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Capítulo 1

El Pensar Bien y Mal


"Mas ¿qué dice? Cerca de ti está la palabra, en tu boca
y en tu corazón. Esta es la palabra de fe que predicamos:
que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y
creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los
muertos, serás salvo. Porque con el corazón se cree para
justicia, pero con la boca se confiesa para salvación."
Romanos 10:8-10

Lo que nosotros pensamos determina nuestra creencia.


Si pensamos mal, creemos mal. La Palabra de Dios nos
es dada para corregir nuestro modo de pensar.
Si nuestra creencia es errónea, nuestra confesión lo será
también. Es decir, nuestras palabras serán erróneas como
resultado de nuestra manera de pensar.
Jesús dijo en Marcos 11:23: "porque de cierto os digo
que cualquiera que dijere a este monte: Quítate y échate
en el mar, y no dudare en su corazón, sino creyere que
será hecho lo que dice, lo que diga le será hecho."
Solemos hablar mucho del creer, pero no hablamos tanto
del decir. Claro es que no podremos hablar
correctamente hasta que pensemos correctamente.
Nuestro pensar tiene que estar de acuerdo con la Palabra
de Dios, porque no podemos creer más que lo que
sabemos de Su Palabra.
Muchos siguiendo la religión metafísica basada en la
ciencia de la mente, causan confusión porque creen que
el hombre es nada más que un ser mental y físico. Pero
el hombre es más que esto: es también un ser espiritual.
Los que sostienen aquel punto de vista han hecho tanto
de la mente que los del Evangelio Completo temen usar
esa palabra. Sin embargo, la Palabra de Dios, tiene
mucho que decir de la mente.
La Biblia dice: "Fíate de Jehová de todo tu corazón, y
no te apoyes en tu propia prudencia" (Proverbios 3:5).
La Biblia dice: "Derribando argumentos y toda altivez
que se levanta contra el conocimiento de Dios, y
llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a
Cristo" (II Corintios 10:5). La Palabra de Dios también
dice: "No os conforméis a este siglo, sino transformaos
por medio de la renovación de vuestro entendimiento,
para que comprobéis cual sea la buena voluntad de Dios,
agradable y perfecta" (Romanos 12:2). La Palabra
entendimiento viene de la misma palabra griega escrita
en Efesios 4:23, "Y renovaos en el espíritu de vuestra
mente."
El estudio de la Palabra de Dios renueva la mente. Le
enseña a "tener la mente de Cristo”. Únicamente se
puede tener la mente de Cristo estudiando Su Palabra,
creyéndola en el corazón y haciendo lo que ella dice. La
Palabra de Dios también nos enseña a pensar en "todo lo
bueno, lo puro y lo honesto, si hay virtud alguna." La
Palabra de Dios sí, tiene mucho que decir acerca de la
mente.
Debemos darnos cuenta de que los pensamientos
pueden llegar a nuestra mente de dos fuentes distintas.
Los pensamientos que se presentan a nuestra mente no
siempre tienen su origen allí. Desde afuera el diablo pone
en nuestra mente muchos pensamientos. Algunos
pensamientos vienen de afuera; y también hay los que
vienen de adentro de nuestro espíritu, que son de Dios.
Si permanecemos en comunión con el Señor mediante la
oración, la meditación, y el estudio de Su Palabra,
aprenderemos a determinar de dónde vienen estos
pensamientos. Naturalmente, los pensamientos malos
son del diablo. Dios es amor, y el amor no piensa nada
malo, no oye nada malo, ni ve nada malo.
No se puede gozar de las cosas espirituales de Dios y a
la vez hablar tonterías y participar en los placeres de este
mundo, por inocentes que parezcan. Por la palabra
"placer" quiero decir esa necesidad que algunos sienten
de tener escapadas para divertirse cada semana o varias
veces al mes. Pero la Palabra declara que él es la paz de
nuestra mente, nuestra fuerza, nuestra alegría y nuestro
consuelo. Muchos suelen usar toda clase de excusas al
hacer estas cosas inútiles, pero la verdad es que toman
placer en ellas. En las cosas espirituales, es todo o nada.
No debemos permitir que los placeres ocupen todas
nuestras horas libres.
Cuando uno se refiere a la parte de las Sagradas
Escrituras que trata de la mente, hay muchos que no la
entienden. Si uno se refiere a la parte que trata del creer,
hay muchos que creen tenerla. (Y pueden tenerla en la
mente sin tenerla en el corazón.) Si se habla del "pensar,"
casi todo lo que muchos pueden creer es el lado negativo.
Hay dos lados del asunto, el negativo y el positivo. El
lado positivo es el más importante. El lado negativo de
cualquier cosa tiene su lugar, pero no es el más
importante.
Cuando se menciona la palabra "confesión," la mayoría
piensa en confesar sus pecados, sus debilidades, o sus
fracasos. La Biblia dice:
"Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para
perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda
maldad" (1 Juan 1:9). Pero la Palabra de Dios tiene
mucho más que decimos del lado positivo que del lado
negativo. Si la gente se diera cuenta de esto, una gran
diferencia ocurriría en su vida y en su pensar; pero casi
no han oído más que el lado negativo, y como resultado
han empleado sólo lo negativo: "Tú no harás esto ni
aquello."
Por ejemplo, la Biblia dice: "Si confesares con tu boca
que Jesús es el Señor...”. Esta no es la confesión de
pecado, ni es la confesión de debilidad. Es la confesión
de lo que El es. ..... y creyeres en tu corazón que Dios le
levantó de los muertos, serás salvo. Porque con el
corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa
para salvación." Esta no es una confesión negativa. Es
una confesión positiva.
El Cristianismo ha sido llamado la Gran Confesión.
Hebreos 3:1 dice:"Considerad al apóstol y sumo
sacerdote de nuestra profesión." (Algunas Biblias dicen
en el margen “confesión”).
A estas alturas nos ayudara el definir la palabra
"confesión." Primero, es afirmar algo que creemos;
segundo, es declarar algo que sabemos; tercero, es
testificar de una verdad que hemos abrazado. Por lo tanto
se puede ver que la confesión tiene gran importancia en
el Cristianismo porque es la afirmación de algo que
creemos, la declaración de algo que sabemos, y el
testimonio de una verdad que hemos abrazado.
Es necesario, como advierte Hebreos 4:14, que
retengamos nuestra confesión. Hay que confesar
continuamente que hemos sido redimidos del dominio de
Satanás y que él ya no nos oprime con el miedo a la
condenación o a las enfermedades. Tenemos que
mantener firme nuestra confesión, porque nuestra
confesión es la derrota del diablo. Hace casi dos mil años
Jesús derrotó a Satanás en el Calvario, pero lo que El nos
hizo legalmente tiene que hacerse una realidad viva y
vital en nuestra vida. El lado experimental de ella es el
lado vital, y jamás entenderemos bien la Palabra de Dios
hasta ver claramente los dos distintos aspectos de nuestra
redención: El aspecto legal y el aspecto vital.
Solemos rogar: "Dios, salva a este hombre" o "cura a
esa mujer." Pero sabemos que en la mente de Dios, ya
los ha curado y los ha salvado. En otras palabras, "Dios
estaba en Cristo reconciliando al mundo a Sí Mismo."
Jesús no tiene que morir de nuevo para salvar a nadie.
Ya lo ha hecho, ¿no es verdad? No derramará más Su
sangre. Legalmente, Dios ya lo ha hecho.
Si se trata del aspecto legal de la redención y se predica
únicamente de él, la gente no experimentará nada en su
vida. Esa es la gran dificultad con muchas iglesias
denominacionales. Si se examinan las cosas predicadas,
son legalmente la verdad. Pero el hombre se ha vuelto
frío, muerto, y formal porque no ha predicado más que
un lado de la redención, el lado legal, y no ha llegado a
ser una realidad vital en su vida.
Al contrario, si se predica sólo el lado vital, el lado de
la experiencia, desvaríos, fanaticismo y radicalismo
serán su resultado. Tiene que haber un equilibrio entre
los dos para que se pueda gozar vitalmente de todo lo
que Dios ha provisto legalmente.
Si uno predica de la experiencia solamente, la gente
buscará la experiencia aparte de la Palabra de Dios. Lo
que el Señor nos ha comprado, hecho y provisto
legalmente, se verifica en nuestra experiencia al creer de
corazón la Palabra de Dios y al confesar con nuestra boca
que es la verdad, que es nuestra.
Por ejemplo, uno puede ver eso en la salvación cuando
Pablo, escribiendo a los creyentes de Roma, dice: "La
Palabra de fe que predicamos." Esto no se puede ver en
el Antiguo Testamento porque aquella gente no tuvo la
experiencia que nosotros tenemos. No pudieron entender
ni siquiera lo que habían profetizado. Tampoco podemos
verlo en los cuatro Evangelios porque lo que Jesús vino
a traernos no estaba disponible en aquel entonces. Él
perdonaba los pecados, pero nosotros tenemos más que
el perdón de los pecados; somos hechos criaturas nuevas.
Todo eso no se nos hizo alcanzable hasta que Jesús
murió, fue levantado de los muertos, y sentado a la
diestra de Su Padre. El nuevo pacto no fue vigente hasta
que el sumo sacerdocio del Nuevo Testamento empezó
a funcionar. Jesús es el Sumo Sacerdote del Nuevo
Testamento.
