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El tiempo de las reformas

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sociales en América Latina

4.1.  La ebullición de los años treinta

La crisis de 1930 impacta con fuerza en América Latina. La acentuada caída


de los precios internacionales –con excepción, en parte, del petróleo– su-
mada al descenso en el volumen de las exportaciones produce una abrupta
disminución de la actividad económica. El desempleo crece en todos los
países. Además, dadas las matrices tributarias heredadas del período ante-
rior –fuertemente dependientes de los impuestos al comercio–, se genera
inmediatamente una profunda crisis fiscal. Países como Argentina, Brasil,
Uruguay y México obtienen alrededor del 40 % de sus ingresos por esa vía.
Chile, Colombia, Venezuela y Nicaragua más del 50 % (Bulmer-Thomas,
1994). Una fuerte inestabilidad política se apodera de la región. Entre 1900
y 1934 se producen trece golpes de Estado.
En algunos casos, como el de Chile, los efectos de la “gran depresión”
son particularmente acentuados. Los precios de sus principales productos de
exportación, nitratos y cobre, sufren un descenso muy pronunciado de entre

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el 60 y el 90 %. En términos generales, la caída del poder de compra de las


exportaciones chilenas es de más del 80 %, el nivel más alto en América La-
tina. Muy por arriba del 40 % de Argentina, el 44 % de Brasil o el 60 % en
México (Drinot-Knight, 2015). Su PBI, además, cae un 46 % entre 1929 y
1932, un descenso solo comparable al sufrido por Cuba.
En otro indicador de la profundidad de la crisis, solamente el freno de
la industria minera del norte ocasiona más de cincuenta mil desocupados
que se desplazan a las ciudades del centro del país. La recuperación es
lenta y Chile tarda más de una década en alcanzar los niveles previos a la
crisis.
En la vereda de enfrente, Venezuela, protegida por la exportación pe-
trolera, apenas padece la “depresión”. De hecho, a pesar de la caída de los
precios del petróleo –igualmente moderados en comparación con otros pro-
ductos– el poder de compra de sus exportaciones se mantiene más o menos
igual que antes de la crisis.
Entre medio, Argentina, Uruguay, Brasil y México, donde la caída del
PIB ronda entre el 15 y el 20 %, tienen recuperaciones relativamente rápi-
das. Hacia 1935 han alcanzado ya el PBI previo a la crisis. Brasil, no obs-
tante, se beneficia en términos comparativos gracias a su relación comercial
complementaria con EEUU por entonces, la principal potencia económica
mundial. Por el contrario, Argentina, cuyas exportaciones compiten con las
del país del norte, comienza a sufrir las consecuencias del declive de Inglate-
rra. El nuevo escenario genera un triángulo comercial desventajoso con los
estadounidenses (Belini-Korol, 2012).
Ya una década y media antes, la disminución del comercio mundial du-
rante la Gran Guerra había puesto en discusión el modelo económico lati-
noamericano, aunque brevemente, hasta el reinicio de los flujos comerciales
con el fin de la conflagración. En 1930, la intensidad y la extensión geográ-
fica de la crisis generan condiciones para cambios más profundos. Por otro
lado, la situación interna de muchos países ha cambiado.
En Argentina, México, Chile o Brasil, las industrias y el número de talle-
res orientados al mercado interno es mucho mayor. Al momento de la crisis,
cuentan con sectores industriales relativamente diversificados y mucho más
robustos que una década y media antes. Esto permite, por ejemplo, que tras
la crisis, el sector textil inicie un proceso más o menos inmediato de sustitu-
ción de importaciones.

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Aunque con diferencias significativas, a lo largo de la década, la produc-


ción industrial se expande en todos estos países. El cambio de orientación
se hace evidente, además, en el crecimiento de algunos de los principales
centros industriales como San Pablo, Monterrey, Buenos Aires o Santiago,
que se convierten en fuertes receptores de población. Una migración que
proviene principalmente de las regiones rurales del interior golpeadas por
la crisis, en el marco de la casi total interrupción de los flujos europeos ca-
racterísticos del período anterior. La única excepción son los derivados de la
guerra civil española (Devoto, 2002).
Se van perfilando, de este modo, dos vías de recuperación económica di-
ferentes en América Latina. Una basada en la sustitución de importaciones,
tal como ocurre en Argentina, Brasil, México, Chile, Colombia y, aunque
en una escala más pequeña, Uruguay; y otra, más continuista, que aguarda
la recuperación de las exportaciones y los precios internacionales. No exenta,
de todos modos, de algunos ensayos de agricultura sustitutiva. Es el caso de
países como Perú, Cuba, El Salvador, Nicaragua o Venezuela. Esta última,
como ya se señaló, relativamente protegida del escenario mundial por sus
exportaciones de petróleo (Drinot-Knight, 2015).

4.1.1. De los cambios económicos a las transformaciones


ideológicas

A los cimbronazos económicos que alentaron en algunos casos una trans-


formación estructural de los modelos de desarrollo, se le superpone la crisis
ideológica del liberalismo en sus diferentes dimensiones: económica y polí-
tica. Dejando de lado América Central, la mayoría de los países, con la ex-
cepción de Perú, aplican políticas económicas heterodoxas, en algunos casos
protokeynesianas, alentando nuevos mecanismos e instrumentos técnicos de
intervención estatal en la vida económica.
México aplica una política monetaria expansiva e impulsa fuertemente la
obra pública, al modo del New Deal en EEUU. En Brasil, el Estado compra
los excedentes de la producción de café y aumenta el gasto público para
fortalecer la capacidad de consumo y reactivar la economía. Más explícita-
mente, en Colombia, el ministro de economía del liberal López Pumarejo,
Carlos Lleras Restrepo, se adhiere directamente al keynesianismo. Defiende

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incluso el déficit como un instrumento valioso para el desarrollo de una


política económica contra-cíclica.
En la misma línea, aunque con tonos más moderados, en Argentina, Fe-
derico Pinedo y Raúl Prebish –quien se convertiría luego en uno de los refe-
rentes de la Comisión Económica para América Latina (CEPAL)– también
impulsan la creación de nuevos instrumentos de intervención. Entre ellos,
las juntas reguladoras de la producción, los tipos de cambio múltiples y el
Banco Central. Todo lo cual va configurando, poco a poco, un nuevo patrón
de intervención del Estado, al tiempo en que se cuestiona el “crecimiento
hacia afuera”. Concomitantemente, comienza a defenderse como necesario,
e indispensable en algunos casos, el fortalecimiento del sector industrial y
el consumo interno (Belini, 2017). La elevación de los aranceles a las im-
portaciones se presenta consecuentemente como una medida a favor de la
industrialización. Se trata en este caso de la profundización de una orien-
tación de más larga data, vinculada a las necesidades fiscales de las formas
estatales previas.
Como se sabe, la mayoría de los Estados surgidos en el siglo xix man-
tuvieron tarifas relativamente altas así como aranceles amplios con el pro-
pósito de apuntalar su propia conformación, en un momento en que los
impuestos directos eran poco viables (Caravaca, 2011). En este plano, por
tanto, los años treinta no suponen un giro de timón. Por el contrario, dado
el alza global de los aranceles debido al auge proteccionista, las economías
latinoamericanas se vuelven probablemente menos cerradas en términos re-
lativos (Drinot-Knight, 2015).
Al mismo tiempo, también el rostro político del liberalismo se pone en
discusión, en sintonía con los debates que surcan a la mayoría de los países
europeos. En este marco, se multiplican los debates en torno a la vigencia de
algunas de sus instituciones de gobierno, como el parlamento, los partidos
políticos o, incluso, los criterios de definición del electorado y la comuni-
dad política.
En todos los casos, las salidas imaginadas proponen reformas basadas en
alguna variante corporativista. Más a tono con una sociedad que, a diferen-
cia de lo postulado por el liberalismo, comienza a ser concebida más que
como una agregación de individuos –susceptibles de devenir ciudadanos–,
como un tramado de cuerpos y organismos, sectores, clases y grupos de dife-
rente tenor y calidad. Para intentar coordinar y encausar dicha complejidad

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social –afirman–, no alcanzan ya las instituciones heredades de las construc-


ciones republicanas precedentes (Zanatta, 2012).
Se hace necesario, por tanto, avanzar hacia lo que, en el lenguaje de la
época, muchos denominan “democracia funcional” u “orgánica” para dife-
renciarla de la “liberal”. Una discusión que atraviesa todo el espectro ideoló-
gico, de izquierda a derecha, y a casi todas las fuerzas políticas o, al menos, a
determinados sectores y fracciones de la mayoría de las fuerzas.
En México, el cardenismo, sin ir más lejos, busca darle al partido de
la revolución fundado por Calles una estructuración corporativa y, desde la
derecha radical, los sinarquistas alientan directamente la instauración del
fascismo. En Argentina, el presidente de facto surgido del golpe de Estado
de 1930, el teniente general retirado José Félix Uriburu, inspirado igual-
mente en el fascismo europeo, propone una reforma constitucional de signo
corporativista que, sin embargo, no prospera, rechazada por los principales
partidos y las ramas mayoritarias del Ejército (Finchelstein, 2016). La dis-
cusión sobre la representación de los intereses sociales se repite, de todas
maneras, a lo largo de la década en diferentes fuerzas políticas, incluidas el
radicalismo y el socialismo (Persello-De Privitellio, 2009). Finalmente, en
1943, de la mano de un nuevo golpe de Estado, se vuelve a plantear el deba-
te sobre una reforma constitucional corporativista que tampoco se concreta
(Devoto, 2002a).
En Brasil, el varguismo propone después del autogolpe de 1937, el lla-
mado Estado Novo, inspirado en el modelo corporativista de Portugal y
avanza en un diseño de ese tipo (Carvalho, 1995). Paradójicamente, no obs-
tante, la apuesta de Vargas supone el desmantelamiento del principal parti-
do fascista de América Latina, la Alianza Integralista.
En una clave más moderada, también en Uruguay la Constitución de
1934 refleja el nuevo clima a través de la creación del Consejo Económico
Nacional (Caetano-Garcé, 2004). En todos los casos, con mayor o menor
distancia, la crítica al liberalismo tiene entre sus aliados a la Iglesia católica,
especialmente a los grupos de católicos sociales, para quienes el liberalismo
es el responsable de la destrucción de una idealizada comunidad cristiana
previa y la proletarización de la sociedad. Para restaurar la “justicia social”,
siguiendo las encíclicas Rerum Novarum (1891) y Quadragesimo Anno
(1931), en la misma dirección, los católicos proponen reformas corporativas
orientadas a atenuar el conflicto y fortalecer el organicismo social.

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Aunque sus iniciativas en el mundo sindical resultan por lo general dé-


biles y no logran competir de igual a igual con las corrientes socialistas,
anarquistas, sindicalistas y comunistas –con excepción de México en algunas
coyunturas– logran de todos modos proyectarse en el debate público con
fuerza. Además, tienen éxito a la hora de montar instituciones mutualistas
–como los Círculos de Obreros–, particularmente fuertes en Argentina,
Chile y Brasil (Lida, 2015; Blancarte, 1996).
La discusión sobre el “fin del liberalismo” no es ajena, además, al menos en
América Latina, al relativo agotamiento y a las dificultades que experimentan
por entonces algunas de las experiencias reformistas y de democracia ampliada
iniciadas en las décadas de 1910 y 1920. Aunque habitualmente se subraya
la crisis económica e ideológica para explicar la inestabilidad política de aque-
llos años, es preciso no pasar por alto las propias contradicciones internas de
dichos procesos democratizadores previos y las tensiones sociales generadas.
Seguidas de fuertes reacciones por parte de las derechas tradicionales, deci-
didas como en el Chile de Alessandri o la Argentina de Yrigoyen, a bloquear
cualquier reforma desde las sillas del Senado o, llegado el caso, directamente
desde los cuarteles (McGee Deutsh, 2005; Bertonha-Bohovslavsky, 2016).
Por otro lado, es necesario tener en cuenta las debilidades de los progra-
mas reformistas emprendidos, poco propensos a institucionalizar los cam-
bios, como le ocurre al radicalismo argentino, o, directamente, carentes de
una suficiente base social, como en el caso del Chile de Alessandri.
En la coyuntura de los años treinta se suman, además, factores coyuntu-
rales como la muerte de Batlle y Ordóñez en 1929 en Uruguay, que aumenta
las tensiones al interior del Ejecutivo Colegiado puesto en marcha por la
constitución de 1919. De igual manera, en Argentina, los ochenta años de
Yrigoyen y su delicada salud constituyen obstáculo tanto o más grande que
la propia crisis económica y política. Más todavía, con un Partido Radical en
disgregación, afectado por una profunda fragmentación interna.
En paralelo, además, se está dando también otro cambio significativo
en la vida política de América Latina. Un cierto giro “tecnocrático” en las
críticas e impugnaciones de la democracia de masas (De Privitellio, 2010).
Aunque menos evidente tal vez que la propia crisis del liberalismo, la irrup-
ción del fascismo o las dificultades de los gobiernos reformistas, es, no obs-
tante, un factor tanto o más relevante a la hora de comprender los derroteros
políticos posteriores.

