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Rodrigo Quesada Monge. Imperialismo y barbarie.

La Primera Guerra Mundial 1


(1914-1918) y el asesinato de Rosa Luxemburgo (1871-1919)

Imperialismo y barbarie. La Primera Guerra Mundial (1914-1918) y el asesinato


de Rosa Luxemburgo (1871-1919)

Rodrigo Quesada Monge1

I
Si estamos de acuerdo con Lenin (1870-1924) quien, recogiendo la tesis de
Rudolf Hilferding (1877-1941), sostenía que en el siglo diecinueve hubo dos grandes
guerras imperialistas, reveladoras de muchas de las características que tendría la
Primera Guerra Mundial (1914-1918), entonces nos resultará más fácil elaborar un
recuento de los ingredientes históricos que establecen la naturaleza social, económica,
política y cultural de esta última. Hilferding decía que la nueva era imperialista se
anunciaba a sí misma con la primera guerra chino-japonesa (1 de agosto de 1894-17 de
abril de 1895) y con la guerra hispano-antillano-norteamericana (25 de abril-12 de
agosto de 1898). Según él, la adquisición y la repartición de posesiones coloniales
regían la política exterior de la mayor parte de los estados imperiales del momento,
provocando un continuo crecimiento de los ejércitos y de las armadas navales que
condujo, inevitablemente, hacia la guerra como su consecuencia natural2.
Otros autores, por su lado, sostuvieron durante bastante tiempo que el período
posterior a la guerra franco-prusiana de 1870, fue un capítulo de la historia europea que
puede recordarse por su tranquilidad y productividad. Se insistía que, en comparación
con el período anterior (1815-1870), las revueltas populares, el desgaste sufrido por la
mayor parte de las monarquías europeas, a raíz del esfuerzo que había significado
derrotar a los ejércitos de Napoleón, y las constantes disputas por cuotas de dominio
territorial habían quedado en el pasado. El peso específico otorgado a los movimientos
de liberación nacional en América Latina, cuando menos, había sembrado la duda
respecto a las viejas políticas imperiales, heredadas del siglo anterior. Es decir que las

1
Rodrigo Quesada Monge (1952), Catedrático Jubilado de la UNA-Heredia, Costa Rica.
2
Rudolf Hilferding (1911). El Congreso del Partido y la Política Exterior. En Richard B. Day and Daniel
Gaido (2011). Discovering Imperialism. Social Democracy to World War I (Chicago, Il: Haymarket
Books) Capítulo 34.
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guerras de independencia en esta parte del mundo eran, más bien, la excepción y no la
tónica en el patrón expansionista de los imperios coloniales desde el siglo XVI.
Pero la guerra franco-prusiana de 1870 también marcó el final de la formación
de los estados nacionales en Europa Occidental, con la ineludible consecuencia de un
fortalecimiento progresivo del aparato institucional del Estado3. De esta manera, la
expansión europea, la cual significó primero la repartición de África y el final del
aislamiento de China, tuvo lugar en medio de una serie ininterrumpida de guerras
coloniales entre las potencias imperiales. En 1873, los rusos ocuparon la ciudad de
Khiva, y los ingleses tomaron las islas Fiji; en 1874, los japoneses enviaron una
expedición a la isla de Formosa (Taiwan); en 1876, Fergana fue tomada por los rusos;
en 1877, Inglaterra se anexó Transvaal; en 1878-1880, la segunda guerra anglo-afgana
tuvo lugar; en 1879 Bosnia fue ocupada; en 1881 Transvaal recuperó su independencia
después de la primera guerra Boer y Túnez se convirtió en un protectorado francés; en
1882 Inglaterra ocupó Egipto; en 1884 despega oficialmente la política colonial
alemana y se produce la guerra chino-francesa; en 1885 Burma Superior es tomada por
los ingleses después de la tercera guerra anglo-burmesa y los italianos ocupan Masawa;
en 1899 se funda Rodesia, lo cual provocó las consabidas rivalidades europeas en África
contra el imperio británico. Todo esto para no mencionar solo los eventos principales
que encontraron su expresión más violenta en la primera guerra chino-japonesa de
1894-1895, la segunda guerra anglo-boer de 1899-1902 y la guerra ruso-japonesa de
1904-1905.
Podríamos agregar incluso algunos datos estadísticos de relevancia, para
establecer el perfil del crecimiento colonial europeo entre 1876 y 1900 (véase la tabla
siguiente)

3
Karl Radek (1912). Imperialismo alemán y clase trabajadora. En Day y Gaido (2011). Op. Cit. P. 525.
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Tabla No. 1.
Porcentaje de crecimiento del territorio bajo dominio europeo (incluye a Estados
Unidos) (1876 y 1900)
Lugar 1876 1900 Crecimiento en %
África 10.8% 90.4% 79.6%
Polinesia 56.8% 98.9% 42.1%
Asia 51.5% 56.6% 5.1%

Fuente: Karl Radek (1912). En Day y Gaido (2011). Op. Cit. P. 526.

El mentís que los datos arriba mencionados le daban al supuesto mito del
capitalismo pacífico, ponían en evidencia la cháchara arrogante de los políticos y de los
ideólogos europeos, para quienes ninguna de las confrontaciones registradas podría
conducir a las potencias coloniales europeas a una guerra total. Dicho mito no se
erradicó ni aún con la evidencia de que la expansión colonial europea en África y en
Asia estaba provocando el surgimiento de una clara rivalidad entre ingleses y rusos, y
entre franceses e ingleses. Esta rivalidad adquirió connotaciones diversas de acuerdo
con la intensidad de las expansiones impulsadas por los gobiernos nacionales de estos
países. Para algunos autores el imperialismo estaba teñido de motivaciones biológicas y
filosóficas con las cuales se buscaba justificar el expansionismo europeo sobre África y
Asia. Otros consideraban que si el imperialismo se traía al terreno político y económico
se revelaban las verdaderas razones de tal expansionismo.

II
El que una nación o estado-nación como en la Antigüedad hiciera la guerra para
consolidar sus fronteras, no era necesariamente imperialismo hasta el momento en que
el poder naval y el terrestre se combinaban para expandir la dominación de un
determinado estado sobre otras partes del planeta. El primer aspecto que llama la
atención en el imperialismo moderno, anterior a la Primera Guerra Mundial, es la
cantidad de poderes imperiales compitiendo uno contra el otro. Desde 1871, Inglaterra
controla en Europa, África y Asia un área total de 4.754.000 millas cuadradas, ello
incluye a unos 90 millones de personas. No se olvide que el área geográfica total del
Reino Unido (Inglaterra e Irlanda) es de unas 121.000 millas cuadradas.
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A partir de 1884 Alemania, por su parte, adquirió colonias en África, Asia y el
Pacífico por un área de 1.927.820 millas cuadradas y una población de 13.5 millones de
personas. Recordemos que el área total del Reino Alemán no superaba las 210.000
millas cuadradas. Desde 1880, Francia adquirió colonias con un área tres veces mayor a
las tomadas por Alemania. Italia también participó de la repartición y adquirió colonias
en África con un área de 188.500 millas cuadradas. Los Estados Unidos se hicieron de
colonias en América y Asia, por un área de 172,000 millas cuadradas. Y Japón,
finalmente, adquirió Formosa (Taiwan), la península coreana y parte de la isla de
Sakhalin4.
En la era de la expansión financiera del capitalismo, el papel del estado burgués
tuvo que ampliarse con el fin de contener a las masas populares, cuyos estándares de
vida se deterioraban todos los días debido a las políticas tarifarias. Y también para
proteger a los capitalistas nacionales en su competencia por más y mejores mercados
internacionales. Rudolf Hilferding advertía que el incremento en la compra y
construcción de armamentos, la ampliación de la armada naval, la represión interna, la
violencia y las amenazas a la paz internacional, eran las consecuencias evidentes de
aquella política comercial mencionada arriba.
El primer período de la expansión colonialista hizo posible un poderoso
crecimiento de la acumulación primitiva de capital. En realidad las colonias no eran
importantes como mercados, a pesar de que sus recursos pudieran estar acelerando el
desarrollo de la manufactura capitalista. Pero con el desarrollo de la industria de la
maquinaria, las colonias se volvieron menos importantes, no sólo porque los mercados
europeos se tornaron decisivos para un país como Inglaterra, sino también porque las
colonias dependían políticamente de la madre patria. El crecimiento de la industria y de
la marina inglesa hizo cada vez menos relevante la coerción política y militar.
Las colonias modernas, en vísperas de la Primera Guerra Mundial, tenían un
carácter completamente distinto. Ya no eran colonias de explotación, sino que eran
pequeños mercados de los medios de consumo producidos en la madre patria. Pero
también con el paso de la producción de bienes de consumo a bienes de producción,
como los ferrocarriles y otros medios de transporte, las colonias se volvieron necesarias
para los países imperialistas no como sitios de importación-exportación de capital, sino
como lugares donde era posible trasladar partes del sistema capitalista europeo. Es