Para algunos es difícil comprender algunas cosas
porque han creído que éstas reglan mientras Jesús estaba
aquí en la tierra. Pero dichas cosas no estaban en vigor.
Algunos hombres en la tierra, sí tuvieron el poder para
perdonar los pecados, pero nosotros tenemos más que el
mero perdón de pecados. Somos hechos criaturas nuevas
en Cristo Jesús. Hemos nacido de nuevo.
Si una persona nacida de nuevo peca, "Si confesamos
nuestros pecados, Él es fiel y justo para perdonar
nuestros pecados." No se nace de nuevo repetidas veces.
El hombre nace de nuevo solamente una vez. Pero,
gracias a Dios, puede ser perdonado de sus pecados
muchas veces.
Hebreos 10:23 declara: "Mantengamos firme, sin
fluctuar, la profesión (confesión) de nuestra esperanza
(porque fiel es el que prometió)." Aquí está otro
versículo en Hebreos que nos dice que mantengamos
firme la confesión de nuestra fe.
Es menester que sin reserva nos mantengamos firmes
en afirmar lo que creemos. Es necesario que nos
aferremos a la verdad que hemos abrazado.
En Romanos 10:9,10 leemos: "Que si confesares con tu
boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que
Dios le levantó de los muertos, serás salvo. Porque con
el corazón se cree para justicia..." La gente oyó la
predicación de la Palabra de Dios. Esta les iluminó el
pensar y les mostró que estaban perdidos, que eran
pecadores, que no podían salvarse a sí mismos, que no
podían hacerse justos, que no podían redimirse, pero que
Dios envió a Su Hijo a este mundo y condenó al pecado
en la carne. A través de Cristo, Dios nos hizo alcanzable
la salvación, "porque no hay otro nombre bajo el cielo,
dado a los hombres en que podamos ser salvos," sino el
nombre de Jesús.
El pecador sencillamente le dice a Dios: "Dios mío, yo
soy pecador. No puedo salvarme. Por tu Palabra sé que
no puedo hacerme justo, pero Te doy las gracias porque
me has amado y has enviado al Señor Jesús a morir por
mí. A través de Su justicia puedo alcanzar redención.
Creo que Él murió por mis pecados según las Escrituras.
Creo que El fue resucitado de entre los muertos y que es
mi justificación. Le confieso ahora y le recibo como mi
Salvador."
Este es el pensar de acuerdo con la Palabra y el creer lo
que ella dice. Él confesarlo crea en el espíritu humano la
realidad de la salvación.
Nunca estuve satisfecho con la forma en que la gente
del Evangelio Completo trataba a los pecadores. A veces
los hemos dejado a sus propios recursos, buscando a
Dios a tientas. Le hemos dicho: "Siga orando, siga
suplicando." Pero para ser salvo se necesita algo más que
la oración. Si uno no ora de acuerdo con la Palabra de
Dios, no logrará nada. He visto a muchos venir al altar,
personas fervorosas y sinceras, que sin embargo se han
ido sin ser salvas. Esto solía molestarme; así que
pregunté: "Señor Jesús, ¿qué pasa? De los que vienen al
altar, sólo la mitad de ellos se salvan. Estoy seguro que
son sinceros o no hubieran venido. Sé que la falta no está
en Ti porque Tú nunca cambias."
Se decía: "Unos satisficieron las condiciones, y otros
no." Pero el problema persistió. Había que analizar la
situación y averiguar por qué no satisficieron las
condiciones. ¿Sabían las condiciones? ¿Estaban
debidamente instruidos?
Esperando ante el Señor, El me mostró que tratábamos
mal con el pecador y entonces me dijo como debía
hacerlo. Desde aquel día hasta hoy, jamás he tratado con
un pecador que haya venido al altar para ser salvo, y que
no haya sido salvado, ¡ni siquiera uno! Algunas veces
tenemos problemas con los que abandonan la fe, pero yo
digo que todos los pecadores con quienes he tratado han
sido salvos. Hay pastores que me han dicho tres o cuatro
años después de una campaña mía que no han tenido ni
siquiera una persona que haya vuelto atrás.
Hay una gran diferencia de acuerdo con la base sobre
la cual hayan empezado. Si en un principio se corrige
tanto el pensar de un pecador, como su creer y su
confesión, entonces le será más fácil quedarse firme. Si
comienza sobre una base falsa entonces el diablo se
aprovecha de lo que aquel no sabe y el infeliz se
encuentra derrotado y robado de lo que Dios ha hecho
por él. Claro, si no ha sido enseñado de la Palabra a
mantenerse firme en la confesión de su fe, naturalmente
el diablo disimulará la situación y tratará de hacerle
sentir que no ha sido salvo. Por los errores pequeños que
hace, el diablo le dice: "Ahora estás perdido; más vale
que te rindas y lo dejes."
En cuanto a la sanidad, el principio es el mismo.
Recuerde que la confesión es la derrota de Satanás. De
hecho Hebreos 4:14 dice: "Por tanto, teniendo un gran
sumo sacerdote que traspasó los cielos, Jesús el Hijo de
Dios, persistamos en decir la misma cosa."
¿Qué quiere decir esto? Tenemos un gran Sumo
Sacerdote que ha pasado a los cielos, Jesús el Hijo de
Dios. Él está allí representándonos ante el Padre. Dice:
"Por ellos morí; llevé sus pecados; los redimí; fui hecho
pecado por su pecado, para que en Mi puedan ser hechos
justicia de Dios; lleve sus dolencias y sus enfermedades.
Yo los libré de la autoridad de las tinieblas; los engendré,
haciéndolos criaturas nuevas. Esto es lo que Él dice,
asimismo la traducción griega dice:
"Mantengámonos firmes en decir la misma cosa." ¡Es
nuestra confesión! La confesión suya le hará un
prisionero o le hará libre. Nuestra confesión es el
resultado de nuestra creencia, la cual es el resultado de
pensar bien o mal.
Primero, es menester que sepamos lo que Dios nos ha
hecho en Cristo y que lo creamos y lo confesemos. Es
nuestra confesión de ello lo que crea la realidad, y
entonces se hace real en nuestra vida.
Segundo, necesitamos saber lo que Dios ha hecho en
nosotros por Su Palabra y por el Espíritu Santo.
Tercero, es preciso que sepamos lo que el Señor
Jesucristo está haciendo por nosotros en Su ministerio de
hoy a la diestra de Dios el
Padre en los cielos.
Cuarto, es necesario que sepamos lo que la Palabra de
Dios hará por nosotros a través de nuestros labios, o lo
que Dios puede hacer por medio de nosotros.
En Filipenses 2:13 leemos: "Porque Dios es el que en
vosotros produce así el querer como el hacer, por su
buena voluntad." Dios obra en nosotros; Dios obra por
medio de nosotros; y Dios no obra aparte de nosotros.
Dios dio a la iglesia la autoridad y la comisión de "ir por
todo el mundo y predicar el evangelio a toda criatura."
El plan de Dios es operar por medio de nosotros. El
Espíritu Santo nos ayuda; El no hace el trabajo. Este
pensamiento es otro en el cual hemos errado. Me refiero
a la importancia de pensar bien. "Que lo haga el Espíritu
Santo," ha sido el grito de nuestro grupo. ¿El Espíritu
Santo no fue enviado para hacerlo! La palabra griega ha
sido traducida "consolador." La Versión Revisada
Americana dice: "Yo no os dejaré sin ayuda. Vendré a
vosotros. Os enviaré otro ayudador." La palabra griega
paraclete que fue traducida consolador, quiere decir
"uno llamado al lado de otro para ayudar."
Dios no nos envió al Espíritu Santo para hacer al
trabajo. Él le envió para ayudarnos a hacer el trabajo.
Demasiadas veces todo se le deja al Espíritu Santo. Si el
Espíritu Santo lo hace, no hay por qué enviar misioneros.
Enviemos al Espíritu Santo al África para que Él
convierta a aquella gente. Enviemos al Espíritu Santo a
la India para que Él convierta a aquellos pecadores.
Enviemos al Espíritu Santo a la América del Sur. ¿Por
qué gastar tanto dinero en preparar y en educar a los
misioneros para enviarlos a los perdidos? El Espíritu
Santo trabaja por medio de nosotros. Él trabaja por la
Palabra de 'Dios en nuestra boca.
Muchas veces rogamos: "Dios, convence a este amigo
de sus pecados, dale una convicción verdadera". Pero la
convicción jamás le vendrá hasta que alguien le dé la
Palabra de Dios. Si no oye la Palabra de Dios, no será
convencido. Pablo dijo en Romanos 10:13,14: "Porque
todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo.
¿Cómo, pues, invocarán a aquel en el cual no han creído?
¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído? ¿Y
cómo oirán sin haber quien les predique?" La Biblia dice
que Dios ordenó que los hombres fueran salvos por
medio de la predicación de la Palabra.
Creemos, si, en las señales y maravillas, pero las
señales y maravillas no salvan a nadie. Atraen la
atención de la gente, y una vez obtenida su atención uno
puede decirles como ser salvos.
