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PASCUAL E. ALFERILLO
OSVALDO R. GÓMEZ LEO
FULVIO G. SANTARELLI
Directores del tomo
TOMO VIII
ARTÍCULOS 1708 A 1881
OTRAS FUENTES DE LAS OBLIGACIONES
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AUTOR DE LAS GLOSAS A LOS ARTS. 1708 A 1780
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La decisión legislativa plasmada en el Código encuentra sustento en las XXIII
Jornadas Nacionales de Derecho Civil Universidad Nacional de Tucumán, 2011,
cuando en las conclusiones de la Comisión 3 la mayoría sostuvo, en general, que
"la función preventiva es prioritaria en el Derecho de daños".
2. La función preventiva
a) Cuestiones generales
Ahora bien, en este punto de avance del comentario, cabe interrogarse por las
consecuencias que su repuesta tiene para el resto del articulado, particularmente en
la carga probatoria, si cuando el artículo hace referencia a la "prevención del daño"
incluye al principio precautorio.
Desde el punto de vista idiomático, la prevención del daño incluiría ambos, pues
surge del Diccionario de la Real Academia Española su sinonimia. Pero, desde el
punto de vista jurídico, la Ley General del Ambiente 25.675, sancionada en fecha
6/11/2002 y promulgada parcialmente el 27/11/2002 (BO 28/11/2002), en su art. 4º
marca una clara diferencia entre ellos, al definir el contenido del principio de
prevención que relaciona a "las causas y las fuentes de los problemas ambientales
se atenderán en forma prioritaria e integrada, tratando de prevenir los efectos
negativos que sobre el ambiente se pueden producir". En cambio, el principio
precautorio será operativo "cuando haya peligro de daño grave o irreversible la
ausencia de información o certeza científica no deberá utilizarse como razón para
postergar la adopción de medidas eficaces, en función de los costos, para impedir
la degradación del medio ambiente.
Al momento de formular la comparación se ha sostenido que "ambos principios
se basan en el deber de preservación establecido en la Constitución Nacional como
la obligación de todos los ciudadanos y de las autoridades de preservar el medio
ambiente para las generaciones futuras"(2).
Sin embargo, al realizar la comparación se verifica que "existe una cabal
diferencia entre P. Prevención y P. Precaución. El precautorio es un principio más
avanzado que el de prevención y ha tenido un avance pretoriano. Para que opere,
tiene que existir un peligro de daño grave que pueda afectar la salud de la
comunidad, esto es, que involucre el interés colectivo. La diferencia esencial entre
aquellos principios es que la prevención opera sobre la certidumbre, mientras que
la precaución carece de certidumbre. Esto permite agravar la protección en la
aplicación del principio precautorio frente al de prevención"(3).
En el mismo sentido, Boisson de Chazournes indica que "la incertidumbre
representa la diferencia entre precaución y prevención. El 'modelo de prevención'
debe basarse constantemente en la ciencia y sus conocimientos especializados, que
solos pueden dar ciertos grados de objetividad en cuanto a los riesgos a que se está
expuesto"(4).
De igual modo, Cafferatta, señala que "así como el principio de prevención tiende
a evitar un daño futuro pero cierto y mensurable, el principio de precaución introduce
una óptica distinta: apunta a impedir la creación de un riesgo con efectos todavía
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desconocidos y por lo tanto imprevisibles. Opera en un ámbito signado por la
incertidumbre"(5).
La claridad de los autores expuestos exime de mayores comentarios. Solo resta
anunciar que la diferencia tiene importantes consecuencias al momento de su
aplicación práctica dado que el principio precautorio, más avanzado en la
preocupación por evitar perjuicios irreparables a la naturaleza, actuará aun cuando
hubiere vacilación, duda o divergencia en la opinión científica respecto de la
producción o no del daño al medio ambiente"(6).
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la sanción pecuniaria disuasiva (art. 1714). El primero de ellos, la acción preventiva,
puede caracterizarse como una medida de 'prevención específica'"(8).
Finalmente, cabe destacar el pensamiento de Calvo Costa cuando indica que "no
hay razón alguna para excluir del ámbito del Derecho de Daños a la función
preventiva, ya que contribuye a disuadir las conductas efectivas y/o potencialmente
dañosas. Claro está, que ello no resulta incompatible con las normas del derecho
penal y administrativo, que poseen también finalidades preventivas. Se debe
privilegiar siempre la prevención del daño (actuar ex ante) antes que su ocurrencia
y reparación posterior (ex post), ya que de tal modo se contribuye a la solidaridad y
a la paz social. El principio rector del alterum non laedere también se condice con
esta finalidad preventiva, ya que constriñe a la sociedad a evitar la causación de
daños; evitar la ocurrencia del perjuicio es la mejor manera de hacer justicia, ya que
no siempre será posible la restitución de las cosas a su estado anterior en un
posterior"(9)y (10).
3. La función resarcitoria
La función clásica de la responsabilidad civil es la resarcitoria, la cual procura
compensar los daños mediante la restitución del damnificado a la situación anterior
al hecho dañoso, sea por el pago en dinero o en especie.
Esta función será estudiada pormenorizadamente, en la tercera sección, a partir
del art. 1716 donde se establece que la violación del deber de no dañar a otro, o el
incumplimiento de una obligación, da lugar a la reparación de daño causado.
Como se colige, se consagra un régimen unificado, acorde con la ratio essendi del
Código Civil y Comercial, de la responsabilidad proveniente de fuente contractual y
aquiliana o legal.
Por otra parte, surge como novedad legislativa el ordenamiento de los
presupuestos de la responsabilidad, más allá de conferir un apartado especial al
daño resarcible, por la importancia que tiene la valoración y cuantificación de los
perjuicios. Especialmente cuando se introducen daños que no son reconocidos
tradicionalmente por la doctrina de los tribunales, como es el daño al proyecto de
vida o el menoscabo a las afecciones espirituales legítimas.
Finalmente se destaca la preocupación del legislador por reglar las distintas
situaciones fácticas generadoras de daño, daño directo, indirecto, producido por una
pluralidad, etc., donde se pone énfasis en precisar quiénes serán los responsables
y bajo qué factor de atribución.
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a) En el pensamiento de los autores
Entre los autores que han opinado sobre el tema, Picasso llega a la conclusión
que "lo verdaderamente relevante es que, en el nuevo código, el legislador se ha
pronunciado inequívocamente acerca de las funciones del derecho de daños, y ha
establecido que ellas son, exclusivamente, la prevención y la reparación. Por el
contrario, la punición ha sido expresamente descartada como posible función de ese
sistema. Esta toma de posición legal reviste gran importancia, porque sirve de guía
para interpretar el resto de las normas que componen el sistema, y viene a confirmar,
entonces, que ellas deben ser leídas exclusivamente en clave resarcitoria o, en su
caso, preventiva (entendiéndose esta última función como limitada a la tutela civil
inhibitoria que la propia ley ahora regula expresamente).
El pronunciamiento legislativo también confirma que los denominados 'daños
punitivos', que lamentablemente subsisten en el art. 52 bis de la LDC, son algo
totalmente extraño y ajeno al derecho de daños. Se trata, en todo caso, de una multa
de naturaleza penal. Una multa que, como ya lo indicamos repetidas veces, debe
regirse —con los matices del caso— por los principios comunes a las ramas jurídicas
que tienden al castigo (fundamentalmente, el derecho penal y el administrativo
sancionador)"(11).
Por su parte, Galdós comenta que "las dos funciones tienen la misma jerarquía
normativa aunque, por su naturaleza, la reparatoria será la de aplicación más usual
o prevalente si el bien protegido es el patrimonio, ya que cuando se trata de bienes
que tienen un precio en dinero el resarcimiento es el mecanismo fundamental. En
cambio, cuando se tutela la persona humana puede resultar más eficaz la
prevención: por ejemplo evitando ataques a los derechos personalísimos, a la
dignidad (intimidad personal o familiar, honra o reputación, imagen o identidad; arts.
51, 52, 53); cuando se afectan derecho de los consumidores se puede disponer el
cese de la publicidad ilícita (por abusiva, discriminatoria, falsa, engañosa, errónea o
perjudicial para la salud y seguridad del consumidor), y la publicación de anuncios
rectificatorios (art. 1102) o de la sentencia (art. 1771), además de la indemnización
correspondiente (art. 1771)"(12).
La apreciación antes realizada es catalizada por Fernández para destacar la
trascendencia de la función preventiva del derecho de daños frente a personas
integrantes de grupos vulnerables, en especial relacionado con los menores de
edad. En ese sentido expresó que "la cobertura normativa protectoria existente en
favor de los niños, niñas y adolescentes, en especial, desde el corpus iuris integrado
por los tratados y convenciones internacionales fruto del proceso de especificación
de derechos en favor de los niños, fundamentado en su condición/situación de
vulnerabilidad y conforme a la exigencia de "medidas de protección especial" a su
respecto (art. 19, Convención Americana de Derechos Humanos; Preámbulo de la
Convención sobre los Derechos del Niño). En efecto, tal como ha explicado la Corte
Interamericana de Derechos Humanos (en adelante, Corte IDH), los niños gozan
"...de todos los derechos que tienen las personas adultas, además de un grupo de
derechos específicos que se les otorga por la particularidad de que los niños se
encuentran en desarrollo...". Este corpus iuris de la niñez resulta de sustancial
consideración a la hora de "(...) definir el contenido y los alcances de las obligaciones
que ha asumido el Estado cuando se analizan los derechos de las niñas y los niños"
y se integra sustancialmente por la Convención sobre los Derechos del Niño, las
observaciones del Comité sobre los Derechos del Niño, las sentencias y
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recomendaciones de la Corte IDH y la Comisión IDH y, ya en el plano local, la ley
26.061 y sus correlativas normativas provinciales, en tanto cuerpos específicos de
protección de los derechos de niños niñas y adolescentes, sin perjuicio de las
puntuales legislaciones que resulten asimismo aplicables conforme a la materia
debatida. Finalmente, y en forma central, emerge la protección diferenciada que el
Código Civil y Comercial, reconoce en favor de las personas vulnerables, como
núcleo prevalente de protección(13).
Por su parte, con un criterio amplio respecto de la recepción del principio
precautorio en el código unificado, Bestani sostiene que "haciendo pie en el
paradigma subyacente a toda la regulación del Código Civil y Comercial —el que
supone, entre otras cosas, una posición iusfilosófica de protección del débil jurídico,
del vulnerable—, y en la existencia de normativas tales como los arts. 14, 240, 241,
puede tal vez avizorarse ya la existencia en germen de esta 'función precautoria'
tendiente a proteger aquellos derechos desde el momento mismo en que una
eventual posibilidad de afectación se presente sobre ellos como sombra
amenazante. Mientras, constatamos que el Código Civil y Comercial optó por una
"omisión precautoria" de la regulación de la precaución en tanto principio y función
de la RC. Es de esperar que la constante práctica de la aplicación de la función
preventiva y del ejercicio de las acciones preventivas, su uso por parte de todos los
operadores jurídicos, preparen y abonen su futuro terreno"(14).
La autora completa su pensamiento aseverando que "la protección abarca todas
las fase de producción y ejecución del daño y de su probabilidad. La prevención
debe ser posible, tanto material (v. gr., la acción no debe estar consumada o debe
ser posible el cese —no lo sería si el daño está hecho, se agota en sí mismo y es
irreversible—) como jurídicamente (debe poder aplicarse la medida preventiva sin
obstáculos normativos, v. gr., eventual censura previa —arts. 14 y 32, Const.
Nacional—)"(15).
b) En el pensamiento de la jurisprudencia
En los tribunales se opinó que "el principio precautorio se funda en la incerteza
científica y sirve fundamentalmente en materia de la llamada 'función preventiva del
daño', consagrada hoy en materia civil por el Código Civil y Comercial expresamente
(arts. 1710 y ss.). Ahora bien, en nuestro caso no existe incerteza científica en
cuanto a que las aguas de purga contaminan los acuíferos"(16).
Respecto de la opinión de este tribunal se sostiene, en contrario, que el principio
precautorio no está contemplado en el Código Civil y Comercial cuando regla la
función preventiva, sino específicamente es el preventivo. El precautorio es propio
de los microsistemas, como es la Ley General del Ambiente (ley 25.675), donde
tiene su pleno desarrollo.
Otro tribunal entendió que "la función preventiva de la responsabilidad que
recogen los arts. 1710 a 1713 del Código Civil y Comercial constituye doctrina
interpretativa de las disposiciones aplicables de la responsabilidad civil a un proceso
en el que se solicitó una medida autosatisfactiva destinada a ordenar a quienes
instaron una acción de daños por plagio abstenerse de realizar comentarios
injuriosos contra el demandado, ello conforme lo previsto por el art. 7º de la
normativa citada y más allá de que se entienda que debe prevalecer el aspecto
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procesal de la función preventiva o que la cesación del daño se trata de una
consecuencia no consumida"(17).
Por ello precisó que "la medida autosatisfactiva intentada por la vicedecana de un
instituto universitario que fue demandada por plagio de una obra académica a fin de
que se le ordene a los accionantes de ese proceso abstenerse de realizar
comentarios injuriosos contra su persona debe rechazarse, ya que los hechos
analizados no importan en sí mismos la configuración de una conducta ilícita con
entidad para activar la responsabilidad civil en su faz preventiva —arts. 1710, 1711,
1713 y concs., Código Civil y Comercial—, sumado al carácter restrictivo con el que
se debe ponderar la admisión de esa medida cuando se trata de restringir el ejercicio
de otro derecho fundamental —arts. 51, 52, 53, 1770 y concs, CCCN—"(18).
El art. 1708 incurre en un ostensible error de pluma, pues se inicia con esta frase:
las disposiciones de este "Título", pese a que se trata de la primera de las normas
del Capítulo 1 "Responsabilidad civil"; debió decir "las disposiciones de este
Capítulo".
En cuanto al epígrafe "funciones de la responsabilidad" no se corresponde con el
contenido de la norma, pues el texto lejos de enunciarlas se limita a hacer aplicables
las normas del Capítulo 1 "a la prevención del daño y a su reparación".
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Tratados sobre los Derechos Humanos en los que la República sea parte. A tal
efecto, se tendrá en cuenta la finalidad de la norma. Los usos, prácticas y
costumbres son vinculantes cuando las leyes o los interesados se refieren a ellos o
en situaciones no regladas legalmente, siempre que no sean contrarios a derecho.
Ello está en consonancia con la finalidad de la convocatoria realizada por el
decreto PEN 191/2011, donde la unificación de los Códigos debía ser elaborada
conforme a las pautas establecidas en los Tratados sobre los Derechos Humanos
suscriptos por la República Argentina que tienen rango superior, conforme el art. 72
inc. 22 de la Constitución Nacional.
Es por ello que en el art. 2º se reglamenta que la ley debe ser interpretada
teniendo en cuenta sus palabras, sus finalidades, las leyes análogas, las
disposiciones que surgen de los Tratados sobre Derechos Humanos, los principios
y los valores jurídicos, de modo coherente con todo el ordenamiento.
Esta preocupación del legislador para fijar pautas hermenéuticas se potencia, en
el art. 963, cuando trata la regulación de los contratos en general y en el presente
capítulo relacionado con la responsabilidad civil.
Al respecto cabe recordar que de los distintos tipos de interpretaciones que se
pueden llevar a cabo, la hermenéutica llevada a cabo por la jurisdicción es la
interpretación por antonomasia al punto que el destacado jurista norteamericano
Hughes, afirmó que "la ley es lo que los jueces dicen que es"(19).
Con relación al tema, Araux Castex enseña que la norma general por virtud de la
interpretación que realiza el judex se convierte en norma individual, la que además
debe autoconvencer al juzgador de que esta norma individual es justa con relación
a las personas y circunstancias del caso(20). A su vez, Llambías precisa que
"interpretar es buscar el sentido y valor de la norma para medir su extensión precisa
y apreciar su eficiencia en cuanto al gobierno de las relaciones jurídicas"(21).
En este orden de ideas, cabe razonar que la actividad de interpretar es siempre
necesaria a fin de subsumir el caso particular en el precepto general. En función de
este criterio puede colegirse el error del antiguo adagio "in claris non interpretatio",
que relegaba la posibilidad de interpretación solo para el caso de que existan "textos
oscuros" o "poco inteligibles". Por el contrario, debe destacarse, con un sentido
amplio, que más allá de la complejidad de su texto, siempre es menester "interpretar"
para "aplicar" la norma(22).
Sin perjuicio de lo antes expuesto, se observa que en la interpretación judicial se
debe tener en cuenta, como límites, dos aspectos.
Por un lado, les está vedado hacer declaraciones abstractas. Es una prohibición
considerada de fundamental importancia, puesto que no puede hacerse justicia
cuando el juez de antemano anticipa opinión sobre el tema en litigio antes de quedar
concluida la causa para sentencia.
A su vez, no pueden juzgar la equidad de la ley, deben aplicar el derecho tal como
ha sido sancionado por el legislador y no como estiman ellos que deberían ser. Sin
embargo el juez debe sentenciar con equidad en el caso sometido a su decisión.
Para ello la ley lo guía al estatuir una norma de carácter general a la cual él tiene
que subsumir los hechos invocados y acreditados por las partes. Finalmente, no
puede serle indiferente el resultado de justicia de su interpretación(23).
En la regulación de la responsabilidad civil resulta de vital importancia marcar una
guía para la jurisdicción de cómo interpretar la norma por cuanto muchas de ellas
han sido redactadas en términos generales, de forma flexible, sin un contenido
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normativamente que determine con precisión la conceptualización de sus
presupuestos constitutivos y de los rubros resarcibles.
Ello justifica la existencia de la norma bajo comentario que tiene como
presupuesto básico que para la resolución de algún conflicto de intereses concurran
disposiciones regladas en el Código Civil y Comercial y las de alguna ley especial,
fijando un orden de prioridades para la aplicación de las normas que resuelven los
conflictos del siguiente modo:
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por voluntad de las partes las normas indisponibles. En ese sentido, el límite de la
libertad contractual queda marcado por los preceptos imperativos.
Sin perjuicio de ello, la punición del daño que se derive del incumplimiento de un
contrato puede ser establecido por las partes, como es por ejemplo, el caso de la
sanción pactada por el incumplimiento de la obligación en tiempo que se prevé en
el inc. a) del art. 768 (interés moratorio) o el interés punitorio autorizado por el art.
769, que es reglado por las normas de la cláusula penal en los arts. 790 y ss. En
ese sentido, el art. 793 especifica que "la pena o multa impuesta en la obligación
suple la indemnización de los daños cuando el deudor se constituyó en mora; y el
acreedor no tiene derecho a otra indemnización, aunque pruebe que la pena no es
reparación suficiente".
En otras palabras, la indemnización pactada por mora en el cumplimiento de la
obligación contractual prima sobre las normas supletorias, siempre que no vulneren
alguna norma indisponible o incurran en abuso del derecho conforme el art. 794.
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responsable, tiene derecho a que éste le
reembolse el valor de los gastos en que incurrió,
conforme a las reglas del enriquecimiento sin
causa;
c) no agravar el daño, si ya se produjo.
1. El deber de prevención
La norma impone el deber de prevención a toda persona sin distinción, razón por
la cual se debe entender que incluye tanto a las humanas (arts. 19 y ss.) como a las
jurídicas (arts. 141, ss. y concs.) que tengan la posibilidad material o jurídica de
evitar el perjuicio sea la vinculación contractual o aquiliana. Va de suyo, que no será
exigible este deber si el sujeto no tiene la capacidad para impedir la producción del
menoscabo.
Por otra parte, corresponde aseverar que el deber no es moral sino jurídico,
puesto que puede ser exigido su cumplimiento judicialmente cuando se cumplan las
condiciones previstas en los arts. 1711 y 1712.
Asimismo, el artículo limita el alcance témporo-espacial del deber de prevenir a la
esfera social, que queda bajo el dominio del sujeto que puede causar el daño no
justificado. Es decir, la ley no le exige a la persona un esfuerzo anormal o
extraordinario para prevenir daños que están fuera de su alcance fáctico o jurídico.
El deber de prevención del daño impone el cumplimiento de algunas conductas
específicas que definen su perfil jurídico, conforme se enumeran:
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derecho a que éste le reembolse el valor de los gastos en que
incurrió, conforme a las reglas del enriquecimiento sin causa
La ley le exige, en primer término, al sujeto legitimado pasivo del deber de prevenir
el daño que practique medidas razonables para impedir que acaezca el perjuicio
innecesario. Estas acciones deben desarrollarse en un tiempo anterior al momento
en que se puede producir el daño y tienen carácter eminentemente preventivo para
proteger a la víctima.
Pero ante la inminencia e inevitabilidad de su producción, se le exige antes de
que se ocasione el perjuicio que adopte medidas tendientes a morigerar la magnitud
del menoscabo injustificado en la medida en que los hechos lo permitan y
jurídicamente sea posible.
Estas conductas impuestas, además de ser razonables, es decir, ser compatibles
con el accionar normal de una persona conforme las circunstancias de tiempo y
lugar, deben ser de buena fe, es decir, llevadas a cabo con la lealtad y convicción
de estar evitando un detrimento excesivo.
Pero en este punto debemos diferenciar entre el sujeto que tiene el deber de
prevenir como responsable del futuro daño, de los casos en que se previene siendo
un tercero el responsable, por cuanto la ley en este último caso le concede el
derecho a que se le reintegre la cuantía de los gastos asumidos en la medida de su
empobrecimiento, conforme a las reglas del enriquecimiento sin causa reguladas en
los arts. 1794 y 1795.
Por cierto, si quien previene era el responsable del daño evitado, no tendrá
derecho a reembolso, por cuanto ha cumplido con el deber impuesto por la ley.
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ocurrir, por ejemplo, si no toma la medicación indicada o se quita el yeso antes de
la fecha indicada por el profesional, impidiendo la soldadura natural y correcta de
los huesos dañados.
Va de suyo que esta norma impone un replanteo del comportamiento regulado de
las compañías aseguradoras, especialmente cuando el seguro es obligatorio, dado
que se impone el deber legal de prevenir y evitar el agravamiento del daño.
Si se quisiera realizar una prieta síntesis de las pautas del art. 1710, acaso se
podría decir que toda persona tiene el deber de evitar, de disminuir y de no agravar
el daño, y que todo ello debe desplegarse en el marco de la buena fe.
Distintas elaboraciones internacionales han sentado las bases de la función
preventiva del daño con la mirada puesta en la contratación.
Así, el art. 7.4.8. sobre "Atenuación del daño" de los Principios UNIDROIT sobre
Contratos Comerciales Internacionales de 2010: "(1) La parte incumplidora no es
responsable del daño sufrido por la parte perjudicada en tanto que el daño pudo
haber sido reducido si esa parte hubiera adoptado medidas razonables. (2) La parte
perjudicada tiene derecho a recuperar cualquier gasto razonablemente efectuado en
un intento por reducir el daño".
Reglas similares se advierten en los Principios del Derecho Europeo de los
Contratos art. 9505: "(1) La parte incumplidora no es responsable de las pérdidas
que hubiese sufrido la parte perjudicada en la medida en que esta última hubiera
podido reducirla adoptando para ello las medidas razonables. (2) La parte
perjudicada tiene derecho a recuperar cualesquiera gastos en que razonablemente
haya incurrido al intentar reducir las pérdidas".
También en el Contract Code de Harvey McGregor: "Art. 439: 1) No es posible el
resarcimiento por pérdidas que el reclamante habría podido evitar con medidas
razonables. 2) No es posible el resarcimiento por pérdidas que el demandante ha
evitado tomando medidas, antes o después del incumplimiento, que caigan fuera de
las previsiones del apartado primero. 3) Es posible el resarcimiento de pérdidas, y
en particular de gastos, sufridos al tomar las medidas razonables para evitar las
pérdidas resultantes del incumplimiento, tanto si tienen éxito en reducir la pérdida
global, como si fracasan aumentando así la pérdida global, o no reduciéndola. 4)
Para decidir si ha habido omisión de las medidas razonables para evitar la pérdida,
el criterio de razonabilidad no es aquel riguroso que exige que el reclamante no haya
incurrido ni en riesgos financieros innecesarios, ni en innecesarias humillaciones
personales, y la carga de la prueba incumbe a la parte incumplidora".
Igualmente, en la Convención de Naciones Unidas sobre Contratos de
Compraventa Internacional de Mercaderías: "Art. 77: La parte que invoque el
incumplimiento del contrato, deberá adoptar las medidas que sean razonables
atendidas las circunstancias para reducir las pérdidas, incluido el lucro cesante
resultante del incumplimiento. Si no adopta tales medidas, la otra parte podrá pedir
que se reduzca la indemnización de los daños y perjuicios en la cuantía en que debía
haberse reducido la pérdida".
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Art. 1711. — Acción preventiva.
La acción preventiva procede cuando una acción u
omisión antijurídica hace previsible la producción de un
daño, su continuación o agravamiento. No es exigible la
concurrencia de ningún factor de atribución.
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En la doctrina de los autores se analizó la cuestión relacionada con la validez de
incluir en el Código Civil y Comercial normas de naturaleza procesal respecto de lo
cual se sostiene que en el estado de evolución actual del derecho, ello encuentra
justificación en la necesidad social de hacer efectiva la tutela judicial de los derechos
sustanciales(28).
Sin perjuicio de este razonamiento, Meroi procura deslindar los ámbitos
sosteniendo que "cualquiera podría verse tentado a calificar de "procesal" la
regulación de una mal denominada "acción preventiva".[...] Más allá de estas
disquisiciones y del nomen iuris, lo importante es recordar que una cosa es el
derecho de acudir a la autoridad en busca de una respuesta jurisdiccional (acción
procesal) y otra cosa es el contenido de esa respuesta, el bien de la vida al que se
aspira a través de ese accionar (pretensión).
De ahí que el Código Civil y Comercial consagra correctamente el deber de
prevenir el daño, el correlativo derecho a no sufrir un potencial daño y el derecho a
accionar fundado en ese afirmado derecho a prevenir el daño. En este sentido,
corresponde hablar de "pretensión preventiva" y no de "acción preventiva". En
definitiva, por caso, el art. 1711 en tanto regula los presupuestos de fundabilidad de
la pretensión preventiva no invade ninguna competencia procesal"(29).
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1. Legitimación para requerir la prevención del menoscabo
La norma concede legitimación activa para impetrar la acción a quienes
demuestren que tienen un interés razonable para peticionar la prevención del
perjuicio futuro o la morigeración del acaecido.
Como se colige, la legitimación activa acordada es flexible dado que se exige
únicamente que tenga un interés razonable en la evitación del daño que puede
recaer sobre un individuo o tener incidencia colectiva (art. 1737), razón por la cual
su interpretación debe ser extensiva, acordando la acción de prevención a toda
persona humana o jurídica (sea pública o privada) que acredite mínimamente dicho
interés.
La razonabilidad del interés en la prevención, más allá de la protección particular
que se procura con la evitación del perjuicio de quienes tengan un derecho
reconocido o un interés legítimo no reprobado por la ley (art. 1737), puede, de igual
modo, tener basamento social cuando el daño presumido pueda potencialmente
afectar a un conjunto de personas, en cuyo caso serán las asociaciones autorizadas
para defender dicho interés (v.gr., art. 52ley 24.240, 43 CN, etc.).
Este criterio de legitimación amplia fue recomendado en las conclusiones de las
III Jornadas Marplatenses de Responsabilidad Civil y Seguro, en cuya Comisión 1,
dedicadas al estudio de "las funciones de la Responsabilidad: Prevención y Sanción
Pecuniarias", se sostuvo en la Conclusión 4 que "para la admisión de la acción
preventiva resulta necesario que se ponderen los criterios de menor restricción y de
medio más idóneo a efectos de asegurar su eficacia en la obtención de la
finalidad"(34).
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jurídica para ser parte procesal, sino si uno o los dos son las personas ante las
cuales cabe emitir útilmente la sentencia. En función de ello y luego de recordar la
opinión de distintos autores, rechaza "todo cuestionamiento a la regulación civil de
la legitimación: es la legislación de fondo la que define la habilitación jurídica para
pretender y contra quien pretender; ello así, aunque esta condición se haga valer
recién en un proceso. Dicho más claramente: [...] el art. 1712, Código Civil y
Comercial, no invade en modo alguno las competencias provinciales en materia
procesal" (36).
Por otra parte, también destaca el fenómeno de la ampliación de la legitimación
por razones sociales cuando asevera que "la pretensión preventiva de daños podrá
ser ejercida no solo por el (afirmado) titular de un derecho subjetivo sino, en general,
por el afectado, por el defensor del pueblo, por ciertas asociaciones (art. 43, 2º párr.,
CN) y —en el especial caso de la pretensión de cese de daño ambiental colectivo—
por 'toda persona' (art. 30, último párr., LGA). Lo propio respecto de la legitimación
en casos de 'amenaza' a intereses individuales homogéneos de los consumidores y
usuarios (art. 55 LDC), en cuyo caso 'la sentencia que haga lugar a la pretensión
hará cosa juzgada para el demandado y para todos los consumidores o usuarios
que se encuentren en similares condiciones' (art. 54 LDC)"(37).
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Art. 1713. — Sentencia.
La sentencia que admite la acción preventiva debe
disponer, a pedido de parte o de oficio, en forma definitiva o
provisoria, obligaciones de dar, hacer o no hacer, según
corresponda; debe ponderar los criterios de menor
restricción posible y de medio más idóneo para asegurar la
eficacia en la obtención de la finalidad.
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Para Pablo Lorenzetti "se trata del 'activismo judicial' predicado para este tipo de
casos, amplia y razonablemente ejercitado por cada uno de los jueces que a lo largo
y a lo ancho de nuestro país han debido enfrentarse a casos vinculados a la tutela
del ambiente"(42).
El Código no hace más que legitimar e incentivar esta corriente jurisprudencial
con el claro objeto de tornar más efectiva la acción preventiva que se instituye, al
conceder la posibilidad de que la jurisdicción pueda de oficio definir la medida
preventiva sin tener en cuenta la petición de parte, marcando con claridad
cordillerana que en la prevención de los daños está interesado el orden público, más
allá del interés del sujeto que reclama tutela protectoria.
Otra de las facultades que se le concede al juez es la posibilidad de decretar las
medidas de prevención en forma definitiva o provisoria. Esta opción debe ser
concordada con el principio de menor restricción posible, a partir de lo cual se
deberán agotar las limitaciones temporales antes de fijar la definitiva.
La vastísima gama de posibilidades de daños futuros que se pueden producir y,
por ende, prevenir, ha sido tenida en cuenta por la norma al concederle a la
jurisdicción la potestad de establecer obligaciones de dar, hacer o no hacer según
fuere la naturaleza del menoscabo excesivo que se trata de impedir.
La medida que la jurisdicción adopte debe ser ponderada, como principio, liminar,
con el criterio de menor restricción posible y de medio más idóneo para asegurar la
eficacia.
Sobre este punto se destaca el análisis formulado por Pamela Tolosa cuando
precisa que "para evaluar la procedencia de la medida preventiva según los criterios
de "menor restricción posible" y "medio más idóneo", el juez deberá considerar las
circunstancias empíricas relevantes en cada caso. Dicha evaluación debería
implicar dos instancias: por un lado, analizar en qué tipo de casos será preferible
optar por la acción preventiva. Es decir, si no estamos dispuestos a eliminar los
riesgos completamente y, por el contrario, aceptamos que cierto nivel de calidad de
vida en una sociedad implica tolerar algunos, la acción preventiva, en consecuencia,
no procederá para evitar cualquier daño. Por otro lado, el juez deberá evaluar cuál
es la mejor alternativa disponible, y la menos costosa, para exigir prevenir el daño o
su agravación en el caso concreto: cuál será el contenido de la obligación de hacer,
dar o no hacer que imponga"(43).
3. Antecedentes jurisprudenciales
La doctrina judicial, antes de la entrada en vigencia del Código Civil y Comercial,
dio algunas respuestas que no se limitan a los casos de protección del medio
ambiente donde imperaba la acción de prevención del daño en paralelo al principio
precautorio, sino en otra hipótesis, especialmente tratada por la Corte de Justicia de
la Nación que si bien han constituido la minoría, interpretan acabadamente la
normativa actualmente vigente.
La mayoría de la CSJN opinó desestimando la pretensión de tutela que "la
sentencia que dejó sin efecto el pronunciamiento que dispuso la eliminación
definitiva de las vinculaciones del nombre, la imagen y las fotografías de una modelo
con sitios y actividades de contenido sexual, erótico y/o pornográfico a través del
buscador de Internet demandado, para que no puedan ser utilizadas en el futuro,
debe ser confirmada, pues toda restricción en la materia tiene una fuerte presunción
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de inconstitucionalidad, y la recurrente no ha invocado que se justifique, en el caso,
apartarse de esta doctrina"(44).
En cambio, la minoría que votó en disidencia parcial, integrada por Lorenzetti y
Maqueda, sostuvo que "la sentencia que responsabilizó a un buscador de Internet
por la existencia en sus bases de thumbnails con imágenes de una modelo
vinculadas a sitios de contenido erótico y/o pornográfico, con fundamento en que
para su aparición debió requerir el consentimiento de aquélla debe ser confirmada,
pues en el derecho argentino vigente es ineludible acudir al art. 31 de la ley 11.723
de Propiedad Intelectual, que establece claramente esa exigencia"(45).
En el mismo voto se tuvo en cuenta que "atendiendo al principio general de
prevención del daño, es posible reconocer una acción judicial que permita solicitar
la eliminación o bloqueo de enlaces a sitios web que resulten claramente lesivos de
derechos personalísimos y que también posibilite requerir que, según la tecnología
disponible, los "motores de búsqueda" adopten las medidas necesarias para
prevenir futuros eventos dañosos, debiendo ponderar los criterios de menor
restricción posible y de medio más idóneo para asegurar la proporcionalidad y la
eficacia en la obtención de la finalidad, que es prevenir la repetición de la difusión
de información lesiva, ello porque la libertad de expresión que protege a quienes
realizan esta actividad no es incompatible con la responsabilidad civil en su aspecto
preventivo"(46).
En cuanto a la protección del medio ambiente, tiene un historial más rico en
precedentes judiciales relacionados con la prevención del daño a la naturaleza(47).
En ese sentido se ha sostenido por los principales tribunales del país que "con
referencia a la atipicidad de la medida, ante un nuevo sustrato fáctico y jurídico
actual, es inevitable la flexibilización de la defensa en juicio y debido proceso, las
que observo se mantienen incólumes. No se advierte, agrega, tampoco la alegada
violación al principio de congruencia, ya que en el nuevo marco procesal es papel
irrenunciable del juez el que hace a su participación activa con miras a la prevención
del daño ambiental, donde debe buscarse "prevenir que curar'"(48).
Por su parte, el Máximo Tribunal Federal en el año 2006 se pronunció en el
complejo caso derivado de la contaminación del Río Matanza-Riachuelo, donde la
mayoría entendió que "en virtud de lo expresado, la presente causa tendrá por objeto
exclusivo la tutela del bien colectivo. En tal sentido, tiene una prioridad absoluta la
prevención del daño futuro, ya que —según se alega— en el presente se trata de
actos continuados que seguirán produciendo contaminación. En segundo lugar,
debe perseguirse la recomposición de la polución ambiental ya causada conforme a
los mecanismos que la ley prevé, y finalmente, para el supuesto de daños
irreversibles, se tratará del resarcimiento. La tutela del ambiente —continúa el
tribunal— importa el cumplimiento de los deberes que cada uno de los ciudadanos
tienen respecto del cuidado de los ríos, de la diversidad de la flora y la fauna, de los
suelos colindantes, de la atmósfera. Estos deberes son el correlato que esos mismos
ciudadanos tienen a disfrutar de un ambiente sano, para sí y para las generaciones
futuras, porque el daño que un individuo causa al bien colectivo se lo está causando
a sí mismo. La mejora o degradación del ambiente beneficia o perjudica a toda la
población, porque es un bien que pertenece a la esfera social y transindividual, y de
allí deriva la particular energía con que los jueces deben actuar para hacer efectivos
estos mandatos constitucionales"(49).
La decisión adoptada por la Corte Federal en este caso marca, desde el principio
de sus considerandos, el rol que le cabe a la magistratura cuando se le plantean
problemas vinculados con la prevención, en general, de los daños excesivos e
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innecesarios (entre ellos la preservación del medio ambiente), al decir que debe
actuar con energías especiales para consagrar operativamente los mandatos
constitucionales. En ese sentido, marcó una nueva tendencia que era salirse de los
cartabones fijados por la ley procedimental para hacer primar efectivamente los
mandatos constitucionales cuando se trata de la prevención de los perjuicios(50).
Esta idea ha sido plasmada en el Código Civil y Comercial, razón por la cual es
un mandato general para todos los ciudadanos cumplir con el deber de no dañar
innecesariamente, sean bienes colectivos o individuales, por cuanto se autoriza la
posibilidad de requerir la tutela judicial para prevenir perjuicios futuros o morigerar
la dañosidad de los menoscabos antijurídicos ya producidos.
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exprese cómo se va a neutralizar en daño inminente, paralizar el menoscabo
producido o morigerar el perjuicio de producción continua.
Meroi propone, para suplir los requerimientos de respuestas inmediatas que no
da un proceso ordinario, la producción de medidas cautelares acordes con la
necesidad de prevenir, lo cual muestra que el tipo de respuestas perentorias son
imprescindibles para satisfacer el propósito de la prevención. Por ello el mejor
camino procesal es aquel que acuerda un trámite breve con la factibilidad de
autorizar medidas cautelares que procuren garantizar el resultado de prevenir la
producción de daños.
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gravados por ella. Por supuesto, esto también resulta de una exigencia del estado
constitucional de derecho para quienes no queremos que el derecho termine siendo
solo un juego de los jueces" (53).
Por su parte, Trevisán cuando analiza la relación entre la pretensión preventiva
de daños y defensa de la competencia, en función de la sentencia preventiva a
dictarse, sostiene que el deber de ponderar la menor restricción posible deriva del
art. 19 de la Constitución Nacional, ya que nadie está obligado a hacer lo que la ley
no manda o privado de lo que ella no prohíbe.
A partir de ello, asevera que "este criterio deberá ser especialmente considerado
en casos de defensa de la competencia, ya que al competir lícitamente pueden
producirse daños a terceros. En estos casos, será el juez quien deberá ponderar los
intereses en juego al resolver sobre el caso concreto. En este orden de cosas, sería
posible obtener un mandato judicial que ordene el cese inmediato de ciertas
conductas, a los fines de no mantener o agravar el daño ya producido. Por ejemplo,
a casos de conductas anticompetitivas o de abuso de posición dominante que
hubieren sido investigados y sancionados por parte de la autoridad de competencia,
cuando hubiere reincidencia en las mismas prácticas abusivas y anticompetitivas.
En estos casos, el interesado, a los fines de prevenir la continuación o
agravamiento del daño ya producido por la conducta previamente sancionada, podrá
obtener tutela preventiva —por ejemplo— mediante i) una resolución
autosatisfactiva que imponga el cese inmediato de las conductas ilícitas ya
previamente sancionadas cuando éstas se estuvieren repitiendo, o ii) un mandato
preventivo de daños que ordene verificar si persiste la conducta anticompetitiva y,
en caso afirmativo, se intime a quien esté reincidiendo para que en un determinado
plazo perentorio se abstenga de continuar con dichas prácticas, u iii) otro tipo de
sentencias como las que podrían recaer en amparos preventivos, prohibiciones de
innovar o medidas innovativas, entre otras.
De esta forma, se logra evitar o reducir el perjuicio del interesado o damnificado.
En todos los casos, también podrá disponerse la imposición de astreintes para
disuadir al demandado a que cumpla la sentencia judicial"(54).
Resulta evidente cómo a través de distintos mecanismos se procura limitar y
controlar las facultades judiciales cuando deben expedir una sentencia en la cual
resolverán las medidas de acción para prevenir la producción de daños por venir o
la morigeración de los perjuicios ya acaecidos. Al respecto, de manera alguna las
cuestiones formales-procesales pueden encorsetar la concreción de la finalidad
preventiva reglada por el Código Civil y Comercial.
Por otra parte, no se puede soslayar que la pretensión sustancial de prevención
de daño, en su ratio essendi encierra a una cautelar que procura evitar perjuicios
innecesarios que se están por producir o se han producido. Es decir la sentencia de
prevención de daños tiene, básicamente, la misma problemática y requerimientos
de las medidas cautelares (por ejemplo: prohibición de innovar, art. 230Código
Procesal Civil y Comercial de la Nación) de raigambre procesal focalizadas a la
evitación de los perjuicios.
Por ello, resultan generalmente sobredimensionadas las preocupaciones de los
autores procesalistas respecto de las facultades de los jueces, cuando la
focalización del conjunto de los operadores del derecho deben estar direccionado a
la prevención del daño por sobre las del estricto cumplimiento de todas y cada una
de formas, especialmente cuando se agrede a la integridad psicofísica-social de las
personas.
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Art. 1714. — Punición excesiva.
Si la aplicación de condenaciones pecuniarias
administrativas, penales o civiles respecto de un hecho
provoca una punición irrazonable o excesiva, el juez debe
computarla a los fines de fijar prudencialmente su monto.
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a) La norma reconoce implícitamente que la jurisdicción y la
autoridad administrativa tienen facultad para aplicar penalidades
económicas disuasivas
Sin duda, la modificación sufrida en su tránsito hasta el recinto del Congreso
Nacional que sancionó el actual texto, produjo que la doctrina de los autores, en una
primera reacción, entendiera que en el presente artículo se había dejado de lado la
posibilidad de aplicar sanciones pecuniarias disuasivas y con resignación dijeran
como conclusión que "el régimen de responsabilidad civil consagrado en la nueva
codificación constituye un avance en muchas materias, aunque es perfectible; y ésta
es la tarea que los operadores del derecho debemos abordar, desde los lugares que
nos ocupan, para el perfeccionamiento de las normas que rigen nuestra vida
cotidiana. El daño punitivo, o sanción pecuniaria disuasiva puede ser objeto de
futuras regulaciones, en tanto la experiencia nos demuestre cuáles deben ser sus
lindes y caracteres"(56).
En la misma dirección, Galdós, concluye sus reflexiones sosteniendo que celebra
que el Código Civil y Comercial 2014 regule la función preventiva de la
responsabilidad civil aunque lamentamos que se haya suprimido del texto del
Proyecto de la Comisión de Reformas la sanción pecuniaria disuasiva. Por lo tanto,
en adelante, conviven tres sistemas: prevención y resarcimiento del derecho
privado, con apoyo en las normas del Código Civil y Comercial 2014; prevención,
resarcimiento y punición en el derecho del consumo (con los daños punitivos
previstos en el art. 52 bis LDC) y en el derecho ambiental rige la secuencia: prevenir,
precaver e indemnización sustitutiva solo en caso de resultar imposible la
recomposición o restablecimiento de la situación al estado anterior al daño(57).
Sin perjuicio de esta primera impresión, se debe comprender que más allá de la
voluntad del legislador, la norma cuando es finalmente sancionada adquiere
personalidad propia y es la jurisdicción la que le da la interpretación auténtica
cuando debe armonizar su texto a la realidad. En ese sentido, aplicando una
hermenéutica basada primero en la literalidad de su texto, se puede afirmar que
cuando la norma autoriza al juez para ejercer el controlar en nivel de razonabilidad
de la punción cuando se cuestione que la misma es excesiva, se está reconociendo
implícitamente que un organismo con capacidad pudo antes imponer una punición
cuando no se cumplió con el deber de prevenir el daño. Ello es así aplicando los
principios básicos de la lógica jurídica.
En ese sentido, la norma dice que la aplicación de las condenaciones pecuniarias
puede tener su origen en sede administrativa, penal o civil. Va de suyo que estas
dos últimas son de la jurisdicción judicial.
Como se colige, se debe aseverar que los tribunales tienen la facultad de imponer
condenaciones pecuniarias cuando no se cumpla con las medidas tendientes a
evitar la producción del daño futuro que consistirán en obligaciones de dar, hacer o
no hacer (art. 1713). En este punto corresponde tener presente en el análisis que el
daño futuro prevenible responde a la conceptualización dada por el art. 1737, donde
se regula que hay daño cuando se lesiona un derecho o un interés no reprobado por
el ordenamiento jurídico que tenga por objeto la persona, el patrimonio, o un derecho
de incidencia colectiva.
A partir de ello, no cabe lugar a hesitación de que tanto los derechos e intereses
individuales como los que tienen incidencia colectiva pueden ser objetos de la acción
de prevención del daño y por tanto, ser pasibles de condenaciones pecuniarias para
garantizar el cumplimiento del deber de prevenir ordenado por la autoridad
competente.
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Ello es así, pues de otro modo no se comprende, desde la lógica jurídica, que se
le conceda al juez la facultad de morigerar la cuantía de una punición excesiva si no
se reconoce, aun cuando fuera implícitamente, que existe una autoridad
(administrativa o judicial) que tiene la capacidad para aplicar una penalidad
económica, la cual puede ser revisada cuando es inmoderada.
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La jurisdicción tiene capacidad para morigerar la cuantía de las
condenaciones pecuniarias disuasivas
La naturaleza preventiva de la acción permite, como es en el caso de las
sanciones conminatorias del art. 804 o de las obligaciones con cláusula penal de
acuerdo al art. 794, dejar sin efecto total o parcialmente la medida cuando el juez
estime que la punición impuesta por la transgresión del deber de prevenir el daño
resulta innecesaria atento a que se ha verificado su cumplimiento.
En este punto se deben tener en cuenta dos hipótesis.
La primera es cuando el propio juez, sea civil, penal o contencioso administrativo,
fija una condenación pecuniaria con el objeto de asegurar el cumplimiento de su
mandato de prevención del daño innecesario determinado en la sentencia que dicta
bajo los parámetros de los arts. 1711 a 1713, pero posteriormente entiende, por un
planteo de parte o de oficio, que es excesiva por el acatamiento total o parcial de la
orden impartida. En este caso puede morigerarla hasta dejarla sin efecto conforme
las circunstancias del caso.
Pero cuando la condenación pecuniaria es de origen administrativo, observamos
que se está facultando a la autoridad administrativa para imponer condenaciones
pecuniarias disuasivas para conminar a prevenir el daño futuro e innecesario. Ello
no es técnicamente reprobable sino por el contrario, dado que la Administración del
Estado en cualquiera de sus estamentos tiene el deber de prevenir el daño por su
actuar o cuando concesionó alguna de sus atribuciones imponer la prevención a sus
concesionarios estando autorizado para imponer sanciones cuando ello no se
cumpliere.
La cuantía de esta sanción puede ser cuestionada en sede judicial, razón por la
cual la revisión por los tribunales será indirecta cuando se interpongan los recursos
judiciales contra dicha decisión.
1. Introducción
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Esta primera norma reglamentaria de la función resarcitoria de la responsabilidad
regula el deber legal de no dañar a otro y cuando el mismo es violado contradiciendo
la norma o por el incumplimiento de una obligación, da lugar a la víctima para
reclamar la reparación del daño causado siguiendo las reglas establecidas en
Capítulo I, "Responsabilidad civil", del Título V, "Otras fuentes de obligaciones", del
Libro Tercero.
Como se infiere de su texto, básicamente, se unifica en esta sección el régimen
aplicable, tanto a la responsabilidad aquiliana como a la contractual, sin perjuicio de
las normas que, de un modo particular, regulan distintas alternativas de
responsabilidad.
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consumidores y usuarios y, en el art. 43, una acción rápida y expedita para proteger,
entre otros derechos, los datos sensibles de la persona(61).
A su vez, en el inc. 22 del art. 72, reconoció jerarquía constitucional a los Tratados
Internacionales relacionados con la plena consagración de los Derechos Humanos
que enumera con la limitación de no derogar artículo alguno de la Primera Parte y
ser complementarios de los derechos allí reconocidos.
Un repaso mínimo por el contenido de los antes mencionados Tratados
Internacionales trae plena convicción de que la ratio constitucional se focaliza en
reconocer la personalidad jurídica de la persona humana marcando que entre ellas
no existen diferencias. Donde hay un ser humano existe siempre una persona para
el Derecho.
Ello fue reconocido por la Suprema Corte de Justicia de la Nación cuando precisó
que "a los fines de establecer el sentido de la voz 'persona' enunciada en el art. 8º,
párr. 2º de la Convención Americana sobre Derechos Humanos (Adla, XLIV-B,
1250), es válido recurrir al Preámbulo y al art. 1º del citado ordenamiento, los cuales
establecen que "persona" significa todo ser humano. Ello en virtud de la aplicación,
por un lado, de la pauta de hermenéutica según la cual cuando una ley es clara y no
exige mayor esfuerzo interpretativo no cabe sino su directa aplicación y, por el otro,
del principio conforme el cual las garantías emanadas de los tratados sobre
derechos humanos deben entenderse en función de la protección de los derechos
esenciales del ser humano y no para beneficio de los Estados contratantes"(62).
En el mismo nivel se coincide en reconocer la máxima ubicación en la jerarquía
normativa al derecho a la vida, a la integridad de su persona, a la libertad e igualdad
que tiene todo ser humano.
Sobre el particular Ekmekdjian sostiene que "los derechos personales tienen
jerarquía superior a los patrimoniales. En efecto, los segundos dan una
infraestructura económica destinada a posibilitar la realización de la persona
humana, es decir, de los primeros. A tal punto esto es así que los derechos
patrimoniales pueden ser renunciados por el titular, en cambio los derechos
personales, en principio, no"(63).
Este autor sistematiza la jerarquía de los derechos civiles de la siguiente forma:
1º) Derecho a la dignidad humana y a la libertad de conciencia. 2º) Derecho a la
vida, a la integridad física, a la intimidad, a la educación. 3º) Derecho a la
información. 4º) Los restantes derechos personales, en primer lugar los "Derechos -
fines" y luego los "Derechos-medios". 6º) Los derechos patrimoniales(64).
Sin lugar a dudas, la reforma constitucional del año 1994 modificó definitivamente
el clásico paradigma normativo ubicando al Ser Humano, al Hombre, por encima de
los derechos patrimoniales.
Así es entendido por la Corte Suprema de Justicia, cuando sostuvo que "el
derecho a la vida —comprensivo de la preservación de la salud— es el primer
derecho de la persona humana reconocido y garantizado por la Constitución
Nacional, ya que siendo el hombre el centro del sistema jurídico y en tanto fin en sí
mismo, su persona es inviolable y constituye el valor fundamental respecto del cual
los demás valores tienen siempre carácter instrumental"(65).
Este criterio fue reiterado por la Corte federal en distintos pronunciamientos(66),
para llegar al expreso reconocimiento de que "el hombre es eje y centro de todo el
sistema jurídico y en tanto fin en sí mismo —más allá de su naturaleza
trascendente— su persona es inviolable y constituye valor fundamental con respecto
al cual los restantes valores tienen siempre carácter instrumental"(67).
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En esta línea evolutiva del Máximo Tribunal resulta oportuno destacar la conexión
que formulan, en la disidencia parcial, los Dres. Maqueda y Rueda con otros
derechos vitales en el caso "Mesquida", cuando consideran que "la vida es el primer
derecho de la persona humana, preexistente a toda legislación positiva y que su
efectiva tutela se encuentra enlazada a otros derechos tales como la integridad
psíquica y física, la protección integral de la familia, el derecho a una
reparación integral en los términos del deber constitucional de no dañar a otro"(68).
La decisión constitucional de priorizar al ser humano en sí proprio, por encima de
sus derechos patrimoniales, tiene influencia al momento de adoptar una decisión
frente a una hipótesis de conflicto entre estos valores. Pues, sin la menor hesitación,
la hermenéutica debe ser in dubio pro homini(69), siempre en favor del ser humano(70).
Esta idea de integrar el contenido de los Tratados Internacionales sobre los
Derechos Humanos suscriptos por la República Argentina y reconocidos por la
Constitución Nacional en el máximo rango, conforme es receptado en el art. 72 inc.
22, fue puntual directiva contenida en el decreto PEN 191/2011 a la Comisión
Reformadora, cuando en sus considerandos tuvo en cuenta que "cabe destacar la
reforma Constitucional del año 1994, con la consecuente incorporación a nuestra
legislación de diversos Tratados de Derechos Humanos, así como la interpretación
que la jurisprudencia ha efectuado con relación a tan significativos cambios
normativos.
Que todas estas circunstancias tornan necesario proceder a actualizar y unificar
la legislación nacional en materia de derecho privado, procurando elaborar una obra
que, sin sustituir la legislación especial, contuviera una serie de principios generales
ordenadores".
Ello necesariamente conduce a una zona de concurrencia entre la Constitución
Nacional y el Código Civil y Comercial siendo este último texto la norma
reglamentaria primera de las directivas constitucionales(71).
Como se colige, la ubicación prioritaria del deber de no dañar consolida la
directiva del art. 19 de la Constitución Nacional, que fue expuesta en distintos fallos
dictados por la Corte Suprema de Justicia de la Nación y receptada por los tribunales
inferiores.
En ese sentido, cabe recordar que en fecha 5 de agosto de 1986, se dictaron tres
fallos señeros, de los cuales destacamos "Gunther"(72), que es donde se juzgó que
el principio de no dañar a otro tenía raíz constitucional en el art. 19 de la Constitución
Nacional al entender que tanto las acciones públicas como las privadas son
alcanzadas por la autoridad de los magistrados cuando perjudican los derechos de
terceros, quedando en la esfera de reserva personal únicamente las acciones
privadas que no ofenden la moral pública ni el derecho de otro.
A partir de ello observamos la consolidación, entre los autores y en la doctrina de
los tribunales del criterio que indica que las normas del Código sustancial, otrora el
Código Civil, relacionadas con la responsabilidad civil, solo consagran el principio
general establecido en el art. 19 de la Constitución Nacional, que prohíbe a los
hombres perjudicar los derechos de terceros, se constituyen en reglamentaria del
mismo y a su vez expresan un principio general aplicable a las otras disciplinas
jurídicas(73).
Es decir, la reforma constitucional de 1994 ha consolidado la raigambre
constitucional del principio de no dañar y ello es una pauta directriz reglada en el
Código Civil y Comercial para todo el ordenamiento jurídico.
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3. Alcance de la unificación del régimen de las obligaciones
resarcitorias
El art. 1716, en su contenido, más allá de pregonar la eliminación de la distinción,
se focaliza en marcar el origen del deber de reparar que puede provenir de la
violación de la obligación legal de no dañar o de un incumplimiento obligacional.
Para comprender acabadamente el alcance de la unificación de la
responsabilidad civil aquiliana y contractual, cabe transcribir el fundamento dado por
la Comisión reformadora que constituye una interpretación auténtica de ello.
La Comisión justifica su decisión al decir que "en materia de reparación, y
siguiendo a los proyectos anteriores, se recepta la unificación de los ámbitos de
responsabilidad contractual y extracontractual. Al respecto, existe uniforme opinión
doctrinal que ha sido expresada en distintos encuentros científicos. También los
proyectos anteriores se inclinan por la misma tesis. Por ejemplo, el art. 1581 del
Proyecto de 1998 dispone "Las disposiciones de este Título son aplicables
cualquiera que sea la fuente del deber jurídico de cumplir o de reparar el daño".
El texto proyectado confiere unicidad al régimen de la responsabilidad contractual
y extracontractual. Comparando con el Proyecto de 1998, se suprime la referencia
al "deber de cumplir", recogiendo las observaciones efectuadas acerca de que, esa
mención (deber de cumplir), excede el ámbito de la responsabilidad civil y es materia
de las obligaciones en general. Además, por la misma razón, se suprime el inc. a)
del art. 1584.
La tesis que se adopta es la unidad del fenómeno de la ilicitud, lo cual no implica
la homogeneidad, ya que hay diferencias que subsisten. Con la solución que
proponemos se unifican claramente los supuestos que han generado dificultades
serias, como ocurre con los daños a la persona en el ámbito de la responsabilidad
contractual (por ej., responsabilidad médica).
En cuanto a la problemática derivada del incumplimiento, queda regulada en el
campo obligacional y contractual. Frente al incumplimiento, el acreedor persigue la
ejecución forzada para obtener la prestación, y si no es posible o no lo desea,
pretende una indemnización sustitutiva. Ello exige diferenciar, dentro del espectro
de los daños resarcibles el valor de la prestación originariamente pactada, de los
otros perjuicios que se sufren. La primera indemnización es el equivalente de la
prestación debida, también denominada aestimatio rei, o id quod interest. La
naturaleza de esta pretensión ha dado lugar a dos posiciones diferentes: a) La tesis
de la autonomía considera que el derecho del acreedor a obtener el valor de la
prestación es una acción previa e independiente de la indemnización de los
ulteriores o adicionales daños y perjuicios. Es simplemente la obligación originaria,
que devino de imposible cumplimiento, que se transforma en dinero. La aestimatio
rei es un subrogado de la prestación que devino imposible y, por tanto, una forma
de cumplimiento de la obligación por equivalente. En cambio, los demás daños
forman parte de una acción de responsabilidad en sentido estricto, porque surge una
nueva obligación a partir del hecho ilícito (incumplimiento), ya que antes no existían
esos perjuicios. b) La tesis de la unidad entiende que la ilicitud es un único fenómeno
y comprende tanto la acción de cumplimiento por equivalente como la del
resarcimiento de los demás daños. Cuando el acreedor se decide por la ejecución
forzada, es la misma obligación la que se perpetúa (perpetuatio obligationis), pero
cuando se trata de indemnización, hay un cambio de objeto y ello es una mutación
esencial. Se trata siempre de una nueva obligación creada a partir de un hecho
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antijurídico que es el incumplimiento. Este último es una calificación de la conducta
del deudor, y no de su patrimonio, por lo tanto no se trata de una mera modificación
del objeto de una situación patrimonial objetiva, sino de un nuevo comportamiento
del deudor que, en forma personal, genera un ilícito.
La doctrina argentina está dividida entre ambas posiciones.
Tratando de superar las discusiones teóricas, el problema tiene solución práctica
si establecemos una regla general para la unificación de los ámbitos de
responsabilidad y una regulación especial para el cumplimiento de la prestación
comprometida mediante un contrato. En la propuesta que se hace, se distingue la
problemática del incumplimiento y su ejecución, regulada en el campo de las
obligaciones y contratos, de los demás aspectos, que se incluyen en la
responsabilidad por daños".
Como se señalaba en los fundamentos, existe acuerdo en la doctrina respecto de
la necesidad jurídica de unificar la responsabilidad civil y comercial(74), pero sin duda
en algunos aspectos puntuales se mantiene la identidad de cada régimen.
Al respecto Picasso, señala, como síntesis, que debe quedar en claro que la
"unificación no significa borrar toda frontera entre el incumplimiento de las
obligaciones y el hecho ilícito stricto sensu —categorías estas que, por el contrario,
siguen siendo consideradas como fuentes distintas de la responsabilidad—, sino
simplemente someter —en principio— la responsabilidad resultante en ambos casos
a la misma regulación. De todos modos, subsisten en el Código diferencias
importantes entre ambas esferas, tendientes, fundamentalmente, a respetar ciertas
singularidades de la responsabilidad "contractual" (entendida como la que deriva del
incumplimiento de cualquier obligación, tenga o no su fuente en un contrato) que
hacen a la propia estructura de la obligación (o del contrato, en algún caso) y tornan
imposible su total equiparación con la responsabilidad aquiliana.
En puridad, las modificaciones más importantes que trae el nuevo régimen
respecto del Código de Vélez consisten en: 1) la unificación de los plazos de
prescripción liberatoria; 2) la estructuración de un régimen unificado para la
extensión del resarcimiento (con la importante excepción de los contratos
celebrados paritariamente); 3) la clarificación de que los intereses se deben —en
todos los casos— a partir de que se produce cada perjuicio; 4) la unificación del
régimen aplicable a los daños corporales —cualquiera que sea la órbita de la
responsabilidad—, y la consiguiente desaparición de la obligación de seguridad del
ámbito del derecho común; 5) la introducción en materia contractual de la distinción
entre los damnificados directos e indirectos a los efectos de establecer la
legitimación activa para la reparación del daño moral, y 6) la consagración de la
regla de la solidaridad —a salvo los casos de obligaciones concurrentes— para la
responsabilidad tanto de origen contractual como aquiliana. Pero en el resto de las
materias se observa una neta tendencia del flamante código a prolongar y clarificar
las diferencias de regulación que ya existían con anterioridad"(75).
Entre las diferencias que se mantienen que surge de tener una naturaleza jurídica
diferente aun cuando en definitiva ambas emerjan de la ley, se pueden mencionar,
por ejemplo, la regulación del consentimiento del damnificado (art. 1720), contratos
celebrados por una confianza especial entre partes (art. 1725), previsibilidad
contractual (art. 1728), imposibilidad de cumplimiento (arts. 1732/1733), dispensa
anticipada de la responsabilidad (art. 1743), etcétera.
Al respecto cabe recordar que en la Comisión 2 de las XII Jornadas Nacionales
de Derecho Civil (San Carlos de Bariloche - 1989) se debatió el tema de la
"Unificación de los regímenes de responsabilidad civil" proponiendo de lege lata: 1.
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Existe unidad sistemática en materia de responsabilidad civil, a partir del dato de
concebir al daño como centro de gravedad del sistema. 2. No obstante, en el
Derecho vigente hay dos ámbitos de responsabilidad: el contractual y el
extracontractual. 3. Los presupuestos del deber de reparar son comunes a las dos
órbitas de responsabilidad. 4. De las diferencias que marca la doctrina entre la órbita
contractual y extracontractual, algunas son reales, pero contingentes y otras no son
verdaderas. Sin embargo, ninguna debe conceptuarse como sustancial. Entre las
diferencias reales, pero contingentes, la más importante, entre otras, son la
extensión de la reparación y la concerniente al plazo de prescripción de las acciones.
5. La atenuación equitativa de la reparación emanada del art. 1069, es aplicable por
analogía a los supuestos de daños derivados del incumplimiento contractual. 6.
Funciona la opción aquiliana del art. 1107 cuando el deudor hubiere incurrido en
dolo, no obstante la literalidad del referido texto legal.
La preocupación de la doctrina por borrar las diferencias entre los regímenes de
la responsabilidad contractual y extracontractual ha recibido una respuesta positiva
por parte del Código Civil y Comercial que ha mantenido, solo, algunos los detalles
que son muy particulares de la responsabilidad contractual. Así se ha unificado el
régimen de prescripción de toda acción por responsabilidad civil en tres años (art.
2561). En cuanto a la extensión del resarcimiento se respeta las previsibilidad
contractual (art. 1728) en el marco general de responder por las causas inmediatas
y mediatas con nexo adecuado de causalidad (arts. 1726 y 1727). Respecto de los
intereses corren para ambos sistemas desde que se produce cada perjuicio (art.
1748). Y, la facultad judicial de atenuar el resarcimiento en todos los casos de
responsabilidad está prevista en el art. 1742.
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a.1) En el pensamiento de los autores
Con relación a la aplicación de la normativa contenida en el Código Civil y
Comercial para regular las relaciones jurídicas relacionadas con el deber de resarcir
daños producidos con anterioridad a la entrada en vigencia del nuevo texto, resulta
necesario marcar la aplicación de la regulación contenida en el art. 7º relacionada
con el derecho transitorio. Es decir, cómo se debe resolver cuál es la norma aplicable
a cada caso de reclamación del resarcimiento de los menoscabos.
Al respecto, antes de la sanción de la ley 17.711, Areco proponía en las
conclusiones de su tesis doctoral que "las leyes deben recibir, en principio, inmediata
aplicación, porque el interés social exige que los nuevos preceptos, que tienden a
mejorar el derecho, o cuando menos condicionarlo a las particularidades de la vida
de relación al momento en que se dictan, entren en vigencia lo más pronto posible.
Ese propio interés social exige sin embargo, que los derechos incorporados al
patrimonio de los particulares antes de la promulgación de la nueva ley, no le sean
quitados por ella, ya que de lo contrario, ni siquiera la vida en sociedad sería
factible"(76).
En vigencia de la ley de reforma del Código Civil antes referida, Moisset de
Espanés cuando comentaba el precedente del actual art. 7º (art. 3º, Código Civil),
sostenía como conclusión que "a) El primer párrafo del art. 3º [art. 7º, Código Civil y
Comercial], establece el efecto inmediato de la ley nueva que será aplicable a las
consecuencias 'futuras' de las situaciones jurídicas en curso de producir efectos. b)
El segundo párrafo del art. 3º consagra como principio básico la irretroactividad de
la ley. c) El principio de irretroactividad impide que se aplique la ley nueva para
juzgar hechos anteriores que ocasionaron la constitución, modificación o extinción
de situaciones jurídicas. Y, d) Los efectos producidos por una situación, con
anterioridad a la nueva ley, son regidos por la ley antigua, en virtud del principio de
irretroactividad que pone un límite al 'efecto inmediato'"(77).
Por su parte, Kemelmajer de Carlucci sobre el punto comenta que "la noción de
consumo que subyace en el art. 7 fue tomada por Borda de la obra de Roubier, quien
distingue entre leyes que gobiernan la constitución y la extinción de una situación
jurídica, y leyes que gobiernan el contenido y las consecuencias. Cada fase se rige
por la ley vigente al momento de esa etapa; el consumo o el agotamiento debe
analizarse según cada una de esas etapas, en concreto, para cada tipo de
situaciones, siendo imposible una formulación en abstracto, para todo tipo de
cuestiones" (78).
A partir de ello, precisa que "el hecho de que se haya dictado una sentencia que
no se encuentra firme no tiene influencia sobre cuál es la ley aplicable. Véanse los
siguientes ejemplos: [...] b) Si la Cámara revisa una sentencia relativa a un accidente
de tránsito, aplica la ley vigente al momento de ese accidente; en agosto de 2015 la
revisará conforme el artículo 1113 del Código Civil, no porque así resolvió el juez de
primera instancia, sino porque la ley que corresponde aplicar es la vigente al
momento que la relación jurídica nació (o sea, el del accidente). En cambio, si la
apelación versara sobre consecuencias no agotadas de esas relaciones, o lo que
atañe a la extinción de esa relación (por ej., una ley que regula la tasa de interés
posterior al dictado de la sentencia de primera instancia), debe aplicar esa ley a los
períodos no consumidos; más aún, debería aplicarla también a los consumidos si la
ley ha establecido su carácter retroactivo y no se vulneraran derechos
constitucionalmente amparados". En definitiva, sintetiza la autora, "la noción de
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consumo jurídico no se vincula a la existencia de una sentencia que no se encuentra
firme y, por lo tanto, las causas que se encuentran en apelación o en ulterior
instancia deben ser resueltas interpretando rectamente el art. 7º, que en nada
modifica el art. 3º según texto de la 17.711, excepto en lo que hace a las nuevas
leyes supletorias más favorables para el consumidor"(79).
Con relación específica al tema Galdós señala que "si el daño es instantáneo sus
consecuencias se producen simultáneamente con el hecho nocivo por lo que queda
comprendido en la ley vigente en ese momento (una lesión física que produjo
inmediatamente incapacidad total y permanente); en cambio si el daño permanece
o evoluciona porque sus efectos se prolongan y se consolida después de entrada
en vigencia del Código Civil y Comercial, ese tramo temporal del daño queda
aprehendido en el art. 1746, Código Civil y Comercial. Así se sostiene, conforme
precedentes jurisprudenciales, que en los casos de daños derivados de las
inmisiones generadas en las relaciones de vecindad, se aplicará la ley vigente al
momento en que ese daño termina de suceder.
De todos modos la cuantificación del daño siempre se efectúa según la ley vigente
en el momento en que la sentencia determina su medida o extensión, sea porque lo
fija en dinero o porque establece las bases para su cuantificación en la etapa de
ejecución de sentencia, conforme lo prevé el art. 165 Código Procesal Civil de la
Nación. En este punto resulta importante distinguir las dos operaciones o etapas
vinculadas con la existencia y cuantificación del daño en el marco de la sentencia
declarativa. En efecto es necesario deslindar la etapa relativa a la 'determinación del
contenido del daño' de la propia de 'la determinación de la medida de su contenido',
como lo denomina De Cupis o, como lo expresa Zavala de González, de 'valuar el
daño', por un lado, y de 'determinar el valor del daño', por el otro; en definitiva se
debe diferenciar la 'medida del daño' de su quantum, según lo afirman Morello y
Zannoni, lo que repercute esencialmente en el momento o etapa en el que el juez
procede a su liquidación. La sentencia de condena comprende la determinación del
contenido del daño, esto es lo inherente a su existencia misma, su entidad, y las
oscilaciones que haya podido tener o que previsiblemente puedan ocurrir en el
futuro, es decir 'de qué se compone' y 'hasta dónde' se extiende; en cambio la
medida del daño o la determinación de su valor o de su cuantía importa definir su
entidad económica o su significación pecuniaria"(80).
La entrada en vigencia del Código Civil y Comercial impuso tener presente el
contenido del art. 7º que por su ubicación en el Capítulo Preliminar, es aplicable a
todas las relaciones y situaciones jurídicas regladas por el código. En el mismo se
reguló la eficacia temporal de las normas derogadas frente al nuevo régimen legal,
previéndose, en términos generales, que a partir de su entrada en vigencia las leyes
se aplican a las consecuencias de las relaciones y situaciones jurídicas existentes.
Esta indicación legal, sin lugar a hesitación, es aplicable a las obligaciones de
resarcir los daños nacidas en fecha anterior a la entrada en vigencia del código
unificado, dado que no se ha previsto una norma especial que regule en particular
la situación jurídica que se presenta en los procesos de daños no consolidados
jurídicamente, como acontece en el régimen de la prescripción (art. 2537).
A partir de ello, se debe tener presente que en la construcción de la sentencia de
daño existen dos segmentos perfectamente diferenciados.
En el primero, se determina quién o quiénes serán los sujetos responsables del
deber de resarcir. Para individualizar al sujeto pasivo de la obligación
indemnizatoria, se debe verificar la configuración de los presupuestos constitutivos
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de la responsabilidad: daño, antijuridicidad, nexo causal adecuado y factor de
atribución.
A partir de la determinación del responsable del daño, se inicia la segunda etapa
que se vincula con el análisis de las consecuencias derivadas del accidente, como
es la valoración y cuantificación de los daños padecidos y reclamados.
Teniendo en consideración esta diferencia, la determinación de los sujetos
responsables del deber de resarcir se debe formular con base en el régimen jurídico
imperante en el momento en que acaeció el hecho dañador que será la causa fuente
de la obligación de reparar. Es decir, se deben examinar los presupuestos de la
responsabilidad conforme a la normativa vigente y doctrina que informa a la misma,
a la fecha del accidente. Ello es así porque quedó absolutamente agotado en su
estructuración normativa el hecho jurídico generador de la obligación, se consolidó
y, es por ello, que tiene génesis la obligación de resarcir la cual, desde este punto,
resaltar su naturaleza de obligación de valor.
Esta situación de normativa transitoria fue resuelta ante el reclamo de eximición
de responsabilidad por cambio del régimen de tránsito (cambio normativo)
juzgándose que "la expresión de agravios vertida por la recurrente encuentra su
fundamentación y, por cierto, base de la crítica al fallo, es el contenido normativo de
los artículos 41 y 43 de la Ley de Tránsito Nº 24.449, que entró en vigencia en la
provincia de San Juan cuando se sancionó y promulgó la Ley Nº 6684 (BO
1/02/1996). El régimen imperante al momento del accidente era el de la Ley Nº
13.893 que en su artículo 50 b) 5to., establecía que 'tiene prioridad de paso el
vehículo que ingrese en la circulación giratoria de la rotonda'. Como se colige esa
normativa tenía reglado un régimen diametralmente distinto al vigente en la
actualidad, por lo cual corresponde desestimar sin más meritación esta queja"(81).
Como detalle a tener en cuenta que ese cambio normativo, pudo favorecer al
dañador en sede penal, por imperio del in dubio pro reo, es decir, por la sanción de
una norma favorable al imputado pero no en sede civil donde la responsabilidad
quedó consolidada con el régimen jurídico imperante al momento de producirse el
hecho dañador.
Cumplida la primera etapa en la elaboración de la sentencia de daño, se abre la
siguiente en la cual corresponde examinar las consecuencias jurídicas derivadas del
hecho dañador (valoración y cuantificación del daño como deuda de valor), las
cuales hasta que no queden consolidadas en su determinación pecuniaria, sea en
sede judicial o extrajudicial, son alcanzadas por las nuevas leyes sancionadas, en
el caso, por el contenido del Código Civil y Comercial.
Además se debe tener en cuenta que en el régimen actual se establece una
mutación de la deuda de valor cuando la misma es cuantificada en dinero conforme
está previsto en el art. 772, donde se prevé que una vez que el valor es cuantificado
en dinero se aplican las disposiciones relativas a ese tipo de obligación.
Ello implica que mientras la transformación a dinero no se encuentre efectivizada
y firme es una consecuencia no consolidada, razón por la cual es alcanzada por el
nuevo régimen.
En juicio, mientras se discuta la procedencia del daño, su valoración y cuantía, es
una situación jurídica no consolidada, razón por la cual la jurisdicción debe aplicar
el régimen del Código Civil y Comercial, aun cuando el daño se hubiere producido
estando vigente el Código Civil.
En síntesis, para la determinación de los responsables del deber de resarcir los
daños producidos antes del 1 de agosto de 2015, se aplica el Código Civil porque el
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mismo estaba vigente en ese momento. Y, si el monto resarcitorio no estuviere
individualizado en dinero con sentencia firme, es decir, jurídicamente consolidado
en su cuantía, se rige por el régimen de valoración y cuantificación reglado por el
Código Civil y Comercial.
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En otras jurisdicciones se entendió, de igual modo, que "de conformidad con el
art. 7º del Código Civil y Comercial, un proceso de daños está regido por el
ordenamiento civil y comercial vigente al momento de los hechos —en el caso, por
el derogado Código Civil—"(85).
De igual modo, se sostuvo que "el Código Civil y Comercial no resulta aplicable a
una acción de daños por un robo ocurrido dentro de un centro comercial, pues, al
tratarse de una relación o situación jurídica constituida conforme a la ley anterior a
su entrada en vigencia, es esa ley la que en definitiva se aplica —art. 7º, Código
Civil y Comercial—"(86).
Esta línea es ratificada cuando se dice que "si bien a partir del 1 de agosto entró
en vigor el nuevo Código Civil y Comercial de la Nación, si los hechos ventilados en
una acción de daños sucedieron durante la vigencia del Código Civil derogado, la
cuestión debe juzgarse a la luz de esta última legislación, que mantiene
ultraactividad en este supuesto —art. 7º, Código Civil y Comercial—, ello con
excepción de ciertas normas puntuales de la nueva legislación que resultan
inmediatamente aplicables"(87).
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a.1.1.3) El Código Civil y Comercial se aplica a todas las
consecuencias no consolidadas
Los mentores de esta tendencia difirieren con la posición precedente en cuanto
al alcance de la nueva norma respecto de las consecuencias derivadas de la
determinación del sujeto responsable del deber de resarcir, por cuanto propugnan
que la valoración y cuantificación del daño resarcible sea alcanzada por el régimen
del Código Civil y Comercial y no sólo los intereses aplicables por la mora en
indemnizar (arts. 768 y 1748).
Así se sostiene que "este proceso está alcanzado por las normas del Código Civil
y Comercial que entró en vigencia el 1º de agosto de 2015 (leyes 26.994 y 27.077).
El art. 7º Código Civil y Comercial —sustancialmente análogo al art. 3º Código Civil,
según la modificación del año 1968— dispone que la ley nueva se aplica ("aún",
decía el texto anterior) a las consecuencias de las relaciones y situaciones jurídicas
existentes. Se trata de una de las reglas contenidas en ese precepto: la aplicación
inmediata de la nueva ley.
Ahora bien, una de las primeras reglas de interpretación del actual art. 7º Código
Civil y Comercial consiste en distinguir los "hechos constitutivos" de la relación
jurídica, de sus consecuencias, derivaciones o efectos. Las relaciones jurídicas
nacen, se modifican o se extinguen en virtud de hechos a los que la ley le asigna
efectos generadores o constitutivos; esos "hechos constitutivos" (comprensivos de
los hechos modificatorios y extintivos) se rigen y son juzgados por la ley vigente al
momento de producirse. En cambio los efectos o consecuencias de las relaciones
jurídicas constituidas bajo la ley anterior se rigen de inmediato por la nueva ley.
Entonces los hechos constitutivos de la relación jurídica de autos, que tienen
origen en un daño de fuente extracontractual por resultar de la vulneración del deber
de no dañar a otro (art. 1716, primera parte, Código Civil y Comercial) se rigen por
el Código anterior, porque en materia extracontractual el momento que fija la ley
aplicable es la fecha en que ocurrió el hecho ilícito (en lo contractual es la fecha "del
incumplimiento de la obligación", art. 1716, segunda parte, Código Civil y
Comercial).
En consecuencia, el art. 7º del nuevo Código Civil y Comercial dispone que este
proceso se debe resolver en base a las normas sustanciales vigentes al momento
de producirse el hecho dañoso (o sea en el año 1997). El fundamento es el siguiente:
los presupuestos de la responsabilidad civil (antijuridicidad, causalidad, daño y factor
de atribución) son hechos constitutivos que se rigen por la ley vigente en el momento
de su producción, lo que no impide que queden alcanzadas por la ley nueva las
consecuencias o efectos no concluidos, no operados o no consumidos, aunque se
trate de relaciones jurídicas constituidas con anterioridad.
En suma, las consecuencias de la relación jurídica deben ser diferenciadas: las
ya consumidas, agotadas o producidas, es decir las que ya concluyeron sus efectos,
quedan en la órbita de la ley anterior (v.gr. el daño que se consolidó antes de la
entrada en vigencia); en cambio las consecuencias que no son instantáneas sino
que se prolongan en el tiempo quedan alcanzadas por el nuevo Código. A modo de
ejemplo las cuestiones inherentes a la cuantificación del daño se trata de
consecuencias no agotadas, que como los intereses que se devenguen a partir de
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su entrada en vigencia quedan en la esfera de la ley nueva (arts. 1745, 1746, 1747,
1748 y concs., Código Civil y Comercial)"(92).
En otras palabras, "la determinación de los sujetos responsables del deber de
resarcir se debe formular en base al régimen jurídico imperante en el momento en
que acaeció el hecho dañador que será la causa fuente de la obligación de resarcir.
Es decir, se deben examinar los presupuestos de la responsabilidad conforme a la
normativa y doctrina que informa a la misma existente a la fecha del accidente.
Ello es así porque ha quedado absolutamente agotado en su estructura normativa
el hecho jurídico generador de la obligación, se ha consolidado y con ello tiene
génesis la obligación de resarcir que tiene naturaleza de obligación de valor. Con
ello se puede expresar que quedó abierta para su meritación la etapa de las
consecuencias jurídicas derivadas del hecho dañador (valoración y cuantificación
del daño como deuda de valor), respecto de las cuales hasta que no queden
consolidadas en su determinación, sea en sede judicial o extrajudicial, son
alcanzadas por las nuevas leyes sancionadas. En el caso, por el contenido del
Código Civil y Comercial, ley 26.994" (93).
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en el art. 19 de la Constitución Nacional y, en modo particularizado, en la
reglamentación emergente de los contratos y en las reglas específicas de no dañar
en determinadas casos. La ilicitud se puede verificar impersonalmente con una
simple comparación entre el texto del mandato y la conducta dañadora llevada a
cabo.
En cambio, en la culpa se ponderan elementos sociales entre los cuales se
encuentran las métricas axiológicas que reprochan a determinada persona el modo
como actuó, sea la recriminación objetiva o subjetiva, más allá de si contradijo o no
la norma.
En otras palabras, son dos presupuestos totalmente independientes para la
procedencia de la responsabilidad resarcitoria que se complementan con el daño y
el nexo de causalidad.
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de suyo, que las primeras interesan al marco regulatorio de la responsabilidad civil
conforme se regula en el art. 1717.
Agoglia, luego de recordar que existen corrientes de pensamiento que se
desinteresan por la antijuridicidad, salvo cuando el deber de responder se
fundamenta en la culpabilidad, que otras, con criterio ecléctico, vinculan la
antijuridicidad de la acción con la injusticia del daño reconociendo la posibilidad de
que haya daños injustos derivados de conductas ilícitas y, que dentro de las
tendencias modernas hay quienes se desentienden absolutamente de la licitud o
ilicitud de la conducta, en razón de que el daño es el quid de la responsabilidad
civil(103), entiende que "la injusticia del daño prescinde de la injusticia de la conducta,
toda vez que la justicia y solidaridad social son la base de la moderna
responsabilidad civil. La antijuridicidad se predica siempre de la conducta. De allí
que las causales de justificación, excluyente de la antijuridicidad —estado de
necesidad, obediencia debida, cumplimiento de un deber, etc.—, aludan siempre al
comportamiento humano. El daño nunca es antijurídico, sino injusto, en tanto
percute en intereses tutelados por el derecho. Sin embargo, con arreglo a una
concepción moderna del fenómeno del resarcimiento, forzado es reconocer que el
contenido de la antijuridicidad se centra prioritariamente en el desvalor del resultado.
En otras palabras, el daño colorea de antijuridicidad a la acción"(104).
Es claro que la antijuridicidad se vincula con la conducta de las personas y se
presume su existencia cuando se daña sin razón jurídica a otro sujeto. Éste es el
criterio adoptado por el Código cuando introduce una presunción de ilicitud contra la
acción u omisión del que produce el menoscabo, que puede ser desvirtuada
acreditando algunas de las causales de excusación autorizada en el propio Código.
Finalmente, como se colige, no compartimos el criterio de Prevot cuando asevera
que "la idea que el enunciado expresa es, evidentemente, que la antijuridicidad se
predica del daño y no de la conducta que lo causa"(105).
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c) para evitar un mal, actual o inminente, de otro
modo inevitable, que amenaza al agente o a un
tercero, si el peligro no se origina en un hecho
suyo; el hecho se halla justificado únicamente si
el mal que se evita es mayor que el que se causa.
En este caso, el damnificado tiene derecho a ser
indemnizado en la medida en que el juez lo
considere equitativo.
FUENTE: ART. 1589 DEL PROYECTO DE 1998.
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El Código, de modo concordante con la regla general, establece como excepción,
en el inc. c) del art. 53, donde se requiere del consentimiento de la persona para
captar o reproducir la imagen o la voz, cuando se trata del ejercicio regular del
derecho de informar sobre acontecimientos de interés general. O, cuando en el inc.
c) del art. 235 se autoriza a los propietarios de fundo por donde corren las aguas
subterráneas para ejercer de un modo regular el derecho de extraerlas en la medida
de su interés y con sujeción a las disposiciones locales. También se fija este principio
en el art. 2021, donde se faculta al condómino para que pueda adosar
construcciones al muro, anclarlas en él, empotrar todo tipo de tirantes y abrir
cavidades, aun en la totalidad de su espesor, siempre que del ejercicio regular de
ese derecho no resulte peligro para la solidez del muro.
El primer interrogante que plantea la segunda parte del art. 10 en su concordancia
con el inc. a) del art. 1718 es si cuando se ejerce abusivamente el derecho legítimo
que se tiene y se causa daño, dicho ejercicio pasa a ser calificado como antijurídico
y, por ende, da lugar al reclamo del resarcimiento del daño ocasionado.
Sobre el punto, Orgaz expresó que "en el planteamiento correcto del problema, el
abuso del derecho no es tema de ilicitud, sino de justificación de un daño causado
a otro (...): por consiguiente, el elemento de la 'culpa' le es extraño. Con este
esquema, la legislación en nuestro Código debe hacerse a continuación del art.
1109, con un precepto que diga: "No hay obligación de reparar el daño causado, en
cumplimiento de un deber o en ejercicio de un derecho, salvo en este último caso
que el derecho se ejerciere con el manifiesto propósito de perjudicar"(106).
En cambio, Moisset de Espanés entiende que "si bien es cierto que el acto abusivo
suele ser ilícito, no se requiere indispensablemente que estén presentes en todos
los casos el dolo o la culpa, sino que basta con que el acto exceda objetivamente
los límites fijados por el art. 1071. Si la figura se redujese a las hipótesis de actos
ilícitos, sería totalmente inútil, pues la ilicitud fue siempre sancionada por nuestro
ordenamiento jurídico; el aporte del nuevo texto es el de brindar un arma a la justicia
para enmendar los efectos de una conducta dañosa, que sin caer en el campo de lo
ilícito, vulneran los fines perseguidos por la ley"(107).
En ambas opiniones no se dice con firmeza que el ejercicio antifuncional del
derecho es irrelevante mientras no cause daño al otro sujeto, pero a partir de ello,
no cabe duda de que se ingresa al campo de la antijuridicidad, al menos general,
planteada por el art. 19 de la Constitución Nacional. La existencia de culpa o dolo
en el ejercicio inapropiado del derecho es un agregado que se debe completar a los
fines de cumplimentar con los presupuestos de la responsabilidad resarcitoria.
En sentido contrario se pronuncia Kemelmajer de Carlucci cuando señalaba que
la ley 17.711 incorporó la figura del ejercicio abusivo del derecho en el título relativo
a los hechos ilícitos; esta metodología, sin embargo, no implica que el ejercicio
abusivo de los derechos se identifique con los hechos ilícitos(108).
En el régimen del art. 10 se autoriza al juez para prevenir el daño tratando de
evitar los efectos del ejercicio abusivo que cuando no lo logra, debe ingresar a la
función resarcitoria de la responsabilidad civil procurando la reposición al estado de
hecho anterior y fijar una indemnización. Evidentemente, para fijar el resarcimiento
debe entenderse configurado los presupuestos constitutivos del deber de resarcir,
entre ellos la antijuridicidad de la conducta abusiva en el ejercicio del derecho.
La doctrina de los tribunales entendió que "corresponde hacer lugar a la acción
de daños y perjuicios entablada en virtud de un embargo preventivo trabado
indebidamente cuando ya se había cancelado la deuda reclamada, pues ello permite
concluir que la conducta del embargante fue abusiva"(109).
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De igual modo, que "debe responsabilizarse civilmente al abogado que,
ejerciendo en forma abusiva la defensa en juicio, puso en cuestión la idoneidad e
imparcialidad de los magistrados actuantes sin aportar pruebas relevantes de sus
dichos —en el caso, durante el alegato en el juicio oral se imputó al juez de
instrucción y a su secretario un acuerdo espurio relativo al principal testigo de
cargo—, pues tales ofensas afectaron el honor de los involucrados, radicando la
antijuridicidad del acto en el ejercicio antifuncional de un derecho que ha provocado
un perjuicio traducido en la lesión de la reputación y la autoestima de los
afectados"(110).
b) Legítima defensa
En cuanto a la figura de la legítima defensa como causal de justificación de la
antijuridicidad presumida por haber causado un daño a otra persona se debe tener
presente la elaboración doctrinaria del derecho penal, ámbito en el cual se ha
profundizado su estudio.
Por otra parte, en muchos casos el daño producido en legítima defensa genera la
promoción de acciones penales, motivo por el cual esta causa de excusación de
responsabilidad estará sujeta a las reglas de la prejudicialidad penal reglada a partir
del art. 1774 del Código.
La legítima defensa es reglamentada en el Código Civil y Comercial en la hipótesis
de defensa extrajudicial de la posesión contemplada en el art. 2240, cuando indica
que nadie puede mantener o recuperar la posesión o la tenencia de propia autoridad,
excepto cuando debe protegerse y repeler una agresión con el empleo de una fuerza
suficiente, en los casos en que los auxilios de la autoridad judicial o policial llegaran
demasiado tarde. El afectado debe recobrarla sin intervalo de tiempo y sin exceder
los límites de la propia defensa. Esta protección contra toda violencia puede también
ser ejercida por los servidores de la posesión.
En doctrina, Orgaz señala que "hay defensa legítima cuando una persona, en
situación de urgencia y con medios racionales, causa un daño a otra al repeler,
contra ésta, una agresión actual e ilegítima. Es una causa de justificación de los
daños personales o patrimoniales que ocasiona, quien se defiende, al autor de la
agresión, en las condiciones de la ley. Aunque causar un daño a otro importa,
ordinaria y formalmente, un acto ilícito que da lugar a responsabilidad (...), la ley
justifica aquella acción, esto es, la declara lícita, en consideración a que el agente
ha actuado en una situación extrema, que no le permitía recurrir a los auxilios de la
autoridad pública"(111).
La normativa enumera cuáles son los requisitos de la legítima defensa, previendo
que se debe emplear un medio racionalmente proporcionado frente a la agresión
actual o inminente, ilícita y no provocada.
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Al respecto, Cepede comenta que la agresión ilegítima "debe tratarse de una
conducta antijurídica, actual o potencial e inminente que ocasiona peligro de daño
para un derecho. Tal peligro es el suficiente riesgo de daño, para un bien jurídico,
como para hacer racionalmente necesaria la defensa. Debe entonces de tratarse de
una agresión peligrosa para la integridad de un derecho —que a su vez se refiere a
una circunstancia futura— la producción de un daño. Naturalmente, el peligro de
daño depende de modo directo y exclusivo, de la agresión ilegítima; ella puede ser
actual ya iniciada. O puede ser futura, no comenzada. Esto último autoriza la
conducta defensiva racionalmente necesaria a condición de que a pesar de ser
futura la agresión, sin embargo exista, en el presente, el peligro de ella y de su efecto
dañoso"(112).
En cuanto a la falta de provocación suficiente, se debe tener en cuenta que "el
sujeto que actúa en legítima defensa lo hace enarbolando una defensa del derecho
que está permitida por el propio derecho. No cabe pues, otro fin que no sea el
proteger la legalidad establecida y, en todo caso, no cabe que el sujeto provoque
deliberadamente al agresor, con el fin de que agreda y le permita actuar
refugiándose después en la legítima defensa"(113).
Y, respecto de la racionalidad en el medio empleado, se entiende que "frente al
caso corresponderá formular un análisis hipotético-comparativo considerando las
alternativas con las que contaba el autor en ese contexto para establecer si el medio
defensivo empleado, además de adecuado para impedir o repeler la agresión, era
el menos lesivo posible en manos del autor —sin necesidad de correr algún riesgo—
. Y en un segundo nivel, ponderar la racionalidad de tal necesidad, estableciendo la
relación de proporcionalidad entre la potencialidad agresiva de la conducta
desplegada por el agresor y la defensiva desarrollada por el agredido (no del daño
causado y el que se pueda causar). Ello por cuanto la defensa, como todo derecho,
tiene como límites, "no solo los impuestos por la necesidad sino también los que
devienen de la racionalidad"(114).
Finalmente cabe destacar que el inc. b) del art. 1718 autoriza que el tercero que
no fue agresor ilegítimo y sufre daños como consecuencia de un hecho realizado en
legítima defensa tiene derecho a obtener una reparación plena. Esta norma
encuentra fundamento en la equidad, por cuanto el daño proviene de un accionar
lícito que es ejercer la legítima defensa de derechos, pero abre el interrogante de
quién es el sujeto pasivo de la reclamación: si el que agredió ilegítimamente o quien
se defendió y le produjo el daño. El primero, evidentemente, no tenía la intención de
dañar al tercero sino a quien se defendió, pero sin lugar a hesitación que su accionar
antijurídico tiene nexo causal adecuado con el daño que recibe el tercero producido
por quien se defiende legítimamente, razón por la cual deberá resarcir el perjuicio
sufrido por el sujeto ajeno a los hechos.
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La claridad conceptual de la norma exime de mayores comentarios sobre esta
hipótesis, dado que el análisis de la licitud del daño será in concreto, dado que se
deberá analizar económica y humanamente si el daño producido con el accionar es
de menor cuantía que el evitado. Pues, si objetivamente fuere en sentido contrario,
no se podrá excusar y la conducta dañadora deberá ser calificada como antijurídica.
1. Introducción
El Código unificado incorpora el instituto de la asunción de riesgos por la víctima,
fijando —como principio general— que la exposición voluntaria a un contexto de
peligro no constituye justificativo del hecho dañoso ni dispensa del deber de resarcir
el menoscabo, a menos que, por las circunstancias del caso, la conducta de la
víctima pueda calificarse como un hecho que interrumpe total o parcialmente el nexo
causal. Es decir, la excepción se configura cuando el daño padecido es generado
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por el hecho del propio damnificado, razón por la cual esta causa de justificación es
ubicada fuera del ámbito de la antijuridicidad, más precisamente en el marco de los
arts. 1726 y ss., que tratan la relación de causalidad.
El segundo párrafo regula los actos de abnegación que se configuran cuando una
persona voluntariamente se expone a una situación de peligro para socorrer a otra
y resulta dañado.
a) El reclamo de la doctrina
Este criterio adoptado por la norma fue propiciado por la doctrina civilista en las
XXII Jornadas Nacionales de Derecho Civil que se llevaron a cabo en la provincia
de Córdoba, en forma simultánea con el V Congreso Nacional de Derecho Civil,
cuando los juristas partícipes de la Comisión 3 sostuvieron de lege lata, en general
que "1. La asunción de riesgos genéricos de la vida moderna no implica relevar de
responsabilidad al eventual dañador. La 'sociedad de riesgo' no autoriza su
invocación como eximente frente al daño producido. 2. En materia de riesgos, como
principio general, asumir el riesgo no significa asumir el daño. 3. La teoría de la
asunción de los riesgos solo puede ser analizada en el ámbito de la responsabilidad
objetiva, aunque sea para negarle sus pretendidos efectos liberatorios. 4. La
asunción de riesgos está especialmente prohibida por el Derecho en materia de
derechos fundamentales de la persona".
El criterio fijado por el encuentro académico era reclamado por la doctrina de los
autores, cuando en la palabra de Müller se aseguraba que no es lo mismo conocer
el riesgo que implica realizar una determinada actividad que asumir las
consecuencias de tal conducta, razón por la cual la asunción de riesgos no se erige
en una causal autónoma de responsabilidad y, por ende, no permite la liberación del
responsable sino que debe analizarse si la conducta de la víctima configura el hecho
de la víctima(115).
En el mismo sentido, Mosset Iturraspe, señalaba que "no cabe en ningún
supuesto interpretar la existencia de un consentimiento o de un asentimiento de la
víctima, anticipado al daño, cuando están de por medio los derechos de la
personalidad: vida, salud, integridad física, intimidad, honor, etcétera. Obsta a otra
interpretación la indisponibilidad del bien tutelado". El autor completa su
pensamiento marcando que "no cabe confundir el mero conocimiento del riesgo o
de la posibilidad de ocurrencia del evento perjudicial, con el asentimiento o
conformidad con el daño. También en los deportes violentos hay un reglamento y
una conducta que es dable exigir a los intervinientes, el paciente puede saber ante
la información del médico, el alto riesgo de la intervención quirúrgica y asentir con
su realización; empero ello no significa acepar que la misma se realice de cualquier
manera, con buena o mala práctica, ni tampoco asentir con los daños que son el
efecto de la mala intervención"(116).
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b) La asunción voluntaria del riesgo como presupuestos de
procedencia
La hipótesis reglada por la norma impone como primer requisito que la exposición
de la víctima a la situación de peligro haya sido voluntaria, es decir, conforme el art.
260 la decisión debió ser adoptada con discernimiento, intención y libertad
manifestándose por un hecho exterior.
Por cierto que automáticamente quedan excluidos de la norma aquellos sujetos
que se encuentran privados de discernimiento conforme la enumeración del art. 261.
Por otra parte, la asunción para que realmente sea voluntaria y no inducida por
una acción u omisión dolosa o de mala fe, debe ser necesariamente conocida por el
damnificado que asume el riesgo. Es decir, la norma implícitamente le está exigiendo
a la parte que se beneficia con el riesgo que asume la víctima, cumplir con el deber
de informar el nivel de peligrosidad del acto o hecho que está por llevar a cabo. Esta
exigencia es exigible tanto para el ámbito aquiliano como para el contractual.
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jurídica, la cual en virtud de esa impronta humanista se basa en llevar a cabo un
análisis de previsibilidad que se hace en abstracto y post facto para definir si hubo
nexo causal adecuado.
Es por ello que Gesualdi, indica que no caben dudas de que la causalidad es
material o física, pero ello no impide que el derecho compute un aspecto de la misma
que es el que en realidad le interesa. A partir de este enfoque se han ensayado
distintas teorías tendientes a definir el alcance jurídico, entre las cuales se destaca
por su aplicación actual la de la causalidad adecuada(119).
En este punto cabe repasar el pensamiento de Pizarro, uno de los principales
defensores del criterio, cuando opina que "la falta de relación causal destruye el
presupuesto de la autoría y provoca la ausencia total o parcial de responsabilidad.
Si éste es el sentido de esas eximentes, parece innecesario destacar que el centro
de la cuestión anida en la relación de causalidad. Y que desde este punto de vista,
especialmente dentro de un contexto de causalidad adecuada, tanto el hecho
culpable de la víctima como el no culpable deben asumir idénticas
consecuencias"(120).
Como se colige de lo expuesto, la norma mantiene, como principio, la presunción
de antijuridicidad del daño sufrido por quien se expuso al mismo en forma voluntaria,
pero marca que podrá ser excusado de responder, únicamente, cuando el hecho del
damnificado interrumpa el nexo causal adecuado(121).
Esta opinión ecléctica fue agregada en las XXII Jornadas Nacionales de Derecho
Civil por Della Maggiora, cuando sostuvo que "la asunción de riesgos o
autorresponsabilidad es un principio general del derecho de daños que opera a nivel
de los presupuestos de antijuridicidad —como causal de justificación,
consentimiento— o de la causalidad —como eximente hecho de la víctima—"(122).
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del damnificado es, por tanto, dentro de los límites de la ley, causa de justificación
de un acto formalmente ilícito: sus consecuencias son, en lo penal, la impunidad del
agente y, en lo civil, la exención de la obligación de indemnizar"(127).
En tiempos más actuales, ya conocido el contenido del Código, se dijo que
"cuando el damnificado presta su consentimiento sabe con anterioridad que los
actos de terceros pueden resultarles perjudiciales, y sin embargo, acepta ex ante las
consecuencias del posible daño, constituyéndose su conformidad, de tal modo, en
una causa de justificación que borra cualquier presunta antijuridicidad o ilicitud en la
conducta del dañador. Ésta es su nota distintiva, lo que no ocurrirá en la asunción
de riesgos, como veremos seguidamente, en donde la conformidad de exponerse a
un daño eventual no implica para el damnificado aceptar las potenciales
consecuencias dañosas que se puedan derivar del riesgo aceptado"(128).
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La segunda limitación es que el consentimiento debe ser informado, lo cual
implica que el sujeto emisor del permiso deberá ser avisado de todos los detalles
técnicos científicos y, también, de las consecuencias sociales que le traerá
aparejada su decisión.
Ello es contemplado pormenorizadamente en el mismo Código, en el art. 59, para
los actos médicos e investigación en salud.
Esta norma sigue los lineamientos básicos del art. 5º de la ley 26.529 (BO
26/11/2009) de los "Derechos del Paciente en su Relación con los Profesionales e
Instituciones de la Salud", donde se definía que el consentimiento informado era la
declaración de voluntad suficiente efectuada por el paciente o por sus
representantes legales, en su caso, emitida luego de recibir, por parte del profesional
interviniente, información clara, precisa y adecuada.
El artículo del Código tiene algunas previsiones nuevas, especialmente las
relativas a enfermedades irreversibles que han sido adecuadamente tratadas en el
comentario respectivo, lo cual exime de extenderse sobre el tema y remitir al mismo.
Sobre el particular la doctrina de los tribunales sostuvo que "a los fines de tener
por acreditado el consentimiento informado, no cabe presumir que la actora haya
estado debidamente informada de las posibles consecuencias de una nueva cirugía
estética, toda vez que el accionado debió cerciorarse de ello y asentarlo en la historia
clínica, pues, dada la existencia de complicaciones anteriores, lo que cabe presumir
es que la damnificada accedió a la intervención quirúrgica ante la promesa de una
mejoría en su situación"(129).
En la misma dirección se juzgó que "el médico que realizó una cirugía estética —
en el caso, una dermolipectomía abdominal— sin advertir al paciente de las
cicatrices que quedaban en ese tipo de prácticas y ocultando el hecho de que no
era especialista en materia quirúrgica es responsable por las consecuencias
dañosas derivadas del acto, pues, con su conducta, omitió cumplir con el deber de
información y, más allá de si la técnica utilizada era la correcta, impidió que aquélla
pudiera tener la libertad de elegir y, en todo caso, intervenirse con quien no tenía la
especialidad requerida"(130).
También que "el consentimiento informado, en aquellos casos que no se tratan
de una mutilación, no tiene que surgir necesariamente escrito, sino que puede
extraerse de otros elementos de prueba, puesto que la nota esencial ha de recaer
sobre los elementos internos que lo conforman, esto es discernimiento, intención y
libertad previstos por el art. 897 del Código Civil y los elementos externos previstos
por los arts. 913 y 9115 del mismo cuerpo legal, constituyéndose como un proceso
que involucra una relación de efectiva comunicación entre el médico y el
paciente(131).
En cambio, se desestimó la reclamación cuando se entendió que "es
improcedente responsabilizar a un cirujano por los daños y perjuicios derivados de
la extirpación de los ovarios de una paciente en una cirugía sin haber prestado ésta
su consentimiento informado, si quedó acreditado en la causa que el anestesista
interviniente les comunicó a sus familiares, en el medio de la operación, la existencia
de un hallazgo quirúrgico que hacía imprescindible dicha práctica, y éstos dieron su
conformidad para que el accionado procediera según su mejor criterio(132).
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c) No debe ser emitido para cumplir con una cláusula abusiva
Por otra parte, se deberá analizar que el consentimiento dado no sea la
consecuencia de una cláusula abusiva inserta en el pacto donde se brinda el
consentimiento. En este sentido, el Código ha reglamentado dentro del estatuto del
contrato por adhesión (arts. 984 a 989), específicamente en el art. 988 que se
tendrán por no escritas las cláusulas abusivas que con aquellas que desnaturalizan
las obligaciones del predisponente (inc. a]); o que importan renuncia o restricción a
los derechos del adherente, o amplían derechos del predisponente que resultan de
normas supletorias (inc. b]); o que por su contenido, redacción o presentación, no
son razonablemente previsibles (inc. c]).
En todos estos casos, incluyendo la hipótesis del artículo bajo comentario,
conforme la directiva del art. 989, las cláusulas serán sometidas al examen de la
jurisdicción, dado que "la aprobación administrativa de las cláusulas generales no
obsta a su control judicial". En el caso de que el juez declare la nulidad parcial del
contrato, simultáneamente lo debe integrar, si no puede subsistir sin comprometer
su finalidad.
De igual modo, se deberá tener en cuenta la reglamentación de las cláusulas
abusivas prevista para las relaciones y contratos de consumo en los arts. 1117 a
1122, cuyo texto tiene la misma ratio legis de las precedentemente comentadas.
La doctrina de los tribunales expuesta sobre el punto mantiene su vigencia y
pueden ser invocadas. En ese sentido se ha sostenido que "la renuncia lisa y llana
formulada ante escribano por el afiliado a un partido político respecto de su derecho
a reclamar cualquier reparación por el accidente que sufrió mientras colgaba un
pasacalle durante una campaña electoral, es inválida, en tanto fue hecha mientras
se encontraba discapacitado como resultado de la grave lesión que el evento le
provocó, al poco tiempo del siniestro y a cambio de tratamiento médico y trabajo
para su madre"(133).
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OPINIÓN DE ALTERINI, J. H. Y ALTERINI, I. E. EN LA 2ª EDICIÓN
No escapa al lector del art. 1720 que las proyecciones del consentimiento libre e
informado del damnificado son acotadas, pues no alcanza a liberar de
responsabilidades por la lesión de bienes indisponibles.
Un supuesto muy especial es el de los profesionales de las ciencias médicas que
pese a involucrar con su actividad bienes superiores como la vida y la salud de los
pacientes, pueden hacer jugar para esos bienes por regla indisponibles el
consentimiento informado en los términos del art. 59.
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las razones que justifican que el daño que ha sufrido una persona sea reparado por
alguien, es decir, se traslade económicamente a otro"(135).
Sobre el tema, Vázquez Ferreyra hace mención al fundamento que "la ley toma
en consideración para atribuir jurídicamente la obligación de indemnizar un
daño"(136).
Por su parte, Pizarro y Vallespinos, desde otra óptica sostienen que "el factor de
atribución constituye el elemento axiológico o valorativo, en virtud del cual el
ordenamiento dispone la imputación de las consecuencias dañosas del
incumplimiento obligacional o de un hecho ilícito stricto sensu a una determinada
persona"(137).
Ahora bien, tanto la explicación axiológica como la razón por la cual se produce
el desplazamiento económico o los fundamentos dados por la ley, implican una
valoración realizada por la sociedad en su conjunto que en un determinado momento
de su historia es concretada en el orden normativo. Para llevar a cabo esa valoración
e imputar el deber de resarcir, la sociedad tiene en cuenta las razones religiosas,
sociales y económicas que justifican la existencia de un determinado factor de
atribución de la responsabilidad.
El alejamiento conceptual y científico de la moral del derecho, sin desconocer sus
interrelaciones, permite, en los últimos tiempos, verificar que el eje de la justificación
o motivación para endilgar el deber de resarcir se ha desplazado hacia las
cuestiones de índole económica. Por ello, podemos decir que el reproche de la
conducta generadora del daño para imputarle el deber de resarcir es social,
enmarcando en el mismo todos los componentes (morales, económicos, éticos,
religiosos, etc.)(138).
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la decisiones de resarcimiento que no sea la de satisfacer el interés del particular
damnificado.
En un excelente y único estudio en búsqueda de los precedentes iniciales de la
culpa, Quintano Ripollés asegura que "es precisamente en el Renacimiento cuando
el verdadero concepto de lo culposo comienza a aclararse, merced al impuso de los
prácticos italianos de las generaciones inmediatas anteriores"(139).
Este notable autor encuentra la raíz primera de la culpa en las compilaciones
religiosas que por cierto resulta normal, dado que inicialmente no se distinguía
sistemáticamente el derecho de la moral ni de la religión. Encuentra referencias en
el Código de Manú(140), en el de Hammurabi(141), como en los Libros del Antiguo
Testamento(142), precisando que "en la misma línea cultural y racial del Derecho
hebreo, el islámico, conoció asimismo la trascendencia del elemento intencional en
los delitos, pero no por eso dejó impunes en su ausencia las hipótesis culposas,
notablemente las homicidas. Tampoco en ellas rigió la normal sanción talionar, que
requería como elemento necesario la intencionalidad y en cuyo defecto, sustituyó
por composiciones en dinero y ganado..."(143).
Echevesti señala sobre el tema que "la culpa del pecado es condición de la
existencia de la persona concreta, posterior al relato de la caída. Ubicada como
anterior al hombre individuo, y más propio de la especie que de él mismo. Concebida
como una instancia heredada e innata; aparece anterior nacido del hombre, tiene su
origen en el hombre nacido de Dios, en una desobediencia originaria sin registro
temporal. Es —según la Biblia— algo con lo que carga el hombre desde aquel
episodio original de Adán..."(144).
Continuando con las notas sobresalientes del trabajo de Quinto Ripollés, sostiene
que filosóficamente es Aristóteles quien penetra de un modo decisivo en el
significado del azar y sus consecuencias en el juego de los factores causales, pues
"el tuké aristotélico viene a ser un concepto afín a la culpa, cuando incidiendo
accidentalmente en seres dotados de voluntad libre, hubiera podido ser deseado o
temido queriéndolo o no impedir. Se ve aquí, pues, una primera noción del azar
valorado, mediante el factor de la previsibilidad y evitabilidad que andando en el
tiempo habrá de desempeñar tan decisivo papel en lo jurídico penal"(145).
En síntesis, en esta etapa no se vincula, a la culpa como factor de atribución del
daño, con los factores económicos imperantes, por el contrario la relación se da con
la religión de la cual, se va desprendiendo paulatinamente en su evolución hacia la
culpa normativa(146).
Pizarro, grafica la vinculación que tratamos de establecer señalando que "el
sistema de la responsabilidad basado en la culpa funcionó sin dificultades dentro de
una economía agrícola-ganadera, en donde la actividad comercial se desarrollaba
sobre la base del intercambio de productos de esa índole. Allí era factible de
sostener que cada hombre solamente debía responder por sus propios actos, en
tanto hubiere mediado culpa en su proceder"(147).
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culpa como factor de atribución más allá de que comienza a ponerse en duda su
validez social para dar respuesta a los reclamos de justicia, y la del industrialismo
profundo, en la cual se consolidan los factores objetivos de atribución.
Con relación a la etapa temprana del industrialismo(148), Trigo Represas y López
Mesa señalan que "la primera revolución industrial muestra como mecanismos
salientes, a la lanzadera de las máquinas textiles, a la caldera de vapor y a la
locomotora; sobre estas maquinarias se edificó un formidable desarrollo industrial y
capitalista. Pero aun cuando ellas provocaron mucho más daño que los medios de
producción y transporte utilizados con anterioridad, su siniestralidad era
insignificante comparada con la producida por los medios de producción y transporte
que las sustituirían a ellas un centenar de años después: la electricidad, la energía
nuclear, los automotores a combustión interna, los telares eléctricos, etc."(149).
Es en el campo laboral donde aparece una acabada descripción de la crisis del
momento y de la insuficiencia de la culpa para concretar la equidad en los reclamos
provenientes de los daños generados por el nuevo maquinismo.
La pluma de Panettieri describe con profusión de detalles la situación en nuestro
país que ubica al lector con crudeza en la realidad social y jurídica del momento.
Este autor recuerda que "el trabajador víctima de un accidente, debía justificar con
elementos de juicio suficientes, que el hecho materia del daño experimentado era
imputable a culpa o negligencia del patrón o empresario para quien trabajaba. Pero
como todo juicio de prueba resultaba largo y costoso, el obrero perjudicado, carente
de recursos para litigar, solo podía aspirar a recibir apenas una pequeña suma de
dinero ofrecida por el patrón por caridad y no como legítima indemnización, aunque
en realidad el propósito de este último era evitarse las erogaciones y molestias de
una posible acción judicial"(150).
Como se advierte, esta referencia concreta a la transición que principiaba a
gestarse desde la culpa a la teoría del riesgo, surge desde el ámbito del socialismo,
es decir, desde el campo de las ideologías políticas que pregonaban la lucha de
clases y la solidaridad del sector obrero contra el capitalismo, por cuanto desde los
sectores industriales se oponían a la teoría del riesgo como factor objetivo dado que
facilitaba las indemnizaciones al facilitar la carga probatoria de los sectores más
débiles(151), (152).
La profundización de la revolución industrial sobre la cual no existe coincidencia
respecto del momento en que comienza, tiene, en función de la problemática social
que presentaba, la virtud de consolidar a los factores objetivos de atribución para
justificar la decisión de imputar a determinados sujetos el deber de resarcir los daños
que provenían fundamentalmente de las cosas riesgosas.
Las características de este tiempo es bien sinterizada por Sakaiya, quien enseña
que "en el ámbito de posguerra, gozando de una abundancia de materia prima y
productos agrícolas baratos, originó una filosofía de consumismo acorde con la cual
era sensato e incluso 'refinado' usar muchos productos y recursos y cuidar la mano
de obra; y la generación de la posguerra, engarzando este ideal de consumo con
los avances técnicos y los nuevos sistemas de gestión necesarios para concretarlo,
creó la matriz que permitiría un enorme aumento en la escala de las operaciones
económicas y la tasa de crecimiento económico durante un largo período. Como la
civilización que logró esto partió de la repentina abundancia del petróleo barato, y
se propuso desarrollar modos de explotar este recurso, a partir de aquí llamaré
'Cultura petrolera de la posguerra'"(153).
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La preocupación jurídica por la problemática que presentaban los daños
acaecidos como consecuencia de la industrialización a gran escala, ya de
naturaleza, que surge siempre después de acaecidos los fenómenos. Y, en este
caso puntual, la del derecho civil fue posterior a la iniciativa del derecho laboral, que
fue el primer sector que recibió el impacto de los menoscabos y las injusticias del
maquinismo industrial.
Uno de los primeros doctrinarios civilistas que realiza un diagnóstico de la
situación es Bustamante Alsina, cuando indica que "las normas jurídicas que regulan
la responsabilidad civil por daños se ven hoy día constantemente desbordadas por
nuevos acontecimientos sociales que son consecuencia del incesante avance
tecnológico y científico. Tal vez, pueda decirse hoy como entonces, que el individuo
ha perdido el control de su voluntad y de su acción en las cotidianas actividades que
desarrolla bajo la presión de circunstancias extremas que lo exponen a causar y
sufrir daños sin culpa alguna. Tal vez pueda seguir afirmando actualmente que la
mayoría de los daños que ocurren no son el efecto de conductas individuales sino
el resultado de comportamientos sociales"(154).
Por su parte, Pizarro, cuando formula su observación marca que "la realidad
cambió bruscamente con la aparición del maquinismo y la industrialización,
produciendo la transformación de todo el medio socioeconómico. La comunidad
comenzó a experimentar nuevas exigencias frente a las cuales el sistema subjetivo
de la responsabilidad civil no daba respuestas satisfactorias. Por eso, una vez
iniciado el período de la revolución industrial, ya no era necesario proteger a la
empresa de los costos excesivos. Se tomó conciencia, pues, de la necesidad de
concebir al derecho de la responsabilidad civil como una forma de protección contra
el riesgo de vida en comunidad, y en la medida en que se acrecentó el desarrollo
tecnológico e industrial, quedó patentizada la insuficiencia de la concepción de la
culpa"(155).
La insuficiencia de la culpa como factor de atribución, en la era industrial, para dar
respuestas a los reclamos de equidad frente al daño injusto, justificó la aparición de
los factores objetivos de atribución, entre los cuales ocupa un lugar preponderante
la "teoría del riesgo". Va de suyo que la aceptación social de nuevos factores de
atribución no implica, de modo alguno, que se produzca la automática extinción de
los preexistentes, en el caso de la culpa.
Ello fue bien explicado por Borda, cuando destaca que "la teoría del riesgo no
desplaza la culpa, pero se la completa con la noción más dinámica del riesgo creado.
Esta reforma, continúa, rompió el dique que implicaba la aplicación rigurosa de la
teoría de la culpa y abrió un amplio campo para la modernización de nuestro
Derecho sobre responsabilidad civil. El derecho clásico miraba el daño desde el
ángulo del autor del hecho; hoy se lo mira más bien del lado de la víctima y se
procura que todo daño injusto sea reparado"(156).
Por ello, Trigo Represas y López Mesa aseguran que "la responsabilidad por el
riesgo generado es una responsabilidad socializada y responde a la necesidad
productiva de valerse de cosas peligrosas. Esta teoría "se va a plantear la primacía
del bien común de la colectividad por encima de los meros intereses individuales en
miras de procurar una adecuada protección al público en general, atribuyendo el
riesgo de la actividad económica privada a quien o quienes reciban provecho de
ella"(157).
A su vez, Pizarro coincide al decir que "la doctrina del riesgo creado responde
plenamente a la concepción solidaria del derecho, que pone especial énfasis en la
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protección de quienes son económicamente débiles, con el propósito de concretar
un ideal de igualdad que no sea meramente formal"(158).
Como se colige, el imperio de la culpa fue asediado tanto por el ateísmo socialista
como por la concepción solidaria pregonada desde la cristiandad, lo que marca que
el resultado injusto de no compensarse los daños generados por el maquinismo
industrial era repudiado en forma unánime por todo el espectro social que tuviera
como ideal el respeto por la vida humana.
Sin perjuicio de ello, la realidad cotidiana muestra que los cambios sociales y
económicos no se producen en períodos estancos, desapareciendo
simultáneamente el esquema productivo anterior, sino que, por el contrario, la
mutación surge del mismo seno del sistema que va siendo superado por la evolución
del hombre, conviviendo en el reinado del nuevo. Ayer la agricultura y la ganadería
convivían con el industrialismo incipiente y luego con el de escala. Hoy, como se
examinará en el apartado siguiente, éstos comparten el mundo con la novísima
tecnología. Basta, en nuestros países subdesarrollados, levantarse de la
computadora, de Internet, y comprobar que aún en algunos campos se labra y
siembra con el arado tirado por la fuerza animal.
Ello, lleva necesariamente a entender el porqué no fue derogada sin más la
culpabilidad como factor de atribución ante el advenimiento de los factores objetivos
de responsabilidad (riesgo, equidad, seguridad social, mora automática, etc.). Es
decir, a comprender las razones de la coexistencia que indudablemente impone la
compatibilización del campo de actuación de cada uno y, por cierto, su
complementación.
Borda, cuando examinaba la proyección de la ley 17.711, en materia de
responsabilidad civil destacó que "la teoría del riesgo no desplaza la culpa, pero se
la completa con la noción más dinámica del riesgo creado. Esta reforma rompió el
dique que implicaba la aplicación rigurosa de la teoría de la culpa y abrió un amplio
campo para la modernización de nuestro derecho sobre responsabilidad civil"(159).
Va de suyo que otro tanto ocurre actualmente con el advenimiento de la incipiente
"sociedad del saber", donde coexisten economías y forma de vida muy arcaicas, con
modernos feudalismo, industrialismo desechado por los países desarrollados, con
procesadores informáticos, Internet, tecnología de vanguardia, clonación, etc. Ante
ello, es razonable que cohabiten distintos factores de atribución, inclusive dentro de
una ley con un propósito determinado, como puede ser la defensa de los
consumidores.
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una solicitud para la adquisición del derecho, cualquiera sea la que haya ocurrido
en primer término; y ii) si el uso del signo redundaría en un aprovechamiento
indebido del carácter distintivo o de la reputación del signo objeto del otro derecho,
o lo menoscabaría injustificadamente".
Aunque la letra del art. 1721 acota el factor de atribución subsidiario a "la culpa",
tal referencia debe captarse como apuntando tanto al factor subjetivo de la culpa,
como también al dolo. Ver el art. 1724.
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En otras palabras, se debe entender que para calificar a un factor de atribución
como objetivo, el mismo no debe tener como componente a la culpabilidad.
Este concepto legal tiene la virtud de ser flexible, permitiendo que la evolución de
la sociedad pueda generar nuevas desaprobaciones sociales objetivas conforme a
los criterios de justicia que primen en el momento. Sin perjuicio de la elasticidad para
reconocer nuevos factores objetivos de recriminación social, se debe tener en
cuenta que ha menester que los mismos sean regulados por el derecho positivo
atendiendo el principio de legalidad y que se estableció como norma de cierre del
sistema del reproche social para imputar de iure el deber de resarcir, a la culpa
cuando no hubiere factor de atribución legalmente previsto por la ley, conforme el
texto del art. 1721.
Esta resolución del Código es compatible con el pensamiento de Bustamante
Alsina, quien enseñaba que "cuando la atribución de la consecuencia del hecho
dañoso no está referida a la culpa, o sea que no es imputable normalmente al sujeto
autor del hecho, el factor de responsabilidad es objetivo por prescindir de la persona.
La aplicación de los factores objetivos, al contrario de lo que ocurre con la culpa,
debe ser expresamente prevista en la ley, dado su carácter excepcional en el
sistema de la responsabilidad civil"(165).
Por nuestra parte, entendemos que los factores de atribución son objetivos
cuando la reprochabilidad por la generación del daño no es imputada a la inconducta
de un sujeto, como es el caso del dolo, culpa o mala fe, sino a una pauta cierta e
impersonal seleccionada por la voluntad del legislador para atribuirle la obligación
de resarcir los menoscabos a determinada persona. Ello impone que no se indague
respecto del cumplimiento o no de los deberes que le impone la obligación asumida,
sino que por el resultado dañino se censura socialmente a la causa eficiente de su
producción sin necesidad de acreditar la imprudencia, negligencia o intencionalidad
del sujeto imputado como responsable del deber de resarcir"(166).
En por esta razón que tomando en cuenta que se calificó a la obligación del
transportista como de resultado porque asumió el deber de trasladar al pasajero
sano y salvo a su destino que se ha calificado al factor de atribución, como objetivo.
En la doctrina de los tribunales, en algunos fallos, se advertía que la culpa no
tenía injerencia alguna para definir los pleitos en los cuales era aplicable un factor
de reproche social objetivo.
Este criterio inspira la norma comentada, en especial cuando se dijo que "el factor
de atribución de responsabilidad (...) es de carácter objetivo, pues prescinde de la
culpa para atribuir responsabilidad, desde que no puede considerarse culpable a
quien no es capaz de voluntad y por lo tanto es inepto para determinar su
conducta"(167).
En otro caso se estimó que "tratándose de un choque ocurrido entre dos
vehículos, resulta aplicable la presunción de responsabilidad (...), por lo que
incumbe a cada parte demostrar las eximentes que pudiera invocar culpa de la
víctima o de un tercero ajeno, las cuales solo interesan como eximentes y no como
factor de atribución, porque la culpa no es relevante para fundar la acción sino para
excluirla"(168).
En el transporte, esfera contractual, esta idea quedó plasmada cuando se
consideró que "la responsabilidad del transportista por los daños sufridos por los
pasajeros es de naturaleza objetiva, impuesta por el legislador, por un lado, para
inducir a las empresas a extremar las precauciones respecto de la buen estado y
funcionamiento del material, capacitación y buen desempeño de su personal, y por
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otro en amparo de las posibles víctimas, para quienes el resarcimiento resultaría
ilusorio, en la mayoría de los casos, si debieran acreditar la culpa del
transportador"(169).
Finalmente, para cerrar estas citas de doctrina judicial que mantienen vigencia
porque dan respuestas a la normativa del Código, cabe transcribir cuando se
ponderó que "en materia de daños causados por el riesgo de la cosa, le basta al
actor con probar el hecho —en el caso, demandó a una empresa prestadora del
servicio de energía eléctrica porque sufrió lesiones por la caída de un poste en la
vía pública—, pues siendo aplicable el factor objetivo de atribución de
responsabilidad no está obligado a probar la culpa del demandado"(170).
A partir de la clara conceptualización de la norma respecto de la necesaria
ausencia de la culpa en su composición para que un factor de atribución del deber
de responder pueda ser calificado como objetivo, tiene repercusiones jurídicas,
especialmente relacionadas con la carga de probar su existencia y el modo de
eximirse del deber de resarcir.
Esta situación jurídica es regulada en varias hipótesis contenidas en el Código
comentado, como es por ejemplo:
a) El art. 1723 establece que el factor de atribución será objetivo cuando el deudor
se somete a un resultado.
b) De igual modo, el art. 1750, al reglamentar que el autor de un acto involuntario
responde por razones de equidad, no busca fundarse en la culpa para atribuirle el
débito resarcitorio sino que conforme a los antecedentes de la causa surge de la
naturaleza misma de ellos que es justo, casi como un deber de conciencia, imponer
una indemnización a favor de la víctima.
c) En el art. 1753, el principal responde objetivamente por los daños que causen
los que están bajo su dependencia.
d) A su vez, en el art. 1754 los padres responden solidariamente por los daños
causados por los hijos que se encuentren bajo su responsabilidad parental y
objetivamente (art. 1755).
e) Conforme el contenido del art. 1757, toda persona responde por el daño
causado por el riesgo o vicio de las cosas o de las actividades que sean riesgosas
o peligrosas por su naturaleza, por los medios empleados o por las circunstancias
de su realización.
f) El art. 1759 regula el caso del daño causado por animales, cualquiera sea su
especie.
g) A su vez, en los arts. 1760 a 1762 se regula la responsabilidad colectiva o
anónima, donde no se tiene en cuenta la culpa ni siquiera como causal de
excusación del deber de remediar el perjuicio.
h) Por su parte, el art. 1767 fija la responsabilidad de los titulares de los
establecimientos educativos.
i) El art. 1769 para los accidentes de tránsito se aplica el art. 1757.
j) En los arts. 774, 1252 y 1768 se concibe que la actividad del profesional liberal
está sujeta a las reglas de las obligaciones de hacer, con lo cual se dispone que la
responsabilidad será subjetiva con excepción de que se haya comprometido un
resultado concreto.
k) Finalmente, sin tener la intención de agotar las hipótesis, citamos al art. 28 de
la ley 25.675, en el cual se establece que "el que cause el daño ambiental será
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objetivamente responsable de su restablecimiento al estado anterior a su
producción. En caso de que no sea técnicamente factible, la indemnización
sustitutiva que determine la justicia ordinaria interviniente, deberá depositarse en el
Fondo de Compensación Ambiental que se crea por la presente, el cual será
administrado por la autoridad de aplicación, sin perjuicio de otras acciones judiciales
que pudieran corresponder". Concordante con ello, el art. 29 ordena que "la
exención de responsabilidad solo se producirá acreditando que, a pesar de haberse
adoptado todas las medidas destinadas a evitarlo y sin mediar culpa concurrente del
responsable, los daños se produjeron por culpa exclusiva de la víctima o de un
tercero por quien no debe responder. La responsabilidad civil o penal, por daño
ambiental, es independiente de la administrativa. Se presume iuris tantum la
responsabilidad del autor del daño ambiental, si existen infracciones a las normas
ambientales administrativas".
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decir, estos autores entienden que las cadenas causales se verifican jurídicamente
cuando existe acción humana.
En una idea similar, Trigo Represas y López Mesa señalan que de modo uniforme
se admite para que deba responderse por un daño es necesario éste haya sido
"causado" mediante acción u omisión, por su autor. Como se puede apreciar, en la
conceptualización dada por estos autores, la idea de nexo de causalidad contiene
un hecho precedente y un resultado consecuente (daño) unidos, justamente, por la
relación de causa-efectos(173).
En sentido contrario, Bustamante Alsina sostiene que "el daño cuya reparación
se pretende debe estar en relación causal adecuada con el hecho de la persona o
de la cosa a las cuales se atribuye su producción. Es necesaria la existencia de ese
nexo de causalidad, pues de otro modo se estaría atribuyendo a una persona el
daño causado por otro o por la cosa de otro"(174). Este criterio más amplio, cuyo
postulado compartimos, entiende que en las cadenas causales pueden intervenir,
no solo los hechos humanos sino también las cosas.
En la idea de Pizarro y Vallespinos, más que a un nexo de causalidad adecuado
entre un hecho humano (despojado de toda consideración jurídica) que produce un
menoscabo a otra persona hacen referencia a la vinculación entre la autoría material
y jurídica con el perjuicio ocasionado. Ello implica que cuando se acredita la causa
ajena (sea de la propia víctima o de un tercero por quien no se deba responder) se
neutraliza la autoría del hecho dañino que le fuere imputado inicialmente.
Este criterio no tiene en cuenta que el concepto de autoría desde la óptica jurídica
tiene una connotación distinta de la significación dada al nexo de causalidad.
En efecto, para comenzar corresponde diferenciar entre la relación de causalidad
"fáctica o material" y la "jurídica". El examen de la primera lleva a conocer
exclusivamente cómo aconteció en la realidad física la cadena de causas y efectos.
En cambio, cuando ingresamos al análisis jurídico en nexo causal fáctico, aparecen
otros elementos para ser evaluados que se vinculan, verbigracia, con la
"previsibilidad" de las consecuencias del hecho dañador para definir cuándo tienen
"causalidad adecuada" con el daño y para ubicar en su contexto a la "autoría".
Esta diferencia es reconocida por Goldenberg cuando procede a diferenciar entre
causalidad y autoría, expresando que "la investigación de la 'conexión causal'
apunta al enlace material entre un hecho antecedente y un hecho consecuente,
mientras que la idea de 'autoría' se centra en la imputación subjetiva de un obrar a
una persona determinada. Ello supone, en primer término, una actuación del sujeto
que constituye el medio por el cual da existencia al hecho, lo proyecta
externamente"(175).
Este autor precisa su pensamiento sosteniendo que "la relación de causalidad,
supone establecer el ligamen existente entre un acto y sus consecuencias. No
interesa ya el sustrato psíquico del obrar, sino su repercusión externa. De este
modo, puede mediar relación causal adecuada entre el hecho de un inimputable y
el daño por él ocasionado". Este jurista indica que "antes de establecer cuándo el
individuo debe responder jurídicamente por un resultado, imputatio iuris, es
necesario precisar si tal consecuencia ha sido efectivamente producida por su
acción u omisión, es decir, hay que examinar la atribución material o imputatio facti.
Una cosa es que el efecto pueda ser referido a la actuación de una persona y otra
muy diferente el juicio de demérito que suscite ese comportamiento"(176).
La teorización sobre el concepto de autoría es uno de los temas sobre el cual se
han escrito un sinnúmero de libros y se han marcado diversas posiciones tratando
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de explicarla, que en general coinciden que la misma excede el marco del análisis
de la conexión causal, de la materialidad de los hechos, al punto que en algunas
teorizaciones se la conjuga con la culpabilidad y, en otras, se la vincula con la
configuración del tipo penal reprimido. Es por ello que el examen de estos conceptos
por parte de la doctrina civilista debe ser muy cuidadosa, pues se puede llegar a
equívocos conceptuales que desnaturalicen la función reparadora si no se tiene en
claro el límite conceptual.
Como corolario, entendemos que la "autoría puramente material" está incluida
dentro de la relación de causalidad estrictamente fáctica. En cambio, para la
configuración de la "autoría en sentido jurídico estricto" se le debe adicionar la
comprensión por parte del sujeto de la acción que llevó a cabo que implica plena
capacidad y el dominio de su propia voluntad para la concreción del hecho que
tipifica el delito.
Es por ello, que cuando comete delito una persona sin discernimiento existe nexo
de causalidad material de su accionar con el daño pero no autoría en sentido
jurídico, razón por la cual no será punible penalmente, pero puede dar lugar al
resarcimiento civil por la existencia cierta de nexo causal físico en base a un factor
de atribución objetivo, como es la equidad, previsto en el art. 1750.
De igual modo, cuando transgrede la norma criminal un persona capaz punible,
se debe diferenciar entre la autoría material (que forma parte de la cadena causal)
de la autoría jurídica penal, que tiene para su configuración requisitos propios
reglados por el Código respectivo.
En conclusión, de lo brevemente expuesto se puede inferir que corresponde en
el ámbito civil, en primer lugar, verificar la existencia del vínculo de causalidad entre
la conducta del sujeto imputado fácticamente o hecho de la cosa (viciosa o riesgosa)
con el daño padecido por la víctima. A partir de ello, es factible de llevar a cabo el
examen de reprochabilidad social que implica determinar si actuó o no con culpa
cuando se ha previsto un factor de atribución subjetivo.
Es decir, se reconoce una perfecta identificación del campo conceptual que le
corresponde al "nexo causal" como presupuesto de la responsabilidad civil del que
le incumbe a la culpa como factor de atribución subjetivo.
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Si la hermenéutica sigue la literalidad de la norma del Código Civil y Comercial,
el señalado por la ley a priori como responsable deberá demostrar para eximirse de
la responsabilidad resarcitoria que la conducta del tercero o de la víctima tiene
conexión causal suficiente con el menoscabo producido que excluye o desplaza a
su nexo causal con daño padecido por la víctima sin necesidad de acreditar un
actuar negligente o imprudencia del perjudicado. En otras palabras, para eximirse
de responsabilidad no es ineludible probar la culpa de la víctima sino simplemente
la ruptura del nexo causal por su accionar.
Este criterio es sostenido por Pizarro, cuando asevera que "el mero hecho de
tercero, desprovisto de culpabilidad, puede tener idoneidad suficiente para provocar
la ruptura del nexo causal que debe existir entre la conducta del demandado y el
daño que se le atribuye presuntivamente. Conforme a este razonamiento, la cuestión
queda emplazada en el ámbito de la autoría y no en el de la imputabilidad. Basta,
de tal modo, el mero hecho para que se configure la eximente"(177).
La razón central que se esgrime para sostener esta posición es que la conducta
del tercero impide la configuración de uno de los presupuestos necesarios (el nexo
causal) para la configuración del deber de resarcir los menoscabos ocasionados a
la víctima, especialmente cuando se ha establecido un factor de atribución objetivo.
Es decir, para los mentores de esta posición cuyo pensamiento es receptado por la
norma comentada, no resulta necesario que el dueño o guardián de la cosa riesgosa,
imputado prima facie como responsable, acredite, además de la injerencia causal
de la víctima o del tercero, la culpa de ellos en la producción del daño.
Esta interpretación entendemos que es válida cuando se produce la ruptura total
del vínculo causal entre la cosa o conducta del demandado y el daño, al punto de
reemplazarla con otra línea causal que tiene su origen en los hechos del tercero por
quien no se debe responder o del propio damnificado. En otras palabras, la relación
causal del accionado y el perjuicio queda relegada a un plano secundario sin
injerencia en la producción del daño.
Sin perjuicio de las consideraciones antes vertidas, la conflictividad se presenta
cuando la conducta del tercero o de la víctima no llega a desplazar totalmente a la
vinculación causal existente entre el accionar del sindicado como responsable o del
propietario o guardián de la cosa riesgosa con el perjuicio padecido por el
damnificado, constituyéndose en concausa en la producción del menoscabo.
En este caso se genera como interrogante si basta para resolver el grado del
deber de responder, el mero análisis de los distintos nexos de causalidad teniendo
en cuenta que todos los protagonistas de un suceso que produce daño hacen su
aporte causal. Ello queda claro cuando impactan dos automotores produciéndose
daños recíprocos. En el caso, cada uno de los vehículos aporta su propia cadena
causal que converge en el momento del choque entre ellos.
En estos casos, aceptando que se trata de cosas riesgosas sobre las que recae
un factor de atribución objetivo tanto para el propietario como para el guardián, cada
parte para eximirse de la responsabilidad presumida debe acreditar la interrupción
del nexo causal entre su conducta y el daño producido a la otra, para lo cual deberá
demostrar la causa ajena.
En este punto hace crisis el causalismo puro, dado que para dirimir la causa ajena
se debe recurrir al análisis de la culpabilidad de las partes en la producción del
accidente. Inexorablemente será menester analizar el cumplimiento de la
previsibilidad exigida en concreto, que es lo mismo que decir examinar la
imprudencia o negligencia de cada protagonista teniendo como parámetro el
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cumplimiento de la diligencia exigible para el caso. En otras palabras, cuando existe
convergencia causal, corresponde ponderar la culpabilidad de cada parte para
determinar el grado de responsabilidad que le corresponde asumir en el
resarcimiento de los menoscabos producidos.
Como se colige la causal autorizada por la norma que se limita a acreditar la
ruptura del nexo causal por la intromisión de la causa ajena, generará una ardua
polémica que terminará siendo resuelta por los tribunales recurriendo al análisis de
la culpabilidad de los partícipes de los eventos dañosos cuando no se acredite el
desplazamiento total del nexo causal del accionado con el daño reclamado(178).
Sin reconocer esta falencia del sistema de exclusión de responsabilidad, uno de
los mentores del causalismo puro, Vázquez Ferreyra, admite que "el mero hecho
(no culpable) de la víctima o del tercero en la medida que reúna los requisitos del
caso fortuito, es suficiente para que funcione la eximente de responsabilidad cuando
ésta dependa de un factor objetivo de atribución"(179).
La idea de exigir que el mero hecho reúna las exigencias configurativas del caso
fortuito (imprevisible e inevitable) ha sido tenida en cuenta por la doctrina judicial
para juzgar la participación causal de la víctima, particularmente cuando la misma
es menor de edad o incapacitada(180).
En ese sentido, la Corte federal es muy clara cuando sostiene esta idea al juzgar
que "la culpa de la víctima con aptitud para cortar totalmente el nexo de causalidad
entre el hecho y el perjuicio debe aparecer como la única causa del daño y revestir
las características de imprevisibilidad e inevitabilidad propios del caso fortuito o
fuerza mayor"(181).
El problema hermenéutico se focaliza cuando el desplazamiento causal no es
total, sino parcial, pues en ese caso el análisis de cómo actuaron las cadenas
causales es insuficiente para determinar el grado de responsabilidad resarcitoria que
le cabe al sujeto imputado prima facie como responsable, será menester el análisis
de la previsibilidad in concreto meritando si cumplió cada parte con los deberes de
prudencia y no incurrió en negligencia para determinar si hubo o no culpa en cada
uno de ellos y, en su caso, eximir al presunto responsable parcialmente, graduando,
en su caso, el grado de culpa concurrente.
1. Introducción
El contenido de la presente norma deja constancia, de la decisión legislativa de
mantener en nuestro sistema normativo sustancial el régimen diferencial entre las
obligaciones de medio y de resultado.
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En la hipótesis tratada por este artículo fija que cuando de la naturaleza de la
obligación o de lo pactado se pueda inferir que el debitoris asumió como deber
obtener un resultado determinado, su responsabilidad es objetiva.
En este punto ha menester referenciar brevemente, porque el tema se reitera
cuando se regula la responsabilidad profesional en el art. 1768, el historial de la
división entre obligaciones de medio y de resultado para comprender acabadamente
como debe ser interpretada en la actualidad esa clasificación, particularmente en
sus consecuencias probatorias, tema sobre el cual el Código pone especial énfasis
en los arts. 1734 a 1736 y 1744.
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En la doctrina nacional, se reconoce en Bueres al autor que marcó los perfiles
conceptuales de la distinción al expresar que ella era aplicable tanto a las
obligaciones del ámbito contractual como al extracontractual. Así quedó asentado
desde su señero fallo como juez de la instancia inicial, en el cual dijo que "en las
obligaciones de medio el acreedor es quien debe demostrar la culpa del deudor, a
diferencia de lo que acontece en los deberes de resultado, en que el primero solo
está compelido a probar la falta de obtención del objeto perseguido ('resultado'), esto
es, el incumplimiento 'material' u 'objetivo' de la prestación, pues con ello basta para
que la culpa quede fuera de cuestión, se 'descarte' (algunos autores hablan en estos
casos de 'presunción' de imputabilidad, posibilidad de rechazo)"(185).
Por su parte, Picasso, siguiendo los lineamientos de los defensores de esta
postura, expone que "en las obligaciones de medio, el deudor se compromete
simplemente a desarrollar un determinado plan prestacional, y si bien el mismo está
dirigido a satisfacer un interés del acreedor, este último no es sin embargo afianzado
por el obligado. En esta clase de deberes, entonces, el interés del acreedor se
encuentra 'in obligatione', pero no está, en cambio, 'in solutione': es un interés
aleatorio o contingente, y el deudor paga (cumple) desplegando simplemente la
conducta comprometida". En cambio, "en las obligaciones de resultado el deudor
afianza o garantiza el resultado, y si bien esto no significa que el obligado no deba
desplegar también una conducta diligente tendiente a alcanzar el mismo, lo cierto
es que con ello no basta, y solo puede considerarse que ha cumplido cuando el
resultado pretendido se alcanza efectivamente. De allí que, a diferencia de lo que
sucede en los deberes de medio, en los de fines el interés del acreedor se encuentra
tanto 'in obligatione' como 'in solutione'"(186).
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Estudiantes de abogacia EA! - EA! GRADuados
es diverso en las obligaciones de resultado, dado que al quedar marginada la 'culpa'
de la discusión, al deudor solo le resta destruir la 'imputatio facti' (relación de causa
a efecto), mediante la prueba del 'casus'"(193).
Específicamente, Castiglione opina que "ante una obligación de resultado, al
acreedor le bastará probar con establecer que no se logró el resultado prometido,
correspondiendo al deudor que quiera exonerarse de responsabilidad la acreditación
de que ello sucedió por caso fortuito u otra causa extraña a él. En la obligación de
medios, no es suficiente la mera no obtención del fin perseguido pero no asegurado,
sino que también se debe demostrar que ello acaeció por culpa o negligencia del
obligado"(194).
Por su parte, entre los autores que no aceptan la diferencia, Wayar sostiene que
"negada toda diferencia ontológica entre las obligaciones de medios y las de
resultado corresponde afirmar la vigencia de un único régimen jurídico en materia
de prueba. Se aplica la siguiente regla: al acreedor le toca probar que su interés no
ha sido satisfecho, o sea, que el objeto de su crédito se ha frustrado; al deudor, si
quiere eximirse de responsabilidad, le corresponde probar que cumplió la
prestación, y que la frustración del acreedor se debe a causas extrañas a la
prestación misma; o bien que incumplió, pero por causas no imputables a él"(195).
Con criterio similar al expuesto precedentemente, Belluscio marca que "la
diferencia entre obligaciones de medios y de resultado no solo carece de sustento
ontológico, sino que es incapaz de fundar regímenes diversos en relación con la
carga de la prueba en el incumplimiento contractual. En todo caso, al acreedor le
basta con demostrar el incumplimiento —sea total, sea cumplimiento deficiente— en
tanto que el deudor puede, a su vez, acreditar la fuerza mayor que lo exima de
culpa"(196), (197).
En la década del ochenta del siglo pasado, De la Fuente, sostenía que la doctrina
expuesta por Demogue y sus seguidores nacionales "confunde el incumplimiento
material, en cuanto primer presupuesto de responsabilidad, con el elemento
subjetivo —culpabilidad—, o sea el segundo presupuesto: el solo hecho de que se
acrediten las circunstancias objetivas que acreditan el incumplimiento, esto es, la
disconformidad entre la conducta debida y la obrada, no es suficiente para
considerar al deudor culpable de ese incumplimiento, quien siempre puede
demostrar su inculpabilidad a través del 'casus'. Aunque al igual de lo que sucede
en todas las obligaciones contractuales —sean de medio o de resultado—, una vez
acreditado el incumplimiento la culpa se presume, y será a cargo del deudor
demostrar, si desea liberarse de responder, que ese incumplimiento no le es
imputable"(198).
Este autor sintetiza su pensamiento asegurando que "en las obligaciones de
medio el acreedor no está obligado a probar la culpa, cuya existencia se va a
presumir una vez que se acredite el incumplimiento y el deudor solo se eximirá de
responder si demuestra que ese incumplimiento no le es imputable por haber
mediado una situación de 'casus'. Es decir que en este aspecto no hay ninguna
diferencia entre las obligaciones de medio y de resultado, ya que siempre que se
acredite el incumplimiento material se ha de presumir la culpa del deudor"(199).
Como se colige, la disputa doctrinaria generada entre los defensores y los
negadores de la existencia de la clasificación entre obligaciones de "medios" y de
"resultado" tiene su capítulo especial, y de mayor trascendencia práctica en la
determinación de la carga probatoria cuando las partes se enfrentan en un proceso
judicial.
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Por nuestra parte, entendemos que la dimensión de la obligación comprometida
por el debitoris tiene directa vinculación con el resultado esperado por el otro
contratante. En función de ello, cuando exista pacto escrito ha de estarse a la letra
del mismo y, cuando sea verbal, se deberá acreditar cuál era la naturaleza,
característica y dimensión de la prestación comprometida por el deudor y, a partir
de ello, se podrá medir si cumplió o no con obligación satisfaciendo el interés del
acreedor.
Una vez discernida cuál era la voluntad común, el problema es de interpretación
del alcance de las cláusulas convencionales pactadas para medir la diligencia y el
resultado prometido e incumplido, porque siempre en toda obligación el deudor
promete diligencias para procurar un fin o resultado.
Este detalle fue percibido por los propios autores franceses que defienden la
distinción, cuando señalaron que "para evitar toda confusión, se precisa observar
que la diligencia que impone una obligación de resultado es de un grado más o
menos elevado según las estipulaciones de las partes o las circunstancias del
contrato...". Y a su vez, en las de medio, "el grado de la diligencia requerida del
deudor puede ser, además, más o menos elevado, como en las obligaciones
determinadas, según las circunstancias y la convención de las partes"(200).
El pensamiento transcripto contradice los postulados básicos de la distinción que
alguna doctrina ha elevado al rango de dogma, porque reconoce que no hay
diferencia en la esencia de las obligaciones (siempre son de medio para obtener un
resultado), pero sí en la dimensión de la promesa formulada en el pacto.
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Estudiantes de abogacia EA! - EA! GRADuados
OPINIÓN DE ALTERINI, J. H. Y ALTERINI, I. E. EN LA 1ª EDICIÓN
1. Introducción
Los factores de atribución de carácter subjetivos están perfectamente
individualizados y tipificados civilmente para todo tipo de responsabilidad. Ellos son
la culpa y el dolo. Ambos son comprendidos bajo el concepto de culpabilidad(204).
Por su nuestra parte, entendemos que se ha omitido enumerar en este artículo a la
mala fe como factor de atribución subjetivo que puede ser evaluado objetivamente,
a pesar de estar referenciada, como tal, en numerosas normas, como se hará
conocer infra.
Ahora bien, debemos tener en cuenta que el dolo y la culpa han sido calificados
como factores de atribución subjetivos porque toman en cuenta la conducta del
sujeto dañador, sea porque obró descuidadamente (culpa) o ejecutó su acción con
determinación dañina (dolo).
En este orden de ideas, Orgaz recuerda, marcando su preferencia por la tesis
psicologista, que "la culpabilidad investiga la relación que existe entre el querer del
agente y su acto: este querer es culpable cuando el sujeto quiere el acto y sus
consecuencias normalmente previsibles (dolo) o desdeña la previsión de éstas o la
adopción de las medidas necesarias para prevenirlas (culpa en sentido estricto). Si
se estima que medió uno u otra, el autor será responsable del daño, en caso
contrario, no. La culpabilidad puede así definirse, en términos muy amplios,
comprensivos de todas sus formas como una conducta espiritual del agente,
desaprobada por la ley"(205).
Para ilustrar el punto, resulta oportuno recordar al profesor de la Universidad de
Nápoles, Altavilla, cuando analiza los contrastes entre el dolo y culpa civil
aseverando que la lesión de un bien (patrimonio o persona) jurídicamente tutelado
excita reacciones de distinta importancia, "según se derive de una voluntad
encaminada a ocasionar un resultado, o éste se produzca por una conducta que no
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se cuida de los preceptos reguladores de la vida civil. Es decir, según se obre con
dolo o con culpa, elementos psíquicos que se diferencian no solo cualitativa, sino
también cuantitativamente, pues, en realidad, la culpa ocupa, en la escala de los
actos reprobables, un puesto inferior al del dolo, y por esto es menos que el dolo"(206).
2. Definición de culpa
El Código, en función de la unificación de la responsabilidad contractual con la
aquiliana, adopta una definición única de la culpa que sigue los lineamientos del art.
512 del Código Civil derogado(207), el cual estaba previsto originalmente para la
responsabilidad contractual pero que por su claridad conceptual, la doctrina de los
autores y la judicial extendió ipso iure a la responsabilidad de origen
extracontractual.
La culpa, señalaba Mayo, "se presenta, de acuerdo a su definición, como una
omisión de diligencias, diligencias que imponía la naturaleza de la obligación,
reflejando una conducta del agente contraria a lo que era dable exigir en las
circunstancias del caso y que provoca el perjuicio de un interés ajeno jurídicamente
tutelado. Esa omisión de diligencia, sin embargo, está exenta de malicia, esto es, de
intención de dañar, situación que caracteriza al dolo. De acuerdo a lo expuesto, la
culpa se presenta como sinónimo de negligencia, imprudencia, impericia,
inobservancia de los reglamentos"(208).
En tiempos recientes, Prevot señala que "en una primera aproximación, la culpa
es un defecto, desviación o extravío de conducta, el apartamiento a una regla,
baremo o patrón. Culpa es la violación de un deber preexistente, es decir, la omisión
de la diligencia exigible para prevenir o evitar un daño. En consecuencia, el concepto
de culpa está constituido por dos elementos, uno subjetivo: la ausencia de
voluntariedad, y uno objetivo: la falta de diligencia exigida por el Derecho". Es decir,
en definitiva, culpa es la infracción no dolosa del modelo de comportamiento exigible
o conducta debida(209).
Por su parte, como fue definida por el derogado Código decimonónico y por el
vigente, para Bustamante Alsina se caracteriza por ausencia de intención maléfica
y por la omisión de la conducta debida positiva o negativa para prever o evitar un
daño a otros.
La ausencia de intención maléfica separa la culpa del dolo y ubica al acto ilícito
en un ámbito de responsabilidad más benigno que el dolo, ya se trate de un acto
ilícito o del incumplimiento de las obligaciones.
La omisión de la conducta debida consiste tanto en no hacer o que debió hacerse,
como en ejecutar lo que debió ser motivo de abstención, para impedir un resultado
dañoso. Este aspecto de la culpa no muestra los elementos positivos que integran
el concepto: a) Valoración de conducta: la culpa exige inexcusablemente una
valoración del comportamiento humano y allí donde pueda hacerse un juicio de
reproche puede existir una culpa. b) Juicio de reproche: la valoración debe versar
sobre la diligencia y la prudencia en el actuar. La diligencia consiste en prever lo que
era previsible y en adoptar las providencias necesarias para evitar un daño. La
prudencia consiste en actuar con cautela cuando el daño se ha previsto. El juicio de
reproche determinará la negligencia o la imprudencia en la conducta, o sea, la
existencia de culpa(210).
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El punto de conflicto o duda que legalmente es superado por el contenido del art.
1716 es que esta definición del factor de atribución subjetivo es aplicable tanto a la
obligación de resarcir de génesis contractual o aquiliana. Ello viene a colación
porque Borda planteaba la necesidad de vislumbrar algunas diferencias cuando
señala que "es preciso distinguir cuidadosamente entre la culpa contractual y la
aquiliana o cuasi delictual: a) la culpa aquiliana es un elemento configurativo del
cuasidelito; es, por tanto, fuente de obligación; la culpa contractual aparece en el
momento del cumplimiento de obligaciones ya nacidas como consecuencias del
contrato; b) la culpa aquiliana debe ser probada por el que la invoca; la contractual
se presume; c) la responsabilidad derivada de la primera es integral, en tanto quien
ha incurrido en incumplimiento culpable solo responde de los perjuicios directos"(211).
La respuesta a esta inquietud viene dada por Atilio Alterini, Ameal y López
Cabana, cuando indican que "la esencia de la noción de culpa civil es idéntica. Pero
tal unidad no excluye dos regímenes de responsabilidad civil, contractual y
extracontractual, que derivan de distintas génesis y de la diferente estructura de una
y de otra"(212). De modo coincidente, Jordano Fraga señala que "esta distinción, en
la medida que las exigencias de solidaridad y aseguración colectiva se hacen
efectivas, pierde razón de ser. La responsabilidad objetiva se aproxima a los
esquemas de la violación de una obligación (el daño es la falta del resultado debido),
cuya simple infracción (incumplimiento) genera consecuencias resarcitorias"(213).
La Comisión redactora cuando informó su tarea señaló que "tratando de superar
las discusiones teóricas, el problema tiene solución práctica si establecemos una
regla general para la unificación de los ámbitos de responsabilidad y una regulación
especial para el cumplimiento de la prestación comprometida mediante un contrato.
En la propuesta que se hace, se distingue, la problemática del incumplimiento y su
ejecución, regulada en el campo de las obligaciones y contratos, de los demás
aspectos, que se incluyen en la responsabilidad por daños".
Sin perjuicio de lo apuntado, corresponde advertir que las preocupaciones han
sido superadas por la nueva normativa de un modo sincrético, pues se han eliminado
la diferencias resarcitorias que siempre deberán ser plenas y se han regulado las
hipótesis de incumplimiento de origen contractual en una serie importante de
normas, verbigracia: arts. 777, 778, 792, 838, 881, 894, 991, 1028, 1054, 1075,
1084, 1085, 1086, 1184, 1185, 1248, entre otras.
En otras palabras, la definición de culpa dada es apta para regular todas las
hipótesis donde se requiera la configuración de un factor de atribución subjetivo sin
que exista la intencionalidad de dañar.
Para completar el estudio, corresponde examinar el modo como se presenta la
culpa, advirtiendo, como detalle novedoso, la eliminación en la enumeración de las
hipótesis a "la inobservancia de los reglamentos o de los deberes a su cargo" que
se encuentra prevista en los arts. 84, 94, 189, 196, 253 ter y 262 del Código Penal
y, precedentemente, por analogía era tenida en cuenta en sede civil.
a) Imprudencia
La imprudencia puede ser definida como el comportamiento humano actuado en
sentido contrario a la prudencia. A su vez, ésta es conceptualizada como
"templanza, cautela, moderación", "sensatez, buen juicio" o "una de las cuatro
virtudes cardinales, que consiste en discernir y distinguir lo que es bueno o malo,
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para seguirlo o huir de ello, templanza, cautela, moderación, sensatez y buen
juicio"(214).
En función de los conceptos expuestos, Ricardo Núñez, cuando examina la
dogmática del Código Penal nacional, explica que "la imprudencia (luxuria) consiste
en una temeridad (ligereza); y puede originar la culpa con previsión o consciente.
Esta forma de culpa se caracteriza porque el autor ha sido temerario frente al
resultado criminal previsto como posible, pero no querido. La imprudencia como
culpa consciente tiene de común con el dolo eventual el hecho de que en ambas el
autor prevé como posible la realización del resultado criminal. Pero mientras en el
dolo eventual el autor ha asentido la realización del efecto, en la imprudencia no lo
ha hecho..."(215).
En la doctrina italiana, cuya dogmática penal es similar a la nuestra, Altavilla
define que la imprudencia es conducta positiva, consistente en una acción de la cual
había que abstenerse por ser capaz de ocasionar determinado evento de daño o de
peligro, o que ha sido realizada de manera no adecuada haciéndose así peligrosa
para el derecho ajeno, penalmente tutelado. Por lo tanto, es una forma de ligereza,
un obrar sin precauciones(216).
Este autor cuando hace el análisis psicológico sostiene que "la imprudencia puede
derivarse de un tipo particular, psico-ético, de un hecho impulsivo, de una fácil
excitabilidad, que no está presidida por un proceso inhibitorio perfecto; a menudo el
culpable es un emotivo, que decide inconsideradamente y que no obra guiado por
atención constante. Un acto imprudente también puede ser posible por el descuido
del derecho ajeno, o por el escaso colorido emotivo que acompañe a la previsión del
resultado"(217).
b) Negligencia
Una conducta negligente, para la definición idiomática, es aquella que se actúa
"falto de aplicación", en forma "descuidada"(218).
Por ello, Breglia Arias y Gauna sostienen, cuando analizan este tipo de culpa
prevista en el articulado del Código Penal, que "negligencia equivale a
despreocupación, falta de cuidado y se manifiesta en una conducta omisiva"(219).
A su vez, Núñez opina que "negligencia (negligentia) consiste en una falta de
precaución (descuido, falta de atención); origina la culpa llamada sin previsión o
inconsciente. Esta especie de culpa se caracteriza porque el autor, en razón de su
falta de precaución, no ha previsto siquiera como posible el resultado criminal
causado. La falta de precaución ha hecho que el autor ignore o yerre acerca de la
naturaleza de lo que hacía o del resultado posible de lo que hacía..."(220).
En forma coincidente, Altavilla, entiende que "consiste en una conducta omisiva,
contraria a las normas que imponen determinada conducta, solícita, atenta y sagaz,
encaminada a impedir la realización de un resultado dañoso o peligroso"(221).
A partir de este concepto, distingue que "la negligencia se tiene, no solamente por
dejar de hacer algo, sino también por el modus operandi, esto es, por el descuido
en la propia conducta, en cuanto se obra de manera distinta a como debería; pero
esto también puede verificarse por inferioridad técnica, en cuyo caso se hablará de
'impericia', o por ligereza, y se hablará de 'imprudencia'; en cambio, si se han
descuidado normas comunes de la vida civil, se hablará de 'negligencia'. El Médico
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que no se desinfecta, si lo hace por ignorancia, será imperito, si por descuido,
será negligente"(222).
Ahora bien, cuando formula el examen desde la psicología considera que "la
negligencia se deriva del funcionamiento defectuoso de la memoria y de la
asociación, respecto a la atención, de modo que no surjan recuerdos que la activen,
imponiendo el debido comportamiento. Así, la negligencia bien puede ser
considerada como una forma de desatención, de inercia psíquica"(223).
La culpa al ser configurada por la ley como "la omisión de la diligencia debida" en
verdad no es que "comprende" la negligencia, sino que es justamente la negligencia.
Los vocablos imprudencia e impericia en el arte o profesión no responden a ideas
distintas, sino que ambos son expresiones de actuares negligentes, o sea, culposos.
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3. Definición de dolo
La norma establece que el dolo como factor de atribución de responsabilidad
subjetivo se configura por la producción de un daño de manera intencional o con
manifiesta indiferencia por los intereses ajenos.
En primer término, corresponde precisar, por una cuestión metodológica y por así
haberlo decidido el art. 1716, que la presente conceptualización de dolo comprende
tanto al dolo delictual como el que se genera con el incumplimiento de las
obligaciones.
Ello es así, teniendo en cuenta que la tercera especie de dolo que
tradicionalmente se reguló en el plexo normativo argentino, el dolo como vicio de la
voluntad está regulado en el contenido del art. 271 del Código Civil y Comercial
cuando regula que la "acción dolosa es toda aserción de lo falso o disimulación de
lo verdadero, cualquier artificio, astucia o maquinación que se emplee para la
celebración del acto. La omisión dolosa causa los mismos efectos que la acción
dolosa, cuando el acto no se habría realizado sin la reticencia u ocultación". En
función de ello, su análisis excede el comentario del presente artículo, razón por la
cual remitimos a la glosa pertinente, sin perjuicio de hacer una breve referencia a él
cuando tratemos brevemente la omisión de incluir a la mala fe en esta norma.
En cuanto al dolo delictual, se señalan como elementos componentes del mismo:
el intelectual, vinculado con la ejecución a sabiendas y, el volitivo, la intención de
dañar(229).
El primero de ellos presupone la capacidad del sujeto para comprender la
criminalidad (imputabilidad) y requiere, para algunos autores, que el mismo haya
entendido la antijuridicidad del acto.
La conciencia de la ilicitud como integrante o no del concepto de dolo ha
generado, entre los penalistas, un arduo debate, cuyas posturas extremas pueden
ser sintetizadas en el pensamiento de Orgaz y Santos Briz.
El jurista mediterráneo sostiene que "la condición de que el autor haya obrado 'a
sabiendas', significa que éste haya tenido la conciencia de la ilicitud, esto es, de que
realizaba un acto contrario a derecho, en general, aunque no necesariamente a una
norma determinada: basta con la conciencia de realizar u omitir algo prohibido por
la ley"(230).
En la antípoda, Briz proclama que "el concepto de dolo implica la realización de
una voluntad dirigida a un resultado determinado en la norma prohibitiva, y que
supone el conocimiento de las modalidades de la acción descriptas en dicha norma.
El dolo es, por consiguiente, una finalidad jurídicamente relevante. No pertenece al
dolo, la llamada 'conciencia de la antijuridicidad', dado que ésta 'no se refiere a
ninguna de las circunstancias de hecho sino exclusivamente a la norma prohibitiva
misma, o más exactamente, al ser y esencia de la prohibición, a la acción, la cual es
parte integrante de la voluntad de ejecución'"(231).
Evidentemente, en el dolo delictual no cabe duda de que la intencionalidad de
producir el daño implica que el mismo fue racionalizado por el proceso de la voluntad
formándose la decisión interna de querer producir el menoscabo y la exteriorización
de ejecutarlo.
Ello viene a colación por cuanto se prevé en paralelo lo que se conoce como dolo
eventual cuando se produce el daño con manifiesta indiferencia por el interés ajeno.
Sobre el tema Núñez recordaba que "la imprudencia como culpa consciente, tienen
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de común con el dolo eventual, el hecho de que en ambas el autor prevé como
posible la realización del resultado criminal. Pero mientras en el dolo eventual el
autor ha asentido la realización del efecto, en la imprudencia no lo ha hecho"(232).
En cuanto al dolo incumplimiento de las obligaciones, se debe entender que está
incluido en esta norma.
Respecto de esta clase de dolo se bifurcan las opiniones de los autores al
momento de precisar su integración subjetiva en punto a la intención de causar
daño.
En esta dirección, Cazeaux y Trigo Represas recuerdan que en doctrina hay dos
interpretaciones respecto del tenor subjetivo de este tipo de dolo(233).
Para algunos autores, consiste en el incumplimiento deliberado cometido con
intención de dañar o por lo menos con conocimiento y previsión del daño que se
causa(234).
En cambio, para el otro sector de la doctrina, en palabras de Andorno, "el querer
jurídicamente relevante se endereza hacia no cumplir, pudiendo hacerlo. No es
menester, a diferencia del delito civil, que haya intención de dañar"(235).
En función de estas clásicas enseñanzas podemos observar que en el Código
Civil derogado se había regulado (art. 506) un dolo específico y exclusivo para la
esfera obligacional que requería para su configuración únicamente el conocimiento
de la ilegitimidad del incumplimiento de la norma convencional. Pero el dolo
incumplimiento obligacional en el texto del art. 1724 debe ser encuadrado en la
conducta que se manifiesta con indiferencia por los intereses ajenos, de este modo
cuando haya evidencia de la existencia de algún grado de incuria intencional: aun
cuando puedo no pago, se configuraría el dolo obligacional al quedar en evidencia
la voluntad dañina.
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la violencia), 1009 (quien de mala fe contrata sobre esos bienes como si estuviesen
libres debe reparar los daños causados a la otra parte si ésta ha obrado de buena
fe...), 1581 (cartas de recomendación o patrocinio (...) excepto que hayan sido dadas
de mala fe o con negligencia, supuesto en que debe indemnizar los daños sufridos
por aquel que da crédito o contrata confiando en tales manifestaciones), 1936 (el de
mala fe responde de la destrucción total o parcial de la cosa, excepto que se hubiera
producido igualmente de estar la cosa en poder de quien tiene derecho a su
restitución. Si la posesión es viciosa, responde de la destrucción total o parcial de la
cosa, aunque se hubiera producido igualmente de estar la cosa en poder de quien
tiene derecho a su restitución), 1957 (si la transformación se hace de mala fe, el
dueño de la materia tiene derecho a ser indemnizado de todo daño, si no prefiere
tener la cosa en su nueva forma; en este caso debe pagar al transformador su
trabajo o el mayor valor que haya adquirido la cosa, a su elección [...] Si el
transformador es de mala fe, y la cosa transformada es reversible a su estado
anterior, el dueño de la cosa puede optar por reclamar la cosa nueva sin pagar nada
al que la hizo; o abdicarla con indemnización del valor de la materia y del daño),
entre otras hipótesis que se pueden citar (arts. 1962, 1963, 2305 y 2315).
El contenido de las normas explica por sí solo el olvido de incorporar como factor
de atribución subjetivo a la mala fe que tiene la ventaja de ser acreditada
simplemente probando que el sujeto tenía o debía tener el conocimiento relevante
que le exige la ley y su empleo antifuncionalmente; en otras palabras, no debe
demostrar la intencionalidad de dañar(236).
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Para valorar la conducta no se toma en cuenta la
condición especial, o la facultad intelectual de una
persona determinada, a no ser en los contratos
que suponen una confianza especial entre las
partes. En estos casos, se estima el grado de
responsabilidad, por la condición especial del
agente.
FUENTES: ARTS. 902 Y 909 DEL CÓDIGO CIVIL, ART. 1604 DEL PROYECTO DE 1998.
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de prevención del daño diferenciado. Estos criterios mantienen vigencia dada la
similitud de los textos y por la impronta especial que le confiere el Código a la tutela
de los consumidores frente a proveedores de bienes y servicios que tienen
especialización en el tema.
En ese sentido se ha sostenido que "debe responsabilizarse a la entidad
financiera que proveyó información al Banco Central de la República Argentina con
relación a deudas de gastos y mantenimiento de una cuenta corriente que nunca
resultó operativa y de cuya apertura el reclamante no tuvo conocimiento, pues la
entidad bancaria efectuó una calificación con base en una obligación que puede
reputarse como carente de causa lícita, máxime teniendo en consideración el deber
de obrar con mayor prudencia y pleno conocimiento de las cosas que se le impone
en los términos del art. 902 del Código Civil"(239).
