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dario melossi. .

massimo pavarini

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siglo veintiuno argentina


siglo veintiuno de colom
AV. í a . 17-73 PRIMER PISO. BOGOTA. D.E. C O lO M fil

edición al cuidado de jorge tu


p o rtad a de anhelo hernández
prim era edición en español, 1!
(C) siglo xxi editores s. a.
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prim era edición en italiano, 1


© il m ulino
título o rig in al: car ex're e fabbi
del sistema penitenziario
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impreso y hecho en rnéxico
printed an d m ade in ínc-xico

Digitalizado por: Micheletto - H. Sapiens Historicus


IN D IC E

PRESENTACIÓN

C A R C EL Y FABRICA. L O S O R IG E N E S D E L SISTEM A
P E N IT E N C IA R IO {SIGLOS X V I-X IX )

INTRODUCCIÓN

PA RTE I. CARCEL Y TRA B A JO EN EU R O PA Y EN IT A L IA


EN E L P E R IO D O DE LA FO R M A C IÓ N D EL M O D O
D E P R O D U C C IÓ N C A PIT A L IS T A , por D A R IO M ELO SSI

1. CREACIÓN DE LA INSTITUCION CARCELARIA MODERNA EN


INGLATERRA Y EN EUROPA CONTINENTAL ENTRE LA SEGUNDA
MITAD DEL SIGLO XVI Y LA PRIMERA MITAD DEL SIGLO XIX

i. Bridewells y woekhouses en la Inglaterra isabelina, 29; ir. L a Rasp-


huis de Amsterdam y la m anufactura, 35; m . Génesis y desarrollo de
la institución carcelaria en los otros países de Europa, 44: iv. U lterio­
res vicisitudes de la institución en la experiencia inglesa, 55; v. Cons­
trucción de la m oderna práctica carcelaria en E uropa continental,
entre el Iluminism o y la prim era m itad del siglo xix, 73

A / f
i. GENESIS DE LA INSTITUCION CARCEI.ACIA EN ITALIA

i. Siglo x v i y siglo xvir, 9 2 ; n . El siglo xv iii, 97; m . Desde el periodo


napoleónico hasta antes de la U nidad, 114

PA R T E II . LA IN V E N C IÓ N P E N IT E N C IA R IA : LA E X PE R IE N C IA
D E LOS ESTADOS U N ID O S D E A M ÉRICA EN LA
PR IM E R A M IT A D D E L SIG L O X IX , por M A SSIM O PA V A R IN I

1. I.A ERA JACKSONIANA. DESARROLLO ECONOMICO, MARGINALIDAD


Y POLÍTICA DE CONTROL SOCIAL

i. Propiedad inm obiliaria e institución fam iliar como aspectos del


control social en el periodo colonial, 135; n. El cuadro estructural:
de una sociedad agrícola a una economía industrial, 147 [a) El pe­
riodo posrevolucionario: procesos de acumulación y economía m er­
cantil, 147; b) 1Í1 despegue industrial (1820-1860), 153]; rn. Pro­
cesos disgregativos y nueva política de control social: 'a hipótesis ins­
titucional, 158; iv. El nacim iento de la penitenciaría: de W alnut
Street Jail a la prisión de A uburn, 165; v. Las formas de explota­
ción y la política del trab ajo carcelario, 173
6 ÍNDIGB

2. LA PENITENCIARÍA COMO MODELO DE LA SOCIEDAD IDEAL 189


i. L a cárcel como “fábrica de hombres”, 189; n. L a doble identi­
dad : “criminal-encarcelado” y “ no propietario-encarcelado” , 191; m.
T h e penitentiary system: el nuevo modelo del poder disciplinario, 195
[a) Soiitary confinem ent\ la hipótesis carcelaria filadelfiana, 190; 6)
Silent system : el modelo de Auburn, 204]; iv. El producto de la m á­
quina penitenciaria: el proletariado, 209; Apéndice i: la subordina­
ción del hombre para convertirse en ser institucionalizado. (Encuesta
en la penitenciaria de f'iladelfia en octubre de 1831.), 211; Apén­
dice ir: la soberanía adm inistrativa en el régimen del silent system.
(Conversaciones sostenidas con G. Barret, B. G. Smith y E. L ynds.),
219

3. CONCLUSIONES : RAZÓN CONTRACTUAL Y NECESIDAD DISCIPLINAR


EN LOS ORÍGENES DE LA PENA PRIVATIVA DE LA LIBERTAD 226

ÍNDICE DE NOMBRES 234


P R E S E N T A C IÓ N
\

P ara el inv estig ado r (ita lia n o ) q u e esté interesado en los orígenes de
las instituciones p en iten ciarias, el m om ento presente es u n periodo
interesante. E n noviem bre de 1976 se publicó p o r fin en Ita lia el texto
de F o u c a u lt Vigilar y castigar. Y hoy ap arecen , reunidos orgánica­
m en te en u n volum en, dos ensayos im p o rtan tes de D ario Melossi y
M assim o P a v a rin i: u n o d ed icad o a las relaciones existentes entre
cárcel y tra b a jo en E u ro p a y en Ita lia , en tre el siglo xvi y la prim era
m ita d del siglo x ix , y el o tro a las experiencias p enitenciarias de E sta­
dos U n id o s de A m érica en la p rim e ra m ita d del siglo xix.
El interés, p o r cierto, n o es solam ente histórico: revisar los orí­
genes del sistem a p en itenciario en E u ro p a y en los Estados U nidos sig­
nifica, en realid ad , e n c o n tra r las razones de fondo que explican la
crisis del sistem a carcelario actu al, y plantearse el problem a de la ho­
m ogeneidad en tre las instituciones carcelarias y los m odelos económicos
y políticos de n u e stra sociedad. Al d ecir esto no querem os afirm ar que
cu alq u ier investigación h istó rica d eb a tener, o ten g a siem pre, como
fin alid ad u n a m ejo r com prensión del presente, pero los ensayos de
Melossi y P av arin i, y en o tro sentido la o b ra d e F o u cau lt, son útiles
p a ra este fin, pues el m éto d o que utilizan su m in istra m odelos de in­
vestigación susceptibles de aplicarse, en sus presupuestos generales, a
sociedades y a periodos distintos de los que ellos ex am inan. L a reflexión
del m o m en to a ctu al se h ace u n a consecuencia obligada, y ello les da
a estas investigaciones u n a a c tu a lid a d indiscutible.
E l d a to com ún, que se hace evidente ta n to en la o b ra d e F oucault
com o en la extensa y en m uchos sentidos original sistem atización hecha
po r M elossi y Pavarini d e u n m aterial bibliográfico poco conocido o
desconocido p o r com pleto en Ita lia , es la inversión que hacen de un
cierto m odo de considerar a la cárcel com o u n a institución aislada
y se p a ra d a del contexto social. L a cárcel, y las dem ás instituciones de
confinam iento, son lugares cerrados, y p o r lo tan to están aislados y
separados de la sociedad libre, p ero esta separación resulta m ás a p a ­
ren te q u e real, ya que la cárcel no hace m ás q u e m an ifestar o llevar
al paroxism o m odelos sociales o económ icos d e organización que se
in te n ta n im p o n er o que ya existen en la sociedad.
F o u c a u lt p o r u n a parte., y Melossi y Pavarini p o r la otra, siguiendo
m étodos y proyectos ideológicos m uy diferentes, llegan a la m isma
conclusión, que. se puede considerar ya como el p u n to de p artid a de la

[7]
3 PR E S E N T A C IÓ N

investigación histórica actual de las instituciones penitenciarias. P ara


Foucault la cárcel es el m ejor ejem plo del poder disciplinar ejercido
en el contexto social po r quien detenta el p oder; modelo que asume
aspectos casi metafisicos, y que pierde, precisam ente por su abstrac­
ción y generalización, u na dimensión histórica precisa. F oucault exa­
m ina el nacim iento de las instituciones carcelarias y de las otras ins­
tituciones de confinam iento en Francia al final del siglo xviii y p rin ­
cipios del x ix , pero, p a ra el, el haber descubierto el m odelo de orga­
nización penitenciaria tiene tal im portancia que pretende haber des­
cubierto un esquem a universal que se va a reproducir, sin modificarse,
a pesar de los cambios que suceden en la sociedad francesa desde el
principio del siglo x ix hasta nuestros días.
P ara F oucault im porta m ás el descubrim iento de este modelo de
control disciplinar y de sus mecanismos abstractos de funcionam iento
que las m odalidades concretas de gestión del sistema peniten­
ciario y de los otros instrum entos de control social (escuela, hospital,
hospicio, cuartel, fábrica, etc.) en el periodo que analiza. Así, no re­
sulta sin fundam ento preguntarse si efectivam ente han funcionado los
organigram as de control norm al aplicados p or la sociedad burguesa, e
interrogarse tam bién a qué exigencias de poder corresponden, y si
concretam ente h an obtenido los resultados p a ra los cuales se institu­
yeron.
M uy distinto es el m étodo que siguen Melossi y Pavarini en la
individuación de las relaciones concretas existentes entre cárcel y o r­
ganización económ ica y política de la sociedad. Para ellos la preocu­
pación por situar la cárcel en u n contexto histórico preciso constituye
el hilo conductor de la investigación, a la vez que constantem ente
intentan com parar los esquemas teórico-interpretativos que proponen
p a ra explicar prim ero la génesis y después el desarrollo de los distintos
sistemas penitenciarios y la concreta incidencia que tienen las institu­
ciones penitenciarias en la organización económ ica y social que están
analizando.
Verem os cómo tam poco este m étodo está libre de un cierto m eca­
nismo, en p articu lar p a ra los periodos históricos y p ara aquellas reali­
dades nacionales — entre las que se encuentra Ita lia — en las que las
hipótesis de trab ajo y las tentativas de explicación propuestas para
otras situaciones encuentran menos correspondencia en la realidad con­
creta. Pero, de todos modos, estamos frente a contribuciones de gran
interés que estim ulan el análisis d e las relaciones existentes entre la
cárcel y las diferentes situaciones socioeconómicas, y el papel que des­
em peñan actualm ente las instituciones penitenciarias.
Este m étodo de trabajo aparece claram ente desde las prim eras
páginas de la obra de Melossi Carcere e lavoro in Europa e in Italia
P R E S E N T A C IÓ N 9

