Está en la página 1de 34

américa.1.

03 11/5/05 12:06 Página 53

Capítulo 3
LA REGIÓN ANDINA: DEL POBLAMIENTO
A LA CONFORMACIÓN
DE LOS ESTADOS PREHISPÁNICOS

3.1. EL MUNDO ANDINO. LA COMPLEJIDAD DEL PAISAJE

El universo andino es, sin duda, uno de los ecosistemas o conjunto de paisajes más
complejos que puedan hallarse sobre la tierra. No sólo comprende la región cordille-
rana, sino que abarca también una estrecha franja costera que corre paralela a la sierra
a lo largo del litoral del Pacífico; y otra zona más ancha de pie de monte («yungas»)
y selvas situada al oriente del sistema serrano, que desciende en una suave pendiente
hacia las cuencas de los grandes ríos. Así, costa, sierra y selva, tan diferentes entre
sí, son los tres grandes paisajes íntimamente relacionados que componen el espacio
andino. Pero si el primero y el último son importantes, la gran cordillera, la sierra, con
sus altitudes abruptas, sus nódulos y articulaciones, sus llanuras de altura (punas), sus
salares, sus ríos encajonados en quebradas, sus valles profundos, sus paisajes en cues-
ta, sus altas cumbres de nieves eternas, sus abras (pasos entre los cerros), sus vientos,
sus noches heladas, y su gran variedad de microclimas, conforma un conjunto cuya
biodiversidad es única en el planeta.
La costa es seca y desértica (aquí hallaremos algunos de los desiertos más extre-
mos de la tierra, Sechura y Atacama, por ejemplo). En esta zona, apenas moteada por
pequeños oasis originados por los ríos que de corto cauce y caudal estacional descien-
den rápidamente de la cordillera, el agua establece la frontera de la vida. Por contras-
te, la región de la selva es húmeda y de vegetación exuberante, con nieblas matutinas
y cerros apelmazados de verdor, donde la fauna y la flora son de una extraordinaria
variedad. Aquí se inician algunas de las cuencas fluviales más importantes de la hidro-
grafía mundial (las del Orinoco, el Amazonas, o las del complejo Pilcomayo, Bermejo,
Salado). La sierra, por último, serpentea desde las cálidas costas del Caribe hasta los
fríos hielos del Estrecho de Magallanes: es como un cordón vertebral que articula todo
el conjunto y donde además se hallan algunas de las cumbres más elevadas de la Tierra,
muchas de ellas volcanes en plena actividad. Todos estos elementos en continua inter-
acción generan el espacio natural andino, a veces de más de mil kilómetros de ancho,
a veces más estrecho. Un espacio donde se desarrollaron algunas de las culturas más
importantes de la humanidad.
américa.1.03 11/5/05 12:06 Página 54

54 HISTORIA DE AMÉRICA LATINA

Sierra Nevada
de Santa Marta
Pico Bolivar
Océano
Golfo
de L. de Maracaibo
Urabá Atlántico
rinoco
al e na
.O

R
M agaduca

Golfo de eta
R . M ia r e
Panamá v
C

R . Gu a
R.
R.

Punta Salinas Volcán Chimbarazo


.N R. Japur z o na s
R

ap a Ama
Golfo de o R.
n
Guayaquil Mara ñó a
ús
R.

r
R . Uca y a

Pu
dei

Punta Talara
a
R.

M
R.

li
Nevado
Huascarán
R. Beni

L. Titicaca
L. Poopó
Golfo de Arica uay
R.

R. Pa g
ra

lc
Pi

om
Nevado Illimani ay
o

Bahía de Balparaiso
R. Pa

Pico Aconcagua an
r

Océano Atlántico
Arch. de Chiloé

Océano Estrecho de Magallanes

Pacífico
Cabo de Hornos

MAPA 3.1. AMÉRICA ANDINA FÍSICA


américa.1.03 11/5/05 12:06 Página 55

LA REGIÓN ANDINA 55

Si cogemos un pedazo de papel, lo estrujamos hasta comprimirlo al máximo y lue-


go lo extendemos, obtendremos una fiel representación de lo que puede ser el espacio
andino. Un paisaje arrugado donde todo está en cuesta, con pendientes más o menos
pronunciadas que crean un paisaje determinado por la verticalidad: es lo que algu-
nos autores han denominado «el horizonte vertical». En él podemos encontrar todo
tipo de niveles o «nichos» ecológicos, producidos por actores tan diversos como la tem-
peratura, la humedad, la altitud, la intensidad y la dirección de los vientos, las horas
de insolación, el grado de inclinación y la orientación de las laderas, la pluviosidad, las
características edáficas del terreno… variables todas que además se interactúan. Esta
enorme cantidad de microambientes ecológicos coexisten a veces en un reducido es-
pacio, generando la extraordinaria biodiversidad que posee la región.
Ocurre así que es posible en pocas horas cambiar por completo de escenario: las os-
cilaciones térmicas diarias suelen ser importantes, en ocasiones superiores a los 30 gra-
dos. También en una reducida distancia podemos hallar situaciones bien diferentes. El
paisaje cambia completamente si ascendemos en altura: en cotas inferiores a los 1.000
metros la tropicalidad determina las condiciones de la vida; por encima de los 3.000 va
desapareciendo la vegetación y el aire se vuelve cada vez más seco; hasta llegar a los
páramos o a las punas, a 4.000 metros, donde sólo hallamos un pasto ralo llamado
ichu, salares milenarios y el silencio de los nevados eternos. Un espacio dotado de una
extraordinaria potencialidad pero en el que la distancia siempre es mayor que la que
señalan los mapas.
A pesar de estas hostiles condiciones, los hombres y mujeres andinos («runa»,
«runaquna» en plural en quechua) supieron adaptarse a este ambiente tan diverso y
complejo y lo manejaron no como dificultad sino como ventaja. Aplicaron métodos
y sistemas de explotación de los recursos que no sólo les permitió sobrevivir y multi-
plicarse, sino generar el excedente necesario para desarrollar grandes civilizaciones.
Esta interacción con el medio, basada en la complementariedad productiva del hori-
zonte vertical y en la organización de la vida material, fue la que produjo un complejo
de culturas que han evolucionado en el tiempo y en el espacio llegando hasta nosotros
gracias a la elaboración de una lógica netamente andina. Sólo así es posible explicar
que en una de las regiones más altas de la tierra se ubicara la mayor parte de la pobla-
ción del continente sudamericano.
Complementariedad ecológica y productiva y organización social adaptada a las
condiciones del medio para explotar equilibradamente los recursos aportados por la
gran diversidad de microambientes fueron las claves de este proceso de desarrollo cul-
tural. Ubicados en asentamientos dispersos para poder acceder a los diferentes nichos
o «islas productivas» que, a manera de archipiélagos diseminados por la región, apor-
tan los diversos elementos necesarios para el desarrollo de la vida material, las socie-
dades andinas alcanzaron un alto nivel de autonomía económica y una gran diversidad
productiva basada en la complementariedad de los ecosistemas.
Su organización social se basaba en dos principios: la reciprocidad («aynillmanta
llamkakuni», yo trabajo lo mismo para ti que tú para mí) y la redistribución (es decir,
el intercambio equilibrado entre los miembros de la comunidad de la producción que
obtenían con el trabajo en los dispersos nichos ecológicos); principios ambos soste-
nidos por un acertado manejo de lo colectivo.
américa.1.03 11/5/05 12:06 Página 56

56 HISTORIA DE AMÉRICA LATINA

GRÁFICO 3.1. DIFERENTES DISTANCIAS ENTRE LOS PISOS DE CULTIVO EN LOS ANDES DE PÁRAMO
Y DE PUNA

ANDES DE PÁRAMO

4.000

Piso del pastoreo


3.500

Piso de la papa
3000

Piso del maíz


2.500

Piso del algodón


2.000
1 2 3 4 5 6 7 8
horas

ANDES DE PUNA

4.000

Piso del pastoreo


3.500

Piso de la papa
3000

Piso del maíz


2.500
Piso del algodón

2.000
1 2 3 4 5 6 7 8
días

FUENTE: Alba Moya, Atlas de historia andina, Cuenca, 1995.

3.2. LAS PRIMERAS SOCIEDADES ANDINAS

En este espacio andino, poblado desde muy antiguo, coexistieron diversos estadios
culturales en diferentes grados de evolución. Así pues, para conocer el pasado remo-
to de un área concreta es necesario recurrir a su cronología específica a fin de ir enten-
diendo el proceso; y en esta tarea, los arqueólogos han desarrollado un trabajo funda-
mental. Porque si en 1532, en el momento de la invasión europea, el Imperio incaico
había alcanzado altísimas cotas de desarrollo cultural, en la misma región otras cul-
turas habían evolucionado mucho más lentamente.
Si la fase de cazadores-recolectores comenzó desde el mismo momento del po-
blamiento, hace más de 12.000 años, algunos grupos continuaron en ella durante
siglos, en especial en el oriente o incluso en la costa.
américa.1.03 11/5/05 12:06 Página 57

LA REGIÓN ANDINA 57

Al finalizar el Pleistoceno, la última edad glaciar, algunos cazadores-recolectores


se habían ubicado en las áreas dotadas con mayores recursos de la región. La cantidad
y accesibilidad de estos recursos marcaron la existencia de diferentes grados de cre-
cimiento y evolución en los grupos humanos: una diferenciación que se tradujo en
distintos desarrollos históricos regionales.
La producción de alimentos mediante la agricultura originó lo que algunos auto-
res han denominado la revolución neolítica o revolución tribal, y sólo fue alcanzada
por algunos grupos y en determinadas zonas. Otros, a veces cercanos geográficamen-
te a los anteriores, continuaron con sus antiguas prácticas de recolección.
El Neolítico andino fue una revolución caracterizada por la diversidad cultural
porque distintos pueblos en diferentes grados de evolución coincidieron en el tiempo
y casi en el mismo espacio. Sobre el año 7000 a.n.e., algunas comunidades asentadas
en la cordillera o en los valles costeros desarrollaron una eficaz producción agrícola,
alfarera y textil, aunque sin abandonar la recolección de ciertos productos.
Los grandes cambios climáticos ocurridos en esta época (retroceso de los glaciares,
aumento de la pluviosidad, etc.), conllevaron notables transformaciones en la flora y
la fauna de la región. Los cazadores-recolectores sufrieron una profunda crisis origi-
nada por el proceso de readaptación al que se vieron obligados. A diferencia de éstos,
en los grupos sedentarizados la agricultura comenzó a tener cada vez mayor inciden-
cia sobre sus formas de vida, lo que les llevó a elaborar mecanismos más complejos
de organización laboral y social y a conformar una tradición cultural referida al espa-
cio concreto que ocupaban.
Una tradición que tuvo que ver con sus particulares formas de enfrentar la relación
con el medio y con las soluciones específicas que encontraron para producir lo nece-
sario a fin de asegurar el sustento y el crecimiento del grupo; soluciones en las que el
sistema de parentesco ocupó un lugar fundamental. No estamos ante un proceso de
simple adaptación al medio, sino ante el desarrollo de diversos modelos de organiza-
ción de las fuerzas productivas; sus variados tipos y formas son las que originaron esta
diversidad cultural que encontramos en los Andes desde fechas muy tempranas.
Podría afirmarse, por tanto, que la complejidad del medio sobre el que se asenta-
ron fue la que les obligó a elaborar estrategias organizativas que marcaron su evolu-
ción, frente a otras sociedades que, acaso satisfechas en sus necesidades mínimas con
la caza o la recolección, quedaron más estancadas en su desarrollo.
En este largo período de gran movilidad, una vez liberadas muchas tierras de los
hielos glaciares, algunos grupos nómadas tomaron el camino de oriente, hacia la
región amazónica, lo que explicaría el temprano poblamiento de la zona; otros que-
daron en la zona costera y selvática de los actuales Ecuador y Colombia, donde la
recolección era relativamente fácil y exitosa; es decir, evolucionaron escasamente en
sus formas de explotación de los recursos que hallaban en las áreas por las que se des-
plazaban porque, sencillamente, no lo necesitaban. En cambio, los que permanecie-
ron en la cordillera, o los que apenas si pudieron establecerse con serias dificultades
en los oasis de los desiertos costeros, necesitaron nuevas formas de organización y de
interacción con el medio para mantenerse y crecer.
La relación activa entre hombres, animales (especialmente los camélidos, llamas,
alpacas, vicuñas, etc.) y plantas (papas, quinua, algodón, maíz, oca, etc.) generó for-
mas culturales novedosas, y, sobre todo, obligó a los runa a diversificar su trabajo:
se aplicaron a la agricultura en determinadas altitudes (la zona llamada «quechua»,
GRÁFICO 3.2. CLIMAS, ALTURAS Y CULTIVOS EN EL HORIZONTE VERTICAL ANDINO
américa.1.03

58

metros
7.000
11/5/05

Nieves perpetuas
12:06

6.000
Zona de nieves

Tierras heladas Nieves estacionales

5.000 Deshielos estacionales


Página 58

Glaciares Salares

Límite de la vegetación
Zona de Puna
Pastizales para camélidos
y ovejas
Límite de los cultivos
4.000
Zona de páramos 6
Tubérculos y cereales
de altura
Tierras frías 9 10 11
Límite del cultivo
HISTORIA DE AMÉRICA LATINA

8 del maíz

3.000 7
Zona de Quechua Límite de
4 5
las heladas
1
2 12
13
Tierras templadas 3 Región de los valles Zona de Yunga
2.000
1, Quito. 2, Cuenca. 3, Loja. 4, Cajamarca. 5, Huaraz. 6, Cerro de Pasco. 7, Huancayo. 8, Cusco. 9, Titicaca. 10, La Paz.
11, Potosí. 12, Arequipa. 13, Cocha Bamba.

