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El ecumenismo es un todo.
Nos referimos al don de la unidad como acción del Espíritu, y a la cooperación humana
que se desarrolla a través del acercamiento espiritual de unas Iglesias a otras; y a las
mediaciones institucionales en orden a la preparación y recepción del don del Espíritu.
El don del Espíritu. La Iglesia es una «comunión», una comunidad de personas, una
«koinonía»
La unidad que se atribuye a la Iglesia tiene un principio que es el Espíritu Santo. Porque
hay un solo Espíritu, podemos afirmar que hay una sola Iglesia. Pablo dirá en una de
sus cartas: «Todos fuimos bautizados en un solo Espíritu para poder formar un solo
cuerpo» (1 Cor 12, 13; Ef 4, 4).
Tolerancia respetuosa ante las otras Iglesias es el preámbulo necesario para que
desaparezcan los sectarismos y las seculares incomprensiones, dejando el camino libre
para que actúe el Espíritu. Sin tolerancia, no habrá don del Espíritu.
No hay Iglesia sin misión. La Iglesia, más que tener misiones, es misión. El don del
Espíritu mueve a las Iglesias a trabajar juntas en aquello que es esencial: la
evangelización y el testimonio común
En la misión se trata de sentirse enviadas juntas para proclamar la única buena noticia
y para dar testimonio del reino predicado por Jesús.
La plegaria junto a los otros.
La plegaria realizada junto a los otros cristianos con objeto de descubrir y hacer visible
el don de la unidad.
Se trata, en primer lugar, de que la oración pueda ser compartida por todos los
creyentes en Cristo y por sus respectivas comunidades. Oración hecha desde «lugares
comunes» y desde «espacios compartidos», pues sólo así los discípulos podrán
presentarse como testigos creíbles de la buena noticia de Jesús.
«Hacer suya» la plegaria de Jesucristo induce al cristiano, por una parte, al sentimiento
de arrepentimiento.
Invita, a nuevos enfoques y planteamientos de todas las cosas para rehacerlas según el
plan de Dios.
Para los cristianos, «los hechos y dichos» de Jesús no son cosa del pasado. Su historia
no es una historia acabada, sino que, en la fe, sus hechos y dichos se hacen
contemporáneos. Por eso Jesús no sólo es el maestro que edifica con su ejemplo y
enseña con su palabra, es el mesías que da vida y «v ida en abundancia» (Jn 10, 10).