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DIOS, FILOSOFÍA, UNIVERSIDADES.

MACINTYRE FRENTE A LA CRISIS


DE LA UNIVERSIDAD CONTEMPORÁNEA
God, Philosophy, Universities.
MacIntyre facing the crisis of contemporary university

Juan David Giraldo Zapata y Carlos Andrés Gómez Rodas

Resumen: Son muchos los factores que influyen en la crisis de la universidad


contemporánea. Con base en Dios, filosofía, universidades. Historia
selectiva de la tradición filosófica católica, obra del filósofo escocés
Alasdair MacIntyre, se desarrollan y analizan, en el presente ensayo,
sus respuestas a cuatro grandes problemáticas de la academia actual,
a saberse, la falta de comunicación entre las ciencias, la mentalidad
tecnocrática y utilitarista, la ausencia de Dios y la ideologización contra
el espíritu filosófico de las instituciones universitarias, mostrando que
la recuperación de la academia, en la actualidad, pasa, necesariamente
por una reflexión seria y profunda sobre su identidad, lo cual no puede
hacerse sin una mirada a la tradición filosófica clásica, de manera
especial, a la filosofía católica, que encuentra su cima en la Cristiandad
o Edad Media.
Palabras clave: Universidad, metafísica, Dios, filosofía.

Abstract: There are many factors that influence the crisis of the contemporary
university. Based on God, philosophy, universities. Selective history of
the Catholic philosophical tradition, the work of the Scottish philosopher
Alasdair MacIntyre, his answers to four major problems of the current
academy are developed and analyzed, namely, the lack of communication
between the sciences, the technocratic mentality and utilitarian, the
absence of God and the ideologization against the philosophical spirit
of university institutions, showing that the recovery of the academy,
at present, necessarily passes through a serious and deep reflection
on its identity, which cannot be done without a look at the classical
philosophical tradition, especially the Catholic philosophy, which finds
its peak in Christianity or the Middle Ages.
Keywords: University, metaphysics, God, philosophy.
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INTRODUCCIÓN: EL PARADIGMA DE LA UNIVERSIDAD Y SU CRISIS ACTUAL

Desde sus inicios mismos, en el Medioevo, la universidad fue concebida


como una corporación de profesores y estudiantes dedicados, específicamen-
te, a la búsqueda de la verdad. En la actualidad, sin embargo, la idea de uni-
versidad suele ser asociada a la formación especializada de profesionales con
miras a integrarse en las estructuras productivas y económicas de la sociedad.
En ese orden de ideas, podría decirse que uno de los riesgos que se corre con
respecto a la identidad de la universidad es el de reducir su misión principal a
sus objetivos parciales –la conservación y la transmisión de la cultura y el co-
nocimiento, la investigación orientada hacia la funcionalidad técnica y tecno-
lógica, el adiestramiento de especialistas en diversas áreas del conocimiento–,
que, aunque válidos y necesarios, no agotan toda la riqueza de lo que significa
la vida académica.
El filósofo escocés Alasdair MacIntyre plantea una crítica a la Universi-
dad contemporánea basada, fundamentalmente, en dos asuntos principales:
la excesiva fragmentación y especialización del conocimiento, así como la
apelación a la utilidad como principal justificación de la vida académica. De
allí que la crisis de la universidad actual, según esta perspectiva, es, al mis-
mo tiempo, epistemológica y ética. En cuanto a lo primero, se ha impuesto
un modelo que no sólo reduce el conocimiento a la perspectiva específica de
cada disciplina en particular, sino que, además, degrada a la teología y a la
filosofía al nivel de tales disciplinas, impidiéndoles así cumplir con esa fun-
ción integradora del saber humano que otrora cumplieron a la perfección. Y,
en cuanto a lo segundo, el aspecto propiamente académico o formativo de
la universidad ha cedido ante las presiones de la razón instrumental, la cual
se enfoca, en sus planes de estudio y en sus proyectos de investigación, en
la preparación de profesionales capacitados para afrontar los desafíos del
mundo contemporáneo.
MacIntyre cree que esas deficiencias de la universidad contemporánea,
únicamente podrán ser subsanadas en la medida en que tanto la teología
como la filosofía recuperen su lugar protagónico de otras épocas, lo cual im-
plica una valoración de su papel fundamental en la búsqueda de la verdad,
así como su liberación de ese esquema de pensamiento que identifica ver-
dad con utilidad.

I. LA CARENCIA DE UNA PERSPECTIVA FILOSÓFICA INTEGRADORA Y


EL APORTE DE MACINTYRE

El físico y filósofo de las ciencias italiano Evandro Agazzi, gran represen-


tante del realismo científico contemporáneo, define el realismo metafisico
como aquel “que consiste en afirmar que junto a la realidad empíricamente
cognoscible (pero no ya dentro de ella o debajo de ella) existe otro tipo de
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niveles de realidad no empíricos”1. Es con base en esta noción fundamental de