El día de Pentecostés, ciento veinte personas hablando
en lenguas no salvaron a nadie. Ni uno se convirtió hasta
que Pedro comenzó a predicarles la Palabra. Claro es que
queremos ver señales, maravillas y milagros, pero ellos
solos no bastan. El pecador no será salvo hasta que
alguien le diga cómo. Alguien tiene que predicarles la
Palabra.
Si nuestro pensar no es correcto en estas cosas, nuestra
creencia será errónea. Entonces lo que decimos no estará
bien y estaremos confusos y derrotados. Tenemos que
darnos cuenta de lo que la Palabra de Dios puede hacer
por medio de nuestros labios porque el Espíritu Santo ha
sido enviado para ayudarnos.
Tantas veces sólo queremos recibir una bendición en la
iglesia y rogamos: "Señor, haz venir a la gente, y Señor,
salva Tú a la gente." La verdad es que la responsabilidad
es nuestra. Tenemos al Espíritu Santo para ayudarnos a
traer gente a la iglesia, para ayudarnos en la salvación de
la gente, y para ayudarnos en la obra de Dios. A menos
que vayamos a hacerlo, estamos perdiendo nuestro
tiempo en largas horas de oración.
Cierta mujer me pidió que orase por ella. Ella habla
ayunado por tres días y tres noches buscando la voluntad
de Dios para su vida. Le pregunté lo que había
averiguado y ella dijo que Dios quería que visitara a la
gente, que repartiera tratados y que evangelizara. Le dije
que yo podría haberle ahorrado los tres días de ayuno si
me hubiera preguntado, porque eso es lo que la Palabra
de Dios enseña, y eso es lo que Dios espera de todos Sus
hijos. Si uno no puede ver eso, no es salvo o está decaído.
Le pregunté qué oración quería que hiciese, y me
respondió: "Ruegue para que yo haga lo que Él me dice."
Yo le contesté: "No, no lo haré." Ella sabia lo que Dios
quería de ella y era su responsabilidad el hacerlo. Si Ud.
sabe lo que Dios quiere que haga, y no quiere hacerlo,
que Dios tenga compasión de Ud., Dios no le obligará.
Un hombre rico que pertenecía a cierta iglesia jamás
había pagado los diezmos. Un día vio lo que la Biblia
enseña sobre el diezmo. Entonces se levantó en la iglesia
para pedir las oraciones de la gente para que él pagara
diezmos. El no necesitaba que nadie orara al respecto;
simplemente debía hacerlo. Así pasa con muchas cosas
de nuestras vidas. No hay que pedir que otros oren por
ellas. Si sabemos lo que debemos hacer, hagámoslo. La
verdad es que algunas personas piden oraciones en tales
asuntos porque no quieren hacer la voluntad de Dios, y
tratan de eludir la responsabilidad, poniéndola en Dios.
Lo que vale
confesarlo y apropiarlo. Por eso no había andado en ello.
Cuando confiesa Ud. lo que es en Cristo, lo reclama y
anda en ello, no hace más que apropiar la realidad de lo
que es suyo legalmente. Triste es decir que muchos
nunca se darán cuenta de esto y quedarán como
cristianos recién nacidos. Jamás podrán gozar de la
plenitud de lo que son en Cristo.
Hemos hablado del pensar bien o mal, del confesar bien
o mal, y del valor de ello. Recuerde nuestras
expresiones: "en Él," "en Quien," y "en Cristo." Estas
son usadas o indicadas en Colosenses 1:13. No dice "en
Él," "en Quien," o "en Cristo," pero se sobreentiende.
Dice:
"El cual (refiriéndose a Cristo) nos ha librado de la
potestad de las tinieblas." Se sobreentiende que eso es lo
que tenemos en Él.
Puede titular su lección bíblica, "Hechos Bíblicos," o
bien "Realidades en Él," o"Realidades de la Redención,"
o "Lo que Tengo en Cristo."
Me acuerdo de la primera vez que fui a la cuidad
después de recuperarme de mi enfermedad. Vi a uno que
habla sido mi amigo antes de enfermarme. Nos criamos
juntos y jugábamos juntos de niños. Inmediatamente él
empezó a hablar de las cosas que hablamos hecho antes
de que me hiciese creyente y antes de mi enfermedad. Él
hablaba y se reía de estas cosas, mas yo estaba sentado
allí como si llevara una máscara, como si no supiera ni
jota de lo que hablaba Por fin, me dijo:
"¿Qué té pasa? ¿No recuerdas estas cosas?" Yo le
respondí: "No recuerdo nada".
"Tú estás como si no entendieras lo que digo." Se rió
de otra fechoría que habíamos llevado a cabo y volvió a
preguntar: "¿No recuerdas?"
Respondí: "Oye, el individuo que estaba contigo'
aquella noche murió. Ha muerto."
Él dijo: "Sé que casi moriste, pero no moriste, y sé que
ahora estás aqui sentado."
Le dije todo eso para chocarle y hacerle pensar. Le dije
que no habla muerto físicamente, pero que después de
todo no es solamente el hombre físico el que opera. Es
también el hombre interior. Mi perversidad era un
resultado de la muerte espiritual que habla en mi espíritu,
en mi corazón. Hay un hombre interior.
Yo le hice recordar que la Biblia dice en II Corintios
5:17: "De modo que si alguno está en Cristo, nueva
criatura es." No tengo un nuevo cuerpo físico, pero,
gracias a Dios, algún día voy a tenerlo. Sin embargo, el
hombre interior ya es una criatura nueva. Aquel hombre
viejo ya no vive. ¡Gloria a Dios! Ahora hay una nueva
criatura allí.
Un creyente no se renueva como volteamos un
colchón. Es una creación nueva. El colchón está
meramente volteado. Esto no es una reformación, sino
algo que jamás ha sido. Una creación nueva, ¡gloria a
Dios! Según una traducción: "Es un género nuevo." Es
decir, algo que no había existido antes.
Somos más que pecadores perdonados. No somos
pobres, débiles, tambaleantes y deplorables miembros de
la iglesia. Somos nuevas criaturas en Cristo Jesús. No sé
de Ud., pero éste ha sido mi testimonio y confesión desde
1933.
He leído esta verdad en años recientes de la pluma de
ciertos escritores quienes han tenido la misma
experiencia, pero no recibí de ellos la revelación, pues la
sabia antes de leer sus artículos. Fue mientras estaba
enfermo. Primero, antes de leer la Biblia le prometí a
Dios que creería y aceptaría cualquier cosa que hallara
en ella. Segundo, le dije que la pondría en práctica.
Una vez un amigo me pidió que le hiciese el favor de
ir a la casa de su novia por un rato. Ella tenia una
visitante y mi amigo había prometido traer a otro
muchacho. Me dijo que sabia que yo era creyente y por
eso no haríamos más que conversar. Así pues, fui con él
y nos sentamos en la entrada de la casa para hablar.
Después pusieron un disco en el tocadiscos y
comenzaron a bailar. La muchacha me pidió que bailase,
yo le dije que no bailaba, y le cité II Corintios 5:17.
Luego mientras tocaban el disco ella comenzó a llorar.
Recibió la convicción cuando le cité lo que la Palabra de
Dios decía, y quería ser salva.
Muchas veces nos vemos salvos simplemente del
pecado. Casi no hacemos más que tambalearnos dando
pasos aquí en la tierra viviendo en "la calle de Poco
Progreso," en la última casa al fin de la manzana cerquita
del callejón "Queja." Efesios 1:7,8 dice: "En quien
tenemos redención por su gracia, que hizo sobreabundar
para con nosotros en toda sabiduría e inteligencia." "En
quien tenemos (nuestra) redención." Es EN EL que
somos redimidos.
En Él tenemos nuestra redención. ¿De qué somos
redimidos? Alguien dirá: "Del pecado." Eso es una parte
de la verdad, pero redimidos de lo que nos hizo
pecadores: La muerte espiritual.
Predicamos que Gálatas 3:13 dice, "Cristo nos redimió
de la maldición de la ley, hecho por nosotros maldición
(porque está escrito: Maldito todo el que es colgado en
un madero)”. Hemos mirado a la ley y hemos encontrado
que el castigo por quebrantar la ley de Dios es triple: La
pobreza, las enfermedades, y la muerte, es decir, la
muerte espiritual.
Jesús vino para redimirnos porque estábamos vendidos
a una vida de pecado y a la muerte espiritual con el
diablo dominándonos. Pero ahora esto quiere decir que
si tenemos la redención en Cristo, el dominio de Satanás
ha sido roto. Quiere decir que Satanás ha perdido su
dominio sobre nuestra vida justamente en aquel
momento en que nacimos de nuevo, hechos criaturas
nuevas en Cristo Jesús. Quiere decir que hemos recibido
a un nuevo Señor, a un nuevo Maestro para reinar sobre
nosotros, Jesucristo. Satanás era nuestro señor; Satanás
era nuestro maestro. Él nos dominaba, pero puesto que
somos criaturas nuevas en Cristo Jesús, hemos renacido
y Jesús es nuestro Señor. En Romanos 6:14 leemos:
"Porque el pecado no se enseñoreará de vosotros pues no
estáis bajo la ley, sino bajo la gracia."
Cualquier cosa que tenga señorío sobre Ud. dominará.
