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El Interrogar socrático: diálogo y dialéctica

Virginia Gorr

Jenofonte, discípulo de Sócrates, nos relata en una de sus obras, un episodio de su maestro
en el que revela la capacidad inquisitiva y el estilo irónico de mismo, y del que nos valemos
para hacer oportuna presentación de este pensador:

“(…) Critias y Caricles, mandaron llamar a Sócrates, le mostraron la ley y le prohibieron dirigirse
a los jóvenes. Entonces preguntó Sócrates si podía pedir una aclaración en el caso de no haber
entendido algún punto de las normas. Ellos respondieron que si. “Pues bien” dijo Sócrates: “estoy
dispuesto a obedecer las leyes, pero para no inflingirlas por ignorancia, sin darme cuenta, quiero
saber con claridad una cosa de vosotros, si creéis que el arte de la palabra del que me mandáis
abstenerme es el del razonamiento correcto o el del razonamiento incorrecto. Porque si se trata
del razonamiento correcto, es evidente que habría que abstenerse de hablar correctamente, y si
es del incorrecto, está claro que hay que intentar hablar correctamente”. Entonces, Caricles,
irritándose contra él, le dijo: “-Puesto que eres un ignorante, Sócrates, te hacemos una
prohibición más fácil de entender: te prohibimos terminantemente hablar con los jóvenes”. Y
Sócrates respondió: “Entonces para que no haya ninguna duda de que no haga nada fuera de lo
prohibido, precisadme hasta cuantos años hay que considerar jóvenes a los hombres (…)” 1

Sócrates ciudadano ateniense del S V a.n.e, fue condenado a muerte por la democracia,
bajo la acusación de corromper a los jóvenes y de impiedad (no creer en los dioses de la
ciudad). De su vida y pensamiento sólo nos podemos enterar indirectamente a través de
aquellos que lo conocieron, algunos de los cuales fueron sus seguidores y discípulos (tales
como Platón y Jenofonte) y otros adversarios (como Aristófanes).
El origen de la incertidumbre que rodea el conocimiento de Sócrates, se encuentra en el
hecho de que el mismo no puso por escrito sus reflexiones y sólo podemos llegar a él, a través
de fuentes contrapuestas en la caracterización que hacen de su personalidad y su
pensamiento. Si Platón lo describe como un hombre virtuoso e inteligente, la descripción de
Jenofonte coincide en su entereza ética pero no en su idealización como pensador de
claridades puras, mientras que Aristófanes (poeta cómico) en su comedia “Las Nubes”, lo
presenta inteligente pero inescrupuloso en extremo.
En el caso de Platón el dilema es descubrir el límite entre sus ideas y las de Sócrates; todos
los autores acuerdan en que sus diálogos juveniles reflejan rasgos auténticos de su maestro, lo
que no sucede en sus obras de madurez. En cuanto a Jenofonte incorporó notas que acerca de
Sócrates ya habían expuesto otros autores, por lo que carece de originalidad, pero nos
presenta un Sócrates más cotidiano, tal como aparecía ante los ojos de sus conciudadanos, un
hombre ético y práctico.

