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Mi padre apresuró el paso tomando las bolsas que más pudiese, le seguí con lo
mismo hasta llegar a la camioneta. Ya las alarmas sonaban a toda costa enunciando
la llegada de Héran, el tornado devastador. Metimos todo en el asiento trasero sin
pensar en cómo se encontraba, solo tiramos cada una de las bolsas tratando de
escapar del tornado.
Bajamos al refugio donde nos esperaba mis hermanos y sus esposas, mi madre
y mi abuelo. Aguardaban allí con unas calientes tazas de chocolate y unos cuantos
juegos de mesa. Aún había buen flujo de energía eléctrica, pero no duró mucho. A
eso de las seis ya estábamos a oscuras con la débil luz que emanaba una lámpara,
sin posibilidad de estar en nuestros celulares o ver las fichas de los juegos que allí
teníamos. Pasó un minuto, pasaron diez, y al cabo de una hora nadie se había
pronunciado tratando de encontrar la manera de distraernos, hasta que papá habló,
tomó un butaco y se sentó junto al abuelo. Dijo en voz alta que él no esperaría allí
sentado haciendo nada, así que pidió una historia, una de las historias del abuelo.
La mirada del abuelo barrió toda la habitación tratando de encontrar una mirada
que lo animará…y encontró la mía. Se incorporó, vio al piso por unos segundos
pensando en cuál sería la historia que nos contaría. Y al pasar de un rato…
- Tenía – dijo tratando de recordar – al menos veinte años cuando todo sucedió.
Recuerdo que para esos años las universidades aún tenían cedes reconocidas, yo
estudiaba medicina cuando la noticia de una epidemia en China corrió hacia cada
rincón del mundo buscando causar pánico y miedo por donde llegase. Fue muy
extraño, cosas que nunca antes habíamos visto comenzaron a verse en fenómenos
sociales poco comunes. La gente vació los mercados buscando provisiones para un
posible acuartelamiento que para el 2020 dejó de ser posibilidad y pasó a ser un
hecho. Los países cerraban sus fronteras, los establecimientos públicos dejaron de
frecuentarse, los pequeños emprendimientos fueron en declive y, en general, la
economía mundial. En verdad que aquel virus, llegado de la nada, ocasionó una
catástrofe masiva que no se había presenciado antes por ningún ser humano vivo
en aquel trágico año. Era joven, pasó hace muchos años, pero puedo asegurar que
cualquier persona que haya salido viva de lo sucedido, nunca olvidara lo que fue, y
lo que costo. Estuvimos un par de meses encerrados, no fue mucho, de cualquier
modo, me acompañaba su abuela, era perfecto, sí que lo fue. Buenos tiempos en
una mala época. Ella estudiaba economía en la misma universidad a la que yo
asistía. Hacíamos todo juntos y vimos pasar todo juntos. Allá afuera era un desastre,
la televisión, las redes sociales, todo mostraba una realidad que parecía ser ajena
a lo que su abuela y yo pasábamos. Todo era caos. Parecía que no solo las paredes
nos resguardaran, sino también las pantallas, pues mostraban todo lo malo que
trataba de asecharnos, pero, al mismo tiempo, mantenía todo ello dentro de su
amplio campo en la red y allí lo dejaba, o, al menos, eso creía yo. El tiempo pasó,
las cifras de muertes, contagios y recuperados, eran relativamente alentadoras, o
así lo vendían. El encierro era algo agotador, irónicamente agotador, cansaba,
aburría, pero sobretodo detenía, lo cual generó el estadillo. Así llame yo al ansía de
las personas por regresar a la normalidad, a lo que era antes, pero precisamente
fue esa ansía lo que impidió que el mundo superara la tragedia. Más infectados,
más muertes, y la vacuna aún no aparecía, las cosas empeoraban, pero pocos lo
vimos. Pasó un año, para su abuela y para mí, nada había cambiado, seguir el
tentador estallido solo pondría en riesgo lo que todos anhelábamos, y seguimos
resguardándonos. La política de la precaución y la caución se evaporó, se extinguió,
