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CL H O M B R G

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COLECCION "HERMENEIA"

1. Quintanilla, Diccionario de filosofía contemporánea, 3. a ed.


4. Feyerabend-Hanson, Filosofía de la ciencia y religión.
5. Lucas Hernández, Antropologías del siglo XX, 3. a ed.
7. Gadamer, Verdad y método, 2. a ed.
8. Levinas, Totalidad e infinito.
9. Gómez-Heras, Sociedad y utopía en E. Bloch.
10. Savater, La piedad apasionada.

11. Ladriere, £7 reto de la racionalidad.


12. Antiseri, Análisis epistemológico del marxismo y del psicoanálisis.
13. Sádaba, Filosofía, lógica, religión.
14. Ricoeur-Aguessy, El tiempo y las filosofías.
15. Gehlen,El hombre, 2. a ed.
16. Ricoeur-Larre, Las culturas y el tiempo.
17. Vázquez, Freudy Jung: dos modelos antropológicos.
18. Cencillo, Ultima pregunta. Paradojas de la madurez y del poder.
19. Girard, El misterio de nuestro mundo.
20. Simón,¿a verdad cofno libertad.

21. Vázquez, Psicología de la personalidad en Jung.


22. Bandura,Principios de modificación de conducta.
23. Alvarez Turienzo ,El hombre y su soledad.
24. Castañeda-Inoue, Ser hombre. Antropología filosófica.
25. Cortina, Razón comunicativa y responsabilidad solidaria.
26. Levinas, De otro modo qüe ser o más allá de la esencia.
27. Miranda, Apelo a la razón.
EL HOMBRE
SU NATURALEZA Y SU LUGAR EN EL MUNDO
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HERMENEIA 15

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Arnold Gehlen
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^ El hombre
Su naturaleza y su lugar en el mundo
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SEGUNDA EDICION

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Ediciones Sigúeme - Salamanca 1987

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Titulo original: DerMensch
Tradujo: Fernando-Carlos Vevia Romero
© Athenaion Verlag GmbH, Frankfurt 1974
© Ediciones Sigúeme, S. A., 1980
Apartado 332 - 37080 Salamanca (España)
ISBN: 84-301-0799-1
Depósito legal: S. 177-1987
Printed in Spain
Imprime: Gráficas Ortega, S. A.
Polígono El Montalvo - Salamanca 1987
Contenido

Introducción 9

1. El hombre en cuanto problema biológico de especiales ca-


racterísticas •• 9
2. Rechazo del esquema de los grados 22
3. Primer concepto del hombre 35
4. Prosecución de la misma visión teórica 45
5. Acción y lenguaje 52
6. Acción y pulsiones 57
7. El superávit pulsional y modo de dirigirlo 64
8. La ley de la descarga. El papel de la conciencia 70
9. El animal y su medio ambiente. Herder como precursor ... 83

L A ESPECIAL UBICACIÓN MORFOLÓGICA DEL HOMBRE 98

10. Los «primitivismos» de los órganos 98


11. La teoría de Bolk y otras afines 116
12. La cuestión del origen del hombre 142

PERCEPCIÓN, MOVIMIENTO, LENGUAJE 151

13. Procesos cíclicos elementales en el intercambio y trato con


el mundo 151
14. Continuación 163
15. Límites operacionales de los animales 173
16. Gestalten ópticas y símbolos 183
17. Kinefantasía y estetofantasía 212
18. Simbólica cinética 220
19. Dos raíces del lenguaje 227
20. La tercera raíz del lenguaje: reconocimiento 231
21. Teoría del juego. Cuarta raíz del lenguaje 241
22. Ampliación de la experiencia 250
23. Experiencias cinéticas superiores 261
24. Gestos fónicos. Quinta raíz del lenguaje 267
25. Acciones planificadas 274
26. Repetición de los fundamentos del lenguaje 278
27. Elementos del lenguaje 282
28. Los motivos originales del progreso del lenguaje 290
29. Efectos retroactivos: la idea 296
30. Efectos retroactivos: equiparación del mundo exterior y
el interior 302
31. El pensamiento áfono 311
32. Problemas acerca del origen del lenguaje 315
33. El desarrollo superior del lenguaje 323
34. Fantasmas propios del lenguaje 335
35. Conocimiento y verdad 342
36. Certeza experimental irracional 356
37. Sobre la teoría de la fantasía 372

L E Y E S PULSIONALES. CARÁCTER. E L PROBLEMA DEL ESPÍRITU 385

38. Rechazo de la doctrina sobre los impulsos 385


39. Dos leyes pulsionales. El hiato 391
40. Apertura al mundo de las pulsiones 397
41. Otras leyes referentes a los impulsos 410
42. El superávit pulsional. Ley de la autodisciplina 418
43. El carácter 434
44. Algunos problemas del espíritu 448
Introducción

1. El hombre en cuanto problema biológico de especiales carac-


terísticas

La necesidad experimentada por el hombre que reflexiona de


interpretar su propia existencia humana no es puramente teórica.
En efecto, según las conclusiones que se sigan de esa interpreta-
ción, se hará visible o quedará oculto un tipo u otro de tareas. El
hecho de que el hombre se entienda a sí mismo como creación de
Dios o bien como un mono que ha tenido éxito, establecerá una
clara diferencia en su comportamiento con relación a hechos reales.
También en ambos casos se oirán muy distintos tipos de mandatos
dentro de uno mismo.
Naturalmente las religiones, las ciencias, los modos de entender
el mundo, no salen airosos cuando tratan de responder a esta
cuestión sobre la esencia del hombre, pero acostumbran a ofrecer
una respuesta o al menos ciertos puntos de vista desde los cuales
pueda avizorarse alguna, no produciéndose ninguna concordancia,
ya que las respuestas pueden excluirse unas a otras como en el
ejemplo que acabamos de mencionar.
Habría que intentar aprovechar estas circunstancias precisa-
mente cuando quisiéramos determinar la esencia del hombre, que
vendría a ser algo así: existe un ser vivo, una de cuyas propiedades
más importantes es la de tener que adoptar una postura con res-
pecto a sí mismo, haciéndose necesaria una «imagen», una fórmula
de interpretación. Con respecto a sí mismo significa: con respecto
a los impulsos y propiedades que percibe en sí mismo y también
con respecto a sus semejantes, los demás hombres, ya que el modo

9
de tratarlos dependerá de lo que piensa acerca de ellos y de lo que
piensa acerca de sí mismo. Pero esto significa que el hombre tiene
que dar una interpretación de su ser y partiendo de ella tomar una
posición y ejercer una conducta con respecto a sí mismo y a los
demás, cosa que no es tan fácil.
Sin embargo se hace necesaria una respuesta, ya que, de lo
contrario, podría darse la impresión de que podemos permanecer
«neutrales» en esta cuestión sin necesidad de decidirnos por nin-
guna de las fórmulas en disputa.
La primera hace que el hombre provenga de Dio?, la otra del
animal. La primera no es científica y la segunda, como veremos, es
equívoca, precisamente desde el punto de vista científico. Por otra
parte, es curioso que ambos puntos de vista tengan un presupuesto
común, a saber: que el hombre no puede ser comprendido desde sí
mismo; que sólo puede describirse o interpretarse con categorías
extrahumanas. Y aquí se inserta el interés del presente libro: yo
creo que ese presupuesto no es necesario; que es posible desarro-
llar una concepción de la esencia del hombre, que se sirva (para
decirlo con términos técnicos) de conceptos muy específicos y sólo
aplicables a este objeto. Tal orientación de la investigación queda
justificada si conservamos en la memoria esta pregunta: ¿qué sen-
tido tiene esa necesidad de darse una interpretación?
Esta indigencia se entendería inmediatamente si el hombre
fuera un ser que encontrara de antemano en sí mismo o consigo mis-
mo una tarea, que tuviera que hacer comprensible y «poner en cla-
ro» al llevar a cabo su propia interpretación. Todo dependerá de
si es posible desarrollar tal punto de vista dentro de un análisis
científico, es decir: empírico del hombre. El hombre sería no so-
lamente el ser que necesariamente ha de tomar una posición por
cualquier tipo de motivos, aunque específicamente humanos, sino
también, en cierto modo un ser «inacabado», es decir: un ser que
estaría situado ante sí o ante ciertas tareas que le habrían sido da-
das por el mero hecho de existir, pero sin resolver. Si tal es la
situación, se hace extrínsecamente necesaria una «noción de sí»
desde dentx», si el hombre se considera a sí mismo «para hacer
algo» y esto sólo es posible teniendo una imagen de sí mismo.
Mas la tarea que se le ha impuesto debe haberle sido dada con su
mera existencia; es decir: debe radicar en su definición de «hom-
bre». Así lo vio Nietzsche, cuando llamó al hombre «el animal
todavía no afirmado» (XIII, 276). Tales palabras son exactas y

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con razón tienen un doble sentido. En primer lugar significan, que
todavía no hay ninguna explicación de qué sea el hombre; y en
segundo lugar, que el ser humano está en alguna manera «inacaba-
do», no está «establecido con firmeza». Ambas afirmaciones son V
acertadas y podemos admitirlas.
Con lo dicho hemos dado una primera indicación sobre el con-
tenido de este libro. Lo iremos aclarando en páginas sucesivas.
La presente obra es filosófica y científica; se mantiene con mu-
cho cuidado dentro del ámbito de la experiencia, del análisis de
hechos o resultados que están al alcance de cualquiera o que cual-
quiera puede experimentar. En comparación con la intensidad que
hoy día puede alcanzar la iluminación producida por la reflexión,
las aserciones metafísicas tienen una fuerza de persuasión muy limi-
tada y sobre todo tienen muy poco poder auténtico, motivador y
determinante de las acciones de los hombres reales. En compara-
ción' con el volumen del conocimiento objetivo a nuestro alcance,
que muy a menudo contradice a su propio orden carente de
contradicciones, las aserciones de estilo elevado, formuladas co-
mo verdades abstractas, apenas pueden mantenerse en pie. Ine-
vitablemente plantean ulteriores preguntas; a saber: a través de
qué experiencias internas y externas se han ido abriendo ca-
mino y por tanto por cuáles están limitadas, y dentro de qué tra-
diciones o revoluciones hay que entenderlas/ La ciencia empírico-
analítica tiene la ventaja de que todavía hoy puede apoyarse en
una conciencia indiscutible y autosuficiente, pero ha de pagar con
la contrapartida de que sus afirmaciones sean fragmentarias. Tam-
bién la representación propuesta aquí es unilateral o en todo caso
multilateral, por lo tanto abocada a críticas o, mejor aún, a ser com-
plementada. En todo caso, queda claro que sólo se presentan los he-
chos descritos aquí bajo el presupuesto de que se prescinde técnica-
mente, por decirlo así, de la metafísica. El hombre es un campo de
investigación, en el que aun hoy día puede observarse un número
indeterminado de fenómenos antes nunca vistos y a los que toda-
vía no se ha dado nombre.
El tema «espíritu» es el primero que exige una postura meta-
física. Los problemas que aquí se presentan son de tal manera com-
plicados, difíciles y polifacéticos, que cualquier tipo de fórmula
simplista resulta ingenua. ¿A quién pueden convencer tesis globa-
les sobre el espíritu, que ignoran, por ejemplo, el problema de las
ideologías o del relativismo?

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Estas grandes cuestiones no se encuentran de modo directo a lo
largo de este libro, de manera que el hecho de dejarlas a un lado
tiene el sentido positivo de reservarlas para un estudio posterior.
Sin embargo en la última parte de este libro hay una exposición
de las cuestiones fundamentales, con la amplitud que puedo dedi-
carles hoy día.
Volviendo ahora a la línea directriz de esta introducción, he-
mos de definir precisamente la «posición especial» del hombre.
Sería una ventaja que pudiésemos fundamentar para ello el pun-
to de vista popular generalizado, que califica de «animal» a todo
lo que no es hombre, desde el gusano hasta el chimpancé, y lo
separa del hombre. ¿En qué se funda el derecho a hacer esa dis-
tinción? ¿puede mantenerse aun en el caso de estar de acuerdo con
los principios fundamentales de la teoría de la evolución?
Del mismo modo que la anatomía es una ciencia general de la
estructura del cuerpo humano, tiene que ser también posible una
concepción total del «hombre». Dado que nunca nos asalta la duda
de si un ser es hombre o no; y que además el hombre forma real-
mente un auténtico género, tenemos razón para esperar que haya
un objeto inequívoco para una antropología general. Desde el
punto de vista de la lógica habría de anteponerse a cualquier an-
tropología particular, sobre todo a las teorías sobre las razas, aun-
que también a la psicología y a toda ciencia que por principio trata-
se solamente un aspecto del hombre. Por eso, a mi modo de ver, no
trataría expresamente los problemas de esas ciencias especiales, así
como la anatomía general tampoco se ocupa de las características
anatómicas especiales de las razas.
Si hablamos de una posición especial del hombre, hay que indi-
car de qué se distingue el hombre. Por eso no hemos dejado el
más mínimo resquicio al realizar la comparación entre las propieda-
des y capacidades del hombre y las de los animales, pero tales com-
paraciones no han sido situadas, como se ha hecho casi siempre,
dentro del punto de vista preestablecido de hacer proceder las
primeras de las últimas en virtud de la disponibilidad ilimitada del
concepto ««evolución», que con demasiada facilidad se transforma
de un concepto hipotético en otro metafísico. Asimismo, los con-
ceptos cuasiempíricos que surgieron originalmente contra los meta-
físicos, como el de la creación, se transforman en autosuficientes y
«metafísicos» cuando se introducen en función de aquéllos. Aparte
de que sólo se pueden encontrar cuando se refiere a ciertos rasgos

12
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o grupos de rasgos, pero no valen para «todo el hombre», siendo


dificilísima la tarea de «describir al hombre». Ha sido intentada
muy a menudo, pero nunca conseguida.
No se ha conseguido por muchos motivos. La causa principal es
ésta: no se presentan conjuntamente el «exterior» y el «interior».
Morfología y psicología, alma y cuerpo han sido mundos extraños
para los distintos estudios hechos hasta hoy. Aun la afirmación ge-
neral de que el hombre es una unidad-cuerpo-alma-espíritu sigue
siendo abstracta. Ciertamente es verdadera, pero desde el punto
de vista lógico es solamente negativa; expresa el rechazo del dua-
lismo abstracto, pero sin embargo no dice nada sobre el aspecto
positivo. Esa fórmula, como toda fórmula de totalidad, sigue sien-
do abstracta, demasiado verdadera, por decirlo así, para que sea
correcta, y no puede dar nada de sí misma en cuanto se le haga <
la primera pregunta concreta. Hablando con conceptos de la nueva
ontología de N. Hartmann, nos interesa (pese a la imposibilidad
confesada de antemano de reducir el «espíritu» a la «vida») en-
contrar aquellas categorías que sean «permeables», es decir, que
permitan la existencia conjunta de dichos estratos.
Otro motivo del fracaso de las teorías antropológicas de con-
junto es que una ciencia de este tipo debería incluir numerosas
ciencias particulares: biología, psicología, epistemología, lingüística,
fisiología, sociología, etc. El mero hecho de orientarse en medio
de ciencias tan diversas no sería fácil, pero mucho más cuestionable
sería la posibilidad de encontrar un punto de vista desde el que
pudieran dominarse todas esas ciencias en relación a un solo tema.
Tendrían que derribarse los muros entre dichas ciencias, pero de
un modo productivo, ya que de ese derribo se conseguirían mate-
riales para la nueva construcción de una única ciencia. He adoptado
como guía este punto de vista, que no puede tomarse de ninguna
de las ciencias individuales, interesadas en el tema filosófico. Todo
el libro no es más que la aplicación de ese pensamiento fundamen-
tal, de esa concepción.
La dificultad (en virtud de la cual no se ha conseguido hasta
ahora una antropología filosófica) consiste por tanto en lo siguien-
te: en tanto que uno contemple rasgos o propiedades por separado,
no encontrará nada específicamente humano. Ciertamente el hom-
bre tiene una magnífica constitución física, pero los antropoides
(grandes monos) tienen otra bastante parecida; hay muchos anima-
les que construyen moradas o realizan construcciones artificiales, o

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viven en sociedad, desde las hormigas hasta los castores; los elefan-
tes son también listos; existe una comprensión acústica semejante a
la lingüística entre algunos animales; nos ocuparemos detalladamen-
te de los ensayos interesantes de Kohler sobre la inteligencia de los
chimpancés y, si a ello se añade el peso de la teoría de la evolución,
parece que la antropología sería el último capítulo de una zoología.
Mientras no tengamos una visión total del hombre tendremos que
quedarnos en la contemplación y comparación de las características
individuales, y mientras nos quedemos ahí no existirá una antro-
pología independiente, ya que no habrá un ser humano indepen-
diente.
Pero si queremos establecer firmemente ese ser humano, ten-
dremos que reconocer una «totalidad» al hombre. Ahora bien, la
tesis de la unidad alma-cuerpo no supera propiamente el dualismo
de cuerpo y alma, fuera y dentro. Solamente se niega a asomarse a
los difíciles problemas allí encerrados. ¿Por qué se le ocurrió a
la naturaleza organizar un ser expuesto a la descomunal capacidad
de error y perturbabilidad de la conciencia? ¿por qué el hombre,
en lugar de estar dotado de «alma» y «espíritu» no está dotado de
algunos instintos que funcionen con seguridad? Además, si exis-
tiera semejante unidad, ¿dónde estarían los conceptos y modelos
mentales para entender el alma y el espíritu desde el cuerpo (con
categorías biológicas), o el cuerpo desde el alma y el espíritu? Esto
tendría que ser posible si hubiera una «unidad». Ninguna de estas
preguntas se ha respondido, quedando pues el derecho a hacer un
nuevo intento.
En efecto, podría ocurrir que todas las características y activi-
dades esenciales humanas, internas y externas, tuviesen una cone-
xión todavía no conocida y que sólo fuera visible desde un solo
punto de vista. Ahora bien, si ese hilo conductor nos obligara a
preferir nuestros conceptos normativos en oposición muchas veces
a aquellos otros acreditados en la zoología y en la psicología de
los animales, o al menos a cambiar de posición los acentos, habría-
mos conseguido, junto con la solución de la tarea antropológica, la
comprensión de la posición especial que ocupa el hombre dentro
de la naturaleza y también un concepto, una visión conceptual del
«hombre». Tal punto de vista único habría de ser central; en todo
caso debería imposibilitar que un sólo rasgo característico (la «ra-
zón», la mano, la posición erecta, el lenguaje o cualquier otro) fuera
declarado como el «todo». Esto no sirve, pues cualquier rasgo ais-

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lado se puede encontrar de alguna manera en el reino animal y, to-
mado aisladamente, es equívoco.
En sentido estricto voy a ofrecer solamente una antropología
elemental, pero ese vocablo «elemental» tiene, cuando se refiere al
hombre, una enorme amplitud y probablemente es ilimitado en sus
efectos. Para llegar a lo que voy a decir, he tenido que destacar mu-
chísimos hechos de diversas ciencias, y hacerlo desde una perspec-
tiva generalizadora fue la tarea auténticamente filosófica. En efecto,
la filosofía se ocupa de comportamientos y objetos existentes (aun
cuando fueren realizaciones que se llevan a cabo, por ejemplo:
una acción), y de este modo el «hombre», por ejemplo, es un tema
de la filosofía. Ninguna de las ciencias particulares que se ocupan
también de él (morfología, psicología, lingüística, etc.) tiene este
objeto: el hombre; y a su vez no hay ciencia del hombre, si no se
tienen en cuenta los resultados que proporciona cada una de las
ciencias en particular.
Este libro sé enfrenta también a otra perspectiva distinta. Se
trata de la. visión del hombre desde el animal, muy difundida y
que se califica a sí misma de «biológica», ya sea bajo la forma de
la doctrina evolucionista clásica —o, como también se le puede
liamar ingenua—, ya sea en la de cualquier otra visión que par-
tiendo de lo corporal y en una supuesta posesión o arrendamiento
del «pensamiento biológico» quiera captar desde fuera tanto cuantg
pueda del elemento anímico sin palmaria contradicción. Me ocu-
paré de tales concepciones en el texto y las discutiré científicamen-
te, presentando aquí solamente mi contrapropuesta: afirmo que
precisamente ese tipo de pensamiento, cuando se trata del hombre,
no es biológico y produce descrédito al pensamiento biológico;
afirmo más bien que soy yo el que piensa estrictamente en sentido
biológico, al hacerlo con una concepción del hombre, que se halla
en contradicción con casi todas las concepciones usuales. Si se me
concediese el supuesto (hipótesis que en este trabajo va a ser confir-
mada con todo lo que en él se puede conocer y abarcar) de que en
el hombre nos encontramos con un proyecto absolutamente único
de la naturaleza, que ésta no ha intentado nunca ni en otra parte,
entonces cualquier intento de hacer proceder al hombre directa-
mente del animal (grandes monos, chimpancés, etc.) bloquearía el
planteamiento de la cuestión. Más aún: el propósito de buscar tal
procedencia bloquearía el punto de partida de un pensamiento

U
auténticamente antropológico. Y aquí aparece una controversia
importantísima en torno a qué es el «pensamiento biológico».
Mirando al hombre desde fuera (su constitución corporal) y
conociendo k historia <¿e la evolución zoológica, conociendo ade-
más tal vez los fósiles, los restos de esqueletos de vida desapareci-
da hace ya tiempo, se va abriendo paso una determinada teoría,
tanto más, cuanto más ceda uno al instinto conceptual de la sim-
plificación y la unificación: la teoría de la procedencia rectilínea del
hombre a partir de los antropoides. Esta teoría afirma que piensa
biológicamente, precisamente porque piensa a partir de lo corporal,
de la constitución de las leyes evolutivas de la vida orgánica. Preci-
samente por ello no llega al «dentro» del hombre, y precisamente
por eso ha de poner el máximo valor en los experimentos con chim-
pancés realizados por Kohler (la llamada psicología animal), según
los cuales los antropoides tienen inteligencia, incluso inteligencia
creadora. De este modo se llega al esquema de una teoría global,
tal y como hoy día domina generalmente, pero al precio de una to-
tal desatención de la vicia interior del hombre o de ideas absoluta-
mente infantiles sobre el contenido de la misma. ¿Qué es el len-
guaje? ¿qué es la fantasía? ¿qué es la voluntad? ¿existe el conoci-
miento, y si existe, qué es lo que se conoce y qué no? ¿por qué
precisamente ése y no aquél? ¿qué es la moral, y por qué existe
algo de ese tipo? Con los conceptos de tal teoría ni siquiera se
pueden plantear estas cuestiones, ni mucho menos responderlas.
Ahora bien, yo afirmo que se puede aventurar una respuesta a
esas preguntas dentro del marco de investigaciones que han de es-
forzarse en la formación de un concepto desprovisto al máximo de
prejuicios, y que sea, lo más que pueda, puramente descriptivo. La
dificultad inherente a la formación de semejante concepto se halla
principalmente en tener que abandonar hábitos de pensar contuma-
ces¿ En efecto, si el honibre es un «diseño especial» de la naturale-
za, por principio no se le acomodará un modo de estudio que no sea
específico para ello. Por el contrario, probaré lo siguiente: existe
un tipo de consideración antropobiológica (llamémoslo así en una
primera aproximación), que estudia la especial disposición corporal
del hombre juntamente con la complejísima «interioridad», y que
puede «comprender» también ese conjunto a modo de ensayo, con
conceptos fundamentales especiales (categorías), precisamente en el
punto donde siempre nos había fallado la mirada, el nexo directo
de lo corporal y lo anímico.

16
El análisis objetivo de un ser vivo sólo puede llevarse a cabo
biológicamente, cuando investigue también los fenómenos vitales
anímicos y espirituales como hechos que tienen relación con otros
hechos.
Mientras este punto de vista teórico no encuentre en sí ningún
motivo para ofrecerse como víctima a sí mismo, no pueden soslayar-
se esas relaciones. Pero un estudio de ese tipo no puede detenerse
meramente en lo somático; ni tampoco a modo de complemento en
la comparación de algunas actividades de aprendizaje o inteligencia
(vistas desde una psicología que es ajena al cuerpo) con las de cier-
tos animales. Solamente conseguirá su objetivo cuando se encuen-
tren leyes específicamente humanas que puedan comprobarse a lo
largo y a lo ancho de la constitución humana; pero entonces es
recomendable prescindir de las representaciones o ideas provisio-
nales que se ofrezcan en un primer momento; hay que «ponerlas
entre paréntesis». También hay que prescindir de la idea de la pro-
cedencia directa del hombre de lo que hoy se llaman antropoides; o
de lo que, ya extinguido, habría formado con él un género; asi-
mismo de la opinión de que existieron «pasos» desde la inteligencia
o el lenguaje animales al humano; de los «estados animales» o sim-
biosis a las instituciones humanas; y de otras muchas ideas acos-
tumbradas en la psicología. Ese «poner entre paréntesis», no es
tampoco una mera ocurrencia, ya que por ese camino no se ha
conseguido hasta el momento una teoría de conjunto del hombre
satisfactoria, ni siquiera dentro de los límites de lo que era posible
alcanzar. Seguiremos adelante por otros caminos.
Así pues, cuando se trata del hombre, un estudio biológico no
puede reducirse a lo meramente somático o corporal. Entonces, ¿en
qué consiste el planteamiento antropobiológico? Consiste solamen-
te en la pregunta acerca de las condiciones de la existencia del ser
humano. Observamos detenidamente ese ser, especial e incompara-
ble, al que faltan todas las condiciones vitales del animal, y nos
preguntamos: ¿ante qué tareas se halla tal ser, si quiere simple-
mente mantener su vida, prorrogar su supervivencia, sacar adelante
su existencia? Y mostraremos (a través de largas y difíciles investi-
gaciones, pero siempre bajo un mismo pensamiento fundamental)
que aquí se involucra de modo lógico y necesario, nada menos que
toda la amplitud de la interioridad humana elemental, a saber:
pensamientos y lenguaje, la fantasía, las pulsiones, formadas de un
modo especial, que no tiene ningún animal, una movilidad y una

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motórica únicas. Iremos examinando todas esas características por
separado, en lo que tengan de observable, y luego se explicarán
mutuamente, remitiéndolas a otras. Es necesaria una maravillosa
estructura de operaciones, sumamente complicada, a fin de que
un ser de esta concreta constitución corporal pueda vivir todavía
mañana, y la semana próxima, y el año que viene. Tal es el aspecto
de la investigación biológica^cuando se trata del hombre.
Antes hemos dicho que el hombre es el animal todavía no aca-\
bado, en cierto modo no está «fijado con firmeza». Es, como diji-
mos también, un ser que encuentra ante sí y en sí mismo una
tarea, y precisamente por eso necesita una interpretación de sí. De
eso se ha tratado siempre y eso es lo que está en juego aquí. Ahora
podemos ampliar un poco más esas afirmaciones: la naturaleza
ha concedido una posición especial al hombre, o, dicho de otra ma-
nera, en el hombre ha intentado una dirección de la evolución no
existente antes, no probada todavía, ha deseado crear un nuevo
principio de organización. Es propio de ese principio que el hom-
bre encuentre ante sí, en su mera existencia, una tarea; que su exis-
tencia se transforme en su propia tarea y actividad; dicho de ma-
nera muy simple: para él es ya una realización considerable el hecho
de vivir aún el próximo año, y para lograrlo ha de emplear todas
sus capacidades. (Que «no está establecido con firmeza» quiere
decir, que «están a su disposición sus propias aptitudes y dones
para existir»; tiene un comportamiento con relación a sí mismo,
de un modo absolutamente necesario, como no lo hace ningún ani-
mal. Como suelo decir, no_yiyeJL_§ina que guía su vida. No en bro-
ma, ni por el capricho de reflexionar, sino por auténtica necesidad.
Si la naturaleza entregó a un ser a todos los peligros de posibles
alteraciones o extravíos que se encierran en ese «no estar firmemen-
te establecido», en esa obligación de afirmarse a sí mismo y de dis-
poner de sí mismo, tuvo que existir un motivo muy serio. Y lo
hay en el riesgo de una physis, que contradice todo tipo de ley
orgánica bien acreditada entre los animales. Cuando se quiera cali-
ficar de biológico a un modo de observación o estudio, éste tendrá
que realizarse colocando a un ser ante la pregunta siguiente: ¿en
virtud de qué medios existe propiamente? Si se hace esto, se
abrirá un campo extraordinario a una ciencia completamente nue-
va: a una ciencia de la totalidad del hombre. En efecto, se podría
mostrar por qué la especial corporalidad biológica y anatómica del
hombre hace que su inteligencia sea necesaria y que funcione de

18
un modo muy determinado; se podría mostrar cómo el lenguaje
continúa un sistema de conexiones de movimiento y percepción
situadas muy profundamente; cómo se construyen el pensar y el
imaginar; cómo el incomparable mundo de percepciones del hombre
concuerda con todo esto. La estructura pulsional, absolutamente i
no-animal y única, pertenece a tal ser, y hay un solo pensamiento-¡
sistema que nos permite organizar el abundante material que posee-)
mos de conocimiento real y objetivo. Así pues, queremos estable-
cer un sistema de relaciones mutuas, esclarecedoras, de todas las ca-
racterísticas esenciales del hombre, desde el caminar erecto hasta la
moral, por decirlo así, ya que todas esas características forman un
sistema, en el que se están presuponiendo mutuamente-, un fallo,
una desviación en un punto, haría a la totalidad incapaz para la
vida. Queda excluida la pregunta acerca de las «causas»; no existe
ninguna dependencia causal de una característica con respecto a las
demás: la inteligencia no ha «producido» el lenguaje; .o, al revés,
el caminar erecto no ha producido la inteligencia. Este ser es un
proyecto único de la naturaleza, y a su viabilidad vital pertenecen
esas propiedades y precisamente en las relaciones mutuas que he-
mos de mostrar. También mostraré en la primera parte que esta
ubicación especial del hombre dentro de la teoría clásica de la evo-
lución es un problema que no puede ser pasado por alto y lo mos-
traré en teorías concretas.
Desde el punto de vista metódico es necesario observar aquí que
el concepto de «causa» ha de desaparecer por completo. Sólo tiene
un sentido definido en aquellos casos en que se puedan aislar cada
uno de los componentes, es decir, sólo dentro de las ciencias autén-
ticamente experimentales. En otro caso se trataría de un concepto
de tipo «cortocircuito», consistente la mayoría de las veces en que
de todo un complejo se aisla una característica y se coloca como
«causa» de ese complejo del que fue aislada. Así por ejemplo, cuan-
do se dice que el empleo de la mano es la causa del fuerte desarro-
llo del cerebro, y éste la causa de que llegue a existir el hombre, o
bien que el ir desapareciendo los árboles de las selvas primarias
donde se refugiaban los animales del final del terciario, es la causa
del famoso «descenso» de los árboles, y éste a su vez la causa del
caminar erecto, etc.
Existe un modo parecido de tratar el asunto que evita también
las faltas inherentes a ese «preguntarse por las causas», situándose
desde un principio dentro de nuestra manera de plantear la cues-

19
tión; consiste en ir descontando de la suma total de condiciones.
Por tanto, se formula así: sin A no hay B; sin B no hay C; sin C
no hay D; etc. Cuando la serie se repliega sobre sí misma —sin
N no hay A— entonces se ha conseguido una comprensión total
del sistema considerado, sin que ni por un momento la metafísica
tuviera lugar para encontrar una causa.
Se ve inmediatamente que este método de la «totalidad» del
hombre, si es que existe, sería el único adecuado; y, al revés, sólo
se habrá demostrado esa totalidad cuando el método, que es el
nuestro, tenga éxito.
Estas tesis fundamentales, mantenidas sin mutaciones desde
la primera edición, no han protegido a esta obra de ciertos malen-
tendidos, que se agrupan en torno a un modo de entender de-
nominado «biológico». Es comprensible que este concepto, como
consecuencia del mal uso que se ha hecho de él, sea uno de aque-
llos que despiertan más susceptibilidades. Pero difícilmente podría
suplírsele: en efecto, las palabras «científicovital» o «vitalístico»
contienen no menos equívocos. Por eso hay que acentuar, una vez
más, que la conciencia, el mundo de las representaciones, el len-
guaje, no han de hacerse «proceder» de procesos corporales o han
de «atribuirse» a ellos; y que el arte, la religión, el derecho, no
pueden entenderse como puros reflejos de la vida orgánica.
El método de estudio aquí elegido, que hemos calificado de
biológico, consiste más bien en considerar las funciones superiores
—como fantasía, lenguaje, pensamiento, etc.— en sus realizaciones.
Una investigación paralela muestra la ubicación particular, clara-
mente delimitada, del hombre en sentido morfológico, es decir, en
un sentido más estricto que el biológico. En este punto surge la
cuestión siguiente: ¿cómo puede mantenerse en la vida un ser tan
desvalido, necesitado y expuesto? Se muestra entonces que aque-
llas funciones superiores aparecen (al plantear esta cuestión bioló-
gica en sentido amplio) como necesidades vitales; es decir, que
«entran a formar parte» de aquella ubicación morfológica especial.
Ambas sejries de pensamientos confluyen por eso en el concepto de
acción (Handlung). Un análisis empírico y minucioso de éste
muestra a cada paso auténticas estructuras, es decir: categorías, que
contienen el conjunto de lo corporal y lo anímico, y, decimos nos-
otros, limitan entre sí en ciertos puntos de condensación. Ese con-
junto, en sí mismo, es trascendente a nuestro conocimiento. De él

20
vale lo que le dice Heisenberg 1 : «la realidad se presenta a nuestro
pensamiento en primer lugar en capas o estratos separados, los
cuales, por decirlo así, se conexionan entre sí en un espacio abs-
tracto detrás de los fenómenos», de tal manera que «todo conoci-
miento, en cierta manera, ha de estar suspendido sobre una profun-
didad sin fondo». Por otra parte esa conexión se realiza continua-
mente: por ejemplo, en cada uno de los movimientos del brazo rea- ¿.
tizado con voluntad de hacerlo; por tanto, es un hecho y una expe-
riencia. Cabe esperar que el análisis de las acciones realizadas por
el hombre puedan iluminar, al menos aproximativamente y desde
las orillas, el más oscuro de todos los «espacios abstractos».
Quisiera aducir un ejemplo. Se refiere a la categoría fundamen-
tal de la «descarga» (Entlastung). El pensar, imaginar y fantasear
descansa, como mostraremos después, sobre una amplia infraes-
tructura de funciones «sensomotoras», que discurren a través de las
manos, los ojos y el lenguaje. Sería una simplificación intolerable
que, por esa razón, alguien quisiera «reducir» las primeras a estas
últimas, o hacerlas «surgir» de ellas. Por otra parte, no cabe duda
sobre la existencia de esa fundamentación. La categoría de la Ent-
lastung, que se incardina aquí, quiere decir solamente que las fun-
ciones del pensamiento y de la fantasía logran su movilidad en las
experiencias elementales táctiles y visuales, ornadas con palabras;
que las experiencias allí desarrolladas se continúan en una for-
ma, por decirlo así, más descansada y más libre; y que ciertas es-
tructuras de ambas esferas son idénticas, como puede comprobarse.
Esas funciones superiores podrían, como lo expresó N. Hartmann
en una excelente recensión de este libro 2 , «sobrepujar el aparato
del lenguaje, dejándolo atrás; pero por eso mismo podrían haber lo-
grado también gracias a él por primera vez la libertad de todas sus
posibilidades».
En Bergson se encuentra un enfoque de la categoría de la des-
carga que sigue la misma dirección: «En los hombres, un hábito de
movimiento puede mantener a raya a otros hábitos-de-movimientos,
y así, superando el automatismo, dejar en libertad la conciencia».
En este esquema, el problema del pensamiento y el lenguaje, len-
guaje y acción está de tal manera planteado que se presta perfecta-
mente a un estudio analítico, siempre que esa acción esté en el
punto central.

1. Die Einheit des naturw. Weltbildes, 1942, 32.


2. Bl. f. dt. Phüos. 15 (1941).

21
Volvamos a cuestiones más generales. Entendemos aquí las
funciones superiores como pertenecientes a los condicionamientos
bajo los cuales un ser tan expuesto como el hombre se hace real-
mente capaz de vivir. En principio nada puede objetarse contra es-
te punto de vista que aquí llamamos biológico, con tal de que siga
siendo elemental. No se pueden tratar todos los problemas de una
vez; ya veremos en otro lugar cómo se modifica este punto de
vista cuando se refiere a la superestructura espiritual de sociedades
completas.(Pero aquí podemos mostrar ya que nuestro punto de
vista opera de modo totalmente contrario o aquel que trabaja con
una «reducción» o atribución del ámbito espiritual-anímico al or-
gánico.] En efecto, constantemente observamos que lo que se acos-
tumbra a reservar y atribuir únicamente a aquellas funciones, está
ya «tomado en cuenta con antelación» en los estratos o capas vi-
tales. Las funciones vegetativas, sensoriales y motoras trabajan,
como es evidente, con más componente espiritual de lo que el
idealismo quisiera conceder y de lo que' el materialismo podría eon-
¿cedcr. Precisamente por eso, no puede uno imaginar aquellas fuh-
ciones supremas en un organismo estructurado de cualquier mane-
ra; y por eso son en último término incomprensibles, si no se po-
nen en relación con la ubicación orgánica especial del hombre.
Si el hombre aparece en estas circunstancias, en comparación
con el animal, como un «ser de carencias», tal calificativo acentúa
una relación de comparación; tiene por tanto solamente un valor
transitorio; no es un «concepto sustancial». Este concepto quiere
decir exactamente lo que H. Freyes 3 objeta contra él: «De un mo-
do ficticio se supone que el hombre es un animal, para encontrar
después, que, como tal, es sumamente imperfecto e incluso impo-
sible». Precisamente eso es lo que debe salir de este concepto: que
la estructura supraanimal del cuerpo humano resulta en compara-
ción con el animal y dentro de una visión estrictamente biológica,
paradójica y por eso se contradistingue. Por supuesto que con este
calificativo el hombre no queda plenamente definido, pero sí queda
señalada su ubicación especial desde un punto de vista estrictamen-
te morfológico.

2. Rechazo del esquema de los grados


Ahora es necesario echar una primera y muy instructiva mirada
panorámica sobre la totalidad de las exposiciones que se van a ha-
3. Weltgeschichte Europas I, 1949, 169.

22
cer, a fin de que el lector llegue a las mismas con ideas concretas.
Mostraremos ya aquí un bosquejo del «esquema antropológico»,
puesto que constituye el pensamiento conductor de todas las in-
vestigaciones subsiguientes más precisas, las cuales se limitan a lle-
var a la práctica ese esquema. Pero en primer lugar es necesario
realizar antes un trabajo negativo breve, para deshacer un prejuicio
que probablemente se presenta con una especie de naturalidad al
tratar la relación entre el hombre y el animal.
Encontraremos ese prejuicio en el conocido libro de Scheler, La
posición del hombre en el cosmos, donde se apoya en las ideas si-
guientes: de la conducta instintiva (conducta que transcurre si-
guiendo un ritmo determinado, pleno de sentido, no adquirido, y
que sirve a la especie) surge tanto lo habitual como lo inteligente.
El comportamiento o conducta habitual es propio de todo ser vi-
vo, que cambia su conducta, lenta y acompasadamente, de un
modo sabiamente dirigido y al servicio de la vida, sobre la base de
experiencias anteriores, en estrecha dependencia del número de
intentos y de los llamados movimientos de tanteo. Siempre que un
animal retenga movimientos de tanteo que tuvieron éxito, y los
ejercite, se formará un hábito; la memoria asociativa se encontraría
también incluida en aquella facultad. Este principio se vincula es-
trechamente desde el comienzo con la imitación de actos y movi-
mientos, y, sin comprometernos en clasificaciones poco seguras, se
puede decir que una conducta en la que pueden observarse ejerci-
cio, hábito, imitación y memoria, se distingue suficientemente de
otras más primitivas instintivas, así como de las inteligentes. Siem-
pre que la naturaleza haga surgir esa nueva forma física, le dará
una ayuda para los nuevos peligros que ahora son posibles, a saber:
la inteligencia práctica y la capacidad de encontrar lo ventajoso. Un
ser vivo se comporta de modo inteligente cuando lleva a cabo una
conducta análoga nueva, frente a situaciones que no son típicas, ni
específica ni individualmente; cuando soluciona de repente una ta-
rea nueva pulsional interesante.
Se trata de una visión que se introduce en un hecho de nueva
especie el cual es completado por la anticipación; por la circunstan-
cia de una planificación posible, vivencia que inmediatamente pasa
a un actuar imaginativo y creador. Si atribuimos esta capacidad a
los simios superiores, cosa que apenas se puede dudar, surge enton-
ces la pregunta de si sigue existiendo todavía una diferencia esen-
cial entre el hombre y los animales.

23
Scheler contestó afirmativamente a esa pregunta con la idea de
que el nuevo principio que hace hombre al ser humano es total-
mente contrapuesto a toda vida; se halla fuera de todo lo que po-
demos llamar vida: es el espíritu. La esencia del espíritu en su des-
vinculación existencial; su separabilidad de cauces y de la depen-
dencia propia de lo orgánico. Tal ser espiritual no estaría ligado ya
a la pulsión y al medio ambiente, sino liberado del entorno o abier-
to al mundo; podría levantar a los que en un principio eran sólo
centro de resistencia dentro del medio ambiente y transformarlos
en objetos, realizando el acto de la ideologización; a saber: separar
fundamentalmente esencia y existencia. El hombre, mediante un
acto ascético de contención de sus inclinaciones pulsionales hacia
las cosas podría levantar la impresión de realidad del mundo y
aprehender así el puro ser de las cosas, precindiendo de su existen-
cia, y en virtud de ese punto de vista dejarse determinar en un
mero comportamiento de ser así. En efecto, la existencia (ser-ahí)
de las cosas vendría dada por la vivencia de la resistencia de las
mismas frente a nuestra vida pulsional y llena de afanes; pero el
hombre sería capaz de quitar su fuerza a esa presión de la vida (en
relación a la cual el mundo aparece sobre todo como resistencia o
estímulo) y sublimar luego esa energía pulsional reprimida a fin de
edificar indefinidamente aquellos actos espirituales que abarcan la
pura esencia y el ser-así de las cosas. Es decir: el espíritu viviría de
las fuerzas que no son transformadas en el mundo, que le son qui-
tadas; se movería fuera de la vida y a costa de la vida. Dice
Scheler que «sólo el hombre puede saltar fuera de sí en cuanto ser
vivo y desde un centro situado por así decir fuera y más allá del
mundo espacio-temporal hacer de todo y también de sí mismo un
objeto de su conocimiento. Pero ese centro, desde el cual realiza
el hombre los actos, a través del cual objetiviza el mundo, su cuer-
po y su psique, no puede ser una parte de ese mundo».
Por lo que puedo saber, la antropología no ha ido esencialmen-
te más allá de esta doctrina, ya que aun la doctrina programática
de la unidad cuerpo-alma-espíritu admite sólo una última correc-
ción, al ne> admitir la tesis de la «extramundanidad» del espíritu.
Sea dicho esto, sólo como una preparación. Fuera de eso, en la
teoría de Scheler se esconde un prejuicio general: el del esquema de
los grados, cuyos escalones serían instinto, costumbre o hábito, in-
teligencia práctica e inteligencia humana. Es ésta una ordenación
engañosa, a la que no podemos confiarnos ya que entonces sólo

24
existirían dos posibilidades: 1) sólo existe entonces una diferencia
gradual entre la inteligencia práctica, que ya tienen los animales,
y la humana. Es decir, se daría un paso continuo desde el animal
al hombre, de tal manera que el hombre sería definido únicamente
por un mayor enriquecimiento o refinamiento, por mayor compleji-
dad de las «propiedades» animales, tal y como defiende la teoría
clásica del origen de las especies; 2) la diferencia entre ambas y lo
esencialmente humano habría que buscarla en una condición o dis-
posición especial de la pura inteligencia; en alguna cualidad espe-
cial: el «espíritu». Este tendría que contraponerse obligatoriamen-
te a todas las funciones que le preceden, incluyendo la inteligencia
práctica y, como se ve inmediatamente, quedando con ello desnatu-
ralizado. La afirmación (Scheler-Klages) de que el «espíritu» es
extraviviente o superviviente, no dice nada nuevo. Simplemente
expresa con claridad cómo se piensa cuando uno está vinculado a
un determinado esquema obligatorio.
Si se sigue ese esquema de los grados, se deja pasar una posi-
bilidad que sin embargo es esencial: que la diferencia entre los ani-
males y los hombres consista en una ley estructural que impregne
todo. Es decir, que el «estilo», o la forma de acontecer los movi-
mientos, las acciones, las manifestaciones sonoras, los actos de in-
teligencia, las vivencias pulsionales, etc., pudiera ser absolutamente
diferente. Este modo de considerar las cosas es el que seguiremos
aquí y quedará libre de toda duda, si podemos mostrar una unidad
de la ley estructural que reine en todas las funciones humanas, des-
de las corporales a las espirituales. En ese caso, no habría que
poner ya la diferencia sólo en el «espíritu», sino que se podría
mostrar en los modelos o formas del movimiento físico. Vamos a
definir (para dar una primera formulación) al hombre como ser
práxico (que actúa, trata, comercia). De este modo, la descripción
que hacíamos más arriba del hombre como un ser que toma posi-
ciones, que no está acabado o fijado, que preceptúa o da disposicio-
nes (y dispone también de sí mismo) se aclararía y ampliaría de un
modo decisivo. Es clarísimo que esa definición no puede aparecer
dentro del esquema de los grados; es claro también cómo se halla
más allá de la cuestión de si el espíritu entra o no dentro de los
presupuestos de tipo animal en el caso del ser humano. Pero en
cambio sí podemos (y vamos a mostrar) cómo la determinación del
hombre a la acción es la ley estructural que impregna o traspasa
todas las funciones y operaciones humanas y que esa determinación

25
es resultado clarísimo de la organización física del hombre. Un ser
constituido físicamente de tal modo sólo puede vivir si actúa; con
eso hemos dado la ley estructural de todas las realizaciones huma-
nas, desde las somáticas hasta las espirituales.
Así pues, hay que desterrar en primer lugar la idea antiquísima
(presente también en Scheler como telón de fondo) de que el hom-
bre reúne en sí esferas de vida que han sido construidas por separa-
do en la naturaleza. La idea viene a ser que en la naturaleza exis-
tirían seres instintivos inferiores; animales algo superiores con cos-
tumbres y memoria; otros todavía más elevados con inteligencia
práctica, y por fin el hombre que uniría en sí todos esos mundos,
coronándolos con su espíritu humano; sería un microcosmos. De
modo parecido pensaba ya Aristóteles y es ese esquema el que ha
de ser descubierto y suprimido, ya que falsea desde un principio la
relación entre el hombre y los animales.
En el esquema de Scheler hay dos series de ideas falsas. En pri-
mer lugar, la de que exista un orden evolutivo de operaciones que
va desde el «instinto» hasta el espíritu humano. La segunda, que
esa escala de operaciones se presente como una sucesión desde los
animales inferiores a los superiores y de éstos al hombre. Es conve-
niente que examinemos más detalladamente ambas tesis.
La nueva psicología animal, representada sobre todo por Kon-
rad Lorenz 4 ha barrido las anteriores opiniones, representadas so-
bre todo por Spencer, Lloyd Morgan y otros. Esas opiniones man-
tenían que el «instinto» era el «escalón anterior», ontogenético y
filogenético, de las operaciones espirituales superiores. En primer
lugar, como muestran cuidadosos experimentos, hay dos tipos fun-
damentalmente distintos de procesos cinéticos innatos y mantene-
dores de la especie: las reacciones de orientación (que están depen-
diendo de estímulos externos guías) y los movimientos instintivos.
Cuando un sapo se sitúa, primero con los ojos y luego con peque-
ños saltitos, con todo su cuerpo simétricamente con respecto a una
mosca antes de atraparla, está realizando una reacción de orienta-
ción (taxis). Cuando un pez mira con ambos ojos, y se orienta ha-
cia una larva de mosquito y al mismo tiempo evita una planta de
agua situada en medio, está resolviendo un problema concreto de
espacio, el del «rodeo», inmediatamente, es decir: sin un ensayo
previo y sin una equivocación. Existe pues un paso movible y fluc-

4. K. Lorenz, Über die Bildung des Instinktbegriffs, 1937, 19-21.

26
tuante desde los mecanismos sencillos de orientación hasta el com-
portamiento perspicaz y la inteligencia. Cuando el pez blenia (bien-
nius) huye manteniendo al mismo tiempo su mirada en la dirección
en la que viene el enemigo y en aquella en que está su escondrijo,
su comportamiento está actuando «inteligentemente». Las reaccio-
nes de orientación son probablemente las raíces filogenéticas de mo-
dos de comportamiento complicados y variables y aunque aparecen
al mismo tiempo que los instintos auténticos, no son reductibles a
ellos; es decir: se distinguen totalmente de ellos.
Por el contrario, los instintos auténticos son movimiento, o me-
jor, modelos o figuras de movimientos de un tipo muy especial, que
transcurren en virtud de un automatismo innato y son dependientes
de procesos de producción de estímulos endógenos internos. En
virtud de esa transformación interna o reorientación, los pájaros
comienzan con sus movimientos instintivos para la construcción del
nido, acarreando un material, que ni antes ni después , existe para
ellos; numerosas especies de animales producen las figuras cinéticas
exactísimas que preparan y realizan el apareamiento en las épocas
de celo. Se puede demostrar la producción interna de excitantes o
estímulos de esas figuras cinéticas innatas, muy especialmente en el
caso de estímulos muy fuertes, por ejemplo el hambre. En caso
de que les falte un objeto que les sirva de meta, pueden correr «en
el vacío». Tal es el caso de la cría de estornino observada por Lo-
renz, que realizaba toda la serie de movimientos de la captura de
una presa, incluyendo la persecución de la presa (no existente) con
los ojos, la cabeza, el revoloteo, la captura y el movimiento de tra-
garse la presa, todo ello sin existir el objeto. La cotorra criada
aisladamente, que estaba en celo delante de un reclamo carente
en absoluto de forma, parecía sufrir la alucinación de las formas cor-
porales de una hembra de loro, ya que realizaba los movimientos
concretos, normalmente correspondientes al lugar que hubiera ocu-
pado la cabeza de la hembra, como darle de comer y acariciarla sua-
vemente cuando en realidad no había visto nunca a tal hembra.
Los movimientos instintivos (es decir: figuras o modos de com-
portamiento innatos y típicos de la especie) son accionados o pues-
tos a funcionar normalmente por los objetos adecuados, que el ani-
mal encuentra en el mundo que lo rodea. Es decir, sus compañeros
de especie o pareja sexual, la presa, el enemigo, etc. O mejor di-
cho: no son accionados por esos objetos sino por ciertas «señales»
sumamente específicas que hay en ellos, que podemos llamar «accio-

27
nadores». Un ánade hembra, criada aisladamente, con la única
compañía de cercetas, nunca había mostrado reacciones sexuales
frente a los machos. Pero cuando casualmente y sólo a través de
una estrecha hendidura de la cerca vio un ánade macho, respondió
a la impresión de su vistoso plumaje característico con una irrup-
ción explosiva de toda clase de acciones típicas del celo de una hem-
bra. Otro ejemplo; en el caso de la reacción instintiva de huida de
la gallina silvestre, el accionador es el perfil simétrico e impresio-
nante del gavilán en vuelo. Un reclamo de cartón con ese perfil ac-
cionó intensos movimientos instintivos en crías de veinte días de
edad: el único gallito avanzó con las alas desplegadas en posición
de defensa, mientras que las gallinitas corrían hacia un refugio y se
apretaban allí. A veces sirven de accionadores «señales» químicas,
aromas, cuando numerosos animales olfatean la presa o el enemigo;
otras veces son signos acústicos (por ejemplo sonidos preventivos)
u ópticos: colores llamativos, abigarrados o formas simétricas y re-
gulares. En otros casos, vuelven a ser «movimientos de señal», es
decir figuras cinéticas desacostumbradas, impresionantes y rítmi-
cas.

Como órgano del «comportamiento impresionante» (Heinrofh) median-


te el cual un macho se hace «cognoscible» como tal a sus compañeros
y a las hembras, se encuentran en los calamares, arácnidos, teleósteos,
reptiles y muchísimos pájaros, ciertos órganos que se abren en forma
de abanico y muestran una gama abigarrada de colores. Una taxia cuida
constantemente de que toda la superficie del órgano de «impresión»
desplegado (por ejemplo la cola del pavo real) se halle vertical al eje
visual de los compañeros ae especie 5 .

Los accionadores son en todos los casos tan impresionantes y


específicos, que los investigadores pueden simularlos con reclamos
artificiales y así «aislar» experimentalmente los comportamientos
instintivos para investigarlos. Tinbergen pudo accionar la reacción
de seguimiento de la hembra del gasterosteo hacia el nido con re-
clamos primitivos, solamente con el color rojo del macho y el modo
concreto J e moverse en «zigzag». Existen complicadísimos cruza-
mientos mutuos de movimientos instintivos mutables, que se ac-
cionan a sí mismos, que son específicos y que van subiendo como

5. K. Lorenz, Die angeb. Formen mogl. Erfahrung: Zeitsdh. f. Tierpsych.


V, 257.

28
por una escala, entre dos compañeros de especie, tal y como inves-
tigó Seitz en el pez astatotilapia 6 .
Estas investigaciones, vinculadas sobre todo a los nombres de
K. Lorenz, Seitz, Tinbergen 7 , Heinroth y otros, han revolucionado
plenamente las hasta entonces inseguras ideas sobre los instintos
animales. Han superado totalmente toda la bibliografía anterior y
han inaugurado una ciencia experimental con una estricta elabora-
ción de conceptos. Sin embargo, son extraordinariamente pobres y
decepcionantes (como veremos más tarde) los intentos realizados,
especialmente por Lorenz, para hacer una transferencia directa de
ese concepto de instinto al hombre. La cualidad esencial del hom-
bre a este respecto, como vio el mismo Lorenz, consiste en una
reducción del instinto, es decir, en el «desmontaje» (evidentemente
con una historia evolutiva) de casi todas las coordinaciones firme-
mente montadas de «accionadores», que los hacían modos de mo-
verse innatos y propios de la especie. Esto llega hasta tal punto,
que a menudo meras «tormentas de los sentimientos» de tipo afec-
tivo y sin pasar a la acción, o en otros casos pasando a acciones
muy variables e imprevisibles, responden a estímulos asimismo im-
previsibles, que surgen del mundo perceptivo humano enormemen-
te transformado en su estructura.
Por lo que se refiere a la cuestión que nos ocupa, queda ya
claro que no existe de ninguna manera una relación de grado entre
el comportamiento instintivo y el inteligente, sino, como ya vio
Bergson, una tendencia a excluirse mutuamente. Aun en los casos
bastante numerosos en que taxias, reflejos condicionados o autoa-
maestramientos están conectados al comportamiento instintivo,
pueden examinarse ambos por separado analíticamente. Los maravi-
llosos y «testarudos» movimientos instintivos descansan en proce-
sos internos de acumulación de energía de reacción específica, que
se comportan como hormonas, producen estímulos internos y em-
pujan al organismo a actuar; el cual actúa infaliblemente cuando
un «accionador» coordinado, actuando sobre los centros de per-
cepción, desconecta los frenos centrales. Esos procesos son, desde
el punto de vista fisiológico, completamente distintos de las reac-
ciones de orientación (taxias), así como de los autoamaestramientos,
procesos de aprendizaje e «inspectos», los cuales hacen posible un
comportamiento variable según cambian las circunstancias; son ab-

6. Zeitsch. f. Tierpsyoh. IV.


7. Instinktlehre, 1956.

29
solutamente diferentes, iguales a ellos en su origen y no sus escalo-
nes previos.
Tampoco es correcta la segunda tesis de Scheler. No existe nin-
gún «paralelismo» entre el dispositivo estructural de las operaciones
y la sistemática (estructura del sistema) de animales superiores e in-
feriores, paralelismo según el cual el hombre tendría que ocupar
en la cumbre un lugar necesario y, por decirlo así, dejado vacío para
él. Animales estrechamente emparentados, con casi las mismas ac-
ciones instintivas, pueden ser asombrosamente diferentes en su
capacidad para aprender un comportamiento. Los grajos y los cuer-
vos ocultan con las mismas coordinaciones instintivas sus restos de
comida, pero sólo el cuervo aprende que ese comportamiento sólo
tiene éxito si nadie lo está mirando. En la investigación de las ope-
raciones hemos de movernos fuera de la sistemática zoológica; en
efecto, los géneros de operaciones humanas no concuerdan exacta-
mente con las zoológicas. Lo ha dejado fuera de dudas Buytendijk
en diversos escritos 8 :

La idea darviniana de que en los vertebrados el aumento de la capa-


cidad de aprender corre paralelo al desarrollo zoológico y alcanza su
punto máximo en la capacidad humana de aprendizaje se halla en
contradicción con los hechos.

Animales arborícolas como los monos, ardillas o papagayos,


tienen muchas costumbres comunes y muestran las mismas posibi-
lidades de aprendizaje muy desarrolladas. Por ejemplo, las ardillas
encuentran las nueces que escondieron sólo por datos puramente
ópticos, que guardan en la memoria. Esta propiedad, como también
el empleo de rodeos para alcanzar la meta, pertenece según W.
Kóhler a las operaciones supremas de los monos superiores.
La inteligencia de los animales, considerada en sí misma, en nin-
gún modo sigue su orden de distribución dentro de la sistemática
zoológica. Insectos cazadores, como las libélulas y la mantis religio-
sa, que girando la cabeza apuntan a su presa, mientras que las de-
más reacciones de orientación siguen su curso sin ser perturbadas,
actúan más inteligentemente que sus parientes más próximos, que
carecen de esa capacidad. Se asemejan en eso a los monos de

8. Psych. des animaux, París, 1928; Bl. f. dt. Pililos. 3, 33 s.; Die neue
Rundschau (1938).

30
Köhler, que «con su mirada dan muestras de que realmente verifi-
can algún tipo de inventario de la situación». Pero esto, como mos-
tró Buytendijk, no es un privilegio de los animales superiores sino
de muchos animales arborícolas o depredadores®. Tienen la capaci-
dad de orientarse en espacios desconocidos para ellos los gatos, los
monos y los pájaros, pero no los perros. Y al revés, algunas espe-
cies zoológicas muy cercanas, como las ranas y los sapos muestran
un comportamiento extraordinariamente diferente; las ranas son
acechadoras; los sapos son depredadores que buscan su presa.
Por otra parte, la reacción instintiva sencilla, es decir, el poner
en acción cadenas de movimientos innatos mediante una reacción
incondicionada al accionador, no es un privilegio de los animales in-
feriores. «Especialmente las acciones instintivas sociales de los pá-
jaros son activadas con frecuencia exclusivamente mediante esque-
mas innatos de elevada especialización 10 . Pero junto a eso se en-
cuentra, también en los pájaros, una delimitación (adquirida por
aprendizaje) de las acciones instintivas a objetos concretísimos.

Así por ejemplo, la reacción de defensa de un ánade madire inmediata-


mente después de que sus crías han roto el caserón, responde al grito
de llamada de cualquier pollito; pero algunas semanas después sólo
responde al grito de los suyos, es decir, de las crías que en ese tiempo
han sido conocidas personalmente por la madre n .

Bastan para nuestro intento estos pocos ejemplos, que se po-


drían aumentar tomándolos de las obras citadas. Lo que aquí nos
interesa es rechazar el esquema armónico de los grados, dentro del
cual solamente hay una plaza determinada y reservada para el
hombre. Sobre todo hemos de evitar aceptar que el hombre sólo se
distingue de los animales o bien por una cuestión de grado, o bien
sólo por el «espíritu». Es decir: evitar el definirlo en el sentido de
un rasgo esencial antinatural. La antropología se sitúa más allá de
esos prejuicios y ha de atenerse firmemente a una ley estructural
especial, que es igual en todas las propiedades humanas y que ha
de entenderse desde el punto de vista de un proyecto o plan de la
naturaleza: el de un ser práxico.
Con todo, cabe formular algunas leyes que pueden proponerse
a propósito de las operaciones animales y los límites operacionales.

9. Psych, des animaux, 243.


10. K. Lorenz, Folia Bioth., 1937.
11. Ibid.

31
1. En general, los animales aprenden; es decir, valoran las
experiencias que han tenido un resultado favorable, en el sentido
de una realización más ajustada al fin y más suave, para el caso de
repetirlas bajo el influjo de estímulos o sobresaltos de importancia
vital. Precisamente ahí se basa el mecanismo del «reflejo condicio-
nado». Cuando a un estímulo exterior, carente de significado bioló-
gico para el animal, se sigue otro que sí está lleno de significado y
que acciona una reacción instintiva innata, el animal se va compor-
tando poco a poco respecto al primero como si fuera para él un
anuncio del acontecimiento biológicamente importante. Podemos
decir, con Lorenz 12 y Guillaume 13 que el estímulo sustituido entra
como «señal» del siguiente, biológicamente esencial, pero no debe-
ríamos emplear en este caso la expresión «significado», ya que el
significado de señal, es decir, su concepción como tal no se da has-
ta el momento de la diferenciación con respecto a lo que significa
y en ese mismo momento, la señal se hace símbolo, es decir, recibe
un valor posicional dentro del comercio social. Por ejemplo, una
señal del ferrocarril es una comunicación breve limitada a dos tex-
tos posibles, al sector óptico, y que no se puede explicar por
reflejos condicionados.

2. Así pues, un plus operacional sólo es construido por los


animales en el campo (de atracción o rechazo) de situaciones con-
cretísimas y actuales o presentes, que en último término han de
ser significativas para el instinto. Podríamos expresar lo mismo de
otra manera; las operaciones de aprendizaje se hallan en algún
punto en el camino hacia una fase final instintiva del comporta-
miento, de una consummatory action. Por eso son especialmente
frecuentes en el «comportamiento apetitivo» (appetitive beha-
viour), es decir, en los modos de comportamiento, que, mantenien-
do una misma meta, muestran una mutabilidad de adaptación. Esa
meta que permanece constante es precisamente una consummatory
action instintiva. Así pues, como subraya Lorenz 14 , el «apetito»
hacia una acción instintiva determinada, es el que es capaz de
«amaestrar al animal hacia un modo de comportamiento concreto,
no innato, tal y como el apetito de un trocito de carne puede do-
mar o amaestrar al león de un circo para ese tipo de acción». Tales
autoamaestramientos, por lo demás, pueden estar también incorpo-

12. Folia Bioth., 41.


13. La formation des habitudes, 1947, 27.
14. Über die Bildung des Instinktbegriffs, 295.

32
rados en la consummatory action, así como las gallinas jóvenes de-
jan muy pronto de picar las piedrecillas; o como el «matanueve»
(Lanius collurio), que para llevar a cabo con éxito su reacción de es-
petar adquiere el necesario conocimiento de la punta mediante el
principio del ensayo y error.
Frente a todo eso, es específicamente humana la posibilidad de
la descarga, liberación o exención, del comportamiento; por ejem-
plo de la actividad mental o práctica con respecto a la función, al
servicio de pulsiones instintivas; y al mismo tiempo, la oportuni-
dad de aprender, sin que en la prolongación de la situación de
aprendizaje tenga que haber una situación biológicamente extraor-
dinaria. Con otras palabras: esa des-vinculacionabilidad, por ejem-
plo, de una actividad experimental por una parte con respecto a la
presión de las indigencias biológicas de gran urgencia y por otra
parte de los rasgos típicos de las «situaciones-premio», es la que
posibilita mantener o realizar un comportamiento independiente
con respecto a los estímulos de situaciones cambiantes; mientras
que lo aprendido por un animal sólo puede hacer su aparición
cuando se presenta la situación concreta y definida, desencadenada
por la palabra clave. Sería falso atribuir esa asombrosa capacidad
humana únicamente a la inteligencia, ya que se basa en una infraes-
tructura muy profunda. A ella pertenece lo que O. Storch, plena-
mente de acuerdo con el punto de vista que nosotros defendemos,
llama «hacerse libres» los órganos de los sentidos con respecto a
la estructura de los ciclos funcionales de los animales 1 5 ; también
pertenece a esa infraestructura la reducción de los instintos, que
no permite describir la parte predominante del comportamiento
humano ni como comportamiento instintivo, ni como comporta-
miento apetitivo. Es de la mayor importancia que todo uso autén-
tico de símbolos, por ejemplo el lenguaje, se base sobre esa con-
dición de la disociabilidad del comportamiento con respecto al
contexto de cada situación concreta, ya que pertenece a la esencia
del símbolo el hacer referencia a algo no dado y que no se puede
deducir del contexto.

3. Konrad Lorenz 16 ha atacado mis distinciones con el argu-


mento de que ciertos «animales curiosos», como los cuervos, bus-
can activamente situaciones de aprendizaje; por decirlo así, «siguen

15. Dte Sonderstellung des Menschen itt Lebensabspiel und Vererbung,


Wien 1948.
16. Psychologte und Stammesgeschichte, 122 s.

33
adelante con la investigación por amor de ella misma», y por tanto
«en sus métodos de sometimiento del medio ambiente se hallan
mucho más cerca del hombre que, por ejemplo, el chimpancé, espe-
cialista en trepar». Que tales animales presten positiva atención a
estímulos externos desconocidos, para «mediante una investigación
sistemática (!) de todos los estímulos ir sacando los que tienen im-
portancia biológica», salva el enorme abismo existente entre el
hombre y los animales con tan escasa fortuna como la palabra «cu-
riosos» o como la apasionada afición de ese excelente investigador
por sus animales. Por este camino Lorenz llega finalmente a la tesis
desmesurada de que las manifestaciones más importantes de la cul-
tura humana «están edificadas exclusivamente sobre actos de inves-
tigación, que al igual que (!) las crías de animales que juguetean
con curiosidad, se han producido exclusivamente en virtud de esas
mismas investigaciones». Fuera de eso, en tales investigaciones o
búsquedas animales no se ha sacado mucho en conocimiento. Cuan-
do un cuervo «investiga» un trapo caído y lo emplea más tarde
para realizar el ocultamiento instintivo de los restos de su comida,
nos parece extraordinariamente inteligente y solamente echamos de
menos las palabras: «bueno, mientras tanto vamos a tomar esto».
Hemos de agradecer al propio Lorenz la indicación de que «se
puede demostrar, que el cuervo no tiene ningún tipo de intencio-
nalidad en la esencia del 'ocultamiento' en el sentido de hacer
invisible lo ocultado». Yo entiendo por curiosidad humana, y me
atrevería a proponer que se entienda de este modo, la capacidad
extraordinariamente intelectual (según su estructura) de satisfacer
el interés por una cosa, profundamente arraigado en el instinto, con
el mero hecho de conocerla. Por el contrario, la inclinación, todavía
más intelectual, de la auténtica investigación consiste en preguntar
a cualquier hecho objetivo por su propia normatividad objetiva,
por las leyes que lo rigen, a fin de situarlo, junto con otros hechos,
en un complejo que se pueda entender. La condición para hacer
esto es, que las actividades (tomas de posición para obrar) instin-
tivas del primer momento con respecto a los hechos o bien sean
dejadas en suspenso (como el miedo ante el cadáver, en el caso de
un anatomista) o bien sean tan sublimadas, que toleren el paso de
actitudes o enfoques puramente racionales, sin por ello cubrirlas
compulsivamente. La historia de la ciencia es la historia de una la-
boriosa ascesis íntima: de actos de renuncia, educados muy artifi-
cialmente, a «prejuicios» condicionados por el instinto. Yo no 11a-

34
inaría curiosidad a ese interés por la investigación y diferenciaría
conceptualmente ambos de lo que Lorenz llama comportamiento
apetitivo de cara a nuevos estímulos no especificados.

y Primer concepto del hombre

Si miramos las leyes formuladas antes, aparecen como aplica-


dones de aquel método de estudio auténticamente biológico que se
ha ido abriendo paso bajo la dirección de Uexküll. Tendremos que
volver más tarde con más detenimiento (cuando estudiemos la aper-
tura del hombre al mundo) a la teoría del medio ambiente. Baste
recordar aquí que casi todos los animales muestran una atadura re-
gional a medios ambientes muy concretos, una «acomodación» a los
mismos, de tal manera que la contemplación de la estructura orgá-
nica (hasta en los menores detalles) de los órganos de los sentidos,
ile las armas de defensa y ataque, de los órganos de nutrición, etc.,
permite sacar conclusiones sobre su modo de vivir y la región en
que viven y también al revés. Un animal casi desprovisto de defen-
sas como el corzo, vegetariano, que habita en bosques intrincados,
sólo será capaz de vivir como «animal fugitivo»; es decir, ha de
tener una especializadísima «Gestalt de corredor», órganos de gran
sensibilidad para detectar el peligro, etc. En ese contexto es donde
trabajan los instintos. Encontrarlos exige una investigación experi-
mental muy difícil, pero en cada caso un instinto es una Gestalt ci-
nética, plenamente específica, propia de la especie que está «insta-
lada» mirando a acontecimientos del medio ambiente también pro-
pio de la especie.
Pero ya es hora de que lancemos una primera mirada sobre el
esquema antropológico que vamos a seguir en este libro.
El hombre es el ser práxico, que comercia, que trata-con
(agens). En un sentido que todavía hemos de precisar más, el hom-
bre no está «terminado»: es decir, sigue siendo tarea para sí mis-
mo y de sí mismo. Es, podríamos decirlo así, el ser que toma posi-
ciones, que se forma una opinión, que da su dictamen, que toma
partido por, que interviene en las cosas. Los actos de su toma de
posición hacia afuera los llamamos acciones y en cuanto es una
tarea para sí mismo, también toma posición con respecto a sí mis-
mo y «se hace algo». Esto no es lujo, que podría dejar de hacerse,
sino que el «estar inacabado» pertenece a sus condicionamientos

35
físicos, a su naturaleza, y en ese sentido es un ser de doma, amaes-
tramiento o adiestramiento. La autodisciplina, educación, el
adiestramiento en el sentido de adquirir forma o mantenerse en
ella; todo ello pertenece a las condiciones de existencia de un ser no
terminado. Por cuanto que el hombre está dejado a sí mismo y pue-
de desperdiciar su tarea vitalmente necesaria, es el ser amenazado
o «en riesgo», con una posibilidad constitucional de malograrse.
Finalmente, el hombre es pre-visor. Está orientado —como Pro-
meteo— a lo lejano, a lo no presente en el espacio y en el tiempo:
al contrario del animal, vive para el futuro y no en el presente.
Esa vocación pertenece a las circunstancias de una existencia prá-
xica y desde aquí hemos de entender lo que en el hombre, en sen-
tido propio, es conciencia humana. Todas las definiciones qué he-
mos dado hasta ahora y que han de retenerse con exactitud en to-
do lo que sigue, son sólo desarrollos de la definición fundamental:
la acción. Si esto lo retenemos firmemente, habremos adquirido una
gran variedad de afirmaciones particulares sobre el hombre y todas
ellas serán explicación de la visión básica y fundamental: el hom-
bre es un ser práxico.
Por lo que a mí me consta, ya en la Alemania clásica hay un
enfoque en esta dirección e incluso se comenzó a esbozar, pero no
alcanzó su desarrollo. Es en Schiller y Herder donde se encuentra
esta afirmación:

En los animales y las plantas —dice Schiller en Über Ammut und WUr-
de— la naturaleza no da meramente el destino, sino que ella sola lo
realiza también. Pero al hombre le da sólo su destino, y le deja que lo
realice él mismo... sólo el hombre en cuanto persona tiene entre todos
los seres conocidos el privilegio de actuar en el anillo de la necesidad
(que los seres meramente naturales no pueden romper) mediante su
voluntad y comenzar en sí mismo toda una serie fresca de fenómenos
(esta es una definición kantiana de la libertad). El acto mediante el
cual realiza eso, se llama preferentemente acción.

Herder, al que volveré más tarde con mayor detalle, dice que
«ya no uoa máquina infalible en las manos de la naturaleza; él mis-
mo será meta y fin de la elaboración». Son puntos de vista de gran
interés en el problema del «animal no terminado», del ser que es
tarea para sí mismo, pero no se desarrollaron más en la filosofía de
su tiempo, porque su especial postura filosófica conducía necesa-
riamente a la antigua concepción del hombre como ser espiritual,

36
i ] ue es demasiado estrecha como para que en ella puedan entrar sin
más las definiciones que dimos más arriba.
Ahora bien, esa definición del ser descrita en sus primeros li-
neamentos es la que sobre todo nos permite captar la especial po-
sición psíquica y morfológica del hombre. Esto tiene una enorme
importancia. Sólo partiendo de la idea de un ser práxico, no termi-
nado, entra en campo la physis del hombre. La definición como
«ser espiritual» sola no permite nunca ver claramente una cone-
xión entre el estado corporal y lo que se suele llamar razón o espí-
ritu. En efecto, morfológicamente, el hombre, en contraposición a
los mamíferos superiores, está determinado por la carencia que en
cada caso hay que explicar en su sentido biológico exacto como
no-adaptación, no-especialización, primitivismo, es decir: no-evo-
lucionado; de otra manera: esencialmente negativo. Falta el reves-
timiento de pelo y por tanto la protección natural contra la intem-
perie; faltan los órganos naturales de ataque pero también una
formación corporal apropiada para la huida; el hombre es superado
por la mayoría de los animales en la agudeza de los sentidos; tiene
una carencia, mortalmente peligrosa para su vida, de auténticos ins-
tintos y durante toda su época de lactancia y niñez está sometido a
una necesidad de protección incomparablemente prolongada. Con
otras palabras: dentro de las condiciones naturales, originales y pri-
mitivas, hace ya mucho tiempo que se hubiera extinguido, puesto
que vive en el suelo en medio de los animales huidizos ligerísimos
y las peligrosas fieras depredadoras.
La tendencia de la evolución de la naturaleza va, en efecto, en
el sentido de adaptar formas orgánicamente muy especializadas a
sus respectivos medios ambientes concretos. Es decir, aprovechar
los «medios» surgidos en la naturaleza con una variedad innume-
rable, como espacios vitales para los seres vivos que se adaptaron
a ellos. Las márgenes planas de las aguas tropicales y las profun-
didades oceánicas; las desnudas pendientes de las montañas alpinas
nórdicas y el monte bajo con claros bosquecillos son medios especí-
ficos para animales especializados, sólo capaces de vivir ahí; así
como la piel de los animales de sangre caliente lo es para los pará- ":
sitos y así sucesivamente en innumerables casos. Por el contrario,
visto morfológicamente, el hombre no tiene prácticamente ninguna
especialización. Consta de una serie de no-especializaciones, que
desde el punto de vista biológico-evolutivo aparecen como primiti-
vismos. Por ejemplo, su dentadura tiene una carencia de huecos,

37
que es totalmente primitiva, y una indeterminación de estructura,
que no pertenece ni a los herbívoros, ni a los carnívoros; es decir,
a la mandíbula de un depredador. Con respecto a los grandes
monos, que son animales arborícolas altamente especializados, con
brazos superdesarrollados para trepar y colgarse, que tienen pies
para trepar, pelo por todo el cuerpo y poderosos colmillos, el
hombre es un ser desesperadamente inadaptado. Es de una media-
nía biológica única en su género (la vamos a estudiar detenida-
mente en la primera parte) y se resarce de esa carencia solamente
mediante su capacidad de trabajo o el don de la acción; es decir:
con sus manos y su inteligencia. Precisamente por eso está erecto,
circum-spectans (mirando a su alrededor) y sus manos están libres.
IJna vez más es Herder (como mostraré más tarde) el que ha
captado en lo esencial este punto de vista con una vaguedad propia
de la escasez de saber científico de su época. También Kant, en
1784, en su pequeño escrito Ideas para una historia universal desde
el punto de vista de una ciudadanía mundial tuvo una intuición
parecida. La naturaleza, dice allí, no hace nada inútilmente, y al dar
al hombre razón y «libertad de la voluntad» le negó los instintos
y el cuidarlo mediante un «conocimiento innato».

Más bien, el hombre tuvo que producir todo por sí mismo. El hallaz-
go de sus medios de subsistencia, de lo que le cubre, de su seguridad
externa y de su defensa (.para lo cual no le dio ni los cuernos del toro,
ni las garras del león ni la dentadura del perro, sino puramente las
manos) todas las cosas placenteras que pueden hacer agradable la vida,
aun su entendimiento y su listeza e incluso la benignidad de su vo-
luntad tendrían que ser plenamente obra suya (!). Parece haberse pi-
llado los dedos en su extremada parquedad y haber medido los pertre-
chos de tipo animal con tanta escasez, tan exactamente medidos a la
indigencia máxima de esta existencia incipiente ique parece haber que-
rido, que el hombre, si algún día había de pasar de la extrema tos-
quedad a la máxima habilidad, a la interna perfección del arte de
pensar y, en cuanto esto es posible en la tierra, a la felicidad, que todo
fuera mérito suyo y sólo se lo agradeciera a sí mismo.

En estas importantes frases está genialmente reconocida la defi-


nición del hombre desde el punto de vista orgánico: carente de
medios, carente de instintos, y dejado a sí mismo; tiene que «ela-
borarse a sí mismo» y encontrar en sí mismo como «su propia
obra» la existencia como tarea (al mismo tiempo balanza y peso,
como dijo en una ocasión Herder) y solamente la restricción de esta

38
tarea a la «adquisición de una moralidad juiciosa» fue algo propio
de su época.
Josef Pieper, en una crítica de este libro, ha llamado la aten-
ción sobre el hecho de que el problema antropológico aquí bosque-
pido se encuentra ya en la Summa theologica de Tomás de Aquino
(I, 76, 5):

El alma espiritual es el alma más perfecta. Pero si los cuerpos de los


demás animales sensibles (es decir, los animales) poseen una protec-
ción dada a la par que su naturaleza, pelos en lugar d e vestido; pezu-
ñas en lugar de zapatos, así como también las armas que les dio la
naturaleza, como garras, dientes y cuernos: parecería pues que el alma
espiritual no ¡podría ser unida a un cuerpo tan imperfecto, ya que le
faltan tales ayudas.

Tomás se refiere (en la respuesta a esa objeción) incluso a la


«reducción de los instintos»:

El alma espiritual tiene la fuerza hacia lo infinito, ya que puede captar


lo universal (apertura al mundo). Y por ello no pudo ser que le fue-
ran fijados por la naturaleza modos de pensar concretos, instintivos...
en lugar de esas cosas el hombre posee por naturaleza 'la razón y las
manos, que son los instrumentos de los instrumentos, etc.

De modo parecido, como me hizo notar A. Szalai, De regimine


principum I, 1.
Los resultados de la reciente biología nos dan la posibilidad
de situar la constitución, amenazada y expuesta, del hombre en
un contexto más amplio. «El medio ambiente» de la mayoría de
los animales, y precisamente el de los mamíferos superiores, es el
ámbito no sustituible al que está adaptada la estructura orgánica es-
pecializada del animal, dentro de la cual trabajan los movimientos
instintivos innatos y asimismo propios de la especie. Así pues, es-
tructura orgánica especializada y medio ambiente son conceptos
que se están suponiendo mutuamente. Ahora bien, si el hombre
tiene mundo, a saber, una clara falta de limitación de lo percepti-
ble a las condiciones del mantenerse biológico, esto quiere decir
en primer lugar un hecho negativo. Que el hombre está abierto al
mundo quiere decir que carece de la adaptación animal a un am-
biente-fragmento. La enorme apertura a los estímulos o a las im-
presiones frente a las percepciones (que no tienen ninguna función

39
innata de señal) representa sin duda alguna una carga notable, que
ha de ser dominada mediante actos muy especiales. La no especiali-
zación física del hombre, su mediocridad orgánica, así como la
asombrosa falta de auténticos instintos, forman entre sí un con-
junto, con respecto al cual la «apertura al mundo» (M. Scheler) o,
lo que es lo mismo, la carencia de medio ambiente sería su expre-
sión conceptual. Al revés, en el caso del animal, la especialización
orgánica, el repertorio de instintos y el encadenamiento al medio
ambiente se corresponden entre sí. Es lo decisivamente importante
desde el punto de vista antropológico. Tenemos así un concepto
estructural del hombre, que no descansa solamente en el rasgo de la
razón, del espíritu, etc. y nos movemos por tanto más allá de las
alternativas mencionadas más arriba; a saber: o una diferencia gra-
dual entre el hombre y los animales superiores cercanos a él o hay
que poner la diferencia esencial en el espíritu. Por el contrario nos-
otros tenemos en este momento el «bosquejo» de un ser carencial
desde el punto de vista orgánico, por eso mismo abierto al mundo,
es decir, incapaz por naturaleza de vivir en un ambiente fragmen-
tario concreto. También entendemos qué tiene que ver con aquellas
definiciones de que el hombre sea «no terminado» o «una tarea
para sí mismo». La pura capacidad de existir de semejante ser ha
de ser cuestionable y la simple permanencia en la vida un proble-
ma para cuya resolución el hombre ha sido dejado a sí mismo y ha
de sacar de sí mismo las posibilidades. Esto sería pues el hombre
práxico. Ahora bien, dado que el hombre es capaz de vivir, las
condiciones para resolver el problema tienen que estar en él y si en
él ya la existencia es una tarea y una difícil operación a realizar, esa
operación o producción humana ha de poder mostrarse a través de
toda la estructura del hombre. Todas las facultades especiales hu-
manas han de referirse a esta cuestión: cómo puede vivir un ser
monstruoso; y así queda asegurado el derecho al planteamiento
biológico del problema. Así pues, un examen biológico del hombre
no consiste en comparar su physis con la del chimpancé, sino en
responder a esta pregunta: ¿cómo puede vivir este ser que por
esencia <io es comparable a ningún otro animal? •
La apertura al mundo, vista desde ahí, es fundamentalmente
una carga. El hombre está sometido a una sobreabundancia de estí-
mulos de tipo no animal; a una plétora de impresiones «sin finali-
dad» que afluyen a él y que él tiene que dominar de alguna manera.
Frente a él no hay un medio ambiente (circum-mundo) con distri-

40
bución de significados realizada por vía instintiva, sino un mundo
(mejor sería expresarlo negativamente: un campo de sorpresas de
estructura imprevisible) que sólo puede ser elaborado, es decir, ex-
perimentado, mediante «pre-visión» y «pro-videncia». Ya aquí hay
una tarea de urgencia física e importancia vital, a saber: por sus
propios medios y por sí mismo, el hombre ha de descargarse, es de-
cir, transformar por sí mismo los condicionamientos carenciales de
su existencia en oportunidades de prolongación de su vida.
Al llegar aquí comienza la tarea científica más profunda que se
propone este libro. En el esquema general que hemos esbozado nos
podemos orientar aquí o allá gracias a autores anteriores, como he-
mos ido mostrando, pero nadie ha presentado la prueba de la va-
lidez de ese esquema hasta las particularidades de los conjuntos
funcionales fácticos humanos. Y esto a causa de que no fue visto
el prÍ72cipio de descarga, que aparece en la frase subrayada ante-
riormente y que ha de notarse muy bien. Ese principie? es la clave
para la comprensión de la ley estructural presente en la construc-
ción de todas las operaciones humanas y a cuya demostración esta-
rán dedicadas la segunda y tercera parte de este libro. Comenzamos
a discutir ya ahora los variados conjuntos de cosas que se vinculan
con ese principio fundamental. El pensamiento básico es que todas
las «carencias» de la constitución humana (carencias que represen-
tan un enorme gravamen de su capacidad de vivir bajo las con-
diciones por así decir animales) son transformadas por el hombrex
por sí mismo y con su acción, en medios de su existencia, conju-
gándose así en último término el destino del hombre a la acción
y su incomparable ubicación especial.
Los actos por los que el hombre lleva a cabo la tarea de hacer
posible su vida han de considerarse por eso desde dos puntos de
vista: son actos productivos de superación de la carga provocada
por las carencias (descarga) y, por otro lado, son seleccionados por
el mismo hombre y (vistos en comparación con el animal) medios
completamente nuevos de pilotar la vida.
En todas las acciones del hombre ocurren dos cosas: domina ac-
tivamente la realidad que está a su alrededor, cambiándola en algo
que sirve a la vida, ya que no hay precisamente condiciones existen-
ciales naturales, adaptadas por sí mismas, fuera de él o porque
las condiciones de vida naturales no adaptadas son insoportables
para él. Y, por otro lado, selecciona, sacándola de sí mismo, una
jerarquía complicadísima de operaciones, «establece» en sí mismo

41
un orden estructural del poder-hacer, que está en él como pura
posibilidad y que ha de ir sacando de sí mediante adiestramiento
propio, con su propia industria, actuando incluso contra los gra-
vámenes internos. Es decir, la esencia de las capacidades humanas,
desde la más elemental hasta la más alta, es desarrollada por él en
polémica con el mundo, mediante su industria propia, y esto en la
dirección de un sistema de pilotaje y coordinación de las operacio-
nes, en la que la auténtica capacidad vital no es alcanzada hasta
que pasa largo tiempo.
Vamos a explicar ahora ese proceso en algunos puntos culmi-
nantes; las partes posteriores de este libro lo estudiarán más dete-
nidamente.
Como consecuencia de su primitivismo orgánico y su carencia
de medios, el hombre es incapaz de vivir en cualquier esfera de la
naturaleza realmente natural y original. Por lo tanto ha de superar
él mismo la deficiencia de los medios orgánicos que se le han ne-
gado y esto acontece cuando transforma el mundo con su actividad
en algo que sirve a la vida. Tiene que «preparar» él mismo las
armas de protección y ataque que le fueron negadas por la natu-
raleza así como su alimento que no se halla en modo alguno natu-
ralmente a su disposición. A este fin ha de hacer experiencias con
las cosas y desarrollar técnicas del tratamiento objetivo que corres-
ponda a cada cosa. Ha de preocuparse de protegerse contra las incle-
mencias; alimentar y criar a sus hijos subdesarrollados durante mu-
chísimo tiempo, y ya sólo por ese apremio elemental tiene necesidad
de la colaboración; es decir, de acuerdo. Para hacerse capaz de exis-
tir, el hombre está construido para transformación y dominio de
la naturaleza y por ello mismo para la posibilidad de la experiencia
del mundo: es un ser práxico porque es no-especializado y carece
por tanto de un medio ambiente adaptado por naturaleza. La esen-
cia de la naturaleza transformada por él en algo útil para la vida
se llama cultura, y el mundo cultural es el mundo humano. Para
él no hay posibilidad de existencia en una naturaleza no cambiada,
en una naturaleza no «desenvenenada». No hay una «humanidad na-
tural» er\el sentido estricto: es decir, no hay una sociedad huma-
na sin armas, sin fuego, sin alimentos preparados y artificiales, sin
techo y sin formas de cooperación elaborada. La cultura es pues
la «segunda naturaleza»: esto quiere decir que es la naturaleza
humana, elaborada por él mismo y la única en que puede vivir. La
cultura «anti-natural» es el producto o secuela de un ser único tam-

42
bien «antinatural», es decir, construido de modo opuesto a los ani-
males, actuando sobre el mundo. Exactamente en el lugar que ocu-
pa el medio ambiente para los animales, se halla para el hombre el
mundo cultural; es decir, el fragmento de naturaleza sometido por
él y transformado en una ayuda para su vida. Ya sólo por eso es
fundamentalmente falso hablar de un medio ambiente del hombre
desde el punto de vista biológico estricto. En el caso del hombre, a
la no especialización de su estructura corresponde la apertura al
mundo, y a la mediocridad de su physis la «segunda naturaleza»
creada por él mismo. Por lo demás aquí está el motivo de por qué
el hombre, en contraposición a casi todos los animales, no tiene una
zona existencial geográfica natural e infranqueable. Casi todas las
especies animales están adaptadas a su «medio» climatológica y eco-
lógicamente constante; sólo el hombre es capaz de vivir en todas
las partes de la tierra, desde el polo al ecuador, en agua y en tierra,
en el bosque, en el pantano, en las montañas y en las estepas. Así
pues, es vitalmente importante que pueda producir las posibilidades
de crearse una segunda naturaleza en la que exista, en lugar de la
«naturaleza».
El ámbito cultural del hombre, de cualquier grupo o comuni-
dad especial, contiene pues las condiciones de su existencia física,
comenzando por las armas y útiles agrícolas de cualesquiera aborí-
genes. Por el contrario, en el caso de los animales, esas condiciones
están contenidas en su respectivo medio ambiente, al que se han
adaptado. La diferencia entre hombre-cultural y hombre-natural es
equívoca. Ninguna población humana vive en regiones incultas de lo
que dan esas regiones, sino que todas tienen técnicas de caza, ar-
mas, fuego, utensilios, etc. Tampoco admitimos la distinción habi-
tual entre cultura y civilización, que, además, sólo puede formularse
en muy pocas lenguas culturales. Para nosotros cultura va a ser
esto: la totalidad de las condiciones de la naturaleza dominadas,
transformadas y aprovechadas por el hombre mediante su trabajo
y actividad, incluyendo las habilidades y artes descargadas, que
sólo son posibles sobre aquella base.
Si esto es así, vemos aquí uno de los aspectos más importantes
del principio mencionado de la «apertura al mundo»: el estar ex-
puesto (cosa que no están los animales) a una sobreabundancia (pa-
ra la que el organismo no está adaptado) de percepciones, que al
principio es una carga, pero al mismo tiempo es la condición para
poder vivir humanamente, suponiendo que se logra un mínimo so-

43
metimiento de esa apertura al mundo mediante el esfuerzo propio.
La plétora y variedad del mundo accesible al hombre y que desem-
boca en él, oculta también la oportunidad de experiencias inespe-
radas e imprevisibles, de las que se puede hacer una ayuda en la
lucha por la vida; un paso más de la permanencia en la existencia.
Expresado de otro modo: la apertura del hombre al mundo es tan
ilimitada y tan falta de selección en su variedad precisamente por-
que el hombre en el caos de circunstancias bajo toda clase de con-
diciones tiene que encontrar también aquellas con las que pueda
elaborarase una ayuda, un instrumento, una experiencia, que sea
aprovechable, si es que ha de seguir existiendo. Esa carga directa e
inmediata tiene que poder ser transformada en una oportunidad de
existir. Iremos estudiando con toda precisión y hasta el menor de-
talle cómo la superación y dominio de la plenitud de impresiones es
siempre al mismo tiempo una descarga (realizada por uno mismo);
por decirlo así, una interrupción o levantamiento del contacto in-
mediato con el mundo, gracias a la cual sin embargo el hombre se
orienta, se aclara, ordena las impresiones y sobre todo las domina.
Nos vamos a ocupar aquí de una parte muy poco investigada
hasta ahora y por eso he de hacer una introducción orientadora a
modo de preparación.
En primer lugar hay que advertir lo siguiente: el mundo per-
ceptivo que vemos alrededor de nosotros cuando abrimos los
ojos es totalmente el resultado de la actividad humana. Ya desde el
punto de vista meramente óptico es en muy alto grado simbólico:
un campo de alusiones experienciales que nos simbolizan el estado,
calidad o naturaleza y la posible utilización de los objetos. La «ex-
posición» (estar expuesto) a una sobreabundancia de impresiones
no limitadas por finalidades biológicas coloca al hombre (ya desde
muy niño) ante la tarea de dominarlas, de descargarse de ellas; es
decir: de ocuparse activamente de un mundo que apremia a través
de los sentidos. Tarea que consiste en labores u ocupaciones co-
municativas, inmediatas, que-llevan-a-la-experiencia y que hay que
realizar, sin valor inmediato satisfactorio. El mundo es pues «tras-
pasado» .p recorrido en su totalidad por movimientos y acciones li-
bres de indigencias (descargadas) y comunicativos; toda su plenitud
es objeto de experiencia; es «conocido» y apartado a un lado. Todo
ese proceso, que llena la mayor parte de la infancia, tiene como re-
sultado el mundo perceptivo que nos es dado. Ese mundo es un
compendio de las cosas que hay detrás, conocidas potencialmente,

44
abrazadas con la mirada en meras indicaciones y que tienen una
posible disponibilidad. La mera impresión óptica superficial nos da
símbolos, que nos insinúan el valor de uso y las propiedades de
«trato» de las cosas (figura, peso, textura, dureza, pesadez, etc.).
La colaboración profundísima entre los ojos y las manos y los mo-
vimientos comunicativos de «trato» termina con el resultado de
que sólo el ojo, como órgano dirigente, abraza con la mirada, do-
mina, «super-ve» un mundo de símbolos fecundos de cosas situadas
ahí, llevadas a cabo, pero en todo tiempo disponibles. Por cuanto
que ahí aparece una separación y un caudillaje de las operaciones
humanas entre sí (la mano y los movimientos del cuerpo se retiran
poco a poco de la tarea de una actividad experimental inmediata y
quedan libres para otras tareas, para el trabajo planificado; en cam-
bio los ojos quedan habilitados sólo para puros «ensayos experi-
mentales»), aparece también una vez más la normatividad o leyes
de la estructura humana y de su capacidad de descargarse en una
consideración interna. Además entra en juego una multiplicidad de
funciones: los sentidos de cercanía y lejanía, que en parte se con-
trolan mutuamente; del lenguaje; del pensamiento; de los fantas-
mas y de las indigencias complicadísimas, «elevadas a regiones su-
periores»; es decir: orientadas a situaciones puramente posibles,
no percibidas, que tienen todas la propiedad de poder reaccionar
mutuamente entre sí, con las posibilidades más variadas e intercam-
biables de subordinación y dirección, hasta realizar las operaciones
más libres y disponibles, con una variabilidad cada vez mayor.

4. Prosecución de la misma visión teórica

La apertura al mundo del hombre tiene una finalidad en cuanto


que produce un campo verdaderamente ilimitado de cosas reales y
posibles; un campo de invenciones en el que la diversidad es tan
grande, que el hombre bajo cualquier circunstancia puede encontrar
y aprovechar algunos medios, a fin de producir una mutación que
haga posible la vida, supliendo así de alguna manera las carencias de
su constitución orgánica. Ese aprovechamiento de la carga, trans-
formándola en fructífera, sólo ha de agradecérselo a su propia in-
dustria.
Esa industria o actividad propia consiste, hablando en general,
en los «movimientos» que llenan la infancia, mediante los cuales
las cosas que se ven alrededor van siendo incorporadas una detrás

45
de otra a la experiencia de intercambio que hemos de examinar más
detenidamente. El resultado de esos procesos en los que movi-
mientos de todo tipo, especialmente de las manos, colaboran con
todos los sentidos, especialmente los ojos, es que el mundo circun-
dante es «elaborado», sobre todo en la dirección de la disponibili-
dad y la de quedar expedito. En el trato o intercambio, las cosas
son tomadas en consideración y apartadas por orden; a consecuen-
cia de ese proceso son enriquecidas también inadvertidamente con
una elevada simbólica, de tal manera que, finalmente, sólo el ojo,
sentido incansable, las abarque con la mirada, las «super-vise» y
vea al mismo tiempo en ellas sus valores de uso y de trato, los
cuales fueron experimentados penosamente con anterioridad con la
propia industria. La tarea de orientación planteada por la sobrea-
bundancia de estímulos se soluciona de tal manera que el hombre
por un lado «recibe en su mano», domina las cosas, pero por otro
lado las coloca y las gestiona, hasta que finalmente la plenitud irra-
cional y sorpresiva de las impresiones es reducida a series de cen-
tros (cosas) abarcables con la mirada, cada uno de los cuales con-
tiene una plétora de insinuaciones incansables, de posibles resulta-
dos en el trato de las cosas; de posibles mutaciones a desarrollar
con ellas: de la disponibilidad que en ellas se oculta. Descrita de
este modo, aparece clara la junción de descarga de esos procesos: es
decir, el aprovechamiento de la carga para que sirva a la vida. El
hombre puede mirar a su alrededor «en paz» y ver entonces un en-
torno de insinuaciones ópticas, refinadas y altamente simbólicas,
de resultados objetivos y circunstancias que están a su disposición,
pero ha de agradecerlo a su propia industria, a los penosos procesos
de adquisición de una experiencia activa y en comunicación. Ahora
se ve con claridad que sólo un ser que no esté adaptado a procesos
típicos y concretos del medio ambiente, se ve obligado a ser un ser
«no especializado». Pero también sólo un ser así está dejado a su
propia industria; solamente un ser así se ve frente a una inunda-
ción de impresiones en la que tiene que orientarse. Orientarse quie-
re decir reducir la inundación de impresiones a centros concretos;
dominar 3I mismo tiempo esos centros y descargarse de la presión
de la plétora inmediata de las impresiones. Mientras que el animal
está encerrado en el campo de presión de las situaciones o cambios
de situación inmediatos, el hombre puede retirarse de ellos por
su propia industria; establecer una distancia.

Directamente conectada con la tarea que acabamos de describir

46
está otra serie de tareas planteadas por el carácter incompleto del
aparato cinético de los niños. Como es sabido, los animales domi-
nan en pocas horas o en pocos días su escala de movimientos, que
luego queda cerrada. Por el contrario, los movimientos humanos
se caracterizan por una variedad totalmente inimaginable; por una
riqueza de combinaciones, de la que ni siquiera podemos hacernos
una idea aproximativa, si pensamos qué cantidad de figuras cinéti-
cas exactamente guiadas exige una sola obra manual, aun prescin-
diendo de la complejidad de todo un sistema industrial. Así pues,
los movimientos son enormemente «plásticos»; a saber, prepara-
dos para coordinaciones controladas, ilimitadamente variables; cada
nueva combinación de movimientos está autodirigida; es decir:
construida sobre la base de un plan de coordinación más o menos
consciente. Pensemos por ejemplo en las difíciles transformaciones
y cambios de dirección que exige el aprendizaje de un nuevo de-
porte Llama la atención que esa enorme abundancia de posibili-
dades de movimiento (artistas, deportistas, todas las infinitas gamas
del trabajo) y de combinaciones arbitrarias de movimientos no
haya sido confrontada con la monotonía de las formas animales
de movimiento.
Cuando nos preguntamos por qué el hombre dispone de tal va-
riedad y multiplicidad de formas de movimiento, la respuesta una
vez más sólo puede ser ésta: su escala de movimientos no está espe-
cializada. La ilimitada plasticidad de los movimientos humanos y
de las formas de acción sólo puede entenderse, pues, desde la
abundancia asimismo ilimitada de hechos, ante los que se halla
colocado un ser abierto al mundo y en los que tiene que ser capaz
de aprovechar y hacer funcionar algunos.
Los largos años que se necesitan para que llegue a su perfección
el aparato cinético de un niño son una vez más una carga si se
comparan con el de un animal. Ese carácter incompleto es una ta-
rea-. la tarea de desarrollar, sacándolas de sí mismo, las propias po-
sibilidades de movimiento mediante el propio esfuerzo, con penoso
aprendizaje, con fracasos, contraimpulsos y autosuperaciones. El
carácter incompleto de la capacidad cinética humana establece una
diferencia cualitativa con respecto a los movimientos animales,
«montados» muy pronto, pero después de un finalismo monótono.
Los del hombre no están desarrollados, porque contienen una infi-
nitud de variaciones posibles, que el hombre ha de desarrollar en el
trato con los objetos que le rodean; y esto de tal suerte que cada

47
experiencia cinética crea espacio para nuevas combinaciones de la
kinefantasía; de tal manera, que finalmente dispone de multitud
abierta de capacidad cinética, variable a voluntad, en la que hay
un orden de colocación, dirección, colaboración, cambio de direc-
ción y control. Esa escala de movimientos tiene otros dos rasgos ca-
racterísticos frente a la escala animal, y que son esenciales para
comprenderla:
1. Es desarrollable sólo en el mismo trato o intercambio, que
hemos venido describiendo en las últimas páginas. Los movimien-
tos experimentales en la esfera indeterminadamente abierta, en la
que el hombre tiene que orientarse, son (vistos desde dentro) al
mismo tiempo soluciones de la tarea de sacar de la incompletez la
matización y amplitud de la facultad de movimientos que vaya
a la par con la infinitud de circunstancias objetivas. Un ser con
condiciones de existencia tan in-naturales necesita movimientos que
puedan ser variables en las cosas que quieran, según los «inspectos»
que quieran, porque necesitan sacar de lo imprevisto una mutación
propicia para la vida. Para ello necesita variaciones cinéticas con-
trolables, las cuales, a partir de una incompletez inicial, van siendo
elaboradas mediante las mismas acciones, con las que se orienta el
hombre. Podemos describir pues ambas funciones de este modo:
primeramente es dado un ser carente de protección, saturado de es-
tímulos e incapaz de movimiento (!). Ese doble gravamen se trans-
forma por propia industria en la base de un modo de llevar la vida
(pilotaje) y de prolongar la misma. El mundo es dominado median-
te acciones comunicativas y «libres de afanes»; es ordenado; su
abundancia desconcertante es reducida a experiencia; (es «conoci-
do»), ya que solamente de un modo que se ha transformado en
dominable y comprehensible pueden tomarse incitaciones para
aquellas transformaciones que ayuden a un ser carente de medios
orgánicos para llegar hasta el día siguiente. Directamente también,
en los mismos procesos se va desarrollando, a partir de la incom-
pletez inicial de movimientos, la plenitud de acciones cargadas de
experiencia, pilotadas y variables. Ciertamente como una conquista
penosa »realizada por el «poder» que necesita semejante ser para
estar a la par de la plenitud y mutabilidad imprevisible de las cir-
cunstancias. Filosóficamente es muy importante mostrar la común
raíz del conocimiento y de la acción, ya que la capacidad de orienta-
ción en el mundo y el pilotaje de las acciones son las leyes vitales
primeras y soportadoras de lo demás en el hombre. La incompletez

48
significa autovivencia de la capacidad cinética; y ésta significa estí-
mulo para seguir construyendo la multiplicidad potencialmente
infinita.
2. A esas funciones pertenece necesariamente una sensibilidad
o receptibilidad frente a las cosas (ontoperceptibilidad) y también
la autoperceptibilidad de los movimientos humanos para la acción.
La motórica humana está en todas sus fases dotada de percepción
táctil y es vista en sus realizaciones juntamente con las mutaciones
en las cosas en las que se ocupa. Tiene una importancia extraordi-
naria, como veremos más adelante, el hecho de que todos los mo-
vimientos sean retro-captados mediante sensaciones visuales y tác-
tiles, de tal manera que no solamente puedan ocuparse de las nue-
vas ontoimpresiones desarrolladas en el trato con las cosas, sino
que incluso puedan reaccionar a sí mismos, unos con otros, etc.
Esta es, como veremos más adelante, una condición para el des-
arrollo de la kinefantasía. Hay que notar también que todas las
operaciones humanas sensomotoras son auto-captadas, es decir,
reaccionan a sí mismas y entre sí y son capaces de intercambio. Es-
to es lo que se está presuponiendo para que se forme un «mundo
interior»; es decir: de fantasmas de intercambio y de movimiento;
representaciones de resultados favorables; expectativas de impresio-
nes, etc., todas las cuales pueden ser desarrolladas y edificadas in-
dependientemente del estado objetivo de la situación real. Es éste
un grado muy elevado, pero no el supremo, de la descarga. Con
la capacidad del hombre de ser espectador de sus movimientos y de
retro-experimentarlos en vivencias táctiles y visuales, hay que
relacionar la posición erecta del mismo, la variedad de los ejes de
percepción y la carencia de pelo (en todo el cuerpo, que es una
superficie sensorial). En resumen: la existencia de un ser no espe-
cializado, y por tanto abierto al mundo, apunta a la acción, por la
mutación práctica y previsora de las cosas desde el punto de vista
de medio. La apropiación de la realidad que fluye a raudales y la
formación de un «poder» de acción ilimitadamente variable se lo-
gran por la propia industria en procesos comunicativos de expe-
riencia e intercambio (no demostrables en ningún animal) libres
de pulsiones (descargados); sobre todo en la cooperación de mano,
ojo y sentido del tacto. Los movimientos de brazos y mano (en
primer plano), cuyas relaciones con el comportamiento de la cosa
misma siempre son visibles, realizan las más dilatadas experiencias
de movimiento y de variación, que al mismo tiempo aparecen en

49
dirección al futuro como kinefantasía; como fantasmas de éxito y
fantasmas de expectativa.
Adolf Portmann (Basel) ha destacado mucho en sus importantes
investigaciones 17 , la posición especial del hombre desde el punto
de vista ontogenético. Los mamíferos inferiores, como muchos in-
sectívoros, roedores y animales de rapiña del tipo de la marta, na-
cen después de un breve embarazo y con gran número de crías
como «insesores» («calientanidos»), en estado de desamparo, caren-
tes de pelo y con los órganos de los sentidos todavía cerrados. Por
el contrario, los mamíferos superiores, ungulados, focas, ballenas,
simios y semimonos, tienen que realizar un trabajo de diferencia-
ción mucho mayor, a fin de construir un órgano central, que en al-
guna manera corresponda en sus funciones al estado de madurez.
Encontramos una reducción extrema del número de crías, lo más
una o dos; una prolongación del embarazo, mientras el embrión
atraviesa una fase (funcionalmente sin sentido) de oclusión de los
párpados, de los órganos auditivos, etc., que luego, antes del parto,
es superada. Las crías recorren pues en el seno materno un estadio
que corresponde, en cuanto a la figura, al estado del parto de un
insesor, de tal manera que su formación antes del parto se asemeja
ya mucho a la de la madurez y disponen ya de los modos de movi-
miento propios de la especie y de los medios de comunicación pro-
pios de la misma. Son «fuginidos secundarios».
Frente a este estado de cosas, la ontogénesis humana tiene una
ubicación absolutamente especial dentro de los vertebrados. En el
momento de su nacimiento, el hombre tiene un peso cerebral que
es aproximadamente tres veces mayor que el de los antropoides
recién nacidos y un peso corporal proporcionalmente superior
(unos 3.200 gramos, frente a los 1.500 del orangután). La postura
corporal erecta y los inicios de la comunicación típica de la especie
(la palabra) se logran aproximadamente un año después del naci-
miento.

Después de un año alcanza el hombre el grado de formación que un


auténtico mamífero, correspondiente a su especie, tendría que realizar
en »1 momento del parto. Así pues, si ese estado tuviera que formarse
en el hombre según el modo auténtico de los mamíferos, nuestro em-

17. Die Ontogenese des Menschen als Problem der Evolutionsforschung,


1945; Biologische Fragmente zu einer Lehre vom Menschen, 2 1951; Zoologie
und das neue Bild des Menschen, 4 1960.

50
barazo tendría que ser un año más largo de lo que es realmente; ten-
dría que alcanzar 21 meses 1 8 .

Por eso el recién nacido es una especie de parto prematuro


«fisiológico», es decir, normalizado; o bien, un «fuginido secun-
dario», el único caso de esa categoría entre los «vertebrados». Ya
hace tiempo que se ha reconocido el carácter fetal que tiene el
fuerte crecimiento en longitud y volumen precisamente del primer
año de vida. Ese «año prematuro extrauterino» tiene una importan-
cia fundamental. En él se combinan procesos de madurez, que
como tales podrían haberse realizado dentro del cuerpo de la ma-
dre, junto con las vivencias afluyentes de innumerables fuentes de
estímulos, en cuya elaboración los procesos de madurez, como ad-
quisición de la posición erecta, de los medios de movimiento y de
lenguaje comienzan por su parte a progresar.

De ese modo, en el caso del hombre, desarrollos naturales del pri-


mer año de vida, en lugar de transcurrir en las condiciones generales
dentro del cuerpo de la madre, acontecen ya en condiciones de carác-
ter único... Al hombre le viene dado que fases decisivas de la for-
mación de su comportamiento y de la modelación de su cuerpo, las
viva en estrecho intercambio de sucesos psíquicos y corporales fuera
ya del cuerpo materno 1 9 .

La ubicación especial de la ontogénesis humana con sus parti-


cularidades morfológicas que saltan a la vista (elevado peso en el
nacimiento y del cerebro; apertura de los sentidos juntamente con
el carácter incompleto del aparato cinético con un desarrollo llama-
tivamente tardío de las proporciones del cuerpo de la figura de la
madurez, etc.) sólo se puede entender mirando al «comportamiento
abierto al mundo de la forma de madurez», a la que corresponde
«el temprano contacto con la riqueza del mundo que únicamente
tiene el hombre». O bien, todo él modo de existir (que hemos de
describir en este libro) y la normatividad o leyes del comporta-
miento de la forma madura está, por así decir, «tomada en cuenta
de antemano» en la embriología del hombre, de tal manera que
«una serie de propiedades ontogenéticas (la duración del embarazo;
el temprano desarrollo en volumen de nuestro cuerpo; el grado
de formación en el momento del nacimiento) sólo pueden enten-

18. Biologische Fragmente, 45.


19. A. Portmann, o. c., 79-81.

51
derse plenamente en conexión con el modo de formarse nuestro
comportamiento social». Para aclarar este asombroso hecho, será de
utilidad establecer un paralelo, una comparación, con el estado de
los «calientanidos» (crías que permanecen mucho tiempo en el nido
antes de poder volar) en los grupos de pájaros superiores. Como
ha mostrado Portmann, en este caso es necesario un largo período
de dependencia a causa del gran trabajo de diferenciación que exige
la formación del órgano central de los nervios; período que es com-
pensado por la participación de los pájaros adultos en el proceso
evolutivo. El pájaro adulto se hace función parcial obligatoria de
toda la ontogénesis, y el «ensamblaje» de pájaros adultos y jóvenes,
especialmente como es natural de sus instintos coordinados (el ali-
mentar a las crías por una parte; el «interceptar», por otra) es una
normatividad parcial de la ontogénesis de los insesores (o «calien-
tanidos»). Si entendemos al hombre, con Portmann, como «inse-
sor secundario», tendríamos que decir, que no solamente los cuida-
dos de la madre, sino también el contacto comunicativo con otros
seres humanos, incluso la influencia estimulante indeterminada del
entorno se transforman en «funciones parciales obligatorias de toda
la ontogénesis».

Acción y lenguaje

Hay que ir borrando poco a poco el perfil de aquella imagen,


según la cual lo peculiar de la constitución humana serían sus ope-
raciones. Esas operaciones ya las hemos caracterizado al comienzo.
Consisten en la tarea, solucionada mediante la propia industria, de
orientarse en el mundo de tal manera que éste quede a su dis-
posición y al alcance de la mano. Esta es una operación productiva
de descarga; rompe el círculo de la inmediatez en el que permanece
preso el animal con sus sugestiones sensoriales inmediatas y sus
reacciones instantáneas e inmediatas. El hombre crea por su propia
industria en torno a sí el «espacio vacío» de un mundo abarcable
con la mirada (super-visible; por tanto, se puede prescindir tam-
bién de él frico en insinuaciones y colocado-ahí a disposición. Edifi-
ca ese mundo como consecuencia de sus movimientos de experi-
mentación, en los que sin presión pulsional y sin satisfacer los im-
pulsos —«jugando»— las cosas entran en la experiencia, son abier-
tas comunicativamente y son apartadas a un lado, hasta que final-

52
mente el ojo solo domina un mundo ordenado y neutralizado. Jun-
tamente con eso desarrolla a partir de su incompletez, mediante
procesos penosos y autovivenciados y encontrando en ellos incita-
ciones para nuevas variaciones, .un poder de acción, que en su va-
riedad y multiplicidad pilotada está a la par del mundo. Dado que
esos movimientos desde un principio han sido ellos mismos tam-
bién elaborados (puestos a disposición mediante controles, frenos
superados y actos de pilotaje logrados), se crea en el hombre un
rico depósito de poder variable, que será aplicado allí donde el
ojo vea una posibilidad prometedora. No son impresiones repentinas
las que fuerzan una reacción de respuesta, como, por ejemplo, un
estímulo hostil desencadena la huida en el animal. En el hombre
los puntos de contacto con la situación del «ahora», sensorial y
motóricamente, están reducidos al mínimo, gracias a su propio es-
fuerzo.
Precisamente en el marco de ese desarrollo, entretejido en
esos procesos, surge el lenguaje. Brota de distintas raices, al prin-
cipio independientes unas de otras (las estudiaremos detenidamen-
te). No vamos a mencionarlas aquí, pero podemos afirmar ya lo si-
guiente: el comportamiento comunicativo y de intercambio con el
mundo: la función de «insinuar», o simbolizar; la actividad sentida
en uno mismo y reflejada en los sentidos y finalmente reducida;
el contacto descargado con el mundo... todo ello se ve ciertamente
en el lenguaje desarrollado hasta su máxima perfección, pero no es
algo absolutamente propio del lenguaje. Son, como ya hemos dicho,
rasgos característicos de la vitalidad humana que se descarga; ca-
racteres de un comportamiento ya pre-loquial o anterior al len-
guaje. _
Si esa prueba, tal como la aduciré más tarde es válida, se podrá
mostrar cómo la ley estructural del comportamiento humano senso-
motor se continúa en el lenguaje y cómo finalmente se hace com-
prensible lo peculiar de la inteligencia humana. Con otras palabras:
de la complexión morfológica del hombre se siguen las tareas (que
antes hemos explicado) de transformación (mediante la propia in-
dustria) de los gravámenes elementales en medios para la conserva-
ción de la existencia y la prolongación de la vida. A esa tarea per-
tenecía un mundo perceptivo (edificado por la propia industria y
hecho aprehensible = super-visible), la orientación en ese mundo
(en la cual juntamente las cosas se hacen disponibles) y la organiza-
ción de un poder de acción, capaz de adaptación en un grado ilimi-

53
tadamente elevado. La dirección de esos procesos senso-motores
es asumida inequívocamente por el lenguaje y llevada a su perfec-
ción. Al mismo tiempo hemos encontrado el «pensamiento». Este
esbozo antropológico se diferencia por tanto de todos los anterio-
res en que se consigue para un auténtico pensamiento antropoló-
gico-biológico (bajo la idea de cómo se construye o estructura una
operación) encontrar un plano en el que se realiza continuamente
el paso de lo «físico» a lo «espiritual», y por tanto puede ser reali-
zado y entendido. Bajo el peso de una tarea de urgencia vital se
desarrolla una jerarquía de operaciones, en las que se puede de-
mostrar la misma ley.
Para mostrar cómo el lenguaje prosigue o continúa las leyes que
rigen las operaciones tratadas hasta ahora, hagamos las siguientes
reflexiones sencillas. Ya en los animales se da la facultad o capaci-
dad, que ya no se puede analizar más y que es «proto-fenomenal»
del tender-hacia; es decir, un activo dirigirse, mediante una «señal»
perceptible, a una totalidad que en ella se muestra. La formación de
un «reflejo condicionado» significa especialmente que se ha pro-
ducido una reestructuración de toda la situación en la percepción,
de tal modo que la señal inicial, preñada de significado, ha sido
confirmada por todo el desarrollo subsiguiente de la situación en
el comportamiento. Por el contrario, los símbolos son desarro-
llados esencialmente en el intercambio comunicativo. Los símbolos
del mundo ilimitadamente abierto en que se halla el hombre, han
establecido su actividad de intercambio por sí mismos. Cuando
nos bastan el anverso, las sombras y los claros, para indicar, por
ejemplo, un objeto redondo, metálico y pesado, se esconden en esa
simbólica, sumamente concentrada, largas experiencias, intercam-
bios y operaciones de aprendizaje. La simbólica de las cosas (cons-
truida por nuestra propia industria) alrededor nuestro, nos crea
un mundo de insinuaciones de posible disponibilidad, aun cuando
estén actuando conjuntamente procesos automáticos de tipo Ges-
talt; pues las leyes de la Gestalt de la percepción, en su tendencia
hacia la supervisión, distribución ordenada, formación de centros
de gravedad y trasferibilidad de las Gestalt, apunta a posibles «tras-
lados» e «intervenciones». Juntamente esos procesos penetran en
la estructura simbólica de las cosas, tal y como va creciendo a con-
secuencia de nuestra actividad de trato o intercambio y termina en
un mundo insinuante de posible disponibilidad.
Un movimiento sónico, en analogía con el movimiento táctil,

54
tiene la extraordinaria propiedad de ser al mismo tiempo movimien-
to y ser retro-sentido: sólo que el resultado sensorial de un movi-
miento fónico cae dentro de la esfera de un- sentido lejano, el
oído. El sonido ha de ser considerado en primer lugar como un mo-
vimiento y pertenece a la clase de movimientos retrosentidos, que
desempeñan en el hombre un papel extraordinario, porque ante
todo hacen posibles experiencias cinéticas; es decir, acrecenta-
mientos autodirigidos y autocontrolados de las operaciones.
Así pues dentro de los movimientos comunicativos, sensitivos
y que tratan con las cosas surgen de varias raíces los «movimientos
fónicos», cuyo aspecto de escuchados es experimentado como sen-
sación, es decir, como extramundo o mundo exterior. El movi-
miento articulatorio resuena en el oído viniendo desde fuera, des-
de el mundo. Ahora bien, tan pronto como (por distintos caminos
que luego veremos) precisamente esos movimientos pueden ser
accionados como movimientos de comunicación de cara a las cosas
vistas, es posible dirigirse entonces juntamente mediante un mo-
vimiento específico, especialmente libre y sin esfuerzo, a una cosa
(tender hacia ella) y al mismo tiempo y en el mismo acto percibir-
se o «escucharse». Esta facultad especialísima es ya un grado muy
elevado de la largamente preparada «descarga» y precisamente ese
tender-hacia (dirigirse hacia las cosas mediante acciones fónicas co-
munictivas) e¿ la base vital del pensamiento.
^jelJqnguajg_se._traía J _pues, de dejar que la comunicación sen-
somotora (que acabamos de describir y examinaremos más deteni-
damente) dentro de una esfera ilimitada, la cual termina en la cons-
trucción activa de símbolos condensados y en la disponibilidad
plena sobre los mismos (o sobre las cosas insinuadas en ellos), acon-
tezca una vez más, por ásí decir, concentrada. El «tender-hacia»,
en tanto que transcurre en los movimientos fónicos, crea inme-
diatamente el símbolo, el sonido escuchado, al cual, en el trato con
la cosa, y a partir de ella, recibe o siente (recibe o siente por
tanto al mismo tiempo a sí mismo y percibe la cosa). Este tipo de
comunicación es creativo en gran manera, porque acrecienta de
hecho el estado real perceptible del mundo y es el menos penoso y
el más descargado. La plenitud perceptible del mundo lo es precisa-
mente porque es acrecentada activamente, concentrada de nuevo
y condensada en símbolos muy concretos y fáciles, que por otra
parte son ellos mismos acciones. Esta es la obra maestra de las ope-
raciones humanas: un máximo de orientación y simbolización jun-

55
tamente con la disponibilidad máxima sobre lo percibido, que me-
diante la palabra es atraída incomparablemente a la autosensación
de la propia actividad.
Quizás quede claro ya que el proceso descrito, que llega hasta
el lenguaje, guía consecuentemente la tarea antropológica hasta la
cima. Se entenderá mejor teniendo presentes los siguientes puntos:
1. Se ha conseguido ahora, que también la lejanía (sustraída
a la comunicación inmediata del movimiento) se condense simbóli-
camente y se haga visible. Existe una acción organizadora y crea-
dora de símbolos, que tiene un radio de acción igual al radio de
acción del ojo.
2. Ahora es posible (más allá de los movimientos de intercam-
bio y trato directamente contactantes) un comportamiento activo,
que no cambia prácticamente sus objetos, sino que los deja intac-
tos. Afectando a lo ilimitadamente perceptible, hay una comunica-
ción puramente sensible, sólo perceptible por sí misma, que no
produce ninguna mutación real. Naturalmente, ésta es la condición
de todo comportamiento teórico, que siempre seguirá siendo un
comportamiento dirigido hacia las cosas y puede pasar, mediante
la mera transformación de la forma del movimiento, a un compor-
tamiento práctico. Entre la percepción y la acción industriosa se si-
túa una fase intermedia de trato, no muíante, con las cosas (plani-
ficación).

3. Todos los movimientos fónicos son reproducibles y se


puede disponer de ellos a discreción. Así pues, en tanto un tender-
hacia las cosas puede discurrir a través de ellos, es posible que tales
tendencias sean independientes de la presencia real de las cosas o
situaciones mentadas en esos símbolos. El símbolo sonoro percibido
a la vista de una cosa y desde ella, es separable de la misma. Por
eso la representa también in absentia. Tal es la base de todo «re-
presentar». Por eso es posible dirigirse sin limitaciones (pasando
más allá de situaciones realmente existentes) hacia cosas y realida-
des, que no han sido dadas. Como dijo Schopenhauer en una oca-
sión, el hombre recibe por el lenguaje la super-vista (visión sinópti-
ca) del pasado y del futuro, así como de lo ausente. La necesidad
biológica de esa función para el ser humano es clara. Si estuviera
abocado a la pura situación-ahora, como el animal, sería incapaz de
vivir. El hombre ha de tener la facultad de saltar plenamente por
encima de las fronteras de la situación; de dirigirse a lo futuro y

56
ausente, y actuar a consecuencia de ello. También volverse al pre-
sente desde la situación y accionar sus elementos como medios para
cosas futuras. De este modo el hombre se hace «Prometeo»; un
ser previsor e industrioso al mismo tiempo.
4. Dado que los sonidos pueden simbolizar también acciones y
acciones propias (palabras referentes a actividades), todo punto de
vista o coordinación de movimientos, juntamente con las cosas en
ellos involucradas, puede ser objetó de tendencia a través de las
palabras; asimismo es representable simbólicamente y libre de la
situación; y es capaz de comunicación.
5. La importancia del punto anterior en la tarea, apenas ne-
cesita explicación, como tampoco el punto que hemos de mencio-
nar en último lugar: la función del lenguaje de comunicación de las
tendencias-hacia, gracias a la cual el hombre se libera de su pro-
pio mundo de vivencias y se hace capaz de actuar desde el mundo
de los otros.
Resumiendo: el lenguaje dirige e incluye en sí todo el orden
estructural de la vida humana del movimiento y de los sentidos en
su incomparable estructura especial. En el lenguaje se perfecciona
la dirección hacia la descarga de la presión del aquí y ahora, y de la
reacción inmediata a lo casualmente presente. En él culminan los
procesos experimentales de la comunicación: se domina productiva
y suficientemente la apertura al mundo y se hace posible una infi-
nitud de esbozos de acción y de planes. En él se encierra toda
comprensión entre los hombres siguiendo la misma dirección hacia
una actividad común, un mundo común y un futuro común.

6. Acción y pulsiones

La liberación para realizar una actividad previsora y providen-


te; la descarga con respecto a la presión del presente inmediato (en
el que permanece encerrado el animal), son pues las tareas elemen-
tales y son dominadas por el hombre mediante difíciles operacio-
nes, en lucha penosa y que dura años con el mundo y consigo
mismo. Si consideramos la carencia constitucional del hombre,
es fácil sacar la conclusión: tiene que conocer para poder actuar;
tiene que actuar para poder vivir mañana. Esta fórmula tan sencilla
se complica muchísimo cuando notamos que ese conocer está ya él

57
mismo muy condicionado. En el caos de superabundancia de estí-
mulos no conocemos nada al principio. Sólo la dominación muy len-
ta y progresiva de los mismos, mediante movimientos de trato e
intercambio, y de experimentación permite que surjan los símbolos
comprehensivos, sobre los que puede apoyarse lo que llamamos
conocimiento. Siempre el ahora de la percepción es solamente el
punto de arranque de los procesos de que tratamos: a saber, aque-
llos en los que el hombre trabaja para salir de sí mismo hacia la
super-visión y la captación sinóptica de lo que la situación contiene
ahora. Por tanto el lenguaje crece de esa omniestructura de opera-
ciones y se inserta en las mismas. Están vinculadas con él una me-
moria precisa y una previsión que combina con seguridad. Sin ellas
no existiría una actividad planeada y dirigida, ni tampoco comuni-
cación y comprensión. Una vez más se ve fácilmente cómo en el
caso del hombre el problema de la prolongación de la vida está
planteado de tal manera, que nunca lo podrá resolver un individuo
por sí solo. Por el contrario, el animal vive en el ahora, es decir, sin
problemas. Un orden y una armonía (que no ha buscado y que no
puede influenciar) y que se investiga bajo el nombre de biocenosis
(bios, koiné: vida en común de animales y plantas) cuida de que le
salgan al encuentro los medios de permanencia en la vida. Los sim-
ples desasosiegos cinéticos del sentimiento de hambre pasan a ser
por ejemplo movimientos de búsqueda y, bajo la dirección de un ol-
fato sumamente especializado, puede encontrar su botín: vive con
el tiempo. El hombre, al que «el hambre futura ya le da hambre» 20
«no tiene tiempo»: sin la preparación del «mañana», ese mañana
no tendría nada de lo que se pudiese vivir. Por eso conoce el tiem-
po. Recordando y previendo, trata de ser activo en vigilia tensa.
En la tercera parte discutiremos esta cuestión: ¿cómo ha de
/ estar constituida la vida de indigencias y de pulsiones de este ser?
La respuesta es (para dar aquí ya una breve indicación) muy senci-
lla: es vitalmente importante, que las indigencias y pulsiones de
ese ser funcionen en la dirección de la acción, del conocimiento y
de la previsión. Sería una situación insoportable que las pulsiones
del hombre fuesen puras «superaciones del ahora»; ambicionando
sólo lo percibido; agotándose en el círculo de la situación actual,
mientras que su conciencia y su obrar trabajarían precisamente más
allá de lo inmediato, hacia el futuro. Al contrario, las indigencias

20. Th. Hobbes, De hom. X , 3.

58
humanas tienen que ser objetivadas y apuntadas hacia lo duradero:
a los intereses lejanos, por decirlo así, hacia cosas concretísimas y
experimentadas y a las actividades especiales correspondientes. La
pulsión del hambre tiene que pasar, sin límites estrictos, a la indi-
gencia o necesidad, digamos así, de buscar un lugar determinado
y que ya se haya acreditado para la alimentación y realizar las ope-
raciones de carácter práctico necesarias para ello. Expresado de
otro modo: las indigencias de tipo elemental, las simples indigen-
cias mínimas de ayuda en casos de apuro físico, han de poder ser
ampliadas a indigencias o necesidades de los medios necesarios pa-
ra ello, y de los medios de esos medios; es decir: transformarse en
onto-intereses inteligentes e inequívocos; las indigencias tienen que
crecer a la par que las acciones, contener circunstancias clarísimas
y abarcar las actividades de trato con las cosas.
Muchas particularidades de la vida pulsional humana se hacen
comprensibles desde este punto de vista. No sin motivos muy inex-
cusables puede la naturaleza haber hecho consciente la vida pulsio-
nal en el caso del hombre y con ello haberla entregado a la posibili-
dad de ser perturbada. Pero tiene que ser consciente; contener
imágenes de las metas, situaciones de satisfacción o cumplimiento
y condiciones objetivas, y asumirlas en sí; también ha de poder apo-
yar las acciones más indirectas. Las fronteras entre los impulsos
minimales necesarios para la prolongación de la vida (hambre, im-
pulso sexual, etc.) y los intereses superiores por circunstancias y
ocupaciones objetivas, concretas, para su satisfacción permanente
y exitosa, han de ser fluidas. Por eso digo, casi con sabor de fórmu-
la: «Indigencias (o necesidades) e intereses», porque estos últimos
son las indigencias conscientes de las circunstancias, planteadas pa-
ra larga duración, y adaptadas a la acción. Comprensiblemente, en
este punto se entrelazan dos particularidades de la vida pulsional
humana: la frenabilidad (o contención) y la transferibilidad (capaci-
dad de traslado a otro sitio) de las indigencias e intereses. Una
vez más ambos son sólo posibles por la concientidad de los mismos.
Las acciones pulsionales, que brotan casualmente en el «ahora», tie-
nen que poder ser frenadas, si los intereses duraderos son necesa-
rios para la vida. Crecen solamente a costa de los sometimientos
del ahora reprimidos. Sin el freno o contención de la viva pulsión a
la destrucción que el niño experimenta a veces, no habría, por
ejemplo, nunca un interés objetivo por las propiedades de las cosas,
algo que es condición de toda actividad objetiva. Una indigencia,

59
en cuanto es consciente, es frenable o retardable, incluso el ham-
bre. La trasladabilidad o transíeribilidad de las indigencias es na-
turalmente necesaria si han de ser ocupadas (si han de tener con-
tenido objetivo y consciente de las metas) con contenidos, pues al
cambiar las condiciones externas, al formarse nuevas constelaciones
de tipo cósico, la indigencia tiene que poder variar, cosa que sólo
es posible si es esencialmente consciente, es decir, si está poseída
con fantasmas de contenido.
Así pues, en un ser práxico, la vida pulsional tiene que tener
una estructura especialísima. Ante todo ha de ser orientable, es
decir, contener no solamente determinadas indigencias de necesidad
vital, sino también las circunstancias (a menudo muy condiciona-
das) de su satisfacción, con las que ha de ir variando ya que ellas
varían también. La orientación la han de proporcionar las repre-
sentaciones o ideas con contenido, los fantasmas de su cumplimien-
to o satisfacción y sus leyes objetivas. Por eso la transferibilidad es
esencialmente importante y ha de ir tan lejos que aun las acciones
más condicionadas y ceñidas a las circunstancias (por ejemplo la
preparación para la producción de medios) puedan tener un interés
pulsional: de otra manera se omitirían o se despacharían con poca
formalidad. Por eso la clave para comprender la estructura pulsio-
nal humana es la acción.
La falta de instintos propia del hombre, que tan a menudo ha
sido comentada y lamentada, tiene también un aspecto positivo.
Nos aproximamos así a un hecho de enorme importancia. Entre las
indigencias elementales y sus satisfacciones exteriores (cambiantes
según condiciones imprevisibles y casuales) está situado todo el sis-
tema de orientación en el mundo y la acción. Es decir: el entre-
mundo de la praxis consciente y la experiencia objetiva, que dis-
curre por la mano, el ojo, el tacto y el lenguaje. Precisamente vin-
culado con él, se mueve finalmente todo el marco social entre las
indigencias-de-primera-mano del individuo y sus satisfacciones.
Ahora bien, la misma reducción de instintos, que por una parte
desmonta el automatismo directo (que cuando hay suficiente estí-
mulo intgrior y si aparece el accionador correspondiente, desenca-
dena una reacción innata), por otra parte libera un nuevo sistema
de comportamiento descargado de la presión de los instintos. Es
éste el sistema mencionado ya en el que percepciones, lenguaje,
pensamiento y figuras de acción variables, no innatas sino asimila-
bles, pueden reaccionar a las variaciones de las cosas exteriores-.

60
a las variaciones del comportamiento de otros hombres y, muy im-
portante, incluso entre sí unas con otras. Expresado de otro modo:
existe una dilatada independencia de las acciones, así como de la
conciencia pensante y percipiente con respecto a las indigencias y
pulsiones elementales. Es la facultad de «des-enganchar» ambas
partes o de crear un hiato. Sobre todo, no es posible describir ese
comportamiento, estructuralmente super-animal, como «comporta-
miento apetitivo», si se entiende como tal un comportamiento va-
riable frente a una meta que permanece estable; a saber, una con-
summatory action. Sin embargo, la psicología animal, desde Tol-
man, permanece aferrada a esa idea del purposive behaviour, del
comportamiento intencionado o consciente de su meta. En el caso
del hombre es al revés. Ese hiato es precisamente el que descubre
la extraordinaria posibilidad de una inversión de las pulsiones. En
efecto, nuestro comportamiento racional incluirá todos los días la
meta del partir y comer; pero puede también, saliéndose de lo co-
tidiano, prescindir totalmente de eso, e introducir un estado pura-
mente subjetivo más acá del hiato. Así por ejemplo, todos los pue-
blos primitivos poseen algunas artes de provocar estados de trance
y delirio, arrobamiento y éxtasis, casi siempre por medio de dro-
gas. Esto sucede primariamente en todas partes y de modo colec-
tivo. Luego el individuo, mediante los festines, la música y la dan-
za, sufre exaltaciones de tipo supraindividual, es decir, delirios so-
ciales, que desde el punto de vista biológico son tan irracionales co-
mo las autopuniciones y ascesis (ascesis como estimulante; no,
como disciplina y sacrificio) a menudo vinculadas con ellas. Luego,
en muchísimos caos, los actos que normalmente se presentan co-
mo fases periódicas finales (como comer, beber o comercio sexual)
entran en un plano en el que se desarrolla (fuera de estas ocasio-
nes) el comportamiento racional y con finalidad. Por tanto, son rea-
lizados como medio para expresar «simbólicamente» una serie de
hechos puramente internos, extáticos, del hombre. Así lo encontra-
mos en numerosos cultos. Evidentemente hay que entender esa
«inversión de las pulsiones» como un acrecentamiento progresivo
en el dominio de las pulsiones. Incluso en las formas elevadas, su-
perorgiásticas, de la ascesis, como una continuación de la misma re-
ducción del instinto. Es decir: hay que entenderla como un acre-
centamiento del proceso de la hominización.
Pero quisiéramos explicar, primeramente, después de varias pá-
ginas, la mencionada independencia de las acciones con respecto a

61
las pulsiones; o la facultad de «desenganchar» ambas, dejando un
hiato entre ellas. El «ciclo de la acción», es decir, el trabajo en co-
mún de la acción, la percepción, el pensamiento, etc., puede ser
aplicado a una cosa que ha de ser mudada; puede ser descargado
allí; dirigido después a sí mismo, y desarrollar de sí mismo sus
motivos y metas. Está forzado a seguir la ley y el comportamiento
de respuesta de los hechos: aceptarlos, ir tras ellos y elaborarlos.
Esta objetividad del comportamiento, dentro de los hechos que se
presentan casual pero objetivamente, exige por otra parte la frena-
bilidad de las indigencias. Hay que poder ponerlas entre paréntesis
o postergarlas; hay que poder impedirles que sufran perturbación
en su inventiva u orientación, si es que esa actividad, entregada ple-
namente a sus leyes de intercambio objetivo, ha de servir a indigen-
cias futuras. Esa facultad de «retener» las pulsiones, de variar el
comportamiento juicioso, independientemente de ellas, pone al
descubierto un «dentro», un interior. Este hiato, visto con más
precisión, es la base vital del fenómeno llamado alma. Ese «rete-
ner» es de una importancia infinita para la existencia del hombre.
Es obtenida a todo trance ya en la primera infancia. En efecto, su
incompletez cinética y su incapacidad de acción, como frenos to-
tales a la satisfacción plena de las necesidades, motivan que las in-
digencias del niño puedan ser almacenadas y satisfechas luego.
Si las indigencias elementales no están adaptadas a accionadores
fijos, sino que su relación con los objetos satisfactores está relajada,
en el sentido descrito, se entiende entonces la necesidad de orien-
tarlas mediante la experiencia; «acuñarlas» en su apertura, al prin-
cipio carente totalmente de figura, o dicho de otro modo: de ocu-
parlas o poseerlas con imágenes. La frenabilidad de la vida pul-
sional su ocupabilidad con imágenes y la «trasladabilidad» o plas-
ticidad son, pues, distintos aspectos de un mismo hecho. En len-
guaje normal llamamos «alma» en primer lugar la capa o estrato
de las pulsiones que se dan a conocer en imágenes y representacio-
nes, en las indigencias conscientes y en los intereses orientados. So-
lamente en ese hiato pueden ser orientadas de modo continuado las
indignciaS- y las acciones. Las primeras han de ser llenadas o satis-
fechas con contenidos tomados del entorno; han de ser dotadas de
imágenes por la experiencia; han de ser ocupadas con expectativas
bien diferenciadas, a fin de poder estar a la par de la ampliación
del círculo de actividad humano en el mundo y que es permanente-
mente ampliado y «forzado» por el conocimiento y la acción. Fi-

62
nalmente el hombre es capaz de tener un «interés objetivo» con-
creto por una actividad concreta y muy indirecta y luego una indi-
gencia de ella; mientras que en su alma descansan la imagen y la
pulsión hacia la meta de esa actividad y sobreviven a todas las mu-
taciones inmediatas. Precisamente eso es lo que pretende.
Así pues, podemos considerar las pulsiones humanas partiendo
de sus tareas en el conjunto de la acción y encontraremos una serie
de características, que están en conexión evidente. Luego podre-
mos hacer una serie de afirmaciones esquemáticas, que abarcan la
estructura general de la vida pulsional del hombre y dentro de la
cual se desarrollan todas las leyes especiales que aún hemos de es-
tudiar con más detalle:
1. Las pulsiones son frenables y pueden ser «retenidas»,
abriéndose así el «hiato» entre ellas y la acción.
2. Se despliegan al irse construyendo la experiencia, es decir:
en la experiencia consciente de sus fines.
3. Son ocupables con imágenes, fantasmas, «recuerdos» de
contenidos. Si se retienen, se hacen conscientes con esas imágenes
como indigencias e intereses concretos.

4. Son plásticas y variables; pueden seguir las mutaciones de


la experiencia y de las circunstancias, e ir a la par de las acciones.

5. Por ese motivo no hay límites muy definidos entre las indi-
gencias elementales y los intereses condicionados.

6. Sobre las indigencias frenadas pueden nacer otras más ele-


vadas, las cuales como «intereses permanentes» pueden arrastrar el
movimiento hacia el futuro y permanecer siendo «internas» frente
a las cambiantes indigencias del presente. Son siempre el correlato
subjetivo de instituciones objetivas.

7. Todas las indigencias e intereses (tan pronto como son des-


pertados por las experiencias de intercambio y son dotados de imá-
genes por ellas) son como tales también objeto de la toma de posi-
ción de otros intereses virtuales y por tanto permiten el ser rechaza-
dos o bien «subrayados».
La teleología de esta constitución para un ser que actúa de cara
al futuro y no solamente por impulsos internos, sino también por
las condiciones cambiantes del mundo, es muy clara. Por una

63
parte, es de importancia vital que las indigencias urgentísimas (a
causa de las carencias orgánicas del hombre) estén abiertas al mun-
do, se desarrollen en estrecha conexión con una experiencia indus-
triosa y que, sin unos límites precisos, se transformen en intereses
por actividades y circunstancias concretísimas. Las transformacio-
nes que ha de introducir en el mundo un ser tan amenazado a fin
de poderse mantener, son (por condicionadas y complicadas que
puedan ser) fundamentalmente de importancia pulsional y por eso
todas las actividades intermedias, en las que se efectúa esto, se
transforman también en indigencias o necesidades: a saber, la per-
cepción, el lenguaje, las variaciones del movimiento y las acciones
intermedias dirigidas. Por otra parte, los intereses permanentes
han de ser formados, orientados y mantenidos. También deben per-
manecer conscientemente como invariantes internas, que dominan
y sobreviven al cambio de las actividades y circunstancias en el
presente. La organización de este sistema pulsional arquitectónico
y bien orientado es una de las tareas del hombre. Quizás la más
difícil que tiene que solucionar. Lo prueba también la escasa esta-
bilidad que con frecuencia tienen las instituciones, a través de las
cuales solamente puede realizarse esa organización, ya sea a través
de ellas o esquivándolas.
El tipo de consideración, tomada del animal, que trata de re-
trotraer el comportamiento humano directamente a un sistema
de instintos (por ejemplo el método de McDougall), no responde a
las especiales condiciones del hombre, como tampoco la visión in-
terna abstracta, que contempla la vida interior humana sin refe-
rencia a la acción, en su reflexión interna, y que ha conducido ai
caos de las distintas direcciones de la psicología.