la teoría clásica del conocimiento que sustenta MacIntyre su propuesta acerca
de la identidad de la academia, tema en el cual Dios, filosofía, universidades (en
adelante DFU) es el gran testamento del pensador escocés. Salvando la capaci-
dad del entendimiento humano de conocer, MacIntyre no reduce la realidad a
una mera imagen o construcción que surja de dicha capacidad, más bien, pro-
pone que cada ciencia, como expresión particular de las diversas facultades
del entendimiento humano, puede segmentar aspectos de la realidad desde
un enfoque específico y aportar a una mirada holística que permita conocerla
en su profundidad.
Este conocimiento encuentra su cumbre en la metafísica, que, al dirigirse
hacia la realidad total por medio de sus conceptos, tiene un rango gnoseoló-
gico propio, diverso al de la ciencia experimental. Su objeto es, de esta for-
ma, mucho más amplio y sus enunciados más universales, por consiguiente, el
realismo metafísico reconoce el concepto de verdad en las ciencias, admite la
independencia de cada una, valora las teorías e instrumentos que tienen para
estudiar sus objetos, resaltando, también, la existencia de una forma de cono-
cimiento que abarca toda la realidad desde un punto de vista mucho más alto,
es decir, de una disciplina que tiene causas particulares y razones de legitimi-
dad como cualquier ciencia y en la cual se sustentan los conceptos científicos.
Confrontando la universidad cimentada en principios teístas con la universi-
dad de modelo ateo, típica del régimen soviético, MacIntyre afirma:
¿En qué se notaría que una universidad no está encuadrada en esa modali-
dad de ateísmo? Su currículo tendría que presuponer una unidad subyacente
en el universo y, por lo tanto, una unidad subyacente en las investigaciones de
cada disciplina en los diversos aspectos de lo natural y lo social. Además de
las cuestiones planteadas en cada una de las distintas investigaciones disci-
plinarias –cuestiones de medicina o de biología, de historia o de economía–,
habría cuestiones sobre la relación que cada una de ellas tiene con las demás
y sobre la forma en que cada una contribuye a la concepción global de la natu-
raleza de las cosas. Se enseñaría teología por el interés que tiene en sí misma
y también como clave de esa concepción global. En una universidad así, una
de las tareas centrales de la filosofía sería escudriñar la naturaleza de la rela-
ción entre la teología y las disciplinas seculares (2012: 37).

En el mundo académico actual han tomado cada vez más importancia la


interdisciplinariedad y la transdisciplinariedad, entendidas como respuestas
a los problemas de la excesiva especialización y al solipsismo metodológico.
Esta respuesta necesita de una adecuada sustentación filosófica que se en-
cuentra en el pensamiento clásico y, en lo que al presente ensayo se refiere, se
intenta mostrar la relación entre la metafísica aristotélico-tomista y este sus-

1
“che consiste nell’ affermare che accanto allá realtà empíricamente conoscibile (ma
non già dietro di essa o sotto di essa) esistono altri tipi o livelli di realtà non empirici” (2012:
113) [Traducción nuestra].
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tento en DFU, pretendiendo demostrar, simultáneamente, que dicho diálogo


entre las ciencias solo es posible rescatando el paradigma metafísico legado
por los griegos a la civilización occidental y culminado por el pensamiento to-
mista sin ningún tipo de edulcoración moderna o posmoderna.
Según el filósofo alemán Josef Pieper y tantos otros pensadores contem-
poráneos, el modelo de la universidad en todos los tiempos es la Academia
de Platón. Alcuino de York, padre de las escuelas medievales que prepararon
el advenimiento de las universidades, se propuso, en carta a Carlomagno, la
fundación de una nueva Academia (Cfr. Copleston 1983); los humanistas del
Renacimiento decían que platonissare y accademicum se facere significan lo
mismo, y Alfred North Whitehead, ya en la Modernidad, vivió la Universidad
inglesa de Cambridge como una réplica del método platónico (Cfr. Pieper
2017).
En el pensamiento de Platón, el cuidado de sí (epimeleia) es condición sine
qua non del cuidado de los otros, de la política. La universidad existe, sobre
todo, para la formación de hombres virtuosos que gocen en el descubrimiento
de la verdad –gaudium de veritate según San Agustín en Las Confesiones–, no
meros especialistas o técnicos, cegados en la estrechez de sus respectivas dis-
ciplinas.
Por otro lado, señala Pieper que, académico, a su vez, quiere decir filosófi-
co. La academia platónica trató de hacer frente a una idea de educación e ins-
trucción sofística, cuya perspectiva del saber era comercial y utilitaria, pues,
tendiendo a una instrumentalización del conocimiento –que, por lo demás, se
reedita en la contemporánea “educación para el crecimiento y la prosperidad”
que promueve el Banco Mundial (Cfr. Kim 2017)– sacrificaba una tendencia
genuina en el hombre, a saberse, el amor a la verdad por sí misma. Este fenó-
meno instrumentalista en el mundo de la educación universitaria está muy
conectado con el atomismo de las disciplinas ya mencionado y que MacIntyre
denuncia, comentando las afirmaciones del filósofo analítico estadounidense
Scott Soames:
Scott Soames ha dicho de la filosofía analítica contemporánea que “se ha
convertido en un cúmulo de investigaciones relacionadas, pero medio inde-
pendientes, exactamente igual que las demás disciplinas académicas” y que
“pasaron ya los días de las grandes figuras fundamentales, cuyo trabajo es
accesible a todos los filósofos analíticos y es relevante para ellos, como asi-
mismo su lectura; la filosofía se ha convertido en una disciplina muy bien or-
ganizada, hecha por especialistas principalmente para otros especialistas”.
Como señala Soames, esas actividades profesionalizadas y especializadas en
extremo, llevadas a cabo por filósofos que trabajan casi exclusivamente den-
tro de alguna subdisciplina o subsubdisciplina particular, están mucho más
en sintonía con el currículo y con el tipo de organización de la universidad
contemporánea. La fragmentación de la investigación y la fragmentación del
entendimiento se dan por sentadas. Así que, si la filosofía consiste en poner-
las en cuestión, como cualquier filosofía teísta debe hacer, no sólo debería in-
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tervenir en los habitualmente diferentes tipos de investigación, sino que de-


bería proporcionar a esas investigaciones, en la medida de lo posible, un tipo
diferente de marco académico (2012: 38).

