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LA PEDAGOGÍA FRENTE AL

CREPÚSCULO DEL AMANECER


EN EL SIGLO XXI
VÍCTOR FRANCISCO CABELLO BONILLA
Víctor Francisco Cabello Bonilla[1]
 
Estas notas buscan compartir algunas de las ideas que encuentro que
pueden contribuir a revisar el complejo proceso por el que estamos
atravesando. Al cambiar los valores, cambia necesariamente el
significado de la vida social.
En un primer apartado, se identifican algunos de los rasgos más
significativos del sentido social que tiene la escuela como la
conocemos y la formación de los profesionales universitarios de la
pedagogía, en el contexto de la sociedad industrial, que corresponde
al modelo institucional que hoy se estremece por los efectos del
mundo global. En un segundo apartado, se describen algunos de los
efectos más singulares derivados del proceso globalizador y,
finalmente, en un tercer apartado, se enumeran varios aspectos
generales de lo que pueden identificarse como los retos inmediatos
de la educación y la formación de educadores profesionales
universitarios.
La sociedad y la formación pedagógica universitaria
como las conocimos en la era industrial
Uno de los actores centrales en la historia de la era industrial fue el
estado nacional, que jugó un papel central en el mundo occidental,
sobre todo de 1940 hasta el inicio de los años ochenta del siglo
pasado, al ser promotor de un modelo de capitalismo local de
inclusión social y soporte de un principio de solidaridad orgánica
vinculado al progreso, como parte de un pensamiento social y
cultural compartido, homogéneo, que amortiguó algunas exigencias
de los movimientos obreros nacidos de la posguerra mundial.
     Estos movimientos sociales, producto del proceso de
mecanización de la producción y racionalización de la organización
del trabajo en la industria de los años sesenta, inicialmente en
Estados Unidos, fueron amortiguados con mejoras salariales y
algunas prestaciones inéditas hasta ese momento a los sindicatos
obreros, que actuaron en coincidencia con la idea de desarrollo y
progreso de ese capitalismo local; trabajo de tiempo completo,
trabajo vitalicio, vivienda, sistemas de salud de bajo costo,
educación gratuita, aguinaldos, vacaciones, entre otros.
     En este escenario, el estado nacional se erigió como mediador y
defensor de estos logros de la clase obrera, pero, de manera paralela,
impulsó una ideología de consumo intensivo, de ocio productivo,
convergente con los fines de un capitalismo industrial en expansión
en sus versiones nacionales.
     El estado nacional operó como garante de una democracia
acotada territorial y políticamente en el mundo occidental, y por
ello, responsable de mantener el estado de derecho liberal y una
estabilidad económica que garantizara la paz y bienestar de los
ciudadanos, en manos de una naciente oligarquía empresarial, con
un control económico, político, cultural e ideológico, donde patria y
nación tuvieron un significado determinado por un sentido de
pertenencia e identidad territorial.
    El estado nacional, llamado benefactor, tuvo un rol central por su
discurso y actuar desde las múltiples instituciones educativas bajo su
gestión, como expresión y defensa de valores comunitarios, que
mantuvieron acotados los comportamientos individuales, al conjunto
de regulaciones que norman formalmente e informalmente el
quehacer de los ciudadanos a través de códigos, normas e
interacciones institucionalizadas, ajustadas a lo necesario y
socialmente esperado. 
     Quedó conformado de este modo un pacto tácito de lealtad
ontológica entre instituciones y sociedad, que construyeron
culturalmente en los sujetos un sentido y significado de un modelo
de vida colectiva, acorde a una sociedad donde la socialización, el
trabajo y la dinámica familiar fueron ejes troncales de la interacción
entre la formación y la actividad profesional.
     Otro factor seminal de este proceso, que ha estado presente en el
terreno de lo educativo, es el significado social de la relación entre
los sujetos y la sociedad a través de instituciones como familia y
escuela, cuyo objetivo es socializar a los jóvenes que se incorporan a
la vida colectiva.
