soluciones inten-
tadas de cada lado para los problemas que afrontan en la relación, per-
cibidos y experimentados de distinto m o d o p o r cada involucrado, se
h a n vuelto partes de un círculo vicioso. En mi opinión, entonces es
importante considerar no sólo las p a u t a s longitudinales, intergenera-
cionales, sino también los determinantes interaccionales, del «aquí y
ahora».
Como dicen Fisch y otros, «si la formación y el mantenimiento de
los problemas se ven como partes de un círculo vicioso, en el que las
conductas-solución bienintencionadas en realidad mantienen el pro-
blema, la alteración de esas conductas debe interrumpir el ciclo e ini-
ciar la resolución» (1982, pág. 18). En otras palabras, «menos de lo mis-
mo» p u e d e llevar a «menos de lo m i s m o » , y así sucesivamente. Sin
embargo, he considerado que a b o r d a r sólo las componentes interac-
cionales de un problema, sin dedicar tiempo a los aspectos de «recom-
paginación» de la «biografía» intergeneracional, tiende a ser ineficaz
cuando los problemas se han convertido en parte integral de una pau-
EXCESO Y DEFECTO DE RESPONSABILIDAD
187

ta de responsabilidad excesiva/insuficiente, «transmitida» a través de


varias generaciones.
Una mujer de 40 años se puso en contacto conmigo porque sufría
de angustia aguda. Poco antes, había dejado a su esposo y a sus hijos
ya adultos, e intentado iniciar una nueva vida sola, mudándose del cam-
po a Sydney. El esposo había sido «el chico de al lado», su primer novio,
y —según lo veía ahora— se había casado con él (a los 18 años) sobre
todo p o r q u e sus familias y todo el pueblo lo esperaban. Había sopor-
tado veintidós años de aburrimiento. Él era un h o m b r e bueno y tra-
bajador, y ella se sentía muy mal por haberle causado ese dolor. Pero
estaba segura de haber hecho lo correcto.
No obstante, su problema inmediato consistía en que, todos los
domingos por la mañana, su madre la llamaba por teléfono y la some-
tía a u n a h o r a de críticas y exigencias de que volviera a vivir con su
«pobre, desdichado marido, que te ama y nunca hizo nada para mere-
cer lo que estás haciendo. Ninguna mujer puede pretender un mejor
esposo». Después de una hora de tratar de razonar con su madre, ape-
lando a ella, rogándole que escuchara y tratara de comprender el otro
p u n t o de vista, esta mujer se convertía en «un charco de culpa líqui-
da y cólera impotente, en el suelo, j u n t o al teléfono». Casi todos los
domingos bebía la mayor parte de una botella de jerez pero, durante
los siguientes dos o tres días, aliviada porque la llamada telefónica ya
había cesado, se desenvolvía perfectamente bien en el trabajo que había
e n c o n t r a d o . Después, a medida que la s e m a n a se acercaba a su tér-
m i n o , e m p e z a b a a prever la llamada siguiente y a sufrir niveles cre-
cientes de angustia.
La cliente describió a su m a d r e como un a m a de casa de c a m p o ,
muy conservadora y tradicional, una mártir dominante que había gober-
n a d o a la familia (y, en muchos sentidos, a ú n seguía haciéndolo) p o r
medio de ataques de migraña y de su incesante y duro trabajo. Después
de explorar con esta cliente el modo en que sus dificultades presentes
se insertaban en el contexto intergeneracional, le dije cómo tendría que
a b o r d a r la siguiente llamada telefónica de su m a d r e . Una vez inicia-
da la conversación, lo antes posible, ella tendría que decir con calma,
sin elevar la voz: «Sé que estás perturbada y lo lamento, no fue mi inten-
ción provocarlo, pero esto tengo que resolverlo yo misma, y no quie-
ro hablar sobre ello en este momento». No debía decir nada m á s sobre
el tema, a u n q u e tuviera que repetir esta frase u n a y otra vez. De nin-
gún m o d o trataría de justificarse con su m a d r e , no le rogaría ni, de
188 GUÍA BREVE DE TERAPIA BREVE