7. El superávit pulsional y modo de dirigirlo

Teníamos que dejar bien sentado lo que hemos expuesto breve-


mente antes de que pudiéramos echar una mirada más profunda.
Las afirmaciones generales sobre la estructura pulsional vendrían a
señalar la existencia de un superávit pulsional.
Alfred Seydel 2 1 fue el primero que introdujo este importante
concepto como «superávit pulsivo» (Triebüberschuss). Luego Sche-

21. Bewusstsein als Verhängnis, 1927.

64
ler 22 habló del ser «cuya insatisfacción pulsiva siempre es más
abundante que su satisfacción». Sin embargo no hemos de con-
fundir el superávit pulsional constitucional y general del hombre,
con la desintegración que se presenta en las distribuciones de la
pulsión, culturales y sumamente cultivadas, cuando son rotas las
instituciones a las que aquéllas estaban vinculadas. El resultado es
que las indigencias sociales insatisfechas sobrecargan las primitivas,
sobre todo los instintos sexuales. La idea moderna de un superávit
impulsivo flotando libremente, por así decir, desatadamente «libi-
dinoso», tiene como trasfondo sociológico el resquebrajamiento de
las instituciones en las grandes ciudades.
Por el contrario, el superávit pulsional constitucional sólo pue-
de concebirse como el lado interno de un ser no especializado y
con carencia de medios orgánicos, que está expuesto a una presión
constante de tareas internas y externas. Es, por decir así, el refle-
jo de la ilimitada temática de una penuria crónica. Para empezar
hay que describirlo así: no se agota ni muchísimo menos con las
simples acciones de satisfacción de las indigencias animales míni-
mas, como hambre o impulso sexual.
Desde este punto de vista, la diferencia entre el hombre y el
animal es extraordinaria. Los instintos del animal son instintos de
sus órganos, con los que está adaptado a su medio ambiente. Por
eso, esos instintos siguen el gran ritmo de la naturaleza. En deter-
minadas épocas, si se dan las condiciones, se despierta el instinto
de emigración, el impulso sexual, el instinto de construcción del
nido o el impulso a retirarse para el sueño invernal. Y al revés,
para el hombre es de importancia vital sostenerse a través del
cambio de condiciones externas e internas, y contribuir con ello a
la formación de impulsos duraderos, que no lo dejarán, que lo lle-
varán mañana de nuevo a su actividad; al trabajo de Sísifo de la
dominación cotidiana de la existencia. De antemano parece que la
energía pulsional está adaptada a las operaciones imprevisibles, y
en ciertas circunstancias extraordinarias, ante las que colocan al
hombre circunstancias caprichosas. Esa energía raras veces será
agotada en su increíble fuerza. Aunque es imposible establecer una
medida, puede suponerse, en un primer acercamiento a este di-
ficilísimo problema, que la energía pulsional en potencia, puramen-
te cuantitativa, considerada desde le punto de vista energético, es
mayor en el hombre que en cualquier otro animal de su tamaño.

22. Die Stellung der Menschen in Kosmos, 1928, 54.

65
De la penuria crónica del hombre surge un segundo aspecto. La
penuria se muestra físicamente en sus carencias orgánicas; espiri-
tualmente, en el volumen, tan amplio como el mundo, de los estí-
mulos y motivos que se le ofrecen y que por tanto ha de dominar.
Por el contrario, por parte de la vida pulsional, se muestra en la
propiedad fundamental de que esas pulsiones no son periódicas, es
decir, crónicas. Primero: el instinto sexual está desvinculadísimo
de cualquier periodicidad y la duración de la madurez sexual, en
comparación con los animales, es enorme. Dado que los niños tie-
nen una infancia extraordinariamente prolongada, hay que suponer
una década de dependencia biológica, que ha de tener sus correlatos
crónicos instintivos. Aun cuando supongamos que un instinto de
horda (al principio muy poco diferenciado) se redujo luego por las
vías del instinto sexual a aquellos grupos pequeños, cuando las ne-
cesidades económicas forzaron a una diferenciación de las hordas
(que iban en aumento) en grupos de cooperación, hay que suponer
a pesar de todo, como sustrato, una síntesis de indigencias sociales
y económicas permanentes. Con otras palabras: junto con la serie
continua del proceso generativo; junto con el conjunto permanente
e intacto de la sociedad en aumento y junto con la presión, asi-
mismo permanente, a administrar (porque ya el hambre futura da
hambre), se presentan factores objetivos, no periódicos, de primera
clase, que solamente puede dominar un superávit pulsional per-
manente. Un ritmo de los instintos en un ser tan permanentemente
asediado sería una desarmonía perturbadora. Quizás sea más pro-
funda la consideración contraria: unos instintos adaptados en cier-
tos casos a la marcha de la naturaleza tendrían naturalmente que
hacer una pausa cuando lo exigiera el ritmo de esa marcha; siendo
así que no hay circunstancias favorables (es decir, adaptadas a la
naturaleza) en el caso del hombre, cuya tarea es por eso «crónica»
y al mismo tiempo «indeterminable».
Solamente un ser que tiene permanentemente pulsiones agudas
y por tanto un superávit pulsional, que va más allá de cualquier
situación que lo satisfaga momentáneamente, puede dirigir su
apertura», al mundo hacia lo productivo e incluso incorporar en su
comportamiento aquellos hechos supraindividuales como motivos.
Es decir, puede desarrollar, a partir del contexto generativo, social
y económico, tareas de un tipo más elevado, que se concretarán des-
pués objetivamente en los órdenes sociales más diversos.
Todavía podemos considerar el superávit pulsional desde otro

66
punto de vista. El hombre está caracterizado por un período enor-
memente alargado de desarrollo; es decir, por una extraordinaria
duración (si se compara con el animal) del tiempo que pasa hasta
que llega a su libertad de acción independiente. La motórica, y
mucho más la sexualidad, duran mucho tiempo incompletas. La ca-
pacidad de participar en el dominio o superación común de la exis-
tencia, se alcanza muy tardíamente. Ya durante todo ese tiempo se
halla el hombre bajo un superávit pulsional, que sin embargo no
puede ocuparse todavía en tareas serias. Ni siquiera en las socieda-
des primitivas antes de los catorce años. Es una maravillosa teleolo-
gía cómo ese superávit pulsional es gastado durante tanto tiempo
en ocupaciones «no gravadas», inestables y juguetonas. Y precisa-
mente es en ellas donde el hombre adquiere toda la estructura ope-
racional del intercambio o trato comunicativo, sin avideces, pero
«pulsado» (llevado a cabo) no específicamente. Intercambio con el
mundo y con su propio poderío en la dominación industriosa de la
amplitud de los estímulos, como hemos descrito antes. Sólo cuando
se ha orientado, cuando ha adquirido lenguaje, capacidad de movi-
miento, pensamiento, destreza manual y habilidades de todo tipo
sólo entonces despierta la sexualidad; sólo entonces está «listo»
y es capaz de disputar él mismo su existencia. Por eso el superávit
pulsional es un apriori. De antemano sitúa al hombre ante un apre-
mio a la elaboración. Una vez más tiene una gran finalidad, que los
frenos, dentro de la vida pulsional (y mirando desde un solo án-
gulo), sean forzosos y aparezcan como modos de autoelaboración
del superávit pulsional. Vistos desde otro ángulo, son condiciones
del desarrollo de indigencias que propician la acción y son social-
mente soportables. Con otras palabras: la presión a configurarse,
bajo la que se halla la vida interior humana a consecuencia del su-
perávit de pulsión, es una condición del desarrollo de las pulsiones
de un ser práxico, previsor y que vive en sociedad. Los intereses
conscientes y orientados del hombre fueron conseguidos en lucha
contra otros igualmente posibles; quizás bajo el influjo de fuera,
son fijados frenando a los otros. Son siempre objeto de acogida o
rechazo, y sólo así manejables y objetivos. Pero esto no causalmen-
te, sino bajo la presión modeladora del superávit pulsional, que en
ello es elaborado en parte y empleado.
Esa presión a configurarse o imperativo de adaptación es ex-
traordinariamente profundo. Incluso los impulsos mínimos repre-
sentados orgánicamente (hambre y sexualidad) se vinculan a las

67
leyes de los intereses superiores. Son también frenables, desviables,
dentro de ciertos límites; incluso, atendiendo a otros intereses y en
ciertas circunstancias pueden ser totalmente superados (ascesis,
huelgas de hambre, etc.). Un hombre que por motivos patológicos,
no consigue una adaptación permanente y dirigida al mundo de las
indigencias y una arquitectura de los intereses, degenera, por la so-
brecarga del apremiante superávit pulsional, en manías autodestruc-
tivas. Esa modelación o adaptación de la fuerza pulsional hacia la
actividad es incluso una condición del orden vegetativo. En efecto,
las funciones vegetativas del hombre están apuntando hacia ella.
Después de lo que venimos diciendo sobre este importante y
oscuro tema, el superávit pulsional se nos aparece en primer lugar
como el correlato de la penuria crónica de este ser expuesto, cuyas
energías tienen que pulsarlo «crónicamente». El «estancamiento»
producido por el desarrollo tan enormemente retardado y prolon-
gado, sería un sobreañadido, de origen hormonal probablemente
distinto, pero actuando en la misma dirección. Ha de quedar bien
claro, además, que la ya mencionada reducción de instintos en el
hombre no quiere decir en modo alguno una debilitación dinámica,
sino una desvinculación de los órganos y un desligamiento del me-
dio ambiente por parte de los quanta pulsionales; significa su con-
centración a partir de la fijación orgánica, tal y como se presenta en
un ser «embrional», que conserva durante toda su vida los caracte-
res esenciales de la fetalización. Con esto se emparenta una cierta
indiferenciación de los residuos instintivos, como quiere el concep-
ro de libido de Jung, rectamente entendido, que sin embargo con-
verge a su vez con la anulación del accionamiento rítmico (tan ca-
racterístico de la vida animal) del sistema pulsional. La consecuen-
cia de ambos influjos es un rasgo muy llamativo de la vida pulsional
humana: a saber:

La sexualización continua y permanente (originaria; no explicable


por «domesticación») de todo el sistema pulsional humano por una
parte, y por otra, que la actividad' sexual es llavada a cabo, signifi-
cativamente, por otros motivos, siempre actuantes, del comportamiento
hutnano 2 3 .

Si vemos siempre el superávit pulsional como un reflejo fiel de


la peligrosidad constitucional del hombre y por así decir como la

23. A. Portmann, Biologische Fragmente, 61-62.

68
fuerza correlativa, que hace soportable esa peligrosidad o riesgo,
conseguiremos por fin acceso al importante y enigmático fenómeno:
a la clave de tantas «respuestas» creadoras a los «desafíos» (chal-
lenges, Toynbee) de difíciles situaciones del mundo; a saber, a
aquella pasión de poner en juego incluso la vida; a aquella bio-
logical hardiness 24 , que viene de un excess of energy. La reduc-
ción del riesgo físico, tal como se ve en la menor de las adaptacio-
nes al medio ambiente (es decir, la especialización) no era el ca-
mino de la evolución hacia el hombre. Tampoco es el camino de la
evolución del hombre; es decir, de su cultura, que no parece con-
sistir en mantener conservadoramente las seguridades y equilibrios
conseguidos, sino más bien en las culminaciones de una energía,
que mediante el riesgo es estimulada y aligerada. Lo expuesto, ex-
ponerse a sí mismo, hacer de la peligrosidad conscientemente un
riesgo, ésta es la oportunidad intentada a menudo y lograda con
frecuencia. En ella no hay ninguna diferencia entre esos cazadores
extraordinarios, los polinesios, que aprovechan el viento huracana-
do en alta mar para impulsar sus cáscaras de nuez, y los primeros
pilotos del aire. Una teoría biológica del hombre debería incluir
ese comportamiento biológicamente paradójico.
Así pues, el superávit pulsional es un hecho decisivo. Se halla
lo mismo en aquellas creaciones que superan toda descripción, en
las que el hombre obligó a la naturaleza a soportarlo, que en las
estructuras pulsionales correspondientes, amaestradas, adaptadas
y hechas permanentes, cuya sustancia se llama carácter. Desde este
punto de vista, es posible una definición del hombre como ser
amaestrable. Esta definición abarca todo lo que puede entenderse
bajo el nombre de moral, en su aspecto antropológico. La necesidad
de ser amaestrado o cultivado; el imperativo de adaptación (bajo
el que se halla un «animal no fijado»); la educación y la autodis-
ciplina; asimismo el ser acuñado por instituciones en las que se
llevan a cabo las tareas de la vida; todo esto no son sino los esta-
dios más llamativos. Precisamente porque el hombre se halla (den-
tro de sí mismo) ante una tarea increíblemente «grabada», que
él sólo puede llevar a cabo juntamente con la tarea de su vida, es
decir, por su propia industria: porque ha de desarrollar en sí mis-
mo unas leyes de señorío y de conducción de las indigencias e in-
tereses y ha de «establecerse» o situarse en un sistema de voluntad

24. G. Heard, Social substance of religión, 1931.

69
orientada, precisamente por todo eso son falsas las ideas «armó-
nicas» sobre el hombre, que no atienden a esa tensión interior enor-
me. Además, la comunidad de un pueblo, de la tribu y sobre todo
de los «grupos cara a cara» (face to face group, de los sociólogos
americanos) tiene una importancia, que se mofa de toda compara-
ción con los «estados» animales. En primer lugar, en el plano pu-
ramente vegetativo, la niñez humana (retardada de una manera
realmente única) exige una protección permanente, que sólo se pue-
de encontrar en algún tipo de institución. Más aún, los procesos
superiores sensomotores e ideosensores (comenzando por el andar
y el hablar) son estructuralmente procesos comunicativos de una
vitalidad descargada, carente de indigencias, en los cuales la sensa-
ción recibida y elaborada, la respuesta asumida, entran en el poder
desarrollado. Se habrían desarrollado también sin participación ex-
terior y sin el pilotaje externo, pero hubieran exigido durante mu-
cho tiempo una enorme cantidad de energía. Es decir, no habría
resultado la infraestructura acostumbrada de operaciones superio-
res, descargadas. La comunidad forma parte del proceso de creci-
miento de un ser, como el aire. Al fin y al cabo, mediante la edu-
cación se cimenta la fuerza para dirigirse a sí mismo. El poder (de-
cisivo para un ser práxico) tomar una posición, controlada y procu-
rada por uno mismo, con respecto a lo de dentro y lo de fuera, tiene
como condición de su desarrollo el influjo y la presencia permanen-
te de la sociedad.

8. La ley de la descarga. El papel de la conciencia

El concepto repetidamente mencionado de la descarga es una


categoría esencial de la antropología.
Es ya muy esclarecedor que la conciencia humana, así como la
animal, sólo puedan entenderse en conexión con el comportamien-
to, de tal manera que pueda definirse como una fase de la acción.
Esta visión fundamental del pragmatismo fundado por Peirce y
James es sin duda acertada. Sorel ha mostrado que incluso a Kant
se le puede tener por «pre-pragmático» 2 5 . El conocer y pensar hu-
manos, en cuanto son loquiales, están esencialmente vueltos hacia
afuera, ya sea actual o virtualmente. Empiezan con la percepción.
El examen de su estructura operacional da como resultado que se

25. De l'utilité du pragmatisme, París 1928.

70
trata siempre de la unión de actividades perceptivas y activas en
un poder. En condiciones sociales especiales, muy desarrolladas, el
aspecto de acción puede acortarse mediante una simbólica. Pero in-
cluso la contemplación de los carismáticos, como Buda, se esfuerza
en último término no solamente por la visión, sino por otro tipo
de vida. No renuncia a la comunicación, aunque sea simbólica y sin
palabras. Está presuponiendo de la sociedad dos cosas: que apoye
ese comportamiento como un poder superior y que descargue a esos
contemplativos de los trabajos elementales, asumiéndolos ella.
Volviendo a ese principio de descarga. Ofrece el siguiente as-
pecto: las condiciones biológicas especiales del hombre hacen ne-
cesario desvincular las relaciones con el mundo del puro presente.
Por eso el hombre ha de desarrollar sus experiencias penosamente
y por su propia industria, a fin de que aquéllas queden a su dispo-
sición; todo ello mediante un poder, extraordinariamente cultivado
y variable a la menor indicación. Al final del proceso, quedan cons-
truidos los grandes campos de símbolos del ver, hablar e imaginar,
en los que uno puede comportarse ya «por alusiones». Además
las esferas motoras están descargadas y paradas, pero accionables
en la dirección querida por aquel comportamiento que se mueve
por alusiones o indicaciones. Con un empleo mínimo de energía y
mediante las operaciones más elevadas, más libres (es decir, des-
cargadas), somos capaces de adelantarnos o retrasarnos; ocuparnos
en algo o cambiar de ocupación; planear nuestra actividad para el
trabajo, y desde esa pkneación pasar a los hechos. El lenguaje ca-
lifica muy bien con expresiones de tipo motórico (como cambiar,
adelantarse, etc.) las operaciones de la conciencia, que brevemen-
te podemos definir como una esfera de fantasmas del poder. Se
verá que todo ese proceso es necesario, si consideramos que la
especial situación física del hombre (que podemos describir con
los conceptos de «no-especialización» y «apertura al mundo») le
coloca frente a la extraordinaria carga de procurarse sus oportuni-
dades de vivir mediante su propia industria. La tarea del hombre
consiste sobre todo en permanecer en la vida. Lo prueba el que no
podemos encontrar otra tarea, para una comunidad o un pueblo,
que la de mantenerse en la existencia. Basta una mirada a la his-
toria para mostrar cuán difícil es esa tarea. ¿Dónde están los carta-
gineses o los borgoñones, otrora pueblos poderosos?
Por eso tenemos ya la primera afirmación en torno al principio
de descarga: el hombre, por su propia industria, saca de sus cargas

71
elementales oportunidades para prolongar su vida, por cuanto que
sus operaciones motrices, sensoriales e intelectuales (vinculadas por
el lenguaje) se impulsan mutuamente hacia arriba, hasta que se ha-
ce posible una conducción inteligente de la acción. Entenderíamos
mejor estos complicadísimos procesos de descarga y conducción si
la neurología pudiera decirnos algo satisfactorio sobre los procesos
en el sistema nervioso motor y sensor, ya que en él están «repre-
sentadas» de algún modo las leyes de las operaciones humanas. Este
no es el caso y por eso nos vemos obligados a una reconstrucción
directa de la disposición estructural del comportamiento humano.
A fin de aclarar el concepto de descarga, que sólo hemos pre-
sentado muy en general, hemos de seguirlo hasta el interior de la
organización humana y mostrar cómo la especial «técnica» huma-
na para mantenerse en la existencia aparece ya en las estructuras
de su vida sensomotriz. Pensemos, en primer lugar, en la conexión
entre insinuación o indicación y super-visión en el sentido de la
vista. Las masas que potencialmente podemos percibir no se dan
en la percepción, sino que el campo perceptivo se ha vuelto ex-
traordinariamente simbólico a consecuencia de la propia evolución
del movimiento. Por ejemplo, en un objeto, una taza, acostumbra-
mos en parte a super-ver (ver repetidas veces y por tanto pasar por
alto) los claros y las sombras y la ornamentación, o bien el ojo la
toma como ayuda referencial o indicativa para hacerse una concep-
ción del espacio y de la figura, «teniendo» así indirectamente la
parte de atrás y la parte del espacio que está lejos de nosotros. Asi-
mismo se valoran las interferencias. Por el contrario, la estiuctura
material («porcelana fina») y el peso sí se incluyen en la visión,
pero de otro modo, por decirlo así más «predicativo», que el rasgo
que se ofrece en un primer plano de «recipiente»; es decir, hueco
y redondo. También, de otro modo, ciertos datos ópticos, por
ejemplo el asa o la posición «manejable» de la forma total dan su-
gerencias cinéticas para los movimientos de intercambio. Pero to-
dos estos datos los abarca el ojo en una sola mirada. Tenemos que
decir, pues, que nuestros ojos son indiferentes al estado objetivo de
sensibilidad y de lo sentido en cada caso como trasfondo; por el
contrario son sumamente sensibles para insinuaciones o indicacio-
nes extraordinariamente complejas.
De estos procesos sólo nos interesa aquí el estado final, desde
el punto de vista de la descarga. A este propósito podemos decir:
se ha roto la inmediatez de la impresión y del influjo de la plétora

72
de estímulos; los puntos de contacto con ella se han reducido a un
mínimo, pero a un mínimo con elevadísima capacidad de desarrollo.
De este modo, el orden perceptivo corresponde al comportamiento
indirecto del hombre, al que se dirige a las fases futuras de la reali-
dad; así como ella por su parte surge primero de un comporta-
miento inadaptado, inespecífico y «de prueba». Toda esta estructu-
ra (de importancia vital en su resultado) está suponiendo natural-
mente la sobresaturación con estímulos no adaptados y no seleccio-
nados. Sólo con la ayuda de esta condición, aquella «alimentación»
o carga paulatina de las impresiones con símbolos, logra aquella
distribución y orden del campo visual, que crece como consecuen-
cia de la actividad humana de intercambio y se halla ante nosotros
como mundo super-visible (que se puede abarcar en una mirada
sinóptica y dejar luego a un lado). Expresa visiblemente que se
ha ganado distancia: se ha roto el círculo de la inmediatez y que es
posible un comportamiento pre-visor, que quita ya de en medio las
futuras impresiones y domina en un gran círculo. Así, el hombre
saca de sus condiciones anormales (en comparación con el animal)
los medios para conducir su vida, y es a este complejo nada sencillo
a lo que yo llamo «descarga».

Esta expresión quiere significar también otro aspecto del mismo


hecho; a saber, el carácter progresivamente indirecto del compor-
tamiento humano; del contacto, cada vez menor, pero también más
refinado, más libre y más variable. Entre la acción y su meta se
intercalan eslabones intermedios que se transforman por su parte
en objeto de su interés derivado y oblicuo. No consideramos como
obrar humano el empleo casual de una herramienta colocada ante
los ojos para un fin próximo, sino la producción de instrumentos
para una meta lejana. Así pues, lo que, visto por fuera, es un com-
portamiento indirecto, variable, que posterga la inmediatez, es,
visto por dentro, un comportamiento planeado, previsor, contro-
lado por centros cada vez más elevados.
Desde este punto de vista el concepto de descarga adquiere un
sentido complementario. A fin de que las funciones inferiores
puedan transformarse en dirigidas y accionadas, las superiores han
de asumir algunas operaciones que originalmente pertenecían a
aquéllas; sobre todo las operaciones de variación y combinación;
pero lo hacen de una forma impropia, indicativa, más simbólica.
Es decir, conscientemente. Este mecanismo es, tomado estricta-

73
mente, el presupuesto bajo el que podemos dividir las funciones en
superiores e inferiores.
El ejemplo más sencillo es el intento de realizar un movimien-
to. Al principio, los movimientos de los brazos y las manos están
cargados con las tareas del movimiento local y las pierden con la
posición erecta. En la abundancia de los movimientos del juego,
del tacto, del intercambio y del asir alguna cosa, han puesto en
juego un gran volumen de combinaciones y variaciones en contacto
directo con la cosa misma. Pero esto significa lo siguiente: en últi-
ma instancia no han efectuado una acción en sentido propio, un
trabajo planeado de antemano. Sólo cuando se ha desarrollado un
campo de planificación de la fantasía pueden planearse de nuevo
todas las variaciones y combinaciones, en la imaginación, en una
fantasía cinética o kinefantasía y una fantasía de la situación o to-
pofantasía, y el movimiento real se transforma en un movimiento
de trabajo, pilotado y accionable. Las tareas de variación del mo-
vimiento y subordinación de movimientos, en cuyo deletreo em-
plean largos años los niños pequeños, son asumidas más tarde por
el movimiento virtual; el movimiento real es conducido por un ca-
mino más sencillo y puede automatizarse en parte. Pero un pro-
yecto cinético está solamente «esbozado»; es un movimiento vir-
tual y al mismo tiempo previsor, puramente posible, pero experi-
mentado como posible.
En este sentido, descarga significa que el acento principal del
comportamiento humano recae de modo creciente en las funciones
«superiores», es decir, las menos penosas, las que sólo insinúan o
indican. Dicho de otro modo: las conscientes o espirituales. Por eso
este concepto es un concepto clave de las antropologías. Nos en-
seña a ver las funciones superiores del hombre en conexión con su
naturaleza física y las condiciones elementales de su vida.
Desde este punto de vista, también queda destacado el papel
extraordinario que desempeña la costumbre o hábito. La costumbre
«descarga»; primero en el sentido de que cuando se da un compor-
tamiento habitual, el gasto en motivación y control, el esfuerzo de
corrección y la ocupación o posesión de los afectos, ya no son ne-
cesarias. «En la vida cotidiana, dice Guillaume 2 6 , nuestros actos
habituales están condicionados por las percepciones de ciertos ob-
jetos, a los que reaccionamos automáticamente». El comportamien-

26. La formation des habitudes, 1947, 27.

74
to se transforma en costumbre o hábito, porque se escapa a la in-
tervención de la conciencia y se almacena, se estabiliza, se hace re-
sistente a la crítica e inmune a las objeciones. Así sienta la base
para un comportamiento superior, que va variando sobre esa base.
Por ejemplo: sólo el que domina de modo habitual con seguridad
y fluidez el vocabulario y la sintaxis de una lengua extranjera
puede dedicar su atención a pulir sus matices. Podemos seguir este
importantísimo proceso de la descarga, en el que la formación de
hábitos sienta las bases para un comportamiento superior, incluso
hasta en los reflejos condicionados. En este tipo de proceso, una
reacción que está acoplada con un estímulo de primera mano (por
ejemplo, la producción de saliva al mirar la comida), es ya accio-
nada por un estímulo casual, que regularmente precede a aquélla;
por ejemplo, el sonido de un timbre. No cabe duda de que esa
reacción instintiva, primaria, se aproxima así en su estructura a un
hábito o costumbre, ya que el automatismo está acoplado a una
situación, que se repite regularmente del mismo modo. De este
modo cualquier estímulo insignificante recibe un valor de puesta
en marcha, con tal de que se produzca regularmente. Así se mues-
tra, pues, esta función básica de la formación de hábitos o costum-
bres. En efecto, este proceso fija un nivel de comportamiento ante
el estímulo, a partir del cual se pueden experimentar nuevos con-
tenidos y ser promovidos en el ámbito de la utilización. El reflejo
condicionado de segundo grado que surge así, viene a significar una
dilatación del ambiente que ya se domina sobre la base del prime-
ro. Pavlov ha observado que el valor conseguido por una primera
señal podía ser transferido a una segunda. El susurro del metró-
nomo que hacía referencia a la comida, accionaba el flujo de saliva;
pero también una señal luminosa, que precedía al metrónomo, po-
día alcanzar ese efecto. Esto es una dilatación del campo estimu-
lante, sobre la base de un hábito adquirido anteriormente.
Todas las funciones superiores del hombre, en cualquier esfera
de la vida intelectual y moral (y también de la matización del mo-
vimiento y de la acción) se pueden desarrollar, porque la forma-
ción de hábitos-base estables y fundamentados descarga y «tras-
pasa hacia arriba» la energía que originalmente se empleaba para
la motivación, las pruebas y los controles. Sirva de ejemplo la si-
guiente observación; la organización de la sociedad cuida de que
haya una satisfacción permanente (en alguna manera regular y ha-
bitual) de las indigencias biológicas elementales. Ya desde los tiem-

75
pos del neolítico se aprovecharon los excedentes crecientes de fru-
ta y de ganado para formar una reserva.; es decir, para satisfacción
permanente y habitual de las necesidades alimenticias. Los no ocu-
pados en la producción básica quedan así libres (en todas sus fun-
ciones superiores intelectuales y prácticas) para modos de compor-
tamiento, que ya no pueden calificarse, sin caer en un sofisma, co-
mo «comportamiento apetitivo». En efecto, producen cosas, por
ejemplo, que no son útiles, pero son bellas; o bien se entregan a
la construcción, diferenciación, enriquecimiento de las artes mecá-
nicas, las artes y los ritos. Además, en esas operaciones culturales
entra toda aquella masa de pulsiones y afectos que quedan libres
por la trivialización de la satisfacción habitual de las penurias bio-
lógicas. ¿Cómo explicar, si no, el increíble apasionamiento con que
todas las culturas primitivas construyen configuraciones sumamente
artificiales, como por ejemplo los rituales mágicos, a pesar de que
el resultado evidentemente sea muy precario desde el punto de
vista experimental? No cabe duda de que se aferran a ellos con
tanta fuerza, porque tienen un gran valor de satisfacción, a causa
de los grandes quanta pulsionales que son liberados mediante la
transformación en costumbre y la indiferenciación de la satisfacción
elemental de las indigencias y fuerzan ahora una elaboración pre-
cisamente en las funciones liberadas intelectuales y motoras.
Quisiéramos cerrar este apartado con algunas observaciones
filosóficas generales.
La doctrina ontològica de las categorías de N. Hartmann ha
mostrado que en la estructura por estratos del mundo, las catego-
rías de los estratos o capas inferiores, como las anorgánicas, son las
más fuertes. Es decir, son indiferentes frente a la existencia de las
superiores y jalonan el espacio dentro del cual se desenvuelven las
superiores. Y al revés, las categorías superiores son las más depen-
dientes. La vida anímica está presuponiendo la orgánica y ésta la
inorgánica. Pero son las más ricas: cada capa o estrato superior
contiene un «novum categorial»; es decir, nuevas estructuras y
protofenómenos, que no se pueden hacer derivar de las capas in-
feriores. Ciertamente las categorías superiores son más «débiles»,
es decir, están dependiendo de la existencia de las inferiores, pero
frente a ellas son libres o autónomas.
Ahora bien, la antropología puede suministrar, creo yo, una
serie de categorías especiales. Entre ellas especialmente aquellas
que tienen un gran interés, porque «transcurren» a través de varias

76
capas. Así por ejemplo, con la ayuda de la categoría de «descarga»
podemos describir una de las leyes fundamentales de la vida senso-
rial y motora que delimitan el «campo de juego» para la apari-
ción de la conciencia pensante. Podemos incluso mostrar esa cate-
goría de la descarga en una actividad auténticamente espiritual; a
saber, en el desarrollo del lenguaje. Podríamos seguirla también
hacia abajo, hacia lo biológico; captarla en el «reflejo condiciona-
do». La perdemos ya cuando, a través de los hábitos o costumbres,
pasamos a la oscuridad de lo vegetativa. Naturalmente ninguna
teoría explica cómo de lo anorgànico sale lo orgánico y de éste lo
anímico y espiritual. El concepto de «evolución» debería suplir al
de «creación» en el sentido de un surgimiento cuasi-automático de
lo nuevo, pero no atiende lo creador de ese surgimiento. Hartmann
dice que «la entrada de la vida en el universo está vinculada a con-
diciones de las que fácilmente se ve que, dentro del contexto cós-
mico, sólo pueden existir como raras excepciones». Quisiera am-
pliar ese pensamiento hasta hacer de él una teoría: parece como
si hubieran de ser satisfechas o cumplidas las condiciones improba-
bles de cada una de las capas inferiores, para que surjan los fenó-
menos de las superiores. De este modo, la ubicación especial del
hombre tendría una dignidad ontològica. Esa ubicación es ya una
improbabilidad orgànico-biològica y ha de ser alcanzada esa orga-
nización excepcional antes de que se manifiesten las categorías su-
periores, de un modo que no se puede hacer derivar de otras. Ade-
más, parece probable que la multiplicidad y divergencia de las
pulsiones humanas sólo permite llegar por lo general a configura-
ciones sociales inestables, de tal manera que las condiciones de las
creaciones culturales elevadas se hallen en un improbable estado
de equilibrio entre muchas inestabilidades. De ahí el tiempo siem-
pre asombrosamente corto de florecimiento de las culturas. Toyn-
bee sitúa la decadencia de la cultura egipcia en una época extraor-
dinariamente temprana; después de la construcción de las pirámi-
des y todavía en el imperio antiguo.
Una última reflexión se refiere a la conciencia. Es evidente que
la conciencia surge de la percepción, en el sentido de un pilotaje y
una «dosificación» del comportamiento ya de cara a fuentes de es-
tímulos alejadas.
La teoría cimentada por J. M. Baldwin, Bergson, Dewey y otros
acerca de la relación existente entre la conciencia y un proceso vi-
tal frenado, se apoya en distintos hechos. Primero, la percepción

77
trabaja evidentemente (en el caso de seres vivos que se mueven)
en el sentido de un «traslado previo» o cambio de la reacción
ante una cosa lejana (que todavía no ha entrado en colisión o en
cercanía peligrosa). Segundo, ante el fenómeno general de que
recorridos de todo tipo (inconscientemente automatizados y que
funcionan con seguridad) sólo se hacen conscientes cuando ya no
se presentan libres de perturbación. Finalmente, en todo tiempo
puede comprobarse que contenciones o frenos inesperados de nues-
tras acciones dejan que se instale libremente una reflexión: la
réflexion apparaît comme le choc en retour du réflexe brusquement
inhibé, dice Pradines 27 . Por lo demás, como afirma Hartmann 28 ,
no únicamente a partir del frenado de las reacciones inmediatas y
espontáneas se hace comprensible la aparición de la conciencia;
pero sí a partir de la multiplicidad de operaciones creadoras, que
surgen en el hueco que se ha producido.
En este punto hemos de citar unos pensamientos que M. Pra-
dines presentó en su obra antes mencionada, así como en otro tra-
bajo anterior Philosophie de la sensation. El refiere la conciencia
perceptiva a dos funciones vitales elementales: la «indigencia» y
la «defensa». Los alicientes (stimulations) de la indigencia están
vinculados a la remoción de un objeto satisfactorio ausente, cuya
presencia, posesión o consumo la satisface. Pradines subordina a
esa función de indigencia «los sentidos indigentes», olfato y gusto.
Sin embargo, está el hecho de que ya en muchísimos animales el
accionamiento de movimientos instintivos al servicio de necesida-
des elementales va más allá de los sentidos de lejanía. Los estímu-
los de la defensa son en primer lugar los efectos inmediatos de ob-
jetos presentes en el organismo, cuyo alejamiento libera al orga-
nismo. Pradines explica como acontecimiento básico de la segunda
clase una irritation originelle; es decir, una reacción defensiva, de
apartamiento, que lleva a cabo el proceso vital estimulado. A ella
subordina el sentido del tacto y los sentidos superiores.
Llegamos ahora al punto central de la teoría. Nos parece im-
portante, porque une el punto de vista del surgimiento de la con-
ciencia a partir del proceso vital frenado y la teoría de la percep-
ción sensorial como «descarga». Esa estimulación originaria se «di-
ferencia» después, primero en la dirección de la percepción; se-
gundo, en la capacidad de sentir dolor, que son descritas como mo-

27. Traité de psych. générale I, 1946, 208.


28. Neue Anthr., en Dtscbl. Bl. f . dt. Philos. 15, 163.

78
dalidades distintas y sucesivas de la misma actividad. El supone
que la capacidad de sufrimiento surge indirectamente como «re-
percusión» (répercussion) de la diferenciación sensorial a aquella
estimulabilidad originaria y presupone la inteligencia ya en las ca-
pas ínfimas de la percepción. He aquí la frase capital:

El medio propiamente dicho, que utiliza la inteligencia, para desarro-


llar la percepción a partir de la estimulación directa, era la sensibili-
zación del ser vivo frente a estímulos de valor afectivo cada vez más
escaso; sensibilización, que ya no correspondiera a una influencia o
efecto agresivo, sino a su amenaza, cada vez más alejada.

Ahora bien, el dolor no es una función de la indigencia. Más


bien lo es el placer. Por eso Pradines lo atribuye también a los sen-
tidos indigentes: el gusto y el olfato. Su dominio propiamente di-
cho es el sentido del tacto, siendo excluido de las percepciones de
la vista y el oído, porque están vinculadas a las oscilaciones de un
medio, cuyo papel es precisamente transmitirnos (en potencia)
percepciones táctiles de una forma tan inmaterial e inasible que no
nos pudieran herir. La percepción lejana, diríamos nosotros, descar-
ga al organismo de un contacto inmediato, aproximativo y doloro-
so. Pero el dolor no es una percepción táctil que va subiendo por
grados; aun cuando la base de la percepción táctil consista en la an-
ticipación del dolor por medio del sentido del tacto. La sensibilidad
táctil se muestra en la facultad de registrar mediante un acrecenta-
miento no doloroso de la intensidad, la aproximación gradual de un
estímulo apremiante (comprimant), hasta que en la frontera del do-
lor surge la arcaica actividad expulsive o aversive. La cualidad-
dolor es, como se dijo, una repercusión, un efecto retroactivo, de la
sensibilidad. Dice Pradines:

La naturaleza no pudo llevar hasta la conciencia a los predecesores


(biológicamente carentes de importancia) del estímulo irritante, sin au-
mentar hasta la vivenciallid'ad la conciencia de aquel estímulo, cuando
era dado, cosa que es precisamente el dolor.

Así existe una relación íntima y profunda entre inteligencia y


dolor:

Pues éste es la inteligencia misma, cuando desciende hasta la: raíz de la


irritación; es el resultado de la luz, con la que la inteligencia la tras-

79
pasa, haciendo a los estímulos más débiles, expresivos, conscientes y
trasparentes.

Si la conciencia (mirando desde sus orígenes) está esencial-


mente vuelta al mundo, también, al revés, todos los procesos y rea-
lizaciones de la vida son inconscientes; transcurren en la oscuridad
del inconsciente y se nos oculta el «cómo» se desarrollan. Sabemos
muy poco de cómo respiramos y digerimos; cómo vemos y pensa-
mos; y cómo hacemos para levantar el brazo.
No tenemos ningún conocimiento acerca de la increíble com-
plejidad y perfección de las realizaciones vegetativas y motrices;
y evidentemente no está allí la conciencia para enseñárnoslo.
En el párrafo 77 y siguiente de la Crítica del juicio, de los que
Schelling dijo con razón que quizás nunca se han resumido tantos
pensamientos profundos en tan pocas páginas, Kant ha expresado,
que según la naturaleza o disposición propia de nuestra facultad de
conocimiento (que se subdivide en visión sensorial y pensamiento
discursivo) no nos ha sido dada «la explicación de la posibilidad
de un ente de la naturaleza»; solamente se nos ha permitido «tra-
tar» acerca de ello. En ese pasaje bosqueja la idea de una facultad
de conocimiento más elevada, que no nos es propia, el intellectus
archetypus. Es decir, una razón productiva y que contempla el
surgimiento de sus productos ya en su génesis. Ese es el tipo de
razón que deberíamos tener para poder comprender la finalidad
interna de un organismo.
Este pasaje recuerda una doctrina, predicada por Nietzsche.
Cuando habla de la gran razón ( V e r n u n f t : razón práctica) del cuer-
po, cuyo instrumento es solamente la pequeña Vernunft, que se
llama espíritu, está enseñando al mismo tiempo la perfección (in-
conmensurable e inaccesible para la conciencia) del proceso or-
gánico.
Todo obrar perfecto es inconsciente y no querido... la conciencia hace
imposible la perfección 2 9 . . . La conciencia es solamente un instrumen-
to de la vida, y, mirando cuántas y cuán grandes cosas se hacen sin
ella, no es el más necesario.

Conclusión por cierto que no es correcta desde el punto de


vista antropológico. En lugar de ésa podemos buscar otras mucho
mejores; por ejemplo, esta tesis:

29. La voluntad de poder, aforismo 289.

80
La conciencia (comenzando por lo más externo, como coordinación y
concientizaoión de las «impresiones») es al principio la más alejada del
centro biológico del individuo; pero proceso que se va profundizando;
se va interiorizando, acercándose continuamente a aquel centro s o .

Lo formulación general sonaría así: la conciencia, vuelta hacia


afuera, es en primer lugar una ayuda al servicio de la perfección del
proceso orgánico. Por tanto, por esencia, no es capaz de conocer
ese proceso, ni tampoco está destinada para eso. El auténtico des-
cubridor de esta fórmula es Schopenhauer 3 1 .
En un cierto grado de complicación del curso de la vida (su-
puesto que existen seres que se mueven) surge la conciencia, pri-
mero como percepción y como resultado de todas las condiciones
orgánicas; por tanto, no es deducible por su esencia. Su función
consiste evidentemente en una teología que apunta a la termina-
ción de procesos vitales complicados y sujetos a condiciones peno-
sas. Si recordamos nuestro examen de la ley de la descarga, vemos
que incluso las operaciones sumamente simbólicas de la conciencia
son empleadas para hacer posibles procesos vitales superiores de
conducción, subordinación y cooperación. Sólo se hace la luz en el
grado en que es utilizable para una estructuración y desarrollo de
la función complicados, más escalonados y «mejores» en la oscu-
ridad.
En el caso del hombre, a causa del gravamen extraordinario
de las condiciones de su existencia, los procesos de descarga, con-
ducción y pilotaje que hay que construir son especialmente com-
plicados y variables, y por eso las funciones de la conciencia que
en ellos se insertan son incomparablemente ricos. Pero si ya hemos
encontrado el punto de vista que permite comprender (partiendo
de la constitución-excepción de ese ser-hombre) su operación, que
es vivir, entonces tenemos un camino directo para responder a las
preguntas: ¿por qué el lenguaje? ¿por qué la fantasía? ¿el intra-
mundo? ¿el recuerdo? Hemos de ver cómo cada una de estas pre-
guntas está superdeterminada, porque puede ser respondida por
cada una de las perspectivas alcanzadas.
Nuestra conciencia (desde un principio vuelta hacia lo exte-
rior, hacia la experiencia y la comunicación con otros) no nos pro-

30. Ibid., 540.


31. Cf. A. Gehlen, Die Resultate Schopenhauers, en C. A. Emge- O. v.
Sohweinichen (ed's.), Gedachtnisschrift für Arthur Schopenhauer, Berlin
1938.

81
porciona ningún conocimiento aproximativo acerca de la teleocon-
formidad (por lo general lúcidamente grandiosa) del acontecer orgá-
nico. Sólo podemos barruntar que con la mera existencia, con la
ejecución de los movimientos de la vida, ya ha sido resuelto un
«problema»; y por cierto con una perfección que supera y se ríe
de todo conocimiento. Parece como si desde algún punto de vista
importara enormemente el vivir. Que la existencia viviente dentro
de la plenitud del mundo es por sí misma un valor, quizás el valor,
se expresa en la creencia, difundida por todo el mundo, en una
continuación de la vida después de la muerte. También se expresa
en el hecho de la existencia de religiones, que consideran el deber
ritual de la conservación de todo lo viviente como uno de los de-
beres supremos.
Si reconocemos que el conocimiento empírico no puede medir
el hecho de la existencia (ya que solamente podemos indicar las
circunstancias bajo las cuales existe el hombre, así como los medios
existentes en él y fuera de él para dominar esas circunstancias, pero
no podemos indicar el «cómo» de la existencia y de su domina-
ción, que somos nosotros mismos y que realizamos nosotros mis-
mos) si lo reconocemos, pues, no será posible afirmar, que la vida
«carezca de sentido». Tampoco, que hay algo que «realizar» en
la conciencia que piensa y experimenta, para que adquiera sentido.
Pero muy bien podría ocurrir que en la solución de tareas, ante las
que se halla el hombre por el mero hecho de existir, se esté reali-
zando algo decisivo. Dijo Nietzsche:

Quizás toda voluntad consciente, todos los fines conscientes, todas las
valoraciones, son sólo medios con los que ha de ser alcanzado algo
esencialmente distinto, de lo que aparece en la conciencia... Podrían
ser medios, en virtud de los cuales tuviéramos que hacer algo, que está
más allá de nuestra conciencia 3 2 .

El sentido de todo lo viviente, aquí expresado y que trasciende


la existencia empírica, conduce a la idea de una «obligación inde-
terminada». En el «mero existir» podría estarse realizando una
operación, de una importancia infinita, y cuyo mandamiento (esen-
cialmente inconocible porque nosotros somos ese mandamiento)
sólo podría aludirse simbólicamente. La idea de Nietzsche del su-
perhombre (que no ha sido nunca rectamente entendida), del eter-

32. ha voluntad de poder, aforismo 676.

82
no retorno, de la voluntad de poder, encuentran aquí su ubica-
ción. Tomadas al pie.de la letra, tienen escaso sentido y son sólo
apéndices de la metafísica de Schopenhauer o del darwinismo.
Para él eran símbolos que caracterizaban de algún modo un «plus
de vida» y querían determinar más concretamente esa obligación
indeterminada. Aun como tales, esas formulaciones son todavía
demasiado positivistas y adialécticas, pero no son en sustancia de
ningún modo irreligiosas, aunque no sean cristianas. En efecto, se
puede comprobar constantemente que la «obligación indetermi-
nada» es una de las categorías fundamentales del comportamiento
religioso elemental, arcaico (protomágico) 33 .
Toda fijación de la «obligación indeterminada» en la vida reli-
giosa, jurídica, estatal y moral, tiene sus circunstancias históricas y
sociales y sus condiciones límite. No vamos a discutirlas aquí, pero
el punto de vista que vamos a desarrollar de «un ser no terminado»
tiene una relación necesaria con ese concepto. Theodor Ballauf ha
resumido felizmente ese punto de vista:

No es perceptible aquí el ser como 'voluntad', sino que se muestra el


ser en su protoestructura; a saber, en una intedeterminación relativa,
que en principio existe en él y específicamente aparece al margen de
la naturaleza y que precisamente por eso fuerza a la realización de sí
mismo como voluntad 3 4 .

9. El animal y su medio ambiente. Herder como precursor

En Die Resultate Schopenhauers he dicho que Schopenhauer


fue el primero en esbozar el esquema general del modo moderno
armónico de considerar la organización animal y su medio ambien-
te. Lo hizo en el capítulo «Anatomía comparada» de su libro Über
den Willen in der Natur. Allí muestra la plena armonía de la vo-
luntad, del carácter (es decir, del sistema pulsional y del sistema
instintivo) de cada una de las especies animales, de su especializa-
ción orgánica y de sus circunstancias vitales, cuando habla de la
«evidente adecuación (que se extiende hasta los detalles) de cada
animal a su modo de vida, a los medios exteriores de su conserva-
ción:

33. Cf. Urmensch und Spätkultur, 1956.


34. Das Problem des Lebendigen, 1949, 136.

83
Cada parte del animal corresponde exactísimamente tanto a cualquier
otro como a su modo de vida; por ejemplo, las garras están dis-
puestas para agarrar la presa, los dientes sirven para desgarrar y rom-
per; el intestino la intenta digerir y los miembros del movimiento están
listos para acudir a donde esté la presa, no quedando ningún órgano
sin aplicación... Considérense las innumerables figuras de los animales.
Cada una de ellas es solamente la imagen, la réplica de su querer; la
expresión visible de los esfuerzos de su voluntad, que constituyen su
carácter. Las figuras son puramente la imagen de esa diferencia de ca-
racteres.

Asimismo la estructura del animal está plenamente adaptada al


medio ambiente:

Si quiere ella (la «voluntad») como mono trepar a los árboles, al pun-
to agarra con cuatro manos la rama y alarga para ello sin medida la
ulna y el radius; al mismo tiempo alarga el os coccygis en forma de
cola enrollada larguísima, para colgarse así de las ramas y oscilar de
un tronco a otro!

Independientemente de Schopenhauer, pero según propias de-


claraciones, no del todo ajeno a los pensamientos kantianos, J . v.
Uexkiill ha investigado en sus famosos escritos la coordinación en-
tre la disposición orgánica y el circum-mundo (medio ambiente) del
animal 35 . Prestó especial atención a la cuestión de cuáles estímu-
los sensoriales podrían haber sido dados a un animal en virtud de
estar dotado con órganos de los sentidos y llegó a rechazar la idea
ingenua que atribuye nuestro mundo a los animales como suyo pro-
pio, mientras que en realidad cada especie tiene un circum-mundo
específico propio, para cuyo dominio y experimentación posee un
sistema de órganos especializados. Conociendo los órganos de los
sentidos y los órganos operacionales de un animal, podríamos re-
construir su «circum-mundo». Recordaré solamente algunos de los
ejemplos más conocidos de Uexküll: la garrapata espera en las ra-
mas de cualquier arbusto, para caer sobre cualquier animal de san-
gre caliente o hacer que él se la lleve. Careciendo de ojos, posee en
la piel uh sentido general lumínico, al parecer, para orientarse en
el camino hacia arriba, cuando trepa hacia su punto de espera. La

35. Umwelt und Innenwelt der Tiere, 1921; Bausteipe zu einer biolog.
'Weltanschauung, 1913; Streifzüge durch die Umwelt von Tier und Mensch,
2 1958.

84
proximidad de la presa se lo indica a ese animal ciego y mudo el
sentido del olfato, que está determinado sólo al único olor que ex-
halan todos los mamíferos: el ácido butírico. Ante esa señal se deja
caer y cuando cae sobre algo caliente y ha alcanzado su presa, pro-
sigue su sentido del tacto y de la temperatura hasta encontrar el
lugar más caliente, es decir, el que no tiene pelos, donde perfora
el tejido de la piel y chupa la sangre.
Así pues, el «mundo» de la garrapata consta solamente de per-
cepciones de luz y de calor y de una sola cualidad odorífera. Está
probado que no tiene sentido del gusto. Una vez que ha llegado a
su fin su primera y única comida, se deja caer al suelo, pone sus
huevos y muere.
Naturalmente sus posibilidades son escasas. Para asegurar la
conservación de la especie, un gran número de esos animales espera
sobre los arbustos y además cada uno de ellos puede esperar largo
tiempo sin alimento. En el Instituto Zoológico de Rostock se han
mantenido en vida garrapatas que estuvieron dieciocho áños sin co-
mer. Su modo de vida se lleva a cabo plenamente dentro de la es-
tructura orgánica; las células espermáticas, que la hembra antes
descrita hospeda durante la época de espera, yacen en cápsulas es-
permáticas atadas, hasta que la sangre del mamífero llega al estó-
mago de la garrapata. Entonces se liberan y fecundan los huevos,
que descansaban en los ovarios.
Sólo este ejemplo demuestra de modo impresionante la armo-
nía existente entre la estructura orgánica del animal (es decir, la
disposición especial de los órganos); su circum-mundo (las im-
presiones del mundo exterior que llegan a él) y su modo de vida,
sus circunstancias vitales.
Otros ejemplos. Muchos erizos de mar responden a todos los
oscurecimientos de su sentido de la luz con un movimiento de de-
fensa de sus espinas, ya sean producidos por un pez que pasa, por
la sombra de una barca o por un oscurecimiento del sol debido a
una nube. Su sentido de la luz es pobre, pero sirve a sus fines,
lisa parte de su mundo circundante no conoce colores ni formas,
sino sólo sombras. En el circum-mundo de la venera vive su ene-
migo más peligroso: la estrella de mar. Mientras la estrella de mar
está tranquila, no influye en el molusco. Su forma característica
no es una señal para él. Pero en cuanto se mueve, lanza como res-
puesta sus largos tentáculos, que sirven como órganos olfativos,
listos se aproximan a la estrella de mar; reciben el nuevo estímulo.

85
Como consecuencia, el molusco se levanta y se va de allí. Da igual
el color o la forma que tenga el objeto que se mueve. Sólo penetra
en el circum-mundo del molusco cuando su movimiento es tan lento
como el de la estrella. Los ojos de la venera no están acomodados
ni a formas ni a colores, sino solamente al lento ritmo de movi-
miento de su enemigo. Si a eso se añade el olor, se produce la
huida. De modo muy parecido, en el circum-mundo de las abejas
aparecen solamente formas abiertas, como estrellas o cruces y nin-
guna cerrada, como círculos o cuadrados. Sólo las flores en el mo-
mento de su floración (que corresponden a las primeras formas ci-
tadas) tienen un interés vital para las abejas. Pero no los botones,
que todavía están cerrados. Los sonidos de alta frecuencia de un
murciélago producen su efecto en las mariposas de noche exacta-
mente igual que la imitación de ese sonido mediante frotamiento
de un tapón de cristal en la botella. Es la señal del enemigo. Sólo
captan ese tono: para los demás son sordas. Aquellas mariposas
nocturnas que a causa de su color son fácilmente visibles, vuelan
huyendo al escuchar el tono alto; mientras que las que poseen una
coloración protectora, al oír el mismo tono se dejan caer. Natural-
mente esos lepidópteros no han visto nunca sus colores. Una vez
más, en este caso el mundo perceptivo del animal está adaptado a
sus intereses vitales; cada uno según su estructura biológica.
El mismo método se puede aplicar a los animales superiores.
Con sólo mirar en los monos la nariz como vestíbulo de los órga-
nos respiratorios, se pueden sacar conclusiones acerca de sus cir-
cunstancias vitales. Los pavianos, animales que viven en el suelo,
respirando aire seco y polvoriento, tienen la larga nariz de los
demás animales que viven en el suelo («monos-perro»), que sirve
de filtro del aire y para humedecerlo. En cambio los primates que
viven en los árboles, reducen considerablemente la nariz. El go-
rila, más adaptado a la vida del suelo que el chimpancé y el oran-
gután, tiene también una nariz más desarrollada. Incluso se puede
deducir de la forma de la nariz que ciertas especies de macacos se
aproximan en su modo de vivir a los monos que viven en el suelo,
pues la nariz externa avanza derecha hacia adelante, formando así
tubos estrechos para que pase el aire.
Este método no desatiende a los fósiles. F. H. Osborn 36 mues-
tra que en los elefantes fósiles, sus molares armonizaban perfectí-

36. Urspr. u. Entwicklg. des Lebens, 1930.

86
simamente con su circum-mundo. Existen pasos intermedios com-
pletos en la estructura dental entre las formas que en parte comían
hierba y en parte comían hojas y los que comían exclusivamente
hojas (mastodonte'). Osborn dice que la capacidad de adaptación y
la plasticidad de los proboscídeos a condiciones de vida extraordi-
naria sólo podría compararse con la adaptación alcanzada por la in-
teligencia del hombre.
Buytendijk 37 aduce un buen ejemplo a propósito de la espe-
cialización sufrida por las percepciones auditivas de lacértidos y ba-
tracios. No se consigue acostumbrarlos a un tono, aun cuando vaya
unido a una descarga eléctrica. Por el contrario, un lagarto del te-
rrarium reacciona inmediatamente al arañar ligeramente en el sue-
lo, de modo semejante al ruido que hace un insecto moviéndose.
Es decir, está especializado únicamente hacia esas percepciones.
Podría establecerse a modo de ejemplo la siguiente ley: ciertos
animales, predominantemente ópticos, como algunos pájaros y mo-
nos, que se alimentan de objetos inmóviles, quietos, reaccionan pre-
ferentemente y precisamente de modo óptico a impresiones de for-
ma y color dentro de la esfera óptica. Por el contrario, los anima-
les depredadores reaccionan a estímulos que se mueven. Es claro
por qué; una percepción especializadísima, que tiene un valor
vital elevado para la especie, tiene que traer consigo un comporta-
miento unívoco. El comportamiento se va haciendo tanto más
«reaccional», cuanto más especializado está el animal. Dicho de
otra manera: la percepción actúa «por sugestión» y se transforma
automáticamente, por decirlo así, en una reacción. Los sentidos es-
pecializados no son permutables.
Es impresionante la incapacidad de las gallinas o los monos
para confiarse a otras impresiones, táctiles o auditivas y el poder
de sugestión que tienen las impresiones ópticas para ellos. Una ga-
llina que esté rodeada de grano deja de picotear cuando se va ex-
tinguiendo la luz, aun cuando los granos le cubran las patas, y aun
cuando tenga hambre y se haga llegar a sus oídos el ruido caracte-
rístico de los granos al caer. Se queda tranquila y se duerme. El
siguiente ejemplo muestra cómo la reacción se produce forzosa-
mente ante especiales impresiones visuales. Se muestra a distintos
monos superiores (pavian, mandril, chimpancé) un simulacro de na-
ranjas. Inmediatamente alargan las manos, con gran codicia y ex-

37. Psych. des animaux, Paris 1928, 74.

87
citación, sin ser impresionados por la falta de olor o por las sen-
saciones distintas. Cuando se hace un agujero en el simulacro, los
irrita la desacostumbrada impresión visual. La excitación se calma,
pero si se da vuelta al objeto delante de sus ojos, de manera que
desaparezca el punto que les perturbaba, alors les mains revenaient
instantanément (las manos volvieron a dirigirse instantáneamente
hacia el objeto). Este ejemplo muestra cómo la percepción óptica-
mente especializada es irresistible. Buytendijk muestra cuán escasa-
mente se confía un gran mandril a sus sensaciones del tacto, del
olfato y del gusto. Cuando se rompió el simulacro en pedazos, se
llevó inmediatamente un pedazo a la boca, lo sacó, l'examina avec
attention, lo olfateó, volvió a llevárselo a la boca, volvió a sacarlo
y lo arrojó después de varios intentos. Tanto tiempo pasó hasta
que pudo superar la fuerza sugestiva de la impresión óptica. No
puede caber duda sobre la especialización y unilateralidad del mun-
do perceptivo de los monos.
Uexküll compara la seguridad con la que un animal se mueve
dentro de su circum-mundo a la del hombre en su vivienda. En esa
vivienda, el animal encuentra cosas conocidas desde hace mucho
tiempo; es decir, «porta-significados» propios de su especie (su ali-
mento, sus caminos, su consorte, sus enemigos). Muchos animales
sólo perciben de la posible riqueza del mundo muy pocas figuras
(Gestalt), colores, olores y ruidos: solamente aquellos que parten
de sus especiales portadores de significados. «Para que un animal
pueda captar los estímulos, tienen que existir los correspondientes
órganos de los sentidos; por eso la naturaleza actuó de un {nodo
radical, no concediendo a los animales más órganos de los sentidos
de los que les eran absolutamente necesarios» 3 8 .
En algunos casos especiales no sirve este método de estudio.
Hay que prescindir en toda esta investigación de los animales do-
mésticos, cuya domesticación ha cambiado mucho su comporta-
miento original. Fuera de ese caso, algunas especies de poca apa-
riencia, pero «proteicas» con gran tasa de crecimiento (ratas, go-
rriones...) han alcanzado un grado considerable de neutralidad con
respecto al medio ambiente. En contraposición, los grandes mamí-
feros (eléfantes, antropoides, grandes felinos) se han especializado
mucho y, en estado salvaje, están estrechamente vinculados a su
medio ambiente. Así pues, hay que estudiar la estructura de un

38. J . von Uexküll, Ztscbr. f . d. ges. Naturwtss. I, 7.

88
animal en conexión con su medio ambiente. Sus órganos de alimen-
tación, de movimiento, de reproducción; los órganos de los senti-
dos, la cobertura corporal, su armamento, etc., corresponden en
cada caso a un uso especial y forman un conjunto especial, marcadí-
simo, un sistema. Este sistema está adaptado a un circum-mundo
estrictamente propio de la especie. Es un modo de vida típico; una
técnica de reproducción y alimentación; una «patria» con sus ca-
minos y sus escondrijos; con animales que les van a servir de presa
o frutos, enemigos, simbiontes. Todo en el clima adecuado, etc. A
toda esta coordinación se le suele llamar biokoinía, que en casos
interesantes tiene pluralidad de miembros. Woltereck 39 describe
una de esas biokoinías, compuesta por algas, cladóceros (pequeños
cangrejos) y pececillos que se sirven mutuamente de alimento. Los
desprotegidos cladóceros viven en los mismos meses (junio y julio)
y en las mismas capas acuáticas que los pececillos, que más tarde
toman su alimento del lodo y de las plantas de la zona de la orilla.
Al comienzo del verano, por el contrario, comen innumerables can-
grejillos del plancton. Entre los cladóceros hay individuos que ya
en junio producen huevos duraderos, que necesitan varios meses
para su desarrollo. Por el contrario, la mayoría es vivípara y devo-
rarán incluso a sus crías. De los huevos duraderos sólo surgirán
cangrejos si los peces que se han hecho grandes rechazan ese ali-
mento (cosa que por lo demás conduciría, según la ley de la se-
lección, a preferir a esos individuos protegidos; pero no es el caso).
Con todo, los índices de aumento y los índices de consumo o des-
aparición coinciden. Los peces (que de las aproximadamente veinte
crías de un cangrejo devoran diecinueve e incluso a la madre) no co-
men la cría número veinte; y así no extinguen a los cangrejos, cuya
superproducción en crías sube de nuevo no a treinta o cuarenta, si-
no que mantiene el equilibrio de la cifra de los que fueron extingui-
dos. Se mantiene así, con pérdidas enormes, un equilibrio de la co-
lectividad. El sujeto del acontecimiento es, pues, por decirlo así, no
el individuo o la especie, sino una relación entre especie y medio
ambiente, o mejor aún: un sistema de especies y medios ambientes.
Esta famosa teoría del medio ambiente, de Uexküll, fue un
acierto genial; algo realmente nuevo y nos convenció de que el
mundo de los animales no es el nuestro. Por lo demás era incom-
pleta. En primer lugar Uexküll renunció a la introducción del con-

39. Grundzüge e. allg. Biol., 1932, 42, 220 s.

89
cepto de instinto, ciertamente a causa de la inseguridad de las opi-
niones que entonces tenía Lorenz. Desde entonces, en las especiali-
zaciones orgánicas adaptadas al medio ambiente de los animales se
cuentan las figuras o modelos instintivos de movimientos, que pue-
den ser tratados perfectamente como si fueran órganos; que in-
cluso se pueden utilizar para una clasificación sistemática. Se ha ad-
vertido, además, que la teoría de Uexküll conduciría a estrechar
y limitar la investigación al «sensimundo» y el «actimundo»; es
decir, a aquello que se puede poner en conexión con el sistema
nervioso sensor y motor. Por eso la tendencia fue investigar cada
vez más el mundo propio de los sujetos animales. La auténtica in-
vestigación del comportamiento perdió terreno. La infraestructura
kantiana de la teoría se abrió paso («Toda realidad es fenómeno
subjetivo»: Uexküll) y la escuela trabajó más tarde incluso con la
idea de las mónadas de Leibniz. Por el contrario, dice Hermann
Weber 4<l, con razón, que numerosos factores del medio ambiente,
como la temperatura, la presión atmosférica, los rayos infrarrojos,
las bacterias, etc., no pueden entrar en un concepto subjetivo del
medio ambiente y sin embargo son elementos eficaces de ese cir-
cum-mundo.
Yo veo además otra falta esencial de la teoría en este punto:
Uexküll traslada inmediatamente su fructífero enfoque al hombre.
En efecto, trabaja por ejemplo con la idea de que el bosque no es
el mismo para un poeta, un cazador, un leñador, un loco, etc. En
su trabajo Niegeschaute Welten (Mundos nunca vistos) con el sub-
título revelador de Die Umwelten meiner Freunde (Los circum-
mundos de mis amigos) describe una plétora de antiguos y origi-
nales conocidos, que nunca podrían cambiar, y distingue luego dos
tipos de hombre, correspondientes a su división de sensimundo y
actimundo: los «observadores» y los «activos».
De este modo se escamotea además una diferencia de primerí-
simo orden. Se confunden los tipos de comportamiento originarios,
auténticamente instintivos, de los animales, que están referidos a
medios ambiente naturales y subordinados, con las especializaciones
adquiridas del comportamiento, que en el hombre responden a una
esfera cuítural ricamente concatenada. Entonces surge la cuestión

40. Zur neueren Entwicklung d. Um weltlehre J. v. Uexkiills: Die Na-


turw 7 (1937); Zur Fassung und Gliederung e. allg. Umweltbegriffes: Ibid. 38
(1939); Der Umweltbegriff der Biologie u. s. Anwendung: Der Biologue 8
(1939); Zum gegenw. Stand d. allg. Ökologie: Die N a t u r a 50-51 (1941); Or-
ganismus u. Umwelt: Der Biologe 11 (1942).

90
teórica y práctica fundamental: ¿cómo llega el hombre (a la vista
de su apertura al mundo y de la reducción de sus instintos; con to-
da la plasticidad potencial en él contenida y con su inestabilidad) a
un comportamiento previsible, regularizado, provocable con alguna
seguridad en ciertas condiciones; es decir, a un comportamiento que
podríamos llamar cuasi-instintivo o cuasi-automático y que en él se
presenta en lugar del comportamiento auténticamente instintivo y
que sólo entonces define el contexto social estable? Preguntarse
de este modo significa plantearse el problema de las instituciones.
Se puede decir que así como los grupos animales y las simbiosis
son mantenidos mediante accionadores y movimientos instintivos,
los grupos humanos lo son mediante las instituciones y los hábitos
mentales cuasi-automáticos que en ellas «se fijan». Hábitos de pen-
sar, de sentir, de valorar y de actuar, que sólo entendidos como
institucionales se unen entre sí, se hacen habituales y así se esta-
bilizan. Sólo así, al hacerse unilaterales se hacen habituales y en
cierta medida confiables; es decir, previsibles. Si se destruyen las
instituciones, vemos aparecer inmediatamente una imprevisibili-
dad e inseguridad y carencia de protección frente a los estímulos
por parte del comportamiento, que ahora sí se podría calificar de
pulsional. También es una de las impresiones más indignantes que
existe el ver cómo, después de la destrucción de las instituciones
(dentro de las que se habían desarrollado con sus insuficiencias ca-
racterísticas), las virtudes recaen en los individuos y se reflejan co-
mo confusión y desconcierto. Sólo dentro de un sistema cultural
establemente institucionalizado se puede llegar a actitudes suma-
mente elaboradas e irreversibles, que ha descrito Uexküll, donde el
concepto desde «circum-mundo» o medio ambiente, plenamente
a-biológico, sólo puede querer decir: medio ambiente individual
sumamente civilizado.
Así pues, el concepto bien definido y exactamente biológico de
circum-mundo no es aplicable al hombre, ya que precisamente en el
lugar en que se halla el circum-mundo para los animales, se halla,
en el caso del hombre, la «segunda naturaleza» o la esfera de la
cultura, con sus problemas propios y especialísimos y las formacio-
nes de conceptos que no son abarcables bajo el concepto de medio
ambiente, sino áí: revés, no obstaculizados por él.
Estas afirmaciones no han de degenerar naturalmente en una
mera disputa verbal. La que parece mejor definición del concepto
biológico de medio ambiente o circum-mundo la ha dado H. We-

91
ber en Zur Fassung und Gliederung eines allgemeinen Umweltbe-
griffs:

Por medio ambiente o circum-mundo ha de entenderse la totalidad de


las cond : ciones (contenidas en toda la complejidad de un entorno) que
permiten a un determinado organismo, mantenerse en virtud de su
organización específica.

En casi todas las especies de animales altamente especializadas


(es decir, en una preponderante mayoría) se puede dar o indicar
el complejo de condiciones externas típicas de la especie, que han
de ser satisfechas a fin de que esa especie «se mantenga», viva y se
reproduzca. Ahora bien, yo no puedo encontrar semejante com-
plejo de condiciones naturales dadas de antemano para el género
hombre, con la excepción de algunas muy generales, válidas para
todo organismo (aire, ciertas condiciones de presión atmosférica,
etc.). El «hombre» no vive en una relación de acomodamiento or-
gánico o instintivo a cualesquiera condiciones concretas externas,
sino que su constitución fuerza, pero produce también una activi-
dad inteligente y planificadora, que le permite afrontar técnicas
y medios para su existencia a partir de constelaciones muy arbi-
trarias de circunstancias naturales mediante una mutación de las
mismas. Por eso le vemos vivir «en todas partes», muy al contra-
rio de las regiones geográficamente muy circunscritas de todos los
animales especializados. Vive en los desiertos y en las regiones
polares: junto a antílopes y osos polares; en las altas montañas,
estepas y selvas vírgenes; en el agua y en todos los climas, pe-
ro sobre todo en las ciudades. De ahí que no se pueda señalar una
disposición específica, valedera para todo el género, y que haya
que presuponer necesariamente de los elementos de un entorno,
en el sentido de la definición dada más arriba, que hubiera de exis-
tir a fin de que «el hombre» se mantuviera.
El hombre puede todo esto porque, mediante una mutación
planificada y previsora, se crea para sí su esfera cultural a partir de
cualesquiera circunstancias existentes. Esa esfera cultural tiene en él
el lugar del medio ambiente o circum-mundo, y pertenece ahora
a las condiciones de vida naturales de este ser no especializado y or-
gánicamente carente de medios. Por eso, la «cultura» es un con-
cepto antropo-biològico y el hombre, por naturaleza, un ser cul-
tural. Un aborigen australiano dispone ya de unos doscientos apa-
ratos y técnicas, por medio de los cuales se afirma en su desconso-

92
lador entorno. Por tanto, cultura es, en una primera aproximación,
la totalidad de los medios materiales representativos; de las técni-
cas objetivas y las técnicas mentales, incluyendo las instituciones,
por medio de las cuales «se mantiene» una determinada sociedad.
En una segunda aproximación, es la totalidad de las instituciones
fusionadas que se siguen de allí como consecuencia.
Las adaptaciones climáticas que aparecen, no en el género hom-
bre, sino en razas particulares, son probablemente de tipo secunda1
rio. Los antepasados de los indios, negros, etc., vivieron antes en
climas muy distintos y tuvieron que tener un aspecto muy dis-
tinto. El pleistoceno y el holoceno fueron la época de la gran in-
quietud y de las grandes migraciones de los homínidos. Los indios
norteamericanos poseen fuertes características európidas y mongó-
licas, muy probablemente procedentes de su protopatria norasiá-
tica 4 1 . Los hallazgos craneanos de Africa del este, de la época ho-
locénica, sobre todo el cráneo de Oldoway, tienen relaciones euró-
pidas muy llamativas.
Se puede demostrar todavía en tiempos históricos que las so-
ciedades humanas «cambian su medio ambiente» (concepto impo-
sible para la zoología).
Las grandes migraciones hacia espacios vitales totalmente nue-
vos exigen una revolución de la cultura; un cambio total de las
técnicas vitales y de los medios mentales, que se extienden hasta
el terreno religioso. La famosa recepción del cristianismo por los
germanos fue uno de esos procesos parciales dentro de un movi-
miento de migración. La religión germana con sus bandas guerreras
celestiales («Todo el ejército de dioses nórdicos parece un equipo
en disputa») 4 2 y su escaso desarrollo cultual (sacrificiis non stu-
dent: César, Bell, gall.) debió de ser la religión de pueblos mi-
grantes. Era imposible dominar desde ella una civilización suma-
mente reflexionada, como la de la Roma tardía. Todavía tenemos
ejemplos más impresionantes de repentinos cambios de cultura en
otros continentes. Según Eickstedt, la región donde vivían los sioux
y los fox alrededor de 1700 era el distrito silvestre o natural de
Minnesota. Esto significa una economía propia de recolectores de
frutos, cacería en el bosque, empleo de canoas, etc. Empujados por

41. Cf. von Eickstedt, Rassenkunde u. Rassengech. d. Menschheit, 1934,


793 s.
42. Neckel, Kultur der alten Germanen, 1934, 181.

93
los odschibwá, que tenían armas, se trasladaron a las praderas y
consiguieron caballos de los europeos. «Algunos años más tarde,
todo el pueblo andaba a caballo, abriéndose así de golpe un espacio
vital gigantesco en las altas praderas».
Todo hombre, de cualquier grado cultural, se experimenta a sí
mismo, su sociedad, su ambiente cultural y su trasfondo, un de-
terminado paisaje, como parte del «mundo». Aun los australianos
captan su patria como parte de un todo grande, que se extiende ili-
mitadamente, y que es captado en la imaginación; la orientación al
mundo y la interpretación del mundo del hombre se extiende a
esa totalidad. Cierto es que a nuestros sentidos se les da sólo una
parte fragmentaria del «mundo», como a todos los órganos de per-
cepción, incluso los animales. Nosotros sabemos eso, porque me-
diante el microscopio y los telescopios podemos ampliar esa parte.
El salvaje lo sabe por medio de la religión: por la inseguridad fren-
te a lo dado. Ambos captan el mundo visible como parte de algo
no dado. Es indiferente que eso último conste de electrones y bac-
terias o de demonios y espíritus. El hombre, por lo general, inter-
preta en lo percibido lo perceptible y en lo perceptible, lo no per-
ceptible y, sobre todo, su comportamiento afecta a todas esas es-
feras. Para la ardilla no existe la hormiga que sube por el mismo
árbol. Para el hombre no sólo existen ambas, sino también las le-
janas montañas y las estrellas, cosa que desde el punto de vista
biológico es totalmente superfluo; y más allá de lo perceptible, los
dioses, con los que trata en el rito y en el culto. Cuando Lorenz
dice que «toda la sociología de los animales superiores se construye
sobre accionadores y esquemas innatos», está rechazando ya el con-
cepto de medio ambiente aplicado al hombre. Podemos contem-
plar a un campesino chino o a un obrero europeo de la industria
del metal. No encontraremos ningún modelo innato de movimien-
tos que se refieran a una disposición (típica de la especie) de con-
tenidos del circum-mundo con sus valores accionadores. La razón
es la misma: porque todo afecta a un comportamiento variable,
pilotado conscientemente, que sólo se estabiliza en el intercambio
social, se-equilibra y, dado el caso, se hace habitual, pero quedan-
do abierto (es decir, capaz de evolución) para nuevas motivaciones
complementarias. Ciertamente, lo primero es sacar de la multipli-
cidad infinitamente abierta del mundo las condiciones para la pura
existencia física. Incluso se puede utilizar para ello la estrella polar
(como orientación).

94
Para mí es evidente que Herder dio ya algunos pasos por el
camino de la teoría que aquí presentamos, y vamos a mostrarlo.
En su obra premiada sobre el origen del lenguaje (1772), Her-
der intentó una interesantísima diferenciación entre el hombre y
el animal desde distintos ángulos.

E s seguro que el hombre está muy atrás del animal en fuerza y en


seguridad del instinto; también es cierto que no tiene en absoluto eso
que en tantos géneros de animales llamamos facultades o impulsos in-
natos.

Además introduce genialmente un nuevo punto de vista, que


fundamentalmente es el concepto de medio ambiente: lo llama
«esfera de los animales».
Cada animal, dice Herder, tiene su círculo, al que pertenece
desde su nacimiento, en el que entra enseguida (!), en el que vive
durante toda su vida, y en el que muere. «Ahora bien, es muy cu-
rioso que cuanto más agudos son los sentidos de los animales, y
cuanto más maravillosas son sus obras, tanto más pequeño es su
círculo; tanto más única y peculiar es su obra». Añade que ha ob-
servado cuidadosa y largamente esa relación y que ha encontrado
una maravillosa proporción inversa entre la menor extensión de sus
movimientos, alimentación, mantenimiento, apareamiento, educa-
ción, sociedad y sus impulsos y artes. Con Herder diríamos que
cuanto más diminuta es su esfera, tanto más seguro y perfecto es
el «poder» del animal:

Cuando unos sentidos infinitamente delicados y finos quedan ence-


rrados en un círculo pequeño, en una única dirección, y todo di resto
del mundo no es nada para él (!), ¡cómo salen triunfantes!... Cuanto
más variadas son las funciones y destinos de los animales; cuanto más
se desgarra su atención a diversos objetos; cuanto más intranquilo es
su modo de vida, en una palabra: cuanto mayor y más variada es su
esfera, tanto más vemos que su capacidad' sensorial se fracciona y se
debilita.

De ahí la frase de Herder: «La sensibilidad, facultades y pul-


siones de los animales crecen en fuerza e intensidad en proporción
inversa al tamaño y a la multiplicidad de círculo de acción». Los
animales como él dice, «han desarrollado los sentidos en pulsio-
nes». Si prescindimos de que Herder no tiene claro el concepto de

95
especialización de los órganos, de que presta más atención a la sen-
sación, percepción y a «los modos pulsionales» y de que su teoría
está orientada hacia los insectos, es cierto que fue el primero que
expresó la adaptación de las «facultades» de los animales; tanto de
sus acciones como de sus percepciones e instintos, a un fragmento
limitado del mundo; es decir, al medio ambiente.
Con la misma seguridad diferencia (fundamentalmente bien)
al hombre. Enseña que hay «un carácter propio de la humanidad»,
a cuya entrada «cambia completamente la escena». Y define al
hombre como ¡ser carencial!

El niño recién nacido no exterioriza ni ideas ni impulsos a través de


sus sonidos, como hace cada animal a su manera; colocado entre los
animales, es la criatura más desamparada de la naturaleza. Desnudo y
descubierto débil y necesitado, temeroso y desarmado; y lo que cons-
tituye la suma de su pobreza: desprovisto de todas las guías de la vida.
Con una capacidad sensorial tan desgarrada, tan debilitada; con unas
facultades tan indeterminadas, tan en potencia; con pulsiones tan di-
vididas y desfallecidas; abocado patentemente a miles de indigencias;
destinado a un gran círculo... ¡No! ¡Tal contradicción no es el modo
de gobernar de la naturaleza!

Por eso, según Herder, de los hombres, y mirando en compa-


ración con el animal, sólo se puede dar una definición negativa. «El
carácter de su género» consiste primeramente en «vacío y caren-
cias».

Sus sentidos y su organización no están agudizados hacia una sola cosa;


tiene sentidos para todo, y por tanto naturalmente sentidos más débi-
les y obtusos para cada cosa en particular. Las fuerzas de su alma
están repartidas por todo el mundo; sus ideas no se dirigen a una sola
cosa; juntamente con ello ninguna pulsión, ninguna aptitud termi-
nada.

Por tanto el hombre tampoco tiene «circum-mundo»:


El hombre no tiene una esfera tan estrecha y uniforme, en la que
sólo le espere una tarea: ante él se halla un mundo de asuntos y de
determinaciones... El hombre tiene afanes desgarrados; atención di-
vidida; sentidos desfallecidos.

Es admirable cómo Herder ve en conexión íntima la carencia


biológica de medios del hombre, su apertura al mundo y el «des-

%
garramiento de sus deseos o afanes», cómo pasa luego a la cuestión
de la «compensación» y en ese punto hace derivar el lenguaje (ra-
zón, discernimiento) de ese «carácter de la humanidad» que acaba
de encontrar, como un complemento que surge «del centro de esas
carencias».
No se puede decir nada más notable que esto acerca de la rela-
ción entre el hombre y los animales: la diferencia no está «en
grados, o aditamentos de fuerzas, sino en un desarrollo de todas
las fuerzas en una dirección completamente distinta», de tal mane-
ra que la razón del hombre no se apoya en su organización animal,
sino que «toda la disposición de todas las fuerzas humanas; todo el
gobierno de su naturaleza sensorial y cognoscitiva, cognoscitiva y
volitiva... que en el hombre se llama razón, así como en el animal
se hace facultad habilidosa; en él se llama libertad y en el animal
se hace instinto». Así pues «el gobierno total de la naturaleza»
intenta en el hombre una nueva dirección. Herder realizó aquello
que toda antropología filosófica (aun la que presupone un concepto
teológico del hombre) está obligada a realizar: ver la inteligencia
del hombre en conexión con su situación biológica, con la estruc-
tura de la percepción, de la acción y de la indigencia. Es decir, «la
determinación completa de sus fuerzas pensantes en relación con
su sensorialidad y sus pulsiones». La conciencia humana está pre-
suponiendo una estructura morfológica especial, una capacidad de
movimiento peculiar, un tipo de percepción y una estructura pul-
sional y una «dirección totalmente distinta y otro desarrollo de
todas sus fuerzas». La antropología filosófica no ha dado un paso
adelante desde Herder y, en esquema, es la misma concepción que
yo quiero desarrollar con la ayuda de la ciencia moderna; tampoco
necesita dar un paso más, puesto que es la verdad 4 S .

43. H e de agradecer las importantes indicaciones (que espero haber aten-


dido) que desde la aparición de la primera edición de esta obra en 1940 se
me hicieron en las recensiones de N. Hartmann, Neue Anthropologie in
Deutschland-. Bl. f. dt. Philosophie 15 (1941) y H. Ammann, Sprache u. Ge-
meinschaf t\ Die Tatwelt 17 (1941). Las conversaciones repetidas y exhaustivas
con Konrad Lorenz, Hans Bürger-Prinz y Helmut Sehelsky han penetrado en
muchas formulaciones. El trabajo de O. Storch, Die Sonderstellung des Men-
schen in Lehensabspiel und Vererbung, Wien 1948, amplía los fundamentos
biológicos de puntos de vista fundamentales, que se manifiestan comunes. El
artículo aparecido con el nombre de Buytendijk, Tier und Mensch-, Die neue
Rundschau (1938), del que dije en las ediciones anteriores que en puntos
esenciales se halla muy próximo a las teorías aquí expuestas y que esa con-
cordancia es importante en tesis fundamentales expresadas con independencia
mutua, procede, como hizo saber entretanto H . Plessner, de la colaboración
con él.

97
La especial ubicación morfológica
del hombre

10. Los «primitivismos» de los órganos

Nuestra tarea ahora consiste en señalar la ubicación especial


del hombre desde el punto de vista morfológico; es decir, al obser-
varlo «desde fuera». Ese algo especial consiste, como ya hemos
indicado, en la carencia permanente de órganos superespecializados,
o sea, adaptados específicamente a su medio ambiente, siendo éstas
las condiciones, visibles desde fuera, de un ser abierto al mundo
y actuante en él; es decir, de un ser independiente.
Hemos de considerar, pues, las «carencias orgánicas» y las
características orgánicas especiales bajo la idea directriz de lo «no
especializado», siendo por tanto, para expresarlo de un modo posi-
tivo, primitivismos. Estos son o bien ontogénicos (es decir, el hom-
bre adulto conserva y mantiene estados fetales), o bien filogenéti-
cos: la anatomía comparada nos enseña que los órganos humanos
(con la estructura que luego se irá manifestando conforme a las
leyes de la evolución) pertenecen a los principios; son pues pri-
mitivos, «geológicamente antiguos». Ambos puntos de vista po-
drían coincidir, pero no obligatoriamente, de donde se hace nece-
saria la distinción, a la que Mijsberg 1 otorga con razón mucha
importancia.
En efecto, los estados especializados son estados finales de
evolución», y va en contra de todas las ideas biológicas el hecho de
que los órganos primitivos procedieran de los ya especializados a
través de una evolución regresiva.

1. Über den Bau des Urogenitalapparates bei den männlichen Primaten,


Amsterdam, 1923.

98
Pero tenemos que precisar bien lo que queremos decir. El
concepto de «primitivo» significa lo mismo que «no especializado».
En el presente trabajo no connota nunca algo «inferior» o de
«menos valor», al modo, por ejemplo, que se habla del cráneo pri-
mitivo de un aborigen australiano con respecto al de un europeo.
En todo nuestro trabajo, primitivo equivaldrá a no especializado,
a originario, ya en sentido ontogenético (embrional) o filogenético
(arcaico). Especialización quiere decir pérdida de la plenitud de po-
sibilidades encerradas en un órgano no especializado en favor del
desarrollo máximo de una de esas posibilidades y a costa de las
demás. Siempre que se nos presenta un caso de atrofiamiento, está
englobado dentro de casos de especialización; por ejemplo: el
dedo pulgar de los antropoides; las «aletas» del pingüino, o los
intestinos desaparecidos de muchos parásitos, porque no los ne-
cesitan 2 . La ley de Dollo afirma que las funciones perdidas no pue-
den recobrarse nunca. Dado que tales atrofiamientos son procesos
parciales internos de las especializaciones, afirma al mismo tiempo
el carácter de irreversibles que tienen las especializaciones ya
conseguidas, las cuales son metas finales de la evolución orgánica;
nietas que todos los mamíferos alcanzan, excepto el hombre. Des-
de el punto de vista biológico no cabe imaginar que los órganos ya
especializados pudieran retroevolucionar hacia formas no especiali-
zadas, es decir, a aquellas que contienen toda la plenitud de
posibilidades. Este problema es el fundamental en la doctrina del
origen y procedencia del hombre: poder probar que los órganos
esencialmente humanos no están especializados; es decir, son em-
brionarios o arcaicos.
En cualquier teoría que haga proceder al hombre de un animal
directamente y sin una hipótesis complementaria especial referente
a esta cuestión, nos encontraremos (en virtud de la notabilísima
carencia de especialización que hemos de probar más detenidamen-
te) ante la dificultad insuperable de tener que hacer proceder los
estados primitivos de los avanzados. (Incluso los grandes monos,
los primeros a que se acude para buscar esa procedencia, están
sobremanera especializados). Esta es la dificultad básica de la
doctrina evolucionista cuando se refiere al hombre, siendo así que
por otra parte no cabe duda del estrecho parentesco entre hombre
y mono. Esto hay que decirlo claramente de una vez. Cualquier

2. Cf. Burkamp, Wtrklichkeit und Sinn I I , 1938.

99
teoría que no lo vea, se encuentra fuera del punto candente del
problema. Mientras que es clarísima, por ejemplo, la procedencia
de las aves a partir de los reptiles pérmicos (como tipos), la de
los hombres se halla siempre ante esa dificultad.
Quisiera presentar ahora la prueba siguiente: existen dos clases
de doctrina evolucionista acerca del hombre. Una, a la que nos
adherimos, tiene en cuenta ese problema y considera al hombre o
bien como un ser superarcaico, que ha evitado desde los tiempos
más antiguos el camino de la especialización, o bien hace proceder
al hombre de un tronco de primates de antepasados animales me-
diante una hipótesis suplementaria. En ambos casos queda bien ma-
nifiesta la ubicación especial del hombre, su carácter incomparable.
La hipótesis suplementaria puede tener formas muy distintas, pero
siempre vuelve a lo mismo, a saber, que la hominización dentro
de las leyes evolutivas que conocemos sólo es comprensible si in-
troducimos una ley especial apareciendo entonces sin más la ubica-
ción especial del hombre.
La otra teoría evolutiva es la clásica, la que hace proceder al
hombre, de modo rectilíneo, de ciertos tipos de grandes monos ya
especializados. No tiene en cuenta el problema. Mostraré entonces
cómo ha de someterse a la fuerza de la verdad: dentro de su teoría
de hacer derivar al hombre directamente de los grandes monos,
tiene que describir el famoso «eslabón intermedio». Tarea que es
insoluble, ya que si es una realidad la ubicación especial del hom-
bre, entonces esa teoría tiene que incluir al mismo tiempo en la
definición de ese ser intermedio una serie de características que son
contradictorias (a saber, humanas y animales). Como veremos más
adelante, resulta de ahí un monstruo y portento tal, que es ahora
ese eslabón intermedio (y no el hombre) el que tiene una ubicación
especial completamente fantástica dentro del reino animal. Con lo
cual el contrario prueba nuestra tesis contra su voluntad.
Ahora trataremos en primer lugar las particularidades orgáni-
cas humanas de la región de la cabeza, añadiendo después una
breve disertación sobre el estado del importante problema de la
mano y «1 pie. Posteriormente trataremos con amplitud los demás
primitivismos humanos dentro del marco de las teorías comple-
mentarias de Bolk y Schindewolf. Daremos preferencia a esta teoría
que nos parece la más satisfactoria y luego discutiremos el pro-
blema del origen y procedencia del hombre.
Tras estas observaciones preliminares paso a describir sinóptica-

100
mente los «primitivismos» o «no-especializaciones» del hombre,
considerando en primer lugar la parte de la cabeza y prestando
atención especial a la dentadura y mandíbula.
En la mayoría de los mamíferos, la parte craneal del cerebro
y la parte craneal de la cara se hallan en proporción inversa; y aun
en todos los monos de aspecto humano (antropoides, antropomor-
fos 3 ) la parte del cráneo ocupada por el hocico es extraordinaria-
mente voluminosa y desarrollada hacia delante, a costa de la parte
reservada al cerebro, empequeñecida y huidiza, mientras que en el
hombre casi desaparece bajo el receptáculo cerebral.
Cuanto más retrocedemos hacia la época embrional en los ver-
tebrados, sobre todo en los mamíferos, tanto más semejante es la
formación de la cabeza, apareciendo ésta en relación con el resto
del cuerpo grande, redondeada, mientras que el hocico no aparece
o aparece muy poco bajo la bóveda cerebral. Según Bolk, la denta-
dura en todos los mamíferos se inserta perpendicularmente en la
mandíbula; son «ortodontes».
En los animales, incluidos los antropoides, la base del cráneo
va creciendo después hacia adelante en relación con la parte alta
del mismo; la nariz se desliza hacia fuera y el lomo' de la nariz for-
ma con la frente, retraída, una superficie continua, sesgada, a me-
nudo casi horizontal. Así pues, la formación del hocico se realiza a
expensas del cerebro. En los hombres puede decirse que se man-
tiene la disposición embrional. Además existe una contraposición
entre la formación de la mandíbula alargada y voluminosa y el
desplazamiento de los dientes hacia fuera (caballo, chimpancé),
así como la pequeña mandíbula redonda con dentición vertical.
Westenhófer 4 ha llamado la atención insistentemente sobre esa
relación clarísima desde el punto de vista morfológico. Cita una
observación parecida de Ludwig Fick, ya en el año 1853:

Todas las mediciones de cráneos realizadas antes del desarrollo perfecto


producen un resultado que reclamaría para sí una organización supe-
rior a la que alcanzan después de su formación completa; y esto es

3. No está establecido de modo unívoco el uso de esta palabra. Casi siem-


pre se entiende por antropoides a los «monos de aspecto humano» (hombres-
monos), es decir, chimpacé, orangután, gorila y gibón. Se suele llamar an-
tropomorfos a ese grupo cuando se incluye al hombre. Sin embargo no es algo
fijo. Nosotros nos adherimos a esta calificación. Póngido es un nombre espe-
cial del grupo chimpancé-orangután-gorila.
4. Das Problem der Metischwerdung 2 1935; Das menschlische Kinn:
Arch. f. Frauenkde. u. Konst. Forschung 10 (1924).

101
naturalísimo, ya que es una ley general de la evolución de los verte-
brados que el sistema cerebroespinal con sus anejos, los órganos sen-
soriales específicos, forme un sistema cuyo crecimiento desde el naci-
miento hasta el desarrollo completo es mínimo, mientras que sucede
todo lo contrario en el desarrollo de la mandíbula.

Sin embargo, queremos seguir estudiando esta cuestión en


aquel punto especial en el que es más importante desde el punto
de vista antropológico, a saber: al comparar los cráneos de los an-
tropoides y del hombre. No hay duda alguna de que en el período
embrional y de la infancia los antropoides tienen un cráneo pareci-
dísimo al de los hombres. Después se desarrolla hasta llegar a ser
el imponente hocico propio de los grandes monos adultos. Naef-
Zürich ha mostrado en algunos artículos importantes 5 con dibujos
muy instructivos la forma de herradura de la mandíbula humana
(y de los monos intermedios) en contraposición al alargamiento
posterior de la mandíbula de los grandes monos a fin de recibir una
dentadura mucho mayor. «Se trata de una mutación, que se va rea-
lizando en todos los póngidos en el transcurso de su desarrollo
posterior y que parte de una forma juvenil totalmente humana».
Para ello establece la «ley de los estadios previos conservadores».
Dice que entre todos los cráneos de mamíferos (tanto más entre
todos los de los simios) existen coincidencias en los estados em-
brionales más antiguos. Después se pierden, en la medida en la que
algunas formas individuales alcanzan sus metas particulares, es de-
cir, en la medida en la que se especializan. Los embriones maduros
de todos los simios tienen una forma craneana típica, que con
relación a otros mamíferos supone una importante amplificación
de la capacidad cerebral y una reducción relativa de la mandíbula.
Por esta causa las órbitas oculares están dirigidas hacia fuera (¡vi-
sión plástica!) y están separadas de las fosas temporales por la
unión de la frente y los pómulos. En los antropoides (incluyendo
por tanto los hilobátidos, monos de largos brazos, es decir, los
gibones), tenemos la misma combinación en una forma al menos
ligeramente acrecentada, así como en los auténticos antropomorfos
(homínidas - póngidos - australopitecus fósil); mas en este caso las
proporciones entre cráneo y cerebro, en su disposición, se han
transformado en plenamente humanas. El cráneo de las crías de to-
dos los simios conserva mucho de humanidad esbozada; pero en

5. Die Naturwissenschaften (1926) 89 s, 345 s, 427 s.

102
los auténticos antropomorfos el lactante tiene siempre una her-
mosa y libre frente humana. Cuando los animales van creciendo,
va desapareciendo aquello que tenían en común dentro de cada
grupo. El carácter propio, especializado, de las especies se constru-
ye sobre los cimientos arquetípicos heredados de muy antiguo. La
reconstrucción que luego hace Naef del propliopiteco (terciario me-
dio) y el intento de demostrar una evolución simple rectilínea a
partir de éste, pasando por el pitecántropo, hasta llegar al homo
neanderthalis y al homo sapiens, la paso por alto aquí, y sola-
mente destaco que, según Naef, el carácter especial de los póngidos
(monos de aspecto humano en sentido estricto) consiste en un au-
mento secundario de las fuerzas corporales, de la destreza y de la
fuerza defensiva natural, renunciando al mantenimiento (y pos-
terior desarrollo) de los dispositivos que le permitirían mayores
rendimientos. Los póngidos jóvenes son sin duda mucho más inte-
ligentes que los viejos. La tarea histórico-evolucionista del hombre
habría consistido por tanto, por decirlo así, en el «mantenimiento»
de la relación cerebro-cuerpo (esbozada en todos los simios) y el
correspondiente abovedamiento del cráneo, que precisamente los
simios, y especialmente los póngidos, muestran todavía en sus for-
mas embrional y juvenil.

El examen de la historia del cráneo de los póngidos muestra una tre-


menda caída tardía desde una evolución hacia lo humano, marcada
inequívocamente al principio y luego seguida todavía por cada indi-
viduo durante varios años. Ya sólo la forma primigenia y arquetípica
de la familia puede ser pensada como semejante al hombre y conside-
rada como su único representante actual. Peto ese arquetipo ha de
hacerse retroceder muy atrás en el tiempo, por lo menos hasta el mio-
ceno. Porque a partir de ahí ya está firmemente establecido su ca-
rácter especializado actual.

En otra disertación 6 examina Naef el australopithecus africano


de Dart. Por sus características anatómicas (falta de los arcos super-
ciliares; incisivos verticales; colmillos débiles; barbilla bastante cla-
ra, etc.) prueba que se trata de un mono-humano, cuyo crecimiento
cerebral a lo largo de la infancia se orienta durante más tiempo
que en los póngidos actuales en dirección de las proporciones hu-
manas. Todo el perfil recuerda notablemente el estado lactante de

6. Der neue Menschenaffe: Der Naturwissenscihaften (1925) 3.

103
los póngidos actuales. Del mismo modo que Dart, Naef saca la con-
clusión de la existencia de vértebras cervicales erectas; por tanto,
de una postura corporal más o menos erecta.
La conclusión que saca Naef es ésta: el australopiteco «ha
quedado más cerca de los supuestos predecesores comunes del hom-
bre y los monos-humanos, que los póngidos».

Esta teoría es tanto más natural, cuanto que da estructura y desarrollo


de los monos antropomorfos están demostrando que en otros tiem-
pos (tomando como medida al hombre) estuvieron mucho más alto
que ahora y que ciertos hechos paleontológicos lo atestiguan; los re-
presentantes más antiguos son los que menos se apartan de esa nor-
ma, los representantes más recientes, los que más... Todo el grupo tuvo
que haber tenido al menos la posibilidad de haber conservado durante
más tiempo que los póngidos actuales los estados juveniles humanos
mencionados, que son propios, más o menos, de todos los miembros
del grupo... Aun cuando los prehomínidos adultos del terciario tardío
¡hubiesen tenido todavía muchos rasgos simiescos hoy perdidos, ten-
drían sin embargo que haber permanecido mucho más ricos en libertad
de adaptación, primitivos, infantiles y precisamente por eso, humanos.

En cualquier caso, el resultado hasta ahora es: una de las for-


mas propias de los estados fetales de los mamíferos, principalmente
de los antropomorfos, a saber, la bóveda craneana, el escaso des-
arrollo de la dentadura colocada debajo y la ortodoncia, sólo se ha
conservado en el hombre. Esto sería ciertamente un primitivismo
ontogenético y probabilísimamente también filogenètico, es decir,
una carencia de especialización. Pues es indudable que la posterior
formación poderosa del hocico en los grandes monos es una espe-
cialización con meta muy precisa en el sentido de ayudarse mutua-
mente las funciones de captación (morder), devorar y oler, paralela
al dispositivo de los cuadrúpedos, en los que el hocico es la punta
extrema delantera. Así pues, los grandes monos se desarrollaron si-
guiendo el sentido de esa especialización; los pavianes fueron los
que más, en cuanto animales puramente terrícolas (de modo secun-
dario); Tos monos-antropomorfos propiamente dichos, menos.
En las concepciones que venimos exponiendo no hay teorías
completamente nuevas, sino que son repetición de lo que ya se
había dicho. Ya Kollmann partió de la semejanza del cráneo de los
monos jóvenes y el hombre, sacando la conclusión, en sentido de
ley fundamental biogenètica, de que los monos tenían que proceder

104
de formas más semejantes al hombre 7 . De ahí que los hombres no
podrían proceder de formas que fuesen comparables con los an-
tropoides actuales sino de «formas fetales», cuya forma de cráneo
conservaron, y Kollmann suponía que los antropoides del terciario
no tenían todavía cráneo de mono como el actual, sino cabezas re-
dondas, como tienen todavía hoy los fetos de antropoides. Esta
teoría tiene muchísima semejanza con la que expondremos más ade-
lante de Schindewolf. Antes que él, Ranke había recorrido el mis-
mo camino 8 .

Especialmente el cráneo de los mamíferos alcanza {durante su forma-


ción individual) en primer lugar una forma totalmente parecida a la
humana, que muestra la típica preponderancia humana del cerebro so-
bre los órganos vegetativos. Partiendo de esa forma humana, se des-
arrolla la forma an ; mal del cráneo. Según esto, el proceso es total-
mente contrario a lo que parece tener que postular la doctrina con-
vencional evolutiva; no subiendo, desde lo más bajo hasta lio más alto
sino bajando desde lo más alto a lo más bajo. La forma suprema del
cráneo, la humana, es el punto de partida común de la evolución
craneana de toda la serie de los mamíferos.

En toda esta argumentación no era necesario extender el pro-


blema a la totalidad de los mamíferos y se podrían discutir los ca-
lificativos de «más alto» y «más bajo», pero sí es correcto que so-
lamente cabe imaginar una evolución en la dirección de la estruc-
tura craneal del feto de mono hacia una forma final especializada,
de figura animal; por el contrario, el hombre permanece en ese
estado primitivo (fetal) y arcaico (en el sentido de la ley funda-
mental biogenètica). En todo caso, Kollmann se situó también ex-
presamente en el punto de vista de que las formas indiferenciadas,
las no-especializadas, han de ser consideradas como las formas-raíz,
y con ello hay que hacer derivar a los antropoides del árbol genea-
lógico del hombre. A resultados parecidos llegó Äby en 1867,
como pude comprobar en Kohlbrugge 9 .
A este primitivismo del hombre que hemos verificado (carencia
de especialización) corresponde la gran antigüedad de su dentadura.
Ya Klaatsch 10 dijo en este sentido que en la dentadura hu-

7. Arch. f. Antíhr. 5 (1906); Korr. d. D. anthr. Ges. (1905).


8. Korr. d. D. anthr. Ges. (1897).
9. Die morphologische Abstammung des Menschen, 1908. Libro suma-
mente atinado.
10. Das Werden der Menschheit und die Anfänge der Kultur, 3 1936.

105
mana difícilmente podría encontrarse algún tipo de manifestación
especial de adaptación. En general aparece «como una prolonga-
ción perfectísima de aquel estado primordial a partir del cual se
fueron desarrollando las demás formas dentarias de los mamíferos.
Por tanto, el hombre, en su dentadura, ha permanecido asombrosa-
mente originario, —primitivo—».
Este carácter de primitivismo consiste en primer lugar en la ca-
rencia de vacío (carencia originaria) en la dentadura del hombre; es
decir, en la falta de un vacío (diastema) entre los caninos y los pre-
molares. Ese vacío es necesario cuando los caninos se especializan
en poderosos colmillos para desgarrar, como es el caso de los an-
tropoides. Esa poderosa evolución de los caninos falta en todos los
hombres actuales y fósiles, aun en el sinántropo y en el homo hei-
delbergensis. En su ensayo Adloff ha mostrado 11 que los premola-
res existentes detrás de los caninos en todos los antropoides tienen
una sola punta, siguiendo por tanto la especialización del canino,
mientras que en el hombre tienen dos puntas, es decir, son de tipo
molar. Juntamente falta aquí la especialización que se presenta a
consecuencia de la notable evolución del colmillo animal. Como
subraya Adloff:

El camino humano posee una forma primitiva que se manifiesta sobre


todo en la formación de la superficie lingual, en virtud dal desarrollo
de una protuberancia, existente asimismo en los incisivos, mientras
que los colmillos de los antropoides a causa de la especialización han
perdido completamente esa forma original. Por tanto es absolutamente
impensable que el hombre hubiese poseído alguna vez caninos seme-
jantes a los de los antropoides.

En la misma dirección apunta una observación de Werth 12

sobre la falta de caninos agrandados:

También en este caso estamos sin duda ante un rasgo característico


que es primitivo desde el punto de vista de la historia del origen del
hombre y es antiguo desde el punto de vista geológico. La carencia
de un canino que destaque claramente o al menos exista en la serie
dentíll es regla todavía hoy en los mamíferos placentarios considerados
como los más primitivos: los insectívoros. Encontramos también este

11. Einige besondere Bildungen an den Zahnen des Menschen und ihre
Bedeutung für die Vorgescbichte: Anat. Anz. 58 (1924).
12. Zeitschrift f. Sáugetierk. 12 (1937).

106
estado, mucho antes, en toda una serie de mamíferos dfl terciario
primitivo.

A propósito de estas importantísimas cuestiones hemos de citar


también otros escritos de Adloff 13 .
En ellos Adloff, además de los caracteres primitivos ya mencio-
nados de la dentadura humana añade otros más, entre los cuales:
1) el «molar de leche», inferior primitivismo, frente a la forma más
aguzada de los molares de leche de los antropoides (tesis: la pri-
mera dentición [los dientes de leche] de las formas recientes se pa-
rece más a los dientes permanentes de sus antecesores fósiles que
a los de sus propios descendientes); 2) la posición vertical de los
dientes humanos, especialmente de los incisivos, en contraposi-
ción a los antropoides, que tienen los incisivos inclinados hacia
delante.
Es indiscutible que en la inmensa mayoría de los mamíferos,
los dientes en el estado embrional están colocados verticalmente
en las mandíbulas. En los monos, especialmente los antropoides,
antes del cambio de dientes, éstos están colocados verticalmente en
la mandíbula y juntamente con ello va unido un prognatismo so-
lamente moderado (formación del hocico), mientras que el rostro
medio es casi vertical. Hasta el cambio de dientes no se presenta
en los monos antropomorfos el prognatismo animal. En los hom-
bres permanece la posición vertical de los dientes con Aufbiss oder
Überbiss.
La importancia de esas constataciones se hace patente al con-
siderar que no puede haber una transformación de la estructura
dental como consecuencia de una adaptación funcional, ya que los
dientes se desarrollan totalmente dentro de la mandíbula y, una vez
que aparecen, todas las influencias externas son imposibles.
El trabajo de anatomía comparada de S. Frechkop 14 por lo que
se refiere a cada una de las clases de dientes (molares, premolares,
caninos, incisivos) llega asimismo al resultado de que se acercan al

13. Das Gebiss des Menschen und der Anthropoiden und das Abstam-
mungsproblem: Ztsohr. J . Morph, u. Anthrop. 26 (1927); Der Eckzahn des
Menschen und das Abstammungsproblem: Ztschr. f. Nat. u. Entw. Ges.
94 (1931). Über die primitiven und die sog. pithecoiden Merkmale in Gebiss
des rezenten und fossilen Menschen und ihre Bedeutung-, Ibid. 107 (1937);
Das Gebiss von Sinanthropus pekinensis: Ztschr. f. Morphol. u. Anthropol.
37 (1938).
14. Considérations préliminaires sur l'évolution de la dentition des pri-
mates: Bull. Musée Royal d'Histoire Nat. de Belg (1940).

107
máximo al prototipo, que debió de servir de punto de partida de la
evolución y diferenciación dentro de los diversos géneros de pri-
mates; que comparativamente representan un estado primitivo.
Por tanto, una vez verificado esto, la dentadura del hombre
no puede proceder de la dentadura mucho más especializada de los
antropoides, ya que la dentadura del hombre es mucho más primi-
tiva que la del resto de los antropoides recientes. De la «serie de
antepasados» del hombre han desaparecido todas las formas que
hubiesen podido constituir una clase con los antropoides actuales;
sobre todo el dryopithecus (contra Weinert, v. Eickstedt y otros)
que es un auténtico chimpancé del terciario.
Por diversos motivos, el problema de la mandíbula es de suma
importancia y no se puede separar de las hipótesis teóricas acerca
de la procedencia del hombre. En primer lugar, porque los hallaz-
gos fósiles se limitan muy a menudo a trozos de cráneo, de man-
díbulas y de dentadura. En segundo lugar, las estructuras funda-
mentales de la dentadura son extraordinariamente firmes e inacce-
sibles a influjos externos (como selección o adaptación). En tercer
lugar, la dentadura se halla en las mejores relaciones de armonía
con todo el cráneo. La permanencia de la dentadura humana en un
estadio indiferente de evolución, la carencia de especialización de
los caninos habían de estar en correlación con el gran desarrollo del
cerebro, pues por esa razón falta también la poderosa musculatura
para masticar y de la nuca propia de los antropoides, con las co-
rrespondientes hormas óseas y crestas en sus cráneos. El amplio
arco dental casi parabólico del hombre, en contraposición a las-se-
ries dentales paralelas de los antropoides, está al servicio de una
apertura bucal muy espaciosa con una lengua mayor, y con ello
un alargmiento del espacio entre los cóndilos y ensanchamiento del
cráneo.
Adloff, en sus últimos escritos l o , formuló así sus puntos de
vista histórico-evolutivos:

Según esto los homínidos formarían un grupo independiente, que


solamente pudo salir de una forma de primate, que probablemente en
su *habitus exterior debió de ser muy desemejante al hombre actual,
pero que debió de poseer ya la estructura para los caracteres especí-
ficamente humanos, no habiendo pasado nunca tampoco por un esta-

15. Ergänz. Bemerk, zur Beurteilg. d. Gebisses von Sinanthropus Pe-


kinensis: Anat. Anz. 91 (1941); Odontologie und Anthropologie: Zahnärztl.
Rundschau I I (1941).

108
dio antropoidal. Asimismo, los antropoides han sido una rama inde-
pendiente, que ciertamente estuvo próxima en su principio a los homí-
nidos, pero que desde el comienzo se fue desarrollando paralelamente
y divergiendo también en ciertos rasgos. Para concluir, los homínidos
y los antropoides pudieran proceder ciertamente de una forma común
de antepasado, pero estos últimos se bifurcaron bien pronto e intenta-
ron un camino propio de evolución, por cuanto que a consecuencia de
una especialización unilateral perdieron los dispositivos concretos
(también existentes en ellos en un principio) para cualidades espe-
cíficamente humanas.

Como consecuencia de la última posibilidad expuesta, sería


de esperar que los antropoides fósiles más antiguos mostrasen ca-
racterísticas primitivas (en comparación con otros), es decir, más
semejantes al hombre, de las que hoy día existen, cosa que en efec-
to ocurre así. Los tipos encontrados por Broom desde 1937 en Su-
dáfrica (paranthropus y plesianthropus) del pleistoceno inferior
poseían caninos pequeños (por lo demás, antropoideos), sin dias-
tema; y premolares primeros inferiores semejantes a los de los
homínidos; es decir, una dentadura omnívora de forma indiferen-
ciada, no-especializada. Asimismo semejante a la de los homínidos
es la dentadura del australopithecus africanus diluvial de Dart. Por
tanto, todavía no habían tenido lugar las especializaciones corres-
pondientes; permanecieron en su estado original. Adloff (1931)
coincide con Klaatsch, según el cual el hombre posee un árbol ge-
nealógico propio que alcanza hasta el terciario, es decir, que las for-
mas primitivas, en las que existían dispositivos para propiedades es-
pecíficamente humanas, las continuaron educando, evolucionando
lentamente hacia el hombre, mientras que los demás primates, aun
cuando procedentes de la misma raíz, no pudieron seguir el ritmo
de esa evolución, permanecieron atrás y más pronto o más tarde
intentaron otros caminos que los alejaron de la línea humana, de
tal manera que en verdad (para decirlo de un modo grosero) el
hombre no procede del mono, sino que el mono procede del hom-
bre.
Bajo la presión de los argumentos de Adloff, Weidenreich (an-
tiguamente acérrimo partidario de la «teoría de la reducción») ha
establecido una nueva teoría. Adloff (1938) la expone así: los ho-
mínidos proceden de antropoides desconocidos, los cuales antes que
el dryopithecus (que atendiendo a su dentadura era un antropoide
completo con colmillos especializadísimos) se dividieron en dos

109
ramas; una, con dentadura parecida a la de los homínidos, dentro
de la cual hay que catalogar también (eventualmente como des-
cendencia posterior) al australopithecus, condujo a los homínidos;
la otra, al dryopithecus y sus descendientes, los actuales monos
antropomorfos. Ese antepasado antropoideo no debió de ser ni un
tipo de chimpancé ni de gorila, sino una forma de cabeza chata y
hocico corto; una forma que hubiese retenido con asombrosa fir-
meza algunos de sus rasgos específicamente homínidos. En este
punto dice Adloff con razón: esta forma era antropoidea, pero
poseía características específicamente homínidas y podría calificarse
también justamente como homínido (1937, 1938).
Al llegar a este punto dejamos ya la discusión, que sería pura-
mente cuestión de nombre (escolástica). Pero si la teoría clásica
concede tanto, ha concedido ya la tesis principal: «Las formas es-
pecializadas, ya sean las de fósiles o las de antropoides recientes,
no se hallan en la genealogía de los homínidos» (Adloff, 1938)
También según Weidenreich el desgaj amiento de la rama de los
homínidos a partir de antropoides desconocidos tuvo que tener lu-
gar en una época en la que todavía no había acontecido la especia-
lización de la región de los caninos. Dicha con otras palabras: la
dentadura de los antropoides surgió de estados hominoideos. Por
lo tanto, la evolución de la dentadura del hombre se desarrolló,
guardando las formas primitivas, en línea recta hasta llegar al es-
tadio actual, y es imposible creer que los hombres se hubiesen des-
arrollado primero en la dirección de los antropoides y luego por
«reducción» hubiesen tomado otra vez el camino contrario.
Después de haber examinado la región de la cabeza y de la
dentadura desde el punto de vista de su carácter primitivo, estudia-
remos ahora las cuestiones no menos importantes de la mano y del
pie.
Como es sabido, el famoso Klaatsch mantiene el punto de vista
de que todos los mamíferos entraron en callejones sin salida, de los
que ya no es posible salir (especializados), mientras que únicamen-
te el hombre, con su carácter de ser primitivo ha conservado una
elevada capacidad de evolución.
Las coincidencias entre monos y hombre las considera Klaatsch
como recuerdos de una procedencia común de una forma primor-
dial, que con todo está más cerca del hombre que del mono, de
tal manera que fue el antropoide el que se alejó de la línea humana.
En efecto, en los antropoides la mano se transformó por la con-

110
traposición del pulgar, sin embargo Klaatsch considera el pie pren-
sil de los monos como el punto de partida del pie humano.
Esta concepción, casi generalmente aceptada, de que el pie del
hombre se hubiera desarrollado a partir del pie prensil de los an-
tropoides, es una consecuencia en verdad forzosa de la teoría de los
antepasados antropoides, pero Klaatsch no la hubiera encontrado
hoy día tan indiscutible.
En conexión con esta cuestión discutiremos ahora las teorías,
muy distintas entre sí, de Osborn y de Frechkop, que coinciden en
acentuar que las extremidades humanas no pueden proceder de los
antropoides y asimismo su carácter de primordialidad y no espe-
cialización.
Osborn 16 parte de la tesis, muy esclarecedora, de que no po-
damos separar el estudio de la morfología de los órganos, del de
su función. En los antropoides hay una evolución inequívoca hacia
un tipo arbóreo especializadísimo con locomoción balanceante,
sobre todo gracias a los brazos (highly specialized arboreal type
known as limbstvinging or brachiating). Para ello se requieren las
siguientes adaptaciones: a) las medidas de los miembros delanteros
se alargan en proporción directa al hyperarboreal habit; b) las me-
didas de los miembros posteriores se acortan en la misma propor-
ción; c) cuatro dedos alargados, fuertemente vinculados y con el
mismo movimiento (syndactyly)-, d) el pulgar acortado, disminuida
la capacidad de agarrar; e) por lo tanto, transformación de la mano
en una forma de pinza o gancho; f) transformación del pie en una
conformación parecida a la de la mano mediante un cierto alarga-
miento de los cuatro dedos de los pies; separación clara del dedo
más grueso del pie y desarrollo del mismo hacia la aptitud de aga-
rrar.
Así pues, los antropoides no son propiamente cuadrúpedos, si-
no que la mano, por pérdida de la función típicamente manual, se
mudó, mientras que el pie, por pérdida de su función «pedestre»
(footlike), se aproximó a una mano.
Aceptando la ley de Dollo, según la cual la evolución no puede

16. Fundamental diseoveries of tbe last decade in human evolution: New


York Acad. of Mea'. (1927); Recent disc. relating to the origin and antiquity
of man\ Amer. philosophicál Soc. (1927); Recent disc. in human evolution-.
Medical Soc. of the county of Kings (1927); The influence of habit in the
evolution of man and the great apes: Bull. New York Acad. of Medie. IV
(1928); Influence of bodily locomotion in separating man from the monkeys
and apes-. The Scientif. 26 (1928).

111
En lo que se refiere a la cuestión de las extremidades, sigo re-
mitiendo a Frechkop-Brüssel, quien en dos ensayos 1 8 se une a la
teoría de Westenhófer (ciertamente no demostrable) de que los an-
tepasados de los mamíferos habían tenido una postura bípeda. In-
dependientemente de esto, sin embargo, el trabajo siguiente del
mismo autor 19 se plantea la siguiente pregunta: ¿demuestra la
estructura del pie humano, que el hombre, en su desarrollo filoge-
nético, haya pasado por un estadio antropoideo? La contraposición
del dedo gordo del pie de los monos ha de entenderse como una
adaptación adquirida para trepar: en la serie hombre-gorila-chim-
pancé-gibón-orangután se muestra en la estructura del pie un au-
mento de la contraposición y la tendencia regresiva del dedo gordo
del pie.

El sentido de la dirección en la que se realiza la evolución del pie de


los antropoides, parte desde un principio del hecho de que el dedo
gordo del pie se hace capaz de apartarse de los otros; luego hacia una
forma de gancho con dedo gordo oponible, recibiendo el pie la forma
de una mano. Cuanto más se va capacitando la tenaza restante (dedos
2 al 5) para cerrarse en torno a la rama del árbol, tanto más largos y
encorvados se hacen sus elementos (engarfiamiento de las falanges en
el orangután), tanto más se acorta el dedo gordo del pie.

También el talón toma parte en la oposición, más que el resto


de la tenaza. La dirección de la evolución se ha especializado al má-
ximo, por ejemplo en el perezoso, del que ha desaparecido el pri-
mer dedo del pie y las partes del esqueleto del talón, en forma de
tenaza, forman el paréntesis con los cuatro dedos restantes.
Si quisiéramos hacer derivar el pie humano del de los antropoi-
des, habría que suponer dos veces una vuelta de la evolución ya
especializada. En efecto: el pie del antropoide ha conseguido la
oposición del dedo gordo del pie, por tanto en el hombre ese dedo
tendría que haber «regresado» la clara especialización de los monos
trepadores-balanceantes, cosa que les había llevado a brazos muy
largos y piernas cortas, y haber vuelto a las proporciones de la ma-
yoría denlos monos inferiores, piernas más largas que los brazos.
La posición bípeda parece hallarse en relación con el pie de los
plantígrados. Nous croyons pouvoir diré que l'évolution du pied

18. Bulletin du Musée Royal d'Hist. Nat. de Belg. X I I I (1937).


19. Le pied de l'homme-, Mémoires du Mus. Royal d'Hist. Nat. de Belg.
I I / 3 (1936).

114
de l'homme ría jamais passé par un stade de piel d'anthropoides, el
pie del hombre ne'est pas d'origine arboricole. De la línea de los
antepasados del hombre deberían ser excluidas las formas antro-
poideas.
Finalmente, por lo que respecta al problema de la mano, no hay
ninguna duda de su estado primitivo en comparación con la mano-
gancho de los antropoides con sus dedos largos, arqueados, y la
regresión del pulgar, siendo inimaginable una evolución de aquélla
a esta forma. La oponibilidad del pulgar humano es una especiali-
zación, pero de fecha muy reciente al parecer. Hancar refiere 2 0 los
hallazgos de Rusia (en Tesik-Tas en Asia central y en Kiik-Koba,
Krim) de tipo neandertalense (véase allí la bibliografía rusa). Se
han encontrado allí huesos de la mano, que permiten reconstruir
por primera vez la mano de la primera edad de piedra. Esa mano es
corta, ancha, abultada y con dedos rectos, no hallándose el menor
rastro de formas antropoideas, aunque sí de las formas del embrión
del antropoide.
Esto excluye, por una parte, que a la hominización haya precedido
«un bajar de los árboles» y por otra parte asigna a-'los simios huma-
noides en la evolución el rango de una especialización por así decir
paralela a la hominización para la vida arbórea en la selva tropical;
especialización que valorada desde el punto de vista de posibilidades
de ascenso a una hominización, condujo a los simios humanoides a
un callejón sin salida, con el que nada tiene que ver ni el antepasado
del hombre ni el hombre primitivo (Hancar).

Pero la propiedad más interesante de la mano de Kiik-Koba es


que el lugar de la articulación de la silla del pulgar (una articula-
lación esférica de libre movimiento) ha sido tomada por una arti-
culación cilindrica apropiada ciertamente para movimientos late-
rales del pulgar, pero sólo permite una contraposición del mismo
muy limitada. Por lo tanto, la oponibilidad del pulgar sería una ad-
quisión nueva muy notable; la mano de Kiik-Koba, sin esa espe-
cialización, es extraordinariamente primitiva. Los insectívoros vi-
vientes, muy inferiores, del tipo Tupaja, tienen la mano de cinco
dedos con pulgar separado, pero no oponible. Han sido señalados
por Schwalbe y Gregory como puntos de partida de los primates;
sin razón, por lo demás 21 .

20. Mitteilgn. d. Wiener Antihrop. Gesellschaft L X X I / 2 (¡1941).


21. Henckel, Das Primordialkratiium von Tupaja u. d. Ursprung d. Pri-
maten: Ztschr. Anat. u. Entw. Gesch. 86 (1928).

115
11. La teoría de Bolk y otras afines

Las investigaciones reseñadas hasta este momento han mostra-


do un conjunto de caracteres originarios y no especializados del
organismo humano, haciendo sumamente inverosímil la posibilidad
de que se tratara de una «retroformación» de tales caracteres a
partir de los antropoides. Sin embargo, desde el punto de vista
morfológico sigue siendo posible lo contrario. Se ve enseguida que
el primitivismo de que hemos hablado, a saber, bóveda craneana,
mandíbula situada en la parte inferior, mano liberada y pies que le
permiten estar de pie se hallan dentro de un contexto: constituyen
lo que se llama posición erecta. Así pues, se percibirá la ubicación
especial del hombre cuando se tenga en cuenta su estructura cor-
poral arcaica e incomparablemente primitiva.
Ahora bien, con las indicaciones hechas hasta este momento
no se ha agotado en modo alguno la problemática de los rasgos
primitivos. No quisiera sin embargo separar las cuestiones si-
guientes del conjunto de las grandes teorías sistemáticas, dentro
de las que aparecen en el caso de Bolk, pues ellas y las de Schinde-
wolf que mencionaremos a continuación presentan un nuevo es-
quema del problema del origen del hombre; a saber, mantienen la
procedencia del hombre de los antropoides y añaden una hipótesis
suplementaria, en la que una vez más se muestra llamativamente
la ubicación especial del hombre ya que esa hipótesis complementa-
ria exige un proceso especialísimo y único desde el punto de vista
histórico-evolutivo.
Las teorías extraordinariamente importantes del fallecido ana-
tomista de Amsterdam, L. Bolk, se encuentran en dos amplios tra-
bajos 2 2 . En ambos casos se trata de un entretejido de investigación
morfológica y teorías explicativas, de modo que sólo podemos dar
cuenta de ellas en su totalidad procediendo paso a paso. Desde un
principio Bolk concede el parentesco próximo entre antropoides
y el hombre; también la procedencia de este último de antepasados
simiescos, acentuando sin embargo la necesidad de colocar al hom-
bre comp punto de partida de la problemática, puesto que formula
así la cuestión: « ¿ Q u é es lo esencial del hombre como organismo,
y qué es lo esencial del hombre como forma?».

22. Vergleichenden Untersuchungen an einem Fetus eines Gorilla und


eines Schimpansen: Ztschr. f. Anat. u. Entw. Gesoh. 81 (1926); Das Problem
der Menschwerdung, Jena 1926.

116
Para responder a esa cuestión distingue en primer lugar entre
caracteres «primarios» y caracteres «consecuentes», y la posición
erecta del hombre con todas sus implicaciones la considera una ma-
nifestación «consecuente», cosa que vendría a significar que «la
hominización no fue preparada porque el cuerpo se pusiera erecto,
sino que el cuerpo se puso erecto en virtud de que la forma se
iba humanizando».
Como caracteres primarios, es decir, fundantes de la ubica-
ción especial propia del hombre, cita los siguientes: ortognatismo
(colocación de la dentadura en situación inferior, bajo el cerebro);
el no estar cubierto de pelo; la pérdida de pigmento en la piel, cabe-
llos y ojos; la forma del pabellón del oído, el epikanthus; la posi-
ción central del foramen magnum; peso cerebral elevado; persisten-
cia de la sutura craneal; los labios mayores de la vulva en las mu-
jeres; la estructura de la mano y del pie; la forma de la pelvis; la
situación ventral de la hendidura sexual en la mujer.
Todas estas propiedades son caracteres primarios (primitivis-
mos) en un sentido muy particular: son estados o circunstancias
fetales que se han hecho permanentes. En otras palabras: «Propie-
dades o circunstancias formales, que en los fetos de los restantes
primates son transitorias y en el hombre se han estabilizado».
Así pues, según la teoría de Bolk, esos caracteres no son pro-
piedades adquiridas, sino que en el caso del hombre se transforman
en estados transitorios, de paso, que son comunes a todos los pri-
mates y en el desarrollo fetal de los monos, en virtud de una es-
pecialización peculiar de cada uno, se pierden, se retienen o se «es-
tabilizan». Por lo tanto en esta teoría aparece clarísimamente la ca-
rencia de especialización (típicamente no-animal) del hombre, y se
presenta, por lo que hace a la parte explicativa de la teoría, man-
teniendo el parentesco con los antropoides, mediante la tesis de la
paralización de la evolución en la especie hombre.
Así pues, lo esencial de la constitución humana en su conjunto
es el carácter fetal de las formas. Ahora bien, si nuestros caracteres
más importantes de la estructura corporal tienen un rasgo común
(precisamente la carencia de especialización; su primitivismo y el
conservadurismo comprobable de los caracteres embrionales), en-
tonces tienen que seguir, según Bolk, un presupuesto común. Los
factores que condicionaron la génesis del hombre no pudieron ser
externos, sino internos. El hombre es el resultado de una transfor-
mación dirigida, a la que deben atribuirse todas las propiedades

117
típicamente humanas como a su misma causa. El investigador con-
sidera que esa causa es el rezagamiento o retardación general hu-
mana de la evolución. De ella habría que hacer derivar, en primer
lugar, un rasgo característico, del que todavía no hemos hablado
y que no ha sido tomado en cuenta por ninguna otra teoría sufi-
cientemente, a saber: el ritmo de crecimiento, anormalmente lento,
del hombre, que le distingue de cualquier otro animal; el ritmo
lento del curso vital desde la fase infantil muy prolongada (a dife-
rencia de lo que ocurre en el animal) hasta el hecho particular de
que solamente el hombre tenga todavía una larga vida puramente
somática después de que se ha extinguido su función reproducto-
ra. Tal sería pues el fundamento de la ley del retardamiento. Se
nos advierte al mismo tiempo expresamente no equiparar ese re-
traso con la disminución de la intensidad vital. Baste una mirada a
la siguiente tabla comparativa:

PESO AL NACER SE DUPLICA DESPUES DE

cerdo 2,0 kgs. 14 días


ganado vacuno 40,0 kgs. 47 »
caballo 45,0 kgs. 60 »
hombre 3,5 kgs. 180 »

Si consideramos esta propiedad de la evolución humana como


algo que se ha ido haciendo poco a poco y calificamos la homini-
zación (el llegar a ser hombre) de retardada, esto querría decir que
las formas que precedieron al hombre actual se formaban con un
ritmo más rápido. Bolk cree poder probarlo por lo menos en un
rasgo característico. Muestra en la mandíbula infantil de Eh-
ringsdorf y en alguno de los hallazgos de Krapina que la denti-
ción del hombre se realizaba todavía en aquel tiempo casi al mis-
mo ritmo que la de los antropoides, mientras que en el hombre ac-
tual el cambio de dientes (pérdida de los dientes de leche) y el cre-
cimiento de los nuevos se ha retardado y ha hecho su ritmo más
lento. Bplk vio precisamente en ese retardamiento la causa de que
surgiera la mandíbula del hombre nuevo. Si nos imaginamos ese
retardamiento del proceso evolutivo del organismo como una to-
talidad, al que reaccionan los sistemas orgánicos de modo más o
menos independiente, comprenderemos mejor también ciertas des-
armonías entre la formación sustancial y la funcional de ciertos

118
sistemas orgánicos, especialmente entre la parte somática y la
«germática» del organismo humano.
Examinando ese «retraso», bajo cuyo influjo todas las fases de
la vida humana redujeron su ritmo, sólo puede radicar en una
particularidad especialísima del sistema endocrino:

E s un hecho suficientemente conocido por nosotros que la aceleración


y el retardamiento del crecimiento de determinadas partes y regiones
del cuerpo están condicionados por la alternancia de función de dicho
órgano.

Si la retardación (en cuanto ley antropológica universal) es un


factor de freno y retardamiento procedente del sistema endocrino,
entonces cuando se levanta morbosamente ese freno a causa de
perturbaciones endocrinas se ha de llegar a malformaciones y des-
arrollos progresivos; reaparece la pilosidad del cuerpo; las suturas
craneanas se sueldan demasiado pronto; aumenta el tamaño de
la mandíbula, etc.

Observamos que un gran número de lo que se llaman propiedades


pitecoides habitan en estado latente en nuestro organismo, esperando
únicamente que desfallezcan las fuerzas de freno para volver a entrar
en actividad.

Las manifestaciones patológicas de crecimiento, que se cono-


cen como consecuencia de la actividad anormal de los órganos en-
docrinos, nos permiten sacar la conclusión de que el crecimiento
fisiológico también es dominado de algún modo por la secreción
interna.

El retardamiento en el desarrollo individual, que se ha ido realizando


poco a poco en el transcurso de un período ciertamente largo de ho-
minización del género humano, creando una nueva forma de curso vital
para el hombre, sólo se puede atribuir a la acción del sistema endo-
crino.

La teoría, que hemos venido exponiendo sólo en sus comienzos,


sería la única en explicar la lentitud del desarrollo del hombre, uni-
versal y anormal desde el punto de vista biológico, así como su
niñez que se alarga desproporcionadamente; la duración de la vi-
da, extraordinaria para el tamaño que tiene; la larga vejez, des-
pués de que hayan cesado las fuerzas reproductivas, etc. De las

119
teorías que yo conozco, sólo la de Bolle responde a esos datos tan
significativos antropológicamente y que tanto llaman la atención.
Siguiendo ahora esa idea del retardamiento en cada uno de los
sistemas orgánicos, estudiaremos en primer lugar las características
especiales del desarrollo de la dentadura humana. En los monos
comienzan a aparecer los dientes de leche casi inmediatamente des-
pués del nacimiento y el cambio de los dientes de leche y creci-
miento de la dentadura permanente tienen lugar simultáneamente,
justo detrás del segundo molar de leche aparece el primero perma-
nente y en el momento en que éste aparece comienza el proceso de
cambio; los incisivos de leche son expulsados y en el tiempo sub-
siguiente tiene lugar simultáneamente el cambio de lo que resta de
dentadura de leche y el crecimiento de la dentición permanente,
de tal manera que la mandíbula (tomo esta idea del trabajo del
mismo autor sobre el maxilar en Anat. Anz. XXIV) se encuentra
en un proceso de prolongamiento constante a fin de mantenerse al
mismo ritmo que el crecimiento de la dentadura.
En el caso del hombre encontramos por el contrario dos perío-
dos de pausa intercalados. Es decir, una evolución retardada. La
aparición de los dientes de leche concluye hacia el final del segundo
año; sigue un período de descanso hasta los seis años, y entonces
aparece el primer molar permanente. Después de un período de
tiempo, que puede variar según el individuo, comienza el proceso
de cambio y sólo cuando acaba ese proceso de cambio aparece la
nueva pieza, el segundo molar permanente. El tercero puede inclu-
so faltar por completo, dando testimonio elocuente de que la re-
tardación individual puede ser muy variada, que termina incluso
con la eliminación de la pieza.
La teoría de Bolk arroja luz además sobre un sector que de
otra manera resulta muy enigmático, a saber, la pubertad. Si supo-
nemos que Soma y Germa se comportan de modo relativamente in-
dependiente frente al influjo de la retardación en el sentido de
que el Germa es naturalmente la parte más capaz de ofrecer resis-
tencia, obtendríamos como consecuencia la maduración (claramen-
te perceptible al menos en el sexo femenino) sustancial del ovario
mucho antes de que el organismo haya crecido somáticamente pa-
ra soportar un embarazo. A los 4 años el ovario tiene 27 mm. de
largo y 12 de ancho. A los 14 la misma medida. Así pues el Germa
femenino está listo en lo sustancial cuando la niña tiene 4 ó 5
años. Al quinto año aproximadamente se presenta un período de

120
reposo. No puede comenzar a desarrollar la función, ya que el
Soma no ha crecido ni con mucho lo suficiente para asumir las con-
secuencias de esa función, es decir, el embarazo. En este caso la
retardación no ha paralizado el crecimiento, sino que ha dejado
para una edad mayor la maduración de los elementos que, de
suyo, ya estaban dispuestos para esa maduración. Esa inmoviliza-
ción cesa en una edad que varía mucho según los individuos. En
nuestras latitudes el umbral de la madurez sexual se sitúa apro-
ximadamente entre los 11 ó 12 años. Pero la muchacha que co-
mienza a menstruar a esa edad es una contradicción biológica; un
organismo con un fallo funcional de principio. La llegada a la ma-
durez sexual no significa todavía, como es el caso de los mamíferos
superiores, el haber llegado a la forma final y definitiva, sino que
el término del desarrollo se sitúa aproximadamente en los 18 años,
con posibilidad de madurez sexual ya en el quinto año y una edad
normal de iniciación a los 11. En esa misma época (de la pubertad)
sucede una aceleración del crecimiento; es decir, otro caso de
cese de la inmovilización retardataria.
La aparición del retardamiento del que hemos venido hablando
afectaría por tanto a la mayor lentitud del ritmo evolutivo junto
con las situaciones particulares ya mencionadas. Sin embargo, la
teoría alcanza sus mejores resultados cuando afirma que de esa
misma idea se podrían derivar los rasgos morfológicos especiales
del hombre.

Lo esencial de su forma (la del hombre) es el resultado de una feta-


lización; lo esencial del curso de su vida es la consecuencia de un
retardamiento. Ambas propiedades están estrechísimamente vincula-
das desde el punto de vista causal, ya que fetalización de la forma es
una consecuencia necesaria del retardamiento en la consecución de
dicha forma.

Así pues la cuestión sería la siguiente: ¿«Cómo el retardamien-


to de la evolución pudo tener una influencia causal en la formación
de propiedades somáticas específicas?».
Como cada uno de los sistemas orgánicos se comporta de un
modo relativamente independiente frente al influjo del retarda-
miento, podría suceder que, aun cuando el organismo como tota-
lidad hubiera alcanzado el punto final de su desarrollo, alguna pro-
piedad no llegase al grado de desarrollo originariamente normal.
Quedaría entonces fijada en un estado incompleto; y este no llegar

121
a su perfección comporta un carácter infantil, que cuando el re-
tardamiento es más fuerte incluso puede ser «fetal». Si este re-
tardamiento continúa, llega a su grado máximo: cese del desarrollo,
es decir, la propiedad morfológica ya no aparece en absoluto. La
«retardación progresiva» lleva, a través del infantilismo y la fetali-
zación, hasta la ausencia de un rasgo distintivo.
La consecuencia lógica y necesaria de la retardación sería que
el cuerpo adquiriría en grado cada vez mayor un carácter fetal,
al hacerse permanentes unos estados juveniles, que originalmente
eran transitorios. Al llegar a este punto los «caracteres primitivos»
(primitivismos) del hombre que hemos mencionado hasta ahora
aportados por los más diversos autores y los que añade Bolk, ten-
drían una interpretación muy concreta: todos los rasgos distintivos
corporales específicamente humanos son estados fetales que se han
transformado en estados permanentes.
En los escritos que yo conozco, Bolk trata de los siguientes ca-
racteres (no trata la mano y el pie):
En primer lugar, la pilosidad. El hecho de que el tronco y las
extremidades queden sin pelo es un proceso que no tuvo su comien-
zo en el hombre. La carencia de pelo en el hombre (permaneciendo
sin embargo el pelo de la cabeza) significa que se conserva un estado
que ya existía, aunque pasajeramente, en los antropoides durante
la última época de su vida fetal y aún existe brevemente después
del nacimiento. No hemos de atribuir la pérdida del recubrimiento
capilar a causas que actúen cuando ya está terminado el cuerpo
humano. En los hombres, especialmente en la mujer, observamos
cómo la retardación progresiva conduce a la pérdida o a la no apa-
rición de una propiedad, que sin embrgo sigue existiendo en la
estructura, como muestra la copiosa abundancia de pelo que se
presenta en el caso de perturbaciones en la secreción interna (con
frecuencia abarcando todo el cuerpo).
Existe pues la siguiente gradación en el retroceso:
a) Simios inferiores. El recubrimiento de pelo aparece en el
feto casi simultáneamente en todo el cuerpo; el simio recién nacido
está conípletamente recubierto de pelo.
b) Los gibones. La primera región que aparece con pelo en el
feto es la piel de la cabeza; sin embargo poco antes del parto toda
la parte posterior del cuerpo tiene también una pilosidad bien des-
arrollada. El gibón nace en ese estado, es decir, con la superficie

122
ventral libre de pelo. Poco después del nacimiento el pelo ocupará
toda la piel.
c) Antropoides. En primer lugar aparece el pelo de la cabeza.
El feto de los chimpancés y gorilas nace sin pelo, si exceptuamos
los de la cabeza bastante largos. El pelo del cuerpo crece a partir del
segundo mes después del nacimiento.
d) Homínidos. Esta serie evidentemente progresiva nos pre-
senta con claridad un estado fetal que se ha transformado en per-
manente en el caso del hombre. A propósito de este tema del re-
cubrimiento capilar, quisiera añadir en este momento un hecho
que Bolk no tuvo en cuenta, a saber: que el hombre mantiene
hasta la muerte en una gran parte de su piel la vellosidad incolora
de la época embrional, situándose así en una posición única no so-
lamente dentro del orden de los primates, sino de todo el reino
animal. Junto con esa particularidad se encuentra esta otra en la
piel humana: que evita cualquier tipo de especialización, ya sea
en el sentido de protegerse contra el frío, o bien de defensa en ge-
neral (piel acorazada, púas, cuero duro...) o de ataque (cuernos,
pezuñas...); le faltan incluso (a diferencia de todos los demás ma-
míferos) pelos sensoriales, es decir, pelos especializados en rastrear
o seguir una pista o en reconocer por el tacto, con la dilatación de
los vasos sanguíneos rodeando a la raíz, tal y como sucede en
todos los antropoides. La piel del hombre es la menos especializada
de todas; por así decir es toda ella superficie sensorial.
Volviendo a Bolk, es importantísimo otro grupo embrional de
conformaciones: el mantenimiento de las inflexiones de los ejes
fetales del cuerpo (conservados por el hombre), mientras que se
nivelan en los cuadrúpedos. Compárense las figuras 1 a 4.
La inflexión (al principio muy proporcional) del cuerpo embrio-
nal de los mamíferos superiores va cambiando poco a poco por
alargamiento de la sección media de tal modo que las secciones cau-
dal y craneal representan inflexiones más independientes. Conside-
raremos en primer lugar la sección craneana, según Bolk. La fi-
gura 1 representa un corte de la cabeza de un embrión de perro.
La figura 2 el mismo tipo de corte en un embrión humano, ambos
de 20 mm. de largo. Las restantes figuras permiten advertir cómo
permanece la inflexión fetal en el hombre. Las tres flexiones que se
abren en arco desde su centro dibujadas en la figura las llama Bolk
occipital, intraesfenoidal y rinal. En la última parte, la sección ce-
rebral y la rinocefálica se hallan en ángulo recto, de modo que

123
esta última discurre casi paralela al cuello. La comparación de las
figuras 1 y 3 nos muestra la importante mutación de los ejes que
tiene lugar en el curso del desarrollo. Todavía está presente el án-
gulo occipital (aun cuando casi puede anularse en el curso de una
carrera rápida) y desaparece en otros mamíferos (topo, erizo) por
completo. El segundo ángulo ha desaparecido totalmente surgien-
do un repliegue secundario con ángulo abierto hacia atrás, de modo
que el eje rinocefálico se halla ahora en la prolongación del basal.
De esta manera surge el prognatismo de los mamíferos; el creci-
miento hacia adelante del hocico, a costa del cerebro. En cuanto al
hombre (figuras 2 y 4) permanecen las inflexiones fetales sin cam-
bios. Por lo demás, los cráneos de los monos tienen de común con
el del hombre el que mantienen el repliegue rinocefálico. El prog-
natismo de los monos (y de las razas humanas inferiores) no se
puede comparar sin embargo con el de los mamíferos, ya que surge
del alargamiento de la base nasal hacia adelante sin que exista el
cambio de dirección del eje, que hemos mostrado en el caso del
perro.
Por lo que se refiere a la parte caudal del feto, tiene lugar una
flexión cóncava, como muestran las figuras 5 y 6 (feto humano de
11 y 26 mm. respectivamente). La figura 7 muestra un corte trans-
versal de los órganos pelvianos de una niña de dos años. La figura
8 la zona caudal del torso de un chimpancé todavía no adulto. Las
proporciones indicadas en las figuras 5 y 6 no difieren notablemen-
te de las de embriones de antropoides. En el hombre permanece
el eje del cuerpo fetal (flexionado por su centro en sentido cónca-
vo), explicándose así la anatomía particular de los órganos genita-
les femeninos en el ser humano. En el chimpancé se produce una
distinción en la dirección del eje corporal, de tal manera que el ori-
ficio anal viene a situarse en la parte trasera. Las proporciones to-
pográficas y anatómicas de esa región corresponden plenamente en
el chimpancé a las de los monos con cola 2 3 .
Más todavía, Bolk defiende la idea de que aun la forma de la
pelvis ósea es en primer lugar la manifestación de una pervivencia
de la .dirección fetal del eje corporal, habiendo permanecido en
un estadio de desarrollo embrional, que se hace patente cuando la
pelvis ha pasado por el estadio precartilaginoso.

23. Para más detalles cf. Bolk, Zur Entwicklung und vgl. Anat. des Trac-
tus urethro-vagindis der Primaten: Ztscthr. f. Morph. u. Antíhr. 10 (1907).

126
Un trabajo de Mijsberg 24 que completa la investigación de
Bolk, muestra toda otra serie de caracteres primitivos (primitivis-
mos) en el sentido de que mantienen estados fetales del hombre
frente a los demás primates, especialmente en la estructura de los
riñones en el penis pendulus, y en el descenso de las glándulas ge-
nitales. Tales manifestaciones son también en parte primitivas des-
de el punto de vista filogenético. El trabajo es muy concienzudo en
cuanto a su método.
Hemos tratado aquí los puntos de vista de Bolk con cierta am-
plitud, porque increíblemente hoy día yacen casi en un completo
olvido. No se ha tenido en cuenta la presunción de Lubosch, que
consideraba la teoría de Bolk como sumamente convincente y fruc-
tífera:

Se trata de una serie de pensamientos, que ya no podrán desaparecer


de las investigaciones en torno a la antropogénesis, pues son sumamen-
te fructíferos y aclaran muchas cuestiones 2 6 .