nel periodo della form azione del modo di produzione capitalistico [C ár­
cel y trabajo en E uropa y en Ita lia en el periodo de la form ación del
m odo de producción capitalista]. Los Bridewells y los Workhouses de
la In glaterra isabclina, como los Rasp-huis de Am sterdam , se encuen­
tra n y se conectan con exigencias económicas y de m ercado m uy pre­
cisas, en u n a perspectiva com pletam ente nueva, al menos en el con­
texto de la bibliografía carcelaria italiana.
Los orígenes del internam iento obligado en la Inglaterra de la se­
gunda m itad del siglo xvi, en el que se recogen ociosos, vagos, ladrones
y delincuentes menores p a ra obligarlos a hacer trabajos forzados bajo
u n a rígida disciplina, y la m ultiplicación, siguendo el modelo que se
experim entó en el castillo de Bridcwell, de correccionales en numerosos
lugares de Inglaterra, se consideran a la luz de las hipótesis de M arx,
tan avanzadas en su tiem po, sobre la necesidad d e enfrentar con ins­
trum entos represivos a las grandes masas de ex trabajadores agrícolas
y de desbandados que, como consecuencia de la crisis irreversible del
sistema feudal, se desplazan h acia las ciudades, sin que la naciente
m an u factu ra sea capaz de absorberlos con la m ism a rapidez con que
ellos abandonan el cam po. E n esta prim era fase, la segregación no
se debe tan to a una necesidad de destrucción o elim inación física sino
más bien a la utilización de m ano de obra, o quizás incluso a la ne­
cesidad de adiestrar p a ra el trabajo m anufacturero a ex campesinos
reacios a someterse a los nuevos mecanismos de producción.
Se hace el mismo análisis, de m anera m ás cuidadosa, de las casas
de trabajo holandesas de la prim era m itad del siglo xvn, de cuya o r­
ganización emerge nítidam ente que el propósito era el aprendizaje
forzado de la disciplina de fábrica. Con toda objetividad se dem uestra
que este fin era más im portante que el de control del m ercado de tra ­
bajo, aunque no sea m ás que p o r la im portancia relativam ente restrin­
gida que en aquel periodo histórico tuvieron tales instituciones.
L a precisión es im portante, porque cuando se cede a una excesiva
sobrevaloración, generalización del fenómeno, se corre el riesgo, una
vez encontrada un a fórm ula interpretativa, de extender su alcance
y aplicarlo m ecánicam ente a situaciones en que la cárcel, o la casa
de trabajo, si se prefiere, tiene dimensiones tan insignificantes que no
es posible atribuirle funciones de control social o alguna incidencia so­
bre el m ercado de oferta y dem anda del trabajo.
H ab ría que ser más bien cauto cuando se precisa que “el secreto
de las W orkhouses o de las Rasp-huis [ . . .] consiste en representar en
térm inos ideales la concepción burguesa de la vida y de la sociedad,
en p rep a ra r a los hombres, en concreto a los pobres y a los proletarios,
p a ra que acepten u n orden y u n a disciplina tales que los haga ins­
trum entos dóciles de la explotación”, o en sostener tout court — y es
10 PR ESEN TA C IÓ N

ia conclusión a la que llegan R uschs y K irchheim er— que “la prim era
form a de la cárcel m oderna [ ...] está estrecham ente ligada con las
casas-de-corrección-m anufactureras” . H acer esto es atribuir a la na­
ciente burguesía m anu factu rera y a su organización social una im por­
tancia y u n a capacidad que en realidad sólo se dio en experiencias
ciertam ente emblemáticas, pero cuya im portancia fue m uy lim itada
cuantitativa y territorialm ente.
L a relación existente entre cárcel y m ercado de trabajo, entre in­
ternación y adiestram iento p a ra la disciplina fabril no se puede poner
en duda después de la investigación de Melossi y Pavarini, pero al
lado de esta lógica económ ica existen probablem ente otras que no son
simplemente coberturas ideológicas o justificaciones éticas. L a clave
p ara un a reconstrucción de la función global de las instituciones se-
gregatorias en el largo periodo de su gestación entre el siglo xvi y el si­
glo xvnr, probablem ente está en u n a perspectiva que considere tam bién
otros com ponentes, ciertam ente contradictorios y menos racionales, que
volvemos a encontrar en las actuales instituciones carcelarias y
que abarcan un am plio abanico de motivaciones, a veces claram ente
m istificatorias, pero u n a vez que o tra reales, y que van desde las exi­
gencias de defensa social hasta el m ito de la recuperación y reeduca­
ción del delincuente, desde el castigo punitivo en sí h asta los modelos
utópicos de microcosmos disciplinarios perfectos.
Es cierto, sin embargo, que el análisis interpretativo que destaca
las reducciones entre el origen de las instituciones carcelarias, la difu­
sión de la pena consistente en detener al culpable y el m odo de pro­
ducción capitalista contribuye de m an era determ inante a la com pren­
sión del fenóm eno y desm antela definitivam ente los mitos y los lugares
comunes de la inm utabilidad de la cárcel a través de los siglos. En este
sentido, es particularm ente convincente la relación de interdependencia
entre las cam biantes condiciones del m ercado de trabajo, el brusco
descenso de la curva del increm ento demográfico, la introducción de
las m áquinas y el pasaje del sistema m anufacturero al sistema de fá­
brica propiam ente dicho, por u n lado, y el súbito y sensible em peora­
m iento de las condiciones de vida en las cárceles, por el otro, a p a rtir
de la segunda m itad del siglo xvilj en In g laterra y en los otros países
europeos que se industrializan rápidam ente. Es en este periodo, en
efecto, cuando en las cárceles se d ejan de practicar formas de trabajo
productivo y com petitivo y comienza a prevalecer u n sistema intimi-
datorio terrorista de gestión que se perpetúa d urante el siglo x ix y
tam bién posteriorm ente. L a correlación entre los sistemas de organi­
zación carcelaria y las exigencias del despegue industrial y del control
terrorista del proletariado, tiene fundam entos indiscutibles y se basa
en situaciones de hecho, tales como el notable desarrollo cuantitativo de
PR ESEN TA C IÓ N 11

las instituciones carcelarias y las terribles condiciones de vida en las


prisiones, descritas por reform adores del siglo xvm , en prim er lugar
por H ow ard.
L a tentación de explicar según este esquem a interpretativo otras
situaciones en las que faltan los presupuestos económicos y producti­
vos p a ra ligar el sistema carcelario con la línea de desarrollo de la
economía capitalista, hace menos convincente la investigación de la rea­
lidad italiana, y no tanto porque en la segunda p arte del ensayo de
Melossi éste se proponga aplicar sus concepciones a las prim eras ex­
periencias italianas del siglo xvi y x v u sino m ás bien porque al faltar
los presupuestos económicos y sociales que h agan plausibles la expli­
cación de la cárcel en función de las exigencias del m ercado de tra­
bajo y del m odo de producción capitalista, no se plantean otras expli­
caciones tentativas. Se llega así a la necesidad de hacer referencias
genéticas a exigencias de orden y de control social, las cuales por eso
mismo son revaloradas, puesto que, aunque en form a extrem adam ente
reducida y con u n a m ínim a incidencia cuantitativa, la experiencia de
internación existe tam bién en Italia.
Estas limitaciones están en p arte presentes en la indagación sobre
periodos posteriores, desde el setecientos hasta las experiencias de los
estados que precedieron a la unificación italiana. H ay que ser cons­
cientes de la enorm e dificultad que representa la organización de un
m aterial tan disperso y heterogéneo, debido a las distintas experiencias
políticas que hubo y a los distintos niveles de desarrollo económico de
los estados y regiones italianas, a lo que hay que añadir la carencia
de intentos de sistematización o valoración crítica, por lo que se ne­
cesita, en prim er lugar, recurriendo a las pocas fuentes existentes, com­
pletar la inform ación necesaria p a ra hacer la descripción de las insti­
tuciones carcelarias de internación existentes.
A pesar de todas estas dificultades, en la parte final del ensayo
aparecen algunas líneas seguras de interpretación, a p artir de las cuales
se puede concluir que en Ita lia n u nca existió la fase histórica en la
que la institución penitenciaria funcionó como adiestram iento p a ra la
fábrica o como control del m ercado de la fuerza de trabajo. En Italia,
la cárcel, que nació notablem ente m ás tarde que en otros países debi­
do al retraso con que se inició el desarrollo de las m anufacturas y p o r
ende de las fábricas, tuvo inm ediatam ente la función represiva y te­
rrorista que se le dio a principio del siglo xix al internam iento en las
naciones europeas más avanzadas. Se saltó así el pasaje, o la ilusión,
si se prefiere, de utilizar la institución carcelaria en el cuadro de las
exigencias de producción de la naciente economía capitalista.
Esta hipótesis, que podría ser u n a explicación convincente del
crónico atraso de las cárceles en Italia, desde su origen hasta nuestros
12 PR E S E N T A C IÓ N