En idéntico sentido, se entendió que "a efectos de fijar el quantum de la
indemnización del daño moral por responsabilidad contractual del banco ante el
cliente que fue incorporado en una base de datos de deudores morosos por saldos
deudores inexistentes, debe considerarse que el banco posee una capacidad
administrativa acorde a la trascendencia de su función en la sociedad, lo cual obliga
a una prestación equivalente a ella, en virtud de lo dispuesto por el art. 902 del
Código Civil, en tanto atribuye mayor responsabilidad a quien posea mayor deber
de actuar con prudencia y pleno conocimiento de las cosas"(240).
Y, también que "la responsabilidad de la entidad financiera por la incorrecta
calificación como deudor irrecuperable de un cliente, debe ser apreciada según los
parámetros de los arts. 512 y 902 del Cód. Civil (en la actualidad arts. 1725,
1728Código Civil y Comercial), dado que se trata de una institución que posee una
alta capacitación técnica con evidente superioridad frente al usuario de sus
servicios, circunstancia que lo obliga a actuar con mayor deber de prudencia y pleno
conocimiento de las cosas"(241).
La norma, inclusive ha sido invocada, para medir "la previsibilidad de los riesgos
que adjetiva la obligación de seguridad a cargo del concesionario de rutas, puede
variar de un supuesto a otro porque no todas las concesiones viales tienen las
mismas características operativas ni idénticos flujos de tránsito, extensión lineal,
condiciones geográficas ni grados de peligrosidad o siniestralidad, por lo cual en
muchos casos podrá establecerse un deber de previsión que no puede ser exigido
en otros, lo cual vendrá justificado por las circunstancias propias de cada
situación"(242).
O, para marcar que "resulta responsable el autor de un libro periodístico que
publicó información falsa respecto de la muerte de una persona, por los daños y
perjuicios sufridos por los familiares de ésta —en el caso, divulgó un supuesto
suicidio cuando aquélla había fallecido de una enfermedad—, en tanto el escritor no
empleó la diligencia y el cuidado que el caso requería, por lo que resulta reprochable
su conducta en los términos de los arts. 512 y 902 del Código Civil (en la actualidad
arts. 1725, 1728Código Civil y Comercial)"(243).
Inclusive se ha empleado esta norma para medir el grado de participación del
damnificado en el proceso de liberación de responsabilidad de quien era sindicado a
priori como sujeto pasivo del deber de resarcir, al juzgarse que "para que opere la
culpa de la víctima como eximente total o parcial de responsabilidad del dueño o
guardián de la cosa peligrosa, debe haber sido causa adecuada, su obrar debe ser
culposo y para ello su conducta meritarse a la luz de las concretas pautas que
brindan los arts. 512 y 902 del Código Civil"(244).
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Como se colige, este artículo mantiene la tradición jurídica y con ello seguirá
prestando una importante colaboración a la jurisdicción, dado que su contenido
impone conocer cuáles son las capacidades y cualidades del sujeto dañador y, a
partir de ello, medir la previsibilidad que pudo adoptar en concreto adoptando las
diligencias necesarias para evitar el daño, como en abstracto, para imputarle de
iure el resarcimiento de las consecuencias derivadas de su conducta dañina.
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De igual modo en otra relación profesional se opinó que en "contratos como el de
mandato suponen una vinculación mucho más estrecha y crean entre las partes esa
confianza especial que se traduce en una serie de importantes consecuencias
jurídicas. Una de ellas es la mayor extensión de la responsabilidad en caso de
incumplimiento, porque como ocurre en el caso, la designación de un letrado de
larguísima experiencia profesional se atribuye en función del mayor conocimiento de
las cosas, de manera que las consecuencias del incumplimiento del deber de obrar
con prudencia con mayor razón se ponen a su cargo"(248).
También para tomar la métrica de los efectos resarcibles se analizó que "la
doctrina del art. 909 del Código Civil indica que para la estimación de la previsibilidad
de las consecuencias de los hechos voluntarios no ha de tomarse en cuenta la
condición especial o la facultad intelectual de una persona determinada, salvo en
los contratos que suponen una confianza especial entre las partes"(249).
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a) Concepto
Isidoro Goldenberg recuerda en el planteo del tema a Orgaz, cuando enseñaba
que muchos de los que examinan la cuestión lo hacen con marcado empirismo y sin
penetración crítica, confundiendo a menudo la noción de causalidad con la de
culpabilidad, o recurriendo a criterios diferentes para resolver los distintos supuestos
de responsabilidad(250).
Es decir, el conocimiento exacto respecto de qué debe entenderse por relación
de causalidad tiene destacada importancia para precisar cuándo existe nexo
adecuado entre la conducta del sujeto imputado ipso facto o de la cosa dañadora
con el perjuicio producido a la víctima. Además, fija el "hecho principal" que
constituye el delito, cuya existencia declarada en sede criminal no puede ser
discutida en sede civil conforme las directivas del art. 1775.
Goldenberg, cuando analiza la relación causal, afirma que "debe tenerse en
cuenta que el fenómeno causal constituye un proceso de verificación de la génesis
de determinados sucesos y la trama de sus interrelaciones que se da en el plano de
la realidad natural. Pero cuando el principio es trasladado a otro dominio del
conocimiento como el derecho, que se adscribe a la órbita de las ciencias culturales,
adquiere particularidades propias, distinguiéndose por su objeto y metodología. Esta
diversa finalidad va a determinar las diferencias de este concepto unívoco de
causalidad entre las disciplinas empíricas-fácticas y la concerniente al mundo
jurídico. Ello se traduce asimismo en la terminología, ya que lo que puede constituir
una 'consecuencia' en el mundo físico quizás no lo sea en el plano legal. Así, las
consecuencias remotas mentadas en el art. 906 no se consideran tales en el íter
causal, ya que por su lejanía con el suceso desencadenante quedan fuera de toda
estimación previsiva y, por lo tanto, el derecho no les confiere esa calidad para
imputar responsabilidad al agente. En el área del derecho la consecuencia solo
sigue al antecedente cuando le es jurídicamente atribuible"(251).
De manera similar, Gesualdi indica que "la relación causal es un elemento del
acto ilícito y también del incumplimiento contractual, que vincula el daño
inmediatamente con el hecho, y mediatamente con el factor de atribución de
responsabilidad que puede ser subjetivo u objetivo. Es un elemento material, porque
se refiere al vínculo externo entre el evento dañoso y el hecho de la persona o de la
cosa"(252).
Por su parte, Pizarro y Vallespinos indican que "la necesaria conexión fáctica que
debe existir entre la acción humana y el resultado dañoso producido se denomina
relación de causalidad. La relación de causalidad vincula materialmente, de manera
directa, al incumplimiento obligacional o al acto ilícito aquiliano con el daño y, en
forma sucedánea e indirecta, a éste con el factor de atribución"(253). En sentido
similar, Mosset Iturraspe define diciendo que "la denominada 'relación de causalidad'
refiere a la vinculación que debe existir entre un hecho y el daño, para que el autor
de ese comportamiento deba indemnizar el perjuicio. El hecho debe ser el
antecedente, la causa del daño y, por tanto, el detrimento o menoscabo aparece
como el efecto o la consecuencia de ese obrar"(254). Es decir, estos autores
entienden que existen las cadenas causales únicamente cuando existe acción
humana.
Con relación a este presupuesto, Trigo Represas y López Mesa señalan que de
modo uniforme se admite que para que deba responderse por un daño es necesario
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que el mismo haya sido "causado" mediante acción u omisión, por su autor(255).
Como se puede apreciar, en la conceptualización dada por estos autores, la idea de
nexo de causalidad contiene un hecho humano precedente y un resultado
consecuente (daño) unidos, justamente, por la relación de causa-efectos.
En sentido contrario, Bustamante Alsina sostiene que "el daño cuya reparación
se pretende debe estar en relación causal adecuada con el hecho de la persona o
de la cosa a las cuales se atribuye su producción. Es necesaria la existencia de ese
nexo de causalidad, pues de otro modo se estaría atribuyendo a una persona el
daño causado por otro o por la cosa de otro"(256).
Este criterio más amplio entiende que en las cadenas causales pueden intervenir,
no solo, los hechos humanos sino también las cosas.
Para avanzar en el desarrollo del comentario, corresponde en este punto
diferenciar entre la relación de causalidad "fáctica" y la "jurídica".
El examen de la primera lleva a conocer exclusivamente cómo aconteció en la
realidad física la cadena de causas y efectos.
En cambio, cuando ingresamos en su análisis jurídico, aparecen otras
evaluaciones que tienen que ver con la "causalidad adecuada" que vincula a la
"previsibilidad" debida con las consecuencias resarcibles (arts. 1726 a 1728 Código,
ley 26.994) y con el de "autoría".
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acción u omisión era adecuada para producir el daño, el que será entonces
imputable objetivamente al agente; si se contesta que no, faltará la relación causal,
aunque considerado el caso en concreto tenga que admitirse que dicha conducta
fue también una conditio sine qua non del daño, pues de haber faltado este último
no se había producido o al menos no de esa forma"(259).
Como se colige, en todo fenómeno de daño convergen una serie de vínculos
causales (causas-efectos) a la producción del mismo que deben ser analizados por
la jurisdicción para determinar conforme el curso natural de las cosas y de las
enseñanzas de la experiencia cotidiana que generan las presunciones hominis si se
puede o no imputar a la conducta del sindicado como responsable que tiene un nexo
de causalidad adecuado con el menoscabo que permita excluir a las otras cadenas
causales para endilgarle el deber de resarcir, si se cumplen los otros presupuestos
de la responsabilidad.
Cabe precisar que las cosas, de igual modo, forman parte de las cadenas
causales aun cuando no intervenga una conducta humana en forma directa, como
es el caso de las cosas que tienen motricidad automática y autónoma y que por su
riesgo o vicio ocasionan perjuicio. En estos casos, de igual modo, se deberá revisar
si existe nexo adecuado de causalidad.
El otro aspecto importante es que el análisis de la previsibilidad se realiza a
posteriori de acaecido el hecho, en abstracto, de un modo objetivo mirando el
fenómeno productor del daño casi estadísticamente por la comparación que se
formula con lo que acontece normalmente en situaciones similares en la vida
cotidiana. Este detalle diferencia a la previsibilidad de la culpa que se mide en
concreto porque es la que se debía y no se cumplió por falta de precaución o
descuido del autor que no previó como posible el resultado dañoso causado
(negligencia), o porque el autor ha sido temerario frente al resultado dañino que
imaginó o debió pronosticar como posible de acaecer pero avanzó con su conducta
desaprensiva (imprudencia).
El saber de los tribunales precisó la configuración del nexo adecuado de
causalidad en varios casos. Así, por ejemplo, juzgó que " el propietario de un campo
resulta responsable respecto de los daños sufridos por quien trabajaba en el lugar
al accidentarse con un tractor si, estando acreditada la lesión, el juego de los indicios
—en el caso, la manifestación espontánea del trabajador al médico que lo asistió
inmediatamente después de ocurrido el hecho y presencia del demandado al
momento de la internación— permite concluir que existe una seria probabilidad que
supera el nivel conjetural que acredita el nexo de causalidad adecuada para lograr
la imputación de las consecuencias al motivo o causa indicada por el
accionante"(260).
De igual modo, se consideró que "la empresa que realizó trabajos en la vía pública
es responsable por la caída de un motociclista debido a un pozo abierto y sin
señalización ubicado sobre la cinta asfáltica, pues siendo previsible que una obra
en tales condiciones pueda ocasionar accidentes, el nexo de causalidad adecuada
queda debidamente probado..."(261).
En otro proceso se ponderó que "resulta responsable el conductor del automóvil
que embistió a un peatón en ocasión de encontrarse cruzando la calle, dado que de
acuerdo a lo previsto (...) su responsabilidad se presume y no se ha demostrado la
culpa de la víctima que pudiera interrumpir el nexo de causalidad adecuada con
aptitud suficiente para producir la liberación total o parcial de la conductora del
vehículo embistente"(262).
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Del mismo modo se dictaminó que "el pago realizado por un banco con relación
a la cuota parte de cierto fondo común de inversión, a una persona distinta de su
titular no extingue la obligación, ya que no cumplió con los recaudos de identificación
que le resulta exigible, lo cual constituyó un nexo de causalidad adecuado para
permitir la extracción del dinero por una persona distinta a quienes estaban
legitimados para hacerlo, debiendo en consecuencia asumir su responsabilidad
frente al titular de la inversión"(263).
Pero es en el ámbito laboral donde se verifican la mayor cantidad de fallos que
hacen referencia al nexo de causalidad adecuado como elemento de la
responsabilidad, y ello es razonable en función de la dinámica propia de las labores
que tienen mucha vinculación con actividades riesgosas.
Simplemente, a modo de ejemplo, transcribimos el sumario donde se entendió
que "debe condenarse al empleador a abonar a los herederos de un trabajador una
indemnización integral por el fallecimiento de aquél como consecuencia de haber
recibido los disparos de arma de fuego que le propinó un compañero de trabajo
cuando fue a trasmitirle órdenes de parte de aquél, pues no cabe duda de que la
relación de dependencia configuró el nexo de causalidad adecuado entre el hecho
ilícito y el daño sufrido"(264).
En la misma idea se resolvió que "el empleador resulta responsable (...) por la
incapacidad laboral que padece el trabajador, pues se encuentra acreditado el nexo
de causalidad adecuado entre las afecciones que padece —en el caso, hipoacusia,
lumbalgia e incapacidad psíquica— y el riesgo de las cosas que la empleadora tenía
bajo su guarda, máxime teniendo en cuenta que la evolución de los conocimientos
científicos y técnicos brindaba la posibilidad de contar con mecanismos de
prevención"(265).
Y, en una temática que en los últimos tiempos es recurrente, se juzgó que "el
Estado ha delegado en las aseguradoras de riesgos de trabajo todo lo relativo al
control y sujeción de los empleadores a las normas de higiene y seguridad,
imponiéndoles a estos gestores privados del sistema diversas obligaciones de
control y supervisión (art. 18 decreto 170/1996), y generando una ampliación de los
sujetos responsables, de modo tal que deja de ser el empleador el único sujeto
obligado en materia de prevención de riesgos laborales, por lo cual la omisión o
cumplimiento deficiente de aquella función 'cuasi-estatal' genera la responsabilidad
de la ART, cuando —como en el caso— se comprueba un nexo de causalidad
adecuada con el daño sufrido por el trabajador (arts. 901, 902 y 904 Código
Civil)"(266).
La hermenéutica formulada por estos fallos mantiene su vigencia en el régimen
actual del Código dada la recepción del nexo de causalidad adecuado como uno de
los presupuestos constituyentes de la estructura de la responsabilidad resarcitoria.
Este detalle resulta relevante por cuanto, como indica la parte in fine de la norma,
se indemnizarán solo las consecuencias inmediatas y la mediatas previsibles
excepto que haya una disposición legal en contrario.
Las características de las consecuencias indemnizables serán analizas en el
comentario al art. 1727.
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Las consecuencias de un hecho que acostumbran a
suceder según el curso natural y ordinario de las cosas, se
llaman en este Código "consecuencias inmediatas". Las
consecuencias que resultan solamente de la conexión de un
hecho con un acontecimiento distinto, se llaman
"consecuencias mediatas". Las consecuencias mediatas que
no pueden preverse se llaman "consecuencias casuales".
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Estudiantes de abogacia EA! - EA! GRADuados
Sobre el tema se ha enumerado que se inscriben dentro de este concepto, la
indemnización de la incapacidad física sea parcial o total, los gastos médicos, de
farmacia(267), de traslado, el daño psíquico(268), neurológico, el daño moral, las
cirugías reparadora, la lesión estética, también la reparación y la privación del uso
del automotor y lucro cesante en beneficio del conductor del vehículo embestido,
entre otros rubros(269).
En ese idéntico sentido el derecho vivo emergente de la hermenéutica de los
tribunales ha dicho que "la indemnización por daño moral reclamada por quien fue
incluido como deudor irrecuperable categoría 5, en la base de datos de riesgos
crediticios de una empresa privada y del Banco Central de la República Argentina e
inhabilitado para operar con cuentas corrientes por sesenta meses, resulta
procedente, toda vez que fue una consecuencia inmediata y necesaria del cierre
indebido de su cuenta, lo cual sin dudas provocó un menoscabo en su faz anímica
e incidió negativamente en su salud"(270).
De modo similar, la Corte Interamericana de los Derechos Humanos señala que
"en casos que involucraban la desaparición forzada de personas, la violación del
derecho a la integridad psíquica y moral de los familiares de la víctima es una
consecuencia directa, precisamente, de ese fenómeno, que les causa un severo
sufrimiento por el hecho mismo, que se acrecienta por la constante negativa de las
autoridades estatales de proporcionar información acerca del paradero de la víctima,
o de iniciar una investigación eficaz para lograr el esclarecimiento de lo
sucedido"(271).
En cambio, se ha entendido que "debe rechazarse la demanda de daños y
perjuicios que pretende una indemnización para el hijo menor de la víctima de un
accidente de tránsito, en calidad de damnificado indirecto, puesto que el perjuicio
padecido por éste debido a la imposibilidad de que su progenitora lo llevara al
colegio por las lesiones sufridas en el accidente, no es una consecuencia inmediata
y necesaria del suceso, sin perjuicio de que el reclamo fue realizado en
representación de quien no fue parte en el contrato de transporte"(272).
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se destruye o deteriora por un caso fortuito, que no habría acontecido de haber
estado la cosa en poder de su legítimo dueño, o sea de no haber mediado antes el
delito; supuesto al que, se sostuvo en su momento por algunos, habría aludido el
primitivo texto del art. 906 (del derogado texto), cuando imputaba 'las consecuencias
casuales de los hechos reprobados por las leyes, cuando la casualidad de ellas ha
sido perjudicial por causa del hecho'"(279).
Por nuestra parte, entendemos que quien tiene una posesión viciosa conforme la
definición del art. 1921, se hace responsable en función del art. 1936 de las
consecuencias causales por el origen ilícito de su posesión.
Sin perjuicio de esta opinión, algunos autores entienden que ella se verificó
cuando hubo una injusta agresión del dependiente, conductor del colectivo, que
provoca el padecimiento espiritual indemnizable en el actor, con todas las
características de un delito civil, pero que resulta indudablemente extraño al objeto
o finalidad de la compañía demandada(280).
Por su parte, en los fallos se ha estimado que "la reparación del perjuicio que el
delito causa es ineludible y aquélla alcanza a todos los que por el mismo lo hubiesen
sufrido, aunque sea de una manera indirecta porque al autor de un delito le son
imputables las consecuencias causales"(281).
Por ello se apreció que "tratándose de una responsabilidad fundada en el riesgo
de la cosa (...), en el marco de la acción de daños y perjuicios derivada de un
accidente de tránsito, el resarcimiento a cargo del ofensor se extiende a los gastos
de reparación del vehículo, y no al perjuicio derivado del secuestro del rodado,
durante su ejecución prendaria, toda vez que el accionado solo debe responder por
las consecuencias inmediatas y las mediatas previsibles del hecho ilícito, no por las
causales"(282).
En rumbo concordante se dijo que "el dolo agrava la responsabilidad del acto
ilícito extendiendo el daño resarcible, pero solo hasta las consecuencias causales
previstas al ejecutarlo y que hayan sido tenidas en mira, mas nunca a las
consecuencias remotas del actuar del agente"(283).
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Que la culpa del deudor desate el caso fortuito y responda por él quien procedió
culposamente es significativo, pero implica nada más que una secuencia del obrar
culpable, por lo cual las consecuencias fortuitas son imputables al obligado sin
violentar el módulo de la relación causal adecuada. Bien decía Llambías: "No se
trata, en verdad, sino de una excepción impropia al principio de irresponsabilidad
por caso fortuito. Porque si el hecho que se alega como eximente, proviene de la
culpa del deudor, no es un caso fortuito, puesto que éste, por definición, ha de ser
un hecho ajeno al obligado" (Tratado de derecho civil. Obligaciones, 5ª edición
actualizada, Perrot, Buenos Aires, 1994, Tº I, p. 254, núm. 212).
Por aplicación del art. 1936, el poseedor de mala fe responde de la consecuencia
fortuita de la destrucción total o parcial de la cosa, salvo que se hubiera producido
igualmente de estar la cosa en poder de quien tiene derecho a su restitución, pero
si su posesión es viciosa responde sin excepción alguna.
1. La previsibilidad contractual
El Código no solo ha tenido una preocupación especial para regular la
previsibilidad en el marco de la relación causal para las consecuencias derivadas de
los hechos generadores de daño de carácter aquiliano, sino que en la presente
norma estatuye el régimen de la previsibilidad contractual que por cierto tiene
particularidades dado que todo se inicia con una convergencia de voluntades que
acuerdan el contenido obligacional del pacto que los unirá.
Cabe recordar que el Código define en el art. 957 que contrato es el acto jurídico
mediante el cual dos o más partes manifiestan su consentimiento para crear, regular,
modificar, transferir o extinguir relaciones jurídicas patrimoniales, todo en un marco
presidido por la buena fe como lo indica el art. 961. Y, en la norma del art. 958, se
estatuye como principio la libertad de contratación al especificar que las partes son
libres para celebrar un contrato y determinar su contenido, dentro de los límites
impuestos por la ley, el orden público, la moral y las buenas costumbres.
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celebrar un contrato y con quién hacerlo (libertad de conclusión) y, por otro, la
posibilidad de establecer el contenido del convenio (libertad de configuración
interna)(284).
Como se puede colegir, las partes tienen amplia libertad para prever cuál es el
objeto obligacional que satisface el interés de cada una de ellas y arbitrar los medios
para asegurar su cumplimiento.
En otras palabras, se ha sostenido que "todo contrato contiene distintos tipos de
intereses de las partes que procuran su satisfacción mediante el acuerdo de
voluntades, están explícitos en el texto del pacto y, por ende, son conocidos por las
partes. Estos intereses son los propios del contrato que cuando son incumplidos
generan molestias o inquietudes típicas del mundo de los negocios. En cambio, los
intereses vinculados al objeto del pacto tienen una relación con el mismo pero no
forman parte de las obligaciones e intereses que tipifican el contrato y normalmente
no tienen carácter económico"(285).
En función de ello, resulta de lógica jurídica que en los contratos se responda por
las consecuencias directas que las partes previeron o pudieron haber previsto al
momento de su celebración.
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quince o el traje para una boda. En estos casos no se puede argumentar por el
incumplidor que desconocía las posibles consecuencias de accionar negativo, como
sería por ejemplo el resarcimiento del daño moral.
En otras hipótesis este resarcimiento puede ser más complejo, pues como se ha
sostenido fuera de los intereses reglados en el contrato pueden existir otros externos
o periféricos al pacto que resultan importantes para una de las partes y que pudo o
no hacerlo conocer a la otra. Ello por ejemplo ocurre cuando se contrata a una
empresa pactándose la construcción de una casa en determinado tiempo, pues en
sus previsiones consideró que esa construcción sería el lugar donde iría a vivir luego
de contraer nupcias(286). La previsibilidad del contratante puede que no haya sido
puesta en conocimiento del constructor, en cuyo caso no se agravan las
consecuencias más allá de las previsiones contractuales por incumplimiento. Pero
si ello fue puesto en conocimiento o pudo deducirlo de la naturaleza del pacto, el
constructor será responsable si incurre en mora, por ejemplo, del alquiler de una
vivienda de similares características, del daño moral que le ocasionó al cónyuge
frustrado en su interés, etcétera.
De la doctrina elaborada por los tribunales en el régimen anterior solo mantienen
vigencia aquellas que responsabilizan al deudor de las consecuencias contractuales
previsibles.
Así se puede citar que "la responsabilidad frente a un incumplimiento de carácter
contractual debe surgir de la existencia de un contrato previo y válido no cumplido;
pues ello va a delimitar aquélla, ya que el deudor por su incumplimiento culposo
debe responder únicamente por aquellos daños que sean consecuencia inmediata
y necesaria de la falta de ejecución de la obligación..."(287).
De igual modo, "una circunstancia decisiva que juega como uno de los factores
determinantes de la responsabilidad en materia contractual, es la relación de
causalidad que debe existir entre la inejecución del contrato y el daño producido. En
el campo de la responsabilidad contractual, la extensión del resarcimiento alcanza
a los daños que fueren consecuencia inmediata y necesaria de la falta de
cumplimiento de la obligación. Por consiguiente quedan excluidos otros daños
indirectos que fueren consecuencia solo mediata y no necesaria de la inejecución
del deudor"(288).
En otro caso se falló que "la extensión del resarcimiento en la órbita de la
responsabilidad contractual —en el caso, por incumplimientos de la prestataria del
servicio de energía eléctrica ante los cortes sufridos por la actora (...), con arreglo al
cual en el resarcimiento de los daños e intereses solo se comprenderán los que
fueren consecuencia inmediata y necesaria del incumplimiento de la obligación"(289).
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Anteriormente se punía cuando el deudor era malicioso en el cumplimiento o,
como entendemos era de mala fe, en cuyo caso se agravaban las consecuencias
por las cuales debía responsabilizarse. Así era observado por Bustamante Alsina,
cuando entendió que "parece estar fuera de duda que la pérdida de una chance es
una consecuencia mediata previsible y extrínseca de la inejecución, pues ella resulta
de la conexión de este hecho con otro distinto, como lo es la imposibilidad de
explotar el automóvil objeto de la prestación y no obtener por ello una ganancia, por
lo cual el daño se proyecta más allá de la cosa misma repercutiendo negativamente
en el patrimonio del acreedor como daño extrínseco"(290), (291).
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del imputado a priori, por la aplicación de la presunción de responsabilidad
consagrada los factores objetivo de atribución.
En ese sentido, un sector importante de la doctrina marca con escepticismo la
ancha zona gris en el deslinde práctico entre el régimen del causalismo puro
pergeñado sin la participación de la culpa, con el sistema de la culpabilidad como
factor de atribución y como elemento de exclusión de responsabilidad cuando en
ella incurre la víctima.
Así era precisado por cuando se especificaba que "la conducta de la víctima,
como elemento destinado a cortar o a influir causalmente, debe tener una aptitud
causal necesaria para incidir en el orden de los acontecimientos. Pero para
establecer una incidencia causal debe hacerse un análisis muy específico. Se trata
de ponderar cómo incide la conducta de la víctima en términos de hechos y no de
reproche sobre su conducta. La conducta de la víctima importa en el terreno causal
por su incidencia en los hechos y no como una consecuencia de la desaprobación
del comportamiento. Está muy claro que la conducta de una víctima podría ser muy
censurable, negligente o imprudente, pero tales calificaciones solo deben
considerarse en la medida de su contribución al resultado causado por el riesgo
creado de la cosa. Es decir, debe tratarse de hechos que posean la suficiente fuerza
causal para desplazar a la causalidad que se utiliza para atribuir una responsabilidad
por riesgo"(292).
Este autor realiza un pormenorizado estudio crítico de las sentencias de daño
para demostrar que aun cuando se le impute al responsable un factor de atribución
objetivo, fundamentalmente el derivado del riesgo de la cosa, se lleva a cabo un
exhaustivo análisis de la culpabilidad de los protagonistas del evento dañoso,
circunstancia que se había señalado en el comentario al art. 1722, dado que en
nuestro sistema es la culpabilidad la que determina, por ejemplo, la definición de la
graduación de la concurrencia de responsabilidad en la producción del hecho
generador del daño.
Es por ello que cierra su análisis aseverando que "tanto el juicio de previsibilidad
(subjetivo) como el juicio de probabilidad (objetivo) están incluidos dentro de la teoría
de la relación de causalidad adecuada y por ello las dos posibilidades son válidas y
legales. La cuestión, para no equivocarse, pasa por aplicar correctamente el juicio
de probabilidad en términos objetivos para adaptarlo al factor de atribución objetivo
y reservar la construcción subjetiva de la previsibilidad cuando se utiliza un factor de
atribución subjetivo"(293). En otras palabras, indica que en la teorización de la tesis
del nexo de causalidad adecuado caben análisis subjetivos de las conductas de los
protagonistas(294).
Esta visión es sostenida por Mayo y Prevot, cuando manifiestan que el de hecho
de "que la teoría de la causalidad adecuada nunca logró alejar de sí, definitivamente,
la sospecha de mezclar indiscretamente causalidad y culpabilidad no es nada
nuevo. Se ha intentado despejar las dudas, marcando que el fenómeno de la
causalidad tiene con el de la culpabilidad un elemento común: la 'previsibilidad'. La
diferencia estaría en que, en el primer caso, la previsibilidad se computa en
abstracto; mientras que en el segundo, la previsibilidad se valora en concreto.
Sin embargo, como bien predica Piaggio, el intento tropieza con dificultades
insalvables puesto que, a tenor del instrumental conceptual que se maneja, ni es tan
abstracta la ponderación de la previsibilidad a los efectos de la relación de
causalidad ni tan concreta la apreciación de la culpa, con lo que el espacio que
queda entre ambas órbitas se torna prácticamente imperceptible"(295).
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Por ello aseguran que "cuando se habla de un juicio de prognosis póstuma, tal
cual lo impone el criterio de la adecuación, se está valorando el hecho en función de
la diligencia del agente, de su previsión, y lo opuesto es la culpa (art. 512CCiv.).
Cualquier cálculo sobre la previsibilidad del evento viene en consideración a
propósito de la valoración de la conducta y no ya de la individualización de la causa.
Es más, se observa con agudeza, que aun ubicándose en el criterio de la
probabilidad objetiva, el mismo se refiere al momento de atribución de
responsabilidad y no a la búsqueda de la causa individual determinante, que no es
ni probable ni improbable, sino individualizada o no individualizada.
Creemos, pues, en definitiva, que la respuesta de la causalidad adecuada, con el
criterio de la previsibilidad en abstracto no es más que una 'ficción'. ¿Pero qué
caminos tomar entonces, a los efectos de evitar una confusión entre las nociones
de culpa y causa? Lejos estamos, continúan los autores, de dar una respuesta
definitiva, aunque sí estimamos más sensato que, cuando a la culpa se la califica de
objetiva, se compatibiliza mejor con la teoría de la conditio, a no ser que la
aprehendamos en clave subjetiva, y la desembaracemos así, por lo menos en parte,
de las incoherencias de una 'inútil superfetación'"(296).
El Código entiende que con su regulación ha puesto punto final a la problemática
dado que solo requiere, como principio general, para que sea factible la limitación o
exclusión de responsabilidad del prima facie imputado, el hecho del damnificado con
capacidad para interrumpir el nexo causal. Ello implica que se deberán analizar la
interferencia entre los hechos puros acaecidos, por cuanto si ingresa a ponderar
negligencias o impericias en el actuar de la víctima estará fuera del mandato
normativo que únicamente permite dicha consideración cuando expresamente por
ley o convenio se establezca que haya exclusión de la responsabilidad
exclusivamente cuando se verifique la culpabilidad de la víctima.
La decisión legal es muy importante porque cuando en base a un factor objetivo
se le impute responsabilidad a quien, a primera vista por existir nexo de causalidad
fáctico, surge como responsable del suceso generador del daño, será a su cargo
acreditar —simplemente— la injerencia de una causa ajena, conforme el art. 1736,
para quedar excluido total o parcialmente del deber de responder. En otras palabras,
se alivia la carga probatoria para la liberación del deber de responder en contra de
las víctimas, puesto que por regla general no se necesitará acreditar que la misma
incurrió en culpa, sino únicamente la influencia de su hecho en la línea causal del
dañador.
Al respecto, en los comentarios precedentes habíamos aseverado que solo era
viable el viable el causalismo puro cuando el desplazamiento del nexo causal
producido por la conducta de la víctima es total, pero no cuando el mismo es parcial,
dado que no basta con un análisis puramente fáctico para resolver la litis, sino que
será necesario conocer la culpabilidad de cada uno de los protagonistas en la
producción del suceso generador del menoscabo.
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Este Código emplea los términos "caso fortuito"
y "fuerza mayor" como sinónimos.
FUENTES: ART. 514 DEL CÓDIGO CIVIL, ART. 1612 DEL PROYECTO DE 1998.
a) Imprevisibilidad
Con relación a la imprevisibilidad del acontecimiento, Cazeaux y Trigo Represas
dicen que "debe tratarse de un hecho que un hombre de mediana prudencia no
tenga por qué suponer que ocurrirá (...). Determinar lo que el deudor ha debido o no
prever es una cuestión relativa, que tendrá que ser apreciada en cada caso por los
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jueces. No se trata de un deber ilimitado de prever. En este mundo todo puede
acontecer, pero lo que el individuo está obligado a prevenir es lo razonable"(301).
En sentido concordante, Bustamante Alsina señala que "el hecho debe ser
imposible de prever. Esta imposibilidad de prever debe ser apreciada objetivamente
en relación a un deber normal de prever"(302).
En palabras de Atilio Alterini, Ameal y López Cabana, la imprevisibilidad "es tal
cuando resulta imposible de prever porque no hay razón para pensar que
sucederá"(303).
Por su parte, Borda, especifica que "si el contratante, obrando con la prudencia
de un hombre inteligente, hubiera podido prever, al tiempo de contratar, el
acontecimiento que luego le impediría cumplir, es responsable. Por eso no puede
hablarse de caso fortuito cuando las circunstancias que se invocan ya existían al
tiempo de contratar o son la consecuencia de acontecimientos normales"(304).
b) Inevitabilidad
Pizarro y Vallespinos entienden que "el hecho debe ser inevitable o irresistible, lo
cual supone que, conforme al curso normal y ordinario de las cosas, resulte
insusceptible de ser contrarrestado por el sujeto"(305).
Es decir, le agregan la característica de irresistible, lo cual impone como deber la
necesidad de demostrar que se opuso al hecho razonablemente y a pesar de ello
no pudo evitar su consumación.
Por su parte, Atilio Alterini, Ameal y López Cabana entienden que "un hecho es
irresistible cuando, aunque haya sido efectivamente previsto, no puede ser evitado,
a pesar de la diligencia que haya sido puesta para ello. Para evaluar esta diligencia
es menester tener presente que el Derecho no le requiere "al deudor ser un
superhombre, Tarzán... porque no exige la vis máxima sino solamente la vis
major"(306).
En cuanto a la importancia de este requisito, Bustamante Alsina señala que "el
rasgo de inevitabilidad o irresistibilidad es el definitorio del casus, pues lo
imprevisible es relevante en la medida en que por ello mismo hace inevitable el
acontecimiento que no se pudo prever"(307).
Idéntica idea desarrollan Cazeaux y Trigo Represas, al decir que "es éste el
requisito decisivo, pues aun lo previsto cuando es inevitable puede exonerar de
responsabilidad. Es el evento que el deudor, por más precavido que sea, no puede
contrarrestar. Debe tratarse, eso sí, de una verdadera imposibilidad de cumplir la
prestación, porque si lo que mediara fuera nada más que una dificultad, la difficutas
praestandi, aun siendo grave, pero que no hiciera imposible la obligación no bastaría
para contribuir esta causal excusatoria"(308).
De igual modo se pronuncia Borda al advertir que "ésta es la nota esencial del
caso fortuito. Puede ocurrir, en efecto, que el acontecimiento sea previsible y aun
que el deudor lo haya previsto; pero ello ordinariamente no tiene relevancia si no
importa una fuerza invencible. Decimos ordinariamente porque si al contraer la
obligación el deudor sabía que el acontecimiento irresistible podría o debía
acontecer según el curso ordinario u normal de las cosas, entonces su
responsabilidad se mantiene no obstante la fuerza irresistible"(309).
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Por otra parte, Cazeaux y Trigo Represas vinculan la inevitabilidad con la
imposibilidad de cumplimiento diciendo que "debe tratarse de una verdadera
imposibilidad de cumplir con la obligación porque si lo que mediara fuera nada más
que una dificultad, la difficultas praestandi, aun siendo grave, pero no hiciere
imposible la obligación. No bastaría para contribuir esa causal exculpatoria"(310).
A ello, Borda le agrega que "la imposibilidad debe ser absoluta, es decir, la que lo
sería para cualquier persona y no solamente para el deudor. Eso significa que la
cuestión debe apreciarse con criterio objetivo y no subjetivo, la debilidad de carácter,
timidez, etc., del deudor no autorizan a considerar como fuerza mayor lo que no es
para una persona de carácter y diligencias normales"(311). También entiende que "la
imposibilidad puede ser física (destrucción de la cosa prometida por el hecho de un
tercero o de la naturaleza, tal como un rayo, granizo, etc.) o jurídica. El ejemplo de
esta última es el hecho del príncipe, como sería una expropiación de un inmueble
que le impide al propietario cumplir con la promesa de venta que había suscripto con
otra persona"(312).
Para cerrar este punto, resulta importante transcribir el pensamiento de Vanni de
Bonome cuando sugiere que "lo fundamental es el carácter de inevitable, pues si el
hecho se pudo evitar no se habría configurado la imposibilidad de cumplimiento que
habilitaría el efecto liberatorio. Tanto en la legislación cuanto en la doctrina y
jurisprudencia, el casus es definido en forma abstracta, descripto dentro de
conductas estándares que se presumen en los integrantes de una comunidad. Un
hecho se considera entonces imprevisible, cuando un hombre de mediana prudencia
no tuviera por qué suponer que normalmente habrá de ocurrir. En consecuencia, se
estima que nadie está obligado más que a prevenir lo razonable e impedir lo posible,
aplicando la atención, cuidados y esfuerzos normales"(313).
c) Actualidad
Otro de los presupuestos para que el hecho sea considerado caso fortuito se
relaciona con la temporalidad del mismo, por cuanto se estima que "es menester
que se trate de un hecho presente y no de una simple amenaza o de una
imposibilidad eventual. Así no sería caso fortuito la amenaza de boicot"(314). En otras
palabras, "es preciso que el hecho constitutivo del caso tenga incidencia actual y
que no trasunte meramente una amenaza o una imposibilidad eventual"(315) y que
además "se trate de actualidad lógica antes bien que cronológica"(316). Por ello, se
debe entender que el hecho debe ser sobreviniente al nacimiento de la obligación
no congénito sino contemporáneo al momento en que se lo invoque(317).
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En expresiones de Atilio Alterini, Ameal y López Cabana, "el hecho debe ser
extraño al deudor, vale decir, ha de producirse 'en el exterior de la esfera de acción
por la cual el deudor debe responder'"(320).
Ahora bien, en el tiempo actual se debe tener en cuenta la evolución de la ciencia
que permite prevenir situaciones que antes eran imposibles de anticipar. Un ejemplo
de ello es el terremoto que Cazeaux y Trigo Represas traían como ejemplo de caso
fortuito. Al respecto se debe tener en cuenta que hoy se conoce perfectamente las
zonas que tienen mayor sismicidad en donde las construcciones deberán cumplir
con determinados parámetros que están calculados para resistir temblores de alto
nivel de dañosidad. Si no se cumple, no se podrá argumentar que la situación era
imprevisible.
En el mismo sentido cabe recordar que en alguna época se diferenciaba entre la
inflación estructural que era predecible de la inflación extraordinaria, que como
hecho del príncipe (Estado único emisor de moneda) no podía ser anticipada, motivo
por el cual esta segunda era aceptada como fuerza mayor para contemplar
soluciones de equidad cuando se verificaban.
Es por ello que resultan oportunas las reflexiones de Vanni de Bonome cuando
dice que "actualmente el análisis de la culpabilidad del presunto obligado debe hoy
examinarse con otros parámetros y criterio más estricto, tomando en consideración
no solo la magnitud del siniestro o de la fuerza desplegada por el agresor, que es el
dato habitualmente mensurable por la doctrina y jurisprudencia para determinar si
se configuró o no el casus, sino también la posibilidad de prevenir o evitar el hecho
o disminuir sus consecuencias dañosas, mediante la utilización de la tecnología
actualmente existente.
Y si el potencial obligado desechó la utilización de la misma o no la aplicó tal vez
para disminuir costos, esta circunstancia generaría su responsabilidad por omisión
y no le permitiría eximirse alegando que el hecho humano o natural que provocó el
daño era "inevitable" o "imprevisible"(321).
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que reúna los requisitos del caso fortuito, es suficiente para que funcione la eximente
de responsabilidad cuando ésta dependa de un factor objetivo de atribución"(322).
El Código, para eximir de responsabilidad al agente dañador, exige que la
conducta del tercero constituya un caso fortuito, con las particularidades básicas de
ser imprevisible e inevitable, conforme fuere analizado pormenorizadamente en el
comentario al art. 1730.
En sentido concordante encontramos que cuando se ha pactado una cláusula
penal en los términos de los arts. 790 y 791, si el deudor no cumple con la obligación
en el tiempo convenido deberá abonar la pena si no prueba la causa extraña que
suprime la relación causal, conforme se establece en el art. 792. Es decir,
concordando los artículos debe entenderse que deberá acreditar que
el casus proviene de un hecho extraño a la vinculación convencional que dio origen
a la cláusula penal. Es por ello que, en la parte in fine la norma regla que la eximente
de caso fortuito debe ser interpretada y aplicada restrictivamente.
Todas estas previsiones son necesarias por cuanto el art. 955 estatuye la
imposibilidad sobrevenida, objetiva, absoluta y definitiva de la prestación producida
por caso fortuito o fuerza mayor, extingue la obligación, sin responsabilidad.
Es por ello que el art. 1376, de modo coherente, regla que los propietarios de
casas de depósito son responsables de la conservación de las cosas allí
depositadas, excepto que prueben que la pérdida, la disminución o la avería ha
derivado de la naturaleza de dichas cosas, de vicio propio de ellas o de los de su
embalaje, o de caso fortuito externo a su actividad. En esta actividad, para que se
acepte la liberación de responsabilidad, el casus debe provenir de un
acontecimiento que no esté vinculado de modo alguno con las previsiones normales
que se deben adoptar para la custodia de los bienes confiados al guardador.
En otras palabras, se ha reemplazado a la culpa del tercero como eximente de
responsabilidad imponiendo una exigencia más severa, como es que el hecho de
éste tenga las características del casus; es decir, ser impensado e insalvable para
el agente imputado prima facie como responsable del deber de resarcir los
menoscabos. Evidentemente, esta mayor exigencia favorece a la víctima, por cuanto
si el sujeto responsable pudo presumir o impedir la acción llevada a cabo por el
tercero, sin lugar a hesitación deberá indemnizar al damnificado.
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entre el hecho y el perjuicio debe aparecer como la única causa del daño y revestir
las características de imprevisibilidad e inevitabilidad propios del caso fortuito o
fuerza mayor"(324). Ha tenido un pronunciamiento diferente cuando analizó la
inaplicabilidad del caso fortuito a la conducta del tercero.
Pero deberán replantearse algunas soluciones a la luz del contenido normativo
del Código Civil y Comercial, como es el caso donde juzgó que "si se demostró que
la conducta de la causante directa del daño que no tenía relación de dependencia
alguna con la demandada fue imprevista y que obedeció a la negligencia exclusiva
de una persona que no pudo ser hallada, es descalificable el pronunciamiento que
(...) condenó al local de comidas al pago de daños y perjuicios, por entender que
existía una obligación de seguridad en la cual la eximente de responsabilidad por el
hecho del tercero debía revestir los caracteres propios del caso fortuito"(325).
Con el contenido normativo del presente artículo, la solución debe ser
diametralmente distinta, en sentido contrario, por cuanto se debe condenar a la
empresa prestataria del servicio de comidas por el daño ocasionado por el tercero a
sus clientes, si no acredita, conforme es establecido en el art. 1736 que la conducta
de éste tenía las características de ser un caso fortuito, es decir imprevisible e
inevitable.
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del bien que satisface el interés del acreedor teniendo en cuenta la naturaleza
jurídica de cada tipo de prestación, es decir, debe ser material y jurídicamente
posible, sin injerencia de culpabilidad alguna relacionada con la conducta del
deudor.
Por otra parte, se impone que la apreciación de la imposibilidad sea analizada
dentro de los cánones de la buena fe que imponen en términos generales los arts.
9º, 10 y 11 del Código.
De modo concordante, se debe tener en cuenta el contenido normativo de los
arts. 955 y 956. El primero analiza la imposibilidad sobreviniente de la prestación,
para que extinga la obligación sin responsabilidad, debe ser objetiva, absoluta y
definitiva o producida por caso fortuito o fuerza mayor.
En cambio, si fueren por causa imputables al deudor, la obligación modifica su
objeto y se convierte en la de pagar la indemnización de los daños causados (art.
730 inc. c]).
Si no fuera definitiva, el art. 956 determina que la imposibilidad sobrevenida,
objetiva, absoluta y temporaria de la prestación tendrá efecto extintivo cuando el
plazo sea esencial o cuando su duración frustra definitivamente el interés del
acreedor.
En este punto cabe precisar, concordando los artículos del Código que dentro de
la imposibilidad de cumplimiento del objeto de la obligación, la misma puede provenir
de un caso fortuito o fuerza mayor. Ambas figuras no son incompatibles, sino que
tienen en común que deben ser sobrevinientes al nacimiento de la obligación.
Este detalle fue resaltado por Abella y Nuta cuando aseveraban que "en la materia
del incumplimiento, se connota el caso fortuito cada vez que un acontecimiento no
imputable al deudor —imprevisto o previsto, pero irresistible— imposibilita la exacta
ejecución de la obligación. Puede ocurrir que el deudor sea totalmente extraño a la
imposibilidad de ejecución sobrevenida: acaeceres absolutamente ajenos a su
voluntad, con tal violencia y eficacia obstructora que el obligado queda reducido a
un impotente y minúsculo observador, incapaz de reaccionar contra esas fuerzas
ciegas o esas irreductibles o inapelables decisiones que, interfiriendo bríos y
potencialmente, suponen un incumplimiento insoslayable para el cumplimiento de lo
prometido"(326).
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dos prestaciones (inc. a]) que si una de las prestaciones resulta imposible por
causas ajenas a la responsabilidad de las partes, o atribuibles a la responsabilidad
del deudor, la obligación se concentra en la restante. En este caso no se le puede
imputar al deudor obligado responsabilidad por la imposibilidad sobreviniente.
En este caso, no se produce la liberación total y absoluta del deudor por cuanto
de su parte hubo responsabilidad para que la prestación se transformara de
cumplimiento imposible.
Pero, en la segunda hipótesis contenida en este inciso, la imposibilidad proviene
de causas atribuibles a la responsabilidad del acreedor, en cuyo caso, el deudor
tiene derecho a optar entre dar por cumplida su obligación, o cumplir la prestación
que todavía es posible y reclamar los daños y perjuicios emergentes de la mayor
onerosidad que le cause el pago realizado, con relación al que resultó imposible.
Sin lugar a duda que al no existir culpabilidad que lo responsabilice al debitoris de
la imposibilidad material o jurídica de la prestación, queda con la opción de dar por
cumplida su prestación con la que se tornó de cumplimiento imposible y extinguir la
obligación; o, cumplir con la prestación alternativa subsistente reclamando los daños
y perjuicios por la mayor onerosidad que implica cumplir con ella el débito prometido.
En el inc. b) se prevé que si todas las prestaciones resultan imposibles, el análisis
de la imposibilidad se concentrará en la última acaecida, con excepción de que
alguna de ellas se debiera a causas relacionadas con la responsabilidad del
acreedor, en cuyo caso el deudor tendrá derecho a elegir con cual queda liberado.
En el inciso siguiente regula que si todas las prestaciones resultan imposibles,
simultáneamente, por causas atribuibles al deudor, éste deberá entregar el valor de
cualquiera de ellas para liberarse. En cambio, si lo es por una causa adjudicable al
acreedor, el deudor tiene derecho a la posibilidad de cumplir con la subsistente y
reclamar los daños de la mayor onerosidad.
Y, por último, concordando en plural con el presente artículo comentado, si las
prestaciones resultan imposibles por causas ajenas a la responsabilidad de las
partes, la obligación de extingue.
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Pero, si lo son simultáneamente por causas atribuibles a la responsabilidad del
deudor, el acreedor tiene derecho a reclamar el valor de las prometidas eligiendo
con cuál de ellas queda satisfecho.
Finalmente, en las alternativas irregulares de igual modo, si todas las
prestaciones resultan imposibles por causas ajenas a la responsabilidad de las
partes, la obligación se extingue (inc. d]).
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e) si el caso fortuito y, en su caso, la
imposibilidad de cumplimiento que de él resulta,
constituyen una contingencia propia del riesgo de
la cosa o la actividad;
f) si está obligado a restituir como consecuencia
de un hecho ilícito.
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Art. 1734. — Prueba de los factores de
atribución y de las eximentes.
Excepto disposición legal, la carga de la prueba de los
factores de atribución y de las circunstancias eximentes
corresponde a quien los alega.
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hipotética o futura (accertamento). Tal verificación se hace instrumentalmente
necesaria toda vez que la declaración judicial solo puede referir la realidad
extraprocesal por virtud del isomorfismo que se da entre ésta y la prueba que la
mienta. Luego, la aserción por ante el Juez de un hecho normado por la ley
sustantiva conlleva la consecuente necesidad de su prueba, la cual pesa sobre la
parte que lo afirma"(330).
Estas reflexiones previas resultan ineludibles no solo para comprender las etapas
del razonamiento judicial en la elaboración de una sentencia de daño, sino también
a los fines de explicar el método expositivo adoptado por el Código con relación a la
fijación de normas de naturaleza procesal que reglamentan cómo se distribuye la
carga probatoria de los presupuestos constitutivos del deber de indemnizar los
perjuicios que se ocasionan y cuál será el método que se adopta en cada caso para
cuantificar los daños reclamados como resarcibles.
En ese sentido, el Código reguló, en los arts. 1734 a 1736, la carga probatoria de
tres presupuestos de la responsabilidad civil: la antijuridicidad, el factor de atribución
y la relación de causalidad. El daño resarcible es reglamentado
pormenorizadamente a partir del art. 1737 y en el art. 1744 se ocupa de regular
quién debe acreditar la existencia del mismo. Por otra parte, fija en algunas normas,
como es en la contenida en el art. 1746, cuál es el método empleado para cuantificar
en dinero la indemnización de las lesiones o incapacidad física o psíquica, tema que
será analizado oportunamente.
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Estudiantes de abogacia EA! - EA! GRADuados
La decisión constitucional de priorizar al ser humano en sí proprio, por encima de
sus derechos patrimoniales, tiene influencia al momento de adoptar una decisión
frente a una hipótesis de conflicto entre estos valores. Pues, sin la menor hesitación,
la hermenéutica debe ser in dubio pro homini, siempre en favor del ser humano(336).
Pero en este punto se debe tener en cuenta que para hacer efectivo los propósitos
constitucionales no solo debe revisarse la adecuación constitucional de las normas
de los Códigos sustanciales sino que, de igual modo, alcanza el cambio de
paradigmas a las normas adjetivas contenidas en los Códigos procesales que deben
dar respuestas acordes con las exigencias de humanismo de los tiempos actuales.
En ese sentido, Lorenzetti anticipaba hace más de dos décadas la situación
jurídica que se presenta, que no siempre es bien comprendida por los actores del
derecho, cuando señalaba que "sabido es que el derecho de daños se ha orientado
hacia la protección de la víctima. En este sentido, una de las preocupaciones
esenciales ha sido la de aligerar la carga probatoria de la víctima con el fin de restituir
un equilibrio afectado por la masividad y la producción anónima de daños. Es una
regla de experiencia que la víctima se encuentra en un estado de dificultad
probatoria, de lo que deviene la regla de facilitarle la carga de probar los hechos
constitutivos de su pretensión o bien de invertirla.
En algunos casos es el legislador quien asume esta tarea, como ejemplificamos
en el derecho laboral o penal. En el derecho de daños se ha resuelto el problema a
través de la responsabilidad objetiva. Decía León Duguit en sus conferencias
argentinas de principios de siglo que cuando hay responsabilidad objetiva no hay
otra prueba que ofrecer que la del perjuicio causado y, practicada esta prueba, la
responsabilidad obra en cierta manera automáticamente.
En otros supuestos, se adoptan reglas jurisprudenciales de experiencia,
modificando los criterios legales. En el derecho español se trabajó arduamente este
tema a partir de una sentencia del Tribunal Supremo de 1953, en que se acepta el
principio pro dammato para la apreciación de la prueba, por la dificultad de la misma.
Como un avance se incorpora el principio de favor probationes para aquellos casos
de difícil prueba en beneficio del más débil. Así se dijo que la dificultad de la prueba
coloca en situación de inferioridad al demandante, contradiciendo los principios de
equidad que deben presidir la realización de la justicia. La dificultad de este
mecanismo es que se aplicaba caso por caso.
Ante esta insuficiencia se optó por un remedio presuntivo general, por el solo dato
del daño, ya que la acción u omisión determinante del daño indemnizable se
presume siempre culposa. En los casos de riesgo creado la presunción se ha
extendido a la limitación de la contraprueba, exigiendo un agotamiento de la
diligencia, que impide que el demandado pueda exonerarse probando su diligencia
(el daño mismo demuestra que ésta no se agotó), eximiéndose solo con el casus.
En realidad, se ha trabajado jurisprudencialmente la inversión de la carga
probatoria produciendo así una objetivación de la responsabilidad"(337).
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acreditarse el conocimiento relevante que ha sido empleado antifuncionalmente y
no la intencionalidad de provocar el daño, es decir, no se debe acreditar la faz
volitiva.
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1733, donde se enumera que serán responsables aun cuando se acredite la
existencia de caso fortuito o la imposibilidad de cumplimiento.
Atilio Alterini se preocupó, antes de la sanción del Código Civil y Comercial, por
las distintas alternativas que se presentaban conforme se tratara de obligaciones de
medio o de resultado, expresando que "comúnmente se razona así: a) En las
obligaciones de resultado el demandado tiene la carga de probar el caso fortuito o
fuerza mayor, la culpa de la víctima o de un tercero extraño. Si falla en esa prueba
puntual es condenado a indemnizar. b) En las obligaciones de medios incumbe al
actor probar la culpa del demandado. Si falla en esa prueba su acción indemnizatoria
no prospera"(341).
Por ello, el autor concluye expresando que "decir que una obligación es de
resultado en realidad solo permite saber que el deudor tiene la carga de probar algo
—variable y proteico— para liberarse de responsabilidad, que en general es la
diligencia debida (o falta de culpa), carga que, además, no es siempre exclusiva de
aquél.
Decir que una obligación es de medios en realidad solo permite saber que la
prueba versa sobre el incumplimiento y la culpa, porque es frecuente que sea el
deudor quien tiene la carga de probar que cumplió o que, habiendo incumplido, obró
sin culpa.
Nada es rígido ni absoluto, sino flexible y relativo. Solo entendiéndolo así la
categorización teórica de obligaciones de resultado y obligaciones de medios
conservará algún interés y cierto grado de relevancia en el derecho vivo de la
actualidad.
Porque no es una summa divisio, ni una varita de virtudes que solucione
mágicamente la acuciante inquietud por hacer justicia. Y de eso se trata"(342).
En el Código se contempla la división entre obligaciones de medio y de resultado
en distintas normas, como es, por ejemplo, en la regulación de la responsabilidad
de las profesiones liberales (art. 1768), especificándose en el art. 1723 que cuando
de las circunstancias de la obligación o de lo convenido por las partes, surge que el
deudor debe obtener un resultado determinado, su responsabilidad es objetiva. A
partir de ello, la carga probatoria de la culpa en las obligaciones de medio será a
cargo del demandante del resarcimiento. Pero, si la obligación es de resultado, el
reclamante del daño deberá acreditar la existencia de nexo causal entre el hecho y
el daño y será a cargo del accionado demostrar la existencia de una causa ajena
que lo libera de responsabilidad.
Sobre el tema, los tribunales expresaron que "en materia de responsabilidad
médica, y como consecuencia de que el deber jurídico asumido por el facultativo es
por lo general de medios, incumbe al paciente la carga de demostrar la culpa de
aquél, sin perjuicio de que el juez en el caso tenga en cuenta las presunciones
judiciales en orden a las cargas probatorias dinámicas, que hace recaer la carga de
la prueba en cabeza de aquel que se encuentra en mejor situación para probar"(343).
En términos similares se dijo que "el principio es que la prueba corre por cuenta
de quien imputa culpa al galeno, demostrando la existencia de negligencia médica
o errores graves de diagnóstico y solamente se le puede acarrear responsabilidad
al facultativo si comete una falta grave en el diagnóstico de evidente y grosera
infracción —en el caso, se rechazó la demanda iniciada por los padres de un menor,
al no haberse demostrado que la afección del niño hubiera sido ocasionada por una
defectuosa atención del médico—, pues se trataría, en definitiva, de una falla en el
campo en el cual el error excusable no genera la consiguiente culpa profesional"(344).
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También que "resulta responsable el conductor del vehículo demandado por los
daños y perjuicios derivados de la colisión ocurrida con el rodado del actor, pues, no
ha logrado acreditar el acontecimiento de una causa ajena que lo exima de
responder (...), en tanto la circunstancia de que el actor no haya probado la maniobra
de esquive que alegó haber realizado es insuficiente para configurar la existencia
de 'culpa' de su parte"(345).
Pues, "la aplicación del art. 1113, párr. 2º in fine del Código Civil (arts. 1722, 1757,
1758 y 1769 del Código Civil y Comercial) implica que la víctima solo debe demostrar
el daño causado y el contacto con la cosa del cual el mismo provino, quedando a
cargo del demandado —en su carácter de dueño o guardián de aquélla— acreditar
la culpa de la víctima o de un tercero por quien no debe responder"(346).
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En la presente hipótesis, la regulación, si bien tiene naturaleza procedimental,
está inserta en el Código de fondo, lo cual no escapa a las críticas de algunos
autores relacionados con la delimitación de las incumbencias entre las Provincias y
la Nación, pero sin duda, en este caso, como se tratará de demostrar, el cambio de
paradigma del patrimonialismo decimonónico a la centralización de la persona como
eje del derecho, torna regulable en esta sede algunas normas para hacer efectiva la
tutela judicial.
Un ejemplo inequívoco de esta situación de que quienes sostienen criterios
clásicos no llegan a comprender la real dimensión del cambio, se verifica en la
provincia de Córdoba, donde desconoce el mandato normativo de Ley de Defensa
de los Consumidores que indica que el acceso a la jurisdicción será gratuito y exigen
que para que ello sea efectivo se tramite el proceso del beneficio de litigar sin gastos,
con la consiguiente demora en la tramitación del proceso. El criterio no llega a
comprender que para la efectiva defensa de los derechos de los consumidores
deben tener un acceso inmediato y sin impedimentos a sede judicial.
En el ámbito de la responsabilidad civil, la norma bajo comentario es la más
importante para la adecuada tramitación de los procesos de daños, porque sale de
las estructuraciones clásicas y se pone en consonancia con las exigencias
constitucionales para proteger adecuadamente a las víctimas dejando de lado los
rígidos criterios procesales sin descuidar, por cierto, el derecho de defensa y debido
proceso que también tienen rango liminar.
La necesidad de flexibilizar los procedimientos fue magistralmente expuesta por
Morello, cuando aseveró que "el tejido en la evolución de las ideas y de su
materialización técnica, que a lo largo del siglo que fenece, suscitara el modo de
actuar los principios procesales y el sentido y direcciones que se buscan cuando se
quiere precisar en una o pocas normas las coordenadas mayores, muestra que se
ha aflojado su entramado y tensión. Que dar respuesta y seguridad, de ser posible
de forma general, para todos los casos, y casi dogmáticamente a la vuelta del
camino, la línea de sentido hace que en el presente cobren luminosidad las distantes
lecturas de Carnelutti y Lascano. La realidad —como la vida— no está trazada de
una vez y para siempre ni de manera uniforme. El querer abrazar a todos los casos
y manejarlos en rígidas reglas se ve que es imposible y si se fuerza a ello, esa
compleja realidad se vengará de las doctrinas y de las normas. Ninguna de ellas,
por lo demás, es el final del camino. Ha bastado airear, con la nota de flexibilidad, el
conjunto de los principios procesales, redefinir el papel protagónico del juez —
ciertamente con el activo control de los abogados de partes— y poner en sintonía
los criterios de hermenéutica para liberalizar al proceso civil de estériles chalecos de
fuerza que, por querer diseñar y acotar sin concesiones, terminan por verse
desplazados en pos de posturas más adecuadas a esas viejas y nuevas expresiones
del litigio"(348).
De retorno al comentario del art. 1735 se observa que se faculta al juez para que
pueda distribuir la carga de la prueba, lo cual implica que ello no es imperativo sino
potestativo de la jurisdicción decidir en qué casos puntualmente hará uso de la
misma.
El Juez, cuando lo creyere conveniente, debe considerar conforme a los
antecedentes del proceso que tiene bajo su competencia quién está en mejores
condiciones de acreditar la culpa del prima facie imputado como responsable del
hecho dañador o el cumplimiento de la diligencia debida.
En este punto se debe poner de relieve que esta facultad está destinada a ser
operativa, únicamente cuando se impute un factor de atribución subjetivo y dentro
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del mismo se menciona exclusivamente a la culpa omitiéndose el dolo y a la mala
fe.
Sin perjuicio de ello, en algunos fallos se verifica que al momento de dictar
sentencia se tiene en consideración cuál de los sujetos en litis tenía el dominio de
los hechos, dado que en distintas hipótesis los mismos se produjeron en
determinados ámbitos donde el sujeto tiene señorío. Verbigracia, dentro del
quirófano, consultorio, el sistema informático de una empresa, etcétera.
En otras palabras, la jurisdicción evaluó que donde se produjo el daño el sujeto
imputado tenía el dominio de la situación territorial y también en dominio moral, por
su preparación científica que lo coloca en mejor situación.
Así quedó expresado cuando se sostuvo que "cabe agregar al contenido del fallo
transcripto respecto de la carga probatoria, que "aun cuando se insiste en que el
"médico no se obliga a sanar al paciente", hay dos aspectos que el profesional de la
salud deberá demostrar, aportando los elementos de convicción a su alcance: 1)
Que los actos médicos cumplidos por él fueron a satisfacción, en seguimiento de la
'buena medicina' y del programa anticipado al paciente al requerir su asentimiento.
Que no se limitó a medicar o a intervenir quirúrgicamente, sino que lo hizo de la
manera debida. Que el antibiótico, por vía de ejemplo, era el correcto, atento a la
situación del enfermo. 2) Que la frustración del 'resultado próximo' prometido tiene
causas o fundamentos que son ajenos a su gestión de salud, que no ha podido
contrarrestar ni evitar y, por tanto, que pueden ser calificados como verdadera
'imposibilidad'"(349).
En el mismo fallo se recordó que "en algunas ocasiones en función de la dinámica
probatoria (Peyrano) o del dominio técnico de la situación se puede exigir en el
ámbito civil la carga probatoria a aquella parte que se encuentre en mejores
condiciones para colaborar con el procedimiento, permitiendo el esclarecimiento de
la verdad. Es decir, para llegar a conocer la verdad objetiva de como acontecieron
los hechos dañadores". De igual modo se aseveró que "actualmente en el derecho
civil se privilegia la protección del más débil especialmente cuando hay un daño a
reparar. Por ello el in dubio pro reo no tiene aplicación preeminente en el derecho
civil como sí es en el derecho penal. En este foro la carga de la prueba,
históricamente, pesaba sobre quien afirmaba un hecho (art. 361 CPC) pero
actualmente ello se ha flexibilizado ante las asimetrías que se producen por la
preeminencia técnica, económica, dominio territorial, etc., que pueda tener una parte
sobre la otra o por la propia dinámica probatoria que coloque a una de las partes en
la necesidad de producir pruebas y no quedarse, simplemente, luego de negar todos
los hechos a que le prueben. El juez civil debe examinar todos los elementos de
convicción existentes en el proceso, incluyendo a las pruebas presuncionales que
se pueden formar a través de los hechos acreditados que se constituyen en claros
indicios de lo acontecido que no se puede probar —por distintas razones— de un
modo directo"(350).
En estos casos, donde se verifiquen asimetrías en la capacidad probatoria de las
partes, el juez podrá ordenar anticipadamente, normalmente en la audiencia
preliminar del art. 360 CPC de la Nación y en las provincias que la hubieren
adoptado, quien tendrá la carga probatoria conforme el dominio territorial y técnico
de los hechos base de la litis.
Este criterio ha sido observado con sentido crítico por alguna parte de la doctrina
procesalista cuando se señaló que "postular en forma irrestricta el deber de
colaborar con la parte cuya pretensión el mismo ordenamiento confiere facultad de
resistir no es menos irrazonable (ni siquiera es distinto) que forzar a la contraparte
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Estudiantes de abogacia EA! - EA! GRADuados
a asumir desde un principio la pretensión de su contraria, lo cual revertiría en la
conculcación franca del derecho constitucional de defensa". En otras palabras de
las autoras, "la carga de probar no puede trasladarse de uno a otro litigante según
las circunstancias del caso —y ésta es, en suma, la cucarda que se atribuye a la
teoría que criticamos—, pues la previsibilidad relativa a cómo ha de desarrollarse el
proceso constituye un hito arquimédico de la seguridad jurídica y la garantía de
defensa en juicio. Entendemos, por el contrario, que es materia de la legislación de
fondo categorizar y normar consecuentemente las dificultades probatorias,
invirtiendo las probanzas del caso por el establecimiento de figuras presuncionales
que, sin relevar de la acreditación de los extremos fundamentales (v.gr.: daño,
autoría, etc.), desgraven la actividad de quien se atribuye la condición de agonista
de los engorros inherentes a la prueba de la culpa; dentro, por supuesto, de los
necesarios cánones de razonabilidad. Así lo había entendido el proyectista al legislar
la unificación de los regímenes civil y comercial en su art. 1625; así también lo
entendió el legislador nacional al normar supuestos que merecían tutela especial y
diferenciada, como resultan ser los estatutos que definen la calidad de usuario a la
luz de la Ley de Defensa del Consumidor, el de trabajador para la Ley de Contrato
de Trabajo, el de víctima para los diversos subsistemas de responsabilidad objetiva,
o, en sus respectivos orbes jurídico, los contratos celebrados en período de
sospecha para la normativa concursal, las cuestiones relativas a filiación
matrimonial, etcétera"(351).
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Estudiantes de abogacia EA! - EA! GRADuados
permitiendo que ellas ofrezcan contraprueba a pesar de que la etapa de ofrecimiento
haya precluido.
La actividad del juez no vulnera el sistema predominantemente dispositivo del
proceso civil. Sigue correspondiendo a las partes determinar el alcance y contenido
de la disputa judicial; el tribunal queda limitado a la consideración de lo que los
litigantes han planteado ante él y no puede conceder a ninguno de ellos lo que no
hayan solicitado; incluso debe admitir como ciertas las alegaciones que no han sido
impugnadas, salvo, por supuesto, los casos en que se afecte el orden público. Pero
el principio dispositivo aplicado sin cortapisas convierte al órgano jurisdiccional en
un mero espectador de la contienda, mudo, ciego y sordo, hasta tanto las partes le
permitan, mediante sus peticiones, dictar alguna providencia.
Sucede que las partes 'disponen' del proceso en lo que hace a los hechos
afirmados y al tema a resolver por el juez; también pueden transar, desistir el actor
o allanarse el demandado; pero no pueden requerir del juez una decisión sobre el
litigio y sobre los hechos controvertidos e impedirle que el reúna todos los elementos
que necesita. Si los litigantes exigen un fallo el juez debe también 'disponer' de todos
los medios para que ese fallo sea justo.
Como corolario de lo anterior pretendemos que los esfuerzos del jurista no se
centren en la distribución de la carga de la prueba sino en los deberes del juez para
adquirir el conocimiento de los hechos controvertidos, sin que interese, en tal
sentido, lo que las partes hagan o dejen de hacer"(357).
Como se infiere de las lecturas y reflexiones realizadas, la norma contenida en el
art. 1735 será por mucho tiempo eje de arduas discusiones técnicas jurídicas, pero
es necesario no perder de vista que la tutela judicial efectiva que tiene
reconocimiento constitucional impone modificar los dogmas decimonónicos que
estaban guiados por un cerrado sentido patrimonialista para pasar a entender que
en los procesos judiciales se debe buscar la verdad real y, en ello, el liminar principio
de buena fe que dejó de ser tal para ser una norma exigible como cualquier otra,
impone deberes a los litigantes de colaboración en pos de que se conozca cómo
fueron realmente los hechos acaecidos a fin de que el órgano juez pueda dictar una
sentencia ajustada a derecho.
Pensar que esta norma puede dar lugar a las chicanas de los litigantes para dilatar
los procesos es reducir su dimensión axiológica y corresponderá a las normas
adjetivas tomar las previsiones para que ello no ocurra aplicando las sanciones
idóneas por el incumplimiento de los deberes que impone la buena fe en los
procesos.
Por otra parte, no cabe la menor duda de que esta norma contenida en el art.
1735, al igual que en un sinnúmero de otros artículos, que traen soluciones no
tradicionales producirán la necesidad de adecuar el resto del ordenamiento a sus
preceptos. De allí que no se pueda denostar a una norma que comienza a transitar
por el mundo del derecho vivo y procura dar rapidez y equidad a los procesos de
daño que por la complejidad de la sociedad post industrial traen cada día mayor
dificultad a la jurisdicción.
Para comprender la validez y dimensión de esta norma, basta recordar que el
sujeto demandado por paternidad tiene el deber de someterse a la prueba biológica
cuando es ordenada su producción y si se niega ejerciendo su derecho, ello es
punido civilmente con una presunción de paternidad. En este caso, a nadie se le
ocurrió pensar que se vulneraban derechos constitucionales como, de igual modo,
no corresponde pensarlo cuando el juez ordene, en algunos casos complejos, la
producción de la prueba de la culpa de un determinado modo, por cuanto
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posteriormente deberá valorar razonadamente en la sentencia como lo indica el art.
3º, el cumplimiento o la reticencia de la parte a colaborar con la dilucidación de la
verdad de los hechos bases de la reclamación en el marco integral de la prueba
aportada.
Compárese el art. 1735 con el art. 710, según las matizaciones que expusimos
en la glosa al último de esos artículos.
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Estudiantes de abogacia EA! - EA! GRADuados
ser demostrada por la víctima. La ley especifica presunciones de causalidad a nivel
de autoría"(358).
Por su parte, Vázquez Ferreyra observa que "en cuanto a la relación de
causalidad, si bien su prueba por regla general se encuentra en cabeza del
demandante, en determinados supuestos implica una prueba diabólica o
sumamente difícil.
Es por ello que la doctrina y la jurisprudencia vienen elaborando diversas teorías
tendientes a aligerar la carga de la prueba de la relación causal.
En esta línea se ubica la teoría de la causalidad virtual, la que no resulta
aceptable.
En cuanto a la teoría de la creación culposa de un riesgo injustificado, puede ser
tenida en cuenta con carácter residual, como corroborante de otros elementos
probatorios como para tener por acreditada la relación causal. En tal sentido puede
tenerse en cuenta la prueba de diversas negligencias abstractas —no conectadas
cierta y directamente con un resultado lesivo en particular—, las que valoradas por
los jueces —con la prudencia del caso— pueden llevar a la convicción de la
existencia de la relación causal"(359).
En este sentido se había anticipado que en algunos casos la doctrina judicial
atribuye la carga probatoria del nexo causal a quien tiene el dominio territorial y
moral de los hechos porque está en mejores condiciones para explicar los
fenómenos que ocurrieron en ese ámbito que finiquitaron con el daño a la víctima.
Así se ha dejado constancia de que la rigidez probatoria actualmente se ha
flexibilizado ante las asimetrías que se producen por la preeminencia técnica,
económica, dominio territorial, etc., que pueda tener una parte sobre la otra o por la
propia dinámica probatoria que coloque a una de las partes en la necesidad de
producir pruebas y no quedarse, simplemente, luego de negar todos los hechos a
que le prueben. El juez civil debe examinar todos los elementos de convicción
existentes en el proceso, incluyendo a las pruebas presuncionales que se pueden
formar a través de los hechos acreditados que se constituyen en claros indicios de
lo acontecido que no se puede probar —por distintas razones— de un modo
directo(360).
En sentido contrario se ha sostenido que "más allá que la tendencia en materia
de derecho de la responsabilidad civil sea aligerar la carga de la prueba en beneficio
de las víctimas de daños, lo cierto es que ello no alcanza para enervar el régimen
probatorio en materia de relación de causalidad, sustento primero del reclamo
indemnizatorio"(361).
Desde otra óptica, se expresaron Mayo y Prevot cuando señalaban que "como
resulta lógico, y en razón de los principios probatorios comunes antes expuestos, el
damnificado es quien deberá acreditar necesariamente la conexión causal entre la
conducta del agente y el daño sufrido. Se está aquí, podría decirse, ante la
aplicación lisa y llana del principio según el cual la carga de la prueba de los hechos
constitutivos del derecho invocado corresponde a quien lo hace valer, tanto en
materia contractual como extracontractual.
Sin embargo, en el ámbito del incumplimiento del contrato, al acreedor le es
suficiente con probar el daño causado por la inejecución, mientras que respecta al
deudor dar prueba de que la falta de satisfacción del crédito del acreedor obedeció
a una imposibilidad por la cual él no debe responder.
Contractualmente hablando, entonces, probado el incumplimiento tout court de la
obligación, se presume que el daño cuyo resarcimiento se reclama fue
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probablemente causado por el comportamiento o la situación del deudor, pesando
sobre este último la carga de probar una causal objetiva y absoluta que justifique su
imposibilidad(362).
La doctrina judicial con relación a la carga probatoria en materia contractual ha
sostenido que "en el ejercicio de la acción civil resarcitoria de un infortunio laboral,
el trabajador debe probar los presupuestos de ella, que incluyen tanto el acto ilícito,
la imputación y el nexo de causalidad entre la omisión y el daño, lo que, si bien es
susceptible de una amplia interpretación, no puede ser ignorado, ya que nadie puede
ser juzgado conforme a criterios que no sean los de la ley"(363).
En el marco del contrato de transporte se ha decidido que "corresponde rechazar
la acción de daños y perjuicios incoada por una pasajera que habría resultado herida
durante un intento de hurto ocurrido en la estación del ferrocarril, pues no logró
demostrar mediante la prueba aportada la relación de causalidad existente entre el
daño padecido y los sucesos invocados en su escrito de inicio, siendo que, pese a
estar acreditada aquella calidad, ninguno de los testigos refirió haber presenciado el
hecho"(364).
Por su parte, en "la demanda por daños iniciada por un consumidor en contra de
un comercio por haberle expendido un alimento que presuntamente le provocó una
intoxicación —en el caso, una tortilla— debe rechazarse, si al momento de realizarse
la prueba pericial la muestra se encontraba contaminada por haber superado su
tiempo de vida útil, pues el nexo de causalidad entre la inoculación y la ingesta no
está comprobado, máxime si además había ingerido otros alimentos"(365).
En el contrato de peaje, se estimó que "corresponde hacer lugar a la demanda de
daños y perjuicios incoada por un conductor por los daños que sufrió su rodado al
embestir a un animal que apareció sobre la calzada, toda vez que, se probó la
negligencia del concesionario vial quien incumplió la obligación de mantener
expedita la vía a pesar de haber mecanismos de seguridad perimetral de costos
perfectamente abordables para evitar la aparición de animales"(366).
Como se infiere de estos sumarios jurisprudenciales, la exigencia probatoria del
nexo causal en el marco de las relaciones contractuales es exigente, especialmente
cuando los daños exceden las previsiones acordadas en el pacto.
Por su parte, los autores antes referenciados, con relación a la materia aquiliana
sostienen que "corresponde al actor dar prueba de que la conducta, situación o
especial condición del agente dañador fue 'probablemente' la causa eficiente del
menoscabo, aunque bien se dice que esta prueba es una operación lógica a cargo
del magistrado que normalmente se satisface con la de verificación del hecho
dañoso y sus circunstancias de tiempo, lugar y personas. Por el contrario, será al
demandado a quien se le atribuya la carga de probar los hechos impeditivos o
extintivos en los que sustentase su defensa o excepción (v.gr.: hecho de la víctima,
caso fortuito, fuerza mayor o hecho de un tercero)"(367).
El tema en el saber de los tribunales se ha sostenido que "la demanda a fin de
obtener un resarcimiento por los daños derivados de la conducta difamatoria debe
ser desestimada, pues no se acreditó el nexo de causalidad entre la denuncia en
sede penal, las declaraciones del demandado recogidas por un medio periodístico y
la actitud extrema de quitarse la vida adoptada por el marido de la actora, máxime
si ni siquiera ella advirtió un estado de ánimo que hiciera previsible la drástica
determinación"(368).
Por otra parte, "el reclamo de daños intentado por un pasajero que alegó haber
sufrido lesiones cuando fue embestido por un ciclista al intentar bajar del colectivo
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en que viajaba, debe ser rechazado, toda vez que no acreditó la relación de
causalidad entre el hecho y el daño, pues, no existen elementos tendientes a
determinar el modo en que ocurrió el siniestro, no se produjo prueba testimonial
alguna, ni informativa, ni hay registros del servicio de guardia donde dijo haber sido
atendido, y la sola acreditación de las lesiones padecidas es insuficiente por sí para
tener por probada la mecánica del hecho"(369).
En un tema complejo presentado en la jurisdicción francesa cuya opinión resulta
aplicable a casos que se pueden presentar en nuestro ordenamiento, se sostuvo
que "siendo que la Carta de Medio Ambiente y el principio de precaución ponen en
cabeza de quien peticiona la indemnización de un daño frente al titular de la
servidumbre la carga de probar que el perjuicio constituye una consecuencia directa
de ésta, debe desestimarse la demanda resarcitoria incoada por el propietario de
una explotación ganadera por los daños que sufrieron los animales por la supuesta
incidencia de una línea de alta tensión propiedad del emplazado que pasaba cerca
de los campos de la primera, en tanto existe una evidente falta de certeza sobre la
mencionada incidencia y no surge la existencia de un nexo de causalidad"(370).
En la responsabilidad aquiliana, sea el factor de atribución objetivo o subjetivo, es
a cargo de quien reclama el resarcimiento acreditar el nexo de causalidad fáctico
entre la conducta de la víctima o el funcionamiento de la cosa y el daño padecido.
Expresamente se pone énfasis en que es el nexo causal fáctico el que se debe
acreditar, pues en algunos casos, como es cuando un sujeto inimputable ocasiona
un daño, puede existir vinculación causal de hecho pero no de derecho por su
capacidad diferencial. Ello tiene importancia para cuando analicemos la influencia
de la prejudicialidad penal en sede civil, dado que no se podrá discutir la existencia
del hecho principal.
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errónea a nuestro criterio, de invertir en forma general la carga de la prueba de la
culpa"(371).
Sin perjuicio de esta notable opinión se debe tener en cuenta que en algunos
procesos judiciales de daño adquiere una dimensión especial el dominio de los
hechos y la capacidad especial (estudios universitarios u otros) del sujeto dañador
que lo coloca en mejor situación procesal para acreditar la verdad de los
acontecimientos acaecidos, razón por la cual aplicar esquemas probatorios rígidos
puede llevar inexorablemente a resultados absolutamente injustos, cuando la
sociedad argentina definió, al elevar a rango constitucional a los Tratados sobre los
Derechos Humanos, hacer primar las soluciones de justicia por sobre la rigidez de
las formas, que es el criterio que sustenta iusfilosóficamente el contenido del art.
1735.
La doctrina judicial que prolonga su vigencia en el Código Civil y Comercial, sobre
el tema de acreditar la causa ajena, ha juzgado que "la concesionaria vial es
responsable por los daños y perjuicios sufridos por un conductor al embestir a un
vacuno que apareció sobre la calzada, ya que del contrato de concesión surge que
responde por los daños causados por animales sueltos y no logró acreditar que
hubiera cumplido con su obligación de asegurar la fluidez y seguridad del tránsito,
ni probó eximente alguno que interrumpa el nexo causal"(372).
En el mismo sentido se dispuso que "tratándose de la colisión entre un automóvil
y un ciclista, resulta de aplicación el art. 1113, párr. 2º, 2ª parte, del Código Civil
(actualmente arts. 1757, 1758 y 1769 Código Civil y Comercial), de modo que se
produce la correlativa inversión de la carga de la prueba en razón de la presunción
legal adversa que compromete la responsabilidad del propietario o guardián del
automotor, quien para eximirse de tal atribución debe demostrar que el evento
acaeció por culpa de la víctima, la de un tercero por quien no debía responder o el
caso fortuito que fracture el nexo de causalidad, mediante la demostración cabal de
los hechos que alegue con tal finalidad"(373).
También que "debe responsabilizarse a la parte demandada por los daños
materiales causados al automotor del actor con motivo de un accidente de tránsito
en el que ambos vehículos chocaron de frente si la accionada no ha demostrado la
fractura del nexo de causalidad"(374).
Continuando con los accidentes de tránsito automotor-peatón, en un caso se
consideró que "el peatón embestido es responsable en forma exclusiva por el
accidente que sufrió en tanto incurrió en una conducta imprudente y con aptitud para
cortar el nexo de causalidad en tanto intentó cruzar en estado de ebriedad por el
medio de una ruta y pese a que su acompañante le advirtió sobre la aparición del
rodado del accionado, quien no violó normas de tránsito"(375). Pero, en otro, se
estimó que "resulta responsable el conductor del automóvil que embistió a un peatón
en ocasión de encontrarse cruzando la calle, dado que (...) su responsabilidad se
presume y no se ha demostrado la culpa de la víctima que pudiera interrumpir el
nexo de causalidad adecuada con aptitud suficiente para producir la liberación total
o parcial de la conductora del vehículo embistente"(376).
Relacionado con el ámbito contractual laboral se dictaminó que "el empleador es
responsable (...) respecto del accidente laboral sufrido por el trabajador que cayó de
un andamio cuando prestaba tareas de albañilería, pues, aun cuando éste haya
soslayado la utilización del arnés, el cumplimiento efectivo de esa medida de
seguridad pesaba sobre la demandada, quien no acreditó la interrupción del nexo
de causalidad entre el riesgo generado por la cosa que tenía bajo su guarda y el
134
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suceso dañoso, así como tampoco ninguno de los caracteres del caso fortuito o
fuerza mayor"(377).
Finalmente, para cerrar esta breve transcripción de sumarios relevantes para una
primera aproximación, en un caso de responsabilidad colectiva se dispuso que "el
Estado Provincial es responsable por el fallecimiento de un menor que fue herido de
bala en un enfrentamiento entre fuerzas policiales y un grupo de manifestantes, en
tanto no acreditó que el disparo fue efectuado por uno de los manifestantes, carga
que pesaba sobre aquél pues, al no haber sido posible identificar al autor del hecho
debe concluirse que los integrantes de cada grupo han cooperado con su quehacer
riesgoso en la producción del daño existiendo un nexo de causalidad conjunta que
desobliga a la víctima a escudriñar la responsabilidad de un grupo y la consecuente
exculpación del otro"(378).
Este caso describe cómo funciona la responsabilidad colectiva que presume el
nexo causal con el daño de todos quienes intervinieron conforme es reglado en el
art. 1761.
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Las excepciones a que la carga de que la prueba de la relación de causalidad
corresponde a quien la alega, son confinadas por el art. 1736 a los supuestos en
"que la ley la impute o la presuma". En tanto para la acreditación de la relación de
causalidad la regla es la carga para quien la aduce, la primera excepción no debió
ser el supuesto que la ley la "impute", sino que la ley la "invierta".
Enviamos a lo que argumentamos en nuestra glosa al art. 1734.
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Esta breve introducción a la evolución, en general, del "daño resarcible" tiene la
finalidad de mostrar que los conceptos utilizados por la doctrina y jurisprudencia
tienen históricamente variaciones en el contenido que denotan conforme los
cambios sociales y económicos que se han producido a lo largo de la vigencia de la
codificación.
El criterio amplio terminó primando en la doctrina nacional y es el adoptado por el
art. 1737 cuando regula que hay daño cuando se lesiona un derecho o un interés no
reprobado por el ordenamiento jurídico que tenga por objeto la persona, el
patrimonio o un derecho de incidencia colectiva.
Para comprender la dimensión jurídica de la decisión legislativa adoptada, y con
ello formular la interpretación más adecuada del texto normativo, debemos
ineludiblemente, revisar cómo ha sido hasta este momento el tratamiento dado en
la doctrina nacional al concepto de daño resarcible. En otras palabras, qué se
entendía como jurídicamente indemnizable.
Esta tarea es necesaria por el arrastre de la tradición que resulta difícil de
desprenderse cuando existe un cambio legislativo de la dimensión producida.
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Briz, Jaime; Matilde Zavala de González) pasan a considerar el resultado o
consecuencia del perjuicio. Se argumenta que el daño no consiste en la lesión
misma sino en sus efectos y que no habría que indemnizar si hubiera lesión sin
resultado. Es un criterio funcional, realista y pragmático; hay daño patrimonial si el
resultado es antieconómico y daño moral si el resultado es anti espiritual. En
realidad, es cierto que el daño es una consecuencia puesto que no es la lesión
misma la que se resarce. No es en cambio un mero efecto económico o espiritual
sino jurídico lo que se tiene en cuenta"(387).
Este autor redondea su posición cuando marca que "lo que se resarce no es la
incapacidad sino sus repercusiones económicas y morales. En nuestro caso se debe
atender al modo en que la minusvalía afecta la capacidad de ganancia del sujeto,
ya que el régimen jurídico contempla el resarcimiento de las ganancias perdidas por
las lesiones (art. 1086, CCiv.), no las lesiones en sí mismas. En el caso de muerte,
se resarce otorgando lo que fuere necesario para la subsistencia, no la muerte en sí
misma (art. 1084, CCiv.)"(388).
Los postulados de esta posición podemos sintetizarlos del siguiente modo:
a) El daño jurídico (por ende, resarcible) no consiste en la lesión misma, sino en
sus efectos.
b) El daño versa sobre el resultado de la violación que repercute negativamente
en el patrimonio y en lo moral. El daño no se identifica con la sola lesión a un derecho
patrimonial o extrapatrimonial, o a un interés que es presupuesto de aquél, sino que
es la consecuencia perjudicial o menoscabo que se desprende de la aludida lesión.
c) No es la lesión misma la que se resarce.
d) Lo que se resarce son sus repercusiones económicas y morales.
e) Finalmente, este grupo de autores identifica daño moral con daño
extrapatrimonial.
Bueres, cuando observa este enfoque, marca su pensamiento señalando que
"daño en puridad es la lesión a unos intereses jurídicos patrimoniales o
extrapatrimoniales (espirituales). El interés es el núcleo de la tutela jurídica. Los
derechos subjetivos, los bienes jurídicos en general se regulan o se tutelan en vista
de la satisfacción de unos intereses. Cuando se afecta la esfera jurídica del sujeto,
el goce de bienes sobre los cuales podrá ejercer una facultad, existirá daño. El bien
es el objeto, la entidad capaz de satisfacer una necesidad del sujeto, mientras que
el interés es la posibilidad que tiene el sujeto de satisfacer la necesidad por medio
el bien"(389).
A partir de ello, sostiene que "las repercusiones o secuelas que la lesión al interés
provoca en el daño resarcible más típico —indemnización o reposición—
(alteraciones materiales en el daño patrimonial, o sufrimiento, dolor, aflicción,
pérdida de la aptitud de comprender, afectación de la esfera volitiva, etc., en el daño
moral) pueden ser consideradas como una consecuencia o efecto del daño o, con
precisión, como un trasunto de él, pero no constituyen el daño en sí"(390).
Finalmente, redondea esta parte de su exposición precisando que "si el interés
minorado, es patrimonial, la consecuencia ha de ser de igual índole; y si el interés
que se conculca es espiritual, lo propio ocurrirá con la secuela. Por lo tanto, al
caracterizar el daño moral como una lesión a los intereses del espíritu (únicos que
consideramos extrapatrimoniales) tenemos en mira la pléyade de intereses que
poseen subjetividad (daño moral puro)"(391).
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Esta opinión, si bien tiene diferencias sustanciales con la anterior, coincide con
ella en no incluir en el concepto de daño resarcible a la minoración física o biológica
de la cosa o persona.
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Estudiantes de abogacia EA! - EA! GRADuados
o daños a la persona como los daños objetivos o sobre las cosas, pueden tener
indistintamente consecuencias patrimoniales como extrapatrimoniales o presentar
simultáneamente ambos tipos de consecuencia"(396).
Para redondear, sin agotar por cierto su pensamiento, el autor recuerda que
algunos autores distinguen entre daño-evento y daño-consecuencia, aun cuando
ambos aspectos conforman una unidad. A partir de ello, "tratándose de un daño
somático, el daño-evento es la lesión en sí misma, mientras que el daño-
consecuencia, como su designación lo denota, se refiere a los efectos o
repercusiones de la lesión"(397).
Los postulados comunes de este grupo de autores podemos sintetizarlos del
siguiente modo:
a) Reconoce a la persona como el eje del derecho, en general, y del derecho de
daño, en particular.
b) Acepta para el campo jurídico un concepto amplio de daño resarcible.
c) Diferencia entre el daño a las personas y sobre las cosas.
d) Distingue entre daño patrimonial y extrapatrimonial.
e) Acepta la posibilidad de que cada uno de los tipos de daños del primer grupo
genere daño patrimonial o extrapatrimonial.
f) No identifican el daño moral con el daño extrapatrimonial. Por el contrario,
ubican al daño moral como una especie dentro del daño extrapatrimonial, aceptando
la autonomía conceptual y resarcitoria del daño psíquico, estético, etcétera.
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Estudiantes de abogacia EA! - EA! GRADuados
los cuales pueden ser fuente de daños resarcibles si conculcan intereses
económicos o morales, reconociendo solo la existencia en el Código Civil de estas
dos categorías.
Ahora bien, a poco que se indague respecto de qué entienden por "daño
naturalístico" verificamos, entre los autores de esta tesitura, definiciones
discordantes que marcan diferencias notables entre ellas.
En este sentido, Galdós sostiene que "los daños a la persona no constituyen una
categoría de daños con autonomía resarcitoria —como tertium genus— que se
acumulen al daño patrimonial y al daño moral (...) el daño en sentido vulgar o
naturalístico es concebido como el menoscabo o deterioro de bienes esenciales,
pero que solo es daño jurídico resarcible cuando afecta a intereses económicos o
espirituales"(398).
Completa su pensamiento sobre el punto, cuando sostiene que "lo que se
esconde bajo el concepto de daño biológico no es otra cosa que un perjuicio físico,
en sentido naturalístico, el que bien puede tener repercusiones patrimoniales y
extrapatrimoniales y, como tal, dar lugar a una indemnización por daño moral o
patrimonial"(399).
Por su parte, Pizarro no hace referencia concreta a "lo físico" cuando aclara que
"la noción de daño, en sentido estrictamente jurídico, no se identifica con la de daño
en sentido naturalístico, expresión esta última que debe ser entendida como la lesión
de un bien o de un derecho. El concepto jurídico de daño ciertamente presupone tal
minoración, pero no coincide con ella, pues centra su objeto y contenido no en el
bien afectado, sino en los intereses (patrimoniales o espirituales) que el damnificado
tenía ligado a ella y, sobre todo, en las consecuencias perjudiciales que en uno y
otro ámbito genera dicha lesión"(400).
Finalmente, para completar estas breves referencias, cabe citar el pensamiento
de Lorenzetti, quien indica que "nuestro derecho reconoce un bien jurídico protegido
que es la salud. Cuando la acción antijurídica lo afecta, puede haber daño en sentido
amplio, pero no es suficiente para configurarlo en sentido técnico. Puede darse una
incapacidad, pero todavía no sabemos si es un perjuicio patrimonial o moral... El
bien se protege en cuanto satisface un interés que es la relación de disfrute entre el
titular y el bien"(401).
Párrafos más adelante, este autor precisa que "la salud (bien jurídico afectado)
es un presupuesto del daño y puede dar lugar a un efecto jurídico, tanto patrimonial
como moral. Siempre es necesario establecer la existencia del perjuicio y, para ello,
fijar la medida del interés afectado. Así, hay que establecer la incapacidad, los
ingresos, los gastos, la vida útil, en el caso concreto y en un contexto normativo
particular. Luego de ello estamos en condiciones de establecer el resarcimiento"(402).
Como se infiere, no es coincidente el concepto y alcance que los autores de
mención le confieren al menoscabo "naturalístico" producido al bien, especialmente
cuando se trata de perjuicios producidos a la persona. Ello es un detalle más que se
debe tener en cuenta a la hora de analizar la clasificación.
Ahora bien, como primera y básica observación a esta tesitura se advierte que
sus mentores no le quitan la calidad de "daño" a las lesiones psicosomáticas y a los
deterioros físicos de las cosas, lo que sí le privan es de su calidad de jurídico como
paso previo a ser considerado resarcible, porque entienden que es un daño
naturalístico(403).
Este criterio, cuando es aplicado al menoscabo que se produce a una cosa (auto
chocado, jarrón de porcelana roto, etc.), debemos entender, siguiendo los
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Estudiantes de abogacia EA! - EA! GRADuados
lineamientos expuestos por los autores de la primera postura, que jurídicamente no
es daño el deterioro en sí de la cosa, sino su repercusión económica o moral.
La consecuencia lógica de ello es que cuando se deteriora una cosa perteneciente
a una persona damnificada no se verifica un daño natural, sino que hay un daño
jurídico, por cuanto se ha deteriorado a un elemento esencial de un derecho real
que integra el patrimonio del damnificado, el cual se encuentra suficientemente
protegido por el ordenamiento civil y constitucional.
En cuanto al daño a la persona, se argumenta que el menoscabo psicofísico que
padece una persona es, también, un deterioro naturalístico, como contraposición a
"jurídicamente resarcible". En este sentido, autores que participan del primer criterio
han llegado a sostener, para descalificar los lineamientos de la otra postura, que "el
daño que se proyecta sobre el cuerpo de la persona no es un daño material, pese a
que el cuerpo constituye el sustrato material o tangible de la persona, porque éste,
como integridad psicofísica, es un bien de índole extrapatrimonial, estrictamente
personal. El cuerpo, jurídicamente hablando, no es una cosa y se encuentra fuera
del comercio de los hombres. Por eso puede decirse, jugando con la multivocidad
de los conceptos y a modo de aparente paradoja, que el daño corporal es un daño
incorporal..."(404), (405).
Vélez Sarsfield, en el siglo XIX, ya le daba respuesta a esta postura dado que
reconocía que el sujeto tenía derecho a la integridad de su cuerpo, diferenciando
perfectamente entre la naturaleza jurídica de ese derecho (personalísimo:
inalienable, intransferible, etc.) de la cuantía reparatoria ("bien", conforme art. 2312
CCiv.), que corresponde acordar cuando el mismo es menoscabado(406).
En este punto es importante resaltar que en la actualidad el derecho de daño
reglado básicamente por la normativa civil ha sido sustancialmente influenciado y
modificado por la normativa constitucional, especialmente por la reforma introducida
en el año 1994 a la Ley Suprema Nacional. En efecto, el inc. 22 del art. 75 CN,
confirió rango constitucional a los Tratados Internacionales, en los cuales se
consagran como Derecho Humano fundamental, el derecho a la vida y a la integridad
corporal, entre otros(407)y (408).
Sin lugar a hesitación, en el estado actual de evolución de la humanidad, se puede
asegurar la existencia del derecho a la vida y a la integridad corporal del ser humano.
Ello es así, puesto que más allá del reconocimiento constitucional, el ser humano
tiene un interés directo a que se le respete su vida para desarrollarla conforme a la
pautas de la naturaleza. Y para ello, el respeto de la integridad corporal del sujeto
es indispensable para poder llevar a cabo su plan de vida o su destino.
Es por ello que no compartimos el criterio que sostiene la disgregación del daño
y que solo son resarcibles las consecuencias patrimoniales o morales, por el
contrario, el menoscabo como bien dice el art. 1737 tiene por objeto la persona, el
patrimonio o un derecho de incidencia colectiva sobre el cual el sujeto tiene un
derecho reconocido por la ley o un interés no reprobado por ella. Es decir, la
definición del Código Civil y Comercial se pronuncia a favor de la unidad conceptual
del daño resarcible, pues integra en su definición el objeto sobre el cual recae con
el interés legítimo protegido por la ley y, también, al no contrario a la legalidad.
Para cerrar este punto, cabe recordar que los juristas italianos incorporaron el
concepto de daño biológico para referirse al menoscabo físico o lesión propiamente
dicha. Fernández Sessarego precisa cuál es el real y actual concepto de daño
biológico, por cuanto, como todo concepto, ha sufrido vaivenes hermenéuticos en
su elaboración(409). Este autor enseña que "un sector de la doctrina que se ha
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ocupado del daño a la persona identifica la lesión con la expresión de "daño
biológico". Daño biológico es, por consiguiente, la lesión en cuanto tal. Es decir, un
golpe, una herida, una fractura, un trauma, una mutilación, etc."(410). En otras
palabras, precisa que el daño biológico, en cuanto lesión en sí misma, acarrea una
serie de consecuencias que afectan la vida misma de la persona, que modifican sus
hábitos, que le impiden dedicarse a ciertas actividades de su vida ordinaria, es decir,
en una palabra, afectan su bienestar(411).
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Para cerrar la demostración de viabilidad de esta clasificación, puede ocurrir que
se produzca un daño a la integridad patrimonial de una persona porque se destruye
intencionalmente un automóvil de colección. En este caso, además del interés
económico que tiene su titular, puede existir un interés afectivo que dé lugar al
resarcimiento del daño moral porque le produjo una minoración de su estado
anímico que no llegó a ser patológico.
Este comentario, que puede ser tildado de extenso, resulta necesario para
comprender en su real dimensión el cambio de paradigma que trae el Código, que
lo coloca a la vanguardia del pensamiento sobre responsabilidad civil y derecho de
daño.
1. Palabras de introducción
La enumeración de los daños indemnizables formulada por el artículo
entendemos que no es cerrada, ni taxativa sino que, por el contrario, tiene carácter
ejemplificativa atendiendo a que el art. 1740 reglamenta la reparación plena
siguiendo los lineamientos constitucionales.
La decisión legislativa de conceder carácter de mera ejemplificación de los daños
permite que en el futuro se puedan incluir como resarcibles menoscabos propios de
las generaciones del porvenir o, en tiempo más contemporáneo, algunos que la
sociedad defina que agreden a la integridad patrimonial o psicofísica-social de la
persona humana o jurídica.
El segundo aspecto sobresaliente de la enumeración es la separación en su
redacción de los perjuicios de carácter económico que pueden agredir en forma
directa al patrimonio, de aquellos que perjudican de un modo inmediato la integridad
psicosomática y social de las personas.
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Estudiantes de abogacia EA! - EA! GRADuados
En este punto, queremos dejar constancia de que en técnica jurídica siempre el
daño se produce a la persona, sea humana o jurídica, ella es la víctima directa del
menoscabo y legitimada activa para reclamar su resarcimiento. A partir de concebir
ello, el daño se bifurca y puede afectar la integridad patrimonial o la integridad
psicofísica-social de las personas.
En función de ello, ajustaremos el comentario teniendo en cuenta estos detalles
para una mejor exposición de los temas.
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Finalmente, en esta breve reseña del saber de los tribunales, se puede citar el
fallo donde se estimó que "a los fines de establecer el monto indemnizatorio que
corresponde otorgar en concepto de daño emergente derivado de la detención y
procesamiento ilegítimo de la actora durante un año y medio, es dable utilizar el
sistema de cómputo lineal de las ganancias frustradas"(423).
b) Lucro cesante
La norma comentada expresa su concepto relacionado con el daño patrimonial
denominado "lucro cesante", entendiendo que es el "beneficio económico esperado
de acuerdo a la probabilidad objetiva de su obtención". Esta conceptualización
responde, en líneas generales, a las expresiones vertidas por la doctrina de los
autores y criterios fijados en los fallos.
Orgaz recuerda que "el daño patrimonial puede manifestarse en dos formas
típicas, o bien como la pérdida o disminución de valores económicos ya existentes,
esto es, como un empobrecimiento del patrimonio (daño emergente o positivo), o
bien como la frustración de ventajas económicas esperadas, es decir, como la
pérdida de un enriquecimiento patrimonial previsto (lucro cesante). La
indemnización debe, en principio comprender ambos aspectos del daño (...), salvo
los casos en que la ley ha dispuesto expresamente otra cosa (...) el daño emergente
es, por lo común, susceptible de una apreciación más o menos exacta (salvo
cuando, además, es en parte 'futuro'): como se trata de la pérdida o disminución de
valores ya existentes en el patrimonio, su estimación puede efectuarse, en general,
de un modo bastante preciso"(424).
En el mismo sentido, Bustamante Alsina hace referencia "a las ganancias de que
fue privado el damnificado", que "consiste en la frustración de una ganancia o de la
utilidad que haya dejado de percibir sea la víctima del acto ilícito o el acreedor de la
obligación por la falta de oportuno cumplimiento"(425).
Con mayor precisión Compagnucci de Caso sostiene que "el llamado lucro
cesante (lucrum cessans), se apoya en la frustración o pérdidas de ganancias que
el acreedor o la víctima —según el tipo de responsabilidad— hayan dejado de
percibir por el hecho dañoso. Es, como afirma Hedemann, que se integra con todo
aquello que le impide a alguien 'hacerse más rico'.
El problema del lucro cesante, tanto en la determinación como en su extensión,
es bastante dificultoso de resolver. Como bien enseñan Orgaz y Larenz, el mismo
ofrece una cierta latitud e incertidumbre.
Son siempre ganancias supuestas o imaginadas; y para su determinación es
necesario su análisis conforme a un criterio de previsibilidad ordinario y a las
probabilidades que brindan los antecedentes del caso concreto. Para su
procedencia debe mantenerse el requisito de la certidumbre (...) Con todo quiero
reafirmar la necesidad de que se tenga en consideración las probabilidades de cierta
verosimilitud en la frustración de ganancias, y no quedar atrapado en circunstancias
fácticas particulares que impiden una adecuada indemnización a las víctimas"(426).
Por su parte, otros autores, apoyados en la opinión de los clásicos, procuran
establecer una línea demarcatoria entre los daños patrimoniales al expresar que "los
conceptos de lucro cesante y chance son claramente diferenciables; así, autorizada
doctrina ha sostenido que el lucro cesante es un daño patrimonial que se configura
como la ganancia dejada de obtener o la pérdida de ingresos como consecuencia
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directa e inmediata del hecho lesivo, es decir, que se pierden ganancias normales y
habituales como beneficios materiales. En tanto que en el caso de pérdida de
chance el objeto de indemnizable es 'la oportunidad misma' de obtener esas
ganancias o beneficios. La doctrina antes citada afirma con acierto que este rubro
indemnizatorio consiste en la pérdida de la posibilidad o expectativa de conseguir o
tener un bien material o inmaterial. Asimismo se ha sostenido que el daño lesivo en
este caso, radica en la frustración de esa oportunidad"(427)y (428).
En la aplicación particular del lucro cesante en el ámbito contractual se ha
comentado, en general, en la esfera contractual que "la pérdida de beneficios se
vincula con el incumplimiento o, a mejor decir para establecer su importancia, con
el cumplimiento. Por ello se indica que el lucro cesante es la privación del provecho
o ventaja no obtenida como consecuencia del incumplimiento.
A veces la cuestión se plantea entre el lucro cesante y la disminución del activo
patrimonial por la privación de uso de una cosa. En derredor de ello no queda muy
nítido el concepto, ya que se afirma que en los supuestos de indemnización del daño
moratorio por la no entrega en tiempo, se juzga que se trata de un lucro cesante (no
poder gozar del bien), pero también de un daño emergente (el contratante
damnificado debió pagar para la utilización de un subrogado).
O en los supuestos más precisos de incumplimiento pleno o total, el lucro que
debe ser indemnizado no se integra con todos los efectos o consecuencias del
contrato, ya que el acreedor puede obtener mayores beneficios que los corrientes.
La ley limita las consecuencias indemnizables (...) a las inmediatas, cuando solo hay
culpa; y a las mediatas, en el caso del dolo o la malicia; y, además de ello, las adecua
al propio efecto del contrato típico respectivo"(429).
Por su parte, Trigo Represas reflexiona sobre su aplicación cuando hay daño al
interés negativo recordando que "el 'lucro cesante' es al decir de Hedemann, lo que
le impide al perjudicado hacerse más rico. Y tan es así, que algunos distinguidos
autores participan de las vaguedades e incertidumbres propias de los conceptos
hipotéticos. Aunque, sin embargo, la reparabilidad del lucro cesante nunca ha
estado en tela de juicio para la mayoría de la doctrina y de la jurisprudencia.
El lucrum cessans consiste en la frustración de una ganancia, utilidad, ventaja o
provecho que se esperaba lograr; o sea la pérdida de nada más que un probable, y
por ende previsible, enriquecimiento patrimonial (...). Tal 'lucro cesante' es por cierto
indemnizable, pese a que la ganancia dejada de obtener hubiese sido solo algo
factible y previsible, pero que sin embargo podía no llegar a concretarse por otras
causas distintas; siempre que, por tratarse de una ventaja que corrientemente solía
obtenerse conforme al curso natural y ordinario de las cosas (...), verosímilmente
podía esperarse su obtención. O sea: la ganancia frustrada debe surgir como una
probabilidad objetiva, es decir contar con muchas posibilidades de concreción,
conforme al curso normal y ordinario de los acontecimientos (...) y las especiales
circunstancias del caso o negocio jurídico concreto de que se trate.
De todas maneras, el lucro cesante es habitualmente un daño futuro; lo que exige
mayor cuidado en su caracterización y cuantificación. Pero consiste en un
estimación sobre lo que hubiera ocurrido de no llegar a existir el evento dañoso, que
no es otra cosa que el principio de la normalidad: la pauta para juzgar si el lucrum
cessans es o no resarcible la da el curso normal y ordinario de los acontecimientos;
si normalmente era probable que el lucro se obtuviera, el daño será resarcible, no
siéndolo en cambio en caso contrario.
Ahora bien, la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Civil y la mayoría de la
doctrina autoral coinciden en sostener que declarada la resolución del contrato por
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el ejercicio del pacto comisorio, resulta viable como posible resarcimiento del daño
al interés negativo, la indemnización del lucro cesante correspondiente al tiempo en
que perduró la mora del contratante incumplidor. Y en este sentido serían
indemnizables como lucrum cessans las ocasiones dejadas de aprovechar de otra
u otras operaciones que no se llegaron a realizar, precisamente por haberse
encarado y celebrado el contrato que luego se frustrara o resultase nulo o anulado.
Llambías, en cambio, aunque adhiriendo a tal solución, encuadra a esta hipótesis
como de 'pérdida de chances'"(430).
En la doctrina judicial de los últimos tiempos se ha declarado procedente el rubro
cuando se ha juzgado que "una compañía telefónica debe abonar una
indemnización en concepto de lucro cesante a una empresa de publicidad que sufrió
cortes en el servicio durante determinados períodos, pues no solo se acreditó la
actividad productiva de esta última sino también que la frustración efectiva de
ingresos válidamente esperados fue atribuible a la conducta de la accionada"(431).
En el mismo sentido se estimó que "el lucro cesante solicitado por el conductor
del vehículo involucrado en un accidente, por cada día que se indicó como necesario
para su reparación debe ser otorgado, pese a la existencia de un déficit probatorio
que acredite con total certeza el montos del rubro reclamado, pues ello no resulta
óbice para que los jueces puedan aplicar un criterio intermedio de probabilidad
objetiva de acuerdo con las circunstancias del caso, entre la mera posibilidad de
esas ganancias, y la seguridad de que ellas se habrían obtenido, pudiendo inferir y
cuantificar prudencialmente los emolumentos que se habrían producido
previsiblemente de no ocurrir el hecho perjudicial"(432).
También que "el rubro lucro cesante debe ser indemnizado al paciente víctima de
una mala praxis médica que debido a la lesión estuvo imposibilitado de trabajar y
llevar adelante la economía de su hogar por varios meses, teniéndose en cuenta
para su fijación el salario mínimo vital y móvil, multiplicado por los períodos no
trabajados"(433).
En sentido contrario se desestimó la reclamación en "la sentencia que rechazó la
acción interpuesta por una empresa pesquera tendiente a que se declare la
ilegitimidad y nulidad de las resoluciones de la Secretaría de Agricultura, Ganadería,
Pesca y Alimentación que restringieron las zonas de pesca a raíz de la emergencia
de una especie —en el caso, la merluza hubbsi— y se indemnice los perjuicios
sufridos debe ser confirmada, toda vez que la actividad probatoria de la actora es
insuficiente para acreditar la existencia del daño emergente y el lucro cesante que
invoca, la relación de causalidad entre esos perjuicios y la aplicación a su parte de
las normas impugnadas, a la luz de las reglas generales en la materia"(434).
Por su parte, se entendió que "la indemnización del alegado daño derivado de la
imposibilidad de recibir un canon de alquiler ante la falta de entrega de la vivienda
prefabricada adquirida por el actor es improcedente si no existe prueba alguna que
justifique la intención que tenía de realizar la operación para luego ponerla en el
mercado locativo sino, por el contrario, de sus propias manifestaciones emerge que
adquirió el bien con la intención de habilitarlo"(435).
Del mismo modo, se enjuició que "resulta improcedente la reparación por lucro
cesante solicitada por la actora, en un proceso en donde se demanda daños y
perjuicios por el incumplimiento de un contrato de compraventa, pues la reparación
por este rubro fundada en la imposibilidad de obtener una renta por el inmueble
resulta inadmisible, si la demandante no se vio privada de disponer de la totalidad
de su capital, no solo para obtener de él una renta financiera, sino para la realización
de otros negocios, inclusive inmobiliarios destinados a renta —en el caso, no se
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había firmado boleto de compraventa y solo había una oferta y una aceptación de
esa oferta— y solamente la porción del capital que la actora se vio imposibilitada de
acrecentar por la frustración del contrato es aquella sobre la que podría reclamarse
la pérdida de ganancias"(436).
Igualmente se reconoció que "el lucro cesante resulta improcedente en el marco
de la responsabilidad precontractual, pues la extensión del resarcimiento se limita al
daño emergente representado por los gastos realizados durante las tratativas, pero
no comprende las ganancias dejadas de percibir"(437).
Finalmente, cabe destacar respecto del modo de acreditar el reclamo que "una
indemnización por lucro cesante no debe otorgarse si no surge de la prueba
aportada a la causa que se haya generado un perjuicio que provocara pérdidas por
inactividad laboral"(438).
c) Pérdida de chance
La norma expresamente incluye entre los daños a la integridad del patrimonio a
la "pérdida de chance" receptando normativamente la larga elaboración realizada
por la doctrina de los autores y los fallos de los tribunales. Sin embargo, no define
el rubro sino que simplemente regula que es resarcible la pérdida de chance, razón
por la cual, recurriendo a su significado debemos entender, básicamente, que el
hecho generador del daño perjudica la integridad patrimonial de la víctima porque
frustra la "oportunidad o posibilidad de conseguir algo".
De esta conceptualización se infiere que la norma tiene un margen muy amplio
de posibilidades y no se limita a la probabilidad de alcanzar una suma de dinero de
un modo directo, sino que puede, la víctima, verse privada de alcanzar otros
objetivos que indirectamente deban ser compensados mediante el otorgamiento de
una suma dineraria.
En otras palabras la pérdida de chance se configura en la pérdida del beneficio
esperado de acuerdo a la probabilidad objetiva de su obtención. Como se colige se
deja asentado una conceptualización clara de qué debe entenderse por pérdida de
chance, que en general responde a las opiniones vertidas por la doctrina de los
autores y los criterios plasmados en sus fallos por el saber de los tribunales(439).
Zannoni define que "la chance es la posibilidad de un beneficio probable, futuro,
que integra las facultades de actuar del sujeto en cuyo favor la esperanza existe.
Privar de esa esperanza al sujeto, conlleva daño, aun cuando pueda ser dificultoso
estimar la medida de ese daño, porque lo perdido, lo frustrado, en realidad, es la
chance y no el beneficio esperado, como tal"(440).
Anteriormente, Bustamante Alsina entendió que "si bien lo que daría al daño el
carácter de eventual sería la probabilidad de obtener la ganancia o de evitar el
perjuicio, hay, por otra parte, una circunstancia cierta: la 'oportunidad' de obtener la
ganancia o de evitarse el perjuicio, y esa oportunidad cierta se ha perdido por el
hecho de un tercero, o a causa de la inejecución de la obligación por el deudor. Si
la probabilidad hubiese tenido bastante fundamento, la pérdida de ella debe
indemnizarse. La indemnización deberá ser de la chance misma, y no de la
ganancia, por lo que aquélla deberá ser apreciada judicialmente según el mayor o
menor grado de posibilidad de convertirse en cierta; el valor de la frustración estará
dado por el grado de probabilidad"(441).
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En la misma idea Márquez, recuerda que en las X Jornadas Científicas de la
Magistratura realizadas en Córdoba (1994) se sostuvo como conclusión que la
pérdida de la oportunidad de alcanzar un beneficio o evitar un perjuicio, tanto
patrimonial como extrapatrimonial, debe ser resarcida a título de "chance", cuando
dicha oportunidad tenga una probabilidad suficiente de que se produzca. Ello por
cuanto la determinación de la oportunidad —base del origen de la chance— debe
efectuarse desde el juzgador, atendiendo a su realidad social y particularidades
propias del medio en el cual se halla inserto. Finalmente se puntualizó que la medida
de la reparación de las chances tiene inmediata vinculación con la intensidad o grado
de probabilidad de la oportunidad frustrada(442).
Mayo, siguiendo las enseñanzas de Cazeaux, señala que "con la expresión
pérdida de una 'chance' (chance es palabra francesa que equivale en español a
ocasión, oportunidad) se indican todos los casos en los cuales el sujeto afectado
podía realizar un provecho, obtener una ganancia o beneficio, o evitar una pérdida,
lo que fue impedido por el hecho antijurídico de un tercero (sea o no contratante con
aquél), generando, de tal modo la incertidumbre de saber si el efecto beneficioso se
habría o no producido, pero que, evidentemente, ha cercenado una expectativa, una
probabilidad de una ventaja patrimonial. La circunstancia de que el daño produzca
la pérdida de una oportunidad o "'chance' determina que, en definitiva, el
resarcimiento se acuerde a quien ha sido frustrado en la lesión a un mero interés de
hecho, y no a quien goza de una situación jurídica ya constituida, lo que incidirá,
naturalmente, en la cuantía de la reparación"(443).
Por su parte, Orgaz precisó que "cuando la posibilidad, en cambio, de obtener la
ganancia o de evitar la pérdida era bastante fundada —o sea, cuando más que
posibilidad era una 'probabilidad' suficiente—, la frustración de ella debe
indemnizarla el responsable; pero esta indemnización es de la 'chance' misma, que
el juez apreciará en concreto y no de la ganancia o de la pérdida que era el objeto
de aquélla, ya que no puede olvidarse que lo frustrado es propiamente la 'chance',
la cual, por su propia naturaleza, es siempre problemática en su realización"(444).
En otras palabras debemos deducir que la chance es un rubro con autonomía
conceptual y resarcitoria. En ese sentido, se debe diferenciar que no es solo la
pérdida de oportunidad la que configura la "chance" malograda, sino que es
menester que ese quebranto contenga una posibilidad razonable de obtener la
ganancia o de evitar la desventaja(445).
La génesis doctrinaria de la "pérdida de chance" como daño patrimonial ha dado
una larga serie de interpretaciones que parten de observar que no es indemnizable
una mera expectativa, sino que esa probabilidad debe tener un grado mínimo de
factibilidad de que en el futuro se concretará siguiendo el curso natural de los
aconteceres de la vida. A mayor posibilidad de concretarse en la realidad la
expectativa, se incrementa la factibilidad de que la jurisdicción recepte el reclamo
como resarcible.
De igual modo, dicho origen brinda un sinnúmero de variantes cuyo estudio
excede largamente las posibilidades de este comentario.
En los últimos tiempos, la doctrina de los tribunales ha sostenido que "la pérdida
de 'chance' se presenta como una probabilidad suficiente que supera la condición
de un daño eventual o hipotético para convertirse en un perjuicio cierto y por ello
resarcible en los términos del art. 1067del Código Civil"(446).
En otras palabras "el objeto de la pérdida de chance remarcábamos radica en la
probabilidad de obtener ganancias o beneficios materiales en el futuro, frustrada
como consecuencia del detrimento producido. Así, para admitir un lucro cesante es
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menester únicamente una certeza relativa o seria probabilidad del beneficio que el
hecho ha truncado. La 'chance' concluíamos no llega ni siquiera a la certeza relativa,
basta una probabilidad suficiente... de lograrlos"(447).
En esa misma dirección se precisó que "en el derecho de daños, la probabilidad
u oportunidad de beneficio económico que cuando resulta frustrada por la culpa
ajena es resarcible a título de pérdida de chance, consiste en una oportunidad o
probabilidad concreta y suficiente, por lo que siendo las mismas generales o vagas,
nada debe resarcirse"(448).
Es decir, "la pérdida de una oportunidad o chance constituye una zona gris o
limítrofe entre lo cierto y lo incierto, lo hipotético y lo seguro; tratándose de una
situación en la que media un comportamiento antijurídico que interfiere en el curso
normal de los acontecimientos de forma tal, que ya no se podrá saber si el afectado
por el mismo habría o no obtenido una ganancia o evitado una pérdida de no haber
mediado aquél; o sea que para un determinado sujeto había probabilidades a favor
y en contra de obtener o no cierta ventaja, pero un hecho de un tercero le ha
impedido tener la oportunidad de participar en la definición de esas
probabilidades"(449).
En función de ello, "en el ámbito del trabajo corresponde indemnizar la pérdida de
'chance', cuando el accidente ha privado a la víctima de la posibilidad futura de
ascender en su carrera"(450).
Y, en sentido contrario, "corresponde rechazar el reclamo correspondiente a la
pérdida de chance si no existen constancias que permitan determinar la existencia
de un perjuicio con un concreto grado de probabilidad de convertirse en cierto"(451);
"desestimar el lucro cesante —lo mismo que el rubro concerniente a la pérdida de
la chance— si la prueba rendida es insuficiente para comprobar en qué medida la
detención sufrida frustró ganancias"(452) y "rechazar el reclamo patrimonial
correspondiente a la pérdida de chance si no existen constancias que permitan
determinar la existencia de un perjuicio con un concreto grado de probabilidad de
convertirse en cierto"(453).
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En plena consonancia con las directrices emanadas de la Constitución Nacional,
la norma del art. 1738 enumera, en primer lugar, como resarcibles a las
consecuencias de la violación de los derechos personalísimos de la víctima.
Como se colige, esta redacción tiene un resabio terminológico que era empleado
por los defensores de la tesis de que jurídicamente es resarcible el daño
consecuencia y no el daño evento. Pero sin perjuicio de ello, cuando realizamos la
hermenéutica de esta parte de la norma debemos acordar que el ser humano es
titular de derechos personalísimos como es reconocido en los arts. 51 a 61 del
Código, en concordancia con los Tratados Internacionales sobre los Derechos
Humanos.
En ese sentido, es suficiente con recordar que la República Argentina suscribió,
por ejemplo, la Declaración Americana de los Derechos y Deberes del Hombre
(1948), la Declaración Universal de Derechos Humanos (1948); la Convención
Americana sobre los Derechos Humanos (Pacto de San José de Costa Rica 1969),
entre otros instrumentos legales de igual importancia. En ellos se reconoce como
derechos personalísimos de la persona: el derecho a la vida, a su dignidad, a la
integridad física, psíquica y moral, entre otros(455).
Ahora bien, es de conocimiento básico que estos derechos son inalienables,
inenajenables, es decir, indisponibles porque están fuera del comercio como lo
estatuyen los arts. 55, 56 y concs. del Código. Sobre el tema no hay duda, pero es
necesario traer a colación que cuando dichos derechos de un modo u otro son
vulnerados le da derecho a la víctima para reclamar su resarcimiento, cuya
compensación sí tiene contenido patrimonial.
Ello era muy claro desde el pensamiento de Vélez Sarsfield expuesto en la nota
del art. 2312, al decir que "hay derechos y los más importantes, que no son bienes,
tales son ciertos derechos que tienen su origen en la existencia del individuo mismo
a que pertenecen, como la libertad, el honor, el cuerpo de la persona, la patria
potestad, etc. Sin duda, la violación de estos derechos personales puede dar lugar
a una reparación que constituya un bien, jurídicamente hablando; pero en la acción
nada hay de personal: es un bien exterior que se resuelve en un crédito. Si, pues,
los derechos personales pueden venir a ser la causa o la ocasión de un bien, ellos
no constituyen por sí mismos, un bien in jure. Lo mismo se puede decir de las
facultades del hombre, de su aptitud, de su inteligencia, de su trabajo. Bajo una
relación económica, las facultades del hombre constituyen sin duda la riqueza; mas
jurídicamente, ellas no hacen parte de sus bienes. Así, el que hace cesión de sus
bienes a sus acreedores, no comprende en la cesión, ni su libertad, ni sus facultades
personales. El poder jurídico que se puede tener sobre una persona, y los derechos
que de él le resulten no son bienes, aunque las ventajas que obtenga, den
nacimiento a bienes. En la jurisprudencia solo se considera 'bien' lo que puede servir
al hombre, lo que puede emplear éste en satisfacer sus necesidades, lo que puede
servir para sus usos o placeres, lo que puede en fin entrar en su patrimonio para
aumentarlo o enriquecerlo, aunque consista en un mero derecho, como un
usufructo, un crédito".
A partir de este pensamiento se debe comprender que a una persona que recibe
una herida en su cuerpo, le menoscaban, en primer lugar, un derecho personalísimo,
el derecho a la integridad psicofísica y moral sobre la cual no solo tiene un interés
de mantener incólume, sino que el mismo es reconocido en forma independiente por
las normas de mayor jerarquía. La reparación autónoma de este derecho no es
aceptada por los pensamientos de la doctrina que sostienen como criterio que solo
es resarcible el daño consecuencia, cuando aplicando su propia doctrina deberían
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comprender que el quebrantamiento de la integridad psicofísica y moral de una
persona, como derecho personalísimo, es la consecuencia de una acción
antijurídica que vulnera un interés legítimo de la persona protegido por la norma
constitucional y el propio Código Civil y Comercial. Ello, en forma independiente y
sin perjuicio, de otros daños derivados de la vulneración de la integridad personal
de la víctima.
A partir de los traumatismos recibidos, la víctima puede tener consecuencias en
su capacidad laborativa y para desarrollar en plenitud su vida en relación social con
otras personas, sea total, parcial, permanente o transitoria. De igual modo, esos
traumatismos recibidos pueden dejar al damnificado en situación de "gran
discapacidad", motorizando no solo la posibilidad de reclamo de los daños de la
víctima sino también de los terceros que por esa situación extraordinaria se ven
afectados.
También, las lesiones pueden provocar la muerte del damnificado que no fallece
por la muerte sino porque fue agredido su derecho a la integridad psicofísica con tal
gravedad que se le torna en inviable continuar con vida. La muerte es parte de la
vida, su punto final, diríamos en palabras de Sartre.
La interpretación mayoritaria que solo acepta como válido el reclamo iure
propio de los familiares en caso de muerte se enfrenta con los criterios vertidos en
sus pronunciamientos por la Corte Interamericana de los Derechos Humanos, donde
se acepta el resarcimiento de la vida del interfecto con independencia de los daños
indirectos padecidos por sus familiares(456).
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c) Daño a la integridad física de la persona humana
Cuando se produce por el hecho generador del menoscabo de la integridad física
de la persona víctima observamos, en primer término, el menoscabo de dicha
plenitud desde el punto de vista biológico, que una vez estabilizado en su
remediación podrá ser medido y calificado como parcial, total o transitorio o
permanente.
El simple menoscabo físico sin ningún tipo de aditamento social o jurídico para su
valoración, es denominado por una parte de la doctrina como daño evento o daño
naturalístico que no sería resarcible. Otro sector califica al mismo como daño
biológico, entendiendo que es aquel menoscabo físico o psíquico que puede
padecer una persona, más allá de las consecuencias disvaliosas patrimoniales o
extrapatrimoniales que pudieren derivarse del mismo, por cuanto su sola existencia
ya tiene efecto jurídico, dado que ha vulnerado el derecho personalísimo de la
víctima a su integridad personal y además califica a la acción u omisión que lo causó
como antijurídica conforme al art. 1717, si no tuviere una causa de justificación
autorizada por el art. 1718.
Así es entendido por la Corte Suprema al juzgar que "cuando la víctima resulta
disminuida en sus aptitudes físicas o psíquicas de manera permanente, esta
incapacidad debe ser objeto de reparación al margen de que desempeñe o no una
actividad productiva, pues la integridad física tiene en sí misma un valor
indemnizable y su lesión afecta diversos aspectos de la personalidad que hacen al
ámbito doméstico, social, cultural y deportivo, con la consiguiente frustración del
desarrollo pleno de la vida, y a fin de evaluar el resarcimiento no es necesario recurrir
a criterios matemáticos ni tampoco son aplicables los porcentajes fijados por la Ley
de Accidentes de Trabajo, aunque puedan resultar útiles para pautas de referencia,
sino que deben tenerse en cuenta las circunstancias personales del damnificado, la
gravedad de las secuelas, los efectos que éstas puedan tener en su vida laboral"(457).
En sentido contrario, se ha entendido que "en materia de daños en que las
lesiones invalidantes que determinan la incapacidad de la víctima, no resulta
resarcible en sí mismo como una categoría autónoma, sino en sus proyecciones
materiales y morales que afecten al damnificado, tal invalidación solicitada como
lucro cesante sin pérdida de los ingresos, como en el caso en análisis, la petición se
aleja del concepto doctrinario de lucro cesante, justamente por falta de la pérdida
del lucro"(458).
Este daño biológico(459) padecido por la víctima cuando es sometido a la
meritación de los profesionales de las ciencias asistenciales médicas que en juicio
normalmente se expresan a través de las pericias que se llevan a cabo, ponderan y
clasifican al mismo. Si es parcial corresponde definir cuál es el grado de afectación
que la minusvalía, en este caso física, ocasiona a la víctima para el desarrollo de
sus actividades laborales y para la vida en sociedad.
La ciencia médica define también las probabilidades de curar los traumatismos
recibidos en el futuro si fueren transitorios o, si por el contrario, los mismos no
tendrán posibilidades de ser revertidos a su situación anterior al evento dañoso, es
decir, si el daño es definitivo.
En el Código se debe tener en cuenta que se incorpora como figura especial a la
"gran discapacidad" en el art. 1741, que abre la posibilidad a los familiares para
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reclamar los daños iure proprio con independencia y en simultáneo con los de la
víctima directa.
Ello genera la necesidad de compatibilizar la aplicación de las fórmulas de la
matemática financiera, para el cálculo del resarcimiento de la incapacidad
sobreviniente física o psíquica, conforme es autorizado por el art. 1746.
Cuando se define este parámetro se comienza a hablar de incapacidad
sobreviniente que la doctrina de los tribunales ha entendido que "a fin de medir la
incapacidad sobreviniente, los informes periciales —aunque constituyen un
elemento importante a considerar— no conforman una pauta estricta que el juzgador
deba seguir inevitablemente, ya que no solo cabe justipreciar el aspecto laboral sino
también las demás consecuencias que afectan a la víctima"(460).
En la reglamentación vigente se avizora que la problemática mayor se va a
trasladar a la cuantificación de este daño, por la incorporación de las formulas de la
matemática financiera para su estimación, temas que serán abordados en el
comentario al art. 1746.
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Estudiantes de abogacia EA! - EA! GRADuados
que distinguir entre dolencia transitoria y permanente. IX. Se debe contar, sin duda,
con todos los elementos fácticos y compulsas científicas para aceptar la existencia
de un daño psíquico, sobre todo al tener en cuenta qué acontece en la esfera mental,
plena de complejidades y de comprobaciones multiplicables..."(462).
Como se infiere, este autor entiende que tanto la afectación moral como la
psíquica son fenómenos que acontecen en la psique humana, diferenciándose en
que el primero se relaciona con los sentimientos y, el segundo, con el proceso de
razonamiento.
Por su parte, Ghersi, formula la distinción entre daño a la psique y daño
psicológico, precisando que es importante estudiarlo en sus tres etapas: en la
primera tratar de establecer cuáles son los elementos estructurales de la psique
como generadora de racionalidad; en la segunda analizar lo concerniente al daño y
su incumbencia; y en la última lo atinente a la formulación cuántica(463).
En esa dirección, el autor señala que la psique es el lugar de almacenamiento de
datos e información. Es decir, la psique es el "taller o laboratorio" donde radica la
información genética, y es también donde se absorben los procesos de
culturización- incorporación de la información nueva y aprendizaje (la elaboración y
conjunción entre lo existente y lo incorporado). Es un lugar físico —cerebro— y a la
vez abstracto (una especie de banco de datos), donde se capta la información y se
realiza la manufacturación intelectual, es decir, se elabora un producto racional para
ser almacenado y utilizado según la oportunidad y motivación (interna o externa).
A partir de la existencia del lugar (taller o laboratorio) se presentan una de las
cuestiones más interesantes y dignas de estudio: la imbricación de la continuidad
genética, con la integración de nuevos elementos intelectuales por la culturización,
que a su vez puede ser informal o del núcleo familiar y social, y formal o de la
escolaridad en sus diversas etapas(464).
Ahora bien, conocidos básicamente los elementos integrantes de la psique,
Ghersi procede a diferenciar el daño a la psique del menoscabo psicológico del
siguiente modo:
a) Daño a la psique (aspecto estático). El profesor cuyas enseñanzas
comentamos aclara que muchas veces se denomina vulgarmente a este tipo de
afectación daño psicológico, cuando su correcta denominación sería "daño a la
psique", puesto que la lesión es al lugar o reservorio donde se asienta el procesador.
Además, esa afección se debe diferenciar del daño psicológico, pues el primero
(daño a la psique) entraña una situación estática-neurológica, mientras que el
segundo (daño psicológico) implica daño a un proceso dinámico. Es decir, la idea
que sostiene la doctrina referida es que la psique es el lugar abstracto (sin perjuicio
de tener un lugar físico en el cerebro). Donde la lesión en las neuronas o daño
cerebral físico acarrea consecuencias en la lógica del conocimiento. En este lugar
es donde se produce la "manufacturación intelectual", que se ha denominado taller
o laboratorio, por lo significativo y simbólico del término.
El rol del taller o psique es brindar el soporte al proceso de inteligencia y cumple
esencialmente tres funciones: la de contener los elementos para la elaboración, la
de estar predispuestas a la investigación y la de prestar servicios varios al proceso
de inteligencia.
El daño de la psique entraña, entonces, la imposibilidad de poner en
funcionamiento el proceso de inteligencia o proceso de manufacturación inteligente
o de razonabilidad, con los tres soportes descriptos, por la cual se inutiliza el
proceso, como concepto de desarrollo evolutivo(465).
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b) Daño psicológico (aspecto dinámico). Sobre la psique se establece la
organización o modelo de la lógica, genéticamente primero y mediante la
escolarización después. El daño psicológico es el desajuste del flujo de estos
diferentes elementos que intervienen en el montaje de la inteligencia y el
pensamiento sistemático —razonabilidad— es el resultado. Se produce de esta
forma la ruptura interna de la línea circulante de información-conocimiento,
impidiendo el progreso, y cuyos efectos se acumulan y producen una mutación en
la racionalidad del ser humano.
Esto deriva en conductas conflictivas que superan el nivel necesario y ordinario
de la vida, con carácter patógeno o traumáticas, incompatibles con la racionalidad,
que hacen que la persona entre en una tensión y no pueda discriminar los términos
de su conflicto, por la cual requiere la ayuda de un especialista(466).
En sentido similar, Covelli y Rofrano estiman que "el daño psíquico no es una
entidad psiquiátrica, es un concepto jurídico y jurisprudencial" y lo definen diciendo
que "es el menoscabo de las funciones cognitivas, afectivas y volitivas propiciado
por vivencias psicotraumatizantes, de evolución variada, que puede ser reversible o
no y que ocasiona disminución de las aptitudes mentales que disponía, evaluables
en incapacidad para la disposición humana"(467).
En cuanto a la autonomía del menoscabo psíquico del daño moral debemos
precisar —ab initio— que la evolución de la ciencia médica tiene, actualmente, un
alto grado de influencia en las definiciones jurídicas, pues en la medida que se van
conociendo los pormenores del funcionamiento de la psique, éstos, deben ser
tenidos en cuenta —esencialmente— para elaborar una correcta conceptualización
de cada daño y, consecuentemente, resarcir adecuadamente sin incurrir en doble o
ausencia de indemnización de algunos de los rubros.
Sin perjuicio de reiterar que el art. 1746 pone punto final a la discusión sobre la
autonomía del daño psíquico del moral, en doctrina se exponían distintos criterios
que pueden ser agrupados del siguiente modo.
El daño psíquico no es autónomo del moral. Esta tesis que niega autonomía
resarcitoria al daño psíquico tanto del moral como del patrimonial, tiene como punto
de referencia las enseñanzas de Zavala de González, Pizarro, Bueres, entre otros,
quienes parten de la calificación bipolar de las consecuencias dañosas: o son
patrimoniales o morales (extrapatrimoniales) conforme la esfera de afectación. Estos
notables autores entienden que "la pretendida autonomía de estas categorías
deviene de una incorrecta valoración del concepto de daño, ya que apunta a la
entidad de los bienes menoscabados más que a los intereses conculcados y,
especialmente, a las consecuencias que genera su lesión"(468).
El perjuicio psíquico tiene autonomía conceptual pero no resarcitoria. Como una
variante del criterio expuesto precedentemente se reconoce diferencia conceptual
al daño psíquico pero se propone su reparación dentro del menoscabo moral(469).
Así fue entendido cuando se ponderó que "si bien el daño psíquico tiene entidad
conceptual diversa al daño moral, el deterioro psíquico afectivo que la muerte de un
hijo menor produce en sus padres es reparable a través del daño moral"(470).
El menoscabo psíquico tiene autonomía integral. En los últimos años se
comprueba la existencia de una línea de pensamiento que defiende la
independencia conceptual y resarcitoria del perjuicio psíquico frente al daño moral.
Sin lugar a hesitación, el punto de partida para la elaboración de la autonomía del
daño psíquico se sustenta en la mayor información científica a la cual se puede
acceder que indica una evolución científica trascendental producida en la medicina,
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en general y, en la psiquiatría, en particular que permite conocer al ser humano en
sus partes esenciales(471).
Esta tesis que sustenta la autonomía del daño psíquico ha tenido en la redacción
de la norma del Código (arts. 1737, 1738, 1746) reconocimiento legal al registrar
como indemnizable la vulneración antijurídica de la salud psíquica.
El espacio acordado a este comentario de este artículo es un obstáculo insalvable
para desarrollar los criterios que tipifican la autonomía conceptual y resarcitoria no
solo del daño moral sino con el menoscabo físico, dado que el perjuicio psíquico, de
igual modo, puede ser graduado como incapacidad sobreviniente, llegando en
algunos casos a superponerse dos grados de incapacidad de diferente naturaleza
que deben ser compatibilizados adecuadamente(472).
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conocen algunos estudios que indican que la memoria humana estaría situada en el
espíritu y no en la parte psicofísica de la persona.
En la actualidad está verificado que el daño moral se muestra como un estar
disvalioso de la psique que no llega a configurar una patología, por lo cual las
afecciones estrictamente espirituales no estarían comprendidas.
Evidentemente, cuesta un esfuerzo hermenéutico significativo aseverar que el
daño moral está comprendido en el art. 1738 cuando se hace referencia a las
"afecciones espirituales legítimas". Únicamente teniendo la flexibilidad de interpretar
que cuando se hace referencia al "daño espiritual" se refiere con esa expresión la
vinculación, aun científicamente ambigua que está en proceso de estudio, entre el
espíritu y la mente (psique).
Este análisis estricto de la literalidad de la norma, que puede superar la
interpretación jurídica cotidiana que siempre es reticente a los cambios, muestra la
crisis de identidad del daño moral, que exige una energía especial para tratar de
definir su contenido conforme al actual estado de evolución de la ciencia jurídica.
En ese sentido, cabe recordar brevemente la evolución de la conceptualización
del daño moral.
Como punto de partida podemos citar a Bustamante Alsina, quien explica que "si
el daño recae sobre un bien jurídico inmaterial atacando la vida, el cuerpo, la salud,
el honor o la libertad de una persona y afecta al mismo tiempo un interés jurídico no
patrimonial, el daño es moral directo. Si el mismo daño repercute en el patrimonio
por la pérdida de un beneficio económico afectando así un interés jurídico
patrimonial, el daño es patrimonial indirecto". En función de ello, "el daño moral es
menoscabo cuya entidad se agota en el ataque o lesión a derechos
extrapatrimoniales"(474).
Por su parte, Bueres, en las II Jornadas Sanjuaninas de Derecho Civil (San Juan,
1984) suscribió que "daño moral es el menoscabo o pérdida de un bien en sentido
amplio que irroga una lesión a un interés amparado por el derecho, de naturaleza
'extrapatrimonial'. Dicho interés tiene un contenido puramente espiritual (sufrimiento,
dolor, aflicción, angustia, desánimo, desesperación, pérdida de la satisfacción de
vivir, etc.). El llamado 'daño moral objetivable' —o perjuicio que incide en la parte
social del patrimonio— queda fuera del significado en análisis".
En la misma dirección, Stiglitz y Echevesti aseveran que "la noción general de
daño implica la lesión o menoscabo a un interés patrimonial o extrapatrimonial,
acaecido como consecuencia de una acción"(475). A partir de ello, daño material es
el que se ocasiona al patrimonio de la víctima, como conjunto de valores económicos
(art. 2312 CCiv.), siendo por tanto susceptible de apreciación pecuniaria"(476) y "el
daño moral o extrapatrimonial, es todo aquel que se manifiesta como alteración
disvaliosa del bienestar psicofísico de una persona, por una acción atribuible a
otra"(477).
A su vez, Mayo, con un criterio amplio, entendía que el daño moral contiene al
tradicional pretium doloris y todas las posibilidades no patrimoniales que tiene el
sujeto para realizar en plenitud su proyecto de vida, enumerando en esta
categorización al daño a la vida de relación, el daño psíquico, el estético, al perjuicio
juvenil y al menoscabo sexual(478).
Como se colige, los autores citados han puesto énfasis en caracterizar el daño
moral en función de la clase de interés lesionado o en el tipo de consecuencia
producida. Es por ello que una de las mayores preocupaciones de Pizarro, cuando
procuraba definir el concepto de daño moral fue, justamente, precisar su esencia,
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cuando aseguraba que debía ser calibrado por lo que es antes que por lo que no
es(479).
Para concretar ese propósito, el autor citado, dijo que "el daño moral importa,
pues, una minoración en la subjetividad de la persona, derivada de la lesión a un
interés no patrimonial. O, con mayor precisión, una modificación disvaliosa del
espíritu, en el desenvolvimiento de su capacidad de entender, querer o sentir,
consecuencia de una lesión a un interés no patrimonial, que habrá de traducirse en
un modo de estar diferente de aquel al que se hallaba antes del hecho, como
consecuencia de éste y anímicamente perjudicial"(480).
La base de este concepto fue acuñado en la ponencia presentada por Zavala de
González, en las II Jornadas Sanjuaninas de Derecho Civil - 1982 y sostenida, como
conclusión junto a otros juristas, cuando dijeron que "A) Daño moral es una
modificación disvaliosa del espíritu en el desenvolvimiento de su capacidad de
entender, querer o sentir, que se traduce en un modo de estar de la persona
diferente de aquel en que se hallaba antes del hecho, como consecuencia de éste
y anímicamente perjudicial"(481).
La diferencia entre una y otra es que para Zavala de González es la consecuencia
del hecho y para Pizarro es la consecuencia de la lesión a un interés no patrimonial.
Por nuestra parte(482), partimos de considerar que en el estado actual de evolución
de la ciencia médica, en especial de la psiquiatría, la antropología, etc., y la
influencia de la reforma de la Constitución Nacional producida en 1994 que incorporó
al máximo rango a los Derechos Humanos, se debe rescatar que el Hombre ocupa
el centro de las preocupaciones del Derecho.
Teniendo en consideración el respeto que se le debe a la persona humana, no se
puede asimilar el concepto de "daño moral" con el de "daño extrapatrimonial" sin
llevar a cabo un examen pormenorizado del alcance de los conceptos, teniendo en
cuenta que la mayoría de estos autores son partidarios de separar entre el daño
evento, biológico o naturalístico (como es indistintamente denominado) con el daño
consecuencias(483).
En ese sentido, si se acepta el criterio dejado por Mayo, se verifica que hace
referencia a las hipótesis que deben ser incluidas dentro del daño naturalístico o
evento, cuando realmente el daño moral propiamente dicho es siempre una
consecuencia del menoscabo padecido por la persona en la integridad de su esfera
psicosomática-social o en su esfera patrimonial.
Ahí radica, la clave de las observaciones críticas que se le pueden endilgar a
quienes equiparan el daño moral al extrapatrimonial cuando se trata de analizar el
tema en el marco del daño evento o naturalístico. Es decir, conjugando ambas
clasificaciones para verificar si realmente son conciliables que, como se observa no
lo son, pero ajustando algunos criterios pueden ser compatibilizadas.
Por esta razón resulta técnicamente idóneo hacer referencia al daño producido a
la integridad psicosomática y social de una persona, y no a daño extrapatrimonial o
moral que debe ser reservado para referenciar a una de las categorías que se
pueden verificar dentro de las consecuencias. Ello queda evidenciado en la propia
definición que da Pizarro cuando dice que el daño moral se produce a "consecuencia
de una lesión a un interés no patrimonial".
En este punto debemos remitir al lector a la clasificación de los daños antes
esbozada, donde se precisaba que deben calificarse los detrimentos que puede
padecer un sujeto, primero, en dos ámbitos: 1) el ocasionado a la integridad
psicosomática y social de la persona, y 2) el sufrido en su esfera patrimonial. Y,
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posteriormente, se puede verificar que en cada una de estas categorías, a su vez,
pueden surgir consecuencias patrimoniales o morales.
Así tendríamos, el daño a la persona sobre la cual pueden recaer los siguientes
menoscabos: 1) a la integridad física (soma); 2) a la integridad psíquica (psique),
dentro de la cual encontramos al daño neuronal, psíquico y psicológico (el moral a
pesar de ser un daño a la persona es siempre consecuencia); 3) a la integridad del
bienestar social del sujeto, por ejemplo: honor, estética, interferencia a su proyecto
de vida, etcétera.
Por su parte, en el daño patrimonial encuentran cabida todos los menoscabos
producidos a los bienes, cosas y derechos de esa índole que integran el patrimonio
perteneciente a la víctima.
Hasta este punto no puede existir disidencia, por cuanto la calificación es sobre
la calidad del ente sobre el cual recae el menoscabo.
Ahora al indagar cuál es el contenido del "daño consecuencia" o simplemente de
la consecuencia del deterioro del derecho o interés vulnerado, se presentan algunas
dudas al aplicarse la calificación bipolar sin explicación, por cuanto entendemos que
de un daño sobre un bien patrimonial pueden derivar consecuencias de la misma
índole pero también morales (pretium doloris), como es en el caso de la rotura de
un auto de colección, una pintura histórica de la familia, etcétera(484).
Pero, cuál es la "consecuencia moral" de un daño a la integridad de la persona.
En primer lugar, cuando la conducta o hecho dañador produce el menoscabo de la
integridad física, psíquica o social de la misma puede generar como derivación un
perjuicio moral que consiste en una minoración de su bienestar psíquico que no llega
a ser patológico.
Como se colige, el menoscabo moral es siempre consecuencia que acaece sobre
la integridad de la psique de la persona, razón por la cual en algunas hipótesis puede
ser, como habíamos dicho antes, la resultante de un daño causado a la persona que
se configura en la misma persona. Éste es el caso de la rotura de la pierna de un
sujeto (daño a la integridad física) que genera daño moral además de los daños
patrimoniales.
En otras palabras, el menoscabo moral siempre es consecuencia de otro daño
producido o, al contenido del patrimonio, o sobre la persona de la víctima que recae
sobre la psique de la misma sin llegar a ser una enfermedad(485).
Como se deduce de la transcripción del pensamiento de los principales autores
no existe acuerdo sobre la identidad ontológica del daño moral y que la misma sea
absolutamente compatible con la calificación del daño resarcible. En ese sentido,
Pizarro entiende que el daño resarcible es el "daño consecuencia", pero cuando
define que el daño moral por lo que es no, puede prescindir del integrar en su
concepto al daño naturalístico o evento, cuando dice que deriva de la lesión a un
interés no patrimonial o es la consecuencia de una lesión a un interés no patrimonial.
Es por ello que no compartimos el dogmatismo ni los estancos que se hacen de
la clasificación entre daño naturalístico (no resarcible) y daño consecuencia
(resarcible), pues entendemos que entre ambos existe una unidad jurídica
conceptual sin cuya concurrencia, de modo alguno, se podría definir el contenido del
daño moral.
Por ello, preferimos, en términos actuales, sostener que el daño a las afecciones
espirituales legítimas, antes denominado daño moral, es el menoscabo que sufre
una persona en su bienestar psíquico, sin que ese estado negativo o disvalioso
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sobreviniente (tristeza, dolor, amargura, inseguridad, angustia, etc.) llegue a
configurar una situación patológica como consecuencia de la vulneración de un
derecho o interés generado por un hecho antijurídico y reprochable"(486).
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la Corte Interamericana de los Derechos Humanos, el problema se traslada a la
determinación de cuál sería la punición civil cuando la figura se tipifica en un caso,
que no siempre responde a una cuantificación dineraria la compensación, más
cuando es tradición jurídica resarcir el lucro cesante y ahora con consagración
normativa expresa, la pérdida de chance que sin duda impone un pormenorizado
estudio a fin de no resarcir más de una vez el mismo menoscabo, aun cuando tengan
una denominación diferente(490).
Por su parte, Zavala de González, con igual criterio crítico, estimaba que la
interferencia al proyecto de vida no constituye un rubro autónomo, al decir que "así
lo demuestran razonamientos según los cuales el daño al proyecto de vida sería
'diferente del psicosomático en cualquiera de sus modalidades' y 'debe ser
ponderado por el juez de manera independiente de aquél', con olvido de que los
desmedros a la salud, especialmente si son intensos y perdurables, menoscaban
seriamente la libertad: 'achican' las opciones existenciales. Hay un error perceptivo,
según es evidente en una castración, que desde luego produce una mutilación
psicosomática y, coetáneamente, puede afectar el proyecto vital de traer al mundo
hijos propios.
Más acertado, en cambio, es 'reconocer que, dada la unidad existencial, todos los
daños están correlacionados, incidiendo en las otras esferas de la persona', como
ocurre en un prolongado y cruel encarcelamiento que, de suyo, repercute en la
esfera psicosomática de la víctima.
Lo expuesto implica —continúa la autora— que el daño a proyectos vitales suele
'acompañar' e 'integrar' otras lesiones: psicosomáticas, muerte de seres queridos,
privación de libertad física, serias ofensas al honor (...) Y que cualesquiera de tales
desmedros pueden ser continuos y prolongarse hacia el futuro de la víctima, según
se verifica ante la pérdida de un hijo, que se experimenta para siempre, aun cuando
no mutile del destino integral del progenitor, eventualmente también orientado hacia
otros descendientes"(491).
Por su parte, Galdós, a partir de su reconocida postura, entiende que "el daño al
proyecto de vida refleja, al menos hasta ahora, la problemática propia de todos los
'nuevos' daños al acentuar la necesidad imperiosa de resolver el triple problema de
identificarlo, categorizarlo y cuantificarlo. Identificarlo significa individualizar y
precisar su contenido y deslinde, dotándolo de autonomía conceptual; categorizarlo
importa subsumirlo, según el caso, en una o en ambas órbitas del daño patrimonial
o extrapatrimonial, discriminando su incidencia en la repercusión final de ese
género. Cuantificarlo, en esta etapa final, implica asignarle valor pecuniario, sea
separado del rubro genérico (daño patrimonial o moral) o dentro de ellos, según las
conveniencias prácticas del caso en juzgamiento, lo que obviamente necesita
insoslayablemente de su previa y concreta individualización.
Su emancipación nominal o conceptual no conduce a una independencia
resarcitoria que confunda, duplique o superponga ni los daños ni su cuantía. No se
pretende auspiciar esnobismos retóricos o abstracciones discursivas vacías de
contenido que impliquen, de modo expreso u oculto, indexar los daños a las
personas o incrementar incausadamente las indemnizaciones"(492).
Completa su pensamiento expresando que "el desarrollo del daño al proyecto vital
puede desenvolverse satisfactoriamente en el carril de las dos únicas
exteriorizaciones del daño, como material o moral, según criterio dogmático que es
de aplicación para todos los daños, los clásicos y los 'nuevos' (...) solo la 'justa
reparación' es la 'reparación íntegra' del daño inmerecido y la reparación plena
comprende 'todo' el daño; no es más pero tampoco menos que el concreto perjuicio
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que sufrió la persona humana, atendiendo a toda su particular singularidad. Si bien
el nomen iuris contribuye a evitar superposiciones conceptuales e indemnizatorias y
obviamente a tipificar el instituto, lo que realmente importa es lograr una adecuada
simetría entre el quid y el quantum del daño jurídico, en base a las imprescindibles
pautas de realismo jurídico y razonabilidad judicial"(493).
Como se puede inferir, el daño por injerencia en el proyecto de vida es introducido
a la vida jurídica argentina por el Código Civil y Comercial, en seguimiento de su
fuente, el art. 1600 del Proyecto de 1998, motivo por el cual deberá iniciar su etapa
de acomodamiento dentro del andamiaje normativo, por lo cual corresponde revisar
qué modifica de los espacios normativos tradicionales y cómo es alterada su
conceptualización ideal por la doctrina viva de los tribunales. Es decir, es un tema in
fieri que recién comienza y en este comentario deberemos detenernos a revisar el
modo de resarcirlo sin que haya superposición con otros rubros, ni deje de ser
satisfecho en la indemnización.
1. Introducción
La norma regula expresamente las exigencias que debe cumplimentar el daño
producido a la integridad patrimonial o psicofísica-social de la víctima para que
pueda ser calificado como indemnizable. En ese sentido, sigue la línea tradicional
que puede ser sintetizada expresando que el daño para ser resarcible debe ser
directo o indirecto, teniendo en cuenta si es la propia víctima la que padeció los
menoscabos o sus parientes u otros legitimados que, en razón de los padecidos por
el interfecto o gran discapacitado, puede reclamarlos en su nombre. A partir de ello,
se analiza que los perjuicios sean actuales en cuanto a que ya se han producido
afectando derechos e intereses no reprobado por el ordenamiento jurídico sobre la
persona o su patrimonio, o que sus consecuencias puedan ser vislumbradas hacia
el futuro como que acaecerán de una manera cierta y subsistente.
Finalmente, deja la norma un parámetro para ponderar la procedencia de la
resarcibilidad de la pérdida de chance que tiene que ver con las mayores o menores
probabilidades de que ocurra.
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reclamar la indemnización: es directo si lo reclama la víctima del hecho; es indirecto
si lo reclama otra persona distinta de la víctima que ha sufrido perjuicios en un
interés propio y legítimo". Y, "por otra parte se considera el daño como directo o
indirecto", según que la lesión recaiga en las "cosas de su dominio o posesión", es
decir, directamente en el patrimonio de la víctima o indirectamente se refleja en el
mismo, "por mal hecho a su persona, o a sus derechos o facultades", tal como lo
expresa el art. 1068 del Código Civil(494).
Con relación a la primera subclasificación, la que tiene en consideración el sujeto
sobre el cual recae el daño, se verifica su empleo en el contenido del art. 1741
cuando concede legitimación para reclamar las consecuencias no patrimoniales al
damnificado directo. Y, cuando ocurre la muerte de la víctima o su gran
discapacidad, serán legitimados a título personal los ascendientes, los
descendientes, el cónyuge y quienes convivían con aquel recibiendo trato familiar
ostensible. Es decir, aquellos que no han recibido el menoscabo en su integridad
psicofísica personal, sino que los daños que padecen y podrán reclamar iure
proprio son la consecuencia indirecta derivada del menoscabo padecido por la
víctima.
En cuanto a la otra subclasificación tenida en cuenta, parte del criterio
decimonónico de tener por eje del Código Civil al patrimonio y es por ello que si
recaía directamente sobre su integridad, era directo y, si se producía sobre la
plenitud psicosomática de la persona y repercutía en el patrimonio, era indirecto,
como pueden ser los gastos sanatoriales, de medicamento, etcétera.
Esta clasificación hoy se ve seriamente afectada, desde que el eje de las
preocupaciones y ocupaciones del derecho colocó al ser humano en su centro, pues
como regula y conceptúa el art. 1737, hay daño cuando se lesiona un derecho o un
interés no reprobado por la legalidad que tenga por objeto la persona, el patrimonio
o un derecho de incidencia colectiva. Es decir, en la nueva clasificación el daño
directo puede ser tanto sobre la persona como sobre el patrimonio, desapareciendo
el indirecto en su conceptualización clásica porque ninguno está subordinado al otro.
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Desde otra perspectiva, y con la misma preocupación, Moisset de Espanés parte
de entender que "el momento presente es un complejo temporal más extenso y no
se limita solo a la sentencia ni a la demanda, sino que comprende al litigio en su
totalidad, desde la demanda, hasta la decisión definitiva del juez o tribunal"(495). En
función de ello, concluye señalando que el daño emergente es la pérdida efectiva
de bienes que ya estaban en el patrimonio de la víctima; el lucro cesante es ganancia
frustrada, beneficio dejado de percibir, y los llamamos daños actuales a los que se
han concretado, por oposición a los futuros, que deben producirse con posterioridad
al momento tomado como punto de referencia. En esa dirección señala que el
derecho toma como punto de referencia para distinguir entre "pasado" y "futuro", con
relación a esta clasificación de los daños, al "momento presente", ideal que está
configurado por el litigio en su integridad, desde la demanda hasta la sentencia. En
consecuencia, el juez en su fallo considerará como daños actuales, aquellos que se
reclamó, solo podrá tomar en cuenta aquellos que exista certeza de que han de
producirse(496).
En cambio, cuando el daño es hipotético o eventual, el cual, al momento de
reclamarse la indemnización, aún no ha ocurrido el hecho generador, y solo se prevé
la posibilidad de padecerlo, no hay derecho para demandar indemnización
alguna(497).
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daño es incierto. En otras palabras, el requisito de la certidumbre existe cuando se
trata de consecuencias del hecho dañoso que aparecen 'como la prolongación
inevitable o previsible del daño actual, ya sucedido', pues resulta de apreciar que si
no hubiere mediado su producción, la condición de la víctima sería mejor de lo que
es como consecuencia de aquél"(500).
Por su parte, Bustamante Alsina asevera que "la existencia del daño, ya sea
actual o futuro, debe ser cierta, o sea debe ser constatada para poder condenarse
al pago de la indemnización correspondiente. La noción de daño cierto se opone a
la de daño hipotético o eventual, la mera posibilidad de que ocurra un perjuicio no
autoriza a reclamar el resarcimiento. El perjuicio no deja de ser cierto por no ser
actual ni ser líquido. Puede ser un daño futuro: es decir no realizado, aún al momento
del hecho o aún al momento de la sentencia. El daño futuro es indemnizable si es
cierto y su monto susceptible de ser determinado o apreciado judicialmente"(501).
En cuanto a la otra peculiaridad del detrimento, la subsistencia del mismo,
Zannoni sostiene que "la mentada subsistencia alude al momento de la reclamación
por el damnificado. Si el daño fue reparado por el responsable, el perjuicio es
insubsistente. Pero si fue reparado por la víctima, el perjuicio subsiste por el
quantum de la reparación (...) lo mismo ocurrirá si un tercero —asegurador de la
víctima— reparó el perjuicio, en cuyo caso ese tercero quedará subrogado en el
derecho del perjudicado"(502).
Es por ello que Bustamante Alsina advierte que el daño no debe haber
desaparecido en el momento en que debe ser resarcido; si así fuera, se imponen
algunas previas distinciones para establecer si corresponde o no que el autor del
acto ilícito deba asumir la reparación. Si el responsable ha indemnizado todo el
daño, éste habría desaparecido y la obligación habría quedado extinguida por pago
o por otro medio extintivo, según el caso(503).
Pero, "si la propia víctima ha transformado el daño en su entidad costeando la
reposición o reparación de la cosa destruida o deteriorada, el daño subsiste en el
patrimonio de aquélla y debe ser indemnizado. En el patrimonio vuelve a existe la
cosa en su integridad y por su valor, pero aquél ha disminuido exactamente en la
medida del desembolso efectuado para ello"(504).
Y, finalmente, si "el daño puede haber sido reparado por un tercero. En tal caso
se producen los efectos de la subrogación, que al extinguir la obligación en relación
al acreedor (damnificado) que obtiene satisfacción, deja subsistente el vínculo con
respecto al deudor (responsable), quien debe pagar al tercero (acreedor subrogado)
la misma suma que éste desembolsó para desinteresar a aquél"(505).
Como se colige, cuando la ley exige que el daño sea cierto, es a los fines de tener
certeza de su real existencia y, en cuando a subsistente, más allá de que puede
entenderse como que la lesión aún permanezca sin definir el alcance de sus
consecuencias importa, esencialmente, que el perjuicio continúe afectando la faz
económica de la víctima.
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que su contingencia sea razonable y guarde una adecuada relación de causalidad
con el hecho generador.
Al respecto, Mayo considera que "la viabilidad de la reparación de la 'chance' no
aparece cuestionable si se repara en que es la relación de probabilidad y no la de
certidumbre la que se obtiene en la mayoría de nuestras premisas y conclusiones;
argumento este valedero en el ámbito del derecho, y que, por tanto, induce a
considerar como razonable la reparación de probabilidades de ganancia o de evitar
pérdidas. Pero, claro está, la probabilidad indemnizable no se extiende al
acontecimiento esperado sino que se concentra en sí misma en cuanto proposición:
si el caballo hubiera participado en la carrera probablemente la hubiera ganado. Ello
significa que lo reparable no es el beneficio esperado sino la probabilidad perdida,
probabilidad que es tal en cuanto se basa en otro conocimiento cierto"(506).
Por su parte, Bustamante Alsina se pregunta sobre el tema si, "cuando como
consecuencia del incumplimiento de un contrato o de la comisión de un acto ilícito,
sea el acreedor o la víctima, se ve privado de obtener una ganancia probable o de
evitarse un perjuicio conjurable ¿corresponde alguna indemnización a cargo del
responsable? En otras palabras, la pérdida de una chance ¿es un daño cierto o debe
considerarse eventual y, por lo tanto, no susceptible de resarcimiento?".
Al respecto responde que "si bien lo que daría al daño el carácter de eventual
sería la probabilidad de obtener la ganancia o de evitar el perjuicio, hay, por otra
parte, una circunstancia cierta: La 'oportunidad' de obtener la ganancia o de evitarse
el perjuicio, y esa oportunidad cierta se ha perdido por el hecho de un tercero o a
causa de la inejecución de la obligación por el deudor. Si la probabilidad hubiese
tenido bastante fundamento, la pérdida de ella debe indemnizarse".
La indemnización deberá ser de la chance misma y no de la ganancia, por lo que
aquélla deberá ser apreciada judicialmente según el mayor o menor grado de
posibilidad de convertirse en cierta; el valor de la frustración estará dado por el grado
de probabilidad.
La pérdida de una chance en el incumplimiento contractual malicioso o doloso es
una consecuencia mediata previsible y por lo tanto resarcible solamente en ese
caso(507).
La doctrina judicial ha receptado en sus fallos estos criterios dados por los autores
cuando juzgó que "la indemnización de la 'pérdida de chance' debe reparar un
interés actual del interesado, que no existe cuando quien se pretende damnificado
no llegó a emplazarse en la situación idónea para hacer la ganancia o evitar la
pérdida"(508).
En el mismo sentido, "la pérdida de 'chance' se presenta como una probabilidad
suficiente que supera la condición de un daño eventual o hipotético para convertirse
en un perjuicio cierto y por ello resarcible..."(509).
Por otra parte, "corresponde rechazar el reclamo correspondiente a la pérdida de
chance si no existen constancias que permitan determinar la existencia de un
perjuicio con un concreto grado de probabilidad de convertirse en cierto"(510).
Finalmente, cabe transcribir el fallo donde se señala que "el resarcimiento de la
pérdida de chance exige la frustración de obtener un beneficio económico siempre
que éste cuente con probabilidad suficiente"(511).
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OPINIÓN DE ALTERINI, J. H. Y ALTERINI, I. E. EN LA 2ª EDICIÓN
Luce como superflua la mención final del art. 1739 a que la pérdida de la chance
es indemnizable siempre que "guarde una adecuada relación de causalidad", con
aparente olvido de que a tenor del art. 1726 solamente "son reparables las
consecuencias dañosas que tienen nexo adecuado de causalidad con el hecho
productor del daño".
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Por ello es que adquiere una especial atracción para el investigador transcribir los
fallos en los cuales fija un concepto del derecho a la reparación integral.
En esa dirección, con el voto de Luis María Boffi Boggero sostuvo que "el principio
de la reparación integral que gobierna, entre otros, a la responsabilidad 'aquiliana',
exige que se coloque a los damnificados en las mismas condiciones en que habrían
estado de no haberse producido el hecho ilícito"(516). Esta opinión, sin duda,
autorizaba a trasponer los límites resarcitorios impuestos en la reglamentación civil,
pues se pasaba de la reparación legalmente autorizada a la posibilidad de resarcir
otros rubros que la sociedad entendía debían ser reparables.
De igual modo, se juzgó en un caso de responsabilidad contractual que "el
principio de la reparación justa e integral debe entenderse como compensación con
iguales características, de manera que se mantenga la igualdad de las prestaciones
conforme al verdadero valor que en su momento las partes convinieron y no una
equivalencia numérica teórica"(517).
El expreso reconocimiento del estatus constitucional del derecho a la reparación
integral se verifica de un modo indirecto en "Pérez, Fredy Fernando", cuando la
CSJN entendió que "el principio constitucional de la reparación integral no justifica
que sean sorteadas explícitas normas procesales que determinan el preciso alcance
de la competencia apelada y que hacen a la tutela de la defensa en juicio"(518).
Pero es en el caso "Aquino Isacio", donde expresamente reconoce la íntima
vinculación existente entre el deber de no dañar y el derecho a la reparación integral,
cuando se juzgó que "el art. 19 de la Constitución Nacional establece el principio
general que prohíbe a los hombres perjudicar los derechos de un tercero: alterum
non laedere, que se encuentra entrañablemente vinculado a la idea de
reparación"(519).
Posteriormente, la Corte Federal, en el marco de la internacionalización de
nuestro derecho interno, amplió el concepto de reparación integral cuando dijo: "el
deber de investigar y sancionar a los responsables de las violaciones de los
derechos humanos, como una de las formas de reparación integral impuesta por la
Convención Americana sobre Derechos Humanos, debe ser asumido por el Estado
como un deber jurídico propio a fin de no incurrir en responsabilidad
internacional"(520).
Como se colige, la hermenéutica de la Corte Suprema sobre el constitucional
principio de "reparación integral", actualmente, supera el clásico concepto de justo
resarcimiento de los menoscabos (tanto aquiliano o contractual, ampliación de los
rubros incluidos y cuantía adecuada), para incluir el deber estatal de investigar,
reprimir y resarcir los daños derivados de las violaciones de los derechos humanos.
Este detalle es muy importante en la parte in fine del texto del art. 1740 que
comentamos, por cuanto además del resarcimiento compensatorio de carácter
monetario, se autoriza la publicación de la sentencia como parte del mismo.
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de los aspectos más controvertidos de la regulación propuesta por el Proyecto de
1998 en materia de daño fue la existencia de limitaciones cuantitativas (art. 1634).
