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Gyorgy Kepes.
La visión es enunciada por Santo Tomás de Aquino como el encuentro de las percepciones
apresadas por el órgano visual y las conquistadas por el intelecto. Ambas acepciones son la fuente
que condensa y desde donde emanan los planteamientos resultantes del razonamiento y la
contemplación. “Únicamente la luz como elemento divino presente en la tierra, puede penetrar en
la intemporalidad del espacio”1dicha alusión atribuida al pensamiento medieval, propugnaba por
un lado, la incidencia del resplandor en los objetos al promover nuevas formas y la aparente
alucinación de fragmentar la dureza que los compone; por el otro, la premisa de que toda
irradiación proviene de lo divino por medio de la razón. Esta connotación amplía el pensamiento
frente a la obra de Mercedes Pardo, cómo la luz evoluciona su visión para hacer visible la
imaginación desde una percepción geométrica del espacio y de la realidad.
En 1936 inicia sus estudios formales en la Escuela de Artes Plásticas y Aplicadas, obtiene
una beca en 1949 para continuar sus estudios en historia del arte en la Escuela del Museo del
Louvre, a la vez que participa en las clases de pintura del artista francés Andrè Lothe por
recomendación de Elisa Elvira Zuloaga. De su maestro Antonio Edmundo Monsanto asimiló el
respeto por la expresión del material; de Lothe la proximidad a los colores puros y cómo estos
emprenden el espacio, experiencia que acercaría a Mercedes Pardo al encuentro con uno de los
elementos catalizadores de su propio lenguaje: la intuición.
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La vida artística de París se adentra en la gestación de profundos cambios en las
tendencias del arte europeo, orientados por la pretensión de revelar la sensibilidad de una nueva
estrategia visual no figurativa generada por Malevitch, Mondrian y Kandinsky. Un nuevo lenguaje
que impulsaría una simbiosis de propuestas en la mayoría de artistas latinoamericanos presentes
en Europa. La abstracción alcanza propuestas complejas en América Latina, definidas por un clima
de ruptura y de cambios en las doctrinas de representación. Uruguay, Argentina, Brasil, Venezuela
y Cuba, participan en la búsqueda de estas nuevas ideas procurando alcanzar un lenguaje propio,
sin la subordinación y continuidad de un discurso eurocéntrico.
A su regreso de Francia y España, Joaquín Torres-García hará circular sus ideas asentadas
en la inversión geográfica del continente americano (el sur apunta al norte), con el propósito de
ilustrar un legado artístico de referencias propias, desde la multiplicidad de cada artista. En
Venezuela, la negativa de perpetuar la enseñanza dentro de los cánones academicistas
implantados por la Escuela de Artes Plásticas y Aplicadas prepara el terreno para el debate,
desafiando las discusiones sobre los nuevos lenguajes plásticos divulgados por el Taller Libre de
Arte. Desde París, artistas venezolanos como Mateo Manaure, Aimé Battistini, Pascual Navarro,
Alejandro Otero, entre otros, organizan en 1950 un grupo llamado Los Disidentes, dedicado a
denunciar la realidad cultural en Venezuela y a su vez, defender el papel de la abstracción como un
lenguaje transformador.
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manchas densas de color oscuro simulan permanecer en el plano superior, mientras debajo de
estas, el color actúa como nimbos o cuerpos que transforman la luz en irradiaciones luminiscentes,
emitiendo a su vez otras tonalidades. Estos resplandores serán también trabajados desde su
fuente natural en los vitrales y obras urbanas.
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Un acercamiento inicial a su obra podría juzgarse desde la sencillez de su composición, no
obstante su estructura comporta ciertas complejidades. Para ella el arte origina fenómenos
inesperados como se aprecia en algunas de sus obras, en las que se logra visualizar distintas
tonalidades en un mismo plano, cuando la realidad es que sólo se ha aplicado un único color,
alterado visualmente por los diversos complementos que le rodean. Mercedes Pardo ante el
espacio inmaculado del soporte transforma su proceso creativo en un acto vivencial, del cual
emergen climas de colores cargados de cierta movilidad autónoma para apropiarse luego de un
lugar en el plano compositivo. Este diálogo entre la artista y su obra se produce desde una
elasticidad parecida a la cinta de Moebius, su esencia se revela a través de elementos que van
organizándose hasta retornar a su fuente, es decir, al encuentro con ella.
