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Revista Trifulca

Menú 4 – Diego Maciocia

Padre e Hija están siendo atendidos en la fila de la izquierda.

En la fila de la derecha, un grupo de dos chicos y tres chicas.

Los cinco son tan jóvenes y hermosos que quizás deberían estar en un lugar que los mereciera más
que éste.

Hija pide un menú infantil: hamburguesa con queso, papas fritas, gaseosa de naranja y helado.

El regalo es una corona de plástico rosa.

¡Vivan las monarquías low cost!

El padre un menú número cuatro: hamburguesa de pollo, ensalada, gaseosa de lima-limón y café.

El clonazepam ya lo traía de casa.

¡Vivan las procesiones que van por dentro!


¿La hamburguesa la quiere con queso y bacon?

No, gracias, responde Padre, mientras detiene la mirada en una mujer que ahora está a punto de ser
atendida en la fila de la derecha.

Da la impresión de que observa todo con cierta inocencia.

Casi como si el tiempo se hubiese detenido, como si no fuese a pasar nunca algo importante en este
lugar.

Lo cual es en cierta medida palpable.

Y piensa en Bacon, en Kevin Bacon.

Más precisamente en el número de Bacon.

La teoría afirma que cualquier persona del mundo puede estar conectada a cualquier otra a través de
una cadena de conocidos que no tiene más de cinco intermediarios.

Puede que también haya pensado fugazmente en los grados de separación entre la mujer que ahora
está siendo atendida y él.

Su pedido, señor.

¿Serán tres?

Tal vez sean cuatro, el número de su menú.

Con la bandeja en las manos, le indica a su hija con un leve ademán una de las mesas del fondo, una
de las pocas que están libres.

En la mesa de al lado una pareja con un niño de unos diez años ríen.

El regalo del menú que el niño pidió, es un mamut de La Era del Hielo.

Ríen porque el niño dijo algo que tenía que ver con un rey cazando elefantes en un país del
continente donde nació.

El niño es negro.

Eso al padre le recuerda vagamente a un poema al que solía regresar habitualmente.

Uno en el cual un niño negro tiene en su mano una papa frita amarilla untada de ketchup muy rojo.

Lo provocador del mundo conocido, piensa.

Y continúa revolviendo sus pensamientos.

Mientras la niña come su hamburguesa con queso, el menú número cuatro casi sin tocar se va
enfriando en la bandeja.

Todos los que estamos aquí, en este lugar tan plástico, probablemente estemos fuera del tiempo.

Creemos que estamos disfrutando de nuestras pequeños momentos y de nuestros menús, pero tal vez
nada de eso esté pasando en realidad.
Lo único obvio e indiscutible es que detrás del muro de metacrilato y acero inoxidable, la cadena de
montaje no para de fabricar comida.

– ¿Que pensás papá?

– Nada… en que estaría bien venir otro día a ver una película y después si querés podemos venir a
cenar acá, miente.

De ningún modo se le ocurriría contarle a la niña, que ahora lleva puesta la corona de plástico rosa,
que pensaba que todos los que están comiendo o los que estamos esperando la comida, albergamos
un deseo furioso de que la cadena no se detenga porque uno de sus integrantes tenga sed o ganas de
mear.

Tampoco se le ocurriría insinuarle que cree que de alguna manera somos parte de un menú
establecido. De una confusa cadena de montaje que ni siquiera deberíamos tratar de adivinar.

Diego Maciocia (Mendoza, 1977) es estudiante de Letras y escritor. Participó en antologías de poesía argentinas
y del exterior, donde estuvo deambulando por varios años. En la actualidad, felizmente, retoma su vida en
Mendoza.

dmaciocia@gmail.com


Posted in Número 2Etiquetado Diego Maciocia, Número 2, Poesia

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