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que ha de ser imitado, sino sólo de que sea correctamente imitado” (3.β. p.36).
El arte moderno exige algo más del pasado que la contemplación y la
fascinación; para Hegel la “imaginación creadora puede verterse
inagotablemente”.
La posición de Schiller es semejante a la de su compañero. El arte de la
imitación ha agotado su potencial creador y hay que pasar a un estudio crítico
de éste. No se puede seguir, como dice en su sexta carta, trabajando bajo las
reglas de una existencia mecánica, de relojería, en donde todo carece de
libertad. En esta misma carta Schiller compara a la humanidad con un reloj, en
el cual ejecuta las acciones como le es dado y no en pro de su libertad. Para él,
así como para Hegel, el proyecto de la ilustración escindió al hombre entre
naturaleza y entendimiento. En palabras de Vicente Jarque, Schiller entendía la
ilustración como un momento de fragmentación, de un cuerpo desmembrado
que, a diferencia de los griegos, no haya la posibilidad de reconciliación entre lo
natural y los sentidos.
Esa separación fue una “herida a la humanidad moderna”. Schiller creía
que los griegos no se habían dejado escindir por la separación entre
entendimiento y naturaleza, entre razón y sensibilidad, pues para ellos todo
funcionaba como un cuerpo orgánico, absoluto, que conducía al ser humano
hacia la sabiduría. Ese todo, ese absoluto, ese “uno primordial”, sólo podía
reconstruirse a través de la educación estética. Esta estaba definida por tres
impulsos: el impulso intelectual, el impulso sensible y el impulso del juego, que
era aquel que abolía la escisión y permitía la creación libre.
El proyecto educativo de Schiller, como dice en su novena carta, piensa el
arte como un instrumento capaz de formar ciudadanos aptos para el cuerpo
social, tal y como pasaba en la antigua Grecia. Política, ética y estética son para
él campos íntimamente ligados. La preparación de un sujeto entrenado en las
cuestiones estéticas debe derivar en la consolidación de una sociedad más
armónica. Sin embargo, “no todo aquél que siente arder ese ideal en su alma le
han sido dadas la calma creadora y paciente sentido necesarios para imprimirlo
en la callada piedra…” dice Schiller. Sólo el genio es quien puede recibir la
inspiración de su época y verterla en el arte.
Si bien es cierto que resulta útil retomar la mirada desafiante de estos dos
autores, que conduce a la creación y no se detiene ante la tradición que la
precede y que además reconoce en el pasado un potencial para la inspiración,
pero no lo ve como el yugo sobre las reglas estéticas; también es importante
reconocer quiénes, según esta propuesta, tiene acceso a esa formación estética.
Resulta muy útil para la actualidad rescatar las potencialidades de una
educación capaz de formar seres políticos, comprometidos con los dilemas de su
tiempo y con la sociedad, capaces de agarrar el espíritu su momento, entrenados
en el arte. En palabras de Schiller: vive con tu siglo, pero no seas obra suya. Vale
la pena rescatar la postura de estos dos autores que vinculan lo emotivo con lo
intelectual y así entender que la creación es un proceso atravesado por estas dos
fuerzas y que no se puede crear una jerarquía entre ellos, sino que se debe
buscar la reconciliación entre estos dos mundos tradicionalmente separados.