El pecado y Satanás son sinónimos, lo cual quiere decir
que son a todo intento iguales en su significado. Se
puede expresar el versículo así: "Satanás no tendrá
dominio sobre ti, porque no estás bajo la ley, sino bajo
la gracia."
Cristo nos ha redimido; es nuestra cabeza; es la cabeza
de la iglesia. Si Él es la cabeza de la iglesia, y si somos
miembros del cuerpo de Cristo, luego Él es nuestra
cabeza. Entonces, ¿tiene el diablo autoridad alguna para
dominar al cuerpo de Cristo? ¡No! Somos de Cristo y
bajo Su dominio, Satanás no puede controlarnos ya que
él no puede controlar al cuerpo de Cristo, que es la
iglesia. La dolencia y la enfermedad ya no pueden
enseñorearse de nosotros. Las costumbres antiguas ya no
pueden enseñorearse de nosotros. ¿Por qué? Porque
somos nuevas criaturas en Cristo Jesús.
Debemos creerlo. Entonces comenzaremos a hablar de
ello, y luego se hará una realidad en nuestro espíritu. Por
la sangre del Cordero y por la palabra de nuestro
testimonio somos hechos vencedores y así vivimos una
vida victoriosa.
Siempre se puede determinar el estado espiritual de una
persona por lo que ésta dice. La mayoría citará estas
Escrituras y luego rogará que se hagan reales en sus
vidas, sin saber que si han nacido de nuevo y están en Él,
ya ha sido hecho. Les falta reclamarías, alcanzarlas,
tomarlas.
Muchos preguntan: "Si es tan fácil tenerlo, ¿porque no
lo tengo yo?" Si tuviera diez mil dólares en un banco a
su nombre y no lo supiera, no le aprovecharía tenerlos,
aunque fueran suyos; sin embargo, sería mentiroso si
negara tenerlos. Las cosas espirituales pueden ser suyas,
pero si no lo sabe, no podrá disfrutarlas. Tendrá que
hacerlas suyas,
no desde un punto de vista legal sino desde un punto de
vista experimental.
Una de las Escrituras predilectas mías que se encuentra
en el Antiguo Testamento y que me ha ayudado mucho
por años, es: "No temas porque Yo estoy contigo; no
desmayes, porque Yo soy tu Dios que te esfuerzo;
siempre te ayudaré, siempre te sustentaré con la diestra
de Mi justicia" (Isaías 41:10). Fue dicho a Israel, pero
aún se refiere a nosotros hoy en día.
Muchas veces decimos: "No tema, vendrá un día
mejor." Este es un dicho humano para animar. Pero Dios
dice: "No temas, porque Yo estoy contigo." Este es un
buen motivo para no temer. Dios nos ofrece la salud
divina, la liberación divina. ¿Podría uno temer aún
sabiendo que Dios está con él? No, si sabemos quien es
Dios, no podemos temer.
Aun antes de conocer el Evangelio completo, no
lloraba ni pedía a Dios Su ayuda. Abría la Biblia a
Escrituras como éstas; entonces caía de rodillas ante Él
y decía: "Dios mio, me alegro tanto de que estés conmigo
y que seas mi Dios. Tú me esfuerzas siempre y me
sustentas con la diestra de Tu justicia, y no tengo que
estar en temor porque Tú me has dicho que no debo
turbarme." Así Ud. puede sonreír, hasta en las horas más
negras de su vida.
Es bueno tener amigos que nos apoyan en nuestras
pruebas, pero el Señor siempre está con nosotros. Él es
nuestra ayuda.
No obstante, hay los que están desanimados, llorando:
"¡Oh Dios, ayúdanos!" Dios sí nos ayuda porque es un
Dios de compasión y desciende a nuestro nivel, pero es
mucho mejor subir a Su nivel para alcanzar nuestras
bendiciones. Cuando Él tiene que bajarse a nuestro nivel,
nos quedamos bajo cierto sentido de despecho. Estamos
así por pensar mal, por confesar mal, y por creer mal. Sin
embargo, podemos fortalecer el pensar bien, el confesar
bien, y el creer bien a través de la Palabra de Dios, y eso
nos levantará.
"Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros?"
Romanos 8:31. Esta deberla ser nuestra confesión. Dios
es ciertamente por nosotros. El no está en contra nuestra;
Él está por nosotros.
Mi madre siempre me recuerda que ore al viajar. Me
aconseja, "Ora cada minuto para que el Señor esté
contigo."
Yo siempre le contesto, "Mamá, yo nunca oro de esa
forma ya que la Palabra dice, 'No te dejaré ni te
desampararé... No temas, Yo estoy contigo... Yo voy
delante de ti.' " ¡Gloria a Dios por Sus promesas!
Deberíamos pensar como Dios piensa, y la única forma
en que podemos llegar a hacerlo es al pensar Sus
pensamientos. Piense en lo que Dios dice en Su Palabra
y confiese que es verdad.
Capítulo 2
El Creer Bien y Mal
El creer de corazón, sea para la salvación, o para el
bautismo del Espíritu Santo, o para la salud, o para la
respuesta a una oración es la única manera de recibir algo
de Dios. No hay otra manera.
En Apocalipsis 3:11 leemos el mensaje que Jesús dio a
las iglesias de Asia Menor cuando Se apareció a Juan:
"Retén lo que tienes." Jesús dijo esto porque La sabia
que habla un poder levantado contra nosotros que tratarla
de derrotarnos, de despojarnos y robarnos.
La fe, ya hemos dicho, es como el amor. Se manifiesta
solamente en la acción o en la palabra. No hay fe sin
confesión. La fe crecerá con la confesión. La confesión
hace varias cosas para el que cree. La confesión nos da
rumbo y nos da linderos para la vida. No se puede recibir
nada de Dios sin creer bien y confesar bien. Cuando el
hombre se da cuenta de esto, puede comunicarse con
Dios.
Los diez espías fijaron el lindero de su vida con su
confesión. Dijeron:
"No lo podemos hacer." Creían que no podían y así, no
pudieron. Israel aceptó el informe de la mayoría y
cuando dijeron "no podemos," vagaron por el desierto.
Caleb y Josué dieron un informe distinto. Creían que
podrían conquistar la tierra. Dijeron: "Bien puede
nuestro Dios entregarlos en nuestras manos." Aquel
dicho fijó el lindero de su vida.
Dios no favoreció a Caleb ni a Josué. Algunos piensan
que Dios quiere a unos más que a otros. No es verdad.
Dios no tiene hijos favoritos ni mimados. Nos quiere a
todos con el mismo amor, y El ha hecho para todos la
misma provisión. Dios no quería a Caleb y a Josué más
que a los otros, porque Dios quería hacer para los otros
lo que hizo para Caleb y para Josué. Todos podían haber
entrado en la tierra de Canaán, pero con creer mal, lo
cual resultó en confesar mal, fijaron el lindero de sus
vidas.
Pablo dijo: "Mirad, hermanos, (y usó Israel como
ejemplo) que no haya en ninguno de vosotros corazón
malo de incredulidad para apartarse del Dios vivo"
(Hebreos 3:12). Aquí se refiere a entrar en las promesas
de Dios. Pablo dijo que fallaron en entrar a causa de su
incredulidad. No creyeron bien.
La palabra griega incredulidad tiene la idea del que no
se deja persuadir. Los hijos de Israel no pudieron entrar
a causa de no querer ser persuadidos. No fue posible
persuadirles a obedecer la Palabra de Dios. Dios dijo:
"Les daré la tierra. Ahuyentaré a los gigantes y se la
daré." Pero no fue posible persuadirles a obedecer la
Palabra de Dios.
Hay dos clases de incredulidad:
(1) Hay algunos que dudan por ignorancia. Su
incredulidad se debe a su falta de saber la Palabra de
Dios, porque la fe viene por el oír y el oír por la Palabra
de Dios. Si no oyen y no saben lo que Dios dice, no
pueden tener fe.
Hay incredulidad por nunca haber oído la Palabra. Es
por eso que tantos no creen en la sanidad, aunque son
salvos. Nunca han oído la Palabra acerca de la sanidad.
Alguien podría decir: "Pueden leerlo por sí solos."
Cierto, pero son como Ud. y yo. Yo pertenecía a un
grupo que no creía en la sanidad. Desde la niñez, se nos
enseñaba que no era para nosotros hoy. Por eso, cuando
leíamos de ella, no se registraba en nuestro espíritu
porque nuestra mente estaba cerrada y decidida en contra
de ella. Hay que tener la mente abierta a la Palabra de
Dios. El remedio para la incredulidad es el estudio de la
Palabra de Dios para saber lo que es suyo "en Él."
(2) Hay muchos que son como Israel. Los israelitas
sabían que Dios había dicho que les daría la tierra, pero
no pudieron ser persuadidos a obedecer Su Palabra. Hay
muchos, bien informados acerca de la Palabra de Dios,
pero no pueden ser persuadidos a obedecerla. Eso es
incredulidad. Él remedió para esta clase de incredulidad
es la obediencia.