Por mi parte veo las ventajas de esta hipótesis (que como todas
sólo ha de considerarse desde el punto de vista dé su utilidad o
rendimiento) en los puntos siguientes:
1. Todos los rasgos que denotan carencia de especialización
y que son típicamente humanos, se hacen derivar de un solo prin-
cipio: la retardación.
2. Por el mismo principio se explican otras particularidades
del hombre; a saber, retardamiento del ritmo evolutivo, con los
hechos que van unidos con él; es decir, la necesidad de una fa-
milia duradera y la pubertad.
3. Además Bolk, en su teoría de la hominización, indica un
motivo interno de ese proceso: las actuaciones endocrinas. Desapa-
recen las desventajas de la teoría de la adaptación de Lamarck, como
por ejemplo, el famoso descenso de los árboles, etc.
4. Sobre todo, el principio explicativo de la retardación no ha
sido inventado ad hoc, sino que se trata de un proceso biológico
(aun cuando muy raras veces se pueda demostrar hoy día) que se
presenta inesperadamente sólo en el hombre; en un lugar muy alto

24. Abh. d. Kgl. Akad., Amsterdam 1923.


25. Anat. Anz. 63 (1927).

227
del sistema. El conocido anfibio Axolotl, en su medio ambiente nor-
mal, llega a la madurez sexual, ya en estado de larva, con respira-
ción branquial y sólo a modo de excepción se desarrolla hasta lle-
gar a ser forma terrestre con respiración pulmonar. El proteo ya
nunca alcanza la forma terrestre. En estos casos, así como en la
«neutralidad con respecto al ambiente» de los gorriones y las ra-
tas, las manifestaciones de inteligencia de los chimpancés, etc.,
puede establecerse una comparación con el hombre, pero tomando
rasgo por rasgo. La ubicación especial del hombre no significa
que no se pueda comparar con muchos tipos de animales en rasgos
concretos y determinados. Pero el hombre es (aun desde ese punto
de vista de su comparabilidad) el único «mamífero superior em-
briònico».

5. La teoría recibe «1 apoyo de ciertas manifestaciones patoló-


gicas del hombre. Cuando se perturba el funcionamiento normal
de las hormonas, cabría esperar que los frenos retardatarios desa-
pareciesen, teniendo como consecuencia el que volviesen a aparecer
las cualidades que habían sido oprimidas; o bien, que las funciones
retardadas se desarrollasen con un ritmo más acelerado. Más arriba
hicimos ya mención de algunos de estos casos. Habría que atribuir
a un retardamiento normal el crecimiento tardío de las suturas
craneales (en contraposición a lo que ocurre entre los primates) y
la perturbación de ese retardamiento llevaría a un cierre prematuro
de esas suturas de tipo antropoideo. Asimismo, si el freno del des-
arrollo sexual fuese perturbado, tendríamos «el caso de la niña de
5 ó 6 años lamentablemente prematura». La lista de las malforma-
ciones morbosas que podrían ser explicadas por la alteración anor-
mal del sistema de freno sería muy larga.

6. Además existen relaciones interesantes de esta teoría con


los problemas raciales. Ya diversos autores habían entendido cier-
tos rasgos raciales como consecuencia de distintos equilibrios hor-
monales. Bolk se confiesa a sí mismo expresamente como un «par-
tidario convencido de la desigualdad de las razas». En Vergleichen-
de Unteisuchungen... prueba, que la raza mongólica ha conservado
un complejo de fenómenos típicamente fetal, que falta en las razas
nórdicas, aun cuando sus embriones también lo muestran: la base
de la nariz hundida, la protrusio bulbi y el epikanthus. Las llama-
tivas diferencias raciales de pigmentación, pelo, prognatismo y rit-
mo vital fisiológico (desarrollo más rápido, época de plenitud más

128
breve, y más rápida decadencia en las razas negras) pueden consi-
derarse bajo el mismo punto de vista. Se establecería así un para-
lelismo importante; por ejemplo, entre la similitud con respecto
a los europeos, mucho mayor en el niño que en el adulto africano
(E. Fischer), y la similitud con el hombre mayor también en los
antropoides jóvenes. Dice Bolk que «no todas las razas han avan-
zado hasta el mismo punto en el camino de la hominización». Bolk
no ha manifestado su opinión en la cuestión de los restos humanos
fósiles, pero estaría de acuerdo ciertamente con la manifestada por
diversos autores, según la cual habría que interpretar ciertos ras-
aos de los cráneos fósiles y de los actuales (por ejemplo, austra-
lianos), como falta de barbilla, protuberancias superciliares y pro g
natismo, en el sentido de una conformación particular «animaloi-
de», especial de una raza; es decir, como un retardamiento parcial-
mente incompleto.
7. Precisamente y una vez más con ayuda de la teoría de Bolk
se podría mantener en pie la procedencia del hombre de los antro-
poides incluso en línea directa, aunque, eso sí, sólo con la ayuda de
una «hipótesis complementaria», que atribuye la ubicación especial
del hombre a una ley biológica propia de él solamente. También
tendríamos que suponer que las nuevas formas no podrían proce-
der de los estados ya especializados de los adultos, sino solamente
*->or la «reorientación» en el estadio ernDrlonal. Bolk va más allá
de la teoría de la «reducción» y de la adaptación, por cuanto que
cambia de lugar el proceso de la hominización. La extraordinaria
e indiscutible similitud que más tarde desaparece (aun en la ten-
dencia a ponerse derecho) entre los antropoides jóvenes y el hom-
bre significaría que ya está actuando en los antropoides un cierto
proceso de fetalización o grado de retardación, pero el mono pierde
rapidísimamente sus rasgos fetales (que duran todavía algún tiem-
po después del nacimiento) y el hombre los conserva. Lo que ven-
dría a significar lo siguiente: el proceso de la «hominización» ten
dría lugar dos veces por decirlo así; como bosquejo en los prima-
tes, y definitivamente en el hombre. De este modo se explicaría
también en cierta manera el carácter especial bien palpable (que
a su vez distingue a los antropoides de los demás mamíferos y de
los primates inferiores); por ejemplo, no se les puede llamar ni
bípedos, ni cuadrúpedos.
Versluys 26 ha vinculado con gran mérito esta teoría de Bolk
26 Hirngrosse und hormonales Geschehen bei d. Menschwerdung, 1939.

129
con las investigaciones de Dubois 2 7 . Dubois comparó las relaciones
entre tamaño de cerebro y tamaño corporal de mamíferos próximos
entre sí y halló que, aproximadamente, los pesos de los cerebros
se hallaban en una relación de la 5/9 potencia con relación a los
pesos del cuerpo. Dado que hemos de suponer una proporción dis-
tinta entre el tamaño del cerebro y el tamaño del cuerpo cuando
comparamos los diversos géneros entre sí (factor que Dubois llama
«cefalización»), podemos contar con que diversos grandes mamí-
feros, si se tiene en cuenta el volumen del cerebro que corresponde-
ría al mismo tamaño (con ayuda del exponente 5/9), muestran a
menudo un volumen cerebral (peso) distinto. Es decir, también
en la «cefalización» son distintos. Encontramos luego que en mu-
chísimos casos, especialmente cuando se trata de animales de un
mismo tronco, tanto en formas fósiles como en formas vivientes,
aumenta a saltos, duplicándose cada vez. Si suponemos una cefa-
lización (es decir, la proporción entre tamaño del cerebro y
del cuerpo calculando en base a un mismo tamaño de cuerpo)
igual en los mamíferos primitivos del terciario inferior, encontrare-
mos que las musarañas permanecieron en ese grado, mientras que
la mayoría de los mamíferos vivientes han alcanzado un alto grado
de cefalización, equivalente a 2,4 u 8 veces aquel tamaño. Los si-
mios muestran una cefalización 16 veces mayor que aquel punto de
partida. El hombre, 64 veces mayor, es decir, 4 veces mayor que la
de los simios (alrededor de 14 mil millones de neuronas, frente a
unos 3 mil millones y medio). Este llamativo aumento, realizado a
saltos, sólo puede explicarse propiamente en virtud de la duplica-
cación mutativa del número de las células nerviosas 2 8 .
Al llegar a este punto surge la suposición de que a lo largo de
este proceso tiene que haberse modificado la producción hormonal,
y aquí es donde se realiza la unión con las teorías de Bolk. En
efecto, la fetalización del hombre, la retardación de su desarrollo,
el tipo de pilosidad que recubre su cuerpo, la tardía maduración
sexual y toda una serie de rasgos más, han de atribuirse con certeza
a los condicionamientos hormonales.

27. Biol. Generalis 6 (1930).


28. Grünthal, Zur Frage d. Entst. d. Menschenhirns, Basel-New York
1948; Klatt, D. theor. Biol. u. d. Problematik d. Schädelform: Biologia
Generalis 19/1 (1949); H . Spatz, Gedanken über die Zukunft des Menschen-
hirns, 1961.

130
Esta teoría de Versluys-Bolk explica, como puede verse, un
sector amplísimo de hechos antropológicos. Quisiera llamar la aten-
ción del lector sobre dos circunstancias especialmente:
La primera sería el enorme desarrollo cerebral del hombre y la
mutación estructural (quizás en conexión con ese desarrollo) de to-
da la physis apuntando hacia la «embrionalización» y el «primiti-
vismo», en ningún modo como resultado de la «lucha por la exis-
tencia» o consecuencia de un proceso de selección, sino producidos
por causas internas de acción directa. Desde otro punto de vista,
por el contrario, esa transformación en el hombre habría sido tan
radical, que le arrojó fuera de sus condiciones de vida «naturales»
y le abocó a un modo de vida nuevo y no existente antes.
Tal concepción es también importante por otro motivo. Las
ideas existentes acerca de la hominización se mueven en su mayo-
ría en este sentido: partiendo de los antropoides, se habría ido
produciendo poco a poco, merced a la «lucha por la vida», un
aumento paulatino del desarrollo y la amplitud del cerebro. Se ha
oojetado a nuestra teoría que el hombre también se ha especiali-
zado, que es un ser cerebral especializado. Sin embargo, es falsa
toda teoría que se imagine un fuerte desarrollo cerebral basado en
no importa qué tipo de «infraestructura». Asimismo, el cerebro es
precisamente el órgano que hace innecesario cualquier tipo de con-
figuración orgánica especializada (es decir, adecuada a determina-
dos factores del medio ambiente); dicho de otro modo, desde el
único punto de vista utilizable del comportamiento, es el órgano
de la plasticidad, variabilidad y reorientabilidad. Bien entendido,
claro está, que sólo en conexión con toda la singular physis hu-
mana: con su carácter de ser expuesto, abierto a los estímulos, Hr>.
tado de movilidad, etc., y su carencia de especialización, que quizá«
viene influida hormonalmente por el cerebro, así como sólo esa
physis hace posible y puede servir de base a semejante cerebro.
Con la hominización comienza una «lucha por la existencia» que
va más allá del círculo del comer o ser comido; de la adaptación y
los fallos evolutivos; es decir, la lucha por los fundamentos de la
vida, por la posibilidad de seguir viviendo mañana.
Estos son los motivos por los que los pasos dados por Bolk
tienen una gran importancia desde mi punto de vista. Po:
esta razón me resulta tanto más agradable presentar todavía una
última teoría, que se acerca en los puntos decisivos a la de Bolk

131
pero que se desarrolló de un modo totalmente independiente. Se
trata de la teoria de Schindewolf 29 .
^us investigaciones se limitan también al ámbito del cráneo.
También él parte del hecho, ya muchas veces mencionado, de que
todos los rasgos que caracterizan el cráneo humano y lo distin-
guen de los demás cráneos de mamíferos, no solamente se hallan
ya presentes en las formas embrionales y juveniles, sino que in-
cluso se presentan de manera más pura e intensa. Por así decir
son «sobrehumanos». Schindewolf ve en ello, como muchos otros
autores ya mencionados, una indicación clarísima de que el hombre
no puede derivarse de monos que se parezcan a los antropoides
actuales. Rechaza la teoría clásica, que hace descender al hombre
de tipos fósiles del tronco chimpancé-gorila, y corrobora, al igual
que Naef, Kollmann, etc, que el cráneo de los embriones y los lac-
tantes del simio tiene ciertas formas humanas, que sin embargo
pierde a lo largo de su vida hasta llegar a la inversión de las pro-
porciones totales. Los rasgos son: predominio de la bóveda cranea-
na muy abombada; cambio de posición del breve rostro bajo la
bóveda craneana; fuerte arqueamiento del frontal, foramen mag-
num central; cierre de las órbitas en las sienes; las fosas orbitarias
dirigidas hacia delante.
El hombre mantiene esa forma que muertran el embrión y las
crías de todos los monos (Bolk). En los simios se produce una evo-
lución en el sentido de un prolongamiento del hocio (al modo de
los animales depredadores) y empequeñecimiento de la parte cere-
bral. La proporción entre la parte de cráneo correspondiente al ce-
rebro y la correspondiente al rostro se invierte totalmente, desapa-
reciendo los rasgos semejantes a los humanos del cráneo del simio
joven: el foremen magnum retrocede; las líneas de las sienes se le-
vantan; la frente se hace huidiza; la mandíbula inferior oblicua;
se presenta un enorme desarrollo de la mandíbula con formación
de los colmillos y los abombamientos superciliares; ha surgido,
pues, el típico «cráneo depredatorio» de los monos adultos.
Schindewolf no saca la conclusión (como hacía Kollmann) de
que los antropoides, siguiendo la ley biogenètica fundamental, tu-
vieran que proceder de formas más semejantes a las humanas, mien-
tras que el hombre habría retenido la forma primitiva que sirvió de
punto de partida. Más bien recurre a una manifestación, que tam-

29. Das Problem der Menschwerdung, eiti palaontólogischer Lósungs-


¡ersuch-, Jahrb. d. Preuss. Geolog. Landésanst 4 9 / 2 (1928).

132
bien aparece en los invertebrados, y que él llama «proterogénesis».
Mantiene la teoría de que en el caso de los monos la ley biogenètica
fundamental no tiene ninguna validez o significado retrospectivos,
por cuanto que los estadios que repiten los modos de ser que pose-
yó en otro tiempo su tronco filogenètico no son los de la juventud,
sino los de la edad adulta. Los primeros nos presentan los ras-
gos característicos de los antepasados, mientras que los nuevos com-
plejos de caracteres distintivos fueron adquiridos repentinamente
y sin que existieran los estadios filogenéticos anteriores correspon-
dientes a partir de los grados ontogénicos primeros de los monos;
por tanto, las formas juveniles aparecieron con nuevos caracteres.
En el caso del hombre, la evolución transcurre progresivamente,
es decir, en el sentido de un «ir hacia adelante» de los rasgos juve-
niles hacia los estadios de vejez, o bien, en el sentido de que «se
mantienen» esos rasgos. En el caso de los simios, por el contrario,
esos rasgos juveniles se forman «regresivamente». No se extienden
a estadios de crecimiento posteriores, sino que son reducidos a esta-
dios anteriores, imponiéndose la estructura filogenètica.

La transformación de los prosimios en auténticos simios sucedió, según


nuestra interpretación, al ser asumidos rasgos formales semejantes a
los humanos en los estadios ontogénicos primitivos de los tipos fósiles
que se encuentran en la raíz del árbol genealógico del mono.

A partir del propliopiteco (oligoceno) la evolución proteroge-


nética del complejo de rasgos humanos (dentro de la familia de los
homínidos y siempre hablando sólo del cráneo) adquirió una mar-
cha fuertemente progresiva; en los póngidos se detuvo e incluso
fue regresiva. Asimismo, Schindewolf califica de «idea insosteni-
ble» a la «teoría de la reducción» de la dentadura humana a partir
de la dentadura superespecializada de los antropoides, y concluye:

N o se puede sostener la opinión tan extendida de que los hombres


procedan de los simios fósiles, al menos si se piensa (como ocurre la
mayoría de las veces) en formas, que en todos los rasgos distintivos
arriba mencionados (los embrionales y los no especializados) ya esta-
ban típicamente especializados al modo de los simios actuales.

Así pues, según Schindewolf, en el hombre se sobreponen dos


tipos de leyes: la proterogénesis y la ley biogenètica. Muestra tam-
bién muy justamente indicios (que desaparecen más tarde) de es-

133
tadios filogenéticos más antiguos en el sentido de la ley biogenètica:
cola del embrión, presencia de varias glándulas mamarias o bien
pezones; asimismo, la presencia del pliegue palatal, de la nariz in-
terna, que más tarde retroceden y originalmente, como ocurre en
los mamíferos inferiores, tienen una ubicación más ventajosa.
Ahora bien, según esa teoría sería de esperar que los represen-
tantes más antiguos de la especie humana fuesen más semejantes a
los simios en algunos aspectos, ya que en ellos la evolución progre-
siva de la proterogénesis (del «mantenimiento» de los rasgos em-
brionales) no había avanzado tanto como en la actualidad. Por el
contrario, cabría esperar en los tipos más antiguos de simios, com-
parados con los hoy existentes, una mayor semejanza al hombre.
Prueba de ello son en primer lugar los conocidos fósiles de homí-
nidos; segundo, el australopiteco africano Dart; Schindewolf, al
igual que Osborn y Adloff (contra Gregory, Weinert, Eickstedt) ex-
cluye al dryopiteco de la parentela inmediata del hombre, a pesar de
la gran semejanza humana de los molares, a causa de su fuerte es-
pecialización simiesca. En cambio el austrolopiteco es el más seme-
jante al hombre de todos los fósiles conocidos y de los grandes mo-
nos actuales: caja craneana muy abovedada, fuertemente desarro-
llada hacia abajo; la parte de cráneo correspondiente al rostro pe-
queña, y sólo se adelanta ligeramente bajo la clara, aunque cierta-
mente huidiza, frente; faltan las protuberancias superciliares; gran
esfenoides en unión con el parietal; posición vertical de los incisivos
y colmillos relativamente pequeños.
El comienzo de los homínidos lo sitúa Schindewolf en el mioce-
no superior. Con su teoría rechaza que se pueda entender al hom-
bre como descendiente de simios ya especializados, o bien que los
monos y otrcs mamíferos se puedan derivar del hombre (Dacqué,
Westenhòfer, Kollmann, etc.).
Con gran sorpresa mía, rechaza también a Bolk. Sin embargo,
no llego a ver ninguna diferencia esencial entre las dos hipótesis,
a no ser que Schindewolf sólo trata una pequeña parte de los pro-
blemas planteados por Bolk. Ambos autores coinciden en los pun-
tos siguientes y llegan a ellos por caminos distintos, lo que hace su
testimonio más valioso: a) la realidad fundamental del hombre, o
en su caso, del cráneo humano, es el mantenimiento de rasgos fe-
tales; b) el hombre es un descendiente de los primates, pero frente
a ellos da prueba de seguir leyes especiales; c) esa particularidad
de sus leyes se muestra mediante una hipótesis complementaria. En

134
Bolk se llama «retardamiento»; en Schindewolf «proterogénesis»;
d) un primer grado de esas leyes particulares se da en las formas
primitivas (ontogenéticas) de los primates o de los antropoides res-
pectivamente; es decir, una primera «hominización»; e) tal homi-
nización no se mantiene, sino que es «ahogada por el crecimiento».
Pienso que tales son los hechos principales y no veo en ellos
ninguna diferencia, saludando por tanto cordialmente la coinci-
dencia.
El hecho de que Schindewolf rechace a Bolk se debe en parte
a razones de tipo sentimental, según propia confesión, por lo cual
puedo pasarlo por alto como tercero en discordia. En segundo lu-
gar, su teoría reduce la de Bolk a fórmulas sencillas; a saber, a la
afirmación de que el hombre se ha quedado en el estadio evolutivo
del feto de los primates. El mismo Bolk eligió tales formulaciones,
así como el sopechoso lema del hombre como «embrión de mono
con madurez sexual», que ocasionó con razón el rechazo emocional
de Schindewolf. Pero es una necesidad de la investigación muy
particularmente usada en antropología el resumir toda una compli-
cada teoría en una frase. También el missing link es una teoría con-
densada en un lema. Siempre que Bolk dice: en el hombre se es-
tabilizaron ciertos rasgos fetales comunes con los antropoides, no
está excluyendo naturalmente la construcción ulterior de los esta-
dios así retenidos, su crecimiento ulterior dentro de los carriles
establecidos, sino que está afirmando un tipo de evolución especial
del organismo humano. Por esta razón habla a menudo de «evo-
lución conservadora» del organismo humano. Por esta razón habla a
menudo de «evolución conservadora» en contraposición a la «pro-
pulsora», que consistiría en el paso de las formas fetales juveniles
a las formas especializadas de la madurez. Precisamente esa ley que
preside el desarrollo humano se llama «retardamiento» y consiste
en lo siguiente:

Aun cuando el organismo como totalidad llegue al punto final de su


evolución, terminándose el crecimiento, alguna de las propiedades parti-
culares del cuerpo no ha alcanzado aún aquel grado de evolución,
que originariamente le era propio. Entonces, esa propiedad queda fi-
jada, como podríamos decir, en un estadio incompleto, y ese carácter de
incompleto porta un matiz de infantilismo... la consecuencia necesa-
ria del efecto de retardación es que el cuerpo adquiere carácter fetal
en un grado alto y duradero 3 0 .

30. Bolk, Urttersuchungen..., 23.

135
Exactamente ese modo especial de evolución lo describe así el
mismo Schindewolf: el «ir hacia delante» o el «mantenimiento»
de los rasgos embrionales hasta el estado de estabilización definitiva
en el hombre. Podemos por tanto sumarnos a la uniformidad de la
visión básica, aun cuando el principio explicativo hipotético (re-
tardamiento o proterogénesis) presente diferencias de interpreta-
ción.
Tales coincidencias en la acentuación del primitivismo del
hombre son precisamente las que otorgan su superioridad a estas
teorías en relación con la clásica, que se desarrollaba dentro del
esquema de la adaptación de la función en las formas adultas. Es
un dogma bastante improbable que pudiese haberse producido un
cambio en el modo de ser a partir del estadio adulto. Tal fue el caso
de Schwalbe que pensaba que el hombre primitivo había perdido
los colmillos por pérdida de función, ¡porque ya tenía armas!
No podemos imaginar cómo podrían haber surgido rasgos em-
brionales humanos a partir de especializaciones simiescas aca-
badas. Si por el contrario suponemos «mutaciones» del organismo
en los estadios ontogenéticos primitivos, sí podemos imaginar que
actuasen precisamente en el «mantenimiento» de los rasgos em-
brionales. Es digno de notarse que la teoría clásica por necesidad
interna ha de llegar a las ideas lamarckianas, pues la «evolución re-
gresiva» de las especializaciones logradas por los simios (regresión
que ha de ser explicada por la teoría clásica) nunca ha podido re-
lacionarse inequívocamente con las selecciones ventajosas, precisa-
mente porque es una manifestación de que ha ocurrido una pér-
dida. Se trata de un caso interesante. En efecto, partiendo de ahí
no se puede objetar nada contra la curiosa aunque necesaria hi-
pótesis del «primitivismo» fundamental, según el cual, la evolución
directa de un arqui-primate primitivo hasta llegar al hombre tuvo
que producirse evitando las especializaciones o manteniendo la re-
tardación de los antepasados antropoideos y dentro de «un medio
ambiente óptimo casual» especialísimamente favorable. ¡Esto es lo
que exige precisamente la teoría clásica con sus «regresiones»!
Volveré ^sobre esta importante cuestión. La famosa bajada de los
árboles, aun cuando se realizara muy poco a poco, sólo fue posi-
ble si no había ningún tigre paseándose por allá abajo. Por eso
precisamente el orangután se quedó arriba.
Dentro de este contexto hemos de remitirnos finalmente a una
cuestión importantísima: los fenómenos de domesticación en el

136
hombre. Eugen Fischer tiene el gran mérito de haber llamado la
atención, en un ensayo muy importante 31 , sobre las semejanzas
morfológicas entre el hombre y sus animales domésticos, y aquí
hay ciertamente un problema muy profundo. Fischer entiende por
domesticación «el influir a voluntad en las relaciones de alimenta-
ción y reproducción», encontrando que se abría paso así una enor-
me variabilidad con respecto al tamaño, a los órganos de recubri-
miento (pilosidad, pigmentos) y a los apéndices (rabo, orejas, cres-
tas, nariz externa, etc.). Realizó con una rica casuística la compa-
ración del hombre con sus animales domésticos desde este punto
de vista, y considera, por ejemplo, el color blanco de la piel del
hombre como albinismo de domesticación; asimismo la pérdida
parcial de pigmentación que produce ojos grises, azules, etc.

No existe un solo mamífero que viva en libertad, que tenga una dis-
tribución del pigmento en los ojos como la del europeo; y viceversa,
en el caso de casi todos los animales domésticos existen individuos o
especies cuya distribución de pigmento es idéntica a aquélla.

El albinismo es uno de los rasgos distintivos señalados por


Mendel. Fischer examina desde este mismo punto de vista las au-
ténticas razas humanas enanas (pigmeos del Africa oriental, 141
cm.): «Las formas domesticadas, entre ellas el hombre, propenden
de modo especial a esa variabilidad en el tamaño (¡perro!), y esos
tamaños en la domesticación suelen ser hereditarios». Fischer ma-
nifestó también la idea de que probablemente el acortamiento de
la parte de cráneo correspondiente al rostro y la debilitación de la
dentadura pertenecen asimismo a ese tipo de fenómenos.
Hilzheimer estableció la vinculación de estas interesantísimas
cuestiones con la teoría de Bolk 3 2 . Hilzheimer, por distintos cami-
nos que Bolk, consideraba las razas de animales domésticos como
«rejuvenecimientos» acontecidos bajo el influjo de la domestica-
ción; por ejemplo, el perrillo faldero sería una forma juvenil, que
se ha hecho permanente, del perro plenamente adulto. Del mismo
modo, la forma craneana del hombre, como surgida de ese quedarse
en los estadios juveniles. En Die Stammesgeschichte des Men-
schen (1926), Hilzheimer intentó relacionar el tamaño mediano de

31. Die Rassenmerkmde des Menschen ais Domestikationserscheinun-


gen\ Zeitschrift f. Morph. u. Anthr. 18 (1914).
32. Historisches und Kritisches zu Bolks Problem der Menschwerdung:
Anat. Anz. 62.

137
la mandíbula, junto con la pequeñez de los dientes en el maxilar
inferior de Mauer, con manifestaciones parecidas que se encuentran
en los animales domésticos; se trataría pues de variantes de do-
mesticación.
Konrad Lorenz ha profundizado todavía más en este importan-
te tema 8 3 . Su tesis de que la domesticación fue elemento consti-
tutivo en el proceso de hominización ha sido ampliamente acepta-
da 3 4 . A pesar de su declaración categórica de que no se puede du-
dar ni por un momento de que el hombre como tal sea un ser
«domesticado», puede observarse un error en la mezcla de retarda-
miento y domesticación; falta que menoscaba la teoría de este ex-
celente investigador. Las consecuencias de la domesticación que se
presentan en los animales domésticos consisten en rasgos internos
y externos. Entre los primeros están la tendencia a la cortedad
de las piernas, adiposis, cabeza pequeña; debilidad muscular; va-
riabilidad del tamaño; albinismo, etc. A los segundos, las disocia-
ciones en el sistema de impulsos; acrecentamiento de las ganas de
comer; acrecentamiento y carencia de elección de las reacciones se-
xuales; desintegración de los esquemas instintivos más diferencia-
dos.

La gallina clueca de la raza bankiva no domesticada, tronco común


de todas las razas de nuestras gallinas domésticas, reacciona (tomando
a su cargo la cría) exclusivamente ante los pollitos de su misma espe-
cie, que llevan sobre su cabeza y espalda el dibujo característico (que
desempeña una auténtica función de accionador) y profieren el sonido
que caracteriza a su especie. Nuestras gallinas domésticas corrientes
no muestran ningún tipo de reacción a los colores de los pollitos. En
el caso de ciertas gallinas de carne, como Plymouth, Rhodeland', etc.,
la mayoría de las veces también ha desaparecido el rasgo acústico del
esquema que acciona el mecanismo de cría y cuidado; tales aves son
capaces de criar incluso pequeños mamíferos 8 5 .

No cabe duda de que en muchos hombres existen los fenóme-


nos calificados aquí de rasgos de domesticación, pero pertenecen al
capítulo de «daños de la civilización». Es un error entender como
consecuencia de la domesticación (como hace Lorenz) los rasgos

33. Die angeb. Formen mögt. Erfahrung: Ztschr. f. Tierpsych. V ; Durch


Domestikation verursachte Störungen des arteigenen Verhaltens: Ztschr. ang.
Psych. 59 (1940).
34. Por ejemplo, W. E. Mühlmann, Geschichte d. Anthrop., 1948, 193.
35. K. Lorenz, Die angeb. Formen, 298.

138
humanos constitutivos tal y como Bolk los describe. El infantilismo
de los habitantes de las grandes ciudades es una cosa distinta al
proceso de permanencia en los estadios juveniles de la species ho-
mo. Pero sobre todo uno de los argumentos principales de Lorenz
es insostenible: el oso de las cavernas. Este animal muestra casi
todos los fenómenos de domesticación que podemos verificar hoy
día en los esqueletos de los perros; a saber, formas gigantescas
y enanas; cabezas chatas; patas cortas encorvadas al modo del
Dackel, etc. Lorenz opina que nos encontramos ante un caso de
autodomesticación y los rasgos mencionados se explican con segu-
ridad de la misma manera que los del hombre. Al igual que el
hombre, el oso, gracias a su vida en las cavernas estaba muy bien
protegido contra los efectos del clima; se cortaba el paso a la selec-
ción realizada por animales enemigos y quedaba allanado el camino
a la domesticación. «Sin duda alguna los primeros procesos de
domesticación acontecieron en las cavernas de los osos y un poco
más tarde en las de los hombres a nivel de anthropus».
Sin embargo las dudas son fortísimas. «La mayoría de los asen-
tamientos cavernarios europeos y mediterráneos se ubican en la
glaciación de Würm (la última), sin embargo existen también en el
período intermedio que le precede» Así por ejemplo, el Dra-
chenloch en Vättis (¡2445 m.!) que con la finalidad de cazar osos
de las cavernas fue explorada en el interglacial Riss-Würm y está
claro que también fue ocupada transitoriamente todos los años.
Por lo demás, «todos los hallazgos (excluyendo Castillo) de la, gla-
ciación Riss y aun de períodos más antiguos de la glaciación en Eu-
ropa, Asia anterior y Africa proceden de estaciones de campo abier-
to». De este modo se viene abajo el argumento empírico principal
de los mostrados por Lorenz. Además la teoría de la autodomesti-
cación tendría que explicar (como objeta Portmann 3 7 ) por qué pre-
cisamente el rasgo esencial de la domesticación, es decir, el estanca-
miento o incluso el retroceso en la formación del cerebro, en el
caso de la autodomesticación humana se ha vuelto totalmente del
revés y por qué otro fenómeno de la domesticación, la pronta ma-
durez sexual, en el caso del hombre también ha sido sustituido por
su contrario.
Por todo esto no existe ningún motivo para apartarse de lo
esencial de la teoría de Bolk. Retardamiento o rejuvenecimiento

36. G . Kraft, Der Urmensch als Schöpfer, 1928, 16.


37. Biol. Frgm., 134.

139
por un lado, y domesticación por otro, son procesos heterogéneos.
La teoría no es sin embargo perfecta. Existen hechos que difícil-
mente se pueden explicar con ella, por ejemplo el aducido por
Schultz: los monos cuando han alcanzado las formas adultas se
hallan más cerca de las proporciones fetales que el hombre, mientras
que éste (con un tipo de crecimiento que se aparta de todas las
escalas simiescas) no alcanza las proporciones corporales de la ma-
durez hasta bastante después del nacimiento. El mismo Portmann
ha mejorado de modo decisivo el pensamiento fundamental dema-
siado simplificado de Bolk: la retardación de la evolución. Nuestro
movimiento evolutivo abarca un apresurado aumento de crecimien-
to (sólo propio del hombre) al comienzo, que se detiene hacia el
final del primer año; después la tardía fase de crecimiento de la
pubertad, de la que tampoco existe paralelo en el mundo animal,
y en medio de las dos un período de crecimiento muy lento. Preci-
samente en este período se estructuran los elementos de actitud,
lenguaje y comportamiento en acción recíproca con los influjos del
medio ambiente social. «La lentitud de la evolución no se presenta
puramente como una situación fundamental somática, sino subor-
dinada al modo de existencia, abierta al mundo, del hombre» 3 8 .
Se trata de una profundización importantísima de la teoría de Bolk,
que sólo ahora se hace adecuada para servir de base a una antropo-
logía general.
Si el hombre, como mantendremos nosotros en este libro, es
«un ser cultural por naturaleza», lo dicho anteriormente significaría
que cualquier clase de ley evolutiva particular (como retarda-
miento, proterogénesis, etc.) puede estar en la base de la es-
tructura natural de un ser no especializado, remitido a la acción,
y no consolidado. Sin embargo, de tal manera que toda la or-
ganización interna está referida al comportamiento, del que
depende la existencia del mismo ser, a la tarea de cambiar el
mundo. Ese comportamiento y sus efectos retroactivos en las
condiciones vitales logradas por él mismo podrían trabajar en
estrecha colaboración con esa ley evolutiva, de tal manera que los
rasgos típicamente humanos fuesen continuamente fortalecidos
por los erectos retroactivos de su propio comportamiento, provo-
cando mutaciones en la dirección de aquellas transformaciones (co-
mo por ejemplo la del sistema endocrino) por las que comenzó la

38. Ibid., 102; Die Ontogen. d. Menschen ais Probl. d. Evol. Forschg., 8.

140
hominización. De este modo los rasgos de fetalización constitucio-
nal y los de la domesticación (que están presuponiendo siempre el
influjo, provocador de mutaciones, de las relaciones culturales) po-
drían sobreponerse, por decirlo así, en la misma dirección.
El problema principal ante el que se encuentra la morfología
del hombre quedaría por lo mismo superado y hemos intentado
ordenar el material (muy disperso en la bibliografía) bajo un deter-
minado punto de vista, ya que para la antropología tiene importan-
cia decisiva, desde el punto de vista morfológico, la comprensión
de la no-especialización y la no-adaptación del hombre a la circuns-
tancia natural; su carácter de «ser carencial». Pues de ahí se sigue
la cuestión antropológico-biológica sobre la capacidad para vivir
de semejante ser y junto con ello la comprensión de la acción como
punto central de la existencia humana. Y sólo partiendo de la ac-
ción nos formamos una idea de la función biológica de la concien-
cia. Con otras palabras, ¿no es ya tiempo de conceder que la pre-
gunta acerca del origen del hombre no se puede responder sola-
mente dentro del terreno de la anatomía comparada? En efecto,
antes de que nos preguntemos por el origen de alguna cosa, necesi-
tamos tener un concepto justo de lo que allí se origina. En el pre-
sente libro tratamos de las bases científicas, analíticas, de esa de-
terminación de esencia, siendo la ventaja de este punto de vista
el que sólo secundariamente se interesa en cuestiones pertinentes
a la historia de la evolución. Lo que hemos de mostrar es la ubi-
cación especial del hombre dentro del ámbito de la vida, logrando
una idea totalizadora de ese ser, que, como veremos, puede dar
cuenta cabal de numerosos detalles y hechos. Idea que, cierta-
mente, sólo proporciona elementos, ya que ha de encerrar en sí el
ámbito inmenso de cuestiones antropológicas culturales y sociales,
pero que sin embargo pone en relación comprensible lo interior y
lo exterior del hombre siguiendo el hilo conductor de la acción,
sin tener que plantearse problemas metafísicos insolubles, tales
como el problema cuerpo-alma. Si las categorías empleadas por
nosotros, como descarga, comunicación, retardación (rejuveneci-
miento), etc., son «neutrales psicológicamente» (como las llamó
Scheler, por cuanto que cualquier aspecto de la conciencia tiene su
correlación pulsional, y su correspondencia morfológica), es un mo-
tivo positivo, fundado en los fenómenos, el que nos impide entrar
en el problema cuerpo-alma, mientras nos atengamos a los fenó-
menos mismos. La investigación en el primitivismo morfológico y

141
en la carencia de especialización es un elemento necesario de esa
concepción y por eso tuvimos que presentar y documentar esos
hechos. Ahora bien, los problemas morfológicos son al mismo tiem-
po histórico-evolutivos, y a la fuerza nos vemos introducidos en la
hipótesis sobre el origen del hombre, que hemos de tratar a conti-
nuación.

12. La cuestión del origen del hombre

La carencia de especialización en el hombre es la piedra de to-


que de toda doctrina sobre el origen del mismo. El que no la sitúe
expresamente en el punto central de la problemática estaría elu-
diendo toda la dificultad e importancia del problema. Así lo hace
la teoría darwinista clásica al decir que el hombre, siguiendo una
evolución directa e ininterrumpida ha pasado por un estadio en
el que ha sido antropoide, simio. Incluso un libro admirable en
su género como el de Rensch 39 se mueve absolutamente en el te-
rreno de las hipótesis de selección y mutación. Autores como Wei-
nert, Weidenreich, von Eickstedt, coinciden (por encima de las di-
ferencias de cada uno de ellos) en afirmar que el hombre procede
a través de una evolución directa de antropoides de la era tercia-
ria, que están emparentados en sus rasgos esenciales con los gran-
des monos que viven hoy todavía. El dryopiteco del mioceno (un
chimpancé del terciario con grandes colmillos, que incluso parece
sugerir su origen europeo) es el que con más frecuencia quiere
presentarse como ese antepasado. Así, por ejemplo, W. Marinel-
li 4 0 .
Las ideas de Rensch se hallan, como hemos dicho, en el punto
de vista de la teoría racional de la descendencia acentuando que,
en el caso de existir adecuados planes de construcción, la evolución
superior es una consecuencia infalible de la selección natural. Con-
tra el punto de vista de Bolk-Dubois-Versluys (la retardación no se
produjo por selección) objeta:
El alargamiento del tiempo de juventud y el enorme aumento, vincula-
lado con aquél, de posibilidades de acción múltiple y plástica significa
una ventaja inequívoca de la selección. Semejante ventaja había de
actuar positivamente al enfrentarse a cualquier tipo de concurrencia.

39. Neuere Probleme der Abstammungslebre, 2 1954.


40. D. Abst. d. Menschen, Wien 1948, 50.

142
Poco después declara que «gracias al desarrollo del idioma y
del centro del lenguaje» probablemente se hizo posible un tipo
totalmente nuevo de ideas universales.

El hombre actual piensa con palabras, fundándose así su capacidad


para estructuras complicadas de conceptos, para fantasías y especula-
ciones, es decir paria el pensamiento abstracto. También en este caso
se había dado sin más el auxilio de la selección natural, pues gracias
a la fantasía podían ser imaginadas situaciones futuras, etc.

Es conveniente llamar aquí la atención sobre cómo la teoría se


transforma en auténtica por sí misma. Ciertamente cualquier ca-
pacidad humana funciona, y en esa función siempre se puede de-
tectar una parte o aspecto de productividad y, por tanto, de pro-
vecho. Pero habría que probar antes que ese provecho tenía un
valor selectivo. El puro hecho de que una función funcione y fun-
cione con provecho, no puede servir de prueba de que llegó a exis-
tir por un proceso de selección y no por fuerzas evolutivas autóno-
mas. Del provecho que reporta la función, se pasa al valor de se-
lección; de éste al proceso de selección; de aquí al de mutación
como origen de la función o bien de su substrato orgánico (por
ejemplo, del centro del lenguaje). Por cierto que la «concurrencia»
contra la que se supone que tuvo que enfrentarse el pre-hombre
y a la que vencía gracias a ventajosas mutaciones, es pura ficción.
¿Con qué clase de seres tuvo que entrar en competencia y a propó-
sito de qué espacios vitales? Nada refuta la otra posibilidad: una
evolución autónoma le procuró nuevas oportunidades vitales, «un
mercado propio», por seguir con la metáfora de la competencia, de
modo que dejara a los simios los árboles en los que viven todavía.
No podemos comprender de ninguna manera cómo el desarrollo del
lenguaje y el pensamiento podía ser una ventaja de la selección
frente a los antropoides en la competencia por sobrevivir en la sel-
va. Asimismo hemos de preguntarnos: ¿en qué tipo de competen-
cia; con quién y acerca de qué pudo ser una ventaja de selección
el alargamiento de la época juvenil desamparada y no más bien una
desventaja llena de peligros para la vida?
Mostrar el esquema total sinóptico de un antropoide, del
que hubiera podido proceder el hombre por evolución directa, es
una tarea insoluble, como lo demuestra el intento de Weinert 4 1 .

41. Die Entstehung der Menscbenrassen, 1938.

143
Declara al dryopiteco germánico como antepasado animal directo
del hombre y de los antropoides recientes. Ahora bien, el dryopi-
teco del mioceno era un antropoide clarísimo con grandes colmi-
llos y P 3 especializados; un auténtico pre-chimpancé. A partir
de esas formas habrían acontecido en la Europa central las prime-
ras fases de la hominización. Weinert considera posible que una
horda de hombres semejantes a los chimpancés hubiese logrado
casualmente el dominio sobre el fuego, acostumbrándose así al ho-
gar doméstico, prescindiendo de los candidatos fracasados de la
hominización, los cuales «se habían sentado junto al primer fuego
como asistentes privados de razón» y luego «habían vuelto a hun-
dirse en el reino animal» 4 2 . Más tarde mostraré, al analizar la in-
teligencia de los antropoides, que es absolutamente imposible
que el hecho de mantener un fuego «casual» estuviera presuponien-
do una abstracción, la cual no es posible sin lenguaje. Al menos, el
concepto de «ramas secas» y el «buscar» desde semejante punto de
vista mantenido. Sabemos muy bien que eso supera con mucho
la inteligencia de los antropoides, aun prescindiendo del miedo in-
superable, instintivo, de todo animal ante el fuego.
Ahora bien, dado que los primeros hallazgos auténticos de ho-
mínidos tuvieron lugar en Java, Weinert tuvo que suponer una
emigración de sus seres desde Europa central hacia Java. No puede
caber duda ninguna de que un viaje semejante es inimaginable que
lo realizara ningún animal, teniendo en cuenta las numerosas di-
ferencias de clima, suelo (estepas, bosques, alta montaña) y nues-
tras experiencias sobre la estrecha vinculación que todas las espe-
cies animales tienen con su región. Pero la consecuencia se encon-
traba en el punto de partida que se había tomado, y por eso dice
Weinert: «Probablemente, los pies, que estaban dispuestos al mo-
do simiesco para agarrar las cosas, ya no eran plenamente adecua-
dos en el caso del dryopiteco» 4 3 .
Así pues, hemos de imaginarnos un chimpancé que domina el
fuego y camina sobre pies humanos y finalmente poseyó el deseo
de conocer, cosa que le llevó a sobrepasar los límites de su territo-
rio original. Pero sabemos perfectamente que el rendimiento de
la inteligencia de los simios se mantiene estrictamente dentro de
sus intereses de alimentación y juego, faltándole el concepto como

42. Der geistige Aufstieg d. Menschheit, 1940, 66.


43. Die Entstehung der Menschenrassen, 105.

144
percepción de cosas objetivas. Más adelante hemos de ver que no
solamente la inteligencia, sino también la estructura específicamen-
te humana del movimiento y la actuación de los sentidos toman
parte en la concepción de cosas objetivas.
Si, como intentó Weinert, se quiere construir realmente el mis-
sing link (eslabón perdido) existente entre los antropoides y el
hombre, y no solamente afirmar, a la vista de algunos restos fó-
siles, que éstos representan ese eslabón, hay que incluir un mí-
nimo de rasgos humanos: el caminar sobre los pies; posesión del
fuego; comienzos del lenguaje; postura erecta... Resulta de ahí un
animal tan prodigioso; una cosa tan fuera de todas las categorías
biológicas, que sólo a ese ser y no al hombre habría que señalarle
una ubicación especialísima dentro de la naturaleza.
Esta construcción se puede echar abajo, porque sabemos que
para la menor actividad humana, por ejemplo, para manosear una
cosa objetiva y «experimentarla» entran en juego todas las propie-
dades humanas: erección (por tanto, estar' sobre los pies), mano
en posición libre; movimientos variables y recuperables; estruc-
tura instintiva frenada; visión simbólica; ámbito perceptivo orien-
tado en sentido vertical y un «darse cuenta» abstracto. Aislar
cualquier propiedad humana y traspasarla a un animal cambiaría
por completo todos nuestros conocimientos biológicos sobre la in-
terconexión existente entre medio ambiente, campo de percepción,
disposición especializada de los órganos y la estructura de los ins-
tintos en el animal. La estructura nueva, absolutamente incompa-
rable, que aparece con el hombre, se trasplantaría en parte al ani-
mal y con ella lo que para nuestra capacidad imaginativa es intrans-
ferible, incluso algo de tipo legendario, como la salamandra, a la
que, según parece, no le asusta el fuego. Me siento obligado a de-
cir que no puedo interpretar en otro sentido las palabras: «actitud
vital, que hasta en la posesión del fuego no se diferencia esencial-
mente de la actitud propia del simio». No queremos decir en modo
alguno que las teorías modernas acerca del origen del hombre
hayan abandonado el punto de vista clásico de la procedencia a base
de mutación y selección, como a veces se oye. Pero junto a esa
teoría, y en competencia con ella, aparecen todas aquellas hipótesis
que prestan atención fundamental a la ubicación especial del hom-
bre y expresamente se ocupan de la no especialización del mismo.
Si hacemos eso, resultan entonces tres esquemas (solamente tres)
de solución:

145
1. Se asegura (o más correctamente se sospecha) que el hom-
bre procede de una línea propia. Esta hipótesis se presenta bajo dos
formas:
a) El hombre sigue una serie propia de evolución, que se
remonta más allá de los mamíferos; hay una «rama especial» de
cuño homínido hasta en los estadios anteriores a los mamíferos.
También se intenta hacer retroceder la ascendencia humana, de-
jando a un lado a los monos, inmediatamente hasta mamíferos
primitivos 4 4 .
b) El hombre y los antropoides se han desarrollado de un
modo paralelo; tienen antepasados comunes muy lejanos. Dado
que hay que atribuir a este antepasado en algún sentido las dispo-
siciones o predisposiciones para la hominización, la evolución ha-
bría caminado a partir de él directamente hacia el hombre, mien-
tras que una rama colateral habría conducido a los antropoides si-
guiendo la vía de la especialización y la «animalización». Este
archiprimate podría ser llamado con la misma razón homínido o
antropoide y a él habría que atribuirle ya, al menos, algunos ras-
gos esenciales en los que hoy consiste la ubicación especial del
hombre. Según esta hipótesis, cabría esperar que los antropoides
fósiles fuesen más semejantes al hombre que los actuales, cosa que
de hecho ocurre. Tipos como el australopiteco o el parántropo se-
rían restos tardíos de una rama colateral muy primitiva de ese
archiprimate (Adloff, Osborn).

2. Incluso se puede conceder que el hombre provenga de


antropoides relativamente no-especializados, pero entonces tiene
que añadirse una hipótesis complementaria o una ley especial, que
se refiera a la ubicación especial del hombre. En este sentido se
mueven la idea de la retardación de Bolk o la proterogénesis de
Schindewolf. A este respecto es igual que esas leyes especiales se
encuentren o no en alguna otra parte del reino animal. Lo que debe
hacer en cualquier caso es situar los rasgos humanos específicos.

44. A este grupo a pertenecen, por ejemplo, Klaatsch (Das Werden der
Menschheit), Westenhöfer (Das Problem der Menschwerdung, 1935; Der
Eigenweg des Menschen, 1942). Dacqué (Urwelt, Sage und Menschheit,
1928; Entwicklungslehre als anthrop. methaph. Problem-, Bl. f. dt. Philos.
6 [1932]); Fr. Samberger (Über Entst. u. Entw. des Lebens, 1933), Frechkop
y otros.

146
Por lo que hace a la teoría a, apenas se pueden presentar prue-
bas concluyentes y sólidas, por lo que la podemos colocar entre
paréntesis. Entre las teorías b y 2 puede ciertamente elegirse (se-
gún nuestra opinión), pero esto solamente tendrá sentido cuando
pueda aportarse nuevo material a cualquiera de ellas. Sin esta con-
dición, solamente podemos decir que la teoría de Bolk-Versluys, in-
cluyendo los hallazgos de Portmann, es la que presta atención a
una mayor cantidad de hechos y de características, mostrando tam-
bién su procedencia. Los esquemas de solución mencionados estu-
dian los hechos fundamentales del arcaísmo, el primitivismo y la
no-especialización del hombre de una manera expresa, facilitando
un marco biológico en el que se pueden encuadrar de modo com-
prensible los fenómenos de la conciencia, como aquí sucede. Ade-
más, tienen que estar suponiendo que durante el período de «homi-
nización» se dio un medio ambiente, casual, óptimo, favorabilísimo,
un auténtico «paraíso», ya que un ser no-especializado, antes de
que fuera efectiva su inteligencia instrumental, tuvo que haber es-
tado inadaptado y carente de protección. Es decir, sólo pudo haber
vivido en un «seno maternal de la naturaleza». A una conclusión
tan notable llegó ya Klaatsch 4 5 . Con toda razón vio en la carencia
de especialización del hombre «la vigorosa retirada de todas las
circunstancias que tenían relación con la lucha por la vida», ex-
plicándolo mediante «la suposición de que la prehistoria del hom-
bre revela largos períodos en los que la lucha por la existencia per-
dió mucha intensidad, en los que, por tanto, unas condiciones ex-
traordinariamente favorables permitieron al género de los proán-
tropos realizar transformaciones que hubiesen sido poco prácticas
e incluso perjudiciales en la lucha por la vida».
Por lo que se refiere a los hallazgos fósiles, podemos ordenar
en una serie progresiva el sinántropo, el homo neanderthalensis
(inclusive el de Heidelberg) y el hombre reciente. De aquí no se
sigue que haya existido una conexión genética real. Aun suponién-
dola, sigue en pie la cuestión de si se hallaba en juego o no un tipo
de ley evolutiva autónoma. El sinántropo procede del diluvium
medio. Se estima la antigüedad de los hallazgos en 400.000 años
por lo menos. Conocemos restos de unos 40 individuos, que pre-
sentan una asombrosa amplitud de variaciones entre sí, «la cual
nos lleva desde estadios muy primitivos hasta la proximidad del

45. Korresp. Blatt. d. Dt. Ges. f. Anthrop. (1899) 157.

147
Neandertal» (von Koenigswald) 4 6 . Conocía el uso del fuego y he-
rramientas sencillísimas. El Neandertal era extraordinariamente
alto y macizo; el tamaño de su cerebro se hallaba por encima de la
media del hombre actual. Por eso no es seguro (Marinelli, o. c.,
46), que pertenezca a la serie de antepasados del hombre actual
que habría podido pasar de largo junto a él.
El famoso pithecanthropus-Y^XoxXe. encontrado en 1891 por
Dubois en Trinil, que Virchow clasificó entonces como un gibón
gigante, ha sido incrementado entretanto con otro ejemplar hallado
por von Koenigswald (1937, en Sangiran, Java central). Este tipo
presenta una mezcla de rasgos humanos y simiescos. Entre estos
últimos, un estrangulamiento detrás de los ojos y la curvatura de
la parte posterior de la cabeza. A esto se añadió más tarde, en
1939, una mandíbula superior (con el rasgo, típicamente simiesco,
del diastema, en el que debía de encajar un gran colmillo) y una
calavera mal conservada. La mandíbula superior produjo sensación,
ya que la falta de un diastema se tenía como un primitivismo típi-
camente humano. Precisamente a causa de ese desarrollo del colmi-
llo, von Koenigswald todavía en 1939 excluía al dryopiteco (como
si fuera una superespecialización) de la relación directa con el hom-
bre, y lo mismo habría de aplicarse a aquella mandíbula superior.
Por otra parte, un fragmento de la mandíbula inferior hallado asi-
mismo en las excavaciones de Trinil parece permitir la conclusión
de que, en este caso, el colmillo y el premolar adyacente eran pe-
queños. Dado que no existe ningún resto cultural del pitecántropo,
ni ningún cráneo completo bien conservado, se plantea de nuevo
la cuestión de si realmente se trata de un homínido; tanto más
cuanto que Dubois, antes de su muerte, acaecida en 1940, se unió
a la opinión de su antiguo contrincante Virchow, calificando su pro-
pio hallazgo de 1891, mundialmente famoso, como un gibón. Pro-
bablemente la relación entre el sinántropo y el pitecántropo no es
tan estrecha como se cree, aun cuando se pueda suponer que am-
bos son contemporáneos.
El grupo del australopiteco (con su dentadura asombrosamente
parecida a la humana y no-especializada; el notable abombamiento^
craneano y la carencia de protuberancias superciliares) estaría más
cercano al hombre que los antropoides recientes e incluso más aún
que el pitecántropo, si nos imaginamos a éste con sus grandes col-

46. Neue Menschenaffen u. Vormenschenfunde: D. Naturwiss. (1939).

148
millos. Después del hallazgo de la calavera de un primate infantil
en Taungs por R. Dart (1924), que fue llamado australopiteco afri-
cano, Broom encontró en Sterkfontein (Transvaal) restos de cala-
vera, que se hallaban muy cerca de ese tipo y que él llamó plesian-
thropus. Los hallazgos de Komdraai en 1939 aportaron el género
del paranthropus. Hoy día se reúnen todos esos tipos, evidentemen-
te emparentados entre sí y con una rápida multiplicación, con el
nombre de australopithecinae. Existen restos de más de cien indi-
viduos. El volumen del cerebro parece haber aventajado al de los
actuales grandes monos. La estructura y función de la dentadura
y de los dientes son inequívocamente de tipo homínido; todas las
características de los huesos de la pelvis están apuntando a un ca-
minar erecto; sobre todo el foramen magnum se halla mucho más
adelante que en el caso de los antropoides.
En las cuevas de Makapansgat y Sterkfontein han aparecido al-
gunos utensilios de la cultura de la edad de la piedra. Se trata de una
técnica muy primitiva a base de golpes: el canto rodado es golpeado
transversalmente, surgiendo un filo cortante 4 7 . Dart llegó a encon-
trar en huesos de antílopes esquirlas de hueso incrustadas, es decir,
era un instrumento para desgarrar 4 8 . El cráneo del zinjanthropus
de la misma familia, que junto con utensilios de piedra fue encon-
trado por Leakey, en 1959, en Oldoway, se sitúa en el pleistoceno
inferior. Quizás se trate del homínido más antiguo que se ha en-
contrado hasta ahora.
La hipótesis que mantuvimos desde la primera edición, suge-
rida en aquel entonces por Adloff, parece confirmada: hay que
buscar los antepasados del homo sapiens en la dirección del austra-
lopitecus.

Es muy posible que desde hace millones de años caminemos erectos y


con la cabeza erguida sigamos la marcha de la evolución que nos h»
sido prefijada, dondequiera que nos conduzca 4 9 .

Una vez más volvemos al camino de nuestras investigaciones.


La tarea que tenemos ante nosotros en los siguientes capítulos es
la descripción de las actividades sensomotoras, dentro de las cuales

47. A. Varagnac (ed.), Der Mensch der Urzeit, 1960, 16, 19, 54.
48. G . Heberer: Natur und Volk 10 (1960) 134.
49. W. M. Krogman, Blick in d. Wissensch. I I , 1949.

149
construye el hombre por su propia mano su mundo de percepciones
y en inmediata conexión desarrolla su ilimitada capacidad de movi-
miento, asumiendo la dirección de esás actividades. Comienzan de
ese modo los procesos de descarga puramente humanos, en los que
atrayendo hacia sí el mundo en la experiencia, a consecuencia de
esa actividad, lo reduce y concentra en puros símbolos percepti-
bles, ganando en visión general y disponibilidad. En esos procesos
obtiene al mismo tiempo dominio sobre una ilimitada e ilimitable
multiplicidad y variabilidad de movimientos, síntesis y preludio
de movimientos, hasta que finalmente surge sobre esta infraestruc-
tura, siguiendo un desarrollo rectilíneo, el lenguaje, permitiéndonos
echar una mirada a la profunda conexión entre conocimiento y
acción.

•s

150
Percepción, movimiento, lenguaje

13. Procesos cíclicos elementales en el intercambio y trato con


el mundo

Después de haber descrito la ubicación morfológica especial del


hombre basándonos en su carácter «primitivo» y en la no-especiali-
zación de su physis, se sigue la consecuencia de que el hombre ha
tenido que producir por sí mismo las condiciones necesarias para
el mantenimiento de su vida. En efecto, la no especialización signi-
fica la carencia de un medio ambiente que le fuera propicio por
naturaleza y con el que viviera en equilibrio biológico. En segundo
lugar, implica la necesidad de que su constitución (desamparada y
desprotegida desde el punto de vista orgánico) se hiciera capaz de
abrirse camino mediante la auto-actividad (sin ser movido por algo
ajeno); es decir, hiciera posible su existencia física mediante accio-
nes experimentales y controladas.
Esto da como resultado dos series de tareas mutuamente entre-
lazadas. La primera consiste en la apropiación de esa plenitud que
le ofrece el mundo, y que no es una circunstancia (un mundo cir-
cundante) creada por selección, fragmentada, pobre de estímulos,
e incorporada mediante los instintos, como es la del animal, sino
que sencillamente es un campo ilimitado de admiración, en el que
lo primero que se hace necesario es una orientación. Tal orienta-
ción no se logra de un modo «teórico», sino práctico; a saber, me-
diante movimientos que tienen un valor de apertura, de apropia-
ción y de ejecución y que actúan en colaboración estrechísima con
los sentidos de la vida y el tacto. Calificamos a esos movimientos
de «comunicativos» y debemos investigar su estructura y funció-
la
namiento específicamente humanos. También su resultado, que
consiste en la construcción realizada por sí mismo, del mundo vi-
sual, interpretado y dominado, y que nosotros los adultos creemos
haber recibido de un modo inmediato y directo. Ese mundo visual
es reducido mediante la actividad propia a centros (que se han
hecho íntimos, sinópticos y ricos es significación) de «posible rique-
za de contenido»; a «cosas» conocidas por nosotros. Mas esto es
un proceso de descarga; es decir, una transformación activa del
campo de admiración en el mundo (disponible y patente a la vis-
ta en sus significaciones condensadas) de las impresiones y conse-
cuencias que pueden esperarse. Al igual que este proceso hemos
de investigar también cuidadosamente cómo surge el lenguaje en
el circuito de esos procesos, continuando en línea recta ese des-
arrollo. La descarga o desconexión de la presión inmediata del pre-
sente; la liberación y despliegue de fuerzas cada vez más elevadas
y con menor esfuerzo para volver al mundo, a fin de dominarlo y
aprovecharlo de una manera planificada; todo esto quedará de
manifiesto en el curso de nuestra investigación.
En conexión inmediata y siguiendo un desarrollo paralelo que-
dará solucionada una segunda serie de tareas, que podríamos colo-
car bajo el título de «Desarrollo del dominio sobre los movimien-
tos». Ha sido muy poco observado el hecho de que el hombre viene
caracterizado por una gran abundancia de posibilidades de movi-
miento absolutamente no-animales. Las combinaciones de movi-
mientos posibles que podemos realizar son literalmente inagotables
y la sensibilidad de las coordinaciones es ilimitada. No solamente
podemos tocar cualquier parte del propio cuerpo, sino que podemos
coordinar todo movimiento con cualquier otro y transponer cual-
quier figura de movimiento de un miembro a otro cualquiera. Esta
capacidad se basa desde el punto de vista anatómico en la posición
erecta del hombre, en la disposición de los órganos de los senti-
dos, la movilidad de la cabeza, de la región lumbar, etc.; en la
multitud de articulaciones (sistema mano-brazo) conectadas entre sí
y en que la piel desnuda es toda ella una superficie sensorial. Per-
tenece además a este capítulo la formación de una fantasía del mo-
vimiento o kinefantasía, de tipo imaginativo, y la capacidad de eje-
cutar movimientos simbólicos y significativos. De este modo pode-
mos transponer los movimientos, continuarlos entrelazados y diri-
girlos unos hacia otros. Sólo entonces tendremos una capacidad de
acción adulta y controlabla (adecuada a la indescriptible multipli-
152
cidad de la circunstancia mundana), de una plasticidad y variabili-
dad casi absolutas. Esa facultad o capacidad de acción se desarrolla
asimismo mediante la propia actividad y mediante aquellos mismos
procesos, que sirven también para adquirir experiencia y para ele-
borar la abundancia de impresiones. El niño recién nacido está
tan desorientado y desamparado, como incapaz de movimientos. To-
dos los animales, después de un breve tiempo, dominan toda la esca-
la de movimientos que les es necesaria. Por el contrario, los movi-
mientos humanos están establecidos sobre el autocontrol y sobre la
capacidad de realizar coordinaciones controladas y variables hasta el
infinito en su contacto directo con la experiencia objetiva; es decir,
sobre la capacidad de mezclar de un modo plástico, sensitivo e idó-
neo, la kineíantasía imaginativa; los fantasmas de los resultados ob-
jetivos y sus modificaciones. En el nacimiento son hasta tal punto
inhábiles, precisamente porque desde el principio han de hacerse
capaces mediante el esfuerzo encontrado por sí mismos, pero per-
maneciendo variables y teniendo que desarrollarse en el trato y
comunicación con las experiencias objetivas. Estas dos series de
tareas contienen por tanto clarísimamente la necesidad humana de
la acción en un mundo que va siendo incorporado'y conocido. El
mundo se domina mediante acciones comunicativas y libres de am-
biciones y toda su plenitud es captada (conocida) en la experiencia,
ya que el medio de permanecer en la existencia sólo se consigue
gracias a acciones objetivas, dirigidas y coronadas por el éxito. La
plasticidad de los movimientos humanos es de necesidad vital, ya
que viene a ser la capacidad de adaptación a circunstancias infini-
tamente distintas y su empleo previsible. Tiene una gran impor-
tancia filosófica el hecho de que conocimiento y acción sean insepa-
rables ya desde su raíz; que la orientación en el mundo y el manejo
de la acción sean un mismo proceso. Hemos de retener esta compro-
bación aun después, cuando ambos aspectos se separan entre sí.
El niño pequeño viene al mundo en una situación tal de des-
amparo (por decirlo así, en un estado postembrional) que la mayo-
ría de los estímulos sensitivos le producen sencillamente molestias y
responde a ellos con reacciones de displacer. Según parece, en este
momento la naturaleza ayuda, de modo provisional, mediante un
rechazo fisiológico de la abundancia de excitaciones, antes de que
sea posible establecer una relación con esa plenitud. En su segundo
mes, el lactante aprende a soportar sin desagrado la excitación,
por ejemplo, acústica. En el tercer mes da el importante paso de

153
la adquisición del equilibrio, que sólo en la situación de protección
en que se halla el lactante humano es vitalmente posible. Según las
observaciones realizadas, en el octavo mes el 2,5 % de la excita-
ción sería negativa; 92,5 % positiva, es decir, ya aplica su aten-
ción. En el sexto mes sería el 5 % de la excitación negativa;
67,5 % neutral y 27,5 % positiva. Así pues, la exposición a las ex-
citaciones va haciéndose soportable al tierno organismo mediante
«habituamiento», según parece. Al principio, el porcentaje de exci-
taciones neutrales crece, antes de que la capacidad para elaborarlas
comience a desarrollarse, cosa que se observa ya en el mes décimo.
Entonces se produce un claro dirigirse hacia afuera, con fuerte au-
mento de movimientos de captación, y el niño comienza a fijarse
activamente en los detalles. (Tomo estas particularidades de la psi-
cología infantil, así como los ejemplos e ilustraciones, de los ma-
nuales corrientes sin una indicación más precisa).
Una vez que el niño, después de algunos meses, ha aprendido
en cierta manera a dirigir sus movimientos, podemos observar el
proceso notable de la repetición, al parecer llena de placer; la re-
producción incansable. El niño, al final de su primer año, comienza
a hacerse activo: aprende a palpar, arrastrarse, levantarse y a mo-
ver cada uno de los miembros, siempre a base de repeticiones.
Comenzaremos nuestras investigaciones con un ejemplo de Guern-
sey, que ha de ocuparnos aún más adelante. Un niño de once meses
cayó de la cama y se dio un fuerte golpe en la frente. Lloró du-
rante varios minutos. De repente se calló, se enderezó y comenzó
cuidadosamente, con toda atención y con dedicación reconcentrada,
a sacudir hacia adelante su frente docenas de veces seguidas, exac-
tamente del mismo modo, con un movimiento dirigido. ¿Cómo
hemos de entender un hecho semejante? En este caso intervienen
dos cosas: como es lógico, la esperanza de que se repitiera la excita-
ción original, el sentimiento de dolor en un lugar determinado, y
segundo: el hecho de que se repite un movimiento junto con su
«resultado sensorial», precisamente el dolor por el choque. Podría
llamársele autoimitación, dando por concluido el asunto. Pero la
cuestión es saber qué tipo de sentimiento de placer puede llegar a
ser tan fuerte que tome en cuenta incluso la repetición del dolor
por el choque. Creo que en este caso nos hallamos ante un fenó-
meno humano arquetípico. El sistema motriz (motórica) del hom-
bre, destinado a la plasticidad y a ser guía de sí mismo, ha de
emplearse primeramente en sí mismo, y el sentimiento íntimo de la

154
propia actividad es la fuente de placer de esos movimientos. No
quiero decir con esto que exista ya una captación reflexiva del
movimiento, pero sí es una realidad que los movimientos realiza-
dos casualmente (junto con sus resultados sensoriales) pueden ser
asumidos, y por ello guiados y repetidos otras veces. Quiero evitar
la expresión siguiente: el niño puede comportarse «objetivamente»
frente a sus movimientos. Pero mediante las percepciones senso-
riales que acompañan a esos movimientos se le transmite la auto-
satisfacción objetivada de sus propios movimientos. Semejante des-
cubrimiento es una posibilidad nueva, vivificante e inmediatamente
repetida. Cualquier realización no intencionada o involuntaria de
tipo cinético tiene efectos estimulantes, produciéndose así una con-
ciencia especial, la auto-satisfacción objetivada de esa realización,
que ahora puede ser asumida, repetida y sobre todo elaborada. Ese
sentimiento objetivado de la propia actividad es el que ha de di-
rigir todo el desarrollo posterior de la misma.
La enorme riqueza de movimientos variables y plásticos, que
ha de desarrollar el hombre, descansa sobre este presupuesto: para
que el movimiento se transforme en consciente y pueda ser repeti-
do, tiene que ser reencontrado sensorialmente. Tiene que conseguir
un «sentimiento objetivado de su mismidad» (entfremdetes Selbst-
gefühl) en la envoltura de experiencias sensoriales realizadas o po-
sibles. Ahora bien, dado que el mundo de percepciones sólo se des-
cubre y experimenta por medio de nuestros movimientos en él,
también (en sentido contrario) todas las percepciones se nos mues-
tran en un halo de posibilidades de movimiento; en el «cómo» de
su aparición nos mostrarán también direcciones provechosas o fruc-
tíferas de movimiento. Así como yo, por ejemplo, sólo necesito ver
la perspectiva de una casa, para deducir lo que podría desarrollar
en visiones sucesivas al conocer más íntimamente la casa. Pero de
esto trataremos más adelante.
En primer lugar nos preguntaremos si no existirán sistemas ci-
néticos de tipo superior en los cuales el resultado sensorial estuviera
vinculado de modo especial a su ejecución. Tal sería el caso, si
existieran procesos cinético-sensoriales (o sensomotores) en los que
la ejecución motriz tuviese un resultado sensorial inmediato y regu-
lar, de tal manera que el movimiento mismo produjera el impulso
a continuarse a sí mismo. Tales prosecuciones del movimiento se
transformarían facilísimamente en automáticas. De hecho parece

155
que el caminar es uno de esos movimientos. J. M. Baldwin 1 cuenta
que sujetó a su hijo por el cuerpo (dejando colgar sus piernas) en
una posición que le permitía rozar levemente con los pies desnudos
una mesa lisa. Teniendo el niño nueve meses, pudo observar tres o
cuatro movimientos bien dirigidos, uno continuación de los otros,
alternos y de tal índole que hubieran empujado al niño hacia atrás.
En este ejemplo podemos ver cómo un movimiento de piernas ori-
ginaba una sensación especial en la planta de los pies, que a su vez
era el impulso para continuar el movimiento; es decir, el movi-
miento produce el impulso para su propia repetición.
El caso más importante de los que se pueden citar aquí es sin
embargo uno particularísimo, que radica en el sistema audio-vocal.
Como es sabido, el lactante de dos a tres meses de edad puede
producir y ejercitar ya series articulatorias balbuceantes y carentes
de significado. De este modo atesora una capacidad fónica que sólo
mucho más tarde aprenderá a emplear correctamente. El hecho fun-
damental de este sistema audio-vocal es la doble realidad del so-
nido, que al mismo tiempo es realización cinética del instrumento
vocal y resonancia que vuelve y es escuchada por uno mismo.
Frente a los sonidos que producimos nos comportamos tanto acti-
vamente (en cuanto que los articulamos) como pasivamente; en
efecto, el producto de nuestra actividad vuelve sin esfuerzo al oído.
En este caso, la capacidad de una «actividad propia objetivada» (he-
cha objeto extraño para nosotros mismos) es tan llamativa, que
sólo podrá volver a encontrarse en el sistema táctil de la ma-
no, que también muestra la doble realidad activa y pasiva, ya que
también en este caso al realizar los movimientos de la mano se pro-
ducen permanentemente sensaciones táctiles. En ambos circuitos
sensoriales nuestros movimientos son reflejados instantáneamente
de modo sensorial; producen al máximo el sentimiento de la acti-
vidad propia objetivada, que se sigue propulsando a sí misma en
sus reacciones sensoriales y fenómenos concomitantes. Tan pronto
como la mano del hombre es capaz de moverse libremente se trans-
forma en un mecanismo casi independiente, pues cada impresión
táctil impulsa a «seguir agarrando», desarrollándose así nuevas
impresiones táctiles. En la época de sus balbuceos carentes de sig-
nificado el niño está ejercitando al mismo tiempo su oído y su
motricidad vocal. Entre los componentes más importantes de la

1. Die Entw. d. Geistes beim Kinde und bei der Rasse, 1898, 78-79.

156
propia actividad, encontrada por uno mismo, que luego se desarro-
lla y despliega todas sus posibilidades, se hallan el oír los sonidos
producidos y repetirlos, sabiendo abrirse paso entre todas las va-
riaciones necesarias del movimiento vocal y calidad de tono.
El ejemplo de Guernsey antes citado es muy significativo. Mues-
tra primeramente una cierta «carencia de finalidad» de la acción;
incluso que la vida va contra la planificación según unos fines, ya
que el dolor es «libremente» repetido. Un movimiento se posesiona
de sí mismo en la reacción que recibe; es reprimido o impulsado,
experimentándose así en su mismidad. Un objeto ha penetrado en
él. No le seguirá impulsando una retro-percepción abstracta, sino
la comunicación con una cosa externa, asumida en sí mismo. La
interrupción o detención del movimiento engendra la percepción,
en este caso del dolor, pero al mismo tiempo se descubre un con-
tacto con la cosa, que inmediatamente se captará vitalmente y se
continuará; en este caso concreto, se repetirá. La detención de un
movimiento le hace consciente sólo pasivamente; sin embargo, el
mundo captado en ese movimiento es comunicativo y está dispo-
nible. Ciertamente aquel movimiento detenido fue .casual. El mo-
vimiento dirigido o guiado es el que se ha independizado u «obje-
tivado» (se ha hecho extraño a uno mismo); aquel en que también
se mueve juntamente una porción del mundo.
Con todo, el movimiento de que nos habla Guernsey no que-
daría bien descrito si se clasificara dentro de los «juegos comunica-
tivos» sensomotores. En efecto, no se habría explicado el notable
carácter «teórico» de la acción, que llama la atención enseguida. El
movimiento que hemos descrito no está en ningún modo sabia-
mente dirigido; no es innato ni instintivo. No es un «reflejo» y está
totalmente desprovisto de cualquier tipo de resultado que pu-
diera catalogarse como pleno de sentido desde el punto de vista
biológico. A trueque de eso es «inteligente», si se quiere calificar
así todo lo que hemos descrito.
La idea (que hemos de justificar aquí) de que la diferencia entre
la constitución del hombre y la del animal aparece ya en la estruc-
tura de la vida cinética, ha encontrado oposición. Sin embargo de-
bería bastar nuestro ejemplo para defender tal idea. Además, el
ejemplo demuestra todavía más cosas. No comparto la inclinación
que tiene la nueva psicología a rechazar de modo tan absoluto el
concepto de «sensación» ( E m p f i n d u n g ) o a emplearlo como con-
cepto-límite puramente hipotético. Se podría discutir en' el caso

157
del sentido de la vista, pero no en el del tacto. En efecto, en este
último se dan tanto un «cese» de la sensación cuando experimenta
las propiedades de las cosas, por ejemplo aspereza y dureza, como
al revés, una experiencia concretísima de sensación en cuanto «po-
sesión» objetiva de un estado subjetivo. Este estado subjetivo
(al que hemos llegado por el camino descrito y que es retenido
«teóricamente») es precisamente en el caso de Guernsey lo prin-
cipal del proceso. El movimiento es una consecuencia de ten-
der «hacia él». Dentro de ese proceso se encierra no solamente el
placer del movimiento comunicativo (experimentado también por
los chimpancés de Köhler, igual que por todos los gimnastas
en ejercicios de salto de pértiga) sino mucho más: el movimiento
finaliza en una «vivencia de verificación». En este caso incluso
en la vivencia de un dolor, que vino a ser a su vez motivo de nue-
vas realizaciones.
Los procesos cíclicos sensomotores tienen un interés especialí-
simo cuando se les incorpora la formación de un hábito con el re-
sultado subordinado de descarga. Baldwin comprobó la existencia
en el noveno mes de la primera imitación con la mano de un mo-
vimiento visto. Por tanto, cuando un niño, por ejemplo a los 26
meses, dibuja con la mano trazos que imitan una figura que ha vis-
to, la imagen cinética de esa mano que imita el dibujo es controlada
ópticamente pasando por encima de modelo y copia. Los movi-
mientos del dibujo son al principio totalmente inseguros y erró-
neos y lógicamente el dibujo resulta desfigurado. Pero lo que apren-
de es la transposición de una figura que sirve como modelo a una
figura cinética paralela, así como a ejercitar movimientos finos más
fluidos. Si esto se logra, entonces se descarga el control visual de la
imagen y la mirada puede dirigirse, como ocurre cuando aprende-
mos a escribir, a la siguiente figura que se le presente. Ahí se ma-
nifiesta al mismo tiempo clarísimamente la función directiva de la
mirada descargada para la continuación de movimiento, que ella
ejecuta primero y ya no controla directamente. Nos encontramos
ante procesos sensomotóricos a los que faltan los eslabones inter-
medios tomo consecuencia de su automatización. El estadio final es
que también cesa la muestra, es decir, la idea formal (Gestaltvor-
stellung) guía la reproducción al escribir o dibujar. En este ejemplo
podemos comprobar la extraordinaria complejidad interna de ac-
ciones que parecen muy sencillas al final. El desarrollo (Entwick-
lung) no es solamente evolución sino también involución, como

158
dice James Mark Baldwin, ya que los elementos quedan ocultos
bajo las formas de la complejidad que ellos han formado. Todas
estas subordinaciones son dirigidas tanto por vivencias de cubri-
miento (satisfacción) como por vivencias de extrañeza (al echar de
menos algo). Se ha observado cómo un niño miraba asombrado
sus dedos cuando no se presentó la esperada vivencia táctil al tra-
tar de agarrar un objeto muy alejado. Se trata en este caso de un
comportamiento «teórico» (dentro de las realizaciones sensomotó-
ricas) semejante al mencionado anteriormente de Guernsey.
Dado que no es posible dudar de que en esa cooperación entre
tacto y vista se experimenta tanto el ser-de-ese-modo de las cosas
(con las que se ha entrado en relación) como su valor relacional
(es decir, sus manifestaciones relativas a nuestros movimientos),
podemos sacar la conclusión de que la «objetividad» del mundo
cósico sólo llega a ser real cuando está referida a esa estructura
«reflejada» del movimiento. En este sentido habría que entender
la expresión «sentimiento objetivado de sí mismo». Conocemos los
procesos cíclicos sensomotores, en los cuales el intercambio con un
pedazo de mundo es al mismo tiempo el incentivo para continuar
el movimiento; en los cuales el movimiento mantiene un peso
propio, que ha de volver a ser elaborado en el sentido de un cons-
truirse a sí mismo, que lleva en sí la satisfacción de la vitalidad
gozándose a sí misma. Pero el circuito puede cortarse en cualquier
punto, tan pronto como se presente el «extrañamiento», es decir,
que la subjetividad de la sensación táctil como tal (¡por lo tanto,
objetiva!) se transforme en dato, o bien la aparición óptica de
una cosa desarrollada precisamente por él mismo. A partir de ese
momento el proceso puede desarrollarse en sentido contrario: la
ejecución del movimiento puede realizarse de tal manera que
transcurra hacia esa sensación y termine allí, como en el caso del
niño de Guernsey; o bien en esa figura de la cosa o la constelación
(dada ópticamente) del propio miembro.
La exposición que hemos hecho no es ni mucho menos simple,
pero tampoco lo es la estructura del movimiento humano. Podría-
mos calificar al hombre, al igual que lo hace Diderot (en Le rêve
de d'Alembert), como un système agissant à rebours, un sistema
que actúa al revés, pero sólo quedaría así calificada la intelectua-
lidad de su forma de moverse. Aun de todos sus movimientos, ya
que todos son sentidos por el tacto y toda la superficie es un único
campo sensorial, cuyas partes pueden alcanzarse mutuamente, en

159
casos de movilidad humana extrema. Nuestros movimientos no so-
lamente pueden ponerse en comunicación con las cosas, sino entre
sí. Un movimiento dirigido puede ciertamente alcanzar su objeto,
pero sobre todo a sí mismo; puede ser transformado en «dato sub-
jetivo», es decir, «caminar al revés», como lo hacen literalmente
los niños cuando prueban los modos más originales de moverse,
por el placer que experimentan en poder moverse, en dirigir su
movimiento y por el carácter especialísimo (hallado con plena con-
ciencia) de la sensación del propio cuerpo. Inmediatamente des-
pués se transforma en algo práctico, cuando hay que ejercitar se-
ries de movimientos desacostumbradas, por ejemplo al remar, na-
dar o en cualquier otro deporte (o máquina). Pero es decisivo que
ese «probar» o ejercitar pertenece a las necesidades naturales de
actuar propias del niño, en las cuales él aprovecha la enorme movi-
lidad humana, así como la «inteligencia»; la capacidad de cambiar
de dirección el movimiento y la capacidad de hacerse extraño a sí
mismo; es decir, la oportunidad que tiene el movimiento de ter-
minar en ser un «dato teórico» del sentido de la vista o del tacto.
En efecto, en virtud de la particular estructura de su cuerpo los
hombres disponen de una formidable movilidad en las extremida-
des y cabeza. Es decir, aquellos órganos que intervienen en los
circuito-procesos, especialmente los que han de ser guiados con la
mano, los ojos, y el lenguaje. No solamente se pueden mover esos
órganos arbitrariamente, sino que son independientes unos de
otros de tal manera que pueden ocuparse unos de otros. Los órga-
nos internos de la alimentación, circulación de la sangre, etc., se
hallan en dependencia mutua directa; por tanto no actúan arbitra-
riamente. Pero los órganos exteriores mencionados pueden funcio-
nar independientemente unos de otros, en oposición unos con otros
y por lo tanto «arbitrariamente». Por ello están sometidos al can-
sancio y esencialmente necesitados de cesar en su actividad, de
pausas de descanso. Bichat 2 fundamentó sobre este importantísi-
mo hecho su diferencia entre vie anímale y vie organique:

L a intermitencia de la vida animal unas veces es parcial y otras total.


E s parcial cuando un órgano aislado ha estado mucho tiempo en ejer-
cicio, mientras los demás estaban inactivos. Entonces ese órgano se
relaja; duerme mientras que los otros permanecen en vigilia. Tal es la
razón, sin duda, de que cada una de las funciones animales no se halla

2. Recbercbes pbysiologiques sur la vie et la mort, París 3 1805.

160
dependiendo inmediatamente de las otras, como habíamos observado
en la vida orgánica.

Esos órganos pueden trabajar uno frente a otro, porque pueden


ponerse a funcionar de modo independiente unos de otros. Veremos
enseguida qué importancia tiene esto para el penoso aprendizaje
de la colaboración correcta entre manos y ojos; en la palpación
del propio cuerpo; para distinguir el propio cuerpo del resto del
mundo exterior, etc. Aparte de lo dicho, las relaciones de direc-
ción o subordinación han de ser elaboradas en una edad, en la que
el niño todavía no tiene ninguna palabra ni ninguna idea. Así
ocurre, por ejemplo, cuando el ojo ha de permanecer dirigido hacia
la meta, hacia la que se mueve la mano, sin apartarse de ella; cuan-
do el descubrimiento de la «topografía del propio cuerpo» tiene lu-
gar siempre mediante movimientos y contramovimientos que cam-
bian sus relaciones de subordinación, etc. Los movimientos comuni-
cativos (siguiendo su propia sensibilidad perceptiva y su inteligen-
cia) tendrán que hacer siempre sus experiencias, desempeñando en
este caso un primer papel la aceptación, la selección de los resulta-
dos y luego la posible conducción y puesta en práctica de los movi-
mientos de más éxito. Un movimiento es discrecional cuando en
base a su experiencia inmediata contiene su propio «anticiparse
a lo esperado»; el movimiento queda enriquecido y en mayor me-
dida «vulnerable» y abierto a ulteriores determinaciones. Además
ha sido seleccionado de un ámbito (no hecho efectivo) de oportuni-
dades que originalmente eran igualmente posibles; es decir, ha sido
«podido». En la aceptación de movimientos casuales, la interiori-
zación de un poder motórico (junto con su esfera de intercambios)
tiene el mismo origen que su disponibilidad.
Una de las dificultades propias de una investigación cuidadosa
es el no poder seguir analizando tales hechos fundamentales, aun-
que también es una de sus condiciones de éxito. Podríamos descri-
bir el proceso también de este modo: el niño percibe sus movi-
mientos gracias a las realizaciones de los mismos que alcanzan éxi-
to, «asocia» ambas cosas, y en el futuro cuando se «re-presente» el
éxito, su «voluntad» producirá el correspondiente movimiento.
Semejante descripción multiplicaría el número de cosas des-
conocidas; estaría vinculada de antemano a determinadas teorías,
que nunca podría eliminar la investigación posterior; ya en la
elección de palabras levantaría la contradicción entre lo «físico» y

161
ciendo y repitiendo lo que escucha, el niño ejercita al mismo tiem-
po su receptibilidad acústica de formas y sensaciones y su potencia
articulatoria. Ahora bien, como el sonido producido resuena en el
mundo, el niño no distingue en ese juego si el sonido escuchado
proviene de él o de otros, que se encuentren allí para hablarle. Se
da, pues, desde el acicate para repetir lo que ha escuchado, hasta
un esfuerzo clarísimo por transformar el sonido escuchado en
motivo (o causa motriz) de un movimiento que conduce hacia él
y que lo reproduce. El adulto pronuncia ante el niño la serie fónica
«rerere». El niño escucha atentamente; se le pone cara de estar
realizando un gran esfuerzo, da un grito corto y fuerte y rompe a
llorar. Después, de un golpe, suavemente y con una sonrisa, traba-
jando intensamente, produce su «rerere».
Por lo tanto, existe por este camino una comunicación pura-
mente sensorial que consiste en escuchar, repetir, volver a escuchar
y variar los sonidos tanto los que proceden de él, como los que
vienen de fuera, siendo dirigida la articulación del niño sin que él
se dé cuenta. A este proceso es a lo que llamo «vida del sonido»;
consiste en esa comunicación sensorial, en que uno mismo va cons-
truyendo su patrimonio lingüístico; proceso que sólo tiene paran-
gón en el campo de la experiencia táctil, pues también en ese
campo hay procesos que se van construyendo a sí mismos y un
mundo exterior plasmado en la actividad realizada por uno mismo.
También allí es posible la comunicación sensorial. En el caso de
Hellen Keller, ciega y sordomuda, tal fue el camino para llegar a
hablar.
Es conveniente que nos imaginemos con exactitud qué sea esa
comunicación sensorial. Se da cuando articulo un sonido, lo escu-
cho y lo repito; y cuando luego vuelve a mi oído sin hacer antes
ningún esfuerzo y lo reproduzco tratando de imitarlo. En tal caso
se desarrolla por fuerza un sentimiento de la doble vida del so-
nido, incluso en los niños ciegos. En la fantasía, que siempre se
adelanta, tiene que surgir la expectativa de oír un sonido articu-
lado, repetido y devuelto desde fuera. Si esa expectativa y la satis-
facción de haber sido cumplida sufre un desengaño (si no hay res-
puesta), queda la vida truncada y la expectativa, insatisfecha, cae
en el vacío.
Existen pues, dentro de toda comunicación, vivencias de que
algo se ha cumplido y vivencias de que falta algo, a lo que se echa
de menos. Estas vivencias impelen hacia una experiencia cada vez

164
más profunda y más abarcante. El sonido vivo, el comunicativo (el
que es devuelto desde fuera y reproducido) se distingue muchísimo
del que se pierde, del que cae en el vacío. La expansión del proceso
se realiza preferentemente en la primera dirección, mostrándose
además una ley generalísima del proceso mediante selección o
abandono. Todas las operaciones humanas, incluso las actividades
cinéticas, pueden intensificarse hasta una perfección extraordinaria,
y (si son limitadas) crecen rápidamente, descartan otras posibilida-
des y se «especializan». Claramente se ve que, en esa selección de
sonidos que únicamente escogen los coronados por el éxisto desde el
punto de vista comunicativo, aparece una propiedad importantísi-
ma de todo lenguaje; incluso de toda vivencia anímica. Así como el
lenguaje (y cualquier otro desarrollo de lo interno) desde un prin-
cipio acontece en un intercambio; y así como el sonido extraño, que
apremia desde fuera, se transforma en actividad propia cuando lo
reproducimos y participa así en el sentimiento de nosotros mismos
como realizadores activos de la propia vida, así también todos los
objetos existentes en el mundo, afectados en último término por el
lenguaje, son incorporados más tarde a la conciencia de una dis-
ponibilidad íntima y propia. No es que mediante el lenguaje pegue-
mos «etiquetas» a las cosas, sino que las incorporamos a la trama de
nuestro intercambio con el mundo, a nuestra intimidad; se hacen
partícipes de nuestra vida. Así lo vio también Humboldt cuando
dijo:

Pues la voz, en cuanto sonido vivo, procede, al igual que la respiración,


del pecho... y por tanto espira la vida, de la que procede, en el sentido
que la favorece, del mismo modo que el lenguaje siempre reproduce,
junto con el objeto representado, la percepción sensorial producida
y... anuda la actividad del hombre con su receptividad 4 .

No nos encontramos todavía en el terreno del lenguaje plena-


mente significativo, sino en el de las realizaciones «sensomotoras»,
de las puras operaciones cinéticas. Pero ya hay que subrayar su «in-
teligencia». Tan pronto como tales movimientos quedan enriqueci-
dos con contenidos del mundo (se han tornado comunicativos) ya
no vivimos, por decirlo así, simplemente, sino que vivimos en ellos.
A partir de ese momento pueden ponerse a operar, son capaces de

4. Einl. z. Kawiwerk. Über die Verschiedenheit des menschlichen Sprach-


baues, 1836, 51.

165
desarrollo y pueden aprender de los fracasos (de los movimientos
que no tuvieron éxito) por un lado, y. por otro, elaborarse y enri-
quecerse en los éxitos y en los encuentros con otros movimientos.
Este es el momento de que nos ocupemos por primera vez de la
fantasía cinética o kinefantasía, de la que enseguida hablaremos con
más detenimiento, en conexión con la fantasía de la percepción
sensorial o estetofantasía (Empfindungsphantasie). En primer lugar
hay que prestar atención al hecho de que cada uno de los movi-
mientos, en tanto que comunica (es decir, en cuanto desarrolla
contenidos intercambiables con el mundo, siendo por ello mismo
aceptado), contiene ya incoativamente amagos de expectativa. En
los movimientos a realizar se hallan ya incluidas las fases venide-
ras, al igual que las respuestas futuras en ellas contenidas; series de
cambios producidos por los objetos que vengan al encuentro. In-
cluso en el sonido, que vive en la participación con los sonidos
de los demás, existe ya una expectativa de volverse a escucharlo,
como una «intención», tensión, hacia el cumplimiento. Entiendo
por «intención» (tensión-hacia) la expectativa de éxito, respuesta y
repercusión de todo movimiento, siendo un gran error entender esa
«intención» en sentido anímico o espiritual: cuando se realiza un
movimiento tiende ya desde su inicio a ser continuado y a tener
éxito en el intercambio. Ciertamente tiene una gran importancia
la expectativa (incluida en un sonido) dirigida hacia el cumpli-
miento en otro sonido que responda. En efecto, es el fundamento
vital del pensamiento, a saber: la «intención (tensión) hacia algo»,
contenida en el sonido, dirigida y por tanto libremente disponible.
Se ha dado demasiada importancia a la cuestión de si los ani-
males en sus gritos de prevención no quieren «dar a entender» un
peligro determinado, teniendo por tanto «lenguaje». Para mí es to-
talmente posible que en los animales, además del mero contagio de
expresiones existan también gritos preventivos, en los que vaya
incluida la «intención de peligro». Con todo, siguen sin tener len-
guaje, ya que al lenguaje pertenecen también otras tres propiedades
esenciales: la expectativa, que encerrada en el sonido, se dirige a su
cumplimiento pleno en otros sonidos; la subordinación de confi-
guraciones sonoras precisas a objetos precisos y exactos; y la
independencia de la disponibilidad de un lenguaje auténtico con
respecto al contenido actual de una situación. Ningún animal repro-
duce su grito preventivo como tal en una situación que no ofrece

166
peligro. El animal no está «descargado» de la situación y por eso
los sonidos no están a su libre disposición, sino que son obligados.
En los fenómenos que acabamos de describir (de una actividad
comunicativa que va en aumento mediante autolimitaciones e in-
corporación de los éxitos) se puede observar una significativa ca-
pacidad de evolución. Consiste en que están íntimamente unidas la
auto-actividad y la receptibilidad; industria propia e intercambio vi-
vificante y estimulante. Precisamente esto significa felicidad o ganas
de continuar sin trabas (no sin resistencias, pero sí acostumbrándo-
se a superar lo que frena) la actividad. Todas las direcciones de
nuestras acciones en las que nos desplegamos mediante la comuni-
cación con los hombres o las cosas, no necesitan de ninguna «ex-
plicación».
Los pragmatistas americanos, especialmente Dewey, además de
Nietzsche y Bergson, cimentaron la doctrina del surgimiento de la
conciencia a partir de un proceso vital retardado; doctrina que,
en el sentido general de que la conciencia, el movimiento, la resis-
tencia y la percepción sensorial están unidas, no cabe duda de
que es cierta. El descubrimiento de los pragmatistas, de que había
que ver a la conciencia partiendo de la acción y en conexión con
ella, fue un gran hallazgo. Pero no creo que se pueda mantener la
tesis sustentada por Dewey sobre el carácter episódico de la con-
ciencia (tendría solamente el sentido de volver a hacer fluidos los
movimientos mal coordinados, mediante cambios en la disposición
de los impedimentos, a fin de volver a sumergirse en el «ocuparse
de» acostumbrado, llano y sin arte; una vuelta sobre sí mismo epi-
sódica, para superar las indecisiones de la acción, que esencialmente
es irreflexiva). Pienso, por el contrario, que el ser del hombre no
es el de un ser privado de conciencia, sino que solamente llega a
carecer de conciencia; a saber, adquiere hábitos que fueron desarro-
llados con mucho esfuerzo venciendo resistencias y pasan ahora a
desempeñar la función esencialmente nueva de transformarse en la
base de una conducta descargada, más elevada, pero que a su vez
es consciente. Tampoco es nuestro suelo nutricio auténtico la rutina
cotidiana, como opina Dewey, sino que vivimos de la rutina co-
tidiana proyectada hacia el futuro, y además de un modo «crónico»
(habitual). Asimismo es «crónica» la conciencia que situándose en
el futuro determina la rutina cotidiana por encima de los hábitos
o costumbres adquiridas.
Volvamos ahora a nuestras consideraciones sobre el proceso de

167
construcción de nosotros mismos (autokodomia) sensomotora y
comunicativa. Otro ejemplo, mucho más complejo, sería la danza.
En efecto, en una danza realizada con plena libertad, el movimiento
y la música entran en comunicación. En la buena danza, la música
no es meramente «acompañamiento», sino que parece proseguir,
hasta hacer audible, la música interna de los movimientos, y a su
vez el movimiento parece condensar en un punto visible y atraer
hacia sí a la música, que de suyo es inespacial.
Todos los circuito-procesos, de que hablamos aquí, de intercam-
bio cinético-sensorial, son rítmicos o ritmables. Parece como si el
ritmo fuera el modo originario de desarrollo con el que los movi-
mientos se van construyendo a sí mismos; una y otra vez el senti-
miento de- la vida repitiéndose de nuevo a través del movimiento,
recobrado a través de los sentidos y continuado rítmicamente, co-
mo en la respiración profunda; es decir, a través, o mejor, en la vi-
vencia del estar uno actuando, a la vez extraña a uno mismo y sin
embargo íntima, en intercambio con el mundo exterior.
Consideremos ahora otro aspecto de aquellas realizaciones, en
las que la misma actividad genera el deseo de seguir construyéndo-
se. Esas realizaciones en un sentido determinado son libres, o
autosuficientes. En gran medida se van independizando; se alejan
de la ocasión o motivo, o acontecen en creciente independencia de
la situación que sirvió de punto de partida. Puede ser que un mo-
tivo actual, determinado, dé el impulso inicial, pero estos circuito-
procesos se desarrollan en sí mismos, por cuanto que el intercam-
bio con los objetos los enriquece, y el movimiento, enriquecido de
esa manera, se hace más «sensible» para nuevas tareas, que él mis-
mo descubre. Podemos observar cómo los niños manejan los ob-
jetos; cómo se aplican de modo continuado a las propiedades de
los objetos (recogidas en la comunicación), de tal manera que el
proceso de liberación de esas propiedades de las cosas es insepara-
ble del proceso por el que se va edificando la propia capacidad de
producir; es inseparable de la foraneización del «poder hacer», que
al mismo tiempo es apropiación de ese «poder hacer». Se rompe
progresivamente la vinculación con la situación que sirvió de punto
de partida y los movimientos se abisman en sí mismos. Estos pro-
cesos tienen una gran importancia para el lenguaje, desde el mo-
mento en que éste ha captado y se ha apropiado de sus posibilida-
des.
Esta estructura de los movimientos humanos comunicativos es

168
de la máxima trascendencia. En efecto, es la condición de objetivi-
dad del comportamiento. Los niños pequeños crean a su alrededor
numerosas zonas especiales, delimitadas a su modo, de hábitos de
acción, que en cada caso tienen como centro una cosa determinada,
siendo éste un aspecto muy importante del juego. Sólo cuando cada
una de las cosas que le rodea se transforma en «meta independien-
te» del intercambio (que se está ejercitando), descubre sus propias
cualidades. Cuanto más sucede esto, tanto más se acentúa la ten-
sión entre el polo «objetivo» y el «subjetivo»; entre los resultados
de la acción y la conciencia de poder hacer que va contenida en
ellos. Cuanto más preciso y cuanta más huella deja el resultado,
tanto más se aparta el camino del punto de partida, y tanto más
fuerte es la autopercepción y la personificación de la propia activi-
dad, del mismo modo que el sonido agudo y penetrante del casca-
bel es el vehículo mediante el que se ejercita (como algo que se
puede hacer) el movimiento sacudidor de la mano.
Así pues, la condición de objetividad o estricta adecuación a los
objetos por parte de los movimientos, es que las cosas sean desga-
jadas de la circunstancia; que nos ocupemos de ellas mediante pro-
cesos cinéticos comunicativos, edificándose así un «poder hacer»
escogido, y también nuevas expectativas de movimiento y de éxito
en el mismo. En las creaciones infantiles (sus garabatos y labores),
tales productos no «significan» absolutamente nada al principio,
sino que son producidos en una profundización de sí mismo y un
olvido de sí mismo en el ámbito de los intercambios sensomotores,
que tienen una cierta autosuficiencia e independencia de la situa-
ción de cara a la totalidad disímil del «ahora». Asimismo, los balbu-
ceos, cantos sin sentido, etc., tienen el sentido de una liberación
funcional (realizada antes de la que se refiere a los contenidos, a
los pensamientos) de la circunstancia concreta estimulante, cosa
que es de suma importancia para el lenguaje. Considero posible que
el sistema audiovisual y el sistema motor de la mano sean ya de al-
guna manera parcelas independizadas desde el punto de vista cere-
bral-fisiológico, como es el caso ciertamente del sistema óptico 5 .
Los procesos a que nos venimos refiriendo descargan sobremanera
a los hombres con respecto al medio ambiente, o lo que es lo mis-
mo: los hacen libres frente a la situación; se «alejan del motivo
impulsor», siendo precisamente por eso la vía hacia la «objetivi-
dad» y hacia aquella adecuación íntima a las cosas, que solamente

5. Cf. infra.

169
puede lograrse mediante experiencias autónomas de intercambio y
comunicación de los movimientos.
Desde este punto de vista hay que considerar la enormemente
larga y llamativa falta de habilidad de los niños, así como su desva-
limiento. En contraposición a los animales, que organizan sus mo-
vimientos en un tiempo más corto, llama la atención el tiempo de
ensayo, que dura años enteros, aun para las realizaciones motoras
más simples. Yo mismo observé cómo un elefante recién nacido,
ya pocos días después fue ahuyentado de modo permanente por la
madre y obligado a correr (no podía mantener el paso de la ma-
nada cuando ésta se trasladaba). Pero los movimientos humanos
no están listos por esta razón: porque no deben estar adaptados,
sino que han de adquirir una capacidad de adaptación inalcanzable
para cualquier otro animal. Han de construir por sí mismos, me-
diante un trabajo de contraposición, un grado de integración in-
comparablemente más elevado. Quizás no exista ningún ejemplo
más claro para mostrar cómo la vida humana, desde el punto de
vista fisiológico, se basa en la acción y no en la re-acción.
Ahora bien, si ni siquiera los animales superiores alcanzan, co-
mo mostraré enseguida, la capacidad de construir inmediatamente
por sí mismos figuras cinéticas, es porque les falta no la inteligencia
o el lenguaje, sino la plasticidad y sensibilidad de los movimientos;
es decir, «la inteligencia de los movimientos». Este punto es digno
de tenerse en cuenta para comprender provisionalmente las «accio-
nes voluntarias».
Hay dos ocasiones en las que se puede producir un cambio muy
característico en las acciones; cuando los movimientos se ven fre-
nados y tratan de continuarse a pesar y en contra de las resistencias
que encuentran y cuando un éxito casual es «capturado» y «pre-
tendido» o aprovechado mediante un movimiento repetido, dirigi-
do a ese fin. En ambos casos (que también observamos en los ani-
males) el comportamiento total se cambia en la misma dirección; a
saber, en el sentido de una «concentración» en una determinada ta-
rea, estando autorizados por eso a introducir en este momento el
concepto particular de voluntad, aun en el caso de que la conducta
sea sólo un «comportamiento apetencial», que sigue las metas
marcadas por los instintos.
Pero como en estos casos no se puede trazar claramente la
frontera entre la conducta «voluntaria» y la «impulsada», sólo se *
podrá hablar de acciones voluntarias en sentido estricto cuando la

170
acción es dirigida por el resultado exitoso que está presente como
motivo. Aun en esa hipótesis, hay casos intermedios. Cuando un
niño contempla el objeto que ayer había dejado y con el que se es-
tuvo entreteniendo, se moverá hacia él; su recuerdo (a impulsos del
movimiento y siguiendo al mismo) tomará la dirección del futuro
y se transformará en «expectativa», y según la dirección de esas
expectativas realizará sus acciones, que por tanto tienen ahora un
«motivo» y son acciones voluntarias. Quizás se podría suponer lo
mismo en el caso de los animales superiores, como cuando los
chimpancés vuelven la vista en torno buscando los cajones y bas-
tones que necesitan para alcanzar sus objetivos.
Mas en este caso también sería posible otra interpretación. Po-
dría tratarse de una «complementación de la totalidad», de tal tipo
que una parte o porción de la situación general desatase ya aquella
serie de movimientos que fueran necesarios y ya conocidos para
dominar la situación estimulante. Por eso podemos construir un
concepto de acción voluntaria todavía más especial, si excluimos
esa posibilidad. Podría tratarse de lo siguiente: que mediante una
secuencia cinética de cualquier tipo se consiguiese producir un re-
sultado (merced ciertamente a un esfuerzo concentrado) que sería
un elemento, aislado e independizado, de la situación y no instin-
tivo. Además ese resultado, ese éxito, se transformaría con gran
probabilidad en motivo ya presente y actuante, aun cuando origi-
nalmente no sea una cosa, sino un puro dato de la percepción sen-
sible. Veamos un ejemplo de lo que acabamos de decir:

Mientras el niño realiza sus balbuceos produjo repentinamente algunos


sonidos nuevos. Se quedó perplejo; la expresión del rostro reflejaba
el asombro y la expectativa. Permaneció un momento con la boca
abierta y los ojos dilatados y soñadores; luego fue articulando lenta y
cautelosamente varios de esos sonidos como g, w, b. En la produc-
ción de lo nuevo todo el cuerpo estuvo en movimiento (5 meses y 19
días).

Se trata de un ejemplo que confirma la definición de movimien-


to voluntario y sería mera discusión verbal teórica el negar que el
niño «quiere» repetir los éxitos operacionales (éxitos casuales que
consiguió con su actividad). Asimismo podemos ver que la segre-
gación del éxito operacional (es decir, el hacerse independiente,
transformándose en motivo) y el hecho de aceptarlo es anterior
en la esfera de los movimientos fónicos que en la de los manuales,

171
pues hasta el final del primer año no se procura repetir, por ejem-
plo, los garabatos hechos casualmente y «subrayados» de ese modo.
La clase especial de acciones que acabamos de definir es, como
veremos, muy amplia y específicamente humana. Todas las realiza-
ciones motoras, espirituales, emocionales, etc., están marcadas con
la cualidad de «obra voluntaria», si cumplen con las siguientes con-
diciones: que la palabra designe en primer lugar el hecho de dirigir
una operación hacia un resultado pretendido, independientemente
del contenido total de una situación dada. Por lo tanto: 1) la di-
rección de la operación ha de ser orientada desde el éxito con-
seguido anteriormente; 2) el resultado favorable ha precedido; ha
sido proyectado de antemano o ha sido reasumido; 3) la obra se
realiza de un modo neutral e independiente de cara al contenido
total de la situación o estado estimulante en un momento dado;
4) la obra se efectúa por tanto siguiendo un motivo aislado e in-
dependiente; 5) frente a todo lo que trata de frenarla, se abre paso
mediante la fuerza, rodeos, etc.
Para añadir aquí una especie de definición del concepto «volun-
tad», diremos que esa palabra es una abstracción realizada a partir
del hecho sumamente significativo de que las relaciones entre nues-
tras acciones y las respuestas y reacciones de las cosas pueden ser
interrumpidas, transformándose ellas mismas en objeto de interés,
ya que los impulsos del «circuito operacional» se sacian en las
reacciones positivas de las cosas a las expectativas del obrar activo
por sí mismo. Por eso, del puro intercambio con las cosas pueden
desarrollarse motivos cuyo valor satisfactorio reside en que un
resultado objetivo y una serie de acciones se confirman mutuamen-
te, prescindiendo totalmente de si esto tiene interés para otro im-
pulso de importancia vital, o no. Cualquier disposición caprichosa
de la diversidad infinita de las cosas alcanza su valor satisfactorio
ya por el hecho de presentarse como el resultado favorable de una
actividad que se ocupó de ellas. Todo comportamiento que se es-
fuerza por construir, probar, experimentar, y es dirigido desde la
cosa, está permitiendo una vivencia de satisfacción o cumplimiento
en sí mismo, y semejante comportamiento se llama ya voluntario.
Toda esta estructura puede ser desmontada y transformarse en
objeto de una necesidad. Es una de las estructuras a las que se
adecúan las palabras de Woodsworth (1918): «el mecanismo pro-
porciona su propia tracción». El hombre volente encuentra satis-
facción en el obrar y en la reacción positiva, confirmante, de las co-

172
sas a su acción, y no en una cualidad de satisfacción inherente a las
situaciones provocadas por él en favor de cualquier otro tipo de
impultos existentes en él.
Ese intercambio con las cosas puede consistir también en el
éxito experimentable del movimiento solo, a causa de la retroper-
ceptibilidad del comportamiento propio del cuerpo. Desde este
punto de vista es ilustrativo el ejemplo del niño que «quiere pro-
nunciar» b, w, g. No existe ninguna necesidad y por decirlo así nin-
gún interés en esa operación, ya que pocos meses después el niño
poseería también esos sonidos imitándolos de otros. Lo que llama
la atención en esa figura cinética, al igual que en el primer ejemplo
de Guernsey, es la «objetividad» con la que el niño se esforzó en
realizar su acción en el plano de lo sensible; la evidente voluntarie-
dad del comportamiento reflejado en sí mismo. Si los movimientos
comunicativos tienen ya la tendencia de edificarse en sí mismos,
entonces la actividad (en el desarrollo creciente de la voluntad pe-
riférica) se irá separando de la impresión recibida del mundo exte-
rior, pues el movimiento mismo se transforma en contenido de
su actividad.

15. Límites operacionales de los animales

Por motivos fácilmente comprensibles, la psicología de los ani-


males superiores ha tenido casi siempre hasta hace poco tiempo
interés en echar abajo el «puente» entre la inteligencia animal
y la humana, llegando unánimemente a la concepción de una di-
ferencia puramente cuantitativa, pero no cualitativa. De la impor-
tancia que en estos estudios reciben las palabras podemos deducir
que los motivos puestos en juego no eran puramente objetivos, sino
dogmáticos. En un trabajo reciente se describe cómo una cría
de chimpancé, para poder abrir una puerta, arrastraba una silla.
Como la puerta estaba cerrada con llave, no consiguió nada con eso
y entonces fue a buscar otra silla. El autor, siguiendo a W. Kóhler,
llama a ese acto un «buen error» (también podría llamarlo, siguien-
do al mismo autor, una «repetición estúpida», pero la primera ex-
presión es más dogmática, si lo que se está buscando es precisa-
mente concordancia).
También existe un motivo objetivo, que lleva a forzar esas
«semejanzas»: primero hay que investigar y en cierto modo pasar

173
por alto lo que pueden hacer los animales (y es ahí donde surgen
las ocasiones de trazar paralelos con los seres humanos) antes de
llegar a aquello que los animales no pueden hacer. La investigación
sistemática de esos límites está todavía en pañales. A este respecto
quisiéramos examinar las magníficas investigaciones de W. Kóhler
tituladas «Pruebas de inteligencia realizadas en los antropomor-
fos» 6 , a fin de documentar nuestra concepción relativa a la existen-
cia de diferencias cualitativas operacionales. Afirmo que los límites
de las operaciones de los antropoides no solamente están condicio-
nados por el escaso nivel de su inteligencia (llamando «inteligencia»
a la comprensión de cosas nuevas) sino también por su estructura
motriz específica, su equipo sensorial particular y la totalidad de su
patrimonio sensomotor. Por lo tanto los límites están fijados cons-
titucional y cualitativamente. Esto quiere decir que un simple acre-
centamiento gradual de su inteligencia, sin cambiarse al mismo
tiempo toda su constitución, no significaría en modo alguno el
«paso» al hombre.
En primer lugar podemos afirmar sin excepción que las actua-
ciones, ciertamente dignas de tenerse en consideración, de los
chimpancés tuvieron lugar siempre a la vista de metas concretas,
presentes, como plátanos, naranjas, etc. Es decir, sólo en conexión
directa con un excitante que los hostigaba habiendo sido introdu-
cido desde fuera. Entonces se comportaron según la ley menciona-
da antes: aprendieron solamente bajo la presión de un estimulante
actual y capaz de atraer los instintos; y solamente produjeron un
plus de actividad dentro del campo de atracción del botín. Falta
por tanto el desarrollo, carente de avidez, que observamos en los
juegos infantiles, de un «plus» de actividad, a partir de las posi-
bilidades descubiertas en la práctica de un objeto como tal, que
no dice nada a los instintos.
Muchos experimentos han dado como resultado que los ani-
males de que hablamos gobiernan su comportamiento ópticamente
y además, de un modo muy característico, llegan muy pronto a sus
límites. Cuando el animal más listo de los experimentos ve una
cuerda, a uno de cuyos extremos cuelga la presa y por el otro está
suspendida de un clavo por un anillo, ve ciertamente la conexión
óptica cuerda-presa y pretende conseguirla rompiendo la cuerda,
pero fracasa en la sencilla operación de descolgar la cuerda del

6. Abhdlg. d. preuss. Akad. d. Wiss., 1917.

174
clavo. Si aparentemente varios hilos van a parar al objetivo, que
sólo cuelga de uno, el animal primero tira de los hilos más cortos,
ya sea que realmente esté atado al objetivo o solamente esté cer-
ca, aunque vacío. Cuando usa una escalera de mano para alcanzar
la meta, esta vez colocada en alto, el proceso es éste: se establece
el contacto entre la escalera y la pared (desde el punto de vista
óptico, el mejor; desde el punto de vista estático, es sin embargo
el más inseguro); es decir, «pega» la escala a la pared. En el caso
de los bastones (para alcanzar la presa) sucedió que un animal, al
ver que el palo era muy corto, lo unió con otro de tal manera que
ópticamente parecía un palo de doble longitud, pero como tenía
que sostener ambas partes con la mano, no consiguió nada, aunque
para la vista sí había alcanzado éxito. Como es sabido el animal ci-
tado consiguió más tarde unir dos tubos y trabajar con ellos uni-
dos, pero encontró la solución casualmente, jugando con ellos, y
aprovechó ese éxito casual, cosa que observamos con frecuencia
(por ejemplo, cavan con un palo en el suelo a su alrededor jugando
y encuentran raíces comestibles. Luego siguen cavando movidos ya
por el interés). También ha de notarse, por lo que hace relación a
su comportamiento ópticamente dirigido, que cuando tienen la
tarea de colocar dos cajas una encima de otra para alcanzar un ob-
jetivo colgado en alto, con frecuencia ocurre que «alargan» la caja
superior ópticamente y la acercan más a su objetivo, colocándola
sobre una punta. Aun cuando hubieran aprendido a juntar dos pa-
los, se mostraron inseguros, cuando éstos casualmente se colocaban
paralelos en su mano; parecía entonces ópticamente que ya no se
podían «separar». También hemos de decir aquí que cuando se
trataba de alcanzar alguna cosa con los bastones solamente tenía
éxito la operación, cuando los bastones se hallaban más o menos
dentro del campo visual en el que también estaba el objetivo a con-
seguir o fácilmente se podían poner en relación con él. Los palos
que estaban en la pared opuesta de la jaula no fueron reconocidos
ni utilizados. Por el contrario, intentaban utilizar todo lo que pa-
recía alargado y movible: paños, trozos de alambre, ramas, aun
cuando no sirvieran para esa función.

Todos estos hechos están demostrando en primer lugar que el


comportamiento se rige sobre todo ópticamente, siendo el «tami-
zado» óptico de los datos bastante escaso. Demuestra, además, que
esos datos no tienen un valor estático. El mismo Köhler háce mu-
cho hincapié en este punto.

175
Nunca aprendieron a colocar una caja sobre la otra de manera
que estuvieran seguras. Un animal intentó, subido a un cajón, izar
el de abajo, llevándose un gran susto cuando todo se vino abajo;
o bien «pegaban» los cajones a la pared a la altura de la cabeza,
para acercarlos ópticamente al objetivo colgado en lo alto. Nunca
encontraron la solución auténtica (insatisfactoria desde el punto
de vista óptico, pero desde el punto de vista de seguridad estática
la única «normal») para colocar la escalera.
Con lo que venimos diciendo quedan indicados los límites del
ámbito dentro del cual se presentan las operaciones intelectuales en
el sentido de una comprensión auténtica. Asimismo se legitima la
conclusión siguiente: la estructura del campo visual del chimpancé
se diferencia de la del hombre. Los chimpancés son primariamente
animales ópticos, pero sus objetos visuales no pueden tener (como
tiene el hombre) valores estáticos, en el sentido de peso, grave-
dad, firmeza, etc. Asimismo parece faltar a su espacio visual el
sentido de la verticalidad en cuanto línea de gravitación, cosa que
no es sorprendente dada su naturaleza de animal arbóreo con ejes
de percepción que cambian continuamente. La «estructura fina»
óptica de los objetos visuales humanos depende en primer lugar,
como pronto veremos, de la cooperación tacto-vista, que es la pri-
mera en desarrollar la riqueza de significación de las cualidades ob-
jetivas, y no veo cómo pueda no sacarse la conclusión de que les
falta a esos animales toda la estructura de movimientos requerida,
porque no la necesitan. Los juegos infantiles de intercambio con el
mundo circundante, con todas las cosas que están a su alcance se
realizan independientemente de la «excitación producida por el
botín» y libres de impulsos instintivos; es decir, no representan nin-
gún tipo de «conducta de apetencia», como es el caso de todas las
operaciones que Kohler ha investigado. Sobre todo se realizan con
una inteligencia cinética de tal tipo, que las matizaciones y mejoras
en la actividad dependen de rectificaciones, que en parte, a nivel
objetivo, aparecen como necesarias y en parte son determinadas por
impresiones paralelas de toda la serie perceptiva, como cuando,
por ejefnplo, no se produce la esperada coincidencia de impresiones
ópticas y táctiles. Cuando eso ocurre, el niño no usará un trapo
como bastón, porque (como consecuencia de su experiencia de
intercambio con el mundo) ve su falta de solidez y espera por tan-
to el fracaso objetivo, como la falta de toda una serie de impresio-
nes táctiles que corresponderían a un movimiento exitoso con ob-

176
jetos sólidos. El mono puede ciertamente ocuparse con las cosas que
están a su alrededor, pero no se puede confiar a experiencias y ex-
pectativas, que están suponiendo una cooperación primaria entre
las manos y los ojos en una «relación de introfinalidad». La vida
que posee el intercambio cinético (presente en el hombre y ausen-
te del animal), la «inteligencia» de sus movimientos comunicativos,
la objetividad de los mismos (continuamente controlada en las im-
presiones visuales y táctiles y su relación mutua) es un punto cru-
cial en todo el problema «hombre». Ya es éste el momento de con-
siderar la independencia de la cooperación ojo-mano-lenguaje con
respecto a las necesidades orgánicas elementales. Ese sistema (ojo-
mano-lenguaje) encuentra su materia prima, el motivo para actuar,
la actividad misma, el cumplimiento y el perfeccionamiento, en sí
mismo. Este hecho tiene una importancia fundamental en lo que se
refiere a la estructura y desarrollo de la vida motriz humana e in-
cluso para todos los problemas referentes al «mundo interior». En
la profunda independencia del intercambio activo con el mundo
(intercambio que se desarrolla objetivamente en distintas circuns-
tancias) con respecto a necesidades; en ese «hiatus» se halla la
clave del problema «alma». En primer lugar, ese «hiatus» libera la
vida interior de los impulsos como tal, explicándose así tanto la
conciencia como la plasticidad de los impulsos humanos, que se
transforman y especifican según las condiciones objetivas de su
cumplimiento (condiciones con las que se ocupa la acción, reaccio-
nando a ellas) y deben particularizarse en su contenido. Volveré
sobre este punto en la tercera parte.
Desde este punto de vista cabría esperar que otro de los límites
de operacionabilidad de los chimpancés se situara allí donde tu-
vieran que actuar en contra del impulso instintivo (que es el único
que los determina) o simplemente «ponerlo entre paréntesis», y
como consecuencia en el punto donde un determinado comporta-
miento sólo fuera posible dentro de dichos «paréntesis». Los ani-
males saben dar rodeos para llegar a la meta de su instinto (cosa
que en su mundo arbóreo se presentaría con mucha frecuencia) y
también cogen con un palo corto otro más largo, y con éste el fru-
to, pero fracasan cuando se trata de «apartar de su pensamiento» o
quitar de en medio un objeto presente, a fin de alcanzar su botín.
Un esfuerzo de ese tipo exigido a la conducta (esfuerzo que es nega-
tivo en cuanto a su sentido, pero positivo en cuanto a lo material)
exige desconectar transitoriamente el impulso y dejarse prescribir

177
el comportamiento por la realidad pura del obstáculo. Cuando los
monos habían aprendido ya a coger los cajones vacíos, a fin de al-
canzar los objetivos colocados a cierta altura, sólo los más inteli-
gentes consiguieron quitar las pesadas piedras con las que había si-
do inmovilizado el cajón. Cuando se impidió que se pusieran só-
lidamente en pie sobre el cajón, colocando piedras o latas de con-
servas sobre la parte del cajón situada debajo del objetivo, ni si-
quiera el más listo hizo el intento de quitar las piedras para dejar
libre la superficie y ni uno solo echó ni una mirada sobre el obs-
táculo.
En lugar de quitar una piedra colocada ante la puerta que ha-
bían de abrir, intentaron estúpidamente levantar la puerta por en-
cima de la piedra. De este tipo es 'también el experimento realiza-
do por Buytendijk: un mono (cercopithecus) aprendió a abrir el ce-
rrojo de una caja que se corría fácilmente y en la cual había
una manzana. Bastaba con colocar un trozo de madera debajo del
cerrojo, que impidiera la apertura, para que el mono no consiguiera
darse cuenta de que el trozo de madera era un obstáculo y qui-
tarlo. Sin duda alguna, los obstáculos y su superación no pertene-
cen al mundo de los monos y a las acciones propias de los mismos.
Asimismo les es casi imposible trabajar en contra de la direc-
ción inmediata del impulso. Así lo prueba una serie de experimen-
tos; en primer lugar la «tabla del rodeo» (delante de un disposi-
tivo que tiene forma de cajón de mesa de escritorio. Falta la pared
lateral alejada del animal. La solución consiste en la siguiente ope-
ración: empujar con un palo el objetivo unos 180 grados hacia el
lado abierto del dispositivo; después sacarlo del cajón y atraerlo
hacia sí).
En este experimento los animales tropiezan sencillamente con
la incapacidad de formarse un concepto de una situación como tal,
incluso de percibirlo. En primer lugar, la misma codicia de atraer
hacia sí el objetivo les impide plenamente darse cuenta de la aber-
tura y su significado dentro del estado de cosas en que han de des-
arrollar su acción, pues la abertura se halla en el lado opuesto a la
dirección del movimiento propio de su impulso. Aun el más inte-
ligente necesitó que el fruto rodase casualmente hacia la abertura
cuatro veces consecutivas antes de que se le insinuase la plena sali-
da del fruto. Se dio el caso también de que dos animales se apre-
surasen a devolver a su sitio el fruto que ya estaba a la orilla.
Cuando un mono fue asustado por un ruido mientras tiraba de

178
la fruta y gritó, se desbarató en el acto el penoso movimiento.
Cambió de dirección, en su lugar entró una serie de movimientos
falsos y no fue corregida.
Esta extraordinaria perturbabilidad de las acciones es sumamen-
te llamativa. Los animales no actúan independientemente de la si-
tuación total, de tal manera que cualquier nuevo incentivo lo cam-
bia todo y la operación se desbarata. Solamente la presión circuns-
tancial del incentivo allí presente es lo que empuja hacia adelante al
proceso de aprendizaje; el animal trabaja esencialmente de un mo-
do dependiente. No independiza su actividad, que por eso no es
objetiva. No viven con el «sentimiento objetivado» de la propia
actividad perceptiva; no tienen un intercambio «sensorialmente ta-
mizado» con las cosas, que se siga moviendo y se enriquezca por sí
mismo.
Otro experimento: una cuerda, de la que cuelga un palo que
necesitan, pende de un clavo por medio de un anillo que hay en
su extremo. Puede descolgarse, pues, con toda facilidad. Los monos
rompen, muerden, incluso tratan de morder o romper el clavo.
Sólo hallan la solución cuando el movimiento del anillo lo hace sa-
lirse del clavo. Les falta todo tipo de experimentación objetiva
sobre el punto crucial de las circunstancias.
También ocurre lo contrario: a veces experimentan sin sentido.
Si el palo no les conduce a la meta, porque es muy corto, ¡dan la
vuelta al palo!; o hacen el intento con una ramita verde, que es
todavía más corta. Con una frecuencia que llama la atención en-
contramos que desisten de emplear métodos de solucionar un pro-
blema como consecuencia de fracasos que hayan sufrido casual-
mente. Se debe a que no tienen ninguna comprensión de la circuns-
tancia; no existe una experiencia cinética (que haya llegado a ser
objetiva y se haya «extrañado») de tipo selectivo. A la misma
clase de manifestaciones pertenece este hecho: los chimpancés se
lanzan a probar en todas direcciones inmediatamente «sin refle-
xionar», mientras que el hombre no se pone a experimentar hasta
que le fallan las esperanzas que se había formado. Por lo tanto, lo
que le falta al chimpancé no es una inteligencia comparable a la
humana, sino toda la estructura operacional, que hemos descrito
más arriba, propia de un obrar comunicativo y independizado. Im-
presiona sumamente su «estar prisionero», la «carencia de libertad»
y su aturdimiento en la obsesión impulsiva. Veamos un ejemplo.
Se trata de coger una rama por medio de un cajón a fin de al-

179
canzar el objetivo. Koko arrastró el cajón hacia la rama, colocada en
un lugar alto de la pared. Pero cuando, pasó por el lugar por el
que estaban las frutas (en la parte de fuera), su poder de atracción
se hizo irresistible: cambió la dirección de sus pasos y utilizó el
cajón como palo, tratando de alcanzar las frutas con la punta del
mismo.
O bien el animal se dirige hacia el palo, pero el cajón se que-
da, por decirlo así, petrificado. A veces incluso se suben encima
de él sin sentido alguno, acordándose de otros experimentos.
Algunas veces les ayudaron ciertos movimientos de ojos, cabeza
o cuerpo, que por casualidad alcanzaron éxito y mediante los cua-
les fueron descubiertos recursos apropiados para su actividad. Tales
movimientos fueron asumidos y vueltos a utilizar, pero siempre
bajo la presión del impulso. El animal «busca». Así desaparecen
las dificultades que surgían originariamente a causa de la separa-
ción óptica de objetivo y herramienta para alcanzarlo, cuando ni si-
quiera advertían la presencia de instrumentos que estuvieran ale-
jados. Diremos una vez más que es muy importante que no llega a
producirse la independización de esa búsqueda y que no puede
existir una imagen objetiva que sirva de meta de lo que se ha de
buscar, ya que los animales no tienen una imagen objetiva y descar-
gada de excitación de las situaciones, cosa que les permitiría dejar
por un momento una tarea insoluble para ponerse a buscar los
medios objetivamente adecuados. El movimiento de búsqueda si-
gue encadenado al impulso dentro del círculo del objetivo. Los ani-
males se aferran al terreno donde está su objetivo; no se vuelven,
por ejemplo, al corredor (que está abierto) para buscar allí las he-
rramientas apropiadas. Incluso cuando el animal más listo fue lle-
vado (¡!) al corredor y pasó junto a la herramienta, no la
«atrapó». Asimismo es notable cómo los animales no se dan cuenta
de lo inadecuado de la herramienta cogida hasta que no están frente
al objeto de su impulso, en la «cercanía crítica»; por ejemplo: que
una caja es demasiado baja, para alcanzar la meta de su impulso.
Otro ejemplo parecido: el problema de colocar las cajas una sobre
otra, para alcanzar el objetivo de su impulso. Mientras Grande
cogía una caja situada a 2,15 metros, le quitaron a escondidas la
otra. Grande colocó la caja debajo del objetivo, se subió encima
(¡!), y sólo entonces, al darse cuenta de que no llegaba, «dirigió la
mirada en torno con expresión de asombro y finalmente se dirigió
lamentándose hacia el observador».

180
Basta ya de ejemplos, que nosotros hemos examinado desde un
punto de vista totalmente distinto al de Kóhler. En todos los casos,
incluyendo el desconcierto total en que incurren, cuando se va
contra sus hábitos inveterados, se muestra cómo les faltan figuras
operacionales cualitativas; cuán incapaces son de salirse de la pre-
sión de la circunstancia mediante sus operaciones, edificándolas so-
bre ellas mismas; por no hablar de la incapacidad de desarrollar,
mediante la imaginación y la planificación, un esquema de orienta-
ción, cosa que sólo sería posible con el lenguaje.
Naturalmente tampoco se dan en ellos motivos (brotados del in-
tercambio operativo con el mundo y asumidos de modo independi-
zado). Bajo condiciones favorables y a la vista de la meta del im-
pulso se produjo el empleo (muy perturbable y presto a desbara-
tarse) de un movimiento (que había tenido éxito) como «medio».
Es decir, se dio un auténtico proceso de motivación bajo la urgen-
cia drástica del éxito. Pero en cambio no tuvo lugar la separación
de ese resultado del «ahora», ni se empleó como meta independi-
zada de nuevas repeticiones. Kohler dice que sus monos «habían
mirado con interés el resultado» pintarrajeando con pintura blanca,
pero yo afirmo que nunca veremos que, llevados al día siguiente
delante de esas pinturas, busquen con perseverancia las pinturas
para seguir pintando. En efecto, los monos no tienen una relación
«objetivada» (es decir, independizada del valor funcional de las
cosas dentro de los intereses inmediatos del impulso) hacia esas
pinturas, y ya he mostrado algo esencial; esto no es falta de «in-
teligencia», sino que se trata de algo más profundo. Las estructuras
cinéticas sensomotoras y las «fórmulas impulsoras» de los chim-
pancés no son las humanas. Su inteligencia, que ciertamente existe,
corresponde exactamente a su constitución total; a su arboreal,
quadrumanual habit (Osborn).
La impresionante indiferencia, originaria y duradera, de los ani-
males frente a lo que no excita sus impulsos vigilantes en un mo-
mento dado, es decir, frente a todo lo que no pertenece a su am-
biente específico, hay que atribuirla a la monotonía y «falta de ta-
lento» de su vida sensorial y cinética. Hay que distinguirla cuida-
dosamente de la indiferencia adquirida y pretendida de los hom-
bres, la cual surge una vez que el ser humano se ha adueñado de
todos los detalles particulares del mundo que se ofrecía a su ex-
periencia, y luego hace que todas esas experiencias estén ahí a su
«disposición». La neutralidad adquirida y la momentánea indife-

181
rencia (contenida en ella) con respecto a nuestra circunstancia mun-
dana está suponiendo (sobre todo en el lenguaje) un cuidadoso
trabajo previo, que ha descendido a todos los detalles. Volveré
sobre este punto.
Para acabar este apartado hemos de añadir lo siguiente: la dife-
renciación entre el hombre y el animal sólo tendrá lugar cuando
consideremos al ser humano como esencialmente en acción y refi-
ramos todos los detalles a ese modo de consideración. Pero esa
diferenciación ha de continuarse luego en primer lugar por lo que
respecta a los modos o figuras de acción, a fin de mostrar la in-
comparabilidad cualitativa de la actividad humana a partir ya de los
primeros grados, es decir, del intercambio comunicativo.
Es fundamentalmente falso querer ver la diferencia esencial
entre el hombre y el animal en la «inteligencia». Ya está presente
esa diferencia cuando los consideramos desde el punto de vista ana-
tómico, sensomotor y, como veremos enseguida, de la fisiología de
los sentidos. Como no podemos mirar dentro de los animales, no
podemos establecer como criterio la cuestión de la «razón». El
punto de vista de los hindúes, de que los monos son extraordinaria-
mente más sabios y listos que los hombres, porque no hablan, es
ciertamente irrefutable 7 .
En el caso del hombre son calificantes aquellas realizaciones
cinéticas, unidas a impresiones visuales y táctiles, que son circuito-
procesos; es decir, aquellas que producen por sí mismas la incita-
ción a continuarse. Acontecen «sin concupiscencia»; no tienen un
valor inmediato de satisfacción del impulso. Son comunicativas; es
decir, acontecen como objetos discrecionales, incluidos en los movi-
mientos; se realizan dentro de un «sentimiento objetivado de sí
mismo», es decir, son experimentadas en el plano de las cosas, del
mismo modo que éstas se ven implicadas en el sentimiento de ac-
tividad. Tales procesos se van desarrollando, se multiplican necesa-
riamente, porque de una parte se desarrollan en ellos nuevas
combinaciones cinéticas y por otra se producen nuevas impresiones
objetivas o percepciones intermedias, que incitan de nuevo a «po-
nerse en marcha». Ese intercambio productivo con el mundo es
al mismb tiempo objetivo, que enseña al movimiento a acomodarse

7. Brehm cuenta también, aunque con signos de interrogación, que al


final los marineros «consideraban a un chimpancé como su piloto». Al pri-
mer gorila que trajeron a Berlín en 1877, lo alimentaron con salchichas y cer-
veza blanca (de Berlín).

182
con anticipación a las esperadas mutaciones de las cosas. Algunas
fases pueden transformarse en la fantasía en el motivo para una
acción que ha de suceder después. La totalidad acontece en «indi-
ferencia» frente al acostumbrado estado de incitación de la situa-
ción, es decir, independientemente, y tiene su finalidad en sí mis-
mo, a la que habría que poner el nombre de «experiencia objetiva
en el ejercicio del movimiento». El cuadro de impulsos, del que
no vamos a tratar ahora, pero sí más tarde, no es el de cualquier
necesidad física, sino el de intereses especialísimamente inestables
de comunicación y juego, sin el contenido de ser un «ejercicio pre-
vio» de los impulsos que se han de ejercitar después (como es el
«juego» de los gatos, etc.).
Es importante hacer notar que la «objetividad» del comporta-
miento, es decir, su involucrarse en las propiedades de las cosas
mismas desarrolladas en el intercambio, es inseparable del inter-
cambio cinético y sensorial («libre de concupiscencia») con ellas.
En el caso de los chimpancés se crean transitoriamente «islas» de
comportamiento objetivo inestabilísimas y no desligables de la pre-
sión del impulso, y además sólo en condiciones artificiales de labo-
ratorio y sólo bajo la presión poderosa de metas presentes para el
impulso; estas «huellas» no son comienzos, sino todo lo contrario;
son los límites máximos alcanzables.
En los procesos humanos que hemos descrito, no hemos pres-
tado consideración a actos que propiamente hemos de atender y
que caracterizan el paso de la objetividad a la «neutralización» o
indiferenciación («objetividad superior»). Los encontraremos en-
seguida en conexión con la simbólica construida por sí misma.

16. Gestalten ópticas y símbolos

Nuestra próxima tarea consistirá en investigar las operaciones


de la percepción, que en su estructura simbólica contiene una gama
sorprendente de resultados positivos de la vida sensomotriz; el in-
vestigarlo nos va a llevar a una comprensión más profunda del
lenguaje.
Limitándonos en primer lugar a la percepción óptica, creemos
que una cierta disposición y conformación a modo de «figura»
(Gestalt) de los hechos pertenece ya a las capacidades del sistema
sensorial fisiológico. Ni siquiera los insectos tienen una percepción

183
difusa a modo de conglomerado, sino que de esas percepciones to-
tales difusas se aislan grupos estimulantes circunscritos 8 . Las abe-
jas se orientan por medio de marcas del camino; si esas marcas se
cambian de lugar, las abejas se equivocan. Los perros aprenden muy
fácilmente a encontrar, entre una serie de figuras, la del triángulo,
sea del tamaño que sea.
El dispositivo de señales descrito por Lorenz a base de conmu-
tadores visuales, que ponen en marcha movimientos del instinto,
consiste normalmente en formas llamativas o en configuraciones
cinéticas precisas y rítmicas, cuyo poder estimulante se eleva a me-
nudo mediante colores brillantes del espectro solar. Así por ejemplo,
la visión de la cabeza verde del ánade macho pone en marcha los
movimientos propios de la época de celo del ánade. Otro ejemplo:
Heinroth descubrió que los gansos del Nilo reaccionaban querien-
do seguir a los patos turcos (zoológicamente alejados de ellos) cuan-
do aquéllos casualmente extendían del mismo modo las puntas de
las alas. Del mismo modo la hembra de la cotorra escogía al macho,
cuya «barba» amarilla, adornada con manchas de color azul inten-
so, había sido «mejorada» con una coloración artificial. Una figura
sencillísima dirige el comportamiento de la cría del pez haplochro-
mis multicolor (que cría en la boca), la cual en caso de peligro, se
desliza en la boca de su madre. Se ha podido comprobar mediante
muñecos de parafina que tenían por ojos bolas de cristal oscuro, que
son las manchas oculares oscuras de la madre (colocadas con per-
fecta simetría horizontal), las que actúan al mismo tiempo desen-
cadenando la reacción y orientando, gracias a que ofrecen esta fi-
gura tan sencilla: • - Cualquier cambio en la colocación simétrica de
los ojos disminuye la reacción de las crías.
Todas estas figuras son «pregnantes». La teoría de la Gestalt
(figura) no ha podido explicar, ni siquiera en la versión nueva y
excelente de Metzger, en qué consiste la «pregnancia» de una fi-
gura. Metzger califica de «pregnantes» a las estructuras cuando en
ellas se encarna (se materializa) puramente una «esencia» y cuando
dan pruebas de un orden excelente y, por lo tanto, consistente. Todo
esto son definiciones en forma de círculo vicioso, ya que dentro de
los concentos «puramente» y «excelente» se encuentra ya el fenó-
meno de la pregnancia. El hecho es que dibujamos un cuadrado
donde no hay más que un rectángulo cuadrangular incompleto, y
circunferencias o sinusoides donde no hay más que curvas incom-

8. Cf. Buytendijk, Psych. des animaux, Paris 1928, 80.

184
pletas. Todo lo que el lenguaje califica con las palabras: incomple-
to, exagerado, torcido, impuro, grosero, defectuoso, borroso, etc.,
es impregnante frente a lo contrario. También es una realidad que
en la percepción actúa una «tendencia pregnante», la cual hace
que líneas casi paralelas y figuras casi simétricas lo sean completa-
mente; que ángulos de 87 0 o 93 ° se transformen en rectos; que
se rellenen vacíos no demasiado grandes. Sin embargo, lo contra-
rio es imposible: ver un ángulo recto como «uno que no tiene exac-
tamente 93 o ».
La propiedad de la pregnancia que tiene nuestra percepción por
figuras tal vez esté profundísimamente enraizada y haya que atri-
buirla a las capas biológicas más antiguas; es decir, a lo instintivo.
Lorenz tuvo la idea genial de que la propiedad general de las se-
ñales de puesta en marcha de una reacción (accionadores) es su
inverosimilitud*. Lo dicho se puede afirmar tanto de las señales
químicas olfativas como de las acústicas (por ejemplo, el canto del
gallo) y las ópticas, en todas las cuales desempeñan un papel tan
decisivo las figuras simétricas y regulares, las configuraciones ciné-
ticas rítmicas y los colores del espectro solar. Todas estas señales
pregnantes son inverosímiles en el sentido de que destacan del caó-
tico telón de fondo de la percepción total como llamativas. Al re-
vés, la coloración protectora de muchos animales (gracias a la cual
consiguen pasar desapercibidos) significa que se incorporan al es-
tado del término medio, al nivel cero del campo que los rodea. En
ese momento aparecen conformaciones borrosas o manchadas junto
a tonos grises, marrones, desdibujados, para evitar los colores del
espectro solar. Asimismo la preferencia por las figuras simétricas
sólo puede explicarse en último término en virtud de su inverosi-
militud.
Como es sabido, todas las figuras (y no solamente las excelen-
tes) tienen dos propiedades importantísimas, ya esbozadas en la es-
fera de los sentidos: la constancia y la transposicionabilidad. Cons-
tancia es la persistencia comprobable de la figura como «ella mis-
ma», aunque cambien las circunstancias estimulantes. Por ejemplo:
una silla tiene ópticamente la «misma figura», siendo igual desde
qué lado, desde qué perspectiva y bajo qué condiciones luminosas se
presente. Aunque cambien los «matices» (Abschattungen: Husserl)
de los puntos de vista sucesivos mostrados por una caja que gira
en mi mano, su figura sigue siendo la misma. La transposicionabili-

9. Dte angeb. Yormen mógl. Erfahrung: Ztschrf. f. Tierpsycih. V , 256.

185
dad de la figura quiere decir lo siguiente: puede ser «desprendida»
del material perceptivo en que aparece y ser trasladada, siendo
«ella misma», a otro material. Así por ejemplo podemos trasladar
una melodía a otro tono; en esta operación ninguno de los tonos
particulares, tomados como percepción individual, permanece como
era. Naturalmente, la constancia y la transposicionabilidad, tomadas
en conjunto, son las condiciones para que el hombre pueda ver
cosas semejantes como casos de un mismo tipo. Todos veremos dos
círculos como «el mismo duplicado» (transposicionabilidad), aun
en el caso de que uno haya sido acortado desde el punto de vista
de la perspectiva (constancia figurativa).
Sin duda ninguna que ambas leyes figurativas se hallan ya pre-
sentes en la esfera de los sentidos, al menos en los animales supe-
riores, de modo que existe una especie de común-visión inmediata
y sensorial. Buytendijk opina esto mismo al hablar de la formation
d'invariantes; por ejemplo, cuando un perro bien domado puede
llegar a alcanzar la visión de la figura general del triángulo, inde-
pendientemente del tamaño, dirección en que se le presente y del
valor de los ángulos. L'animal est en état d'apprendre à reconnaître
l'invariable, le commun dans une série de perceptions. Los monos
de Kohler querían emplear paños, trapos, etc., alargados como
bastones para alcanzar la fruta; es decir, transponían las cualidades
figurativas «alargado» y «removible». Por supuesto que esta capa-
cidad es el presupuesto fisiológico sensorial para la formación de
conceptos.
Dentro de la constancia figurativa se hallan incluidas otras
leyes paralelas; sobre todo la constancia del tamaño y la constan-
cia de los colores. No es comprobable si existen también en los ani-
males. Llamamos constancia dimensional o del tamaño al hecho
de que las dimensiones aparentes de los objetos visuales al ser ale-
jadas espacialmente no disminuyen en la misma proporción, como
correspondería a las leyes geométricas de formación de imágenes
en la retina. Dentro de un cierto espacio, llamado por eso mismo
«ortoscópico», vemos las cosas del mismo tamaño; es decir, no so-
lamente sabemos que las cosas que se alejan en realidad siguen te-
niendo el mismo tamaño, sino que las vemos con las mismas di-
mensiones. Se llama constancia colorativa o de luminosidad a la
propiedad que tienen los objetos visuales cuando cambia el color
de la iluminación (por ejemplo, a la luz roja del crepúsculo) o la
fuerza de la luz de mantener su color o luminosidad «propias».

