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Clarice Lispector: un soplo de vida ante la propia muerte

Por Leila Wanzek

En el marco de la experiencia analítica del padecimiento subjetivo de pacientes que cursan la

etapa terminal de una patología oncológica y realizan tratamiento en el dispositivo de

Cuidados Paliativos del Instituto Oncológico A. Roffo, me interesa transmitirles una

lectura/escritura clínica posible del arreglo singular que se inventa un sujeto para responder a

lo traumático del encuentro cuerpo a cuerpo con la muerte y la sexualidad. Un cuerpo que en

tanto hablante y deseante está vivo hasta el final.

Para dar cuenta de esto tomaré fragmentos de la última parte de la vida y la obra de la

escritora Clarice Lispector (1920-1977), que testimonian el uso que hace de las palabras una

mujer que invoca lo demonios inefables de aquello que no se articula en discurso. Invención

que torna más soportable “esa incómoda situación de ser hombre” (Lacan, 1976), cuando el

tratamiento del arte se adelanta al psicoanálisis.

Esta etapa se compone por tres escritos que estructuran la vida-cuerpo-obra de la escritora:

1. El vía crucis del cuerpo (1974), libro de cuentos posterior al incendio que sufrió en su casa.

2. La hora de la estrella (1977), novela que precedido apenas unos meses por la muerte de

la autora.

3. Un soplo de vida (1978), novela póstuma que concluye y publica su amiga íntima y

biografa Olga Borelli.

Este periodo de la obra de Clarice Lispector es denominado por la crítica literaria “La hora de
la basura”. La propia autora comienza el libro El vía crucis del cuerpo (1974) diciendo que:

“Una persona que leyó mis cuentos dijo que eso no era literatura. Era basura. Concuerdo.

Pero todo tiene su hora. Está también la hora de la basura” (…) “Todas las historias de este

libro son contundentes y quien más sufrió fui yo misma. Quedé shockeada por la realidad”.

Resuenan los nombres que elige para las obras que integran este último tiempo íntimo, crudo

y delicado del acontecimiento vida-cuerpo-obra, en el que se expone sin disfraz, sin adornos,

“sin trucos” (Lispector, 1970), con “hechos sin literatura” (Lispector, 1977) donde la escritura

es el lugar en el que el sujeto pierde sus atributos y puede metamorfosear la basura [objeto

resto desecho] en estrella.

La literatura de Clarice durante esta etapa se acerca a aquello que Deleuze definió como

“una iniciativa de salud” o “una terapéutica del despojo”. Un modo de hacer con la perplejidad

que le produce lo ilimitado, lo que no se sabe, lo indecible, lo inefable de la muerte y la

sexualidad. Se trata en todos los relatos de fenómenos azarosos, accidentes, interrupciones,

digresiones y todo tipo de amenazas a las buenas formas de escritura y la vida.

Este recurso cobra todo su valor e intensidad en las últimas ficciones frente a dos

contingencias trágicas que suceden sobre el final de su vida, resignificando diversas

experiencias traumáticas con la muerte y sexualidad: el incendio de su hogar (que deja

profundas marcas en sus manos) y el cáncer de ovarios (que deviene en su propia muerte).

Clarice experimenta su primer encuentro sexual a los 13 años. Ella le cuenta a su amiga

sobre los efectos de este: “como si recién entonces hubiera tenido la madurez suficiente para

recibir una realidad tan shockeante (…) No sabía y hacía de cuenta que sabía (…) quedé

paralizada mirándola, una mezcla de perplejidad, terror, indignación e inocencia mortalmente

herida (…) el shock fue tan grande y traumático que ahí mismo en la esquina de una calle,

juré nunca casarme”. A esta misma edad descubrió su deseo de ser escritora: “de repente
me encontré en un vacío. En un vacío tal en el que no había nadie que pudiera ayudarme.

Tuve que construirme a mí misma desde una nada, desde un estado de no existencia, yo

misma tenía que comprenderme a mí misma, yo misma tenía que inventar, mi propia verdad”.

A los 17 años, realiza su primera inscripción ficcional de aquel encuentro sexual traumático

en la novela titulada Cerca del corazón salvaje (1944), la cual oscila entre la infancia de la

protagonista Joana y el encuentro sexual violento con un hombre; y lo seguirá haciendo a lo

largo de todo el acontecimiento del cuerpo de su obra. Siempre que algo del goce real

traumático acontezca en su cuerpo ella hará uso del mismo recurso de supervivencia.