días, se apoya en consideraciones de im portancia, tales corno la p e r­


m anencia de las relaciones precapitalistas en. el mezzogiorno y la fun­
ción que tiene el proletariado m eridional como integrante del ejército
de reserva laboral de la economía del norte del país y de los m is
avanzados países extranjeros a través del fenóm eno de la emigración
masiva. L as funciones de regulación del m ercado de trabajo y de
adiestram iento p a ra la fábrica que, en ciertos periodos históricos y a
veces de m an era m ás simbólica que real, h a ejercido la cárcel en p aí­
ses con u n a estructura económica y social m ás homogénea, en Italia
las sum inistraron otros instrum entos de control, entre los cuales so­
bresale la em igración interna e internacional. C uando en la segunda
m itad del siglo xix algunas zonas d e Ita lia alcanzaron los niveles de
producción de otros países europeos, la cárcel se adecuará en toda
la nación al modelo de instrum ento terrorista de control social, sin
que sea posible distinguir diferencia alguna de gestión entre las zonas
industrializadas del norte y las m ás atrasadas del sur, ya que estaban
unificadas bajo la m ism a adm inistración centralizada de las institu­
ciones penitenciarias.
C onvendría más bien preguntarse si esta tentativa de sistematiza­
ción del origen y constante atraso del sistema carcelario italiano se da
tam bién en otros países de la cuenca del M editerráneo, en los que
se dio u n atraso en el desarrollo económico sim ilar al de Italia, como
España, G recia o T u rq u ía. Si estas analogías se dieran reforzarían la
hipótesis de u n a línea de desarrollo de la cárcel característica de los
países subdesarrollados (evidentem ente en los prim eros decenios del
siglo p a sa d o ), e inducirían a u n a profundización tam bién en perspec­
tiva com parada de la indagación sobre la situación italiana, hasta ahora
dem asiado relegada al ser com parada con el nivel notablem ente más
avanzado de la investigación en países en los que la cárcel tuvo fu n ­
ciones económicas y sociales que no tienen com paración o correspon­
dencia, o en todo caso existe m uy alejada, con la realidad italiana.
Estas conclusiones problem áticas referidas a las vicisitudes históricas
de las instituciones carcelarias italianas encuentran una explicación
indirecta en los resultados a los que arriv a Massimo Pavarini en su
ensayo sobre “L a invenzione p enitentiaria: l’esperienza degli Stati
U niti D ’A m erica nella p rim a m m eta del xix secolo” [El origen de la
penitenciaría: la experiencia de los Estados U nidos de Am érica en
la prim era m itad del siglo xtx]. Y resultan m ás convincentes porque la
historia carcelaria de los Estados U nidos cuenta no sólo con u n a vasta
elaboración crítica, inexistente p a ra la situación italiana, sino tam bién
con un desarrollo lógico y una articulación de los sistemas peniten­
ciarios que ponen de m anifiesto, fuera de to d a discusión posible, las
P R E S E N T A C IÓ N 13

conexiones existentes en tre la cárcel y el desarrollo económ ico de


Estados U nidos del siglo x ix .
El eslabonam iento en tre las form as d e con trol social y el tip o de
econom ía agrario -fam iliar del periodo colonial, en tre las prim eras
experiencias de internación del periodo posrevolucionario y su p ro ­
gresivo perfeccionam iento en función de las exigencias productivas del
despegue industrial, están am p liam en te d o cu m entadas y fo rm an u n
esquem a ejem p lar de subordinación de la ideología p u n itiv a y p e n i­
tenciaria a las leyes del m ercado de trabajo.
Así, n o es casualidad que sea en Estados U n idos, a fines del siglo
x v m y principios del x ix , donde se inventan y se experim entan en
rá p id a sucesión histórica los dos sistemas p enitenciarios clásicos de
Filadelfia y d e A uburn, en los cuales el trab ajo reviste respectivam ente
u n a nuev a función p u n itiv a o bien se organiza según esquem as pro-
ductivistas y com petitivos. T am p o co es casualidad que m ientras en los
Estados U nidos los dos sistem as se usan y se ap lic an h a sta sus últim as
consecuencias (basta p en sar en la intervención d irecta de la in dustria
p riv a d a en la organización y gestión del tra b a jo carcelario en el es­
q u em a del contract syste m ), en E u ro p a, como lo hace n o ta r m uy bien
Melossi, la discusión sobre los m éritos y los defectos de los dos sistemas
se desarrolla en u n terren o p referentem ente ideológico y m oral. E n
efecto, en la E u ro p a d e la p rim era m itad del siglo x ix faltab a n los
presupuestos económicos y de m ercado necesarios p a ra cualquier u ti­
lización o in strum entación positiva del tra b a jo carcelario.
Pero tam bién en los Estados U nidos, como lo m uestra el m ism o
Pavarini, la relación d irecta en tre cárcel y tra b a jo productivo tuvo
u n a incidencia c u an tita tiv a y tem p o ral lim itad a, p o r lo cual m ás que
h a b la r de la cárcel com o fáb rica de m ercancías se debería h a b la r de
la cárcel com o p ro d u cto ra de hom bres, en el sentido de tran sfo rm a­
ción del crim inal rebelde en u n sujeto disciplinado y adiestrado p a ra
el tra b a jo de la fábrica.
E sta conclusión p erm ite a P avarini, en la segunda p arte de su
trab ajo , dedicado a la p en iten ciaría como m odelo de la sociedad
ideal, diseñar u n a com paración a rtic u la d a e n tre cárcel y fábrica,
en tre preso y obrero, e n tre co n trato de tra b a jo y p en a retributiva,
en tre subordinación en el tra b a jo y subordinación de encarcelado,
en tre organización coactiva carcelaria y organización coactiva econó­
m ica del trab ajo .
L a tesis resulta sugestiva, pero nos parece q ue peca de u n cierto
dogm atism o y de la m ism a tendencia a la generalización ab stracta
que constituye el lím ite de la o b ra de F o u cault. Si este tipo de com ­
paraciones entre cárcel y fáb rica fu eran válidos p a r a el periodo histó­
rico que se exam ina, es d ecir p a ra los años d e form ación del m odo
14 PR E S E N T A C IO N

de producción capitalista, ¿q u é conclusiones se pueden sacar de allí


p a ra fun d am en tar la tesis en el m om ento histórico actual, y en espe­
cial p a ra la realidad italiana?
Desde hace m ás de m edio siglo asistimos — sobre todo en los países
en los que el modelo cárcel-fábrica tuvo aplicaciones más concretas e
im portantes— a un proceso de m utación de la sanción detentiva hacia
otros instrum entos de control en libertad del transgresor y del delin­
cuente. Y no es posible sostener — como lo hace l-’oucault— que se
tra ta sim plem ente de u n afinam iento y u n a atom ización de los con­
tenidos de la pena carcelaria, que m an ten d ría así, intacto, su papel, su
función de instrum ento totalizante de pod er disciplinar. E n otros
países, como Italia, la cárcel, p o r sus deficiencias organizativas bien
conocidas, nun ca h a sido u n m odelo de control disciplinar y m ucho
menos de adiestram iento p a ra el trabajo productivo sino, por el contra­
rio, un modelo de desgobierno y de anarquía, incluso a nivel adm inis­
trativo y de control. L a estructura del trab ajo de fábrica h a tenido
ciertas modificaciones en los últimos 150 años, y aunque sigue en pie
el principio de la explotación de la fuerza de trabajo, la condición del
trabajad o r subordinado no es com parable con la del periodo del despe-,
gue industrial. Por últim o, en los países socialistas, el problem a de la
represión penal y de la organización penitenciaria ha seguido y sigue
esquemas que en p arte calcan los del m undo occidental.
Estos datos, ofrecidos aquí en form a sum aria y desordenada a la
atención del lector, exigen u n a sistematización teórica y un intento
de conciliación con la hipótesis totalizante del modelo carcelario del
siglo XIX,
Se tra ta de u n a verificación que se torna urgente, si es cierto, como
decíamos al principio, que la reflexión histórica sobre una m ateria
como las instituciones penitenciarias debe tener como objeto una m a ­
yor comprensión de lo que está sucediendo en el m om ento histórico
presente. Se tra ta de u n a verificación que esperamos la puedan cum ­
plir los autores de este volumen.