FUENTE: Alba Moya, Atlas de historia andina, Cuenca, 1995.


américa.1.03 11/5/05 12:06 Página 59

LA REGIÓN ANDINA 59

entre los 2.500 y los 3.000 m); al pastoreo, a la caza de algunos animales no domes-
ticables (guanacos) en las punas (por encima de los 3.000 m) y a la obtención de sal
en los salares de altura; y a la recolección (coca, frutas, maderas, etc.) en las zonas
bajas de los valles costeros o del oriente selvático. Esta necesidad de trabajar y ma-
nejar los recursos de nichos ecológicos tan distintos y a veces tan distantes, fue la que
provocó la evolución hacia formas de organización más complejas que las que se re-
querían en las tareas de nomadeo para la caza y la recolección. Formas de organiza-
ción que les permitió acceder a diferentes ecosistemas, más arriba o más abajo, sin
tener que establecerse en ellas perennemente porque el núcleo del grupo residía en
un punto central (en la zona de quechua) que les facilitaba los desplazamientos hacia
otras áreas.
Los cazadores-recolectores conformaron durante milenios los grupos más nume-
rosos en la región andina, y como se ha indicado, evolucionaron muy lentamente. Su
dispersión por la geografía fue extraordinaria, adaptándose a los diferentes productos
de cada región. Elaboraron en torno a ellos, a su abundancia o escasez, o a la dificul-
tad para su acopio, modelos culturales que aunque poseen una matriz común, adqui-
rieron formas diferentes según las diversas zonas. Su instrumental era muy rudimen-
tario inicialmente, piedra lascada y huesos, y en cuanto a sus formas de organización
normalmente permanecieron en el estadio de las bandas pretribales.
Normalmente poseían un área más o menos determinada de nomadeo en función
de las estaciones y las migraciones de la caza. Cuando éstas eran más acusadas, ob-
viamente el área de nomadeo debía ser mayor. Sus sistemas de organización social
fueron complicándose en la medida en que el éxito acompañaba a alguno de estos gru-
pos y crecía en número teniendo, por tanto, mejor acceso a los recursos y mayor capa-
cidad de captura. Al parecer, la redistribución existió en su interior, si bien efectuada
de un modo muy asimétrico, considerando que en estos procesos de intercambio inter-
venían factores tan diversos como la pertenencia al linaje dirigente, la distinta difi-
cultad de las tareas asignadas a los diferentes sectores en que podía segmentarse la
banda en el reparto de tareas (predominio de los encargados de la caza y de la guerra
frente a los recolectores), los ciclos vitales en que se encontraran los individuos
(infancia, vejez) o el lugar que ocuparan en los rituales, que si bien iban destinados a
reforzar los lazos comunales originaron también una élite que los dirigía.
Una de las características más relevantes de estos grupos pretribales, tanto en la
costa, en la sierra, o en la selva, y desde los actuales grandes ríos colombianos hasta
el sur chileno, es que el ciclo entre apropiación de alimentos (por recolección o cap-
tura) y su consumo era muy breve. Este ciclo debía ser continuo, sin posibilidad de
interrupciones, lo que obligaba al grupo a una constante actividad, es decir, a una con-
tinua precariedad, al no existir control sobre la disponibilidad de alimentos ni sobre
su preservación o almacenaje. El excedente era nulo y, así, las contingencias natura-
les constituían una amenaza potencial permanente que podía acarrear la destrucción
total o parcial del grupo. La reciprocidad era entonces entendida como una salva-
guarda que el colectivo ofrecía ante posibles carencias individuales. La sumisión al
grupo, por tanto, era consustancial a la supervivencia, y la entrega al mismo la esen-
cia de las relaciones sociales.
américa.1.03 11/5/05 12:06 Página 60

60 HISTORIA DE AMÉRICA LATINA

3.3. LOS DESARROLLOS REGIONALES

En la medida en que ciertas sociedades de cazadores-recolectores iniciales pudie-


ron ubicarse sobre áreas que ofrecían mayores recursos potenciales, su sedentarización
se fue produciendo paulatinamente. La agricultura pudo iniciarse con la domestica-
ción de las primeras plantas, cobrando cada vez mayor peso sobre la recolección. Ello
permitió y obligó a estos pueblos a desarrollar sistemas más complejos de organiza-
ción, operándose importantes transformaciones por las que transitaron del estadio de
banda a formas tribales caracterizadas, entre otras cosas, por el cacicazgo, es decir,
una jefatura basada en el linaje. Es lo que algunos arqueólogos denominan la «fase de
poblados-aldeas».
Surgieron asentamientos permanentes, el crecimiento demográfico fue notable con
las mejoras en la alimentación, y la apropiación de los terrenos más fértiles para el
cultivo, bien por la fuerza o por pactos de intercambio, constituyó para ellos una obli-
gación. Aparecieron también las manufacturas, motivadas por sus nuevas necesida-
des; comenzó el almacenamiento de excedentes y los intercambios de productos, en
la medida que no era necesario su consumo urgente y sí el de otro tipo de bienes com-
plementarios. Por último, se inició la circulación de bienes de prestigio o suntuarios,
que entraron también en los circuitos de intercambio y cobraron una gran fuerza sim-
bólica.
En algunos de estos poblados, los rituales se hicieron más complejos (no sólo
funerarios) y se relacionaron fundamentalmente con los ciclos agrícolas. A través del
conocimiento de los astros aprendieron a manejar el calendario, que resultó funda-
mental para garantizar el éxito agrícola. Así fue como se consolidaron ciertos pobla-
dos, transformados ahora en centros ceremoniales o santuarios: una especie de orácu-
lo para las actividades agrícolas, que se unía la transmisión de determinadas técnicas
de cultivo, en especial las que tenían que ver con el uso del agua. En estos centros se
aseguraban mayores rendimientos a los fieles que siguiesen sus indicaciones, y su in-
fluencia creció por la región. Con todo ello, la estructura tribal del cacicazgo fue dando
paso a la existencia de una casta sacerdotal, basada en el conocimiento de las técni-
cas y ciclos agrícolas, junto a un sector militar o guerrero que concedía seguridad a
los adeptos frente a sus enemigos a la par que expandía el prestigio del grupo domi-
nando y esclavizando a los vecinos. Era el paso previo a la constitución de los prime-
ros señoríos étnicos, donde el poder teocrático y el militar se daban la mano.
Si es que puede hablarse en éstos términos, el régimen de propiedad de la tierra se
fue afianzando como un elemento importante del modelo andino. Asumían como pro-
pia el área cultivada (la marka) gracias al trabajo de la comunidad: la llacta (pueblo,
tierra) donde, además, moraban sus dioses, sus huacas. Un área concreta, unos dioses
locales. Ambos elementos dotaban al grupo de especiales señas de identidad, en la
medida que tierras y dioses poseían características propias que les diferenciaban del
resto. Una tierra que debía ser, además, defendida de posibles depredadores. Fue sur-
giendo una especie de concentración de asentamientos, fundamentalmente en aque-
llas zonas susceptibles de un mayor uso agrícola como, por ejemplo, los valles inter-
andinos y las orillas de los ríos costeros.
La delimitación del área de cultivo y el perfeccionamiento de las técnicas de
explotación permitieron elaborar previsiones sobre las cosechas, y racionalizar el con-
américa.1.03 11/5/05 12:06 Página 61

LA REGIÓN ANDINA 61

Guajiros Caquetios
Senues Tairona
Cuicas Timotes
Choco Lache
Barbacoas Muiscas
Atacames Paez
Quimbayas Pastos
Manteños Yumbos
Chonos Quijos
Quitos Puruha
Tallanes Shoar
Cañaris Chachas
Moches Paltas
Chimor Huamachucos
Huayllas Chupaichos
Chancay Chancas
Ichma Canchis
Chincha Inka
Huancas Nasca
Paraca Collaguas
Sora Canas
Colla Pacaje
Pukina Chiriguano
Lupaqa Carangas
Lipe Chincha
Atacamas Diaguita
Picunche Huarpes
Mapuches Chonos

MAPA 3.2. ALGUNOS DE LOS PRINCIPALES GRUPOS ÉTNICOS Y SEÑORÍOS ANDINOS PRECOLOM-
BINOS
américa.1.03 11/5/05 12:06 Página 62

62 HISTORIA DE AMÉRICA LATINA

sumo de sus frutos. Ello ocasionó que las formas de organización de la vida y funda-
mentalmente del trabajo, se fueran consolidando hasta conformar una tradición; y a la
vez se adquiría la certeza de que la acción del grupo sobre la naturaleza era lo que ase-
guraba el éxito, siendo menos dependientes de los avatares de un medio hostil. La
obtención de bienes de consumo, por ejemplo, dependía de la cantidad —pero tam-
bién de la calidad, en cuanto a organización— de la mano de obra disponible como
fuerza de trabajo. Por otro lado, surgió la necesidad de determinados bienes que re-
querían una especialización productiva, como ciertos textiles, cierta cerámica, ciertos
instrumentos. O un mayor conocimiento de determinadas técnicas para realizar algu-
nas tareas agrícolas o pastoriles, o para el manejo del agua de regadío.
Esta especialización por actividades, distintas del trabajo agrícola, produjo desa-
justes en los tradicionales mecanismos de reciprocidad y redistribución, por lo que tu-
vieron que ser modificados en función de estas circunstancias a fin de evitar o disminuir
las asimetrías al interior del grupo. Así, las diferentes actividades laborales llegaron a
entenderse como partes de un mismo proceso, sin las cuales el éxito era imposible.
Por tanto, estas formas cada vez más complejas de organización, surgidas a partir de
la interacción del grupo con el medio, fueron generando particularismos zonales, en
tanto que cada comunidad o conjunto de comunidades encontró y aplicó soluciones
diferentes adaptadas a sus propias circunstancias. Todo lo cual dotó a la región andi-
na de una gran diversidad cultural que dio lugar a distintos desarrollos regionales.
En torno a 2000 a.n.e., cuando comienza a aparecer la cerámica como elemento
diferenciador de estas culturas regionales primitivas, casi todas las plantas que el
hombre andino utilizaría en adelante ya estaban adaptadas y distribuidas por la región.
Como hemos comentado, comenzaron a erigirse los primeros centros ceremoniales o
santuarios, basados en el manejo de los calendarios agrícolas. La temprana arquitec-
tura monumental demuestra el nivel de organización alcanzado por algunas de estas
sociedades, donde era posible dedicar a la construcción parte del excedente acumula-
do, o hacer acopio, mediante las ofrendas rituales o el pago de un tributo en especie,
productos aportados por otros grupos dominados militar o religiosamente.
Lo que algunos arqueólogos denominan el Período Formativo u Horizonte Anti-
guo, tuvo en la sierra su principal punto de partida. Chavín, un templo situado en las
tierras altas de Ancash, fue su centro más importante. Este lugar ha sido considera-
do como la raíz de la civilización andina, cuyo apogeo debe datarse entre el 1000 y el
300 a.n.e. La polémica al respecto ha sido intensa: dos especialistas en el tema como
Julio C. Tello y Rafael Larco no parecieron ponerse de acuerdo sobre si el origen de
Chavín debía situarse en la costa o en la sierra. Como quiera que fuese, puede afir-
marse que la importancia de Chavín no estuvo en que constituyera un complejo cere-
monial concreto, sino en un conjunto de manifestaciones religiosas que se extendió
por toda la región y que consiguió reunir y difundir una serie de conocimientos, con-
ceptos, técnicas y tradiciones procedentes de la costa, la sierra y la selva.
En sus muros, los relieves muestran la ferocidad de los dioses: rostros con colmi-
llos, pedazos de cuerpos destrozados, calaveras y huesos, reflejan la fuerza de sus
divinidades. Entonces se forjó una relación asimétrica entre los hombres, campesinos
o artesanos, con la casta sacerdotal, que es la que interpretaba, hablaba y se comuni-
caba con tan terribles deidades. El runa debía tributar (en especies o en trabajo) si
deseaba la aquiescencia divina en su vida o el éxito en sus cosechas, porque la fuerza
de la naturaleza hostil, manejada cuando no conformada por los dioses, podía casti-
américa.1.03 11/5/05 12:06 Página 63

LA REGIÓN ANDINA 63

garlo en cualquier momento. Los dioses, como la naturaleza, reunían los poderes del
bien y el mal simultáneamente. Los sacerdotes entendían el lenguaje de la naturaleza,
eran los intérpretes de los dioses y a la vez los valedores del hombre ante ellos. El
templo y su casta sacerdotal se situaban en el corazón de la vida económica, social y
espiritual de las comunidades.
Si al principio el centro ceremonial de Chavín estuvo constituido por el templo en sí
y por las moradas de sus servidores, su fama creciente obligó a nuevas construcciones,
entre otras el conocido como «templo nuevo», un inmenso complejo donde habitó una
población numerosa, con almacenes y depósitos para guardar los tributos o contribu-
ciones, y grandes explanadas donde tenían lugar las multitudinarias ceremonias. En
ellas, la redistribución de algunos de los productos recibidos confería a la celebración
un carácter festivo, a la par que mantenía y reforzaba los vínculos del centro religio-
so con sus fieles. La fiesta era la demostración de la generosidad de los dioses.
La influencia de Chavín fue grande y no cesaron de llegar ofrendas y tributos des-
de lugares muy lejanos. Su fama se extendió por los Andes: por ejemplo, el dios de
las varas, manifestado en una de sus estelas, aparece posteriormente en otras culturas
como paracas, tiwanaco, wari e incluso en los templos incaicos. Sacerdotes de otras
áreas acudieron a Chavín en busca de la sabiduría (seguramente de las técnicas agrí-
colas y astrales, y parece que de las metalúrgicas también) y extendieron sus rituales
por toda la región, multiplicando los santuarios incluso en la costa y tanto al norte
como al sur de la sierra. Parece que estos centros emanados de Chavín no tenían vincu-
laciones entre sí, sino que adquirieron sus propios particularismos según las zonas, a
partir de esta matriz común. El resultado fue un mayor desarrollo de la agricultura, la
ganadería y sus técnicas en toda la región, y un aumento de la población y del presti-
gio político y económico de las castas sacerdotales. El impacto de Chavín fue tan
importante que, a partir de él, estas culturas regionales —como ha señalado Guiller-
mo Lumbreras— pudieron «fabricar su propio ambiente». Como si con sus nuevas
capacidades productivas, o tomando de otros lo que necesitaban, tanto material como
técnicamente, fueran conscientes de que podían alcanzar su plena autonomía eco-
nómica en el medio en que se desarrollaran.
Así pues, estamos ante un conjunto de sociedades diferentes pero que van adqui-
riendo similares tecnologías básicas, aunque definiéndose o distinguiéndose entre sí
hasta conformar diversos desarrollos regionales, siempre caracterizados por sus cen-
tros ceremoniales: en el norte (Cuenca), en Lima (Pachacamac), en Cajamarca, Aya-
cucho, Ica, Cuzco (o el Cusco), valle de Chincha, Huarpas, Paracas, Nasca, o Pucará,
en la zona de Puno.
Éste fue también un tiempo de guerras, de grandes conflictos interétnicos. Guerras
que tenían como objetivo apoderarse, ocupar o situarse en las mejores zonas agríco-
las; acrecentar el prestigio y la influencia de los diferentes centros ceremoniales, de
las castas sacerdotales y de los señoríos militares, dominando a sus vecinos; acumu-
lar mayores cantidades de bienes en los almacenes; controlar abundante mano de obra
para las construcciones y el trabajo en los campos, fundamentalmente esclavizando a
los enemigos. Todo ello, además, procurando mostrar una mayor aparatosidad y refi-
namiento en los cultos religiosos, a la vez que aumentar el prestigio y los bienes sun-
tuarios adquiridos por sus dirigentes. Guerras y conflictos en los que los hombres
hicieron intervenir a sus dioses, que justificaban y conducían sus acciones. Un tiem-
po de dioses poderosos, sacerdotes influyentes y guerreros sanguinarios.
américa.1.03 11/5/05 12:06 Página 64