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Las derechas conservadoras siempre habían cuestionado la idoneidad de


las mayorías, pero ahora esos cuestionamientos se alimentan con nuevos
afluentes. No necesariamente se impugna el principio democrático en sí
pero se lo considera insuficiente para resolver los problemas generados por
la complejización de las sociedades de masas, el capitalismo avanzado y la
“amenaza” del comunismo.
Frente a ellos, la salida no puede provenir de las elecciones o del voto
popular –incapaces de hallar soluciones para los problemas en cuestión–,
sino de la acción de especialistas y técnicos. En este sentido, no solo las ma-
yorías populares quedan afuera de la ecuación, sino también –y esta es una
de las principales novedades– la propia clase política a la que se considera
igualmente incompetente para intervenir en los tormentosos años treinta.
En varios países, como Argentina, una de las consecuencias es la creación
de “juntas consultivas” compuestas por técnicos y a veces por representantes
de diferentes corporaciones empresariales y de los colegios profesionales para
asesorar a los legisladores o al Ejecutivo. En otros casos, como en el México
cardenista, el Brasil varguista o la Colombia “liberal” se estudian directa-
mente reformas de mayor calado así como nuevas y más sofisticadas oficinas
técnicas en el Estado.
En Uruguay, por su parte, la dictadura de Gabriel Terra justifica la di-
solución de las Cámaras y las críticas a la constitución de 1919 –que, como
se analizó, establecía un Ejecutivo colegiado– en nombre precisamente de
la necesidad de gobernar con eficiencia y eficacia técnica. Estos términos
rápidamente se generalizan en toda América Latina (Caetano-Garcé, 2004).

4.1.2. Los golpes militares y las diferentes salidas


a la crisis

Al cuestionar la idoneidad de los partidos y la clase política, las tendencias


“tecnocráticas” tienden indirectamente a fortalecer el ascendente lugar de
los militares y el Ejército en la política y la administración del Estado (Rou-
quié, 1984). Si bien el militarismo abreva ideológicamente en la crisis del
liberalismo (Zanatta, 2012), el giro tecnocrático contribuye a darle sustento
en un doble sentido. Tanto porque los militares quedan afuera del grue-
so de las críticas –dirigidas a los políticos como “clase”–, como porque las

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propias Fuerzas Armadas son en muchos casos ámbitos donde se desarrolla


investigación científica vinculada a la defensa nacional y se forman técnicos
en diferentes rubros. Al menos en países como Argentina, Brasil y Chile
donde las Fuerzas Armadas han atravesado procesos de profesionalización a
comienzos del siglo xx (Rouquié, 1984).
En los años treinta, los vaivenes de la crisis económica y las debilidades
de los procesos reformistas se concatenan con la crítica ideológica al libe-
ralismo, el auge de las ideas corporativistas y la irrupción de un discurso
tecnocrático para alentar una mayor intervención de los militares en la vida
política. En el contexto, además, de una profunda revisión de los criterios de
legitimidad que habían estado en la base de los proyectos y las experiencias
reformistas previos. Un conjunto de tendencias y circunstancias que, sin du-
das, al converger contribuyen a generar las condiciones para que los golpes
de Estado rieguen el subcontinente americano.
Argentina y Perú abren el camino en 1930 y, en breve, les siguen Chile y
Ecuador (1931). Poco después, Uruguay (1933) y unos años más tarde Bo-
livia, Paraguay (1936) y Brasil (1937). Las consecuencias y las orientaciones
de los golpes son, no obstante, disímiles y, poco a poco, se van trazando dife-
rentes salidas en torno a las cuales girará la historia de las décadas siguientes.
Por un lado, Chile y Uruguay, a pesar de las tensiones y los tempranos
golpes de Estado vividos, continúan transitando, y en cierto modo profun-
dizando, la senda reformista de las décadas anteriores. A ellos se suma Co-
lombia, que durante el gobierno de Alfonso López Pumarejo (1934-1938) y
luego durante el de su sucesor, Eduardo Santos (1938-1942), ensaya refor-
mas en la línea de las transitadas en el Cono Sur en las décadas de 1910 y
1920, con los condimentos propios del período.
En la vereda de enfrente, en América Central se generalizan las dicta-
duras. En algunos países, tales los casos de El Salvador y Cuba, como res-
puesta a intentos revolucionarios. En otros, como la Nicaragua de Somoza
y la República Dominicana de Trujillo, como salidas a las propias tensiones
intraoligárquicas. En ambos casos la intervención de EEUU y los llamados
“ejércitos supletorios” conformados tras la salida de los marines –y el inicio
de la política del “buen vecino”– siguen jugando un papel clave (Rouquié,
1984; Tabanera García, 2018).
Finalmente, en los países más grandes, y en donde la salida de la crisis
ha alentado una industrialización más fuerte, los caminos son diferentes. En

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Brasil y México, las nuevas circunstancias alientan una ruptura mayor y la


puesta en marcha de experiencias de nacionalismo popular, encarnadas por
el varguismo y el cardenismo, que introducen cambios políticos profundos
y duraderos. En Argentina, por su parte, tras una década signada por el
fraude electoral, un nuevo golpe de Estado de signo nacionalista en 1943 y
poco después el peronismo inician una experiencia democrática basada en
una fuerte movilización de base en la que se combinan elementos del nacio-
nalismo popular que florecía en América Latina, con aspectos de la agenda
reformista previa y una fuerte impronta tecnocrática heredada de los años
treinta (Groppo, 2009).
Por último, en Colombia la senda nacionalista y popular, insinuada al
interior del Partido Liberal por el sector encabezado por Jorge Eliécer Gai-
tán, queda trunca. Primero por la división de los liberales, que facilitan el
triunfo al candidato conservador, y luego por el asesinato de Gaitán en 1948
que deriva en el “Bogotazo” y en un escenario de guerra civil, la denominada
“Violencia”, que se cobra la vida de centenares de miles de colombianos a lo
largo de la década.

4.2.  La continuidad reformista


A pesar de los golpes de Estado vividos, los procesos de democratización en-
sayados en el Cono Sur en las primeras décadas del siglo xx se mantienen en
marcha a lo largo del período en Chile y Uruguay. En ambos países, aunque
con tensiones, los cambios económicos y sociales de los años treinta dan pie
a una profundización de la vía reformista.

4.2.1. Uruguay: de la dictadura de Terra a los gobiernos


neobatllistas

En Uruguay, la crisis de 1930 pone fin al fuerte crecimiento económico de


la década de 1920. Como en otros países, la recesión da pie al ensayo de
nuevos instrumentos de intervención estatal, como el control de cambios
(1931), y a un incipiente proceso de sustitución de importaciones. Aunque
menos acentuado que el de Argentina, México o Brasil, resulta igualmente

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importante en la salida de la crisis. Hacia 1936, tras dos años de recupe-


ración, el PBI alcanza los valores previos al inicio de la depresión (Yaffé,
2016). Entre tanto, en marzo de 1933, en el cenit de las turbulencias, el
presidente Gabriel Terra da un golpe de Estado, apoyado por una parte
del Partido Nacional –la rama liderada por Herrera– y el sector riverista del
Partido Colorado.
En la vereda de enfrente se ubican los batllistas, los socialistas, los co-
munistas y los nacionalistas “independientes” (Reali, 2016; Cerrano, 2017).
Terra reúne en breve una Asamblea Constituyente que lo ratifica como pre-
sidente y redacta una nueva constitución que suprime el colegiado intro-
ducido en 1919, reemplazándolo por un Ejecutivo compuesto por el presi-
dente y un gabinete “coparticipativo”. Establece, además, lo que se conoce
como el “Senado del medio y medio”, basado en el acuerdo entre herreristas
y terristas. Sus propuestas, de todos modos, distan de ser extremas. Se man-
tiene el voto femenino introducido el año anterior, apoyado por todo el arco
político –incluido el propio terrismo– (Sapriza, 2011) y, en el marco de un
sistema de partidos consolidado, tras la experiencia reformista de las décadas
anteriores, se dejan de lado los proyectos corporativistas (Caetano, 2016).
En política exterior, Terra adopta una posición panamericanista, en con-
traste con la centralidad que el proyecto de la Liga de Naciones había tenido
en las décadas anteriores en Uruguay. Su acercamiento a EEUU se refleja
también en la ruptura de relaciones con la Unión Soviética en 1935 (Mar-
karián, 2016). Por tanto, el golpe introduce un giro conservador pero relati-
vamente moderado, si se lo compara con otros casos latinoamericanos. Por
otro lado, no llega a desarticular el sistema de partidos preexistente aunque
profundiza su fragmentación.
Asimismo, al igual que en Chile, Argentina o Colombia, se crean nuevas
herramientas de intervención estatal como la Cooperativa Nacional de Produc-
tores de Leche (CONAPROLE) en 1935 y el control de importaciones (1936).
En 1938, Alfredo Baldomir, quien como jefe de policía de Montevideo había
sido clave en el golpe de 1933, sucede a Terra tras desempeñarse como Minis-
tro de Guerra. Entre sus medidas sobresale el impulso dado a la regulación del
comercio a través del organismo Contralor del Comercio Exterior (1941). En
1942, ya sin el apoyo del herrerismo, disuelve el parlamento y crea un Consejo
de Estado conformado por diferentes fracciones del Partido Colorado para pre-
parar el camino a una nueva reforma constitucional. El llamado “golpe bueno”.

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La nueva constitución introduce la posibilidad de que se creen lemas de-


partamentales –partidos locales– y elimina el Senado del “medio y medio”,
reemplazado por un sistema proporcional. A partir de entonces, se eligen
por primeras vez mujeres legisladoras y la participación femenina adquiere
en términos electorales una relevancia significativa. Su presencia en los órga-
nos de gobierno, empero, sigue siendo escasa (Sapriza, 2011). En el tramo
final del mandato de Baldomir se amplía el sistema de jubilaciones a todos
los funcionarios públicos y se establece un régimen de accidentes de trabajo.
En los años siguientes se profundiza el empuje reformista. Primero du-
rante la presidencia de Juan Amézaga (1943-1947) y luego, tras la muerte
de Tomás Berreta (1947), durante la de Luis Batlle Berres (1947-1951). En
esos años entran en funciones los Consejos de Salarios y Asignaciones Fa-
miliares (1943), el Concejo Nacional de Subsistencias (1947) y el Instituto
Nacional de Colonización (1948) (Caetano, 2016). Durante el gobierno de
Amézaga se instituye, además, la capacidad civil plena de las mujeres a través
de la Ley 10783 de Derechos Civiles de la Mujer, adelantándose en varias
décadas a Brasil, Chile y Argentina (Giordano, 2012).
El impulso a las empresas estatales de los últimos años del batllismo (Ad-
ministración Nacional de Combustibles y Usinas Termoeléctricas del Esta-
do, 1932) se profundiza, en sintonía con el auge de las nacionalizaciones en
Europa y otros países de América Latina. En esa línea, se crea la Administra-
ción de Ferrocarriles, la empresa de Obras Sanitarias del Estado en 1947 y
las Primeras Líneas Uruguayas de Navegación Aérea en 1951.
En 1952, una nueva reforma constitucional –apoyada esta vez por el
herrerismo, más por cálculo político que por convicción ideológica– resta-
blece el colegiado. Una vez más, el argumento esgrimido es que constituye
un instrumento para asegurar la estabilidad y evitar la excesiva polarización
política. En los hechos, la reforma implica la licuación de la figura del presi-
dente, reemplazado por un colegiado con presidencia rotativa.
En el plano de la política internacional, en contraste con Argentina y
México pero en sintonía con Brasil, a lo largo de la década de 1940, Uru-
guay profundiza el alineamiento con EEUU (Cerranoy López D´Alessan-
dro, 2018). En 1942 rompe relaciones con el Eje –solo un mes después del
ataque a Pearl Harbour– y, entre 1947 y 1948, juega un papel clave en el
Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR). También ocupa un
lugar importante en la redacción de la carta de la Organización de Estados

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Americanos (OEA). No obstante, con el paso del tiempo, las intervenciones


norteamericanas en la región generan rispideces al interior del gobierno y
con el herrerismo. En breve, las tensiones se hacen también más hondas
entre los llamados neobatllistas y, tal como también ocurre con el Brasil de
Vargas, comienza a adoptarse una postura más moderada, incluso crítica
respecto a EEUU. El giro se pone de manifiesto, entre otras cosas, en el
ofrecimiento de asilo político a Jacobo Arbenz, como se verá en el capítulo
siguiente, derrocado en Guatemala en 1954.