ninguna otra manera, trataría de explicar las razones que tuvo para
hacer lo que había hecho.
Al principio de la siguiente llamada telefónica, cuando la madre
empezó a aplicar la presión, la mujer intentó lo que yo le había suge-
rido. En el otro extremo de la línea hubo una breve pausa, y después
pareció que la madre había decidido ignorar esas palabras, pues con-
minó exigiéndole a la hija que se recobrara y saliera «de ese período
tonto». La cliente repitió su frase. En total tuvo que hacerlo unas quin-
ce veces, mucho menos de lo que había previsto. La madre se había
vuelto rápidamente menos difícil y, por primera vez, empezó a expre-
sar interés en cómo le iba, en lo que disfrutaba con su nuevo empleo,
etcétera. Al final de la llamada, en lugar de terminar con la exigencia
habitual de que la cliente recobrara la sensatez y recordara sus res-
ponsabilidades, su madre le deseó «lo mejor», le dijo que se cuidara y
puso fin a la conversación agregando «Dios te bendiga, querida». En
las conversaciones que siguieron, aunque la mujer tenía que utilizar
mi frase reiteradamente, muy pronto resultó inútil, pues la madre
demostraba una comprensión creciente, hasta que al fin le confió que
ella misma, en algunos momentos, había soñado con «alejarse de todo».
La mujer recordó entonces lo que yo le había dicho sobre lo difícil que
podría ser para su madre, que se había investido tanto, durante tanto
tiempo, del modelo de rol tradicional, admitir para sí misma que las
cosas podrían haber sido distintas. Lo que había hecho su hija quizá
le hubiera subrayado de modo incómodo las oportunidades que ella
misma había perdido para siempre.
Fue importante no haberse limitado a constituir con esta mujer una
coalición abierta o encubierta contra la madre; incluso aunque esta
técnica podría haber dado resultado a corto plazo, probablemente
habría generado más culpa con el transcurso del tiempo. Como obser-
van Boszormenyi-Nagy y Spark, «la separación... puede inducir senti-
mientos de culpa en quien la consuma, y la culpa es el mayor obstá-
culo para el éxito de la emancipación auténticamente autónoma» (1984,
pág. 32). Explorar la historia de su familia de un modo tal que la pau-
ta, y no el progenitor, aparezca como el problema, hace que la técni-
ca se convierta en un modo de limitar la influencia de esa historia, y
no de tratar con más eficacia a la madre.
La pareja a la que nos hemos referido en este artículo, que sentía
haberle fallado al hijo, a los padres del esposo, y haberse fallado el uno
al otro, estaba totalmente desmoralizada cuando vinieron a verme.
EXCESO Y DEFECTO DE RESPONSABILIDAD
189
El hijo menor, diagnosticado como «hiperactivo» a una edad tempra-
na, y que por entonces tenía 21 años, siempre había sido difícil. En el
transcurso del último año se había comportado de un modo cada vez
más extravagante; poco tiempo antes había tomado una sobredosis.
Estaba claro que durante veinte años ellos habían desatendido seria-
mente tanto su relación matrimonial como su propio desarrollo per-
sonal para cuidar de los hijos y, más recientemente, a la madre del
marido, la que (según el hombre admitía) había conservado «un poder
enfermizo sobre mí durante toda nuestra vida de casados». Los dos
hablaron con anhelo de las vacaciones que soñaron durante muchos
años: un viaje por Tasmania. Era algo que habían planeado hacer en
cuanto todos los hijos tuvieran su propia casa. Después de examinar
con este matrimonio el modo en que desantenderse a sí mismos for-
maba parte de una pauta que abarcaba por lo menos tres generacio-
nes, les sugerí que consideraran la posibilidad de tomarse unas vaca-
ciones en el curso de los próximos meses (el hombre era un conferen-
ciante universitario y tenía varias semanas de vacaciones pendientes);
después lo anunciarían sin discutirlo, sin pedir permiso a los hijos o
a la madre. Si iban a seguir mi consejo, era importante que no justifi-
caran su decisión ni la discutieran en el caso de que algún miembro de
la familia planteara objeciones. Tenían que limitarse a anunciar que
se iban porque habían decidido que querían (no que necesitaban) unas
vacaciones a solas. Se rieron cuando les ordené que sólo se tomaran
esas vacaciones si realmente las deseaban, y no que obedecieran a las
instrucciones de su terapeuta. Varios días después telefonearon para
posponer la entrevista siguiente, porque estarían en Tasmania. Para su
sorpresa, nadie objetó nada, y el hijo menor incluso había acordado
vivir con un amigo mientras ellos estuvieran fuera.

CONCLUSIÓN
Una pauta polarizada y crónica de responsabilidad excesiva e insu-
ficiente en la familia está insertada verticalmente en una tradición his-
tórica, intergeneracional, y también, horizontalmente, en secuencias
repetitivas de conductas que reflejan sistemas de constructos perso-
nales limitantes. La terapia para los problemas que surgen en tales
familias debe tener en cuenta y abordar tanto los temas intergenera-
cionales que han conducido a los sentimientos de falta de valía, obli-
190 GUÍA BREVE DE TERAPIA BREVE

gación, culpa, etcétera, y que constituyen un rasgo de tales sistemas,


como también las pautas interaccionales del «aquí y ahora» que sirven
para m a n t e n e r e intensificar los problemas, y los constructos a través
de los cuales se los ve. A través del proceso de pasar revista y reescri-
bir, p u e d e n verse como «culpables» la p a u t a transaccional intergene-
racional y los constructos personales que la h a n causado y resultan de
ella; no son culpables los actores involucrados, con lo cual éstos pue-
den ser m á s fácilmente persuadidos de que desafíen dicha pauta inten-
tando «menos de lo mismo» en relación con los problemas específicos
de sus relaciones presentes. Hemos escogido nuestros ejemplos con la
idea de subrayar los temas del artículo, no para sugerir que estos pro-
blemas puedan, en general, ser resueltos sustancialmente por medio
de prescripciones conductuales simples (aunque esto es a veces lo que
parece suceder), ni tampoco que es s i e m p r e fácil persuadir a las per-
sonas de que intenten enfoques que contradicen por completo mucho
de lo que h a n creído durante numerosos años.