4
Max Beer (1906). En Day y Gaido (2011). Op. Cit. Cap. 16.
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decir, no eran las diferencias de precios de los productos generados casi con las mismas
técnicas industriales en los países europeos las que creaban la condición colonial, sino el
poder del estado capitalista que lograba establecer quién y cómo obtenía altas tasas de
ganancia fuera de Europa. Inglaterra sería durante un buen tiempo ese estado. La
obtención de altas tasas de ganancia era la motivación principal del colonialismo
imperialista. Esto es, a través del envío de medios de producción a las colonias, de
mercancías que por su naturaleza y sus condiciones materiales, los ferrocarriles por
ejemplo, pudieran servir como medios de producción, lo que significaba medios de
explotación del trabajo colonial.

III
No fue solo la existencia de una poderosa y bien armada fuerza naval la que le
dio el poder a Gran Bretaña de manipular los mercados internacionales, sino el control
geográfico de bahías y puertos, así como de estaciones de combustible para sus barcos.
Por eso Alemania buscó desesperadamente la unificación nacional después de 1848,
sobre todo su salida al Adriático y al Mediterráneo a través de Trieste en Austria, pues
aspiraba a una porción del pastel colonial5.
Rosa Luxemburgo (1871-1919) logró ver todo este escenario con mucha
claridad. Sus ideas iban más allá de la simple concepción del imperialismo como un
conjunto de teorías y prácticas de las potencias coloniales europeas utilizadas con fines
puramente militares, racistas o ideológicos. De acuerdo con ella el problema militar, es
decir el progresivo crecimiento de los ejércitos, la modernización de las armadas
navales, el mayor control de puertos, mares, islas y bahías, en los que veía involucrarse
cada vez más a las potencias coloniales europeas no era el tema de fondo. En el sistema
capitalista no era posible hablar seriamente de paz y contra el militarismo, porque la
guerra era un negocio el cual, articulado al expansionismo imperialista, impulsaba un
acaparamiento cada vez mayor de mercados cautivos. La supuesta rivalidad entre
potencias coloniales era en esencia una rivalidad por el mayor volumen de ganancia que
era posible obtener con las posesiones de ultramar.
Rosa Luxemburgo sostenía que no era razonable creer en las ofertas de paz de
parte de la burguesía industrial europea, pues el militarismo como tendencia no era otra
cosa que una burda expresión de las necesidades de crecimiento material del sistema

5
Rudolf Hilferding (1907) Imperialismo alemán y política doméstica. En Day y Gaido (2011). Op. Cit.
Cap. 23.
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capitalista. Según ella la única manera de acabar con el militarismo era destruyendo al
sistema capitalista. Las ofertas de paz hechas, desde 1912, en San Petersburgo, Londres
o París, por las burguesías industriales de estos países reposaban sobre el control del
crecimiento del armamento, pero no pretendían erradicar el militarismo.
A lo largo de quince años, entre 1895 y 1910, casi ninguno había pasado sin
registrar una guerra. Pero todas tenían un propósito político más importante todavía: el
fortalecimiento del militarismo y de las instituciones militares en Japón, los Estados
Unidos, Rusia, Alemania e Inglaterra. Al mismo tiempo estos procesos agudizaron las
revueltas populares en Turquía, China, Persia, India, Egipto, Arabia, Marruecos y
México. La agudización de la situación llevó a la realización de acuerdos entre las
potencias militares, que por el contrario intensificaron los conflictos entre ellas. La
Entente entre Inglaterra, Francia y Rusia, contra Alemania, aceleró la crisis de los
Balcanes, intensificó la revolución en Turquía, provocó las acciones militares de Rusia
en Persia, e hizo que Turquía y Alemania se acercaran, provocando que los ingleses y
los alemanes se detestaran aún más. El Acuerdo de Postdam (entre el 4 y el 6 de
noviembre de 1910), agudizó la crisis en China, lo mismo que el Acuerdo Ruso-
Japonés.
Aquel acuerdo, firmado entre Nicolás II de Rusia y Federico Guillermo II de
Alemania, llevaba la intención de castigar a Gran Bretaña por su intento de traicionar
los intereses rusos durante la crisis de Bosnia. Los dos emperadores discutieron sobre el
ferrocarril de Bagdad, un proyecto anhelado por Alemania para incrementar su
influencia sobre el Creciente Fértil. Contra la Revolución Constitucional Persa, Rusia
estaba ansiosa por controlar la rama de Khanaquin-Teherán del mencionado ferrocarril.
Ambas potencias fijaron sus diferencias en un nuevo acuerdo firmado en Postdam el 19
de agosto de 1911, el cual le daba a Rusia mano libre en el norte de Irán. El primer
ferrocarril que conectaba a Persia con Europa iba a proveer a Rusia con una influencia
enorme sobre su vecino del Sur. A pesar del prometedor comienzo, las relaciones ruso-
alemanas se desplomaron en 1913 cuando el Kaiser envió a uno de sus generales para
reorganizar el ejército turco y supervisar la fortaleza de Constantinopla sobre la cual,
según él, pronto flotaría la bandera alemana, signo de su control sobre el Bósforo, por
donde transitaban dos quintas partes del comercio de Rusia6.

6
Rosa Luxemburgo (1911). Utopías de paz. En Day y Gaido (2011). Op. Cit. Cap. 29.
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(1914-1918) y el asesinato de Rosa Luxemburgo (1871-1919)
De acuerdo con Luxemburgo, el imperialismo estaba ligado objetivamente al
crecimiento internacional del capitalismo, según el cual la guerra, el saqueo, el abuso
contra otros y el propio pueblo, eran requisitos indispensables de su expansión a escala
mundial. Por qué se preguntaba ella, rara vez se habla del costo que tiene el
imperialismo en la existencia de las clases trabajadoras de las potencias imperiales. De
esta forma, cuando se produjo la crisis de Agadir, entre el 1 de julio y el 4 de noviembre
de 1911, también conocida como la segunda crisis de Marruecos, anuncio del
advenimiento de la Primera Guerra Mundial, ella insistió en que se trataba de una típica
crisis capitalista entre potencias imperiales, que se daban de mordiscos por ver quién se
quedaba finalmente con la mayor porción del pastel. Aquí no se trataba, insistía ella
nuevamente, de establecer los privilegios históricos que les correspondían a Inglaterra,
Francia o Alemania sobre la zona, o de fijar los derechos de dominio en función del
tamaño de la armada naval, sino de precisar el perímetro capitalista que generara un
mayor volumen de ganancia, de acuerdo con políticas expansionistas previamente
estructuradas para que el riesgo de ocupación colonial valiera la pena.
Hay que recordar que esta crisis se produjo porque los alemanes establecieron al
destructor Pantera en el puerto marroquí de Agadir. La intención de los alemanes era
intimidar a los franceses para que pagaran ciertas compensaciones por haber aceptado la
preeminencia de Francia sobre la zona, luego de la Conferencia de Algeciras (España)
en 1906, después de la primera crisis de Marruecos, producida por la ocupación forzada
alemana de Tánger en 1905. Alemania finalmente aceptó la posición de Francia en la
zona, y Marruecos se convirtió en un protectorado francés el 30 de marzo de 1912 por el
Tratado de Fez, como reconocimiento a la entrega de territorios en la colonia francesa
del Congo Ecuatorial Medio (hoy República del Congo). Este territorio de unos 275.000
kms, llegó a ser parte de la colonia alemana del Camerún y del África del Este, también
alemana, hasta que fue capturada por los aliados en la Primera Guerra Mundial.