GUIDO NEPPI MODONA


C A RCEL Y FABRICA
« 3 S O R IG E N E S DEL SISTEM A P E N IT E N C IA R IO
(SIG L O S X V I-X IX )
Al publicar estas páginas queremos agradecer a todos aquellos que ayu­
daron y favorecieron su publicación.
E n prim er lugar a los profesores A . Baratía y F. Bricola, directores
científicos de la Investigación C N R , de la que form a parte este tra­
bajo. Su confianza nos perm itió, entre otras cosas, tener la oportunidad
de viajes de estudio al extranjero, algo de gran importancia para los
fines de este trabajo.
Queremos agradecer particularm ente al profesor G. N eppi M odona
por haber acompañado desde los primeros pasos nuestro esfuerzo para
la elaboración de este trabajo.
Q uerem os recordar con gratitud al profesor M . Sbriccoli, que con­
tribuyó con sugerencias y con críticas al m ejoram iento de varios aspec­
tos del presente trabajo.
Agradecemos, finalm ente, a nuestros colegas ingleses de las univer­
sidades de E dim burgo, Sheffield, Cambridge y Londres, por habernos
ayudado con cortesía y amistad, en oportunidad de nuestros estudios
en los institutos a los que ellos pertenecen.
IN T R O D U C C IÓ N

11 N uestro interés p o r la historia de las instituciones carcelarias coin­


cidió con el inicio de la crisis de estas instituciones en los últim os años
de la décad a del sesenta, de la que n o h a n salido todavía.
C om o siem pre sucede en los m om entos de crisis, nos sentim os im ­
pulsam os a p lan tearn o s algunas p reg u n tas que te n ía n que ver con la
naturaleza p ro fu n d a, con la esencia m ism a del sistem a carcelario. Nos
sorprendió entonces co m p ro b ar - —y tal co m probación a b arcab a ta m ­
bién el m odo de pensar que habíam os tenido, h a sta entonces— que
más allá de las posturas reform istas y tam bién d esoladoras del sistem a
carcelario,1 n ad ie p la n te a ra con c larid ad el p ro b lem a que nos aparecía
ra d a vez m ás com o fu n d a m e n ta l: ¿ P o r q u é la cárcel? ¿ P o r qué en
todas las sociedades in d u strialm en te desarrolladas esta institución cu m ­
ple de m a n e ra d o m in an te la función p u n itiv a, h a s ta el p u n to de que
cárcel y p e n a son considerados co m únm ente casi sinónim os?
Nos pareció q u e la crítica p rá c tic a de la institución, que en esos
años se m anifestaba rad icalm en te con m otines, haciendo v e r ca d a
vez m ás claram en te su irracio n alid ad , sugería la necesidad de in v en tar
instrum entos de crítica teó rica; instrum entos q u e fu eran capaces de
contestar a la p reg u n ta, sencilla e ingenua, que la crisis p ro fu n d a de
un fenóm eno social siem pre p la n te a respecto d el fenóm eno m ism o:
¿P a ra qu é sirve? F ren te a este fenóm eno, ¿ c u á l debe ser la p o stura
de aquel q u e en su tra b a jo in telectual se interesa p o r la clase tra b a ja ­
do ra y utiliza p o r tan to al análisis m arxista?
T am b ién nos p arecía que. el proyecto d e re fo rm a peniten ciaria,
que después de h a b e r sido pospuesto p o r decenios, surgió ag itad a-
m ente en esos días en el P arlam en to debido a la presión que se sen­
tía p o r los m otines y al tem o r q u e éstos p ro v o cab an e n la opinión
pública, estaba m uy lejos — si no en las fórm ulas legislativas sí en
el p lan team ien to teórico d el proyecto— de resp o n d er a u n q u e no fue­
ra m ás que en form a m ín im a n la ra d ic a lid a d con que se p lan te ab a
el problem a, rad icalid ad m ás estru ctu ral que política, ín tim am en te
co nectada con la m ism a razón de ser d e la institución.
E n sum a, e ra justo p reg u n tarse p o r q ué y de a cu erd o con qué

1 Pava. las publicaciones italian as vecicntes sobre la cárcel, véase O. Mos-


«:oni, “ II carccrc nella rcccntc p ubbücistica ita lia n a ” , en L a questione crim i­
nóle, 1976, pp. 2-3.

P 71
18 CAUCEL Y FÁBRICA j

criterios políticos, racionales, económicos (que se usan — o que se


espera sean usados— p a ra cualquier otro problem a social), el que
comete u n crim en debe cum plir la p en a en la cárcel (aunque esta;
pregunta, hecha varias veces, hace surgir interrogantes sobre los con- ¡
ceptos mismos de “delito” y “pena” ; más adelante aparecerá por qué i
resulta m ás productivo u n análisis de la “pena concreta” , de la
cárcel).
Así resultaba fundam ental p lantear com o objetivo de la investi­
gación en sí m ism a el origen de la institución ( ¡ porque debía tener
un origenj, pues p lan tear la preg u n ta destruía el m ito de que la cár­
cel siempre ha existido, como un objeto d ado in rerum natura). Y esto
no por u n am or visceral al historicismo (del cual es difícil sustraerse
en nuestra c u ltu ra ), sino porque en la m edida en que nos planteába­
mos el problem a histórico, es decir la génesis de la institución, ap a ­
recía cada vez más en prim er plano el aspecto estructural: la inves­
tigación histórica, separando capa por capa las incrustaciones que las
varias ideologías jurídica, penalística y filosófica habían ido deposi­
tando sobre la estructura de la institución, m anifestaba su trabazón
interna, su Bau m arxista.
Nos dimos cuenta entonces que de ningún m odo nosotros habíamos
sido los primeros en a n d a r este cam ino; estábamos siguiendo las hue­
llas de dos autores de la escuela de F ran ck furt de los años treinta:
George Rüsche y O tto K irchheim er.2 E n el interior de nuestro texto
aclaram os nuestra posición con respecto a los puntos m ás im portantes
de la investigación teórica sobre la institución carcelaria contenidos
en la obra de Rüsche y K irchheim er y en la de M ichel Foucault, de
reciente traducción al italiano.3
L a perspectiva de esta m ayéutica inicial consistió, por lo tanto,
en construir u n a teoría m aterialista (en el sentido m arxista de la p a ­
labra) del fenóm eno social llam ado cárcel; o, m ejor, extender para
la comprensión de este fenóm eno los criterios básicos de la teoría
m arxista de la sociedad.4
Llegamos así a establecer u n a conexión entre el surgimiento del
m odo capitalista de producción y el origen de la institución carcelaria
m oderna. Esle es el objeto de los dos ensayos que siguen. Lo cual de-

2 G. Rusche, O . K irchheim er, Punishm ent and social structure (1939),


N ueva York, 1968, de próxima aparición según la versión italiana de D . Mc-
lossi y M. Pavarini en II M ulino, Bologna.
3 M ichel Foucault, Surveiller et punir, París, G allim ard, 1975[Vigilar y
castigar, México, Siglo X X I, 1976],
1 Sobre la m etodología de aproximación al problema, véase D. Melossi,
“Crim inología e M arxism o: alie origini della questione penale nella societa
de ‘II C apitale’ ”, en L a questione crimínale, 1975, 2, p. 319.
IN TRO DU CCIÓ N 19

finió tem poral y espacialm ente nuestro objeto de m an era bastante pre­
cisa: el área tem poral y espacial o coinciden con e inciden en la form a­
ción de u n a determ inada estructura social, pues son un aspecto
particular de u n a estructura global. El objeto de este texto es la defi­
nición en térm inos expresos de esta realidad. Pero entonces es necesario
liacer previam ente u n a doble advertencia: sobre lo que precedió y lo
que ha seguido a tal objeto.