Para aclarar este punto conviene hacer algunas precisiones: a) la indemnización
del daño nunca es integral, porque no coincide el daño 'real' con el 'jurídico'. Si hay
algo que pueda ser denominado 'real', comprende muchos aspectos que para el
legitimado del derecho son importantes, pero el sistema jurídico excluye. Por
ejemplo, hay un régimen de causalidad que no cubre todas las consecuencias, sino
solo las previsibles porque hay que valorar la posición del agente. También hay
limitaciones difíciles de superar, como ocurre, por ejemplo, con la indemnización
dineraria que nunca puede conformar la desaparición de un ser querido; b) la
indemnización, a su vez, tiene relación con los distintos subsistemas en los que se
aplica y hay numerosos supuestos en los que hay límites en el derecho vigente.
Además, muchos de ellos provienen de convenios internacionales, como ocurre, por
ejemplo, en materia de transporte aéreo; c) en otros casos, hay diferentes modos
de solucionar un mismo problema, como sucede con los accidentes de la circulación:
unos países lo incluyen en la seguridad social, otros lo cubren con el seguro de
primera persona, otros lo regulan mediante la responsabilidad civil, la mayoría con
límites en la cobertura.
Frente a toda esa variedad y, teniendo en cuenta la tradición argentina en la
materia, se ha decidido consagrar, como principio general, la reparación plena.
Como todo principio, debe lograrse su satisfacción en la mayor medida posible, lo
que no es incompatible con que, en situaciones delimitadas, pueda armonizarse con
otros principios y establecerse una limitación por medio de leyes especiales".
Con relación al tema, Márquez y Sappia especifican que "la reparación plena o
integral es uno de los pilares fundamentales sobre los que se erige nuestro sistema
de responsabilidad por daños, y 'supone la necesidad de una razonable equivalencia
jurídica entre el daño y la reparación'. La noción es la siguiente: en aquellas
situaciones que un sujeto haya sufrido un menoscabo, ya sea en su patrimonio o en
su persona, debe percibir una indemnización de determinadas características que
permita que el estado de cosas actual sea razonablemente coincidente con el estado
en que se encontraba antes de sufrir el daño. En definitiva, lo que se busca es
suprimir los efectos nocivos del suceso dañoso, de la manera más completa posible.
Este objetivo de la reparación plena se plasma en cuatro pautas que deben ser
tenidas en cuenta en el caso concreto: el daño debe ser fijado al momento de
resolver, la indemnización no debe ser inferior al perjuicio sufrido, la apreciación
debe efectuarse en concreto, y la reparación no debe ser mayor al daño padecido.
El principio consagrado en nuestro Código Civil es el de la reparación integral, lo
que trae como consecuencia inmediata que el responsable debe hacerse cargo de
todos los daños causados. Sin embargo, agrega López Herrera, 'el principio que
actúa como guía o norte, de partes y jueces es un anhelo, pero no debe ser tomado
en sentido absoluto. Es imposible que una persona pague por todos los daños que
causa...'. Agrega este autor 'si bien el objetivo es que el demandado se haga cargo
de todos los daños que ha causado, no es exacto sostener que el principio de
reparación deba ser interpretado en forma absolutamente literal como comprensivo
de todos y cada uno de los daños padecidos y con respecto a todos y cada uno de
los damnificados. Tal onda expansiva no existe sino que tiene límites generales,
excepciones y límites especiales. Por eso cierta doctrina nacional prefiere hablar de
reparación plena en vez de reparación integral'.
En este sentido se ha dicho que 'cuando se afirma que la reparación debe ser
plena o integral se alude a que debe indemnizarse todo daño causado, pero todo el
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daño no alude al daño material, sino al daño jurídico que es indemnizado en cuanto
tenga adecuada relación causal con el hecho (...) Ello en cuanto la plenitud del
resarcimiento debe interpretarse en sentido jurídico, y no de plenitud material, es
decir dentro de los límites que la ley ha fijado, con carácter general, para la
responsabilidad civil"(521).
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en cuenta su valor patrimonial mensurable a través del común denominador que lo
cuantifica: el dinero, o en algunos casos, mediante la reposición de un bien similar
que, valga la expresión, "equivale" al dañado o perdido. Como se advierte esta
última posibilidad solo es viable cuando se da la fungibilidad entre el bien dañado o
destruido, y el que se pretende entregar a cambio por el responsable del evento
dañoso"(522).
La reposición en especie de igual modo se puede verificar cuando una persona
que trabaja en la Administración Pública en un cargo con estabilidad constitucional
y es separado del mismo o exonerado de la administración por habérsele imputado
una falta grave como podría ser robo, resultando que al final del trámite, en sede
criminal, resultó una falsa imputación del delito penal. En ese caso, además del
resarcimiento por los salarios caídos en la condena se puede ordenar la restitución
al cargo que legalmente estaba ocupando al quedar sin causa justificada el sumario
administrativo que se le había tramitado para adoptar la decisión de separarlo del
cargo.
Pero, sin lugar a hesitación que en la mayoría de los casos, especialmente cuando
los daños versan sobre la integridad psicosomática de las personas, la
indemnización de los menoscabos patrimoniales y los no económicos será sustituida
por una suma compensatoria equivalente.
Va de suyo, que cuando se produce el fallecimiento o una gran discapacidad, la
situación será irreversible, dado que el daño afecta a la víctima de un modo
definitivo, razón por la cual no podrá existir ni como hipótesis la posibilidad de una
reparación en especie. En el primer caso, el daño indemnizable podrá ser
reclamado iure proprio de los terceros familiares o no que tengan trato doméstico
ostensible quienes reclamarán iure proprio. En la segunda hipótesis se abre la
posibilidad de que los familiares y terceros puedan reclamar el daño que
padecen iure proprio derivado de la gran incapacidad de la víctima con
independencia de los reclamos que puede realizar ésta como damnificado directo.
Por otra parte, se reglamenta un derecho de opción cuando se determina que la
víctima puede elegir por el reintegro específico, excepto que sea parcial o totalmente
imposible, excesivamente oneroso o abusivo, en cuyo caso se debe fijar en dinero.
De la lectura surge que la opción del damnificado para reclamar el resarcimiento
en especie o el restableciendo de su estado anterior, no sería factible cuando haya
imposibilidad absoluta o relativa de satisfacer la solicitud o cuando la opción se
transforme en extremamente onerosa o abusiva. En estos casos, el juez ordenará
la compensación del daño en dinero.
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la segunda y tercera de las tres ejemplificaciones de la utilización de la voz
"compensar", son las siguientes: "Compensar (...) las pérdidas con las ganancias;
los males con los bienes".
La jurisprudencia ha acudido a la compensación reiteradamente en supuestos
varios, tanto para la responsabilidad extracontractual como para la contractual,
algunos de ellos muy conocidos, que contaron con el voto afirmativo de uno de los
opinantes, Jorge H. Alterini, como juez de Cámara.
La doctrina judicial invocó la compensación para limitar la indemnización por la
privación del uso de un automotor, generalmente como consecuencia de la
necesidad de reparar los daños provocados por un accidente de tránsito, pero
también en otros casos como el de su robo o hurto, pues consideró que ese daño
quedó compensado con la inexistencia en el lapso de la privación, de gastos por
combustibles, lubricantes del vehículo, estacionamientos, por la disminución del
desgaste de los neumáticos o de otros elementos, etcétera.
Los fallos también se valieron de la compensatio en períodos en que se
incrementó significativamente el curso de la inflación, con alteraciones económico-
sociales que desataron significativas depreciaciones de la moneda. En los juicios
por escrituración promovidos por los adquirentes, se rechazó la procedencia de los
daños invocados por ellos dado el impedimento para la utilización oportuna del
inmueble ante la mora de la "vendedora", concretamente por frustración del cobro
de su valor locativo, etc., con fundamento en que esos daños habían sido
compensados por el pago del precio de la compra con moneda envilecida.
Algún interesante fallo resolvió con la misma apoyatura la hipótesis de la
morosidad del comprador de acciones en pagar el precio por la operación, pues
interpretó que era improcedente el reclamo de daños por el vendedor, ya que debían
entenderse compensados por el cobro de los dividendos de las acciones que aquél
pudo ingresar a su patrimonio porque esos títulos permanecieron en su poder por la
tardanza del comprador (lo cita TALE, Camilo, "La regla compensatio damni cum
lucroen la responsabilidad civil, otros supuestos de daño no subsistente [total o
parcialmente] y los casos de reparación con saldo beneficioso para la
víctima", Revista de Derecho de Daños, 2006-2, Eximentes de responsabilidad-II,
Rubinzal Culzoni, Buenos Aires, 2006, pp. 292 y 350 y en nota 127 al pie de la
segunda de esas páginas).
La compensación puede implicar que el daño neto se reduzca y hasta que
desaparezca, pero atinadamente se niega que la víctima del daño deba indemnizar
al autor en el caso de que el lucro haya resultado superior al perjuicio. Se ha
planteado esa hipótesis de este modo: "Pensemos por un momento en el inusual
pero posible hecho de que por virtud del incumplimiento de la obligación las ventajas
percibidas por el acreedor rebasen los perjuicios que se le han irrogado (...) podría
llegarse a la extraña conclusión de que el acreedor quedase obligado a devolver en
el caso de que las ventajas superasen a los perjuicios. Ahora bien, ¿quién sería
titular de ese supuesto derecho a la devolución? El deudor incumpliente desde luego
que no, porque ello conduciría a la paradoja de que la persona que violentando la
obligación resultase beneficiada por su acción; los terceros tampoco, ya que los
mismos no tienen por qué incorporarse a un proceso jurídico que está circunscrito a
las personas del acreedor y del deudor..." (CRISTÓBAL MONTES, Ángel, "Compensatio
lucri cum damno en el resarcimiento del daño por el deudor", Revista Crítica de
Derecho Inmobiliario, año LXV —noviembre-diciembre/1989— núm. 595, J. San
José SA, Madrid, en pp. 1969/1970).
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No existe un consenso generalizado sobre la pertinencia y fecundidad de la teoría
de la compensatio, pero la tendencia a su admisión está plenamente viva y ello
explica que fuera recibida en los "Principios de Derecho Europeo de la
Responsabilidad Civil" redactados por el Grupo Europeo de Derecho de Daños,
presentados en Viena en 2005, que en su art. 10:103 norma: "Al determinar la
cuantía de la indemnización, deben tenerse en cuenta los beneficios que el dañado
ha obtenido mediante el evento dañoso, a menos que ello sea incompatible con la
finalidad del beneficio".
Aunque se parta de la fortaleza de la corriente favorable a la compensación, de
todos modos subsisten debates sobre distintos aspectos del instituto, lo que nos
impone pronunciarnos sobre algunos de sus rasgos más destacados.
a) Hecho único
Tanto el daño como el lucro o beneficio deben provenir de un mismo hecho.
El descarte de la concurrencia de daños y beneficios originados por hechos
distintos, rige incluso cuando ambos hechos fueron protagonizados por el mismo
autor. De Cupis recomienda: "Tengamos presente a la donación. Es un acto típico,
con una causa específica, por lo que las ventajas que produce no se pueden alegar
para paliar las consecuencias de un acto distinto (el que causa daño); ya que,
propiamente, el donante realiza un acto de liberalidad que agota en sí mismo su
propia función (liberalidad) y, por ende, no se puede alegar tal acto como descarga,
aunque sea parcial, de la obligación que deriva de otro acto ilícito efectuado por él
y que ha causado un perjuicio al donatario" (DE CUPIS, Adriano, El daño. Teoría
general de la responsabilidad civil, traducción de la 2ª edición italiana por Ángel
Martínez Sarrión, Bosch, Casa Editorial SA, Barcelona, 1975, p. 330).
Se puntualiza que "La cuestión es más difícil de resolver cuando se trata de actos
del propio perjudicado que aminoran los daños (...) el hecho de concluir nuevos
negocios que no disminuyen la pérdida de un modo inmediato, sino que sólo tienen
por objeto equilibrar de otro modo sus consecuencias económicas desventajosas,
son circunstancias que no obligan a la compensación. El arrendatario que infringe
el contrato no puede oponer al arrendador la circunstancia de que éste haya
contratado otro arrendamiento consiguiendo de tal suerte una ventaja"
(ENNECCERUS, Ludwig, Tratado de derecho civil. Derecho de obligaciones,
traducción de la 35ª edición alemana por Blas Pérez González y José Alguer, Bosch,
Barcelona, 1947, Tº II, Vol. 1º, Doctrina general, pp. 88/89). En cambio, Cristóbal
Montes, incluye entre las consecuencias lucrativas a compensar la "...realización de
operaciones beneficiosas y de la misma naturaleza que la incumplida por mor de
este acontecimiento..." (op. cit., p. 1966).
Cristóbal Montes sostiene que existen supuestos en el derecho que glosa, el
español, en los que "...sin duda, se produce una compensación entre daños y
provechos, y en ellos también no habrá de ordinario ni unidad ni relación causal
entre los hechos que produzcan unos y otros" (op. cit., pp. 1975/1976).
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Así como la relación causal adecuada conduce en la teoría general del responder
civil a la indemnización de las consecuencias inmediatas del hecho, y en su caso
mediatas, y excepcionalmente a las causales, para apreciar los lucros se atiende a
las consecuencias inmediatas y mediatas, conclusión en la que la doctrina nacional
coincide con la comparada.
Con respecto a la improcedencia de imputar las derivaciones casuales o fortuitas
del hecho, reproduciremos los ejemplos que plantea Cristóbal Montes. Dice: "El
perjudicado por el incumplimiento de la relación obligatoria, llevado por su
desesperanza, juega a la lotería, apuesta o invierte especulativamente, y, por obra
de la suerte, obtiene una súbita e inesperada ganancia (...). El acreedor que ha
concurrido al domicilio del deudor a recibir el pago, a su regreso, frustrado,
encuentra una valiosa res derelictae; el arrendador que por impago de la renta por
el arrendatario insolvente se ve forzado a cultivar él mismo la finca, con ocasión del
cultivo encuentra un tesoro (...) La particular y dolorosa situación en que ha quedado
un determinado acreedor por obra del incumplimiento de una obligación que le era
vital mueve los sentimientos filantrópicos de una persona generosa, y aquél obtiene
de ésta ayuda significativa que palia de manera sensible el daño ocasionado por la
inejecución de la prestación" (op. cit., p. 1971).
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del siniestro, se transfieren al asegurador hasta el monto de la indemnización
abonada. El asegurador es responsable de todo acto que perjudique este derecho
del asegurador. El asegurador no puede valerse de la subrogación en perjuicio del
asegurado. La subrogación es inaplicable en los seguros de personas".
En el art. 10:103 de los "Principios de derecho europeo de la responsabilidad
civil", ya transcripto, se introduce un elemento de juicio valioso en la entraña de la
compensación, armónico con la tesis dominante que solo computa los beneficios
causados por el hecho y no los producidos en ocasión de él. En la parte final del
artículo invocado de esos Principios, se lee que se tomarán en cuenta los beneficios,
"...a menos que ello sea incompatible con la finalidad del beneficio".
En el comentario efectuado por los integrantes del Grupo Europeo de Derecho de
Daños, se afirma de manera tajante: "En primer lugar, el beneficio debe hallarse
causalmente vinculado al evento dañoso. No basta que la víctima reciba algún
beneficio o ventaja con ocasión del evento dañoso, es necesario que el evento haya
causado el beneficio o ventaja. La ganancia de la víctima no debe haber tenido lugar
al margen, e independientemente, del evento dañoso. Un segundo requisito es que
la deducción debe ser compatible con el propósito del beneficio. A menudo el
propósito del beneficio es dotar a la víctima de una ayuda económica, pero no
exonerar de responsabilidad al causante del daño" (Principios de Derecho Europeo
de la Responsabilidad Civil. Texto y comentario, traducción de la Red Española de
Derecho Privado Europeo y Comparado [REDPEC], coordinada por Miquel Martín-
Casals, Thomson Aranzadi, Navarra, 2008, p. 210).
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Como una suerte de síntesis de las ideas expuestas, se expresa
concordantemente: "La función, que querríamos llamar profética, que corresponde
al juez respecto a los daños futuros, está fundada en la posibilidad de un
conocimiento, por descontado que imperfecto, de lo que aún no existe.
Consecuencia de la imperfección de tal conocimiento es que baste para el derecho
con que el juez lo vea relativamente cierto, con aquella certidumbre que permite
apreciar lo que es un proyecto futuro. La liquidación judicial del daño debe pretender
adecuar lo más posible la sanción del daño (resarcimiento) con la real, efectiva,
entidad del daño en sí (...), sin reducirse a la esfera del presente, aunque fuera de
ella, su certeza se difumine, se desdibuje, dentro de los márgenes de lo aproximado
y de lo posible, superando estos impedimentos que en modo alguno pueden
considerarse como definitivos" (DE CUPIS, Adriano, El daño. Teoría general de la
responsabilidad civil, traducción de la 2ª edición italiana por Ángel Martínez Sarrión,
Bosch, Casa Editorial SA, Barcelona, 1975, pp. 322/323).
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CABANA, Roberto M., Derecho de obligaciones civiles y comerciales, Abeledo-Perrot,
Buenos Aires, 1995, núm. 359, p. 149).
La entidad de las argumentaciones desarrolladas, tiene el fuerte sustento de ese
fondo común de los principios jurídicos que conforma el derecho romano. En ese
derecho, si bien en la práctica judicial se admitieron efectos compatibles con
la compensatio lucri cum damno, entre otros condicionantes se estableció: "No cabe
que el beneficio que genera un acto se pueda compensar con el daño fruto de otro
acto distinto, aunque el autor de ambos sea el mismo e idéntico el sujeto beneficiado.
La actuación a compensar no debe ser promovida por dolo, ya que éste excluye
explícitamente cualquier medida de aminoración del montante indemnizatorio"
(CAMACHO DE LOS RÍOS, Fermín, "Compensatio lucri cum damno", en Estudios
Jurídicos in memoriam del Profesor Alfredo Colange, Asociación Iberoamericana de
Derecho Romano, Salamanca, 2002, Vol. I, pp. 151 y ss.; la transcripción es de p.
167).
Pero no solo da respuesta la tradición romana, sino también la anglosajona. En
tanto se suele explicar la compensación del daño con el lucro como conectada con
la equidad; admitirla de mediar dolo sería incompatible con una de las máximas que
sustenta la equity, la que postula: "El que acude a la jurisdicción de la equidad debe
tener la conciencia limpia (He who comes into equity must come with clean hands)"
(CASTÁN TOBEÑAS, José, CASTÁN VÁZQUEZ y LÓPEZ CABANA, Roberto M., Sistemas
jurídicos contemporáneos, Abeledo-Perrot, Buenos Aires, 2000, p. 116, máxima 10).
La disyuntiva es clara, o se favorece al doloso con una herramienta liberatoria
estimable, aunque controvertida, como es la compensatio, o se computan los
perjuicios sufridos por la víctima con prescindencia de la variación del daño
originariamente irrogado, o sea más allá de la circunstancia contingente de que
además de las consecuencias dañosas del ilícito aquélla experimentó beneficios.
No es que se imputen al doloso consecuencias ajenas a la relación de causalidad
adecuada, aunque sabemos que en algunos supuestos se comprenden entre ellas
consecuencias casuales y muy excepcionalmente hasta ajenas a toda relación de
causalidad. Las consecuencias que se ponen a cargo del autor del hecho se
corresponden con daños que recayeron sobre la víctima, lo que observamos es que
el doloso pueda enjugar esos perjuicios efectivos mediante la alegación de
beneficios paralelos de la víctima. Como lo postulara Ulpiano: "...no es justo que su
propio dolo releve a cualquiera de su obligación..." (Cuerpo del Derecho Civil
romano, a doble texto, publicado por los hermanos Kriegel, Hermann y
Osenbrüggen, traducido del castellano al latino por Ildefonso L. García del Corral,
Primera Parte Instituta-Digesto, T. III, Barcelona, 1889, Libro XVII, Título II, 63 § 7,
p. 881).
Si se argumentara que al excluir la compensatio frente al dolo se impondría
indemnizar daños no causados por estar neutralizados por la compensación, cabría
replicar que parece más decisivo ponderar que violenta las directivas inspiradores
del derecho, que quien se colocó a espaldas de una consistente pauta moral
convertida en regla jurídica, se escude en una pretendida inequidad para
paradójicamente consagrarla de manera efectiva (ver ALTERINI, Jorge H., "El dolo en
la indemnización de daños. Incrementos. Limitaciones. Atenuaciones.
Compensaciones", Academia Nacional de Derecho 2008 [octubre], p. 1 - LA LEY,
2009-D, 1229 - Obligaciones y contratos. Doctrinas esenciales, Tº I, p. 599).
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Art. 1741.— Indemnización de las
consecuencias no patrimoniales.
Está legitimado para reclamar la indemnización de las
consecuencias no patrimoniales el damnificado directo. Si
del hecho resulta su muerte o sufre gran discapacidad
también tienen legitimación a título personal, según las
circunstancias, los ascendientes, los descendientes, el
cónyuge y quienes convivían con aquél recibiendo trato
familiar ostensible.
La acción sólo se transmite a los sucesores
universales del legitimado si es interpuesta por
éste.
El monto de la indemnización debe fijarse
ponderando las satisfacciones sustitutivas y
compensatorias que pueden procurar las sumas
reconocidas.
FUENTE: ARTS. 1689 Y 1690 DEL PROYECTO DE 1998.
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su personalidad, vinculados con su intimidad, que no pueden encontrarse a
disposición del público ni ser utilizados sin derecho"(526).
En otro fallo se consagra como personalísimo al derecho a la información y se
concede indemnización específica cuando se resuelve que "la sentencia que
rechazó la pretensión resarcitoria por mala praxis médica pero admitió una
indemnización en concepto de daño moral por incumplimiento del deber de
información debe ser confirmada, pues este último es un derecho personalísimo y
extrapatrimonial, cuya violación produce un menoscabo a la dignidad personal del
paciente que se distingue de cualquier tipo de secuela física o reclamo que se
sustente en su órbita patrimonial"(527).
En un caso señero se reconoce legitimación a una familia en estado de extrema
pobreza para reclamar el apoyo del Estado en función de considerar como
personalísimo el derecho a una vivienda. Así se estimó que "es absurda la sentencia
que hizo mérito de la situación de extrema necesidad en que se encuentra la familia
de quien reclama una vivienda digna y un subsidio económico, y aun reconoce que
la amparista carece de 'los recursos elementales' y que tal situación 'vulnera los
derechos elementales', refiriéndose así a los derechos derivados de la Constitución
Nacional y tratados internacionales, que considera son 'plenamente operativos' y
concluye que no se ha acreditado la existencia de una conducta estatal arbitraria o
ilegítima que pueda hacer procedente la acción de amparo, pues carece de
correspondencia entre las premisas de las que parte el razonamiento jurídico"(528).
Se completa el pensamiento sobre el punto relacionado con la función de
garantista que tiene el Estado de los derechos personalísimos especialmente
cuando están involucrados los derechos humanos, al decir que "el agravio del
Estado provincial demandado, referido a que la materia en juzgamiento no es
susceptible de ser canalizada por la vía judicial, por referirse a los derechos a la
vivienda digna, educación, salud, de un grupo familiar en extrema indigencia, con
base en que se afectaría así la separación estricta de poderes, debe ser rechazado,
pues, si bien al Poder Judicial no le corresponde, dentro de su órbita de actuación,
diseñar políticas públicas, sí es garante de aquéllos, ante el incumplimiento de los
programas de inclusión"(529).
Con relación a otro derecho personalísimo, se juzgó que "la acción de amparo es
el instrumento adecuado para atender un caso en el cual una persona transexual en
pos de ejercer su derecho a la identidad busca modificar el asiento registral
correspondiente al género elegido, pues el proceso ordinario —por su amplitud—
vulneraría arbitrariamente el derecho a la intimidad y privacidad, tornando ineficiente
e ineficaz la protección del derecho a la identidad personal, dignidad,
autodeterminación y no discriminación"(530).
En estos casos donde se vulneran derechos personalísimos queda en claro que
su titular, legitimado como víctima directa, puede reclamar su satisfacción que en
muchos casos no solo es dineraria sino que puede adquirir otras modalidades como
es, por ejemplo, el caso de la reclamación de una vivienda digna reclamada al
Estado. Allí se le vulneraba su derecho personalísimo, pero no peticionan una
satisfacción sustitutiva en dinero sino que fue en especie la repuesta compensatoria
dada por la jurisdicción.
En caso del ser humano con sexualidad especial, el menoscabo del derecho
personalísimo que se le estaba produciendo era el no reconocimiento de la misma,
pero no reclamó, además de la adecuada inscripción en el registro de las personas
respectivo que es una satisfacción en especie, el daño ocasionado a sus afecciones
espirituales legítimas que le pudo ocasionar tal negativa que es una consecuencia.
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Más allá del notable interés que despierta el resarcimiento del daño sobre
derechos de carácter personalísimo, cerramos el punto expresando que en algunos
casos es posible satisfacer el interés del legitimado activo, titular del derecho, en
especie y no mediante la concesión de una suma de dinero compensatoria del
perjuicio ocasionado.
Pasando a otra de las categorías enumeradas, específicamente, cuando se hace
referencia a la integridad personal debemos entender que se ha procurado proteger
todos los derechos que tiene la persona sobre su integridad psicosomática y social,
legitimando a la víctima directa para reclamar las consecuencias económicas y las
que no tienen ese carácter pero que se satisfacen en dinero.
Cuando ingresamos a tratar, conforme al texto del artículo, cuáles son las
consecuencias de las afecciones espirituales legítimas, antes denominado daño
moral, debemos recordar que este perjuicio fue descripto como el menoscabo
que sufre una persona en su bienestar psíquico sin que ese estado negativo o
disvalioso sobreviniente (tristeza, dolor, amargura, inseguridad, angustia, etc.)
llegue a configurar una situación patológica como consecuencia de la vulneración
de un derecho o interés generado por un hecho antijurídico y reprochable(531). Como
se colige de este concepto, el legitimado para reclamar el daño moral será aquella
persona que haya recibido antes un daño sobre su persona o bienes y que ese
menoscabo le haya afectado su estabilidad o tranquilidad psíquica produciéndole
uno de los estados disvaliosos antes enumerado sin que se configure patología.
El otras palabras, el daño moral siempre es la consecuencia de la vulneración de
un derecho o interés no reprobado que recaen sobre la persona o sus bienes, razón
por la cual el mismo no tiene, a su vez, consecuencias. Distinto es el caso del daño
psíquico que es patológico y puede ocasionar inclusive daño moral (menoscabo de
menor entidad psíquica por no ser una enfermedad) conforme opina un sector de la
doctrina que ha avanzado en el estudio de esta situación.
Finalmente, las consecuencias de la interferencia ilegítima al proyecto de vida de
la víctima, pueden ser reclamadas por ésta, en cuyo caso se deberán tener en
cuenta todas las consideraciones realizadas respecto de la introducción al plexo
normativo argentino de esta figura que por cierto no tiene un desarrollo nacional en
la doctrina de los tribunales que marque claramente sus perfiles, particularmente, en
lo referido al modo de satisfacer el menoscabo padecido por la víctima.
Sin perjuicio de ello, se concede legitimación activa a quien sufriere la
interferencia antijurídica de su proyecto de vida en forma directa que puede ser, de
igual modo, un tercero en relación a los menoscabos psicofísicos de la víctima
directa, como sería el caso del reclamo que un profesional, padre o madre (médico,
abogado, maestra, etc.) de un hijo con una gran discapacidad sobreviniente de un
accidente, el cual debió cambiar su proyecto de vida para atender las necesidades
de acompañamiento que le exige la nueva situación familiar.
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Estudiantes de abogacia EA! - EA! GRADuados
a) Damnificados indirectos por fallecimiento
La primera alternativa no produce ningún problema interpretativo con relación a
la determinación de quiénes son los legitimados para reclamar los daños y
perjuicios, dado que enumera a los ascendientes, los descendientes, el cónyuge y
quienes convivían con aquél recibiendo trato familiar ostensible.
La legitimación que les concede es a título personal, es decir iure proprio, de
donde podrán reclamar los menoscabos que padecen indirectamente por el
fallecimiento de la persona con quien tenían un trato doméstico, familiar.
La decisión del Código se inclina por consolidar la posición mayoritaria del
pensamiento doctrinario argentino relacionado con el contenido de los daños que
pueden reclamar los legitimados indirectos provenientes del fallecimiento del
interfecto(532).
Este criterio se consolidó en la dogmática nacional con la opinión vertida por
Llambías cuando sostuvo que "no es correcto afirmar que la vida humana tiene per
seun valor pecuniario, porque no está en el comercio, ni 'puede cotizarse en dinero',
es un derecho de la personalidad, el más eminente de todos, que se caracteriza por
ser innato, inalienable, absoluto y extrapatrimonial. Empero, no obstante la
importancia que tiene para el hombre su vida, no constituye un bien en el sentido
que usa esta denominación el art. 2312 como objeto material o inmaterial susceptible
de valor..."(533).
De igual modo, este autor sostuvo que las expresiones de los autores partidarios
de la acción indemnizatoria de la vida vía iure hereditatis, "son
perífrasis(534)elegantes(535), pero que pecan contra la lógica, pues necesariamente el
efecto es posterior a la causa, y siendo el daño efecto de la muerte, ha tenido que
ser sobreviviente, siquiera un instante de razón, a su causa; por lo tanto los
herederos que suceden al difunto en los derechos no inherentes a su persona
existente en cabeza del extinto, antes de su muerte, no encuentran en el patrimonio
del causante, acción resarcitoria alguna originada en el mismo hecho de la muerte,
cuando ya falta el sujeto que pudiese ser portador de ese derecho..."(536).
Sin perjuicio de la clara intención del Código de que únicamente los legitimados
indirectos puedan reclamar iure proprio los daños derivados de la muerte de su
familiar, se debe tener en cuenta, por la importancia que se le da a los derechos
humanos dentro del propio Código y en la Constitución Nacional, el criterio expuesto
por la Cámara de Apelaciones en lo Civil y Comercial de Santa Fe, cuando sostuvo
correctamente que "el beneficio establecido por las leyes 24.411 (Adla, LV-A-7) y
24.823 (Adla, LVII-C-2894) a favor de familiares de desaparecidos durante el
proceso militar no es un bien adquirido iure proprio por aquéllos, pues mediando
fallecimiento comprobado o presuntivo judicialmente declarado del desaparecido, se
trata de un bien recibido iure hereditatis que, por ende, debe ser integrado al acervo
hereditario (art. 1º, ley 24.823) es el que sigue"(537), dado que esta interpretación
sigue los lineamientos de la Corte Interamericana de los Derechos Humanos que
son expuestos constantemente en sus fallos, de los cuales basta con citar la doctrina
revelada en "Aloeboetoe" que es uno de los casos paradigmáticos. En dicho
pronunciamiento se juzgó que "los daños sufridos por las víctimas hasta el momento
de su muerte dan derecho a una indemnización. Ese derecho de las víctimas se
transmite por sucesión a sus herederos". Ello por cuanto, "la indemnización que se
debe pagar por el hecho de haber privado a alguien de su vida es un derecho propio
que corresponde a aquellos que han resultado perjudicados. Por esta razón, la
jurisprudencia de los tribunales internos de los Estados acepta generalmente que el
derecho de solicitar la indemnización por la muerte de una persona corresponde a
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los sobrevivientes que resultan afectados por ella. Esa jurisprudencia establece una
distinción entre los sucesores y los terceros perjudicados. En cuanto a los primeros,
se presume que la muerte de la víctima les ha causado un perjuicio material y moral
y estaría a cargo de la contraparte probar que tal perjuicio no ha existido. Pero los
reclamantes que no son sucesores, tal como se expone más abajo (cfr. infra, párr.
68), deben aportar determinadas pruebas para justificar el derecho a ser
indemnizados"(538).
En síntesis, el Código no autoriza expresamente el reclamo iure hereditatis de los
damnificados indirectos para que puedan reclamar el resarcimiento del derecho
personalísimo que tenía la víctima a vivir que es reconocido por todos los Tratados
Internacionales sobre los Derechos Humanos y la Constitución misma, sino que solo
están legitimados los ascendientes, descendientes, esposa y quienes tenían con el
interfecto trato familiar a reclamar sus propios daños derivados, va de suyo, del
fallecimiento.
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de tal incapacidad excepcional para quedar legitimado para reclamar los daños
propios.
En síntesis, cuando se ha determinado que existe "gran discapacidad" en la
víctima directa, quedan legitimados iure proprio los ascendientes, descendientes, el
cónyuge y quienes convivan con aquél recibiendo trato familiar para reclamar los
daños que sufren como consecuencia de dicha invalidez extraordinaria, que en
algunos casos puede llegar a modificar el proyecto de vida planificado originalmente.
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pues un personalismo originario o genérico con respecto a la pretensión, pese a que
no cuadra entender que existe inherencia personal". Es decir, "el carácter personal
de la acción para requerir el daño moral emanado de los arts. 1078 y 1099 —y
concordantes— no permite el ejercicio de la acción a los herederos iure
succesionis si el causante omitió hacerlo"(542).
Un sector de la doctrina y jurisprudencia(543) entendía la innecesariedad de iniciar
la demanda en vida para transmitir la acción, por cuanto consideraban que el sujeto
que agoniza padece en esa etapa dolor, angustia, desazón, especialmente cuando
toma conciencia de que no podrá prolongar su vida. Por ello no se puede negar que
el menoscabo a las afecciones espirituales legítimas existen antes de morir,
especialmente cuando la agonía es prolongada, no después de fallecido.
Por esa razón, aquellos autores que para descalificar la transmisibilidad, colocan
al daño moral en un momento posterior a la muerte, contradicen, evidentemente,
todos los principios lógicos de la naturaleza. Ello por cuanto si se discute la
transmisibilidad o no es porque existe una noción previa: la víctima directa del
homicidio padeció o pudo padecer el menoscabo moral pero por distintas razones
(que pueden o no compartirse), entre ellas de política legislativa, no se autoriza la
transmisión a sus herederos de la acción para reclamarlos.
A partir de ello se sostenía que era equivocado hacer una interpretación extensiva
del derogado art. 1099, por cuanto formulando una recta hermenéutica, se debía
entender que la regla general es la transmisibilidad mortis causae de toda acción
resarcitoria y la excepciones estaban en esa norma consagrada se referían a
aquellos delitos que solo provocaban daño moral(544).
La decisión legislativa consagrada en el Código que declara la intransmisibilidad
de la acción para formular el reclamo de la indemnización de las consecuencias no
patrimoniales es más amplia en su restricción, por cuanto ya no se trata solo del
daño moral, sino se hace extensivo a la reclamación de todo menoscabo no
económico(545).
En este punto y luego de realizado un pormenorizado estudio del tema que
impone respetar la voluntad del legislador siempre que no contradiga la lógica ni las
normas constitucionales, evidentemente la solución que ofrecía el art. 1690 del
Proyecto de la Comisión Honoraria, dec. PEN 685/1995, en cuyo inc. b) se fijaba
que "la acción por satisfacción del daño extrapatrimonial es transmisible por acto
entre vivos. También lo es a los herederos del damnificado si éste la ha interpuesto
en vida, o ha fallecido dentro de los seis meses de sufrido el daño o cuando se
propuso que la acción se transmitía si se demostraba la imposibilidad de la víctima
para accionar", es técnicamente superior por cuanto tiene en cuenta lo que acontece
normalmente en el diario vivir.
Sin perjuicio de ello, la doctrina judicial que entendía intransmisible mortis
causae de la acción para reclamar el daño moral si no se había impetrado en vida
la acción judicial mantiene su vigencia en el texto del presente artículo
comentado(546).
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en una suma que procure las satisfacciones sustitutivas y compensatorias.
Evidentemente, es una norma abierta que deja al arbitrio judicial la determinación
de las cuantías resarcitorias, pero tiene la trascendencia de situar el método para
cuantificar las sumas resarcitorias fuera de las fórmulas de la matemática financiera.
1. Moderación de la responsabilidad
La norma concede al juez la facultad, no solo de fijar la indemnización sino
también de atenuarla si ello fuera equitativo, tomando en consideración la
composición del patrimonio del deudor, la situación de la víctima y las circunstancia
de hecho.
También regula que esta facultad morigeradora no podrá ser aplicada cuando el
daño a la víctima sea causado por el accionar doloso del responsable de resarcir.
Sin lugar a dudas, esta excepción marca una punición más para quienes actúen con
la deliberada intención de causar daño.
En cuanto a la facultad concedida a los jueces para moderar las sanciones civiles,
es una preocupación constante del Código que introduce, en el capítulo de la
responsabilidad civil, en el art. 1714 cuando la punición fijada para prevenir el daño
resulte excesiva.
La posibilidad de revisar la cuantía indemnizatoria fijada fue introducida al plexo
normativo argentino por la ley 17.711 al incorporar el segundo párrafo en el art.
1069, la cual confería facultades especiales a la jurisdicción(547) para modificar la
misma teniendo en consideración el contenido del patrimonio del deudor, la situación
del damnificado y todas las circunstancias que rodean el caso.
2. Aplicación excepcional
La facultad concedida a la judicatura por la norma tiene carácter excepcional,
dado que favorece al accionado que ha causado un daño sobre la base de una
conducta antijurídica y reprochable. Por ello, corresponde examinar la situación
patrimonial del deudor, considerando al respecto cuál es la dimensión de la
influencia que tiene la suma fijada para resarcir el daño sobre el mismo, dado que
en algunos casos puede que el monto supere el haber del patrimonio tornando en
ilusoria la indemnización. En estos casos, por ejemplo, sería viable la propuesta de
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Moisset de Espanés de indemnizar en forma de renta periódica, dado que le da una
posibilidad a la víctima de percibir una suma durante determinado tiempo sin poner
al patrimonio del deudor en falencia total(548).
Por cierto que será inviable la petición de readecuación de la suma resarcitoria si
el patrimonio es lo suficientemente solvente.
En esa dirección la doctrina de los tribunales apreció que "de la letra de esta
norma se deduce, ab initio, que contemplar la situación patrimonial del responsable
de indemnizar el daño es una facultad de los jueces, pues es prioridad fijar la cuantía
indemnizatoria porque a través de ella se resarcirá el menoscabo sufrido por el
damnificado en su patrimonio o persona. Lo preceptuado es excepcional y su
disposición favorece al demandado, quien debe reclamar su aplicación y probar que
no tiene un patrimonio importante y que la cuantía indemnizatoria fijada lo agrede
sustancialmente. A partir de esta conceptualización y de la letra del art. 361 del CPC
se colige que la carga probatoria le correspondía al Dr. B. y no al actor, fundamento
por el cual la carencia de prueba respecto de la valuación del patrimonio del
demandado juega legalmente en contra de éste impidiendo su aplicación"(549).
También se entendió que "la situación patrimonial del deudor no es la única
circunstancia que el juzgador puede computar en uso de la facultad morigeradora
prevista en el art. 1069 del Código Civil. Empero, dicha amplitud no puede entrar en
colisión con el principio de congruencia procesal, que obliga al juez a fallar de
acuerdo a lo alegado y probado en la causa"(550).
Además de ello, no se puede soslayar la situación de la víctima frente a una
posible limitación de la cuantía resarcitoria, teniendo en consideración, entre otros
factores, el restablecimiento a su salud psicofísica anterior al hecho del dañador.
Con relación a ello se juzgó que "la facultad que [se] confiere a los jueces (...) es
excepcional y de carácter restrictivo, razón por la cual ante la indigencia del
damnificado y los principales demandados, no puede favorecerse al culpable en
desmedro del inocente pues ello sería inequitativo y, si bien cabe admitir que la
situación de los obligados puede hallarse comprometida en función de la condena
penal que los inhibe para ejercer su profesión de médicos, no se ha probado que no
dispusieran de bienes u otros ingresos que les permitan afrontar el cumplimiento de
la reparación"(551).
De igual modo, el magistrado deberá tener en cuenta las circunstancias que
rodean el caso, el tipo de negligencia en el comportamiento, el grado de
discapacidad sobreviniente, circunstancias todas que le formarán una idea acabada
de si es justo o no morigerar la cuantía resarcitoria.
Por ello, se debe apreciar que "el ejercicio por los jueces de la facultad
morigeradora (...) supone previa petición de la parte interesada"(552).
Y, de que en "materia de transporte benévolo deben considerarse aplicables los
principios generales de la responsabilidad civil, ya que, no haciendo la ley distinción
alguna para el caso específico, no puede hacerlo el intérprete, sin perjuicio de la
facultad moderadora que al juzgador le otorga el art. 1069 del Código Civil"(553).
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reproche contra este tipo de conducta al entender que no puede ser premiado el
responsable del deber de responder con una disminución de la cuantía
indemnizatoria cuando su actuación tuvo la intencionalidad de causar el daño.
Por cierto que esta facultad dada por la ley a la jurisdicción debe ser actuada con
la prudencia y razonabilidad que son las virtudes cardinales que debe tener la
magistratura, en la cual el Código confía siguiendo la tradición jurídica argentina.
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cuales se exima de la obligación de indemnizar a los mismos. Ello es concordante
con el art. 17, donde se especifica que el cuerpo humano no tiene valor comercial
como principio general, y solo se le reconoce un valor afectivo, terapéutico,
científico, humanitario o social, pero la disponibilidad de los mismos por su titular
que debe ser voluntaria, no impide su resarcimiento si hubiere mala praxis.
De igual modo, como se comentó anteriormente, cuando una persona se expone
voluntariamente a una situación peligrosa, no justifica el hecho dañoso ni se exime
de responsabilidad a quien lo causare.
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cuando quien presta un servicio debe responder por el perjuicio que ocasione su mal
funcionamiento"(556).
También se interpretó que "la cláusula de exoneración de responsabilidad de la
entidad bancaria por el robo a una caja de seguridad resulta ejercida abusivamente,
pues desnaturaliza el objeto esencial del contrato y el principio de la buena fe, toda
vez que implica una renuncia anticipada del derecho de exigir la reparación de los
daños causados a bienes o intereses patrimoniales del contratante ante un
incumplimiento fundamental del contrato, como es la obligación de custodia y
vigilancia por parte del banco, que desvirtúa la esencia misma del contrato y la
finalidad de la contraprestación por la que aquél paga un precio en dinero"(557).
En sentido similar, "en el contrato de caja de seguridad, la obligación de vigilancia
a cargo del banco forma el centro, el alma, la naturaleza del mismo y, por ello, su
transgresión equivale a un completo incumplimiento del contrato. Por tal razón la
obligación del banco no puede quedar afectada por ninguna cláusula de exoneración
de responsabilidad, la que no puede tener valor alguno, pues implica una renuncia
anticipada de derechos por parte del cliente que desvirtúa la esencia misma del
contrato"(558).
Para completar el panorama jurisprudencial sobre el tema se debe tener presente
la sentencia en la cual se dijo: "el pacto tendiente a liberar al deudor de las
consecuencias patrimoniales del incumplimiento imputable y dañoso de la obligación
asumida, importa la renuncia anticipada del acreedor al derecho de ejercer la acción
indemnizatoria, lo que desnaturaliza el vínculo al suprimir la obligación de responder
derivada del incumplimiento contractual. De todo ello deriva un desequilibrio de tal
entidad entre los derechos y obligaciones de las partes, que compromete el principio
de equivalencia o de máxima reciprocidad"(559).
Esta doctrina jurisprudencial es plenamente aplicable para interpretar el contenido
del art. 1743 que se comenta, dado que interpreta acabadamente su contenido y
finalidad.
1. Introducción
En el artículo se regula la carga de la prueba del daño disponiendo que el mismo
sea acreditado por quien invoca su existencia como presupuesto del deber de
resarcir. Sin embargo, flexibiliza el deber de acreditar cuando la ley impute o
presuma el perjuicio o surja notorio el menoscabo de los propios hechos acaecidos.
Antes de iniciar el análisis del contenido del artículo, corresponde remitir al lector
a los comentarios de los arts. 1734, 1735 y 1736 en los cuales se desarrollaron los
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puntos básicos a tener en cuenta con relación a la carga probatoria, razón por la
cual en el presente nos avocaremos a tratar la problemática específica que presenta
la acreditación del daño.
En ese sentido el razonamiento judicial, en la construcción de la sentencia, verifica
como punto de partida la existencia del perjuicio invocado, dado que es el
presupuesto básico para imputar al victimario el deber de resarcir el perjuicio
ocasionado.
Si hay daño injusto acreditado, se presume la antijuridicidad de la conducta que
lo produjo, conforme al art. 1717.
Luego de imputar de iure el deber de resarcir en el sujeto considerado
responsable, el daño vuelve a adquirir protagonismo en la segunda etapa que es
donde se valora y cuantifica el mismo.
Por ello, primero se debe acreditar la existencia del daño y, para la segunda etapa
del proceso, deberá probar su valoración entendido ello como la definición de qué
es lo que se reclama en cada rubro y la cuantía que se reclama para compensar el
mismo.
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3. La carga probatoria del daño
Con relación específicamente a la carga probatoria del daño acaecido,
básicamente, se adopta el principio general, pero la propia norma marca como
excepción a la regla que la ley impute o presuma o que surja notorio de los propios
hechos.
De la lectura del texto de las excepciones verificamos que asimila imputar un daño
con presumir legalmente la existencia del mismo. Y, en otro sector, se coloca a la
prueba que se presenta evidente de los propios hechos.
Sin perjuicio de ello, corresponder advertir que la carga probatoria no se agota
con acreditar la existencia del daño, sino que es menester, de igual modo, aportar
al proceso los elementos de convicción que le permitan al juez realizar la justa
cuantificación en dinero de los daños acreditados.
Por otro lado, corresponde completar el estudio del tema teniendo en cuenta el
razonamiento que deben efectuar los jueces, conforme sea que tengan o no en los
antecedentes de la causa prueba suficiente del daño producido que le facilite la tarea
de cuantificar la suma resarcitoria(561).
Ante la falencia probatoria para llevar a cabo la cuantificación del daño, la ley
adjetiva autoriza a la jurisdicción para fijar el importe de la condena en cantidad
líquida o establecerá, por lo menos, las bases sobre las que haya de hacerse la
liquidación de la condena siempre que su existencia esté legalmente comprobada,
aunque no resultare justificado su monto, conforme se regula en el art. 165 del
Código Procesal Civil de la Nación y en los códigos provinciales que siguen su
normativa.
Con relación al punto se consideró que "respecto a los daños cuya indemnización
se reclama, es obligación de quien los aduce, probarlos fehacientemente, trayendo
al litigio la información necesaria para su determinación por el Juzgador, pues no
cabe acordar indemnización sobre la base de meras conjeturas, si no media la
indispensable prueba del daño efectivamente sufrido, por cuanto para que ésta sea
resarcible, es menester que sea cierto, es decir, que no debe ser eventual o
hipotético, ni fundarse en suposiciones no probadas o en posibilidades abstractas,
sino que es necesario demostrar su realidad concreta. Respecto al daño emergente,
como en este caso la incapacidad alegada —a diferencia de la flexibilidad que puede
llegar a tenerse frente al lucro cesante— deben aplicarse con todo rigor las reglas
que rigen el onus probandi, pues no resulta ajustado a derecho reconocer sin más
la reparación reclamada, ya que la restituto ad integrum, no es automática, debiendo
siempre demostrarse la existencia de los perjuicios cuyo resarcimiento se pretende.
Se tiende a evitar de esa manera, el enriquecimiento injusto del presunto
damnificado, a costa del que se considera responsable, correspondiendo por lo
mismo en tal supuesto al demandante acreditar el daño alegado, ya que el
pretendido hecho ilícito, no puede constituir una fuente de lucro para quien se
considere víctima de aquél"(562).
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Las excepciones se relacionan con la imputación legal de determinado
menoscabo o la presunción de su existencia. En este punto el término "imputar"
empleado se relaciona más con la atribución de responsabilidad y no,
específicamente, con señalar que determinado daño es atribuible a determinada
persona. El punto está en la posibilidad o no de producir prueba en contrario, que
en el caso de ser una imputación legal, en la cual se le atribuye objetivamente a una
persona el deber de reparar el daño sin darle posibilidades de eximirse, estaríamos
frente a un caso puro de imputación, como acontece en otras legislaciones donde
se regula que cuando un menor o un discapacitado recibe un daño se lo debe
resarcir siempre.
En este sentido, cabe recordar el trabajo de Kemelmajer de Carlucci donde
expresa que "la tremenda cantidad en los cuales niños resulta afectados por grandes
incapacidades exige una legislación más protectora de su salud, de su cuerpo, de
sus posibilidades de desarrollo. Por eso el ordenamiento debiera crear respecto de
estas víctimas, especialmente débiles, un régimen especial, a la manera hecha por
la ley francesa del 5 de julio de 1985, llamada Ley Badinter en homenaje al autor del
proyecto. Recuérdese que el art. 3º, segundo párrafo de este ordenamiento dispone
que si la víctima tiene menos de 16 años es indemnizada en todos los casos, de los
daños sufridos en su persona"(563).
Es decir, con precisión técnica estamos frente a una imputación de iure de
responsabilidad resarcitoria que se fundamenta en principios objetivos que
normalmente tienen vinculación con justificaciones de carácter social, sin tener la
posibilidad jurídica de producir prueba de descargo.
En cambio, cuando se hace referencia a las presunciones de daños, por su
naturaleza y cualquiera que fuere su tipo, siempre existe la posibilidad de acreditar
la inexistencia del perjuicio porque con ellas se conjetura el menoscabo a partir de
tener indicios o señales. En otras palabras forma parte de la naturaleza de la
presunción la posibilidad de producir prueba en sentido contrario, ésta es la razón
por la cual se eliminó del argot jurídico la vieja clasificación de presunciones iuris et
de iure que eran verdaderas imputaciones. Es decir todas las presunciones para ser
tal son iuris tantum.
Al respecto, se conocen básicamente dos tipos:
Las legales que son aquellas que la norma entienden como menoscabos
acaecibles en determinadas circunstancias, como acontece, verbigracia, cuando se
produce el fallecimiento de una persona conforme a la letra del art. 1745, razón por
la cual el cónyuge sobreviniente, los hijos de menores de 21 años no tienen la carga
de probar los daños enumerados.
Y, por otro lado, existen las hominis(564), respecto de las cuales Chiappini recuerda
que "la ley llama presunciones a los mismos hechos con los cuales se argumenta la
existencia de otros hechos; pero más propiamente tales hechos se llaman
indicios"(565). En otros términos, el indicio es el hecho conocido, el cual ha sido
debidamente acreditado en juicio, de cuya existencia se tiene plena certeza, el cual
es susceptible de llevarnos por vía de inferencia, al conocimiento de otros hechos
desconocidos o ignorado o de difícil prueba directa atendiendo las particularidades
del caso. Ello acontece cuando no se exige la prueba del daño moral ante el
fallecimiento de un familiar, porque de la experiencia de vida se presume su
existencia.
Las primeras, evidentemente, son aquellas que el legislador, como observador de
la realidad de la vida y en función de las políticas legislativas, elevó a rango de
norma, razón por la cual, como dice el art. 315 del Código Procesal de Córdoba:
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"tienen el valor probatorio que la ley de fondo les reconoce". Estas presunciones
legales tienen como característica que reglan determinada situación o hipótesis, son
concretas al marcar la circunstancia presumida y quién se beneficia con ello.
En cambio, las presunciones judiciales se pueden presentar de modo distinto: o
como prueba o, como parte del razonamiento del juez al momento de construir la
sentencia(566).
Sobre el punto, Fenochietto - Arazi, entre otros autores, señalan que "se
denomina presunción legal de hecho a la afirmación legal de la existencia de un
hecho que define un efecto jurídico por su deducción de una circunstancia extraña
a él...", aclarando que "no deben confundirse con las 'presunciones no establecidas
por la ley' (art. 163, inc. 5º, CPN) o presunciones hominis(567), en las cuales la
consecuencia jurídica la deduce el juez de la existencia de otros hechos 'reales y
probados': En este supuesto, los hechos deben ser afirmados y probados y entran
dentro de la 'carga de la prueba' a distribuir entre las partes; mientras que si la ley
'presume un hecho' (presunción legal de hecho), el juez lo aplicará de oficio, aunque
la parte no lo invoque, siempre que se acredite el presupuesto de la
presunción"(568)y(569).
Para que se configure una presunción judicial y sea tenida en cuenta al momento
de dictarse la sentencia, se exige para que produzca convicción en el juzgador que
sean hechos reales y acreditados, en número suficiente y con la precisión, gravedad
y concordancia necesaria para ser aplicada racionalmente empleando las reglas de
la sana crítica. Va de suyo que, de igual modo, se deberá tener presente la
naturaleza del juicio y del asunto que se encuentre sometido a la decisión de la
jurisdicción.
Finalmente, debemos tener en cuenta que se regula como una categoría
autónoma al daño notorio que no es presumido sino que está a la vista y no necesita
de ser acreditado por ser evidente en su existencia, pero se deberán probar las
consecuencias que del mismo se derivan y el monto que satisface el resarcimiento.
Llevadas estas enseñanzas a las presunciones de daño (que constituyen una
categoría distinta a las presunciones de culpa o de responsabilidad), se infiere la
existencia del perjuicio cuando se acredita en juicio la existencia del hecho dañador
y la dimensión del menoscabo padecido directamente por la víctima. Y, cuando se
ha producido el fallecimiento, por la prueba de la proximidad del vínculo familiar que
tenía con el reclamante.
Sin perjuicio de lo expuesto es dable anotar que otra de las características
salientes de las presunciones, sean legales o judiciales, para ser tales es la
factibilidad de ser descalificadas por prueba en contrario o, cuando es una
elaboración racional de la jurisdicción, la posibilidad de descartar su procedencia
cuando hayan hechos acreditados que destruyan algunos de los indicios que llevan
a la construcción de la presunción judicial o legal de daño(570).
En ese sentido, cuando el damnificado es directo, probado el hecho generador
del perjuicio y la dimensión del perjuicio, quien pretenda eximirse de resarcir, por
ejemplo, el daño moral, deberá acreditar que ello no le ha producido un menoscabo
en su bienestar psíquico no patológico.
Conforme fue expuesto, es carga del damnificado acreditar la existencia del daño
y su dimensión a los fines de su cuantificación.
Sin embargo, existe la posibilidad de que el daño quede acreditado en el proceso,
pero no exista prueba suficiente para realizar la cuantificación del mismo. En esta
hipótesis, no se podrá desestimar la reclamación por esta falencia procesal que debe
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ser suplida por la jurisdicción dado que la ley adjetiva le impone el deber de
individualizar la suma dineraria resarcitoria cuando la existencia del daño esté
legalmente comprobada (art. 165, Código Procesal Civil y Comercial de la Nación y
concordantes provinciales).
Sobre una lectura correctora de los alcances del vocablo "impute" que emplea el
art. 1744, extendemos a la presente glosa lo dicho en la correspondiente al art. 1736.
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Art. 1745.— Indemnización por fallecimiento.
En caso de muerte, la indemnización debe consistir en:
a) los gastos necesarios para asistencia y
posterior funeral de la víctima. El derecho a
repetirlos incumbe a quien los paga, aunque sea
en razón de una obligación legal;
b) lo necesario para alimentos del cónyuge, del
conviviente, de los hijos menores de veintiún años
de edad con derecho alimentario, de los hijos
incapaces o con capacidad restringida, aunque no
hayan sido declarados tales judicialmente; esta
indemnización procede aun cuando otra persona
deba prestar alimentos al damnificado indirecto; el
juez, para fijar la reparación, debe tener en cuenta
el tiempo probable de vida de la víctima, sus
condiciones personales y las de los reclamantes;
c) la pérdida de chance de ayuda futura como
consecuencia de la muerte de los hijos; este
derecho también compete a quien tenga la guarda
del menor fallecido.
1. Introducción
En los artículos precedentes se comentó que los damnificados indirectos poseen
esa calidad porque su reclamación se genera a partir del fallecimiento ilícito de la
persona que tiene con ellos vinculación como ascendientes, descendientes,
cónyuge y los que reciben un trato familiar ostensible.
Además, se precisó que los sujetos antes mencionados para peticionar la
indemnización de las consecuencias no patrimoniales tienen legitimación a título
personal. Es decir, la reclamación solo la podrán hacer iure proprio, por su propio
derecho, por los daños que ellos reciben como efecto del fallecimiento del familiar.
La norma regula varias hipótesis de daño derivados de la muerte, a saber.
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Ello significa que si el gasto fue realizado con dinero del propio fallecido, sus
herederos tendrán derecho a repetirlo de quien fue responsable de causar la muerte.
Si el dinero con el cual se abonó pertenece al peculio del familiar o de un tercero,
éstos podrán reclamar su restitución directamente por su propio derecho.
De igual modo, se abre la posibilidad para que las obras sociales u otros sistemas
de coberturas como es, por ejemplo, los seguros de sepelio, que asumen este tipo
de gasto, puedan reclamar directamente del responsable del deber de resarcir el
reintegro de las sumas abonadas, mas teniendo en cuenta que un daño a la persona
puede llevar algún tiempo de agonía con gastos asistenciales importantes que son
asumidos por dichas entidades de prevención y, hasta por el mismo Estado nacional,
provincial o municipal donde atienden en sus hospitales públicos a personas
víctimas de ilícitos. Todos tendrían legitimación para reclamar la restitución de
dichos gastos.
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Como se colige de una rápida lectura del mismo, permite entender que se regla
una presunción legal de daño a favor del cónyuge, del conviviente registrado y de
los hijos menores de 21 años.
Ello implica que el resto de los posibles legitimados deberán acreditar el aporte,
sea material o asistencial, que el fallecido realizaba en su favor. Queda, para un
apartado especial, el análisis de la situación de los hijos mayores pero que no han
cumplido los 25 años y del conviviente no registrado(575), conforme al art. 511 que
recibían aporte del fallecido, quienes tendrán la carga probatoria de la recepción de
aportes del fallecido.
Como última acotación, es ineludible advertir que, a contrario del método
matemático financiero previsto para calcular el resarcimiento de la incapacidad
sobreviniente, en caso de fallecimiento no fija expresamente ese parámetro para
llevar a cabo la cuantificación del daño padecido por los familiares. Sin embargo,
cabe advertir que los defensores del método financiero, sin lugar a hesitación,
propondrán su utilización para cuantificar el valor del daño derivado de la muerte a
los familiares, porque ya es aplicado, contrariando la norma derogada del Código
Civil que expresamente había consagrado como método el arbitrio judicial, como
ocurre en la jurisdicción de Córdoba. Así ha sido expresado por sus cultores en las
Quintas Jornadas Sanjuaninas de Derecho Civil y Primer Congreso Internacional de
Derecho Privado, realizadas en San Juan entre el 13 y 15 de mayo del 2015.
Ahora bien, como decíamos que esta norma sigue básicamente el temperamento
del derogado art. 1084 del Código Civil con modificaciones no sustanciales, todas
las explicaciones realizadas respecto del antes vigente artículo mantienen su validez
en cuanto a la consideración de que se trata de una presunción de daño mínimo que
no impide la reclamación de otro tipo de perjuicios, especialmente de las
consecuencias patrimoniales derivadas del fallecimiento que padecen sus
familiares.
En ese sentido, se debe tener presente que más allá de los daños presumidos
existe la posibilidad de reclamar por las víctimas indirectas del homicidio, una vasta
gama perjuicios no presumidos por la ley sustantiva en su favor que nacen primero
del principio constitucional de reparación plena.
Ante el texto del inc. b) del art. 1745, que en el marco de la indemnización por
fallecimiento la extiende a "lo necesario para alimentos (...) de los hijos menores de
veintiún años de edad con derecho alimentario", se plantea la duda acerca de si esa
obligación alimentaria alcanza también al "hijo mayor que se capacita" hasta que
alcance la edad de veinticinco años, que el art. 663 incluye en el débito alimentario
de los progenitores.
En cuanto a la necesidades alimentarias "de los hijos incapaces o con capacidad
restringida, aunque no hayan sido declarados tales judicialmente", tal asignación
impondrá la previa acreditación suficiente de la afectación de la capacidad y de su
grado.
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4. Los métodos empleados para la cuantificación
En el comentario del presente artículo se debe tener presente que en la parte in
fine, el artículo fija una pauta concreta de cómo debe el juez valorar y cuantificar la
pérdida de chance de ayuda futura cuando se produzca el fallecimiento de los hijos,
legitimando fuera de los padres, expresamente a quien tenga la guarda del menor
fallecido.
Como primer detalle a evaluar, es el referido al empleo del término "también", lo
cual genera una problemática interpretativa, dado que se puede entender que los
padres pueden junto a los que tienen la guarda reclamar la chance o, por el contrario,
que ello es excluyente. En ese sentido, se debe estar a los antecedentes de cada
causa en particular que pueden ser diferentes y, con ello, distintas las esperanzas
de ayuda futura del menor. Es decir, siguiendo los lineamientos de la reparación
plena no se debe descarta ab initio la posibilidad de reclamo conjunto, porque no se
podrán indemnizar los mismos menoscabos, que en cada legitimado debe ser
diferente.
Avanzando en los métodos empleados y definidos por el Código, a prima facie,
se debe reconocer que es intención del legislador descartar totalmente las
posibilidades de reclamar vía iure hereditatis el resarcimiento económico del
derecho a la vida que tenía el interfecto como derecho personalísimo en forma
independiente totalmente de los perjuicios que pueden reclamar iure proprio sus
familiares y las personas con trato doméstico.
Como se ha sostenido: "no hay razón lógica ni jurídica que impida reconocer en
una normativa, primero, que el derecho a la vida es un derecho fundamental y
personalísimo de cada ser humano del cual cuando existe un homicidio, el primer
damnificado es la propia víctima que pierde ese derecho. Nada impide reconocer el
resarcimiento de ese derecho y su transmisibilidad iure hereditatis con
independencia de los menoscabos que los familiares y terceros pudieren padecer
los cuales pueden ser reclamados en paralelo. Este reconocimiento, ya aceptado
por la CIDH, permitirá iniciar el camino hacia un mejor sistema resarcitorio que dé
respuestas indemnizatorias justas en tiempo razonable, en el cual se haga primar el
interés de las víctimas en un adecuado equilibrio con los intereses económicos
involucrados en el resarcimiento de los daños"(576).
Pero, más allá de ello, el criterio que adoptó el legislador es que las reclamaciones
de los damnificados indirectos deben ser iure proprio, y al respecto se han elaborado
distintos métodos que deben ser conocidos por el lector, puesto que se observa el
contenido del quid resarcible desde distintas ópticas que hoy debemos analizarlas
en su procedencia, a la luz de si son compatibles o no con los principios (normas
operativas) contenidos en los Tratados Internacionales sobre los Derechos
Humanos suscriptos por la Argentina y adoptado como fuente, en el art. 1º por el
Código.
La diferencia esencial entre estas teorías se verifica en la extensión del
resarcimiento, dado que el método materialista propone, básicamente, reparar
únicamente el aporte de los bienes económicos que el extinto producía y que eran
destinatarios los damnificados indirectos. En cambio, la integral, espiritualista o
solidario, además de tener en cuenta el aporte económico del interfecto a sus
familiares entiende indemnizable las contribuciones de cooperación, solidaridad, de
asistencia que forman parte de la vida doméstica que los legitimados se ven privados
a partir del fallecimiento.
En los puntos siguientes examinaremos las variantes elaboradas en su evolución
por los mentores de la doctrina de la reclamación iure proprio.
202
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a) Lineamientos básicos de la cuantificación del valor vida per
se
Las ideas de quienes adoptaron este razonamiento para cuantificar,
especialmente, el daño resarcible derivado de la frustración de la vida de personas
ancianas, niños, etc., fueron elaboradas en la primera mitad del siglo XX, antes de
la reforma introducida al art. 1078 del Código Civil por la ley 17.711 (BO, 26/4/1968
y Fe de Erratas BO, 5/5/1968), cuando se negaba indemnizar el daño moral si no
provenía de un delito.
Por cierto que este criterio, a pesar de haber sido elaborado con anterioridad a
los otros, se utiliza aún en los considerandos de los fallos, particularmente cuando
la suma resultante como indemnizatoria resulta irrisoria y, por ende, socialmente
injusta.
Los postulados básicos de esta corriente de pensamiento pueden sintetizarse del
siguiente modo:
1) La vida humana, por sí misma, tiene valor económico, cuya pérdida debe ser
indemnizada con independencia de lo que efectivamente produce.
2) Ello, por cuanto la vida constituye un bien de valoración; la muerte se levanta
como un perjuicio irrefutable, en atención a las potencialidades suprimidas y basta
la comprobación de esa realidad, por lo que la falta de otras pruebas no impide
reconocer el derecho.
3) En consecuencia, ante su pérdida ilícita debe ser resarcida aun cuando no se
pruebe un perjuicio concreto ocasionado a los damnificados indirectos de la víctima.
4) En otras palabras, su extinción en forma ilícita significa a sus causahabientes
un perjuicio de tipo patrimonial, no siendo imprescindible a los efectos de establecer
la indemnización la prueba del verdadero perjuicio.
5) La acción para reclamar el resarcimiento de los daños se introduce iure proprio.
6) Esta presunción de daño hominis se aplica, esencialmente, para cuantificar el
perjuicio resarcible cuando la persona fallecida es de edad adulta, la cual había
superado su tiempo económico productivo o, en el caso de los niños de corta edad,
que aún no han definido su perfil económico.
7) Asevera que descartar el resarcimiento de las personas con incapacidad para
producir bienes económicos resulta repugnante a la regla moral(577).
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a) La primera tiende a marcar las razones por las cuales estima que no
corresponde indemnizar la vida del interfecto, como damnificado directo, sino
exclusivamente el daño que sufren los terceros; es decir, damnificados indirectos.
b) El segundo itinerario argumental tiende a definir el método indemnizatorio,
fijando su límite.
Con relación al primer aspecto, en general los autores y magistrados que siguen
esta opinión, coinciden en expresar que
1. La vida humana no tiene por sí un valor pecuniario porque no está en el
comercio ni puede cotizarse en dinero, es un derecho de la personalidad, el más
eminente de todos que se caracteriza por ser innato, inalienable, absoluto y
extrapatrimonial(578).
2. Para el hombre, su vida no constituye un bien en el sentido que usa esta
denominación el art. 2312 del Código Civil.
3. El derecho al resarcimiento no nace en cabeza del muerto, sino del deudo que
se ve privado de su sostén económico.
Con relación a la segunda línea de razonamiento se asevera que
1. Lo que se llama elípticamente valoración de la vida humana no es otra cosa
que la cuantía del perjuicio que sufren aquellos que eran destinatarios de todo o
parte de los bienes económicos que el extinto producía, desde el instante en que
esta fuente de ingreso se extingue.
2. No cabe considerar resarcible el valor vida humana per se, sino el perjuicio que
sufren aquellos que recibían aportes económicos y beneficios derivados de la
actividad productiva de la víctima.
3. El daño material que sobreviene a la defunción de una persona lo sufren original
y derechamente los parientes o damnificados indirectos que resultan
patrimonialmente afectados y no la víctima.
4. La vida solo tiene valor económico en consideración a lo que produce o puede
producir(579).
Si no hay daño económico, entendido éste como la pérdida del aporte material
realizado por el interfecto a sus familiares vinculados, no existe perjuicio
indemnizable.
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El dejar al arbitrio judicial la cuantificación del daño padecido por los terceros que
reclaman el daño por fallecimiento iure proprio con el contenido normativo de la
parte final del inc. b), donde se regula que el juez, para fijar la reparación, debe tener
en cuenta el tiempo probable de vida de la víctima, sus condiciones personales y las
de los reclamantes. No dice allí que el juez deba aplicar las fórmulas de la
matemática financiera previstas en la norma siguiente.
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CNCiv., sala L, 11/2/2009, "Sudrot, Alfredo c. Rosa Vázquez, Claudio Antonio y
otro", LA LEY, 2009-D, 92; CNCiv., sala L, 28/4/2009, "Fernández, Liliana Mónica y
otros c. Bonavera, Walter Oscar y otros", LA LEY, 2009-E, 435, con nota de José
Luis Correa; CNCiv., Sala L, 14/8/2009, "Lemos, Iris de Luján y otros c. Corporación
de Obras y Servicios y otros", La Ley Online; etc.).
Santos Cifuentes puso de resalto que "El criterio de la producción y de los
resultados económicos de un trabajo, coyuntural e históricamente comprobado, se
queda con la parte más sórdida del valor de la vida que, por cierto, tiene otros
ámbitos, otras expresiones y otras expansiones valorables patrimonialmente
hablando pero que no se ajustan estrictamente al cuanto y al debe de una entrada
lucrativa ocasional, temporal y determinada. Si no fuera así, un jubilado a quien se
le resta el 90 % de aptitud vital, no tendría vida valorable" (CNCiv., sala C, 2/12/1993,
"Shartes, Norma c. Herrera, Ramón", LA LEY, 1994-B, 347).
La vida tiene, más allá o más acá de sus posibilidades productivas concretas, un
valor psicoenergético por sí misma, donde las ganancias no son más que un dato
no decisivo para su valuación (conf. CNCiv., sala C, 22/9/1994, "S., J. J. y otro c.
Clínica San Pablo SA y otros", LA LEY, 1995-C, 625; DJ 1995-2, 1014; CNCiv., sala
C, 14/12/1993, "Ortiz, Juan C. y otro c. Cabrera, Oscar E. y otros", LA LEY, 1994-C,
168; CNCiv., sala C, 2/12/1993, "Shartes, Norma c. Herrera, Ramón", LA LEY, 1994-
B, 347; DJ 1995-2, 440).
La vida es un bien en sí mismo; "la persona vale sin más" (MORELLO, Augusto M.,
"El valor de la vida humana", LA LEY, 2000-D, 466; RCyS, 2013-VII-237).
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haber sido invocada en los agravios (fs. 904 vta./906), la Cámara se apartó de la
doctrina sentada por la Corte en 'Arostegui' (Fallos: 331:570). Es que en el memorial
recursivo, la actora había alegado que debía determinarse una indemnización
prescindiendo de las fórmulas matemáticas, puesto que tales pautas fueron
catalogadas por la Corte como reduccionistas y opuestas a la reparación integral del
menoscabo, atento a que atienden a la persona humana en su faz exclusivamente
laboral, sin apreciar los otros órdenes de la vida del trabajador que se ven afectados
por el daño. Lo anterior, sin embargo, no fue receptado en la sentencia impugnada.
En tal sentido, cabe recordar que en el precedente 'Aquino', esa Corte destacó que,
frente a supuestos regidos por el principio alterum non laedere, debe tenerse en
cuenta la consideración plena de la persona y los imperativos de justicia de la
reparación seguidos por nuestra Constitución y, de consiguiente, por el Tribunal, que
no deben cubrirse solo en apariencia (v. Fallos 327:3753, cons. 7°). La
descalificación de la LRT en los términos de esa doctrina obedeció, precisamente,
a que la regla no reconocía otro daño que no fuese la pérdida de la capacidad de
ganancias, pues sólo indemnizaba daños materiales y, dentro de éstos, únicamente
el lucro cesante: pérdida de ganancias, que evaluaba, asimismo, menguadamente
(cfse. Fallos: 327:3753, cons. 6°; cons. 9° del voto de los ministros Belluscio y
Maqueda; y cons. 11 del voto de la jueza Highton de Nolasco). Tales extremos no
fueron justipreciados por el pronunciamiento en crisis, el que —sin más— redujo el
monto de condena con la sola referencia a que en el sistema financiero, el capital
respectivo, podría otorgar una renta del 8.25% anual según la tasa pasiva del Banco
de la Nación, con lo que se podría obtener un ingreso mensual equivalente al 74%
del salario ($1.725,37), es decir, $1.276,50 por mes. Sobre esa base, en términos
meramente conjeturales, dispuso un capital nominal de $ 207.430, aunque, lo
reitero, sin proveer razones que justifiquen la reducción a ese importe en relación
con los factores tenidos en cuenta en primera instancia y los demás elementos que
la actora puntualizó en sus agravios. En el caso, el actor añadió que debía tenerse
en cuenta la pérdida de la chance futura, en cuanto le resta una capacidad del 26%
de la total obrera, que le imposibilita el acceso a un nuevo empleo que le permita
mantener a su familia —esposa y tres hijos menores— como lo venía haciendo hasta
la ocurrencia del infortunio, máxime, cuando no existió recalificación. Ello afecta no
solo su aptitud laboral, sino también su vida de relación, extremos que fueron
considerados en los antecedentes citados y que no se abordaron en el sub lite. Esos
aspectos debieron también considerarse a fin de evaluar el daño moral, por la
gravedad del detrimento y su repercusión en el proyecto de vida del damnificado.
En tal sentido, la Corte sostuvo que el valor de la vida humana no resulta apreciable
solo sobre la base de criterios exclusivamente materiales, ya que no se trata de
mensurar en términos monetarios la exclusiva capacidad económica de las víctimas,
lo que vendría a instaurar una suerte de justicia compensatoria de las
indemnizaciones según el capital de aquéllas o según su capacidad de producir
bienes económicos con el trabajo, puesto que las manifestaciones del espíritu
también integran el valor vital de los hombres (Fallos: 327:3753; cons. 3°; voto de
los jueces Maqueda y Belluscio, cons. 6°; y voto de la jueza Highton de Nolasco,
cons. 10. Asimismo, Fallos: 329:473, voto de la jueza Argibay, cons. 7°; y Fallos:
331:570, cons. 5°). A su vez, en el precedente "Milone" (Fallos: 327:4607), la Corte
sostuvo que debía evaluarse si la indemnización consagraba una reparación
equitativa, o sea, que resguarde el sentido reparador en concreto; al tiempo que,
con cita de tratados sobre Derechos Humanos, aseveró que una reparación
inadecuada mortifica el marco de libertad constitucionalmente protegido resultante
de la autonomía del sujeto alcanzado usualmente el trabajador y, en su caso, la
familia de éste, que experimenta una profunda reformulación de su proyecto de vida
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(en esp., cons. 5° a 7° y 9°; Fallos: 331:570, cons. 6°, y Fallos: 331:1510; en esp.,
cons. 2° a 4° y 7°)"(582).
El criterio a partir de no discriminar el origen de la muerte (laboral o civil) armoniza
en plenitud con el sistema integrado por la Constitución Nacional, Tratados
Internacionales sobre los Derechos Humanos y el Código Civil y Comercial, donde
no hay clases de fallecidos sino personas humanas que dejan de existir por distintas
causas que en algunos casos pueden tener regímenes especiales de resarcimiento.
El ser humano es igual en su esencia y diferente culturalmente (lo cual le da su
identidad social). A partir de ello, aporta a sus familiares no solo bienes materiales
provenientes de su capacidad laborativa, sino también aportes asistenciales, de
servicios, afectivos, etc., que, de igual modo, deben ser tenidos en cuenta al valorar
y cuantificar los daños derivados de su fallecimiento, porque los legitimados para
reclamarlos se ven privados de los mismos.
1. Introducción
La norma para calcular la indemnización que le corresponderá a la víctima por
lesiones o incapacidad física o psíquica introduce una fórmula de la matemática
financiera.
Antes de avanzar en el comentario, cabe consignar que resulta innegable la
imperiosa necesidad que tiene el sistema jurídico argentino de buscar mecanismos
para que la cuantificación de los daños a la personas sean más o menos
homogéneas dado que el arbitrio judicial generó, a lo largo de la historia de su
implementación, cuantías resarcitorias de muy diverso monto.
En la búsqueda de uniformar los resarcimientos se elaboraron distintos criterios,
como es la ponderación judicial indicativa, la técnica del punto calculada con base
en la ponderación de los fallos dictados, etcétera.
Pero en nuestro país, las diferencias en las cuantías resarcitorias no es
responsabilidad exclusiva de los criterios judiciales sino que se debe tener presente
que se vive en una sociedad con una economía inestable que desde hace muchos
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años, especialmente desde 1975 en adelante, se conjugaron ciclos monetarios de
estabilidad, inflación e hiperinflación que modifican el poder adquisitivo de la
moneda con la cual se cuantifica la compensación del daño. Es decir, no podemos
programar soluciones que funcionan en economías con moneda que gozan de
estabilidad.
Sin perjuicio de ello, el problema resarcitorio tiene tres vértices que se deben
autorrealimentar para procurar vivir en una sociedad más justa: a) la reglamentación
de la actividad generadora del daño; b) el modo de resarcir los daños que ocasionan
y, c) el aseguramiento adecuado de esos perjuicios.
El ejemplo más claro está en la circulación de automotores, donde la ley de
tránsito debe reglamentar, como lo hace, la actividad y fija para todo el territorio
nacional el seguro obligatorio(583), pero el sistema falla totalmente cuando debemos
compatibilizar las cuantías resarcitorias con las estimaciones de riesgo empresarial
de la actividad aseguradora. Estos desfasajes llevan a que los resarcimientos se
dilaten en el tiempo contradiciendo el principio de tener acceso la víctima a una
justicia rápida, y lo más grave a un justo resarcimiento. Por otra parte, ya la historia
enseñó cómo se quebró todo un sistema de aseguramiento con soluciones que solo
tienen en cuenta el interés de un sector y no el de la sociedad toda, que por cierto
incluye los intereses de las víctimas y de las aseguradoras, en un justo equilibrio.
Esta temática jurídico social, que es por demás compleja, no tendrá solución
razonable si no se toma conciencia de que debe ser tratada con responsabilidad y
poniendo equidistancia entre los intereses involucrados para que ninguno de ellos
prevalezca en desmedro del otro sector.
La introducción de la fórmula de la matemática financiera para resolver la cuantía
resarcitoria, más allá de la buena intención de creer que con ella se llegará a una
cuantificación similar para casos semejantes, por su estructura ontológica será
fuente de fuertes debates entre quienes siguiendo las pautas de considerar al ser
humano como el centro del derecho defendiendo soluciones pro homini y quienes,
desde una óptica economicista tratan a los padecimientos y características del
hombre como elemento a ponderar con la matemática, sin interpretar que hay algo
más en su actividad que no puede ser aprehendido en una fórmula.
Va de suyo, que siempre está latente el interés por disminuir la cuantía del
resarcimiento por un lado y, por el otro sector de interés, en tratar de elevar la misma.
Éste es el juego jurídico económico dentro del derecho de la responsabilidad.
Por ello, cuando a pesar del mandato del Código, se sostenga que el empleo de
las fórmulas de matemática financiera no atan al juzgador y es solo una primera
aproximación a la cuantía resarcitoria, ello debe ser analizado cuidadosamente en
los considerandos exponiendo las razones por las cuales se incrementa y disminuye
el monto resultante, para no quedar en una mera declaración dogmática o, más
grave aún, contradiciendo los preceptos constitucionales de conceder una
reparación integral(584).
210
Estudiantes de abogacia EA! - EA! GRADuados
determinación de un capital, de tal modo que sus rentas cubran la disminución de la
aptitud del damnificado para realizar actividades productivas o económicamente
valorables, y que se agote al término del plazo en que razonablemente pudo
continuar realizando tales actividades.
El primer tema que debe quedar en claro es la inequívoca voluntad del legislador
de autorizar la aplicación de una fórmula de la matemática financiera en este art.
1746, únicamente para calcular el monto indemnizatorio proveniente de lesiones o
incapacidad física o psíquica. Su aplicación es restrictiva a esta hipótesis y no
puede, sin vulnerar la voluntad de la ley, ser aplicada para calcular el daño padecido
por los familiares cuando se produce el fallecimiento de la víctima, una gran
discapacidad o el daño moral.
Sin perjuicio de ello, corresponde analizar cada uno de los elementos
componentes de la fórmula que, como se podrá apreciar, no puede soslayar el
principal problema que es la injerencia del arbitrio judicial en la suma final resultante
con lo cual el propósito básico, uniformar las cuantías en casos similares, no se
podrá lograr acabadamente.
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b) La actividad productiva o económicamente valorable incluida
en la fórmula
La norma estatuye que se tendrá en cuenta, como elemento para el cálculo de la
indemnización aplicando la fórmula, a las actividades productivas o
económicamente valorables.
Este mandato tiene una clara estirpe materialista porque contempla
exclusivamente el aspecto económico de la persona, lo que puede producir y
generar rentas, dado que el juez deberá evaluar estas labores y fijar una suma
dineraria que representará en la fórmula, la remuneración mensual o anual que se
colocará para el cálculo.
Y ahora vienen los primeros problemas hermenéuticos.
En el primer lugar, si es una actividad laboral bajo relación de dependencia no
habría problema sustancial porque corresponde tomar la suma de los 13 sueldos
(12 mensuales más el aguinaldo completo), como suma para la fórmula.
Pero si el ser humano no trabaja bajo relación de dependencia, sino en forma
independiente, el acreedor deberá acreditar cuál es su ingreso anual sin aplicar, por
cierto, un plus por aguinaldo porque no está contemplado para este tipo de actividad.
En este caso, será una prueba muy importante las declaraciones juradas de ingresos
que se hace ante la entidad pública recaudadora de impuestos, especialmente la
categoría en la cual esté inscripta la víctima por la presunción que da esa denuncia
de sus ingresos.
Este criterio de raíz materialista se olvida que la fórmula propuesta se aplicará en
el ámbito civil no en el laboral. Ello viene a colación porque el ser humano, cuando
se discapacita, es tanto para la realización de actividades productivas como para el
desarrollo normal de su vida social. La pregunta que pone en jaque a este método
es si el juez realiza una valoración de las actividades sociales que se ve impedido
de realizar y le da un valor económico, traduciendo ello en una cantidad que se suma
a las remuneraciones laborales o, por el contrario, lleva a cabo, el cálculo actuarial
y al resultado obtenido le agrega un plus para resarcir la incapacidad para la vida
social.
A esta altura de la evolución humana y más en nuestro sistema jurídico que está
guiado por el contenido de los Tratados Internacionales sobre los Derechos
Humanos, no se puede negar en el ámbito civil que las actividades sociales que no
podrá realizar la víctima por la incapacidad, deben ser resarcidas con independencia
de su capacidad laboral para producir rentas.
Si no se contempla en la suma final el resarcimiento de todas las actividades que
la víctima se ve impedida de llevar a cabo por la incapacidad psicofísica que le ha
quedado como secuela, la reparación no será plena contradiciendo los preceptos
constitucionales.
En otras palabras, el juez civil debe considerar al ser humano, no solo como un
ente productor de bienes y servicios, sino como ser un partícipe de la vida en
sociedad. Este criterio implica que nunca las indemnizaciones civiles deben ser
inferiores a las otorgadas a los trabajadores por su incapacidad laboral pura, pues
de otro modo, el sistema jurídico tiene un defecto en su estructura ideológica jurídica.
En otras palabras, para que la reparación sea plena, se debe sumar a la cantidad
estimada para compensar la disminución en su capacidad laborativa, otra que
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compense el nivel de incapacidad para la vida social que la disminución de su
integridad psicosomática le ha dejado.
Finalmente, para remarcar que la fórmula de la matemática financiera no
neutraliza al arbitrio judicial, por lo cual seguirá existiendo disparidad en las
indemnizaciones para casos similares, basta traer a colación la problemática que se
presenta cuando debe calcular el aporte económico que realiza una persona que
tiene la actividad de ama o amo de casa. Esta actividad no tiene una remuneración
fija abonada por un patrón, ni es un trabajador independiente. Por ello, será el arbitrio
judicial el que, conforme a los criterios personales del evaluador, determinará la
suma con la cual se compensaría esta particular actividad.
Al respecto se tiene que tener en cuenta para establecer la suma para incorporar
a la fórmula, que la actividad de ama de casa es de 24 horas, es la cocinera,
lavandera, planchadora, limpiadora, enfermera, etc. Además de ello, debe
agregarse una suma que compense la incapacidad para la vida en sociedad, de la
cual se ve impedida por la incapacidad que padece.
En este punto corresponde recordar que los tribunales laborales fueron los
pioneros en la aplicación de la fórmula de la matemática financiera para calcular las
indemnizaciones que les correspondía por la incapacidad sobreviniente de los
trabajadores, y es la doctrina de la Corte de Justicia de la Nación(585) la que marca
que la misma era incompleta porque no satisfacía la reparación plena ante lo cual
se produjo la modificación en sus elementos con lo cual la frontera entre el derecho
civil y el laboral prácticamente se encuentra borrada en el tema de la responsabilidad
civil.
213
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Otro de los elementos esenciales que compone la fórmula es la determinación del
grado y tipo de incapacidad sobreviniente que la víctima padece.
En esa dirección, se debe tener en cuenta que tanto la incapacidad física como
la psíquica se puede precisar en grados de minusvalía que el arbitrio judicial,
conforme sea el resultado de la prueba producida, especialmente, la pericial debe
determinar y por cierto que puede ser impugnada por las partes y, con ello, mover
el resultado final de la suma resarcitoria resultante de aplicar la fórmula de la
matemática financiera.
Esta graduación puede ser compleja para la decisión del juez cuando se le
informen dos incapacidades diferentes, por un lado la física y, por otro, la psíquica.
Al respecto se debe tener presente como punto de partida que el grado conjunto no
será el resultado de la suma simple de las dos incapacidades, por ejemplo, si se da
el 60 % por la incapacidad física y 20 % por la psíquica, no será el 80 % de
incapacidad sobreviniente.
Conforme sean las características de cada caso, el juez deberá analizar cuál de
las incapacidades es la prevalente, y sobre el remanente de capacidad, aplicará el
otro porcentual. Verbigracia, siguiendo los grados dados en el ejemplo, el remanente
de capacidad será del 40 % sobre el cual se le aplicará el 20 % por incapacidad
psíquica, motivo por el cual resultará que en este caso el porcentual de incapacidad
a indemnizar será del 68 %. Por cierto que la estimación no puede formularse en
abstracto y bajo un mandato, sino que cada juez en concreto deberá analizar cuál
es el grado de incapacidad que introducirá a la fórmula, teniendo en cuenta la
doctrina de la Corte Federal cuando sostuvo que "los porcentajes de incapacidad
estimados por los peritos médicos no conforman pautas estrictas que el juzgador
deba seguir inevitablemente, toda vez que no solo cabe justipreciar el aspecto
laboral sino también las consecuencias que afecten a la víctima, tanto desde el punto
de vista individual como desde el social, lo que le confiere un marco de valoración
más amplio"(587).
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C= a (1-Vn)*d
Vn=1/ (1+ i)n
a = sueldo 13
i = tasa interés anual
Por su parte, López Herrera transcribe la fórmula propuesta por Acciarri-Yrigoyen
Testa(598):
C= A (1+ i)n — 1/ i (1+i)n
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es apto para ponderar las incapacidades para el desarrollo de la vida en sociedad
derivado de los menoscabos recibos por la víctima.
Pero la mayor autocrítica es la que proviene del fuero Laboral donde inicialmente
se aplicó la fórmula "Vuoto"(604) que es repensada luego de la doctrina fijada por la
Corte Suprema de Justicia de la Nación en el caso "Arostegui"(605), cuando el mismo
tribunal dictó el fallo "Méndez"(606).
En este último fallo se marcó que había "dos observaciones internas a formular
acerca de la estructura del algoritmo.
Una de ellas indica que es altamente improbable que la víctima dé a la
indemnización que reciba el uso supuesto por la fórmula 'Vuoto': lo más seguro es
que, según cuál sea su cuantía, la destine a pagar deudas, a actualizar consumos
postergados o a intentar algún emprendimiento personal de corte lucrativo. Esta
elección corresponde a la víctima personalmente y no es apropiado interferir en ella:
el uso del capital supuesto por la fórmula de referencia no tiene otro objeto que
facilitar el cálculo financiero del resarcimiento del daño en este particular aspecto.
La otra observación se refiere a la edad tope con la que se aplique la fórmula. El
empleo de la fórmula 'Vuoto' ha tomado en cuenta hasta ahora el fin de la 'vida útil'
de la víctima, estimable en 65 años. Pero el hecho es que la (presupuesta) merma
de salario que el trabajador sufra como consecuencia de su incapacidad laboral se
reflejará, en la etapa pasiva, en su haber previsional. Por esta razón, y frente a los
señalamientos de la Corte, parece justificado ahora introducir esta modificación y
elevar la edad tope a 75 años"(607).
Este fallo fue profundamente analizado por Ahuad, quien concluye sosteniendo
que "la integralidad de la reparación como objetivo es loable, pero incluso un cálculo
implícito y subconsciente ('sin fórmulas'), no puede prescindir de lo racional. Las
fórmulas ('Vuoto', 'Vuoto II', Marshall o cualquier otra) no hacen más que plasmar
ese razonamiento en el decisorio, con el fin de evitar la temida arbitrariedad. Citando
el voto en 'Méndez': 'Si se desestimara incluso esta posibilidad teórica, la conclusión
necesaria sería que la determinación del resultado es puramente arbitraria. Y sin
embargo, podría insistirse aún, la propia arbitrariedad de un resultado numérico
obedece siempre a alguna fórmula, aunque su estructura y sus variables puedan
juzgarse inconvenientes o injustificadas. Es posible, pues, criticar una fórmula tanto
por su estructura como por sus variables, elementos todos estos que requieren una
justificación ajena al propio cálculo; pero es literalmente imposible prescindir de la
aplicación de alguna fórmula cuyos elementos se juzguen debidamente justificados'
(el subrayado me pertenece). En otras palabras: el juez tiene el deber de explicar
cómo llega a los números de condena, y eso se logra —necesariamente— a través
de un cálculo. En base a los lineamientos de 'Arostegui', la sala III modifica algunos
puntos de la fórmula 'Vuoto', luego del examen pormenorizado de los tres segmentos
del daño resarcible (daño emergente, lucro cesante y daño moral; arts. 1078, 1083,
y 1086 del Código Civil):
- Respecto del uso del capital supuesto por la fórmula de referencia, recuerda que
no tiene otro objeto que facilitar el cálculo financiero del resarcimiento del daño en
este particular aspecto, y que el uso que se le dé a esa suma es una elección
personalísima de la víctima en la que no es apropiado interferir.
- En lo que hace a la edad tope con la que se aplique la fórmula, introduce una
modificación elevándola de 65 a 75 años, teniendo en cuenta el fin de la 'vida útil'
de la víctima, y que la presupuesta merma de salario que el trabajador sufra como
consecuencia de su incapacidad laboral se reflejará, en la etapa pasiva, en su haber
previsional. O sea, agrega 10 años de vida útil al período en el que se debe
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Estudiantes de abogacia EA! - EA! GRADuados
compensar la merma de ingresos. Si con la fórmula 'Vuoto' era 65- edad, aquí es
75- edad.
- Sobre la crítica de 'Arostegui' acerca de la elección de las variables ('que la
fórmula congela el ingreso de la víctima'), teniendo en cuenta la aleatoriedad y el
carácter conjetural de cualquier elucubración que pueda hacerse, toma en cuenta la
edad, las perspectivas de mejora y el riesgo de desempleo, para alcanzar la fórmula
que sigue, de tal modo que la disminución de la escala refleje la reducción de la
probabilidad de mejoras respecto de las opuestas, hasta el punto en el que pueda
estimarse probable la estabilización del ingreso (ello ocurría a los 60 años). O sea,
si en 'Vuoto' la anualidad era el sueldo multiplicado por trece, en 'Vuoto II' el salario
se actualiza como sigue:
Ingreso a computar = ingreso actual x 60 / edad al momento del accidente (tope
de 60 años). La tasa de interés empleada en la fórmula original (6 % anual) es
considerada excesiva, y es reemplazada por la que la propia Corte adoptara en el
fallo 'Massa' (27/12/2006) para depósito de divisas, del 4 %. En otras palabras: la
tasa de interés en la fórmula original se reemplaza en 'Vuoto II' por la del 0,04 %"(608).
La prueba empírica aplicando los mismos parámetros en las dos alternativas dan
resultados notablemente diferentes en sus cuantías, razón por la cual, en el fuero
Civil no cabe a esta altura de la evolución del derecho, aceptar conceptos
materialistas como es el de tomar la edad de jubilación en vez del promedio de
vida(609), o no ponderar económicamente, las incapacidades para el desarrollo de las
actividades de la vida en sociedad de las cuales se ve privada la víctima por la
incapacidad que sufre.
Como se colige, la ruptura del dique de contención preexistente en el fuero laboral
hacia la indemnización plena, sumado a la incorporación de las fórmulas de la
matemática financiera a la esfera de la responsabilidad civil para el resarcimiento de
las lesiones e incapacidad sobreviniente psicofísica, ha neutralizado la línea
divisoria existente entre estas materias del saber jurídico, debiendo procurar la
jurisdicción conceder un resarcimiento pleno, sea la víctima un obrero o un
ciudadano cualquiera.
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trascendencia o importancia económica del gasto mayor será la exigencia probatoria
de su realización'. En consecuencia las erogaciones menores pueden ser acordadas
aun existiendo deficiencia probatoria si son razonables. d) Cuando la víctima es
atendida en un hospital público, la mayoría entiende que los gastos de farmacia son
procedentes aun ante la deficiencia probatoria. En cambio, se estima que no debe
tener igual tratamiento el gasto por atención médica dado que hominis se presume
que el mismo en un establecimiento asistencial público, es gratuito. En cuanto, a las
erogaciones por traslado del paciente se la incluye en la presunción legal de daño,
pero se la acota a los de menor cuantía. e) Cuanto el accidentado es atendido en
hospital público o privado pero goza de la cobertura de una obra social se advierte
que el posicionamiento de la opinión jurisdiccional se bifurca a partir del preconcepto
que se tenga respecto del alcance total o parcial de la protección mutualista. Si se
entiende que es parcial queda abierto un margen no cubierto que hace presuponer
que la víctima o sus familiares debieron atender con su propio peculio. En cambio si
es total, en principio, nada tendría que reclamar. f) La carga probatoria, en general,
a partir de la existencia de presunciones legales y hominis a favor de la víctima, pesa
sobre el responsable de indemnizar el daño"(610).
220
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aplicación, circunstancia que motivó la inquietud investigativa de algunos autores
para replantearse la validez de las fórmulas anteriores teniendo en consideración
los presupuestos contenidos en el texto del art. 1746.
En ese sentido, Acciarri se preocupó por encontrar alguna diferencia conceptual
entre las fórmulas de la matemática financiera que a la fecha de entrada en vigencia
del Código Civil y Comercial se empleaban sin mandato legal imperativo, con la que
estima que corresponde aplicar de acuerdo al texto del art. 1746 vigente.
En ese sentido, titula como crítica general que las llamadas fórmulas "Vuoto",
"Marshall", "Las Heras-Requena", etc., son fórmulas de valor presente de una renta
constante no perpetua, ello por cuanto "las fórmulas en cuestión, dados los mismos
valores para cada variable, devuelven exactamente el mismo resultado. [Recuerda
que] 'Vuoto' y 'Marshall' fueron casos judiciales individuales, reales, y por eso, es
obvio que, para utilizar en aquéllos una fórmula de esa clase, se escogieron ciertos
valores numéricos para las variables. Se podría debatir, en consecuencia, si cuando
usamos la misma clase de fórmulas pero damos valor a sus variables de un modo
diferente, estamos utilizando genuinamente la fórmula 'Vuoto' o en realidad estamos
empleando otra fórmula diferente. Tal discusión quizás no sea la más fructífera, pero
esta última respuesta se ha insinuado en algunas sentencias" (611).
El autor continúa su argumentación expresando que las fórmulas de valor
presente de una renta constante no perpetua no captan directamente variaciones
en los ingresos (o en la contraprestación de la capacidad perdida), sean los mismos
positivos (más ingresos) o negativas (menos ingresos). Es decir en palabras
textuales del autor "estas fórmulas parten de asumir un ingreso —o más
genéricamente, de nuevo, una contraprestación pecuniaria a la capacidad— que se
reiterará, en idéntica magnitud, para cada uno de los períodos futuros comprendidos
en el cálculo.
Esta asunción puede considerarse, por cierto, poco plausible en un gran número
de casos. Del repetidamente invocado curso normal y ordinario de las cosas
sabemos que no suele ser idéntico el ingreso de un joven a los 20 años, que el de
esa misma persona a los 50. Basta con revisar convenciones colectivas de trabajo
para ver que muchas cuentan con adicionales anuales por antigüedad, otras
conceden incrementos de ese tipo por 'escalones', en períodos plurianuales, y todas,
definen categorías laborales, correlacionadas con remuneraciones diferentes por las
que se suele ir transitando con el paso del tiempo.
Algo similar ocurre con las actividades autónomas. Y hay también, por cierto,
variaciones negativas. Las más obvias, quizás, sean las referidas a los deportistas
profesionales, que pueden —y no siempre es así— sufrir una reducción de sus
ingresos después de su retiro de la actividad"(612).
A partir de estas críticas, estima Acciarri que parecería deseable "contar con una
fórmula que reúna las siguientes propiedades:
a. De modo básico y fundamental, que cumpla estrictamente con las directivas
del artículo 1746 del Código Civil y Comercial: que dé por resultado un capital cuyas
'...rentas cubran la disminución de la aptitud del damnificado para realizar
actividades productivas o económicamente valorables, y que se agote al término del
plazo en que razonablemente pudo continuar realizando tales actividades...'. Es
decir, que extraiga un valor presente de sumas futuras.
b. Que permita calcular ese capital tomando como base cualquier cantidad de
períodos. Algunos autores y jueces entienden que debe estimarse el fin de la vida
productiva a la edad jubilatoria; otros, al fin de la vida estadística, y otros podrían
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adoptar otro criterio. La fórmula debería poder captar todos esos casos y ser
igualmente útil para calcular cada una de esas posibilidades.
c. Que permita realizar el cálculo a partir de cualquier suma que se asigne como
correspondiente a cada período. Que haga posible, en primer lugar, calcular a partir
de una suma única, repetida para todos los períodos (sea el ingreso presente al
momento del hecho dañoso, el salario mínimo vital y móvil, o cualquier otra). Y
pueda, también, computar cualesquiera variaciones, en cualquier progresión. Sean
incrementos uniformes, lineales o no, escalonados, o los que el usuario (es decir, el
juzgador o las partes) consideren aplicable al caso. Va de suyo que las fórmulas de
valor presente ('Vuoto', 'Marshall', 'Las Heras-Requena') constituirían un caso
particular de esta fórmula. Es decir, ésta las abarcaría (en cuanto podría calcular
exactamente igual que aquéllas lo que aquéllas permiten) pero además, las
excedería (en cuanto podría calcular situaciones más complejas, como los
mentados incrementos de ingreso, que aquéllas no pueden calcular).
d. A su vez, que pueda calcular cada uno de esos ingresos incrementados sea de
modo integral (lo que ocurre cuando se consideran los incremento futuros como
bases de un daño cierto) o bien, de modo proporcional (su valor esperado: lo que
sucede cuando se los integra al cálculo, de modo probabilístico, a manera de
chance, y computando la incidencia de la probabilidad en el monto). Es decir, si
partimos de un ingreso de $ 100 y estimamos que se incrementará a $ 150 para
alguno o algunos períodos posteriores, que la fórmula permita tanto calcular
directamente el valor presente de tales períodos sobre la base de $ 150, o bien,
compute también la probabilidad de ese incremento, para calcularlo como chance.
Para este último caso, si, por ejemplo, pensáramos que la probabilidad de que
efectivamente se dé ese incremento es del 50% y por lo tanto, es del 50% la
probabilidad de que no se produzca (y la víctima siga ganando lo mismo) y se
entiende que esa probabilidad debe incidir en igual medida en la indemnización,
debería computarse, para los periodos en cuestión, un ingreso de $ 125, dado que
(150 x 0,5) + (100 x 0,5) = 125.
Sin importar cuál de las posibilidades comentadas se considere jurídicamente
correcta o adecuada para el caso, la fórmula debería permitir decidirse tanto por una
o por otra. La decisión al respecto será privativa del usuario (juez, abogado,
académico). No del instrumento de cálculo.
Lo que importa hasta aquí es distinguir qué hechos futuros se considere razonable
asumir que se habrían dado (qué magnitudes estarán implicadas y en su caso, con
qué probabilidad) del cálculo de valor presente. La primera fase consiste,
básicamente, en decidir por cuánto tiempo habría subsistido la capacidad de la
víctima, de no haberse producido el hecho dañoso y a cuánto ascendería su
equivalente pecuniario por cada período. También, si ese equivalente debe
computarse como cierto (en los términos ya referidos) o meramente probable, y en
su caso, con qué probabilidad. Esta fase es una determinación de hecho en la que
inciden lo acreditado en el expediente, las presunciones, los hechos notorios y las
cargas de la prueba, al igual que en cualquier otra decisión judicial.
La segunda, en cambio, consiste en calcular el valor presente de esas cantidades
futuras. En esta, simplemente debe decidirse la tasa de descuento aplicable. Lo
demás no es más que obtener un simple cociente y una suma.
e. Finalmente, parece deseable que la fórmula en cuestión sea de empleo sencillo
para usuarios sin conocimientos matemáticos especiales, como lo es la media de
los operadores jurídicos reales"(613).
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Sin lugar a hesitación la propuesta realizada por Acciarri promueve la realización
de nuevas reflexiones sobre el tema.
1. En primer lugar, se debe comprender que el art. 1746 define un método para
el cálculo del monto de la indemnización cuando haya una incapacidad
sobreviniente derivada de una minusvalía psicofísica.
Para esta hipótesis, en particular, no da otra opción, razón por la cual la voluntad
jurisdiccional que no estuviere de acuerdo con el método establecido por el código,
únicamente podrá soslayarlo expresando que no se condice con el in dubio pro
homini o con el principio de reparación plena consagrado en las normas
constitucionales y en los Tratados sobre los Derechos Humanos, declarando su
inaplicabilidad por existir una norma de rango constitucional que tiene un sentido
contrario. Pero no se puede dejar de aplicarla sin justificación legal.
En otras palabras, las jurisdicciones que tenían una tradición apegada al Código
Civil y cuantificaban conforme el arbitrio judicial, deben adecuar su metodología a
las directivas especiales dadas por el Código Civil y Comercial para definir la
cantidad de dinero que compensará el daño ocasionado cuando haya una
incapacidad psicofísica sobreviniente.
2. En cuanto a la fórmula aplicable, la propuesta por Acciarri procura diferenciarse
del resto de las conocidas "Vuoto", "Marshall" "Las Heras- Requena", etc., por ser
fórmulas de rentas constante que no captan las variaciones previstas y por tanto
"cristalizan" una única suma que proyectan hacia el resto de la vida productiva
prevista para la víctima. Más allá de la impecable búsqueda por acercarse a la
perfección económica del monto del resarcimiento, adolece del mismo defecto que
se critica del arbitrio judicial, la futurología. En las fórmulas conocidas, porque se da
por sentado una base lineal de ingreso para el resto de la vida y, en la segunda
propuesta, porque al procurar segmentar por etapas etarias los ingresos, debe partir
de probabilidades de que pudiere o no acontecer una variación positiva o negativa
de los ingresos de la víctima en el futuro de su vida.
Esta alternativa variable le agrega un porcentual más en favor del arbitrio judicial
que su evitación es la ratio essendi del artículo, para alcanzar sentencia que
cuantifiquen situaciones de incapacidad similares con montos similares y no
dispares. En otras palabras, contiene el mismo defecto que se criticaba antes de la
sanción del código unificado, al introducir a la formula una variable no tradicional
como es realizar una especulación futurista de las modificaciones en los ingresos
del sujeto dañado que por cierto queda sujeta a la apreciación del juez con lo cual
se induce a soluciones económicas dispares para situaciones de incapacidad
psicofísicas parecidas porque las apreciaciones no serán idénticas.
Por otra parte, el criterio de tomar en consideración las variables de los ingresos
positivas o negativas, introduce nuevas exigencias de los litigantes en un proceso
de daño, dado que no solo deberán acreditar los ingresos al momento de producido
el hecho dañoso que originó la incapacidad sobreviniente, sino que además deberán
acreditar las probabilidades que en el futuro tenía el damnificado para obtener
mayores ingresos. Y por su parte, los demandados procuraran probar que en el
porvenir, la víctima, perdería su capacidad de ingresos.
La búsqueda de la perfección a través de un análisis económico del derecho, en
este caso del monto del resarcimiento por incapacidad psicofísica, es una tarea
loable, pero en su camino no se puede perder de vista que se está ante seres
humanos cuyos destinos son impredecibles y que el ingreso al momento del hecho
dañoso es una pauta cierta. El resto es especulación sobre la base de
probabilidades, incluido la determinación de los 75 años como edad promedio de
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sobrevida, porque ello no asegura que el damnificado vivirá ciertamente esa
cantidad de años. Es por ello que cuanto el damnificado fallece durante el proceso
judicial por otra causa que no tienen vinculación con el hecho generador de la
incapacidad, se tiene que tener en cuenta esa fecha porque es un dato cierto que
excluye la consideración de probabilidades de sobrevida.
3. El punto central de la discusión que ya no es tal, después de recepción del
humanismo para la hermenéutica de todo el sistema legal, in dubio pro hominis, se
focaliza en la selección de las variables que deben apuntar a considerar al ser
humano como una integridad psicofísica y social que procura su bienestar
realizando, no solo, tareas laborales sino también toda una vasta gama de
actividades (deportes, cultura, asistenciales, religiosas, etc.) que permiten su
realización como persona humana.
En ese sentido, una minusvalía en su integridad psicofísica no solo lo afecta en
sus actividades laborales sino que influye en todos los ámbitos de su vida, razón por
la cual, de modo alguno, se puede discriminar en el ámbito civil, con teorizaciones
puramente materialista y adoptar la edad jubilatoria, sino que corresponde tomar
como variable la edad promedio de sobre vida (actualmente en 75 años).
Otro detalle a tener en cuenta que surge de la praxis judicial, es cuando no se
tiene un parámetro económico para medir a una persona menor de edad(614) o en
paro laboral o de una persona que únicamente desarrolla actividades de ama/o de
casa(615), etc. En estos casos, sin duda que siempre el punto mínimo de capacidad
laboral está representado económicamente por el Salario Mínimo Vital y Móvil, a lo
cual se le deberá adosar un plus que represente pecuniariamente el resto de
actividades sociales que se ve impedido de realizar por la incapacidad. Por cierto
que como se cuantifica una deuda de valor, forma parte de las facultades
jurisdiccionales realizar la metamorfosis a deuda de dinero, conforme a las
vicisitudes de la causa, como sería, por ejemplo, la fecha de realización de la pericia
o cuando se deben tener en cuenta la variación del poder adquisitivo de la moneda
por depreciación de su capacidad adquisitiva o por cambio de la misma.
En estos casos nada obsta para que el tribunal en vez de tomar el valor del Salario
Mínimo Vital y Móvil a la fecha del hecho dañador, tome el de la fecha de la
sentencia. La única exigencia es que exprese claramente a qué fecha realiza la
cuantificación en dinero y precise el tipo de interés porque la tasa que aplique no
deberá contener porcentajes por expectativas inflacionarias. En general se debe
adoptar hasta ese momento, la tasa de interés pura y, a partir de la cuantificación,
aplicar la tasa activa para hacer efectivo el principio de reparación plena.
4. Otro detalle que surge de la observación de la praxis judicial es que se procura
extender el alcance legal del art. 1746 para imponer su método para calcular la
cuantía indemnizatoria de los daños derivados de una muerte ilícita. Es decir,
propicia la aplicación de las fórmulas de la matemática financiera. Al respecto cabe
destacar que si la ley hubiere tenido esa intencionalidad, de suyo, que la hubiera
expresado en el texto de la norma, pero el art. 1745 marca como pauta que "el juez,
para fijar la reparación, debe tener en cuenta el tiempo probable de vida de la
víctima, sus condiciones personales y las de los reclamantes". Como se colige, no
manda la aplicación de una fórmula de la matemática financiera.
Del mismo modo ocurre con el antes denominado "daño moral", hoy menoscabo
de las afecciones espirituales legítimas, que no podrá ser mensurado
económicamente aplicando fórmulas de la matemática financiera sino
ponderaciones racionales con otras sentencias dictadas por el mismo juez en casos
similares, en primer término y comparativamente con otras de su jurisdicción.
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a.2) En los criterio de la doctrina judicial
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autoriza la discrecionalidad para incrementar el monto que puede resulta exiguo en
función de la diferencia en la capacidad adquisitiva de la moneda entre el momento
de producido el hecho con la fecha de la sentencia. Pero ello es solucionable, porque
es una deuda de valor, adoptando el valor actual de los ingresos, como sería si se
tiene en cuenta el Salario Mínimo Vital y Móvil en vez de tomar el valor histórico de
la fecha del accidente, no existe impedimento legal alguno, para calcular el
resarcimiento tomando como parámetro el vigente al momento de la sentencia. La
única salvedad está en la razonabilidad de la tasa de interés que se aplique para
sancionar la mora (interés puro) y dejar en claro la fecha de la cuantificación que
será la fecha de cambio de naturaleza de deuda de valor a dineraria.
Sin perjuicio de las consideraciones realizadas, se sostiene que "a fin de lograr la
reparación plena de la víctima de un hecho ilícito resulta adecuado el empleo de
fórmulas matemáticas, para tratar de reflejar de manera más exacta posible el
perjuicio patrimonial experimentado, debiendo ponderarse los ingresos acreditados
de la víctima, las tareas desarrolladas al momento del hecho y las posibilidades de
ingresos futuros, obteniéndose una suma que invertida en alguna actividad
productiva le permita obtener una renta mensual equivalente a los ingresos
frustrados por el ilícito, de manera que el capital de condena se agote al final del
periodo de vida económica activa del damnificado, pero ello no tiene por qué atar al
juzgador, sino que ella servirá simplemente como pauta orientadora para un
resarcimiento pleno, a partir de la cual el juez puede y debe realizar las correcciones
necesarias atendiendo a las particularidades del caso concreto"(619).
Por su parte, se estimó que "el empleo de criterios matemáticos para valorar la
incapacidad sobreviniente no tienen por qué atar al juzgador, por lo que no
corresponde otorgar a la víctima, sin más, la suma que en cada caso resulte de la
aplicación de la fórmula, sino que esta servirá simplemente como pauta orientadora
para, a partir de allí, arribar a un justo resarcimiento según las circunstancias de la
causa"(620).
También que "la reparación que se otorga a la víctima de un accidente, cualquiera
sea su naturaleza y entidad, debe seguir un criterio flexible, apropiado a las
circunstancias singulares de cada caso, y no ceñirse a cálculos basados en
relaciones actuariales, fórmulas matemáticas o porcentajes rígidos, desde que el
juzgador goza en esta materia de un margen de valoración amplio"(621).
Del mismo tribunal surge que "la reparación integral, conforme lo establecido en
el art. 1746 del Código Civil y Comercial de la Nación, importa el derecho a obtener
una indemnización justa y plena en caso de daño injusto, para lo cual resultan de
utilidad práctica las herramientas de orientación —fórmulas matemáticas— para
proporcionar mayor objetividad, pero siempre habrá que adecuar la indemnización
a las características de cada caso y situaciones personales de cada víctima, pues
las dimensiones de la vida humana trascienden la mera valoración matemática, ya
que la persona tiene la potencialidad de producir afectos, transmitir conocimientos a
los otros y realizar actividades que exceden las variables meramente productivas o
criterios utilitarios"(622).
En otro extremo del país se entendió que "en cuanto a la utilización de las
referidas fórmulas las que en sus distintas denominaciones (fórmulas 'Vuoto',
'Marshall', 'Las Heras-Requena', 'Vuoto II', etc.), se trata en realidad, en todos los
casos, de la misma fórmula, que es la conocida y usual ecuación para obtener el
valor presente de una renta constante no perpetua (Acciarri, Hugo - Irigoyen Testa,
Matías I., 'Algunas acotaciones sobre las fórmulas para cuantificar daños
personales', publicado en RCyS, 2011-VI-22). Aunque aclaro que dichas pautas de
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cálculo no tienen por qué indefectiblemente atar al juzgador, sino que lo deben guiar
hacia el umbral, a partir del cual el juez puede y debe realizar las correcciones
necesarias atendiendo a las particularidades del caso concreto (Pizarro-Vallespinos,
'Instituciones de Derecho Privado - Obligaciones', t. 4, p. 318; Zavala de González,
op. cit., t. 2a, p. 504)"(623).
El mismo tribunal completa su posicionamiento sosteniendo que "la razón de
dicha salvedad encuentra su fundamento, en el hecho del deber de respetar la
doctrina de la Corte Provincial (sala I) que se inclina 'hacia la fijación prudencial del
monto del resarcimiento, a través de la ponderación de todas las variables de
incidencia, sin descartar ninguno de los métodos tradicionales utilizados como
baremos o parámetros de determinación, siendo la única limitación el resultado
irrazonable a que pueda conducir. En este aspecto, según la doctrina de este
Cuerpo, cualquiera sea el método empleado, los parámetros rectores deben estar
fijados por los principios derivados de la prudente equidad y concretamente
acotados por la realidad que toca evaluar, sin que sea desechable ab initio, ningún
método de fijación del daño.
Es decir que, si bien ab initio no descarta la aplicación de fórmulas matemáticas,
tampoco se sujeta a ellas de un modo fijo, apartándose de su aplicación cuando el
resultado al que se arriba resulta irritante, ya sea por su exigüidad o excesividad"(624).
En la provincia de Buenos Aires se pondera que "el nuevo Código introduce la
aplicación de métodos de cuantificación matemática conforme a determinadas
fórmulas en el citado artículo 1746; pero ello no excluye en modo alguno las
restantes pautas, ni las facultades asignadas al juzgador para su determinación en
el caso concreto explicitando los motivos para su apartamiento del resultado de la
fórmula escogida; a título de ejemplo de ello resultan las facultades morigeradoras
que le asigna el art. 1742. Al comentar el nuevo artículo 1746 Código Civil y
Comercial, se ha dejado en claro que la norma prevé la indemnización del daño
patrimonial por alteración, afectación o minoración, total o parcial, de la integridad
física y psíquica de la persona, admitiendo que su cuantificación pueda también ser
fijada por aplicación de un criterio matemático, como parámetro orientativo sujeto al
arbitrio judicial. La incapacidad sobreviniente, comprende esencialmente la
alteración, minoración, detrimento o supresión de: 1) la capacidad laborativa o
productiva, o sea, la que repercute en la pérdida de ingresos por la afectación de
esa capacidad; 2) la capacidad vital o la aptitud y potencialidad genérica, es decir,
la que no es estrictamente laboral; y 3) el daño a la vida de relación o a la actividad
social estrechamente vinculado con la capacidad intrínseca del sujeto"(625).
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debe ser confirmado, pues a los efectos de cuantificar el daño se utilizó el llamado
método prudencial, tomando como pautas el porcentaje de incapacidad y la edad de
la víctima sin que ellas sean usadas en forma exacta ni empleadas en una fórmula
matemática, sin atarse a pautas rígidas"(626).
En otros términos, "a los fines de cuantificar la incapacidad —en el caso, de la
víctima de un accidente de tránsito— no se deben tarifar montos mecánica o
matemáticamente ni tampoco hacer abstracción de los porcentuales de incapacidad
informados pericialmente, sino que es necesario conjugarlo todo en el contexto de
las específicas circunstancias de cada supuesto a decidir —art. 1083, Código Civil;
art. 171 in fine, Constitución de la Provincia de Buenos Aires— "(627).
De igual modo, se juzgó que "la reparación que se otorga a la víctima de un
accidente, cualquiera sea su naturaleza y entidad, debe seguir un criterio flexible,
apropiado a las circunstancias singulares de cada caso, y no ceñirse a cálculos
basados en relaciones actuariales, fórmulas matemáticas o porcentajes rígidos,
desde que el juzgador goza en esta materia de un margen de valoración amplio, lo
que concuerda con las pautas de valoración establecidas en el art. 1746 del Código
Civil y Comercial de la Nación"(628).
1. Introducción
El artículo, básicamente, reglamenta el comportamiento del daño moratorio. En
primer lugar, cuanto existe la posibilidad de ser acumulado al daño compensatorio.
En segundo lugar, cuando sea factible de ser añadido al valor de la prestación. Y,
en tercer término, con la cláusula penal compensatoria.
Como un punto aparte surge la facultad morigeradora del juez cuando la
acumulación resulte abusiva.
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Es decir, el Código no da un concepto de daño moratorio, razón por la cual a partir
del su estudio integral, inferimos que es el perjuicio patrimonial sufrido por una
persona por el incumplimiento de una obligación de dar, hacer o no hacer.
Es decir, queda perfectamente marcado el deslinde entre el objeto de la obligación
que satisface el interés del acreedor de los daños que se derivan del no
cumplimiento en el plazo establecido, los que pueden ser reclamados en forma
conjunta. Así ocurre, por ejemplo, cuando una persona adquiere una máquina para
levantar su cosecha de trigo y el vendedor no cumple el tiempo oportuno con la
entrega. Más allá de que puede rescindir el contrato por estimar que era un plazo
esencial, opta por reclamar el cumplimiento de la obligación (pago de la
cosechadora) más los daños moratorios por la entrega tardía de la misma (como
serían la restitución de los gastos que tuvo que realizar para arrendar una
cosechadora similar para levantar la cosecha, etc.).
En este punto podemos aseverar que cuando se habla de daño moratorio se hace
en términos generales, incluyendo a todo tipo de obligación incumplida que genera
perjuicio indemnizable.
Pero, se debe tener en cuenta que este daño moratorio tiene nomenclatura
especial cuando se trata de obligaciones de dar dinero, porque la mora en el
cumplimiento de ellas genera el deber de satisfacer los perjuicios abonando los
intereses moratorios (art. 768).
Este criterio es explicado por Padilla cuando exteriorizaba que "el retardo
constitutivo de la mora, además del 'daño' en cuanto lesión jurídica al crédito,
engendra un desmedro patrimonial que genera la obligación de reparar o
indemnizar"(629), recordando que el derogado Código Civil daba un tratamiento
diferencial conforme la obligación fuera(630) o no dineraria(631).
Esta diferencia queda marcada en que el daño moratorio, en general, para los
débitos que no son dinerarios están comprendidos en el régimen general del
presente capítulo y, cuando son de génesis contractual, la reparación del daño
derivado del incumplimiento está regulada en los arts. 1082 y siguientes.
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4. La acumulabilidad del daño moratorio o al valor de la prestación
De igual modo, es posible reclamar simultáneamente el resarcimiento de los
perjuicios derivados del incumplimiento de cualquier obligación de dar, hacer o no
hacer con el abono de la prestación debida, mientras ello sea factible.
Pues, en el caso que la obligación principal se torne de cumplimiento imposible,
ya no será factible la acumulación de las acciones sino que todo se circunscribirá al
reclamo de los daños (art. 730).
230
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1. El curso de los intereses principia desde la exigibilidad del
resarcimiento del daño
El Código determina, para fijar el punto de partida de los intereses moratorios,
que el resarcimiento de la indemnización de los daños es una deuda de valor, razón
por la cual, la suma que se individualice compensa al acreedor-víctima por el daño
padecido. En otras palabras, el perjuicio sufrido, como deuda de valor, se resuelve
en una suma dineraria en el momento en que el juez, al dictar sentencia, determina
su cuantificación, conforme al art. 772.
A partir de ello, en la doctrina de los tribunales y de los autores se fijaron distintas
posiciones marcando, de suyo, momentos diferentes de inicio del curso de los
intereses. Por ejemplo, se ha sostenido que debían computarse desde la fecha de
la sentencia porque se entendía que era la oportunidad en la cual se procedía a
liquidar la cantidad resarcitoria. Otros sostenían que debían calcularse desde la
presentación de la demanda en la creencia de que era desde ese momento en el
cual se reclamaba el abono del crédito indemnizatorio y se colocaba en situación de
mora al deudor. En cambio, para otro sector de la doctrina, los intereses en los daños
emergentes debían computarse a partir del momento en que el acreedor realizaba
el pago de la reparación.
En estos casos se confundía el momento de liquidación de la cuantía con el
nacimiento de la exigibilidad de la obligación de resarcir. Pero, en sentido contrario,
se debe tener presente que la circunstancia de que la deuda pueda considerarse
ilíquida no es obstáculo para que el deudor se halle incurso en mora ni impide el
curso de los intereses moratorios, siempre que sea cierta y legítima la existencia de
la obligación de resarcir. Es decir, el momento de la determinación de la cuantía
resarcitoria es irrelevante a los efectos de establecer la procedencia de los intereses
por el retraso en abonar la suma dineraria fijada como indemnización.
En los tribunales, superando la crítica antes expuestas, en algunos fallos se fijaron
dos momentos aparentemente diferentes pero que, en realidad, no son
contradictorios sino complementarios.
Por una parte, se consideró que corren los intereses desde el momento del hecho
y, en otros, desde el acaecimiento del daño. Al respecto se debe tener en cuenta
que en algunas hipótesis los daños sobrevinientes puede que no sean simultáneos
con el hecho dañador, motivo por el cual se indica el inicio del cómputo desde el
momento de verificado el daño. Asumir este criterio implica reconocer que existió
previamente un hecho reprochable que ocasionó el menoscabo.
En sentido contrario, se debe considerar que el hecho reprochable sin daño
producido es irrelevante para el derecho de la responsabilidad civil, razón por la cual
a partir de la existencia del daño surge el deber de resarcir que en algunas hipótesis
es simultáneo con el hecho. Este criterio fue sostenido cuando se propuso que "los
intereses en las obligaciones de indemnizar daños deben computarse desde el
acaecimiento efectivo de cada perjuicio conforme a su naturaleza"(633).
En la doctrina de los tribunales se juzgó que 1. "Corresponde dejar sin efecto la
doctrina fijada en los fallos plenarios 'Vázquez, Claudia Angélica c. Bilbao, Walter y
otros s/daños y perjuicios', del 2/8/1993 y 'Alaniz, Ramona Evelia y otro c.
Transportes 123 SACI interno 200 s/daños y perjuicios', del 23/3/2004". 2. "Es
conveniente establecer la tasa de interés moratorio". 3. "Corresponde aplicar la tasa
activa cartera general (préstamos) nominal anual vencida a treinta días del Banco
de la Nación Argentina". 4. "La tasa de interés fijada debe computarse desde el inicio
de la mora hasta el cumplimiento de la sentencia, salvo que su aplicación en el
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período transcurrido hasta el dictado de dicha sentencia implique una alteración del
significado económico del capital de condena que configure un enriquecimiento
indebido"(634).
El concepto del contenido del fallo plenario, respecto del inicio de la mora, deberá
ser entendido como lo indica el art. 1748: desde que la indemnización de cada
perjuicio es exigible y, en el caso de los menoscabos aquilianos, la mora es in
re pues producido el daño nace el deber de resarcir sin necesidad de interpelación
alguna.
En sentido similar, se conceptualizó que "los intereses respecto de una
indemnización de daños deben aplicarse desde el momento del hecho y hasta el
efectivo pago, a la tasa activa cartera general (préstamos) nominal anual vencida a
treinta días del Banco de la Nación Argentina, en función de la regla general que
impone el plenario 'Samudio de Martínez' —20/4/2009— y lo normado por el art.
303 del Código Procesal Civil y Comercial de la Nación cuando no obran en la causa
constancias que certifiquen la configuración del enriquecimiento indebido
establecido en la doctrina plenaria como excepción que permite un apartamiento de
los réditos que establece"(635).
De igual modo, se entendió que "el resarcimiento establecido en concepto de
tratamiento psicológico se vincula con el hecho ilícito y la necesidad que la víctima
se trate como consecuencia de él y por ello la obligación de indemnizar su costo
nace en el momento de su producción, por ende la demandada incurre en mora en
su obligación de indemnizar con la sola producción del hecho dañoso"(636).
En otras palabras, "a los efectos del cálculo de intereses no es correcto diferenciar
según se trate de daños instantáneos o evolutivos, porque siendo moratorios los
intereses judiciales, por la naturaleza extracontractual de la responsabilidad, la mora
se produce con el hecho productor del daño y a partir de ese momento deben
computarse aquéllos"(637).
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aplicación de la nueva tasa de interés (art. 768) prevista para el moratorio para los
períodos futuros que se devenguen a partir de la entrada en vigencia del Código.
Otra de las alternativas que puede producir el cambio de tasa de interés sería
cuando se resuelve el momento en que se produjo la transformación de una deuda
de valor a dinero que puede ser de curso legal u otra moneda sin curso legal que
sea usada habitualmente. Ello es importante cuando existen épocas inflacionarias,
dado que el momento fijado como de mutación de la deuda de valor a deuda
dineraria, impone un análisis de la tasa de interés aplicable, por cuanto debemos
recordar que en nuestro país hubo una época donde, para mantener actualizadas
las deudas, se autorizó su repotenciación por medio de índices con más un interés
puro del 8 % anual, con ello se mantenía intangible el capital y se sancionaba la
mora.
En otro tiempo, el de la ley 23.928 (marzo/1991), se impuso la moneda convertible
y se prohibió la indexación de las deudas en procura de mantener la estabilidad
económica. En ese tiempo, en cada jurisdicción se decidió la aplicación de distintas
clases de tasas de interés, pasando de la pasiva a la activa. Pero, a partir de la
sanción de la ley 26.739 (marzo/2012) se impuso una moneda no convertible y se
mantiene la prohibición de indexar.
En este contexto puede que deudas de valor de vieja data tengan procesos sin
resolver y ello haya producido que se iniciaron con un tipo de moneda y recibirán
sentencia con otro.
Además, el juez puede determinar la mutación de la deuda de valor a dineraria:
al momento de acontecido el hecho, al tiempo de presentación de las periciales o a
la sentencia. En cualquiera de esos momentos la transformación a dinero debe ser
al valor real de ese tiempo, por lo cual, la tasa de interés, desde que acaeció el daño
hasta la mutación a dinero, debería ser una que contenga un interés puro. Pero, a
partir de la cuantificación en dinero de curso legal, la tasa de interés en tiempos de
inflación debe ser la activa hasta su efectivo pago para mantener la intangibilidad
del capital, logrando con ello que se torne operativo el principio constitucional de
reparación plena.
Otra alternativa que procura justicia equitativa sostiene que "siendo que la
economía del país impide de hecho fijar las indemnizaciones de daños a valores
históricos, los intereses sobre el monto actualizado deben aplicarse a la tasa pasiva
desde que cada perjuicio se originó hasta la fecha de la sentencia definitiva,
debiendo a partir del pronunciamiento de segunda instancia y hasta el efectivo pago,
computarlos a la tasa activa cartera general (préstamos) nominal anual vencida a
treinta días, del Banco de la Nación Argentina, obligatoria en los términos del art.
303 del Código Procesal Civil y Comercial de la Nación"(638).
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FUENTE: ART. 1651 DEL PROYECTO DE 1998.
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Al respecto, cabe recordar que el concepto de "autor" es una de las principales
preocupaciones de las teorías penales, razón por la cual el concepto en el mundo
civil debe ser cuidadosamente definido.
Con relación a ello, Goldenberg diferencia entre causalidad y autoría, expresando
que "la investigación de la 'conexión causal' apunta al enlace material entre un hecho
antecedente y un hecho consecuente, mientras que la idea de 'autoría' se centra en
la imputación subjetiva de un obrar a una persona determinada. Ello supone, en
primer término, una actuación del sujeto que constituye el medio por el cual da
existencia al hecho, lo proyecta externamente". En otras palabras, "antes de
establecer cuándo el individuo debe responder jurídicamente por un
resultado, imputatio iuris, es necesario precisar si tal consecuencia ha sido
efectivamente producida por su acción u omisión, es decir, hay que examinar la
atribución material o imputatio facti. Una cosa es que el efecto pueda ser referido a
la actuación de una persona y otra muy diferente el juicio de demérito que suscite
ese comportamiento"(644).
Es decir, en el ámbito civil, la "autoría puramente material" está incluida dentro de
la relación de causalidad estrictamente fáctica. En cambio, para la configuración de
la "autoría en sentido jurídico estricto" se le debe adicionar la comprensión por parte
del sujeto de la acción que llevó a cabo que implica plena capacidad y el dominio de
su propia voluntad para ejecutar el hecho que produce el menoscabo. Como se
puede colegir, el concepto de autoría implica un análisis evaluativo más amplio que
el ver la pura causalidad física, sea la misma de las fuerzas de la naturaleza o con
participación humana.
La autoría en la esfera del derecho penal es uno de los temas medulares de su
dogmática y doctrina, al punto que se han desarrollado un sinnúmero de teorías que
tratan de precisar cuándo una persona debe ser considerada autora del delito. Esta
teorización tiene mayor complejidad cuando trata de dirimir esa condición en los
delitos cometidos por una pluralidad de sujetos, apareciendo la conceptualización
de coautoría, participación y complicidad. Estos puntos adquieren dimensión
especial para fijar el alcance de la prejudicialidad penal en sede civil regulado en los
arts. 1774 a 1780, en función que uno de los puntos cardinales de esa
reglamentación es la prejudicialidad de la existencia del hecho principal, entre los
cuales aparece mencionada la autoría.
3. Responsable directo
En el ámbito civil, recuerda Sagarna que "el art. 1749 del Código Civil y Comercial
se basa en el principio general de la 'teoría del responder', por el que se establece
que toda persona es responsable de sus actos sea por actividad positiva o negativa.
Además, el precepto se encuentra en concordancia con lo dispuesto en el art. 1717
del Código Civil y Comercial que dispone que 'cualquier acción u omisión que causa
un daño a otro es antijurídica si no está justificada', acabándose con esta norma la
discusión de la necesidad de una norma previa que haya sido violada a los fines de
atribuir las consecuencias de un perjuicio determinado a un agente dañoso"(645).
Para que el sujeto pueda ser imputado como autor desde el punto de vista civil
de la realización consciente del hecho dañoso en forma directa, es ineludible que el
mismo haya actuado con plena capacidad (arts. 22, 23 y concs.), vale decir, con
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discernimiento, intención y libertad al llevar a cabo el acto reprochado que produjo
el perjuicio (art. 260).
Por ello, los actos involuntarios mencionados en el art. 261 pueden formar parte
del nexo causal entre el hecho generador y el daño producido a la víctima cuando
en la realidad fáctica lo haya producido, pero no existirá autoría en sentido jurídico.
La responsabilidad directa en la producción del daño se verifica tanto en la esfera
contractual como la aquiliana cuando quien tiene el deber incumple con la prestación
prometida produciendo perjuicios o contrariando el mandato legal de no dañar la
causa un menoscabo injustificado (art. 1737).
En otras palabras, más allá de la declamada unificación de la responsabilidad
contractual con la aquiliana, se tiene en consideración la naturaleza jurídica diferente
de cada una de ellas que se presenta, básicamente, en el deber jurídico incumplido,
en la contractual preexistente entre las partes y, en la extracontractual surge la
responsabilidad directa de la transgresión del genérico deber de no dañar.
En las normas siguientes se analizará cada una de las hipótesis que
el Código Civil y Comercial considera responsabilidad directa del autor del daño.
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aptitud, condicionada por la salud y la madurez espirituales del autor, de valorar
correctamente los deberes y de obrar conforme a ese conocimiento'. Así como la
capacidad en los negocios jurídicos es la 'aptitud' para adquirir por sí mismo
derechos y contraer obligaciones (capacidad de obrar o de hecho), la imputabilidad
es 'capacidad de culpabilidad', esto es, de cometer actos ilícitos y comprometer la
propia responsabilidad"(646).
Sin perjuicio de ello, se debe advertir que el régimen del Código Civil y Comercial
ha producido un cambio sustancial, dado que estatuye que "el autor de un daño
causado por un acto involuntario responde por razones de equidad" solución en
sentido contrario al previsto en el derogado régimen donde el hecho involuntario no
producía por sí obligación alguna, sin perjuicio de que en casos excepcionales
pudiere ordenarse una cuantía compensatoria basada en el principio de equidad
(arts. 900 y 907, Código Civil)(647).
Sobre este punto, Ossola indica que la inversión de la regla de la carga de la
prueba produce "el problema es una cuestión de responsabilidad civil, que existe de
manera plena en tanto y en cuanto se verifique la existencia de un 'acto involuntario',
que medie relación causal, que sea antijurídico, y que haya causado un daño...", y
"la atribución de responsabilidad es por razón de equidad (factor objetivo), en el
sentido de que ahora siempre existe responsabilidad en el caso de los actos
involuntarios dañosos (en tanto y en cuanto, reiteramos, se verifiquen los restantes
presupuestos de la responsabilidad). Pero es también la misma razón de equidad la
que de manera excepcional puede autorizar la atenuación de tal responsabilidad, en
excepción a la regla. Como se ve, la equidad funciona en un doble plano: es el factor
de atribución de los daños causados por actos involuntarios (derivado de la
causación de un daño injusto); y, a la vez, actúa como elemento atenuante de la
responsabilidad.
Por ello, el juez, al momento de sentenciar, deberá efectuar un doble análisis:
primero, deberá establecer si la equidad autoriza a atribuir o no responsabilidad. Si
la respuesta es negativa, no existirá responsabilidad del autor del hecho dañoso: no
se verificará el factor objetivo de atribución, y el subjetivo es impredicable. Pero si la
respuesta es positiva, atribuirá responsabilidad a su autor, y —eventualmente— por
razones también de equidad podrá atenuarla"(648).
En sentido contrario se ha expresado Sagarna, al decir que "la redacción de la
Cámara de Senadores, ratificada por la Cámara de Diputados, y finalmente
convertida en ley, el art. 1750 del Código Civil y Comercial ahora por reenvío al art.
1742, prevé en forma similar a lo preceptuado en el art. 907 del Código Civil actual
para los daños causados por actos involuntarios, en el que se faculta al juez a
disponer un resarcimiento a favor del damnificado fundado en razones equidad,
cuya indemnización debe tener como base para su fijación 'el patrimonio del autor
del hecho', 'la situación personal de la víctima' y 'las circunstancias del hecho', es
decir que el juzgador deberá balancear ambos patrimonios, el del agente dañoso y
el del damnificado, y al sopesar ambos, si el del deudor del daño causado
involuntariamente lo amerita podrá trasladar a la víctima una parte para cubrir al
menos parcialmente el perjuicio sufrido, cumpliendo así con la meta equitativa de la
norma de los arts. 1742 y 1750 del Código Civil y Comercial"(649).
Por nuestra parte sostenemos que a partir del texto del art. 1750 no hay lugar a
hesitación respecto de que al autor material del acto involuntario se le imputa
directamente el deber de resarcir, cuando se cumple el resto de los presupuestos,
bajo un factor de atribución objetivo sustentado en la "equidad" razón por la cual, en
función de la remisión efectuada al art. 1742, será, finalmente, el arbitrio judicial el
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que defina la suma resarcitoria compensatoria del daño, teniendo en cuenta la
posibilidad de morigerarla.
En otros términos, cuando el texto del 1750 define que la responsabilidad del autor
del acto voluntario es directa está determinando que el deber de resarcir es personal
del inimputable. Ello sin perjuicio de las responsabilidades reflejas o indirectas que
le pueden caber, simultáneamente, a otros sujetos, como es la que deben asumir
los padres, tutores o curadores como representantes legales del sujeto, en
consonancia con lo normado por los arts. 1754 a 1756 del Código. De igual modo,
cuando el actor involuntario produce daño estando bajo relación de dependencia
(art. 1753).
En todos estos casos se aplica la regla del responder bajo los criterios normativos
de las obligaciones concurrentes, sin perjuicio de la siempre latente facultad del juez
de morigerar el resarcimiento que le correspondiere asumir al sujeto que actuó de
modo involuntario, que por cierto no favorece a los otros responsables.
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1. Introducción
Cuando existe pluralidad de sujetos responsables por ser agentes productores de
los menoscabos, la ley establece un régimen diferencial conforme a la causa origen
por la cual le atribuyen el deber de resarcir a la víctima, sea única o múltiple.
Ello ocurre en la responsabilidad aquiliana cuando varios sujetos son coautores
de un hecho, cómplices de los autores, protagonistas de accidentes de tránsito
múltiples, en la responsabilidad colectiva o anónima, etc., y, en la contractual,
cuando el incumplimiento es imputable a distintos deudores que pueden ser
solidarios o no.
2. Pluralidad solidaria
Cuando la producción del daño es llevada a cabo por una pluralidad de sujetos
pero tiene una causa única, sea que emerja del título constitutivo o de la ley, el
resarcimiento podrá ser exigido a cualquiera de los deudores (art. 827) y podrán,
cada uno de ellos, oponer al acreedor las defensas comunes a todos y las defensas
personales pueden oponerse exclusivamente por el deudor o acreedor a quien
correspondan, y solo tienen valor frente al coacreedor a quien se refieran. Sin
embargo, pueden expandir limitadamente sus efectos hacia los demás codeudores,
y posibilitar una reducción del monto total de la deuda que se les reclama, hasta la
concurrencia de la parte perteneciente en la deuda al codeudor que las puede
invocar (art. 831).
Sin perjuicio de otros detalles, cabe recordar en este punto que "el deudor que
efectúa el pago puede repetirlo de los demás codeudores según la participación que
cada uno tiene en la deuda" (arts. 840, 841, etc.). Esta consecuencia es muy
importante y marca una diferencia sustancial con las obligaciones concurrentes que
pueden traer algunas disidencias interpretativas.
3. Pluralidad concurrente
En cambio, cuando la pluralidad pasiva emana de causas diferentes se aplica el
contenido de los artículos de las obligaciones concurrentes. Es decir, aquellas en
las cuales varios deudores deben el mismo objeto en razón de causas diferentes
(art. 850), motivo por la cual el acreedor está facultado para requerir el pago a uno,
a varios o a todos los codeudores en forma simultánea o sucesivamente (inc. a], art.
851). Finalmente y, como destaque especial, mencionar que la acción de
contribución del deudor que paga la deuda contra los otros obligados concurrentes
se rige por las relaciones causales que originan la concurrencia (inc. h], art. 851).
Sin pretender reiterar los comentarios que fueron realizados a los artículos del
Código que regulan expresamente este tipo de obligaciones, recordarnos que
Moisset de Espanés, luego de evocar a Pedro León, sostiene que "a semejanza de
las obligaciones solidarias, en las obligaciones in solidum, o convergentes,
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encontramos pluralidad de sujetos deudores de una misma prestación, y la
posibilidad del acreedor de reclamar íntegramente la prestación a cualquiera de
ellos, pero allí finalizada la similitud, pues no se producía ninguno de los restantes
efectos de las obligaciones solidarias"(652).
El profesor de mención estima que el problema de hacer extensiva la solidaridad
a las obligaciones de resarcir, derivadas de cuasi delitos fue solucionado con la
redacción dada al derogado art. 1109 que permite la acción de reintegro, la cual no
se encontraba autorizada para el caso de los delitos (arts. 1081 y 1082 derogados).
Este criterio implica que el saber de los tribunales buscó en esta categoría de
obligación soluciones concretas, en algunos casos, cuando no estaban legalmente
reconocidas.
A modo de ejemplo, se puede citar que la CSJN sostuvo que "las obligaciones
concurrentes, denominadas in solidum, se caracterizan por la existencia de un solo
acreedor, un mismo objeto, pero distintas causas en relación a cada uno de los
deudores. En tal situación, las responsabilidades concurrentes no excusan total ni
parcialmente la de la demandada, sin perjuicio de la que ulteriormente pueda ejercer
ésta contra la otra responsable, citada como tercero, para obtener su contribución
en la deuda solventada"(653).
En otro proceso que "si el actor civil en el proceso penal asume ese rol únicamente
con relación al imputado conductor del vehículo interviniente en un accidente y omite
incluir a los terceros civilmente responsables, como lo es el empleador dueño del
rodado (art. 1113, Código Civil), aquella pretensión solo posee efectos interruptivos
del curso de la prescripción de la acción civil con relación al mismo, ya que —
además de no concurrir un supuesto de litisconsorcio pasivo necesario— se trata de
obligaciones concurrentes"(654).
En otra litis se aseveró que "los daños causados por edificios en construcción
ponen al damnificado frente a dos sujetos responsables: el dueño de la obra y el
constructor, sobre quienes pesan obligaciones concurrentes e indistintas"(655).
También, "frente a los actores, que sufrieron lesiones como consecuencia de la
caída de un montacargas, resultan concurrentemente obligadas la dueña del
ascensor y la empresa encargada de su mantenimiento, sin perjuicio de las acciones
de reintegro que entre ellas puedan existir"(656).
Estos fallos, más otros que se dictaron en el país, fueron consolidando la idea de
la existencia de obligaciones concurrentes en el ámbito de la responsabilidad civil
que se consagra en el Código.
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que aquéllas resultan ser independientes entre sí, pese a mediar entre las mismas
la conexión resultante de estar referidas a un mismo objeto debido a idéntico
acreedor"(657).
Por su parte, Atilio Alterini, Ameal y López Cabana, señalan que "las obligaciones
concurrentes tienen: (1) identidad de acreedor; (2) identidad de objeto debido, al que
están referidas las obligaciones que concurren; (3) diversidad de deudores; (4)
diversidad de causas de deber, que son distintas e independientes entre sí; (5)
Generación de deudas distintas, a diferencias de las solidarias en las cuales la
deuda es única"(658).
La utilidad práctica de la distinción entre las obligaciones solidarias y las
concurrentes, más allá de las diferencias conceptuales que existen entre ellas han
sido puestas en duda por un sector de la doctrina.
Es el propio Trigo Represas que como reflexión final asevera que "todo ello nos
ha llevado a pensar, si no hubiese sido quizá preferible tratar como de
responsabilidad 'solidaria' no solo a los casos que se contemplan en los arts. 1760
a 1762 del 'Proyecto de 2012', sino también a todos los de 'obligaciones
concurrentes' de los arts. 1751 segundo párrafo, 1753 y 1758; con correlativa
supresión de toda la Sección 8ª, Capítulo 3, Título I, del Libro Tercero del Proyecto
de 2012 (arts. 850 a 852) sobre 'Obligaciones concurrentes'. Lo cual es
perfectamente factible, teniendo en cuenta que como la 'solidaridad' ha de surgir 'de
la ley' o del título constitutivo de la obligación (arts. 838 del 'Proyecto de 2012' [...]);
muy bien se lo puede así establecer en el 'Proyecto de 2012', que en definitiva ha
de ser aprobado por 'ley' del Congreso de la Nación"(659).
Sin embargo como indica Márquez(660), el Código introdujo la distinción y debemos
proceder al análisis, pero en este comentario no corresponde formular un análisis
pormenorizado de las obligaciones concurrentes, en general, sino dentro de la
responsabilidad civil.
En este sentido, el punto de interés se focaliza en las consecuencias que trae
aparejado declarar en la sentencia la condena en función de estimar que se está
frente a un caso de obligaciones concurrentes. Ello es tratado en el art. 851, cuyas
alternativas debemos concordar con la normativa reguladora de la responsabilidad
civil, recordando la doctrina judicial que se expresó sobre el tema.
El artículo de referencia expresamente indica que su normativa es aplicable con
excepción de que haya una disposición especial en contrario.
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Sin lugar a hesitación que entendido el pago como el cumplimiento de la
prestación que constituye el objeto de la obligación (art. 865), el efecto del mismo
es el de satisfacer el interés del acreedor, de extinguir el crédito y, por cierto, obtener
su liberación.
En el caso de que uno de los obligados concurrente abone el crédito produce su
propia liberación y la de los otros codeudores con el acreedor, pero queda
subsistente las acciones de repetición que en la nueva terminología sería de
contribución (ver inc. h]), para definir los reintegros que pueden reclamarse entre los
codeudores concurrentes.
En el inciso siguiente queda claro que la indemnización del acreedor debe ser
íntegra, pues si fuere parcial, la extinguirá en la medida de su satisfacción, pero
seguirá vigente la acción por el resto de su interés contra todos los obligados al
pago.
Así fue expresado por los tribunales cuando juzgaron que "la transacción
celebrada entre un trabajador que sufrió un accidente de trabajo y la aseguradora
de riesgos del trabajo codemandada no exime de responsabilidad al empleador, en
tanto se trata de obligaciones concurrentes y no resulta de aplicación lo establecido
en el art. 853 del Código Civil, sino lo previsto en el art. 851 del mencionado Código,
por lo que éste carece de derecho para beneficiarse o aprovecharse de la
misma"(661).
La misma situación acontece con la hipótesis del inc. d), en la cual la confusión
entre el acreedor y uno de los deudores concurrentes o la renuncia al crédito a favor
de uno de los deudores no extingue la deuda de los otros obligados concurrentes.
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Por ello, es válida la jurisprudencia que dictada en tiempo reciente indica que "las
obligaciones del cliente y del condenado en costas hacia el abogado, no son
solidarias, sino concurrentes, in solidum o convergentes, donde hay un mismo
acreedor, identidad de objeto, diversidad de causa y de deudores, y en las que —a
diferencia de la solidaridad— la vida de la prescripción no se propaga en la
obligación convergente"(662).
O cuando, "la obligación de los accionados de responder por un accidente de
tránsito tiene carácter in solidum, debiendo cada condenado responder en la medida
de su incidencia causal, por lo que el acuerdo transaccional celebrado por la víctima
y la aseguradora no extingue la obligación de los restantes responsables del evento
dañoso en el porcentaje atribuido en la sentencia"(663).
Del mismo modo, cuando se afirmó que "la responsabilidad atribuida (...) al dueño
o guardián de la cosa riesgosa que produjo el daño —en el caso, al Estado Nacional
y a una obra social por los perjuicios causados a raíz del irregular funcionamiento
de unas puertas automáticas instaladas en una sede de esta última— debe
calificarse como concurrente, ello de acuerdo con la denominación y clasificación de
las obligaciones elaborada por la mayoría de la doctrina de los autores en este
punto"(664).
e) Cuestiones procesales
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En otros casos, la naturaleza de la obligación estará vinculada, como ocurre por
los daños producidos por los hijos con relación a su padre o los dependientes en
vinculación con los patrones o el titular del automotor con el chofer.
Por último, y creemos que sin agotar las posibilidades de concurrencia, existen
obligaciones que son concurrentes pero tienen en común el origen del nexo causal
en la generación del daño, como acontece en el caso de los choques múltiples que
ocasionan un daño a terceros.
Por ello, debemos diferenciar con claridad las distintas situaciones que se pueden
presentar al momento de dictar la sentencia condenatoria de los accionados y, en
una etapa posterior, analizar el modo de tramitar la acción de contribución o
recursorio como es denominada por los procesalistas.
En ese sentido, en la hipótesis que la concurrencia tenga su génesis en causas
totalmente diferentes, como es el caso del deber de resarcir nacido de un contrato
de seguro cuando se produce el siniestro (contractual) y, en simultáneo, la condena
al autor del daño a la cosa, la condena será por la totalidad a cada uno de ellos.
Posteriormente, los accionados podrán reclamarse entre sí por la contribución
realizada, como sería, por ejemplo, si abona la totalidad del daño la aseguradora,
ésta podrá ir contra el autor de los menoscabos subrogado en los derechos de la
víctima.
En el otro caso examinado, la concurrencia es vertical, por cuanto existe una
persona que produce el daño (hijo, dependiente, etc.) y un sujeto que tiene un
vínculo jurídico de control sobre el mismo (padre, principal, etc.). En estos casos, la
condena será concurrente, la medida del daño queda determinada por el accionar
del controlado y queda abierta la posibilidad de ejercer la acción de reintegro cuando
abona el padre o el principal.
Mayor complejidad presenta cuando existe una trama causal común entre los
protagonistas del acto que origina el daño. En este caso ha quedado consolidado el
criterio que la víctima puede demandar a todos sin hacer diferencia o tener la carga
de acreditar cuál es la contribución causal que cada uno de ellos aportó en la
generación del daño. El punto que presenta dificultad y se verifica ello en las
diferentes soluciones que se dan en las sentencias, es si la condena a los
corresponsables es por el todo de la indemnización sin importar cuál fue su aporte
causal o culpabilidad, dejando para la instancia posterior que pueda iniciar el juicio
recursorio o de reclamo por la contribución realizada en exceso contra los otros
corresponsables.
Si aplicamos los constitucionales principios de reparación integral, de protección
privilegiada de la víctima (pro hominis), ésta debería ser la solución, más cuando no
se plantea en el juicio principal el proceso recursorio entre los corresponsables,
quienes al defenderse tratan de demostrar la interrupción del nexo causal por causa
ajena.
Aun cuando el Código no ha tenido la previsión de distinguir entre las distintas
hipótesis de obligaciones concurrentes, fija en el art. 851, inc. b), que la acción de
contribución del deudor, que paga la deuda contra los otros obligados concurrentes,
se rige por las relaciones causales que originan la concurrencia. Ello implica que es
factible que se condene a todos los corresponsables del daño por la totalidad del
reclamo cuando tienen en común la trama causal que originó el menoscabo y,
posteriormente, entre ellos definan, conforme el aporte causal que produjeron
el porcentual de contribución que debe realizar cada uno y reclamar la suma
abonada en exceso contra los otros corresponsables.
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Con relación a la vinculación entre los corresponsables, que cuando uno de ellos
defiende que su participación fue parcial está acusando a otro como responsable
por ese acaecimiento, lo que implica que entre ellos se debe trabar una litis para no
dejar sin derecho de defensa a ninguna de las partes. Es por ello, que cuando no se
le corre traslado del responde realizado por uno de los codemandados a los otros,
no corresponde definir en el proceso principal, el porcentual de responsabilidad
porque no se ha litigado el tema entre ellos, como lo exige la acción recursoria, sino
que la litis ha sido con el actor reclamante del resarcimiento.
Así ha sido entendido por la CSJN cuando dijo que "en el caso de obligaciones
concurrentes, caracterizadas por la existencia de solo acreedor, un mismo objeto y
origen en distintas causas con relación a cada uno de los deudores, las
responsabilidades consideradas les corresponden a cada uno de los demandados,
sin perjuicio de que ulteriormente puedan ejercer las acciones de regreso destinadas
a obtener la contribución de cada uno en la obligación solventada"(666).
De igual modo se juzgó que "la obligación del transportador hacia el pasajero que
resultó lesionado —en el caso, por el choque del colectivo en el que viajaba con una
grúa— es concurrente con la del tercero cocausante del daño por la totalidad del
monto indemnizatorio, pues la víctima es acreedora a una reparación plena o integral
del perjuicio resultante del incumplimiento del deber de indemnidad contractual
genérico; máxime cuando ello está expresamente plasmado en el art. 184 del
Código de Comercio"(667).
En el mismo sentido, aun cuando no es muy clara en su redacción en su parte in
fine, se puede citar el fallo donde se dice que "en materia de accidentes de tránsito
múltiples, el nexo causal debe juzgarse en forma indivisible en cuanto al damnificado
—en el caso, quien tuvo que detener su marcha por el cruce de un vehículo venido
a contramano, resultando embestido por detrás por otro rodado que circulaba a
velocidad excesiva— pues éste no tiene por qué investigar la mecánica del hecho y
las responsabilidades resultantes, pudiendo dirigir su reclamo tanto contra uno como
todos los codemandados y sin perjuicio de la eventual distribución de cuotas de
responsabilidad —80 % y 20 %, respectivamente— que quepa efectuar entre
éstos"(668).
En palabras finales, el tema relacionado con la relación entre los codemandados
con la víctima reclamante y entre los codemandados concurrentes es una temática
que va a generar polémica y se dictarán soluciones hermenéuticas disímiles, porque
como se ha expuesto, la concurrente tiene en común que es por causa diferente,
pero entre los corresponsables existen relaciones diversas que deben ser tenidas
en cuenta. En estos casos es cuando se debe privilegiar la aplicación de los
principios generales que rigen el derecho de la responsabilidad civil, especialmente
el pro hominis privilegiando la satisfacción compensatoria de los daños padecidos
por la víctima.
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1. Responsabilidad del encubridor
El encubrimiento es una figura delictual tipificada en los arts. 277 del Código
Penal, cuyas principales formas son las siguientes: a) ayudare a alguien a eludir las
investigaciones de la autoridad o a sustraerse a la acción de ésta; b) ocultare,
alterare o hiciere desaparecer los rastros, pruebas o instrumentos del delito, o
ayudare al autor o partícipe a ocultarlos, alterarlos o hacerlos desaparecer; c)
adquiriere, recibiere u ocultare dinero, cosas o efectos provenientes de un delito; d)
no denunciare la perpetración de un delito o no individualizare al autor o partícipe
de un delito ya conocido, cuando estuviere obligado a promover la persecución penal
de un delito de esa índole; e) asegurare o ayudare al autor o partícipe a asegurar el
producto o provecho del delito.
Entre los autores, Sourigues y Straccia señalan, en términos generales, que "se
individualiza como merecedora de pena la conducta de 'el que tras la comisión de
un delito ejecutado por otro, en el que no hubiera participado (...)' lleva a cabo alguna
de las acciones que se describen en los incisos del artículo.
Con esta redacción, se abandona la expresión 'sin promesa anterior al delito' por
una referencia expresa a la no ejecución del hecho principal y a la ausencia de
participación.
Ello importa el empleo de una mejor técnica legislativa puesto que, haciéndose
eco de la más reconocida doctrina, se separa claramente la participación del
encubrimiento que resultan ser dos títulos de por sí incompatibles.
De acuerdo con los antecedentes parlamentarios, se trata de una formulación
más 'general y correcta'. En este sentido lo relevante es que el encubridor haya sido
ajeno a la comisión del delito precedente. La redacción derogada ('sin promesa
anterior') no era totalmente clara porque un coautor podría encubrir a su coejecutor
sin haberle prometido ese hecho y no obstante ello no actuaba como encubridor,
justamente, por haber intervenido en el delito principal.
A su vez se sustituyó el enunciado 'después de su ejecución' por la locución 'tras
la comisión', juzgando el legislador ambos giros como equivalentes.
La doctrina mayoritaria entendió, de acuerdo al texto anterior, que era irrelevante
el desarrollo que hubiera alcanzado el delito principal en las etapas del iter criminis,
podía tratarse tanto de un delito consumado como de uno tentado, siempre y cuando
los actos de ejecución hubieran cesado (tentativa acabada).
Tal aserción bien puede resultar aplicable al texto vigente, puesto que la
sustitución 'ejecución' por 'comisión', no implica una referencia a la 'consumación'
del delito principal. En definitiva, una vez ejecutados todos los actos que, de acuerdo
a la representación del autor parecen precisos para alcanzar el resultado, el delito
ha sido cometido, siendo posible, desde entonces, su encubrimiento, aunque, luego
este resultado no se produzca"(669).
2. Configuración de la figura
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La doctrina jurisprudencial sostiene que "a efectos de la configuración del delito
de encubrimiento por favorecimiento personal resulta indiferente la oportunidad en
que se haya hecho efectiva la ayuda, por cuanto, para la concurrencia del aludido
tipo penal no resulta indispensable que las investigaciones de la autoridad se
encuentren en curso, sino que basta con que la ayuda se presta con la finalidad de
eludirlas"(670).
De igual manera, "corresponde condenar en orden al delito de encubrimiento —
art. 277, inc. 1, c), Código Penal— a quien adquirió una motocicleta que presentaba
un pedido de secuestro por haber sido sustraída a su propietario, pues es evidente
que aquél tenía conocimiento de la procedencia ilegítima del bien, en tanto alegó
que la compraventa se llevó a cabo en condiciones groseramente irregulares —en
el caso, en una vereda y sin que supiera la identidad del vendedor— e intentó huir
y abandonar el rodado al percatarse de la presencia del personal policial"(671).
Por otra parte, se consideró que "entre los requisitos para que se configure el
delito de receptación sospechosa —en el caso, se confirmó la resolución que
condenó al imputado por el delito de encubrimiento— se encuentra la existencia de
un delito anterior, sin que sea necesario el dictado de una sentencia condenatoria
respecto de aquél, ni la existencia de un pronunciamiento que determine que el
imputado por encubrimiento no participó en el delito previo"(672).
Para completar el panorama, la Casación de Buenos Aires, sostuvo que "si bien
la redacción del art. 278 del Código Penal en su versión según la ley 23.468admitía
que el origen ilícito de los bienes pudiera ser solamente sospechado por el sujeto
activo, ello resulta inadmisible a tenor de la formulación del art. 277, según ley
25.246 (Adla, LX-C, 2805), del Código de fondo —en el caso, se aplicó
retroactivamente la ley penal más benigna— en tanto el sujeto 'debe saber' la
procedencia ilícita del objeto y éste es un 'saber' que se corresponde únicamente
con un conocimiento positivo —dolo directo— y no es equiparable con la duda o la
sospecha, o incluso con el dolo eventual"(673).
Tipificado en sus aristas principales el delito de encubrimiento, la norma
comentada decide sancionar, en el ámbito civil, la conducta de cooperación con el
ocultamiento del hecho delictual o cuasi delictual que generó el menoscabo con
suficiente nexo causal para imputarle el deber de resarcir el perjuicio que ha
provocado a la víctima como encubridor.
Pero en este punto corresponde precisar que el encubridor no es autor ni cómplice
del acto delictual que genera el menoscabo, razón por la cual responderá por el
daño que su actuar ilícito causó a la víctima en forma independiente.
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cuando el hecho dañoso acaece en ejercicio o con ocasión
de las funciones encomendadas.
La falta de discernimiento del dependiente no
excusa al principal.
La responsabilidad del principal es concurrente
con la del dependiente.
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que haya relación de causalidad eficiente entre el acto del dependiente y el daño
causado a un tercero"(676).
En palabras similares, Bueres describe sus ideas sosteniendo: "1. La
responsabilidad del principal es indirecta (vicaria o refleja). 2) Esa responsabilidad
supone un acto ilícito del dependiente que lo hace responsable —efectivo o al menos
potencial—. 3) La responsabilidad del dependiente (efectiva) puede ser por culpa u
otro factor de atribución objetivo. 4) El fundamento del deber de resarcir del principal
está dado por una garantía legal impuesta en razón del riesgo que dicho sujeto
general en su más lata dimensión"(677).
En cuanto al alcance de la norma, Sagarna precisa que ante la unificación de
ambos regímenes de responsabilidad civil, la nueva norma se aplicará tanto a los
supuestos de subordinados que causen daños en el ámbito del cumplimiento de una
obligación —los terceros introducidos en la ejecución de la prestación obligacional—
como a las hipótesis de perjuicios originados fuera de todo vínculo jurídico
preexistente con el damnificado. Así, el art. 1753 determina: "El principal responde
objetivamente por los daños que causen los que están bajo su dependencia, o las
personas de las cuales se sirve para el cumplimiento de sus obligaciones...", sin
necesidad en este último caso que estos agentes dañosos sean expresamente sus
dependientes —empleados en el sentido del derecho laboral—, bastando que el
comitente haya dado órdenes a los subordinados para cumplir con su obligación,
como requisito para que se despierte esta responsabilidad indirecta(678).
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Ahora bien, para que sea operativa la responsabilidad del principal por el accionar
del dependiente, la norma exige que el hecho dañoso acaezca en ejercicio o con
ocasión de las funciones encomendadas.
En ese sentido, Trigo Represas sistematiza las alternativas del siguiente modo:
a) ejercicio, propiamente dicho de la función. Es decir, cuando el acto ilícito se realiza
actuando el agente dentro de la esfera real de la incumbencia o función. b) mala
ejecución de las funciones que se configura cuando el dependiente realiza el
encargo o comisión, pero con menosprecio, olvido o violación —culposo o doloso—
de las instrumentaciones o lineamientos a que debía atenderse al ejecutar la función.
c) ejercicio aparente de las funciones, que se produce cuando el agente comete el
hecho ilícito actuando de manera manifiesta u ostensible dentro de la esfera de la
incumbencia o función que le atañe, o con los elementos propios de tal función;
aunque dicha situación no constituya más que una mera "apariencia", que no
condiga con la realidad oculta, sea por haberse contrariado, expresas órdenes, o
haberse obrado en la emergencia sin instrucciones especiales al respecto, o aun
valiéndose el subordinado de la función para su disfrute o beneficio particular(682).
Por su parte, respecto de la ocasión, Spota entiende que el comitente es también
responsable no solo por aquellos actos que corresponden por su naturaleza a la
función encomendada, sino igualmente por hechos ajenos o extraños a éste, pero
que han podido ser llevados a cabo por el dependiente por su calidad de tal, y porque
tal relación de dependencia le brindó la ocasión o el motivo para cometer un acto
ilícito o le ha facilitado notablemente su comisión(683).
En cambio, Trigo Represas sostiene un criterio restrictivo al decir que dentro de
la "ocasión" solo pueden quedar comprendidos aquellos actos ajenos o extraños a
la función, pero que únicamente pudieron ser llevados a cabo por el dependiente en
tal calidad y por mediar esas funciones(684).
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guardián de una cosa riesgosa, a partir de lo cual deberá el dependiente acreditar,
al igual que el principal, la injerencia de una causa ajena.
Sin perjuicio de ello, la condenación del subordinado cuando causa daño a
terceros actuando en función o en ocasión de la actividad encomendada,
automáticamente queda consolidado en el principal su deber de responder, en la
dimensión determinada por la jurisdicción que será la misma para ambos obligados.
La parte restante de la norma que debemos tratar es la relacionada con los
dependientes con falta de voluntad cualquiera sea la razón o naturaleza de ello que
producen daño a terceros, dado que la falta de discernimiento del dependiente no
excusa al principal.
En el caso estamos frente a un caso de perjuicio involuntario, conforme es
marcado por el art. 1750, el factor de atribución de la responsabilidad del sujeto
dañador es la "equidad". En otras palabras, el acto dañino involuntario del
dependiente genera el deber de resarcir bajo ese factor de reproche social.
En este punto cabe interrogarse si la indemnización fijada en función de los
criterios de la equidad contra el responsable directo es la suma por la cual debe
responder el principal. En principio, la repuesta es positiva. Pero sin embargo
estimamos que la cuantificación del daño, para ser realmente de "equidad" no puede
dejar de mirar las circunstancias concomitantes en las cuales se produce, pues ha
sido el empleador quien ingresó a su empresa a la persona que generó el daño
involuntariamente, razón por la cual teniendo como horizonte el principio pro
hominis, a favor de la víctima, se debe considerar la capacidad económica del
principal para satisfacer en definitiva una reparación plena. Pues de otro modo, con
la morigeración del resarcimiento por equidad, debido a que el autor material del
perjuicio actuó involuntariamente, se verá favorecido el principal y perjudicada la
víctima.
El tema es complejo y quizás sea menester la revisión legislativa de la solución
dada, pensando en el alcance de la acción de repetición que tiene el principal para
con su dependiente, el cual ya condenado en el proceso principal no podría reclamar
que la contribución sea en el marco de la equidad.
Una solución de justicia en esta hipótesis, donde se causa daño en forma
involuntaria, debe compatibilizar los dos principios, el de reparación plena de la
víctima y la contribución en función de los principios de la equidad del dañador
involuntario.
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perjuicio de la responsabilidad personal y concurrente que
pueda caber a los hijos.
FUENTE: ARTS. 1658 DEL PROYECTO DE 1998.
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658) y los mayores de veintiún años, de igual modo, si continúan con sus estudios
o preparación profesional pueden reclamar esa prestación (art. 663).
Pero el punto que pone límites a la responsabilidad de los padres hasta los
dieciocho años está en el art. 638 porque el deber parental, como conjunto de
deberes y derechos que corresponden a los progenitores sobre la persona y bienes
del hijo, para su protección, desarrollo y formación integral finiquita con la mayoría
de la edad o cuando se emancipa (art. 638).
Sagarna, cuando trata el tema asevera, en sentido concordante, que "son
presupuestos de la responsabilidad objetiva de los progenitores por el hecho dañoso
de sus hijos: 1) el hecho ilícito del hijo o, al menos, objetivamente antijurídico, 2) que
el descendiente sea menor de edad, es decir menor de 18 años —por más que la
'responsabilidad parental' en cuanto a los alimentos se extienda hasta los 21 años
de edad, conf. art. 658 del Código Civil y Comercial o que, en definitiva, la obligación
de los progenitores de proveer recursos al hijo se amplíe hasta sus 25 años de edad
si la prosecución de estudios o preparación profesional de un arte u oficio le impide
proveerse de medios necesarios para sostenerse independientemente, conf. art.
663 del Código Civil y Comercial—, 3) que el menor se encuentre bajo la
'responsabilidad parental', 4) que el menor habite con el padre responsable,
requiriéndose 'convivencia' con los hijos, y 5) que entre el hecho del hijo y el daño a
un tercero exista relación de causalidad"(687).