IV
El camino que llevaba desde el espacio colonial hacia el espacio imperial debió
de ser recorrido según las reglas establecidas por hombres como Karl Peters (1856-
1918) y Adrian Dietrich Lothar Von Trotha (1848-1920). Peters fue uno de los
exploradores que fundaron el protectorado alemán de África Oriental en Tangañika, hoy
parte de Tanzania. En 1885 formó la Compañía alemana de África Oriental y seis años
después fue nombrado alto comisionado imperial para el distrito de Kilimanjaro. Sus
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brutalidades contra la población local provocaron un levantamiento que lo obligó a
renunciar. Peters ha sido llamado con razón “el primer agente del imperialismo
alemán”. Von Trotha por su parte fue un comandante militar que jugó un papel
significativo en la represión de la rebelión Boxer en China, como comandante de
brigada de la East-Asian Expedition Corps. (La Rebelión Boxer en China fue sometida
en 1900 por una alianza internacional compuesta de ocho naciones, que incluía al
Imperio Austro-Húngaro, Francia, Alemania, Italia, Japón, Rusia, el Reino Unido y los
Estados Unidos). La conducta de Von Trotha en las guerras contra los Hereros en África
Sudoccidental llamó la atención, pues como comandante en jefe de esa colonia dio la
orden de exterminar a los Hereros, cuya población pasó de 80 mil a solo 15 mil
personas. También fue responsable por el asesinato de unos 10 mil miembros de las
tribus Nama. Sus acciones han sido llamadas “el primer genocidio del siglo veinte”7.
Carl Peters, además, era un gran admirador del imperio británico y se
consideraba a sí mismo como el Cecil Rhodes alemán. Oficialmente al servicio de la
compañía privada Sociedad para la colonización alemana, que recibía un fuerte apoyo
de parte del estado alemán, Peters llegó a ser un punto de referencia para los nazis
posteriormente, sobre lo que significaba ser un miembro privilegiado de la raza elegida
que aspiraba a gobernar el mundo según ellos. Incluso hasta una película se le hizo en
19418. De acuerdo con algunos historiadores, las masacres aplicadas contra los pueblos
de África, particularmente contra los Hereros, no estaba dentro del proyecto colonial de
potencias imperiales como Alemania, donde la comparación entre el genocidio colonial
y el genocidio aplicado por los nazis contra los pueblos de Europa del Este y contra los
judíos quiere ser visto como algo distinto, en virtud de que las diferencias
administrativas, raciales y militares de ambos gobiernos hacían de una y otra forma de
genocidio algo históricamente desigual. Esta clase de sutilezas no tienen ninguna
relevancia, pues ambas prácticas genocidas se encuadran dentro de un proceso
expansionista que debe ser entendido como una prolongación ineludible del sistema
capitalista en ambos momentos históricos. Si esto no se enfatiza las prácticas genocidas
terminan siendo banalizadas como simples “excesos” de los poderes imperiales.

7
Karl Radek (1912). En Day y Gaido (2011). Op. Cit. Cap. 36. P. 529.
8
Sebastian Conrad (2012). German Colonialism. A Short History (Cambridge University Press) P. 26.
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V
El espacio colonial construido por Gran Bretaña por ejemplo, a lo largo de más
de cien años, sobre montañas de cadáveres, opresión, saqueo, humillación y maltrato
contra los pueblos de África, Asia y América Latina, no puede ser visto simplemente
como una forma de practicar el supuesto “imperialismo informal”, el “imperialismo de
los negocios” o el “capitalismo caballeroso” como se le quiere llamar ahora9, sino como
la estrategia imperialista ineludible que exigía el sistema capitalista para garantizar su
expansión y su consolidación en todo el planeta. Una buena parte de los historiadores
económicos están de acuerdo en que la segunda parte del siglo diecinueve, fue uno de
los mejores momentos experimentados por el sistema capitalista a lo largo de su
historia, no sólo en términos financieros y políticos sino, sobre todo, en términos de la
acumulación de capital a escala mundial. La diminuta Inglaterra no es dueña de un
imperio que reproduce su propio tamaño unas cuarenta veces, simplemente porque
cuenta con la mejor armada naval de la historia, y con el mejor ejército imperial jamás
conocido, sino porque sus mercaderes, empresarios, tenderos, financistas y hombres de
negocios en general le habían demostrado al mundo que el sistema capitalista había
llegado a la historia para quedarse. Es decir, el imperialismo inglés, como todos los
imperialismos, es la etapa superior del capitalismo, apuntalado por la fuerza de las
armas, la brutalidad y el despotismo.
Pero resulta que el capitalismo inglés se encontró hacia los años noventa del
siglo XIX con la competencia aguerrida y avasalladora de un capitalismo más
innovador, agresivo y totalizante como el alemán, el norteamericano y el japonés. El
espacio colonial inglés, extendido en Asia, África y América Latina, tuvo que hacer
frente a otras potencias europeas que también querían construir sus propios espacios
coloniales ahí mismo donde lo había hecho la Gran Bretaña. A partir de este momento
tiene lugar una confrontación en la que está en juego no solo la existencia del espacio
colonial inglés, sino también las esferas de influencia y el ejercicio del dominio sobre
aquellos otros espacios que se ha construido desde Europa, Asia Oriental y

9
P. J. Cain and A.G. Hopkins (1993). British Imperialism: Innovation and Expansion. 1688-1914 (UK:
Longman Group). Véase también Rodrigo Quesada Monge (2013) América Latina. 1810-2010. El
legado de los imperios (San José, Costa Rica: EUNED).
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Norteamérica. Por esta razón, Inglaterra necesita construir alianzas con Francia y con
Rusia, para seguir dominando en Asia, África y Europa misma, con el objetivo de
contrarrestar el poderoso ascenso de Alemania, los Estados Unidos y Japón, que
también aspiran a la construcción de sus propios espacios coloniales. Alemania, por su
parte, se verá en la obligación de solicitar apoyo del viejo imperio Austro-Húngaro, de
Italia, Turquía y luego de Bulgaria, para contener las maniobras de ingleses, franceses y
rusos, ahí donde las riquezas imperiales son mayores, es decir en el Pacífico, Asia,
África y el Caribe.
Pero el espacio colonial fue reemplazado por el espacio imperial en el transcurso
de cuarenta años. La simple posesión de colonias garantizaba un incremento del poder
sobre regiones alejadas de Europa. Esto es, el dominio territorial, de acuerdo con los
postulados establecidos por el viejo Imperio Romano, garantizaba un enorme poder
espacial, que permitía incluso tolerar lenguas, religiones y culturas diferentes en su
interior. Pero cuando esas colonias entraban a formar parte de todo un sistema
económico en el que el dominio territorial no era tan importante sino el control y
explotación de recursos humanos, materiales y culturales gestados en ese espacio
colonial, se abrían las compuertas al ejercicio de una nueva forma de relacionarse con
las colonias que podría denominarse espacio imperial.
No debería olvidarse que el país en dar el primer paso de construcción y
conversión del espacio colonial al espacio imperial, fue Inglaterra. Para ello fue
necesaria una profunda revolución burguesa a nivel interior, cuya historia rebasa las
pretensiones de este trabajo. De tal forma que, en el espacio imperial, donde se tejen
toda clase de relaciones de dominación imperialista, existe una coherencia perfecta entre
la naturaleza del estado, la clase dominante (en este caso la burguesía) y la dinámica
social del mercado. La Primera Guerra Mundial en consecuencia es el resultado crítico,
el punto de no retorno del conglomerado de fuerzas contradictorias que se han venido
acumulando en el capitalismo europeo y a escala mundial, desde la guerra franco-
prusiana de 187010.
La vieja potencia capitalista, Inglaterra, que ya ha consumado el tránsito hacia el
espacio imperial, se encuentra en la posición inédita de tener que defender, con uñas y
dientes, no tanto las esferas de influencia ganadas en diferentes partes del mundo, sino
los centros de riqueza humana, material y cultural que ha logrado articular bajo la férula

