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“Sin luz no hay visión y sin visión no puede haber espacio visible”

Gyorgy Kepes.

La visión es enunciada por Santo Tomás de Aquino como el encuentro de las percepciones
apresadas por el órgano visual y las conquistadas por el intelecto. Ambas acepciones son la fuente
que condensa y desde donde emanan los planteamientos resultantes del razonamiento y la
contemplación. “Únicamente la luz como elemento divino presente en la tierra, puede penetrar en
la intemporalidad del espacio”1dicha alusión atribuida al pensamiento medieval, propugnaba por
un lado, la incidencia del resplandor en los objetos al promover nuevas formas y la aparente
alucinación de fragmentar la dureza que los compone; por el otro, la premisa de que toda
irradiación proviene de lo divino por medio de la razón. Esta connotación amplía el pensamiento
frente a la obra de Mercedes Pardo, cómo la luz evoluciona su visión para hacer visible la
imaginación desde una percepción geométrica del espacio y de la realidad.

Acercarse a la obra de Mercedes Pardo es una invitación a sumergirse entre los


intersticios, sinuosidades y márgenes de sus rincones más esenciales, detenerse en lo recóndito de
su naturaleza intuitiva para vislumbrar el umbral de una expresión que irrumpe en el espacio de
modo tangible al revelarse en la materia. Es la luz, el agente sutil que la envuelve, la corriente
luminosa que desciende y asciende en su universo, la memoria de un firmamento fragmentado en
tonalidades vivaces que por primera vez la albergó en La Pastora y la sempiterna luminiscencia de
un cielo nativo que manifiesta en la multiplicidad de sus lenguajes expresivos –acuarela, pintura,
esmaltado, grabado, diseño, escenografía, collage y vitral- un entramado cromático que se
moviliza en el espacio.

En 1936 inicia sus estudios formales en la Escuela de Artes Plásticas y Aplicadas, obtiene
una beca en 1949 para continuar sus estudios en historia del arte en la Escuela del Museo del
Louvre, a la vez que participa en las clases de pintura del artista francés Andrè Lothe por
recomendación de Elisa Elvira Zuloaga. De su maestro Antonio Edmundo Monsanto asimiló el
respeto por la expresión del material; de Lothe la proximidad a los colores puros y cómo estos
emprenden el espacio, experiencia que acercaría a Mercedes Pardo al encuentro con uno de los
elementos catalizadores de su propio lenguaje: la intuición.

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La vida artística de París se adentra en la gestación de profundos cambios en las
tendencias del arte europeo, orientados por la pretensión de revelar la sensibilidad de una nueva
estrategia visual no figurativa generada por Malevitch, Mondrian y Kandinsky. Un nuevo lenguaje
que impulsaría una simbiosis de propuestas en la mayoría de artistas latinoamericanos presentes
en Europa. La abstracción alcanza propuestas complejas en América Latina, definidas por un clima
de ruptura y de cambios en las doctrinas de representación. Uruguay, Argentina, Brasil, Venezuela
y Cuba, participan en la búsqueda de estas nuevas ideas procurando alcanzar un lenguaje propio,
sin la subordinación y continuidad de un discurso eurocéntrico.

A su regreso de Francia y España, Joaquín Torres-García hará circular sus ideas asentadas
en la inversión geográfica del continente americano (el sur apunta al norte), con el propósito de
ilustrar un legado artístico de referencias propias, desde la multiplicidad de cada artista. En
Venezuela, la negativa de perpetuar la enseñanza dentro de los cánones academicistas
implantados por la Escuela de Artes Plásticas y Aplicadas prepara el terreno para el debate,
desafiando las discusiones sobre los nuevos lenguajes plásticos divulgados por el Taller Libre de
Arte. Desde París, artistas venezolanos como Mateo Manaure, Aimé Battistini, Pascual Navarro,
Alejandro Otero, entre otros, organizan en 1950 un grupo llamado Los Disidentes, dedicado a
denunciar la realidad cultural en Venezuela y a su vez, defender el papel de la abstracción como un
lenguaje transformador.

Mercedes Pardo, inmersa en las nuevas tendencias vanguardistas, participa en los


procesos de relación entre el color y la forma. De Kandinsky reconoce la sensibilidad que se
alcanza por encima de la indagación teórica en el arte, la conmoción emanada del lenguaje del
color que abre el pasaje intuitivo hacia la creación. En su primera obra dentro del abstraccionismo
Sin título (1951), se percibe la construcción libre de un discurso que va conquistando el espacio,
dentro de los límites del formato cada forma pareciera buscar su lugar rítmicamente,
evidenciando así la exploración de posibilidades cromáticas. En su producción informalista,
manifiesta el valor de la materia mediante una factura pastosa que proporciona disímiles texturas
al dejar entrever entre sus porosidades y en la superficie planos de color que se asoman entre una
especie de bruma, o mediante capas pictóricas que sobrepuestas expresan el rastro gestual de la
materia.