    Este proceso de vinculación de los sujetos al entramado social se
hace a través de diversas instituciones que cumplen funciones
sociopolíticas básicas, relacionadas con la transmisión de esos
valores, símbolos, códigos, principios y formas de vida; donde la
familia, a través de relaciones de afectividad, construye un mundo
simbólico de valores e interacciones que le dan sentido a la vida
comunitaria.[2]
    De este modo, la primera etapa de socialización es particular en
función de los valores, principios, ritos y formas de vida compartida,
donde se inserta el mundo social en cada uno de los sujetos. Un
segundo sistema de socialización corresponde a la escuela y la
educación en sus diversas formas, institución que tiene como
referente un conjunto de valores, principios, formas de interactuar,
ritos, códigos y estrategias que son homogéneas en tanto que
incorporan el sentido político y ético de una vida colectiva de
responsabilidades y compromisos, donde se aprende el significado
de los derechos y obligaciones ciudadanas.
     La formación escolar y la profesional también, en todos los
niveles del sistema, ha tenido como objetivo social mostrar a los
sujetos, una idea de vida comunitaria por las acciones y prácticas
compartidas, sostenidas en las normas y formas de regulación de las
interacciones al interior de las mismas, donde se aprende la “lógica
de lo adecuado”[3] que expresa el significado de la identidad
ciudadana.
     Bajo el modelo del Estado Benefactor, una de las razones
poderosas que fortalecieron al estado nacional y al capitalismo local
en la era industrial; fue el hacer de los procesos formativos de las
instituciones educativas, acciones sociales inclusivas, donde se
aprendieran los principios de racionalidad organizativa del modelo
industrial, una cultura de vida social y trabajo adecuada al proceso
de producción en serie; la importancia del orden, secuencia, lugar,
tiempo y movimientos en el ámbito de un territorio, un lenguaje
común y un modelo de sociedad compartido.
    La educación profesional en particular tuvo una amplia
convergencia con la dinámica del trabajo, en tanto que transmitió
conocimientos y desarrolló principalmente habilidades culturales y
generales básicas, de cara a una oferta de empleo que requería fuerza
laboral con habilidades genéricas, que pudo ser absorbida por un
estado nacional en expansión y empleador de esa fuerza laboral.
    El espacio formativo y sus actores; autoridades, docentes y
estudiantes identificaron el significado de un modelo de
organización de vida institucionalizada fuerte, por una dinámica de
acatamiento y la conformidad a una lógica de lo adecuado que fue el
objetivo y significado político y social de la escuela como
institución.
     La educación formal, en todos sus niveles, fortaleció una moral y
ética de la vida social, reconociendo a través de los docentes el
principio de autoridad, validado en la responsabilidad que encierra la
transmisión del conocimiento, que daba sentido a la vida en el
trabajo y la familia.
     En este principio de organización racional de las instituciones
educativas, en el caso de México, podemos identificar un estado
nacional sostenido en los soportes del control económico, el político,
cultural y militar, basamento en el que se sostuvo el conjunto de sus
políticas públicas que le permitieron por décadas mantener un
equilibrio que, si bien en ocasiones fue precario, estuvo apoyado en
un control de los valores y símbolos más importantes de la identidad
nacional, manejando diferentes formas de obediencia y
consentimiento civil, a través de un núcleo de solidaridad orgánica
filtrado en las instituciones educativas y las burocráticas
principalmente.
    En la Universidad Nacional, la carrera de pedagogía en su
organización con base en colegios por disciplinas, implicó un
cambio en “la denominación y el enfoque epistemológico,
disciplinario y profesional, (como) Colegio de pedagogía inició sus
actividades en la Facultad de Filosofía y Letras, el 11 de abril de
1955[4] “bajo el cobijo del Estado Benefactor”.