Entre las notas más importantes de la universidad, atendiendo a su versión


original en la Academia de Platón y en la universitas de la Cristiandad medie-
val, está que debe preservar y promover, responsablemente, la aproximación
holística a la realidad como indicó el Papa Juan Pablo II:
La Universidad Católica es, por consiguiente, el lugar donde los estudiosos
examinan a fondo la realidad con los métodos propios de cada disciplina aca-
démica, contribuyendo así al enriquecimiento del saber humano. Cada disci-
plina se estudia de manera sistemática, estableciendo después un diálogo en-
tre las diversas disciplinas con el fin de enriquecerse mutuamente (Ex Corde
Ecclesiae No. 15).

Debido al abandono de la concepción metafísica del mundo y al paradigma


integrador de la teología católica, en la actualidad, a las ciencias y, de modo
muy especial, a las ciencias humanas, pueden aplicárseles las palabras del
profeta Isaías (53: 6) a cuya fuerza retórica, obsequió Georg Friedrich Händel
una maravillosa melodía en La Pasión de su célebre Mesías: «Todos nosotros
nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino»2. Sin lugar
a dudas, la principal tarea de la filosofía católica, pero, sobre todo, de la evan-
gelización católica de las universidades, confesionales o no, será, justamente,
impregnar de catolicidad (katholos), es decir, de universalidad, los estudios
universitarios, coronándolos con los adelantos de la teología sobrenatural y
dogmática, pues, como bien lo enseñó la universidad medieval, todas las inda-
gaciones de las ciencias particulares están coronadas por las distintas ramas
de la teología y sus sucesivas derivaciones.

II. EL OCIO FRENTE A LA MENTALIDAD TECNOCRÁTICA Y UTILITARISTA

Una de las citas más afamadas del Estagirita es, sin lugar a dudas, la que legó
a la civilización occidental en el libro X de la Ética Nicomáquea: «la felicidad radi-
ca en el ocio, pues trabajamos para tener ocio» (7 1177 b 4). En Política, también
aparecen, entre otras, dos referencias al tema bastante destacadas y que requie-
ren una especial mención. En el libro VII, Aristóteles afirma «La vida tomada en
su conjunto se divide en trabajo y ocio, en guerra y paz» (14 1333 a 12) y, más
adelante, insiste: «La misma naturaleza busca no sólo trabajar correctamente,
sino también el poder servirse notablemente del ocio, ya que por repetirlo una
vez más, éste es el principio de todas las cosas» (VIII 3 1337 b 33).
Uno de los temas centrales en la obra de Pieper (2017) –tal vez, su gran
tópico, su leitmotiv– es el ocio como base de la cultura occidental y es en su

2
“All we like sheep have gone astray; we have turned every one to his own way” (Fi-
larmed 2019: 14).
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carácter de fin, esto es, libre (liberado de todo objetivo utilitario), que radica
la diferencia entre las llamadas artes liberales –conformadas por el trivium
(gramática, retórica y lógica) y el quatrivium (aritmética, geometría, astrono-
mía y música)– y las artes serviles, que tienen como meta la consecución de
los recursos necesarios para la supervivencia y se enfocan a fines utilitarios.
MacIntyre afirma que el crecimiento del interés por las artes liberales gracias
al patrocinio de una cierta aristocracia académica fue, junto al fortalecimiento
de la identidad de los maestros y la centralización del poder secular y eclesiás-
tico, una de las tres tendencias que jalonó el surgimiento de la universitas:
De este modo, la reorganización de la educación por parte de los maes-
tros en las universidades emergentes incitaba y recibía el patronazgo de pa-
pas, obispos, emperadores y reyes. Como consecuencia –y ésta es la tercera
tendencia de la que habíamos hablado– empezó a darse un crecimiento sos-
tenido en el número de estudiantes que demandaban formación en las artes
liberales, en teología y en derecho. Se abrían nuevas oportunidades para los
ambiciosos, y esas oportunidades sólo estaban al alcance de los que poseían
la educación requerida. Así, las ciudades donde se fundaron universidades tu-
vieron que dar cabida a una gran afluencia, a menudo desordenada, de jóve-
nes, y de ese modo comenzaron a prosperar en ellas algunos oficios, como los
del copiado y la venta de libros (2012: 113).