La mayoría de los creyentes son sinceros, serios y
honrados, pero débiles. Puede sonar como una
equivocación, pero no lo es. Es el resultado de nunca
haberse atrevido a hacer una confesión de lo que son en
Cristo. Uno puede saber lo que es en Cristo. Los
israelitas sabían que Dios había dicho: "Les daré la
tierra." Todo lo que Dios había dicho había ocurrido
según Su promesa. Le habían seguido en otras cosas,
pero en este caso no quisieron ser persuadidos a
obedecer Su Palabra.
Una gran mayoría de creyentes no andan en la luz que
poseen. Oran: "Dios dame algo," o "Haz esto por mí."
Dios no hará nada hasta que ellos actúen según lo que
saben. Cuando lo hagan, recibirán la contestación.
Cuando yo estaba gravemente enfermo, mi familia
creía que iba a trastornarme porque leía tanto la Biblia.
Hasta hicieron venir al médico para decirme que no
leyera tanto la Biblia porque perdería la mente. A
muchos les sería de beneficio perder la mente natural y
recibir una
mente espiritual. Yo sabia de donde estaba recibiendo mi
salud y mis fuerzas; por tanto seguía leyendo y
estudiando la Palabra de Dios. Si los creyentes dejaran a
un lado el pescar y el cazar, y anhelasen las cosas
profundas espirituales de Dios, serian mejores
seguidores de Cristo.
Después de ser salvo, vi que había el Nuevo
Testamento y el Antiguo. Decidí que el Nuevo
Testamento había sobrepasado el Antiguo. Por eso, leía
más de las Epístolas, porque ellas me dicen quien soy y
lo que soy en Cristo. Esa es la confesión que quiero
mantener porque es una confesión vencedora que derrota
al diablo. Muchos pastores, predicadores y laicos leen
otras partes. Con el transcurso del tiempo se puede notar
ya que nunca se oye una nota de victoria en su
predicación.
Conocí a un pastor que nunca predicaba de nada más
que de profecía, y siempre predicaba el lado funesto.
Con el tiempo sus miembros se cansaron de su
predicación sombría y cambiaron de iglesia. Este
predicador tuvo una muerte penosa. Es posible predicar
de la profecía de tal manera que resulta ser de bendición,
e igualmente puede resultar de maldición.
Es lo mismo con los demonios. Uno puede mostrar que
tiene autoridad sobre ellos y es de bendición. Pero la
predicación sobre los demonios puede asustar a muchos
individuos. Damos gracias a Dios que los suyos no
tienen que temblar ni temer ante ellos.
Si vivimos en las Epístolas, tendremos un lugar de
victoria. Pablo nombró varias cosas que
confrontaríamos, y luego dio el resumen diciendo:
"Antes en todas estas cosas somos más que vencedores."
Somos más que vencedores, y ese "más" nos ensancha el
campo.
Cuando predico sobre la mente, algunos se asustan. Se
les sugiere la religión metafísica. Sin embargo, la Biblia
habla mucho acerca de la mente, como en Isaías 26:3:
"Tú guardarás en completa paz a aquel cuyo
pensamiento (mente) en Ti persevera." La Palabra de
Dios nos enseña a "tener la mente de Cristo." Filipenses
4:8 dice: "Por lo demás, hermanos, todo los que es
verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro,
todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay
virtud alguna, si algo digno de alabanza, en esto pensad."
Lo que uno piensa influye mucho. Creo que es debido
a eso que muchos están enfermos, a pesar de que un
montón de oraciones hayan sido hechas por ellos. Van
adondequiera que oigan que algunos han sido sanados,
pero en vano. No se sanan porque su modo de pensar no
es correcto. He visto a muchos por quienes he orado, que
al momento
Parecían mejor. Algunos hasta declararon que estaban
sin dolor ni achaque por dos o tres días. Yo sabia bien
que la enfermedad o el dolor volvería porque el tono
quejoso persistía en su voz. Seguían pensando, creyendo
y hablando mal, hasta quedar en lo mismo de antes. Es
en las Epístolas donde hallaremos lo que nos pertenece a
los que somos de Cristo, quienes somos, como Dios nos
ve, y lo que Él piensa de nosotros.
Es más fácil seguir el pensamiento humano que lo que
Dios dice. No hay cosa más difícil que obligar la mente
a dejar lo que dicen los hombres y seguir lo que Dios
dice. Nos es preciso meditar y pensar en la Palabra de
Dios, además de creerla en el corazón.
Todos los médicos y todos mis amigos dijeron que no
me era posible sobrevivir mi enfermedad, pero en vez de
escucharles, elegí creer lo que la Palabra de Dios dijo
que Él había hecho por mí. Si, más fácil hubiera sido
escuchar a mis amigos, a los médicos y a mis propios
sentidos. Pero me resolví a aceptar Su Palabra y hoy
gozo de buena salud.
La razón porque la fe se encuentra tan ahogada y
sojuzgada es que el hombre no ha osado creer
sencillamente o confesar lo que Dios dice que es, o lo
que Dios dice de éL ¿Será porque el hombre nunca ha
leído ni descubierto quién es? ¿Será porque el hombre se
ha envuelto demasiado en la historia del pasado y nunca
se ha dado cuenta de que tenemos un Nuevo Testamento
y que somos criaturas nuevas en Cristo, y que Él nos ama
y quiere que tengamos lo mejor? ¿O después de todo,
estará la mente humana tan ocupada con otras
pequeñeces mundanas?
La creencia y la confesión diarias de lo que Dios el
Padre es para Ud., de lo que Jesús hace ahora a su favor,
a la diestra del Padre, y lo que el Espíritu Santo hace en
Ud., edificarán una vida sólida de fe. Crecerá hasta no
temer las circunstancias, ni ninguna enfermedad, m
ninguna condición. Se enfrentará a la vida sin miedo, un
vencedor. Llegará a comprender la verdad de Romanos
8:37: "Antes en todas estas cosas somos más que
vencedores." Nunca será vencedor hasta confesar que lo
es.
Una confesión mala, por supuesto, es una confesión de
fracaso, de derrota y de la supremacía de Satanás.
Algunos siempre hablan de su lucha con el diablo.
Ensalzan al diablo. El hablar de estar luchando con el
diablo, de como le hace enfermar, de como impide sus
empresas, es una confesión de derrota y fracaso.
Cuando uno habla de las cosas buenas de Dios y de lo
que El ha hecho, es una confesión que da gloria al Señor.
Empezamos a hacer la confesión correcta. Algunos no le
entenderán cuando ande por la fe,
pero debe hacerlo de todas formas.
De recién casados, mi señora no podía entenderme. Me
acuerdo que una vez se enfermó y yo oré por ella. No
pudo asistir a la reunión del miércoles por la noche.
Cuando llegué de la iglesia, me preguntó:
"¿Pediste que la gente orase por mí?"
Conteste: "No."
"Pues, ¿ni les contaste que estoy enferma?"
"No, porque ya habíamos orado por ti y declaramos que
Dios oyó nuestra oración, entonces ¿por qué pedir que
oren ellos?" Dios o nos oyó, o no nos oyó. Sería otra cosa
si no hubiéramos declarado que nos oyó. Estas son las
cosas que nos derrotan. Por esta confesión volvemos a
hacer lo mismo repetidas veces y no avanzamos nada.
Un hombre nunca acabaría de edificar una casa si echara
el fundamento un día y lo sacara al otro, siguiendo así
una y otra vez. Pero eso es lo que hacemos
espiritualmente.
Mi señora y yo habíamos orado en casa y habíamos
declarado que Dios nos había oído y le habíamos dado
las gracias por habernos oído. Entonces si hubiéramos
dicho en la iglesia: "Oren todos. Mi señora y yo
declaramos que Dios nos oyó, pero hemos decidido que
no nos oyó. ¿Quisieran Uds. hacer otra oración?" Así
habríamos hecho una confesión incorrecta. Hay que
tomar una posición y permanecer firme en nuestra
confesión.
Habiendo declarado que Dios ha oído mi oración,
nunca vuelvo a repetirla. No importa lo que vea, lo que
sienta, lo que mis sentidos me digan; me quedo con ella,
la sostengo con la tenacidad de un mastín y no la dejo
escapar.
Nadie, de hecho, oró por mí cuando estaba en mi lecho
de enfermedad. Sencillamente leí la Biblia, la creí e hice
conforme a ella. Fui sanado en 1934. Casi cinco años
después, en 1939, asistí a un campamento del Evangelio
Completo, habiendo ya predicado en varios lugares.
Sentado en el culto, sentí punzadas agudas alrededor del
corazón. Este temblaba y parecía parar. Hasta me fallaba
la respiración. El ministro estaba orando por los
enfermos.
El diablo me dijo: "Oye, nadie ha orado por ti. Pasa
para que ese ministro ore por ti."
Sin pensar, hice para levantarme a pedir la oración. De
repente pude pensar y dije: "Vil diablo, ¿cómo es esto?
¿Qué hago yo pidiendo que oren por mí? Dios me sanó
hace cinco años y estoy aún con salud."
Durante todos esos años había declarado que Dios me
había sanado y había estado bien de salud, siempre sano.
Repentinamente, Satanás
Había simulado unos síntomas, procurando hacerme
creer que no estaba sano. En primer lugar, él no tenía
autoridad alguna sobre mi. Únicamente podía procurar
conseguir hacerme creer los síntomas y consultar con
mis sentidos. Pero quedé firme, insistí en que Dios me
había sanado, y que no aceptarla otra cosa, ni permití que
ningún pensamiento dudoso entrara en mi mente. Los
síntomas desaparecieron.