186
Siguiendo las medidas de los valores lumínicos físicos, un pedazo de
tiza en un día nublado se nos mostraría del mismo color que un pe-
dazo de carbón al sol. La cooperación de todas estas operaciones
apoya la elaboración o transformación de las cualidades estimulan-
tes, sumamente modificables, de nuestra circunstancia en objetos
consistentes desde el punto de vista «cósico», ya dentro de un solo
sentido. Las divergencias (con relación a la ley de la constancia) de
la percepción con respecto a la situación estimulante subyacente
mudable, es decir, su «aprovechamiento» conforme a una normati-
vidad determinada, propia del sistema óptico, lleva precisamente
a su adecuación con la realidad, en la que hay objetos con la con-
sistencia de cosas, aun los del mismo tipo, en muchos casos. Por
eso Metzger acentúa con razón una y otra vez la objetividad del
proceso figurativo.
Ahora bien, tal y como Lorenz ha reconocido con razón, existe
un sistema opuesto a la percepción de tipo Gestalt; a saber: «la
cualidad complexiva». Entendemos por «cualidad complexiva» la
vinculación del comportamiento a una pluralidad de condiciones, las
cuales se agrupan en un conjunto de tal forma que cualquier mu-
tación de una de las condiciones, perturba todo el conjunto. El
sentido biológico de este dispositivo consiste sin duda alguna en
que se vincula una conducta a una misma multiplicidad de datos,
que permanece invariable por término medio. En las palabras de
Lorenz que transcribimos a continuación, podemos advertir en
qué grado tan alto la conducta de los animales superiores depende
de la cualidad complexiva del espacio en derredor.

Una perrita grabó en la primera lección, que le impartí estando «tum-


bada», una situación total como adiestramiento, en la cual, además del
estímulo de las palabras de mando, estaba entretejido un número
enorme de datos excitantes cualificativos, que en primer lugar no se
puede prescindir, sin que se destruya la cualidad disruptora de la situa-
ción de doma. La primera lección tuvo lugar en un camino hondo,
derecho, que conducía cuesta arriba, en compañía de un conocido, que
en los primeros intentos casualmente permaneció de pie detrás del
animal que estaba echado. Dejé que la correa colgara del cuello del
perro. El adiestramiento, que iba funcionando bien dentro de la situa-
ción descrita, falló cuando se cambiaron algunos de los detalles mencio-
nados; es decir, el perro, que estaba echado, se levantó y se acercó a
mí, siempre que yo: 1) me separaba dél camino; 2) cuando el camino
daba una curva muy fuerte, de tal manera que el perro acostado ya

187
no tenía la nariz orientada en mi dirección; 3) cuando mi conocido
no se colocaba detrás del perro; 4) cuando yo le quitaba la correa;
5) cuando repetimos el experimento al volver cuesta a b a j o 1 0 .

Ya en este ejemplo destaca cómo la unión del comportamiento


con la cualidad complexiva es adquirida y cómo no podemos distin-
guirla de la formación de un hábito. En la vida en libertad, es de-
cir, cuando no hay estos ejercicios de doma, tal dispositivo tiene
sentido, cuando alrededor de los organismos existen agregados es-
tacionarios de datos, a cuya totalidad se vincula una conducta. Por
lo tanto es una vinculación con aquello que permanece igual o que
se repite con regularidad, es decir, con lo verosímil, lo probable.
Lorenz acentúa, con razón, que la reacción increíblemente sensible
de muchos animales a pequeños cambios en los lugares acostum-
brados explica cómo evitan cuidadosamente las trampas, cosa que
el hombre la mayoría de las veces interpreta como inteligencia.
La circumpercepción no es transponible, sino estrictamente indi-
vidual, mientras que la Gestaltperzeption, como ya vimos, permite
una generalización precisamente debido a la transponibilidad de la
Gestalt.
Con lo que hemos dicho no se agotan las operaciones del sec-
tor perceptivo, ni siquiera en los animales. Para todo tipo de apren-
dizaje, de doma y para la incomparablemente más importante
auto-doma es esencial que del conjunto circumperceptivo se des-
glosen ciertas partes como Gestalten, y frente a ellas el resto viene
a ser como un telón de fondo. Por ejemplo: el adiestramiento del
perro progresa de tal manera que de todas las características de la
situación, que primeramente se presentan como una totalidad, se
desglosa una sola cosa pregnante (una palabra, un gesto) por la
que el animal se va a regir en adelante, dejando a un lado el telón
de fondo, de tal manera que, en virtud de la transponibidad de la
Gestalt, esa misma conducta podrá producirse con otro telón de
fondo, en otras situaciones. Este proceso puede ocurrir espontánea-
mente. Se ha demostrado que los leones marinos han desglosado
de la situación global la gorra del guarda o el cubo de la comida
como señal disruptora.
Evidentemente hay que entender el mecanismo que acabamos
de describir como descarga. La circumpercepción de la situación
global pasa a un segundo plano como telón de fondo; con ella se

10. Ibid., 139.

188
apartan de la determinación de la conducta todos los cambios ca-
suales, que antes actuaban «perturbando» y se desglosa como «se-
ñal» una única Gestalt, a la que sigue ya una reacción planificada
frente a lo que suele seguir en aquella situación: a la señal de la
gorra del guarda, los leones marinos saltan, porque después les van
a dar peces. El «telón de fondo» puede variar como quiera: no en-
tra en cuenta para la conducta. Evidentemente se trata de un dis-
positivo que hace al animal capaz para acomodarse a concatenacio-
nes del tipo si... entonces... del mundo exterior, a pesar de al-
gunos cambios en la estructura de detalle de la situación global.
Este mecanismo es el que ha sido llamado «reflejo condicionado»,
sobreestimando desmesuradamente la amplitud del concepto. Asi-
mismo los experimentos del laberinto realizados con ratas arrojan
el resultado de que esos animales no se dejan llevar, por ejemplo,
por detalles particulares del camino que ya aprendieron, sino que
de la desconcertante situación total se destaca en primer lugar la
dirección general en que se encuentra la meta; a partir de ella, al-
gunos de los corredores reciben por decir así un vector especial,
mientras que otros pasan a desempeñar el papel de «telón de fon-
do». Guillaume ha examinado bien este punto de los experimentos
de Warden, Dashiell, etc. 1 1 .
Séanos permitido incluir en este momento la observación de que
los experimentos hechos por la escuela behaviorista, p. ej. Shaffer 12
en el sentido de explicar toda la conducta humana mediante la teo-
ría del «reflejo condicionado», recuerdan los esfuerzos, asimismo
exagerados, de la psicología asociacionista de la época de Hume. A
este propósito dice Bertrand Russell muy acertadamente refiriéndo-
se a la afirmación de Watson de que el principio del «reflejo condi-
cionado» pueda operar todo: «Mientras que no acierte a explicarnos
por qué no estornudamos cuando escuchamos la palabra 'pimienta',
su sistema seguirá incompleto» 1 3 . Ni siquiera explica hechos que
están a la vista de todos; la idea de que todas las operaciones del
sistema nervioso central se reducen a responder a los estímulos ex-
ternos es rebatida por el hecho de que los movimientos instintivos
«estancados» desasosiegan al organismo y le «arrastran» a buscar
activamente una situación en que puedan satisfacerse liberándose.

11. La formation des habitudes, 1947, 27.


12. The psychology of adjustment, 1936.
13. Freiheit und Organisation (1934).

189
En este caso, como en el de las hormonas, se producen estímulos
internos 14 .
Volviendo a nuestro tema, hemos de suponer que ya en los
animales superiores las Gestalten ópticas (cuando se despegan de]
fondo en el modo que hemos descrito más arriba) poseen una
«absolutez apariencial». Con esta expresión no queremos referirnos
solamente al calificativo «pregnante», ni a la estabilidad o constan-
cia frente a los telones de fondo que varían (desplazamientos de
lugar y rotaciones), sino también el hecho paradójico (estudiado
por la teoría de la Gestalt) de la supresión evidente de la relati-
vidad de todas las propiedades. En efecto, considerados objetiva-
mente, todos los datos de la percepción son totalmente relativos;
por ejemplo, los colores son relativos a la luz; lo grande y lo pe-
queño son relativos a una medida casi siempre la del propio tama-
ño; y lo mismo se puede decir de las demás propiedades: arriba,
abajo, deprisa, despacio, alto, bajo (referido a los sonidos), etc. Por
el contrario, apariencialmente, todas esas propiedades son absolu-
tas; toda relación de tamaño, distancia, claridad, etc., es, aparencial-
mente, sólo una consecuencia del tamaño, distancia o claridad que
cada uno de los objetos posee en sí mismo. El color de una cosa es
atribuido a ella misma desde el punto de vista apariencial; no lo ex-
perimentamos como relativo a lo que en realidad de verdad es, a
saber, a la luz. El sistema de referencia mismo, el telón de fondo de
una Gestalt (la luz del día para los colores, etc.) más bien pasa des-
apercibido para la intuición; en cambio, las propiedades que en rea-
lidad son relativas, son consistentes y «absolutas» para esa misma
visión intuitiva 15 .
Ahora bien, el término medio, la situación promedio, y con
esto estamos otra vez en lo probable, tienen la tendencia de trans-
formarse en nivel cero del sistema de referencia. La claridad media
de la luz del día es el punto del que se apartan iluminaciones claras
y escasas; un grado intermedio de celo o de decoro es el punto a
partir del cual las desviaciones en ambos sentidos llaman la aten-
ción como absolutas, y cuando uno se ha acostumbrado a un mur-
mullo monótono, se transforma en punto cero de los ruidos ex-
ternos de tal modo que si se produce el silencio se impone como
«absoluto». Así pues ese murmullo es el telón de fondo igual-varia-

14. Cf. K . Lorenz, Psychologie und Stammesgesch., 110 y los trabajos


de von Holst allí citados.
15. Cf. Metzger, Psychologie..., cap. 5.

190
ble, del que se destaca la Gestalt no solamente como constante y
pregnante sino también con esta absolutez paradójica. El «telón de
fondo» es un caso especial de los sistemas de referencia.
Finalmente existe en los animales otra operación superior: el
comportamiento frente a organismos individuales u objetos aislados
frecuentados. Cuando la cría del ánade responde (por una reacción
innata) al reclamo de la madre, estamos frente a una reacción ins-
tintiva, ante una Gestalt acústica desencadenadora de una reacción.
Cuando al cabo de un día aprende a reconocerla «personalmente»
entre los demás patos que gritan, nos hallamos ante la compren-
sión individualizada de una cualidad complexiva en la cosa, que es
integrada por la Gestalt. Por ejemplo, siguiendo a Wilhelm Busch,
podemos reproducir el esquema de un rostro humano en pocos
trazos. Por el contrario, el retratista debe ver de qué sombras,
matices cromáticos, microformaciones y luces depende (dentro del
conjunto cualitativo-complexivo) la impresión de conjunto indivi-
dual, que no puede describirse con palabras. Si muchos animales en
cautiverio «conocen» a su guardián, debemos suponer que des-
arrollan frente a algunos seres vivos o cosas la facultad que venimos
describiendo. La objetividad individual intuicional que poseen to-
dos los objetos de la experiencia humana, no la tienen los conteni-
dos de experiencia ni siquiera de los animales superiores, como ya
vimos más arriba a propósito de los errores de los chimpancés
frente a las cosas, a las cuales conocen, pero no reconocen. A la
objetividad general pertenecen además algunas otras condiciones
de las que nos vamos a ocupar a continuación.
Las explicaciones que se han dado hasta ahora apenas dicen
nada sobre la estructura particularísima del mundo perceptivo hu-
mano, fuera del hecho de que el mundo visual de los niños peque-
ños no puede ser durante mucho tiempo «caótico», sino que muy
pronto ha de dar muestras de algún tipo de centros de ordenación.
Todo estudio de los objetos auténticamente humanos en la percep-
ción ha de partir de las condiciones y tareas especiales que presiden
los primeros tiempos de la vida del hombre. El pensamiento fun-
damental de las disquisiciones siguientes es mostrar cómo el mundo
de la percepción, que todos tenemos en común, sólo en el caso del
hombre ha llegado a ser independiente por su esfuerzo. Cuando
abrimos los ojos no podemos prescindir en absoluto de los restos
y huellas de la actividad anterior que ya forman parte del stock
visual. He aquí un problema especial e importantísimo: hemos de

191
investigar la contribución de las acciones ya realizadas a la cons-
trucción de la percepción humana, dentro del contexto de lo que
ya sabemos sobre la estructura de las acciones humanas y lo que
aún hemos de seguir averiguando. Pensemos que muchos animales
superiores, por ejemplo gallinas o caballos, se orientan magnífi-
camente sin la mirada (es decir, sin rozar las cosas con ojos con-
vergentes) y sin tocarlas, aun en espacios no conocidos 16 . Se ha
comprobado que a los animales les resulta muy fácil convencerse
de las limitaciones de su libertad de movimiento por la mera per-
cepción óptica. Al meter a una corneja en una jaula por primera
vez, demostró estar plenamente orientada y adaptada sólo en vir-
tud de la pura percepción (anteriormente había estado cerca de esta
jaula). Por el contrario, reaccionó con temor o con la huida a cual-
quier perturbación de la impresión general, de tipo circumpercep-
cional, a la que estaba acostumbrada.
Como es sabido, los bebés tienen que aprender, prácticamente
sin ayuda, a moverse; tienen que aprender a lograr el dominio de
sus miembros y a enfrentarse con las experiencias que se les van
presentando en ese aprendizaje. Como ya vimos, y aún hemos de
ver más detenidamente, su vida motriz es comunicativa; no está
montada de antemano; no está ensayada. El bebé tiene que hacer
sus propias experiencias, almacenándolas como inteligencia cinéti-
ca; ha de formar complicadas operaciones de dirección y subordi-
nación para estar a la altura de la abundancia de las tareas humanas
futuras. Por eso necesita una plasticidad innata, abierta, y un largo
período de práctica. Pero a esto se añade que la extraordinaria aper-
tura sensorial y capacidad de reacción ante los estímulos propios
del niño se ven anegadas desde los comienzos por una inundación
de impresiones, que no podrán ser dominadas sino ejercitándose en
esa educación o formación cinética. ¡Por eso el ser humano no sola-
mente ha de poner orden en la inundación de estímulos sensoriales,
sino además ir desarrollando al mismo tiempo su plasticidad motriz
con unos miembros cuya capacidad de ser impresionados por sensa-
ciones acrecienta en cada movimiento la masa de las sensaciones no
interpretadas al principio!
Esta tarea se divide, como se observa inmediatamente, en dos
partes: el hombre tiene que descubrir el mundo en su plenitud gi-

16. Cf. M. Hertz, Beob. an gefangenen Rabenvögeln, en Psychol. Forschg


VIII.

192
gantesca («o ordenada de antemano por los instintos), apropiárselo
y elaborarlo, precisamente porque es un ser «abierto al mundo». La
segunda parte es: hacerse a sí mismo apto-para (ya que al comienzo
es inepto); apropiarse de sí mismo y formar una serie de activi-
dades sobre las que tenga dominio. Ambas tareas sólo pueden rea-
lizarse a la par.
El carácter primitivo de la morfología humana, que estudiamos
en la primera parte, hay que entenderlo, como vimos entonces, des-
de su carencia de adaptación a una circunstancia natural específica.
Así pues, lleva en sí mismo la necesidad de dedicarse a una elabo-
ración activa y planeada de las realidades, de modo que puedan
servir a la vida. Tal es la tarea principal de la acción humana. Por
consiguiente, los paradigmas cinéticos humanos han de ser total-
mente inadaptados, pero capaces de adaptación. Es decir, plásticos
y no especializados al mismo tiempo. Tal necesidad nos sale al en-
cuentro en su plasticidad. Pero plasticidad significa que hay que
hacer una selección de entre un abanico de posibilidades que toda-
vía no funcionan, mediante la actividad propia en el trato con las
cosas y edificar una estructura directriz variable. También en otros
casos en que encontraremos esa plasticidad, por ejemplo en la vida
de impulsos del hombre, significará siempre esa conexión de se-
lección realizada por uno mismo, arquitectónica (es decir, relacio-
nes variables de dirección y subordinación) y adaptabilidad a casi
cualquier situación, en contraposición a un tipo de adaptabilidad
que ya esté montada de antemano. Siempre, incluso en las opera-
ciones más elevadas, la apropiación del mundo es una apropiación
de sí mismo; la toma de posición con respecto al exterior lo es
con respecto al interior también. La tarea propuesta al hombre
con su constitución determinada es siempre objetiva, para dominar
fuera, y una tarea frente a sí mismo. El hombre no vive, sino que
dirige su vida. Por lo tanto encontramos este hecho en el grado
ínfimo, en la vinculación de las operaciones de movimiento y de
percepción que el hombre ha de separar en sí mismo y con lo que
se va a orientar en el mundo. Este hecho nos acompañará siempre;
hasta en el lenguaje, donde la interpretación del mundo y la auto-
conciencia se desarrollan siempre mutuamente. Lo utilizaremos
también para explicar la en otro caso enigmática estructura de la
vida impulsiva. Entonces aparecerá cómo un impulso eficaz hacia
fuera es al mismo tiempo una toma de posición y un acto de auto-
dominio hacia dentro. Sólo en esa forma penetra en las institucio-

193
ties, en las que nuestras indigencias individuales se limitan por las
necesidades universales y objetivas, que desarrollan el ser de la
sociedad.
La tesis fundamental, sin la cual sería absolutamente incom-
prensible la experiencia humana, es el carácter comunicativo de esa
experiencia. ¿ Q u é queremos decir con esas palabras? En primer
lugar, que la experiencia sensorial de las cosas del mundo exterior
va creciendo mediante un intercambio práctico con ellas. Ese in-
tercambio, descargado o liberado de los impactos instintivos inme-
diatos y de las adaptaciones preestablecidas, ha de entenderse co-
mo una especie de «entretenimiento» o pasatiempo con las cosas.
Su expresión, como hemos de ver más adelante, es su objetividad
impregnada de simbolismo, tal y como en cualquier objeto visual
la tenemos ante nosotros como resultado. El mérito de haber acen-
tuado esta tesis fundamental (todos los procesos anímicos —aní-
micovitales, diríamos nosotros— llevan el carácter de comunica-
ción) corresponde a Dewey muy especialmente 1 7 : lo especial del
obrar humano es el actuar a dúo, aun en el campo prelingüístico.
En los procesos anímicos siempre hay locución. La experiencia no
es un proceso «aislado», por cuanto que la estructura básica de
todo lo anímico es «obrar sobre un tú». Puede asumir el papel
de ese tú, podríamos decir, cualquier cosa, cuando «tomamos noti-
cia de ella».
En este punto entran en juego especialmente dos leyes que con-
vendría distinguir con claridad. La primera consiste en que nues-
tros propios movimientos, nuestras vivencias de tacto y vista, son
retro-sentidas (recibidas por la sensación). Tienen un doble valor,
que posibilita su interpretación como activas o pasivas, objetivas
o subjetivas. Ya nos hemos referido más arriba a la elevada capaci-
dad para percibir las cosas y a sí mismo de los movimientos del ser
humano cuando actúa, y también a nuestra capacidad de reprodu-
cir, si queremos, un dato de la propia percepción corporal al que
previamente hemos hecho extraño a nosotros mismos. Tal era el
caso del niño (observado por Guernsey) que golpeaba su frente.
Por eso fue un gran hallazgo de Schopenhauer el describir el cuerpo
como «Sujeto-objeto»; como un algo dado (simultáneamente por
dentro y por fuera), que puede concebirse en unas ocasiones como
activo en relación con el mundo exterior y otras veces como par-

17. Cf. Baumgarten, Der Pragmatismus, 1938, 232-236 s.

194
te de ese mundo exterior; reaccionando a sí mismo y a las cosas
externas.
La segunda ley es ésta: toda «comprobación» de realidad se
desarrolla en el cruce de dos sentidos heterogéneos. Podemos for-
mularlo groseramente así: en distancias cortas cooperan el sentido
del tacto y de la vista; en distancias largas el sentido de la vista y
el lenguaje. En su punto de intersección surge la peculiar intimidad
distanciada, que plasma la objetividad de nuestros objetos mun-
danos. Todo lo que haya de ser realidad, ha de satisfacer dos
condiciones: ha de ser verificado por dos caminos heterogéneos y
ha de ser reflejada, aunque sea sólo verbalmente, en nuestra auto-
perceptibilidad. Si esto es así, se sigue como consecuencia que los
animales, por el hecho de orientarse sólo ópticamente, no pueden
tener cosas «objetivas» en su medio ambiente circundante, aun
cuando tales cosas puedan ser percibidas a través de una Gestalt
e incluso individualizadas.
Esta ley, en cuanto principio epistemológico, fue encontrada
por N. Hartmann 18 y formulada de la siguiente manera:

Un único testimonio acerca de los objetos podría ser (tomado en sí


mismo) verdadero o falso; pero en cuanto tal, no puede portar consigo
ningún signo distintivo de verdad o falsedad. Este signo no se pre-
senta en el campo de lo posible basta que no existan dos testimonios
del mismo objeto por distintos caminos, pudiendo compararse entre
sí dentro de una misma conciencia.

Este «principio de los dos caminos», como podríamos llamarlo,


tiene evidentemente un valor antropológico universal, incluso den-
tro de cada uno de los dos «sentidos dinámicos», el sentido del
tacto y del lenguaje, en los que la vivencia del movimiento y la vi-
vencia de la percepción sensorial facilitan los dos caminos hetero-
géneos: la serie de sensaciones del tacto, concertada en sí misma (o
de las fonaciones escuchadas por uno mismo) es referida a la serie
(concertada en sí misma) de movimientos táctiles (o movimientos
fónicos) y ambas series son los dos testimonios que se confirman
mutuamente, como ocurre en el mundo de los ciegos.
El gran mérito de haber destacado el carácter incomparable
de la vivencia del movimiento y la vivencia de la sensación, sobre

18. Metaph. d. Erkenntnis, 1925, 56.

195
todo del sentido del tacto, pertenece a Palagyi en sus Prelecciones
de filosofía de la naturaleza (1909, 1924). En nuestros movimien-
tos no podemos reducir (como pretendía la antigua psicología) la
vivencia activa del movimiento a sensaciones pasivas. Las percep-
ciones de la piel, los músculos y el tacto que se presentan al mo-
ver un miembro, no son el movimiento mismo experimentado por
ellas. Ya Schopenhauer había expresado con toda claridad el mismo
pensamiento. En un pasaje central de su teoría del conocimiento
distingue con toda exactitud entre la vivencia de la transformación
de una decisión de la voluntad en un movimiento y la percepción
(«representación»: Vorstellung) del mismo movimiento desde fue-
ra:

Cualquier acto verdadero de la voluntad es también inmediata e in-


defectiblemente un movimiento del cuerpo... el acto de voluntad y la
acción del cuerpo son una y la misma cosa, sólo que realizadas por
dos caminos distintos19.

El carácter comunicativo de las puras vivencias táctiles fue


expresado por Palagyi valiéndose de la expresión «sensaciones do-
bles activo-pasivas».
Si toco con mi mano la superficie de mi propio cuerpo, se pre-
senta en primer lugar en mi mano la vivencia del movimiento. En
el curso de ese movimiento se presentan también percepciones tác-
tiles, tanto en el miembro tocado B, como en el que toca, A. Al
principio acontece que la sensación B en el miembro pasivo atrae
la atención hacia sí, mientras que la sensación A en el miembro
activo es, por decirlo así, superacentuada. Ahora bien, como el
miembro tocado B es también móvil, la situación puede tro-
carse en un momento; surge la sensación en A, cuando este miem-
bro se comporta pasivamente y el miembro B, actuando acti-
vamente, lo toca. Dado que Ay B se comportan de un modo inter-
cambiable en su actuación, se desmembra la doble-sensación. La que
surge en el miembro pasivo hace que destaque la otra. No concluye
aquí la serie de vivencias. Como el miembro que toca se encuentra
en su movimiento con otro y hace que reaccione en un contramo-
vimiento no solamente surgen sensaciones activas y pasivas en am-
bos miembros al alternar los movimientos, sino que surgen también
sentimientos de presión y contra-presión; resistencia y permisión;

19. W. a. W. I, § 18.

196
de dirección, dirección contraria y cambios de dirección. De ahí que
todo movimiento está continuamente pasando de la acción a la
reacción y viceversa; es decir, en reproducción permanente, que es
al mismo tiempo sucesiva y simultánea (moverse con).
Para describir esas vivencias de intercambio, Palagyi emplea
también la expresión «autodistanoiamiento». La semejanza estruc-
tural de esas vivencias con la descrita más arriba de la «vida del
sonido» es muy llamativa. En ambos casos se observa el «cambio
de papeles», en el que lo experimentado es transplantado en el éxi-
to sensorial, reencontrado, y luego, partiendo de ahí, recorre el cir-
cuito en dirección inversa. El miembro tocado es a su vez capaz de
movimiento, siendo en unas ocasiones objeto de la experiencia tác-
til, y luego, en cuanto movimiento que realiza por sí mismo, es
contra-movimiento, en el que las cadenas de sensaciones intercam-
bian sus papeles. Del mismo modo que los movimientos fónicos,
recogidos acústicamente, captan el sonido extraño escuchado co-
mo incentivo, incorporándolo a los hechos sensomotores que en-
contraron por sí mismos.
Una sensación táctil producida en nuestro cuerpo desde fuera
no se distingue en absoluto, como tal, de otra originada por nos-
otros mismos. Sólo se distingue en que faltan las vivencias del mo-
vimiento del propio miembro (vivencia que precede a la sensación
que mencionábamos en segundo lugar) que condujo a aquella po-
sición. Igual que llegan a nuestro oído el sonido repetido por otro
y el producido por nosotros mismos, pero aquél no es una «retro-
sensación» del movimiento fónico propio. Así pues, la sensación
táctil despertada en nuestro cuerpo es, por decirlo así, sólo media
sensación. No es una vivencia de comunicación, en la que vayan in-
cluidos los propios movimientos, sino simplemente el impacto
pasivo de una sensación. Por eso, la experiencia de que hay cosas
externas móviles, que pueden tocarnos, la hace el niño ciego del
modo siguiente: dirige su mano al lugar tocado y reviste la prime-
ra sensación táctil con esta otra producida por él con un movimien-
to propio. Por decirlo así, complementa por sí mismo el camino, el
movimiento, que había de haber dejado tras sí un algo, a fin de
poder llegar al mismo lugar y poner allí una sensación. De este mo-
do desplaza su propio comportamiento dentro del comportamiento
de aquella cosa externa, o «toma el papel del otro», exactamente
igual que el niño que repite el sonido que escuchó. G. H. Mead
ha destacado en su filosofía del lenguaje la importancia fundamental

197
de ese to take the role of the other20. Se puede aplicar ya a las
experiencias táctiles. Ese «cambio de papeles» está presente en to-
das las experiencias comunicativas.
En cualquier experiencia aislada del sentido del tacto o en lo
que hemos llamado «vida del sonido» nos encontramos con el prin-
cipio-de-la-doble-vía bajo la forma de una ratificación mutua, a sa-
ber, los movimientos son reflejados como sensaciones y las sensa-
ciones a su vez desencadenan movimientos. Pero cuando, en el más
simple de los casos, tocamos con la mano un objeto que habíamos
visto o lo revolvemos en nuestra mano, entonces se producen com-
plicados procesos de intercambio. El movimiento rotatorio en cuan-
to vivencia motriz es gestalticamente igual a la rotación del objeto
captada por la vista; los dedos que quedan ocultos a veces en ese
movimiento pertenecen a la «parte de atrás» del objeto. Las puntas
de los dedos que se mueven por la superficie del objeto experimen-
tan percepciones que son absolutamente distintas, desde el punto
de vista cualitativo, a las que se presentan cuando se tocan a sí
mismas, es decir, toda la abundancia de cualidades de las cosas que
pertenecen al sentido del tacto, como aspereza, suavidad, frío, elas-
ticidad, etc., y que los ojos perciben a su vez en el mismo lugar
con otros datos muy distintos. Mediante un pequeño movimiento
podemos ocultar con los dedos el punto A, visto anteriormente,
viéndonos por consiguiente a nosotros mismos, pero teniendo al
mismo tiempo una sensación táctil del objeto. Si éste se me cae
de la mano, los ojos que lo van siguiendo lo ven llegar al suelo, pu-
diendo discutirse si el movimiento que hago al agacharme está co-
piando el «papel» del objeto caído o si está repitiendo el movi-
miento de los ojos hacia abajo. Cualquier movimiento de los dedos
engendra series de cualidades táctiles siempre nuevas del objeto,
las cuales corresponden a las series de «matizaciones» visuales que
se van entremezclando y sucediendo. Estas a su vez son estímulos
para movimientos de respuesta, en los que ambos sentidos encuen-
tran de una manera continuada nuevos puntos de intersección; el
estímulo para proseguir con un comportamiento determinado pro-
viene alternativamente o bien del objeto o bien del movimiento
que sigue en marcha, etc. La oposición drástica que se da en
la percepción óptica entre un mundo exterior móvil o inmóvil se
reproduce también en la experiencia táctil. Los objetos huidizos es-

20. Mittd, self und society, Chicago 1934.

198
capan a la experiencia táctil, haciendo que ésta termine en el vacío,
de tal manera que sólo una prolongación, real o ficticia, de nuestro
movimiento captador los recupera, acomodando en sí misma el
espacio para el movimiento propio del objeto. Por el contrario,
cuando tocamos masas inmóviles no podemos cambiar el proceso de
comunicación; está seccionado y en ese sentido surge una vivencia
de fracaso semejante a la que surge cuando se corta la vida del so-
nido y el sonido producido no es reproducido. En ese caso solamen-
te existe el cambio de la inflexible resistencia, que no cede ni a las
mayores presiones, y las cualidades táctiles movibles, que recoge la
mano que se desliza con toda facilidad por encima.
Por los caminos que hemos descrito vamos recogiendo un teso-
ro de experiencias mudas sobre las mutaciones alcanzables y las no
alcanzables; sobre la dosificación de las fuerzas que han de inter-
venir; sobre las coordinaciones de movimientos puestos en juego
en los objetos más dispares, mientras que, por otra parte, los ob-
jetos visuales con la pura mirada muestran sus «cualidades de in-
tercambio», de las que darían prueba si los tuviéramos en nuestras
manos: su peso, dureza, suavidad, estructura material, humedad, se-
quedad, etc.
Cuando se trata de percibir masas de cosas grandes o alejadas,
los movimientos táctiles son sustituidos en cierta manera por el
movimiento total del cuerpo o de la cabeza. Como consecuencia
de esos movimientos, que no son táctiles, nuestras impresiones
ópticas cambian de un modo sumamente drástico. Un movimiento
de cabeza, o simplemente el cerrar los ojos aleja del campo visual
lo que se acababa de ver. También estos procesos son, si atendemos
a su estructura, comunicativos, ya que se trata (exactamente igual
que en el caso del objeto al que se hace girar en la mano) de la
diferencia entre el cambio de la situación perceptiva, que responde
a nuestros propios movimientos o los sigue, y aquella otra situación
a la que responden nuestros movimientos o que los exige como
consecuencia. A la primera serie pertenece por ejemplo el que los
objetos visuales se agranden o se hagan más claros al acercarnos a
ellos. En este movimiento de acercamiento las cosas lejanas, peque-
ñas, confusas e inmóviles se van haciendo poco a poco más grandes,
más detalladas y luego van pasando; también las interferencias
existentes entre ellas, los tapamientos y la producción continuada
de nuevos puntos de vista, que se van haciendo visibles en ellas pa-
ralelamente a nuestros movimientos. Estas perspectivas estrechá-

i s
mente interdependientes (cómo las cosas se empujan unas a otras,
resultando así visualizaciones constantemente nuevas, se tapan en
parte para de nuevo dejarse al descubierto) han de ser primero
vistas, nos hemos de «acostumbrar» a ellas y luego han de ser
pasadas por alto (super-vistas). Generalmente no nos quedamos ahí.
Fuera de eso hay que tener en cuenta el grado diversísimo en que
varían los objetos visuales que dependen de nuestro movimiento y
el sistema propio que se hace patente en ese intercambio. Helm-
holtz aduce el siguiente ejemplo: cuando damos vueltas en tor-
no a una mesa, no cabe duda de que el cambio de los sucesivos
puntos de vista o «matizaciones» se refieren inequívocamente a la
ejecución del movimiento en torno a la misma; pero la imagen que
corresponde en cada caso a una de nuestras posiciones sucesivas
momentáneas es independiente de nosotros en su ser-así y nos es
«dada». De ahí se sigue que también la ley de la conexión de todos
esos puntos de vista en sí; el modo como todos ellos (paralelamente
al decurso de nuestro movimiento) se encadenan entre sí; de ahí se
sigue, decíamos, que también esa ley se nos muestre como indepen-
diente de nosotros, aun cuando sólo aparezca en virtud de nuestro
movimiento. Duret, que es el que mejor ha investigado este proceso
tan importante 21 , presenta el ejemplo siguiente: cuando me acerco
a una persona situada entre mí mismo y un edificio y doy vueltas en
su torno, la imagen de esa persona va cambiando de tal modo a
consecuencia de mis movimientos, que van apareciendo nuevos per-
files, puntos de vista y matices, al par que otros desaparecen. Las
relaciones entre los puntos de vista percibidos cambian según una
normatividad regular de un tipo propio y además «evidente». Des-
de el punto de vista óptico, ese cambio es totalmente distinto de
los ocultamientos y variaciones repentinas, visibles simultáneamen-
te, de la casa que está detrás de la persona, cuyas partes, a conse-
cuencia de mis movimientos, son bruscamente ocultadas o puestas
al descubierto por la persona que se halla en medio.
Ahora bien, de esas múltiples variaciones producidas dentro
del mundo óptico se distinguen aquellas otras que han de atribuirse
al movimiento de las cosas mismas y que como consecuencia inci-
tan los nuestros. Así, por ejemplo, cuando acontece una mutación
drástica dentro de aquella normatividad que rige los puntos de
vista que se van sucediendo unos a otros en virtud de mis movi-
mientos. Tal sería, como ejemplo de esa mutación, el movimiento

21. Les facteurs pratiques de la croyance dans la perception, 1929, 134.

200
de un pájaro en el paisaje que voy atravesando y al que sigo con
la vista. O cuando un objeto lejano, que quiero alcanzar, se em-
pequeñece, es decir, se mueve rápidamente y yo tengo que correr.
Es evidente que en esos casos nos encontramos con vivencias
de comunicación; con movimientos de respuesta, que desarrollamos
frente a las mutaciones ópticas. O bien nos encontramos con muta-
ciones de respuesta de los objetos visuales con respecto a nuestros
movimientos, que en este caso ocupan el lugar de los movimientos
táctiles.
Nuestra última tesis en este apartado es la siguiente: la estruc-
tura de nuestro campo visual es totalmente simbólica por cuanto
que se construye y en la medida en que se construye a partir de los
procesos comunicativos que hemos estudiado. Este paralelogramo
de color pardo «significa» un libro, porque en el contacto posterior
con él se incluye en una serie de hábitos; se pueden pasar sus hojas
y se puede leer. Aquella esquina en ángulo recto me está indicando
una casa, porque según me voy acercando vive en mí toda una
serie de comportamientos e impresiones que constituyen una casa;
por ejemplo, puedo entrar en ella, etc.
La estructura completamente simbólica del mundo de la per-
cepción humana ciertamente que está ya preparada (según todo lo
que hemos dicho anteriormente) desde el punto de vista óptico-fi-
siológico y no surge mediante «abstracciones» u otros aditamentos.
En el sistema óptico hay un cierto «automatismo», que Brunswik
compara con el instinto 2 2 por cuanto que la percepción también
sigue normatividades propias estereotipadas y fijas; del mismo mo-
do que el instinto de un modo superficial, toma los indicios por
la cosa misma, y en cuanto que la percepción, por ejemplo en el
caso de los errores ópticos, permanece «ineducable». Pero no de-
bemos pasar por alto aquellos valores simbólicos que como con-
secuencia de nuestros movimientos de intercambio se sedimentan
como sustrato fenomenológico de las cosas. Creo que la teoría de
la Gestalt, con la ayuda de sus «figuritas magistrales» (virtuosen
Figürchen, la expresión es de Pótzl) ha aislado el sector óptico y lo
ha sobrecargado con exigencias de eficacia operacional.
Así pues, nos orientamos en el mundo de los sentidos mediante
ciertos símbolos ópticos, acústicos, táctiles, etc.; mediante rasgos
o caracteres mínimos. Biológicamente hablando, esto tiene una
finalidad evidente: nos ahorra entregarnos a toda la plenitud posi-

22. Wahrnehmung und Gegenstandswelt, 1934, 115-125.

201
ble de las cosas. No es un fin de la percepción que el organismo ten-
ga una excitabilidad lo más dispar y sensible posible. Precisamente
en ese caso no podría ser ya puramente simbólica. Nuestra percep-
ción principal y directriz, la óptica, es un medio para indicarnos
«símbolos» para las expectativas de éxito, obstáculos, reacciones
de las cosas y «posibilidades de alcanzarlas» en conexión con
nuestra intervención práctica, a fin de que con la ayuda de esos
símbolos realicemos nuestros movimientos y podamos dosificarlos
atendiendo a su finalidad, antes del éxito o el fracaso. En este pun-
to nos sale al encuentro otra vez la categoría absolutamente esen-
cial de la descarga, que es de primer orden para la antropología.
Es de fácil comprensión que en los seres humanos, que están abier-
tos al mundo, la verdadera inundación de estímulos hace necesaria
la existencia de procesos de descarga. Es sorprendente qué poco se
ha advertido este aspecto biológico importantísimo de toda simbó-
lica. La razón se halla en los prejuicios intelectualistas, que entien-
den la simbólica solamente desde el aspecto de la «significación»
o del «significado». Sólo en Dewey encontré un esbozo desapro-
vechado de este hecho: «La capacidad para formar hipótesis es el
medio por el que nos liberamos de quedar sumergidos (!) en la
existencia que nos rodea y que actúa sobre nosotros física y senso-
rialmente» 2 3 .
Por lo tanto, nuestro mundo de los sentidos es simbólico; es
decir, los indicios, simplificaciones, las partes delanteras y las inter-
secciones, las sombras, los claros, las cualidades llamativas pro-
pias del color o la Gestalt bastan para darnos indicación acerca de
las masas de los objetos reales. La finalidd biológica de este hecho
es, como ya hemos dicho, la «descarga» y la aceleración de las
reacciones, que se hacen así posibles. Pero sobre todo la finalidad
consiste en que la visión de conjunto sólo es posible dentro de los
campos simbólicos. Como no es necesario enfrascarse en toda la
amplitud y abundancia sensorial posible de las cosas, la descarga
permite una visión panorámica sobre todos los campos de indicios.
Sólo entonces se da una visión sinóptica de grandes áreas y la per-
cepción, descargada de masas individualizadas, queda libre para
operaciones más elevadas de tipo supervisivo. La palabra Übersicht
(supravisión) tiene un doble sentido muy profundo. Sólo porque
pasamos-por-alto (dejamos de ver) innumerables percepciones po-
sibles, existe una supra-visión (visión panorámica, sinóptica). Ha-

23. Quest for certainty, 1929, 15«.

202
blando desde el punto de vista biológico, la percepción de objetos
singulares y detalles particulares es de segunda importancia. Pri-
meramente la percepción proporciona situaciones, campos com-
pletos de indicaciones provenientes del mundo circundante. El
lenguaje es propiamente el órgano definitivo para disolver las situa-
ciones en sus particularidades. Además se hace capaz de apropiarse
(en el lenguaje plenamente desarrollado) de los contenidos de los
campos simbólicos mismos. Las «frases» son campos vinculados
de símbolos acústicos. El oyente toma de la frase pruebas audibles
y sólo cuando ha realizado esa descarga está en condiciones de edi-
ficar en forma de frases un conjunto de «pruebas audibles».
Cuando hemos aprendido y dominado el lenguaje, las palabras
(si las tomamos como figuras de sonido) son solamente «pruebas»
acústicas, que nos han de bastar para reconocer, pues nadie articu-
la plenamente la palabra ni espera semejante cosa. Sólo algunos de
los elementos de la palabra llevan la carga de significado; por así
decir son la «faz», la parte anterior de toda la palabra. K. Bühler
habla a este propósito de «importancia diacrítica» 2 4 ; es decir, en el
sonido de cualquier palabra hay un número de marcas acústicas im-
portantísimas para distinguir y comprender las palabras. Bühler
llama a esos símbolos «fonemas»: «las marcas o señales naturales,
en virtud de las cuales pueden ser reconocidas o deslindadas dentro
de la corriente del habla las particularidades semánticamente deci-
sivas de esa corriente de sonidos» 2 5 . La palabra, en cuanto objeto
de los sentidos, al igual que el objeto visual, no nos interesan con
toda la plenitud de sus propiedades concretas, sino que ciertos
acentos destacados nos bastan para distinguir las palabras y sus
significados. Puede ocurrir que una diferencia de sonido muy
sutil indique enormes diferencias de significado, mientras que otros
sonidos llevan sobre sí diferencia de grado de «pregnancia» im-
portantísimos. En inglés, por ejemplo, existen muchas parejas de
palabras, cuya única diferencia consiste en que las consonantes fi-
nales son sonoras o sordas, por lo que hay que distinguir cuidadosa-
mente p/b; t/d; y k/g. A este hecho corresponde en el funciona-
miento fisiológico del movimiento necesario para producir el len-
guaje (motricidad lingüística) la imposibilidad de destacar mediante
la articulación todos los elementos de las palabras. En efecto, re-
primimos, desatendemos o ligamos ciertos elementos, a fin de ceñir-

24. Sprachtheorie, 1934, 44 s.


25. Die Axiomatik der Sprachwissenschafteti-. Kantstudien 38 (1933).

203
nos a la articulación limpia de los más importantes por su significa-
do. Este proceso paralelo de «simboleidad motriz» radica ya, como
mostraremos, en la naturaleza de los procesos motores «podidos».
Volviendo a la percepción óptica encontramos (examinando la es-
tructura de las cosas percibidas), que éstas evidentemente están
cargadas con indicaciones y sedimentaciones de movimientos. Ya
en la percepción contienen indicios de sus valores de intercambio,
es decir, su peso, estática, consistencia e índole de su superficie.
Muestran también sugerencias acerca de las acciones manuales que
serán fructíferas y con finalidad, hallándose así de acuerdo o no con
las expectativas de nuestra fantasía, de intercambio o trato, las
cuales mutaciones resultarán ser consecuencia de determinadas al-
teraciones de nuestro comportamiento.
Nos sorprenderemos si miramos en su conjunto toda la serie
de condiciones que nos han conducido hasta este punto. En tanto
que los ojos no puedan prescindir (o mirar pasando por alto) las
imágenes de sus propios movimientos, no será posible como es na-
tural establecer la diferencia entre el cambio de imágenes origi-
nado por ellos mismos y el exterior que sigue sus propias leyes; y
el movimiento mismo durante todo ese tiempo no tiene seguridad
de alcanzar su meta ni sabe variar con exactitud. Quizás sea más
difícil aprender a dejar a un lado, diferenciar y entresacar las muta-
ciones que se superponen unas a otras de las imágenes del mundo
exterior (y que acompañan a nuestros movimientos), las cuales
mutaciones, externamente visibles (por ejemplo la relación entre
primeros y últimos planos), han de subordinarse a los movimien-
tos propios de las cosas. Para entonces la percepción táctil ha de
haber asimilado sus propias experiencias de tacto de sí mismo y
tacto extraño y haberse adaptado a esos procesos. En la palpación
objetiva existe también como un «super-ver» (ver por encima y más
allá de algo) del aspecto subjetivo de las sensaciones táctiles. Sin
todo esto no se puede dirigir con seguridad una acción partiendo
del éxito pretendido (acción voluntaria). Ininterrumpidamente dis-
curren por en medio enfrentamientos, actos de recepción y de in-
corporación, variación de los resultados, de la kinefantasía que se
va enriqueciendo lentamente, etc.
Dirigiremos ahora nuestra atención al aspecto principal de los
resultados que aparecen inadvertidamente y de repente se hacen
visibles: a la simbólica de las cosas edificada y consolidada por la
propia industria. Hemos de valorar este hecho en su aspecto de

204
descarga; se soluciona así la tarea que se presentaba con la inunda-
ción de estímulos. En los procesos sensomotores del «intercambio»
el hombre experimenta y se le vienen a las manos las cosas; luego
las coloca otra vez en su sitio y las «despacha». Las «despacha»
cuando una simple mirada basta para indicarnos qué son y qué ha-
bría que hacer si entráramos en relaciones con ellas. Esto es lo que
realizan los ojos por sí solos. De este modo el campo de admiración
y sorpresa que es el mundo queda reducido a una serie de centros
«super-vistos», las cosas, cada uno de los cuales contiene una abun-
dancia (densísima y comprobable sin esfuerzo con una fácil prueba
de la mirada), abundancia, decimos, de indicaciones acerca de po-
sibles experiencias objetivas, de posibles «respuestas» de las cosas
en forma de una «disponibilidad allí ubicada». Ahora bien, todo
esto sólo tiene sentido en el caso de un ser que no esté encajado
en los procesos típicos del medio ambiente ni adaptado a ellos. El
proceso es digno de notarse, porque es continuado maravillosamen-
te por el lenguaje.
En el ejemplo siguiente podremos ver cómo el super-ver (pasar
por alto) lo que se nos presenta (en el sentido de no acomodarse,
no encajarse en ello) hace posible la super-visión (la visión de con-
junto, panorámica), es decir, que la mirada siga recorriendo todos
los campos. Por lo general no observamos las sombras, claros y re-
flejos de color en las cosas, porque si no, no hubiera despertado tal
asombro la pintura de los impresionistas que recoge tales efectos.
Generalmente la mirada no se deja coger por ellos. Más bien pasa
de largo para captar las Gestalten espaciales y así los volúmenes,
profundidad y distancias. Los matices finamente graduados sobre
la superficie de las cosas desaparecen con una iluminación de color,
o cuando esas superficies tienen un color, pero no desaparecen los
colores propios, que indican más bien los relieves, las figuras y las
distancias. Pero todo esto sucede en el caso de un interés biológico
por el factor de constancia y no, como ocurre en muchos animales,
en el caso de interés por la movilidad.
La estructura de nuestra percepción y de nuestra vida cinética
que hemos descrito hasta ahora es puramente humana aun antes
de que tratemos de los productos de una inteligencia superior. Nin-
gún animal tiene la plasticidad cinética del hombre; la receptibili-
dad sensorial de nuestros movimientos; ninguno la cooperación
entre las manos y los ojos; ninguno la ilimitada apertura al mundo
de los sentidos humanos. El animal tiene una indiferencia estúpida

205
frente a todas las percepciones posibles, que no sean de importancia
vital para él o que arrastren su instinto. El animal tiene «circum-
mundo» (un medio ambiente que lo rodea) y no mundo.
Por eso, no se presenta en el animal la necesidad de realizar
esas operaciones. Ni al percibir ni al actuar opera lo que opera el
hombre, a saber: construir y desarrollar por sí mismo sus movi-
mientos en el enfrentamiento con las cosas; después, englobarlas
en sus actividades, avanzando siempre hacia una relación y un trato
con ellas alcanzado a base de trabajo y por así decir «ultimado».
Todo esto sucede en el hombre de un modo independiente; no al
servicio de la satisfacción de indigencias físicas inmediatas, sino me-
diante circuito-procesos comunicativos, descargados y experimen-
tados en sí mismos. Precisamente la estructura del comportamiento,
en la que se da la experiencia más objetiva, es absolutamente super-
animal. Cuanto menos es conducta «pensante», más esencialmente
es «inteligente». Hemos tratado de describir así la «inteligencia
íntima» existente ya en las operaciones de percepción y de movi-
miento, y que tan difícil es de comprender.
Experimentamos las realidades solamente enfrentándonos prác-
ticamente con ellas y mediante este hecho: que las traspasamos con
la multiplicidad de nuestros sentidos. Tocamos lo que hemos vis-
to, lo manoseamos. O, finalmente, dirigiéndoles la palabra, y de
este modo establecemos un tercer modo de actividad puramente
humana frente a ellas. Cuando les arrojamos de frente una Gestalt
(una palabra, por ejemplo) producida por nosotros mismos o bien
otro tipo de dominación, sacándolas de una esfera a otra, manipu-
lándolas, hablándoles, «teniéndolas a la vista», «comprehendiéndo-
las»; en una palabra: cuando desarrollamos su multiplicidad y ce-
rramos trato con ellas entonces, al comprender (comprehender) la
cosa, se comprende (comprehende) el poder humano a sí mismo en
sus posibilidades; entonces se segrega a sí mismo de sus oscuros
fondos hacia impresiones e impulsos siempre renovados, hacia la
plenitud absoluta del ámbito vital; de los fantasmas y los ensayos
de movimiento, sensaciones, adelantos de sentimiento y «pretensio-
nes». Ei^ efecto, nosotros no «tenemos» las cosas mismas, sino en
cuanto asimiladas y fusionadas de modo apropiado en la multiplici-
dad de nuestras actividades, con la que tocamos lo que hemos vis-
to, manifestamos lo que esperamos, «comprendemos» lo recordado
y manoseamos lo que se mueve 2 6 . Precisamente de ese modo llegan

26. Q . A. Gehlen, Vom Wesen der Erfakir un g: Bl. f. at. Phil X , 3.

206
a ser para nosotros lo que son ellas mismas; su objetividad cósica
es su «estar-colocadas-allí», por cuanto que indican qué hay en
ellas oculto de posibles consecuencias derivadas de tratar con ellas
y de cualidades desarrollables. Por esta razón ni siquiera los ani-
males superiores tienen cosas «objetivas» a su alrededor comproba-
bles, ya que les falta toda la estructura de la vida de los sentidos y
del movimiento que tiene el hombre.
Hemos de estudiar esa objetividad más de cerca. En efecto, si
observamos cuidadosamente, el hombre se halla, al final de la evo-
lución ahora considerada, en un mundo conocido, pero «colocado-
ahí». Las cosas son conocidas; han sido experimentadas; son ma-
nifiestas ya ópticamente en sus propiedades y cualidades de inter-
cambio mutuo y lincamientos cinéticos, que ellas indican y con
las que nuestro intercambio ha cargado. Pero están «a disposi-
ción»; es decir, cuando nuestra acción se retira de ellas, permane-
cen ahí como «potencialmente» empleables y sólo las dominan
nuestros ojos, supervisándolas. De esta manera, las cosas del
mundo en un contorno ilimitado tienen el carácter esencialmente
humano de una neutralidad adquirida. Esto no es la indiferencia
con respecto a todo aquello observado que no arrastra nuestros im-
pulsos, como tienen los contenidos del mundo circundante de los
animales superiores. Al contrario, las cosas a nuestro alrededor nos
son plenamente conocidas y las hemos «tras-pasado», pero en su
mayor parte permanecen ahí, disponibles para un intercambio en
cualquier momento. Tal es el modo con el que el hombre sojuzga
el aluvión de impresiones; es la manera con la que se descarga de
ellas. Se ha producido un amortiguamiento de su energía, trans-
formándose en disponibilidad para cualquier momento y quedando
bajo control y supervisión del sentido que no se cansa, del sen-
tido de la vista; a él le muestran sus posibles valores de intercam-
bio. Aquí el camino va de la realidad a la posibilidad. Y asimismo,
visto subjetivamente, desde el punto de vista de las performances
cinéticas. En efecto, en nosotros se ha sedimentado un poder con
certeza del intercambio y de las dominaciones, de los movimientos
que han tenido éxito; potencialmente está a nuestra disposición
en cualquier momento una posible soberanía como consecuencia
del trabajo realizado. En mitad de un mundo conocido es posible
durante algún tiempo el reposo absoluto del organismo. El hombre
puede descansar, el animal o está ocupado o duerme. Si el hombre
está tranquilamente sentado (en una de sus típicas posturas de

207
descanso, en las que sin embargo conserva la posición erecta) se
le hace visible un mundo en el que se siente plenamente en casa,
en el que en cualquier momento y en cualquier punto puede ac-
tuar, con acciones que, en cuanto construidas por uno mismo, son
posibles ahora, pueden ser dejadas, o pueden esperar seguras del
resultado. Este es el carácter de la intimidad del mundo, en la
que hay que distinguir los tres aspectos de familiaridad, de neutra-
lidad de las cosas, y de descarga del hombre. Todo esto lo llamaré a
partir de ahora «disponibilidad» de las cosas. Enseguida veremos
que el lenguaje trabaja igualmente en esa dirección. Eso mismo
constituye también la objetividad perceptible de las cosas.
La descarga producida se manifiesta simplemente en que el
funcionamiento de un sentido bastará para desvincular las prolijas
experiencias del sentido de la vista, del tacto y del movimiento. Así
pues, una vez que con esfuerzo y empleando toda la persona se
han realizado experiencias, en el futuro bastará con la pura «aten-
ción» óptica, a fin de hacerlas disponibles, emplearlas o dejarlas
descansar. El ver nos simboliza todo un contexto de experiencias,
lo gestiona, es decir, ahorra el que se repita, y lo pone a dispo-
sición. Tenemos que llegar al cabo en el descubrimiento de las
propiedades de las cosas, para pasar a su empleo. Ruego que se
tenga esto bien presente: toda operación o actividad simbólica, so-
bre todo el lenguaje, tiene esta cualidad de la descarga. Es decir,
la realización de operaciones más costosas y precedentes mediante
otras puramente «insinuantes»; y la «puesta a disposición» (sit
venia verbo) de las primeras por contextos más indirectos y más
libres. El mirar ahorra el tocar; la palabra ahorra incluso el mirar.
Pero en cada caso lo uno suple a lo otro, lo representa.
Por lo tanto, la objetividad del mundo de las cosas visualizables
es, como ya vimos, el resultado de factores extraordinariamente
numerosos, entre los cuales, fuera de las leyes propias del sistema
del sector óptico, tienen una importancia especial los procesos ac-
tivos de intercambio junto con las acciones de descarga que se cons-
truyen \dentro de esos procesos. Además se desarrolla el «autoex-
trañamiento» de nuestros movimientos y sensaciones de un modo
estrictamente paralelo a aquella desmembración de cosas «colocadas
ahí» y poseídas por un símbolo, de tal manera que cuando tenemos
el sentimiento extrañado de nosotros mismos, tenemos en último
término un esquema intuitivo de nuestro propio cuerpo en nuestra

208
cambiante relación con el lugar visible que ocupan las cosas. Dice
muy bien Scheler:

Un perro puede vivir en un jardín durante varios años y haber es-


tado muahas veces en cada rincón del jardín. Nunca podrá hacerse
una imagen de conjunto del jardín ni de la disposición, independien-
te de la situación de su cuerpo, de los árboles, arbustos, etc., no impor-
tando lo grande o pequeño que sea el jardín. Sollámente existen pana
él espacios que lo circunscriben y que cambian con sus movimientos.
No los puede coordinar con el jardín en conjunto, independiente de
su posición corporal. El motivo es que no es capaz de transformar su
propio cuerpo y sus movimientos en objetos, de tal manera que pu-
diera incluir su propia posición corporal como un factor variable den-
tro de su visión espacial, y que pudiese contar cuasi-instintivamente
con el dato carnal de su posición 2 7 .

Sin embargo no podemos estar de acuerdo con la idea expresada


por Scheler a continuación, de que la objetividad es, en última ins-
tancia, un producto del espíritu: «Pero ese centro desde el que
el hombre realiza sus actos, mediante el cual o a través del cual
objetiviza' el mundo, su cuerpo y su psique, no puede ser una
parte de ese mismo mundo». En nuestra concepción de la concien-
cia, según la cual las cosas y nosotros mismos aparecemos como ob-
jetos en la conciencia, no se puede separar de la infraestructura ge-
neral, que interviene en ese acto de reflexión. Es decir, no se puede
separar de la estructura especialísima del movimiento y de la sen-
sación en el ser humano. Ni del «principio-de-la-doble-vía» y
control y descarga recíprocos de los sentidos. Ni de la descarga o
liberación de los impulsos que se realiza en el intercambio comuni-
cativo. Ni, finalmente, de la ubicación morfológica especialísima del
hombre, su postura erecta, etc. No se puede contraponer como si
fuera espíritu esta conciencia, que resalta en la reflexión, a un mun-
do que todavía es puramente pensado. Si vamos buscando un con-
cepto al que pueda servir en relación recíproca el concepto de obje-
to, a lo sumo nos llevará más lejos el concepto de voluntad. En
primer lugar porque en el caso de la voluntad la diferencia entre
la voluntad real y la pensada no se desvanece como en el caso de la
conciencia. En este caso se la puede concebir al mismo tiempo sin
contradicción interna como conciencia pensada, es decir, como con-
ciencia de sí mismo, tal y como hace Descartes. Por el contrario,

27. Die Stellung des M-enschen im Kosmos, 1928, 57 s.

209
entre una voluntad real y una voluntad pensada existe la enorme
diferencia de la realidad, de la resolución. La frase cogito me vo-
lentem ergo volo, sería plenamente absurda. La objetividad real de
las cosas reales es un correlato del obrar o el querer reales; la ob-
jetividad visible de las mismas cosas en la conciencia es un corre-
lato del obrar o del querer posibles y de ninguna manera del puro
pensar o mirar mismos. La subjetividad de las utopías y de los sue-
ños es un correlato del obrar o el querer no posibles.
Además, ya vimos antes que la pulsión llamada voluntad en-
cuentra su cumplimiento en la reacción de cosas reales a los ten-
der-hacia del obrar activo en cuanto tal; de tal manera que un éxi-
to objetivo y una serie de acciones se confirman mutuamente, sien-
do igual si esto es o no de interés para un impulso vital. La volun-
tad es el impulso (referido a la posibilidad de desarrollo de éxitos
objetivos en el cambiante mundo de los objetos), que puede satis-
facerse, en su propio plano sin que necesariamente ese resultado
haya de ser también un resultado apetecido o deseado.
Ese impulso apunta también desde un principio al almacena-
miento y transformación de los propios movimientos e impulsos a
moverse, en la medida en que éstos son reflejados por aquellos éxi-
tos o fracasos objetivos.
De este modo ampliamos esencialmente nuestro concepto de la
objetividad de las cosas (y, dado el caso, también de nuestro com-
portamiento con relación a ellas). La ampliación consiste en esto:
todo lo dado objetivamente no sólo está «ahí», visualmente y en el
fenómeno y no sólo es algo íntimo y colocado ahí, sino que asimis-
mo es motivo en potencia de un resultado que se puede desarrollar
en eso dado. Más todavía, esos objetos dados son en cuanto tales
y precisamente por eso al mismo tiempo motivos potenciales de
otras indigencias todavía latentes, pues, según la explicación dada
anteriormente, la voluntad puede entrar también al servicio de
otros impulsos, y es lo que hace generalmente. En esta última
relación, las cosas objetivas tienen visualmente un valor existencial
(Daseinswert), a saber, la propiedad visual de tener un posible va-
lor para satisfacer una necesidad que todavía no es actual. Por
ejemplo: el que reacciona ante una cosa pensando así: «voy a to-
marla, tal vez la necesite algún día» está reaccionando al posible
o virtual valor existencial de la cosa vista. Es sumamente signi-
ficativo que las cosas objetivas siempre se nos dan en esa «posición
intermedia». Como algo que puede ser transmutado dentro del mis-

210
mo plano, es decir, es motivo de una acción y un efecto que puede
desplegarse dentro de él mismo, por ejemplo: cuando reparamos
una cosa. Y como algo que puede tener valor satisfactorio para otra
indigencia, «consumiéndose» en cualquier otra relación, aun cuando
esa necesidad no exista en el momento presente. En este sentido
todas las cosas objetivas tienen un valor existencial actual o po-
tencial y al despertar de la correspondiente necesidad salen automá-
ticamente de su indiferencia. Desde un punto de vista psicológico
más profundo, a la objetividad corresponde una tensión stabilisée.
Es la expresión que usa Przyluski 2 8 en otro contexto, pero designa
una categoría de la estructura de las pulsiones humanas. Esa ten-
sión stabilisée entre tendencias que se excluyen y que algunas ve-
ces son ambivalentes en estado latente, es importantísima. Describe,
por ejemplo, nuestro «equilibrio interno» frente a la propiedad de
otros. En este caso, frente al mundo objetivo de las cosas, se hace
referencia al equilibrio de la tensión interior entre un comporta-
miento que aborda las cosas objetivamente (atendiendo a las pro-
piedades de las mismas, por ejemplo: nadie golpea con fiereza con
un vaso sobre la mesa) y un comportamiento que aborda las cosas
en virtud de otros intereses (como por ejemplo cuando alguien
bebe del vaso). En la vida cotidiana, nuestra conducta real oscila
continuamente entre ambos caminos y en eso consiste también la
otra tensión stabilisée entre indiferencia (estar-colocado-ahí) y ac-
tualidad de las cosas (acción). Este sistema de tensiones estabiliza-
das es el que visualmente penetra en la objetividad de las cosas,
exactamente igual que (para añadir una última determinación) el
hecho de que exista no sólo para mí. De tal manera, pues, que no
sólo son cosas vistas, como dicen los idealistas, sino que son obje-
tivamente visibles y, como tales, dadas en el fenómeno ya por el
hecho de que su ser-vistas no estriba en la conciencia inmediata, en
la que simplemente «están ahí».
Resumiendo: cualquier cosa vista no solamente está ahí, capta-
da por las Gestalt, de modo constante e individual; no solamente
es íntima en una «disponibilidad colocada ahí», sino que además
tiene una especie de pasividad fructífera, una capacidad de reacción
diversísima a los ataques, que «uno» puede realizar; y finalmente
un valor existencial potencial, un estar-ahí, para «posibles indigen-
cias», es decir, para «alguien». Todo esto es una concreción, que

28. L'évolution humaine, 1942.

211
fija el contenido simbólico de indicaciones de su estar o ser visible.
La intelectualidad de la percepción, en virtud de la cual vemos,
(no pensamos) que esto es una taza y un libro, no consiste pues
simplemente en el «carácter loquial» de la visión, a la que hemos
de volver más adelante. Se enclava ya mucho más profundamente
y significa la capacidad de despliegue de los contenidos (que hemos
descrito en este capítulo) a partir de lo percibido.

17. Kinefantasía y estetofantasía

El estudio que venimos haciendo tiene además un resultado ne-


gativo. Echa por tierra errores ya tradicionales a partir de Kant,
a saber: que la disposición y configuración de nuestra percepción
sea obra de la «razón». En la epistemología de Kant hay muchas
cosas vinculadas a su época, especialmente una gran falta de cono-
cimientos más profundos en lo que se refiere a la fisiología de los
sentidos, a la psicología animal y a la teoría del lenguaje. Incluso
podemos decir que esas ciencias brillan por su ausencia. De ahí se
sigue que sobrecarga a la razón (hecho que tiene muchas conse-
cuencias) con exigencias de acción; se sigue también la falsa inte-
lectualización de la vida de los sentidos y finalmente, sobre todo,
que no tiene en cuenta a la acción en toda su teoría del conoci-
miento.
Según nuestro modo de ver las cosas, queremos referirnos a los
influjos de la acción en la edificación del mundo de las percepciones
y a la verificación de la autodeterminación y autoapropiación (siem-
pre conectadas con la orientación mundana) del propio poder. He-
mos de tratar ahora de un descubrimiento importantísimo realizado
por Palagyi, el de la kinefantasía.
Sólo después de distinguir correctamente entre sensación y
movimiento, se distinguen también claramente dos tipos de fanta
sía en su diversidad fontal y originaria. Estos resultados, tomados
de la esfera de la vida de la fantasía, tienen importancia para nos-
otros, pues en ellos aprendemos a conocer más profundamente la
estructura de las acciones comunicativas. Dado que la fantasía del
acto de ver es predominantemente óptica, el acto de representarse
fantasmas puramente motores presenta algunas dificultades. Nos
aproximaremos a ellas partiendo de manifestaciones patológicas.
Ya en 1898 Janet describió en Névroses et idées fixes, el caso

212
de una mujer que decía: «Me doy perfectamente cuenta de que mi
brazo derecho se está moviendo continuamente y sólo se detiene
cuando yo lo miro». «Pero esto —constataba Janet— es falso
en realidad; su brazo derecho no se movía, pero ella se figuraba que
sí se estaba moviendo».
Las acciones de un enfermo descrito por Goldstein 2 9 , se sub-
dividían claramente en dos clases. En movimientos voluntarios per-
turbados y movimientos habituales relativamente no perturbados.
Podía lavarse y rasurarse, abrir el grifo del agua, abrir y cerrar
puertas, llamar a la puerta, etc. Pero todas estas actividades sólo
tenían éxito cuando se realizaban prácticamente ante un objeto
real. Podía llamar a una puerta si estaba inmediatamente delante
de ella (si se le echaba hacia atrás un paso, permanecía con el bra-
zo levantado en el aire; el movimiento, ya iniciado, cesaba). Al en-
fermo le era imposible hacer el ensayo libre del movimiento de
golpear una puerta. Asimismo podía golpear un clavo con el mar-
tillo, pero era incapaz, de hacer la indicación de cómo se clava un
clavo. Si se intentaba hacer que imitase un movimiento arbitrario,
que antes alguien había hecho, se le fraccionaba el movimiento en
movimientos parciales desconectados unos de otros. Miraba alter-
nativamente al médico y a su mano, una y otra vez colocaba bajo el
control constante de los ojos cada acto parcial.
Naturalmente es difícil decir a qué habría que atribuir sus per-
turbaciones; pero la siguiente afirmación es una pura descripción
del hecho y por tanto indiscutible: a este enfermo le faltaba la
«holgura», o «espacio vital», libremente disponible, para ensayar
o bosquejar la acción. Así pues, tenía perturbado el funcionamien-
to de la kinefantasía y de la fantasía imaginativa. No conseguía es-
bozar de antemano la Gestalt del movimiento. Con la misma cla-
ridad se puede ver en otro caso. Se trataba de un enfermo con
herida de cerebro. Tenía que describir un círculo en un plano ho-
rizontal. Este esbozo de movimiento, irrealizable para él, lo con-
siguió con ayuda intelectual y táctil, por decirlo así, desde arriba y
desde abajo. Apretó el brazo fuertemente al cuerpo, luego probó,
penosamente y paso a paso, a obtener una posición del antebrazo
en ángulo recto, haciendo a continuación movimientos pendulares
con el tronco de tal manera que sus antebrazos se movieran en un
plano horizontal. En ese plano «rellenado» de esa forma describió,
en partes, un círculo. Se trata en este caso de un conjunto de mo-

29. Monatsschr. f . Psycb. u. Neur. 54 (1923).

213
vimientos intelectuales, controlados óptica y tácticamente, en por-
ciones, que trata de suplir la falta de funcionamiento de la fanta-
sía.
Un geómetra ciego, citado por Jaensch, construía de la siguiente
manera las figuras geométricas: trazaba las líneas de la figura en
movimientos reales y luego en su kinefantasía hacía el anteproyec-
to de dónde se encontrarían las continuaciones de esas líneas y en
qué relación se cortarían. Proceso éste que solamente se puede ex-
plicar gracias a la kinefantasía. Cuando situados ante una fosa an-
cha tratamos de saltarla, el que realicemos o no el salto depende
del resultado de un salto «imaginado». En nuestra fantasía pode-
mos cambiar de posición todos nuestros miembros situándolos en
otras posturas, movimientos y combinaciones de movimientos, sin
llevarlos a cabo «realmente». La actitud para el deporte parece con-
sistir en un elevado grado en el buen funcionamiento de la kine-
fantasía, que es la que planifica las nuevas combinaciones de movi-
mientos exigidas en cualquier deporte. Gracias a ella podemos
vivir un movimiento (no pensarlo) sin realizarlo. Buytendijk atri-
buye un gran papel a los «movimientos virtuales»:
ra
En los juegos en común de los niños y en los deportes de los adul-
tos los movimientos virtuales son un elemento esencial en la marcha
del juego. Sin ellos sería imposible el con-sentir y connivir entre los
compañeros de juego. Los movimientos del objeto de juego son reali-
zados en común de un modo virtual, como sabe todo jugador de billar
o de fútbol »o.

Aun cuando ambos tipos de fantasía parecen presentarse sólo


mezclados, hay que distinguir los fantasmas imaginativos de los
motores. Lo que en último término se pone de manifiesto en la
íntima vinculación de ambos tipos de fantasmas es la estrechísi-
ma unión de movimiento y percepción, es decir, la estructura
comunicativa del comportamiento humano. Dentro de la esfera de
los fantasmas hay que hacer referencia al desarrollo de carácter
único de la tactofantasía en el hombre, es decir, aquella que está
acoplad^ a los órganos movibles. Ya lo vio Aristóteles (De anima,
III), que habla de los animales «imperfectos», que sólo tienen el
sentido del tacto: «Pero, ¿cómo es posible, que posean imagina-
ción? Pienso, dado que se mueven aunque de modo indeterminado,

30. Das Spiel von Mensch und Tier, Berlín 1933.

214
que tienen imaginación, pero en grado indeterminado». Además,
encontraba que el sentido del tacto en el hombre estaba agudísi-
mamente formado: «Mientras que en lo que respecta a otros senti-
dos se halla muy atrás de muchos animales, los sobrepasa en la
figura del sentido del tacto. Por eso es el más listo de todos los
seres vivientes».
La extraordinaria altura del sentido del tacto humano se mues-
tra al máximo cuando se trata de movimientos delicados; de in-
corporarse a los mínimos brotes virtuales de la kinefantasía. Cuan-
do un médico hábil puede operar en las entrañas del cuerpo, sin
ver, tanteando con la punta de la sonda o del escalpelo. En estos
casos no se trata solamente del fenómeno, ya de por sí maravilloso,
de que tanteando con objetos muertos, creemos tener las corres-
pondientes sensaciones en la punta del instrumento. Se trata tam-
bién de que son esbozadas de antemano las sensaciones táctiles vir-
tuales, que habrían de seguir a movimientos finos virtuales. Cuan-
do, por ejemplo, acercamos un objeto agudo, un cuchillo, con los
ojos cerrados a la piel de la frente, experimentamos clarísimamente
la sensación imaginada, que está respondiendo ya a la continuación
imaginada del movimiento. Los fantasmas táctiles y cinéticos están
desarrolladísimos en los ciegos, quienes a partir de muy pocas prue-
bas con el tacto y mediante «proyectos cinéticos» e imaginándose
las sensaciones que de ahí se pueden seguir, reconstruyen la Gestalt
y la estructura superficial de las cosas que los rodean. Esta antici-
pación de las sensaciones esperadas como consecuencia de los pro-
pios movimientos parece presentarse muy pronto. Preyer hace no-
tar, en un libro ya clásico 3 1 , con motivo del «afán de agarrar»
que se constata en las semanas 18 y 19, que en los movimientos
realizados para agarrar algo, cuando fallan los niños miran con
atención sus propios dedos. «Probablemente el niño esperaba el
roce, y cuando éste no tuvo lugar, se admira por la falta del senti-
timiento correspondiente al tacto».
Como ya hemos dicho, la kinefantasía y la estetofantasía están
la mayoría de las veces estrechísimamente unidas. Pertenece a nues-
tras experiencias cotidianas, dice Palagyi, que cualquier movimiento
que realizamos en la imaginación puede despertar las más diversas
sensaciones.

31. ~^ie Seele des Kindes, 1882.

215
Si cubro con la mano la abertura circular de un recipiente, no percibo
la forma circular de la abertura por medio de la sensación que des-
pierta el borde del vaso, sino que esas sensaciones tienen que excitar
primeramente mi imaginación y conminarla a que realice un movimien-
to imaginativo alrededor deá borde del vaso, a fin de que yo pueda
completar toda la formia circular partiendo de las sensaciones reales
aisladas como puntos y llegando a la sensación de toda la forma. O si,
por ejemplo, en nuestra imaginación introducimos una raja de limón
en la boca, cosa que sucede frecuentemente cuando alguien lo hace
en nuestra presencia, el movimiento imaginado puede despertar una
sensación tan viva del gusto del jugo ácido del limón, que la sen-
sación inducida parece equipararse a la real.

Bastaría con estos ejemplos. Nuestros movimientos han de ha-


ber recibido de las cosas mismas orientación y acentuación en su
indeterminación y carencia de guía; por tanto, han sido accionados
y dirigidos, para ser «podidos». Simultáneamente se han cargado
con expectativas de sensaciones y sus resultados, con una gama de
variantes igualmente posibles del funcionamiento virtual, que lue-
go se colocan a su alrededor como «holgura» (espacio en el que
poder actuar). El producto de este proceso de ejercicio es doble: el
movimiento mismo (pilotado activamente), y la holgura para movi-
mientos virtuales, igualmente posibles, imaginados. Todo movi-
miento «podido» llega a tener efecto (si no vuelve a ser automati-
zado) en un «halo» de expectativas de realización y de intercambio;
está envuelto en las imágenes del proceso y del resultado que de
él se esperaba. Esos fantasmas de su proceso y de las mutaciones
concomitantes en las cosas, son luego, si las circunstancias lo per-
miten, la parte directiva y activada en primer lugar de todo el pro-
ceso. Basta acercar la mano a una balanza de altísima precisión para
«ver» la caída del platillo de la balanza, que sólo más tarde va a ser
cargado. Además el movimiento puede ser continuado o interrum-
pido después.
Ese comportamiento anticipado de respuesta de las cosas con las
que tenemos intercambio es sin duda el nervio de toda actividad fi-
nalista,-dirigida a un fin. En primer lugar no es exacto, como afir-
maba Hume y desde entonces se ha repetido con frecuencia, que la
percepción sólo nos pueda dar la consecuencia, el post hoc, y no
el «por qué», el propter hoc. En efecto, la pura percepción puede
ir ya hasta la auténtica causalidad, especialmente cuando coinciden
en el espacio y en el tiempo dos inestabilidades de dos procesos de

216
identidad (hay un portazo, y al mismo tiempo se apaga la luz) y
todavía mejor, cuando una propiedad desaparece plenamente: se
echa tinta en el agua que se colorea de oscuro.
Pero, ciertamente, la causalidad no es más que la condición de
la finalidad: se puede probar, como lo hizo Hartmann 3 2 , que en un
mundo no determinado causalmente, la capacidad del hombre de
trazarse unas metas sería algo imposible. Más todavía, muchas
experiencias causales, sin la anticipación del resultado, es decir,
sin la anticipación imaginada de los movimientos de respuesta que
van a dar las cosas a las acciones imaginadas por parte nuestra,
nunca nos estimularían a una mutación deliberada de las circuns-
tancias. Esa relación de las propiedades potenciales, explotables, a
las intenciones virtuales de nuestro comportamiento aparece en ellas
mismas visualmente como su «aptitud», con tal de que se hayan
fijado metas y se hayan buscado medios, es decir, «algo» para sacar
agua, para clavar clavos, etc.
El descubrimiento realizado por Palagyi de los movimientos
virtuales o de una clase especial de fantasmas motores tiene una
gran importancia teórica. Nos lleva en primer lugar a una definición
general de la fantasía como un fenómeno fontal, que ya no se pue-
de analizar, en el sentido de la capacidad de colocarse a sí mismo o
a sí mismo y las cosas (con las cuales se forma un «sistema comuni-
cativo») en una situación distinta a la que tenemos en la realidad.
Por decirlo así, podemos continuar nuestro comportamiento real
actual, mediante una especie de cambio interno de postura, en un
comportamiento posible.

Es una maravilla incomparable que la vida, sin apartarse del lugar en


que se encuentra, pueda comportarse sin embargo de otra manera, co-
mo si se hubiera escapado a otro punto del tiempo o a otro lugar del
espacio 3 3 .

No sabría qué sentido podría tener esta capacidad, sino la de


un miembro en las condiciones de existencia del ser humano abierto
al mundo y abocado a la mutación de lo que encuentra.
Es hora ya de comenzar a explicar la enorme importancia de la
fantasía. Es el poder auténticamente comunicativo, que genera la
unidad de nuestra vida cinética y nuestra vida perceptiva y a partir

32. Die Aufbau d. reden Welt, 659.


33. Palagyi, Wahrnehmungslebre, 1925, 94.

217
de ahora la veremos en acción, sobre todo en sus operaciones den-
tro de la vida del lenguaje. Ante todo, la fantasía vincula nuestros
diversos sentidos. Los movimientos de nuestros miembros, que
en el caso de los ciegos sólo están rodeados por la expectativa de
experiencias táctiles, en el caso de los videntes van acompañados
por las imágenes de su resultado favorable. Como los objetos visua-
les sólo llegan a ser objetos desarrollados en los movimientos y al
ser cogidos por la mano, nuestras expectativas táctiles confluyen en
la percepción visual también. Ese «acto de cargar» los objetos visua-
les con símbolos táctiles ha de ser en último término un producto
de la fantasía. Tal es también la opinión de Mead 34 que entiende
por imagery más que nada el «relleno» (filling out) de los objetos
de la percepción con los contents from past experience. Si el con-
cepto de «síntesis reproductora de la imaginación» de la primera
edición de la Crítica de la razón pura tiene algún contenido obje-
tivo, no puede ser otro que éste.
El descubrimiento de fantasmas cinéticos autónomos ha de ser
destacado también desde el punto de vista de que contradice aque-
lla idea de la disolución de las vivencias cinéticas, en «percepciones
cenestésicas». No podemos formarnos una idea de los extraordi-
narios procesos de la vida sensomotora hasta que no abandonemos
de raíz el punto de vista de atribuir a la percepción en primer
lugar «tareas epistemológicas», como si sólo el sentido tuviese que
ser una especie de escuela preparatoria de la ciencia. Estrechamen-
te vinculado con esto se halla el empeño de hacer remontar todo
movimiento a «percepciones cenestésicas», haciéndolas hundirse en
el mejor de los casos en las percepciones que las acompañan, en las
que tomaríamos conciencia de ellas mediante la reflexión. Este
error privó todavía a Sartre 3 5 del fruto de una parte de su exce-
lente análisis. De este modo se echa a perder no solamente la vi-
sión de la importancia práctica de la percepción (en su función de
dirigir la acción) sino también del sentido comunicativo, indepen-
dizador, de los intercambios entre acción y percepción. En ellos
por primera vez surge la conducta esencialmente creadora del hom-
bre, ya sea que consista en la edificación y utilización de la expe-
riencia objetiva (en la valoración auténticamente práctica de la
realidad); ya sea pensando más en el desarrollo de nuevas preguntas
hechas a las cosas; o en hacer la prueba de tales hipótesis, cosa que

34. Mind, self and society, 1934, 340.


35. L'imaginaire, París 1940.

218
acontece por cuanto que colocamos esas cosas bajo distintas cir-
cunstancias, en las que nosotros sólo prestamos atención a ciertos
aspectos e interpretamos su comportamiento desde dichos puntos
de vista. Por ejemplo, la simple precepción de la luna, sin que
haya intercambio o trato, nos produce pura noción (Bekanntschaft),
pero no conocimiento (Erkenntnis). Lo que sabemos acerca de la
luna, lo sabemos experimentando con otras cosas, cuyos resultados,
trasladados a la luna, no se contradicen. Asimismo, la cooperación
(pero no en la acción) de los datos de los sentidos y las categorías
kantianas «aplicadas» inconscientemente, nos proporcionaría no-
tificación, pero no conocimiento, que siempre consiste en un cambio
del modo de plantear la cuestión; en una hipótesis y su verificación;
es decir, la prueba de si las expectativas que de ahí surgen van a ser
satisfechas por las cosas.
El darse cuenta del carácter comunicativo de los movimientos
humanos, y en general de la conducta humana hasta llegar al len-
guaje y el pensamiento, es importante sobre todo desde el punto de
vista de la comprobación de que todos los fenómenos de la concien-
cia han de ser entendidos a partir de la acción y en conexión con
ella. Schopenhauer fue el primero que, con su tesis de la concien-
cia como Médium der Motive (esfera o ámbito en que se desarro-
llan los motivos), reconoció más profundamente que la conciencia
hacía referencia al comportamiento. El conocimiento puede ser
una fase de la acción; puede ser transitoriamente motivo o resulta-
do ulterior de la acción; incluso puede ser sustituto de la acción
(llegando a ser una forma de vida propia, funcionalizada y que se
basta a sí misma); pero siempre permanece referida a la acción. Lo
mismo se diga de las mayores síntesis de la conciencia, cuyos por-
tadores no son tanto los individuos cuanto sociedades completas.
También las convicciones religiosas o filosóficas son en último tér-
mino motivos, que han de expresarse en el comportamiento con-
creto de personas reales o, si ya no hacen eso, no pueden seguir
manteniéndose.
También fue Schopenhauer el que colocó la acción en el centro
de la filosofía, calificándola de «nudo del mundo».

Todo verdadero acto de voluntad es inmediata e inevitablemente tam-


bién un movimiento del cuerpo... el acto de voluntad y la acción del
cuerpo son exactamente la misma cosa, sólo que dado de dos modos
totalmente distintos.

219
Es plenamente verdadero que in actu de la realización de una
acción, el que actúa no es capaz de distinguir entre lo corporal y lo
anímico. Este es el motivo por el que, en la descripción de acciones
inmediatamente comunicativas, como estamos haciendo aquí, esta-
mos obligados a presentar los elementos internos y externos siem-
pre uno después de otros, sirviéndonos de conceptos «neutrales
desde el punto de vista psicofisico» como los llamó Scheler. Den-
tro de los estratos aquí estudiados del circuito funcional de manos,
ojos y lenguaje, en el que surge todo desarrollo del espíritu y en
los que ese desarrollo ha de volver a circular, habremos hecho de
pasada la descripción de la diferencia existente entre lo físico y lo
psíquico, si miramos la inteligencia y la plasticidad, «el carácter lo-
quial», de los mismos movimientos: cómo conversan, literalmente,
con las cosas, en cuyo acto cada propiedad descubierta es captada
y respondida con nuevas operaciones; se sedimenta el intercambio
entre memoria imaginativa y memoria cinética, en una memoria,
que no es apresable en sí misma, sino sólo en el mejoramiento del
resultado favorable repetido. El sujeto de esos procesos no es tan-
to la persona cuanto la situación, el acontecimiento que se des-
arrolla entre la persona y la cosa. V. von Weizsäcker ha desarrolla-
do la problemática senso-fisiológica de ese sistema que abarca sujeto
y objeto, organismo y ambiente. Por eso, ha sido una idea básica
del pragmatismo, especialmente de Dewey, que en los procesos
anímicos, es decir, humanos, ese sistema, tema tizado en torno al
sujeto, siempre es «habla», y que la mirada previa a los medios
y fines (cosa que forma el nervio de la acción) no es un proceso
«aislado» por cuanto que el «obrar con relación a un tú» es la
estructura básica de todo comportamiento humano.

18. Simbólica cinética

El resultado más importante de la desarrolladísima coopera-


ción existente entre la percepción táctil y la visual es en primer
lugar éste: que la percepción visual (solamente en el hombre) se
incorpora, las experiencias de la percepción táctil. La consecuencia
es doble: nuestras manos quedan descargadas de la obligación de
hacer experiencias y por tanto libres para el trabajo y para aplicar
las experiencias desarrolladas. Por otro lado, el control total del
mundo y de nuestras acciones es asumido o desempeñado por la
percepción visual en primer plano.

220
Es éste un hecho realmente asombroso que con seguridad, co-
mo mostraremos enseguida, está por su parte una vez más en cone-
xión profunda con las operaciones del lenguaje. Pues una determi-
nada raíz del lenguaje (el reconocimiento) transcurre plenamente
dentro de esta línea de descarga de los movimientos del cuerpo
y de los necesarios para agarrar una cosa mediante puros movi-
mientos fonéticos, que se llevan a cabo bajo dirección óptica.
Sucede algunas veces en los niños, que mientras la mano entra
en acción, la mirada se aparta del objeto que quería asir la mano
y pasa a la imagen llamativa de la mano que se mueve, de tal
manera que el niño pierde de su mirada la meta que había de co-
ger y la mano se queda quieta en el aire. El niño todavía no puede
pasar por alto la imagen (no esencia) del propio movimiento y aga-
rrar su objetivo. Hasta que no ocurra esto, no es posible un mo-
vimiento fluido del camino más corto y todavía no se ha formado
una kinefantasía poderosa.
La extraordinaria propiedad que acabamos de mencionar (de
un sentido de la vista que se descarga a sí mismo y ya no es apre-
sado por estímulos secundarios y que tiene asimismo la facultad de
tomar en la fantasía óptica los contenidos de experiencias táctiles y
cinéticas) tiene como correlato la marcha sin contratiempos de los
movimientos «podidos».
Como ya hemos dicho, nosotros vemos en las cosas sus propie-
dades originariamente sólo táctiles; a saber, si son lisas, rugosas,
filamentosas, frágiles, pesadas o ligeras. Naturalmente, sólo des-
pués de largas experiencias, pero ciertamente al final, basta la pura
«mirada». Vemos también una herramienta como «manual» y aquel
hombre que se tenía por un pájaro (un enfermo del que habla
Wernicke) concebía una delgada rama de árbol como «portable».
Estas operaciones han de ser productos de una fantasía óptica su-
perdesarrollada que solamente se producen como consecuencia de
un largo intercambio con las cosas realizado por uno mismo y cuyo
correlato es la acción dominada, en cualquier tiempo actuable. Cada
cosa contiene pues «ordenanzas cinéticas» puramente ópticas. Indi-
ca qué cosas pueden agarrarse con la mano, a qué acciones se pres-
tarían y en qué sentido.
Otto Storch 3 6 ha encontrado mediante investigaciones propias,
independientes de ese libro, el mismo fenómeno básico en una feliz

36. Die Sonderstellung des Menschen iti Lebensabspiel und Vererbung,


Wien 1948.

221
confirmación. Acentúa con mucha insistencia que los órganos de
los sentidos de los animales, dentro de los cauces de sus circuitos
funcionales y al servicio delimitadísimo de las tareas que plantean
los medios ambientales, específicos, reaccionan solamente a los ras-
gos característicos que están incorporados dentro de los circuitos
funcionales especiales. En cambio, en el hombre falta esa vincula-
ción; el circuito funcional se rompe; los órganos de los sentidos
quedan libres para otra ocupación escogida a voluntad. Asimismo
Storch ha visto que a esta receptórica especial corresponde también
una motórica especial a la que, en contraposición a la ya conocida
motórica heredada, llama «motórica adquirida». En el trabajo ci-
tado dice Storch:

Aquello con lo que el hombre ha de estar en relación de intercambio


todos los días desde la mañana hasta la noche, son objetos producidos
por él. Las manipulaciones que exigen son de una increíble multipli-
cidad. Nada de todo eso es «innato», sino todo es aprendido, aaaptado
por la propia industria.

Expresamente lo que nosotros llamamos «movimientos comu-


nicativos», lo llama Storch motórica adquirida y está plenamente de
acuerdo con nuestro punto de vista al decir que «la motórica adqui-
rida penetra profundamente en el sector antropológico, represen-
tando el presupuesto y el fundamento de una de las capacidades
más notables, la facultad de hablar». La estructura final de nuestro
mundo visual y de nuestra «motórica adquirida» tienen evidente-
mente una conexión íntima con la postura erecta de la cabeza y del
cuerpo del ser humano y con su orientación fundamental vertical,
pues los monos superiores, que como animales arborícolas están
expuestos a una permanente dislocación de los ejes de percepción,
dan muestras de una total incapacidad para cargar los objetos vi-
suales con valores táctiles y para comprender la estática propia de
las cosas. A propósito del primer hecho, ya dimos más arriba el
ejemplo de Buytendijk, quien mostraba mediante la caja-trampa
con las naranjas, el valor de sugestión y de pulsión de la percepción
óptica y cómo los monos ignoraban las estructuras táctiles. Tam-
bién queda claro en los experimentos de Kóhler la incapacidad de
los monos para contar con la estática de las cosas. Para alcanzar
metas colocadas en lugares altos, querían pegar las cajas junto a
la pared; para elevar la construcción de cejas volvieron a dejar a
un lado una ya empleada y nunca consiguieron alzar una construc-

222
ción segura (desde el punto de vista estático) de sólo tres cajas.
Sin reflexionar, intentaron dejar las cajas en un rincón. El espacio
visual de esos animales es sorprendentemente pobre en símbolos
táctiles que muestran el peso, la estática y la consistencia de las
cosas. En otro caso no hubieran intentado nunca utilizar un trapo
largo como si fuera un bastón. Ahora queda demostrado que este
hecho no radica solamente en la estructura de sus sentidos (por
ejemplo, en la falta de la suficiente sensibilidad táctil de las ma-
nos), sino también en la falta de las correspondientes estructuras
cinéticas.
La significación de descarga que tiene esa operación en el ser
humano es clara. Nos movemos con plena seguridad en medio de
posibilidades de colisión super-vistas (abarcadas de una ojeada); ra-
ramente dudamos de las fuerzas que hemos de emplear calculadas
ópticamente y los objetos visuales portan una extraordinaria ri-
queza de símbolos para guiar nuestro comportamiento. Tan pronto
como el bebé puede andar de pie, sus manos quedan liberadas de
las tareas de mover al cuerpo (fase que nunca alcanza el antropoi-
de) y pueden ocuparse con nociones táctiles. Cuando.ya se ha reali-
zado la suficiente experiencia de la subordinación de cualidades tác-
tiles y visuales, valores de gravedad, etc., entonces las manos que-
dan libres también de esa tarea de conquista del mundo de las
percepciones. Bastan las indicaciones ópticas enriquecidas y es po-
sible aplicar al trabajo la rutina manual adquirida. Nuestra percep-
ción es por eso, en su estructura total y en la lógica de las funciones
que con ella se relacionan, la propia de un ser que ha de llegar en
algún momento al final del descubrimiento de las cosas, a fin de pa-
sar a su empleo controlado ópticamente y mediante el pensamiento.
Vemos, pues, que sólo en un espacio que se ha descubierto a sí
mismo desde el punto de vista motórico, se realiza la formación de
símbolos de percepción del más alto grado y producidos por uno
mismo. El hecho de llegar a adquirir a base de esfuerzo movimien-
tos fluidos partiendo de la confusión de los impulsos que se cruzan
entre sí durante el primer mes del bebé, es un efecto que se halla
en estrecha interacción con la elaboración que hemos descrito del
mundo de la percepción. Quisiera llamar la atención del lector
hacia otro aspecto de este mismo hecho.
Un movimiento «podido» viene determinado por ciertos carac-
teres distintivos, que constituyen el resultado del proceso del ejer-
cicio. Primeramente está restringido a la formación de las fructí-

223
feras fases principales, mientras que las fases ulteriores, partiendo
de ésas, se acortan y se automatizan. Una serie complicada de mo-
vimientos (y al principio todas lo son) es acompañada al principio
en toda su extensión por la atención, porque está constituida por
puntos de estancamiento y perturbación. En todo este tiempo esa
serie es insegura y no logra salirse de la confusión de impulsos ci-
néticos que se cruzan entre sí. No llega a estar realmente disponible
para ser empleada en cualquier momento hasta que no se hayan
elaborado ciertos puntos cardinales, partiendo de los cuales esa
serie en su totalidad se halla disponible y a los cuales se restringe
la conciencia del movimiento. El «elemento fructífero» del movi-
miento porta y representa toda la serie del movimiento; realizarlo
significa dejar correr todo el movimiento. En este sentido podemos
hablar de una estructura simbólica del movimiento, que marcha
paralelamente al mundo de la percepción. Así como la diversidad
de los aspectos de las cosas se restringe a unos pocos fecundos,
fructíferos, por decirlo de algún modo, así también un movimiento
podido se restringe a la formación de fases fructíferas principales y
de articulación. A mi juicio, puede observarse muy bien en la eje-
cución de movimientos complicados, por ejemplo, en el deporte.
Primeramente, el que empieza a esquiar o montar a caballo tiene
enormes dificultades para acoplar con su atención las series de mo-
vimientos no acostumbrados, que constantemente van cada uno
por su lado. Fragmentariamente van siendo colocadas una al lado
de otra y coordinadas con esfuerzo bajo control permanente, reca-
yendo los miembros a los que no se presta atención en sus hábitos,
que ahora no tienen ninguna finalidad. El movimiento podido
entresaca solamente los «puntos nodales» de la serie y deja que las
fases intermedias, dirigidas desde esos puntos, discurran automá-
ticamente. Una combinación de movimientos difícil, bien construi-
da, está dependiendo para su éxito total de que se elaboren exacta-
mente los puntos cruciales correctos. De ellos dependen los resul-
tados armónicos secundarios y las concordancias que representan,
por tanto la totalidad desde el punto de vista motórico. También
en la esfera motórica existe, sólo bajo ese presupuesto, una super-
visión del movimiento, cuando movimientos sumamente sintéticos
(por ejemplo el salto con pértiga) consisten en coordinaciones de
tales factores fructíferos. La escritura «extractada» se diferencia
de la pedante en que la motórica de la mano que escribe sólo escoge
ciertos puntos claves del movimiento. Lo mismo vale de la motó-

224
rica del lenguaje y su fluidez; es decir, limitación a ciertos sonidos,
que representan la totalidad de la palabra y a cuya articulación se
restringe el movimiento del lenguaje.
Movimientos podidos son pues aquellos movimientos simbóli-
cos que, partiendo de ciertos factores fructíferos, están disponibles
y prestos a ser ejecutados, y que representan toda la serie de mo-
vimientos 37 , por cuanto que las fases intermedias son automatiza-
dos o ligados. Este hecho, que a mí me parece extraordinariamente
importante, corre paralelo a este otro: la formación de la kinefan-
tasía. Esta es, por decirlo así, el producto del proceso de acorta-
miento, que realiza un movimiento antes de ser podido, antes de
que consista en las elegantes acentuaciones del minimum del mo-
vimiento dominado. Los movimientos del lactante (no dirigidos,
entrechocados y desbocados, y siempre problemáticos) ocultan una
gran riqueza de posibilidades de movimiento, que no quedará libre
hasta que los movimientos hayan recorrido sus experiencias y se ha-
yan reducido al minimum fructífero. La kinefantasía es el, «halo» de
tales realizaciones descargadas y podidas; en ella se da un adelanto
de las siguientes fases y de las variaciones equivalentes, que están
abiertas a partir de los puntos orientadores. La amplitud de nues-
tra kinefantasía depende pues absolutamente de lo ya llevado a
cabo; de la riqueza de los recuerdos de movimientos y de las ex-
periencias realizadas, en los que el movimiento podido se ha ejer-
citado. De este modo queda liberado un cierto ámbito de lo «po-
dido con», un halo de ulterior fecundidad ilimitada. El movimiento
ejercido recorrió una cierta gama de variaciones, pero limita o
«presagia» además otras posibilidades, que pueden ser anteproyec-
tadas virtualmente en la kinefantasía. Naturalmente hay que recor-
dar que la kinefantasía es también siempre esterofantasía; que
vive en las imágenes de los resultados, en las expectativas de muta-
ciones y en los fantasmas de las consecuencias previsibles del mun-
do (capaz de intercambio) de las cosas. Por lo que hace relación al
problema (que vamos a abordar enseguida) de la variación del mo-
vimiento y del cambio del punto de ataque, la estructura simbólica
del movimiento y la kinefantasía tienen la máxima importancia.
Un excelente estudio de P. Christian 3 8 , investiga experimental-

37. «Une phase très petite du mouvement (par exemple une très légère
contraction musculaire) peut suffire à représenter le mouvement entier»:
J . P. Sartre, L'imaginaire, Paris 1940, 107.
38. Die Willkürbewegung im Urngang mit beweglichen Mechanismen,
Heidelberg 194«.

225
mente la inteligencia íntima cinética que existe en la impulsión y
mantenimiento en funcionamiento de los sistemas que se mueven
y llegó a formulaciones que, en parte, coinciden literalmente con
las nuestras. Hemos dicho que de la enorme complicidad y perfec-
ción precisamente de los productos más elevados del movimiento,
no tenemos esencialmente ninguna idea. Nietzsche vio aquí acer-
tadamente que precisamente todo lo perfecto es inconsciente y
no querido. En efecto, al accionar el péndulo un poco más rápida-
mente de lo que él solo oscilaría, se evita el caso límite en el que
el sistema se escaparía de la mano y cesaría una ocupación llena de
sentido. El proceso es perturbado para poder observarlo y mante-
nerlo bajo control, pero el empleo suplementario de fuerzas se hace
sólo en la medida en que se asegure la observabilidad y la domina-
bilidad. En un acto motórico concreto, el organismo ha identifi-
cado aquella fuerza mínima, que representa la fuerza pulsional mí-
nima, pero al mismo tiempo incluye la apreciación exacta de la re-
sistencia que se va a percibir. La fuerza sobrante es vuelta de tal
manera contra el sistema que el exceso en su mayor parte es ab-
sorbido por las fuerzas pasivas del sistema, permaneciendo bajo do-
minio. Todas las condiciones son variadas hasta lograr un mínimum
del tamaño de un cabello. Además (cambiando las condiciones del
experimento) se actúa en cada caso en los puntos de mayor efica-
cia.
D e ese modo se elaboran puntos cardinales fructíferos, partiendo de
los cuales la totalidad del proceso es acortada y puesta en disponibi-
lidad... E l proceso continuo del balanceo se halla desde el principio
hasta el fin bajo la misma ley y por eso está bajo dominio en todo
instante. Con ello queda fijado frente a otras posibilidades, es repeti-
ble y puede ser descrito. Ese factor de signo positivo crea la «cosei-
dad» como objetividad regulada; es decir, la representatividad dentro
de una inwariabiiidad objetiva... En ese grado, la motórica misma es
inteligencia; es decir, no tiene necesidad de ninguna explicación, ni
siquiera es capaz de ella, sino que es condición de posibles experien-
cias y de explicaciones objetivas... La teleoconformidad maravillosa
(que siempre se muestra en los resultados) de k s realizaciones orgá-
nicas permite sospechar que con la pura existencia de un movimiento
podido ya se ha resuelto un «problema» y con una perfección que
se anticipa a cualquier conocimiento conciencial o incluso lo supera 3 9 .

La solución óptima (que se puede representar con toda exac-


titud matemática) es alcanzada por la exactitud orgánica del mo-
39. Ibid., 20-22.

226
vimiento, que no necesita para nada de la conciencia «planifica-
d o s » , y solamente la tensión de si el acto acierta y «da en el blan-
co», proporciona una evidencia de que el acto era correcto. Cosa
que después el cálculo con sus complicaciones matemáticas verifica
como elegante solución. Esa tensión es un punto crucial de la reali-
zación y no percibimos en qué se funda ese «acertado» o «falso»;
no es objetivo.
Los puntos de vista defendidos en este capítulo no hubieran
podido encontrar una repetición más fiel en un experimento y en
su formulación.

19. Dos raíces del lenguaje

Alcanzaremos una comprensión más profunda de los comienzos


del lenguaje sólo si contemplamos el lenguaje en el marco de las
operaciones que hemos estudiado. Dicho brevemente: dentro del
sistema ojos-manos. Hasta nuestros días toda filosofía del lenguaje
(exceptuando quizás la de Noiré) es unilateralmente intelectual,
por cuanto que acostumbra a entrar en el lenguaje partiendo del
conocer, interpretar y simbolizar. Aun los que no lo hacen, sino que
con K. Bühler consideran la «representación» (idea) sólo como uno
de sus productos junto a la información y la comunicación, cierta-
mente amplían su punto de vista hacia lo sociológico, pero acos-
tumbran a pasar por alto el aspecto motórico, que tiene también el
lenguaje. Vistas desde este punto de vista, las manifestaciones del
lenguaje son en primer lugar movimientos como los demás, trans-
formables absolutamente en otros tipos de movimientos, cosa de
que hacen uso los que educan a sordomudos.
Ya mencionamos más arriba la primera raíz del lenguaje: «la
vida del sonido». Era aquél un proceso puramente comunicativo
dentro de la actividad propia descubierto por uno mismo. El so-
nido devuelto es al mismo tiempo el excitante de la sensación que
tenemos de nuestra propia actividad para repetirlo. Esa actividad
termina en un sonido oído de nuevo, que es así un nuevo estímulo.
«El sonido articulado —dice Humboldt— se desprende del pecho,
para encontrar en otro individuo una resonancia que vuelve al
oído» 4 0 . Así pues, el efecto de comunicación, que más tarde va a
ser tomada casi exclusivamente por el lenguaje, se remonta a esa

40. Einl. z. Kawi-Werk, 30.

227
comunicación elemental, en la que, como ya hemos visto, no sólo
toma parte la vida del sonido. Ese carácter elemental de comuni-
cación todavía «carente de pensamiento» aparece ahora en la se-
gunda raíz del lenguaje, que etamos tratando ahora, y que vamos
a calificar con la expresión «apertura». Geiger calificó este hecho
con las siguientes palabras:

Y semejante expresión, sin más finalidad que el prurito de expresarse;


el interés regocijado en manifestar lo visto, tenemos que presuponerlo
también en el sonid'o-fontal, original-primitivo, el punto germinal de
todo lenguaje 4 1 .

En el presente trabajo eso es precisamente lo que quiero decir.


Ese «interés regocijado en lo visto» se observa en todo niño lleno
de vivacidad cuando «balbucea» las impresiones que le llamaron
la atención. Esto quiere decir en primer lugar que esa raíz del
lenguaje (como también la tercera) surge en el marco del encuen-
tro con el mundo y de la dominación del mundo realizada por el
intercambio comunicativo; es decir, en el contexto del trabajo de
ojos-manos.
La «apertura» es además un fenómeno típicamente humano.
El animal está cerrado. Nunca se libera de la presión de las cir-
cunstancias e introduce en cada momento toda la carga de sus ne-
cesidades y sus instintos. No está descargado del mundo ni de sí
mismo. Por el contrario, el hombre está expuesto a la superabun-
dancia de incitaciones, frente a las cuales está abierto al mundo. La
confluencia de todas las percepciones y estímulos en el interior del
hombre permite sospechar que se trata de un caso especial. Todavía
no puedo entrar en este momento a fondo en el asunto; será tema
de posteriores disquisiciones, especialmente de la parte tercera.
Pero ya aquí hemos de decir lo siguiente: el autodesencerramiento
o apertura hacia fuera es el fundamento de toda conmoción aní-
mica. Todo lo que la psicología, caracterología, etc., llaman «exte-
riorización», hunde sus raíces en este hecho, que más tarde inves-
tigaremos en sus principales direcciones. El primer grupo principal
de fenómenos de la apertura íntima lo constituirá una vida imagi-
nativa plenamente disponible. El otro grupo lo constituirá la es-
tructura absolutamente única abierta al mundo de nuestra vida

41. Zur Entwicklungsgeschichte der Menschheit, 24.

228
impulsiva. Ambas cosas hacen de sustancia, de lo que se suele lla-
mar «alma».
Ese autodesencerramiento está biológicamente unido sólo con
una descarga de la opresión del medio ambiente. Por tanto con la
constitución morfológica descrita de un ser no especializado. Lo
que Geiger llamaba «interés regocijado en lo visto» es la subjeti-
vidad gozándose a sí misma y en cierta manera superflua, propia de
un ser que tiene un excedente de impulsos libres, no especializado
y abierto al medio ambiente. Le falta la especialización orgánica,
que encadena instintos unidireccionales a unos pocos estímulos se-
leccionados del medio ambiente.
Por eso el fenómeno fundamental de todo lo que sea expresión
es la apertura; la autovivencia de lo interior, que solamente se cap-
ta a sí misma, cuando al mismo tiempo se capta como movimiento.
«Expresarse» es un hecho puramente humano y debemos distinguir
en él dos aspectos esenciales: una estructura pulsional abierta al
mundo, descargada de necesidades con una vivacidad comunicativa
y excesiva, superflua, y movimientos que fluyen de ahí sin valor
de resultado; movimientos de un tipo que pueden volver a ser per-
cibidos y en eso se potencian, y que ellos mismos son comunicativos.
Como veremos, la vida pulsional del hombre está construida de tal
forma que puede ocuparse con experiencias, imágenes y recuerdos
de sus satisfacciones. Está abierta al mundo, como parece querer
significar la expresión de Novalis «el íntimo mundo exterior», re-
firiéndose a este aspecto. Sabemos que los animales también tienen
intenciones; aquel «dirigir-se» a algo. Las tendencias-hacia del hom-
bre están abiertas al mundo. Contienen «imágenes» del mundo y
por tanto les son dadas, es decir, pre-sentaciones (ideas, conceptos,
imágenes, percepciones, representaciones). La apertura de nuestro
«dentro» hacia fuera es «en sí» para nosotros un misterio com-
pleto. Sólo podemos captarla en el hecho de que el mundo crece
dentro de nosotros, de modo que lo encontramos dentro de nos-
otros como representación, deseo y necesidad interpretada. Tam-
bién podemos captarla en el hecho de que todos los arranques para
la acción, deseos e intenciones, nos son dados a nosotros mismos
precisamente porque están rellenos con imágenes de sus objetivos
y sus contenidos. De este modo se pueden desprender después de
la acción; pueden producir comunicaciones en sí mismos, sur-
giendo la imagen de lo «libre», de la vida interior desligada de la
urgencia de la acción. El tercer modo de captar este fenómeno fon-

229
tal, primario, originario, tiene lugar en el «superávit de pulsión».
Es decir, en la manifestación de superabundancia (libre, no vincu-
lada al instinto, no aglutinada con los incentivos exteriores) de
vida, que se experimenta a sí misma.
Lo que hay en último término en la base de este fenómeno es
lo siguiente: la vida pulsional del hombre depende de la acción;
existe un hiato entre las pulsiones y la acción. La vida pulsional del
hombre está abierta al mundo; es orientable a los hechos y conte-
nidos del mundo exterior, precisamente porque no es instintiva
ni ciegamente segura de su meta. Con ello es dada al hombre mis-
mo; él se comporta comunicativamente consigo mismo. La mis-
teriosa fase intermedia, en la que (en el caso de los animales) los
incentivos del medio ambiente se transforman en él mismo para
realizar sus acciones de meta fija, en el caso del hombre está tam-
bién en gran parte abierta al mundo, poseída por la imagen y por
tanto dada a él mismo. Ciertas fases de ese proceso de transforma-
ción transcurren ya abiertas al mundo, bajo el influjo de lo exterior,
siendo así «conscientes», «intramundo exterior», y por tanto in-
tensamente plásticas. Si la naturaleza hizo la vida interior de un
ser abierto al mundo, por tanto consciente, poseída de imágenes fi-
nalistas y fantasmas, corrió un gran riesgo: la perturbabilidad de
ese proceso de transformación. Lo hizo solamente bajo la presión
de la necesidad. Pues precisamente tal estructura del interior es
biológicamente necesaria para un ser práxico, cuyas indigencias y
pulsiones han de ir a la par de las condiciones de su satisfacción
(con otras palabras, las circunstancias de la acción y las univocida-
des externas de los hechos); es decir, tienen que ser orientables.
La teoría de la expresión capta solamente hechos muy transitorios.
El «dentro» real, a saber, lo que se elabora en sí mismo, ya no se
exterioriza. Lo que se «exterioriza» es la «superficie íntima».
Aquellas fases, abiertas al mundo, de un proceso de intercambio no
fijado, no especializado y que no transcurre de modo unívoco. Es-
te proceso es visible en los niños; en su vivacidad sobreabundante,
que se goza a sí misma, antes de que desaparezca de nuevo en gran
parte bajo costumbres fijas, bajo una estructura de actitudes imper-
turbable.
Volveremos más tarde al punto más importante de toda la
serie. Aquí se trata en primer término todavía de la vivacidad ex-
presiva fonética del niño frente a las impresiones que hacia él con-
fluyen. Hay que valorarla sólo como movimiento expresivo. El que

230
observe a los niños en esos momentos, no dudará que su parlo-
teo y sus «saludos» son una forma de movimiento entre otras mu-
chas: pataleo, manoteo y cuando abren desmesuradamente los ojos.
Con todo, esa forma es bastante importante porque se va preparan-
do así una comunicación fono-motora con las impresiones visuales.
Dado que el niño oye sus propios sonidos y vive además dentro de
vivencias privilegiadas de comunicación; dado que incluso en sus
balbuceos acrecienta de un modo concreto la riqueza sensorial del
mundo, esa acción alcanza un valor preferencial indiscutible frente
a otras acciones que se realizan ante las impresiones. Quiero decir
lo siguiente: ese expresarse a sí mismo el niño frente a los estímu-
los, fluye con toda naturalidad por el cauce fonético. El se experi-
menta, goza de su vitalidad, de su orientarse y vivir-frente-a libre
e indeterminado; del desplegamiento de su «dentro» hacia fuera,
preferentemente mediante la expresión sonora. Mostraré cómo la
ubicación especial del lenguaje se nutre, se hace «concreta», par-
tiendo de diversas fuentes, que se reúnen precisamente en la fun-
ción del sonido. En ella hay un superávit de productividad y resul-
tados que hace natural el predominio de ese sistema precisamente.
Y al revés: si vemos el lenguaje, partiendo del pensamiento, como
un producto unitario, estaremos ante una riqueza tan desconcertan-
te de efectos, que sólo podremos considerarlo como un milagro, un
regalo de las manos de Dios. Así lo consideraba Hamann.

20. La tercera raíz del lenguaje: reconocimiento

Directamente y sin posibilidad de hacer una separación exacta


surge de la segunda raíz del lenguaje una tercera; en efecto, del
«parlotear» vitalmente expresivo sobre las cosas surge el movi-
miento sonoro, que indica que se ha dado un reconocimiento.
No hay duda de que los animales reconocen, si es que podemos
sacar tal conclusión solamente de su comportamiento. En efecto, si
las reacciones de los animales (en situaciones análogas, controlables
por nosotros) se ajustan a una finalidad; se hacen «llanas»; toman
el camino más breve; se hacen unívocas, en el sentido de que al
repetirse la «misma» impresión corresponde el mismo comporta-
miento, entonces atribuiremos a los animales experiencias; es decir,
un reconocimiento de la misma situación y de los mismos elementos
componentes de la situación. Así pues, si podemos aceptar que los

231
animales reconocen, básicamente sólo lo supondremos cuando todo
su comportamiento motor nos permita sacar la conclusión con se-
guridad (partiendo de experiencias repetidas), de que ese reconoci-
miento es en ellos una fase en la marcha del movimiento y su re-
sultado.
Semejante fase de reconocimiento (incrustado en una motórica
total) lo encontramos también en bebés muy pequeños. Preyer
cuenta que un niño observado por él miraba fijamente sin hablar
la botella y los botecitos de harina lacteada pidiéndolos con los ojos
muy abiertos y los brazos extendidos. Un niño de año y medio es-
tuvo seis semanas ausente de la casa. Cuando, poco después de lle-
gar, la madre lo puso sobre la cuna, inmediatamente alargó la
mano, como solía hacer antes del viaje, hacia unos dibujos de ni-
ños que había en la pared, para jugar con ellos. En ambos casos se
trata de situaciones totales, que son dominadas dentro de sus an-
tiguos cauces, de tal manera que (como en el caso del animal) reco-
nocimiento y acción no pueden distinguirse. Por tanto el hecho es
que ante determinadas impresiones, se forman simpre determinados
movimientos de respuesta. A la puesta en marcha de esos movi-
mientos sigue luego toda la plétora de recuerdos y los coloca co-
mo expectativa ante sí. Es un axioma de la vida de la fantasía, que
los recuerdos fluyen tras los arranques motóricos, se abren en sus
cauces, y como expectativa se adelantan a la acción. El reconoci-
miento tiene una primera fase mecánica brevísima. Es la coordina-
ción, automatizada y engranada, de una impresión con el arranque
de un movimiento, que es él mismo producto y resultado de an-
teriores experiencias y comunicaciones. Tiene también otra fase más
rica, más vital. Los recuerdos llenan la impresión; la acción se
ocupa organizativamente de lo reconocido, que en cierta manera
se involucra en nuestra actividad y así se «tramita». Quede bien
entendido que es todo ese proceso el que constituye el reconoci-
miento: hasta el dominio realizado y hecho costumbre en las ac-
ciones que afectan (como acabamos de ver) a toda la motórica;
hasta la terminación, cumplimiento o expedición.
También en los hombres el reconocimiento sigue estando fun-
damentalmente dentro de esos cauces motóricos. Pero enseguida
advertimos lo siguiente: la reacción ya no es de todo el cuerpo, sino
que se presenta bajo la dirección de los movimientos fónicos. Una
vez más se trata de una vivencia de descarga, típica y puramente

232
humana, muy rica en consecuencias y que hemos de examinar dete-
nidamente.
Hablábamos hace poco de la actividad descargada del niño
frente a las impresiones de los sentidos, a las que responde con mo-
vimientos de afecto y movimientos de expresión; entre ellos tam-
bién los sonoros. También el investigador del lenguaje, Jespersen,
niega que las primeras exteriorizaciones del niño sean solamente
expresiones de deseos y exigencias. Más bien, como es sabido,
daría a conocer su alegría ante la vista de un sombrero, un juguete,
etc. Esto es precisamente aquel «interés regocijado en lo visto»
de una apertura hacia el mundo que se goza a sí misma y se va
desarrollando.
Entre esos movimientos indudablemente tienen la preferencia
los movimientos fónicos. Tienen un superávit de resultados. En
primer lugar en ellos hay ya un alto grado de comunicación, que
ya habíamos observado en la «vida del sonido». Después, ese siste-
ma atrae hacia sí predominantemente a la vivacidad, porque la
potencia, los movimientos fónicos, son escuchados de nuevo, acre-
cientan la riqueza de la percepción del mundo mediante su propia
actividad, transmiten como ninguna otra cosa la vivencia de co-
municación de una vitalidad que goza de sí misma y del sentimien-
to de sí mismo foraneizado. Además, en esa acción solamente hay
ya vivencias inequívocas de resultados favorables: la acción (que
estudiaremos enseguida) de la llamada o del grito de alarma, con
las que se procura el auxilio. Así pues, los movimientos fónicos
son los más ricos en resultados favorables y los más satisfactorios
y está demostrado que el niño, cuando repite un sonido que oyó,
llega antes que en cualquier otra actividad al término, al éxito de
un esfuerzo. Por eso los movimientos fónicos son los más inteli-
gentes, los más ricos, los más satisfactorios o los que alcanzan un
resultado más favorable. En ellos confluye toda una serie de activi-
dades. Pues bien, el reconocimiento se sirve de todo ese sistema,
que de este modo hemos ensalzado. Ya no responden a las impre-
siones las reacciones de todo el cuerpo, sino en medida creciente
ese movimiento de resultado tan favorable. La ley según la cual el
reconocimiento que ha de desarrollarse necesita un vehículo motó-
rico, queda en pie, pero esa operación recae cada vez más en aquel
movimiento que sobrepasa a todos los demás en capacidad comuni-
cativa, sentimiento de sí mismo y liberación de afecto. En este
punto todavía no se puede hablar propiamente de procesos cogita-

233
tivos. Más bien se trata solamente de exteriorizaciones fónicas fren-
te a lo reconocido, las cuales se clasifican primeramente dentro de
ciertos límites muy restringidos; por ejemplo, produciéndose el
encuentro entre ciertas situaciones o acontecimientos típicos con las
exteriorizaciones fonéticas de un modo fijo. Esos «balbuceos» fren-
te a sucesos alegres o penosos no son meras voces afectivas, ni
tampoco «nombres», sino reacciones específicas del reconocimiento.
Observemos las consecuencias que de ahí se siguen. Si eso que-
da fijado, andando el tiempo todas las demás maneras de dominar
una impresión, de incorporarla a nuestros hábitos cinéticos, de
desarrollar nuestras expectativas a partir de ella y finalmente de
retirarla, serán superfinas. En toda nuestra vida loquial se alimenta
de esa raíz una propiedad notabilísima: la descarga, que consiste
en que en el puro nombrar se encierra ya un factum, una realiza-
ción. Cuando llamamos a una cosa por su nombre para dejarla a un
lado, realizamos un mínimo de esfuerzo. Este interesantísimo efec-
to de descarga del lenguaje comienza aquí, cuando el reconocimien-
to ya no abarca todo el circuito motórico; ya no aparece necesaria-
mente para el «mejor» transcurso de una acción total, sino que
sucede sencillamente dentro de los cauces del movimiento fónico.
Todo comportamiento teórico, que más tarde va creciendo con el
lenguaje, se enraiza en aquella descarga; no es, hablando con pro-
piedad, una conducta práctica, cosa que sería impensable, si en
otra ocasión una actividad cinética vinculada con el lenguaje no
hubiese disuelto literalmente a aquélla. En el lenguaje se hace
posible una actividad, que no cambia nada en el mundo fáctico de
las cosas. Tal es la condición de toda «teoría».
Considero que esta idea es importantísima, aunque no sea muy
corriente. Sólo una vez he encontrado esta concepción en un ensayo
de A. A. Grünbaum-Utrecht 42 . Grünbaum constata en ese trabajo
una «función de expedición» (Erledigungsfunktion) o «función de
aligeramiento» (Entledigungsfunktion) de la motórica del lenguaje.

En la evolución individual el lenguaje toma muy pronto el papel de


los «movimientos comunitarios», primitivos y explosivos del cuerpo,
los cuales en el caso de los niños desempeñan claramente la función
de descargas motóricas inmediatas. Al principio las erupciones motó-
ricas desempeñan en el desarrollo del niño el papel de protagonistas.

42. Aphasie und Motorik: Ztsohr. f. d. ges. Neur. und Psychiat 130.

234
Más tarde surge la pulsión irresistible hacia el lenguaje más o menos
articulado y paralelamente disminuyen las exteriorizaciones amorfas
explosivas de la motórica corporal rudimentaria.

Aun cuando Grünbaum está pensando más bien el acarreo de


energía vivencial a través de la motórica loquial, ve exactamente
que el lenguaje tiene el valor de una reacción que descarga toda la
motórica. Mediante el sonido respondemos ya a las cosas, pero la ac-
ción misma queda retenida. Esto es de una importancia trascenden-
tal para toda conducta superior, en la que la acción (dirigida y
apuntada hacia un fin) no se ha de poner hasta que el pensamiento
anticipatorio no haya establecido un contenido objetivo. La des-
carga o liberación de la inmediatez de la situación, mediante la do-
minación puramente lingüística de la misma y reteniendo la acción,
hace posible realizar acciones sobre la base de situaciones pura-
mente «imaginadas» (ante-, o re-presentadas»), libres de circuns-
tancias y «actualizadas» en el lenguaje.
Este hecho se nos hará menos extraño si pensamos que el len-
guaje alcanza también tal función de relevo y dirección. También
la vida de la fantasía en el hombre está sometida a la motórica total.
Los niños ejecutan sus juegos de fantasía «con todo el cuerpo». Lo
mismo se puede decir de la vida expresiva y la vida comunicativa.
Siempre se trata en primer lugar de una conducta total de actividad
máxima y siempre va siendo relevada o sustituida por el lenguaje,
que finalmente es el que se encarga casi en exclusiva de la expre-
sión y la comunicación. El enigma del lenguaje consiste sobre todo
en la abundancia de elementos actuales o posibles que en él se in-
tegran. Iremos siguiendo cada uno de esos hilos.
Quiero decir pues lo siguiente: una actividad (ya preexistente,
que transcurre en la vida del sonido y en otros movimientos de
expresión) abierta a la plétora de fenómenos del mundo, es emplea-
da conjuntamente por los movimientos de respuesta dados a lo re-
conocido; el reconocimiento se especializa dentro de la vida loquial-
motórica. Dicho brevemente: las impresiones son interpeladas.
Vamos a dar un paso más y preguntarnos por el nacimiento del
nombre.
Si la reacción a las impresiones de la percepción se retiran al
puro sistema fonomotórico, tenemos entonces no solamente un
ejemplo de cómo la reacción fónica puede accionar los movimientos
de respuesta de todo el hombre. Ahora dirigimos nuestra atención

235
particularmente a una propiedad fundamental del movimiento lo-
quial: su duplicidad. En esa propiedad están inseparablemente uni-
dos el aspecto motórico y el sensorial. Es decir, el movimiento ge-
nera una impresión, una sensación audible. Ahí radica profunda-
mente el que sea posible responder a impresiones visuales con mo-
vimientos loquiales. En efecto, el aspecto sensórico y el motórico
están dentro del mismo sistema. Así se «acorta» el «largo camino»
que, si no, habría de conducir desde el ojo (a través de la inerva-
ción de los miembros para la acción) hasta la cosa. A la impresión
responde un movimiento inmediatamente productivo sensorialmen-
te. Se produce así al mismo tiempo una «asociación» de impresio-
nes visuales y sonido, que están en el mismo plano de lo percibido.
Apenas dispongo de espacio para polémicas; pero el hecho de
que la psicología haya rechazado plenamente el concepto de asocia-
ción, después de que por mal uso lo había puesto en entredicho, so-
lamente indica cuán poco seguro en sus métodos es el progreso
dentro de ella. Naturalmente, las asociaciones no «se forman». Asi-
mismo naturalmente hay algunas. Las asociaciones básicamente son
también producidas; y son transmitidas motóricamente. En este
sentido, el hecho y el concepto se corresponden plenamente, y la
asociación de impresión visual y sonido es producida activamente
por medio del movimiento (por el que discurre el reconocimiento).
Así pues, surge aquí la palabra a través de la vinculación linguo-
motórica de los órganos de los sentidos; es decir, de ojos y oídos.
Una cosa es clara: llamamos intención a aquel dirigirse hacia
impresiones externas. Si ese tender-hacia discurre dentro de los
movimientos loquiales, como es el caso ahora, tenemos la base vital
del pensamiento. Originalmente, el pensar no se puede separar del
hablar y significa el tender-hacia que corre hacia una cosa a través
del sonido loquial. Toda intención, también en los animales, corre
a través de la indicación hacia un algo indicado. Lo particular del
tender-hacia que corre por el lenguaje consiste solamente en que
el símbolo (el sonido) está creado por sí mismo, y ese movimiento
sustituye a todos los movimientos, y por lo tanto basta. El tender-
hacia y*da realización coinciden. Cuando nombro una cosa que hay
delante de mí, ya me contento con eso en muchos casos.
Pero ese tender-hacia • solamente es posible en la comunidad.
En el sonido se está presuponiendo comunicación. Cuando el niño,
reconociendo lo que ve, lo interpela y responde así, está realizando
sin saberlo una asociación, pero que no será fructífera, porque toda

236
la acción está cerrada en sí misma. Sólo cuando el niño oye el mis-
mo sonido que viene de fuera y lo repite es activado el recuerdo en
ese movimiento y captado anticipadamente como expectativa, y hay
que añadir que en el sonido puramente escuchado y repetido el
mismo tender-hacia se dirige a la cosa, pero sin tenerla antes ante
sí. En esta importantísima vivencia de frustración se capta por pri-
mera vez el tender-hacia (la expectativa que se anticipa en el sonido
loquial) a sí misma. Este es el auténtico nacimiento del pensamien-
to: un desengaño.
Vuelvo otra vez a los hechos. El tender-hacia (que transcurre
por el sonido libremente movible y pregnante) distintas percepcio-
nes surge al mismo tiempo que las otras operaciones del lenguaje
ya tratadas o por tratar. Aparece no antes de los diez meses como
muy pronto y sólo en casos aislados. La facultad de designar ya
con frecuencia cada una de las cosas (que aparece en el transcurso
del segundo año) ha de tener (si es ampliada y continuada) las con-
secuencias siguientes:
1. Un gran avance por el camino de la «intimización» del
mundo. Pensemos en lo que más arriba entendimos bajo este con-
cepto, a saber, familiaridad y acabado; neutralización de las cosas.
De ahí la descarga propia. Va en la dirección de la supresión de los
puntos de contacto inmediatos con el mundo y de los que no se ha
podido disponer en movimientos propios, tal y como es necesario
para un ser esencialmente planificador y práxico. Ese poner fuera
de combate es la condición de todo futuro tender-hacia puramente
intelectual, es decir, del pensamiento.
2. Esa «intimización», vista más de cerca, acontece así: ya
hemos comentado los procesos (crecientes y constructores de sí
mismos) de la «apreciación foraneizada de sí mismo». La serie so-
nido escuchado-sonido repetido-sonido vuelto a recoger, forma un
proceso comunicativo del saboreo de sí mismo, de la propia activi-
dad, acrecentando la abundancia de impresiones y condensando la
actividad. Ahora bien, si los objetos visuales son incorporados me-
diante la interpelación dentro de la propia actividad, entran en la
esfera de nuestro saboreo de la existencia. Quedan involucrados en
el saboreo de la propia vitalidad, son entretejidos en el sabor de
nosotros mismos y en la satisfacción producida por la actividad.
Ahora hay una comunicación con ellos puramente loquial-vital y
la apertura del hombre frente a ellos se experimenta a sí misma,
«verificando» la riqueza del fenómeno.

237
3. La comunicación con otros, que hasta ahora transcurría por
los cauces de una vitalidad desnuda y carente de contenidos, se hace
objetiva. Es decir, posiblemente será enderezada hacia la misma
cosa. La comunicación con otros alcanza un punto de intersección,
que se halla en el exterior. De este modo todo interés futuro será
en primer lugar público. Que los hombres se relacionan apuntando
hacia un algo externo, que puedan establecer comunicación entre
sí con relación a ese punto; que uno pueda familiarizarse o entro-
meterse (introducirse dentro de) los otros atendiendo a tal punto
de referencia, es decir, todos los procesos profundos del habla y la
comunicación se inician desde ahí.

4. Es objeto de un estudio especial que seguirá luego, cómo


ahora dentro de los cauces del lenguaje predominantemente tiene
lugar la selección de nuestras pulsiones e intereses, que es ahí es-
pecialmente donde experimentan la orientación, consciente de las
metas, hacia fuera. Nuestros intereses e indigencias se hacen pa-
tentes a sí mismos; se hacen «intencionales». Siguiendo a lo reco-
nocido, pueden expandirse en el mundo y reconocerse a sí mismos,
si logran despertar impresiones conocidas. Es importantísimo, que
la vida pulsional del hombre se exprese y se capte a sí misma en el
mismo sistema que el incipiente lenguaje. Sistema que asume como
guía la dominación del mundo objetivo. Este es el camino por el
que, como dijo Herder, «todos los estados del alma se hacen lo-
quiales» (no dice: son).
Los procesos que hemos indicado en los párrafos anteriores
constituyen el fundamento vital del pensamiento. Esa cualidad es-
pecial, el «pensar», no es derivable, pero al principio es idéntica
tendencia-hacia (in-tención) que transcurre por el sonido-loquial.
El proceso que estamos describiendo es, como puede verse, muy
rico en hipótesis y muy elaborado: el interpelar a una realidad co-
mo tal, o el acto espiritual que se dirige a la cosa mediante un sím-
bolo creado por él mismo, es lo que Herder con intuición genial
consideraba el origen del lenguaje. Sólo se equivocó al creer que
era la única raíz. También Herder unió el nacimiento del nombre
con el reconocimiento. Esto era lo que él llamaba «seleccionar una
ola del océano de sensaciones, detenerla... recogerse a sí mismo
del sueño fluctuante de las imágenes en un momento de vigilia, de-
tenerse voluntariamente en una imagen y escoger una señal de que
éste es tal objeto y ningún otro». Sólo fue error de Herder creer
que la primera palabra del lenguaje sea una repetición de los soni-

238
dos de la naturaleza. Nada hay que lo pruebe; más bien el paso
de nuestros sonidos al mundo de las cosas está ya esbozado de an-
temano por el carácter comunicativo general de todos los movi-
mientos recobrados, en cuyo marco acontece de diversas maneras
ese paso. Uno de ellos es el movimiento selectivo de respuesta a lo
reconocido. Fue un gran hallazgo hacer surgir el lenguaje dentro
del marco del reconocimiento, incluso (tal como yo interpreto a
Herder) dentro del marco del reconocimiento humano, librado de
cargas.
Al tratar el tema del lenguaje surge una importante dificultad,
que se halla (y debe hallarse) en la estructura de todo nuestro es-
tudio. El objeto hombre es el más complejo que existe. Es imposi-
ble tratar todos sus aspectos en conexión y de una vez. Hemos te-
nido que abstraer ampliamente partiendo de hechos tan fundamen-
tales como los que radican en la historicidad del hombre y su vin-
culación, nunca ausente, a ciertas comunidades históricas, a fin de
esclarecer otros hechos asimismo fundamentales. La vinculación
biológica a la comunidad aparece clarísimamente en algunos pun-
tos, como por ejemplo en el largo desarrollo del niño; pero hay
que estar suponiéndola como «telón de fondo» permanente de
nuestras reflexiones. Categorías tan importantes y decisivas para
nuestra teoría como la de «acción» y «comunicación» han de ser
situadas también con ese telón de fondo, aun cuando no siempre
sea mencionado.
También en la investigación de las raíces del lenguaje he utili-
zado la misma (relativamente) abstracción. Primeramente en el sen-
tido de que solamente se habla del «lenguage» in abstracto y luego
(en sentido más amplio) al decir que han de ser mostrados los «me-
canismos» biológicos por los que crece el lenguaje. Ya sé, natu-
ralmente, que esos mecanismos han de ser excitados desde fuera
siempre, del mismo modo que el niño aprende a hablar a partir
de lo que le rodea. Sin embargo esos mecanismos tienen sus fun-
ciones en la estructura de la operatividad total de todo el organis-
mo humano y tienen siempre su lugar determinado, que es lo que
aquí nos interesa en primer plano. El peso de la representación se
desplaza por eso por sí misma hacia lo «creativo» a diferencia de
las actividades imitativas. Por eso ahora es el momento de tomar
en cuenta las glosas que Ammann 4 3 ha hecho a esta teoría.

43. Die Sprachtheorie Arnold Gehlens: Die Tatwelt 17 (1941).

239
No cabe duda de que es verdad que en innumerables casos se llega
al nombre por caminos asociativos muy fáciles. Por ejemplo cuando
el niño toma el nombre a los adultos en un contexto indicativo.
Si se enseña al niño un reloj diciendo tic-tac, alcanza el sonido
inmediatamente al repetirlo y por la comunicación el tender hacia
la cosa. Pero todos los movimientos de intercambio del niño son
procesos comunicativos sensomotóricos y cuando se consideran las
raíces elementales del lenguaje en ese contexto, se muestran como
actos especiales en los que el hombre, si partiese de sí mismo, sólo
con un esfuerzo inacabable y «casualmente» tendría que encontrar
la palabra en cada caso particular. Esa «espontaneidad» aparece
chámente precisamente en los casos mencionados por Ammann, en
los que el prototipo fónico no procede del hombre, sino que es cual-
quier ruido proveniente del ambiente, que no alcanza sentido hasta
que se repite, en la «vida del sonido». Ammann cita una narración
de Schmeing. Un pequeño escucha las detonaciones de una cantera
y repite cada explosión con el grito: «¡Romps!, ¡Romps!». Luego,
al desaparecer el ruido se vuelve implorando en aquella dirección
y dice: «¡Por favor, Romps, vuelve otra vez!». Desde entonces,
Romps es una figura en su mundo imaginativo, que habita en el
armario de los vestidos, come con él en la mesa, etc...
Este ejemplo subraya que la palabra no llega a ser una dimen-
sión constante en virtud de su valoración dentro de la comunidad.
Esa valoración es solamente uno de los motivos de aquella constan-
cia especialísima, sí, pero que es mantenida en el mismo grado de
parte del individuo. Ya la palabra individual es, vista en esta di-
rección, lo mismo que más tarde resultará una «verdad», una fra-
se válida: una invariante, un punto de apoyo de un comportamiento
repetible en el futuro, un punto «fijo» dentro de la inseguridad e
inestabilidad de la existencia; un certum, en el que pueden afir-
marse y orientarse los intereses y los actos de pensamiento: todo
esto naturalmente tanto más cuando se afirma en la comunidad.
Ahora voy a pasar a otro aspecto de los movimientos comunica-
tivos que hemos ido estudiando. Se trata del desarrollo del «den-
tro» ep ellos, es decir, al efecto retroactivo del intercambio con las
cosas sobre los intereses y necesidades conectados con él. En pri-
mer lugar dejaremos de nuevo el lenguaje y consideraremos pura-
mente los movimientos de intercambio desarrollándose a sí mismos.

240
21. Teoría del juego. Cuarta raíz del lenguaje

Cuando observamos la exclusividad con la que juegan los niños,


cómo se entregan diariamente al juego hasta el agotamiento, cómo
durante largos años es el contenido esencial de su existencia, nos
encontramos ante un hecho notabilísimo. En primer lugar, el juego
no es algo serio. Sólo un ser que vive en una situación asegurada
y descansada y cuyas necesidades vitales son cubiertas desde fuera,
puede vivir en semejante exclusividad. Además se ha observado ya
desde hace tiempo en el juego un cierto sentido de tipo biológico.
Se ha visto que en él se realizan ejercicios, prácticas de movimien-
to, etc.; que vive en él una cierta seriedad secreta. Spencer elaboró
su teoría del «superávit de fuerza», que se descarga en el juego, en-
contrando ciertamente algo que es verdad. Pero no vamos a creer
qué el juego es solamente «seriedad infantil». Los hechos son mu-
cho más complejos e instructivos. Si el juego está en el centro de la
existencia humana en su fase primera, tiene que haber en él gran-
des valores.
Desde siempre se han notado dos operaciones producidas en el
juego. La primera es el aprendizaje del movimiento, es decir, el jue-
go cinético. De ese modo se descubre y elabora la variedad y plasti-
cidad de la propia capacidad de movimiento. Preyer observó en la
semana 40 y 41 cómo el niño intenta sentarse sin apoyo durante
breves momentos; «evidentemente para su propio divertimiento»
trataba de mantener el equilibrio. Groos 4 4 llama justamente la
atención sobre el hecho de que los niños ensayan todo tipo de mo-
vimientos (renqueando, torciendo los pies, marchando sobre los ta-
lones, etc.) con evidente placer. Naturalmente también se desarro-
llan en esa época todas las habilidades de las manos y los dedos y
siempre con la máxima pasión y vitalidad.
Para entender todo esto, necesitamos los presupuestos que ya
conocemos. A saber, el inacabado aparato cinético del ser humano
con su elevada riqueza potencial; el «hallazgo» sensible de sí mis-
mo (autoestesia); la percepción sensible de nuestros movimientos
(kinestesia) y la kinefantasía (fantasía propia del movimiento). Lo
que aquí aparece es una comunicación consigo mismo, es decir, el
antiguo problema de las operaciones del hombre, que son su propia
tarea. Es importante que precisamente las dificultades tengan un

44. D;> Spíele des Menschen, 1899.

241
estímulo y que la mayoría de las veces sólo eso dure la alegría del
juego: por tanto el propio movimiento tiene que poner una tarea;
han de hallarse impedimentos en el hombre mismo si ha de surgir
el placer de poder, de superar las resistencias. Cualquier actividad
que se abre paso, y luego es conseguida, es decir, queda a disposi-
ción libre de la kinefantasía, abre nuevas perspectivas.
Lo segundo es el aspecto de familiaridad con las cosas. En la
comunicación hacia fuera las cosas que se van encontrando al acaso
son incorporadas a los propios movimientos y los descubrimientos
son cargados en ellas. He aquí una observación: un niño golpeaba
repetidamente con la cuchara en el plato. Entonces ocurrió casual-
mente que tocó el plato con la mano libre. El ruido fue amortigua-
do y la diferencia chocó al niño. Tomó la cuchara con la otra mano,
golpeó con ella en el plato, amortiguó una vez más, etc. (once me-
ses). En este momento no necesito entrar en toda la riqueza de fa-
miliaridades establecidas con las cosas a través del juego; baste con
un ejemplo. Lo que habríamos verificado con este ejemplo, sería
un suceso muy típico del hombre y nada animal, que ya conoce-
mos: la dominación del mundo comunicativa que acontece en una
dilatada acción recíproca y el autoalumbramiento del propio poder.
Tal sería la seriedad del juego. Pero yo afirmo que el auténtico
carácter lúdico hay que buscarlo por el lado de la fantasía y de los
intereses de la fantasía «descargados». Naturalmente la fantasía es
el auténtico nervio del juego, pero mirando más profundamente,
el nervio es el surgimiento (al que hay que añadir el autosaboreo)
de intereses del hombre «superficiales», descargados, y cambiantes
con plena libertad.
También el juego de los adultos muestra suficientemente ese
aspecto. Raras veces sucede sin involucrar intereses eróticos, finan-
cieros o de lucha. Pero el punto está precisamente en que esos in-
tereses sólo podrían mostrarse bajo el manto de, digamos así, inte-
reses fantásticos y absolutamente «no prácticos»: el comportamien-
to del balón que salta; la distribución al azar de las cartas policro-
mas, o cosas semejantes, constituyen la parte realmente divertida o
vivificante del juego. Atraen hacia sí una participación máxima en
sucesos imprevistos que objetivamente carecen de importancia. El
simple arrojar sumas de dinero no es un juego satisfactorio. Hace
falta también un ceremonial, fantasía, azar, mezclado con reglas;
objetos policromos o excitantes; a menudo incluso un vestido es-
pecial... Todo esto sirve profundamente a dar estímulo al juego,

242
y ahí nos encontramos con los intereses descargados, que son au-
ténticamente «juego».
Hemos de explicar más detenidamente qué es esto de intereses
fantasiales, sin necesidades. Buytendijk considera imposible que se
pueda achacar el juego a impulsos especiales o como ejercicios de
práctica para tareas serias de la vida. La suposición de un «impulso
lúdico» es simplemente una palabra que nada dice. Con todo, en
el caso de los animales se ve claramente cómo se ocupan los instin-
tos especiales en los llamados juegos de los cachorros. Hay que
citar en primer lugar a los animales depredadores. En ellos el hacer
presa, atrapar, agarrar, acechar, etc., se muestran en el «juego».
Por tanto se anuncian esos instintos juguetonamente en los esta-
dios primeros de su vida. Aquí la palabra juguetonamente significa
«de modo inapropiado».
Por el contrario, en el caso de los hombres significa algo total-
mente distinto. Significa la construcción, irrupción y vivencia gus-
tosa de los intereses fantasiales, es decir, de los procesos de la fan-
tasía comunicativa. Y sobre todo, el llegar a ser conscientes tales in-
tereses, que esencialmente son inestables y cambiantes. Esa ines-
tabilidad es una forma juvenil de los movimientos, por cuanto que
las estructuras firmes y automatizadas son un resultado más tardío.
De ahí procede la semejanza entre el «juego» de los animales y el
del hombre. En este último caso, la inestabilidad es algo totalmente
distinto, mucho más profundo. El «ser todavía no fijado», con su
estructura pulsional variable, plástica y abierta al mundo, se ex-
perimenta a sí mismo en el juego; o bien, dicho de otra manera,
la «inestabilidad» es contenido esencial del juego. El estímulo del
juego consiste en los intereses excitantes, surgidos momentánea-
mente, que duran lo que el intercambio. Es absolutamente falso
considerar como único motivo del juego los resultados «serios», que
antes decíamos van unidos al juego, y que son propios del aprendi-
zaje de movimientos, etc. En el caso del hombre (y sólo en él) hay
más bien intereses de intercambio con el mundo fantasiosos y fuga-
ces, de carácter inestable. El agudo sonido del cascabel del niño
hace experimentable por doble motivo el camino de cualquier mo-
vimiento de los que aún ha de encontrar. Una pulsión, necesidad
o como quiera llamarse, hacia ese contexto se despierta y se an-
ticipa como expectativa o impulso, cuando se ve el objeto y en ese
impulso hay fantasmas exactos de movimiento y de sensación, y
así se experimenta a sí mismo. Como observa Buytendijk, el mo-

243
vimiento ha de volver al jugador. El hecho principal es, pues, que
en tales procesos de intercambio se ha desarrollado un determinado
interés y se ha hecho comprehensible para sí mismo. De nuevo ve-
mos ahí una propiedad decisiva de la vida pulsional: está abierta
al mundo, y el placer en el juego es el placer en impulsos variables
que se desarrollan a sí mismos y que tienen un contenido y unos
límites absolutamente cambiables. ¡Sin indigencias!
Por eso en el juego encontramos la estructura pulsional abierta
al mundo, propia del hombre, que se orienta hacia éstos o aquellos
contenidos, o al revés, que es «poseída» por éstos o aquellos con-
tenidos. Fue una gran intuición, que me gustaría mencionar más a
menudo, la de Kant al decir en la Crítica de la razón pura que las
representaciones de los sentidos exteriores son la materia con la
que ocupamos la sede de nuestros afectos (Gemüt). Ese «ocupar»
sucede activamente y el juego es la forma en que una vida pulsio-
nal, abierta al mundo, todavía sin tarea (a causa de su lento des-
arrollo) y con excedentes se entreabre al mundo y mediante su
vitalidad comunicativa experimenta cómo en él mismo crece una
plenitud de necesidades participantes y cambiantes. Spencer tuvo,
como siempre, una visión muy profunda y sin embargo muy estre-
cha, cuando habló del «carácter de superábundancia» que tiene el
juego. Pero lo que constituye al juego no es, como él pensaba, el
puro placer de la función de los movimientos, sino —en último
término— el experimentarse a sí mismo lás propiedades funda-
mentales de la estructura pulsional humana, que es sobreabundante,
plástica, abierta al mundo y comunicativa. Además por los mismos
motivos necesita de cultivo cuando se presentan tareas serias. Por
estos motivos los juegos «polífonos» son los más hermosos. Aque-
llos en los que el ataque, la huida, la persecución, la sorpresa, la
confianza, el azar, etc., desempeñan un papel y que precisamente
como «ejercicio previo» de la lucha serían totalmente carentes de
finalidad, ya que sin excepción sólo producen placer dentro de
reglas de juego establecidas voluntariamente. Si la pedagogía hace
un método del paso del juego al trabajo («aprender jugando») lo
hace basándolo en una coartación de los intereses del juego a de-
terminados fines; en la fijación de la conducta en el sentido de una
regularidad y continuidad y en la obediencia objetiva, en la sobre-
carga que reciben las leyes de la cosa misma, de tal manera que al
fin ellas son las que determinan el comportamiento regular.
George H. Mead mostró de modo convincente cómo el ponerse

244
en el papel de otro (to take the role of the other), es decir, la in-
corporación de la respuesta de lo otro en el comportamiento propio
dirigido a ello, es la función fundamental en la que el sí mismo
se distingue de sí y se supera a sí mismo. Es decir, se desarrolla la
conciencia de sí mismo.

