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‘‘EL CONOCIMIENTO ADQUIRIDO MEDIANTE LA EXPERIENCIA DIRECTA

ES POTENTE PERO PROBLEMÁTICO’’ ¿EN QUÉ MEDIDA ESTÁ DE


ACUERDO CON ESTA AFIRMACIÓN?

Conocer es una actividad que, en primera instancia, nos resulta fácil y


frecuente. Si nos figuramos, por ejemplo, en una gran avenida llena de autos y
edificios podremos aprender los colores, olores, texturas y demás impresiones
que vengan a nosotros. En ese sentido, conocer es una actividad diaria -casi
imperceptible por lo habitual-, puesto que mientras más aumente el número de
vivencias que tengamos, más habremos conocido. Sin embargo, cuando nos
detenemos a reflexionar sobre el proceso mismo del conocimiento y sus
posibilidades, caemos en cuenta de la gravedad del asunto.
Esta problemática empieza al momento de recordar las múltiples veces en las
que la experiencia directa con los objetos nos ha conducido al error. Un
ejemplo de esto es cuando metemos una cuchara en un vaso de agua; vemos
que la cuchara se deforma, pero cuando sacamos la cuchara, el material
resulta intacto. Pero esta no es la única complicación que encontramos; si
revisamos el conjunto de saberes en los que estamos inmiscuidos encontramos
que existen aquellos que son muy generales, tanto que pareciera que no tienen
nada que ver con la experiencia directa.
El caso más célebre es el de las ciencias puras, como las matemáticas, las
cuales llegan a un nivel de abstracción increíble. A estas alturas, se hace
patente que la experiencia directa, si bien es intuitivamente la más cercana y
confiable que tenemos, también es sumamente problemática. En ese orden de
ideas, debemos ahondar en el papel de lo abstracto como parte constitutiva del
conocimiento. En primer lugar, hay que hacer explícito cómo se relacionan la
experiencia directa y lo abstracto del conocimiento.
La primera es un cúmulo de datos sensibles, estímulos nerviosos, los cuales
llegan a nuestro organismo de manera desordenada. A raíz de lo anterior,
nuestro cerebro ordena estos impulsos nerviosos y les da una forma. Es por
ello que podemos formar imágenes de los objetos y de la realidad en general.
«Hemos visto que, según la concepción de la conciencia natural, el
conocimiento consiste en forjar una "imagen" del objeto; y la verdad del
conocimiento es la concordancia de esta "imagen" con el objeto» (Hessen,
1991,p.16). Es de esta manera que podemos formar conceptos, ya que la
recurrencia de ciertos estímulos nos ayuda a establecer palabras cuyo
significado podemos entender.
Nunca se ha aportado el menor indicio para mostrar que algún concepto de los
que tiene la gente sea innato; quizá no tenga ciertos conceptos que pretende
tener, pero cuando posee un concepto, de alguna forma está derivado de la
experiencia, es decir, no podría tener el concepto a menos que tenga primero
ciertas experiencias. (Hospers, 1976, p.135)
Por ejemplo, el ver distintos tipos de hojas en los árboles nos faculta a edificar
el concepto “hoja” el cual será utilizado en el futuro para referirnos a cualquier
tipo de objeto que cumpla con las características previamente aprehendidas.
Pero esta no es la única forma en que lo abstracto se relaciona con la
experiencia directa; mediante la inducción se formulan conocimientos
universales a través de conocimiento específicos. Por ejemplo, si soltamos una
serie de objetos en el aire, se observará que estos, necesariamente, caerán.
A su vez, esta observación se hace más específica, por lo que se comparan los
tamaños, la rapidez y otros factores. De toda la investigación, por medio de la
inducción erigimos leyes científicas: en este caso, la ley de la gravitación
universal. Dicho lo anterior, el rasgo abstracto del conocimiento se nos
presenta como una parte importante; sin embargo, salta otra pregunta
interesante: ¿Es la experiencia el único modo de obtener conocimiento
potente? Esta pregunta nos conduce a cuestionarnos el rasgo potente del
conocimiento abstracto.
Históricamente, las verdades de razón han sido mucho más certeras, puesto
que, como su nombre lo indica, lo único necesario para comprobarlas es la
razón. Así, por ejemplo, si quisiéramos comprobar alguna verdad matemática,
lo único que necesitaríamos para dicha tarea es calcular. Es por ello que 2+2,
en cualquier espacio, en cualquier tiempo y en cualquier contexto, nos dará
como resultado el número 4.
Tampoco podemos ignorar la Lógica, la cual, si bien es un cúmulo de
parámetros formales, permiten que los conocimientos no caigan en sinsentidos.
De esta manera se hace patente que el conocimiento abstracto también puede
ser potente. No desde un aspecto intuitivo, claro está, pero sí por su gran
claridad y certeza. Es por ello que las matemáticas y la física que se hace con
ellas son tan requeridas en nuestro tiempo. A pesar de que no están
compuestas de impresiones sensibles, tienen una gran injerencia en el mundo.
Basta ver el trabajo de los ingenieros y arquitectos alrededor del mundo, los
cuales, por medio de cálculos rigurosos, son capaces de hacer puentes,
edificios, represas, etc. Dicho lo anterior, aparece otra interrogante medular
para este ensayo. La pregunta por la jerarquía entre estos dos ámbitos: ¿Cuál
de estos dos ámbitos es el predominante en el conocimiento? Para resolver
esta pregunta es necesario revisar lo conseguido hasta el momento y
encausarlo de acuerdo con los objetivos previstos. Para ello pasaremos a
revisar tres posibles respuestas y sus consecuencias.
Solo después de un análisis sesudo podremos elegir la respuesta más idónea.
La primera opción que se nos presenta es la primacía de lo sensible sobre lo
abstracto (la preponderancia de los sentidos sobre la razón). Esta posición
tiene a su favor el argumento de que todo conocimiento tiene que pasar
necesariamente por los sentidos, puesto que, sin ellos como base, no se puede
conformar ninguna descripción de lo que acontece. Incluso las ciencias más
abstractas tienen que partir desde lo empírico de forma indirecta.
Por ejemplo, los números parten desde la aprehensión de las cosas a nuestro
alrededor: dos lápices, una computadora, cinco manzanas, etc. Dicho lo
anterior, no podría haber conocimiento sin la aprehensión de lo sensible. Sin
embargo, si solo nos limitamos al conocimiento sensible, la gama de
conocimientos actuales que poseemos se vería seriamente reducida. Además,
como ya se ha visto antes, el mero impulso sensorial requiere que se le otorgue
una forma, puesto que, de lo contrario, solo sería información desordenada sin
llegar a ser conocimiento.

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