2] En un sistema de producción precapitalista la cárcel como pena


no existe; esta afirm ación es históricam ente verificable con la adver­
tencia de que no se refiere tan to a la cárcel como institución ignorada
en el sistema feudal cuanto a la p en a de la internación como priva­
ción de la libertad.
En la sociedad feudal existía la cárcel preventiva o la cárcel por
deudas, pero no es correcto afirm ar que la simple privación de la li­
bertad, prolongada por u n periodo determ inado de tiempo y sin que
le acom pañara ningún otro sufrim iento, era conocida y utilizada como
pena autónom a y ordinaria.
E sta tesis, que hace resaltar el carácter esencialmente procesal de
la cárcel m edieval, es casi universalm ente aceptada p o r la ciencia
histórico-penal; incluso quienes no aceptan esta interpretación, como
Pugh,* se ven obligados, después, a reconocer que los prim eros ejem­
plos históricos válidos de p en a carcelaria se encuentran en las postri­
merías del siglo xiv en Inglaterra, en oportunidad en que el sistema
feudal m ostraba ya síntomas de p rofunda desintegración.
Sin q uerer afro n tar — d ad a la naturaleza introductoria de estas
páginas— la discusión histórica del sentido de algunas penas particu­
lares (cárcel pro correctione, cárcel p a ra prostitutas y sodomitas, etc.)
se puede proponer u n a hipótesis teórica que dé razón, aunque no sea
más que en térm inos generales, de la ausencia de la pena carcelaria en
la sociedad feudal.
U n a correcta aproxim ación al tem a ve como m om ento nodal la
definición del papel de la categoría ético-jurídica del talión en la con­
cepción punitiva feudal; la naturaleza de equivalencia, propia de este
concepto, puede ser que en el origen no haya sido m ás que la subli­
mación de la venganza, y que se fu n d ara más que n ad a en un deseo
de equilibrio en favor del que había sido víctim a del delito cometido.

El delito —para citar la conocida tesis de Pasukanis— se puede considerar


como una variante particular del cambio, en el cual la relación de cambio
—como la relación de un contrato— se establece post factum, o sea después

8 R. K. Pugh. hnprisonm ent in medioeval England, Cambridge. 1970.


20
j
CÁ RCEL Y FABRICA

de u n a acción arb itra ria com etida por u n a de las p a rte s[...] la pena, p o r lo
tanto, actúa com o equivalente q u e equilibra el daño sufrido por la víctima.®

El pasaje de la venganza privada a la pena como retribución, el pasaje


de un fenóm eno casi “biológico” a categoría jurídica, exige como pre­
supuesto necesario el dom inio cultural del concepto de equivalencia
m edido como cambio por valores.
L a pena medieval conserva esta naturaleza de equivalencia incluso
cuando el concepto de retribución no se conecta directam ente con el
daño sufrido por la víctim a sino con la ofensa hecha a D ios; por
eso, la pena adquiere cada vez m ás el sentido de expiatio, de castigo
divino.
E sta naturaleza u n tanto híbrida — retñbutio y expiatio— de la san­
ción penal en la época feudal, por definición, no puede encontrar en la
cárcel, o sea en la privación de un quantum de libertad, su propia
ejecución.
E n efecto, respecto de la naturaleza de la equivalencia, “p ara que
pudiese aflorar la idea de la posibilidad de expiar el delito con un
quantum de libertad abstractam ente predeterm inado era necesario que
todas las formas de la riqueza fueran reducidas a la form a más sim­
ple y abstracta del trabajo hum ano m edido p o r el tiempo” ;7 en pre­
sencia, pues, de u n sistema socioeconómico — como el feudal— donde
no existía aún com pletam ente historizada la idea de “trabajo hum ano
m edido p o r el tiempo” (léase: trabajo asalariado), la pena-retribución,
como intercam bio m edido p o r valor, no estaba en condiciones de en­
contrar en la privación del tiempo u n equivalente del delito. Al con­
trario, el equivalente del daño producido p o r el delito se encontraba
en la privación de los bienes socialmente considerados como valores:
la vida, la integridad física, el dinero, la p érdida de estatus.
Por el lado de la naturaleza de la expiatio (venganza, castigo di­
vino) la pena no podía sino agotarse en u n a finalidad m eram ente satis­
factoria.
A través de la pena se quitaba el miedo colectivo del contagio, pro­
vocado originalm ente por la violación del precepto. E n este sentido, el
juicio sobre el crim en y el crim inal no se hacía tanto p a ra defender
los intereses concretos am enazados por el acto ilícito cometido sino
para evitar posibles, pero no previsibles y por ende no controlables,
efectos negativos que pudieran estim ular el crimen cometido. Por esc
era necesario castigar al transgresor, porque sólo así se podía evitar una

a E. B. Pasukanis, La teoría generóle del diritto e ti marxismo, Bari, 1975,


pp. 177-17». '
7 Jbid., p. 189.
IN TRO DU C CIÓ N 21

calam idad fu tu ra que podía poner en peligro la organización social,


lis debido a ese tem or del peligro fu tu ro que el castigo debía ser es­
pectacular y cruel, y provocar así en los espectadores una inhibición
total de im itarlo.
Si adem ás la justicia divina e ra el modelo con el que se m edían las
sanciones, si el sufrim iento se consideraba socialm ente como medio
eficaz de expiación y de catarsis espiritual como enseña la religión,
no existía ningún límite p a ra la ejecución de la p e n a ; de hecho, ésta se
expresaba en la imposición de sufrimientos tales que pudieran de algún
modo anticip ar el horror de la pena eterna. L a cárcel, en esta pers­
pectiva, no resulta medio idóneo p a ra tal objeto.
Existe, además, u n a hipótesis — en cierto sentido alternativa del
sistema punitivo feudal— en la que está claram ente presente la expe­
riencia penitenciaria: el derecho canónico penal.
L a afirm ación no es contradictoria con el carácter teocrático del
estado feudal; en efecto, es cierto que, aunque no com pletam ente,
en ciertos sectores particulares y en algunos periodos determ inados el
sistema canónico penal tuvo form as autónom as y originales que no se
encuentran en ninguna experiencia de tipo laico. Es difícil identificar
estos sectores y estos periodos debido a la p ro fun da com penetración
del p oder eclesiástico con la organización política m edieval: la im por­
tancia del pensam iento jurídico canónico en el sistema punitivo m e­
dieval varió de acuerdo con la influencia que el poder eclesiástico
tuvo ante el poder civil.
Las prim eras y em brionarias form as de sanción utilizadas por la
iglesia se impusieron a los clérigos que habían delinquido en alguna
form a; es m uy aventurado h ablar verdaderam ente de delitos; más
bien se tra ta ría de infracciones religiosas que resultaban desafiantes
de la autoridad eclesiástica o que despertaban u n a cierta alarm a so­
cial en la com unidad religiosa. E sta naturaleza necesariam ente híbrida
— al menos en u n prim er m om ento— explica bien por qué estas ac­
ciones provocaron, p o r p arte de la autoridad, u n a respuesta todavía
de tipo religioso-sacramental. Se entiende tam bién que se inspirara
ésta en el rito de la confesión y de la penitencia, pero acom pañándola
—debido a la índole específica de estas acciones— con otro elemen­
to: la fo rm a pública. Así nació el castigo de cum plir la penitencia en
u n a celda, hasta que el culpable se enm endara (usque ad correc-
tionem ).
E sta naturaleza terapéutica de la pena eclesiástica fue después, de
hecho, englobada, y por lo tan to desnaturalizada, p o r el carácter vin­
dicativo de la pena, sentida socialmente corno satisjaclio; esta nue­
va finalidad, este tiempo coactado usque ad satisfacúonem , acentuó
necesariam ente la naturaleza pública de la pena. Ésta sale entonces del
I
22 C A' R C E L Y FABRIG
' *

foro d e la conciencia y se convierte en in stitución social, y p o r eso s


ejecu ció n se h ace p ú b lica, se to rn a e je m p la r, con el fin de intim ida
y p rev en ir. A lgo de la fin a lid a d o rig in al — au n q u e no sea m ás que ■
n ivel d e v alo r— sobrevivió. L a p en iten cia, cu an d o se transform ó e:
san ció n p e n al p ro p ia m e n te d ich a, m a n tu v o en p a rte su fin alid ad d
c o rrecció n ; en efecto, esta se tran sfo rm ó en reclusión en un m onasteri
p o r u n tiem p o determ in a d o . L a separación to tal del m u n d o , el con
tac to m ás estrecho con el cu lto y la v id a religiosa, d a b a n al condenadi
la ocasión, p o r m ed io d e la m ed itació n , de e x p iar su culpa.
E l rég im en canónico p en iten ciario conoció varias form as. A dem á
de diferenciarse p o rq u e la p e n a se d eb ía cu m p lir en la reclusión dt
u n m o n asterio , en u n a celda o en la cárcel episcopal, tuvo distinta,
m a n e ra s d e ejecu tarse: a la p riv ació n de la libertad se añ ad iero n suj
frim ientos de o rd en físico, aislam iento en calabozo (celia, carcer, erj
g a stu lu m ) y sobre todo la obligación del silencio. Estos atributos, pro’
pios de la ejecución p e n ite n c ia ria canónica, tienen su origen en le
organización de la v id a co n v en tu al, m uy en especial en sus fonnaf
de m ás a ce n d rad o m isticism o. E l in flu jo que la organización religio­
sa d e tip o co n v en tu al tuvo sobre la realid ad carcelaria, fue d e tipc
p a rtic u la r; la proyección sobre el ám b ito público-institucional del ori­
g inal rito sacram en tal de la p en iten cia enco ntró su real inspiración en
la a lte rn a tiv a religioso-m onacal de tip o orien tal, co n tem p lativ a y as­
cética. Pero hay q u e ten er p resente, com o u n elem ento necesario para
el análisis, que el régim en p en iten ciario canónico ignoró com pleta­
m e n te el tra b a jo carcelario com o fo rm a posible de ejecución de la pena.
L a circu n stan cia d e la au sencia de la experiencia del tra b a jo car­
celario en la ejecución p en al can ó n ica puede clarificar el significado
que la organización eclesiástica atribuyó a la privación de la libertad
p o r u n perio d o d eterm in ad o . Parece, en efecto, que la p e n a d e cái'r
cel — com o se realizó en la experiencia canónica— atribuyó al tiem po
de in te rn am ie n to la función d e u n q u a n tu m de tiem po necesario para
la p u rificació n según los criterios del sacram ento de peniten cia; no
e ra p o r eso tan to la p rivación de la lib ertad en sí lo que constituía 1®
pena, sino sólo la ocasión, la o p o rtu n id a d p a ra que, en el aislamiento:
de la v id a social, se p u d ie ra alcan zar el objetivo fu n d am en tal de la!
p en a : el a rrepentim iento. E sta fin alid ad se debe e n ten d er com o en­
m ien d a o posibilidad de en m ien d a d elan te de Dios y no com o regene-,
ración ética y social del co n d en ad o -p ecad o r; en este sentido la pena;
n o p o d ia ser m ás que retrib u tiv a, fu n d a d a po r eso en la gravedad del
la c u lp a y no en la peligrosidad del reo.
L a n a tu ra le za esencialm ente penitencial de la cárcel canónica m a ­
n ifiesta c laram en te la posibilidad de su utilización con fines políticos;
p o r el co n trario , su existencia siem pre tuvo u n sentido religioso, com ­
in t r o d u c c ió n 23