     En el caso de la formación pedagógica universitaria, los fines de
ésta desde su origen estuvieron y han estado centrados en un ideal
del hombre cuyos ejes estructurantes han sido el significado de la
Amistad, el Amor a la Verdad, el Amor al Conocimiento, el Respeto
y la Prudencia, donde las acciones del hombre se orientan en razón a
su capacidad de juicio y un principio de racionalidad, que
encuentran su fundamento en los profundos valores del Pensamiento
Clásico Griego.[5]
     La formación pedagógica en esta etapa de la historia reciente de
la UNAM, tuvo como objetivo central la preocupación sobre la
acción del hombre, al cobijo de un ideal de proyecto de cultura y
principios nacionales, aspectos muchos de ellos compartidos
éticamente por docentes y otros actores en el sistema educativo
nacional hasta la década del ochenta del siglo pasado, cuya función
fue de mediadores sociales, constructores de un principio de respeto
en la vida comunitaria, y, en algún sentido, de confianza relativa
después del 1968, en el estado nacional benefactor, que amalgamó el
conjunto de interacciones sociales complejas por sus fines, en un
ideal de nación.
 
El efecto disolvente del mundo global en el Estado
Nacional
 
“México y un grupo de estados nación del
Tercer Mundo, al recurrir a fondos de
financiamiento externo para promover un mayor
desarrollo y competencia económica, se han
incorporado en el escenario del mercado libre
y han hecho suya la lógica del modelo
neoliberal de mercados abiertos, que ha
erosionado la fortaleza del estado nacional,
al fracturar el binomio control económico de
control político en la construcción de la
política pública”.
 
 
La segunda mitad de los años ochenta del siglo pasado, con el inicio
de un entorno financiero y mercantil global, acompañado de un
modelo de economía neoliberal, marcó un giro en el rol del estado
nacional, producto de la incorporación pactada de políticas públicas
internacionales relacionadas con el combate a la pobreza, sugeridas
a nivel mundial por la ONU principalmente, con la gestión y
regulación financiera de diversas instancias como el Banco Mundial,
Fondo Monetario Internacional, el Banco Interamericano de
Desarrollo, Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo,
entre otros en el Tercer Mundo, que emergieron, como lo hicieron
en 1944, a través de los Acuerdos de Bretton Woods, renovando en
el Consenso de Washington de 1989, la centralidad del dólar, y
Estados Unidos y el Banco Mundial en la definición de las políticas
de desarrollo y progreso mundial.
     Un referente común de las recomendaciones y sugerencias de la
ONU para el combate a la pobreza creciente desde los años ochenta
y noventa ha sido la racionalización de las políticas sociales para los
estados miembros, a través del otorgamiento de recursos financieros
“etiquetados”, que incrementan la deuda internacional de los estados
nación ya que se cobran de manera obligada intereses y capital
directo del PIB de los países deudores.
    Esta acción se ligó en el inicio del nuevo siglo a los principios y
criterios de “Capacity Building” que involucra formas de
mejoramiento de la economía desde una lógica ingenieril, para
control de los gobiernos, las instituciones y las personas a través de
su educación, su capacitación y seguimiento, más el aporte de
recursos financieros, desarrollando estructuras, sistemas y
organizaciones que sean seguros, estables y sustentables, con
particular énfasis en la utilización de la motivación y la inspiración
como impulsores del mejoramiento en la calidad de vida.[6]
    Bajo esta visión, México y un grupo de estados nación del Tercer
Mundo, al recurrir a fondos de financiamiento externo para
promover un mayor desarrollo y competencia económica, se han
incorporado en el escenario del mercado libre y han hecho suya la
lógica del modelo neoliberal de mercados abiertos, que ha
erosionado la fortaleza del estado nacional, al fracturar el binomio
control económico de control político en la construcción de la
política pública.
    En el caso de México[7] estos acuerdos se traducen en un
acelerado debilitamiento económico y político del estado nacional,
que ha terminado por fracturar el Contrato Social Liberal
posrevolucionario, al quebrantar la solidaridad orgánica entre
sociedad y estado, toda vez que el modelo neoliberal hace del estado
un gestor y fiscalizador de la aplicación eficiente de la política
económica de un capitalismo financiero internacional, que han
desarticulado las formas territoriales de control fiscal y los criterios
de regulación al libre comercio, que fueron un soporte económico
del estado nacional.