64 HISTORIA DE AMÉRICA LATINA

Además de Chavín, o como consecuencia de esta cultura, dos grandes focos regio-
nales cobraron una fuerza especial y tuvieron una gran influencia en el futuro: una en
la zona costera del norte peruano, Moche; y otra en las alturas del lago Titicaca: Ti-
wanaco.
En los valles actuales de Trujillo y Lambayeque se desarrolló la cultura mochi-
ca. Dos inmensos complejos ceremoniales, la Huaca del Sol y la Huaca de la Luna
(300 a.n.e), entre otros, testimonian la importancia que alcanzaron los señoríos de la
costa del norte peruano. El desarrollo agrícola de esta región llevó a los señores de mo-
che a convertirse en los más importantes y poderosos de toda la zona. El regadío se
aplicó intensamente extendiendo los cultivos, e incluso usaron el guano (excrementos
de aves marinas) como abono, a lo que sumaron una gran actividad pesquera. Además
pusieron en práctica una política militar muy agresiva que les permitió capturar a
miles de esclavos entre los grupos vecinos. El desierto costero podía dominarse.
La necesidad de contar con más tierra cultivable a causa del incremento demográ-
fico les hizo temibles guerreros, invadiendo, ocupando y esclavizando a los demás va-
lles costeros del norte, adentrándose incluso en la sierra hacia la zona de Cajamarca.
La iconografía, a través de una prodigiosa cerámica (probablemente una de las más
importantes de la historia de la humanidad) y los murales escenográficos de los tem-
plos, demuestran la existencia de una intensa actividad social, política y económica.
Las castas sacerdotales y militares acabaron fundiéndose en un señorío teocrático que
les proporcionó un prestigio y una fuerza formidables; señores que gozaron de los
excedentes productivos y que aparecen con todo tipo de lujos y fastuosos atavíos en
sus sepulcros (Sipán), señalando las diferencias abismales que existían entre éstos y
los artesanos o campesinos (ni hablar de los esclavos), apenas sin recursos y someti-
dos a un rudo trabajo y a una fuerte presión.
No existieron grandes ciudades, salvo los enormes complejos ceremoniales cons-
truidos en adobe y pintados con los colores más vivos. La guerra y el continuo trajín
de hombres, tributos y mercancías caracterizaron la vida en esta región.
Al otro extremo, en Tiwanaco, en los alrededores del Titicaca, se ubicó otra gran
cultura regional de extraordinaria influencia en todo el sur andino. El desarrollo agrí-
cola de la zona, a una elevada altitud (por encima de los 4.000 m), una gran aridez y
pluviometría estacional (escasa y sólo durante dos o tres meses al año), necesitó la
complementariedad de productos procedentes de los valles y las punas (ganadería de
altura). Tuvieron que combinar diversas estrategias de cultivo y manejar un compli-
cado sistema calendárico para predecir las épocas de sequía y aprovechar las inun-
daciones provocadas por la subida del nivel de las aguas del lago; a la par que nece-
sitaron establecer sistemas de almacenamiento y racionamiento de los bienes para
hacer frente a las temporadas de escasez. Ante un medio aún más hostil necesitaron
formas de organización todavía más complejas. De ahí que la experiencia Tiwanaco
se expandiera por todas las zonas altas del sur andino como la única capaz de asegu-
rar la subsistencia y la autonomía económica.
La construcción de terrazas escalonadas para aprovechar las laderas, la explota-
ción de los salares de altura para conservar la carne (charqui, carne salada), o el uso
de canales de riego, fueron técnicas que permitieron no solo mejorar la producción
agrícola sino el establecimiento de grandes contingentes de población en esas altitu-
des. Pero sobre todo hay que señalar que el núcleo principal de esta cultura no residió
en éstas u otras realizaciones materiales, sino en el conocimiento y en el manejo de
américa.1.03 11/5/05 12:06 Página 65

LA REGIÓN ANDINA 65

los calendarios, que resultaban básicos para regular las siembras y las cosechas, apro-
vechando los períodos de humedad y sequía, y para fijar las fechas en que era posible
acarrear otros productos desde zonas complementarias.
El templo, observatorio astronómico y centro de este conocimiento, constituía el
eje en torno al cual giraba la vida, mientras la población se diseminaba por los terre-
nos de cultivo. Pero dadas las particulares condiciones del altiplano andino, tan apa-
rentemente homogéneo aunque tan diverso en realidad, otros centros similares, más
allá del mismo Tiwanaco, fueron surgiendo y ubicándose por la región (Pucará, Chi-
ripa, Tuma-Tumani). Los recursos que no podían obtenerse en la zona nuclear se con-
seguían por intercambio con los valles, hacia la costa (Moquegua, Arica), o con las
punas, situadas por encima de los 4.500 metros y donde la agricultura era imposible,
pero en las que se desarrolló una ganadería intensiva de camélidos que proporciona-
ron carne, lana, abono y transporte.
Esta relación íntima del hombre con los dioses a través de sus sacerdotes, que leían
en los astros, en los vientos, en las lluvias, en las tormentas y en los temblores los
mensajes de la divinidad, se hizo consustancial a la supervivencia y al modelo cultu-
ral Tiwanaco. La ciudad llegó a lograr su máximo desarrollo en torno a los años 700-
800 d.n.e, aunque su proceso de formación y crecimiento fue muy lento, arrancando
desde muy atrás. Templos como el Pumapunku (punku, puerta), o la plataforma de
Kalasasaya (con la famosa puerta del sol), orientadas este-oeste, es decir, orto-ocaso,
son característicos de esta cultura, cuya influencia sobre los incas fue muy importan-
te. Como luego veremos, los incas decían proceder del Titicaca, e incorporaron bue-
na parte de los elementos aportados por Tiwanaco.
En la zona del actual Quito, en Cuenca, Lima, Chincha, Nasca o Ayacucho (Huar-
pa), otras culturas fueron adquiriendo rasgos de desarrollo propio, si no tan elevados sí
bien significativos, y muestran la fortaleza y la evolución progresiva que fue alcanzan-
do el mundo andino. Agricultura calendarizada, sistemas y técnicas de regadío, cons-
trucción de terrazas, almacenes para guardar el excedente, intercambio de productos
con otras zonas, manejo intensivo de los diversos microambientes, especialización pro-
ductiva de una parte de la población, ganadería en las zonas de altura, métodos de con-
servación de los alimentos, notable alfarería policroma, telares cada vez más perfec-
cionados, son algunas de las características comunes de todas estas culturas.

3.4. LA FASE DE LOS ESTADOS: WARI Y LOS SEÑORÍOS ÉTNICOS REGIONALES

En torno al siglo VI d.n.e., y a grandes rasgos, podría afirmarse que los desarrollos
regionales evolucionaron hacia formas cada vez más belicistas: poco a poco, los seño-
ríos teocráticos se transformaron en señoríos militares que, en su afán por acumular
mayores recursos, más tierras y más servidores, expandieron su poder sobre sus veci-
nos por la fuerza de las armas. La multiplicación de los centros urbanos a partir de los
centros ceremoniales ofrecía grandes beneficios a quienes emprendieran su conquis-
ta: mucha población concentrada, almacenes copiosos, riquezas acumuladas… Las
ciudades y santuarios fueron así objetivos prioritarios de estos pueblos en expansión.
La intensificación agrícola y ganadera y la creciente actividad de los circuitos de
intercambio requirieron cada vez una mayor cantidad de mano de obra que sólo podía
obtenerse rápidamente mediante guerras de conquista, sometiendo a las poblaciones,
américa.1.03 11/5/05 12:06 Página 66

66 HISTORIA DE AMÉRICA LATINA

trasladándolas hacia donde eran necesarias o simplemente esclavizándolas. Así pues,


el modelo que hemos mencionado no se quebró en lo sustancial, pero ahora el éxito
en lo económico se obtenía por la aplicación de rotundas medidas de fuerza. La teo-
cracia dejó su lugar a la política de los hechos consumados mediante la violencia y la
guerra. Los sacerdotes fueron desplazados o sustituidos por una casta militar, o se
convirtieron ellos mismos en una aristocracia guerrera.
Casi todas las zonas desarrolladas en el período anterior entraron en una fase
expansiva militar: unos la culminaron, otros quedaron en el camino. Moche hacia
Lambayeque, o Tiwanaco hacia los fértiles valles de Moquegua.
Uno de estos grupos étnicos, un señorío transformado ahora en una casta militar,
originarios de una ciudad conocida como Wari, situada en el entorno de Ayacucho y
que antes había sido una zona de desarrollo regional Huarpa, inició una veloz expan-
sión en varias direcciones a la vez. Quizá su gran novedad estuvo en la fuerza y ex-
tensión de esta oleada expansiva que les llevó a ocupar —si no siempre militarmente
sí a influir en lo político y lo económico— el inmenso espacio situado entre el sur de
la línea ecuatorial y el área del lago Titicaca. Una expansión dirigida fundamental-
mente hacia las zonas de mayor actividad agrícola, hacia los valles de Moquegua ocu-
pados ahora por los pueblos de Tiwanaco, o a los valles de Chincha, el Valle Sagrado
de Cuzco, el del Mantaro, los de Ica y Nazca, las regiones de Lambayeque y Chacha-
poyas, Piura e incluso el Azuay en el actual Ecuador.
Estos invasores estaban constituidos por grupos muy organizados militarmente,
construían fortalezas en aquellos lugares donde se ubicaban y se reconocían como
procedentes de Wari. Aunque no conocemos con exactitud las razones de su expan-
sión, tan rápida como extensa, ocurrida en torno al 600 d.n.e., parece que la fomentó
un desarrollo urbano desmedido para sus posibilidades de abastecimiento: un desarro-
llo urbano originado por el aumento de la producción artesanal, fundamentalmente
textil, que necesitaba una gran cantidad de productos agrarios para mantenerse. Wari
era un conglomerado de influencias, desde Nasca a Tiwanaco, tanto en su cosmogo-
nía o sus dioses como en las técnicas que empleaban. Pero lo que parece caracterizar
a esta cultura es el desarrollo peculiar que dieron a la urbanización (ciudades con
estructura de damero, casas de adobe y paja de una o dos plantas, grandes patios,
numerosos almacenes y talleres, muralla exterior protegiendo el conjunto). Bajo el
influjo poderoso de una conquista territorial sin precedentes en el mundo andino, aca-
parando abastecimientos para sus ciudades, elevaron imponentes fortificaciones que
protegían conjuntos urbanos a veces de gran tamaño. En sus campañas de invasión,
los grupos Wari removieron pueblos completos, trasladándolos hacia otras zonas don-
de les fueran de mayor utilidad, usándolos como mano de obra más o menos forzada
(mitmaqunas o mitimaes, en quechua colonos, un sistema que luego los incas utiliza-
rían profusamente). Trazaron una importante red vial que comunicaba a las ciudades
entre sí y con los centros productivos, y manejaron la tributación como un instru-
mento fundamental en la construcción de un Estado que, aunque supo utilizar la redis-
tribución y la reciprocidad, utilizó estos mecanismos de relación y producción en
beneficio de una poderosa estructura de dominación militar, religiosa y política.
Muchas fueron las ciudades fundadas siguiendo el esquema de Wari: Wiracocha,
Wariwilca, Willcawaín, Colca, no sólo en la Sierra, sino también en las cabeceras de
los valles costeños. Quizá la más conocida sea Pikillacta, cerca del Cuzco actual, un
gran complejo habitacional y de almacenamiento construido en adobe y rodeado por
américa.1.03 11/5/05 12:06 Página 67