UNA HISTORIA FINAL

Una mujer de 35 años me fue derivada después de una prolongada


«depresión». Esposa y madre muy trabajadora, con la casa obsesiva-
mente limpia, hija única de «padres estrictos, ejemplarmente católicos
irlandeses», ella siempre había sido «una niña buena» y, hasta donde
podía recordarlo, nunca había mostrado signo alguno de rebelión. Sin
embargo, no se sentía «una niña b u e n a » . Estaba en lucha con senti-
mientos de falta de valía y fracaso. «Soy m u y egoísta. Tengo dos hijos
maravillosos, aunque a m e n u d o me h a c e n pasar malos momentos, y
mi esposo trabaja mucho para darnos bienestar en la vida.» Le dije que,
según mi experiencia, la mayoría de las personas que se sentaban en
mi consultorio y se declaraban egoístas no tenían la m e n o r idea de
cómo serlo. Ella estuvo de acuerdo en que básicamente no había hecho
nada p a r a sí misma hasta donde podía recordarlo, y finalmente acep-
tó, p o r lo menos en un nivel intelectual, que era importante ser egoís-
ta a veces, y que el egoísmo sólo era malo si era excesivo. También acep-
tó, a u n q u e la idea le resultó difícil de captar, la seguridad que yo le
daba de que el hecho de que fuera m á s egoísta representaría un bene-
ficio d u r a d e r o para sus hijos. Al final de la sesión acordó considerar
seriamente mi sugerencia de que, d u r a n t e la quincena siguiente, per-
EXCESO Y DEFECTO DE RESPONSABILIDAD
191

maneciera abierta a la posibilidad de sorprenderse haciendo espontá-


n e a m e n t e algo egoísta, e incluso quizá un poco perverso.
Vino a la sesión siguiente con u n a m i r a d a traviesa y p r e s u m i d a .
Varios días después de la ú l t i m a entrevista, h a b í a p r e p a r a d o a los
chicos para que fueran al colegio, y cuando se metió en la cocina a lavar
los platos (siguiendo lo que era su práctica diaria normal de limpiar la
casa de u n a punta a otra), miró los platos y, para su sorpresa, se encon-
tró diciéndoles: «Maldición, podéis esperar hasta más tarde». Sin siquie-
ra haberlo pensado, supo que iba a ir a la playa. Ésa sería la p r i m e r a
vez que lo haría sin el resto de la familia. Sacó el traje de b a ñ o del guar-
d a r r o p a pero, viendo que estaba algo ajado, se fue en su p r o p i o coche
hasta la playa y entró en u n a tienda a comprarse un traje de b a ñ o nue-
vo. Se detuvo ante los de cuerpo entero, pero advirtió que la mayoría
de las mujeres, algunas de ellas de m á s o m e n o s su m i s m a e d a d , y
m u c h a s m á s robustas que ella, estaban c o m p r a n d o bikinis. Después
de cierto tiempo, reunió todo su coraje y se compró un bikini. Se sen-
tía m u y turbada, pero pronto comprendió que, aunque la tienda esta-
ba llena de gente, nadie se había fijado especialmente en ella.
Después de pasar un rato en la playa, notó que muchas de las muje-
res que estaban a su alrededor se habían quitado la parte superior de
sus bikinis.
«...¡Y entonces tuve ese pensamiento perverso!»
Hasta el día de hoy, la familia de esta mujer no sabe q u e t o m ó el
sol sin la parte superior del bikini («¡Si mis padres lo supieran, se horro-
rizarían!»). Ya no está deprimida, y, por lo general, se siente m u c h o
m á s confiada. Los hijos le resultan m u c h o más fáciles de manejar, y el
esposo es m u c h o más atento. «No lo he vuelto a hacer, y probablemente
no lo haré más. El bikini está doblado en el fondo del cajón de mi toca-
dor. Lo importante es que sé que está allí y que, si yo quisiera, podría
hacerlo de nuevo.»
EPÍLOGO

Consideramos importante terminar con u n a advertencia a los tera-


peutas, breves o de otro tipo, acerca de la obra de un colega un tanto
peligroso llamado Moshe Talmon. Es el autor de un libro, Single-Session
Therapy, cuyo título basta p a r a q u e se nos p o n g a el vello de punta a
quienes nos dedicamos a la práctica privada con dedicación comple-
ta (Talmon, 1990). Intrigado por la cantidad de clientes/pacientes que
sólo asisten a u n a sesión (lo q u e m u c h o s t e r a p e u t a s , en el seno de
muchos marcos, definirían como «abandono»), Talmon decidió empren-
der alguna investigación de seguimiento, en principio con sus propios
pacientes.

A pesar de mis temores acerca de lo que oiría, los resultados de mis


seguimientos parecieron casi demasiado buenos para ser verdad: el 78
por ciento de los doscientos pacientes a los que llamé dijeron que en la
sesión única habían obtenido lo que querían y se sentían mejor o mucho
mejor en relación con el problema que los había llevado a buscar tera-
pia (Talmon, 1990, pág. 9).