el pánico que tanto impacto en la sociedad ya había muerto en gran medida, e
incluso los gobiernos, bajo el falso amparo de “Las medidas de bioseguridad”,
propusieron reestablecer la normalidad fuese como fuese, reactivar la ec onomía de
cada nación. El tiempo transcurría, se percibía desaforado, sin salir de casa,
presentándose a clases virtuales, dormir, despertar, clases, dormir, despertar,
clases, todo desde casa y sin cambio alguno. Y así funcionó, por un tiempo. El miedo
había sido fulminado, el estadillo subió el ego del hombre al punto en que se creía
invencible, inmortal, cual venda, esa venda que cubre los ojos, que nubla toda vista,
que ciega, el hombre subió y subió hasta por fin caer en su perdición, aquella
perdición que el mismo había construido con cada olvido. Para mediados del 2023
el virus, que supuestamente había sido controlado, mutó a una amenaza mortal que
arriesgaba la mera existencia de la humanidad. La tasa de muertes alcanzó
números increíbles, los síntomas del nuevo virus disponían una enfermedad que
alteraba el sistema nervioso causando escalofríos complicados por la fiebre y gripa
ya conocidas, migraña severa que generaba insomnio y que en muchos casos
culminaba en locura. Al principio las muertes fueron consecuencia del contagio en
sí, los síntomas ya conocidos, como se llevaba ya luchando tres años antes, con la
diferencia que la capacidad de esparcimiento del virus estaba en aceleración
constante. Contagio tras contagio tras contagio. Y fue trágico, pero lo que vino
después fue peor. Después de unos meses los efectos que conllevaba portar el
virus desembocaban en la ya presentada locura. La causa de muerte que
acompañaba los demás síntomas era el suicidio, y, sin fortuna, afectando a terceros,
el asesinato. No era solo una aspiración a la esquizofrenia, a esto se le sumaban
todos los factores que implícitamente suscitaban la violencia, el ambiente social de
un peso poco llevadero. Era la muerta quien mantenía el control de todos los
campos. Afectación, afectación, afectación, el hombre tendía a buscar los caminos
que llevaban a su propia extinción. Y llegó el segundo estadillo, pero esta vez no
fue una explosión, no fue una granada de fragmentación, no, esta no explotaba
haciendo trizas su exterior, este estadillo implotó, quebró las estructuras internas,
de todo, de la sociedad, de los gobiernos, de la economía, del individuo, el
ciudadano, personas como ustedes y como yo, destruidas por dentro. Para el 2021
el estadillo fue la intervención de los agentes internos afectando los externos; en el
segundo estadillo, para el inicio del 2024, el estadillo fue la intervención de los
agentes externos sobre los internos; si alguna vez el planeta fue atacado, este fue
el desahogo de todo el daño que sobre este se cometió. El resguardo no era ya una
obligación, no había Estado alguno con el poder suficiente de hacer ley cualquiera
de sus palabras, la sociedad estaba destruida, no había diferencias, todos éramos
víctimas, europeos, latinos, negros, asiáticos, todos estábamos expuestos. Quizá
siempre lo estuvimos, en mismas condiciones, pero tenía que suceder una
catástrofe global para que el hombre viera lo pequeño que es – pausó.
Todos los ojos que ignoraban la envejecida voz del abuelo, ya no lo hacían. No
había expresión en nuestros rostros, la concentración entre nosotros dominaba el
ambiente, dominado por la historia de aquel hombre sentado en el cómodo sillón,
ese sillón, un simple sillón, que con cada palabra que del abuelo salía, parecía cada
vez más cómodo.
En ese momento el abuelo, ya con la mirada baja, se quitó los lentes y secó sus
lágrimas, mi padre puso su mano sobre la espalda de mi abuelo tratando de
consolar aquel dolor pasado, un dolor que aparenta haber sido superado pero que
en el fondo abre una herida que no puede ser sellada.