LA REGIÓN ANDINA 67

una enorme muralla. Pikillacta todavía impresiona por su tamaño, por la disposición de
su trazado en cuadras y por el volumen de productos que podían guardar sus almacenes.
Wari provocó un notable crecimiento demográfico en las zonas donde se desarrolló.
La organización —seguramente coactiva en muy alto grado— de las fuerzas pro-
ductivas en un espacio tan grande contribuyó muy exitosamente a lograr excelentes
resultados económicos porque el intercambio de productos pudo realizarse a largas
distancias. Nuevas tierras fueron puestas en producción; las obras de ingeniería, fun-
damentalmente de canalización, contando con abundante mano de obra, se extendie-
ron por la geografía serrana; los caminos trazados y los puentes tendidos sobre las
quebradas de los ríos articularon el espacio Wari.
Su experiencia en cuanto a confección de manufacturas y el volumen de las mis-
mas hicieron que éstas alcanzaran las zonas más remotas del área ocupada: cerámica
y, sobre todo, textiles; además, introdujeron notables mejoras en los telares y en los
tornos alfareros.
Por otra parte hay que señalar que, como otros muchos casos en la historia andi-
na, Wari fue evolucionando en la medida que las culturas sobre las que se asentaron
—por conquista o por sometimiento político— influyeron sobre su modelo original; in-
fluencia recibida especialmente de aquellas que poseían mayores niveles de orga-
nización social, política y religiosa: en especial Moche y Tiwanaco. Wari no sólo in-
corporó recursos materiales o humanos procedentes de las culturas sometidas, sino
también incorporó sus dioses, sus conocimientos y sus técnicas.
De todas formas, parece que extensión e intensidad en la fuerza expansiva de Wari
no fueron de la mano. La mayor parte de las sociedades andinas ocupadas acataron la
sumisión, pero no la aceptaron. El consumo que demandaban las grandes ciudades por
la numerosa población que contenían, destinada a la producción manufacturera y a los
servicios, resultaba cada vez más difícil de atender por parte de las zonas productivas
o al menos exigían una complicada organización que Wari todavía no había conse-
guido desarrollar con la eficacia requerida. La inestabilidad producida por una ex-
pansión bélica constante impedía profundizar en el modelo de coordinación entre
necesidades de consumo y producción de recursos. La guerra parecía devorar todo lo
alcanzado, y sus necesidades desbordaron las posibilidades de un esquema todavía
frágil, especialmente cuando llevaban a cabo campañas militares lejos de sus bases de
avituallamiento.
La integración de diversas y lejanas regiones entre sí estaba apuntada pero no lle-
gó a consolidarse. Así, en el norte, Moche y Lambayeque consiguieron zafarse de la
presión Wari, y se constituyeron de nuevo en señoríos étnicos de alcance regional. En
el sur se produjo también, aunque más lentamente, la disgregación de los elementos
regionales que Wari había unido a la fuerza. Es decir, el eclipse de Wari acarreó, en
torno al siglo X d.n.e., el rebrote de los desarrollos regionales, caracterizados ahora
por la generalización de los señoríos étnicos locales: algunos con bases similares a las
del ciclo anterior; otros, muy marcados por la influencia Wari.
Por tanto, el período comprendido entre el declive de Wari y la aparición de los
incas como nuevo poder centralizador e integrador de todas estas realidades regiona-
les en el Tawantinsuyu (el Imperio incaico) se caracterizó por el desarrollo paralelo
pero irregular de diversos pueblos y culturas diseminados por el espacio: es el que
algunos arqueólogos han llamado el período Posclásico, Clásico tardío o de Estados
Regionales.
américa.1.03 11/5/05 12:06 Página 68

68 HISTORIA DE AMÉRICA LATINA

En estos cuatro siglos, del X al XIII, el mosaico de pueblos andinos que fueron
incorporándose al modelo desarrollado en los Andes centrales, aunque cada uno de
ellos en diferentes estadios de evolución y de organización, fue cada vez más com-
plejo y extenso. Y debe ser estudiado caso por caso, porque los particularismos zona-
les tuvieron una gran fuerza y presencia.
Así por ejemplo, y en un recorrido velocísimo de norte a sur, los muiscas y los
chibchas de las sabanas y los páramos centrocolombianos fueron alcanzando en estas
fechas y muy lentamente un elevado nivel de organización, con un alto desarrollo
demográfico. Habían evolucionado desde el cacicazgo a una suerte de confederación
de pueblos que les aseguraba no sólo la paz entre los diferentes grupos, sino el acce-
so a nichos ecológicos distintos, a una diversificación productiva, a mejorar sus con-
diciones de habitabilidad y a destinar una parte de la mano de obra a las manufacturas,
entre las que destacó la orfebrería. En cuanto a sus jefaturas, parece que no existieron
sustanciales diferencias entre sacerdotes y caciques; las mismas personas debieron si-
multanear ambas funciones. En general se basaron en el linaje y se sustentaron me-
diante un sistema tributario tanto en especie como en trabajo que les permitió mante-
ner un alto nivel de ostentación que actuaba como diferenciador social no sólo ante su
grupo sino ante otros jefes de la confederación. Uno de estos señores debió ser el gran
cacique de la laguna de Guatavita, el que los españoles quisieron ver como El Dora-
do, quien se bañaba ritualmente espolvoreado en oro.
Más al sur, los pastos también habían evolucionado hacia una estructura caciquil,
con poblados dispersos en los que existía una marcada diversificación productiva
entre agricultores y manufactureros, especialmente cerámica y textiles. Manejaron
también con habilidad los diversos nichos ecológicos que ofrece la cordillera andina
en esa región, muy entreverada entre valles de altura y ríos profundos (el llamado
nudo de Pasto) y, en general, su crecimiento demográfico entre los siglos X y XV
demuestra que pudieron desarrollarse con bastante éxito. Algunos de estos caciques
pastusos muestran en sus tumbas la suntuosidad de su vida en la que se mezclaban
también, como los muiscas, las funciones de mando político, militar y religioso.
Los pueblos situados en los valles del actual Ecuador, desde Imbabura a Azuay,
mantuvieron este mismo esquema. Caras y Caranquis fueron señoríos poderosos,
dotados incluso de una lengua común, quienes realizaban intercambios con otros gru-
pos (yumgos, «bárbaros») situados en los valles de la costa pacífica o en las selvas de
oriente. La especialización de la mano de obra y su alta producción de textiles y alfa-
rería permitió acelerar estos intercambios, fundamentalmente mediante el trueque, de
manera que pueden encontrarse productos de la región en zonas muy alejadas.
Hacia la costa, otros pueblos como los tumacos, tolitas, cayapas, huancavilcas o
manteños, lograron también grandes éxitos agrícolas, usando la técnica de los came-
llones de tierra (islotes cultivables rodeados de agua por las inundaciones que provo-
caban las crecidas de los ríos). Su cerámica alcanzó también un notable desarrollo,
entre ellas las conocidas como «Valdivia» y «Chorrera».
En la cordillera, puruháes y cañaris ocuparon los valles interandinos del sur ecua-
toriano. Estos últimos aprovecharon su privilegiada situación geográfica realizando
un intenso intercambio de productos entre la selva, la sierra y la costa. Sus asenta-
mientos fueron numerosos, dispersándose por los diferentes ecosistemas, desde las
zonas de quechua, donde obtenían abundantes cosechas de papa y maíz, hasta las más
altas, en las que intensificaron el pastoreo; o en las áreas bajas, donde realizaron algún
américa.1.03 11/5/05 12:06 Página 69

LA REGIÓN ANDINA 69

tipo de recolección y realizaban el intercambio con los grupos vecinos. Sus cacicaz-
gos fueron numerosos, con una fuerte impronta militar como el de Tomebamba (Cuen-
ca), lo que se pondría de manifiesto cuando los incas intentaron someterles.
Una importancia especial cobró en toda la región un molusco llamado «mullu»,
procedente de las costas cálidas del norte, cuya concha de color rojizo servía para la
elaboración de elementos suntuarios. De mucho tiempo atrás el «mullu» (Spondylus
princeps) constituyó uno de los bienes más preciados y un elemento del máximo valor
en los intercambios entre la costa y la sierra.
En los valles de Trujillo se desarrolló el llamado complejo cultural Chimú (para
algunos arqueólogos el Estado Chimor), que de alguna manera es continuación del
universo moche, en cuanto se desarrolló en los mismos oasis costeros que los ante-
riores. La cabeza del «reino» chimú la constituía una especie de soberano, rodeado
por una «corte», estableciéndose un régimen hereditario al que servía una «nobleza»
selecta, sacerdotal y militar, que conformaba la cúspide de una sociedad de casi nula
movilidad social. Su gran ciudad fue Chanchán, un complejo gigantesco de decenas
de inmensos palacios de adobe, alternados con plataformas donde se desarrollaban las
ceremonias de la tributación y la reciprocidad, y de almacenes donde se guardaban
los productos acopiados. Según algunos investigadores, Chanchán llegó a tener cerca
de 100.000 habitantes, entre servidores de la corte, funcionarios, artesanos y agricul-
tores, aunque parece más lógico pensar que la mayor parte de la población viviera dis-
persa en el conjunto de oasis que los Chimú llegaron a dominar. La extensión de
Chanchán parece deberse a que cada uno de los «monarcas» construía su propio pala-
cio, y se abandonaba el anterior, que quedaba destinado a panteón del soberano difun-
to y de su extinta corte.
Chimú fue así casi un Estado, con un régimen impositivo muy fuerte, una casta
dirigente fuertemente consolidada, una mano de obra —en buen número seguramen-
te esclavizada— que construía las inmensas y continuas obras públicas (los palacios,
los almacenes y, sobre todo, los canales de riego para aumentar el área destinada a los
cultivos), un ejército poderoso y una compleja red de intercambios de productos con
la Sierra y con el resto de la costa, puesto que su influencia llegó hasta las proximi-
dades de Lima. La importancia de esta corte nobiliaria se demuestra en la riqueza de
sus atavíos y en la especialización que alcanzaron algunos de los artesanos a su ser-
vicio: una cerámica muy bella que debió producirse en serie, una orfebrería delicada,
y unos textiles de algodón teñido que produjeron mantos ceremoniales de gran belle-
za y suntuosidad.
Más al sur, por la costa, los rezagos de Wari siguieron siendo activos: el adorato-
rio de Pachacamac, en Lima, todavía era muy importante, ahora en manos del seño-
río de Ichma; otros señoríos costeros como Chancay, o el del Valle de Cañete, el de
Chincha, Ica o Nazca, tuvieron un notable desarrollo: centros urbanos, explotación de
los recursos marinos y de los oasis, intercambios de productos con la sierra o con
otros centros costeros —a veces utilizando algún tipo de embarcaciones construidas
con un junco llamado totora—, especialización alfarera y textil —con especial men-
ción de la alcanzada en Paracas—, fueron algunas de sus manifestaciones.
En la sierra central, tras el eclipse de Wari, no se produjo un incremento de la urba-
nización como sucedió en la costa. Por el contrario, pudo notarse un aumento de la
ruralización. Las prácticas agrícolas convencionales y tradicionales continuaron des-
arrollándose e incluso mejoraron. Sin las espectaculares expansiones territoriales de
américa.1.03 11/5/05 12:06 Página 70

70 HISTORIA DE AMÉRICA LATINA

la época anterior, estas comunidades se vieron obligadas a ocupar el mayor número


posible de microambientes cercanos, a explotar con más intensidad e inteligencia los
recursos disponibles en cada zona y a volver al trabajo compartido por el grupo en
los diversos nichos ecológicos a los que tenían acceso. El desarrollo demográfico es-
tuvo ligado, pues, al desarrollo agrícola y ganadero, y a los intercambios realizados
entre las diversas comunidades. La fase de los estados parecía haberse extinguido, y
la lógica andina tradicional en torno a los ayllus (familias étnicas) volvió a imponerse.
Hubo, no obstante, curacazgos y señoríos de cierta entidad, como los chancas, que
incluso iniciaron una fuerte expansión, interrumpida por los incas. Pero la mayor par-
te del área se mantuvo en sus formas de organización tradicionales, con aldeas dis-
persas y trabajo colectivo en el laboreo de los diferentes nichos del horizonte vertical,
y alguna especialización en la alfarería y los textiles. En todo caso, sólo al final del
período y justo a la llegada de los incas, parece que comenzó a existir un cierto rea-
grupamiento de estas aldeas dispersas en torno a algunos curacazgos o señoríos de
mayor importancia.
La descomposición de Wari había originado este retorno a las antiguas formas tra-
dicionales de organización y de explotación de los recursos. De todas formas, no debe
pensarse en un paraíso idílico de comuneros y caciques o curacas manejando sus eco-
sistemas e intercambiando recíprocamente sus excedentes o sus especialidades. Wari
había dejado una fuerte impronta militar que obligaba a estos pueblos a permanecer
en un estado de tensión permanente para defender sus recursos, para impedir la ocu-
pación de sus nichos (normalmente los de altura) o, todo lo contrario, para invadir y
ocupar las tierras y los almacenes de los vecinos. Los incas dirían que habían puesto
paz en toda la región.
En la zona de Cuzco, en torno al Valle Sagrado, la agricultura del maíz produjo
excelentes resultados. Los grupos asentados allí utilizaron las aguas del Urubamba y
realizaron un imponente trabajo en las laderas de los cerros construyendo terrazas de
cultivo, con lo que la producción mejoró ostensiblemente y la demografía también. El
modelo de ciudades Wari, como Pikillacta, parece que no tuvo continuidad. Los po-
blados fueron ahora mucho más reducidos y dispersos, y en todo caso existieron cier-
tos adoratorios relacionados con los cerros más importantes, las huacas tradicionales,
que funcionaron como centros ceremoniales al viejo estilo; uno de ellos seguramente
instalado en Cuzco, la que luego sería gran capital imperial. El área cusqueña esta-
ba dividida en un buen número de pequeños señoríos étnicos (Lucre, Canas, Tampu,
Canchis, etc.), que se reconocían entre sí por sus lugares de emplazamiento, por su
especialización productiva (papas en las pampas, maíz en los valles, ganado en las
punas) y por realizar entre ellos un continuo intercambio, lo que les otorgó un sólido
crecimiento y una cierta estabilidad política.
El entorno del lago Titicaca, liberado del dominio Wari, volvió a la situación ante-
rior, basada en el trabajo de las comunidades en las «islas productivas» o «archipiéla-
gos verticales», como los denominó John Murra. Así, bajo el todavía poderoso influ-
jo de la vieja cultura Tiwanaco, diversos grupos étnicos pudieron desarrollarse
basándose en el intercambio de productos, bien entre estas «islas», bien con otras
áreas situadas en las punas del sur, en los valles del oeste o en los desiertos de la costa.
En los alrededores del lago, la cultura lacustre de algunos de estos grupos étnicos
tuvo notable importancia, en especial los Lupaka y los Colla, dos grandes señoríos
basados en la ganadería y el pastoreo en las tierras de altura.
américa.1.03 11/5/05 12:06 Página 71