Examinando las pautas de la práctica de más de treinta psiquiatras,


psicólogos y asistentes sociales que trabajaban en un centro médico,
también determinó que las terapias de sesión única (TSU) no eran poco
c o m u n e s : «...la orientación terapéutica de los profesionales no tenía
ningún efecto sobre el porcentaje de las TSU eficaces en relación con
el total de pacientes de cada uno» (pág. 7).
Más tarde, la investigación fue ampliada. Con la colaboración de
dos colegas, Michael Hoyt y Robert Rosenbaum, Talmon emprendió
un programa de investigación más formal. De los contactos que habían
asistido a u n a sola sesión, el 88 p o r ciento dijo que había experimen-
tado « m u c h a mejoría»; el 79 p o r ciento pensa ba que la sesión única
había sido suficiente, y el 65 p o r ciento también había experimenta-
EPÍLOGO
193

do cambios en ámbitos que no eran los que los habían llevado a bus-
car terapia.
A petición de Talmon, Mordecai Kaffman, director médico de la
Clínica de N i ñ o s y Familias de Kibbutz de Israel, realizó un estudio
similar. Su investigación llegó a resultados análogos.
En su libro, Talmon proporciona orientaciones amplias y claras
acerca de c ó m o realizar terapias eficaces de sesión única. Los casos
descritos demuestran que la gama de personas que pueden ser signifi-
cativamente ayudadas de este m o d o a b a r c a desde clientes con difi-
cultades relativamente directas, hasta aquellos que sufren depresión,
angustia, problemas de peso, secuelas del divorcio y violencia familiar.
El lector comprenderá por qué considero que esta investigación es
extremadamente ominosa. La mayoría de quienes nos dedicamos a la
práctica privada sobrevivimos razonablemente si nuestros clientes vie-
nen a vernos las cinco o seis sesiones que gran p a r t e de la investiga-
ción considera el número promedio de visitas que ellos tienden a hacer.
No obstante, si se difunde la idea de que se puede obtener mucha ayu-
da con u n a sola sesión, quizá tengamos que comprarnos taxis o dedi-
carnos a alguna otra ocupación de jo r n a d a parcial p a r a complemen-
tar nuestros ingresos.
Una advertencia final. Como terapeutas breves, hemos encontrado
que es común, particularmente en las sesiones del trabajo, que los cole-
gas nos h a g a n preguntas del tipo «Sí, pero ¿y qué si...?». Por ejemplo:

«Sí, p e r o ¿y qué si ella hubiera estado d e p r i m i d a clínicamente y


hubiera sido realmente suicida?»
«Sí, pero ¿y qué si los padres se hubieran negado a dar un paso atrás
p o r q u e los problemas de su hijo adolescente e n m a s c a r a b a n sus difi-
cultades matrimoniales?»
«Sí, pero ¿y qué si él era adicto a la conducta violenta?»

Estas p r e g u n t a s son intentos genuinos de c o m p r e n d e r mejor los


principios y valores de la terapia breve. Sin embargo, a veces quien las
hace, en lugar de preguntar, está definiendo claramente su propia posi-
ción acerca de como él o ella piensa que debió haberse diagnosticado
y tratado el caso. Un colega nos ha autorizado a reproducir u n a his-
toria que él construyó y que puede utilizarse p a r a responder a las pre-
guntas que, sin duda alguna, pertenecen al último tipo citado.
GUlA BREVE DE TERAPIA BREVE

Un cliente fue rechazado por sus padres a la edad de dos anos; lo crió
entonces un grupo de gorilas que vivía en los barrios bajos de la zona
portuaria de San Francisco. Después de luchar por aprender inglés en
los fragmentos de periódicos abandonados en los cubos de basura del
puerto, se enfrentó al problema de una lealtad dividida en la guerra entre
las pandillas callejeras hispanas y el grupo de gorilas, sintiendo simul-
táneamente la sensación de dislocación de los hispanos y la opresión cul-
tural que experimentaban los gorilas. Después de hacerse a la idea de
que era una persona y no un primate inferior, se arrastró hasta una igle-
sia, donde fue objeto de abuso sexual sistemático por parte de una suce-
sión de personas, antes de volverse codependiente y adoptar como esti-
lo de vida la ayuda a los jóvenes monos sin hogar. En la terapia, lucha-
mos con sus pensamientos activos de colgarse de las rampas de la auto-
pista, y decidimos no informar a las autoridades de su activa y seria «idea-
ción de primate», pero le contamos nuestras propias experiencias de las
veces en que nos sentimos como si estuviéramos comiendo bananas.
Desde luego, somos incapaces de responder a preguntas como: «Sí, pero
¿y qué si hubiera sido criado por un grupo de jirafas?» (Michael Durrant,
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ÍNDICE DE NOMBRES