En las acuarelas, se percibe la vehemencia de la gestualidad informalista sobre el papel,


trazos intuitivos que inducen visualmente a la existencia de dos planos superpuestos, líneas y

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manchas densas de color oscuro simulan permanecer en el plano superior, mientras debajo de
estas, el color actúa como nimbos o cuerpos que transforman la luz en irradiaciones luminiscentes,
emitiendo a su vez otras tonalidades. Estos resplandores serán también trabajados desde su
fuente natural en los vitrales y obras urbanas.

Si la luz es la tensión interior latente durante el proceso creador de Mercedes Pardo, el


color y la forma son la sucesión de diálogos que exteriorizan su visión, es decir, sus espacios
visibles. Mercedes Pardo explora el color no como búsqueda sino como encuentro; en ella el color
coexiste con un impulso incorpóreo y seductor que demanda ir a su encuentro. Diría Cortázar: “…
sobre una ola te cae la segunda y después otra… Apenas has sentido algo ya viene lo otro, vienen
las palabras… No, no son las palabras, son lo que está en las palabras, esa especie de cola de
pegar, de baba.” En este sentido, es la finitud del color la cola de pegar, la alegoría de las palabras
que van formándose entre sus espacios sensibles, desde una visión meditativa, dinámica y
vivencial, al originar disímiles e infinitas armonías que cimentan un discurso rítmico desarrollado
por el color en el espacio.

Las formas, sean geométricas u orgánicas, se despliegan, yuxtaponen, prolongan,


tensionan o presentan como formas individuales saturadas de color y moldeadas por la luz
instintiva de sus procesos anímicos y contemplativos. Es en la serigrafía, nuevo lenguaje iniciado
en 1969 donde se evidencia con mayor ímpetu la armonía entre las formas y las posibilidades del
color, ambos irrumpen en el soporte al constituir un lenguaje compositivo caracterizado por lo
plano pero, que logra en ocasiones desasirse de lo bidimensional por medio de las trasparencias y
las texturas logradas por la aplicación de colores puros alcanzadas con destreza por Mercedes
Pardo. La movilidad perceptible en los diálogos entre la luz, la forma y el color se debe quizás a la
contemplación consciente del ritmo producido por la luz al desplazarse entre las estructuras
naturales del paisaje, las tonalidades en la superficie ocasionadas por el transitar de las nubes y el
reflejo sobre los objetos, originando a su vez un abanico de posibilidades de coloración que la
artista llamó Climas de color. En la obra Después de la lluvia (1989), se puede reconocer lo
anteriormente descrito, presentando dos planos de grandes dimensiones en colores opacos y un
ritmo vertical que se dirige hacia la derecha, aumentando la tensión hacia el borde derecho de la
obra en el cual convergen formas geométricas irregulares en diversas armonías y colores, lo que
manifiesta la sensibilidad de la artista ante el efecto visual reflejado por la irisada de la lluvia.

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Un acercamiento inicial a su obra podría juzgarse desde la sencillez de su composición, no
obstante su estructura comporta ciertas complejidades. Para ella el arte origina fenómenos
inesperados como se aprecia en algunas de sus obras, en las que se logra visualizar distintas
tonalidades en un mismo plano, cuando la realidad es que sólo se ha aplicado un único color,
alterado visualmente por los diversos complementos que le rodean. Mercedes Pardo ante el
espacio inmaculado del soporte transforma su proceso creativo en un acto vivencial, del cual
emergen climas de colores cargados de cierta movilidad autónoma para apropiarse luego de un
lugar en el plano compositivo. Este diálogo entre la artista y su obra se produce desde una
elasticidad parecida a la cinta de Moebius, su esencia se revela a través de elementos que van
organizándose hasta retornar a su fuente, es decir, al encuentro con ella.

