JORGE LUIS BORGES
OBRAS COMPLETAS
1975 - 1988
ES
Emecé Editores
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9 de abril de 1937
EDUARDO GUTIERREZ,
ESCRITOR REALISTA (E]
Descartada la guerra con Espafia, cabe afirmar que las dos tareas
capitales de Buenos Aires fueron la guerra sin cuartel con el gaucho
y la apoteosis literaria del gaucho. Setenta despiadados afios duré esa
guerra. La encendieron, en los campos quebrados del Uruguay, los
hombres de Artigas. All the sad variety of Hell, toda la triste variedad
del infierno, cabe en su evolucién. Laprida es ultimado en el Pilar y
su muerte es oscura; Mariano Acha es decapitado en Angaco; la ca-
beza de Rauch pende del arzén de un caballo en las pampas del sur;
Estomba, enloquecido por el desierto, teje y desteje con: sus tropas
hambrientas un insensato laberinto de marchas; Lavalle, hastiado,
muere en el patio de una casa en Jujuy. Buenos Aires les concede un
bronce, una calle, y los olvida. Buenos Aires prefiere pensar en un mi-
to cuyo nombre es el gaucho. La vigilia y los suefios de Buenos Aires
{Qué aporte peculiar el de Gutiérrez en la formacién de ese cul-
to? El primer tomo de la Literatura argentina de Rojas casi no le re-
conoce otro mérito que el de ser “la personalidad que eslabona el ci-
clo épico de Hernandez, o sea la tradicién de los gauchescos en verso,
con el nuevo ciclo de los gauchos en la novela y el teatro”.
Luego ire upuatialdad dl modsadoalaiohorzade,
color, la vulgaridad del movimiento y, sobre todo, la trivialidad del
roe y deplora, en el mismo dialecto pictérico y pintoresco, “que
; canis del modelo, y un exceso de realismo en la perspectiva, uni-
a eee de ns ae le impidiesen dejarnos en sus vigorosas
turales verdaderas las, di F
SehGiiet he novelas, dignas de ese nombre por el ar
“por el noble hij jetta”
“un bello ex, a del desierto”, saluda de paso a su hermano Carlos,
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fartin co y anota que “la influencia del
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ralelismo de ambas creaciones” gal ‘cos es evidente en el pa
El tiltimo rasgo ee
tin Fierro habla tidigtolaad Mine ee
Oportunidad de otros gauchos no menos
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acosados y cuchilleros. Gutiérrez se encargé de suministrarlos. Sus
novelas, ahora, pueden parecer un infinito juego de variaciones sobre
Jos dos temas de Hernandez “pelea de Martin Fierro con la partida”
y “pelea de Martin Fierro y de un negro”. Cuando se publicaron, sin
embargo, nadie imaginé que esos temas fueran privativos de Her
‘Ademés, ciertas peleas de Gutiérrez son admirables. Recuerdo una,
Me os GTA terecsie
se me han borrado; queda la escena, A pufialadas pelean dos paisanos
en una esquina de una calle en Navarro. Ante los hachazos del otro,
uno de los dos retrocede. Paso a paso, callados, aborreciéndose, pe-
Jean toda la cuadra. En la otra esquina, el primero hace espalda en la
pared rosada del almacén. Ahi el otro, lo mata. Un sargento de la po-
licfa provincial ha visto ese duelo. El paisano, desde el caballo, le rue-
ga que le alcance el facén que se le ha olvidado. El sargento, humilde,
tiene que forcejear para arrancarlo del vientre muerto... Descontada
la bravata final, que es como una rubrica inutil, no es memorable esa
invencién de una pelea caminada y callada? ;No parece imaginada pa-
rael cinematégrafo?
recomendar o prestar. Prefiero una que es casi desconocida y que de-
bié de desconcertar vagamente a su honesta clientela de compadri-
tos, tan veneradores del gaucho. Hablo de la sincera biograffa de Gui-
llermo Hoyo, cuchillero que fue de San Nicolés, alias Hormiga Negra.
Quienes no se dejen desalentar por la incivilidad del estilo (que har-
to merece todas las reprobaciones de Rojas) percibirdn en esa novela
el satisfactorio, el no usado, el ca
todas las ulteriores novelas gauchas, sin excluir a las otras de Gutié-
trez y al Don Segundo Sombra.
Lo cierto es que de todos los gauchos malos en que nuestras le-
tras abundan, ninguno me parece tan real como el hosco muchacho
atravesado Guillermo Hoyo, que vistea por broma con su padre y aca-
ba por marcarle una pufialada, que es el orgullo de éste. Moreira, en
has paginas de Gutiérrez, es un lujoso personaje de Byron que dispen-
sa con pareja solemnidad la muerte y la l4grima; Hormiga Negra es
el muchachuelo perverso que empieza por golpear a una vieja y que
fa amenaza de muerte “la primera vez que usté se limpie las manos 0
dl arreador en el cuerpo de su hija, que es cosa mia”. Luego se va en-
Viciando en el crimen, en el gratuito goce fisico de matar.
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En su enconada historia hay capitulos que no olvidaré: Por ejer
plo, su pelea con el guapo santafecino Filemén Albornoz, pelea aie
os dos casi rehtiyen y a la que los empuja su fama. j
Sarmiento, en el Facundo, compone una acusacién; Hernéndey,
en el Martin Fierro, un alegato: Giiiraldes, en el Don Segundo Som,
bra, un acto de fe...
‘A Gutiérrez le basta mostrar un hombre, le basta “darnos la certi-
dumbre de un hombre”, para decirlo con las palabras duraderas de
Hamlet. No sé si el “verdadero” Guillermo Hoyo fue el hombre de via-
raza y de pufialada que describe Gutiérrez; sé que el Guillermo Hoyo
de Gutiérrez es verdadero. He interrogado: ;Qué aporte peculiar el de
Gutiérrez en el mito del gaucho? Acaso puedo contestar: Refutarlo.
Eduardo Gutiérrez (cuya mano escribié treinta y un libros) ha
muerto, quizd definitivamente. Ya las obras “del renombrado autor
argentino” ralean en los quioscos de la calle Brasil o de Leandro Alem.
Ya no le quedan otros simulacros de vida que alguna tesis de docto-
rado 0 que un articulo como este que escribo: también, modos de
muerte.
Inutil pretender que perdura en el corazén de su pueblo. Acaso
su epitafio més firme sea esta nota marginal de Lugones, que es del
afio 1911; “.. aquel ingenioso Eduardo Gutiérrez, especie de Ponson
du Terrail de nuestro folletin, mordiente como una chaira para sacat
filo de epigrama a lo ridfculo, a crédito ilimitado con la jovialidad,
musa, entonces, de las gacetas portefias; y, en medio de todo, el tini-
co novelista nato que haya producido el pais, si bien malgastado por
nuestra eterna dilapidacién de talento”,
Eduardo Gutiérrez, autor de folletines lacrimosos y ensangrenta-
aaa: de sus afios a novelar el gaucho segtin las exi-
eas asc oa, a oor portefios. Un dfa, fatigado -
luego, una obra fog Su cote Hormniga Negra. 7 re
- Su prosa es de una incomparable trivialidad.
La sal: 5 ‘
Se ee ihe aie un hecho que la inmortalidad suele preferit:
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