10
Con sobrada razón algunos autores hablan de este momento como de “la crisis de julio” de 1914.
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(1914-1918) y el asesinato de Rosa Luxemburgo (1871-1919)
de sus políticas imperiales. Alemania, Japón y los Estados Unidos, en proceso de
construcción de sus propios espacios imperiales tenían, inevitablemente, que entrar en
conflicto con el Imperio Británico, el mayor que haya conocido la historia, pero sobre
todo, el mejor organizado, efectivo y estructurado. Tales niveles de eficiencia no eran el
producto de las buenas maneras de la monarquía o de la sabiduría del pequeño tendero
provinciano, sino de una armada naval, de un ejército y de una clase burguesa
perfectamente armadas detrás de un aparato institucional que buscaba fomentar el
desarrollo capitalista en todas sus formas, en Inglaterra, en Europa y en el resto del
mundo.

VI
Por eso resulta insuficiente abordar el estudio de la Primera Guerra Mundial
como un conflicto puramente militar en el que las obsesiones de Alemania por la
dominación mundial, sólo presagian el arribo de un holocausto mayor con la Segunda
Guerra Mundial. Con esto queremos decir que no está completo el análisis que
establezca una relación mecánica entre una guerra y otra. Alemania, como los Estados
Unidos, Japón, Francia o Rusia, solo busca abrirse un espacio en el capitalismo
mundial, controlado y diseñado a voluntad por Inglaterra. De hecho, Estados Unidos ha
ido construyendo su propio espacio imperial en América Latina, el Pacífico y el Caribe,
de la misma forma que Japón ha intentado lo mismo en el Pacífico, Francia en África y
Asia, y Rusia en los Balcanes y el este de Europa. Pero estos espacios imperiales solo
podían ser levantados, arropados por un capitalismo pujante y vigoroso, ingrediente del
que carecían los viejos imperios como el austro-húngaro, el otomano y el ruso, al cual
Lenin había bautizado como el eslabón más débil de la cadena histórica burguesa.
Alemania no era una máquina de guerra, como tampoco lo era Inglaterra. Solo
que, desde 1890, se empieza a notar el deterioro que estaba experimentando el
capitalismo británico para seguir controlando los espacios imperiales construidos a lo
largo del siglo anterior a la guerra. La competencia comercial, industrial, militar e
ideológica, procedente de parte de los nuevos poderes imperiales que se están
articulando en diferentes partes del mundo capitalista desarrollado, se experimenta en el
imperio británico como un estrechamiento en sus márgenes de movilidad para invertir
en nuevos mercados, en el control de los mares y en la promoción de una imagen de la
monarquía británica como el ideal supremo de la eficiencia democrática liberal.
Construir el espacio imperial y sostenerlo significó para Gran Bretaña un esfuerzo
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descomunal, de tal forma que un enfrentamiento con aquellos otros poderes europeos
que buscaban merodearle sus progresos al imperialismo británico, se veía como
inevitable, casi inmediatamente después de la derrota de Napoleón en 1815.
Los alemanes, por ejemplo, tenían claro que después de la derrota de Francia en
la batalla de Sedán, la cual cerró la sangría de la guerra franco-prusiana de 1870, debían
armarse aún más y fortalecer la unidad nacional germana sobre la base de un
capitalismo altamente desarrollado, en el que predominaran el desarrollo tecnológico,
las habilidades empresariales y, más que nada, el buen funcionamiento de una
maquinaria burocrática estatal capaz de ubicarse, sin miramientos de ninguna especie,
detrás del ejército cuando éste lo requiriere. Posiblemente no se encuentra en la historia
europea de los últimos ciento cincuenta años, una amalgama entre el Estado y el
Ejército de tal envergadura y naturaleza, como la lograda por Alemania, después de la
derrota de Francia. El plan del General Alfred Von Schlieffen (1833-1913), que había
sido diseñado desde 1905 para enfrentar las eventualidades de una nueva guerra contra
los franceses, fue imaginado como la salida más lograda para el movimiento de tropas,
material bélico y logística militar que fuera necesaria en esas circunstancias inéditas de
expansionismo alemán, no sólo en Europa sino también en África, Asia y América.
De la misma forma que la derrota del imperio austro-húngaro en 1866, la derrota
de Francia, cuatro años después, estableció las reglas del juego con las cuales los
alemanes iban a disputar los nuevos espacios imperiales que se construirían en Europa,
sin consideraciones de ninguna especie respecto a las posibilidades reales de bloquear
dicho proceso que tuvieran Rusia, el Imperio Otomano y el Imperio Británico. De
hecho, la Triple Alianza de las potencias centrales, Alemania, Austria-Hungría y
Turquía (el Imperio Otomano), estaba forjada al calor de acuerdos que se firmaron en
1884, cuando se pactaron los primeros movimientos de lo que sería luego el imperio
alemán, plagado de todas las connotaciones colonialistas que estaba luciendo.