   La fractura del contrato social surge de la desatención a las
necesidades sociales internas, derivada de una política de facilidades
a la inversión extranjera, que demanda de fuerza laboral poco
organizada, de bajo costo y salarios precarios, lo que ha
desencadenado la pauperización de la vida en amplios sectores de la
sociedad.
    Al unísono hemos visto un paulatino desmantelamiento del
trabajo industrial nacional, producto de una acelerada
tecnologización digital, una competencia internacional desleal y una
creciente subvaloración de la fuerza laboral, que ha generado un
escenario de pobreza crónica creciente en América latina que
alcanza a la mitad de la población[8] por la descalificación acelerada
de la fuerza laboral, y por una concepción de educación pública en
todos sus niveles, volcada a la alfabetización para el trabajo digital,
como principio motor de la economía global.
   El efecto que tiene este proceso de cambio en las instituciones
educativas nacionales, que fueron constructoras de una idea de
ciudadanía, convergente con los fundamentos de vida comunitaria
construida sobre valores, interacciones, formas de vida y prácticas
fraternas, siguiendo una lógica de lo adecuado, que en su momento
representó una vida social de valores y condiciones más homogénea,
al estar circunscrita a un territorio, con un lenguaje e identidad
común, a pesar de las diferencias étnicas y sociales, y las profundas
distancias económicas alentadas por una oligarquía empresarial.
     La Sociedad en el escenario de la globalización cambia, si
aceptamos la tesis de que cada revolución tecno científica modifica
las formas de vida[9] porque se genera una dinámica creciente de
productividad para potenciar el aparato productivo, y este ajuste
reclama de un cambio en los procesos y formas de accionar
existentes, actitudes diferentes y mayor consumo de la gente, nuevas
formas de gestión en las organizaciones y exigencia de nuevas
habilidades, con ello se trastoca necesariamente el mundo de valores
y no sólo la estructura de las instituciones.
     Los cambios que hoy se viven en el mundo del trabajo, que se
digitaliza a pasos agigantados, a la par desplaza amplios sectores de
fuerza laboral de limitada escolaridad, propicia que diferentes
grupos sociales sean excluidos de las fuerzas productivas, por no
poder competir laboralmente en experiencia, habilidades o
conocimientos en las organizaciones del tecno mundo digital actual,
y se conviertan de facto en seres invisibles e incluso criminalizados
por su situación de pobreza.[10]
    Este escenario laboral modifica las acciones sociales desde la
familia hasta las instituciones más complejas, ya que las enfrenta a
la ruptura de equilibrio entre las normas de vida compartidas y las
formas de hacer. El motivo es una visible ausencia de
responsabilidad compartida, en un mundo social de valores cada vez
más diferenciados, que han hecho de la ciudadanía un ente amorfo
de consumo, de individualismo, donde lo que importa es la
competencia, la indiferencia, el anonimato, y la construcción
principalmente de relaciones de interés; amistades y afectos virtuales
a través de las redes sociales, que se vuelven un espacio que
cohesiona y direcciona esfuerzos y reclamos, contra todo aquello
que representa autoridad inmediata de cualquier naturaleza y nivel.
     El trabajo dejó de ser la expresión de un esfuerzo conjunto a
partir de una fuerza laboral homogénea, para convertirse en un
conjunto de actividades diversas, individualizadas e inconexas,
donde lo único visible son las normas y una cultura laboral eficiente,
a sabiendas que están perdidos; el beneficio del trabajo vitalicio, el
tiempo completo, las prestaciones básicas a los trabajadores como
servicios de salud, de educación, de vivienda de bajo costo, por el
efecto de una política internacional que busca la calidad y eficiencia
en el hacer al “[…] estimular la creación de empleo, (para ello) es
necesario un conjunto de técnicos, formado por gente
específicamente preparada y formada para iniciar esfuerzos
emprendedores orientados a satisfacer las necesidades locales”.[11]
    Al cambiar el trabajo por los nuevos procesos y formas de
accionar en la producción fragmentada e internacionalizada de las
empresas que incorporan fuerza laboral de bajo costo, se reclaman
nuevas actitudes y habilidades cognitivas en los trabajadores, por las
necesidades derivadas de un consumo masivo de productos, de
nuevas formas de organización y gestión del trabajo para responder
a las dinámicas de competencia desleal y del just in time del modelo
de producción toyotista, cambia necesariamente el mundo de las
instituciones formadoras de profesionales.