Si hubiera pedido las oraciones del ministro, en lugar
de ganar algo, habría perdido lo que había disfrutado por
tantos años. Tanto mis hechos como mis palabras
habrían confesado que mi confesión anterior era falsa.
Al instante el diablo habría entrado y me hubiera
derrotado. La confesión mala nos vence.
Debemos decir: "En el nombre de Jesús, pido la
contestación a esta petición." Tal vez no haya llegado
aun al día siguiente, pero hay que andar por la fe y
mantener nuestra confesión. El diablo le dirá que debe ir
a pedir las oraciones de cierto pastor. Algunos dicen que
el diablo no le dirá que vaya a pedir las oraciones, pero
lo hará. Le maniobrará hasta una posición de derrota. No
le importa ceder un poco para poder ganar al final.
De niño jugaba a las damas con mi abuelo. Muchas
veces me alegraba con ideas de estar ganando, y
entonces el abuelo me llevaba a una posición que le
permitía capturar casi todos mis peones. El proceder del
diablo es parecido. No le importa ceder un poco hasta
tenerle en una posición donde pueda quitarle todo.
Tome la Palabra de Dios y quédese con ella. Haga lo
que mandó Jesús: Retenga su confesión y pelee la buena
batalla de la fe. No permita que el diablo le desaloje de
su posición firme.
Me he mantenido firme por días, semanas, hasta meses.
No cedí ni un centímetro. He dicho al diablo que
retendría mi confesión hasta la muerte, que no me
rendiría. He quedado firme porque sé que Dios ha oído
mi oración y que tengo la contestación a la petición que
hice.
Pocos ven que nuestras confesiones malas nos
aprisionan y que sólo la confesión buena nos pondrá en
libertad. No es únicamente lo que pensamos sino
también las palabras que hablamos las cuáles nos dan
fuerza o nos debilitan. Nuestras palabras nos son trampas
y nos tienen en cautividad, o nos ponen en libertad.
Nuestras palabras se hacen poderosas en las vidas de
otros. Es lo que confesamos con la boca que en verdad
domina nuestro ser. Inevitablemente confesamos lo que
creemos. "De la abundancia del corazón habla la boca."
Si hablamos de la debilidad ~ del fracaso, es porque
creemos en la debilidad y en el fracaso. Es sorprendente
el ver la fe que la gente tiene en las cosas falsas.
Un escritor, Donald Gee, comentó en sus libros sobre
el Espíritu de Temor, basado en II Timoteo 1:7, "Porque
no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder,
de amor, y de dominio propio."
Parece que 105 hombres de su familia tenían la
tendencia a morir temprano, alcanzando unos treinta y
ocho años, más o menos. Les daba alguna enfermedad a
los pulmones. Por eso tenía él un creciente temor a esto
y cada resfrío o catarro le recordaba la enfermedad.
Fue al médico, quien se dio cuenta de este gran temor.
Le dijo al paciente que al abrigar este temor, abría su
sistema a esa enfermedad, que este temor le hacia más
susceptible a ella.
Cuando tenía treinta y dos años, Donald Gee recibió el
Espíritu Santo, y Dios le reveló la Escritura de que El no
nos ha dado espíritu de miedo. Comenzó a resistir al
diablo y se apoyó en la Palabra de Dios. Ahora tiene
setenta y ocho años. Hubiera podido retener su miedo
hasta ser alcanzado por la enfermedad y ese miedo le
hubiera dominado completamente.
El doctor John G. Lake fue misionero al África años
antes del movimiento del Evangelio Completo. No tenia
salario, y Dios suplía sus necesidades de maneras
asombrosas. La contagiosa y mortífera plaga bubónica
invadió su región y morían por centenares. El doctor
cuidaba a los enfermos y enterraba a los muertos. Por fin
los ingleses enviaron un vapor con médicos, medicinas
y materiales. Los médicos invitaron al misionero abordo.
Sabiendo que hacia tiempo que estaba en la región,
querían saber por qué no le habla dado la plaga.
Este respondió: "Señores, creo que la Ley de la Vida en
Cristo Jesús me ha librado de la Ley del Pecado y de la
Muerte, y mientras ando en la luz de esa Ley de Vida,
ninguna enfermedad ni ningún microbio puede
prenderme."
Los médicos le rogaron que tomase uno de los
remedios preventivos que tenían. Este respondió:
"Señores, puede ser que les interese un experimento.
Observarán que los que contraen la plaga mueren con
convulsiones, echando de la boca una espuma
sangrienta. Si ponen esa espuma debajo de un
microscopio, hallarán que contiene millones de
microbios vivos, los cuáles sobreviven por algún tiempo.
Tomaré de esta espuma sangrienta y pondré la mano bajo
el microscopio, y verán que todo microbio que toca mi
piel muere."
Los doctores estuvieron de acuerdo e hicieron la
prueba. Era verdad, los microbios morían al tocar su piel.
Esto era fe hablando. La Palabra de Dios robustece la
fe. Muchas veces nuestra fe necesita un estimulo,
muchos libros buenos que hablan-
de la Palabra de Dios ayudan. Pero acuérdese siempre
de que nada le será imposible (Marcos 9:23; Lucas
1:37), si piensa bien, cree bien, y confiesa bien.
Capítulo 3
El Confesar Bien y Mal
"Por tanto, teniendo un gran sumo sacerdote que
traspasó los cielos, Jesús el Hijo de Dios, retengamos
nuestra profesión (o confesión)."
Hebreos 4:14

Hablamos de pensar bien o mal, de creer bien o mal, y


de confesar bien o mal. Lo que da éxito al creyente es
pensar bien, creer bien y confesar bien. Es fácil decir:
"Creo. Si, lo tengo en el corazón." Sin embargo, en el
momento menos pensado decimos con la boca algo dis-
tinto. La palabra de fe tiene que estar en nuestra boca.
Asombrosa es la fe que tienen los creyentes en cosas
que no sirven. Si pusieran la misma fe en las cosas que
sirven, serían sobresalientes. No necesitarían más fe que
la que ya tienen.
Los que confiesan sus necesidades, aumentarán el peso
de ellas. Siempre confesándolas, estas necesidades
ganan ascendencia sobre sus vidas. Pero Jesús es nuestro
Señor, y si retenemos la confesión que Él es nuestro
Señor, entonces Él ganará ascendencia en nuestra vida y
nos hará sobresalientes. Nunca nos levantaremos por
encima de nuestras confesiones. La confesión de nuestra
boca que sale de la fe en nuestro corazón vencerá
completamente al diablo en todo combate. Si un
individuo no cree en el corazón lo que confiesa con la
boca, entonces no tiene resultado. El confesar que
Satanás tiene el poder para estorbar e impedir nuestro
éxito le da el poder sobre ese individuo.
Colosenses 2:15 dice así: "Y despojando a los
principados y a las potestades los exhibió públicamente,
triunfando sobre ellos en la cruz." Si Cristo venció al
diablo por nosotros, ¿por qué domina a tantos? Es porque
le permiten hacerlo. Muchos creen que Dios es
responsable por todo lo que les ocurre a ellos. Dios no
tiene la culpa de nada. Creen que a Dios le toca hacer
algo para remediar sus males. Pero le toca al individuo
hacer algo.
Lo que hizo Jesús, llevando a cabo el gran plan de la
redención, en Su muerte y en Su resurrección de entre
los muertos, y derrotando al adversario por nosotros, ha
sido puesto en nuestras manos, y nos toca a nosotros
poseer la tierra.
En el principio Dios creó los cielos y la tierra, y
después de hacerlo todo, lo entregó a Adán, dándole el
dominio sobre toda la obra de sus manos. Adán podía
hacer con todo ello lo que le pareciera. Si quería
entregárselo al diablo, le era posible, y así lo hizo. Los
humanos han quedado confundidos desde entonces,
diciendo: "Dios sabia lo que iba a pasar," o "¿Por qué
permitió Dios que el diablo hiciera tal cosa?"
Dicen estas cosas por no conocer la Biblia, la cuál
claramente dice que Dios creó los cielos y la tierra y que
dio al hombre el dominio sobre la obra de Sus manos.
Nos ha dado el dominio sobre todas las cosas. Dios ya
no tiene la responsabilidad; el hombre la tiene desde que
Dios se la dio.
Si le doy a alguien un automóvil, no tendré la culpa si
éste lleva contrabando en él, ¿verdad? Responderá la
persona por su uso del auto, porque yo se lo di. El auto
ya no corre a mi cuenta, y el dueño puede usarlo a su
gusto.
¿Se ha dado cuenta Ud. de cómo todos los diferentes
autores del Nuevo Testamento escribieron a las iglesias
diciéndoles que hicieran algo en cuanto al diablo? Los
creyentes deben vivir en las Epístolas, las cartas escritas
a las iglesias. Pedro dijo: "Vuestro adversario el diablo,
como león rugiente, anda alrededor buscando a quien
devorar." He oído declaraciones tales como: "El diablo
me persigue; oren por mí, que no me agarre." "Dios, haz
algo contra el diablo." "Padre, no le dejes alcanzarme."