1
Jenofonte, Recuerdos de Sócrates, L. I, Planeta, España, 1995, p. 33
El Sócrates histórico está presente pero comprometido en las versiones escritas que
dejaron discípulos y adversarios, optar absolutamente por una u otra de estas versiones implica
un riesgo de unilateralidad. Lo que resulta innegable es lo que hay de común en todos los
testimonios, incluso en el de sus detractores: el reconocimiento de su inteligencia y su
capacidad oratoria, así como también en lo que respecta a su actividad diaria, su costumbre de
frecuentar la plaza (ágora) dialogando e interrogando a los ciudadanos.
Nos cuenta Jenofonte en “Recuerdos de Sócrates”, refiriéndose precisamente al hacer
cotidiano su maestro “(…) Por lo demás Sócrates estaba siempre en público. Muy de mañana
iba a los paseos y gimnasios, y cuando la plaza estaba llena, allí se le veía, y el resto del día
siempre estaba donde pudiera encontrarse con más gente. Por lo general, hablaba, y los que
querían podían escucharle (…)”2. A lo que añade que su interés estaba centrado en la
naturaleza humana y los valores que regían la conducta del hombre.
El testimonio hasta ahora más aceptado acerca del contenido de la enseñanza socrática, en
la historia del pensamiento occidental, es el de su discípulo Platón, cuyos primeros escritos
(Apología de Sócrates, Critón, Laques) son considerados obras socráticas, en tanto se
mantienen más fieles a la finalidad del estilo dialogante de su maestro.
En estas obras Sócrates aparece dirigiendo el diálogo como un proceso de búsqueda,
que se inicia con la interrogación acerca de lo que se entiende sobre aquello de que se está
hablando, es decir analiza la opinión, y luego de una serie de preguntas y respuestas, se llega
como resultado a la revelación de la ignorancia del interlocutor acerca del tema en discusión.
En esta tarea, Sócrates insiste en que siempre está acompañado de su daimon (genio), que le
indica qué camino tomar, qué cuestión tratar y quien está en condiciones de ser interrogado.
El estilo que acompaña este proceso de interrogación es el de la ironía. Sócrates se
presenta como totalmente ignorante acerca de la verdad de aquello que se está hablando
(aunque el posee una verdad que lo demás no poseen: el saber de su no saber), mientras que
su interlocutor supone que la conoce. En el proceso de la interrogación irónica su intención no
es engañar para luego revelar un conocimiento propio oculto, sino preparar el camino que
llevará a poner en evidencia la ignorancia del interlocutor de turno, quien inicialmente estaba
seguro de su saber, estaba convencido de que su opinión era cierta, llegando luego a descubrir
que no sabía aquello que creía saber.
Así, en la “Apología de Sócrates” de Platón, podemos constatar el estilo irónico utilizado por
Sócrates quien, luego de escuchar la acusación en su contra y en el inicio de su defensa, a la
vez que exalta, con alguna exageración, las dotes oratorias de sus acusadores, vacía de
contenido sus palabras, imputando falsedad en sus acusaciones:

“No sé, atenienses, que impresión han dejado en vosotros las palabras de mis acusadores, más de
mí si puedo decir que, al oírlas, me ha faltado poco para olvidarme de mi propia persona: tal era el
poder de persuasión de las mismas. Sin embargo, tocante a verdad, nada han dicho, en resumidas

2
Jenofonte, op. cit. p. 22
cuentas (…)” 3

O en el “Menón”, donde afirma su total ignorancia con respecto a la pregunta acerca de si la


virtud es enseñable o no:

“Menón: “¿Podrías decirme Sócrates, si la virtud es cosa que se enseña, o si no se enseña sino que
se practica, o si ni se practica ni se aprende, sino que la tienen todos los hombres por naturaleza o
de algún otro modo?”. Sócrates contesta: “(…) Con que si se te ocurre preguntar así a alguno de los
de aquí, no habrá nadie que no se ría y te diga: “Forastero, por lo visto me tienes por un ser
privilegiado, como para saber de la virtud si es cosa enseñable o de que manera se alcanza; pero yo
estoy tan lejos de saber si es enseñable o no enseñable, que ni siquiera sé en absoluto que es la
virtud.” Pues también a mí mismo Menón, me pasa eso: soy tan pobre como mis conciudadanos en
4
esta materia y me reprocho a mi mismo no saber sobre la virtud absolutamente nada (…)”

A partir de esta disposición de ánimo (confesión de ignorancia) comienza Sócrates la


interrogación-búsqueda de la verdad sobre aquello que se tematiza, y con preguntas bien
dirigidas desarrolla el proceso de refutación (elenchos) (que la tradición filosófica considera el
primer momento del método socrático), donde se pone de manifiesto la inconsistencia de lo
que dicen y creen sus interlocutores. Encontramos un ejemplo de esta actitud en la “Apología”
de Platón cuando Sócrates, en el discurso de su defensa comienza a interrogar a su acusador
Méleto, sobre quienes pueden hacer mejores a los jóvenes (esto es quienes pueden hacerlos
virtuosos), y las respuestas de éste a sus preguntas, le lleva a la absurda conclusión de que
todos los ciudadanos hacen mejores a los jóvenes excepto…¡Sócrates! :