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cumplido los diez años, dado que están privados de discernimiento para el acto ilícito
que causó el menoscabo (art. 261, inc. b]). A partir de esa edad se presumen
realizados con discernimiento.
En cambio, la situación es diametralmente distinta cuando un menor causa un
daño vinculado con la actividad desarrollada en función del título profesional
habilitante obtenido para ejercer por cuenta propia sin necesidad de previa
autorización. En este caso, estará en juicio civil o penal por las cuestiones vinculadas
a dicha habilitación profesional en forma personal y sus padres no serán
responsables en forma indirecta de los daños que ocasione, conforme art. 1755,
parte in fine.
La norma determina que la responsabilidad entre el hijo productor del daño y el
padre responsable será solidaria, razón por la cual la relación entre ellos se define
conforme a las pautas fijadas en el art. 841, en especial su inc. c), donde para
determinar la cuota de contribución se debe tener presente las relaciones de los
interesados entre sí.
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menores de dieciocho años, no profesionales, se presume que tienen plena
capacidad de comprensión, razón por la cual se infiere su voluntariedad en la
producción del daño por lo cual responden por el menoscabo ocasionado en forma
directa.
A partir de ello Sagarna sostiene que "el damnificado podrá accionar tanto contra
el progenitor como contra el hijo menor mayor de 10 años por el daño causado por
éste, por lo que resulta innecesario demandar a este último para tener por
responsable al primero (conf. art. 1773, del Código Civil y Comercial); aunque si se
pretende ejercer la acción contra el hijo tendrá que demandárselo para garantizar
su ejercicio del derecho de defensa en juicio"(688).
Pero, completa su pensamiento con una posición singular cuando asevera que
"no podrá accionarse contra el hijo que causó el daño y era menor de menos de 10
años de edad al momento del hecho ilícito, ni tampoco contra la persona privada de
razón, toda vez que en función del art. 261, incs. b) y a), del Código Civil y Comercial,
respectivamente, sus actos ilícitos son involuntarios por falta de discernimiento (en
este mismo sentido, los actuales arts. 921 y 1076, del Código Civil)"(689).
Como se colige, con este autor disentimos en cuanto a que el menor de diez años
sí puede ser demandado, en función del cambio de regla operado para los autores
de daño mediante acto involuntario que en el Código sí tienen el deber de responder
bajo el factor de atribución "equidad", conforme el contenido del art. 1750 (690).
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judicialmente por razones debidamente fundadas, por un período más con
participación de las partes involucradas.
De igual modo, no se liberan si la falta de convivencia con el hijo generador del
daño proviene de una causa que le es imputable.
En los fallos de los tribunales se observa la tendencia de analizar la conducta
reprochable del menor en función de los deberes de cuidado parental que tienen los
padres, fundamentalmente para justificar la agresión de un menor contra otro. Ello
es erróneo en el sistema del Código, por cuanto la conducta negligente del
progenitor del menor dañado no interrumpe el nexo causal entre la acción del menor
dañino y el perjuicio, sino que la "causa ajena" invocable debe ser la propia conducta
del menor dañado.
En ese sentido, se juzgó que "es parcialmente responsable —en el caso, en un
70 %— un menor que, al participar de un 'juego' con un amigo, le arrojó una piedra
que lesionó su ojo, ya que, aun cuando la conducta de ambos resultó negligente, la
del primero tuvo un plus de falta de cuidado en el desenlace del suceso que ocasionó
el daño, máxime cuando contaba con suficiente discernimiento para comprender lo
que hacía y prever las consecuencias de sus actos"(691). Ello por cuanto el "menor
que perdió la vista de su ojo al recibir el impacto de un elemento arrojado por un
amigo cuando participaban de un 'juego' es parcialmente responsable por las
consecuencias dañosas del siniestro —en el caso, en un 30 %—, pues el vínculo
causal entre la conducta del ofensor y el daño se vio parcialmente interferido por el
accionar de aquél, quien decidió intervenir en un divertimento del cual era previsible
que derivase una lesión"(692).
En este caso, correctamente se analiza la conducta de los menores participes del
juego que ocasionó el daño a uno de ellos, marcándose que el accionar del dañado
interrumpió parcialmente el nexo de causalidad entre el accionar del victimario y la
víctima.
En sentido inverso se indicó que "la madre del menor de edad dañado cuando
jugaba en la vía pública es responsable de modo concurrente con los progenitores
del dañador pues de haber actuado conforme al deber de protección impuesto por
el art. 264 del Código Civil, en forma diligente, no debió permitir que su hijo de corta
edad participara en un juego peligroso con una especie de honda con la cual tiraban
objetos a modo de proyectiles, ni dejarlo solo en la calle, siendo que debió hacerlo
ingresar a su vivienda y alejarlo de los demás menores participantes"(693). En este
sumario queda en evidencia que no se analiza la conducta de los menores sino de
sus padres, razonamiento que en el Código vigente no es válido, por ser la
responsabilidad de los padres objetiva, solidaria e indirecta.
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Ahora bien, la frase "son responsable como los padres..." deja abierta una duda
hermenéutica si los tutores (arts. 104/137) y curadores (art. 138/140) que no están
mencionados en el artículo precedente, son responsable conjuntamente con los
padres o son responsable autónomamente en el mismo nivel que los padres. En
este sentido se debe recordar que el art. 104 establece que la tutela está destinada
a brindar protección a la persona y bienes de un niño, niña o adolescente que no ha
alcanzado la plenitud de su capacidad civil cuando no haya persona que ejerza la
responsabilidad parental.
A partir de ello y, más allá de que la designación del tutor o curador puede ser
llevada a cabo por el propio progenitor (arts. 106 y 139), éstos serán responsables
en la misma medida que los padres, como si fueran tales. Por ello, su
responsabilidad será objetiva y solidaria con el dañador.
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3. Responsabilidad del establecimiento de internación de
menores
En el párrafo final, el artículo establece que los establecimientos que tienen a su
cargo personas internadas, que por la ubicación en esta norma deben ser menores,
responden por la negligencia en el cuidado de los mismos cuando, transitoria o
permanentemente, han sido puestas bajo su vigilancia y control.
Esta decisión legislativa es concordante con el contenido del art. 1753 donde el
principal responde por los daños del dependiente, que en este caso será de los
menores bajo el cuidado del establecimiento.
FUENTES: ART. 1113, CÓDIGO CIVIL, ARTS. 1661 Y 1662 DEL PROYECTO DE 1998.
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2. Las cosas riesgosas o viciosas como generadoras de daño
De retorno a la enumeración, se verifica que, en la primera hipótesis, se equipara
el "riesgo o vicio de la cosa". Estas cualidades de las cosas desde la óptica
gramatical, "riesgo" es la contingencia o proximidad de un daño por cuanto el sujeto
se encuentra expuesto a padecer un perjuicio. En cambio, "vicio" en su primera
acepción hace referencia a la mala calidad, defecto o daño físico en las cosas. Sobre
esta categoría Pizarro enseña que "una cosa es viciosa cuando presenta un defecto
de fabricación, de funcionamiento o de conservación que la torna inapta para la
función de debe cumplir de acuerdo con su naturaleza"(694).
Por su parte, Trigo Represas comenta que "desde un punto de vista puramente
gramatical, no pueden caber dudas de que 'riesgo' y 'vicio' de la cosa constituyen
dos expresiones que aluden a conceptos distintos. 'Riesgo' es la contingencia o
proximidad de un daño, ya que correr un riesgo significa estar expuesto a sufrir un
daño. El 'vicio' por su parte, es un defecto, imperfección o anomalía, —que a su vez
puede ser de fabricación, funcionamiento o conservación—, que presenta una cosa
y que la torna inapta o impropia para su destino o utilización de acuerdo con su
naturaleza —doctrina del art. 2614 del Código—"(695).
A partir de ello, el autor se enrola en la postura interpretativa que asigna al vocablo
"riesgo" un sentido genérico, dentro del cual puede quedar comprendida cualquier
circunstancia susceptible de crear la contingencia o posibilidad de un daño, como
puede serlo, entre otras, la existencia de un "vicio" en la cosa, en cuyo supuesto
será éste el generador del "riesgo", del cual habrá de derivarse a la postre el
detrimento, y sostiene que "habría bastado con aludir en el texto legal a la
responsabilidad por el 'riesgo' de la cosa; riesgo consistente en incorporar al medio
social una cosa peligrosa por su naturaleza o por su forma de utilización. Así, una
cosa es peligrosa por naturaleza, cuando aun de su empleo normal o conforme con
su estado natural, se puede habitualmente derivar un peligro a terceros, tal como
ocurre con la energía nuclear o eléctrica, o con los explosivos, que tienen una
potencialidad dañosa per se, con prescindencia del medio en el cual se emplean y
de las circunstancias que los rodean; al margen de que, sin duda, sus posibilidades
de dañosidad puedan ser incrementadas si los materiales radiactivos o conductores
de electricidad se utilizan sin las correspondientes aislaciones, o si los explosivos se
exponen al calor o al fuego, como a la inversa también pueden aminorarse y hasta
aniquilarse, como ocurriría en el caso de los explosivos si se humedece o moja la
pólvora. Y por supuesto, también será peligrosa por su naturaleza, la cosa que
presente un 'vicio' apto o idóneo para provocar por sí solo situaciones de peligro de
daños para terceros. Otras veces en cambio, no siendo la cosa peligrosa en sí, podrá
convertirse en una amenaza latente y crear o generar riesgos, al ser puesta en
funcionamiento por aplicación de la actividad humana; en cuyo caso el riesgo no
estará tanto en la cosa causante del daño, sino en la 'actividad' desplegada, en la
cual la cosa juega sin embargo un papel principalísimo, como sucede con los
automóviles, aviones, navíos, etc., en donde el peligro, mayor o menor según las
circunstancias, habrá de depender justamente de las modalidades que, en un tiempo
y lugar determinados, asuma la acción desarrollada"(696).
A partir de estos conceptos, el Código no toma en cuenta las ideas de la doctrina
y mantiene en una misma categoría a las cosas riesgosas junto con las viciosas.
Los fallos dictados por los tribunales en los últimos tiempos, cuando califican a las
cosas como riesgosa o viciosa, mantendrán su vigencia ante la subsistencia de la
diferenciación.
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En ese sentido, podemos traer a colación cuando se especificó que "el propietario
de una máquina hidrolavadora es responsable por el fallecimiento por electrocución
de una persona que la utilizó, en tanto no se acreditó que ésta la haya utilizado
contra su voluntad, pues si bien le informó que no podía usarla porque estaba rota,
en ningún momento le advirtió el problema eléctrico que tenía atento a la precariedad
de la instalación eléctrica, máxime si no se acreditó que se haya opuesto a su uso
cuando la víctima tenía libre acceso a las instalaciones a raíz de una relación de
amistad"(697).
Con igual criterio se sostuvo que "corresponde responsabilizar al demandado por
los daños sufridos por el actor mientras trabajaba utilizando una maquinaria de su
propiedad —en el caso, una amoladora—, pues, en su carácter de propietario de la
cosa riesgosa debió haber acreditado el caso fortuito, la culpa de la víctima o de un
tercero por quienes no debería responder, o bien que la máquina fue usada en
contra de su voluntad expresa o presunta"(698).
Otro tribunal dijo que "cabe revocar la sentencia que rechazó la demanda de
daños y perjuicios deducida contra un banco por el accidente sufrido en la escalera
de acceso al mismo, pues las deficiencias descriptas en el informe pericial —más
allá del incumplimiento de normas edilicias, insuficientes para determinar la
responsabilidad civil— indican que la escalera carecía de los elementos mínimos de
seguridad y en consecuencia, constituía una 'cosa riesgosa o viciosa'"(699).
También se precisó que "el propietario del local cuya marquesina cayó sobre la
vía pública, es responsable ante los daños y perjuicios provocados por aquel evento
a un par de transeúntes, en virtud de que el daño fue causado por el riesgo o vicio
de la cosa, máxime cuando se acreditó el incumplimiento de su obligación de
mantener la cosa en buen estado"(700).
En un tema recurrente se sostuvo que "la empresa ferroviaria demandada debe
responder por las lesiones que sufrió una mujer al caer en las escaleras de un túnel
ubicado en una estación, pues, resultó ser una cosa peligrosa al encontrarse en mal
estado de conservación, carecer de baranda y contar con poca luminosidad, y no
probó la concurrencia de alguna de las causales de eximición"(701).
Y, para cerrar este acercamiento al pensamiento judicial se sostuvo que "el
propietario de un campo es responsable por la pérdida de cultivo que sufrió el actor
en su predio, como consecuencia de la expansión de un producto de fumigación por
él utilizado, toda vez que resulta aplicable el criterio objetivo de atribución de
responsabilidad —riesgo de la cosa— debido a su carácter de dueño o guardián de
la cosa riesgosa y no se demostró la ruptura total o parcial del nexo de
causalidad"(702), y también "al propietario de la obra por el fallecimiento de un
operario por la electrificación de la escalera sobre la que se encontraba trabajando,
al tomar contacto con instalaciones —en el caso, una caja de alto voltaje— que
carecían de un aislamiento adecuado, pues el daño causado por electricidad debe
atribuirse al riesgo de la cosa"(703).
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vicio generaban perjuicios sino por las actividades desplegadas por los seres
humanos que en su accionar tienen un alto grado de inseguridad, de inestabilidad
para los derechos de los otros seres humanos.
Ello fue advertido como una carencia que no podía ser cubierta aplicando los
principios que informaban el riesgo y vicio de las cosas, sino que fue menester una
apertura hermenéutica para incluir también a las actividades riesgosas en el
régimen, a fin de fijarle un factor de atribución objetivo con las consecuencias que
ello trae aparejado.
El tema ya venía siendo advertido en distintos congresos y jornadas, y bien
recuerda Messina de Estrella Gutiérrez cuando aborda el tema al decir que "se ha
manifestado en la doctrina la necesidad de contemplar la categoría de 'actividad
riesgosa'" y en fecundos encuentros de civilistas se planteó la necesidad de su
consideración: I. Jornadas Provinciales de Derecho Civil (Mercedes, provincia de
Buenos Aires, 1981), IV Congreso Nacional de Derecho Civil (Córdoba, 1969), II
Jornadas Nacionales de Derecho Civil (Corrientes, 1965).
Las "Jornadas sobre Responsabilidad Civil" en homenaje a Roberto H. Brebbia,
Rosario, 1986, Comisión III, trataron específicamente el tema: "Sistemas de
protección a los damnificados por actividades riesgosas o peligrosas", se incluyó
especialmente a la "circulación de automotores" dentro de esta categoría de riesgos,
y se concluyó que el único eximente para el asegurador de esa actividad es el dolo
de la víctima.
En las XI Jornadas Nacionales de Derecho Civil celebradas en Buenos Aires en
agosto de 1987 fue recomendación de una calificada minoría: "La provisión de
bienes o servicios informáticos constituye una actividad riesgosa. Tiene su
fundamento normativo en el actual art. 1113, 2ª parte del apart. 2º del Código
Civil"(704).
La carencia de previsión normativa fue advertido por Kemelmajer de Carlucci -
Parellada, quienes describían que "el desarrollo tecnológico muestra supuestos en
los que se hace necesario imputar responsabilidad objetiva a quienes desempeñan
actividades de alto índice de dañosidad; por ej., el manejo de la información, el
lanzar al mercado productos potencialmente dañosos que serán finalmente
consumidos por personas que no tienen con el elaborador vínculo contractual
alguno; la utilización de fertilizantes, algunos de ellos prohibidos en el extranjero
pero admitidos en nuestro país, etc."(705).
En otro trabajo, Parellada, cuyos conceptos son compartidos por Mesina de
Estrella Gutiérrez, delimita con precisión al sujeto deudor como aquel que "desarrolla
la actividad con un poder fáctico, autónomo e independiente de dirección sobre
ella"(706).
En ese sentido, el autor referenciado recuerda que "en el derecho peninsular se
ha aplicado la responsabilidad por actividad riesgosa al ejercicio de empresas de
construcción (especialmente cuando se usan andamios, hornos, etc.), a los molinos,
industrias insalubres o tóxicas, utilización de calderas o maquinarias accionadas por
electricidad o vapor, empresas ferroviarias y de tranvías; fábricas de explosivos;
depósitos de gases inflamables; y aún a la organización y ejercicio de actividades
deportivas (incluso el juego de bochas); también se ha aplicado a la actividad
minera, el transporte y distribución de energía eléctrica, la colocación de conductos
bajo la calzada, la caza con armas de fuego; la manipulación de fuegos de artificio;
el ejercicio del ski; la excavación de terrenos y el uso de pesticidas"(707).
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Como se puede colegir, la doctrina judicial antes citada recurría al riesgo o vicio
de las cosas para endilgar responsabilidad cuando el daño provenía de la actividad
peligrosa.
En esa idea, la norma expresa que las actividades que sean riesgosas o
peligrosas pueden serlo por su naturaleza, por los medios empleados o por las
circunstancias de su realización.
En este punto corresponde marcar que el daño generado por una cosa peligrosa
o viciosa hace referencia a un bien determinado que produce daño, pero cuando se
hace referencia a "actividad" se refiere al conjunto de operaciones o tareas propias
que realiza una persona humana o una entidad que sin duda pueden participar
además de la acción humana cosas que tengan las características antes
referencias.
La norma clasifica a la actividad riesgosa o peligrosa, por su naturaleza, por los
medios empleados y por las circunstancias de su realización. De las
consideraciones expuestas en los fallos extraeremos algunos ejemplos que
mantienen su vigencia, pero ahora, dentro de un encuadre normativo propio.
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deficiente estado en un circuito sin señalización es responsable, junto a la
Municipalidad codemandada, de los daños ocasionados con ese rodado a un
bañista que se encontraba en el lugar, pues, como titular de una actividad riesgosa
y guardián de la cosa que ocasionó el perjuicio, debió tomar los recaudos necesarios
para evitar que la actividad se desarrollara de una manera desaprensiva"(712).
De igual modo, cuando se juzgó que "la asociación civil propietaria de un campo
de golf es responsable (...) ante el daño ocasionado por una pelota de golf disparada
fuera de la cancha, que golpeó el parabrisas y capó de un rodado, ya que se trata
de quien ha generado una actividad riesgosa —práctica del golf—"(713).
4. La responsabilidad es objetiva
La norma determina que la responsabilidad de quien usa la cosa riesgosa o lleva
a cabo una actividad peligrosa es objetiva, es decir, siguiendo las pautas fijadas por
el Código en su estructura, no interviene la culpabilidad.
La legitimación pasiva recae contra el sujeto que desarrolla la actividad peligrosa
o utiliza la cosa riesgosa con autonomía y fundamentalmente con la capacidad para
adoptar la decisión de beneficiarse con ello. Por cierto que la carga probatoria
incumbirá de quien invoque el carácter riesgoso o peligroso de la actividad o de la
cosa y, a su vez, conforme a los antecedentes del caso el juez deberá ponderar
prudencialmente si tiene esas características, dado que está determinando la
aplicación de un factor de atribución objetivo y, con ello, la inversión de la carga
probatoria.
Al ser la imputatio iure objetiva opera la eximente contemplada en el art. 1722, es
decir, se libera demostrando la "causa ajena", pero ello es limitado, en la parte in
fine de la norma, cuando indica expresamente que "no son eximente la autorización
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administrativa para el uso de la cosa o la realización de la actividad, ni el
cumplimiento de las técnicas de prevención".
El art. 1757 se inicia con una postulación inexacta. No es cierto que "toda persona
responde por el daño causado por el riesgo o vicio de la cosa, o de las actividades
que sean riesgosas o peligrosas...", pues la norma siguiente, la del art. 1758, solo
reconoce como legitimados pasivos a los sujetos que allí identifica.
El Código Civil y Comercial no acotó la responsabilidad por actividades que sean
riesgosas o peligrosas con la connotación que efectúa el Proyecto de 1998 de
"especialmente" peligrosas (art. 1691), con lo que intentó evitar interpretaciones
indiscretas que llegaran a suponer actividades peligrosas cuando la potencialidad
de daño era escasa.
FUENTES: ART. 1113 DEL CÓDIGO CIVIL, ART. 1664 DEL PROYECTO DE 1998.
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Sin perjuicio de ello cabe destacar que la doctrina de los tribunales había
recepcionado esta idea en algunos fallos, como es, por ejemplo, cuando se
interpretó que "la responsabilidad que el art. 1113 del Código Civil pone en cabeza
del dueño o del guardián de la cosa, no es excluyente sino concurrente sin que la
presencia de uno de ellos excluya el deber de resarcir del otro, lo que torna abstracto
indagar si media o no transferencia de la guarda"(718). En el mismo sentido, se dijo
que "la responsabilidad atribuida por el art. 1113 del Código Civil al dueño o guardián
de la cosa riesgosa que produjo el daño —en el caso, al Estado Nacional y a una
obra social por los perjuicios causados a raíz del irregular funcionamiento de unas
puertas automáticas instaladas en una sede de esta última— debe calificarse como
concurrente, ello de acuerdo con la denominación y clasificación de las obligaciones
elaborada por la mayoría de la doctrina de los autores en este punto"(719).
Esta línea de pensamiento implica, en principio, que el dueño no podrá eximirse
de responsabilidad automáticamente invocando que la cosa la tiene otra persona
bajo su guarda, sino que deberá demostrar la interrupción total del nexo causal por
la actividad desplegada por el guardián de la cosa ajena.
Así quedó plasmado en el fallo que decidió: "si el daño se produjo por el riesgo o
vicio de la cosa que sobrevino por los hechos realizados por el guardador estando
bajo su custodia, o por intervención de terceros puestos por él a manipularla —en el
caso, para reparar una heladera—, el dueño resulta ajeno a ese proceder que corta
a su respecto la cadena causal frente a la intervención de terceros que él no eligió
y por quienes no debe responder"(720).
Pero se debe tener en consideración que la norma vigente pone como coto a la
invocación de la causal de eximición que la cosa fue usada en contra de su voluntad
expresa o presunta. Por esa razón jurídica, cuando se da autorización para la
utilización o empleo de la cosa riesgosa cualquiera que fuere el accionar del
guardián habrá nexo de causalidad adecuado para endilgarle a los legitimados
pasivos, responsabilidad concurrente.
Al respecto Acciarri entiende que no se debe efectuar una valoración subjetiva de
la voluntad expresa o presunta del dueño o guardián de la cosa, sino que debe ser
objetiva(721). Es decir, no se debe exigir la acreditación de la no existencia de culpa
del dueño en la sustracción de la cosa.
2. Conceptualización de dueño
El artículo emplea el término "dueño" y no titular de un derecho real como en otras
hipótesis. En función de ello, se debe consultar la conceptualización del art. 1882,
que define al derecho real como el poder jurídico, de estructura legal que se ejerce
directamente sobre su objeto, en forma autónoma y que atribuye a su titular las
facultades de persecución y preferencia y demás previstas en el Código.
Pero sin lugar a hesitación, el concepto de dueño se lo vincula al derecho real de
dominio, definido en el art. 1941 como aquel derecho real que otorga todas las
facultades de usar, gozar y disponer material y jurídicamente de una cosa, dentro
de los límites previstos por la ley. El dominio se presume perfecto hasta que se
pruebe lo contrario.
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En esta conceptualización de "dueño" como titular del derecho real de dominio,
se deben tener en cuenta los regímenes especiales de propiedad donde la
inscripción es constitutiva, como ocurre con los automotores y caballos de carrera.
3. Conceptualización de guardián
El artículo, siguiendo criterios consolidados de la doctrina judicial, conceptualiza
como guardián a quien ejerce, por sí o por terceros, el uso, la dirección y el control
de la cosa, o a quien obtiene un provecho de ella. Esta hermenéutica legal,
entendemos, es flexible permitiendo a la jurisdicción incluir distintas hipótesis en su
tipificación civil.
En palabras de Silvestre Aimo, lo que caracteriza al guardián de una cosa es el
poder independiente de mando, de dirección y de control sobre la cosa, no siendo
necesario entrar a determinar si este poder deriva o no de un derecho o si se ejerce
directamente sobre una cosa que se tiene entre las manos. En principio, el
propietario es guardián por su posibilidad de ejercicio de ese poder(722).
Categorías de guarda
En el art. 1758 cuando menciona "el uso" se ubica en la noción de "guarda
material"; cuando alude a "la dirección y el control" endereza la atención a la "guarda
jurídica"; y al apuntar a "quien obtiene un provecho" aparece la "guarda provecho".
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Art. 1759.— Daño causado por animales.
1. Régimen aplicable
Se reguló que el daño generado por animales de cualquier especie queda
comprendido en el régimen establecido por el art. 1757, razón por la cual
corresponderá analizar cuál de sus partes es aplicable, si la prevista para el daño
producido por el hecho de la cosa riesgosa o por la actividad peligrosa o riesgosa.
Sin perjuicio de ello, sin lugar a dudas, se define una imputatio iure fundada en un
factor objetivo de atribución del deber de resarcir.
Ello es razonable por cuanto un animal debe ser calificado como cosa mueble que
puede desplazarse por sí misma, de acuerdo con el art. 227 y, si produce daño a
terceros, se presume hominis que tiene peligrosidad.
Del texto de la norma se verifica que se supera la distinción entre animales
domésticos y salvajes, cuando se precisa que su régimen alcanza a todas las
especies. Como señala Müller, "ya no se efectúa distinción alguna, sino que a más
desaparece la adjetivización que efectuara el codificador anterior, entre animales
'domésticos' y 'feroces' ya que ello surge de la mención específica que efectúa el
nuevo precepto legal, al aludir que el daño causado por animales 'cualquiera sea su
especie' queda comprendido en la responsabilidad aludida"(727).
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a responsabilizar al dependiente (supuesto asaz dudoso), o elegir la doctrina de la
guarda jurídica implica liberar al ladrón. La idea de aprovechamiento, económico o
no económico, brinda una vía razonable, pues; en definitiva, quien asume el
beneficio de la tenencia del animal, debe cargar con los riesgos del beneficio (serían
guardianes entonces el depositario, el comodatario, el veterinario, el herrero, o aún
el ladrón). Sin perjuicio de ello en cada caso pueden presentarse elementos que
justifiquen la imputación de responsabilidad, propios de otras doctrinas o
teorías"(729). Como se colige, será el análisis judicial que con prudencia deberá
determinar si realmente se configura la categoría del guardián para hacerlo
responsable concurrentemente de acuerdo con el art. 1758.
La doctrina elaborada por el pensamiento de los tribunales sobre la
responsabilidad del dueño se expresa de forma clara cuando asevera que "el
codemandado debe responder, junto a su esposa y en los términos del art. 1124 del
Código Civil, por los daños que un perro que salió de su vivienda le causó a una
mujer en la vía pública, pues, si bien invocó que estaba ausente al momento del
accidente y que había transferido la guarda a su mujer, no acreditó que ello fuera en
forma permanente, lo cual le hubiera permitido eximirse de responsabilidad, máxime
cuando, al no probar la exclusividad del dominio en el otro podía válidamente
presumirse que los bienes muebles que estaban en el hogar conyugal pertenecían
a ambos"(730).
De igual modo, se dijo que "la acción de daños destinada a exigir una
indemnización por la destrucción de una cosecha de arroz causada por los animales
de propiedad del demandado es procedente —en el caso, se reconoció solo daño
material, pues se probó la existencia del perjuicio invocado mientras que el caso
fortuito o fuerza mayor esgrimidos como eximentes de responsabilidad no lograron
ser acreditados—"(731).
En un caso de responsabilidad indirecta se dijo que "la empresa empleadora de
quien era dueño (...) de un perro que atacó y dio muerte a los animales que criaba
un vecino —en el caso, ñandúes— es responsable por los daños derivados de ese
ataque, pues tiene el deber de responder por los hechos de sus dependientes y por
las cosas que éstos tienen bajo su guarda"(732).
Y en este brevísimo repaso de jurisprudencia que mantendrá vigencia para
interpretar la norma del Código, se sostuvo que "la sociedad anónima propietaria de
un campo ubicado a la vera de una ruta provincial en donde un automóvil embistió
a una vaca debe responder por las consecuencias derivadas del hecho, pues, si
bien no se acreditó fehacientemente que el animal fuera de su titularidad, quedó
probado por medio de presunciones claras, precisas y concordantes que a ese
momento se encontraba bajo su cuidado y que hubo de escapar a su guarda debido
al estado deficitario del alambrado perimetral"(733).
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con el propietario de la actividad, dueño del circo, en cuyo caso estimamos que
deben ser responsables concurrentemente.
El autor de referencia, que ha tenido una preocupación especial por el estudio de
esta temática, comenta un caso en el cual se daña un jinete en una actividad de
domada y estudia la asunción del riesgo frente a un animal. En ese sentido recuerda
su posición asegurando que "la aceptación de riesgos no liberaba de
responsabilidad por la simple intervención de la víctima en una actividad con
peligrosidad genérica y abstracta, sino que se requería para tal exoneración la
exposición voluntaria a riesgos excepcionales, puesto que a partir de la modificación
de esa situación fáctica el caso podía apartase de la órbita del riesgo creado y
encuadrarse dentro del ámbito del hecho de la víctima"(735). En la actualidad se debe
tener en cuenta, para fortalecer la condena de quien se favorece con la actividad, el
contenido del art. 1757 que es adonde envía el 1759(736).
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Art. 1760.— Cosa suspendida o arrojada.
Si de una parte de un edificio cae una cosa, o si ésta es
arrojada, los dueños y ocupantes de dicha parte responden
solidariamente por el daño que cause. Sólo se libera quien
demuestre que no participó en su producción.
a) Conceptualización
La responsabilidad colectiva ha sido conceptualizada, en términos generales, por
Tanzi y Casazza expresando que existe: "cuando el daño es ocasionado por un
agente no identificado, que pertenece a un grupo circunstancial determinado; pero
no se encuentra identificada la persona dentro de ese grupo que causó el daño. De
tal modo que la imputación se refiere al grupo"(739).
Sobre el tema, Atilio Alterini, Ameal, López Cabana, expresaron que en el
supuesto de causalidad disyuntiva o alternativa, que se presenta cuando, a raíz de
faltar la prueba, no es posible determinar cuál de varios individuos es el autor de un
daño que intrínsecamente reúne los requisitos necesarios para que sea resarcible.
Esa dificultad probatoria obstaculiza, por ende, la reconstrucción de la relación de
causalidad. El problema consiste en establecer si producido un daño, y ante la
carencia, insuficiencia o imposibilidad de prueba para individualizar a un
responsable singular, es posible condenar a resarcir —por responsabilidad
colectiva— a cuantos hayan tenido alguna vinculación acreditada con las
circunstancias de tiempo y/o lugar de las cuales derivó ese perjuicio. Es claro que la
dificultad probatoria debe estar referida solamente a la identificación del autor
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material, o del dueño o guardián de la cosa, ya que es imprescindible la acreditación
de que el daño lo ha causado alguno de entre varios individuos determinados(740).
Se reitera esta idea en el pensamiento de Gesualdi al concebir que ante la
presencia de una intervención plural, no quiere decir que en todos los supuestos
habrá una responsabilidad colectiva. Ello así, pues aunque intervengan varios
sujetos en forma conjunta, la responsabilidad puede ser individual, por estar
perfectamente identificados los sujetos causantes del hecho ilícito. Perfectamente
puede existir una intervención conjunta o común, en la que son varias las personas
que cooperan para la producción del nocimiento, lo cual puede llevarse a cabo a
través de una coautoría o una mera participación. En cambio, en la intervención
acumulativa o concurrente, varios sujetos intervienen realizando actos
independientes entre sí, aunque llegan a producir el mismo resultado, que se habría
alcanzado en forma aislada. En ambos supuestos la responsabilidad es individual.
En cambio, la solución varía en los supuestos de intervención disyuntiva o
alternativa, en la que uno u otro sujeto puede causar el perjuicio, pero no se puede
probar el nexo entre el hecho de uno de los individuos y el daño.
Es en esta última hipótesis cuando surge la duda sobre si, ante la imposibilidad
de individualizar a un responsable singular, se puede condenar a indemnizar los
perjuicios causados a todos los que hayan tenido una intervención acreditada en el
hecho, para lo cual resulta indispensable probar que el daño proviene del grupo,
pese a no puntualizar cuál de ellos fue el agente. La doctrina ha dado numerosos
ejemplos de aplicación de la responsabilidad colectiva (por caso: cuando intervienen
médicos de manera separada, aunque simultáneamente formando o sin formar
equipo, que atienden a un mismo paciente, donde no se puede identificar al
causante del perjuicio; agresiones callejeras por conjunto de individuos que forman
una "patota")(741).
Estos autores, para expresar su conceptualización de responsabilidad colectiva,
ponen énfasis, como lo hace en general este Código, en la observación del nexo de
causalidad que no puede individualizar al autor material del hecho con el daño
ocasionado a la víctima. Es por ello que entendemos que el anonimato es parte
esencial de la caracterización de la responsabilidad colectiva, pues cuando el mismo
desaparece porque se individualiza al autor se extingue la categoría.
Ese anonimato, sin lugar a hesitación, es relativo, por cuanto el autor o los autores
forman parte de un grupo determinado de sujetos a quienes la ley los responsabiliza
con el deber de resarcir el menoscabo producido a la víctima.
Por su parte, Llambías sostuvo que la noción de responsabilidad colectiva que
insinúa la idea de una obligación de responsabilidad que pesa sobre el grupo de los
individuos implicados, en cuanto tal, es falsa por carecer el grupo de personalidad
jurídica. En verdad, cuando se habla de responsabilidad colectiva se alude a una
responsabilidad individual que llega a alguien por haber formado parte de un
determinado grupo o colectividad. Pero como tal responsabilidad se establece, en
razón de la falta de identificación del agente dañoso, tal vez fuera apropiado roturarla
como responsabilidad anónima, pues así como se denominan las obras de autor
desconocido, igualmente podría llamarse responsabilidad anónima la que le cuadra
a alguien por ignorarse quién es el autor del daño(742).
La responsabilidad debe ser calificada como colectiva, no por la participación
plural necesaria de varios sujetos, sino porque acreditada la participación de ese
conjunto en la producción de determinado hecho, no es factible determinar
individualmente al autor o autores del daño. En otras palabras, es el anonimato la
particularidad que define a la responsabilidad colectiva permitiendo la
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imputación de iure del deber de resarcir los daños producidos a todos los
integrantes del grupo porque está probado el nexo de causalidad entre el accionar
del mismo y el menoscabo producido.
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cuando el daño de un autor anónimo dentro de un grupo de terminado o la autoría
es la acción grupal. El punto de referencia es el dañado y no el dañador"(744).
Por otra parte, se debe tener en cuenta que el nexo de causalidad, como elemento
de la responsabilidad independiente, se comporta de un modo particular en estos
casos porque el pretensor debe acreditar la relación causal entre el daño sufrido, el
sitio de dónde provino la cosa o los componentes del grupo y la dificultad para
individualizar al autor o autores del hecho dañino, para que pueda configurarse la
responsabilidad colectiva y anónima(745).
Cabe destacar, en palabras de Tanzi y Casazza, que si bien el autor es
desconocido, la víctima debe individualizar al grupo dentro del cual se ubica el
desconocido autor del hecho o de donde proviene la cosa productora del daño. En
tal caso, por razones que conciernen al amparo de la víctima, es posible
responsabilizar colectivamente a todos los integrantes del conjunto. En suma,
implica la existencia de un daño causado por uno o más miembros anónimos de un
grupo identificado, donde hay un problema de dificultad probatoria en la autoría(746).
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Es por ello que el Código, ante la imposibilidad de individualizar al autor o
responsable de la caída de la cosa, impone como decisión la solidaridad de todos
los dueños y ocupantes del sector. Como detalle corresponde discernir si los
propietarios, aun cuando no fueran ocupantes, serán sujetos pasivos de la
reclamación. Por ejemplo, cuando tienen arrendado el departamento. Al
respecto, ab initio, se debe considerar incluido al propietario en la solidaridad pasiva
por el principio de protección amplia a la víctima que no debe indagar la situación
jurídica de cada departamento o unidad habitacional.
Este criterio amplio de la legitimación pasiva es sostenido por Burgos, cuando
señala que ahora la legitimación pasiva en el Código Civil y Comercial es mucho
más amplia, porque se refiere a los dueños y ocupantes, de tal modo que incluye al
locatario, comodatario, usufructuario, poseedor, tenedor precario, depositario; es
decir, cualquier persona que se encuentre aunque más no sea circunstancialmente,
en el edificio(747).
Pero, como la causal para liberarse de responsabilidad es la demostración de que
no participó ni pudo participar en la producción del hecho generador de la caída o
arrojo de la cosa, la prueba será de fácil acreditación para el propietario que con la
simple presentación del contrato de alquiler pone como ocupante a otra persona.
Por otra parte, se deberá tener en cuenta en la responsabilidad colectiva y
anónima que no es una demanda contra una persona jurídica, más allá de la
solidaridad (art. 827) que se impone, sino individual contra cada uno de los
propietarios y ocupantes del sector de donde se lanzó la cosa. Así quedó entendido
cuando se consideró que "debe rechazarse la acción de daños y perjuicios
promovida, contra el consorcio de copropietarios de un edificio, en virtud de los
daños ocasionados al vehículo del actor por un objeto contundente, si en la demanda
se afirmó que alguien había arrojado un objeto desde ese edificio, pues el consorcio
solo tendría legitimación pasiva en caso de que el daño hubiese sido provocado por
la caída de una cosa de uso común"(748).
La solidaridad impuesta implica que se podrá demandar a todos o algunos de los
responsables presumidos por la ley (art. 833) quedando vigente entre ellos la
posibilidad de repetir la contribución (pago) que efectúa si se individualizare al autor
o autores según la participación que cada tuvo en la generación de hecho dañador.
Pero, en el caso de no poder individualizar al ejecutor del arrojamiento o de la caída
de la cosa, se distribuirá conforme lo establece el art. 841, in fine, "en partes
iguales".
La circunstancia de individualizar el origen del daño cuando se trata de una cosa
suspendida permitió decir a los tribunales que "en el marco de una acción de daños
y perjuicios incoada contra un consorcio de propietarios por los daños que sufrió un
transeúnte como consecuencia de un desprendimiento de mampostería de un
edificio (...) en cuanto establece la responsabilidad colectiva, en tanto que se
acreditó que fue un tercero quien provocó tal desprendimiento, de modo que pudo
sindicarse al responsable del evento"(749).
En relación con los eximentes de responsabilidad, Tanzi y Casazza sostienen que
la norma establece que solo se libera quien demuestre que no participó en la
producción del daño. Ello significa el establecimiento de una presunción en favor de
la víctima que ha sufrido el daño por la caída de una cosa desde un edificio, de que
los autores son los ocupantes y que los dueños deben responder de manera
solidaria con aquéllos. Esa presunción se extingue si el determinado autor prueba
que no participó en la producción del daño(750).
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OPINIÓN DE ALTERINI, J. H. Y ALTERINI, I. E. EN LA 2ª EDICIÓN
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alternativa a los asistentes a un espectáculo teatral o cinematográfico, procesión
religiosa, personas que se encuentran como huéspedes de un hotel, etc., marcando
que no toda actividad grupal es necesariamente riesgosa(752). Por su parte, Tanzi y
Casazza traen un ejemplo que excede las tradicionales agresiones por grupos
(barras bravas) en contiendas deportivas que siempre se tienen in mente para
referenciar el tema y es cuando el daño es causado por un grupo de médicos sin
poder individualizar cuál de los profesionales fue el autor del daño al paciente(753).
Como se infiere, si bien esta norma se fundamenta para proteger a la víctima del
anonimato del autor, la legitimación pasiva se circunscribe a un grupo de personas
cuyos integrantes están identificados como parte de ese conjunto pero no como
autores individuales del daño.
Evidentemente es el anonimato de la autoría el factor que define el deber de
responder de toda la colectividad que participó del hecho generador del menoscabo.
Es decir, como se ha sostenido precedentemente, se prescinde de la culpa y de la
conexión causal individual dado que se fijó un factor de atribución objetivo por existir
una conexión fáctica entre el accionar grupal y el daño padecido por la víctima.
2. Eximición de responsabilidad
Para eximirse de responsabilidad el sujeto que integró el grupo debe demostrar
que no ha contribuido a su producción, es decir, siguiendo la terminología empleada
que no ayudó o concurrió con los otros al logro del fin dañino. La causal de liberación
es diferente a la autorizada en los otros casos de responsabilidad colectiva, siendo
en este caso más exigente, pues no basta con acreditar que no fue el autor o coautor
del hecho dañador, sino también que ni siquiera ayudó, de modo alguno, a la
consumación del menoscabo.
Esta norma recepta el temperamento judicial que se expuso al decir que "en la
responsabilidad colectiva, resultante de la falta de individualización del autor del
daño, la individualidad de cada partícipe se pierde en el grupo que integra y la sola
demostración de la relación causal del daño con la acción del grupo impregna a
todos de la responsabilidad que colectivamente corresponde a éste. La culpa del
partícipe no es haber causado el daño —cuyo autor permanece anónimo— sino en
haber formado parte del grupo de donde partió el perjuicio"(754).
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1. Actividad peligrosa en grupo
La hipótesis contemplada en la norma tiene características propias, dado que se
relaciona con la actividad peligrosa llevada a cabo por un grupo. El concepto de
grupo, jurídicamente expresado, fue desarrollado en el comentario del artículo
anterior, destacando que la pluralidad de seres humanos tiene un componente de
aglutinación totalmente diferente a la hipótesis prevista en el art. 1761, dado que en
el presente caso llevan a cabo una actividad peligrosa para terceros. Esa clase de
acción grupal pudo ser eventual, porque se configura sin una previa planificación o
programación.
En ambos casos, la dificultad está en descubrir al autor material del perjuicio para
imputarlo individualmente, motivo por el cual la responsabilidad de los integrantes
del grupo es colectiva y solidaria.
En otros términos, se debe excluir a las personas jurídicas que si bien están
conformadas por una pluralidad de sujetos, la misma constituye en sí una
individualidad que responde por los daños de sus dependientes (art. 1753) y de
quienes administren (art. 1763).
El grupo imputado civilmente tiene un ligamen de hecho más que jurídico, que el
derecho observa y sanciona y que está vinculado a la propia actividad peligrosa que
realizan en común. En este sentido, Saux entiende que la noción de "grupo" va más
allá de la mera multiplicidad individual de personas, estando conformada, desde lo
sociológico, por ciertos matices comunes operativos que lo perfilan. Hay grupos
"voluntarios" (un "equipo", de jugadores, de científicos, de profesionales, de
montañistas, etc.) y "no voluntarios" (huelguistas, manifestantes); "primarios" (con
ligazón emocional, como los hinchas de fútbol) y "secundarios" (con estructura
orgánica, como una asociación); "institucionales" (partidos políticos, sindicatos),
"prestacionales" (sistemas de ahorro, contratos asociativos) y "grupos de riesgo"
(cazadores, barrabravas, etc.).
Completa sus ideas señalando que "el riesgo que el grupo genera o determina es
variable en sus proyecciones. Hay 'riesgos externos' (hacia terceros, como los de
una patota), 'internos' (hacia los miembros del propio grupo, como una avalancha
entre los fans de un concierto de rock), 'concurrentes' (tiroteo en la calle entre
ladrones y policías respecto de los transeúntes) y 'recíprocos' (grupos enfrentados
entre sí)"(755).
La responsabilidad de los integrantes del grupo es objetiva e impersonal porque
se le imputa responsabilidad no por su propio accionar sino por pertenecer a ese
grupo peligroso que ha ocasionado un daño a tercero y mantiene el anonimato en
cuanto a su autor.
Los tribunales han comprendido acabadamente este pensamiento cuando
juzgaron que "la acción de daños iniciada contra los padres de unos menores por la
participación de éstos en una pelea donde resultó herido el hijo de los accionantes
debe admitirse, pues, si bien en sede penal se acreditó que ninguno de ellos fue el
autor material del hecho, la responsabilidad civil en el caso no se deriva de la autoría
directa del daño sino de la responsabilidad objetiva derivada del riesgo propio del
grupo agresor que aquéllos integraron, más allá del grado de injerencia que tuvieron
en el desenlace lesivo"(756).
En la misma idea, se entendió que "en caso de daños causados por un grupo de
personas hacia otra, sin que pueda identificarse qué miembro lo ocasionó —en el
caso, con la utilización de un rifle de aire comprimido que fue introducido en su
cuerpo ocasionándole una lesión perianal— constituye un supuesto de
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responsabilidad grupal, que no se funda en el art. 1109 del Código Civil, sino que
torna aplicable el supuesto de responsabilidad colectiva esbozada en el art. 1119 in
fine de dicho ordenamiento"(757).
De igual modo, en el caso de responsabilidad colectiva por daños causados por
un miembro no identificado de un grupo, halla fundamento en el riesgo creado por
la acción del grupo y todos los que integran el mismo contribuyen con su sola
participación a crear el riesgo que se traduce en el daño a un tercero(758).
En el siguiente caso estimamos que no se corresponde estrictamente con una
hipótesis de responsabilidad colectiva por actividad riesgosa del grupo, por cuanto
se imputa el deber de resarcir a una persona jurídica (sindicato) al cual pertenecían
los manifestantes que ocasionaron el menoscabo. Al caso sería aplicable el art. 1753
cuando responsabiliza al principal por los daños que causen las personas de las
cuales se sirve para cumplir con sus obligaciones. El mentado fallo dice:
"corresponde responsabilizar a dos sindicatos por los daños materiales ocasionados
a un inmueble que se incendió a raíz de los artefactos pirotécnicos arrojados durante
una manifestación pues, si bien no se ha logrado individualizar a los autores del
hecho, se comprobó que miembros de los gremios demandados tiraron bombas de
estruendo en el lugar desde donde provino el artefacto que ocasionó el siniestro, se
trata de un supuesto de responsabilidad colectiva, que torna aplicable lo previsto en
el art. 1119 in fine del Código Civil"(759).
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Art. 1763.— Responsabilidad de la persona
jurídica.
La persona jurídica responde por los daños que causen
quienes las dirigen o administran en ejercicio o con ocasión
de sus funciones.
FUENTES: ART. 43 DEL CÓDIGO CIVIL, ART. 1674 DEL PROYECTO DE 1998.
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2. Delimitación de la responsabilidad de las personas jurídicas
Atendiendo estos antecedentes, se verifica que se reitera la fórmula empleada
para delimitar la responsabilidad de la persona jurídica, como la del principal, porque
la actuación de los administradores debe ser en ejercicio o con ocasión de sus
funciones.
Al respecto, complementando el comentario anterior, es oportuno resaltar el
pensamiento de Lavalle Cobos cuando señalaba que las personas jurídicas no
responden por cualquier evento dañoso que produzcan sus directores o
administradores, sino únicamente por los causados en el ejercicio o con ocasión de
las funciones a éstos encomendadas. Se entiende por ejercicio de la función, el
desarrollo de los actos previstos en los estatutos como de competencia del órgano.
La noción de ocasión es sumamente imprecisa. Son actos ajenos a la función
propiamente dicha, pero que solo han podido cometerse por el órgano de la persona
jurídica en esa calidad. La existencia de la función debe haber permitido la
realización del acto dañoso(763).
Andrada, en su trabajo, asevera que la persona jurídica deberá responder cuando
quienes las dirijan o administren abusan de las funciones estatutarias u obran en el
ejercicio aparente de las mismas. La responsabilidad puede derivar, del ejercicio
abusivo y del aparente. En el primer caso, es el desempeño antifuncional, desviado,
salido de madre de las tareas estatutariamente asignadas a los administradores. De
ese ejercicio desbordado o excedido ha de responder la persona jurídica. En cambio,
el ejercicio aparente de la función por parte de los administrados se configura
cuando se encuentra ejerciendo la función, aun cuando en realidad no lo sea más
que ficticiamente(764).
Conforme a las ideas precedentemente expresadas, resulta de vital importancia
que el objeto perseguido por la persona jurídica esté debidamente precisado y
determinado conforme regla el art. 156, por cuanto se constituirá en el parámetro
para determinar si la actuación del administrador fue llevada a cabo de un modo
antifuncional, contrariando o excediendo el propósito del ente, y en ese contexto
produjo daño a terceros por el cual deben responder en forma conjunta y
solidariamente.
282
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Las víctimas podrán demandar en forma conjunta o separadamente a la persona
jurídica y a sus administradores dado que la responsabilidad es solidaria y no
concurrente.
1. Introducción
La norma decide como política legislativa que todas las disposiciones del capítulo
1 del título V, no se aplican a la responsabilidad del Estado de manera directa ni en
forma subsidiaria.
Sin lugar a dudas esta decisión traerá diversas dificultades que impone al
comentario exigencias extraordinarias a los fines de justificar en derecho la
interpretación que se le debe acordar a la norma y anticipar algunas de las
consecuencias del porvenir cuando se juzguen cuestiones atinentes a la
responsabilidad civil del Estado nacional, provincial o municipal.
En esa idea, en primer lugar, se efectuará un breve racconto de la evolución de
la responsabilidad del Estado en la doctrina de la Corte Suprema de Justicia de la
Nación que es el órgano judicial que marcó la interpretación auténtica por su
definitividad y jerarquía.
283
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a) Irresponsabilidad extracontractual del Estado
La primera se extiende hasta el año 1933 y se caracteriza por la irresponsabilidad
extracontractual del Estado.
Ella se fundaba en las siguientes razones: 1º) Partiendo de la doctrina de la doble
personalidad del Estado, aseveró que como poder público es irresponsable porque
obra en virtud de su "soberanía"; 2º) obrando como persona jurídica, esto es en el
ámbito del derecho privado, solo es responsable contractualmente, pero no
extracontractualmente, y 3º) aceptaba la responsabilidad del Estado cuando ésta
surgía de una ley.
En apoyo de esta opinión, la Corte esgrimía argumentos empleados en el derecho
civil al formular una interpretación estricta y gramatical del texto del art. 43 del
Código Civil anterior a la reforma de la ley 17.711.
De igual manera aceptó argumentos propios del derecho público al diferenciar
entre actos de autoridad o imperio y actos de gestión. Así consideró en algunos
fallos que una de las razones que pueden inducir a declarar la irresponsabilidad del
Estado, es el hecho de que haya actuado como poder público en ejercicio de su
soberanía, no estando en esa hipótesis sometido a las reglas que rigen la
responsabilidad en el derecho común.
Igualmente se hacían valer razones de orden procesal, según la cual para
demandar a la Nación era menester la venia legislativa previa, salvo en aquellos
casos en que hubiera actuado como persona jurídica(766).
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Por aplicación de dichas normas consagró la responsabilidad del Estado,
eludiendo mencionar tanto el art. 43 originario del Código Civil que vedaba toda
acción civil por indemnización de daños contra las personas jurídicas, como que se
trataba de daños ocasionados por el obrar del Estado como poder público que
constituían los fundamentos de su postura anterior.
Cassagne recuerda que "ese caso, que motivó la crítica de Bielsa en cuanto
asimilaba la responsabilidad del Estado a la del patrón, sobre la base de un texto
del Código Civil, ha constituido, sin embargo, un punto de partida importante en la
historia de la responsabilidad por cuanto permitió salir del campo de la
irresponsabilidad y contrastar diferentes concepciones dando paso al desarrollo de
las teorías que, sin ley que específicamente regulara la materia, basaron el
fundamento de la responsabilidad estatal en principios de derecho público,
fundamentalmente en los arts. 16 y 17 de la Constitución Nacional (igualdad ante
las cargas públicas y garantía de la propiedad)"(769).
La evolución operada en esta segunda etapa continúa luego con el fallo dictado
en la causa "Ferrocarril Oeste c. Provincia de Buenos Aires"(770). En este caso,
resuelto en el año 1938, el tribunal reconoció la responsabilidad de la provincia de
Buenos Aires por la expedición por el Registro de Propiedad de la Plata de un
certificado que contenía un informe erróneo acerca del titular registral de un
inmueble y, con base en el cual, realizó una operación de compraventa que produjo
daños al adquirente, ya que dio lugar a que se promoviera y prosperara contra él
una acción reivindicatoria por el verdadero propietario del bien.
La Corte funda su decisión, en esta ocasión, en los arts. 1112 y 1113 del Código
Civil, aunque sin asignar al primero la interpretación que daría posteriormente en el
caso "Vadell" y sin llegar al reconocimiento de una responsabilidad directa y objetiva.
En el fallo de mención se proloquio que "en principio, quien contrae la obligación
de prestar un servicio lo debe realizar en condiciones adecuadas para llenar el fin
para que ha sido establecido, siendo responsable de los perjuicios que causare su
incumplimiento o su irregular ejecución (doctrina de los arts. 625 y 630 del Código
Civil). Y si bien las relaciones entre el Estado y sus gobernados se rigen por el
derecho público, la regla enunciada, fundada en razones de justicia y de equidad,
debe tener también su aplicación a este género de relaciones, mientras no haya una
previsión legal que la impida. Que, haciendo abstracción del dolo con el que el falso
certificado pudo haberse expedido, habría por lo menos una conducta culpable en
el personal, que, en desempeño de sus funciones y obrando bajo la dependencia
del Estado, ha causado el daño de que se trata, siendo así de aplicación al caso los
arts. 1112 y 1113 del Código Civil".
En otras palabras, en este tiempo la Corte referenciaba al art. 1112 del Código
Civil en el paquete normativo justificatorio de su decisorio sin precisar el alcance
dado al mismo, atento que se trataba de casos donde se imputaba responsabilidad
indirecta al Estado por el accionar negligente o doloso de sus dependientes y
funcionarios(771).
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conforme a la hermenéutica que corresponde efectuar del contenido normativo del
art. 1112 del Código Civil.
En ese fallo, el Máximo Tribunal juzgó que la provincia de Buenos Aires era
responsable por los perjuicios resultantes del funcionamiento irregular del Registro
de la Propiedad. Y tras reseñar las omisiones en que incurrió el mismo, y destacar
que cumplió de manera defectuosa las funciones que le son propias, dijo que cabía
recordar lo expresado en el caso "Ferrocarril del Oeste", en el sentido de que "quien
contrae la obligación de prestar un servicio lo debe realizar en condiciones
adecuadas para llenar el fin para el que ha sido establecido, siendo responsable de
los perjuicios que causare su incumplimiento o su irregular ejecución". Agrega a
continuación que "esa idea objetiva de la falta de servicio encuentra fundamento en
la aplicación por vía subsidiaria del art. 1112 del Código Civil que establece un
régimen de responsabilidad 'por los hechos y las omisiones de los funcionarios
públicos en el ejercicio de sus funciones, por no cumplir sino de una manera irregular
las obligaciones legales que les están impuestas (...) Que ello pone en juego la
responsabilidad extracontractual del Estado en el ámbito del derecho público que no
requiere, como fundamento de derecho positivo, recurrir al art. 1113 del Código Civil
al que han remitido desde antiguo, exclusiva o concurrentemente, sentencias
anteriores de esta Corte en doctrina que sus actuales integrantes no comparten. En
efecto no se trata de una responsabilidad indirecta la que en el caso se compromete,
toda vez que la actividad de los órganos o funcionarios del Estado realizada para el
desenvolvimiento de los fines de las entidades de las que dependen, ha de ser
considerada propia de éstas, que deben responder de modo principal y directo por
sus consecuencias dañosas".
Con relación al alcance del art. 1112 del Código Civil, Bustamante Alsina comenta
que "no se trata de una norma de derecho público pues regula el derecho al
resarcimiento que tienen los particulares frente a los funcionarios públicos y al
Estado, por los actos ilícitos de aquéllos, o sea, por hechos u omisiones en el
ejercicio irregular de sus funciones. Ello no empece a que el derecho público extraiga
de aquella norma el fundamento de la responsabilidad del Estado, sin tener que
recurrir a la primera parte del art. 1113, que determina la responsabilidad indirecta y
objetiva del principal por los hechos ilícitos de sus dependientes. La responsabilidad
del Estado por los actos de sus órganos (agentes con competencia para realizar los
hechos o actos pertinentes que dan origen a los daños) es siempre una
responsabilidad directa, fundada en la idea objetiva de la falta de servicio, aun
cuando no excluye la posibilidad de que se configure la falta personal del agente
público"(773).
A partir de este caso se consagra una responsabilidad directa fundada en un
factor de atribución objetivo, como es el funcionamiento irregular o deficiente del
servicio, que se configura cuando éste no se prestó, funcionó mal o tardíamente,
razón por la cual ya no será ineludible que el particular damnificado individualice al
culpable y pruebe su culpabilidad.
Este criterio fue luego aplicado por la Corte en numerosos fallos, precisando en
el caso "Zacarías" que "la falta de servicio es una violación o anormalidad frente a
las obligaciones del servicio regular, lo cual entraña una apreciación en concreto
que toma en cuenta la naturaleza de la actividad, los medios de que dispone el
servicio, el lazo que une a la víctima con el servicio y el grado de previsibilidad del
daño"(774).
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La objetivización del factor de atribución de la responsabilidad del Estado permitió
la consolidación de la postura que admite el deber de indemnizar las consecuencias
dañosas resultantes tanto de su actividad ilícita(775) como lícita.
En esta última hipótesis se prescinde de buscar el factor de atribución para
imputar el deber de indemnizar entre los clásicos del derecho civil para buscarlos en
el contexto de la normativa pública(776), pues se prescinde de analizar la transgresión
o no de la actividad del Estado a las directivas de la norma (juridicidad),
atendiéndose para la justificación del resarcimiento, solo al hecho material del daño
o perjuicio causado(777) y fundada en los principios constitucionales de igualdad ante
las cargas públicas y garantía de propiedad frente a los poderes públicos, que aquél
debe garantizar (arts. 16 y 17, Constitución Nacional) (778).
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ni de funciones o naturaleza), porque fue una facultad delegada por las provincias a
la Nación.
En ese sentido, no cabe la menor duda respecto de la delegación de facultades,
por cuanto las provincias autorizaron, en el art. 75, inc. 12, al Congreso Nacional
para dictar el Código Civil, Comercial, etc., sin reserva alguna que no fuere respecto
de su aplicación por los tribunales de cada jurisdicción.
Este régimen es aplicable para todas las disciplinas del derecho que fueron
expresamente delegadas a la Nación. Para que quede en claro ello, debe releerse
el contenido del art. 5º de la Constitución Nacional que solo impone algunos
requisitos para ser reconocida como provincia. Y, fundamentalmente, el art. 126,
Constitución Nacional, donde se prohíbe expresamente a las provincias ejercer el
poder delegado a la Nación, entre los cuales se enumera expresamente dictar los
Códigos Civil, Comercial, Penal y de Minería, después de que el Congreso los haya
sancionado para todo el país.
Uno de los ejemplos paradigmáticos de la nacionalización de los Códigos de
fondo está justamente en la sanción de la ley 15 del 10 de setiembre de 1862, por
la cual se declaró Código de Comercio de la Nación Argentina el vigente en la
provincia de Buenos Aires(780). Con ello, automáticamente, por aplicación del art. 126
de la Constitución Nacional quedó derogado el Código de Comercio que regía en la
provincia de Buenos Aires y había sido adoptado por Córdoba, Santa Fe y Entre
Ríos.
En este punto se debe comprender que el contenido o, expresado de otra manera,
las materias tratadas en los Códigos Civil, Comercial, Penal y Minería son facultades
delegadas a la Nación.
En función de ello, no puede de modo alguno, una ley, aun cuando sea redactada
bajo la denominación de Código, devolver a las provincias facultades delegadas por
la Convención Constituyente a la Nación.
Por otra parte, se debe tener en cuenta que siempre la aplicación de la normativa
de los Códigos de fondo, y en particular el Código Civil, en el funcionamiento de los
Estados nacional, provinciales o municipales fue directa no por analogía, como
sostienen algunos administrativistas, artilugio empleado para defender la autonomía
de esa materia cuando es el derecho sustancial el que unificó la estructura
institucional del país.
Por ello, estimamos que esta norma debe superar el test de constitucionalidad al
igual que las complementarias y las que restituyen facultades a las provincias, como
es la posibilidad abierta para fijar plazos de prescripción, por cuanto consideramos
que ello debe ser decidido de forma especial por el pueblo de la Nación mediante
una reforma de la Constitución Nacional y no por una norma del Congreso, porque
en ello se define la unidad jurídica de la estructura del Estado argentino que forma
parte de la soberanía interior.
A modo de ejemplo, para marcar la preocupación ante la desigualdad de
tratamiento que tendrá un mismo tema dentro del país, basta con hacer referencia
a los daños que pueden padecer los niños en las escuelas, que si son privadas, la
responsabilidad será regida por el art. 1767 y, en cambio, si es pública nacional por
la ley 26.944, si es provincial, por la que dicte cada provincia quedando abierta la
posibilidad jurídica de que si la escuela es municipal, pueda el municipio dictar su
propia ley de responsabilidad incluso con un plazo de prescripción distinto a la
provincia y a la Nación, cuando tenga autonomía institucional como ocurre en
algunas jurisdicciones provinciales. Ello sin tener en cuenta que para todas las
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jurisdicciones es aplicable la ley de defensa de los consumidores donde los usuarios
gratuitos (en este caso del servicio educativo) están bajo su tutela.
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Por otra parte, revisada las facultades de las legislaturas locales, en ningún caso
se prevé que puedan dictar normas vinculadas a las materias tratadas en los
Códigos sustanciales (Civil, Comercial, Penal, etc.), entre las que se incluye, la
responsabilidad civil del Estado, lo cual es congruente porque fue esa facultad es
delegada a la Nación.
En síntesis, la norma trastoca totalmente el sistema jurídico argentino, por ello
coincidimos con Cassagne, cuando asevera que el sistema disgregado
norteamericano "no representa el mejor modelo a seguir y habría que ver si al
replicarlo en nuestro país no alterará el principio de unidad de legislación común que
consagra el art. 75 inc. 12 de la Constitución Nacional, bajo la premisa que también
hay normas de derecho público que constituyen derecho común como las
prescripciones del Código Civil referidas a la condición jurídica de las personas
públicas y al dominio público"(781).
Y, a la vez, la reglamentación dada marca cuán equivocado estaba Ekmekdjian
en su apreciación final, cuando comentaba el art. 126 de la Constitución Nacional y
decía que "la prohibición de dictar los Códigos de fondo es una reiteración del art.
75 inc. 12, de la Constitución Nacional. Esta prohibición está condicionada al hecho
de que el Congreso hubiera dictado dichos Códigos. En caso contrario, es decir, si
el Congreso no los hubiera dictado, las provincias podrían hacerlo. Esto es lo que
sucedió con el Código de Comercio elaborado por Acevedo y Vélez Sarsfield, para
la provincia de Buenos Aires, el que después fue adoptado por el Gobierno federal,
como ley para toda la Nación. Obviamente, en la actualidad esta cláusula resulta ya
anacrónica"(782).
La decisión político institucional adoptada por el Código Civil y Comercial respecto
del régimen disgregado de la responsabilidad del Estado en sus distintas formas,
hoy sube nuevamente al escenario jurídico al art. 126 de la Constitución Nacional,
pues deberá controlar si la solución dada se adecua o no a la decisión superior
establecida por los constituyentes de 1853, 1860, 1994 que organizó la estructura
institucional del país.
En otras palabras, deberá decidirse si es posible que por una ley nacional se deje
sin efecto una norma constitucional, aun cuando fuere parcialmente. El precedente
tiene gravedad institucional y debe ser examinado con responsabilidad por la
posibilidad de abrir un camino a la desintegración de la estructuración jurídica del
Estado argentino.
Finalmente, cabe destacar que esta reglamentación al disgregar la
responsabilidad del Estado en la legislaciones administrativa locales, contradice la
idea central convocante de la reforma que es unificar la legislación de fondo (civil y
comercial) bajo el amparo de las normas de los DD.HH.
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especial; b) Cuando el daño se produjo por el hecho de la víctima o de un tercero
por quien el Estado no debe responder". Estas eximentes del deber de resarcir están
contempladas, de igual modo, en el Código para los particulares.
En el art. 3º define cuáles son las pautas que debe cumplir el daño para que sea
resarcible por el Estado nacional, en ese sentido, mezcla un requisito con dos
presupuestos. Así, el inc. a), daño cierto, es uno de los requisitos contemplados en
el art. 1739. En el inc. b) se hace referencia a la imputabilidad material, que sería la
parte fáctica del nexo de causalidad sin ningún tipo de análisis jurídicos en cuanto a
la autoría y, en el c) se completa al hacer referencia a la causalidad adecuada entre
el daño y la actividad o inactividad del órgano y el daño cuya reparación se procura.
Finalmente, en el d) se hace referencia al factor de atribución "falta de servicio" que
es descripto como una actuación u omisión irregular del Estado que evidentemente
es objetivo. Pero, marca que cuando se trata de una omisión la inobservancia debe
incumplir con un deber normativo de actuación expresamente determinado. Ello
implica que si no existe un mandato normativo expreso que le imponga el deber de
hacer determinada actividad, el Estado no tendrá responsabilidad. En este punto,
solo es necesario recordar que el Estado tiene el deber genérico como cualquier
otro sujeto de derecho de no producir daño a otro consagrado en el art. 19 de la
Constitución Nacional, por ello frente a un daño ocasionado por acción u omisión,
aun cuando la misma no fuera prevista expresamente, tiene un deber incumplido.
En el art. 4º, que trata de la responsabilidad estatal por la actividad legítima, se
reiteran conceptos vertidos en el artículo precedente en los dos primeros incisos,
daño cierto y actual e imputabilidad material. En el inc. c) vuelve sobre la relación
de causalidad pero la redacción no resulta clara respecto a qué función se refiere,
si como factor de atribución o para mensurar las consecuencias del daño sufrido por
la persona en su integridad patrimonial o en la psicofísica-social, a resarcir. El inc.
d) prevé que cuando un ciudadano tenga el deber jurídico, es decir, previsto
expresamente por la ley, de soportar el daño no podrá reclamar resarcimiento y en
el d) regula el sacrificio especial en la persona dañada, diferenciado del que sufre el
resto de la comunidad, configurado por la afectación de un derecho adquirido.
En el art. 5º se fija que la responsabilidad del Estado por actividad legítima es de
carácter excepcional y que en ningún caso procede la reparación del lucro cesante.
La indemnización de la responsabilidad del Estado por actividad legítima comprende
el valor objetivo del bien y los daños que sean consecuencia directa e inmediata de
la actividad desplegada por la autoridad pública, sin que se tomen en cuenta
circunstancias de carácter personal, valores afectivos ni ganancias hipotéticas.
Los daños causados por la actividad judicial legítima del Estado no generan
derecho a indemnización.
En el art. 6º se dispone que el Estado no debe responder, ni aun en forma
subsidiaria, por los perjuicios ocasionados por los concesionarios o contratistas de
los servicios públicos a los cuales se les atribuya o encomiende un cometido estatal,
cuando la acción u omisión sea imputable a la función encomendada. Queda fuera
de la norma y, por cierto, en el régimen general, cuando el servicio público no haya
sido concesionado a particular.
Este artículo, que tiene vida antes de la sanción del Código, ley 26.994, fija el
plazo de prescripción para demandar al Estado en 3 años, coincidiendo con el art.
2561 de aplicación para los particulares.
El punto que generará debate está en el contenido del art. 2560, donde se fija el
plazo genérico de prescripción en cinco años, "excepto que esté previsto uno
diferente en la legislación local". La pregunta, además de la relativa a su validez
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constitucional dado que contradice expresamente el art. 75, inc. 12, y 126 de la
Constitución Nacional, es si la autorización dada es para fijar únicamente el plazo
genérico o si alcanza para fijar cualquier plazo de prescripción, puesto que el art.
2532 autoriza a las legislaciones locales únicamente para regular el plazo de la
prescripción liberatoria de los tributos.
Con un criterio restrictivo de interpretación basado en los lineamientos
constitucionales, corresponde entender, en primer término, que las provincias no
pueden por una simple ley, restituir la facultad para fijar plazos de prescripción. Y si
la normativa lograra superar el test constitucional, no podrá regular cualquier plazo
de prescripción sino los que expresamente le han sido autorizados por el Código
Civil y Comercial.
Al art. 7º le cabe el mismo comentario.
El art. 8º autoriza que el interesado pueda deducir la acción indemnizatoria
juntamente con la de nulidad de actos administrativos de alcance individual o general
o la de inconstitucionalidad, o después de finalizado el proceso de anulación o de
inconstitucionalidad que le sirve de fundamento.
En el art. 9º se regula que la actividad o inactividad de los funcionarios y agentes
públicos en el ejercicio de sus funciones por no cumplir sino de una manera irregular,
incurriendo en culpa o dolo, las obligaciones legales que les están impuestas, los
hace responsables de los daños que causen. Como se deduce, para los funcionarios
y agentes públicos, en su responsabilidad directa, se modifica el factor de atribución
por cuanto no basta que incumplan con sus deberes de manera irregular sino que
deben actuar con culpa o dolo.
No se hace referencia si la responsabilidad del Estado es conjunta o
independiente de sus funcionarios y agentes; y si la misma en concurrente o
solidaria. Estos detalles resultan importantes a la hora de implementar el alcance de
la acción de repetición que puede ejercer el Estado y, para los particulares, para
conocer cuál es el marco procesal en el cual se tramitará su pretensión para tener
garantido el derecho de defensa, el debido proceso, etcétera.
En su parte in fine, insiste en la prescripción de la acción directa contra los
funcionarios y agentes, y la de repetición que fija en tres años.
Por último, el art. 10 define que la responsabilidad contractual del Estado se rige
por lo dispuesto en las normas específicas, marcando con ello que las precedentes
están reguladas para la responsabilidad aquiliana.
En este punto cabe destacar que el art. 1764 declara inaplicables únicamente las
disposiciones del capítulo 1 (Responsabilidad civil) del título V (Otras fuentes de
obligaciones), con lo cual se debería entender que el resto de la normativa contenida
en el Código Civil y Comercial sí le es aplicable al Estado en todas sus formas, como
es por ejemplo, la parte general, el régimen de las obligaciones, contratos, etcétera.
El comentario antes realizado tiene el propósito de advertir la problemática
hermenéutica que se presentará dado que, de modo supletorio, se determina en
este artículo que en caso de ausencia de regulación, se aplica esta ley y que las
disposiciones de la presente ley no serán aplicadas al Estado en su carácter de
empleador.
El recorrido por esta normativa federal especial, que se puso en vigencia antes
que este Código, tiene la intencionalidad de marcar las dificultades con las cuales
se encontrarán los ciudadanos argentinos para comprender las diferencias que se
pueden dar en la responsabilidad entre un Estado y otro y en algunas provincias,
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inclusive entre el Estado provincial y las municipalidades donde se les reconoce
autonomía institucional.
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conciliar al Estado con sus ciudadanos, especialmente luego de elevar a rango
constitucional a los Tratados Internacionales sobre los Derechos Humanos, dado
que es el garante de su cumplimiento.
El contenido del art. 1766 no coincide con lo que programó la rúbrica respectiva,
pues la versión literal de aquél no regula explícitamente la responsabilidad del
funcionario y del empleado público, sino solo la del primero.
De todos modos, ante la condición de ambos de "agentes públicos" no se amerita
ninguna distinción significativa en sus responsabilidades. Por ello, el artículo debe
alcanzar también al empleado público.
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con más precisión el vocablo 'propietarios' de establecimientos educativos como
legitimados pasivos por el término titulares' de un establecimiento educativo. Se
prefirió continuar con esta expresión 'establecimientos educativos' del art. 1117.
Consideramos que deberá entenderse por tales a los comprendidos en la ley de
educación jurisdiccional (preescolar, escuelas primarias, secundarias, colegios para
alumnos con capacidades distintas, educación bilingüe, entre otros, por ejemplo, y
no estarían así incluidos las guarderías, las colonias de vacaciones, los institutos de
enseñanza especializada que no impartan educación pública obligatoria —como
idiomas, música, danza, arte—, los clubes, los gimnasios, etc.), aunque una
tendencia minoritaria de algunos fallos aislados está aplicando dicha norma a otros
institutos que de alguna forma se imparte educación (centro de día, boy scouts,
etc.)"(783).
Por otra parte, se elimina la enumeración de "privados o estatales", lo cual de
suyo no implica que ambas categorías desaparezcan o que no deban responder por
las razones que se expondrán. De igual modo, acontece con el cambio que hace
referencia a "autoridad escolar" en vez de "autoridad educativa".
Este detalle no es de casualidad, sino que es la causalidad del criterio que la
responsabilidad del Estado no debe ser regulada por el Código sino por leyes
especiales que deben dictar para su jurisdicción la Nación, las provincias o los
municipios con autonomía institucional.
En otras palabras, la regulación de este artículo en un estudio integral de la norma
del Código, nos permite llegar a la conclusión de que es exclusivamente aplicable a
los establecimientos educacionales privados y no a los públicos.
Al respecto, Sagarna, con un criterio con el cual disentimos, sostiene que "debe
observarse que este art. 1767 no resultará aplicable a los establecimientos públicos
nacionales por la exclusión de los arts. 1764 y 1765, aunque sí a los provinciales,
municipales o de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires"(784). La diferencia en la
hermenéutica con el antes mencionado autor es que consideramos que los artículos
antes referenciados excluyen del Código al Estado en general, cualquiera que sea
su jurisdicción, como se explicó y observó precedentemente. En ese sentido, la
responsabilidad de los establecimientos educacionales nacionales será regida por
la ley 26.944 y en las provincias y municipalidades por las leyes que se dicten para
regular su propia responsabilidad.
El punto que observamos como conflictivo es que la Ley de Defensa de los
Consumidores 24.240 incluye en su tutela a los usuarios de servicios públicos
gratuitos, por lo cual no cabe lugar a hesitación de que los alumnos de los
establecimientos públicos y privados (éstos por ser onerosos) están bajo su órbita.
Esta interpretación respeta la plena vigencia de Tratados Internacionales que fijan
el derecho a la educación y el "Interés Superior de los Niños" que imponen como
pauta guía su protección(785). Por otra parte, se debe tener presente que la ley tutelar
de los consumidores es de orden público, por lo cual sus normas son indisponibles
y deben ser aplicadas de oficio.
El criterio expuesto es ratificado por el contenido del art. 1092 cuando se hace
referencia a la relación de consumo y "se considera consumidor a la persona
humana o jurídica que adquiere o utiliza, en forma gratuita u onerosa, bienes o
servicios como destinatario final, en beneficio propio o de su grupo familiar o social".
Es decir, que se ratifica que está protegido como consumidor el usuario de servicios
gratuitos, como son los enfermos en los hospitales o los niños en los colegios, más
allá de lo que dispongan las leyes locales sobre la responsabilidad del Estado como
propietario de los establecimientos educacionales.
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2. El factor de atribución de responsabilidad es objetivo
Continuando con el análisis de la norma contenida en el art. 1767, la misma define
expresamente que la responsabilidad es objetiva y solo se exime con la prueba de
caso fortuito. Es decir, que en este caso, se limita la causal de exclusión de
responsabilidad.
Al respecto se coincide que el casus invocable por el titular del establecimiento
educativo debe tener las características generales de la eximente (imprevisible e
insuperable) y además debe ser sobreviniente, es decir, posterior a la traba de la
relación contractual entre la escuela y el alumno; ser extraño a la esfera de actuación
del deudor y al riesgo propio de la actividad educacional, ni provenir de un accionar
culposo de sus dependientes. Por otra parte, se exige que el daño tenga incidencia
actual sobre el educando(786).
Sagarna plantea la posibilidad de que el daño al alumno provenga de otro alumno,
en cuyo caso estima que los requisitos "imprescindibles para la responsabilidad del
titular del establecimiento educativo se hallan: 1) el hecho ilícito del alumno, 2) que
se trate de un alumno de un establecimiento educativo donde se imparta educación
pública según cada ley educativa jurisdiccional, 3) que el alumno sea menor de
edad, 4) que el daño sea sufrido o provocado por el estudiante, y 5) que el daño sea
haya producido estando o debiendo estar el menor bajo la autoridad escolar...". A
partir de ello, "la responsabilidad del titular del establecimiento educativo y del
alumno es concurrente (conf. art. 850, del Código Civil y Comercial), respondiendo
aquél en su calidad de organizador de la educación y éste como estudiante por el
hecho propio por responsabilidad directa (conf. art. 1749 del Código Civil y
Comercial)"(787).
Siguiendo la idea, estimamos que se debe tener en cuenta la edad del alumno
para definir el factor de atribución, por cuanto a las personas menores de 10 años
les es imputable el deber de resarcir en forma directa por razones de "equidad" dado
que es sujeto sin discernimiento conforme al inc. b) del art. 261. Es decir, causado
por un acto involuntario de acuerdo con el texto del art. 1750.
En cambio para los mayores de esa edad, el acto será considerado como llevado
a cabo con discernimiento (art. 260) y, a partir de ello, se deberá acreditar la
culpabilidad del menor en la causación del daño producido a otro alumno.
Como bien sintetiza Sagarna, el titular del establecimiento educativo podrá ser
demandado por el art. 1767 del Código Civil y Comercial por ser el organizador que
estaba o debía estar a cargo de la vigilancia del alumno, por ser el principal del
dependiente que causó el daño al estudiante en función del art. 1753 del Código
Civil y Comercial o por el dueño o guardián de la cosa que le causó perjuicios al
párvulo en función de los arts. 1757, 1758, 1759 y 1769 del Código Civil y Comercial.
En todos los ámbitos juegan distintos requisitos de la responsabilidad civil, y en el
art. 1767 la eximente se restringe al "caso fortuito", a diferencia de las otras normas
donde las causales liberatorias "hecho del damnificado" y "hecho del tercero" juegan
también un papel preponderante a la hora de la exención(788).
La doctrina judicial que mantiene vigencia con las aclaraciones realizadas en
cuanto al alcance del artículo, ha sostenido que "los titulares de los establecimientos
educativos son responsables por los daños producidos dentro del ámbito de
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actividades en él desarrolladas, con fundamento en un factor objetivo de atribución
—en el caso, el hecho dañoso ocurrió en una pileta que funcionaba bajo el control
del colegio codemandado—, por cuanto no se eximen demostrando su falta de culpa
o dolo, sino que deben acreditar la existencia de caso fortuito"(789).
En el mismo sentido y relacionado con un establecimiento educativo público, se
explicó que "la Dirección General de Escuelas de Mendoza debe ser considerada
responsable por los daños padecidos por un menor durante la práctica indicada por
la profesora de educación física, conforme los términos del artículo 1117 del Código
Civil que impone un factor de atribución objetivo, en tanto resultó insuficiente la
prueba que intentó liberar al centro educativo por caso fortuito como hecho inevitable
de la conducta de la propia víctima"(790).
Por otra parte, se coincide en aseverar que "el factor de atribución de
responsabilidad objetivo que impera (...) lleva a presumir legalmente la relación
causal eficiente entre el riesgo creado por la actividad colegial a cargo del Estado y
el daño, por lo cual, para exonerarse de responsabilidad, es este último quien debe
acreditar la ruptura del nexo causal supuesta por el ordenamiento jurídico en la
norma citada"(791).
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alguna actividad material o manual, pero la nota distintiva es que las operaciones
manuales que pueda hacer un profesional son absolutamente imposibles de lograr
si no se tienen los conocimientos"(792).
A estas actividades profesionales universitarias, cuando se ejercen de modo
liberal, se les aplica el contenido de los arts. 773 a 777. En función de ello, la
obligación tendrá por objeto la prestación de un servicio o la realización de un hecho
en el tiempo, lugar y modo acordado por las partes. Esta parte final marca la génesis
contractual de la relación cliente-profesional.
La prestación de un servicio, regla el art. 774, puede consistir en: a) en realizar
cierta actividad, con la diligencia apropiada, independientemente de su éxito. Las
cláusulas que comprometen a los buenos oficios, o a aplicar los mejores esfuerzos
están comprendidas en este inciso; b) en procurar al acreedor cierto resultado
concreto, con independencia de su eficacia; c) en procurar al acreedor el resultado
eficaz prometido. La cláusula llave en mano o producto en mano está comprendida
en este inciso.
Como se colige, la prestación del profesional liberal puede tener la alternativa de
ser de medio (inc. a]) o de resultado (incs. b] y c]). Ello es definido en el acuerdo
celebrado por las partes al originar la obligación y cuando no hubiere pacto expreso
acreditable surgirá de la naturaleza misma del servicio prestado por el profesional.
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Este criterio, tiene antecedentes jurisprudenciales(793) y en la doctrina(794), pues se
sostuvo, cuando se analizaba la dimensión del objeto de la obligación profesional,
que la misma era una cuestión fáctica contractual sujeta a prueba.
En ese sentido se recordaba que los mentores de la diferencia entre obligaciones
de "medios" y de "resultado", especialmente los operadores con jurisdicción, han
elaborado el siguiente dogma: "la obligación de la prestación médica siempre es de
medios. Por lo cual, frente a un daño, el factor de atribución es subjetivo. En
consecuencia, la carga de la prueba de la culpa médica recae sobre el paciente-
acreedor".
Esta constante aseveración omite tener en cuenta que la conducta debida por el
profesional deudor está dimensionada por el contenido pactado en el contrato de
prestación de servicios, que implica una voluntad común con el paciente o cliente
que debe ser indagada, discernida y precisada por el juez antes de resolver sobre
la reclamación resarcitoria de los daños, pues de ello dependerá si hay o no
incumplimiento del convenio.
La aplicación axiomática de la doctrina, alejada de la realidad contractual, lleva a
ver, normalmente, en las litis a dos voluntades autónomas contrapuestas en sus
intereses: Por un lado, el paciente o cliente (acreedor) que reclama el daño por la
no satisfacción de su interés (resultado), al cual se le exige probar la culpa en la
prestación del servicio profesional. Y, en paralelo, se estima que el experto no
prometió satisfacer el interés del acreedor, sino simplemente poner su ciencia al
servicio del paciente, por lo cual se posiciona en el juicio a la espera que le
demuestre su culpa.
Es decir, ninguna de las partes intenta demostrar cuál fue la voluntad común
plasmada en el contrato, sino por el contrario, en los procesos se enfrentan dos
interpretaciones distintas de cuál era el propósito del contrato de servicio
profesional, cuando en verdad se debe, en primer lugar, demostrar cuál fue la
voluntad común pactada; cuál era el objeto perseguido por las partes al celebrar el
convenio.
Pero, el dogmatismo se agrava cuando la jurisdicción, sin más,
presume hominis que se pactó una obligación de medio reclamando, en su
razonamiento, que sea el acreedor quien deba acreditar la culpa del profesional. En
otras palabras, ab initio se le concede razón a la hermenéutica formulada por el
profesional en desmedro de la posición del paciente.
Este detalle no pasó inadvertido para Wayar, quien discrimina cuándo existe
constancia de lo pactado (contrato escrito o verbal reconocido), de la situación —
que se verifica en la generalidad de los casos—, cuándo no existe pacto concertado
expresamente o no se puede acreditar el mismo. En el primer caso, habrá de estarse
a la dimensión de la obligación de servicio profesional pactada. Pero en los otros
casos, es deber de la jurisdicción interpretar el alcance del contrato, teniendo
especialmente en cuenta la naturaleza de la prestación médica comprometida para
fijar cuál era la voluntad común y no la voluntad unilateral del cliente o la del
profesional(795).
Va de suyo que la dimensión de la obligación comprometida por el profesional
médico que tiene directa vinculación con el resultado esperado por el paciente puede
y debe ser objeto de prueba, dado que es una cuestión fáctica cuando el convenio
no exista escrito en razón de que se debe acreditar cuál era el contenido. Y, una vez
fijada cuál es la voluntad común, el problema es de interpretación del alcance de las
cláusulas convencionales pactadas.
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La determinación de cuál era la voluntad común plasmada en el contrato
celebrado entre el profesional y el paciente o cliente, no es un tema menor, sino por
el contrario, creemos, junto con el pensamiento de Mazeaud - Tunc, que es esencial
para la resolución de la litis, pues a partir de ello se podrá conocer la dimensión y
calidad de la obligación prometida por el profesional de la salud y si ha existido
incumplimiento de la misma.
Los autores franceses referenciados, que defienden la distinción, percibieron,
cuando analizaban las características de las obligaciones de resultado, que "para
evitar toda confusión se precisa observar que la diligencia que impone una
obligación de resultado es de un grado más o menos elevado según las
estipulaciones de las partes o las circunstancias del contrato...". Y a su vez, en el
examen de las del otro tipo dijo que "el grado de la diligencia requerida del deudor
puede ser, además, más o menos elevado, como en las obligaciones determinadas,
según las circunstancias y la convención de las partes..."(796).
Es decir, la obligación del profesional será de "resultado" o "de medios" y, dentro
de éstas con mayor o menor exigencia probatoria, conforme surja del contenido del
acuerdo de partes celebrado y, en su defecto u omisión, de la naturaleza de la
obligación de donde se podrá inferir si se prometió solo diligencia profesional (inc.
a], art. 774) o un resultado determinado (incs. b] y c], art. 774). Ello determinara si
estamos frente a un deber de resarcir con un factor de atribución subjetivo o ante
una responsabilidad objetiva.
Todas estas alternativas deben ser objeto de ponderación por la magistratura en
la búsqueda de una justa respuesta al reclamo indemnizatorio.
El intento de profundizar la lectura del art. 1768 nos lleva a concluir que la
responsabilidad de los profesionales liberales es subjetiva si la obligación de hacer
que contrajera es de pura actividad, mientras que la objetividad se predica cuando
el compromiso consistió un resultado materializado, o sea, tanto si el resultado
prometido es eficaz, como cuando no lo es.
Sobre la clasificación de las obligaciones de resultado y medios, ver lo que
opinamos en la glosa al art. 774.
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Estudiantes de abogacia EA! - EA! GRADuados
El punto para reflexionar es si el profesional como propietario de la cosa que
emplea está exento de responsabilidad por el riesgo de la misma. Sobre el particular
interpretamos que cuando en una misma persona se unifica la calidad de propietario
de la cosa riesgosa y profesional prestador del servicio y se ocasiona daño, éste
será íntegramente responsable por la convergencia de los dos sistemas de
responsabilidad.
En cambio, cuando ello está disociado, el profesional responderá con las
limitaciones establecidas en la presente norma y al propietario se le aplicará el
régimen de la sección 7ª por el riesgo y vicio de la cosa. Cuando puedan ser
demandados conjuntamente por el daño ocasionado, la misma será concurrente
porque las causas son diferentes.
En una posición diferente encontramos la opinión de Sagarna, cuando expresa
que generalmente el profesional liberal en su actividad diaria presta su obligación
con el uso de "cosas" (por ejemplo, los médicos en intervenciones quirúrgicas). Si
en ese quehacer el profesional comete un daño al damnificado con una "cosa", no
se aplica la sección 7ª del capítulo de "Responsabilidad civil" (arts. 1757 y 1758,
Código Civil y Comercial), por manda del art. 1768; es decir, que a aquel profesional
no se le podrá endilgar responsabilidad civil objetiva a título de "dueño" o "guardián"
de la cosa, por más que lo fuera, salvo que el perjuicio fuere causado por el "vicio"
de la cosa aplicada para sanar en el caso del médico, supuesto que queda
comprendido en el régimen de los arts. 1757 y 1758 del Código Civil y Comercial.
Por tanto, si el profesional causa daños con el uso de cosas, su responsabilidad será
subjetiva, salvo la excepción del art. 1768 del Código Civil y Comercial para el daño
causado por el vicio de la cosa, de la que el profesional es dueño o guardián, en la
que será objetiva. Si el daño es provocado por el vicio de la cosa, pero el profesional
no resulta ser su dueño o guardián, no podrá atribuírsele responsabilidad objetiva
en el evento(797).
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significado terminológico debemos entender que se hace referencia al tráfico,
movimiento o tránsito de medios de transporte de personas o cosas.
Esta interpretación amplia se restringe cuando se precisa su alcance en el
contenido de la Ley Nacional de Tránsito 24.449, receptada por adhesión en la
mayoría de las provincias, la cual en su art. 5º hace referencia: en el inc. v) a
"vehículo detenido", en el inc. w) a "vehículo estacionado" y en el inc. x) a "vehículo
automotor", como el de más de dos ruedas que tiene motor y tracción propia. A partir
de ello, quedan incluidos el inc. j) camión; inc. k) camioneta; inc. l) carretón; inc. o)
ómnibus.
En una interpretación literal solo sería aplicable el régimen para los vehículos
automotores, quedando fuera del texto normativo las bicicletas (inc. g]), ciclomotores
(inc. ll]), las motocicletas (inc. ñ]), d) los de tracción a sangre (art. 33, inc. d]) y los
peatones por no responder a las características.
La terminología empleada por la norma no dará fin a la problemática de precisar
cuándo, desde el punto de vista técnico jurídico, se está frente a un daño causado
por la circulación de un vehículo, en especial, cuando el choque se produce entre
ellos.
Para marcar el nivel de categorizaciones peculiares, se presenta el tema si las
bicicletas pueden ser consideradas vehículos y aplicarle esta normativa. Al respecto,
en algún momento fue calificada por la doctrina como "vehículos de tracción a
sangre"(798), cuando para interpretar adecuadamente la naturaleza de la bicicleta en
el tránsito es conocer el significado del término "tracción", que es la acción y efecto
de tirar de alguna cosa para moverla o arrastrarla, es decir, la acción y efecto de
arrastrar carruaje por la vía. Tracción animal, de vapor, eléctrica".
Como se colige, la acción de traccionar implica un arrastre de un carro que
normalmente, se hace con animales domesticados, como son, actualmente, los
equinos. Pero indudablemente, y antes de ingresar al mundo de los significados
jurídicos, ya queda descartado que la bicicleta sea un vehículo de tracción a sangre.
Por el contrario, se infiere que es un vehículo con identidad propia que se lo
denomina, indistintamente, "velocípedo". Ahora bien, ingresando a la esfera de
incumbencia de la ley de tránsito 24.449, de su simple lectura se descubre que en
el art. 5º, inc. g), define a los efectos de esa ley que la "bicicleta" es un "vehículo de
dos ruedas que es propulsado por mecanismos con el esfuerzo de quien lo utiliza,
pudiendo ser múltiple de hasta cuatro ruedas alineadas". Esta sola definición
descalifica como válida la interpretación de que la bicicleta sea un vehículo de
tracción a sangre, que por otra parte la ley de tránsito no define en el art. 5º.
Para mayor abundamiento relacionado con nuestra interpretación, se pueden
citan los siguientes artículos: a) El art. 31 reglamenta el sistema de iluminación y en
su inc. i) diferencia en sus exigencias en el punto 1. "Los de tracción animal llevarán
un artefacto luminoso en cada costado que proyecten luz blanca hacia adelante y
roja hacía atrás". En cambio, en el subinc. 2º indica que "los velocípedos llevarán
una luz blanca hacia adelante y otra roja hacia atrás".
Como se verifica, la ley de tránsito no asimila la bicicleta a los vehículos de
tracción animal.
Por su parte, en el art. 46 se vuelve a marcar la diferencia entre bicicleta y
vehículos de tracción a sangre cuando regula las prohibiciones para circular en las
autopistas: en el inc. b) regla que "no pueden circular peatones, vehículos
propulsados por el conductor (debe entenderse: bicicletas), vehículos de tracción a
sangre, ciclomotores y maquinaria especial".
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Estudiantes de abogacia EA! - EA! GRADuados
De igual modo acontece en el inc. m) del art. 48 donde se establece que está
prohibido "a los conductores de velocípedos, de ciclomotores y motocicletas, circular
asidos de otros vehículos o enfilados inmediatamente tras otros automotores".
Las bicicletas tienen conductores no traccionadores a sangre sin raciocinio. Esta
diferencia se marca, de igual modo, en el inc. u) del art. 48, donde se preven
prohibiciones especiales para los vehículos traccionados a sangre y en el inc. 3º del
art. 49, donde se prohíbe estacionar en las sendas para bicicletas(799).
A partir de este ejemplo, podemos aseverar que en función de la calificación como
"vehículo" que se le otorgue al protagonista del accidente de tránsito, se define si le
es aplicable o no el presente artículo y, con ello, el factor de atribución, la carga
probatoria de la eximición de responsabilidad, etcétera.
Reiterando conceptos antes vertidos, realizando una hermenéutica literal del texto
de la ley de tránsito aplicable en casi todas las jurisdicciones del país, el contenido
del presente artículo únicamente sería aplicable a los vehículos automotores,
quedando fuera de su previsión normativa las bicicletas (inc. g], art. 5º), ciclomotores
(inc. ll], art. 5º), las motocicletas (inc. ñ], art. 5º), los de tracción a sangre (inc. d],
art.33) y los peatones por no responder a las características descriptas para ser
considerado vehículo.
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actuaron las cadenas causales es insuficiente para determinar el grado de
responsabilidad resarcitoria que le cabe al sujeto imputado prima facie como
responsable. En el caso, será menester el análisis de la previsibilidad in
concreto meritando si cumplió la víctima con los deberes de prudencia y no incurrió
en negligencia, para determinar si hubo o no culpa de su parte que interrumpiera el
nexo causal del presunto responsable dado que de existir eximirá al mismo total o
parcialmente, graduando, en su caso, el grado de responsabilidad concurrente.
En los accidentes de tránsito, que es el objeto regulatorio de esta norma, se
aprecia con claridad la necesidad jurídica de analizar, finalmente, la culpabilidad
para definir el deber de responder, especialmente cuando es parcial, dado que no
basta con el mero análisis de los nexos causales.
Y ello es razonable por cuanto si el demandado como responsable acredita la
culpa de la otra en un choque, por ejemplo, entre dos vehículos automotores, está
demostrando, en forma simultánea, el nexo causal y la negligencia o impericia de la
otra parte que interrumpe su nexo causal con el daño recibido por la otra parte.
El puritanismo causal en algunas hipótesis no alcanza para resolver conflictos de
intereses, pero sí es válido para definir la carga probatoria de la exculpación de la
responsabilidad prima facie presumida por existir un nexo causal puramente físico
entre la cosa riesgosa y el daño sufrido por la víctima. Si no acredita causal de
eximición le será imputado de iure el deber de resarcir.
Así es marcado por el pensamiento de los tribunales que mantienen vigencia con
el régimen instituido por Código Civil y Comercial, cuando, por ejemplo, señalaron
que "en caso de intervención de dos cosas riesgosas (...) —en el caso, los camiones
que protagonizaron un accidente de tránsito en ruta—, no opera ninguna
neutralización de los riesgos derivados de la actuación de cada una de ellas, por lo
que cada dueño o guardián debe afrontar los daños causados al otro, a menos que
demuestra la concurrencia de alguna excepción legalmente prevista"(800).
En el mismo sentido, se opinó "en los casos de colisión entre dos cosas que
presentan riesgos o vicios —en el caso, un colectivo chocó con un automóvil—, cada
dueño o guardián debe afrontar los daños causados al otro, salvo que se demuestre
que el accionar de la víctima o de un tercero haya excluido o limitado la
responsabilidad de aquéllos, lo que no permite inferir que se propicia la
neutralización de riesgos apoyada en una suerte de compensación, la que carece
de todo fundamento legal"(801).
De igual modo, se dijo que "cuando se trata de una colisión plural de automóviles
en movimiento, el resarcimiento de los daños sufridos por cada una de las
eventuales víctimas (...) el dueño o guardián de cada automotor responde a título
objetivo por la totalidad de los perjuicios sufridos por el propietarios o los ocupantes
del otro, salvo que demuestre algún eximente, ello de conformidad con lo establecido
por la Corte Suprema de Justicia de la Nación en el caso 'ENTel' —22/12/1987, La
Ley, 1988-D, 296—"(802).
En el caso de un automóvil y peatón se sostuvo que "el automovilista embistente
y su aseguradora son responsables de los daños ocasionados a un peatón que fue
arrollado por el primero —en el caso, un cartonero—, pues el automotor es una cosa
potencialmente peligrosa o generadora de riesgo (...) y no aportaron prueba de que
el evento dañoso hubiera tenido lugar por culpa de la víctima o de un tercero por
quien no deban responder"(803).
Cuando se trató del accidente con una moto, se ha diferenciado si "la demanda
resarcitoria derivada del accidente de tránsito ocurrido entre un ciclomotor y un
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automóvil debe ser admitida en tanto, pese a que el primero revistió la condición de
embistente, ello no es decisivo porque demostró el contacto con el vehículo del
accionado, quien por su parte omitió demostrar la invocada culpa de la víctima, en
vistas del régimen de responsabilidad (...)"(804), de cuanto "tratándose del choque
entre una moto de gran cilindrada y un automotor (...), mas el régimen presuncional
allí consagrado rige respecto de la actuación de ambos protagonistas, por lo cual
pesan sobre ellos las presunciones concurrentes de responsabilidad derivadas del
riesgo recíproco que generaban los rodados al momento del evento, de suerte que
ambos litigantes y no solo el demandado deben desvirtuar esa presunción,
acreditando la culpa de la otra parte, la de un tercero por el que no deban responder
o la configuración de un caso fortuito ajeno a dichas cosas riesgosas, que fracture
la relación causal entre el riesgo y el daño"(805).
Y, "en los casos en que se produce una colisión entre un automóvil y una bicicleta,
cabe ponderar, a los fines de establecer la responsabilidad, la diferente entidad de
los vehículos involucrados y la diferente desproporción entre el riesgo que generan,
dado que hay un desplazamiento de la presunción de culpa hacia el conductor del
rodado mayor, con la consecuente carga probatoria para su titular o propietario, de
demostrar su irresponsabilidad, acreditando alguna de las eximentes (...)"(806).
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la sanción civil a su trasgresión con la obligación de cesar en dichas actividades y a
abonar un resarcimiento que debe fijar el juez en función de la gravedad del caso.
Antes de abordar el tema resarcitorio, cabe puntualizar que el derecho a la
privacidad tiene en la doctrina judicial de la CSJN una especial protección en el
contenido de sus pronunciamientos, en especial en el caso "Halabi" donde se hizo
efectiva la protección de la privacidad mediante una acción colectiva.
En ese pronunciamiento se expresó que "corresponde confirmar la sentencia que,
al declarar la inconstitucionalidad de la ley 25.873 —arts. 1º y 2º— y del decreto
1563/2004 —en cuanto autorizan la intervención de las comunicaciones telefónicas
y por Internet sin determinar 'en qué casos y con qué justificativos'—, atribuyó
carácter erga omnes a la decisión, pues el fundamento de esa amplitud de los
efectos del pronunciamiento no se halla solo en la búsqueda, por parte del juzgador,
de arbitrios tendientes a superar el escollo derivado de la arraigada concepción
individualista en materia de legitimación, sino que el verdadero sustento de la
proyección superadora de la regla inter partes, determinante de la admisibilidad de
la legitimación grupal, es inherente a la propia naturaleza de la acción colectiva en
virtud de la trascendencia de los derechos que por su intermedio se intentan
proteger"(807).
También se fijó que "corresponde calificar como un supuesto de ejercicio de
derechos de incidencia colectiva referentes a intereses individuales homogéneos, a
la pretensión deducida por un abogado —mediante una acción de amparo—, en
virtud de considerar que la ley 25.873 y su decreto reglamentario 1563/2004
vulneran los derechos establecidos en los artículos 18 y 19 de la Carta
Constitucional en cuanto autorizan la intervención de las comunicaciones telefónicas
y por Internet sin determinar 'en qué casos y con qué justificativos' esa intromisión
puede llevarse a cabo, ya que dicha pretensión no se circunscribe a procurar una
tutela para sus propios intereses sino que, por la índole de los derechos en juego,
es representativa de los intereses de todos los usuarios de los servicios de
telecomunicaciones y también de todos los abogados"(808).
Sin perjuicio del caso señero, el Tribunal señaló que "el derecho a la privacidad
comprende no solo a la esfera doméstica, al círculo familiar y de amistad sino otros
aspectos de la personalidad espiritual o física de las personas tales como la
integridad corporal o la imagen; nadie puede inmiscuirse en la vida privada de una
persona, sin violar áreas de su actividad no destinadas a ser difundidas, sin su
consentimiento o el de sus familiares autorizados para ello, y salvo que medie un
interés superior en resguardo de la libertad de los otros, la defensa de la sociedad,
las buenas costumbres o la persecución de un crimen"(809).
En un trámite administrativo admitió que "el derecho a la intimidad y la garantía
consecuente contra su lesión actúa contra toda 'injerencia' o 'intromisión' 'arbitraria'
o 'abusiva' en la 'vida privada' de los afectados (conf. art. 75, inc. 22, de la
Constitución Nacional; art. 12 de la Declaración Universal de Derechos Humanos;
art. 11, inc. 2º, de la Convención Americana de Derechos Humanos; y art. 1071 bis
del Código Civil), y esta circunstancia no se advierte respecto de la medida ordenada
—entrecruzamiento de los registros telefónicos— en el marco del sumario
administrativo tendiente a averiguar la posible existencia de actos de corrupción
dentro del sistema judicial"(810).
Resta destacar el temor de Nobile frente a los avances tecnológicos que permiten
la transmisión cada vez mayor y veloz de datos, las comunicaciones entre distintas
terminales —sean éstas computarizadas o no—, el boom del comercio electrónico y
la necesidad cada vez mayor de ofertar productos y servicios a un grupo
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indeterminado de individuos que poseen diferentes costumbres y usos, ha generado
el crecimiento exponencial e irrefrenable de bases de datos que incluyen
información —en muchos casos sensible— que expone diariamente a la
"divulgación de dichos datos", afectando de esta manera el derecho fundamental a
la intimidad(811).
Esta preocupación encuentra respuesta en un reciente trabajo de Slaibe, quien
comenta un fallo del Tribunal de Justicia de la Unión Europea, señalando que dicha
sentencia busca remarcar la importancia de que la Unión garantice la aplicación
sistemática del derecho fundamental a la protección de datos, consagrado en la
Carta de los Derechos Fundamentales de la Unión Europea. Asimismo, refuerza la
posición de la UE sobre la protección de los datos personales en el marco de todas
sus políticas, incluidas la aplicación de la ley y la prevención de la delincuencia, así
como en sus relaciones internacionales. En una sociedad global, caracterizada por
la rápida evolución de la tecnología y en la que el intercambio de información no
conoce fronteras, es esencial proteger la vida privada, proteger la intimidad en línea,
garantizar el acceso a Internet, e impedir el uso fraudulento de la vigilancia por
videocámara, las etiquetas de identificación por radiofrecuencia (chips inteligentes),
la publicidad basada en el comportamiento, los motores de búsqueda y las redes
sociales.
Los arts. 7º y 8º de la Carta de los Derechos Fundamentales de la Unión Europea
reconocen el respeto de la vida privada y la protección de los datos de carácter
personal como derechos fundamentales estrechamente relacionados, pero
independientes. La Carta está integrada en el Tratado de Lisboa y es jurídicamente
vinculante para las instituciones y órganos de la Unión, así como para los Estados
miembros cuando aplican el derecho de la UE. Dicho Tratado de Lisboa, aporta una
base más sólida para desarrollar un sistema de protección de datos más claro y
eficaz, al tiempo que prevé nuevas competencias para el Parlamento Europeo, que
se convierte en colegislador. A su vez, el art. 16 del TFUE (Tratado Funcional de la
UE) dispuso que el Parlamento Europeo y el Consejo establecerán las normas sobre
protección de las personas físicas respecto del tratamiento de datos de carácter
personal por las instituciones, órganos y organismos de la Unión, así como por los
Estados miembros en el ejercicio de las actividades comprendidas en el ámbito de
aplicación del Derecho de la Unión(812).
Como se infiere, la norma bajo comentario reglamenta uno de los derechos
humanos fundamentales reconocidos en los Tratados Internacionales y coloca a la
República Argentina en la línea de vanguardia respecto de la protección del derecho
personalísimo que tiene toda persona a ser protegida en su vida privada.
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resarcimiento es específico, autónomo y está vinculado concretamente con la
afectación del derecho personalísimo vulnerado que tiene a la intimidad personal
como objeto protegido. Por cierto que este agravio puede traer como consecuencia
independiente que se afecte moralmente al damnificado, con un menoscabo en su
psique que lo coloque en un estar disvalioso (angustia, tristeza, dolor, etc.), que no
deberá ser patológico, en cuyo caso se deberá resarcir este perjuicio con una suma
satisfactiva independiente para la víctima. Además, se podrá reclamar los daños
patrimoniales que le pudo ocasionar la injerencia ilegítima en su vida privada.
3. Publicación de la sentencia
Finalmente, se debe tener en cuenta que, si lo requiere el agraviado, la condena
podrá ordenar la publicación del fallo en un diario de la zona cuando con ello se
entienda que se brinda una adecuada y plena reparación del daño a la privacidad
conforme con el art. 1740, parte in fine, pues en algunos casos la publicación será
menester que sea realizada en diarios regionales o nacionales para satisfacer a la
víctima conforme fuera su nivel de popularidad.
En sentido concordante se pronuncia Sagarna cuando expresa que conforme a
lo normado en ese artículo antes mencionado, por el que en supuestos de daños
derivados de la lesión al honor, la intimidad o identidad personal, el juez puede a
pedido de parte publicar la sentencia condenatoria o sus partes pertinentes, en el
comentado en este apartado se continúa con esa línea, facultando al juzgador, a
pedido del agraviado, a publicar la resolución en un diario del lugar, si la misma
coadyuva a una adecuada reparación, entendiéndosela a dicha publicación como
resarcitoria, siempre que, insistimos, cumpla con esos fines, constituyendo muchas
veces una parte ínfima de la indemnización debida(813).
Como detalle relevante, se puede agregar la preocupación expuesta por
Cifuentes (h) respecto de la posibilidad de prevenir el agravio a la vida
privada(814) que en el régimen propuesto por este Código, entendemos, puede ser
canalizada para encontrar satisfacción preventiva, aplicando las normas contenidas
en los arts. 1710 a 1713.
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En los daños causados por una acusación calumniosa
sólo se responde por dolo o culpa grave.
El denunciante o querellante responde por los
daños derivados de la falsedad de la denuncia o
de la querella si se prueba que no tenía razones
justificables para creer que el damnificado estaba
implicado.
1. Antecedentes
La norma comentada, para que prospere el resarcimiento cuando se causa daño
a una persona por una acusación calumniosa o falsa imputación de un delito
concreto y circunstanciado que dé lugar a la acción pública (art. 109, Código Penal),
fija como factor de atribución específico, al dolo o culpa grave.
Jalil y Sosa recuerdan que fue "en el año 2009 que la Argentina adecuó su
derecho doméstico a los estándares internacionales de derechos humanos en
materia de libertad de expresión y derecho a la honra sentados por la Corte
Interamericana de Derechos Humanos en la causa 'Kimel' del 2 de mayo de 2008.
En el mencionado precedente se condenó al Estado Argentino a adecuar su
legislación tras tener por acreditada la violación a los arts. 8.1 y 13 de la CADH, en
relación con la obligación general de respeto y garantía de los derechos humanos y
el deber de adoptar medidas normativas o de otros caracteres establecidos en los
arts. 1º y 2º de la CADH.
El precedente interamericano citado motivó la necesidad de modificar el
ordenamiento penal, eliminando la prisión para los delitos de calumnias e injurias
para —de este modo— salvaguardar el derecho a la libertad de expresión y a la
honra, previendo por una parte en el art. 109 del Cód. Penal que 'en ningún caso
configurarán delito de calumnia las expresiones referidas a asuntos de interés
público o las que no sean asertivas', y lo propio respecto de las injurias al disponer
en el art. 110 Cód. Penal 'tampoco configurarán delito de injurias los calificativos
lesivos del honor cuando guardasen relación con un asunto de interés público'. De
este modo, el delito de calumnias e injurias habilita la intervención de la acción penal
solo cuando las afirmaciones no refieran a cuestiones de interés público, o
asertivas"(815).
Esa adecuación, por cierto, también es tenida en cuenta para regular la
responsabilidad civil derivada de una acusación calumniosa en el texto de la norma
bajo comentario, especialmente cuando se define el factor de atribución y la carga
probatoria.
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Estudiantes de abogacia EA! - EA! GRADuados
En esa idea se ha sostenido que "la configuración de la acusación calumniosa (...)
supone la falsa imputación de la comisión del delito, sea con plena conciencia de
que el imputado no lo había cometido o con la ligereza e imprudencia que
caracterizan el obrar culposo, pero poniendo en marcha una investigación policial o
provocando la formación de la causa judicial pertinente"(816).
Otro tribunal opinó: "para que quede cristalizada la presencia de la falsedad de la
denuncia, ora dolosa, ora culposa, que configure la acusación calumniosa (...), el
imputado por la denuncia debe haber sido finalmente absuelto en la causa que se
formó con motivo de aquélla, tratándose de un presupuesto ínsito en la configuración
de esta especie de responsabilidad extracontractual, pues, solo por medio de una
sentencia penal absolutoria puede, en rigor, aprehenderse el carácter calumnioso
de la denuncia o acusación, o bien, el yerro que plasme la actuación culposa"(817).
Por su parte, también se consideró que "la configuración de la acusación
calumniosa (...) exige la presencia de dolo del agente, razón por la cual quien
pretende el resarcimiento del daño causado por aquélla, debe demostrar
concretamente que el acusador obró a sabiendas de su inocencia"(818).
Como se colige, no existe coincidencia, pero de ellos podemos extraer que es
ineludible, para que se configure en el ámbito civil la acusación calumniosa, que
haya una denuncia penal que ponga en movimiento la maquinaria represiva judicial
y que a la postre se dicte una sentencia absolutoria con lo cual se acreditará, prima
facie, que hubo una falsa imputación de un delito, requiriéndose conforme al texto
del art. 1771 que la acusación fue realizada con dolo o con culpa grave.
Salvatori Reviriego señala en sus conclusiones que "mientras que la injuria
constituye una ofensa o ataque al honor ajeno, la calumnia se define como la falsa
atribución a otro de un delito de acción pública. Cuando esa atribución se efectúa
ante autoridad competente para promover actuaciones tendientes a la investigación
del delito, se configura la llamada acusación calumniosa. Así, quien denuncia o
acusa ante autoridad competente, desarrolla una actividad cuya incidencia dañosa
se justifica en el interés que reporta para la comunidad la actividad damnificante,
operando en su beneficio una causa de justificación que excluye la antijuridicidad,
en la medida en que el hecho denunciado se ajuste a la verdad. Pero el
sobreseimiento o absolución del acusado no genera por sí solo responsabilidad civil
en el acusador, puesto que ello implicaría admitir una responsabilidad de carácter
objetivo por actividad riesgosa, que no tiene base legal en nuestro derecho de
daños"(819).
En la misma pauta, Garrido Cordobera entiende, luego de analizar el pensamiento
de la doctrina de los autores, que "en el derecho civil se configura cuando alguien
de forma dolosa o culposa denuncia a un inocente o simula pruebas materiales que
va más allá de la calumnia pues pone en movimiento el órgano jurisdiccional (...) se
trata no ya de la calumnia extrajudicial sino de la falsa denuncia de la comisión de
un delito y que la interpretación de esta norma ha suscitado dos
interpretaciones"(820).
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estaba implicado. Como se colige de la simple lectura, fuera del dolo que siempre
se caracteriza en sede civil por la intención de causar daño, se fija como factor de
atribución subjetivo, a la culpa grave que la remarca al fijar como parámetro legal el
saber o deber de conocer, conforme a las circunstancias que rodean cada caso, que
el acusado no estaba implicado, que era inocente.
El Código inserta expresamente un sistema de graduación de la culpa, razón por
la cual resulta oportuno recordar las enseñanzas de Compagnucci de Caso, cuando
dice que "los grados de la culpa en 'grave' y 'leve' remontan en su origen al derecho
romano. La culpa grave configuraba un descuido extremo, grosero, una excesiva
negligencia, lo que cualquier persona pudo o podía prever (Lata culpa este nimia
negligentia, id est non intelligere quod omnes intelliguntum.D. 50. 16. 23. 2). La culpa
levis se vinculaba con la inteligencia y comportamiento de un hombre medio (bonus
paterfamilias). Los comentaristas de la glosa agregaron a todo ello la 'culpa
levísima', que exigía un cuidado más meticuloso que se correspondía con las
personas más inteligentes y cuidadosas"(821).
En función de ello, siguiendo los temperamentos mayoritarios, la culpa grave para
resarcir el daño producido por una acusación calumniosa se verifica cuando con
ligereza e imprudencia suma que la ley fija en que "no tenía razones justificables
para creer que el damnificado estaba implicado", pone en marcha una investigación
policial generando la formación del proceso judicial de tipo represivo, del cual el
sujeto imputado es finalmente absuelto.
Sosa y Jalil, respecto del tema, exponen que el Código postula como factores de
atribución no solo al dolo sino también a la culpa, pero especificando respecto de
esta última que el carácter de la misma ha de ser grave. Con este requisito de
gravedad de la culpa, lo que se hace es salvaguardar el interés estatal por la
investigación y persecución de delitos sin conminar a los denunciantes al deber de
munirse acabadamente de pruebas para efectuar la denuncia. Ello, por cuanto la
fundamentación y respaldo probatorio de la acusación queda en manos del
Estado(822).
Por su parte, Cordobera Garrido trae a la memoria que algunos consideran que
la acusación solo podrá ser tenida por calumniosa cuando el denunciante o
calumniante ha obrado con pleno conocimiento de la inocencia del acusado y, por
lo tanto, con la voluntad de dañar y algunos llegan a exigir que haya sido declarada
en sede penal(823).
Del texto se deduce, y así era entendido por parte de la doctrina, que la culpa
debe ser grave, y para su evaluación se fija un parámetro de diligencia alto como es
el saber inocente al acusado cuando se lleva a cabo la denuncia que facilita el
acercar al conocimiento de la autoridad represiva la existencia de posibles delitos
sin tener que pensar en una futura y segura demanda por acusación calumniosa(824).
Un parámetro práctico, para tener presente para dilucidar la existencia o no de
acusación calumniosa, es verificar si existió unanimidad de opinión de los
magistrados en la sentencia absolutoria penal. Si ello es así, se
presume hominis una posible imprudencia en la realización de la acusación. En
cambio, cuando la decisión de absolver es por mayoría del tribunal, queda marcada
una duda razonable a favor del denunciante de que no fue irracional su accionar al
denunciar, sino dentro de los márgenes de incertidumbre que un ciudadano común
puede tener en iguales circunstancias.
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4. Exigencia probatoria especial
La fórmula empleada por la norma resulta de difícil acreditación, dado que exige
para la procedencia de la acción de reclamo de daños y perjuicios que se pruebe
que no tenía razones justificables para creer que el damnificado estaba implicado.
Es decir, se le exige una prueba negativa referida a la persona de su denunciante
de que no tenía razones.
Esto significa que el accionado civilmente se libera de la responsabilidad
resarcitoria si prueba que tenía motivo justificado para suponer que el acusado
estaba implicado en el delito denunciado.
Pero la carga de la prueba se la impone a quien reclama, por lo que deberá
acreditar las circunstancias fácticas que lleven convicción al juez de que no tenía
motivo para sospechar que estaba implicado en el supuesto delito, como es el caso
de saber que era inocente o por ser partícipe en la simulación de pruebas para
encartar al acusado. Técnicamente no se puede referir a una prueba diabólica, pero
sí a una de difícil concreción, en la cual los hechos indiciarios adquieren una
preponderancia especial, pues de su conjunción pueden llevar convicción a la
jurisdicción de que la denuncia fue efectivamente calumniosa y produjo daño
resarcible.
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ello, la legitimación para reclamar el daño producido a un bien será definiendo, en
cada caso, quién es el titular del derecho real o el tenedor o poseedor de la cosa o
bien.
Estas alternativas pasamos a comentar.
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mal estado de una ruta, pues al momento del siniestro había abonado la totalidad
del precio convenido y el titular registral le había otorgado su guarda del bien"(825).
En igual sentido: "quien habitualmente usa un automotor sea poseedor,
usufructuario, simple usuario conforme art. 2948 del Código Civil, está legitimado
para pedir reparación por los daños sufridos por el vehículo, aún cuando no pruebe
la calidad de propietario, siempre que se acredite otra que dé derecho al
resarcimiento, como ser el haber pedido presupuestos de reparación, denunciar el
choque ante la policía, exhibir el vehículo al perito, etc."(826).
En este punto cabe advertir que "la norma al conceder legitimación al tenedor de
la cosa no pone limitación alguna respecto de los rubros reclamables, como era
considerado en algunos fallos en el derogado régimen"(827).
Finalmente, cabe destacar que la posesión y la tenencia deben ser de buena fe,
razón por la cual se deben tener en cuenta los arts. 1918 a 1920, para decir que
están excluidos los sujetos de mala fe, quienes conocían o debían conocer que
carecían de derecho sobre el bien dañado, especialmente cuando la mala fe es
viciosa, es decir, conforme al art. 1921 cuando la relación de poder recae sobre
cosas muebles adquiridas por hurto, estafa, o abuso de confianza; y cuando es de
inmuebles, adquiridos por violencia, clandestinidad, o abuso de confianza(828).
También en el contexto del art. 1772 hubiera sido preferible hablar de derecho
real sobre "derecho", que de derecho real sobre "bien". Ver nuestra glosa al art.
1883.
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Legitimación pasiva del responsable directo e indirecto
La norma concede al legitimado activo el derecho para impetrar la demanda, en
forma conjunta o separadamente, contra el responsable directo y el indirecto. Como
se puede observar, no se precisa el contenido que puede reclamar con base en este
artículo, razón por la cual partiendo de la premisa de que el mismo está inserto
dentro de la sección que regula el ejercicio de las acciones de responsabilidad sin
aclaración alguna, pero en su primer artículo se reglamenta la legitimación para
reclamar el resarcimiento de los daños producidos a los bienes y cosas, si
formulamos una interpretación restringida, entenderemos que está vinculada con la
legitimación pasiva de los responsables de la producción de los daños a los bienes
que integran el patrimonio del damnificado.
Sin embargo, como la ley no formula diferencia o aclaración que el art. 1741
concede legitimación activa para reclamar la indemnización de las consecuencias
no patrimoniales al damnificado directo, y sí resulta su muerte o gran discapacidad
a los ascendientes, descendientes, cónyuge y quienes convivan con aquél teniendo
trato familiar ostensible, preferimos una hermenéutica amplia del artículo y opinar
que el legitimado tiene derecho a interponer su acción, conjunta o separadamente,
contra el responsable directo y el indirecto por ser los legitimados pasivos,
cualquiera que sea la naturaleza del daño ocasionado a su persona en la integridad
psicofísica-social o patrimonial.
La responsabilidad directa pasiva se vincula a la autoría personal del daño, que
fue tratada al analizar el art. 1749, donde se determina el sujeto responsable directo,
razón por la cual remitimos a dicho comentario.
En cuanto al responsable indirecto, el tema fue examinado cuando se comentaron
los arts. 1753 (responsabilidad del principal por el hecho del tercero), 1754 (hecho
de los hijos), 1755 (cesación de la responsabilidad paterna) y 1756 (otras personas
encargadas).
En este punto, podemos aseverar que también debe ser considerado como
responsable indirecto, por no ser autor personal del menoscabo, quien sea el
propietario de la cosa riesgosa (art. 1757) y el guardián (art. 1758) de la misma.
De igual modo, quien no pueda demostrar que no participó en la caída o arrojo de
una cosa de un edificio (arts. 1760, 1761) que causó daño.
FUENTES: ART. 1096 CÓDIGO CIVIL, ART. 1695 DEL PROYECTO DE 1998.
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1. Ejercicio independiente de la acción civil de la penal
En su primer párrafo la norma regula que de un mismo hecho lesivo puede
derivarse la posibilidad de ejercer en forma independiente, de la acción civil de la
penal. Ello es tradición en nuestro plexo jurídico.
El principio de independencia de las acciones plasmado en la norma parece
imponer la separación de las jurisdicciones, con la consecuencia de que solo los
tribunales civiles podrían entender en las acciones de daños y perjuicios. Pero ello
no es así, por cuanto si se observa la cuestión con detenimiento, el principio no es
incompatible con el reconocimiento de que los jueces del crimen tengan atribuciones
para conocer también en la acción civil, como es autorizado en la misma norma,
dado que la independencia de las acciones no se opone a que un mismo juez sea
competente para entender en ellas.
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Civil, porque lo que queda subsistente es una sentencia condenatoria de naturaleza
civil"(829).
Este fallo marca la diferencia ontológica que existe entre los presupuestos de la
responsabilidad penal de la civil que deben ser tenidos en cuentas al momento de
dictarse sentencia resarcitoria en cualquiera de los fueros. Especialmente en el
Penal cuando se dicta sentencia absolutoria, por cuanto la misma base fáctica
(hecho principal) puede generar responsabilidad civil.
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El art. 29, inc. 1º, Código Penal, planteó desde el primer momento algunos
importantes problemas interpretativos. El primero de ellos es si el juez penal puede
ordenar de oficio el monto de la indemnización del daño o si, por el contrario, no
puede hacerlo a menos que medie pedido de parte interesada. La jurisprudencia se
inclinó desde hace muchos años y firmemente en el último sentido. Esta solución
aparece impuesta por el más elemental sentido común, toda vez que no es posible
fijar la indemnización sin que el interesado opte por ocurrir a la jurisdicción penal
para pedir el resarcimiento y, con ello, tener la oportunidad de probar el monto de
los daños sufridos. De otro modo se vulnera el derecho de defensa de la víctima, en
cuanto la ley le concede la facultad de seleccionar la competencia civil o penal del
tribunal que entenderá y resolverá su pedido de resarcimiento.
Otro de los problemas derivado del art. 29 es que autoriza al juez penal a fijar la
indemnización sufrida también por la familia de la víctima y los terceros. Esto llevaba
de la mano a legitimar la participación de terceros damnificados en el proceso penal,
con la consiguiente perturbación y prolongación de los procedimientos. El
inconveniente era tan grave que los tribunales no tardaron en interpretar
restrictivamente esta disposición, declarando que solo puede pedir la indemnización
de los daños la persona que tiene derecho a intervenir como querellante en el
proceso; los miembros de la familia y los terceros damnificados indirectos deben
plantear su reclamación ante la jurisdicción civil(831).
Este criterio restrictivo es adoptado por el Código Procesal Penal de la Nación
(ley 23.984) cuando regula en el art. 14 que "la acción civil para la restitución de la
cosa obtenida por medio del delito y la pretensión resarcitoria civil podrá ser ejercida
solo por el titular de aquélla, o por sus herederos en relación a su cuota hereditaria,
representantes legales o mandatarios, contra los partícipes del delito y, en su caso,
contra el civilmente responsable, ante el mismo tribunal en que se promovió la
acción penal"(832).
La legitimación amplia del art. 29 del Código Penal, que ha sido restringida por la
hermenéutica de los tribunales y por las leyes adjetivas, más allá de que no se
reforma este artículo, estimamos que debe ser mantenida teniendo en cuenta que
la solución que se proponga no debe perder de vista el objetivo central de toda la
regulación que es direccionada por las normas constitucionales cual es generar un
procedimiento idóneo y rápido para que las víctimas puedan acceder al
resarcimiento en el menor tiempo posible. En función de ello, el ingreso de un
sinnúmero de legitimados a discutir el resarcimiento en sede penal puede
congestionar su trámite, más cuando el Código Civil y Comercial, en procura del fin
propuesto, expresamente en el inc. c) del art. 1775, desvincula el trámite penal de
la posibilidad de obtener un pronunciamiento en sede civil que conceda el
resarcimiento cuando la acción esté fundada en un factor de atribución objetivo.
5. A modo de síntesis
En síntesis, el sistema legislativo propuesto, es el siguiente:
a) El juez penal puede fijar la indemnización de daños en caso de que exista
condena, porque el art. 1774 autoriza el ejercicio de la acción civil en sede criminal
únicamente en los casos en que el hecho dañoso configure al mismo tiempo un
delito del derecho criminal. Si no lo fuere porque el procesado ha sido absuelto o
sobreseído, si ha muerto durante el proceso o ha prescripto la acción, el juez penal
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debe abstenerse de dictar sentencia respecto del pago de las indemnizaciones
cuando hubiere sido requerido, siguiendo la literalidad del contenido normativo del
artículo comentado.
b) La condena a pagar los daños solo procede en sede penal a pedido de parte
legitimada.
c) El juez penal solo puede resolver la procedencia del resarcimiento de los daños
sufridos por la víctima directa del delito y por quienes tienen derecho a intervenir
como querellantes en el proceso, pero no en las acciones que intenten los
damnificados indirectos o familiares.
d) Fijada la indemnización en el proceso penal, a pedido del interesado, no podrá
éste intentar la prueba de mayores daños en juicio civil; aquella decisión hace cosa
juzgada, a menos que se trate de daños que se manifiesten con posteridad a la
condena penal, en cuyo caso es viable la pretensión hecha valer en sede civil. El
procedimiento de ejecución de la sentencia penal debe tramitar ante ese fuero.
e) Finalmente, si el procesado ha sido condenado, no podrá rechazarse la acción
de reparación porque no se haya probado el daño; esa decisión hace cosa juzgada
en el pronunciamiento civil, dado que el art. 29 del Código Penal expresamente
autoriza al juez a fijar el monto prudencialmente en defecto de plena prueba.
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La redacción del mandato supera las críticas cuando hace referencia a la
suspensión del dictado de la sentencia civil definitiva entretanto no concluya el
proceso penal(834).
2. Excepciones a la prejudicialidad
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jurisdicción un 'debido' proceso y una sentencia oportuna, imparcial, justa, fundada,
etc., de ahí que la duración del proceso debe ser razonable, variable según la índole
de la pretensión y del proceso, pero siempre circunstancialmente rápido. Las
demoras, las dilaciones, las suspensiones, etc., que conspiran sin razón suficiente
contra la celeridad procesal, son inconstitucionales. Cada acto y cada etapa del
proceso deben cumplirse con rapidez, y mucho más el acto y la etapa de sentencia,
como broche final del proceso"(841).
También, Boffi Boggero manifestó, siguiendo el criterio expuesto en distintos
fallos(842), que "si el juez civil se abstiene de dictar sentencia y espera un lapso no
razonable a que se pronuncie el juez en lo penal, entonces la vigencia del art. 1101
es inconstitucional con el alcance, que se le ha asignado. En el fondo, está el
principio de razonabilidad como exigencia de todas las conductas de los poderes
públicos y de los particulares. Cada potestad, cada obligación han sido instituidas
para que se vivan razonablemente. Si no, hay exorbitancia. En el caso especial que
nos ocupa —sigue el profesor— hay transgresión al derecho de defensa en juicio,
que se integra con muy diversos tramos. Cualquiera de ellos que falte equivale a
negar ese fundamental derecho..."(843).
En la nueva era constitucional que principia en 1994 con la incorporación a la
Constitución Nacional, en el inc. 22 del art. 75, de los Tratados Internacionales sobre
los Derechos Humanos, se elevó a la máxima jerarquía normativa al principio de la
razonabilidad de la duración de los procesos judiciales.
En este sentido, el art. 8º de la Convención Americana sobre Derechos Humanos
(Pacto de San José de Costa Rica), regula que "toda persona tiene derecho a ser
oída, con las debidas garantías y dentro de un plazo razonable por un juez o tribunal
competente, independiente e imparcial, establecido con anterioridad por la ley, en la
sustanciación de cualquier acusación penal formulada contra ella, o para la
determinación de sus derechos y obligaciones de orden Civil, Laboral, Fiscal o de
cualquier otro carácter...".
Como se puede colegir, la norma que establece la razonabilidad del plazo para el
dictado de la sentencia civil tiene mayor jerarquía que las contenida en el Código
Civil, lo cual implica reconocer que la tesis judicial que declara la inoperancia de la
prejudicialidad penal, cuando la misma se torna en un obstáculo que no puede ser
removido en un plazo prudente, tiene fundamento en la ley y no es una mera
especulación doctrinaria.
En otros términos, se modificó sustancialmente el strepitus forum protegido,
puesto que en el régimen derogado primaba el temor jurídico a la existencia de
contradicción entre la sentencia penal y la civil, dado que el fundamento de la
responsabilidad giraba en torno al factor subjetivo de atribución, sea culpa o dolo.
Sin culpa no hay responsabilidad (pas de responsabilité sans fout) era el principio
guía en materia de responsabilidad civil vigente al momento de redactarse el Código
y que hundía sus raíces en la Ley Aquilia (damnum culpa datum) dictada en el año
286 antes de Cristo(844).
En cambio, en la dinámica jurídica actual. el cimiento de la responsabilidad está
focalizado, a partir del desarrollado y recepción legislativa de los factores de
atribución objetivos, en el daño. Ello en función de la permanente incorporación en
el desarrollo social de elementos de producción y actividades tecnológicas
generadores de riesgos para la vida, integridad física y patrimonio de los seres
humanos (maquinarias, automotores, fabricas daños ecológicos, nucleares, etc.)
que no existían al momento de la sanción del Código sustantivo.
322
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La Corte Suprema de Justicia de la Nación, en la actual etapa constitucional,
reafirmó sus convicciones perfeccionando el concepto de privación de justicia, en
varios pronunciamientos (Fallos: 312:2434, 311:1604, 305:913, etc.) al juzgar que
es inconstitucional la prolongación indefinida de los procesos. Ello al punto de
sentenciar en un caso paradigmático, luego de intimar a un Superior Tribunal de
Justicia provincial a pronunciarse sin dilación alguna que "la garantía de la defensa
en juicio significa el derecho a obtener una decisión"(845).
Este tribunal se pronunció con relación al tema de la prejudicialidad penal, en el
caso "Zacarías, Claudio H. c. Provincia de Córdoba y otros", fijando como doctrina
que "la postergación de la sentencia civil hasta tanto se dicte el fallo penal impuesta
ante la dualidad de procesos originados en el mismo hecho, debe ceder cuando la
suspensión determina una dilación indefinida en el trámite y decisión de este juicio
que ocasiona agravio a la garantía constitucional de derecho de defensa y produce
una denegación de justicia"(846).
Esta línea de pensamiento fue recepcionada, entre otros tribunales, por la
Suprema Corte de Justicia de Mendoza cuando interpretó que "la suspensión del
dictado de la sentencia civil hasta tanto recaiga resolución en sede penal no es una
regla legal absoluta; por el contrario, ella debe compatibilizarse con los principios
constitucionales de acceso a la justicia y al derecho a obtener una decisión dentro
de un tiempo razonable...". Por lo cual "...cabe dictar sentencia civil aunque no haya
recaído sentencia en sede penal si por su magnitud la pendencia impide en forma
real el derecho de defensa en juicio"(847).
Como se infiere de la normativa vigente y de la hermenéutica formulada por los
tribunales superiores mencionados, la prejudicialidad penal estatuida por el
derogado Código Civil y su categorización entre las leyes de orden público que
sustentaba la posición clásica, fue relativizada, estableciéndose que no es absoluta
sino que debe ceder ante otras normas de mayor jerarquía que consagran mandatos
respecto de las cuales, de igual modo, está interesado el orden público. En este
punto, cabe recordar que las leyes de orden público son aquellas que receptan los
principios sociales, políticos, económicos, morales y religiosos cardinales de una
comunidad jurídica, cuya existencia prima sobre todos los intereses individuales o
sectoriales(848), cabe consignar, como marca Fueyo Laneri, que esta noción es
dinámica, flexible y evolutiva. Es decir, mutable en el tiempo conforme el interés que
privilegie la sociedad(849).
En la normativa vigente no cabe lugar a hesitación que el legislador privilegió el
interés de la sociedad por el dictado de sentencias penales, civiles, laborales,
administrativas, etc., en tiempo razonable por encima de la posibilidad de que
quedare abierta la posibilidad de que se dicten sentencias contradictorias(850).
En el Código Civil y Comercial, la determinación de la razonabilidad de la demora
en el dictado de la sentencia penal será una labor exclusiva de la jurisdicción civil,
quien examinará las particularidades de cada caso, principalmente, el momento en
que acaeció el hecho dañoso y el estado del trámite del proceso criminal. En
palabras de la ley, la prejudicialidad penal no será operativa cuando la dilación del
procedimiento penal provoca, en los hechos, una frustración efectiva del derecho a
ser indemnizado.
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c) Cuando la acción civil se funde en un factor de atribución
objetivo
La tercera excepción a la prejudicialidad penal está prevista para cuando la acción
civil esté fundada en un factor objetivo de responsabilidad. Esta hipótesis no tiene
precedente nacional y, sin duda, generará polémica en aquellos autores que
consideran que la dimensión de la responsabilidad objetiva, en algunos casos, está
vinculada con la acción reprochable subjetivamente de otro sujeto por el cual se
debe responder (dependientes, hijos, etc.). Pero, en otros casos, facilitará el dictado
de sentencia como ocurre cuando el daño es producido por el riesgo o vicio de la
cosa (arts. 1757 y conc.) donde la responsabilidad es objetiva de todas las personas,
entre las cuales se encuentran incluidos el dueño y el guardián. En otras palabras,
entendemos que en los casos de accidentes de tránsito no será menester esperar
el dictado de la sentencia penal, pues quien conduce el automóvil tiene la calidad
de guardián, aun cuando fuere dependiente del principal (art. 1753) dado que se es
tal cuando se ejerce por sí o por terceros, el uso, la dirección y el control de la cosa
riesgosa o viciosa.
El art. 1775 es una réplica casi textual de su fuente, el art. 1697 del Proyecto de
1998: "Suspensión del dictado de la sentencia civil. Si la acción criminal precede a
la acción civil, o es intentada durante su curso, el dictado de la sentencia definitiva
en el proceso civil se suspende hasta que concluye el proceso penal, con excepción
de los siguientes casos:
a) Si median causas de extinción de la acción penal.
b) Si la dilación del procedimiento penal provoca, en los hechos, una frustración
del derecho ejercido mediante la acción civil.
c) Si la acción civil por reparación del daño está fundada en un factor objetivo de
responsabilidad".
Como se advierte, incluso todas las excepciones resultantes del art. 1775
provienen de su fuente.
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La premisa principal que caracteriza la hipótesis contenida en la norma es el
dictado de una sentencia condenatoria en el proceso penal. Esta decisión no puede
ser objeto de debate en el expediente civil donde se reclama el resarcimiento de los
menoscabos padecidos, porque en el fallo se fijó la existencia del "hecho principal"
que constituye el delito y la culpa del condenado.
En otras palabras, después de la condenación del acusado en el juicio criminal,
no se podrá contestar en el juicio civil la existencia del hecho principal que constituye
la base fáctica del delito, ni impugnar la culpa del condenado.
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antecedente y un hecho consecuente, mientras que la idea de 'autoría' se centra en
la imputación subjetiva de un obrar a una persona determinada. Ello supone, en
primer término, una actuación del sujeto que constituye el medio por el cual da
existencia al hecho, lo proyecta externamente"(852).
Este autor precisa su pensamiento sosteniendo que "la relación de causalidad,
supone establecer el ligamen existente entre un acto y sus consecuencias. No
interesa ya el sustrato psíquico del obrar, sino su repercusión externa. De este
modo, puede mediar relación causal adecuada entre el hecho de un inimputable y
el daño por él ocasionado"(853).
Este jurista indica que "antes de establecer cuando el individuo debe responder
jurídicamente por un resultado, imputatio iuris, es necesario precisar si tal
consecuencia ha sido efectivamente producida por su acción u omisión, es decir,
hay que examinar la atribución material o imputatio facti. Una cosa es que el efecto
pueda ser referido a la actuación de una persona y otra muy diferente el juicio de
demérito que suscite ese comportamiento"(854).
Como se puede colegir, el concepto de autoría implica un análisis evaluativo más
amplio que el ver la pura causalidad física, sea la misma de las fuerzas de la
naturaleza o con participación humana.
Esta referencia viene a colación, por cuanto Binding, citado por Núñez, distingue
entre la causalidad natural —que es una causación resultante del poder de las puras
fuerzas naturales— de la causalidad humana, fundada en la posibilidad que tiene la
voluntad humana, en la persecución de sus fines, de gobernar y poner a su servicio
las fuerzas naturales, y en la cual, por consiguiente, el núcleo causal no es una
condición cualquiera, sino la actuación voluntaria del hombre en su condición de
autor del hecho de que se trata(855).
En este punto creemos necesario precisar que cuando no participa el ser humano
en la cadena causal que finiquita con el daño, no se puede hablar de modo alguno
de autoría en sentido estricto. En cambio, cuando participa en la cadena causal, se
debe distinguir la pura materialidad del hecho humano (autoría material, verbigracia:
hecho de un incapaz que lesiona o mata) de la imputación del hecho a ese sujeto
conforme al tipo para ser considerado penalmente como autor.
La autoría en la esfera del derecho penal es uno de los temas medulares de su
dogmática y doctrina, al punto que se han desarrollado un sinnúmero de teorías que
tratan de precisar cuándo una persona debe ser considerada autora del delito. Esta
teorización tiene mayor complejidad cuando trata de dirimir esa condición en los
delitos cometidos por una pluralidad de sujetos, apareciendo la conceptualización
de coautoría, participación y complicidad.
Ello le permitió a Núñez sostener críticamente que "el problema de la autoría, tal
como en este asunto lo plantean Binding, Soler y Antolisei, no atañe a la
determinación de la vinculación material entre la conducta del agente y el resultado
delictivo, que es el campo propio de la cuestión desenvuelta en el Derecho Penal
bajo el título de relación de causalidad. Cuando estos escritores se preocuparon por
establecer si, en determinas circunstancias, una persona es autora (o en otros
términos, cuál es la acción que le es propia), refieren la cuestión al ámbito de la
conducta que le es imputable a esa persona en tales circunstancias, a los efectos
de saber cuál es la verdadera potencia causal que se debe poner a su cargo en la
emergencia, individualizando así el primer término de la relación causal jurídico-
penal: la conducta"(856).
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Núñez, completa sus observaciones aseverando que el concepto de la autoría
tiene que mantenerse al margen del juego de los factores psíquicos sobre los cuales
se debe estructurar la culpabilidad del autor, pero no la condición de autor(857).
En otras palabras, el profesor cordobés excluye la autoría tanto del nexo causal
puro o material y del análisis de la aportación psíquica del sujeto en el querer el
resultado. La conducta de delincuente es la sumatoria de la materialidad del hecho
(mató, robó, etc.), más la posibilidad jurídica de poder imputarle la misma a su
persona. Por ejemplo, por no encuadrar en una de las causales de inimputabilidad
prevista en el art. 34 del Código Penal.
De otro modo, si el sujeto fuera inimputable, aun cuando hubiera ejecutado el
verbo prohibido (matar, dañar, etc.) no podrá ser considerado penalmente autor y,
por tanto, queda fuera de la punición prevista.
En otras palabras, en primer lugar, para que haya conducta penal punible, debe
haber (se presume) un sujeto plenamente capaz de comprender la acción que llevó
a cabo, es decir, imputable.
Para fortalecer este concepto nada mejor que la palabra de Orgaz, quien
enseñaba que "puede definirse la imputabilidad diciendo que es 'la aptitud,
condicionada por la salud y la madurez espirituales del autor, de valorar
correctamente los deberes y de obrar conforme a ese conocimiento'. Así como la
capacidad en los negocios jurídicos es la 'aptitud' para adquirir por sí mismo
derechos y contraer obligaciones (capacidad de obrar o de hecho), la imputabilidad
es 'capacidad de culpabilidad', esto es, de cometer actos ilícitos y comprometer la
propia responsabilidad"(858).
A partir de ello, se puede conocer un sinnúmero de teorías y definiciones que
procuran definir el concepto de autor, pero cabe precisar a los fines de esta
investigación que ninguna de ella la limita o asocia al nexo de causalidad material
sino que, como se ha dicho, presume la imputabilidad y, con base en ello, se procura
elaborar una respuesta.
Donna recuerda a los principales autores que se han preocupado por brindar una
definición de autoría, destacando que en algunos casos la individualización del autor
es muy fácil. Si un sujeto extrae un arma y ocasiona la muerte de su enemigo, nadie
duda que haya sido el autor del homicidio(859). En este sentido, Cerezo Mir afirma
que "es autor, en primer lugar, el que realiza el hecho por sí solo"(860).
Más adelante sistematiza Donna que existen dos caminos posibles para encontrar
la respuesta: a) Teoría unitaria de autor: Se puede considerar autor a cualquier
sujeto que haya cooperado de algún modo en el hecho, sin hacer ningún tipo de
diferenciación entre los distintos aportes de los intervinientes. b) Teorías
diferenciadoras: Éstas diferencian varias formas de intervención según el grado e
importancia material de los aportes realizados(861).
Con relación a esta segunda concepción aparecen, a su vez, varias teorías. Una
de ellas, la teoría subjetiva conceptualiza, en general, que es autor quien "quiere al
hecho como propio", es decir, quien actúa con animus autoris. Al contrario, es
cómplice aquel que "quiere al hecho como ajeno", manifestando meramente
un animus socii(862).
Para la teoría formal objetiva, autor es quien ejecuta personalmente, ya sea total
o parcialmente, la acción típica descripta en los tipos de la parte especial. En caso
de que el delito sea pluriactivo, será autor el que realice aunque sea alguno de los
elementos típicos. Desde este punto de vista solo se tiene en cuenta si el sujeto
327
Estudiantes de abogacia EA! - EA! GRADuados
realiza de propia mano el verbo típico. Es autor quien mata, en el art. 79 del Código
Penal; quien sustrae la cosa, en el art. 162; o quien hace un documento falso, en el
art. 292. Cualquier aporte de otro tipo, anterior o simultáneo, es considerado como
participación(863).
Dentro de este grupo formal-normativo podemos citar a Gimbernat Ordeig, quien
sostiene que "autor en sentido estricto es el definido en el tipo. Su punición se
justifica directamente sobre la base de la figura delictiva de la parte especial" y que
"la conducta del autor en sentido estricto difiere según cual fuere la naturaleza del
delito"(864).
Finalmente, corresponde citar la "teoría del dominio del hecho" que conforme
opina Donna, se trata de un concepto material, que ha permitido explicar la autoría
mediata, aunque como se ha sostenido, tiene dificultades en explicar el delito
imprudente, motivo por el cual ya Welzel se vio obligado a realizar un
desdoblamiento del concepto de autor. En los delitos imprudentes es autor aquel
que contribuye a la producción del resultado de una conducta violatoria del deber
objetivo de cuidado. En los delitos dolosos, es autor quien tiene el dominio final del
hecho(865).
En general, Bacigalupo afirma que "el dominio del hecho se debe manifestar en
una configuración real del suceso y quien no sabe que tiene tal configuración real
en sus manos carece del dominio del hecho(866).
De un modo particular, Welzel, sostenedor de la teoría final de la acción, asegura
que existirá autoría cuando se configure: a) dominio final del hecho, b) requisitos
objetivos del autor (funcionario, comerciante, soldado), c) los requisitos subjetivos,
como el ánimo de lucro o la tendencia lasciva, d) los requisitos de los delitos de
propia mano.
En otras palabras, según esta teoría, autor es quien, de acuerdo con el papel
desempeñado en el despliegue de la acción, ha tenido el dominio o el condominio
del suceso. Como señala, es el "señor del hecho", es decir, aquel que lo realiza en
forma final, en razón de su decisión volitiva, dirigiéndolo en forma planificada(867).
En cambio, para Maurach y Gössel, autor es quien mantiene en sus manos,
abarcado por el dolo, el curso causal del hecho típico. Por lo tanto, el dominio del
hecho lo tiene todo aquel que puede impedir o hacer avanzar, a su albedrío, el hecho
hasta su resultado final(868).
En cuanto al delito imprudente afirman que se caracteriza precisamente por la
falta de dominio final del hecho sobre el ataque al bien jurídico. Autor de tal ataque
evitable al bien jurídico puede serlo quien podría haber dirigido su comportamiento,
de tal modo que el ataque no se hubiera producido. De ahí surge lo que los autores
llaman el dominio potencial del hecho: el actuar no dominado, pero dominable,
hubiera evitado la lesión al bien jurídico. De ahí la defensa del concepto unitario de
autor en el delito imprudente, en cuanto se contribuya causalmente al resultado, por
lo que la esencia del problema reside en la evitabilidad (luego cambian al concepto
de "la actuación en una situación de peligro dominable")(869).
Por su parte, Roxin explica que autor es la figura central del proceso de actuación
concreto. Y que la idea del dominio del hecho debe ser entendida como un concepto
abierto.
En los casos del dominio de la acción, la cuestión no ofrece dudas. Quien sin
depender de otro realiza los elementos del tipo, es sin duda autor. Éste es el caso
del dominio de la voluntad de la acción(870).
328
Estudiantes de abogacia EA! - EA! GRADuados
Finalmente, para completar los principales exponentes de esta línea de
pensamiento, Donna define que "autor es quien comete el delito por sí mismo,
poniendo el concreto proceso de realización de la lesión típica o, en caso de ser
varias las personas, aquel que en un proceso de atribución, a un sujeto libre, sobre
un curso de conductas objetivas, tiene el dominio de los hechos, siempre dentro de
la idea de conductas externas y libres"(871).
Por su parte, Bernal recuerda que Günther Jakobs objetaba de un modo crítico
que "el dominio del hecho no es el único criterio para la determinación de la autoría",
ya que junto a éste también el deber especial, los delitos de propia mano y la
problemática de omisión, cuestionando la posibilidad de construir un concepto
unitario de autor con un dominio y un deber. Para él, "la atribución normativa es de
superior jerarquía que el dominio; éste en todo caso determina la cantidad de una
intervención delictiva". En otras palabras, la causación de un resultado puede ser
atribuida a un sujeto dentro del ámbito de responsabilidad o competencia de éste, y
esto es un elemento normativo, ya que el dominio sin competencia no es de interés
ni jurídico-penalmente ni en los demás aspectos de la vida social(872).
Como se puede inferir de lo expuesto, que solo es una presentación del tema, el
concepto de autoría para el derecho penal excede el análisis de la conexión causal
puramente física, de la materialidad de los hechos, al punto que en algunas
teorizaciones se la conjuga con la culpabilidad y, en otras, se la vincula a la
configuración del tipo penal reprimido. Es por ello que el examen de estos conceptos
por parte de la doctrina civilista debe ser muy cuidadosa, pues se puede llegar a
equívocos conceptuales que desnaturalicen la función reparadora si no se tiene en
claro el límite conceptual.
Como corolario, entendemos que la "autoría puramente material" está incluida
dentro de la relación de causalidad estrictamente fáctica. En cambio, para la
configuración de la "autoría en sentido jurídico estricto" se le debe adicionar la
comprensión por parte del sujeto de que la acción que llevó a cabo fue realizada con
plena capacidad y dominio de su propia voluntad para el control del hecho que
tipifica el delito.
Es por ello, que cuando comete delito un incapaz no punible (art. 34, inc. 1º,
Código Penal) existe nexo de causalidad puramente material pero no autoría
penalmente sancionable, pero en el ámbito civil, conforme al criterio del art. 1750 es
responsable directo del deber de resarcir bajo el factor de atribución "equidad".
Como se infiere, la sentencia penal establece prejudicialidad respecto del nexo
causal puramente material, físico, que declaró existente y no el jurídico sobre el cual
deberá hacer el juez civil su propia ponderación. Esta conclusión es muy relevante
dado que el Código marca una clara línea que resalta la importancia del nexo causal,
tanto para imputar responsabilidad como para invocar las causales de excusación,
como es, por ejemplo: la limitación de responsabilidad por la incidencia del hecho
de la víctima (art. 1729), incidencia del caso fortuito (art. 1733), la carga de la prueba
de la causa ajena (art. 1736), etcétera.
329
Estudiantes de abogacia EA! - EA! GRADuados
La declaración de la existencia de culpa en la sentencia dictada en sede penal,
más allá del análisis que se puede efectuar respecto de la distinta naturaleza de
cada una, impide discutir en sede civil nuevamente su existencia y que fue suficiente
para configurar el tipo penal.
Ello implica que de la sentencia resarcitoria se debe declarar ineludiblemente que
existe culpa del imputado obligado a resarcir. Sin perjuicio de ello, se debe tener
presente que una de las características de la culpa civil es la posibilidad de graduar
la misma morigerando el nivel de culpabilidad que le cabe en la producción del hecho
que le ocasionara daño al damnificado.
Al respecto, Borda señala que cuando se declara la culpa del condenado "no
podrá ya alegarse en lo civil la falta de culpa. Pero si el autor del hecho ilícito no
puede pretender que no fue culpable, en cambio nada se opone a que alegue y
pruebe la culpa concurrente de la víctima. La jurisprudencia es, en este punto,
uniforme. Este derecho que se le reconoce, tiene para el condenado el mayor
interés, puesto que si la culpa es concurrente, los daños no deberán ya ser
soportados exclusivamente por el autor del hecho ilícito, sino que también la víctima
cargará con parte de ellos, según la proporción que la sentencia fije"(873).
330
Estudiantes de abogacia EA! - EA! GRADuados
cuanto este pronunciamiento definitivo será fruto del debate que se lleve a cabo en
la etapa de juicio.
Al respecto la sentencia (art. 399, Código Procesal Penal de la Nación) entre los
requisitos constitutivos exigidos para tener validez como tal, tiene que formular la
enunciación de los hechos y circunstancias que hayan sido materia de acusación y
que, acreditadas, sean la base de las motivaciones de hecho y de derecho en que
se fundamente la decisión final. Es tan importante la enunciación de los hechos, que
se sanciona su omisión con la nulidad (inc. 3º, art. 404, Código Procesal Penal de la
Nación).
Sin lugar a duda, sea condenatoria o absolutoria, la decisión del juez penal fija la
existencia o inexistencia de los hechos y ello hace prejudicialidad en sede civil.
Sobre el tema Borda señala "cabe preguntarse qué debe entenderse por hecho
principal, materia en la que el pronunciamiento penal absolutorio hace cosa juzgada
en lo civil. Debe tratarse, a nuestro juicio, de las circunstancias de hecho que han
sido esenciales para la fundamentación de la sentencia absolutoria; en cambio, la
referencia a hechos que no han sido invocados sino de manera incidental y cuya
existencia o inexistencia no influiría en la condena o absolución (aunque pueda influir
como circunstancia agravante o atenuante) no hace cosa juzgada"(874).
En cambio el panorama jurídico no es tan claro cuando se trata del
sobreseimiento, por cuanto no será de aplicación el contenido del art. 334 y ss.,
Código Procesal Penal de la Nación, dado que procede, según la enumeración del
art. 336 (inc. 1º), cuando la acción penal se ha extinguido que acontece, de acuerdo
con el art. 59 del Código Penal, por la muerte del imputado (inc. a]), por amnistía
(inc. b]), por prescripción (inc. c]) o por renuncia del agraviado (inc. d]).
En otras palabras, en estas hipótesis, en la resolución dictada por el juez penal
no se analizan ni fijan los hechos acaecidos, razón por la cual no influyen en sede
civil.
331
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penal, se podrá en el proceso civil discutir libremente ese mismo hecho como base
fáctica de la condenación de resarcir el daño producido.
Sobre el tema Borda, englobando a todas las hipótesis de sobreseimiento en una
sola, justifica la posición aseverando que "el sobreseimiento definitivo decretado en
el proceso penal, ¿es equivalente a la absolución del acusado? La cuestión ha dado
lugar a pronunciamientos contradictorios, pero hoy la jurisprudencia parece
definitivamente inclinada a negar toda posible equiparación entre el sobreseimiento
y la absolución, de tal modo que el primero no impediría volver a juzgar en el fuero
civil la existencia o inexistencia del hecho principal en que se basó el
pronunciamiento. En otras palabras, el sobreseimiento definitivo carece totalmente
de influencia sobre la acción civil (...) hay, ante todo, un fundamento de derecho
positivo: (...) que confiere valor de cosa juzgada respecto de la inexistencia del
hecho principal solamente a la absolución, sin mencionar el sobreseimiento. Y esta
solución se justifica plenamente porque la absolución se dicta después de un
proceso en el que las partes han tenido oportunidad de alegar y probar todo lo que
hace a la defensa de sus derechos, mientras que el sobreseimiento se decreta antes
de que la causa llegue a plenario, lo que significa que el damnificado no ha tenido
oportunidad de ejercer su derecho de defensa. En esas condiciones, hacer valer
contra él la sentencia dictada en el proceso penal violaría la prescripción
constitucional que garantiza la defensa en juicio.
Si el sobreseimiento definitivo carece de todo efecto sobre la acción civil, con tanta
mayor razón no lo tiene el sobreseimiento provisional, ni el auto que decreta el
archivo de las actuaciones por no existir mérito para la formación del proceso o por
no haberse podido individualizar a los autores"(875).
Sin lugar a dudas que la sentencia dictada, luego de tramitado todo el proceso
criminal, brinda la garantía del debate, para tener plena certeza de la existencia o
no del hecho base de la imputación del delito penal, razón por la cual hace cosa
juzgada en sede civil. Pero, la circunstancia de que el sobreseimiento no tenga esa
garantía, cuando se fundamenta el mismo en que el hecho investigado no existió o
no fue cometido por el imputado, sin lugar a dudas que se está declarando la
ausencia del "hecho principal" y, por ende, se torna de aplicación el contenido
normativo del art. 1777 en su primer párrafo.
332
Estudiantes de abogacia EA! - EA! GRADuados
La acción civil no es afectada por las excusas absolutorias
penales
La regla impuesta por la norma es clara en cuanto a que las excusas absolutorias
no afectan, de modo alguno, la determinación de la responsabilidad civil, con
excepción que la propia ley disponga lo contrario. En ese sentido, y sin pretender
agotar todas las hipótesis contenidas en el Código Penal, en el art. 185 se regula
que "están exentos de responsabilidad criminal, sin perjuicio de la civil, por los
hurtos, defraudaciones o daños que recíprocamente se causaren: 1. Los cónyuges,
ascendientes, descendientes y afines en la línea recta; 2. El consorte viudo, respecto
de las cosas de la pertenencia de su difunto cónyuge, mientras no hayan pasado a
poder de otro; 3. Los hermanos y cuñados, si viviesen juntos. La excepción
establecida en el párrafo anterior, no es aplicable a los extraños que participen del
delito".
Terragni brinda un concepto relacionado con la figura bajo examen al expresar
que "desde hace mucho tiempo la doctrina usa la denominación excusas
absolutorias. Alude así a situaciones en las cuales, por razones de utilidad o de
conveniencia, la ley declara al autor impune de un hecho típico y antijurídico, pese
a que no concurra a favor de él ninguna causa que excluya la culpabilidad. El
Tribunal Supremo español señaló que bajo el nombre de excusas absolutorias, se
engloban un conjunto de circunstancias —de dudosa y controvertida naturaleza
jurídica— que aconsejan dejar sin punición determinados hechos delictivos no
obstante estar presentes en ellos las notas de antijuridicidad tipificada y
culpabilidad"(876).
Al respecto, la doctrina judicial entendió: "en una causa iniciada con motivo de
una denuncia por estafa procesal formulada por una persona en contra de su
cónyuge y suegro, corresponde decretar el sobreseimiento de los imputados pues,
media una excusa absolutoria en los términos del art. 185 inc. 1 del Código Penal,
sin que obste a su operatividad el hecho de que los cónyuges se encuentren
separados de hecho"(877).
De igual modo se entendió que "corresponde archivar la denuncia por la supuesta
comisión del delito de insolvencia fraudulenta interpuesta por la esposa contra su
cónyuge, por haber maliciosamente disminuido su patrimonio luego de la
presentación de demanda de divorcio contradictorio, ya que cualquier perjuicio
patrimonial que le hubiere ocasionado su cónyuge, configura una conducta que se
encuentra amparada por la excusa absolutoria contemplada en el art. 185 del Código
Penal, de carácter taxativo, con vigencia aunque medie separación de hecho, pues
solo desaparece con la disolución del vínculo matrimonial"(878).
También, en el inc. 4º del art. 277 (encubrimiento) se regula que "están exentos
de responsabilidad criminal los que hubieren obrado en favor del cónyuge, de un
pariente cuyo vínculo no excediere del cuarto grado de consanguinidad o segundo
de afinidad o de un amigo íntimo o persona a la que se debiese especial gratitud".
Respecto de esta hipótesis se dijo que "para que opere válidamente la excusa
absolutoria prevista en el art. 277 inc. 4 del Cód. Penal es necesario tener
individualizado al autor del delito precedente, no pudiendo tratarse de un supuesto
hipotético, pues en caso contrario todos los procesos en los que se imputase el delito
de encubrimiento deberían esperar la suerte del delito precedente, con lo cual no se
trataría de un delito autónomo"(879).
Si luego de haberse emitido una sentencia condenatoria respecto de aquel que
ha encubierto otro delito surge que ha obrado a favor de su cónyuge u otro pariente
cuyo vínculo no excediere del cuarto grado de consanguinidad o segundo de
333
Estudiantes de abogacia EA! - EA! GRADuados
afinidad o de un amigo íntimo o persona a la que debe especial gratitud, se daría un
motivo para ejercer la pertinente acción de revisión prevista en el art. 467, inc. 4º,
Código Procesal Penal de la Provincia de Buenos Aires(880).
Finalmente se debe tener en cuenta que "si bien en materia penal la retractación
constituye una excusa absolutoria que exime de penal al autor del hecho, en materia
civil la misma retractación implica la admisión por el encausado de la existencia y
realidad de la injuria o calumnia"(881).
1. Introducción
El contenido del presente artículo marca la idea de que su ubicación dentro de la
relación entre la acción penal y la civil no es la adecuada, sino que debió ser
incorporado como parte de la sección 4ª, "Daño resarcible", puesto que hace
referencia a las razones que impiden la reparación del perjuicio ocasionado.
Más allá de ello, el artículo reconoce como básico que el actor se encuentra
legitimado para reclamar el resarcimiento de los daños, pero las hipótesis regladas
actúan como impedimento para acordar dicha reparación.
En función de ello, corresponde analizar cómo actúan los impedimentos legales
previstos en la norma.
335
Estudiantes de abogacia EA! - EA! GRADuados
los ilícitos civiles se configuren solamente por el conocimiento de la falsedad —en
el caso, se rechaza la demanda contra un diario que reprodujo hechos relativos a la
actuación del actor como jefe de un destacamento de policía y a raíz de los cuales
se lo había relevado del cargo en un sumario instruido por exacciones ilegales— o
el descuido temerario sobre la verdad o falsedad de lo publicado"(887).
Otro juez entendió que "es procedente indemnizar el daño moral por lesión al
honor si de la prueba surge que no se acreditó la verdad de la imputación efectuada
por la accionada contra un inspector de tránsito —en el caso, publicó en dos diarios
de gran circulación una nota al Director de Tránsito comunicándole la conducta del
inspector que pidió coimas—, por lo cual ha incurrido en una acusación culposa o
negligente —art. 1109, Código Civil—, desde que la denuncia fue efectuada sobre
bases inconsistentes y el procedimiento efectuado por el inspector ha sido
regular"(888).
Por su parte, se apreció que "la retractación del demandado civilmente por injurias
o calumnias, no impide la procedencia del resarcimiento pretendido por el ofendido,
en particular del daño moral —en el caso, un abogado acusó a su colega de ser
cómplice en el delito de vaciamiento del patrimonio de su cliente—, pues, con dicha
conducta el querellado reconoce que ha faltado a la verdad, reconociendo el hecho
y su culpa"(889).
Es decir, en estos casos se aplicó la exigencia de acreditar la verdad de los
hechos que se estimaban calumniosos que por su entidad dañan a la persona del
ofendido.
336
Estudiantes de abogacia EA! - EA! GRADuados
Por su parte, en el caso del cómplice, de igual modo, queda en estado de
legitimación pasiva, conforme a la literalidad del art. 1752, en cuanto al daño
causado por su cooperación, razón por la cual la operatividad de este inciso
completa al anterior y lo excluye totalmente de toda posibilidad de reclamar.
Finalmente, se debe tener en cuenta que se hace referencia en el inciso a
conductas delictuales contra la vida llevadas a cabo con la intencionalidad de
producir el fallecimiento, excluyendo los casos en los cuales no haya ese propósito.
Ello viene a colación, por cuanto en algunas hipótesis se puede ser
corresponsable del fallecimiento de la víctima, en cuyo caso si hay acción dolosa, el
impedimento de reclamar es absoluto, pero no así cuando es por culpa, como ocurre
en el caso de los padres que son negligentes en el cuidado de sus hijos y un tercero
le produce la muerte. En este caso podrán reclamar los daños en la porción de
culpabilidad del tercero dañador.
Este criterio se expuso al decir que "los padres de los menores ahogados en un
canal de riego son parcialmente responsables por las consecuencias derivadas del
hecho —en el caso, en un 70 %—, pues no solo quebrantaron los deberes de
protección, cuidado y vigilancia activa que debían ejercer sobre sus hijos, sino que,
además, incurrieron en negligencia in eligendo, al permitir que salieran del domicilio
con un tercero, quien desvió el destino original y consintió que se sentaran en el
borde de un canal que no presentaba medidas de seguridad adecuadas"(890).
En igual idea, se indicó que "existe responsabilidad concurrente —en igual
proporción— del Estado provincial y de la madre y abuela del niño fallecido a
consecuencia de haber sido mordido por un animal que padecía rabia, en tanto el
hecho de la muerte del menor obedeció a cadenas causales generadas tanto por la
falta de servicio adecuado del hospital público como por la falta de diligencia en el
cumplimiento de las advertencias o recomendaciones médicas por parte de los
familiares de la víctima"(891).
Por otra parte, se marcó que "es nula la sentencia que atribuyó responsabilidad
en partes iguales a los padres de una menor que falleció al recibir una patada de un
caballo y a la Municipalidad codemandada, pues si bien el sentenciante expresa los
motivos por los que considera que el evento se produjo debido a la negligencia de
ambas partes, éstos no resultan suficientes para justificar que a los padres de una
niña de corta edad —en el caso, menos de tres años— les corresponda solo un 50
% de responsabilidad en el hecho, teniendo en cuenta los deberes de cuidado y
protección a su cargo"(892).
De igual modo, se estimó que "corresponde responsabilizar en forma concurrente
al centro comercial que organizó un espectáculo infantil y al padre de un menor que
concurrió a dicho evento, por los daños y perjuicios que éste padeció al apoyarse
sobre la cinta móvil ubicada en la baranda de una escalera mecánica pues, el
progenitor del menor debió asirlo de la mano dada su corta edad, y el demandado
contribuyó al accidente al ubicar la hilera de personas al lado de la escalera y al
omitir adoptar las medidas necesarias para evitar que los niños tuvieran contacto
con ella"(893).
337
Estudiantes de abogacia EA! - EA! GRADuados
Como en cualquier concepción de raigambre penal el "instigador" debe ser
distinguido del "cómplice", luce su ausencia en el inc. b) del art. 1779 entre los
impedidos de reclamar el daño irrogado por delitos contra vida.
Hubiera bastado para comprender a los distintos autores, cómplices e instigador,
el empleo de la voz "copartícipes", que en la terminología penal abarca al que
comete el delito (autores mediatos e inmediatos), al que comete con otro (coautor),
el que hace cometer (instigador), y a los que ayudan a cometer (cómplices primarios
y secundarios) (Ver ALTERINI, Jorge H., "Defensa judicial de la posesión y de la
tenencia", trabajo difundido por la Asociación de Estudiantes de la Facultad de
Ciencias Jurídicas de la Universidad del Salvador con motivo del IV Congreso
Nacional de Derecho Civil, Buenos Aires, 1969, pp. 28/29).
1. Introducción
Este artículo es el producto jurídico natural, ineludible, de la flexibilización de la
prejudicialidad penal para el dictado de la sentencia civil.
Como regla general establece que la emisión posterior de la sentencia criminal
vinculada con el pronunciamiento civil no produce efecto sobre ella. Es decir, no
tiene trascendencia jurídica para modificar el resolutorio definido sobre la
procedencia del deber de resarcir, en cuanto a los sujetos responsables, los rubros
procedentes y su cuantía.