La reflexión sobre la importancia del ocio y las artes liberales ha venido


tomando fuerza entre los neoaristotélicos desde hace algunas décadas, debi-
do al giro activista de la educación contemporánea. En torno al tema del uti-
litarismo y sus impactos en la educación, la filósofa norteamericana Martha
Nussbaum (2005, 2010, 2012) ha sido, junto a pensadores como MacIntyre
(2012) y Alejandro Llano Cifuentes (2001, 2015), un referente obligado, pues
sus estudios acerca de la filosofía antigua tienen, como uno de sus intereses
primordiales, refutar lo que ella denomina una “educación para la renta”
(Nussbaum 2010), proponiendo, más bien, educar para la democracia me-
diante la promoción de las humanidades, argumento que está magistralmente
desarrollado en obras como El cultivo de la humanidad. Una defensa clásica de
la reforma en la educación liberal (Paidós 2005) y Sin fines de lucro. Por qué la
democracia necesita de las humanidades (Katz 2010). En la segunda de estas
obras, Nussbaum comenta con preocupación:
Se están produciendo cambios drásticos en aquello que las sociedades de-
mocráticas enseñan a sus jóvenes, pero se trata de cambios que aún no se so-
metieron a un análisis profundo. Sedientos de dinero, los estados nacionales
y sus sistemas de educación están descartando sin advertirlo ciertas aptitu-
des que son necesarias para mantener viva la democracia. Si esta tendencia
se prolonga, las naciones de todo el mundo en breve producirán generaciones
enteras de máquinas utilitarias, en lugar de ciudadanos cabales con la capaci-
dad de pensar por sí mismos, poseer una mirada crítica sobre las tradiciones
y comprender la importancia de los logros y los sufrimientos ajenos. El futuro
de la democracia a escala mundial pende de un hilo (2010: 20).
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En Colombia, solo por citar un ejemplo latinoamericano, el Ministerio de


Educación Nacional tuvo como lema, durante el gobierno de Juan Manuel San-
tos Calderón (2010-2018) “Educación de calidad, el camino para la prosperi-
dad” (MEN 2010), lo cual está en plena sintonía con las directrices del Banco
Mundial arriba citadas, en las cuales la prosperidad se entiende de acuerdo
a la segunda acepción que de la palabra próspero ofrece el Diccionario de la
Real Academia Española: «Dicho de una persona o de una cosa: Que tiene éxito
económico».
Se camina a pasos agigantados –si no es que ya se encuentra la humanidad
en ese lamentable estado– hacia lo que Pieper (2017) llamó la proletarización
del hombre actual, proceso por el cual se lo transforma en mero funcionario
y productor, a la manera del obrero en las dictaduras socialistas, anulando en
él todo elemento de cultura y elevación moral que le permita vivir por ideales
más que por intereses monetarios o, diciéndolo más vulgarmente, por comida.
Comentando la experiencia de la universidad Randolph-Macon, Martha
Nussbaum muestra un buen ejemplo de aplicación de las ideas que ella pre-
tende transmitir partiendo de la importancia que los filósofos antiguos otor-
gaban a las humanidades:
La institución se ha puesto como meta dar a estos estudiantes una educa-
ción que no se centre en estrechos objetivos instrumentales, sino que les dé
algo que pueda impartir significado y disciplina a sus vidas intelectuales de
un modo general, enriqueciéndolos como individuos y haciendo de ellos ciu-
dadanos mejor informados. Su experiencia ha sido que la filosofía, enseñada
en pequeñas porciones de un modo altamente socrático, desempeña un papel
decisivo en el despertar de estos estudiantes y en hacerlos responsables de su
pensamiento y sus opciones (2005: 67).

Sin embargo, a pesar de las gratas experiencias en muchos ámbitos educa-


tivos intentando rescatar las humanidades, lo cierto es que la condición hu-
mana actual está dominada por el utilitarismo y el fin de la educación sigue
siendo, mayoritariamente, la renta. Al respecto, MacIntyre resalta la perspec-
tiva de Santo Tomás de Aquino sobre la educación universitaria que valdría la
pena retomar hoy, frente al abandono del carácter liberal y ocioso de la edu-
cación universitaria, atendiendo al sentido original y clásico de ocio (scholé,
otium):
Para la mayoría de los estudiantes de París, de Oxford o de cualquier otro
sitio, el sentido y la finalidad de sus estudios era –como lo ha sido desde en-
tonces para cualesquiera estudiantes– adquirir la cualificación necesaria
para poder acceder satisfactoriamente a la fase siguiente de la carrera que
habían elegido. Para muchos de ellos, por lo tanto, el sentido de sus estudios
era –y es– olvidarse de sus estudios. Pero, desde el punto de vista de Tomás de
Aquino, el sentido y la finalidad de una educación universitaria es enseñar a
los alumnos que esa visión de sus estudios está equivocada, que sus estudios
están diseñados, o deberían estarlo, para dirigirlos hacia la consecución de su
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fin último como seres humanos, hacia el logro de un perfecto entendimiento.


Con este objetivo en mente propuso Tomás su particular ordenamiento de las
diferentes investigaciones disciplinares (2012: 157).

Desde la aproximación de Santo Tomás de Aquino, los objetivos del proce-


so educativo únicamente pueden lograrse si se atiende al sentido último de la
existencia humana y, por consiguiente, la configuración del plan de estudios,
modernamente llamado pénsum, debe ser una estructura orientada a ese fin
fundamental que se remonta a la dimensión sobrenatural y trascendente. Para
Santo Tomás, solo se puede comprender con profundidad lo que es la univer-
sidad si se entiende lo que es el universo. Estas ideas se mantuvieron en los
procesos de enseñanza y aprendizaje de los centros de estudio de la Orden
de Predicadores o dominicos, a la que pertenecía el Aquinate, pero las uni-
versidades de la Baja Edad Media y sus currículos fueron diseñados por una
variedad de corrientes que los hicieron inhóspitos, lo cual llega, hoy, a niveles
desoladores.