4.2.2.  Chile y los gobiernos radicales del Frente Popular

Al momento de la caída de Ibáñez en 1931, la crisis está en su peor momen-


to. Con más de 200 000 desocupados, la abrupta caída de las exportaciones
y una devastadora recesión, las tensiones sociales se asemejan a una olla a
presión. Las divisiones en la clase política, asimismo, atraviesan a todos los
sectores. En este clima, la candidatura del radical moderado Juan Esteban
Montero, considerado una figura de consenso, se impone ampliamente so-
bre la de Arturo Alessandri.
En medio de la crisis, sin embargo, puede hacer poco por contener la
situación y pronto estallan levantamientos populares en el norte del país
duramente reprimidos por el Ejército. En la ocasión interviene también
el cuerpo de carabineros creado por Ibáñez durante su presidencia. Al año
siguiente, el jefe de la fuerza aérea, Marmaduke Grove –quien había parti-
cipado del golpe que había restituido a Alessandri en 1925–, encabeza un
nuevo alzamiento militar que termina con el gobierno de Montero. Se crea
a continuación una junta militar, como en otros golpes, pero con la parti-
cularidad, en este caso, del anuncio de creación de una República Socialista.
El experimento dura apenas dos semanas, cuando otros sectores del Ejér-
cito –entre ellos los ibañistas– encabezan un nuevo golpe dentro del golpe
y desplazan a los socialistas (Riquelme Segovia y Fernández Araba, 2015;
Rouquié, 1984).
Finalmente, en un nuevo llamado a elecciones resulta elegido para un
segundo mandato Arturo Alessandri con el 55 % de los votos. La gran sor-
presa, no obstante, la da el líder de la efímera República Socialista, Mar-
maduke Grove, quien se acerca al 20 %. Una cifra sorprendente, teniendo

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en cuenta, además, que permanece preso en la isla de Pascua durante la


campaña electoral.
En términos políticos, estas transformaciones coinciden con la reconfi-
guración del sistema político tras el período de Ibáñez en el gobierno. Por
un lado, se crea en 1933 el Partido Socialista como resultado de la fusión de
diferentes partidos de izquierda. Entre ellos, Acción Socialista Revoluciona-
ria, el Partido Socialista Marxista y Nueva Acción Política. A diferencia del
socialismo argentino, ubicado en la centro-izquierda, la nueva formación
chilena se ubica más claramente en el ala izquierda del espectro ideológico.
Aceptando, de todos modos, la diversidad de recorridos e ideas políticas de
sus integrantes que van desde marxistas ortodoxos hasta militares nacionalis-
tas, pasando por reformistas críticos del Alessandri de 1932 e incluso grupos
trotskistas (Riquelme Segovia y Fernández Araba, 2015). De este cóctel sur-
ge un discurso de izquierda nacionalista y antiimperialista.
En cierto modo, y salvando las distancias –como, por ejemplo, la ausen-
cia de la tónica indigenista–, dicha retórica recuerda algunos lineamientos
del APRA peruano, cuya influencia intelectual crece por entonces en toda
América Latina. Se da, asimismo, una organización de base popular, con
una fuerte movilización en las calles e instrumentos de propaganda propios
de la política de masas. Entre ellas, el uso de la radio y la prensa. El tipo de
estructura que, como se vio en el capítulo anterior, le había faltado a Ale­
ssandri para profundizar su programa en los años veinte.
En respuesta, la derecha del espectro político se reorganiza a través de
diferentes coaliciones de liberales y conservadores, con un discurso que rei-
vindica el orden social y denuncia el peligro comunista. Muy a tono, en
este aspecto, con lo que ocurre en los demás países de la región. El Partido
Conservador, que aspira a representar al electorado católico, adopta algunos
elementos del catolicismo social con el fin de aggiornar su plataforma, pero
mantiene de todos modos una mirada fundamentalmente liberal en el plano
económico. Expresada, entre otras cosas, en la elección de Héctor Rodrí-
guez de la Sotta al frente de la nueva mesa directiva en 1932 a pesar de la
oposición de los grupos democristianos (Castro y Mauro, 2020; Ponce de
León, 2020). Asimismo, tanto liberales como conservadores agudizan por
esos años sus críticas a la democracia y a la “avalancha” popular y proponen
reformas como el “voto plural” que busca reintroducir criterios de cualifica-
ción en el electorado.

133
América Latina entre la reforma y la revolución: de las independencias…

En el centro se ubica el Partido Radical que en su programa de 1931


reflota, con nuevos condimentos, los lineamientos reformistas del período
anterior. Por un lado, centra su programa en la reivindicación del “solidaris-
mo social”, a partir del cual propone tanto una defensa del parlamentarismo
y la sanción de una legislación social avanzada. En la misma línea, defiende
una mayor intervención estatal en la vida económica, presentada incluso
retóricamente como “socialismo de Estado”. Por otro lado, los radicales in-
tentan dinamizar sus estructuras de base a través de asambleas, de modo de
fortalecer su presencia capilar en la sociedad. Confluyen en el centro con lo
que queda del Partido Democrático, defensor de un “liberalismo popular”
y de un cierto reformismo social, aunque por entonces en franco declive
(Riquelme Segovia y Fernández Araba, 2015).
Además, como en el resto de América Latina, surgen también fuerzas
que reivindican reformas corporativistas, como el Partido Agrario, la Acción
Republicana o el Movimiento Nacional Socialista, de inspiración nazi, crea-
do en 1932, lejos, de todas maneras, de gozar de la popularidad alcanzada
por el integralismo brasileño, el principal partido fascista de América Latina
(Scarzanella, 2007).
Con Alessandri la economía chilena comienza a recuperarse. Al igual que
en Argentina, Brasil y Uruguay, se inicia una paulatino proceso de indus-
trialización que reorienta, al menos en parte, la economía hacia el mercado
interno.
Alessandri acompaña estos cambios con lo que se da en llamar el giro
“civilista”, tendiente a mantener a los militares fuera del gobierno. Con ese
objetivo llama a retiro a numerosos oficiales vinculados a las intervenciones
de la década anterior y da su apoyo a las milicias “republicanas”. Compues-
tas por militantes de los partidos históricos, como el liberal y el conservador,
las milicias tienen como objetivo enfrentar futuros golpes de estado. Sobre
todo, claro está, si como el de 1932 suponen un giro marcado a la izquierda.
Por otro lado, en contraste con los primeros años de su presidencia anterior,
mantiene una política netamente represiva con el movimiento obrero.
Dicho movimiento se halla en reorganización: los anarquistas en la Con-
federación General del Trabajo y los comunistas en la Federación Obrera. El
presidente, lejos de sus posiciones obreristas de 1915, cuando se lanza a la
arena nacional como candidato a senador por Tarapacá, aplasta la revuelta
campesina de 1934 en el Alto Bíobio y la huelga ferroviaria de 1936. En

134
El tiempo de las reformas sociales en América Latina

1937, además, logra la aprobación, en sintonía con la ley de represión del


comunismo discutida en Argentina el año anterior, de la ley de Seguridad
Interior, que le permite suspender garantías individuales.
En el terreno económico, acompaña la reorientación hacia el mercado
interno. Su ministro de economía, Gustavo Ross, defiende el aumento de
la inversión pública en el sector de la construcción, pero, aun así, es resis-
tido por sectores del partido que consideran necesario impulsar una mayor
intervención estatal. En esa línea, cuestionan principalmente la ortodoxia
fiscal y reclaman un mayor control de precios. Por otro lado, si bien las mi-
licias republicanas se disuelven en 1936, el apoyo de Alessandri genera fuer-
tes rechazos entre sus aliados. También su estilo de gobierno, considerado
excesivamente presidencialista, incluso autoritario por sus opositores. Este
conjunto de circunstancias genera un malestar creciente entre los propios
radicales que lo habían apoyado, hasta que en 1934 abandonan el gobierno
y viran a la izquierda (Riquelme Segovia y Fernández Araba, 2015).
En 1938, en parte como un resultado de ese viraje, Alessandri es sucedido
por el candidato del Frente Popular, Pedro Aguirre Cerda, su ministro de la
década anterior. El lema del nuevo gobierno es “Pan, Techo y Trabajo”. En
una elección en extremo reñida derrota a Gustavo Ross, el candidato de las
fuerzas de derecha, por un 50,17 % de los votos contra el 49,24 %. El Frente
conformado en 1936 reúne numerosas fuerzas: el Partido Socialista, el Parti-
do Radical, el Partido Socialista-Radical, los restos del Partido Democrático
y el Partido Comunista. En este último caso, tras dejar atrás la estrategia de
clase contra clase en beneficio de la política de frentes populares antifascistas.
Si bien la convergencia no resulta fácil, se logra acordar un programa
moderado respecto del impulsado por el socialismo, pero que de todos mo-
dos propone una agenda clara de medidas y reformas de hondo calado. En
términos económicos, deja entrever un cierto nacionalismo que apunta a
fortalecer la industrialización –elevando los aranceles– y propiciando el con-
trol estatal de los sectores estratégicos de la economía. Se defiende también
el impulso a la colonización agrícola, como un modo de combatir los lati-
fundios, y se propone el alza de salarios y el fortalecimiento de los derechos
obreros. En términos políticos se subraya el respeto por las libertades polí-
ticas y el mejoramiento de los procesos electorales, en el marco de una retó-
rica antifascista que empalma con la crítica al giro autoritario de Alessandri
(Riquelme Segovia y Fernández Araba, 2015).

135
América Latina entre la reforma y la revolución: de las independencias…

Aunque poco antes de las elecciones el triunfo del frente parece difícil, se
producen dos hechos que contribuyen decisivamente a llevarlo al gobierno.
En primer lugar, se profundiza el distanciamiento de algunos de los católicos
sociales de la Juventud Conservadora, descontentos por la debilidad del pro-
grama social y la reticencia a incorporar los aspectos más significativos de la
doctrina social de la Iglesia. De hecho, dicho distanciamiento termina con
la creación de una nueva fuerza, la Falange Nacional (Ponce de León, 2020).
Más importante aún, poco antes de las elecciones, el Movimiento Na-
cional Socialista intenta un golpe de Estado para apoyar el regreso de Ibáñez
al poder, cuya candidatura estaba en discusión en ese momento. El golpe no
tiene eco en el Ejército y es ferozmente reprimido, lo que lleva a Ibáñez a
retirar su candidatura y a dar libertad de acción a sus seguidores, muchos de
los cuales optan por apoyar el Frente ante la brutal represión ordenada por
Alessandri (Riquelme Segovia y Fernández Araba, 2015).
El gobierno de la coalición de izquierda –una experiencia hasta entonces
inédita en América Latina– no es sencilla y debe sortear varias conspiracio-
nes e intentos golpistas. No obstante, tras la represión de los alzamientos y
en vistas de la relativa moderación de su programa económico –que bien
puede calificarse de reformista– no se producen nuevas reacciones militares.
Finalmente, tras los vaivenes iniciales, el gobierno logra afirmarse y avanzar.
En 1939, en un contexto sacudido por la nacionalización del petróleo en
México, se crea la Corporación de Fomento de la Producción (CORFO). Un
instrumento a través de la cual el Estado chileno intenta pasar de las políticas
de estímulo y protección, a las más directas de planificación. Una medida que
goza del apoyo y la colaboración activa de los trabajadores de la Confederación
de Trabajadores de Chile (CTCh). Los planes de reforma agraria, empero, dan
escasos resultados. En parte, debido a la resistencia de los sectores terratenien-
tes cercanos al gobierno. De igual manera, la sindicalización rural tiene poco
impacto. En cuanto a la CORFO, tampoco se avanza con el proyecto original
de financiamiento a través de impuestos directos, entre ellos a la renta. En su
lugar, para atenuar las resistencias empresariales, se toman créditos externos y
se aplican nuevos impuestos a las empresas cupríferas norteamericanas. Lo que
se da en llamar una “política de compromiso” para moderar el programa y ase-
gurar una cierta gobernabilidad (Riquelme Segovia y Fernández Araba, 2015).
Los cambios, de todas maneras, aunque dispares según los sectores,
resultan importantes: en una muestra de ello, el gasto estatal en servicios

136
El tiempo de las reformas sociales en América Latina

s­ ociales pasa del 2,5 % del PBI en 1925 al 18 % en 1955 (Riquelme Segovia
y Fernández Araba, 2015). Además, sobre todo en las ciudades, se ponen
en marcha planes de vivienda y salud con el fin de satisfacer la creciente de-
manda derivada de las migraciones y el salto en la tasa de urbanización que
ronda el 60 % en 1950. Los industriales, por su parte, se ven igualmente be-
neficiados por subsidios y políticas de protección, sobre todo los vinculados
a la producción de alimentos.
En el plano de los derechos políticos, el gobierno de Pedro Aguirre Cerda
apoya el proyecto de voto femenino, redactado por las representantes del
Movimiento Pro-Emancipación de la Mujer Chilena, creado en 1935. Su
aprobación, de todas maneras, deberá esperar una década, hasta el gobierno
de González Videla.
Entretanto, al interior del Frente, la unidad cruje. El pacto entre la
Unión Soviética y la Alemania nazi entre 1939 y 1941 genera fuertes ten-
siones. Principalmente entre los socialistas –que buscan un acercamiento a
EEUU–y los comunistas que intentan mantener la neutralidad. Tras varios
choques, finalmente, las tensiones conducen a la salida del Partido Socialista
del Frente en 1941, aunque no del gobierno.
De todos modos, a pesar de los roces, el gobierno logra un buen de­
sempeño electoral en 1941. Los radicales obtienen el 20 %, seguidos de
los socialistas con el 17 % y los comunistas con el 12 %. En contraste,
liberales y conservadores reúnen entre ambos apenas el 30 %. Es decir,
doce puntos menos que tres años antes (Riquelme Segovia y Fernández
Araba, 2015).
En 1942, el frente devenido Alianza Democrática vuelve a imponerse
con la candidatura del radical Juan Antonio Ríos, quien gana la disputa
interna al referente de la izquierda Gabriel González Videla. Dado su perfil
más centrista, obtiene también el apoyo de otras fuerzas como la Falange
Nacional. Como se señaló, la escisión democristiana que había abandonado
el Partido Conservador. También Alessandri apoya a Ríos y con él la parte
reformista del Partido Liberal. Esto le permite imponerse con el 55 % de los
votos sobre la candidatura de Ibáñez, que tras su exilio en la Argentina, con-
grega el voto de las derechas enarbolando discurso de tintes antioligárquicos
y nacionalistas. Si bien centrado en la idea de orden social, no deja de lado
la reivindicación de los derechos sociales al tiempo en que ensaya una dura
crítica a la clase política en su conjunto.

