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de los temas que puede encontrar en este libro. Las preguntas que se incluyen en
este extracto son:
1. ¿Por qué calificar al Tribunal Constitucional de “trampa”?
2. Si el problema son las trampas constitucionales, ¿no podría solucionarse el
problema solo eliminando esas trampas, sin necesidad de una nueva
Constitución?
3. ¿Qué relación hay entre la crisis política actual y la Constitución?
4. ¿Qué tiene que ver la nueva Constitución con las demandas sociales que
caracterizan al movimiento del 18 de octubre?
TRIBUNAL CONSTITUCIONAL
Esta pregunta tiene dos respuestas: la primera es que como la Constitución solo
puede ser modificada por un quórum exageradamente alto, tal que si esa exigencia
no se cumple el texto vigente continuará, no es posible mediante reformas eliminar
las trampas que están vivas. Pueden, por cierto, eliminarse las que ya se han
gastado, como el artículo 8° en 1989, los senadores designados en 2005 y el
sistema binominal en 2015. Es que las trampas cuando están vivas tienen el sentido
preciso de dar a la derecha un poder inmune a los resultados electorales, pero solo
pueden ser eliminadas con el acuerdo de la derecha. Esto implica que, mientras
ellas afecten de verdad la distribución del poder, no habrá “grandes acuerdos” para
modificarlas.
Por último, es importante dar cuenta de la magnitud del problema de legitimidad que
viven las instituciones chilenas, incluyendo todas sus instancias de representación
política, lo que se manifestó en el “estallido” del 18 de octubre. Gran parte de la
ciudadanía ya no confía en el Congreso ni en los partidos políticos, mientras la
Presidencia de la República ha vivido un proceso de deslegitimación que ha
devenido extremo en la presidencia de Piñera. Sin que los ciudadanos acepten el
poder que es ejercido por sus representantes, las instituciones simplemente no
funcionan o funcionan mal. Y ello tiene consecuencias reales, como muestran los
hechos dramáticos post-18 de octubre. Dada la magnitud de la crisis, terminar de a
poco con las patologías que afectan al sistema político chileno ya no es una opción,
y se requiere de un proceso de reinversión en legitimidad. Eso es un proceso
constituyente.
La forma en que esto será visto por el ciudadano será diversa según el caso: a
veces, observará que la política simplemente ignorará el contenido político de una
demanda (como lo ha hecho por 30 años con la demanda de reconocimiento del
pueblo mapuche, con todo el daño que esa indiferencia ha causado en términos de
la agudización del conflicto); otras veces, notará que estas demandas de
transformación son distorsionadas, porque son tratadas como si fueran solo
demandas por lo que la política binominal aprendió a llamar “perfeccionamientos”.
El movimiento social, (luego de la experiencia de 2006) empezó a distanciarse de la
institucionalidad política, en lo que significaba una crisis de legitimidad para ésta. Esta
crisis se hizo sentir en el movimiento de 2011, que ya había aprendido a no esperar nada de
las decisiones institucionales.
Junto con la incapacidad para procesar con eficacia las demandas sociales de
transformación, el ciudadano puede observar otra cosa: la política es incapaz de
evitar el abuso. Es que se trata de una política débil, por neutralizada. Y una política
débil es incapaz de enfrentarse a poderes fácticos poderosos, el principal de los
cuales es hoy el poder económico. Esto quiere decir que ella solo puede hacer lo
que el poder económico está dispuesto a aceptar, como lo terminó de mostrar el
caso SERNAC: el poder económico estuvo dispuesto a aceptar un SERNAC débil,
que pueda dar poca protección al consumidor frente al abuso de las empresas, pero
no uno fuerte, capaz de proteger al consumidor con eficacia. Lo muestra también el
hecho de que las ISAPREs lleven más de una década siendo condenadas en más
de un millón de juicios porque suben sus planes en violación de los derechos
constitucionales de sus afiliados, ante la indiferencia del legislador; y también lo
muestra el hecho de que la política institucional no puede tomarse en serio la
posibilidad de un sistema de pensiones sin AFP, pese a que cientos de miles de
personas marchen contra ellas. Lo que resulta de todo esto, desde la perspectiva
del ciudadano, es claro: la política es un instrumento del poder económico o, peor
aún, la política está coludida con el poder económico en perjuicio del ciudadano.
Esto ha agudizado la crisis de legitimación que sufre la política institucional,
llegando a la situación actual en que esa deslegitimación es tan aguda que el solo
hecho, por ejemplo, de que el Acuerdo del 15 de noviembre haya sido acordado por
los partidos políticos lo hace sospechoso frente a la ciudadanía.
Pregunta 22 ¿Qué tiene que ver la nueva Constitución con las demandas sociales
que caracterizan al movimiento del 18 de octubre?
“La nueva Constitución”, se dice, “no tiene relación con las demandas que han
surgido desde el 18 de octubre”, que se refieren a cuestiones de rango legal.
Sin embargo, que algo sea de rango legal no implica que no tenga una dimensión
constitucional en la Constitución tramposa (véase Pregunta 17). Y en todo caso, la
que hoy es la más visible de las trampas constitucionales, el Tribunal Constitucional
(véase Pregunta 16) ha operado intensamente para neutralizar los intentos de
proteger a los ciudadanos del abuso.
En efecto, fue inconstitucional el fondo solidario del AUGE; cambiar la definición de
empresa para enfrentar el abuso del multirut; la titularidad sindical; fortalecer al
SERNAC para proteger eficazmente al consumidor; que las entidades privadas con
convenios con el Estado debieran dar a las mujeres las prestaciones médicas lícitas
que requirieran; prohibir a las empresas controlar universidades privadas, etc. En
todos estos casos se buscaba enfrentar diversas formas de abuso en perjuicio de
poderes fácticos, pero la Constitución estuvo del lado de estos últimos, no de los
ciudadanos.
Si de lo que se trata es de una transformación del modelo neoliberal, es necesaria una
cultura política nueva. Solo una nueva Constitución puede aspirar a eso.