III. DIOS, UN AUSENTE EN LA ACADEMIA

Es muy irónico, por decir lo menos, que haya quienes promuevan decidida-
mente el destierro de Dios del ámbito intelectual –en especial a nivel univer-
sitario– cuando históricamente las universidades, como bien se sabe, fueron
precisamente un invento medieval, lo cual significa que sus orígenes estuvie-
ron inevitablemente ligados a la Iglesia Católica. En cualquier caso, como dice
el cardenal Newman, «pocas acusaciones han lanzado los incrédulos más a
menudo contra la religión revelada que la insistencia en que ésta es hostil al
avance de la filosofía y de la ciencia» (2017: 41). De hecho, la imputación de
oscurantismo atribuida la religión y, especialmente, al cristianismo, ha tras-
cendido las fronteras históricas del Medioevo, y se ha terminado aplicando a
todo lo que ostente el signo de la cruz.
Ahora bien, en la actualidad esa ausencia de Dios en la academia se expresa
a partir de dos fenómenos, que, aunque claramente diferenciables, se relacio-
nan entre sí: un ateísmo laicista y un ateísmo cientificista. Mientras el primero
corresponde a una esfera ético-política, el segundo se expresa a nivel episte-
mológico, pero el común denominador en ambos casos es una visión de la vida
humana en la que no hay ningún lugar para Dios. O bien porque la creencia en
Él se considere contraria al debate público propio de la democracia occidental
contemporánea, ya que en dicho debate «los creyentes dicen lo que dicen por
razones religiosas o de fe, razones que, por lo demás, no son compartidas por
todos los ciudadanos» (Garzón 2012: 88). O bien porque dicha creencia es juz-
gada en sí misma como deficiente desde el punto de vista filosófico o racional,
puesto que se trata de «una falsa creencia persistente, mantenida pese a fuer-
tes evidencias contrarias», de tal modo que allí «no hay que justificar lo que se
cree» (Dawkins 2007: 328). Bajo esa doble perspectiva se suele plantear una
oposición absoluta entre conocer y creer –esto último en sentido religioso–, y
Dios, Filosofía,———————————————————————————————————
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por ese camino se termina expulsando a Dios del ámbito intelectual y acadé-
mico, como condición sine qua non para desarrollar la misión de la Universi-
dad: la búsqueda de la verdad.
Con respecto a esto último, dice el Papa Benedicto XVI: «¿Y qué es la Uni-
versidad? ¿Cuál es su tarea? Creo que se puede decir que el verdadero e íntimo
origen de la universidad está en el afán de conocimiento, que es propio del
hombre. Quiere saber qué es todo lo que le rodea. Quiere la verdad» (2011:
127). En efecto, el ser y el quehacer de la Universidad no es otro que la bús-
queda y la transmisión de la verdad. Toda su gestión académica de docencia,
investigación y extensión pretende, en definitiva, satisfacer el deseo humano
de conocimiento. En ese orden de ideas, ¿es la teología incompatible con esa
búsqueda de la verdad que caracteriza a la Universidad? ¿Es justificable la au-
sencia de Dios en la academia? Según MacIntyre, la creencia en Dios parece-
ría ser incompatible con la investigación racional de la verdad que caracteriza
tanto a la filosofía como a la Universidad, por lo que, en principio, la respuesta
a ambas preguntas sería afirmativa.
MacIntyre considera la respetabilidad racional de la creencia en Dios, te-
niendo en cuenta tres problemas fundamentales, que constituyen un desafío
a dicha creencia: «el del mal, el de la independencia de los seres finitos y el de
cómo hablar de Dios con sentido» (2012: 22). El filósofo escocés aclara que
tales problemas son propios –internos– del teísmo, lo cual demuestra que este
último es filosóficamente problemático, con independencia de las críticas que
puedan hacer los ateos. ¿Son compatibles la investigación filosófica y la creen-
cia teísta? ¿Es racional creer en Dios a sabiendas de que existe en el mundo
existe el mal natural, social y moral? ¿Es compatible la omnipotencia de Dios
con el poder de los seres inanimados y los animales, y con la voluntad racio-
nal de los hombres? ¿Es posible hablar de Dios mediante el lenguaje humano?
Comentando a San Agustín, MacIntyre afirma que el papel de la filosofía con
respecto a la fe no consiste en establecer demostraciones que lleven directa-
mente –como si se tratara de conclusiones lógicas– a las verdades de fe, sino
que, «una vez que por la fe hemos admitido esas verdades, podemos entender
por qué hay buenas razones para admitirlas» (2012: 50). Vistas así las cosas,
sí es válido hablar de compatibilidad entre la fe y la razón.
Una segunda perspectiva de dicha cuestión se refiere ya no directamen-
te a Dios, sino a la teología concebida como una disciplina académica, la cual
«ha sido expulsada casi por completo de la universidad investigadora» (2012:
275). De acuerdo con MacIntyre, el teísmo «no es sólo un conjunto de doctri-
nas sobre Dios. Se refiere a la naturaleza del universo social y natural en tanto
que creado y sostenido por Dios, en tanto que encarnación de sus propósi-
tos» (2012: 34). De allí que la exclusión de Dios de la Universidad no describe
únicamente el rechazo a nivel racional de la existencia de Dios, sino también
la renuncia a «la comprensión global de la naturaleza y del orden de las co-
sas» (2012: 35) por cuenta de una aguda fragmentación y especialización del
194 ———————————— Juan David Giraldo Zapata y Carlos Andrés Gómez Rodas