El tratamiento que la escritura le ofrece como modo de intentar traducir, conectar, anudar con

algo del orden del significante un goce indecible e ilimitado sentido puramente a nivel del

cuerpo. Desde muy joven Clarice supo que no se trataba de una respuesta a la que se

pudiera arribar por medio del conocimiento intelectual, sino a través de otro tipo de

comprensión. La escritura le aporta los elementos para que algún tipo de invención vaya

articulándose en ese lugar de la respuesta imposible.

En El vía crucis del cuerpo, desde “Miss Algrave” hasta “Candida Raposo”, Clarice intenta dar

cuenta del modo en que las mujeres se las arreglan para acceder al goce sin recurrir a los

hombres. En estos cuentos “antipatriarcales” y “antipornográficos” no hay padre o está

muerto.

Así resulta interesante el esfuerzo de Clarice, durante toda su vida y obra, por expresar que

el acontecimiento del cuerpo en la encrucijada de la pregunta por la no relación sexual y el

goce femenino no se reduce ni se explica ni se escribe vía la significación fálica y el sentido.

Partiendo de la lógica que propone Lacan en las fórmulas de la sexuación del Seminario 20,

Clarice se presenta como una escritora que lleva al extremo su cifrado del goce femenino

-más allá del goce fálico pero no sin el falo- y se posiciona del lado femenino no-todo. Su
escritura femenina sucede en los bordes del lenguaje. Su obra literaria tiene las texturas de

una topología de superficie corporal que transciende y complejiza la lógica interior-exterior.

Su escritura hace del desamparo y traumatismo mortificante del lenguaje viviente un

encuentro afortunado con lalengua de un cuerpo vivo y su dignidad subjetiva: desear y gozar

hasta el final. Su escritura orilla la experiencia de ese instante acontecimiento de cuerpo

hablante, es un despertar a lo imposible.

“Hay un goce de ella, de esa ella que no existe y nada significa. Hay un goce suyo del cual

quizá nada sabe ella misma, a no ser que lo siente: eso sí lo sabe. Lo sabe, desde luego,

cuando ocurre. No les ocurre a todas” (Lacan 1972-73, p. 90).

La escritura de Clarice da testimonio de lo que sucede en ese borde del agujero de lo

indecible y litoral de la letra en el territorio del lenguaje, ella dice: “Las palabras me

anteceden y me sobrepasan, me tientan y me modifican, y si no me cuido será demasiado

tarde: las cosas se dirán sin que yo las haya dicho” (Lispector, 1964).

Clarice no solo aprende a hablar una lengua otra entre otras, vía su escritura, sino que

también hace hablar y escribir a Otros otras lenguas y lenguajes que causa su deseo y Eros

-pulsión de vida-. Algunas de las escrituras amorosas y poéticas que ha causado es la de

Helene Cixous en el ensayo “La hora de Clarice Lispector” del libro La risa de la medusa

(1975), quien señala que se encuentra unida a Clarice por una misma economía libidinal, el

gusto por lo mínimo y una misma concepción de la escritura como cuerpo. Esta acuña el

término “escritura femenina” para referirse a una relación diferente de las mujeres con el

cuerpo y lo absolutamente Otro de un goce que se sitúa por fuera de lo simbólico. Señala

que “Si Kafka fuera mujer. Si Rilke fuera una brasileña judía nacida en Ucrania. Si Rimbaud

hubiera sido madre y hubiera llegado a cincuentona. Si Heidegger hubiera podido dejar de

ser alemán, si hubiera escrito la Novela de la Tierra. ¿Por qué cito todos estos nombres?
Para intentar perfilar el terreno. Por ahí escribe Clarice Lispector. Ahí donde respiran las

obras más exigentes, ella avanza. Pero, luego, donde el filósofo pierde aliento, ella continúa,

va aún más lejos, más lejos que cualquier clase de saber. (...). Vigía del mundo. No sabe

nada. No ha leído a los filósofos. Y, sin embargo, a veces juraríamos oírles susurrar entre sus

bosques. Lo descubre todo” (Cixsous, 1975)

Un soplo de vida (pulsaciones)

Tal es el titulo del ultimo escrito de Clarice y con el que reviven sus preguntas primeras,

vuelve al comienzo de todo… ¿por qué, cómo y para qué escribir? Se trata de un libro que

nos coloca frente a su escritura como un modo de ser y habitar el mundo, de aprender a

sobrevivir y morir en él. Escritura que es una experiencia de muerte viva hecha de des-trozos

de los libros de Angela y libretos de Autor, aquí ya no importa el sentido o el significado de la

respuesta sino la pregunta que se incrusta en el organismo viviente que se hace cuerpo vivo

con la escritura de la propia muerte:

“Quisiera escribir un libro. ¿Pero dónde están las palabras? Se agotaron los significados.