137
América Latina entre la reforma y la revolución: de las independencias…

Ríos continúa las orientaciones políticas y económicas de Cerda, aunque


con un estilo presidencialista más fuerte. Paradójicamente, con una base de
poder más débil que, en breve, pone en jaque su gobierno. El primer obs-
táculo proviene del partido radical, que pasa a ser controlado por el ala de
izquierda del derrotado González Videla. Asimismo, los socialistas, liderados
ahora por Salvador Allende y Raúl Ampuero, abandonan la coalición y el
gobierno criticando la tibieza del programa.
El socialismo se divide a su vez en dos y en 1945 reduce su caudal elec-
toral a menos de la mitad. Radicales y comunistas también pierden votos y
la hegemonía del frente se pone en duda. Además, las relaciones internas de
la coalición empeoran considerablemente en 1946. Tras la muerte de Ríos,
su sucesor, el vicepresidente Duhalde, debe enfrentar una fuerte oleada de
huelgas impulsadas por los comunistas. La represión se cobra varias víctimas
fatales, entre ellas a militantes de las Juventudes Comunistas. La interna del
gobierno queda al rojo vivo. El democristiano Eduardo Frei Montalva, que
ocupa el Ministerio de Obras Públicas, renuncia, dificultando aún más las
cosas. Los enfrentamientos entre socialistas y comunistas se ahondan hasta
causar la división de la Confederación de Trabajadores de Chile (CTCh).
De todas maneras, a pesar de la crisis política, el frente logra que el radical
González Videla resulte electo presidente en 1946, apoyado por los comunis-
tas. También, al menos en parte, por muchos socialistas que no acompañan la
candidatura propia de su partido por afuera de la coalición, que apenas obtiene
el 2,5  %. Esta vez, la clave del triunfo no es la unidad de la centro-izquierda
sino la división de la derecha que presenta dos candidaturas, la de Fernando
Alessandri y la de Eduardo Cruz-Coke. Lo cual permite la continuidad del
frente a pesar del descenso de sus votos en más de diez puntos respecto de 1942.
Por otro lado, la situación económica también comienza a mostrar ma-
yores dificultades y a poner en crisis la experiencia reformista. Al estanca-
miento de la producción agrícola –que presiona sobre la balanza de pagos–
se suma la conflictividad obrera creciente debido a la alta inflación. En este
marco, además, la inclusión de comunistas en los ministerios genera rechazo
en todo el espectro político, incluso entre los socialistas. Se genera inmedia-
tamente un clima de fuerte inestabilidad que, en el contexto de la naciente
guerra fría, deriva en una fuerte paranoia anticomunista. Entran en escena,
incluso, agrupaciones parapoliciales como la Acción Chilena Anticomu-
nista. En un intento por contener las presiones, Videla decide expulsar al

138
El tiempo de las reformas sociales en América Latina

­ artido Comunista de la coalición y del gobierno en 1947. Tras la ola de


P
huelgas desatadas, opta además por ilegalizarlo por medio de la sanción de
la “ley maldita” en 1948, que, entre otras cosas, elimina de los censos electo-
rales a miles de simpatizantes.
Lejos de estabilizar la vida política y calmar las aguas, la ley genera fuer-
tes debates en todas las fuerzas y profundiza la fragmentación. Dentro del
Partido Conservador, el sector socialcristiano, aunque reafirma públicamen-
te su anticomunismo, se opone a la ley. En breve, dicha vertiente se separa
para conformar el Partido Social Cristiano (Ponce de León, 2020). Entre los
radicales y los demócratas, los sectores opuestos a la ley también rompen y
crean nuevas estructuras políticas como el Partido Radical Doctrinario y el
Partido Demócrata del Pueblo. Por último, completando la implosión del
sistema de partidos, entre los socialistas, si bien la mayoría se opone a la ley,
una minoría a favor decide escindirse.
En un marco de profunda debilidad, el gobierno de Videla intenta un
giro económico aplicando un plan de estabilización y reducción del gasto
público que genera nuevas huelgas y conflictos. Entre tanto, la economía se
deteriora y el rechazo popular aumenta. Videla da un nuevo giro de timón
convocando ahora a otras fuerzas políticas, entre ellas los socialcristianos y
los falangistas, para redefinir las políticas sociales y económicas. Poco antes,
apoya la sanción de la Ley 9292 que otorga el voto a las mujeres para las elec-
ciones parlamentarias y presidenciales en una apuesta por tratar de apuntalar
su gobierno (Rojas Mira, 2011).
A esta altura, sin embargo, el nivel de fragmentación política dificulta
la reconstrucción de una coalición mínimamente coherente. Menos aún, la
continuación del programa reformista delineado a finales de la década de
1930. En 1952, el triunfo de Ibáñez, que tras dos décadas retorna al poder,
pone punto final a la experiencia reformista del Frente Popular.

4.3. Las reformas sociales en la estela


del nacionalismo popular
A diferencia de lo que ocurre en Uruguay y Chile, en los países más gran-
des de América Latina, donde la crisis genera una mayor industrialización,
se ensayan reformas sociales enmarcadas en experiencias de nacionalismo

139
América Latina entre la reforma y la revolución: de las independencias…

popular, como ocurre en el Brasil de Vargas o el México de Cárdenas. Por


su parte, en Argentina, tras una década signada por el fraude electoral, con
el peronismo se inicia una experiencia democrática basada en una fuerte
movilización que combina elementos del nacionalismo popular, con aspec-
tos de la agenda reformista previa y la discusión en torno a la planificación
económica.

4.3.1.  El cardenismo

En 1928, el asesinato del candidato presidencial Álvaro Obregón profundiza


la crisis generada por la prolongada guerra con los cristeros. Un conflicto
que, a esta altura, se había cobrado ya miles de muertos a lo largo de tres
años (Meyer, 2009). Se inicia entonces el período conocido como “maxi-
mato”. Durante esos años, Plutarco Elías Calles logra sofocar una revuelta
obregonista y poner fin a la guerra religiosa a través de los llamados “Arre-
glos”. A partir de entonces, maneja los hilos del poder hasta la llegada de
Lázaro Cárdenas a la presidencia en 1934 (Blancarte, 1992; Meyer, 2009;
Aboites-Loyo, 2010).
Considerado por muchos como la última fase de la revolución, el car-
denismo encarna un pujante proyecto político y económico de impronta
nacionalista y base popular. Concebido en continuidad con el proceso revo-
lucionario anterior, se nutre también de los debates específicos abiertos por
el ascenso de paradigmas alternativos al liberalismo y el auge de la planifi-
cación. Otra de las consecuencias globales de la “gran depresión” (Águila,
2010).
En México, la crisis económica reduce el comercio exterior a menos de
la mitad y disminuye la capacidad importadora. Asimismo, aumenta sus-
tancialmente el desempleo, en buena medida a causa del abrupto regreso de
varios cientos de miles de mexicanos desde EEUU. No obstante, como los
precios de las principales exportaciones venían descendiendo desde 1926, el
golpe es menos acentuado que en otros países de América Latina como Chi-
le o Cuba. Además, el peso que todavía tiene la agricultura de subsistencia
contribuye a amortiguar los efectos de la crisis y a facilitar el proceso de sus-
titución de importaciones. Con una caída del PBI de alrededor del 15 %, si-
milar a las sufridas por Argentina y Uruguay, la rápida aplicación de ­políticas

140
El tiempo de las reformas sociales en América Latina

protokeynesianas por parte del ministro de hacienda, Alberto Pani, genera


una rápida recuperación. En 1934, el PBI alcanza los niveles de 1929.
En este marco, el auge de la planificación –que parecía haber puesto a
la Unión Soviética a salvo de la crisis– impacta con fuerza. En una muestra
de esto, en 1933, el Congreso del Partido Nacional Revolucionario (PNR)
aprueba un ambicioso plan sexenal. En él se defiende una mayor interven-
ción estatal, el control de los sectores estratégicos y una profundización de
la reforma agraria.
El hombre designado para llevarlo adelante es el exgobernador del Es-
tado de Michoacán, Lázaro Cárdenas, elegido candidato para las elecciones
presidenciales de 1934. Visto al principio como una figura manejable, simi-
lar a los presidentes que se habían sucedido desde 1928, muestra sin embar-
go, desde el comienzo, un grado mayor de autonomía y la clara intención de
sacudirse la tutela de Calles. Con ese objetivo, lejos de aguardar pasivamente
las elecciones, inicia una intensa campaña electoral, similar en ciertos aspec-
tos a las que habían realizado décadas antes los líderes populares del Cono
Sur, como Hipólito Yrigoyen en Argentina y Arturo Alessandri en Chile.
Se desplaza a lo largo y a lo ancho del país, a veces por regiones inhóspitas,
donde pronuncia encendidos discursos que impactan en el campesinado.
Las giras contribuyen además a fortalecerlo en el partido y a darle una base
electoral propia, así como un conocimiento más exhaustivo del territorio.
En opinión de Cárdenas, el diagnóstico elaborado por el PNR en 1933 es
correcto. Lamentablemente, los saldos pendientes de la revolución son toda-
vía muy grandes, sobre todo en el mundo rural (Knight, 1998).
Aunque la autonomía de Cárdenas es vista por muchos contemporáneos
como el anticipo de fuertes tempestades, el nuevo presidente demuestra
gran habilidad política. De hecho, la disputa por el liderazgo con el “Jefe
Máximo”, como se conoce a Calles, se resuelve con relativa rapidez. Aprove-
chando una coyuntura de fuerte conflictividad obrera, Cárdenas destituye a
los ministros callistas y lleva adelante una purga en el PNR que desbanda el
bloque callista en el parlamento. Mucho menos cohesionado de lo supuesto.
En paralelo, además, ordena numerosos pases a retiro y nuevos nombra-
mientos en el Ejército y la policía, que, en breve, casi sin conflictos, le dan
el control de la situación. Apoyado también por los sindicatos y por la Con-
federación de Campesinos Mexicanos (CCM), atraídos por sus propuestas
sociales, modera las políticas anticlericales y obtiene de esa manera el apoyo

141
América Latina entre la reforma y la revolución: de las independencias…

de parte de los obispos y de algunos sectores católicos (Blancarte, 1992). De


modo que, en 1936, mientras las bases de apoyo de Cárdenas son ya sólidas
y crecen día a día, las de Calles, cada vez más aislado, languidecen.
Confiado en sus apoyos, Cárdenas lanza entonces un ambicioso progra-
ma de gobierno que, como había fijado el partido en 1933, se despliega en
diferentes frentes. En el plano agrario inicia una reforma profunda y veloz,
en claro contraste con la lentitud –incluso la parálisis– del proceso durante
el “maximato”. Por otro lado, a diferencia de Calles y de lo que piensan
también otros políticos del partido, Cárdenas no pretende erradicar el ejido.
Lejos de verlo como una rémora del pasado, propone fortalecerlo, concebi-
do como una institución clave del México del futuro (Águila, 2010). En este
sentido, a diferencia de lo que ocurre en buena parte de América Latina, tal
el caso del Chile del Frente Popular, en México la reforma agraria constituye
una de las políticas nodales de los años treinta (Knight, 2015).
Además, a diferencia del discurso de impronta industrialista y raigambre
reformista de la izquierda chilena y el batllismo uruguayo, el cardenismo
hace del agrarismo un tópico central de su retórica nacionalista y, concre-
tamente, de su plan de gobierno. En una elocuente muestra de ello, entre
1936 y 1940, el gobierno de Cárdenas reparte 18 millones de hectáreas en-
tre 800 000 beneficiarios. En solo cuatro años distribuye más del doble que
en las dos décadas anteriores. Además, la tierra ejidal pasa a representar casi
la mitad de la tierra cultivada contra el 15 % a comienzos de los años treinta.
El apoyo del Estado se hace palpable también a través de obras de infraes-
tructura y abundancia de créditos al menos en los primeros años. En 1936,
por ejemplo, los créditos para el sector representan casi el 10 % del presu-
puesto central. En contraste con el andar cansino de las reformas anteriores,
la cardenista es vertiginosa y está acompañada de una intensa movilización
y de un amplio apoyo popular. En parte, dicho apoyo da pie a la organización
de una nueva central campesina, la Confederación Nacional Campesina.
A tono con los debates del momento, tras doblegar la oposición, Cár-
denas avanza en la reorganización de la maquinaria política heredada del
callismo, rebautizada ahora Partido Revolucionario Mexicano (PRM). La
nueva estructura adopta una forma más corporativa, dividida en diferentes
ramas que confluyen en concejos y juntas centrales. Por un lado, los trabaja-
dores (nucleados en la CTM), por otro, los campesinos (vinculado a las dife-
rentes Confederaciones Campesinas, entre ellas la Nacional, ­recientemente