“Di, no obstante, amigo mío, quien los hace mejores? “Las leyes” “No es eso lo que te pregunto
amigo mío, sino qué hombre, el cual, sea quien fuera, debe conocer ante todo precisamente, las
leyes” “Esos Sócrates, son los jueces”. “Como dices Méleto? Pueden esos instruir a los jóvenes y
hacerlos mejores?” “Sin duda alguna”. “¿Todos, o unos sí y otros no?”. “Todos” “(…) Y que me dices
de los que asisten al juicio como oyentes?”. “También ellos”. “Y los miembros del Concejo?”
“También (…)” “Y que me dices Meleto de los que asisten a la asamblea popular? (…)”. “También
todos ellos”. “Todos los atenienses, en conclusión, según parece, hacen de ellos hombres perfectos.
Yo soy la única excepción, yo soy el único que los corrompe (…) Grande es la desgracia que me
5
atribuyes”

Esta interrogación refutativa, la podemos constatar en otra obra platónica “Laques”, donde
discuten Laques y Sócrates acerca de la definición de la valentía (una parte de la virtud). El
general Laques la define de la siguiente manera:

“Laques.-”Entonces me parece que es un cierto coraje del alma, si debe decirse lo que se da en
todos los ejemplos”. Sócrates.- “¿No es, pues, bello y digno el coraje acompañado de sensatez”. L-

3
Platón, Apología de Sócrates, Ed. Orbis, Hyspamerica, Bs. As., 1984, p. 23
4
Platón, Menón, Ed. Biblioteca Nueva, Madrid, 2003, p. 89
5
Platón, Apología, op. cit. ps. 33/34
“Desde luego”. (…) S- “¿Entonces, el coraje sensato, sería, según tu definición, el valor?”. L.- Al
parecer. S- “Veamos ahora a qué se refiere su sensatez. (…) Por ejemplo, si uno tiene el coraje de
gastar su dinero sensatamente, conociendo que, mediante ese gesto, adquirirá más ¿a ese lo
llamas tú valiente?”. L- “Yo no, ¡por Zeus!” S.- “¿En el caso de uno que es médico, que tiene a su
hijo o a algún otro enfermo de neumonía y que, pidiéndole que le dé de beber o de comer, no se
doblega sino que mantiene su firmeza”. L.- “Tampoco se trata de eso (…).” S.- “Y todos los que
están dispuestos a bajar un pozo y sumergirse con pleno coraje en tal acción o en otra semejante,
no siendo expertos ¿vas a decir que son más valientes que los expertos al respecto?”. L-“¿Qué otra
cosa se puede decir Sócrates?” (…) S- “Pero sin duda, Laques, estos se arriesgan y tienen coraje
más insensatamente que los que lo hacen con conocimiento técnico (…) ¿Y no nos pareció en lo
anterior que esa audacia y coraje insensatos eran viciosos y dañinos?”. –L. “Desde Luego” S.-
“Ahora, en cambio, afirmamos que esa cosa fea, el coraje insensato, es valor” (…) ¿Te parece que
decimos bien?” L-“Por Zeus! Sócrates, a mi no”. S.-“¿Qué entonces te parece bien que nosotros nos
quedemos así?” L.-“De ningún modo” (…) “Yo estoy dispuesto Sócrates, a no abandonar. Sin
embargo, estoy desacostumbrado a los diálogos de este tipo (…) Pues creo, para mí, que tengo una
idea de lo que es el valor, pero no sé como hace un momento se me ha escabullido, de modo que
no puedo captarla con mi lenguaje y decir en qué consiste” 6