VII
Quien quiera creer que la guerra democratiza y allana las posibles diferencias
sociales que existieran entre los hombres en el campo de batalla, podría equivocarse de
manera resonante. Tanto en las filas de las potencias centrales como en las de la Triple
Entente (Inglaterra, Francia y Rusia), los requerimientos imperiales y profundamente
clasistas se mantuvieron intactos, como si la Revolución Francesa hubiera tenido lugar
en vano. De hecho, en las trincheras al soldado raso se lo consideraba casi sub-humano.
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(1914-1918) y el asesinato de Rosa Luxemburgo (1871-1919)
Y los aristócratas tenían una serie de privilegios que podrían dejar boquiabierto al más
pintado. En ocasiones estos últimos tenían barracas, oficinas y hasta cuartos
empapelados en las trincheras, donde la mayor parte de la soldadesca chapaleaba en el
barro, las heces de los compañeros, y una asombrosa miríada de enfermedades. Muchas
de las mismas eran el producto de la guerra y de las aterradoras condiciones en que se
desenvolvía.
En batallas y campos como Gallipolli, Salónica y Verdún, para mencionar
algunos ejemplos, los niveles de demencia guerrerista alcanzaron cotas solamente
superadas tal vez en Stalingrado. Sin embargo en aquellas ocasiones el desagarro
psicológico, la mutilación y la muerte llegaban por primera vez a una guerra inédita en
la historia militar de Occidente. Los 10.000 kilómetros de trincheras que se extendían en
el frente occidental, desde el Canal de la Mancha hasta la frontera con Suiza recogen un
capítulo de la Primera Guerra Mundial, que refleja a ciencia cierta los excesos y la
brutalidad a que llegó el sistema capitalista europeo para defender sus logros
económicos no sólo en Europa, sino también en otras partes del mundo que consideraba
sus colonias. La guerra de trincheras era el resultado de un empate entre las fuerzas
imperiales contendientes que, después de la destrucción de Lieja en Bélgica, y del
estancamiento en el Marne, dentro del territorio francés, hizo a los alemanes entender
que el conflicto no terminaría rápidamente, como se les había dicho a los jóvenes
quienes entregarían sus vidas por nada. La banalidad de una batalla como la de Verdún,
donde los franceses se aferraron con avidez fanática al simbolismo de la ciudad
fortaleza, dejó en los campos de muerte a más de medio millón de hombres jóvenes de
Francia, y poco más de cuatrocientos mil alemanes.
Deberíamos de comprender que los juegos diplomáticos en los que se
sumergieron los británicos, los alemanes, los rusos, los austriacos y los turcos, sin dejar
de tomar en cuenta a las potencias menores como Italia, Grecia, Serbia, Rumania y
Bulgaria, no buscaban únicamente despojar a los alemanes de sus colonias en África y
Asia, como alguien podría pensar con gratuidad. Para finales de 1916, Alemania había
dejado de ser una potencia colonial en esas regiones. No tanto porque los ingleses,
franceses y japoneses hubieran logrado arrinconarlos, sino porque la diplomacia se
había llegado a convertir en un arma al servicio de la geografía de los imperios, que
buscaban retener sus viejos espacios imperiales, o adquirir otros nuevos con la violencia
de las armas y el despojo negociado debajo de la mesa. Esta fue la actitud de Italia, por
ejemplo, quien decidió ingresar a la guerra hasta 1915, cuando varias regalías
Rodrigo Quesada Monge. Imperialismo y barbarie. La Primera Guerra Mundial 14
(1914-1918) y el asesinato de Rosa Luxemburgo (1871-1919)
territoriales le fueron garantizadas a costa de la derrota de Alemania. Fue lo mismo con
relación a Serbia y su solicitud de apoyo al imperio ruso, para poder enfrentar la
amenaza que representaba la integración forzada a la que aspiraba el imperio Austro-
Húngaro. Éste, por su parte, al igual que el imperio otomano (Turquía), buscaba,
desesperadamente, con el soporte de los alemanes, sostener una unidad territorial,
étnica, lingüística y política tan variopinta y desigual, que no escatimó negociaciones,
intrigas y golpes de mano a espaldas de sus aliados, inspirados por la enorme antipatía
que les provocaba el militarismo prusiano.
Para Alemania, la alianza con Austria-Hungría era como estar esposado a un
cadáver. Y el imperio otomano, que venía siendo sacudido por transformaciones
internas de gran calibre desde 1908, frágil y quebradizo, representaba para los alemanes
la única fuerza capaz de contener el avance de los rusos y de los británicos hacia zonas
de gran importancia geográfica como Irán y Mesopotamia (hoy Irak). De hecho en
Gallipolli los turcos pudieron demostrarles a los Aliados, que constituían un ejército
respetable, no así por su arrojo y capacidad de combate, sino por su inteligencia, su
rapidez y su compactación para responder a los imprevistos. En esta dinámica de pesos
y contra-pesos la diplomacia de antiguo régimen, aquella que caracterizó al período que
media entre 1815 y 1870, salió sacrificada, porque la Primera Guerra Mundial, se trajo
abajo todos los viejos rituales con que las decrépitas monarquías convalidaban sus
negociaciones, acuerdos y alianzas de otrora.

VIII

La Primera Guerra Mundial fue la apoteosis de una confrontación inter-


imperialista. Pero además fue una “guerra total”11. Ello quiere decir que el conflicto fue
superado en sus dimensiones puramente militares. Si la economía capitalista venía
dando tumbos desde 1873, y tuvo períodos de auge transitorios hasta 1896, con la
guerra, la debacle fue total. Se nos ha enseñado que los únicos soldados en rebelarse
contra sus oficiales, por sus vinculaciones con la autocracia, fueron los rusos. Que éstos
fueron víctimas fáciles de la propaganda promovida por los bolcheviques en las
trincheras, casi desde los inicios mismos del conflicto. Que los soldados rusos no tenían
botas, no tenían buena comida, que se morían de frío, que la industria militar no podía

11
Álvaro Lozano (2011). Breve historia de la Primera Guerra Mundial (1914-1918) (Madrid: Ediciones
Nowtilus). Capítulo 9.
Rodrigo Quesada Monge. Imperialismo y barbarie. La Primera Guerra Mundial 15
(1914-1918) y el asesinato de Rosa Luxemburgo (1871-1919)
satisfacer las abrumadoras necesidades técnicas y logísticas de sus ejércitos. Que Rusia
alcanzaba a producir unos 290 millones de cartuchos por año, cuando se estaban
consumiendo 200 millones por mes. Que Rusia podía movilizar unos diez millones de
hombres, pero solo disponía de unos cuatro millones de rifles, mal cuidados,
envejecidos y humedecidos por la falta de uso.
Todo aquello era cierto, pero resulta que esa no era únicamente la situación real
que tenía en sus manos la autocracia rusa, sino que similares condiciones aquejaban a la
monarquía austro-húngara, al imperio otomano y al mismo ejército francés. Se podría
sostener que tal vez solo los ejércitos inglés y alemán estaban en capacidad de hacer
frente a un conflicto militar que, ya para 1916, se había engullido a la economía
mundial, había modificado con profundidad el mapa lingüístico, la geografía política y
las jerarquías étnicas en imperios como el de Austria-Hungría. En este último, al
empezar la guerra, los oficiales tenían que hacerse acompañar de una cuadrilla de
traductores, pues tenían que impartir órdenes en quince idiomas, cuando menos. La
tirantez étnica y la ensombrecida nitidez geográfica en la que vivían muchos de los
pueblos bajo la dominación austro-húngara, están detrás de la conspiración que ultimó a
tiros al heredero de la corona, Francisco Fernando y a su esposa plebeya, aquel fatídico
28 de junio de 1914. En el siguiente agosto, como decía la gran historiadora Bárbara
Tuchman, los cañones resonaban por toda Europa12.
Pero el conflicto remeció los fundamentos profundos de la vieja democracia
liberal europea, y abrió el camino para que nuevas nociones del poder, no tan
democráticas, emergieran ahí donde se había producido un vacío de autoridad
acicateado por estructuras económicas y sociales que pertenecían al pasado. El nuevo
capitalismo de Alemania, Estados Unidos y Japón, traía consigo una noción de empresa,
un criterio de relación entre ciencia y tecnología, y una concepción de la competitividad
mercantil que era producto de una vigorosa internacionalización de la acumulación de
capital, inédita en tiempos del viejo capitalismo de tendero que todavía practicaba el
Imperio Inglés en vísperas de la guerra.
La guerra arrasó con ese viejo capitalismo e hizo posible que una
monopolización sin precedentes, armada de ejércitos de soldados, burócratas, técnicos e
ideólogos a sueldo hicieran posibles prácticas imperialistas que aniquilarían sin
contemplaciones la independencia nacional de pueblos enteros, los despojarían de sus

12
Barbara Tuchman (2012). The Guns of August (The Library of America).
Rodrigo Quesada Monge. Imperialismo y barbarie. La Primera Guerra Mundial 16
(1914-1918) y el asesinato de Rosa Luxemburgo (1871-1919)
riquezas humanas y materiales, y los convertirían en simples consumidores de las
chucherías producidas por sus empresarios y hombres de negocios, de vuelta en la
madre patria. Alguien podría pensar que la historia avanza en círculos concéntricos,
como habría dicho Vico en su momento, solo que ahora la diferencia la establecía una
transformación tecnológica espectacular, que terminaría por hundirse con la Segunda
Guerra Mundial.
Pero la guerra fue total, no sólo porque las grandes empresas y fábricas se
pusieron del lado de sus ejércitos con el fin de proveerlos de lo que necesitaran para que
se mataran y mataran a otros, como sucedería en Alemania, Inglaterra y Francia, sino
también porque las mujeres, los ancianos, los adolescentes y los niños se vieron
obligados a participar de un conflicto militar que no siempre vieron como suyo. Frente a
estos efluvios de aparente patriotismo, sin embargo, los soldados franceses, austriacos,
alemanes y británicos, de la misma forma que los rusos, también criticaron duramente a
sus oficiales (con frecuencia se decía que la guerra la peleaba un grupo de leones
liderado por una recua de burros), debido a que, muchas de las operaciones en las que
perdieron la vida cientos de miles de hombres, no tenían sentido, y estaban inspiradas
en la vanidad, el egocentrismo y la prepotencia, como sucedió con los famosos
“gemelos terribles”, los generales alemanes Hindenburg y Ludendorff, considerados
héroes nacionales, pero también aristócratas militares para quienes las vidas de sus
hombres valían muy poco, pues por encima de todo estaba el nacionalismo alemán.
Paradójicamente, no obstante, el mentado chovinismo no daba para tanto y países como
Inglaterra, Francia e Italia, se vieron en la obligación de utilizar tropas coloniales, con el
fin de enfrentar todos juntos, colonialistas y colonizados, a la imbatible máquina de
guerra que habían construido los alemanes. Miles de jóvenes soldados australianos,
hindúes, canadienses, neozelandeses, nigerianos, argelinos, kenianos, vietnamitas y
otros, perdieron la vida para que sobreviviera una potencia imperial que solo buscaba la
perdurabilidad de un sistema económico que se inventaba esta clase de guerras para
seguir funcionando.