prensible únicam ente en un rígido sistema de valores, orientados


Ideológicam ente a la afirm ación absoluta e intransigente de la pre­
sencia de Dios en la vida social; u n a finalidad, por tanto, esencialmen­
te ideológica.

3] L a segunda advertencia, es, al contrario, p a ra después del texto.


N o es u n a conclusión. Es más bien u n a prem isa p ara o tra investiga­
ción, que m ira a la crisis de la institución antes que a su origen. Tiene
que ver más con la desintegración de la estructura carcelaria que con
la construcción de ésta, que es el objeto del trabajo que sigue.
Éste se desarrolla a p a rtir del punto de vista del capitalismo com ­
petitivo de fines del siglo pasado y comienzos del actual (y ahí te rm in a ).
En el periodo que va desde los últimos decenios del siglo xix hasta la
m itad del siglo x x asistimos, en toda el área capitalista, a profundas
modificaciones del cuadro económico-social de fondo.s M odificaciones
en cuanto a aspectos fundam entales de nuestra situación actual: la
composición del capital, la organización del trabajo, la aparición de un
m ovim iento obrero organizado, la composición de las clases, el papel
del estado, la relación global estad o-sociedad civil.
L a distribución y el consum o caen bajo el dom inio directo del ca­
pital: la decisión sobre precios, la organización del m ercado a la p ar
del consenso devienen en la unificación. No sólo se potencian los ins­
trum entos tradicionales de control social, aquellas “áreas de la esfera
de producción” que existen desde el origen del capitalism o, sino que se
crean nuevos instrum entos. El nuevo criterio que rige es el de la capi-
laridad, de la extensión y la invasión del control. Y a no se encierra
a los individuos, se les sigue a donde están norm alm ente recluidos: fuera
de la fábrica, en el territorio. L a estructura de la propaganda y de
los medios de comunicación, u n a nueva y más eficaz red policiaca y
de asistencia social, son los portadores del control social neocapitalista:
se debe controlar la ciudad, el área urbana — éste es el motivo de fondo
por el que en los años veinte nace la m oderna sociología de las “des­
viaciones” en el m elting pot am ericano.
Si el m odo capitalista de producción y la institución carcelaria
(y otras instituciones subalternas) surgieron al mismo tiempo en una
relación determ inada, objeto del presente trabajo, las modificaciones
tan profundas que se h an dado en el nivel estructural han provocado
cambios im portantes en las mismas instituciones y en el com plejo de

8 Las observaciones que siguen se desarrollan más am pliam ente en Darío


Melossi, “ Istituzioni de controllo sociale e organizzazione capitalistica del la-
voro: alcunc ipotesi di ricerca [Instituciones de c o n tro l. social y organización
capitalista del trabajo: algunas hipótesis de investigación], en L a questione
crimínale, 1976, 2-3.
24 CÁ RCEL Y FÁUR1CA

los procesos de control social y de reproducción de la fuerza de tra ­


bajo. Las relaciones existentes entre un control social prim ario y con­
trol social secundario, así como la m ism a gestión de las diversas formas
de control, se alteran radicalm ente.
Rüsche y K irchheim er nos m uestran cómo, desde fines del siglo
pasado hasta los años cuarentas de este siglo, la población carcelaria
disminuyó sensiblemente en Inglaterra, Francia y Alemania. E n Italia
sucede lo mismo desde 1880 h asta hoy, con la (pequeña) excepción
del periodo fascista. L a disminución de la población en prisión se
acom paña del hecho, siempre más extendido (fuera de Ita lia ), de
m edidas penales de control sin pérdida de la libertad, como la proba-
tion, am pliam ente p racticada en los Estados Unidos. Es el surgim iento'
de un profundo m alestar cuyos síntomas ya se percibían en las postri­
m erías del periodo objeto de nuestra investigación:0 el sistema carce­
lario oscila más y más entre la perspectiva de la transform ación en
organism o productivo propiam ente dicho, siguiendo el modelo de lai
fábrica — lo que en el sistema moderno de producción significa e n e a -!
m inarse hacia la abolición de la cárcel como tal— , o la de caracterizarlo
como u n m ero instrum ento de terror, inútil p ara cualquier intento
de readaptación social. Así, d u ran te todo el siglo xx, y de acuerdo con
las distintas sistuaciones políticas y económicas, las perspectivas de
reform a cam inan en zigzag, con u n a progresiva disminución (para
cada reo y en la población) de penas carcelarias, por un laclo, y del
aum ento de represión p a ra ciertas categorías de reos o de delitos (sobre
todo en los m om entos de crisis política) p o r el otro. Los periodos en
que se tienden a vaciar las cárceles y a introducir regímenes benignos
y de readaptación social, se sobreponen, cada vez en form a m ás com­
pulsiva, a los periodos en que el aplicar frenos y el régimen duro se
vuelven o tra vez “necesarios” (en este sentido es típica la historia
de la reform a carcelaria en In g laterra desde el fin de la guerra hasta
el d ía de hoy) .10
T o d o esto se hace particularm ente evidente con la crisis de los
años sesentas, con la crisis actual. En esta ocasión el problem a carce­
lario no hace explosión solo sino que, sobre todo en Italia, va acom ­
pañado de un nivel m uy im portante de luchas obreras y de u n a crisis
social profunda que ataca a u n a serie de instituciones (escuela, hos­
pitales psiquiátricos, cuarteles y la mism a estructura fam iliar burg u esa).
No podemos detenernos en este punto, el cual exigiría una discusión
general que va m ucho m ás allá del objeto específico que tratam os.

* Véase más adelante la p, 71.


10 Véase R. Kinsey, “ RisocialLtzazionc e controllo nclle carceri inglesi” , cu
La questione crimínale, 1976, 2-3.
lN lltO D U C C IÓ N 25

liaste observar que — dado que todo el sistema de control se fu n d a­


m enta en las relaciones de producción (históricam ente determ inadas)
y dado que se rom pió este equilibrio en las fábricas— el intento de
restablecer el poder en las relaciones de producción obliga al capital
¡i ju g ar la carta de u n nuevo tipo de control social y a plantear en
form a radica], aunque desde su punto de vista, el problem a carcelario.
Así, un elem ento fundam ental p a ra la investigación — y es respecto de
este pun to sobre el que es im portante concluir— es hoy el intento de des­
cubrir — basándose en la nueva composición de la relación capital-
trabajo, con la que se está saliendo de la crisis (y naturalm ente el
prim er trabajo es m ostrar esta ú ltim a )— cómo se está dando el m o­
vimiento d e control social. ¿Se podría decir, por ejemplo, que nos en ­
contram os delante de un intento p o r reconstruir u n a nueva correspon­
dencia entre producción y control, como tan lim piam ente se im aginaba
en el modelo clásico del P anopticum bentham ista? Porque solamente
con u na claridad de análisis de este tipo será posible que el movi­
miento obrero proyecte u n a línea propia sobre el problem a carcelario
—pero, sobre todo, y más en general, sobre el problem a del control
social— que no sea ciegamente subalterna sino que se encuadre en
el m arco de un proyecto social global.
PARTE I