     Esta dinámica del escenario global, deja su impronta en la
práctica profesional de la pedagogía, ya que impacta necesariamente
desde fuera la concepción de la profesión, bajo la exigencia de
mayor eficiencia tecnológica en el manejo de los medios, mejor
calidad en el hacer a menor costo, por la competencia del mercado
de profesionales. Escenario este último, que ve nacer variadas
profesiones inimaginables hasta hace poco, al cobijo del trabajo
digital, todas con menos tiempo de formación. Es decir. Se impulsa
una figura del profesional emprendedor autónomo, en la medida que
se desvanece el mercado institucional tradicional que representó la
inserción en las dependencias del estado nacional, sea en diversos
ámbitos de docencia o en difusión principalmente, donde tuvieron
cabida por años los egresados de la carrera universitaria en
Pedagogía.
     De alguna forma también, se trastoca el sentido del modelo
clásico de la formación pedagógica universitaria, toda vez que entre
otras cosas porque el interés por el destino de los otros deja de ser un
fin, al cambiar en el mundo laboral y social la mediación cara a cara,
por una mediación construida de “likes” en las redes sociales, la
cantidad de seguidores que se acumulan, hace del anonimato un
lugar común que articula gustos, afectos y formas de interacción
entre los sujetos.[12]
     El amor a la verdad se transforma paulatinamente en la fe y
confianza en la tecnología y la innovación que permiten estar al día
para rastrear las “verdades” de las redes sociales y los buscadores de
información, el amor contemplativo al conocimiento como lo
heredaron los griegos se trastoca en un gusto desmedido por el
consumo y un ocio decadente.
     La pandemia hace transparente que mucho de la angustia,
descontento y aburrimiento que viven actualmente los jóvenes en
general, producto del enclaustramiento obligado, se asocia a la
imposibilidad de ir a los mega centros comerciales a caminar,
comprar o convivir entre aparadores.
    Es visible en algunos momentos de cuarentena, una idea de gozo
y felicidad que les brinda a esos jóvenes tener respuestas inmediatas
en internet, frente al obstáculo de riesgo que les impide “ir” a la
Universidad, que los aproximen a otras culturas, otras formas de
vida, otros valores y formas de interacción, siempre emocionantes
por ser enigmáticas y en ocasiones riesgosas.
    La prudencia se convirtió en audacia para explorar y aprehender
un mundo inmediato, virtualmente accesible y de relativo bajo costo,
lleno de incertidumbre y violencia, pero seductor porque son
mínimas o en ocasiones inexistentes las reglas, normas, valores del
consumo de información, productos y amistades que pueden dar un
giro a la vida, a través de relaciones afectivas virtuales regularmente
efímeras, como puede ser la idea de una democracia global directa,
selectiva y discrecional que vulnera la solidaridad de la vida en
común, los valores o principios de vida ciudadana en los grupos de
origen, para construir una idea etérea de un presente ad hoc.
    Sobre el significado del respeto a los otros, la promesa de una
sociedad de ocio constante, que fue la idea fuerza del mundo global
en los años ochenta del siglo pasado, al ser una profecía incumplida
acarreó un escenario social de profunda desconfianza, de falta de
responsabilidad por el sí mismo y por los otros,[13] en aras de un
inmediatismo lúdico que ahoga alguna posibilidad de reflexionar,
particularmente con un futuro que asocian al presente caótico que
viven y limita las formas de construcción de un mundo mejor, sin
corrupción, ni exclusión, ni mixofobia.