saber. A diferencia del ateísmo teórico de las universidades marxistas de la


Unión Soviética o de la Europa oriental comunista entre 1917 y 1991, en las
cuales se negaba la existencia de Dios, aunque manteniendo una perspectiva
general o cosmovisional del conocimiento, en las universidades americanas
contemporáneas predomina un ateísmo práctico, que más que expulsar a Dios
como objeto de estudio, renuncia a una visión global e integrada de las cosas.
De acuerdo con MacIntyre, en la Universidad actual se ha impuesto el ideal
de la fragmentación del conocimiento, de la especialización disciplinar, como
si fuese un signo inequívoco de progreso investigativo. Sin embargo, los sa-
beres especializados o atomizados, aunque contribuyen a explicar mejor
determinados fenómenos, no permiten construir un conocimiento común y
compartido, que a su vez abre la posibilidad de plantear las cuestiones funda-
mentales para el ser humano –lo ético, lo religioso, lo filosófico–: «El especia-
lista cada vez tiene que especializarse más, con lo que sabe cada vez más sobre
cada vez menos, hasta que llega a saberlo casi todo sobre casi nada» (Mosterín
2006: 105). Todo ello se traduce en una Universidad en la que ya no existe una
relación entre los distintos saberes, que se orienten hacia el logro de un objeti-
vo que trascienda los intereses puramente pragmáticos.
¿Cuál es la conexión entre dicha fragmentación del saber en la universidad
y la teología? Según MacIntyre, la unidad e inteligibilidad del universo «sólo
pueden ser adecuadamente comprendidas a través de las relaciones de sus di-
ferentes partes y aspectos con Dios»; y, por otro lado, «la unidad del ser huma-
no y la naturaleza de los seres humanos requieren también de una perspecti-
va teísta para su plena comprensión» (2012: 274-275). En otras palabras, la
visión teísta o teológica salva a la Universidad de esa perspectiva unilateral y
especializada de la realidad, que reduce el trabajo intelectual al despliegue de
una racionalidad instrumental, metódica, positivista, pragmática, en la que el
conocimiento se agota en la consecución de destrezas técnicas e información.
El cardenal Newman ya lo había planteado antes, cuando afirmó lo siguiente
acerca de la verdad religiosa: «no podemos ignorarla sin causar un perjuicio a to-
das las demás –físicas, metafísicas, históricas y morales–, puesto que las sostiene a
todas» (Newman 2015: 38). Dicho de otro modo, la verdad religiosa no es una par-
te entre otras, sino la condición general del conocimiento. Precisamente, el ateís-
mo práctico de las universidades contemporáneas consiste en haber convertido a
la teología en un saber más, reducido al mismo nivel de los otros, renunciando de
este modo a una visión común e integradora del conocimiento. Según Newman, la
teología «tiene una influencia sustancial sobre la gran variedad de ciencias, com-
pletándolas y corrigiéndolas, ya que, al ser una ciencia de la verdad, no puede ser
omitida sin perjudicar la enseñanza de las otras […]» (Newman 2015: 3) y es que
si se concibe la universidad como «un lugar que enseña saber universal» (New-
man 1996: 27), sería contradictorio excluir a la teología.
Pero, dicha exclusión no es sólo algo contradictorio, sino también muy perjudi-
cial, y no sólo para los creyentes religiosos, pues lo que está allí en juego no es sólo
Dios, Filosofía,———————————————————————————————————
Universidades. Macintyre frente a la crisis de la universidad contemporánea 195

la fe en la existencia de Dios. En efecto, generalmente el correlato de la negación


de la ciencia divina (teología) es, o bien la reducción del conocimiento verdadero a
un único saber, o bien –en el mejor de los casos–, la idea según la cual los distintos
saberes están totalmente desconectados entre sí. Quienes, por ejemplo, al mejor
estilo del cientificismo, le niegan a la teología y a la religión toda respetabilidad
intelectual, acusándolas de falta de pruebas, evidencias y demostraciones, están,
al mismo tiempo, cerrándole el paso a otro tipo de conocimientos igualmente va-
liosos para el ser humano. En su obra El gran diseño, el célebre científico Stephen
Hawking plantea un universo autocontenido que ya no necesita de un creador,
pero, simultáneamente, bajo las mismas premisas epistemológicas cientificistas,
declara la muerte de la filosofía (Cfr. Hawking & Mlodinow 2010). Así pues, si el
conocimiento cultivado en la Universidad debe limitarse a lo establecido por el
método científico, ¿dónde queda la posibilidad y la necesidad de hacerse pregun-
tas últimas, de carácter sapiencial, referidas al sentido y al fundamento de todo?
Por tanto, la teología es una parte esencial de la universidad.

