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Abstract: There are many factors that influence the crisis of the contemporary
university. Based on God, philosophy, universities. Selective history of
the Catholic philosophical tradition, the work of the Scottish philosopher
Alasdair MacIntyre, his answers to four major problems of the current
academy are developed and analyzed, namely, the lack of communication
between the sciences, the technocratic mentality and utilitarian, the
absence of God and the ideologization against the philosophical spirit
of university institutions, showing that the recovery of the academy,
at present, necessarily passes through a serious and deep reflection
on its identity, which cannot be done without a look at the classical
philosophical tradition, especially the Catholic philosophy, which finds
its peak in Christianity or the Middle Ages.
Keywords: University, metaphysics, God, philosophy.
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“che consiste nell’ affermare che accanto allá realtà empíricamente conoscibile (ma
non già dietro di essa o sotto di essa) esistono altri tipi o livelli di realtà non empirici” (2012:
113) [Traducción nuestra].
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Una de las citas más afamadas del Estagirita es, sin lugar a dudas, la que legó
a la civilización occidental en el libro X de la Ética Nicomáquea: «la felicidad radi-
ca en el ocio, pues trabajamos para tener ocio» (7 1177 b 4). En Política, también
aparecen, entre otras, dos referencias al tema bastante destacadas y que requie-
ren una especial mención. En el libro VII, Aristóteles afirma «La vida tomada en
su conjunto se divide en trabajo y ocio, en guerra y paz» (14 1333 a 12) y, más
adelante, insiste: «La misma naturaleza busca no sólo trabajar correctamente,
sino también el poder servirse notablemente del ocio, ya que por repetirlo una
vez más, éste es el principio de todas las cosas» (VIII 3 1337 b 33).
Uno de los temas centrales en la obra de Pieper (2017) –tal vez, su gran
tópico, su leitmotiv– es el ocio como base de la cultura occidental y es en su
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“All we like sheep have gone astray; we have turned every one to his own way” (Fi-
larmed 2019: 14).
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carácter de fin, esto es, libre (liberado de todo objetivo utilitario), que radica
la diferencia entre las llamadas artes liberales –conformadas por el trivium
(gramática, retórica y lógica) y el quatrivium (aritmética, geometría, astrono-
mía y música)– y las artes serviles, que tienen como meta la consecución de
los recursos necesarios para la supervivencia y se enfocan a fines utilitarios.
MacIntyre afirma que el crecimiento del interés por las artes liberales gracias
al patrocinio de una cierta aristocracia académica fue, junto al fortalecimiento
de la identidad de los maestros y la centralización del poder secular y eclesiás-
tico, una de las tres tendencias que jalonó el surgimiento de la universitas:
De este modo, la reorganización de la educación por parte de los maes-
tros en las universidades emergentes incitaba y recibía el patronazgo de pa-
pas, obispos, emperadores y reyes. Como consecuencia –y ésta es la tercera
tendencia de la que habíamos hablado– empezó a darse un crecimiento sos-
tenido en el número de estudiantes que demandaban formación en las artes
liberales, en teología y en derecho. Se abrían nuevas oportunidades para los
ambiciosos, y esas oportunidades sólo estaban al alcance de los que poseían
la educación requerida. Así, las ciudades donde se fundaron universidades tu-
vieron que dar cabida a una gran afluencia, a menudo desordenada, de jóve-
nes, y de ese modo comenzaron a prosperar en ellas algunos oficios, como los
del copiado y la venta de libros (2012: 113).
Es muy irónico, por decir lo menos, que haya quienes promuevan decidida-
mente el destierro de Dios del ámbito intelectual –en especial a nivel univer-
sitario– cuando históricamente las universidades, como bien se sabe, fueron
precisamente un invento medieval, lo cual significa que sus orígenes estuvie-
ron inevitablemente ligados a la Iglesia Católica. En cualquier caso, como dice
el cardenal Newman, «pocas acusaciones han lanzado los incrédulos más a
menudo contra la religión revelada que la insistencia en que ésta es hostil al
avance de la filosofía y de la ciencia» (2017: 41). De hecho, la imputación de
oscurantismo atribuida la religión y, especialmente, al cristianismo, ha tras-
cendido las fronteras históricas del Medioevo, y se ha terminado aplicando a
todo lo que ostente el signo de la cruz.