IX
Decía bien José Enrique Rodó, uno de los pocos latinoamericanos que escribió
sobre la Primera Guerra Mundial, cuando apuntaba: “Tal vez se aproximan en el mundo
tiempos de transformaciones pasmosas y violentas. Tal vez hemos de asistir al
alumbramiento monstruoso en que, entre torrentes de lágrimas y sangre, broten, de las
Rodrigo Quesada Monge. Imperialismo y barbarie. La Primera Guerra Mundial 17
(1914-1918) y el asesinato de Rosa Luxemburgo (1871-1919)
desgarradas entrañas de esta civilización doliente, nuevo orden y nueva vida” 13. En ese
nuevo mundo estaban pensando los obreros y los campesinos, que ponían los muertos
en las trincheras del Marne, Verdún y el Somme, las mujeres y los niños que caían
exhaustos fundiendo campanas, durante doce horas diarias, como hacían los austriacos
para fabricar balas, con el afán de atender a un ejército que se redujo a la mitad en el
primer año de lucha.
Después de 1916, las huelgas, los motines y los sabotajes se convirtieron en una
plaga difícil de combatir en los ejércitos francés, austro-húngaro, alemán y ruso. Las
desbandadas y las deserciones en masa debilitaron al ejército ruso de tal forma, que con
frecuencia el asesinato de los oficiales de la autocracia de Nicolás II, se había llegado a
convertir en un síntoma indiscutible de la más temible de las enfermedades que podía
padecer un ejército de la vieja escuela: la indisciplina y el anonimato. A estos últimos
los sucedieron los juicios sumarios, los ahorcamientos y los fusilamientos. Es decir que,
los ejércitos en conflicto estaban implosionando, cuando las tropas norteamericanas
hicieron su ingreso a finales de 1917, para acelerar el final de una guerra, de la cual
emergerían algunas de las revoluciones y de las tiranías más emblemáticas de la historia
del siglo veinte. Los Estados Unidos saldrían enormemente enriquecidos y poderosos.
Pero los ingleses, tan circunspectos y disciplinados, se encontraron también con
serios problemas para controlar su patio trasero, es decir Irlanda. Aquí, el imperialismo
británico se enfrentó con una de las fuentes de desasosiego y violencia más complejas
que pudieran haber imaginado, desde que el conflicto militar había iniciado. Como los
rusos, los italianos, los turcos, los griegos, los austriacos y los ciudadanos de los
Balcanes, los irlandeses aprovecharon el contexto de guerra en el que se encontraba la
potencia imperial, para manifestar su desacuerdo con las alianzas y los pactos
establecidos desde hacía siglos con Inglaterra, y se fueron a la violencia callejera, la
organización terrorista y guerrillera para revisar o modificar a fondo aquellas
instituciones, tanto así que, uno de los nombres más representativos de la independencia
de Irlanda, Roger Casement, terminó colgado para pagar un juicio por alta traición en
agosto de 1916 (había nacido en 1864)14.

13
José Enrique Rodó (1967). Escritos sobre la guerra de 1914. En Obras Completas (Madrid: Aguilar).
P.1232. Otro de los latinoamericanos que escribió crónicas valiosísimas sobre esta parte de la historia
europea fue Enrique Gómez Carrillo, el ilustre guatemalteco que varios estudiosos consideran uno de los
principales responsables de la difusión del modernismo en Europa y América.
14
Una buena introducción a la biografía de Roger Casement es la novela de Mario Vargas Llosa (2011)
titulada El sueño del celta (Madrid: Alfaguara).
Rodrigo Quesada Monge. Imperialismo y barbarie. La Primera Guerra Mundial 18
(1914-1918) y el asesinato de Rosa Luxemburgo (1871-1919)

X
La Primera Guerra Mundial arrastró a la muerte a unos diez millones de
personas, en los campos de combate. Dejó heridos, mutilados y enfermos a otros
dieciocho millones de hombres. Y afectó de manera indirecta, por razones sociales,
económicas y psicológicas, a cien millones de seres humanos más. Cuando se discutían
los créditos de guerra, en agosto de 1914, los socialdemócratas alemanes, renegando de
las nobles tradiciones revolucionarias en las que predominaba el internacionalismo de
los trabajadores, decidieron ponerse al lado de sus burguesías nacionales e irse de
bruces, ciegamente, hacia la carnicería. Hoy no tiene sentido plantearse preguntas sin
respuesta, como las que critica sabiamente el historiador inglés Richard J. Evans en su
último libro. Carece de motivos serios una especulación sobre lo que hubiera sucedido
si Alemania gana la guerra. Si Gran Bretaña y los Estados Unidos no hubieran entrado
en el conflicto15. Tal vez si la revolución alemana hubiera triunfado en 1919, Hitler y
Stalin jamás hubieran llegado al poder.
La historia suele suceder de una determinada manera y las reflexiones “contra
factuales” (es decir contra los hechos) no conducen a ningún lado, a no ser hacia la
frustración y la amargura. De tal manera que a los historiadores nos corresponde
levantar un testimonio de los acontecimientos, proponer algunas explicaciones y
análisis, pero evitar, hasta donde sea posible, las especulaciones simples y llanas, tan
parecidas a las adivinanzas y no así a la verdadera indagación histórica.
La Primera Guerra Mundial demostró, con amplitud, que las potencias
imperiales europeas, junto a los Estados Unidos y Japón, eran capaces de llevar al
mundo a la catástrofe para defender la cuota de ganancia que el colonialismo
imperialista les había permitido conseguir en un lapso de tiempo bastante corto. Lo que
estaba en juego, verdaderamente, no eran tanto un puñado de colonias, sino la ganancia,
el crecimiento capitalista que las mismas podrían traer consigo en términos de fuerza de
trabajo, materias primas y control estratégico internacional de los mercados. El
imperialismo con colonias es nada sino le abre el camino a un imperialismo sin
colonias, donde el sistema económico hace de las suyas de forma antojadiza y sin
límites.