“Yo no elegí la luz: ella me eligió a mí” y es que Mercedes Pardo habita cada lugar de su
obra, no antepone, ni apremia, se desplaza en el espacio como la luz revelando nuevos pasajes; el
descenso a sus furtivas fronteras aglutina sus vivencias, conocimientos, inquietudes y anhelos para
irrumpir en la inagotable fuente de colores de un arte que es la expresión de su existencia. Ella es
la sensualidad que se desliza en la multiplicidad de colores y trayectorias, la curiosidad reflexiva
que se deja entrever entre transparencias y pliegues de un plano sobre otro, el fuero interior,
reunidos entre armonías y tensiones cromáticas; pero también, la naturaleza impetuosa y
autónoma que irrumpe su obra en el destello de la línea irregular que atraviesa o rasga el plano de
color. Su encuentro con la luz concilia con la sensibilidad y dinamismo del color, en ocasiones,
orientado a penetrar el material rígido del vidrio, en otras, como posibilidad de crear una danza
entre la estructura urbana tangible, las formas y los colores del espacio. Al apropiarse de la luz
como 'testigo' se desplaza entre la pureza del color, sin matices ni claroscuros, para exponer la
sutil percepción que avista de la naturaleza, a la vez que muestra su luz intelectiva, lo que permite
acercarse en esos espacios visibles de su sensibilidad. Se podría afirmar que frente a su obra se
produce una dualidad entre lo que está afuera y lo que está adentro.

En un ambiente en el cual los hombres han tenido mayor visibilidad, Mercedes Pardo se
impuso y aun se impone desde su presencia creadora: mujer, esposa, madre, docente y artífice de
un prolífico trabajo plástico que cautiva desde el ritmo y el manejo de los planos cromáticos o
climas de color en el espacio, siendo este su principal inquietud. En sus obras se manifiesta la
presencia de cierta sonoridad como el estruendo que rasga el plano en Cromática 8 (1974), el

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ritmo sereno que se desplaza sobre una superficie en Después de la lluvia (1989) o el tintineo
causado por el encuentro entre fragmentos coloridos como si de vidrios se tratara.

La luz se compone de colores que son percibidos dependiendo de la longitud de las ondas
emitidas por el Sol, por tal razón, el color como luz penetra en la materia y en la razón. Ante su
obra es inevitable acariciar fugazmente el pensamiento del filósofo Plotino, para quien el fuego
como elemento adquiere una posición elevada al poseer en sí los colores, y ser el medio de
iluminación de las formas porque es razón e idea. Ese fulgor es el que va al encuentro de
Mercedes Pardo en una Venezuela que para ese entonces demandaba ideas transformadoras
destinadas a una sociedad con una visión humanista, orientada hacia la convivencia entre el
entorno y la naturaleza creadora.

El espacio ejerce un papel fundamental en sus planteamientos: por un lado, otra visión de
construcción de espacios desde una perspectiva en la que el color y la forma penetran el soporte,
entablando diálogos esbozados con anterioridad en sus collages. Por el otro, el espacio como
indagación, descubrimiento y comprensión compilados en la formación intelectual; Mercedes
Pardo, desde su innata curiosidad por la observación, estimuló el estudio de la Historia del arte y
de las diversas expresiones plásticas de los maestros, legado que obtiene de Monsanto, Quintana
Castillo, Lothe, entre otros. Para ella, “la formación es el sustrato” por lo que la pedagogía debe
estar encaminada a encontrar lo más esencial en el estudio de los maestros. En 1959 funda la
sección pedagógica del Museo de Bellas Artes de Caracas, en 1977 ejerce la dirección del Taller de
Expresión Artística Infantil de la Fundación Eugenio Mendoza, orientado a estimular las
capacidades creativas, las probabilidades y limitaciones de la diversidad de soportes, así como la
posible maleabilidad que podían ofrecer los distintos instrumentos de expresión plástica en el
niño. La puesta en marcha de estos talleres fue un reflejo del interés de la artista por el respeto a
la libertad en los procesos creativos y a la formación de hábitos necesarios como la solidaridad, el
respeto y el cuido de los materiales; del mismo modo, la capacidad de fomentar espacios para los
intercambios de ideas entre los grupos.

Considerada como la colorista más relevante en el arte venezolano, Mercedes Pardo


marcó un precedente en el movimiento moderno al integrar un lenguaje abstracto cargado de
reflexión y calidez. Guiada por la luz peculiar de un continente que es testimonio significativo de
un arte con matiz propio y de una luminosidad sublime que ha inspirado a grandes maestros,
Mercedes Pardo es el reflejo del inagotable recurso del color de una Venezuela que compila la

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pluriculturalidad y la diversidad rítmica de los climas que enaltecen cada paisaje de nuestro
territorio. Color y estructuras que se tensionan, agrupan, desplazan, tintinean conservando entre
ellos, el respeto inculcado a sus estudiantes, el mismo que debe habitar en cada venezolano.

Milena Matos

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