IV. IDEOLOGIZACIÓN DE LA ACADEMIA CONTRA SU ESPÍRITU FILOSÓFICO

Idealmente hablando, la Universidad debería ser, para MacIntyre, un espacio


en el cual se forme a las personas de tal manera que alcancen una visión global
o íntegra del mundo y del bien humano. Sin embargo, «la educación universi-
taria a nivel de grado se ha convertido ahora, en gran medida, en un prólogo a
la especialización y a la profesionalización», de tal modo que su prestigio «se
asocia en su mayor parte a aquellas instituciones que preparan a los estudiantes
del modo más eficaz para su admisión en prestigiosos programas de posgrado»
(2012: 272). En tales circunstancias, el enfoque de la investigación está dicta-
do, primordialmente, por los intereses del sistema político y económico que se
beneficia de dicha investigación, y que, por eso mismo, es quien la financia y
controla. De ese modo, el aspecto propiamente formativo de la educación queda
eclipsado o desplazado por un mero adiestramiento técnico para el mundo pro-
ductivo, laboral, mercantil. En virtud de ello, la educación universitaria deviene
mera especialización y profesionalización, lo cual se traduce en una decadencia
de la filosofía, la teología y las humanidades en la universidad moderna.
Ahora bien, la concepción –errada o no– que se tenga acerca de la verdad,
delineará la idea de lo que debe ser la universidad, pues, como se dijo an-
teriormente, lo que define a la universidad es la búsqueda de la verdad. Sin
embargo, en la actualidad hay unos enemigos de la verdad, y, por tanto, de la
Universidad: «El relativismo imperante y generalizado, el subjetivismo, el pre-
dominio absorbente y casi exclusivo de la razón práctico-instrumental, la frag-
mentación de la verdad» (Cañizares 2013: 6). Allí confluyen dos paradigmas
de pensamiento que socavan la auténtica misión de la universidad: la imposi-
bilidad de acceder a la verdad y la reducción de la verdad a mera funcionalidad
práctico-productiva. En algún sentido es como si, cronológicamente hablando,
la pregunta por la verdad hubiese desaparecido en favor de la pregunta por
196 ———————————— Juan David Giraldo Zapata y Carlos Andrés Gómez Rodas

la utilidad y, cuando esto último ocurre, se termina imponiendo la tendencia


profesionalizante en la Universidad, lo cual, a su vez, se traduce en dos defi-
ciencias señaladas por MacIntyre con respecto a lo que debe ser su misión:
Lo que se va perdiendo en estas universidades, y lo que las diferencia sig-
nificativamente de muchas de sus predecesoras, son dos cosas: en primer lu-
gar, el enfoque global y el interés por la investigación de las relaciones entre
las distintas disciplinas y, en segundo lugar, la concepción de dichas discipli-
nas como contribuyentes a una sola empresa común, una empresa cuyo obje-
tivo principal no es el crecimiento de la economía ni el progreso profesional
de sus estudiantes, sino más bien el logro, entre profesores y estudiantes, de
cierto tipo de conocimiento común (2012: 272-273).

MacIntyre cree que la crisis de la universidad moderna se debe a que la


filosofía, y la teología –las dos ciencias que, en el pasado, proporcionaban una
visión integradora del conocimiento–, se han convertido en disciplinas espe-
cializadas y profesionalizadas. Debido a esto, allí «ciertas preguntas se quedan
sin plantear o, más bien, si acaban planteándose, sólo las plantearán ciertos
individuos y en circunstancias tales que sólo puedan escucharlos tan pocos
como sea posible» (MacIntyre 2012: 273). Según el filósofo escocés, a nivel
universitario, la filosofía es marginada de dos formas distintas. En primer lu-
gar, asumiendo que ella no tiene una importancia especial con respecto a las
demás disciplinas y, en segundo lugar, debido a la especialización, en virtud de
la cual muchos filósofos profesionales asumen una actitud epistémicamente
territorial, particularista, autorreferencial, aislacionista, que deja por fuera de
la discusión a todos lo que no dominen el lenguaje especializado.
Con respecto a la primera forma de marginación de la filosofía, la que con-
sidera que ella es, de algún modo, innecesaria o prescindible, MacIntyre plan-
tea que la razón de ser de la filosofía es retomar, aunque de modo racional,
sistemático y persistente, las preguntas que todo ser humano suele hacerse:
«¿quién soy yo?, ¿de dónde vengo y a dónde voy?, ¿por qué existe el mal?, ¿qué
hay después de esta vida?» (2012: 262). Por tanto, puede ser que la filosofía
no sirva para resolver los problemas concretos y urgentes de la vida, –ya que
ella no tiene tanto que ver con los medios sino con los fines–, pero eso no sig-
nifica que no deba ser tomada en serio. Pieper, remitiéndose a los orígenes
griegos de la filosofía dice al respecto que «filosófico, en cualquier caso, signi-
fica teórico», lo cual, a su vez, significa «ser movido por la verdad y no por otra
cosa». Y, casi a renglón seguido añade que «contemplar una cosa o ver una rea-
lidad filosóficamente debe significar apartarse expresamente de todo lo que
se llama vida práctica o vida real» (2017: 81). Obviamente, esa perspectiva
de la filosofía, que la libera de todo acento pragmático-utilitarista, riñe con la
idea de Universidad que predomina en la actualidad.
En definitiva, la filosofía implica el cultivo de aquello que es más propia-
mente humano: la capacidad de pensar. Pero, en este caso, se trata de un pen-
samiento que mira las cosas con una perspectiva de totalidad, como dijo Pla-
Dios, Filosofía,———————————————————————————————————
Universidades. Macintyre frente a la crisis de la universidad contemporánea 197