Adcock, C. J., 45 Dowling, E., 167


Adler, A., 161 Duncan, B. L., 38
Ahola.T., 111, 112. 126 Dunlap, K., 161
Alexander, J. F., 35 Durrant, M., 194
Anderson, A., 163, 166
Anderson, H., 40, 83 Eco, U., 49
Epston, D., 33
Bandler.R., 151 Erickson, Milton, 19, 20, 95, 139, 142, 143,
Bateson, Gregory, 19, 20 144, 145, 146, 150, 161
Beavin, J. H., 20
Bem, D. J., 65 Fane.J., 171
Berg.I.K., 117,123 Ferber, A., 156
Bettinghaus, E. P., 89 Feyerabend, P., 60
Bobrén, H. M., 88 Fisch, R., 20, 21, 23, 27, 29, 72, 73, 161, 186
Bodin, A., 45, 65, 156 Fisher, L., 163, 166
Boscolo, L., 21 Fishman, H. C, 156
Boszormenyi-Nagy, 174, 178, 179, 184, 188 Flaskas.C, 130, 132
Brehm, J. W., 162 Frankl,V., 160, 169
Breunlin, D., 160, 165 Freedman, J., 158
Brock, T. C, 91 Frude, N., 167
Bronowski, J., 37 Fry, William Jr., 19
Brooks, W. D., 83, 88 Furman.B., 33, 111, 126
Bums, Robert, 120
Gendlin, E. T., 66
Cacioppo, J. T., 91 Gentry, D., 160
Cade, Brian, 13, 23, 30, 32, 46, 59, 66, 90. 99, Goolishian, H. A., 40
136, 163, 165, 166, 171 Greenberg, G. S., 20, 35, 64
Capra, F., 51 Grinder, G., 151
Card.O. S., 111 Grube, J., 91
Carroll, Lewis, 159
Cecchin, G., 21 Haley, Jay, 15, 19,20,23,29, 30, 146,161,167
Chomsky, N.. 40 Hanré, R., 61
Cicerón, 69 Harrison, J. G., 37
Cody. M. J., 89 Heath, R W., 83. 88
Colgan-McCarthy, I., 86 Hoffman, Lynn, 21
Combs, G., 158 Hoyt, M., 192
Comwell, M., 165
Coyne, J. C, 127, 131,133 Jackson, D. D., 20, 64
Jacobson, L., 45, 59
de Bono, E., 44 Jones, J.E., 163, 166
Dell, P. F., 166 Jordán, L., 87
de Shazer, Steve, 16, 23, 33, 73. 79. 113, 114,
115, 117,118,119, 121,157 Kaffman, M., 193
ÍNDICE DE NOMBRES
205

Kearney, P., 86 Rosen, J., 161


Keith, D. V., 184 Rosen, S., 144
Kelly, G., 23, 28, 32, 37, 40-41, 176 Rosenbaum, R., 192
Kiesler, C. A., 122 Rosenhan, D. L., 46
Kleckner, T., 61,62, 67 Rosenthal, R, 45, 46, 59
Koestler, A., 150, 151 Rossi, E. L., 95, 139, 145. 146, 150, 161
Kowalski, K., 122 Russell, Bertrand, 17, 19, 166
Kral, R., 122 Russell, Peter, 42
Krasner, B., 174
Kundera, M., 61 Sartre, J.-P., 183-184
Satir, Virginia, 20
L'Abate, L., 161, 166, 167 Schacter, S., 61, 65
Laing, R D., 184 Scheflen, A. E., 50, 71
Lankton, C, 27 Schultz, D., 40, 44
Lankton, S., 27 Secord, P. R, 61
Lisiecki, J., 161 Shakespeare, W., 127
Shannon, C E . , 19
Maccitelli, F., 161 Singer, J. E., 61, 65
McGregor, H., 103 Southgate, P., 163
McGuire, W. J., 93 Spark, G. M., 174, 178, 179, 188
Madanes, C, 23, 24, 31-32, 34 Speed, B., 49, 52, 56, 165
Markowitz, L. M., 83 Spencer-Brown, G., 37, 38, 40
Maturana, H. R., 84 Stanton, M. D., 21,34-35
Miller, G. R., 90 Stapp, H. P., 51
Müler, S. D., 116 Stephens, B. J., 177, 178
Minuchin, S., 20, 156 Storms, M. D., 65
Mischel, W., 43 Strauss, A. L., 111
Molnar, A., 113
Montalvo, B., 20 Talmon, M., 192-193
Morgenstern, O., 185 Teisman, M. W., 160
Mozdzierz, G., 161 Tennen, H., 162
Von Neuman, J., 185
Nietzsche, F., 171
Nisbett, R. E., 65 Waddington, C. H., 56, 97
Nunnally, J. C, 88 Wald, G., 184
Wallas, L., 149
OHanlon, William H., 13, 14, 23, 33, 59, 119, Walter, J. L., 33
121,142 Watzlawick, P., 15, 20, 21, 25, 49, 51, 59, 72,
O'Reilly-Byrne, N., 86 97, 127, 159, 160, 161, 163, 166, 167
Weakland, J. H., 15, 19, 21, 22, 23, 26, 30, 72,
Palazzoli, M. S., 21, 161, 164, 165, 166
87, 97, 98, 161
Papp, Peggy, 22, 23, 25, 165
Weaver, W., 19
Parsons, B. V., 35
Weeks, G., 161,166, 167
Pascal, 83
Wegner.D. M., 131
Pearson, R, 165
Weiner, N., 19
Peller, J. E., 33
Weiner Davis, M., 23, 33, 112, 113, 119, 121
Perloff,R.M.,91
Welwood, J., 55
Petty, R. E., 91
Whitaker, C. A., 184
Prata, G.. 21
White, M., 33
Rabkin, R., 19,21,22,69 Whitehead, A. N., 19, 56
Riskin, Jules, 20 Winnicott, D., 171
Rohrbaugh, M., 162, 166 Yates, J., 160
Rokeach, M., 88
Romain, J., 69 Zeig, J., 139
Rose, S., 71 Zukav, G.,47, 51, 127
ÍNDICE ANALÍTICO