LA REGIÓN ANDINA 71

Pero es necesario remarcar la importancia de que en esta región, climáticamente


inhóspita, pudiera concentrarse la mayor parte de la población de toda la zona. Ello
fue posible porque los mecanismos de articulación y de organización sociales y labo-
rales y una tupida red de intercambios les permitieron alcanzar un alto grado de
desarrollo. Además conformaron un conglomerado muy complejo de etnias, grupos y
lenguas. El aymara, el uru, el quechua o el pukina fueron al menos cuatro troncos lin-
güísticos diferentes, que seguramente dieron lugar a su vez a un rosario de lenguas y
dialectos. Los grupos y etnias se acomodaron sobre el territorio formando un mosai-
co de pueblos de una gran riqueza cultural por toda la cordillera, desde Cuzco hasta
el sur de la actual Bolivia: pacajes, carangas, charcas, quillacas, chichas… Todos in-
terrelacionándose en un equilibrio que, si los incas supieron manejar, los españoles
nunca entendieron, desbaratándolo por completo hasta desarticular toda la región.
Estos señoríos se mantenían sobre la existencia de linajes tradicionales y here-
ditarios. Manejaban la redistribución y las leyes de la reciprocidad con la suficiente
asimetría como para conservar su poder en estos precarios equilibrios productivos y,
mediando alianzas con otros señores, realizaron fluidos mecanismos de intercambio
con productores a veces muy alejados. La explotación de los salares de altura permi-
tió el uso de técnicas para conservar los alimentos, el pescado del lago o la carne (seca
y salada, llamada «charqui»), o la papa liofilizada (chuño, obtenido por su exposición
al ambiente aprovechando las grandes oscilaciones térmicas de la región).
Los grandes jefes, los mallkus, mantenían todo el poder y el ritual propio de un
soberano, como se demuestra en sus enterramientos: las famosas chullpas o torres
cilíndricas de piedra que aún se conservan en Sillustani. Las categorías que estratifi-
caban a estas sociedades estaban relacionadas con el lugar que cada cual ocupaba en
la esfera productiva.
Más al sur y hacia la costa, la zona de Atacama constituyó un área articulada con
la anterior pero dotada de características propias. En el desierto atacameño, uno de los
más áridos del planeta, por encima de los 2.000 metros y con salares de altura que lo
hacen aún más seco, se instalaron diversos pueblos aprovechando los pequeños oasis
que forman los ríos que descienden desde la cordillera. En estos microambientes exis-
tieron poblados que intercambiaban sus productos (sal, frutas, algarrobas, metales)
con los grupos del Titicaca. Estos pueblos parecen agruparse en torno a un señorío
étnico de los que conocemos algunos detalles por sus momias halladas en Chiu-chiu,
San Pedro o Toconao.
Todavía hacia el sur y al sureste, en la otra banda de la cordillera y de las punas, la
cultura diaguita ocupaba las estribaciones serranas del actual noroeste argentino. Tenían
lengua propia, el kakan o kakana, y manejaban los valles interandinos ofreciendo e in-
tercambiando productos con los señoríos del norte (chichas, charcas o lipes). Los
omaguacas, entre otros grupos, de economía simple mezclando agricultura, caza y re-
colección, se situaban ya en la frontera hacia la gran región de los chacos y las pam-
pas. Constituían el límite del mundo andino en esa dirección. Otros pueblos, conocidos
luego por los incas y por los españoles bajo el nombre genérico de chiriguanos, situa-
dos en un estadio cultural de bandas, marcaban también la frontera hacia el este.
Siguiendo la cordillera hacia en sur, los huarpes se situaban en el límite del desier-
to, en las actuales provincias argentinas de Mendoza, San Juan o San Luis: confor-
maban una cultura de tipo aldeano basada en el manejo de las lagunas, en una agri-
cultura todavía rudimentaria y en la caza. Al otro lado de la cordillera, en los valles
américa.1.03 11/5/05 12:06 Página 72

72 HISTORIA DE AMÉRICA LATINA

entre ésta y el océano, un disperso conjunto de sociedades con escaso desarrollo


agrícola fue desalojado o sometido por los araucanos, otro conjunto de pueblos muy
belicosos que ocuparon un gran territorio (desde el desierto del norte chileno hasta
Chiloé), lo reorganizaron y pusieron bajo su dominio. A caballo entre la banda y el
señorío militar, los araucanos se reunieron en una gran confederación de pueblos don-
de se mezclaban diversas actividades productivas, una agricultura en diferentes gra-
dos de evolución, la pesca, la caza y la recolección, y donde el nomadeo y la seden-
tarización se simultanearon.
Todo este conjunto de grupos, sociedades y culturas, desde los pastos a los arau-
canos, a lo largo de miles de kilómetros de cordillera, entró en colapso gradual pero
efectivo cuando desde Cuzco, como un gran turbión, un gran huayco, los incas
comenzaron su expansión. El Tawantinsuyu, el Imperio incaico, unificó finalmente lo
que en estos tres siglos, del X al XIII, parecía tan diverso como fraccionado. Comen-
zaba otra historia en los Andes.

3.5. LA EXPANSIÓN INCAICA: EL TAWANTINSUYU

Los incas configuraron su imperio a partir de una particular visión del mundo, de
su propio universo. Habría que comenzar advirtiendo que la concepción del espacio
para los incas fue anterior a la constitución del imperio. En todo caso. éste se super-
puso sobre aquél. Porque su mundo y su universo no fueron solamente geográficos
sino fundamentalmente conceptuales y simbólicos. Este Imperio fue el Tawantinsuyu:
las cuatro partes del mundo (tawa, «cuatro»; suyos, «regiones»).
Y no se trataba exclusivamente de una división geográfica; obviamente era algo
más. No debe achacarse a ignorancia o desconocimiento la no correspondencia de es-
tas cuatro partes del mundo con los cuatro cuadrantes generados por los puntos cardi-
nales manejados en el mundo occidental. En el conocimiento geográfico y cosmogóni-
co que poseían, en sus saberes astronómicos, y en su particular cosmovisión andina, los
puntos cardinales no eran referencias determinantes; ni siquiera hoy lo son. Simple-
mente porque en el mundo andino el norte y el sur no son relevantes. En cambio, el
este y el oeste, en cuanto a salida y puesta del sol, sí, pero no sólo como orientación,
sino fundamentalmente como referencia calendárica, simbólica y cronológica.
Es mucho más importante en el espacio andino el uso y el manejo de la verticali-
dad, como ya se ha explicado. Y en esta cosmovisión, lo simbiótico y al mismo tiem-
po lo antitético de los conceptos arriba/abajo, conforman dos referencias fundamen-
tales. El mundo es vertical; por tanto, existen dos localizaciones básicas: lo que está
arriba, Hanan; y lo que está abajo, Urin. Se trata de dos mundos contrapuestos pero
coordinados: el mundo de arriba, el Hanansaya (saya, estatura, lugar que se ocupa en
la verticalidad); y el de abajo, Urinsaya.
Pero, a su vez, existe el concepto «suyo»: lugar, región, espacio en el territorio,
que sirve tanto para lo de arriba como para lo de abajo. Por tanto, cada uno de estos
mundos de arriba y de abajo se dividía a su vez en dos partes, dos territorios: el Chin-
chaysuyo y el Andesuyo, ambos de arriba, son de Hanansaya; y el Collasuyo y el
Condesuyo, de abajo, son de Urinsaya. El conjunto de las partes forman el Tawantin-
suyo: el mundo. Y Cuzco, la ciudad sagrada, es el centro, el corazón del mismo. En
ella se halla el eje desde el que parten los «ceques» (líneas imaginarias) que dividen
américa.1.03 11/5/05 12:06 Página 73

LA REGIÓN ANDINA 73

al mundo en estos cuatro suyos, desde ese punto central hasta el confín de la Tierra.
Como Cuzco se dividía en dos sayas, Cuzco de arriba y de abajo, Hanancusco y
Urincusco, las regiones que partieran de ellos quedaban determinadas por esta cir-
cunstancia. Cuzco era el ombligo del mundo, que es exactamente lo que cuzco, cusco
o kosko, significa en quechua: ombligo, centro.
En una localización más adaptada a nuestras formas actuales de entender y manejar
la geografía, y muy a grandes rasgos, el Andesuyo comprendería la tierra situada desde
Cuzco al norte, hacia la selva y las cuencas de los grandes ríos amazónicos; el Chin-
chaysuyo, la que correría hacia el noroeste, continuando por la cordillera, la sierra cen-
tral, Cajamarca y más arriba, hasta el Ecuador; el Collasuyo, siguiendo la cordillera
hacia el sureste, hacia la región del Collao (de ahí el nombre), las tierras altas del Ti-
ticaca y la actual Bolivia; y el Condesuyo, los valles hacia la costa y el desierto. Los dos
suyos más importantes, los más grandes, ricos y poblados, eran el Chinchaysuyu y el
Collasuyo; es decir, toda la cordillera a partir de Cuzco hacia un lado y hacia el otro.
El mundo inca es un mundo mítico. Sobre sus orígenes ellos mismos se encarga-
ron de tejer una leyenda que les proporcionó buena parte de sus señas de identidad.
Decían proceder del gran lago, el Titicaca, desde donde una pareja original inició un
largo periplo hasta encontrar un lugar donde sus cuatro hijos, cuatro hermanos (dos
hijos y dos hijas), se asentaron: ese lugar fue una cueva cerca de Cuzco. Dos de ellos
fueron los iniciadores del linaje: sus descendientes eran y serían en adelante incas;
pero todos formaban parte, en mayor o menor grado, de las panacas (familias) impe-
riales. Desde esta pareja hasta el inca mandado matar por Francisco Pizarro en Ca-
jamarca, la tradición señaló doce generaciones, doce incas, una saga. Y cada uno
poseyó su propia panaca.
El primero de estos grandes señores, Manco Cápac, (Cápac, equivalente a sobera-
no) casado con su hermana, Mama Ocllo, inició la conquista del valle de Cuzco,
expulsando y sometiendo a los otros pueblos que allí vivían. Esta ocupación marca el
inicio de una expansión que en dos generaciones les hizo dueños del Valle Sagrado y
de otras zonas agrícolas importantes de los alrededores, a veces derrotando a sus ocu-
pantes y otras estableciendo alianzas a través de matrimonios de las princesas incas
(ñustas) con los señores étnicos locales que sometían.
Los chancas, una confederación de pueblos conocidos en la región por su belico-
sidad y a los que anteriormente nos hemos referido, entraron en conflicto con los incas
y atacaron Cuzco. Fueron finalmente derrotados por el Inca Pachacuti, aunque a cos-
ta de la destrucción de la ciudad. Pachacuti, el reorganizador, inició entonces la
reconstrucción de Cuzco, a manera de refundación, lo reordenó y estableció como
cabecera de un Imperio (el Tawantinsuyu), dando inicio en la cronología incaica a un
nuevo tiempo (correspondiéndose con la cronología occidental con el año 1430 d.n.e).
Cuzco cobró entonces naturaleza propia: era más que una ciudad; y su simbología
quedó asociada a la del inca, y con él a la del supremo dios Inti, el Sol, quién, según
la leyenda, se había aparecido a Pachacuti para comunicarle que los incas eran sus
hijos y sólo a él debían consagrarle la ciudad. Con Pachacuti y su nueva ciudad
comienza la constitución política, económica y religiosa del Imperio incaico. A partir
de entonces, los incas no solo eran reyes poderosos, sino seres sobrenaturales y semi-
dioses que descendían directamente del propio Sol.
La expansión incaica fue militar, pero también política. En muchos casos, los pue-
blos sometidos lo fueron simplemente tras recibir amenazas de la invasión: el some-
américa.1.03 11/5/05 12:06 Página 74

74 HISTORIA DE AMÉRICA LATINA

timiento implicaba una tributación y seguramente un cambio en las autoridades, aun-


que también era posible establecer alianzas; en general siguieron usándose las tradi-
ciones preincaicas. En otros casos, la ocupación se producía tras una batalla en la que
los señores étnicos locales eran derrotados, sus tropas incorporadas al ejército impe-
rial, sus tributos dirigidos a Cuzco, las tierras repartidas, la población —en todo o en
parte— removida a otras zonas, y nuevas autoridades impuestas por los vencedores,
normalmente un miembro de las panacas cusqueñas.
En cuanto a los dioses regionales o locales vencidos, podían ser incorporados al
panteón cusqueño como dioses menores seguramente, y el culto imperial, tanto al inca
como a los dioses de Cuzco (Inti fundamentalmente), impuesto o sobrepuesto sobre
los anteriores.
Pachacuti, continuando con la historia que ellos mismos elaboraron, venció a los
Soras y a los Cápac (reyes) de los Collas, anexionándose el entorno del Titicaca. Hacia
el noroeste entró de nuevo en conflicto con los chancas, a los que acabó derrotando
definitivamente en una cruel guerra, ocupando desde Ayacucho hasta más allá de
Cajamarca, continuando hacia el norte y conquistando los reinos situados en el actual
Ecuador. Mandaba entonces las tropas imperiales un hijo de Pachacuti, Túpac Inca.
Sus sucesores —entre ellos otro gran inca conquistador, Huayna Cápac (sobre el
año 1490 d.n.e), hijo de Túpac Inca—, continuaron la expansión, hacia Chile, la selva
(Andesuyo), el reino de los Quito, la zona de Atacama, la costa de Lima y sus valles,
el norte chimú, la frontera con los chiriguanos, no solamente ocupando y sometiendo
nuevos señoríos, nuevas poblaciones y nuevas tierras, sino también, y esto es impor-
tante, desarmando y ahogando a sangre y fuego los alzamientos locales que se produ-
cían casi continuamente, como el de los umasuyos en las proximidades del Titicaca,
el de los cañaris en Tomebamba, en el sur ecuatoriano, o el de los wancas en la sierra
central. No obstante, la fuerza de los señoríos étnicos tradicionales continuó pervi-
viendo por debajo de la dominación inca. En muchos territorios andinos existió some-
timiento pero no claudicación.
Uno de los problemas que encontraron en esta expansión fue la hostilidad de los
grupos indígenas no serranos, en las Yungas de oriente y en la costa. En su concepto,
estos pueblos eran bárbaros, yumpus, yumgos o yumbos (en quechua, gente de labios
gruesos y boca grande) y chunchus (palabra despectiva que significa selváticos, sal-
vajes, incultos). No se dejaban dominar, asaltaban las fronteras del incario, asolaban
poblaciones, quemaban cosechas y robaban los almacenes. Para terminar con estos
saqueos, los incas organizaron frecuentes operaciones de castigo en los límites del
Imperio, como las campañas contra los chiriguanos del oriente boliviano; y constru-
yeron fortalezas (pukarás) en todas las fronteras para defenderse de estas incursiones.
Las leyendas incaicas, por tanto, cuentan cómo esta saga de incas vencedores fue
sometiendo todo el espacio andino. Una lectura más acorde con lo que estamos
comentando nos muestra a los incas como un señorío étnico en un proceso de expan-
sión similar al de Wari, con más éxito organizativo, militar, político, económico y re-
ligioso, controlando por la fuerza o mediante pactos y alianzas a otros señores y pue-
blos. La ocupación inicial de Cuzco fue seguramente la primera fase del proceso, en
el cual este grupo inca originario sometió o expulsó de una de las zonas agrícolas más
ricas, y con una ancestral tradición religiosa de lugar sagrado, a otros colectivos allí
asentados. El acatamiento de la nueva autoridad por parte de estos ayllus o familias
étnicas anteriormente instaladas en lo que luego sería el Cuzco incaico, les permitió
américa.1.03 11/5/05 12:06 Página 75