"Jesús, reprende al diablo."
Tales oraciones no valen nada. Seria lo mismo decir:
"Aserrín, aserrán los maderos de San Juan." Pedro dijo:
"Vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda
alrededor buscando a quien devorar." Pero Pedro no se
detuvo allí; prosiguió con lo que nos toca hacer. "Al cual
resistid firmes en la fe." A Ud. le toca hacer algo en
contra del diablo. Ud. tiene que resistirlo firme en la fe.
Dígale al diablo: "La Palabra dice que Jesús te derrotó.
Eres un enemigo vencido, diablo. El Nuevo Testamento
dice que no tienes autoridad sobre mí. Este Nuevo Pacto
Dios ha establecido con el hombre por la sangre de
Cristo. 'Por tanto Cristo es hecho fiador de un mejor
pacto.' Este pacto nuevo no dice que tienes autoridad
sobre mí, sino que yo tengo autoridad sobre ti. Satanás,
déjame porque estás vencido."
Así se hace la buena confesión, y así se vence al diablo.
Cuando hacemos una confesión mala, le damos a
Satanás el dominio sobre nosotros. Santiago dijo:
"Resistid al diablo, y "huirá" de vosotros. Aquí se refería
a los creyentes. No dijo que debíamos pedir a Dios que
Él resistiera al diablo y le hiciera huir de nosotros. No
dijo que buscáramos al pastor y por sus oraciones
alejáramos al diablo. A menos que Ud. resista al diablo
no huirá de Ud. Yo puedo resistirlo y huirá de mí, pero
no puedo resistirlo por Ud. Yo puedo orar por otros en
fe, pero si mantienen una confesión mala, mi oración no
vale nada. Invalidará mi oración (1 Pedro 5:8; Santiago
4:7).
Hay unos tan ignorantes que creen que yo puedo hacer
con fe una oración por ellos, sin mirar en lo que creen, y
que recibirán contestación. Es una locura suya, y en
contra de la Palabra de Dios.
Muchos dicen que creen el Nuevo Testamento pero es
mentira. Son ignorantes en cuanto a la Palabra de Dios.
Preguntan: "Si sana Ud. a los enfermos como lo hizo
Jesús, ¿por qué no sana a todo el mundo?" El que dice
que Jesús sanó a todos los enfermos es mentiroso, porque
la Palabra de Dios dice claramente que Jesús no sanó a
todos los enfermos. La falta de fe impidió a Cristo el
hacer muchas cosas, según Marcos 6:5,6: "No pudo
hacer allí ningún milagro, salvo que sanó a unos pocos
enfermos, poniendo sobre ellos las manos. Y estaba
asombrado de la incredulidad de ellos. Y recorría las
aldeas de alrededor, enseñando."
Jesús no pudo hacer una gran obra allí. ¡No pudo! ¿Por
qué no pudo? La Biblia dice que fue por causa de la
incredulidad.
A veces leemos en la Biblia que todos fueron sanados.
A veces todos los de mis reuniones son sanados, a veces
unos pocos. La disparidad se halla en la fe o en la
incredulidad del individuo. Esto se ve por todo el
ministerio de Jesús. Según Mateo 13:58: "Y no hizo allí
muchos milagros, a causa de la incredulidad de ellos."
Por consiguiente, si la incredulidad estorbaba a Cristo en
Su trabajo aquí en la tierra, y si Él por Su Espíritu Santo
obra por medio de nosotros, entonces la incredulidad le
impedirá obrar por medio de nosotros o de la iglesia.
Pablo escribió a la iglesia de Efeso: "Ni deis lugar al
diablo." ¿Qué quiere decir esto? Quiere decir que no
debemos dar al diablo lugar en nosotros. El diablo no
puede tomar lugar en nosotros si no se lo permitimos.
Cuando Cristo se levantó de entre los muertos con toda
la autoridad en los cielos y en la tierra, delegó a la iglesia
la autoridad en la tierra. Le toca al creyente hacer algo
con lo que Dios nos ha dado. No le toca a Dios. Nos toca
a Ud. y a mí, como creyentes, creerlo y ponerlo en
práctica. Resista al diablo y tenga la confesión correcta
para poder mantener dominio sobre el diablo.
Si la confesión de alguien no está de acuerdo con la
Palabra entonces ensalza al diablo, llenando el corazón
con un espíritu de temor y de
debilidad. Pero si osadamente confesamos la Palabra de
Dios, el cuidado de Dios, la protección del Padre
celestial, y declaramos que es verdad lo que dice en Su
Palabra, que el Nuevo Pacto rige hoy, que tenemos un
Sumo Sacerdote que ha pasado a los cielos y está en
acción hoy, entonces podemos mantener una victoria
constante, y tener bajo nuestro dominio al diablo tal y
como Cristo lo ordenó.
Cuando declaramos: "Mayor es el que está en nosotros,
que el que está en el mundo." "Mayor es el que está en
nosotros, que ninguna fuerza alrededor de nosotros,"
entonces subiremos encima de toda influencia satánica.
Satanás no podrá dominarnos. Este es el campo en que
luchamos y así se determina si ganamos o perdemos (1
Juan 4:4).
Cuando confesamos dudas y temores, negamos la
gracia y la capacidad de Dios. Un creyente nunca debe
tener que ver con dudas ni con temores, porque las dudas
y los temores son narcóticos del diablo. "Porque no nos
ha dado Dios espíritu de cobardía (temor> sino de poder,
de amor y de dominio propio" (II Timoteo 1:7). Nos ha
dado un espíritu de poder, de amor, y de dominio propio.
¡Gloria a Dios!
Somos de la familia de Dios. Somos Sus hijos. La fe,
el amor y el poder son nuestros. En lugar de confesar
dudas y temores; confesemos fe, amor y poder.
Confesemos lo que dice la Palabra, y nuestra fe
robustecerá.
Cuando confesamos debilidades o enfermedades,
confesamos abierta-mente que la Palabra de Dios no es
verdad y que Dios no es fiel. Sin embargo, ¿qué dice
Dios de las enfermedades y las dolencias? Dice:
"Y por Su llaga fuimos nosotros curados. Ciertamente
llevó Él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros
dolores."
T.L. Osborn dice en uno de sus libros: "Su confesión
de enfermedad es como su firma en un recibo por un
paquete que le llega por correo. El diablo tiene su recibo.
Ud. lo ha aceptado."
Esto es lo que pasa: en lugar de confesar que Él llevó
toda enfermedad y toda dolencia, y las quitó; Ud.
confiesa que aún las tiene.
Dios me condujo despacito a responder a las cosas
espirituales. Casi hay que dejar a un lado la mente, y
operar desde el hombre interior (el corazón o el espíritu)
para entrar en las cosas de Dios.
Yo padecía de dos males graves del corazón. El médico
dijo que cualquiera de los dos podía causar la muerte.
Tenía el cuerpo casi inmóvil, la sangre de un color
anaranjado; los glóbulos blancos habían acabado con los
rojos de tal forma que no había cómo normalizar la
sangre. Podía tomar un vaso de agua, y de acuerdo con
lo que las pruebas mostraban, en lugar de ir al estómago,
iba a dar al lado izquierdo del pecho, y al fin llegaba al
estómago. Le pregunté la causa al doctor.
Me dijo que mi pecho estaba malformado, no bien
desarrollado. En el pecho normal algunos conductos
deben abrirse y algunos deben cerrarse, pero en mi pecho
todos se abrían. La cirugía no podría corregir tal
deformidad; únicamente Dios, dijo el médico.
No había manera de sanarme a no ser por la
misericordia de Dios. Empecé a leer la Biblia vieja de mi
abuela. Ella fue salva hace unos cien años en un
avivamiento metodista. Hallé que aquella tenía algo que
decir acerca de mi enfermedad y mi dolencia. La Palabra
de Dios me dice: "Por su llaga fuimos nosotros curados."
Allí estaba yo sufriendo todos los días dos o tres ataques
cardíacos. Tenía las piernas paralizadas. Estuve en cama
quince meses y medio bajo el cuidado de los mejores
médicos de Estados Unidos.
Ni por un momento dudé que yo había dejado de orar.
Muchas noches las pasaba orando casi hasta el
amanecer, horas y horas. No menosprecio la oración,
pero se requiere más que el orar; se requiere la oración
de fe.
Lo malo es que tantos oramos sin poner en práctica lo
que creemos, y no conseguirnos nada. No hay en la
Biblia palabras de Jesús ni de ningún otro que digan que
la mera oración resulta. Pero Jesús dijo:
"Todo lo que pidiereis en oración, creyendo, lo
recibiréis."
Unos creyentes dirán: "Yo creo en la oración." Eso no
significa absolutamente nada. Puede ir a Tibet donde
verá una religión más antigua que el cristianismo. El
sacerdote sentado da vueltas a una rueda de oración
mientras los fieles oran. Un sacerdote sirve ciertas horas,
luego otro, y así. Da vueltas a la rueda para enviar
peticiones a su dios. No las dirige a nuestro Dios, pero
ora: "Perdónanos nuestros pecados, las cosas que hemos
hecho, las cosas que no hemos hecho, y las cosas que
debíamos haber hecho." Intercede por el pueblo de su
religión. Si le pregunta si cree en la oración, le dirá a Ud.
que no hay en el mundo otra religión que tanto crea en la
oración como la de éL Pero su religión no libra a los
hombres de la opresión; no tiene valor.