Adecuación o ajuste, 57-59 Clínica de Orientación Infantil de Filadelfía,


Analogía, 149-152 120
— adopción del modo preferido del cliente, Coaliciones transgeneracionales, 20
142-152 Colonización, 168-169
— comunicación a través de la, 32 Competencia, 111
— «caja negra», 37 Connotación positiva, 133, 164
Véanse también Anécdotas, parábolas y Constructos:
relatos; Metáfora — definición del visitante, 73
Anéctodas, parábolas y relatos, 152-154 — definiciones de los, 42
Véanse también Analogía; Metáfora — el cliente hostil, 72-3
Anorexia: — el presente y el futuro como focos de las
— enfoques sistémicos de la intervención, soluciones, 75
164 — enfoques centrados en el futuro, 79-81
«Asociados de Milán», 21, 136 — enfoques centrados en el presente, 76-78
Atribución, 55-56 — identificación de la causa «real», 71
— las operaciones básicas, 38-40
Brief Family Therapy Center. Véase Centro de jerarquías de distinciones, 39
Terapia Familiar Breve — y jerarquía de influencias, 70-71
Brief Therapy Center. Véase Centro de Terapia Control social, 71, 86-87
Breve — investidura en el, 98-99, 148

Cambio anterior a la sesión, 112-133 Descripción en vídeo, 71, 76, 80, 119
Cambio, 30-31 Diagnóstico. Véase Evaluación, procesos de
Centro de Terapia Familiar Breve (Milwau- Directivas paradójicas, 21
kee), 112 Directivas, 31-32, 83, 122
Centro de Terapia Breve (Palo Alto, Califor- Disfunción jerárquica, 23-25
nia), 15, 72, 73-74, 97, 161 Distinciones, trazados de las, 38, 43
— bases para el modelo de la terapia breve, — jerarquías de distinciones, 38, 42, 70
25 — operación básica, 38-40
— e importancia de la conducta y la terapia
familiar, 64 «Efecto Pigmalión», 55
— impacto temprano en el campo de la tera- Emociones, 61-67
pia familiar, 21 — autoatribución de, 65
— Instituto de Investigación Mental, 20, 21 — como preparación para la acción, 64
Centro per lo Srudio della Famiglia (Milán), — diferentes enfoques terapéuticos de las, 63
161 — importancia de escuchar y realimentar,
Cerebro: 62-64
— niveles de explicación para comprender- — importancia de la conducta y las, 64
lo, 71 — interpretación de las, 64-67
Clínica de Niños y Familias de Kibbutz — su abordaje por el terapeuta, 61-62
(Israel), 193 — sus efectos sobre el recuerdo de experien-
ÍNDICE ANALÍTICO
207
cias pasadas, 64, 65
Imaginería, 151
Empatia, 80
Influencia y pericia, 83-85
Empleo de las aptitudes naturales del cuerpo,
— neutralidad, 85-87
154-55
Instituto de Investigación Mental (MRI), Véase
Enfoques anarquistas, 60
Centro de Terapia Breve
Enfoques en el futuro, 33, 75, 125-126
Instituto de la Familia (Cadiff, Gales), 165
Erickson, Milton:
Intervención en la pauta:
— técnicas de utilización, 142
— contextúa!; utilizando aspectos de las pro-
— y el uso de la seudoorientación en el tiem- pias conductas y creencias del cliente, 142-
po como técnica hipnótica, 19-20, 119 143
— y la teoría de la intervención, 27 — ejemplos, 143-148
Esquizofrenia, 20
— complejidad de la, 70 — enfoques individual e interpersonal, 139
— intervención en pautas de atracón, 140
— enfoques sistémicos de la intervención en 141, 145
la, 164-165
— modificando las acciones del problema,
Etapas de la vida, 29 139-148
Ética:
— principales modos de la, 142-143
— y uso de las intervenciones paradójicas, — y el rapport con el cliente, 148
166-167
— y «relación de compra», 148
Evaluación, proceso de, 69-82
Intervención terapéutica, 27-33
— clarificación y expresión de las metas, 79-
82 — comunicación por medio de la analogía,
32
— construcción de un problema resoluble, — directivas, 32-33
82
— etapas de la vida, 29
— creación de «una realidad», 70
— generación del cambio, 30
— definición del comprador, 73-74
— pautas como hábitos, 28-29
— definición del foco, 72
— definición del quejoso, 73 — principios de la, 27-28
— determinación del problema, 75-76 Intervenciones. Véanse Intervenciones enmar-
— enfoques diferentes de la, 70 cadoras; Intervenciones paradójicas;
— formación para la, 33-34 Intervención en la pauta; Soluciones
— intervención terapéutica, 27-33 Intervenciones de fórmula, 113
— peligros de la sesión única, 192-193 Intervenciones enmarcadoras, 127-137
— preguntas «¿y qué si...?», 193-194 — búsqueda del marco correcto, 137
— relación de compra, 72-75 — como proceso interaccional, 131
importantes aspectos de la, 73-74 — como un proceso de colaboración, 130-32
la relación terapéutica, 74-75 — definición, 127-28
Excepciones, 77, 114-118 desenmarcamiento, 129
reenmarcamiento, 128
Family Institute. Véase Instituto de la Familia — ejemplo de desenmarcamiento, 135-136
Figura/fondo: efecto de las tendencias del — jerarquías de constructos, 128
— potencial curativo del reenmarcamiento,
observador, 45-46, 51-55 131
Formación de los terapeutas, criterios para
— reenmarcamiento y desenmarcamiento,
la, 33-34 128-137
diferencia entre, 130
Haley, Jay:
— y congruencia suficiente, 133
— criterios para la selección y formación de
— y «verdades subjetivas», 130
los terapeutas, 33-34
Hipnosis: Intervenciones paradójicas, 159-169
— clases de escalada de la estrategia para-
— técnicas hipnóticas, 21 dójica, 163-164
— y empleo de las aptitudes naturales del redefinición, 163
cuerpo, 154-55
reorientación, 164
Homeostasis familiar, 19, 165
— clasificación de las paradojas, 162-163
— confusión con la confrontación o el desa-
208 GUÍA BREVE DE TERAPIA BREVE