LA REGIÓN ANDINA 75

hacerse con hombres y recursos con los que ocupar el Valle Sagrado, los reservorios
de maíz del Urubamba, el señorío de Pisac y sus andenes cultivados, y lanzarse a la
guerra todavía más allá.
Así, buscando las mejores y más pobladas áreas productivas, llegaron hasta el lago
Titicaca por una parte, y a la sierra central por otra, aunque ésta estaba controlada por
los chancas. A estos últimos tuvieron que vencerles por las armas, ya que constituían
otro señorío en expansión similar al de los propios incas, pero con un nivel de orga-
nización política y militar menor; de ahí el carácter mítico de la guerra Chanca, sus
peores enemigos, la destrucción de la ciudad de Cuzco, su refundación y el estableci-
miento del Tawantinsuyu: la plasmación física y política del nuevo Estado.
El inca Huayna Cápac, siempre combatiendo, murió en Quito víctima de una epi-
demia de viruela que había llegado a la región desde el Caribe antes que los españo-
les. Sus dos hijos, uno en Cuzco, Huascar, y otro en Quito, Atahualpa, entraron en
guerra por la mascaypacha, la «corona imperial». Aquí termina la saga y la leyenda.
En mitad de la guerra entre los dos herederos, otros hermanos, de apellido Pizarro,
comenzaban a escalar los contrafuertes andinos. Era el año 1532 y el Tawantinsuyu
pareció estremecerse por entero.
La organización de todo este inmenso territorio es lo más importante y relevante
del período incaico. La suma de experiencias y realidades acumuladas a lo largo de
tantos siglos de conformación de una cultura andina, de un modo de producción andi-
no, de unas formas de relación andinas, de una cosmogonía y cosmovisión andinas,
cobró cuerpo en el incario y se homogeneizó hasta transformarse en un modelo
común que afectó a millones de habitantes y a regiones muy diferentes.
Una organización que comienza en su centro: Cuzco. El conjunto de ayllus dis-
persos situados en lo que luego sería la ciudad, en la confluencia de dos ríos y a 3.400
metros de altitud, fue sometido con rapidez e incorporado al paisaje urbano. La ciu-
dad imperial de Cuzco que refundara Pachacuti, tenía la forma de un puma, extendido
desde los barrios altos hacia abajo. Sobre esta gran extensión poblada se ubicaban los
templos, los palacios, las plazas y el caserío urbano, con calles trazadas linealmente
en torno a la gran plaza central, huacaypata («andén», «plaza de la fiesta», «de la ale-
gría»), sorteando los cursos de agua que la atravesaban, los ríos Huatanay y Tulluma-
yo, y una intrincada red de canales.
El templo más importante, el coricancha, («cancha», «recinto») era el templo o
casa del Sol, centro desde el cual se trazaban los ceques o líneas invisibles que divi-
dían el mundo en los cuatro Suyos y que comunicaban este templo central con los
adoratorios o huacas diseminados por la geografía cusqueña y sus alrededores (nor-
malmente cerros sagrados que representaban cada uno a una divinidad diferente).
Otro templo importante era el acllahuasi (huasi, «casa») donde moraban las llamadas
por los españoles «vírgenes del sol», especie de sacerdotisas dedicadas al culto solar.
Otros templos menores, dedicados al rayo (Illapa), a la luna (Quilla), etc., se distri-
buían por la ciudad. Los palacios eran igualmente importantes, no solo el primitivo
incahuasi, indicancha, o «casa del inca», sino que cada inca, y otros miembros de las
panacas reales, según su rango, fueron construyendo su propio recinto (como el hatun
kancha —«gran cercado»—, o el amaru cancha —«cercado de la serpiente»—, resi-
dencia de la panaca de Huayna Cápac). Los conocidos por los españoles como «ore-
jones» (llamados así por deformarse los lóbulos de las orejas) tuvieron también sus
casas y recintos principales (suntur wasi, «casa del Cóndor» o de las «Armas»). Cons-
américa.1.03 11/5/05 12:06 Página 76

76 HISTORIA DE AMÉRICA LATINA

tituían una casta superior, no pertenecían a la realeza pero se les reconocía como
«incas de privilegio», normalmente relacionados con el desempeño de empleos mili-
tares y de gobierno en las «provincias» ocupadas.
En la parte más elevada de la ciudad se alzó la inmensa fortaleza de Sacsahuaman
(el águila real): un recinto ciclópeo de piedras colosales con muros escarpados que
servía al mismo tiempo como resguardo de la ciudad y como santuario. Muchos epi-
sodios, no sólo de las guerras incaicas sino contra los españoles, tuvieron lugar allí.
Las casas más suntuosas se construyeron con piedras, cortadas, pulidas y ensam-
bladas con una maestría inigualable, transportadas hasta allí a veces desde lejanas
canteras. Los techos eran de caña, barro y juncos, aunque las viviendas populares en
los barrios fueron casi todas de adobe.
Los canales de riego, que cruzaban la ciudad y que transformaron sus zonas bajas
en un vergel, constituyeron una de las claves del éxito agrícola de Cuzco. Un compli-
cado sistema de compuertas aseguraba el caudal, desde una caja de aguas situada en
la zona más alta de la ciudad, en Tambo Machay.
Los ceques, como hemos indicado, dividían imaginaria pero efectivamente a la
ciudad y sus contornos. No sólo se trataba de realizar una división espacial que estu-
viera relacionada con los canales, las tierras de cultivo o la responsabilidad de orga-
nizar las tareas agrícolas por parte de determinados ayllus o miembros de las panacas;
los ceques poseían también un marcado carácter simbólico, en la medida que estas
líneas ordenaban al Coricancha con las huacas o adoratorios más importantes, situa-
dos en los cerros que rodean la ciudad. Los alineamientos venían a conformar un
calendario solar, como un gran mapa de las estaciones extendido sobre el valle donde
se asienta la ciudad. Allí donde moría un ceque, sobre un cerro, existía una huaca, y
era el lugar por donde salía o se ponía el sol sobre Cuzco un determinado día del año.
Otro ceque, otro cerro y otro adoratorio, marcaban un día diferente. Quedaban así
señalados sobre el paisaje cusqueño los solsticios y los equinoccios, y con ellos las
estaciones, períodos de siembras, cosechas, riegos, lluvias, sequías… De ahí la exis-
tencia de grandes festividades que relacionaban ceques, huacas, adoratorios, divini-
dades y ciclos agrícolas. Era especial la gran fiesta del solsticio de junio, el gran día
del Sol o Inti Raimi. Estos ceques conformaron un complejo sistema de comunicación
entre los hombres, la Tierra (la Pachamama), el Sol, los astros, los cultivos y los dio-
ses. Tierras, hombres y dioses fueron los tres elementos que, en una interacción con-
tinua, constituyeron el alma del incario y de su capital.
En los alrededores de Cuzco los santuarios cobraron mucha importancia, en espe-
cial los relacionados con ciertas festividades del calendario agrícola. Centros como
Puca Pucará (puca, rojo; pucará, fortaleza) o Kenko (el laberinto), trazan el camino
hacia el Valle Sagrado, donde lugares muy importantes y muy antiguos como Pisac u
Ollantaytambo mostraban la íntima relación existente entre adoratorios, zonas de cul-
tivo (normalmente en terrazas sobre el río Urubamba), áreas de habitación de fami-
lias campesinas, palacios incaicos y fortalezas para defenderse de incursiones de ene-
migos procedentes de oriente. En ese camino, bajando el río, en el camino de
Vilcabamba y la selva, es donde se situó el complejo de templos y almacenes conoci-
do como Machu Picchu, y donde, por estar situado hacia la salida del sol, existía una
piedra sagrada llamada Intiwatana (wata, «cuerda»), o lugar donde se amarra el Sol,
para asegurar que al día siguiente el astro-dios volvería a salir después de haber deja-
do a la Tierra abandonada en la oscuridad de la noche.
américa.1.03 11/5/05 12:06 Página 77

LA REGIÓN ANDINA 77

La expansión incaica sobre tantas y tan lejanas regiones, y el sometimiento de pue-


blos y señoríos tan diversos, obligó al establecimiento de un complicado sistema de
gobierno territorial. La geografía andina quedó, aunque centralizada en Cuzco, divi-
dida política y administrativamente en un mosaico discontinuo de «provincias» con
muy distintos tipos de gobierno, autoridades y especializaciones productivas. Algunas
de ellas eran reconocidas como la tierra de determinadas parcialidades, grupos étni-
cos o antiguos reinos o señoríos con quienes se había establecido algún tipo de pacto
o acuerdo: lupakas, pacajes, chupaychus, carangas, urus (pescadores en el Titicaca)…
y tributaban directamente a Cuzco. Otras «provincias» pertenecían al inca o al culto
de una deidad y a ellos enviaban sus frutos. Otras quedaban bajo el dominio de una
panaca, a la que debían tributar y en las que estas panacas poseían sus tierras propias.
Es decir, un régimen «provincial» bastante complejo del que todavía nos faltan
muchas cosas por conocer.
Algunas de las «provincias» fueron creadas ex profeso por determinados motivos,
bien para asegurar su posesión en un territorio difícil, bien para producir bienes espe-
cíficos. Estas provincias fueron pobladas con mitmaqunas o mitimaes, es decir, fami-
lias o grupos de colonos que eran llevados hasta allí procedentes de otra región. En
los primeros tiempos, estos colonos procedían de la región de Cuzco, y los traslada-
ban a otras regiones para asegurar su dominio o, si se trataba de buenas zonas agríco-
las, para implementar cultivos, aumentar la producción y remitirla a la capital o a otras
regiones donde fuera necesaria. Más tarde, conforme la expansión alcanzó a territo-
rios más alejados, se trasladaron pueblos completos de cualquier región y a muy lar-
gas distancias: bien para evitar alzamientos o insumisiones de los mismos llevándo-
los a otras zonas; bien mezclando grupos de mayor tecnología agrícola con otros más
atrasados. Ello originó grandes movimientos de población en toda la región andina,
pero tuvo el efecto de extender y homogeneizar el modo de producción, agrícola,
pecuario y de especialización manufacturera, más exitoso. Fue sin duda el mayor
impacto que el incario tuvo sobre la región, más allá del dominio político. Y, eviden-
temente, lo que más perduró.
En muchas de estas provincias se simultanearon y superpusieron los cultos impe-
riales en antiguos centros ceremoniales, como en Pachacamac, por ejemplo, cerca de
Lima. En algunas de estas provincias se implantó el sistema de ceques en santuarios
que regularon la actividad agrícola mediante un sistema muy similar al cusqueño. Un
buen ejemplo de ello son los complejos de Ingapirca (pirca, cerco, muro) y el de
Tomebamba (la actual Cuenca), en el Azuay ecuatoriano.
Este complicado sistema de «provincias» dispersas, exigía una poderosa, numero-
sa y eficiente organización estatal: un número importante de funcionarios regularon
producciones, recolecciones, almacenamientos, envíos y tributaciones no sólo hacia
Cuzco, el inca o los santuarios, sino entre las diversas regiones. El sistema funcionó
como los archipiélagos verticales que ya hemos explicado, pero ahora comprendiendo
a toda la región andina. Zonas especializadas en manufacturas textiles, por ejemplo,
enviaban sus productos a otras áreas, recibiendo de ellas maíz, papas u otros pro-
ductos. Áreas sometidas a desastres naturales (seísmos, sequías, derrumbes, inunda-
ciones, heladas) recibían de otras regiones lo necesario para su recuperación. La reci-
procidad y la redistribución operaban a escala imperial.
Estos servidores o funcionarios utilizaron un sistema de contabilidad bastante
complejo de base decimal (chuncachay, sumar por decenas). El instrumento de cálcu-
américa.1.03 11/5/05 12:06 Página 78

78 HISTORIA DE AMÉRICA LATINA

lo y anotación era el quipu, un conjunto de cuerdas con nudos donde quedaban refle-
jados los datos. El lugar que en el quipu ocupara cada cordón, su tamaño y color, los
nudos, su número y ubicación en cada tramo, contenían, conservaban y transmitían la
información. Los encargados de manejar este complicado sistema, los kipucamayok
(el afijo yok, yuk, significa autoridad, el que tiene, el que posee, el que detenta), eran,
por tanto, fundamentales en el control del sistema productivo, redistributivo y fiscal.
Además se necesitaba una red de comunicaciones que enlazara todo el Tawantin-
suyu. La trama de caminos incaicos (y en especial el «cápac ñan» o gran camino)
constituyó otra de sus más importantes aportaciones a la integración andina. Los
«chasquis» o mensajeros, situados cierta distancia unos de otros, se encargaban de
transmitir o portar la información que, por estos caminos, hacían correr la noticia o
llevar el mensaje. Así, éste podía llegar con rapidez de un lugar a otro. En estos cami-
nos se situaban, perfectamente escalonados y a manera de posadas, «tambos» o apos-
taderos en los que existía una reserva de comida y otras ayudas para los viajeros.
Los servicios y prestaciones que necesitara el inca de sus súbditos debían ser apor-
tados por éstos mediante la mita (turno): una especie de obligación de servicio tem-
poral para realizar una actividad concreta. La comunidad o el grupo sujeto a esta tri-
butación debía ofrecer un número determinado de «mitayos» por un tiempo y para una
tarea específica. Había mitas para construir caminos, terrazas, canales, o para abaste-
cer a los tambos, o para cultivar determinadas parcelas… La mita entraba también en
el sistema de redistribución del incario y se entendía como una contraprestación más
de la relación de reciprocidad establecida entre el inca y sus vasallos. De la mita se
obtenían también los contingentes necesarios para conformar el ejército imperial,
marchando al combate los mitayos aportados por los diferentes ayllus con sus seño-
res al frente.
Los yanaconas (yana, criado) eran los sirvientes o siervos exclusivos del inca, y
no se debían a ningún otro señor ni servicio. Constituían un grupo especial entre los
trabajadores, en el sentido que era un privilegio servir al soberano. Estos yanaconas
contaban con especiales exenciones, y estaban distribuidos por todas las provincias.
En resumen, lo más interesante del período incaico fue que lograron en muy bre-
ve plazo la articulación de un enorme espacio en torno a una hegemonía política y
religiosa concreta y, aún más importante, la homogeneización de un modo de pro-
ducción y de relaciones.
Este modelo, desarrollado en todo o en parte a lo largo de este vasto espacio, tenía
como raíz o nudo articulador básico al ayllu.
Su existencia era, desde luego, muy anterior a los incas. Básicamente, aunque la
explicación no es sencilla, el ayllu estaba constituido por un conjunto de productores
más o menos dispersos, unidos por lazos cooperativos, a través de los cuales el grupo
conseguía la pretendida autonomía económica. Además, estos lazos se reforzaban con
la aceptación por parte de todos de que pertenecían a una misma familia étnica, y po-
seían un linaje común, en la medida que se identificaban entre ellos y ante otros como
descendientes de un mismo antepasado (real o mítico), sintiéndose parientes entre sí.
Y también por estar ligados a una tierra concreta, a un medio físico específico, que en
sus elementos naturales (un cerro, un río, una pampa, una quebrada) les aportaba las se-
ñas de identidad colectiva que los consolidaba como miembros de una misma «familia».
El ayllu no tenía un tamaño concreto. A veces estaba compuesto por pocas unida-
des familiares u hogares (hablando siempre de familias extensas); a veces por varios
américa.1.03 11/5/05 12:06 Página 79