Para la conducta racional es necesario que el individuo adquiera una


actitud objetiva e impersonal con respecto a sí mismo, que se haga
objeto para sí mismo... Adquiere la experiencia de sí mismo como
un sí mismo o individuo no directa o inmediatamente; no en cuanto
es un sujeto para sí mismo, sino sólo en cuanto que primeramente se
hace objeto para sí mismo, exactamente igual que los demás individuos
son objeto de su experiencia. Y sólo llega a ser objeto para sí mismo
cuando adopta la actitud de otros individuos frente a él mismo dentro
de un medio ambiente social 4 B .

No es éste el momento de señalar la enorme importancia de esta


tesis. Habría que tratarla en un contexto antropológico y social.
Aquí nos interesa su empleo en el juego de grupo (garne) y las re-
glas de juego.

El game es una serie de respuestas de los demás organizadas de tal


manera que la actitud de uno evoca las correspondientes actitudes
del otro. Esa organización se traduce en reglas de juego. Los niños
tienen un gran interés por las reglas del juego y es una parte del
placer del juego el tener tales reglas. Esas reglas son una serie de
respuestas, que provocan una determinada actitud (attitude). Pode-
mos exigir de otros determinadas respuestas, si asumimos una deter-
minada actitud.

Las actitudes de los demás jugadores, que cada uno asume y


sitúa dentro de su propia conducta, se transforman en un sistema
recíproco. Se organizan en una unidad. Esa organización, cristaliza-
da en regla de juego, es la que dirige la respuesta del individuo. La
comunidad organizada o grupo social, que da al individuo una uni-
dad, por así decir desplazable de sí mismo, puede ser llamadg el
«otro generalizado» (the generalized other).
Por eso podemos hacer la siguiente interpretación: por cuanto
que uno se introduce en la conducta inminente del otro, y la asume
de antemano en su propio comportamiento; y por cuanto que den-

45. Mind, self and society, 138.

245
ropa, que está viendo. «¡Papá!», grita. Pausa, ya que el padre no
reacciona. Después, trabajando formalmente grita acompañándose
con los gestos correspondientes: «¡Eso!».
En este caso el niño ha estado ya en posesión de una palabra
indicativa tratándose de uno de esos intereses inestables y lúdicos
de los que acabamos de hablar. Pero sin embargo podemos adver-
tir cómo en la palabra se abre camino un anhelo, se articula y en
caso de que el nombre del objeto estuviera a disposición del niño,
sería incluso un interés plenamente señalado y consciente. De este
modo todas las situaciones de nuestro «dentro» se hacen «loquia-
les» y nuestras pulsiones siguen viviendo (si una elaboración ulte-
rior, o conducción, o vinculación, etc., no se produce en ellas) den-
tro de las imágenes e intenciones de su situación de arranque. De-
penden de los nombres antiguos, bajo los cuales fueron captadas
por vez primera. Así pues, en el caso elementalísimo del grito de
llamada, se trata de la desmembración y esfuerzo de precisar una
indigencia en su orientación hacia una satisfacción y cumplimiento
externos bajo la dirección del grito, en el cual se abre camino la
necesidad como acción, captándose a sí misma al mismo tiempo.
Hay que suponer un recuerdo con algún grado de claridad, de aquel
cumplimiento y satisfacción, acaecidos en diversas ocasiones. Pero
cualquier recuerdo sólo será expectativa, cuando un movimiento
motórico le abra camino. Cuando esto acontece en el grito de
llamada, se ha producido un conjunto de indigencia, llamada, y sa-
tisfacción cumplida. No es pues que la intranquilidad de la necesi-
dad haga surgir meramente el sonido, sino que esa intranquilidad
espera su satisfacción en el sonido, es decir, que se ha captado a sí
misma.
Hemos esbozado aquí ejemplos de un tema importantísimo, del
que aún nos ocuparemos. La orientación de la vida apetitiva es
una tarea únicamente humana, que viene como consecuencia de la
falta de instintos «que marchen sobre rieles». Es una necesidad
biológico-antropológica sólo posible mediante la ayuda del len-
guaje: nuestra vida pulsional debe ser orientada, es decir, ocupada
con imágenes de situaciones y de resultados. Lo que se llama vida
anímica consiste en la edificación de un mundo interior, y en la
edificación de un mundo interior disponible. Es decir, el superávit
pulsional del hombre debe ser organizado en la forma de encauza-
mientos, estructuraciones, subordinaciones e interconexiones, cosa
que sólo es posible en la experimentación e interpretación de situa-

248
ciones vivenciales en las cuales nuestras pulsiones pueden ser re-
cordadas y comprehendidas. La dominación del mundo exterior es
simultáneamente la estructuración y caracterización de un mundo
interior. La vida interior humana tiene dos presupuestos extraor-
dinarios: su superávit de pulsión (siendo los vínculos del instinto
más flojos) y un mundo circundante abierto, no interpretado, al
que hay que dominar. De la contraposición de ambos factores se
forma esa vida interior. Este es el pensamiento básico y fundamen-
tal de la teoría que expondremos más adelante, al cual quiero
ya referirme aquí porque ese conjunto aparece ya en la función del
grito de llamada: cuando el grito tiende a su cumplimiento y satis-
facción, en ese momento se ha «formado» la necesidad de una
determinada expectativa; ahora está caracterizada como tal.
De esta cuarta raíz, le queda para siempre al lenguaje algo de
«abrirse paso», de contagio o de mandato, aun en las posteriores
comunicaciones puras. El uso del lenguaje puramente teórico, auto-
afirmándose a sí mismo en forma de juicio es una manifestación
muy tardía y de carácter excepcional. La musicalidad de la entona-
ción, el ritmo, el tempo, la modulación, son elementos expresivos
acompañantes y no desaparecen al recibir en el lenguaje más evo-
lucionado valores sintácticos o calificativos; de manera que una
modulación determinada significa «interrogación», o, tal como
ocurre en chino, la entonación adquiere un sentido calificativo.
Finalmente, en casos raros, pero posibles de encontrar, el grito
de llamada es un puente hacia el nombre. Se da pues el paso desde
la acción que rompe sus cauces, es decir, desde la expectativa pul-
sional condensada en el sonido, hasta el puro tender-hacia la cosa
misma. Todo sonido puede desligarse de la situación, a causa de su
disponibilidad, repetible y discrecional, a la que pertenecía original-
mente. Por lo tanto, puede también desligarse de la indigencia co-
rrespondiente. Entonces porta solamente en sí el tender-hacia la
cosa misma y por tanto es legítima palabra. Una vez más, en este ca-
so tenemos que presuponer comunicación en el sonido. A fin de que
por ese camino llegue a ser nombre, tiene que haber ganado una
cierta vida propia, cosa que acontece en el contexto de la «vida del
sonido». Por tanto tiene que haber quedado desvinculado, ocasio-
nalmente, de la vinculación expresa a una indigencia. Un buen
ejemplo a este propósito, según parece no muy frecuente, es el
modo con que un niño llegó a la palabra butte (que ahora signi-
ficaba bollo o pastel), que era un auténtico nombre, y del que, sien-

249
do al principio una mera voz de llamada o necesidad, surgió la
palabra bit te (¡por favor!).
Más tarde esta posibilidad se halla en dirección contraria de
importanncia; a saber, cuando por caminos «teóricos» se emplean
nombres asumidos en interés de las indigencias. Entonces podemos
desarrollar intereses e indigencias en todos los contenidos que nos
salen al encuentro o que se pueden pensar. Los niños de dos o tres
años dicen frecuentemente con decisión: «Mamá, yo quiero...» y
buscan durante un gran rato qué es lo que podrían querer, precisa-
mente desarrollando así una indigencia.

22. Ampliación de la experiencia

Los conjuntos de percepción, movimiento y lenguaje (que nos


están ocupando) entran en un nuevo estadio, si consideramos los
procesos superiores, todavía muy sencillos.
Nuestra percepción, ya incluso dentro del ámbito fisiológico,
tiene la inclinación a abarcar sus contenidos en totalidades cir-
cunscritas y al mismo tiempo una cierta tendencia, de sentido con-
trario, a descomponerlos. Así por ejemplo, las leyes de la constan-
cia no armonizan del todo ópticamente. En cambio, la constancia
de tamaño, por ejemplo, alcanza a menudo valores ideales aun
bajo condiciones no del todo simples, mientras que no es éste
necesariamente el caso, en la misma cosa, por lo que se refiere a la
constancia del color y de la figura46. E. Jaensch llama la atención
sobre otro tipo de disociabilidad de las impresiones producidas por
las cosas 4 7 , donde investiga la dislocación espacial; es decir, el fe-
nómeno de una rotación óptica de 180.° de los objetos visuales, o,
de tal manera que derecha e izquierda, arriba y abajo aparecen
cambiadas. Dice allí que la importancia de la dislocación espacial
radica en que prepara la disgregación (por el pensamiento y la fan-
tasía) de los complejos dados. También Kóhler en su trabajo sobre
los chimpancés tuvo que introducir los conceptos de «firmeza óp-
tica» y «separabilidad de las uniones ópticas», a fin de explicar el
hecho dev que sus animales no reconocieran cosas de ellos conoci-
das, cuando estas cosas (como una mesa en un rincón de la habi-
tación) habían sido unidas del mejor modo posible a otras cosas. En

46. Brunswik, Wahrnehmung und Gegenstansdwelt, 1934, 207.


47. Ztschr. f. Psych. 88, 144.

250
la reciente teoría de la Gestalt, por lo demás excelente, no se da
mucho valor a este punto de vista de la (relativa) disociabilidad de
los datos de la percepción, aunque sí se la menciona al decir que
«la eliminación selectiva de las partes desechadas» no ha de con-
fundirse con una disgregación.
La descomposición de los campos de percepción, de la que ya
hablamos, en rasgos característicos individuales, que citábamos a
propósito del ejemplo de la perrita amaestrada; la «trasponibili-
dad» de esas Gestalt segregadas en otros contextos; las reglas de
la constancia de la Gestalt, las cuales permiten el reconocimiento
de la misma Gestalt bajo perspectivas variables y por tanto la
captación de diversas variantes del «mismo modelo» como tales;
y finalmente la función contraria «complexiva», en la que las
Gestalt son individualizadas y «rellenadas» con una «mezcla» de
datos; todas estas operaciones mencionadas bastan generalmente
para explicar la capacidad de aprendizaje de los animales en el sen-
tido de responder con un comportamiento fijo a determinadas se-
ñales. Por el contrario, un símbolo es el producto de un compor-
tamiento comunicativo. En sentido estricto sólo se da cuando es
separable de lo designado y significa por tanto algo distinto de lo
que él mismo es. Así podemos llamar ya simbólicos los enriqueci-
mientos y rasgos predominantes (examinados ya detenidamente),
que la actividad concertada de las manos y de los ojos producen en
nuestra percepción, porque aquí por ejemplo la sombra significa
algo redondo, y los lugares brillantes, humedad. Además, como ya
dije, sólo a partir de este momento se da una visión de conjunto
sobre series completas de tales símbolos en los campos de símbo-
los, consiguiéndose así no solamente una orientación rápida y «pru-
dente» sino también aquella descarga, que consiste en no dejarse
insertar en la abundancia enorme posible de las cosas. Esa neutrali-
zación o cubrimiento de lo que puede ser pasado por alto, ha si-
do conseguida, en el caso del hombre, por su propia industria en
gran medida.
Es por primera vez en tales campos de super-visión donde se
da captación de las relaciones entre tales símbolos. Siempre son
transmitidos por el movimiento: por los movimientos de los ojos,
de la cabeza, del tacto, o por movimientos totales. Captación de
relaciones en este sentido la hay también naturalmente entre
los animales, que ciertamente aprecian motóricamente las relacio-
nes percibidas de «junto a», «detrás», etc. Dado que, al percibir,

251
nos son dadas escasas cosas individuales como situaciones totales,
y sí más bien en forma encadenada (siendo los puntos de encadena-
miento aquellos símbolos), la captación de relaciones se produce
fundamentalmente por des-composición, dis-gregación de las situa-
ciones en acentos sensóricos individuales y sus relaciones; nunca
por adición de las individualidades captadas siguiendo por ejem-
plo una serie desde su comienzo.
Cuando nuestra acción toma objetos (de por sí muy distintos)
bajo un punto de vista común, quiere decirse que existe una es-
tructura simbólica de la percepción. El símbolo destacado (Gestalt,
color, etc.), que es indicio de toda una masa de cosas, es estricta-
mente «abstracto», es decir, «extraído» mediante la no atención a
impresiones vecinas, igualmente posibles. Cuando tratamos del
mismo modo otra cosa totalmente distinta, que solamente contiene
el mismo rasgo, volvemos a abstraer, esta vez de la diferencia total
de ambas cosas, que tratamos del mismo modo. Esta abstracción
no es un acto, sino que sólo puede ser un freno o represión central
de otros puntos de vista, siempre que el punto de vista-símbolo
ya esté fijado. Si nuestras acciones se comportan de tal manera
que sólo prestan atención a determinados y especiales acentos o sím-
bolos bajo circunstancias muy diversas en otras ocasiones, pero
ahora neutralizadas, «se están ampliando» por cuanto que en con-
textos muy diversos es escogido sólo el mismo símbolo y entonces
la percepción y la acción captan bajo un solo inspecto o punto de
vista al que se tiende, objetos de por sí muy diversos. El caso es
que ese inspecto sólo se define por las consecuencias de la acción
en la que entra el objeto, y que sólo la igualdad del comporta-
miento posibilita la comparabilidad inesperada entre situaciones
de suyo muy distintas. A propósito de este importante proceso nos
ofrecen algunos ejemplos incluso los monos de Köhler. Cuando tu-
vieron un interés especial, aumentado por los intentos realizados,
por las «cosas largas y móviles», tomaron en ciertas circunstancias
como palo un paño y lo trataron del modo correspondiente. Es
decir, habían adquirido los acentos ópticos «largo, movible» e
incluyerQn después en su comportamiento y en su acción todas las
cosas que llevaban ese acento, siendo así las demás propiedades
neutralizadas y «pasadas por alto», «super-vistas».
Tenemos pues ya en los animales un tipo de formación de con-
ceptos práctica y sensomotórica, ya que se trata clarísimamente de
una «abstracción», de un dejar de ver, y de una generalización. Un

252
símbolo, que es indicio de toda una masa objetiva, es estrictamen-
te «abstracto», es decir, sacado por neutralización de otras impre-
siones posibles, que son pasadas por alto o super-vistas, permitien-
do así que se generalicen nuestras acciones, es decir, que se amplíen
y permitiendo también evaluar al mismo símbolo del mismo modo
en contextos absolutamente distintos, válidos para la comparación.
Naturalmente es éste un hecho decisivo para todo lo que sea am-
pliación de la experiencia. Voy a representar lo que venimos con-
siderando en el siguiente esquema: de un grupo de impresiones
c d E f g se adquiere una impresión directriz y simbólica E. Esto
sucede por caminos muy diversos; por simple énfasis óptico, táctil,
etc.; mediante ciertas leyes psicológicas del «pasar por alto» o
super-visar (constancia del color); prescindiendo de un modo apren-
dido de las impresiones acompañantes c d f g; prefiriendo de un
modo impulsivo o habitual a E, etc. Pues bien, ahora otro contexto
h i E k 1 en el que aparece de nuevo el acento del misino modo será
contemplado como el mismo y por consiguiente incorporado a la
acción. Todavía sacamos más conclusiones. Así como hay que ha-
blar de una formación de conceptos sensomotora, también está per-
mitido hablar de una interpretación sensomotora. Los monos de
Kóhler interpretaban los paños como bastones, sólo que se tra-
taba de una falsa interpretación. Pero cuando pusieron en acción
trozos de alambre en los que de nuevo habían encontrado los carac-
teres de «alargado, movible» y esta vez con éxito, ampliaron su
experiencia del mundo circundante en sentido recto. Así pues, este
proceso consiste, expresándolo muy abstractamente en esto: que A
sea colocado en lugar de B con éxito, que A sea tomado como B.
La desmembración del campo de percepción en acentos simbó-
licos dentro de campos intermedios neutralizados permite la «su-
pervision» (pasar por alto) y la captación sensomotórica de rela-
ciones. El carácter abstracto del símbolo permite también la am-
pliación de nuestras acciones, experiencia auténtica, por cuanto que
A es tomado por B en la medida que lo permita la igualdad de los
acentos simbólicos. Si alguien necesita por ejemplo una taza y no
encuentra ninguna, puede utilizar para salir del apuro un vaso o
cualquier recipiente. Sólo es importante el rasgo de «redondo y
hueco». Las demás características de ese objeto las hace indiferen-
tes. Simplemente toma A por B usando como paso un acento sen-
sórico o una propiedad seleccionada concreta. Es evidente que tales
hechos pueden describirse desde dos puntos de vista. Puede decirse

253
que los objetos de la percepción se reúnen en ciertos contextos o
relaciones, puede por tanto hablarse de la inclinación de los «estí-
mulos» a unirse con otros y entrar en sus vías de acción. Pero tam-
bién puede hablarse de una inclinación de estos otros a ampliarse e
incorporar a sí otros «estímulos» o fragmentos de situación. Es
lo mismo, dicho de otra manera. El esquema sería el siguiente:

Una impresión sensorial A es «asociada» con otra B cuando


entra en la acción dirigida a B; o dicho de otra manera, esa acción
se ha ampliado de B a A.
Por ejemplo, si el nombre de Pedro está asociado en nosotros
a una impresión particularmente desagradable, quiere decir que
nuestra reacción de rechazo se ha ampliado de la clase «humano
desagradable» a la clase «humano de nombre Pedro». Podría tam-
bién decirse que los ya tantas veces mencionados monos de Kohler
habían asociado «palo» y «paño», y querría decir lo mismo.
Con lo dicho anteriormente no queda sin embargo todo el pro-
ceso plenamente descrito. La experiencia no consiste solamente en
la identificación de diversos hechos diversísimos de por sí bajo un
mismo punto de vista, o en la ampliación de nuestro comporta-
miento hacia diversos objetos bajo el mismo respecto. En nuestra
descripción falta todavía un factor muy importante: la expectativa.
En efecto: tomar B por A significa esperar de B aquellas con-
secuencias o secuelas que la acción nos produce en el caso de A.
Sin duda' que los chimpancés de Kohler «esperaban», anticipaban,
de su manejo de los paños el mismo resultado que habían conse-
guido con los palos. Cuando venían palos en los paños y así los
usaban, en algún modo rústico había en ellos de expectativa lo que
con palabras podríamos expresar así: con estas cosas largas y mo-
vibles alcanzaremos los plátanos. Ahora bien, nuestros movimientos

254
prácticos tienen, como ya he mostrado, en un grado elevadísimo,
fantasmas de intercambio y de resultado. Si a partir de ahí hace-
mos experiencias puramente prácticas del tipo tomar A por B, lo
hacemos en la expectativa del mismo resultado. Esa expectativa
puede ser defraudada o satisfecha. Sólo en el último caso se trata
de una simple ampliación de nuestra experiencia. Ahora podemos
definirla plenamente así: «Hacer experiencias (en el más elemental
de los sentidos) quiere decir lo siguiente: bajo puntos de vista de-
terminados y exclusivos, tomar A por B, y esperar de A lo mismo
que resultó del trato con B».
Al llegar a este punto se presentan dos posibilidades: A colma
la expectativa. Entonces la experiencia queda ampliada. O A no
cumple esa expectativa: entonces surge una nueva experiencia, al
principio descorazonadora, que plantea un problema.
Por ejemplo: los monos de Kóhler no conseguían manejar los
paños. Muestran naturalmente que son inapropiados, por carecer
de rigidez y forma. Es de suma importancia constatar que en ese
momento no surge para los monos ningún problema, sino que
simplemente dejan la experiencia. ¿Por qué?
La respuesta más sencilla sería precisamente ésa: que no se
preguntan por un porqué, es decir, «no tienen la categoría de
causalidad». La pregunta acerca del porqué que se nos plantea de
cara a esas experiencias nuevas y problemáticas, o si se quiere, de-
cepciones, es solamente una fase intermedia. En efecto, solamente
introduce una elaboración de ese problema. La elaboración consiste
solamente en desarrollar un inspecto frente a la experiencia pertur-
badora, el cual permite someterla a otras experiencias ya hechas de
otro tipo; es decir, sustituir B por C. Sirva el siguiente ejemplo:
un hombre primitivo experimenta en otro la decepción de su ex-
pectativa habitual con respecto al comportamiento de aquel que,
por ejemplo, se puso enfermo. Ese suceso es una experiencia de-
cepcionante, un problema. El hecho de esa enfermedad concreta se
supera llevándolo al ámbito de otras experiencias ya conocidas: la
hechicería o los malos espíritus, etc. De esa identificación (la enfer-
medad pertenece a las manifestaciones de la magia demoníaca) se
sigue la expectativa de que los contrarremedios conocidos contra
la magia ayudarán. También esa esperanza puede ser decepcionada.
Se presenta entonces de nuevo un problema con cambio del punto
de vista: el curandero carece de poder. De ahí se sigue a su vez
que hay que comérselo, etc.

255
Por lo tanto lo que se halla a la base de lo que se llama causa-
lidad, la pregunta ¿por qué?, es lo siguiente: la decepción de una
expectativa. Esta experiencia que se presenta prácticamente nueva
es un problema. Ese problema se domina buscando un punto de
vista a partir del cual se sitúe dentro de experiencias ya hechas.
En ese punto de vista puede hallarse un mayor o menor grado de
abstracción. Quizás el punto de vista de captar un problema pertur-
bador A bajo la experiencia ya conocida B es demasiado abstracto.
Así pues, debajo del concepto de causalidad se esconden dos ex-
periencias muy distintas. Un tipo de esas experiencias sería el in-
vestigado por Hume reducibles a la fórmula de «experiencias-si...
-entonces...». Originalmente no tienen nada que ver con ellas las
que acabamos de llamar «perturbadoras», que «cruzan» decursos
fluidos o vivencias de cumplimiento y exigen una investigación es-
pecial y unas relaciones especiales. De ellas habla Fichte cuando
dice que «sólo de algo juzgado como casual se pregunta por el
motivo». Por eso, la «ley causal» presta dos tipos de servicios: re-
moción de toda casualidad y formulación de todos los sucesos en el
proceso si-entonces.
Ahora bien, si los monos abandonan esas experiencias es evi-
dentemente por su incapacidad de cambiar el punto de vista. Por
tanto no tiene puntos de vista variables; lo cual significa que en el
intento con los paños se hallan bajo una presión tan fuerte de la ta-
rea pulsional (que les sirve de punto de vista), que no pueden reali-
zar otra distinta, a saber, la de dominar el problema que se ha pre-
sentado. En realidad esa capacidad sólo se realiza por la posesión
del lenguaje.
Es volver a repetir lo ya dicho el señalar que, con la ampliación
descrita de la experiencia, se ha establecido también una creciente
libertad situacional, tanto más importante cuanto más riqueza de
símbolos haya en las percepciones. La abstracción de los nuevos
contextos h i k 1, en los cuales entra E, significa la descarga de sus
posibles exigencias e influencias. Al observador que ve cómo los
monos arrastran los paños (normalmente usados para cubrir) como
instrumentos para alcanzar su fin, le produce la impresión de un
obrar totalmente «creador». Parece que el animal se enfrenta re-
flexiva, libre e independientemente a la situación, cuando no ce co-
nocen las condiciones tan limitadas de esa operación. Frente a la
percepción animal, la humana no sólo es inconmensurablemente
más rica en símbolos (potenciándose todavía más con el lenguaje),

256
sino que sus acciones y movimientos son también, en cuanto auto-
edificadas, plenamente distintas en cuanto a su estructura: «llenas
de expectativas» en sí y variables. La descarga es total. El hombre
se mueve con movimientos posibles, puestos a discreción, no pul-
sionales, dentro de un marco de insinuaciones de las cosas íntimas,
colocadas detrás. Todo ello con la independencia básica de su vida
de percepción y su vida cinética con respecto a los impulsos. Sus
oportunidades de hacer experiencias en el sentido que venimos ex-
poniendo serían incomparablemente más grandes si la capacidad
no-animal de cambiar sus puntos de vista no le hiciera escapar ya
a toda comparación.
Quisiéramos presentar ahora, para mayor claridad, las «figuras»
de la experiencia estudiadas hasta este momento:
1. Reflejo y aprendizaje condicionados a un éxito o a un fra-
caso casuales. Aceptación de los éxitos casuales y acción dirigida
hacia ellos.
2. «Tomar A por B»: la percepción atiende solamente a cier-
tos rasgos escogidos o símbolos, ve A como B. La acción se expan-
de, en cuanto que trata a A como B.
3. Los posibles fracasos que puedan presentarse son experien-
cias nuevas no esperadas. Se transforman en problemas. Es nece-
sario realizar en ellas un cambio del punto de vista, a fin de vin-
cularlas a oirás experiencias.
4. Otra forma de esas experiencias es la siguiente: recorrer
distintos objetos desde un mismo punto de vista fijo (elección de lo
apropiado). Ya era necesario en aquel estadio de la humanidad en
el que se trataba de escoger entre herramientas de madera o de
hueco, en tiempos «anteriores a la edad de piedra». Por cuanto
se trata de puntos de vista abstractos (por ejemplo, cosas combus-
tibles) y esa fijación había de poder repetirse en cualquier momen-
to a voluntad (es decir, independientemente de una necesidad apre-
miante de un momento dado o de una situación estimulante que
ha de suceder en el futuro) está presuponiendo el lenguaje.

5. Un caso más raro y muy superior de experiencia se produce


cuando, dicho brevemente, la experiencia misma se transforma en
motivo. Se trata de transformar en objeto de una experiencia or-
denada el comportamiento mismo del objeto desde puntos de vista
fijos y determinados; especialmente el comportamiento cambiante

257
bajo condiciones cambiantes. Esto es el experimento. Consiste en
colocar cualquier cosa desde puntos de vista determinados y selec-
cionados bajo circunstancias cambiantes e investigar las regulari-
dades que vayan apareciendo. Las dependencias (de las mutaciones
de todo tipo) con respecto a las circunstancias variadas sistemá-
ticamente forman el objeto de la experiencia «pura». No se podría
intentar un experimento si no existiesen expectativas determinadas
originadas en conocimientos previos. Pero como enseña la experien-
cia, no solamente se inician para confirmar o refutar aquellas ex-
pectativas (hipótesis) que por ello tendrían que ser mantenidas
también de modo variable, sino a menudo con fenómenos nuevos
e inesperados, que por consiguiente son investigados sencillamente,
sin presuposiciones teóricas y según las leyes de las circunstancias
de su aparición. El experimento es pues «pura praxis teórica», es
decir, el empleo de suposiciones, puntos de vista y acciones a fin
de investigar el comportamiento de una cosa con respecto a las cir-
cunstancias (que a su vez fueron producidas y seleccionadas). Las
modernas ciencias naturales experimentan todos los sucesos que se
presentan en un determinado ámbito, pretendiendo hacerlo con
plenitud; es decir, actúan sistemáticamente y al modo de una
industria.
La figura de experiencia que hemos venido describiendo pre-
dominantemente (poner A por B bajo cierto respecto) es un mo-
delo importantísimo de experiencia. Se halla en todo tipo de deduc-
ción racional (A es M; M es B, luego A es B) pero es ya, como
hemos visto, un procedimiento sensomotórico de actuación en los
animales. Lo volveremos a encontrar cuando hablemos de los con-
tenidos de la fantasía en el lenguaje, pues ya el tomar la palabra
en lugar de la cosa es una equiparación de ese tipo, precisamente la
explicación de un fenómeno o manifestación por medio de otro
(metáfora).
Según sea el punto de vista desde el que se describa el mismo
hecho, aparece como explicación, equiparación, asociación o amplia-
ción de la acción. En último término es un hecho de fantasía, es
decir, ui\hecho de «tranferirse» de lo uno a lo otro y de «con-
ferirse» las expectativas correspondientes. El punto crucial es la
«asociación» de la palabra con el objeto; el punto de vista o ins-
pecto, en que ambos son equiparados, es en este caso la intención
(tender-hacia) de ambos, en este caso, un inspecto motórico.
De lo anteriormente expuesto podemos deducir cómo nues-

258
tra experiencia científica, por un lado simplifica siempre necesaria-
mente nuestro conocimiento, y por otro lado lo enriquece ilimi-
tadamente. Si sustituyo A por B, simplifico la multiplicidad de la
experiencia, pero las consecuencias provocadas por esa simplifica-
ción son (si no corresponden a las expectativas) nuevo material
de la experiencia. Este es de nuevo simplificado; vinculado a lo ya
conocido; con nuevas consecuencias, etc. En la física hay un cú-
mulo ingente de hechos dentro de muy pocas leyes.
La capacidad de los animales para hacer experiencias es muy
limitada, tanto por la escasa fecundidad de sus percepciones, como
por sus movimientos monótonos, carentes de plasticidad. Ya mos-
tré más arriba que les falta el caudal de procesos sensomotóricos
de la autoedificación de sí mismos, así como la independización de
los intercambios cinéticos y cósicos comunicativos, que se «alejan
de cualquier causa», se edifican a sí mismos y se hacen productivos.
Los inspectos o puntos de vista que van apareciendo pueden dila-
tarse luego en el mundo y tales experiencias pueden ser transferidas
en el modo descrito. Naturalmente que esto sólo sucede cuando
esos intercambios no tienen lugar bajo presión pulsional, es decir,
cuando están «descargados»; más aún, descargados incluso del im-
pulso a resultados «breves» e inmediatos. De ahí que muchos ani-
males aprendan bien, por ejemplo, a retirar impedimentos que se
hallen entre ellos y la meta de sus impulsos. Por ejemplo, las ratas
de McDougall aprenden a abrir las complicadas aldabas de sus
cajas de comida, pero «olvidan» lo que se les abre de experiencias
inexperadas más allá del camino de su impulso. Supongamos que
un niño realiza el paso descrito de A a B; intenta utilizar un alam-
bre como palo. En virtud de la estructura comunicativa de su inter-
cambio con el mundo hará que su fracaso sea fructífero. Se fijará en
las propiedades especiales, ahora manifestadas, del alambre: flexi-
ble, irrompible, indiferente a cualquier forma, etc. Desarrollará así
nuevos puntos de vista y finalmente metas, en las que se puedan
usar la madera y el alambre, diferenciará especialmente unas de
las otras. Por el contrario, la experiencia del animal se queda dentro
de los límites de la presión inmediata de estímulo o repulsión; pue-
de afinarse extraordinariamente, pero sólo muy limitadamente am-
pliarse.
Exactamente el mismo proceso (tomar A en lugar de B), o in-
corporar nuevos objetos con símbolos seleccionados a los antiguos
modos de acción, que antes hemos descrito, puede mostrarse en el

259
ámbito del lenguaje. Nuestros movimientos de respuesta se hacen
abstractos cuando se fijan solamente en ciertos aspectos de las
cosas. Exactamente así actúa la respuesta sensomotórica, cuyo sur-
gimiento considerábamos en el contexto del reconocimiento. En
este caso ocurría que el movimiento de respuesta del sonido a la
impresión que se presentaba, accionaba toda la reacción y ya la
contenía. La apelación a los mismos símbolos en los mismos sonidos,
era aquel mismo movimiento en el que confluían el reconocer y el
acordarse, y al mismo tiempo el acabado o realización y la «reti-
rada» del estímulo. Pues bien, si ahora el mismo símbolo óptico
surge en otros contextos, que serán pasados por alto, será amplia-
do el mismo movimiento, es decir, la misma reacción fónica.
Con ello hemos explicado las palabras universales de los niños.
Los niños denominan por ejemplo con la expresión «pipip» a todo
lo que vuela: moscas, abejas y pájaros, etc., desde el puro punto de
vista de un símbolo abstracto, que podríamos expresar así: un
algo volador, sin hacer diferencia de sus particularidades. Sucede de
este modo la formación absolutamente casual de clases o la dila-
tación de lo que abarca la «palabra». En ningún caso se trata aquí,
conviene notarlo bien, de auténticas palabras universales, para lo
cual haría falta en primer lugar distinguir cosas individuales y va-
rias, o mejor, muchas cosas individuales como tales. Pero los ni-
ños de alrededor de 22 meses no captan todavía en modo alguno
el plural. Lindner mostró a un niño un Band (volumen, cinta...) y
luego otro. La respuesta (aprendida) fue siempre: Band. A otro
niño le preguntó, señalando a una puerta: ¿eso? Respuesta: puer-
ta. Fue pasando a una segunda y tercera puerta, repitiendo la pre-
gunta, y lo mismo hizo con siete sillas en una habitación. Así pues,
esos niños se hallan en la fase de aprender a distinguir entre singu-
lar y plural, entre palabra individual y palabra universal.
Por el contrario, en el caso siguiente tenemos auténticas pala-
bras universales, es decir, respuestas fónicas trasladadas y ampliadas
«abstractamente» bajo un solo respecto, que hace de guía. Un niño,
mencionado por Jespersen, dividía el reino animal en dos grupos, a
saber: he (caballos, tortugas y demás seres de cuatro patas que
corren) e iz (peces, pájaros, y demás que se mueve sin patas). Esto
es ejercer un dominio por medio del reconocimiento y reaccionar en
base a una impresión tipo Gestalt seleccionada y que permite la
comunicación.
Está claro que la percepción exacta de un pato (que puede co-

260
rrer, nadar y volar) trastornaría esa clasificación. En ese caso el fra-
caso o la resistencia del objeto plantean un problema. El esquema
de acción se vería forzado a especializarse, por ejemplo limitando la
clase he a animales que sólo corren. Luego habría que calificar de
un modo especial a los seres de tipo pato; surgiría un lugar vacío
para una respuesta nueva y especializada. Por tanto las decepcio-
nes inevitables y las vivencias de «echar de menos algo», son mo-
tivo y fuente de nuevas experiencias, las cuales a su vez tendrán
que ser elaboradas y aplicadas a nuevas acciones.
Los procesos considerados hasta aquí (esencialmente los cali-
ficados con la fórmula «tomar A por B») son los de equiparación
inmediata práctica, generalización y deducción de consecuencias. Se
nos abren ulteriores e importantes perspectivas si al mismo nivel
del intercambio humano (acompañado solamente de las operacio-
nes elementales del lenguaje en los primeros grados de concepti-
bilidad) investigamos el cambio de inspectos o puntos de vista. En
este punto el comportamiento comunicativo es solamente el paso
a otro, orientado de muy distinta manera.

Experiencias cinéticas superiores

Los procesos de la percepción y los procesos del movimiento,


que ahora vamos a tratar, son en un sentido tan estricto humanos,
que el estudiarlos sin entrar más profundamente en las operaciones
del lenguaje sólo tiene un valor pasajero, especialmente porque hay
que suponer con certeza que se edifican solamente en una acción de
intercambio con la capacidad loquial que se va desarrollando. Pero
luego los fenómenos formarán de tal manera un todo, que escapa-
rán al análisis. Por eso he de intentar dividir la tarea; en primer lu-
gar solamente ciertas formas superiores de acción, y luego, re-tomar
los procesos loquiales correspondientes, nacidos al mismo tiempo
que los otros y activamente actuantes en la configuración de los
primeros.
Si el hombre edifica sus movimientos y percepciones del modo
descrito en interacción mutua, podemos calificar el resultado tam-
bién del modo siguiente: es un acrecentamiento real del mundo más
allá de lo actualmente dado. En efecto, en la medida en que las co-
sas que nos rodean contienen visualmente símbolos de gran com-

261
plejidad, parecen a pesar de todo traicionar aquello que no nos
muestran de un modo patente; raras veces dudamos acerca de su
Gestalt total, más allá de las insinuaciones perspectivísticas que
dan. Tampoco dudamos de las impresiones que resultarían, si nos
moviésemos a su alrededor, es decir, impresiones de su lado poste-
rior, etc. Con tantas insinuaciones como están ahí, nos conminan a
determinadas acciones, y nuestro movimiento imaginado según
ellas está embozado en vagas secuencias de imágenes, que nos-
otros esperamos y que se verían confirmadas si realmente entrára-
mos en relación con ellas. Así, la percepción nos enseña ya propia-
mente a aceptar más bien «representaciones» que a ella misma.
Cuanto más profundamente y con más poderío dominamos un
sector de situaciones, tanto más se retiran las percepciones a
favor de secuelas muy determinadas de nuestra expectativa, que se
condensan en nuestros movimientos al igual que en la visión abre-
viada y simbólica de las cosas. Nuestras acciones, en las que vivi-
mos, tienen su kinefantasía y su expectofantasía (o fantasía de la
expectación); las cosas están cargadas con instrucciones para el
intercambio o indicaciones de empleo. Como consecuencia directa
de ese desarrollo perdemos el contacto directo con el mundo hasta
tal punto que finalmente se puede llegar a un automatismo pleno.
Las percepciones (puras «muestras») contienen por decirlo así sólo
«momentos de las cosas»; los movimientos se siguen inconsciente-
mente seguros de sí mismos. Sólo bajo este presupuesto es posible
aquello de lo que vamos a hablar a continuación: la variabilidad y
tras-feribilidad; el cambio de dirección del enfoque de movimientos
y acciones.

Algo así sólo puede darse cuando los movimientos han sido des-
arrollados por su propia industria, es decir, cuando han sido po-
didos y descansan sobre una ancha base de kinefantasía. En una
palabra: sólo en el caso del hombre. Los «montajes cinéticos», inna-
tos e invariables, son incapaces de hacerlo. Si un caballo es dirigido
con la rienda floja, nunca conseguirá realizar el sencillo movimiento
del retroceso.
Un movimiento «podido» tiene, como he mostrado, sus «pun-
tos nodulares», es decir, ciertas fases fructíferas desde las que se
dirige su puesta en marcha (su aplicación). Se tienen experiencias
de cómo las mutaciones de toda una secuencia de movimientos de-
penden de ligeras variaciones en la acentuación de esos puntos no-
dulares y precisamente en el trato o intercambio con la cosa misma.

262
Ciertas variaciones en la dirección de la aplicación dibujadas de an-
temano por la kinefantasía, conducen a un comportamiento de los
objetos claramente distintos y al mismo tiempo a un enriquecimien-
to de la experiencia cinética.
Naturalmente, estas operaciones sólo son pensables cuando hay
la variedad que hemos mostrado en la kinefantasía y cuando hay
descarga, es decir, disponibilidad para el trato o intercambio (libre
con respecto a la situación) de nuestra esfera motórica, sobre todo
de las manos en cooperación con los ojos. Mas con esto quedan da-
das las condiciones para el paso inmediatamente superior, que sólo
conceptualmente puede ser diferenciado del que ahora nos ocupa.
Las manifestaciones son variadas y las aclararé, en parte, con pa-
ralelos tomados de la esfera significativa del pensamiento:

1. Somos capaces de captar movimientos en fases individuales


de la totalidad; en ciertas circunstancias, incluso inmediatamente
en la fase final. Y al revés, también podemos interrumpirlos en cada
fase.
El paralelismo es el siguiente: podemos ponernos a contar cual-
quier lugar de la serie de números, sin tener que recorrer toda la
serie y podemos dejarlo en cualquier punto de esa serie.
Un ejemplo: cuando damos un traspiés, el movimiento de mar-
cha ha de ser interrumpido inmediatamente, evitada la caída y
transferida a la última fase de un movimiento de erección. Es pues
una combinación muy «rica de espíritu», que los niños no consi-
guen la mayoría de las veces.

2. Podemos combinar (en un proyecto o esbozo de movi-


miento) cualquier fase inicial de un movimiento con la fase final
de otro. Esto es tan sólo un caso entre ilimitadas posibilidades.
Sin más, podemos dar «pasos», es decir, cambiar las combinacio-
nes acostumbradas de los movimientos de brazos y piernas, de tal
manera que ya no «utilicemos» el pie derecho y el brazo izquierdo,
sino los miembros de un solo lado. Tal inversión de combinaciones
de suyo habituales tiene paralelismos cotidianos en el proceso del
pensamiento.

3. Todo movimiento puede ser detenido en cualquier lugar


del proyecto total y en ese lugar se puede insertar otra serie ciné-
tica nueva.
Este caso es muy importante. Le corresponde (en el ejemplo del

263
acto de contar) la posibilidad de interrumpir la serie en un punto,
por ejemplo el 7 y a partir de ahí seguir otra numeración: 1, 2, 3,
4, 5, 6, 7, 14, 21, 28, 35. Ejemplo: a los niños les gusta mudar el
movimiento de ir andando, por el de ir brincando; éste, por el de
brincar sobre un solo pie, etc. El movimiento que se hace para to-
mar una cosa puede transformarse inmediatamente en el de reco-
gerla, caso de que caiga casualmente.

4. Todo movimiento puede ser detenido en cualquier fase,


como en el caso anterior, y esa fase puede ser tomada como punto
de partida del mismo movimiento.
Paralelismo: cuento hasta 7; tomo o establezco el 7 como 1, y
cuento de nuevo hasta 7, etc.
Ejemplo: el sencillo cambio de ritmo cuando se lleva el compás
de tres por cuatro, cuatro por cuatro, etc., variado por la pura
fantasía del movimiento. Ningún animal puede hacer todo esto.

5. Todo movimiento es representable primero en puro pro-


yecto de movimiento. De tales proyectos o esbozos de movimien-
tos vale todo lo dicho ya. Pueden intercambiarse entre sí, etc.
Estrechamente unida a esto se halla nuestra capacidad de indicar
puramente nuestros movimientos, es decir, hacer los «gestos» de
golpear, arrojar, etc...

6. Más todavía: el punto de partida del movimiento, el punto


cero en el sistema de coordenadas del espacio cinético en el que
acontece, puede trasponerse a voluntad. Un movimiento circular
de la mano derecha puede ser seguido por el pie izquierdo; un
movimiento hacia la derecha de la mano derecha, puede ser susti-
tuido por uno de la mano izquierda; o bien, hay posibilidades a
granel de desarrollar direcciones contrarias. Tales traslaciones de
los puntos de partida de los movimientos son necesarias en las
máquinas; por ejemplo, al conducir un auto.
Esto debe bastar. Los fenómenos descritos (por lo demás fami-
liares para todos) están remitiéndonos a una estructura absoluta-
mente supra-animal de nuestra vida cinética. Si quisiéramos expre-
sarlo en palabras, sólo podríamos hablar de movimientos refleja-
dos. Se trata en primer lugar de que nuestra kinefantasía nos pro-
porciona la oportunidad de anunciar o figurar simbólicamente el
movimiento real o representarlo virtualmente. Pero sobre todo, se
trata de la posibilidad de trasponer entre sí esos tales símbolos o

264
«inspectos» (puntos de vista) de movimientos reales o virtuales;
por ejemplo, fijar el inspecto, pero sobreponiéndole otro. La con-
secuencia es un espacio cinético simbólico, en que figuras de movi-
miento absolutamente discrecionales se recubren unas a otras, se
transmutan entre sí y pueden intercambiar el punto de partida y
aun cualquier fase a discreción. Tales operaciones del movimiento
no son anteriores o posteriores al desarrollo simbólico del lenguaje
o de la conciencia, sino que ambos se desarrollan mutuamente. Es
la prueba más profunda de la igualdad biológica de la finalidad de
ese desarrollo, que consiste naturalmente en contraponer a los in-
numerables hechos, que han de ser incorporados a la conciencia,
otras tantas innumerables figuras de acción, que pueden ser con-
troladas por la conciencia; es decir, pueden ser planeadas.
Los movimientos descritos no son movimientos reflejados en
un sentido figurativo, sino literalmente. Hasta qué punto sea inte-
ligente e ingeniosa la estructura de nuestro movimiento se paten-
tiza cuando al querer describirla hemos de acudir a expresiones to-
madas del ámbito del pensamiento mismo. No sólo es importante,
como ya hemos dicho, el carácter reflejo del movimiento. También
el hecho de que tiene su propio campo de proyectos la kinefanta-
sía y la circunfantasía (la que aparece en el intercambio del ser
con el mundo circundante). De ellas hay que distinguir el tender-
hacia (o intención) del movimiento; es decir, el dirigirse a una fase
cinética futura en una fase preexistente y simbólica, es precisamente
en el sentido de un inspecto o punto de vista, como el nombre des-
arrollado frente a la cosa. Un movimiento esbozado o indicado
«quiere decir» el real, el llevado a cabo. Y debido a que el com-
portamiento del movimiento puede pasar de sí mismo a otro, no
solamente hay en él «inspectos» sino «cambios de inspectos». El
punto de partida del movimiento de cada miembro puede ser tras-
ladado; el punto cero en el espacio cinético es trasponible. Un
miembro puede tomar el movimiento del otro y existen combina-
ciones cinéticas bajo los puntos de vista que se quieran, incluso
aquel raudo cambio de punto de vista durante la marcha. Estas ele-
vadas operaciones no se dan sin el lenguaje; pero esto sólo de-
muestra que el lenguaje se puede incorporar a las producciones ci-
néticas del hombre, pues precisamente esas actuaciones cinéticas
pueden y deben ser adecuadas a la infinitud de las circunstancias
objetivas, y no solamente a las naturales, sino a las creadas por el
hombre mismo.

265
Ahora bien, dado que los movimientos no acontecen en espacios
vacíos, sino en las cosas y en el trato con ellas y en situaciones de
conjunto (en las que cualquier tipo de actividades se explayan o
transcurren), cualquier cambio de toma de posición y cualquier va-
riación de la puesta en marcha del movimiento será reproducido
por el comportamiento de las cosas. De este modo las cosas mis-
mas reciben valores de importancia diversos y en sí mismos igual-
mente posibles, según las diversas finalidades o figuras en las que
son aplicadas. Según la situación o el tipo de plan, un palo puede
ser usado para señalar, para apoyarse o para golpear. En cada caso
destacará bajo el punto de vista correspondiente. Si yo necesito
«algo para clavar» y no encuentro el martillo, servirá también un
pisapapeles. Lo que en este caso es dado de antemano es la meta y
el esbozo o proyecto de movimiento. Luego son incorporados los
objetos según los inspectos (manejabilidad, dureza, etc.), que ad-
quieren sólo bajo ese plan. Durante un paseo aparece un vallado
bajo el punto de vista de algo que limita la dirección del movimien-
to. Pero frente a otro tipo de movimiento muestra otro valor, y
puede ocurrírseme considerarlo como obstáculo y saltarlo. Es cosa
conocida que los niños, en sus juegos de fantasía, en los esquemas
de representación total que llevan a cabo, atribuyen a las cosas los
papeles más variados, pudiendo recibir cada objeto funciones to-
talmente diversas. La importancia de esta operación radica no sólo
en la fuerza de la ilusión, mediante la cual el niño atribuye a una
cosa cualquier papel imaginario; ni tampoco en la comunicación (en
el sumergirse en lo otro, y desde-allí-actuar), sino sobre todo en
que al cambio de inspectos posible en nuestro comportamiento,
puede corresponder un evidente cambio de significado de los obje-
tos; mientras que, por otra parte, los objetos, cuanto más pueden
ser incorporados a distintos papeles, tanto más aparecen indiferen-
tes frente a cualquiera de ellos en especial; es decir, tanto más ob-
jetivos. Por lo tanto, al final, cada objeto de la experiencia «con-
tiene» tanto indicaciones de sus propiedades, como indicaciones de
su aplicabilidad en la experiencia.
Comcy último punto quisiera mencionar el siguiente: cuando
para estas operaciones tiene lugar un cambio de inspectos, enton-
ces los fenómenos alcanzan una complejidad y plenitud, que escapa
a cualquier análisis. Por eso permaneceremos en ejemplos sencillos.
Cuando estamos manipulando dos cosas y encontramos dificultades,
el paso más sencillo, cambiarlas de mano, es tal, que yo sospecho

266
que va más allá de lo que puede hacer el chimpancé. En efecto,
tiene que realizarse un cambio de inspecto bajo el que cada objeto
ha de entrar en la totalidad de la acción. Un fracaso característico,
que viene bien aquí, tuvo lugar cuando los chimpancés de Kóhler
intentaron levantar una puerta por encima de la piedra que la ce-
rraba uniendo sus fuerzas. Creo que el incentivo de las cajas de
construcciones de juguete de los niños radica en la multiplicidad
de inspectos, con los que pueden colocarse los elementos en com-
binaciones siempre nuevas; queremos mencionar una vez más que
cada uno de esos puntos de vista es variable ya en el esbozo, en el
proyecto.
No quisiera continuar con ejemplos ni ulteriores análisis. El
sentido de una investigación filosófica (e incluso psicológica) no
puede ser mostrar la plenitud de los fenómenos vivientes o querer
agotarlos. Fue necesaria una cierta prolijidad en la descripción de
las figuras elementales de movimiento y comunicación para mos-
trar cómo el lenguaje se halla dentro del sistema de la vida percep-
tiva y cinética humana. Para eso tuve que mostrar, cómo en las
acciones de comunicación sensomotriz el mundo es examinado, ela-
borado y hecho «íntimo» por una parte; por otra parte, cada mo-
vimiento se encuentra a sí mismo en ese proceso, se aprovecha de
sí mismo, y saca de sí mismo posibilidades que lleva de nuevo a las
cosas, cambiando su significado e incluso su apariencia. El lenguaje
surge en el contexto de estas operaciones. Ya aquí puede verse
fácilmente qué desarrollo tan ilimitado se hace posible si el lenguaje
retiene con firmeza tales inspectos desarrollados comunicativamen-
te, o si pasa directamente a probar en las cosas por sí mismo el cam-
bio de inspectos. La tarea que nos proponíamos era tan complicada,
que sólo los esquemas más sencillos y los ejemplos más modestos la
hacían posible. Incluso sólo hemos rozado un aspecto de todo el
proceso (el desarrollo, entremezclado en todo esto, de la vida pul-
sional). Volveremos sobre este aspecto más adelante.

24. Gestos fónicos. Quinta raíz del lenguaje

Ya hemos acentuado que las síntesis superiores de movimientos


(ya estudiadas) con cambio de inspectos, se realizan mediante un
trabajo de intercambio con sonidos significativos y con el desarrollo
propiamente dicho del lenguaje. Sin embargo hemos de hablar aún

267
en este momento de otra raíz del lenguaje, antes de que considere-
mos más tarde las operaciones del lenguaje en su contexto. Aquí
tratamos del papel del sonido como miembro de un proceso com-
pleto de vivencias de movimiento y de comunicación. Para ello
quisiera tomar la expresión «gestos fónicos» introducida por Sten-
zel 4 8 , aunque modificando un tanto su sentido. Stenzel entiende
por «gestos fónicos» solamente las «exclamaciones», como gemi-
dos, suspiros... es decir: interjecciones pre-loquiales, que repre-
sentan un analogon (caso u objeto análogos) acústico de los gestos
llenos de expresión. Esto se reconoce ya en niños muy pequeños.
A los 7 meses se emplea «ada» unido a la risa y «dada» como ex-
presión de resistencia y rechazo (naturalmente entre otras de exci-
tación) y movimientos de defensa. Por cuanto que más tarde todos
los ejercicios cinéticos (tanteo, etc...) se efectúan con esfuerzo y
participación expresiva, hay también un acompañamiento fónico-
motórico o música de acompañamiento, que por tanto es esencial-
mente de tipo motórico-expresivo y desde un principio se pre-
senta en un todo para dominar las situaciones. Es decir, sólo puede
tener un valor total.
Cuando determinados contextos cinéticos tienen una «música
de acompañamiento» expresivo-motórica, parece ser una ley-Gestalt
puramente perteneciente a la fisiología de los sentidos, que a la pre-
cisión de los resultados favorables de la acción y la percepción,
esté subordinada una precisión semejante de la «música de acom-
pañamiento» fonomotriz. Si aceptamos que determinadas activida-
des co-determinan un acompañamiento fónico (al principio, afecti-
vo), tendremos una clave para explicar las «palabras» encontradas
por ellos mismos, con las que los niños acompañan sus acciones.
Así por ejemplo, Jespersen nos cuenta de un niño americano que
gustosamente arrastraba un bastón de aquí para allá por la alfom-
bra y decía jaizing (una «palabra inventada»); sencillamente un
acompañamiento fónico más precisado a una Gestalt-acción. En este
sentido empleo aquí la palabra «gestos fónicos».
Si recordamos lo que hemos ido exponiendo más arriba, enten-
deremos por qué de ese gesto fónico puede surgir una palabra, pero
una palabra de valor situacional. En efecto, vemos que actuaciones
completas muy complejas de tipo sensomotórico son tan movibles,
que pueden ser puestas en funcionamiento a partir de cualquiera
de sus fases. Cualquier fase puede ser causa de la ejecución del

48. Sprachphilosophie, 1934, 26.

268
todo y llevar sobre sí esa tendencia hacia la totalidad de la secuen-
cia de movimientos. El niño puede por tanto dirigirse hacia una
determinada secuencia de intercambio con el mundo partiendo
de la «música de acompañamiento» y construir esa secuencia. Más
aún, es lo que muy pronto va a hacer de modo predominante, pre-
cisamente a causa del excedente de éxito que va vinculado a ello.
El motivo de que el tender-hacia el círculo de acción completo se
sirva preferentemente del símbolo fónico es que esa fase del pro-
ceso total está a disposición en cualquier tiempo, sin esfuerzo y a
voluntad, y, además, que en esa fase es inmediatamente posible la
comunicación con otros hombres y que éstos se orienten también
hacia la misma acción. La tendencia a semejante secuencia de accio-
nes se hace al mismo tiempo disponible, expresiva y pública. Ese
surgimiento de la «palabra» lo ha reconocido sobre todo Noiré 4 9 .
Ammann, en la mencionada recensión del presente libro, ha hecho
notar que el concepto imitations d'efforts de H. J . Chavet en su
Lexicología indoeuropea (1849) corresponde con bastante exactitud
al concepto que aquí empleamos de «gestos fónicos». Es verdad que
Noiré cometía la misma falta de Herder; a saber, querer explicar
todas las operaciones del lenguaje a partir de una única raíz. Así
como Herder atribuía todo al hecho del reconocimiento, así él al
sonido de la acción, quedando ambas teorías sobrecargadas y me-
recedoras de poca credibilidad. Pero la doctrina de Noiré contiene
una parte de verdad a la que no se le ha hecho la suficiente justicia.
El hace derivar el lenguaje de los sonidos expresivos que acompa-
ñan a las actividades comunes al hombre (por tanto, comunicati-
vas) y que de ese modo reciben un sentido determinado de acción:
«El sonido loquial es pues en su origen la expresión (que acom-
paña a la actividad común) del sentimiento común acrecentado».
Según él, toda actividad común es acompañada en verdad con
cantos y gritos y, a partir del sonido que resuena en común, surge
en común y se entiende en común, se ha desarrollado la palabra.
«La característica esencial de ese sonido era que recordaba una de-
terminada actividad y que era entendido». Noiré se lo representa
así: los «hombres primitivos» se reunían para las actividades co-
munes, dirigidas a metas claras y evidentes, como cavar, escarbar,

49. E n Der Ursprung der Sprache, 1877. Junto al conocido ensayo de


Herder y al trabajo de Ph. Wegener, Untersuchungen über die Grundfragen
des Sprachlebens, es uno de los libros más importantes sobre el origen del
lenguaje.

269
tejer. Los sonidos acompañantes recibieron así un concreto sentido
de acción, por cuanto que la comprensión común se vinculaba a
esas actividades comunes y Noiré cree que luego secundariamente
los significados de tales palabras-acción se habrían trasladado hacia
los resultados de esa actividad. Es decir, en lugar de las activida-
des, los resultados de las mismas: excavación, cueva, tejido, etc.
Ciertamente el lenguaje tiene casos en los que el sentido se des-
plazó de la acción al objeto: siembra, agujero, línea o raya, aumen-
to, profundización, unión, presión, ruptura, lenguaje, paso, etc. 6 0 .
La teoría de Noiré tiene errores evidentes y al mismo tiempo
puntos de vista profundos. Ciertamente no sabe nada acerca de
cómo se estructura la vida del movimiento y de la percepción; ni
de la estructura simbólica de la misma percepción, ni de los inspec-
tos desarrollados ya en los movimientos. Se vería en apuros para
explicar cómo se comportaban sus hombres primitivos antes de cre-
cer y llevar a cabo en conjunto un trabajo con sentido. Pero tiene
una idea de las raíces prácticas y comunicativo-motrices del len-
guaje y barrunta la gran importancia de la colaboración entre la
mano, la percepción y el lenguaje: «el ver racional o la mirada
(Anschauung) es el fundamento de todo el conocimiento humano.
Esa capacidad ha sido adquirida por medio de la colaboración de la
mano que da hechura a las cosas y del lenguaje». Como tiene bue-
nas intuiciones, llega a tocar incluso el problema de la descarga
situacional del hombre:

La mano, la mano que agarra, el instrumento de los instrumentos, que


es movimiento ella misma, pero que produce resultados, es la que nos
ha abierto la creación, ha transplantado nuestra actividad personal en
el mundo de las cosas y de este modo nos lo ha devuelto como hechura
de nuestra propia fantasía; como Gestalt y objeto, a nuestra vida espi-
ritual, a nuestra interioridad. Ese poder del recuerdo; al patrimonio
de la mirada interior, libera al hombre al mismo tiempo de la maldi-
ción del presente (!) inmediato y le presta un punto de vista fuera
de las cosas 5 1 .

Esta yltima frase es excelente. Dada su condensación apenas


abarcable de una ojeada, no podía imponerse en la filosofía del
lenguaje, pero contiene una posición básica correcta. No podremos

50. Cf. Paul, Prinz. d. Sprachgesch., 70.


51. O. c.r 341 s.

270
valorar la verdad que contiene hasta más tarde, cuando tratemos
de los efectos del lenguaje en el interior del hombre.
Todo aquel que observa a los niños habrá encontrado que cua-
lesquiera «palabras» (que nunca se les han dicho antes) las tienen
por contextos de acción concretísimos, como juego, necesidad, etc.
Entiendo tal «música de acompañamiento» en primer lugar como
puras fases de expresión y movimiento dentro de la totalidad del
suceso. El papel de esos sonidos como palabras acontece de tal
modo que precisamente a partir de esa fase puede ponerse a fun-
cionar la totalidad de la situación y de la secuencia de acciones con
un resultado muy particular y selecto: el sonido queda a disposición
con especial facilidad; es patente, comunicativo y acreditado ya
como grito de llamada, prosecución, etc.
No cabe ninguna duda: esta raíz del lenguaje desempeña el
papel principal en los comienzos del aprendizaje del lenguaje. No
puedo ver problema en que el niño, cuando se le enseña un juguete
diciendo «pelota», imediatamente acepte esa palabra. No esa pelota,
sino aquel sonido incorporado a la totalidad del movimiento del
juego está en todo tiempo a la mano y disponible, de tal manera que
la intención de «jugar», de toda aquella secuencia de vivencias y
acciones, se descarga en el sonido, en el que inmediatamente se
dan juntos grito de llamada, ayuda, participación y comunidad.
Conviene hacer notar lo siguiente. Esa palabra no es una de
aquellas «teóricas», dirigidas a cosas individuales, sonidos que
portan el reconocimiento y que el niño está desarrollando también
por la misma época, sino que tienen un significado vaguísimo. «Da-
da» puede dirigirse al juego con el cascabel, o quizás al hecho de
jugar en sí mismo, o al movimiento, o al cascabel. Tienen un valor
situacional no indeterminado, pero sí elástico y son desarrollados o
recibidos en contextos cinéticos. El niño ha experimentado fre-
cuentemente toda la serie de acciones y percepciones que pertene-
cen a la situación de salir de paseo. Ahora, según ley ya conocida
por nosotros, cualquiera de los elementos de esa situación podrá
ser la «señal» para poner a funcionar toda la serie de acciones; en-
señarle la calle, tomar un vestido, ver a los adultos vestidos, etc.
A partir de cualquiera de esos datos se pondrá en marcha la «agu-
dizada» disposición a la acción de toda la serie en virtud de la
expectativa correspondiente; pero también a partir naturalmente
de una palabra, que los adultos suelen decir en esa situación. Sólo
esa palabra está siempre disponible. Puede servir para poner a fün-

271
cionar toda la serie y tiene pues un valor situacional y de acción,
aun cuando fácilmente pase a alguna parte del todo y se transfor-
me en calificativo objetivo.
Jespersen aduce un hermoso ejemplo: a un niño se le había di-
bujado un cerdito, al que él llamaba ó f f . Es decir, la expresión
óff era un símbolo: 1) de todo el proceso de dibujar un cerdo; 2)
del cerdo; 3) del dibujar y escribir en general. Al revés: el sonido
óff incitaba al niño a escribir o dibujar, o a dibujar un cerdo o
esperaba la imagen de dicho animal.
Es pues claro que esta operación la conocíamos ya cuando estu-
diamos las operaciones del movimiento. La super-vista sobre todas
las realizaciones y sucesos comunicativos de tipo sensomotórico a
partir de cualquier elemento individual, es lo que tenemos de-
lante de nosotros, así como la capacidad de tratar de realizar tales
series completas de acciones a partir de cualquier fase individual
(por ejemplo, el sonido ó f f ) ; así como finalmente la oportunidad
de actuar o «esperar» (a partir de éste o aquel símbolo) de tal
manera que esos símbolos aparecen así asociados; por ejemplo la
imagen del cerdo y el sonido ó f f . Tales asociaciones son siempre,
como ya hemos notado, realizadas. Están presuponiendo el poder
del cambio de los puntos de puesta en marcha. Un niño de un año
y ocho meses tenía la expresión bing para designar: 1) la puerta;
2) los ladrillos; 3) el edificar con ellos. La vinculación de los signi-
ficados la creó el ruido semejante de la puerta y de la caída de los
ladrillos. Es decir, en el símbolo seleccionado del ruido, en este
punto de vista firmemente retenido, se realizó el paso de A a B,
como en el ejemplo mencionado más arriba, cuando el niño desig-
naba a todos los animales voladores con la misma expresión. Pero
la palabra entre la designación de la cosa (puerta) y un valor-acción
es todavía plenamente elástica y habrá tenido (sospecho) el otro
sentido situacional «puertas-salir-arrojar», o pudo haberlo tenido
fácilmente. Podríamos decir que la palabra oscila, está oscilando
todavía, entre un significado verbal y otro sustantivo. Sirve tanto
para indicar la tendencia hacia una cosa como la puesta en marcha
o la expectativa de una acción. Es de una importancia extraordinaria
el hecho de que haya un valor situacional del sonido. El lenguaje
nunca llegaría a ser frase (como un compuesto de designaciones in-
dividuales para designar la totalidad de una situación) si ya en las
raíces del lenguaje no existieron esos actos de dominio sobre las
situaciones y las acciones.

272
Otro ejemplo: el niño aprende a ponerse en pie y procura llegar
con esfuerzo hasta su madre al oír la palabra «¡ven!», porque esa
palabra estuvo siempre vinculada al expresivo ademán de unos
brazos plenamente abiertos.
Tales «palabras», naturalmente, sólo tienen para el niño el
sentido de movimiento o un valor situacional como «gestos fó-
nicos». Buscando cooperar al movimiento expresivo de los brazos
abiertos, es decir, tratando de entrar en una pura comunicación ci-
nética con su madre, aprende a ponerse en acción sólo con oír el
puro sonido acompañante, a fin de realizar la misma situación. El
proceso se desarrolla casi como una doma en la que las señales acús-
ticas ordenan la puesta en acción de una serie de movimientos.
La diferencia de esa doma, que pertenece también a la esfera ope-
racional de los animales, y este otro proceso es sin embargo clarí-
sima: al animal le es necesario el hábito de comportarse de algún
modo determinado ante la señal imperativa y ha de ser interesado
constantemente a realizar esa acción mediante medios, que se hallan
fuera de la operación misma, castigos o recompensas. Por el contra-
rio, el niño vive en situaciones comunicativas y capta aun los mo-
vimientos comunicativos por el aspecto que él quiere (en este caso
la fase fónica). Introduce ese acompañamiento fónico en la esfera
del sentido de sí mismo (autosensación), la «admite» y se dirige me-
diante ese símbolo hacia la totalidad de la situación. Cuando se dice
que los niños primero entienden el lenguaje y luego lo usan, no se
quiere decir que primero sean capaces de oír y luego de hablar,
sino que aprenden prontísimo a fijarse dentro de situaciones preci-
sas en el aspecto fónico y a comportarse según ese aspecto, tendien-
do a la totalidad de la situación.
Al estudiar esta raíz del lenguaje hemos mostrado sobre todo
cómo surge la palabra en el ámbito de la acción y de la comunica-
ción práctica; es decir, la reducción o estrechamiento de los contex-
tos de experiencias u operaciones a los límites de la palabra. Hay
un camino hacia la palabra individual que consiste en la descompo-
sición de situaciones que hay que dominar. Por eso, el niño de
nuestro ejemplo llamaba óff a todo el hecho de dibujar un cerdo,
a sólo el «cerdo», o a sólo el «escribir». Naturalmente que existe
ahí una ley de progreso. Una vez que el significado se ha estrechado
o reducido, los demás elementos de la totalidad tienen lugares va-
cíos para otras intenciones, que han de ser cumplidas. Si óff es el
cerdo, de alguna otra manera habrá que llamar al «dibujar». El

273
tender-hacia toda una serie de acciones y percepciones (mediante
una palabra-acción) puede reducirse o estrecharse a partes motóricas
o bien percepcionales, lo cual sería misterioso si la palabra misma
no fuera un hecho sensomotórico.

25. Acciones planificadas

Resultará provechoso dar en este momento una ojeada pano-


rámica a todo lo que hemos dicho en los últimos apartados.
Si los movimientos humanos sensibles y perceptivos se des-
pliegan en el trato e intercambio con las cosas, edificándose de un
modo descargado de pulsiones e indigencias determinantes, van
desarrollando su kinefantasía. Hay en ellos reducciones, cambio de
inspectos, esbozo de hacia dónde se dirigen; coordinación libre-
mente variada, etc. Es decir, hay una simbólica (modo de actuar
dirigido por símbolos) en la realización de sus movimientos. Así
se hace posible variar el comportamiento dentro de las mismas
circunstancias, así como mantener el mismo comportamiento va-
riando las circunstancias y los movimientos se dirigen o se desplazan
tanto por los datos vistos como por sus propias frases; una plura-
lidad de espacios cinéticos (transponibles entre sí), cada uno con
sus propias expectativas, se compenetra con la ambigüedad (multi-
plicidad de sentidos) del espacio perceptivo, en el que las cosas
contienen siempre indicaciones para la acción, dentro de una sim-
bólica que fue construida por la propia industria. En estos procesos
se inserta la vida del lenguaje. Es al mismo tiempo un aconteci-
miento sensomotórico dentro del contexto de los movimientos y
por otro lado almacén sensorial de las circunstancias y situaciones.
Una cosa vista puede ser el arranque para un intercambio cinético
de tipo comunicativo, igual que lo puede ser un sonido escuchado;
y un sonido puede ser una acción como lo es una manipulación;
puede ser un punto de arranque para la acción, o puente de paso
entre dos acciones, o símbolo de una cosa visible. El sonido porta
sobre sí la intención de realizar movimientos con la misma plenitud
que objetos de la percepción.
En este lugar es necesario considerar una particularidad común
a todas las raíces del lenguaje y que es designada con el oscuro
nombre de «conciencia».
Definimos el «pensamiento» como un tender-hacia que trans-

274
curre en el sonido loquial (eine im Sprachlaut verlaufende Inten-
tion). El hecho de tender-hacia, del dirigirse un organismo me-
diante un «indicio» a una totalidad en él aludida, ya no se puede
analizar o dividir más. Pertenece a las operaciones vitales de los
animales.
Ahora bien, como vimos, la propiedad central del sonido es
que es sensación (dicho groseramente: que es mundo exterior) y al
mismo tiempo movimiento y autorrealización. El símbolo a través
del cual el tender-hacia y el dirigirse-uno-mismo van hacia la cosa,
es por ello bifronte. Por un lado, como la cosa misma, es material
percibido; por otro lado, ha sido ordenado y creado por uno mis-
mo. De ahí que también podamos decir: en tanto que el tender-ha-
cia tiene resultados favorables a través de los sonidos loquiales,
obtiene esos resultados favorables a través de símbolos autoprodu-
cidos y ese dirigirse-uno-a-sí-mismo hacia algo mediante un sím-
bolo autoproducido se llama pensar, de donde hablar y pensar son
al principio plenamente idénticos. Naturalmente, carece de sentido
la exigencia de querer «deducir» la cualidad especial del pensa-
miento consciente. Nosotros más bien diríamos: conciencia en el
sentido de «dirigirse-uno-a-sí-mismo hacia algo» en las percepciones,
expectativas y fantasmas, puede atribuirse a todos los animales. Pe-
ro sólo al hombre en el sentido de dirigirse-uno-a-sí-mismo median-
te un símbolo a disposición de uno mismo, porque uno mismo lo
ha establecido en el curso de los movimientos de intercambio y tra-
to con el mundo (símbolo autoutilizable). Para medir la importan-
cia de este hecho, consideremos lo siguiente:
Los movimientos humanos son plenamente semejantes al len-
guaje, ya que son al mismo tiempo movimientos recobrados (visto,
tocado, sentido); segundo: son comunicativos; tercero: son simbó-
licos y variados. Por eso el sonido loquial puede (surgiendo en el
interior de ellos) entrar en su lugar. Su papel no se limita por con-
siguiente a «clavar» lo percibido y portar sobre sí el tender-hacia
eso, sino que con la misma importancia puede entrar un sonido
loquial en lugar de un movimiento, detenerlo o penerlo a funcionar.
Ya lo hemos visto más arriba, al observar cómo el sonido lleva so-
bre sí el reconocimiento, admitiendo en sí el movimiento reconoce-
dor. Así pues se puede decir en general lo siguiente: dado que en el
sonido loquial confluyen la sensación y el movimiento, el tender-
hacia puede ser en él una actividad de intercambio plena y sufi-
ciente. En la edad en que el niño desarrolla su capacidad de len-

275
las operaciones cada vez más altas se van edificando (siguiendo una
secuencia) sobre las precedentes. Asimismo, cómo las tareas de in-
terpretación del mundo y de actividad planeada para desarrollar
en él sólo alcanzan su plena libertad, es decir, su plena liberación
o descarga del ahora y el cambio a voluntad de los inspectos en el
ámbito del lenguaje.

26. Repetición de los fundamentos del lenguaje

Tenemos ya todos los presupuestos necesarios para una teoría


general del lenguaje, cuya descripción será la tarea de los apartados
siguentes. Partimos de una concepción guía, que nos presenta el
lenguaje como incorporado en una estructura de operaciones espe-
cíficamente humana. Presentarla ahora, repitiéndola en este lugar,
quiere decir al mismo tiempo asegurar una vez más el fundamento
de las disquisiciones que sobre ella hagamos 5 2 .
La criatura humana está en alto grado abierta a los estímulos,
porque el mundo de percepciones del humano no está estrechado,
como el de los animales, a unos pocos contenidos escogidos e im-
portantes para las pulsiones. Si tenemos pues una afluencia de im-
presiones, no limitada desde el punto de vista de finalidad bioló-
gica, tal y como corresponde a un ser no especializado, tenemos
también la tarea subsiguiente de dominar esa inundación, es decir,
la tarea de ocuparse activamente frente a un mundo que presiona
sensorialmente. Esa actividad consiste en ocuparse de un modo
comunicativo y en busca de resultados, sin un valor inmediato de
satisfacción de los impulsos. El resultado de esa actividad ha de
ser llamado «experiencia». Existe una estructura (señalada por
nosotros) de acciones sensomotóricas, en las que acontece esa ac-
tividad. En los movimientos (encontrados por uno mismo y libres
de indigencias) tiene lugar una contraposición (en intercambio vital
y extendiéndose por encima de todos los sentidos del humano)
con los contenidos de la esfera ilimitadamente abierta del mundo.
Cuando^llamamos a esas acciones «comunicativas», queremos decir
sobre todo lo siguiente: no aparece en éllas el provecho vital, sino
la vitalidad del intercambio; la fertilidad de un poder y de un po-
der disponer continuamente enriquecidos; la «descarga» de la pre-

52. Cf. para lo siguiente A. Gehlen, Das Problem des Sprachursprungs:


Forschungen und Fortschritte 26-27 (1938).

278
sión de estímulos internos o externos; del mismo modo que el
«transferirse» (que se oculta en toda comunicación) a otro, abre
por primera vez el mundo de los hechos y la plenitud de las cosas;
hace patente también en acciones que acrecientan continuamente
esa abundancia, la desarrollan y la manifiestan. Este aspecto es la
objetividad; hacer que las cosas manifiesten su valor en un inter-
cambio del que está ausente la necesidad.
Otra serie de tareas conectadas con ella es la relativa al carácter
incompleto del aparato de movimiento de los niños. Como ya vi-
mos, se trata de la plasticidad de un funcionamiento del movimien-
to (incomparablemente variado y conteniendo una riqueza inagota-
ble de combinaciones) que ha de ser desarrollado por el propio
esfuerzo, produciéndolo y recibiéndolo, mediante el «estar-dentro»
de todas las fases. Todo esto sucede una vez más únicamente en
el intercambio y trato con las cosas mismas. El rasgo de «no-estar-
terminado» presenta un doble aspecto: la plasticidad, en oposición
a los movimientos monótonos y ensamblados de los animales y el
aspecto de dominación encontrado por uno mismo en las cosas,
ejercido en ellas y finalmente orientado. Los movimientos huma-
nos están abocados a la auto-orientación y a unas - coordinaciones
ilimitadamente variables; por ello desarrollan una sensibilidad ci-
nética máxima para las consecuencias que puedan seguirse y final-
mente una gran capacidad o poder potencial en combinaciones de
la fantasía. La dirección de los procesos que acabamos de men-
cionar apunta a lo siguiente: a poder comportarse con movimientos
elegibles a voluntad, variables y satisfechos en sus expectativas, en
aquellas situaciones super-vistas, transformadas en cosa íntima en
todos sus detalles gracias a experiencias anteriores, que están or-
ganizadas en torno a centros de expectativa (ricos en símbolos) de
la percepción (las cosas). Es al mismo tiempo un conjunto de des-
carga y de orientación. Descarga de las sugestiones directas e in-
mediatas de la percepción y de las reacciones inmediatas gracias a
los movimientos de experiencia, cuyo resultado es una condensa-
ción sumamente simbólica de la percepción. Subordinación, coor-
dinación y orientación a voluntad de las acciones mediante movi-
mientos plásticos y sensibles,, que están cargados con fantasmas de
resultados favorables y de expectativas.
Sin embargo alcanzaremos una mirada más profunda en las
operaciones cinéticas humanas, si examinamos sus variaciones supe-
riores. Hemos hablado de estratos elementales y en ellos de los

279
conceptos de «inspecto», «trasposición» y «cambio del punto de
arranque para el funcionamiento». En el interior de los movimien-
tos (su capacidad de retro-sentirse), en el juego de la kinefantasía y
sobre todo en su carácter comunicativo se hallan las condiciones
para tales síntesis superiores del movimiento. Todo comporta-
miento comunicativo lo es solamente en cuanto sale de sí mismo
y va hacia otro y se determina desde ahí. En tales intercambios
entran las cosas con otros valores; se hallan sometidas a un cam-
bio de significado según el punto de vista de la acción que está en
trato con ellas. Involucradas en ese intercambio dan de sí una pro-
piedad y una operación cósica, objetiva; tantas de ellas, cuantos
cambios de los inspectos del intercambio tengan lugar en ellas.
Por lo tanto, hemos seguido las estructuras de las acciones humanas
hasta llegar a los siguientes rasgos característicos: 1) movimientos
de tipo comunicativo, que se han encontrado a sí mismos y que
2) permiten el cambio de los puntos de arranque del funciona-
miento, y también la trasposición de los inspectos; los cuales 3)
son simbólicos, en cuanto que una fase de movimiento puede ten-
der a las siguientes que quiera. Esos movimientos son 4) los
propios de una comunicación descargada, que se potencia a sí
misma y saca de sí misma el estímulo para un desarrollo ulterior.
Se presentan en un 5) «halo» de fantasmas cinéticos y de inter-
cambio y los objetos involucrados en ellos 6) alcanzan su valor
sólo con la plenitud de inspectos o puntos de vista unívocamente
dejados al descubierto, es decir, objetivos.
Dentro de esos procesos y tomando parte en la dirección de su
formación surge el lenguaje. Más aún: las figuras superiores de mo-
vimiento sólo son posibles en el intercambio con el lenguaje. Exis-
ten varias raíces del lenguaje; o bien: la capacidad fónica trabaja
al principio en varias direcciones diversas entre sí. Pero cada una
de ellas es en su estructura específicamente humana, cosa que aquí
no quiere decir, por ejemplo: espiritual. Más bien esas raíces del
lenguaje no son propiamente intelectuales, sino acciones sensomotó-
ricas vitales, cada una con sus operaciones particulares y con
Gestalt inamoviblemente humana. Pero hay una cosa esencial en
una teoría del lenguaje antropológico; a saber: que ni las opera-
ciones comunicativas o las simbólicas; ni la actividad reflejada y re-
trosentida: ni el tender-hacia los inspectos, o el cambio de inspec-
tos, etc., pertenecen exclusivamente al lenguaje. Más bien son ca-

280
racteres de todas las operaciones de la percepción y el movimiento
específicamente humanos.
Tales raíces eran las siguientes:
1. La vida del sonido. Los sonidos son simultáneamente un
acto motórico y una impresión escuchada y recibida por uno mis-
mo. Al igual que en el caso de los movimientos táctiles, también
aquí todo movimiento es devuelto sensorialmente; y en esa «inte-
rioridad» el movimiento es estímulo de sí mismo para proseguir.
Los niños se experimentan a sí mismos en su vitalidad desforanei-
zada; tratan consigo mismo, pues su actividad interior es trasla-
dada al exterior, sin ser despojada de su subjetividad. La circuns-
tancia que rodea al hombre y nunca falta, asume esos sonidos y los
devuelve. Existe una comunicación puramente sensorial, sensomo-
tórica, en la vida del sonido: expectativa del resultado, del volver
oír del cumplimiento o desengaño de esa expectativa, etc.

2. Exposición fónica ante impresiones visuales. La apertura


al mundo y la receptabilidad del niño se muestra en que responde
con movimientos no especificados de expresión a las impresiones
visuales; entre esos movimientos se hallan los fonomotores. «Ex-
presión» es un fenómeno puramente humano y el modo en que
un ser (con estructura pulsional abierta al mundo, calculadora de
la necesidad y sensible a las impresiones) se comporta en los mo-
vimientos sin valor de resultado esperado; en movimientos «des-
cargados» propios de una comunicación abierta. Entre esos movi-
mientos los hay también fonomotóricos y por tanto movimientos
y sonidos vueltos al mundo, carentes de necesidad, dotados por
decirlo así de una vitalidad superflua; un «apelar» a lo visto, por
la pura «alegría» de hacerlo. De ese modo se ata una fuerte vincu-
lación entre el mundo visto y el sonido.

3. El grito de llamada. La intranquilidad cinética de las ne-


cesidades y apremios confusos del niño es un movimiento general
de intranquilidad, en el que incluyen también gritos. Las necesi-
dades del niño y sus situaciones de displacer son remediadas siem-
pre desde fuera, y el apaciguamiento que sigue al grito es esperado
finalmente en el grito de llamada; es decir, los gritos acontecen en
el tender-hacia ayuda. Ese aceptar y ese poner a funcionar la acción
no es propiamente hablando todavía humano; es también una ca-
pacidad de los animales superiores. La significación del grito de
alarma infantil en relación con el lenguaje (es decir, su aspecto hu-

281
mano) radica en que bajo la orientación del sonido se crea un com-
plejo de necesidad, sonido, y satisfacción; es decir, pulsiones e in-
digencias que, a causa del desamparo infantil, sólo pueden abrirse
camino a través del sonido, se comprenden en ese complejo. Todas
las indigencias y pulsiones del hombre han de orientarse hacia el
mundo y hacerse «loquiales» (Herder); han de ser interpretadas,
conscientes de su fin y captarse a sí mismas. Esto ocurre por pri-
mera vez en el grito de llamada.
4. Gestos fónicos. El sonido como fase motórica preferencial.
Los ejercicios cinéticos y las manifestaciones de afecto del niño
van acompañados por una «música de acompañamiento», al prin-
cipio meramente fonomotriz. Esa música se va aclarando y gana
precisión de Gestalt con la elaboración de determinadas figuras de
movimiento. Ahora bien, dado que las figuras de movimiento hu-
manas permiten el cambio de los puntos de arranque para su fun-
cionamiento, cada serie de acciones puede ponerse a funcionar a
partir de la fase fónica acompañante. Determinados sonidos infan-
tiles tienen el valor de que en ellos se pretende y se pone a funcio-
nar una serie precisa de acciones. Noiré (1877) vio ya esa raíz
del lenguaje.
5. El sonido recognoscente. Esta raíz fue descrita por Herder.
Podemos entenderla así: a las impresiones repetidas se responde
mediante movimientos comunicativos, entre los cuales destacan los
movimientos fónicos, ya que permiten incorporar a la autosensación
de activa participación estímulos lejanos puramente vistos, y res-
ponderlos a través de determinadas acciones, a las que se vinculan
masas de recuerdos. Se precisan determinadas respuestas fónicas
frente a repetidas series de impresiones con «resultado de des-
carga».

27. Elementos del lenguaje

Las raíces de que hemos hablado son todas ellas, como se ve,
plenameate «pre-intelectuales». Sin embargo todas se hallan den-
tro del ordenamiento estructural de las operaciones especialmente
humanas; dentro del sistema de descargas productivas, en el cual el
humano gana por un lado una movilidad motórica, variable y sin
embargo segura de hacer presa, mientras que por otra parte, el
mundo obtiene el carácter de «neutralidad adquirida»; es conocido

282
e íntimo, pero asimismo colocado ahí y pasado por alto. Este es
el sistema en el que el lenguaje tiene su lugar y sólo dentro de él
se puede entender. Como vehículo de la conciencia abstracta (es
decir, carente de imágenes y plenamente liberado o descargado de la
situación) sería ininteligible sin conocer sus presupuestos. Pues ya
aquí debe quedar esto claro: comunicación dentro de un mundo
ilimitadamente abierto; orientación y familiaridad en y con el
mundo; disponibilidad absoluta sobre las cosas mediante los sím-
bolos; descarga del influjo y la presión del presente inmediato; to-
dos estos resultados de la vida humana, vital y (en su forma plena)
inteligente, parece que el lenguaje los alcanza una vez más en sí,
concentrados y en su máxima plenitud. Crece en verdad orgánica-
mente a partir de la infraestructura de la vida sensorial y cinética
humana; dentro de las mismas estructuras y se puede describir con
las mismas palabras; de tal manera, que en último término en el
pensamiento y en la conciencia el lenguaje encierra y conduce todo
el desarrollo de las operaciones humanas. En él llega a su plenitud
la descarga del aquí y ahora y de la reacción ante lo dado por casua-
lidad; en él culminan los procesos de la experiencia y del intercam-
bio; en él se domina productivamente la apertura al mundo y se
hace posible una cantidad innumerable de esbozos y planes de y pa-
ra la acción. Finalmente en él llega a su plenitud la comprensión
entre los hombres para orientarse a una misma ocupación, a un
mundo común y a un futuro común.
Pero, ¿dónde está el tronco común en el que crecen aquellas
raíces? O bien, dado que todas ellas son operaciones vitales y ante-
riores al pensamiento, aunque eran de una inteligencia inmanente,
¿dónde está el germen del pensamiento? ¿no hay, por decirlo así,
un centro de crecimiento de todo el organismo para el lenguaje
que ha de formarse? ,,
Para responder a esa pregunta recordemos que el sonido tiene
dos propiedades extraordinarias: se puede repetir cuando uno
quiera y es al mismo tiempo movimiento como elemento constitu-
tivo (en cuanto escuchado) del mundo perceptivo. Ahora bien,
si, como vimos, el tender-hacia es la capacidad (que ya no se puede
analizar más), de los seres que se mueven para dirigirse mediante
una señal o un símbolo hacia una totalidad manifestada ya en ellos,
y si el lenguaje continúa en la misma dirección el funcionamiento
autoactivado de la simbólica, ya proporcionada por las manos y los
ojos, entonces tenemos ya todos los elementos para responder a

283
nuestra cuestión. El punto germinal del pensamiento está allá, don-
de nosotros (mediante un movimiento descargado y des-necesitante)
nos dirigimos al mismo tiempo hacia una cosa y en el mismo
movimiento de intercambio la «percibimos». En todos los movi-
mientos de intercambio que hemos estudiado, el hombre era activo
en la medida en que se trasladaba a la cosa. El se vivencia a sí mis-
mo y se percata de sí mismo en el trato con (dirigiéndose hacia) la
cosa y partiendo desde la cosa. Allí donde nosotros nos dirigimos
hacia la cosa mediante la acción del sonido, y a su vez ese dirigirse
se recibe a sí mismo sensorialmente, experimentando la vivencia
de la cosa y percibiendo, allí ha surgido el relámpago del pensa-
miento. Es el modo más «desmaterializado», más descargado y más
sin esfuerzo de disponer del mundo y hacérnoslo íntimo mediante
símbolos situados por uno mismo. Ahora es posible un comporta-
miento activo, que no va a cambiar nada en la práctica, sino que,
dirigiéndose a lo ilimitadamente perceptible, es comunicación pura,
que acrecienta la riqueza sensorial del mundo realmente; es decir,
que encuentra motivo para seguir marchando en sí mismo.
Así pues, del sonido en cuanto palabra puede decirse que al
mismo tiempo sustituye, lleva a término y representa a las percep-
ciones reales; es decir, las hace reproducibles y disponibles a vo-
luntad. Nos descarga por tanto plenamente de la presencia inmedia-
ta de las cosas, pero hace posible una presencia virtual ilimitada-
mente libre, dentro de la cual la real aparece solamente como una
pequeña porción, más allá de la cual podemos planear y tratar: el
elemento final de la dotación de un ser no aceptado, sino que trata
con el mundo. Esa «actualización» es ya acción: puede permanecer
en ella. Esta es la base de todo comportamiento teórico (siempre
secundario). Además, el lenguaje descarga a todo el sistema cinético
motórico de las tareas del conocimiento (tocar), de la orientación,
de búsqueda, etc. Tal es la condición del trabajo, pues el hombre
utiliza su motórica cinética para movimientos «artificiales», esboza-
dos por sí mismos para planes «actualizados». Poniendo un nombre
a las cosas el hombre ha tratado ya con ellas; puede retener la
acción y disponer de sí mismo.
Así pues, en la palabra, en ese nervio del lenguaje, se hallan
reunidos los siguientes aspectos que, sin embargo, son separables:
1) el tender-hacia una cosa mediante un símbolo sensible y puesto
por uno mismo; 2) un experimentarse a sí mismo comunicativo en

284
la experiencia y percepción de la cosa; 3) ese comportamiento es ya
acción; no hay ninguna conversión en actuación incluida ahí.
Ese hecho, especialísimo y rico en presupuestos, que contiene
toda la estructura humana del movimiento y de los sentidos, es la
palabra; y la forma de conciencia que ahí se alcanza se llama pen-
samiento, que, al principio, como generalmente se admite es inse-
parable de la palabra; es la misma palabra. Debemos conceder a to-
dos los animales conciencia de lo que han visto de lo oído, etc.
Pero les falta, dicho brevemente, una auténtica acción (dirigirse a
sí mismos y «comerciar») que termine en la pura perceptibilidad
sensorial. Este aspecto de una acción que no se ha de convertir en
hechos, es importantísimo. La encuentro brevemente tratada sólo
en Humboldt:

Pero el sonido no reprime ninguna de las otras impresiones, que son


capaces de producir los objetos sobre los sentidos interiores o exte-
riores sino que se hace su portador y añade mediante su índole indi-
vidual una nueva impresión significativa.

Hermann Ammann 53 hace la distinción entre Darstellung (se-


ñalar que una cosa está ahí, descripción) y Feststellung (verificar que
efectivamente una cosa está ahí). No quiero entrar muy profunda-
mente, y únicamente refiero lo que dice sobre el tema Darstellung:

En la frase verbal se señala, se describe, una realidad temporal, de tal


manera que «un ente» se describe (se presenta) en la frase; en la frase
a través de la boca del que habla «llega a ser palabra»... En una
serie de frases como: el sol brilla; los pájaros cantan; las flores flore-
cen... en realidad el sol, los pájaros y las flores tienen la palabra...; en
cuanto hacemos que se hagan palabra, concordamos con ellos en el
modo de manifestar su existencia y ordenamos al oyente que con-
cuerde.

Ammann lo explica diciendo que «lo esencial del acto represen-


tativo radica en la subjetivización de lo objetivo, en una especie
de intromisión del hombre que habla y que piensa dentro del por-
tador del proceso». En esa «intromisión» reconoceríamos nosotros
nuestro concepto de comunicación, si Ammann no hablase él mismo
del «cambio de papeles» (precisamente aquel trasladarse a otro y

53. En su excelente artículo Sprache und Wirklichkeit: Blätter für dt.


Phü. X I I / 3 .

285
experimentarse a partir de aquello) que de hecho acontece en la
comunicación.
Stenzel 64 se ocupa también del mismo fenómeno y también re-
conoce la duplicidad del mismo: en la representación loquial se
trata al mismo tiempo de una reavivación del mundo, que se hace
sonidos; y de una mundanización, objetivación, de la conciencia.
Compárese con Humboldt:

Pues en la medida en que en el lenguaje el esfuerzo espiritual se


abre camino a través de los labios, vuelve el producto del mismo a
los oídos. Por eso la idea (Vorstellung) es transmutada en objetividad
sin perder su subjetividad. Eso lo consigue solamente el lenguaje;
sin esa traslación a una objetividad que revierte al sujeto, en la que
colabora el lenguaje yendo siempre por delante, aun tácitamente, sería
imposible que se formaran los conceptos y por tanto un pensamiento
auténtico.

Así pues, siempre se ha visto el contenido comunicativo del


lenguaje. Sin embargo el pensamiento quedó aislado, sin conoci-
miento de la infraestructura sensomotórica del lenguaje y la mirada
en sus operaciones que resulta. Baste con esto acerca de las distin-
tas fórmulas que dan vueltas en torno al mismo punto: la descrip-
ción de ese tender-hacia, que se experimenta a sí mismo y se con-
trapone a sí mismo al trasladarse a la cosa y se recibe a sí mismo
a partir de ella. De este modo «tiene» su objeto en un símbolo
recién creado; pero al mismo tiempo se ha hecho activo a sí mismo
y ha acabado con él. Incluidas en la autosensación de la vivencia,
las cosas se han hecho íntimas y conocidas.
Para restablecer la orientación dentro de estas citas esclarece-
doras tendentes todas ellas a explicar la misma cosa desde distintos
puntos de vista, quisiera delimitar ahora lo que ha de realizarse a
continuación. Pensemos por un momento no en el lenguaje sino
en cualquier otra acción ocupada comunicativamente con un objeto.
Sólo podríamos decir lo siguiente: cada fase del movimiento se
siente en la correspondiente mutación del objeto mismo. Después
habría que decir: la fantasía del movimiento se transfiere al objeto
y experimentamos nuestros propios movimientos desde el objeto
de tal manera que no solamente se da la puesta en funcionamiento
de unos movimientos hacia fases de la cosa todavía no percibidas

54. Phil. der Spracbe, 1934, 35-36.

286
(sólo esperadas), sino que, también, a la zaga del movimiento, los
diversos «matices» de la cosa señalándose unos a otros confluyen
en determinadas series. Estas series de propiedades, siempre repeti-
bles son simultáneamente indicaciones de movimientos. Esto signi-
fica lo siguiente: la objetividad, es decir, la serie de datos con sen-
tido propio encerrados en la cosa, ¡se manifiesta precisamente en
el proceso de comunicación, en el intercambio transferente!
Desde el punto de vista de la teoría del conocimiento, esa frase
es de una importancia decisiva. Aplicada al lenguaje: el sonido es
un movimiento de intercambio, en el cual nosotros nos transferi-
mos a la cosa y recibimos de vuelta, desde la cosa, esa transferencia,
percibiéndola en ella. Si, dando un paso más, tomamos el efecto que
procede de la cosa o su impresión (por ejemplo «lucir»), con otra
palabra («sol»), habremos experimentado a partir de la cosa misma
una serie objetiva, como resultado de nuestra comunicación, exac-
tamente igual que antes. «El sol luce» es pues simultáneamente una
secuencia de afirmación (de acción) y también una vivencia objetiva
y un comportamiento de la cosa misma. Una vez más hay objetivi-
dad en el contexto de la comunicación. Ammann dice lo mismo
clarísimamente:

La vinculación de la palabra que designa al sujeto y la forma verbal


afirmativa sirve a lia descripción (Darstellung) de un suceso temporal,
en el sentido de que esa vinculación hace que el sujeto de la acción
él mismo llegue a ser palabra, poniéndole en la boca la fonación que
simboliza la acción. Agens y actio designan en este sentido al portador
dell rol y al texto del rol en el drama de la frase. En este sentido el
predicado de la frase verbal es en último término «enunciado» o lo-
cución del sujeto de la frase; la frase verbal descansa sobre un cambio
de la acción en locución; significa pues una subjetivación de lo ob-
jetivo 5 5 .

El verbo (palabra tomada del mundo de las acciones humanas


que sólo puede alcanzar su plenitud en los fantasmas de la realiza-
ción) es en pleno sentido «subjetivo», y por eso tiene precisamente
la máxima fuerza de objetividad. Humboldt dice que «el pensa-
miento abandona mediante el verbo su habitáculo interior y pasa a
la realidad». No es un fenómeno exclusivamente loquial. Radica úl-

55. Forschungen und Fortschritte, 14, 25.

287
timamente en el don humano de los movimientos comunicativos.
Cuando dentro de ellos el hombre entra en relación de enriqueci-
miento mutuo con las cosas, los movimientos son objetivados (au-
tosensación foraneizada) y las secuencias incluidas se transforman
en procesos objetivos, experimentados. Este hecho decisivo, para
nuestro comportamiento, recoge en sí, en el ámbito del lenguaje, el
verbo o la frase predicativa.
La «dramática» yacente en el mero acto del poner nombre, per-
manece por decirlo así cerrada en el interior y subjetiva. El que en
el trato e intercambio con la cosa, en el dirigirse hacia la misma,
parezca que la palabra sale de la cosa y así la cosa «se haga pala-
bra», es, en cuanto vivencia, la vivencia fundamental del lenguaje,
pero está encerrada en el que habla, y parto interno del concepto.
Por eso esa acción está vinculada a la existencia visible de la cosa
misma; no se eleva más allá de la presencia de lo actual. Por eso la
palabra aislada usada por los niños solamente es signo de que se
han dado cuenta de una cosa, o grito de llamada y expresión del
deseo. Es eficaz en lo subjetivo.
Por el contrario, en la más sencilla de las frases verbales, por
ejemplo: «El rayo cae» el pensamiento alcanza una elevada potencia
y por primera vez cumple auténticamente la posibilidad encerrada
en la palabra: vivificar al mundo. La dramática se hace objetiva;
la palabra se traslada o entra en otra y comienza a contraponerse con
ella. O, lo que es lo mismo, la cosa gana a otra como inspecto muy
determinado, comunicativo e incorporado. Las palabras individuales
usadas para el rayo y el proceso-Gestalt de la caída pueden mante-
nerse firmes largamente. Si son «sintetizadas» (Humboldt), el pen-
samiento se une sólo consigo de tal manera que el cambio de ins-
pectos va más allá de la cosa y es experimentado como dramática y
vitalidad propias de la cosa, que se expresa a sí misma bajo un se-
gundo inspecto.
A este propósito tiene otra vez la palabra Humboldt:

P o t eso hay en el lenguaje una prosopopeya fontal y a partir de ahí


se va dilatando, por cuanto que un ser ideal, la palabra, pensado co-
mo sujeto es representado actuando o padeciendo; y una acción que
acontece en el interior deJ alma, la afirmación en el juicio sobre un
objeto, externamente a ese objeto, es añadida como propiedad o cuali-
dad. Esa parte por decirlo así imaginativa ( ¡ ! ) del lenguaje se encuen-
tra necesaria e inevitablemente en todo hablar.

288
En otro pasaje dice a propósito del mismo tema:

Mediante uno y el mismo acto sintético anuda (el verbo)... el pre-


dicado con el sujeto, sólo que de tal manera que el ser, que con un
enérgico predicado pasa a un actuar, es añadido al sujeto mismo; es
decir, lo puramente pensado como vinculado se transforma en estado
o proceso en la realidad. No se piensa simplemente un rayo que cae,
sino que es el mismo rayo el que se precipita 5 6 .

Así pues el cambio de roles que hay en la palabra sonora entre


estado y objeto, entre sujeto y objeto, es el que, al ocurrir el cambio
de inspectos, deja que las cosas expresen sus propios contextos, o
bien, como hemos formulado más arriba, ese cambio pasa a través
o por encima de la cosa y se sedimenta como su propia dramática
y vitalidad. Fichte lo ha expresado con la brillantez impresionante
que tiene a menudo:

La necesidad de palabras distintas para el sujeto y di predicado se


presentó cuando los objetos tenían tal cantidad de relaciones, que no
bastaba con nombrar el sujeto para comprender inmediatamente al
predicado. El medio para realizar esa distinción fue hallado muy
pronto. Se hallaba en la misma naturaleza. Se colocaron juntos dos
tonos; el primero designaba al sujeto, y fue suprimido el concepto de
la relación característica del sujeto al hombre, porque fue establecida
para ello una relación especial57.

Estas últimas palabras son extraordinarias. El uso todavía sub-


jetivo de la palabra dentro de situaciones vivenciales existentes; el
uso meramente indicativo o expresivo es plenamente superado
en la frase. La frase se basta a sí misma, así como el contenido de-
signado se ve liberado de toda relación en situaciones actuales no
afirmada en la frase.
Nota: la difícil cuestión teórica lingüística de qué es una frase
no puede resolverla la gramática, dado que a menudo palabras ais-
ladas pueden tener el significado de una frase; e igualmente las
construcciones carentes de verbo. De la cita de Fichte se podría sa-
car esta definición: «La frase es una unidad de sentido plena, sufi-
ciente para la comprensión, en la que un contenido es establecido

56. Introducción a Kawiwerk, 251.


57. Über den Ursprung der Sprache, en Vori, über Logik u. Metaphysik
(1797), 1939, 173.

289
como real sólo por medio del lenguaje». Se distingue pues de las
palabras con significado de frases, que siempre han de ser completa-
das con ayuda de la situación («¡lluvia!»), y de los «juicios» de la
lógica matemática (Satzfunktionen), en los que fundamentalmente
no se incluye ninguna relación con la realidad 5 8 .

28. Los motivos originales del progreso del lenguaje

Cuando una cosa tiende a la palabra, es pensada en sí misma


entresacada del mundo, y firmemente clavada y sólo así llega a ser
para nuestra conciencia un «ello mismo» puesto ahí enfrente. La
cosa gebannt (pro-scripto) en el sentido fundamental que tenía
bannen: designar, dar un signo (El verbo bannen significa hoy día
anatematizar, excomulgar, proscribir...). Siempre que la filosofía
trató de investigar la «esencia» de las cosas, pensando abstracta-
mente a partir de la cosa (Herbart, Lotze), sólo pudo encontrar co-
mo «esencia» el concepto, el significado de la palabra. Por eso toda
filosofía originaria e ingenuo-abstracta es siempre platónica. Pero
cuando la palabra es la primera que hace destacar a la cosa para
nuestra conciencia y la capta en sí misma, parece precisamente por
ello también la muda y auténtica foraneidad de la cosa, la totalidad
de una plenitud no pretendida. Si la cosa ha adquirido un deter-
minado inspecto, precisamente esto libera a los inspectos no pen-
sados, exactamente igual que el trato práctico bajo un inspecto de-
terminado, libera lo que en él no ha quedado abarcado. La realidad
va esencialmente más allá de lo tomado en el pensar o en el obrar.
Esta es la resistencia cósica, una categoría también teórica, que
fuerza al cambio de inspectos: ya a partir de la cosa, una palabra
dicha exige la siguiente, de tal modo que captar una cosa en pala-
bras es una tarea inacabable.
Aquí está uno de los motivos por los cuales en una palabra,
como ha sido observado muchas veces, se halla potencialmente todo
el lenguaje; y también el motivo por el cual la palabra va esencial-
mente más allá de sí misma. Un segundo motivo está en la fugaci-
dad, en la «sutileza material» de la palabra: cuando se extingue,
puede ser que no pueda fijar la intención (tender-hacia), que se cap-
ta inmediatamente en la repetición de la misma, o bien, que se ex-

58. Acerca del problema de la palabra y la frase se encuentra una ins-


tructiva oposición en Kainz, Sprachpsychologie I, 1941, 109 s.

290
tinga con ella y, siguiendo el flujo de la vida, haya de ser produ-
cida en otro lugar.
No se puede analizar más una vitalidad espiritual que se va
desarrollando poco a poco; pero debe salir a su encuentro un esta-
do o modo de ser de la vida del sonido.

Lo escuchado hace algo más; el alma se dispone a entender más fá-


cilmente lo que todavía no ha escuchado; prolonga lo ya escuchado
pero entonces entendido a medias o no entendido, por cuanto que la
similitud con lo que se acaba de percihir ilumina repentinamente el
poder acrecentado desde entonces, y agudiza el impulso y la capacidad
para pasar de lo escuchado, cada vez más rápidamente, a la memoria,
haciendo que cada vez llegue menos de ello como puro sonido 5 9 .

La pura «vida del sonido», la actividad retro-sentida, que se


vivifica a sí misma y se empuja a sí misma a continuar, que retro-
transcurre en sí misma, tiene algo de superfluo y floreciente. Hace
que un sonido aislado se presente por sí mismo como parte de una
gran totalidad y sale así maravillosamente al encuentro de la con-
ciencia que se va despertando y captando a sí misma.
Aun cuando hemos señalado la resistencia cósica, la fugacidad
de la palabra y la vitalidad sensorial de la fantasía fónica como mo-
tivos del desarrollo y progreso del lenguaje, de su energía, que es
lo mismo que decir la evolución de la conciencia, no los hemos
agotado todavía. Hay que añadir, si se quiere adquirir mayor cla-
ridad, el efecto productivo e impulsor de las equivocaciones, ya que
siempre que se percibe una falta en el cumplimiento del tender-
loacia, conduce a una reestructuración de los esfuerzos. Además, la
mayoría de las palabras tienen al principio algo de fluido e im-
preciso y tan pronto como son limitadas a un significado concreto,
dejan lugares vacíos, que pueden ser llenados a su vez con nuevas
expresiones.
Otras leyes de la construcción del lenguaje se hallan finalmente
en el hecho de la «presión de los sentidos». Empleo aquí este vo-
cablo introducido por Stenzel con un significado muy distinto. Pa-
ra mí quiere decir: la dificultad que surge del «apremio» de todo
el complejo de afirmaciones posibles contra la pura serie unidimen-
sional de vocablos. Como esa serie, disgregada en el tiempo, sólo
en la afirmación descubre lo que yo quería decir, así el sentimiento

59. Humboldt, o. c., 56.

291
de una discrepancia inicial fuerza a buscar nuevos vocablos y giros.
A esto se añade que, en cualquier lenguaje, un número escaso de
modelos formales ha de tomar sobre sí una infinitud de uniones
de pensamientos; otro tipo de «presión de los sentidos», que ne-
cesita superar el doble sentido desde el punto de vista de creación
loquial y creación formal.
Pero volvamos a la relación entre la palabra y la cosa y a la
«resistencia cósica». En la medida en que la palabra quiere decir la
cosa y también la toca, pero de nuevo se pierde a lo lejos, mientras
la cosa se queda ahí imperturbable (precisamente entonces desta-
cada por la palabra) invitando dentro de su plenitud objetiva al cam-
bio de inspectos y sin embargo inalcanzable, la palabra adquiere
certeza de sí misma como pura palabra. El lenguaje es un «mundo
intermedio», situado entre la conciencia y el mundo, juntándolos y
esperándolos al mismo tiempo. Cuando la palabra quiere captar la
cosa misma, es rechazada y arrojada a sí misma (reflejada). El ten-
der-hacia, captado en la palabra, es decepcionado; la trasciende y
busca a su alrededor, diferenciándose de la palabra y sin embargo
sin ser distinto hasta que no ha encontrado una nueva palabra.
Pero como dice Stenzel:

Como signo loquial la palabra no retiene al pensamiento, sino que,


volviendo a sonar inmediatamente, lo deja libre para una nueva vin-
culación. E n virtud de ese seguir-adélante, el espíritu se va apoderan-
d o de un «pedazo» de realidad, uno después de otro; pues la articu-
lación estructurante va pasando mediante un cambio progresivo a una
objetividad que asimismo se va estructurando.

El significado de la palabra, el concepto, está solamente en el


plano del lenguaje y no por encima o detrás del mundo. El pen-
samiento es el tender-hacia la cosa (tendencia que acontece en la
palabra), pero como el pensamiento-palabra encuentra resistencia
en la cosa, recae sobre sí mismo (reflexión) y comprende que la pa-
labra sonora no lo agota; por eso lo intenta de nuevo para repro-
ducirse en otra palabra. Pero hay que decir que en el uso inmediato,
en el flujo del lenguaje o en la relación inmediata del acto de cali-
ficar algo, no se pueden separar la palabra y el concepto. Sólo en la
reflexión hace una pausa el pensamiento, no agotado por la palabra,
y es pura «presión de los sentidos», hasta que se capta de nuevo
en la palabra. Así pues, la cuestión en torno a la diferencia entre
palabra y concepto se respondería brevemente diciendo que esa di-

292
ferenda es necesaria en la reflexión, pero no en el tender-hacia in-
mediato. Con estos presupuestos considero acertada la descripción
que hace Weisberger 6 0 :

Significado sólo haiy en la palabra y precisamente como función de la


parte fónica... Palabra es la unión inseparable de una parte sonora y
un contenido, construida sobre la función de un símbolo.

Así, pues, según Weisgerber, la palabra «inseparable» se di-


vide en un aspecto sonoro, que es llamado en cuanto tal «nombre»,
y un aspecto de contenido, llamado «concepto».

Palabra
I I
Forma de la palabra Contenido de la palabra

I I.
Cosa -4 Nombre Concepto

A la relación entre palabra y cosa la llama Weisgerber denomi-


nación {Benennung)-, y a esa relación vista desde la cosa, «conte-
nido objetivo» de la palabra. «Significado», es esa relación vista
desde el nombre y se refiere al concepto, en la medida en que en-
tra en la parte sonora. La relación inversa se llama «calificación»
(.Bezeichnung) de un concepto por su nombre.
Puede resultar paradójico que Weisberger establezca una dife-
rencia (dentro de la palabra) después de haberlo prohibido en su
tesis de la indivisibilidad de la palabra. Pero la relación se justifica
si pensamos que esa diferencia sólo se presenta en la reflexión, en
la cual precisamente se separan ambos aspectos, cuya unidad (en
el uso directo) acentúa él con razón.
La relación entre concepto y palabra que acabamos de estudiar
es importante, pues en ella se hace visible una de las fuerzas que
impulsan el desarrollo del lenguaje. La palabra se esfuerza más allá
de sí misma y hemos de comprender que el rol del lenguaje frente
al pensamiento no es crear un «signo» material para transmisión
del concepto ya listo, sino que pensamiento y palabra articulada
se elaboran mutuamente (único modo de describir su relación en la

60. Die Bedeutungslehre, ein Irrweg der Sprachwissenschaft?: Germ.


Rom. Monatsch. 15 (1927); cf. Id., Sprachwissenchaft und Philosophie zum
Bedeutungsproblem-. Blätter f. dt. Philos. 4.

293
reflexión). Uno de los aciertos de Saussure fue decir que el lengua-
je (langue) es «el intermediario entre pensamiento y sonido (son),
en tales circunstancias, que su unificación termina necesariamente
en la delimitación mutua de unidades».

El pensamiento, caótico en un principio, es obligado a precisarse en


cuanto se descompone. Por tanto, no hay ni materialización del pen-
samiento, ni espiritualización de los sonidos, sino que se trata de un
hecho en cierto sentido misterioso: el pensamiento-sónido (pensée-
son) implica posibles divisiones y el lenguaje elabora unidades, cons-
truyéndose entre dos masas amorfas 6 1 .

Por un lado tenemos, según piensa Saussure, la masa amorfa


de gérmenes imprecisos de pensamiento. Por otro lado, la masa de
fantasmas sonoros ya movibles. El lenguaje se elabora a sí mismo
al descomponerse las masas la una a la otra. En sentido muy pa-
recido decía Humboldt:

El sentimiento que se expresa en el sonido, contiene todo en germen;


en el sonido mismo, no todo es visible al mismo tiempo. Soflámente
como el sentimiento se desarrolla más claramente; la articulación ad-
quiere libertad y ooncretez; y la comprensión mutua, ensayada con
éxito, eleva el ánimo, las partes antes encerradas en la oscuridad se
van haciendo cada vez más claras y aparecen en los sonidos indivi-
duales.

Si el peso individual del pensamiento se ha captado como arti-


culación, la palabra no retiene con firmeza al pensamiento, sino
que así como él, en la reflexión, se separa de la palabra, así la pa-
labra que suena lo deja libre. De este modo la sutilidad material y
la fugacidad del sonido favorecen incomparablemente al pensa-
miento, así como también la rítmica del sonido, la posibilidad de
conjuntos que siguen fluyendo, son masas sonoras divisibles, como
«volante de impulsión del pensamiento», de una finalidad de ca-
rácter único.
Después de todo lo dicho, no puedo encontrar ningún sentido
cuando se habla de «significado extra o supralingüístico», «signifi-
cado puro», etc. El significado de una palabra, dice acertadamente
Weisgerber, tiene valor sin duda independientemente de que se
me presente a mí; pero ese ser, ese valor no es por eso general, no

61. Cours de linguistique générale, 1931, 156.

294
es «para mí y para cualquiera», sino que al principio es sólo la es-
fera de una comunidad lingüística 6 2 .
Por lo tanto, la palabra es sobre todo acción real y nunca he-
mos de olvidar ese aspecto de la motórica fáctica. Esa acción se
recibe a sí misma sensorialmente (se oye, en este caso), cosa que
comparte con otras acciones comunicativas descargadas; por ejem-
plo con los movimientos táctiles. Nos referimos a la analogía,
tantas veces notada, entre lenguaje y manos; y así como los resul-
tados favorables táctiles de los movimientos de la mano son estí-
mulo para proseguir los mismos, las masas sonoras son «volante de
impulsión» de nuevas articulaciones. Por eso se puede pensar muy
bien que en capas muy antiguas del lenguaje existió una conexión
de los sonidos con los movimientos (siempre los comunicativos),
ya fuera proponiendo o bien imitando. Es sobradamente conocido
el parentesco de los verbos de decir con los de indicar (dicere-
S E Í K V U H I ) o hacer aparecer ( 9 A Í V W , CPWS-TPRIPÍ).

Ese carácter de acción lo recibe también el lenguaje cuando se


separa del gesto, y esto sucede siempre en el transcurso de su evo-
lución. Podría calificarse justamente como una acción-suplemento.
Quiero indicar con esta expresión primeramente su «autosuficien-
cia», pues el tender-hacia la cosa puede ser cumplido y satisfecho
en la palabra; más aún, llamamos precisamente espirituales a esos
tender-hacia, que aparecen y se completan en la palabra como una
acción cerrada. Si un animal percibe un estímulo y se dirige hacia él
y lo que aparece en él, veremos transformarse ese tender-hacia en
movimientos-totales de salto, huida, etc. Si esa «transformación»
falta en el lenguaje (en él el tender-hacia y la acción están directa-
mente «encajados uno en otro»), es porque en él se manifiesta sobre
todo el hecho fundamental de la «descarga», propia del hombre.
Descarga significa aquí dos cosas: liberación del apremio sugestivo
de lo percibido y, en su aspecto interno, liberación de intereses
pulsivos y codiciosos. Se trata de estado de contenidos mundanos,
dirigidos a lo lejos y neutralizados; en él vive el hombre y se
ha liberado de él. A él corresponde, visto desde dentro, la carencia
de concupiscencias vitales e intereses pulsionales en la vida loquial.
Por eso todo comportamiento inteligente del hombre aparece a
menudo comprimido por sus necesidades biológicas, al menos a la
mirada superficial, que no profundiza las circunstancias biológicas
especiales del hombre. Son pues, tender-hacia-lo-lejos (Ferninten-

62. Sprachwissenschaften u. Philos., 4.

295
tionen) que aparecen en el lenguaje y discurren a través de movi-
mientos comunicativos únicos en su género. Todo comportamiento
comunicativo es ya un hacerse-vivo, humano y descargado, en un
mundo al principio experimentado y por eso en cierto modo «uti-
lizado». El proseguir esa descarga lo realiza precisamente la ley
interna de la evolución del lenguaje: perdiendo cada vez más en
contenido apariencial (que va saliendo de él) y explayándose de mo-
do creciente en relaciones simbólicas dentro de sí mismo.
Cuando estudiábamos la estructura del mundo perceptivo hu-
mano, habíamos observado repetidamente cómo la tendencia, en
él inserta, a una descarga o liberación, realizada por sí mismo,
parte de la abundancia, perturbadora y avasallante, de impresiones.
El intercambio, trato o comercio con sus contenidos es el que fi-
nalmente la emancipa hacia una familiaridad indicada por medio
de símbolos. Como resultado de esos movimientos-experiencia te-
nemos finalmente un mundo lleno de simbólica de alto nivel, dentro
de la cual actuamos con movimientos y operaciones posibles, orien-
tados y seguros del resultado. Vivimos entonces en un ámbito sig-
nificativo de símbolos perceptibles, pero estructurados por sí mis-
mos. También en este caso el lenguaje sigue simplemente constru-
yendo y sigue la misma tendencia. Sólo la comunicación (el trans-
ferirse a las cosas mediante ese tender-hacia y esa acción especiales)
consigue que el sonido escuchado parezca venir de la cosa misma
y expresarla; se transforma en símbolo-guía de la misma.
Pero como por otra parte sigue siendo esencialmente acción, es
posible (y de un modo absolutamente decisivo) que el hombre, me-
diante sonidos libremente disponibles, teja a su alrededor un
mundo de actualidad simbólica de las cosas, aun sin su presencia
real, con plena y libérrima independencia y exoneración de cual-
quier presente «objetivo». La descarga (tantas veces mencionada)
de la presión del presente que ahora mismo se está realizando, se
transforma mediante el lenguaje en un rompimiento total del pre-
sente. El hombre se hace ser imaginativo en cualquier mundo «ac-
tualizado» a voluntad, y tiempo y espacio, futuro y lejanía, se cons-
tituyen, en su torno.

29. Efectos retroactivos-, la idea

La liberación plena del hombre, alcanzada por el lenguaje, con


respecto al contenido casual y actual de la situación apariencial, tie-

296
ne a su vez muchos aspectos. Consideremos en este capítulo prime-
ramente uno de ellos, a saber, un efecto retroactivo de la palabra
(que se ha llegado a poseer) sobre la fantasía del hombre. Me re-
fiero a las representaciones imaginativas que ahora están a libre
disposición.
Las representaciones o ideas en sentido propio son productos del
lenguaje, el cual de la materia prima de nuestros fantasmas inme-
diatos del recuerdo hace una representación movible y disponible, es
decir, un fantasma también intencional. Ya he llamado la aten-
ción en varias ocasiones sobre el hecho de que los recuerdos pura-
mente pasivos que tenemos en nuestra imaginación, en virtud de
nuestros puntos de arranque motóricos se hacen móviles y son se-
leccionados, de tal manera que aparecen siguiendo la dirección de
nuestras acciones como fantasmas de expectativa.
Todo suceso vital, sensórico, motórico o vegetativo, viene de-
terminado por sus estados pasados y tiene una «base histórica de
reacción». Así pues, todo estado actual debe grabarse en el orga-
nismo de una manera silenciosa e inconsciente, que yo llamo pa-
siva, y esta fuerza-para-formar-imágenes (así habría que llamarla,
al pie de la letra) o imaginación se patentiza sobre todo en el campo
de lo motórico, donde se sedimentan las acciones realizadas como
disposiciones para acciones del mismo sentido. Asimismo los ani-
males imaginan (forman imágenes de) sus percepciones, especial-
mente las que se repiten, y no podríamos decir con qué profundi-
dad crecen las nuestras en nosotros, cuyo «fieri histórico» com-
prendemos mejor como imágenes que persisten o sonidos que per-
sisten. Muchos sueños son pruebas asombrosas del poder de esa
«fuerza pasiva para formar imágenes» o imaginación.
Ahora bien, es un hecho importante que esas imágenes me-
morísticas acumuladas en nosotros pueden ser activadas mediante
nuestras acciones que impelen hacia el futuro. La puesta en fun-
cionamiento de un movimiento en una dirección determinada y de
cara a circunstancias dadas hace que confluyan todas las masas de
recuerdos correspondientes; les abre una vía selecccionante, de
tal manera que aparezcan como fantasmas activos y expectativas de
cara al futuro. Son actualizados aquellos recuerdos, que están en la
dirección de la acción. La culminación concreta de nuestra actividad
vivifica «lo que se adapta a eso» para una actualidad que sólo apa-
recerá en el futuro. La fantasía activa es primeramente fantasía to-
tal; es decir, planifica de antemano transferencias generales de todo

297
el organismo, incluyendo fantasmas motóricos e imágenes senso-
riales de expectativa.
Aparece ahí claramente la función biológica de la imaginación
pasiva. Parece por eso como si el organismo suspendiera dentro de
sí los estados ya en marcha, a fin de poder salir al encuentro de si-
tuaciones semejantes ya adaptado y, por decirlo así, preparado. Por
lo demás, si esto es así, habría que esperar que la capacidad de re-
memorar será tanto más perfecta cuanto mayor sea la posibilidad
de ser afectado por situaciones inesperadas y sorprendentes; es de-
cir, cuando un ser esté más abierto al mundo y más expuesto al
mundo. Así ocurre en el caso del hombre. Ahora bien, la expecto-
fantasía activa, la que apunta al futuro, tiene como material propio
sólo el compendio de lo ya experimentado. De ahí que la orienta-
ción o conducción de nuestro futuro acontezca siempre con medios
insuficientes, porque ese futuro, en lugar de ser una mera repeti-
ción del pasado, está lleno de infinitud de acontecimientos inespe-
rados y de hechos que no se pueden medir. Es tanto más «oscuro»,
cuanto más abierto al mundo sea un ser. En el caso del hombre,
podemos llamar al proceso necesario de sincronización de recuerdo,
experiencias nuevas y expectativa como «experiencia sensu emi-
nenti». Cada paso hacia adelante es también una acción contra
nosotros mismos, ya que los acontecimientos destrozan nuestras
expectativas y tenemos que estar deshaciendo y rompiendo los re-
cuerdos y hábitos ya consolidados, que no solamente nos encade-
nan al pasado, sino que también los despojarían de toda fuerza de
cara a un futuro azaroso.
De estos presupuestos podemos deducir ya cuán extraordinarias
ventajas han sido dadas al hombre en sus posibilidades de vida,
desde el momento en que puede actualizar a libre disposición sus
recuerdos y los puede combinar entre sí «pre-viendo». Ese efecto
de «movilizar» e invocar a los fantasmas inmediatos del recuerdo
le corresponde también al lenguaje, porque tiene un aspecto motóri-
co. El material de las representaciones son los recuerdos, pero he-
chos movibles y puestos a disposición mediante la palabra. El len-
guaje crea-de ese material imágenes descargadas y movibles, que se
presentan al igual que él libres de la situación y repetibles a volun-
tad. Incluso toman parte en la intencionalidad de la palabra. Como
esas representaciones, al igual que las palabras, pueden ser produ-
cidas en cualquier momento, parece que ambas no están sometidas
a un momento temporal determinado. La supuesta «atemporalidad»

298
del concepto es solamente la repetibilidad a voluntad, indepen-
dientemente de todo presente y con la indiferencia de un tender-
hacia cognitivo-loquial con respecto al punto temporal y «el telón
de fondo» de su realización. Asimismo «atemporal» es la figura
imaginada de un árbol, etc.
Así pues, con el lenguaje los recuerdos llegan a ser represen-
taciones. Ante todo, los fantasmas sensoriales, no los motóricos,
que permanecen aloquiales. Por eso han sido siempre pasados por
alto y descubiertos de nuevo por Palagvi. El lenguaje hace posible
el disponer a voluntad de los fantasmas mnemónicos, que así to-
man parte en el tender-hacia del pensamiento. Es decir, las ideas
con fantasmas mnemónicos descargados, des-actualizados e intencio-
nalizados. Más arriba mostramos que el pensamiento es des-ence-
rrado por la palabra; que la articulación de un pensamiento es el
tender-hacia determinada cosa mediante determinado sonido; que
la portadora de ese tender-hacia es la repetibilidad del sonido. De
este modo la cosa real es desposeída de su poder y dirigida a lo
lejos. Al liberarse el pensamiento, la palabra forma un «entremun-
do». Está más cerca de nosotros que la cosa y rompe el poder su-
gestivo de la impresión óptica. El lenguaje, en cuanto es acción,
tiene la fuerza evocadora y libertadora que tienen también nuestros
movimientos frente a los recuerdos. Siguen a nuestras palabras, to-
man parte en sus intenciones (tendencias-hacia) y luego son ideas.
Cuando digo «árbol», se despierta un fantasma mnemònico, que, al
igual que la palabra, «tiende-hacia» el árbol real.
Así pues, mediante el lenguaje, nuestras intenciones (tenden-
cias-hacia) se hacen totalmente arbitrarias, es decir, independientes
de lo existente y de lo dado en la realidad. Las imágenes activadas
por el lenguaje toman parte en el tender-hacia del mismo. Nos
dirigimos mediante la imagen-representación de una persona hacia
la persona misma. En la reflexión se pueden distinguir muy bien
el pensamiento y la imagen-idea (Vorstellungsbild), apareciendo
esta última como la imagen que colma el acto de pensamiento. El
pensamiento-palabra «roble» parece poder colmarse tanto en la re-
presentación o idea, como en un roble que se ve.
Un buen estudio de Segal sobre el acto de representarse los
objetos y las situaciones muestra que el acto de representarse las
situaciones, primariamente es un proceso de omnitransferencia, en
el que entran también pragmafantasmas (fantasmas para la acción)
y kinefantasmas (fantasmas para el movimiento). Las traslaciones

299
motóricas suelen preceder a las visuales. Existe un «espacio repre-
sentativo» (naturalmente es un resultado muy posterior) en el
que se mueve con movimiento virtual el que ha de representar, con
el mismo cambio de cosas-representación, que corresponde a las
mutaciones de los propios movimientos virtuales. El desmontaje de
tales omnitransferencias conduce en primer lugar al surgimien-
to de imágenes aisladas, que aparecen luego como «carentes de
actualidad». En ese proceso se incardina esencialmente la sus-
titución de los movimientos totales a cargo del lenguaje.
La representación (Vorstellung) puede ser o bien acto, o bien
objeto. Dentro de la realización inmediata el lenguaje está esboza-
do en imágenes-representación flotantes y es inmediato aun cuando
no es metafórico, imaginativo ni sensorial. En la reflexión, la re-
presentación puede aparecer como objeto del concepto. Siempre que
la filosofía se ocupa de la reflexión (en Descartes lo mismo que en
Fichte) aparecen por eso conceptos o representaciones como objeto
del pensamiento, mientras que el pensar es esencialmente instru-
mento, a saber, tender-hacia las cosas, y medio para un trato sim-
bólico y liberado del presente con ellas. Por eso sólo hay tres solu-
ciones fundamentales de tipo filosófico al problema del pensa-
miento:

1) Solución platónica: el concepto reflejado, separado de la


palabra, es exaltado, a causa de su aparente atemporalidad, como
realidad especial y superior.
2) Solución idealista: el pensar, representar, es al mismo tiem-
po acto y objeto. Es un mundo aparte; la realidad desaparece en él.
3) Solución instrumental: el pensamiento es medio para un
trato descargado y simbólico y está referido esencialmente a la ac-
ción. Es método del «tomar-como», del cambio de inspectos, del
planificar y combinar en ausencia de las situaciones reales. Sin per-
juicio del siguiente hecho importante: el pensamiento se hace tema
de sí mismo; se puede estructurar en sí mismo metódicamente y
conforme a unas leyes en pasos constructivos firmes, cuando lleva
a cabo ana segunda simbolización. Eso lo realizan las matemáticas.
A partir de tiempos muy recientes ha empezado a ser algo más que
una ontología de la apariencia; ha aprendido a renunciar a todo
contenido; a retener el puro pensamiento; y no contiene más que
símbolos de pasos cogitacionales ya vistos, definidos en términos
de leyes, a fin de poder establecer nuevos símbolos.

300
Este importante hecho de que nuestras acciones, nuestros mo-
vimientos dirigidos, actualicen el recuerdo; de que un capital de
recuerdos sólo en seres móviles, que pueden apuntar a nuevas cir-
cunstancias, esté lleno de sentido, ya había sido advertido por
Noiré.

Sólo a un ser que quiere le es posible la reproducción de una idea... no


es posible ningún recuerdo del mundo exterior si no es vincullado
a la oonciencia de la propia y arbitraria actividad

Son buenos logros, a pesar de los medios un tanto primitivos


de la psicología de entonces. También encontré en Noiré la notable
observación del «incesante efecto de cambio de los objetos exte-
riores que despierta en nosotros esa palabra; y el cambio de las
palabras que despierta en nosotros la representación de los objetos
exteriores». Asimismo me parece que la teoría del origen del len-
guaje de Herder hunde sus raíces en este problema de la «palabra-
representación». Allí donde Herder trata el conocido asunto de la
oveja a la que se habla, dice lo siguiente:

El alma juiciosa, que se ejercita a sí misma, busca una señal (Merk-


mal)... ese balar, que le produce la más profunda impresión; que se
emancipa de las demás propiedades de la vida o el tacto, salta y pene-
tra en lo más profundo, queda para ella. L o ha reconocido de una
manera humana, pues lo reconoció y nombró claramente con una se-
ñal. Con una señal (Merkmal) pues, y ¿qué otra cosa es sino una pia-
labra-signo (Merkwort) interna? Sin señal no puede encontrar fuera
de sí ninguna criatura sensorial, ya que siempre tiene que reprimir
otros sentimientos, e incluso aniquilarlos.

Ese Merkwort (palabra-signo), según Herder, sólo puede ser


una palabra, que contiene o reproduce una representación acústica
del oído; un tender-hacia el objeto, repetible y captable en sí mis-
mo, mediante la palabra. En ella resuena una operación de recuer-
do, un vivificarse lo una vez escuchado. Además quiero llamar la
atención sobre esas últimas palabras de la cita, que contienen el
hecho de la descarga; el pasar por alto («reprimir») lo que podría
percibirse en torno al símbolo escogido.
Así pues, con esta teoría acerca de las representaciones, las en-
tendemos como mnemofantasmas, vivificados mediante la actividad

63. O. c., 366, 345.

301
del lenguaje a voluntad, repetibles a voluntad y hechos intenciona-
les. Participan pues de la independencia de lo dado fácticamente,
evocada por el lenguaje. Este es el punto más importante del tema
tratado en este apartado de la plena liberación del hombre con res-
pecto al presente inmediato, para pasar a su existencia «pre-visi-
ble». Pero al mismo tiempo hemos rozado la cuestión de la «mun-
danización» del interior; del mundo exterior y el mundo interior
equilibrados otra vez por el lenguaje. Este importante tema se di-
vide en dos aspectos especiales: el problema de la estructura-pulsio-
nal abierta al mundo y el del «nivel igual» de representación y
realidad.

30. Efectos retroactivos: equiparación del mundo exterior y el


interior

El lenguaje lleva lo interior y lo exterior a un mismo plano, que


es el suyo propio. Cuando estudiábamos la movilización de nues-
tras representaciones por cuenta del lenguaje, veíamos que ella per-
mite que el tender-hacia del pensamiento se satisfaga también en
las representaciones. De este modo no hay diferencia entre cosas
representadas y cosas reales, borrándose así cada vez más para
nuestra conciencia la diferencia entre realidad y representación. No
es necesario acudir a los numerosos ejemplos de la historia de la
filosofía, los cuales muestran cómo la reflexión deshace inmediata-
mente esa distinción que en la práctica es tan eminente. Pero po-
demos decir que aquellos sistemas fueron posibles e incluso nece-
sarios durante tanto tiempo por cuanto que filosofaban en cone-
xión inconsciente con el lenguaje. Que lo interno y lo externo, pri-
mero representación y percepción, son mutuamente convertibles,
está situado, pues, en el surgimiento de la representación en el len-
guaje. Si consideramos ahora las representaciones en sus efectos, es
decir, hacia adelante, vemos una función nada especulativa y por
lo mismo tanto más importante para la vida. El acto cogitante de
representar nos permite, in absentia de algunas realidades, actuali-
zarlas; es decir, pre-ver la continuación de su decurso en el futuro
y sumar a la concepción que tenemos del ahora la prolongación de
ese ahora visible en la lejanía no visible. La disponibilidad discre-
cional de las representaciones y la capacidad de combinarlas viene
a este propósito, de tal manera que podemos «tener a la vista»

02
posibles nuevas distribuciones de los acontecimientos. Este es el
efecto antropológico de aquella proyección de percepciones y repre-
sentaciones sobre un mismo plano. Pertenece a las condiciones de
existencia del ser humano. Para un ser que ha de actuar en lo fu-
turo, la diferencia entre situaciones reales e imaginadas ha de ser
por así decirlo transitoriamente anulable. Toda la estructura de
nuestra experiencia actúa ya en el sentido de recubrir cada vez más
la realidad con representaciones y fantasmas experimentados. Este
es el mismo hecho (sólo que visto por el otro lado) que describi-
mos dentro de los procesos de descarga como la desconexión del
contacto inmediato con el mundo fáctico actual.
Lo que hemos dicho se verá más claro si reconocemos como
una de las operaciones esenciales del lenguaje la que podemos lla-
mar firme retención de los inspectos. Cuando captamos en la pala-
bra «rojo» el inspecto, que está en la coloración roja del objeto,
ese inspecto es destacado y toma parte en todas las ventajas del
lenguaje. Si le doy a otro la cosa y digo al mismo tiempo «rojo»,
acabo de establecer el modo en el que adoptará una actitud al
respecto. Pero sobre todo, el lenguaje, precisamente a causa de
su neutralidad frente a la realidad, puede retener ese inspecto cap-
tado en la palabra y salvarlo de las mutaciones de la situación y aun
del propio interior. Independientemente del interior de la persona,
del espejo de las vivencias y las emociones, e independientemente
también del estado actual de lo dado, un contenido es fijado; in-
cluso es posible el cambio y la trasposición de tales inspectos. Cuan-
do actuamos con un designio hacia el futuro, ese designio se nos
hace realidad, en la que nos anticipamos a nosotros mismos. El es-
tado actual casual de lo anímico; el modo de encontrarse aquello
interior en su cualidad presente y momentánea actúa en lo «irreal»
del mismo modo que la casual constelación externa de la situación.
Volviendo al ejemplo contrario de los animales: cuando los chim-
pancés de Kóhler, a pesar de muchos movimientos para encontrarlo,
no podían reconocer como tal un bastón colocado detrás de ellos,
podemos expresar esta situación de tres maneras. Primera: como
seres carentes de lenguaje, no tenían el «inspecto» (destacado de
entre otros) de «bastón». Segunda: no se liberaron de la sofocante
presión necesitante interior, según la cual tendían hacia la meta co-
locada fuera, que tantas veces habían alcanzado con el bastón, cuan-
do éste se encontraba precisamente delante de ellos. Tercera: esa
meta, las frutas, «tras-pasó» como estímulo, los retuvo y no se pro-

303
dujo una auténtica liberación para la búsqueda, a pesar de algunos
movimientos de tanteo, porque la situación presente no pudo per-
der su pesadez.
Evidentemente esos animales no podían retener lo que busca-
ban. No tenían ninguna idea concreta de lo que no tenían delante,
ya que no tenían palabra y lo mismo se puede decir al revés. El
des-encerramiento de lo interior que se realiza en el lenguaje; ese
volverse hacia fuera del mismo interior está en el núcleo del mis-
mo proceso que la posesión de ese interior por las impresiones
que vienen de fuera (recuerdo). Nos quedó claro desde el primer
momento, dado que los recuerdos (almacenados silenciosamente)
fueron obligados a ponerse de nuevo en el mundo, como represen-
taciones vueltas o dirigidas hacia afuera. La expresión «interior»,
vida interior, es puramente antropológica y designa lo mismo que el
hecho de la apertura al mundo, a saber, cómo es experimentada
esa apertura por un ser abierto al mundo. Se puede suplir la ex-
presión «alma» por la expresión «mundo interior», y la expresión
todavía un tanto sutil de «mundo-exterior íntimo» designaría que
ciertos procesos en el hombre se desarrollan dentro de la esfera
de influjo directo del mundo exterior; que son «poseídos» por im-
presiones del mundo exterior y por eso han de entenderse como
fases de la polémica con el mundo, tal y como un ser abierto al
mundo y en comercio con él puede permitírselo. Por el contrario,
«conciencia» no es un término antropológico, sino que tiene un
valor más amplio. Significa un proceso de transformación (de un
tipo ininteligible para nosotros) en los puntos de contacto de un
organismo con el mundo y por ello, en los animales inferiores, si-
tuado sobre todo en los actos perceptivos. En el caso del hombre,
ser abierto al mundo, esa zona de contacto hunde sus raíces mucho
más profundamente en el organismo, de tal manera que en nos-
otros incluso los procesos pulsionales transcurren ocupados por las
imágenes del mundo exterior. Toda consideración de lo psíquico
corta y separa algunas fases de un proceso (proceso circular y proce-
so de «comercio» con el exterior), que discurre a través de la per-
sona y*de las circunstancias mundanas, con las cuales se contrapone.
La expresión «extramundo íntimo» califica un determinado corte o
aspecto, mejor que el esquema «procesos psíquicos subjetivos». Fue
Novalis (ciertamente bajo el influjo de Fichte) el primero en decir
«que hay en nosotros también un mundo exterior, que se halla
con nuestro mundo interior en una relación análoga a la que hay

304
entre el extramundo fuera de nosotros y nuestro exterior». Ese
crecimiento del mundo dentro de nosotros es en primer plano obra
del lenguaje. Cuando tratábamos más arriba del «grito» de llamada,
notábamos en primer lugar cómo bajo la dirección del sonido se
producía la conexión de una necesidad con la expectativa de de-
terminadas satisfacciones; así pues, cómo una necesidad era inter-
pretada y captable en sí misma. La conexión antes mencionada
entre la «exteriorización» (el des-encerramiento expresivo del in-
terior hacia fuera) y la posesión del mismo interior por imágenes
del extramundo se presenta aquí, en el caso del grito, como un
experimento aislado. Esa orientación de las pulsiones es uno de los
acontecimientos más importantes de la dominación del mundo de
un ser desvinculado de los instintos. Fue Herder el primero en
describir cómo crece el mundo mediante el lenguaje en el interior
del hombre y al revés, el lenguaje hace que el interior se vuelva
hacia fuera:

Si el primer estado de discernimiento del hombre no pudo llegar a ser


real para el allma sin la palabra, todos los estados de discernimiento
serán en él de tipo loquial... Dado que los hilos d e su pensamiento
son tejidos por el discernimiento (Besonnenheit)-, dado que en él no
se encuentra ningún estado que, propiamente hablando, no sea discer-
nimiento; dado que no domina en él el sentimiento, sino que el cen-
tro de su naturaleza descansa sobre sentidos más finos, la vista y el
oído, se sigue que no hay ningún estado en el alma humana que no
sea loquiable o realmente sea determinado por las palabras del alma.
En el alma humana, tal y como vemos aun en los sueños y en los
llocos, no es posible un estado sin pensar mediante palabras.