     En este escenario es obligada la reflexión sobre cuál es hoy la
preocupación desde la pedagogía por el actuar del hombre, pasa
necesariamente por revisar ¿cuál es la prioridad por el hombre en el
mundo global? ¿Qué proyecto de civilización se debe construir, qué
responsabilidades y compromisos se tienen hoy para construir las
bases de la sociedad donde habrán de vivir los jóvenes de las
generaciones que no han nacido?[14]
    Por otro lado, es innegable que las generaciones que nacieron en
esta sociedad digital, dinamizada por el uso obligado de tecnologías
de comunicación, están llenas de futuro, pero no son ajenas al riesgo
de una formación civil y profesional centrada en el consumo, en lo
inmediato, en un entorno de nuevas relaciones de lenguaje, en un
mundo de trabajo, competencia y productividad donde el desempeño
individual será el único referente de estatus que guíe su actuar,
encerrado en espacios temporales y satisfacciones virtuales, con
mucha más información que probablemente tenga cada vez menor
significado.[15]
 
 
Los diferentes retos que enfrenta la formación del
profesional de la pedagogía en una sociedad digitalizada
 
“Esta idea hace de los objetivos de la
formación y la práctica profesional del
pedagogo universitario de cara al siglo XXI,
una preocupación constante de responsabilidad
de/con/por los hombres y la vida comunitaria
pero también individual en el mundo global,
pensado que las generaciones actuales y las
futuras, tienen derecho a una sociedad y una
vida digna, cuyas bases deben asumirse con
diversos compromisos desde ahora, en un
escenario de autonomía personal y mayor
autoestima”.
 
Pensar en los diferentes retos que enfrenta la pedagogía universitaria
como profesión en el futuro inmediato, en este escenario incierto
que eclosiona en el largo trayecto de la pandemia por la COVID-19,
implica reflexionar con cierta cautela aquellas formas en que
queremos hacer de la vida profesional y social el mejor de los
mundos posibles, aceptando de antemano que las ideas sobre este
punto están sujetas al efecto de las circunstancias actuales.
     Encuentro que tratar de revertir así sea en parte, este escenario
global de exaltación del ego y la inmediatez, conlleva
necesariamente el recuperar el significado de la acción del hombre,
es decir, implica generar formas éticas y políticas que permitan
revalorar al hombre, como un eje del sentido de la sociedad, y
superar la idea del hombre como objeto del ocio y el consumo
derivado de necesidades banales.
     Esta idea hace de los objetivos de la formación y la práctica
profesional del pedagogo universitario de cara al siglo XXI, una
preocupación constante de responsabilidad de/con/por los hombres y
la vida comunitaria pero también individual en el mundo global,
pensado que las generaciones actuales y las futuras, tienen derecho a
una sociedad y una vida digna, cuyas bases deben asumirse con
diversos compromisos desde ahora, en un escenario de autonomía
personal y mayor autoestima.
     En este mismo sentido, para salir de esta pesadez de lo inmediato,
encuentro fundamental recuperar la idea seminal de Edgar Morín, de
articular la formación con enfoques interdisciplinares sobre el
hombre, procurando para ello conformar miradas ontológicas,
axiológicas y políticas,[16] que construyan una idea diferente de la
vida colectiva, donde el hombre y no la tecnología sean el centro de
la vida y el trabajo. Esto nos obliga a escudriñar en sus entrañas el
significado político y social que nos lleve a comprender el sentido
del individualismo competitivo actual, para pensar respuestas éticas
acordes a la posibilidad de un futuro social y civilmente distinto.
     La anterior idea involucra en gran medida una formación y una
práctica profesional del pedagogo universitario que ponga en juego
de manera comprometida el conocimiento: de tal forma que pueda
recuperar la posibilidad de aprender a pensar al decidir y pensar en
las consecuencias finales de las decisiones tomadas, lo que conlleva
la tarea de pensar en el objetivo de la vida social, pensar en un
procedimiento para construir ciudadanía responsable, y pensar en el
resultado de este proceso, todo como un conjunto articulado. De tal
modo que las decisiones no sean una respuesta solo a lo urgente, ya
que vulneran la posibilidad de un horizonte social, laboral y
profesional posible.