LA REGIÓN ANDINA 79

ayllus pequeños que formaban uno mayor. Incluso entre varios ayllus grandes podía
darse ese mismo sentido de pertenencia común o de parentesco, más o menos lejano
pero definitorio. Decían pertenecer a una misma unidad étnica, a una zona geográfica
reconocida, usaban una misma lengua o un dialecto, unas formas alimenticias con-
cretas, un tipo de cerámica o de tejido determinados, utilizaban unos colores especí-
ficos para teñir la ropa… En este proceso de identificación colectiva, incorporándose
un mayor número de hogares, transitamos desde el ayllu a la comunidad, al grupo
étnico o al señorío.
Ese sentido de ser y sentirse «hermanos» en el ayllu confería a sus integrantes una
sensación de unidad y cohesión que incluso llegaba a constituir un férreo caparazón
ante cualquier influencia externa. Normalmente, las relaciones eran endogámicas en
el interior de los mismos.
Las relaciones de parentesco, entendidas en el sentido anteriormente explicado, y que
obviamente retrocedían hasta la época del antepasado fundador conformando la tradición
del grupo, constituían la red de hogares o familias que integraban el ayllu. En él sentían
que reposaba su identidad y era el que les aseguraba la supervivencia y el progreso.
La tierra y sus bienes potenciales, los pastizales, las aguas, los animales, los fru-
tos, pertenecían al dominio colectivo del ayllu, o de la comunidad compuesta por
varios de ellos. Solos, o en colaboración con otros ayllus, intentaban el acceso y el
control de los diversos microambientes cuya explotación necesitaban. En función de
la zona donde se ubicaran ello era posible o no, con mayor o menor esfuerzo, pero era
el objetivo común. Desde el ayllu se tenía derecho a los bienes. Si éstos crecían, el
ayllu aumentaba su prestigio. Estamos, pues, ante un sentido colectivo, no individual,
de la movilidad social y del progreso económico en función del éxito obtenido en el
manejo de los recursos disponibles.
Con los dioses y las huacas locales sucedía lo mismo. Eran parte de la colectividad
y nadie podía usufructuarlos por sí solo. Lo religioso era una parte fundamental de lo
colectivo.
Es el interior del ayllu no sólo se trataba de compartir recursos. El trabajo (o mejor
dicho, la fuerza de trabajo) era igualmente compartido. Al igual que se intercambia-
ban recíprocamente los bienes, aportados por el esfuerzo de cada hogar o grupo de
hogares en los diferentes nichos ecológicos, también se distribuía el trabajo de forma
compensada. Así, aunque se tratara de un esfuerzo disperso —en la medida en que se
explotaban a la vez distintos microambientes—, las relaciones de cooperación entre
estos productores eran las que garantizaban compartir la totalidad de los bienes y los
servicios. En la medida en que este tipo de relación podía extenderse a las articula-
ciones entre diversos ayllus, aumentando la fuerza de trabajo, se posibilitaba alcanzar
mayores y mas lejanos recursos o emprender tareas colectivas más ambiciosas. Esto
fue lo que permitió, por ejemplo, la construcción masiva de andenes de cultivo o cana-
les de riego con el consiguiente aumento de la producción. El esfuerzo colectivo,
aportando trabajo, es lo que se llamaron las «mingas»: a ellas acudían todos para rea-
lizar tareas comunitarias en momentos señalados.
Prueba de la complejidad del sistema es el doble método de producción desarro-
llado (muchas veces simultáneamente) en torno a dos elementos básicos: el de la papa
por una parte, más «popular» y de consumo masivo al interior del grupo, y el del maíz,
bien diferente y destinado fundamentalmente a la tributación (imperial en la época del
Tawantinsuyu).
américa.1.03 11/5/05 12:06 Página 80

80 HISTORIA DE AMÉRICA LATINA

Estos intercambios de bienes o servicios debían ser equitativos en función del


principio regulador de la reciprocidad: el concepto ayni. Ayni significa «retorno»,
mutualidad, trabajo recíproco (aynicui, ayninacuy, «prestarse ayuda mutua»): yo para
tí lo mismo que tú para mí. Pero reciprocidad comprometida (ayniy, «comprometer-
se»). Incluso existía en la comunidad un aynicamayok, es decir, un guardián o juez o
dueño de estas relaciones equilibradas: uno debía dar al otro lo mismo que recibía, y
ambos tenían derecho a que las prestaciones fuesen equilibradas. Además se aplicaba
el término tinku: lo unido, lo completo, lo equilibrado (tinkucuy, «confluir»). Ayni y
tinku regularon así los intercambios recíprocos de todo tipo, las obligaciones mutuas.
Y esta reciprocidad se ajustaba también no sólo entre los miembros del ayllu, sino
entre el ayllu como colectivo y sus integrantes: debían trabajar para la comunidad en
la medida que la comunidad trabajaba para cada uno de ellos.
Evidentemente, las asimetrías en estas relaciones fueron marcadas, y generaron
las estratificaciones que aparecen en el interior de ayllus y comunidades. No todos los
hogares eran iguales en tamaño y, por tanto, en capacidad productiva, por lo que el
aporte al ayllu se realizaba desde una posición de desequilibrio en cuanto a la carga
laboral que a cada uno correspondía aportar. Así pues, unos debían trabajar más que
otros. Entre distintos ayllus y con respecto a una comunidad más grande, sucedía lo
mismo. Incluso había la posibilidad de que existieran en el seno de los ayllus o, toda-
vía más, en una comunidad conformada por varios de ellos, ciertos hogares o incluso
ayllus considerados como «parientes pobres» a quienes, por motivos de tradición o
por una tardía incorporación al grupo, les tocaba menos tierra, o menos producto y
más trabajo en los repartos. El sentido de lo comunitario, la aplicación de los con-
ceptos ayni y tinku, no conllevaba necesariamente un régimen igualitario de deberes,
obligaciones y derechos.
Del mismo modo, la ampliación de estas redes de parentesco a grupos más nume-
rosos podía generar la duda en los hogares respecto de con quién mantener mayor leal-
tad (a la hora de aplicar cantidades de trabajo, por ejemplo), si con el ayllu original o
con el colectivo superior; conflictos que repercutían en el prestigio que el ayllu adqui-
riese en el interior de la comunidad, en el trabajo que debían aportar o en los bienes
y servicios que de ella habrían de recibir.
En este sentido, el regulador de todas estas complejas relaciones era el «curaca»,
jefe de la comunidad o del pueblo, o incluso del ayllu si éste era muy grande. Este
curaca pertenecía, o decía pertenecer, al linaje fundador y su autoridad le venía con-
ferida a través de una sucesión que se transmitía en el seno de su parentela directa. El
prestigio de su liderazgo lo obtenía en función de cómo manejara este complicado
nudo de obligaciones y derechos.
El curaca representaba la identidad colectiva, organizaba el trabajo y repartía las
tierras, se encargaba de enviar trabajadores a los distintos nichos productivos, velaba
por el almacenamiento y consumo de los bienes comunales, defendía los intereses
colectivos en sus relaciones con otros grupos y dirigía los rituales religiosos. Las con-
trapartidas que recibía eran laborales y productivas: la comunidad le trabajaba las
tierras, le entregaba productos procedentes de otros nichos ecológicos, le tejía la ropa,
le ofrecía ofrendas por su dedicación a sus responsabilidades con motivo de las fies-
tas religiosas, le construía la vivienda, etc.
Pero su mecanismo fundamental de poder lo constituía el otro gran principio arti-
culador del mundo andino junto con la reciprocidad: la redistribución. El curaca era
américa.1.03 11/5/05 12:06 Página 81

LA REGIÓN ANDINA 81

el que redistribuía los bienes obtenidos colectivamente, especialmente durante días


señalados, con motivo de las siembras y cosechas o en algunas festividades relacio-
nadas con las huacas locales y el calendario solar; también a los hogares que habían
sufrido una quiebra o accidente, o para el cuidado de los ancianos y los niños. En estas
ceremonias de la redistribución se mantenían también los principios ayni y tinku, aun-
que obviamente no se aplicasen con un sentido completamente igualitario para todos
los miembros de la comunidad. La redistribución tenía que ver con principios de jerar-
quía (normalmente el ayllu al que pertenecía el curaca resultaba más favorecido que
otros); tenía que ver también con la cantidad de tierra asignada para el trabajo (topo,
medida de tierra recibida anualmente por un hogar o grupo de hogares para su puesta
en producción); con la cantidad de mano de obra aportada por los mismos; con la difi-
cultad o el tiempo asignado a algunos hogares o individuos de varios hogares en tareas
de mitmaqunas en otros nichos ecológicos, o en trabajos para la comunidad, como el
tejido, por ejemplo; con la mayor o menor cantidad de tributo que se les exigiera por
parte de otro señor étnico superior, o por el inca, o para el culto de los dioses locales
o incaicos… En otras palabras, el curaca normalmente tenía muchas posibilidades de
ir manejando la redistribución a favor de unos u otros, de manera que generaba una
red de lealtades a su persona y a su grupo cuando no a todo un ámbito clientelar. Con
este sistema, el curaca se aseguraba en el futuro mayores aportaciones de productos
que aumentaban su poder porque los volvía a situar en el circuito de la redistribución.
Obviamente, este juego de lealtades generaba también conflictos de autoridad en
el seno de las comunidades; de manera que las relaciones de poder se mantuvieron
siempre en un equilibrio que si en algunos momentos fue precario (especialmente
cuando se produjeron interferencias externas, como en el caso de las invasiones wari
o inca), en otros no hicieron más que consolidar el papel protagónico de los curacas
en el manejo político y social de las comunidades.
Si ponemos esto en relación con lo anteriormente explicado sobre la superposición
de la hegemonía incaica en el espacio andino, entenderemos mucho mejor el juego de
alianzas, pactos y acuerdos que conformaron la base de su poder y de su imperio. Un
juego de alianzas construido y mantenido durante un relativamente corto espacio de
tiempo (comparado con la larga duración de la formación de las culturas andinas) que
vino a descomponerse con la invasión y conquista europea.
A la impresión de que el Tawantinsuyu se vino abajo como un castillo de naipes
con la acción de los conquistadores sobre las panacas imperiales —cosa que no pa-
rece ser tan así— hay que contraponer la idea de que, en cambio, la solidez y conti-
nuidad del universo andino, asentado en este complejo mundo de los ayllus, le per-
mitió ser mucho más resistente a los avatares de la conquista y a la crueldad de una
forzada aculturación. Los mecanismos de adaptación, reorganización y resistencia
desarrollados por los ayllus una y otra vez llevó a consolidar un modelo que atravesó
en múltiples aspectos al mundo colonial hasta llegar al presente. Un modelo mucho
más racional, considerando las lógicas andinas, que todos los experimentados y su-
fridos por los pueblos serranos a lo largo de tantos siglos de invasiones y coacciones
desde la conquista hasta nuestros días.
La capacidad de creación continua de estas culturas andinas y sus respuestas a los
embates de la historia, todavía nos impresiona y nos sorprende por su constancia y
sabiduría. Algo así como si las huacas, desde los cerros, siguieran pendientes del des-
tino de estos pueblos andinos, montando guardia y esperando regresar.
américa.1.03 11/5/05 12:06 Página 82