338
Estudiantes de abogacia EA! - EA! GRADuados
Sin embargo, deja abierta la posibilidad de revisar la cosa juzgada civil en tres
hipótesis que pasaremos a analizar.
Respecto de ellas cabe puntualizar que esta regulación del Código Civil y
Comercial es de neto corte adjetivo y las causales enumeradas se suman a las
previstas en los Códigos Procesales de cada jurisdicción, para los casos de
sentencias de daños exclusivamente.
En otras palabras, esta norma ingresa como novedad al sistema jurídico argentino
dando respuestas a conflictos que se pueden presentar a partir del dictado de la
sentencia civil en su vinculación con la penal.
339
Estudiantes de abogacia EA! - EA! GRADuados
Esta modificación del "hecho principal" sin duda tiene influencia en sede civil,
especialmente cuando se declara que el hecho no existió o el presunto responsable
no fue el autor material del daño.
De igual modo, si se hubiere desestimado la demanda civil donde se reclamaba
el resarcimiento de los daños porque la sentencia penal tenida en consideración al
momento de juzgar determinó que el hecho principal no existía o que el demandado
no había sido su autor material, tendrá derecho la víctima (actor) de pedir la revisión
de la civil cuando la instancia penal extraordinaria modifique la sentencia criminal y
se exprese en sentido contrario respecto del "hecho principal".
En cuanto a la posibilidad de que por medio de la revisión de la cosa juzgada
penal se modifique la culpabilidad del imputado en esa sede no afectaría la
sentencia civil por cuanto la culpa civil tiene características propias llegando
inclusive a existir cuando no se verifica en jurisdicción penal dado que existe una
diferencia ontológica entre ambas que le da independencia de acuerdo a lo
predicado por el art. 1774.
En el inc. 5 del art. 479 del Código Procesal Penal de la Nación se estatuye la
posibilidad de revisar la sentencia penal condenatoria cuando se dicte una ley penal
más benigna que la aplicada en la sentencia porque es posible su aplicación
retroactiva.
En este caso, como se colige, el principio in dubio pro reo permite la aplicación
retroactiva de la ley penal más favorable al reo pero ello no es de aplicación en sede
civil, por cuanto la culpabilidad queda fijada al momento del hecho que ocasionó el
daño.
La doctrina judicial ha tenido en cuenta este aspecto cuando hubo un cambio en
el régimen del tránsito al juzgar que "cabe recordar que el accidente de tránsito que
motiva la litis acaeció, conforme están contestes las partes, en fecha 7 de mayo de
1994. Ello viene a colación por cuanto la expresión de agravios vertida por la
recurrente encuentra su fundamentación y, por cierto, base de la crítica al fallo, es
el contenido normativo de los arts. 41 y 43 de la Ley de Tránsito 24.449, que entró
en vigencia en la provincia de San Juan cuando se sancionó y promulgó la ley 6684
(BO 1/2/1996).
El régimen imperante al momento del accidente era el de la ley 13.893 que en su
art. 50 b) 5º establecía que 'tiene prioridad de paso el vehículo que ingrese en la
circulación giratoria de la rotonda'. Como se colige esa normativa tenía reglado un
régimen diametralmente distinto al vigente en la actualidad, por lo cual corresponde
desestimar sin más meritación esta queja"(895).
341
Estudiantes de abogacia EA! - EA! GRADuados
subjetivos de responsabilidad, que pueden producir algunos desfasajes que lleven
a resultados injustos.
FUENTES: ART. 1531 DEL PROYECTO DEL EJECUTIVO DE 1993, ART. 1708 DEL PROYECTO
DE 1998.
1. Aproximación
Tradicionalmente estas situaciones fueron subsumidas en la categoría de los
cuasidelitos, entidad que no solo nunca pudo ser deslindada con certidumbre, sino
que es dominada por la polémica, por lo cual cualquier reseña carece de utilidad,
además de conllevar confusiones(1). Solo cabe rescatar dos ideas; la primera puede
explicar la aludida anarquía conceptual: "al incorporar al derecho moderno la
categoría de las obligaciones que los romanos denominaban quae quasi ex
contractu nasci videntur, se cometió un grave error de adaptación. Los romanos
crearon una asimilación entre el régimen de esas obligaciones y el de las
contractuales, pero no pretendieron que los diversos hechos que les servían de
fuente fueran semejantes a los contratos. Los modernos confundieron una cosa con
otra y convirtieron un paralelismo entre las fuentes lo que era un paralelismo en el
régimen de las obligaciones"(2). La otra idea, con fines ordenadores, es que lo que
subyace en las instituciones tales como la gestión de negocios y el empleo útil; éstas
tienen la finalidad de regular desplazamientos patrimoniales incausados, de modo
de obturar situaciones de perjuicio o beneficio económico sin sustento plausible para
el ordenamiento. Esta situación es similar a lo que acontecía con los arts. 2288 a
2310 del Código Civil derogado(3).
342
Estudiantes de abogacia EA! - EA! GRADuados
negocio gestionado. Desde este punto de partida, la regulación de la figura transita
por determinar las condiciones de licitud de la intervención en los negocios ajenos,
de modo tal que sea idónea para surtir efectos obligacionales. Pero, más
precisamente, la regulación legal de la institución está nutrida de una doble
preocupación: la necesidad de evitar una intromisión molesta o dañosa en los
negocios ajenos y la necesidad de no perjudicar a quien ha realizado una gestión
útil para otra persona(4).
En este tipo de gestión, una persona toma en su mano espontáneamente y sin
obligación ni facultad específica alguna los negocios de otra y realiza para ella los
actos que cree útiles(5). El Código Civil derogado definía esta figura en el art. 2288
en estos términos: "Toda persona capaz de contratar, que se encarga sin mandato
de la gestión de un negocio que directa o indirectamente se refiere al patrimonio de
otro, sea que el dueño del negocio tenga conocimiento de la gestión, sea que la
ignore, se somete a todas las obligaciones que la aceptación de un mandato importa
al mandatario". Así las cosas, el régimen de la gestión útil suscita interés cuando el
dueño no la ratifica, ya que hay que analizar las condiciones de ejercicio de la
gestión para evaluar los derechos y las obligaciones del gestor. Pero si media
ratificación, la operación se remite al mandato (efecto previsto en el art. 1790 del
Código Civil y Comercial) y se desvanece lo concerniente al juicio de la gestión.
El artículo en comentario, con técnica depurada, recurre a un concepto descriptivo
en el cual se evidencian sus elementos y condiciones. Ellos son:
a) Debe mediar una gestión, lo que se refiere a la realización de una actividad con
efectos jurídicos beneficiosa para otro. La gestión de negocios puede comprender
no solo actos jurídicos, sino también simples actos materiales; en efecto, los
primeros son, por ejemplo, hacer reparaciones en una propiedad ajena, contratar un
seguro en beneficio de otro, etc., y los actos materiales consisten en combatir un
incendio en el dominio de otro, asistir a la víctima de un accidente, etcétera(6).
b) El gestor debe actuar impulsado por un motivo razonable, esto es, merecedor
de tutela jurídica, y en forma unilateral.
c) La gestión debe ser útil (ver infra, art. 1785)(7).
d) En forma oficiosa(8), término que halla su significado por la negativa, es decir,
que el gestor no haya pretendido realizar una liberalidad(9), que no se hallare
obligado a actuar del modo en que lo hizo y que no haya estado autorizado a hacerlo
legal ni convencionalmente. Esta circunstancia es clave para diferenciar supuestos
de actuación contractual, verbigracia, de quienes actúan en tareas de intermediación
que configuran o bien contratos de corretaje, o locaciones de servicios(10), que
carecen de la impronta unilateral que caracteriza a la gestión.
e) Todavía cabe agregar otra condición: la gestión no debe ser iniciada en contra
de la voluntad del dueño del negocio(11). Esta condición, si bien no está explicitada
en la norma comentada, surge del art. 1782, en tanto impone al gestor la obligación
de avisar sin demora al dueño del negocio y aguardar su respuesta (inc. a]); es más,
en cuanto al modo de actuar, el inc. b) de la norma recién citada establece que debe
"actuar conforme a la conveniencia y a la intención, real o presunta, del dueño del
negocio"; pero termina por despejar cualquier hesitación el art. 1783, que dispone la
conclusión de la gestión cuando el dueño le prohíbe al gestor continuar actuando.
f) El gestor no debe actuar en su interés personal; su propósito tipificante es que
realice un negocio de otro(12). Ello no excluye la eventualidad de un interés propio
del gestor involucrado a la par del beneficio para el gestionado. Esta posibilidad se
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deja ver en el art. 1783, en cuanto dispone que la gestión concluye cuando el dueño
prohíbe al gestor continuar actuando, pero el gestor puede continuarla bajo su
responsabilidad "...en la medida en que lo haga por un interés propio"(13).
g) Quid del carácter del negocio gestionado. La gestión debe ser sobre bienes
que ya estén en el patrimonio del gestionado, o también puede gestionarse la
incorporación de nuevos bienes. Desde sus orígenes en el derecho romano, la
gestión de negocios fue ampliando sus fronteras: primero se aplicó a la persona que
tomaba la defensa del ausente(14) y se extendió a quien administraba los bienes de
éste. Luego, la figura cobijó supuestos de índole conservatoria de bienes que ya se
encontraban en el patrimonio del deudor, cuando la gestión se refería a su
preservación. Cabe indagar si la gestión de negocios ajenos contempla también
supuestos en que alguien hace adquirir a otro un derecho nuevo o incorpora al
patrimonio del otro un bien que no tenía. Por vía de hipótesis, no cabe negar esta
posibilidad(15); empero, se avecina a la situación contemplada por el art. 1025 del
Código Civil y Comercial(16). Por otro lado, es menester poner de resalto que cierto
género de actos encuadrables en la figura bajo análisis se conectan con el ejercicio
de la función preventiva del daño, más precisamente con la previsión del art. 1710
del Código Civil y Comercial, en cuanto dispone que a quien toma medidas para
evitar o disminuir la magnitud de un daño a un tercero se le reconoce el derecho al
reembolso del "valor de los gastos en que incurrió, conforme a las reglas del
enriquecimiento sin causa".
3. Clases
Se han reconocido las siguientes clases: la gestión de negocios simple y la
representativa; se da la primera cuando un sujeto actúa en nombre propio, pero en
interés ajeno; y la segunda, cuando actúa en nombre de otro frente a terceros. Cabe
entender que el ordenamiento legal contempla esta clasificación; en efecto, el art.
1781 no distingue si el gestor acciona frente a un tercero invocando el nombre del
dueño del negocio o en su propio nombre; luego, el art. 1789 prevé la ratificación de
los actos cumplidos por el gestor en nombre del dueño del negocio; finalmente, el
art. 1790 determina la aplicación supletoria de las normas del mandato "aunque el
gestor crea hacer un negocio propio".
Desde otro punto de vista, se distingue la gestión de negocios propiamente dicha
de la impropia. La primera se caracteriza porque el gestor realiza objetivamente un
negocio ajeno; en la segunda, el gestor no tiene conciencia de hacer un negocio
ajeno, sino que cree estar gestionando para sí. En la gestión propia, el gestor debe
tener conciencia de que está actuando en beneficio de otro, de que se está
introduciendo voluntariamente en la esfera de los intereses ajenos; esta distinción
encontraba asidero en el art. 2302 del Código Civil derogado, que limitaba la
restitución "hasta la concurrencia de la utilidad" si es que el dueño no ratificaba el
negocio y si "el gestor creyó hacer un negocio propio"(17).
4. Naturaleza jurídica
El método seguido por el Código Civil y Comercial permite calificar al instituto
como una fuente de obligaciones que presenta una regulación independiente(18),
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pero ello no explica sino, en todo caso, una cuestión metodológica. Los debates
sobre las fuentes de las obligaciones superan estas cuestiones formales, para
adentrarse en las razones del nacimiento de la obligación; es lo que permite
reconocer otras circunstancias merecedoras de la tutela del crédito; de lo contrario,
la evolución quedaría enfrascada en la tradición. Y desde esta perspectiva, las
aguas que bañan muchas de estas costas son: la figura del enriquecimiento sin
causa, o enriquecimiento injustificado, al menos en el caso de la gestión de
negocios, el empleo útil y el pago de lo que no se debe(19). De ser así, la finalidad de
los institutos mencionados es evitar que un sujeto reciba una ventaja o utilidad a
expensas de otro, en forma injustificada, pero no ilícita. La utilidad de esta asociación
es que permite centrar el análisis de la figura bajo la impronta de una acción
restitutoria del beneficiado hacia el perjudicado(20). Esta explicación sirve de
fundamento y a la vez de orientación interpretativa para el plexo normativo que
organiza las condiciones de la restitución, efecto principal de la figura, conforme al
art. 1785.
Otro componente de la figura en análisis es el principio de solidaridad social(21),
que en el caso se trasluce en la intención de salvaguarda de los derechos de otro,
como comportamiento voluntario y altruista(22); por ello, es connatural a la figura la
conciencia de rendir servicios a otro, y desde aquí es menester observar las
obligaciones del gestor y el gestionado.
Más allá de estos fundamentos, con mayor precisión dogmática, un sector de la
doctrina califica a la gestión propiamente dicha como un verdadero negocio jurídico
desde que el gestor actúa con el fin inmediato de "obligar al dueño del negocio", en
el sentido de que se propone —con su intervención— crear una relación jurídica con
el gestionado; y el art. 2289 del Código Civil derogado expresaba: "para que haya
gestión de negocios es necesario que el gerente se proponga hacer un negocio de
otro, y obligarlo eventualmente"(23).
a) Con el mandato
Las semejanzas son evidentes, ya que en ambas figuras se gestiona un negocio
ajeno; pero la diferencia radica en que el mandato es un contrato y la gestión un
negocio unilateral que no requiere el consentimiento del dueño(24), circunstancia no
trivial y que justifica el régimen legal en estudio, consistente en organizar los efectos
de las vicisitudes de la intromisión en el negocio ajeno. De hecho, al apreciar los
efectos de la ratificación —por definición, posterior al inicio de la gestión— aparece
la asimilación al mandato.
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La no siempre fácil distinción entre la gestión y el mandato tácito se simplifica ante
la caracterización que realiza el art. 1319: "Si una persona sabe que alguien está
haciendo algo en su interés, y no lo impide, pudiendo hacerlo, se entiende que ha
conferido tácitamente mandato". En semejante situación jurídica, si la persona que
sabe que alguien realiza algo en su interés no lo impide, porque no puede hacerlo,
se tratará de una gestión.
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c) continuar la gestión hasta que el dueño del
negocio tenga posibilidad de asumirla por sí
mismo o, en su caso, hasta concluirla;
d) proporcionar al dueño del negocio
información adecuada respecto de la gestión;
e) una vez concluida la gestión, rendir cuentas al
dueño del negocio.
FUENTES: ART. 1532 DEL PROYECTO DEL EJECUTIVO DE 1993, ART. 1709 DEL PROYECTO
DE 1998.
1. Introducción
Las obligaciones contenidas en esta norma tienen en mira la relación entre el
gestor y el gestionado, y apuntan a salvaguardar el tipo de intromisión en el negocio
ajeno, de modo de garantizar la buena fe, intentando reducir sus eventuales efectos
nocivos y asegurando el provecho de la gestión.
a) Obligación de comunicación
El gestor que actúa debe dar inmediato aviso al dueño del negocio. La primera
precisión que se impone es si esta obligación de aviso es previa a la actuación
concreta o inmediatamente posterior a su comienzo. La literalidad de la norma lleva
a la conclusión de que el aviso debe ser previo, ya que obliga al gestor a "esperar la
respuesta". No obstante, la llave que permitirá actuar primero y avisar después
estará dada por la posibilidad de perjuicio, de modo tal que la pendencia de un
perjuicio en detrimento del dueño del negocio podrá impulsar al gestor a actuar y
avisar tan pronto como lo consienta la índole de la prestación de comunicar(26) y sus
circunstancias.
El gestor que ha avisado debe "aguardar su respuesta"; el tiempo prudente de tal
espera también se vincula con los eventuales perjuicios que la gestión pretende
evitar. En cuanto al perjuicio, cabe puntualizar que mantiene una conexión estrecha
con el motivo razonable a que alude el art. 1781 como fundamento de su actividad.
La obligación de comunicación y la prudencia en el tiempo de la espera,
sopesados contra la inminencia de la acción que pueda suponer la existencia de un
perjuicio, son arbitrios a que acude el legislador para "...proteger al titular de la
decisión discrecional del gestor, para poner un límite a su sola apreciación y
valoración de la necesidad, conveniencia o utilidad de intervenir"(27).
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b) Actuar conforme a la conveniencia y a la intención, real o presunta, del
dueño del negocio
La norma expresa un parámetro de comportamiento, de modo tal que confiere al
intérprete una premisa para la apreciación de su acción, que se traduce en que el
gestor debe guardar la diligencia propia del dueño del negocio. En el derecho
francés, se ha establecido que el gestor responde hasta por su culpa leve, con el
cartabón de un buen padre de familia; sin embargo, su responsabilidad puede
atenuarse en atención al carácter gratuito de su servicio(28) y en virtud de las
circunstancias que lo condujeron a hacerse cargo de la gestión(29). En la economía
del Código Civil y Comercial, las normas de la responsabilidad que resultan
aplicables son los arts. 1724, 1725 y concs.
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OPINIÓN DE ALTERINI, J. H. Y ALTERINI, I. E. EN LA 2ª EDICIÓN
La gestión concluye:
a) cuando el dueño le prohíbe al gestor continuar
actuando. El gestor, sin embargo, puede
continuarla, bajo su responsabilidad, en la medida
en que lo haga por un interés propio;
b) cuando el negocio concluye.
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implica necesariamente la exclusión de la ratificación de las gestiones realizadas, la
que, en su caso, quedará sujeta al juicio de utilidad referido.
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El Código Civil derogado, en su art. 2304, establecía que la ratificación tenía
efectos retroactivos al día en que la gestión principió. Esta precisión no está presente
en el Código Civil y Comercial. Sin embargo, no parece necesaria: en efecto, el
deber que nace en cabeza del gestionado respecto del gestor es el de "liberarlo de
las obligaciones personales que haya contraído a causa de la gestión" (art. 1785,
inc. b]), sea mediante el expediente de la ratificación —con lo cual se adosan los
efectos propios del mandato—, en particular, en orden a las obligaciones del
mandante(35), o por medio de la asunción de deudas; en todos los casos la ficción
de la retroactividad no es necesaria. En verdad, la relación entre los terceros y el
gestor no cambia; en todo caso, los terceros enterados de la ratificación o de la
asunción de deuda por parte del dueño del negocio suman otro obligado, pero tal
circunstancia no desvincula al gestor frente a aquéllos(36).
El art. 1789 del Código Civil y Comercial alude a la asunción por parte del
gestionado de las deudas contraídas por el gestor. Es menester precisar: a) para
que opere novación por cambio de deudor, se requiere el consentimiento del
acreedor (conf. art. 936 del Código Civil y Comercial), además de los otros requisitos
de este medio de extinción de las obligaciones; b) puede configurarse la cesión de
deuda a que se refiere el art. 1633 del Código Civil y Comercial: "hay asunción de
deuda si un tercero acuerda con el acreedor pagar la deuda de su deudor, sin que
haya novación"; empero, "si el acreedor no presta conformidad para la liberación del
deudor, la asunción se tiene por rechazada" (2º párrafo de la norma citada).
En el supuesto de que el dueño del negocio no ratifique la gestión, los terceros
gozarán de la acción subrogatoria para ejercer los derechos que le acuerda al gestor
el art. 1785.
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Este artículo regula lo medular del negocio de la gestión: la determinación del
efecto de la realización de una gestión útil, en beneficio ajeno.
A estas alturas del tratamiento de la figura, es posible sintetizar las acciones que
emergen de ella:
a) Por el lado del dueño del negocio, éste puede exigirle al gestor información
acerca de la gestión emprendida y rendición de cuentas (conf. art. 1782, incs. d] y
e], del Código Civil y Comercial).
b) El dueño del negocio puede accionar por daños y perjuicios contra el gestor en
los supuestos de los arts. 1786 y 1787 del Código Civil y Comercial.
c) Puede convertir la gestión en mandato, mediante la ratificación (conf. art. 1790,
2º párrafo).
d) El gestor puede reclamar, en la medida de la utilidad, todos los conceptos a
que se refiere la norma en tratamiento o, en su caso, las del mandatario, si media
ratificación.
2. Quid de la utilidad
Los derechos del gestor están en relación a la utilidad de la gestión; y ésta con la
oportunidad de su injerencia en los derechos del otro. Tan es así que la utilidad es
lo que legitima a la gestión(37). Se ha requerido que se trate de evitar un perjuicio
inminente y manifiesto(38), a la vez que se ha reclamado una mirada no tan severa a
quien ha pretendido hacer un servicio a otro(39).
Estas circunstancias hacen difícil promover parámetros para ponderar la utilidad
de la gestión; no obstante, pueden ensayarse los siguientes:
a) La utilidad de la gestión no puede ser evaluada solo conforme a su resultado.
Y ello por, al menos, dos razones: en razón de que el resultado puede frustrarse por
razones ajenas al acierto de la acción del gestor(40); y, en otro orden de cosas,
porque tal circunstancia empañaría la diferencia con el enriquecimiento sin causa(41),
poniendo el acento en el beneficio y no en la gestión propiamente dicha. La
expresión de la norma en comentario "si la gestión es conducida útilmente..." abona
este aserto.
b) La utilidad de la gestión debe tener en cuenta la utilidad de la conducta
emprendida, más que de la gestión en sí misma. Se ha distinguido entre la utilidad
que determinado curso de acción reportaría al dueño del negocio al comienzo de la
gestión y la que le terminaría reportando su continuidad; esta distinción adquiere
sentido, ya que se debe apreciar la inicial(42).
c) Es menester también valorar cómo hubiera sido el comportamiento del dueño
del negocio(43). En efecto, el art. 1782, inc. b), impone al gestor la obligación de
"actuar conforme a la conveniencia y a la intención, real o presunta, del dueño del
negocio".
d) Es trascendente la nota de razonabilidad entre el objetivo que se pretende
lograr y la tarea encarada por el gestor(44).
e) La urgencia no hace a la utilidad. Claro que, de existir, huelga la discusión
sobre aquélla.
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f) Debe mediar cierto grado de necesidad en la gestión que sea idóneo para poner
de relieve la impotencia de accionar del dueño del negocio, todos éstos elementos
justificantes de la intromisión. Si estas notas faltaran, si el dueño hubiera podido
posponer su atención sin ningún perjuicio, no parece que podría predicarse la
utilidad de la gestión.
c) "A repararle los daños que, por causas ajenas a su responsabilidad, haya
sufrido en el ejercicio de la gestión"
El art. 2300 del Código Civil derogado rezaba: "el dueño del negocio no está
obligado a (...) responder de los perjuicios que le resultasen al gestor del ejercicio
de la gestión". La interpretación de tal limitación debía hacerse conjuntamente al
derecho a reembolso que le asignaba al gestor, con lo cual se concluía que el daño
a que se refería la norma era el lucro cesante(45). Similar sendero puede recorrerse
en el régimen actual: si ya se concedió el derecho a reembolso —lo que
comúnmente se denomina daño emergente—, la norma está dejando lugar a otras
consecuencias que, aunque mediatas, son previsibles por la índole de la gestión, tal
como el lucro cesante. La mención a las "causas ajenas a su responsabilidad" es
redundante, ya que se trata de supuestos de propia culpa que no comprometen sino
la propia responsabilidad.
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d) "A remunerarlo, si la gestión corresponde al ejercicio de su
actividad profesional, o si es equitativo en las circunstancias del
caso"
El Código Civil derogado en este punto también mostraba una solución diversa:
el principio de gratuidad de la gestión de negocios ajenos: "el dueño del negocio no
está obligado a pagar retribución alguna por el servicio de la gestión..."; y se apoyaba
tal tesis, pues "...si se permitiera percibir remuneración por la libre intervención en
los negocios ajenos, se propiciaría toda clase de actuaciones especulativas..."(46).
Sin embargo, es menester tener presente que la gestión se debe fundar en un fin
altruista y solidario, lo que no quita el reconocimiento de cierta remuneración
equitativa.
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c) si pospone el interés del dueño del negocio
frente al suyo;
d) si no tiene las aptitudes necesarias para el
negocio, o su intervención impide la de otra
persona más idónea.
1. La diligencia en la gestión
El art. 1786 del Código Civil y Comercial establece el deber mínimo de diligencia
del gestor y las alternativas de apreciación de su conducta. La premisa que debe
presidir la actuación del gestor es que debe actuar como si el negocio fuere propio,
con igual celo, previsibilidad y diligencia, apreciado todo ello bajo el prisma de las
circunstancias de su actuación. Éstas se atañen a la urgencia, la inminencia de que
el dueño del negocio se vea perjudicado y la relación que lo liga al dueño del
negocio. Todas éstas son las alternativas que habrán de sopesarse para concluir
con la responsabilidad del gestor. En definitiva, el gestor responde por su culpa,
consistente en "la omisión de la diligencia debida según la naturaleza de la
obligación y las circunstancias de las personas, el tiempo y el lugar" (art. 1724 del
Código Civil y Comercial).
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Entre los incisos de la norma en tratamiento se advierten supuestos de grave
imprudencia, impericia y hasta manifiesta indiferencia por el interés del dueño del
negocio (conf. art. 1724 in fine del Código Civil y Comercial). Ellos son:
a) Si actúa contra su voluntad expresa: la existencia de la prohibición a la inmisión
en el negocio ajeno, como mínima consecuencia, atrae hacia quien actúa los riesgos
de su accionar; se trata de una acción imprudente, con tendencia a la temeridad;
contiene elementos afines a la del inciso siguiente, ya que bien puede desconocer
las razones de la prohibición, implicando asumir un riesgo a desencadenar un daño.
b) Si emprende actividades arriesgadas, ajenas a las habituales del dueño del
negocio: el gestor debe tener presente el cartabón de actuación del dueño del
negocio; además, la esencia de la gestión es la de salvaguardar el patrimonio del
gestionado. Estas características ponen en evidencia el desarreglo que implica el
emprendimiento de gestiones arriesgadas respecto de la conducta diligente. Lógico
es pues que se le imputen las consecuencias de aquel riesgo, hasta el grado de lo
fortuito.
c) Si pospone el interés del dueño del negocio frente al suyo: desde que no es
reñido con la naturaleza del instituto de la gestión la coexistencia del interés propio
del gestor, la calificación de este elemento intencional parece excesivo en orden a
la consecuencia que se le asigna, en cuanto a la asunción del casus. Sin embargo,
precisamente, es menester tener en cuenta las graves consecuencias que la norma
importa para calibrar su procedencia: iniciar una gestión respecto de los negocios
de otro para postergar el interés de aquél y priorizar los propios constituye un grave
desprecio de los derechos de aquél (conf. art. 1724 del Código Civil y Comercial).
Cabe observar que la situación aquí estudiada es la contracara de la prevista en el
art. 1718, inc. c), que justifica el hecho que causa un daño para evitar un mal, actual
o inminente; incluso, si el daño que causó es menor al que evitó, no solo adquiere
entidad justificante del daño causado, sino también el derecho a una indemnización
equitativa.
d) Si no tiene las aptitudes necesarias para el negocio, o su intervención impide
la de otra persona más idónea: emprender actividades sin el debido conocimiento,
habilidad o destreza, o interponerse con entidad impeditiva de otra intervención
idónea son formas de comportamiento culposo, que adolecen de la debida pericia y
prudencia, lo que justifica su inclusión en la norma en comentario.
4. Responsabilidad solidaria
El art. 1788 del Código Civil y Comercial establece la responsabilidad solidaria en
los supuestos de cogestión y cuando haya más de un dueño del negocio gestionado.
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El art. 2293 del Código Civil derogado descartaba la solidaridad, y por lo tanto la
obligación era mancomunada, siguiendo, por analogía, las reglas del mandato. Ello
ha sido blanco de críticas(47), en virtud de que la situación no es análoga. En efecto,
el tema trata acerca de la responsabilidad los cogestores por su intromisión en un
negocio ajeno injustificadamente; no se trata sino de un hecho ilícito, que
compromete su responsabilidad en forma solidaria, lo que en el Código Civil y
Comercial toma el cauce adecuado.
Simétrica solución sigue el artículo en comentario en el caso de la gestión
realizada en beneficio conjunto de dos o más dueños del negocio, quienes serán
solidariamente responsables ante el gestor por las obligaciones establecidas en el
art. 1785 del Código Civil y Comercial.
Es de precisar que la mentada solidaridad juega solo en los supuestos de
"beneficio o utilidad conjunta" en favor de los dueños del negocio; v.gr., cuando se
trata de condóminos, coherederos o codeudores que por tal titularidad plural
participan del beneficio conjuntamente. Pero ello no debe confundirse con la
situación en la cual una misma gestión reporte utilidades a distintas personas; en
las gestiones que tienen como objeto actos materiales, es común apreciar esta
consecuencia: la fumigación de un campo lindero puede beneficiar al dueño de ese
campo y, además, a los otros vecinos, y en particular a unos más que a otros, en
virtud del tipo de explotación que cada uno realiza; en tal caso la aplicación de la
solidaridad no es viable. Y la razón finca en que la causa del crédito del gestor
encuentra legitimación en la utilidad que reporta; al generar distintas utilidades para
cada uno, cada obligación exhibe una causa distinta, no configurándose el supuesto
del art. 827 del Código Civil y Comercial.
Lo expuesto no invalida la expresa solución del Código, sino que solamente se
matiza con las reglas generales de las obligaciones que, por otra parte, aportan una
equitativa precisión a la figura del gestor, que puede recibir compensaciones
ajustadas a la utilidad que ha reportado a terceros.
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Efectivamente, el primer párrafo in fine del art. 1787 exceptúa la responsabilidad
del gestor "en cuanto la gestión le haya sido útil" al dueño del negocio.
1. La ratificación
La ratificación es un negocio unilateral "cuyo contenido es la asunción por parte
del interesado de las consecuencias jurídicas del negocio que se ha celebrado sin
poder"(48) y es característico su carácter unilateral. Otra circunstancia connatural a
la figura es su condición retroactiva. El art. 369 del Código Civil y Comercial la define
por sus efectos: "la ratificación suple el defecto de representación. Luego de la
ratificación, la actuación se da por autorizada, con efecto retroactivo al día del acto,
pero es inoponible a terceros que hayan adquirido derechos con anterioridad". Con
todos estos elementos se la ha definido como sigue: "la ratificación es el acto jurídico
unilateral por el cual se convalida lo actuado por otro en beneficio de quien lo
otorga"(49).
En el caso particular de la gestión de negocios ajenos, la ratificación es el acto
por el cual un sujeto (el dueño del negocio) se asigna los efectos jurídicos de la
actuación ajena; por ello es que frente a tal acto asume las obligaciones que el
gestor haya comprometido. Esta definición tal vez vuelva impropio el término
"ratificación", ya que lo limita al mandato, cuando, en realidad, como fuera ya
consignado, la gestión puede recaer sobre actos materiales que reconduzcan a otro
tipo de negocios. Como quiera que sea, lo que el Código llama "ratificación" debe
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entenderse como aquella expresión de la voluntad del gestionado de tomar para sí
los efectos generados por el gestor(50).
2. Efectos de la ratificación
La ratificación alivia al gestor de toda prueba de la utilidad de su intromisión y
otorga fluidez a los efectos normales de la figura; además, por imperio del art. 1790
del Código Civil y Comercial, resultan aplicables las normas del mandato, con efecto
retroactivo al momento del inicio de la gestión.
La ratificación de la gestión no importa eximir al gestor de rendir cuentas, en tanto
importa informar y dar razón de lo actuado, y en su caso saldar lo pendiente; y,
todavía, cuestionar la utilidad de ciertas gestiones. Del mismo modo, la ratificación
no importa exonerar al gestor de la responsabilidad que pudo haber engendrado la
actividad del gestor respecto del gestionado. Es más, la ratificación puede ser
parcial, siempre que la gestión sea divisible(51), lo que se da cuando la gestión está
compuesta de más de una diligencia o actos; el gestor puede hacer suyos los efectos
de alguno de ellos, mas no de todos.
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CAPÍTULO 3 - EMPLEO ÚTIL
1. Notas tipificantes
El "empleo útil" se desprende de las ideas del mandato y de la gestión del negocio
ajeno, y se centra en la utilidad reportada por ciertas erogaciones en tanto obtienen
una repercusión positiva en terceras personas. Se enfoca en dicha utilidad, de modo
tal que en proporción a ella, le concede una acción a quien realizó el gasto para
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Estudiantes de abogacia EA! - EA! GRADuados
obtener su reembolso. Así, quedan enfatizados los elementos subjetivos negativos:
"sin ser gestor (...) ni mandatario..." a que refiere el artículo glosado.
Pero a ellos debe adicionarse otra circunstancia subjetiva negativa: no debe
mediar animus donandi; es decir, se descarta la intención de liberalidad.
El concepto de utilidad no debe identificarse con el de ganancia, sino que será útil
también aquel gasto que evite la disminución del patrimonio de otro.
Otra cuestión esencial de la figura es que al lado de la utilidad del gasto aparece
la necesidad o urgencia de aquél; es que no deja de ser una intromisión en la esfera
jurídica ajena, con lo cual es menester descartar situaciones en las cuales alguien
pueda realizar gastos innecesarios pretendiendo luego reintegros de gastos que
derechamente un sujeto consideró no afrontar(1).
Es de subrayar que el empleo útil, en el régimen del Código de Vélez, era el
instituto en el cual se ponía de manifiesto legislativamente el concepto del
enriquecimiento sin causa, en su versión más concreta, ya que la acción in rem
verso no contemplaba una regulación específica, tal como ocurre en el presente
(ver infra, arts. 1794 y ss.); por lo tanto, cabe una interpretación más ceñida a los
parámetros expuestos.
3. Legitimados pasivos
El art. 1793 del Código Civil y Comercial concede la legitimación a quien recibe la
utilidad, por fuerza de la lógica de la figura; luego prevé los dos casos particulares,
al legitimar, para los gastos funerarios, a los herederos del difunto(3)y al tercero
adquirente a título gratuito del bien que recibió la utilidad. Este último supuesto
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requiere una explicación. En efecto, cabe situarse en el supuesto del dueño de un
bien que incrementó su valor por la acción de otro. Si éste lo enajena a título
oneroso, habrá percibido el plusvalor, con lo cual quien realizó el empleo útil tendrá
acción en su contra. Si, en cambio, lo transmitió a título gratuito, no consolidó en su
patrimonio la ventaja, pero sí su sucesor, a quien se lo designa como legitimado
pasivo de la acción de empleo útil. Ahora bien, la norma fija el momento en que el
bien ingresa al patrimonio del adquirente a título gratuito como el momento en que
es equitativo apreciar la ventaja(4).
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a) A modo de introducción
Se ubica a la idea de la veda del enriquecimiento sin causa dentro de las regulae
iuris, categoría que importa una suerte de principio fundamental del derecho en su
total comprensión. En el Digesto se consigna: "por derecho natural es equitativo que
ninguno se haga más rico con detrimento de otro y con injuria"(1); y desde un punto
de vista, si se quiere, sistemático, se lo menciona como una de las dos ideas
cardinales de la dinámica jurídica: "la responsabilidad de la acción humana, y el más
general concepto de causa o justificación"(2). Es que los desplazamientos
patrimoniales requieren razones que los justifiquen en aras de propender a la
equidad en las relaciones patrimoniales. Así, cuando se aprecia un detrimento
patrimonial de alguien y el correlativo beneficio de otro, es menester examinar si se
verifica, al menos, una causa retinendi de aquel provecho.
Ante estas primeras nociones, si un empobrecimiento tiene relación directa con
el enriquecimiento de otro, y no media una razón que justifique tal tránsito, parece
razonable que para reequilibrar esta relación sea menester reconocer al
empobrecido un remedio restitutorio de lo que perdió, en la medida del beneficio,
también incausado, del beneficiado. Tal función es la que cumple la actio in rem
verso (acciones sobre el provecho obtenido), lo que le otorga entidad de fuente de
las obligaciones.
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una modificación patrimonial sin causa. El equilibrio se restablece mediante una
pretensión de enriquecimiento que toma el lugar del derecho que se perdió por
efecto de la atribución patrimonial abstracta"(7). En definitiva, en los sistemas
abstractos ocurre que la acción de enriquecimiento sin causa tiene una actuación
protagónica; en los "causales" —si se permite la simplificación— tal acción se
mantiene en segundo plano, lo que justifica su papel subsidiario, respecto del cual
se volverá.
364
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residual de corrección del sistema, ante desplazamientos patrimoniales incausados.
No obstante, los Códigos decimonónicos no contemplaron la figura en forma
sistemática, paso que marcó el Código de Napoleón, pero sí contemplaron
aplicaciones concretas(9) el Código de Vélez, el italiano de 1865 y el español, que
siguió igual derrotero.
d) El carácter de la figura
El instituto concita una rápida adhesión ya que está impregnado de la idea de
equidad, lo que impone una determinación de su funcionamiento. En efecto, no
parece que pueda erigirse, sin más, en principio del derecho, habida cuenta de que
en distintos ámbitos se legitiman enriquecimientos de uno a costa del otro,
fundamentalmente, en materia contractual, en donde el mejor precio obtenido por
uno de los contratantes —en uno sinalagmático— implica una ventaja sobre el otro,
que es proporcional a la pérdida. En materia de reparación de hechos ilícitos, la
mirada tradicional del sistema era la detección del daño y su vinculación con el
responsable, desinteresándose del lucro del dañador; la moderna pesquisa de ese
lucro y la procura de su neutralización se vinculan más con la necesidad de
prevención del daño que con la idea de obturar enriquecimientos ilícitos. A estos
ejemplos es menester agregarles su carácter eminentemente restitutorio y, como
tales, colectan ciertos efectos que en el juego de las normas propias de cada instituto
quedan sin respuesta. De tal modo, si un contrato es injustamente incumplido, o
injustamente celebrado, será objeto de resolución o de nulidad; tales son los
institutos específicos para ciertas patologías contractuales, de los que se siguen las
correspondientes acciones restitutorias por lo que las partes se hubiesen entregado
en el caso (ver art. 1081 del Código Civil y Comercial), reglas que se encuentran
iluminadas por la virtualidad del principio en análisis. El principio aparece también
funcionando en materia de hechos ilícitos y en la asunción de riesgos: quien
voluntariamente asume una situación de peligro para salvar bienes de otro puede
ser indemnizado solo en la medida del beneficio que le reportó al otro (art. 1719 del
Código Civil y Comercial). Otra aplicación de la figura se aprecia en el art. 1000 del
del Código Civil y Comercial, en el cual el contratante capaz que contrata con una
persona de capacidad restringida no tiene derecho a la restitución, sino hasta la
concurrencia del enriquecimiento del incapaz.
Lo expuesto demuestra el asidero de la advertencia: "no debe ser idéntico el
tratamiento del enriquecimiento sin causa como principio general y el
enriquecimiento sin causa como acción"(10). El instituto encuentra su adecuado lugar
como fuente de las obligaciones, y la acción cumple su rol de corrector de los
resultados de las asignaciones patrimoniales. Esta concepción hace que juegue un
doble rol: pasivo en ocasiones, como fundamento de soluciones legales explícitas
(como las aludidas supra) y las que se analizan en título del Código Civil y
Comercial, y un rol activo, como acción, que organizan estos artículos en particular.
365
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a) Presupuestos de la acción
En los artículos en comentario se dejan ver los siguientes elementos de la acción
que otorgan. Dos de ellos son de carácter positivo: el enriquecimiento de una parte
y el empobrecimiento de la otra; otros dos, negativos: una relación entre uno y otro
que no responda a una causa que lo justifique, y la ausencia de una acción en
cabeza del empobrecido para obtener la reparación de aquel empobrecimiento (art.
1795).
a.1) El enriquecimiento
Se puede presentar, como el aumento de capital, por el ingreso de bienes o
valores a un patrimonio, o por medio del mayor valor que adquieran los bienes
existentes; o aun manteniéndose la situación imperante, pero beneficiándose con la
evitación de erogaciones que el titular del patrimonio hubiera debido realizar(11). En
definitiva, aumento del activo o disminución del pasivo(12). Existen supuestos de
enriquecimiento por la acción del enriquecido; es el caso de la transformación de
cosas muebles (art. 1957, 2º párrafo del Código Civil y Comercial), cuya solución se
inspira en el principio del enriquecimiento indebido; similar inspiración reconocen las
soluciones para los diversos supuestos de construcción, siembra y plantación a que
se refiere el art. 1962 del Código Civil y Comercial.
a.2) El empobrecimiento
Es toda merma patrimonial que está dada por la salida de bienes y valores de un
patrimonio, o por la depreciación del valor de los bienes que lo componen. Este
requisito también se completa en la privación de la propiedad o goce de un bien, así
como en la baldía prestación de servicios, sin intención de efectuar liberalidad
alguna(13). Empero, no toda merma patrimonial implica empobrecimiento; en efecto,
aquellas inversiones y gastos que realiza alguien, aun cuando beneficien
indirectamente a otros, no constituyen el presupuesto de la acción de marras, ya
que fueron hechas consultando su propio interés(14). En todo caso, este interés
impide la configuración de tal empobrecimiento, ya que la consecución de aquel
interés —por lo normal— importa incrementar el valor de su propio patrimonio. La
redundancia en favor de terceros no habilita a imputar aquella inversión o gastos al
enriquecimiento de los demás, salvo que para ello se hubiese incurrido en mayores
gastos. Este principio, que excluye la aplicación de la teoría del enriquecimiento sin
causa, es que el impera, v.gr., en el régimen de las mejoras en el contrato de
locación, en el cual el locatario no tiene derecho a reclamar las mejoras útiles ni las
suntuarias (conf. art. 1211 del Código Civil y Comercial), desde que éstas consultan
su solo interés.
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a.3) Relación entre el enriquecimiento y el empobrecimiento sin causa
justificada
Una primera precisión se impone: tanto el enriquecimiento como el
empobrecimiento se terminan de calificar en la relación estrecha que uno tiene con
el otro. Puede decirse que existe una relación de causa y efecto entre ambos, lo que
—además— termina por ser un método de individualización de cada uno de los
extremos económicos de la acción de que se trata. Se lo ha definido también como
una "necesaria concomitancia entre el enriquecimiento y el empobrecimiento", lo
que exige este requisito de la acción(15). A este ligamen, de índole objetiva,
económica, es necesario sumarle otra calificación, en términos de justificación para
retener la ventaja, o para que haya operado el desplazamiento patrimonial de un
sujeto a otro; en otro términos: "que no exista un acto jurídico que justifique la
adquisición de un valor"(16), aspecto éste que suele empañarse cuando entre el
empobrecimiento y el enriquecimiento se interpone otra relación jurídica. Cabe
explicarlo a partir de un ejemplo: el dueño de un campo locado aprovecha el abono
de la tierra vendido por un tercero a su locatario. El contrato de locación se rescindió,
y el vendedor del abono no cobró por insolvencia del locatario. El dueño del campo
aprovecha la mejor productividad de la tierra lícitamente, y la obtuvo en virtud de
una relación contractual con su locatario, que fue quien esparció el abono por el
terreno. Hay causa, pero tal vez falle la justificación del propietario del campo para
no compartir su beneficio con quien entregó el producto y no pudo percibir su
precio(17). El supuesto mentado es útil, además, para ilustrar una discusión: esta
relación entre enriquecimiento y empobrecimiento exige el vínculo directo de dos
patrimonios; aun cuando medie otra relación jurídica con terceros, es posible referir
a aquellos extremos como relacionados, lo cual es aceptable, ya que lo trascendente
es que uno reconozca su causa en el otro(18).
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por vía de la acción específica(22). De tal modo, si la acción principal está prescripta,
o bien entablada aquélla se obtuvo cosa juzgada adversa, no se pueden eludir tales
acontecimientos por esta vía. En particular, esto se vincula con alguna doctrina que
adiciona a los presupuestos de la acción la ausencia de culpa del empobrecido(23);
empero, parece más apropiado como calificativo del requisito en análisis(24). La
mentada subsidiariedad no empece a recurrir al enriquecimiento sin causa para
sortear obstáculos de hecho, tal como la insolvencia(25).
b) Efectos de la acción
El fin de la acción, genéricamente entendido, es conferirle al empobrecido la
posibilidad de "remover el enriquecimiento indebido y obtener de la otra parte un
equivalente del valor perdido"(26); sin embargo, se hace referencia a efectos
restitutorios(27) o a la acción de repetición(28); no obstante, se trata de una acción
personal, por la cual se reclama un valor(29). El Código Civil y Comercial precisa la
cuestión otorgándole a la acción un carácter resarcitorio, y diferencia el supuesto en
que el incremento patrimonial haya consistido en la incorporación de un bien a aquel
patrimonio, en cuyo caso refiere a la restitución. Sin embargo, no parece que esta
terminología sea determinante; existen buenas razones para pensar que se habla
en términos de restitución por el paso de la idea de "restituir" la ventaja patrimonial
de uno hacia el patrimonio desventajado; de hecho, también se ha referido al
instituto en términos cercanos a la sistemática de la reparación del daño: "el efecto
primordial de la acción in rem verso, es la obligación de resarcir, es decir de restituir
lo que fue damnificado o empobrecido"(30). Por la misma senda, se ha mencionado
el menoscabo como "lesión al patrimonio", ya que el enriquecimiento ha sido
explicado como "el daño de acervo y el correlativo aumento de otro patrimonio"(31).
Esta discusión no parece baldía, ya que se vincula con la naturaleza de la figura
y su régimen. Repárese en que —en principio— el enriquecido no comete ningún
acto ilícito para arribar a tal situación de ventaja, lo que —en todo caso— permitiría
sostener ex post facto una situación análoga al afirmar que existe una prohibición
implícita de enriquecerse a costa de otro(32). Por similares razones se asimila esta
figura a la equívoca categoría de los cuasicontratos(33), desde que encuadra en la
idea general que sigue: "el hecho de una persona permitido por ley, que la obliga
hacia otra o a un tercero hacia ella, sin que intervenga ninguna convención"(34). En
conclusión, el régimen en estudio la emplaza como una fuente autónoma de
obligaciones, cuyo contenido, que concede la acción al reclamante, se asimila a la
acción resarcitoria, con la natural adecuación del caso; la medida del resarcimiento
es doble: hasta el límite del perjuicio y/o del enriquecimiento, el que sea menor. Por
excepción, puede consistir en la restitución del bien que se adicionó al patrimonio
del enriquecido; empero, ello no alcanza a trocar el carácter personal, no real, de la
acción, ya que es menester otorgarle el mismo alcance que al art. 1740 del Código
Civil y Comercial.
Por lo tanto, se justifica la ubicación de la figura en este apartado destinado a las
fuentes de obligaciones porque tiene virtualidad tal que impide reconducir a las
figuras centrales de los delitos, cuasidelitos y contratos, sin que ello obste a que en
sus efectos se las asimile, guardando las debidas distancias, tal como lo tocante al
límite de la acción.
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Esta solución guarda coherencia interna con las otras del Código Civil y Comercial
que pueden reconducir a la figura, v.gr.: arts. 1718, inc. c); 1719, 2º párrafo; 1957,
2º párrafo, y 1962.
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Art. 1799.— Situaciones especiales.
En particular:
a) la restitución a cargo de una persona incapaz
o con capacidad restringida no puede exceder el
provecho que haya obtenido;
b) en el caso del inciso b) del artículo 1796, la
restitución no procede si el acreedor, de buena fe,
se priva de su título, o renuncia a las garantías;
quien realiza el pago tiene subrogación legal en
los derechos de aquél;
c) en el caso del inciso d) del artículo 1796, la
parte que no actúa con torpeza tiene derecho a la
restitución; si ambas partes actúan torpemente, el
crédito tiene el mismo destino que las herencias
vacantes.
1. La repetibilidad de lo indebido
Desde el derecho romano se vienen contemplando situaciones en las cuales se
autoriza a quien paga sin causa, o con causa ilícita o inmoral, o paga por error, la
posibilidad de requerir la devolución de lo entregado en pago. Así, se trata de actos
dirigidos a extinguir una obligación, pero que por ausencia de causa no producen tal
consecuencia. Esto ha sido considerado como una concreción del principio que veda
enriquecerse a causa de otro, y por tal razón se los cuenta entre las figuras "típicas"
de los cuasicontratos. En el sistema del Código de Vélez se le dio tratamiento entre
las vicisitudes del pago, como modo de extinción de las obligaciones; hoy lo
encontramos dentro de este título con figuras afines, pero con un régimen que tiene
sus peculiaridades respecto de las demás figuras, lo que justifica este tratamiento.
A la acción que concede se la denomina "acción de repetición", en alusión a la
devolución, para significar —figurativamente— que el accipiens debe actuar como
espejo del solvens y devolver lo que recibió.
Entre el régimen del Código Civil derogado y el presente existe una diferencia
esencial: en el supuesto del art. 784 de aquel Código el error juega un rol central,
mientras que en el supuesto de falta de causa del art. 792 el error es indiferente; en
cambio, en el régimen actual el error queda desplazado, tal como lo demuestra el
art. 1797. Ya se había anunciado este desacople por entender que el fundamento
finca en el enriquecimiento sin causa del accipiens, como común denominador de
los distintos supuestos(35). La doctrina más moderna ya establecía los supuestos de
procedencia del instituto sin mención del error: 1) si el solvens no es deudor, a
menos que actúe como tercero; 2) si el accipiens no es acreedor; 3) si la traslación
patrimonial carece de objeto, porque se paga algo distinto y no hay acuerdo en la
sustitución; 4) si carece de causa-fin(36).
Como quiera que sea, son situaciones en las cuales el accipiens no cuenta con
legitimación para retener lo pagado(37).
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2. Análisis de los supuestos
Los supuestos de procedencia de la repetición de aquello que fue dado en pago
son los siguientes:
Para el caso del acto jurídico subordinado a una condición suspensiva, el inc. a)
del art. 1796 debe integrarse con el art. 349, que dispone: "Si el acto celebrado bajo
condición suspensiva se hubiese ejecutado antes del cumplimiento de la condición,
y ésta no se cumple, debe restituirse el objeto con sus accesorios pero no los frutos
percibidos".
La armonización recomendada intentamos plasmarla en nuestra glosa al art. 995.
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acciones hacia el deudor, tal como lo autoriza el art. 882 del Código Civil y
Comercial. Empero, si ello falla, constituye un supuesto de pago repetible, razón por
la cual el inciso en análisis hace la salvedad de la actuación como tercero en los
términos de la norma aludida. En este supuesto se verifica una falta de
correspondencia subjetiva entre la relación obligacional y la relación jurídica que el
pago importa.
Pero el inciso se refiere a otra incoherencia entre las dos relaciones jurídicas
implicadas en el particular: la objetiva, paga de más o por sobre lo debido; en tal
caso aparece también la posibilidad de repetición de dicha diferencia(40).
Caben dentro de este supuesto las denominadas "obligaciones putativas", que
son aquellas que se fundan solo en la creencia del deudor(41).
Ahora bien, cabe centrarse en la posición del accipiens de buena fe: habida
cuenta del pago recibido, bien puede proceder a destruir los instrumentos que
abonan su crédito, deshacerse de las garantías de aquél(42), es decir, desactivar lo
propio del ejercicio del derecho creditorio. Por lo cual, el derecho del solvens a
repetir debe encontrar allí un límite, ya que —en todo caso— su conducta equívoca
no puede perjudicar al acreedor. Pero, además, por el juego de las normas del pago
por subrogación, tiene todavía la posibilidad de subrogarse en el acreedor
interesado de modo tal de accionar contra el deudor original; ésta es la razón por la
cual el art. 1799, inc. b), restringe la restitución.
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Estudiantes de abogacia EA! - EA! GRADuados
Se trata de dos supuestos que —por aplicación de las normas generales—
invalidan los actos jurídicos por aplicación de los arts. 279 y 281 del Código Civil y
Comercial. Para el ejercicio de la repetición, el solvens debe estar exento de las
implicancias de la moralidad o ilicitud(43); es lo que resuelve el art. 1799, inc. c), al
disponer que "la parte que no actúa con torpeza tiene derecho a la restitución".
Negar la posibilidad de restitución sobre la base de un acto inmoral o ilícito parece
plausible, pero encuentra la objeción de que es el modo de legitimar la retención en
el accipiens por idénticas reprochables razones. Ello explica la solución del art.
1799, inc. c), 2ª parte: para el supuesto de que ambas partes participen de la ilicitud
o inmoralidad del acto, le otorga al crédito igual destino que las herencias vacantes,
es decir, confisca el producido de la eventual acción.
3. La acción de repetición
El art. 1798 del Código Civil y Comercial realiza la siguiente remisión: "La
repetición obliga a restituir lo recibido, conforme a las reglas de las obligaciones de
dar para restituir", lo que está gobernado por los arts. 759 a 761 del Código Civil y
Comercial. Tal remisión esclarece tanto lo concerniente al objeto de la obligación de
restitución, como lo relacionado a los terceros que adquirieron derechos sobre la
cosas, según sean éstas muebles o inmuebles, y aquéllos, de buena o mala fe (conf.
arts. 760 y 761 del Código Civil y Comercial). Asimismo, resulta indudable la
aplicación del art. 1935 del Código Civil y Comercial, ajustado a la situación en
análisis, en donde la conducta del accipiens revelará su posesión de buena o mala
fe para determinar el alcance de su obligación restitutoria.
Otra pauta suministra el 1799, inc. a): "la restitución a cargo de una persona
incapaz o con capacidad restringida no puede exceder el provecho que haya
obtenido". Esta premisa constituye, por un lado, la ratificación de lo expuesto en el
párrafo anterior; por otro, una limitación protectoria por la especial característica del
obligado a restituir.
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SECCIÓN 1ª - DISPOSICIONES GENERALES
FUENTES: ART.
2288 DEL PROYECTO DE 1987; ART. 1470 DEL PROYECTO DEL EJECUTIVO
DE 1993; ART. 2288 DEL PROYECTO DE LA COMISIÓN FEDERAL DE 1993; ART. 1729 DEL
PROYECTO DE 1998.
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prometida; el propio codificador calificó este supuesto como un caso de contrato con
persona a determinar (conf. nota al art. 1148). Sin embargo, para cierta doctrina, la
existencia de la opción por una recompensa, que —aun siendo desconocida por el
beneficiario al momento de encontrar la cosa—, de haberse formulado, el promitente
queda obligado a honrarla frente al ejercicio de la opción, da pie al funcionamiento
de la teoría(7). iii) La ley 19.836, derogada por la ley 26.994, art. 3º, inc. a), disponía
que "las promesas de donación hechas por los fundadores en el acto constitutivo
serán irrevocables a partir de la resolución de la autoridad administrativa de control
que autorice a la entidad a funcionar como persona jurídica". Fallecido el fundador,
y una vez firmado el acto constitutivo, lo prometido será irrevocable por los
herederos a partir de la presentación ante dicha autoridad solicitando autorización.
En estos supuestos no media aceptación, sino solo virtualidad de una voluntad
unilateral, reconocida por ley(8). No obstante, estos ejemplos fueron replicados,
básicamente, sobre los siguientes argumentos: el análisis de los casos en que se le
atribuye fuerza jurígena a la voluntad unilateral siempre requiere o bien la
manifestación de la voluntad del acreedor, o bien que el ordenamiento jurídico pueda
"enlazar ciertas consecuencias al solo comportamiento obrado por el promitente"(9).
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Estudiantes de abogacia EA! - EA! GRADuados
reconocerle efecto vinculante a las precisiones formuladas en los anuncios
publicitarios.
3. Conclusión
La declaración unilateral de voluntad es fuente de las obligaciones, de carácter
puntual y subsidiario(14); y esta tesitura se trasunta en el artículo en comentario, en
donde la virtualidad de la fuente se asienta en el respaldo de la ley, los usos y la
costumbre; y en la remisión, en su caso, al régimen de los contratos. Por otra parte,
metodológicamente permite enhebrar a partir de su virtualidad todos los supuestos
que constituyen su manifestación y que se denominan comúnmente "actos
abstractos", tal como se verá en el análisis particular de las figuras que siguen.
La promesa de pago
Esta norma fija los efectos de la denominada "promesa de pago", a cuyo fin
comienza por diferenciarla de otras dos figuras: a) por un lado, de la declaración
unilateral de voluntad, como creadora de obligaciones, que lo será en la medida en
que el art. 1800 lo dispone; b) a su turno, la distingue del reconocimiento, el cual
consiste, en los términos del art. 733, en la manifestación de la voluntad por la cual
el deudor admite estar obligado al cumplimiento de una obligación.
La pertinencia de la diferenciación aludida refuerza la superación de ciertas
indeterminaciones en la nomenclatura: "el reconocimiento abstracto", "constitutivo"
o "impropio", todas denominaciones que encontraban justificación en el tratamiento
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doctrinario del reconocimiento, que en otras latitudes admitía dichos efectos, en
contraposición con el sistema del Código Civil derogado(15).
Al instituto en comentario se le asigna una mayor intensidad en cuanto a sus
efectos, ya que la promesa hace presumir una causa de la obligación que patenta.
Se avecina el concepto de abstracción; empero, antes de avanzar conviene precisar:
"...por lo general la causa de la atribución se fija por acuerdo entre las partes. En
ciertas atribuciones patrimoniales ese acuerdo es un elemento necesario del
contrato que realiza la atribución. Así, en la mayoría de los negocios que originan
obligaciones se establecen contemporáneamente la deuda del deudor y la causa en
que se funda: la prestación se promete como precio de la compraventa, como
restitución del mutuo, como donación, etc. Semejantes atribuciones patrimoniales
se suelen llamar 'causales' (...). Pero (...) en la mayoría de los actos dispositivos y
en ciertos negocios con eficacia personal, no existe relación jurídica entre atribución
patrimonial y causa: el acuerdo por el cual se fija la causa no es considerado como
un elemento del negocio de atribución, sino como un negocio jurídico
complementario que existe junto con la atribución patrimonial. Estas atribuciones
patrimoniales se llaman abstractas"(16). En los términos expuestos debe entenderse
la promesa de pago como acto abstracto, que se disocia de la causa pero no la
reniega, sino que existe, pero no unida en tal declaración promitente.
FUENTES: ART. 2289 DEL PROYECTO DE 1987; ART. 2280 DEL PROYECTO DE LA COMISIÓN
FEDERAL DE 1993; ART. 1730 DEL PROYECTO DE 1998.
Concepto. Remisión
Las cartas de crédito son instrumentos de garantías, generalmente concedidas
por un banco u otra entidad autorizada, en virtud de las cuales éstos se
comprometen a pagar al beneficiario frente a la simple presentación de la
documentación en la cual conste la declaración del incumplimiento del deudor,
ordenante de dicha carta(17). Los bancos son los que dieron origen al uso de este
instrumento, principalmente en el ámbito de los negocios internacionales, pero ello
no quita que pueda utilizarse en el ámbito doméstico(18).
Como se ve, se trata de una variante de la garantía a primer requerimiento,
también denominada "autónoma", y le es aplicable lo expuesto en el comentario a
los artículos pertinentes. En efecto, se ha sostenido: "el funcionamiento de la carta
de crédito stand by es similar a la de la garantía independiente en cuanto al fondo,
y es similar al del crédito documentario en cuanto a la forma"(19).
La regulación en este sitio resulta inexplicable, ya que puede suscitar
confusiones. La recta interpretación de la norma, para no desautorizar el sistema
377
Estudiantes de abogacia EA! - EA! GRADuados
que el propio Código Civil y Comercial recrea en este tipo de garantías autónomas,
es la siguiente: la única funcionalidad del artículo en comentario es referirse a la
forma de este tipo negocial, pero el régimen aplicable, en cuanto tal, es el previsto
en los arts. 1810 a 1814.
FUENTES: ART.
2291 DEL PROYECTO DE 1987; ART. 1471 DEL PROYECTO DEL EJECUTIVO
DE 1993; ART. 2291 DEL PROYECTO DE LA COMISIÓN FEDERAL DE 1993; ART. 1731 DEL
PROYECTO DE 1998.
FUENTES: ART. 1472 DEL PROYECTO DEL EJECUTIVO DE 1993; ART. 1732 DEL PROYECTO
DE 1998.
FUENTES: ART. 1473 DEL PROYECTO DEL EJECUTIVO DE 1993; ART. 1733 DEL PROYECTO
DE 1998.
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Art. 1806.— Atribución de la recompensa.
Cooperación de varias personas. Si varias personas
acreditan por separado el cumplimiento del hecho, los
requisitos o la situación previstos en la promesa, la
recompensa corresponde a quien primero lo ha comunicado
al promitente en forma fehaciente.
Si la notificación es simultánea, el promitente
debe distribuir la recompensa en partes iguales; si
la prestación es indivisible, la debe atribuir por
sorteo.
Si varias personas contribuyen a un mismo
resultado, se aplica lo que los contribuyentes han
convenido y puesto en conocimiento del
promitente por medio fehaciente.
A falta de notificación de convenio unánime, el
promitente entrega lo prometido por partes
iguales a todos y, si es indivisible, lo atribuye por
sorteo; sin perjuicio de las acciones entre los
contribuyentes, las que en todos los casos se
dirimen por amigables componedores.
a) Noción
La figura —manifestación de los efectos vinculantes de la voluntad unilateral(20)—
es una promesa, es decir, constituye una "expresión de la voluntad de dar a alguien
o hacer por él algo"(21), y se caracteriza por su carácter público. Se trata de una
promesa de una prestación unilateral que se realizará bajo determinada
circunstancia(22). Ya se perfilan tres elementos de interés: el carácter público, lo
prometido y sus circunstancias. El primer elemento se relaciona con la
obligatoriedad; lo prometido, con su objeto y las circunstancias son aquellas que
podrán identificar al acreedor de la promesa. Engloba varias posibles situaciones:
premio al autor de la mejor composición científica, al autor de determinado hallazgo,
al automóvil más seguro, al que desarrolla un programa de informática de
determinadas cualidades, etcétera.
Hace casi un siglo atrás se enaltecía la figura recién hoy legislada: "...es un
fenómeno jurídico y económico cuya importancia ha aumentado enormemente al
irse adaptando a los nuevos modos de vida social. Su divulgación se justifica
379
Estudiantes de abogacia EA! - EA! GRADuados
plenamente, por cuanto constituye un modo de concitar la cooperación de grandes
masas de población en cuanto a la realización de determinados resultados"(23).
En efecto, la prestación es prometida a quien se encuentre en determinada
situación, logre determinado resultado, ejecute determinado acto, cumpla ciertos
requisitos; es decir, el objeto de la promesa ostenta una gran amplitud: desde
recompensar el hallazgo de una persona, otorgar información acerca de
determinada circunstancia, desarrollar cierta solución informática o recompensar
proyectos, ideas de desarrollo urbano, etc.; en definitiva, se regirá por las normas
del objeto del acto jurídico (art. 279 del Código Civil y Comercial). Más allá de este
límite, el objeto es amplio, pero no parece ocioso destacar, como premisa de
inspiración interpretativa de la figura, que se trata de una figura de colaboración y
solidaridad(24), movilizadora de las fuerzas sociales y con capacidad de congregarlas
hacia un fin de utilidad social.
Desde el lado técnico, la precisión del objeto de la promesa es la que determinará
el sujeto activo de esta particular relación obligacional que nace con tal
indeterminación subjetiva(25). Por esa razón se la ha denominado "obligación con
sujeto a determinar"(26).
Con todos estos elementos puede adelantarse un concepto: "es un negocio
jurídico unilateral anunciado públicamente, donde se ofrece una prestación en favor
de una persona indeterminada, por la realización de un acto o la obtención de un
resultado concreto"(27).
b) Promesa y oferta
Se trata de un negocio unilateral, que debe ser distinguido de la oferta al público,
desde que ésta se dirige a la celebración de un contrato, para lo cual requiere
aceptación; asimismo, debe diferenciarse de la invitación a ofertar (art. 973 del
Código Civil y Comercial), la cual constituye una instancia de preparación de un
contrato; estos dos institutos son hitos de un proceso de la formación contractual
como acto jurídico bilateral(28). En la oferta se propone un contrato; en la promesa,
alguien se compromete a un hecho, por lo cual ésta es fuente directa de la obligación
respecto del beneficiario. Además, en la promesa la recompensa puede consistir en
una prestación o distinción sin significación patrimonial(29).
La caracterización de la figura como negocio jurídico unilateral es una definición
dogmática que hinca sus efectos en la práctica, desde que coopera en la
determinación del momento en que la promesa se vuelve obligatoria; pueden
marcarse dos momentos posibles: i) desde que se hace pública; ii) desde el
momento en que el pretendido beneficiario comunica haber cumplido el supuesto
fáctico de la promesa. La primera opción es la correcta; empero, quienes están
situados en posiciones negatorias de los efectos vinculantes de la voluntad unilateral
(véase el comentario al art. 1800) y acentúan la bilateralidad, tienden a postergar la
conclusión del negocio al momento de la activa participación del otro sujeto.
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En sede de la obligación, se discute la virtualidad vinculatoria de la promesa,
negando que pueda ser propiamente vinculante una obligación que dependa
exclusivamente de la voluntad del obligado; en apoyo de tal tesitura se recurre a la
revocabilidad de la promesa (art. 1805 del Código Civil y Comercial). Sin embargo,
no se trata de una obligación sin sujeto activo; se trata de la estructuración de un
vínculo complejo, que se construye desde el deudor. En efecto, el deudor propone
el objeto y es además quien establece las condiciones de determinación del
acreedor. La particularidad de la génesis, lejos de referir a una vinculación
obligatoria débil, adquiere la fortaleza que le otorga el valor confianza, en tanto que
la obligatoriedad se conecta con la publicidad; el carácter peculiar es que el vínculo
que constriñe al promitente es con el público, más que con el beneficiario, sin que
tal aserto implique negar que el efectivo cumplimiento de la promesa termine por
satisfacer un interés jurídicamente tutelado del beneficiario.
Es que es suficiente, para el vigor obligacional, que la posición del débito y del
crédito estén determinadas; cosa distinta es la imputación subjetiva, la
individualización de la persona de acreedor o deudor(30). En este contexto, la
realización de la circunstancia que origina la promesa o, en su caso, la comunicación
del pretendido beneficiario, no es un acto de aceptación, sino de individualización o
de imputación subjetiva.
La individualización del sujeto beneficiario presenta cierta dificultad. Ante todo, se
diferencia entre determinación e identificación subjetiva. La determinación tiene que
ver con la configuración de la posición del beneficiario acreedor, y la identificación
con la individualización de la persona que ocupará tal sitio(31). A la luz de esta
distinción se pone en evidencia que la promesa deberá tener la claridad y precisión
necesarias como para describir la posición creditoria.
De otro lado queda lo concerniente a la identificación del sujeto, a cuyo respecto
es necesario formular las siguientes precisiones: el art. 1805, cuando refiere a la
inoponibilidad de la revocación "a quien ha efectuado el hecho o verificado la
situación prevista antes del primer acto de publicidad de la revocación", no parece
requerir más trámite que el descripto para tal evento; luego, el art. 1806 parece
conectar la comunicación solo a la concurrencia de varios sujetos en forma
simultánea; sin embargo, la comunicación de la realización del hecho o circunstancia
que informa la promesa es ineludible para el pretendido beneficiario, ya que el
carácter público de la promesa y su destino de indeterminación imponen, en los
hechos, este necesario expediente de individualización.
No hubiese resultado redundante un marco legal —inclusive inderogable— de
ciertos aspectos de la convocatoria, tales como el que se trata: la promesa debería
contener la vía y el modo de comunicación válida en cabeza del beneficiario.
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fehaciente"; ii) "si la notificación es simultánea, el promitente debe distribuir la
recompensa en partes iguales; si la prestación es indivisible, la debe atribuir por
sorteo".
Por otro lado, otro género de situaciones se configura cuando varios contribuyen
a realizar el hecho o situación a que se refiere la promesa; allí toma preeminencia
el acuerdo que los pretendidos beneficiarios hayan celebrado y comunicado al
promitente. Este acuerdo debe ser unánime entre los participantes y —se insiste—
comunicado en forma fehaciente. A falta de acuerdo unánime comunicado —éstas
son las condiciones de su oponibilidad al promitente—, éste se desobliga
entregando lo prometido por partes iguales a todos; si es indivisible lo atribuye por
sorteo (art. 1806, último párrafo, del Código Civil y Comercial).
Párrafo aparte merece esta última situación que es demostrativa del poder del
promitente en la definición de una posición subjetiva obligacional: cuando se recurre
al sorteo como modo de atribución de lo prometido, el art. 1806, último párrafo,
última parte expresa: "sin perjuicio de las acciones entre los contribuyentes, las que
en todos los casos se dirimen por amigables componedores". La norma está
definiendo un modo de resolución del eventual conflicto entre los sujetos del
emplazamiento obligacional resultante de la promesa, que resulta indisponible, en
tanto beneficiarios del instituto.
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f) La justificación de la revocación
Retomando lo concerniente a la vinculación que entraña la promesa, es de
destacar que el recurso al plazo le otorga un mayor peso jurídico; en efecto, la
promesa sin plazo fijado por el promitente está sujeta a un plazo legal de caducidad
y puede ser retractada en todo momento por el promitente, revocación que solo debe
cumplir el recaudo de publicidad suficiente. Empero, si ha sido instituida con plazo,
la revocación no puede ser arbitraria, sino fundada en justa causa, para cuya
calibración es menester recurrir a la causa de la promesa (conf. art. 281 del Código
Civil y Comercial); no obstante, la razón justificadora no debe ir más allá del radio
de interpretación que impone la naturaleza de la situación o de los hechos que
informaron las condiciones de acceso a la promesa: sea porque los hechos
perdieron relevancia, sea porque se obtuvo el fin buscado por otros medios, o en
otro lugar que haga perder sentido al mantenimiento de la promesa, etcétera.
Habida cuenta de las alternativas narradas que involucran a la revocación, el
plazo y su publicidad, cabe observar que en la promesa sin plazo aparece debilitada
tal vinculabilidad; en demasía, sin perjuicio de que el derecho se reputa conocido
por todos (art. 8º del Código Civil y Comercial), es aconsejable requerir, como
recaudo informativo, que en las promesas sin plazo sea obligatoria la inclusión en la
convocatoria de la norma que impone el término de caducidad.
g) Onerosidad o gratuidad
Sin desconocer que se recorre una vía fronteriza, se ha sostenido el carácter
gratuito del instituto; pero tal calificación no habilita a asimilarlo a la liberalidad propia
de la donación(32); también se ha sostenido que puede ser gratuita u onerosa, "según
el otorgante tenga en mira alguna ventaja"(33). Cierto es que puede recurrirse a ella
con fines promocionales o publicitarios, sean estos directos o indirectos, carácter
éste también presente en buena parte de las liberalidades. Pero prima un fin
altruista, o de beneficio comunitario o social, que acerca la figura al negocio gratuito,
si es que cabe en esta tipología. Respecto de la posibilidad de que constituya una
liberalidad, se la ha asimilado a la donación: "se promete algo para el caso de que
se produzca un hecho independiente de la conducta del premiado, y ajeno al interés
del promitente (...); nos encontramos no ya frente a una promesa de recompensa
sino con una promesa de donación hecha a persona o personas indeterminadas"(34).
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tal aceptación lo cumple la publicidad de la promesa. Entre las utilidades de la
remisión se encuentran los supuestos de los arts. 974, 976, pero también es
fundamental el art. 972, 2ª parte, del Código Civil y Comercial, en cuanto refiere al
contenido "...con las precisiones necesarias para establecer los efectos que debe
producir de ser aceptada".
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1. El concurso es una variante de la promesa pública de recompensa
Ya se decía que "los concursos ofrecen algunas variantes dentro de la materia
principal, ya que se limitan a determinadas personas y debe hacerse intervenir a un
jurado para apreciar los méritos de los candidatos"(35). Lo distintivo del concurso es
que constituye un sistema de competencia para el acceso a un premio, ventaja,
cargo administrativo, beneficio, designación, etc.(36). De tales conceptos se
desprende que el concurso puede contener una instancia de selección previa de los
participantes, y el discernimiento del ganador se lo puede delegar a un jurado de
especialistas en la cuestión relacionada con la convocatoria.
El art. 1807 del Código Civil y Comercial recoge estos elementos, regulando al
concurso como variante de la promesa pública analizada supra; por lo tanto, le son
aplicables a este instituto las normas de aquella promesa. Son de destacar las
siguientes características:
a) El aviso
El convocante debe realizar un anuncio público, cuyo contenido debe contemplar,
como condición de validez: i) el plazo de presentación de los interesados; ii) la
realización de los trabajos previstos; iii) puede estar destinado a ciertas personas
determinadas, pero no puede diferenciarse por cuestiones de raza, sexo, religión,
nacionalidad, opinión política, gremial, etcétera.
b) El jurado
Si bien se aprecia que constituye un elemento natural de la figura, no es
obligatorio, desde que el art. 1807, 2º párrafo, admite su prescindencia, en cuyo
caso la adjudicación la realizará el promitente. En caso de que lo haya designado,
el dictamen del jurado obliga al promitente (conf. arts. 1807 y 1809 del Código Civil
y Comercial). Al respecto, puede precisarse que, de no haberse designado jurado al
momento de la convocatoria, el convocante puede hacerlo con posterioridad(37), ya
que si tiene facultades de adjudicación, es dable concedérselas para determinar el
procedimiento y el modo de hacerlo.
Desde el punto de vista técnico jurídico es objetable que tanto el art. 1807 como
el art. 1809 preceptúen que el dictamen del jurado "obliga a los interesados".
Tal innecesaria repetición no puede atribuirse a la fuente del sector, el Proyecto
de 1998, que aludía a esa obligatoriedad únicamente en el art. 1737.
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2. La cuestión de los derechos pecuniarios sobre las obras
El art. 1807 dispone: "El promitente no puede exigir la cesión de los derechos
pecuniarios sobre la obra premiada si esa transmisión no fue prevista en las bases
del concurso"; se trata de la lógica consecuencia del carácter del premio o
recompensa, desde que no constituye un precio de adquisición, sino un estímulo
desinteresado por parte del convocante(38), circunstancia ésta que proyecta los
efectos de la norma a la promesa pública de recompensa.
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porque suponen ciertos elementos y conceptos, sin cuya consideración puede
arribarse a conclusiones inexactas.
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características modélicas de los derechos objetivos de los cuales provienen, lo que
se aprecia fundamentalmente en la referencia a la fuente de la garantía, pero queda
claramente expuesto que la nota caracterizante de un negocio de garantía es el
aumento de la garantía genérica que todo crédito tiene, en tanto el patrimonio de su
deudor constituye su prenda de cobro. Ese aumento constituye la adición de un
negocio, que a este fin lo complementa, lo refuerza, lo aumenta, sea accesoriamente
o autónomamente. Es que tanto en el derecho privado como en el público, cuando
se recurre a la idea de garantía, se indica, en general, seguridad y protección de
poderes, en el sentido de derechos subjetivos(53).
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corresponsal del emisor. La relación entre el ordenante garantizado y el garante
(emisor de la garantía) es una relación contractual de garantía, atípica, en la cual el
garante analizará las condiciones de la obligación que asumirá y la situación de
solvencia del garantizado, y, a su turno, exigirá contragarantías, que engarzará con
las características por él asumidas, negocio que —además— es habitualmente
oneroso. Toda esta secuencia de relaciones es la que permite la abstracción de la
obligación del garante, que no tiene otro significado más que aludir al impedimento
a oponer las defensas que pudiera tener el ordenante garantizado contra el
beneficiario, cuando éste reclama la garantía "a primer requerimiento".
Este requerimiento puede revestir diferentes formas, desde el simple
requerimiento por escrito emitido por el beneficiario; en otras ocasiones se suele
requerir una declaración de incumplimiento acompañando el requerimiento escrito;
también puede exigirse una declaración de incumplimiento emitida por un
especialista; y en otras ocasiones más extremas, requerir un laudo arbitral o
sentencia judicial. En definitiva, la definición del requerimiento es resorte del acuerdo
de partes. Regularmente, se hace mediante un instrumento escrito, con firma
certificada de una entidad bancaria(58).
Los usos habituales que le dieron origen a este tipo de garantías, en el ámbito
internacional, son: a) la garantía de respeto a los términos y condiciones de una
licitación, llamada tender guarantee; b) la garantía de buen fin o adecuada ejecución
(performance guarantee); c) la garantía de devolución de anticipos a cuenta
(repayment guarantee), que —como se aprecia— son tramos de cierta tipología de
operaciones internacionales —contratos de obra—de cierta envergadura. Estas
tipologías generan usos habituales que tienen entidad ejemplificadora en sus
cláusulas y en su modo operativo.
En el cuadro normativo del Código Civil derogado ya se argumentaba su
procedencia sobre el principio de la autonomía de la autorregulación de las partes,
fundado en el art. 1197 del Código Civil derogado, y se preconizaba que —sobre la
base de la promesa del hecho de un tercero (art. 1163, Código Civil derogado)— se
podría construir la teoría del contrato autónomo de garantía mientras no tenga
expresa recepción en el derecho positivo(59). Fue el Proyecto de Unificación de los
Códigos Civil y Comercial de 1987 el que recogió estas nuevas garantías entre las
obligaciones que nacen de una declaración unilateral de la voluntad (art. 2290), en
estos términos: "constituyen una declaración unilateral de la voluntad en el sentido
de este Título las llamadas garantías de cumplimiento 'a primera demanda', 'a primer
requerimiento' y aquellas en que de cualquier otra manera se pacte que el emisor
garantiza el cumplimiento de las obligaciones de otro y se obliga a pagarlas
independientemente de las excepciones o defensas que éste pudiera tener, aunque
mantenga el derecho de repetir del beneficiario después del pago. Las obligaciones
a que se refiere el párrafo anterior no pueden ser contraídas por personas físicas".
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independientemente de las excepciones o defensas que el
ordenante pueda tener, aunque mantenga el derecho de
repetición contra el beneficiario, el ordenante o ambos.
El pago faculta a la promoción de las acciones
recursorias correspondientes.
En caso de fraude o abuso manifiestos del
beneficiario que surjan de prueba instrumental u
otra de fácil y rápido examen, el garante o el
ordenante puede requerir que el juez fije una
caución adecuada que el beneficiario debe
satisfacer antes del cobro.
FUENTES: ART.
2290 DEL PROYECTO DE 1987; ART. 1479 DEL PROYECTO DEL EJECUTIVO
DE 1993; ART. 2290 DEL PROYECTO DE LA COMISIÓN FEDERAL DE 1993; ART. 1742 DEL
PROYECTO DE 1998.
Limitación subjetiva
Habida cuenta de los peculiares efectos de estas garantías, el respaldo que
requieren, en consonancia con los riesgos que implica asumirlas, hacen aconsejable
limitar a cierto tipo de entidades la autorización legal para conferirlas; es que "solo
los profesionales de la actividad financiera pueden seleccionar y proyectar los
alcances de los riesgos implicados", desde que se trata de "seguridades
profesionales"(63).
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Art. 1812.— Forma.
Las garantías previstas en esta Sección deben constar en
instrumento público o privado.
Si son otorgadas por entidades financieras o
compañías de seguros, pueden asumirse también
en cualquier clase de instrumento particular.
La forma escrita
Aun a falta de un régimen expreso como el de marras, que regula lo pertinente a
la forma, la práctica impone la forma escrita, desde que los garantes profesionales
verifican solo documentos, y las modalidades de la obligación aparecen en ellos
expresadas; por lo cual, la tendencia de las reglamentaciones internacionales
transita por la exigencia de una carta de garantía en forma escrita, aun siendo
suficiente que conste en soporte informático. Inclusive, como documento que emana
de la voluntad unilateral, es suficiente el único ejemplar(64).
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La intervención del garante profesional otorga al crédito del beneficiario un nivel
de seguridad que se presta a que éste ceda su crédito. Empero, es menester
distinguir: una cesión posible es la de los derechos del beneficiario respecto de la
garantía, es decir, solo respecto del derecho de disparar la cobertura de la garantía;
otra distinta es la transferencia de la posición contractual del beneficiario en su
conjunto.
Esta doble posibilidad está presente en el primer párrafo de la norma en
comentario, ya que veda, en defecto de pacto en contrario, la cesión de los derechos
de garantía sin el desplazamiento subjetivo de la posición contractual del
beneficiario.
2. Condiciones de la cesibilidad
Retomando: no puede cederse el exclusivo carácter de beneficiario, en forma
independiente de la cesión de la posición contractual que ocupa el beneficiario. Tal
limitación está circunscripta temporalmente hasta "antes de acaecer el
incumplimiento o el plazo que habilita el reclamo". Luego de tal circunstancia, son
cesibles ambos créditos. En efecto, se trata de distinguir dos momentos: el primero,
en que la garantía está en estado de pendencia, habida cuenta de que su momento
resolutorio no ocurrió; el posterior, en donde las alternativas de la garantía se
encaminan al requerimiento, en virtud de algún incumplimiento, o a su
desvanecimiento por el agotamiento de la relación subyacente.
Pero antes de la eventualidad aludida, la posición contractual que corresponde al
beneficiario es cesible en su conjunto; lo que está cercenado es la separabilidad de
los créditos.
La cesibilidad conjunta o separada de los créditos y la posibilidad de ceder una u
otra, en cualquier tramo temporal del contrato, para ser admitida, debe estar
acordada.
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Si el contrato enhebra una relación jurídica (art. 957), la ambivalencia "contrato o
relación" que incluye el art. 1813 en su primer párrafo puede ser distorsionante;
acaso, por ello en el segundo párrafo se unifica el centro de atención únicamente en
la "relación".
1. La regla es la irrevocabilidad
Desde que la garantía es una manifestación unilateral de la voluntad a responder
frente a un cierto requerimiento del beneficiario, por lo normal, condicionado a un
plazo determinado o a un evento designado, es natural la limitación de la
revocabilidad arbitraria que desmorona los derechos del beneficiario. Ello no impide
que pueda pactarse esta posibilidad, la que estará también relacionada con
causales que no desnaturalicen la garantía.
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CAPÍTULO I - NOCIONES TÉCNICO-ECONÓMICAS
1. Circulación económica
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operaciones mercantiles deben liberarse de ciertas limitaciones impuestas por el
derecho civil, pues, en general, muchas de aquellas reglas de carácter formal y
rigorista son un obstáculo al desenvolvimiento y a la satisfacción de las exigencias
del tráfico comercial. Por otro lado, la vida de los negocios mercantiles e industriales,
ya sea en general, ya en algunas de sus ramas, da lugar a una multitud de
instituciones, operaciones y figuras jurídicas especiales que demandan reglas
propias, las cuales solamente pueden hallarse en un derecho especial con
desarrollo distinto del derecho civil general(5).
A esto se añade una segunda consideración: ésta es que las operaciones
individuales concluidas por un mismo comerciante no permanecen aisladas, sin
relación las unas con las otras, como las que cualquier individuo lleva diariamente a
cabo para las diversas necesidades de su vida, sino que la actividad mercantil de
un comerciante forma un todo sistemático. Su "negocio" se destaca de su propia
personalidad como una unidad autónoma, particular, o sea como una organización
de actividades y bienes de capital y energía para el trabajo. La "empresa mercantil"
debe tener duración, sobrevivir a su propio fundador; el dueño puede cambiar,
permaneciendo aquélla inmutable. A medida que una explotación comercial es más
vasta y de mayor antigüedad, menos en consideración se toma la persona de su
propietario(6).
III. Quedó bosquejado en los dos primeros tramos de esta introducción un
panorama que permite abordar ahora las relaciones jurídicas —civiles y
comerciales— que se hallan inmersas y están conexas a nuestro tema sobre la
circulación económica, y que hacen al tráfico de los bienes y servicios dentro del
mercado. De ello resulta un panorama económico-jurídico que irradia un amplio
dominio para el derecho mercantil; también sus caracteres se manifiestan de una
manera peculiar, porque el derecho civil necesita establecer sus normas con cautela
y enunciarlas en forma muy general, ya que deben amoldarse a un sinfín de casos
que, de hecho, la ley no puede prever(7).
En cambio, conviene dejar establecido aquí que derecho comercial debe atender
y, felizmente, en los hechos atiende de una manera precisa casos particulares,
amoldándose a las variadas exigencias de la vida social, a objetos también
especiales. En él se acentúa, por consiguiente, su carácter particularista,
preocupado singularmente por la regulación del tráfico, adoptando una actitud
adecuada para atender, entre los diferentes aspectos de las relaciones jurídicas, los
de carácter externo que afectan principalmente al tercero(8).
El derecho mercantil regula sus instituciones solamente en aquellos puntos
particulares en que se separa de las normas generales del derecho civil, o cuando
es preciso completar los preceptos de aquél, y ello es así en cuanto a los principios
fundamentales, que son en primer término comunes a todo el derecho privado
patrimonial, en su calidad de fuente subsidiaria para complementar el Código de
Comercio en las materias reguladas(9).
Sin embargo, queda por señalar dos cuestiones: por un lado, el especial apartado
formado por las empresas organizadas como sociedades mercantiles, en las que la
actividad y el crédito de varios colaboran en la explotación de un negocio común, o
en las que un patrimonio constituido con capitales aportados por múltiples asociados
forma el sujeto de la explotación, mientras las personas de los partícipes
desaparecen. Por otro lado, aparece el importante problema en la ordenación
jurídica comercial de establecer tipos de sociedad adecuados a las diversas
necesidades de la vida mercantil e industrial, en función de las variadas finalidades
que el tráfico mercantil presenta(10).
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Empero, si bien es cierto que la regulación de la vida mercantil no está, en
consecuencia, totalmente contenida en el Código de Comercio, y el derecho
comercial tampoco forma un sistema acabado, sino fragmentario(11), no obstante,
tanto su legislación como su doctrina se consideran como un dominio aparte, pues
sus normas presentan generalmente los caracteres específicos que son adecuados
a la naturaleza de la contratación mercantil, y, como consecuencia de ello, son
consideradas como si constituyesen un todo homogéneo(12).
b) Objeto de la circulación
Las cosas y los bienes aludidos consisten en una variada gama de productos, que
según la nomenclatura económica se suelen distinguir entre los bienes directos, que
sirven de modo inmediato para satisfacer las necesidades, y los instrumentos que
sirven para la obtención de los bienes directos(13), puntualizándose que el dinero es
el agente del cambio indirecto más importante por su eficacia y ductilidad en el
movimiento económico del mercado(14). Yuxtapuestas a esos bienes materiales
aparecen las acciones humanas de los sujetos que trabajan en la extracción o
elaboración de ellos en forma individual u organizada; en tal caso, a esas actividades
humanas, físicas o intelectuales, se las considera específicamente servicios(15).
Al hilo de lo hasta aquí enunciado, estamos contestes en que el entramado y
movimiento de la circulación económica implica un desplazamiento de bienes con el
fin de satisfacer mejor las necesidades a las que tales bienes están destinados. Pues
se trata de una realidad incontrastable que, en la economía moderna, caracterizada
por la producción en masa y por el empleo del crédito en escala ilimitada, el
fenómeno de la circulación de los bienes se presenta como el de mayor
trascendencia, que sigue al de la producción y lo complementa.
Resulta oportuno enfatizar(16) que en rededor del proceso circulatorio se movilizan
hombres y dinero, medios de transporte, instituciones de crédito, intermediarios
(comerciantes, corredores, comisionistas, agentes y demás mediadores), etc.;
reduciéndolo a su expresión simple y esencial, ello requiere solo dos personas y un
bien(17), pues basta que quien lo tenga se desprenda de él voluntaria o
involuntariamente y el que el otro sujeto lo adquiera.
El amplio marco que alcanza el movimiento o tráfico económico de bienes
comprende tanto los objetos materiales como los inmateriales (luz, electricidad,
sonido, fuerza hidráulica); tanto los muebles como los inmuebles; los créditos; la
idea artística o industrial contenida en la obra de arte o en el producto industrial.
Pues —una vez más— le asiste razón al maestro Francesco Carnelutti, cuando pone
en evidencia que cuando se vende un libro, un cuadro o un modelo mecánico, no
circula solamente el papel, la tela y el metal, sino también la idea que lo originó.
Todo ello permite tener por perfilado de modo significativo y terminante el fenómeno
económico de la circulación de los bienes, que es un importante factor del progreso
y bienestar social(18).
Las nociones de bienes y servicios expuestas, si bien difieren de las nociones
estrictamente jurídicas, son utilizadas necesariamente por la doctrina comercialista
más autorizada, al exponer el concepto jurídico de empresa (v.gr., la organización
de bienes y servicios para la producción de otros bienes y servicios)(19). Guardan
correspondencia con el concepto de economía reformulado por los estudiosos,
considerándola como un hecho o fenómeno social que consiste en la actividad de
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una pluralidad de personas que crea, transforma y transfiere bienes mediante
múltiples formas y actividades, para satisfacer las necesidades de la sociedad
organizada, sea que ésta se halle instaurada sobre bases teóricamente colectivistas,
dirigistas o librecambistas(20).
Estas afirmaciones, que son materia de análisis a la luz de los principios de las
ciencias económicas, políticas y sociales, resultan básicas para nuestro estudio,
pues al tenerlas en cuenta suficientemente nos permiten poner en evidencia que
antes y ahora, bajo la monarquía y en la república, durante el industrialismo liberal
o el capitalismo financiero del siglo pasado y con el actual enfoque de la cuestión
social, la circulación económica —rudimentaria y machacona al principio,
perfeccionada hoy— fue y sigue siendo vital para la existencia misma de la sociedad
humana en general y para cada uno de sus integrantes en particular(21).
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c.2.1) César Vivante
Con la finalidad propuesta en el parágrafo anterior, resulta particularmente
significativo incluir los dichos del profesor de la Universidad de Roma vertidos a fines
del siglo XIX —el 1º de mayo de 1896, en Bolonia—, en el Prólogo de su Tratado,
cuando esbozó por vez primera una "teoría general de los títulos de crédito". Allí
expuso, por un lado, los fundamentos económicos y jurídicos de las bondades de
una circulación rápida y segura del crédito. Por otro lado, puso en evidencia, con el
criterio realista que caracterizó toda la obra de este jurista veneciano, la
sustantividad de los elementos negociales existentes en ese momento, que debían
atenderse mediante un tráfico adecuado en el mercado. Éste fue descripto como
"una masa superpuesta a las cosas, una masa que circula con leyes propias sobre
el inmenso cúmulo de efectos muebles e inmuebles, que forman la riqueza social.
Los edificios, la fuerza motriz, las máquinas, el dinero, aun ejercitando normalmente
su función industrial, circulan por mediación de documentos representativos del
crédito hasta que encuentran su mejor colocación".
Señaló luego que las fábricas, representadas por acciones o por obligaciones; las
reservas metálicas, representadas por billetes de banco, por cheques o por bonos,
con interés; y los fundos, representados por cédulas inmobiliarias o agrícolas,
ejercen su respectiva función industrial, mientras —por medio de los títulos
representativos, con particular prontitud y sencillez— dan lugar a operaciones de
cambio, de garantía o de sociedad; aquéllos también crean, a su vez, si no una
nueva riqueza, sí diferentes combinaciones de riqueza, que son fuentes de nuevos
beneficios sociales. Concluye por enfatizar que el sistema jurídico, que regula la
circulación de los títulos de crédito con sencillez y seguridad, favorece
poderosamente la formación del ahorro y su empleo útil en el comercio, las industrias
y en las obras públicas, porque proporciona al portador del dinero, que acumuló un
capital con su ahorro, un título que da una utilidad y que puede transformarse
rápidamente en numerario, vendiéndolo o pignorándolo(24).
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poder del acreedor. En fin, tanto frente al deudor como frente a cualquiera, es de
gran utilidad facilitar en grado máximo el ejercicio del derecho de crédito adquirido,
mediante la simplificación de los medios de prueba pertinentes.
Por otro lado, también se ponía en evidencia que la transmisión de dinero para la
ejecución de pagos, especialmente si éstos se hacen de una plaza a otra, se facilita
grandemente a comerciantes y a cualquier persona cuando sea posible depositar el
dinero en lugares seguros que, como las instituciones de crédito, son propios para
la transmisión, con los mismos requisitos de simplicidad, seguridad y facilidad en el
ejercicio del derecho de restitución ejercitado por el depositario o alguien que actúe
en nombre de él. Señala, además, que la enajenación de las mercancías que se
encuentran en posesión de una persona distinta del propietario, a título de depósito
o para ser transportadas al lugar de consumo, se simplifica si del mismo modo se
facilita al depositario o al porteador la transmisión del derecho a la entrega relativa,
de manera que dichas mercancías puedan pasar de una persona a otra sin ser
cambiadas del lugar en donde estén depositadas o del vehículo que las transporta.
Empero este profesor de la Universidad de Bologna abundaba en
consideraciones sobre la real existencia de iguales exigencias que se experimentan
y se sufren en el campo financiero, aunque fuera del ámbito de la especulación
comercial en sentido estricto, con el objeto de facilitar la participación del gran
público de depositantes de ahorros, ya sea bajo formas de asociaciones, ya de
operaciones de crédito en las grandes empresas comerciales e industriales
organizadas en sociedades, las cuales constituyen el fruto del desenvolvimiento de
la técnica moderna. Otro tanto —manifestaba nuestro autor— sucede en lo que
respecta a la participación en las colosales operaciones que el Estado y los otros
entes públicos o semipúblicos organizan para el cumplimiento de sus fines de interés
general. También en este campo, un incentivo muy valioso de emplear capitales en
tales empresas y operaciones está constituido por la facilidad y la seguridad en la
adquisición y el ejercicio de los derechos relativos, y por la simplificación de su
enajenación en caso de necesidad.
Finalmente, el Dr. Salandra concluía su discurso con una aguda reflexión, que
alude a lo que expresamos supra con cita de Tullio Ascarelli, respecto de la
objetivación del crédito que, aunque leve, implicó desde Roma la cesión de crédito.
Manifestó asimismo que el "sistema del derecho civil vigente es demasiado rígido e
insuficiente para corresponder a las exigencias de simplificación y de seguridad, y
ello a pesar de que representa frente a sistemas más antiguos como el del derecho
romano, un gran progreso en relación a la posibilidad de la circulación de los
derechos de obligaciones, al admitir la cesión por el acreedor de los derechos de
crédito sin necesidad del consentimiento del deudor (art. 1538, Código Civil)"(25).
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satisfechos puntualmente cuando venzan, y posibilidad de negociarlos muy
fácilmente antes del vencimiento. Ésta es la causa de su gran difusión. La riqueza
—escribía Vivante— tiende cada vez más a representarse por los denominados
"títulos de crédito" o "títulos valores"(26) y a circular económica y jurídicamente por
medio de ellos, creando sobre la circulación de las cosas (muebles e inmuebles) una
circulación de papel, sometida a sus propias leyes y crisis.
La circulación fácil y segura propia de esos títulos favorece de modo
extraordinario a la economía pública y privada. Sirve de alimento a la actividad de
todo género de empresa, pequeña y grande. Ese documento suscripto por el deudor
se convierte en soporte material de su obligación, dando al tenedor (acreedor formal)
la certidumbre de obtener la prestación que encierra; en consecuencia, la
transferencia del documento sirve para la transferencia del crédito y aquél se acepta
de buen grado por todos como equivalente de la prestación misma. La circulación y
el ejercicio de los derechos de crédito reciben así fuerte impulso y efectividad(27).
Luego, nuestro autor enfatiza sobre los beneficios económicos que esos títulos
irradian respecto de "los productores y los comerciantes, porque éstos, venden más
si conceden a la clientela créditos para los pagos; por otra parte otorgan la
posibilidad de cobrar esos créditos incluso antes de las fechas de sus vencimientos
—mediante la negociación de los títulos que los representan—, favoreciendo sus
actividades negociales". Esta misma posibilidad les inducirá a la concesión de
crédito en mayor escala. La circulación de los créditos sin emplear títulos a los que
se incorporen es mucho más difícil y arriesgada; porque entonces los créditos
quedan sujetos y subordinados a las cláusulas del contrato que les da origen, porque
las cláusulas se pueden incluso modificar por otro contrato posterior y hasta porque
puede carecer de validez aquel contrato o puede sobrevenir su resolución o
rescisión, con lo que el cesionario del crédito verá que su derecho se altera o
desvanece.
Finalmente, el profesor Langle señala que "Como la circulación aumenta la
riqueza, la aceleración de esa circulación resulta un factor considerable de la
prosperidad económica. Pues al suplirse la moneda, se produce una mayor fluidez
en los movimientos del tráfico de estos instrumentos de crédito y también de pago,
en virtud de su transmisibilidad, para la extinción de una cadena de obligaciones
contraídas por diferentes personas. Asimismo se utilizan para simplificar la
enajenación de mercancías que están en depósito o en transporte; sirven para
operaciones financieras, aparte de las comerciales; movilizan los fondos del ahorro,
en favor de las empresas mercantiles e industriales y en favor del Estado y de las
entidades públicas, que necesitan cuantiosos recursos para sus obras de interés
privado o general"(28).
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El profesor Garrigues comienza el tomo citado ocupándose de la circulación
económica en estos términos: "Las notas de rapidez y seguridad que caracterizan
el moderno tráfico mercantil no se concebirían sin la existencia de ciertos
documentos de naturaleza varia y desigual historia, pero coincidentes en la misión
de facilitar la circulación de los bienes. Unos, como la letra de cambio, tienen rancio
abolengo mercantil. Otros, como las acciones y las obligaciones societarias, son
producto del alto capitalismo y citando a G. Ripert pone de relieve que el capitalismo
realizó una segunda invención casi tan maravillosa como la de las sociedades por
acciones al inventar los títulos y las cuentas. Hasta entonces el hombre no conocía
más que la propiedad de los bienes materiales, casas o tierras, mobiliario o alhajas,
mercancías o metales preciosos. De aquí en adelante conoce otros bienes. Supo
que se era rico teniendo en las manos un paquete de hojas de papel, billetes de
banco, acciones y obligaciones (Aspects juridiques du capitalisme moderne, París,
1940, p. 12)".
Luego, el Dr. Garrigues pone de relieve que los comerciantes venden a crédito
sus mercancías y obtienen de sus deudores letras de cambio. Las sociedades
consiguen los capitales que necesitan emitiendo acciones y obligaciones. El
porteador o el almacén general de depósito entregan documentos relativos a la
mercancía que han recibido para su transporte o su conservación. El consumidor
paga a su proveedor con un cheque, que sustituye al dinero. Todas estas personas
crean unos títulos sui generis, cada uno de ellos con sus propias características,
pero que coinciden en ciertas notas comunes y, fundamentalmente, en ser
instrumentos especialmente aptos para facilitar la circulación de los bienes mediante
la fácil transmisión del documento, al cual se ha incorporado indisolublemente el
derecho que se trata de ceder.
Posteriormente, nuestro autor hace referencia a la circulación económica,
señalando que el autor italiano G. Ferri consideraba que ella era causa determinante
de la creación del título, y manifestando que "Es precisamente en este destino inicial
del título a la circulación, destino que va ínsito en la voluntad del creador del título,
el que constituye la esencia del título de crédito, el elemento discriminatorio, del cual
derivan las características propias de su disciplina"(29) y que "La íntima conexión
entre el documento y el derecho es, en definitiva, un resorte técnico que tiende a
facilitar la circulación".
Finalmente, el Dr. Garrigues concluye diciendo que el mérito de la doctrina
mercantilista alemana e italiana estriba en haber formulado una teoría general de
estos títulos, a pesar de su enorme variedad y diversa significación económica. No
es, en efecto, tarea fácil la de unificar la exposición doctrinal de los billetes de banco
con la de las acciones nominativas de una sociedad anónima, o la letra de cambio
con la de las obligaciones al portador. Reconociendo esta dificultad —causa no
pocas veces de artificiosos esfuerzos conceptistas y de lamentables extravíos—,
hemos creído conveniente dedicar este primer capítulo a los conceptos esenciales
comunes a todos los títulos que en los capítulos sucesivos hemos de estudiar por
separado(30).
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permitieran desarrollar esa circulación económica en forma eficaz, para luego llevar
a cabo el perfeccionamiento de tales medios y, en la actualidad, profundizar sus
investigaciones en la búsqueda de nuevos horizontes de aplicación.
Ello es así, pues una adecuada circulación económica no se cumple sin el auxilio
de los instrumentos jurídicos, que a la vez posibilitan el desplazamiento de los
bienes, es decir, la optimización del traspaso de los bienes de una persona a otra
con la facultad de usar o disponer del bien, asegurando su mejor disfrute, porque se
adquieren sin riesgos de ser molestados en su aprovechamiento y disponibilidad. A
tal efecto, el ordenamiento jurídico ha creado los instrumentos adecuados para una
eficaz circulación económica. Como infra describimos, desde los tiempos del
derecho romano hasta nuestros días, los medios tradicionales son
fundamentalmente la cesión y la delegación(31).
Empero, como manifestaron los juristas que citamos en el texto(32), han sido los
títulos valores los medios técnicos de la circulación(33) más eficaces, rápidos y
seguros para el tráfico del crédito, lo cual reviste primordial importancia en la
economía, al punto de que no se puede hablar de actividad económica comercial,
industrial o bancaria sin vincularla al desarrollo y perfeccionamiento del intercambio
de la riqueza, que se apoya fundamentalmente en el intercambio del crédito(34).
Completando este anticipo, que será desplegado infra, se puede concluir que,
justamente, es el título valor el instrumento técnico-jurídico que cumple la triple
exigencia señalada, en cuanto:
a) Facilita la transmisión de los derechos al reducir solo a lo necesario las
formalidades para la transmisión del documento que los incorpora, según sea el
modo particular establecido para su circulación.
b) Asegura la adquisición de tales derechos, en cuanto para su validez es
suficiente que el causahabiente entre en posesión del documento relativo, de la
manera ya indicada.
c) Facilita su ejercicio, en cuanto solo exige para tal fin la demostración pertinente
de ser el poseedor del documento(35).
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económica, con las características genéticas de la actual, aparece en la época de
las corporaciones, con la separación de los oficios, aunque estaba todavía por
entonces limitada a la ciudad (o polis). En una etapa posterior, la circulación se
acrecienta con la división del trabajo, extendiéndose a toda la nación en el período
en que se producen las transformaciones del mapa europeo, para
internacionalizarse definitivamente con el incremento que recibe del industrialismo,
de la multiplicación y el perfeccionamiento de las comunicaciones, y la proliferación
de los medios de transporte por tierra y agua(37).
Es decir que esa evolución de la circulación económica implica una propagación
de diversas formas del desplazamiento de bienes con el fin de satisfacer mejor las
necesidades a que tales bienes están destinados, en forma directa o indirecta.
Sabido es que la economía moderna se ha caracterizado por la producción en
masa y por el empleo del crédito en escala ilimitada, siendo el fenómeno de la
circulación de los bienes el de mayor trascendencia, pues ya no solo lo
complementa, quedando circunscripto a seguir al de la producción, sino que en
muchas circunstancias lo promueve, motoriza y da el margen necesario para
optimizarlo. Ello es así, pues en torno al proceso circulatorio se movilizan hombres
y dinero, en distinto nivel de gestión, medios de transporte, instituciones de crédito
e intermediarios (v.gr., comerciantes, corredores y comisionistas) dentro de un
amplio marco que alcanza el tráfico económico de bienes, que abarca tanto los
objetos materiales como los inmateriales (luz, electricidad, sonido, fuerza hidráulica,
etc.); tanto los muebles como los inmuebles; los créditos, y las ideas artísticas,
tecnológicas o industriales contenidas en la obra de arte, en la invención tecnológica
o en el producto industrial(38).
Entre las múltiples facetas que presenta esa evolución que fue descripta a
grandes trazos, ella trae aparejada una consecuencia económica que genera a su
vez una importante consecuencia jurídica, esto es, la producción de los bienes no
se destina ya, en forma preponderante, al consumo de quienes los producen, sino
que se destina casi íntegramente al cambio y la circulación, pues las necesidades,
a la vez que se han incrementado, se han diversificado(39).
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circulatorio), mientras que el otro necesita un año, la velocidad de circulación de los
bienes del primero habrá duplicado la velocidad de circulación de los bienes del
segundo. Si, por hipótesis, el beneficio es similar para ambos comerciantes desde
un punto de vista cualitativo, tenemos que también él se habrá duplicado, por lo cual
se puede afirmar que la masa de bienes que constituye la riqueza en movimiento
del comerciante puede multiplicarse según la velocidad de su circulación. O, en otras
palabras, una adecuada velocidad en la movilización de los bienes podrá acrecentar
el rendimiento de una misma masa de bienes(41).
En consecuencia, se debe concluir que entre los múltiples factores en que se
fundamentan el tráfico y la circulación económica de los bienes, cabe mencionar
como los más importantes: i) la satisfacción de las necesidades humanas; ii) el
progreso de la ciencia y de la técnica para lograr esa satisfacción, que a su vez ha
dado lugar al surgimiento de nuevas necesidades; iii) la división del trabajo,
entendiendo por tal la desarrollada internamente en cada país, así como la
macroestructura establecida en el ámbito internacional(42).
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histórica, como una permuta directa, pues consistía en cambiar una cosa por otra
de distinta especie y valor equivalente(46).
Luego apareció una forma que fue consecuencia de la anterior y respondía a la
diversificación de oficios y actividades manufactureras: la permuta circular, por la
cual varias personas efectuaban sucesivamente operaciones de cambio de bienes
que ellas producían, adquirían y transformaban, para obtener otros bienes que
requerían sus necesidades diferentes o, en su caso, demandas diferentes(47). El
interés de ellos no era otro que el de solucionar una necesidad equivalente y
complementaria, que de inmediato provoca el mismo nivel de satisfacción material
y anímica(48).
Resultaría excesivo señalar en detalle los múltiples inconvenientes que presentan
ambos tipos de permutas; empero, básicamente, conviene destacar la falta de
simetría o correspondencia de las posibilidades y necesidades de los sujetos
intervinientes(49). Aunque es cierto que después de, tal vez, miles de años de
efectuarse esta operación, se ha seguido suscitando el inconveniente de que los
sujetos, enfrentándose a alguna necesidad, no tienen sobrantes para
intercambiarlos o, teniéndolos, nadie tiene los excedentes que los pudieran
satisfacer. Entonces, se enfrentan a un problema de insatisfacción, el cual, en la
actualidad, se sigue resolviendo al desplegar una imaginación de tipo comercial(50).
c) La moneda
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c.3) Moneda papel
Esta etapa, que podríamos llamar "monetaria", tuvo su variante cuando el número
y la diversidad de necesidades y apetencias del comercio se expandieron
considerablemente, con el crecimiento de la población. En efecto, la cantidad del
metal para acuñar moneda metálica no pudo crecer en la misma proporción en que
resultaba necesario, ello magnificado por el aumento del intercambio comercial que
requería una adecuada fluidez que cubriera satisfactoriamente esa expansión. Éstas
resultaron ser las causas históricas de la aparición de la moneda de papel. Esta
mutación de la materialidad de la moneda se concretó imprimiendo un papel con
cuyo texto se representó un cierto número de monedas metálicas, dando origen así
a la moneda de papel (o moneda cartular, o simplemente papel moneda). Como
fácilmente se comprende, la innovación hallada se difundió rápidamente por
múltiples razones —como que en un pequeño papel quedaban representadas,
incluso, bodegas repletas de metal—, con las consecuentes y beneficiosas
reducciones de espacio y personal, facilidad de transporte y disminución del riesgo
de robos y violencia y otras posibles contingencias negativas(57).
d) Documentos de crédito
El adelanto mencionado en el parágrafo anterior fue considerable, aunque
persistió el inconveniente del transporte de la moneda de un lugar a otro. Como
medio de superar estos inconvenientes, y revelando un alto grado de desarrollo
técnico-económico, aparecieron los instrumentos o documentos de crédito, los
cuales permitieron realizar operaciones de cambio y diversos negocios inherentes a
la circulación de la riqueza sin recurrir a la moneda, llegando a reemplazarla(58). Es
decir que la compra y venta, efectuada hasta entonces al contado, se pudo realizar
a plazos mediante la entrega de un instrumento o documento de crédito firmado por
el deudor y que contenía una promesa de pago diferido. Encontramos aquí el
carácter esencial de la operación de crédito que supone todo contrato de crédito(59):
la postergación de la exigibilidad de la deuda(60); a la vez, ésta, documentada en
esos instrumentos, podrá circular como moneda, siendo a partir de allí un medio
circulante subsidiario del medio circulante específico(61).
El nuevo medio circulante, el instrumento de crédito, en tanto documento, no
valdrá entonces por lo que es en su materialidad, sino por lo que representa
(moneda), y aun podrá ser cambiado por ésta en una ulterior operación de
descuento(62). Debido a ello, se acostumbra decir que la economía moderna está
esencialmente basada en el crédito, esto es, en la posibilidad de disponer
inmediatamente de bienes presentes para poder realizar en los productos naturales
las transformaciones que los volverán, en el futuro, aptos para satisfacer las más
variadas necesidades. Si el comerciante tuviese que prescindir del crédito y mover
tan solo sus propios capitales, necesariamente tendría que restringir sus
adquisiciones y reducir el número de aquellos a quienes provee los bienes
adquiridos(63).
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De lo expresado hasta aquí surge claramente que el cambio, en cualquiera de
sus formas, desde el punto de vista técnico-económico significó una mejor y más
amplia utilización de los bienes y cosas en particular y de la riqueza en general —
que aquéllos representan y constituyen(64)—, pues permitió su ágil circulación y su
mejor traslado de los lugares de manufacturación a los de consumo, evitando que
se acumularan, que permanecieran ociosos y que en ciertos casos se dejara de
producirlos(65).
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gradualmente en sus respectivas fechas de vencimiento por cada uno de los sujetos
obligados(70).
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6. Generalidades
Luego de las nociones técnico-económicas imprescindibles para comprender las
nociones técnico-jurídicas del presente capítulo, es necesario desarrollar la
progresión histórica que suministró los medios técnicos idóneos para permitir el
mentado y necesario desplazamiento del crédito a la producción y a la industria,
propiciando así la satisfacción de las necesidades económicas de la circulación, a
la vez que lo hizo preservando los valores esenciales de ésta.
Conviene adelantar aquí que tales valores esenciales de la circulación son los
siguientes:
a) certeza en la existencia del derecho de crédito al tiempo de su adquisición
cuando se produjera el desplazamiento de ese crédito de un sujeto a otro;
b) seguridad en la realización del crédito al tiempo que se torne exigible(76); y
c) rapidez en las negociaciones que se realizarán para concretar tal
desplazamiento(77).
La tutela y proyección de estos valores fue lo que tuvo en cuenta el legislador al
instaurar la regulación jurídica de los títulos de crédito, en general, estableciendo
normas y principios que reemplazaron con ventajas a los medios tradicionales, como
la cesión de crédito, la delegación de deuda, etc. Empero, fue necesario el
transcurso de varios siglos para que se arribara a esa solución, siendo los hitos más
importantes de la ciencia jurídica, en esa progresiva superación técnica, los que a
continuación se exponen.
En tiempos algo remotos no resultaba posible, jurídicamente, transferir los
créditos que una persona tuviera a otra, dado que el vínculo obligacional se refería
en esencial al sujeto pasivo, y no a la prestación obligatoria que se debía satisfacer.
Para que ello se modificara fue necesario que los juristas llegaran a un alto grado
de espiritualización del concepto de derecho. Solo luego de producida esa evolución
científica en el pensamiento jurídico fue posible estudiar, comprender, elaborar y
regular el fenómeno designado como "objetivación del crédito", el cual permitió
prescindir de la persona del obligado, posibilitando la transferencia y por ende la
circulación del vínculo obligacional o, lo que es mismo, la transferencia del crédito(78).
A partir de este adelanto científico se consideró a las obligaciones como el
derecho patrimonial que un sujeto (activo) —designado como acreedor— tiene para
exigir de un sujeto (pasivo) —designado como deudor— una determinada
prestación, entendiendo por tal un determinado modo de obrar de este último, que
puede consistir en entregar una cosa o hacer o no hacer determinados actos. Es
decir que el derecho que tiene el sujeto a un crédito y la obligación a cargo del sujeto
pasivo son, genéricamente, una deuda (ius ad rem).
Con palabras claras y siempre actuales, el maestro Alfredo Colmo(79) expresó que
los elementos objetivos del vínculo obligacional son, en definitiva, la deuda y el
crédito. Esas relaciones obligacionales o creditorias, in genere, son, desde el punto
de vista activo, bienes que pertenecen al acreedor, ya que son susceptibles de
apreciación pecuniaria e integran su patrimonio(80).
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En los primeros tiempos del mundo romano ocurrió que el acreedor no podía ceder su crédito, pues importaba más la persona del deudor que el vínculo
obligacional; solo se le permitía designar a un procurador que lo reclamara en juicio —mandatum actionis—, aunque se podía convenir que el mandatario retuviera
para sí el producto de la acción que se le encomendara ejercer y que tenía por fundamento ese derecho de crédito; con esa finalidad se instituía el mandatum in
rem suam(82). Queda claro que el mandatario no era un nuevo acreedor, sino solo un comisionado del acreedor con mandato irrevocable a partir de que la
fórmula del procedimiento se inscribiera a su nombre; pero, digno es señalarlo, tal solución no provenía del derecho sustancial, sino que era propia del
procedimiento romano de esa época, pues ello ocurría respecto de todos los mandatos judiciales y procesales(83).
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a) Comentario de la normativa del Código Civil derogado
Sabido es que el contrato de cesión de crédito, si bien se perfecciona como tal
por el solo consentimiento (art. 1140), requiere forma escrita (art. 1454)(87) y escritura
pública o acta judicial en el caso de los derechos litigiosos (art. 1455). Empero,
resulta oponible al deudor-cedido y a los terceros que pudieran tener intereses
legítimos a partir de sus respectivas notificaciones (arts. 1459, 1467 y 1468, 1459 y
1467).
Habida cuenta de tales requisitos formales y de los valores esenciales que se
tiene en vista para una adecuada circulación del crédito —v.gr., certeza en su
adquisición, rapidez en su negociación y seguridad en su realización final—, resulta
ilustrativo señalar las limitaciones que ofrece el contrato de cesión como medio
técnico-jurídico de circulación:
I. El acreedor-cedente, si bien responde por la existencia y legitimidad del crédito
al concertar el contrato, no responde por el buen fin de aquél en caso de insolvencia
del deudor-cedido, salvo que ella fuera anterior y tuviera carácter público (art. 1476).
II. Para que la transferencia del crédito surta efectos respecto del deudor-cedido
y de los terceros es imprescindible la notificación de la cesión en los términos
formales expresados antes, pues se corre el riesgo de ser desplazado por otro
cesionario que pueda haber notificado con anterioridad. Ello es así, para el caso de
que el acreedor-cedente hubiera transferido un mismo crédito a dos sujetos
distintos, situación anómala, pero factible. En tal caso, el cesionario que notificó
primero desplaza al otro, aunque el contrato de cesión se hubiera llevado a cabo
con anticipación (arts. 1459, 1466 y 1467, Código Civil de Vélez).
III. Sustancialmente, el escollo más grave radica en lo dispuesto por el art. 1474,
que acoge particularmente el principio romanista nemo plus iuris in alium transferre
potest quam ipse habet, uno de los pilares del derecho privado patrimonial,
consagrado expresamente en el art. 3270. Es en virtud de este principio que el
crédito cedido arrastra el sedimento —defensas y excepciones— de posibles
defectos, vicios y limitaciones que se hayan ido acumulando en las transferencias
de que ha sido objeto el crédito en cuestión. Es decir que esa posibilidad de que se
acumulen defensas y excepciones conspira directamente contra los valores
esenciales a que se ha hecho referencia supra.
IV. O sea que los inconvenientes señalados solo se vieron superados cuando
llegó una real y patente "objetivación del crédito con la creación de los títulos que
nos ocupan, pues en su circulación hacen que el crédito en ellos representado no
se confunda con ninguno de los patrimonios a través de los cuales pasa [...]
transportado por medio del título de crédito de un patrimonio a otro, manteniéndose
siempre íntegro e inalterable frente al deudor"(88).
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b.1) Forma
La cesión debe hacerse por escrito, sin perjuicio de los casos en que se admite
la transmisión del título por endoso o por entrega manual.
Empero, deben otorgarse por escritura pública:
a) la cesión de derechos hereditarios;
b) la cesión de derechos litigiosos. Si no involucra derechos reales sobre
inmuebles, también puede hacerse por acta judicial, siempre que el sistema
informático asegure la inalterabilidad del instrumento;
c) la cesión de derechos derivados de un acto instrumentado por escritura pública
(art. 1618).
b.2) Efectos
I. Como principio general se establece que la cesión tiene efectos respecto de
terceros desde su notificación al cedido por instrumento público o privado de fecha
cierta, sin perjuicio de las reglas especiales relativas a los bienes registrables (art.
1620).
II. Cuando existe concurrencia entre cesionarios sucesivos, la preferencia
corresponde al primero que ha notificado la transferencia al deudor (cedido), aunque
ésta sea posterior en fecha (sic) (art. 1622).
III. Sin embargo, realizadas varias cesiones coetáneamente sobre los mismos
derechos, y si "ellas son notificadas el mismo día, sin indicación de la hora", los
cesionarios quedan en igual rango (art. 1626)(89).
IV. En los contratos con prestaciones pendientes, cualquiera de las partes puede
transmitir a un tercero su posición contractual, si las demás partes lo consienten
antes, simultáneamente o después de la cesión. Si la conformidad es previa a la
cesión, ésta solo tiene efectos una vez notificada a las otras partes, en la forma
establecida para la notificación al deudor cedido (art. 1636).
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I. Se aplican a la cesión de derechos las reglas de la compraventa, la permuta o
la donación, según que se haya realizado con la contraprestación de un precio en
dinero, de la transmisión de la propiedad de un bien o sin contraprestación,
respectivamente (art. 1614).
II. Según el art. 1631, la garantía de evicción se rige, además de las normas
previstas en el Capítulo 26, por las normas establecidas en los arts. 1033 y ss. sobre
la obligación de saneamiento.
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b) Normativa según el Código Civil y Comercial
Al tratar los contratos particulares, el nuevo cuerpo legal no tipifica ni nomina
como tal a la delegación de deuda, incluyendo en la Sección 2ª del Capítulo 26, por
un lado, la "cesión de deudas", y, por otro lado, "la asunción de deuda.
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efectivización que en ciertos casos producían los instrumentos jurídicos
tradicionales de transferencia de los créditos, esto es, la cesión y la delegación.
El carácter sustancialmente dinámico que tienen tales negocios y la necesidad de
que la circulación de los créditos —en tanto circulación económica— contara con
instrumentos que permitieran llevar a cabo en forma idónea el tráfico en el ámbito
comercial, industrial y bancario, fueron los principales puntos de vista que se
tuvieron en cuenta para la elaboración de un sistema para los sujetos intervinientes
en esos negocios y transacciones(96).
Como lo hemos sostenido supra, se requiere tutelar suficientemente tres valores
esenciales de la circulación. Estos son:
a) Certeza de la existencia del crédito al tiempo de la adquisición del instrumento
jurídico que hiciera las veces de medio circulante. Es decir, que el sujeto a quien se
le transmite un crédito tenga la evidencia de que el derecho creditorio documentado
en el instrumento que recibe posee existencia cierta de acuerdo con el sistema
normativo que lo regula (art. 1830 del Código Civil y Comercial)(97).
b) Rapidez en las negociaciones que se suceden en las distintas etapas de la
circulación del crédito, que en tanto riqueza puede verse acrecentada por una mayor
velocidad en el ciclo circulatorio(98); ello se logró con un replanteo y remozamiento
—técnico-jurídico— de las formas tradicionales, aunque sin lesionar la seguridad de
las transacciones. Tal remozamiento se concretó por medio de la adopción de un
neoformalismo que iluminó los instrumentos a utilizar o, en otras palabras, por una
racional y adecuada simplificación de las formas que dio la necesaria agilidad y
fluidez a la implementación y la realización de las operaciones de cambio (art. 1830
del Código Civil y Comercial)(99).
c) Seguridad en la realización final (o cobro) del derecho de crédito cuya
transmisión se documenta en el instrumento jurídico que se le ha entregado. Esto
es, que el sujeto que recibió dicho documento, además de contar con la certidumbre
de la existencia del crédito, tenga las garantías suficientes de que ese crédito
documentado permanecerá inalterable e imperturbable(100) luego de las sucesivas
transmisiones de las que puede ser objeto (arts. 1816, 1821 y 1823 del Código Civil
y Comercial).
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estrictez y difícil enervación por parte del deudor, solo existe en el título valor en
tanto documento representativo de ese derecho especialísimo(106).
Junto con la vinculación existencial que hace necesario el documento para ejercer
el derecho, cabe señalar que éste, que es representado formalmente en un título
valor, vale y puede ser exigido por el acreedor de acuerdo con el tenor escrito en el
documento, y el deudor no puede modificar en sus alcances el requerimiento de que
es objeto con ningún otro instrumento o documento externo al título valor. Es decir
que el derecho cartular deberá ser reclamado y atendido cuando se torne exigible
de acuerdo con los términos textuales del documento; por ello se puede afirmar que
el derecho es de carácter literal(107).
Llegado este punto, debemos destacar que el derecho cartáceo emerge del título:
es un derecho de carácter autónomo, pues desde el punto de vista activo, quien
posea el documento ejercitará el derecho que en éste se represente sin que pueda
ser enervado en su reclamo en virtud de relaciones jurídicas existentes entre los
anteriores poseedores del título de crédito y el deudor requerido de pago; por su
parte, y desde el punto de vista pasivo de las relaciones cartáceas, es así en razón
de que cada uno de los firmantes del título —durante la circulación— ha establecido
una relación jurídica independiente de las relaciones anteriormente documentadas
en él, sin ninguna clase de conexidad entre ellas(108).
Ambas premisas se resumen en el carácter autónomo del derecho contenido en
el título valor, pues tal derecho nace en forma originaria (no derivada) para cada
adquirente del título en cada transmisión de éste. Cabe señalar que no es cuestión
de palabras decir que el derecho adquirido no proviene del tradens(109). Ello es así,
porque siendo el título un documento constitutivo del derecho que representa,
el accipiens, al recibirlo con regularidad formal, resulta propietario del documento y
titular del derecho que emerge directamente de título que, en tanto documento, como
enseguida veremos, tiene carácter de constitutivo(110).
El carácter autónomo del derecho cartular representa la consecuencia más
trascendente de la regulación que efectúa el sistema cartáceo: la no acumulación
de defensas y excepciones personales de cada sujeto interviniente en la circulación
del título, sistema que se aparta así del derecho común(111). Este último, como
sabemos, dispone que cuando se realiza, por ejemplo, una cesión de crédito, se
verifica una sucesión a título particular del crédito, del acreedor anterior al nuevo,
quien recibe el derecho en forma derivada. Éste viene a ocupar el mismo lugar de
quien le cedió el derecho, que es recibido con todas las defensas y excepciones de
su tradens (art. 1474 del Código Civil derogado), pues rige, como ya dijimos, el
principio romanista del derecho privado, que reza: "Nadie puede transferir un
derecho mejor ni más extenso que el que tiene" (arg. art. 3270 del Código Civil
derogado y art. 399 del Código Civil y Comercial). Este principio no rige respecto los
títulos valores, ya que por ser considerado una cosa mueble se produce dispersión
de las excepciones (arg. art. 3271 del Código Civil derogado). Es decir que en el
sistema que estamos estudiando el derecho no arrastra en cada transmisión los
vicios de las anteriores.
Para destacar este carácter autónomo se ha dicho que el poseedor de un título,
al serle transmitido éste, adquiere un derecho originario, que nace ex-novo para él
al recibir el título, fenómeno que se repite en cada transmisión(112) ulterior. Ésa es la
premisa general que se ha recogido en los nuevos textos legales respecto de la
generalidad de los títulos valores (arts. 1816 y 1821 del Código Civil y Comercial).
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b) Naturaleza jurídica, funciones y aptitudes de los títulos
valores
De las nociones expuestas sobre los caracteres de los títulos valores, en tanto
documentos, surge su indiscutible naturaleza jurídica de cosa mueble(113). Esta
afirmación halla su fundamento en que el papel del instrumento o sustrato material
que sirve de soporte para representar, en forma documental, la declaración
unilateral de voluntad con contenido económico, resulta ser, una vez firmada por su
librador (o emitente), el derecho creditorio de características muy particulares que
se designa como derecho "cartular" (o cartáceo o documental).
Teniendo en cuenta esa naturaleza jurídica de cosa mueble, conviene recordar
que jurídicamente una cosa vale, en principio, por su materialidad y en la medida en
que esa materialidad se baste a sí misma para satisfacer una necesidad concreta.
Se podrá afirmar que la cosa en cuestión posee un valor de cambio, que se designa
como "valor intrínseco"(114). En el caso de los títulos valores, éstos son cosas
muebles que pueden carecer, casi, de valor intrínseco si se las considera en su
materialidad instrumental, aunque en general cuentan con un valor extrínseco, que
puede ser considerable. En ellos, su valor intrínseco o corporeidad es un elemento
secundario, que reviste interés o valor en tanto sirve de apoyo al otro elemento que
se puede representar en ellos.
Evidenciada su naturaleza jurídica de cosa mueble, reconocida en forma plena
tanto en la doctrina como en la legislación comparada, tanto sobre la materia cartular
y cambiaria, resulta necesario señalar sus características como documento.
Los títulos valores son, desde esa perspectiva jurídica, instrumentos escritos en
los que el sujeto firmante ha vertido o incorporado representativamente una
declaración unilateral de voluntad con contenido económico. A partir de la
clasificación romana que distinguió los instrumentos en el ámbito del derecho según
fueran representativos de una declaración de verdad o de una declaración de
voluntad —designando a los primeros como documentos declarativos, también
llamados "probatorios", mientras que los segundos eran considerados documentos
constitutivos—, se puede afirmar que los títulos valores se ubican entre estos
últimos(115).
El fundamento de tal afirmación surge de la estructura del título de crédito, pues
desde un punto de vista dogmático ella está integrada por el instrumento, como
sustrato material, y el derecho que se le incorpora mediante la declaración unilateral
del firmante, transformando el hasta entonces instrumento en un documento(116)y,
de acuerdo con la clasificación mencionada, en un documento constitutivo, pues
éste pasa a ser condición necesaria para aquél. En otras palabras, el documento
constitutivo deviene condición de existencia de la relación jurídica cartular que en él
se ha representado(117).
Para concluir esta breve exposición de las nociones preliminares sobre los títulos
valores, corresponde perfilar la situación que requiere el sistema en tratamiento para
considerar a un sujeto en condiciones de ejercer el derecho representado en un
título de crédito. Dicha situación se designa con el nombre genérico de legitimación,
y se la puede conceptualizar como la situación jurídica regulada por el sistema
sustancial (o de fondo) que regula los derechos cartulares y que determina los
recaudos formales necesarios que debe reunir un sujeto que posee un título valor
para ejercer los derechos que de éste surjan(118).
Tal situación jurídica sustancial es bifronte, es decir que el sistema cartular y
cambiario prevé la existencia de un legitimado activo y un legitimado pasivo. El
primero de ellos es el sujeto que posee el título luego de que éste ha cumplido
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regularmente las formalidades de su ley de circulación (art. 1819 del Código Civil y
Comercial). En consecuencia, es requisito mínimo como tal, común a las tres clases
de títulos valores(119), poseer el título el título valor —aspecto real de la legitimación—
, debido a su naturaleza de cosa mueble y a su vocación de documento constitutivo.
El requisito mencionado es suficiente en los títulos de crédito al portador; en ellos,
la sola tradición basta para legitimar al sujeto que de buena fe lo recibe (art. 1837
del Código Civil y Comercial). En los títulos a la orden se requiere el previo endoso
del documento (arts. 1839 y 1842 del Código Civil y Comercial) y en los títulos
nominativos se debe agregar a los dos requisitos mencionados —posesión y
endoso— la anotación de la transmisión, o sea el transfert, en los registros del
emisor del título de crédito nominativo (arts. 1847 y 1849 del Código Civil y
Comercial).
Con tales condiciones formales, el poseedor del título se halla legitimado desde
el punto de vista activo para ejercer todos los derechos que concede aquél. El sujeto
que al vencimiento del título sea requerido de pago por el poseedor que reúna tales
requisitos, si cumple la prestación documentada con su firma en el título que se le
presenta, lo hace con efectos cancelatorios, pues, en tal caso, en el ámbito se lo
considera legitimado desde el punto de vista pasivo. Esta afirmación permite
conceptualizar la legitimación, desde el punto de vista pasivo, como la situación
jurídica en la cual el sujeto deudor de una relación de obligación cartácea no tiene
que comprobar la verdadera propiedad del derecho cartular que se le requiere
cumplir, pues la sola verificación formal o extrínseca del sujeto requirente que le ha
presentado el título, luego de haber cumplido con la ley de circulación del
documento, lo habilita a satisfacer la prestación con efectos cancelatorios, aunque
el sujeto presentante no sea en realidad el propietario del documento ni el titular del
derecho representado en el título (arts. 1817 y 1819 del Código Civil y
Comercial)(120).
13. Generalidades
Decíamos en los años ochenta del siglo pasado que luego de haber suministrado
las nociones económicas sobre la circulación y las prenociones dogmáticas mínimas
que permitan profundizar en los conceptos jurídicos específicos, correspondía
exponer cómo se había elaborado la teoría general de los títulos de crédito,
presentando esquemáticamente su contenido(121).
Estamos persuadidos de que, a partir del anuncio del profesor de la Universidad
de Roma, César Vivante, quien en el Prólogo de la primera edición italiana de
su Tratado de derecho mercantil —fechado en Bolonia el 1/5/1896— dijo "que en
este volumen se ofrece una tentativa original, quizás no indigna de detener la
atención de los críticos, entre multitud de teorías muertas al nacer, es la teoría
general de los títulos de créditos, construida tanto sobre el Código como sobre
numerosas leyes especiales que regulan los títulos de crédito en particular"(122),
indefectiblemente se debe observar en esta materia la progresión sistemática que
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se ha seguido en el dictado de la cátedra universitaria, a partir de la cambiale tratta y
la cambiale propria (i.e., la letra de cambio y el pagaré)(123).
b) Fundamentación técnico-científica
Expuesta sintéticamente la metodología seguida en la práctica para sistematizar
y elaborar una teoría general —tarea en la cual, transitando ese primer tiempo
metodológico de inducción a partir de la letra de cambio, se pasó a la aplicación de
aquellos principios y caracteres esenciales, comunes a todos y cada uno de los
títulos que los poseyeran—, fueron catalogados los títulos valores y tenidos por
integrantes del sistema general en elaboración, ello como procedimiento lógico-
jurídico para producir un sistema especial, que se ha designado como "simplificación
de la hipótesis"(130).
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Con este procedimiento se explica y fundamenta la postura del científico que,
teniendo en vistas las necesidades del comercio, desea instaurar un ordenamiento
normativo que regula documentos especiales utilizables en la circulación de los
bienes en general y de los créditos en particular, con la finalidad de hacer de tales
títulos vehículos rápidos y eficaces que reemplazarían ventajosamente los medios
tradicionales utilizados hasta entonces(131).
c) Recapitulación metódica
Atento a lo expuesto y siguiendo, exclusivamente, la fuente citada podemos decir
que la "simplificación de la hipótesis" o "simplificación analítica de las condiciones
legales"(132) como procedimiento lógico se lleva a cabo, en un principio, eliminando
de las relaciones jurídicas del ordenamiento en elaboración (en este caso, el sistema
cartular) los elementos que resulten neutros, contrarios o poco maleables para el
sistema que se desea producir, tornándolos jurídicamente irrelevantes; tal modo de
proceder lo podemos denominar "acción negativa de la hipótesis".
En un segundo paso ideal, se escogen los elementos útiles e idóneos para la
finalidad científica propuesta y se les atribuye efectos jurídicos propios, específicos
y genuinos, que son en general independientes y distintos de los efectos que el
ordenamiento jurídico común les otorga: ésta es la acción positiva del procedimiento,
el cual, elaborado en el terreno técnico-científico por el doctrinario, debe ser
plasmado por el legislador en el derecho positivo(133).
Creemos conveniente acotar que si bien se menciona la "simplificación de la
hipótesis" como fundamentación de la autonomía del derecho cartular que contiene
el título valor(134), entendemos que se debe ampliar y extender a toda la teoría
general de los títulos(135) de modo análogo al criterio investigador con que Vivante
efectuó la observación, sistematización y generalización de los elementos y
caracteres a partir de la letra cambio, título valor arquetípico(136).
Habida cuenta de ello, resta poner de manifiesto el procedimiento rigurosamente
científico seguido por el maestro italiano que jerarquiza aún más la doctrina
vivantiana; puede ser resumido así:
Partiendo de la estructura documental del título valor por excelencia (la letra de
cambio), distinguió los elementos que la componen como tal: el documento, como
sustrato material, y el derecho en él representado, su valor económico, evidenciando
sus caracteres genuinos para determinar su esencialidad, único medio científico de
llegar al concepto o definición del título valor, esto es, la determinación permanente
del objeto(137) que se pretende conocer.
a) Introducción
424
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Al considerar el tema en esta oportunidad, debemos distinguir la situación
legislativa existente, para atribuir con precisión las funciones que debe cumplir la
teoría general según las condiciones del derecho positivo vigente.
Ello es así, pues resulta claro que en el tramo recorrido supra, al no existir normas
específicas que regulen los aspectos generales de la teoría general que nos ocupa,
debimos utilizar ciertas pautas interpretativas para la aplicación de los principios
dogmáticos fundamentales. A partir de la vigencia del Código Civil y Comercial, hay
que tener en cuenta las normas genéricas y específicas que éste incluye, a las que
nos referiremos más adelante al glosar su contenido.
c) La situación actual
Habrá que resolver las cuestiones a la luz de la norma que trae el art. 1834 del
Código Civil y Comercial, que ha seguido a la letra su fuente, el art. 1876 del
Proyecto de 1998, que establece:
"Art. 1834: Aplicación subsidiaria. Las normas de esta Sección: a) se aplican en
subsidio de las especiales que rigen para títulos valores determinados; b) no se
aplican cuando leyes especiales así lo disponen, incluso en cuanto ellas se refieren
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a la obligatoriedad de alguna forma de creación o circulación de los títulos valores o
de clases de ellos".
Siguiendo las premisas hermenéuticas de otros trabajos ya efectuados sobre
interpretación y aplicación de un texto legal, consideramos que la regla legal
transcripta, incluida dentro de la formulación de una disciplina del título valor o de
crédito como figura genérica (arts. 1830 y ss. del Código Civil y Comercial), es una
innovación trascendente, por la cual esos documentos han sido consagrados como
una categoría jurídica ubicada a la par, por ejemplo, de los contratos.
Sin embargo, por un lado, hay que tener en cuenta la regla legal contenida en el
art. 1834, que es similar a la incluida en el art. 2001, 1ª parte, Código Civil italiano
de 1942, pues tiene carácter subsidiario, como reza el título con el que nuestro
legislador ha denominado la regla legal citada. Por otro lado, deberá cumplir una
finalidad integradora de la regulación legal determinada de alguna especie singular
de alguno o algunos títulos valores, cuando tal regulación exista pero se manifieste
deficiente.
Queda por resolver —porque no resulta patente de la ley, sino que
necesariamente se debe extraer de la articulación con otras normas legales
determinadas— si las normas que tienen ese carácter específico, como es el caso
de las incluidas en las leyes sobre letra de cambio, pagaré y cheques, que han sido
indudablemente de continua aplicación para otros títulos valores no cambiarios, y en
su condición de "leyes especiales" han sido colocadas fuera del alcance de las
normas generales sancionadas con el Código Civil y Comercial, se pueden o no
seguir aplicando a los títulos valores o de crédito, distintos de los títulos clásicos
mencionados, que ya existen o puedan ser creados por nuevas leyes particulares "a
menos que estas últimas expresamente lo prohíban" (arg., a contrario sensu, art.
1834).
Sin perjuicio de reconocer que se trata de una cuestión delicada y opinable,
consideramos que de la articulación efectuada que ensambla las disposiciones que
rigen la especie, el reenvío es procedente pues con la posición adoptada se reafirma
el principio de hermenéutica que hace predominar la disciplina particular que incluye
normas específicas, prevaleciendo sobre la disciplina general prevista en el Código
Civil y Comercial.
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A tal efecto, nos limitaremos a las más usuales en doctrina. Su diversidad
responde a distintas circunstancias, aunque todas tienen en vista un mismo fin:
lograr una denominación que traduzca de manera adecuada y comprensiva la
verdadera esencia de estos documentos. Por hipótesis, las distintas opiniones
doctrinales parten de la base de que la expresión literal "títulos de crédito" —que
venimos utilizando como lo hace la mayoría de los autores, y que estamos contestes
en que es la más adecuada— peca por defecto, ya que no resulta comprensiva de
todos los títulos que, contando con los caracteres esenciales de necesidad,
literalidad y autonomía, integran la teoría general; por ejemplo, los títulos de
participación, como es el caso de las acciones de sociedad, o los títulos que otorgan
un derecho real, como el conocimiento de embarque. Es decir, no sería comprensiva
de aquellos documentos no tienen representado un derecho de crédito en sentido
estricto.
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Las consideraciones críticas sobre la denominación "títulos valores" pueden ser
desarrolladas desde una doble perspectiva. En primer lugar, se debe enjuiciar su
génesis —la cual, como dijimos, se remonta a la obra de Brunner—, pues tal
expresión es usada en Alemania para designar todos los documentos cuya
presentación resulta necesaria para el ejercicio del derecho a que ellos se
refieren(156), es decir que abarca documentos que no son títulos de crédito, esto es,
documentos que pueden conceder un derecho que no sea literal ni autónomo.
Por otra parte, no se debe olvidar que la definición de Brunner, quien seguía la
tónica de las ideas alemanas de su época, solo destaca el carácter necesario del
documento, postura que es consecuente con lo sostenido antes, pero que fue
criticada por Vivante en razón de que en una definición no se puede dejar de lado
"al elemento generador de toda la disciplina jurídica, esto es: el carácter literal y
autónomo del derecho que en él se menciona"(157).
Por tanto, puede considerarse que el defecto es genético y que la expresión
"títulos valores" resulta inapropiada pues, al tenor de lo manifestado, comprende
documentos que no cuentan con los tres caracteres esenciales de los títulos de
crédito; tal es el caso de los títulos de legitimación(158).
Desde otra perspectiva, aunque reconociendo su causa mediata en la crítica ya
efectuada, podemos decir que la expresión "títulos valores" resulta imprecisa por
demasiado amplia, pues da pie para tener por comprendida en ella a la moneda de
papel(159), como, asimismo, a otros títulos que representan valores sin ser títulos de
crédito, como es el caso de un título de propiedad(160) o varios otros de los llamados
"títulos de legitimación".
Teniendo en cuenta lo dicho, cabe concluir que la expresión "títulos valores",
técnicamente considerada, peca por exceso, pues en rigor —como se dijo—
comprende no solo los títulos de crédito, sino otros documentos que no cuentan con
los caracteres genéricos y esenciales que tipifican a los documentos que nos
ocupan. Esto es: necesidad, literalidad y autonomía(161).
Nos interesa señalar aquí que el Código Civil y Comercial, en su Libro Tercero,
Título V, los trata en su Capítulo 6, denominado genéricamente "Títulos valores", sin
perjuicio de que incluye algunas otras clases de títulos. Por nuestra parte, siguiendo
el criterio del autor catalán Langle, eventualmente utilizamos y utilizaremos como
sinónimos las expresiones "títulos de crédito" y "títulos valores".
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Con respecto a la designación "instrumentos negociables", que deriva
de negotiable instrument, expresión utilizada en el derecho anglosajón, ella solo
comprende los títulos que representan sumas de dinero(177), tales como la letra de
cambio (bill of exchange), el cheque —en sus tres formas: a) cheque al portador
(bearer cheque), b) cheque a la orden (order cheque), y c) cheque abierto (open
cheque o bar cheque o uncrossed cheque), el cual es pagadero al portador (holder)
contra su presentación en la caja (over the counter)(178)— y, por último, el pagaré a
la orden (promissory note), con su forma al portador (payable on demand to bearer),
bien conocido como el Banco de Inglaterra(179), y los warrants (dividend
warrants)(180).
Empero, no son instrumentos negociables: a) el reconocimiento de deuda (ILOY);
b) la carta de crédito (letter of credit); c) el conocimiento de transporte (bill of lading);
d) las acciones de sociedades, sus certificados (share certificates), sus resguardos
(share warrants)(181).
Habida cuenta de ello, nos hacemos eco de las expresiones del Dr. Matienzo,
quien al prologar la obra póstuma de Yadarola dice: "la denominación negotiable
instrument del derecho anglosajón [...] solo comprende los títulos representativos de
dinero, y no aquellos que representan servicios, o participaciones sociales"(182).
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permanente o invariable) con contenido económico que representa o emerge del
título;
b) por ello, insistimos, desde el punto de vista patrimonial, el título de crédito
siempre contiene para el sujeto activo (o acreedor) un crédito, sea que el objeto de
la obligación cartácea resulte una prestación de dar o hacer, y desde la perspectiva
del sujeto pasivo (o deudor) es una deuda, pues se trata de una actividad o conducta
debida, que como tal, en el ámbito de las relaciones negociales, puede ser objeto
de una valuación o estimación económica: ésta es otra de las razones que justifican
la aceptación y adopción de la denominación "títulos de crédito"(186).
a) Generalidades
Sin perjuicio de haber adelantado opinión sobre nuestra preferencia por la
denominación "títulos de crédito" en atención a los fundamentos dados supra, y
reiterando que ambas expresiones son de uso sinónimo en estos actuados(187),
efectuamos aquí la glosa o los comentarios que el nuevo texto sancionado, en
nuestro concepto, merece.
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b.3) Títulos valores no cartulares
Tomando la denominación de esta especie en sentido literal, sin perjuicio de las
consideraciones críticas que exponemos infra, se debe enfatizar sobre el carácter
inmaterial de los llamados "títulos" (incorpóreos) no representados en soporte papel,
que participan del fenómeno de la desmaterialización de los títulos valores o de
crédito(188). Es decir, se trata de un título que en rigor no es título, puesto que no
tiene nada de tangible.
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medios propios de la informática, de la cual surge la legitimación del título registrado
para el ejercicio de los derechos (autónomos) respectivos(191).
c) Conclusión
Consideramos que lo correcto sería denominar a los primeros simplemente
"títulos valores" (o "títulos de crédito") y a la segunda especie "derechos de
circulación autónoma", no incorporados a instrumentos o títulos materiales.
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derecho literal y autónomo, cuya posesión es necesaria para el ejercicio de ese
derecho"(204).
La definición de Yadarola reviste una considerable importancia desde el punto de
vista didáctico, ya que distingue con precisión los dos elementos estructurales del
título valor(205). Es decir, señala el derecho que se halla representado en forma
documental, y el documento, que es la cosa representativa de ese derecho, el cual,
a su vez, constituye su valor económico.
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constitutivo del derecho que representa, resulta objeto de las relaciones reales que
sobre él se pueden establecer, v.gr., tenencia, posesión, prenda, propiedad,
usufructo(210).
Desde un punto de vista más específico, esto es, en el ámbito del derecho
cartular, se reedita su naturaleza jurídica de cosa mueble, ya que su régimen de
circulación se halla regulado básicamente según esa naturaleza jurídica, con las
modificaciones que resultan de la esencia del régimen especial y propio de los títulos
de crédito, calificado y cualificado por la respectiva ley de circulación de cada clase
de los títulos (v.gr., al portador, a la orden o nominativos, arts. 1837, 1838, 1847 y
1848 del Código Civil y Comercial)(211).
En efecto, durante la vigencia el Código Civil derogado, las normas que rigieron
la circulación de la cosas muebles naturales (art. 2412 del Código Civil derogado)
se aplicaron con una limitación, esto es, que en el ámbito del sistema cartáceo la
posesión vale como título, siendo irrelevante que el documento hubiera sido robado
o perdido, si se había cumplido formalmente con su ley de circulación y no se hubiera
probado la mala fe del actual poseedor, concepto doctrinario que ha sido
específicamente ratificado por los arts. 1816 y 1819 del Código Civil y Comercial.
Tal regulación en el sistema cartular, que no llega a aplicar la totalidad del régimen
de circulación y transmisión de las cosas muebles, ha llevado a afirmar que el título
valor es regulado como si fuera una cosa mueble, negando en cierto modo lo
expresado sobre la naturaleza jurídica sostenida hasta aquí.
Por ello debemos hacer hincapié en que la postura negativa no resulta
inconveniente para sostener que el título de crédito es una cosa mueble y como tal
se halla regulado en nuestro ordenamiento jurídico. Lo que ocurre, en nuestro
concepto, es que esta cosa mueble —el título de crédito— tiene un régimen
específico que atiende a una serie de connotaciones propias y particulares, entre
las cuales podemos señalar:
I) el prevaleciente valor extrínseco o representativo del título, en tanto documento
constitutivo, frente al casi nulo valor intrínseco, que en las cosas muebles, por su
naturaleza, resulta el más importante;
II) el mutuo intercambio de características propias que se produce entre los
elementos estructurales del título de crédito, que no aparece en las cosas muebles
por su naturaleza;
III) la tónica impresa al sistema cartular por medio del neoformalismo que
patrocina la simplificación de las formalidades documentales en la transmisión del
título, las cuales, cumplidas extrínsecamente en forma regular, permiten la
adquisición a non domino al sujeto que no conozca la circunstancia de que se trata
de un título robado o perdido;
IV) particularmente, el cumplimiento de la ley de circulación del título según su
especie, que es quizá lo que pone de manifiesto la diferencia sustancial entre el
régimen del sistema cartular y el del derecho común.
Tales afirmaciones, sostenidas en obras anteriores, son aplicables desde el punto
de vista dogmático, aun a la luz de una regulación general de los títulos valores o
de crédito, puesto que ellos antes y ahora tienen su fundamento y finalidad "en favor
de la circulación". Es decir que el título se halla orgánicamente estructurado para el
desplazamiento del crédito de portador a portador, por lo que se puede considerar
vigente "el resultado de movilizar el derecho de crédito y de facilitar su circulación,
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según las exigencias de todos los tiempos, pero que solamente el título de crédito
ha conseguido realizar idóneamente"(212).
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que la ley impone, el ordenamiento jurídico no les otorga virtualidad creativa de
derechos hereditarios o de sociedad regular, etc., pues en ellos, como en los títulos
valores, la existencia del derecho va ligada a la creación del documento, de modo
tal que el primero no puede nacer sin el segundo(222).
Habida cuenta de lo expuesto, estamos contestes en que es constitutivo el
documento que se particulariza, principalmente, por su aptitud o poder creativo
respecto del derecho contenido en él, de carácter originario, exclusivo y
predominante(223).
La justificación lógico-jurídica del carácter constitutivo del documento, en tanto
título valor, se ubica en el terreno dogmático en el particular e íntimo modo en que
están vinculados o compenetrados ambos elementos estructurales del título de
crédito —i.e., el documento, en tanto cosa, y el derecho, en tanto declaración
unilateral de voluntad en él representada (arg. arts. 1800, 1814 y 1815 del Código
Civil y Comercial)—, pues aparecen unidos en un mutuo condicionamiento
existencial en el ámbito de las relaciones cartáceas: el derecho es cartular gracias
a que ha sido incorporado en el título(224).
Hemos visto que junto a la aptitud probatoria que tiene el título valor, en tanto
instrumento que da cuenta o prueba un hecho o relación fáctica relevante para el
derecho, aparece la aptitud constitutiva, por la cual el documento resulta
imprescindible para el nacimiento del derecho cartular. A la par de ellas se alinea la
aptitud dispositiva de estos documentos, que consiste en que el título valor, en tanto
existe, resulta instrumento necesario e imprescindible para ejercer o disponer el
derecho que en él se ha incorporado representativamente. En efecto, sin el
documento dispositivo no hay manera de servirse del derecho, ya sea para
transferirlo, ya sea para su ejecución y aun para su extinción. Es decir que no tiene,
en este caso, la sola función de probar el derecho o la de constituirlo, sino la función
preponderante de atribuir la exclusiva disponibilidad al que legítimamente posee el
título(225).
Ratificando lo expuesto, diremos, por vía de ejemplo, que todos los documentos,
en general, pueden tener aptitudes probatorias en tanto den razón o sirvan para
acreditar un hecho o relación fáctica para el derecho.
Algunos documentos poseen también aptitudes constitutivas, en tanto resulten
condición de existencia del derecho que en ellos se ha incorporado
representativamente. Esto ocurre, además de los títulos valores —como ya
dijimos—, con el testamento, pues si el testador no vuelca en forma documental, con
los requisitos que la ley exige, su voluntad de instituir herederos, tal acto no tiene
eficacia jurídica(226); ello también se da en el contrato de sociedad comercial regular.
Empero, en estos dos casos la posesión del testamento o del contrato social, en
tanto documentos constitutivos del derecho, no resulta condición para el ejercicio de
los derechos que de ellos emergen. Es decir, si bien tienen aptitudes y pueden
cumplir funciones probatorias y constitutivas, no poseen aptitudes dispositivas.
Solo los títulos valores tienen aptitudes probatorias, constitutivas y dispositivas,
en cuanto, además de resultar instrumentos idóneos para acreditar el derecho en
ellos representado, su posesión y, en su caso, la presentación, es imprescindible
tanto para dar nacimiento a ese derecho como para ejercerlo, esto es, transferirlo,
disponerlo y, aun, extinguirlo(227).
Conviene destacar que no se trata de que en el ámbito de las relaciones cartáceas
el título valor carezca de aptitudes probatorias, sino que éstas se ven absorbidas por
las aptitudes constitutivas y dispositivas, que permiten adquirir, transmitir y disponer
del derecho representado en el título a quien disponga del documento en las
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condiciones formales de regularidad determinadas para cada clase de título, según
sea al portador, a la orden o nominativo(228).
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Para reconocer tales características en la declaración cartácea, no obsta la
circunstancia de que en algunos títulos valores causales —como la carta de porte,
(art. 168 del Código de Comercio derogado); el warrant (arts. 8º y ss., ley.
9643, etc.)— el acreedor que es portador legitimado tenga que cumplir
determinadas actividades, que en doctrina se conceptúan como cargas o deberes
sustanciales(234), pues su cumplimiento no atañe a la perfección ni a la existencia de
la obligación cartular, sino a los recaudos instrumentales impuestos por el sistema
a los tenedores o portadores de esos títulos valores, para asegurar la fácil, rápida y
segura comprobación de su circulación regular y, por ende, la posibilidad cierta de
cumplimiento cancelatorio, balanceando así, armoniosamente, los valores
esenciales de la circulación (certeza, rapidez y seguridad) con los valores
fundamentales y genéricos (justicia y equidad) del orden jurídico todo.
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Estudiantes de abogacia EA! - EA! GRADuados
significar la relación de necesidad que existe entre el derecho y el documento, ha
dejado su impronta entre la casi totalidad de los autores que tratan el tema.
Empero, la mencionada y un tanto conflictiva expresión "incorporación" ha sido
adoptada, expresa y textualmente, por el art. 1815 del Código Civil y Comercial al
exponer el concepto de título valor, donde dice: "Los títulos valores incorporan una
obligación incondicional e irrevocable de una prestación y otorgan a cada titular un
derecho autónomo, sujeto a lo previsto en el art. 1816; por ello consideramos una
gran responsabilidad develar, en todo lo que está a nuestro alcance, los verdaderos
y reales aspectos jurídicos que ella ha tenido(241).
b.1) A. Asquini
El profesor emérito de la Universidad de Roma(242), al estudiar la circulación del
derecho documentado en el título de crédito, comienza manifestado que,
materialmente, el título de crédito es una hoja de papel en la cual el deudor escribe
y subscribe la obligación que nace de un determinado negocio jurídico; y que, por
consiguiente, es propia de ese negocio (mutuo, compraventa, transporte, etc.), de
lo que se sigue que el documento resulta ser así un sumario unilateral y estilizado
de la relación jurídica integrado por los elementos literales más simples a fin de que
sea idóneo para la circulación como documento que puede servir de patrón
representativo del derecho correspondiente.
El documento viene de esta suerte a ser considerado como una res:
una res particular a la cual no se da el valor de la materia prima de que está
compuesto (carta filigranata), pero la escritura que en él figura cumple la función
jurídica a que la hoja de papel está destinada como vehículo del derecho
documentado. Quiere esto decir que el título ni constituye ni afirma el derecho, mas
lo lleva consigo. Adonde va el título, va el derecho. Quien se encuentra en una
determinada relación con el documento, se encuentra en una correlativa relación
con el derecho documentado. Pero, además, la posesión del documento deviene
esencial en cualquier momento de la vida del derecho, para que éste pueda
ejercerse. Éste es el mecanismo jurídico de la "incorporación del derecho en el
título", lo que significa que el derecho sobre el título (derecho externo) lleva consigo
el derecho al título (derecho interno).
Más adelante, este autor manifiesta que, por un lado, el título de crédito tiene
función constitutiva, respecto de la obligación cartolare y el derecho correlativo. Por
otro lado, señala que para comprender en forma cabal el fenómeno de la
incorporación, es necesario y esencial tener en cuenta que la titularidad del
derecho cartolare está ligada al derecho de propiedad sobre el título en cuanto res y
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circula con la propiedad de aquél, y esto significa que el titular del derecho ex
titulo es el sujeto que durante la circulación deviene sucesivamente propietario del
documento que ha incorporado el derecho de crédito.
Concluye diciendo que el mencionado mecanismo legal de la denominada
"incorporación del derecho en el título" es una expresión metafórica, con todas las
imperfecciones de la metáfora, pero sin duda es eficaz.
b.2) Bracco
Este conocido discípulo de Vivante, como no podía ser de otra manera, considera
—al igual que su maestro— que el vocablo "incorporación" es una expresión
metafórica y práctica que en rigor no tiene un valor dogmático, pues solo permite
facilitar el discurso respecto del sistema general de los títulos. A esos efectos,
desmenuza el asunto explicando: "Ciertamente, no me parece oportuno acoger
como conquista definitiva de la dogmática del derecho el concepto de incorporación
del derecho en el título, desde el momento en que no puede decirse con verdad que
tal concepto haya tenido una elaboración adecuada para la preeminencia absoluta
que se le otorga al explicar los caracteres de los títulos de crédito (...). Es (o resulta)
preciso, sin embargo, sustituir a la esterilidad dogmática de la incorporación el
concepto que el documento contiene el derecho, pero es imprescindiblemente
necesario para su constitución y, salvo ciertos casos, para su ejercicio. La metáfora
del derecho incorporado en el título, una vez ingresada en la terminología jurídica,
acabó por adquirir consistencia, que ciertamente dista mucho de ser la que le
corresponde en realidad, y de simple medio utilizado para facilitar el discurso, logró
colarse como dato dogmático(243).
b.3) F. Campobasso
Al tratar el tema de la incorporazione, este profesor de la Universidad de Nápoles
considera que se trata de una ficción legal que consiste en entender que el objeto
de la circulación es el documento (cosa mueble) en lugar del derecho mencionado
en él, mientras que en realidad es todo lo contrario, pues quien adquiere un título de
crédito, lo que quiere es adquirir el derecho mencionado en la hoja de papel. Sin
embargo, por una ficción se permite establecer un vínculo (o relación jurídica)
especial de documento (bien mueble) y el derecho en él mencionado (bien
inmaterial) para superar en forma radical todos los inconvenientes propios de la
cesión de crédito. Concluye por afirmar que la conexión se expresa sucintamente
diciendo que el derecho se ha incorporado al documento, lo que permite pasar de lo
abstracto a lo concreto y nada más(244).
b.4) F. Carnelutti
Como respecto de otros temas jurídicos (sobre derecho procesal, derechos reales
y metodología del derecho), este brillante autor italiano señala su posición crítica,
hasta contraria, sobre el tema que nos ocupa. O sea que no solo considera
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impropio el empleo de la voz "incorporación" en virtud de su carácter metafórico,
sino que además enjuicia la idea misma de lo que se trata de expresar con ella. En
efecto, como precisamente se piensa que el derecho de crédito va incorporado en
el título y es por lo mismo inseparable de él, la tutela del adquirente de buena fe
suele representarse en el sentido de que la adquisición del derecho interno depende
de la adquisición del derecho externo. Esto es un error, dice Carnelutti, porque la
ley, que de ciertos hechos hace depender la adquisición de uno como la adquisición
del otro, no quiere decir que todos los hechos que son idóneos para adquirir el
primero hagan también adquirir el segundo, y viceversa(245).
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b.9) A. Florentino
Profesor de nuestra materia en la Universidad de Nápoles, este jurista realiza —
a la luz del derecho positivo emergente del Código Civil italiano de 1942— una prolija
y profunda exposición sobre el tema que titula "La incorporazione del diritto nel
documento"(255), con precisos comentarios sobre la doctrina italiana, respecto de la
naturaleza y los efectos jurídicos allí regulados, pero sin entrar en consideraciones
acerca de los aspectos semánticos, gramaticales o de significado de la expresión
que nos ocupa.
Florentino parte en su exposición de la idea de que el título de crédito se distingue
de otros documentos constitutivos (es decir, es indispensable para la existencia
jurídica de la declaración que en ellos se ha documentado) pues se trata de un
documento necesario para el ejercicio del derecho cartolare y para la adquisición de
éste en forma autónoma: por lo tanto, cae dentro de la categoría de documento
constitutivo con función dispositiva(256). Entre documento y derecho documentado
hay una conexión, no solo original sino permanente, conexión que se indica
gráficamente como incorporación del derecho en el documento(257).
Por esas razones jurídico-legales el derecho cartolare solamente puede ser
ejercido por quien tiene la posesión del título de crédito (art. 1992 del Código Civil
italiano), que corresponde a las personas que se encuentran en una determinada
posición, de modo que el derecho se obtiene a través de la adquisición del
documento. Por ello se dice que el derecho del título sigue al derecho al título (a
diferencia de lo que ocurre en la cesión ordinaria de crédito) Además, no hay
restricciones al derecho cartolare si ellas no surgen del título (arts. 1997 y 2024 del
Código Civil italiano).
La consecuencia más importante de la incorporación es, para Florentino, la
materialización del derecho cartolare(258), derecho que sustancialmente circula
según las reglas de circulación de las cosas muebles(259). Concluye este autor que
el derecho cartolare adquiere así carácter ambulatorio o propter rem(260).
b.10) J. Garrigues
Consideramos oportuno adelantar que, en sustancia, don Joaquín Garrigues: a)
califica el término "incorporación" como una expresión metafórica; b) considera que
permite describir adecuadamente la "razón biológica" del sistema de títulos valores
(o de crédito) y c) concluye por señalar que el derecho no se funde con el documento
y por ello existen normas legales que permiten la amortización (o cancelación) del
título de crédito y así hacen cesar los efectos del fenómeno de la incorporación.
Esas premisas surgen de los conceptos que transcribimos a continuación, del
recordado maestro español, que dijo que en los títulos valores el nacimiento del
derecho puede o no ir ligado a la creación del título (hay títulos valores dispositivos
—letra de cambio— y no dispositivos —acción de una sociedad—). Pero el ejercicio
de ese derecho va indisolublemente unido a la posesión del título. Esto es
consecuencia de que en los títulos valores el derecho y el título están ligados en una
conexión especial, distinta de la propia de los demás documentos relativos a
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derecho. En ellos la comunidad de destino entre el título (cosa corporal) y el derecho
(cosa incorporal) es absoluta, como es distinto el sentido de relación de dependencia
entre ambos elementos. En los títulos ordinarios el documento es accesorio del
derecho: quien tiene el derecho, tiene también derecho a obtener el título. En los
títulos valores el derecho es accesorio al título: quien tiene el título es titular del
derecho, y no hay derecho sin título. La dependencia es aquí del derecho respecto
al documento. Y como el documento es una cosa mueble, el derecho queda
sometido al tratamiento jurídico de las cosas muebles. Con ello se amplía el ámbito
del derecho de cosas, al extenderlo a las cosas incorporales (derecho de los títulos
valores) e introducir en él una nueva especie de cosas: el título, cuyo valor no reside
en sí mismo, sino en el derecho que documenta. Para finalizar, afirma que todas las
definiciones del título-valor giran alrededor del mismo concepto: la atribución del
título a una persona como presupuesto del ejercicio del derecho mencionado en el
título. El derecho derivado del título (derecho de crédito, generalmente) sigue al
derecho sobre el título (derecho real). Título-valor es un documento sobre un
derecho privado cuyo ejercicio está condicionado jurídicamente a la posesión del
documento.
Efectuadas esas reflexiones jurídicas, agrega nuestro autor que cuando hablamos
de "incorporación de derecho al título", empleamos una expresión puramente
metafórica, lo cual quiere decir que el título —como cosa corporal— y el derecho
documentado —como cosa incorporal—, aun cuando sean cosas distintas, se
ofrecen en el tráfico como si fueran una cosa única; no quiere decir que el derecho
se materialice al fundirse en el título y que, por consiguiente, existan derechos
corporales y derechos incorporales(261).
b.11) N. Gasperoni
Este profesor de la Universidad de Perugia, al estudiar las acciones societarias,
efectúa una prolija exposición del tema que nos ocupa, diciendo que en el título de
crédito, cualquiera sea su forma, la función dispositiva es permanente, es decir:
documento y derecho están compenetrados de tal modo que el documento siempre
es condición necesaria para el ejercicio y la atribución del derecho, que solo puede
ser disfrutado por quien se halle en una cierta relación jurídica con el documento.
Por tanto, se trata de una característica esencial común a todos los títulos de crédito
la unión permanente de una relación jurídica con un documento (lo que se llama
comúnmente —aunque con poca exactitud— "incorporación del derecho en el
documento").
Por un lado, Gasperoni expresa que la conocida crítica efectuada por el profesor
B. Bracco puso en claro el concepto —dogmáticamente estéril— de la incorporación
del derecho en el documento y destacó que el documento no contiene el derecho,
pero es imprescindible para que el derecho se constituya y, salvo ciertos casos, para
su ejercicio. Pero, por otro lado, Gasperoni concluye afirmando que, si bien en rigor
las observaciones de Bracco son exactas, no considera de utilidad renunciar a esta
metáfora de la incorporación, que pone en evidencia —con figura plástica— la íntima
conexión que hay entre el documento y el derecho, en virtud de lo cual éste queda
objetivado y materializado en el título(262).
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b.12) J. Gómez Gordoa
Este profesor de derecho mercantil en la Escuela Libre de Derecho (México D.F.),
ya en el siglo pasado enunciaba que, en su criterio, los títulos de crédito tienen siete
características o principios generales, a saber: la integración, la incorporación, la
legitimación, la literalidad, la autonomía, la abstracción y la sustantividad. El principio
de la incorporación se desprende de la Ley General de Títulos y Operaciones de
Crédito, a partir de varios de sus artículos, tales como 5º, 6º, 18, 20, 59 y 287(263).
A la luz de ellos hay que recordar lo dispuesto respecto del diritto cartolare o
derecho documental, en el sentido de que el derecho es consustancial al documento
y está indisolublemente unido a él; desde el momento en que se cumplen los
requisitos solemnes señalados por la ley se opera una transformación y el
documento se eleva de simple pedazo de papel a la categoría de título de crédito o
título valor. Por tanto como el derecho queda fusionado en el título, para ejercitar
aquél es indispensable éste, porque el documento es el derecho, como determina
la definición del art. 5º de la Ley General de Títulos y Operaciones de Crédito. El
documento es necesario para ejercitar el derecho incorporado que en él se identifica.
Si perdemos una moneda de oro, perdemos su valor; así, si perdemos el título de
crédito, perdemos el derecho.
