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Las palabras son la manifestación del pensamiento, cultura, ideología, historia e identidad de las
personas. En este sentido, las palabras son ricas y poseen complejas significaciones presentes en
toda comunicación, las cuales trascienden la interrelación entre individuos para ser también
expresiones de grupos y sociedades en tiempos-espacios particulares.
Esto es, la comunicación requiere de algunas condiciones para establecer la interacción, sin
embargo, en determinados contextos la situación, condición y pensamiento distinto entre los
interlocutores la inhibe porque las palabras y su articulación, no son comprendidas por no poseer
significaciones ni intereses comunes. La incomunicación en el presente, es el resultado de la
fragmentación y separación social, no necesariamente física, en una sociedad paradójicamente
articulada e interdependiente, plagada de medios técnicos para la comunicación.
La pluralidad social en el presente globalizado requiere de la comunicación porque es un requisito
necesario para la convivencia, para la vida en comunidad y para nuestra socialización como seres
humanos en un mundo integrado e interdependiente. Sin embargo, a pesar de su necesidad social
e histórica, la incomunicación está presente y nutre muchas de nuestras relaciones sociales y
políticas con el poder prevaleciente.
Se podría afirmar que, la incomunicación es una condición patológica de la sociedad
contemporánea, que impide el conocimiento entre unos y otros, a pesar de una extensa e intensa
relación en la diversidad de nuestra cotidianidad.
La incomunicación no solo es una separación con quienes tenemos que convivir, es una ruptura
con los otros, a los cuales les niegan absurdamente tener comunidad de intereses y anhelos
compartidos. La incomunicación es antagónica a todo proceso democrático, no representa el
interés de todos ni el respeto al pensamiento, actuación e ideologías distintas a la propia. Es parte
consustancial de un proceso político totalitario que crea enemigos, que separa lo que está unido,
que desprecia y pretende desaparecer a los otros, y que en pulsión suicida asesina a quienes
sustentan su existencia.
La actuación y pensamiento idéntico entre las personas, no existe, todos somos distintos, nunca
máquinas estandarizadas, como tampoco contendientes ni enemigos. Creer que las diferencias son
separaciones absolutas, es asumir absurdas posiciones totalitarias que auguran confrontaciones y
guerras infinitas de destrucción contra la humanidad.
Gran parte de los medios de comunicación en Costa Rica, son ejemplos de la incomunicación,
porque con la mercantilización de las noticias pueden decir cuanta falsedad quieren sus
contratantes, privados o gubernamentales, además de mentir, calumniar y difamar, crean miedos
y desconfianza informando sobre asesinatos, asaltos, fraudes y accidentes. Así, promueven
ilusiones, frustraciones y disputas entre los seguidores del futbol, mientras se enriquecen los
negociantes que usurpan y corrompen el deporte popular.
Esos medios no son públicos, son privados, se imponen con palabras parciales y parcializadas que
ofenden la inteligencia e impiden el pensamiento complejo, así como simplifican la complejidad
de los acontecimientos y realidades. La veracidad y la pluralidad del pensamiento, así como el
debate serio, plural, comprometido, sobre los derechos ciudadanos, la democracia, la planificación
o el desarrollo nacional, están ausentes en dichos medios, no obstante, están protegidos y
mantenidos por el poder. Los propietarios de los medios encubren su funesta actuación con la
honestidad, honradez y sacrificio de muchos otros periodistas, que en honor a su compromiso
social denuncian a gobernantes ilegítimos, a los corruptos, así como defienden la institucionalidad
pública y los derechos ciudadanos.
Las palabras del discurso del poder en Costa Rica están dirigidas a las mayorías trabajadoras para
ocultarles que son ellas quienes sustentan los ingresos fiscales y que son los generadores de las
ganancias y riquezas privadas. También para imponerles decisiones y acciones, como verdades
absolutas, de las cuales supuestamente depende el bienestar y la existencia de los trabajadores, a
pesar que los perjudica y empobrecen. Asimismo, el discurso del poder se dirige a las mayorías
para buscar apoyo y legitimar su poder con mentiras y demagogia. Esas intencionalidades del
discurso del poder dictatorial, hacia los trabajadores, es para mantenerlos pasivos, obedientes,
engañados, confundidos, enfrentados, enfermos e incomunicados para posesionarse en el poder
dictatorial.
Las tiranías requieren de esas palabras y discursos, no para dialogar ni concertar, sino para imponer
las decisiones y acciones contra quienes les han negado la palabra y no son escuchados. El
discurso del poder no solo son palabras del mandatario, también hablan y actúan las leyes, los
medios, la educación formal, la administración pública, la religión o “las fuerzas del orden”, que
contribuyen con la difusión de sus palabras y miedos a la consecución de los propósitos del poder.
La incomunicación social es una condición privativa del poder, pero ninguna tiranía es eterna,
como tampoco lo es la incomunicación. El fracaso del discurso del poder, es la imposibilidad
seguir dominando y explotando, es la absurda pretensión de eternizar un poder irracional, sin
horizonte histórico. El pensamiento y conciencia crítica y disidente, son la esperanza para
reconstruir una sociedad plural y un mundo mejor.
¿Cómo explicar que los empresarios se les exima pagar las deudas al seguro social, cómo se
permite la elusión y evasión tributaria y el no pago de intereses moratorios, a pesar que fueron
cobrados en las mercancías y servicios que venden?, ¿cómo es posible que un mandatario afirme
que fue electo para emitir criterio?, ¿qué podemos esperar de un Estado que pregona democracia
y libertad, cuando impone acciones contra el pueblo que dice representar?, ¿cómo confiar en
alguien que defraudó y traicionó la decisión electoral del pueblo?
Al parecer las palabras y acciones de los autócratas, de los intelectuales del sistema, de los
propietarios de los medios y del capital, revelan transparentemente el cinismo de su poder. Es
lamentable que aún no podamos democráticamente destituir al mandatario, dado que no tiene la
solvencia moral de renunciar ni reconocer su traición al pueblo costarricense. Nuestra población
será callada y disciplinada, pero no es ignorante ni tonta, son tales, quienes creen engañar y
defraudar eternamente al pueblo.
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