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El Amanecer de Ricardo Rojas
El Amanecer de Ricardo Rojas
No es, por tanto, una novela de suspense. Desde el principio sabemos (casi) todo lo que va a ocurrir y Rojas
lo que quiere es invitarnos a reflexionar sobre la pérdida de la libertad.
Es una novela dentro de la larga tradición de la literatura utópica. La que arranca con La República de Platón,
pasa por la Utopía de Moro y llega a la Rebelión de Atlas de Ayn Rand, hasta el punto de que Rojas afirma
que El amanecer es una adaptación argentina de la Rebelión de Atlas, lo que facilita la lectura de la novela a
los hispanoamericanos. Así el Buenos Aires de la novela podía ser Guatemala sin gran dificultad.
El Amanecer está bien escrito, los personajes son veraces, pero al mismo tiempo es un texto duro. No busca
el favor del lector si no que trata de provocarlo.
Para ello, se basa en tres ejes que se desarrollan en paralelo. Por un lado, la revolución colectivista. El
proceso analizado por Rojas no se aleja mucho de los movimientos revolucionarios más conocidos: de la
Revolución Francesa de 1789 a la toma del poder por Chávez en Venezuela. Las legítimas reivindicaciones
de libertad terminan en una dictadura que, en nombre del bien social, instaura un poder totalitario. Hasta aquí,
la novela de Rojas es indiscutible. La pérdida de libertad es un proceso que se puede medir día a día hasta
llegar a la tiranía.
Arranca entonces el segundo eje de la historia: la solución utópica, el archipiélago de la Libertad, que uno de
los protagonistas, Juan Adams, descubre en el Atlántico Sur. Allí huyen los enemigos del régimen totalitario
que se está imponiendo en Argentina. Podía ser una metáfora del exilio que suele acompañar la imposición
de las dictaduras. Pero no se trata de una metáfora, sino todo un proyecto alternativo al régimen colectivista.
Y, aquí, Rojas se muestra más débil. Como ya ocurriera con Rand, la idea es atractiva, pero pobremente
desarrollada. No entraremos en el hecho de que además de los exiliados, los regímenes totalitarios también
han de enfrentarse a una resistencia interior, menos vistosa, pero, a la larga, la razón de que estos regímenes
se hundan. Rojas elimina esa resistencia para darle todo el protagonismo a sus viajeros hacia una nueva
forma de libertad.
Esa nueva forma, como decimos, es la parte donde flaquea el Amanecer, pese a sustentarse sobre todo el
fundamento filosófico objetivista, que es el tercer eje de la narración. Para los conocedores de los principios
de Ayn Rand, nada nuevo anuncia Rojas, salvo que lo hace con ejemplos que pueden ser más didácticos. Los
seres humanos no son una masa difusa sino una suma de individualidades. Cada uno de esos individuos se
desarrolla a partir de su capacidad racional, centrada en la habilidad para reconocer la realidad y saber
sacarle provecho a través de la producción industrial, de la creación artística… Ser capaz de explicar y
defender los derechos que cada individuo posee como persona no tiene mayor dificultad cuando se utiliza esa
racionalidad: libertad de ser, de poseer, de producir.
Sin embargo, el hecho de que las personas somos seres sociales (esto lo afirmo yo, no Rojas), hace que el
problema llega cuando se ha de hablar de derechos individuales dentro de esas relaciones sociales. Ahí,
Rojas pasa de puntillas. En su archipiélago utópico, se llega a crear una constitución que defiende los
derechos individuales, haciendo que cualquier administrador de los individuos libres asociados no pueda
coartar dichos derechos. Pero el conflicto no se puede reducir a administrador-administrado, como si las
personas sólo nos peleásemos contra el Estado (contra sus funcionarios). Más en una sociedad donde no
habría Estado. Cómo resolver un problema de lindes, de derechos de paso, de uso de las aguas de un río que
discurre por dos propiedades privadas consecutivas… Ahí es donde realmente una sociedad libertaria se
expresa. No sólo en la defensa del individuo, sino en la forma de resolver los problemas entre individuos.
Pero hay un problema mayor. Rojas considera que la visión racional de las personas les llevará a aceptar una
realidad única donde se hallará la solución. Pero la realidad de Rojas puede ser errónea. Un ejemplo rápido:
su forma de ver el arte y, sobre todo, el Renacimiento italiano de los siglos XV-XVI como un periodo de
resurgimiento del hombre como protagonista del mundo, frente a las tinieblas apegadas a la religión de la
Edad Media. Esto es un cliché, repetido por muchos historiadores desde el siglo XIX, que no es cierto. Ni el
hombre había perdido protagonismo en la Edad Media, Tomás de Aquino recuperó a Aristóteles en el siglo
XIII, el filósofo más “humanista” del mundo clásico; ni los siglos XV y XVI son ese mundo antirreligioso que
nos venden. La lucha inicial entre los Papas y los concilios, en el XV, y, más tarde, entre reformados y
contrarreformados, en el XVI, pusieron el debate religioso en el centro de la sociedad como no había estado
antes.