El resultado de la refutación socrática deja al interlocutor atónito y confundido, pero no


carece de finalidad, tiene el objetivo de mostrar que la opinión común es contradictoria y por
ello vacía de contenido, los que opinan hablan pero no saben lo que dicen y creen que poseen
la verdad. El método socrático busca lograr la definición de aquello sobre lo que se está
discutiendo, se trata de acordar sobre lo que es común a todos los casos en que se aplica el
término. El diálogo, convertido en dialéctica7, deja de ser un simple intercambio de opiniones
para desarrollarse en una conversación razonada, donde las opiniones son analizadas
exhaustivamente.
El diálogo dialéctico implica no una simple conversación, sino un conversar consciente que
se despliega en un plano metódico para la búsqueda-investigación de la definición: conocer lo
que es la cosa de la que se está hablando, que en el diálogo socrático siempre versa sobre la
virtud o un aspecto de ella (qué es la justicia, qué es la piedad, que es la valentía), tal como lo
testimonia Jenofonte en su “Recuerdos”:

“Tampoco hablaba, como la mayoría de los demás oradores, sobre la naturaleza del universo,
examinando en que consiste lo que lo sofistas llaman kosmos, y por qué leyes se rige cada uno de
los fenómenos celeste, sino que presentaba como necios a quienes se preocupan por tales
cuestiones. (…) Se sorprendía de que no vieran con claridad que los hombres no pueden solucionar
tales enigmas, ya que incluso quienes más orgullosos están de su discurso sobre estos temas no
tienen entre sí las mismas opiniones. (…) En cambio, él siempre conversaba sobre temas humanos,
examinando que es piadoso, que es impío, que es bello, que es justo, qué es injusto (…)
considerando hombres de bien a quienes las conocían, mientras que a los ignorantes creía que con

6
Platón. Laques, www.acropolis.org.uy/investiga, 2014, 192b-194b
7
La dialéctica en el pensamiento platónico, se aplica a otro ámbito: el Mundo de las Ideas; se convierte
en una ciencia, la ciencia suprema, que permite una visión sinóptica de todas las esencias (República,
Libro VII).
razón se les debía llamar esclavos” 8.

El desarrollo del diálogo dialéctico que comienza con la interrogación acerca de lo que se
cree saber no llega a un resultado final definitivo, no concluye, la tarea se torna infinita, tal es el
ejemplo que encontramos en el Laques, anteriormente citado, donde se discute sobre el tema
de la valentía. Luego de que los interlocutores expusieran su opinión acerca de lo que era
según ellos la valentía, y como consecuencia del hábil interrogatorio a que los sometió
Sócrates descubren que no lo sabían, por lo que quedan aturdidos y vacíos; se explicita su
completa ignorancia sobre el tema, por lo que esperan de su hábil interrogador una respuesta,
que les revele el conocimiento que a ellos les falta. A esto Sócrates contesta negativamente
porque él no tiene respuesta, en ningún momento expresó que poseía el conocimiento de lo
que es la valentía y mantiene firme su posición de que el no posee sabiduría. Por ello queda a
futuro una tarea, la de continuar conversando para poder llegar a un acuerdo sobre lo que es
esta parte de la virtud, encontrar un consenso que resulta de un examen minucioso de todas
las opiniones hasta el momento aceptadas. El consejo de Sócrates fue el siguiente:

“Si que sería terrible, Lisímaco, el negarse a colaborar en el empeño de alguien por hacerse mejor.
Si, en efecto, en las intervenciones de hace poco se hubiera demostrado que yo sabía y que estos
dos no sabían, sería justo que me invitaras, precisamente a mí a esa tarea. Pero ahora, todos nos
quedamos en medio del apuro. ¿Por qué nos escogería alguien a cualquiera de nosotros? A mi me
parece, desde luego, que no hay que escoger a ninguno. Más, como nos hallamos en tal situación
atended si os parece bien lo que os aconsejo. Yo afirmo amigos, que todos nosotros debemos
buscar en común –ya que nadie está la margen de la discusión- un maestro lo mejor posible,
primordialmente para nosotros, pues lo necesitamos, y luego, para los muchachos sin ahorrar
gastos de dinero ni de otra cosa. Quedarnos en esta situación como estamos ahora no lo apruebo
(…)” 9

