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ACERCA DEL SENTIDO DE LA AGUDEZA VISUAL

DAYEN, Eduardo A.

En abril de 1994 publiqué entre nosotros los primeros pasos que di en la investiga-
ción de “lo visual”1. La intención ahora es comunicar una corrección y algunos agre-
gados que incluí a partir de las cuestiones que el Dr. Luis Chiozza me señaló durante
aquella presentación.

En esa oportunidad postulé la existencia de una “capacidad de información” incon-


ciente que puede manifestarse a la conciencia, desde un punto de vista físico, como
funcionamiento sano de los órganos de los sentidos y, desde un punto de vista
histórico, como la cualidad denominada “sensatez”2.

También sostuve que la confusión3es un estado de ánimo que se designa con una
palabra que alude al borramiento, a la desaparición de los límites, porque las altera-
ciones que derivan en lo que la conciencia categoriza como la dificultad para registrar
los datos adecuadamente, se arrogan la representación del proceso afectivo comple-
to.

El sentimiento de confusión se acompaña de una pequeña disfunción del órgano sen-


sorial que prima en un determinado proceso de incorporación de datos. Tal disfun-
ción, que normalmente no llega a ser categorizada como tal, forma parte de la clave
de inervación del sentimiento de confusión. Cuando la conciencia de ese sentimiento

1
“Acerca de lo visual (primera aproximación)”, presentado en el CCMW, Buenos
Aires, 1994.
2
La sensatez es la capacidad que permite organizar armónicamente los datos senso-
riales para configurar las representaciones, las experiencias. Constituye, a su vez,
una manera de ser prudente, equilibrada y formal que pone de manifiesto un “buen
juicio”. De la sensatez depende que podamos mantenernos en forma porque, al
permitir que nos informemos correctamente, nos lleva a adquirir la forma que
la circunstancia impone y, al mismo tiempo, nos ayuda a influir con un accio-
nar acertado en tal circunstancia. Es decir, en síntesis, que la sensatez contribuye
al proceso por el que nos conformamos.
3
María Moliner (1986) dice que "confundir" quiere decir "borrar o hacer desaparecer
los límites o perfiles de las cosas, de modo que no se vea su separación". La
"confusión" es "falta de claridad", "equivocación, desorden", y el "confuso" es un
"perplejo, indeciso".
se hace intolerable, el desplazamiento “dentro” de la clave conduce a que el proceso
de descarga deforme la configuración de la “confusión”, de manera que, al ingresar
en la conciencia privada de su significado afectivo, es calificada como una patología
en alguno de los órganos de los sentidos.

La rectificación del primero de los errores

En aquel trabajo sostuve que si la capacidad de información se presenta a la con-


ciencia como funcionamiento sano de los órganos de los sentidos o como la cualidad
que llamamos “sensatez”, la cualidad con que conocemos la capacidad que corres-
ponde, específicamente, al buen funcionamiento de los órganos de la visión sería un
particular aspecto de la sensatez: la “perspicacia”4.

Como una de las conclusiones presumí, entonces, que la capacidad de información


podría manifestarse a la conciencia, desde un punto de vista físico, como el funcio-
namiento sano de los órganos de la visión, que se expresa como agudeza vi-
sual, o, desde un punto de vista histórico, como perspicacia.

Pero en su intervención, Chiozza5 hizo hincapié en que si bien la agudeza visual era
un factor importante en la función visual normal, no era el único que la determinaba.
El examen funcional de la visión, dijo, no sólo explora la agudeza sino que también
inspecciona el llamado “campo visual”, que tal vez sea más importante que la agude-
za. Prueba de eso es que, en realidad, resulta más invalidante una restricción del
campo que una limitación de la agudeza.

Existe el campo visual, y la “perspicacia” sería, en realidad, el modo histórico en que


se manifiesta a la conciencia lo que, desde un punto de vista físico, se presenta como
campo visual normal y no como agudeza visual. La perspicacia, añadió Chiozza, es
la capacidad de ver las cosas desde distintos ángulos, desde distintos puntos de

4
Corominas (1961) dice que el vocablo “perspicaz”, del latín perspicax, -acis, “de
vista penetrante”, es un derivado de “perspectiva”, tomado del latín tardío perspecti-
vus, que deriva, a su vez, de perspicere, “mirar a través de algo”. Para María Moliner
(1986), “perspicaz” es la persona “que tiene aptitud extraordinaria para percatarse de
las cosas, aunque no estén patentes o claras, así como a su inteligencia”. “Perspi-
cuo”, que significa “transparente”, se le aplica también a “la persona que se explica
con claridad, así como a su manera de expresarse o estilo y a lo que dice”.
5
Las palabras que conforman este párrafo son una síntesis de las que el Dr. Luis
Chiozza pronunció en aquella oportunidad en relación a la cuestión de la agudeza y
del campo visual.
vista, es decir la especulación... y eso queda vinculado a la perspectiva que, obvia-
mente, se refiere al campo visual y no a la agudeza.