Otro ejemplo nos dan los musulmanes, pues hay
millones de ellos que todos los días a ciertas horas
vuelven la cara hacia la Meca, se postran en el suelo y
oran a Mahoma. Si, creen en la oración.
En Italia hay un lugar donde la gente tira dinero para
conseguir quien ore por ellos. Algunos besan los pies de
los santos, procurando sus oraciones a favor de ellos.
Han sabido gastar los dedos de los pies de una imagen
de tanto besarlos. Si, creen en la oración.
Repito, no digo que no debamos orar. Lo que digo es
que se requiere más que la mera oración. Si cree Ud. lo
que dice la Palabra, entonces haga conforme a su
creencia. Ore, déjelo, y proceda como si la contestación
hubiera llegado en el momento de su oración; haga más
que orar solamente.
El Doctor Charles Price, pastor de una iglesia grande
en California, fue a oponer una campaña en la cual unos
de la iglesia de él decían que fueron sanados. Un anciano
de su iglesia, cojo y tomador de rapé fue a una reunión
de la campaña y Dios le sanó.
El pastor estaba trabajando en su jardín cuando oyó a
alguien cantar. Venía aquel anciano, bien derecho
diciendo: "Aleluya, pastor, ¡el Señor me sanó!"
Respondió el pastor: "¿Verdad? Bueno, al parecer está
Ud. bien."
El anciano añadió: "Le diré algo más, pastor. Me llenó
del Espíritu Santo también. Y hablé en otra lengua y fui
librado del rapé."
El pastor dijo entre sí: "Pobre viejo, está medio
chiflado. Le han metido en algo." Pero tantos iban a las
reuniones y les gustaban tanto que el pastor resolvió ver
por si mismo lo que pasaba, y volver a traer de allí a sus
miembros. Pensaba preparar un sermón en contra de la
sanidad divina y hasta enviarlo a la prensa. Fue a la
campaña. La primera reunión a que asistió le pareció
bien, sin nada a que oponerse.
La segunda vez le invitaron a sentarse en la plataforma,
lo que hizo, aunque de mala gana. Nunca había
escuchado mejor sermón que el que oyó aquella noche.
Cuando se hizo el llamamiento a los que quisieran ser
salvos a ponerse de pie, este pastor se levantó. Su vecino
le tiró de la chaqueta para que se volviera a sentar
creyendo que había entendido mal; pero, éste declaró
que a pesar de ser predicador no era salvo. Dios le salvó
aquella noche y le llenó del Espíritu Santo. Su mensaje
fue cambiado y anunciaba la sanidad.
Este mismo pastor tenía una amiga en el hospital con
cáncer. Fue a verla y halló al médico y a las enfermeras
con ella. Se salió de la habitación para no molestar.
Luego el médico salió a decirle que había hecho bien en
venir y que quería que orase por la paciente, pues sería
calmante y consolador. El médico se asombró de la
respuesta del pastor:
"No voy a calmarla. Voy a reprender a esa vil
enfermedad en el nombre de Jesús, y creo que Dios la
sanará." Así lo hizo, y veinte años después la señora aún
estaba sana. Hay muchos que creen que la oración sirve
sólo para calmar a una persona: Para algunos no es nada
más que un calmante.
Cierta señora me dijo que había entrado en el hospital
para hacerse operar de un tumor. Los cirujanos creían
que ya era tarde. Pero una enfermera que era del
Evangelio Completo le dijo que Dios la sanaría. La
enfermera y su pastor oraron por la señora. Dios la sanó
y los médicos ya no pudieron hallar el tumor.
Después de salir del hospital, la señora empezó a asistir
a la iglesia del Evangelio Completo. Antes pertenecía a
una iglesia donde se enseñaba que la sanidad, el hablar
en otras lenguas y los milagros cesaron después de los
tiempos de los apóstoles. Su suegra y sus parientes eran
de la misma iglesia. La miraban como a una turbada. Su
propia madre le dijo que el sanarse fue su suerte y nada
más, y que Dios no sana hoy día. Pasó a decirle: "He sido
miembro de mi iglesia estos cuarenta años, y hasta el día
de hoy nunca he recibido la contestación a una oración y
sé que tú tampoco."
La hija le preguntó: "Dígame, ¿porqué ora entonces?"
Hay muchos que oran a fuerza de la costumbre.
Yo si estaba fuera de todo limite humano. Dios sabe las
horas que pasé en oración. Pero no tenían el más mínimo
efecto. Decidí que tenía que haber una equivocación y
sabia que no se debía a Dios; y por lo tanto era yo quien
tendría que cambiar.
Pregunté: "Señor, ¿qué sucede? Algo anda mal porque
no logro nada, no recibo nada." Dios me enseñó por Su
Espíritu, por medio de Su Palabra. Jesús dijo a los
discípulos que el Espíritu Santo traería a su memoria las
cosas que les había enseñando. Él tomaría las cosas de
Jesús y las revelaría a los discípulos. Me las mostró a mí
(Juan 16:13,14).
Tenía que creer que estaba sanado. Mi mente natural se
puso en contra; gritó en contra. Se puede hacer tanto
alboroto con la mente como con las manos y los pies.
Vale la pena estar quieto y escuchar al Espíritu. Mi
mente repetía: "Estás loco, estás loco." Sin embargo dije:
"No, lo veo. Lo veo claramente. Sé porque no he recibido
la sanidad. Sigo confesando que tengo mi problema
cardiaco. Sigo confesando que estoy inmóvil. Puedo
sentir el pulso de mi corazón. Sigo confesando que estoy
enfermo. Pero Su Palabra dice que estoy sanado. La
Palabra de Dios dice que Él hizo algo con la enfermedad
y la dolencia. Estoy reteniendo la enfermedad y mientras
la retenga voy a tenerla. Tengo que dejarla ir. Tengo que
empezar a confesar que lo que Él dice es verdad. Estoy
creyendo lo que mis sentidos me dicen en lugar del
testimonio de la Palabra de Dios. Necesito recibir el
testimonio de la Palabra de Dios. La Palabra de Dios dice
que estoy sanado.
Y así seguí diciéndoselo al diablo. ¡Ay hermano! No
crea que no tendrá una batalla. No crea que tendrá una
cama de pétalos de flores. ¡Oh, no! Dios no se lo ha
prometido. "Pelead la buena batalla de la fe
... resistid al diablo y ..... . retén lo que tienes.. al cual
resistid firmes en la fe." Tales términos indican un
esfuerzo tenaz de nuestra parte. "Porque no tenemos
lucha contra sangre y carne, sino contra principados,
contra potestades, contra los gobernadores de las
tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de
maldad en las regiones celestes."
El luchar denota un esfuerzo enérgico. Este lugar no es
un esfuerzo físico como luchar con un hombre, sino una
lucha con el reino espiritual, una lucha espiritual. Estos
versículos dicen que tiene que haber en el reino espiritual
una pelea, una lucha, una resistencia, un esfuerzo hecho.
Lo sé porque lo he experimentado (Efesios 6:12).
Retenga su confesión. Reténgala. No la retenga
débilmente ni negligentemente, sino firmemente,
fuertemente. La mía la retuve fuertemente. Yo dije:
"Nada, diablo, la Biblia dice que estoy sanado." Eso
mismo es lo que Ud. tendrá que hacer. Dejé de retener la
confesión de mis sentidos y me aferré a 10 que decía la
Palabra de Dios. Eso es lo que me dio la victoria y hará
lo mismo con Ud.
Formemos la costumbre de hacer lo que dice la
Palabra. La Palabra le sanará si la pone en práctica.
Dicen las Escrituras: "Envió Su palabra y los sanó."
Se lee en Proverbios 4:20-22: "Hijo mío, está atento a
Mis palabras; inclina tu oído a mis razones. No se
aparten de tus ojos; guárdalas en medio de tu corazón;
porque son vida a los que las hallan, y medicina a todo
su cuerpo."
Supongamos que Ud. fue al médico y recibió una
receta; la hizo llenar y entonces puso el remedio en el
estante en casa y se sentó a mirarlo sin tomarlo. Por
cierto no le ayudaría, ni esperaría Ud. nada de él Tendría
que obedecer las órdenes del médico y tomar la
medicina. Además, para sacar el provecho, tendría que
seguir sus instrucciones. No podrá imitar al individuo
que compró un remedio para su hijito. En el envase había
estas palabras: "Agítese bien antes de usar." Aquel alzó
la criatura y la sacudió. Hay que seguir las instrucciones.
La Palabra de Dios le sanará si sigue Sus instrucciones.
"Porque Mis palabras son medicina a todo su cuerpo."
Empapémonos de la Palabra de Dios hasta ser tan
sabedores de ella que a cada paso pensamos en ella y en
lo que ella dice. Mientras otros hablan de cualquier cosa;
nosotros deberíamos hablar de lo que la Palabra dice.
Ella dice que "Él suplirá toda nuestra necesidad;" dice
que "Él me ha sanado." Su confesión correcta se hará una
realidad, y recibirá de Dios todo lo que necesite. Ponga
en práctica Su Palabra, ¡HOY MISMO!

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