Esta disposición socrática de sostener una continua búsqueda-investigación del concepto,


sólo es posible mediante un permanente diálogo interrogativo, por lo que llega a identificarse
con un tábano, que durante el día entero se ocupa de aguijonear a sus ciudadanos, a fin de
despertarlos de su tranquilo estado de creencias contradictorias, tal como nos narra Platón en
su “Apología.” Por su parte, el mismo Platón en otro de sus escritos socráticos- “Menón”- lo
compara con un torpedo, por su efecto electrizante:

“Menón: Mira Sócrates que yo ha había oído antes de conocerte que tu no haces otra cosa que
confundirte tú y confundir a los demás (…) Y del todo me parece (…) que eres parecidísimo tanto a
la figura como en lo demás al torpedo, ese ancho pez marino. Y en efecto, este pez a quienquiera
que se le acerque y lo toca lo hace entorpecerse y una cosa así me parece que ahora me has hecho
tú, porque verdaderamente yo de alma y de cuerpo estoy entorpecido. Y sin embargo, mil veces
sobre la virtud he pronunciado muchos discursos y delante de mucha gente y muy bien, según a mí

8
Jenofontes, op cit., p. 23/24
9
Platón, Laques, op. cit. 200e-201a
me parecía, pero ahora ni siquiera qué es puedo decir en absoluto”10

Si el Sócrates histórico creyó que cada persona estaba en posesión de verdades básicas
que saldrían a la luz mediante este método no se puede afirmar ni negar, no hay testimonio de
ello. Pero hay testimonio de su insistencia en que él no sabía la verdad, lo que podría ser un
aspecto de su ironía, pero también afirmó que esperaba sacar provecho del intercambio en la
refutación, aunque esta parezca no hacer nada más que revelar la ignorancia de los
interlocutores y situar la sabiduría en la dimensión divina.
De ello deja constancia Platón en “Apología”:

”En efecto los que asisten a cualquiera de mis conversaciones creen que soy sabio en aquellas
cuestiones con relación a las cuales convenzo a los otros, pero en realidad es la divinidad quien sin
duda es sabia y por medio del citado oráculo quiere significar que la sabiduría humana es poco o
nada lo que vale” 11

Y aún más, en el “Menón” dice Sócrates:

“(…) Y por mi parte, si el torpedo estando él mismo entorpecido es como hace que los demás se
entorpezcan, me parezco a él, pero si no, no. Porque no es teniendo yo claridad como induzco a
confusión a los otros, sino que es estando yo en mayor confusión que nadie como hago que lo
estén los otros. Y así, ahora, acerca de la virtud, qué es yo desde luego no lo sé; tú sin embargo
quizá sí lo sabías antes de ponerte en contacto conmigo y ahora, en cambio parece como si no lo
12
supieras. (…)”

Es importante destacar que nuestro pensador acompañó su tarea reflexiva de búsqueda-


investigación de la verdad (sabiduría) con una conducta acorde a esta preocupación,
respetando las leyes, cumpliendo los ritos y las normas de la ciudad, sin aspirar a una
participación política de la que obtendría importantes beneficios, lo que queda testimoniado
tanto por Platón como por Jenofonte. Esta firmeza en practicar sus convicciones lo llevó a
enfrentamientos con el poder de turno, lo que le trajo algunos problemas. Así leemos en
“Recuerdos” de Jenofonte que, cuando en el gobierno de los Treinta Tiranos se dispuso la
condena a muerte de un grupo de ciudadanos respetables, Sócrates no se quedó callado:

“(…) Dijo una vez Sócrates que le parecía extraño que un pastor de ganado de bueyes, cada vez
menor en número y cada vez más flacos no reconociera ser un mal cuidador, pero que le parecía
más extraño que un hombre de estado, que hace disminuir el número de ciudadanos y los empeora,
13
no se avergonzara y no llegara a convencerse que era un mal hombre de estado”