En ese sentido, continuó diciendo, los seres vivos nos relacionamos recíprocamente
y nunca solidariamente. Somos solidarios sólo en aquello que no hemos vivido, que
es la muerte. Somos solidarios en el fracaso y no en la convivencia: en la convivencia
somos recíprocos. Y somos recíprocos por la sencilla razón de que no podemos ocu-
par el mismo lugar en el espacio. Lo que presenciamos, siempre lo vemos desde
puntos de vista diferentes. La perspectiva es la capacidad que permite salir del punto
de vista propio para entrar en el de otro... y la perspicacia también.

Finalmente concluyó sugiriendo que si la perspicacia se relacionaba con el campo


visual, lo vinculado a la agudeza visual debía ser afín a la “nitidez”.

Me aboqué entonces a tratar de profundizar, en principio, en el significado de la agu-


deza visual6.

¿Qué significa la agudeza?

Para María Moliner (1986), “nítido” (del latín nítidus) significa “claro o bien definido” y
figuradamente se utiliza, por ejemplo, para referirse a las conductas sin ninguna
clase de sombra u oscuridad. “Nítido” comparte la raíz nítidus con el término “neto”,
que significa “claro, por ser limpios sus perfiles”. “Netamente” quiere decir “sin con-
fusión o sin duda”. De modo que en la descripción del significado del término “niti-
dez” volvemos a dar (ya lo habíamos encontrado en el de la palabra “confusión” 7) con
la vinculación entre la precisión de los límites, la definición del objeto de la percep-
ción, y la resolución (en el sentido de “decisión”, de la que nace de la ausencia de
duda).

Recordemos que mientras el campo visual es la porción de espacio que puede cap-
tarse al tiempo que el ojo permanece fijo, la agudeza es la sutileza de los sentidos
(SALVAT, 1985). La agudeza visual es la habilidad del individuo para distinguir los
componentes estrechamente contiguos de un objetivo visual, habilidad que depende
de la definición óptica, que es la propiedad que permite separar los detalles.

6
Postergo para una nueva presentación el desarrollo atinente a la relación entre
campo visual y perspicacia.
7
Ver nota número 3.
María Moliner (1986) dice que el término “definido” se aplica a cosas que se aprecian
por los sentidos, particularmente por el de la vista, sin posibilidad de confusión con lo
que las rodea. La “definición” es la resolución de una cuestión por alguien con auto-
ridad para darla. Definir (Del latín definire, de finis, límite) es “explicar lo que es una
cosa”, “precisar”, en tanto que en pintura significa “perfilar”. Además quiere decir,
también, “expresar alguien sin vaguedad cual es su opinión en cierto asunto”.

Creo que se puede afirmar que la ausencia de conflictos entre nuestro mundo de
preceptos y nuestras necesidades nos permite percibir con precisión y resolver ade-
cuadamente las cuestiones que se nos presentan. Resolución que alcanzamos con
conductas definidas a través de las que, sin que lo sepamos, nos definimos, es
decir integramos nuevas ideas en el conjunto de preceptos que nos conforma y, al
mismo tiempo, asumimos posiciones que nos comprometen con quienes comparti-
mos un determinado consenso.

Precisamos (definimos) convenientemente cuando lo que precisamos (necesitamos)


no nos despierta conflicto. Pero cuando un nuevo dato, vinculado con algo que preci-
samos (necesitamos), reclama definición, precisión, y no logramos incluirlo en el sis-
tema coherente de preceptos porque colisiona con otros que, de ese modo, exigen
ser modificados, nos sentimos confundidos e irresolutos.

La falta de resolución (indecisión) duele pero, a la vez, resulta un bálsamo que nos
permite postergar el enfrentamiento con la crisis. No es, como solemos pensar, que la
confusión nos impide incorporar adecuadamente la información sino que la confusión
nos defiende de un estímulo que nos resulta traumático, por la incapacidad de inte-
grarlo con nuestro sistema de preceptos8. Nos sentimos confundidos cuando preve-
mos que la resolución de lo que precisamos destruye una ilusión infantil.

8
La confusión sería un modo de la negación, una “herramienta” defensiva que utili-
zamos cuando, parafraseando a Chiozza (1964), “sufrimos el contacto doloroso con
la realidad material que se resiste a nuestros sueños”. La confusión permite, del
mismo modo que lo que llamamos represión, mantener el conocimiento del “objeto”
de nuestro interés detrás de una cortina que desdibuja sus límites, su importancia.
La conciencia clara, el conocimiento definido, es la salida de esa represión. Se hacen
precisas nuestras necesidades, se definen nuestras posibilidades y, cuando el
asunto recupera la importancia perdida, se facilitan las resoluciones.
Desdibujamos los límites del objeto que precisamos porque para satisfacer la nueva
necesidad se nos impone un cambio. Es la ocasión de rectificar los preceptos ana-
crónicos, pero cuando la magnitud del cambio nos supera pretendemos obtener lo
que precisamos sin vernos obligados a tener que modificar lo que nos define. El re-
sultado es la falta de definición en nuestros propósitos (la torpeza), la falta de defini-
ción en nuestras conductas (que malogra la opinión que los demás tienen de noso-
tros) y, además, la presencia de una necesidad que permanece insatisfecha.