     Esta perspectiva centrada en lo que hoy está dándose como
realidad y lo que es factible dar en la formación, cambia en algún
sentido la concepción del plan de estudios de esta carrera en la
Facultad, inicialmente hacia un orden disciplinar diferente, pero
también en las prácticas docentes cuyo objetivo sean los problemas
de hoy, los temas y dinámicas que viven los jóvenes desde la
vulnerabilidad que les construye laboral y socialmente el mundo
global, que cada día los hace invisibles y los margina de mejores
condiciones laborales, ciudadanas y sociales.
     En el fondo emerge la necesidad de imaginar una formación para
reconstruir la responsabilidad sobre sí mismos, para dar un
significado diferente a la vida colectiva, donde una tarea ciudadana
sea recobrar el Estado como institución cuya organización esté
orientada a cuidar los intereses, los bienes, el bienestar colectivo, y
sea responsable de la democracia, fortaleciendo los procesos de
construir ciudadanía en el país, convergente con el cuidado de los
derechos humanos básicos, y atienda con prudencia el modelo de
democracia internacional que impulsa la tesis de una ciudadanía
global, con valores extraterritoriales.
     Mirar de este modo la formación pedagógica, conlleva la tarea de
contribuir educativamente a reconstruir el significado de la vida
colectiva actual, promover la construcción de un Contrato Social
entre Estado y Sociedad, diferente en su contenido, acorde con las
necesidades y la importancia que tienen los valores, formas de vida,
ritos, prácticas, saberes e interacciones de una nación pluricultural,
multi-étnica y hoy también multi-lingüística, que le dé un
significado diferente a la vida social.
    Un aspecto que no tendría por qué escapar a las reflexiones de una
mirada formativa diferente sobre la formación y la práctica
profesional del pedagogo universitario, sería recuperar la esencia de
una concepción del trabajo educativo, donde la tecnología y el
trabajo digital, sean herramientas de apoyo, ya que paulatinamente
se van convertido estos dos recursos en el sentido último de la vida
profesional, producto de una creciente exigencia de habilidades
cognitivas y técnicas que han trastocado la noción del trabajo como
actividad que dignifica al hombre, para hacer del trabajo educativo
una actividad mecánica, fragmentada, individualizada y cada vez
más ajena a un contexto determinado.
     Finalmente, quizá uno de los mayores retos de formar al hombre
para vivir en la sociedad cada vez más digitalizada, radica en el peso
que hoy tiene la necesidad de concebir una vida ciudadana a partir
de aprender y desarrollar formas de interacción más estructuradas,
sustentadas en una toma de decisiones que anteponga la razón y el
bien común a las acciones violentas de desobediencia civil que
afectan a la sociedad en su conjunto.
    La dinámica de un mercado mundial de acceso abierto, que
facilita adquirir aquello que da felicidad momentánea, aunque sea
caro o de menor calidad, pasa por alto que la dicha no descansa en la
desdicha de los otros ni se mide por ella. El prójimo no es el límite
de la propia felicidad, sino el elemento en que ésta se verifica.[17]

Notas
[1]Actualmente labora en el Colegio de Pedagogía de la FFyL, UNAM.
[2]Cf. Hans -Georg Gadamer. Verdad y Método. Vol. I. Sígueme, Salamanca, 1977.
[3]Guy Peters B. El nuevo institucionalismo. Teoría institucional en ciencia
política. 4 Col. Nuevas Corrientes en Teoría Política. Gedisa, Barcelona, 2003.
[4]Cf. Universidad Nacional Autónoma de México-FFyL. Antecedentes del
Colegio. [en línea] <http://pedagogia.filos.unam.mx/inicio/acerca-del-
colegio/antecedentes-del-colegio/ >.
[5]Cf. Gadamer, Op. Cit.
[6]Cf. C Jones Rusell. Capacity building para el desarrollo de países en vías de
desarrollo. Comité de Capacity Building de la Federación Mundial de
Organizaciones de Ingeniería, Programa Ingeniería para un mundo mejor, UNESCO,
USA, 2003.