fío, 160 P a r a d i g m a i n t e r a c c i o n a l , 17
— c o n t r a i n d i c a c i o n e s , 166 P a r a d i g m a s i s t é m i c o , 17
— definición de la p a r a d o j a , 159-160 P a u t a s c o m o h á b i t o s , 28-29
— definición de las técnicas paradójicas, 160- — c o m o c o n c e p t o unificador, 139
161 P a u t a s i n t e r g e n e r a c i o n a l e s , 174-175, 190
— e m p a t i a , no t r a m p a , 168-169 P e r s u a s i ó n , 87-95
— enfoque de e q u i p o , 165 — c o n g r u e n t e c o n los d e s e o s del cliente, 88-
— enfoque dialéctico para comprenderlas, 89
166 — efectos de la a u t o c o n f r o n t a c i ó n , 91
— enfoques sistémicos, 165 — e f e c t o s de la r e p e t i c i ó n de los mensajes
— éxitos c o n las, 160 p e r s u a s i v o s , 93-94
— historia de las, 161 — e m p l e o de a l t e r n a t i v a s ilusorias, 94
— niveles de c a m b i o : p r i m e r y s e g u n d o — e m pl e o de a r g u m e n t o s en contrario, 91-
o r d e n , 165-166 92
— p r e s c r i p c i ó n del s í n t o m a , 161 — e m p l e o de a r g u m e n t o s g e n e r a d o s por el
— p r e s c r i p c i o n e s b a s a d a s en el desafío, 162 p r o p i o sujeto, 90-91
— p r e s c r i p c i o n e s b a s a d a s en la obediencia, — j e r a r q u í a de c r e e n c i a s , 88
162 — v a l i d a c i ó n de los s e n t i m i e n t o s del cliente,
— teoría de B r e h m de la reactancia psicoló- 88-89
gica, 162 — y cliente d o g m á t i c o , 89-90
— y el «juego familiar», 164-165 P h i l a d e l p h i a C h i l d G u i d a n c e Clinic. Véase
— y e m p l e o de m e n s a j e s del observador, 165 Clínica de Orientación Infantil de Filadelfia
— y ética profesional, 166-167 «Potencial c o l o n i z a d o r » , 86
— y m a n i p u l a c i ó n , 166-167 « P r e g u n t a del m i l a g r o » , 77, 80, 114, 118-122
— y p r o c e s o de colonización, 169 P r e g u n t a s «¿y q u é sí...?», 193-194
P r e s c r i p c i ó n del s í n t o m a , 161-162, 165
J e r a r q u í a y o r g a n i z a c i ó n , 124 Principio de e c o n o m í a , de Guillermo de
J u e g o d e s u m a c e r o , 185 Occam, 17,40
Profecía d e a u t o c u m p l i m i e n t o , 5 1 , 5 9
Lenguajes, 40
Realidad, 49-60
Manipulación, 16, 84-85, 130-132, 166-167 — « c o m p a r t i d a » , 57
«Mapas m e n t a l e s » , 32 — c o s a s y h e c h o s , 4 9 , 50
M a r c o s , 127-28 — de la familia, 52-53, 54, 55, 57
M á s de lo m i s m o , 2 5 , 55, 97-98, 185 — d e b a t e s o b r e la n a t u r a l e z a de la, 49
Memoria: — e n f o q u e s a n a r q u i s t a s de las concepciones
— p r o c e s o s de la, 42 d e la, 59-60
Mental Research Institute (MRI). Véase Centro — influencia de las p a u t a s de asociación,
de Terapia Breve 52,53, 53-60
Metáfora, 149, 150, 156-157 — m a r c o p a r a p e n s a r l a , 59
— a través de la a c c i ó n , 156 — niveles de la r e a l i d a d definida, 49-50
— m e n s a j e s m e t a f ó r i c o s del t e r a p e u t a , 157- d i f e r e n c i a c i ó n e n t r e los, 59
158 g r a d o de « a d e c u a c i ó n » entre los, 59-60
— t a r e a s m e t a f ó r i c a s , 157 — p e r c e p c i o n e s de la, s e g ú n las tendencias,
Véanse también Analogía: Anécdotas, p a r á - 51-55
bolas y relatos — p r o b l e m a s de definición de la, 50
M e t a s , 79-82 — p r o c e s o de « e n d u r e c i m i e n t o de las cate-
Mitos c u l t u r a l e s , 5 3 , 176 gorías», 59
Motivación: — significado, 50
— tal c o m o la p e r c i b e el t e r a p e u t a , 21 — y el p o d e r de la p r o f e c í a de a u t o c u m p l i -
miento, 55, 59
Negociación del p r o b l e m a . Véase Evaluación, R e e n m a r c a m i e n t o y rerrotulación, 32
proceso de Véanse también I n t e r v e n c i o n e s de r e e n -
N e u t r a l i d a d en la t e r a p i a , 85-87 marcamiento
ÍNDICE ANALÍTICO
209