15
Richard J. Evans (2014). Altered Pasts: Counterfactuals in History (The Menahem Stern Jerusalem
Lectures (Brandeis University Press).
Rodrigo Quesada Monge. Imperialismo y barbarie. La Primera Guerra Mundial 19
(1914-1918) y el asesinato de Rosa Luxemburgo (1871-1919)
Con este contexto, la socialdemocracia alemana e internacional, en vísperas de
la guerra, se encontró en medio de un debate que no se agotaba en el tema político, sino
que tocaba muy de lleno los aspectos financieros, económicos, militares y puramente
humanos de una posible guerra en la que los viejos imperios coloniales se jugaban la
vida, al enfrentarse a un nuevo estilo de practicar el imperialismo. La Segunda
Internacional de los Trabajadores (fundada en 1889)16, que durante los años noventa del
siglo diecinueve llegó a reunir lo más granado y brillante del pensamiento marxista y
revolucionario del momento, terminó fragmentada y arruinada, emponzoñada por una
serie de debates, discusiones y enfrentamientos que la llevaron al colapso, a la división
y a una ciénaga de traiciones, maledicencia e intrigas en virtud de que la guerra mundial
había hecho reflotar las viejas rencillas entre reformistas y revolucionarios.
Los trabajadores organizados en la calle, en sindicatos, cooperativas, sociedades
de ahorro mutuo, en partidos políticos y otras formas de organización, se encontraron de
un momento a otro con la sorpresa de que sus líderes se tambaleaban y no podían
decidir si ir o no a la guerra la cual, la víspera, habían calificado como una guerra
imperialista, de rapiña y saqueo entre diferentes potencias colonialistas. Estaba claro,
desde la época de Marx y Bakunin, que los trabajadores no tenían patria. Que las
condiciones de explotación y maltrato, ellos las vivían por igual en cualquier parte del
mundo, donde el capital pagara un salario por la única mercancía que podían vender, su
fuerza de trabajo. Pero con la guerra mundial, el internacionalismo que habían
pregonado los supuestos líderes proletarios, saltó en pedazos y ellos terminaron
plegándose a los intereses de sus burguesías nacionales.
El fantasma del patrioterismo, del chovinismo, del nacionalismo racista y
segregacionista se abrió camino, para hacerles creer a los trabajadores de Alemania que
ellos tenían intereses y aspiraciones de clase radicalmente distintas a los de Inglaterra.
Ya se vería en las trincheras de Francia que tal argumento no era más que una triste
falacia. Pues los muertos los pusieron los obreros y los campesinos de potencias
imperiales que solo buscaban incrementar su cuota de ganancia. La clara comprensión
de este problema, algo en verdad complejo para trabajadores semianalfabetos, pero que
veían con lucidez de qué lado estaba la razón, fue el producto de una extraordinaria
labor pedagógica llevada a cabo por organizaciones como las de los bolcheviques y de

16
La Primera Internacional de los Trabajadores había sido fundada por Marx, Engels y Bakunin en 1864.
Ver de Novack, Frankel y Feldman (1977). Las tres primeras internacionales. Su historia y sus
lecciones (Bogotá: Ediciones Pluma. Traducción de Luz Jaramillo).
Rodrigo Quesada Monge. Imperialismo y barbarie. La Primera Guerra Mundial 20
(1914-1918) y el asesinato de Rosa Luxemburgo (1871-1919)
los anarquistas en Rusia, nación que finalmente se retiraría de la guerra, abriendo, de
esta forma, el camino para que la revolución iniciara un proceso irreversible en el que
los obreros y los campesinos constantemente estarían superando a su líderes en la
fábrica y en el campo.
Con el armisticio en 1919 vendrían una serie de transformaciones políticas,
sociales, económicas, geopolíticas, ideológicas y culturales de tal envergadura que
nuestro mundo actual sería incomprensible sin hacer una referencia por lo menos
modesta al legado transmitido por la Primera Guerra Mundial. Después de ella, el mapa
europeo cambió sustancialmente, nacieron nueve repúblicas con el desmembramiento
del viejo imperio austro-húngaro, se desintegró el imperio otomano, Francia recuperó
las provincias de Alsacia y Lorena que había perdido con la guerra franco-prusiana de
1870, Inglaterra conservó y fortaleció el control de su imperio, Italia y Alemania fueron
despojadas en gran parte de sus colonias africanas y asiáticas.
Entre tanto en Rusia se llevaba a cabo una de las revoluciones más profundas y
transformadoras del siglo veinte. La revolución bolchevique, cuyo punto de origen se
encuentra sin lugar a dudas en la Primera Guerra Mundial, al menos en lo
correspondiente a la etapa de 1917, modificó la historia de ese país de manera tan
abarcadora y comprehensiva que aún en nuestros días se sienten sus efectos y sus
promesas inconclusas. Pero, de la misma forma, en esta guerra se encuentran también
las raíces y motivaciones más ocultas de lo que sería la historia de Alemania, Italia,
África y Asia, en la segunda parte del siglo XX.

XI
Pero, finalmente, Rosa Luxemburgo sería asesinada en 1919, junto a sus
compañeros de lucha Karl Liebknecht (1871-1919) y Leo Jogiches (1867-1919), fieros
oponentes de que la socialdemocracia alemana participara de una guerra que
únicamente desolación y muerte podría traerle al proletariado centroeuropeo. Con ellos
murió el anti-militarismo revolucionario de la primera parte del siglo veinte, y
estableció las bases y postulados de una forma de lucha que separaría tajantemente a los
comunistas de los socialdemócratas, a los bolcheviques de los anarquistas. Daría origen
al mismo tiempo, a una de las expresiones del totalitarismo más devastadoras de la
historia, el nazi-fascismo, como expresión superior de los excesos a los que puede llegar
el sistema capitalista, la cultura burguesa en su fase más raquítica, cuando el
imperialismo solo le ha dejado el recurso de las armas, la opresión y la brutalidad.
Rodrigo Quesada Monge. Imperialismo y barbarie. La Primera Guerra Mundial 21
(1914-1918) y el asesinato de Rosa Luxemburgo (1871-1919)
A los noventa y cinco años del asesinato de Rosa Luxemburgo y de sus
correligionarios de la Liga Spartakus a uno no le queda más que tratar de recordarle a
las generaciones jóvenes del presente, lo vigente que están no solo sus luchas y sus
sacrificios, sino también sus logros teóricos y analíticos en el campo de las ciencias
económicas y políticas. Con razón alguien decía que Rosa Luxemburgo merece un lugar
de privilegio dentro de la historia de las ideas políticas del siglo veinte. Ella tuvo la
suerte o la desgracia, todo depende del punto de vista, de haber sido polaca, emigrante
hacia un país que no le gustaba, como era Alemania, judía y mujer, en una época en que
la política se consideraba un predio privilegiado para el lucimiento de los egos
masculinos.
Que se le hubiera ocurrido participar en los debates que se sostenían al interior
de la Segunda Internacional de los Trabajadores y del Partido Social Demócrata alemán,
en torno al problema de si debía participarse en la Gran Guerra o no, era un asunto que
podía tolerarse, por parte de los “intelectuales iluminados” de entonces, tales como Karl
Kautzky, Rudolf Hilferding, Eduard Bernstein, V. I. Lenin, G. Plejanov u Otto Bauer,
en tanto dicha participación no impactara las cuestiones tácticas y puramente
doctrinarias de aquellas organizaciones. Pero a Rosa Luxemburgo era muy difícil
mantenerla callada.
Todo alcanzó el punto del acabose, cuando ella elaboró algunas de las críticas
más sofisticadas e inteligentes a la revolución rusa de 1905 y luego a la de 1917. Para
ella estaba muy claro que las revoluciones las hacían los pueblos, no las dirigencias
revolucionarias, por más geniales e intuitivas que fueran. Este debate hizo que
emergieran algunas de las viejas discusiones sobre la espontaneidad de las revoluciones,
y de la forma en que algunas organizaciones terminan merodeándolas y conduciéndolas
al despeñadero de la dictadura y la brutalidad. Curiosamente, algunos historiadores de
gran prestigio como E. H. Carr sostuvieron que estas inclinaciones de Rosa
Luxemburgo hacia el espontaneísmo tenían mucho que ver con su condición de mujer,
en virtud de la poca tolerancia que ellas tenían hacia el dirigismo y el voluntarismo de
los grupos profesionales dedicados a la revolución. Se notaba que, hasta en los círculos
de izquierda, “rosa la roja” tenía problemas con su sexualidad17.
Pero Rosa Luxemburgo hizo y pensó todavía más. En 1913 se le ocurrió publicar
uno de los primeros y más brillantes libros que se hayan escrito sobre la teoría del