tón: «el filósofo es el que tiene la visión de conjunto» (República VII 537 c).
Pieper, por su parte, dice que la filosofía es «la consideración de la totalidad
de lo que me sale al encuentro» (Pieper 1981: 118), lo cual, obviamente, no es
posible cuando predomina la fragmentación y la especialización como única
forma válida de conocer la realidad.
Con relación a la segunda forma de marginación de la filosofía –que a di-
ferencia de la primera es protagonizada por los mismos filósofos–, MacIntyre
sostiene que, aunque la filosofía posee una dimensión propiamente académi-
ca, los filósofos no deben olvidar que «sus investigaciones empiezan con las in-
vestigaciones de las personas normales y se desarrollan a partir de ellas, y que
ellos están ejercitando sus habilidades filosóficas en nombre de esas mismas
personas normales» (2012: 27). En otras palabras, la filosofía especializada
únicamente tiene sentido cuando contribuye a la filosofía como dimensión hu-
mana o existencial: «La orientación última, la cosmovisión, la elucidación de
la buena vida no son temas para especialistas. Son los temas de la filosofía. Y
la filosofía es asunto de todos» (Mosterín 2006: 107). En contravía de esa ten-
dencia a convertir a la filosofía en un saber de especialistas para especialistas,
el filósofo escocés insiste en que la diferencia entre las personas corrientes y
los filósofos no es tanto a propósito de las preguntas que se hacen, sino de sus
formas de hablar y de argumentar al respecto.
MacIntyre retoma una idea del cardenal Newman, según la cual para que
la Universidad cumpla con su misión es necesario que la filosofía haga parte
constitutiva del estudio de cada disciplina, de tal modo que los estudiantes
alcancen un conocimiento filosófico. De allí que el objetivo de la educación
universitaria no es principalmente la especialización o la profesionalización,
sino que el alumno sea «capaz de participar fructíferamente en la discusión
y en el debate, con capacidad de juicio, de utilizar intuiciones y argumentos
de una diversidad de disciplinas para razonar en determinados temas com-
plejos» (MacIntyre 2012: 233). En otras palabras, más que la adquisición y
la acumulación de conocimientos, ella apunta fundamentalmente hacia dos
objetivos: uno existencial y otro epistemológico. En cuanto a lo primero, bus-
ca una orientación general de la vida humana –cómo vivir, cómo morir, cómo
alcanzar una vida buena–. Y en cuanto a lo segundo, pretende entender «qué
tipo de afirmaciones se pueden justificar dentro de cada ciencia en particular
y también cómo se relacionan entre sí esas afirmaciones» (MacIntyre 2012:
230-231). En ese orden de ideas, la importancia de la filosofía no radica en su
aplicabilidad, funcionalidad o rentabilidad, sino en el hecho de ser una bús-
queda humana de verdad, conocimiento, sabiduría y comprensión:
Filosofía o sabiduría es, pues, la razón ejercida sobre los conocimientos;
o el conocimiento no simplemente de realidades en general, sino de realida-
des con sus relaciones mutuas. Es la capacidad de atribuir a cada una de ellas
el sitio que le corresponde dentro del sistema universal, de entender los va-
rios aspectos de cada uno de los elementos de este sistema, de comprender
el valor exacto de cada uno, de saber reconstruir su origen y de seguir el pro-
198 ———————————— Juan David Giraldo Zapata y Carlos Andrés Gómez Rodas

ceso de su desarrollo hasta su fin, de prever con anticipación las tendencias


propias de cada uno de estos elementos, y lo que en concreto las puede obs-
taculizar o neutralizar; la capacidad, en definitiva, de explicar las anomalías,
responder a las objeciones, suplir las deficiencias, ser indulgente con los erro-
res y responder a las situaciones críticas que puedan presentarse (Newman
2017: 241).

A propósito de lo inmediatamente anterior, MacIntyre plantea que «New-


man defendía como inseparables una determinada concepción de la filosofía y
una concepción particular de la universidad» (2012: 229). Lo que quiera que
sea la Universidad dependerá de lo que se entienda por filosofía. Y Pieper, por
su parte, establece una relación íntima entre «académico» y «filosófico», lo
que, obviamente, ofrece una pista muy importante de lo que debe ser la uni-
versidad: «formación académica es lo mismo que formación filosófica, o al
menos formación que tiene fundamentos filosóficos; tratar una ciencia aca-
démicamente significa considerarla de modo filosófico» (Pieper 2017, 81). El
pensador alemán es consciente de que dicha identificación entre «académico»
y «filosófico» parece extraña, pues por lo general se asume que la formación
universitaria no pretende otra cosa que hacer productivo el saber allí adqui-
rido. Sin embargo, él introduce la «puesta en servicio» como el elemento dife-
renciador entre las ciencias particulares y la filosofía, lo cual, a su vez, permite
afrontar esa aparente contradicción. Dicha «puesta en servicio» no contradice
la esencia y el propósito de tales ciencias, pero no puede aplicarse lo mismo a
la filosofía: «jamás podrá decir necesitamos filósofos que desarrollen, funda-
menten y defiendan esta determinada ideología… sin que simultáneamente
sea aniquilada la filosofía misma. Solo podrá haber teoría filosófica en la me-
dida en que sea libre» (2017: 84). Y si la filosofía no es libre, la academia y la
universidad tampoco lo serán.

CONCLUSIÓN

Las graves problemáticas por las que atraviesa la universidad contemporá-


nea a lo largo y ancho de todo el mundo solo podrán encontrar una solución
real si se atiende a la naturaleza de la universitas. En ella se encontrará la pers-
pectiva integradora de la metafísica que presenta la universalidad del conoci-
miento coronado por la metafísica, el fin contemplativo y teorético como fun-
damento del estudio de la realidad, la teología como aproximación científica
a Dios abierta a la Revelación y la libertad del pensamiento que es contraria a
cualquier uso ideológico de los estudios universitarios.
La obra de MacIntyre y, especialmente, la que ha servido de base a esta re-
flexión, será siempre una maravillosa fuente de conocimiento sobre la mirada
realista de la universidad, en la que lo metafísico fundamenta lo antropológi-
co, que, a su vez, da base a los demás saberes, en lo cual se evidencia una fide-
lidad al paradigma aristotélico del conocimiento y al espíritu de diálogo entre
todos los saberes.
Dios, Filosofía,———————————————————————————————————
Universidades. Macintyre frente a la crisis de la universidad contemporánea 199

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