Luego señala Gómez Gordoa que tanto sus connacionales como Rodríguez
Rodríguez y Tena se ocupan ampliamente del principio de incorporación y que a su
turno el tratadista italiano Leon Bolaffio dice que "la posesión del título es el título de
la posesión", es decir, la posesión da el derecho y el que tiene el título tiene el
derecho; si no se tiene física o materialmente el título, no se tiene el derecho, porque
el derecho está incorporado en el papel, en el documento.
Finalmente se ocupa de señalar, por un lado, que el italiano A. Rocco ha dicho
que los títulos de crédito son aquellos documentos a los que va unido un derecho
de crédito, de modo que quien tiene el derecho es el que tiene el documento. Y por
otro lado, reivindica que Savigny fue el autor que definitivamente configuró y
determinó el concepto de incorporación, al manifestar que "Es el consorcio
indisoluble del título con el derecho que representa", pues sin el documento no existe
el derecho. Por eso se llama derecho documental o derecho sobre los títulos de
crédito al derecho contenido o incorporado en ellos o, como lo llaman los italianos,
el diritto cartolare o derecho del documento(264).
b.13) C. Paz-Ares
Este autor, que enseña en la Universidad Autónoma de Madrid, al considerar la
problemática del lado activo de la obligación cambiaria aborda específicamente la
teoría de la propiedad y la "incorporación" y sus límites(265), manifestando que la
conexión entre documento y derecho propio de los títulos valores en general y de la
letra de cambio en particular se expresa a través de la fórmula de la incorporación
del derecho al título. Dicha fórmula sirve para poner de relieve que la condición de
acreedor (o, lo que es lo mismo, la titularidad del crédito) está conectada a una
determinada posición jurídico-real respecto del documento; en el sentido de que la
propiedad de éste se deriva la titularidad de la pretensión frente al deudor. Esto es
precisamente lo que se quiere significar con la vieja regla, al tenor de la cual "el
derecho derivado del título sigue al derecho sobre el título" (Das Recht aus dem
Papier folgt dem Recht am Papier).
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Con otras palabras lo expresado equivale a decir que quien adquiere la propiedad
del documento adquiere también la titularidad del crédito, que el documento
menciona o incorpora. Con estas precisiones —explica el Dr. Paz-Ares— nos
adscribimos a la llamada "teoría de la propiedad" defendida por la doctrina
mayoritaria.
Luego de lo expresado, enseguida añade que la fórmula enunciada de la
"propiedad" o de la "incorporación" no tiene carácter absoluto sino meramente
ocasional. De ella se puede echar mano para representarnos ciertas reglas del
derecho cambiario —fundamentalmente para facilitar la transmisión y el ejercicio del
derecho—pero en ningún caso se puede confiar en su exactitud y, por tanto, en la
existencia real de una conexión sustancial entre el derecho y el título o papel de la
que quepa inferir consecuencias que escapan al ámbito de las previsiones legales.
De hacerlo se volvería a incurrir en los excesos que ha padecido la doctrina
tradicional, pues estamos contestes en que la teoría de la propiedad está llena de
lagunas y limitaciones(266).
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Operaciones de Crédito, que se refiere al "derecho literal que en ellos se consigna".
Refleja esta expresión la compenetración íntima entre derecho y el documento, en
cuanto para la definición del concepto se estima esencial el dato de que el ejercicio
del derecho consignado en el documento solo puede hacerse mediante el propio
documento(268).
b.15) F. de J. Tena
Este importante autor mexicano, que quizá sea el expositor crítico que mejor trata
el tema en sus diversos aspectos, luego de pronunciarse favorablemente por el uso
del término "incorporación", delimita sus alcances de este modo:
"No creemos, a pesar de las autorizadas observaciones que se han hecho
que deba desterrarse del campo de la doctrina la impugnada locución.
Consideramos que ello es así, pues no hay ciertamente el menor peligro de que
alguien la tome en su sentido natural y propio y de que sea un elemento de confusión
en la exposición de la teoría. Nadie va a creer que el derecho —elemento ideal—
puede residir en un pedazo de papel, porque nadie ignora que el único sujeto posible
derecho es el hombre. Nadie va a tomar, por lo que literalmente la imagen plástica
de que se valió Karl Einert al exponer su célebre teoría, cuando dijo que el título es
'el portador de la promesa'. Teoría que, con todo y el empleo de la expresión
metafórica, marcó en la historia de la evolución del título de crédito un momento
decisivo. De suerte que cuando hablamos de incorporación del derecho en un título
de crédito, queremos significar sencillamente, esa 'relación de necesidad' de que
nos habló Bracco en virtud de la cual el que es poseedor del título es por titular del
derecho y para ser titular del derecho es preciso ser poseedor del título, conforme a
un principio que apenas si sufre excepciones. Tal metáfora, por lo demás, como
algunas otras de que se vale el lenguaje de la ciencia, nos parece feliz ya que lejos
de oscurecer o perturbar la exposición de las ideas, la simplifica y aclara, lo cual
depende de que los efectos propios de la llamada incorporación se producen en el
terreno jurídico si realmente existiese. No hay, pues, el menor inconveniente en
imaginarnos que es realidad lo que no pasa de ser una ficción, y antes resulta
ventajoso el cómodo expediente, que nos vuelve menos ardua la exposición de
aquellos efectos. Hacemos, pues, nuestras las siguientes palabras Messineo: 'Es
ésta sin duda una metáfora, que podríamos, si quisiéramos, sustituir con otras más
o menos apropiadas: lo que no se puede ignorar es el fenómeno (...) que todos más
o menos admiten, haciendo de él uno de los puntos firmes para la concepción de
los títulos de crédito'"(269).
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en lo principal, mientras el derecho que en él se consigna (obligación de pagar dinero
o dividendos y cuota de una empresa en disolución, o de entregar mercaderías o
exigir su transporte o depósito, etc.) se torna en lo accesorio.
Luego este autor pone en evidencia que "Este principio de la incorporación está
íntimamente relacionado con la idea de necesidad que se lee en la definición de
título-valor. Porque para hacer valer ese derecho incorporado, es preciso que exista
el título y que se presente, porque es necesario. Así entendido el concepto, fluye
fácil la razón del rechazo que el maestro Vivante hace de la 'incorporación' como
principio rector, pues bástale con que el derecho sea 'expresado en el título', si éste
de todas maneras es necesario para hacerlo valer. Por tanto, y sin embargo,
nosotros seguimos pensando que no es inútil el principio y seguimos pensando en
su utilidad en el estudio de esta materia"(270).
b.17) G. Ferri
Este renombrado profesor italiano es uno de los que más ha criticado la llamada
teoría de la incorporación. Empero, como su posición doctrinaria a su vez ha sido
puesta en tela de juicio por varios autores, glosamos su contenido y mencionamos
las objeciones que ha merecido su postura negatoria(271).
El Dr. Ferri considera este tema al tratar el "documento como medio técnico de
circulación" dentro del sistema de los títulos de crédito, en el cual —dice— el
documento, además de la función normal referida a la prueba y aquella eventual
referida a la constitución del derecho, cumple una función particular cuyas
características conviene precisar(272).
Esta función depende precisamente de la voluntad del creador del título, la cual
determina, a los fines de la circulación, una conexión entre documento y derecho;
conexión que en la doctrina se suele designar comúnmente como la "incorporación
del derecho en el documento". Enseguida, agrega Ferri que por un lado sobre el
concepto de incorporación se ha insistido particularmente por los teóricos de los
títulos de crédito y en él se encontró la llave para la solución de los diversos
problemas que se presentan(273). Sin embargo, por otro lado, la llamada
incorporación es solamente una imagen plástica que si bien expresa con bastante
evidencia el fenómeno de la conexión entre documento y derecho, no asume un
preciso significado jurídico sino en tanto y cuanto se determine dentro de qué límites
y para cuáles fines opera la conexión(274).
Por eso no cabe fundarse, como lo sostiene la doctrina dominante, sobre el
concepto de incorporación para establecer la función a la cual el documento se
remite en el sistema de los títulos de crédito sino que es necesario basarse en la
función del documento para aclarar el concepto de incorporación y para atribuir a
esta imagen plástica un preciso significado jurídico(275).
Llegado este punto, nuestra autor cierra su exposición aseverando que la función
del documento no puede ser deducida con base en una afirmación apriorística y no
verificada, sino que debe ser deducida a partir de la consideración de la voluntad del
creador del título y al régimen positivo de los títulos de crédito. Pues si bien
ciertamente se opera una conexión entre documento y derecho, dicha conexión
opera solamente con respecto a la potestad de ejercicio, con la consecuencia de
que el documento habilita a su poseedor —según la ley de circulación del título— a
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Estudiantes de abogacia EA! - EA! GRADuados
exigir la prestación, y que la transferencia del documento importa transferencia de
la legitimación.
Queda claro, entonces, que G. Ferri desconoce y critica el principio jurídico de la
incorporación, por lo que ha sido blanco de la crítica de gran parte de la doctrina(276).
c) Conclusiones
Luego del planteo sistémico efectuado al estudiar separadamente los elementos
que integran el título valor en su unidad y confrontar resultados con una amplia
compulsa de diversas opiniones por demás heterogéneas, corresponde ahora
considerar las características que presenta la especial forma de vinculación de esos
elementos —derecho y documento— que integran lo que hemos designado
"estructura funcional del título de crédito", la cual se entiende como modo o forma
en que técnicamente aparecen integrados ambos elementos en conexión
permanente.
Desde tiempo atrás venimos sosteniendo que la vinculación entre el elemento
material o continente y el elemento obligacional o contenido tiene características
muy particulares y genera un mutuo intercambio de rasgos y caracteres propios de
cada uno de los elementos, que desemboca en los efectos jurídicos recíprocos que
son peculiares del derecho cartular, ya que:
I) el elemento material, en tanto instrumento, cuando recibe o se le incorpora
gráficamente el otro elemento (declaración unilateral de voluntad con contenido
económico) en las condiciones formales expresadas, pasa a ser un documento
constitutivo y dispositivo, pues su posesión resulta jurídicamente condición
necesaria para la existencia y el ejercicio del derecho en él representado;
II) el elemento voluntario —el cual, como se expresó antes, constituye una fuente
de obligaciones— es tal para quien lo exterioriza mediante su firma, cuando se lo
representa en forma documental en el otro elemento, que resulta así su sustrato
material o continente y posibilita que el elemento voluntario tenga nacimiento y exista
como derecho de naturaleza cartular.
Idealmente, ese mutuo intercambio(277) de rasgos y características propias de
cada uno de los elementos que integran la estructura funcional de los títulos valores
produce una concatenación sucesiva(278), también conceptualizada como una
recíproca compenetración entre derecho y documento(279), que da vida a un objeto
o ente jurídico distinto de cada uno de los elementos que lo constituyen: el título
valor.
Esa recíproca compenetración entre derecho y documento(280) ha sido designada,
además, "conexión permanente"(281) o "consorcio indisoluble"(282), amén de algunas
otras expresiones tendientes a demostrar del modo más claro y significativo la íntima
vinculación entre los dos elementos que integran la estructura del título valor.
Por su parte, Karl Einert, en su célebre monografía(283), había dicho que el título
era portador de la promesa obligacional; y la doctrina italiana, para significar que el
derecho vive en el documento, utiliza un adjetivo derivado del sustantivo "papel",
manifestando que el derecho nacido de esa vinculación es un derecho cartolare, el
cual resulta a su vez distinto del derecho común incorporado representativamente
en el instrumento por el firmante del título de crédito al crearlo(284). Tal expresión,
hemos dicho, es perfectamente utilizable en nuestro derecho aunque consideramos
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Estudiantes de abogacia EA! - EA! GRADuados
adecuados sinónimos las expresiones "derecho cartáceo" y "relaciones cartáceas",
las cuales, como se puede apreciar, son utilizadas en forma reiterada en el presente
volumen.
Debido a ello, consideramos significativo, a la luz de los conocimientos expuestos
en obras anteriores y enriquecidos por las opiniones compulsadas y expuestas con
largueza en esta oportunidad, perfilar debidamente el concepto de "incorporación",
al tiempo que se desarrolla la noción jurídica y operativa que suministra.
En esa perspectiva, estamos de acuerdo en que aunque, en rigor, se pueda
considerar excesivo afirmar que el documento contiene el derecho cartular(285),
parece que no caben dudas de ello ya que, en principio y técnicamente, el
"fenómeno de la incorporación" resulta de utilidad para describir la objetivación del
crédito en el documento(286).
Asimismo se pone de resalto que el documento es imprescindible para que el
derecho creditorio común pase a ser derecho cartular, lo que justifica su utilización
para distinguir los títulos valores de los otros documentos privados, civiles y
mercantiles(287), pues por un lado se corrobora que la posesión del documento es
condición para su ejercicio en el ámbito del sistema cartáceo, al ratificar la relación
de necesidad en virtud de la cual el poseedor del título es por eso titular del derecho,
y que para ser titular del derecho es preciso ser poseedor del título(288).
Por otro lado, se consolida lo dicho acerca de que aunque el título no constituye
ni afirma el derecho, fatalmente lo lleva consigo, pues adonde va el título va el
derecho(289), en tanto jurídicamente este derecho se ha convertido en algo accesorio
del documento: éste es lo principal y el derecho lo accesorio, que ni existe ni puede
ejercitarse si no es en función del documento(290). Por esta razón es procedente
aseverar que el ejercicio de ese derecho va indisolublemente unido a la posesión
del título(291).
Por estas razones —sin ignorar las autorizadas opiniones críticas que se han
considerado supra— estamos de acuerdo con otras opiniones que han puesto de
resalto que no es inútil el "principio de la incorporación" como herramienta
metodológica para el estudio de esta materia(292).
La mentada relación de necesidad es la que autoriza a ejemplificar la estrecha e
íntima vinculación de los dos elementos que integran la estructura funcional de todos
los títulos valores, con las siguientes proposiciones:
a) Quien tiene o posee el documento tiene el derecho representado en forma
documental en él;
b) Ese derecho, ahora cartular, solo vive o existe como tal en el documento;
c) Fuera del documento podrá valer como derecho creditorio común, pero sin los
caracteres especiales de literalidad y autonomía que tiene y se le reconoce en el
ámbito de las relaciones cartáceas;
d) Para transmitir el derecho cartular como tal se debe transmitir el documento;
e) La pérdida o destrucción del documento, en tanto título valor, en principio,
acarrea la pérdida eventual o definitiva del derecho cartular;
f) En conclusión, para ejercer el derecho cartáceo se debe disponer del
documento, pues resulta imprescindible su presentación o exhibición al sujeto que
se le requiere la prestación cuando ella se torna exigible. Sujeto pasivo éste que si
cumple el requerimiento está facultado para exigir la entrega o restitución del
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Estudiantes de abogacia EA! - EA! GRADuados
título(293)por parte del acreedor-presentante, técnicamente designado portador
legitimado de él.
Finalmente conviene señalar que todas las nociones expuestas, además de
mentar el carácter necesario del documento, en tanto título de crédito, justifican la
aptitud constitutiva de éste; asimismo, permiten distinguir su aptitud técnico-jurídica
genérica de instrumento probatorio de su aptitud técnico-jurídica específica de
documento dispositivo, aptitudes éstas en las que se hallan ínsitas las funciones de
presentación y de legitimación, que pueden desempeñar en el ámbito de las
relaciones cartáceas. Desde este punto de vista, el título de crédito es llamado,
además, "documento de restitución".
a) Introducción
La íntima vinculación de dos elementos que integran la estructura funcional del
título de crédito, que aparece para el sistema cartular como una recíproca
compenetración del derecho y el documento, no debe ser magnificada, pues éstos
no llegan a fusionarse de modo que pierdan su autonomía conceptual.
Debido a ello, en coincidencia parcial con la postura de Yadarola(294), es que
hemos prestado oídos a las opiniones críticas de la teoría de la incorporación, pues,
como quedó expresado, no se le puede atribuir a ella el significado de una regla de
derecho, como tampoco afirmar que se produzca una transustanciación o fusión tal
que derecho y documento desaparezcan en su individualidad conceptual para pasar
a ser un ente total, absoluta e irreversiblemente nuevo.
Teniendo en cuenta las observaciones doctrinales puntualizadas y la utilidad
didáctica que deriva de distinguir conceptualmente los elementos estructurales en
su individualidad como, asimismo, de demostrar la especial y característica
vinculación de tales elementos al constituirlo como un ente que permite el análisis
sistémico de cada una de sus partes con el rigor científico que la importancia del
tema requiere, es que pasamos a efectuar los desarrollos que siguen.
b) Principio general
Hay que tener presente que la recíproca compenetración de los dos elementos
estructurales del título de crédito posee característica permanente. Quizá sea el
autor italiano A. Rocco quien mejor ha escrito sobre ello al expresar: "En casos no
surge la relación jurídica si la voluntad no se exterioriza en la indicada forma y no
hay, por lo mismo, relación jurídica válida cuando falta el documento. Se ve, pues
que entre la relación jurídica y el documento existe una conexión estrechísima, pero
incompleta, porque el documento es necesario originariamente para constituir la
relación jurídica, sin embargo, hay casos en que la conexión entre el documento y
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la relación jurídica (derecho) no es solo originaria sino permanente. Ello ocurre
cuando el documento y el derecho subsisten compenetrados, de modo que el
documento es condición necesaria y suficiente para atribuir el derecho. En tales
casos, quien tiene el documento, y solo quien lo tiene, tiene a la vez el derecho. Los
documentos que tienen la virtualidad de atribuir un derecho son, precisamente, los
títulos de crédito"(295).
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III) en orden a la legitimación, puesto que sin la presentación o exhibición del título
no se consigue ejercer la legitimación para requerir el cumplimiento de la prestación
que otorga el título;
IV) a los fines del cumplimiento, puesto que sin la restitución (o entrega) del título
al emitente (o creador) no se puede pretender cumplimiento(303).
f) Epílogo
Como hemos hecho en obras anteriores estimamos que la progresión explicada
contribuirá satisfactoriamente:
I) a fijar, como objetivo concreto, el fenómeno de la incorporación, que con las
reservas doctrinales señaladas es aceptado y adoptado en las cátedras
universitarias para el aprendizaje de la materia;
II) a demostrar suficientemente la autonomía conceptual de los elementos que
forman la estructura funcional de los títulos valores como documentos constitutivo-
dispositivos que son;
III) a delimitar convenientemente la utilidad y el valor dogmático del fenómeno de
la incorporación, al señalar sus posibilidades didácticas, aunque sin olvidar las
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Estudiantes de abogacia EA! - EA! GRADuados
fundadas críticas que la más ortodoxa doctrina le ha efectuado a partir de Cesar
Vivante;
IV) a desarrollar de manera adecuada el aprendizaje de la materia y el análisis
del objeto en estudio como ente de razón, pues permite la fijación de conceptos
fundamentales que el educando debe aprehender, para que constituyan, una vez
elaborados, nuevos elementos vivenciales de su intelecto, los cuales, manejados
con fluidez en forma inmediata, posibilitarán la profundización de tales conceptos y
la adquisición de nuevas nociones, que siguiendo el derrotero apuntado permitirán,
a su vez, nuevas profundizaciones y nuevas incorporaciones al acervo intelectual.
30. Introducción
a) Introducción
En esta oportunidad, al abordar el estudio del tema denominado por la doctrina
tradicional y mayoritaria con la expresión que da nombre a este capítulo y según las
investigaciones efectuadas, exponemos usos y designaciones que en rigor no se
circunscriben al criterio expositivo que adoptamos aquí, pero que sin embargo
frecuentemente son utilizados con ligereza por importantes autores del derecho
comparado.
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Estudiantes de abogacia EA! - EA! GRADuados
Por tanto, ante esa realidad, del mismo modo que al estudiar otros conceptos
dogmáticos concernientes a la teoría general de los títulos valores, exponemos aquí
los resultados obtenidos en la amplia investigación efectuada, como una forma
adecuada que contribuya a la finalidad de que el lector pueda extraer conclusiones
útiles de su lectura.
b.2) H. Cámara
Este conocido autor nacional, en su clásica obra sobre la materia, luego de
considerar las definiciones de los autores italianos G. Bonelli y C. Vivante, sigue a
ultranza a este último; aunque se refiere a los títulos de crédito, lo hace con especial
énfasis respecto de la letra de cambio. Puntualiza que en sus aspectos jurídicos el
carácter necesario es del documento, mientras que los caracteres literal y autónomo
son del derecho cartular. Luego se refiere a las notas propias de la letra de cambio
y el pagaré, que son títulos de carácter formal y completo, que contienen una
atribución patrimonial abstracta, en tanto ella está desvinculada jurídicamente de la
relación causal originaria que motivó la creación o la circulación de la cambial(314).
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b.3) R. Cervantes Ahumada
En la vigésimo cuarta edición de su obra(315), a partir de la definición legal
plasmada en el art. 5º de la Ley General de Títulos y Operaciones de Crédito, este
autor mexicano deriva las características principales de los títulos de crédito, que
entiende que son: a) incorporación; b) legitimación; c) literalidad; y d) autonomía.
A partir de ello, consideramos procedente decir que:
1. Como varios otros autores citados infra, se refiere expresamente a la
incorporación como una característica principal de los títulos de crédito, sin
mencionar la necesidad o el carácter necesario del documento.
2. También, de la misma manera que en otros casos que citamos, ubica como
otra característica principal del título de crédito la legitimación, señalando, de un
lado, que es una consecuencia de la incorporación y, de otro lado, que "Para
ejercitar el derecho es necesario legitimarse exhibiendo el título de crédito".
3. Al referirse a la literalidad, critica a F. de J. Tena por considerarla una nota
esencial y privativa de los títulos de crédito(316), y así dice: "No creemos que se trate
de una nota esencial y privativa, ya que la literalidad, como anota A. Vicente y
Gella(317), es característica también de otros documentos y funciona en el título de
crédito como una presunción, en el sentido de que la ley presume que la existencia
del derecho se condiciona y mide por el texto que consta en el documento
mismo"(318).
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vez más rara en los juicios privados— de ejecutar la deuda garantizada, trabar
embargo preventivo y realizar otras medidas procesales.
4. Finalmente, cabe considerar el elemento existencial, que califica como
"Representatividad material, de obligaciones de dar" y que pone en evidencia que
en el derecho mexicano los títulos de crédito siempre consignan una obligación
de dar. Sea ello una cantidad de dinero, una mercancía, una parte alícuota de
determinado inmueble o el acceso a un derecho corporativo. Poco después, al tratar
la clasificación de los títulos de crédito según el derecho que conceden, señala que
las categorías que menciona no son excluyentes entre sí, sino que, al contrario, en
un solo título puede encontrarse más de una(319).
b.6) R. L. Fernández
El recordado maestro menciona y califica como caracteres comunes a todos los
títulos de crédito: a) necesidad; b) autonomía; c) literalidad; y d) unilateralidad(322).
A la luz de esta clasificación, corresponde señalar:
1. Respecto de la necesidad, ratifica que título de crédito y derecho cartular son
conceptos inseparables, que se integran mutuamente, en virtud de que —como
afirma la doctrina predominante— el título es constitutivo del derecho en él
representado.
2. Sobre la autonomía del derecho contenido en el documento, recomienda no
confundirla con la abstracción, pues mientras ésta es la desvinculación jurídica del
derecho cartular respecto de la relación fundamental o causal que originó el
libramiento de algunos títulos de crédito(323), la autonomía irradia los efectos de la
independencia de las relaciones de derecho existentes entre el deudor y los
propietarios (o poseedores) precedentes del título.
3. Luego señala que la literalidad significa que el derecho del portador solo existe
en los términos que constan —escritos o referidos— en todos los títulos de crédito.
Recomienda no confundirla con la formalidad y la completividad, que son caracteres
que solo algunos títulos de crédito presentan, por ejemplo, la letra de cambio o el
pagaré(324).
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4. Sin embargo, la novedad que expone el Dr. Fernández, en este lugar, es la cita
y el tratamiento de la unilateralidad, al manifestar que "el derecho mencionado en el
título de crédito, es el derecho de una parte: del portador del título. Esto es exacto
aun en aquellos casos en que el portador para exigir la prestación al deudor debe
efectuar alguna contraprestación, como sería el pago del flete tratándose, por
ejemplo, de la carta de porte (...) pues ello constituye una carga, disciplinada en el
título, y no una obligación o, en otros términos, el título está sujeto a una condición
o a un modo", con cita de Ascarelli(325) y Vivante(326). Es decir que, si bien es cierto
que no se concibe un título de crédito que simultáneamente con el derecho que
confiere al portador imponga para su ejercicio obligaciones emergentes de un
contrato bilateral, concluye el Dr. Fernández: "Esto no significa que el titular del
derecho cartular no esté sujeto a obligaciones emergentes de la relación
fundamental de la cual emerge el título, cuando éste es título causal y no
abstracto"(327).
b.7) G. Ferri
Este jurista italiano, profesor de varias universidades de su patria, comienza el
tratamiento del tema que nos ocupa aquí y que titula "Definiciones y caracteres de
los títulos de crédito en las concepciones dominantes"(328) poniendo en evidencia
que el concepto de títulos de crédito no ha sido fruto de una determinación
legislativa, sino el resultado de la elaboración doctrinaria, basada en las normas
concretas dictadas para cada especie, y, precisamente como concepto doctrinal, no
es fijo e inmutable, sino que necesariamente refleja las diversas corrientes y
tendencias que se manifestaron en la doctrina. No obstante —acota Ferri—, las
diversas tendencias y corrientes doctrinales se referían más a la justificación de la
obligación cartular y a la adquisición del derecho que a los caracteres peculiares del
título de crédito. En este aspecto —sigue diciendo— la doctrina italiana se inspiró
generalmente en la definición de Vivante según la cual el título de crédito es el
documento necesario para ejercitar el derecho literal y autónomo mencionado en él.
Sentado ello, nuestro autor critica la metodología de pretender encerrar la esencia
de los títulos de crédito en una fórmula suficientemente sintética y precisa, en tanto
prefiere el recurso a una enumeración de caracteres típicos de los títulos de crédito.
A esos efectos —sin solución de continuidad y sin a nuestro juicio explicitar
detenidamente el cambio— de igual modo que muchos otros autores también lo han
hecho(329) toma los caracteres enunciados más arriba por Vivante, de literalidad y de
autonomía, y reemplaza la expresión necesidad o el carácter necesario, por el tan
zarandeado vocablo "incorporación".
Para concluir su exposición, aclara que la incorporación es la compenetración del
derecho en el documento, por lo cual no es posible concebir el derecho sin el
documento ni el documento separado del derecho; la literalidad, esto es, la exclusiva
relevancia del tenor literal del título para determinar la existencia, el contenido y la
modalidad del derecho; por su parte, la autonomía es la independencia de la
posición de cada uno de los poseedores del título de la de los poseedores
anteriores(330).
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b.8) J. Gómez Gordoa
Este profesor mexicano manifiesta que en su concepto los títulos de crédito tienen
siete características o principios generales —como él los designa(331)— a saber: a)
integración; b) incorporación; c) legitimación; d) literalidad; e) autonomía; f)
abstracción; y g) sustantividad.
De ellos, estimamos que merecen algunas consideraciones —sea por su
designación o por su contenido— los siguientes:
1. Se menciona como característica general, en primer término, la integración,
que "consiste en que el título de crédito debe contener textualmente todos los actos
cambiarios exigidos o autorizados por la ley (...). De allí que en términos generales
podamos decir que solo lo que conste en el texto del documento tiene validez"(332).
2. Por otra parte, hace referencia a la característica general de sustantividad de
los títulos de crédito, a la que otorga un doble significado: de un lado, en virtud de
este principio —llamado también de independencia—, todos y cada uno de los actos
integrados en un título valen en sí y por sí mismos, con independencia recíproca.
De otro lado, los títulos tienen en sí mismos vida jurídica plena, por lo que —en tanto
se bastan a sí mismos— no necesitan ni pueden ni deben integrarse a ningún otro
documento. Sin embargo, este segundo aspecto del principio de sustantividad
admite algunas excepciones.
3. En virtud de lo dicho, este autor aclara(333) que existen títulos de crédito que no
son independientes o sustantivos, sino que la ley establece requisitos que los ligan
o relacionan con algún otro documento o con algún acto extra-título. Este es el caso,
por ejemplo, de las acciones de una sociedad anónima, que están ligadas al estatuto
societario. Otro ejemplo es el conocimiento de embarque, documento que según su
texto debe estar relacionado con un contrato de fletamento que lo originó.
b.9) N. Gasperoni
Este profesor italiano abordó con singular fortuna científica el estudio de las
acciones de las sociedades anónimas de un modo que nos ha servido desde tiempo
atrás para estudiar estos títulos causales(334).
En lo concerniente al tema que nos ocupa, hay que partir de que Gasperoni, para
despejar todas las dudas —que en ese momento existían—, comienza afirmando
que la acción de sociedad es un título de crédito que incorpora en sí, pues se le
reconoce aptitud para poder cumplir función constitutiva y dispositiva del derecho en
él documentado, que es la condición de socio, y como tal concede a su titular el statu
socii(335).
Sentado ese principio sobre la acción como título de crédito —que otorga un
derecho complejo de participación del que deriva una serie de derechos y facultades
respecto de la sociedad anónima que la emitió—, nuestro autor fundamenta, luego,
esa afirmación con la doctrina y la jurisprudencia mencionada en la nota que
antecede.
Para ratificar su enunciada postura, el profesor Gasperoni se plantea y defiende
la existencia de los caracteres esenciales de necesidad del documento y literalidad
y autonomía del derecho.
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b.9.1) Carácter necesario de la acción
Al considerar este carácter, fundamenta su posición mediante la crítica a la
posición del Dr. A. de Gregorio que había puesto en duda la calidad de ese carácter
en virtud de que el art. 8º del Real Decreto del 7/6/1923, que autorizó para "decidir,
por la mayoría legal prevista en el artículo 158, Código Comercial, que no se
distribuyeran a los socios los títulos de las Acciones"(336).
Empero nuestro autor contrasta esa crítica con sólidos argumentos, al aseverar
que "en nuestra modesta opinión, la objeción de De Gregorio puede superarse si se
recuerda la neta diferencia que existe entre necesidad y obligatoriedad de la emisión
del título, por un lado, y la necesidad de poseer ese título para el ejercicio de los
derechos mencionados en él, cuando el mismo ha sido efectivamente emitido. Es
decir que si bien la sociedad puede emitir o no los títulos acciones, cuando lo ha
hecho, ni de la letra ni del espíritu de la citada disposición se puede deducir nada
que haga pensar en la posibilidad de ejercer los derechos sociales —una vez
emitidos los títulos— con independencia de su posesión y de su presentación"(337).
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personales incluso en las hipótesis normales y comunes en que la adquisición de la
propiedad de la acción se produzca por un título derivativo es aquella que, con
relación a los títulos de crédito en sentido estricto, se conoce con la denominación
de "crédito ambulante"(341), pues ella logra explicar por qué en materia de los títulos
valores queda sin efecto la regla nemo plus juris transferre potest quam ipse habeat,
y, por tanto, que no sean oponibles a los sucesivos titulares las excepciones relativas
a los vicios que haya podido haber en la adquisición del titular precedente(342).
Es decir, concluye Gasperoni que la bondad de esta teoría queda a la vista por el
hecho de poder ser aplicada a todos los títulos de crédito. Así, respecto de las
acciones aclara que el estatus de socio surge automáticamente en las personas de
los sucesivos propietarios del documento por el hecho mismo de su propiedad. Por
tanto, se puede afirmar que la situación de un socio en virtud de un título acción es
la misma situación del socio primero, o sea que tiene una posición inmune a las
excepciones personales que se pudieron oponer al socio precedente, que se puede
catalogar jurídicamente como propia y autónoma(343).
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el ejercicio y la transmisión de tales derechos resultan extraordinariamente
facilitados al apoyarse en la legitimación atribuida por la posesión de estos títulos y
agrega que la conexión establecida entre documento y derecho, la comunidad de
destino entre el título físico y el derecho en él incorporado, va a permitir aplicar un
régimen semejante al propio de las cosas, haciendo que la presencia en el trafico
del título equivalga al derecho que representa(347).
Luego de lo comentado supra, hay que señalar que el profesor Jiménez Sánchez
también prescinde de calificar y definir el principio de necesidad o carácter
necesario, sin lograr hacerlo al hablar de la incorporación y la legitimación.
b.12) E. Langle
Este autor catalán, que ha sido profesor en diversas universidades españolas
(Sevilla, Oviedo y Granada), luego de enunciar que se refiere en ese lugar a los
caracteres distintivos de los títulos valores enuncia cada uno de ellos
denominándolos "principios", a saber:
a) principio de incorporación del derecho al documento, que se produce con
conexión íntima entre el crédito y el título, en virtud de la cual solo quien posea éste
podrá ejercitar aquél;
b) principio de legitimación, activa y pasiva, que significa que la presentación del
documento es condición necesaria para que el acreedor haga valer el derecho y, a
su vez, para que el deudor efectúe la prestación a quien lo exhibe y para que, con
ello, quede liberado;
c) principio de literalidad, por el cual la existencia y las modalidades del derecho
(y, correlativamente, de la obligación) se ajustan a lo consignado en el texto escrito,
de tal modo que solo el contenido objetivo del documento configura la extensión del
derecho subjetivo;
d) principio de la posición autónoma del exhibidor o de la adquisición
originaria, por el cual el título, al ser transmitido a otra persona, atribuye a su nuevo
poseedor un derecho propio y autónomo (no derivado del derecho del poseedor
anterior); y, en consecuencia, no puede el deudor oponerle aquellas excepciones
personales que podría utilizar contra el tenedor precedente(348).
b.13) F. Martorano
Este prestigioso profesor italiano, al estudiar en una de sus obras específicamente
los títulos valores, menciona sus caracteres esenciales al decir que la incorporación
del derecho en el documento, fundamenta tanto la necesidad de presentación del
primero para el ejercicio del segundo en los términos literales en los que ha sido
documentado en el título, a la vez que otorga un derecho autónomo e independiente
de los portadores anteriores del documento(349).
b.14) L. Muñoz
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Este autor nacional, sin calificar las expresiones que utiliza, señala que la
condición de documento constitutivo-dispositivo es la mentora de la necesidad de
tener que presentar el documento para ejercer el derecho que contiene. Ese ejercicio
del derecho debe ser hecho en los términos literales que surgen del título y además
el portador goza de un derecho propio e independiente o autónomo, en virtud del
cual no le son oponibles determinadas excepciones personales que pudiera tener el
deudor contra los anteriores portadores del título(350).
b.16) H. D. Parodi
Este conocido profesor de distintas universidades de nuestro país ha catalogado
como caracteres generales de los títulos valores la necesidad del documento, la
literalidad y la autonomía del derecho incorporado, calificándolos de esenciales y
comunes. Asimismo ha señalando que existe una coordinación armónica de tales
caracteres esenciales, que en situaciones concretas dejan percibir el influjo de uno
o más de ellos, pero técnicamente los tres se ordenan como en conjunto, aunque
para reconocerlos se les distribuya y separe, con acierto mayor o menor(359).
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Estudia las características definitorias de los títulos valores a la luz de la
legislación vigente de su país y distingue los siguientes caracteres:
a) documental, en tanto se trata de medios reales de la representación grafica de
hechos relevantes en el derecho privado;
b) incorporación, que pone de relieve la estrecha relación del título y el derecho;
c) legitimación, que con la simple presentación del documento se acredita
existencia y la posibilidad de ejercicio del derecho, aun cuando no sea en realidad
el titular jurídico del derecho conforme a las normas del derecho común;
d) literalidad del derecho con el alcance de los términos textuales de título;
e) autonomía del derecho, que significa que el portador goza de un derecho nuevo
u originario, que no permite la oposición las excepciones personales de los
sucesivos poseedores del documento(360).
b.18) F. de J. Tena
Este otro autor mexicano, repetidamente citado en esta obra, considera la
necesidad, la literalidad y la autonomía como caracteres (o elementos) esenciales y
comunes a los títulos valores(361).
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Los prestigiosos profesores de la Universidad Autónoma de Madrid —en la obra
colectiva que dirigen los dos mencionados en primer término— desarrollan en el
Capítulo 80 de la obra el tema específico: "Del título valor en general. Concepto y
caracteres" y luego de exponer su definición doctrinal del título valor, que refleja sus
caracteres conceptuales típicos, señalan que el documento es necesario y el
derecho es de carácter literal y autónomo(367).
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SECCIÓN SEGUNDA - ESTUDIO SISTÉMICO
Efectuamos aquí el abordaje sistémico al tratar a continuación de qué modo los
conceptos y los elementos interdependientes que consideramos esenciales se
relacionan formando un todo unitario y complejo(371).
a) Concepto
Virtualmente, se ha inducido el concepto del carácter necesario del título valor en
tanto documento constitutivo y dispositivo del derecho cartular; sobre esta base, se
puede expresar que es la característica esencial del documento, que hace
imprescindible tener el título de crédito para contar y poder disponer del derecho
cartular en él representado(372).
Tal concepto halla su sustento lógico-jurídico en el análisis de la estructura
documental del título valor, en razón de ser éste un instrumento en que se ha
documentado representativamente una declaración unilateral de voluntad con
contenido económico, otorgándole características constitutivas, pues si bien el título
cuenta con aptitud probatoria, ella no es el prius a determinar, sino que se ve
absorbida por la mencionada naturaleza constitutiva, debido a que la
compenetración del derecho y el documento es una conexión permanente entre
ambos elementos. Tiene además aptitud dispositiva, la cual hace que la adquisición
y el ejercicio de los derechos cartáceos que emergen de la declaración contenida
en el documento queden circunscriptos al tenor literal representado en éste, pues
tal promesa obligacional tiene existencia para el derecho en tanto adquiere forma
documental(373).
Como quedó dicho, estas peculiaridades justifican designar al título valor como
"título de presentación", pues ello evidencia ajustadamente la aptitud o función de
presentación o exhibición que el título cumple en el ámbito de las relaciones
cartáceas. Asimismo pone de relieve la fatal necesidad de poseer el documento en
su materialidad para crear, tener, transmitir, ejercer y aun extinguir el derecho
cartáceo que en él vive a partir del momento en que el creador del título expresó en
el documento su voluntad con contenido económico, es decir, se comprometió a
cumplir la promesa de prestación refrendándola con su firma.
La mentada declaración unilateral de voluntad, representada en forma
documental, atañe a la existencia misma del derecho, en tanto derecho cartular,
pues éste adquiere naturaleza cartácea debido a la forma esencial de expresarlo o
representarlo en el instrumento o chartula; de allí surge la constitutividad del
documento respecto de la relación de derecho en él representado.
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Resumiendo, se puede concluir que el derecho —en tanto derecho cartular—, al
estar existencialmente vinculado con el documento, produce la necesidad de tener
éste para poder adquirir, disponer y ejercer aquél(374).
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Explícase, de paso, que este carácter necesario del título es el patrocinador de la
función (técnico-jurídica específica) de presentación, a la que se ha hecho referencia
y se desarrolla con más detalle al tratar la legitimación(382).
a) Concepto
El derecho representado en un título valor, en tanto derecho cartular, es de
carácter literal en razón de que su existencia, cuantía y exigibilidad se rige
exclusivamente por el tenor escrito en el documento (art. 1831 del Código Civil y
Comercial).
Ello es así, pues los derechos y las obligaciones que surgen de los títulos de
crédito han sido regulados de tal modo en el sistema cartular que toda modificación,
disminución o mutación de ellos solo puede resultar de los términos textuales del
documento(383).
Empero, conviene hacer una aclaración, respecto del concepto dado del carácter
que nos ocupa, pues su descripción debe ser precisada según se refiera a los títulos
completos o incompletos. En efecto, si se trata de los primeros, por ejemplo, la letra
de cambio, pagarés o cheques en sus dos formas, bastará con decir que el "derecho
es de carácter literal, pues vale y puede ser ejercido, solo por lo escrito en el título".
En cambio, respecto de los títulos incompletos, que son todos los demás títulos
valores causales, en ellos, en rigor, el derecho vale y puede ser ejercido por lo
escrito en el título y, además, por "lo referido", expresión ésta, con la que se alude
(o refiere) que el título causal hace de la "causa" de su libramiento, v.gr., la acción
de sociedad, se referirá al estatuto societario; la carta de porte, al contrato de
transporte, etcétera(384).
Este carácter esencial del derecho cartáceo contenido en el documento está
íntimamente relacionado con el carácter necesario del título. En efecto, el
documento es constitutivo en razón de que ha incorporado representativamente una
declaración de unilateral voluntad con contenido económico. Tal acto se ha
producido en oportunidad en que el librador del título ha literalizado la relación
cartácea, significando para el sistema cartáceo que esa relación obligacional,
generalmente de derecho común, sea considerada una relación cartular, que debe
por fuerza ser instrumentada en forma documental. Ello es así pues dicha
instrumentación formal es la que relega toda posibilidad de valerse, en ese ámbito
específico del sistema cartular, de otros instrumentos o documentos que puedan
contener derechos u obligaciones fuera del título mismo(385).
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como derecho cartular, solo vive y existe en el documento en la medida en que se
lo ha incorporado representativamente a él, el fundamento de su carácter literal
radica en la naturaleza documental adquirida por ese derecho al ser incorporado al
título en oportunidad en que su librador lo creó con su firma.
Conviene recordar aquí el esquema didáctico ideado para desarrollar cómo se
realizaba la vinculación o incorporación del derecho en el documento, cuando
expresamos que se producía un mutuo o recíproco intercambio de rasgos y
características propios de cada uno de ellos, el cual debe, a su vez, ser relacionado
con el tema de la letra de cambio, que según J. B. Heineccius(386) reconoce sus
antecedentes en los contratos litteris del derecho romano, pues, tanto en esos
contratos como en el caso del contrato de cambio trayecticio, respecto de los que
se librara una letra de cambio, la obligación nace litteris, es decir, por el hecho de
suscribir el documento y no por el hecho de haber recibido determinada suma de
dinero o por haber contratado.
Debe reiterarse, entonces, que el fundamento por el cual el derecho cartular es
de carácter literal reside en la naturaleza documental que adquiere al ser
representado en el título valor.
Antes de concluir, hemos de decir que en doctrina se han sostenido diversas
posturas. En efecto, se ha expresado que el fundamento de la literalidad es
la confianza que supone la objetivación de la declaración de voluntad contenida en
un título valor. Resulta oportuno señalar aquí que ello no responde a por qué el
derecho tiene carácter literal, sino que, más bien responde a para qué el sistema le
otorga ese carácter. Es decir que en la confianza se puede ubicar la télesis o
finalidad(387) tenida en cuenta por el legislador al establecer, concebir y regular el
sistema cartular.
También se ha fundamentado el principio de literalidad en la apariencia
jurídica(388), aunque parece más propio señalar ésta como la ratio iuris del sistema
cartular, más que el fundamento del principio de literalidad.
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Esta carga o deber de atención debe considerarse que tiene esa naturaleza
jurídica en razón de que cualquiera de los sujetos que, obligado a observarla, no lo
haga, se verá perjudicado en sus intereses por falta de la diligencia que requiere el
riguroso sistema regulador de los derechos y obligaciones, facultades y cargas,
deberes y responsabilidades que emanan de un título valor.
La bilateralidad de la literalidad(390) halla su justificación en la circunstancia de que
toda disminución, alteración, modificación o extinción (parcial o total) del derecho
cartular se debe fundar, para tener validez en el ámbito de las relaciones cartáceas,
en la expresión textual del documento, siendo irrelevantes los posibles elementos
extracartulares que pudieran surgir de negocios o relaciones ajenas al título valor.
El principio de literalidad patrocina un carácter común a todos los títulos valores
y, junto con el carácter necesario del documento (videarts. 1830 y 1831 del Código
Civil y Comercial), contribuye a tutelar la certeza en la adquisición del derecho;
tiende más enérgicamente a afianzar la rapidez en la negociación y circulación de
los créditos y propicia la seguridad en su realización final al tiempo del vencimiento
del título, pues, como se ha expresado antes, el derecho cartular solo podrá ser
exigido y atendido de acuerdo con el tenor literal del documento que le da existencia
cartácea(391).
La literalidad, carácter esencial del derecho cartular contenido en un título,
adquiere su máxima significación, respecto del sujeto que recibe el título valor, una
vez que éste ha circulado, esto es, frente al tercero portador de buena fe. Ello es
así, en razón de que este sujeto solo cuenta, al recibir el título, con lo expresado
literalmente en su texto; debido a ello, y en tutela de los valores esenciales de
certeza, rapidez y seguridad, se le otorga plena relevancia. Ante esa realidad, el
librador de un título valor que es requerido de pago por un tercero, portador de buena
fe del documento en que se obligó, deberá cumplir el requerimiento, exclusiva y
excluyentemente, por lo escrito en el título, sin tener ninguna posibilidad de enervar
la pretensión del acreedor presentante del título con otro instrumento extraño a éste.
En otras palabras, los conceptos hasta aquí vertidos en forma absoluta son de
aplicación plena cuando el requerimiento de pago es efectuado por el portador del
documento que sea tercero de buena fe respecto del deudor requerido de pago.
Sin embargo, si el requerimiento de pago se sustancia, por ejemplo entre sujetos
inmediatos en el nexo cambiario, v.gr. del tomador (o beneficiario) del título al
librador de éste, del endosatario a su endosante, etc., etc., como entre tales sujetos
existe generalmente un negocio causal (o relación fundamental) que dio motivo al
libramiento o transmisión del título, el derecho cartáceo del actor puede verse
enervado en el ámbito de las relaciones sustanciales, pues como bien enseñaba M.
Yadarola, "entre contratantes inmediatos el principio de literalidad, sin perder su
influencia, se atenúa (...) pues si se acredita la disconformidad del título con la
efectiva relación creada entre ellos, es lógico que esta última se tome en
consideración, pues de lo contrario se sancionaría una injusticia"(392).
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En efecto, si recordamos lo expresado respecto de los medios técnico-jurídicos
utilizados por el derecho común para instrumentar la circulación de los créditos, v.gr.,
la cesión de créditos y la delegación de deudas, hemos de concluir que, en tales
casos, se produce entre el tradens y el accipiens una relación de sucesión a título
particular, pues el adquirente o sucesor es colocado en la misma situación jurídica
en que se hallaba, con relación al derecho transmitido, su antecesor(394). Es decir,
verificada esa transmisión derivada o derivativa, y colocado el nuevo titular del
derecho creditorio transferido por vía de cesión en la misma situación jurídica de su
antecesor y de los respectivos predecesores de éste, si los hubo, se produce la
acumulación de excepciones personales que estos sujetos pudieran tener. Es
debido a ello que, en oportunidad de que el crédito se torne exigible y el sujeto que
resulte titular en ese momento se presente a requerir el pago al deudor, podrá ver
enervado su requerimiento por las excepciones o defensas que pudieran surgir de
las relaciones jurídicas establecidas entre los sujetos que participaron en las
sucesivas transferencias del crédito, pues rigiendo el principio romanista capital en
el derecho privado: "nemo plus iuris allium transferre potest ipse habet"(395), ninguno
de los sujetos intervinientes pudo transmitir un derecho mejor ni más amplio que el
que tenía; por tanto, si de tales relaciones jurídicas, establecidas en las sucesivas
transferencias del crédito, surgiera alguna defensa o excepción, ésta podría ser
invocada válidamente contra el actual acreedor.
a) Concepto
El carácter autónomo del derecho cartáceo contenido en título valor es tal debido
a que el titular de éste lo adquiere en forma originaria. Se trata, pues, de que la
adquisición del derecho no deriva del tradens, sino que nace, ex novo, en cabeza
del accipiens, en oportunidad de recibir el título, mediante la respectiva tradición, de
acuerdo con la ley de circulación de éste; en tal caso, el nuevo titular no es sucesor
del sujeto que le transmitió el título, sino que lo adquiere en forma originaria, por no
derivada(396). Es decir que el nuevo portador regular del título valor puede ejercitar
un derecho propio(397), originario(398), distinto(399), independiente(400) y no restringible
por las relaciones jurídicas existentes entre los anteriores poseedores del título y el
deudor. En otras palabras, el principio de autonomía significa que el derecho
representado en un documento cartáceo será ejercido por su portador legitimado,
con prescindencia de las situaciones subjetivas de sus tenedores anteriores.
Es del caso señalar que tales aspectos doctrinarios clásicos han sido receptado
—con alguna falencia de expresión— por el Código Civil y Comercial respecto de
todos los títulos valores, en su art. 1816: "Autonomía. El portador de buena fe que
lo ha adquirido con su ley de circulación, tiene un derecho autónomo y le son
inoponibles las defensas personales que pueden existir contra anteriores
poseedores. A los efectos de este artículo, el portador es de mala fe si al adquirir el
título procede a sabiendas en perjuicio del deudor demandado".
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Si nos preguntamos por qué el derecho cartular representado en el título valor es
de carácter autónomo, hallaremos el fundamento lógico-jurídico de este carácter
esencial y común a todos los títulos de crédito(401).
En función de lo señalado supra podemos decir, en esencia, que lo que se debe
fundamentar es por qué, en cada caso en que se transmite el documento, el nuevo
titular de la relación cartácea incorporada en él adquiere un derecho originario, no
derivado de su antecesor. En efecto, ello es así, por qué no se verifica una sucesión
a título particular entre el tradens y el accipiens, sino que, por el contrario, el nuevo
titular, al recibir el documento que lo contiene, lo adquiere en forma originaria, pues
el derecho nace nuevo para él por estar incorporado representativamente al
documento, con el que se halla unido en conexión íntima y permanente(402).
Con esa finalidad, conviene destacar que tal adquisición se produce sin la
cooperación del tradens; es decir que, si bien éste efectúa la tradición del título, la
adquisición del derecho cartáceo en él representado se produce exclusivamente en
virtud de que el nuevo portador ha recibido el título luego de que éste ha cumplido
regularmente con la ley de circulación que le es propia; o, en otras palabras, al recibir
el documento en forma regular, el portador adquiere la titularidad del derecho
cartáceo objetivado en él(403).
Por tanto, cabe afirmar que el fundamento lógico-jurídico de la autonomía del
derecho cartular radica en la postura asumida por el legislador al instituir el sistema
regulador de las relaciones cartáceas. En tal sistema se ha simplificado las
condiciones y requisitos legales de la circulación de los derechos creditorios por
medio de los títulos valores; tal regulación específica ha instrumentado los efectos
de estos medios técnicos, haciendo de ellos vehículos rápidos, seguros y eficaces,
los cuales, superando las funciones que prestaban los medios tradicionales de
transmisión de los créditos, los reemplazaron en las transacciones comerciales y
bancarias con grandes ventajas, pues están dotados de los caracteres especiales
que ya hemos tratado —necesidad, literalidad y autonomía— y resultan aptos e
idóneos para satisfacer las exigencias de la circulación producida por la nueva
dinámica de los negocios contemporáneos.
Tal postura del legislador, como quedó dicho supra, encuentra su explicación
científica en el procedimiento de simplificación de la hipótesis que si bien ya ha sido
enunciado(404) conviene recordarlo, pues con él se demuestra que la ley, mediante
un proceso de simplificación analítica de las condiciones legales(405), elimina de una
relación jurídica elementos que se presentan como externos y los coloca como
jurídicamente irrelevantes. Por aplicación de tal principio, en la circulación de los
títulos valores "la intervención de los sucesivos poseedores [del título] queda
relegada entre los elementos materialmente imponderables, pues se le otorga una
función puramente instrumental, ya que el acto transmisión que ellos cumplen
[durante la circulación] es el medio por el cual, a través del documento, se vincula
directamente al deudor con el poseedor último del título de crédito"(406).
473
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La consecuencia más importante de este carácter esencial, genérico y común a
todos los títulos valores que otorga regulación del sistema cartular específicamente
instituido (vid.arts. 1816 y 1821 del Código Civil y Comercial) consiste en que
durante la circulación y la transmisión del derecho incorporado en el documento no
se produce la acumulación de vicios sustanciales que pudieran derivarse de cada
transmisión del título, lo cual daría lugar, en tal caso, a la oponibilidad de defensas
o excepciones personales por parte del sujeto obligado en la relación cartácea,
frente al sujeto que requiriera su cumplimiento.
Asimismo, hay que destacar que cada sujeto que transmite el documento participa
y, en su caso, asume(407), durante circulación de éste, una relación jurídica
independiente de las demás establecidas o que se pueda establecer respecto del
documento recibido y transmitido, por lo que cabe afirmar que la función que cumple
al tiempo del vencimiento del título es una función instrumental de relacionar al
deudor, o sujeto pasivo de la obligación cartácea, con el sujeto que resulte portador
legitimado en oportunidad en que el derecho se torne exigible(408).
Por otra parte, esa prescindencia subjetiva de las situaciones jurídicas
intermedias, que permite al acreedor exigir directamente el cumplimiento de la
obligación cartular al deudor, es una característica propia y genuina de la relación
que se establece entre el poseedor del título y ese título, en tanto se lo considere un
documento constitutivo del derecho cartáceo que tiene incorporado. Tal relación se
perfila como una relación objetiva e impersonal, pues no interesa quién —
considerado en su subjetividad— requiera el cumplimiento de la relación obligatoria,
sino que lo relevante es que tenga la posesión del documento luego de que ha
cumplido regularmente con las formalidades que el sistema cartular exige para
considerarlo portador legitimado del título. Es decir, que lo posea en su materialidad
y al presentarlo acredite que éste llegó a su poder habiendo cumplido regularmente
con su ley de circulación (v.gr., al portador, a la orden o nominativo) (vid. arts. 1837,
1838 y 1847 y ss. del Código Civil y Comercial).
De otro lado, y recordando que la estructura funcional de los títulos valores está
constituida por un elemento externo o continente —el documento— y otro elemento
interno o contenido —el derecho—(409), hay que enfatizar que, si bien la transferencia
del título —en tanto documento— como objeto de relaciones se puede considerar
una adquisición derivada o derivativa, la transmisión que efectúa el tradens (creador
del título o endosante) produce el nacimiento de un derecho nuevo para
el accipiens(410), pues éste no lo recibe de su antecesor, sino que al efectuársele la
tradición del documento, el derecho incorporado en éste ingresa a su patrimonio
como consecuencia de ello. Es decir, la adquisición del derecho externo hace
adquirir la titularidad del derecho interno.
En tal caso, enfatizamos, el portador legitimado del título (que es el accipiens de
la transmisión descripta), al adquirir el derecho interno o derecho cartáceo
incorporado en el documento, lo adquiere sin que éste se halle contaminado con los
posibles vicios y defectos que podrían, de acuerdo con el derecho común, haberse
acumulado en oportunidad de entrar a formar parte, durante las sucesivas
transmisiones de las diversas universalidades patrimoniales de cada uno de los
sucesivos titulares(411).
474
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Como en obras anteriores, para concluir el desarrollo del tema conviene referirse
al modo como se manifiesta y opera el principio de autonomía en los títulos
cambiarios, v.gr., letra de cambio, pagaré y cheques. Tal referencia a los papeles
de comercio, si bien es motivo de estudio en profundidad cuando se trata el rigor
cambiario (formal, sustancial y procesal) al que están sometidos los papeles de
comercio, resulta sumamente beneficioso introducirla en este estadio del desarrollo
de este tema, pues permite apreciar la simetría con la que se manifiesta el carácter
autónomo del derecho representado en los títulos de crédito que integran esta
especie de papeles de comercio.
En ellos el carácter autónomo, desde el punto de vista activo, produce todos los
efectos genéricos y comunes a la totalidad de los títulos valores, esto es: la
imposibilidad de que se acumulen excepciones personales oponibles al
requerimiento del acreedor en oportunidad del vencimiento. Ello no es más que la
consecuencia lógica, tanto para letra de cambio como para el pagaré y los cheques:
los títulos valores son de carácter necesario, literal y autónomo. Sin embargo,
respecto de esta especie particular de documentos aparece y es necesario perfilar
suficientemente cómo se manifiesta la autonomía desde el punto de vista
pasivo,pues desde esa perspectiva se determina la total y absoluta independencia
de las obligaciones cambiarias asumidas por cada uno los sujetos firmantes del título
al documentar las sucesivas transmisiones de éste o, en su caso, el otorgamiento
de nuevas garantías para su cobro.
En efecto, la letra de cambio y el pagaré son títulos cuya esencia es de ser
documentos "a la orden"(412), y en las dos clases de cheques ocurre naturalmente lo
propio(413), porque aun cuando estos títulos puedan circular al portador, por simple
entrega manual (art. 12, in fine, Ley de Cheques), ellos se endosan para ser
transmitidos, incluso los cheques librados al portador, como determina el art. 18 de
la Ley de Cheques.
Sentado ello, hay que poner en evidencia que en la sistemática de los estatutos
legales que rigen esta especie (Ley Cambiaria argentina, letra de cambio y pagaré,
y ley 24.452, para los cheques), tal acto jurídico cambiario, el endoso, produce tres
tipos de efectos: a) efecto legitimante, b) efecto traslativo y c) efecto vinculante.
Por el efecto legitimante, el endosatario, sujeto en cuyo favor se endosa y
transmite el título, puede ejercer todos los derechos y las potestades cambiarias que
emanan del documento
En virtud del efecto traslativo se produce la transmisión de la propiedad del
documento y la titularidad del derecho cambiario en él incorporado, a favor de quien
se otorga el endoso.
Y por el efecto vinculante se constituye en obligado cambiario endosante del título,
quien con su firma se transforma en garante del pago de la obligación cambiaria,
(art. 16, apart. 1º, Ley Cambiaria argentina, y art. 16, 1º, Ley de Cheques).
Precisamente, es este efecto vinculante propio de los títulos cambiarios el que
permite afirmar que por el pago del título responde, en primer lugar, su librador.
Tratándose de la letra, en primer lugar responde el sujeto que siendo girado acepta
la letra. En caso contrario, es decir, si no acepta la letra, el primer obligado sigue
siendo el librador, como en el pagaré y el cheque. Responden igualmente por el
pago el tomador o beneficiario que se transforme en endosante y los endosantes
que lo sucedan, o sea, en definitiva, todos los firmantes, quienes integran
materialmente una cadena, la cual tiene en un extremo al acreedor —último
endosatario— y en el otro al primer obligado librador o aceptante, según el caso—,
quedando entre ambos extremos los demás firmantes —endosantes—, con el doble
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carácter de acreedores y responsables eventuales: acreedores, cada uno, respecto
a los anteriores poseedores del título; responsables frente a los sujetos que lo
sucedieron.
Analizada esa cadena de firmas desde el punto de vista activo, cabe reiterar lo
dicho antes: cada sujeto que recibió el título adquirió un derecho autónomo; y
refiriéndolo al caso del portador legitimado, o último endosatario, él tendrá un
derecho originario, por no derivado, respecto de cada uno de los firmantes del título
que son garantes del pago a su vencimiento.
Siguiendo esta perspectiva de análisis, y observando ahora la relación cambiaria
desde el punto de vista pasivo, la obligación jurídica que de ella surge es
independiente para cada uno de los sujetos firmantes, quienes han quedado
obligados al pago, responsabilizándose cambiariamente por éste, con prescindencia
de las demás obligaciones asumidas por los demás firmantes responsables(414).
Esta independencia de las obligaciones contraídas por cada uno de los firmantes
intervinientes en la circulación del papel de comercio, a nuestro entender, puede ser
explicada gráficamente, diciendo que se ha establecido una suerte de
compartimientos estancos entre las diversas obligaciones que ha ido asumiendo
cada sujeto, pues si alguna o algunas de sus firmas —aunque formalmente válidas
y aparentemente suficientes para obligar a quien las extendió en forma
documental— resultan sustancial o intrínsecamente invalidadas por vicios de
carácter subjetivo, ello no invalida ni obsta a la eficacia de las demás obligaciones
cambiarias que surgen del documento. Tal circunstancia posibilita que el portador
legitimado del título pueda demandar a todos los demás firmantes el cumplimiento
de la promesa de pago que aquél tiene incorporada
El empleo de la expresión "compartimientos estancos" pone de relieve, desde un
punto de vista práctico, una consecuencia jurídica que tiene lugar en el caso de los
papeles de comercio que obligan solidariamente, por el efecto vinculante de la
documentación mediante endoso de las respectivas transmisiones, a cada uno de
los firmantes, y permite demostrar que en tales supuestos, con una sola firma válida
—caso hipotético extremo— de todas las que formalmente se han extendido en el
documento (sea del creador, endosante, etc.), se impedirá que el título de crédito en
cuestión naufrague. O, en otras palabras, el portador legitimado de un título que
luego de circular cuenta con varias firmas que vinculan a sus otorgantes en el
cumplimiento de la prestación que emerge de él, al poder requerir de todos o cada
uno de éstos (arts. 16, 17 y 51, Ley Cambiaria argentina, arts. 16 y 40, Ley de
Cheques), tiene la posibilidad de que si el requerimiento fracasa en algunos casos,
con que uno solo de los obligados responda podrá efectivizar su crédito sin
dificultades
SECCIÓN PRIMERA
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34. Introducción retrospectiva
Ya explicamos que los títulos valores nacieron como medios técnico-jurídicos
aptos para ser utilizados en la circulación económica, superando los inconvenientes
que planteaban las formalidades poco prácticas de los medios tradicionales del
derecho común empleados hasta entonces(415).
Tales instrumentos llenaron satisfactoriamente esas condiciones pues a la vez
que tutelaban los valores esenciales de certeza en la adquisición de los bienes,
rapidez en la negociación de los documentos y seguridad en la realización de la
prestación exigible, al simplificarse en ellos las formalidades de su transmisión,
permitieron una fluida y fecunda circulación económica(416).
Destacamos, además, que esa circulación se lleva a cabo, principalmente, en
virtud de la naturaleza jurídica de cosa mueble del título valor que en tanto
documento puede ser objeto de relaciones reales(417) y derechos reales, y si bien
existen —como ya se ha expresado— algunas diferencias entre las cosas muebles
por naturaleza, que tienen un valor intrínseco relevante, y los títulos valores que son
tomados en cuenta principalmente por su valor extrínseco (o representativo) —es
decir, por el derecho incorporado—, entendemos que la afirmación de que se trata
de una cosa mueble no se ve lesionada por ello, como tampoco por la circunstancia
de que no se aplique a títulos valores, total y absolutamente, el régimen jurídico de
las cosas muebles establecido en la legislación —civil y comercial— de fondo
vigente pues, como ya expresamos supra, en el ámbito de las relaciones cartáceas
se posibilita y protege la adquisición del título a non domino por un tercero de buena
fe, aunque el documento sea robado o perdido, lo cual —como sabemos— no
resulta posible respecto de las cosas muebles por su naturaleza(418).
Tales afirmaciones se basan en el carácter necesario del título, informado por la
aptitud constitutivo-dispositiva del elemento documental, siendo justamente aquél y
ésta los responsables de la función de legitimación(419) que se posibilita por el
fenómeno de la objetivación del crédito(420).
Este fenómeno fue señalado, en el ámbito del derecho cartular, a principios del
siglo pasado por Gustavo Bonelli, al expresar que el derecho (cartolare) circula
objetivado en el título en razón de que a éste se le ha incorporado
representativamente una declaración de voluntad que le otorga contenido
económico, entrando así en la circulación de los bienes con igual o mayor eficacia
que las cosas muebles(421). Y aunque pusimos de resalto la especial e íntima
vinculación de los elementos —documento y derecho— que integran la estructura
funcional de los títulos valores, la cual fue designada como "conexión permanente"
o "recíproca compenetración"(422) de un elemento en otro, expusimos que ambos
mantienen su autonomía conceptual, y si bien se ha señalado que no hay un
elemento principal y otro accesorio, nos preocupamos por enfatizar que en el ámbito
de las relaciones cartáceas se percibe una indisimulable preeminencia del
documento —elemento real— sobre el derecho —elemento obligacional o
creditorio—(423).
Por otra parte, es necesario enfatizar la preeminencia del documento sobre el
derecho que se podrá apreciar suficientemente en los desarrollos que siguen, al
tratar la adquisición y la extinción de los derechos sobre el título valor y los derechos
emergentes de éste, y percibir con mayor claridad al desarrollar el tema de la
legitimación, dado que estudiaremos las razones por las cuales el sujeto que el
477
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señorío externo sobre la cosa-documento está habilitado para ejercer todos los
derechos que emergen del título.
SECCIÓN SEGUNDA
a) Generalidades
Cabe recordar que de los elementos que integran la estructura funcional de los
títulos valores diferenciamos el documento, como cosa, del derecho en él
representado, en su carácter de relación obligacional. Hecha tal distinción
instrumental, se podrá diferenciar mejor los derechos que se adquieren sobre el
título de la adquisición de los derechos que surgen (o emergen) de él, como sus
respectivos modos de extinción, en tanto relaciones jurídicas(424).
Corresponde recordar que los primeros tienen características de relaciones
reales(425) por ser el título valor, en tanto documento, una cosa corpórea, y en el
segundo caso las relaciones jurídicas son personales u obligacionales, aunque
también las designaremos genéricamente como relaciones "creditorias".
Finalmente, y antes de pasar al estudio de los modos de adquisición de los
derechos sobre el título, conviene recordar todas las cuestiones tratadas al
considerar los dos elementos estructurales del título de crédito: el sustrato material
y la relación cartácea(426).
478
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De allí que encontremos justificado que el título valor —cosa mueble en su
corporeidad y en tanto objeto de derechos reales— esté regulado genéricamente
por el régimen civil, y en tanto expresión documental del derecho que le otorga un
valor económico y extrínseco distinto del valor intrínseco que tiene per se en su
materialidad, se aparte del régimen para los objetos o cosas que son regulados
teniendo en cuenta principalmente su valor intrínseco(428).
En ello reside el fundamento del distinto régimen jurídico que rige la circulación
de los títulos valores, el cual, como ya dijimos supra, no permite la reivindicación de
los títulos robados o perdidos de manos del sujeto que acredite formalmente la
legitimación activa, si es portador de buena fe del documento que ha llegado a su
poder luego del regular cumplimiento de su ley de circulación (art. 1819 del Código
Civil y Comercial)(429).
En consecuencia, se debe entender que ese régimen especial y distinto de los
títulos valores legaliza en el ámbito de las relaciones cartáceas la adquisición del
título a non domino(430) que se basa en el cumplimiento de la ley de circulación del
título de que se trate (al portador, a la orden o nominativo), recaudo éste
genuinamente cartular, que le otorga una tónica particular y diferenciadora del
régimen de normas comunes que regula la circulación de cosas que, aunque
jurídicamente se asemejan, natural y económicamente son distintas(431).
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que cumple formalmente con la ley de circulación, queda legalizada la adquisición a
non domino de éste, quien, por el solo hecho de acreditar su investidura formal
exhibiéndolo debe ser considerado legitimado activo y puede reclamar todos los
derechos que ese título valor otorgue.
Lo expuesto en el apartador anterior es grave y hay que tenerlo muy en cuenta,
pues ello deriva de la apuntada preeminencia documental que presentan los títulos
valores, Por todas esas delicadas circunstancias, Messineo(436) enfáticamente ha
señalado que la incorporación del derecho en el documento "consigue el resultado
de objetivar el derecho subjetivo de] crédito, en sentido de que tal crédito, vinculado
como está al documento pasa a segunda línea (...) por tanto, resalta en el título
crédito un elemento real, que se manifiesta en todos los momentos de la vida del
mismo: en la creación, puesto que misma realiza la incorporación; en la emisión,
puesto que se concreta en un acto de entrega; en la circulación, pues [en ella] la
entrega (o tradición) al destinatario es elemento constitutivo a los fines de la
adquisición del derecho sobre el título; en orden a la legitimación, puesto que sin
exhibición del título no se consigue la legitimación; a los fines del cumplimiento,
puesto que sin la restitución del título al emitente [o deudor] no se puede pretender
el cumplimiento, trata de un elemento que se manifiesta de manera coherente en
cada momento esencial de la vida del título de crédito"(437).
A los fines didácticos —y sin perjuicio de ampliar el tema al estudiar la
legitimación, que tratamos infra— puntualizamos aquí que las situaciones jurídico-
cartáceas explicadas en este parágrafo se justifican desde una doble perspectiva:
I) por la señalada preeminencia del elemento real (relación externa) sobre el
elemento obligacional (o relación interna)(438); y
II) por la característica documental(439) adquirida por el derecho creditorio al
convertirse en derecho cartular y hallarse "encerrado" en el documento(440).
480
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Entre éstos, debemos señalar la adquisición del título de mediante los modos
previstos en el derecho común(443), es decir por alguno de los medios que detallamos
a continuación(444).
a.1) Apropiación
Aunque es un hecho poco frecuente, se verifica cuando el título valor aparece res
nullius (cosa sin dueño) o res derelictae (cosa abandonada) y un sujeto toma
posesión material de él. En tal caso, la adquisición originaria se perfecciona cuando
esa toma de posesión del título es calificada por la documentación formal del
cumplimiento de la ley de circulación, según la especie de título de que se trate (al
portador, a la orden o nominativo). Corresponde incluir el hallazgo(445), pues aunque
los arts. 2528 y 2531 al 2538 del Código Civil derogado no permiten la apropiación
de las cosas robadas o perdidas, se debe entender que respecto de los títulos
valores rigen el art. 477 del Código de Comercio derogado y el art. 4016 bis del
Código Civil derogado. Por tanto, se pueden adquirir de ese modo y con carácter
originario.
Resulta del caso señalar que las normas generales establecen que el dominio de
las cosas muebles no registrables sin dueño se adquiere por apropiación. Igual es
el caso de las cosas abandonadas. Sin embargo, no son susceptibles de apropiación
las cosas perdidas, y hay que tener en cuenta que si la cosa es de algún valor, se
presume que es perdida, excepto prueba en contrario (arg. art. 1947, incs. a] y b],
del Código Civil y Comercial).
a.2) Usucapión
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a.2.2.a) Cuestiones generales
Respecto de la usucapión, se establece como regla general que los derechos
reales principales, como el dominio o condominio de las cosas muebles (arts. 1887,
incs. c] y b]), se pueden adquirir por la prescripción en los términos de los arts 1897
y 2565. En esa misma línea es un principio general establecido que la posesión de
buena fe del subadquirente de cosas muebles no registrables que no sean hurtadas
o perdidas es suficiente para adquirir los derechos reales principales, excepto que
el verdadero propietario pruebe que la adquisición fue gratuita (art. 1895).
Empero, respecto de las cosas muebles registrables, no existe buena fe sin
inscripción a favor de quien la invoca. Tampoco existe buena fe aunque haya
inscripción a favor de quien la invoca, si el respectivo régimen especial prevé la
existencia de elementos identificatorios de la cosa registrable y éstos no son
coincidentes (art. 1895, aparts. 2º y 3º).
a.2.2.b) Cuestiones específicas
Concretamente, respecto de los títulos valores en general, se prevé que quien
adquiere un título valor en forma onerosa sin culpa grave y de acuerdo con su ley
de circulación no está obligado a desprenderse del título valor y, en su caso, no está
sujeto a reivindicación ni a la repetición de lo cobrado (art. 1819).
Adquiere el derecho real quien posee durante diez años una cosa mueble
registrable, no hurtada ni perdida, que no inscribe a su nombre pero la recibe del
titular registral o de su cesionario sucesivo, siempre que los elementos
identificatorios que se prevé en el respectivo régimen especial sean coincidentes
(art. 1899).
a.3) Expropiación
Por aplicación de los arts. 16 y 25 de la ley 13.264 y del art. 2º, inc. 1º, del decreto
15.715/59(447), se dispuso la expropiación de diversas sociedades comerciales(448),
lo cual trajo la declaración de utilidad pública de tales títulos de todo ello,
fundamentado en sólidos principios constitucionales como el contenido en el art. 17
de la Constitución Nacional.
Este modo de adquisición de las acciones ha sido considerado a título originario
por nuestro supremo tribunal(449), por lo que consideramos procedente su inclusión
aquí.
Recientemente, con fecha 16/4/2012 el Poder Ejecutivo nacional dictó el decreto
de necesidad y urgencia 530/12 por el que se dispuso la intervención transitoria de
la empresa YPF, al par que se anunció la remisión al Congreso del Proyecto de Ley
para la nacionalización urgente y por razones de utilidad pública del 51% de las
acciones de YPF.
Aunque tal situación se puede encuadrar, jurídicamente, dentro los principios
expuestos, ha suscitado una serie de problemas políticos y económicos, de orden
interno e internacional, cuyos alcances quedan fuera del ámbito de esta obra.
482
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A los modos de adquisición originaria mencionados nos permitimos agregar el
supuesto que prevé el art. 3º, apart. 1º, de la Ley Cambiaria argentina, que autoriza
al creador (o librador) del título de arquetípico —letra de cambio— a concebirlo en
su favor —"a su orden"—; es decir, en tal caso, quien crea el título ocupa el
emplazamiento cambiario de librador y de beneficiario (o tomador), resultando así el
portador legitimado primigenio.
Por esta razón entendemos que la propiedad del título valor, en cuanto res, ha
sido adquirida de modo originario(450), ya que se fundamenta y reside en el acto
formal de la creación del título por el librador(451), la cual, como que se ha visto en
los títulos valores en general, se produce al incorporar representativamente una
declaración de voluntad con contenido económico en un instrumento o sustrato
material. Con ello se da vida a un documento constitutivo que en virtud de la
estructura del vínculo obligacional en él representado (promesa del hecho ajeno y,
eventualmente, del hecho propio) existe jurídicamente sin tradens alguno que se lo
haya transferido, por ser el actual poseedor-propietario, precisamente, quien lo ha
creado(452).
b.1) Generalidades
Son modos de adquisición derivada del título valor en tanto documento objeto de
relaciones reales todos los contratos y negocios jurídicos a título oneroso o gratuito
(donación, sucesión mortis causa) en los que un sujeto —tradens—, real o simbólico
(arts. 2378, 2388, 2389 y 2390 del Código Civil derogado) realiza en favor de otro
sujeto —accipiens— la entrega de un título valor, ya se trate de una compraventa u
de otro acto o negocio relativo a la transmisión de bienes.
De acuerdo con el concepto romanista dado antes de lo que significa adquisición
originaria y adquisición derivada, entendemos que en todos los casos mencionados
en el parágrafo anterior existe adquisición derivada del documento, ello en
coincidencia con lo sostenido por el profesor italiano P. Bonfante, quien entiende
que la adquisición es derivada cuando se produce en virtud de una transferencia a
una nueva persona de un derecho que ya existe a favor de otro sujeto; de tal modo
que ese derecho se constituye y justifica con base en la relación jurídica que se
denomina de sucesión a título particular(453).
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Ab initio recordamos aquí que al endoso del título debe seguir la tradición o
entrega de él por su carácter necesario, pues perfecciona la transmisión una vez
que el tradens lo entrega y el accipiens lo recibe, entrando en posesión de él.
Sin embargo, debemos señalar que algunos autores —aunque no
sistemáticamente— definen como medio de adquisición originaria del título valor —
sin aclarar si es en su condición de res— la adquisición que se verifica luego de
haber cumplido éste con la ley de circulación, sea ella regular o a non domino(454).
Empero, lo incidental de las afirmaciones de esos destacados autores nos ha
llevado a concluir que se basan en que la propiedad del título como res adquirida de
ese modo se puede considerar originaria, al entender que el accipiens no la obtiene
estrictamente de su tradens, sino que consideran que la adquisición se produce en
virtud de haber entrado el accipiens en posesión del título luego de que éste ha
cumplido con la ley de circulación, sea ella regular o irregular (adquisición a non
domino, lo cual impide la reivindicación del documento si quien lo adquiere es de
buena fe(455)).
Reiteramos que en nuestro concepto tales afirmaciones no se compadecen con
la concepción romanista expuesta con el concepto según el cual, como dice el Dr.
J. N. Williams, al estudiar al autor italiano Giorgio De Semo, "mediante la recepción
del título, el tomador o el endosatario adquiere la posesión que le proviene por el
acto jurídico cumplido por su autor inmediato: adquisición, por tanto, a la luz de la
teoría general a título derivado"(456).
b.3) Conclusión
Habida cuenta de lo expuesto —sin perder de vista que nos estamos refiriendo a
la adquisición del derecho real sobre el título en tanto se lo considere res y en virtud
de seguir una exposición congruente con las pautas observadas hasta aquí—
concluimos en afirmar que el endoso, como medio de adquirir un título valor de
circulación a la orden(457) en tanto documento que puede ser objeto de relaciones
reales, es un modo de documentar la adquisición derivada o derivativa(458) de ese
documento, lo cual no resulta inconveniente para que el derecho o relación cartular
que emerge del título valor sea considerado, en tal caso, adquirido de modo
originario por el sujeto que recibe el documento. Sujeto éste que resulta, así, titular
de un derecho cartáceo de carácter autónomo que ha nacido ex novo, o sea de
modo originario, al adquirir la propiedad del título, que ha adquirido de modo
derivado, adquisición ésta perfeccionada al recibir el documento del tradens.
Por ello, enfatizamos que se debe distinguir, en tal supuesto, la adquisición de los
derechos sobre el título (relación real o externa) de la adquisición de los derechos
emergentes del título (relación creditoria cartular o interna). Resulta así adecuado
concluir que el documento es transferido de modo derivado mientras que el derecho
caratular es adquirido de modo originario.
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a) Aspectos dogmáticos
Como en obras anteriores, exponemos aquí los aspectos dogmáticos relevantes
referidos a la extinción de los derechos sobre el título valor, puestos en relación con
las normas vigentes respecto de los títulos cambiarios y de los títulos al portador.
En ese sentido decimos que la relación real sobre el título valor, en tanto cosa
representativa de un valor, se puede extinguir de diversos modos(459): en algunos
casos, en forma absoluta; en otros, en una forma que designamos como relativa,
pues acontece que el título valor primitivo es reemplazado o sustituido por otro u
otros títulos valores.
El primer supuesto, de extinción absoluta o definitiva, se puede verificar en los
siguientes casos:
I) cuando ocurre la destrucción accidental del título valor, inadvertida por el
portador legitimado, lo cual hace que no inicie el correspondiente procedimiento
judicial de cancelación, que lo llevaría a obtener otro título de crédito en reemplazo
del deteriorado (o perdido)(460);
II) cuando se produce la destrucción voluntaria del título valor por medio de su
portador, quien mediante tal proceder libera a los sujetos obligados en él, en razón
de lo cual se verifica indirectamente una remisión de deuda. Este acto material de
destrucción o anulación puede obedecer a las más diversas causas económicas o
subjetivas del portador del título; por tanto, señalamos latamente que es la razón de
ser (la destrucción o anulación), la causa eficiente de la extinción del derecho sobre
el documento(461);
III) cuando la destrucción o anulación del título valor sigue o es simultánea al
cumplimiento de la prestación que el título de crédito otorgaba.
A su vez, el título valor se extingue como tal —por tanto, los derechos que se
pudiera ejercer sobre él, en su singularidad— cuando es sustituido por otro u otros
títulos valores; en tales casos, la extinción del derecho se produce sobre el título
sustituido, y el derecho real respectivo se pasa ejercer sobre el título que lo
reemplaza.
Ello ocurre:
IV) cuando, iniciado y tramitado el procedimiento de cancelación por robo,
pérdida, deterioro o extravío de un título valor(462), el peticionante o iniciador del
procedimiento cancelatorio concluido obtiene un nuevo título de crédito en
reemplazo del título cancelado. Es decir, se habrá extinguido la relación real sobre
el título de crédito robado, perdido o deteriorado, que pasará a ejercerse sobre el
título que lo reemplaza(463);
V) por la sustitución o conversión que el poseedor legitimado pueda solicitar, en
determinado momento, del deudor o emitente. Ella se puede llevar a cabo mediante
una operación de fraccionamiento de un título valor en otros títulos valores de menor
valor, como ocurre cuando, legal y estatutariamente el portador de una acción de
sociedad (p. ej., de $ 1.000) solicita su reemplazo por diez acciones de $ 100. En tal
caso el solicitante deberá entregar la acción, que será anulada por la sociedad
emisora(464), extinguiéndose de ese modo los derechos que el sujeto solicitante
ejercía sobre ella, los cuales regirán sobre los títulos de menor valor entregados en
su reemplazo;
VI) por la conversión de los títulos mediante una operación inversa, en la que
varios títulos valores son convertidos en uno solo de valor equivalente. Esta
operación se puede concretar, además, cuando el tenedor de cierta cantidad de
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títulos valores solicita a la entidad emitente que se los convierta en pocos títulos de
considerable valor, los cuales, sumados, resulten de valor equivalente a los títulos
reemplazados. De este modo quedan extinguidas las relaciones reales del portador
legitimado ejercidas sobre éstos.
No es ocioso recordar que el fundamento de la extinción de los derechos o
relaciones reales sobre el título reside en la extinción o la anulación del título valor
en tanto documento constitutivo, esto es, jurídicamente considerado representativo
de un derecho cartáceo.
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a) sujeto habilitado para efectuar la denuncia, contenido, derechos del
peticionante (art. 1871);
b) admisibilidad y efectos del pedido, notificación, publicidad, finalidad, efectos del
pago anterior (art. 1872);
c) formulación de oposición, procedimiento, procedencia, desestimación y sus
distintos efectos (art. 1875).
- Parágrafo 4º: Sustracción, pérdida o destrucción de los libros de registro (arts.
1876 a 1881). En el caso de títulos valores nominativos o de los llamados "no
cartulares" (desmaterializados) y los ingresados a sistemas de anotaciones en
cuenta según el art. 1836, el Código Civil y Comercial prevé cómo se debe proceder
cuando ha ocurrido la sustracción, la pérdida o la destrucción de los libros de registro
de tales instrumentos, respecto de lo cual establece lo siguiente:
a) denuncia, contenido, jurisdicción, necesidad de presentación ante otros
organismos v.gr. i) de contralor societario, ii) de contralor de los mercados de valores
y iii) a las entidades autorreguladas (art. 1876);
b) necesidad de distintas publicaciones (art. 1877);
c) procedimiento, cosas, trámite ante perito contador judicial (art. 1878);
d) confección de un nuevo libro (art. 1879);
e) ejercicio de derechos (art. 1880) y diversas medidas judiciales especiales.
SECCIÓN TERCERA
a) Generalidades
Los derechos emergentes del título valor deben ser considerados desde una triple
perspectiva, es decir, no solo desde el punto de vista de su adquisición (originaria o
derivada) y de sus modos de extinción, sino, además, desde la perspectiva de su
ejercicio, esto es, precisamente el tema de la legitimación que tratamos infra.
En los tres aspectos en que hemos de considerar los derechos emergentes del
título, es necesario enfatizar la diversa importancia que daremos, en cada caso, a
las relaciones y las consecuencias que se rigen por el derecho común y a las
relaciones y las consecuencias genuinamente cartáceas. En efecto, sabido es que
la adquisición de los derechos emergentes de un título valor se puede llevar a cabo
de modo originario o derivado, y si bien consideraremos este último, debemos tener
en cuenta que lo que interesa a nuestro estudio es la adquisición originaria, por ser
la forma en que no se desnaturaliza el derecho cartular contenido en el título. Tal
desnaturalización se produce cuando el título valor es transferido por medios regidos
por el derecho común, como sería la cesión o cualquier otro negocio jurídico de
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cambio que no tiene características del sistema que aquí nos ocupa. Pues en tales
casos quien recibe el título valor no adquiere un derecho de carácter literal ni
autónomo; y, como sabemos, no solo la cesión sino todos los medios de cambio y
transferencia del derecho común producen esas consecuencias.
Por tal razón, y teniendo en cuenta que lo que interesa para nuestra materia es lo
genuinamente cartáceo, ubicamos en el segundo lugar de esta sección el estudio
de la legitimación, en tanto es ella la que permite el ejercicio, en el más amplio
sentido, de los derechos emergentes del título valor en el ámbito de las relaciones
cartáceas, con los efectos propios de esta rama del derecho.
Luego de ello, concluiremos con la consideración de los diversos modos de
extinción de tales derechos que emanan del título valor.
b) Adquisición originaria
La transmisión del título valor, que se realiza mediante la tradición de éste y la
respectiva documentación que cumplimente la ley de circulación según su especie
—al portador, a la orden o nominativo—, produce la adquisición originaria de los
derechos emergentes del título por parte de quien lo recibe. Este sujeto, a partir de
entonces, se constituye en portador legitimado, posición jurídica que le concede la
posibilidad de ejercer tales derechos en el ámbito de las relaciones cartáceas,
quedando a cubierto de las posibles excepciones personales que pudieran surgir de
las sucesivas transmisiones del documento. En tal caso, no se ha verificado una
sucesión a título particular entre el tradens hacia el accipiens, sino que éste ha
adquirido los derechos en forma originaria, es decir, el derecho cartular que emerge
del título ha nacido para él, ex novo, en el momento en que recibió el documento(465).
En consecuencia, el derecho adquirido por el nuevo titular es un derecho
autónomo, pues en su ejercicio no se tendrá en cuenta la situación personal de los
sujetos que han intervenido, anteriormente, en la circulación del título. En verdad,
se prescindirá sustancialmente de ellos, por considerar que cumplen una función
instrumental o de forma(466) como integrantes de la regularidad extrínseca de las
sucesivas transmisiones del documento o, en otras palabras, como hitos del
cumplimiento de la ley de circulación del título valor de que se trate: y nada más.
La adquisición originaria es la responsable del carácter autónomo del derecho
que emerge del título valor, y que significa, como quedó expresado supra(467), la no
acumulación de excepciones personales en cada transmisión. Es decir que cada
nuevo adquirente del documento adquiere de modo originario el derecho
representado en el título(468). Derecho que por estar desvinculado de la situación
jurídica que tenía el transmitente es un derecho autónomo, que no es alcanzado por
el principio establecido en el art. 3270 del Código Civil derogado y consagrado
expresamente en art. 399 del Código Civil y Comercial(469). En rigor, bajo la vigencia
del Código Civil de Vélez Sarsfield, se aplicaba la disposición contenida en el art.
3271, norma que, por natural implicancia, disponía que el precitado artículo anterior
no se aplicaba al poseedor de las cosas muebles.
Este es un principio que ha sido consagrado expresamente en el art. 1816 del
Código Civil y Comercial que establece, para todos los títulos valores, el principio de
autonomía en la adquisición del derecho cartular de que se trate, determinando que
al portador del título valor, que lo adquirió cumpliendo con la ley de circulación
correspondiente, le son inoponibles las defensas personales que pueden existir
488
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contra los anteriores portadores. O, en otras palabras —como hemos repetido con
hartura—, durante la circulación del título valor se produce una dispersión de las
excepciones personales que pudieran surgir y existir en la adquisición y transmisión
título valor de que se trate.
c) Adquisición derivada
Como contrapartida, la adquisición derivada de los derechos emergentes del título
valor se puede llevar a cabo mediante cualquiera de los modos de adquisición de
las relaciones personales o creditorias que regula el derecho común, tales como la
cesión, la delegación, la compraventa, etc.; cualquiera de esas formas jurídicas
implica una sucesión a título particular del derecho obligacional transferido(470).
Cabe señalar que en algún supuesto la transferencia del derecho creditorio,
aunque adopte las formas del sistema cartular o cambiario, produce el efecto de una
adquisición derivada, como es el caso del art. 22, apart. 1º, de la Ley Cambiaria
argentina, que atribuye al endoso de una letra de cambio o de un pagaré, efectuado
luego del protesto por falta de pago, los efectos de una cesión de crédito, y, por
ende, produce la acumulación de excepciones personales que pudiera tener el
sujeto que, en razón de ser formalmente endosante, por imperio de la ley es
sustancialmente cedente de los derechos que emergen del título de crédito
cambiario. Una norma legal semejante trae el art. 22 de la Ley de Cheques para el
caso de los endosos efectuados luego de que el cheque hubiera sido rechazado por
el banco girado.
Otro supuesto de transmisión por endoso que produce los efectos de una
adquisición derivada del derecho cambiario se da cuando el endosante del papel de
comercio introduce la cláusula "Prohibido el endoso" o una expresión equivalente,
según la regla legal contenida en el art. 16, apart. 2º, de la Ley Cambiaria argentina.
En rigor ella no impide que el endosatario vuelva a endosar la letra o el pagaré (o el
cheque), pero quien recibe el título ulteriormente adquiere un derecho derivado
respecto del endosante que introdujo la cláusula, y éste puede oponer todas las
defensas y excepciones que tuviera contra su endosatario.
SECCIÓN CUARTA
489
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Con esa finalidad y luego de haber considerado los diversos modos de adquisición
de los derechos sobre el título y de los emergentes del título, englobados en la
expresión legal de "derechos resultantes del título"(472), resulta oportuno abordar el
estudio de la legitimación en sus aspectos activo y pasivo, como, asimismo, su
distinción con la legitimación procesal y su inevitable comparación con la propiedad
y la titularidad en el ámbito de las relaciones cartulares y cambiarias.
b) Concepto de "legitimación"
Es la situación jurídica, regulada por las normas del derecho sustancial para los
papeles de comercio (art. 17, apart. 1º, Ley Cambiaria argentina; art. 17, Ley de
Cheques, y arts. 1816, 1842 y concs. del Código Civil y Comercial para los títulos
de valores en general), en virtud de la cual el portador regular se halla habilitado
para exigir todas las potestades jurídico-económicas que emergen del documento
que presenta o exhibe al sujeto requerido para cumplir la prestación en él
representada, y por la cual éste se halla en condiciones de cumplir y liberarse
válidamente.
Como se aprecia, el concepto descriptivo expuesto tiene en cuenta la
característica bifronte de la legitimación(473); con ese criterio desarrollaremos el
análisis de la institución, considerando en primer lugar su aspecto activo y luego su
aspecto pasivo.
c) Legitimación activa
Es una situación jurídica —entendiendo por ella el conjunto de requisitos formales
que el sistema cartular exige cumplimentar al portador de un título de crédito, a
efectos de tutelar suficientemente los valores esenciales de la circulación
económica— en virtud de la cual ese portador, si exhibe o presenta el título —
siempre que haya cumplido formalmente con la ley de circulación del documento,
según su especie— es considerado legitimado activo y puede requerir válidamente
el pago o, genéricamente, el cumplimiento de la prestación que otorga el título valor,
independientemente de que se trate del titular del derecho cartáceo o del propietario
del título, en tanto documento constitutivo de tal derecho(474).
La legitimación que aquí tratamos es una legitimación sustancial, pues, regulada
por el derecho de fondo, determina los recaudos formales o extrínsecos que se debe
acreditar para estar habilitado a ejercer todos los derechos subjetivos resultantes
del título valor, v.gr., transmitirlos, ejecutarlos, remitirlos, extinguirlos, etcétera(475).
La expresión "portador regular" utilizada supra se refiere a la necesidad de que el
sujeto que posee el título acredite que éste ha llegado a su poder luego de cumplir
con las formalidades documentales necesarias, según la especie de título de que se
trate (al portador, a la orden o nominativo), sin entrar en una compulsa o probanza
sustancial respecto de las sucesivas transmisiones. Es decir que ni el sujeto
presentante ni el sujeto requerido pueden ni deben efectuar tal indagación,
Acreditadas tales formalidades documentales, que demuestren extrínseca y
objetivamente la regularidad de la circulación del título y califiquen como de buena
fe a su poseedor, éste es considerado portador legitimado y se halla en condiciones
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jurídicas de ejercer los derechos resultantes de ese título valor, prescindiendo de
que sea efectivamente el acreedor de la relación cartácea(476).
A este respecto resulta significativo transcribir la apreciación efectuada por el
profesor Vivante al referirse a este tema, pese a utilizar una terminología hoy casi
abandonada: "acreedor formal, titular del crédito, es aquel que figura como dueño
del crédito en la forma propia de cada clase de título (...) siempre que se hayan
observado esas formalidades necesarias para la circulación normal del título, el
deudor no tiene que hacer averiguaciones respecto de la causa por la cual obtuvo
la posesión del mismo el actual acreedor. Para el deudor el ser está en el parecer.
Esta regla formal acrecienta la confianza en el pronto y puntual pago de los títulos
valores favoreciendo, por lo tanto, su circulación; beneficia al deudor, que está
exento de la obligación de comprobar si paga al acreedor efectivo, y de las
consiguientes responsabilidades de un pago indebido"(477).
Queda claro, entonces, que existe una propiedad formal(478) y una propiedad
material(479), y que si bien éstas generalmente coinciden en la persona del portador
del título, en el derecho cartáceo esa identidad puede no darse. En tal supuesto, el
sistema atribuye la propiedad formal del crédito o, lo que es lo mismo, la legitimación
activa al sujeto que cuenta con los recaudos formales y extrínsecos suficientes (v.gr.,
posesión del documento, exhibición de éste, comprobación del cumplimiento de la
ley de circulación respectiva y, en su caso, identificación del portador), reservándose
la expresión "propiedad material" para el verdadero propietario del título y titular del
derecho cartáceo.
En atención a lo expuesto, si examinamos el modo mediante el cual el derecho
asegura a la economía buenos resultados —en la circulación—, comprobamos que
lo consigue atribuyendo al poseedor-adquirente del título el derecho de recibir la
prestación cartular, poniéndolo a resguardo tanto de las excepciones del emitente
(o creador) del título, cuanto de la acción de reivindicación del tercero desposeído
(emitente compreso)(480).
d) Legitimación pasiva
La legitimación, como se dijo, es bifronte, o sea que como contrapartida de lo
expresado sobre la legitimación activa debemos efectuar breves consideraciones
respecto de la legitimación pasiva, que es correlativa y en cierto modo dependiente
de aquélla, pues solo se puede hablar de que alguien es legitimado pasivo si cumple
o paga a quien es legitimado activo. Es otro efecto de bilateralidad simétrica de las
relaciones cartáceas.
La legitimación pasiva se debe considerar un beneficio que el sistema cartular
concede al deudor requerido de pago(481) en virtud del cual éste, como se dijo antes,
no debe, ni puede investigar las condiciones sustanciales del derecho del sujeto
requirente o acreedor, limitando esa diligencia a comprobar la regularidad de las
formalidades del status jurídico del presentante del título(482).
Es decir, la sola comprobación de que quien pretende ejercer el derecho cartular
tiene el título luego de que éste ha cumplido formalmente con la ley de circulación
que corresponda a su especie permite a quien cumple con la prestación requerida
—o, en otras palabras, a quien paga— quedar válidamente liberado del vínculo
obligacional preexistente; por haber pagado al legitimado activo del título valor
presentado, ha pagado bien, y ello es suficiente, pues implica que ha ejercitado la
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legitimación pasiva sustancial correlativa a la legitimación activa del presentante del
título(483).
Consideramos de indudable utilidad leer detenidamente los arts. 17 y 43 de la Ley
Cambiaria argentina, que traen disposiciones legales absolutamente coincidentes
con los aspectos dogmáticos recién explicados.
En cuanto a la norma general incluida en el art. 1817 del Código Civil y Comercial
para todos los títulos valores, hay que poner de relieve que se refiere a la
legitimación cartular, ya que, aunque la denominación otorgada por el legislador se
refiere específicamente a la legitimación pasiva del sujeto que debe cumplir la
prestación asumida en el título valor, si nos atenemos al perfil bifronte de esta
institución cartular, debe considerarse que abarca naturalmente la legitimación
activa del sujeto que recibe esa prestación con ajuste a derecho. También se refiere
a las causas que pueden obstar a los efectos positivos del ejercicio de la
legitimación.
Hay que señalar que, a pesar de que en esta norma general no se menciona la
legitimación, hay que referirse específicamente a cómo esa institución cartular y
cambiaria se manifiesta en las distintas clases y especies de los títulos valores
según su ley de circulación, v.gr., al portador (art. 1837), a la orden (art. 1842) y
nominativos (arts. 1847 y 1848), con referencia a algunos de los denominados
"títulos no cartulares" o "desmaterializados" (art. 1850, que remite a los arts. 1820,
y 1816 y 1819).
Queda por decir que la justificación económico-jurídica de la institución de la
legitimación, en sus dos aspectos, irradia un acrecentamiento de la confianza que
en virtud de la simplificación de las formas redunda en favor de la circulación. Lo
cual, por otra parte, resulta congruente con los principios que informan la teoría
general de los títulos valores, v.gr.: objetivación del crédito, caracteres esenciales
de necesidad, literalidad y autonomía, y valores esenciales de certeza, seguridad y
rapidez, que conciernen a los negocios mercantiles y bancarios.
493
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tanto título valor está integrado estructuralmente por sendos elementos: uno real (la
cosa documento) y otro personal (el derecho creditorio incorporado), vinculados en
una conexión permanente, que produce, como ya explicamos al principio, un mutuo
intercambio de características entre ambos.
Tal estructura del objeto sobre el cual se ejercen derechos y del cual emergen
derechos, integrada por un elemento de naturaleza real y otro elemento de
naturaleza personal (o creditoria), hace que se lo deba considerar en forma unívoca,
pues tales elementos estructurales se han amalgamado jurídicamente, de un modo
que no es la suma o adición de ambos elementos, sino que ha dado un producto (o
ente) que tiene entidad propia: el título valor.
Retrotrayendo nuestra atención a los conceptos ya aprendidos, recordamos que,
si bien no hay un elemento principal y otro accesorio, existe una preeminencia de la
relación externa (o real) sobre la relación interna (o creditoria). De ello se sigue que
tal preeminencia documental es la que informa y justifica la función de legitimación
que cumple el título de crédito, como medio técnico-jurídico, en el ámbito de las
relaciones cartáceas y en la circulación de la riqueza bajo esas formas. Se trata de
una función de legitimación que tiene su origen en el carácter necesario(496) del
documento y halla su fundamento en el fenómeno de la "incorporación"(497), aunque
se basa, en sentido dogmático estricto, en la aptitud constitutivo-dispositiva del título
valor, en tanto documento(498) y se explica, en la praxis de la teoría general, por la
naturaleza jurídica de cosa mueble atribuida al título y enfatizada con hartura en el
presente comentario.
Tales premisas, lo bastante demostradas ya, resultan totalmente aplicables al
tema en desarrollo, pues son las que permiten afirmar(499) que la adquisición de un
derecho real sobre el título es lo que posibilita la adquisición y, consecuentemente,
el ejercicio del derecho cartular que emerge del título valor, pues éste, en tanto
documento constitutivo, es condición necesaria para la adquisición de aquél. Para
ampliar el concepto, agreguemos que en tanto documento con aptitud dispositiva,
resulta además imprescindible para el ejercicio y, en su caso, extinción del derecho
cartáceo que emerge de él(500).
Asimismo, dichas premisas permiten responder al interrogante que como
hipótesis de trabajo se planteó el profesor Ageo Arcangeli, quizás uno de los
expositores más ilustres de la teoría de la propiedad. Este autor italiano(501) se
preguntaba: "¿Qué significa la frase 'propiedad del título'? ¿Significa propiedad
sobre el pedazo de papel? ¿O propiedad del crédito? ¿O propiedad de una cosa
nueva? En realidad se trata de esto último, pues no es posible considerar
separadamente el papel y el crédito. La propiedad recae sobre el sustrato material,
en cuanto incorpora el crédito y por lo mismo no es una propiedad sobre el papel,
sino una propiedad sobre el papel incorporando —representativamente o en si el
derecho (...). Una cosa corporal indiferente; ha recibido esenciales cualidades
jurídicas, por la agregación de una cosa 'incorporal': he allí la cosa nueva objeto del
derecho de propiedad: el título valor".
Antes de concluir, conviene poner de relieve tres evidencias dogmáticas:
I) De un lado, señalar que la teoría de la propiedad es la que guarda mayor
congruencia:
a) con la definición vivantiana;
b) con el análisis de los elementos estructurales del título valor efectuado, y en
especial con la forma como éstos se hallan vinculados en conexión permanente;
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c) con la fundamentación de los caracteres esenciales que poseen el documento
(necesario) y el derecho (literal y autónomo); y
d) con la preeminencia del elemento real sobre el elemento obligacional o
personal que hemos señalado antes.
II) De otro lado, lo expuesto irradia luz para llegar a las siguientes conclusiones:
a) la adquisición originaria de la titularidad del derecho cartular representado en
un documento de crédito depende de la adquisición de la propiedad de ese título
como documento que es, de acuerdo con el régimen de circulación de las cosas
muebles, caracterizado, en el caso, de modo diferencial con aquéllas, por
connotaciones propias del sistema cartular. Connotaciones que se puede resumir
en el cumplimiento de la ley de circulación según la especie de título de que se trate;
siendo ésta la tónica especial y diferenciadora a la que hemos hecho referencia;
b) el propietario del título valor, en tanto documento constitutivo-dispositivo, es el
titular del derecho literal y autónomo, un derecho cartular que nace y circula
incorporado al documento; derecho éste de naturaleza creditoria, adquirido en forma
originaria por cada sujeto que recibe el documento cumpliendo con su ley de
circulación;
c) la ajustada terminología a utilizar en la especie, cuando el documento se
entrega cumpliendo con los recaudos formales de la circulación cartular, es que se
transfiere el documento-cosa, y el sujeto que lo recibe de modo derivado o
derivativo, mientras que se transmite el derecho cartáceo incorporado o
representado en él, y quien lo adquiere lo hace a título originario. Esto es, el derecho
nace nuevo en cada transmisión para el accipiens que resulta así nuevo titular de
un derecho autónomo o originarlo (por no derivado);
d) la preeminencia de la relación real (o externa) sobre la relación creditoria (o
interna) se manifiesta en la circunstancia de que la adquisición de la titularidad del
derecho cartular, al depender de la adquisición del derecho real sobre el documento,
resulta excluida de la regulación de las normas que rigen las relaciones personales
o creditorias, para ser regulada genéricamente por las normas referidas a la
adquisición de las cosas muebles, con la modificación que trae aparejada el
cumplimiento de la ley de circulación del título de la clase de título valor de que se
trate. Ello es así, como régimen diferencial del sistema especial que es el sistema
cartáceo. Por otra parte es congruente, desde el punto de vista dogmático, si se
tiene en cuenta el apuntado mutuo intercambio de características propias de los
elementos estructurales de los títulos valores.
III) Finalmente, en orden a la comparación efectuada, se puede expresar que:
a) la propiedad del título valor se refiere al derecho real ejercido sobre éste, en
tanto documento;
b) la titularidad se refiere al derecho cartular que emerge del documento, en tanto
contenido económico en él representado;
c) la legitimación se refiere a la situación jurídica del sujeto habilitado, en el ámbito
de las relaciones cartáceas, para ejercer todas las potestades sobre el título y las
que emergen de éste, cuando lo ha adquirido luego de que ha cumplido con su
respectiva ley de circulación (al portador, a la orden o nominativo).
Ello significa, como se ha dicho antes, que aunque el portador legitimado es,
generalmente, propietario del documento y titular del derecho, puede suceder que
la legitimación, por diversas razones —lícitas o ilícitas—, se halle desgajada y no
coincida con la titularidad y la propiedad en cabeza de un único sujeto, pero ello no
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empece a su capacidad de ejercicio del derecho cartular emergente del título valor,
que posee y presenta (arg. arts. 1815, 1816, 1819 y concs. del Código Civil y
Comercial).
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a) Noción de mala fe
En coherencia de la aclaración hecha en el párrafo anterior, primeramente
consideramos cómo opera la mala fe en materia de reivindicación del título robado
o perdido, para luego estudiar la situación análoga respecto de la legitimación para
el requerimiento y la percepción del contenido del documento, o sea la exigencia del
cumplimiento de la prestación que concede el título valor.
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Estudiantes de abogacia EA! - EA! GRADuados
declaración unilateral de voluntad con contenido económico, adquiere la titularidad
del derecho personal allí documentado.
Queda por decir que en esta hipótesis la circulación irregular, acaecida con
posterioridad a la pérdida o la sustracción del título, ha quedado purgada (o
depurada) con la adquisición sin mácula que se verifica en favor del adquirente de
buena fe; o sea que el título valor, aun cuando circuló a non domino, no es
reivindicable en razón de la buena fe del actual poseedor(507).
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b) Noción de culpa grave
Haciendo lo mismo que en el parágrafo anterior pero en esta oportunidad respecto
de la culpa grave, en primer lugar, consideramos cómo opera la culpa grave en
materia de reivindicación del título robado o perdido, para luego estudiar la situación
de cuando esa "culpa" se manifiesta respecto de legitimación para la percepción del
contenido del título o del cumplimiento de la prestación que éste concede.
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comprobación es imprescindible para que pueda considerárselo legitimado pasivo,
situación jurídica que otorga el sistema a quien efectúa la comprobación de los
requisitos extrínsecos exigidos al presentante del título, otorgándole los beneficios
de la condición de legitimado pasivo.
En la hipótesis de que existan irregularidades formales perceptibles en el
cumplimiento de la ley de circulación del título y el sujeto requerido no las descubre
y paga, el sistema lo priva del beneficio que otorga la legitimación, pues en tal caso,
y debido a que no guardó la necesaria diligencia al examinar los recaudos formales
inherentes a la investidura calificada del presentante, ha pagado mal. Para el caso
de que el verdadero portador legítimo del documento le requiera luego cumplir la
prestación asumida en el título, deberá hacerlo de nuevo, pues en la oportunidad
anterior, al cumplir respecto de quien no estaba legitimado, lo hizo sin efectos
liberatorios(514).
Resulta clara entonces la manifestación bifronte de la legitimación en el sistema
que nos ocupa, pues la condición de legitimado activo del presentante del título
otorga la condición de legitimado pasivo al deudor que cumple el requerimiento; y,
análogamente, el deudor que cumple ante la solicitud de un portador irregular, que
no es legitimado activo, no resulta beneficiado por los efectos de la legitimación
pasiva, pues ha cumplido respecto de quien no es el portador calificado, o, en otras
palabras, respecto de quien no es legitimado activo.
Queda por recordar que si bien los desarrollos dogmáticos efectuados fueron
hechos, como se anunció al principio, con relación a las normas específicas
cambiarias incluidas en los arts. 17, segunda parte, y 43, tercera parte, ambos de la
Ley Cambiaria argentina, han recibido consagración legislativa desde diversos
puntos de vista, para los títulos valores en general en las reglas legales incluidas en
los arts. 1815, 1816, 1817, 1819, 1821, inc. d), 1823 y conc. del Código Civil y
Comercial.
SECCIÓN QUINTA
a) Generalidades
Debemos considerar ahora la extinción de las relaciones cartáceas
documentadas (o incorporadas) en un título valor que, como quedó
expresado supra, son de naturaleza personal u obligacional. Ellas, en principio, se
pueden extinguir por los medios de típicos de extinción de esas clases de relaciones
jurídicas, que básicamente pueden ser: pago, novación, confusión, renuncia o
remisión deuda y prescripción(515).
Tales medios extintivos del derecho común de obligaciones no se presentan
totalmente puros en el ámbito de las relaciones cartulares(516). Sin embargo, de
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Estudiantes de abogacia EA! - EA! GRADuados
entrada queremos advertir al lector que, para que ellos produzcan efectos acabados
respecto de los derechos incorporados que emergen del título valor de que se trate,
en ciertos casos deben ir acompañados de algunos recaudos o matices con
connotaciones especiales y propias de ese tipo de relaciones.
Esta especificidad de los medios extintivos, desde un punto de vista dogmático,
se debe a dos fenómenos característicos y singulares de las relaciones cartáceas,
que ya hemos puesto en evidencia supra:
I) por un lado, el mutuo intercambio de características propias entre el elemento
real (cosa o documento) y el elemento obligacional (derecho personal o creditorio),
que están recíprocamente compenetrados al integrar la estructura funcional del título
valor;
II) por otro lado, la indudable preeminencia de la relación externa (o real) sobre la
relación interna (u obligacional), pues la extinción de esta última, para que sea
totalmente eficaz, deberá ir acompañada de signos o elementos que den cuenta de
la extinción de la primera.
Desde tiempo atrás hemos enfatizado esta interrelación entre los elementos que
integran la estructura funcional del título de crédito, que produce una concatenación
sucesiva de efectos, la cual fundamenta la necesidad de que el cumplimiento o la
extinción de la prestación obligacional vayan acompañados de la anulación o la
destrucción del documento en el cual aquella está incorporada (o representada).
Con lo expuesto, se justifica la fatal realidad existencial de que si el título valor,
en tanto documento constitutivo del derecho creditorio que representa, no es
anulado o destruido, puede entrar nuevamente en circulación (voluntaria o
involuntariamente). En tal supuesto de circulación irregular(517), que sucede al
producirse una ulterior transmisión a un tercero de buena fe, éste adquiere la
propiedad del título a non domino(518), lo cual lo hace irreivindicable si su portador
acredita objetiva y formalmente la legitimación activa (art. 1819 del Código Civil y
Comercial) sin que se demuestre su culpa grave o mala fe. Ocurrido ello, el sujeto
que cumplió y creyó extinguir la relación cartácea que surge del documento, lo hizo
en forma defectuosa, o por lo menos incompleta desde el punto de vista formal, pues
dicho acto, ante la ulterior desposesión y entrada en circulación, no tiene los efectos
liberatorios absolutos que hubiese producido si se hubiera anulado o destruido el
documento(519).
Esa falta de "materialización" o "literalización" documental del cumplimiento de la
prestación cartácea, que se debe considerar como una forma de complementación
del acto de pagar, dará por resultado, en el supuesto considerado supra, que si el
nuevo portador legitimado, tercero de buena fe, requiere el pago a quien ya pagó en
las condiciones señaladas, un tanto imperfectas, éste deberá pagar nuevamente.
En vista de las premisas puntualizadas —las cuales, a despecho de lo gravosas
que pueden resultar, son olvidadas algunas veces en la vida negocial de los títulos
valores— pasaremos a considerar los medios de extinción de los derechos
emergentes del título(520).
b) Pago
Es éste el medio propio y genuino de cumplir una obligación cartácea, en tanto
relación obligacional o personal. El pago —entendiendo por tal la realización de las
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prestaciones que emergen del título valor(521)— debe ser efectuado al presentante
del título que resulte portador legitimado, por parte del sujeto pasivo de la relación
cartácea representada en el documento (art. 1817 del Código Civil y Comercial)(522).
c) Novación
Hay novación de la relación cartácea cuando el sujeto pasivo de ella la extingue
reemplazándola por otra, supuesto que se verifica mediante el libramiento de un
nuevo título valor y la inutilización del anterior, que representaba la relación cartácea
extinguida por novación(523).
Decíamos en obras anteriores que al principio cambiario de que la novación no
se presume (art. 61, Ley Cambiaria argentina)(524) hay que generalizarlo a todos los
títulos de crédito, debiendo acreditar formal y objetivamente la voluntad novadora en
el nuevo libramiento. Esta prueba, si tenemos en cuenta lo que expresamos al
principio de este parágrafo, deviene innecesaria si se anula o inutiliza el título que
representa o tiene incorporada la obligación novada, y por ende extinguida(525). El
principio de la no presunción de existencia de novación ha sido acogido en art. 934
del Código Civil y Comercial y debe ser concordado con el art. 1827, específico para
los títulos valores.
d) Confusión
Este modo de extinción es uno de los que requiere mayores explicaciones en
cuanto a su aplicación al derecho cartular, porque es el que más sufre las
consecuencias de los principios propios y especiales de esta rama del derecho.
En efecto, la obligación cartácea puede ser extinguida por confusión, la cual se
verifica cuando el sujeto obligado es portador legitimado del título valor por él
suscrito o creado. Sin embargo, debemos hacer hincapié en que tal extinción
únicamente se podrá perfeccionar o producir cuando la obligación emergente se
torne exigible, lo cual acontecerá solo al vencimiento del título, pues recién en tal
oportunidad el portador legitimado unificará en su persona el carácter de deudor y
acreedor. Dejamos planteado este supuesto dogmático respecto de la teoría general
de los títulos valores, el cual ha sido receptado expresamente por el derecho
cambiario y es motivo de análisis especial al estudiar el llamado "endoso de retorno"
(art. 12, apart. 3º, Ley Cambiaria argentina, y art. 12, apart. 2º, Ley de Cheques, art.
1839, apart. 3º, Código Civil y Comercial)(526).
e) Renuncia o remisión
La relación obligacional representada en un título valor puede ser extinguida
mediante renuncia o remisión del portador legitimado.
Tal modo extintivo se puede concretar en forma expresa o tácita (art. 873 del
Código Civil derogado).
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Será expresa cuando, representada literalmente en el documento, éste sea
entregado voluntariamente al deudor (arts. 877 y 879 del Código Civil derogado).
Será tácita cuando el deudor esté en posesión del título valor que documente la
relación cartácea según la cual pudo ser o debió haber sido requerido el
cumplimiento (o pago). Según lo dispuesto por los arts. 873 y 878 del Código Civil
derogado, se considera producida la extinción de la obligación cuando el documento
originario se halle en poder del deudor en mérito al carácter necesario del título valor.
Incluyen normas específicas sobre el tema de la renuncia y remisión los arts. 944
a 954 del Código Civil y Comercial de las cuales hay que tener en cuenta, respecto
de este último tema, la incluida como art. 950, que dice: "Se considera remitida la
deuda, excepto prueba en contrario, cuando el acreedor entrega voluntariamente al
deudor el documento original en que consta la deuda. Si el documento es un
instrumento protocolizado y su testimonio o copia se halla en poder del deudor sin
anotación del pago o remisión, y tampoco consta el pago o la remisión en el
documento original, el deudor debe probar que el acreedor le entregó el testimonio
de la copia como remisión de la deuda".
f) Prescripción
f.1) Introducción
En esta oportunidad, inmersos en la actual realidad legislativa exponemos en
primer lugar los principios dogmáticos generales y las normas específicas que rigen
la institución de la prescripción liberatoria sobre la extinción de los derechos
emergentes de los títulos cambiarios, haciendo referencia a algunas normas
actualmente vigentes, respecto de otros títulos valores.
A continuación, como en otros casos, glosamos aquí las normas incluidas en el
Código Civil y Comercial.
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f.3) Prescripción de las acciones cambiarias en la letra de cambio y el
pagaré
Como es sabido respecto de estos dos papeles de comercio, surgen, según lo
dispuesto en los arts. 46, 96 y 104 de la Ley Cambiaria argentina, la acción directa,
contra el aceptante de la letra, el suscriptor del pagaré y sus respectivas avalistas,
y la acción cambiaria de regreso (a término, anticipado y de reembolso) contra los
demás firmantes del título cambiario.
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prescripción de seis meses que corren a partir del día en que se pagó la letra
extrajudicialmente o desde que se le notificó la demanda entablada en su contra.
Debe quedar en claro que la ley (art. 96, apart. 2º, Ley Cambiaria argentina) no dice
"legitimado activo", sino "endosante y librador", omitiendo al avalista, a quien se
debe considerar incluido como posible legitimado activo de esta acción.
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II) en caso liquidación, suspensión de actividades o quiebra del banco girado (arg.
art. 47, inc. 2º, Ley de Cheques).
Todos estos hechos deberán ser aducidos y probados eficazmente por el
legitimado pasivo de la acción de regreso anticipado, para el caso de que pretenda
excepcionarse en oportunidad de ser ejecutado. Pero en ningún caso el comienzo
del término de prescripción podrá ir más allá del vencimiento del cheque de pago
diferido.
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Queda por señalar el supuesto específico del art. 2562 del Código Civil y
Comercial, norma que incluye la siguiente regla legal concerniente al tema que aquí
nos ocupa: "Prescriben al año: (...) inc. d) los reclamos procedentes de cualquier
documento endosable o al portador, cuyo plazo comience a correr desde el día del
vencimiento de la obligación".
g) Conclusiones
Luego de la cuidadosa exposición efectuada podemos concluir:
I) Que la extinción, integral y absoluta de los derechos cartáceos emergentes de
un título valor se produce solo cuando el que satisface la prestación es el obligado
principal; v.gr.: en la letra de cambio, el aceptante, y en la letra sin aceptación,
pagaré, cheque y demás títulos causales, el librador o emisor.
II) Empero, hay que tener en cuenta que, especialmente en los títulos valores
cuyo endoso obliga al pago a quien lo otorga, que en principio son los papeles de
comercio, pero también los casos del certificado de prenda con registro, warrants,
factura de crédito, los modos de extinción considerados supra se verifican respecto
de un obligado que, al extinguirse su vínculo y recibir el documento en que éste se
halla representado, adquiere el derecho de valerse del título para accionar contra
los firmantes anteriores, que son sus garantes de acuerdo con el sistema específico.
Pero no se produce la total extinción del derecho cartáceo emergente del título, sino
—usando una terminología técnicamente ajustada— solo se produce la liberación
de los sujetos obligados que se hallaban garantizados, respecto del pago del título,
por el sujeto que pagó. Estos deudores liberados son los firmantes posteriores al
endosante que ha cumplido, quien, como se dijo, con el título en su poder, puede
accionar para reembolsarse de los firmantes anteriores no liberados, por ser
garantes del pago respecto de él (vid. arts. 10, 16 y 51, Ley Cambiaria argentina, y
arts. 16 y 40, Ley de Cheques).
III) Otra circunstancia, incidentalmente adelantada ya y que corresponde recordar
aquí, se relaciona con los supuestos de pago o remisión parcial de la obligación
cartular. En estos casos, por el principio de literalidad, para que tal extinción parcial
tenga relevancia cartácea plena se deberá hacer constar en el título de crédito, pues
de lo contrario, quien sea beneficiario de tal cumplimiento parcial no podrá hacerlo
valer contra el tercero portador de buena fe que resulte portador legitimado.
IV) Finalmente debemos reiterar que la prescripción, como modo extintivo de los
derechos emergentes del título, corre en forma individual para cada sujeto pasivo
de la relación cartácea, y su interrupción solo produce efectos respecto de quien
cumplió el acto interruptivo (art. 97, Ley Cambiaria argentina, y art. 6º, in fine, Ley
de Cheques).
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SECCIÓN PRIMERA
44. Generalidades
Efectuados los desarrollos sobre la definición del título valor, de sus caracteres
esenciales, sus elementos estructurales y de los diversos modos de adquisición,
ejercicio y extinción de los derechos resultantes del título, estamos en condiciones
de proceder a clasificarlos, desde el punto vista dogmático, en distintas especies.
En efecto, los títulos valores pueden ser agrupados según diversas cualidades y
rasgos jurídicos que presentan, para determinar la homogeneidad de los títulos que
forman una especie. Con esa finalidad, se toma en cuenta, en cada caso, un criterio
o índice de clasificación determinado(527) y en esto, como en todo lo referente a las
clasificaciones, su número dependerá de la mayor o menor diversidad de criterios
clasificatorios que se utilicen. Por otro lado resulta decisivo tener en cuenta que la
tarea de clasificar no es un fin en sí misma, sino, por el contrario, se debe entender
como un medio científicamente válido para presentar el objeto en estudio de manera
tal que se lo puede estudiar, analizar y conocer en forma plena y acabada(528).
Cabe advertir que debido a esa diversidad de criterios o índices clasificatorios
utilizados —de allí la expresión plural del título de este capítulo— en algunos casos
hay títulos que aparecen integrando más de una especie: ello responde a que tales
títulos cuentan con caracteres, contenido, forma de circulación, etc., que les son
comunes y permiten agruparlos integrando diversas especies, pues considerados
desde distintas perspectivas guardan homogeneidad entre ellos.
Habida cuenta de lo dicho, podemos clasificar los títulos valores:
- según la naturaleza civil o comercial de la obligación incorporada;
- según se los pueda sustituir;
- según se los pueda fraccionar;
- según el sujeto que los crea o emite;
- según su lugar de creación;
- según su modo o forma de emisión;
- según la clase de prestación a que dan derecho;
- según su ley de circulación;
- según se los considere desvinculados jurídicamente del negocio causal que
motivó su libramiento.
En la enumeración precedente, las diversas especies han sido enunciadas
siguiendo la progresiva importancia que les asignamos(529); las cuatro primeras las
exponemos con fines informativos; las restantes son analizadas en forma particular
y con la profundidad que su importancia requiere.
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a) títulos civiles; y
b) títulos comerciales.
Esta última especie no solo es la que reviste mayor interés, sino la más numerosa.
La integran la letra de cambio, el pagaré, el cheques común y el de pago diferido;
los certificados de prenda y de depósito; los conocimientos de embarque, la carta
de porte, las acciones de sociedad, las debentures, las obligaciones negociables,
warrants, etcétera.
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SECCIÓN SEGUNDA
Incluimos aquí, aquellas clases de títulos que revisten mayor importancia y por
tanto requieren explicaciones más detalladas, respecto de su forma de ser, sus
efectos y su utilización.
a) Distintas especies
Esta clase se divide en:
I) títulos nacionales; y
II) títulos extranjeros, respecto de los cuales rigen los principios que acepta el
derecho internacional privado.
Al respecto, se ha dicho(531) que no hay dominio más discutido ni rama más
intrincada que el derecho internacional privado pues no conoce más solución que
las convenciones internacionales(532) y tales convenciones y tratados no han
regulado los conflictos sobre los títulos valores en general. En efecto, podemos citar
aquí las que han considerado ciertos títulos valores en particular, tal como la
convención destinada a reglar algunos conflictos sobre leyes en materia de letras
de cambio y pagarés a la orden, dictada en Ginebra en 1930(533); los tratados de
Montevideo de 1889 y 1940, este último modificatorio del anterior, hacen lo propio,
en los arts. 23 a 28, respecto de los mismos papeles de comercio que el estatuto
ginebrino.
Por su parte, la Ley de Títulos y Operaciones de Crédito de México consagra
como principio general, acerca del tema y referido a todos los títulos de crédito el
principio locus regit actum, en los arts. 252 y 253, temperamento que ha sido
considerado acertado por la doctrina(534).
b.1) Jurisdicción
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Los jueces del Estado donde la obligación debe cumplirse o los del domicilio del
demandado, a opción del actor, son competentes para conocer de las controversias
que se susciten en materia de títulos valores. En materia de cheques son
competentes los jueces del domicilio del banco girado o los del domicilio del
demandado (art. 2658).
b.2) Formalidades
Respecto de las formas de giro, del endoso, de la aceptación, del aval, del
protesto y de los actos necesarios para el ejercicio o para la conservación de los
derechos concernientes a los títulos valores, ellas quedan sujetas a la ley del Estado
en cuyo territorio se realiza dicho acto (art. 2659).
b.5) Cheque
En el caso de estos títulos valores, la ley del domicilio del banco girado determina:
a) su naturaleza; b) las modalidades y sus efectos; c) el término de la presentación;
d) las personas contra las cuales pueda ser librado; e) si puede girarse para "abono
en cuenta", cruzado, ser certificado y los efectos de estas operaciones; f) los
derechos del tenedor sobre la provisión de fondos y su naturaleza; g) si el tenedor
puede exigir o si está obligado a recibir un pago parcial; h) los derechos del librador
para revocar el cheque u oponerse al pago; i) la necesidad del protesto u otro acto
511
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equivalente para conservar los derechos contra los endosantes, el librador u otros
obligados; j) las medidas que deben tomarse en caso de robo, hurto, falsedad,
extravío, destrucción o inutilización material del documento; y k) en general, todas
las situaciones referentes al pago del cheque (art. 2662).
512
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a) La prestación
Si bien por una cuestión expositiva hemos generalizado(537) el contenido
económico de los títulos valores, en este punto los clasificaremos, stricto sensu,
distinguiendo jurídicamente la clase de prestación a que dan derecho a su portador
legitimado. Por ello no resulta ocioso reiterar que desde el punto de vista económico,
ya sea que el derecho incorporado en el título valor resulte una prestación dineraria,
un derecho de participación, un derecho al cobro de dividendo, un derecho a la
posesión de mercadería, etc., que como derecho patrimonial pueda pasar a
engrosar el activo de su titular, no encontramos dificultad en conceptuarlo
genéricamente como un crédito para el sujeto activo y un débito para el sujeto
obligado(538).
Es del caso señalar que con buen criterio abarcativo el art. 1815 del Código Civil
y Comercial utiliza la expresión aquí considerada, manifestando que el título valor
incorpora "una obligación incondicional e irrevocable de una prestación".
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b) carta de porte que se extiende por el contrato de transporte (arts. 167, 1298 y
ss. del Código de Comercio derogado);
c) conocimiento de embarque;
d) conocimiento del transporte aéreo (arts. 122 a 120 del Código Aeronáutico)(541).
En términos generales, pero específicamente para esta subespecie, se determina
en el art. 1828 del Código Civil y Comercial:
"Títulos representativos de mercaderías. Los títulos representativos de
mercaderías atribuyen al portador legitimo el derecho a la entrega de la cosa, su
posesión o el poder de disponerla mediante la transferencia del título".
514
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SECCIÓN TERCERA
a) Concepto
Integran esta especie aquellos títulos valores librados sin que en su texto esencial
se mencione el beneficiario de la prestación a la que ellos dan derecho, o que,
mencionándolo, se le adiciona la cláusula "al portador" u otra análoga(549).
515
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Se puede agregar a lo que hemos dicho que el carácter de título al portador no
queda desvirtuado por carecer de una cláusula expresa en tal sentido. Asimismo tal
forma de circulación rige si el título de que se trata no ha sido emitido a favor de un
sujeto determinado o si no indica otra ley de circulación diferente. Se trata de un
concepto doctrinal que ha sido incluido en el art. 1837, apart. 1º, del Código Civil y
Comercial.
b) Naturaleza y funciones
El maestro Vivante se explaya acerca de esta clase de títulos y dice: "En razón
de su importancia histórica y económica, los títulos al portador tuvieron una
participación predominante en la formación de la teoría general de los títulos
valores"(550); actualmente, se los considera la expresión última de la propiedad
mobiliaria, en la cual se resumen las más dúctiles y universales manifestaciones de
todas las ramas de la moderna actividad económica, que se funda precisa y
particularmente en el crédito y por el crédito vive(551).
En efecto, ello no solo explica la función de circulación, la cual no puede ser más
fácil y rápida que en esta clase de títulos, sino que fundamenta dogmáticamente la
irreivindicabilidad de éstos, pues, de las tres clases, la de los títulos al portador es
la que más se identifica con las cosas muebles(552), y respecto de la incorporación
del derecho en el documento, ella aparece realizada íntegramente(553).
Tal identificación con las cosas muebles, desde el punto de vista jurídico, es lo
que fundamenta el imprescindible requisito de la tradición para que se produzca la
circulación regular del título al portador. A la luz de esa naturaleza de cosa mueble,
y si bien no se puede afirmar que el elemento real sea lo principal y el elemento
obligacional lo accesorio, debemos reiterar que existe una innegable preeminencia
del documento (relación externa) sobre el derecho (o relación interna); preeminencia
ésta que se pone de relieve cuando estudiemos otros temas de toda esta obra: pues
"se trata de un elemento que se manifiesta (...) en cada momento esencial de la vida
del título valor"(554).
c) Antecedentes históricos
Generalmente se citan antecedentes que datan del siglo IX en el derecho
germánico, pues entonces el documento (constitutivo) era considerado el cofre o
arcón que guardaba el derecho(555). No obstante, consideramos necesario señalar
que los antecedentes de los títulos valores al portador con las características
actuales solo aparecen en la época de los mercados y ferias de Italia, Francia y
Alemania a fines del siglo XVI y principios del siglo XVII(556).
Empero es ineludible señalar que el profesor Albert Wahl hace remontar los
antecedentes a la Edad Antigua, mencionando el uso que de ellos hicieron los
hebreos, griegos, cartagineses y romanos; ubica los antecedentes análogos a los
actuales en el siglo VI. Este autor francés, además, señala que tuvieron gran impulso
en la Edad Media, sufriendo un retroceso en el momento de la "recepción del
derecho romano" en la Europa central, para localizar "la época del triunfo completo
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en el siglo XIX, con las deudas de los Estados, las loterías y las grandes compañías
mercantiles e industriales"(557).
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f) Irreivindicabilidad de los títulos al portador
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irreivindicable— y afirmó que "Aun cuando el artículo habla de toda negociación,
entendemos que se refiere solo a las negociaciones posteriores, cuando la primera
que tiene lugar después de la desposesión (irregular) es posterior a la publicación
(o al plazo de 15 días), pues si esta primera negociación se efectúa antes, será
válida y, por consiguiente, lo serán también las ulteriores, ya que los terceros de
buena fe no pueden ser alcanzados por la oposición del poseedor desposeído, cuya
finalidad es impedir que el tenedor de mala fe que encontró o robó el título lo
transfiera, pero no impedir las transferencias posteriores a una negociación
válida"(571).
Es decir que de acuerdo con la doctrina clásica —ya irrefutable— debemos
enfatizar que en virtud de que la primera adquisición anterior a la publicación es una
adquisición a non domino, ello purga los posibles vicios de los sucesivos
poseedores y aunque éstos reciban el título luego de la publicación, no serán
vulnerables a la reivindicación que contra ellos pueda intentar el verdadero
propietario desposeído.
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Estudiantes de abogacia EA! - EA! GRADuados
breve previsto en la ley local. En tal supuesto el oponente debe depositar ante el
juez interviniente al deducir la oposición el título valor, que le debe ser restituido si
es admitida. Pero en caso de que sea rechazada, sufre la reivindicación del título
valor de que se trate, debiendo entregarlo a quien obtuvo la sentencia de
cancelación (art. 1875).
a) Concepto
Son títulos valores de circulación a la orden aquellos concebidos, en su forma
esencial, a nombre de determinado sujeto(574), que facultan a éste, de modo expreso
o implícito(575), a transmitirlo sin la intervención del librador.
Entendemos oportuno enfatizar el carácter facultativo que incluimos en el
concepto dado, referido a la posibilidad de la transmisión del título valor en general
y de los títulos valores a la orden en particular. Ello es así, pues consideramos la
posibilidad o la facultad de que los títulos valores eventualmente circulen, aunque
ello no es obligatorio ni esencial, como ya hemos señalado(576).
Otro aspecto importante del concepto dado son las formalidades con que se
puede concebir esta clase de títulos; es que ella será expresa cuando se incluya en
su texto la cláusula "a la orden" y será implícita cuando, siguiendo los lineamientos
de la doctrina alemana, se incluya una denominación que tácitamente comprenda
aquella cláusula: tal es el caso de las expresiones "letra de cambio" (art. 1º, inc. 1º,
Ley Cambiaria argentina) y "pagaré" (art. 101, inc. 1º, Ley Cambiaria argentina) que,
receptadas en nuestro derecho un tanto imperfectamente(577), son tributarias de la
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tendencia doctrinal centroeuropea, que prevaleció en el seno de la Convención de
Ginebra, esto es, incluir en el texto esencial de esos papeles de comercio solamente
su denominación.
Lo propio ocurre con ambas clases de cheques, que si están librados en favor de
persona determinada, la ley los considera tácitamente a su orden, y debe ser
transmitido necesariamente por endoso (arg. art. 12, apart. 1º, Ley de Cheques).
b) El endoso
En esta oportunidad exponemos el tema específico de endoso, mediante la
referencia tanto a los conceptos doctrinarios, que surgen de las normas
concernientes a los papeles de comercio (letra de cambio, pagaré y cheques), como
a los que han sido regulados en el nuevo cuerpo normativo promulgado
recientemente, para los títulos valores en general. Como en otros casos, esto último
es sin perjuicio de la glosa que efectuamos infra, al abordar integralmente los
aspectos de la teoría general que nos ocupa.
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b.3) Formalidades del endoso
Puede ser otorgado con la sola firma del endosante (endoso en blanco), es decir,
sin mención del beneficiario (endosatario), o con la cláusula "al portador" También
puede hacerse a favor del librador del título o de cualquier otro obligado; este último
caso es el llamado endoso de retorno(579).
El endoso al portador tiene los efectos del endoso "en blanco". Sin embargo, este
último puede ser llenado por quien recibe el título con su nombre o con el de otra
persona, o endosar nuevamente el título en forma nominal (es decir con el nombre
del endosatario), al portador o en blanco, o transmitir el título valor a un tercero sin
llenar el endoso en blanco por el cual lo recibió o sin extender un nuevo endoso.
Debe quedar claro que en estos dos últimos casos el sujeto, al no firmar el
documento, queda al margen del nexo cambiario (arts. 14, Ley Cambiaria argentina,
y arts. 13 a 16, Ley de Cheques, y arts. 1839, aparts. 1º y 2º, y 1843 del Código Civil
y Comercial).
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b.4.3) Cláusula de endoso "en prenda" o "en garantía"
De modo similar a lo establecido respecto del pagaré, la letra de cambio y el
cheque de pago diferido, se ha incluido en el Código Civil y Comercial esta figura
jurídica respecto de los títulos valores, en general librados a la orden. Cuando el
endoso contiene la cláusula "valor en prenda" u otra similar, el endosatario puede
ejercer, extrajudicial o judicialmente, todos los derechos inherentes al título valor,
pero como reconoce la propiedad de éste en su endosante, solo puede volver a
endosarlo en procuración, lo que implica un simple otorgamiento de mandato, para
que el beneficiario de este endoso puede ejercer en nombre del endosatario "en
prenda" los derechos inherentes al título recibido en garantía. Sin embargo, a
diferencia de lo dispuesto respecto del "endoso en procuración", el deudor
demandado no puede invocar contra el portador las excepciones fundadas en sus
relaciones con el endosante "en prenda", pues ejerce un derecho autónomo en
interés propio. Empero ello no es procedente si el endosatario "en prenda" al recibir
el título lo hubiera hecho —a sabiendas— en perjuicio del deudor ejecutado (art. 20,
Ley Cambiaria argentina, art. 65, Ley de Cheques, y art. 1845 del Código Civil y
Comercial).
Como el cheque común es un instrumento de pago y no de crédito, no puede ser
endosado "en prenda". Por natural implicancia y como se dijo al principio de este
apartado, el cheque de pago diferido, en tanto instrumento de crédito, puede ser
endosado en prenda (art. 65, Ley de Cheques, y art. 20, Ley Cambiaria argentina).
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Para ejercer los derechos emergentes de un título valor a la orden, el sujeto que
lo porta debe acreditar su legitimación activa mediante los siguientes requisitos:
I) la posesión del título de crédito;
II) la exteriorización de esa posesión, mediante la presentación o exhibición del
título al sujeto requerido de pago;
III) la correspondiente documentación o intestación, que implica la indicación
textual del nombre del beneficiario o tomador del título, si éste no circuló; o la cadena
ininterrumpida y regular de endosos en la cual —siendo el primer endosante el
tomador o beneficiario— las firmas se suceden sin solución de continuidad, de modo
que cada endosatario resulta formalmente el endosante siguiente. Debe quedar en
claro que la referida continuidad de endosos supone la regularidad que requiere el
sistema cartular, debiendo serlo solo formal y externa (art. 17, primer párrafo, Ley
Cambiaria argentina, art. 17, Ley de Cheques, y art. 1842 del Código Civil y
Comercial), pues ella no se ve afectada por endosos en blanco, falsos o extendidos
por incapaces o con exceso de poder, o cancelados mediante testación de las firmas
(art. 7º, Ley Cambiaria argentina, art. 10, Ley de Cheques, y art. 1823 del Código
Civil y Comercial). Si el título valor a la orden no circuló, como debe ser presentado
por el tomador o el beneficiario, este recaudo no debe ser cumplido;
IV) la identificación personal del portador del título que acredite ser el sujeto
legitimado por la documentación literalizada en él. Para el caso de que el último
endoso sea en blanco (o al portador), se debe considerar innecesaria la
identificación del presentante del título, pues basta con la legitimación real que
implica la posesión del documento y la investidura formal que le otorgan las
sucesivas transmisiones, representada por la serie regular de los endosos anteriores
al último, que aparece en blanco (o al portador)(581). El deber de acreditar tales
requisitos tiene el carácter de carga sustancial para el presentante del título; su
inobservancia obsta a la legitimación y, por ende, al ejercicio de los derechos
cartáceos contenidos en el título, teniendo su correlato en el deber o carga de
atención(582) que habrá de observar el legitimado pasivo para ser considerado tal, ya
que si éste no exige la acreditación formal de los mencionados requisitos, que
atañen a la legitimación activa del presentante, incurrirá en culpa grave o
negligencia; o, eventualmente, en dolo, si tal proceder permisivo de su parte tiene
connotaciones fraudulentas(583).
a) Concepto
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Son títulos valores nominativos aquellos documentos librados en favor de
determinado sujeto(584); tanto su emisión como sus sucesivas transmisiones deben
ser inscritas en los registros del emisor o librador del título(585).
c) Doctrina negatoria
Es conocida polémica desatada por el célebre jurista italiano León Bolaffio, quien
profesó en las universidades de Bologna, Parma y Milán, y cuestionó la inclusión de
los títulos nominativos entre los títulos de crédito a los que se refería la definición
vivantiana, negándoles carácter de tales.
En sustancia, las críticas formuladas por este autor se fundamentaron en lo
siguiente:
I) Dado que la transmisión del título nominativo está sometida a la registración
que debe efectuar el deudor-emisor, se considera que el documento no es
atributivo, per se, del derecho cartular en él documentado, por lo cual no se puede
considerar ese derecho con carácter autónomo ni literal, ya que en definitiva su
adquisición depende de un acto de voluntad del deudor original.
II) Tal acto voluntario del emisor (o librador) del título nominativo tiene para
Bolaffio características de consentimiento de ese sujeto, el cual deviene
imprescindible para la transferencia del título y, por consiguiente, la transmisión del
derecho cartáceo que éste concede. Es decir que en opinión de este autor solo se
produce una novación subjetiva por cambio de acreedor.
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III) Finalmente —y quizá sea ésta la observación más conflictiva de Bolaffio—,
señala que el emisor del título nominativo, al estar facultado para no permitir la
transmisión de éste sin su consentimiento, lesiona los caracteres esenciales de
literalidad y autonomía del derecho contenido en el título, a la vez que permite
cuestionar su estructura funcional, la cual, como hemos expuesto en forma
reiterada, es la que le otorga carácter constitutivo, en tanto su posesión resulta
necesaria para ejercer el derecho cartáceo en él incorporado.
Esta posición negatoria fue asumida por algunos autores, con diversas
connotaciones(586), y actualmente es sostenida por otros(587), aunque entendemos
que en forma aislada(588).
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"Admito la observación de que la posesión legítima del título nominativo no es
suficiente para adquirir la propiedad formal del título, y que a la misma debe
acompañarse una inscripción conforme. Pero en la definición de los títulos de crédito
no he dicho nunca que la transmisión del título pueda bastar para transferir el crédito:
he dicho solamente que la transmisión del título debe ser necesaria para la
transferencia del crédito; y como este carácter corresponde también a los títulos
nominativos, esto basta para que se incluyan los mismos en la categoría de los
títulos de crédito".
"Se incurre en el error, en esta materia, de generalizar la doctrina de los títulos al
portador; éstos, entre los títulos de crédito, tienen la especial virtud de ser no solo
necesarios sino también suficientes para ejercitar y para transferir el crédito. Pero
esta aptitud ulterior no es una exigencia lógica para todos los títulos de crédito; no
lo es tampoco para los títulos a la orden que forman una categoría inmediata, admi-
rablemente adecuada para mantener unidas las dos categorías extremas de los
títulos al portador y los nominativos; tampoco basta la posesión del título para atribuir
el derecho, como no basta para los títulos nominativos: tal posesión debe ser cali-
ficada por una serie continua de endosos, como la de los últimos por una inscripción
correlativa de los registros del deudor. Ellos —concluye Vivante— son frenos que la
circulación se pone a sí misma para impedir abusos; son diferencias de grado, no
de sustancia"(592).
Queda por decir que, en tanto existe la posibilidad de que el emisor del título
nominativo haga expresamente uso de la facultad restrictiva de prohibir la
transmisión del título o condicionarla a su voluntad, se debe responder que en tal
supuesto no estaremos frente a un título valor, puesto que allí sí se ha producido la
desnaturalización de sus caracteres esenciales y existenciales, produciéndose,
además, efectos lesivos de la tutela de los valores esenciales de la circulación
cartácea. En este caso, la transmisión está voluntariamente condicionada por el
librador del título, de tal modo que este último no cuenta con los caracteres de
autonomía y literalidad, además de no ser constitutivo del derecho en él re-
presentado. Se tratará, en el caso, de uno de los llamados "títulos o comprobantes
de legitimación" (art. 1835) que tratamos al final de este capítulo.
527
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b) Respecto de los nominativos no endosables, la documentación podrá ser un
instrumento escrito de la transferencia o la presentación del título nominativo no
endosable, que el tradens entregó al accipiens, como prueba de la transmisión (arg.
art. 1618) y en ambos supuestos las correlativas inscripciones en el registro del
deudor-emisor(594).
IV) en cualquier caso, la identificación del poseedor legitimado de acuerdo con los
anteriores requisitos enumerados(595).
SECCIÓN CUARTA
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a) Advertencia preliminar
Esta clasificación de los títulos valores es de capital importancia dentro de la
teoría general que estamos estudiando, tanto desde el punto de vista dogmático
cuanto desde el punto de vista de la enseñanza y el aprendizaje. En efecto, en
ambos terrenos se presenta una serie de problemas técnico-jurídicos, que
comienzan en el ámbito del derecho de obligaciones y se extienden al de las
relaciones cartáceas(600).
En razón de tales dificultades, se requiere no poco esfuerzo para desarrollar un
enfoque orgánico que suministre explicaciones y aplicaciones —congruentes con
los títulos valores— de los logros doctrinales, que aunque escasos han profundizado
suficientemente en el tema(601).
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pertenece genuinamente al derecho común(604) y origina la creación del título
abstracto de que se trate, y en su caso, si el título valor circuló se vincula con el acto
cambiario que documenta la transmisión del título de que se trate.
En efecto, tal referencia es el antecedente necesario para desarrollar la última de
las clasificaciones enumeradas en este capítulo, pues resulta imprescindible
puntualizar de un modo sencillo cómo nace el título valor, a qué razones puede
obedecer su creación o emisión por el librador, y en su caso la transmisión por el
portador, así como los efectos jurídicos interdependientes que se generan entre la
relación cartular y la relación fundamental.
En ese orden de ideas, se debe entender que uno de esos títulos puede ser
librado con motivo de una compraventa, o de un mutuo, o de una donación, etc.(605).
Es decir que cualquier negocio jurídico(606) de derecho común puede ser su
antecedente o la (relación) base para su libramiento(607).
Al librar el título valor, se establece una relación cartular entre el librador y el
portador legitimado activo del título. Ello no significa que la relación extracartular o
fundamental se deba tener por extinguida, sino que ambas relaciones jurídicas
pueden coexistir y en principio coexisten. Empero, debemos enfatizar aquí que el
libramiento de un título valor y en su caso su transmisión ulterior no importan
novación de la relación fundamental que lo motivó, salvo cláusula expresa en
contrario(608).
Durante esa coexistencia se produce la interrelación de una serie de efectos
jurídicos, como ocurre cuando, por algún motivo de índole formal, el deudor debe
atender el pago de ambas relaciones jurídicas (cartular y extracartular) (art. 1827 del
Código Civil y Comercial). En tal caso, como el cumplimiento de una de ellas
normalmente debe producir la extinción de la otra, si el deudor fuera objeto del cobro
de ambas, tiene una acción de repetición contra el sujeto que se enriqueció sin
causa, indebidamente.
Otro de esos efectos se da respecto del ejercicio de la acción causal (art. 61, Ley
Cambiaria argentina) en la letra de cambio o pagaré, cuya procedencia, como acción
extracambiaria, está supeditada al cumplimiento de determinadas cargas o deberes
cambiarios: en caso de que el portador de la letra no los satisfaga, pierde la
posibilidad de ejercer la mencionada acción causal como recurso judicial
extracambiario que es, pues ella caduca(609).
Frente a ese entramado o manojo de relaciones jurídicas apuntadas, cabe señalar
que en diversos aspectos ellas mantienen su independencia, como ocurre con
respecto a la supervivencia de la relación fundamental ante posibles vicios que
pudieran restar eficacia a la relación cartular(610). O cuando, prescripta la acción
cambiaria que concede la relación cartular, se puede ejercer la acción causal que
concede la relación fundamental, posibilidad que se ve facilitada porque los términos
de prescripción de esta última generalmente son más amplios.
a) Introducción
530
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Consideramos que este tema resulta fundamental para la comprensión de los
alcances del problema de la causa, en el sistema cartular y cambiario. Hemos
decidido plantear los temas a la luz de las normas que incluyó el Código Civil de
Vélez sobre el particular, que fueron estudiadas y decantadas por la doctrina durante
más de un siglo, sin perjuicio de referirnos a las normas que trae sobre el particular
el Código Civil y Comercial.
Ratificamos aquí que el estudio del problema de causa debemos hacerlo a la luz
de las normas que rigen la especie en nuestro país, por lo que imprescindible partir
de la distinción de los conceptos causa-fuente y causa-fin(611), en primer lugar
referida al derecho de obligaciones, para luego considerarla respecto de las
relaciones cartáceas(612).
Tal distinción, si bien ha sido enfatizada en las investigaciones llevadas a cabo
en nuestro país(613), con mucha prudencia debemos decir aquí que no la hemos visto
suficientemente aprovechada en todas sus posibilidades para el aprendizaje del
tema de los títulos valores(614).
532
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Esta teoría, al distinguir la relación fundamental extracartular de la relación
cartular documentada en el título valor, ubica la causa de éste en el acto o acuerdo
por el cual se negocia, librándolo, o endosándolo, o simplemente entregándolo; de
ello se sigue que para esta teoría la relación fundamental o subyacente es la causa
del pacto de cambiando y éste es la causa del título valor(627).
Como se puede apreciar, ambas teorías distinguen tres tipos de relaciones o
pactos(628):
a) un pacto o relación primitiva, esto es, la relación fundamental extracartular, v.
gr., compraventa, mutuo, depósito, apertura de crédito, etc.;
b) un pacto o convención por el cual se transmite el título (pactum de cambiando)
o se ejecuta o cumple la relación fundamental (convención ejecutiva);
c) una relación o negocio cambiario propiamente dicho, en virtud del cual el
firmante contrae la obligación de naturaleza cambiaria; relación abstracta ésta que
reconoce su causa, aunque se haya desvinculado jurídicamente de ella, en
el pactum de cambiando o en la convención ejecutiva, según qué teoría se
sostenga.
533
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función del carácter un tanto artificioso de las construcciones por las cuales se llega
a ellos, han hecho que se pueda desechar tales teorías(632).
c) En cuanto a la teoría de T. Ascarelli, resulta pasible de idénticas críticas en lo
que se refiere a la causa de los títulos abstractos (convención ejecutiva) aunque la
crítica más severa estriba en que el doble enfoque del problema, según títulos
valores sean causales o abstractos, no responde al concepto de causa que surge
de nuestro ordenamiento jurídico(633).
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(documento) y el elemento obligacional (la declaración unilateral de voluntad), se
debe concluir que para nuestro derecho es el título valor —en tanto documento que
contiene ambos elementos estructurados en conexión permanente— el que está
informado por el carácter abstracto(637).
En efecto, ello es así porque el elemento obligacional(638), en tanto declaración
cartular incorporada representativamente en el documento, está esencial y
existencialmente vinculado y generado por una causa-fuente, que existe por y con
la exteriorización de la voluntad del otorgante del acto cartular —el libramiento del
título valor— y resulta congruente con el principio básico del derecho
obligacional(639); que todo derecho creditorio debe tener una causa-fuente (art. 499
del Código Civil derogado y arts. 279 y 1800 del Código Civil y Comercial).
- Segundo: si bien la causa-fuente no puede faltar, porque si ello ocurriera no
habría declaración de voluntad cartular y, consecuentemente, tampoco habría título,
no sucede lo mismo con la causa o relación fundamental, en tanto fin económico
tenido en cuenta para la creación o transmisión de un título valor. Aunque
normalmente tendrá existencia cierta, en algunas oportunidades ella puede
faltar(640), supuesto que ocurre, por ejemplo, cuando se libra una letra de cambio o
pagaré con fines puramente académicos (no económicos), durante el dictado de una
clase. En tal caso no existe realmente una finalidad económica, es decir, no existe
causa (fin), pero sí causa-fuente, esto es, el acto voluntario de la creación del título
por el profesor firmante(641).
- Tercero: con lo dicho en los dos primeros ítems, podemos explicar el fundamento
jurídico en virtud del cual la Ley Cambiaria (arts. 1º, inc. 8º, y 101, inc. 7º) otorga
distinta relevancia a la relación fundamental como causa de los títulos valores
abstractos en el ámbito de las relaciones cambiarias según se trate de relaciones
entre sujetos directamente vinculados en el nexo cambiario o ante el tercero portador
de buena fe del título(642).
En efecto, en los títulos cambiarios, en tanto títulos valores abstractos (letra de
cambio, pagaré y cheque), la causa o relación fundamental, aunque se la mencione
en su tenor literal, es totalmente irrelevante frente al tercero portador de buena fe
del título; rige la abstracción cambiaria que podemos caracterizar así:
una prescindencia objetiva en virtud de la cual no se puede controvertir, entre el
deudor y el tercero portador de buena fe del título, la existencia, la validez y la
eficacia de la relación fundamental o causa de las que esos sujetos son partes(643).
Tal irrelevancia de la causa se ve atemperada, en el ámbito del derecho cambiario
sustancial, entre los sujetos vinculados en forma directa (v.gr., librador-beneficiario;
endosante-endosatario, librador-aceptante en la cambial)(644).
La legislación cambiaria, en ese aspecto, se basa en que el portador legitimado
del título, tercero de buena fe, es un sujeto indeterminado al tiempo del libramiento
de aquél, que no participa del negocio en relación fundamental que motivó la
creación o la transferencia del título; y debido a que su voluntad no se ha tenido en
cuenta en el negocio extracambiario que es la causa del título, resulta lógico y
ajustado a derecho(645) que los efectos o las consecuencias jurídicas de tal negocio
no le sean oponibles; es decir que no le afectan en razón de no haber participado
en la concertación de éste.
Correlativamente, se explica y justifica que tales consecuencias, basadas en la
causa o relación fundamental extracartular, en la medida en que tengan su raíz en
la causa, razón o finalidad por la cual se libró o transfirió el título valor, puedan
oponerse entre los sujetos que acordaron ese negocio o relación fundamental que
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causó el libramiento del título; tales sujetos —como ya se dijo supra— son los
vinculados en forma directa en las relaciones cartáceas(646).
- Cuarto: finalmente, debemos dejar establecido que la distinta relevancia
cambiaria que tiene la causa del título valor, en el ámbito de las relaciones
especialmente reguladas por el sistema cartular, en nada lesiona el rigor cambiario
y el favor de la circulación(647), pues tanto uno como el otro se fundan en la ya
explicada estructura funcional del título valor, que propicia su carácter de documento
constitutivo y, en especial, su aptitud dispositiva. Debido a ello, el sistema cambiario
presume la existencia de la causa del título, permitiendo al sujeto pasivo de la
relación fundamental extracartácea enervar la pretensión del portador del título que
sea, a su vez, relacionado cambiario directo o inmediato respecto del sujeto
requerido de pago. En tal caso, el modo de hacerlo y defenderse es probando la
inexistencia, vicio o ineficacia de esa relación fundamental o causa del título, aunque
se invierte el onus probandi, pues la carga de la prueba recae sobre el sujeto que
pretende excepcionarse(648).
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inc. 7º, Ley Cambiaria argentina, arts. 2º, inc. 6º, y 54, inc. 9º, Ley de Cheques, y
arts. 726 y 1800 del Código Civil y Comercial), pues s|u exteriorización documental
constituye la condición jurídica para la existencia del título valor. En cambio, como
ya se dijo, la causa —en tanto finalidad económica o jurídico-económica— en
algunos casos hasta puede faltar, porque, siendo cambiariamente irrelevante, no
afecta el derecho del portador legítimo, tercero de buena fe, de reclamar el pago del
título, pues podrá exigirlo prescindiendo objetivamente de la relación fundamental
extracambiaria de la cual el deudor es parte.
Es decir que el deudor requerido, en razón de que la única vinculación jurídico-
cartular que tiene con el requirente existe en virtud de la declaración unilateral
documentada o incorporada en el título, no tendrá otras defensas o excepciones
para enervar el requerimiento que las que puedan surgir de ese título cambiario.
c) Abstracción y autonomía
La abstracción cambiaria es el principio jurídico que impone al deudor cambiario
una prescindencia objetiva de las relaciones extracambiarias frente al portador del
título que sea tercero de buena fe. En virtud de tal prescindencia objetiva, exclusiva
de los títulos valores abstractos, se produce la irrelevancia del negocio causal o
extracartular en las relaciones cambiarias entre sujetos vinculados en el nexo
cambiario, documentado en el papel de comercio en forma mediata (o no
sucesiva)(650).
La autonomía, que además de caracterizar los títulos valores abstractos lo hace
también con los títulos valores causales, es, en cambio, una prescindencia subjetiva
por la cual no resulta lícito, en el ámbito del sistema general cartular, que el deudor
requerido de pago en virtud de un título valor pueda oponer, al portador legítimo de
éste, excepciones personales que pudiera tener contra los tenedores precedentes;
ello, en razón de que en cada transmisión del título valor, como hemos expresado
antes(651), el derecho cartular incorporado al mismo nace ex novo para quien lo
recibe en forma regular.
Es decir que el derecho cartular que adquiere el accipiens es un derecho nuevo,
de carácter originario, respecto del cual no rige el principio nemo plus iuris in allium
transferre potest quam ipse habet (arts. 3270 del Código Civil derogado y art. 399
del Código Civil y Comercial).
537
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Para redondear la comparación, podemos expresar que por el principio de
autonomía el actual tenedor del título, jurídicamente se ha vinculado
directamente(652)con el deudor primitivo, por lo cual se prescinde de las relaciones
subjetivas establecidas con y entre los tenedores intermedios del título, que se han
ido sucediendo durante la circulación de éste. Mientras, por el principio de
abstracción, el deudor requerido de pago por el portador legítimo del título, tercero
de buena fe debe prescindir del negocio básico o relación fundamental por el cual
fue librado o transmitido el título valor, no pudiendo oponer las excepciones y
defensas que pudieran surgir de esa relación extracambiaria(653).
d) Carácter formal
Si bien hemos expuesto las características formales y objetivas inherentes a las
relaciones cartáceas y a la teoría general de los títulos valores, debemos enfatizar
que esta especie de títulos abstractos es rígidamente formal, de formalidad
tasada(654). Esto es que la ley cambiaria predetermina los efectos de los actos
cambiarios que aparezcan documentados en la letra, el pagaré o el cheque sin una
precisa identificación.
Como ejemplo de la formalidad tasada cabe citar que una firma puesta en el dorso
del título cambiario es un endoso en blanco (art. 13, apart. 2º, Ley Cambiaria
argentina); una firma puesta en el anverso o frente de la cambial que no sea del
librador o aceptante se considera una aval del pago de la cambial y además que el
documento ha sido dado en favor del librador de ella (art. 34, apart. 4º, Ley
Cambiaria argentina).
En ellos se extrema la objetivación del crédito, de tal modo que la forma
reemplaza a la sustancia(655), pues el derecho representado en el título es tal por la
forma documental en la que ha sido representado.
e) Carácter completo
A su vez, los títulos valores abstractos, por la prescindencia de las relaciones
extracambiarias que imponen, son de carácter completo(656); de ahí que la situación
cambiaria de cada uno de los sujetos intervinientes en las relaciones de esa
naturaleza en ellos documentadas quede regulada exclusiva y excluyentemente por
lo que el título expresa, sin que se pueda recurrir a ningún otro instrumento exterior.
Recuérdese que los títulos valores causales, que admiten referir en su texto esencial
la causa o relación fundamental, son por ello designados "títulos valores
incompletos"(657).
Los últimos caracteres contingentes (formalidad y completividad) de los títulos
valores abstractos contribuyen a reforzar la literalidad, haciéndola más rigurosa en
las relaciones cambiarias.
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A diferencia de los abstractos, los denominados títulos valores causales son
aquellos en cuyo texto esencial se puede(658) mencionar la causa o relación
fundamental que motivó su libramiento. En tal caso ella tiene relevancia, en el ámbito
de las relaciones cartulares, en la medida en que se haga referencia literal a ella y
con los alcances que tal referencia se efectúe(659). Por ello es que, si la causa no es
mencionada en el tenor literal del título, no se la podrá hacer valer en el ámbito de
las relaciones cartáceas(660).
Estos títulos valores son designados también "títulos imperfectos"(661),
entendiéndose que la cuantía, la modalidad y la eficacia del derecho que ellos
conceden están sujetas y completadas por la referencia a la relación fundamental
que motivó su libramiento(662).
SECCIÓN QUINTA
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creditorio reconocido en esos documentos existe aun sin que ellos existan, pues
solo son su prueba, simple y completa, pero no única ni necesaria(666).
Son llamados títulos de legitimación y se trata de simples
documentos chirógrafos(667), pues además de no ser constitutivos derecho de crédito
que representan, carecen de algunos de los caracteres esenciales (necesidad,
literalidad, autonomía) de los títulos valores; debido a ello es que parte de la doctrina
los designa también como "títulos impropios"(668).
La denominación "títulos de legitimación" parece más adecuada en razón de que
su creador, al librarlos, tiene en cuenta especialmente la legitimación pasiva. Es
decir que pone de resalto que esos documentos sirvan para individualizar,
precisamente, al acreedor o portador del título que pueda requerir válidamente la
prestación que emerge del documento, con la finalidad de poder cumplirla y
liberarse, beneficio éste que le conceden las formalidades de ser un legitimado
pasivo(669).
Como ejemplos de títulos de legitimación cabe citar los pasajes de los medios de
transporte en general; las entradas a espectáculos y las respectivas contraseñas
que eventualmente se entrega durante su desarrollo; los tickets que comprueban el
despacho de equipajes; las libretas que acreditan los depósitos en caja de ahorro;
las pólizas de empeño, cuando sean concebidas al portador, etcétera(670).
Resulta claro, entonces, que el derecho que otorgan estos documentos no es de
carácter literal, ya que puede ser modificado o enervado por las relaciones jurídicas
emergentes de otros documentos, ni tienen carácter necesario, pues son
documentos que poseen solo aptitudes probatorias y no constitutivas del derecho
que en ellos se ha reconocido(671).
Sentadas esas premisas dogmáticas genéricas, hay señalar que entre esta clase
de documentos se suele incluir, además, aquellos que teniendo las formas
esenciales requeridas por el sistema cartular o cambiario han sufrido una
degradación en sus aptitudes cartáceas esenciales y genuinas.
Los supuestos que generalmente se mencionan son:
I) el caso de la letra de cambio o pagaré endosado luego del protesto, transmisión
que produce solo los efectos de la cesión de crédito (art. 22, Ley Cambiaria
argentina);
II) el caso análogo del cheque, cuando es endosado luego de haber sido
rechazado a su presentación en el banco girado (arts. 22 y 38, Ley de Cheques);
III) la letra de cambio, pagaré o cheque librados con la cláusula "no a la orden"
(art. 12, Ley Cambiaria argentina, y art. 12, apart. 3º, Ley de Cheques); y
IV) los títulos nominativos en los que el emisor condiciona la transferencia a su
previo consentimiento, los cuales, tal como señalamos supra, no constituyen, en
rigor, títulos valores o de crédito.
Si bien somos partidarios de la denominación "títulos de legitimación" para esta
clase de documentos, hemos agrupado deliberadamente al final aquellos que la
doctrina designa como "títulos impropios en sentido estricto" mientras que los
citados al principio, por su afinidad exterior en sentido extensivo con los títulos
valores son los verdaderos títulos o comprobantes de legitimación(672).
De acuerdo con lo expresado supra y en coincidencia con las leyes dictadas en
diversos países(673) sobre los títulos valores en general, el Código Civil y Comercial
regula en su art. 1835 los "Títulos impropios y documentos de legitimación" respecto
540
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de los cuales establece: "Las disposiciones de este Capítulo no se aplican a los
documentos, boletos, contraseñas, fichas u otros comprobantes que sirven
exclusivamente para identificar a quien tiene derecho a exigir la prestación que en
ellos se expresa o a que ellos dan lugar, o a permitir la transferencia del derecho sin
la observancia de las formas propias de la cesión".
a) Introducción
Consideramos esencial recordar que en su momento la teoría general de los
títulos valores hizo pie y se consolidó ampliamente hasta producir casi "una
sensación de aburrimiento y esterilidad científica"(674), en su estudio y exposición
que ya no ofrecía facetas que movieran o indujeran a buscar a nuevos matices. Ello
fue así, pues presuntamente se había logrado "a toda prueba" la consolidación de
tutela de los valores esenciales de la circulación (certeza, rapidez y seguridad(675))
al superarse la deficiencias que ofrecían hasta entonces las figuras tradicionales del
derecho común, v.gr., la cesión de crédito, la delegación de deuda, etc., como
medios técnicos aptos para la circulación del crédito y la riqueza(676).
Esa superación y consolidación, como ya hemos estudiado y expuesto supra, se
logró mediante profundos esfuerzos científicos desarrollados por la ciencia jurídica
a partir de la realidad económica-financiera existente por entonces en el
mercado(677). Dentro de ellos tuvo especial relevancia de un lado el fenómeno de la
objetivación de crédito, explicado y aplicado mediante la figura —quizás un tanto
metafórica— de "la incorporación" del derecho al documento(678), merced a la cual
el derecho se trató y reguló como si fuese una cosa de naturaleza mueble(679). Y tal
expresión alegórica fue utilizada por la doctrina e incluida en diversas normas
jurídicas positivas del derecho comparado.
Empero con el paso del tiempo —transcurrido más o menos rápidamente— se
produjeron necesidades existenciales de diverso tipo, v.gr., económicas, sociales y
por ende jurídicas, que originaron la creación y la utilización de nuevos productos (o
elementos) técnicos, que impactaron en la realidad existente, por entonces tranquila
con la existencia de teoría general de los títulos valores (establecida doctrinaria o
positivamente por la ley), y produjeron una nueva presencia existencial que requirió
una nueva tipología de la realidad y, consecuentemente, una expresión doctrinal y,
en su caso, normativa adecuada a esa nueva realidad(680).
b) Terminología
Si bien en el título del parágrafo final de la primera parte de este volumen se han
estudiado y expuesto los fundamentos dogmáticos de la teoría general de los títulos
valores, incluimos la denominación "desmaterialización" de esos títulos, para
significar el reemplazo o las modificaciones proteicas(681)que puede experimentar el
sustrato material de ellos(682), ya sea totalmente, ya sea en mayor o menor medida
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o ya tenga solo efectos sobre el ejercicio y la transmisión de derechos. Ello se puede
concretar, a su vez, con el uso de diversos medios técnicos que jurídicamente lo
sustituyen, por ejemplo: I) un asiento contable; II) registraciones informáticas; III) por
su inmovilización en una cuenta de un banco; IV) los llamados documentos
electrónicos o documentos virtuales; o V) quizás mediante algún otro elemento, útil
pero aun de contornos esotéricos.
Sin embargo, cuando esos medios técnicos son utilizados con buenos resultados,
a su vez irradian una gran cantidad de expresiones que su utilizan en sinonimia con
significación semejante y que frecuentemente son empleadas para ampliar la
expresión de la denominación otorgada. Empero, consideramos que ello tiene fuerza
de certeza constrictiva, pues el fenómeno de la desmaterialización como hecho de
realidad debe ser estudiado por el derecho para comprender, explicar y regular sus
distintos efectos jurídicos, económicos y financieros.
Ante esa realidad, brindamos un resumen de la compulsa efectuada,
desplegándola de lo simple a lo más complicado, con el anhelo de que sea útil para
el lector:
a) en forma primigenia —en la pasada década de los años ochenta— el Dr. Mario
O. Kenny manifestaba, por un lado, que si bien las acciones escriturales no
constituyen un título-valor, fueron el primer valor mobiliario no cartular admitido en
nuestra legislación, siendo además el punto de partida para admitir en ella la
desmaterialización de otros derechos o valores circulatorios, que comprende el
género de los denominados "valores mobiliarios escriturales" por oposición a los
"valores mobiliarios cartulares" (obligaciones negociables, aceptaciones bancarias,
etc.)(683).
b) el magíster en Derecho Empresario por la Universidad Austral A. Musitani, al
referirse específicamente a la denominación "desmaterialización", manifiesta que
ella es una definición negativa, puesto que por naturaleza, es un fenómeno negativo,
que surge del prefijo "des" que indica negación. Por tanto considera que la
desmaterialización es la pérdida de materialidad, es el paso hacia la no-
materialidad(684).
c) la profesora venezolana M. Rico Carrillo ha puesto de relieve que la
denominada "desmaterialización" de los títulos valores expresa la prescindencia que
en mayor o menor medida se establezca del documento como soporte de papel del
derecho. Con esa finalidad y por esa razón, considera adecuado, según las
circunstancias, referirse a ese matiz o efecto jurídico con otras expresiones, v.gr.