Como sordos y mudos nos comunicamos con las manos. Quisiera que me den permiso para

escribir al son arpado y agreste la chatarra de la palabra… ¿Escribo o no escribo? Saber

desistir. Abandonar o no abandonar -ésta es muchas veces la cuestión para un jugador. El

arte de abandonar no se le enseña a nadie. Y lejos está de ser rara la situación angustiosa

en que debo decidir si existe algún sentido en seguir jugando. ¿Seré capaz de abandonar

noblemente? ¿o soy de esos que siguen obstinados esperando que pase algo? ¿como,

digamos, el mismo fin del mundo? ¿o lo que fuese, como mi muerte súbita, hipótesis que

volvería superflua mi renuncia?”

“Quiero reinaugurarme. Y para eso tengo que abdicar de toda mi obra y empezar
humildemente, sin endiosamiento, desde un comienzo donde no haya resquicios de cualquier

habito, tics o habilidades. Para eso me expongo a un tipo de ficción, que todavía ni siquiera

sé cómo manejar”.

“En el momento de mi muerte - ¿qué hago? Enséñenme cómo se muere. No sé”.

Tal como señala Adriana Rubistein “siempre se está vivo hasta el final. Y de la muerte propia,

no se sabe. Freud decía que soportar la vida sigue siendo el primer deber de todo ser vivo.

La ilusión pierde valor cuando nos estorba hacerlo. Saber que la muerte puede ocurrir en

cualquier momento y al mismo tiempo proyectar al futuro la dimensión del deseo no es

sencillo. Tensión irreductible que requiere al mismo tiempo saber de la finitud y sostener el

deseo a pesar del futuro incierto”.

En este libro Clarice usa la función del des-doble que es el Autor -el otro de Clarice- y Angela

-el otro del Autor que es Clarice- para trata de entender, imaginar, experimentar la propia

muerte. Angela será quien podrá preguntarse e imaginarse la propia muerte: “¿Cómo será la

primera primavera después de mi muerte?”. Ella irá construyéndose una ficción para su

ausencia, a condición de ser vivida por otro:

“Esto no es un lamento, es un grito de ave de rapiña. Irisada e intranquila. El beso en el

rostro muerto. Escribo como si fuera a salvar la vida de alguien. Probablemente mi propia

vida. Vivir es una especie de locura que hace la muerte. Vivan los muertos porque en ellos

vivimos”.

“Casi ya sé cómo será después de mi muerte. La sala vacía, el perro a punto de morirse de

añoranza. Los vitrales de mi casa. Todo vacío y tranquilo”.

“Me curé de la muerte. Nunca más morí. Veo todo como si ya me hubiese muerto y viese

todo desde lejos. Entonces viene esta tristeza de tela de araña en casa abandonada…Nunca
olvidarse, cuando se tiene un dolor, que el dolor va a pasar: nunca olvidarse que, cuando uno

muere, la muerte pasará. No se muere eternamente. Es solo una vez, y dura un instante”

“Y la grandiosidad de la vida es lanzarse -lanzarse aún en la muerte. Me quiero morir contigo

de amor. Entonces soñador sonrío: sí, quisiera morirme de amor con un contigo.

Busco a alguien para salvarle la vida. La única que me permite esta acción es Angela. Y al

salvarle la vida, salvo la mía”.

“Y ahora estoy obligado a interrumpirme porque Angela interrumpió la vida yéndose hacia la

tierra. Pero no la tierra en que se está enterrado y sí la tierra en que se revive. Con lluvia

abundante en los bosques y el susurro del vendaval” -un soplo de vida, un respiro vital-.

La palabra de Clarice aquí es soplo que cobra vida, da vida y es vida en sí, aún durante y

después de la muerte: “Yo escribo para hacer existir y para existirme. Desde niño busco el

soplo de la palabra que da vida a los susurros”.

Conclusión

Ella se ha sabido inventar un artificio para leer/escribir los alaridos y susurros que animan el

cuerpo hablante de los des-trozos -traumatismos- de lalengua y sus contingencias.

Su poética de sencillez abismal coquetea incansablemente con el agujero del lenguaje y se

mueve en los márgenes de la búsqueda permanente de respuestas que solo hallan nuevas

preguntas, dando cuenta de un deseo que pulsiona su modo de hacer tan singular en el

encuentro con el vacío sustancial.