- La culpa, porque pensar que pude haber estado con él en su último respiro no
dejaba tranquila mi conciencia. Y vacío, porque no volvería a ver a mi padre, pero
aún más porque esa llamada pudo ser la última vez que hable con mi madre; vacío
porque había perdido a mi familia – calló por un momento volviéndose a poner los
lentes – Contarle a su abuela todo lo sucedido fue descorchar el dolor agrandando
su caudal cada vez más, agrandando y agrandando, día tras día. De largo y lento
proceso, superar sus muertes era una idea que no cabía en mi cabeza. La negué
días enteros, introvertiendome más en mi dolor, y no podía luchar contra ello. Su
abuela nunca se cansó de intentar sacarme de aquel dolor, pero cualquier intento
fue inútil, estaba perdido, y aún peor, estaba persuadido. Persuadido al punto de
considerar abandonarlo todo, cuidar de mi madre y hermana, estar con ellas en sus
últimos instantes de vida. Desearía que hoy contase ello como si solo se hubiesen
quedado en pensamientos, pero no fue así. No pasó más de un mes cuando había
decido emprender el viaje. Fue imposible convencerme de lo contrario, y aunque su
abuela trató sin cesar, no rindió frutos. El dolor guiaba mis pasos y estos apuntaban
fuera, apuntaban a muerte – con desánimo retomó – Me puse mi traje y empaqué
un poco de ropa en una mochila, estaba listo para perseguir mi muerte, frente a la
puerta, a unos centímetros de la manija, algo me detuvo: la despedida. Sabía que
mis acciones determinarían el destino en el que mi amada y yo terminaríamos, y
voltee lentamente, fije mis ojos en los suyos, vi la tristeza que emanaban. No me
contuve y me acerque a darle lo que podía ser nuestro último abrazo, el ultimo toque
de su cuerpo contra el mío. Susurré a su oído lo mucho que la amaba y partí. No
creo encontrar otra decisión de la cual me arrepienta más en toda mi vida que haber
dejado esos muros – suspiró – Después de unos días, unos cuantos vehículos
públicos haber tomado y unas cuantas millas haber caminado, llegue a mi destino.
Nadie me esperaba, fue toda una sorpresa, precisa, imprudente, pero justa, pues
mi madre y hermana no estuvieron solas en sus últimos latidos, en sus últimas
comidas, en sus últimos instantes, estuve yo con ellas, en todo momento. Tan solo
un mes, un mes fue la oportunidad que tuve de haber redimido mi culpa y vacío. Mi
madre falleció un lunes en la mañana, 2 de agosto del 2027, y mi hermana le
procedió un jueves en la tarde, 5 de agosto del 2027, tenía tan solo veintitrés años
y la alcanzó el síntoma de la locura. Y aquí podría culminar con la historia – dijo con
movimientos toscos llenos de nerviosismo y tristeza.
Por segunda vez mi abuelo barrió con su mirada toda la habitación, tratando de
buscar quien contradecía esto, pero nadie se pronunció. Se acomodó nuevamente
en su cómodo sillón, y después de unos segundos, prosiguió.
- Ya no importa – dijo mi padre captando por los gestos de mi abuelo como una
historia finalizada – Jule, mi madre, nos abandonó cuando tan solo tenía cuatro años
¿Qué ha de importar el resto?
- Esa ha sido la historia por mucho tiempo – dijo suavemente mi abuelo
continuando con sus sospechosas expresiones. Su rostro no tenía expresión alguna
y su vista se fijaba en la nada – pero no es así – dijo poniendo su mirada en el rostro
de papá.
- ¿De qué hablas papá? – dijo mi padre con curiosa preocupación.
Nota:
Con el pasar del tiempo la vacuna nunca llegó a ser masificada. Tiempo
después, para mediados del 2029, se descubrió que todo fue una vil farsa que
tenía como objeto utilizar a la misma masa para controlar de sí misma. Los
diversos movimientos revolucionarios permitieron que para enero del 2032 se
llevara a vigor practica “La Reforma Política Mundial”, que finalmente, en manos
de los avances científicos logró adaptar una normalidad llevadera, que para el
2071, año en que el abuelo contó su historia en aquel refugio, en ese cómodo
sillón, ya cubría todo lo necesario para que pudiesen gozar de una buena vida, de
una vida sin culpa ni vacío.