82 HISTORIA DE AMÉRICA LATINA

BIBLIOGRAFÍA

Albarracín Jordán, J., Tiwanaku: arqueología regional y dinámica segmentaria, La Paz, 1996.
Albeck, M. E., «La Quebrada de Humahuaca en el intercambio prehispánico», en Taller de
Costa a Costa, Buenos Aires, 1992.
Alberti, G., y E. Mayer, comps., Reciprocidad e intercambio en los Andes peruanos, Lima,
1974.
Alcina Franch, J., «Tomebamba y el problema de los indios Cañaris de la sierra sur del Ecua-
dor», Anuario de Estudios Americanos, XXVII, 1983.
—, Culturas indígenas de los Andes septentrionales, Madrid, 1990.
Alcina Franch, J., y S. Moreno Yáñez, comps., Arqueología y etnohistoria del sur de Colombia
y norte del Ecuador, Quito 1986.
Aldunate, C., Cultura mapuche, Santiago, 1986.
—, Culturas de Chile: Prehistoria. Desde sus orígenes a los albores de la conquista, Santiago,
1989.
Alva, W., y C. B. Donnan, Tumbas reales de Sipán, Los Ángeles, 1993.
—, —, Sipán. Descubrimiento e investigación, Lima, 1998.
Ampuero, G., y M. Rivera, Arqueología del Chile central y áreas vecinas, Santiago, 1964.
Ardila, G., «El poblamiento de los Andes», en Historia de América andina, vol. I, Quito, 1999.
Ascher, M., Code of the Kipu. A Study in Media, Mathematics and Culture, Ann Arbor, 1981.
Aveni, A., y H. Silverman, «Las líneas de Nasca: una nueva síntesis de datos de la pampa y los
valles», Revista Andina, 2, 1991.
Barcena, R., «Investigaciones arqueológicas en la provincia de Mendoza», Anales de Arqueo-
logía y Etnología, 22, 1978.
Batchelor, B., «Los camellones de Cayambe en la sierra del Ecuador», América Indígena, 40,
1980.
Bate, L. F., «Comunidades primitivas de cazadores recolectores en Sudamérica», en Historia
general de América, vol. II, Caracas, 1983.
—, «Comunidades andinas pretribales: los orígenes de la diversidad», en Historia de América
andina, vol. I, Quito, 1999.
Bauer, B. S., «Pacariqtambo y el origen mítico de los incas», en Avances en arqueología andi-
na, Cuzco, 1992.
—, El desarrollo del Estado inca, Cuzco, 1996.
—, El espacio sagrado de los incas (El sistema de ceques del Cuzco), Cuzco, 2000.
Bauer, B. S., y D. S. Dearborn, Astronomy and Empire in the Ancient Andes. The Cultural Ori-
gins of Inka Sky Watching, Austin, 1995.
Benavides, M., Carácter del Estado Wari, Ayacucho, 1984.
Betanzos, J. de, Suma y narración de los incas, BAE, Madrid, 1987.
Bischof, H., «El período inicial, el Horizonte Temprano, el estilo Chavín y la realidad del pro-
ceso formativo en los Andes centrales», en Encuentro Internacional de Peruanistas, Lima,
1996.
Bonavia, D., Perú: hombre e historia. De los orígenes al siglo XV, Lima, 1991.
Bouchard, J. F., «Arqueología de la región Tumaco, Nariño, Colombia», Revista Colombiana de
Arqueología, 25, 1983.
Bravo, C., El tiempo de los incas, Madrid, 1986.
Broadbent, S., Los chibchas, organización sociopolítica, Bogotá, 1964.
Canciani, J., Asentamientos humanos y formaciones sociales en la costa norte del antiguo Perú,
Lima, 1989.
Cardale, M., «Ocupaciones humanas en el altiplano Cundiboyacense», Boletín del Museo del
Oro, n.º 4, 1981.
américa.1.03 11/5/05 12:06 Página 83

LA REGIÓN ANDINA 83

Cardich, A., Civilización andina. Su formación, Lima, 1988.


Castillo, L. J., Personajes, mitos, escenas y narraciones en la iconografía mochica, Lima, 1989.
—, La ocupación moche de San José de Moro, Jequetepeque, Lima, 1994.
Castillo, N., Arqueología de Tunja, Bogotá, 1984.
Cieza de León, P. de, Crónica del Perú (1553), Madrid, 1984.
Ciudad, A., «América Precolombina», en Manual de historia universal, vol. 10, Madrid, 1992.
Collier D., y J. Murra, Reconocimientos y excavaciones en el sur andino del Ecuador, Cuenca,
1982.
Conrad, G. W., y A. A. Demarest, Religion and Empire: the Dynamics of Aztec and Inca Expan-
sionism, Cambridge, 1984.
Dillehay, T. D., Araucanía: presente y pasado, Santiago, 1990.
Dillehay, T. D., y P. Netherly, eds., La frontera del Estado inca, Oxford, 1988.
Disselhoff, H. D., El Imperio de los incas y las primitivas culturas indias de los países andinos,
Barcelona, 1978.
Dollfus, O., El reto del espacio andino, Buenos Aires, 1978.
Donnan, C. B., Moche Art of Peru. Pre-Columbian Symbolic Communication, Los Ángeles,
1978.
Duque Gómez, L., Prehistoria, etnohistoria y arqueología, Bogotá, 1965.
Engels, F., Paracas, cien siglos de cultura peruana, Lima, 1966.
Espinoza Soriano, W., La destrucción del Imperio de los incas. La rivalidad política y señorial
de los curacas andinos, Lima, 1973.
—, Los modos de producción en el Imperio de los incas, Lima, 1978.
—, Carangues y Cayambes. siglos XV y XVI. El testimonio de la etnohistoria, Otovalo, 1983.
—, Los incas: economía, sociedad y Estado en la era del Tawantinsuyu, Lima, 1987.
—, Etnohistoria ecuatoriana. Estudios y documentos, Quito, 1999.
Estrada, E., Valdivia. Un sitio arqueológico formativo en la costa de la provincia de Guayas,
Ecuador, Guayaquil, 1956.
—, Las culturas preclásicas, formativas o arcaicas del Ecuador, Guayaquil, 1958.
Evans, C., B. Meggers y E. Estrada, Cultura Valdivia, Guayaquil, 1959.
Falchetti, A. M., La orfebrería prehispánica de Colombia, Bogotá, 1983.
Flores Espinosa, J., y R. Varón Gabai, eds., El hombre y los Andes. Homenaje a Franklin Pea-
se, Lima, 2002.
Fresco, A., La arqueología de Ingapirca (Ecuador). Costumbres funerarias, cerámicas y otros
materiales, Cuenca, 1984.
Garcilaso de la Vega, Inca, Comentarios Reales (1604), Madrid, 1960.
Golte, J., La racionalidad de la organización andina, Lima, 1980.
González Carré, E., Los señoríos chancas, Ayacucho, 1992.
Hernández Astete, F., La mujer en el Tawantinsuyu, Lima, 2002.
Hidalgo, J., Las culturas protohistóricas del norte de Chile, Santiago, 1971.
—, Culturas de Chile: Prehistoria. Desde sus orígenes a los albores de la conquista, Santiago,
1989.
Hocquenhem, A. M., Cultura manteña-huancavilca, Guayaquil, 1982.
—, Iconografía mochica, Lima, 1987.
Huertas, L., Sechura: espacio, arte y tecnología, Lima, 1999.
Hyslop, J. H., The Inka Road System, Nueva York, 1984.
—, Inka Settlement Planning, Austin, 1990.
Isbell, W. H., y G. F. McEwan, eds., Huari Administrative Structure. Prehistoric Monumental
Architecture and State Government, Washington, 1991.
Jijón y Caamaño, J., Antropología prehispánica del Ecuador, Quito, 1952.
Jiménez de Quesada, M., Tres relaciones de antigüedades peruanas, Madrid, 1879.
Kauffmann Doig, F., Perú antiguo, Lima, 1979.
américa.1.03 11/5/05 12:06 Página 84

84 HISTORIA DE AMÉRICA LATINA

Kaulicke, P., Memoria y muerte en el Perú antiguo, Lima, 2000.


Kosok, P., Life, Land and Water in Ancient Peru, Nueva York, 1965.
Larco Hoyle, R., Los mochicas, Lima, 1938-1940.
—, Cronología arqueológica del norte del Perú, Buenos Aires, 1948.
Lavallée D., y M. Julien, Asto: curacazgo prehispánico de los Andes centrales, Lima, 1983.
Lechtman, H., y A. M. Soldi, eds., La tecnología en el mundo andino, México, 1981.
Lumbreras, L. G., Los orígenes de la civilización en el Perú, Lima, 1974
—, El Imperio Wari, en Historia del Perú, vol. II, Lima, 1980.
—, Arqueología de la América andina, Lima, 1981.
—, Las sociedades nucleares de América, Caracas, 1983.
—, Chavin de Huantar en el nacimiento de la civilización andina, Lima, 1989.
—, «Tribus y estados en los Andes: siglos XII-XVI», en Historia de América andina, vol. I, Qui-
to, 1999.
Llanos, H., Los cacicazgos de Popayán a la llegada de los españoles, Bogotá, 1981
—, Arqueología de San Agustín. Pautas de asentamiento en el cañón del río Granantes-Sala-
doblanco, Bogotá, 1988.
Makowski, K., y C. B. Donnan, eds., Vicús, Lima, 1994.
Marcos, J., «El origen de la agricultura», en Nueva historia del Ecuador, vol. 1, Quito, 1983.
—, Arqueología de la costa ecuatoriana. Nuevos enfoques, Guayaquil, 1986.
—, Real Alto. La historia de un centro ceremonial. Valdivia, Guayaquil, 1988.
—, «El proceso de neolitización en los Andes ecuatoriales», en Historia de América andina,
vol. I, Quito, 1999.
Matos Mendieta, R., ed., III Congreso peruano del hombre y la cultura andina, Lima, 1978.
—, ed., Arqueología peruana, Lima, 1979.
Millones, L., Historia y poder en los Andes centrales, Madrid, 1987.
—, Dioses familiares, Lima, 1999.
Millones, L., y C. Tomoeda, eds., El hombre y su ambiente en los andes centrales, Kyoto, 1980.
Molina, C. de, Relación de las fábulas y mitos de los incas (1574), Lima, 1943.
Moreno Yañez, S., «Formaciones políticas tribales y señoríos étnicos», en Nueva historia del
Ecuador, vol. 1, Quito, 1983.
Murra, J., ed., Visita de la provincia de León de Huánuco de Ortiz de Zúñiga (1562), Lima,
1967.
—, ed., Formaciones económicas y políticas del mundo andino, Lima, 1975.
—, La organización económica del Estado inca, México, 1978.
—, El mundo andino. Población, medio ambiente y economía, Lima, 2002.
Murúa, M. de, Historia y genealogía real de los incas (1590), Madrid, 1946.
Núñez Atienzo, L., Paleoindio y arcaico en Chile: diversidad, secuencia y procesos, México,
1983.
—, «Las formaciones históricas del desierto y los bosques meridionales», en Historia de Amé-
rica andina, vol. I, Quito, 1999.
Parssinen, M., Tawantinsuyu. El Estado inca y su organización política, Lima, 2003.
Pease, F., El dios creador andino, Lima, 1973.
—, Del Tawantinsuyu a la historia del Perú, Lima, 1978.
—, Curacas, reciprocidad y riqueza, Lima, 1992.
Poma de Ayala, F. Huaman, Nueva corónica y buen gobierno (1615), México, 1980.
Ponce Sanjinés, C., Panorama de la arqueología boliviana, La Paz, 1978.
—, Tiwanaku: Espacio, tiempo y cultura. Ensayo de síntesis arqueológica, La Paz, 1981.
Porras, P., Arqueología del Ecuador, Quito, 1980.
—, Manual de arqueología ecuatoriana, Quito, 1987.
Rappaport, J., The Politics of Memory. Native Historical Interpretation in the Colombian
Andes, Cambridge, 1990.
américa.1.03 11/5/05 12:06 Página 85

LA REGIÓN ANDINA 85

Ravines, R., comp., Cien años de arqueología en el Perú, Lima, 1970.


—, Tecnología andina, Lima, 1978.
—, comp., Chan Chan, metrópoli Chimú, Lima, 1980.
Reichel Dolmatoff, G., Colombia. Ancient Peoples and Places, Nueva York, 1965.
—, Arqueología de Colombia, Bogotá, 1986.
Reinhard, J., Las líneas de Nazca: un nuevo enfoque sobre su origen y significado, Lima, 1987.
Rostworowski de Díaz Canseco, M., Pachacútec Inca Yupanqui, Lima, 1953.
—, Etnia y sociedad: costa peruana prehispánica, Lima, 1977.
—, Señoríos indígenas de Lima y Canta, Lima, 1978.
—, Estructuras andinas de poder, Lima, 1983.
—, Historia del Tawantinsuyu, Lima, 1988.
—, Costa peruana prehispánica, Lima, 1989.
—, Pachacútec y la leyenda de los Chancas, Lima, 1997.
—, Pachacamac, Lima, 1999.
Rowe, J. H., «El reino de Chimor», en R. Ravines, ed., 100 años de arqueología en el Perú,
Lima, 1970.
—, «La constitución inca del Cuzco», Histórica, n.º 9, 1985.
Salomon, F., Los señores étnicos de Quito en la época de los incas, Otavalo, 1980.
Sanders, W., y J. Merino, Prehistoria del Nuevo Mundo, Barcelona, 1973.
Santa Cruz Pachacuti, J. de, Relación de las antigüedades deste reino del Perú, Cuzco, 1993.
Santillán, F. de, Relación del origen, descendencia, política y gobierno de los incas (1563),
Asunción, 1950.
Sarmiento de Gamboa, P., Historia de los incas, Buenos Aires, 1947.
Schobinger, J., Prehistoria de Sudamérica, Madrid, 1988.
Siolkowski, M., comp., El culto estatal del Imperio inca, Varsovia, 1991.
Stern, S., Los pueblos indígenas del Perú y el desafío de la conquista española. Huamanga has-
ta 1640, Madrid, 1986.
Szeminski, J., De las vidas del Inka Manqu Qhapaq. Manqu Qhapaq Inkap kawsasqankuna-
manta, Trujillo, 1997.
Tello, J. C., Paracas, Lima, 1959.
—, Chavín cultura matriz de la civilización andina, Lima, 1960.
Trimborn, H., Señorío y barbarie en el valle del Cauca, Madrid, 1949.
Torero, A., El quechua y la historia social andina, Lima, 1974.
Troll, C., Las culturas superiores andinas y el medio geográfico, Lima, 1958.
Tulien, C., «El Tawantinsuyu», en Historia de América andina, vol. I, Quito, 1999.
Uceda, S., «Los primeros pobladores del área andina central. Revisión crítica de los principa-
les sitios», Yunga, n.º 1, 1987.
Uceda, S., y E. Mújica, eds., Moche. Hacia el final del mileno, Lima, 2003.
Urbano, E., Wiracocha y Ayar. Héroes y funciones en las sociedades andinas, Cuzco, 1981.
Valcarcel, L. E., Etnohistoria del Perú antiguo, Lima, 1957.
Wachtel, N., «La reciprocidad y el Estado inca: de Karl Polanyi a John Murra», en Sociedad e
ideología, Lima, 1973.
—, Los vencidos. Los indios del Perú frente a la conquista española, Madrid, 1976.
Zuidema, R. T., Reyes y guerreros. Ensayos de cultura andina, Lima, 1989.
—, La civilización inca en el Cuzco, México, 1991.
—, El sistema de ceques del Cuzco. La organización social de la capital de los incas, Lima,
1995.
américa.1.03 11/5/05 12:06 Página 86

También podría gustarte