142
El tiempo de las reformas sociales en América Latina

c­ reada). A ellos se suman el sector militar (ejército) y el llamado sector “po-


pular”. Este último reúne al resto de los miembros: profesionales, funciona-
rios, pequeños comerciantes, a partir de una lógica más netamente liberal
de representación. De este modo, el nuevo partido propone un tipo de or-
ganización en el que confluyen las lógicas de representación liberales de la
primera etapa de la revolución con las corporativas, aunque manteniéndose
electoralmente los postulados de la constitución de 1917.
Se propone, además, modificar el artículo 34 de la Constitución para con-
ceder el voto a las mujeres, tal como reclama el Frente Único Pro Derechos
de la Mujer. Si bien se cuenta para ello con el apoyo de ambas cámaras, Cár-
denas decide no promulgar la ley. Como ya se había planteado en las déca-
das anteriores, el temor a un posible voto “conservador” paraliza la iniciativa.
En la decisión resulta determinante el triunfo de la Confederación Española
de Derechas Autónomas (CEDA) en España. En este contexto, el derecho a
voto para las mujeres recién se sanciona en 1953 (Tuñón Pablos, 2011). No
obstante, el cardenismo alienta su incorporación al PRN, en el que llegan a
representar más del 30 % en los años cincuenta. Impulsa, a su vez, la deno-
minada “educación socialista”. Una instancia considerada indispensable para
la reproducción de la identidad revolucionaria y, en ese marco, para la incor-
poración de las mujeres a la vida político-electoral. En este plano, se busca
además precisar sus contenidos generales, que suelen generar ásperos debates.
Si en el período de Calles uno de los aspectos fundamentales había sido
el anticlericalismo –a menudo confundido con la idea misma de socialis-
mo–, durante el período de Cárdenas se pone el acento en la difusión de
ideas nacionalistas, como la reivindicación del ejido y la industrialización
(Savarino-Mutolo, 2008). Asimismo, el indigenismo que había estado pre-
sente de diferentes maneras desde el comienzo de la revolución, tiende por
momentos a diluirse en un discurso más clasista que busca subsumir la
cuestión indígena al interior de las políticas más generales de mejora de las
condiciones de los trabajadores (Knight, 1998). Una posición que le vale,
por entonces, el apoyo de los comunistas, embanderados en la política de
frentes populares. También, hasta cierto punto, el de los sectores católicos
moderados (Meyer, 2009).
Por último, aumenta significativamente el gasto en educación, que si
bien había crecido a lo largo del período anterior –una de las políticas de
­Estado de largo plazo de la Revolución–, con Cárdenas llega capturar un

143
América Latina entre la reforma y la revolución: de las independencias…

20 % del presupuesto estatal. Entre sus prioridades se cuenta la construcción


de escuelas rurales, donde el déficit es mayor, y la contratación de nuevos
maestros que en 1935 duplican la plantilla de finales de los años veinte
­(Knight, 1998; Águila, 2010).
En el plano social, Cárdenas revitaliza la Ley Federal de Trabajo de 1931
y apoya activamente a los sindicatos en las juntas de arbitraje y concilia-
ción. Esta postura contribuye a fortalecer su vínculo e influencia sobre la
Confederación de Trabajadores Mexicanos (CTM), entidad que, articulada
con la estructura misma del partido, reúne a buena parte del movimiento
obrero tras el ocaso de la CROM (Águila, 2010). La misma estrategia, en
parte, sigue luego Juan Perón en Argentina, desde la Secretaría de Trabajo y
Previsión.
En 1938, consolidado en el frente interno, tras un largo conflicto entre
las empresas petroleras y los sindicatos –que llegó incluso a la Corte Supre-
ma–, el gobierno de Cárdenas ordena la nacionalización. Probablemente la
medida más audaz del gobierno, con un fuerte impacto internacional. El
conflicto con EEUU, no obstante, se ve amortiguado por la inminencia de
la guerra, que conduce a Roosevelt a priorizar el acercamiento con México
para obtener las materias primas necesarias (Águila, 2010; Tabanera García,
2018; Aboites-Loyo, 2010). Internamente, la expropiación genera un am-
plio apoyo y un fuerte fervor popular que marca la cúspide del cardenismo.
También la Iglesia católica apoya la medida públicamente y se moviliza en
su defensa.
Sin embargo, tras la algarabía, la situación económica comienza a erosio-
nar parte del apoyo del gobierno. Aunque por lo general los salarios siguen
por arriba de la inflación –incluso después de 1938 cuando se hace más
alta–, las tensiones presupuestarias y de balanza de pagos se ahondan. Al
mismo tiempo, las profundas transformaciones que se viven debido a la
reforma agraria generan una caída per cápita de la producción que causa
dificultades en varios frentes. Por otro lado, parte de los programas credi-
ticios se interrumpe, en parte debido a la debilidad fiscal del Estado, cuya
maquinaria burocrática es más rudimentaria y menos desarrollada que la de
los países del Cono Sur. La falta de crédito se traduce en un empeoramiento
de la productividad del sector agrario, en un marco en que el gasto público
sigue siendo relativamente bajo para los estándares keynesianos posteriores
(Águila, 2010).

144
El tiempo de las reformas sociales en América Latina

Por último, la propia maquinaria política creada recientemente, el PRM,


sufre divisiones, ahondadas por la decisión de Cárdenas de no aspirar a la
reelección y alentar la candidatura de Francisco Mugica (Knight, 1998).
Finalmente, se impone la candidatura de Ávila Camacho, que marca
un viraje a la “derecha” dentro del PRM y con ella, la atenuación de los
tonos más acentuados del programa nacionalista del cardenismo (Aboi-
tes-Loyo, 2010). Supone también, en política exterior, el alineamiento con
EEUU, plasmado en la Conferencia de Chapultepec (1945). En términos
sociales, el nuevo presidente no interrumpe las políticas previas pero com-
promete el desarrollo y la sostenibilidad de varias de ellas. Sobre todo en
el plano rural, marcando, asimismo, el ocaso del cardenismo como fenó-
meno político.

4.3.2.  El Brasil de Vargas

Tras el fin del imperio en 1889, la Primera República se construye sobre


la base del acuerdo entre las denominadas “oligarquías” regionales, prin-
cipalmente las de Minas Gerais y San Pablo. Aunque estable, el régimen
sufre el impacto de la Gran Guerra y durante la década del veinte crecen las
tensiones (Fausto, 2003). Los conflictos obreros aumentan en los principa-
les distritos industriales, como San Pablo, y el descontento se hace sentir
también entre los oficiales jóvenes del Ejército, los denominados tenentes. Se
producen incluso revueltas y alzamientos, uno en 1922 en Río de Janeiro y
otro en 1924 en San Pablo, donde llegan a controlar la ciudad. Finalmente,
perseguidos por el Ejército, cruzan la frontera con Bolivia en 1927.
El tenentismo, como se conoce al movimiento, reclama leyes sociales para
contener el conflicto obrero y, sobre todo, un Estado fuerte y centralizado
que ponga fin a la hegemonía de las “oligarquías” regionales. Si bien no tiene
la fortaleza suficiente para forzar un rumbo reformista, constituye igualmen-
te el principal movimiento de oposición en el Brasil del “café con leche”,
expresión que alude a la alternancia acordada entre las elites de los estados
de Minas Gerais, ganadero, y San Pablo, cafetalero (Fausto, 1992).
La crisis de 1929 cambia las cosas. La sobreproducción de café se su-
perpone a la caída de precios debido a la crisis. Para intentar contenerla, el
gobierno federal compra parte de la producción y la destruye. La medida,

145
América Latina entre la reforma y la revolución: de las independencias…

de todas maneras, no logra evitar la crisis de la balanza de pagos y un ace-


lerado deterioro fiscal. Esto es particularmente acentuado en el estado de
San Pablo, de donde proviene la mayor cantidad de la producción. En este
contexto, la elite paulista busca romper la alternancia con Minas Gerais e
imponer por segundo período consecutivo a un presidente propio. El régi-
men comienza a desmoronarse y tras una seguidilla de enfrentamientos se
conforma una nueva alianza antipaulista encabezada por las elites de Minas
Gerais, Rio Grande del Sur y Paraíba. La denominada Alianza Liberal.
En este marco, poco después vuelve a imponerse el candidato paulista en
unas elecciones marcadas por el uso de la fuerza y alejadas de los estándares
de participación alcanzado por países como Uruguay o Argentina en las dé-
cadas previas. El clima político se tensa al máximo. En un primer momento,
San Pablo mantiene el control de la situación pero el asesinato del goberna-
dor de Paraíba y candidato a la vicepresidencia por la Alianza Liberal, Joao
Pessoa, desata un nuevo alzamiento popular. Apoyado por algunos sectores
del movimiento obrero, se suman al levantamiento las fracciones del Ejér-
cito que todavía simpatizaban con el tenentismo así como los partidos de
oposición que existían en diferentes estados. El gobierno, sorprendido, no
reacciona a tiempo y aunque cuenta con fuerzas para repeler el alzamiento,
no logra movilizarlas y es derrocado. Asume el candidato de la Alianza Libe-
ral y gobernador de Río Grande, Getulio Vargas.
Como era previsible, tras el triunfo, afloran las divergencias entre los
diferentes sectores del movimiento revolucionario. Mientras por un lado las
elites quieren mantener el statu quo previo, redefiniendo solamente el repar-
to de poder entre ellas, los tenentes buscan una reforma agraria que debilite
precisamente el poder de las “oligarquías”. Alientan, además, el desarrollo de
una política social similar a la que, aunque en un marco reformista, se había
desarrollando en otros países de América Latina como Argentina y Uruguay.
Consideran también, en el marco de las discusiones propiciadas por la crisis,
que es necesaria una política industrial que vuelva a Brasil menos depen-
diente de las exportaciones de materias primas (Drinot-Knight, 2015).
Apenas dos meses después de la llegada de Vargas al poder, la influencia
del tenentismo se ve reflejada en una serie de medidas clave durante 1931,
entre ellas, la creación del Ministerio de Trabajo, Industria y Comercio
y del Departamento Nacional del Trabajo y la aprobación de las leyes de
sindicalización. Este corpus legal convierte a los sindicatos en “organismos

146
El tiempo de las reformas sociales en América Latina

c­ onsultivos” del gobierno, lo que motiva intensos debates en el movimiento


obrero (Gomes, 2005). En 1932 se suma la jornada de ocho horas en la
industria y el comercio, la reglamentación del trabajo femenino y de me-
nores y la creación de las Comisiones y Juntas de Conciliación y Arbitraje,
que reconocen los convenios colectivos y avanzan en la constitución de una
justicia laboral (Carvalho, 1995).
Vargas aprueba también un nuevo Código Electoral que establece el voto
secreto y obligatorio y un tribunal electoral para fiscalizar los censos, cam-
bios a tono con las modificaciones introducidas por los gobiernos reformis-
tas en las décadas anteriores en Argentina, Uruguay y Chile. Los analfabetos
siguen excluidos –lo que implica una limitación significativa dadas las altas
tasas de analfabetismo– pero se incorpora a las mujeres. En este caso, empe-
ro, con un estatus similar al de los hombres mayores de sesenta años, ya que
no rige la obligatoriedad (Raisa Schpun, 2011). A tono con los debates del
momento, se fija también una cuota de representación corporativa, elegida
por los sindicatos, las patronales, los funcionarios públicos y los profesio-
nales.
En paralelo, además, el gobierno introduce cambios en el sistema edu-
cativo, buscando una posición de conciliación y cierto equilibrio entre los
sectores escolanovistas que impulsan la “modernización” y los católicos que
cuestionan la aplicación de ideas “liberales” (De Souza Neves y Rolim Cape-
lato, 2004). Este debate, aunque con otros condimentos, también se da en
la Argentina de la década de 1930 (Di Stefano-Zanatta, 2000).
Ese mismo año, antes de que el nuevo código electoral pueda ser puesto
en práctica, se produce un levantamiento en San Pablo, la llamada Revo-
lución constitucionalista. Los insurrectos reclaman el fin del gobierno pro-
visional y el llamado a una asamblea constituyente. Más allá de su retórica
principista, su inspiración es netamente conservadora. El principal propósi-
to del movimiento es poner un freno a los tenentes, devenidos varios de ellos
en interventores regionales, y restablecer el control de las elites de los estados
sobre el gobierno central (Carvalho, 1995). Aunque la “revolución” es de-
rrotada, el gobierno de Vargas convoca a elecciones para conformar la asam-
blea, “normalizar” institucionalmente el país y elegir un nuevo presidente.
Las elecciones de 1933 inauguran el nuevo reglamento electoral sancio-
nado el año anterior, que se refleja en una intensa actividad proselitista y un
nivel de participación inédito en Brasil, más allá de los límites señalados.