10
Platón, Menón, op. cit., p, 102-/-103
11
Platón, Apología, op. cit. pág. 31
12
Platón, Menón, op. cit, p. 103
13
Jenofonte, op. cit., p. 27
En la “Apología” de Platón, podemos rescatar otro aspecto de su preocupación y celo por el
cumplimento de su misión divina, que le impelía en definitiva a la búsqueda de la virtud, la que
homologaba con la sabiduría: “No me he cuidado de ninguno de mis intereses y permanecí
indiferente durante años ante el descuido de todo lo de mi casa y, en cambio, he trabajado
siempre en interés de la ciudad, acercándome privadamente a cada uno de los ciudadanos (…)
14
para tratar de interesarlos en la virtud”
Testimonio similar encontramos en el texto “Banquete” de Jenofonte, donde leemos:

“Y si os parece que hablo con más seriedad de la conveniente cuando se está bebiendo, no os
sorprendáis tampoco por ello, pues desde siempre me paso la vida enamorado juntamente con la
ciudad, de los hombres buenos por naturaleza que aspiran ambiciosamente a la virtud” 15

Esta tarea de búsqueda de la sabiduría sostiene Sócrates que le ha sido encomendada por
el dios, por lo que consiste en una misión divina. Al enterarse de que su amigo Querefonte,
consultó al Oráculo de Delfos sobre si había un hombre más sabio que Sócrates y la Pitonisa
respondió que no había nadie, Sócrates consideró esta respuesta como un enigma que debía
descifrar, dado que él no tenia conciencia de ser sabio. De su investigación resultó que
precisamente su sabiduría consistía en la conciencia de su ignorancia, por lo que deja aclarado
que:

“(…) en realidad es la divinidad quien sin duda es sabia y (…) que la sabiduría humana es poco o
nada lo que vale”(…) vergonzosa habría sido mi conducta, atenienses si yo, (…) cuando el dios me
ordenó, según creí y deduje, que viviese dedicado a la filosofía y examinándome a mi mismo y a los
demás, hubiese abandonado mi puesto por temor a la muerte o a otra cosa cualquiera (…) temer a
la muerte no es otra cosa que creer ser sabio sin saberlo, pues es lo mismo que creer saber lo que
no se sabe: nadie sabe ni siquiera si la muerte es para el hombre el mayor de todos lo bienes y, no
obstante, la temen como si tuvieran la certeza de que sea el mayor de todos los males” 16

Esta orden de vivir “…dedicado a la filosofía y examinándome a mí mismo como a los


demás”, lleva a Sócrates a su continua dialéctica investigativa. Esta actividad recibe una nueva
caracterización en el pensamiento platónico cuando en su obra “Teeteto”, leemos que
Sócrates se vanagloria de practicar el arte de las parteras, mediante el que ayuda a salir a luz
los conocimientos que los jóvenes engendran. Este proceso es considerado en la historia del
pensamiento filosófico, como segundo momento del método socrático, la mayéutica (arte de
partear):

“Sócrates: -Estás, querido Teeteto, sufriendo los dolores del parto, porque no eres estéril sino que
estás preñado”.-Teeteto: “No lo sé Sócrates. Te estoy diciendo lo que me pasa”. S-“¿Es que no has
oído (…) que soy hijo de una famosa y experta partera ¿(…)”. S- “A mi arte de partear corresponde

14
Platón, Apología, op. cit. p. 42
15
Jenofonte, Banquete, Ed. Planeta, España, 1995, p. 262
16
Platón, idem, p. 31/39
todo lo de las parteras, pero se diferencia en que asiste a los hombres y no a las mujeres y que
examina las almas y no los cuerpos, de los que dan a luz (…) Me acontece a mí, en efecto, lo que a
las parteras, que soy estéril en sabiduría y cuando muchos me reprochan que vaya preguntando a
los demás, sin que yo mismo dé ninguna respuesta porque no tengo conocimiento de cosa alguna,
me lo reprochan con razón. La causa de ello es que el dios me obliga a ejercer de comadrón pero a
mí me prohíbe procrear. Yo no conozco absolutamente ninguna cosa ni he logrado ningún
descubrimiento que haya visto la luz engendrado por en mi alma. Pero los que están en mi entorno,
aunque al principio algunos dan la impresión de ser totalmente ignorantes, al avanzar nuestra
convivencia, todos a los que el dios se lo concede hacen admirables progresos (…). Y está bien
claro que de mí nunca aprenden nada, sino que son ellos por si mismos los que descubren y
17
engendran muchas y bellas cosas. Pero somos el dios y yo los causantes de este parto”