D A R IO M E LO SSI

C Á R C E L Y T R A B A JO E N E U R O P A Y EN IT A L IA
EN E L P E R IO D O D E LA F O R M A C IÓ N
D E L M O D O D E P R O D U C C IÓ N C A P IT A L IS T A
1. C R E A C IÓ N D E LA IN S T IT U C IÓ N C A R C E L A R IA
M O D E R N A EN IN G L A T E R R A Y EN E U R O P A
C O N T IN E N T A L E N T R E LA SEG U N D A M IT A D
D E L S IG L O X V I
Y LA P R IM E R A M IT A D D E L S IG L O X IX

I. “ BRIDEW ET,I.s” Y “ w O R K K O U S 'iC s” UN LA INGLATERRA ISABELINA

El proceso que crea a la relación del capital, pues, no puede ser otro que
el proceso de escisión entre el obrero y la propiedad de sus condiciones de
trabajo , processo que, por otra parte, transforma en capital los medios de pro-
dnrción y subsistencia sociales, y por otra convierte a los productores directos
on asalariados. La llamada acumulación originaria no es, por consiguiente,
más que el proceso histórico de escisión entre productor y m edios de pro­
ducción. Aparece como “ originaria ” porque configura la prehistoria del ca­
pital y del modo de producción correspondiente al mismo. La estructura
económica de la sociedad capitalista surgió de la estructura económica de
la sociedad feudal. La disolución de csia última ha liberado los elementos
lie aquélla.1

Este famoso p árrafo de M arx, en el que se describe el significado esen­


cial de la “llam ada acum ulación originaria” , es la clave necesaria para
leer los acontecimientos históricos que son objeto de esta investigación.
El mismo proceso, de escisión entre productor y medios de producción,
está en la base del doble fenóm eno de la transform ación de los medios
de producción en capital, p o r u n a parte, y de la transform ación del
productor directo ligado a la tierra en obrero libre, por la otra. El pro­
ceso se m anifiesta fenom énicam ente en la disolución económica, polí­
tica, social, ideológica y de costumbres, del m u nd o feudal. Aquí no
interesa el prim er aspecto de la cuestión: la creación del capital. U n
horizonte todavía más am plio de nuestra investigación está constituido
por el segundo aspecto: la form ación del proletariado . 2 “ El licencia-

1 KaH M arx, 11 Capitale, Rom a 1970, I, 3, pp. 172-173 [El capital, M é­


xico, Siglo X X I, 1975, i/3 , p. 893], Pero consúltese en general todo el capítulo
xxiv del libro primero.
2 Véase M aurice Dobb, Problemi di storia del capitalismo, Roma, 1972
[Estudios sobre el desarrollo del capitalismo, México, Siglo X X I, 1975], en p ar­
ticular los capítulos centrales: “El surgimiento del capital industrial” , “Acu­
mulación de capital y mercantilismo” y sobre todo “Crecimiento del prole-
(« riado” .

[2 9 )
30 G Á K CEI. Y T R A B A JO EN E L PER IO D O I>K FORM ACIÓN D E I. M PC

m iento de las m esnadas feudales, la disolución de los m onasterios, los


cercarnientos de tierras p a ra la cría de ovejas, así com o los cam bios
en los m étodos de lab ran za: cada u n o de estos factores desem peñó su
p ap el” 3 en la g ra n expulsión de los labrad o res de la tie rra que se p ro ­
d u jo en In g la te rra en los siglos x v y xvi. Pero, antes que n a d a , la
ineficiencia m ism a del m odo de prod u cció n feud al e ra la base — según
la clásica tesis do D obb— 4 de la c a d a vez m ás pesada carga de tra ­
bajo que se im ponía a la m asa cam pesina, la cual sólo p o d ía sustraerse
d e la m ism a a través del v ag ab u n d aje p o r el cam po o la fu g a hacia la
ciudad. Es la m ism a rudeza que las relaciones sociales asum en en
el m odo de pro d u cción feudal la que — con la agudización de la lucha
d e clases en el cam po, que e n c u e n tra su p rim e ra expresión en la
fug a de u n a situación ya insostenible— m a rc a el fin de este últim o .6
lil cam po, pero sobre to d o la ciu d ad , que ya represen tab an con el
desarrollo de la activ id ad económ ica, en p a rtic u la r del com ercio, un
polo d e atracció n im p o rtan te, com ienza a poblarse d e miles y miles
d e esos trab ajad o res expropiados convertidos en m endigos, v a g a b u n ­
dos, a veces bandidos, pero en general en m asas de desocupados.
M ás q u e en n in g ú n o tro fenóm eno, la d esp iad ad a ferocidad de clase
con la q u e el cap ital — con la ra p iñ a — se in crem e n ta a sí m ism o,
p en etran d o en el cam p o y expulsando d e él a las prim eras tropas del
fu tu ro p ro letariad o in d u strial de las ciudades, se m anifiesta en las
enclosures o f com m ons (expropiaciones de las tierras co m u n ales), que
M a rx definió en relación a su sanción legislativa en el siglo x v m , com o
“ decretos expropiadores del p ueblo” .6 Y a e n 1516, T h o m as M o ro , en
su U top ía , describía lúcidam ente el fen ó m eno :

Las ovejas[...] acostumbraban ser mansas y comían poco, pero ahora, se­
gún se dice, se han hecho voraces e indomables hasta el punto de comerse
a los hombres[...] En efecto, en los parajes en que se da una lana más fina
y por lo tanto más apreciada, los nobles y los señores[...] han rodeado toda
la tierra de cercas, para usarla como pastizales, y no han dejado nada para el
cuhivo[...] Y así, de un modo o de otro, tienen que abandonar la tierra
aquellos pobres desgraciados: hombres, mujeres, maridos y esposas, huér­
fanos, viudas, padres de familia ricos en hijos pero no en bienes, porque la
agricultura necesita muchas m anos[...] Y cuando, andando de aquí para

3 M aurice D obb, op. c it., p . 263 [p. 269]. Véase K a rl M arx, I I C apitale
cit., i,3, p p . 174w. [t. i/3 , pp. 896íj.].
4 P a ra la discusión sobre la crisis del m odo de producción feudal, véase la
introducción de R . Z ang h eri al libro de D obb, y la bibliografía q u e allí se da.
0 V case M aurice D obb, op. cit., pp. 76-80 [pp. 70íí.]
0 K arl M arx, I I C apitale cit., i, 3, p. 183 [t. i/3 , p. 906], Sobre las enclo­
sures, véase G. E. M ingay, Enclosures a n d th e sm all fa rm er in th e age o f the
industrial revolution, Londres, 1968 y la am plia bibliografía ya citad a.
[MIRACIÓN D E LA IN S T IT U C IÓ N CARCELARIA M ODERNA 31

illá, han gastado rápidam ente todo lo que tienen, ¿qué m ás les queda sino
robar, y ser ahorcados, cual conviene, o ir m endigando p o r esos m undos de
Dios?7

M arx describe con claridad la m anera cómo, en u n prim er m om ento,


el poder del estado reaccionó ante este fenómeno social de proporcio­
nes inauditas:

Los expulsados po r la disolución d e las m esnadas feudales y p or la expro­


piación violenta e interm iten te de sus tierras — ese pro letariad o libre como
el agua— , no podían ser absorbidos por la n aciente m an u factu ra con la
mism a rapidez con que eran puestos en el m undo. P o r otra parte, las p e r­
sonas súbitam ente arrojadas de su órbita habitu al d e vida no podían a d a p ­
tarse de m an era tan súbita a la disciplina de su nuevo estado. Se transfor­
m aron m asivam ente en m endigos, ladrones, vagabundos, en p arte p o r incli­
nación, pero en los m ás de los casos forzados p o r las circunstancias. D e ahí
que a fines del siglo xv y durante to d o el siglo xvi p ro liferara en toda Euro-
fia Occidental una legislación sanguinaria contra la vagancia. A los padres
de la actual clase obrera se los castigó, en un principio p or su transform ación
forzada en vagabundos e indigentes. La legislación los tratab a com o a d elin ­
cuentes “voluntarios?’: suponía que de la buena voluntad de ellos dependía
el que continuaran trabajando bajo las viejas condiciones, ya inexistentes.8

Siguen después, en las páginas de M arx, ejem plos de la legislación


terrorista que en los siglos xiv, xv y xvi se va desarrollando contra el
fenómeno del vagabundeo, la m endicidad y — aunque sólo en form a
secundaria— crim inalidad, respecto del cual las estructuras tradiciona­
les medievales, basadas en la caridad privada y religiosa, eran im po­
tentes. Además, la secularización de los bienes eclesiásticos que siguió
a la R eform a, en E u ro p a continental y en Ing laterra, tuvo el doble
efecto de contribuir a la expulsión de los campesinos de los fundos
de propiedad de la iglesia y a d e ja r sin sostén alguno a todos aquellos
que vivían de la caridad de los m onasterios y de las órdenes religiosas.
Por eso, a m edida que crece el fenómeno de proletarización, las m e­
didas de terror van dism inuyendo en eficacia3 y, por otro lado, el desa­
rrollo económico, y en p articu lar de la m anu factu ra, absorbe cada
vez m ás fuerza de trabajo procedente del cam po. Y a en 1516 Thom as
M oro indicaba como única solución lógica la necesidad de ocupar