147
América Latina entre la reforma y la revolución: de las independencias…

La Asamblea, por su parte, aprueba una nueva constitución que introduce


algunos cambios sensibles. Por ejemplo, pone fin a la unicidad sindical al re-
querirse solo un tercio de los trabajadores de una determinada categoría pro-
fesional para conformar un sindicato. Suprime, además, a los representantes
o delegados del gobierno, establecidos en 1931, y aumenta las garantías de
los representantes sindicales frente a las patronales.
Finalmente, restablece las libertades individuales de la democracia li-
beral, suspendidas tras el golpe. En el plano educativo, atendiendo a las
demandas de la Iglesia católica –que se moviliza a través de la Liga Electo-
ral Católica– se incluye la enseñanza religiosa dentro del horario de clases,
aunque se mantiene su carácter optativo. De esta manera, se busca un cierto
equilibrio con los escolanovistas. A su vez, la nueva constitución establece
la obligatoriedad del voto para las mujeres, aunque solo para aquellas que
ejerzan una profesión o una función remunerada (Raisa Schpun, 2011).
Una medida que coloca a Brasil a la vanguardia en América Latina junto a
Uruguay que, como se analizó, sanciona el sufragio femenino en 1932. Poco
después, la Asamblea confirma a Vargas en el poder como presidente.

A)  Hacia el Estado Novo

A esta altura, los coletazos de la crisis comienzan a dejar paso a la re-


cuperación de la mano de la reorientación mercadointernista y el vínculo
comercial favorable con EEUU (Drinot y Knight, 2015). Mientras tanto,
el sistema político se reconfigura en torno a dos polos. Uno de derecha, la
Acción Integralista Brasilera –de inspiración fascista–; y otro de izquierda,
la Alianza Nacional Liberadora (ANL), liderado por Luis Carlos Prestes del
Partido Comunista y otrora líder del tenentismo en los años veinte (Mo-
reira Rodrigues, 2019). Aunque opuestos ideológicamente, comparten la
crítica al liberalismo y defienden la intervención del Estado, la planifica-
ción económica e impulsan reformas sociales de hondo calado así como un
gobierno central fuerte, capaz de doblegar a las denominadas “oligarquías”
regionales.
En 1935, un intento de revolución encabezado por la Alianza, carente
de apoyo popular, fracasa y Vargas disuelve el partido. El intento sirve, a su
vez, para alimentar el creciente anticomunismo de la región y dar impulso a

148
El tiempo de las reformas sociales en América Latina

una experiencia corporativista. Apoyado por los generales Góis Montero y


Gaspar Dutra, da un golpe de Estado y anuncia finalmente la creación del
Estado Novo.
En línea con el modelo ensayado por Oliveira Salazar en Portugal, Var-
gas suprime las instituciones de la democracia liberal y avanza en una or-
ganización política corporativa, con especial énfasis en las relaciones entre
trabajadores y patrones a través de los sindicatos oficiales. Asimismo, en
lugar del congreso, apoya la creación de entidades técnicas conformadas por
especialistas y miembros de las corporaciones, algo que, aunque en un con-
texto de pervivencia de las instituciones parlamentarias, también se lleva a
cabo en la Argentina de los años treinta.
Casi inmediatamente, el primer desafío al Estado Novo proviene de quie-
nes lo habían apoyado con más entusiasmo en un comienzo: los integralis-
tas. Desilusionados porque las reformas no tienen la radicalidad esperada,
pero sobre todo porque no han logrado conquistar el poder, el integralismo
brasilero intenta un golpe de Estado en 1937 que también fracasa. El alza-
miento termina con su disolución como fuerza política.
A partir de entonces, Vargas fortalece su presencia a través del uso de
la calle –como en las movilizaciones por el 1 de mayo– y afianza el control
sobre los medios de comunicación por medio del Departamento de Prensa
y Propaganda. Se crean revistas oficialistas como Cultura Política y Ciencia
Política, donde se defiende el rumbo emprendido por el Estado Novo, aun-
que sin ocluir totalmente la participación de escritores de otras tendencias
ideológicas. Se organizan también programas radiales como Falando aos
Trabalhadores Brasileiros, encabezado desde 1942 por el ministro de trabajo
Alexandre Marcondes Mechado Filho. Esta iniciativa se convierte en uno de
los más exitosos vehículos de propaganda del gobierno, principalmente en
lo referido a la política social (Gomes, 2005).
Si bien el control sobre los medios y las instituciones educativas se inten-
sifica, como ocurre con las publicaciones oficiales, el Estado Novo no impide
que intelectuales opositores colaboren en algunas oportunidades o partici-
pen incluso como funcionarios en el Ministerio de Educación. El moder-
nista Mario de Andrade, por ejemplo, se encuentra al frente del Instituto
Nacional del Libro y el arquitecto Oscar Niemayer, de orientación comu-
nista, es contratado para la construcción del nuevo edificio del Ministerio
de Cultura. Esta apertura no llega a permitir la publicación de artículos

149
América Latina entre la reforma y la revolución: de las independencias…

a­ ntivarguistas en las revistas oficiales –lo mismo que en los programas radia-
les– pero constituyen una muestra del peculiar estilo conciliador que Vargas
da al autoritarismo estadonovista (De Souza Neves y Rolim Capelato, 2004).
Entretanto, a lo largo de esos años se van aprobando diferentes derechos
sociales. Entre ellos, los denominados institutos de retiro y pensiones, al
punto que a finales de la década, la previsión social se encuentra extendida a
casi todos los trabajadores urbanos. En 1940 se establece el salario mínimo,
el Tribunal del Trabajo y el impuesto sindical, que fortalece rápidamente a
los sindicatos, esenciales en el proyecto corporativista de Vargas.
Dicho proceso, concluye, en parte, con la codificación de las leyes labo-
rales en 1943: la denominada Consolidación de las Leyes de Trabajo. La ex-
pansión de los derechos sociales, sin embargo, tiene limitaciones importan-
tes. La principal, como ocurre en el Chile del Frente Popular, es el trabajador
rural. A pesar de la reorientación de la economía que se viene dando desde
comienzos de la década y que ha fortalecido a los trabajadores urbanos, las
clases populares rurales siguen siendo el grueso de la clase trabajadora, más
aún en un país como Brasil, cuyo nivel de urbanización está lejos del alcan-
zado por sus vecinos del sur. Para los trabajadores del campo, el varguismo
tiene pocas políticas específicas, en clara disonancia, por ejemplo, con el
cardenismo mexicano.
Otra limitación es la inexistencia del derecho a huelga, que, por el con-
trario, es reconocido por las experiencias reformistas del Cono Sur y la
constitución mexicana de 1917. Aun así, el impacto de la política social
de Vargas resulta importante y lo convierten en un líder popular. En una
prueba de ello, tras su derrocamiento en 1945, se multiplican las moviliza-
ciones a su favor, los denominados “queremistas”, llamados así por el grito
que los aunaba: “queremos a Vargas” (French, 1998). Por otro lado, a pesar
del apoyo de los militares al candidato de la Unión Democrática Nacional,
el principal partido de oposición al varguismo, el presidente electo por la
asamblea nacional es finalmente el exministro de Guerra de Vargas, Eurico
Gaspar Dutra, quien cuenta explícitamente con su apoyo.
A su vez, la constitución de 1946, que da por terminado el Estado Novo
y reinstala la república y la democracia liberal, preserva los derechos socia-
les del período anterior. Vargas, entre tanto, es elegido senador y en 1950
­vuelve a la presidencia obteniendo más del 50 % de los votos, apoyado por
el Partido Trabalhista Brasileiro que él mismo había creado en 1945.

150
El tiempo de las reformas sociales en América Latina

B)  El varguismo en los años cincuenta

En este período, Vargas adopta una tónica más nacionalista, en sinto-


nía con la experiencia cardenista y lo que por entonces es el peronismo en
Argentina. Ensaya también un cierto realineamiento geopolítico. Durante
el Estado Novo, Brasil se había acercado a EEUU, participando en el bando
aliado durante la Segunda Guerra Mundial. En contraprestación, había re-
cibido apoyo norteamericano para la creación de la Compañía Siderúrgica
Nacional en Volta Redonda.
En los años cincuenta, en el contexto de la naciente guerra fría, Vargas
comienza a distanciarse y a virar hacia posiciones más críticas. Cuestiona,
además, los acercamientos previos de Dutra con el presidente norteamerica-
no Harry Truman. Política que, entre otras cosas, ha derivado en la ruptura
de relaciones con la Unión Soviética y la proscripción del comunismo. El
viraje se consolida con la guerra de Corea, sobre todo a partir de las presio-
nes de EEUU para que Brasil se sume al conflicto, cosa que Vargas se niega a
hacer. A partir de entonces, el Club Militar pasa a ser presidido por los sec-
tores del Ejército favorables al acercamiento con EEUU y la relación entre
Vargas y las Fuerzas Armadas se deteriora velozmente.
Asimismo, al enfriamiento de las relaciones contribuye el clima enrareci-
do ocasionado por el envío del proyecto de monopolio estatal sobre el petró-
leo en 1951, sancionado finalmente en 1953. Gracias a dicha ley, la empresa
estatal Petrobras obtiene el monopolio de las exploraciones, la extracción y
el refinamiento de petróleo, un proyecto diametralmente opuesto al avalado
por Dutra en 1948.
Las tensiones con la oposición, nucleada en la Unión Democrática Na-
cional (UDN), se ahondan debido a la gestión de João Goulart en el Mi-
nisterio de Trabajo. De buenas relaciones con los sindicatos –incluidos los
dirigentes comunistas– impulsa una fuerte subida del salario mínimo y pro-
fundiza la retórica a favor de los trabajadores, aspecto que también Vargas
cultiva con más ahínco en este período, denunciando el accionar mezquino
y antidemocrático de las “oligarquías” del país.
El malestar y la irritación de los opositores crece. Se multiplican las de-
nuncias de corrupción y en junio se pide un empeachment que, finalmente,
no prospera. Un atentado sufrido por el líder opositor Carlos Lacerda em-
peora el clima y las Fuerzas Armadas –cada vez más enfrentadas a Vargas– le

151
América Latina entre la reforma y la revolución: de las independencias…

exigen la renuncia. Antes de que el golpe se concrete, el escenario cambia


diametralmente cuando, sorpresivamente, Vargas se suicida en el Palacio de
Catete, la sede del gobierno en Río de Janeiro. Su muerte viene acompañada
de una carta en la que acusa a los opositores de conspirar con las potencias
extranjeras para oprimir al pueblo. La reacción popular es importante, tal
vez menos virulenta de lo que el propio Vargas hubiera deseado, pero de
todos modos muy significativa (Di Tella, 2013).
La ira popular se dirige a los periódicos antivarguistas y el líder oposi-
tor, Carlos Lacerda, debe escapar del país. El golpe de Estado en marcha se
detiene. El suicidio, a su vez, contribuye a ahondar las divisiones al interior
del Ejército entre los sectores nacionalistas, que se habían mantenido fieles
a Vargas, y los golpistas, cercanos a la Unión Democrática Nacional, de
orientación más liberal en el plano económico. Al año siguiente, aplacado el
clima de rebelión, la alianza de los dos partidos varguistas, el PTB y Partido
Social Democrático, este último de base más conservadora, se unen para dar
el triunfo a Jucelino Kubitschek.

4.3.3. Argentina en la encrucijada: de los fraudes


de los años treinta al peronismo

En Argentina, la crisis produce un caída del orden del 40 % en los términos
del intercambio y una disminución del 9 % en el volumen de las exporta-
ciones (Belini-Korol, 2012). Entre 1929 y 1932, el PBI se contrae un 14 %,
el salario real un 10 % y el desempleo roza, en el pico de la crisis, el 15 %.
Menos profunda que en Chile, la crisis alienta de todos modos una reorien-
tación de la economía hacia el mercado interno y favorece la aplicación de
nuevos instrumentos de intervención estatal.
El gobierno militar del general José Félix Uriburu, surgido del golpe
de Estado de 1930, crea la Comisión de Control de Cambios y aprueba
por decreto nuevos impuestos pensados para atenuar el déficit fiscal. Entre
estos impuestos, establece uno a la renta que previamente Yrigoyen había
­intentado aprobar sin suerte en el parlamento. Aprueba también una subida
de aranceles del 10 %, que si bien se propone como temporal se prolonga
a lo largo de la década. Esta medida genera condiciones favorables para el
avance del proceso de sustitución de importaciones.

152
El tiempo de las reformas sociales en América Latina

A partir de 1932, con el gobierno del general Agustín Justo, los instrumen-
tos de intervención estatal se multiplican: se crea el Banco Central –otro de los
proyectos que el yrigoyenismo no había conseguido aprobar durante su primer
mandato–, y el Instituto Movilizador de Inversiones Bancarias. Este último está
destinado a absorber los activos “tóxicos” de los bancos (Rougier-Sember, 2018).
Se implanta en paralelo el desdoblamiento cambiario, una herramienta clave
para alentar la industrialización vía el encarecimiento de las divisas de las impor-
taciones consideradas “no prioritarias”. Se crean, también, las juntas reguladoras
de la producción que buscan fijar precios mínimos, limitar la producción o
comprar los excedentes, tal como el gobierno federal había hecho con el café en
Brasil poco antes. Las juntas tienen además, entre sus objetivos, el de aportar
conocimiento técnico para mejorar la productividad.
Estas medidas, sumadas a la subida de precios y el alza de la demanda
externa a partir de 1933, cuando varias sequías afectan a Canadá, Australia y
EEUU, explican la relativamente rápida recuperación del PIB. En 1937 los
precios de los cereales ya superan los niveles previos a la crisis y los términos
del intercambio de las exportaciones argentinas alcanzan los niveles más al-
tos del período anterior (Belini y Korol, 2012). En 1939 el PIB nacional es
ya un 15 % más alto que en 1929.