"destitulización", "desincorporación" o, incluso, "electronificación"(685).
d) a su turno, el Dr. Martínez Nadal, quien dedicó su trabajo a analizar
específicamente la admisibilidad jurídica de la emisión de pagarés electrónicos en
el ámbito del derecho español, luego de estudiar la incidencia sobre las nociones
jurídicas y exigencias legales de la posible "electronificación" de esos títulos
cambiarios —en sentido coincidente con la opinión de Rico Carrillo— agrega que
esa expresión ha sido también denominada como "desmaterialización",
"destitulización" y "desincorporación" de los títulos valores, pues lo que se ha
querido significar es la prescindencia del documento en tanto soporte de papel del
derecho(686).
e) el profesor de Derecho Financiero Dr. M. Mora Hidalgo, con un enfoque muy
personal del tema, acota que esta nueva forma de representación no supone, en
rigor, una "desmaterialización" entendida como desconexión de los
derechos respecto de un soporte material, sino en el sentido de desvincularlos del
concreto soporte al que hasta ahora han estado vinculados: el papel. Solo se
542
Estudiantes de abogacia EA! - EA! GRADuados
"despapelan" o "desdocumentan" los derechos, pero indudablemente siguen
"materializados" de una manera más ágil y cómoda —como es el caso de la
eliminación de grandes masas de papel, lo que facilita la circulación de los valores,
con ahorro de tiempo y de personal en su manipulación—. Asimismo, se dispensa,
en principio, una mayor seguridad mediante la inscripción o anotación en una cuenta
informatizada(687).
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para exigir el cumplimiento del derecho a la prestación que tradicionalmente se
hallaba documentada en el título valor ahora desmaterialización(693).
En función de lo dicho y teniendo en cuenta las referencias efectuadas,
consideramos que la noción resultante del fenómeno de la desmaterialización es
que comprende todos aquellos recaudos que las normas legales o reglamentarias
que rigen la especie establecen(694) con el objeto de prescindir de los efectos propios
del documento como sustrato material del derecho contenido en un título valor, título
que con esa finalidad, en algún supuesto, solo se inmoviliza en una cuenta
(truncamiento), o se reemplaza temporal o definitivamente por un nuevo medio
técnico de circulación de diversa índole (contable, informático, electrónico, etc.) que
en cualquier caso haga las veces de soporte del derecho, conservando éste su
carácter autónomo. Y para el caso de que ese reemplazo no esté previsto por la ley
se tratará de derechos de crédito con la prerrogativa de circulación autónoma pues
no se encuentran representados en un documento en soporte papel, por tanto no es
un título valor(695), razón por la cual ubicamos su estudio luego de los títulos de
legitimación (núm. 61), que tampoco tienen esa naturaleza.
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En las condiciones de emisión de las obligaciones negociables se puede prever
que ellas no se representen en títulos (art. 31, ley citada), razón por la cual se las
denomina "escriturales"(700). Resuelta la emisión de esta clase de obligaciones
negociables ellas deben inscribirse en cuentas llevadas a nombre de sus titulares
en un registro específico de esa clase de obligaciones negociables escriturales, sea
que el registro lo lleve la sociedad emisora, bancos comerciales o de inversión o
cajas de valores.
Su emisión, que normalmente es efectuada por la sociedad fiduciaria pero también puede ser efectuada por un tercero si así se ha pactado en el contrato
de fideicomiso financiero de que se trate (art. 1693 del Código Civil y Comercial), debe cumplimentar estrictamente las premisas formales genéricas mencionas,
llevándose a cabo con base en un prospecto en el que constarán las condiciones de la emisión, y contendrá las enunciaciones necesarias para identificar el
fideicomiso al que pertenecen, con somera descripción de los derechos que confieren. Es decir deben contener las respectivas condiciones de emisión sin
perjuicio de incluir las previsiones del art. 1667 del Código Civil y Comercial.
También se ha considerado aplicable, por su carácter general, el art. 4º del decreto 677/04, referido al régimen de transparencia en la oferta pública. La
regulación del fideicomiso relativaa a la emisión de títulos se complementa con las normas reglamentarias de la Comisión Nacional de Valores (resoluciones
generales 271/95, 290/97, 290/97 y 386/01, reformada por las resoluciones 400/02 y 437/03)(702).
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d.3.3) Títulos representativos de deuda
Específicamente respecto de estos títulos valores debemos reiterar lo expresado
oportunamente:
1) estos títulos representativos de deuda son de contenido crediticio y generan
para el tenedor el derecho a cobrar sumas de dinero en concepto de capital e
intereses;
2) los fiduciarios de esta especie de fideicomiso financiero no solo emiten títulos
que representan una participación alícuota de la propiedad fiduciaria, sino que
además pueden, mediante la emisión de estos títulos de deuda, comprometer el
patrimonio fiduciario;
3) asimismo, el Código Civil y Comercial prevé la emisión de estos títulos
representativos de deuda emitidos por terceros, garantizados con bienes
fideicomitidos. En tal caso, el fiduciario, en el fideicomiso financiero, se limitaría a
actuar como titular fiduciario de los bienes que sirven de garantía a la emisión de
deuda de un tercero(707).
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d.4.1.3) Efectos jurídicos
Quienes endosen o firmen estos cheques de pago diferido no quedarán sujetos
al régimen de los emisores o intermediarios en la oferta pública que prevé la citada
ley. La transferencia de estos títulos a la Caja de Valores SA tendrá la modalidad y
los efectos jurídicos previstos en el art. 41 de la ley 20.643 y su depósito no
transfiere a la Caja de Valores SA la propiedad ni el uso de ellos. Esta entidad solo
deberá conservarlos y custodiarlos y efectuar las operaciones y las registraciones
contables que deriven de su negociación.
d.4.1.4) Inexistencia de responsabilidad de la Caja de Valores SA
Por otra parte se ha dispuesto que en ningún caso la Caja de Valores SA quede
obligada al pago, en tanto el endoso efectuado para el ingreso del cheque de pago
diferido a la Caja haya sido efectuado exclusivamente para su negociación en los
Mercados de Valores, en los términos de los arts. 41 de la ley 20.643 y 12, inc. b)
del Cap. II de la ley 24.452.
d.4.1.5) Inexistencia de efectos cambiarios
Asimismo se establece que la negociación bursátil tampoco genera obligación
cambiaria entre las partes intervinientes en la operación.
En resumen, debe señalarse que se trata de un supuesto de desmaterialización
del cheque de pago diferido, para la circulación(708) mediante un simple endoso que
incluya la cláusula "para su negociación en Mercados de Valores".
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todo lo cual damos cuenta en las dos publicaciones mencionadas supra(713), surgió
la circular CAMCO-1-105, "Sistema Nacional de Pagos. Compensación electrónica
de instrumentos. Truncamiento de cheques", difundida por el Banco Central de la
República Argentina mediante la comunicación A-2700, del 12/5/1998, que puso en
conocimiento de las entidades financieras del todo el país "que se ha dispuesto
implementar la truncamiento de cheques a partir del 31 de julio del corriente año. En
tal sentido, las entidades depositarías de cheques deberán retenerlo cuando su
importe sea menor o igual a $ 700 y enviar en forma electrónica a las entidades
giradas, y a través de las cámaras compensadoras correspondientes, los datos
identifícatenos de dichos documentos para que estos confirmen o rechacen su pago
(Com. A-2559). Con anterioridad a dicha fecha y a efectos de cubrir las obligaciones
legales y reglamentarias a la puesta en funcionamiento de esa modalidad
obligaciones legales y reglamentar la puesta en funcionamiento de esa modalidad,
las entidades financieras deberán suscribir convenios que regulen los deberes a
asumir".
d.4.2.3) La realidad operativa
En su momento dijimos que ella, de acuerdo con el "Esquema de Acuerdo sobre
Truncamiento de Cheques" (EASTCH) dictado oportunamente por el Banco Central
de la República Argentina se puede describir de este modo:
- La entidad depositaria, que es receptora del cheque, debe recibir siempre el
cheque truncado que sea presentado dentro de los plazos que fija la ley (arts. 25 y
38, Ley de Cheques) y debe:
I) comprobar en la existencia material del cheque presentado que el título se
ajusta a la legislación vigente, en cuanto a los requisitos extrínsecos exigidos por
aquélla (regla 4.1.1, EASTCH);
II) verificar la legitimación sustancial del presentante, sea tomador del cheque o
el beneficiario del último endoso, si hubiera circulado, caso éste en que deberá
controlar la regularidad de la cadena de endosos (regla 4.1.2, EASTCH), al par que
exigir en esa oportunidad la identidad del presentante y que éste extienda el endoso-
recibo cheque (regla 4.1.3, EASTCH);
III) capturar y transmitir los datos del cheque recibido al banco girado, a través de
la Cámara Compensadora Electrónica, con el documento presentado en su poder.
- La entidad girada basará su cometido exclusivamente en los datos recibidos de
la Cámara Compensadora y deberá:
I) controlar el número de cuenta y del cheque, comprobando que no existen
impedimentos para su pago(714);
II) prestar conformidad al truncamiento del cheque, debitándolo de la respectiva
cuenta corriente del cliente de que se trate y transfiriéndolo al banco depositario,
para que proceda a su pago, dentro de los plazos contemplados en el Reglamento
de Funcionamiento de las Cámaras de Compensación Electrónica, sea que
provenga del Banco Central de la República Argentina o del propio ente que
administre la Cámara, con aprobación del Banco Central de la República Argentina
(regla 3.2, EASTCH);
III) en caso de que medie impedimento para el pago, en igual lapso de tiempo,
informarlo para que el banco depositario proceda a su rechazo. Los impedimentos
que se menciona en los documentos de trabajo son, por ejemplo: chequera
desactivada, cuenta bloqueada o cerrada, falta de fondos disponibles suficientes,
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cheque pagado, cheque con orden de no pagar (regla 5.1.1, EASTCH), cuenta
inexistente o número de cuenta inválido (regla EASTCH.).
2.4.2.4) Normas reglamentarias vigentes sobre el truncamiento de cheques
Desde que se instauró esta modalidad del truncamiento de cheques, fue
preocupación establecer normas reglamentarias claras que permitieran el
cumplimiento de las normas sustanciales y pudieran responsabilizar por
incumplimiento a las entidades adherentes al sistema. Ello se ha mantenido, hasta
cuando se escriben estas líneas, en los siguientes términos(715):
"Regla 2.4. Truncamiento de cheques
Regla. 2.4.1. Otorgamiento de mandato recíproco. A los efectos de la aplicación
del procedimiento de truncamiento de cheques para el pago de los documentos que
se cursen a través de las cámaras electrónicas de compensación de fondos, en
función de los convenios formalizados entre las entidades, se entenderá que ellas
se han otorgado mandato recíproco en lo referente al cumplimiento de las
obligaciones a su cargo como entidades giradas, por aplicación de la Ley de
Cheques y normas reglamentarias dictadas por el Banco Central de la República
Argentina".
2.4.2.5) Resumen de la realidad operativa
Finalmente hay que poner en evidencia que en la práctica bancaria se ha dado
en llamar cheque truncado a aquel cuya circulación se interrumpe o trunca. El
truncamiento del cheque (check truncation para los anglo-norteamericanos) se
efectúa de modo que, al final de cada jornada, el banco donde se presenta el cheque
al cobro se queda con el documento y transmite en su lugar los datos del mismo,
grabados en un soporte magnético, a la Cámara de Compensación Electrónica de
ámbito general; la compensación se realiza de modo similar a lo que se ha indicado
para la letra de cambio(716).
Queda por señalar que como ha sido de práctica en el derecho comparado, la
tarea de la desmaterialización comenzó y se ha expandido, respecto de esos títulos,
cuando ellos han sido emitidos en masa o en serie(717), mientras que ha sido más
restringida cuando fue adoptada mediante la sanción de normas legales y
reglamentarias concernientes a la desmaterialización de los títulos valores de crédito
individuales y especialmente si ellos integran la categoría de titulos valores
cambiarios, también denominados papales de comercio(718).
Ello se puede apreciar en nuestro derecho, como ha quedado demostrado supra,
donde señalamos varios supuestos de desmaterialización de títulos valores emitidos
en masa, con la sola excepción respecto del cheque de pago diferido cuya
desmaterialización se ha permitido en virtud del texto expreso del art. 56 ley
24.452(719).
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e.1) Alemania
El movimiento de desmaterialización de los títulos y documentos apareció en este
país en 1882, con el uso en las prácticas bancarias del Sistema de Depósitos
Colectivo de Valores (SDCE) oportunidad en que se fundó el sistema de Depósitos
Centralizado y de Transferencias. Posteriormente, el 4/2/1937, se sancionó la ley
sobre Depósito y Adquisición de Títulos Valores, que dispuso que esos títulos
quedaban inmovilizados y las transferencias se concretaban con la simple anotación
en el Libro de Registro de Depósitos de los Bancos, sin necesidad de tener que
requerir la posesión material de los títulos valores. Con la finalidad de proteger la
transferencia entre los bancos, se estableció la centralización de los depósitos en
los denominados "bancos colectores", lo que era equivalente a un depósito de
segundo grado. En función de ello los bancos perdían la posesión inmediata de la
cartera de depósitos, que pasaban a los bancos colectores(721).
Al concluir la Segunda Guerra Mundial y ante la división de Alemania en la
República Federal Alemana y la República Democrática Alemana, la tendencia a la
desmaterialización tuvo enfoques diferentes, pues el sistema de la República
Federal de Alemania estaba muy cerca de la desmaterialización, sin prescindir de la
normativa tradicional de la circulación documental. Sin embargo hay que señalar
que la principal diferencia con Francia, antes de 1984, consistió en el hecho de que
en Alemania no había necesidad de tener un documento individual para cada acción
o cada obligación, sino que era posible desde entonces incorporar un número
ilimitado de valores o acciones en uno denominado "múltiple" en cuanto a su
contenido, pero documento único en su forma, con lo que se ahorra mucho
espacio(722).
Actualmente la gran mayoría de los valores en la Alemania unificada se
encuentran concentrados en distintas instituciones de depósito. Con esa finalidad
los bancos han creado siete asociaciones depositarias distribuidas por todo el país
y que reciben los depósitos correspondientes, mientras que los bancos asociados
mantienen cuentas en las mencionadas instituciones depositarias, que entre ellas
forman un entramado, pues tienen cuentas entre sí. Desde el punto de vista jurídico,
resulta importante poner en evidencia que los clientes, depositantes de los títulos
valores y documentos certificados, continúan siendo sus propietarios y, por tanto, no
corren riesgos en caso de quiebra del banco que recibió en depósito esos
elementos.
Sin embargo, como en las instituciones de depósito se entremezclan los valores
de un gran número de clientes, no es posible atribuir la propiedad individual de
piezas determinadas a cada uno; por ello, en Alemania se considera que
jurídicamente se trata de una copropiedad que tiene el total de los clientes
depositantes, respecto de la totalidad de las piezas que, de cada categoría
determinada, se encuentran en depósito, en la que cada cual participa
proporcionalmente con lo que fue materia de su depósito(723).
e.2) Francia
La tendencia a la desmaterialización de los títulos y documentos apareció en
Francia con la ley del 18/6/1941, que estableció el resguardo en depósito de las
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acciones y las obligaciones al portador de las sociedades anónimas francesas por
cuenta de establecimientos afiliados (bancos, instituciones financieras y agentes de
bolsa) mediante su transmisión por transferencias de cuenta a cuenta entre estos
afiliados. Con esa finalidad se creó la Caisse Centrale de Depôts et Virements de
Titres (CCDVT). Luego mediante la ley del 3/2/1943 se dispuso la obligatoriedad del
sistema de anotaciones en cuenta, limitanda a las acciones al portador. Finalizada
la Segunda Guerra Mundial se creó la Société Interprofessionnelle pour la
Compensation de Valeurs Mobilierès (SICOVAM) con la peculiaridad de que los
depósitos en ella eran facultativos y voluntarios(724).
En 1955, se estableció que la inscripción en el registro de las sociedades
anónimas que emitieran acciones y obligaciones era constitutiva del derecho
societario del propietario y se prohibió emitir títulos corporales (o materializados).
Posteriormente se introdujo lo que se designó como "competencia nominativa
administrada" (compte nominatif administré), que permitió al titular del derecho
societario mantener relaciones ya no con la sociedad emisora, sino con un agente
intermediario o un banco o una institución semejante, que sería quien recaudaría los
dividendos e intereses, y recibiría del cliente las órdenes de transferencia que fuera
menester. En 1981, con la finalidad de promover la inversión y permitir que fuese
más segura la tenencia de valores y títulos, así como menos costosas sus
transferencias, se dispuso que todas las acciones y las obligaciones emitidas en
Francia fueran desmaterializadas en sentido amplio, pasando a ser entonces un
simple registro electrónico(725).
Corresponde poner en evidencia que el régimen francés se ha radicalizado
porque para la mayoría de los valores ha adoptado la desmaterialización obligatoria,
estableciendo que los registros electrónicos son constitutivos del derecho de
propiedad. Ante esa realidad, en el caso de que exista un documento escrito en una
hoja de papel, éste ya no tiene efecto constitutivo de un título valor y podrá servir
únicamente como evidencia probatoria, para el caso de que se omita ejecutar el
registro o que éste adolezca de errores materiales. El carácter obligatorio del registro
computarizado es aplicable a todas las acciones y obligaciones y quizás a otras
emisiones del mercado de capitales como son los certificados de inversión y los
títulos de participación (certificats d'investissement y los Titres participatifs). Por
tanto este sistema es el que con mayor audacia ha introducido, con carácter
obligatorio, el sistema de anotaciones para toda suerte de valores, coticen o no(726).
Queda por señalar otra forma de emisión de un título que se deposita en un ente
bancario, a los fines de su gestión de cobro, y es el caso de la lêtre de change
relevé utilizada en el país galo. En efecto, la lettre de change relevé irradia la idea
fundamental de evitar la circulación de la letra de cambio, que efectivamente creada
ha salido de las manos del creador, pero quedó bloqueada en manos de un
banquero del librador y se registra en cintas magnéticas, que luego se utilizan en el
circuito bancario(727).
En tal caso el banquero del librador se va a comunicar con el banquero del girado
a quien le enviará la copia de la lettre de change relevé; el banquero del girado a su
vez envía el mencionado relevé (extracto) al girado, y éste es el que dirá si está
dispuesto a pagar o no. Si dice que está dispuesto a pagar, el banco del girado hará
el pago en su momento y al vencimiento al banco del librador. Queda claro que no
se presenta ni se exhibe el título valor, simplemente basta la exhibición del relevé,
de la copia del documento. Por tanto, en esencia, la lettre de change relevé ha
dejado de ser un título de presentación necesaria para exigir el pago(728).
551
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e.3) Dinamarca
Corresponde a Dinamarca haber adoptado legislativamente un sistema de
desmaterialización total sobre determinados títulos valores. En efecto, mediante la
ley de 12/5/1980 este país adoptó ese sistema para las obligaciones cotizables.
Esas normas entraron en vigor en el año 1983 y sirvieron de modelo a la ley noruega
del 15/8/1985 y años más tarde a la República de Suecia.
Este modelo danés —que en algunos aspectos también ha servido de inspiración
al legislador español— tiene el mérito de que ha llevado a cabo una reestructuración
completa del derecho de los títulos-valores, produciendo, por natural implicancia una
verdadera desestructuración del derecho de esos títulos-valor. Ésa es la realidad en
la cual desembocó el legislador francés(729), que como vimos en el número anterior
es el que con mayor audacia introdujo con carácter obligatorio el sistema de
anotaciones para toda suerte de valores, coticen o no(730).
e.5) Holanda
En el Reino de Holanda, se fundó en el año 1962 la Compañía de Compensación
de Valores Holandesa conocida como effecten clearing. Esa institución oficial tiene
por finalidad específica manejar la forma de operar los cupones de intereses y
dividendos mediante la creación de una sociedad denominada Centro para la
Administración de Valores. Ella contrata con los entes y las compañías emisoras de
valores, con la posibilidad de que se emitan ellos con cupones u hojas adheridas
para el cobro de dividendos(732).
e.6) España
En este país existen antecedentes de las figuras de depósito y administración
centralizada de valores desde 1966, cuando se reguló el procedimiento relativo a la
liquidación de operaciones bursátiles, que tuvo vigencia efectiva a partir de mayo de
ese mismo año, siendo aplicable a títulos emitidos por las juntas sindicales de las
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bolsas oficiales de comercio, que a su vez son controladas y custodiadas por bolsas
y bancos españoles(733).
Sin embargo, hay que decir que el sistema fue consagrado legalmente por medio
del decreto 1128/1974 y reglamentariamente mediante la orden del Ministerio de
Hacienda del 20/5/1975, cuyos fundamentos y finalidad surgen de los considerandos
donde se manifiesta que "el Decreto de referencia contiene los preceptos
fundamentales de un sistema de liquidación y compensación de operaciones en
bolsa y de depósito de valores admitidos a cotización oficial, en lógica
interdependencia, que para la inmediata y debida aplicación práctica es necesario
desarrollar en sus distintos aspectos personales, reales, formales, orgánicos y
funcionales". En virtud de lo manifestado se dispuso que "el sistema de liquidación
y compensación de operaciones en bolsa y de depósito de títulos valores establecido
por el decreto del 25/4/1974 se regulará por las normas contenidas en él y en la
presente orden ministerial y, en lo no previsto en ellas, por el Reglamento de las
Bolsas de Comercio, aprobado por decreto del 30/6/1967, núm. 1506.
En materia de legitimación, en cambio, se produjo una adaptación o acomodación
de la normativa de los títulos valores. Este era el sentido, por ejemplo, del art. 8º,
inc. 1º del decreto de 1974 al disponer que "el ejercicio de los derechos incorporados
a los títulos (...) no exigirá la presentación física de éstos que podrá sustituirse por
la relación numérica de los depositados"(734). Aunque lo que resulta más importante
para el tema que nos ocupa de la "desmaterialización" es considerar brevemente el
completo cambio del sistema de "anotaciones en cuenta" que se produjo en España
y al poco tiempo de ser sancionado se extendió a todos los "valores negociables" en
los mercados de valores, en virtud de la ley 24 del 28/7/1998, precisamente
regulatoria del Mercado de Valores (LMV)(735).
Es evidente que la innovación fue trascendente. Respecto de ella se puede
apuntar que, en ese primer momento, tuvo carácter potestativo si bien con la
previsión de que el gobierno podría establecer, con carácter general o para
determinadas categorías de valores, que su representación mediante de
anotaciones en cuenta fuera condición necesaria para la admisión a negociación en
los mercados de valores. Por otra parte y, en todo caso, admitía que hubiera
excepciones.
En efecto, la ley 37 del 16/11/1998, de reforma del Mercado de Valores (LMV),
permitió que los valores representados mediante títulos admitidos a cotización en un
mercado oficial pudieran seguir representados de esa forma, en tanto la normativa
de desarrollo de dicha ley no impulsara su representación mediante anotaciones en
cuenta. Esta situación aún se mantiene, pero la norma general —también reflejada
en la Ley de Sociedades Anónimas, aprobada como texto refundido mediante el real
decreto legislativo 1564/1989— fue que las acciones y las obligaciones admitidas a
cotización en un mercado secundario oficial necesariamente habrían de
representarse por medio de anotaciones en cuenta(736).
e.7) Bélgica
El Reino de Bélgica en noviembre de 1967 creó la Caja Interprofesional de
Depósitos y Transferencias de Títulos (CIK). Tal institución, en su doble aspecto
operacional, tiene sus vertientes tanto en el depósito de valores como en la
facilitación de la cotización de los valores extranjeros, además de que presta servicio
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de guarda y administración de valores y está facultada para ejercitar los derechos
inherentes a los valores depositados. Empero el régimen receptivo y funcional de
esta institución es opcional y no obligatorio(737).
e.8) Suiza
En la Confederación Suiza (Schweizerische Eidgenossenschaft) el movimiento
desmaterializador concretó el inicio de sus actividades en el año 1971 con la
fundación de la Schweizerische Effekten Giro-AG (Sociedad Suiza de
Transferencias de Títulos). En esa institución se pueden realizar depósitos de
valores con la particularidad de que los depositantes son cotitulares(738) de los
depósitos y consecuentemente de los valores depositados, por lo que los
depositantes son los tenedores de los títulos o valores depositados, como acontece
en la Caja Interprofesional de Depósitos y Transferencias de Títulos en Bélgica
(CIK), ya que usa el sistema de asientos contables para que se efectúe la
transmisión de valores sin que éstos sean entregados(739).
e.9) Italia
La mayoría de los países de Europa occidental han adoptado medidas de
centralización, haciendo automático el depósito y la negociación de los valores, pero
sin abandonar su naturaleza documental o corporal. Sin embargo, hay que
mencionar como un importante ejemplo el caso de Italia que en 1978 creó la
institución central de depósito llamada Monte Titoli. Posteriormente, a mediados de
la década siguiente, dictó nuevo cuerpo normativo que contiene disposiciones
legislativas ordenadas en forma más precisa y adecuada para esta institución(740).
El sistema italiano mencionado siguió el modelo alemán y por tanto coincide con
el modelo belga, al establecer la copropiedad de los clientes depositantes en cada
especie de valores. El sistema en sí no es esencialmente obligatorio para el tenedor,
quien puede retirar su depósito y pedir valores individuales, lo cual hace que pueda
calificárselo como un sistema mixto, en donde como se ha dicho el cliente puede
optar por incorporar un número ilimitado de valores o acciones en un documento
único, o bien manejar una acción o valor por cada documento, esto es, en títulos
individuales(741).
e.10) México(742)
Si bien se puede decir que en los Estados Unidos de México el proceso de desmaterialización de los títulos valores surgió con la introducción de las
computadoras y la práctica del comercio electrónico en la segunda mitad del siglo XX, su regulación jurídico-legal fue en el año 1975 mediante la Ley del Mercado
de Valores y en 1990, con la Ley de Instituciones de Crédito.
La primera de ellas estableció que en el contrato de intermediación bursátil las instrucciones del cliente a la institución podían hacerse de manera escrita,
verbal o telefónica mediante el uso de carta, telégrafo, télex, telefax o cualquier otro medio electrónico, de cómputo o de telecomunicaciones. Asimismo, dispuso
que cuando las partes convinieran el uso de los tres últimos medios para el envío, intercambio o en su caso confirmación de las órdenes y demás avisos que
debieran darse, habrían de precisar las claves de identificación recíproca que sustituyera la firma autógrafa, por lo que las constancias documentales o técnicas
en donde aparecieran producirían los mismos efectos que las leyes otorgan a los documentos firmados por las partes (art. 91, aparts. II y V, Ley del Mercado de
Valores).
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La segunda de las leyes citadas, que fue aplicable a las operaciones con cajeros automáticos y a toda la gama de servicios bancarios, estableció que las
instituciones de crédito podrían pactar con sus clientes el uso de equipos, medios electrónicos, ópticos o de cualquier otra tecnología, sistemas automatizados
de procesamiento de datos y redes de telecomunicaciones, ya fueran privadas o públicas, estableciendo, además, que el uso de estos medios de identificación
en sustitución de la firma autógrafa producirían los mismos efectos que las leyes otorgan a los documentos por escrito (art. 52, Cap. I, Tít. 3º, Ley de Instituciones
de Crédito)(743).
Sin embargo, luego se aclara que es cierto que existen en la legislación mexicana
otros cuerpos legales, reglamentarios y administrativos que directa, indirecta o
supletoriamente regulan el comercio electrónico y por tanto han dispuesto la
desmaterialización de los títulos valores entre los cuales hay que mencionar los
siguientes:
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e.10.3) Decreto del 29/8/2003
Por este otro decreto el Código de Comercio de México en su Título II del Libro
segundo, fue reformado y adicionado en cuatro de sus capítulos (arts. 89-114)(744).
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f) A modo de conclusión
Los autores, en general, cuando tratan el tema de la desmaterialización de los
títulos valores suelen enunciar los aspectos positivos o ventajas que produce este
fenómeno, confrontándolos con algunas críticas o desventajas que él ocasiona.
Asimismo, se refieren a otros aspectos de las múltiples incumbencias que produce
este fenómeno socioeconómico y jurídico.
Empero debe tenerse en cuenta que, como se trata de temas que han tenido una
grande y rápida expansión, que continúa a pasos agigantados, su tratamiento
histórico y actual desborda los límites de este núm. 62 de nuestro estudio, por lo que
consideramos procedente cerrar esta exposición con los dichos del profesor J.
Garrigues, en una "Conferencia sobre la desmaterialización de títulos-valor", en la
Bolsa de Madrid en 1974, que resume lo hecho y lo que seguramente ocurrirá.
Dijo entonces el abanderado de la escuela del nuevo derecho mercantil español:
"Yo añadiría que los valores mobiliarios se van a desmaterializar y que la metáfora,
porque no es más que una metáfora de la incorporación del derecho al título
desaparece al convertirse el título en un simple asiento de cuenta corriente. Yo diría
que se va a sustituir la propiedad del valor y que en lugar de títulos-valores se van
a crear valores sin títulos".
Parte Primera
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Las normas de la Sec. 2ª, concernientes a los llamados "títulos valores cartulares":
a) se aplican en subsidio de las especiales que rigen para títulos valores determinados;
b) pero esa aplicación no es procedente cuando leyes especiales así lo disponen, incluso en cuanto ellas se refieren a la obligatoriedad de alguna forma de
creación o circulación de los títulos valores o de clases de ellos (art. 1834).
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b.4) Títulos y documentos expresamente excluidos de la teoría
general
Por natural implicancia hay que tener en cuenta que el legislador ha considerado
que los casos que siguen quedan fuera de la aplicación de las normas sobre títulos
valores:
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b.1) Carta de porte
El transportista tiene derecho a requerir del cargador que suscriba un documento
que contenga las indicaciones enunciadas en el recibo de la carga (art. 1298).
b.3) Guía
Si no hay carta de porte, el cargador tiene derecho a exigir al transportista que le
entregue un recibo de carga, denominado guía, con el mismo contenido de aquélla
(art. 1300).
Si no se ha extendido el segundo ejemplar de la carta de porte ni la guía, el
cargador tiene la disposición de la carga y puede modificar las instrucciones dadas
al transportista, con obligación de reembolsar los gastos y resarcir los daños
derivados de ese cambio (art. 1302).
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b.4.2) Principio de necesidad
El documento mencionado debe ser entregado al transportista contra la entrega
por éste de la carga transportada (art. 1301).
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naturaleza jurídica de esta cláusula, participamos de la opinión doctrinal
predominante de que se trata de una condición resolutoria, toda vez que, si el título
valor no se cobra, el efecto de la cláusula es volver las cosas al estado anterior al
envío de los documentos crediticios, quitando eficacia al asiento, que debe ser
neutralizado mediante un "contrasiento", al que se refiere el art. 1402 in fine).
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d) Capítulo XV, "Cuenta corriente"
Este capítulo establece las normas particulares de regulación del contrato de
cuenta corriente. Éste, en principio, es caracterizado (art. 1430) y halla la
determinación de su contenido en el art. 1431 donde se establece que "todos los
créditos entre las partes resultantes de títulos valores o de relaciones contractuales
posteriores al contrato se comprenden en la cuenta corriente, excepto estipulación
en contrario" (art. 1431, 1ª parte). Se excluye expresamente la posibilidad de
incorporar a cuenta "créditos no compensables ni los ilíquidos o litigiosos" (art.
1431, in fine).
Resulta necesario poner en evidencia aquí que el legislador ha generalizado los
efectos de la cláusula "salvo encaje" a todos los créditos contra terceros, que se
incluyan en la cuenta corriente que estamos considerando, salvo pacto en contrario
(art. 1435, apart. 1º), estableciendo luego las alternativas que puede ejercer el
cuentacorrentista, según los avatares que sufra el crédito de que se trate.
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Los títulos valores referidos en el art. 1690 precitado pueden ofrecerse al público
en los términos de la normativa sobre oferta pública de títulos valores. En ese
supuesto, el organismo de contralor de los mercados de valores debe ser autoridad
de aplicación respecto de los fideicomisos financieros, quien puede dictar normas
reglamentarias que incluyan la determinación de los requisitos a cumplir para actuar
como fiduciario (art. 1691).
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Sin embargo, al referirse en el art. 2232 a los créditos instrumentados, determina
que "La prenda de créditos es la que se constituye sobre cualquier crédito
instrumentado que puede ser cedido.
La prenda se constituye aunque el derecho no se encuentre incorporado a dicho
instrumento y aunque éste no sea necesario para el ejercicio de los derechos
vinculados con el crédito prendado.
Se aplican supletoriamente las reglas sobre prenda de cosas".
g.1) Jurisdicción
Los jueces del Estado donde la obligación debe cumplirse o los del domicilio del
demandado, a opción del actor, son competentes para conocer de las controversias
que se susciten en materia de títulos valores. En materia de cheques son
competentes los jueces del domicilio del banco girado o los del domicilio del
demandado (art. 2658).
g.2) Formas
En cuanto a las formalidades del giro o libramiento, del endoso, de la aceptación,
del aval, del protesto y de los actos necesarios para el ejercicio o para la
conservación de los derechos sobre títulos valores se sujetan a la ley del Estado en
cuyo territorio se realiza dicho acto (art. 2659).
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g.4) Sustracción, pérdida o destrucción
La ley del Estado donde el pago debe cumplirse determina las medidas que deben
adoptarse en caso de hurto, robo, falsedad, extravío, destrucción o inutilización
material del documento. Si se trata de títulos valores emitidos en serie, y ofertados
públicamente, el portador desposeído debe cumplir con las disposiciones de la ley
del domicilio del emisor (art. 2661).
SECCIÓN I. INTRODUCCIÓN
67. Esencia
La exposición aquí efectuada constituye una reseña en tanto se trata de una
exposición sucinta(754) de los diversos temas que la integran. Con ello queda
perfectamente delimitado que no representa un enfoque acabado sino que obedece
a las características que acabamos de puntualizar.
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En primer lugar, extraer de cada negocio o contrato de derecho común que motiva
la creación o emisión del título valor —y del cual, por tanto, éste es su causa o
relación fundamental— aquellos aspectos que guardan interés a la luz de las
relaciones cartáceas. A tal fin, en el tratamiento de los temas se empleará la
terminología propia de la teoría general de los títulos valores hasta aquí expuesta,
obviando, así, los inconvenientes que trae aparejado el estudio de leyes que tienen
vigencia desde hace más de un siglo, como es el caso de la ley sobre warrants
aduaneros, promulgada el 5 de setiembre de 1878.
En segundo lugar, y en sentido congruente con la finalidad de facilitar la compulsa,
hemos encuadrado cada caso en las pautas esquemáticas enunciadas, para que tal
homogeneidad metodológica permita la fácil aprehensión de las características
similares y los matices diferenciales de cada título valor estudiado.
69. Fundamento
Decíamos entonces y a pesar del paso del tiempo, debemos reiterar aquí, que si
se nos preguntara por qué introdujimos esta parte especial ha sido y en gran parte,
sigue siendo, porque ella versa sobre títulos valores causales que son incluidos en
otros cursos del derecho comercial que integran la carrera universitaria, distintos a
los nuestros, por ello responderíamos:
a) Porque la mayoría de los títulos valores incluidos aquí, están relacionados con
los contratos que se abordan, cuando generalmente los cursantes, no tienen
incorporados los conocimientos que brinda la teoría general de los títulos valores,
no captan, ni capitalizan suficientemente los caracteres esenciales, elementos
estructurales, funciones y aptitudes que tales títulos valores tienen y desempeñan
en la vida comercial, empresarial y bancaria;
b) También por análogas razones, en la generalidad de los cursos y en la
bibliografía que se recomienda en ellos, se reduce a una mínima expresión la
consideración y el análisis de las características, aptitudes y funciones que poseen
los mencionados documentos cartulares y cambiarios, pues se los trata y estudia,
prevalecientemente, únicamente como medio probatorio del contrato comercial o
bancario, que le sirve de relación jurídica causal o subyacente con olvido —o, por lo
menos, no destacando suficientemente— sus aptitudes constitutiva y dispositiva en
las relaciones cartulares y cambiarias(755).
c) Asimismo porque como señalamos entonces, si bien se ponía de relieve, un
saludable progreso metodológico en el ámbito de las cátedras universitarias —las
cuales incluyeron en los programas del segundo curso (Derecho Comercial II) el
desarrollo de los principios dogmáticos de la teoría general de los títulos valores,
como paso previo ineludible para estudiar en profundidad los papeles de comercio
(v.gr., letra de cambio, pagaré y cheques)—(756). Tal logro no ha sido suficiente para
subsanar la falencia ya mencionada, pues al exponer la teoría general solo se hace
una referencias panorámica y elemental de las relaciones cartáceas establecidas
con la creación y circulación de los títulos valores que tratamos en esta parte
especial.
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70. Finalidad
Teniendo en cuenta la apuntada correlatividad entre esencia y fin, virtualmente ha
quedado esbozado el objetivo que persigue el estudio y la exposición que aquí se
incluye, aunque no resulta ocioso resumirlo de este modo:
a) Tiende a exponer sistemáticamente los conocimientos sobre la teoría general
de los títulos valores respecto de los que por lo común no son estudiados desde esa
perspectiva.
b) Suministra un sintético, pero orgánico desarrollo de los principios, caracteres y
aptitudes que poseen esos títulos valores, en cuanto tales, además de los que
generalmente se estudian en otros cursos, en los que como ya señalamos, se los
refiere, preferentemente, al negocio causal o subyacente que motiva su libramiento
y, se da prioridad excluyente a su aspecto probatorio.
71. Concepto(757)
Desde antiguo, la doctrina atribuyó diversos significados a la palabra "acción"(758) así se puede mencionar, las siguientes
alocuciones:
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modalidad y eficacia del derecho cartular que ella concede(764). Tales principios han
sido expresamente receptados por la legislación positiva vigente(765).
a) Requisitos esenciales
La ley mencionada otorga carácter esencial (art. 211) a las formalidades que
veremos a continuación, por lo cual sus variaciones, salvo en lo referente al capital
social (art. 211, inc. 2°), deben ser ineludiblemente asentadas en el título —en otras
palabras, literalizadas(766) en el documento—:
I) denominación, domicilio, duración e inscripción de la sociedad emisora; lugar y
fecha de su constitución (art. 211, inc. 1°);
II) capital social (art. 211, inc. 2°), expresión legal equivalente a "capital suscrito"
(art. 186);
III) clase de acción (art. 207, párr. 2°) que representa el título y derechos que ella
comporta (art. 211, inc. 3°); estas formalidades deberán hacer referencia al tipo de
acción de que se trate (v.gr., privilegiadas, ordinarias o diferidas, con voto plural o
simple, o sin derecho a voto);
IV) número del título (art. 211, inc. 3°) y de las acciones que representa, que
deberán ser ordenados correlativamente (art. 213, párr. 1º);
V) valor nominal (art. 211, inc. 3°) del capital social que representa, el cual se
deberá expresar siempre(767) en moneda de curso legal y será igual para todas las
acciones (art. 207, párr. 1º)(768). Ello no obsta a la emisión de títulos que representen
varias acciones (art. 208), designados títulos múltiples(769) o acciones preferidas
(arts. 207, párr. 2º, 216 y 217) respecto del derecho de voto y en cuanto las
preferencias patrimoniales —dividendo, amortización y reembolso) (art. 217)—,
porque la igualdad del valor de la acción, en tanto cuota-parte del capital social, es
independiente de la igualdad de derechos que ella, como título valor, concede. Es
decir que la igualdad de valor exigida como requisito esencial no significa igualdad
de derechos, porque algunas acciones otorgan derechos preferentes y otras no(770);
VI) firma autógrafa(771) de por lo menos un director y un síndico, si bien la autoridad
de contralor(772) está facultada para autorizar su reemplazo mediante una impresión
que garantice la autenticidad de los títulos, en cuyo caso se debe inscribir un facsímil
en el legajo de la sociedad autorizada (art. 212, párr. 2º)(773).
b) Requisitos naturales
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Designamos como requisitos naturales aquellos que la sociedad emisora está
facultada para incluir en el título representativo de la acción. Se pueden mencionar:
I) la impresión de una fórmula incompleta en el dorso del documento, para que
sea llenada en oportunidad de la transmisión de la acción, requisito éste que resulta
de interés práctico en las acciones nominativas endosables (art. 208, párr. 1º), pues
tiende a asegurar que el endosante, al transmitir el título, complete todos los
espacios con los datos del endosatario que se requiere asentar en el libro de registro
de acciones (art. 213);
II) la impresión de una solapa complementaria con una serie de casilleros, que se
denomina cupones, correspondientes a cada vencimiento del pago de los
dividendos, según lo determinado en el estatuto societario. Tales cupones serán
cortados y entregados a la sociedad o serán sellados por ésta en la oportunidad en
que se efectivice el respectivo pago. Para ellos rige, por lo general, la misma ley de
circulación de la acción a que pertenecen, pero el art. 212, párr. 3°, establece que
los cupones "pueden ser al portador aun en las acciones nominativas".
c) Certificados provisionales
Estos documentos pueden ser entregados al accionista mientras la sociedad no
emita las acciones. El art. 211, inc. 4º, exige como requisito esencial anotar en su
texto las integraciones que efectúe aquél.
Debemos entender que estos certificados provisionales, por su naturaleza,
regulación y finalidad, son títulos valores(774), y que en caso de ser emitidos mientras
el suscriptor de la acción no la haya integrado totalmente (art. 208, párr. 2º), deben
serlo en forma nominativa. Ello posibilita el ejercicio de sus derechos al suscriptor
de la acción aún no emitida, acreditando, además, la titularidad y el estado de los
pagos de acuerdo con su tenor literal, y dando derecho, una vez integrada
totalmente, a exigir la entrega del título definitivo representativo de la acción (art.
208, párr. 3º).
Tales certificados provisionales son trasmisibles desde que se los emite, aunque
si no están integrados totalmente su transmisión produce una responsabilidad
solidaria, entre el cedente y el cesionario (art. 210), respecto de las sumas
adeudadas a la sociedad emisora por el incumplimiento de los pagos de la
integración. Si ésta ha sido efectuada por ambos —cedente y cesionario—, se
origina un condominio respecto de la propiedad de la acción (art. 210, párr. 1º).
La naturaleza de título valor que aquí afirmamos se ve ratificada por la remisión
que efectúa el art. 226 a las disposiciones sobre títulos valores (sic), sin distinguir si
se refiere solamente a las acciones. Por ello resulta lícito considerarlos incluidos(775).
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Teniendo en cuenta ello, y considerando la acción como título valor, cabe decir
que en cuanto tal concede, a quien acredite ser su portador legitimado, un complejo
de derechos que la doctrina alemana designa "derecho de
participación" (Mitgliedschaftrecht), compuesto por una serie de potestades o
derechos subjetivos de naturaleza e índole diversas(777), que por su contenido
pueden ser clasificados como derechos patrimoniales y derechos de
administración(778).
a) Derechos patrimoniales(779)
I) derecho a participar en la distribución de los beneficios netos que produzca el ejercicio cerrado y aprobado por la asamblea en forma proporcional a la
parte alícuota del capital social que representa las accionen que se poseen;
II) derecho a participar en el reparto del capital social en oportunidad de la liquidación de la entidad emisora;
III) derecho a participar en el reembolso del capital cuando se prevea la amortización de las acciones societarias;
IV) derecho al reintegro de la parte del capital correspondiente a las acciones cuando se ejerza, legítimamente, el derecho de receso;
V) derecho prioritario a la suscripción de acciones en caso de nuevas emisiones o cuando se produzca la convertibilidad de debentures;
VI) posibilidad de ejercer, como portador legitimado de la acción, los derechos sobre el título, en tanto cosa mueble (v.gr., venta, prenda, usufructo, etc.).
b) Derechos de administración(780)
Entre estos derechos, que también tienen un contenido económico, aunque no prevaleciente ni inmediato, ubicamos:
I) derecho a participar en las deliberaciones y en las decisiones de la sociedad, en virtud del derecho a voto ejercitable en las asambleas ordinarias y
extraordinarias;
II) derecho a inspeccionar libros de socios y de reuniones del órgano ejecutivo, así como a informarse sobre la contabilidad de la sociedad;
III) derecho a impugnar las resoluciones societarias tomadas al margen de la ley o de los estatutos;
V) derecho a accionar por responsabilidad civil contra los fundadores o administradores, en los casos que la ley prevé;
VII) derecho a ser elegido para desempeñar cargos en la administración y dirección de la sociedad de la que se es accionista.
a) Fundamentos
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Los fundamentos que nos permiten pronunciarnos en sentido afirmativo residen
en los siguientes preceptos legales y principios de aplicación de la ley mercantil:
El art. 163 expresa que el capital social será representado por acciones, es decir,
títulos representativos de un derecho de participación en el capital social de la
sociedad emisora.
En los casos de constitución de la sociedad por acto único, en el correspondiente
instrumento deben figurar, como requisitos sustanciales respecto del capital social,
la naturaleza, clase y modalidades de la emisión, así como las demás características
de las acciones de la nueva sociedad y, si es pertinente, el régimen de aumento del
capital social (art. 166, inc. 1º).
De modo análogo se regula el caso de constitución de la sociedad por suscripción
pública, respecto de la cual el programa de fundación debe contener: naturaleza de
las acciones, monto de las emisiones programadas, condiciones del contrato de
suscripción y anticipo del pago a que obligan (art. 170, inc. 3º).
La característica de título de participación aparece ratificada por las funciones y
potestades que concede la acción de sociedad, para ejercerlas en la formación de
la asamblea constitutiva y en oportunidad de ser labrada el acta respectiva (arts. 177
y 179, inc. 7º).
En razón de que estos preceptos se refieren al período de constitución de la
sociedad, damos por sabido aquí lo dicho al desarrollar un complejo de derechos
patrimoniales y de administración emergentes de las acciones una vez que la
sociedad emisora se halla en funcionamiento.
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los títulos valores privados fue reimpuesta por la ley 23.299, pero resultó derogada
poco después por la ley 23.697, de emergencia económica, aunque hay que tener
en cuenta que fue reinstaurada por la ley 24.587 y reglamentada por el decreto
259/96(782).
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b.1) El documento: aptitudes, funciones, carácter
Desde el punto de vista documental, la acción es un instrumento escrito,
representativo de una parte del capital social, creado mediante una declaración de
voluntad unilateral(790), que por ello origina un vínculo entre el ente emisor y el
tomador o beneficiario, y ulteriormente, con el eventual portador legitimado(791),
quien resulta el sujeto activo del referido vínculo jurídico.
Aptitud probatoria. De acuerdo con lo explicado, se puede afirmar sin hesitación que la acción de sociedad, en tanto
documento, tiene aptitud probatoria, pues desde el punto de vista jurídico certifica o prueba(793) que el portador legitimado del
título tiene o posee el complejo de potestades o derecho de participación (Mitgliedschafrecht) y las correlativas cargas y deberes
inherentes a la condición de socio(794). Es decir que se trata de un instrumento escrito creado por la sociedad y emitido —esto
es, entregado al socio luego de las respectivas inscripciones en el registro de accionistas—, que contiene un reconocimiento del
hecho u obligación documentada y que es vinculante, para quien lo crea y emite; respecto de la existencia de los hechos en él
certificados(795).
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deposite— la acción de sociedad. En el supuesto de que desee negociarla, deberá
hacerlo demostrando el aspecto real y documental de la legitimación, y, además,
entregando el título al accipiens(804). Tal transmisión, como queda claro, solo puede
realizarla quien tenga el título valor en su poder(805).
La afirmación efectuada encuentra recepción positiva en art. 209, LSC que
establece el principio de indivisibilidad de las acciones y obliga —salvo pacto en
contrario— a unificar la personería a los sujetos que participen en los derechos que
ella concede. Este argumento de carácter exegético resulta procedente, tal como
ocurre con el art. 2347 Código Civil italiano, en razón de que una consecuencia
directa del carácter necesario del título es que el derecho en él contenido no puede
ser ejercido más que por una sola persona(806).
Haciéndonos eco tanto de las críticas cuanto de las respuestas que se han dado
acerca del carácter necesario de la acción de sociedad, nos preguntamos aquí si no
enerva tal carácter la situación que se genera cuando la sociedad, por diversas
razones, no concreta la emisión de las acciones, como puede ocurrir:
1) cuando no lo hace por no estar integradas totalmente las acciones suscritas
(art. 208, párr. 2º);
2) cuando, ya integradas, se demora la emisión de las correspondientes acciones;
3) en el supuesto del art. 8° Real Decreto italiano del 7/6/1923, que autorizaba a
la sociedad a decidir por mayoría la no emisión de los títulos representativos de las
acciones societarias; norma ésta que sirvió a Alfredo De Gregorio(807) para sostener
la posición negativa.
Se puede contestar a ello que la propia ley prevé, para el primer caso, la emisión
y entrega de certificados provisionales —a los que ya se ha hecho referencia—, los
cuales, por ser títulos valores(808) gozan del carácter necesario y resultan
imprescindibles para ejercer los derechos inherentes a la condición de socio. Por
otra parte su cambio por las acciones definitivas es una operación debida por la
sociedad y se trata de un simple reemplazo de un título valor por otro título valor.
En el segundo caso, si la demora es injustificada, el accionista tiene derecho a
demandar judicialmente la emisión y entrega de las acciones definitivas (art. 208,
apart. 3°), y hasta tanto no se cumpla con su entrega el certificado provisional es
considerado título definitivo, negociable y divisible (art. 208, apart. 4º).
En cuanto al tercer caso, consideramos adecuado responder que hay que
diferenciar entre la necesidad y obligatoriedad de la emisión del título y el carácter
necesario que informa al documento en cuanto título valor, el cual hace
imprescindible su posesión para el ejercicio del derecho cartáceo en él
documentado.
Habida cuenta de ello, estamos contestes(809) en que el citado art. 8º, que dio pie
al ilustre profesor de la Universidad de Roma Alfredo De Gregorio, para sostener la
tesis negativa, preveía, simplemente, un supuesto en que la sociedad decidiera no
emitir los títulos-acciones; pero ni de la letra ni del espíritu de tal disposición se podía
deducir algo que hiciera pensar en la posibilidad de ejercer las potestades jurídicas
—derechos patrimoniales y de administración—, una vez emitidos los títulos-
acciones, prescindiendo de su posesión y presentación. En otras palabras, la
decisión de la sociedad en el sentido de no entregar acciones, sea porque nunca las
había emitido o en razón de una nueva suscripción por aumento de capital —
disponiendo en su reemplazo que la prueba de la condición de socio se efectuara
mediante la correspondiente inscripción en el libro respectivo—, no empece para
afirmar que el ejercicio de los derechos inherentes a la condición de socio, cuando
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se ha emitido títulos-acciones, no puede tener lugar más que acreditando la
legitimación real, en el caso de títulos al portador —posesión y exhibición—, además
de la legitimación documental, en las; acciones nominativas(810).
b.2) El derecho
Respecto de este otro elemento integrante de la estructura funcional de la acción
en tanto título de valor, en honor a la brevedad daremos por sabido aquí lo
expresado oportunamente ut supra, sobre ese tema. No obstante, resulta propicio
señalar que el derecho incorporado representativamente en el documento(811) no es,
en rigor, un derecho de crédito en sentido estricto(812), sino un derecho sobre la parte
alícuota del capital social, que conlleva, en sustancia, la cualidad(813) o status(814) o
condición de socio(815), con las consiguientes potestades de participar en la
administración de la sociedad y en las eventuales utilidades que ella pueda
producir(816).
Si bien es cierto que tal apreciación es ajustada, ello no excluye que desde el
punto de vista económico el derecho que otorga la acción de sociedad, en su
aspecto patrimonial (Wertrechste)(817), se pueda incluir sin hesitar entre los derechos
subjetivos patrimoniales. Apreciado desde su aspecto activo, se deberá considerar
como un bien que integra la garantía común de los acreedores de quien resulte su
titular (art. 743, Código Civil y Comercial)(818), y apreciado desde su aspecto pasivo
—es decir, desde la perspectiva de la sociedad emisora—, cabe considerar que ésta
queda sujeta al cumplimiento de las prestaciones a que se comprometió en forma
unilateral(819)al emitir el título. Pero no siendo el del socio un derecho de crédito puro,
según ya señalamos, desde el punto de vista de la sociedad no constituye, en rigor,
una obligación, sino un estado de sujeción, el cual, como bien destaca
Messineo(820) es correlativo al derecho potestativo del socio, y solo en cuanto a
ciertos aspectos —jurídicamente secundarios— una obligación.
Por otro lado, el derecho de participación en cuestión, que según dijimos no tiene
todo el contenido de un derecho patrimonial concreto(821), contribuye a que las
prestaciones que lo posean se incrementen, lo cual se traduce en que el portador
legitimado del título-acción, que como tal es accionista de la sociedad, cobre
mayores dividendos, pueda suscribir nuevas acciones, reciba el beneficio de que se
le amortice y reembolse el valor de la parte alícuota del capital social representado
en la acción. Todas estas mejoras patrimoniales las percibirá en forma directa e
inmediata, además de aquellas con las que pueda ser beneficiado en forma mediata,
por las amortizaciones que la sociedad haga de su pasivo o la renovación que
corresponda efectuar de sus bienes de capital, mejorando, en consecuencia, las
posibilidades futuras del accionista con miras a obtener mayores beneficios y
acrecentar la garantía común de los acreedores, es decir, su patrimonio.
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ejercer en su cuantía, modalidad y eficacia por el tenor de la declaración documental
literalizada en el título.
Este principio de literalidad no se ve lesionado por la referencia o relación que se
haga en el documento (art. 211) al estatuto societario y al acto constitutivo, pues
literalidad no se debe confundir con integridad(822) ni con completividad(823) carácter
propio de los papeles de comercio(824). Como tampoco excluye que el ejercicio de
derecho cartáceo sea disciplinado según el tenor literal del documento, y que éste
mencione expresamente otros instrumentos en los que se ha concretado o
documentado su relación fundamental o causa, porque precisamente esa referencia
o relación que se haga en la acción permite que el tercero que la adquiera esté en
condiciones de conocer suficientemente los datos relativos a la constitución de la
sociedad(825).
En otras palabras, siendo la acción un título valor causal e incompleto, necesario
y suficiente para ejercitar el derecho en él mencionado(826), resulta imprescindible
para tutelar los valores esenciales concernientes a la circulación económica —v.gr.,
"certeza" en la adquisición del derecho de participación representado en la acción;
posibilidad de "rápida y fácil" negociación en caso de que el portador resuelva
transmitirla, y "seguridad" en la realización y ejercicio de los derechos que la acción
otorga—. Que tales derechos emerjan de la simple lectura del título y de la referencia
que en él se haga al estatuto y al contrato social. No otra cosa surge del juego de
los arts. 211, 214 in fine, 166, inc. 1°, 170, inc. 8°, 223, inc. 3°, 226 y concs. de la ley
19.550. Porque, como expresó el maestro Vivante(827), "aunque a primera vista se
podría temer que la causa de la emisión signifique una amenaza para la confianza
que debe presidir la circulación del título [ello] no es así, si se considera que dicha
relación fundamental no puede vulnerar el contenido de la relación cartular sino
dentro de los límites tolerados por los términos del título, en razón, precisamente,
de su carácter literal"(828).
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la acción(833), y la sociedad queda vinculada, frente a ellos, en virtud de una
declaración unilateral(834).
O dicho de otro modo, por el principio de autonomía, quien recibe el título
regularmente —o sea, luego de haber cumplido con las formalidades de la ley de
circulación correspondiente— no es sucesor o causahabiente del transmitente del
título, sino que adquiere un derecho nuevo y distinto(835) de aquel que tenía el
portador legitimado precedente, pues la adquisición de la propiedad del elemento
real (documento) mediante cualquier título(836) implica la de la titularidad del derecho
de participación representado en el mismo. Por ello cabe afirmar que el derecho
cartáceo de participación no proviene del socio precedente que transfirió el título-
acción, sino que nace nuevo (ex-novo) —o sea, en forma originaria para el nuevo
accionista(837)— del hecho de haber adquirido la propiedad del título-acción de
conformidad con la ley de circulación a la que éste se encuentra sometido(838).
Para decirlo en otros términos, y aplicando la teoría de la propiedad(839), el titular
del derecho emergente del título valor se identifica con aquel (propietario) de los
derechos sobre el título(840). Los sucesivos tenedores de la acción, en tanto
portadores legitimados, son por ello también propietarios del documento, y de esa
posesión calificada(841) surge la titularidad del derecho emergente del título-acción
en forma autónoma y originaria(842). Titularidad que no queda excluida por la
adquisición a non domino, ya que no son oponibles al titular posterior las
excepciones relativas a los vicios de la adquisición del titular precedente(843).
a) Título causal
Desde esta perspectiva, debemos contraponer la acción de sociedad con los
títulos valores abstractos o completos, cuya integridad hace subordinar el derecho
cartáceo documentado, exclusivamente, al tenor escrito, sin lazos con documentos
o instrumentos extraños al mismo título(845).
El carácter causal de la acción de sociedad deriva de que la relación cartular no
se ha desvinculado totalmente de la relación fundamental o causa de su emisión.
Ella debe estar referida en el texto esencial del título, así como también las
variaciones que pueda sufrir luego de haber sido emitido (art. 211, in fine)(846).
El carácter causal del título-acción es el que confiere su modalidad al
funcionamiento del principio de literalidad, que por ello no aparece tan claro y
rotundo como en los títulos valores abstractos y completos(847), produciéndose la
absorción de la causa de la relación jurídica entre la sociedad que emite los títulos
y los socios que son los titulares de las acciones. Así, éstas sufren en la práctica
todos los influjos que las distintas vicisitudes de la vida de la sociedad producen
sobre ellas, hecho típico, por otra parte, del título valor causal que es la acción de
sociedad(848).
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b) Título de participación
Teniendo en cuenta el derecho que otorga a su portador legitimado, la acción de
sociedad es un título valor de participación(849) que comprende el ejercicio de
potestades de diversa naturaleza, a las cuales designamos como: I) derechos o
potestades patrimoniales (Wertrechste), y II) derechos o potestades de
administración (Mitgliedschaftrecht). En honor a la brevedad, nos remitimos al
análisis exegético efectuado, ut supra, en el núm. 75.
c) Título incompleto
En vista de lo expresado al exponer el carácter literal del título-acción de
sociedad(850), así como de la reciente consideración de su condición de título valor
causal, resta caracterizarla como título incompleto en cuanto no se basta a sí misma,
ya que de acuerdo con el derecho positivo vigente (art. 211) existe la necesidad
esencial de que en su tenor literal se haga referencia a la relación fundamental por
la cual se la emitió. Es decir que el derecho cartáceo que el título-acción otorga a su
portador legitimado no deriva totalmente de él, sino que requiere, además, la
compulsa de los instrumentos a que se hace referencia en su texto —v.gr., estatuto
o contrato societario y, en su caso, contrato de suscripción—(851).
e) Título comercial
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Las acciones son títulos valores esencialmente(853) comerciales. Nuestro
ordenamiento, oportunamente, así lo dispuso en el art. 8°, inc. 4°, Código de
Comercio referido a los documentos endosables o al portador.
Se debe considerar incluidos en la norma, concordándola con el art. 212 Código
cit. los títulos nominativos endosables (art. 208, párr. 1º), pues no resulta necesaria
la cláusula a la orden expresa cuando el título valor es negociable por vía de endoso,
como lo denota su denominación(854).
Ante la categoría creada por el art. 208LSC —acciones nominativas no
endosables— (vid.art. 1848Código Civil y Comercial), se debe entender que son
objetivamente comerciales, pues la citada norma atribuye naturaleza comercial a los
actos que dan vida a una empresa, poniéndola en condiciones de funcionar —como
ocurre con los actos de constitución de ésta, cuando ella reviste forma de sociedad
anónima, haciéndose extensivo a los actos emanados de su efectiva actividad(855)—
.
Tal naturaleza, que también le fue atribuida por aplicación del art. 8°, incs. 4° y
11, Código de Comercio(856) ha sido ratificada con la sanción de la ley 19.550, la cual
acogió el principio de tipicidad(857) disponiendo que la sociedad que encuadre en
algunos de los tipos societario regulados en ella será comercial para el ordenamiento
jurídico cualquiera que sea su objeto (arts. 1° y 3°, ley 19.550).
f) Título indivisible
El título-acción considerado individualmente es indivisible (art. 209). Como
consecuencia del principio de indivisibilidad, si existe copropiedad sobre una acción,
rigen las normas del condominio, en cuyo caso la sociedad está facultada para exigir
la unificación de la personería. Conviene señalar la diferencia que existe con la
legislación italiana, que en el art. 2347, apart. 2°, del Código Civil de 1942 dispone
tal unificación en forma imperativa, mientras que en nuestro país se puede acordar
en el estatuto la no exigibilidad de esa unificación(858), regla que en caso de ser
adoptada resultaría a todas luces inconveniente, como ya señalamos. En doctrina
se ha ponderado las consecuencias ventajosas de la indivisibilidad, entre las cuales
podemos enumerar(859):
h) La cuestión de la formalidad
Debemos entender que la acción de sociedad, como título valor, tiene un
contenido formal mínimo, que el art. 211 LSC, denomina "menciones esenciales".
Ellas han sido impuestas por la ley como requisitos constitutivos de estos títulos
valores negociables y orgánicamente destinados a la circulación(867), con el objeto
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de que tanto el accionista como quien pretenda adquirir el título valor estén en
condiciones de conocer enseguida el contenido de la acción y los demás elementos
del contrato social referidos en él, bajo pena de nulidad(868).
La doctrina nacional(869) y la extranjera(870) concuerdan en que la acción es un
título no formal, pues dada su naturaleza de título valor, así como la incorporación
de derechos que se efectúa, y que obliga a una declaración literal, no es necesario
que adopte una forma determinada, sino un contenido determinado (arg. art. 1831
Código Civil y Comercial)(871).
77. Clasificaciones
Las acciones de sociedad pueden ser clasificadas teniendo cuenta diversos
criterios o índices de clasificación, según la cualidad escogida para el agrupamiento,
por el cual se determinen la homogeneidad o la heterogeneidad de los objetos
clasificados(872). Así, tenemos que se las puede clasificar:
a) De acuerdo con su ley de circulación:
I) Acciones al portador;
II) acciones nominativas endosables, y
III) acciones nativas no endosables;
b) de acuerdo con las preferencias que otorgan:
I) según preferencias patrimoniales, y
II) según las preferencias respecto del voto.
En las primeras se pueden distinguir las siguientes especies:
A) acciones preferidas;
B) acciones ordinarias, y
C) acciones diferidas,
En las citadas en segundo término se puede distinguir:
A) acciones de voto privilegiado, y
B) acciones de voto común (o unitario).
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títulos valores privados emitidos en serie, dispuesta oportunamente por la ley
20.643. Esa nominatividad obligatoria de los títulos valores privados fue reimpuesta
por la ley 23.299, pero resultó derogada poco después por la ley 23.697, de
emergencia económica, aunque hay que tener en cuenta que fue reinstaurada por
la ley 24.587 y reglamentada por el decreto 259/96, y actualmente tiene plena
vigencia.
Por tanto, la mencionada norma, incluida en el art. 208, de la ley de sociedades
comerciales debe leerse "los títulos pueden representar una o más acciones y ser
nominativos no endosables".
Es decir que debemos reiterar aquí que "la reforma, que con criterio fiscalista
procuró la identificación de los socios —sujetos pasivos tributarios— puso fin a la
forma natural de la circulación de las acciones que durante siglos distinguiera al tipo.
La nominatividad vigente fuerza a la sociedad a emitir el título —o a su constancia
sustituta— a nombre del suscriptor de la porción de capital que aquél representa y
a inscribir la titularidad y posteriores transmisiones en el libro de registro de acciones
(art. 215)(874).
Para concluir este breve scorso, hay que recordar, algunas cuestiones, que
aunque en rigor exceden la finalidad prevista al estudiar algunos títulos valores
causales en particular, para enriquecer, como se dijo, esta obra resulta procedente
aquí, por las especiales características que revisten las acciones societarias en
particular, aun cuando nos hemos referido con anterioridad a ellos.
En efecto, consideramos, entonces las acciones escriturales así como la
posibilidad de crear y emitir los denominados títulos valores no cartulares, que como
hemos dicho, en rigor, no son verdaderos títulos valores sino "derechos cartulares
desmaterializados que gozan de circulación autónoma".
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responsabilidad de la sociedad emisora, aun en el supuesto de que las cuentas sean
llevadas por banco o caja de valores(876).
Siendo que para el ejercicio de sus derechos el socio requiere la constancia —
certificado— del saldo de su cuenta, la sociedad, o la entidad bancaria o la caja de
valores en su caso, deben otorgarle cuando así lo requiera el comprobante de la
apertura de su cuenta, con todo movimiento inscripto y de su saldo. Éste debe
contener la identificación del registrador, el nombre del titular, las referencias del art.
211, LS y la mención de eventuales gravámenes.
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79. Según las preferencias que otorgan. Clases
Como ya expresamos, las acciones de sociedad pueden ser clasificadas,
teniendo en cuenta las preferencias que otorgan, según ellas sean de índole
patrimonial, o se trate de preferencias respecto del voto.
La doctrina designa genéricamente a estas acciones como "privilegiadas", pues
ambas clases otorgan, respecto de las demás acciones, preferencias o prelaciones
que rompen la paridad de trato, ya sea sobre los derechos de naturaleza patrimonial,
ya sobre los derechos de voto(879). Con un significado más preciso, a fin de evitar
confusiones(880)se las distingue teniendo en cuenta si la preferencia es patrimonial
—en cuyo caso se las denomina "preferidas"(881)— o si es sobre el voto —
denominándoselas, entonces, "privilegiadas"(882)—.
El objeto de emitir este tipo de acciones, que otorgan derechos prevalecientes
con respecto a los demás títulos, es principalmente la captación de capitales para la
sociedad, estimulando a los capitalistas con el ofrecimiento de concederle mayores
derechos(883).
Las razones que fundamentan este tipo de emisión pueden ser múltiples. Así se
ha puntualizado(884) que pueden residir en la necesidad de aumentar el capital
cuando el mercado está pesado o enrarecido; o bien que el ofrecimiento sea de una
sociedad que esté en pérdida, evitando así una reducción de capital social; o bien
para hacer posible una fusión, cuando la sociedad emisora tiene un pasivo difícil de
solventar de otro modo, pues la entrega de acciones "privilegiadas" puede ser una
forma de impedir la oposición de los acreedores.
Aunque es cierto que la emisión de acciones que otorguen preferencias tiene sus
ventajas y desventajas. Las primeras residen, particularmente, en que así se evita
que disminuya el capital y, con ello, que se produzca la escasez de fondos en
efectivo necesarios para cumplir satisfactoriamente el objetivo social(885), lo cual
implicaría tomar préstamos, cuyos servicios traban el desenvolvimiento
empresarial(886). En cuanto a los inconvenientes, cabe señalar que podrían surgir
conflictos de intereses entre los accionistas ordinarios y los privilegiados, en razón
de que el abuso de excesivas emisiones de estos últimos transforma a les primeros
en "parias de la sociedad", ya que apenas tienen el derecho de voto en las
asambleas en que se aprueban los balances y los dividendos para los otros
accionistas(887).
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Según hemos dicho, el objetivo prioritario de su emisión es el otorgamiento de
derechos especiales y diferenciales a sus suscriptores, a fin de facilitar la captación
de aportes de capital circulante a la sociedad(889). Empero, tales preferencias no
deben rebasar el límite de lo equitativo, pues de lo contrario se trasformarían en
cláusulas leoninas respecto de los demás accionistas(890), produciendo odiosas
desigualdades, como sería el hecho de que los tenedores de acciones preferidas
absorbieran, sistemáticamente, todas las utilidades(891). Tal afirmación dogmática ha
sido receptada en nuestro derecho positivo vigente (art. 13, inc. 1º), por lo cual una
estipulación de aquel tipo caería en la nulidad prescrita en la norma citada.
Las preferencias pueden quedar establecidas en el acto constitutivo (art. 166, inc.
2°), así como en el programa cuando se recurra a la suscripción pública (art. 170,
incs. 2º y 3º); también se las puede fijar con posterioridad, mediante la reforma del
estatuto societario (arts. 166, inc. 1°, 207, párr. 2º, 244 y 250), en cuyo caso, si se
crean las preferencias en favor de una parte de los accionistas existentes, ello
requiere la conformidad de los demás accionistas, porque se rompe el principio de
igualdad (art. 244). En ambos supuestos hay que tener presente el principio esencial
del derecho accionario(892) según el cual dentro de cada clase de acciones rige el
principio de igualdad de derechos que ellas conceden, resultando nula toda
disposición en contrario (art. 207, párr. 2º).
Las preferencias que generalmente se establecen pueden ser, entre otras:
A) Que las acciones preferidas otorguen un derecho prioritario al cobro de las
utilidades hasta cubrir determinado porcentaje, distribuyéndose el remanente de
esas utilidades entre las acciones sin preferencia;
B) Que otorguen derecho a percibir un dividendo fijo, independientemente
del quantum de las utilidades que produzca el ejercicio. Dentro de este modo, la
variante que se puede introducir es que el dividendo fijo sea acumulativo o no. Es
decir, en caso de que tal dividendo fijo no sea satisfecho en oportunidad de un
ejercicio flojo, se estatuye que el saldo insatisfecho pase al ejercicio siguiente, y así
sucesivamente, hasta que sea cancelado efectivamente. Para el caso de que se
estatuya la no acumulación del dividendo fijo, no se arrastra el saldo insatisfecho al
ejercicio siguiente, sino que resulta tácitamente cancelado.
C) Por otra parte, las acciones preferidas pueden otorgar prioridad para el cobro
de la parte alícuota del capital en el caso de liquidación de la sociedad, siendo
reembolsada en primer lugar la parte correspondiente a las acciones preferidas, y el
remanente del capital, a prorrata entre las acciones no preferidas o comunes;
D) Como combinación de las dos preferencias, se pueden señalar las acciones
que simultáneamente otorgan ambos privilegios al cobro de dividendos,
concediendo, además, preferencias en el cobro del capital en caso de
liquidación(893).
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ambos supuestos, el derecho será ejercido en condiciones de paridad con relación
a los demás tenedores de estas acciones, y una vez satisfechos los tenedores de
acciones preferidas(894).
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Por un lado la desigualdad que otorgan las diversas especies de acciones se
refiere, principalmente, al ejercicio de las potestades (o derechos subjetivos) de
administración, ya que atañen a la dirección técnica, ejecutiva, administrativa y
operativa de la sociedad (arts. 263, 280, 288 y 289, LSC)(899).
Por otro lado el privilegio en el derecho al voto (o voto plural) es incompatible con
las preferencias patrimoniales que puedan conceder las mismas acciones
simultáneamente (art. 216, párr. 1º, LSC)(900).
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b.2) Acciones de voto común (o unitario)
El art. 216LSC dispone que cada acción da derecho a un voto. Este principio
general, como destacamos en el ítem anterior, tiene excepciones en nuestra
legislación. Al solo efecto comparativo, debemos señalar que las leyes positivas de
algunos países no permiten ninguna clase de excepciones al principio del voto
unitario. Por ejemplo, en Bélgica, desde 1934; en Alemania, desde 1937(910), y en
Italia, a partir de la sanción del art. 2351Código Civil de 1942(911). En Francia, la
prohibición absoluta de emisión de acciones de voto privilegiado o plural, dispuesta
por la ley del 26/4/1930(912) ha sido atenuada por leyes posteriores que permiten,
para determinadas cuestiones, la utilización del voto múltiple(913).
80. Generalidades
Nuestro ordenamiento introdujo la novedad de estos títulos, que son regulados en
sus diversas categorías, por los arts. 227 a 232 de la Ley de Sociedades
Comerciales y por los arts. 10 a 20 de la ley 19.060 (modificada por la ley 20.658).
Teniendo en cuenta la finalidad de nuestra exposición, y en atención a la
heterogeneidad que los bonos presentan, debemos distinguir las siguientes
especies:
a) Concepto
Son títulos valores que se emiten en favor de los titulares de acciones totalmente
amortizadas. Si bien no representan partes del capital social, por imperio de la ley
(art. 228, apart. 2º) pueden dar a sus tenedores el derecho de participar en las
ganancias de la sociedad y, en caso de disolución de ésta, en el producto de la
liquidación, después del reembolso del valor nominal de las acciones no
amortizadas, sin perjuicio de otros derechos que el estatuto les reconozca
especialmente.
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b) Relación fundamental
La relación fundamental o causa de la creación de estos títulos valores es el
estatuto social pues aunque la ley autoriza su emisión, aquellos tienen que estar
reglamentados en el estatuto, y éste se debe ajustar a las normas legales, que rigen
la especie bajo pena de nulidad(914). Si la sociedad desea introducir modificaciones
en las condiciones de emisión de los bonos de goce(915), deberá convocar a una
asamblea especial de sus tenedores (arts. 237 y 250, LSC), la cual tendrá que
resolver por mayoría absoluta de bonos de la clase respectiva (art. 232, ley cit.)(916),
excepto que solo se pretenda disponer la emisión de nuevos bonos de goce(917).
a) Concepto
Son títulos valores que las sociedades por acciones emiten en pago de
prestaciones que no sean aportes de capital, posibilitando el ingreso en aquéllas de
técnicos, profesionales y especialistas que aportan su industria(923) —trabajo,
dirección, asesoramiento, etc.—, y de quienes facilitan patentes, marcas, diseños,
procedimientos industriales, estudios de factibilidad o de mercado, y, en fin,
cualquier clase de bienes no numerarios que por dificultades en la valuación u otros
motivos no pueden ser aportados en calidad de capital(924).
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b) Relación fundamental
Como en el caso de los bonos de goce, la relación fundamental es el estatuto
social, por lo cual nos remitimos, en este sentido, a lo expuesto ut supra.
a) Concepto
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Son títulos valores nominativos, que pueden emitir las sociedades anónimas
autorizadas para hacer oferta pública de títulos. Conceden a su portador legitimado
un derecho de crédito contra la sociedad emisora, en las condiciones documentales
que en ellos se establece, y otorgan, además, la facultad de convertirlos en acciones
societarias a opción del titular, en las condiciones y proporciones que se fije en el
contrato de emisión.
Hay que poner de relieve que estos títulos no son utilizados en la práctica, pues
su campo es limitado, ya que no ofrecen mayores garantías que los debenturescon
garantía común con cláusula de convertibilidad en acciones(932).
b) Relación fundamental
La ley 19.060, modificada por la ley 20.658, permite la emisión de estos títulos a
las sociedades anónimas que efectúen oferta pública de títulos-valores. Pero el
negocio que les sirve de causa o relación fundamental es el contrato de emisión,
que tiene que estar autorizado en el estatuto social y debe haber sido ser resuelto
en una asamblea extraordinaria (art. 235, y art. 20, ley 20.658), en la cual cada
acción, cualquiera que sea su clase, tendrá un voto para la decisión.
Todos los accionistas —incluidos los tenedores de acciones preferidas— tendrán
derecho de preferencia para suscribir la emisión de estos bonos convertibles en
acciones. Tal derecho de preferencia se podrá ejercer dentro de los cuarenta días
de la publicación, que hay que efectuar por un día, luego de que la emisión haya
sido autorizada por la Comisión Nacional de Valores.
La sociedad emisora de estos títulos valores tiene que confeccionar un prospecto
de la emisión en el que consten las condiciones del negocio causal, así como
también todos los requisitos exigidos por el art. 12ley 19.060. Se deberá entregar un
ejemplar del prospecto a cada uno de los suscriptores de los títulos, y, además,
depositar uno de ellos en la autoridad local de contralor y otro en el Registro Público
de Comercio(933).
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resuelva su disolución anticipada, fusión, cambio de objeto, retiro de la oferta pública
o cotización de acciones. Asimismo, la sociedad emisora no puede amortizar el
capital, y todo cuanto sea referido a la modificación del valor nominal de las
acciones, distribución o capitalización de reservas, o modificación del sistema de
reparto de utilidades, será reglamentado por el Poder Ejecutivo nacional (art. 20, ley
cit.)(935), en resguardo de los derechos de los bonistas.
85. Concepto
Los debentures son títulos valores(936) negociables(937) emitidos en masa(938) que
otorgan a su portador legitimado un derecho de crédito(939) contra la sociedad
emisora, en las condiciones documentales que literalmente se establece en
ellos(940) de acuerdo con el contrato de suscripción del empréstito, al que se debe
hacer referencia en su texto esencial(941).
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87. Relación fundamental
En los debentures, la relación fundamental o negocio causal que motivó la
creación del título es un mutuo(950) o empréstito a largo plazo(951), que la sociedad
emisora acuerda contraer por resolución de la asamblea(952) sobre la base de un
programa, obligándose en tales documentos a reembolsar, a quien resultó portador
legitimado, el monto del préstamo documentado en los debentures, con más un
determinado interés compensatorio, de acuerdo con las condiciones establecidas en
el contrato de emisión(953).
Es decir que la relación fundamental es un mutuo o préstamo de
dinero(954) mediante el cual la sociedad emisora obtiene capitales superiores a los
recursos normales(955); y aunque este modo de financiamiento aparece costoso, ya
que el empréstito es garantizado con los propios bienes de la sociedad, se lo
considera más conveniente que la otra forma de obtención de capitales, que se
concreta por medio de la emisión de nuevas acciones, lo cual implica, un aumento
de capital social(956).
Diversas razones pueden llevar a preferir la emisión de debentures en lugar de
una eventual emisión de acciones. Por ejemplo:
I) que el capital a obtener sea necesario para la sociedad solo temporariamente;
II) que no se desee dividir utilidades sociales entre nuevos accionistas, ni tampoco
integrar éstos en la sociedad;
III) que no resulte fácil hallar personas dispuestas a realizar inversiones
compartiendo los riesgos de la sociedad(957).
Lo dicho no obsta a que la relación jurídica fundamental, que aparece como causa
final de la emisión del empréstito, se pueda originar en negocios de otra naturaleza,
como ocurre cuando existe una relación jurídica de la cual deriva un débito para la
sociedad —p. ej., al realizar una compra de bienes— o cuando se produce la
trasformación de un débito preexistente (art. 343)(958). Tales negocios dan motivo a
la emisión de debentures: en favor del vendedor, en el primer caso, y del acreedor
de la deuda transformada y novada, en el segundo(959).
a) Requisitos formales
Como títulos valores que son, los debentures están conformados por el carácter
literal, esencial y común a todos los documentos de esa naturaleza(960), razón por la
cual deben contener todos los recaudos constitutivos que den cuenta certeramente
de la obligación que en ellos se ha documentado. Empero, debido a su condición de
títulos valores incompletos(961), requieren el imprescindible recaudo de hacer
referencia, en su texto esencial, a la relación fundamental que les sirve de base (o
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causa) —v.gr., el contrato de emisión(962)—. La legislación vigente, receptando la
afirmación dogmática efectuada, determina como requisitos formales:
I) el número de serie y de orden de cada título, y su valor nomina] (art. 336, inc.
2º, LSC) que será igual dentro de cada serie emitida (art. 337)(963).
II) la naturaleza de la garantía que le corresponde (arts. 326 y 336, inc. 4°), según
sea especial (art. 333), flotante (art. 327) o común (art. 332);
III) el interés estipulado, la fecha y lugar de pago, la forma y términos de
amortización del préstamo (art. 336, inc. 7°). A los efectos de facilitar el cobro de los
intereses, los debentures pueden, a esos efectos, llevar adjuntos cupones, que
serán necesariamente al portador (art. 336, in fine). Permitiendo el cobro escalonado
de los réditos;
IV) la ley de circulación del título, según sea al portador, nominativo endosable o
nominativo no endosable (art. 335, apart. 2°);
V) si se trata de debentures convertibles en acciones de la sociedad emisora, de
acuerdo con el programa de emisión (arts. 326, apart. 2°, y 334);
VI) especificación si son emitidos en moneda argentina o extranjera (art. 32, apart.
2°);
VII) la denominación y domicilio de la sociedad emisora, así como las
características de la inscripción del contrato social (art. 336, inc. 1°);
VIII) el nombre del banco fiduciario (arts. 338 y 336, inc. 5°);
IX) la firma de los administradores de la sociedad emisora, extendida de modo
análogo a lo explicado respecto de las acciones. Ello, a pesar de que tanto el art.
336 de la ley 19.550 como su fuente, el art. 2413Código Civil italiano, omiten el
requisito(964).
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c) Comparación del debenture con la acción de sociedad
Debido a las similitudes que presentan estos dos títulos valores —v.gr., ambos
tienen naturaleza de cosa mueble, y son indivisibles, negociables, causales,
incompletos, comerciales, emitidos en serie, de ejercicio continuado—, y el art. 337,
apart. 4°, LSC establece que se aplican a los debentures, "subsidiariamente, las
disposiciones relativas al régimen de las acciones en cuanto no sea incompatible
con su naturaleza". Por ello resulta conveniente puntualizar, desde el punto de vista
dogmático(967), las diferencias que existen entre ambas especies de títulos:
I) La acción representa una cuota-parte del capital social; el debenture representa
un derecho de crédito del tenedor del título contra la sociedad emisora.
II) La acción otorga derechos inherentes a la condición de socio;
el debenture otorga la categoría de acreedor de la sociedad emisora.
III) La acción concede el derecho a la percepción de un dividendo, eventual y
variable, que se determina al final del ejercicio; el debenture otorga el derecho a
percibir los intereses compensatorios pactados, que son devengados día por día,
siendo ese derecho fijo e independiente de la circunstancia de que el ejercicio haya
arrojado pérdidas o ganancias.
IV) La acción, en caso de liquidación de la sociedad, otorga el derecho al cobro
de una parte del capital social luego de que el debenture ha sido satisfecho; esto es,
luego de que el mutuo del cual deriva ha sido pagado al tornarse exigible —al
vencimiento o anticipadamente—.
V) La acción, en caso de ser reembolsada (amortizada), puede ser reemplazada
por bonos de goce (art. 228), los cuales otorgan derecho a percibir un dividendo;
el debenture, si es reembolsado, como deuda pagada, queda extinguido respecto
de la sociedad emisora.
VI) Mientras el debenture puede ser convertido en acción de la sociedad emisora,
la operación inversa no resulta legalmente posible.
VII) La acción concede un derecho de ejercicio individual por parte del accionista,
mientras que el derecho que concede el debenture es colectivo (asamblea de
debenturistas) y se lo ejerce por medio del fiduciario, que es su representante legal.
89. Clasificaciones
Desde el punto de vista doctrinal, se puede clasificar los debentures utilizando
distintos índices clasificatorios. Por ejemplo:
a) Según el sujeto emisor: en públicos o privados;
b) Según su forma de emisión, en:
I) a la par, porque el capital desembolsado es idéntico al valor
nominal del título;
II) bajo el par, porque el valor entregado es inferior al valor nominal;
III) sobre el par, porque el valor entregado es superior al valor
nominal;
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c) según la forma de reembolso, en:
I) al tipo de emisión;
II con prima, reembolsados, además de su valor nominal, con un
porcentaje suplementario pactado;
III) con premio, pues dan derecho no solo al reembolso nominal,
sino a participar en el sorteo del premio que se efectúa con
motivo de las amortizaciones periódicas;
d) según sean convertibles o no en acciones de la sociedad emisora;
e) nacionales o extranjeros, reconociendo en éstos los títulos emitidos con
garantía flotante sobre bienes situados en nuestro país, y con respecto a los cuales
se debe cumplir los recaudos de inscripción que fija el art. 360LSC.
Sin perjuicio de ello, aparecen las dos clasificaciones que revisten mayor interés
para nuestro estudio, v.gr., según la garantía de reembolso y según su ley de
circulación.
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Los debentures emitidos con garantía flotante conceden un derecho de crédito
que tiene privilegio sobre el producido de la ejecución forzada (art. 348) de todos los
bienes de la sociedad deudora —derechos patrimoniales, muebles e inmuebles—,
presentes y futuros (art. 327, apart. I)(971).
Tal privilegio es análogo al que otorga la hipoteca, prenda o anticresis, según la
distinta naturaleza de los bienes afectados, aunque sin necesidad de cumplir con
las formalidades constitutivas y registrales de tales derechos reales(972), que son
suplidas por lo que se establezca en el contrato de emisión, debidamente inscripto
y la remisión literal que se haga en el texto esencia del debenture (art. 327, párr. 2º).
Señala el Dr. Fernández(973) que la garantía, como su nombre lo indica
claramente, es flotante, en el sentido de que la sociedad deudora, no mediando
estipulación en contrario en el contrato de emisión, conserva la más libre y absoluta
propiedad y administración de sus bienes, como si no existiese gravamen alguno
(art. 329, apart. 1), pudiendo enajenarlos, gravarlos, etc.
Sin perjuicio de ello, en resguardo de los intereses de los tenedores de debentures
con garantía flotante, la ley dispone (art. 328) que ésta se torna exigible si la
sociedad emisora:
I) no paga los intereses o amortizaciones del préstamo en los plazos pactados;
II) pierde la cuarta parte o más del activo existente al día del contrato de emisión
de los debentures;
III) incurre en disolución voluntaria o forzosa, o quiebra;
IV) y también si cesa en el giro de los negocios.
En cualquiera de tales supuestos, la sociedad pierde la disposición y
administración de los bienes gravados (art. 329, apart. 1).
Otra de las consecuencias es que la sociedad deudora no puede vender o ceder
la totalidad de su activo, ni parte de él, si ello imposibilita la continuación del giro
regular de sus negocios. Tampoco se puede fusionar con otra sociedad, o escindir
de ella (arts. 82 a 88), sin autorización de la asamblea de debenturistas, la cual
también debe prestar su consentimiento en caso de que la sociedad deudora
pretenda emitir nuevos debentures que tengan prioridad o deban ser pagados pari
passu con los debentures ya emitidos con garantía flotante (art. 331).
El fundamento de la necesidad del consentimiento de los debenturistas reside en
la presunción iure et de iure de que tales actos de la sociedad pueden resultarles
agraviantes(974).
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como ahora tampoco rige el art. 2210, Código Civil y Comercial, que fija igual
término.
Entre las potestades que la ley concede a los debenturistas que sean tenedores
de títulos con garantía especial, cabe señalar la de promover, por medio del
fiduciario, la respectiva ejecución hipotecaria, cuando la sociedad deudora incurra
en mora en el pago de los intereses o de la amortización.
92. Generalidades
La regulación anticuada y un tanto rudimentaria de los arts. 123 a 131Código de
Comercio, reguladores de la actividad de barraqueros y casas de depósito de
mercaderías, frutos del país y otros efectos, no satisfacía las necesidades
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económicas, al no permitir una ágil movilización de las mercaderías en general ni
propiciaban, como en otros países, préstamos prendarios sobre ellas(979).
A fin de superar tal situación, el 5/9/1878 se sancionó la ley 928, llamada de
"warrants aduaneros"(980), que permitió la emisión de certificados de depósito y
warrants sobre mercaderías y frutos del país depositados en los almacenes fiscales
y aduanas, por parte de éstas y de las sociedades autorizadas por el Poder Ejecutivo
nacional que tuvieran asiento en los lugares donde hubiera depósitos de aduanas.
La finalidad de la ley sancionada fue permitir, mediante la emisión de esos títulos
valores, la movilización de las mercaderías importadas en depósito y los frutos del
país acondicionados en los almacenes fiscales y aduanas(981).
El 15/10/1914, mediante la sanción de la ley 9643, se amplió la ley anterior(982),
posibilitando la emisión de warrants sobre frutos y productos agrícolas, ganaderos,
forestales y minerales, o de manufacturas nacionales, depositados en almacenes
generales, del fisco o de particulares(983).
a) Introducción
Consideramos conveniente en esta oportunidad exponer con detalles el
entramado operativo de las relaciones jurídicas que se establecen, que originan el
otorgamiento o emisión de los títulos y, ulteriormente, que se transmiten, pues no
siempre son tratadas ajustadamente.
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b) Obtención de los títulos. Circulación. Efectos jurídicos
Se debe recordar que los documentos que aquí tratamos fueron instituidos,
preferentemente, para permitir a los industriales y comerciantes la obtención de
crédito sobre los frutos o productos de su explotación o negocios en forma rápida y
eficaz, obteniendo un medio técnico de circulación con efectos de derecho
cambiario(986).
En efecto, el dueño de los bienes depositados, una vez obtenido de los almacenes
generales, o casa de depósitos, los documentos permitidos por la ley, puede
constituir prenda —de grado inferior la que otorga la tenencia del warrant— mediante
transferencia a título de garantía del certificado de depósito, no obstante haber
endosado el warrant(987). Sin embargo el derecho de este acreedor pignoraticio en
nada puede afectar al tenedor del warrant, pues éste se cobrará sobre el producto
de la venta de los bienes depositados, con la preferencia que frente a otros
acreedores le otorga la prenda, regida, según los casos, por el Código Civil y
Comercial, pero después del tenedor del warrant y a fortiori de los acreedores
preferidos a éste según la ley especial(988). Empero, es necesario reiterar aquí(989),
como se dijo ut supra(990), que cuando ambos títulos valores se hallan en manos del
depositante de los efectos, él puede negociarlos libremente, con todas las
consecuencias que ello implica respecto de aquéllos(991).
Claro está que si la operatividad de estos títulos valores se limitara únicamente a
ello, solo se hubiera logrado una de las finalidades de su institución: la de negociar
las mercaderías depositadas, mediante la tradición de los títulos representativos de
éstas(992) prescindiéndose de la función pignoraticia y de crédito que permiten las
disposiciones vigentes(993).
b) El certificado de depósito
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Este documento es un título valor representativo de mercaderías(996) que otorga a
su portador legitimado la propiedad de éstas (art. 11, ley 928), sin perjuicio de los
derechos prendarios del tenedor del warrant (art. 11, ley 928); su endoso transmite
la propiedad de las cosas a que se refiere con los gravámenes que tuvieren en caso
de haberse negociado el warrant (arts. 9º, ley 928, y ley 9643).
c) El warrant
En cambio, este otro documento es un título valor cambiario (art. 10, ley
9643)(997) que otorga a su portador legitimado un derecho de prenda sobre los
efectos depositados que se hallan individualizados en su texto esencial (art. 2º, ley
928, y art. 6º, ley 9643). No obstante ser un título valor nominativo —pues debe
llevar el nombre de su beneficiario— es transmisible mediante endoso. Si bien es
obligatorio registrar solo el primero de ellos dentro del plazo de seis días en los
registros de la empresa emisora; no es necesario hacer lo propio con los sucesivos
(arts. 14 y 15, ley 928, y art. 8º, ley 9643).
Las empresas emisoras de los warrants que quieran descontar o negociar esta
clase de papeles, solo pueden hacerlo con autorización del Poder Ejecutivo, y en
las condiciones que él fijare (art. 3º, ley 9643); a ellas les está absolutamente
prohibido efectuar operaciones de compraventa de frutos o productos de la misma
naturaleza que aquellos a que se refieren los certificados o warrants que emiten, so
pena del retiro de la autorización (art. 3º, párrs. 1º y 2º, ley 9643).
Por otro lado, hay que tener en cuenta que estas sociedades o empresas se las
considera comerciantes por disposición expresa del art. 31, ley 9643, y están
obligados a llevar los libros exigidos por la ley, asimismo tienen que cumplir con las
obligaciones que les impone la ley, de asegurar los efectos depositados (art. 5º)(998).
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endoso acredita que el warrant ha sido negociado y también indica la suma o
cantidad de dinero por la que se lo ha negociado, siendo el medio de publicidad
adoptado por la ley en salvaguarda de los derechos de terceros. De esta forma, si
con posterioridad se negocia el certificado de depósito, el adquirente puede conocer
con exactitud los derechos que gravitan sobre los efectos depositados.
Con la misma finalidad la ley exige que la negociación del título valor warrant se
anote al dorso del certificado de depósito (art. 11, ley 9643). Las sucesivas
transmisiones de que pudiera ser objeto este título valor serán registradas "en
cuanto fuera posible" (art. 10, párr. 3º, ley 9643); o sea que no es obligatorio llevar
a cabo el transfert. Pues solo es obligatoria la inscripción de la primera transmisión
en el registro y en el certificado de depósito. Los ulteriores endosos pueden ser en
blanco; en tal caso la transmisión se concreta mediante la simple entrega del
warrant, como título al portador. Generalmente las transmisiones del warrant
reconocen como negocio causal un contrato de mutuo(1004) en el cual el prestatario
es el endosante y el prestamista es el endosatario, quien queda garantizado en su
crédito con el derecho de prenda que le otorga el warrant sobre los efectos
depositados y pignorados. Tanto el primer endosante como los endosatarios
posteriores si vuelven a transmitir el warrant endosándolo, quedan constituidos en
garantes solidarios del pago del importe del préstamo (arts. 10 y 20, ley 9643). Es
decir que el endoso extendido en el warrant tiene plenos efectos cambiarios respecto
del derecho de crédito que él contiene, v. gr., efecto legitimante, efecto traslativo y
efecto vinculante(1005). Por esta razón, en caso de que las mercaderías pignoradas,
al ser vendidas dieran como resultado saldo deudor, el portador del warrant podrán
reclamar ese remanente a los endosantes en su condición de obligados solidarios
(art. 20, ley 9643).
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bultos o lotes separados, otorgándose nuevos certificados, con los respectivos
warrants, en sustitución de los anteriores, que serán anulados. Al poseedor de los
dos documentos le queda facilitada con esta operación la posibilidad de negociar, o
de dar en prenda, también fracciones singulares del depósito originario(1007).
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A tales efectos, deberá depositar la totalidad(1012) del capital e intereses
compensatorios pactados, sin descuento alguno de éstos por el pago anticipado;
ello es así, porque la facultad conferida al deudor no significa autorizarlo a dar por
vencido el contrato de préstamo en cualquier momento pagando solo el capital y los
intereses devengados hasta entonces, obligando así al su acreedor a aceptar un
pago anticipado y con pérdida de los intereses posteriores al vencimiento del plazo.
La ley autoriza la cancelación anticipada del gravamen con la sola finalidad de liberar
los bienes pignorados antes del vencimiento, pero siempre que el deudor consigne
judicialmente la suma necesaria para extinguir la obligación garantizada, conforme
a las normas del derecho común, que el art. 15, ley 9643, no deroga; esta norma
determina que el acreedor tendrá derecho a exigir a su vencimiento la entrega del
valor consignado y, lógicamente, si tal entrega se efectúa al vencer la obligación,
ésta debe comprender los intereses compensatorios hasta esa fecha(1013). A esos
efectos el portador legitimado del warrant, en su condición de acreedor pignoraticio
de la suma consignada, deberá presentar y entregar su título, el cual resulta así
necesario en virtud de su naturaleza de título valor con aptitud constitutiva y
dispositiva.
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bienes prendados al administrador del depósito donde éstos estén (art. 19, ley
928, y arts. 16 y 17, ley 9643).
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928), y haber solicitado, dentro de los quince días posteriores la venta de las
mercaderías prendadas. En caso contrario se producirá la caducidad de la acción
ejecutiva para el cobro del saldo deudor resultante de la distribución de los fondos
obtenidos con la venta de los bienes.
99. Concepto
El certificado de prenda es un título valor que suministra el Registro
Prendario(1017) una vez suscripto el contrato de prenda a que se refiere, y otorga a
su portador legitimado un derecho de crédito garantizado con privilegio especial
sobre los bienes especificados en su texto esencial(1018).
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100. Relación fundamental
Este título valor que estamos estudiando reconoce como relación fundamental (o
subyacente) el contrato de prenda en virtud del cual, en garantía de cierta suma de
dinero o del cumplimiento cualquier clase de obligación a la que asigne un valor
consistente en una suma de dinero (art. 1º) se afecta bienes muebles, semovientes,
frutos o productos, aunque estén pendientes, o bienes inmuebles por destino (art.
10), los cuales quedan en poder de su propietario (deudor o tercero) (art. 2º). Una
vez inscrito produce efectos respecto de terceros, dando lugar a la expedición de un
certificado transmisible por endoso (arts. 24 y 27).
El contrato de prenda con registro surte efectos jurídicos inter partes desde el
mismo momento de su celebración (art. 4º) puede ser extendido en instrumento
público o privado (art. 6º, ley 12.962, y art. 6º, decreto 10.574/1946), debiendo
observar las formalidades del caso, según se trate de prenda fija (art. 11) o prenda
flotante (art. 15).
La inscripción del contrato que origina la emisión del certificado de prenda, se
efectúa en el Registro Prendario respectivo y produce la publicidad suficiente
derecho real que concede al acreedor, otorgándole efectos frente a terceros(1019).
Dentro de las veinticuatro horas de presentado el contrato, el funcionario
encargado del Registro debe inscribirlo, y en igual término, notificar la inscripción,
por carta certificada, a los acreedores privilegiados a que hacen referencia el art. 11,
inc. e) y el art. 15, inc. e) así como también a las oficinas públicas indicadas en el
art. 13 y a los demás registros que cita el art. 20.
Efectuada la inscripción, se deberá dejar constancia de ella en el contrato de
prenda original —del modo que explicamos más adelante—, el cual será devuelto al
acreedor (o escribano), en tanto se archivará una copia en la oficina registradora y
se remitirá otra al archivo de la Dirección de Créditos Prendarios (art. 11, decreto
10.574/1946).
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caso determinando su especie, calidad, graduación y variedad (art. 15, inc. d), así
como los privilegios con que están favorecidos (art. 11, inc. e, y art. 15, inc. e) y los
seguros constituidos sobre ellos (art. 11, inc. f, y art. 15, inc. f);
e) la cláusula concerniente a las prohibiciones y limitaciones del traslado de los
bienes a un lugar distinto del de su asiento (art. 13)(1022);
f) el certificado de prenda, en tanto título valor, una vez inscrito debe contener,
además: número de orden de la inscripción; fecha de celebración del contrato;
gravámenes prendarios anteriores sobre los bienes objeto del contrato, sí los
hubiere; ubicación precisa de los bienes prendados (art. 17, decreto 10.574/1946),
y firma del certificado por el encargado del Registro, refrendando la inscripción (art.
22).
Hay que tener presente que de acuerdo con el art. 6º, decreto 10.574/1946, el
contrato puede ser extendido en instrumento público o privado. En el primer caso,
el encargado del Registro expide, en uno de los dos testimonios que es obligatorio
presentar, la correspondiente certificación de la inscripción de la prenda (art. 11,
dec. 10.574/1946). Si el contrato ha sido otorgado en instrumento privado —o sea,
en el formulario oficial (art. 6°, ley 12.962, y art. 6°, decreto 10.574/46)—, el
encargado del Registro entregará al interesado el original, que lleva el certificado
impreso al dorso, donde se hace referencia al contrato, evitando de ese modo repetir
enunciaciones, lo cual constituye una duplicación inútil y susceptible de errores(1023).
Es decir, en el primer caso el testimonio, y en el segundo, el original del contrato
con la certificación al dorso, resulta ser el certificado de prenda, título valor que
estamos estudiando.
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En atención a que la ley 12.962 dice que el contrato de prenda es transmisible
por endoso, y que el art. 27 se refiere a la transmisibilidad del certificado por igual
medio(1027), es necesario dejar establecido que en rigor el instrumento transmisible
por endoso, en tanto título valor, es el segundo de los mencionados, el cual
constituye un documento distinto del contrato cuando éste es celebrado por escritura
pública. Y que figura al dorso del contrato cuando éste es redactado en los
formularios oficiales(1028).
Respecto de la transmisibilidad del certificado prendario, el art. 24 remite al
Código de Comercio —ahora, a la reglas legales que reemplazo en el dec.-ley
5965/1963, Ley Cambiaria argentina)(1029)— para la forma y los efectos del endoso,
en tanto que el art. 27 fija expresamente la responsabilidad solidaria al pago del
deudor prendario y de los endosantes del certificado. Debido a ello, en principio
resulta de aplicación lo conceptuado acerca del endoso cambiario(1030) en cuanto
acto jurídico unilateral, accesorio, que se comporta como negocie abstracto,
mediante el cual se trasmite la propiedad del documento y la titularidad del derecho,
habilitando al endosatario para ejercer todos los derechos emergentes del título —
especialmente del privilegio que concede(1031)—, a la vez que el endosante asume
la obligación de garantía con los demás obligados en el título(1032).
No obstante la afirmación genérica efectuada en el párrafo anterior, debemos
señalar algunas diferencias sustanciales entre el endoso regulado por la ley 12.962,
para el certificado de prenda, y lo dispuesto por la Ley Cambiaria argentina para la
cambial, tratta y diretta a saber:
I) Mientras la cambial requiere, para el cumplimiento de la ley de circulación, la
tradición de la letra de cambio o pagaré previo endoso del título, en cualquiera de
las tres formas que regula —v.gr., endoso nominativo, endoso al portador o endoso
en blanco—, el certificado de prenda requiere, además, para ser oponible a terceros,
que el endoso sea inscripto en el Registro Prendario. Empero, para efectuar esa
inscripción no es imprescindible la presentación del instrumento, pues basta con
enviar al jefe del Registro correspondiente una comunicación firmada por el
endosante y el endosatario, bajo cubierta certificada con aviso de retorno (art. 16,
de la ley 9644)(1033).
A pesar de que parte de la doctrina(1034) niega la posibilidad de que el certificado
prendario sea trasmitido mediante endoso en blanco, consideramos que el nuevo
texto legal autoriza esa forma de endoso(1035). En cambio, creemos que no es
procedente incluir la cláusula "en procuración" o "en prenda"(1036).
II) De acuerdo con el art. 24, en caso de que no se levante protesto por falta de
pago del crédito prendario, no caduca la responsabilidad de los endosantes, siempre
que en el término de treinta días, contados desde el vencimiento de la obligación
prendaria, el tenedor del título inicie acción contra el deudor y notifique de ello a los
endosantes.
Queda por recordar aquí que en la letra de cambio y el pagaré el protesto resulta
insustituible, y la inobservancia de no levantarlo en tiempo y forma útil produce la
caducidad de las acciones de regreso, efectos que como aquí se dijo, no se produce
respecto del certificado de prenda con registro.
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El certificado de prenda, en cuanto título valor, otorga acción ejecutiva para cobrar
el crédito prendario, con más mis intereses, gastos y costas (art. 26). Dicha acción
tramitará en procedimiento sumarísimo, verbal y actuado. No se requiere protesto
previo, ni reconocimiento de firma del certificado ni de las convenciones anexas (art.
26). Es decir que en la ejecución prendaria están limitadas las defensas y
excepciones deducibles contra la pretensión ejecutiva interpuesta por el acreedor
prendario (art. 30). Los términos son perentorios y están abreviados respecto del
juicio ejecutivo común. Además, al diligenciar el mandamiento de intimación de pago
contra el deudor ejecutado, ante la falta de efectivización del capital reclamado, con
más la suma presupuestada para atender intereses y costas del juicio, se habilita al
ejecutante para proceder, por medio del oficial de justicia que efectúa la diligencia,
al embargo y secuestro del bien pignorado(1037).
En caso de que el ejecutado no se excepcione legítimamente dentro de tercero
día, o bien si la defensa deducida es rechazada, se dispone directamente la venta
de los bienes secuestrados en pública subasta.
En virtud de lo dispuesto por el art. 27, son sujetos pasivos de la ejecución
prendaria no solo el primitivo deudor sino, además, los endosantes del certificado
de prenda, si éste circuló. La solidaridad prendaria no es igual a la solidaridad civil,
y en doctrina se discute si es idéntica a la solidaridad cambiaría. Mientras algunos
autores(1038) sostienen, sin más, la identidad entre ellas, con todas las
consecuencias que esto implica —principalmente, que en virtud de la aplicación del
art. 51 dec.-ley 5965/1963 (Ley Cambiaria argentina) sería procedente demandar
conjuntamente al deudor y a todos los endosantes—. Otros autores(1039) niegan tal
identidad, afirmando que la solidaridad prendaria es singular(1040), toda vez que
sostienen que la responsabilidad de los endosantes del certificado de prenda es
subsidiaria, ya que únicamente se puede agredir sus respectivos patrimonios previa
excusión de los bienes prendados.
Solo resta puntualizar que el art. 39, en su texto actual, cuando el acreedor
prendario sea el Estado, sus reparticiones autárquicas, los bancos y demás
entidades financieras autorizadas por el Banco Central, así como las entidades
financieras o bancarias de carácter internacional, sin que tenga necesidad de
solicitar autorización previa para actuar en el país, con la presentación del respectivo
certificado prendario, podrán a requerir del juez competente, un mandamiento de
secuestro de los bienes prendados, para incautarse de ellos y proceder a una venta
extrajudicial, en los términos del art. 585 del Código de Comercio, norma vigente al
sancionarse la ley de prenda con registro, sin recurso alguno por parte del deudor.
Sin embargo éste puede accionar por vía ordinaria, para hacer valer sus posibles
derechos contra el acreedor prendario ejecutante.
El trámite de la venta extrajudicial preceptuada por el art. 39, no se suspenderá
por embargo de bienes ni concurso, incapacidad o muerte del deudor.
a) Prenda con registro. Plan de ahorro. Valor cuota. Resol. IGI 1/2002
El suscriptor de un plan de ahorro y préstamo para la adquisición de un rodado,
no puede pretender eximirse de abonar el aumento de las cuotapartes, por
considerar que regía la resolución de la IGJ 1/2002 que impedía ajustarlas. Ello por
cuanto a ese momento, la resolución conjunta 366/02 y 85/02 del Ministerio de
Justicia y Derechos Humanos y del Ministerio de Economía, que estableció
incrementar el importe de las cuotas adeudadas en función al "valor móvil" del bien,
se encontraba vigente. La circunstancia de que la Inspección General de Justicia
haya dictado una resolución reglamentaria (9/02) no modifica la solución, en tanto
no dispone como exigencia para su entrada en vigencia que la misma sea
reglamentada. Por el contrario, determina expresamente que producirá efectos a
partir del día siguiente de su publicación(1041).
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que a él le compete el ejercicio de derechos inherentes a su condición de socio —
incluido obviamente el derecho a voto—, salvo que lo ceda expresamente (véase
Zavala Rodríguez, C. J., "Código de Comercio", T° III, p. 168 y ss.). En este contexto,
ha de admitirse el secuestro pretendido, mas visto que la prenda no hace perder al
accionista la propiedad de los títulos dados en prenda, el acreedor prendario no
podrá negarse a restituir las acciones en caso de ser ello necesario a los efectos de
que el deudor pueda ejercer ese derecho(1043).
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sentido, siendo que tal, precisamente es la defensa que opusieron los defendidos al
contestar demanda, por expresa disposición legal, cabe atender la excepción de
caducidad de la inscripción del certificado. Así pues, acaecida la perención de la
inscripción en el registro prendario, que opera vencidos los cinco años conforme lo
establece el art. 23 cit. sin renovación, el derecho real fenece ipso iure. El acreedor
pierde el derecho de preferencia y de persecución, así como la acción prendaria y
todos sus beneficios, sin afectar la obligación principal. Por tanto y en definitiva, en
el caso, procede admitir la defensa, desde que el juicio se inició con base en el
certificado prendario; ello, claro está, sin perjuicio del derecho del actor de promover,
en su caso, con sustento en el contrato de mutuo, el juicio ejecutivo correspondiente.
(Del voto en disidencia de la Dra. Tevez)(1047).
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cláusulas que contiene (Llambías, "Tratado de Derecho Civil", Parte General, Tº II,
pp. 418 y ss.)(1053).
IV. Síguese de ello que al domicilio constituido en el contrato de prenda debe
asignársele la misma virtualidad del domicilio especial o convencional consignado
en cualquier otro instrumento privado frente al traslado de la demanda (esta
CNCom., en pleno, 23/5/1956, "Horvath, S. c. Frankreijh, J."; CNCiv., en pleno,
10/6/1954, "Cano de Piazzini c. Mc Govern de Ventureyra"), siendo por tanto
improcedente asimilarlo a un domicilio ad litem mientras las firmas respectivas no
se encuentren reconocidas (esta CNCom., sala C, "Círculo de Inversores SA c. Imbe
I.", 27/12/1989; íd., "Círculo Cerrado SA c. José Albarracín", 27/3/1991; íd., sala B,
"Círculo Cerrado c. Frigorífico Cumini y otro", 6/11/1995; íd., 22/12/1997, "Banco
Florencia SA c. Gatti, E."; íd., 26/9/2000, "Plan Rombo SA de Ahorro para fines
determinados c. Peralta, H. D. y ot."; íd., sala E, "Círculo de Inversores SA c. Causa
R", 9/3/1990)(1054).
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l) Procedimiento de secuestro del bien prendado. Suspensión
por fallecimiento de la deudora. Dictado medida de no innovar.
Procedencia
I. Procede la medida de no innovar dispuesta por el magistrado de grado,
suspendiendo el remate del automotor secuestrado en los términos del art. 39, ley
12.962: cuando —como en el caso— si bien el trámite se habría agotado con su
cumplimiento, en el ínterin los sucesores de la accionada denunciaron su
fallecimiento. Y si bien el banco ejecutante tuvo conocimiento del fallecimiento de la
demandada como consecuencia de la denuncia por parte de la aseguradora, ello no
impedía la acción promovida pues el contrato prendario fue suscripto por aquella y
por un codeudor, lo cierto es que se denunció y la acción se promovió únicamente
contra la deudora(1057).
II. Derívase de ello que el banco inició esta ejecución urgente a sabiendas del
fallecimiento de la codeudora y como consecuencia de no poder percibir las cuotas
pertinentes de la cuenta que oportunamente abriera la hoy causante en la institución
bancaria, no por falta de fondos sino porque los mismos estaban afectados a la
sucesión de aquella. Desde esta óptica, colígese entonces que el obrar del banco
no merece el resguardo procesal que otorga el citado art. 39 Ley de Prenda, y el
Tribunal no puede, so pretexto de aferrarse a la letra de la norma, ignorar la denuncia
formulada por los herederos. No cabe obviar que la decisión adoptada no cercena
derecho alguno del ejecutante pues eventualmente puede, siguiendo su línea
argumental y en caso que corresponda, ocurrir por la vía de la ejecución prendaria
respecto del otro co-deudor(1058).
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razones de economía procesal autorizan dicho temperamento, habida cuenta que,
con tal proceder, se evita la duplicación innecesaria de actuaciones y no se afecta
el derecho de defensa de las partes ni los extremos materiales del caso (cfr. art. 34,
CPCC; CNCom, sala A, 30/6/2004, "ING Bank NV c. Old Transport SA"; 27/8/2009,
"Fiat Crédito Compañía Financiera SA c. Donadio, S. E."; 24/6/2010, "Fiat Crédito
Compañía Financiera SA c. García, H. L.", entre otros)(1064).
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sala A, in re "Fiat Auto S.A. de Ahorro p/f Deter. c. Gregov, E.", del 16/11/2006; sala
A, in re "HSBC Bank Argentina SA c. Barrionuevo, C.", del 8/11/2007)(1067).
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no sea parte en estas actuaciones pues su calidad de titular del rodado legitima su
pretensión de levantamiento del secuestro. Por tanto el planteo del recurrente debe
ser analizado por el juez a quo(1071).
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En función de lo dispuesto por el art. 3º, de la ley 12.962, cuando la prenda es
base de un proceso tramitado bajo el régimen del art. 39, de la ley 12.962: y ya ha
sido reinscripta, el actor tiene derecho a todas las nuevas reinscripciones que fueran
menester, mas necesita —en cada caso— una orden judicial (cfr. Cámara, H.,
"Prenda con Registro o Hipoteca Mobiliaria", Buenos Aires, 1984, p. 358); salvo que
excepcionalmente el acreedor sea alguno de los entes allí mencionados, quienes
pueden reinscribir la prenda extrajudicialmente acompañando copia simple del aviso
de remate previsto en el art. 585Código de Comercio; Es decir, hasta que no logren
secuestrar la unidad gravada esos acreedores no estarán en condiciones de obtener
la reinscripción de la prenda en forma privada, siendo en tales casos necesaria
también la orden judicial (cfr. CNCom, sala E, 25/2/2008, "Bco. de Servicios y
Transacciones SA c. Rodríguez W.")(1075).
a) Concepto
La carta de porte es un título valor representativo de las mercaderías(1076) o
cosas(1077) trasportadas, que otorga a su portador legitimado el derecho de disponer
de ellas durante su traslado, recibirlas y retirarlas en el lugar de destino, de acuerdo
con las condiciones establecidas literalmente en el mismo documento y con las
referencias que en él se haga al contrato de trasporte del cual deriva.
La doctrina, en general, coincide en sostener que la naturaleza de la carta de
porte es la de un título valor(1078) en razón de estar informado por los caracteres
esenciales de esos documentos —v.gr., necesidad(1079), literalidad y autonomía—,
pues la carta de porte, una vez creada, resulta título legal del contrato de trasporte
suscrito entre el cargador y el acarreador (o porteador).
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b) Caracteres esenciales
La carta de porte habilita a su portador legitimado a ejercer todos los derechos
representados en ella, y su tenor escrito es el que decide sobre todas las
contingencias que ocurran con motivo del trasporte, sin admitir más excepciones
que la de falsedad o error involuntario (art. 167, apart. 1, in fine)(1080).
Se ratificó el carácter literal del derecho (art. 168, Código de Comercio) al
establecerse que cualquier estipulación particular que no conste en la carta de porte
será de ningún efecto para con el tercero destinatario o legítimo tenedor. Es decir,
como señalamos al desarrollar la teoría general de los títulos valores(1081), si la
"estipulación particular" a la que se haga referencia, no está literalizada en la carta
de porte, no tiene ningún efecto frente al portador legítimo, tercero de buena fe, con
prescindencia del posible acuerdo entre el cargador y el porteador, si de este hubiera
sido referido en la carta de porte(1082).
Por otra parte se estableció también el principio de autonomía del derecho cartular
representado en la carta de porte, en tanto título valor, toda vez que su portador
legitimado no puede ver enervado sus derechos por excepciones extracartulares
que el porteador pueda oponer a su anterior poseedor, ni puede alegar que los
objetos mencionados en la carta de porte han sido descargados en otro lugar por
orden del cargador o del destinatario (arts. 191, 195 y conc., Código de Comercio, y
art. 1284, Código Civil y Comercial)(1083).
c) Aptitudes y funciones
La carta de porte es un documento constitutivo-dispositivo con respecto al
derecho sobre los objetos que se debe transportar(1084). Como lógica consecuencia
de las aptitudes atribuida por la doctrina a la carta de porte en tanto título valor (art.
1298, Código cit.) el transportista cuando hubiera el librado el "segundo ejemplar de
la carta de porte"(art. 1299, Código Civil y Comercial) o la "guía" (art. 1300, Código
cit.,) solo el portador legitimado de cualquiera de dichos documentos tiene la
disposición de la carga y puede impartir instrucciones al transportista, las que se
debe anotar en el instrumento y ser suscriptas por el transportista" (art. 1303, Código
cit.).
Con la finalidad de cumplir con las obligaciones contractuales se debe poner la
carga a disposición del destinatario en el lugar, en el plazo y con las modalidades
convenidas, porque al emitir la carta de porte, consta en ella las cláusulas
compromisorias asumidas, en el respectivo contrato de transporte. Finalmente, a
carta de porte debe ser dada al transportista o comisionista, contra entrega por este
de la carga transportada (arts. 1301 y 1305, Código Civil y Comercial).
Sin embargo, si no se ha extendido el segundo ejemplar de la carta de porte ni la
guía, el cargador tiene la disposición de la carga y puede modificar las instrucciones
dadas al transportista, con obligación de reembolsar los gastos y resarcir los daños
derivados de ese cambio (art. 1301, Código Civil y Comercial).
Queda por señalar que como título valor que es, la carta de porte puede, también,
cumplir funciones probatorias(1085). Esta aptitud se ve singularizada legalmente
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cuando se la vigoriza, disponiendo que si bien su libramiento no atañe a la existencia
del contrato de transporte, que puede ser probado por cualquier medio de prueba
(arts. 165, 208 y 209, Código de Comercio y 1296 y ss., Código Civil y Comercial)
debe quedar claro que existiendo la carta de porte, la prueba de testigos que
pretenda neutralizarla es ineficaz frente a ella (art. 1019, Código cit.)(1086).
a) Carta de porte
El nuevo Código Civil y Comercial, como es de toda lógica, establece que la carta
de porte es el documento que "el transportista tiene derecho a requerir del cargador
que lo suscriba y que contenga las indicaciones enunciadas en el art. 1296 Código
cit.", describiendo el contenido de la carga, identificar los bultos externamente,
presentar la carga con embalaje adecuado, y las estipulaciones convenidas para el
transporte, determinando que su emisión por el transportista importa haber recibido
la carga descripta y sucinta por el cargador.
c) Guía
Si el transportista no ha emitido la carta de porte, por hipótesis, no existe un
segundo ejemplar de la carta no creada, ni emitida, en tal caso el cargador tiene
derecho a exigir al transportista que le entregue un recibo de carga, que la ley
denomina "guía", que debe ser emitida con mismo contenido de la carta de porte
(arts. 1299 y 1300, Código Civil y Comercial).
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La carta de porte generalmente es emitida con motivo de la concertación de un
contrato de trasporte de mercaderías o cosas. Contrato que queda concertado
"cuando una parte llamada transportista o porteador se obliga a trasladar personas
o cosas de un lugar a otro, y la otra, llamada pasajero o cargador, se obliga a pagar
un precio o flete" (art. 1280, Código Civil y Comercial). Empero, como se dijo ut
supra a la luz de las normas legales que rigen la emisión es facultativa (art. 165,
apart. 1º, Código de Comercio y 1298 a 1302, Código Civil y Comercial), sin embargo
cuando la carta de porte ha sido emitida, es la prueba legal del contrato transporte,
y por ello en virtud de su contenido son decididas todas las cuestiones entre
cargador y porteador (art, 167, Código de Comercio)(1087). En su condición de título
valor causal e incompleto se debe hacer referencia literal y expresa del contrato que
le sirve de sustento causal (o subyacente)(1088).
El carácter facultativo de la emisión de la carta hace que su inexistencia no obste
al perfeccionamiento del contrato de transporte, que es consensual y torna
indispensable, para el cargador, la necesidad demostrar que ha entregado las
mercaderías al porteador en el caso de que éste negare esa circunstancia(1089).
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h) Toda otra circunstancia que haya entrado en el contrato de transporte (art. 165,
inc. 5º, Código de Comercio); por ejemplo: designación o descripción del itinerario
(art. 186)(1100), cláusulas penales por inejecución o retardo (art. 189, apart. 1º, Código
de Comercio), documentos que acompañan la mercadería durante el viaje(1101),
indicación de seguros constituidos sobre los efectos transportados, mandato al
porteador —si lo hubiera— para el cobro del precio de las mercaderías(1102).
i) La firma autógrafa del cargador en el original que ha de emitir y entregar al
porteador, y la firma autógrafa del porteador en el ejemplar a ser librado por el
porteador al cargador a petición de este último (art. 165, apart. 1º, Código de
Comercio)(1103).
Hay que señalar dos cuestiones.
Por un lado, que se ha reglamentado específicamente la representación en el
transporte sucesivo, habiéndose establecido que cada transportista sucesivo tiene
el derecho de hacer constar en la carta de porte, o en un documento separado, el
estado en que ha recibido las cosas transportadas. Y en tal caso el último
transportista representa a los demás para el cobro de sus créditos y el ejercicio de
sus derechos sobre las cargas transportadas (art. 1318, Código Civil y Comercial).
Por otro lado, se debe tener en cuenta que en el Reglamento de Ferrocarriles (art.
237) se dispuso que los duplicados de las cartas de porte, para evitar confusiones y
facilitar su entrega, debían ser de los siguientes colores: para cargas generales,
azules; para cargas de peligro, rosas; para hacienda, verdes para carga de tarifa
especial, amarillos. Sin embargo, todos los ejemplares para la empresa podían ser
blancos.
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cláusula a la orden (art. 166, apart. 1º, Código de Comercio)(1107). Criterio que ha
sido mantenido por las normas incluidas en el nuevo Código Civil y Comercial (v.gr.,
art. 1299, 2º párr.).
En los dos primeros casos rigen los principios expuestos al considerar la doctrina
general sobre los títulos valores, v.gr., si la carta de porte es al portador, basta la
simple entrega manual del título valor; si se trata de una carta librada en favor de
una persona determinada con la cláusula a la orden, su ley de circulación se cumple
con la tradición del título, previo endoso de éste por parte del transmitente, en
cualquiera de las tres formas reguladas por la ley (v.gr., endoso nominativo (o
completo), en blanco o al portador(1108). En todos los casos, el nuevo tenedor del
título adquiere los derechos emergentes de él en forma autónoma u originaria(1109).
La carta de porte concebida a la orden puede ser transmitida por endoso con
cláusulas limitativas, conocidas en el derecho cambiario —por ej., "en procuración"
o "en prenda" (arts. 19 y 20, LCA) del decreto-ley 5965/1963, Ley Cambiaria
argentina)(1110)—. Estos endosos, tal como señalamos en otro lugar(1111)habilitan al
endosatario a ejercer todos los derecho, emergentes del título, dado que si bien no
tienen efectos traslativos, poseen efectos legitimantes. Es decir, el endosatario, que
puede ejercer todos los derechos emergentes del título, reconociendo la titularidad
de ese derecho en cabeza del endosante "en procuración" o "en prenda", con la sola
diferencia de que en el primer caso el endosatario actúa en interés del endosante —
su mandante—, y en el segundo caso, el beneficiario del endoso actúa en interés
propio, con la finalidad de satisfacer su crédito, garantizado por el endoso "en
prenda".
La carta de porte nominativa requiere, para su transmisión, el otorgamiento de
una cesión de crédito a las reglas vigentes del derecho común(1112). Tal como en el
caso de la letra de cambio librada con la cláusula "no a la orden", que explicamos
en otro lugar(1113).
De ello se desprende que si la carta de porte nominativa solo puede ser trasmitida
por la única vía legalmente autorizada —v.gr., la cesión de crédito—, no otorga a su
nuevo titular un derecho literal, ni tampoco autónomo. Por esa razón estamos de
acuerdo con lo afirmado por el maestro Vivante, en el sentido de que la carta de
porte nominativa no es en rigor, un título valor(1114) a diferencia de las cartas de porte
libradas al portador o a la orden, que gozan de esa condición(1115).
En nuestra opinión, y atento a las reglas vigentes la carta de porte nominativa solo
se podrá considerar como un título de legitimación(1116), en la medida en que una
vez emitida resulta el título legal del trasporte, y su presentación deviene necesaria
para el retiro de las mercaderías trasportadas. Pero en atención las demás normas
que rigen la especie —como se dijo y la doctrina preferible está de acuerdo(1117)—
al transmitir esa carta deporte, el nuevo portador del ella no obtiene un derecho, ni
literal ni autónomo, toda vez que el carácter literal se ve lesionado por la
instrumentación de la cesión en documento por separado, y el carácter autónomo,
por la vigencia de las normas legales sobre la transmisión de los derechos privados
patrimoniales regulados por el derecho común (art. 3270, Código Civil de Vélez y en
la actualidad por el art. 399, Código Civil y Comercial).
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113. Concepto. Regulación legal
a) Concepto
Es un título valor esencialmente a la orden emitido por las entidades financieras
autorizadas, el cual otorga a su portador legitimado el derecho literal y autónomo de
exigir, a su vencimiento, el pago del importe del capital más sus intereses
compensatorios, según las condiciones pactadas en el contrato de depósito a plazo
fijo al que hace referencia en su texto esencial.
b) Normativa aplicable
Rigen estos títulos valores, las normas contenidas en el ley 20.633 (B. O.
16/5/1974) y por expresa disposición del art. 4º: "Las disposiciones del Código de
Comercio, libro II, título X, sobre letras de cambio serán aplicables supletoriamente
a los certificados a que se refiere la presente ley".
Sin embargo hay que poner de relieve que a pesar de que la ley 20.663, en su art.
1º, inc. a), denomina a éste "certificado de depósito nominativo transferible", no se
trata de uno de los títulos designados "nominativos" en el sentido que se le dio a
esta expresión al estudiar la teoría general de los títulos valores. Más bien consiste
en uno de aquellos documentos esencialmente a la orden en que la cláusula no es
necesaria y está sobreentendida por la ley, puesto que son constitucionalmente a la
orden (arg. art. 4°, ley 20.663, y art. 12, decreto-ley 5965/1963, Ley Cambiaria
argentina)(1118).
Es decir que el término "nominativo" apunta a que deben ser librados en favor de
determinada persona (art. 1°, inc. d), pero su ley de circulación se cumple, como
título a la orden que es, con la tradición del documento, previo endoso del
transmitente sin necesidad del transfert (art. 1838, Código Civil y Comercial).
Como queda dicho, solo pueden emitir estos certificados de depósito a plazo fijo
las instituciones comprendidas en el régimen de entidades financieras vigente (art.
1°, ley 21.526).
c) Articulaciones
Las normas que deben ensamblar con las vigentes sobre el título valor que nos
ocupa:
I. Por un lado, hay señalar el art. 4°, ley 20.633, específicamente regulatoria de
estos títulos valores, hacen aplicables a ellos, en forma supletoria, las disposiciones
de la LCA (decreto-ley 5965/1963 - Ley Cambiaria argentina) concerniente a la
cambial tratta y diretta, en cuanto no resulten incompatibles con su condición de
título valor causal.
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II. Por otro lado, hay que tener en cuenta que el nuevo Código Civil y Comercial
ratifica que cuando exista depósito bancario de dinero (art. 1390, Código cit.) el
banco depositario "debe extender un certificado transferible por endoso, excepto que
se haya pactado lo contrario, en cuyo caso la transmisión solo puede realizarse a
través del contrato de cesión de derechos".
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g) Lugar de pago; por lo general, las entidades emisoras de certificados cumplen
este requisito consignando el domicilio de la casa que lo libra, pero por aplicación
analógica del art. 1º, inc. 5º, Ley Cambiaria argentina y su doctrina(1121), este recaudo
esencial queda satisfecho indicándose en sentido geográfico(1122) "la localidad,
pueblo o paraje, siempre que exista en la realidad y su designación sea precisa e
inequívoca(1123);
h) Firma de las personas autorizadas, a tales efectos, en representación de la
entidad emisora.
Si bien en la primera oportunidad que publicamos este material(1124) señalamos
que entre los requisitos formales esenciales del "certificado de depósito a plazo fijo"
debía consignar "El importe del depósito, indicando si se trata de moneda nacional
o extranjera. En este último caso, el reintegro del capital, intereses y ajustes queda
fuera del sistema de garantía establecido por el Banco Central de la República
Argentina (art. 56, ley 21.526)"(1125).
En la actualidad será necesario tener en cuenta, a los efectos que tuviere lugar,
el texto incluido en el Código Civil y Comercial, que dice en su art. 1390: "Depósito
bancario. Hay depósito de dinero cuando el depositante transfiere la propiedad al
banco depositario, quien tiene la obligación de restituirlo en la moneda de la misma
especie, a simple requerimiento del depositante, o al vencimiento del término o del
preaviso convencionalmente previsto".
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b) Concluida la circulación, y llegado el vencimiento del certificado, el actual
tenedor se presenta al banco emisor, donde se verifica que la firma del endosante
en blanco —por hipótesis primer endosante— se corresponde con la firma asentada
por el tomador (o beneficiario) del certificado en el duplicado retenido por la entidad,
el cual hace las veces de documentación del contrato de depósito a plazo fijo, y se
lo llena con el nombre del presentante a quien se efectúa el pago.
c) En el caso de que el certificado tenga el primer endoso en blanco y otro endoso
nominativo o completo en favor del presentante del certificado, la mayoría de los
bancos, en aplicación analógica del art. 17, 1ª parte, Ley Cambiaria argentina,
verifican que la firma del primer endoso en blanco se corresponda con la del
beneficiario del certificado, identifican al endosatario del segundo endoso (art. 3º,
apart. 2º, in fine, ley 20.663) y lo pagan sin dificultad.
Habida cuenta de lo expresado, y siendo este título valor, por definición, un
documento a la orden, a efectos de que su presentante sea considerado portador
legitimado y, por ende, sujeto habilitado para percibir su importe, deberá cumplir con
los requisitos de presentar el certificado que posee, acreditar la regular continuidad
de endosos e identificarse como beneficiario del último de éstos(1129). Verificado ello,
la entidad emisora estará en condiciones de pagar con efectos liberatorios, pues
gozará de los beneficios de la legitimación pasiva, salvo, claro está, que incurra en
dolo o culpa grave (art. 3º, apart. 3, ley 20.663, y art. 43, Ley Cambiaria argentina, y
art. 1842Código Civil y Comercial)(1130).
Resta señalar lo siguiente :
I) El endoso será puro y simple; toda condición a que se lo subordine se tendrá
por no escrita (art. 2º, apart. 1, in fine, ley 20.663), pero el endoso parcial es nulo
(art. 13, apart. 2º, Ley Cambiaria argentina).
II) En el certificado de depósito a plazo fijo nominativo transferible, el endoso tiene
efecto traslativo, en tanto concede la propiedad del documento y la titularidad del
derecho, y efecto legitimante, en tanto habilita al endosatario para ejercer el derecho
cartular, literal y autónomo, incorporado en el título; pero no tiene efecto vinculante,
pues, ante el silencio de la ley(1131), no constituye en responsable solidario al
endosante por el pago del título, toda vez que en materia cartular la solidaridad es
la excepción (arg. art. 1826, Código Civil y Comercial)(1132).
III) Atento a lo expuesto en el párrafo anterior, si se incluyera en el endoso del
certificado las cláusulas limitativas "prohibido el endoso" o "no a la orden" (art. 16,
apart. 2º, Ley Cambiaria argentina) y "sin garantía" (art. 16, apart. 1º, ley cit.), se
debe tenerlas por no escritas (arg. art. 3°, apart. 1º, y art. 4º, ley 20.663). En cambio,
entendemos que no existe inconveniente en que el endoso del certificado incluya
las cláusulas "en procuración" (art. 19, ley. cit.) o "en prenda" (art. 20, ley cit.), las
cuales producirán todas las consecuencias que las normas cambiarias prevén (arts.
19 y 20, Ley Cambiaria argentina y art. 1834, Código Civil y Comercial).
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a) Normas y principios aplicables
En virtud de lo dispuesto en el art. 4º de la ley 20.663, transcripto ut supra, en
caso de pérdida, robo, extravío o destrucción del certificado de depósito, resulta
aplicación de los arts. 89 a 95 Ley Cambiaria argentina, el portador legitimado en
sentido amplio(1133) queda habilitado para iniciar el procedimiento de cancelación
cambiaría por medio del cual se revierte "el fenómeno de la incorporación". Es decir,
se verifica la desincorporación del derecho de crédito incorporado
representativamente mediante la declaración documental del firmante-emisor del
título(1134).
Este procedimiento judicial —que hemos estudiado en otros trabajos,
particularmente en sus aspectos legislativos, doctrinales y jurisprudenciales(1135)—
es el medio legal que tiene el poseedor desposeído involuntariamente de este título
valor(1136) por robo, pérdida, extravío o destrucción de este, para exigir el pago de
este a su vencimiento debe efectuar la presentación, a la entidad emisora de la
constancia judicial de que no se dedujo oposición a su solicitud de cancelación o
que tal oposición fue rechazada definitivamente (art. 92, LCA cit.), La entidad no
quedará liberada si habiendo recibido notificación judicial del inicio del procedimiento
de cancelación, efectúa el reembolso del monto del certificado contra la sola
presentación de una denuncia policial del hecho(1137) o alguna otra exposición por el
estilo.
Teniendo en cuenta la remisión sugerida en el párrafo anterior, ya que un
desarrollo más amplio excedería el marco del presente, solo puntualizaremos aquí
que el procedimiento de cancelación regulado por la ley cambiaria y aplicable al
certificado de depósito por la remisión del art. 4° de la ley 20.663, tiene dos
fases: una primera, necesaria(1138) o normal(1139), de jurisdicción voluntaria(1140), que
comprende la presentación del pedido de cancelación, el ofrecimiento y prestación
de fianza, el dictado del auto de cancelación y las notificaciones de éste —personal
o por cédula a la entidad emisora y, además, por medio de edictos—; y una
segunda,eventual y contingente, de naturaleza contenciosa(1141), que principia con
la formulación de la oposición, continúa con la prueba de los hechos invocados y
concluye con la sentencia que resuelve la oposición deducida, acogiéndola o
rechazándola(1142).
Si el certificado de depósito no estuviera vencido, el cancelante, una vez concluido
el proceso judicial, tendrá derecho a solicitar un duplicado del título cancelado. Por
el contrario, si ya hubiera vencido, podrá pedir su reinversión por mandato judicial,
atento a las facultades conservatorias que le otorga el art. 91 LCA cit. durante la
sustanciación del procedimiento de cancelación, y concluido éste solicitará un
testimonio judicial de la resolución recaída. Cualquiera de los dos instrumentos es
título hábil para requerir el reembolso del capital e intereses a la entidad emisora del
certificado de depósito a plazo fijo nominativo transferible.
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El principio general de fraccionamiento de un depósito a plazo fijo entre los
distintos cotitulares, se define en función del siguiente criterio:
A) En primer lugar la distribución del crédito o la deuda se realiza de acuerdo con
lo convenido por las partes (arts. 674 y 691, Código Civil); B) En segundo lugar, si
la pluralidad de sujetos se produce por el fallecimiento del acreedor o deudor
singular, la distribución del crédito o la deuda se realiza entre los herederos en
proporción de la parte por la cual cada uno de ellos es llamado a la herencia (art.
3485, Código Civil); y C) Si no se configura ninguno de esos supuestos, la regla es
que el fraccionamiento de la obligación se realiza por partes iguales (arts.
674 y 691Código Civil) (Llambías-Raffo Benegas-Sassot, "Compendio de Derecho
Civil, Obligaciones", n° 794, Buenos Aires, 1975, p. 330)(1143).
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desconsolidación de las mercaderías, según las normas legales vigentes; (art. 2º,
inc. a, LTM cit.).
a.2) Expedidor
Frente al mencionado OTP aparece la persona que celebra el contrato de
transporte multimodal de mercaderías, encomendando al otro contratante el
transporte de las mismas.
b.1) Destinatario
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Es la persona a quien se le envían las mercaderías, según lo estipulado en el
correspondiente contrato. Ello ocurre cuando el expedidor no es la persona
encargada de recibirlas en el destino.
La condición jurídica del destinatario, no tiene carácter de parte contratante del
mismo. Con toda claridad, se trata de un tercero indicado para recibir las
mercaderías transportadas cuando, llegan a destino y fenece el contrato concertado
entre el operador de transporte multimodal y el sujeto expendidor que solicitó el
transporte de la carga que, por hipótesis, entrego al operador y pagó el flete.
Asimismo y normalmente durante el viaje, en su condición de portador legitimado
del título valor negociable emitido por el operador del transporte multimodal, tiene
derecho a disponer de las mercaderías y a recibir su entrega en destino (art. 7°,
LTM).
b.2) Consignatario
Si bien la ley caracteriza al consignatario como la persona legítimamente
facultada para recibir las mercaderías, en rigor hay que precisar que su desempeño
es de mayor volumen de actividades, pues naturalmente actúa como intermediario
en el manejo de la carga, entre el expedidor de ella, (art. 2°, inc. k, LTM) desde
cuando la pone a disposición del operador de transporte multimodal o bien entre el
último y el destinatario(1144).
b.3) Depositario
Como en los casos citados anteriormente en este parágrafo, la designación del
depositario quedará contratada para el caso que resulte necesario su designación
con la finalidad que reciba la mercadería para su almacenamiento en el curso de
ejecución de un contrato de transporte multimodal (art. 2º, inc. d, LTM cit.).
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Como es de toda lógica este título valor, estructurado orgánicamente para circular
—aunque de hecho no circule(1146)— cuando se lo caracteriza como "negociable"
(art. 4°), podrá ser a la orden, portador o nominativo.
En tales casos, como se comprende, el portador legitimado existe como tal,
porque se la transmitido el título valor negociable, no siendo, tal sujeto, por hipótesis
alguno de los dos sujetos contratantes esenciales —v.gr., operador de transporte
multimodal y expedidor de la carga— y siendo portador legitimado, se halla
plenamente facultado no solo para disponer de la carga durante el viaje, sino
además, y fundamentalmente, exigir su entrega en destino (arts. 7º, 13 y 14, LTM).
a) Naturaleza. Circulación
Las reglas legales que rigen la especie, establecen que "cuando el documento de
transporte multimodal se emita en forma negociable podrá ser, a la orden, al portador
o nominativo y es transferible con las formalidades y efectos que prescribe el
derecho común para cada una de las mencionadas categorías de papeles de
comercio" (art. 4°, apart. 1º, LTM).
Es decir que explícita y legalmente reconoce su naturaleza de título valor
negociable, con las formas y los efectos que las normas legales existentes otorgan
a los papeles de comercio, v.gr., la Ley Cambiaria argentina, para las letras de
cambio y pagares, y la ley 24.452, para los cheques. Por esa razón se lo puede
catalogar, como un título valor privado representativo de la propiedad de la
mercadería o cosas a transportar y que otorga derecho al portador legitimado del
mismo, a disponer de ellas, usufructuar su servicio de traslado al lugar pactado y en
su caso requerir su entrega cuando llega su destino.
b) Ejemplares y copias
Las reglas legales establecen la posibilidad de que el operador del transporte
multimodal (OTP), o su representante, pueda emitir un juego de varios originales si
fuera necesario. En tal caso se indicará expresamente en el cuerpo del documento
de transporte multimodal el número de originales que componen el juego, debiendo
constar en cada uno de ellos la leyenda "Original". Si se emiten copias, cada una de
ellas deberá llevar la mención "Copia no Negociable" (art. 4º, in fine, LTM).
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la orden, al portador o nominativo y es transferible con las formalidades y efectos
que prescribe el derecho común para cada función jurídica de legitimación (art. 4º).
En esa línea, infra se señala al portador que puede ejercer la legitimación activa de
recibir la entrega de la mercadería transportada, distinguiendo:
I) El caso del tenedor que presente el título negociable librador al portador (art.
14, inc. a), LTM).
II) Del supuesto cuando el sujeto que presente uno de los originales del
documento de transporte multimodal debidamente endosado, como debe ser
cuando el título fuera negociable a la orden (art. 14, inc. b, LTM).
III) O cuando, quien que lo presenta es la persona determinada en el documento
de transporte multimodal que fuera emitido en forma negociable a nombre de esa
persona con comprobación previa de su identidad y contra la presentación de uno
de los originales del mencionado documento (art. 14, inc. c, LTM).
IV) Si el documento fuese endosado a la orden o en blanco, se aplicará lo
dispuesto en el punto b) del citado art. 14, LTM.
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volumen o cualquier otra identificación o descripción de las mercaderías que pudiera
corresponder) hecha por el expedidor, o cuando la mercadería o su embalaje no
presentaren adecuadas condiciones físicas de acuerdo con las necesidades propias
de la mercadería y las exigencias legales de cada modalidad a ser utilizada en el
transporte.
124. Introducción
Al tratar los títulos valores denominados "Obligaciones Negociables" (ONs) (ley
23.576 del 29/6/1988 y ref. ley 23.962, del 6/8/1991) seguimos un criterio similar al
observado respecto de los títulos valores causales ya considerados. Sin embargo
hay que aclarar que hemos tenido que introducir algunas leves variantes expositivas
en razón que la bibliografía considerada tiene un fuerte apego a la terminología
utilizada en general en los mercados; lo cual digno es señalarlo ha llevado a incluir
aclaraciones sobre "ciertas definiciones" que son verdaderos glosarios en los
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prospectos incluidos en la convocatoria publican sobre suscripciones de ONs. Por
tanto téngase en cuenta tal circunstancia al consultar lo aquí expuesto.
125. Concepto
Habida cuenta de ello, y en vista de los desarrollos que siguen, definimos a las
ONs como el título valor o que incorpora un derecho creditorio permitiendo a la
sociedad emisora (SE) financiar inversiones a través de su colocación en el mercado
de capitales. Quien adquiere la ONs, denominado normalmente inversor, con la
adquisición del mencionado título valor se constituye en obligacionista o acreedor
de la empresa con derecho a que le restituyan el capital más los intereses
convenidos en un período de tiempo determinado(1149).
a) Enfoque jurídico
En términos jurídicos, resulta claro que la emisión de las ONs en tanto título valor
tiene como negocio base o relación fundamental o negocio causal o más
simplemente causa-fin un mutuo(1150) o empréstito a mediano o largo plazo(1151), que
la sociedad emisora acuerda contraer sobre la base de un programa, obligándose
en tales documentos a reembolsar, a quienes resulten portadores legitimados de las
ONs emitidas. En el reembolso, del monto o capital del mutuo, traerá agregada la
renta, o interés compensatorio (frutos civiles), de acuerdo con las condiciones
establecidas en el prospecto originado y acompañado al procedimiento de la
emisión(1152).
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c) Operatoria de repago
A la luz de los informes que se publican en el Mercado de Valores, la operatoria
de pago de capital y renta de las ONs se puede describir señalando que ello se
concreta generalmente en cuotas periódicas llamadas amortizaciones. Estos pagos
pueden realizarse en forma anual, semestral o en otro plazo acorde a las
necesidades del emisor. En las condiciones de emisión la empresa puede incluir
algunos años de gracia, durante los cuales no realizará pagos de capital pero sí
abonarán los intereses. Si existe un período de gracia, el capital adeudado se divide
entre los años restantes. Por su parte, el pago de intereses se denomina pago de
renta y también puede realizarse periódicamente. La tasa de interés que abona la
obligación negociable puede ser fija, variable o mixta.
En este aspecto hay que poner de relieve que normalmente las ONs tienen un
cronograma de pagos de capital y renta periódico hasta su vencimiento. Sin
embargo, la empresa emisora puede preferir devolver un monto fijo al vencimiento
por lo que emitirá una obligación negociable con descuento denominada "cero
cupón". O también optar, por las ON bullet que son aquellas en las que se realizan
pagos de capital íntegramente al vencimiento pero la renta (o intereses) se paga en
forma periódica.
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B) El número de serie y de orden de cada título, y el valor nominal que representa;
C) El monto del empréstito y moneda en que se emite;
D) Deben ser firmados de conformidad con los art. 212, ley 19.550 (t.o. en 1984)
o art. 26, ley 20.337, si se trata de sociedades por acciones o cooperativas,
respectivamente, y por el representante legal y un miembro del órgano de
administración designado al efecto, si se trata de asociaciones civiles o sucursales
de sociedades constituidas en el extranjero, según el caso. Pero en rigor, es
cierto(1155) que el legislador ha incurrido en un error, puesto que las sociedades
constituidas en el extranjero tienen un representante legal (conf. art. 118, inc. 3°,
LSC) y no un órgano de administración. Por ende las ONs documentadas en títulos
valores deberán llevar la firma del representante legal de la sociedad extranjera que
las hubiera emitido.
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b) Documentación de las ONs escriturales
b.1) Generalidades
Para dar una idea panorámica de los recaudos documentales de las ONs
escriturales hay que tener en cuenta las reglas legales que expresa o implícitamente
se refieren a ellos. V.gr. arts. 7°, in fine, 8° in fine, 30, 31, 32 y conc. LON cit.
A) En efecto, en términos generales, se establece que además de las ONs
cartulares, también se podrán emitir obligaciones escriturales, conforme al art. 31
LCO, determinándose que en tal caso, ellas deben inscribirse en cuentas llevadas a
nombre de sus titulares en un registro de ONs escriturales por parte de la sociedad
emisora, bancos comerciales o de inversión o cajas de valores.
B) Asimismo, se dispone que la calidad de obligacionistas se presume por las
constancias de las cuentas abiertas en el registro de ONs escriturales quedando a
cargo de la sociedad emisora banco o caja de valores otorgar al obligacionista
comprobante de la apertura de su cuenta y de todo movimiento que se inscriban en
ella. Por otro lado, se estatuye que todo obligacionista tiene además derecho a que
se le entreguen en todo tiempo, constancia del saldo de su cuenta, a su costa.
C) También se instaura legalmente que tanto la transmisión de las ONs
escriturales y de los derechos reales que las graven debe notificarse por escrito a la
sociedad emisora o entidad que lleve el registro e inscribirse en el libro o cuenta
pertinente. Lo cual surte efecto contra la sociedad emisora y los terceros desde su
inscripción, determinándose que en el caso de las ONs escriturales, la sociedad
emisora o entidad que lleve el registro cursará aviso al titular de la cuenta en que se
efectúe un débito por transmisión de ONs o constitución de gravámenes sobre ellas,
dentro de los diez (10) días de haberse inscripto, en el domicilio que se haya
constituido. En las sociedades, cooperativas o asociaciones sujetas al régimen de
la oferta pública, autoridad de control podrá reglamentar otros medios de
información a los obligacionistas.
D) Finalmente el art. 7º in fine, LON estatuye que cuando se trate de ONs
escriturales, los datos indicados en los puntos a) y h) del art. 7º precitado, deberán
transcribirse en los comprobantes de apertura y constancias de saldo que expida la
sociedad emisora.
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c.1) Requisitos esenciales
A) La característica de la cuenta; la denominación bajo la cual fue abierta, el
domicilio, la fecha y el lugar de constitución, así como los datos registrales de la
sociedad emisora las ONs escriturales, de que se trate.
B) Nombre, apellido, documento de identidad o, en su caso, denominación del
obligacionista titular de las ONs.
c.3) Efectos
Los comprobantes de apertura de cuenta y la constancia simple de saldo prueban
la existencia de las ONs en cabeza del obligacionista titular al momento de su
expedición. Por esa razón los terceros que adquieran aquéllas o constituyan
derechos reales a su favor con posterioridad, corren el riesgo de que al solicitar la
pertinente inscripción en el registro las ONs escriturales, tales títulos valores ya se
hubieran transferido o hubieran sido gravadas.
Ante esa realidad, el decreto 83/1985, estableció la emisión de los siguientes
documentos:
A) Comprobantes de saldo de cuenta para enajenar (o transferir) las ONs o
constituir sobre ellas derechos reales. Estos comprobantes, que tiene como requisito
esencial la constancia expresa de la finalidad para las que han sido expedidos,
cuentan con una vigencia de 10 días, período durante el cual no podrá emitirse otro
con igual constancia y finalidad. Sin embargo, como la emisión de ese comprobante
especial no bloquea la cuenta, ni su posesión es requisito para disponer de las ONs,
ello no fue paliativo para el apuntado riesgo, que por tanto sigue vigente.
Por ello se ha manifestado que conviene que se genere la costumbre de exigirlo
siempre que se pretenda adquirir ONs escriturales, o constituir derechos reales
sobre ellas(1158). Queda por hacer referencia al cuarto de los documentos vinculados
a la ONs escriturales:
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B) La constancia para concurrir asamblea de obligacionistas, que legitima al titular
de la ONs escritural, que, en cambio, sí tiene el efecto de bloquear la cuenta. En
función de ese bloqueo, la sociedad emisora de la ONs o el agente de registro no
podrá efectuar débito alguno por transferencia de las ONs hasta tanto haya
transcurrido el día establecido para la asamblea de obligacionistas (arts. 354 y 238,
LSC por remisión del art. 14, LON cit.).
A modo de articulación para el ensamble correspondiente con otras normas se
debe puntualizar que en todos los casos la sociedad emisora de las ONs
escriturales, es responsable ante los obligacionistas por los errores e irregularidades
de las cuentas, sin perjuicio de la responsabilidad de la entidad que las lleve ante la
emisora, en su caso.
Asimismo hay que tener presente a los efectos de su negociación por el sistema
de caja de valores, que se aplicarán en lo pertinente las disposiciones de la ley
20.643 y sus normas reglamentarias y complementarias. Como, también recordar
que la oferta pública de ONs escriturales se rige por las disposiciones de la ley
17.811.
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129. Las garantías. En especial el aval
a) Generalidades
Como es de toda lógica las ONs, de modo análogo a lo que ocurre con
los debentures, pueden emitirse con garantías a fin de otorgar seguridades
especiales a los inversores. Ello es así, porque por un lado propiciará una más fácil
colocación del empréstito. Por otro lado producirá un efecto beneficioso sobre la
tasa financiera que la sociedad emisora debe pagar como renta a los adquirentes
de las ONs y facilitará el cumplimiento de los requisitos que puedan establecer los
órganos de control encargados de autorizar la emisión de ONs que documenten el
empréstito(1160).
Las reglas legales que rigen la especie determinan que las ONs pueden emitirse
con garantía flotante, especial o común. Estableciendo que la emisión cuyo privilegio
no se limite a bienes inmuebles determinados se considerará realizada con garantía
flotante. Será de aplicación lo dispuesto en los arts. 327 a 333 de la ley 19.550 (t. o.
1984). Las garantías se constituyen por las manifestaciones que el emisor realice
en las resoluciones que dispongan la emisión y deben inscribirse, cuando
corresponda según su tipo, en los registros pertinentes (art. 3°, LON cit.).
La inscripción en dichos registros deberá ser acreditada ante el organismo de
contralor con anterioridad al comienzo del período de colocación. Cuando se
disponga constituir una garantía hipotecaria, ella se constituirá y cancelará por
declaración unilateral de la emisora cuando no concurra un fiduciario en los términos
del art. 13, LON, cit. y no requiere de la aceptación por los acreedores. Pueden ser
igualmente avaladas o garantizadas por cualquier otro medio. Y también pueden ser
garantizadas por entidades financieras comprendidas en la ley respectiva.
b) Consideraciones jurídico-legales
Siendo aplicable hasta aquí lo expuesto respecto de la posibles garantías de las
obligaciones patrimoniales(1161), dirigimos nuestra atención a una figura jurídica
respecto de la cual hay acuerdo en la doctrina que la LON cit. innova en esta materia,
pues —se ha dicho— crea "un nuevo tipo de aval, como garantía de una deuda
representada por un título valor no cambiario emitido en masa"(1162).
En efecto, se trata de la institución aval que se establece textualmente en art. 3º,
LON, cit.(1163) y como es de toda lógica, ello ha traído algunos entredichos
doctrinales, por ejemplo, sobre la posibilidad de incluir esa figura en una ley no
cambiaria y, por otro lado sobre los alcances que se le puede atribuir comparándola
con los del aval cambiario, establecido en los arts. 32 a 34, Ley Cambiaria argentina.
Ante esa posible requisitoria, nos apresuramos a poner de relieve varias ideas
que tenemos sustentadas desde tiempo atrás, así como alertar al lector, que desde
1995, con la sanción de la ley 24.452, de cheques, se instauró, por el art. 58, ley cit.
en nuestro país una figura jurídica, denominada aval, pero distinta al aval cambiario
premencionado, que cuando la estudiamos, a fin de identificarla de modo diferencial,
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denominamos "aval bancario"(1164). La tarea llevada a cabo fue señalar los aspectos
diferenciales con la figura jurídica cambiaria y por otro lado, enunciar lo que en
nuestro buen saber y entender, ambas figuras jurídicas tienen clara identidad. En
especial porque en ese momento no existía bibliografía para consultar sobre el tema.
Teniendo en vista lo hecho entonces, pasamos a reseñar los aspectos que
consideramos procedentes de sostener. Con la finalidad de facilitar la exposición y
comprensión, utilizamos un tono asertivo, sin perjuicio de efectuar las aclaraciones
del caso en las notas al texto respectivo.
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E) La autonomía e independencia sustancial, en tanto prescindencia de las
situaciones de los demás sujetos de relaciones jurídicas que pudieran documentarse
en la ON emitida tiene plena vigencia en el aval de LON cit., pues su otorgante no
puede valerse de defensas y excepciones personales que pudieran invocar alguno
de los sujetos intervinientes en las negociaciones de la ON cuyo pago se avaló(1169).
F) Junto a la señalada autonomía sustancial, también rigen en aval de la LON cit.:
la accesoriedad formal, en los términos prescriptos por la ley aplicable (art. 34, 2º
párr. Ley Cambiaria argentina) de donde, si por hipótesis, la ON avalada, en el
mismo título o en instrumento separado, padece de un defecto formal que la invalide
como tal (arg. art. 7°, LON, cit.), tal falencia documental hace caer el aval de la ON,
liberando al avalista que lo otorgó (arg. art. 34, apart. 2º, Ley Cambiaria vigente).
G) El aval de ON, como garantía adicional del pago de la misma, no debe excluir,
ni es excluyente de la existencia de las posibles o eventuales prendas, hipotecas,
fianzas, nuevos avales u otras garantías otorgados por otros medios legales (art. 3°,
párr. 3º, LON, cit.).
H) Si por hipótesis el otorgante del aval de ON, debe ser demandado por el cobro
de la garantía otorgada según LON cit., el portador legitimado que sea el sujeto
garantido tiene derecho a deducir esa demanda para efectivizar el aval de la suma
incorporada a la ONs: 1) Sin necesidad de interpelación o excusión de los bienes de
la emisora; 2) Quedando habilitado para ejercer la acción ejecutiva que concede del
art. 29, LON, cit.; 3) Y para el caso que el avalista demandado, hago honor
efectivizando el importe del aval que otorgó, este sujeto tiene siempre derecho
(extrajudicial o judicial) para accionar por reembolso de lo pagado contra la emisora,
por el monto de la ON, con más sus intereses desde la fecha del pago efectuado
(arg. art. 53, Ley Cambiaria argentina).
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B) Constitutivas, a partir de la idea básica de la que efectuamos estos desarrollos,
considerando que las ONs son títulos valores, tenemos que ellas son documento
representativo de una declaración unilateral de voluntad que se exterioriza y nace
para el Derecho en el mismo momento en que adquiere forma documental, con su
libramiento o emisión (arts. 1800 y 1815, Código Civil y Comercial). Por tanto
corresponde que sea considerado un documento constitutivo porque su existencia
resulta ser condición imprescindible para el nacimiento de la relación jurídica
(derecho cartular) incorporada representativamente en el mismo(1173).
C. Dispositivas. A la par de las dos aptitudes expuestas de las ONs, en tanto
títulos valores, se alinea la aptitud dispositiva de estos documentos, que consiste en
que el título valor, en tanto existe, resulta instrumento necesario e imprescindible
para ejercer o disponer el derecho (o relación jurídica) que en él se ha incorporado
representativamente. En efecto, sin el documento dispositivo no hay manera de
servirse del derecho, ya sea para transferirlo, ya sea para su ejecución y aun para
proceder a su extinción. Es decir que no tiene, en este caso, la sola función de probar
el derecho o la de constituirlo, sino la función preponderante de atribuir la exclusiva
disponibilidad al quien legítimamente posee el título(1174).
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se regula a tenor del documento"(1178). Empero, hemos dicho con todo
cuidado(1179) que en los títulos denominados causales, como son las ONs no se debe
confundir literalidad con integridad(1180) pues el principio esencial y general de
literalidad no queda vulnerado por la referencia que se haga en el título valor a otros
documentos, generalmente relacionados con la causa o relación fundamental en
virtud de cual han sido librados y emitidos(1181). A ello hay que agrega aquí, que en
los casos de títulos valores escriturales (arts. 8° y 31, LON, cit.) se requiere acreditar
la titularidad registral, lo que usualmente se lleva a cabo mediante un comprobante
de cuenta(1182).
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V. Existe unanimidad en ubicarlas dentro de los títulos valores emitidos en serie,
lo cual a su vez le otorga carácter fungible con las ONs correspondientes a la misma
clase y serie que integren (art. 2°, LON cit.).
VI. Para ubicar a la ONs según la clase de prestación que otorgan, como hemos
señalado supra(1186), surge con toda claridad que el derecho incorporado al título
valor es complejo, aunque quizás el más importante sea el derecho patrimonial o de
crédito del que goza el inversionista que ha comprado la ON que además de poder
transferirla como título valor, puede esperar al vencimiento, y percibir el reembolso
del capital con la renta pactada con la sociedad emisora (arts. 5°, 7°, inc. h), 8°, 11,
15, 20 y conc., LON cit.) además de otros derechos institucionales, como la facultad
de convertirse en accionista de la sociedad emisora y, en su caso, participar de las
respectivas asambleas de los obligacionistas (arts. 5°, 6°, 11, art. 29, LON cit.).
VII. Según el art. 8º, LON cit., las ONs podrán ser representadas en títulos al
portador o nominativo, endosables o no. Sin embargo hay que tener en cuenta lo
que oportunamente expusimos al tratar el tema de las acciones de sociedad(1187), en
cuanto al impacto modificatorio que produjo la ley 20.643, de nominatividad
obligatoria de los títulos valores privados emitidos en serie y sus sucesivas
alternativas legales producidas por las leyes 20.654, 23.299 y hasta llegar a la ley
24.587 regl. por decreto 259/1996, la ley 24.587 y reglamentada por el decreto
259/1996, que reinstauró la nominatividad(1188).
VIII. Finalmente hemos de decir que la ONs. y solo para con la formalidad de
ubicarla dentro de la calificación según se lo considere por su vinculación jurídica
con negocio causal que motivó su libramiento, diremos que se trata de un título valor
causal, con todas las consecuencias que ello importa.
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II. Cuando a las obligaciones no se les ha dado forma de títulos individuales, en
todo caso el sistema descansa en anotaciones en cuentas a nombre de sus titulares
en un registro de ON escriturales, llevado por bancos comerciales (arts. 21 y 31, ley
23.576) (conf. Blaquier R., "Régimen Jurídico de las obligaciones negociables", en
Rev. Derecho Empresario Actual, p. 104). Además de la titularidad, documenta la
eventual afectación de los derechos de los obligacionistas por derechos reales o
medidas cautelares, cuando el empréstito está repartido entre un gran número de
obligacionistas, la única forma de llevarlos eficientemente es mediante el uso de
sistemas informáticos (Kenny, ob. cit., p. 121)(1190).
III. En consecuencia de lo expuesto, el obligacionista tiene derecho con sujeción
al art. 31, 3º párr., LON: a que se le entregue en cualquier momento una constancia
de saldo de su cuenta. Contar con ese comprobante hace presumir —salvo
probanzas en contrario, no adjuntadas en la especie— la calidad de titular de ON.
Ante esa realidad, el título ejecutivo es la propia obligación negociable —en cuanto
valor mobiliario— sin perjuicio de la necesidad de acreditar su existencia y titularidad
mediante su exhibición o la del certificado expedido por la Caja de Valores, si aquélla
consta en un certificado global, como acontece en el caso de autos(1191).
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consecuencias de las relaciones jurídicas habidas con anteriores titulares de la
obligación negociable, que sean extrañas a las constancias literales del título (cfr.
Mario Kenny, "Obligaciones Negociables", pp. 9/10)(1193).
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emitidos... en forma cartular... incorporados a un registro de anotaciones en cuenta
incluyendo... valores de crédito o representativos de derechos creditorios... a los
títulos de deuda o certificados de participación de fideicomisos financieros o de otros
vehículos de inversión colectiva..." (art. 2° parr. 1º) que aparezcan emitidos por la
entidad autorizada que lleve el registro de las obligaciones negociables" (art. 4°,
parte 1ª)(1196).
III. El art. 29, ley 23.576 que dispone que los títulos representativos de las
obligaciones negociables "...otorgan acción ejecutiva a sus tenedores..." determina
la suficiencia documental en cuyos términos se pretende la ejecución. Ello así pues
la mencionada normativa atribuye eficacia a los comprobantes acompañados para
legitimar al titular para reclamar judicialmente "incluso mediante acción ejecutiva si
correspondiere" sin necesidad de autenticación u otro requisito inc. e) del art. 4 del
decreto 677/2001. De lo expuesto se desprende, que en el marco de las obligaciones
emitidas como títulos globales las acciones no se promueven con base en el
instrumento natural (título valor) sino en virtud de un mecanismo de legitimación en
dónde no existe un documento único. Es por ello que al certificado deberá
acompañárselo con su respectivo prospecto de manera que en conjunto ofrecen la
información que se hubiera obtenido mediante la compulsa directa del título valor,
acreditándose así la obligación exigible(1197).
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1. Fundamento y finalidad de la glosa realizada del texto
sancionado
Cuando se nos encargó esta tarea se recomendó especialmente que debía ser
una glosa del texto sancionado. Ante esa realidad dejamos totalmente aclarado aquí
que en sentido estricto nuestra actividad se ha concretado en comentarios o
explicaciones de algo que puede presentar algunas dificultades de comprensión o
interpretación, pues si bien en la presentación y la fundamentación efectuadas por
sus autores se manifiesta haber seguido en todo lo posible el Proyecto de 1998, en
lo concerniente a nuestra materia tenemos que señalar que se han introducido
algunas modificaciones textuales que llevan a realizar algunas incursiones de índole
semántica relacionadas con la significación científica de algunas expresiones
utilizadas en el texto promulgado.
Con esa finalidad utilizamos con frecuencia los antecedentes que han servido de
base a casi todas las normas recientemente sancionadas que hemos expuesto
sistemáticamente en la "Teoría general de los títulos valores". Ello tiene por
fundamento de un lado los estudios y las publicaciones que hemos venido
efectuando desde hace varias décadas, de los cuales fue necesario realizar
reiteradas ediciones y reimpresiones, lo que justifica tenerlas en cuenta. Por otro
lado, irradian los efectos de los desarrollos científicos efectuados por la doctrina
europea desde el siglo XIX, ya que dan razón a una serie de cuestiones que hacen
a la esencia y la existencia misma de los documentos de crédito aquí estudiados.
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que lo ha hecho la ley peruana 27.287, de títulos valores. Es decir, establecer los
efectos legales o la carencia de ellos, como se ha hecho en ese país, en el cual se
ha establecido la carencia de valor normativo, al establecer que "Los enunciados y
títulos de los artículos de la presente ley son meramente referenciales y
enunciativos, por lo que no deben ser tomados en cuenta para la interpretación del
texto legal".