Una de las maneras de “generar” la confusión con la que nos defendemos, es a tra-
vés del borramiento, de la desaparición los límites del nuevo dato de modo que no se
distinga la separación que permite definirlo (entendemos una cosa por otra, produci-
mos, por decirlo así, un “malentendido visual”: la indefinición 9). Límites que sólo pue-
den recuperarse con una adecuada elaboración. A través de ella se van perfilando
hasta configurar una adecuada definición que ocurre al tiempo que se logra la inte-
gración de la nueva información al conjunto de preceptos. Pero cuando tal idea nue-
va, vinculada a una necesidad que pulsa, no puede ser definida de manera adecua-
da, y además el sentimiento de falta de resolución se hace intolerable, puede descar-
garse presentándose a la conciencia como una de las patologías que conocemos
como errores de refracción10.

9
Chiozza señaló (CHIOZZA, 1983c) que “cuando el analista no encuentra la interpre-
tación acertada, pero es capaz sin embargo de ofrecer un significado más congruen-
te con el contexto, significado que podría conducir paulatinamente a la tarea en la
dirección adecuada, el paciente recurre al retículo referencial inconsciente que la
Torre de Babel simboliza y produce un malentendido. Entre las posibilidades que
brinda la Torre de Babel, existe aquella que Bion (1965) denomina "revertir la pers-
pectiva". Creo que, del mismo modo, se puede pensar que también recurrimos al
retículo referencial inconsciente que la Torre de Babel simboliza cuando producimos
una confusión, y que otra de las posibilidades que brinda en ese sentido la Torre de
Babel es la de la indefinición que se expresa en la irresolución.
10
Como Edipo, podemos vivir en la confusión, sin conciencia de las consecuencias
de nuestros actos, mientras no se nos hace imperioso algo de lo nuevo que precisa-
mos. Cuando eso ocurre, nuestras necesidades nos impulsan a una resolución que,
de no poder asumirla, nos enfrenta con indicios que debemos negar crónicamente, a
veces “generando” una afección que compromete la agudeza visual.

Los trastornos denominados “errores de refracción” son la miopía (“vista corta”), la


hipermetropía (“vista lejana”) y el astigmatismo. Aunque ahora nos referimos sólo a
los errores de refracción, tenemos presente que la agudeza visual también está
comprometida en todas las ambliopías que, en ese aspecto del mosaico que las
compone, deberían poseer la misma significación.
Parece, entonces, que podríamos concluir que la agudeza visual queda relacionada
con la definición. De ser efectivamente así, la capacidad inconciente de información
se manifestaría a la conciencia, desde un punto de vista físico, como funcionamien-
to sano de los órganos de la visión, que se expresa como agudeza y campo
visual normales, y desde un punto de vista histórico como “definición” y “perspi-
cacia”. Es decir que, en términos generales, quien goza de buena vista dispone,
a la vez, de una buena capacidad de definición y de perspicacia.

Podemos agregar, finalmente, que si el sentimiento de irresolución (perplejidad) resul-


ta intolerable para la conciencia, el desplazamiento en la clave de inervación llevaría
a que el proceso de descarga deforme la configuración del afecto, de manera que, al
hacerse conciente sin su significado emocional, adquiera las características de una
de las afecciones conocidas como errores de refracción.
BIBLIOGRAFÍA

COROMINAS, Joan (1961)


Breve diccionario etimológico de la Lengua Castellana, Gredos, Madrid, 1983.

CHIOZZA, Luis (1964)


El contenido “psicológico” de los trastornos hepáticos, Psicoanálisis de los trastornos
hepáticos, Biblioteca del CCMW, CIMP, Buenos Aires, 1984.

CHIOZZA, Luis (1983c)


La paradoja, la falacia y el malentendido como contrasentido de la interpretación
psicoanalítica, en Psicoanálisis: presente y futuro, Ed. CIMP, Bs.As., 1983

DAYEN, Eduardo (1994)


“Acerca de lo visual (primera aproximación)”, presentado en el CCMW, Buenos Aires,
1994.

MOLINER, María (1986)


Diccionario de uso del español, Gredos, Madrid, 1986.

SALVAT (1985)
Diccionario de Ciencias Médicas, 12a. Edición, Salvat, Barcelona, 1985.

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