A) La década del treinta. Industrialización y fraude electoral

En el plano político, dichos procesos de transformación coexisten con


una profunda crisis que, tras el golpe de Estado contra Yrigoyen, se difu-
mina en todo el sistema político. Numerosos dirigentes son encarcelados,
incluido el propio Yrigoyen, y el radicalismo es sometido a crecientes pre-
siones y arbitrariedades.
En 1931 se cancelan las elecciones de la provincia de Buenos Aires que
lo habían visto triunfador. Poco después, el gobierno provisional veta la can-
didatura presidencial del expresidente radical Marcelo Alvear, que aunque
alineado con los antipersonalistas en la década de 1920, cuenta ahora con
el apoyo de Yrigoyen. En respuesta, en las elecciones de 1932 el radicalismo
decide abstenerse. El partido denuncia la ilegalidad de las elecciones em-
pleando, de esta manera, una estrategia política que ya había utilizado en
reiteradas ocasiones antes de la reforma electoral de 1912. La presidencia

153
América Latina entre la reforma y la revolución: de las independencias…

recae entonces en el general Agustín Justo, exministro de Guerra de Alvear


en la década de 1920, al frente de una coalición de partidos antiyrigoyenistas
y conservadores denominada Concordancia.
La candidatura de Justo derrota a la fórmula de Lisandro de La Torre y
Alfredo Palacios, de la Alianza Civil, conformada por el Partido Demócrata
Progresista y el Partido Socialista. A partir de 1935, el radicalismo vuelve a
presentarse a elecciones y la Concordancia recurre al fraude electoral para
asegurarse el triunfo. La ilegitimidad del partido de gobierno –y en general
de todo el sistema político– se profundiza. Decidido a mantenerse en el
poder a toda costa, el gobierno de la Concordancia modifica las leyes elec-
torales y los reglamentos eleccionarios, altera los padrones y, ya durante los
comicios, a veces a punta de pistola, se apodera de las urnas.
En algunas provincias, como en Santa Fe, se trasladan en trenes miles de
votantes desde otros distritos para abultar los resultados y asegurar el triunfo
(Mauro, 2013; López, 2018). A pesar del trato benévolo de los principales
diarios, la magnitud del fraude lo vuelve totalmente inocultable. Desde en-
tonces se convierte en una realidad con la que conviven tanto los ciudada-
nos como las diferentes fuerzas políticas. La crisis de legitimidad se ahonda,
además, debido a la resonancia de algunas denuncias de corrupción lanzadas
por Lisandro de La Torre, el candidato presidencial de la Alianza Civil, y el
asesinato de un senador opositor del Partido Demócrata Progresista, Enzo
Bordabehere, en el propio recinto parlamentario. Su muerte genera un gran
impacto, ocurrida además en el marco de una investigación sobre la evasión
impositiva de los frigoríficos extranjeros y sus relaciones con funcionarios de
la Concordancia. Poco después, la erosión del sistema político toca fondo
cuando las habituales denuncias de corrupción salpican también al propio
radicalismo, cuyos concejales en la ciudad de Buenos Aires son acusados de
recibir dinero de las empresas extranjeras concesionarias del transporte para
financiar la campaña electoral.
Entretanto, en el registro económico, el proceso de sustitución de im-
portaciones continúa. A los numerosos talleres nacionales que se crean
por esos años se suman numerosas empresas extranjeras, principalmente
­norteamericanas, radicadas para evitar las trabas arancelarias (Belini, 2017).
Al momento del estallido de la Segunda Guerra Mundial, la industria local
abastece prácticamente la totalidad del cemento demandado por la pujante
industria de la construcción, así como el aceite y los neumáticos utilizados

154
El tiempo de las reformas sociales en América Latina

en el país. También produce el calzado de cuero, una porción significativa


de los textiles –sobre todo de consumo popular– y una amplia gama de
productos cosméticos. Comienzan incluso a producirse bienes más sofisti-
cados como motores eléctricos, radios, maquinaria agrícola y neveras. Por
entonces, además, el sector industrial emplea a más de 700 000 personas y
en términos de PIB equivale ya a la suma de los sectores agrícola y ganadero
(Belini y Korol, 2012; Belini, 2017).
En este marco de cambios, el movimiento obrero se reconfigura. Tras
varias décadas de hegemonía ideológica sindicalista –cuya consolidación ha-
bía coincidido con la llegada de Yrigoyen al poder en 1916–, socialistas y
comunistas logran desplazarlos y asumir la dirección de la Confederación
General del Trabajo (Camarero, 2007). En 1936, en un marco más propicio
de recuperación económica, como también ocurre en Chile, las huelgas vuel-
ven a sacudir el país, lideradas en esta oportunidad por los sindicatos de la
construcción (Iñigo Carreras, 2012). Su importancia había crecido conside-
rablemente de la mano del impresionante desarrollo urbano de Buenos Aires
y, aunque en menor medida, también de ciudades como Rosario, Tucumán
y Córdoba. La transformación de la capital, cuya población crece acelerada-
mente nutrida por el flujo de las crecientes migraciones internas, es la más
impresionante. Surgen rascacielos y se llevan a cabo obras de infraestructura
como las avenidas General Paz, 9 de Julio y Costanera que cambian total-
mente su fisonomía, acercándola a la de las grandes metrópolis del mundo.
La unidad del movimiento obrero, sin embargo, sigue siendo frágil.
Por un lado, los sindicalistas, aunque minoritarios ahora, se recluyen en
la Unión Sindical Argentina. Por otro, la CGT no logra sobrevivir a las
tensiones internas y se divide en dos ramas (Del Campo, 2005). De todas
maneras, la sindicalización crece de manera continuada y alcanza al 10 % de
los trabajadores a comienzos de los cuarenta. Probablemente el porcentaje
más alto en América Latina.

B) El surgimiento del peronismo

Tras una década signada por la abstención y el fraude, que mantiene al


partido mayoritario –el radicalismo– fuera del poder–, un nuevo golpe de
Estado en 1943, liderado por los sectores nacionalistas e industrialistas del

155
América Latina entre la reforma y la revolución: de las independencias…

Ejército, da por terminada la denominada “Década Infame”. Entre ellos está


el coronel Juan Domingo Perón, perteneciente al Grupo de Oficiales Unidos
(GOU). El GOU es una logia de sectores medios y bajos del Ejército, con
algunos rasgos semejantes al tenentismo brasileño, preocupados en este caso
por el futuro de la industrialización después de la guerra. Temen que, una vez
acabada la protección natural generada por el conflicto bélico, el proceso de
sustitución de importaciones entre en crisis, ocasionando fuertes conflictos
sociales y el avance del comunismo en los sindicatos (Cattaruzza, 2009).
Aunque Perón es por esos días una figura de segundo orden, pronto
comienza a ascender desde el Departamento de Trabajo –devenido Secre-
taría–, gracias a la popularidad que obtiene entre los sindicalistas debido a
sus intervenciones a favor de los trabajadores. Entre 1944 y 1945 se cele-
bran más de 700 convenios colectivos avalados por la Secretaría de Trabajo
comandada por Perón (Doyon, 2006). Se reconoce además oficialmente a
los representantes sindicales, lo que les da mayor fuerza en los lugares de
trabajo y contribuye a aumentar la afiliación. Ese año, Perón crea además
la División de Trabajo y Asistencia de la Mujer, orientada a brindar ayuda
a las trabajadoras (Barry, 2011). Asimismo, alienta un control más estricto
sobre el cumplimiento de los contratos y las jornadas laborales. En 1945,
en una de las medidas más resistidas, se establecen las vacaciones pagas y el
aguinaldo. Poco antes, en otro hecho sin precedentes, el gobierno aprueba
el denominado Estatuto del Peón, que fija derechos para los trabajadores
rurales. Un paso que, como se señaló, experiencias reformistas como la de
Frente Popular en Chile o corporativistas como la de Vargas en Brasil no se
habían atrevido a dar.
A su vez, las relaciones de Perón con los sindicatos afines se hacen más
estrechas y al interior del gobierno su poder también crece rápidamente. Su
nueva situación se refleja en la acumulación de diferentes cargos, entre ellos
el de Ministro de Guerra y el de Vicepresidente. Su ascenso, empero, au-
menta la tensiones y en octubre de 1945, los sectores opuestos a su política
sindical ganan la pulseada y logran su destitución. Como había ocurrido con
Yrigoyen, Alvear y tantos otros dirigentes radicales, es enviado a la prisión de
la isla Martín García. Esta vez, sin embargo, su encarcelamiento desata una
fuerte reacción popular.
La CGT llama a un paro general para el día 18 de octubre, pero el día
17 se produce una enorme movilización a la Casa de Gobierno para exigir

156
El tiempo de las reformas sociales en América Latina

la liberación de Perón, animada por los comités de huelga, los dirigentes


sindicales y los propios trabajadores. Tras momentos de tensión –y el riesgo
cierto de un desborde de la multitud– Perón es dejado en libertad. Inme-
diatamente se dirige a sus seguidores desde el balcón de la Casa Rosada, la
sede del gobierno.
Unos pocos meses después, gracias a la movilización obrera, se impone en
las elecciones encabezando la candidatura del Partido Laborista. Una estruc-
tura política creada por los dirigentes sindicales en la coyuntura misma de las
elecciones. Se le suman también sectores del radicalismo, restos de los partidos
conservadores provinciales y dirigentes e intelectuales de diferente origen: so-
cialistas, comunistas, incluso trotskistas (Torre, 2002; Macor y Tcach, 2003).
Los opositores se nuclean, a su vez, en una coalición denominada Unión
Democrática, compuesta por las principales fuerzas políticas existentes hasta
entonces. Desde el radicalismo y el socialismo hasta el comunismo, pasando
por la democracia progresista. En el contexto de la posguerra, la Unión De-
mocrática, concebida por muchos dirigentes como una continuación de los
frentes antifascistas de los años treinta, plantea su campaña precisamente en
esos términos bipolares, como la lucha entre la democracia y el totalitarismo
(Nállim, 2014). Con poco tino, se oponen también a la legislación obrera
del gobierno militar y acompañan incluso el lock-out empresarial que en
1946 se opone al aguinaldo (una paga extra anual).
Perón, por su parte, intenta un acercamiento con las corporaciones em-
presariales presentando sus políticas sociales como un dique al comunismo,
pero ante la negativa de los empresarios opta por fortalecer sus apoyos en el
mundo sindical y reforzar su retórica popular. De manera similar a como
el yrigoyenismo había dividido el campo político en la década de 1920,
oponiendo “causa” y “régimen”, Perón construye desde entonces su discurso
sobre la dicotomía “pueblo-oligarquía” (Karush, 2013).
Su triunfo resulta impresionante y para muchos sorprendente tenien-
do en cuenta que implica la derrota de todas las fuerzas políticas unidas,
­incluido el radicalismo que hasta entonces había sido la fuerza electoral ma-
yoritaria. Dicho triunfo, sin embargo, resulta menos sorprendente si se tiene
en cuenta la larga sucesión de fraudes electorales que en la década anterior
habían minado la legitimidad del sistema de partidos, y en ese marco tam-
bién la del radicalismo. De igual manera, el franco apoyo de las corporacio-
nes empresariales a la Unión Democrática aleja aún más a los trabajadores.

157
América Latina entre la reforma y la revolución: de las independencias…

El escenario es similar al que, como se analizó en el capítulo anterior,


se produjo antes del triunfo arrollador de Yrigoyen en 1928. Además, en la
propia coyuntura, la intervención del embajador norteamericano Spruille
Braden en contra de Perón y a favor de los candidatos José Tamborini y
Enrique Mosca coloca a la Unión Democrática en una situación particu-
larmente incómoda e insufla de vitalidad a la retórica nacionalista y anti-
norteamericana de Perón. Cuenta también con el apoyo de buena parte del
Ejército y con el de la Iglesia católica, cuya gravitación en la vida social y
política argentina ha crecido de manera continuada desde principios de siglo
(Lida y Mauro, 2009; Lida, 2015; Mauro, 2018). Perón, de hecho, suele
referirse al catolicismo social como una de las fuentes de inspiración de sus
proyectos. Por si quedan dudas, cierra su campaña electoral de 1946 en el
Santuario de la Virgen de Luján, la principal devoción católica del país (Di
Stefano y Mauro, 2015).