La escritura de Clarice sucede en ese borde de lo indecible, causada por un deseo decidido

que le permite dar ese salto de humanidad que implica pasar del lenguaje viviente al cuerpo

vivo hasta el final, uno que intenta decir una y otra vez, de una y otra forma: “la palabra tiene
su terrible límite. Más allá de ese límite está el caos orgánico. Después del final de la palabra

empieza el gran alarido eterno” (Borelli, 1988).

ACTIVIDAD: A partir del recorrido propuesto en el presente escrito les propongo que sitúen,

en la siguiente poesía de Clarice Lispector, algún decir que dé cuenta de su posición ante el

padecimiento subjetivo que implica la muerte.

Es allí a donde voy

Más allá de la oreja existe un sonido, la extremidad de la mirada un

aspecto, las puntas de los dedos un objeto: es allí a donde voy.

La punta del lápiz el trazo. Donde expira un pensamiento hay una idea,

en el último suspiro de alegría otra alegría, en la punta de la espalda

magia: es allí a donde voy.

En la punta del pie el salto. Parece historia de alguien que fue y no

volvió: es allí a donde voy. O no voy? Voy, sí. Y vuelvo para ver cómo

están las cosas.

Si continúan mágicas. ¿Realidad? Te espero. Es allí a donde voy. En la

punta de la palabra está la palabra. Quiero usar la palabra «tertulia», y

no sé dónde ni cuándo.

Al lado de la tertulia está la familia. Al lado de la familia estoy yo. Al

lado de mí estoy yo. Es hacia mí a dónde voy. Y de mí salgo para ver.


¿Ver qué? Ver lo que existe.

Después de muerta es hacia la realidad adonde voy. Mientras tanto, lo

que hay es un sueño. Sueño fatídico. Pero después, después de todo

es real.

Y el alma libre busca un canto para acomodarse. Soy un yo que

anuncia. No sé de qué estoy hablando.

Estoy hablando de nada. Yo soy nada. Después de muerta me

agrandaré y me esparciré, y alguien me dirá con amor mi nombre. Es

hacia mi pobre nombre adonde voy.

Y de allá vuelvo para llamar al nombre del ser amado y de los hijos.

Ellos me responderán. Al fin tendré una respuesta. ¿Qué respuesta?

La del amor. Amor: yo os amo tanto.

Yo amo el amor. El amor es rojo. Los celos son verdes. Mis ojos son

verdes tan oscuros que en las fotografías salen negros.

Mi secreto es tener los ojos verdes y que nadie lo sepa. En la

extremidad de mí estoy yo. Yo, implorante, yo, la que necesita, la que

pide, la que llora, la que se lamenta.

Pero la que canta. La que dice palabras. ¿Palabras al viento? Qué

importa, los vientos las traen de nuevo y yo las poseo. Yo al lado del

viento. La colina de los vientos aullantes me llama.

Voy, bruja que soy. Y me transmuto. Oh, cachorro, ¿dónde está tu

alma? ¿Está cerca de tu cuerpo? Yo estoy cerca de mi cuerpo. Y

muero lentamente. ¿Qué estoy diciendo? Estoy diciendo amor. Y cerca


del amor estamos nosotros.

BIBLIOGRAFÍA:

Borelli,O. (1988): Liminar. En Clarice Lispector, A Paixão segundo G. H. Sao Paulo:

Crítica,1996

Cixous, H. (1975) La hora de Clarice Lispector, La risa de la medusa. Ensayos sobre la

escritura. Barcelona: Anthropos Editorial, 2001

Lacan,J. (1971): Seminario 18. De un discurso que no fuera de semblantes. Bs As.: Paidós,

2010

Lacan, J. (1972-1973): Seminario 20. Aún. Bs As: Paidós, 2012

Lispector, C. (1974): El vía crucis del cuerpo. Bs. As: Editorial Corregidor, 2012

Lispector, C. (1977): La hora de la estrella. Bs. As.: Editorial Corregidor, 2012

Lispector, C. (1978): Un soplo de vida. Bs. As: Editorial Corregidor, 2012

Rubistein, A. (2007) Muerte propia. Manuscrito inédito.

Wanzek, L. (2014): Clarice Lispector: un caso de escritura femenina. En Memorias del VI

Congreso Internacional de Investigación y Práctica Profesional en Psicología. Facultad de

Psicología, UBA, Bs. As. En http://www.aacademica.com/000-035/744.pdf

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