[7]La amortización de la deuda federal en México sólo con los Organismos
Internacionales en los años 2019, 2020, 2021, 2022 y 2023 es de 668.2, 631.4, 2
590.3, 855.4 y 2 118.8 millones de dólares respectivamente. Vid. Secretaría de
Hacienda y Crédito Público. Informe de la deuda pública. 2018, [en línea]
<https://www.finanzaspublicas.hacienda.gob.mx/work/models/Finanzas_Publi
cas/docs/congreso/infotrim/2018/ivt/01inf/itindp_201804.pdf  >. Es decir, hay
que pagar en estos años $ 6 008.5 millones de dólares al tipo de cambio imperante.
[8]Cf. Renos Vakis, et al. Los Olvidados, Pobreza crónica en América Latina.
Resumen ejecutivo. Banco Mundial, Washington, DC. EUA, 2015.
[9]Cf. Carlota Pérez. Revoluciones tecnológicas y capital financiero. La dinámica
de las grandes burbujas financieras y las épocas de bonanza. Siglo XXI, México,
2004.
[10]Cf. Zygmunt Bauman. La posmodernidad y sus descontentos. Cuestiones de
Antagonismo, Edit. Akal, España, 2017.
[11]Rusell, Op. Cit.
[12]Cf. Z. Bauman. Sobre los lazos humanos, redes sociales, libertad y
seguridad. 2012, [en línea] <https://www.youtube.com/watch?v=LcHTeDNIarU>.
[13]El escenario en enero de 2021 de la pandemia por la COVID-19 en el país, nos
muestra que enfrentar diversas olas de contagio, cada más amplias y peligrosas por
sus efectos, es producto de la poca preocupación de algunos ciudadanos y la poca
responsabilidad por la salud de los demás. Esta etapa de emergencia sanitaria
mundial hace visible el efecto de la vida individualizada marcada por un hedonismo
profundo, que expresa una situación de descuido, desinterés por los otros, en la
dificultad de mantener un cautiverio auto obligado pero necesario, bajo un falso
principio de democracia. El escenario actual que vivimos expresa los valores de la
sociedad del ocio, del inmediatismo que conforma el referente de la vida actual,
donde algunos jóvenes y otros no tan jóvenes, muestran el fastidio y hartazgo del
encierro sanitario preventivo, frente a un estado débil, carente de autoridad moral y
política para convencer a la sociedad del costo elevado en vidas que acarrea esta
desobediencia civil.
[14]Cf. Daniel Innerarity. El futuro y sus enemigos. Una defensa de la esperanza
política. Paidós, Barcelona, 2009.
[15]Cf. Franco Berardi. La fábrica de la infelicidad. Nuevas formas de trabajo y
movimiento global. Traficantes de sueños. Mapas, Trad. Manuel Aguilar
Hendrickson y Patricia Amigot Leatxe, 2003.
[16]Cf. Gimeno Sacristán. El significado y la función de la educación en la
sociedad y la cultura globalizadas. Revista de Educación, Número Extraordinario
Ministerio de Educación, Cultura y Deporte. Madrid, 2001, pp. 121–142.
[17]Cf. Ernst Bloch. El principio esperanza (1). Editorial Trotta, Madrid, 2004.
 

Referencias
 
BAUMAN, Zygmunt. Sobre los lazos humanos, redes sociales, libertad y
seguridad. 2012, [en línea]  <https://www.youtube.com/watch?v=LcHTeDNIarU>.
—————————. La posmodernidad y sus descontentos. Cuestiones de
Antagonismo, Edit. Akal, España, 2017.
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Hendrickson y Patricia Amigot,  Leatxe, 2003.
BLOCH, Ernst. El principio esperanza (1). Editorial Trotta, Madrid, 2004.
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30.
GADAMER, Hans–Georg. Verdad y Método. Vol. I. Sígueme, Salamanca, 1977.
INNERARITY, Daniel. El futuro y sus enemigos. Una defensa de la esperanza
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