Ahora bien, en la actualidad esa ausencia de Dios en la academia se expresa
a partir de dos fenómenos, que, aunque claramente diferenciables, se relacio-
nan entre sí: un ateísmo laicista y un ateísmo cientificista. Mientras el primero
corresponde a una esfera ético-política, el segundo se expresa a nivel episte-
mológico, pero el común denominador en ambos casos es una visión de la vida
humana en la que no hay ningún lugar para Dios. O bien porque la creencia en
Él se considere contraria al debate público propio de la democracia occidental
contemporánea, ya que en dicho debate «los creyentes dicen lo que dicen por
razones religiosas o de fe, razones que, por lo demás, no son compartidas por
todos los ciudadanos» (Garzón 2012: 88). O bien porque dicha creencia es juz-
gada en sí misma como deficiente desde el punto de vista filosófico o racional,
puesto que se trata de «una falsa creencia persistente, mantenida pese a fuer-
tes evidencias contrarias», de tal modo que allí «no hay que justificar lo que se
cree» (Dawkins 2007: 328). Bajo esa doble perspectiva se suele plantear una
oposición absoluta entre conocer y creer –esto último en sentido religioso–, y
Dios, Filosofía,———————————————————————————————————
Universidades. Macintyre frente a la crisis de la universidad contemporánea 193
por ese camino se termina expulsando a Dios del ámbito intelectual y acadé-
mico, como condición sine qua non para desarrollar la misión de la Universi-
dad: la búsqueda de la verdad.
Con respecto a esto último, dice el Papa Benedicto XVI: «¿Y qué es la Uni-
versidad? ¿Cuál es su tarea? Creo que se puede decir que el verdadero e íntimo
origen de la universidad está en el afán de conocimiento, que es propio del
hombre. Quiere saber qué es todo lo que le rodea. Quiere la verdad» (2011:
127). En efecto, el ser y el quehacer de la Universidad no es otro que la bús-
queda y la transmisión de la verdad. Toda su gestión académica de docencia,
investigación y extensión pretende, en definitiva, satisfacer el deseo humano
de conocimiento. En ese orden de ideas, ¿es la teología incompatible con esa
búsqueda de la verdad que caracteriza a la Universidad? ¿Es justificable la au-
sencia de Dios en la academia? Según MacIntyre, la creencia en Dios parece-
ría ser incompatible con la investigación racional de la verdad que caracteriza
tanto a la filosofía como a la Universidad, por lo que, en principio, la respuesta
a ambas preguntas sería afirmativa.
MacIntyre considera la respetabilidad racional de la creencia en Dios, te-
niendo en cuenta tres problemas fundamentales, que constituyen un desafío
a dicha creencia: «el del mal, el de la independencia de los seres finitos y el de
cómo hablar de Dios con sentido» (2012: 22). El filósofo escocés aclara que
tales problemas son propios –internos– del teísmo, lo cual demuestra que este
último es filosóficamente problemático, con independencia de las críticas que
puedan hacer los ateos. ¿Son compatibles la investigación filosófica y la creen-
cia teísta? ¿Es racional creer en Dios a sabiendas de que existe en el mundo
existe el mal natural, social y moral? ¿Es compatible la omnipotencia de Dios
con el poder de los seres inanimados y los animales, y con la voluntad racio-
nal de los hombres? ¿Es posible hablar de Dios mediante el lenguaje humano?
Comentando a San Agustín, MacIntyre afirma que el papel de la filosofía con
respecto a la fe no consiste en establecer demostraciones que lleven directa-
mente –como si se tratara de conclusiones lógicas– a las verdades de fe, sino
que, «una vez que por la fe hemos admitido esas verdades, podemos entender
por qué hay buenas razones para admitirlas» (2012: 50). Vistas así las cosas,
sí es válido hablar de compatibilidad entre la fe y la razón.