Esta frases expresan una de las ideas más atemporales que


pueden encontrarse en la laureada obra de Herder.
Por eso, si el interior es algo que se expresa por medio del len-
guaje, también, al revés, es «extramundo interior», es decir, descri-
bible sólo inapropiadamente con imágenes que le transferimos
desde fuera. Magnánimo, profundo, cerrado, rebosante, oferente,
desviable, tenso, oprimido, estremecido, desordenado, irritado,
abatido, atrayente, encolerizado (incenciado), entusiasmado (infla-
mado), veleidoso, etc., son sólo algunos ejemplos de los que adu-
ce Klages 6 4 . Todos ellos son giros que describen lo interior

64. Vom Wesen des Bewusstseins, 1921, 33.

305
con imágenes de lo exterior, y deben describirlo pues él mismo
se cristalizó en imágenes del extramundo y así se hace deseo, nos-
talgia, interés e impulso.
Por eso la acomodación del mundo exterior y el interior signi-
fica que interpretamos totalmente el mundo interior según el exte-
rior y éste según aquél, porque experimentamos ambos solamen-
te mutuamente interpolados. Además, el lenguaje es el centro, el
nervio de ese complejo de ex-presión e impresión. El extramundo
interior pasa al intramundo exterior, pues es natural, es una cate-
goría antropológica que primariamente, cuando somos niños, cap-
temos lo externo vivificado, e incluso lo inanimado, como «lleno
de expresividad» y como alter ego. En un mundo experiencial no
racionalizado completamente, todas las cosas son contraparte de
nuestra percepción e interlocutor de nuestra apelación.
Este punto es tan central en la antropología, que quiero con-
firmarlo con citas de autores que han tomado posición con respecto
a este problema abundantemente.
H. Plessner 65 presenta una investigación filosófica sobre la
esencia de las plantas, de los animales y del hombre. Mostraré aquí
cómo nuestro tema surge de su enfoque antropológico. El animal se
destaca de su medio al vivir, pero no vive como centro. Construye
un sistema que se refiere ciertamente a él, pero él no lo vivencia.
El cuerpo entero no ha llegado a ser plenamente reflexivo. En el
hombre, el centro de la posicionalidad (sobre cuya distancia respec-
to al propio cuerpo descansa la posibilidad de toda realidad) adquie-
re distancia con respecto a sí mismo. Con ello sabe sobre sí mismo;
es observable para sí mismo y con ello se hace «yo»; punto de
alineación, situado «detrás de sí» de la propia interioridad, el cual
forma el escenario de ese campo interior para cualquier realización
de la vida sacada del propio centro frente al espectador. Se realiza
así la separación entre extracampo, intracampo y conciencia. Qui-
zás el hombre abra un abismo entre sí mismo y sus vivencias; está
más acá y más allá del abismo; atado en el cuerpo, atado en el
alma, y al mismo tiempo en ninguna parte, carente de lugar, fuera
de toda atadura en el espacio y en el tiempo; y así es hombre. La
vida del hombre es, sin poder quebrantar la centralización, al mis-
mo tiempo excéntrica. Entre el animal y su circum-mundo existe
una relación agenciada por él mismo. Esa relación no puede apare-

65. Die Stufen des Organischen und der Mensch, 1928.

306
cerle más que directa, inmediata, porque todavía está escondido
«para sí mismo». El animal está en el centro de la mediación y la
forma. Para poder observar algo de ella, tendría que estar a un
lado, sin perder con todo su centralidad mediadora. Esa posición
excéntrica se hace realidad en el hombre que se halla en el centro
del hallarse. El yo está detrás de sí mismo, carente de lugar, en la
nada y al mismo tiempo tiene la vivencia de su carencia de lugar y
de tiempo, como de lo que se halla fuera de sí mismo. El yo ve el
querer, pensar, impulsar y sentir y vive inmediatamente en ese do-
ble aspecto, inevitable. Vive más acá de la hendidura como alma y
cuerpo y más allá como unidad psicofísicamente neutral de esas es-
feras. La unidad no es una tercera cosa, sino que ella misma es
la hendidura, el hiato, el a-través, vacío, de la mediación.
De ahí que los rasgos distintivos físicos de la naturaleza hu-
mana tengan sólo un valor empírico. El ser hombre no está vin-
culado a ninguna Gestalt determinada y por eso podría (según la
ingeniosa conjetura de Dacqués) encontrarse bajo figuras muy dis-
tintas. El hombre se encuentra en un mundo que, correspondiendo
a la triple característica de su posición, como cuerpo, alma, y yo, es
también extramundo, intramundo y conmundo. Así como el orga-
nismo excéntrico es no-espacial, no-temporal, no está colocado en
ninguna parte, así la cosa extramundana se halla en el «vacío» de
lugares y tiempos relativos. Así también el propio cuerpo; mientras
que por otra parte, el soma es el centro de las direcciones absolu-
tas (arriba, abajo, delante, detrás, etc.) y es organismo en el circum-
campo. Ambos aspectos están uno junto a otro, comunicados úni-
camente en el punto de la excentricidad, en el yo que no se puede
objetivar. Pero incluso en la realización del pensamiento, del sen-
timiento, de la voluntad, se halla el hombre fuera de sí mismo;
puede separarse de sí mismo y dudar del carácter experiencial de
sus vivencias. El intramundo es lo que se es y lo que uno rastrea
en sí mismo, sufre, soporta y observa. Intramundo real: es la dis-
gregación con respecto a sí mismo de la que no hay salida, para
la que no hay compensación. Tal es el doble aspecto radical entre el
alma y la realización en la vivencia. Con ello el propio ser se
encuentra a sí mismo como una realidad sui generis; tiene que
pertenecer a su esencia, y estar fuera de sí mismo.
Sobre el telón de fondo de esa exposición del esquema antro-
pológico de Plessner se verá clarísimo, aunque explicado con otras
categorías, lo que describíamos más arriba como «trastrueque» de

307
intramundo y extramundo. El yo, centro y propietario del cuerpo y
del alma, puede reclamar esa carencia de lugar y de tiempo de la
propia posición para sí mismo así como para cualquier otro ser.
Así dice a los otros tú, él, nosotros. Conmundo es la forma (captada
por el hombre como esfera de otros hombres) de la propia posición.
Al revés, la existencia del conmundo es la condición de posibilidad
de que un ser vivo se pueda captar en su posición, a saber, como
miembro de ese conmundo. El carácter espiritual de la persona
consiste en la forma-nosotros del propio yo; entre yo y yo, entre
yo y él se halla la esfera de ese mundo del espíritu. La esfera desig-
nada con nosotros es solamente lo que puede llamarse espíritu en
sentido estricto. El hombre no tiene espíritu en el mismo sentido
que tiene cuerpo y alma; espíritu es la esfera en virtud de la cual
vivimos como personas, en la que estamos precisamente porque
nuestra forma-posición la contiene. Una imagen de la estructura
esférica del conmundo consistiría en que a través de ella, la di-
versidad espacio-temporal de los sitios del hombre es desvalorizada.
El hombre está ahí como miembro del conmundo. Allí donde está
el otro. Los conceptos de sujeto y objeto no son aplicables al espí-
ritu como esfera; esa esfera es neutral, indiferente, a la distinción
entre sujeto y objeto.
La cuestión tratada en este apartado es uno de los puntos cru-
ciales de la antropología. Captamos lo vivo como dotado de alma,
como intramundo externo, porque nos abrimos a nosotros mismos
hacia fuera al expresarnos y nos enajenamos de nosotros mismos
en relación íntima; nos socializamos. En esa esfera se realiza el es-
píritu. G. H. Mead ha descrito esto mismo de modo muy con-
vincente desde el punto de vista del behaviorismo. Haremos un
breve resumen a continuación.
Describe en primer lugar actos sociales (gestures) o modos de
comportamiento (attitudes) que sirven de estímulo sobre otro des-
pertando sus actitudes como respuestas: por ejemplo, en un com-
bate de boxeo o de esgrima. Al nivel del sonido, esto corresponde
bastante bien a lo que hemos llamado «vida del sonido» o comuni-
cación fónica.
El paso decisivo del sonido meramente comunicativo a símbolo
(significant symbol) está siempre socialmente condicionado y con-
siste en que un individuo, en sus gestos, incorpora la respuesta que
esos gestos despertaron en otro. En ese momento el gesto tiene
virtualmente un significado.

308
El símbolo de significado despierta en el individuo que lo exterioriza
la misma actitud, que despertó en los demás individuos que tomaban
parte en un contacto social dado. D e este modo, la actitud de los
otros frente a ese gesto hace consciente al primer individuo.

Es decir, el individuo que exterioriza un determinado gesto


fónico puede tomar en éste anticipadamente la incipiente actitud,
que ese gesto despierta en los demás:
Los gestos se transforman en símbolos significativos cuando despiertan
implícitamente en el individuo que los produce la misma respuesta
que despiertan explícitamente en aquellos individuos a los que van di-
rigidos. En todo el intercambio con gestos, la conciencia del individuo
acerca del contenido y la tendencia del significado allí contenido, de-
pende de que así lo acepte la actitud de los demás para con sus propios
gestos.

Así pues, cuando se realizan acciones que tienen la forma de la


reacción del otro; o cuando se toma de antemano dentro del pro-
pio gesto la reacción del otro, se crea una base común como punto
de partida nuevo y puede reaccionar a la relación de la reacción del
otro a los propios gestos. El significado de los primeros gestos es
pues el mismo en ambos. La conciencia que surge en un individuo
del significado de un gesto, depende de que se «transfiera» o se
hunda en la reacción del otro; o el interior tiene como primera for-
ma el trasladarse al otro sobre una base común. Sólo así un gesto
se hace simbólico o significativo. Por ejemplo: en la medida en que
el niño en la «vida del sonido» responde a sus propios gestos fóni-
cos como si fueran de otro se «traslada» al otro y tiene un primer
significado, por decir así no evolucionado, de sus gestos fónicos.
La tan a menudo sobrevalorada imitación es sólo una parte de un
proceso más complejo. Guillaume dice con acierto que «la imita-
ción no puede ser una estructura sencilla, pues tendría un valor bio-
lógico mucho más amplio, siendo así que apenas se presenta fuera
del hombre» 6 6 .
Mead llama a la figura por él descrita: to take the role of the
other, tomar el papel de otro. Esa estructura es, por un lado, la
base del símbolo cargado de significado; pues un gesto se hace sim-
bólico cuando en ambos recíprocamente el comportamiento del otro
lo asume en sí. Y así la misma estructura es la base de la auto-
conciencia.

66. O. c.f 85

309
E s evidente, que la autoconciencia surge cuando alguien se vuelve ha-
cia otro y responde con la respuesta del otro. Durante ese período de
niñez el niño crea un forum, dentro del cual desempeña distintos pa-
peles... Uno toma parte en el mismo proceso que realiza la otra
persona y controla su actuación con respecto a esa participación.

Trasladarse a otro significa objetivarse, hacerse extraño a sí


mismo, tenerse a sí mismo. Los papeles y las «imitaciones» infan-
tiles significan por eso el desarrollo de la autoconciencia dando el
rodeo por la conciencia del otro en uno mismo.

E s necesario para un comportamiento racional que el individuo ad-


quiera una actitud objetiva e impersonal con respecto a sí mismo; que
se haga objeto para sí mismo. Pero adquiere experiencia de sí mismo
como un sí mismo no directamente, sino siendo primero objeto para
sí mismo; y se hace objeto para sí mismo sólo asumiendo la actitud de
otros individuos con respecto a él dentro de una circunstancia so-
cial 8 7 .

Por cuanto que la conciencia irrumpe, por decirlo así, desde


los distintos procesos de «traslación al otro» y «autoforaneización
dentro de esa traslación», adquiere la relación específicamente hu-
mana hacia el propio cuerpo: «mediante la autoconciencia penetra
el organismo individual en cierto modo en su propio circuncampo
(environmental field), su propio organismo viene a ser una parte
del complejo de estímulos circundantes, a los que responde el mis-
mo». Así distingue Mead, aun terminológicamente, el / y el Me
de la lengua inglesa.

El yo reacciona a lo mismo, que surge al asumir el comportamiento


de los otros. Por cuanto que asumimos esas actitudes, introducimos
el me (el mismo en el papel de objeto para sí mismo) y reaccionamos
a él como un «yo». Así pues el me (a mí, para m í . . . ) se ha sociali-
zado plenamente: The «me» is the organized set of attitudes of others
which one himself assumese8.

Por eso el yo reacciona frente a la situación social, que penetra


en su propio comportamiento; es el yo invaluable, individual, fren-
te al yo socializado; o bien, el yo es la respuesta del individuo al

67. O. c„ 138-139.
68. Ibid., 175.

310
comportamiento de la sociedad tal como aparece ésta en su propia
experiencia y penetra en su propio comportamiento.
De este modo, partiendo de distintas direcciones convergentes,
hemos venido a tropezar con el mismo fenómeno fontal y ori-
ginario, cuyo significado eminente, especialmente también para la
comprensión de las culturas primitivas, no necesita de mayor ex-
plicación.

31. El pensamiento áfono

Hasta ahora hemos identificado a propósito lenguaje y pensa-


miento, empleándolos con la misma amplitud de significado. Hasta
el punto que hemos llegado en nuestra descripción no podría sus-
citar ningún malentendido, ya que un pensamiento es en primer lu-
gar el tender-hacia que discurre en el sonido loquial. Pues bien,
que el pensamiento, en sentido más estricto, es «habla interior», un
subvocal talking (Watson) no producirá dudas, pues permanece vin-
culado al lenguaje; así como se piensa en alemán, francés, etc.
Pero como es sabido, no es necesario expresar el pensamiento,
no es necesario manifestarlo y en este significado se separan habla
y pensamiento cada uno por su lado. De ahí que tengamos que in-
vestigar dos problemas. El hecho del lenguaje interno en contrapo-
sición al externo; es decir, «el pensamiento áfono» y después la
cuestión de si el pensamiento realmente, en el sentido de Watson,
coincide con el lenguaje interno; la cuestión del pensamiento alo-
quial.
Por lo que se refiere al primer problema, el habla interna, no
expresada, es muy enigmática. En primer lugar, hablando muy en
general, significa un incremento del comportamiento indirecto con
relación al mundo. Un enfrentamiento del trato directo, motórico
o fonomotórico, con las cosas. Esa reflexio parece no residir sola-
mente en la conciencia, sino que alcanza el estrato vital de la per-
sona, pues ese enfrentamiento es al mismo tiempo freno expresivo
de todos los procesos sensomotóricos. El que está ahí sentado silen-
cioso, parece no ver ni oír nada, probablemente piensa. Así pues,
el presupuesto de esa «interiorización» parece ser una especie de
vuelta atrás o estancamiento del estrato pulsional. Sin embargo, yo
quisiera sugerir el pensamiento (que en este momento todavía no se
ve claramente) de que esa vuelta hacia atrás pudiera ser uno de los

311
modos de manifestarse la superabundancia pulsional del hombre;
una sobrecarga pulsional que no se puede satisfacer esencialmente
en las acciones directas. En este sentido ese «impeler hacia aden-
tro» los tender-hacia que ya no pueden abrirse camino directa y
tácticamente, sería una propiedad esencialísimamente humana. En
un plan puramente descriptivo, pensar es en primer plano «des-
sensorialización», es decir, se comporta con respecto al lenguaje
como éste lo hace con respecto a la abundancia de percepciones del
mundo. En el pensar, la marcha de las intenciones (tendencias-ha-
cia) es plenamente desvinculada del material de representaciones y
recuerdos apariencial, así como del material resonador de las repre-
sentaciones-palabra. La marcha de los tender-hacia parece recibir
plena libertad para caminar hacia dentro (es decir, llega a ser
«marcha del pensamiento») sólo por el hecho de que es conducido
a lo largo de los simples «núcleos» de las representaciones-palabra,
sin que éstas se hagan presentes. «Pensar» es, pues, descriptible
como el grado máximo de un comportamiento des-sensorializado
puramente indicativo y «abreviado» de «descarga».
El aspecto antropológico de carácter indirecto consiste en que
un plus de tender-hacia puede separarse en el pensamiento, si ya
ninguna más de ellas «llega a ser palabra». Nuestro comportamien-
to real de prueba en la percepción, control objetivo y movimiento
variable es plenamente traspuesto por el pensamiento y transferido
a un escenario interior mediante la suspensión provisional de toda
actuación real, incluso la loquial. Dice Dewey en Human nature and
conduct: «comenzamos breve y rotundamente con la afirmación
de que la reflexión es un ensayo dramático, realizado en la fanta-
sía, de todas las posibles direcciones de la actuación. «La misma
dramática que desarrolla nuestro lenguaje y nuestras acciones en
comercio con el extramundo es derigida hacia dentro: sólo que la
labilidad, inestabilidad y mutabilidad de esas situaciones internas de
un «extramundo interno» se sobrepone constantemente a la resis-
tencia clarísima de una situación real en la que nos encontramos,
precisamente cuando se trata de una «actuación de ensayo». Sin
embargQ no quedaría plenamente descrito el hecho con la expresión
«extramundo interior» y con la idea de una actuación de prueba
con un ámbito más amplio de libertad interna. En los procesos de
pensamiento hay siempre una contraposición de la persona consigo
misma, con sus propios intereses, deseos, etc.; es decir, una acción
de toma de posición con respecto a sí misma. Precisamente por

312
eso, todo pensar es una especie de comunicación consigo mismo:
un escucharse hasta los estratos de la pulsión y, por decirlo así,
una socialización interna.
En los excelentes estudios de Selz 6 9 aparece clarísimamente la
dramática interna del pensamiento en problemas sencillos; a saber,
la colaboración del pensamiento con representaciones movilizadas
e imágenes que sirven de puntos de apoyo para ulteriores actuacio-
nes. También aparecen claramente las traslaciones motóricas virtua-
les en «otras situaciones»; es decir, los procesos que realizan la
construcción de un «escenario interior». Dice Selz muy acertada-
mente:

El mismo papel que desempeña frente a una coordinación de movi-


mientos el material objetivo cambiante, en el que ella se realiza, juega,
frente a una coordinación de operaciones intelectuales, el material
cambiante de los procesos de conciencia y fundamentos de reproduc-
ción, en el que se ocupan.

El pensar en tareas concretas tiene, como puede demostrarse,


las mismas figuras que las acciones auténticas que se apoyan, desta-
can, retienen, transponen los inspectos ya fijados, que intentan un
cambio de la dirección y del punto de ataque, etc. Por otra parte,
el proceso cogitacional no es solamente una operación, sino que
es en sí mismo un resultado; pero también aquí la condición está
en la esencia del lenguaje, en el cual tender-hacia y movimiento
coinciden, de tal manera que el sonido escuchado ya es resultado
favorable del movimiento mismo y esa actividad no cambia nada
tácticamente. Ese movimiento (en un tender-hacia de un tipo mo-
tórico especial, obligar al mundo a resonar e incorporarlo en la
autosensación del intercambio) es inseparable de la inteligencia hu-
mana, de tal manera que ésta puede cerrarse en sí misma. Por eso
detenta todo pensar áfono la capacidad de bastarse a sí mismo.
El otro problema que mencionábamos más arriba se refiere a la
cuestión de si hay que suponer que exista un pensar «puro», no
apoyado loquialmente. Esta cuestión se entrecruza con la que he-
mos venido estudiando, del pensamiento áfono frente al manifesta-
do por medio del lenguaje, y es la misma en ambos planos. Se puede
decir, con James, que toda palabra, o bien toda palabra-represen-
tación, es un haltingplace del pensamiento, mientras que las tran-

69. Zur Psych. des produkt. Denkens und Irrtums, 1922.

313
sitional parts por lo general no son conscientes ni loquialmente ni
de modo alguno. De esos procesos genéticos inconscientes llega al-
gunas veces un «sentimiento de significado» a la conciencia, sobre
todo ante los descubrimientos u ocurrencias nuevas, pero se da un
auténtico significado cuando existe una palabra, o al menos un es-
quema previo, al que se pueda «fijar» ese sentimiento de signifi-
cado. Una representación o un fantasma esquemático puede poner-
se algunas veces en lugar de la palabra, para servir como vehículo,
como descarga del pensamiento con respecto a la «presión interna
de los sentidos», como un dehors fugitif de la pensée, que le esboza
solamente su dirección 7 0 . Sin embargo, según parece, no existe el
«puro pensar» como consecuencia de una realización. Hay que
estar de acuerdo, pues, con Kainz 7 1 cuando dice que hay un pensar
aloquial, apoyado en la visión, y por otro lado un pensar carente de
visión y sin embargo so-portado por el lenguaje.
El mismo Freud en su Interpretación de los sueños (1900) llegó
a esta idea de que los procesos del pensamiento de suyo son incons-
cientes y carentes de cualidad y sólo alcanzan su capacidad de ha-
cerse conscientes mediante la vinculación con los restos de la pala-
bra-percepción. Esto significa que el sistema «acción» de la inteli-
gencia se halla más cerca que el sistema «percepción» y que el
lenguaje, en cuanto órgano de acción esencialmente perceptible en
sí, tendría una especie de «efecto de reforzamiento» de los actos del
pensar de suyo inconscientes. Este atrevido pensamiento fue expli-
cado por Freud en otro lugar.

Las verbo-representaciones proceden por su parte de la percepción


sensorial, del mismo modo que las cósico-representaciones, de modo
que se podría plantear la cuestión de por qué las objeto-representa-
ciones no pueden llegar a ser conscientes por medio de sus propios
restos de percepción. Pero probablemente el pensar se realiza en sis-
temas que están tan alejados de los restos originales de la percepción,
que no han retenido nada de sus cualidades y para hacerse conscientes
necesitan de un refuerzo mediante nuevas cualidades. Además, median-
te la vinculación con palabras podrían ser dotados de cualidad aque-
llos conjuntos que no podrían traer ninguna cualidad de las percep-
ciones mismas, porque corresponden puramente a relaciones entre las
objeto-representaciones 7 2 .

70. J . - P. Sartre, L'imaginaire, 149 s.


71. Psych. d. Spracbe I , 169.
72. Ges kl. Schriften z. Neurosenlehre I V , 1922, 335.

314
La idea tradicional de la «no espacialidad» de lo anímico nece-
sita ser revisada, pues podría preguntarse si las vivencias llamadas
psíquicas no tendrán su extensión específica. No tendrían que coin-
cidir necesariamente los conceptos de «extenso» y «material». En
un aforismo posterior, Freud se acercó a la postura de Kant al decir
que «la espacialidad quizás sea la proyección de la extensión del
aparato psíquico... Acerca de si la psique es extensa no sé una pa-
labra» 7 3 .
W. Metzger ha tratado con mérito extraordinario el problema
del espacio en la psicología T4 . Según él, existen grados de espacia-
lidad psíquica. Las construcciones cogitacionales y los modelos es-
tructurales con los que trabajan hoy día los científicos apenas son
inferiores en troquelabilidad de lo espacial al espacio de la per-
cepción. Cuando los psicólogos hablan de la «profundidad de los
sentimientos», de estratos anímicos, no es absolutamente seguro
que estén empleando solamente «imágenes» para describir algo no
espacial. Más bien la visualización espacial viene obligáda por el
mismo resultado de la vivencia. Además todas las vivencias tienen
lugar «en nosotros»; aun dentro del yo, se puede distinguir «otro
yo» de un yo-central puntiforme, definible este último por su lugar
en el espacio y en ese sentido no se distingue de cualquier centro
de gravedad cósico. También la «espacialidad» es psicofísicamente
neutral.

32. Problemas acerca del origen del lenguaje

En la última parte de nuestras investigaciones filosófico-lingüís-


ticas es el momento de reflexionar sobre los estados iniciales del
lenguaje así como de esbozar una tendencia general de la evolución
que pueda atribuirse a todas las lenguas. La ley es conocida ya
desde Humboldt y podríamos llamarla le ley del «irse haciendo
abstracto» el lenguaje. De conformidad con nuestros presupuestos,
es una ley clarísima y designa el orden con el que se realiza la
descarga de la inmediatez de la situación presente; descarga que
se halla a la base de todo lenguaje; o dicho de un modo positivo:
cómo la libertad del hombre (en el sentido de una toma de posi-
ción que se va haciendo variable, abreviada e indirecta) se continúa

73. Schriften aus dem Nachlass, 152.


74. Das Raumproblem in der Psychologie, en Stud. Generóle X , 1957.

315
en el lenguaje mismo. Esto sucede a través de una pérdida de los
valores directamente demostrativos, que van saliendo del lenguaje,
y pérdida de su contenido visual demostrativo, a través de un pro-
ceso de «desinflado»; por otro lado se abre la extraordinaria posibi-
lidad de que las palabras remitan las unas a las otras; que se com-
pleten mutuamente y expresen esa misma función. Es decir, que el
pensar quede en sí mismo. Esto se alcanza propiamente en todas
las construcciones fraseológicas terminadas; pero sobre todo en los
grados de flexión del lenguaje. Ese proceso de vaciado sigue a par-
tir de ahí y acaba por afectar incluso a la flexión, de tal manera que
al final se alcancen los estudios tardíos de lenguas sumamente inte-
lectuales y que se han empobrecido en su flexión (inglés y chino).
En la descripción de esa ley procuraré ser breve, pero es necesaria
a fin de dar una nueva posibilidad de acreditarse a nuestras ideas
filosóficas hasta aquí expuestas.
La cuestión acerca del origen del lenguaje no puede naturalmen-
te plantearse así: cómo hicieron los «hombres del principio» para
inventar el lenguaje, pues si el lenguaje pertenece al conjunto de las
operaciones auténticamente humanas, es tan antiguo como la hu-
manidad y el problema coincidiría con la cuestión sobre el origen
del hombre. Ahora bien, mientras no sepamos prácticamente nada
sobre el origen del hombre a partir de alguna especie de primate
terciario, nada podemos decir naturalmente sobre el complejo de las
mutaciones funcionales que de ahí surgieron en todo el ser. Así
pues, solamente podemos unir la cuestión a un secreto todavía más
grande.
Aquí hemos hecho una afirmación positiva: el lenguaje pertene-
ce a las características esenciales del hombre. Este es el aserto de
la fontalidad original del lenguaje, que encerrada en una afirmación
concreta querría decir lo siguiente: aun sin la transmisión habitual
del lenguaje por medio de los adultos los niños desarrollarían por sí
mismos un lenguaje (niños a los que supondríamos criados sin len-
guaje). Ya el faraón Psamético y el rey Federico II parecen haber
realizado ese experimento 7 5 . Entre los nuevos investigadores del
lenguaje se encuentran en el mismo punto McDougall, H. Paul,
Wundt y Kainz. Este último supone que un grupo de niños pe-
queños sin influjos lingüísticos por parte del medio ambiente lle-
garía «a una forma de acercamiento, rudimentaria y de tipo figura-

75. Kairc, o. c. II, 77.

316
tivo, al lenguaje pleno». El destacado investigador del lenguaje, el
danés Jespersen llega a la misma convicción:

Los niños colocados en un sitio deshabitado, donde no sean víctimas


inmediatas de la muerte por hambre o frío, tienen la capacidad de
desarrollar un lenguaje para entenderse unos a otros y que puede ser
tan distinto del de sus padres, que realmente puede servir de punto
de partida de un nuevo tronco lingüístico 7 6 .

Jespersen manifiesta esa opinión a propósito de la cuestión de


cómo haya que explicar la asombrosa variedad de las lenguas ame-
ricanas. En California se encuentra un gran número de lenguas
oriundas distintas, que no podrían agruparse en menos de 19 tron-
cos lingüísticos diferentes. Asimismo en Oregón (30 familias lin-
güísticas) y en Brasil. En Brasil aparece a menudo una lengua limi-
tada a unos pocos individuos unidos entre sí por el parentesco, un
verdadero instituto familiar, de modo que de la tripulación de 20
miembros de un bote sólo tres o cuatro coincidían en la misma
lengua, mientras que los demás permanecían mudos sin tomar parte
en la conversación (marzo 1867, citado por Jespersen). Ya en 1886
el investigador americano Hale había defendido la posición de que
el clima suave y la naturaleza generosa de los parajes mencionados
hicieron posible que unos niños, a los que sus padres quitaron los
accidentes de la vida de cazadores, se abrieran camino aun sin la
ayuda de los adultos habiéndose visto obligados a desarrollar un
lenguaje entre sí. Jespersen expone un caso interesante del siglo
X X : dos mellizos daneses muy abandonados que crecieron junto a
una anciana casi sorda, desarrollaron un lenguaje incomprensible pa-
ra los demás (es decir, fue un ensayo tipo Kaspar Hauser de la na-
turaleza). Cuando Jespersen vio a los niños, que entonces tenían
cinco años y medio, habían aprendido ya algo de danés en un asilo
de niños, pero cundo los dejaban solos, se entendían entre sí libre-
mente en una jerigonza incomprensible para los demás. Tenían so-
nidos no existentes en el danés; una colocación de las palabras to-
talmente distinta y más negaciones en la frase, como en la lengua
bantú. Lhalh (agua, que en danés es vand) significaba agua, pero
también humedecer y húmedo, recordando fenómenos semejantes
del inglés. En la mayoría de las palabras comprendidas por Jesper-
sen, éste pudo probar que eran danés estropeado (lop-sort, negro),

76. Die Sprache, 169.

317
pero hablaban muchas cosas que nadie entendía. Si algo así ocurre
en un país civilizado del siglo X X , podemos suponer, al igual que
Hale, que los niños en un paraje deshabitado, donde les favoreciera
la naturaleza, desarrollarían un lenguaje entre sí. En efecto, lo
que los niños aprenden del adulto no son las intenciones (tender-
hacia) mediante símbolos a las cosas. Eso lo enseña la misma natu-
raleza y probablemente ese tender-hacia las cosas de un modo es-
pecial mediante el sonido sería también alcanzado por esos grandes
maestros. Pero naturalmente el camino es infinitamente más breve
y sencillo si el adulto muestra un reloj y dice glock o cualquier cosa
parecida. Como el niño repite imitando lo que oye (vida del sonido)
y a través de esa situación en que se le muestra algo su tender-hacia
es obligado dirigirse al reloj, se produce directamente sin rodeos
la asociación directa de impresión visual e impresión auditiva. El
sonido que pronuncia imitando contiene asimismo sin esfuerzo
aunque obligado la dirección hacia la cosa. El niño de uno a dos
años aprende esto fácilmente, pues precisamente es un cortocir-
cuito entre procesos que el niño mediante numerosos rodeos y su-
perando con gran dificultad numerosas perturbaciones llegaría a
construir sin que nadie lo guiara. Para tomar una palabra que los
adultos le pronuncian primero, son necesarios algunos presupuestos,
que ya son muy humanos y muy productivos.
Voy a presentar brevemente todas esas condiciones en conjun-
to:
1. La estructura, ya existente, sumamente simbólica, del mun-
do perceptivo; además el «poder» ya formado de echar mano (en
movimientos mínimos articulados) de esos símbolos y realizar inter-
cambios comunicativos.
2. Supervisión total de las situaciones, creada precisamente
por esa percepción simbólica.
3. Intenciones (tender-hacia), es decir, la capacidad de dirigir-
se mediante símbolos a una totalidad.
4. ».Amplio silenciamiento del organismo completo, condicio-
nado por el largo retraso del desarrollo pulsional y favorecida por
la dominación de la superabundancia de percepciones, realizada por
la propia industria, es decir:
5. El carácter de «intimidad» del mundo, su familiaridad y
su «estar ahí colocado» en cada cosa.

318
6. Apertura, es decir, pulsiones y movimientos abiertos al
mundo, superabundantes, que se despliegan comunicativamente,
«en intercambio», «expresión».
7. Capacidad de asumir y utilizar los resultados de esos mo-
vimientos comunicativos de todo tipo; además, el echar mano de
esos resultados como «motivos» y realizar movimientos a partir de
un motivo.
8. Vida del sonido. Riqueza de articulaciones y sensibilidad
acústica de tipo Gestalt: comunicación en el plano sonoro.
9. Reconocimiento por vía motórica dentro de «movimientos
mínimos».
10. Gestos fónicos; esfuerzo por precisar los acompañamien-
tos fónicos de las acciones o bien de las intenciones (tender-hacia)
a series de acciones, partiendo de la base sonora.
11. Sonido como grito de llamada y acción que marca nuevos
rumbos.
Así pues, esto sería, en breves palabras claves, la esencia de los
dispositivos que deberían existir de antemano, si la conducción
del lenguaje hubiera de ser realizada por los adultos. Viéndolas en
su conjunto y reflexionando sobre ellas, se confirma la suposición,
también corroborada por otras razones, de que los niños, aun
sin esa dirección, siempre que estuviesen en comunicación entre sí,
llegarían a encontrar el lenguaje. Es decir, la suposición acerca
del origen del lenguaje, que vendría dado junto con la esencia del
hombre.
Pero hay toda otra serie de problemas acerca del origen del
lenguaje. Las lenguas antiguas que nos han sido transmitidas li-
terariamente tienen ciertamente una extraordinaria riqueza de pa-
labras y de formas, en la que superan con mucho a las lenguas vivas
actuales. Sin embargo, esa riqueza surgió sin duda de los comien-
zos en plazos muy largos; en espacios de tiempo que podríamos
alargar a voluntad, si estimamos la antigüedad del sinántropo en
por lo menos 400.000 años. Por lo tanto, la «evolución» del len-
guaje y del espíritu habría corrido paralela a la «hominización».
Con todo, si como ya dijimos en la introducción, apenas podemos
hacernos ideas sobre el mecanismo biológico de la mutación de los
planes constructores, mucho menos podremos sobre el «surgimien-
to» de ese novum categorial, que está presente en el lenguaje y

319
en el pensamiento. Pero dentro de ese proceso enigmático parece
probable que nuestras raíces del lenguaje hayan desempeñado un
papel importante, surgiendo la pregunta de si no habrá «situaciones
antropológicas claves» en las que tuvieran que actuar alguna o
todas ellas. Además, semejante situación tendría que haber sido
auténticamente humana, es decir, que actuara colectivamente. De
hecho podemos encontrar una perspectiva coincidente de este tipo
en cuatro extraordinarios investigadores del lenguaje: Noiré,
Ammann, Jespersen y Karl Vossler y que corresponde exactamente
a las condiciones que nosotros mismos hubiéramos establecido. Ya
hemos presentado la hipótesis de Noiré: «El sonido loquial es en
su origen la expresión de los sentimientos comunes que acompaña
a toda actividad en común» 7 7 . Todas las actividades comunes ha-
brían sido acompañadas por el canto o los gritos y del sonido que
resonaba en común, que se producía en común, y se entendía en
común, se habría desarrollado la palabra: «La propiedad esencial
de ese sonido era que recordaba a un actividad determinada y así
era entendido». Es decir, los sonidos que acompañaban a las accio-
nes recibían de la común participación en esas actividades un senti-
do de acción concreto; «recordaban» dichas actividades. O tam-
bién: uno podía dirigirse en virtud de un sonido común a una de-
terminada serie de acciones. De modo muy semejante dice Vossler:

Supongamos que un sonido cualquiera, por ejemplo mar, hubiera acom-


pañado la acción de romper o pulimentar la piedra sin un sentido de-
terminado, sólo como sonido reflejo y habitual natural. Esto no era
todavía lenguaje. Pero si uno de ésos que ululaba mar, quería ir a
pulir piedra y antes de irse gritaba mar para indicar qué es lo que
quería hacer o lo que los demás debían hacer, eso ya sí era lenguaje,
pues ahora representaba el querer pulir o el deber pulir que todavía
no era un auténtico pulir mediante el sonido natural y habitual. El
transfirió y comenzó lo que se llama una metáfora o permutación
o símbolo, y que constituye la esencia de todo pensar loquial.
Al mismo tiempo ese primer hablante quizás acompañó y su-
brayó su mar con un ademán o un acento que tenían algo de exigen-
cia, invitación u orden, pudiendo verse y oírse así que tenía la con-
ciencia, la conciencia lógica de que el decir mar era algo bien distinto
dell hacer mar78.

77. Der Ursprung der Sprache, 1877.


78. Ges. Aufs. z. Sprachphilosophie, 1923, 214.

320
Ammann se sirve del ejemplo de Vossler y añade numerosas
reflexiones que yo pasaré por alto, porque son ya de tipo lingüísti-
co teórico. Destaca con toda claridad el punto principal: «El ges-
to fónico originario y natural y hermanado a la acción, sirve por
una parte para que la acción pase a la vida, y por otra parte para
actualizar la acción ya pasada representándola» 7 9 . El sonido tendría
así por una parte el significado del imperativo (¡grito de llamada!)
y por otra parte el significado de una de las primeras personas del
indicativo del pasado. Podríamos incluso imaginarnos, continúa
Ammann, que los demás habrían manifestado estimulados su parti-
cipación mediante «conformidad en el grito». Finalmente Jesper-
sen dice:

Si un determinado número de gente ha sido testigo en común de un


acontecimiento y lo han acompañado con una especie de canto impro-
visado o estribillo, quedaron vinculadas las dos ideas, y más tarde el
canto vendría a servir para provocar en la memoria de los que allí es-
tuvieron presentes la re-presentación de todo el suceso... Si uno de
nuestros antepasados casualmente por un motivo concreto expresó una
serie dé sonidos y vio (o escuchó) que los que estaban a su alrededor
se incorporaban al sonido comprometiéndolo, se esforzaría después
por retener la misma serie de sonidos y repetirlos en ocasión parecida;
de este modo sería poco a poco transmitida por tradición como sím-
bolo de lo que entonces ocupaba en primer plano su espíritu y el
de los otros.

Vemos pues que esos autores coinciden en la construcción de


un «caso elemental» muy parecido. Con todo, no creo que aquí se
haya dicho realmente algo sobre el primer empleo histórico del
lenguaje, tal y como esos autores pretendieron, cuando argumentan
a base del «hombre primitivo».
Sin embargo, en ese ejemplo hay algo muy acertado, pues roza
un punto que no es quizás el único pero sí ciertamente es esencialí-
simo: han tocado una situación humanísima y elemental, que se re-
pite continuamente, aquella en que coinciden diversas raíces del
lenguaje en un resultado único, de tal manera que ciertamente una
de las líneas elementales de la evolución del lenguaje, la más esen-
cial, puede ser captada. Construyamos con esos cuatro ejemplos se-
mejantes uno solo y veremos que todo confluye en él.

79. Sprache und Wirklichkeit: Bl. f. dt. Philos. 12, 239.

321
Se trata de un grupo o comunidad de hombres, ocupado con
cualquier tipo de acciones. Estas pueden ser realizadas todavía con
mucho esfuerzo, pero «acompañadas» con sonidos afectivos, que
se van precisando con la Gestalt de la acción y que contienen un
valor situacional. Es decir, «gestos fónicos» en los que, como hemos
dicho antes, en virtud de la capacidad de cambio de los movimien-
tos de aplicación, puede producirse el tender-hacia la totalidad de
la acción. Asimismo está presente una comunicación en el plano
del sonido, es decir, «vida del sonido». Luego se puede insertar en
ese sonido común una acción, al principio puramente sensomotó-
rica, pero al mismo tiempo, como Vossler nota muy acertadamente,
esa fase fónica tiene que saltar a la vista como diferenciable de la
acción misma; es decir, ha de realizarse un tender-hacia la cosa
puramente mental por medio del sonido y ha de realizarse la acción
misma; de ese modo el sonido quiere significar esa acción, tanto
más que la repetición frecuente ofrece el medio acústico y visible
del reconocimiento. Tampoco falta el otro aspecto: el sonido que
resuena en la misma ocasión, atrae hacia sí el recuerdo de la totali-
dad del suceso. Finalmente la fase fónica necesita sólo tener lugar
«acentuada» y afectivamente, para, en virtud del efecto de la lla-
mada, despertar en todos los participantes la expectativa del resul-
tado y de la fase venidera de la totalidad. Tenemos pues aquí una
concentración en alto grado de todas las raíces del lenguaje; un lugar
ciertamente significativo de su crecimiento común en una sola ope-
ración: el ponerse de acuerdo sobre una actividad que ha de ejecu-
tarse en común. Precisamente tales gestos fónicos o palabras-situa-
ción tienen que ser relativamente indiferentes de cara a la diferen-
cia entre acción y objeto; o mejor, tiene que haber ejecutado am-
bas: el dirigirse a sí mismo a un suceso y la puesta en funciona-
miento para tomar parte en él. Por decirlo así, que se halle antes
de la distinción entre nombre y verbo y además de escasa autono-
mía; es decir, determinada primero por la totalidad de la situación
y dependiente además, en cuanto al significado, de contextos muy
visibles. Todo esto pide la ciencia del lenguaje.
Además, tras ese ejemplo de los autores entendido muy concre-
tamente, hay que situar todo el mundo humano abierto que ha
de ser dominado comunicativamente y mediante vivencias de inter-
cambio. Por doquiera tienen que crecer otras vivencias loquiales
tal y como sobre todo se ha descubierto que las cosas reconocidas
pueden ser «evacuadas» en el sonido; dominadas mediante un

322
mínimo de acción y al mismo tiempo involucradas en la vitalidad
de la vivencia de intercambio; que esa intención (tendencia-hacia)
que se capta a sí misma en la palabra pueda ahora dilatarse y reco-
nocer «lo mismo» por todas partes, en una intervención continua-
mente vivificada mediante la comunicación. Sobre el fondo de ese
omnicampo de vivencias de intercambio humanas descargadas se
formarán centros aislados de vida loquial y activa condensada, de
los que sale la ulterior evolución del lenguaje, de los que nos fue
presentado uno, particularmente importante, en el ejemplo antes
examinado.

33. El desarrollo superior del lenguaje

Si no puede caber ninguna duda de que durante larguísimos pe-


riodos de tiempo el uso lingüístico apenas debió de ir más allá de
la comprensión inmediata de situaciones concretas, sin embargo la
palabra y la frase se hallan ya en el origen del lenguaje. Pero en
una frase es representado en primer lugar un proceso o se constata
un hecho, para el que toda lengua está capacitada. En los niños se
observa el estadio del léxico carente de flexiones. Para tomar uno
de los numerosos ejemplos que podrían aducirse, citaremos el caso
del niño de Lindner que decía: fallen tul bein anna ans (caer silla
pata Anna Hans); palabras que querían expresar el hecho de que
Hans había tropezado con la pata de la silla en la que se sentaba
Anna. En este caso el lenguaje permanece todavía dentro del tipo
de descripción de situaciones experimentadas, como corresponde a
la narración ingenua y podemos suponer muy bien que los comien-
zos realmente primitivos del lenguaje que en ninguna parte nos
han sido transmitidos tuvieron la misma estructura.
La operación espiritual que aquí se manifiesta no consiste sola
mente en pasar por alto (super-ver) toda una situación y poder
destacar algunos de sus puntos más candentes y esenciales, sino
además en la capacidad (que Humboldt llama sintética) de mante-
ner unida una serie de palabras, cada una de las cuales quiere decir
un elemento de todo el suceso, en su propio plano para la totali-
dad de sentido completo que corresponda a la totalidad de la si-
tuación. Una intención (tendencia-hacia) transcurre a través de la
palabra en dirección a la cosa; otra, a través de las palabras en di-
rección a otras palabras: cosa que sería imposible si la reflexión no

323
mantuviera en relación mutua a la palabra y. la cosa y al mismo tiem-
po, las diferenciara. Un niño de un año y tres meses que hubiese
visto soldados acompañados de música, podría describir ese suceso
con el exiguo «vocabulario de dos palabras»; dados lalala. Por tan-
to, así como se da una mirada panorámica y sinóptica; una síntesis
de la percepción, procesos y situaciones; así también la síntesis de
palabras designa tales sucesos, los representa en su plano y los com-
parte. Por tanto, en la frase acontece un progreso decisivo y necesa-
rio para la esencia del lenguaje; a saber, que ahora le es posible al
lenguaje quedarse en sí mismo.
La verdad generalmente aceptada por la lingüística de que la
palabra y la frase nacen juntamente, no debe conducir a la nega-
ción de sus diferencias. El desarrollo infantil del lenguaje muestra
palabras que son voces de deseo o afecto, como en el grito de llama-
da, y otras, como en el ejemplo que citábamos más arriba off, que
tienen un significado múltiple y todavía fluyente. Tales palabras o
voces pueden pues ser calificadas (al igual que los gestos fónicos)
como palabras con valor situacional, como «gérmenes de frase».
Esto no impide que, al mismo tiempo, especialmente en el contex-
to del reconocimiento, se incrusten, muy casualmente y periférica-
mente, nombres específicos aislados. Ahora bien, siempre que se
trate de comunicación, de narraciones sencillas, el niño tiene que
pasar a un vocabulario más amplio, es decir, siempre que se pre-
sente una descarga afectiva o apetitiva o la situación actual lleve
sobre sí misma la comunicación. En los últimos casos puede ocurrir
que se permanezca aún mucho tiempo en las «señales» sencillas;
pero para la narración se necesitan para los puntos candentes al
menos algunas palabras-concretas-objetos. La frase descriptiva («el
rayo cae») forma un nuevo grado cualitativo sobre el uso lingüístico
afectivo o que puramente indica algo con ayuda de la situción. En
ese lenguaje, «el pensamiento permanece en sí mismo».
La importancia de esta tesis es grande. Al hablar se realiza ne-
cesariamente una cierta descarga de las palabras de su «contenido
en imágenes». Si remitiéramos directamente a las cosas a las que
se refieren partiendo de las palabras aisladas (como correspondería
desde otro punto de vista), es decir, si cada una de las palabras
fuera cumplida representando y fuera actualizada, entonces se le
quitaría precisamente su fuerza de remitir a otras y de entrar en
relación con otras. Este último efecto es el que hace posible que se
libere el pensamiento y pueda permanecer en sí mismo. H. von

324
Kleist veía lo mismo cuando comparaba la palabra a un «volante im-
pulsor en el eje del pensamiento». Si el lenguaje ahorra el cumpli-
miento pleno visual de sus signos haciendo que esos fuertes signos
fónicos remitan unos a otros, los que mantienen en marcha el proce-
so loquial no son las cosas, sino los sonidos que las representan. Di-
cho de otro modo, la palabra tiene solamente un significado provi-
sional y por eso mismo es capaz de completarse en otras palabras y
de atraer la intención (tender-hacia) hacia sí. Solamente así es posi-
ble desarrollar rápidamente una masa amorfa de pensamiento (bajo
cuya «presión sensorial» estamos) en una serie de símbolos abrevia-
dos, por cuanto que cada articulación divide la masa de pensamien-
to y la permite seguir corriendo en esas articulaciones.
Examinemos este hecho otra vez en dirección distinta. A las
capas o estratos primeros del lenguaje pertenece sin duda el inter-
cambio puramente indicativo. Puede ser hoy todavía vitalmente ne-
cesario que cada uno acoja un plus de percepciones de los otros por
medio de los signos correspondientes. Varias categorías de palabras,
sobre todo las demostrativas, se mantienen firmemente unidas a
este efecto (que se dirige directamente a una situación) de la indi-
cación. En este caso el pensamiento es enviado directamente por la
palabra misma a la cosa, es decir, sacado del lenguaje hacia la per-
cepción.
Algo parecido ocurre en la mera narración, que esencialmente
es una actualización o hacer presente otra vez una cosa y que lleva
sobre sí gran parte del intercambio loquial cotidiano. Allí cierta-
mente no se describe una situación actual, pero sí una que ha sido
actual y que ha sido actualizada. Siempre hay que completar una
narración con la representación, por cuanto que el oyente se trasla-
da de un presente real a otro imaginado. Aun en este caso se man-
tienen los lazos del lenguaje con la situación inmediata, sólo que el
efecto representativo propio de la frase, que es lo que aquí se tra-
ta, no resultaría tampoco sin aquella otra dirección del pensamiento
en el plano de la palabra.
Por el contrario, tomemos una comprobación o un conocimiento
auténtico en sentido general también precientífico, por ejemplo la
frase «la lluvia refresca». Esta frase no quiere decir que yo o que
nosotros una o muchas veces hayamos advertido que después de
llover se produce un refrescamiento. Tampoco quiere decir: siem-
pre que hasta ahora ha llovido, hizo fresco después. Eso sería una
narración. Sino que esa frase, aun cuando proviene de la percep-

325
ción, ha interrumpido en sí la relación con la percepción. Es una
«síntesis de conceptos»; ciertamente establece un hecho, pero para
el pensamiento; por lo tanto no tiene el sentido de remitir a situa-
ciones; ni de ser completada con representaciones y no es esencial-
mente comunicación (aun cuando todo esto también pueda estar
ahí). En el corazón del lenguaje se halla la posibilidad de represen-
tar un hecho perceptible, narrarlo y remitir a él; es decir, de en-
viar a él visualmente o actualizando; pero también está la otra po-
sibilidad de prescindir de esa dirección inmediata hacia la cosa y
quedarse en el plano del pensamiento dejando en suspenso las de-
más intenciones (tendencias-hacia) desarrollables. Ese quedarse-en-
si concreto del pensamiento es fijado en el conocimiento. Este es
una determinación de un quedarse-en-sí especialísimo. Un conoci-
miento es esencialmente pensado, por mucho que provenga de la
percepción. Ahora bien, como en el lenguaje no solamente se halla
la dirección inmediata mediante el símbolo hacia la cosa, sino que
es también capaz de dejar en suspenso esa dirección y de retener o
fijar las demás que también existen en él, es decir, de descargar la
inmediatez del significado de las palabras y hacer que los significa-
dos de las palabras se completen mutuamente, dicho de otro modo,
«ayudar a nuestros pensamientos mismos» (Leibniz), por todo ello
el lenguaje puede tomar esa dirección preferentemente y llevar a
cabo ese quedarse-en-sí-mismo del pensamiento. Esto es conoci-
miento: fijar, establecer, un quedarse-en-sí determinado. Esto su-
cede siempre «atendiendo a» un hecho, pero de suyo es una acción
del pensamiento, que ya no desvía la intención hacia un hecho, sino
que la retiene en sí mismo.
Ya he mencionado el ejemplo de Fichte, que decía:

La necesidad de diferentes palabras para el sujeto y el predicado no


se presenta hasta que los objetos reciben tantas relaciones, que men-
cionando solamente el sujeto no se entedería inmediatamente el pre-
dicado.

Esto sólo puede querer decir lo siguiente: en un uso del len-


guaje concreto, vinculado a la situación e «indicativo» bastaría la
mención, designar un detalle, para captar el sentido de ese embrión
de frase del contexto de eso tan evidente. Pero por eso en el caso
de situaciones cambiantes y equívocas no basta el efecto meramente
indicativo:

326
El medio para la diferenciación fue encontrado muy pronto; se hallaba
en la misma naturaleza. Se coiocaron dos sonidos juntos; el primero
designaba el sujeto; y el concepto de la auténtica y propia relación del
sujeto a los hombres (yo diría: la relación a circunstancias e intereses
dados) dejó de existir, pues había sido establecida una especial rela-
ción para eso.

De este modo es plenamente reconocido el proceso. En cuanto


que los pensamientos se entran en sí mismos, tienen que dejar en
segundo plano («levantar», para usar la palabra de Hegel) el ins-
pecto a lo externo inmediato, así como el contacto con los afectos
actuales y con los intereses que empujan hacia fuera. Así pues,
dentro del pensamiento se realiza un importantísimo acto de des-
carga con respecto a todo lo que es inmediato. Si en la frase, un
hecho (la lluvia trae un refrescamiento) obtiene una validez apa-
rentemente «atemporal», se debe solamente a que el pensamiento-
que-se-queda-en-sí-mismo mantiene en suspenso la función indicati-
va siempre posible, prescinde de ella y suspende también la relación
a los intereses del ahora.
Por eso, para dar un paso más, es plenamente evidente que el
lenguaje, para las relaciones de los conceptos-palabra entre sí (ex-
presándolos y co-formulándolos en el mismo plano), elabore con
preferencia palabras «desinfladas», que hayan perdido el contenido
concreto visual o indicativo. El método de flexión, a partir de
Humboldt, toma cada elemento del habla en un doble valor, el de
su significado objetivo y el de su relación subjetiva con el pensa-
miento y el lenguaje. Es decir, en una frase conjugada las relaciones
de las palabras entre sí son coformuladas en su propio nivel, al lado
del significado cósico (que se mantiene) de las palabras. La
frase: Caesar urbem expugnatam destruxit, descansa en sí, pues el
quedarse-en-sí-del-pensamiento en ella está expresado y representa-
do también en las relaciones de las palabras entre sí; por contra-
posición al vocabulario infantil carente de flexiones, que remite in-
mediatamente a la situación.
La descarga que experimenta la conciencia, en cuanto que pres-
cindiendo del centro de gravedad propio, visual y emocional, de las
palabras aprende a demorarse en los propios signos huidizos del
lenguaje, hace por primera vez posible su efecto (de la conciencia)
de desplegar en el flujo del tiempo los elementos de un tema arti-
culado y formular las palabras mediante la remisión que unas hacen
a las otras. Ya muchas veces hemos conocido aquí el hecho del

327
pasar-por-alto (super-ver, ver-por-encima) en el prescindir (dejar-de-
ver) (Übersehens im Absehen). Así como los campos de símbolos
de la percepción sólo pueden ser pasados-por-alto, porque los sím-
bolos son indicios de posible productividad, de la que se va a pres-
cindir, así el lenguaje (que se mueve en sí mismo) es un campo de
símbolos que sólo se hace super-visible mediante el «desinflado»
de su propio peso específico, del valor situacional y contenidos di-
rectos de intereses, de la palabra. La palabra que prescinde de la
situación está incompleta, empuja a la intención (tender-hacia)
más allá de la palabra y sólo mediante la formación de totalidades
sintácticas puede desligarse ese rasgo.
La madurez sintáctica y flexiva del lenguaje es una prueba irre-
prochable de que el pensamiento originalmente trabaja directamen-
te en el lenguaje: un inspecto formulado del pensamiento es en un
lenguaje abundante ese mismo inspecto. Cualquier giro del pensa-
miento se lleva a cabo en el material de la palabra y también las
relaciones de las palabras articuladas a él mismo, de tal manera que
cada palabra contiene una referencia expresa a las demás en el sig-
nificado del todo. Naturalmente el lenguaje alcanza una vez más
como efecto retroactivo una fuerza aumentada, para incorporar a
sí los inspectos de los hechos. Cuanto más pensamiento real, tanto
más cercanía real a la cosa y adecuación a la misma. En un lenguaje
rico con poder sintáctico y flexivo, el pensamiento se ha completado
en sí mismo precisamente porque no deja ningún inspecto des-ar-
ticulado y puede hacerlo porque el pensamiento no tiende directa-
mente de la palabra hacia la cosa de fuera, sino que «se-queda-en-
sí-mismo». La condición de ese efecto «teórico» es pues, asimismo,
un cierto abatimiento del afecto (dado ya con la repetibilidad ilimi-
tada de cada palabra en la fonofantasía), como las operaciones in-
mediatas del indicar, mostrar, retener firmemente tienen que retro-
ceder: hay que alcanzar ya una elevada descarga de la situación,
que está en toda la vida humana sensomotórica y se completa en
el lenguaje.
Es de esperar, pues, que la pérdida en peso objetivo inmediato
de la palabra la haga precisamente apropiada para tomar sobre sí
en forma «desinflada» efectos de remitir-a, dentro del lenguaje.
Elementos materiales del lenguaje se transforman ampliamente a
causa de la pérdida de su significado visual o indicativo en elemen-
tos-palabra «formales» y dependientes de otros y así en portadores
de relaciones de significado puramente intraloquiales y «prescinden-

328
tes» (abstractas), las cuales sin embargo las formulan. Daré algunos
ejemplos.
El verbo pasivo escandinavo se ha formado a partir del verbo
activo + sik añadido a un pronombre: antig. nord. = fitina sik,
se encuentran; luego = finnask, finast-. sueco = finnas, ellos en-
contrarán. De modo parecido, el futuro románico: finirai, de: fini-
ré babeo, tengo que terminar, he de terminar. Por el mismo cami-
no el pronombre demostrativo directamente vinculado a la situa-
ción es vaciado y transformado en artículo: mann, land + dem.
pron. en se transforma en mannen der Mann, landet das Land (an-
tiguo nórdico). Ya conocía Humboldt que ciertas lenguas encontra-
ban dificultad en captar en su concepto puro la tercera persona y
separarla del pronombre demostrativo. Esta es una falta decisiva,
porque la primera y segunda persona (yo, tú) permanecen siempre
vinculadas a la situación; por el contrario, la tercera hace posible
por primera vez la pura objetividad conceptual. Muy a menudo pro-
nombres personales se transforman en terminaciones personales de
los verbos: gr. esmi = es + me; esti — es + to, el demostrativo
del indogermánico primitivo, en el que se realiza plenamente el
paso observado por Humboldt.
Se presenta una serie de manifestaciones semejantes de ese
vaciamiento cuando palabras originalmente independientes se trans-
forman en sufijos abstractos y se rebajan a meros elementos secun-
darios modificativos: en restos de signos, que ahora modifican el
concepto principal. Según Paul M), de lika, cuerpo, se ha desarrolla-
do por una parte concreta la palabra leiche (cadáver); mientras que
por otro lado tenemos el vaciamiento para formar el sufijo abs-
tracto -lich\ wibo-líkes figura de mujer, se transforma en el inspec-
to, que se encierra en el adjetivo weiblich (femenino). La sílaba
-keit procede de la misma raíz que -heit del got. haidus\ estado,
dignidad. En heute (hoy) y heuer (este año, hogaño) surgieron en
otro tiempo en lugar de las sílabas finales atrofiadas las palabras
plenas Tag (día) y Jahr (año) (hiu-taju, hiu-jaru). El verbo griego
de tipo lyein es un combinado de dos raíces verbales, ly + ein;
ésta ultima es un resto del verbo pleno einai — ser. En la abstrac-
tísima palabra Unbestimmbarkeit (indeterminabilidad), Un es la
antigua negación ne; bar se halla en conexión con beran, llevar, so-
portar sobre sí (inglés: bear, fructífero, lo que lleva fruto) y -keit

80. Prinzipien der Sprachgeschichte, 240.

329
es igual que -heit, haidus. De modo semejante, el sufijo adverbial
francés -ment, del latín mens\ feramente = fièrement.
Finalmente tiene una importancia extraordinaria para el des-
arrollo de un pensamiento liberado de la situación, la colocación
madura, formadora de períodos, que dispone partes de frase en
dependencia mutua, en contraposición a la mera yuxtaposición de
frases. En esto desempeña el pronombre relativo un papel principal,
como ya había visto Humboldt. Las lenguas melanesias y ural-altai-
cas no tenían originalmente frases subordinadas ni sistemas fraseo-
lógicos dependientes; por el contrario, las fino-hungáricas y varias
indogermánicas desarrollaron el pronombre relativo a partir del in-
terrogativo; es decir, una palabra-pregunta vinculadísima a una si-
tuación fue vaciada para transformarse en una expresión de rela-
ción entre unidades fraseológicas (qui, de quis?). Las conjunciones
auténticamente sintácticas como porque, aunque, etc., son también
adquisiciones tardías del indogerinano. Magníficamente se muestra
ese aspecto de «vaciamiento» del lado afectivo en los casos en que
mezclas de afectos y mezclas de afirmaciones se transforman en
nuevas construcciones, de aquí en adelante sintácticas. En un libro
importantísimo 8 1 Wegener aduce ejemplos a este propósito: Ti-
meo! Ne moriatur! — timeo ne moriatur. Eï MOÍ T I TTÍ6OIO ! Tó
KEV TTOÀÙ KÉpSiov EÍT|! ¡Oh! ¡quisieras obedecer! ¡Eso sería mejor!
De donde: eí con el significado de si: si quisieras obedecer, sería
todo mucho mejor.
Este aspecto de pérdida en la tensión de los intereses es tan
importante como el vaciamiento o «rebajamiento» (Brugmann) de
contenidos materiales, para que el pensamiento permanezca en sí
mismo y de ahora en adelante se trate de relaciones expresadas den-
tro del pensamiento. La exclamación afectiva: censeo! Luego, con un
nuevo impulso: Carthaginem esse delendam! es la mezcla antiquí-
sima y original de alocuciones narrativas y directas: «Yo opinaba:
¡vengan las luchas! No creía yo: ¡yo viviré después de ellos!» (anti-
guo egipcio). De ahí sale, cuando el afecto desaparece, la construc-
ción puramente lógica de acusativo con infinitivo: ceterum censeo
Carthaginem esse delendam. Finalmente estos pocos ejemplos ser-
virán para dejar sentado que la cópula puramente lógica «es» en
«el sodio es un metal» originalmente era un auténtico verbo con el
significado visual de existir, antes de que se transformara en mera

81. Untersuchungen über die Grundfrageti des SpracUebens, 1885.

330
palabra formal de una síntesis mental. Puedo limitarme a estos
ejemplos porque el hecho ya ha sido establecido desde hace tiem-
po. Ya Grimm lo había reconocido en su generalidad:
Al principio la impresión de las palabras era pura y espontánea, pero
llena y sobrecargada, de tal manera que no se podían distribuir bien
las luces y las sombras. Pero poco a poco un espíritu loquial actuando
inconscientemente hace que caiga una luz más debilitada sobre los
conceptos secundarios, los hace más sutiles, los abrevia y los hace
añadirse a la idea principal como partes que ayudan a concretar y
determinar. La flexión surge del crecimiento de palabras determinantes
que guían y mueven y que son arrastradas como ruedas impulsoras a
medias y casi totalmente cubiertas por la palabra principal, a la que
estimulan; que han pasado de su significdo primitivo y sensorial a otro
decantado, a través del cual aquellos otros significados todavía brillan
algunas veces... 8 2 .

La capacidad plena de las lenguas muy flexionadas (por tanto,


en primer lugar las indogermánicas, especialmente las lenguas ver-
bales) de articular cualquier giro y relación, cualquier inspecto den-
tro del pensamiento intra-se-manente, era para Humboldt un mo-
tivo para atribuirles la perfección. Y creo que con razón. Las len-
guas «asimilantes» (muchas americanas), que amontonan el senti-
do expositivo en una palabra-frase, pues incorporan palabras com-
pletas y partículas para una determinación más concreta en el nú-
cleo-frase, permanecen esencialmente dependientes de las situacio-
nes: pueden presentar las situaciones concretas en todos sus de-
talles hasta agotarlos, pero no se elevan a una universalidad con-
ceptual propiamente dicha.
Ahora bien, en todas las lenguas muy evolucionadas existe la
tendencia de seguir adelante con el «vaciamiento» e irse haciendo
cada vez más abstractas, simplificadas y pobres de flexión. Es una
evolución del espíritu humano hacia una cierta abstracción mecá-
nica. Ya Humboldt lo había notado:
Precisamente corresponde a sus progresos, que cuando va creciendo
la confianza en la firmeza de su visión interior, conceptúe como super-
flua la cuidadosa modificación de los sonidos... cuanto más maduro se
siente el espíritu, tanto más audazmente actúa en las propias vincula-
ciones y con tanta mayor confianza derriba los puentes que el len-
guaje construye para la comprensión 8 3 .

82. Über der Ursprung der Sprache, 1858.


83. O. c„ 283.

331
Parece que existe en todas las lenguas esa propensión a menos-
preciar (haciéndose cada vez más abstractas) la antigua riqueza de
formas, lo cual es sin duda una remisión en la fuerza creadora, de
lo que sin embargo pueden ganarse ciertas posibilidades nuevas.
Dice Jespersen:

El irlandés cotidiano y el galés cotidiano muestran en muchos as-


pectos una estructura gramatical más sencilla que el irlandés antiguo.
El ruso se ha desprendido de algunas construcciones desarrolladas del
antiguo eslavo... el búlgaro ha simplificado su flexión nominal y el
servio, la verbal. La gramática del griego hablado actualmente es mu-
chísimo menos difícil que la lengua de Homero o Demóstenes. La
estructura del persa actual es casi tan sencilla como el inglés, aun
cuando el persa antiguo estaba sumamente desarrollado... Poseemos
una gramática de la lengua bantú de casi 200 años de antigüedad
debida a Brusciotto á Vetrella. Comparándola con la que se habla en
el mismo distrito de Mpongwe, resulta que las características de las
clases han disminuido considerablemente y las clases han bajado de
dieciséis a diez, etc.

Un ejemplo del mismo autor nos da idea de ese «progreso». En


lugar de las formas góticas habaida, habaides, habaidedu, habaide-
duts, habaidedum, habaideduth, habaidedun, habeidedjan, habei-
ded^ls, habeidedi, habeidedeiwa, habaidedeits, habaidedeima, ha-
huidedeith, babeidedeina, el inglés actual dice simplemente: had,
unido a un pronombre personal. En lugar de las formas del antiguo
inglés god, godne, gode, godum, godes, godre, godra, goda, godan,
godeña basta hoy día la palabra good. La palabra water es la misma
para todos los casos, sirve como verbo (regar) y como cuasi-adjetivo
{a water melón).
Esto significa lo siguiente: la palabra tiene todavía un signifi-
vado indeterminado, por ejemplo: «agua-acuoso», el significado con-
creto ha de completarse con el contexto dentro de la frase; mien-
tras que una palabra conjugada, como cantavissent contiene la for-
mulación de seis inspectos de significado: cantar, pluscuamperfecto,
subjuntivo, activo, tercera persona, plural.
En este grado ha de acentuarse muy bien la firme posición de
la palabra y además el oyente ha de captar correctamente lo dicho
por el sentido del contexto. Humboldt dice acerca de la lengua
china, carente de flexiones, que el oído recibe solamente los soni-
dos materiales significativos; la expresión de la relación formal de-

332
pende de los sonidos solamente como comportamiento recíproco
en la posición y coordinación de las palabras. La agudeza del senti-
do para conocer el contexto formal de lo que se habla, ha de ser
muy elevada en el espíritu de la nación.
Así pues, la pérdida en riqueza de flexión hace que las lenguas
se hagan «abstractas». Aquellos significados que se hallan en las
relaciones de las palabras entre sí y habían sido formulados antes,
ahora se hacen relaciones sin-lenguaje de los actos de pensamiento.
En la frase: puer amat puellam, la terminación de acusativo lleva
sobre sí el significado de objeto del proceso expresado. En la frase
the boy loves the girl no hay posibilidad de malentendidos por la
firmeza de la posición de las palabras; es decir, el significado del
objeto está no-formulado solamente en la dirección de la referencia
pensada, que está prescrita inequívoca y unívocamente. Este pe-
queño ejemplo basta para deducir inmediatamente la interesantí-
sima idea de que al desmontar la riqueza de flexión la lengua se
va matematizando por sí misma. Las frases de lenguas que se van
haciendo pobres en su flexión, se transforman en esquemas topo-
gráficos, con significado local. Se puede decir con toda razón que
una palabra recibe su pleno significado por su valor posicional y
que todos los significados no materiales consisten en movimientos
relaciónales regularizados del pensamiento mismo.
El pensamiento da el paso hacia la matemática cuando capta el
puro acto de pensar sin ningún contenido y fija el puro acto de pen-
sar mediante algún resto de signo lingüístico. Esta es la unidad es-
tablecida mediante el acto de pensar como tal, y el movimiento ma-
temático consiste en las relaciones arbitrarias, voluntarias, pero re-
gularizadas y mantenidas, de tales actos de pensamiento. Ese movi-
miento escoge signos para la simbolización de tales relaciones. Ca-
da uno de esos símbolos es una indicación de las relaciones esta-
blecidas en cada caso de puros actos de pensamiento con respecto
a los otros asimismo puramente simbólicos, que son realizados ex-
clusivamente por operaciones hechas posibles por símbolos, a fin de
establecer regularizadamente otros asimismo simbólicos.
Es decir, el «significado» de un símbolo matemático, por ejem-
plo el número 3 es solamente el movimiento del pensamiento ca-
rente de contenido prescrito en ese número: acto, acto, acto, con-
centrado. Es el mismo movimiento del pensamiento que ya se des-
ataba de lo lingüístico, que es necesario en las lenguas carentes de
flexión y muy abstractas, cuando el valor posicional de la palabra

333
constituye la parte no material de su significado, algo así como, por
ejemplo, el papel de objeto; de tal manera que ese significado ya
no se puede alcanzar más que mediante una dirección determinada,
regularizada, de las relaciones, sin expresión lingüística. De ahí,
exactamente igual que en las matemáticas, la mecanización de esas
lenguas, su ligereza y su infalibilidad. Hay fenómenos en el inglés
que recuerdan claramente a la matemática mecanizada, por ejemplo
el genitivo grupal: all good oíd men's ivorks (all good oíd men)
works.
A las manifestaciones de la «descarga» del comportamiento di-
recto (que es un fenómeno humano primitivo) pertenece siempre
ese retirarse de esos lugares de contacto inmediato, es decir, una
«autodemolición» de las funciones. Desde las motóricas más sen-
cillas hasta el lenguaje, hasta el pensamiento, sobre todo hasta la
vida pulsional, las funciones humanas tienen que desmontarse mu-
tuamente y un medio absolutamente necesario para ello es siempre
la mecanización, formación de hábitos; es decir, la creación de una
base alcanzada sin esfuerzo para un ulterior afinamiento de los
efectos. Basta con pensar en los obreros manuales, que gracias a
miles de horas de práctica construyen una seguridad de movimien-
tos inconsciente aun en las realizaciones más finas, de tal manera
que lo que más allá de eso todavía le haga esforzarse, sería inal-
canzable para cualquier otro. He querido mostrar en este apartado
de tipo lingüístico cómo precisamente aquí, en el centro del ser
humano, esa regularidad o regularización es asombrosa. El campo
de fuerza del lenguaje es sin duda originalmente el ahora de la si-
tuación presente. Pero sólo cuando se descarga de ella el lenguaje
aprende a moverse en sí mismo, entrando así en él el mecanismo
de las asociaciones, de las asimilaciones externas y las formaciones
de analogías, del puro entender fórmulas, todo ello en el grado en
que pierde en sugestión indicativa, en valor afectivo y en contenido
de imágenes y sentimientos. Pero precisamente esto es el suelo pro-
picio para el desarrollo de un pensamiento más rico, referencial,
que se afirma en sí mismo; la condición para la cogitabilidad de su-
bordinaciones matizadas y de toda la riqueza mental, que expresan
la sintaxis y la flexión. También aquí el camino de la perfección
se transforma en camino hacia abajo; prolifera lo estereotipado;
se instala un esquematismo empobrecido y se sigue la atrofia gene-
ral; la «temible simplificación».

334
34. Fantasmas propios del lenguaje

Esta es la razón de que el estudio de la etimología sea hoy tan


fascinante. Los elementos imaginativos que alguna vez fueron vi-
vos en el lenguaje y los pensamientos originales pueden ser evo-
cados de las fórmulas ya hace tiempo funcionalizadas y puede uno
trasladarse a los tiempos en que una fantasía visual engendró pen-
samientos con palabras-imagen.
En el Filebo de Platón se dice que cuando conocemos lo real es-
tán trabajando en nosotros un imaginero y un escriba; y Aristó-
teles dice en De anima que «por lo que hace a los conceptos, los
forma la fuerza de pensar en base a las imágenes visuales internas».
Hemos de estar plenamente de acuerdo con ellos: lo que encon-
tramos en una lengua que estamos estudiando y lo que volvemos a
vivenciar es la dirección original (que en ella trabaja) de la fantasía
de un pueblo, de su fantasía interpretativa.
El movimiento fónico del pensamiento es un modo de comu-
nicación que al mismo tiempo es activo, abridor del mundo y crea-
dor, por cuanto que acrecienta y «concentra» la riqueza del mun-
do. De este modo en los fantasmas del lenguaje, el mundo mismo de
símbolos visibles y concentrados se hace disponible una vez más,
simbólicamente. Naturalmente el lenguaje tiene que atraer hacia
sí una gran parte de la vida de fantasía del hombre, pues a fin
de cuentas es el sistema conductor e integrador, que monopoliza
también en gran parte la vida de la expresión y de la comunica-
ción. La fantasía de las traslaciones fluye luego en una descargada
actividad lejana y dado que las intenciones (tendencias-hacia) del
lenguaje se completan unas a otras, llega a ser la capacidad de
trasponer entre sí los contenidos pensados según la fantasía. De esa
operación hablaremos aquí; no de la capacidad, también liberada
por el lenguaje, de trasladarse «imaginativamente» a otra situacio-
nes.
Si prescindimos de esto, podemos distinguir dos direcciones
del trabajo de la fantasía en el lenguaje. La primera en el nivel ima-
ginativo de la palabra misma; la otra, en la «forma interna» del
lenguje; es decir, en la selección (realizada por la fantasía) de los
inspectos, desde los que el lenguaje interpreta y a los cuales se
aferra. Hablaré brevemente de ambos.
Y en cada palabra como tal existe un efecto elemental de la
fantasía que es la simbólica sencilla; es decir, que el lenguaje capta

335
«imaginativamente» los objetos en las palabras. En ese sentido la
pura subordinación de un sonido a la cosa, en la que una cosa es
tomada en lugar de la otra, es un acto de la fantasía y se puede
distinguir de él el lado propiamente intelectual, que consiste en la
intención, en el dirigirse a sí mismo mediante la palabra al objeto.
Este acto es el mismo en diversas lenguas. Por el contrario, si la
operación de la fantasía de la subordinación, de la operación tan
profundamente vital de tomar A por B, se capta a sí misma y la
fantasía, como en un juego, trabaja independientemente, tenemos
el interesantísimo lenguaje fantástico de los niños. Considero pro-
babilísimo que la formación de una parte del vocabulario se realice
por ese camino. En efecto, para que surja el lenguaje han de con-
ducir a la palabra, como ya vimos, los gestos fónicos (sonido-acción)
y la reacción fónica (a lo reconocido), pero junto a ello no cabe du-
da que también desempeña un papel la palabra-fantasía. Si alguna
vez, gracias a haber comprendido ese valor del fantasma fónico (de
representar a una cosa) se ha hecho claro como acontecimiento
creador, entonces esa operación tiene que poder captarse a sí
misma y dar suelta al «juego del poner nombre». Ahí yace una
arbitrariedad elemental, pero que hay que manifestar: el niño cap-
ta las palabras que aprende como puras relaciones-debe-ser. Un ni-
ño se coloca en medio de una habitación, señala a los objetos ais-
lados y dice: el lámpara, el armario, el cesta (la lámpara, el armario,
la cesta). Esa «arbitrariedad de las reglas» pertenece a todo juego
de la fantasía; es una formación necesaria de la fantasía, que sin ella
discurriría carente de Gestalt. Por eso el poner nombre puede ser
(junto a otras fuentes de la palabra) un cierto «juego de coloca-
ción» de la fantasía. He de agradecer a Jespersen un hermosísimo
testimonio que él tomó de un escrito del investigador de América
del sur, Martius. En los botocudas se pudieron observar hallazgos
espontáneos de palabras:

Uno de ellos gritó la palabra con voz alta, como si le viniese de re-
pente una idea. Los otros la repitieron con risotadas y gritos desafo-
lados y luego fue aceptada por todos ellos, incluso para objetos a los
que juzgaban dignos de su confianza.

Así llamaron «cabezadientes» al caballo y «patarajada» al buey.


Se puede decir, en general, que las lenguas de los pueblos primiti-
vos permiten en cierta medida la espontánea creación de palabras.

336
Kainz 84 cuenta cómo un negro ful, preguntado por la palabra pul-
món encontró una asombrosa. De fofa, soplar, formó el intensivo
fofta y luego con el sufijo -ki la palabra foftoki, algo así como: «ins-
trumento enérgico que sopla».
Así pues, ya en esta primera consideración la palabra, pura-
mente como fantasma fónico e «imagen» de la cosa, parece tener ya
contenido metafórico. De hecho, el lenguaje es completamente me-
táfora, simplemente por esta razón, porque no contiene los objetos
mismos, sino que los «expresa en reflejo» (Goethe). La metáfora en
sentido estricto, el uso lingüístico propiamente lleno de fantasía,
desarrolla solamente la posibilidad de tomar A por B.
Dentro de los significados individuales de las palabras y las pala-
bras se percibe un fantasma de significación básica, en la mayoría de
los casos un fantasma-cinético sensorial y manifiesto de Gestalt ine-
quívoca, el cual muestra una tendencia a emigrar, a la ampliación
del valor de la palabra por objetos semejantes. Esto no resulta un
misterio para nosotros después de lo que venimos diciendo. Se pue-
de decir que objetos distintos, pero de alguna manera semejantes
en el inspecto de ese fantasma básico, son «asociados» o, podemos
decir, que nuestra acción (de poner nombres) se dilata en el mun-
do. Estos procesos son los que hacen tan excitante el estudio de la
etimología.
En el antiguo Egipto la palabra Kod designaba los objetos más
diversos: hacer potes de barro, ser alfarero, dar forma, crear, cons-
truir, trabajar, dibujar, imagen, círculo, anillo, etc. A todas esas imá-
genes les sirve de base el protofantasma «girar, dar vueltas en cír-
culo». Del dar vueltas del torno de alfarero y de la idea de la ac-
tividad formadora de imágenes del alfarero surgieron en general el
sentido de «dar forma, trabajar, crear, edificar».
En las lenguas altaicas primitivas se halla el protoelemento
tob con el círculo de ideas de volar, pluma, ala, mariposa, etc. Esto
permite pasar por una parte a tev, ten, den, siu), sub, lob, leb, róp,
rb, jep... Por otra parte, a tagv, tog, d'ák, len, l i j . Así pues en finés:
volar, revolotear, flotar en el aire (estar suspendido en el aire):
lobal, lobog, lebeg, leg, rópül, repül, etc. Hoja: lipet, luopta, lopa,
level. Mariposa: lependek, libindi, lapch, lablok. Mosca: legy.
Pluma: togol, taul, toll, tolke. Tünguico: doguatten: él vuela; dáge:

84. O. c. I I , 152.

337
pájaro; dáktilá: pluma, topara: ala; jepura: ala. Lapón: rapok: fu-
gaz, veloz, ligero, etc., etc. 8 B .
Stenzel presenta un buen ejemplo: el verbo griego jeo sig-
nifica derramar, pero en kinefantasmas muy determinados como
de dejar caer (la nieve por ejemplo); remover la base volcando el
recipiente; el resbalar de la carne desde el asador, las flechas que se
deslizan del carcaj. El significado de ser fluido, que no puede faltar
en alemán, no es pues esencial, pero sí lo es la Gestalt cinética del
dejar caer, sacar deslizando, caer resbalando hacia fuera. Por el
contrario, el latín fundo, derramar, reproduce la Gestalt cinética del
lanzar o arrojar activo. Quiere decir derramar, pero también dispa-
rar, lanzar oráculos y palabras a lo lejos; arrojar a uno al suelo. A la
palabra jeo correspondería el giro de la mano que vuelca un reci-
piente; a la palabra fundo, el golpe o empujón que impulsa violen-
tamente.
Finalmente esperar (hoffen), hope, sueco: hoppas tiene un anti-
guo estrato de significado to-hopa: refugio, asilo, abrigo; hopan\
refugiarse. Detrás se halla un protosignificado más antiguo hop:
saltar de contento, andar a saltos, brincar; ant. nórdico: hopa-, mo-
verse hacia atrás. Es decir, el fantasma Gestalt original era encor-
varse, inclinar el cuerpo hacia el suelo, a fin de ir a saltos o saltar
hacia algo bueno (Jespersen).
Estos ejemplos bastarían para mostrar el estrato de protosigni-
ficados; a saber, el de los fantasmas cardinales subyacentes en las
palabras, que son al mismo tiempo fantasmas-imagen y fantasmas-
movimiento y por tanto (como vio también acertadamente Stenzel)
se hallan antes de la diferencia de nombre y verbo. Son operaciones
absolutamente creadoras, ya que evidentemente el acto de poner
nombre a un proceso o a una cosa es al mismo tiempo elección de
un inspecto, el cual es retenido como esencial por la fantasía en la
palabra. Precisamente ese carácter abstracto del fantasma permite
transferir el mismo a otros hechos y captarlos bajo el mismo res-
pecto. Este es el proceso metafórico en sentido estricto.
Ese interpretar evidentemente metafórico se ve frecuentemente
en los niños. Es una transferencia metafórica de fantasmas de tipo
Gestalt la que realiza el niño cuando llama «pelota-sopa» a una
sopa con albondiguillas o dice que la mariposa «teje medias» (mo-
vimientos con patas y antenas). A menudo se produce en esos casos

85. Winkler, Der uralaltaische Sprachstamm.

338
creación de palabras: I pailed him out\ coger una tortuga con un
cubo (pail) o balde. K. Bühler proporciona una lista de tales metá-
foras infantiles 86 . Un niño inglés llamaba a una veleta tell-wind;
dice-vientos. Escalería es la cuesta de una montaña y lucitierra, un
suelo iluminado por el sol.
Naturalmente existe un campo amplio de necesaria interpreta-
ción metafórica en todos los sectores de la realidad, que no tienen
ninguna realidad sensorial, como por ejemplo, las dimensiones tem-
porales. Sólo se las puede designar metafóricamente y con metá-
foras espaciales: antes, después, largo tiempo, tiempo corto, espa-
cio de tiempo, el tiempo corre, viene, se extiende, etc. Lo mismo
se puede decir de direcciones espaciales abstractas: sur (en anti-
guo altoalemán: sund) es naturalmente la misma palabra que sol,
gótico: sunno; antiguo eslavo: slunice. Pero sobre todo todos los
estados interiores de lo anímico, afectos, impulsos, talante, etc., só-
lo pueden nombrarse mediante metáforas, y realizables a partir de
fantasmas sensoriales: captar, concebir, venir a o caer en algo,
poner el corazón en algo, impulsar, oprimir, tocar, mover, sentir,
caer... Dar vueltas en la cabeza, escapar a los sentidos (suave, se-
reno, bajo, oscuro), corroído por la envidia, etc., etc., en la ilimita-
da riqueza de todas las lenguas 8 7 . A esa riqueza de la fantasía loquial
metafórica pertenece también este caso: cuando las palabras que se
refieren propiamente a una actividad las transferimos a procesos que
se desarrollan en cosas inanimadas: la cascada «obedece» a las leyes
de la gravitación; el sol atrae agua; se anuncia lluvia; el bosque
está quieto y silencioso. En el empleo del verbo en las lenguas in-
dogermánicas existe una «personificación» básica de todos los he-
chos que son descritos con palabras de las actividades; una con-
cepción de los procesos como acciones.
Así llegamos al segundo gran apartado de la fantasía loquial:
a saber, a los «inspectos» fundantes que realiza cada lengua
y constituyen su forma interna. También aquí algunos ejemplos so-
lamente, ya que el asunto es tema principal de la investigación lin-
güística, aun cuando casi nunca se lleva a cabo desde el único punto
de vista correcto de la fantasía.
Si, por ejemplo, las lenguas indogermánicas contienen en el
verbo auténticas representaciones de actividad y también, cosa que
ya no se da por supuesto, captan un proceso puramente externo

86. En Die geistige Enlwicklung des Kindes, 1924.


87. Cf. Paul, Prinzip. d. Sprachgesch., 69.

339
bajo el fantasma de la actividad, describiéndolo verbalmente; y si,
por el contrario otras lenguas renuncian a todo eso y piensan no
a partir de fantasmas de acción sino de «procesos fenoménicos»,
de tal manera que no dicen: «yo lo mato» sino: «él muere para mí»
(y no: «yo lo arrojo», sino «ello se vuela lejos para mí») es que en
ese proceder (del groenlandés y también otras lenguas altaicas pri-
mitivas) existe otro tipo de concepción, de tal manera que hay que
decir: las categorías fundamentales de la fantasía son distintas.
Pues las traducciones («él muere para mí») son sólo circunloquios
en otro espíritu lingüístico, que sólo afectan al hecho pero no al
modo espontáneo en que es captado. El groenlandés no realiza el
fantasma base «yo oigo», sino otro totalmente distinto, que nos-
otros por medio de nuestra lengua (y por tanto de sus presupues-
tos allá incluidos) reproduciríamos por «mi resonar». Esto no es
propiamente una traducción: es decir, no es una repetición real de
esa visión como válida y original, sino solamente una trasposición
del mismo contenido a otro «sabor o sentimiento lingüístico» o
fantasma-loquial. Una lengua sólo puede traducirse en la medida en
que se pueda transportar «aquello» de lo que se habla, pero no en
el modo original como la fantasía-loquial se apropia de ese hecho.
Reflexionemos una vez más sobre lo siguiente: en las lenguas
indogermánicas, el sustantivo y el verbo se distinguen muy bien;
lo cual quiere decir: la atribución de una propiedad a un objeto y la
descripción de un proceso son categorías fundamentalísimas y dis-
tintas del pensamiento y de la percepción, es decir, de la fantasía
interpretativa. En las lenguas altaicas primitivas no existe esa di-
ferencia de nombre y verbo; las expresiones «hombre-yo», «grande-
yo»; «allí-yo»; «ir-yo» se hallan dentro de la misma visión funda-
mental. En turco, min padishamyn-. yo señor yo — yo soy señor:
man ákkálgán min: yo traído haber yo = yo he traído. Este «nom-
bre verbal» indiferente puede describirse ciertamente en nuestras
lenguas mediante infinitivos sustantivados, participios, etc., pero
no podemos trasladarnos dentro de la visión que se halla a la base.
El fantasma que subordina una propiedad a una cosa es aquí el
mismo que aquel que describe un proceso o una acción propia. Por
eso sobre una relación sustantivo-adjetivo pueden crecer sencilla-
mente signos temporales: sawa-dam\ bien yo; satva + dam + s:
bien yo estado (juráquico). Esa «conjugación predicativa» es pre-
dominantemente la de los «verbos» intransitivos, como «ir-yo»,
etc. Naturalmente, esas lenguas conocen también los transitivos

340
y hemos de admirar la fuerza de la fantasía con la que consiguen
la relación a un objeto y la determinación de la persona que actúa
(nosotros lo tomamos) arrastrarlos al fantasma de un hecho-, para
eso se toma el pronombre posesivo. Kual-on, kuál-an, kuál-ánel
(wogúlico) significa: casa nuestra, vuestra, suya. Us-l-on, us-l-an,
us-l-anel significa, en plena identidad del esquema ideológico: toma-
ron-lo-vuestro; tomaron-lo-suyo; o bien: nuestro, vuestro, suyo (po-
sesivo) lo-tomado-haber. En este caso la raíz us es «nombre verbal»
al que se añade una indicación del objeto y un pronombre posesivo.
Por eso se puede hablar también de una declinación del verbo:
por ejemplo en turco, la sílaba -lar/ler es el sufijo plural. Severler
quiere decir: ellos aman. En japonés, en el que esa característica
aparece al máximo, esas formaciones sustantivadas llegan incluso a
las partículas y adverbios de lugar: ko-no koma\ «ese caballo de
ahí» sería al pie de la letra: «la ahidad caballo», por la partícula
que expresa genitivo lugar en dónde: no.
Estos fenómenos muestran modos originales de concebir las
cosas que se diferencian enormemente de los nuestros. Las distin-
tas familias de lenguas muestran diferencias tan fundamentales en
su fantasía lingüística elemental, que a menudo quedaríamos des-
concertados por la posibilidad de realizarse. Finck dice acertada-
mente que la terminación personal turca -im (que al mismo tiem-
po es sufijo posesivo) mezcla precisamente «yo, de mí, mi» en una
«unidad inimaginable». Reproducir un nombre verbal con «el ir»,
es ya desde el punto de vista lógico algo que no concuerda, porque
nuestras formas verbales sustantivadas sólo con un uso especialí-
simo superan la diferencia fundamental ente nombre y verbo, que
siempre están presuponiendo. Pero el nombre verbal está antes, o
mejor, más allá de esa indiferencia. Si intentáramos realizar real-
mente el fantasma «yendo» o «yendo-yo» genitivamente: «De ir
no ser», no sé si lo lograríamos realmente. Por eso existen casos
puros de irrealizabilidad incomprensible. En la lengua fulbe hamí-
tica 88 hay un fenómeno gramatical de «polaridad», así como en
somalí 8 9 . En somalí, cuando un sustantivo es masculino en el sin-
gular, en plural es femenino y al revés. Meinhof en la explicación
sólo puede remitir al fenómeno de que entre los hamitas a menudo

88. Cf. Meinhof, Die Sprache der Hamiten; Westermann, Handbuch der
Ful-Sprache.
89. Reinisch, Die Somalisprache.

341
los hijos pertenecen a la familia de la madre y las hijas a la del
padre y que (entre los nadi) los adolescentes, antes de la fiesta de
iniciación masculina se ponen vestidos de muchachas y las mu-
chachas, de hombre. Esto parece hacer referencia a fantasmas de
polaridad muy profundos y curiosos, que penetraron hasta el len-
guaje. En la lengua ful resuenan de nuevo las personas en singular
y las cosas en plural. Por ello en la lengua ful (entre 21 sufijos que
forman los distintos géneros o agrupaciones) el quinto (-al, -gal) de-
signa «pájaros, herramientas, infinitivos», cosa que va más allá de
mi fantasía. Esta lengua no es ni mucho menos «primitiva»: las
combinaciones posibles con los sufijos añadidos al verbo son ex-
traordinariamente ricas.
Nuestro estudio sobre los fantasmas propios del lenguaje pue-
de darse por terminado sin que queramos entrar (ya que permane-
cimos en lo elemental) en los procesos superiores del funcionamien-
to de la fantasía que crea el lenguaje. Hago notar que las ciencias
del lenguaje la mayoría de las veces esquivan el tema «fantasía»,
porque ninguna concepción determinada impide caer en lo «inde-
terminado». Precisamente por eso el concepto de la forma interna
del lenguaje sigue siendo verdaderamente oscuro, ya que sólo pue-
de ser definido desde la fantasía. Sólo cuando se haya reconocido
el papel decisivo de la fantasía en la vida de nuestros sentidos y en
la vida de nuestros movimientos y se vea la conexión necesaria de
esa vida con el lenguaje, se podrá captar también en las capas más
profundas del lenguaje la fantasía en su trasladarse-a, su equiparar y
su interpretar. Eso es la metáfora y también la forma interna del
lenguaje con su equiparación de los «procesos» con «acciones» o
de las acciones con «fenómenos», etc., es en último término metá-
fora.

35. Conocimiento y verdad

Aquella capacidad del pensamiento de «permanecer en sí mis-


mo», que ya ha sido prefigurada en su base, el lenguaje, nos da la
posibilidad de encerrar en sí un conjunto de significados y «es-
tablecer» un hecho. Surge así la pregunta de Pilato: ¿qué es la
verdad?, que quisiéramos investigar un poco.
La pura percepción, ya lo hemos visto, no nos proporciona nin-

342
gún conocimiento, sino todo lo más una familiaridad, así como un
niño conoce la luna y no sabe nada sobre ella. Así pues, tenemos
que hacer una afirmación acerca de la luna, antes de que pueda
surgir el problema de la verdad, diciendo por ejemplo con Jenófa-
nes que: «la luna es una masa de nubes concentrada». No debe
preocuparnos que esa frase sea falsa. Mas ¿qué ha sucedido? Esa
frase, como todo lo lingüístico, nada en un medio social; está for-
mada de palabras que todos conocen y contiene una notificación.
Está dirigida a todos aquellos que todavía no la conocen. Prescin-
diendo de la pretensión, todavía oscura para nosotros, de «ser ver-
dadera», tiene la otra pretensión de valer para cualesquiera hom-
bres que la entiendan y la encuentren verdadera. F. C. Schiller
dice en Studies in humanism que «la verdad es una de las raras co-
sas por cuya exclusiva posesión nadie se esfuerza».
La frase se ha hecho interesante porque dice algo nuevo. Toda
frase verdadera fue interesante antes de que se hiciera consabida.
La adquisición y no la posesión de la verdad es estimulante. Y tiene
este interés porque establece una relación entre una cosa conocida
y otra desconocida, las nubes y la luna. El destinatario piensa en
las nubes; se representa luego cómo las nubes se enrrollan y ape-
lotonan como la lana. El resultado es la luna. Quizás se siga pre-
guntando: ¿qué son propiamente las nubes? Jenófanes sabe tam-
bién la respuesta:

Cuando la humediad del mar es elevada por el sol, sus elementos dul-
ces son separados a causa de su sutilidad y forman, al concentrarse
como la niebla, nubes: y a consecuencia de esa condensación dejan caer
precipitaciones.

Esto es todo un sistema de conocimientos. El sol levanta del


mar la niebla, como se ha podido ver siempre. Las partes saladas,
más pesadas, se quedan; la niebla se condensa en nubes, las cuales,
como una esponja al ser apretada, dejan caer el agua dulce. Una ma-
sa de nubes condensada es la luna.
Podemos decir ahora cómo se llega al conocimiento. Haciendo
salir lo desconocido de lo ya conocido, queda fabricado en la re-
presentación; o mediante alguna operación mental (del pensamien-
to) cambiando algo conocido de tal manera que surja lo desconoci-
do. Esto es una reconstrucción. El descubrimiento de Jenófanes
consiste en partir de la niebla que sube, y luego añadirle el concep-

343
to, tomado en cualquier parte, de la condensación. Luego en su fan-
tasía transformadora surgen en serie las nubes, la lluvia y la luna.
Visto desde otro lado, lo desconocido es incorporado a un
«sistema» mayor ya establecido; a un conjunto de hechos ya cono-
cidos; el sol levanta la niebla, la lluvia es dulce, el mar salado, hay
«condensación» y una esponja «llueve» cuando se la oprime y «con-
densa». Todas estas son dimensiones conocidas en las que ahora
entra la desconocida y mediante cuya mediación ella misma será
conocida.
Finalmente hay que mencionar otro tercer aspecto: la frase
misma de la que partimos (la luna en una masa de nubes conden-
sada). Esa frase es el resultado; la configuración cerrada en sí mis-
ma y destacable, que en todo ese proceso de «re-construcción» se
produce. Esa frase puede correr como una moneda y así llega a
otro que se admira y pregunta: ¿es eso verdad? ¿Qué hace enton-
ces este otro? La «verifica»; la hace verdadera o falsa mediante un
proceso constructivo; a saber, el proceso de expectativa y «ante-
construcción» de las consecuencias que se seguirían y se obser-
varían si la frase fuera verdadera. Si la luna es una masa nubosa con-
densada ¿por qué no llueve de ella, como de todas las demás nu-
bes y por qué no cambia su curso en el cielo con los cambios de
viento, como hacen las demás nubes? Y dado que ninguna de esas
expectativas, que habrían de presentarse si la frase fuera verdadera,
está confirmada por la experiencia, aquel segundo físico rechazaría
la frase. No es verdadera.
Por eso a un conocimiento pertenecen algunas circunstancias
importantes y dignas de notarse. En primer lugar el proceso de su
adquisición es tan constructivo como el de su verificación, pues
en ambos casos hacemos salir lo nuevo de lo ya dado; es decir, de-
finimos y verificamos de un modo esencialmente constructivo y ge-
nético. La productividad de un conocimiento consiste lógicamente
en ese proceso de un dejar-surgir obligatorio y, psicológicamente,
en la libertad espiritual con la que un hecho es sacado del habitual
campo circunstante de familiaridad apática y es referido a otro
inesperado, por el que él mismo es explicado, por cuanto que
surge de él.
La segunda circunstancia es que un hecho, tan pronto como es
conocido, entra en un sistema de hechos ya conocidos y se incorpora
a un conjunto. Ese conjunto puede existir con hechos que no tienen
nada que ver (aparentemente y en la experiencia inmediata) con

344
el hecho desconocido del que hemos partido. Así, la frase verdade-
ra recibe un «valor posicional» en un sistema de otras frases ver-
daderas. Es importantísimo hacer notar que ese conjunto consiste
en saber {Wissen), no en el mundo visual de las situaciones percibi-
das, aunque sí en la realidad real. La piedra que cae y el movi-
miento de los planetas tienen su conjunto sistemático en la cabeza
de Newton y en el mundo real de las leyes de la naturaleza, pero
no en la experiencia inmediata de la percepción. Aquí es donde se
sitúan los problemas propiamente gnoseológicos de la teoría del
conocimiento.
El tercer punto importante es la verificación. La pretensión de
verdad de la frase, y la comprobación de la verdad, pertenecen a
dos especies diferentes. Una buena verdad se nos presenta segura,
no simplemente por pura sugestión de que es así, sino porque
pronostica ciertas consecuencias, que confirman la verdad a poste-
riori. Una verdad es fructífera, se puede sacar algo de ella; y una
expectativa asegurada satisface tan profundamente como un resulta-
do con éxito.
Finalmente una cuarta circunstancia de la frase misma: producto
destacable y configuración que descansa en sí misma, en la que la
verdad se hace transportable; desvinculada del espíritu aislado del
inventor, conteniendo valor de curso comercial. Así proporciona la
inapreciable posibilidad de que cada uno pueda actuar y compor-
tarse no solamente en virtud de su propia visión, sino de la visión
de otros. En un conocimiento, un determinado contenido de pen-
samiento es referido a un hecho objetivo, y también fijado, y se
cierra un quedarse-en-sí-mismo de determinadas significaciones. Así
en el mar de las vivencias se crea una invariante, un punto de apo-
yo del comportamiento con vistas al futuro; un punto de partida
y palanca para cualquier tipo de pasos posteriores.
También este cuarto punto de la «frase cerrada» hay que mos-
trarlo antropológicamente. En la libertad del pensamiento para se-
guir corriendo en sí mismo y hacer que una representación tienda
hacia la otra y retroreferirlas, se separa transitoriamente del mundo;
se mueve en sí mismo y luego vuelve a encontrar en alguna parte
los hechos. El quedarse-cabe-sí del pensamiento es pues la superior
indirectez y oblicuidad del comportamiento, en el que nosotros nos
apartamos de la realidad con series de conclusiones e hipótesis y
de nuevo nos movemos hacia ella. El supremo grado de la descarga
consiste en que el comportamiento descargado durante algún tiem-

345
po se sigue impulsando en sí mismo y se llena a sí mismo. Dewey
lo ha visto muy bien cuando habla de símbolos o palabras y dice:

Era incluso más importante el hecho de que en vez de ser adaptados


a situaciones local y directamente presentadas, se enfocaron al margen
de la descarga directa y en relación uno con o t r o 9 0 .

Una verdad formulada es una «invariante interna» que nos hace


posible tratar in absentia con un hecho que en la mayoría de los
casos nosotros mismos no hemos establecido. Los motivos de nues-
tro comportamiento ya no serán fundamentalmente impresiones
actuales y nos comportamos en un mundo que está absolutamente
re-estructurado y cuyo carácter de «no-presente eficaz» recibe, cosa
que nos interesa al máximo, y para lo que tomamos postura perma-
nentemente. El lenguaje es la condición esencial para adquirir la
libertad de una toma de posición frente a la realidad; para retirarse
de ella transitoriamente; y para luego volver a tomarla. Con su
enorme capacidad de insinuación ayuda a desligarse de lo inmedia-
to; trabaja para la articulación de los movimientos en la mano;
deja libre el campo de la representación, ampliando así el presente
en espacio y tiempo; porta sobre sí la intención del pensamiento
y faculta la posibilidad de comportarse partiendo del saber de los
otros. Finalmente proporciona «el volante impulsor en el eje del
pensamiento» con el que el pensamiento sigue marchando en sí
mismo y se cierra en una configuración de frase. De este modo, la
relación del pensamiento al ser (dentro de la retirabilidad de la
frase pensada) es puramente posible. Esa verificabilidad virtual es la
«pretensión de verdad», que se atribuye a la frase, en lugar de
atribuirla al que la dice. La aparente atemporalidad de una verdad,
de una frase verdadera, no consiste de ninguna manera en su enrai-
zamiento en una esfera superior de «puros valores»; al menos cuan-
do se trata de frases con contenido real, fáctico, y no de puras cons-
trucciones formales, como las frases matemáticas. El pensamiento
solo no nos da seguridad sobre otro mundo. Esa atemporalidad es
solamente la abstención de referencias a situaciones únicas y atadas
al tiempo, que tendríamos que buscar para verificar la frase. Esa
referencia la puede proporcionar también el pensamiento; siempre
tiene que haber una posible relación de la «constatación» a la
realidad y se halla en todo conocimiento como su pretensión de

90. The quest for certainty, 146.

346
verdad, como el tirón del pensamiento, mantenido en la duda, para
volver a la realidad.
El modelo de conocimiento que hemos presentado aquí es de-
mostrable dondequiera que se trabaje con problemas fácticos de
la realidad, ya sea en uso pre-científico o plenamente científico,
empezando por el oficio del obrero manual, que juzga acerca de sus
materiales, hasta la ciencia más abstracta, consistente la mayoría de
las veces en puras representaciones: a saber, la historia. El his-
toriador debe reproducir en su imaginación, mediante restos frag-
mentarios y documentos, el acontecer histórico y en su trabajo
quizás sea donde mayor es el abismo entre realidad y teoría.
El concepto de conocimiento que aquí hemos mostrado genéti-
camente no es nuevo en modo alguno. Como ya mostré hace mu-
chos años 9 1 , en los más diversos pensadores se encuentran refe-
rencias a esta concepción de que el conocer construye su objeto o
hace que surja genéticamente. En Aristóteles, Hobbes y Vico que
Kant transformó en base de su doctrina la tesis de que «la razón
sólo ve lo que ella produce según sus bosquejos». Más claramen-
te en otro pasaje: «Pero nosotros no entendemos sino aquello que
podemos hacer al mismo tiempo, si nos fuera dado el material
necesario».
F. H. Jacobi, por su parte, dice:

Aquellas cosas de las que vemos lo que sirve de mediador; es decir,


cuyo mecanismo hemos descubierto, esas cosas las podemos producir
también nosotros cuando aquellos medios están en nuestras manos. Lo
que de ese modo, al menos en la imaginación, podemos construir, eso
es lo que entendemos; lo que no podemos construir, no lo concebimos.

Y Novalis dice:

Lo que concibo, tengo que poder hacerlo; lo que quiero concebir,


aprender a hacerlo; sólo sabemos algo en cuanto podemos expresarlo,
es decir: podemos hacerlo.

También Nietzsche acentúa en su Aurora «que sólo podemos


concebir lo que podemos hacer, si es que existe un concebir». Clarí-
simamente está expresado este concepto pragmático del conoci-
miento en Fichte:

91. Wirklichkeitsbegriff des Idealismus: Bl. f. dt. Phil. 7.

347
He comparado las diversas experiencias entre sí y solamente me he
tranquilizado después de haber visto su contexto exacto; después de
que pude explicar y deducir la una de la otra y predecir su resultado:
y la percepción de mi éxito correspondió a la de mis cálculos.

Sin embargo, esas afirmaciones no se abrieron paso a través


de la filosofía idealista aun dentro de esos autores y no se desarro-
lló plenamente ese concepto del conocimiento hasta el pragmatis-
mo, bajo la dirección de Peirce, W. James y Dewey. James, en sus
trabajos titulados Pragmatismus, establecía que lo esencial de la
concordia de un conocimiento con un hecho consistía en el proceso
de «ser guiado»; una teoría tendría que llevar a algo (lejos de lo
excéntrico y rarísimo; del pensamiento malogrado y estéril); a algo
importante y fructífero. En Der Wille zum Glauben, James ha
contrapuesto a la inseguridad inmediata del futuro la seguridad de
la expectativa, proporcionada por el conocimiento racional. Dewey
ha tratado ese tema en muchos escritos, en los que se ha ocupado
de cuestiones de teoría del conocimiento, especialmente en The
quest for certainty (1930). En este libro defiende la tesis, muy
certera, de que la meta del pensamiento en el conocimiento ra-
cional de los objetos no es el acercamiento a una realidad ya exis-
tente. El pensamiento quiere más bien ver aquellas características
(que no toma de las cualidades en reposo de las cosas, sino de sus
relaciones dinámicas) como posibilidades de lo que esas cosas po-
drían llegar a ser mediante operaciones indicadas. En el conocimien-
to se trata siempre de experimentations merced a las cuales se lo-
gra el paso de una situación problemática a otra ya solventada o so-
lucionada (resolved one).

Los datos percibidos tienen un significado para el conocimiento, porque


son las consecuencias de acciones determinadas, llevadas a cabo de
una manera dirigida. Solamente en unión con el propósito o la idea
de esas operaciones adquieren sentido, descubriendo algún factum o
sirviendo de prueba y demostración de alguna teoría.

Coíno el pragmatismo es la única filosofía aparecida hasta ahora


que considera fundamentalmente al hombre como un ser que actúa,
tenemos que preferir su concepción a las demás. Me alegro de que
también W. Burkamp en su libro extraordinariamente erudito y
bien pensado Wirklichkeit und Sinn (1938) comparta esta concep-
ción: «Doy plena razón al pragmatismo en su principio fundamen-

348
tal» 9 2 . Reclama el derecho de hacer notar que, independientemente
del movimiento del pragmatismo iniciado por Peirce en 1878, éste
fue desarrollado en distintas partes. Por ejemplo, Sorel en 1899
como él mismo dice en L'utilité du pragmatisme, E. Mach, y, en
sus pensamientos fundamentales, también Bergson. Desde el punto
de vista filosófico hay que decir, además, que el pragmatismo, más
que solucionar el problema del conocimiento, lo que hace es plan-
tearlo de una forma nueva. Consiste ésta sobre todo en orientar su
doctrina del conocimiento según el modelo de las ciencias producti-
vas, es decir, las ciencias naturales experimentales. Cuando la filo-
sofía actúa así, adquiere una connotación pragmática, como muy
bien advirtió Georges Sorel en Kant al decir que «los pragmatis-
tas toman, como él, por primer dato de la inteligencia aquello que
la sociedad ha alcanzado como su mayor logro científico (a produit
de plus scientifique). De hecho Kant dice en el párrafo 68 de la
Crítica del juicio que las ciencias naturales en su estudio de la
naturaleza a la búsqueda de su mecanismo tendrían que asirse a
aquello «que nosotros de tal manera pudiéramos someter a nuestra
observación o experimentos, que al igual que la naturaleza, al me-
nos según la semejanza de las leyes, pudiéramos producirlo nos-
otros mismos; pues solamente así se ve más completamente que lo
que podemos hacer y producir siguiendo los conceptos». En esta
frase se halla todo el pensamiento nuclear, pragmático en el fondo,
de la doctrina kantiana. Y lo que Kant exigía para afirmación de un
poder de acción puramente intelectual de la razón en la experien-
cia, es decir, para pasar por alto o super-visar las acciones reales del
cuerpo en la estructura de la misma, era la impresión sobrecogedora
de la astronomía de Newton: en efecto, en este caso no se experi-
mentaba, sino que se lograba una ley aparentemente apriorística a
partir de la percepción pura y el cálculo.
De lo que hemos venido diciendo se puede sacar una con-
cepción concreta sobre la verdad de algunos conocimientos, que
se presentan en forma de una frase. Si, como se reconoce general-
mente, no se puede sacar la verdad de una frase de sí misma («el
promedio de edad de los europeos es de 52 años»), entonces ne-
cesariamente se halla en una relación factible. Esta relación puede
ser triple, como veremos enseguida: puede consistir en primer lu-
gar en la relación de la frase con los hechos que ella establece;
puede consistir en la relación de esa frase con otras frases; y como,

92. O. c. II, 452.

349
en tercer lugar, las frases como «variantes internas» fundamental-
mente son también puntos de apoyo de nuestra acción, pueden
aparecer como capacidad de producción en ese respecto; es decir,
consiste en la fertilidad en consecuencias prácticas y teóricas en
esa dirección hacia el futuro.
Así pues, la verdad no está en una frase «en sí», sino que es
la marca de una función o efecto de la frase. La frase como tal es
para la reflexión (partiendo de la conciencia) siempre hipotética y
«colocada ahí»: además puede permanecer fundamentalmente, por
cuanto que yo me confío a su posible confirmación, sin llevarla a
cabo; o bien en cuanto que yo no la incluyo en la reflexión de la
duda; le doy crédito. Hacemos esto prácticamente en innumerables
casos. Por otra parte podemos mostrar la verdad de una frase y
(como vemos en las tres posibilidades) siempre sucede que la po-
nemos en movimiento: llevándola a su origen de la experiencia,
sometiéndola a una prueba futura o bien escudriñando su producti-
vidad en el «uso hacia adelante», o bien la vinculamos con otras
frases para ver qué figura hace. Pero siempre tiene que ser puesta
en movimiento la frase establecida y su verdad es una función del
resultado de ese intento.
El primer significado de esta función que realizamos nosotros,
la cual, en cuanto pensada como encerrada en la frase, se llama
verdad, es pues, la relación de la frase a los hechos, que ella misma
establece. Esencialmente es una relación hacia atrás; una prueba de
origen. Doy crédito a la frase de que el Brocken (punto culminante
del macizo de Harz) tiene 1.142 metros de altura, pero si no quie-
ro ser engañado, tengo que medirlo. Todo legítimo concepto cientí-
fico ha de poder probarse del mismo modo y estar abierto a esa
investigación posterior. Ese movimiento de retroceso hacia las fuen-
tes de la experiencia de la que procede la frase, es algunas veces
necesario, pero fundamentalmente es un modo infructuoso de ase-
gurarse si un conocimiento determinado puede seguir en pie. Pro-
piamente sólo es fructífero cuando un conocimiento entra en co-
lisión con otro y se hace cuestionable. La comprobación puede en-
tonces traer consigo mutaciones enriquecedoras para el sistema de
la ciencia. Pero cuando la filosofía, especialmente el sensualismo,
vio solamente esa función de la verdad, porque estaba alejada del
origen de los conceptos y los juicios a partir de la experiencia, des-
cribió siempre el proceso del conocimiento como una combinación
y comparación de juicios, los cuales en último término había que

350
retrotraer a la experiencia. El conocimiento es pues una función
estéril, que nos lleva a través de rodeos a lo que ya conocemos.
Vengamos al segundo significado de verdad, que no se puede
separar en absoluto del primero y tercero, pero sí se puede distin-
guir. Se trata de la relación de una frase con otras frases.
En primer lugar pertenece a la esencia del lenguaje una cierta
indeterminación del significado de la palabra, que sólo en el con-
texto de la frase se apoyan unas a otras. Que un conjunto de pala-
bras llegue a ser frase sólo es posible porque cada palabra tiene
primero un significado provisional, oscilante, por donde sólo pue-
de hacer referencia a las siguientes; así recibe su sentido general
en este contexto. La capacidad del lenguaje para dejar en suspenso
la referencia a lo presente satisfaciente actualmente (cuya referencia
haría patente siempre la palabra), esa capacidad posibilita en pri-
mer lugar la continuación del pensamiento en sí mismo, penetrando
así en cada palabra una cierta «variable» provisional, que no será
llenada hasta las palabras que vengan después y el sentido general
en que se encierran.
Fue Saussure el primero que expresó esto a fondo al afirmar
que «la lengua es un sistema cuyos términos son todos solidarios
y donde el valor de uno surge sólo de la presencia simultánea de
los demás» 9 3 .
Se procura remediar esa indeterminación por medio de la defi-
nición; es decir, por medio de un establecimiento arbitrario de los
contenidos que han de corresponder a un significado. Una defini-
ción es un contrato, un acto del pensamiento consigo mismo, para
querer pensar dentro de un concepto inspectos meramente deter-
minados y formulados individualmente y para mantenerse vincula-
do a ellos. Por eso su suelo nutricio son las regiones del pensamien-
to auténticamente constructivas: lógica, matemáticas y derecho.
Pero si prescindimos del caso de la definición, en el ejercicio del
pensamiento se halla esa indeterminación de los significados de las
palabras, cosa que las hace capaces de incorporarse a la unidad de
una frase recibiendo de ella su determinación, aun cuando no se
encuentren disponibles las ayudas que aporta la situación.
La relación que acabamos de mostrar se da también en un grado
superior en la relación de las frases entre sí. Fue una idea muy
acertada del idealismo, que todo nuestro saber se esfuerza por lle-

93. Cours de linguistique genérale, 3 1931, 159.

351
gar a formar sistema a partir de sí mismo; tiende hacia un todo;
aunque Fichte y Hegel no consiguieran representar ese todo; cosa
que por lo demás es esencialmente imposible, ya que toda expe-
riencia trabaja también en un futuro todavía abierto. Pero es
acertadísimo lo que dice Schelling en las Weltaltern:

En la verdadera ciencia, cada frase solamente tiene un significado con-


creto y por decir así local; y cuando es sacada de un lugar determi-
nado y establecida como incondicionada-dogmática o pierde su sen-
tido y significación o cae en contradicciones.

El significado de una frase, a partir del cual se podrá discutir la


verdad de la misma, está esencialmente referido, como Schelling vio
acertadamente, a un conjunto de frases dentro del que se halla; su
verdad es pues en segundo lugar una función en ese inspecto. La
frase tiene un «valor posicional» y es importantísimo para su ver-
dad el tenerlo. Ese valor posicional de una frase o de un conoci-
miento puede ser muy diverso. Escaso en nuestro conocimiento co-
tidiano (sólo ligeramente coherente, en el que acaso hay islas de
sistema) y, en determinadas circunstancias, muy grande en las cien-
cias muy organizadas. La vastedad de una frase pertenece sin duda
alguna a su significado, haciéndose así éste función del conjunto
teórico en que se halla la frase. En las ciencias puramente descrip-
tivas o clasificatorias, un nuevo descubrimiento o un error pueden
permanecer muy aislados, pero donde se ha alcanzado un elevado
grado de sistematización, como en la física, la vastedad de una frase
es muy grande. Las frases de la mecánica cuántica han desvirtua-
do las ideas anteriores de los hechos atómicos; más todavía, han
necesitado de una reinterpretación de la física clásica y sus mode-
los, pero parece como si ese movimiento sobrepasase irresistible-
mente incluso las fronteras de la física. Los problemas referentes
a la evidencia, incluso a la causalidad, son planteados; el difícil pro-
blema epistemológico de la «objetividad» de los conceptos y de
la «elección» que se hace en la formación de los conceptos; los
presupuestos elementales de la lógica se hacen cuestionables, cuan-
do se necesita una «lógica polivalente» para describir el hecho y
parecen existir casos en los que la frase del tertio excluso parece
no tener ya valor 9 4 . Se trata solamente de un ejemplo interesante

94. Cf. Weizsäcker, Das Verhältnis der Quantenmechanik zur Philoso-


phie Kants: Die Tatwelt 3 (1941).

352
acerca de cómo dondequiera que nuestra experiencia ofrece un
contexto, nuestros conocimientos se hallan en una relación de in-
tercambio de tal tipo que las mutaciones en un lugar producen
otras en otros lugares.
El tercer «elemento de sentido» de la verdad se halla en la fer-
tilidad o productividad de la misma de cara al futuro. De las cuatro
grandes direcciones de la filosofía que ha habido hasta ahora, los
racionalistas (platónicos y lógicos) no han rozado siquiera el con-
cepto de verdad porque creían en la existencia en sí de los conteni-
dos del concepto y de la frase; es decir, atribuían la verdad a la
frase «misma», en lugar de verla en un movimiento de la frase;
fueron los sensualistas los primeros; los idealistas, los segundos; y
los pragmatistas los terceros que han tenido este tercer concepto
de verdad como el único. Naturalmente no se puede juzgar al
pragmatismo por las fórmulas manuales que algunas veces gustaba
de usar, así por ejemplo cuando James decía que la verdad de una
frase consistía en su «valor de caja», evidentemente pour épater le
bourgeois. Lo que se quiere decir es la productividad, su capacidad
de producir algo, de cara al futuro. Tal productividad puede ser
puramente teórica, pero también práctica o moral. En un primer
momento habría que preguntarse, por ejemplo, qué nuevos y fructí-
feros puntos de vista pueden derivarse de un conocimiento; qué
ilumina de lo que todavía no conocemos y qué de lo que ya conoce-
mos coloca bajo una nueva luz. En la práctica esa productividad
podría querer decir: qué aplicaciones pueden sacarse de un cono-
cimiento, qué reorientaciones de la actividad podrían seguirse o qué
hechos, hasta ahora no relacionados, podrían ser incorporados.
Existe también la posibilidad, vista por el pre-pragmático Kant,
de que una convicción, cuyo contenido de verdad no se puede ates-
tiguar directamente, pueda incrementar una «verdad interna» por
llevar consigo una concordancia de nuestros impulsos morales me-
jor y acreditada en la manera de conducir la vida. Así Kant consi-
dera la idea de Dios vacía, desde el punto de vista empírico, pero
le atribuye la mayor eficacia concentrada en la vida moral. Cuando
James, en su admirable libro Der Wille zum Glauben tradujo ese
kantismo al mundo conceptual del pragmatismo, condujo a éste más
allá de los límites de una teoría de la ciencia. Todo esto se llama
fertilidad. Está, como se ve enseguida, en la posibilidad de un cono-
cimiento como «invariante interna», como «punto de apoyo», so-
bre el cual se pueda instaurar otra actividad vital, ya que una

353
visión (Einsicht) no es fructífera, sino que es hecha fructífera, pero
puede llegar a ser punto de partida de un nuevo obrar que irrumpe
con ella. Dewey dice que «la prueba de una idea se basa en las
consecuencias del acto al cual conduce esa idea; es decir, en la nue-
va ubicación de las cosas que son traídas a la existencia» 9 5 . Los
pragmatistas, especialmente Dewey, han destacado excelentemente
ese sentido de la verdad: «El interés del pensamiento no está en ar-
monizar o repetir las características que ya están en las cosas, sino
en verlas como posibilidad de lo que pueden llegar a ser mediante
una operación establecida». En ello colaboran permanentemente
y se controlan los datos percibidos y aquellos que sirven de inspec-
tos prospectivos; todo progreso en un inspecto trae consigo una
mejora en el otro, y el efecto es una nueva ordenación del material
original de la experiencia para construir un nuevo inspecto que tie-
ne las propiedades que lo hacen comprensible o conocido.
Fácilmente se ve que esta tercera dirección de la verdad abarca
las otras dos, ya que una solución productiva del problema, incluye
siempre lo ya conocido, que ya no necesita volver a ser demostrado
directamente, sino que al entrar en el conjunto de lo que se acaba
de descubrir, es legitimado a posteriori, recibiendo un mayor valor
posicional. Pero finalmente hemos de plantearnos la cuestión de
por qué existen precisamente esos tres significados de verdad, que
pueden resumirse en el tercero. En primer lugar se puede compren-
der partiendo de la esencia del conocimiento mismo, desde el mo-
mento en que entra en una frase loquial. Luego, y sólo entonces,
tiene la capacidad de hacer blanco en un hecho; de ser comparable
con otras frases (permaneciendo en sí mismo) y finalmente de for-
mar el punto de apoyo para el siguiente paso de un progreso vital
hacia el futuro. Ahora sólo necesitamos desarrollar un poco más es-
ta idea e insertarla en la situación del ser humano.
En la conciencia del hombre el mundo es actualizado. No es-
tá constreñido en la limitada esfera del ahora de lo perceptible,
sino que vivimos, mirando desde la conciencia, en un mundo espa-
cio-temporal ilimitadamente extendido y ordenado, en el que lo
puramente sabido tiene el mismo valor que lo que se acaba de
experimentar. De este protofenómeno es de donde partió Kant.
Lo pasado y lo lejano, que es la realidad del en-algún-sitio y alguna,
vez, en la medida en que fue fijado como conocimiento para actua-

95. Quest for certainty, 131.

354
lizarlo en cualquier tiempo, es insertable en algún lugar del ahora.
En el conocimiento está disponible el hecho del en-algún-sitio sim-
bólicamente en el aquí y ahora. Aquí se sitúa el primer concepto de
la verdad. Nota acertadamente la lejanía de un conocimiento con
respecto a sus orígenes, ya que evidentemente fue presente visual
alguna vez, y exige que esa actualización impropia, representación
(Vorstellung) o «colocación-ante-los ojos» (Vor-Augen-Stellung)
quede consciente de su impropiedad; que no nos confiemos ciega-
mente a la verdad de un conocimiento, que precisamente aparece
disponible; que por tanto esa verdad, mediante un movimiento
más corto o más largo, pueda llegar a ser ella misma contenido del
presente, hecho evidente.
Pero no basta con esa capacidad de poder orientarse mediante
intenciones (tendencias-hacia) libremente disponibles, hacia cual-
quier hecho espacio-temporal, insertándolo así en el presente. Nues-
tro pensar, permaneciendo en sí, ha de proseguir al hilo de sus
pensamientos; hacer rodeos en sí mismo, pasarse a otros inspectos
y producir a su propio nivel cortocircuitos entre hechos que según
la experiencia están alejados. A saber, tenemos que ser industriosos
en una cadena de sucesos que no podrían surgir en ninguna situa-
ción vivencial posible, como principio y fin de un largo proceso
temporal. Por eso nuestro pensar es capaz de representar el mundo
espacio-temporal con perfección aproximada y de fabricar vincula-
ciones entre cualesquiera puntos de ese sistema; es capaz, porque
en sí mismo es energía; se elabora y extiende; tiene una diversi-
dad ilimitada. Por eso, el pensar es una vez más mundo y pasando
en sí mismo de conocimiento en conocimiento, prueba la verdad
de sus conocimientos entre sí, lo que precisamente constituye el
segundo aspecto de la verdad.
Existe un hecho fundamental, que nunca ha sido acentuado en
lo que constituye su carácter paradójico: el hombre no puede vivir
en el presente, vive en el futuro, o lo que es lo mismo, actuando.
Pero el material de su actividad está limitado al presente; es una
limitación del presente. Ahora bien, si por eso no pudiese insertar
y recoger lo inmediatamente presente aquello que había experi-
mentado antes y en otra parte; aquello que mediante el pensamien-
to había añadido en su conocimiento a ese presente limitado, no le
podría arrancar a ese material ninguna posibilidad para mañana,
y para de nuevo hallarse mañana en un mundo con expectativas;
es decir, soportable. Este es el tercer efecto, en el que van incluidos

355

mmm mm
los otros, y el decisivo del hecho, de la fertilidad, de la verdad de
lo conocido. De este modo la conciencia cognoscente es el «medio
ambiente de los motivos», como dijo Schopenhauer, en el que
nuestra existencia orientada vive nuestro hecho, del que depende-
mos al pie de la letra como seres que han de orientar su propia
vida, porque han sido seleccionados, descargados de la presión ejer-
cida por los mundos circundantes adecuados a un presente eterno,
propio de los instintos animales.
Siempre que el conocimiento consista en invertir los problemas
y las perturbaciones en algo fructífero, combinando nuestras expe-
riencias más alejadas y haciéndolas confluir en lo individual; ha-
ciéndolo rico en relaciones y significados y apuntando a lo futuro
y lo posible, a fin de que nuestra acción sea prudente y al mismo
tiempo abra nuevos caminos; siempre que éste sea el caso, el co-
nocimiento tiene la última palabra. Pero hasta ahora sólo hemos
considerado el aspecto racional de la experiencia; tanto de la expe-
riencia tomada en sentido amplio, inmediato, como de la experien-
cia filtrada, científica. Ahora vamos a ocuparnos de la certeza; la
verdad de lo irracional, que tiene una enorme importancia dentro
de la experiencia tomada en sentido lato.

36. Certeza experimental irracional

No cabe duda de que el pragmatismo ha superado la antigua


disputa entre los racionalistas y los empiristas. Si reflexionamos
en un conocimiento aislado, como la frase: «La lluvia refresca»,
desde el punto de vista de que de hecho no se está refiriendo a nin-
gún suceso especial de ese tipo; si reflexionamos solamente en la
generalidad de la frase, que encierra en sí misma un conjunto de
conceptos, parece como si hubiese verdades eternas; un reino de
valores puros y el cielo de las ideas de Platón. Por el contrario, los
empiristas operan más concretamente y con más éxito con el peso
de lo real, como aquel filósofo griego que desbarataba el «conoci-
miento» de los eleatas de que no había movimiento, simplemente,
con andar en silencio. Pero así como en Platón había mucho de
verdad, aquí hay demasiado poco. La importancia de un conoci-
miento no necesita ser el llevarnos por rodeos abstractos a percep-
ciones concretas, aun cuando éste pueda ser uno de sus efectos.
Los racionalistas pasan por alto la mirada al mundo real, que se

356
oculta en un conocimiento, aun cuando éste pueda dejarlo ahí,
sin tematizarlo directamente; eso sería tarea de una verificación na-
rrativa o comunicativa. Sino que precisamente prescindiendo de esa
mirada al mundo real, puede querer fijar un determinado contenido
del pensamiento, para progresar hacia un sistema. Por el contrario,
los empiristas pasan por alto esto; quieren encadenar el pensamien-
to a los hechos y niegan al pensamiento que se pueda referir a sí
mismo.
Frente a ellos, el pragmatismo significa un gran progreso. Pero
parece tener de otro modo la inclinación a confiar demasiado a su
concepción instrumental del conocimiento. Con una especie de su-
peroptimismo, Dewey sitúa el problema en una reconstrucción ex-
perimental y planificada (directed reconstruction) de las institucio-
nes económicas, políticas y religiosas; una «construcción de valores
mediante una conducta experimental»: Operational thinking needs
to be applied in conceptions of physical objects 9 6 . Esto es un racio-
nalismo pragmatista. En la base del racionalismo hay un engaño
óptico muy interesante. Si contemplamos en conjunto, como hace-
mos nosotros aquí, la multiplicidad de funciones tomadas por el
lenguaje; la variedad de intereses e impulsos a los que puede servir
y además los no escasos que ya están dentro de él, resulta la imagen
siguiente: precisamente porque el lenguaje (y con él el pensamien-
to) puede ponerse al servicio de los intereses más diversos, el len-
guaje y el pensamiento aparecen precisamente por eso independien-
tes de todo lo que sea preciso y especial. Es decir, como bastán-
dose a sí mismo, autártico y finalmente mero órgano de la «pura
verdad», por encima de la realidad interna y externa Este es el
racionalismo habitual, al cual el pragmatismo no ha de combatirlo
de tal modo que coloque en su lugar el racionalismo pragmático:
sólo vale la pura acción; autarquía del operational thinking.
Si consideramos las condiciones de vida del hombre moderno
(el sistema industrial, criatura de la ciencia) y ponderamos su ex-
traordinaria importancia, apenas podrá apreciarse en su justo valor
el peso del conocimiento y de la acción dirigida racionalmente. El
hombre vive esencialmente dentro de una «segunda naturaleza», de
un mundo transformado por él mismo y dirigido al servicio de sus
necesidades vitales. Dentro de una nature artificielle, como la lla-
ma Sorel 9 7 . Por lo demás, no vivimos meramente en una natura-

96. Ibid., 246.


97. De l'utüité du pragmatisme, París 1928.

357
leza artificial, sino «cultivada», en cuanto que de ella extraemos
posibilidades a las que no llegaría si hubiere sido dejada a sí mis-
ma. En la naturaleza directa, inmediata, no hay animales domésti-
cos, ni hay explosivos.
Pero ese pragmatismo pasa por alto las dilatadas capas de cre-
cimiento de la vida humana; los procesos callados de desarrollo
inconsciente dentro de la convivencia social; ciertamente, no pasa
por alto fundamentalmente, pero sí en la explicación de su punto
de vista, que la experiencia es más rica y dilatada de lo que podría
ser traducido en un «comportamiento controlado» y que no pode-
mos prevenir en experimentos todas las perturbaciones de la vida,
aun cuando haya posibilidades de solucionarlas. Ya Kant vio el
hecho paradójico (desde el punto de vista de todo racionalista),
que podemos expresar así: la necesidad de actuar es mayor que la
posibilidad de conocer. La experiencia, fundamentalmente irracio-
nal, acientífica, «amplia» y no directamente controlable, tiene su
verdad, que es la certeza. Y tiene su forma de actuar: lo no expe-
rimental de la tradición, el instinto, la costumbre o las convicciones.
También las orientaciones (que a través del tiempo, el influjo del
grupo y nuestro modo de ser van creciendo en nosotros) necesitan
una especie de conciencia a fin de hacerse capaces de acción. Pero
en este caso la imagen, el fantasma, se hace volante impulsor de
las acciones y la verdad pasa al estado de una certeza no racional,
sino satisfecha por la experiencia: Phantasia certissima facultas,
decía Vico. Por eso, así como la metafísica racional enseña: homo
intelligendo fit omnia, así la metafísica surgida de la fantasía en-
seña: homo non intelligendo fit omnia. «Y quizás hay en estas pa-
labras más verdad, que en aquellas otras, ya que mediante la com-
prensión el hombre ilumina su espíritu; mediante la no-compren-
sión hace las cosas de sí mismo, se transforma en ellas y él mismo
se hace cosa» (Vico).
Solamente el conocimiento experimental tiene la importancia
de una hipótesis con la que se espera. Y al revés, vivimos inaltera-
blemente con muchas certezas, que en el pensamiento se manifies-
tan como verdades y que precisamente tienen el sentido, no de
«conducir hacia algo» instrumentalmente, sino de orientar nuestra
conducta mediante imágenes del ser-así o del deber ser y no me-
diante técnicas de ser-de-otro-modo. Así pues, esas certezas son
por naturaleza «resistentes a las crisis», no defraudadas durante
mucho tiempo por los fracasos; y su mutación se realiza más allá

358
del horizonte de la vida individual. Vistas desde el punto de vista
experimental son ilógicas. Dice Nietzsche que «entre las cosas que
pueden llevar a un pensador a la desesperación está el saber que lo
ilógico es necesario para el hombre». En un grupo muy concreto de
esas certezas, el de las éticas, se muestra ese aspecto ilógico en que
renuncian totalmente a una fundamentación; es decir, se presentan
como reglas del deber-ser. Por el contrario, la resistencia a presen-
tar a las normas éticas una fundamentación empírica y por tanto
discutible, por ejemplo, utilitaria, o a «explicarla» por mecanismos
de masas; incluso solamente por el contrario elevarla a la concien-
cia y por tanto en el campo de posibles cambios de posición y com-
binaciones, esa resistencia es de derecho propio. «La cultura ele-
vada exige que muchas cosas se dejen tranquilamente inexplica-
das» (Nietzsche), pero esto está exigiendo ya la dignidad o salud
interna o como quiera denominarse a ese órgano que tiene certezas
y que se niega a la experimentación. La ingeniosa tendencia de
James de hacer del típico estado moderno de la «voluntad de creer»
el punto de arranque de una religión pragmática; o la hipótesis de
que «la fe tiene la importancia de una hipótesis con la que se
trabaja», son a fin de cuentas pura literatura.
Nuestro comportamiento de orientarnos por hipótesis de ser y
reglas del deber ser, que no son cuestionadas, pertenece evidente-
mente a las condiciones de la formación de la voluntad y asimismo
la facultad de «clausura»; es decir, de renunciar a que la reacción
en cadena del problematismo siga su curso. Existe una actitud men-
tal experimental en la que (al revés del refrán de Goethe) el con-
templativo y no el activo pierde la conciencia. Las pulsiones huma-
nas cristalizan en destinos a largo plazo, son ocupadas por imáge-
nes de las metas, se fortifican mutuamente y por eso se hacen ellas
mismas experiencias y así frente a cualquier movilidad o cambio de
lugar necesarios (es decir, poder de adaptación a las condiciones
que cambian independientemente de ellas) se pueden mantener fir-
mes, pero también apartadas. Quien no pueda rehusar y separar, se
va extinguiendo, como dice Hegel, pues toda dirección mantenida
fijamente de una pulsión duradera sólo se realiza renunciando a os-
cilaciones. Ese apartar y retirar es a menudo conciente y motivado,
pero en casos importantes es un llenar instintivo de la propia cer-
teza oscura. Lo que uno encuentra cuando «oye dentro de sí mis-
mo», apenas puede afirmarse que sea una «hipótesis», pero sí
puede vivir en convicciones, las cuales apenas soportarían el con-

359
trol objetivo del pensamiento experimental. De este modo, en la
vida, en cuanto seres activos y con la estructura pulsional de tales,
es decir, con un superávit de pulsiones plásticas, abiertas al mundo
y que van creciendo al ritmo de la acción y que han de desarrollar-
se como pulsiones permanentes hacia el futuro, tenemos que llevar
a cabo permanentemente; terminar, pero también mantener con
continuos sacrificios; los menos de ellos acontecen de modo con-
trolado y los más con una certeza de experiencia no experimental.
Dentro de una gama de vacilación personalísima, una ordenación
de ese poner-en-otro-lugar y del rehusar pertenece también a los
condicionamientos de los resultados vitales. Pensemos ahora qué
poco sabemos propiamente de la historia de nuestro carácter ad-
quirido; cómo esos procesos formativos se hunden en una edad
que carece de recuerdos; cómo nos transforman a espaldas de nues-
tra conciencia, y, para hablar con Hobbes, es más fácil ver que ex-
presar, que nos hallamos ante procesos no-racionales, de una expe-
riencia amplísima y por decir así de crecimiento, que desde dentro
seleccionan y pre-condicionan, cosa que ante la conciencia puede
aparecer como problemática creciente y ser expuesto a una prueba
controlada. Wilfredo Pareto en los 2.612 párrafos de su obra maes-
tra Cours de sociologie générale, ha reunido una multitud enorme
de hechos de seis lenguas y de las fuentes de todos los siglos, para
mostrar que los hombres se comportan de una manera absoluta-
mente predominante con actions non-logiques; que hay una logi-
que du sentiment; que a menudo creemos algo, porque actuamos
del modo correspondiente (on croit cela parce qu'on agit ainsi), y
que encontramos certezas formulables, que amparan esa relación;
él las llama «derivaciones». La cultura europea occidental de tipo
racional no es buena medida para considerar «al ser humano», cuya
historia en todos los siglos y continentes es dominada por experien-
cias de este tipo: «tu vaca no hubiera muerto, si no hubieras te-
nido un mal vecino». (Hesíodo, citado por Pareto).
Prejuicios de ese tipo (y se dan mucho en los tiempos «ilus-
trados» de una cultura pseudorracional) muestran lo que podríamos
llamaruna llegada a la certeza sin pasar por la etapa de los proble-
mas (convencimiento sin problematismo). La elaboración normal de
las perturbaciones no consiste en una investigación acerca de las
fuentes de esa perturbación, sino en un shock. Evitar el fuego,
cuando uno se ha quemado, puede tener tanta utilidad como hacer
en otros casos el experimento de cómo se puede manejar el fuego

360
sin quemarse. Shocks de ese tipo los hay innumerables. A menudo
son «racionalizados», es decir, referidos a una certeza que los ex-
plica. La «verdad» de Hesíodo es una de esas racionalizaciones, que
del modo más sencillo consigue encontrar un culpable, o mejor
dicho, ya sabe y se deja impresionar. Así también es la víctima de
una superación clásica del shock por el camino de la certeza de la
fantasía. Muchos hallazgos etnológicos parecen indicar que pudo
tener lugar (muy abstractamente y, por decirlo así, meramente de
un modo ritual o por alusión) como ceremonia de apacigua-
miento o de elaboración, como ritual de conclusión.
Ahora podemos decir ya lo siguiente: esas acciones no-lógicas
han desaparecido en gran parte, precisamente porque han sido sus-
tituidas en gran parte por métodos más racionales y de más éxito.
Sin duda que así es, pero expresa solamente que las fronteras entre
experiencias extralógicas y las controladas pueden ser corridas y que
hoy se hallan a gran profundidad (aun cuando nuevamente van su-
biendo). No pueden desaparecer las primeras nunca, por esta razón
fundamental: el proceso humano de la experiencia es siempre al
mismo tiempo un proceso de formación del carácter. Pero dado que
las circunstancias de las situaciones exteriores varían independiente-
mente de nuestra historia, pero continuamente exigen una inter-
vención activa, el ser humano, partiendo fundamentalmente de sus
certezas satisfechas por la experiencia y sus necesidades que for-
man un cierto sistema duradero, ha de interpretar y tratar las cir-
cunstancias cambiantes, de tal manera que a ojos de un tercer
observador resultara la imagen de una actitud irracional, no-ob-
jetiva y tomada de antemano. El afectado «cree» hallarse entonces
ante hechos conocidos y en ese sentido la fe es, como dijo muy bien
Novalis, «efecto de la voluntad sobre el intelecto». Detrás de ese
fenómeno se halla la ley de vida según la oral las experiencias en-
tran en la estructura pulsional y otra, según la cual una función
principal del lenguaje y del conocimiento consiste precisamente en
que las experienicas realizadas queden disponibles para el futuro
y así no haya que revivirlas y fundamentarlas siempre de nuevo.
Así pues, tomamos siempre posición frente a los acontecimientos
a partir de nuestra «base histórica de reacción», sin que esos en-
cuentros tengan que recorrer un estadio problemático y con una
oportunidad fundamental de inobjetividad. Si la realidad se cambia
de un modo enérgico mientras que los valores, certezas y hábitos
de los hombres (que contenían experiencias pertenecientes a otros

361
mundos) permanecen todavía largo tiempo, surge la apariencia de
una diferencia necesaria y crónica entre dentro y fuera, y con
ellos la base de partida para la filosofía «idealista». O, todavía
peor, esa diferencia se subdivide en dos clases: una tradicional,
conservadora o romántica que se separa de otra, que se esfuerza
en el mundo de los nuevos hechos y tiene que sacar su convicción
sólo de éste, traicionada espiritualmente.
Por eso, si el proceso de la experiencia al mismo tiempo es un
proceso de formación del carácter, porque «las acciones que ejerci-
tamos en una determinada dirección, se hacen en aquella que co-
rresponde a lo que somos» 9 8 , también al revés nuestras certezas son
reflejos en gran medida de nuestro destino pulsional y fácilmente
se alcanza el punto en que la discusión sobre las convicciones de
otro se tiene que transformar en una discusión sobre su modo de
ser, y por tanto hay que interrumpirla. Así pues, en muchísimas ver-
dades de las que vivimos hay una determinación caracterológica, un
«ello» puramente irracional; y hay que hablar, al referirnos a la per-
sona individual, de un accident absolu, como la llamó el existencia-
lista francés Lequier (1814-1862). Todo psicólogo lo ha de con-
ceder: en los problemas con que se ocupa un hombre, tanto en su
modo de pensar como en sus certezas, hay uno de esos simples
«ello», una constante irracional. Las convicciones, aun las de con-
tenido teórico, son, para ampliar las palabras de Novalis al mundo,
efectos de la voluntd sobre el intelecto. De este modo es por lo ge-
neral imposible hacer valer el punto de vista de la verdad experi-
mental en esta zona de la certitudo y del «ello» elemental, y cuan-
do en grandes proporciones se contraponen las convicciones y lu-
chan entre sí, la historia decide finalmente dónde estaba la ver-
dad, y deja a los historiadores hacer público su juicio.
Otra irracionalidad, asimismo fundamental, se encuentra en el
plano social, en la comunicación, contagio e imitación. En virtud
de innumerables comunicaciones y sugestiones actuamos a partir de
las actitudes y experiencia de otros y muy raramente del conjunto
de las nuestras. Por eso solamente podemos realizar con algún sen-
tido la abstracción con respecto a la circunstancia social en el pen-
samiento experimental auténticamente científico, y no en los temas
que pertenecen a la experiencia amplia y a la opinión pública, ya
que esa experiencia es en gran parte también la de los otros. En

98. Aristóteles, Eth. Nic., 1114 a.

362
ese sentido dice Karl Vossler 9 9 muy acertadamente que la conste-
lación anímima bajo la que surge en el horizonte un concepto o
una frase, es la que es marcada y transmitida y no tanto el concep-
to mismo. Hemos de decir lo siguiente: junto al significado que una
afirmación (por ejemplo, el sermón de la montaña) tuvo en la boca
del que hablaba, se presentan otros muy distintos bajo los que son
acogidas, entendidas, y transmitidas. La significación histórica es
más su eficacia dinámica en este último sentido, que el sentido en
otro tiempo pretendido. Las sugestiones, los contagios, los acuerdos
sin palabras y los sentimientos, los talantes de ánimo que se hallan
conectados con ellos y las consecuencias de esos talantes, y no en úl-
timo lugar las acciones desligadas pertenecen también plenamente
al significado de las afirmaciones, si atendemos a que éstas viven
en la esfera social, pero naturalmente pertenecen a un significado
que no se puede captar conceptualmente. Pertenecen con tanto
mayor seguridad al significado, cuanto que éste consiste por lo me-
nos en «qué se ha de entender en este caso». La comunicación es
una acción y de este modo quiere casi siempre impresionar a otros,
persuadirlos. Es apelación, orden, incitación, convicción, tendencia.
Si preguntamos por una calle, no sabremos dónde está, sino cómo
se llega a ella. Dado que el ser humano realiza nuevas acciones par-
tiendo de motivos y puntos de vista y nunca de otra manera (en su
comportamiento habitual no necesita pensar), la única posibilidad
de influir a otros hombres a un cambio de su comportamiento es la
comunicación; influir a través de su conciencia en su conducta y por
eso la comunicación, aun de hechos, casi nunca deja de ser ten-
denciosa.
Por eso habría que distinguir entre la certitudo, la certeza re-
sultante de la vigencia circulatoria de las afirmaciones, y la verdad
de conocimientos (de los que se habla en teoría) con su triple pro-
ceso de verificación. El proceso de crecimiento de la certeza en base
de innumerables experiencias (que se complementan entre sí y a
menudo son inconscientes y así se quedan) sin pasar por un estadio
de problematismo, en las cuales experiencias nuestras pulsiones se
orientan y acrecientan conduciendo a nuevas certificaciones, es ple-
namente irracional y si intentara explicar en qué consiste y cómo
procede me contradiría a mí mismo. Pero al menos una vez he-
mos de mostrar en un ejemplo interesante, hasta qué grado tan pro-
fundo alcanza la irracionalidad de esta experiencia amplia. Se trata
99. Geist und Kultur in der Sprache, 1925.