C)  El peronismo en el gobierno

A poco de ganar las elecciones, las tensiones en el interior de la coalición


triunfante se acrecientan y Perón opta directamente por disolver el Partido
Laborista. A pesar de las resistencias de muchos dirigentes sindicales, Perón
reorganiza sus estructuras de apoyo en torno a una nueva formación: el Par-
tido Único de la Revolución Nacional, devenido en 1947 Partido Peronista.
En 1949, el partido adopta, además, una organización piramidal, centrali-
zada y corporativa –como había ensayado antes el cardenismo– dividida en
este caso en tres ramas: la sindical, la masculina y la femenina. Aprobado el
voto femenino en 1947, dicha rama se convierte en breve en la base para
la organización del primer partido compuesto masivamente por mujeres,
el Partido Peronista Femenino, liderado por Eva Perón (Barry, 2011). La
inclusión en el censo electoral dura varios años pero ya en 1952 el impacto
de la reforma resulta numéricamente impresionante. En parte porque, para
empezar, asegura a las mujeres el 33 % de los cargos obtenidos por el pe-
ronismo. Mientras Uruguay, por ejemplo, cuenta en 1943 con tres mujeres
en la legislatura después de una década de vigencia del voto femenino, en la
Argentina peronista, solo la elección de 1951 lleva a 109 mujeres a ocupar
cargos parlamentarios nacionales y provinciales (Barry, 2009).

158
El tiempo de las reformas sociales en América Latina

En el plano económico, el peronismo alienta el fortalecimiento del mer-


cado interno, a través de la subida de los salarios, y el estímulo a la produc-
ción industrial. Por esos años, el consumo se generaliza en la clase obrera y
el reparto de la riqueza mejora sustancialmente, estabilizada en torno a un
50 % para los trabajadores. Este aspecto es indispensable para asegurar el
desarrollo industrial, tal como las agencias de consultoría norteamericanas
piden desde los años treinta. Subir los salarios para sostener la industriali-
zación (Milanesio, 2014). Los números resultan elocuentes. Los estableci-
mientos fabriles pasan de 86 000 en 1946 a 181 000 en 1954 y el salto en la
producción de algunos bienes de consumo resulta abrumador, como ocurre
con las neveras (12 000 en 1947, 152 000 en 1955) (Milanesio, 2014).
Al mismo tiempo, como sucede también en los países europeos –y en
algunos latinoamericanos como Uruguay, Chile y México–, se impulsa una
política general de nacionalizaciones en los sectores estratégicos y de servicios
públicos (gas, teléfonos, puertos, ferrocarriles). Se fortalecen, además, sobre
todo con el Plan Quinquenal de 1947, los instrumentos de intervención di-
señados en los años treinta y durante la dictadura de 1943. Se impulsa el
crédito a través del Banco Industrial y se lanza el Instituto Argentino para la
Producción y el Intercambio (IAPI). El IAPI asume un rol clave al permitirle
al gobierno controlar el comercio exterior, orientar divisas al sector industrial
y desacoplar el precio interno de los alimentos respecto del mercado mun-
dial. Además, el gobierno congela el precio de los alquileres y lanza progra-
mas de vivienda a través de créditos subsidiados por el Banco Hipotecario.
En su conjunto, estas políticas elevan el salario real en un 50 % entre
1945 y 1948, un nivel sin parangón en América Latina. En respuesta, la tasa
de sindicalización supera el 40 % después de 1950 y, en términos electorales,
el gobierno se mantiene por arriba del 60 % de los votos en la mayoría los
comicios.
En 1949, no obstante, el clima político y económico se enturbia. Por
un lado, el avance de la industrialización pone en jaque la balanza de ­pagos.
Esto se combina a su vez con un empeoramiento de los términos del inter-
cambio y una sucesión de malas cosechas. Por otro, la inflación crece rápida-
mente (Belini y Korol, 2012; Brennan y Rougier, 2013).
Las principales objeciones, sin embargo, apuntan a la reforma constitu-
cional en marcha. Para los opositores, el gobierno pretende avanzar en una
suerte de “fascistización” del Estado y en el establecimiento de un sistema

159
América Latina entre la reforma y la revolución: de las independencias…

de partido único (Nállim, 2014). Si bien, efectivamente, existen sectores de


extrema derecha, como los nacionalistas católicos, que pretenden avanzar en
parte en ese sentido, en concreto ocupan un lugar relativamente marginal
en el peronismo. El propio Perón, por otro lado, más allá de su retórica a ve-
ces encendida, no parece estar convencido de dejar atrás las lógicas liberales
ni de embarcarse en experimentos de ingeniería institucional como los del
varguismo algunos años antes.
En concreto, haciendo a un lado la pirotecnia verbal, el peronismo se
mantiene en los moldes liberales de la constitución de 1853. A pesar de los
rumores que circulan durante la convención constituyente, no se introducen
cámaras corporativas y voto familiar ni se modifican las garantías individua-
les y ciudadanas. Las principales innovaciones son los derechos sociales, que
adquieren rango constitucional, la elección directa –un reclamo de larga
data en amplios sectores– y la posibilidad de reelección, aspecto que origina
finalmente los principales cuestionamientos.
Las reformas electorales posteriores, que reintroducen el principio uni-
nominal, vuelven a disparar críticas. Si bien contribuyen efectivamente a
limitar el número de legisladores opositores en la legislatura (que pasan de
44 en 1946 a 12 en 1955) están de todos modos muy lejos configurar un
modelo de partido único (De Privitellio, 2011). El relativo “unanimismo”
legislativo de aquellos años constituye mucho más una consecuencia de los
abultados triunfos obtenidos por el peronismo, que como el de 1952 vuelve
a superar el 60 % de los votos, que de las reformas electorales y el dibujo
caprichoso de algunas circunscripciones (Mauro, 2016).
A partir de 1953, tras la llamada “vuelta al campo” de los años anterio-
res –con la que se intenta robustecer el ingreso de divisas–, el segundo Plan
Quinquenal apunta al desarrollo de la industria de base. Sus logros no son
menores. La inflación disminuye sustancialmente, se mantienen altas tasas
de crecimiento y la presencia de las empresas estatales se acentúa. Por ejem-
plo, en 1952 se crea Industrias Aeronáuticas y Mecánicas del Estado y en
1953 Astilleros y Fábricas Navales del Estado. Sin embargo, en lo que es el
principal objetivo del plan, el desarrollo de una industria de base, los resul-
tados son bastante modestos (Belini, 2017). El Plan Siderúrgico Nacional
lanzado en 1946 no logra despegar. Primero debido al boicot norteamerica-
no y luego a las dificultades de la balanza de pagos. Asimismo, si bien se de-
sarrolla la industria laminadora, su dependencia de las importaciones resulta

160
El tiempo de las reformas sociales en América Latina

finalmente contraproducente, desalentando los eslabonamientos locales y el


propio desarrollo de la Sociedad Mixta de Siderurgia Argentina –SOMISA–
(Belini, 2017).
En este contexto, se explica la moderación de la retórica nacionalista y la
convocatoria al capital extranjero, ante la imposibilidad de sostener el pro-
ceso de desarrollo vía el ahorro interno. Más allá de las dificultades, de todos
modos, es exagerado ver en estas contrariedades una “crisis”. La economía
sigue en crecimiento y el gobierno mantiene el control de las principales
variables. Cuenta, además, con un diagnóstico y un plan preciso sobre el
rumbo a seguir, como ejemplifica el crédito del Eximbank de 1955 para
importar de EEUU los equipos necesarios para la siderurgia.
Es más bien en el frente político donde las dificultades se hacen cada
vez mayores, sobre todo a partir de 1953. Tras la temprana e inesperada
muerte de la esposa de Perón, Eva Duarte –de enorme popularidad–, los
homenajes y funerales causan tensiones con la oposición, que ve en ellos el
avance de la “dictadura” y el intento de conformar una “religión política”
a la manera de los fascismos europeos (Bianchi, 2001). En un registro más
mundano, las formas de culto popular que genera Eva irritan visceralmente
a los sectores más antiperonistas y profundizan las divisiones y la polariza-
ción social, dinámicas que, como se señaló, la dirigencia política uruguaya
intenta evitar con la reforma constitucional de 1952 y un nuevo gobierno
colegiado.
A partir de entonces, además, el gobierno comienza a avanzar en lo que
cabría definirse como una “peronización” de la cultura y la enseñanza, don-
de proliferan manuales de texto que celebran al gobierno de Perón y Eva.
Todo esto aumenta el encono opositor. Se restringe además la participación
de otras fuerzas políticas en la radio y se aumenta la presión sobre la prensa
opositora. Sobre todo después de la confiscación del diario La Prensa el año
anterior, en manos desde entonces de la Confederación General del Trabajo.
Por otro lado, la oposición “pueblo-oligarquía” con la que se interpreta la
realidad política dificulta de manera creciente la aceptación de formas de
oposición legítimas y debilita la posibilidad de que el sistema de partidos
pueda procesar las tensiones en curso. Finalmente, la llamada “doctrina na-
cional” peronista, reconocida por el Congreso, es incluida como materia de
formación para las Fuerzas Armadas, generando también malestar en los
sectores antiperonistas del Ejército.

161
América Latina entre la reforma y la revolución: de las independencias…

A partir de entonces, la violencia crece rápidamente y se producen varios


intentos de golpe de Estado, tras el primero, en 1951. En 1953, el horizonte
político se ensombrece cuando, durante un acto peronista en la plaza de
Mayo, explotan dos bombas con un saldo de cien heridos y siete muertos.
El atentado causa como respuesta, por la noche, el accionar de grupos de
seguidores de Perón que queman el Jockey Club –una institución tradicio-
nal de las elites– y las sedes de los partidos opositores. Las detenciones se
multiplican y se profundiza el control sobre los medios de comunicación. A
fin de año, no obstante, intentando bajar la tensión, Perón aprueba una am-
nistía general para los detenidos. De todos modos, durante 1954, el clima
de polarización vuelve a profundizarse.
El resultado de las elecciones legislativas, además, aumenta la irritación
opositora y también el sentimiento de invulnerabilidad en el gobierno, tras
volver a obtener el 62 % de los votos. Para la oposición se hace evidente que
un triunfo en las urnas es, por el momento, una quimera. En este marco,
crecen las tendencias golpistas y la capacidad del sistema político para pro-
cesar los conflictos crecientes se vuelve críticamente mínima.
Finalmente, a este panorama se suma un inesperado enfrentamiento del
gobierno con la Iglesia católica. El conflicto se suma al distanciamiento pre-
vio del gobierno con los sectores nacionalistas católicos que se alejan desilu-
sionados con el resultado de la reforma constitucional –desde su perspectiva
demasiado liberal– y la política de buenas relaciones de Perón con el Estado
de Israel y la comunidad judía en el país (Zanatta, 1996; Rein, 2018).
En estos años, no habían faltado altercados con la Iglesia católica –como
a raíz de las leyes de profilaxis social y de equiparación de los hijos “ilegíti-
mos”– , pero nada que llevara prever el conflicto que se desata a finales de
1954. Este enfrentamiento, determinante, contribuye de manera decisiva a
la caída del gobierno (Bianchi, 2001; Caimari, 1995). Por entonces, preo-
cupado por el lanzamiento de la democracia cristiana, avalada por Roma,
Perón acusa públicamente a sectores de la Iglesia de participar en un com-
plot para destituirlo. En la ocasión se refiere también a la acción proselitista
opositora realizada por los asesores eclesiásticos en las universidades. Si bien
efectivamente hay obispos y cuadros de la Acción Católica antiperonistas,
también los hay férreos defensores del vínculo con Perón. Su intervención,
en este sentido, al revés de lo buscado, contribuye a fortalecer a los antipero-
nistas dentro de la Iglesia. El conflicto escala rápidamente y en un contexto

162
El tiempo de las reformas sociales en América Latina

de fuerte polarización, la Iglesia se convierte repentinamente en un agluti-


nador del antiperonismo.
Esta situación se expresa con claridad durante la celebración de Corpus
Christi en junio de 1955. En la ocasión, marchan por las calles de Buenos
Aires junto a los fieles católicos, dirigentes políticos de todo el arco opositor,
incluido el comunismo. El gobierno reacciona profundizando el enfrenta-
miento y comienza a discutir un proyecto para separar Iglesia y Estado, algo
que, a diferencia de lo ocurrido en Chile y Uruguay, no se había establecido
en el país durante las primeras décadas del siglo. En tiempo récord se sancio-
na la ley de divorcio, se suprime la enseñanza religiosa y se envía un proyecto
de reforma constitucional para asegurar la laicidad del Estado.
Poco después, el 16 de junio se produce un nuevo intento de golpe de
Estado. Aviones de la marina, con la insignia “Cristo Vence”, bombardean
la plaza de Mayo y la casa de gobierno, con el objetivo de asesinar a Perón.
El ataque deja el escalofriante saldo de varios centenares de muertos. Esa
noche, en respuesta, militantes peronistas queman las principales iglesias del
centro porteño.
Poco después, Perón intenta descomprimir la situación flexibilizando las
leyes de radiodifusión y oponiéndose a los sectores sindicales que buscan
armar a los trabajadores. Las medidas llegan tarde. La política de concilia-
ción fracasa y el 16 de septiembre un nuevo golpe de Estado, iniciado en la
provincia de Córdoba, logra tener éxito. Perón inicia un largo exilio hasta
su regreso en 1973.

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