El infértil Sócrates mayéutico se complementa con la ignorancia socrática de la refutación,


ayuda a los otros a dar luz al concepto sin estar el mismo en posesión de él, pero la finalidad
de ambos momentos del método es llegar al concepto-verdad. En qué consiste esa verdad
para Sócrates no podemos establecerlo, pero sí afirmar que el camino adecuado para llegar a
ella es someter las creencias propias y ajenas a examen. Examen que se lleva adelante no en
soledad sino en un diálogo interrogativo e investigativo en común, que va avanzando mediante
un entrar en acuerdo sucesivo.
Esta actitud de búsqueda dialógica del conocimiento a partir del examen de las creencias
comunes, lleva a que en la actualidad se reclame la herencia de Sócrates por parte de
corrientes diferentes, tales como los racionalistas y los pragmáticos, a partir de dos imágenes
de Sócrates, las que muestran, cada una, un aspecto suyo. Según David Susel:

“(…) En el primer caso se halla en primer plano la búsqueda del significado-concepto, lo que hay de
común en los diversos ejemplos de valor o justicia, la abstracción de la virtud “justicia” a partir de los
distintos casos de hombres justos…En el segundo caso, por reparar en el uso ordinario en la vida
practica de palabras como justicia, bondad, valentía y discutirlo con esclavos, mercaderes,
artesanos y rétores, funda la filosofía pragmática, la filosofía del lenguaje ordinario”. 18

Quedémonos para finalizar, con la imagen que nos regala Jenofonte en su “Apología”,
cuando describe como, luego de dictada la sentencia condenatoria, Sócrates consolaba a sus
amigos entre los cuales estaba Apolodoro, quien le dijo:

“Pero es que yo, Sócrates, lo que peor llevo es ver que mueres injustamente”. Y entonces
Sócrates, según se cuenta, le respondió, acariciándole la cabeza: “¿Preferirías entonces,
queridísimo Apodoloro, verme morir con justicia que injustamente?” y al mismo tiempo le sonrió” 19

17
Platón, Teeteto, op.cit., p. 143/147.
18
Susel D, Sócrates y la filosofía pragmática contemporánea, Ed. Corregidor, Bs. As. 1989, p. 102/102
19
Jenofonte, Apología, op. cit, p. 477
Bibliografía.

Platón, Apología de Sócrates. Ed. Orbis. Hyspamerica. Buenos Aires,1984


Critón. Ed. Orbis, Hyspamerica. Buenos Aires, 1984
Menón. Ed. Biblioteca Nueva, Madrid, 2003
Teeteto. Ed. Biblioteca Nueva, Madrid, 2003
Laques, www.acropolis.org.uy/investig-2014
Aristófanes, Las Nubes, Ed. Orbis, Hyspamerica. Buenos Aires. 1984
Jenofonte, Banquete, Planeta, España, 1995
Recuerdos de Sócrates, Planeta, España, 1995
Apología, Planeta, España, 1995
Colli Giorgio, El nacimiento de la Filosofía, Ed. Tusquests. Barcelona, 1997
Chatelet Francois, El pensamiento de Platón, Labor Ed. Barcelona, 1967
Susel David, Sócrates y la filosofía pragmática contemporánea, Ed. Corregidor. Buenos Aires,
1989
Mondolfo Rodolfo. Sócrates. Eudeba. Buenos Aires, 1965
Datos personales:
Virginia Gorr, Prof. y Lic. en Filosofía. Lic. en Ciencia Política. U.N.R.
Docente Adjunta de la Cátedra “Filosofía” de la Facultad de Psicología de la U.N.R.
Co-directora en el Proyecto de Investigación “La violencia epistémica en la idea de sujeto
moderno”, Facultad de Psicología, U.N.R.

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