363
de la frase: «Todo hombre es mortal» ¿Por qué propiamente es
esto verdad?
Si consideramos la frase teóricamente, necesita una prueba. En
primer lugar es una frase experiencial y como tal, según el parecer
de todos los teóricos del conocimiento, tendría sólo una validez es-
tadística, sería sólo extraordinariamente probable. Naturalmente
hay muchos motivos para decirla en la biología científica, pero ya
era firme antes de que existiese la ciencia, en todas las épocas y en
todos los pueblos. En tercer lugar, no se puede comprobar por un
proceso directo de la experiencia, ya que ni siquiera aproximativa-
mente podemos abarcar a «todos los hombres». Ni siquiera podemos
probar esto de los que suponemos que hayan vivido y no lo pode-
mos hacer precisamente por eso, porque han muerto. Precisamente
si la frase fuese verdad, no se podría probar nunca. En cuarto lu-
gar, esa especie «todos los hombres» incluye todo yo, y aquí surge
una nueva dificultad: el yo puede considerar esa frase verdadera
sólo abstractamente pero no se puede representar que el yo deje
de existir. No hay ninguna posibilidad para el yo pensante en este
intuspecto: yo dejaré de existir, de ser, de dejar de pensar en sí
mismo pensando, es decir, de realizar de un modo realmente evi-
dente ese intuspecto. Se trata de un punto ciego en la conciencia, ya
que ni se puede intentar quitar la conciencia del yo en la reflexión
vital.
Por lo tanto la validez absoluta de la frase, que a pesar de todo
hemos de reconocer, es solamente su certeza. Esa certeza no es en
modo alguno una mera generalización del hecho de que desde tiem-
po inmemorial todos los hombres que conocimos y los que ellos
conocieron, etc., han muerto; en la tradición ininterrumpida de
esas experiencias parciales. Más bien esa certeza es «irracional», es
decir, no fundable. Está en el contexto de la experiencia total hu-
mana y ninguna afirmación repetida bastaría para hacer tan cierta
la frase. Pero la omnipresencia de la muerte la sitúa fuera de to-
da duda. En efecto, la muerte traspasa toda nuestra existencia
diaria; A se sienta con nosotros a la mesa cuando comemos; vive
en los niños que nos han de sobrevivir; está presente en la incerti-
dumbre de cualquier plan o idea que se hace para el siguiente año;
acompaña nuestros pasos en todos los caminos como peligro y se
esconde como lo perecedero en cada segundo que pasa. Si la frase
fuera falsa, todo el contexto de nuestra existencia carecería de

364
sentido; toma parte en la certeza misma de la vida. Es pues un
certum, aun cuando no pueda ser imaginado por la reflexión.
Es sólo un ejemplo de cómo una certitudo puede no ser fun-
dable, sin que por eso deje de corresponder a la realidad. En otros
casos, en la medida en que tal certeza es práctica (es decir, entra
como fe en un resultado no asegurado) esa fe es a menudo lo único
que permite realmente que se logre ese resultado. El espíritu de la
fe se opone al espíritu de la ciencia precisamente porque desea que
los acontecimientos tomen otro curso distinto al que tienen. Esto
no se puede querer realmente sin tener certezas, las cuales estática-
mente se presentan como afirmaciones de ser: a saber, que en el
fondo la realidad es distinta de lo que aparenta. Convicciones de
ese tipo no son cuerpos extraños en este mundo; al contrario: son
de importancia vital. Si el hombre actúa esencialmente de cara al
futuro y el futuro no es conocible, ¿cómo podría actuar de otra ma-
nera, sino por las convicciones sobre un estado posible que sólo es
posible si en el fondo ya es real? Phantasia certissima facultas.
La mayor parte de los tipos de comportamiento no-lógico (para
hablar con Pareto) de la experiencia «amplia» cotidiana, en la que
certezas cuasi-instintivas, hábitos y convicciones no filtradas desem-
peñan tan gran papel, excluyen por su naturaleza la postura expe-
rimental-objetiva frente al mismo objeto. O al revés: la técnica co-
gitacional exacta y objetiva de la observación, del almacenamiento
para hacer pruebas, y de la deducción de conclusiones (la cual
siempre tiene algo del proceso de «encontrar experiencias artificia-
les, de sacar las propiedades de Tas cosas»: Hamann), si se ejercita
metódicamente condiciona a la larga una mutación en el ser huma-
no. No solamente la esfera vital de lo económico como cree Schum-
peter, sino también la militar y la política son desde hace tiempo el
«suelo nutricio de la lógica» y aquí surge siempre doctrina racional
o ciencia. El pensamiento moderno específicamente europeo, que
alcanza ahora sus tres siglos y que ha transformado las condiciones
de vida de la humanidad, ha sido alcanzado al precio de un pro-
ceso de renuncia enorme, lleno de esfuerzo y que ha llegado a ser
una disciplina.
En primer lugar renuncia a satisfacer directamente intereses
religiosos en el conocimiento científico. Cuando Newton llamaba
al espacio sensorium Dei era para su tiempo algo que se daba por
supuesto. El poder de atracción que se da en el espacio vacío lo
deraba Bentley, bajo el consentimiento expreso de Newton,

365
como «una prueba directa y positiva de que un espíritu inmaterial
y vivo dirige la materia muerta y la influye y mantiene el edificio del
mundo». Pero todavía Kant 1 0 0 quiso sacar partiendo de ciertas le-
yes de la naturaleza, por ejemplo de la Maupertius de la «economía
de los efectos de la naturaleza», la conclusión de una «conjunción
en la posibilidad de las cosas» y de ahí, Dios. Ya era muy «ascético»
que no viera en cada uno de los sucesos de la naturaleza la dirección
divina directa, como seguía creyendo toda su época. Lambert, un
contemporáneo de Kant, afirmaba que el acrecentamiento de la
atmósfera alrededor de los cometas cuando se acercan al sol debería
de servir de protección a los hombres-cometa contra el excesivo ca-
lor y Kant consideró necesario negar que las montañas fuesen de-
solaciones en castigo por nuestros pecados, o que la aurora boreal
fuera un dispositivo para ventaja de los groenlandeses y lapones.
Ese pensamiento finalista ingenuo dentro de las ciencias naturales lo
superó en 1787 su Crítica del juicio. Ingenuo quiere decir en este
caso lo siguiente: la naturalidad inmediata con la cual intereses hu-
manos se apropiaban de los conocimientos, los interpretaban y se
confirmaban con ello. En tanto que no fueron separados esos in-
tereses lejanos al conocimiento mediante una renuncia metódica,
nunca hubo naturalmente intuspectos puramente objetivos y ade-
cuados a las cosas dentro de la propia sistemática. Otra de las re-
nuncias necesarias se refiere a nuestros deseos inmediatos de he-
chos, hasta el deseo de una influencia mágica. En ese punto, más
que en ningún otro, parece darse la atemporalidad. Según Herodo-
to, los atenienses creían que el dios del viento Bóreas les habría
de ayudar contra los persas; según el periódico Matin del 5 de
agosto de 1923 el obispo de Montpellier ordenó preces para que
lloviese. Por ahí podrá verse que el optimismo de creer que podre-
mos llevar los acontecimientos a tal punto que sigan nuestros de-
seos y necesidades, es la postura natural. Por el contrario, el interés
por el comportamiento puramente objetivo «recalcitrante» de las
cosas mismas es una adquisición muy tardía y dificultosa. No es
necesario pensar solamente en intereses tan toscos como la alqui-
mia, que tuvo que desaparecer antes de que de ella saliese la quí-
mica. Mucho más difícil fue renunciar a las asociciones «instinti-
vas» de ideas y de sentimientos; las verosimilitudes y las evidencias
aparienciales.

100. Der einzig mögliche Beweisgrund zu einer Demonstration des


Daseins Gottes, 1763.

366
Una cosa que por fuera es caliente, húmeda y blanda, es en su in-
terior fría, seca y dura; y la razón es, porque el exterior de una cosa
siempre es lo contrario de su interior oculto (cuerpo-alma). De este
modo existe en cada cosa un poder, aun cuando no lo sospechemos...
El plomo es en su exterior frío y seco, pero posee en su interior las
propiedades contrarias 1 0 1 .

Ya he hecho notar aquí las uniones de ideas que están bajo esa
«ciencia» y lo que las separa de los conocimientos reales sobre el
plomo. ¿No existen innumerables evidencias de ese tipo? ¿no es el
mercurio aparentemente algo «intermedio» entre los líquidos y los
metales y no es el 10 un número «perfecto»? Naturalmente el 4
es la dynamis del 10, pues 1, 2, 3, 4 hacen 10. Y así tenemos la
inagotable especulación acerca de los números propia de la antigüe-
dad y de la edad media. Todavía Comte se cuenta entre los que
veneran el número 7.
Si numerosos pueblos consideraban a los enfermos como seres
poseídos a los que no se debe dar ningún alimento ni ninguna clase
de ayuda para no atraer hacia sí al demonio, no había posibilidad
ni condiciones para una ciencia médica, aunque sí muy buenas para
la magia. Y mientras se celebraran procesos contra animales con
testigos, defensores y fiscales no existía ninguna oportunidad para
la zoología (todavía en 1741 hubo en Poitou un proceso contra
una vaca).
Entre las necesidades de ascesis o renuncia que son las que más
dificultades suscitan está la renuncia a la apariencia, a lo que ven
los ojos, y al abandonarse, absolutamente instintivo, al modo de
pensar que las apariencias imponen. Ese efecto ha hecho inmortales
los nombres de Copérnico y Colón. Se podría escribir un libro con
los errores de la ciencia cometidos hasta que se abrió paso la renun-
cia a las apariencias (geometrías no euclidianas) y actualmente la fí-
sica nos obliga a renunciar a construcciones mentales a las que está-
bamos muy acostumbrados. Cuando en el ámbito de lo subatómico
habla de procesos «borrosos» y objetivamente indeterminados (no
indeterminables); cuando sustituye las reglas causales por puros re-
partos proporcionales y deja el hecho «indeterminado». Dado que
estos procesos pueden ser computados y son posibles las prediccio-
nes, hemos de desarrollar para esas formulaciones los más agudos
instintos comprehensivos y la resistencia a ello es muy grande.

101. Dar Artz und Alchimist Rases, citado por Bousquet, Grdr. d. Soz.,
1926.

367
Estos pocos ejemplos bastarán para mostrar que era necesaria
en primer lugar la demolición de ciertas indigencias (muy humanas
y naturales) afectivas, de hábitos cogitacionales y pretensiones a las
cosas; de expectativas, fijadas durante siglos, y de cosas que se
daban por supuesto, todo ello mediante un gran proceso de renun-
cia a fin de liberar la maravillosa y en el mundo única herramienta
del pensamiento auténticamente racional, que actúa en la ciencia eu-
ropea. La perfecta objetividad de ese pensamiento, hasta llegar al
arte difícil de aprender, de saber prescindir de las propiedades de
las cosas no fértiles racionalmente, fácticas (arte que se muestra en
el modo en que uno se plantea problemas) es una lucha permanente,
que siempre se continúa, del pensamiento para conseguir su plena
liberación con respecto a la cosa. Ese pensamiento, que administra
los resultados (al pie de la letra «desprendidos») de generaciones
enteras de investigación sacrificada (tesoro incalculable de entrega
paciente de sí mismo) y de poder que siempre se está ejercitando
y puliendo a sí mismo; que en cada paso sabe exactamente de qué
está prescindiendo y qué es lo que realmente piensa; que pone en
juego las ayudas de la suprema fantasía matemática, permaneciendo
siempre capaz de disponer de otro modo sus presupuestos funda-
mentales si lo exigen los hechos y de cuyos resultados vive hoy
día físicamente toda la cultura moderna; ese pensamiento que fi-
nalmente ha aprendido a ajustarse plenamente a la realidad y a la
terquedad de la naturaleza y retener con mano suave sus asom-
brosos poderes; todo esto ha sido pagado. Pagado con renuncias,
que se hunden profundamente en la naturaleza del hombre, que
son «inhumanas» y peligrosas, ya que la naturaleza humana sigue
viviendo de las convicciones e impulsos irracionales, a partir de las
cuales se desarrolló (dentro de la experiencia «amplia») y de la
propia necesidad, que tan a la fuerza, tan escasamente concuerda
con la «filtrada» y sumamente artificial de las ciencias.
Ahora bien, dado que la ciencia busca el conocimiento por el
puro conocimiento (en eso consiste precisamente su gloria) y dado
que sus resultados, si es una ciencia experimental, siempre están
domin?dos en la medida en que son conocidos (resultados que «se
tienen en la mano») resulta la consecuencia científica de que la cien-
cia misma no tenga ningún tipo de obligaciones que la afecten, que
demostrar o ni siquiera indicar; y que no tenga ninguna meta fuera
de su propio progreso. Su ethos es ascético, negativo y no saca
de sí misma y por sus propios medios nada que haya más allá de sí

368
misma. El dilema de Nobel puede servir de muestra. Había des-
cubierto la dinamita y sólo podía esperar que otro', impidiesen su
empleo y dotó un premio de paz. El pathos «fiel fin en sí mismo»,
que la ciencia tiene que desarrollar por su propia esencia, es el re-
verso de su ethos negativo. Pero tales certezas, sobre las que crece
nuestra vida moral, social o religiosa, no llevan en sí ningún pro-
ceso de renuncia; viven de la inmediatez de la experiencia amplia.
Pero el pacto que las ciencias naturales han establecido con la
técnica y la industria afecta de modo desfavorable a las partes de
las que vale lo mismo: la técnica, aferrándose a lo inorgánico, no
conoce por su esencia el concepto de una limitación de los medios
permitidos, la cual, vista desde el punto de vista económico, co-
rresponde a los vivientes de épocas agrícolas. Además, como ya
vio Max Weber, una empresa económica desarrolla una lógica espe-
cial objetiva y una legalidad racional propia, que no es mesurable
éticamente y que se presenta en su grado más puro, cuanto la em-
presa es más independiente de los influjos irracionales de lo at-
mosférico y vegetativo; es decir, cuanto más tecnificada está. El
conjunto de esos tres sectores: la ciencia, el uso técnico y la valo-
ración industrial es desde hace tiempo una superestructura, automa-
tizada, y objetivada de tal manera que los motivos éticos pasan a
desempeñar el papel de objeciones extrañas. En este punto, en la
carencia de esperanza de un control ético sobre la civilización mo-
derna, que como el fatum antiguo planea por encima de la tierra,
para hablar como Marx, radica uno de los motivos de la resigna-
ción y desaliento tan ampliamente difundidos. Las culturas ante-
riores, pretécnicas, ubicaron (a pesar de todo el desmedido roce
interior) a cada paso conjuntos de obligaciones en los puntos en
los que sus experiencias no racionales mostraban huecos y discre-
pancias, y sistematizaron esas experiencias no tanto teóricamente
cuanto moralmente.
De todo lo dicho se sigue que la ciencia (que por esencia es
«ilustración») no puede suplir ni sustituir a los sistemas defectuo-
sos de dirección o idees directrices de una sociedad. No puede crear
motivos satisfactorios para una orientación total del mundo, para
una fe activa 1 0 2 , ni ofrecer una auténtica fuerza motivadora de

102. «Pensar que una propaganda no realista o que ciertas técnicas mo-
rales artificiales puedan construir nuevos mitos y ficciones para apoyar un
orden social de imposición desde fuera en una época individualista, similar al
apoyo de una comunidad orgánica por un individuo solo, es como confundir

369
decisiones fundamentales; así como tampoco certezas obligantes, de
validez general. El contragolpe del desengaño de las masas (acerca
de que las ciencias popularizadas no pueden producir una estabili-
zación de la visión del mundo) puede llegar a ser serio precisa-
mente a causa de la «artificialidad» de la actitud científica, cuyo
nivel de «poder de conocimiento» (por el que toda la cultura mo-
derna ha sido creada y es portada) sólo puede ser mantenido si es
aumentado. Asimismo se sigue de lo dicho que el mundo cientí-
fico dada la unilateralidad de su ethos, sólo tiene un escaso poder
para formar instituciones. Parece muy difícilmente realizable la
hermosa idea de algunas corporaciones científicas que retuvieron
ellas mismas el control humano de la aplicación de los resultados
de la investigación; por ejemplo de la energía atómica.
Los primeros pasos de una reacción emocional contra el espíritu
de la ciencia se dieron hace ya más de 200 años. Rousseau dijo
en 1755 en su Discours sur l'origine que «si la naturaleza nos ha
destinado a ser sanos, quisiera decir que el estado de reflexión va
contra la naturaleza {un état contre nature) y que el hombre que
medita es un animal depravado (un animal depravé)». Diderot en
Réve de d'Alembert adoptó esta idea extremosa: «Nada contradice
a la naturleza más que la meditación habitual o el estado del sa-
bio. El hombre natural está hecho para pensar poco y actuar mu-
cho. Por el contrario, la ciencia piensa mucho y se mueve poco».
Por eso llama a los sabios un systéme agissant á rebours, un sis-
tema que marcha a contrapelo.
Ese peligroso preludio de un contragolpe emocional de las
masas quedó aislado. La cultura científica, especialmente también
la filosófica y la literaria, alcanzó fácilmente de hecho un grado de
autonomía, que exige la nunca inofensiva cuestión radical acerca
del sentido. Dado que se trata de un fenómeno fundamental, que
está en conexión esencial con la organización «arriesgada» de los
hombres y de un caso entre muchos otros de riesgo de la descarga,
tenemos que tratarlo brevemente, aun cuando un estudio más de-
tallado pertenezca a la antropología cultural.
El hombre está descargado en sus funciones de la necesidad cie-
ga e instintiva que impulsa a reaccionar frente a lo actual inmediato
y esto se da ya en su constitución física. Dicho de una manera po-
sitiva: sus funciones motóricas y sensoriales, sus pulsiones, el len-

un castillo de naipes con un monolito granítico»: J . W. Woodard, en G .


Gurvitch, Twentieth century sociology, New York 1945, 234.

370
guaje, etc., tienen la marca de «disponibilidad». No encerradas en
el campo de presión del presente inmediato, son separables de éste;
o dicho de otra manera: en cuanto funciones comunicativas y ha-
lladas ellas mismas están dotadas de vida y por ello capaces de vivi-
ficarse mutuamente. Estos efectos muestran un contacto que se
afloja a sí mismo con las situaciones dadas directamente; son retraí-
bles y se alejan paulatinamente del motivo. Pueden hacer esto por-
que también ellas son autoinventadas y autoforaneizadas; son al
mismo tiempo vivencia y objeto. Así pues, se van haciendo «indi-
rectas». Alcanzan ciertamente su meta mediante una acción pla-
neada, prudente, experimentada; por tanto han de volver a dirigir-
se al mundo, pero de tal manera que la situación actual se propague
y sólo sea punto de partida de una mutación en el tiempo y el es-
pacio. Pero pierden esencialmente (al retroformar el contacto con
la inmediatez y potenciarse mutuamente) la referencia a lo actual
y precisamente por eso el sentido de un ser abocado a una pre-
visión y nueva combinación de la experiencia.
Ahí radica un gran peligro, ya que también- la vida pulsionai
humana está abocada a esa finalidad; vida que tiene una gran plasti-
cidad, un gran superávit de vitalidad y capacidad de desplazarse.
Esas acciones que se van haciendo indirectas se transforman ellas
mismas en necesidades, cada vez más indirectas y refinadas. Es la
consecuencia del hecho de que nuestras pulsiones siempre van de
la mano con las acciones, se especializan con ellas y abarcan en ellas
sus objetos, que cada vez van siendo más condicionados. Los ape-
titos refinados, los intereses funcionalizados, estructurados y muy
condicionados, tales como espíritu dominador y orgullo y las ma-
nías muestran cómo los complejos pulsionales exigen el libre auto-
dominio. Por tanto existe el peligro constitucional (que ha de ser
dominado constantemente) de que las acciones y pulsiones humanas
no reencuentren más el mundo, sino que se refinen ilimitadamente
y transcurran en sí mismas. Ese mismo peligro existe en las fun-
ciones mentales descargadas superiores; y fácilmente se cruza la
frontera, más allá de la cual están el intelectualismo o la artifi-
ciosidad. En todos estos casos, ventajas y desventajas crecen de la
misma raíz de una organización «arriesgada»; pues sin el don de
encontrar en modos de comportamiento muy mediatos la satisfac-
ción de las pulsiones, no habría actividad para metas lejanas. Sin
embargo si se funcionalizan fácilmente todas las pulsiones, aun las
muy condicionadas (es decir, si se presentan fuera de contexto, se

371
independizan) pasan al estado «fabril», del automatismo repetido
y reciben así satisfacción en su propio valor.
El correctivo de estos peligros está únicamente en el contacto
social abierto, que la constitución social tiene que proporcionar e
incluso violentar. Cultivo como educación y autodominio, subordi-
nación y caudillaje, actividad ejercida hacia fuera y trabajo, son el
esqueleto que mantiene en forma la vida pulsional. Son necesidades
vitales de las pulsiones aun en un ser (capaz por su estructura de
pasar por alto algo) cuyas operaciones positivas crecen de la misma
raíz que sus peligros. La amplia llanura de los hechos patentes y
ordenados de una comunidad es el lugar en el que incluso las cien-
cias confluyen en las acciones y tienen que volver a encontrar el
mundo.
Este riesgo fue tenido en cuenta por los llamados «naturalis-
tas» de la Ilustración, al calificar de «antinatural» la formación eru-
dita, que tan fácilmente se transforma en un «fino egoísmo intelec-
tual» (Gervinus). El gran Gervinus se expresó en parecida forma
al hablar del espíritu del romanticismo, de su huida de lo actual,
de lo real, de lo fáctico, y que «se hizo grande en el lenguaje y la
historia natural, en el arte y la antigüdad, en todas esas materias
que nada tienen que ver con la gran vida real». En su Historia de
la poesía alemana dice:

En las épocas en que Goethe estudiaba chino, o antes, cuando se


ocupaba con la naturaleza y el arte para no tener nada que ver con la
vida pública, Jean Paul daba la espalda en un largo escrito a ese
comportamiento público; Fouqué se ponía en contacto con la litera-
tura caballeresca; Hoffmann con el mundo de los espíritus; la tierna
alma de un Tiedge volaba ante la historia y el tiempo en la soledad
y la naturaleza; Seume y Ghamisso simpatizaban con el estado natural
de los salvajes. L a investigación histórica daba la espalda a los nuevos
tiempos y se sumergía en la protohistoria, a donde remitía la inves-
tigación mitológica de los filólogos.

37. Sobre la teoría de la fantasía

Ahora se nos presenta la ocasión para tratar algo que en muchos


aspectos puede vincularse a la fantasía humana, y que ya había pre-
sentado en las disquisiciones anteriores. Ninguno de los «bienes»
del hombre es menos conocido. La teoría de la percepción (1925) de

372
Palagyi contiene una teoría de la fantasía; los excelentes estudios
de Segal 1 0 3 siguen siendo tan indispensables como los de Lacro-
ze 104 . Klages y Scheler aportaron algo con su doctrina de las «imá-
genes»; Bergson desarrolló en Las dos fuentes la teoría biológico-
sociológica de vasto alcance de la «función fabulatoria» y última-
mente Hans Kunz 105 ha presentado una descripción amplísima y
múltiple junto con la crítica de la investigación psicológica en ésta
y otras esferas afines; asimismo presentó su propia teoría, existen-
cial-filosófìca. A pesar de eso podemos decir que la investigación
todavía está en sus principios y que sigue teniendo validez la frase
de Herder de que «la fantasía es la más inexplorada y quizás la
más inexplorable de todas las fuerzas anímicas del hombre». Ahora
bien, una antropología, que concibe al hombre a partir de la acción,
quisiera contribuir a esclarecer la función y la importancia de la fan-
tasía. De este modo se evitaría ante todo el error de apuntar de-
masiado alto desde un principio. Pensemos, por ejemplo, en primer
lugar en la «transfiguración» poética o artística; en todo caso
en la fantasía musical viviente en el lenguaje, o la óptica, suma-
mente cultivada, es decir, en funciones de una sublimación indivi-
dual y descargada. Quizás incluso en los sueños. Pero muy pocas
veces en que es un hecho vital y muy real.
En general se entiende por imaginación (fuerza o poder para
crear imágenes) la capacidad de un organismo de incorporarse los
estados o situaciones que pasan a través de él, formarlas dentro
de sí, con el fin de poder comportarse en el futuro en base a esas
experiencias o estados. La primera operación, tomada por separado,
puede nombrarse (con un significado general) memoria. Esa me-
moria inmediata es una recepción pasiva y una retención, capacidad
vital de un tipo que ya no se puede explicar más, propia quizás de
todo viviente, ciertamente de todos los animales. Über das Ge-
dächtnis als eine allgemeine Funktion der organisierten Materie tu-
vo una conferencia en 1870 Ewald Hering, que todavía es digna de
leerse, y Nietzsche consideraba tembién a la facultad de los organis-
mos de «coleccionar» experiencias como la diferencia esencial con lo
anorgànico: «en el reino orgánico no existe el olvido; pero sí una

103. Über d. Vorstellen v. Objekten und Situationen, 1916.


104. La fonction de l'imagination-, Revue de Métaph. et de Morale
(1938). A esta obra había precedido, del mismo autor, L'imagination, 1936, y
siguió la gran obra L'imaginaire, 1940, una descripción fenomenològica cuida-
dosísima y de gran amplitud.
105. Die anthropologische Bedeutung der Phantasie, Bassel 1946.

373
especie de pervivencia de lo experimentado». Así pues, si en la me-
moria hay un gravamen del organismo a causa de sus anteriores
reacciones e impresiones, un cierto encadenamiento al pasado, es
porque tiene precisamente el sentido de una función: hacer dispo-
nible ese pasado para dominar favorablemente una situación que
acaba de presentarse y que se continúa «hacia adelante». En esta
otra dirección, mirando hacia el futuro, la imaginación se llama ex-
pectación (Erwartung), proyecto (Entwurf), o fantasía activa en
sentido estricto.
Por eso, de muy buen acuerdo, Palagyi ha descrito la imagina-
ción (fuerza imaginativa) como una capacidad vital, con la que el
viviente se desplaza lejos y fuera de sí, del lugar y del momento
temporal que tiene ahora, sin realmente abandonar su sitio. Es una
maravilla incomparable, dice, que la vida, sin alejarse del puesto
en que se encuentra, pueda sin embargo comportarse, como si se
hubiera desplazado a otro punto del espacio o a otro momento del
tiempo. «Ese sustraerse del proceso vital al punto espacio-temporal
en que permanece en realidad, se le llama fantasía». En el caso de
un ser, cuya mera permanencia en la existencia descansa en liberarse
del marco de la actualidad inmediata espacio-temporal y que por eso
sólo en ese tras-ladarse puede alcanzar las condiciones de su exis-
tencia, la fantasía tiene que adquirir naturalmente una importancia
predominante. De hecho se definiría tan cabalmente el hombre
como ser fantasial, que como ser racional. De ahí que sólo se pueda
hablar propiamente de acciones en sentido estricto, en el caso de
un ser que de tal manera está descargado del influjo inmediato y
de la presión del ambiente, que precisamente de ahí saca la fuerza
de su trasladarse, que es metódico y variable. Ya en niños muy pe-
queños se puede observar (antes de la formación de fantasmas de
elevado simbolismo y de operaciones motrices refinadas) la capaci-
dad de mantener disponible en traslados totales el ámbito tan es-
trecho de experiencias que tienen, y ponerse a vivir en «otras»
situaciones. El ejemplo de Guernsey, que aducíamos al comienzo
de este capítulo, atestigua ya la facultad de asumir la Gestalt total
de un ..movimiento como Gestalt-esbozo para su libre realización.
Se trata de aquel niño que golpeaba con la frente y asumía ese
movimiento. Con once meses, el niño juega a «dormir», revolvién-
dose en la cama y diciendo «baba», y yo mismo vi a un niño de año
y medio, con la capacidad de correr todavía no perfecta, comenzar
a bailar espontáneamente, es decir, pasó a movimientos rítmicos «de

374
otro tipo». Esos ejemplos atestiguan ya suficientemente una tem-
prana facultad de trasposición motórica-total, a menudo indepen-
diente del estado de lo dado situacionalmente.
Ahora bien, si, como se cuenta en la bibliografía de psicología
infantil, un niño de aproximadamente un año «limpia el polvo» de
una silla con un pedazo de papel; o con un año y tres meses juega
a «fumar», se está tratando de un proceso fundamental, que ya re-
ferimos más arriba siguiendo la descripción de G. H. Mead: to
take the role of the other. Ese proceso ha sido calificado muy mal
como «imitación»; tratándose en realidad de la realización de una
relación consigo mismo por el camino que pasa por la conducta de
otros. El niño que se traslada al otro, se objetiviza ante sí mismo;
se descubre a sí mismo a través de la conducta «foraneizada». O se
traslada al otro y se experimenta precisamente a sí mismo. De ahí
se sigue, evidentemente, que no existe una conducta directa prima-
ria para consigo mismo; sino que la identificación con el otro es el
presupuesto de la experiencia de sí mismo. Ni siquiera Mead ha sa-
cado todas las consecuencias enormes de esta genial intuición. Entre
ellas destaca ésta: al igual que ocurre en el individuo, tampoco el
grupo tiene una relación directa a sí mismo. La conciencia de grupo
se logra indirectamente de la siguiente manera: todos los individuos
se identifican con el mismo otro, un X, y se comportan según eso,
de tal manera que su autoconciencia tiene un punto común, que
encuentra su apoyo objetivo en la semejanza del comportamiento.
Esto es esencial para comprender las sociedades primitivas y el
totemismo. Todos los componentes del clan de los osos pudieran
ser simbióticamente un grupo. Pero espiritualmente llegan a ser
un «nosotros este grupo» sólo cuando cada uno «asume el papel
de otro», que es siempre el mismo: el oso. Así pues, originalmente
la conciencia de pertenecer a un grupo no se satisface (igual que
ocurre en nosotros) con un saber abstracto o incluso con una idea-
obsesiva abstracta, sino que la vivencia del nosotros se realiza; a sa-
ber, a través de un comportamiento concreto con el tema «nosotros,
el grupo» personalmente re-creado en reales traslaciones totales,
por ejemplo, la danza del oso. El grupo es solamente experimentado
en cuanto es al mismo tiempo algo distinto; es decir, tiene que ser
representado mediante el traslado a un otro común y la acción rea-
lizada desde él. La difusión mundial del totemismo tiene que tener
un significado fundamental, y aun en los fundamentos de la religión
griega, religión humana, encuentran los arqueólogos en sus excava-

375
dones los «dioses animales», antiquísimos símbolos de grupo. To-
davía en Homero, Hera es la de ojos de vaca; así como más
tarde, en Roma, Isis porta los cuernos de vaca de Hathor. Erynis,
al principio todavía en singular, era una diosa local de Thepulsa
en Arcadia, considerada como un caballo; y Artemis Brauronia ¡un
oso, al que se rendía culto en la danza cúltica del oso! Ciertamente
que todo el problema de la identificación (todavía tan confuso y
sin embargo de importancia extraordinaria) hunde aquí sus raíces.
También tendría que resultar claro por qué las enormes cuasi-co-
munidades modernas no permiten una identificación estable: nues-
tra civilización no tiene nada que ofrecer a las necesidades psico-
vitales del hombre. El conjunto abstracto del pueblo es demasiado
grande para eso y la familia demasiado pequeña. Precisamente
ahora la sociología comienza a descubrir el secret of proportion 106.
El investigador Steinen se quedó estupefacto de oír asegurar
en Brasil a los indios bakairi con toda seriedad que ellos eran Araras
(papagayos). Cuando un grupo, una tribu o un clan, tiene un
antepasado mítico, lo honra cultualmente y lleva su nombre, el prin-
cipio es idéntico si se examina el proceso a la luz de la historia:
se llega a la conciencia de sí mismo indirectamente mediante la
identificación con otro.
De ahí que no se pueda evitar sacar la conclusión de que la
fantasía con toda propiedad es el órgano social elemental. Pero no
hemos de pensar en el fenómeno tardío de ideas-fantasía (dadas en
el fenómeno como irreales, y que por lo demás son bastante esca-
sas, si se entiende por ello fantasmas visuales), sino en una condi-
ción crónica de semi-foraneización que se va sedimentando a partir
de omnitraslaciones y juegos de la primera infancia, la cual forma el
fondo inconsciente de nuestra vida comunitaria y de nuestra auto-
aprehensión (sentimiento de nosotros mismos). Quizás el mejor
modo de estudiar este fenómeno sea paso a paso. Por ejemplo, Sar-
tre describe el «abstracto emocional» 1 0 7 : cuando varias personas
al contarse un accidente exclaman «¡qué terrible!», figuran el te-
rror mediante una especie de gesto esquemático, están prestando
a la imagen representada por medio de un sencillo esquema afecti-
vo el carácter de «terrible». Este proceso actualiza por un momen-
to, creo yo, una de las posibilidades de un fondo afectivo crónico,
que forma una de las partes constituyentes de nuestra autoaprehen-

106. G . Heard, Social substance of religión, 1931.


107. L'imaginaire, 175.

376
sión y que es el eco constante de la situación afectiva promedio del
grupo. Precisamente esa autoaprehensión es ya un état imaginaire.
Blondel, en su valiosa Introducción a la psicología colectiva ha
mostrado que aun aquellos afectos que tenemos por propiedad de
nuestro corazón llevan en sí un «molde» que corresponde a las cos-
tumbres sociales de nuestra época y de nuestra esfera vital. La sa-
tisfacción de poder describir un sentimiento consagrado por el uso
o tradicional, de conformidad con la palabra clave de la situación,
apenas puede distinguirse de la satisfacción de desplegar su indivi-
dualidad. El vocabulario y la sintaxis de los sentimientos son tan
apremiantes como el lenguaje. No queremos decir con eso que ten:
gamos sentimientos «a lo Werther» o «a lo Kierkegaard»; sino
que aquello que podemos llamar el talante básico, también es un
état imaginaire-. lo que uno es, es una relación a sí mismo, y así
absoluta e íntimamente socializado; es una sólida campana fundida
por la imaginación en el estado más personal y sin embargo crónico
de semi-foraneización y en la naturalidad inconsciente.
Cuando la moderna psicología colectiva afirma que los senti-
mientos y emociones tienen una especie de cualidad-deber condi-
cionada por la sociedad, y que nosotros no solamente regulamos
la expresión de nuestros sentimientos sino a ellos mismos, no pro-
fundiza todavía suficientemente. No habría que sacar la conclusión
de André Gide: «El análisis psicológico perdió para mí todo inte-
rés el día que me convencí de que el hombre encuentra lo que
imagina que va a encontrar». Se puede representar también el
punto de vista de que sólo entonces comienza lo verdaderamente
interesante psicológicamente, pues a este nivel lo imaginario co-
mienza a perder su arbitrariedad, comienza a ser obligatorio y a in-
sertarse en lo constitucional de nuestra existencia social.
Como acertadamente reconoce Gruhle 108 , el sentimiento pa-
triótico, el familiar y el de la posición social son hechuras sociales.
No es el sentimiento del derecho quien ha creado al derecho, sino
que es el derecho el que creó el sentimiento del derecho (Jhering).
Todos estos conceptos son demasiado abstractos y cuando nos acer-
camos a la realidad pasan a ser conceptos de la generalidad media,
designando actitudes propias de una situación, tal y como los anti-
guos entendían en voces como pietas, maiestas, auctoritas, dignitas,
gravitas, constantia, mos maiorum, potestas, disciplina, etc. Esas

108. Verstehende Psychologie, 1949, 493.

377
«ideas» son, como reconocía Rothacker l o e , no modos de acción,
sino «estrellas guía»; pertenecen al aspecto acrecentador de la
vida. Son sedimentaciones de experiencias sociales en la propia evo-
lución, que se ha transformado en estado o situación. Por eso
sirven para designar tanto actitudes personales, como también para
designar cómo situaciones sociales llegan a sobreponerse como
ejemplo y norma, y son veneradas en parte como dioses. Su medium
es la fantasía. Sólo podemos «tener» esas ideas porque nos las re-
presentamos, las in-corporamos, las «in-animamos» y nos identifi-
camos con esas situaciones arquetípicas y las hacemos nuestras. Po-
demos decir: sólo en la realización imitativa de una imagen modé-
lica socialmente captable, son vivificadas y «hechas inteligibles»
esas ideas morales concretas, hasta que el otro penetra en nosotros
mismos y la actitud llega a ser una relación permanente y habitual
consigo misma en la representación de esa relación. La fantasía,
como facultad de realizar traslaciones totales, es precisamente el
soporte íntimo de las sociedades.
Finalmente tenemos que tratar del último y quizás más profun-
do nivel de la fantasía, para el que propondría el nombre de «pro-
tofantasía». Esta investigación es difícil, ya que se trata de cosas
que, por decirlo así, se hallan en los límites de lo pensable y sola-
mente la dirección común de muy diversas series de pensamientos
hacia una misma meta puede dar a esa investigación una cierta ve-
rosimilitud.
Si, como ya tratamos en la primera parte, es posible pensar
que el hombre viene definido mediante un proceso de «retarda-
miento evolutivo» o de rejuvenecimiento, tiene que haber en el
último reducto de su ser vegetativo, un no-agotado, una potencia
inexhausta. Pues, si como parece, en la evolución del hombre han
intervenido ciertos factores, quizás endocrinos, retardatarios, no se
puede evitar la idea de potencias reprimidas. La relación alcanzada
de las fuerzas retardatarias con respecto a lo retardado no necesaria-
mente habría de ser estable y cabría pensar que actualmente está
en marcha un desplazamiento del estado actual de equilibrio. En
ese sentido Naef espera un desarrollo progresivo del abultamiento
frontal'fuertemente redondeado, como forma del futuro. En cual-
quier caso, partiendo de la tesis de Bolk, se llega a la hipótesis de
una «desarmonía» profundamente radicada en la constitución del
hombre, de cara al equilibrio del animal. Esa desarmonía encierra

109. Tatkräfte und Wachstumskräfte-. Bl. f. dt. Phil. 17.

378
sin embargo un hecho positivo; a saber, una «presión de la evolu-
ción». Pero aun poniendo en entredicho (en una segunda reflexión)
la teoría de Bolk, y pensando en la teoría de Darwin, se llega al
mismo modo de pensar. En efecto, si se da una evolución a través
de cientos de miles de años desde las formas más bajas a las supe-
riores y precisamente en el sentido de un proceso creador, que
se enriquece a sí mismo, tendría que ser esperada esa tendencia en
los hombres como fase final de toda una serie. Pero sobre todo, se-
mejante potencia de la vida para «más» vida «tendría que retro-
anunciarse», en el caso del hombre, en la profundidad de su capa
pulsional de alguna manera. La ley de la filogenia, todavía muy os-
cura para nosotros en su estructura más detallada, tiene que haber
actuado en todos los animales no solamente en las transformaciones
de las formas, sino sobre todo en la organización de los instintos,
ya que esos instintos aseguran el mantenimiento, en cuyo marco
acontece la evolución progresiva.
Por tanto, si suponemos una regularización sometida a leyes
determinadas como siempre del proceso vital «hacia arriba», ¿cómo
ha de anunciarse pues esa tendencia en los hombres, en los que
procesos esenciales de crecimiento en su toma de posición hacia sí
mismos están co-estructurados; el hombre, que apenas tiene au-
ténticos instintos y en el que el mantenimiento y propagación de la
vida (y junto con ello también el marco de una evolución orgánica
más dilatada) se abren paso a través del medio de una conciencia
extraordinariamente perturbable?
Aun teniendo ideas distintas a las de Bolk hubiéramos llegado a
la sospecha de que el hombre tuvo que estar bajo una presión po-
tencial de formación y esto con un gravamen especialísimo resul-
tante de su constitución. Esa «presión de la evolución» estaría di-
rectamente dirigida al recinto de la autorrealización o cerca de él,
ya que las fuerzas pulsionales del hombre están «puestas al desnu-
do» hasta una profundidad totalmente indeterminable; están ocu-
pados por la imagen y con ello son directa o indirectamente objeto
de la toma de posición. Esa tendencia yacente en la vida a «más
vida» tenía que afectar por eso en el hombre el ámbito de su
autorrealización y precisamente por esta razón: porque no puede
trabajar en la dirección de los instintos.
Ahora bien, si nos fijamos detenidamente, la conciencia es pri-
mariamente «superficie»; es decir, se le ha quitado tanto el ocu-
parse «en sí» (propio del mundo exterior) como también el «cómo»

379
de las realizaciones internas vitales, en las que vivimos sin saber
cómo. Aquí el concepto no alcanza lo que la voluntad de compren-
der espera de él. Sobre este punto dijo acertadamente Nietzsche
que «lo que llamamos nuestra conciencia' es inocente de todos los
procesos esenciales de nuestro mantenimiento y de nuestro creci-
miento». Y en uno de sus aforismos explica:
Lo sobresaliente en lo que comúnmente se conoce como conciencia en
el intelecto, es precisamente que permanece protegido y excluido de
la multiplicidad innumerable de las vivencias del ser vivo que cons-
tituyen nuestro cuerpo, y como una conciencia de rango superior, co-
mo una aristocracia gobernante, sólo recibe una selección de vivencias
(que por cierto son experiencias muy simplificadas, sintetizadas y he-
chas comprensibles; por tanto, experiencias falseadas) a fin de que ella
por su parte continúe en esa tarea de simplificar, y hacer fácil de com-
prender, es decir, de falsear, y prepare lo que comúnmente se llama
un acto de voluntad... Y precisamente ese tipo de operaciones que
aquí se desarrollan, tiene que suceder continuamente en todos los ni-
veles profundos; en el comportamiento mutuo de todos esos seres su-
periores e inferiores; a saber, ese escoger y presentar experiencias; ese
abstraer y pensar en conjunto; ese querer y retro-trasladar de la vo-
luntad indeterminada a una actividad determinada. Existen fuerzas en
nosotros que son más fuertes que todo lo que puede ser formulado
en el hombre. En el hilo conductor del cuerpo aprendemos que nues-
tra vida sólo es posible mediante un juego en común de muchas in-
teligencias de desigual valor, y por tanto sólo mediante un constante
y repetido obedecer y mandar; mediante la práctica inexhausta de mu-
chas virtudes (virtudes fisiológicas).

Ahora bien, si suponemos en el hombre, como dijimos más arri-


ba, una normatividad situada en la obra en dirección a «más vida»,
tendría ésta que alcanzar su nivel pulsional y (a causa de la patenti-
cidad de la misma y de su referencia a la acción) el límite de su con-
ciencia; pero de tal manera que nunca pueda alcanzarse una idea
correspondiente a lo que acontece, porque la conciencia básicamen-
te está vuelta hacia fuera; en ese sentido es superficie. El hombre
tendría entonces el sentimiento de una responsabilidad última, no
superable en seriedad, pero al mismo tiempo no tendría ninguna
posibilidad de saber el auténtico contenido de la «tarea» precisa-
mente porque está involucrado en ella. Ya desconocemos cómo
proceden nuestras acciones y realizaciones y luego cómo a través de
ellas se estructura y resuelve, quizás durante milenios, algún tipo
de problema metabiológico. Pero podríamos tener un «barrunto»

380
de la complejidad indeterminadamente profunda de lo que acon-
tece en el proceso vital y en ese punto surgiría la protofantasía.
Este punto de vista no es una mera opinión. Puede mostrarse
cómo sociedades primitivas no pueden ser entendidas sin la cate-
goría de la «obligación indeterminada». Obligación indeterminada
que es fijada en una variedad desconcertante de exposiciones visua-
lísimas y plásticas, absolutamente fantasmáticas; cuyo sistema for-
ma el esqueleto de las culturas en cuestión. Sólo se puede estable-
cer una teoría de la magia con esa idea conductora de una exposi-
ción no racional-visual, es decir, fantasmática, de la obligación in-
determinada en la dirección de «más vida» (más poder; más ferti-
lidad, etc.). Si Rothacker establece la sospecha de que la fantasía es
una función auxiliar del proceso de crecimiento vegetativo y
Kunz 110 sugiere la posibilidad de que la fantasía represente la fuer-
za imaginativa (imaginación) orgánica interiorizada, quizás en el
sentido de un origen común de ambas, yo amplío esas hipótesis sólo
en el aspecto de su dimensión filogenética y en la otra (comenzada
por ese proceso en el hombre) de entrar en relación consigo mismo.
En su punto de contacto con la conciencia, la fantasía nos bosque-
jaría de un modo inadecuado pero evidente, imágenes irresistibles
de un «más de vida».
Los símbolos nietzscheanos del superhombre y de la voluntad
de poder serían interpolaciones abstractas y teorizantes para este
lugar. En el símbolo del superhombre está ante todo la visión pro-
funda de que el hombre es una tarea para sí mismo: «Un ser supe-
rior, como somos nosotros mismos; crear es nuestro ser ¡crear más
allá de nosotros! Tal es la pulsión de la función generadora; tal es
la pulsión del hecho y de la obra». Pero ese símbolo indica toda-
vía una «meta» de la vida, pues la frase precedente prosigue di-
ciendo que «así como toda voluntad presupone una meta, así el
hombre presupone un ser, que todavía no es, pero que le entrega la
meta de su existencia». Quisiera creer que Nietzsche previo la
problematicidad de semejantes palabras y que la fórmula de volun-
tad de poder sería la fórmula mejorada del superhombre. Esta
fórmula significa lo siguiente: si la conciencia es un medio «vuelto
hacia fuera» podríamos preguntarnos, «si acaso todo querer cons-
ciente, todas las metas conscientes, todas las valoraciones son qui-
zás solamente un medio, mediante el cual ha de alcanzarse algo

110. Die anthropologiscbe Bedeutung der Phantasie I, 133.

381
esencialmente distinto de lo que dentro de la conciencia parece.
Queremos decir: se trata de nuestro placer y displacer, pero placer
y displacer pueden ser un medio, a través del cual pudiéramos rea-
lizar algo que se halla fuera de nuestras conciencias» 1 1 1 . Para en-
contrar éxpresión a ese difícil pensamiento, Nietzsche ha calificado
ese X (que se realiza detrás de las finalidades conscientes, «bajo la
mesa»: Nietzsche) de un modo puramente formal, como aumento,
ampliación del poder; como proceso de fijaciones de fuerza; como
incorporación; como dominación; como creador; como más biológi-
co abstracto, renunciando a toda indicación (de contenido) de di-
rección, de sentido del acontecimiento, tal y como lo había querido
en el esquema del superhombre. Pero el símbolo es análogo. Hay
en el hombre y en todo viviente un sentido (sustraído al primer pla-
no de la conciencia, pero realizado en las acciones de la vida, en la
existencia puramente vegetativa) (superhombre), o sentido de la
carencia de sentido (voluntad de poder), pero en todo caso una te-
mática conductora de la vida, en la que colaboramos y que es el
contenido de una obligación intedeterminada, que Nietzsche inten-
ta determinar. Esos símbolos no tuvieron éxito, porque son exage-
raciones abstractas del darwinismo o de la metafísica de Schopen-
hauer; porque no tienen la fuerza indescriptiblemente atractiva de
los fantasmas imaginativos de un más de vida; no tienen la belleza
terrible. Todavía más pobre de contenido es el símbolo del eterno
retorno, que tomado al pie de la letra es tan cuestionable que po-
demos dudar si estamos ante un cálculo lógico refinado 1 1 2 o ante
«el primer signo claro de incipiente locura» 113 .
Si prolongamos las líneas auxiliares encontradas hasta el punto
en que se cruzan, llegaremos a la idea ya indicada de una «proto-
fantasía»; a saber: sobre la base de rocalla del sueño o de los tiem-
pos de la vida vegetativa condensada; en la niñez o en el contenido
de los sexos; precisamente allí donde despuntan las fuerzas de la
vida que va a hacerse, existen ciertamente, bajo muy distintas imá-
genes, ciertas protofantasías de un esbozo de vida, que lleva en sí
la tendencia a un plus de elevación formal, de «intensidad de co-
rriente». Pero ésta como indicador de una idealidad vital inmedia-
ta; es decir, de una dirección (yacente en la substantia vegetans)
hacia una cualidad o cantidad mayor; siendo cuestionable el dere-

111. Aforismos, 676.


112. Becker: Bl. f. dt. Philos. 9, 4.
113. Hofmi'ller: Südd. Monats. 29 (1931).

382
cho a esa distinción. Y si la fantasía creadora «idealiza» el mundo,
es porque está esbozando para sí misma las metas evolutivas de esa
aspiración interior. El pensamiento de una «biología de la poesía»
no es imposible y fue apuntado por pensadores profundos como
Schelling, Novalis y Nietzsche.
Nos hallamos ante una de las fuentes del arte. Por encima o más
allá de los impulsos que en ellas viven, siempre he encontrado las
indicaciones ingenuas antiguas, incluso una del tipo de la leyenda
de Pigmalión, muy instructivas. Fidias, dice Cicerón 1 1 4 , al realizar
la estatua de Júpiter o de Minerva no había tomado como modelo
una figura humana sino que había tenido viva en su espíritu una
elevada idea de la belleza; eso fue lo que él miró de hito en hito,
aplicando su arte y su trabajo en su imitación. He ahí, con sublime
sencillez, realmente todo lo que hay que decir sobre esa raíz del
arte. Es la protofantasía, y el modo de establecer una relación acti-
va con ella es el arte. Solamente el arte visible, sobre todo las artes
plásticas, pueden transmitirnos una visión real de qué grado de
perfección vital siente en sí todavía como posible nuestra protofan-
tasía. No hay que dudar que las artes imaginativas pueden ejercer
profundamente efectos de cultivo de las formas sobre la protofan-
tasía cuidadosa del hombre. Ya Lessing decía que había que agra-
decer al estado de los antiguos, bellas columnas y juntamente bellos
seres humanos. (Laokoon). El arte elevado tiene una autoridad
inapreciable. La arquitectura es finalmente aquel arte en que dicha
autoridad se tematiza, tal y como dice Vitruvio de los edificios de
Augusto: Verum etiam maiestas imperii publicorum aedificiorum
egregias habet auctoritates.
Esta visión del arte como bosquejo de la idealidad vital con-
cuerda plenamente con el pensamiento conductor de la estética
idealista desde Kant. Siempre se trata en ella de lo mismo: mostrar
la identidad de las fuerzas creadoras del arte en el hombre con las
orgánicas, las constructoras de formas. Schelling, en su libro Sobre
la relación de las artes imaginativas con la naturaleza explica que
«todo este trabajo demuestra la base del arte y por tanto también
de la belleza en la vitalidad de la naturaleza».
Según nuestra concepción, hay que caracterizar la influencia de
la obra de arte sobre el que la contempla, en una doble dirección.
La primera se refiere a la fuerza imaginativa (imaginación); es de-

114. De orat. II, 9.

383
cir, introduce un proceso de «tras-lación» hasta la profundidad in-
determinada de la protofantasía, que se hace patente y captable
en la imagen. Y en cuanto la imagen vivifica y sacia nuestra fan-
tasía, la atrae hacia sí y la condensa, surge una comunicación entre
capas Ordinariamente carente de expresión y de habla en el hombre
y la realidad que hay ante los ojos. Pero precisamente la conciencia
de «imagen», de irrealidad, permite permanecer en ese movimiento
sin encontrarlo insuficiente, como sería en otros casos el puro mo-
vimiento de la imaginación frente a la realidad.
En este punto tiene también la religión una de sus raíces; pre-
cisamente aquella que tiene en común con el arte. «El mundo de
los dioses no es objeto ni de la pura comprensión, ni de la razón,
sino que ha de ser abarcado juntamente con la fantasía» 114 . Tengo
que dejar aquí, en una cierta generalidad insatisfactoria, este pen-
samiento, porque separado del material histórico y etnológico ha de
permanecer abstracto. Pero dondequiera que la religión representa
seres vivos, más perfectos que el hombre, vive de la protofantasía.
También es de este lugar, aunque parezca paradójico, el culto a los
animales, cuya presencia se puede señalar por todas partes bajo di-
versas formas. Ipsen interpretó, de modo para mí muy convin-
cente, ese fenómeno general: en el animal el hombre admira un mo-
do (que no le fue concedido a él) de existencia imperturbada, no
influenciable; es decir, el «poder». Una perfección no humana e in-
terpretada por su fantasía como sobrehumana. Con otras palabras:
toda la desarmonía constitucional y la carga de la existencia humana
(el superávit de pulsión; el apremio a la autoconducción; la nece-
sidad del trabajo; el cuidado de la previsión y el eterno ver morir),
todas esas complicaciones vitales arriesgadas no las ve el hombre
en la vitalidad silenciosa, segura y sin esfuerzo del animal, dife-
renciándose el hombre a sí mismo del animal, que es «divino»,
mirando al poderío secreto y tranquilo de su existencia. En este
punto, la religión es todavía «vegetativa»; una afirmación del vi-
viente sobre sí, al trasladarse a otro viviente.

115. Schelling, Phil. d. Kunst, 1802, 31.

384
Leyes pulsionales. Carácter.
El problema del espíritu

38. Rechazo de la doctrina sobre los impulsos


La última tarea que tenemos delante de nosotros consiste en
la representación de la estructura del carácter. En esta tarea mos-
traremos cómo partiendo de nuestra visión general del hombre
como un ser práxico, resulta una profunda ordenación de los he-
chos. Requerido por numerosos malentendidos, en parte ocasiona-
dos por mí y en parte tendenciosos, he de dar al final una exposi-
sión del problema «espíritu» (Geist). Así pues, en el punto central
de todas las investigaciones subsiguientes volvemos a colocar la
acción. Nuestra cuestión general es ésta: ¿cómo ha de estar es-
tructurada la situación pulsional de un ser abierto al mundo, abo-
cado a la elaboración (realizada por él mismo) del mundo, de un
ser al que sólo se pueden atribuir escasos instintos específicos, en
sentido inmediato orgánico, precisamente a causa de la falta de
especialización de sus órganos y de adaptación al medio ambiente?
Un ser, además, que no puede salir del círculo de la situación, del
estado-ahora casual, que, por tanto, previniendo las necesidades
del futuro, ha de ayudar ya hoy preparándose; cuya situación pul-
sional, por tanto, en algún sentido ha de estar orientada al futuro;
un ser al que «el hambre futura ya le hace hambriento ahora».
De nuestra postura ante la tarea se deduce claramente que nos
hemos de apartar grandemente de la actuación de la auténtica
psicología, porque ésta necesariamente está vinculada al proceso de
abstracción siguiente: hay que describir un hombre determinado a
partir de lo que hace y hacia qué contenidos se inclina. En el
pensamiento, que es abstracto y que fija con firmeza, se llega ne-
cesariamente a una serie de «propiedades» generales como firmeza,

385
inteligencia, habilidad, alegría en el goce, etc.; de las cuales sin em-
bargo tanto la acción como los contenidos concretos se ha prescin-
dido de ellos, precisamente porque se concluye de unos comporta-
mientos mundanos a «los dispositivos que en ellos se manifiestan»
Se hace entonces necesario el segundo paso; a saber, completar de
nuevo ese «dentro» cualitativamente abstracto (que se describe con
palabras terminadas en -dad, -ez), introduciendo la «circunstancia»
(medio ambiente), el «medio», etc. Estamos pues ante la pareja to-
dopoderosa de conceptos: estructura-circunstancia (disposición na-
tural-medio ambiente), pero, mediante el enfoque que hemos mos-
trado, hemos perdido toda la realidad de las acciones de delante de
los ojos y pensamos solamente en un «dentro» dotado de propieda-
des, que se encuentra frente a un mundo exterior. Este proceso
no es demasiado perjudicial para fines de una descripción aproxi-
mativa, pero oculta ciertas leyes de la estructura pulsional hu-
mana, si es que éstas han de ser hechas comprensibles a partir
solamente de su relación con la acción.
Partiendo del enfoque descrito cabe aún otra posibilidad; pro-
seguir con el procedimiento empleado de la «reducción a». ¿No se
podrían reducir todas esas -dad y -ez a un pequeño número, por
ejemplo: entender la altivez, la avidez y el espíritu de empresa
como variantes de «aspiración al poder»? Llegaríamos así a una
doctrina de las «pulsiones básicas» y habríamos alcanzado una
dirección de la psicología, la teoría de los impulsos, que em-
pezó con Schopenhauer y pasando por Freud y Klages se ha dila-
tado enormemente. Tales intentos naufragan sin excepción y por
los mismos motivos que la teoría de los tipos; por la arbitrariedad
de los presupuestos. Se ha declarado como lo «auténtico» del hom-
bre el poder, egoísmo, sexualidad, instinto de imitación, instinto
de repetición, impulso a exteriorizarse, impulso de afirmación,
instinto de valoración; instinto de prosecución (abrirse paso); im-
pulso motriz; instinto constructivo, impulso destructivo y muchos
otros en todas las combinaciones posibles. McDougall habla ahora
de dieciocho instintos fundamentales, entre ellos la curiosidad, el
sentirse a gusto; el impulso a cambiar de lugar y el instinto a for-
mar sociedad; mientras que Watson eleva el número a cincuenta.
Shaffer afirma en The psychologie of adjustment que Bernard
(1924) entre más de cien autores había establecido 14.046 activida-
des humanas ¡calificadas todas ellas como «instintivas»!
Sin embargo no se oculta a una mirada más profunda que el

386
hombre, aun cuando lo describamos como una «totalidad» de dis-
positivos, propiedades, impulsos básicos, etc., nunca representa esa
totalidad en todos sus aspectos. Al contrario, cuando uno quiere
permanecer dentro del esquema conceptual y sin embargo aproxi-
marse a la realidad ha de imaginar esas contexturas de propiedades
y pulsiones «trasladables» por decirlo así. El hombre desarrollaría
diversas propiedades frente a diversas situaciones, que además po-
drían separarse históricamente en el flujo del tiempo. De ese modo
Hoffmann 1 aduce muy bien el caso de Friedrich Wilhelm I, el rey
soldado, que dio muestras de comportamientos muy distintos en
determinadas situaciones distintas: como soberano era serio y cons-
ciente de su deber, aunque también brutal y violento, al igual que
en familia. En el círculo de sus amistades, por el contrario, era
jovial, buen compañero, de buen humor y de una acogida franca.
En sus decisiones de política exterior era miedoso, pusilánime y
tímido, considerándolo los demás monarcas como persona que no
merecía confianza. Bismarck, que de joven era dócil, cortés y de
buena educación, «muchacho fino, de índole dulce y dúctil», fue
después, a los veinticinco años, de un libertinaje salvaje; matón
temido y ]unker algo abandonado y que marcaba la pauta. Estos
ejemplos son importantísimos porque muestran la necesidad de vol-
ver a acercar el mundo (puesto entre paréntesis al formar los con-
ceptos) de tal manera, que al final se termine por la biografía, la
descripción del curso de una vida individual. Hemos de sacar de ahí
la conclusión de que el análisis de propiedades, dispositivos o im-
pulsos básicos tiene una lógica problemática interna. O bien consi-
deramos como «el hombre» una larga lista arbitraria de conceptos
vacíos de contenido; o bien, si queremos concretizar, recaemos ne-
cesariamente en lo biográfico-descriptivo. Ciertamente la tipología
intenta mantenerse en el centro, en una esfera de generalidad me-
dia, pero terminaría por cristalizar en una pseudociencia. No he-
mos de olvidar que el «tipo», desde el punto de vista lógico, fue
considerado acertadísimamente por Dilthey como aproximación a la
descripción de lo personal individual.
Para nuestros fines es necesaria en primer lugar una exposición
más detallada de la Psicología del impulso, tanto más instructiva
cuanto que en las confusiones que ahí se presentan la responsable
es la equivocidad confusa de los conceptos pulsión e instinto.

1. Das Problem des Cbarakteraufbaus, 1926.

387
En el caso del ser humano hay comportamiento instintivo siem*
pre que los órganos trabajan «como les es propio»; por ejemplo:
cuando los niños maman: sus ejercicios para agarrar las cosas; qui-
zás también sus movimientos para abrazar. Naturalmente, se puede
dar por seguro una raíz instintiva de la vida sexual.
Pero por encima de ésos y algún otro ejemplo que podrían
discutirse, la verdad es que nosotros los hombres sólo conocemos
como hombres-culturales, es decir, ocupados en acciones indescrip-
tiblemente variadas y realizadas en un medio social: acciones que
no se pueden entender sin las acciones de otros hombres y que han
sido aprendidas. No tiene sentido hablar de modelos cinéticos he-
redados, que acudirían en las situaciones claves, es decir, de auténti-
cas acciones instintivas. Ahora bien, todos esos modos de compor-
tamiento pueden transcurrir impulsados (mirando subjetivamente),
por muy llenos de presuposiciones que estén y pueden alcanzar
una estabilidad, inductilidad y automatización que tratará siempre
de considerarlos como emanaciones de pulsiones o instintos situa-
dos detrás. Esta ocupación o posesión pulsional potencial, común a
todos los tipos de actividad humana, desde la filosofía hasta la
cacería de cabezas (que son todas actividades aprendidas y cuyas
variaciones siempre son posibles, así como su desaparición total)
tiene una enorme importancia. Ha de ser explicada a partir de la
misma reducción del instinto, que incluye evidentemente el retro-
ceso del comportamiento auténticamente instintivo. La reducción
de las acciones auténticamente instintivas se realiza aparentemente
en proporción complementaria a la fetalización morfológica y al
desarrollo del cerebro, pero significa, en sentido contrario, una
indiferenciación de la estructura pulsional de tal tipo, que, al revés,
todos los modos de comportamiento (todavía tan sumamente casua-
les y mediatizados), con cualquier contenido de trabajo o de juego,
pueden surgir ocupados por el impulso y con valor satisfaccional.
De esa plasticidad interna de la estructura pulsional surge la nece-
sidad, que cada cultura sigue a su modo, de formar una determina-
da jerarquía y reglas de distribución de las acciones exigidas, to-
leradas y prohibidas y también al mismo tiempo las necesidades
mismas e imponerlas a los jóvenes. No actuamos así o de otro modo
porque tengamos determinadas necesidades, sino que tenemos esas
necesidades porque nosotros mismos y los seres humanos obramos
así o de otro modo.
Esa indiferenciación llega evidentemente, hasta cierto grado,

388
incluso al sistema pulsional dirigido hormonalmente; al sexual.
Apenas existe alguna actividad, ni aun la más espiritual, que no
pueda sacar de ahí una parte de su ocupación (apropiación) diná-
mica; mientras que, al revés, la sexual siempre permite otros ele-
mentos determinantes: sociales, estéticos, rituales, etc. De modo
semejante se halla en todas partes, donde nos vemos inclinados a
aceptar una raíz instintiva, un residuo instintivo. Así, parece que
el mero hecho de estar juntos, la situación grupal, tiene un efecto
de accionador de la necesidad de sobresalir o dominar, de carácter
instintivo-residual. Pero aun en este caso, una mirada comparativa
sobre la multiplicidad cultural muestra que por más que una ac-
tividad determinada pueda tener en oteas ocasiones un valor de
prestigio, desde el arte de construcción de botes de los polinesios
hasta el arte de ponerse en trance de los chamanes de ciertos mon-
goles, incluyendo de nuevo el «carisma sexual»; todo ello, en cier-
tas circunstancias, significa una vez más poder. A causa de estas
superdeterminaciones, de tan diverso tipo, de cualquier conducta
humana individual, la elaboración de un catálogo de instintos es
un esfuerzo carente de esperanza. Toda conducta concreta está
condicionada socialmente; es un eslabón del sistema dentro de un
contexto cultural, aprendido y también fundamentalmente posible
de otro modo, y sin embargo, según la posibilidad, ocupado por el
impulso, capaz de ser cumplido hasta un cierto punto de satisfac-
ción (no simplemente fatigable) y frecuentísimamente con una clara
cualidad o coloración instintivo-residual. Los conceptos de reduc-
ción del instinto, residuo de instinto e indiferenciación del instinto
son categorías antropológicas auténticas y absolutamente indispen-
sables.
Podemos corroborar este punto de vista desde otro ángulo. En
el lenguaje popular se llaman «impulsivas» aquellas acciones que
transcurren, de un modo llamativo, sin un freno. Tiene cierto sen-
tido calificar de acciones impulsivas el hurto de comestibles del
que se está muriendo de hambre o los excesos sexuales de los que
están en prisión. Se trata de las fronteras existenciales ínfimas; de
acciones de auxilio elemental, desconociendo todo control superior.
Por el contrario, acciones en las que los hombres se dedican por
ejemplo a la caza o al cultivo del campo, no son acciones pulsio-
nales, aun cuando en último término la fuerza que las mueva sea el
hambre. La expresión «impulsivo» quiere decir, en los ejemplos

38 9
mencionados, la satisfacción violentamente desencadenada de un
mínimum de necesidades físicas, que habían sido negadas hasta
el límite de lo soportable. En circunstancias normales «impulsa» a
los hombres más allá de los límites inferiores de su existencia, pues
tiene la necesidad reiteradamente superdeterminada, de satisfacer
su vida nutritiva y sexual no de un modo «pulsional», sino de
otro cualquier modo ordenado y «encauzado». Podría hablarse de
una indigencia de indigencias, que van más allá de esos mínimos
existenciales. Así habría «pulsiones» a conducir un coche, bailar o
coleccionar obras de arte. De este modo hemos alcanzado los he-
chos mencionados más arriba: modos de conducta sumamente con-
dicionados y derivados pueden experimentar una fortísima ocupa-
ción pulsional.
Hay otro significado. El lenguaje llama «impulsivas» aquellas
acciones o afectos que no se han realizado mediante una reflexión
inteligente, objetiva y que no han sido mantenidos bajo control.
En ese sentido, un hombre puede tener por ejemplo una propensión
impulsiva a la jactancia, aun cuando sepa que los demás lo notan;
o un impulso al lujo, aun cuando vea sus medios limitados. Por el
contrario, no llamamos impulsivo a un ataque de cólera que sucede
en el momento justo, o por decirlo así, que va bien dirigido. En
tales casos, en el fondo, se trata de que no se lleva a cabo la in-
corporación de un afecto o de una inclinación en una estructura de
actitudes; es decir, se trata de una carencia en la realización inter-
na de la postura del hombre para consigo mismo.
Finalmente se llaman impulsivas a las acciones que son «domi-
nios sobre el ahora» a diferencia de las que se dirigen a intereses
permanentes. Pulsional en este sentido es por tanto la inclinación
de los niños a destruir objetos; la falta de atención; la reacción de
miedo, así como en general todo comportamiento afectivo corto-
circuitado frente a lo puramente actual e inmediato; hasta el com-
portamiento del pachá, que manda decapitar al portador de un
mensaje de Job.
Así pues, el lenguaje llama impulsivas a aquellas acciones, in-
clinaciones, etc., en oposición a las no minimales, las conscientes,
acomodadas a voluntad, controladas, orientadas y destinadas a du-
rar. Es importantísimo que solamente esos conceptos contrarios es-
tán interrelacionados entre sí. Así pues, a una contextura de inte-
reses, necesidades, inclinaciones y hábitos (in summa\ pulsiones)
que están llenas de pretensiones, que han sido apropiadas, pilota-

390
das, escogidas mediante contraposición mutua y tienen naturaleza
permanente, lo llamamos carácter.
Por el contrario, la elaboración de un catálogo de instintos o
de listas de impulsos básicos, la consideramos poco prometedora.
Mas tendremos un punto de referencia común a que referir estos
problemas si entendemos, partiendo de la reducción de instintos,
la (precisamente con ello hecha posible y, en ciertas circunstancias,
complejísima) ocupación pulsional de todo comportamiento inte-
lectual y vemos que de ahí se sigue de nuevo la necesidad de la
formación del carácter.

39. Dos leyes pulsionales. El hiato

Empleando este enfoque distinto se consiguen algunos puntos


de vista que no serían posibles ni por el camino de la abstracción
de propiedades ni por el de la atribución a impulsos. Y hay que
proceder así, pues la antropología, es decir, la autocomprensión
del hombre científicamente conseguible, no puede mezclarse a la
inseguridad metódica de las doctrinas sobre los caracteres, tipolo-
gías, etc. El enfoque para nosotros naturalmente sólo puede ser el
filosófico ya bosquejado; ha de partir de la omniconsideración del
hombre alcanzada, y abarcar la acción como medio. Para ello es ne-
cesario sin embargo una breve reflexión provisional sobre algunos
hechos del mecanismo de la acción (o si queremos: vitalismo).
En primer lugar, en los seres humanos los órganos de movi-
miento y los órganos de percepción son movibles a voluntad; es
decir, aquellos órganos que facilitan los ciclos de la percepción y
del movimiento. En la segunda parte ya hemos examinado exten-
samente cómo nuestras percepciones colaboran con nuestros movi-
mientos (que han llegado a ser variables), cómo el lenguaje y fi-
nalmente el pensamiento surgen de ese trabajo en común y vuelven
a conducir a esa colaboración. Cuando vemos un objeto cualquiera
no tenemos solamente una percepción interpretada y comprehen-
dida, sino también un «poder», hace tiempo adquirido, para el
manejo de la misma y finalmente la capacidad de inmiscuirnos en
las experiencias, resultados o sorpresas actuales, pensando, refle-
xionando, probando y aprovechando. De lo dicho resulta que el
«ciclo de la acción» (manos, ojos, lenguaje) puede quedar muy
cerrado en sí mismo y sacar de sí mismo los motivos de su acciona-

391
miento, trabajo ulterior o mutación. De estos órganos se sirven los
de la nutrición, circulación sanguínea, respiración, etc., y se diferen-
cian en que no están en una dependencia inmediata, y obligatoria
unos de otros, mientras que estos últimos trabajan «contra su
voluntad» y a costa de su fatiga. Para su funcionamiento necesitan
paz y pueden funcionar independientemente unos de otros, mien-
tras que, por ejemplo, el corazón, los pulmones, la circulación san-
guínea, actúan incansablemente, inmediatamente dependientes
unos de otros, y por ello involuntariamente. En cambio podemos
andar sin hablar; ver sin trabajar; oír sin ver; trabajar sin pensar;
movernos sin percibir, etc. Pero también podemos unir todo esto
y el motivo para el accionamiento de cada una de esas operaciones
sacarlo de las demás.
Si las funciones pueden ponerse a actuar independientemente,
pero son también capaces de referirse unas a otras, quiere decirse
que existe la oportunidad de un cambio en la orientación. Pueden
coordinarse a voluntad entre sí, cosa que constituye precisamente el
hecho de esa función del cambio en el que dirige. Así, por citar un
ejemplo sencillo, la vista puede dirigir los movimientos para aga-
rrar una cosa, si nos orientamos para actuar mirando. Pero tam-
bién puede ocurrir al revés: cuando manejamos o destruimos una
cosa, para ver qué hay ahí. También podemos andar (hacia un con-
cierto) para oír y oír para andar, cuando nos hemos perdido y es-
cuchamos atentamente a la espera de una señal que pueda guiar
nuestros movimientos. Así pues, nuestra capacidad de acción, to-
mada en conjunto, se puede emplear muy ampliamente en sí mis-
ma; o bien, encuentra los motivos de su accionamiento, parte en
las cosas que le salen al encuentro, parte en sus propias costum-
bres o hábitos, parte en «incidencias» prácticas o fantasmas finalís-
ticos. En cualquier caso, con mucha amplitud, dentro de la esfera
del ciclo de la acción mismo. Este es por tanto independiente, al
menos a ratos ¿De qué es independiente? Independiente de los
impulsos. En lo que sigue voy a emplear las expresiones impulsos,
indigencias, intereses, con el mismo significado y siempre en plural.
Dado que el hombre es un ser no especializado y emplazado sobre
sí mismo (también en contraposición a sí mismo), que no porta un
medio ambiente naturalmente adaptado, para él ha fracasado la
satisfacción inmediata, por así decir animal-natural de sus necesi-
dades vitales, ya que le falta el «camino corto» por el que los ins-
tintos del animal, a través de los sentidos estimulados encuentran

392
sus metas preparadas ya por la sabiduría suprema de la naturaleza.
El hombre tiene que transformar el mundo, que originalmente es
para él un campo de sorpresas, y hacerlo manual y reconocible, ínti-
mo y útil a fin de conseguir mediante un trabajo planificado y ob-
jetivo, lo que necesita y que nunca se halla a su disposición. Preci-
samente por eso el ámbito de acción del hombre no es nunca la
situación sola, el puro ahora casual y preparado, sino que mediante
su previsión tiene que arrancar a ese ahora los condicionamientos
que han de ayudarle en el futuro de su existencia. Su vida pulsional
está abocada a estos hechos, orientada a ellos y solamente así puede
entenderse. Desde la carencia de especialización y de medios orgá-
nicos; desde la apertura al mundo y la inteligencia del hombre, mi-
ramos a su modo de obrar, de mantenerse en la existencia y nos
preguntamos: ¿cómo ha de estar constituida la vida pulsional de se-
mejante ser?
A esta pregunta damos una serie de respuestas, que se ilumi-
nan mutuamente y comienzan en ciertos puntos. En primer lugar
hay que entender los impulsos en su relación a la acción y a las
tareas de esa acción. En primer lugar, para el hombre en cuanto ser
práxico es vitalmente necesario poder «aplazar» la satisfacción de
las necesidades, ya que las actividades preparatorias, que partiendo
de las circunstancias objetivas reconocen lo utilizable y tienen que
seleccionarlo elaborándolo, tienen su propia normatividad entregada
a los hechos y es de enorme importancia realizar la experiencia
y la elaboración de la experiencia de un modo objetivo-lógico y
no entregarse a las perturbaciones de un comportamiento afectivo
o ansioso, precisamente porque del éxito depende la satisfacción
de las necesidades. De eso se cuida la naturaleza de dos maneras:
primera, haciendo el ciclo de la acción, como acabamos de ver mo-
vible, y capaz de ponerse a funcionar y de dirigirse en sí mismo.
Segundo: haciendo que la posibilidad de frenar los impulsos se
transforme en una necesidad de los mismos, proporcionando al
mismo tiempo los medios para ello. Radican éstos en un hecho,
cuya importancia ya he señalado: el superávit de pulsión, que él
mismo fuerza a un cierto tipo de elaboración, la cual no puede su-
ceder sino así: una parte de las pulsiones es empleada para frenar
a las demás. La frenabilidad de todas las pulsiones, aun de las
orgánicas, es un hecho de primerísimo orden y la entendemos sola-
mente partiendo de los condicionamientos de la acción, los cuales
han de estar «dependiendo», por decirlo así, de las indigencias, a

393
fin de incorporarse en las leyes objetivas de la experiencia y des-
arrollar por ese medio su poder propio, necesario y no limitable.
Ese aplazamiento crea por tanto un espacio vacío, un hiato entre
las necesidades y su satisfacción y en ese espacio vacío se ubica no
solamente la acción, sino también todo pensamiento objetivo que
no haya de ser perturbado por los impulsos, como tampoco lo ha
de estar la acción, si va a ser acertada y fructífera. Ese hiato, descri-
to aquí como realidad vivencial llevada a cabo, es asimismo psicoló-
gicamente, en la diversidad y relativa independencia de la esfera
animal y orgánica, su hecho objetivo.
Así pues, cuando sentimos un impulso, una necesidad, no está
en nuestra mano el sentirlo. Pero sí lo está el satisfacerla; cosa que
ya Fichte había señalado acertadamente. Si han de ponerse en
marcha, y cuándo, y bajo qué circunstancias, las acciones, para
producir los medios mediatos e inmediatos que sirvan finalmente
a esa indigencia; sobre todo eso no puede decidir la indigencia pre-
cisamente si ella ha de ser satisfecha. Por tanto las acciones tienen
que ser «dependientes» de los impulsos; ha de crearse un hiato, ya
que las primeras necesitan sus tiempos y ocasiones, a fin de poder
ser adecuadas a la cosa, bien reflexionadas, capaces de mejorarse y
de ser repetidas. Ese proceso de intermediación, en el que las accio-
nes se entrelazan naturalmente unas a otras, es ilimitado y puede
extenderse y multiplicarse hasta lo infinito. ¿Cuál de las acciones
cotidianas de un obrero montador o de un contable sirve propia-
mente a la creación directa e inmediata de las cosas que sirven para
satisfacer las necesidades de la vida? El carácter indirecto de la
contribución al mantenimiento de la vida ha crecido en las moder-
nas culturas hasta transformarse en una maquinaria gigantesca, en
la que sin embargo todos encuentran su vida y en la que cada
ladrillo es un hecho de trabajo objetivamente disciplinado, de tal
manera que cualquier atentado a las bases de ese sistema ha de
ser impedido y consistiría solamente en el rebajamiento del nivel de
conocimiento e investigación objetivas, de lo cual vive mediante
palabrería romántica.
Por 4o tanto, el que la cultura sea no solamente soportable, sino
vitalmente necesaria, radica en el hombre y en último término en
ese hiato (separabilidad de acciones con respecto a los impulsos)
como condición de posibilidad existencial para un ser fabricado de
ese modo. Los ojos, el entendimiento, las manos, están «vueltos»
hacia fuera; se ocupan en la realidad, bien juntamente, o bien por

394
separado; se puede usar cada uno de ellos separadamente por sí mis-
mo. Independientemente (no de un modo absoluto, como se puede
comprender, sino en condiciones que ellas mismas han de ser ex-
perimentadas) de las indigencias rítmicas del organismo, que se ha-
llan en la base de la vida pulsional.
Con lo dicho sin embargo solamente quedaría abarcado un as-
pecto de este problema de tantas facetas. A continuación vamos a
desarrollar otro aspecto, que se relaciona con este primero en sen-
tido opuesto.
En el caso de un ser que planifica y actúa, que tiene que ir
tomando del mundo los medios para llevar adelante su vida y se
implica por ello imprevisiblemente en las leyes de los hechos, es
imposible e inimaginable una frontera bien clara y una diferencia
bien determinada entre acciones con un fin biológico inmediato y
acciones con una finalidad cada vez más remota. Por eso tenemos
que volver a preguntarnos: ¿cómo ha de estar fabricada la vida
pulsional de un ser, al que acarrearía peligro de su vida establecer
la diferencia entre acciones de finalidad biológica inmediata y aque-
llas otras de finalidad remota y mediatizada? La respuesta es ésta:
los impulsos humanos son capaces de evolución y de ser moldeados;
son capaces de hacer que las acciones se reproduzcan y así ellas
mismas lleguen a ser necesidades. Este importantísimo hecho es
propio de los condicionamientos humanos tanto como el de la «de-
pendencia» de los impulsos con respecto a las acciones; hecho del
que hablábamos hace un momento y que, por así decir, camina en
sentido contrario al otro. Por eso podemos decir también que no
existe una frontera objetiva entre impulsos y hábitos; entre indi-
gencias primarias y secundarias; sino que esa diferencia, allá donde
se presente, está hecha por el mismo ser humano. O al revés: el
ser humano permite que determinadas indigencias se instalen en él
y a través de él se expandan al mundo, hasta que sean intereses en
acciones especialísimas, que se dirigen a hechos singulares. Dicho
de otro modo: para un ser práxico y por ello expuesto a la casuali-
dad ilimitada de la realidd, es de importancia vital que aun las
capacidades más especiales puedan transformarse en indigencias y
así se lleven a cabo «con interés». Entre ellas están no solamente
una especie de voluntad externa y periférica para empezar, mante-
nerse y proseguir, pese a las perturbaciones y problemas que van
surgiendo a causa de los hechos que surgen en la acción, sino sobre
todo, fundamentalísimamente, la capacidad de encontrar satisfac-

395
ción en las tareas y actividades más remotas y especiales, de tal
manera que puedan transformarse en indigencias.
Por lo tanto, es decisivo, que «en cuanto sea posible, los me-
dios también en alguna manera se transformen en fines; es decir,
que no se les desee y busque solamente por sus efectos, sino tam-
bién por su propia naturaleza 2 . Así pues, los impulsos humanos
están abocados a un «cultivo hacia fuera»; a un desarrollo para su
distribución en los hechos del mundo, y siguen a las acciones. Es
evidente que pueden hacer eso únicamente porque también a ellos
se les puede frenar y son separables de la acción. De este modo sur-
gen no solamente intereses por los hechos y por el trato objetivo
con los hechos, sino también esas acciones se transforman en cos-
tumbres; es decir, en indigencias, y no podríamos decir secunda-
riamente impulsivas. Esto sólo puede entenderse si se concibe co-
mo necesario partiendo de la constitución total del hombre. Este
ser no ha de actuar «impulsivamente», porque su existencia de-
pende de su penetración violenta en los hechos y de dominarlos;
precisamente por eso aun los modos más especiales de esa penetra-
ción y de ese dominio tienen que poder transformarse en indigen-
cias. Este es el motivo de que las costumbres y los intereses aun
superficiales digan algo acerca del hombre; es decir, acerca de las
orientaciones al mundo en que ha fijado sus impulsos. Cuando sin
prejuicios «científicos», es decir, con una visión sencilla observamos
a un ser humano, no tenemos experiencia (por lo que se refiere a su
personalidad, a su «mismidad») más que de su exigencia de deter-
minadas actividades, de la jerarquización de los intereses que vi-
ven en él y que son elaborados por él, pero no de sus «propieda-
des». El método de pensar de la psicología actual ha consistido con
frecuencia en separar el carácter del hombre y la acción, y trasla-
darlo al interior, mientras que en realidad lo está leyendo, ese ca-
rácter, en sus «manifestaciones» o exteriorizaciones; en sus hechos,
fracasos, hábitos e intereses. Pero todos ellos están traspasados
por posturas o tomas de posición, que en parte el individuo incor-
pora permanentemente a sí mismo, y que en parte le impuso el
medio ambiente desde las más temprana juventud (educando e in-
fluyendo). Así pues, el carácter de un hombre contiene siempre lo
que ha venido a ser por sí mismo; mientras que en la pareja de con-
ceptos estructura-medio ambiente, no aparece en modo alguno la

2. Leibniz, Theod., 208.

396
mismidad. Sin embargo esa pareja de conceptos domina todavía en
la psicología moderna, lamentablemente. Más no es válido por dos
motivos: primero porque las «instalaciones» o estructuras están
simplemente deducidas de los comportamientos y olvidando preci-
samente la importancia de la acción; ya que toda inclinación que se
expresa activamente ha pasado ya por una toma de posición, o al
menos es objeto fundamentalmente posible de tal toma de posi-
ción. En segundo lugar la expresión «medio ambiente» permanece
totalmente indeterminada. No se puede entender en el sentido del
medio ambiente biológico, ya que, como hemos mostrado, es un
concepto de la psicología animal. En la esfera del hombre esa ex-
presión sólo puede significar «ambiente cultural» y ¿qué es esto
sino un campo de hechos auténticos, campo complejísimo y plena-
mente histórico, es decir, sedimentaciones de las acciones de co-
munidades permanentes? Sólo reconocemos un carácter en lo si-
guiente: en cómo y en qué puntos se inserta en ese campo de
acción que es la cultura; cómo se comporta en los encuentros acti-
vos y cómo en esos hechos y encuentros y a través de ellos se
muestra activo transformando; es decir, crea para sí un medio am-
biente, que él quiere tener. El «ambiente» no contiene nada más
(dicho groseramente) que hombres y cosas: los primeros influyen
activamente unos en otros y las últimas son precisamente acciones
pre-modeladas, hechos pre-fabricados. La más simple de las herra-
mientas podría servir de prueba. Así pues, en el esquema de dispo-
sitivo (estructura, mecanismo... )-medio ambiente, falta (en el sen-
tido habitual no reflexivo) precisamente el hecho más importante;
falta la mismidad y la visión de que la acción contiene la mismidad
y crea el ambiente. Ese esquema pertenece pues a las malas ayudas
para pensar de tipo biológico, pues lo que hacen precisamente es
impedir y poner en entredicho una concepción biológica del hom-
bre. En el caso de un ser como el humano es esencial el hecho de
Nque contrapone y orienta sus impulsos e indigencias al mundo,

porque tiene que captarse a sí mismo al mismo tiempo que el


mundo; de tal manera que el carácter, como resultado de un cul-
tivo, sólo queda «fijado» en la acción y sus efectos (también la ac-
ción de los demás).

40. Apertura al mundo de las pulsiones


Hemos planteado nuestras reflexiones sobre los problemas del
intramundo humano de tal modo que partiendo de la omnivisión

397
que hemos logrado del ser humano, nos preguntábamos: ¿cómo
ha de estar construida la vida pulsional de ese ser que por natu-
raleza fue abocado a la acción? Y llegamos a dos conclusiones im-
portantísimas: la vida pulsional del hombre presenta como carac-
terística fundamental dos direcciones que corren, por decirlo así,
en sentido contrario. En primer lugar, la satisfacción de todas las
indigencias humanas, incluso las elementales, está bajo la condición
de que sean conocidos y dominados los contenidos objetivos y cir-
cunstancias del mundo hasta en los detalles; de cómo el hombre al-
cance ese conocimiento y dominio en las mismas actividades que
ejercita. Por ese motivo todas las indigencias humanas son al
mismo tiempo necesidades «superiores»; es decir, intereses por
las circunstancias de su cumplimiento, por los obstáculos y los éxi-
tos; por las actividades y sus transformaciones mismas, dentro de
las cuales es elaborado el mundo de modo que sirva a la vida. Por
eso, los impulsos han de ser «por naturaleza» plásticos, objetivos,
respondiendo a las circunstancias; han de poder «ir creciendo»
según van cambiando las situaciones y las acciones vinculadas a
ellas. No han de estar condicionados por la situación, sino que han
de corresponder a la situación; y esto lo tienen que ser de un mo-
do esencial, dado que son humanos. Pero por el otro lado, los
impulsos tienen que ser frenables dentro de ciertos límites (lo más
amplios posible); es decir, han de ser independientes o mejor «de-
pendientes» de los procesos de acción y experiencia, ya que esos
procesos no están adaptados de antemano a ninguna situación de-
terminada y en la medida en que lo ilimitado de sus posibles conte-
nidos haga necesario entrometerse en ellos «objetivamente» (es de-
cir, conociendo, probando, experimentando, ensayando) las indi-
gencias y los intereses tienen que poder ser retenidos, o frenados,
precisamente porque su satisfacción futura dependerá de que sólo
las mismas circunstancias se presenten. Ese «hiato» entre indigen-
cias e impulsos por una parte, y su cumplimiento y acciones que se
ocupan de ello por otra parte es la circunstancia decisiva que per-
mite la existencia de un «dentro».
En este punto llegamos a ideas importantísimas que desarrollaré
extensamente. En efecto, los dos rasgos fundametnales de la cons-
titución pulsional humana de que hemos hablado están apuntando
a propiedades todavía más profundas; la «concientidad» (Bewusst-
heit) y la «mundanidad» del dentro humano; es decir, a los ras-
gos que se suelen nombrar con el concepto de «alma».

398
Dejemos por una vez a un lado todas las ideas vinculadas a
ese concepto, sobre todo esa idea de un dualismo alma-cuerpo, y re-
tengamos solamente lo que ya sabemos sobre el hombre. Un ser
abierto al mundo, es decir, no especializado, que ha sido dejado
a su propia actividad e inteligencia para poder vivir; que, expuesto
al mundo en todos los sentidos, tiene que mantenerse en él, apro-
piándoselo, elaborándolo, conociéndolo y penetrándolo: si tal ser
sólo dispusiera como animal de unos cuantos instintos fijos y uni-
direccionales, estaría perdido, aun cuando esos instintos pudieran
ser corregidos por las experiencias. Nada aprovecharía en verdad el
que se presentasen aquellas situaciones a las que tendrían que reac-
cionar aquellos instintos, si el hombre mismo no los trajese. Pero
precisamente para poder traerlos necesita de una estructura pulsio-
nal distinta de la que puede tener un ser instintivo; es decir, para
expresarlo sintéticamente: necesita una estructura pulsional abierta
al mundo. Las características aquí mencionadas de «mundanidad»,
apertura al mundo y concientidad de la vida pulsional humana, sólo
serán comprensibles al considerarlas desde nuestro punto de vista
fundamentalmente antropológico y no por otras vías. A fin de
tener un calificativo breve que abarque este contenido polifacético,
los unificaré en la expresión «orientabilidad» de los impulsos.
La mera elección de esa palabra ya está indicando que nos encon-
tramos ante una operación del hombre que ha de realizar él
mismo.
Ahora, a fin de encontrar ideas relativas al «dentro» del hom-
bre, tenemos que situar ante todo el pensamiento en el lugar que le
corresponde. Originalmente no es «dentro», sino que se deriva del
lenguaje, es un sistema que se halla plenamente en el ciclo senso-
motor; es un sistema de interpretaciones y designaciones vuelto ha-
cia fuera; un órgano de planificación y super-visión; órgano de
orientación de la acción. En cuanto sistema de descarga tiene, como
ya vimos, la orientación al desmontaje de contenidos inmediatos,
figurativos; a la «des-sensorización» y sobre todo la capacidad de
dejar que sus tendencias-hacia transcurran en sí mismas y se satisfa-
gan en sí mismas; así se transforma (pasando rápidamente toda-
vía junto al «núcleo» de los complejos de ideas) en pensamien-
to interior aloquial, pero nunca pierde su tarea a la que finalmente
accede; es decir, la orientación del comportamiento. Finalmente
encuentra en sí mismo motivos para construir con una orientación;
encuentra en sí mismo tareas en las que puede llevar a cabo un ex-

399
traordinario desarrollo de su poder; por así decir: una temática de
pensamiento puramente técnico incluyendo las matemáticas (esto
sin embargo, sólo después del descubrimiento de la escritura, en la
que él mismo se contrapone a sí mismo y puede retener cada uno de
sus pasos para instrucciones de realización). Pero todo esto no
cambia nada de que es «un sistema vuelto hacia fuera», surgido
para que el hombre activo domine al mundo y además para dar ple-
na libertad al obrar, cada vez que pasa de un concepto a otro; cuan-
do toma A por B; cuando anuda nuevas expectativas; lo ausente se
entrelaza en lo presente y dilata ilimitadamente el campo de los
puntos de vista desde los cuales puede ser captado. Si la acción se
detiene ante dos posibilidades, sigue los motivos aducidos que am-
plían una de las dos posibilidades hacia una mayor riqueza de
perspectivas. La verdad hallada por Schopenhauer ha de retenerse
plenamente: el pensamiento es representación de la representa-
ción» (Vorstellen des Vorstellens); acrecentamiento de lo existen-
te en lo futuro y ausente, absolutamente referido a la acción: «es-
fera de los motivos» como dice Schopenhauer; medio-ambiente de
los estímulos que se mueven.
Esto ha de quedar bien sentado y bien establecida la imagen
correcta del pensamiento como un proceso sensomotor, antes de
que podamos plantear la cuestión de cómo y por qué la vida pulsio-
nal se hace consciente. Cuando consideramos nuestra propia vida
interior en su realidad (en la que no existen abstracciones, de esas
que acaban en -ez o -idad) encontraremos en primer lugar que el
propio interior o dentro sólo se nos da en el estado de paralización,
de carencia de acción, es decir, «des-enganchado» de las acciones;
como «hiato». En estados de actividad máxima, concentrada, por
ejemplo en los momentos en que se trata de apartar un peligro
no existe ningún «interior», sino acciones rápidas como el rayo;
máxima presencia del espíritu vuelto hacia fuera; insistencia má-
xima de imágenes cambiantes; ningún sentimiento que sustraiga
energía. Pero cuando no actuamos, sino que permanecemos en
reposo; o bien cuando estamos ocupados sólo superficialmente con
costumbres mecanizadas de transcurso liso (es igual en este mo-
mento) entonces sentimos la presión interna de los impulsos; el
superávit de impulsos. Entonces encontramos en nosotros en pri-
mer lugar deseos o intereses; a saber: fantasmas que se aglomeran
de tareas, propósitos o esperanzas; ímpetus interiores de actividad
según determinadas metas, que para nosotros son conscientes,

400
pensadas y dotadas de imagen. Entonces los impulsos se enseñorean
también del pensamiento; los obstáculos y las circunstancias; los
temores y los planes se mueven en el recuerdo y las expectativas. Se
desarrolla dentro de nosotros un mundo agitado, que propiamente
en modo alguno tiene el carácter de «subjetividad»; del yo-garante;
sino el valor mundano de situaciones posibles en las cuales «hay
urgencia o presión para tener un comportamiento. En todo ello
desempeñan su papel las circunstancias abigarradas y cambiantes y
sin embargo unívocas; así como personas determinadas «represen-
tadas o imaginadas».
Ahora podemos preguntarnos una vez más: ¿cuándo hará la na-
turaleza que una vida pulsional sea consciente y la entregará a los
grandes peligros de la perturbabilidad? Pues naturalmente en el
momento en que ese ser no encuentre «por sí mismo» en el am-
biente que lo rodea (en cuanto ese ambiente es alcanzable por sus
sentidos) la satisfacción de sus indigencias; es decir, aunque parezca
paradójico: cuando tenga que mirar dentro de sí, porque fuera de
sí no ve. El interior humano está abierto al mundo. Esto quiere
decir que está bajo la impresión de experiencias múltiples e inde-
terminadas, impresiones, concepciones, en cada una de las cuales
puede crecer un impulso. Y significa también que la vida pulsional
y la vida de indigencias del hombre contiene valores lejanos; imá-
genes del pasado; ímpetus hacia lo ausente; añoranza de situaciones
y circunstancias futuras. Pero esto es, como se ve enseguida, la
constitución necesaria a un ser práxico, que ha de comportarse den-
tro de la abundancia pletórica del mundo; y ha de actuar de tal
manera que fundamentalmente lo ahora presente pueda ser cap-
tado y, partiendo de las expectativas que han producido las expe-
riencias, tenga que ser tratado.
De este modo se explican mutuamente todos los protofenóme-
nos. El ser humano orienta sus impulsos y sus indigencias; les da
contenidos elaborados por sí mismo, pues el hacer experiencias, al
hablar e interpretar el mundo, lo está asumiendo en sí mismo; es
decir, él proporciona por sí mismo la determinación concreta, en
cuanto al contenido de sus impulsos, los cuales despiertan en la
dirección de su obrar y en esos objetos y se adhieren a las imá-
genes de la experiencia. En ello el hombre se experimenta a sí mis-
mo, se hace necesariamente «problema» para sí mismo; objeto de
polémica que obliga a tomar una postura. Nietzsche llamó «intro-
animación» a esto y Kant tuvo una mirada profunda al decir que

401
ocupamos o llenamos nuestro ánimo (Gemüt) con las representacio-
nes o ideas ('Vorstellungen) de los sentidos exteriores; también
acentúa que la experiencia interna sólo es posible por la experien-
cia externa.
Ahora bien, además, como ya veremos, el sistema de la acción,
considerado en sí mismo, puede ponerse en funcionamiento por
su carácter móvil e independiente de la situación en que se hallen
las indigencias; esa contención, ese aplazamiento de los impulsos,
ese «hiato» instaura por primera vez el puro interior, que lo es,
pero orientado: está «ocupado por las ideas de los sentidos exter-
nos»; con imágenes de deseos; de cosas circundantes; amalgamado
con esperanzas de realizaciones y con hábitos. Impulsos, indigen-
cias e intereses del hombre sólo te dan en esa forma, pues tal es la
estructura pulsional de un ser al que falta el camino directo del
instinto a través del movimiento innato y seguro hacia el estímulo
escogido; por tanto, un ser en el que el mundo exterior tiene que
crecerle por dentro, de tal manera que, como vió Herder, todos
los estados del interior lleguen a ser «loquiales».
Vamos a dar un paso más, aun cuando tengamos que repetir lo
mismo, a fin de que no pierda su actualidad y se confronte con los
nuevos resultados. Cuando yo me pregunte ahora: ¿cómo se orienta
una indigencia; cómo se hace «loquial» (cómo alquiere su aspecto
de lenguaje), es decir, cómo se hace consciente y tiene por primera
vez un contenido?, podemos volver a aducir aquí nuestras ante-
riores investigaciones.
Volvamos a una de las raíces del lenguaje: el grito de llamada.
Un malestar no interpretado y apremiante se expresa en un niño
pequeño mediante movimientos de inquietud; también de inquie-
tud linguomotriz: voces o gritos. El malestar es aplacado: la indi-
gencia todavía no concebible por el niño es satisfecha; la satisfac-
ción o cumplimiento es percibido, gustado, sentido y visto. Ese con-
junto, repetido a menudo, es asumido activamente; la satisfacción
que sigue a los gritos es esperada, es decir, reclamada: los gritos se
producen con la intención puesta en la ayuda. El asumir y poner a
funcionar éxitos casuales de la acción es una capacidad que tienen
ya al menos los animales superiores. Pero si el grito de llamada es
apuntado «tendenciosamente» a una meta, cargado con fantasmas
de expectativa, es que se ha formado un conjunto de indigencia-so-
nido-satisfacción, bajo la dirección del sonido. Los impulsos y las
indigencias se hacen capaces de abrirse camino mediante el sonido

402
y se captan en él. Cuando surja la indigencia, se anticipará a sí mis-
ma en la llamada y los fantasmas y vivirá así como indigencia
concreta y con contenido; es decir, será consciente. Así pues, hay
siempre algún tipo de acción en el que se desarrollan nuestras indi-
gencias pasando al estado de captabilidad, orientabilidad y con-
cientidad de los fines. Esa acción, en el ejemplo que hemos adu-
cido, era una llamada en la que, en virtud de los fantasmas de
satisfacción y buen resultado a ella vinculados, la indigencia, ahora
consciente de sus fines, despierta como tal. Cuando se dice que en
los lactantes se «asocian» la sensación de hambre, llamada e ima-
gen del alimento, puede uno creer haber descrito el mismo hecho,
pero le ha faltado lo esencial, pues en la expresión: «sensación de
hambre», «instinto de alimentarse», etc., ya se ha incluido la imagen
del cumplimiento, la meta, y ya no se necesita la acción. Pero en
cada una de las situaciones experienciales concretas y llevadas a ca-
bo activamente es donde se hacen por primera vez captables y
claras las cualidades de nuestros impulsos. La vida pulsional del
niño pequeño es para él mismo una totalidad ciega de la que to-
davía no se ha apropiado, que no la ha interpretado y no la ha solu-
cionado y que no será caracterizada hasta que pueda representarse
sus metas y formar una imagen de ellas. Esto sólo sucede mediante
algún tiempo de actividad mediadora. Uno se experimenta a sí
mismo en actividad; o dicho de otra manera, la vida pulsional del
hombre se halla en la esfera de las operaciones humanas de apro-
piación e interpretación, en la de sus tareas; y esto no de un modo
complementario, sino elemental y esencial. En situaciones unívocas
y activas irrumpen nuestros intereses e indigencias; ahí reciben
los fantasmas de sus metas y ahora sí son impulsos móviles, que
han caído en la cuenta de sí mismos; que han sido dotados de ojos.
El niño, que con poco más de dos años repite constantemente: «ma-
má, yo quiero...» y luego busta a su alrededor con la mirada qué
es lo que quiere, tiene que haber experimentado esta vivencia y ha-
berla aceptado. A saber: «la cristalización» de la presión pulsional,
carente de rostro, en imágenes excluyentes; en indigencias reales y
orientadas.
Decíamos antes que la vida interior del hombre es «mundana».
Esa expresión recibe aquí otra significación, pues esa vida es objeto
de experiencia activa, apropiación e interpretación, igual que lo es
el mundo exterior y ambas son experimentadas y dominadas sólo
entreveradas. Novalis llamó a ésta «la más fructífera de todas la

403
indicaciones»; a saber: cuando el idealismo describe el mundo in-
terior con imágenes del exterior y viceversa. Este proceso es el
más fructífero porque es el objetivo y acertado. Es fácil ver que
en todo eso el lenguaje desempeña un papel preponderante. En
primer lugar, acompaña a todas las acciones y movimientos, por
ejemplo en el juego, en las cuales se hacen experiencias de los im-
pulsos, de tal manera que el lenguaje puede separar esos impulsos
de la actividad fáctica y seguir moviéndose en su propio nivel. En-
tonces combinamos intereses e indigencias con metas y situaciones
puramente pensadas. Pero sobre todo el lenguaje es indiferente a
la diferencia entre contenidos reales y los puramente imaginados.
Con otras palabras: el lenguaje hace la «más fructífera de las situa-
ciones», sobre todo porque hace que el mundo exterior crezca den-
tro de nosotros. De este modo, pues, llenamos nuestro ánimo
(Gemüt) con representaciones de los sentidos exteriores; así orien-
tamos nuestra vida pulsional, que es humana, abierta al mundo,
consciente, orientable; la propia de un ser práxico que ha de afir-
marse también a sí mismo desde dentro frente al mundo.
Cuando un impulso concreto, viviente y concebible es fijado
así, es un «poder» en el interior, y un centro de fuerza para ulte-
riores procesos. Nuestra acción, en sí misma móvil y orientable
puede (o no) realizarlo ahora. Exactamente ese mismo hecho, ex-
presado de otra manera, sería: un interés caracterizado es objeto
inmediato de una posible toma de posición; puede ser permitido y
satisfecho, o rechazado, si otros intereses frenan la acción. Tiene
una enorme importancia el hecho de que el hombre sea capaz de
tomar posición con respecto a sí mismo; hecho que, a su vez, tiene
muchos aspectos. Consideraremos en primer lugar el hiato posible
entre impulso y acción y la concientidad y captabilidad de cada
uno de los impulsos fijados, pues solamente cuando uno de esos
impulsos es desconectado de la acción, abandonado a sí mismo y es
captable o concebible, puede colocarse otro contrario en su lugar.
Es una experiencia sencillísima sobre la que no cabe discusión, que
toda indigencia puede ser objeto posible de una toma de posición y
que, por otra parte, todo impulso permitido tiene la inclinación de
hacerse impulsivo, es decir, de extenderse, de tomar en sí la fuerza
de otros impulsos e incorporársela, hasta que finalmente, trans-
formado en hábito fijo, penetra en el ritmo del organismo y ya no
es tan fácilmente asible. La frontera entre impulso, pulsión y há-
bito, no es objetiva, sino que es movible, o bien, «permite» el paso.

404
Ya lo vio acertadamente Aristóteles en su Etica a Nicómaco, al
decir que los injustos y los que dan rienda suelta a sus deseos eran
libres al principio de no serlo, pero una vez que han llegado a ser
eso, ya no son libres de no serlo: así como un enfermo, que quiere
ponerse sano, tampoco lo conseguirá; su enfermedad en ciertas
circunstancias fue voluntaria (si vivió sin freno y sin hacer caso a
los médicos). Ciertamente en un tiempo fue libre para no estar en-
fermo, pero ahora que lo está, ya no lo es.
Las tomas de posición contra las propias indigencias e intereses
son por una parte posibles, por cuanto que se han hecho aprehen-
sibles y han «cristalizado», se han hecho conscientes, y en cuanto
han sido liberadas por el «hiato»; surgen como inclinaciones inter-
nas, cuando la acción está frenada o simplemente ocupada con otras
cosas, es decir, surgen inevitablemente. Estas tomas de posición son
necesarias, porque el superávit de pulsiones las fuerza y porque
la variedad vitalmente necesaria de la evolución humana de la
acción y los intereses, no permite la dilatación del espacio pulsional
de las indigencias individuales. Solamente en unas proporciones
descargadas y lujuriosas; en una existencia a costa de los demás
pueden realizarse los excesos. Pero además las tomas de posición
son necesarias por otro motivo. Solamente en ellas se forma una
actitud, es decir, un sistema de direcciones del esfuerzo, exclusivas,
mutuamente consolidadas, cultivadas en determinadas relaciones de
dominio. Tal actitud es, como mostraré enseguida, a nivel muy pro-
fundo una condición del ordo vital en el hombre; por lo tanto or-
gánicamente necesaria, cosa que no ha de admirarnos, si conside-
ramos al hombre biológicamente como un ser práxico, y podemos
por tanto esperar que aun los decursos puramente vegetativos se
hallen aquí en relación. La «cristalización» de los impulsos en de-
terminadas situaciones; su ocupación o relleno, realizado activa-
mente, con imágenes de las metas, en su captarse a sí mismos; su
surgimiento como fuerza real del interior. Pero al mismo tiempo
quedan expuestos a la toma de posición y se hacen material de
cultivo, de educación y autodisciplina. Que el hombre es una tarea
para sí mismo, llega hasta la responsabilidad por la calidad de la
physis.
Así pues, la cuestión filosófica más universal no es cómo nues-
tras ideas (representaciones) encuentran el mundo externo (la lla-
mada cuestión epistemológica), sino al revés, cómo crece dentro de
nosotros el mundo exterior, y ha sido ahora respondida. El «extra-

405
mundo interno» (Novalis) surge de tal manera, que en cualesquiera
situaciones vividas y activamente experimentadas sentimos «irrum-
pir» o surgir nuestras indigencias e inclinaciones. A consecuencia
de nuestro comportamiento; adhiriéndose a nuestras actividades, se
transforman en impulsos concretos, caracterizados y llenos de con-
tenido. De ahí que nuestras indigencias e intereses sigan viviendo
a pesar de esa situación de descubrimiento y se adhieran a los an-
tiguos nombres y no se re-bauticen sin más ni más, es decir, no se
adapten. Esas experiencias reales, que hace el hombre consigo mis-
mo no se pueden suplir con ningún proceso de conciencia o de pen-
samiento, fuera del caso de ilusión o engaño de sí mismo, y co-
mienza en una edad que excluye cualquier retroceso a sus «elemen-
tos»: los primeros días de vida. Por eso nuestro mundo interior
consta de un sistema de intereses, indigencias y aversiones signifi-
cativas y conscientes de sus fines. Son auténticas búsquedas; co-
natos de actos y hábitos de acción, así como imágenes del mundo e
imágenes de situación; sedimentaciones de anteriores acciones y
experiencias con plena capacidad loquial y expresiva, que siguen
impulsando hacia contenidos concretísimos del futuro. Precisamen-
te por eso el hombre, caracterológicamente, sólo es descriptible
por lo que quiere o no quiere en las esferas política, profesional,
cultural y cotidiana; por lo que ha hecho y por lo que se halla ante
él como «base de reacción» de ulteriores tomas de posición; pero,
sobre todo, también por aquello que nunca hará.
Poseída por el lenguaje y la ilimitada movilidad de las «ten-
dencias hacia», nuestra vida fantasial está totalmente transida por
el lenguaje, el pensamiento; y todos nuestros impulsos entretejidos
de pensamientos e imágenes. El niño que dice «quiero la pelota» no
experimenta una «exteriorización del impulso de posesión» sino el
deseo claro y expreso de una cosa conocida y además las vivencias,
movimientos y fantasmas que se pusieron y se pondrán en juego.
Dado que el lenguaje y la fantasía forman una unidad compenetra-
da (ya mostré cómo el lenguaje «libera» las representaciones o
ideas y las hace móviles) podemos de un modo puramente «repre-
sentativo» componer dentro de nosotros una plétora de fantasmas
de ocurrencias, de acontecimientos y de realizaciones, ensayando
nuestras inclinaciones, repugnancias, impulsos y sentimientos. De-
jamos que nuestras esperanzas y expectativas se desplieguen en
situaciones libremente planteadas por la fantasía, realizándose una
auténtica dramatización de la vida de nuestro pensamiento y de

406
nuestras representaciones. Cuando nos trasladamos así a situa-
ciones tan distintas y escuchamos por tanto a nuestras tendencias e
inclinaciones, podemos planificar en conjunto nuestros impulsos. Es
un dramático probarse a sí mismo; un permitirse y rechazarse a sí
mismo, que siempre se refiere a un «mundo interior» imaginado y
que contiene fantasmas de acción, de situaciones y de tareas. Si el
hombre estuviere vinculado a algún «impulso fundamental», eso
sería no solamente superfluo, sino imposible. Tan imposible como el
transferirse en otro sentido al que tenemos.
Hay muy pocos pensadores que hayan notado esto que vamos
diciendo. Nietzsche es uno de ellos. En cierta ocasión dijo que «el
carácter parece ser una idea vertida sobre la vida pulsional bajo la
cual salen a la luz todas las manifestaciones de la vida pulsional» y
en el mismo contexto encontramos esta observación aforística:
«vemos aquí cómo la idea (representación) está en situación de
diferenciar las manifestaciones de la voluntad».
Cuando digo lo siguiente: de cara a experiencias concretas ac-
tivas surgen en el hombre intereses, inclinaciones e impulsos y
mediante cualquier tipo de comportamiento realizado en esas
situaciones (aun cuando sea un puro nombrar) se fija un impulso
y se entiende a sí mismo, se prueba y se hace consciente, estoy
haciendo una descripción abstractísima y por lo demás llena de
perspectivas. En primer lugar esa descripción trabaja con imágenes.
Cuando hablamos de que un impulso se «cristaliza» (la imagen es
de Stendhal); que se le implantan unos ojos; o que a través de la
acción (que lo hace patente) pasa a otro «estado físico», estamos
empujados a esas imágenes, porque la lengua alemana no tiene pa-
labras para esas relaciones tan especiales. En la filosofía griega la
situación era distinta. En ella podríamos expresar sin dificultad
tales relaciones mediante los conceptos dynamis y energeia; además,
tenía el concepto de entelequia para indicar una capacidad o fa-
cultad que pasa al acto y sólo es aprehensible en el producto de esa
actualidad. Por eso me veo precisado a describir extensamente,
para que quede claro lo que queremos decir en las ulteriores consi-
deraciones. En segundo lugar, la descripción de que venimos ha-
ciendo mención tiene naturalmente el sentido de ser claramente
polémica. Va contra la opinión de que existan en el hombre «impul-
sos fundamentales» determinados en cuanto a su contenido, innatas
teleokline (inclinaciones a unos fines determinados), que estarían
cortadas a la medida de ciertos contenidos mundanos. Aun el ham-

407
bre y el impulso sexual, que están representados orgánicamente y
son los que más se aproximarían a esa idea son un caso muy parti-
cular. Toman parte, por decirlo así, malgré eux en la plasticidad
y no-diferenciación de la vida pulsional; han de ser vistos «desde
arriba», partiendo del encauzamiento de la vida pulsional humana
a intereses de acción inteligentes y a indigencias objetivas. En su
sistema han de ser determinados, asumidos y elaborados. La actitud
del hombre de ninguna otra manera se puede conocer sino en el
modo en que se apropia esos impulsos, que tienen una evidente
raíz intuitiva, pero sólo son «pulsiones», en cuanto actúan como
fondo crónico y permanente; como potencial latente de presión.
Esto es evidentemente el reverso de su elevadísima superdetermi-
nabilidad complementaria mediante la experiencia. La consecuencia
de ambas normatividades es la sensibilización sumamente selectiva
alcanzable, la cual es esencialmente distinta de las altas ondas pri-
marias de estímulo de instintos animales análogos; o bien de la
exclusividad de los accionadores coordinados. También Buytendijk
discute que el hambre y la sed sean pulsiones dirigidas «a algo» 8
y estoy plenamente de acuerdo con él cuando dice que «no es acer-
tada la opinión de que los impulsos sean innatos, como fuerzas ya
existentes ahí».
Pero nuestro esquema necesita una explicación también en
otro aspecto muy esencial. Cuando decimos que los impulsos se
«cristalizan» como efecto de nuestras acciones o bien que sólo en
ellas caen en la cuenta de sí mismos o se concretizan, queremos de-
cir sobre todo lo siguiente: la vida pulsional humana apunta esen-
cialmente a la comunicación. Sus destinos comienzan en la primera
infancia y se desarrollan durante años dentro de la vida del juego.
En él podemos observar la evolución de la necesidad de contacto
abierta al mundo, inestable, entretejida con la vitalidad de los sen-
tidos, y la receptibilidad o sensibilidad de los movimientos. Esas
necesidades de contacto son tan superabundantes y fluidas, que he-
mos de renunciar a darles un nombre. En ellas se forman conden-
saciones de una forma más retenible, pero en las cuales (si son jue-
gos de preferencia y auténticas indigencias infantiles) la satisfac-
ción intelectual motora, fantasial y pulsional no se pueden distin-
guir entre sí. Ahora bien, si reconocemos la enorme importancia de
esos años, para la fijación (en cuanto al contenido y el crecimiento

3. Wesen und Sinn d. Spiels, 1933.

408
conjunto) de rasgos pulsionales permanentes, no será poco lo que
hemos concedido. Sobre todo, esto: todos los impulsos, aun los del
hombre maduro, son comunicativos, por lo tanto, tan intelectuali-
zados como vinculados a la acción. Es decir, en última instancia
aparecen aun las indigencias físicas revestidas con las vestiduras de
la época y de la sociedad, y su irradiación no la conocemos
rnás que fragmentada a través de prismas, que las costumbres, la
sociedad y el accident absolu del propio carácter han pulido. Así
como el hombre penetra en el mundo, así el mundo en el hombre,
y se puede decir con exactitud que los hechos experimentados, do-
minados, pretendidos y también los fallidos, actúan o «pulsionan»
en e' hombre. Desde este punto de vista hay que entender la ima-
gen que antes elegimos de la «irrupción» de los impulsos, ya que
podría inducir al error de creer que existen ahí unas fuerzas que
de repente encuentran su objeto. Si hemos de hablar repetidamente
de una irrupción o surgimiento, se trata en realidad de síntesis (lle-
vadas a cabo repentinamente, aun cuando preparadas desde mucho
antes) de indigencias, que barruntan su posibilidad de unión en
nn solo objeto en base a una larga experiencia, a fin de realizar
rupturas de diques internos.
Frente a estos puntos de vista se comprenderá que si no traba-
jamos ni con un «catálogo de impulsos», ni con el esquema estruc-
tura-medio ambiente, es porque hablar de los influjos del medio
ambiente deja sin explicar lo esencial de los hechos. Todas esas
fórmulas (aun las tipológicas) no aprehenden al hombre ni tampoco
su vida pulsional realizada en y a través de la acción. Pero si hace-
mos esto, entonces por primera vez todos los fenómenos humanos
reciben su propio contenido, el de una segunda naturaleza. El mun-
do en que vive el hombre es una segunda naturaleza, que él crea
para sí; pero en esta operación será él necesariamente su propio
tema; y está fabricado de tal manera que siempre encuentra en sí
mismo tareas cuya solución es al mismo tiempo un paso adelante
en su mundo. Hemos mostrado ese suceso de características únicas
al hablar de la percepción, del lenguaje, del movimiento, en el
cual suceso sólo hay siempre procesos reflejados, por cuanto que
todo comportamiento hacia fuera se produce solamente mediante
un comportamiento hacia sí mismo, y al revés: tal es la situación-
base del hombre como ser «no pre-fijado». La vida pulsional no
hace ninguna excepción de ello; es finalmente un órgano de expe-
riencias sobre el mundo y sobre los otros, y con ello reflexivo so-

409
bre sí mismo; y tampoco aquí hay una primera naturaleza; sólo
una segunda. Partiendo de lo que se llama «alma» no se puede dejar
de pensar en el hiato; en la capa o estrato puesto al descubierto
por su separabilidad con respecto a la acción (estrato de impulsos
orientados, dotados de imagen, cuyos contenidos dependen siem-
pre de experiencias y acciones anteriores y cuya presión hacia de-
terminadas situaciones sólo la experimentamos como presión, cuan-
do no actuamos realmente). En esa relación está al mismo tiempo
la posibilidad de lo «inmoral», dicho en general, de la contradicción
transformada en hábito entre los impulsos y el obrar. Esa contra-
dicción sería esencialmente cobardía (el único vicio que no hay que
ocultar, así como el valor es la única virtud que no se puede fingir).

41. Otras leyes referentes a los impulsos

Seguiremos adelante mirando una vez más a los animales. El


animal vive siempre en el presente; tratando de dominar el ahora.
Ciertamente lo consigue, pero no de un modo creador. Este mismo
hecho se puede describir diciendo que el animal pulsional, y sus
instintos le muestran en cada ahora los estímulos a los que pue-
de responder según su estructura y sus órganos. El más bajo de los
grados operacionales del hombre es por el contrario desarrollar sus
indigencias en su actividad y recogerse en los intereses de sus ta-
reas. El medio con el que la naturaleza consigue esta obra de arte
es en primer lugar el «hiato», el relleno de la vida pulsional con
imágenes finalísticas; la intro-asunción del extramundo, liberando
así el intramundo. Pero con ello no queda la tarea concluida. No lo
será hasta que las exigencias objetivas de la misma acción se trans-
formen en indigencias, de tal manera que la acción, aun cuando se
intrinque cada vez más profundamente en las leyes de los hechos,
no exagera el hiato, sino que conserva el contacto, por mediato
que sea, con todas las indigencias, aun las orgánicas. Fuera de
eso, existe un límite sutil, donde el que es demasiado intro-
vertido y va reduciendo mucho la acción, se hace un ma-
crobiótico solitario y artista de la longevidad, que se niega a de-
jarse consumir por la vida activa, como debería de ser. En general
los impulsos interiores tienen que seguir creciendo eñ la ampliación
del mundo de la acción y en los intereses humanos innumerables
que allí se entrecruzan. Este extraordinario proceso es el de la

410
formación de «intereses superiores» o condicionados, como quera-
mos llamarlos. Es importantísimo el hecho de que en ese proceso
se esté presuponiendo la normatividad de contención, es decir, la
frenabilidad o capacidad de contener los impulsos: su concientidad;
su estar expuestos a los propios dictámenes, etc.
El primer hecho es la contención o freno de los meros actos
de dominio sobre el ahora. Se pueden llamar impulsivas todas la
acciones espontáneas del niño pequeño, cuando por ejemplo alarga
la mano hacia cosas que brillan o arroja lo que se le ha puesto en
la mano. Se estaría denominando así un gran acto de dominio so-
bre el ahora. La contención de los mismos es ciertamente la condi-
ción para formar intereses superiores, que siempre son intereses
duraderos. Así por ejemplo, mientras que no sea frenada o con-
tenida la reacción del niño de destruir todos los objetos al alcance
de su mano, no puede surgir naturalmente el interés por el conjun-
to de las propiedades de una cosa. Hay que reconocer que ninguna
región de la psicología está menos explorada y es más oscura que
la de las contenciones o frenos productivos, pero al menos puede
verse que impulsos sociales muy primitivos ponen bajo control o
freno a los egocéntricos, y al mismo tiempo los elevan hacia sí.
Se produce entonces una síntesis superior. Así por ejemplo, los
niños acostumbran a conservar junto a sí cosas brillantes y abiga-
rradas y se separan a disgusto de ellas, porque son estímulo para
jugar placenteramente con ellas. Pero una cosa objetiva es, por na-
turaleza, existente también para otros muchos, y entonces se pro-
duce la pelea. Ese mecanismo rapidísimo es recubierto según parece
por otro; precisamente por el modelo social primitivo to take the
role of the other, es decir, por el «trasladarse al otro». De este
modo ese primer querer-conservar penetra en otra constelación ab-
solutamente distinta, en la medida en que una de las partes asume
los intereses de los demás en la misma cosa y les cede o traspasa
sus intereses por otras cosas. Así surge la propiedad, que no con-
siste en monopolizar mi interés en una cosa, sino en una asunción
mutua y un retirarse de intereses posibles; proceso que incluye
evidentemente un sistema complejo de frenos productivos. Las fuer-
zas humanas no pueden ser acomodadas a unos actos de dominio
del ahora inmediato; es decir, la indigencia que tiene la vida pul-
sional de una modelación superior, es también orgánica o «pulsio-
nada», y también esto es una teología del superávit pulsional.
Dado que el hombre está apuntado hacia la acción, tiene su supe-

411
rávit en fuerzas que han de ser utilizadas, que hace insatisfactoria
toda mera reacción al ahora, pues ésta excluye precisamente el des-
arrollo de pulsiones duraderas. Las acciones pulsionales meramente
reactivas suelen dejar una profunda insatisfacción. No sabemos
mucho de la filosofía de Aristipo, pero si son fieles narradores
Aeliano y Diógenes Laertes, veía la «felicidad» exclusivamente en
el placer actual, con exclusión del cuidado por el pasado y el fu-
turo. Aparece así por debajo de Epicuro, para quien el placer tenía
todavía un contenido de obligación, y su desesperado punto de
vista es todavía más impresionante a causa de la ingenuidad de los
antiguos y la ausencia de instintos nihilísticos: a causa de la buena
conciencia de los antiguos. Non erubuit, dice Cicerón de él 4 .
La ley de contención o freno que acabamos de mencionar per-
mite una nueva mirada en el interior humano desde otro ángulo
distinto. Todos los «afanes» del hombre están influidos por ante-
riores actividades y efectos retroactivos; están preparados, es decir,
pasarán a la acción si lo permite y cuando no le frenen otros inte-
reses; pero aun en ese estado siguen actuando en forma subterrá-
nea, y precisamente la contención parece hacerlos capaces de subir
en la escala de las coordinaciones y distribuirse en intereses dife-
renciados. Ahora bien, «intereses permanentes» son no simplemen-
te aquellos que han sido fijados, asumidos en una actitud y se han
transformado en habituales. Es una de las condiciones de una vida
pulsional cultivada, que los impulsos presupongan una elección o
decisión tomada en una ocasión, pero que no es necesario que cada
vez se ponga en juego. «Intereses duraderos» en sentido propio
son más bien aquellos que han asumido en sí las leyes vitales del
hombre; a saber: la actividad seleccionada, retenida, inteligente-
mente orientada y dirigida hacia el futuro. Todo educador sabe
cuánta contención de contraimpulsos hace falta para que pueda
crecer el interés objetivo por el trabajo o un propósito de actuar,
realmente transformado en impulsivo; o cuánta disciplina dura-
dera de renuncias constantes exige una imagen duradera de actitud.
Una dirección errada frecuentísima de un auténtico interés-dura-
dero es la avaricia ( G e i z ) , que es una cosa muy distinta de la co-
dicia (Habgier) que trae consigo una consomption forte del estí-
mulo vital. La avaricia es una especie de angustia vital ante el tiem-
po, y se afana por mantener la seguridad externa, empleando un

4. Epist. ad fam. IX, 26.

412
mínimo de movimientos vitales. Es una «pulsión» fortísima, pero
con una historia sumamente complicada.
La plasticidad de la vida pulsional humana es una necesidad
biológica, que corresponde a la regresión de los órganos o mejor
a la carencia de órganos, a la no especialización y a la capacidad
de acción del hombre. La expresión «plasticidad» tiene muchos sig-
nificados y aspectos. Quiere decir en primer lugar la ausencia de
instintos fijados desde el origen, seleccionados. Luego se refiere a
la capacidad de evolución de los impulsos, es decir, su capacidad
de iniciar o romper vinculaciones, encontrar nuevas orientaciones;
crecer; distribuirse por los semejantes o emparentados, e incluso
surgir de nuevo: también en el transcurso posterior de la vida
surgen nuevas y originales indigencias. En tercer lugar, la expre-
sión quiere decir la «apertura al mundo» de los impulsos. En cuar-
to lugar, el estar expuestos a la toma de posición o dictamen, y la
capacidad de ser frenados, pilotados, subordinados y coordinados.
En quinto lugar, quiere decir el hecho de que todos los impulsos
son capaces de una evolución superior y sublimación, de tal modo
que suponiendo determinadas restricciones introducen indigencias
condicionadas y cultivadas. Finalmente plasticidad significa tam-
bién que pueden echarse a perder; la capacidad de degeneración y
depravación de los impulsos; su capacidad de «proliferar lujuriosa-
mente»: si la estructura de la actitud es sacudida y desaparecen las
tareas, o simplemente cambian de modo muy significativo e «inal-
canzable», puede ser posible una existencia «sin trabajo» o «fora-
neizada», si los impulsos de las personas ya no encuentran puntos
de apoyo en las circunstancias objetivas. Entonces se da la ocasión
no solamente, como Dewey mostró muy bien, para las «morales
subjetivas», sino que el movimiento ulterior de la vida pulsional
sólo puede realizarse a partir de los estímulos: lujo, confort y de-
cadencia se propagan siendo combatidos por los moralistas de la
interioridad; es la situación-Platón.
Ha de haber quedado claro cuán carente de esperanza es el
querer atribuir los caracteres y modos de actuar a pulsiones, instin-
tos, etc., seleccionados, innatos, y ya ajustados en cuanto a su con-
tenido. Thomdike, por ejemplo, ha distinguido no uno sino seis o
siete «instintos de lucha» especiales en el hombre. Existiría el ins-
tinto de despojarse de una coacción molesta; el de superar un im-
pedimento móvil; el de contraataque; el de reacción irracional ante
el dolor; el de la lucha por rivalidad y el de la agresión en los

413
galanteos amorosos. Como puede observarse, se han incluido men-
talmente en la vida pulsional toda una serie de situaciones concre-
tísimas y lo que no comprendo es por qué no se ha incluido el ins-
tinto de disparar el balón al fondo de la red. A menudo se es víc-
tima en esos casos solamente de la coacción de los nombres. El mie-
do ante el público es algo muy distinto al miedo ante el castigo,
miedo de la soledad, de la sociedad, de las serpientes, etc. También
existe, como hace notar Ernst Jünger, miedo del miedo. Los teóri-
cos abstractos suponen pues un instinto del miedo y le atribuyen
también los impulsos sociales, como Hobbes, o la religión o cual-
quier otra cosa. No piensan que esos impulsos surgen de condicio-
nes externas e internas muy complicadas; que esos impulsos siem-
pre están superdeterminados, y lo están por un camino que no hay
que deducir de atrás, porque esas pulsiones vitales están determi-
nadas, vividas hacia adelante y transformadas, pero no pueden ser
cuestionadas hacia atrás. De ahí también la auténtica esterilidad de
tales teorías. Supuestamente, dando las causas de nuestra conduc-
ta, nunca nos dan los motivos y junto a nuestra vida interior real
surge otro yo mental desvinculado. Con toda ligereza se somete la
falta universal de localizar la inteligencia del hombre en su cabeza
pasando por alto el gran entendimiento de todo el cuerpo, que se
deja a los fisiólogos y otros especialistas; especialmente cuando
la teoría pulsional primitiviza los fundamentos de nuestra vida in-
terior y menosprecia la mundanidad, la profunda experiencia y la
inteligencia de nuestros impulsos.
Por eso podemos distinguir en todos los enfoques elevados e
intereses permanentes, las siguientes características importantes:
a) Están sometidos a restricciones; se está suponiendo el
desmontaje de los meros dominios-del-ahora. Y éstos son insatisfac-
torios; es decir, se hace sentir la indigencia orgánica de la vida pul-
sional en busca de una modelación superior.
b) Son intereses permanentes: es decir, dirigidos hacia el fu-
turo, habituales, no varían frente a las mutaciones de la situación;
por tanto llenos de sentido para un ser práxico y previsor.
c) Son íntimos al objeto. Precisamente por su exclusividad,
capaz de evolución cualitativa en sumo grado, están habituados a
las cosas y son de una refinada sensibilidad o receptibilidad.
d) Se hacen «secundariamente pulsionales». Todos los enfo-
ques caracterizados en cuanto a su contenido y todas las orienta-

414
ciones de la actividad (modo de actuar) se hacen habituales y se
experimenta en ellos satisfacción inmediata.
e) Finalmente son combinables en gran medida y «transferi-
bles». Están hasta tal punto amalgamados con sensaciones, expe-
riencias y potencias (poderío para ponerse a actuar), que siguen,
tanto los requerimientos de las cosas y de la acción como los actos
del pensamiento y de la idea, y por así decir se transfieren a ambos
a fin de que adquieran entre sí conjunción y puedan seguir cons-
truyéndose. Tomemos ejemplos sencillos: la inclinación hacia una
persona se extiende también a sus parientes, sus propiedades, a las
circunstancias de su vida anterior puramente imaginadas e incluso
a sus intereses y enfoques. El interés por los efectos de cualquier
tipo se extiende también a sus causas, sean experimentables o pu-
ramente imaginables.
Al llegar a este punto hay que evitar un malentendido posible.
Cuando perdemos de vista la acción, parece como si los impulsos
fueran modificados o torcidos por la conciencia y estaríamos de
nuevo en una de las formas de pensar dualísticas. Especialmente
cuando la conciencia se concibe como el ámbito propiamente irres-
ponsable de las «representaciones» o ideas fluyentes. Por el contra-
rio, si se considera la conciencia como vuelta hacia fuera y se con-
cibe acertadamente como órgano de la elaboración de relaciones
objetivas, de circunstancias de la acción: como órgano de dirección,
entonces la «trasladabilidad» de los enfoques o puntos de vista
significará siempre el ser influidos desde el sistema de acción, que
es necesario, porque en último término han de portar la vida como
intereses-permanentes orientados y mundanos, ya que la estructura
pulsional del hombre en su plasticidad, educabilidad, en su inti-
mación vitalmente necesaria a ser modelada, está referida, por
naturaleza, a la acción. En los hechos aquí descritos aparece nuestra
tarea, a saber: hacer valer en nosotros la «temática» del mundo
(las tareas y particularidades concretas, presentes y apropiadas) y
de tal manera excitar, seleccionar, reunir, frenar, en una palabra,
organizar, nuestras pulsiones e indigencias ilimitadamente varia-
das, que pueda realizarse una actividad (modo de actuar) dirigida
y pactada con los demás hombres bajo cualquier cambio de las cir-
cunstancias; incluso aprovechando el cambio de las circunstancias.
«La idea del mundo interior y la del mundo exterior se forman pa-
ralelamente, avanzando como el pie izquierdo y el derecho» dice
Novalis.

415
Así pues, la estructura de la vida pulsional humana se hace com-
prensible sólo cuando se posee una visión total del ser humano y
de sus tareas elementales. Entonces se entiende el conjunto de las
características humanas, que son muy especiales. Si la naturaleza
quiso «la generación de la aptitud de un ser racional para cualquier
finalidad» (Kant) y tuvo que haberlo querido para mantener en la
vida a un «ser carencial», entonces los impulsos del mismo corres-
ponderían a esa determinación: tendrían que estar abiertos al
mundo; es decir, orientarse por la experiencia («el mundo de los
fines») y poder «in-animar» (incorporar a su alma) esas experien-
cias. Su capacidad de ser frenados o su dependencia de la acción,
a consecuencia de lo cual aparecen primeramente como mundo in-
ferior y crean un interior o dentro propio y abigarrado, pertenece
pues asimismo a las necesidades de la acción, así como la capacidad
inversa de especializarse según la variedad de las circunstancias y
proyectos especiales, hasta llegar a la pasión de un artesano por
determinadas cualidades de sus materiales y la sensibilización ex-
tremada de los instintos técnicos. Sobre la base de los frenos o
restricciones a los impulsos meramente casuales y momentáneos,
crecen los intereses duraderos, los enfoques del modo de obrar,
e indigencia de actividades a largo plazo, tal y como corresponden
a las tareas permanentes del ser humano, que vive hacia el futuro.
Pero incluso a esa necesidad corresponde otra contraria. La «aco-
modación» de la vida pulsional también es vitalmente importante
dentro de ciertos límites. Una indigencia A ha de ser capaz, según
las exigencias de la situación objetiva, de cambiar a la meta b en
lugar de la a, si es que es un «medio» o un «rodeo»; si se puede
alcanzar más fácilmente o con otros resultados favorables secun-
darios; si es semejante o parecido. Cualquier reflexión ofrece ejem-
plos de esa acomodación. Si estamos dudando sobre cuál de dos
indigencias o impulsos debemos seguir, no nos vamos a buscar
una «voluntad» vacía, a fin de arrojarla «libremente» en una
dirección, sino que reflexionamos, es decir, escogemos algunos mo-
tivos complementarios, y simplemente enumeramos los motivos,
a fin de que una de las indigencias o necesidades sea más rica de
contenido, más actual y por tanto más apremiante de modo que ya
no quepa ninguna elección, sino que uno de los impulsos reciba un
peso específico objetivo y ya sin más entre en vigor, mientras que
los otros palidecen o hacen que su fuerza confluya en el primero.
Con ello el interés es distinto que antes; ya no hay interés por a

416
sino por a + b\ ha sido trasladado o adaptado a una nueva situación
de las cosas. Es un ejemplo frecuente de adaptación de los impulsos,
aun cuando en muchos otros casos esa reflexión puede decidirse
de modo que una alternativa pueda ser referida a un interés per-
manente y deje de ser cuestionable.
Asimismo podemos considerar las importantísimas uniones de
impulsos como adaptaciones bien logradas. Por ejemplo, al bailar
se satisfacen indigencias muy diversas y cada una de ellas muy ele-
vada; por ejemplo, de música, de movimiento rítmico, de atracción
de los sexos, de aplazamiento de ese acercamiento (que a su vez
es muy complejo), de «ambiente de fiesta», etc. O pensemos en la
pasión de la caza: en este caso existe la meta real de las piezas co-
bradas, pero también el impulso a moverse al aire libre; hacia una
actividad realizada y dirigida en común; a la «tensión»; el impulso
de matar y de una acción que exige sangre fría y serenidad y hacia
quién sabe cuántas cosas más. Sin más puede verse que esa trasla-
dabilidad y posibilidad de combinación de los impultos solamente
puede corresponder a un ser capaz de lenguaje y que cuadre con
ese don, ya que sólo por el lenguaje las ideas concretas y objetiva-
mente orientadas se hacen disponibles; es decir, una vida de la
idea, a la que corresponde la actividad descargada de acomodarse
a éstas u otras circunstancias cualesquiera y de vincularse entre sí
al mismo nivel. La concientidad de la vida pulsional hace posible
que siga la completa movilidad de realidad e idea, la cual es trans-
mitida mediante la vida del lenguaje y la de la idea, y sobre todo,
hace posible tomar en sí los puntos de vista de los otros hombres.
En el trato humano y en la comunicación. En el trato de los hom-
bres unos con otros se desarrolla un ininterrumpido y silencioso
juego de adaptaciones, mezclas, uniones, sugestiones, etc. En la
capacidad de mantener los impulsos permanentes a través de las
necesarias traslaciones, rodeos y acomodaciones se muestra la com-
plejidad de las condiciones de la vida humana tan claramente, co-
mo la fuerza del hombre para desarrollarse con ellas. Quien esto
considera, quedará convencido de la ambigüedad fundamental de
las llamadas propiedades. Hoffmann aduce muy buenos ejemplos a
este respecto 5 . Así, la aplicación o diligencia puede estar sustentada
por indigencia o necesidad de subordinación; por impulsos a la acti-
vidad, por orgullo, por codicia, por afán obsesivo de exactitud o

5. O. c., 178.

417
bien por contener todas estas cosas, siendo en ese caso cada impul-
so a su vez muy complejo. Hay que añadir aquí que las indigencias
no satisfechas o que no se pueden satisfacer son elementos cons-
titutivos eficaces del carácter y de la actividad y que los desenga-
ños, las renuncias y las pérdidas son esencialmente superables.
Naturalmente que mediante la abstracción de características
iguales, tomadas de distintos comportamientos, puede sacarse la
conclusión de un «impulso fundamental», por ejemplo de orgullo
insatisfecho. Pero seguiría en pie la pregunta acerca de la historia
de ese impulso fundamental. Pregunta que en no pocos casos ya
no se puede plantear; casos en los que impulsos-permanentes con-
cretos, esenciales e inequívocos surgen en la primera juventud y
se mantienen durante toda la vida. El famoso antropólogo Klaatsch
entró con seis años en la lista de los fundadores del Aquarium de
Berlín; ¿se sigue de ahí que existiera un impulso fundamental in-
nato a ocuparse de los animales? En la vida de Pierre Loti hubo
dos impulsos permanentes determinantes: en su juventud quería
ser predicador pero también marino y pensó en la combinación de
ambos como misionero (?). Finalmente fue en primer lugar poeta;
en segundo lugar comandante de un submarino y pudo mantener
yuxtapuestos ambos intereses.
¿Qué aporta a la comprensión de una vida así, tan rica, activa y
al mismo tiempo reflexiva, la afirmación de que el hombre tiene
ocho, dieciocho o cincuenta instintos?

42. El superávit pulsional. Ley de la autodisciplina

Ya hemos explicado el concepto de superávit de pulsión y po-


demos añadir ahora, hacia el fin de nuestras consideraciones, al-
gunos pensamientos que han ido surgiendo entretanto, volviendo a
tratar el tema.
Permanecemos en la esfera de la mera descripción cuando de-
cimos que el hombre vive bajo una presión continua de las fuerzas
pulsionales, que incluso durante la noche dominan los sueños. Pre-
cisamente esos sueños están probando que el transformarlos o
dominarlos no es una tarea sencilla. Su quantum de energía va más
allá de lo que habría de ser empleado para satisfacer las indigencias
físicas inmediatas. Si consideramos que la actividad humana ha
cambiado el rostro natural de la tierra; ha conquistado el aire; ha

418
hecho saltar las montañas; ha escudriñado las profundidades de la
tierra; si echamos una ojeada al trabajo cotidiano, intenso y pe-
noso en que vivimos, aparecerá claramente, que los efectos y pro-
ducciones de la cultura humana pertenecen ciertamente a la natu-
raleza del hombre, pero que en ningún modo pueden colocarse bajo
el punto de vista de «mantenimiento de la especie». Al contrario,
precisamente desde ese punto de vista el superávit pulsional es to-
talmente irracional y a veces se consume a sí mismo, pues la hardi-
ness biológica, con la que las minorías creadoras empujan la cultura
hacia adelante; la artificiosidad arriesgada de todas las instituciones
sociales en las épocas de su juventud y el destino de Icaro de in-
numerables pioneros e inventores sin nombre, demuestran cumpli-
damente que el élan vital de un modo dinámico es inestable y que
el «mantenimiento de la especie» es quizás solamente un producto
secundario.