Una segunda perspectiva de dicha cuestión se refiere ya no directamen-
te a Dios, sino a la teología concebida como una disciplina académica, la cual
«ha sido expulsada casi por completo de la universidad investigadora» (2012:
275). De acuerdo con MacIntyre, el teísmo «no es sólo un conjunto de doctri-
nas sobre Dios. Se refiere a la naturaleza del universo social y natural en tanto
que creado y sostenido por Dios, en tanto que encarnación de sus propósi-
tos» (2012: 34). De allí que la exclusión de Dios de la Universidad no describe
únicamente el rechazo a nivel racional de la existencia de Dios, sino también
la renuncia a «la comprensión global de la naturaleza y del orden de las co-
sas» (2012: 35) por cuenta de una aguda fragmentación y especialización del
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tón: «el filósofo es el que tiene la visión de conjunto» (República VII 537 c).
Pieper, por su parte, dice que la filosofía es «la consideración de la totalidad
de lo que me sale al encuentro» (Pieper 1981: 118), lo cual, obviamente, no es
posible cuando predomina la fragmentación y la especialización como única
forma válida de conocer la realidad.
Con relación a la segunda forma de marginación de la filosofía –que a di-
ferencia de la primera es protagonizada por los mismos filósofos–, MacIntyre
sostiene que, aunque la filosofía posee una dimensión propiamente académi-
ca, los filósofos no deben olvidar que «sus investigaciones empiezan con las in-
vestigaciones de las personas normales y se desarrollan a partir de ellas, y que
ellos están ejercitando sus habilidades filosóficas en nombre de esas mismas
personas normales» (2012: 27). En otras palabras, la filosofía especializada
únicamente tiene sentido cuando contribuye a la filosofía como dimensión hu-
mana o existencial: «La orientación última, la cosmovisión, la elucidación de
la buena vida no son temas para especialistas. Son los temas de la filosofía. Y
la filosofía es asunto de todos» (Mosterín 2006: 107). En contravía de esa ten-
dencia a convertir a la filosofía en un saber de especialistas para especialistas,
el filósofo escocés insiste en que la diferencia entre las personas corrientes y
los filósofos no es tanto a propósito de las preguntas que se hacen, sino de sus
formas de hablar y de argumentar al respecto.
MacIntyre retoma una idea del cardenal Newman, según la cual para que
la Universidad cumpla con su misión es necesario que la filosofía haga parte
constitutiva del estudio de cada disciplina, de tal modo que los estudiantes
alcancen un conocimiento filosófico. De allí que el objetivo de la educación
universitaria no es principalmente la especialización o la profesionalización,
sino que el alumno sea «capaz de participar fructíferamente en la discusión
y en el debate, con capacidad de juicio, de utilizar intuiciones y argumentos
de una diversidad de disciplinas para razonar en determinados temas com-
plejos» (MacIntyre 2012: 233). En otras palabras, más que la adquisición y
la acumulación de conocimientos, ella apunta fundamentalmente hacia dos
objetivos: uno existencial y otro epistemológico. En cuanto a lo primero, bus-
ca una orientación general de la vida humana –cómo vivir, cómo morir, cómo
alcanzar una vida buena–. Y en cuanto a lo segundo, pretende entender «qué
tipo de afirmaciones se pueden justificar dentro de cada ciencia en particular
y también cómo se relacionan entre sí esas afirmaciones» (MacIntyre 2012:
230-231). En ese orden de ideas, la importancia de la filosofía no radica en su
aplicabilidad, funcionalidad o rentabilidad, sino en el hecho de ser una bús-
queda humana de verdad, conocimiento, sabiduría y comprensión:
Filosofía o sabiduría es, pues, la razón ejercida sobre los conocimientos;
o el conocimiento no simplemente de realidades en general, sino de realida-
des con sus relaciones mutuas. Es la capacidad de atribuir a cada una de ellas
el sitio que le corresponde dentro del sistema universal, de entender los va-
rios aspectos de cada uno de los elementos de este sistema, de comprender
el valor exacto de cada uno, de saber reconstruir su origen y de seguir el pro-
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CONCLUSIÓN
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