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derecho creditorio común allí representado pase a ser derecho cartular, lo que
justifica su utilización para distinguir los títulos valores de los otros documentos
privados, civiles y mercantiles. Ello, además, de un lado corrobora que la posesión
del documento es condición para su ejercicio en el ámbito del sistema cartáceo,
ratificando, de otro lado, la relación de necesidad en virtud de la cual el poseedor
del título es por eso titular del derecho, para lo cual es preciso ser poseedor del
título.
d) También surge con claridad la prevalencia del elemento real (documento) sobre
el elemento obligacional (derecho), porque, jurídicamente el documento (o elemento
real) es lo principal y el derecho (o elemento creditorio), lo accesorio. Tal prevalencia
se irradia: i) en la creación del título valor, puesto que en ella se concreta la
incorporación, mediante la cual un derecho de crédito común, pasa a ser un derecho
cartular; ii) en la circulación, puesto que la entrega (o tradición) del documento al
destinatario es elemento constitutivo a los fines de adquirir el derecho sobre el título;
iii) en orden a la legitimación, puesto que sin la presentación o exhibición del título
no se consigue ejercer la legitimación para requerir el cumplimiento de la prestación
que otorga el título; iv) a los fines del cumplimiento, puesto que sin la restitución (o
entrega) del título al emitente (o creador) no se puede pretender el
cumplimiento(1205).
e) También hay que poner de relieve la posibilidad de la cesación de la conexión
entre derecho y documento. Ello es así, pues en virtud de mantener la distinción
conceptual que venimos sosteniendo se puede justificar y comprender sin dificultad
que la mentada unidad funcional o conexión permanente de los elementos
estructurales (derecho y documento) eventualmente se puede romper, como ocurre
cuando el portador legítimo del título, en razón de la pérdida o la destrucción de ese
documento, solicita judicialmente su cancelación, sea por la aplicación de las
normas vigentes respecto de los títulos cambiarios (art. 89 y ss. decreto-ley 5965/63,
Ley Cambiaria argentina) aplicables por analogía a los títulos valores en general,
sea en aplicación directa cuando comiencen a regir las normas generales
recientemente promulgadas, respecto de los títulos valores o de crédito, en
general(1206). En tales supuestos, por imperio de la ley, se desata el vínculo entre el
documento y el derecho documentado(1207) o, como venimos diciendo desde hace
tiempo, se revierte el llamado fenómeno de la incorporación(1208).
f) Finalmente, hay que recordar lo dicho en la "Teoría general de los títulos
valores", núm. 51, letra a), sobre la cita que efectúa este primer artículo glosado,
acerca de la obligación a una prestación que asume el librador del título valor, ya
sea ella dineraria o se trate de un derecho de participación y un derecho al cobro de
dividendo en el caso de las acciones de sociedades, o un derecho a la posesión de
mercaderías en el caso del certificado de depósito de mercaderías, etc., que como
derecho patrimonial pueda pasar a engrosar el activo de su titular, por lo que no
encontramos ninguna dificultad en conceptuarlo genéricamente como un derecho
de crédito para el sujeto activo y un débito para el firmante que es el sujeto obligado
a cumplir esa prestación con contenido patrimonial. Dijimos entonces y reiteramos
ahora el buen criterio abarcativo que irradia el art. 1815 del Código Civil y Comercial,
al utilizar la expresión aquí considerada, con la manifestación de que el título valor
incorpora "una obligación incondicional e irrevocable de una prestación".
4. Incondicionalidad e irrevocabilidad
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El art. 1815 del Código Civil y Comercial que estamos glosando dispone que la
prestación obligacional que ha incorporado representativamente el creador del título
valor mediante su firma jurídicamente tiene carácter de incondicionada e
irrevocable(1209).
Respecto de ello debemos señalar algunas cuestiones significativas:
a) En primer lugar, que ambos caracteres son esenciales para la existencia
jurídica del título valor como tal, de allí que la carencia de alguno de ellos perjudicaría
la tipificación legal del documento como tal(1210), aunque conviene tener en cuenta
que la declaración unilateral de voluntad contenida en los títulos valores da
nacimiento a un vínculo jurídico-obligacional, desde el mismo momento en que se
exterioriza en forma documental. Por tanto hay que calificarla como no recepticia,
pues su perfeccionamiento, validez y eficacia jurídica no dependen de la voluntad
del sujeto, determinado o indeterminado, a quien se dirige o favorece. Es decir hay
una total prescindencia del destinatario, pues la nota característica de la promesa
unilateral contenida en un título valor es su obligatoriedad, aun sin que intervenga y
le dé aceptación el destinatario o sujeto a quien favorece(1211).
b) Pero es necesario tener en cuenta que no obsta a esa esencialidad la
circunstancia de que en algunos títulos valores causales —como la carta de porte
(art. 1298, Código Civil y Comercial), el warrant (arts. 8º y ss., ley 928, y ley 9643),
etc.— el acreedor que es portador legitimado tenga que cumplir determinadas
actividades, que en doctrina se conceptúan como cargas o deberes sustanciales
pues su cumplimiento no atañe a la perfección ni a la existencia de la obligación
cartular, sino que son recaudos instrumentales impuestos por el sistema a los
tenedores o portadores de los títulos valores, para garantizar la fácil, rápida y segura
comprobación de su circulación regular(1212).
c) Por otra parte, conviene tener en cuenta que nuestros legisladores del año
1963, si bien acertaron al redactar el art. 1º, inc. 2º, decreto-ley 5965/63 (Ley
Cambiaria argentina) al establecer que la cambial tratta debe contener una
"promesa incondicionada de pagar", no siguieron esa suerte al redactar el art. 101,
inc. 2º, pues con alguna ligereza dispusieron que la cambial diretta (pagaré) debe
contener la "promesa pura y simple" de pagar. La crítica hace pie en que, como
todos sabemos, respecto de estos títulos rige el art. 35 del decreto-ley 5965/63 (Ley
Cambiaria argentina), que permite establecer plazos para el pago de ese título
cambiario.
5. Articulación
La norma que nos ocupa, en cuanto a sus efectos, debe ser ensamblada con las
reglas que siguen:
a) El art. 1850, inc. 1º, del Código Civil y Comercial, que glosamos infra, por
establecer que cuando por disposición legal o cuando en el instrumento de creación
se inserta una declaración expresa de voluntad de obligarse de manera
incondicional e irrevocable, aunque la prestación no se incorpore a un documento,
puede establecerse la circulación autónoma del derecho, con sujeción a lo dispuesto
en el art. 1820 y concordantes.
b) El art. 1816 del Código Civil y Comercial, que se refiere específicamente al
carácter autónomo del derecho incorporado en el título valor y establece en favor
del portador legitimado del documento de crédito el principio de inoponibilidad de las
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excepciones personales que pudieran surgir respecto de los anteriores tenedores
del título de que se trate.
c) El art. 1824 del Código Civil y Comercial que, como veremos infra, se refiere al
asentimiento conyugal previsto en el art. 470, inc. b) y a su posible innecesidad
respecto de algunas especies de títulos valores. Como se trata de un tema un tanto
complejo, adelantamos aquí que se ha sugerido —por razones atendibles que
explicamos en su oportunidad— que se debería agregar al final del art. 1815 que
estamos glosando un párrafo que estableciera textualmente: "salvo los supuestos
del art. 470 inc. b)"(1213).
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Estudiantes de abogacia EA! - EA! GRADuados
disponiendo que ellas "son las que pueden desplazarse por sí mismas o por una
fuerza externa", sin distinguir si ellas son o no registrables;
iii) asimismo, avanzando en la investigación de esta regla legal, que no ha
merecido un tratamiento específico y esclarecedor en los estudios que hemos
consultado, nos encontramos que ella ha sido ubicada en la Sec. 1ª de
"Disposiciones generales", es decir que abarca tanto los títulos valores cartulares
(arts. 1830 y 1849, Código Civil y Comercial) como los títulos valores no cartulares
(arts. 1850 a 1851, Código Civil y Comercial).
Respecto de estos últimos, ya hemos abierto juicio crítico, por partida doble(1216),
pero en lo concerniente al tema que aquí nos ocupa estamos de acuerdo con la
mayoría de la doctrina que se ha ocupado del tema(1217) en que per se no se los
puede considerar títulos valores, dentro del concepto legal volcado en el art. 1815,
ap. 1º, del Código Civil y Comercial, sino que, jurídicamente, corresponde calificarlos
como derechos de circulación autónoma, no incorporados a instrumentos o títulos
materiales. Ello resulta coincidente con lo expuesto al tratar oportunamente núm. 62
"Desmaterialización de los títulos valores", lugar donde concluimos que los
denominados "títulos valores no cartulares" en rigor no son títulos, sino derechos
autónomos que nacen y circulan mediante lo que se ha denominado registración "en
cuenta" o "informática" de las cuales surge el nacimiento y, en su caso, la
legitimación que otorga el derecho (o título) registrado;
iv) por tanto surge con toda claridad, que estos bienes (arg. art. 277, Código Civil
y Comercial) denominados equívocamente "títulos valores no cartulares" "son
esencialmente registrables", y por tanto corresponde, a su respecto, la aplicación de
la regla legal que estamos glosando (art. 1815, apart. 2º, Código Civil y Comercial)
que como ya vimos, en forma terminante dispone que "Cuando en este Código se
hace mención a bienes o cosas muebles registrables, no se comprende los títulos
valores";
v) la meta a la que hemos arribado parece de pura lógica, por tanto corresponde
concluir, respecto de lo hasta aquí expuesto, que la norma que nos ocupa no debió
ubicarse en la Sec. 1ª, sino en la Sec. 3ª, pues tal exclusión solo se la comprende y
tiene sentido respecto de los denominados "títulos valores no cartulares", que —
como hemos señalado oportunamente— no son títulos valores, aun cuando el
legislador se ha esforzado en asimilarlos a ellos y en regular varios aspectos
jurídicos de su existencia, circulación y cobro.
7. Derecho comparado
Vinculado a este tema hay que decir que el Código Civil de Brasil (art. 887), como
los Códigos de Comercio de Bolivia (art. 491), de Colombia (art. 619), de Honduras
(art. 449), de Uruguay (ref. s/ley 14.701 del 21/9/1977) (art. 1º), así como la Ley
General de Títulos Valores de Nicaragua (art. 1º) adoptan una definición vivantiana
de los títulos de crédito, por lo cual incluyen en el concepto legal la característica de
autónomo del derecho incorporado en el documento.
Hay que señalar que el art. 5º de la Ley General de Títulos y Operaciones de
Crédito de México no incluye expresamente la manifestación de que el derecho es
de carácter autónomo. Sin embargo toda la doctrina de ese país lo ha reconocido,
en virtud de que la ley, en otros artículos, establece expresamente su efecto
662
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fundamental, v. gr., de un lado la inoponibilidad al portador legitimado de las
excepciones personales de los anteriores tenedores del título y, de otro lado, la
independencia en los títulos crediticios de cada una de las obligaciones asumidas
por cada firmante del título. Se puede citar conformes con estas afirmaciones a los
más importantes profesores aztecas(1218).
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8. Los títulos valores, los bienes y las cosas muebles
registrables.
Corresponde efectuar una breve glosa respecto de la regla legal incluida en el art.
1815, 2º párr. de este Código Civil y Comercial, porque parte la doctrina que ha
comentado las nuevas normas instituidas sobre los titulos valores, ha guardado
absoluto silencio sobre este tema en particular(1219), y en otros casos, solo se ha
mencionado el texto legal, sin ningún aditamento, ni consideración específica(1220).
Por su parte el Dr. M. E. Paolantonio, si bien al tratar los títulos valores en general
(arts. 1815 a 1881Código Civil y Comercial) enunció distinguirlos con las cosas o
bienes muebles naturales, empero solo manifestó que "La parte final de la norma
que trae el art. 1815, separa la categoría jurídica de los títulos valores de la de las
cosas o bienes muebles registrables. Más allá del propósito aclaratorio de la norma,
conviene señalar que tampoco los títulos valores se asimilan íntegramente en su
disciplina a las cosas muebles no registrables". Concluyendo por decir que "La
cuestión se presenta respecto de la especie cartular (arts. 1830 a 1849 del Código)
y las cosas o bienes muebles no registrables y la no cartular (arts. 1850 y 1851 del
Código). Sin embargo, agrega que "En ninguno de los dos supuestos procede una
aplicación directa de las normas sobre bienes o cosas muebles, lo que no impide su
valoración singular para integrar el análisis y solución de cuestiones particulares que
puedan plantearse(1221).
A su turno, el Dr. J. Cosentino, manifestó sobre este tema que "De acuerdo al art.
227 del Código Civil y Comercial, son cosas muebles aquellas que pueden
desplazarse por sí mismas o mediante una fuerza externa. Por ende, el papel es
una cosa mueble cuya naturaleza no se modifica por el hecho de que se le haya
incorporado un derecho. No obstante que el título tiene naturaleza de cosa mueble
y el art. 1815 se preocupa de delimitar la inaplicabilidad del régimen sobre cosas
muebles registrables a los títulos valores sin que ello implique un cambio en su
naturaleza jurídica, por lo que debe interpretarse que lo buscado es apartar del
campo del derecho cambiario la regulación general sobre bienes muebles. Para
luego agregar, que en los fundamentos del Anteproyecto, la Comisión creada a los
fines de su elaboración (decreto 191/2011), indicó que los títulos valores no eran
considerados cosas muebles "registrables", como finalmente señala la norma. Sin
embargo, concluyó destacando que de conformidad con el art. 1892Código Civil y
Comercial, la tradición posesoria es modo suficiente para transmitir o constituir
derechos reales que se ejercen por la posesión, régimen que no se adapta al
previsto específicamente para la adquisición de derechos sobre el papel en materia
de títulos valores, considerando igualmente inaplicables los dispositivos sobre
reivindicación de los arts. 2252 y ss. Código Civil y Comercial(1222).
Finalmente debemos hacer referencia a los dichos del Dr. C. Molina
Sandoval(1223), que aun antes que los textos legales del Código Civil y Comercial
fueran promulgados, efectuó algunas consideraciones acertadas sobre el texto que
aquí nos ocupa. En efecto, el joven y prolífico autor cordobés aseveró que "El
esquema clásico de cosificación que siempre rigió en los títulos valores si bien
parecería haber sido, sutilmente, dejado de lado. Toda vez que cuando en el Código
se hace mención a bienes o cosas muebles registrables no comprende los títulos
valores. Si bien la norma (art. 1815, 2º párr.) solo desecha la asimilación de títulos
valores a cosas "muebles registrables", no existe un dispositivo que los asimile
expresamente a cosas muebles no registrables... Sin embargo la exclusión
conceptual del título valor como "bien mueble registrable" no abarca la imposibilidad
de asimilarlo simplemente como "bien mueble", pues de otro modo solo hubiera
referido a la mención de "cosas muebles" a secas y no (solo) a los registrables(1224).
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Y sigue diciendo nuestro autor, "La cuestión tampoco es intrascendente para los
otros títulos (los no cartulares o escriturales) cuya titularidad o legitimación no deriva
de la simple tenencia (material) del título sin la inscripción en un registro creado al
efecto. Ello, incluso, se enfatiza cuando se establece que las medidas precautorias,
gravámenes u otras afectaciones del derecho conferido por el título valor tiene para
los títulos nominativos no endosables y en los no cartulares su inscripción en el
registro respectivo (art. 1822, inc. b), lo que se repite en el art. 1850, 2º párr... Para
concluir señalando "que metodológicamente no ha sido del todo acertado que la
exclusión se regule dentro de las "disposiciones generales" (Sección Iª), pues dicha
exclusión solo tendría sentido en orden a los títulos no cartulares (por cuanto ningún
sentido tendría asimilar los títulos cartulares a una cosa mueble que no exige
registro). Por ello, dicha exclusión —a nuestro juicio—debió ser incluida en la
regulación de los títulos escriturales (Sección 3ª)(1225).
A la luz de la prescindencia de lo manifestado en algunos casos, y de lo efectuado
en otros, por un lado señalamos:
I. Que bien pudo prescindirse de la inclusión de la norma aquí considerada en el
segundo párrafo, del art. 1815, del Código Civil y Comercial, pues las varias
Comisiones de Juristas que elaboraron los varios proyectos anteriores, entendieron
que ello no era necesario.
II. En su momento se consideró procedente su inclusión, ella se debió llevar, en
la Sección 3ª, que se refiere a los mal denominados "títulos valores no cartulares",
pues ellos, en rigor, como hemos dicho con la buena doctrina (no son títulos valores,
sino son "bienes o derechos de circulación autónoma", en virtud de la existencia del
Código Civil y Comercial, y normas concordantes que rigen esa clase de "derechos
bienes de circulación autónoma(1226).
III. Unido a lo anterior, tampoco corresponde aplicar las reglas y principios
concernientes a los verdaderos títulos valores, a aquellos documentos que aunque
mencionados en el Código Civil y Comercial y en las leyes complementarias, no
cuentan —expresa o implícitamente— esa condición(1227).
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El art. 1816 del Código Civil y Comercial contiene el principio o carácter esencial
de autonomía, que se puede considerar como el más importante y definitorio de la
materia que nos ocupa, toda vez que, como quedó expuesto en la "Teoría general
de los títulos valores", significó el fundamento dirimente para la superación de los
medios tradicionales de la circulación del crédito y la riqueza(1228) en oportunidad de
la irrupción doctrinaria de las ideas centroeuropeas que, con las teorías alemanas a
la cabeza, produjeron la jerarquización de esta rama especial del derecho
mercantil(1229).
También expusimos el concepto doctrinario de este carácter esencial del derecho
incorporado a los títulos valores, así como su fundamento y sus efectos, con especial
referencia a su manifestación genérica y específica. De un lado, en lo concerniente
a la distinta manifestación de la autonomía en todos los títulos valores, con las
peculiaridades que exhibe en los títulos cambiarios, en los cuales la firma de cada
transmitente encierra la garantía de pago que asume éste al endosarlo. Igualmente
tratamos el perfil diferencial que irradia desde el punto de vista activo el carácter
autónomo u originario del derecho adquirido por cada uno de los que reciben el título
durante su circulación, como asimismo la independencia de cada una de las
obligaciones asumidas por cada uno de los firmantes, regulada en el art. 1823 del
Código Civil y Comercial y que será glosada infra.
Resulta imprescindible señalar el supuesto fáctico tenido en cuenta por el
legislador en este artículo, pues se refiere a un título valor en circulación, respecto
del que justamente se "supone" que no se le puede oponer excepciones al "portador
legitimado", en tanto es un tercero respecto de la creación del título; esta
imposibilidad de oponer defensas que pudieran existir con anteriores portadores del
título es plena(1230). Pero debe quedar claro que ello no excluye el beneficio del
carácter autónomo al tomador del documento que no circuló, aunque claro está que
se podrá ver complicado por las defensas causales que pudiera tener en su contra
el firmante, librador del título valor de que se trate.
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Para completar los efectos que pueden suscitarse respecto de esta defensa
cambiaria sustancial, similar a la denominada exceptio doli, hay que enfatizar que
esta última, si bien ha sido admitida por la jurisprudencia(1240), ha producido algún
conflicto en la doctrina, pues la mayoría de los autores sigue el criterio general de
los fallos dictados, en el sentido de que ella no es admisible en el proceso ejecutivo
cambiario y solo lo es —y, en su caso, procede así declararlo— en un juicio ordinario
de conocimiento, pues se trata de una defensa o excepción que solo puede
prosperar fuera de las limitaciones de la abstracción procesal de los juicio de
ejecución(1241).
5. Derecho comparado
En los cuerpos normativos consultados del derecho comparado, hay que poner
de resalto que, mientras algunos hacen énfasis en la autonomía de la obligación del
firmante del título como librador —v. gr., Bolivia: art. 499, Código Comercial; Costa
Rica: art. 678, Código Comercial; El Salvador: art. 633, Código Comercial;
Honduras: art. 449, Código Comercial; y Panamá, art. 1º, incs. 1º y 2º, Ley de Títulos
Negociables)— en algunos países se puntualiza que tal obligación documentada en
el título valor se puede exigir aunque el título haya entrado a la circulación contra la
voluntad del firmante (v. gr., Perú: art. 9º, Ley de Títulos de Crédito; y Nicaragua:
art. 9º, Ley de Títulos Valores). Se hace hincapié en dos cuestiones fundamentales
referidas a esta materia:
a) la autonomía y la independencia de las obligaciones asumidas por los
firmantes, que dan fundamento a la inoponibilidad de excepciones personales contra
el adquirente de buena fe de título que circuló (v. gr., Bolivia: art. 530, Código
Comercial; Costa Rica: art. 668, Código Comercial; El Salvador: art. 635, Código
Comercial; y Honduras: art. 461, Código Comercial);
b) en diversos casos, una enumeración de las excepciones oponibles cuando se
ejerciten acciones derivas de los títulos valores (v. gr., El Salvador: art. 639, Código
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Comercial; Honduras: art. 465, Código Comercial; Nicaragua: art. 26, Ley de Títulos
Valores; México, art. 8º, Ley de General de Títulos y Operaciones de Crédito).
a) Introducción
Consideramos procedente efectuar una prolija articulación de las normas y
opiniones doctrinarias vertidas oportunamente, para utilizar en plenitud, las normas
y consideraciones doctrinarias, relacionadas con el concepto cartular de autonomía.
Pues de un lado irradia los fundamentos de tal principio esencial incluido en la norma
comentada y de otro lado —en el segundo párrafo— establece la procedencia de
causas que obstan sustancialmente su existencia y consecuentemente a su
ejercicio.
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Asi tenemos que si el tenedor del título aparece como portador legítimado en los
términos del art. 17, Ley Cambiaria argentina, corresponde al obligado cambiario
acreditar la mala fe de aquel que le permita hacer viable su demanda por repetición
de lo pagado sin causa legítima(1244).
El art. 43, Ley Cambiaria argentina, —como asimismo el art. 17 ley cit.—,
prescribe que el pago de una letra de cambio o un pagaré, a su vencimiento, libera
al deudor, a menos que haya procedido con dolo o culpa grave(1245), lo cual significa
reconocer entidad legislativa a la defensa cambiaria sustancial de la exceptio
dolis, cuya similitud con la defensa sustancial que consagra, para todos los títulos
valores en general, ha sido reconocida por la doctrina especializada(1246).
En esta materia hay que tener en cuenta que aun, cuando los pagarés nada
indicaran, como usualmente expresan "por igual valor recibido", "en efectos", o "en
mercaderías"), los arts. 499 y 500 del Código Civil de Vélez, determinan que no hay
obligación sin causa, y aunque la causa no esté expresada en la obligación, se
presume que existe mientras el deudor no pruebe lo contrario, debiendo tenerse por
exacta la causa en ellos indicada e incluso presumirse su existencia, incumbiendo a
la demandada y pesando sobre ella la carga de probar cualquier hecho determinado
de su falta de causa, o su falsedad, simulación o ilicitud, de acuerdo con los
principios y normas generales que rigen el onus probandi (en el caso, se ejercita la
acción cambiaria por vía ordinaria)(1247).
Y ello es así, pues no se puede cuestionar en juicio ejecutivo la mala fe o
legitimidad de la tenencia del papel de comercio endosado en blanco (art. 14,
Ley Cambiaria argentina), pues el beneficiario de éste puede, legitimar a un tercero
sin completar dicho endoso, mediante, la simple entrega manual del título (art. 15,
apart. 3º, ley cit.). Por lo tanto, la prueba de la mala fe del tenedor del pagaré no
corresponde ejercerla cuando se sustancia la acción cambiaria por vía de un
proceso ejecutivo(1248).
Aunque, hay que tener en cuenta, que el pretorio ha declarado que la acción de
repetición, en el juicio ordinario posterior al ejecutivo, no es viable si el demandado
aparece legitimado por una serie ininterrumpida de endosos (art. 17, Ley Cambiaria
argentina) y no se acredita su mala fe(1249). Sin embargo, también se ha declarado
con autoridad, el demandado no puede negarse a atender el pago de un pagaré,
que reconoce haber librado, suponiendo una transmisión irregular de mismo por
parte de la primera beneficiaria, pues esta circunstancia no le incumbe(1250).
Asimismo se ha resuelto que si quedó reconocida la firma de los libradores del
pagaré base de la acción instaurada, no se puede fundar la excepción de falsedad
en la falta de autenticidad de la firma del endosante, máxime cuando, como en autos,
los excepcionantes no alegaron, ni demostraron la mala fe o culpa grave del tenedor
legitimado en la adquisición del título, ya que el portador no tiene obligación o carga
legal de verificar la autenticidad de la firma de los endosantes(1251).
La fórmula de excepción del art. 18 del decreto-ley 5965/63, Ley Cambiaria
argentina no exige que se adquiera el pagaré con el propósito de originar daños al
deudor cambiario, sino solo el hecho que el tercero conozca que al adquirirlo origina
daños al deudor, es decir, que el adquirente ha obrado con intención de perjudicar,
impidiéndole al deudor oponer las excepciones que podría hacer valer frente al
beneficiario o endosante dejándolo sin defensas para resarcirse de lo que paga en
virtud de la letra de cambio(1252).
Es inaplicable la última parte del art. 18, Ley Cambiaria argentina, si no se ha
probado que el portador ha obrado de mala fe en perjuicio del deudor demandado
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y, por lo tanto, cobra vigor la regla según la cual las excepciones fundadas en las
relaciones personales, solo son oponibles entre las partes inmediatas de la
relación(1253). En función de ello se ha resuelto, que si bien al portador le resultan
inoponibles las excepciones fundadas en relaciones que vinculen al librador con
otros obligados cambiarios, salvo el supuesto de haber procedido a sabiendas en
perjuicio del accionado (art. 18 Ley Cambiaria argentina)(1254).
Si el documento ha entrado en la circulación cambiaria, escapando al esquema
inicial de librador y tomador, ya que no es posible discutir la relación subyacente, a
menos que el portador ejecutante (endosatario y tercero), al adquirir la letra hubiere
procedido a sabiendas en perjuicio del deudor demandado (art. 18, Ley Cambiaria
argentina). Por portador expuesto a la exceptio doli, debe entenderse no solo el
último tenedor legitimado por una cadena regular de endosos, sino también
cualquier otro que haya intervenido en la circulación de la letra y que haya pagado
su importe a aquél, quedando solo excluidos de esa excepción los avalistas y el
librador por ser ajenos a la transmisión del título valor(1255).
La mala fe en la adquisición cambiaria consistente en el conocimiento por el
portador (al adquirir el pagaré), que con su obrar causa perjuicio al deudor a quien
demanda es encarrilable como exceptio doli, tipificada en el art. 18 Ley Cambiaria
argentina y sus concs.(1256).
La exceptio doli contenida en el art. 18, Ley Cambiaria argentina, solo admitida
excepcionalmente no puede prosperar si no media una virtual confesión del
ejecutante sobre las irregularidades que se le imputan(1257).Sin embargo se ha
resuelto que la presunción de buena fe del endosatario de un título de crédito puede
destruirse por un conjunto de hechos, aunque aisladamente no sean prueba
concluyente de su complicidad(1258).
Con mucha frecuencia la jurisprudencia tiene que resolver la situación cambiaria
sustancial, atendiendo a las normas procesales que rigen la especie. En función de
ello, se ha resuelto que la situación contemplada por el art. 18 (Ley Cambiaria
argentina) genera en favor del obligado cambiario una defensa no oponible en
proceso ejecutivo. Es decir que la ejecución cambiaria queda sometida al Código
Procesal Civil y Comercial, tal cual lo determina el inc. 4° del art. 523,
coincidentemente con los arts. 38 del decreto-ley de cheques 4776/63 y 60
Ley Cambiaria argentina, y el régimen de excepciones está fijado taxativamente por
el art. 544 del Código Procesal Civil, excluyendo las defensas de falsedad, de causa
y dolo.
Con referencia al mencionado tema procesal, respecto de esta defensa cambiaria
sustancial de exceptio doli, se ha declarado con rigor, que en los arts. 212 del
Código de Comercio ahora derogado y 18 Ley Cambiaria argentina, no cabe inferir
la existencia de un régimen procesal propio de las ejecuciones cambiarias, que
desplace al establecido en el Código Procesal Civil, pues no hay oposición con lo
normado en el art. 544, inc. 4° de este último(1259).
Puesto que los premencionados arts. 212 Código de Comercio y 18 decreto-ley
5965/63, Ley Cambiaria argentina, establecen que es el régimen procesal propio de
las ejecuciones cambiarias, desplazando el establecido por el Código Procesal Civil
. Tal procedimiento especial no existe, pues las disposiciones citadas establecen la
inoponibilidad de excepciones o defensas causales al tercero portador de buena fe.
A contrario sensu puede inferirse que las defensas nacidas de la relación
subyacente sí son oponibles entre las partes directamente vinculadas por el título,
pero ni de la letra ni del espíritu de tales normas cabe extraer que ello sea posible
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en el juicio ejecutivo. En consecuencia, no se advierte oposición entre dichas reglas
y lo dispuesto por el art. 544, inc. 4º Código Procesal Civil y tampoco que este último
vulnere el orden de prelación de leyes establecido en la Constitución Nacional (art.
31)(1260).
Con frecuencia, también se han tenido en cuenta los caracteres esenciales que
tiene el pagaré, como título valor (necesidad y autonomía), y como papel de
comercio (abstracción y completividad), como la buena fe que la circulación
cambiaria requiere, declarándose que art. 18, Ley Cambiaria argentina, opera
respecto de quien ha recibido la cambial (tratta o diretta) en el entendimiento de que
con tal recepción despojó, a quien persigue por el cobro, de una defensa que hubiera
podido oponer a quien transmitió el título (conf.: V. Angeloni, La cambial, Milano,
1964, núm. 114). Es decir que requiere dos extremos: a) que existiera una defensa
posible a oponer por la suscriptora del pagaré contra el beneficiario y endosante; y
b) que haya evidencia que la existencia de tal defensa fue conocida por el
endosatario que ejecuta el pagaré. Acreditado ello, se tipifica la conducta "a
sabiendas, en perjuicio del obligado"; caso contrario, la excepción interpuesta debe
ser rechazada, porque el ejecutante es tenedor legitimado, tercero de buena fe(1261).
Resultando inoponibles, al portador las excepciones fundadas en relaciones que
vinculen al librador con otros obligados cambiarios, salvo el supuesto de haber
procedido a sabiendas en perjuicio del accionado (art. 18, Ley Cambiaria
argentina)(1262). Siendo inoponible, además, al avalista las excepciones que pudiera
introducir el librador contra el beneficiario del documento o los portadores anteriores,
este principio de inoponibilidad (arts. 18 y 20, Ley Cambiaria argentina)(1263).
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de quien recibe esa prestación con ajuste a derecho. Se refiere también a las causas
que obstan a los efectos positivos del ejercicio de la legitimación.
b) Asimismo, se examinan los principios probatorios de los hechos y conductas
que obstan a la legitimación, según las reglas legales incluidas en el artículo
glosado.
c) A pesar de que en esta norma general no se menciona la legitimación(1264), hay
que referirse específicamente a cómo esa institución cartular y cambiaria se
manifiesta en las distintas clases y especies de los títulos valores, v. gr. al portador
(art. 1837, Código Civil y Comercial), a la orden (art. 1842, Código Civil y Comercial)
y nominativos (arts. 1847/1448, Código Civil y Comercial) haciendo referencia a
algunos de los denominados "títulos no cartulares" o "desmaterializados" (art. 1850,
que remite a los arts. 1820, y 1816 y 1819, Código Civil y Comercial).
d) Por natural implicancia, también se considera la adquisición por su actual
portador, a non domino del título valor de que se trate así como los efectos que esa
situación, singular y propia del sistema jurídico-cartular produce (art. 1819, Código
Civil y Comercial).
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3. La legitimación en los títulos valores
Para considerar adecuadamente la regla legal que aquí glosamos, advertimos al
lector que la anunciada (núm. 1) articulación de los temas tiene el respaldo de los
amplios desarrollos efectuados en la "Teoría general de los títulos valores", Cap. V,
núms. 39 a 42 y Cap. VI, núms. 53 a 55, así como parcialmente al núm. 62, sobre
algunos supuestos del fenómeno de desmaterialización de los documentos de
crédito.
a) Concepto de "legitimación"
Para considerar en forma la situación jurídico-legal de quien efectúa el pago
liberatorio que aquí se enuncia, resulta imprescindible abordar el estudio de la
legitimación en sus aspectos activo y pasivo, así como considerar además las
posibles causas que pueden obstar a los efectos propios de la legitimación, cartular
o cambiaria. En esa perspectiva, desde tiempo a atrás, hemos sostenido un
concepto general de legitimación: se trata de la situación regulada por las normas
de derecho sustancial (arts. 17 y 904, Ley Cambiaria argentina, 17, Ley de Cheques,
para los papeles de comercio, y 1816, 1817, 1842, 1837/1842; 1847/1848 y 1850,
con remisión a los arts. 1820 y 1819 todos del Código Civil y Comercial), en virtud
de la cual el portador regular de un título valor se halla habilitado para exigir todas
las potestades jurídico-económicas que emergen del mismo que presenta o exhibe
al sujeto requerido para cumplir la prestación en él representada, y en virtud de la
cual este sujeto pasivo requerido se halla en condiciones de cumplir y liberarse
válidamente.
Como se aprecia, el mencionado concepto tiene en cuenta la característica
bifronte de la legitimación(1266). Con ese criterio desarrollaremos el análisis de la
institución, en virtud de considerar en primer lugar su aspecto activo y luego su
aspecto pasivo.
b) Legitimación activa
Es una situación jurídico-legal —entendiendo por ella el conjunto de requisitos
formales que el sistema cartular exige cumplimentar al portador de un título valor, a
efectos de tutelar suficientemente los valores esenciales de la circulación
económica— en virtud de la cual si ese portador exhibe o presenta el título, siempre
que haya cumplido formalmente con la ley de circulación del documento, según su
clase o especie, es considerado legitimado activo y puede requerir válidamente el
pago o, genéricamente, el cumplimiento de la prestación que otorga el título valor,
independientemente de que se trate del titular del derecho cartáceo o del propietario
del título, en tanto documento constitutivo de tal derecho(1267).
Hay que tener en cuenta que la utilización frecuente de la expresión "portador
regular" del título(1268) se refiere a la necesidad de que el sujeto que posee el título
acredite que éste ha llegado a su poder luego de cumplir las formalidades
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documentales necesarias, según la especie de título de que se trate al (portador, a
la orden o nominativo) sin entrar en una compulsa o probanza sustancial respecto
de las sucesivas transmisiones. Es decir que ni el sujeto presentante, ni el sujeto
requerido, pueden ni deben efectuar tal indagación.
c) Legitimación pasiva
En función del carácter bifronte de la legitimación, como contrapartida de lo
expresado sobre la legitimación activa debemos efectuar consideraciones respecto
de la legitimación pasiva, que es correlativa y en cierto modo dependiente de
aquélla, pues solo se puede hablar de que alguien es legitimado pasivo si cumple o
paga a quien es legitimado activo. Ello en función de bilateralidad simétrica de las
relaciones cartáceas.
En rigor, se puede afirmar —con la mejor doctrina— que la legitimación pasiva
debe considerarse un beneficio que el sistema cartular concede al deudor requerido
de pago en virtud del cual éste, como se dijo antes, no debe ni puede investigar las
condiciones sustanciales del derecho del sujeto requirente o acreedor, en tanto debe
limitar esa diligencia a comprobar la regularidad de las formalidades
del status jurídico del presentante del título(1269).
Ello es así, con fuerza de certeza contractiva, pues la sola comprobación de que
quien pretende ejercer el derecho cartular tiene el título luego de que éste ha
cumplido formalmente con la ley de circulación que corresponda a su clase o especie
permite a quien cumple con la prestación requerida —o, en otras palabras, a quien
paga— quedar válidamente liberado del vínculo obligacional preexistente, por haber
pagado al legitimado activo del título de crédito presentado. Ha pagado y ha pagado
bien, y ello es suficiente, pues implica que ha ejercitado la legitimación pasiva
sustancial correlativa a la legitimación activa del presentante del título(1270).
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ii) la "titularidad", en cambio, consideramos que se ubica en el ámbito de los
derechos personales (o de crédito), en el que las relaciones jurídicas se establecen
entre un sujeto designado acreedor y otro sujeto designado deudor, respecto del
cual el primero puede exigir determinada prestación. El acreedor es el titular del
vínculo jurídico-obligacional —o titular del derecho de crédito—, y tiene la potestad
de requerir el cumplimiento de la prestación exigible del sujeto pasivo o deudor(1274);
iii) la "legitimación" que venimos estudiando es la investidura formal suficiente que
debe tener el portador que exhibe el documento para ejercer todos los derechos que
resultantes de él.
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a.2) Legitimación en los títulos a la orden
Para ejercer los derechos emergentes de un título valor a la orden, el sujeto que
lo porta debe acreditar su legitimación activa mediante los siguientes requisitos:
i) la posesión del título valor;
ii) la exteriorización de esa posesión, mediante la presentación o exhibición del
título al sujeto requerido del cumplimiento la prestación prometida;
iii) la correspondiente documentación o intestación, que implica la indicación
textual del nombre del beneficiario o tomador del título, si éste no circuló. O la
cadena ininterrumpida y regular de endosos en la cual, siendo el primer endosante
el tomador o beneficiario, las firmas se suceden sin solución de continuidad, de
modo que cada endosatario resulta formal y aparentemente el endosante siguiente.
Debe quedar en claro que la referida continuidad de endosos supone la regularidad
que requiere el sistema cartular, debiendo serlo solo formal y externa (arts. 17, párr.
1º, Ley Cambiaria argentina; 17, Ley de Cheques y 1842, Código Civil y Comercial),
pues ella no se ve afectada por endosos en blanco, o falsos, o extendidos por
incapaces o con exceso de poder, o cancelados mediante testación de las firmas
(arts. 7º, Ley Cambiaria argentina, 10, Ley de Cheques, y 1823, Código Civil y
Comercial). Ya se dijo que resulta de toda obviedad que si el título a la orden no
circuló, quien debe presentarlo es el tomador o beneficiario, razón por la cual este
recaudo no debe ser cumplido; y
iv) la identificación personal del portador del título que acredite ser el sujeto
legitimado por la documentación literalizada en él. Para el caso de que el último
endoso sea en blanco (o al portador), desde hace mucho tiempo atrás, siguiendo la
postura doctrinaria de Vivante, Bonelli, Ascarelli y Fernández, entre otros,
consideramos que resulta innecesario exigir la identificación del presentante del
título, pues basta con la legitimación real que implica la posesión del documento y
la investidura formal que le otorgan las sucesivas transmisiones, representada por
la serie regular de los endosos anteriores al último, que aparece en blanco (o al
portador)(1277).
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- respecto de los nominativos endosables (art. 1847, Código Civil y Comercial) la
documentación natural será una regular y no interrumpida cadena de cadena de
endosos;
- con relación a los nominativos no endosables, la documentación podrá ser un
instrumento escrito de la transferencia o la presentación del título nominativo no
endosable, que el tradens entregó al accipiens, como prueba de la transmisión (arg.
art. 1618, Código Civil y Comercial) y en ambos supuestos las correlativas
inscripciones (transfert) en el registro del emisor del título de que se trate;
iv) en cualquier caso, la identificación del poseedor legitimado de acuerdo con los
anteriores requisitos enumerados.
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notificar por escrito a la emisora e inscribir dicho acto en el libro o cuenta
correspondiente. La transmisión surte efectos desde la inscripción.
iii) Certificados de participación en fideicomiso financiero y títulos representativos
de deuda fiduciaria. El art. 21 de la ley 24.441 establecía la posibilidad de que el
fiduciario emitiera certificados de participación en el fideicomiso, así como la facultad
a favor del fiduciario o terceros para emitir títulos representativos de deuda fiduciaria,
efectuando al respecto una remisión al régimen legal de las obligaciones
negociables. El tenedor de un certificado de participación fiduciario tenía derecho a
los rendimientos, a una cuota de propiedad y a una cuota del importe de la venta.
Es decir, como se trataba de valores no representados en títulos, sino inscriptos en
cuentas que se anotaban en un registro de la sociedad emisora, banco o caja de
valores, mediante tales anotaciones en cuenta, las operaciones o negocios sobre
ellos podían simplemente constar en el libro de una sociedad no cotizante, o bien
podían darse en el marco de los complejos sistemas de registro existentes en el
mercado de capitales.
El art. 1693 del Código Civil y Comercial regla: "Emisión y caracteres. Certificados
globales. Sin perjuicio de la posibilidad de emisión de títulos valores atípicos, en los
términos del artículo 1820, los certificados de participación son emitidos por el
fiduciario. Los títulos representativos de deuda garantizados por los bienes
fideicomitidos pueden ser emitidos por el fiduciario o por terceros. Los certificados
de participación y los títulos representativos de deuda pueden ser al portador,
nominativos endosables o nominativos no endosables, cartulares o escriturales,
según lo permita la legislación pertinente. Los certificados deben ser emitidos sobre
la base de un prospecto en el que consten las condiciones de la emisión, las
enunciaciones necesarias para identificar el fideicomiso al que pertenecen, y la
descripción de los derechos que confieren. Pueden emitirse certificados globales de
los certificados de participación y de los títulos de deuda, para su inscripción en
regímenes de depósito colectivo. A tal fin se consideran definitivos, negociables y
divisibles".
Existen dos clases de sistemas de registro: el registro en libros en soporte papel
y la registración en soporte digital (informático). Siguiendo la línea observada al
tratar, en la "Teoría general de los títulos valores" (núm. 62), el fenómeno de la
desmaterialización, también debemos mencionar:
iv) Los certificados globales de acciones de sociedades (art. 208, ley 19.550 s/ley
22.903).
v) Los certificados globales de obligaciones negociables (art. 23.576).
vi) Los certificados globales para las cuotapartes de los fondos comunes de
inversión (arts. 18, ley 24.083, y 1829, Código Civil y Comercial).
A modo de conclusión de lo expuesto, se ve con claridad que existe una
constancia escrita de entrega al aportante o adquirente del derecho autónomo
desmaterializado y, ulteriormente, la legitimación en la posesión del título valor no
cartular se sustituye por la legitimación a través de la anotación contable en la cuenta
respectiva. Del título valor, se pasa al valor sin título(1279).
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Llegado este punto, es necesario señalar algunas cuestiones doctrinarias
expuestas en la "Teoría general de los títulos valores" de acuerdo con la
metodología expositiva allí observada. Es decir, expuesta de modo simplificado y
concluyente como venimos haciendo en las reglas legales ya glosadas.
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c.3) Mala fe en la legitimación del cobro del título
Consideramos aquí cómo opera la mala fe en materia legitimación para la
percepción del contenido de la prestación que otorga el título valor de que se trate.
A esos efectos, es conveniente situarse en el momento en que el poseedor de mala
fe, al vencimiento del título, lo presenta al deudor y reclama el cumplimiento. Este
requerimiento de pago resulta prima facie procedente, debido a que el sujeto que lo
efectúa es formalmente legitimado activo y, como tal, se halla facultado para ejercer
todos los derechos emergentes del título, aun cuando —en la realidad de las
cosas— no sea el verdadero propietario del documento.
Recordemos, además, que el deudor requerido de pago tiene el derecho —y el
correlativo deber— de pagar a quien esté en posesión del título en la forma prescrita
por su respectiva ley de circulación, ello en razón del beneficio que otorga la
legitimación en materia cartular, pues en el ámbito de esta clase de relaciones el
deudor —como ya dijimos— no está obligado ni facultado para investigar la
autenticidad de las sucesivas transmisiones.
Por natural implicancia insistimos en que el deudor requerido, teniendo la
posibilidad de probar objetivamente la mala fe del poseedor del título, puede y, en
rigor, debe negarse legítimamente a pagar. Así lo ha entendido la mejor doctrina
desde hace muchos años(1282), por ello consideramos acertada la adopción por
nuestro legislador de ese principio, en el art. 1817 aquí glosado.
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ausencias y falencias. En efecto, nuestro legislador casi ha olvidado referir —y por
tanto regular en forma expresa— la "culpa grave", que es mencionada en una sola
regla legal, con el agravante de que el concepto es adicionado y por tanto
supuestamente distinguido de "la ley de circulación" del título de que se trate en el
art. 1819 que, aunque reconoce como fuente inmediata el art. 1751 del Proyecto de
1998, en esta norma llevaba por título "Restitución" y ahora se ha denominado
"Titularidad", lo cual ha sido criticado justificadamente por la doctrina
especializada(1283).
Se refiere también a la posible existencia de culpa grave en los arts. 1821, inc. d),
1842 y 1847Código Civil y Comercial, que exigen que la cadena de endosos sea "no
interrumpida" o "ininterrumpida" para legitimar al portador del título de que se trate.
Por natural implicancia y con buena voluntad, se puede y debe interpretar que en
caso contrario a lo que reglas legales mencionadas disponen, esto es, si la cadena
de endosos está cortada y por tanto es irregular, y quien tiene que pagar no lo
advierte, como ya adelantamos en la "Teoría general de los títulos valores" y
señalamos infra, "paga mal porque incurre en culpa grave".
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Art. 39: "El que paga no está obligado a cerciorarse de la autenticidad de los
endosos, ni tiene la facultad de exigir que ésta se le compruebe, pero sí debe
verificar la identidad de la persona que presente el título como último tenedor, y la
continuidad de los endosos...".
Art. 43: "El tenedor de un título nominativo que justifique su derecho a éste en los
términos del artículo 38, no puede ser obligado a devolverlo, o a restituir las sumas
que hubiere recibido por su cobro o negociación, a menos que se pruebe que lo
adquirió incurriendo en culpa grave o de mala fe. Si el título es de aquellos cuya
misión y transmisión deben inscribirse en algún registro, incurre en culpa grave el
que lo adquiera de quien no aparece como propietario en el registro. También incurre
en culpa grave el que adquiere un título perdido o robado después de hechas las
publicaciones legales".
Art. 47: "Puede oponerse a la cancelación, y al pago o reposición del título, en su
caso, todo el que justifique tener sobre éste mejor derecho que el que alega el
reclamante. Se reputan con mejor derecho que el reclamante, los que adquirieron el
documento sin incurrir en culpa grave y de buena fe, siempre que puedan acreditar
su carácter de propietarios en los términos del artículo 38".
iii) Nicaragua, Ley de Títulos Valores
Art. 8º: "El incumplimiento de los convenios relativos a completar el título, cuando
los haya, y la observancia del plazo indicado en el artículo anterior, constituirán
excepciones personales oponibles al tenedor original que la completó e inoponibles
al adquirente, a menos que éste haya adquirido el título de mala fe o que al adquirirlo
haya incurrido en culpa grave".
Art. 14: "El deudor, que sin dolo o culpa grave, cumple al ser exigibles las
prestaciones consignadas en el título-valor, queda válidamente liberado, aún cuando
el poseedor legítimo ante quien haya cumplido no sea el propietario verdadero del
derecho. El deudor que cumple antes de que la prestación sea exigible lo hace a su
cuenta y riesgo, siempre que el propietario o poseedor legítimo del título no haya
dado su consentimiento para ello".
Art. 25: "Quien con actos positivos o con omisiones graves haya dado lugar a que
se crea, conforme a los usos del comercio, que alguna persona está facultada para
suscribir en su nombre títulos valores, no podrá invocar la excepción a que se refiere
la fracción o del artículo 26 contra el tenedor de buena fe. La buena fe se presume,
pero ello admite prueba en contrario".
Art. 26: "Salvo las excepciones de carácter procesal, contra las acciones
derivadas de un título-valor, el demandado solo puede oponer al poseedor del título
las excepciones siguientes (...):
Inc. 7º: Las basadas en error, dolo, coacción o amenaza en la suscripción, emisión
o transferencia del título, pero solo al poseedor que conozca el vicio al momento de
la adquisición".
iv) Panamá, ley 52/1917 sobre Documentos Negociables
Art. 55: "El título de la persona que negociare un documento será defectuoso, con
arreglo a esta ley, cuando hubiese obtenido el documento, o cualquier firma en el
mismo consignada, por fraude, coacción o violencia e intimidación, o por cualquier
otro medio ilícito, o mediante una consideración ilegal, o bien cuando lo negociare
con abuso de confianza o en tales circunstancias que impliquen fraude".
Art. 56: "Para que exista noticia de falta en un documento o defecto en el título de
la persona que lo negociare, aquélla a quien se negocie deberá haber tenido
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conocimiento real de la falta o defecto, o bien conocimiento de hechos de tal
naturaleza que su acción, al tomar el documento, implicare mala fe".
v) Perú, Código Comercial
Art. 46: "Obligación de quien paga. El que paga el título valor a su vencimiento no
está obligado a cerciorarse de la autenticidad de las firmas de los endosantes
anteriores a la persona con quien se entiende el pago ni, en su caso, de la suficiencia
de las facultades y poderes con las que intervienen; pero debe verificar el nombre,
documento oficial de identidad y firma de quien le presenta el título como último
tenedor, así como la continuidad ininterrumpida de los endosos".
Art. 64: "Fecha de pago. (...)
Inc. 3º. Quien paga a su vencimiento o en la fecha prevista para ese efecto, queda
liberado válidamente, a menos que haya procedido con dolo o culpa inexcusable".
vi) Uruguay, Código Comercial, ref. por ley 14.701
Art. 49: "El obligado no podrá exigir que se compruebe la autenticidad de los
endosos, pero deberá identificar al último tenedor y verificar la continuidad de los
endosos".
Art. 67: "...Cuando una persona sea desposeída de una letra de cambio por
cualquier causa que fuere, el tenedor, siempre que justifique su derecho en la forma
indicada en el párrafo precedente, no estará obligado a desprenderse de la letra, a
no ser que la hubiere adquirido de mala fe o hubiere incurrido al adquirirla en culpa
grave".
Art. 86: "El que pagare al vencimiento quedará válidamente liberado a no ser que
hubiere por su parte, dolo o culpa grave. Estará obligado a comprobar la regularidad
de la serie de los endosos, pero no la firma de los endosantes".
vii) Otros supuestos
En los casos siguientes, al fijar legalmente las formalidades a observar en el
tráfico de los títulos valores, se establece, por natural implicancia —esto es,
implícitamente— que cuando no se observan las reglas legales establecidas, se
incurre en culpa grave: El Salvador, Código Comercial, art. 672: "El que paga no
está obligado a cerciorarse de la autenticidad de los endosos, ni tiene la facultad de
exigir que esta se le compruebe, pero debe verificar la identidad de la persona que
presente el título como último tenedor, y la continuidad de los endosos". En igual
sentido se dispone en los arts. 533, Código Comercial de Bolivia, y 662, Código de
Comercio de Colombia.
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existencia de mala fe y de culpa grave y sus consecuencias, por un lado en el art.
17, párr. 2º, de la Ley Cambiaria argentina, referido a la posible reivindicación del
título cambiario que puede sufrir su actual poseedor. De otro lado y con toda
claridad, en el art. 43, párr. 3º, se refiere a los efectos negativos que puede producir
la existencia de mala fe o culpa grave en el caso del requerimiento de pago. Todo
ello, sin perjuicio de la existencia de la exceptio doli, que la doctrina ha considerado
incluida en el art. 18, in fine, Ley Cambiaria argentina interpretado a contrario sensu.
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En tal supuesto, la culpa grave deriva de la inobservancia por parte del sujeto
pasivo requerido de pago de la carga de atención suficiente que le hubiera permitido
comprobar la regularidad de la investidura formal del presentante. Esta
comprobación es imprescindible para que pueda considerárselo legitimado pasivo,
situación jurídica que otorga el sistema a quien efectúa la comprobación de los
requisitos extrínsecos exigidos al presentante del título, con los beneficios de la
condición de legitimado pasivo.
Queda clara entonces la manifestación bifronte de la legitimación en el sistema
que nos ocupa, pues la condición de legitimado activo del presentante del título
otorga la condición de legitimado pasivo al deudor que cumple el requerimiento; y,
análogamente, el deudor que cumple ante la solicitud de un portador irregular, que
no es legitimado activo, no resulta beneficiado por los efectos de la legitimación
pasiva, pues ha cumplido respecto de quien no es el portador calificado, o, en otras
palabras, respecto de quien no es legitimado activo(1286).
FUENTES: ART.2296 DEL PROYECTO DE 1987, ART. 1489 DEL PROYECTO DEL EJECUTIVO
DE 1993, ART. 2296 DEL PROYECTO DE LA COMISIÓN FEDERAL DE 1993, ART. 1750 DEL
PROYECTO DE 1998.
1. Antecedentes
El principio de derecho en general de que lo accesorio sigue a lo principal ha sido
consagrado expresamente en la norma glosada. Ello es acertado y en virtud de sus
añejos antecedentes en materia cambiaria de fines de siglo XIX, conviene ratificar a
la luz de la mejor doctrina que "Los títulos de crédito circulan con todos sus
accesorios, activos y pasivos"(1287); por consiguiente, si se trata de obligaciones,
circula con los cupones de los intereses; si son acciones, con los cupones de
dividendos y con el derecho de opción, esto es, de concurrir a una nueva emisión;
si se trata de póliza de seguro, con los recibos de las primas pagadas, y en todos
los derechos de resarcimiento que dependen del crédito. Empero a esos derechos
ineludiblemente los acompañan también como accesorios las obligaciones, por lo
cual los títulos circulan con las cargas que les son inherentes; por ejemplo, la
obligación de desembolsar las entregas debidas todavía sobre las acciones y los
impuestos no vencidos(1288).
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La accesoriedad que hace procedente la aplicación de la norma glosada, es que
los accesorios comprendidos en ella deben ser "inherentes" a la prestación
incorporada por su librador al título valor de que se trate. Ello requiere dos
aclaraciones:
a) De un lado, que según el Diccionario de la Lengua Española que venimos
citando la expresión "inherente" significa que estamos frente a dos cosas (prestación
y accesorios de ella) que, por su naturaleza, están "unidas de tal manera no se
pueden separar".
b) De otro lado, en el derecho comparado consultado la expresión "inherente"
adoptada por nuestro legislador, la cual consideramos adecuada por su estrictez,
solo es adoptada en Italia (art. 1996, Código Civil) y Brasil (art. 1893Código Civil).
3. Concordancias
Ella concuerda con lo dispuesto en diversas normas establecidas en el Código
Civil y Comercial que, como es de pura lógica, disponen la aplicación del principio
clásico que aquí nos ocupa y ha sido adoptado en la norma glosada, la que
corresponde concordarla con las siguientes normas legales, instituidas en el nuevo
Código sancionado. A saber:
a) arts. 229 y 230, Código Civil y Comercial, que se refieren a las cosas principales
y accesorias;
b) arts. 767, 768 y 769, Código Civil y Comercial, prevé los tres tipos de intereses
admitidos en la legislación que se deroga contemporáneamente con la vigencia de
dicho Código: compensatorios, moratorios y punitorios. Los primeros compensan la
falta del dinero de su titular y pueden ser pactados por las partes o fijados por el
juez; los moratorios se devengan a partir de la mora y pueden también convenirse o
disponerse judicialmente según tasas de leyes especiales o las que fije el Banco
Central, y los punitorios, que son pactados y se rigen por las normas sobre cláusula
penal (arts. 790 y ss.). La jurisprudencia acostumbra a calificar estos rubros como
los "accesorios" del capital que se ha resuelto atender en las sentencia dictada de
que se trate. Estableciéndose además, en el art. 1527, aparts. 1º y ss. Código Civil
y Comercial, que el contrato de mutuo oneroso, el mutuario debe pagar los intereses
compensatorios;
c) arts. 856 y 857, Código Civil y Comercial que califican las obligaciones en
principales y accesorias distinguiendo, además, los efectos de cada una de ellas;
d) art. 1889, Código Civil y Comercial que distingue los derechos reales
principales y accesorios;
e) art. 1945Código Civil y Comercial que establece la extensión del dominio que
comprendiendo a la cosa principal y a los accesorios de la cosa.
4. Derecho comparado
A la compulsa efectuada sobre los códigos italiano y brasileño se debe agregar lo
dispuesto en la legislación de: Bolivia, art. 501, Código Comercial; Colombia, art.
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628, Código Comercial; Uruguay, art. 10, Ley de Títulos Valores; y Perú, art. 4º, Ley
General de Títulos Valores, la que admite pacto en contrario en caso de que tales
derechos accesorios puedan surtir efectos por sí mismos.
Con un criterio más amplio, hay que señalar que en México, según el art. 18 de
la Ley General de Títulos y Operaciones de Crédito, la transmisión del título de
crédito implica el traspaso del derecho principal en él consignado y, a falta de
estipulación en contrario, la transmisión del derecho a los intereses y dividendos
caídos, así como de las garantías y demás derechos accesorios; criterio que ha sido
seguido por legislaciones sancionadas posteriormente, tales como las de: Costa
Rica, art. 673, Código Comercial; Nicaragua, art. 16, Ley General de Títulos Valores;
El Salvador, art. 630, Código Comercial, y Honduras, art. 456, Código Comercial.
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2. Concepto. Los fundamentos y los efectos jurídicos
La regla legal glosada establece las condiciones de la denominada adquisición a
non domino (de quien no es dueño de la cosa)(1292) tanto del derecho externo como
del derecho interno, lo que no es sino una consecuencia del principio de autonomía
que acompaña todos los títulos valores. Ello es así porque el tercero de buena fe
(accipiens) adquiere la propiedad del título —derecho externo— aun cuando su
transmitente (tradens) no sea propietario; y también adquiere el derecho creditorio
—derecho interno— aun cuando éste se hallase afectado por condiciones
impeditivas o circunstancias modificatorias extintivas(1293).
La existencia y la prueba de que se ha operado la adquisición del título valor a
non domino, como ya hemos manifestado supra, obsta a la procedencia: i) de la
reivindicación del título valor, en cuanto cosa representativa del valor económico o
derecho de crédito incorporado al documento; ii) así como de la repetición de lo
percibido por quien adquirió, presentó y cobró el título valor de que se trate.
Por natural implicancia, y en sentido concordante con lo
expresado supra(1294) queda excluida la adquisición a non domino cuando ella se ha
producido con iniuria(1295). Es decir, de mala fe, cuando
el accipiens fuese conocedor de que el tradens no era legítimo poseedor del título,
en razón de haberlo sustraído de un anterior y legítimo poseedor o con motivo de
haber sido extraviado por ese sujeto, y ulteriormente puesto de nuevo en circulación,
de modo irregular, por quien lo había encontrado, o por el ladrón, o por persona
conocedora del extravío o del hurto. O, en el caso en que ha existido culpa grave en
la adquisición, porque el accipiens adquirió el título induciendo con su proceder a
sospechas sobre la legitimidad de la posesión de título valor de que se trate, por
parte del tradens(1296).
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formales establecidas en el art. 1820, párr. 1º, del Código Civil y Comercial y con las
restricciones establecidas en el párr. 2º, de la norma citada.
4. Derecho comparado
En la compulsa de las reglas vigentes en el derecho comparado se aprecia un
mosaico de normas de diversa índole y efectos sobre las reglas legislativas que nos
ocupan:
a) supuesto en el que la regla legal establece directamente la prohibición de crear
y emitir libremente títulos valores de alguna clase o especie de las reguladas por la
ley(1302);
b) supuestos en los cuales las normas prohíben la libre creación de algunas
clases o especie de títulos valores y, para el caso de que se quebrante la prohibición
establecida, se suprime en esos documentos la naturaleza y el carácter de títulos
valores(1303);
c) en otros casos, las normas prohibitivas sobre la creación de alguna clase o
especie de títulos, además de establecer sanciones jurídicas, imponen castigos
pecuniarios a quien infrinja o quebrante la prohibición dispuesta por la ley(1304).
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momento en que se constituye su obligación,
excepto que la autoría de la firma o de la
declaración obligatoria sea consentida o asumida
como propia o que la actuación del representante
sea ratificada;
d) las que se derivan de la falta de legitimación
del portador;
e) la de alteración del texto del título o, en su
caso, del texto inscripto según el artículo 1850;
f) las de prescripción o caducidad;
g) las que se fundan en la cancelación del título
valor o en la suspensión de su pago ordenada
conforme a lo previsto en este Capítulo;
h) las de carácter procesal que establecen las
leyes respectivas.
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En rigor, y sin perjuicio de las opiniones contrarias vertidas sobre el particular, ello
fue y debe ser así, pues las defensas sustanciales oponibles deben resultar de las
normas de fondo que la ley sustancial en cada caso establece.
Con esa idea y en esa tesitura, a continuación se exponen los aspectos que
consideramos pertinentes, en una glosa como la que estamos realizando.
b) Las que derivan del tenor literal del título o, en su caso, del
tenor del documento inscripto de conformidad con el art. 1850
Lo dispuesto en esta regla legal pudo suprimirse. De un lado pues hubo de
tenerse en cuenta que el deudor puede defenderse en aplicación estricta del
carácter literal del derecho cartular que ejerza el portador legitimado del título, en
virtud del art. 1831 del Código Civil y Comercial. Por otro lado, si estamos en
presencia de uno de los denominados títulos valores no cartulares, en virtud del art.
1850 del Código Civil y Comercial y sus remisiones a los arts. 1816, 1819, 1830,
1831 y concs. del Código Civil y Comercial.
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c) Las que se fundan en la falsedad de su firma o en un defecto
de capacidad o de representación, al momento en que se
constituyó su obligación, salvo que la autoría de la firma o de la
declaración obligatoria haya sido consentida o asumida como
propia o que la actuación del representante haya sido ratificada
El primer tramo de esta regla prevé los supuestos legales en los cuales los arts.
7º y 8º de la Ley Cambiaria argentina conceden la facultad de excepcionarse al
deudor que ha padecido esas ilicitudes.
Sin embargo, debe reconocerse adecuada la norma legal que declara
expresamente la improcedencia de la defensa contemplada en la primera parte de
la regla, si se la autoría de la firma o de la declaración obligatoria ha sido consentida
o asumida como propia o la actuación del representante ha sido ratificada por el
representado.
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Es necesario que esta regla legal sea ensamblada para todos los títulos valores,
con el art. 1852 del Código Civil y Comercial(1311), lugar a donde en aras de la
brevedad remitimos al lector. Sin perjuicio de la articulación necesaria de efectuar
con los arts. 89, 93 y concs. de la Ley Cambiaria argentina, para los títulos
cambiarios.
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con mayor amplitud se refiere al mismo tema que la norma italiana precitada: ambas
disponen sustancialmente que en obsequio al principio de la literalidad, los
gravámenes (prendas), medidas precautorias (embargo, secuestro) y cualquier otro
vínculo sobre el derecho cartular o sobre las mercaderías representadas en el título
(art. 1828, Código Civil y Comercial) no tienen efecto y por tanto son ineficaces si
no se documentan (o literalizan) en el título, sea éste al portador, a la orden, o
nominativo, supuesto este último en el cual se requerirá además su asiento en el
registro respectivo(1315).
Con arreglo a la doctrina y la legislación italiana citada, y en honor a la brevedad,
remitimos al lector a lo expresado supra(1316)al considerar los distintos negocios que
se pueden realizar respecto de los derechos sobre el título valor, en cuanto cosa
mueble, así como respecto de los derechos emergentes del título, en tanto contenido
económico incorporado al título(1317).
Las reglas legales contenidas en el artículo glosado, deben ser ensambladas con
aquellas que integran el plexo normativo vigente respecto de los distintos temas a
los cuales se refieren.
2. Articulación
En los títulos valores al portador y a la orden las medidas precautorias, secuestro
y gravámenes no tienen efecto si no se llevan a cabo sobre el título, pues ya
dijimos supra que ello es así en obsequio al principio de la literalidad.
Sin embargo, consideramos que a pesar de que los títulos nominativos
endosables son citados en la regla legal glosada, ellos —en virtud de lo dispuesto
en el art. 1847 del Código Civil y Comercial que prevé que su "transmisión produce
efectos respecto al emisor y a terceros al inscribirse en el respectivo registro"—
quedan fuera de la previsión legal mencionada. En efecto, estimamos que respecto
de esta clase de títulos , además de la intestación en documento, se debe proceder
a inscribir el transfert en el registro del emisor, como modo conducente de dar razón
de esa afectación, que lo hace oponible al emitente y a los terceros.
En los títulos nominativos no endosables, la afectación de que se trate del derecho
conferido por el título valor produce los efectos legales respecto del emisor y los
terceros, por su inscripción en el registro respectivo (art. 1849, in fine, Código Civil
y Comercial) y en los denominados títulos los no cartulares, por su inscripción en el
registro respectivo (art. 1822, inc. b], in fine, Código Civil y Comercial) o por las
anotaciones en las cuentas pertinentes (arg. art. 1836 in fine, Código Civil y
Comercial).
Asimismo, en el último inciso de la norma glosada se señala que cuando un título
valor ha ingresado a una caja de valores o a una cámara compensadora o sistema
de compensación autorizado, la medida debe notificarse a la entidad pertinente, a
los efectos de que allí se registre conforme con sus reglamentos (art. 1836, párr. 2º,
Código Civil y Comercial).
3. Derecho comparado
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Las normas legales consultadas del derecho comparado también han seguido el
criterio de legislar sobre el tema que nos ocupa, aun cuando presentan algunas
leves peculiaridades diversas, por lo que se pueden agrupar del siguiente modo:
a) En la mayoría de los países se ha establecido, mediante normas generales que
resultan aplicables a diversas clases y especies de títulos y a los vínculos resultantes
de esas relaciones, que para que tengan relevancia cartular o cambiaria basta con
que en el título mismo se haya tomado nota literal y expresa de la medida
precautoria, secuestro, gravámenes o cualquier otra afectación de que se trae. Es
el caso de Bolivia, art. 502, Código Comercial; Colombia, art. 629, Código Comercial;
Costa Rica, art. 674, Código Comercial; Honduras, art. 457, Código Comercial; y
Nicaragua, art. 18, Ley General de Títulos Valores.
b) También se puede citar, en ese sentido, las normas generales dictadas en
Italia, art. 1997, Código Civil, y El Salvador, art. 631, Código Comercial, pero hay
que señalar que estas dos legislaciones establecen en las normas específicas
concernientes a los títulos nominativos (arts. 2024, Italia, y 654, El Salvador) que
ningún acto u operación referente al título nominativo surtirá efectos contra el emisor
o contra terceros, si no se hace constar en el título y en el registro respectivo.
c) En cambio, en la República del Perú, tanto en las normas generales(1318) como
en las específicas(1319), para que produzcan efecto respecto del emisor y de los
terceros se requiere su inscripción registral.
FUENTES: ART.
2297 DEL PROYECTO DE 1987, ART. 2297 DEL PROYECTO DE LA COMISIÓN
FEDERAL DE 1993, ART. 1755 DEL PROYECTO DE 1998.
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2. La autonomía y la legitimación (activa y pasiva)
En ratificación de lo dicho al considerar el carácter autónomo del derecho
incorporado a los títulos valores, manifestamos que se trata del aspecto más
significativo y por tanto dirimente de esta categoría jurídica(1328). Ello es así pues
desde el punto de vista del legitimado activo, tal carácter esencial patrocina con
efectos de certeza constrictiva la imposibilidad de oponerle a ese portador —si es
de buena fe(1329)— las defensas o excepciones personales que pueden existir contra
anteriores portadores (arg. arts. 1816 y 1821, Código Civil y Comercial), y desde el
punto de vista pasivo, de modo similar a lo que dispone el art. 7º de la Ley Cambiaria
argentina para la cambial (tratta o diretta), lo establece el art. 1823 que estamos
glosando aquí, irradiando que las correlativas obligaciones son independientes —
una de otras— de las asumidas o documentadas por cada uno los firmantes del
título valor de que se trate. Con estas afirmaciones no hacemos más que ratificar
nuestra conocida postura, sostenida a lo largo de toda nuestra producción científica
respecto de títulos valores en general(1330), así como respecto de los papeles de
comercio en particular y, especialmente, la cambial tratta(1331) y la
cambial diretta(1332) en el sentido de que el carácter autónomo es único, pero
ambivalente según sus efectos jurídicos específicos(1333).
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si alguna de sus firmas —aunque formalmente válidas y aparentemente suficientes
para obligar a quien las extendió en forma documental— resulta sustancial o
intrínsecamente invalidada por vicios de carácter subjetivo, ello no invalida ni obsta
a la regularidad formal del cumplimiento de la ley de circulación del título de que se
trate. Pero tampoco obsta a la eficacia de las demás obligaciones que surgen del
documento, pues tal circunstancia posibilita que el portador legitimado del título
demande a todos los demás firmantes el cumplimiento de la promesa de pago que
aquél tiene incorporada.
Por tanto, y en una breve recapitulación de lo expuesto, cabe concluir que en el
ámbito de las relaciones cartulares el principio de autonomía se puede describir,
jurídica y legalmente, desde el punto de vista activo, como un derecho autónomo u
originario (por no derivado), y desde el punto de vista pasivo, que las correlativas
obligaciones son independientes —una de otras— de las asumidas o documentadas
en el título valor de que se trate.
Queda por decir que si bien se ha puesto de relieve que el artículo glosado
reproduce casi literalmente el art. 7º de la Ley Cambiaria argentina, pues omite
mencionar a "los incapaces de obligarse cambiariamente(1335), consideramos
oportuna la supresión a la referencia de los "obligados cambiariamente" pues la
regla legal considerada es de carácter general y abarca tanto a los sujetos obligados
cambiariamente, por ser firmantes de algún papel de comercio v. gr., letra de
cambio, pagaré o cheques, como aquellos otros sujetos que pueden haber
intervenido asumiendo deberes y obligaciones que no tienen naturaleza cambiaria,
sino simplemente cartular, por estar documentada en cualquier título valor.
5. Articulación
El artículo glosado menciona en la parte final de su texto la aplicación del art.
1819 del Código Civil y Comercial, que como ya vimos se refiere a la
adquisición a non domino y a los efectos que esa situación jurídica produce cuando
el nuevo portador adquirió el título de buena fe. Ante esa realidad legislativa, resulta
procedente hacer dos acotaciones.
Por un lado, es preciso poner en evidencia que la mencionada cita legal ubicada
al final del artículo integraba la fuente de la norma glosada, que fue el art. 1755 del
Proyecto de 1998. Por otro lado, consideramos que debió mantenerse el texto de la
fuente citada, porque entendemos que la remisión incluida resulta superflua.
6. Derecho comparado
En las reglas legales contenidas en los cuerpos normativos consultados se ha
incluido con diversas expresiones los efectos jurídicos que producen la autonomía y
la independencia de las distintas relaciones jurídicas que derivan de los títulos
valores en general. En ese aspecto se puede señalar que alguna de esas
regulaciones se refiere, concretamente, al carácter autónomo del derecho cartular.
Como ocurre en las normas de la República de Colombia(1336).
En otros casos, si bien las reglas legales sobre títulos valores se refiere a los
efectos de la incapacidad de algunos de los signatarios de esos documentos,
699
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también aluden genéricamente a cualquier otro motivo que no obligue a los
firmantes, como es el caso de los arts. 675, Código Comercial, Costa Rica; art. 635,
Código Comercial, de El Salvador, art. 465, Código Comercial, Honduras; art. 21,
Ley General de Títulos Valores de Nicaragua(1337); y del art. 8º de la Ley de Títulos
de Crédito de Perú, si bien se refiere a la responsabilidad de los firmantes capaces
de los títulos valores en general, y también abarca expresamente a las personas
que hayan intervenido en la emisión, garantía o transferencia de valores
desmaterializados por anotación en cuenta.
El art. 1823 describe una suerte de ineficacia parcial, pues serían separables las
obligaciones de los distintos suscriptores, a la manera de las proyecciones del art.
389.
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A su vez el texto vigente del art. 470 del Código Civil y Comercial establece:
"Bienes gananciales. La administración y disposición de los bienes gananciales
corresponde al cónyuge que los ha adquirido. Sin embargo, es necesario el
asentimiento del otro para enajenar o gravar: a) los bienes registrables; b) las
acciones nominativas no endosables y las no cartulares, con excepción de las
autorizadas para la oferta pública, sin perjuicio de la aplicación del artículo 1824; c)
las participaciones en sociedades no exceptuadas en el inciso anterior; d) los
establecimientos comerciales, industriales o agropecuarios. También requieren
asentimiento las promesas de los actos comprendidos en los incisos anteriores al
asentimiento y a su omisión se aplican las normas de los arts. 456 a 459".
Por otro lado, el art. 463 del Proyecto de 1998, aunque básicamente similar al art.
470 del Código Civil y Comercial recién transcripto, estableció algunas diferencias.
A saber: "Art. 463: Bienes gananciales. La administración y disposición de los bienes
gananciales corresponde al cónyuge que los ha adquirido. Sin embargo, es
necesario el asentimiento del otro para enajenar o gravar: a) Los bienes registrables;
en materia de títulos valores solo se incluyen las acciones nominativas no
endosables y las no cartulares, con excepción de las autorizadas para la oferta
pública y sin perjuicio de la aplicación del artículo 1756. b) Los establecimientos
comerciales, industriales o agropecuarios. c) Las participaciones en sociedades no
exceptuadas en el inciso a). d) Las promesas de los actos comprendidos en los
incisos anteriores. Al asentimiento y a su omisión se aplican las normas de los
artículos 448 a 451"(1338).
701
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b) Forma parte de esta articulación lo adelantado al glosar el art. 1815 del Código
Civil y Comercial(1340) sobre la propuesta efectuada por la doctrina(1341)acerca de que
si bien el principio general otorga a este tipo de títulos valores el carácter de
registrables, en tanto que para los muebles no registrables no se requiere el
asentimiento conforme al art. 462 del Código Civil y Comercial, estamos de acuerdo
en que tratándose de una excepción a la regla legal incluida en el art. 1815 del
Código Civil y Comercial, resulta imprescindible adicionar en el último párrafo una
norma que establezca en forma terminante que lo dispuesto en ese artículo es "salvo
el caso del art. 470, inc. b)".
c) En la parte final de la regla legal glosada, se establece la presunción de la
buena fe del adquirente de un título valor en virtud de régimen de oferta pública, lo
cual irradia efectos positivos sobre la circulación del valor de que se trate(1342). El
fundamento de la norma parece ser una buena fe subjetiva, toda vez que la
adquisición en el sistema de oferta pública hace razonable considerar que no existen
vicios o defectos del derecho del transmitente(1343).
1. Introducción
Resulta imprescindible, ab initio, poner en evidencia algunas cuestiones que
permitan hacer conducente una glosa de lo que ha sido dado a conocer por el
legislador en esta regla legal.
En el primer párrafo circunscribe el precepto a lo que utiliza como título o
denominación de él, v. gr., la inexistencia o la insuficiencia de representación del
signatario del título valor, respecto de lo cual dispone que ese sujeto responde como
si actuara en nombre propio. Empero hay que señalar que la regla legal no efectúa
otras consideraciones referidas a la representación en los títulos valores en general,
que como veremos infra sí se ha efectuado en el derecho comparado.
Tampoco menciona o se refiere a la prolija regulación legal existente respecto de
la letra de cambio (arts. 8º y 9º, Ley Cambiaria argentina) decantada desde hace
casi un siglo a la luz de la legislación uniforme(1344).
Sin embargo, debemos enfatizar aquí que por imperio del art. 1834 del Código
Civil y Comercial las mencionadas normas particulares regulatorias de la cambial
mantienen su vigencia y se pueden considerar de aplicación subsidiaria, cuando ello
resulte procedente(1345).
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La regla legal glosada no es sino una reproducción de lo dispuesto en la fuente
de la norma, que ha sido el art. 1757 del Proyecto de 1998. Sin embargo, esa fuente
no incluyó el segundo párrafo que aparece en el art. 1825 del Código Civil y
Comercial, que en definitiva es lo único que merece comentario aparte, aunque con
sentido crítico.
703
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Resulta ineludible efectuar una breve exposición de lo que tenemos dicho desde
fines del siglo pasado sobre el tema de la responsabilidad de los endosos, cuando
pusimos en evidencia que: "Los efectos del endoso en los títulos a la orden no son
los mismos para todos los títulos de crédito que tienen esa ley de circulación. Dado
que en nuestro país se carece de un estatuto o ley general hay que remitirse a las
diversas leyes particulares reguladoras de cada uno de ellos.
Así es que en los títulos cambiarios, letra de cambio y pagaré (Ley Cambiaria
argentina) y los cheques (Ley de Cheques) los efectos del endoso pleno que puede
adoptar la forma de endoso nominativo, endoso en blanco o endoso al portador, son
tres: legitimante, traslativo y constitutivo (o vinculante) (...), por este último el
endosante se responsabiliza (o garantiza) la aceptación y el pago del contenido
económico del título cuando éste se torne exigible(1347).
Y un poco más abajo, concluíamos manifestando que "En otros títulos de crédito
a la orden, el endoso solo tiene efecto legitimante y traslativo, no produciendo
efectos vinculantes respecto de quien lo extiende, así ocurre en los certificados de
depósito, carta de porte, conocimiento de embarque, acción de sociedad, etc.
etcétera(1348).
De esa incontrastable e indiscutible realidad legal, consideramos que, más allá de
la conveniencia o crítica del sistema adoptado en el nuevo Código no solo
corresponde decir que la regla contenida en el art. 1826 Código Civil y Comercial,
no "cambia radicalmente el régimen de garantías de los títulos valores"(1349). Sino,
además señalar que, en rigor, lo que ha hecho el legislador —aunque con alguna
desprolijidad o desacierto que infra consideramos— es seguir en el artículo glosado
el criterio de la norma general para los títulos de crédito a la orden, incluida en el art.
2012 del Código Civil italiano, que dice: "Obligaciones del endosante. Salvo diversa
disposición de ley o cláusula contraria resultante del título, el endosante no está
obligado por el incumplimiento de la prestación por parte del emitente".
Debiéndose poner de relieve en esta oportunidad, que tal norma peninsular ha
dado oportunidad, al profesor de la Universidad de Milano, Francisco Messineo, para
distinguir los efectos jurídicos que tiene el endoso en los títulos valores o de crédito,
de modo análogo como lo hemos hecho al principio del comentario de este art. 1826
Código Civil y Comercial, y luego de referirse a los efectos legitimante y traslativo
menciona la existencia del efecto vinculante (o de garantía) diciendo que el otro
efecto —aunque negativo— del endoso es, de ordinario, la no asunción de
responsabilidades por parte del endosante frente al endosatario y a los
causahabientes de éste, por eventual incumplimiento por parte del obligado
principal... Sin embargo, tal responsabilidad la puede asumir porque la ley
excepcionalmente lo somete a ella, en vista de la particular naturaleza del título
singular a la orden de que se trate(1350).
Sentada esa importantísima aclaración doctrinal, hay que reiterar lo dicho en la
edición anterior, señalando que la norma italiana citada adopta un criterio similar a
lo dispuesto en el art. 699 del Código Comercial de Costa Rica(1351). Sin embargo tal
criterio es "en sentido opuesto a otros países", que han establecido la
responsabilidad y la garantía de los endosantes por el pago del título firmado, como
es caso de los arts. 526, Código Comercial de Bolivia; 627 y 657, Código Comercial
de Colombia; 657, Código Comercial de El Salvador; 493 y 495, Código Comercial
de Honduras; 65, Ley General de Títulos Valores de Nicaragua; y 39, Ley de
Documentos Negociables de Panamá.
Con lo expuesto en el párrafo anterior, queda claro que el criterio legislativo
adoptado por los distintos países, puede ser diverso, resultando lícito coincidir o no
704
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con el criterio general que se adopte(1352) y en su caso proceder a señalar, si
corresponde, las normas genéricas y las específicas, poniendo en evidencia la
especificidad de estas últimas.
705
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otro— son solidariamente responsables por el pago del documento endosado(1354).
(8)
II) Pero, por otro lado, presenta una importante similitud, pues al final del primer
párrafo, si bien determina que son responsables y garantes del pago, libradores o
creadores del título cartular o del título desmaterializado, establece expresamente
que "no lo son los demás intervinientes".
e) Sin embargo, el legislador no siguió, como en otros casos, al Proyecto de 1998,
y respecto del tema que nos ocupa y perturba, como surge del texto transcripto ut
supra, que el premencionado art. 1758, suprimió las responsabilidades de los
endosantes de los "títulos valores cartulares de circulación a la orden", se incluyó en
el art. 1846Código Civil y Comercial, una regla legal, que dispone, lacónicamente
que el "...endosante responde por el cumplimiento de la obligación incorporada".
Con lo expuesto en los párrafos anteriores del Código Civil y Comercial, la existencia
de un error material, parece ser lo más factible, o conceptual, que sería más
grave(1355). Ante esa realidad consideramos y solicitamos, entonces, que antes de
que comenzara a regir el Código ya promulgado era conveniente promover una
modificación al texto del art. 1846, con la inclusión de una norma que estableciera
la no responsabilidad de los endosantes. Empero, hasta la fecha que se escriben
estas líneas ello no ha ocurrido.
f) Para concluir la glosa del artículo que nos ocupa, sin perjuicio de tener en
cuenta que en varios comentarios generales sobre las reglas legales concernientes
a los títulos valores se ha prescindido vertir opinión sobre estas cuestiones que aquí
nos ocupan(1356), (10) resulta oportuno exponer aquí una breve reseña de las
opiniones doctrinales expuestas sobre el particular. Así se ha dicho.
I) El joven profesor cordobés Capdevila, señala que la norma glosada postula una
solución reduccionista del esquema de la obligación ab origine con motivo de la
obligación instrumentada en el título... pues la regla legal se limita a la asignación
de responsabilidades al librador y avalistas del librador, o sea al núcleo de
coobligados originales(1357).
II) El colaborar en el Código dirigido por el doctor Lorenzetti, M. E. Paolantonio,
ha dicho, que "La norma otorga un tratamiento diferenciado a los participantes en la
creación o transmisión de un título valor. Los primeros, salvo cláusula expresa en el
título valor (válida conforme la normativa aplicable o los términos del acto de
creación), son siempre responsables por el pago"(1358).
III) El profesor Czornenki, dice que el art. 1826 del Código Civil y Comercial,
...establece que excepto cláusula expresa en el título valor o en uno de sus actos de
transmisión o garantía, están solidariamente obligados al pago los creadores del
título valor, pero no los demás intervinientes. Lo que en su concepto cambia
radicalmente el régimen de garantías de los títulos valores(1359).
706
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a la orden, según el art. 1845 del Código Civil y Comercial con las formalidades y
los efectos allí establecidos. Se trata de una garantía cartular que puede ser
otorgada también en los títulos valores nominativos endosables, según la extensión
que establece el art. 1848 del Código Civil y Comercial.
También resulta procedente señalar que habrá que tener en cuenta la dificultad
que puede producir el otorgamiento de un aval cambiario (arts. 32 a 34, Ley
Cambiaria argentina), con la finalidad de garantir el pago de un título valor distinto a
un papel de comercio. En efecto, ello es así, en virtud del inconveniente que puede
presentarse frente al principio de especialidad exigido en el ámbito de la Ciudad
Autónoma de Buenos Aires, a partir de fallo plenario "Balfour Williamson Ltda. v. Di
Tella Ltda.", en el que ratificó se puede avalar solo obligaciones cambiarias, y no de
otra naturaleza.
Al respecto hay que señalar que nuestro legislador pudo evitar ese inconveniente
jurisprudencial siguiendo el criterio de algunas legislaciones extranjeras que han
establecido especialmente la procedencia de otorgar avales, de hechura y efectos
cambiarios, para garantizar toda clase de títulos valores (v. gr., art. 633, Código
Comercial de Colombia).
En la parte final de la regla legal en glosa, se establece en consonancia con los
arts. 1822, 1847, 1850, apart. 2º, del Código Civil y Comercial, que las garantías
otorgadas en el texto del documento o que surgen de la inscripción del art. 1850
Código cit., son invocables por todos los titulares y, si no hay disposición expresa
en contrario, se consideran solidarias las de los otros obligados(1360).
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2. Necesarias articulaciones
De la doctrina que ha comentado brevemente el art. 1827 del Código Civil y
Comercial(1363) surge con claridad que resulta forzoso realizar articulaciones con las
normas legales imbricadas sobre el tema, que se ubican parcialmente superpuestas
sobre lo establecido en la norma glosada. Ellas son tanto las que se refieren a la
novación propiamente dicha, como a los efectos que se producen respecto de las
acciones causal y de enriquecimiento que el portador del título valor de que se trate
puede o no ejercer en virtud de las normas ensambladas por esta articulación.
a) La novación
El artículo glosado recoge el conocido principio de que la creación de un título
valor no constituye per se novación de la relación fundamental (o causal o
subyacente), sino que es necesario que la voluntad novatoria sea patente (art. 61,
Ley Cambiaria argentina)(1364), es decir, que se manifieste claramente en la nueva
convención. Ello es así, porque la novación no se presume (arts. 812, Código Civil
derogado, y 934, apart. 2º, Código Civil y Comercial)(1365).
En obras anteriores(1366) hemos sostenido con insistencia que era necesario
generalizar el principio receptado en la ley cambiaria (art. 61, Ley Cambiaria
argentina) a todos los títulos valores, con la obligación de acreditar formal y
objetivamente la voluntad novativa en el nuevo libramiento.
A la luz de las normas civiles del Código de Vélez (arts. 801 a 817) y las instituidas
en el Código Civil y Comercial (arts. 933 a 941) se puede seguir afirmando que hay
novación de la relación cartácea cuando el sujeto pasivo de ella la extingue
reemplazándola por otra, supuesto que se verifica mediante el libramiento de un
nuevo título valor y la inutilización del anterior que representaba la relación cartácea
extinguida por novación(1367).
b.1.1) Concepto
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Se trata de la acción extracartular que puede promover el portador legitimado de
un título valor contra el sujeto inmediato anterior en el nexo cartular que le transmitió
el título, siempre que éste no esté perjudicado y tenga establecida y vigente, con
dicho sujeto, la relación jurídica de derecho común por la cual le entregó o transmitió
el título valor.
709
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en blanco para legitimarse— o ella se extinguió por alguna de las causas propias de
la extinción de las obligaciones, no procederá la acción causal.
El título valor de que se trate no debe estar perjudicado, como establece el párr.
2º de la regla glosada. Es decir, se tiene que haber cumplido con respecto a ese
título valor todas las cargas sustanciales que impone el sistema cartular, v. gr.,
presentaciones, notificaciones, levantamiento del protesto útil cuando éste fuera
necesario, y especialmente la compleción oportuna del título valor de que trate.
Queda por señalar una condición negativa: ello es que no resulta necesario haber
accionado por el derecho cartular o cambiario correspondiente, como condición
previa al ejercicio de la acción causal.
b.2.1) Generalidades
A la luz de las reglas legales articuladas (arts. 1827, 1794 y ss., Código Civil y
Comercial, y 62, Ley Cambiaria argentina) se puede afirmar que la acción de
enriquecimiento que aquí nos ocupa se fundamenta en la equidad, pues permite que
el portador legitimado de un título valor que carezca ya de acciones cartulares o
cambiarias, por caducidad o prescripción de ellas, y que no cuente con acción causal
—a la que nos hemos referido en el parágrafo anterior— contra su garante
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inmediato, accione contra el integrante del nexo cartular (v. gr., librador, endosante
o avalista) que se hubiera enriquecido injusta o indebidamente en su perjuicio.
711
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En otras palabras, el actor no podrá percibir una cantidad superior a la que el
demandado recibió injustamente, aunque el perjuicio sea mayor, pues si ello se
permitiese, se causaría el empobrecimiento indebido del demandado. La reparación
no es integral, sino que tiene su tope en el enriquecimiento del demandado, si es
menor que el perjuicio y en el monto de este último, si el enriquecimiento es mayor.
FUENTES: ART.2304 DEL PROYECTO DE 1987, ART. 1491 DEL PROYECTO DEL EJECUTIVO
DE 1993, ART. 2305 DEL PROYECTO DE LA COMISIÓN FEDERAL DE 1993, ART. 1760 DEL
PROYECTO DE 1998.
712
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a) La objeción sería eficaz si los dos conceptos, de título valor y de título
representativo de las mercancías, fuese incompatibles; pero entre ellos no existe
incompatibilidad alguna, lo cual se impone en forma terminante por razones
legislativas y científicas. Las primeras hacen pie en la posición del legislador que ha
establecido normas no solo de la forma —transmisibles mediante endoso— de esos
documentos, mientras que las científicas —además de las que se
comentan infra— dispensan una solución propia y específica del derecho cartular,
pues se establecen efectos propios de esa transferencia del título valor sin la
intervención del emisor-deudor cedido.
b) "Se niega, asimismo —dice el maestro veneciano— que sean títulos de crédito,
porque imponen al portador una obligación. Por ejemplo, la de pagar el precio del
transporte o del almacenaje, la objeción parecería eficaz, porque un título de crédito
no debe degenerar en un título de deuda, y sin embargo, no tiene fundamento;
puesto que el portador legitimado de tales documentos no se halla en modo alguno
obligado, por virtud de ese título a aquella prestación. Siendo facultativo para ese
sujeto presentarse o no a retirar las mercancías, pues ni el porteador, ni el
almacenista tienen acción legal para compelerlo a ello. Por tanto y con toda claridad
el título no lo constituye en deudor, y, por consiguiente, no es un título de deuda. Es
cierto —se aclara— que el derecho de crédito puede aparecer subordinado al
cumplimiento de una prestación (flete, reembolso, derecho de aduana o almacenaje
etc.) pero ninguna ley prohíbe establecer, cargas, gastos o modos disciplinados en
el título de crédito de que se trate"(1374).
713
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a) Función económica
Los títulos de tradición permiten disponer de las cosas a que se refieren mientras
se encuentran depositadas o están siendo transportadas. Ello es así, pues la
transmisión del documento equivale a la transmisión material de las mercancías —
se trata de un caso límite de tradición simbólica— con lo que ello supone de
comodidad, seguridad y facilidad para la circulación(1380).
714
Estudiantes de abogacia EA! - EA! GRADuados
Como es sabido puede estar legitimado para ejercitar el derecho incorporado
sobre las mercaderías de que se trate quien no sea el verdadero titular del derecho
incorporado en el título de tradición(1385). Por ejemplo, si la transmisión se hizo a los
solos efectos de autorizar a una persona para que pueda recibir las mercancías, o
porque el negocio que fundamenta la transmisión es nulo o inexistente, o porque el
título fue sustraído o encontrado.
En estos supuestos o similares, el tenedor que aparezca formalmente legitimado
en el título podrá requerir la prestación, amparado por la apariencia documental que
exhiba. Será además, el poseedor mediato de las mercaderías con independencia
de que sea o no titular del derecho a la restitución de los efectos y de que ostente
algún derecho sobre ellos(1386).
715
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a) Regulación legal. Antecedentes. Normativa vigente
Es necesario enfatizar que el régimen legal de estos títulos valores ha sido objeto
de múltiples resoluciones administrativas reglamentarias, que hemos estudiado en
detalle en la bibliografía ya mencionada:
El art. 1828 debe ser compaginado con manifestaciones traditivas que se regulan
el art. 1925.
716
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Art. 1829.— Cuotapartes de fondos comunes de
inversión.
Son títulos valores las cuotapartes de fondos comunes de
inversión.
717
Estudiantes de abogacia EA! - EA! GRADuados
Empero, de acuerdo con la doctrina alemana(1392) se le ha reconocido naturaleza
jurídica de patrimonio separado(1393) que, según el art. 1º, está integrado "por
conjuntos homogéneos o análogos de bienes reales o personales, o derechos
creditorios con garantías reales o sin ellas de acuerdo con lo que disponga la
reglamentación del órgano de fiscalización previsto en el artículo 32 de esta ley"(1394).
Conceptualmente, existe acuerdo en que un fondo común de inversión se debe
considerar un medio o vehículo operativo que permite que un grupo de personas
con similares objetivos de inversión —personales y económico-financieros—
contrate un ente que ejerza una administración profesional específica, que se ocupa
de analizar la mejor forma de alcanzar los objetivos invocados como objeto de esa
contratación, a la vez de concretar en forma operativa las estrategias necesarias
para lograrlo y, además, custodiar los activos en los que se invierte(1395).
De esa realidad se puede deducir por tanto los fundamentos, las finalidades y la
función económica este mecanismo de inversión colectiva(1396), entre los que, sin
perjuicio de ponderarlos más ampliamente, consideramos que se puede señalar:
a) la realidad de una inversión colectiva de capitales de diversos sujetos
individuales;
b) la diversificación de riesgos;
c) la administración por terceros(1397).
a) El derecho incorporado
Como ya adelantamos supra, se trata un derecho patrimonial que cuenta,
necesariamente con cierta complejidad. Ella obviamente está en relación con la
naturaleza jurídica que surja de la regulación legal que rija la especie y, cuando no
se halle coartada la libertad de creación del título valor que incorpora ese derecho,
puede tener algunas otras características agregadas por la voluntad lícita de las
partes intervinientes(1398).
Desde el punto de vista doctrinal más aceptado y en virtud de las normas que
rigen la especie, en nuestro país ese derecho incorporado comprende básicamente
derechos de crédito frente al fondo de inversión y además y principalmente, la
participación real en el patrimonio separado constituido. El manojo de potestades
que abarca, comprende: i) los derechos propios la copropiedad del titular de la
cuotaparte (art. 18); ii) la oportuna facultad de rescate del importe de la cuotaparte,
cuando ello se hace procedente (art. 22); iii) El derecho al cobro de utilidades que
arroje el fondo (arts. 24 y 26) y iv) indirecta pero fundamentalmente el derecho a los
beneficios que otorga el tratamiento tributario preferente al inversionista del art. 25,
dispensado por la ley(1399).
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b) Formalidades. Función Jurídica. Legitimación
Las cuotapartes emitidas por el fondo común de inversión estarán representadas
por certificados de copropiedad nominativos o al portador, en los cuales se dejará
constancia de los derechos del titular de la copropiedad, los que deberán ser
firmados por los representantes de ambos órganos del fondo. También hay que dejar
constancia en el certificado del Reglamento de Gestión, del fondo inversión
establecido por la ley (arts. 12 y 13).
Se admite que los certificados incluyan la cláusula de "no negociable" y también
pueden emitirse cuotapartes escriturales —es decir, desmaterializadas—; estará a
cargo de la depositaria el registro de cuotapartistas (arts. 18 y 1836, 1837, 1838,
1842, 1847, 1850 y 1851, Código Civil y Comercial).
Un mismo certificado podrá representar una o más cuotapartes. La emisión de
cuotapartes debe expedirse contra el pago total del precio de suscripción, sin que
se admitan pagos parciales. Los fondos comunes de inversión de carácter cerrado
(art. 21) podrán emitir certificados globales para su depósito en regímenes de
depósito colectivo(1400).
1. Introducción
Corresponde dejar sentado que este artículo que aquí glosamos es el primero de
la Sec. 2ª denominada "Títulos valores cartulares", que al tenor de lo explicado
oportunamente(1401) se refiere a los títulos valores, propiamente dichos, más allá y
pesar de denominarlos "títulos valores cartulares".
Resulta ineludible poner en evidencia que estos títulos valores denominados
cartulares pueden emitirse como no cartulares, para su ingreso y circulación —como
valores desmaterializados— en una caja de valores o un sistema de compensación
bancaria o en anotaciones en cuenta (art. 1836, párr. 1º, Código Civil y Comercial).
En tal caso, quedarán regidos por la Sec. 3ª (arts. 1850/1851 y concs., Código Civil
y Comercial) y también conviene recordar lo dicho(1402) acerca de que, en rigor, al
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desmaterializarse dejan de ser títulos para transformarse en un valor (o derecho) de
circulación autónoma, como expresamente determina la regla legal contenida en el
art. 1850, párr. 1º, del Código Civil y Comercial.
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Art. 1831.— Literalidad.
El tenor literal del documento determina el alcance y las
modalidades de los derechos y obligaciones consignadas en
él, o en su hoja de prolongación.
FUENTES: ART. 1486 DEL PROYECTO DEL EJECUTIVO DE 1993, ART. 1763 DEL PROYECTO
DE 1998.
2. El concepto de literalidad
En sentido congruente con los matices que presenta la regla legal glosada,
debemos señalar que —también desde hace mucho tiempo atrás— hemos
aseverado que el derecho representado en un título valor, en tanto derecho cartular,
es de carácter literal en razón de que su existencia, cuantía y exigibilidad se rigen
de modo excluyente por el tenor escrito en el documento(1410).
Es decir, que los derechos y las obligaciones que surgen de los títulos valores
quedan regulados en el sistema cartular de tal modo que cualquier modificación,
disminución o mutación de ellos solo puede resultar de los términos textuales del
documento(1411).
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4. Efectos de la literalidad
Aun cuando ya hemos expuesto algunos de estos temas al tratar en la primera
parte los principios generales de la teoría general de los títulos valores,
consideramos procedente, dada su importancia, puntualizar aquí algunos de los
efectos salientes que irradia el carácter esencial de la literalidad.
b) Fundamento y efectos
A partir de los elementos estructurales que forman el título valor en su unidad
existencial, v. gr., el documento y el derecho(1415), se llega a la conclusión ineludible
de que el derecho, como derecho cartular, solo vive y existe en el documento en la
medida en que se lo ha incorporado representativamente a él. Por tanto
consideramos que el fundamento de su carácter literal radica en la naturaleza
documental adquirida por ese derecho al ser incorporado al título en oportunidad en
que su librador lo creó con su firma(1416).
Queda por decir que la literalidad, carácter esencial del derecho cartular contenido
en un título, adquiere su máxima significación, respecto del sujeto que recibe el título
valor, una vez que éste ha circulado, esto es, frente al tercero portador de buena fe.
Ello es así en razón de que este sujeto solo cuenta, al recibir el título, con lo
expresado literalmente en su texto; debido a ello, y en tutela de los valores
esenciales de certeza, rapidez y seguridad, se le otorga plena relevancia. Ante esa
realidad, el librador de un título valor que es requerido de pago por un tercero,
portador de buena fe del documento en que se obligó, deberá cumplir con el
requerimiento, exclusiva y excluyentemente, por lo escrito en el título, sin tener
ninguna posibilidad de enervar la pretensión del acreedor presentante del título con
otro instrumento extraño a éste. En otras palabras, los conceptos hasta aquí vertidos
en forma absoluta son de aplicación plena cuando el requerimiento de pago es
efectuado por el portador del documento que sea tercero de buena fe respecto del
deudor requerido de pago(1417).
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5. La hoja de prolongación
El legislador, en virtud de seguir la fuente citada al principio de esta glosa, ha
incorporado la regla final que se refiere a la posibilidad de agregar una hoja de
prolongación o foglia allungamiento o añadido o suplemento al título valor original.
Esta institución, contemplada en la legislación uniforme de Ginebra de 1930, y por
tanto en el art. 14, Ley Cambiaria argentina, se justifica plenamente respecto de la
cambial (tratta y diretta) que es un título esencialmente a la orden y por tanto
endosable. Empero —y aunque no es grave— carece de sentido haberla instituido,
con relación a títulos valores al portador (art. 1837, Código Civil y Comercial) y en
los títulos valores nominativos no endosables (art. 1849, Código Civil y Comercial).
FUENTES: ART. 1490 DEL PROYECTO DEL EJECUTIVO DE 1993, ART. 1764 DEL PROYECTO
DE 1998.
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2. Concepto
La alteración es una modificación o adulteración material del texto del título valor
de que se trate o de alguna declaración cartular que contenga, la cual resulta así
transformada por tachaduras, borraduras, enmiendas, mutilaciones, sustituciones,
supresiones parciales, adiciones, realizadas por cualquier medio utilizado con ese
fin (v. gr., grafías, sellos, signos, productos químicos, lavado, ácidos, etc.)(1419).
a) Clases
Desde el punto de vista jurídico-legal, hay que distinguir entre las alteraciones
lícitas y las ilícitas:
Entre las primeras podemos citar el caso en el cual quien produce la declaración
cambiaria, antes de desprenderse del título al descubrir alguna equivocación corrige
su texto, lo testa o modifica en alguna parte de ella, sin intención de perjudicar a
terceros, como ocurre con la cancelación de la aceptación contemplada en el art.
31, Ley Cambiaria argentina. O en el supuesto en que se tacha el endoso en
procuración, si el mandato otorgado por medio de él se ha frustrado por alguna razón
y el endosante mandante desea recuperar la legitimación en forma personal, o para
otorgar un nuevo mandato por vía de un nuevo endoso en procuración (art. 1844,
Código Civil y Comercial), pues a esos efectos el endoso tachado se tiene por escrito
(arg. art. 17, párr. 1º, Ley Cambiaria argentina). O también el caso en que se autoriza
a cualquier endosante que haya pagado la cambial a cancelar su endoso y los que
le siguen en la cadena (art. 54, Ley Cambiaria argentina). O en el caso de un título
valor librado sin nombre del beneficiario, que la ley considera de circulación al
portador (art. 1837, Código Civil y Comercial) y quien lo tiene en su poder incluye su
nombre o el de otra persona, en virtud de lo cual se transforma en un título a la orden
(art. 1838, Código Civil y Comercial). Se trata de una alteración por adición, que no
está prohibida por la ley; por tanto, su licitud es incuestionable.
La alteración será ilícita cuando se trate de la adulteración fraudulenta o
falsificación de alguno de los requisitos extrínsecos del título valor, sea al tiempo de
la creación o durante su circulación, así como de alguna de las declaraciones
cartulares que se hayan ido integrando al título (arg. art. 1833, Código Civil y
Comercial).
Por todo lo expresado supra, consideramos que la expresión "alteración" utilizada
en este art. 1832 aquí glosado —al igual que la norma cambiaria contenida en el art.
88, Ley Cambiaria argentina y su doctrina(1420)— comprende en su amplitud tanto las
alteraciones lícitas (enmiendas, correcciones o adiciones) como las ilícitas
(adulteraciones o falsificaciones)(1421).
b) Efectos jurídicos
El artículo glosado establece el régimen jurídico de las alteraciones y dispone que
quienes han firmado el título luego de la alteración quedan obligados en los términos
del texto alterado, y los firmantes anteriores en los términos del texto originario. Si
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no se demuestra en qué momento fue puesta la firma, se presume que ha sido
puesta antes de efectuada la alteración. La presunción es iuris tantum, pues admite
prueba en contrario. Sentado ello, hay que señalar que de la precitada regla legal
vigente, análoga a la establecida, en la norma cambiaria precitada, concerniente a
la letra de cambio y el pagaré, surgen las siguientes conclusiones(1422):
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quedó firme el auto respectivo, que contiene los datos del título sin alterar (arg. arts.
1852, 1872 y concs., Código Civil y Comercial, y 89 y concs., Ley Cambiaria
argentina)(1425).
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2. Límites para efectuar la compleción
Sin embargo merece elogio que el legislador haya optado por establecer que el
título valor librado en blanco o incompleto "puede ser completado hasta la fecha en
que debe cumplirse la prestación" y no hasta la presentación, expresión ésta que,
adoptada por el art. 11 de la Ley Cambiaria argentina precitado, ha producido
algunos inconvenientes para determinar a qué presentación se refiere(1427).
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Resulta de toda lógica que las cuestiones habrán de ser resueltas a la luz de la
norma que aquí glosamos, v. gr., art. 1834 del Código Civil y Comercial.
De acuerdo con las premisas hermenéuticas de otros trabajos ya efectuados
sobre interpretación y aplicación de textos legales(1431), consideramos que la regla
legal transcripta incluida dentro de la formulación de una disciplina del título valor,
como figura genérica (arts. 1830 y ss., Código Civil y Comercial) es una innovación
trascendente, por la cual esos documentos han quedado consagrados como una
categoría jurídica ubicada a la par, por ejemplo, de los contratos(1432).
Sin embargo, por un lado hay que tener en cuenta que la regla legal contenida en
el art. 1834 del Código Civil y Comercial es similar a la incluida en el art. 2001, 1ª
parte, del Código Civil italiano de 1942, pues tiene carácter subsidiario, como reza
el título con el que nuestro legislador ha denominado la regla legal citada. Por otro
lado, deberá cumplir una finalidad integradora de la regulación determinada de
alguna especie singular de algunos títulos valores, cuando tal regulación exista, pero
se manifieste deficiente(1433).
Queda por resolver —porque no resulta patente de la ley sino que necesariamente
se debe extraer de la articulación con otras normas legales determinadas— si las
normas que tienen ese carácter específico, como es el caso de las incluidas en las
leyes sobre letra de cambio, pagaré y cheques, que han sido indudablemente de
continua aplicación para otros títulos valores no cambiarios(1434), y en su condición
de "leyes especiales" han sido colocadas fuera del alcance de las normas generales
sancionadas con el Código Civil y Comercial(1435), se pueden o no seguir aplicando
a los títulos valores, distintos a los títulos clásicos mencionados, que ya existen o
puedan ser creados por nuevas leyes particulares, "a menos que estas últimas
expresamente lo prohíban" (arg. a contrario sensu, art. 1834, Código Civil y
Comercial).
3. Conclusión
Sin perjuicio de reconocer que se trata de una cuestión delicada y, por tanto,
opinable consideramos que de la articulación efectuada que ensambla las
disposiciones que rigen la especie, el reenvío es procedente pues con la posición
adoptada se reafirma el principio de hermenéutica que hace predominar la disciplina
particular que incluye normas específicas, prevaleciendo sobre la disciplina general
prevista en el Código Civil y Comercial(1436).
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FUENTES: ART.2305 DEL PROYECTO DE 1987, ART. 1481 DEL PROYECTO DEL EJECUTIVO
DE 1993, ART. 2306 DEL PROYECTO DE LA COMISIÓN FEDERAL DE 1993, ART. 1767 DEL
PROYECTO DE 1998.
3. Nuestra opinión
Hemos dicho supra(1441) que de un lado la denominación "títulos de legitimación"
nos parece más adecuada en razón de que el creador de ellos, al librarlos, tiene en
cuenta especialmente la legitimación pasiva. Es decir que pone de resalto, que esos
documentos sirven para individualizar, precisamente, al acreedor o portador del
título que le pueda requerir válidamente la prestación que emerge del documento,
con la finalidad de poder cumplirla y liberarse, beneficio éste que le conceden las
formalidades de ser un legitimado pasivo(1442).
Sugiriéndose reservar la denominación "títulos impropios en sentido
estricto"(1443) para aquellos documentos que teniendo las formas esenciales
requeridas por el sistema cartular o cambiario, han sufrido una degradación en sus
aptitudes cartáceas esenciales y genuinas, lo que hace que su utilización no
produzca, en plenitud, los efectos propios de los títulos valores. Los supuestos que
generalmente se mencionan son:
a) el caso de la letra de cambio o pagaré endosado luego del protesto, transmisión
que produce solo los efectos de la cesión de crédito (art. 22, Ley Cambiaria
argentina).
b) el caso análogo del cheque, cuando es endosado luego de haber sido
rechazado a su presentación en el banco girado (arts. 22 y 38, Ley de Cheques).
c) la letra de cambio, pagaré, o cheques librados con la cláusula "no a la orden"
(arts. 12, Ley Cambiaria argentina, y 12, apart. 3º, Ley de Cheques).
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d) los títulos nominativos en los que el emisor condiciona la transferencia a su
previo consentimiento, los cuales, tal como señalamos supra, no constituyen, en
rigor, títulos valores.
1. Introducción
Los múltiples matices que presenta glosar esta regla legal ya han sido
considerados en detalle supra(1444); por esa razón, exponemos aquí los temas que
revisten mayor interés para el lector.
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3. Diversos supuestos legales
A raíz de la necesidad de que haya reglas legales positivas y, en su caso, existan,
por delegación de ellas, normas reglamentarias que ordenen o sistematicen la
operatividad de la desmaterialización de los títulos valores de que se trate,
mencionamos diversos ejemplos de nuestro país y referencias de la legislación
comparada sobre el tema.
a) Acciones de sociedades
En nuestro país, con la reforma que introdujo la ley 22.903 al art. 208, apart.
5º, ley 19.550, se autorizó por primera vez este tipo de valor desmaterializado(1447).
La misma norma legal prevé lo que se debe considerar otro supuesto de
desmaterialización de las acciones títulos de crédito(1448), al regular el otorgamiento
de certificados globales en estos términos (art. 208, apart. 2º, Ley de Sociedades
Comerciales).
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ocasiona. Asimismo se refieren a otros aspectos de las múltiples incumbencias que
produce este fenómeno socioeconómico y jurídico.
FUENTES: ART. 1496 DEL PROYECTO DEL EJECUTIVO DE 1993, ART. 1769 DEL PROYECTO
DE 1998.
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Sin perjuicio de considerar adecuado el concepto adoptado por nuestro legislador
al título valor de circulación al portador, recordamos lo expuesto oportunamente(1451).
En efecto, donde fuera de todo marco legislativo definimos esta especie como
aquellos documentos de crédito librados sin que en su texto esencial se mencione
el beneficiario de la prestación a la que ellos dan derecho, o que, mencionándolo,
se le adiciona la cláusula "o al portador" u otra análoga(1452).
3. Naturaleza y funciones
A esta especie de los títulos valores desde principio del siglo anterior se los ha
considerado como la expresión última de la propiedad mobiliaria, en la cual se
resumen las más dúctiles y universales manifestaciones de todas las ramas de la
moderna actividad económica, que se funda precisa y particularmente en el crédito
y por el crédito vive(1453).
Las características descriptas no solo explican la aptitud circulatoria plena que
irradia esta especie de títulos valores, la cual no puede ser más fácil y rápida, sino
que fundamenta dogmáticamente una gran identidad con las cosas muebles. Por
ello se ha señalado que "La esencia de los títulos al portador no estriba solo en el
ejercicio y en la prestación frente al poseedor, sino en la circulación del título como
cosa, en los actos de disposición de la cosa-título, siempre necesaria para el
traspaso del derecho"(1454).
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1. Introducción. Remisiones
Dado el criterio de análisis utilizado por nuestro legislador, así como las normas
cambiarias que han sido tomadas como fuentes(1455) consideramos procedente citar
los avances hechos sobre el tema de los títulos valores de circulación a la orden
expuesto al principio(1456) toda vez que las normas que serán glosadas han sido
tomadas de las normas cambiarias específicas que regulan la cambial (tratta y
diretta).
3. Articulación
Ilustrando la caracterización ampliatoria hecha a la tipificación legal, señalamos
que será expresa cuando se incluya en su texto la cláusula "a la orden" y será
implícita cuando, de acuerdo con los lineamientos de la doctrina alemana, se incluya
una denominación que la ley tácitamente comprenda aquella cláusula. Por ejemplo
cuando el título incluya las expresiones "letra de cambio" (art. 1º, inc. 1º), o "pagaré"
(art. 101, inc. 1º, Ley Cambiaria argentina). Lo propio ocurre con ambas clases de
cheques, que si están librados en favor de persona determinada, la ley los considera
tácita o implícitamente a su orden y deben ser transmitidos por endoso (arg. art. 12,
apart. 1º, Ley de Cheques).
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cláusula "no a la orden" pueda ser endosado "en procuración" (arts. 1844, y 1906,
Código Civil y Comercial) o "en prenda" (art. 1845, Código Civil y Comercial), pues
en estos dos casos no se transmite la propiedad del título valor, que ha quedado, en
ambos supuestos, en cabeza del endosante.
Por tanto, estos títulos valores no es que no se puedan endosar, sino que la
transmisión de la propiedad del documento no se puede llevar a cabo mediante
endoso y tiene que ser hecha mediante el contrato de cesión derechos (art. 1614
Código Civil y Comercial). Pero no existe ningún inconveniente ni prohibición para
que sean endosados "en procuración" o en garantía" es decir, sin pretender
transmitir la propiedad del título valor mediante estos endosos.
Antes de concluir esta breve glosa, es necesario señalar algunas cuestiones que
hemos estudiado y develado ampliamente en nuestra producción científica sobre
este tema específico(1460). Habiendo llegado a las siguientes conclusiones:
a) el título cartular o cambiario, librado "no a la orden" sigue manteniendo esa
naturaleza jurídica con todas sus consecuencias;
b) como se dijo puede ser endosado, siempre que con ello no se pretenda
transmitir la propiedad del documento y la titularidad del derecho;
c) por tratarse de una cesión de derechos, para su oponibilidad a terceros y al
deudor cedido, debe ser notificada a este último en los términos de los arts. 1459
del Código Civil derogado y 1619 del Código Civil y Comercial. Sin olvidar que si el
título "no a la orden" cedido es un cheque (art. 12, Ley de Cheques), el deudor cedido
a quien hay que notificar es el banco girado(1461).
FUENTES: ART. 1498 DEL PROYECTO DEL EJECUTIVO DE 1993, ART. 1771 DEL PROYECTO
DE 1998.
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derecho y propietario del título, con la facultad de endosarlo en favor de otro sujeto.
Tal derecho a endosar y transmitir el documento a la orden lo tienen, además, los
sucesivos endosatarios, y por tanto es ilimitado el número de endosos de que puede
ser objeto el título hasta su vencimiento(1462).
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El artículo glosado, en el párr. 3º, contempla el endoso de retorno. Esta figura
jurídica fue adoptada en la Convención de Ginebra en seguimiento de la doctrina
alemana, aceptada en Italia y prevista en nuestro país en nuestra Ley Cambiaria de
1963, art. 12, apart. 3º. Respecto de ella, y ante su adopción expresa por nuestro
legislador, debemos glosar algunos matices que permitan al lector dimensionar
adecuadamente sus efectos jurídicos.
Hay que comenzar señalando que si los endosos de que se trata no tienen efectos
vinculantes para el endosante, pues no lo responsabilizan por el pago del título valor,
no existe ningún problema, pues las firmas de los endosantes han cumplido
solamente un efecto traslativo e instrumental en la transmisión del título valor, y nada
más.
Luego de ello, corresponde poner de relieve que si esos endosos tienen efecto
vinculante para los endosantes, y el título vuelve o "retorna" a un sujeto que lo firmó
anteriormente y por tanto es obligado al pago del título cuando éste se torne exigible,
de ello se sigue que prima facie tal sujeto como firmante-deudor garantiza el pago
del título, y como poseedor-acreedor puede ejercer todos los derechos cambiarios
emergentes del título. Situación que puede hacer pensar en una extinción por
confusión de la obligación cartular.
Sin embargo, y aquí está el meollo de la cuestión, esa confusión no se produce
durante la vida útil y circulatoria del título valor, y solo se puede operar al tiempo de
su vencimiento. Tal conclusión tiene por fundamento la premisa de que el
endosatario, si bien es titular del derecho cambiario, aun no está en condiciones
legales para exigir el cumplimiento del mencionado derecho. En consecuencia, no
se dan los presupuestos para confusión extintiva alguna; y, por consiguiente, no
tiene lugar la liberación de los obligados cambiarios garantizados por el actual
portador del título en el primer giro (firmantes posteriores a él); prueba de ello es que
este endosatario —beneficiario del endoso de retorno—, por ser portador legitimado,
puede a su vez nuevamente endosar el título valor (art. 12, in fine, Ley Cambiaria
argentina) antes del vencimiento y hacerlo circular.
En suma, mientras no se produce el vencimiento del título valor no hay confusión
ni extinción de la obligación cartular. Eso sí, cuando ello ocurra habrá que distinguir
quién es el obligado que también es beneficiario del endoso de retorno:
a) si se trata del librador del título, la extinción por confusión será absoluta, toda
vez que el librador es el principal obligado:
b) si es el beneficiario, quedarán liberados por la extinción por confusión todos los
endosantes y el beneficiario tendrá acción de regreso contra el librador;
c) y si por hipótesis, quien tiene el título como último endosatario, es a su vez el
tercer endosante, la extinción por confusión producirá la liberación de los
endosantes posteriores a ese tercer endosante, y este portador del título valor podrá
accionar contra quienes firmaron con anterioridad a él. Es decir contra el librador y
contra el primero y segundo endosante, por ser estos sujetos firmantes anteriores,
que lo garantizan en el nexo cambiario.
Queda por decir que si el beneficiario del endoso de retorno, antes del
vencimiento del título, lo endosó y lo hizo circular, por hipótesis y en principio no se
producirán los efectos descriptos.
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Art. 1840.— Condición y endoso parcial.
Cualquier condición puesta al endoso se tiene por no
escrita. Es nulo el endoso parcial.
FUENTES: ART. 1499 DEL PROYECTO DEL EJECUTIVO DE 1993, ART. 1772 DEL PROYECTO
DE 1998.
1. Naturaleza jurídica
Dentro de la clasificación que oportunamente expusimos(1463) sobre las cláusulas
especiales que incluye la legislación cambiaria vigente en nuestro país, catalogamos
las contenidas en el artículo que glosamos aquí como "cláusulas previstas y
prohibidas", aunque integran distintas especies. En efecto, ello es así porque
consideramos que cualquier cláusula que importe un condicionamiento del endoso
es una cláusula prevista por la ley, que se debe tener por "no escrita". En cambio,
también la ley prevé que la cláusula incluida en el endoso que importe otorgar un
endoso parcial hace que éste sea nulo (arts. 13, Ley Cambiaria argentina, 13, Ley
de Cheques, y 1840, Código Civil y Comercial).
2. Fundamento y efectos
En razón de toda lógica hemos dicho hace bastante tiempo atrás(1464) que la
primera de las cláusulas mencionadas es calificada como prevista y no permitida (o
prohibida), que, en caso de que se la introduzca en el título, se la excluye del sistema
cartular o cambiario, por contradecir principios esenciales de él. De otro lado, a los
efectos de que no lesionen totalmente el título valor de que se trate, solo se
establece que "se la tiene por no escrita" a fin de que lo demás de lo contenido en
el título mencionado persista en su vigencia.
Sin embargo, en el segundo supuesto, "la cláusula prevista y no permitida" anula
el acto cartular o cambiario que integra, y el endoso parcial es nulo, según determina
el artículo glosado. Y ello es así porque el fundamento de la prohibición es más
grave, pues tiende a evitar que se desvirtúen las finalidades propias del sistema; o
que se produzca el cercenamiento de derechos. Desde el punto de vista práctico,
se ha dicho que por otra parte el endoso parcial haría dificultosa no solo la
circulación, sino la presentación al pago del título, y así produciría un verdadero
dislate en el sistema cambiario(1465).
El art. 1840 transita por dos escenarios distintos de la nulidad. Cuando puntualiza
que cualquier condición puesta al endoso "se tiene por no escrita", nos ubica en el
ámbito de las nulidades de pleno derecho en las cuales para su operatividad no es
menester una sentencia al efecto (ver nuestra glosa al art. 294); mientras que al
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proclamar que "es nulo" el endoso parcial, supone una nulidad que es necesario
actuar (ver nuestra glosa al art. 175).
1. Fuente
Se trata de una figura jurídica similar a la vigente respecto de los títulos cambiarios
(arts. 21, Ley Cambiaria argentina, y 22, Ley de Cheques).
2. Concepto y caracterización
Surge del texto glosado que el endoso con efectos cartulares se puede realizar
hasta el vencimiento del título valor. Si dicho endoso no llevara fecha, se presume
otorgado antes de ese vencimiento. Se trata de una presunción que, al haberse
suprimido la expresión "salvo prueba en contrario" que trae en la fuente cambiaria
citada, puede ser considerada iuris et de iure(1466).
3. Naturaleza y efectos
La doctrina cambiaria lo ha denominado como realmente lo es: "endoso post
vencimiento" o "endoso póstumo"(1467), y ello hay que tenerlo en cuenta, pues por
ser un endoso con efectos de cesión de crédito y no a la inversa —como es el caso
contemplado en el art. 1838, párr. 2º, del Código Civil y Comercial— no es necesario
notificarlo a los sujetos firmantes del título, pues en rigor éstos no tienen condiciones
de "deudores cedidos" (arg. art. 1619, Código Civil y Comercial).
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FUENTES: ART. 1500 DEL PROYECTO DEL EJECUTIVO DE 1993, ART. 1774 DEL PROYECTO
DE 1998.
1. Articulación
Remitimos al lector a lo expresado supra, con los matices más relevantes de esta
especie de los títulos valores, que son tributarios del título valor madre, sobre el que
el maestro C. Vivante elaboró a fines del siglo XIX la teoría general de los títulos de
crédito(1468). Y hacemos lo propio respecto de las reglas legales que rigen la especie,
directamente (arts. 1838 a 1846, Código Civil y Comercial) y en forma subsidiaria
por vía del art. 1834 del Código Civil y Comercial en todo lo concerniente a la cambial
(tratta y diretta)(1469).
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Art. 1843.— Endoso en blanco.
FUENTES: ART. 1501 DEL PROYECTO DEL EJECUTIVO DE 1993, ART. 1775 DEL PROYECTO
DE 1998.
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En las circunstancias mencionadas, el tradens que asume la posición de
endosante es responsable solidario por el pago del título que endosó. Efectos que
no se producen si no endosó el título valor y tampoco si se trata de un título valor no
cambiario.
FUENTES: ART. 1502 DEL PROYECTO DEL EJECUTIVO DE 1993, ART. 1776 DEL PROYECTO
DE 1998.
a) Fuente
Este artículo reproduce, casi a la letra, lo dispuesto por el art. 19 de la Ley
Cambiaria argentina(1472) respecto de la cambial (tratta y diretta) y de los cheques
(art. 21, Ley de Cheques).
b) Naturaleza y caracterización
Esta cláusula especial, prevista y permitida en la Ley Cambiaria y también en la
Ley de Cheques, no es solemne, pues como surge del propio texto legal la expresión
"en procuración" puede ser suplida por cualquier otra similar que importe un
mandato.
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i) el endosatario puede ejercer, extrajudicial o judicialmente, todos los derechos
inherentes al título valor, pero como reconoce la propiedad de éste en su endosante,
solo puede volver a endosarlo en procuración, lo que implica una simple sustitución
del mandato otorgado por el dueño del título valor;
ii) resulta de toda lógica que los obligados —esto es, los firmantes anteriores—
solo pueden oponer al endosatario las excepciones que pueden ser opuestas al
endosante en procuración, pues aquél actúa en su interés;
iii) como el endosatario es mandatario del endosante, oportunamente debe
rendirle cuenta a éste en los términos que dispone el art. 1324, inc. f), del Código
Civil y Comercial.
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a) Fuente y regulación legal
Este artículo reproduce lo dispuesto por el art. 20 de la Ley Cambiaria
argentina(1474) respecto de la cambial (tratta y diretta), aunque hay que tener en
cuenta que también puede otorgarse en los cheques de pago diferido, en su
condición de instrumentos de crédito y no de pago como los cheques comunes que
por esa razón no pueden ser endosados "en prenda". Por otro lado, ello fundamenta
que este endoso "en garantía" no se haya incluido en la Ley de Cheques 24.452, y
su aplicación respecto del cheque de pago diferido resulta procedente por la
remisión que hace el art. 65 de la Ley de Cheques a las normas de la Ley Cambiaria
argentina, "en cuanto fueran pertinentes"(1475).
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1. Articulación
Debe ensamblarse esta glosa con lo expuesto al efectuar lo propio con el art.
1826 del Código Civil y Comercial.
2. Las fuentes
Solo recordaremos aquí que la mencionada regla legal establece con toda
claridad, respecto de todos los títulos valores en general, "que están solidariamente
obligados al pago los creadores del título valor, pero no los demás intervinientes".
Sin embargo, al regular los títulos valores cartulares de circulación a la orden,
este art. 1846 se aparta de su fuente —v. gr., art. 1778 del Proyecto de 1998— y
dispone: "Excepto cláusula expresa, el endosante responde por el cumplimiento de
la obligación incorporada".
3. El desencuentro legal
Ante esa realidad de las normas transcriptas, debemos apuntar que el art. 1826
refiere y rige todos los títulos valores comprendidos en el Cap. 6º, mientras que por
su lado el art. 1846 se ubica y regula los títulos valores cartulares de circulación a la
orden, y abarca expresamente en virtud del art. 1848 los títulos valores cartulares.
Sin embargo, como se dijo ut supra el legislador no siguió, respecto del tema que
nos perturba, como en otros casos, el Proyecto de 1998, que en el premencionado
art. 1758 suprimió las responsabilidades de los endosantes de los títulos valores
cartulares de circulación a la orden.
Con lo expuesto en los párrafos anteriores, parece quedar al descubierto la
existencia de un error material en este artículo que aquí glosamos,
fundamentalmente por el apartamiento del legislador del texto de la fuente tenida en
cuenta (art. 1758, Proyecto de 1998).
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a) Como dijimos en el número anterior, no se modificó el texto de esta regla legal
que consideramos equivocado, de acuerdo con mejor doctrina nacional en materia
de títulos valores(1476). (1) Tampoco tenemos conocimiento que especialistas
vinculados a los inspiradores y legisladores del nuevo Código Civil y Comercial,
hubieran encarado esa tarea reparadora.
b) Por otra parte, conviene tener en cuenta que nuestra opinión fue vertida antes
que aparecieran las pretendidas justificaciones que se han publicado, oportunidad
en la cual pusimos de resalto las cuestiones opinables que habíamos percibido en
los trabajos aparecidos antes de la sanción final del nuevo Código, en el sentido,
precisamente, de no distinguir suficientemente los efectos del endoso cambiario, del
endoso en la generalidad de los titulo valores causales.
c) Asimismo, resulta procedente tener en cuenta lo expuesto al glosar el art. 1838,
del Código Civil y Comercial, donde ponemos en evidencia que las normas allí
incluidas, fueron tomadas —casi a la letra— de las reglas específicas regulatorias
de la cambial "tratta y diretta". (decreto-ley 5965/63, Ley Cambiaria argentina). A
pesar de que ellas al referirse al endoso cambiario establecen esencialmente, salvo
cláusula expresa en contrario (art. 16, ley cit. ) el efecto vinculante (o de garantía).
El cual como es sabido y además también señalamos infra, no aparece, en las
normas legales regulatorias en los demás títulos valores causales salvo en el
certificado de prenda con registro y el "warrant", que prevén una cierta solidaridad
en el pago de esos títulos, aun cuando no igual a la solidaridad de los papeles de
comercio (Letra de cambio y Pagaré, decreto-ley 5965/63, Ley Cambiaria argentina
y Cheque común y de pago diferido, ley 24.452.).
d) También corresponde señalar, que por un lado han aparecido algunas
publicaciones específicas que ignoran el error material que se ha puesto en
evidencia(1477) y en otras se ha tratado de justificar el alcance abarcativo de este art.
1846 del Código Civil y Comercial a todos los títulos valores, calificando al efecto
vinculante o de garantía, del endoso como "natural"(1478) lo que, como ha sostenido
el doctor Héctor Alegria, entra "en franca contradicción con la regla general del art.
1826 del Código Civil y Comercial, que por su carácter comprende a toda clase de
títulos valores o de crédito", quien ratifica así nuestra opinión de que "No todos los
títulos endosables o nominativos endosables importan la responsabilidad natura! de
los intervinientes distintos del creador del título". Así, por ejemplo, en las
obligaciones negociables endosables y en los warrants y certificados de depósito no
se establece esa obligación solidaria y sería ilógico que lo fuera (ver arts.
16, 17 y 20, ley 9643) ya que solo obligan a los endosantes —sin hablar de
solidaridad— con relación al saldo insoluto siempre que se hubiera cumplido con la
ejecución oportuna de los bienes objeto de la garantía y por los procedimientos;
establecidos en la ley(1479).
Para concluir lo aquí sostenido manifestamos que con todo el cuidado y seriedad
hemos brindado los elementos, para que el lector tome conocimiento de la realidad
legal vigente sobre este tema y si ella se lo merece, se encolumne entre quienes
consideramos que resulta imprescindible que sea reformado en texto legal de este
art. 1846, en concordancia con los dispuesto en el art. 1826, Código Civil y
Comercial.
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Art. 1847.— Régimen.
Es título nominativo endosable el emitido en favor de una
persona determinada, que sea transmisible por endoso y
cuya transmisión produce efectos respecto al emisor y a
terceros al inscribirse en el respectivo registro.
El endosatario que justifica su derecho por una
serie ininterrumpida de endosos está legitimado
para solicitar la inscripción de su título.
Si el emisor del título se niega a inscribir la
transmisión, el endosatario puede reclamar la
orden judicial correspondiente.
a) Caracterización
La breve noción legal adoptada por nuestro legislador, en virtud de las fuentes
tenidas en cuenta supra respecto de esta clase de títulos valores, se puede
complementar con el agregado de que tanto su emisión como sus sucesivas
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transmisiones, mediante el endoso correspondiente, deben ser inscritas en los
registros del emisor o librador del título, o del modo previsto en la ley respectiva(1480).
c) Articulación
Por disposición expresa del art. 1848 del Código Civil y Comercial se debe aplicar
las reglas legales contenidas en los arts. 1838 a 1846 concernientes a los títulos
valores de circulación a la orden, que sean compatibles con los títulos nominativos
endosables.
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3. Legitimación en los títulos nominativos
Surge con claridad de los textos enunciados al principio la existencia de estas dos
especies de títulos valores nominativos: los endosables y los no endosables. Por
ello la función jurídica de la legitimación de unos y otros presenta en los supuestos
que siguen paridad en los requisitos de las letras a), b) y d), y algunos matices
diferenciales en el identificado con la letra c). Por tanto señalamos:
a) la posesión del título;
b) su exteriorización mediante la presentación o la exhibición al deudor de la
prestación que el título otorgue;
c) la documentación que justifique la propiedad formal del título endosable (art.
1847Código Civil y Comercial) o no endosable (art. 1849Código Civil y Comercial):
i) respecto de los títulos valores nominativos endosables (art. 1847Código Civil y
Comercial), la documentación natural será una regular cadena de endosos(1484);
ii) respecto de los nominativos no endosables, la documentación podrá ser un
instrumento escrito de la transferencia o la presentación del título nominativo no
endosable, que el tradens entregó al accipiens como prueba de la transmisión (arg.
art. 1618) y en ambos supuestos las correlativas inscripciones en el registro del
deudor-emisor;
d) en cualquier caso la identificación personal del poseedor legitimado de acuerdo
con los anteriores requisitos enumerados.
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establecerse la circulación autónoma del derecho, con
sujeción a lo dispuesto en el artículo 1820.
La transmisión o constitución de derechos
reales sobre el título valor, los gravámenes,
secuestros, medidas precautorias y cualquier otra
afectación de los derechos conferidos por el título
valor deben efectuarse mediante asientos en
registros especiales que debe llevar el emisor o,
en nombre de éste, una caja de valores, una
entidad financiera autorizada o un escribano de
registro, momento a partir del cual la afectación
produce efectos frente a terceros.
A los efectos de determinar el alcance de los
derechos emergentes del título valor así creado
debe estarse al instrumento de creación, que debe
tener fecha cierta. Si el título valor es admitido a la
oferta pública es suficiente su inscripción ante la
autoridad de contralor y en las bolsas o mercados
en los que se negocia.
Se aplica respecto del tercero que adquiera el
título valor lo dispuesto por los artículos 1816 y
1819.
1. Introducción
Los arts. 1850 y 1851 del Código Civil y Comercial se refieren a los denominados
títulos no cartulares, que como ya hemos señalado(1486), en rigor no son títulos, ni
instrumentos, ni documentos, sino que se trata de valores o derechos de crédito de
circulación autónoma, no incorporados a un soporte de papel(1487), que integran el
fenómeno de la desmaterialización de los títulos valores o de crédito.
Sin embargo hay que señalar que estas reglas legales se han apartado
ostensiblemente de los arts. 1782 y 1783 del Proyecto de 1998, que reglamentó esta
materia en ese cuerpo legal que le ha servido de fuente a ultranza, razón por la cual
hay que tomar con prudencia lo escrito sobre el Proyecto de 1998.
Aunque hay que reconocer que, de modo análogo a las normas del precitado
Proyecto de 1998, no regulan el funcionamiento de los derechos conferidos a través
de los denominados títulos no cartulares, sino solo la posibilidad de crear o
transformar títulos valores cartulares en no cartulares o desmaterializados(1488).
Empero hay que reconocer que es una excepción saludable a lo dicho en el
párrafo anterior la remisión a los arts. 1816 y 1819 respecto del tercero que adquiera
el título valor en las condiciones establecidas en esas normas(1489).
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Ratificando la libertad de creación de los títulos valores, la regla glosada la
extiende (apart. 1º) a los valores desmaterializados con circulación autónoma del
derecho que otorgan, con sujeción a lo dispuesto en el art. 1820.
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autenticación u otro requisito. Su expedición
importa el bloqueo de la cuenta respectiva, sólo
para inscribir actos de disposición por su titular,
por un plazo de treinta días, excepto que el titular
devuelva el comprobante o dentro de dicho plazo
se reciba una orden de prórroga del bloqueo del
juez o tribunal arbitral ante el cual el comprobante
se hizo valer. Los comprobantes deben mencionar
estas circunstancias;
b) asistir a asambleas u otros actos vinculados
al régimen de los títulos valores. La expedición de
comprobantes del saldo de cuenta para la
asistencia a asambleas o el ejercicio de derechos
de voto importa el bloqueo de la cuenta respectiva
hasta el día siguiente al fijado para la celebración
de la asamblea correspondiente. Si la asamblea
pasa a cuarto intermedio o se reúne en otra
oportunidad, se requiere la expedición de nuevos
comprobantes pero éstos sólo pueden expedirse
a nombre de las mismas personas que fueron
legitimadas mediante la expedición de los
comprobantes originales;
c) los fines que estime necesario el titular a su
pedido.
En los casos de los incisos a) y b) no puede
extenderse un comprobante mientras está vigente
otro expedido para la misma finalidad.
Se pueden expedir comprobantes de los títulos
valores representados en certificados globales a
favor de las personas que tengan una
participación en los mismos, a los efectos y con el
alcance indicados en el inciso a). El bloqueo de la
cuenta sólo afecta a los títulos valores a los que
refiere el comprobante. Los comprobantes son
emitidos por la entidad del país o del exterior que
administre el sistema de depósito colectivo en el
cual se encuentran inscriptos los certificados
globales. Cuando entidades administradoras de
sistemas de depósito colectivo tienen
participaciones en certificados globales inscriptos
en sistemas de depósito colectivo administrados
por otra entidad, los comprobantes pueden ser
emitidos directamente por las primeras.
En todos los casos, los gastos son a cargo del
solicitante.
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La entidad o profesional que lleve el registro especial de que se trate en los
términos del art. 1850, apart. 2º, debe extender el certificado de saldo de la cuenta
a fin de que su titular, por sí o por su apoderado, pueda ejercer los distintos derechos
y facultades que le otorga la regla glosada.
4. Gastos
En todos los casos, los gastos son a cargo del sujeto que solicitó el comprobante
de saldo de la cuenta concerniente a los títulos valores no cartulares de que se trate.
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PARÁGRAFO 1º - NORMAS COMUNES PARA TÍTULOS
VALORES
FUENTES: ART.1508 DEL PROYECTO DEL EJECUTIVO DE 1993, ART. 67 (REFORMA LA LEY
20.643) DEL PROYECTO DE LA COMISIÓN FEDERAL DE 1993, ART. 1784 DEL PROYECTO DE
1998.
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a) Títulos cancelables
Las normas contenidas en la regla legal glosada abren la posibilidad de iniciar un
procedimiento judicial cuando el título valor se hubiera deteriorado en partes
sustanciales y ello impidiera utilizarlo idóneamente, o hubiera sido sustraído o
perdido por su portador legitimado. Empero, tenemos dicho que es conveniente
abarcar otros supuestos genéricos de desposesión involuntaria del título valor de
que se trate.
b) Jurisdicción
Aun cuando se ha vertido opinión que evidencia el apartamiento de la regla
glosada de la legislación cambiaria vigente (arts. 89 y ss., Ley Cambiaria argentina),
consideramos que el criterio adoptado por el legislador es correcto, toda vez que
establece que se debe iniciar el procedimiento en jurisdicción del domicilio del
creador, en los títulos valores en serie; y en la del lugar de pago, en los títulos valores
individuales.
c) Otorgamiento de caución
Al igual que las fuentes inmediatas citadas supra, y con criterio distinto a la Ley
Cambiaria argentina, la regla que nos ocupa (art. 1852, apart. 3º) dispone por un
lado que el juez interviniente puede exigir del cancelante que obtuvo sentencia
favorable a su pedido, cuando ella hubiera quedado firme, una caución en resguardo
de los derechos del adquirente del título valor cancelado y, por otro lado, que esa
cautela debe ser establecida por un plazo no mayor a dos años.
Consideramos que si la sentencia declarativa dictada a favor del cancelante
quedó firme por rechazo de la oposición formulada el actual poseedor, no
corresponde la exigencia de la caución mencionada a favor del oponente vencido,
quien además debe entregar el título valor al cancelante victorioso (art. 1875Código
Civil y Comercial).
d.1) Fuentes
La situación de este sujeto está regulada en el apart. 2º de este artículo que
estamos glosando y si bien su texto ha sido tomado del art. 1784 del Proyecto de
1998, que hizo lo propio respecto del art. 1508 del Proyecto del Ejecutivo de 1993,
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Estudiantes de abogacia EA! - EA! GRADuados
no hemos visto comentarios que expliciten suficientemente su alcance, máxime a la
luz del texto finalmente adoptado.
d.5) Articulaciones
Por otra parte y con toda claridad, la regla legal que estamos glosando, en su
apart. 2º, establece en forma terminante que "La cancelación del título valor no
perjudica los derechos de quien no formula oposición respecto de quien obtiene la
cancelación".
También coincide con lo expresado el texto la norma de aplicación subsidiaria
(art. 1834) respecto de cualquier título valor. Y si se trata de un título valor cambiario,
por disposición expresa de la norma de aplicación específica en tal caso, como es
el art. 93 del decreto-ley 5965/1963 (Ley Cambiaria argentina): "La cancelación
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extingue todo derecho emergente de la letra de cambio, pero no perjudica los
derechos que eventualmente pudiera tener el poseedor que no formuló oposición
contra el que obtuvo la cancelación"(1493).
FUENTES: ART. 1509 DEL PROYECTO DEL EJECUTIVO DE 1993, ART. 1785 DEL PROYECTO
DE 1998.
757
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a) Procedencia de la sustitución
Esta regla legal determina la facultad del portador del título valor deteriorado en
partes sustanciales que impidan que sea utilizado idóneamente para su finalidad
específica, para pedir su sustitución por un duplicado librado por el emisor del título
originario deteriorado.
b) Supuestos de improcedencia
Del texto legal surge con claridad que si se considera que la destrucción sufrida
por el documento impide reconocer con certeza —aun cuando sea mínimamente—
su texto original, este pedido de sustitución no procede.
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FUENTE: ART. 1786 DEL PROYECTO DE 1998.
759
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d) enunciación de las circunstancias que
causaron la pérdida, sustracción o destrucción. Si
la destrucción fuera parcial, debe exhibir los
restos de los títulos valores en su poder;
e) constitución de domicilio especial en la
jurisdicción donde tuviera la sede el emisor o, en
su caso, en el lugar de pago.
2. Forma
En principio la denuncia debe efectuarse utilizando una escritura pública, que el
denunciante debe otorgar ante escribano de registro o funcionario autorizado para
esos fines (art. 299). Consideramos que también se puede utilizar a esos fines un
acta notarial de las previstas en el art. 310 del Código Civil y Comercial.
3. Contenido. Gastos
La denuncia debe contener los datos detallados en la regla legal que estamos
glosando y, en cualquiera de los casos mencionados, el denunciante debe
acompañar una suma suficiente, a criterio del emisor, para satisfacer los gastos de
publicaciones que fuera menester efectuar (arts. 1857 y 1858Código Civil y
Comercial) y de la respectiva correspondencia que se deba enviar.
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Es imprescindible poner de relieve aquí que:
a) si bien el denunciante debe utilizar el medio instrumental de la escritura pública
o acta notarial, hay que tener en cuenta que en ellos solo hacen plena fe los actos
pasados ante el notario u oficial público, pero no los hechos y las cuestiones que el
denunciante hubiera dicho, mencionado o descrito al otorgante del respectivo
instrumento;
b) por tanto si el emisor considerara que el contenido de la denuncia no es veraz,
solo le queda efectuar las observaciones que prevé el art. 1860, norma que nada
dice sobre los efectos de esa conducta del emisor;
c) parece ser de toda lógica que el denunciante, ante las observaciones o la
conducta negativa del emitente que recibió la denuncia, tiene expedita la acción
judicial correspondiente, ante el juez del domicilio del emisor (arg. art. 1862Código
Civil y Comercial) con el fin de que éste proceda a pronunciarse sobre los pasos a
seguir para otorgar eficacia y andamiento a los derechos que pretende hacer valer
el denunciante.
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2. Notificación extrajudicial al denunciante
En ambos casos el ente que sustanció la denuncia recibida debe notificar o
entregar constancia de la denuncia recibida y de la suspensión dispuesta a
denunciante(1497).
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Cuando los títulos valores cotizan públicamente, además
de las publicaciones mencionadas en el artículo 1857, el
emisor o la entidad que recibe la denuncia, está obligado a
comunicarla a la entidad en la que coticen más cercana a su
domicilio y, en su caso, al emisor en el mismo día de su
recepción. La entidad debe hacer saber la denuncia, en igual
plazo, al órgano de contralor de los mercados de valores, a
las cajas de valores, y a las restantes entidades
expresamente autorizadas por la ley especial o la autoridad
de aplicación en que coticen los títulos valores.
Las entidades expresamente autorizadas por la
ley especial o la autoridad de aplicación en que se
negocian los títulos valores, deben publicar un
aviso en su órgano informativo o hacerlo saber
por otros medios adecuados, dentro del mismo día
de recibida la denuncia o la comunicación
pertinente.
Las entidades expresamente autorizadas por la
ley especial o la autoridad de aplicación deben
llevar un registro para consulta de los interesados,
con la nómina de los títulos valores que hayan
sido objeto de denuncia.
763
Estudiantes de abogacia EA! - EA! GRADuados
órgano informativo o hacerlo saber por otros medios adecuados, dentro del mismo
día de recibida la denuncia o la comunicación pertinente.
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Estudiantes de abogacia EA! - EA! GRADuados
3. Sustanciación y trámite
El emisor debe citar por medio fehaciente a las personas indicadas por el
denunciante o las que figuran con tales calidades en el respectivo registro, en los
domicilios denunciados o registrados, a los fines del art. 1857, especialmente para
hagan valer sus derechos y formulen oposición en el término establecido por la
norma precitada.
Remisión
Remitimos al lector al comentario del art. 1855, núm. 4, en donde pusimos de
relieve que en virtud de las normas contenidas en los arts. 299, 310, 1860 y
1862Código Civil y Comercial, si el emisor considerara que el contenido de la
denuncia no es veraz, tiene la legítima posibilidad de efectuar las observaciones que
prevé la regla legal contenida en este artículo glosado. Y aun cuando en ella nada
se dice, consideramos de toda lógica que el denunciante, ante las observaciones o
conducta negativa del emitente que recibió la denuncia, tiene expedita la acción
judicial correspondiente, ante el juez del domicilio del emisor (arg. art. 1862) para
que esa autoridad judicial se pronuncie sobre los pasos a seguir para otorgar eficacia
y andamiento a los derechos que pretende hacer valer el denunciante.
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certificado provisorio no negociable, excepto que se
presente alguna de las siguientes circunstancias:
a) que a su criterio no se hayan subsanado las
observaciones indicadas;
b) que se hayan presentado uno o más
contradictores dentro del plazo;
c) que exista orden judicial en contrario;
d) que se haya aplicado lo dispuesto en los
artículos 1866 y 1867.
FUENTES: ART.75 (REFORMA A LA LEY 20.643) DEL PROYECTO DE LA COMISIÓN FEDERAL
DE 1993, ART. 1794 DEL PROYECTO DE 1998.
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Apertura de la vía judicial. Juez competente
La regla legal glosada específicamente establece que en caso de negativa del
emisor de extender un certificado provisorio por los títulos valores comprendidos en
la presentación del denunciante (art. 1855, Código Civil y Comercial), éste tiene
acción judicial para hacer valer sus derechos.
Es competente el juez que tenga jurisdicción en el lugar del domicilio del emisor
y, asimismo, por reivindicación o en el supuesto del inc. d) del art. 1861, puede
accionar por los daños que correspondan.
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Empero, la regla legal glosada otorga al denunciante la facultad de elegir, en cada
oportunidad, la modalidad de inversión de su conveniencia entre las ofrecidas por el
banco donde corresponde efectuar la consignación de la prestación dineraria de que
se trate; en caso de que no ejerza esa facultad, el emisor puede determinar cuál
escoge, entre las modalidades de inversión corrientes en plaza.
El denunciante puede pedir la disposición de las acreencias dinerarias a su
vencimiento, o posteriormente desafectándolas del depósito efectuado por el
emisor. Para ello debe ofrecer la constitución de garantía suficiente, a juicio del
emisor, y éste puede entregarle las acreencias dinerarias a su vencimiento, o
posteriormente desafectándolas del depósito, con conformidad del peticionario. La
garantía se mantiene, bajo responsabilidad del emisor, durante el plazo previsto en
el art. 1865, excepto orden judicial en contrario.
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b) Solicitud ante el juez competente. Caución
El pedido debe tener índole judicial y debe efectuarse directamente ante el juez
con competencia en el domicilio del emisor. A esos efectos el juez interviniente fijará
la caución que estime apropiada, que debe prestar el peticionante.
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Estudiantes de abogacia EA! - EA! GRADuados
b) el certificado provisorio, que parece ser no catalogado por el texto transcripto
como título valor, debe ser canjeado por un nuevo título valor definitivo, que será de
utilidad a todos los efectos legales;
c) asimismo, se deja expresa constancia legal de que el derecho del cancelante
a solicitar conversión de los títulos valores cancelados queda suspendido mientras
esté vigente el certificado provisorio.
a) Sustanciación
En tal caso el emisor debe hacerlo saber de inmediato en forma fehaciente al
denunciante.
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Estudiantes de abogacia EA! - EA! GRADuados
b) Efectos
La presentación del título valor original, en las condiciones apuntadas, produce la
suspensión de los derechos del cancelante a obtener el canje del certificado
provisorio por el título valor definitivo (art. 1865), así como el ejercicio de los
derechos que le concede el art. 1863Código Civil y Comercial, sobre la prestación
que concede el título valor cuya cancelación ha solicitado, hasta que haya
pronunciamiento judicial sobre la oposición formulada.
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1. Situación del adquirente del título valor
a) Condiciones de la adquisición
La regla legal glosada contempla el caso de que el tercero portador del título valor
denunciado que formula la oposición lo haya adquirido en las siguientes
condiciones:
i) sin mala fe ni culpa grave;
ii) en una entidad prevista y autorizada en la Ley del Mercado de Valores con
anterioridad a la primera publicación prevista en el art. 1865; y, además,
iii) que hubiere formulado la oposición en el plazo previsto en el caso de los
derechos enunciados en el presente artículo.
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defecto de esa comunicación, hasta la publicación del aviso
que establece el artículo 1857. Ello, sin perjuicio de los
derechos del oponente sobre la cuotaparte de títulos valores
de igual especie, clase y emisor que corresponda al
comitente responsable.
También debe desestimarse sin más trámite toda
oposición planteada contra un depositante
autorizado, respecto del título valor recibido de
buena fe para ingresarlo en depósito colectivo en
una caja de valores antes de las publicaciones que
prevén los artículos 1855, 1857 y 1858, sin
perjuicio de los derechos del oponente
mencionados en el párrafo anterior.
En caso de destrucción total o parcial de un título
valor depositado, la caja de valores queda
obligada a cumplir con las disposiciones de esta
Sección.
FUENTES: ART. 81 (REFORMA A LA LEY 20.643) DEL PROYECTO DE LA COMISIÓN FEDERAL
DE 1993, ART. 1801 DEL PROYECTO DE 1998.
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3. Supuesto de destrucción total o parcial del título depositado
En el apart. 3º, la regla legal dispone que, en el caso de destrucción total o parcial
de un título valor depositado, la caja de valores correspondiente queda obligada a
cumplir con las disposiciones de esta Sec. 4ª.
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Consideramos necesario volcar nuestro elogio a la norma glosada, toda vez que
desde hace mucho tiempo atrás venimos sosteniendo que si el título cartular o
cambiario es no endosable, no se justifica que se obligue al poseedor desposeído
involuntariamente a sustanciar un procedimiento de cancelación judicial, pues tal
título valor, no puede ser adquirido a non domino. Sin embargo, también hemos
criticado que los bancos no tienen en cuenta ello, y exigen la tramitación del
procedimiento de cancelación, especialmente, de los "certificados de depósito a
plazo fijo" cuando éstos no son transferibles mediante endoso(1500).
Finalmente, debemos poner de relieve que la regla legal glosada dispone
expresamente que en el caso no corresponde la aplicación de los arts. 1864 (sobre
derechos de contenido no patrimonial) y 1865 (sobre títulos valores definitivos).
1. Procedimiento aplicable
En virtud de lo dispuesto en la regla legal glosada, el procedimiento explicado en
los artículos anteriores, como es de toda lógica comprende los cupones separables
vinculados con el título valor de que se trate en función accesoria (arg. art. 1818,
Código Civil y Comercial), en tanto no haya comenzado su período de utilización al
efectuarse la primera publicación.
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Art. 1871.— Denuncia.
El último portador debe denunciar judicialmente el hecho,
y solicitar la cancelación de los títulos valores.
La demanda debe contener:
a) la individualización precisa de los títulos
valores cuya desposesión se denuncia;
b) las circunstancias en las cuales el título valor
fue adquirido por el denunciante, precisando la
fecha o época de su adquisición;
c) la indicación de las prestaciones percibidas
por el denunciante, y las pendientes de
percepción, devengadas o no;
d) las circunstancias que causaron la pérdida,
sustracción o destrucción. En todos los casos, el
solicitante puede realizar actos conservatorios de
sus derechos.
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que por hipótesis será el tomador o el beneficiario del título valor si éste no circuló,
o el beneficiario del último endoso si se trata de un título a la orden o nominativo
endosable que hubiera circulado regularmente (arg. arts. 1837, 1838, 1842, 1847 y
1848, Código Civil y Comercial).
FUENTES: ART. 1515 DEL PROYECTO DEL EJECUTIVO DE 1993, ART. 1805 DEL PROYECTO
DE 1998.
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Es necesario señalar aquí que la admisibilidad del pedido y la eficacia del auto de
cancelación que oportunamente se dicte dependerán de la exactitud de los datos
que suministre el cancelante; debido a ello, es conveniente reproducir, en la medida
de lo posible, íntegra y exactamente el contenido del título valor, con endosos,
referencia de otros actos cartulares y cambiarios, así como de otras anotaciones
que éste incluya(1501).
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Como es de toda lógica, si el magistrado considera que los datos aportados son
verosímiles y suficientes deberá dictar el auto de apertura del procedimiento iniciado
(arg. art. 1872, Código Civil y Comercial).
a) Naturaleza jurídica
El que podemos designar como "auto de cancelación" (arts. 1834, Código Civil y
Comercial, y 89, aparts. 3º y 4º, Ley Cambiaria argentina) es de carácter provisorio,
en tanto que adquiere fuerza y naturaleza de sentencia definitiva en caso de que no
se formule oposición oportuna o ésta sea rechazada arts. 1874 y 1875 del Código
Civil y Comercial(1506).
b) Contenido
A la luz de lo dispuesto en el texto de la regla legal glosada, el denominado auto
de cancelación, en su condición de resolución judicial, debe contener todos los
requisitos previstos en las disposiciones de las leyes procesales (arts. 160 y ss.,
Código Procesal Civil y Comercial de la Nación), toda vez que tiene carácter de
sentencia interlocutoria que requiere fundamentación, aun cuando se dicte sin
sustanciación. Por otro lado, no es necesario el pronunciamiento sobre costas, pues
éstas son a cargo del peticionante (arg. arts. 1834, Código Civil y Comercial, y 94,
Ley Cambiaria argentina)(1507).
Respecto de los aspectos sustanciales, se debe ordenar:
i) la notificación de la demanda de cancelación por sustracción, pérdida o
destrucción al creador del título valor y a los demás firmantes obligados al pago;
ii) la publicación de los edictos dispuesta en el art. 1873 del Código Civil y
Comercial;
iii) disponer, además, pero fundamentalmente su cancelación y autorizar el pago
de las prestaciones exigibles después de los treinta días de cumplida la publicación
edictal, mencionada en el apartado anterior, para el caso de que no se dedujera
oposición.
Consideramos procedente enfatizar que este auto de apertura del procedimiento
debe contener, como ya se dijo y resuelve el artículo que estamos glosando, la
cancelación del título valor de que se trate. Sin embargo, por tratarse de una
resolución judicial de efectos provisorios, solo adquiere fuerza y naturaleza de
sentencia definitiva en caso de que no se formule oposición, o ella sea rechazada.
Por tanto y con riesgo de caer en redundancia, debe quedar claro que en este caso
ya no hay que dictar una nueva resolución disponiendo la cancelación, pues ésta
que ya fue decretada con carácter provisorio. Así, adquiere fuerza definitiva sin
necesidad de dictar una nueva resolución en ese sentido(1508).
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5. Notificaciones
La regla legal aquí glosada establece con mucha claridad que el juez debe
ordenar la notificación de la sustracción, pérdida o destrucción al creador del título
valor y a los demás firmantes obligados al pago.
Consideramos pertinente señalar que esas notificaciones serán de naturaleza
procedimental, por tanto deben serlo personalmente o por cédula (art. 135, Código
Procesal Civil y Comercial de la Nación) y ella nuestro juicio, se debe articular con
lo dispuesto en el art. 1873Código Civil y Comercial, que a continuación glosamos.
FUENTES: ART. 1516 DEL PROYECTO DEL EJECUTIVO DE 1993, ART. 1806 DEL PROYECTO
DE 1998.
1. Publicidad edictal
La regla legal, cuya fuente inmediata es el art. 1806 del Proyecto de 1998, con
alguna reserva articulatoria que al final de la glosa aquí formulada consideramos,
establece, los recaudos a observar en la publicación dispuesta en el artículo anterior.
A saber:
a) debe efectuarse la publicación de un edicto por un día en el Boletín Oficial y
otro edicto en uno de los diarios de mayor circulación del lugar del procedimiento;
b) tales publicaciones edictales deben contener:
i) los datos del denunciante y la identificación del título valor cuya desposesión
fue denunciada;
ii) la citación para que los interesados deduzcan oposición al procedimiento, la
que debe formularse dentro de los treinta días contados desde la última publicación
que se haga en alguno de los dos medios de comunicación indicados.
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2. El pago anterior
Como se puede leer en el último apartado del texto transcripto, se establece
expresamente que si por hipótesis los obligados atendieran o cumplieran la
prestación contenida en el título cartular sometido al procedimiento de cancelación
que nos ocupa, tal pago tiene efectos liberatorios para quien lo efectúa, a menos
que se lo hubiera efectuado con dolo o culpa.
3. Articulación
Luego de meditar los presuntos fundamentos y los reales alcances de esta última
norma legal incluida en el artículo glosado, consideramos imprescindible efectuar
una articulación con las reglas legales contenidas en el art. 1872 del Código Civil y
Comercial y el art. 89, apart. 4º, de la Ley Cambiaria argentina, que por la posibilidad
de su aplicación subsidiaria (art. 1834, Código Civil y Comercial) entendemos que
puede haber inducido a error al legislador y, por tanto, producir efectos no deseados
en lo que puedan resolver los jueces.
b) Conclusión
Por la articulación realizada que ensambla las reglas legales citadas, corresponde
coronar lo dicho con la reiteración de conceptos tenidos en cuenta y expuestos hace
mucho tiempo atrás, cuando dijimos(1509), por un lado, que la denuncia o notificación
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extrajudicial que el portador desposeído involuntariamente de la cambial está
facultado a realizar, tiene solo finalidad informativa(1510).
Y por otro lado, que por natural implicancia de la regla legal transcripta, no tiene
efecto liberatorio el pago realizado luego de la notificación del auto judicial al deudor.
Ello es así puesto que el deudor que paga en ese caso, tiene conocimiento de la
existencia del procedimiento de cancelación en trámite, lo cual implica su dolo o
culpa grave en el pago, ya que lo que corresponde en ese caso es que deposite el
importe reclamado en judicialmente(1511).
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porque el procedimiento de cancelación que nos ocupa no puede cambiar la
naturaleza jurídica de las cosas(1512).
FUENTES: ART. 1518 DEL PROYECTO DEL EJECUTIVO DE 1993, ART. 1808 DEL PROYECTO
DE 1998.
2. Oposición
a) Concepto
La publicidad llevada cabo por los edictos y las notificaciones personales o por
cédula (arts. 1872 y 1873, Código Civil y Comercial) del auto de cancelación tienen
por finalidad la apertura de la eventual fase contenciosa del proceso que estamos
estudiando, hasta entonces voluntario(1513).
b) Naturaleza
Por tanto, se debe catalogar la formulación de la oposición como la deducción de
una pretensión de declaración negativa contra el auto de cancelación(1514).
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c) Fines
Se ve claro que, desde el punto de vista procesal, tiene por finalidad enervar la
pretensión de anulación declarada en el auto cancelación, y evitar que esa sentencia
de efectos provisorios llegue a transformarse en definitiva. Persigue que el sujeto
que inició el procedimiento sea declarado sin derecho a lograr la anulación del título
valor declarado provisoriamente cancelado (art. 1872, Código Civil y Comercial).
4. Articulación
Empero, con tal criterio restrictivo surge la duda acerca de quiénes son los
"interesados" mencionados en el art. 1873, inc. b)Código Civil y Comercial, que son
expresamente citados para que deduzcan oposición al procedimiento, cuando por
hipótesis el título valor cuya cancelación se solicitó es único, y tales interesados en
los hechos no puedan disponer del título valor, para depositarlo ante el juez
interviniente como condición de admisibilidad de su intervención como oponente.
Ante esa realidad, consideramos que, si bien la regla legal glosada es claramente
restrictiva, se podría ampliar el concepto en virtud de la aplicación subsidiaria (art.
1834, Código Civil y Comercial) de la ley cambiaria vigente. Pues ella además del
contradictor natural que es el portador legitimado del título valor sometido al
procedimiento de cancelación, permite citar como coadyuvante a otros sujetos como
son el librador, o en su caso a los endosantes del título si los hubiera.
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La denuncia debe efectuarse ante el juez del
domicilio del emisor, con indicación de los
elementos necesarios para juzgarla y contener los
datos que puede aportar el denunciante sobre las
constancias que incluía el libro.
Copias de la denuncia deben ser presentadas en
igual término al organismo de contralor societario,
al organismo de contralor de los mercados de
valores y a las entidades expresamente
autorizadas por la ley especial o la autoridad de
aplicación y cajas de valores respectivos, en su
caso.
FUENTES: ART.86 (REFORMA A LA LEY 20.643) DEL PROYECTO DE 1987, ART. 1519 DEL
PROYECTO DEL EJECUTIVO DE 1993, ART. 86 (REFORMA A LA LEY 20.643) DEL PROYECTO
DE LA COMISIÓN FEDERAL DE 1993, ART. 1809 DEL PROYECTO DE 1998.
2. La presentación judicial
La regla legal aquí glosada, como ocurre respecto del inicio del procedimiento de
la cancelación de los títulos valores ya estudiada, también erróneamente ha sido
titulada "Denuncia" aunque, en rigor, se trata de una "demanda judicial" que abre el
procedimiento de cancelación de los registros descriptos y afectados. Por esa razón
deberá contar con los recaudos de toda demanda judicial (art. 330, Código Procesal
Civil y Comercial de la Nación) y las especificaciones requeridas en el apart. 2º de
la regla glosada, pues ellos son los elementos necesarios para juzgar la verosimilitud
y la procedencia de la demanda de cancelación iniciada. Empero en este caso, se
debe puntualizar todos los datos que puede aportar quien pidió la cancelación y,
especialmente, los que describan las constancias, asientos y registraciones que
incluía el libro que permita identificar su estado cuando sucedió el hecho dañoso
que motivó la denuncia.
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3. Otras comunicaciones
Asimismo y aunque la ley no lo especifica, consideramos que coetáneamente con
la demanda judicial debe notificarse —acompañado las copias de la presentación al
organismo de contralor societario— al organismo de contralor de los mercados de
valores y a las entidades autorreguladas expresamente autorizadas por la ley
especial o autoridad de aplicación que intervenga en la oferta pública y negociación
de los títulos valores involucrados en la denuncia.
FUENTES: ART.87 (REFORMA A LA LEY 20.643) DEL PROYECTO DE 1987, ART. 1520 DEL
PROYECTO DEL EJECUTIVO DE 1993, ART. 86 (REFORMA A LA LEY 20.643) DEL PROYECTO
DE LA COMISIÓN FEDERAL DE 1993, ART. 1810 DEL PROYECTO DE 1998.
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a) Destinatarios
Con buen criterio, el legislador ha dispuesto realizar una amplia publicidad edictal
respecto del procedimiento abierto, para que existan posibilidades ciertas de que se
notifiquen los interesados, sean titulares originales de los títulos valores
comprendidos en los registros afectados cuya sustitución se solicita, sean nuevos
poseedores si ellos han circulado, o se trate de quienes tienen derechos reales,
medidas precautorias y cualquier otra afectación inherentes a los títulos valores
involucrados.
A esos efectos, deberán publicarse edictos por el plazo legal:
i) en todos los casos será en el Boletín Oficial y en uno de los diarios de mayor
circulación en la República;
ii) si el emisor tiene establecimientos en distintas jurisdicciones judiciales, los
edictos se deben publicar en cada una de ellas;
iii) si el emisor ha sido autorizado a la oferta pública de los títulos valores a los
que se refiere el registro, la iniciación de la demanda debe hacerse conocer de
inmediato al organismo de contralor de los mercados de valores y a las entidades
autorreguladas expresamente autorizadas por la ley especial o la autoridad de
aplicación en los que se negocien, debiéndose publicar edictos en los boletines
respectivos;
iv) si los títulos valores han sido colocados o negociados públicamente en el
exterior, el juez debe ordenar las publicaciones o comunicaciones que estime
apropiadas.
b) Finalidad
Los distintos interesados deben presentarse dentro de los treinta días ante el
perito contador oficial que se designe, para alegar y probar cuanto estimen
pertinente, bajo apercibimiento de resolverse con las constancias que se agreguen
a las actuaciones.
c) Contenido
Los edictos deben contener los elementos necesarios para identificar al emisor,
los títulos valores a los que se refiere el registro y las demás circunstancias que el
juez considere oportunas. Además deberá indicarse en los edictos las fechas para
ejercer los derechos a que se refiere el art. 1878, Código Civil y Comercial sobre los
nuevos libros de registro que el juez interviniente ordene confeccionar en
reemplazado de los afectados.
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Art. 1878.— Trámite.
Las presentaciones se efectúan ante el perito contador
designado por el juez. Se aplica el procedimiento de la
verificación de créditos en los concursos, incluso en cuanto
a los efectos de las resoluciones, los recursos y las
presentaciones tardías.
Las costas ordinarias del procedimiento son
soportadas solidariamente por el emisor y por
quien llevaba el libro, sin perjuicio de la repetición
entre ellos.
FUENTES: ART.87 (REFORMA A LA LEY 20.643) DEL PROYECTO DE 1987, ART. 1520 DEL
PROYECTO DEL EJECUTIVO DE 1993, ART. 86 (REFORMA A LA LEY 20.643) DEL PROYECTO
DE LA COMISIÓN FEDERAL DE 1993, ART. 1811 DEL PROYECTO DE 1998.
Dado que son distintas las causas del deber de responder por las costas
ordinarias, ya por el emisor, ya por quien llevaba el registro, no es ajustado imponer
que sean "soportadas solidariamente", sino que debió hablarse de una
responsabilidad concurrente. Ver nuestra glosa al art. 850.
FUENTES: ART.88 (REFORMA A LA LEY 20.643) DEL PROYECTO DE 1987, ART. 1521 DEL
PROYECTO DEL EJECUTIVO DE 1993, ART. 87 (REFORMA A LA LEY 20.643) DEL PROYECTO
DE LA COMISIÓN FEDERAL DE 1993, ART. 1812 DEL PROYECTO DE 1998.
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conforme a la verosimilitud del derecho invocado y, de
estimarlo necesario, bajo la caución que determine. En todos
los casos, el emisor debe depositar a la orden del juez las
prestaciones de contenido patrimonial que sean exigibles.
FUENTES: ART.88 (REFORMA A LA LEY 20.643) DEL PROYECTO DE 1987, ART. 1521 DEL
PROYECTO DEL EJECUTIVO DE 1993, ART. 87 (REFORMA A LA LEY 20.643) DEL PROYECTO
DE LA COMISIÓN FEDERAL DE 1993, ART. 1813 DEL PROYECTO DE 1998.
1. Medidas conservatorias
Con anterioridad a que quede firme la sentencia referida en el artículo anterior,
los presentantes pueden solicitar medidas conservatorias cautelares de los
derechos emergentes de los títulos valores cuya inclusión en los nuevos libros se
ordena respecto de un título valor determinado.
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asambleas, cuando circunstancias excepcionales así lo
aconsejen.
FUENTES: ART.89 (REFORMA A LA LEY 20.643) DEL PROYECTO DE 1987, ART. 1522 DEL
PROYECTO DEL EJECUTIVO DE 1993, ART. 88 (REFORMA A LA LEY 20.643) DEL PROYECTO
DE LA COMISIÓN FEDERAL DE 1993, ART. 1814 DEL PROYECTO DE 1998.
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