Hagamos con todo algunas indicaciones a propósito del impor-


tantísimo y oscuro tema del superávit de pulsión. Sin duda nin-
guna está determinado de varios modos, y en primer lugar evi-
dentemente no es separable de la reducción del instinto, que tiene
su correspondencia externa en la no especialización morfológica del
hombre. Podríamos imaginar una destilación de los órganos y una
separación con respecto al medio ambiente, por parte de los
quanta pulsionales. En ese caso, la reducción no sería una debilita-
ción cuantitativa, sino una indiferenciación interna de tal tipo que
la multiplicidad animal de variantes instintivas peculiares de los ór-
ganos, y las especializaciones de comportamiento, o bien se suprimi-
rían o no hubieran surgido. Toma parte en esta reestructuración in-
terna incluso el instinto sexual, que tiene todavía los restos claros
de una auténtica determinación de accionador. Esta indiferenciación
significa entonces concretamente que elevadas cantidades de pulsión
de otros sistemas pueden penetrar en cualesquiera hábitos de ac-
ción y desarrollo de los intereses, cuya coloración residual instin-
tiva fácilmente se puede percibir todavía. La consecuencia es pues,
por ejemplo, como Portmann vio muy bien, una sexualización per-
manente y duradera de todos los sistemas pulsionales humanos
por una parte; pero también, al revés, la penetración de otros mo-
tivos constantemente actuantes dentro de la actividad sexual. Los
residuos sociales de instinto (muy poco investigados) podrían tomar
parte en la misma normatividad. Tales residuos omnipresentes, a

419
los que según la ley de reducción de los instintos no estaría subor-
dinado ningún comportamiento externo unívoco y determinado,
podraín ser (especialmente el impulso al poder y el impulso, in-
vestigado por Mead, a la comunicación) un «traslado hasta dentro
del otro» de tipo fantasial. Así se puede pensar que un hombre
que se comporta a modo de ensayo en una situación cósica solita-
ria, despliega no solamente un interés objetivo racional, sino tam-
bién un impulso al poder; una especie de pseudosocialización del
medio ambiente e incluso un componente libidinoso.
Precisamente esa reducción del instinto y esa separación con
respecto a valores accionadores específicos de la especie, aparecen,
vistos por otro lado, como el aspecto crónico de la presión apre-
miante. También en este caso se da una relación directa con con-
diciones constitucionales de la existencia del hombre y con su indi-
gencia crónica. El hombre ha de perseverar a través del cambio
de circunstancias exteriores y de los ritmos periódicos de la na-
turaleza en las estaciones del año, y en cualquier condición, aun en
condiciones favorables, poner en funcionamiento una energía per-
manente de la acción. Sus pulsiones no podrían estar determinadas
ni por contenidos adaptados, ni por los ritmos de la naturaleza. La
rítmica de los instintos sería una desarmonía perturbadora para un
ser en permanente actividad. El hombre tiene que someter un
mundo fundamentalmente enemigo y en desarmonía con él, me-
diante una actividad no intermitente y bajo todas las circunstan-
cias; es decir, no solamente formar impulsos permanentes y man-
tenerlos cabe sí y que porten su actividad en el futuro, sino conce-
bir y aprehender el presente desde el futuro. A esto se añade que
sus propias obras se van transformando en medida creciente en
tareas, para la segunda naturaleza, y le exigen que se potencie.
Todas estas circunstancias excluyen el satisfacer inmediatamente
las indigencias vitales inmediatas, las condiciones límite de la exis-
tencia y exigen por el contrario dominarlas sagazmente sólo con el
superávit de pulsión.
También el impulso sexual toma parte en esta «normatividad
de lo crónico»; pulsión que solamente muestra todavía restos ine-
quívovos de periodicidad y alcanza une especie de permanente vi-
gilia. Fuera de eso, aquí radica el motivo de por qué desde el punto
de vista antropológico sea bastante arbitraria la elección entre los
nombres pulsión o instinto. No se puede elaborar una distinción
exacta, parecida a la de Lorenz en psicología animal. Lorenz dis-

420
tingue el comportamiento-apetitivo animal (pulsivo), con respecto
al auténticamente instintivo, el de las figuras de movimiento, pues-
tas en marcha por los accionadores. La psicología animal puede de-
finir bien ciertas kinefiguras, y llamarlas instintivas. Por el con-
trario, el hombre experimenta sus impulsos con todas las variantes
pensables cualitativas, y de contenido, desde dentro, y en principio
independientes de la conducta, es decir, en forma de estados de
apremio, variables según el comportamiento. Por eso los conceptos
«instinto» e «instintivo», dado que sólo son definibles en la esfera
de la investigación del comportamiento animal, se hacen imprecisos
y arbitrarios y van pasando insensiblemente al de pulsión, éste al
de indigencia o necesidad, pasando antes por el de interés, etc.
Nuestra sensación de vida y la conciencia de realidad depende tan
absolutamente de esa presión crónica, que aun los salvajes más pri-
mitivos en el caso de fenómenos de involución, estados de agota-
miento, impotencia, etc., emplean estimulantes para restaurar la vi-
vencia de la pulsión. Aquí no es la pulsión la que aspira a la con-
summatory action¡ sino ¡ésta es la que aspira a la pulsión! Más to-
davía, podemos sospechar que la regularmente elevada superdeter-
minación de las vivencias pulsionales (de las que no se puede decir
si son causa o consecuencia del superávit de pulsión) sugiere un dé-
ficit permanente de cumplimiento, satisfacción o atención, de los
objetos. Algunos componentes de nuestras indigencias permanecen
siempre (visto desde el aspecto del cumplimiento) sin satisfacer,
de donde el tema eterno de todos los pesimistas, de que la añoranza
defraudada en su cumplimiento vuelve a resurgir siempre con nuevo
rostro.
En tercer lugar, el superávit de pulsión podría estar en cone-
xión con la retardación o dilatación (como queramos imaginarla)
de la evolución física humana. También Buytendijk-Plessner 6 han
puesto en conexión el superávit de pulsión con la motórica que
dura mucho tiempo sin estar completa (tiene un largo estadio ju-
venil) y la sexualidad que despierta tardíamente, a través de la
cual el superávit (que apremia a ser evacuado) no puede ser elimi-
nado. Se trataría aquí, usando una imagen mecánica, de una es-
pecie de estancamiento, y habría que sacar la idea (ya indicada
antes) de que el hombre, constitucionalmente, nunca agota ciertas

6. Die Neue Rundschau (octubre 1938).

421
potencias existentes en él pero que están frenadas; por decirlo
así, no envejece orgánicamente, sino sólo químicamente, pues
toda una serie de características fetales de la juventud permanecen
persistentemente siempre, a no ser que en casos patológicos sean
perturbadas por la caída de frenos endocrinos; como por ejemplo
una pilosidad exagerada del cuerpo. En ese caso, el «instinto ma-
crobiótico» de la humanidad, que considero una fuente importan-
tísima de fenómenos sociales (culto de los muertos, ciertos tipos de
ascesis) sería el reflejo de un hecho fundamentalísimo; por así
decir, la retardación y el rejuvenicimiento comprimidos en la con-
ciencia, que cada época empírica de la vida deja aparecer brevísi-
mamente.
Visto en estas tres direcciones, que confieso no haber podido
explorar hasta el fondo, el superávit de pulsión no sería en ningún
caso un dato carente de relación con otros, sino que correspondería
a la ubicación biológica especial del hombre. El hombre se halla-
ría en un conjunto que puede entenderse en su totalidad, carente
al mismo tiempo de medios, desde el punto de vista orgánico, redu-
cido en cuanto a los instintos y descargado con respecto al medio
circundante, y precisamente por todo ello destinado a un superávit
de pulsión. Hemos estudiado esa descarga exhaustivamente y des-
de muchos puntos de vista. El hombre asumiendo el peligro de su
ser y liberándose por sí mismo de la presión de los estímulos, en
lo que hace a la vida de sus sentidos, de sus movimientos y de su
lenguaje, retrotrae a un mínimo, tanto sensorial como motórica-
mente, los lugares de contacto con la situación. De este modo do-
mina el mundo, gana en perspicacia y previsión y elabora ese cam-
po de sorpresas transformándolo en su segunda naturaleza arti-
ficial.
De este modo hemos alcanzado un cuarto aspecto del superávit
de pulsión, a saber, el de la descarga. El hecho de estar despegado
de los momentos temporales inmediatos, de las situaciones que se
dan en un momento concreto, es evidentemente otro aspecto del
hecho de que no hay órganos especializados que asuman el superávit
de pulsión y lo depositen en el medio ambiente. Incluso podemos
apoyar esta hipótesis hacia atrás, si es verdad que esos efectos de
descarga (que llevan a una neutralización, a una posposición de los
estímulos del mundo y «mueven hacia arriba la conducta») aumen-
tan todavía más con efecto retroactivo el superávit de las pulsiones.
En efecto, la sublimación prosigue el proceso de separación del

422
instinto con respecto a lo encontrado de antemano, en la dirección
de que hace avanzar una elaboración interna de los impulsos en la
esfera intelectual. Esa sublimación está por tanto mal descrita como
«formación suplementaria» (se halla plenamente en la línea de la
evolución humana) pero se ha visto en ella acertadamente lo in-
satisfactorio. Más bien podría explicarse así la tristitia ingenii, en
el sentido de que el proceso de la sublimación empeora permanen-
temente las posibilidades reales de dar salida a los quanta de pul-
sión y por tanto aumenta indirectamente el superávit. Sin embargo
estas hipótesis tienen sólo el valor de teorías metapsicológicas.
Por el contrario, el hiato, la distancia interna entre impulsos
y acción, es constitutivo del hombre. En primer lugar libera un
interior consciente por la imagen; y pulsiones conscientes son pul-
siones frenadas; frenadas probablemente por la multiplicidad de
otras posibles. Puede comprenderse que solamente una vida pulsio-
nal con superávit puede producir efectos de frenado, que tienen que
estar contenidos en toda indigencia orientada. Ya desde el punto de
vista de la fisiología de los sentidos, en todo enfoque o modo de
obrar muy selectivo están incorporados los frenos o restricciones
que impiden la pretensión de mayores excitantes. Se pueden quitar,
en experimentos con animales, mediante la acción de un shock.
Más allá del hecho general, de que los impulsos conscientes están
frenados, es evidente que los impulsos selectivos (que tienen algún
contenido finalístico exclusivo) son sostenidos complementariamen-
te mediante restricciones o frenos. Al quitar esos frenos mediante
tóxicos o afectos repentinos, muestran una disminución o degra-
dación de los umbrales (la carencia de elección propia de la reac-
ción), así como el paso «sin-sentido» de la pulsión a la acción.
Pero una vida pulsional consciente y mantenida interiormente es
vitalmente necesaria al hombre, pues en ella va incluida la orienta-
bilidad de los impulsos, su capacidad de hacer experiencias, de
unirse, de trasladarse, etc. Se ve aquí claramente, cómo una es-
tructura pulsional plástica tiene que ser al mismo tiempo sobre-
abundante, así como del hecho de no estar fijados (carencia de es-
pecialización) y de la superabundancia viene la capacidad de fijar o
reprimir los impulsos, posponerlos, dejarlos para más tarde, diri-
girlos de una meta «negada» a otra, etc. Es impresionante ver cuán
pocos animales son capaces de comportarse «negativamente»: va
más allá de la capacidad de los antropoides el limpiar de impedi-
mentos un espacio, de un modo seguro y correcto. El perro amaes-

423
trado por Jong 7 que había aprendido a zafarse de un cajón má-
gico (se colocaba horizontalmente en una tablilla y así accionaba la
puerta para saltar fuera) se encontraba desorientado cuando esa
tablilla no estaba horizontal sino vertical. Esto no son las «fron-
teras de la inteligencia», sino asimismo las fronteras de la estruc-
tura pulsional y la incapacidad de desconectar un impulso inmediato
o aprendido y «cambiarlo de rumbo».
Si, como vimos más arriba, todo impulso humano orientado,
precisamente por eso, puede ser objeto de una posible toma de
posición, es decir, puede ser admitido o rechazado, en el fondo no
estamos haciendo con ello más que una afirmación sobre la estruc-
tura de los impulsos humanos, pues solamente la vida pulsional
sobreabundante de una estructura no fijada, produce fuerzas para
efectos y contraefectos, y sólo en cuanto hay impulsos frenados,
los hay conscientes. En este punto se hace claramente visible la
finalidad de esa estructura: ese hacer acto de presencia permanente-
mente del hombre, que le capacita para construir hábitos o cos-
tumbres y mantener ante sus ojos la meta por encima de la mu-
tabilidad del ahora, crece únicamente sobre la base de esos frenos
o restricciones. Visto desde el otro lado, es precisamente ese im-
perativo de modelación, el que es dado por la sobreabundancia pro-
pia de los impulsos. En los problemas relativos a la moral, ha sido
siempre vista esa relación, pero la mayoría de las veces no ha sido
bien apreciada a causa de las interpretaciones. Las «leyes morales»
tuvieron siempre algo de precario. Por una parte, existía la exi-
gencia de enfoques firmes y excluyentes; por otra parte, era eviden-
te que esos enfoques habían de ser siempre defendidos contra otros
impulsos y a menudo eran sobrepasados. Mas este hecho radica en
la esencia de la situación pulsional humana, en la esencia misma
del hombre. Significa la visión interna de un «ser no fijado», que
no tiene instintos instalados y adaptados, sino que tiene que ela-
borar él mismo su vida pulsional, orientarla, instalarla para que sea
estable, y transformarla en una estructura de actitudes, es decir,
en fuerzas y antifuerzas. Al mismo contexto pertenecen la concienti-
dad, frenabilidad, capacidad de ser orientados y de ser trasladados,
que tienen los impulsos humanos. Existe una plena concordancia en-
tre esa constitución interna del hombre y su situación externa. La
situación es ésta: necesidad de actuar hacia el futuro más allá de las

7. Cf. Buytendijk, Wege zum Verständnis der Tiere, 1939, 126.

424
fronteras del ahora, mediante acciones seleccionadas y adoctrinadas,
que a su vez han de transformarse en indigencias. Todo ello en ac-
tividades comunes, cuyos impulsos todavía tienen que ser corre-
gidos mutuamente.
Esa modelación de la vida pulsional es pues forzada por uno
mismo, mediante el superávit, que insta a aceptar una elaboración
y una fijación, dado que no puede ser acomodado en una inme-
diata satisfacción de la pulsión (sometimiento del ahora). Si esta
modelación se logra, el superávit de pulsión libera una energía di-
rigida casi inagotable, que será transformada en actividad, en tra-
bajo, y que porta sobre sí ante todo la tarea de mantener en la
existencia a ese ser expuesto, y mantenerlo de una manera creadora;
la energía que de las mutaciones de los hechos del mundo saca
el motivo transcendental para nuevas realizaciones, de tal manera
que los productos de la actividad del hombre tengan la facultad
(que no tienen los animales) de ser material de productos más ele-
vados.
Se confirma pues así la afirmación ya tratada al principio del
libro, de que el hombre es un ser «amaestrable» (Zuchtwesen). La
tarea (que viene dada con la existencia del hombre y que en cada
nueva generación se plantea de nuevo) de la modelación de la vida
pulsional es emprendida siempre de nuevo por la educación, y des-
pués de ella por el autoadiestramiento del hombre bajo condicio-
nes nuevas. La encarnación suprema de la modelación es la mo-
ralidad, que es, como hemos demostrado, una necesidad biológica
sólo existente en el hombre. La afirmación de que el hombre es un
ser amaestrable tiene otro significado también: la modelación y la
existencia ordenada de los impulsos tiene un efecto retroactivo,
profundamente afectante o amaestrante en los estratos vitales del
hombre, de tal manera que, incluyendo la fantasía del sexo, en el
hombre la physis es una tarea.
Al llegar a este punto, es necesario plantear una cuestión im-
portantísima, antes de proseguir adelante y de presentar los hechos
a que nos acabamos de referir. Quizás haya llamado la atención,
que hasta ahora haya sido evitada la expresión «voluntad» y esto
hemos de justificarlo. Con la tesis tradicional de que además de
«instintos» y de «entendimiento» hay «voluntad» no vamos a nin-
guna parte. Yo creo, por paradójico que pueda sonar, aunque de
total acuerdo con la filosofía griega, que no existe una «facultad-
voluntad» especial.

425
La pregunta «qué es la voluntad» se tendría que responder ha-
ciendo que el dato X fuese explicado por el dato ya conocido Y.
Precisamente en esto la filosofía duda; no sabe si decir que la «vo-
luntad» es un tipo especial de pensamiento, o un tipo especial de
pulsión. Precisamente así se acaba con la pregunta; a no ser que
(tercera posibilidad) se suponga una «facultad-voluntad» especial.
Para afrontar correctamente el problema, tenemos que consi-
derar primeramente la esfera de lo involuntario. El latido del cora-
zón humano, la respiración, los sueños, los «ataques» y movimientos
reflejos, los afectos, etc., con seguridad no son actos de voluntad. Ya
de esta primera reflexión se deduce que el ámbito del problema
de la voluntad se extiende a todo el hombre, de tal manera que
ya sólo por ese motivo, no habría que suponer una única «facul-
tad-voluntad» anímica. Por tanto, en una primera aproximación
hablamos de movimientos voluntarios, queridos, de los brazos y
de los miembros de pensamientos queridos, de anhelos firmes y
conscientes; de «modos de obrar» del mismo tipo, etc. Así pues, la
esfera de la «voluntad» abarca todo el hombre; en lo físico, lo
motórico, en la vida pulsional y en la vida afectiva, en el pensamien-
to, etc., en todo hay actos queridos, vivencias de voluntad.
No existe pues ningún motivo para suponer una facultad es-
pecial llamada «la voluntad» y de hecho la filosofía griega salió
adelante sin ella. Conoce el nous, la razón; conoce el epithymetikon
y orektikon como actos de anhelo vehemente y del esfuerzo por
algo; conoce también la hairesis y la proh aire sis, elección y prefe-
rencia. Aristóteles (en la Etica a Nicómaco) llama boulesis, que se
suele traducir por «voluntad», al «deseo»; expresamente en el sen-
tido de deseo de lo imposible; por ejemplo, deseo de no morir; o
bien deseo de aquello sobre lo que no podemos elegir, por ejemplo,
que este luchador venza. Boulema quiere decir lo querido o el plan.
En todas las palabras de esta raíz se halla el significado de entrar en
deliberación, de considerar, de reflexionar. La filosofía griega no ha
pensado una «sustancia», la voluntad, y demostró en ello una pro-
funda comprensión.
Cuando la filosofía griega, en lugar de hablar de voluntad, in-
troduce el «deseo reflexionado», como Aristóteles, tiene ante los
ojos una acertadísima relación y ha sabido ver con profundidad.
Tanto Aristóteles como Platón ven en este punto el principio di-
rector (hegemonikon) que colocan junto a la «razón» en relación a
las «concupiscencias». De este modo han dicho, de hecho, lo prin-

426
cipal. Esa relación o correspondencia puede verse también al revés
y decir entonces con una acertadísima fórmula de Kant en la Crí-
tica del juicio, que únicamente la «cultura de amaestramiento» (dis-
ciplina) pone a la «razón» en condición de «tirar de las riendas de
los impulsos o aflojarlas, alargarlas o acortarlas», esto es precisamen-
te la «voluntad».
Para estudiar más detenidamente el hecho de que la voluntad es
la capacidad de «tomar el control» o la dirección sobre la amplia
gama de movimientos que discurren por toda la persona, recordaré
lo siguiente: el hombre puede objetivarse a los movimientos que
transcurren en él; captarlos y asumirlos con distanciamiento; es
decir, ponerlos a funcionar y pilotarlos desde un proyecto. Obser-
vamos esto fácilmente en aquel niño que cayó y se golpeó en la
frente y luego repitió esa secuencia de movimientos que había ex-
perimentado; la repitió con movimientos dirigidos. Procesos sen-
somotores que acontecen por casualidad, de cualquier tipo, pueden
ser asumidos y luego puestos a funcionar; es decir, orientados,
a causa de sus resultados favorables. Más arriba describí lo mismo
diciendo que la operación realizada se hace motivo; es decir, el
hombre puede repetir esas acciones y movimientos de tal rrlodo,
que el resultado ya alcanzado se transforme en meta de un movi-
miento repetitivo orientado que termine en él y cuyos contornos
esboza la kinefantasía. También dije en aquel pasaje que el hecho
de asumir un movimiento y el poderlo reproducir partiendo del éxi-
to logrado era una acción querida. En estas reflexiones hemos de
examinar tan a fondo la capacidad especial del hombre para inde-
pendizar sus vivencias sensomotoras dentro de la «sensación o sa-
boreo de su propia actividad foraneizada» y la plasticidad extraor-
dinaria de sus posibilidades de movimiento, como la descarga de la
situación; a saber, la vinculación, no existente, a determinados con-
tenidos situacionales urgida por impulsos apremiantes, de tal ma-
nera que la formación de variaciones cinéticas voluntarias acontezca
independientemente de los estímulos del medio ambiente. La for-
mación de una vida cinética libremente compuesta, es decir, inde-
pendiente de excitantes pulsionales y situacionales nunca la obser-
vamos en los animales, mientras que los niños llevan a cabo gustosí-
simamente extraños tipos de gestos, movimientos del cuerpo y mo-
dos de andar.
El objetivarse, el ponerse a funcionar y el pilotarse de los
movimientos es, en la esfera sensomotriz, el paso de las acciones

427
involuntarias a las queridas; del «transcurrir» al realizar. Querer es
pues un acto de dirección o la realización (orientada y esbozada de
antemano por la fantasía) de «movimientos» en el sentido más am-
plio; en otras palabras: el protofenómeno del hombre mismo.
«Querer» es la estructura de las acciones de un ser no especializado,
no fijado, descargado, y que es tema de si mismo; una estructura
especial (la humana) de la esfera sensomotora (tal y como la hemos
investigado hasta aquí). Así pues, si el hombre es el ser que dirige
u orienta su vida, ha de aparecer esa cualidad en todas las manifes-
taciones de su ser. Una facultad especial llamada «voluntad» sería
solamente otra palabra para designar al hombre dentro del hombre.
Ahora sí aparece claramente por qué tenemos que rechazar esa fa-
cultad especial. No porque menospreciemos la voluntad, sino al
contrario, porque constituye la cualidad esencial universal del
hombre. En todas las fórmulas que hemos venido usando: el hom-
bre es un ser amaestrable; no fijado; tarea para sí mismo; el hom-
bre no vive simplemente, sino que orienta su vida; en todas esas
fórmulas iba ya incluido el hecho de que el hombre es un ser esen-
cialmente volente.
Existen dos condiciones especiales, bajo las cuales procesos me-
ramente transcurren tes se hacen tan conscientes o foraneizados, que
pueden ser puestos a funcionar. Se hacen conscientes o por frenado
y resistencia, o por el éxito; por los resultados que llamaron la
atención y que fueron percibidos. En ambos casos se llega a una
atención a la acción, que se hace voluntaria, aceptada, incorporada.
El niño que alarga su mano hacia una cosa, pero que es desviado
por la percepción del propio movimiento, sitúa un frenado entre
dos impulsos y va a tener que dejar realizarse a uno de los dos; el
niño que ha advertido el resultado favorable del «grito de alarma»,
lo asumirá como un éxito y gritará «intencionadamente».
La misma manera de entender el asunto puede emplearse en el
caso de los impulsos y las concupiscencias. Como ya mostramos
más arriba, ambos son esencialmente conscientes: si son llevados a
cabo, son aprehensibles en su resultado; si son frenados, quedan
dentro como «presión» consciente e interna. También sin los dic-
támenes de los otros que actúan siempre desde fuera a favor o en
contra de las pulsiones, el mero cambio de la situación obligaría ine-
vitablemente a un control permanente de las propias pulsiones. Ahí
viene el superávit de pulsión, que sobrecarga unas pulsiones y hace
que surjan otras nuevas, de tal manera que frente a todas, crece

428
la misma necesariedad de la toma de posición, que crece frente a
los cursos de los movimientos: pueden y tienen que ser fundamen-
talmente asumidos o rechazados, favorecidos o reprimidos.
Lo mismo vale naturalmente de los fantasmas, y los procesos
loquiales y mentales; en tanto que conscientes, son accionables y
capaces de ser orientados. La diferencia entre «puramente transcu-
rrentes» y los procesos cogitacionales dirigidos, aplicados hacia
un resultado o por un motivo, es la misma que entre el grito de
displacer casual y con éxito de un niño, y el grito de alarma ya «di-
rigido». Estamos de accerdo con Bostroem 8 cuando en el pensa-
miento asociativo, no dirigido, y que se estimula a seguir actuando
por sí mismo, ve un fenómeno parecido al que tiene lugar en las
acciones «ideomotoras» del andar, montar en bicicleta, etc. Ambos
son procesos semiautomáticos, que se empujan a sí mismos a se-
guir actuando. Por el contrario los actos de pensamiento asumidos,
pilotados, puestos hacia un resultado previsto, constituyeron pre-
cisamente el «reflexionar», y así crece el carácter de actividades vo-
litivas en acciones que si no, meramente transcurrirían; igual que
en toda negación expresa (como en todo rechazo de un pensamien-
to), hay uno de esos actos de voluntad. Por eso se puede designar
el pensamiento del hombre con las mismas expresiones que su ca-
rácter: legítimo, convincente, fantástico genuino, irresponsable, rí-
gido, etc.
Todas las funciones del hombre que se relacionan con el mun-
do, con los objetos, y que pueden ser orientadas y accionadas y
que por tanto tienen un comportamiento con respecto a sí mis-
mas y que pueden afirmarse recíprocamente, tienen que ser califi-
cadas de actos de voluntad. Con ello no se quiere significar sino
la función específicamente humana de la vida del movimiento y del
impulso, del lenguaje y del pensamiento. Si el hombre está abierto
al mundo y es un ser práxico, también está en el mundo, como el
mundo en él. Su comportamiento con respecto al mundo es asimis-
mo un comportamiento para consigo mismo y al revés; precisa-
mente esto es el significado universal de la expresión: voluntad.
Si se ha hecho todo esto, es decir, si el hombre ha seleccionado
y ejercitado sus movimientos; si ha adquirido un poderío perma-
nente de la acción en determinada dirección; si ha asumido sus pul-
siones e intereses a costa de los que ha rechazado, y ha transfor-
mado sus acciones en indigencias; si ha formado sus convicciones

8. Störungen d. Willens, en Hdb. d. geisterkrankh. II, 1928, 15.

429
y establecido un sistema de experiencias e interpretaciones, entonces
todas las demás manifestaciones de vida acontecen dentro de ese
marco, y son efectos de lo que ya está firme y de lo que hay que
fijar. Así como nuestras costumbres son las sedimentaciones de
acciones realizadas anteriormente pero sólo en cuanto ya fijadas o
precisadas actúan sobre lo que se desarrolla bajo su presencia, así
también nuestros intereses permanentes y nuestras convicciones son
condiciones fijadas o establecidas pero que delimitan todo ulterior
deseo o pensamiento. Dicho de otra manera: toda la ulterior evolu-
ción de la vida, en especial del superávit de pulsión, acontece «in-
voluntariamente» y casi por sí mismo en esa dirección de lo ya
establecido. Esto es voluntad en sentido más estricto que, por
paradójico que pueda parecer, la disponabilidad, carente de esfuer-
zo, de la fuerza pulsional dentro de carriles pre-dibujados y firmes;
es decir, la auténtica «fuerza de voluntad». Es resultado del amaes-
tramiento, de la historia del sometimiento y dominio de las ope-
raciones e impulsos del hombre. Está presuponiendo que han sido
formados intereses permanentes y que se han transformado en indi-
gencias o necesidades; que se ha conseguido la total concentración
de la conciencia en sus tareas y que se ha producido una auténtica
disciplina de los hechos en actividades unívocas. Entonces todo el
superávit de pulsión del hombre fluye por esos cauces y todos sabe-
mos cuán extraordinarias acciones han de agradecerse a esa fuerza
de voluntad. Sólo entonces es el hombre capaz de prescindir total-
mente del «ahora» de las circunstancias y lanzar la energía de su
acción y su imaginación hacia metas futuras y exclusivas. El mero
andar dando vueltas experimentando y andar al paso de lo presente
no es tarea del hombre, sino la transformación del mundo desde el
futuro.
Si se habla sin más especificaciones de la fuerza de voluntad
de un hombre se está queriendo significar la energía de que dispone
para su tarea y al mismo tiempo se expresa que tiene un carácter
educado, un modo de orientar su vida de acuerdo con la tarea y
puntos de vista ya acreditados. El hombre crece sobre los fundamen-
tos de sus decisiones; no tiene necesidad de volver a plantearse
constantemente sus decisiones básicas, perturbándolas con la intro-
misión de controles; se abandona a las consecuencias de lo ya
establecido y al crecimiento de fuerzas dirigidas. También en este
sentido estricto, la voluntad es un omnifenómeno de toda la per-
sona humana; no es una «facultad» al lado de otras.

430
Dice Nietzsche, en La voluntad de poder-.

La multiplicidad y la disgregación de los impulsos, la falta de un sis-


tema entre ellos, da como resultado una «voluntad débil»; la coordi-
nación de los mismos bajo la soberanía de uno solo da como resul-
tado una «voluntad fuerte»; en el primer oaso se da ese oscilar y esa
falta de peso; en el segundo, la precisión y la claridad de la dirección.

Este es el orden de lo «establecido» y precisamente por eso


se tiene voluntad: el superávit de pulsión del hombre discurre por
un cauce señalado, y entonces se puede mirar cada acción exacta-
mente igual desde la conciencia, desde el plan que la dirige; desde
el modo de pensar (Gesinnung), que se continúa en ella; y desde
la tarea unívoca, que exige. Por eso la psicología siempre ha duda-
do si la «voluntad» había que entenderla desde la conciencia o des-
de los impulsos, o mejor, como una «facultad» especial. Mejor hu-
biera sido que la hubiera hecho derivar a partir de la presión y ur-
gencia de las tareas, como Rodin, siempre rodeado por el anhelo de
realizar nuevas esculturas, resumió todo en una palabra: il faut tou-
jours travailler. Exactamente igual que Fichte: Ich arbeite immer.
Las afirmaciones hechas por Nietzsche en La voluntad de po-
der acerca de la voluntad son muy ciertas. La «voluntad» de la
psicología es una generalización inacabada y esa voluntad abstracta
no existe: «se ha quitado el carácter propio de la voluntad, al qui-
tarle el contenido, el ¿a dónde?». «La voluntad es solamente una
concepción simplificada de la razón, como materia». En contra se
alza la visión correcta, si consideramos al hombre como un sistema
de funciones, de las que se levantan fuerzas dominadoras, configu-
rantes, dictando órdenes, que siempre simplifican, de tal manera
que «voluntad» presupone un sistema de fuerzas obedientes y
amaestradas, las cuales en lugar de lo indeterminado, ponen di-
mensiones nítidas y firmes. La voluntad es aquello que trata como
señor a las concupiscencias y les dicta el camino y la medida. En
estas breves indicaciones se esconden decisivos puntos de vista so-
bre la «infraestructura» de la voluntad y el hecho de que la volun-
tan en sentido estricto es educada a partir de verificaciones claras;
que en esas comprobaciones o verificaciones se libera, y en su direc-
ción es fuerza confluyente del superávit. Ya lo había visto Aristó-
teles: si la actitud, el hábito, el ethos, está formado, las acciones
que de ahí fluyan acontecerán según la dirección de esas modelacio-
nes o formaciones. Gracias a la contención nos hacemos moderados,

431
pero cuando lo somos, nos podremos contener mucho mejor en
adelante, con mayor firmeza.
El desarrollo de tal actitud o posición de la voluntad sólo se
hace imposible por una grave disarmonía vital. Fuera de ese caso,
«rendirá» aun bajo las condiciones más difíciles y las contenciones
o frenos sólo la profundizarán. Allí encuentra un hombre, por ejem-
plo, desidia heredada y conocida de antiguo, o su incapacidad
de distraerse: fallos hereditarios de las «funciones básicas». Si
se educa sagazmente, no tendrá que luchar en contra cada día
de nuevo. Ha construido, por ejemplo, gracias a su experien-
cia de la vida, ciertas costumbres limitantes y que le dan cohe-
rencia; asimismo ha favorecido la ya existente forma de ser de
perseverancia o exactitud, y su secreto consistirá no en «hacer es-
perar» a la voluntad, sino en desarrollar esas estructuraciones o
formaciones. Un tiempo de trabajo llevado con regularidad y el
hecho de alejar las perturbaciones producirán ahora el mismo re-
sultado favorable frente a la tarea, que un carácter diligente innato.
Existe una fuerza de voluntad «subterránea», que incluye también
las debilidades y quizás por eso es inquebrantable, cuando la fuer-
za de la costumbre, que en cierto sentido es ya una indolencia, es
empleada contra la indolencia y cuando todo lo que se presenta
como instinto de conservación, se traslada en dirección del so-
metimiento perseverante de las cosas. De este modo la voluntad de
los pasivos, vitalmente hablando, o los presionados, podría desarro-
llar una actividad silenciosa e inacabable. Supongamos otro que es
vivo, pero influenciable, con «contenidos internos fluidos». Este
tiene que desarrollar de modo completamente distinto su fuerza de
voluntad; ha de frenar su peligro de ser influenciado desde la razón,
con planificaciones de sus metas guiándose por ellas. En ambos ca-
sos su fisonomía será muy distinta, pero hay que presuponer un pro-
ceso de amaestramiento que es el mismo: evitar las situaciones en
las que sus fuerzas vitales se agotarían por indigencias a las que de-
seamos quitar su fuerza, porque se presentan como distracciones
de intereses más altos.
A las operaciones más creativas pertenecen los impulsos apa-
sionados y concentrados que se hayan hecho en grado supremo
«cercanos a la cosa», de tal manera que la fantasía dirigida hacia esas
metas, vuelta hacia fuera, ata todas las fuerzas del hombre: es fan-
tasía de la acción; es sensorialidad objetiva (por así decir, la fanta-
sía de las cosas mismas) y es, hasta lo más profundo, idealidad vital

432
de la vida en el hombre y de su pretensión a «más vida». Aquí
se añade la dote de una razón soberana, experimentada, directriz,
llena de recuerdos e indicaciones, llena de conocimiento de las
leyes objetivas y de sus secretos. Finalmente, el poderío, el arte,
largamente practicado, de dominio de la materia. Por eso las ope-
raciones realmente creadoras, espirituales, son escasísimas, porque
todas esas condiciones: idea, planificación, poderío y ejecución han
de coincidir en un solo órgano: la razón. En el obrar creador las
posibilidades ocultas de la materia son sumadas a las fuerzas pro-
pias del hombre y es asombroso lo instructivo, útil o estimulante
que es un buen concepto, un proceso aislado de la naturaleza, una
rueda, una trampa. En todas las creaciones conseguidas plenamente
no queda ya nada de desvarío o resistencia de la materia: están
ahí con un acabado parco y elegante; telos: meta, fin, conclusión y
plenitud. «Si las capas o estratos de la personalidad» dice Freyer 9
«en los que surge la acción y por los que es alimentada, no fueran
movibles mutuamente, por decirlo así», el hombre no sería un «ser
perspectivístico; es decir, construido hacia adelante» que es ca-
paz, frente a las distintas tareas y proyectos que le salen al paso
en el mundo, de desarrollar intereses especiales, conexiones de
intereses, modelos de actitudes, incluso inteligencias; no se daría
tampoco la multiplicidad concentrada en una sola dirección, que es
la que lo hace creador.
Dice Aristóteles en la Etica a Nicómaco: Ta theria... praxeos
me koinoein, los animales no actúan. Sus actividades son forzosa-
mente exitosas o consecuencia de un ensayo pero no planeadas y
creativas. Dinámicas solamente en su transcurso; en el resultado,
estáticas y «siempre las mismas». La causa no está en la falta de
inteligencia sino en la carencia de todas las condiciones humanas,
que hemos resumido en los conceptos de «descarga» y de «superá-
vit de pulsión». Y al revés, por lo general le falta al hombre «el
apremio de la situación», pero cuando se presenta, es cuando su
comportamiento se hace inventivo, creador e imprevisible. Está
descaragdo, y lo está en grado elevado mediante el lenguaje y sus
movimientos por sí mismos asumidos y por sí mismos accionados;
mediante un «mínimo motórico» de comportamiento todavía pu-
ramente simbólico. A esa descarga hay que considerarla siempre, en
el contexto de la inteligencia y de la acción, como algo pertenecien-

9. Machiavelli und die Lehre vom Handeln: Ztschr. f. dt. Kulturphilos.


(1938).

433
te a su ser, que ha de satisfacer sus indigencias por su propia indus-
tria, trascendiendo, previendo y variando como haga falta. Y a ella
corresponde, como he mostrado aquí, una estructura especialísima
de los impulsos: las indigencias humanas se hacen mediante la in-
dustria apropiadas, conscientes, visoras, frenables y abiertas al mun-
do; es decir, capaces de evolucionar según las tareas. En el mismo
poder sobreabundante y superfluo, que da como resultado la vo-
luntad; que, vuelto hacia afuera, planea y actúa y, vuelto hacia
adentro, impone disciplina, ordena la apropiación o frena; incor-
pora o rechaza. Es forzoso dominar el superávit de pulsión; el
hombre, por tanto, está hecho —más aún, obligado— a ser un
creador. El autodominio frente a las pulsiones que distraen; la re-
flexión planificadora, que ofrece otras metas a esos impulsos; que
cambia su objeto haciéndolo presente, con el pensamiento o de
jacto, y lo hace cambiar de rumbo, uniéndolo con otros; la acción
que de hecho se pone en un momento dado y la aplicación de la in-
teligencia; todo esto es una dirección activa, realizada por uno
mismo, por su propia industria, con resultado creativo. Y en todas
estas condiciones se halla la diferencia con respecto al animal, que
queda sujeto al cambio que se produzca en su circum-mundo o me-
dio ambiente y no vigila el desarrollo de sus pulsiones con la expe-
riencia (en sentido amplio); es decir, no tiene responsabilidad.

43. El carácter

Si el hombre no tiene mecanismos orgánicos que mediante su


acomodación de tipo animal-torpe le impidan obrar; si dada su
carencia de medios ha de elaborar la enorme presión de las pulsio-
nes luchando activamente para lograr lo necesario para la vida,
quiere decirse, con otras palabras, que ha de frenar y seleccionar,
formar y cultivar, la indigencia natural de su vida pulsional. Llama-
mos, pues, sana a la vida pulsional que está transformada en ordena-
ciones fijas de fuerza dominada y seleccionada; que está apresada
en hábitos de acción y que está repartida en el mundo objetivo. Por
tanto, en el momento en que ya no hay esos llamados «impulsos»,
en ese momento la vida pulsional ha llegado a ser un orden na-
tural.
Este hecho es profundísimo. Incluso aquellas capas o estratos
del hombre donde yacen sus posibilidades vitales; su abundancia

434
o su falta de energía; el ritmo de los procesos; las ondas de parali-
zación o de fuerza; la energía en tensión o la fatiga, el poder plás-
tico y restablecedor o una vulnerabilidad silenciosa; pues bien,
incluso ésas necesitan una orientación y un gobierno indirecto. Pre-
cisamente ellas son las que mediante el esqueleto de una aplicación
ordenada de las funciones y de los hábitos, han de mantenerse en
forma. Nuestra responsabilidad alcanza hasta las profundidades
vegetativas. Impetus pulsivos, dejados sin orientación, se inclinan
a una dilatación que luego ya no se puede dominar; aparece una
degeneración, un proceso de sarcoma, de devastación, que se des-
plaza hacia los puntos centrales y sobrecarga el sistema nervioso.
Por otra parte, aquel que actúa sin conocimiento y experiencia de
sus capacidades más profundas, se deslizó necesariamente a situa-
ciones torcidas, que le exigen demasiado o le dejan vacío, y
buscará casi inevitablemente la satisfacción que le hace falta en
estímulos complementarios que lo destruirán a él mistmo.
Si el hombre es un ser de amaestramiento, y éste es una necesi-
dad vitalmente importante para el cuerpo, también las capas más
centrales, las vegetativas, están colocadas dentro del círculo de su
autoexperiencia, la autovisión y, con ello, de su responsabilidad. No
se las puede cambiar directamente, pero sí indirectamente por lo
que las acompaña; por lo que el hombre hace o no hace; lo que
lleva a cabo en la acción o deja de hacer por negligencia, y el tipo
de indigencias que cultiva o deja cultivar en sí mismo. A esa pro-
fundidad se halla, por ejemplo, la fantasía sexual. Depende direc-
tísimamente de que permanezca intacta y llena de pretensiones;
es decir, de la calidad de la formación del género, la de la siguiente
generación. Ese movimiento (biológicamente decisivo) es abocado
a un camino por medio de la conciencia. Con otras palabras: puede
ser guiado equivocadamente. Si el hombre sólo desarrolla sus fa-
cultades y fuerzas mediante el intercambio con el mundo; si sólo
así las caracteriza, hay que pensar que esa relación se continúa
dentro de él; en el intramundo de sus decisiones y de sus conse-
cuencias se desarrollan oportunidades para el florecimiento o la
ruina de la marcha ascensional de su constitución corporal. En el
hombre (el «animal no terminado») la physis está hecha de tal ma-
nera, que al mismo tiempo y de modo necesario es tarea, de tal ma-
nera que del concepto de naturaleza humana no se deducen los
rasgos característicos de amaestramiento, orientación, responsabili-
dad y del valor. Se da un complejo, una concatenación inseparable

435
desde fuera hacia dentro; a saber, el mundo concreto con sus ta-
reas y obras, en el que cada uno vive; el tipo especial de trabajo
mediante el cual domina el hombre esas tareas; los hábitos, posturas
y actitudes, que van a la par de las operaciones de la propia activi-
dad; la ordenación de los impulsos, que consiguen así una forma
concreta; la concentración de la vida de la volüntad y finalmente el
orden vegetativo del cuerpo, que bajo estas condiciones adquiere
y conserva su salud humana. En ninguno de esos eslabones hay un
corte; cuando se le quitan al hombre sus tareas en algún eslabón
de la cadena, entonces enferma o se arruina en otro punto de la
misma.
Para el desarrollo óptimo del hombre se necesita que todo el
sistema orgánico suministre energía. El psicólogo americano Carrel,
en su importantísimo libro El hombre, esencia desconocida, en el
capítulo titulado «Adaptación», ha desarrollado la tesis de que el
hombre degenera en las condiciones modernas de civilización (con-
fort). El hombre, dice él, alcanza su máximo grado de evolución
cuando está expuesto a la crudeza de las estaciones del año; cuando
deja de dormir algunas veces y otras duerme durante muchas
horas seguidas; cuando sus comidas oscilan entre la abundancia y
la escasez, y cuando alcanza alimentos y techo sólo al precio de es-
fuerzos incansables. Se le exige que ejercite sus músculos, que se
canse y descanse; que luche, que sufra y sea feliz; que ame y odie.
Su vida volitiva necesita que se alternen la excitación y el sosiego.
Ha de luchar contra los demás hombres o contra sí mismo; ha sido
hecho para esa vida, del mismo modo que el estómago está hecho
para digerir comidas. Cuando esos procesos de adaptación trabajan
en él con la máxima intensidad, alcanza el grado sumo de su viri-
lidad. Con la civilización, dice él, las condiciones físicas de la vida
diaria han perdido su multiplicidad; el esfuerzo y la responsabili-
dad moral han sido desechados; se han cambiado todas las formas
expresivas de nuestros sistemas orgánicos: del sistema muscular,
nervioso, circulatorio y glandular. La «ley del esfuerzo necesario»
afirma que solamente el conjunto de energías de reserva del cuerpo
y sus órganos contiene la salud física. Carrel llama acomodación
a la movilización de las posibilidades funcionales del organismo,
que tropiezan con cualquier tipo de mutaciones internas o externas.
Así, cualquier enfermedad es un proceso de acomodación; el escor-
buto lo sería a la falta de vitaminas; la enfermedad de Basedow,
sería acomodación a una segregación de materiales venenosos por

436
parte de la glándula tiroidea, etc. Su tesis es que el organismo, aun
en estado de salud, tiene la necesidad de ejercitar sus funciones
de adaptación y que solamente una vida esforzada y laboriosa sa-
tisface esa exigencia, mientras que la civilización del confort silen-
cia, unifica y es un mero acopio de estímulos sin la operación de
elaboraralos. Cuando excluimos de la vida cotidiana el esfuerzo
muscular, hemos quitado sin darnos cuenta el ejercicio continuo que
exigen nuestros organismos a fin de poder mantener la regularidad
del medio interior. Como todos sabemos, los músculos usan en su
trabajo azúcar y oxígeno; producen calor, y devuelven ácido láctico
al torrente circulatorio. Para adaptarse a las mutaciones que ahí su-
decen, el organismo tiene que poner en marcha una serie de órga-
nos; corazón, pulmones, hígado, páncreas, ríñones y glándulas su-
doríparas, el sistema cerebro-espina dorsal y el gran simpático.
Un ataque de cólera, por ejemplo, produce en todos los aparatos
orgánicos una profunda transformación: los músculos se contraen;
los nervios simpáticos y las cápsulas suprarrenales entran en acti-
vidad; al hacerlo, sube la presión sanguínea, el corazón late más
aprisa y hace que el hígado produzca glucosa, que usan los mús-
culos como combustible. Algo parecido ocurre cuando el cuerpo se
protege contra el frío exterior: ayuda en ese caso la circulación
de la sangre, los sistemas de respiración y de digestión, el sistema
muscular y el nervioso. En resumen:

La adaptación del individuo a un cultivo fisiológico, espiritual y mo-


ral, condiciona mutaciones concretísimas en las glándulas endocrinas,
en el sistema nervioso y en los dispositivos espirituales. Para el or-
ganismo resulta de ahí una estructura general más feliz, una fuerza
mayor y una mayor capacidad para superar los pesares y los peligros
d e la vida. Ciertas formas de la vida moderna conducen directamente
a la degeneración.
Hacemos un uso de las funciones de acomodación mucho menor que
nuestros antepasados. Especialmente en los últimos veinticinco años
hemos ido cayendo cada vez más en acomodarnos a nuestro entorno
con ayuda de medios alcanzados por la razón en lugar de hacerlo me-
diante procesos fisiológicos. Las condiciones físicas de la vida cotidia-
na han perdido su multiplicidad; el esfuerzo muscular, la comida y el
sueño están regulados y la civilización moderna ha desechado ed es-
fuerzo y la responsabilidad moral y ha oambiado todas las formas ex-
presivas de nuestros sistemas orgánicos (del sistema muscular, ner-
vioso, circulatorio y glandular).

437
Carrel aduce numerosos e instructivos testimonios, por ejemplo
éste:

Los habitantes de las grandes ciudades modernas no sufren ya con los


cambios de temperatura; en sus casas modernas, en sus vestidos y sus
automóviles, encuentran protección, y no se hallan expuestos, como
sus antepasados, al cambio que sufrían en el invierno pasando del frío
congelador al calor sofocante de estufas y fuegos abiertos. El organis-
mo ya no necesita combatir el frío poniendo en funcionamiento una
serie de prooesos fisiológicos encadenados entre sí, que producirían un
acrecentamiento del metabolismo químico y llevaría la circulación a to-
dos los tejidos. Un hombre, que por tener un vestido insuficiente, ha de
mantener la temperatura de su cuerpo mediante un violento esfuerzo
muscular, está obligando a su organismo entero a un trabajo intensivo.
Estos sistemas permanecen paralizados si la defensa contra el frío se
realiza mediante pieles y vestidos calientes; el aire acondicionado en
el coche o las paredes de una habitación con calefacción central.

La tesis de Carrel confirma, desde el punto de vista de la psico-


logía, nuestra afirmación de que el hombre en cuanto ser práxico
está abocado al trabajo y la acción hasta en las profundidades ve-
getativas de su physis. Lo que Carrel llama acomodación es el con-
junto de energías de reserva, que sólo pueden ser reivindicadas por
una actividad esforzada; ese conjunto se llama salud. Dado que el
hombre está expuesto a condiciones fatigantes (si no las inutiliza
mediante artes racionales), esas condiciones sacan de él operaciones
debidas al adiestramiento, para las que él está perfectamente organi-
zado. Cuando Carrel dice que «sabemos qué fuerzas físicas y morales
poseen ciertos hombres, que desde su niñez fueron sometidos a una
doma razonable; que conocieron ciertas privaciones y se adaptaron
a circunstancias de vida adversas», está sonando a una cosa banal,
pero es la eterna verdad. «La disciplina del espíritu y de las indigen-
cias fisiológicas tiene una eficacia concretísima, no solamente en la
actitud espiritual-anímica del afectado, sino también en su estruc-
tura orgánica y humoral». Una vida pulsional sin orientación y sin
la modelación de una actitud, degenera. Desde aquí tenemos por
fin una visión de lo que quiere decir el concepto «carácter».
Si llamamos «carácter» al sistema de pulsiones (llenas de con-
tenido y revertidas al mundo), intereses permanentes, indigencias,
necesidades que se siguen como consecuencia, etc., entonces ese
sistema es acción y materia de acción en uno; en último término,

438
una estructura de acción, sacada de pulsiones asumidas, apropiadas
o rechazadas, pero siempre valoradas, que han sido orientadas
entre sí y con respecto al mundo mediante la propia industria, o
bien que como consecuencia secundaria de nuestras acciones se fijan
o «son sacadas fuera» mutuamente. Sin embargo, la fundamen-
tación de un carácter (que según Kant se produce «cuando se cal-
ma el estado oscilante del instinto» y rara vez antes de los cuaren-
ta años [antropología]) no se logra antes de que, por una parte,
la realidad física de la acción del hombre y, por otra, su orienta-
ción consciente al mundo hayan abierto paso realmente hasta ese
centro, de tal manera que ya las exteriorizaciones y las reacciones
sensoriales tengan una especie de fuerza persuasiva y a su vez los
pensamientos tengan la clara univocidad de las acciones. Para tener
ante los ojos el mundo de cultivo, del carácter, hemos de liberarnos
ante todo del excesivo aprecio que se tiene modernamente de la
corriente de la conciencia.
Una cierta equiparación de nuestra conciencia a los procesos
vitales naturales es uno de los resultados esenciales de la acción y
de la vida práxica. Precisamente los fundamentos y las decisiones
básicas de nuestra conducción consciente de la vida tienen que ser
aislados de la posibilidad de ser influidos por los estímulos de la
superficie de la conciencia y han de ser ejercitados en la seguridad
de aquella esfera, de la que vivimos. La esfera de su poder, por
así decir, «cargado», seleccionado y dominado, de tal manera que
sólo pueda saltar en el caso de que se presenten resistencias, del
mismo modo que nuestra fuerza latente de salto, cuando se pre-
senta una zanja que corta nuestro camino. En base a la «corriente
de conciencia», la elaboración periférica de los estímulos internos
y externos, tiene que haber una conciencia, o mejor dicho, un «in-
traser» de tipo muy distinto. Una actualización de decisiones fun-
damentales que se dan por supuestas; del horizonte del poder; de
los instintos amaestrados de selección y rechazo; un estar-prepara-
do, vigilante, para aquello que está en la dirección de nuestros
intereses fundamentales; un trasiego de lo no-querido y lo coloca-
do-ahí. Lo que ha de ser permitido en la conciencia y ha de ser ela-
borado, tiene que ser orientado desde allí. Exigimos, además de
un carácter, que las costumbres cotidianas sean en cierto modo
simbólicas, con un valor expresivo de lo fundamental. Nuestro sen-
timiento distingue perfectamente entre las llamadas costumbres
válidas, que forman nuestras posturas fundamentales hasta en la in-

439
diferencia de lo cotidiano, y las «meras costumbres», en el sentido
de una normatividad, externa y superficial, en la que se desliza
un alma vital que ya no lleva la guía de orientación.
Así pues, podemos ver la esfera del carácter desde dos puntos
de vista. Visto desde «arriba», es una disposición, incorporada, de
acciones y reglas de orientación, de «instintos» hechos propios y (si
han de trabajar de modo fiable) que casi se han hecho inconscientes;
instintos que cristalizaron de las pulsiones, y en las acciones que-
dan expuestos al mundo; seleccionados para él. Visto desde «aba-
jo», el carácter es sin embargo una continuación de los procesos
dirigidos, rítmicos y cerrados, en los que se sintoniza el proceso
vital biológico, en el ciclo de lo realizado por uno mismo. Cada
uno de los hábitos puede tener algo de casual, visto desde la con-
ciencia, lo que se podría pensar también en otros casos. Pero la cos-
tumbre de adquirir e incorporar costumbres, es decir, edificar una
actitud, es física y forzosa. En caso contrario hemos de pensar en
un derrumbamiento del sistema nervioso. En un cuerpo sano se
observa una cierta tensión; un estar cargado con disponibilidades
briosas de acción y movimiento. Lo mismo exactamente hay en la
disponibilidad para la elección o rechazo en un carácter. Cuanto más
convencido, tanto menos necesitado de fundamentación, de un
barrunto de otras posibilidades. Una tendencia (eficaz en cualquier
experiencia y educación) de selección, de clasificación, de separa-
ción y preferencias produce los hábitos que gobiernan la acción y
los «instintos adquiridos» que van creciendo en nosotros. Precisa-
mente hacia esa formación o modelación de pretensiones ordenadas
y amaestradas están dirigidos también los procesos involuntarios,
puramente fisiológicos, de nuestra vida, que sólo así entregan sus
fuerzas más profundas, cuyo conjunto y ostentación llamamos sa-
lud. Existe dentro del hombre una capa de intereses semicons-
cientes, convicciones y repugnancias cultivadas: un esqueleto
invisible fundamental de la vida espiritual, que mantiene nuestras
reacciones en forma y a su vez es mantenido en forma por ellas;
de tal manera, que incluso nuestra physis está obligada a acomoda-
ciones y cambios de dirección, sin tener que corromperla en sus
energías propias no requeridas. Y si nuestra experiencia llega has-
ta lo profundo de este conjunto, también nuestra responsabilidad.
De lo que venimos diciendo, se sigue una vez más la necesidad
del método que hemos seguido, el cual escoge de tal modo con-
ceptos descriptivos, que son indiferentes a la distinción entre lo

440
físico y lo psíquico. Examínense bajo este punto de vista categorías
como descarga, superávit pulsional, disponibilidad, pilotaje, tender-
hacia, variación, asumir, poner en funcionamiento, extrañamiento
y muchos otros.
Si concebimos así el concepto de carácter, más de acuerdo con
el uso del idioma inglés que de la psicología alemana, en el sen-
tido de carácter adquirido, tenemos que plantearnos una nueva
pregunta. La cuestión de lo «innato», es decir, de «propiedades»
consideradas como heredables. Esta cuestión no es de hoy. En la
Odisea Palas Atenea habla con la figura del mentor de Telémaco,
como si se tratase del viaje hacia Pilos y Esparta:

¡Oh joven! N o has de ser cobarde ni insensato


si heredaste de tu padre aquella alma elevada;
si eres, como él en otros tiempos, poderoso en obras y palabras,
ningún viaje te será impedimento o te frustrará.
Pero si no eres su simiente y la de Penélope.
entonces desespero; nunca terminarás lo que comenzaste.

( I I , 271 s.)

Vemos que esta alocución, que es al mismo tiempo educativa,


está presuponiendo hasta tal punto la «heredabilidad de las pro-
piedades», que llega hasta sacar esta conclusión: si no tienes el alma
de Ulises, no eres su hijo. Para hacerse una idea clara de las dificul-
tades planteadas por la cuestión de las propiedades heredadas,
basta con hacerse las siguientes reflexiones: en sentido estricto y tal
como son las cosas sólo el estudio de una gran sección que abarcara
varias generaciones podría informarnos sobre lo que se hereda o
no. Esto no es posible. En segundo lugar, no hay duda de que exis-
ten mutaciones profundas y radicales del ser procedentes de fue-
ra, que en su camino a través de la physis influyen poderosamente
en la vida interior. Así por ejemplo en los casos prácticos, extraor-
dinariamente importantes, en los que la acomodación a la ciudad
como condición de un «infantilismo» general, muestra una influen-
cia indirecta y que altera la constitución, cuyas consecuencias «ha-
cia dentro» no se pueden medir en ninguna manera. En tercer lu-
gar, los procesos de la vida interior son en grado muy elevado «to-
talizantes», de tal manera que cualquier análisis tropieza con difi-
cultades de principio. El análisis es un procedimiento de toda in-
vestigación empírica, que no puede hacer nada con conjuntos infi-

441
nitamente complejos y enmarañados. En todas las esferas biológicas
los estados defectuosos, con sus claros fallos y malformaciones
concretas, permiten todavía en su mayoría el análisis. Por eso es tan
importante en este punto lo que dice Panse 1 0 :

Comparado con lo que la investigación en torno a la herencia ha lo-


grado de resultados claramente visibles en la esfera de rasgos somá-
ticos sencillos o en la genética experimental, el estado de la investi-
gación en la región limítrofe entre un hecho psíquico normal y uno
patológico, produce un efecto desconsolador.

Hoy parece muy problemático que propiedades principales,


firmemente localizadas o «radicales» de tipo hereditario, se pue-
dan elaborar como intentaron Enke n , Pfahler 12 y algunos otros.
Stumpfl ha acentuado con motivos especialmente ilustrativos que
«un método que siga el modelo de la genética exacta no es adecua-
do para una genealogía del carácter, porque se heredan conjuntos
estructurales de tipo sumamente elástico y cambiable» 13 . En el
mismo sentido había dicho ya Kroh:

En la estructura funcional que se halla a la base de nuestra actividad


cognoscitiva, vivenciativa y configurativa es donde hay que buscar el
auténtico elemento disposicional, que puede atribuirse directamente a
la masa hereditaria. Pero es casi imposible describir los factores que
cooperan en esa totalidad funcional 1 4 .

Con todo, la investigación emprendida con tanta energía no


quedó sin resultados. Si queremos formarnos una idea, hemos de
seguir la investigación en torno a la herencia hasta aquellos ámbitos
en los que plantea sus cuestiones con más probabilidades de éxito.
Yo estoy convencido de que entre ellas no está el «carácter» en el
sentido estricto que nosotros defendemos, como sistema de intere-
ses dotados de contenido, talantes y pulsiones duraderas. Si al
conjunto de «dispositivos», con seguridad o probablemente hereda-

10. Erbpathol der Psychopathien, en Hdb. d. Erbbiol. d. Menschen


V, 2.
11. Die Persönlichkeitsradikale: Allg. Z. Psychiatr. 102 (1934).
12. Vererbung ds Schicksal, 1932; Warum Erziehung trotz Vererbung?,
1935.
13. Die erblichen Grundlagen d. Persönlichkeit, en Hdb. d. Erbbiol.
V, 1.
14. Ber. XIV Kgr. Dt. Ges. f . Psych., 1935.

442
dos, lo llamamos modo de ser, entonces lo más que podremos su-
poner es que ese modo de ser deja libre o entorpece el acceso a zo-
nas concretas de cosas y valores, pero no, por ejemplo, que se
hereden inclinaciones al comercio o el interés del coleccionista.
La orientación concreta de los intereses, pulsiones duraderas, talan-
tes, etc., que termina en una estructura de la acción, está depen-
diendo evidentemente de lo que en cada caso exige una organiza-
ción social, de lo que favorece o de lo que prohibe. Precisamente
donde vemos unas normas educativas más firmes, vemos también
la concordancia más exacta con los prejuicios y preferencias de los
hombres afectados por ellas, por lo que nos instruyen mucho más
los puntos de vista comparativos e históricos de la psicología social
y la psicología de los pueblos, que el punto de vista de la psicología
individual. Nuestro punto de vista debería ser modificado única-
mente en el sentido de que ciertas aficiones espirituales, por ejem-
plo a la música, son heredables en una proporción ciertamente lla-
mativa; lo cual supone naturalmente que ya está preformado un
desarrollo concreto y determinado de los intereses.
Según las investigaciones realizadas hasta hoy, son heredables
algunas «funciones básicas» concretas o «calidades del desenvolvi-
miento» o «rasgos del ser» (o mejor, la estructura de ellos) y, por
lo tanto, «facultades» o talentos. Qué es lo que se quiere decir con
ello, se verá claramente con una mirada panorámica orientadora,
que renuncia naturalmente a ser completa.
El «temperamento» y los talantes vitales fundamentales, habi-
tualmente unidos con él, están condicionados por la herencia de
un modo notable y que se puede probar satisfactoriamente, ya
sólo por el hecho de estar en estrecha vinculación con la constitu-
ción corporal. Sobre todo hay que considerar como heredable, de
acuerdo con la experiencia, el temperamento sanguíneo y flemático
con sus diferencias de excitabilidad del sentimiento y la voluntad,
así como del humor o estado de ánimo; todo ello según las investi-
gaciones de Stumpf! (60 estirpes); Frischeisen-Köhler (más de
1.000 individuos); Davenport (600 individuos). Resultados pare-
cidos sobre la heredabilidad del temperamento se encuentran en
Hoffmann 15 . Stumpfl saca del estudio comparativo de 260 estirpes
la conclusión de que es heredable el temperamento de los hipertí-
micos (alegre, sanguíneo, industrioso 16 ). Lo mismo se puede decir

15. Vererbung und Seelenleben, 1922.


16. En Söhottky y otros, Die Persönik. i. Lichte d. Erblehre, 1936.

443
del tempo general. Existen hombres con un tempo rápido o lento
innato en todas sus manifestaciones vitales: facilidad de compren-
sión; elaboración; susceptibilidad; oapacidad de evolución; formas
motóricas, etc. Stumpfl dice a este propósito:

Si un determinado proceso, bajo las mismas condiciones, trascurre por


Jo general en uno rápidamente, equilibradamente y con viveza; en otro,
despacio, con interrupciones y sin animación; y en un tercero, rápida
pero desordenadamente, a empellones; si los procesos de la vida in-
terior transcurren en uno subiendo rápidamente y con descenso lento:
describiendo una suave curva, es porque todo ello se basa de tal ma-
nera en la conexión estrecha, anclada biológiccnhereditariamente, en-
tre constitución corporal y carácter, que se puede reconocer a esos
hombres en su forma de andar, de abotonarse o de levantar la mano
para saludar y en muchos otros movimientos 1 7 .

En la vida sentimental parece que se puede transmitir por he-


rencia una subida general, en el sentido de superficialidad y super-
excitabilidad, de rápida disposición para el sentimiento y rápida in-
flamabilidad. También al revés: la frialdad de sentimientos, la po-
breza y la trivialidad de los mismos (Stumpfl). También en este
caso se trata de todo un complejo. En efecto, con la trivialidad de
los sentimientos va unida frecuentemente la observación angustiosa
de sí mismo y la alterabilidad; o bien un atirantamiento pesado,
seco, egocentrista. En el sector de vida volitiva Stumpfl encontró,
que tanto la fijación duradera en las decisiones que ya se tomaron,
como la influenciabilidad anormal de la voluntad son muy frecuen-
tes, particularmente en las familias. En el círculo de parientes de
personalidades anormalmente abúlicas pudo comprobar una fre-
cuencia de psicópatas del mismo tipo, así como una desacostumbra-
da determinabilidad de la voluntad y modelabilidad de todo el ser
aun en personas normales. Grupo aparte forman la unión de falta
de sentimientos y una influenciabilidad anormal de la voluntad, vin-
culados con temperamento sanguíneo y actividad acrecentada. Enke
ha captado certeramente otro complejo hereditario en las reitera-
ciones u obstinaciones (Perseverationen), que se encuentran en la
esfera cognoscitivo-psicológica, afectiva y psicomotriz, unidas con
una constitución esquizotímica 18 .

17. Hdb. d. Erbbiol, 425.


18. Vortr. 56. Jahresvers. südwestd't Psychiat. (1933).

444
Estos resultados muestran bien qué clase de propiedades son
aquellas a las que atiende la psicología de la herencia. Los métodos
empleados son sobre todo el de la comparación de estirpes y es-
tudio de los mellizos; a ellos debemos la mayor parte de los re-
sultados obtenidos.
Las «calidades del desenvolvimiento» mencionadas antes, tam-
bién llamadas cualidades fundamentales de la psique viviente, cuya
constancia y heredabilidad en parte se pueden demostrar y en parte
son bastante probables, no tienen nada que ver con la cuestión
estudiada en los últimos apartados referente a la orientación de las
pulsiones en cuanto al contenido. Esos hallazgos no dicen absolu-
tamente nada directo sobre la cuestión de si el hombre tiene instin-
tos localizados, circunscritos; es decir sobre la ocupación que las
pulsiones y los intereses llevan a cabo en determinadas esferas de
cosas y valores. Probablemente un hábito constitucional hereda-
ble atrae hacia sí o facilita otras «propiedades secundarias» condi-
cionadas y asimismo formales, como falta de iniciativa, superficia-
lidad, imperturbabilidad, serenidad, pedantería, timidez, formalis-
mo, falta de continuidad, etc.; o bien es probable que del encuen-
tro con experiencias inevitables y generales tengan que seguirse
ciertos modos de «elaboración» en ciertos mecanismos. Podríamos
pensar por ejemplo en la inseguridad, gusto por la acción, pruden-
cia, gusto por las intrigas, buenos modales, circunspección, etc.
Sin embargo, no hay investigaciones precisas sobre esto. A mí me
parece que las reacciones tan frecuentes y estereotipadas del orgullo
y del hacerse respetar, sólo indirectamente se dirigen a contenidos
concretos; en realidad son falta de cultivo de la persona.
Si hacemos en este libro una diferenciación estricta entre ca-
rácter y modo de ser, o si preferimos entre contenido y forma
de la «vida anímica», lo hacemos por varios motivos. En primer
lugar, el carácter, como totalidad de las pulsiones elaboradas y
orientadas, de los intereses perdurables y de los talantes, es un
fenómeno del que no se puede deducir ni las acciones de una per-
sona, ni las circunstancias de su vida, ni su historia, ni la de su co-
munidad. Más bien la consideración histórica comparada de la psi-
cología de los pueblos nos muestra que existe una concordancia
exacta entre las constituciones sociales y las inclinaciones e intere-
ses concretos. En Egipto, por ejemplo* faltaba (porque la burocra-
cia del estado señorial había deshecho muy pronto la importancia
de la organización familiar) todo el sistema de intereses del ethos

445
del tempo general. Existen hombres con un tempo rápido o lento
innato en todas sus manifestaciones vitales: facilidad de compren-
sión; elaboración; susceptibilidad; oapacidad de evolución; formas
motóricas, etc. Stumpfl dice a este propósito:

Si un determinado proceso, bajo las mismas condiciones, trascurre por


lo general en uno rápidamente, equilibradamente y con viveza; en otro,
despacio con interrupciones y sin animación; y en un tercero, rápida
pero desordenadamente, a empellones; si los procesos de la vida in-
terior transcurren en uno subiendo rápidamente y con descenso lento:
describiendo una suave curva, es porque todo ello se basa de tal ma-
nera en la conexión estrecha, anclada biológico^hereditariamente, en-
tre constitución corporal y carácter, que se puede reconocer a esos
hombres en su forma de andar, de abotonarse o de levantar la mano
para saludar y en muchos otros movimientos 1 7 .

En la vida sentimental parece que se puede transmitir por he-


rencia una subida general, en el sentido de superficialidad y super-
excitabilidad, de rápida disposición para el sentimiento y rápida in-
flamabilidad. También al revés: la frialdad de sentimientos, la po-
breza y la trivialidad de los mismos (Stumpfl). También en este
caso se trata de todo un complejo. En efecto, con la trivialidad de
los sentimientos va unida frecuentemente la observación angustiosa
de sí mismo y la alterabilidad; o bien un atirantamiento pesado,
seco, egocentrista. En el sector de vida volitiva Stumpfl encontró,
que tanto la fijación duradera en las decisiones que ya se tomaron,
como la influenciabilidad anormal de la voluntad son muy frecuen-
tes, particularmente en las familias. En el círculo de parientes de
personalidades anormalmente abúlicas pudo comprobar una fre-
cuencia de psicópatas del mismo tipo, así como una desacostumbra-
da determinabilidad de la voluntad y modelabilidad de todo el ser
aun en personas normales. Grupo aparte forman la unión de falta
de sentimientos y una influenciabilidad anormal de la voluntad, vin-
culados con temperamento sanguíneo y actividad acrecentada. Enke
ha captado certeramente otro complejo hereditario en las reitera-
ciones u obstinaciones {Perseverationen), que se encuentran en la
esfera cognoscitivo-psicológica, afectiva y psicomotriz, unidas con
una constitución esquizotímica 18 .

17. Hdb. d. Erbbiol, 425.


18. Vortr. 56. Jahresvers. südwestdt Psychiat. (1933).

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Estos resultados muestran bien qué clase de propiedades son
aquellas a las que atiende la psicología de la herencia. Los métodos
empleados son sobre todo el de la comparación de estirpes y es-
tudio de los mellizos; a ellos debemos la mayor parte de los re-
sultados obtenidos.
Las «calidades del desenvolvimiento» mencionadas antes, tam-
bién llamadas cualidades fundamentales de la psique viviente, cuya
constancia y heredabilidad en parte se pueden demostrar y en parte
son bastante probables, no tienen nada que ver con la cuestión
estudiada en los últimos apartados referente a la orientación de las
pulsiones en cuanto al contenido. Esos hallazgos no dicen absolu-
tamente nada directo sobre la cuestión de si el hombre tiene instin-
tos localizados, circunscritos; es decir sobre la ocupación que las
pulsiones y los intereses llevan a cabo en determinadas esferas de
cosas y valores. Probablemente un hábito constitucional hereda-
ble atrae hacia sí o facilita otras «propiedades secundarias» condi-
cionadas y asimismo formales, como falta de iniciativa, superficia-
lidad, imperturbabilidad, serenidad, pedantería, timidez, formalis-
mo, falta de continuidad, etc.; o bien es probable que del encuen-
tro con experiencias inevitables y generales tengan que seguirse
ciertos modos de «elaboración» en ciertos mecanismos. Podríamos
pensar por ejemplo en la inseguridad, gusto por la acción, pruden-
cia, gusto por las intrigas, buenos modales, circunspección, etc.
Sin embargo, no hay investigaciones precisas sobre esto. A mí me
parece que las reacciones tan frecuentes y estereotipadas del orgullo
y del hacerse respetar, sólo indirectamente se dirigen a contenidos
concretos; en realidad son falta de cultivo de la persona.
Si hacemos en este libro una diferenciación estricta entre ca-
rácter y modo de ser, o si preferimos entre contenido y forma
de la «vida anímica», lo hacemos por varios motivos. En primer
lugar, el carácter, como totalidad de las pulsiones elaboradas y
orientadas, de los intereses perdurables y de los talantes, es un
fenómeno del que no se puede deducir ni las acciones de una per-
sona, ni las circunstancias de su vida, ni su historia, ni la de su co-
munidad. Más bien la consideración histórica comparada de la psi-
cología de los pueblos nos muestra que existe una concordancia
exacta entre las constituciones sociales y las inclinaciones e intere-
ses concretos. En Egipto, por ejemplo* faltaba (porque la burocra-
cia del estado señorial había deshecho muy pronto la importancia
de la organización familiar) todo el sistema de intereses del ethos

445
familiar, incluso el culto de los antepasados (tan vinculado con
él) y a pesar del desarrolladísimo culto a los muertos. En sentido
contrario, no cabe duda que la estrecha vinculación de los chinos
a la estirpe junto con la inseguridad jurídica del individuo en un
estado patriarcal de funcionarios favoreció el gran desarrollo del
sentido de herencia. Para el sentimiento del honor de los señores
feudales es compatible una religión guerrera del destino o también
el regimiento-universal personal de un dios, pero no el sentimiento
de auténtica «culpa» o de una moral orientada hacia el concepto de
deber y mérito. Con mucha frecuencia los ordenamientos constitu-
cionales firmes de los estados están transformando en tabú «apti-
tudes» completas (en la antigua Roma un procónsul cayó en des-
crédito por ser pintor).
Si llamamos carácter a la totalidad de hábitos y talantes estables,
según los cuales uno prefiere determinados contenidos, permane-
ciendo indiferente frente a otros, es decir, su fórmula de compor-
tamiento permanente de valoraciones invariables, ese carácter es un
producto de cultivo de la sociedad en la que vive y de su distribu-
ción de intereses. Toda educación que habitúa al niño dentro de
un orden social estable, ha querido tipos y no individualidades. Una
sociedad desintegrada como la nuestra, es decir, una civilización
complejísima y que cambia con ritmo muy rápido, desmonta las
formas de educación tradicionales, que daban a la relación del indi-
viduo consigo mismo un contenido en primer plano social. Ahora
las personas recaen en la inmediatez, se encuentran en medio de
sus fuerzas y debilidades naturales y tienen que resolver los con-
flictos, que se multiplican por la falta de distancia, con las escasas
reservas de sus propiedades casuales. Por eso se explica el asom-
broso conocimiento psicológico general de nuestra época. Visto con
más profundidad, el despliegue antes no existente; el carácter pa-
tente; por así decir: la vida a flor de piel y la falta de cumplidos,
la desenvoltura de las propiedades psicológicas. El mundo próximo
de las naturalezas casuales que se desarrollan en la complejidad de
la vida moderna, en la multiplicidad de climas especiales, que se
reflejan mutuamente sensibilizando sus almas, indefensas ahora
contra los estímulos; no protegidas ya por los bastiones de cos-
tumbres respetadas. Proporciona el tipo de la forma artística típi-
camente representativa del mundo occidental: la novela psicológica.
El refinamiento de la vida interior, que se vuelve sobre sí misma,
es capaz de la mayor matización posible. Hay ya muchos hombres,

446
en los que un pensamiento o un sentimiento se presenta sin más
como autoestímulo, al que reaccionan a su vez. La ruina de la so-
ciedad, de los ideales y sentimientos de valor, como corresponde en
el interior de cada uno o las enormes transformaciones de los nue-
vos tiempos, tiene pues su propia productividad; la asombrosa di-
ferenciación de lo psíquico. La irrepetibilidad del interior, ya sea
que se considere en la necesidad pulsiva de comunicarse del hom-
bre; o bien en el desenfreno o desencadenamiento de su ser-así-ca-
sual; o bien conforme a los métodos de una psicología hecha a su
medida, así como el elevado grado de conciencia promedio, hacen
imposible diferenciar la vida anímica real de la imaginada. Precisa-
mente en ese sentido, el autor de novelas psicológicas es representa-
tivo de toda una cultura: «Todos los velos del corazón han sido des-
garrados. Los antiguos jamás habrían hecho de su alma un sujeto
de ficción» 19 . La expresión «sujeto de ficción» hay que referirla
precisamente al alma; la concientidad crónica del «dentro» no es
puramente pasiva, sino que va configurando juntamente, como
esa forma de productividad que queda de cara a la profunda inse-
guridad con respecto a los últimos valores del alma 2 0 .
Si estas consideraciones son acertadas, entonces se sigue la con-
secuencia de que debe haber un determinado orden en las discipli-
nas psicológicas. En primer lugar, la antropología daría las leyes
generales estructurales de lo psíquico en conexión con la constitu-
ción humana. Luego seguiría la psicología social o colectiva como
elemento de la sociología. Sus descripciones de estados sociales con-
cretos proporcionan el marco para una psicología individual. Por el
contrario, la psicología de la herencia tiene unos métodos de tipo
puramente «ciencias de la naturaleza»; parte de los individuos y
trata de formar grupos estadísticos, que han de afectar a deter-
minados grupos sociológicos, por ejemplo, los criminales, «la clase
dirigente», etc. Como campo de investigación de grandes perspec-
tivas se ha presentado junto a las propiedades formales del modo
de ser, la zona de las aptitudes, ingenio o índole (Begabung). Sus
distintas clases como inteligencia, musicalidad en distintas direccio-
nes, aptitud matemática, aptitud para la forma y el color, etc., ya
hace tiempo que son objeto fructífero de la investigación 2 1 .

19. Mme. de Staël, De l'Allemagne I I , 28.


20. Me ocupo más detenidamente de este tema en Die Seele im techni-
schen Zeitalter, 5 1962.
21. Como primera información y con bibliografía reciente, cf. P. R. Hofs-
tátter, Psychologie, 1957.

447
44. Algunos problemas del espíritu

Si alguien quisiera calificar de biológico a nuestro método, ha


de advertir que también hemos dado a la palabra «biológico» otro
sentido, además del que comúnmente tiene. La cuestión acerca de
cómo un ser (físicamente tan escasamente dotado, y tan llamativa-
mente fuera del marco del modo animal de dominar la existencia),
el hombre, se mantiene en la existencia (estar-ahí) es una cuestión
plenamente biológica. Pero por otro lado lleva (porque afecta nece-
sariamente al hombre práxico) obligatoriamente a zonas que hasta
ahora estaban reservadas a la investigación de las ciencias del espí-
ritu, como el lenguaje, el conocimiento, la fantasía. Todas ellas no
se desgajan en absoluto de aquel punto de vista, como ya hemos
mostrado. La afirmación tendenciosa de que así «nos reducimos a
lo biológico», está aprovechando un malentendido que guarda es-
trecha relación con esto. Por el contrario, se puede probar drástica-
mente la constatación inversa, a saber, en cuán alto grado ciertos
factores, que se consideraban como puramente físicos (por ejemplo,
la interferencia del sentido de la vista y del tacto, la amplia gama
de variación motriz, la reducción del instinto, la incompletez del
estado del nacimiento: el parto fisiológico prematuro de que habla
Portmann...) parecen tener que ser «adosados» a aquellas elevadas
operaciones espirituales. Así pues, para hablar con el lenguaje de
la nueva ontología, hemos desarrollado las categorías generales del
ser hombre, especialmente aquellas que «transcurren» a través de
todas las capas o estratos; es decir, categorías como descarga,
acción, disponibilidad, comunicación, etc.
Ahora bien, por ese camino no se agotan, desde el punto de
vista metódico, los problemas extraordinariamente complicados
que suelen ser abordados bajo el tema «espíritu» ¿Por qué no?
En primer lugar, porque toda nuestra teoría ha trabajado necesa-
riamente con una abstracción; a saber, con una especie de ente abs-
tracto, del hombre práxico individual. De cara a ese modelo no
pueden ser tratados problemas de las ciencias del espíritu de ele-
vado rango, como religión, arte, derecho, técnica, etc., porque des-
de el punto de vista científico son hechos sociales, comunitarios.
Los grandes fenómenos colectivos del mundo histórico-social hace
ya tiempo que son investigados por ciencias sumamente desarrolla-
das, que recientemente se sirven cada vez más de métodos socioló-
gicos. La relación así establecida entre las instituciones sociales por

448
una parte y las configuraciones históricas del espíritu objetivo, por
otra, se pueden llevar muy lejos, en ciertas circunstancias y puede
conducir a conocimientos, que son muy ilustrativos. Así, por ejem-
plo, la falta de toda doctrina sobre los dioses elaborada mitológica
o dogmáticamente en los romanos (religio, id est cultus deorum 22),
se puede poner evidentemente en relación con el hecho de que la
nobleza nunca permitió que surgiera un estado sacerdotal indepen-
diente, por lo cual, la formación en general no se desarrolló, como
en la India o en la edad media europea, a partir del sacerdocio, sino
que fue tomada del extranjero, de Grecia. Tales planteamientos so-
ciorreligiosos de las cuestiones, los ha desarrollado Max Weber co-
mo es sabido hasta llegar a una altura no alcanzada. Pero con los
mismos métodos, en principio, sería posible una sociología del de-
recho o una sociología del arte; y de hecho ya existen algunas
aportaciones al respecto.
Una investigación científica seria de los «mundos» del espíritu
objetivo en su concreción histórica ha de tener hoy día una dimen-
sión sociológica. Es de lamentar en algunas filosofías la falta del
«sociologismo». En este lugar he de situar reflexiones tomadas de
los últimos capítulos de las tres primeras ediciones, que bajo el tí-
tulo de «Sistemas superiores de conducción» tenían el defecto de
estar encerradas en un capítulo muy breve. Sigo manteniendo el
título calificativo, que entre tanto ha sido adaptado por otros auto-
res. Sin embargo, fue el estudio de Maurice Hauriou 2 3 citado por
Cari Schmitt 24 el que primero me hizo caer en la cuenta del he-
cho decisivo de que un sistema directivo (idee directrice) siempre
es el de una institución; con otras palabras, que un sistema direc-
tivo (como por ejemplo, el cristianismo puritano o la ética de Con-
fucio) científica y objetivamente sólo puede ser entendida en rela-
ción a las instituciones sociales en las que vive. La sociología con-
firma esta tesis en todos los detalles.
Pero aparece entonces como fuera de lugar crear una relación
directa de ese sistema directivo con la constitución biológica del
hombre (aun en el sentido amplio de la palabra). Yo había tratado
esto en el sentido de que la fantasía fuese considerada como la fuer-
za creadora de los dioses, y que se viese el efecto de esa fantasía

22. Cicerón, De natura deorum I I , 3.


23. La théorie de l'institution et de la fondation, en La cité moderne
et les transformations du droit, Piaris 1925.
24. Die drei Arten des recbtswissenschaftlichen Denkens.

449
teogónica en su fuerza para llevar al hombre más allá de la concien-
cia de su inestabilidad, de los peligros a que está expuesto, y de su
impotencia:

N o es correcto decir déos fecit timor: no el temor, la amenaza del su-


perpoder, engendra a los dioses, sino la superación del temor. E s
natural no querer creer en la muerte y, por lo tanto, formar algún tipo
de ideas sobre el más allá y de la supervivencia después de la muerte.
E s natural el poblar el espacio existente entre lo que tenemos a la
mano y el resultado inevitable con figuras auxiliares de la fantasía...
Los intereses de la debilidad, las manifestaciones del superávit inex-
haurible de fuerza pulsional, se hallan por eso al servicio de la
vida. La fantasía del hombre es un poder propiciador de vida; que
nos lleva hacia el futuro; que actúa contra la resignación. Desde el
punto de vista puramente histórico hay que hacer notar además que
el calificativo de la fantasía como órgano para el «mundo de los dio-
ses» procede de Schelling 2 5 .

En esas líneas se resaltaba el efecto o la influencia de las ideas


religiosas sobre la esfera pulsional individual. De este modo se pone
entre paréntesis, mediante una especie de «cortocircuito», todo el
mundo comunitario de las instituciones sociales, al que ciertamente
están referidos los sistemas de dirección. Por lo demás, este corto-
circuito parece ser muy natural; un gran número de autores han
argumentado en la misma dirección. El teólogo Karl Beth dice:

La religión reacciona, en cuanto que el hombre afirma la verdad y 'la


autenticidad de la sensación de su debilidad final; pero al mismo tiem-
po está afirmando así su impulso vital, que reconoce un poder extra
o supraempírico, que, pensado según su modo volitivo, quiere su vida,
tai como es; es decir, que se entrega a él humildemente y lleno de
confianza 2 e .

Compárese ahora la tesis de Scheler:

Pero el hombre podía también poblar esa esfera del ser con cualquiera
figuras (partiendo del apremio indomable a salvar no solamente su

25. Philos. d. Kunst, 1802, 31.

26. Religion und Magie bei d. Naturvölkern, 1914, 224.

450
propio ser individual, sino ante todo a todo su grupo en base y con la
ayuda del increíble superávit de fantasía que de antemano se halla
en él en contraposición al animal), a fin de ponerse a salvo en su
poder mediante el culto y el rito; a fin de recibir «tras sí» algo de apo-
yo y ayuda: ya que en el acto fundamental de la foraneización de la
naturaleza y de la objetivación de la naturaleza (y en el hacerse simul-
táneo de su autoser y de su autoconciencia) parecían caer en la pura
nada. La superación de ese nihilismo bajo la forma de tales salvaciones
y apoyaturas es lo que llamamos religión 2 7 .

Estas concepciones corresponden exactamente al punto de vista


que Bergson desarrolló en su última obra, Las dos fuentes de la
moral y la religión. Considera ahí que la religión es un gran mo-
vimiento de compensación, el cual desde las profundidades de lo
vital equilibra los peligros de la inteligencia, como una (tal y como
suele decir él) medida de defensa de la naturaleza contra las posi-
bilidades biológicamente nocivas que hay en la inteligencia.

Ponemos a funcionar una acción instintiva concreta. Después dejamos


que venga la inteligencia e investigue si aquello tiene como consecuen-
cia una perturbación peligrosa. En tal caso, el equilibrio es probable-
mente restablecido mediante ideas, que son despertadas por el ins-
tinto en el seno de la inteligencia perturbadora. Cuando existen tales
ideas, son ideas religiosas elementales.

Haciendo una sinopsis de estas citas, llegamos a un esquema


común, que se impone como necesario al pensamiento. Así lo en-
cuentro yo. Tan pronto como la religión, el derecho y la moral son
consideradas de modo neutral y como fenómenos objetivos de la
vida, se impone la forma teleológica de pensar y surge la cuestión
en torno a su efecto, rendimiento, productividad o resultado. A
este propósito dice Kraft 2 8 :

En los pueblos primitivos la religión en lo esencial da vueltas en tor-


no al poder que presta a la tribu la convicción de poder hacer frente
a todos los peligros, y le da el sentimiento de la seguridad en sí mis-
mos, y la superioridad.

27. Die Stellung d. Mensch im Kosmos, 108.


28. Der Urmensch als Schöpfer, 1948, 62.

451
Cita a Marett, para el cual, «el criterio de la efectividad reli-
giosa sobre la conciencia del hombre es si contribuye o no a la
exaltación de la personalidad mediante la convicción de estar pre-
parado para todas las situaciones de la vida, haciendo así al hombre
feliz y ayudándolo a mantener la especie». Así pues, si observa-
mos esos mundos culturales objetivamente, cósicamente (empírica-
mente), los vemos como hechos vivos entre otros muchos y llega-
mos necesariamente a la categoría de la finalidad, cosa que ya ex-
perimentó hace tiempo Jhering, cuando consideraba el derecho bajo
el concepto de «dispositivo de seguridad de las condiciones de vida
de la sociedad». El mismo modo de pensar se impone por lo que
hace a la moral y la ética: «si se da a la palabra biología el sentido
amplísimo que debería tener, y que quizás algún día tenga, se
podría decir como conclusión que toda etica es de naturaleza bio-
lógica'» (Bergson).
Si investigamos pues el derecho, la religión, etc., analíticamente,
desde fuera y científicamente, no hay en primer lugar ningún otro
punto de apoyo de pensamiento puramente técnico (fuera del esté-
tico) que éste: esas actividades aparecen como unas disposiciones
hechas por la naturaleza en el hombre, para mantener «mejor» a
ese hombre en la existencia; como superación del sentimiento subje-
tivo de debilidad; como volante impulsor de la contra-resignación
y en cierta manera como fantasmas alentadores y estimulantes.
Sólo cuando se ha visto esto claramente, aparecen en toda su gra-
vedad los problemas filosóficos, que han de desarrollarse. Tenemos
pues la situación siguiente: por un lado se encuentran las ciencias
del espíritu, históricas, con una infraestructura sociológica, para
las que es un tema legítimo investigar la ubicación de una religión
determinada, de un determinado sistema jurídico o de una manifes-
tación artística especial en conexión con la estructura social de una
sociedad descrita asimismo con toda claridad. En los sistemas de las
instituciones, es un elemento integrador el sistema de orientación.
Esas ciencias son ciencias especializadas empíricas. Por otra parte
están los intentos, antes mencionados, de explicarse la importancia
general de la religión, del derecho, etc., para el hombre. Esos inten-
tos parten siempre de esto: de alzar a la categoría de concepto los
efectos psicológicos o psicobiológicos de tales ideas en el interior
del hombre. Se sirven para ello necesariamente de formas de pen-
samiento no casualmente teleológicas. Por eso, si queremos seguir
más adelante, hemos de buscar lo que ambas están presuponiendo.

452
Ese presupuesto es la conciencia histórica. El lenguaje, el de-
recho, la religión, la moral, el arte, son para esa conciencia hechos
sociales, que surgen históricamente de la actuación en común de
los hombres; se independizan frente a ellos en mundos propios; y
a corto o largo plazo se transforman, de modo fácilmente reconoci-
ble. Esa conciencia histórica se halla también en las teorías de
Scheler o Bergson. Les ha dado el material de formas religiosas
primitivas y simples, abarcables, con el cual material pudiesen des-
arrollar sus teorías teológicas. Esa conciencia, que irremisiblemente
llegó a ser histórica, es por completo un resultado de la Ilustración.
En el Esprit des lois de Montesquieu se halla el campo de investi-
gación que alumbró esa conciencia histórica, y en él se explican
mutuamente los conceptos sociológicos. En la medida en que la
Ilustración llevó su modo objetivado de pensar hasta la esfera reli-
giosa; y por cuanto que, por una parte, desarrolló la psicología
racional y por otra parte hizo patente en el campo histórico la
multiplicidad de configuraciones religiosas, jurídicas y sociológicas,
se construyó (de una realidad espiritual cargada de emociones o
sentimientos y condensada en conciencia) un cosmos de «ideas»; es
decir, de representaciones, que se hallan en el mismo plano que
otros conceptos de la cabeza humana y que un tercero neutral con
interés puede investigar. La idea de que las «ideas» religiosas tie-
nen algún tipo de efecto psicológico, no se puede separar de la
otra, de que varían con las épocas, los pueblos y las constituciones.
Sólo habiendo dado ese paso, las religiones y las cosmovisiones
de los pueblos exóticos y primitivos se transformaron en objetos
posibles; mientras que a la conciencia que no había sido captada
por la Ilustración, que no «creía en ideas religiosas», sino que vi-
vía en la esfera de la palabra de Dios y por ello todo lo que le
salía al encuentro lo encontraba ya decidido de antemano, tenían
que aparecerle como locuras, supersticiones paganas o en el mejor
de los casos como despropósitos curiosos, y fueron rechazados, an-
tes de que hubiesen alcanzado los límites del interés teórico. En
una conciencia en la que los contenidos religiosos, morales y jurí-
dicos tienen valor como realidades, es decir, determinan el compor-
tamiento como motivos (ya que no se reacciona a puras «represen-
taciones» o «ideas» de la propia cabeza conocidas como tales), se
presentan traídos de fuera otros contenidos que les hacen compe-
tencia asimismo como motivos; es decir, encuentran rechazo o

453
aprobación partiendo de la propia dinámica interna, pero no un
interés objetivo, conforme a las cosas.
Y también, en sentido contrario, en la medida en que la Ilus-
tración había desarrollado hasta tal grado su modo de pensar racio-
nalista que ya no se podía evitar la recaída en las propias convic-
ciones experimentadas como realidad, fueron estas convicciones
mismas historizadas; es decir, la evidencia de su validez ya no se
vinculaba a la realidad inmediata de la experiencia social y natural,
sino que buscaba su apoyo en el inseguro y movedizo material de
la historia. Esta fase está representada por Hegel. En segundo lu-
gar, esas convicciones fueron en el mismo proceso desprovistas de
poder, debilitadas en su fuerza de motivación, y transformadas aun
subjetivamente en representaciones, se transformaron en «ideas».
Ese paso ya lo había dado Kant claramente. Hellpach dice por
eso muy acertadamente:

Dondequiera que la conciencia no aparezca como la voz divina den-


tro del hombre, sino que la suposición (!) de la existencia de Dios
aparezca como la voz de la conciencia humana, ha desaparecido en su
base la religión y ha entrado en su lugar la pura doctrina moral,
la ética exclusiva; y el poder del más allá se ha transformado en un
puro epifenoméno del deber moral del más acá 2 9 .

La diferencia entre una conciencia, a la que los contenidos re-


ligiosos, morales o jurídicos se le aparecen en esa posición especial
intermedia entre el ser y el deber ser, que los contiene en sí, en
cuanto son al mismo tiempo categorías de una cosmovisión y prin-
cipios estructurales de las instituciones, y una conciencia en la que
los mismos contenidos son objetivados en representaciones y con
ello al mismo tiempo experimentados como subjetivos y revoca-
bles, es extraordinariamente importante. Precisamente cuando se
trata de los mismos contenidos: haeretica voce recta clamant. En
tanto que ambos puntos de vista se interfieren en una misma con-
ciencia (cosa que corresponde a una determinada época), surgen
atormentadores enigmas, tales como los que se levantan en Kant,
cuando la razón entra en disputa consigo misma. Pues es aquel
segundo tipo de conciencia, ilustrado y reflexivo, en el que ahora
el mundo espiritual propio, todavía transmitido por tradición, se
apoya, con la misma distancia óptica con la que se hace visible toda

29. Das Megethos, 1947.

454
la plenitud y volumen de las ideas histórico-sociales. Precisamente
éstas fueron, como vimos más arriba, rechazadas de antemano co-
mo locuras, por la fe en la verdad, ingenuamente tradicional, y ni
siquiera se aproximaron a la distancia de «verdades posibles».
Por el contrario, en la zona de interferencia de ambos tipos de con-
ciencia surge con todo ímpetu la pregunta de si pueden ser verdad
todos aquellos sistemas de orientación tan palmariamente heterogé-
neos; de si hay distintas verdades; o de si en estas cosas sólo hay
ilusiones, quizás muy finalísticas, con una cierta utilidad de la fun-
ción fabulatoria, pero de tal manera que nosotros mismos, con
nuestras últimas convicciones, si tuviéramos todavía algunas, fué-
ramos los engañados... Pero si nada es verdad, ¿no está todo per-
mitido? Este es el problema del relativismo, que a través de la
elaboración posterior de Marx, Nietzsche y Freud ha sido el agua
fuerte que corroyó a la filosofía. Surge, como las antinomias de
Kant, de la interferencia entre dos estructuras diversas de con-
ciencia, que hemos presentado aquí en su colisión histórica, como
Ilustración y religión tradicional, y a la que volveremos a referirnos
enseguida.
Desde el punto de vista lógico habría que hacer antes el intento
de repetir el camino de Hegel, pero sin tener sus convicciones cris-
tianas. Es decir, tendríamos que hacer ahora el intento de, partien-
do de la investigación de las figuras sociales históricas del espíritu,
destilar las convicciones definitivas. El que lo hizo fue Dilthey. Uno
de los motivos de ese complicado y oscuro erudito fue éste: a par-
tir de la «comprensión» del mundo histórico, adquirir «seguridad
interna», «fines o metas firmes», y la fuerza para la «configuración
de la vida». En él se puede mostrar con todo detalle el proceso de
cómo la conciencia, manejada reflexivamente en él (el psicólogo), se
apodera de los impulsos espirituales todavía transmitidos por la
tradición, todavía directos, y los aparta hacia la reflexión, antes de
que puedan transformarse en acción, llegando a donde se clasifican
entre las ideas foráneas «entendidas», que confluyen hacia él (el
historiador) de todas direcciones. El proceso inevitable, exactamen-
te contrario, era pues la necesidad de llegar desde la comprensión,
a la fe y a la acción. En la correspondencia epistolar con el conde
Yorck se encuentran estos interesantes pasajes:

Las catrástrofes se nos acercan a una velocidad terrible; lia falta de fe


de esta épooa, es decir, su incapacidad para tener convicciones, que
hacen al hombre Ubre frente a la multitud social mezquina... L a cues-

455
tión: qué fuerzas pueden movilizarse, para superar ese influjo. Mi libro
ha surgido de la convicción de que la independencia de las ciencias
del espíritu y el conocimiento histórico de la realidad que en ellas se
encierra podría contribuir a ello.

El motivo que ahí se manifiesta es una motivación muy seria


de la filosofía de Dilthey. El vió que «la relatividad de todo tipo
de la concepción humana del conjunto de las cosas es la última pa-
labra de la cosmovisión histórica»; «todo fluye en un proceso;
nada queda». «¿Dónde están los medios para superar la anarquía
de las convicciones, que amenaza con irrumpir?». Para solucionar
esa cuestión, trató de medir realmente ese relativismo, impulsado
por «una insaciable voluntad de entender», y con la meta de su-
perarlo por sí mismo:

La relatividad' de toda cosmovisión no es la última palabra del espíritu,


que las ha repasado todas (es decir, se las ha representado todas), sino
la soberanía del espíritu frente a cada una de ellas en particular ( ! )
y al mismo tiempo la conciencia positiva de que en los distintos mo-
dos de comportamiento del espíritu está ante nosotros la única realidad
del mundo.

Así, «percibiendo, más allá de todos los tipos de cosmovisión, su


punto de partida» creía él haber podido superar el demonio de la
conciencia histórica. «La dilatación del mismo; su entrega a la ob-
jetividad, da al individuo también una dilatación de toda (!) su vi-
talidad; paz en el cambio de los estados; firmeza» ¿La ha alcan-
zado? ¿la ha alcanzado él, que notaba acerca de la posición de su
amigo el conde Yorck:

Cuán grande es el poder de una gran personalidad, para hacer creíble


una cosmovisión? ¿ N o es mi propio punto de vista escepticismo estéril,
cuando me mido con tales vidas? ¿Dónde está en mi cosmovisión esa
fuerza?

Por el camino intentado por Dilthey no se consigue tampoco


una superación del relativismo, como hoy sabemos. El motivo está
en la estructura de la conciencia histórica, es decir, representativa.
Se puede investigar con toda dedicación el mundo de ideas de, por
ejemplo, el puritanismo inglés; se puede admirar la fuerza de vo-
luntad espiritual del mismo; la energía de la «ascesis intramun-

456
daña» y sus poderosos efectos en el mundo político y económico;
pero con todo eso no se podrá alcanzar aquella «seguridad y fir-
meza» que tenían los puritanos, porque uno no puede llegar a ser
puritano por el camino de la comprensión. Aquí radica uno de los
errores más profundos y más difícilmente desenmascarable de Dil-
they. Aparece claramente expresado en la frase: «La vivencia del
propio estado y la imitación, copia o reproducción de un estado
foráneo o de una individualidad foránea son en el núcleo del pro-
ceso lo mismo». Si esto fuera verdad, entonces también el experi-
mentar y representarse la energía anímica de otro sería el surgi-
miento de la misma energía en uno mismo, siendo así que en reali-
dad no hay abismo más grande que el que media entre la voluntad
imaginada y la voluntad real.
Por eso la capacidad asombrosa del hombre moderno de meterse
en la cosmovisión de pueblos alejados o pretéritos hasta en sus
particularidades puede emplearse en una doble dirección. Primero:
sirve como método de análisis objetivo, científico, de sistemas
culturales. En ese caso aparecerán sus idées directrices como con-
tenidos parciales de unidades culturales en un contexto lógico y
a menudo unívoco. Por la esencia de las cosas, esas investigaciones
tienen mayor éxito en el caso de culturas primitivas, poco diferen-
ciadas y fácilmente comprensibles, aunque no es ésta una delimita-
ción de principio del proceso. La relatividad de los valores, de las
costumbres, de las instituciones e ideas directrices sólo se descubre
en el amplio campo de las ciencias etnológicas y sociales, y en ese
campo se llega a dominar de tal manera, que uno renuncia casi
por completo a hacer afirmaciones generales o sólo las entiende
como hipótesis confesadas; o bien, en la descripción de cuerpos
sociales o culturas individuales, muestra el contexto en el que
todos esos rasgos se han concretado y fijado alternativamente en
una «integración» histórica única. Así procede, con toda intención,
una de las obras de investigación descriptiva de las culturas, el libro
de Ruth Benedict, Vatterns of culture.
De modo distinto se comporta la otra dirección de las ciencias
del espíritu, la que sigue Dilthey, de cara a la amplitud del material
que se ha hecho visible históricamente y comprensible psicológica-
mente. En esta segunda dirección el análisis de las cosmovisiones
sistematiza la falta de fe en símbolos dominantes; los sistemas de
conducción y las ideas directrices aparecen a consecuencia precisa-
mente de esa falta de fe (que es también indigencia de fe) como

457
«verdades posibles», en las que uno se instala ahora intelectualmen-
te y que uno puede realizar mediante una apropiación virtual, con
la esperanza de que esa asimilación pasiva de contenidos de vida
imaginados haga posible finalmente alcanzar un punto de vista
de la «soberanía del espíritu con respecto a cada una de ellas». La
búsqueda contenida en este movimiento (en Dilthey plenamente
consciente) de resortes motores es desesperanzada, ya que precisa-
mente ese estado excluye que las ideas imaginadas y sentidas puedan
llegar a ser motivos reales. Es una falacia intrínseca de la reflexión:
en el alma moderna, superconsciente y aislada, todos los contenidos
son ciertamente comprensibles, pero en la esfera de la opinión y
de la imaginación (y precisamente ahí objetivadas y desprovistas de
su poder) son débiles para la motivación. Esta manera de pensar
hace suponer que afirma la primacía incondicionada del espíritu (de
ese espíritu), pues luego la reflexión, yendo de un lado para otro,
puede aparecer, al quedar sola, como la «soberanía del espíritu».
Esa soberanía del espíritu que se alcanza cuando se han recorrido
en la imaginación todas las cosmovisiones posibles, consiste simple-
mente en que uno lo puede hacer, y esto no convence. Se muestra
que la reflexión sólo puede reflejar representaciones; incluso, que
el auténtico interior del que piensa se hace representación y la pro-
pia alma se hace sujet de fiction, de tal manera, que «la vivencia
de un estado propio y la reproducción, copia o imitación de un es-
tado ajeno, vienen a ser de la misma naturaleza entre sí, en el nú-
cleo del proceso». La convicción que se puede alcanzar así acerca
de la soberanía del espíritu es la pura hipóstasis del estado de re-
flexión y llevaría (si se llevara a cabo con ingenio y determinación)
a una ironía que lo abarcase todo; a la actitud de un Grandseigneur
de la pensée y a la «aristocrática sonrisa de d'Alembert» tan odia-
da por Dilthey. Era tan contrario a él porque para él la ciencia po-
día ser incluso en aquella época un sucedáneo de la religión. Con
toda razón, ya que existía una vinculación institucional real y las
instituciones de la ciencia de entonces apoyaban una moral espe-
cífica e intacta.
Resumiendo lo dicho hasta ahora, resulta lo siguiente: las
ciencias objetivas de la cultura y del espíritu pueden desarrollarse
con éxito como disciplinas puramente empíricas, una vez que se
da la posibilidad para esa actitud de conciencia. Esta se alcanza
cuando en la propia conciencia del pensante son sacudidas, al me-
nos virtualmente, las verdades y valores que antiguamente tenían

458
valor dogmático, es decir, metafísico. Antes de eso es absolutamen-
te irrealizable el captar ideas directrices ajenas y distintas de otra
manera, pues en cuanto doctrinas equivocadas, y por tanto imposi-
ble el investigarlas con el «interés carente de interés», que se
tiene por lo fáctico. Las morales y religiones extrañas sólo se hacen
realizables en la imaginación, cuando la subjetivización de las pro-
pias convicciones ya se va abriendo paso y esas convicciones comien-
zan ya, en la esfera de lo subjetivo (psicológico) e histórico, a hacer-
se en alguna manera fluidas. Ahora bien, en cuanto las estructuras
metafísica y empírica de la conciencia interfieren con la propia con-
ciencia surge una aporía, un atolladero, cuya expresión es el pro-
blema del relativismo. La multiplicidad establecida sin lugar a
dudas por la conciencia empírica; incluso la oposición de las dis-
tintas religiones, morales y sistemas jurídicos, choca contra el re-
siduo de convicción que todavía se mantiene aferrado en la con-
ciencia metafísica de que sólo hay una verdad. Un intento clásico
de solucionar ese dilema se halla en la filosofía de Dilthey, que
llega a levantar ambas conciencias a una reflexión más elevada. Esa
reflexión superior queda sin contenido, ya que todos los contenidos
están en las dos estructuras sobre las que ella se levanta, de tal
manera que de ella sólo se sigue que esa reflexión es posible.
Por la otra parte puede alcanzarse la plena neutralidad y la li-
bertad de conciencia de la ciencia empírica y se abre otro amplio
campo de ciencia de la cultura comparativa y con infraestructura
sociológica, con la exigencia expresa de liberarse de la visión limi-
tada y del encogimiento dentro de las normas de la propia cultura:

Hoy día ya no se trata de la cuestión del imperialismo, o de los


prejuicios de raza, o de una comparación entre cristianos y paganismo;
lo que nos preocupa es más bien la falta de unicidad de nuestras ins-
tituciones y realizaciones, de nuestra propia civilización 3 0 .

Si se ha analizado un gran número de sociedades y culturas,


surge la necesidad de conceptos generales, surgiendo como forma
de pensar la teleológica, como ya la hemos descrito. Se puede comt-
probar clarísimamente en Malinowski, cuando este excelente inves-
tigador de culturas primitivas pasa a la formación de teorías. El
«primer axioma» de su teoría dice que «la cultura es esencialmente
un aparato instrumental, para resolver mejor los problemas con-

30. R. Benedict, o. c., 4.

459
cretos y específicos, que le salen al encuentro en su medio ambiente
cuando trata de satisfacer sus indigencias» 3 1 . Conviene hacer notar
que ya en 1877 Jhering había alcanzado ese plano del problema al
decir que «la meta final del estado y del derecho es la producción
y garantía de las condiciones de vida de la sociedad» 3 2 . Jhering no
emplea la imagen del aparato instrumental, sino la de los «pulpos
jurídicos»: «Todo el derecho no es más que una creación finalística,
un poderoso pulpo jurídico, con innumerables brazos, llamados
preceptos legales, de los que cada uno quiere, aspira a, o intenta
algo». Se hallan plenamente dentro de este esquema mental aquellos
que, como Bergson, Scheler y otros, entienden la religión como un
ordenamiento finalístico de la naturaleza en el hombre, para mejor
mantener al hombre en la existencia.
Si es acertado lo que hemos venido diciendo, entonces ya queda
esbozado el camino para las reflexiones ulteriores. Han de co-
menzar en aquella aporía, en la interferencia entre dos instancias
espirituales aparentemente heterogéneas. Hemos de intentar alcan-
zar esa meta analíticamente, con ayuda de la investigación filosófica
de las categorías de la existencia y el comportamiento humanos. La
primera condición para lograrlo es que se señalen claramente las
líneas divisorias entre las dos instancias del espíritu. No es que
esté entre la conciencia instrumental-técnica y la histórico-psicoló-
gica, como nos sugería la separación entre ciencias de la natura-
deza y ciencias del espíritu. Las dos están del mismo lado y se con-
traponen a la conciencia ideativa, que en sí misma es no-científica
(y no simplemente a-científica). Es un rasgo esencial común a la
conciencia instrumental y a la conciencia histórica, que no puedan
establecer metas finales, y que de ellas no se siga ningún modo de
comportamiento, en el que se puedan fijar metas finales. La con-
ciencia histórico-psicológica en sentido estricto se puede hacer de-
rivar como mutación consecuente de la vida interior, que ha sido
causada por la ruina de las instituciones y la desintegración social,
y contra la cual viene a ser un movimiento de compensación. A su
vez esa desintegración fue producida por el desenfreno carente de
límites del comportamiento instrumental. Por eso filosóficamente,
al analizar problemas sociológicos profundos, lo primero que hay
que hacer es poner entre paréntesis las formas de pensamiento que
se ofrecen en un primer momento, es decir, aquellas que nos pre-

31. A stientific theory of culture, 1944.


32. Zweck im Recht I, 417.

460
sentan ambas formas de conciencia como algo natural que se da
por supuesto. Esto tiene una importancia trascendental. Tendre-
mos que intentar en primer lugar representarnos a instituciones co-
mo la familia, el derecho, etc., como surgidas de un obrar finalistico
racional. Tal fue el método de Malinowski y sabemos que este
método se inscribe en el esquema de unos «instintos» que se pre-
suponen. Instintos que han de ser satisfechos mediante un com-
portamiento consciente de su fin. Este método ha fracasado plena-
mente, porque evidentemente sólo explica aquello que ya daba
por supuesto. El siguiente camino que se nos ofrece es el ya men-
cionado de Bergson, Scheler, Beth y la mayoría de los autores más
recientes, que quieren «entender» esas instituciones como una
finalidad primaria y subjetiva. El procedimiento es éste: se reduce
la religión, por ejemplo, a su contenido representativo y se destaca
el efecto «estimulante», vivificante y de descarga de esa «función
fabulatoria» (Bergson) sobre la vida interior subjetiva del hombre.
Esta interpretación es la histórico-psicológica. De hecho se mues-
tra convincente, pero no puede llegar a las instituciones objetivas
y a las categorías que se ocultan en ellas, como yo mismo he no-
tado siguiendo la indicación de Hauriou y después de algunos aná-
lisis de estructuras sociales elementales. Estas concepciones equi-
vocadas son peligrosas, en cuanto que parecen comprometer el
pensamiento teleologico; cosa que, como veremos enseguida, es
absolutamente necesario en una tercera forma (ontològica), que só-
lo se puede ver después de haber dejado a un lado las que acaba-
mos de mencionar. La sugestión del comportamiento instrumen-
tal es tan poderosa en nuestra cultura actual, que sólo ahora co-
menzamos a situarlo en un mismo punto de vista con sus consecuen-
cias internas, a primera vista contradictorias. En Die Se ele im tech-
nischen Zeitalter he mostrado que los estados anímicos representati-
vos, que se reflejan constantemente en la literatura, son los equiva-
lentes de una sociedad desintegrada. Esas creaciones sumamente
conscientes, que reaccionan a sí mismas y se diferencian de ese
modo a sí mismas y que hacen del alma un sujet de fiction, son
los mecanismos compensatorios de la conciencia instrumental.
Hemos mencionado estos hechos tan conocidos, para poder dar
un paso más. La conciencia empírica u objetivada del hombre; o,
mejor dicho, el lado instrumental de su espíritu, parece que ha
iniciado a causa de los éxitos no previsibles, nunca antes existentes
en la historia y ontològicamente casuales, por decir así, una especie

461
de absceso o inflamación, que corre paralelamente a la del impulso
de poseer y consumir. Ninguna de las elevadas culturas anteriores
a la nuestra hubiera podido adivinar que la inteligencia humana
fuera en un grado tan maravilloso adecuada a las leyes de la mate-
ria, como demuestra la serie sin fin de inventos asombrosos. Que
las culturas superespecializan algunos rasgos determinados; que
pueden construir enormes superestructuras sobre temas concretos
y cargarlos con energía hasta que sean un peligro para sí mismos,
no es nada nuevo para los investigadores de las culturas y además
era de esperar dada la «no fijación» del hombre. Así por ejemplo,
la cultura de los zuni en Nuevo México (bien investigada desde
hace 60 años) se ha fosilizado, por decirlo así, a causa de un su-
perdesarrollo, obsesivamente neurótico, de los rituales. Sin embar-
go, hasta ahora ninguna cultura se había especializado con un di-
namismo tan enorme como el nuestro, con una riqueza tan uni-
versal y con esfuerzo tan grande para las catástrofes.
Ahora bien, la esfera del espíritu humano no queda agotada
con la función de la conciencia instrumental. Ni siquiera aceptan-
do nuestra hipótesis, expuesta hace un momento, de que la con-
ciencia histórica moderna, representativa, «que entiende», que
psicologizando se apropia e historiza describiendo, es el partner
de la instrumental; surgiendo al mismo tiempo, como una especie
de efecto retroactivo. La lucha que se desarrolló a principios de si-
glo entre las ciencias naturales y las ciencias del espíritu tuvo, des-
de el punto de vista filosófico, sólo una importancia superficial y no
alcanzó aquellos actos espirituales y aquellos modos de comporta-
miento determinados por el impulso, en los que los hombres culti-
van la naturaleza en sí misma. Si a esa conciencia, que antes lla-
mábamos metafísica, la llamamos ahora con más propiedad idea-
tiva, podremos decir que la fuerza creadora de la misma se mues-
tra en la fundación de instituciones, que se centran esencialmente
en una idée directrice, en una idea directriz. Por el contrario, la
conciencia instrumental está adaptada a las categorías de la ma-
teria anorgànica; se aprovecha de la naturaleza, así como la con-
ciencia comprehensiva se aprovecha de la historia. Pero ambas
instancias del espíritu, la instrumental (con su apéndice, la com-
prehensiva) y la ideativa se hallan en una relación de «repugnancia
real» entre sí, como tendencias contrapuestas, que libran su batalla
en el campo del dentro humano. Sólo ganan terreno una a costa
de la otra.

462
La «repugnancia real» 83 no es una contradicción lógica, sino
un choque de tendencias o determinaciones dirigidas en sentido
contrario; choque que consiste en un conflicto real. En la naturale-
za, todos los equilibrios dinámicos son ya formas de compromiso,
de arreglo, entre factores en litigio. En el proceso orgánico están
incrustadas fuerzas antagónicas de una complejidad inabarcable.
Las antiauxinas actúan en contra de las auxinas, otras hormonas
específicas que frenan a las auxinas o establecen un equilibrio di-
námico. La vida pulsional del hombre es un campo de conflictos,
porque distintos grupos de pulsiones de carácter heterogéneo con-
curren del mismo modo periódicamente en lucha por los campos
de expresión del comportamiento. La psicología profunda nos ha
hecho algunas indicaciones sobre qué resultantes se hallan aquí
presentes (ambivalencia, represión, comportamiento a saltos). El
conflicto entre deber e inclinación es un ejemplo muy conocido de
esta repugnancia real, que se presenta en la vida superior del espí-
ritu, cuando la determinación individual del sentimiento entra en
colisión con la determinación social de la obligación.
No ha sido advertido con demasiada frecuencia, que en el es-
píritu humano están actuando instancias distintas. Bergson lo vio
cuando reprochaba a la psicología, que «acepta las facultades gene-
rales de la percepción, del pensamiento, del entendimiento, sin pre-
guntarse si no estarán funcionando a la vez distintos mecanismos,
según esas facultades se apliquen a personas o a. cosas; según la
inteligencia esté sumergida o no en el medio ambiente social». Ahí
hay no solamente «mecanismos» distintos, sino antagónicos, es
decir, funciones de tal tipo, que una trata de frenar a las otras e
incluso de destruirlas.
Al llegar a este punto, hacia el final del libro, queremos limitar-
nos a la verificación de que hay actos concretísimos, no instrumen-
tales, de la conciencia ideativa, a partir de los cuales se desarrollan
las instituciones. Quisiéramos mostrarlo haciendo un análisis del
totemismo. El totemismo o culto social a los animales es una de
las escasas formas culturales, a las que se puede atribuir una signifi-
cación válida para todos los hombres. Se ha podido probar en los
indios de América del norte y del sur; en numerosos grupos
«primitivos» de Africa, Asia del norte y Asia oriental; en los mares
del sur y en Australia. Las antiguas culturas superiores, especial-

33. N . Hartmann, Der Aufbau der reaten Welt, 1940, cap. 32.

463
mente la de los egipcios, tierra clásica de las divinidades animales,
así como las de México y China muestran fenómenos que sólo se
pueden derivar de un totemismo antiguo, prehistórico. Aun en los
fundamentos de la cultura, tan sumamente humanizada, de los grie-
gos, se han encontrado sus huellas en las excavaciones arqueológi-
cas. Erynis era originalmente una divinidad con figura de caballo
de Telpusa, en Arcadia. Una fiesta en honor de Brauron en Atica
mantiene la aparición de Artemisa como un oso 3 4 . Si hay un culto
del que se puede probar que alcanza hasta el paleolítico, es decir,
hasta el período interglacial Riss-Würm, es el culto a los osos del
musteriense.
¿Qué es pues el totemismo, prescindiendo de que sea «el objeto
de una disputa que no quiere acabar» 3B ? Existe un gran número
de teorías, que Freud ha clasificado: nominalísticas, que trabajan
con la «nomenclatura»; sociológicas y psicoanalíticas; hasta las más
superficiales y psicológicas derivadas de un corto entendimiento, de
las que cita alguna van den Leeuw:

Si el hombre en su estadio de cazador por el apremio de la vida y de


su ocupación cotidiana sólo piensa en el animal, que es al mismo tiem-
po su alimento y su enemigo; si en cierta manera (!) se comporta como
animal, es natural que ese contenido de su conciencia se abra paso
hacia fuera.

Queda pues sin responder por qué esa ocupación cotidiana, de


todos los días, no le ha llevado al contrario a la trivialización de
todo el conjunto.
Pero, preguntamos ahora ¿qué debe tener presente una teoría
del totemismo? Los puntos esenciales, naturalmente: que hay gru-
pos, que se «identifican» con determinados animales, llevando su
nombre; que el animal totémico haga funciones de antepasado
del grupo; y que en ese grupo, la muerte o el comer ese animal
suele estar prohibido. Además la teoría tiene que incluir en su
cuenta la edad antiquísima del totemismo; es decir, una estructura
prehistórica de la conciencia, de la que podemos decir por lo me-
nos con gran verosimilitud que está predominantemente orientada
hacia el mundo exterior, es decir, que sólo en grado muy pequeño
era autoconciencia reflexiva.

34. Cf. H . J . Rose, Ancient greek religión, London 1946.


35. Van den Leeuw, Vhanom. d. Relig., 1933.

464
En este punto, hay que tomar al pie de la letra el identificarse,
es decir, el transformarse imaginativo en un animal. Repetidas ve-
ces he llamado la atención a la gran importancia antropológica del
hallazgo de Mead, de que el «trasladarse a otro», la «imitación»,
si se prefiere, deja libre la autoconciencia. Pero entonces el tote-
mismo significa en primer lugar la todavía indirecta realización de
la autoconciencia. En cuanto el individuo se identifica con un no-yo,
consigue un sentimiento o sabor de sí mismo que le sirve de con-
traste; sentimiento que él quisiera fijar en la representación más o
menos duradera de otro ser. La conciencia primitiva vuelta hacia
fuera, sólo indirectamente se hace autoconciencia, a saber, en el
proceso de representación de un no-yo y en el hacerse objeto (pro-
ducido por esa representación) del propio mismo, que está repre-
sentando a otro. Existe todavía hoy una pálida analogía en el «jue-
go de representación de distintos papeles» que hacen los niños;
en dicho juego el yo sale al encuentro de sí mismo en otro, y así
se aprehende. Esta Gestalt de la conciencia es una figura social, que
también sería realizable en el comportamiento de los hombres en-
tre s í ; en la imitación mutua. Lo que añade el totemismo, que
todos los miembros de un grupo (que como tal ya existe «en
sí») se identifican con el mismo no-yo y por lo tanto no se copian
mutuamente, sino que mantienen el mismo papel de un tercero.
Por eso, ese no-yo ha de hallarse fuera del grupo: es imposible que
sea un hombre, que a su vez sería activo y rebajaría la relación mu-
tua otra vez a una imitación directa. Hay que encontrar un punto
de referencia vivo, cercano, pero pasivo que sirva de no-yo y en
este momento se hace valer como sustrato el sentimiento, ya exis-
tente, de la importancia vital de la actualidad y duración de la
vida animal para el hombre. A este propósito Gerald Heard hace
la notable observación de que todas las relaciones parasitarias apun-
tan a un estabilización de la simbiosis.
Pero al identificarse cada uno de los individuos con el mismo
animal, reteniendo su representación mutuamente, realizan tam-
bién de modo indirecto la autoconciencia de su unidad objetiva
como grupo. Por eso, el concepto objetivo «nuestro grupo» es
elevado a la conciencia a través de esa realización mímica mucho
antes de ser pensado como abstracto. Va más allá de cualquier vi-
vencia del nosotros emocional o alcanzable mediante una conducta
directa y en común. Pertenece a una reflexión de grado superior,
para ganar la cual la conciencia vuelta al exterior sólo es capaz

465
si en medio se sitúa un comportamiento reflexivo (el tomar cuerpo
en otro). El modo en que se piensa el concepto «nuestro grupo» se
liga al punto de referencia de toda la estructura, al animal totémico
y se aferra a la idea muy cercana de un origen común, exclusivo, a
partir de ese animal. Naturalmente esa idea es, vista empíricamen-
te, falsa o ficticia (como también la inmensa mayoría de todos los
mitos genealógicos posteriores), pero tiene una realidad sui ge-
neris. Es la esquematización de un comportamiento complejo en un
concepto visible, al que se pueden vincular vivencias de obligación,
que no se seguirían del concepto conseguido por reflexión abstrac-
ta «nuestro grupo». De este modo, quizás por primera vez en la
historia de la humanidad, se crea una conciencia de la comunidad
objetiva precisamente a través de la identidad de la autoconciencia.
Es éste un contenido desarrollado hasta llegar a las más elevadas
religiones trasnaturales: difícil de lograr según parece para la con-
ciencia moderna, cuyas formas más progresivas, de modo muy dis-
tinto al de otros tiempos, sirven más bien para aislar inevitable-
mente al individuo. En el estadio prehistórico, que es del que esta-
mos hablando, era la fase progresiva de una autoconciencia que se
estaba desarrollando, sólo que desde fuera, incorporándose a otro.
En la medida en que la autoconciencia de todos se cruza en el mis-
mo punto exterior de referencia, surge la conciencia de la unidad
objetiva del grupo, y se sedimenta según parece en la idea de la
procedencia común del mismo animal.
De conformidad con lo dicho, el proceso sería puramente un
movimiento dentro de la conciencia. Pero tiene otros aspectos
más profundos. Las estructuras productivas de la conciencia, no
lo son sólo teórica, sino también prácticamente. Proporcionan cons-
tantemente puntos de referencia a los que se orienta la necesidad
o indigencia de obligación. No existe ninguna obligación que en su
núcleo no sea un acto de autolimitación. Podemos considerar desde
dos ángulos los actos, que en ese núcleo son siempre actos ascéticos
de autodisciplina o autocontención. Primero: los hechos manifies-
tan que el hombre se enfrenta a sí mismo; encuentra en sí mismo
un tema de su propia fuerza de voluntad. El hombre es el ser que
toma posición con respecto a sí mismo y al mismo tiempo frente a
sí mismo; en sí mismo realiza un comportamiento específico hacia
fuera, impidiéndoselo a otro igualmente posible. Segundo: la
reducción del instinto propia del hombre, el reverso de su con-
ciencia y de su plasticidad pulsional, establece al mismo tiempo una

466
carencia tremenda de auténticos mecanismos instintivos de conten-
ción. En cuanto ser natural carece virtualmente de frenos. Por
eso el ascetismo es uno de los fenómenos fundamentalísimos de la
lucha espiritual del hombre con su propia constitución. Por eso
es, com<j ya vio Durkheim, un élément essentiel de la religión.
Las vivencias de obligación de la conciencia protomàgica se vin-
culan a un «objeto externo de apelación»; en este caso, al animal
totèmico, encontrando así el punto de arranque para un comporta-
miento ascético de contención: está prohibido matar y comer al
animal totemico. Todavía se podría analizar el surgimiento de las
vivencias de obligación «desde fuera» y el ascetismo (los tabúes)
como una de las posibles determinaciones de la obligación 36 .
Hemos llegado al punto en que el método empleado hasta ahora,
el «entender», el realizar una cosa psicológicamente, no lleva más
lejos. La comprensión de una acción que se satisface con su propio
valor o que apunta a sí misma como meta, conduce solamente al
punto de vista, de que ese comportamiento es una posibilidad entre
otras y deshace con su relativismo la cualidad del autovalor. Por
el contrario, un obrar que tiene la cualidad del deber hacerse es
exclusivo y precisamente por eso crece a base de frenar las demás
posibilidades. El único camino para entender los actos de voluntad
es pues la realizcaión real, es decir, que un comportamiento mera-
mente imaginado pase a la realidad. Por eso las consecuencias fác-
ticas que se siguen de un comportamiento real del grupo, no se
pueden hacer derivar ni de la comprensión psicológica, ni del alza
empírica (sociológica) que viene de fuera de las mutaciones que se
presentan por primera vez. La investigación ha de discurrir filo-
sóficamente, es decir, depende de categorías ontológicas. La cate-
goría ontològica que hemos de emplear en este punto es la de «te-
leoconformidad objetiva secundaria».
En efecto, la estructura totèmica del comportamiento descrita
hasta ahora podría, en cuanto imaginada o representada, haber te-
nido una significación puramente transitoria. Desarrollada en mu-
chos lugares y bajo muy distintas circunstancias, podría haberse
manifestado en otras formas de comportamiento. Hubo una fina-
lidad inmanente a ese comportamiento; finalidad objetiva y tras-
cendente y sólo brotó secundariamente cuando se realizó realmente;
ella hizo del totemismo durante muchos milenios la institución guía

36. Cf. A. Gehlen, Urmensch und Spatkultur, 1956, cap. 29.

467
o directriz. En efecto, dado que cada uno de los miembros del
grupo se identifica por separado con el animal totemico, descu-
briendo así no solamente su autoconciencia sino también un pun-
to de convergencia de la autoconciencia de todos y dado que la
obligación común de no matar y no comer a ese animal representa
la forma en que esa conciencia puede transformarse en una obliga-
ción, es decir, en una actuación ascética, la prohibición de matar
impide al mismo tiempo el matar y comer dentro del mismo grupo,
puesto que cada uno se ha identificado frente a cada uno de los
demás con el animal totèmico. Es decir, la unidad del grupo, conse-
guida tal como hemos presentado, se produce realmente, en virtud
de las obligaciones subsiguientes que yacen en ese comportamiento.
Por eso el totemismo ha de ser entendido como aquella forma de
cultura en que la humanidad superó la antropofagia, explicándose
así su estabilidad y su peso enorme. Hemos de considerar a los
grupos pretotémicos como inestables y fluctuantes, con la posibi-
lidad siempre presente de matar y comer seres humanos dentro del
mismo grupo. Se ha demostrado que el sinanthropus pekinensis era
antropófago (paleolítico superior).
Así pues la prohibición de matar y comer al animal totèmico im-
plicaba el mismo mandamiento con respecto a los compañeros de
grupo. Es decir, la unidad del grupo (realizada como podemos
pensar dentro de una autoconciencia indirecta del grupo) es pro-
ducida realmente en el mismo movimiento, porque las obligaciones
(obligaciones ascéticas vinculadas a aquella figura de conciencia) si-
guen los cauces asociativos de esa conciencia hasta sus consecuen-
cias. Más todavía, en virtud de la misma identificación totemica, la
agresión a los grupos vecinos propietarios de otro totem, puede ser
desviada a su animal totèmico, que está permitido matar y la cos-
tumbre de la antropofagia ser de nuevo desviada a la muerte y
consumo permitidos rara vez, a modo de excepción y con gran cere-
monial, del propio animal totèmico.
Naturalmente, la satisfacción interna de los grupos, y el estar
cerrados como unidad hacia fuera, es el presupuesto de una tra-
dición estable; es decir, en la base de la cultura, esa tradición se
extiende a contenidos cúlticos, económicos o políticos. Sobre todo
es la condición para que sea posible ahora, en relación a grupos
más grandes y codeterminada por ello, una coordinación estable
y clara entre los sexos. Por eso surge del totemismo la reglamenta-
ción obligatoria del matrimonio. Para la constitución de una fami-

468
lia duradera son necesarias dos cosas. Primera, alguna reglamenta-
ción inhibitoria de la relación sexual, que haga tabú ciertas relacio-
nes, haciendo obligatorias otras; y otra regulación asimismo limita-
toria de la vinculación familiar de cara a comunidades que se le
enfrenten; sobre todo, la asociación superior. En primer lugar la
prohibición del incesto; segundo, la concepción del ordenamiento
matrimonial como una obligación consecuente de las agrupaciones
totémicas ya existentes. La forma más sencilla y visible para satis-
facer ambas condiciones es la regla de la exogamia, es decir, el tabú
impuesto a la relación sexual dentro del propio grupo de parentes-
cos sanguíneos ficticios y la exigencia de elegir el cónyuge dentro
de otro grupo totémico. De este modo se institucionaliza la realidad
natural fundamental de las relaciones sexuales, es decir, la repro-
ducción que se presupone «en sí», se hace tema de un comporta-
miento regulado del grupo «para sí». Según nuestra teoría, en los
tiempos primitivos del totemismo, la identificación paralela con e!
animal totémico tuvo que haber sido representada, es decir, corpo-
reizada y retenida en un comportamiento que se fue poco a poco
ritualizando. La finalidad objetiva, que orginalmente no fue preten-
dida, sino inesperada, aunque avasalladora, estabilizó hacia atrás ese
comportamiento. Las ideas directrices no se retienen, así, simple-
mente, en la cabeza. Tienen que (reflejadas por instituciones reales)
haber entrado en los fundamentos de la conducta cotidiana. Ahora
bien, si ese comportamiento totémico, originalmente representativo,
se hizo estereotipado, se abrevió y se resumió en indicaciones, por-
que la energía vital se aplicó a la extensión y elaboración de las obli-
gaciones que se habían mostrado como consecuencias y finalidades
secundarias, entonces el comportamiento primario tuvo que hacer-
se simbólico y descargarse de aquella corporeización real. Esto su-
cedió de tal manera, que los contenidos originalmente totémicos
de la conciencia evolucionaron hasta ser narraciones de sucesos y
acciones, que asumieron la forma de acontecimientos en la medida
en que comenzaron a suplir el comportamiento real, activo y
acontecido en el tiempo, de los grupos. Los «mitos» que surgieron
así acerca de los «espíritus totémicos» son numerosísimos, por
ejemplo en Australia, y reflejan de modo fácilmente reconocible
los modos de comportamiento real primitivo de los grupos. Los
mitos australianos rebosan de «migraciones» de los espíritus toté-
micos y, sobre todo, de infinitas «trasmutaciones» y metamorfosis.
De ese modo la humanidad retiene el recuerdo de un descubri-

469
miento fundamental: ese transformarse en otro, el corporeizarse
en otro ser, es el punto en que la autoconciencia dio el primer paso
gigantesco hacia adelante.
Por este mismo camino tuvo lugar el «descubrimiento» de la
agricultura y la domesticación de los animales. También estas dos
instituciones, de consecuencias tan enormemente fructíferas, son
finalidades objetivas secundarias, que se pudieron utilizar y aprove-
char después que un comportamiento orientado de modo absoluta-
mente distinto se había liberado tan sorpresivamente. Que las plan-
tas brotan de los granos de semilla era una observación demasiado
sencilla, como para que no hubiese sido hecha en muchos lugares a
la vez. Pero de ella no se siguió inmediatamente la agricultura, sino
que tuvo que situarse en medio el cultivo mágico de animales to-
témicos y plantas totémicas. La agricultura exige también una
autodisciplina ascética, que de suyo no resulta en modo alguno de
la conciencia instrumental. Así lo ha reconocido claramente Ed.
Hahn:

Cuando algunos europeos bien intencionados trataron de introducir el


cultivo del campo en tribus primitivas, siempre sucedió, que los ma-
yores enemigos de la nueva cultura eran los beneficiados por ella. Pues
o bien las semillas y raíces iban a parar rápidamente al estómago en
lugar de al campo, o cuando el campo había sido preparado por la
dirección de los expertos, las plantitas eran arrancadas a medio ma-
durar y consumidas, sin dejar ni lo más mínimo para la replan-
tación 3 7 .

Esa disciplina sólo la pudo haber proporcionado originalmente


la fuerza de un tabú; una prohibición de tocar, que estaba en
conexión con el cultivo de la planta totémica y asimismo la «pura
presentación», el exclusivo cultivo de una planta, de cuya cercanía
se alejaba todo los que no le pertenecía, no era pensable de otro
modo, sino procediendo de fuentes mágicas.
Sólo cuando mediante ese comportamiento apareció la ley del
rendimiento múltiple de la planta cultivada, pudo ser separada
aquella teleoconformidad secundaria, de su fin originario, y ser
pretendida por sí misma, acto de racionalización para el cual ni si-
quiera se estaba preparado. Todavía hoy existen indios sudameri-

37. Die Entstehung d. wirtsch. Arbeit, 1908.

470
canos que cultivan el tabaco sólo para el culto, y el que van a fu-
mar lo importan.
Si estos análisis de creaciones culturales originarias son correc-
tos en una medida satisfactoria, se siguen entonces consecuencias
filosóficas importantes. El totemismo es un ejemplo de un compor-
tamiento típicamente ideativo, no instrumental. No se pueden si-
tuar dentro de las categorías instrumentales corrientes de fin, me-
dios y necesidad, ni la autoconciencia que se alcanza indirectamen-
te mediante la corporeización en un no-yo; ni el sentimiento de
obligación, que de ahí surge; ni el empleo ascético del mismo. Pro-
bablemente las indigencias originarias o fontales se objetivarían
en la descripción o representación de su satisfacción, y no en la
satisfacción misma. Ya no existe una comprensibilidad psicológica
directa del totemismo por parte de nuestra conciencia. Pero tam-
bién, al revés, no cabe duda de su importancia para una época.
Conseguimos una especie de reconstrucción con la ayuda de diver-
sos métodos que se complementan. Necesitamos para ello de algu-
nas tesis fundamentales antropológicas, tales como las desarrolladas
en este libro: algunas hipótesis sobre los estados sociales y de
conciencia prehistóricos y la categoría, plenamente ontológica, de
la «teleoconformidad objetiva secundaria». En ella se halla el pro-
blema filosófico profundo. ¿Cómo es posible que un comporta-
miento, que tiene que parecer imaginario a la conciencia instru-
mental, desarrollase las sorprendentes finlidades objetivas de la
naturaleza para el hombre; finalidades, que hasta entonces habían
estado ocultas, sólo existentes en potencia y que la conciencia ins-
trumental jamás hubiese logrado? Esta teleología objetiva es de
un tipo muy especial. No se trata en modo alguno de que aquellas
finalidades ya existentes por naturaleza, como se presentan en ma-
sa en el mundo orgánico sean reconocibles y se aprovechen. En
nuestro caso, ése es un segundo paso. El primero consiste en que
se desarrollen las finalidades objetivas potenciales mediante las
cadenas consecutivas de un comportamiento ideativo. La dificultad
se halla, en que nuestra conciencia analítica sólo llega fragmentaria-
mente a aquello que orgánicamente se llama «ennoblecimiento» o
mejoramiento. El cultivo de plantas provechosas significa una mu-
tación cualitativa, que mediante la mutación de la dotación cromo-
sómica, que sólo podemos captar analíticamente, no queda perfec-
tamente definida. Lo mismo ocurre con la «humanización» del hom-
bre, que sólo fue posible cuando se rechazó la antropofagia. Los

471
grupos constituidos gracias a sistemas de contención o represión,
como el totemismo, pacificados en sí mismos y cerrados con res-
pecto al exterior, son el campo de tensión en el que por primera
vez se provocó el desarrollo superior no solamente de la cultura
sino del hombre mismo. El efecto trascendental de las normas res-
trictivas del comportamiento, podemos decir con B. Malinowski 3S ,
consiste en dar otro rumbo a ciertas inclinaciones naturales; frenar
y controlar los instintos humanos y comprimirlos en un compor-
tamiento no espontáneo, forzoso. Precisamente eso ha sido clara-
mente de gran utilidad no sólo para la evolución superior espiritual,
sino también vital, del ser humno.
Las categorías internas del comportamiento ideativo son, como
ya hemos visto, las siguientes: corporeización (no, «papel». Este
concepto, tan querido para la sociología americana, es un derivado
secundario de la corporeización); autoconciencia indirecta; concien-
cia indirecta de grupo; obligación «desde fuera»; ascesis y el otro
yo, fontalmente creador (aquí, el animal totémico en cuanto antepa-
sado). Esas categorías tienen que coincidir, para expresarlo en el
lenguaje de la nueva ontología de N. Hartmann, con ciertas catego-
rías potenciales, comprehendentes, del mundo orgánico y humano;
tienen que «acertar» en actuaciones y «realizar», de modo seme-
jante las categorías del pensamiento instrumental a las que las de la
naturaleza inorgánica están adaptadas en grado muy elevado. Pre-
cisamente ese «acertar» o dar en el blanco, se muestra en la sor-
prendente finalidad objetiva, sentida como bendición o consagra-
ción. El mantener o retener esa finalidad y el hacerla duradera es
el contenido esencial de las instituciones fundamentales, como mos-
tramos en los ejemplos de la pacificación del grupo, del matrimonio
y de la agricultura. Por eso con toda razón R. Meister ha destacado
como el rasgo fundamental esencial de todas las configuraciones
culturales la tendencia a la duración 3 9 . Asimismo es muy impor-
tante que Hauriou considere la «corporeización» (incorporaban)
como una categoría fundamental de las instituciones. Naturalmente
las categorías reales de la vida y las utilidades objetivas virtuales
contenidas en ella son conocidas sólo fragmentariamente, pero pa-
recen acertar de modo indirecto y con gran aproximación las es-
tructuras del comportamiento ideativo. Pues son relaciones obje-

38. Crime and custom in savage societies, 1940, 13.


39. Geistige Objektivierung und Resubjektivierung: Wiener Ztsoh. f.
Philos., Psychol. u. Pad. l / l (1947).

472
tivas, realísimas y absolutamente fundamentales, las que se en-
cuentran en ese comportamiento ideativo no instrumental, no cons-
ciente de su fin; en los actos del hombre contra sus propias pulsio-
nes, siendo captables conductualmente, manifestándose por decir
así en una utilidad suplementaria, que no había sido pretendida.
Todos podemos observar que los animales no saben nada de los
procesos periódicos de «alimentación» y «reproducción»: sino que
esos procesos gracias a sus instintos y su comportamiento discurren
a espaldas de su conciencia. En las instituciones humanas de la
familia y de la agricultura esos procesos son tema tizados. No sola-
mente vividos, sino que son contenidos de obligaciones y finalida-
des. Lo que allí sucede «en sí», sucede aquí «para sí», mas pre-
cisamente como consecuencia de que la conciencia ideativa desarro-
lló contenidos totalmente distintos, que al modo espiritual hubieran
sido metas y obligaciones por sí mismos. La conciencia instrumen-
tal no ha creado esas instituciones. Es incapaz absolutamente (como
hoy más bien «soportamos» que sabemos) de fundar instituciones
humanizantes y estables. Por el camino del comportamiento ins-
trumental, por el que las culturas de cazadores se conseguían su
precaria alimentación, no consiguieron esas culturas asegurar los
alimentos, viéndose abocadas una y otra vez a la antropofagia, a la
que no se puede negar una utilidad directísima como medio para
un fin. No había nada más «práctico». Sólo cuando esas culturas,
con el cuidado de los animales totémicos y plantas totémicas se
obligaron (sin utilidad ninguna) de cara a lo viviente, «acertaron»
con las utilidades, que hicieron institucionalizable la alimentación
como estructura permanente y como proceso superindividual. La
satisfacción estacionaria trivializó ese impulso fundamental en cier-
ta manera y descargó al ser humano para actividades de un grado
superior.
Las instituciones retienen y fijan las teleoconformidades obje-
tivas supercomprehensivas; las cristalizan, después de que fueron li-
beradas por un comportamiento ideativo. Por eso, su idée directrice,
su norma conductora es siempre aquella idea a la que se había
orientado primeramente la conciencia ideativa. Las regulaciones ma-
trimoniales de los primitivos, estrictas y casi siempre exógamas,
son pilotadas únicamente por la idea del tótem, que entretanto se
ha pulverizado en una yuxtaposición de nomenclaturas casi sola-
mente clasificatorias y narraciones masivamente mitológicas. El con-
tenido original en normas, ha degenerado en la obligación de una

473
repetición eterna verbal. Nosotros consideramos el complejo pri-
mario, aquí descrito, de comportamiento ideativo; obligación as-
cética; de teleoconformidad ontològica inesperada (liberada por
esa ascesis) y la institucionalización de las mismas bajo una única
idea directriz, como el auténtico nervio de la religión, alcanzando
aquí por vías filosóficas, al menos aproximativamente. En la con-
ciencia directa, representativa, no puede uno representarse ese
conjunto sino como la imagen de un ser superior (el antepasado
totèmico) que ha fundado esas instituciones.
Para terminar, regresaremos a las ideas críticas del principio de
este capítulo. La investigación empírica, sociológica, como «pre-
ciencia» es absolutamente indispensable. Sin embargo, sólo propor-
ciona los puntos de arranque de categorías especiales cultural-an-
tropológicas, de las que hemos desarrollado algunas en este capí-
tulo; otras (la «obligación indeterminada», la «protomagia» y la
tensión stabilisée) en otros lugares 4 0 . La meta de esas investiga-
ciones es la búsqueda filosófica de la cultura social; pero esto quie-
re decir en primer plano: de las instituciones elementales en com-
pañía de las ideas directrices allí incorporadas. Los actos psicológicos
de «comprensión» entran en estos análisis sólo como métodos au-
xiliares de una primera aproximación, con la condición de un con-
trol más exacto del plano en que exponen, del que parten. No
son un fin por sí mismos y no agotan todo el movimiento, en el que
se completa esta ciencia. Si se han dado algunos pasos dentro de
ella en los problemas más profundos, se tropieza uno enseguida con
categorías ontológicas, como la de «teleoconformidad objetiva se-
cundaria». Es ésta una categoría significativa de las instituciones
elementales y con ello de la religión. Ahora por primera vez pode-
mos comprender por qué la referencia inmediata de las repre-
sentaciones (en su aspecto meramente subjetivo) religiosas a las
capas pulsionales del hombre, como lo hicieron Bergson, Scheler,
Beth y nosotros mismos en ediciones anteriores y otros muchos
autores, es insuficiente. Una teleoconformidad subjetiva primaria no
puede reproducir, retratar, suficientemente la objetiva secundaria.
Es sumamente notable que Bergson sólo pudiera pensar en el caso
de las religiones primitivas la «función fabulatoria» y el efecto
subjetivamente teleoconformante, descargante, y estimulante de las
mismas y entre las formas más elevadas, sólo la más individual: la

40. Urmensch und Spàtkultur, 1956.

474
mística. No pudo pensar la religión como institución; entonces la
sustituyó por la sociología. Además se hace muy probable ya ahora
que ni la conciencia instrumental, ni alguno de sus derivados (por
tanto, tampoco el histórico-psicológico) sea capaz de fundar ins-
tituciones estables y duraderas. Todas las apologías de la ciencia
del espíritu conducen a una autoglorificación del estamento de los
eruditos, pero no a nuevas formas de orden social. No darse cuenta
de esto fue la falta fundamental de Dilthey.
Las instituciones duraderas son, como hemos visto, producto
de un comportamiento social humano complejísimo, en el que se
incardinan tanto actos ideativos como ascéticos de autocultivo y
contención. Todo paso adelante de la cultura humana se ha podido
reconocer en que ha estabilizado una nueva forma de amaestra-
miento, cultivo o educación. El alma aislada del hombre pensante
se equivoca al alzarse ella sola con la pretensión de la profundidad.
«Aquella profundidad, que con justo título puede uno sólo pensar,
se halla, según las categorías ónticas, del mismo modo hacia dentro
como hacia fuera», dice N. Hartmann 4 1 . En efecto, «la filoso-
fía superior se ocupa del matrimonio de la naturaleza y el espíritu»
(Novalis).

41. Der Aufbau der realen Welt, 344.

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