“Yo no elegí la luz: ella me eligió a mí” y es que Mercedes Pardo habita cada lugar de su
obra, no antepone, ni apremia, se desplaza en el espacio como la luz revelando nuevos pasajes; el
descenso a sus furtivas fronteras aglutina sus vivencias, conocimientos, inquietudes y anhelos para
irrumpir en la inagotable fuente de colores de un arte que es la expresión de su existencia. Ella es
la sensualidad que se desliza en la multiplicidad de colores y trayectorias, la curiosidad reflexiva
que se deja entrever entre transparencias y pliegues de un plano sobre otro, el fuero interior,
reunidos entre armonías y tensiones cromáticas; pero también, la naturaleza impetuosa y
autónoma que irrumpe su obra en el destello de la línea irregular que atraviesa o rasga el plano de
color. Su encuentro con la luz concilia con la sensibilidad y dinamismo del color, en ocasiones,
orientado a penetrar el material rígido del vidrio, en otras, como posibilidad de crear una danza
entre la estructura urbana tangible, las formas y los colores del espacio. Al apropiarse de la luz
como 'testigo' se desplaza entre la pureza del color, sin matices ni claroscuros, para exponer la
sutil percepción que avista de la naturaleza, a la vez que muestra su luz intelectiva, lo que permite
acercarse en esos espacios visibles de su sensibilidad. Se podría afirmar que frente a su obra se
produce una dualidad entre lo que está afuera y lo que está adentro.
En un ambiente en el cual los hombres han tenido mayor visibilidad, Mercedes Pardo se
impuso y aun se impone desde su presencia creadora: mujer, esposa, madre, docente y artífice de
un prolífico trabajo plástico que cautiva desde el ritmo y el manejo de los planos cromáticos o
climas de color en el espacio, siendo este su principal inquietud. En sus obras se manifiesta la
presencia de cierta sonoridad como el estruendo que rasga el plano en Cromática 8 (1974), el
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ritmo sereno que se desplaza sobre una superficie en Después de la lluvia (1989) o el tintineo
causado por el encuentro entre fragmentos coloridos como si de vidrios se tratara.
La luz se compone de colores que son percibidos dependiendo de la longitud de las ondas
emitidas por el Sol, por tal razón, el color como luz penetra en la materia y en la razón. Ante su
obra es inevitable acariciar fugazmente el pensamiento del filósofo Plotino, para quien el fuego
como elemento adquiere una posición elevada al poseer en sí los colores, y ser el medio de
iluminación de las formas porque es razón e idea. Ese fulgor es el que va al encuentro de
Mercedes Pardo en una Venezuela que para ese entonces demandaba ideas transformadoras
destinadas a una sociedad con una visión humanista, orientada hacia la convivencia entre el
entorno y la naturaleza creadora.
El espacio ejerce un papel fundamental en sus planteamientos: por un lado, otra visión de
construcción de espacios desde una perspectiva en la que el color y la forma penetran el soporte,
entablando diálogos esbozados con anterioridad en sus collages. Por el otro, el espacio como
indagación, descubrimiento y comprensión compilados en la formación intelectual; Mercedes
Pardo, desde su innata curiosidad por la observación, estimuló el estudio de la Historia del arte y
de las diversas expresiones plásticas de los maestros, legado que obtiene de Monsanto, Quintana
Castillo, Lothe, entre otros. Para ella, “la formación es el sustrato” por lo que la pedagogía debe
estar encaminada a encontrar lo más esencial en el estudio de los maestros. En 1959 funda la
sección pedagógica del Museo de Bellas Artes de Caracas, en 1977 ejerce la dirección del Taller de
Expresión Artística Infantil de la Fundación Eugenio Mendoza, orientado a estimular las
capacidades creativas, las probabilidades y limitaciones de la diversidad de soportes, así como la
posible maleabilidad que podían ofrecer los distintos instrumentos de expresión plástica en el
niño. La puesta en marcha de estos talleres fue un reflejo del interés de la artista por el respeto a
la libertad en los procesos creativos y a la formación de hábitos necesarios como la solidaridad, el
respeto y el cuido de los materiales; del mismo modo, la capacidad de fomentar espacios para los
intercambios de ideas entre los grupos.
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pluriculturalidad y la diversidad rítmica de los climas que enaltecen cada paisaje de nuestro
territorio. Color y estructuras que se tensionan, agrupan, desplazan, tintinean conservando entre
ellos, el respeto inculcado a sus estudiantes, el mismo que debe habitar en cada venezolano.
Milena Matos
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