R e s i s t e ncia, 72-73 t e m p e r a t u r a , 121


R e s p o n s a b i l i d a d excesiva e insuficiente: Soluciones intentadas, 25. 26, 79, 97, 103, 186
— c o n s e c u e n c i a s del f u n c i o n a m i e n t o exce-
sivo, 173-174 Tarea de la p r i m e r a sesión, 112
— c o n t i n u u m , 176-183 T e n d e n c i a del e x p e r i m e n t a d o r , 4 5
— — ejemplo, 179-183 Teoría de los t i p o s lógicos, 166
p a u t a s o p u e s t a s de adaptación: «humil- Terapeutas:
des» y «exaltadas», 177-178 — a b o r d a j e de las e m o c i o n e s del cliente, 6 1 -
— ejemplo, 189-191 62
— enfoque terapéutico, considerando las pau- — m e t a s y p r e o c u p a c i o n e s de los, 22
tas transaccionales intergeneracionales, — selección y formación de los, criterios para
173-174 la, 33-34
-— génesis de la, en las experiencias formati- — y reputación manipulativa/no ética, 16-17
vas, 174-176 Terapia breve/estratégica:
— h a c e r d e m a s i a d o de algo, 184-189 — a l c a n c e de este libro, 16-18
el p r o c e s o del círculo vicioso, 186-189 — a p l i c a c i ó n de s o l u c i o n e s « e r r ó n e a s » , 25-
— j u e g o de s u m a cero, 185 26
— « m e n o s de lo m i s m o » , 190 — definiciones de la, 22-23
— mitos culturales sobre las relaciones entre — d e s a r r o l l o de la, 15
los roles, 175-176 — e j e m p l o s de c o n s t r u c t o s l i m i t a n t e s , 183
— niveles de r e s p o n s a b i l i d a d , 173-174 — enfoque de la, 22-27
— relaciones «perseguidor/rescatador», 172 c e n t r a d o s en el p r o c e s o y los c i r c u i t o s
— s i s t e m a s de c o n s t r u c t o s personales, 183- d e r e a l i m e n t a c i ó n , 25-27
184 • interesados en la forma y la función, 24-
— y s e n t i m i e n t o de culpa, 188 25
Restricción. 9 3 . 162 — e x t r a c c i ó n de los, 41
— f i g u r a / f o n d o : e f e c t o s de la t e n d e n c i a del
S a n t a C o l u m b i a de Escocia, 125 o b s e r v a d o r , 45-47
S e c u e n c i a s , 23 — hi st ori a t e m p r a n a de la, 19-22
Síntomas: — p a u t a s de a s o c i a c i ó n , 42
— c o m o se los ve en la t e r a p i a e s t r a t é g i c a , d e s a r r o l l o de j e r a r q u í a s de, 42
24-25 i r r e a l i d a d , 46
Soluciones: — p e r s o n a l e s , 32, 40-44
— a l e n t a n d o « m e n o s de lo mismo», un ejem- d i m e n s i o n e s p r i m a r i a s , 43-44
plo, 104-109 p e r m e a b l e s e i m p e r m e a b l e s , 44
— c u l p a y r e s p o n s a b i l i d a d , 103-104 p r o c e s o s d e m e m o r i a , 42-43
— el foco en el futuro, 125 teoría de las p e r s o n a l i d a d e s (Kelly), 40-
— excepciones, c u a n d o no h a y queja, 114 41
— i n t e n t a r algo diferente, 102-103 — principales t e m a s y desarrollos de la, 34-35
u b i c a c i ó n en escala, 122-103 — vías e n t r e a s o c i a c i o n e s , 42
— «intervenciones de fórmula», 113-114 — z o n a s de p r e o c u p a c i ó n acerca de la, 16-17
— m é t o d o s q u e no s u e l e n d a r resultado, 99- Terapia d e s e s i ó n ú n i c a :
104 — peligros de la, 192-193
autosacrificio/autonegación, 101 Terapia estratégica:
«¡hazlo e s p o n t á n e a m e n t e ! » , 101 — d e f i n i c i ó n (Haley), 22
p o s t u r a de s u p e r i o r i d a d moral, 100 — enfoques i n t e r e s a d o s en la forma y la fun-
s e r m ó n no solicitado, 100 ción, 23-24
— q u e se c o n v i e r t e n en el p r o b l e m a , 97-100 — s í n t o m a s , 24-25
p a u t a s q u e se autorrefuerzan y auto- Véanse también T e r a p i a breve/estratégica
m a n t i e n e n , 98
— « p r e g u n t a del m i l a g r o » , 80, 114, 118-122 Validación, 6 3 , 88
— t a r e a de la p r i m e r a sesión, 112-113 Verdad subjetiva, 46-47, 130-32
— y e m p l e o c u i d a d o s o d e l l e n g u a j e p o r la

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