17
Norman Geras. The Legacy of Rosa Luxemburg (UK: Verso Books. 1985) P. 111.
Rodrigo Quesada Monge. Imperialismo y barbarie. La Primera Guerra Mundial 22
(1914-1918) y el asesinato de Rosa Luxemburgo (1871-1919)
imperialismo, desde la publicación del primer volumen de El Capital de Marx en 1867.
Hobson había editado su conocido texto sobre el mismo tema en 1902, desde una óptica
liberal que limitaba sus críticas al costo que representaba sostener un imperio como el
británico. Lenin sacaría a la luz su célebre El imperialismo, fase superior del
capitalismo en la primavera de 1916, haciendo uso de las investigaciones del autor
inglés arriba mencionado y del profundo análisis realizado por Rudolf Hilferding en El
capital financiero publicado en 1910. El trabajo de Rosa Luxemburgo fue utilizado por
el principal dirigente de la revolución bolchevique solamente para criticarlo.
Posiblemente, era imperdonable que a una mujer se le hubiera ocurrido pensar sobre el
imperialismo antes que al demiurgo infalible de la revolución bolchevique.
“La tesis central de esta “obra curiosamente genial” (La acumulación de capital)
es bastante simple. Como el capitalismo no mostró ningún signo de colapso “bajo el
peso de sus contradicciones económicas” ella comenzó a buscar una causa externa que
explicara su existencia y crecimiento continuos. La encontró en la denominada teoría
del tercer hombre, es decir, en el hecho de que el proceso de crecimiento no era
meramente la consecuencia de leyes naturales que dirigían la producción capitalista sino
de la continua existencia de sectores precapitalistas en el país que el “capitalismo
capturaba y llevaba dentro de su esfera de influencia”. Una vez que este proceso se
había expandido a todo el territorio nacional, los capitalistas se vieron obligados a
buscar otras partes de la tierra, otras tierras precapitalistas, para integrarlas dentro del
proceso de acumulación de capital que, según su manera de ser, se alimentaba de todo
lo que estuviera fuera de él mismo. En otras palabras, la “original acumulación de
capital” de Marx no era, como el pecado original, un hecho único, una acción única de
expropiación por la burguesía naciente, estableciendo un proceso de acumulación que
luego seguiría “con necesidad férrea” su propia ley inherente hasta el colapso final. Por
el contrario, la expropiación debía repetirse una y otra vez para mantener el sistema en
movimiento. Por lo tanto, el capitalismo no era un sistema cerrado que generaba sus
propias contradicciones y estaba “preñado de revolución”; se alimentaba de factores
externos y su colapso automático sólo podía ocurrir, si es que ocurría, cuando se
hubiese conquistado y devorado toda la superficie de la Tierra”18.
Resulta que estas objeciones hechas desde el marxismo y mediante la
utilización habilidosa y versátil del materialismo histórico, iban dirigidas contra las tesis

18
Hannah Arendt. Hombres en tiempos de oscuridad (Barcelona: Gedisa. 2001. Traducción de Claudia
Ferrari y Agustín Serrano de Haro). P. 50.
Rodrigo Quesada Monge. Imperialismo y barbarie. La Primera Guerra Mundial 23
(1914-1918) y el asesinato de Rosa Luxemburgo (1871-1919)
desarrolladas por Marx en el segundo volumen del capital; particularmente en su último
capítulo donde se discute el tema de la reproducción ampliada, uno de los más
controversiales de toda la obra económica de Marx, desde entonces. Es decir, ¡a Rosa
Luxemburgo se le había ocurrido criticar y rectificar a Karl Marx! La historia política y
social europea, posterior a la Gran Guerra, le cobraría a Rosa Luxemburgo semejante
osadía; y ello la convertiría en una especie de paria al interior del movimiento obrero y
feminista de izquierdas. Las comparaciones con lo sucedido a Trotsky a manos de los
verdugos de Stalin y del estalinismo no dejan de ser tentadoras, pero en el caso de Rosa
Luxemburgo el asunto es más grave pues en el malentendido media irreparablemente su
condición femenina.
“Los asesinos de Rosa Luxemburgo eran miembros de los ultranacionalistas y
oficialmente ilegales Freikorps, una organización paramilitar de la que los milicianos
nazis reclutarían sus asesinos más prometedores. El hecho de que el gobierno de la
época estuviera prácticamente en manos de los Freikorps, porque contaban con el total
apoyo de Noske, el experto de los socialistas en defensa nacional y entonces a cargo de
los asuntos militares, sólo fue confirmado hace poco tiempo por el capitán Probst, el
último superviviente de los que participaron en el asesinato. El gobierno de Bonn-tanto
en este como en otros aspectos más que ávido de resucitar los rasgos más siniestros de
la República de Weimar-hizo saber que fue gracias a los Freikorps que Moscú no había
logrado incorporar a toda Alemania en el imperio rojo después de la Primera Guerra
Mundial y que el asesinato de Liebknecht y Luxemburg fue totalmente legal, “una
ejecución de acuerdo con la ley marcial”.
“Esto era mucho más de lo que jamás había pretendido la República de Weimar;
pues nunca se admitió públicamente que los Freikorps eran en realidad un brazo del
gobierno y además se había “castigado” a los asesinos, en el caso del soldado Runge
(que había golpeado a Rosa Luxemburg en la cabeza en los corredores del Hotel Edén)
con una pena de prisión de dos años y dos semanas por “intento de asesinato”, y en el
del teniente Vogel (el oficial a cargo cuando Rosa recibió un tiro en la cabeza dentro del
coche y fue arrojada al canal Landwehr) con una pena de cuatro meses por “no haber
informado sobre el cadáver y disponer ilegalmente de este”. Durante el juicio se
presentó como prueba una foto de Runge con sus camaradas celebrando el asesinato en
el mismo hotel al día siguiente, y esto causó una gran alegría al acusado”.
“Con el asesinato de Rosa Luxemburgo y Liebknecht, la división de la izquierda
europea en los Partidos Socialista y Comunista llegó a ser irrevocable; “el abismo que
Rodrigo Quesada Monge. Imperialismo y barbarie. La Primera Guerra Mundial 24
(1914-1918) y el asesinato de Rosa Luxemburgo (1871-1919)
los comunistas se figuraron en teoría se convirtió en…el abismo de la tumba. Y como
este temprano crimen recibió la ayuda del gobierno y fue inducido por este mismo,
inició la danza de la muerte en la Alemania de posguerra: los asesinos de la extrema
derecha comenzaron a liquidar a los líderes prominentes de la extrema izquierda-Hugo
Haase y Gustav Landauer; Leo Jogiches y Eugene Leviné-y rápidamente pasaron a
tomar como blancos a los del centro y centro-derecha, a Walther Rathenau y Mathias
Erzberger. Así, la muerte de Rosa Luxemburg se convirtió en la línea divisoria entre dos
eras en Alemania; se convirtió en el punto de no retorno para la izquierda alemana”

XII

Podríamos concluir este ensayo con otra cita del gran escritor uruguayo José
Enrique Rodó, que recoge con sabiduría y sensibilidad lo que se avecinaba después de
la Primera Guerra Mundial. Él decía: “La guerra traerá la renovación del ideal literario,
pero no para expresarse a sí misma, por lo menos en son de gloria y de soberbia. La
traerá porque la profunda conmoción con que tenderá a modificar las formas sociales,
las instituciones políticas, las leyes de la sociedad internacional, es forzoso que
repercuta en la vida del espíritu, provocando con nuevos estados de conciencia, nuevos
caracteres de expresión. La traerá porque nada de tal manera extraordinario, gigantesco
y terrible, puede pasar en vano para la imaginación y la sensibilidad de los hombres:
pero lo verdaderamente fecundo en la sugestión de tanta grandeza, lo capaz de morder
en el centro de los corazones, donde espera el genio dormido, no estará en el resplandor
de las victorias ni en el ondear de las banderas, ni en la aureola de los héroes, sino más
bien en la pavorosa herencia de culpa, de devastación y de miseria: en la austera
majestad del dolor humano, levantándose por encima de las ficciones de la gloria y
proponiendo, con doble imperio, el pensamiento angustiado, los enigmas de nuestro
destino, en los que toda poesía tiene su raíz”19.

19
Rodó (1967). Op. Cit. P. 1240.

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