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EL DON DEL ESPÍRITU Y LAS INSTITUCIONES ECUMÉNICAS

El ecumenismo es un todo.

Nos referimos al don de la unidad como acción del Espíritu, y a la cooperación humana
que se desarrolla a través del acercamiento espiritual de unas Iglesias a otras; y a las
mediaciones institucionales en orden a la preparación y recepción del don del Espíritu.

Dos apartados vertebran este capítulo:

1. El don del Espíritu manifestado en el acercamiento de Iglesias e individuos a través


de la tolerancia mutua, de la misión y de la plegaria común.

2. Las instituciones ecuménicas que ayudan a preparar el don de la unidad.

El don del Espíritu. La Iglesia es una «comunión», una comunidad de personas, una
«koinonía»

La unidad que se atribuye a la Iglesia tiene un principio que es el Espíritu Santo. Porque
hay un solo Espíritu, podemos afirmar que hay una sola Iglesia. Pablo dirá en una de
sus cartas: «Todos fuimos bautizados en un solo Espíritu para poder formar un solo
cuerpo» (1 Cor 12, 13; Ef 4, 4).

Diversidad de dones, pero el Espíritu es el mismo.

La tolerancia ante los otros.

Las reformas se desarrollan desde la intolerancia.

Tolerancia respetuosa ante las otras Iglesias es el preámbulo necesario para que
desaparezcan los sectarismos y las seculares incomprensiones, dejando el camino libre
para que actúe el Espíritu. Sin tolerancia, no habrá don del Espíritu.

La tolerancia en el fondo es una actitud eclesial, no sectaria; es un posicionamiento


que nace de la conviccion de que la verdad nos posee y que, nosotros, las Iglesias, no
somos dueños, sino servidores de la verdad que a todos sobrepasa.

La misión con los otros

No hay Iglesia sin misión. La Iglesia, más que tener misiones, es misión. El don del
Espíritu mueve a las Iglesias a trabajar juntas en aquello que es esencial: la
evangelización y el testimonio común

En la misión se trata de sentirse enviadas juntas para proclamar la única buena noticia
y para dar testimonio del reino predicado por Jesús.
La plegaria junto a los otros.

La plegaria realizada junto a los otros cristianos con objeto de descubrir y hacer visible
el don de la unidad.

El problema exige la investigación, el análisis arduo, el método correcto, el


planteamiento acertado.

El misterio, por el contrario, invita sobre todo a la comunión, a la entrada en él no a


través del análisis minucioso y científico, sino por medio de la actitud de apertura
confiada para dejarse inpregnar por lo que nos trasciende. Ambas aproximaciones a la
realidad no se excluyen, pero ciertamente no se confunden.

Una plegaría universal.

Se trata, en primer lugar, de que la oración pueda ser compartida por todos los
creyentes en Cristo y por sus respectivas comunidades. Oración hecha desde «lugares
comunes» y desde «espacios compartidos», pues sólo así los discípulos podrán
presentarse como testigos creíbles de la buena noticia de Jesús.

Una plegaria contemplativa.

La plegaria ecuménica es contemplativa, Todo lo que los cristianos pueden hacer al


nivel del misterio de la oración es «hacer suya» la plegaria de Jesucristo.

«Hacer suya» la plegaria de Jesucristo induce al cristiano, por una parte, al sentimiento
de arrepentimiento.

La plegaria de Jesucristo invita a la confianza y a la espera atenta y gozosa del


cumplimiento de una voluntad que no puede fallar.

Una plegaria eficaz.

Invita, a nuevos enfoques y planteamientos de todas las cosas para rehacerlas según el
plan de Dios.

Para los cristianos, «los hechos y dichos» de Jesús no son cosa del pasado. Su historia
no es una historia acabada, sino que, en la fe, sus hechos y dichos se hacen
contemporáneos. Por eso Jesús no sólo es el maestro que edifica con su ejemplo y
enseña con su palabra, es el mesías que da vida y «v ida en abundancia» (Jn 10, 10).

La eficiencia de la vida entera de Jesús reside la base de la teología sacramental.


Las instituciones ecuménicas

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