7 Tilomas Moro, L ’Utopia o la migliore forma di Repubblica, Bari, 1971,


pp. 42-43.
8 K arl M arx, II Capitale cit., i, ¡3, pp. 192-193 [t. i/3 , p. 91!!].
a Véase Thomas Mo:o, op. cit., p. 52.
32 CÁ RCEL Y TRA BA JO EN E L PERIODO DE I'ORM ACÓN DEL MPC

útilm ente a “esta turba de desocupados” .10 U n estatuto de 1530 esta­


blece el registro de los vagabundos, introduciendo u n a prim era distin­
ción entre aquellos que estaban inhabilitados p a ra tra b ajar (im potant)¡
a quienes se les autorizaba m endigar, y los otros, que no podían re­
cibir ningún tipo de limosna, bajo pena de ser azotados hasta
sangrar.11 Los azotes, el destierro y la ejecución fueron los principales
instrum entos de la política social en In g laterra hasta la m itad del siglo,
en que los tiempos m aduraron, evidentem ente, p a ra que surgiera una
experiencia que se m anifestó como ejem plar. A petición de algunos
elementos del clero inglés, alarm ados por las proporciones que la m en­
dicidad había alcanzado en Londres, el rey les perm itió usar el castillo
de Bridcwell p a ra recoger allí a los vagabundos, los ociosos, los ladro­
nes y los autores de delitos menores.12 L a finalidad de la institución,
conducida con férrea mano, era la reform a de los internados por medio
del trabajo y de la disciplina. Además, estaba concebida p a ra desa­
nim ar a otros del vagabundeo y de la ociosidad, así como p a ra asegu­
rar, de m odo no secundario, su propio m antenim iento.13 El trabajo
que allí se hacía era del ram o textil, como lo exigía la cpoca. El expe­
rim ento se debe haber visto coronado por el éxito si, en poco tiempo,
houses of correction, que se llam aban indistintam ente bridewells, sur­
gieron en varias partes de Inglaterra.
Pero fue sólo con las disposiciones de la Poor L aw de la reina
Isabel, que perm aneció casi sin cambio hasta 1834, que se le dio una
prim era dirección unívoca y general al problem a. Con u n a ley de
1572 se organizó un sistema general de relie¡ [subsidio] que tenía como
base a la parroquia, p o r el cual los habitantes de ésta, m ediante el
pago de un im puesto p ara los pobres, debían m antener a los “im potent
poor” que vivían en esa localidad, m ientras que a los “ rogues and
vagabonds” se les debía sum inistrar trab ajo .11 Sin embargo, debido a
que para este fin era destinado sólo el dinero que sobraba del relief para

10 Ib id ., pp. 45«.
11 Véase F. Piven y R. A. Clow ard, Hegulating the poor, Londres, 1972,
p. 15.
12 Véase A. V an der Slice, “ Elisabethan houses of corrcctioii” , en Journal
of American Inslilute of Criminal l.aw and Criminoloi’y, xxvm (1936-1937),
p. 44; A. J. Copeland, “Biidewell Royal H ospital” , en Past & Prescnt, 1088;
M ax G rünhut, Penal reform, O xford, 1918, p. 15; S. & B. W cbb, English
prisons under local governm ent, Londres, 1963, p. 12.
13 V éase M ax G rünhut, op. cit., pp. 15-16. y A. V an d er Slicc, np. cit.,
p. 51.
14 V éase F. M . Edén, T h e stale of the poor, Londres, 1928, p. 16; G. Rüsche
y O . K irchheim cr, Punishm ent and social struclure, Mueva York, 1968, p. 41;
F. Piven y R. A. Cloward, op. cit., pp. 15-16; M;i>: G rünhut, op. cit., p. 16; A.
V an der Slice, op. cit., p. 16.
(¡REACIÓN DE L A IN S T IT U C IO N CARCELARIA M ODERNA 33

los inhábiles,1B de hecho el segundo fin no se logró y los desocupados


continuaron siendo objeto de represión.10
C uatro años después el problem a fue afrontado a través de la
parroquia, extendiendo a todo el país las casas de corrección que
debían servir sea p ara d a r trabajo a los desocupados, sea p a ra obligar
a tra b a ja r a quien se rehusaba a hacerlo.17 Se tra ta b a de instituciones
que, siguiendo el modelo de la prim itiva Bridewell, se com ponían de
un a población bastante heterogénea: hijos de pobres “con la intención
de que la juventud se acostum bre y se eduque en el trabajo”, desocu­
pados en busca de trabajo, aquellas categorías que ya vimos que po­
blaron las prim eras bridewells: p e tty ojfenders, vagabundos, ladron­
zuelos, prostitutas y pobres rebeldes que no querían trab ajar.18 L a
diferencia en el trato, si se d ab a alguna, era in terna a la institución
y consistía en el distinto grado de rudeza del trabajo. Negarse a tra ­
bajar parece haber sido el único acto que se consideraba de intención
crim inal, pues en la ley de 1601 — juzgada equivocadam ente como
el estatuto principal de la O íd Poor ha w , cuando de hecho no es
más que el complemento de la legislación anterior— se facultaba al
juez p a ra enviar a la cárcel com ún (com m on gaol) a los ociosos tes­
tarudos.1” Pero es necesario adem ás aclarar qué significaba “ negarse
a tra b a ja r” en el siglo xvi. U n a serie de leyes publicadas entre el siglo
xiv y el xvi establecían u n a tasa m áxim a de salario arriba de la cual
estaba prohibido p actar (y penalm ente san cio n ad o ); no había ninguna
posibilidad de contratación colectiva de trab ajo : y hasta se llegó a
determ inar la obligación del trab ajad o r de aceptar el ofrecimiento del
primero que le pidiera trab ajar.20 Es decir, el trab ajador estaba obli­
gado a aceptar cualquier trabajo, y con las condiciones que establecía
el que d ab a el trabajo. El trab ajo forzoso de las houses of correction o
workhouses estaba pues dirigido a doblegar la resistencia de la fuerza
de trabajo, al hacer aceptar las condiciones que perm itían el m áxim o
grado de extracción de plusvalor.
Es interesante considerar, en este sentido, la tesis propuesta por G.
Rüsche y O. K irchheim er, según la cual la introducción del trabajo

15 Véase F. M. Edén, op. cit., p. 54.


10 Véase A. V an der Slice, op. cit., p. 54.
17 Véase A. Edén, op. cit., p. 17; A. y 15. Webb, op. cit., p. 13: G. Rüschc
y O. K irchheim er, op. cit., p. 51; A. V an del Slice, op. cit., p. 55; M ax G rün-
hut, op. cit., p. 16.
18 Véase F. M. Edén, op. cit., p. 17.
13 Ibid., p. 19.
20 Véase F. I'ivcn y R. A. Cloward, op. cit., p. 37. Sobre el mismo tema,
véase tam bién K arl M arx, II Capilale cit., I, 3, pp. 197-201 [t. l/3 pp. 918-928],
Maiirice D obb, op. cit., pp. 269ss. [p. 276jí.].
34 CÁ RCEL Y TRA BA JO EN E L PERIODO M i PORM A CÓN D E L MP

forzoso en Ja segunda m itad del siglo xvi y la prim era del xviilj
en E u ro p a continental, se debe a la declinación dem ográfica que ca­
racterizó a la población europea después del siglo xvi y que contribuyó
m ucho a au m entar, como se diría hoy, la “rigidización” de la fuerzd
de trabajo.21 E sta hipótesis sostiene que en el periodo comprendida
en tre el siglo x v y la p rim era m itad del xvx la represión sanguinaria y
sin escrúpulos en con tra de la desocupación m asiva corresponde a una
situación de m ucha oferta de m ano de o b ra en el m ercado, pero a
m edida en que se acerca el siglo xvn disminuye la oferta y el capital
necesita la intervención del estado p a ra que éste le garantice las altí­
simas ganancias que le había reportado la así llam ada “ revolución
de precios” del siglo xv .22 Si esto es verdad, es necesario sin embargo
considerar tam bién que, como n'otaba M arx en el pasaje citado, la
oferta y la dem anda de trabajo no cam inan al mismo ritm o, sobre
todo en este periodo “originario” del capitalismo, y es sólo m ás lenta­
m ente que se logra proveer u n a m asa de capital suficiente p a ra valo­
rizar toda la fuerza de trab ajo que h ab ía sido liberada. E n la segunda
m itad del siglo xvi, por tanto, a pesar de que la oferta de trabaje]
continúa creciendo, es insuficiente p ara hacer frente, en la m edida ne­
cesaria, a la dem anda que produce el rico y borrascoso periodo isa-
belino. P ara que este nuevo proletariado no tom e la ventaja en esta
situación, se recurre al trabajo forzoso, que desde el principio asume
la función de regulación respecto del precio del trabajo en el mercado
libre. Y no se debe olvidar, p o r otro lado, como lo anota M arx,23 que
este nuevo proletariado, de muy reciente form ación, es muy renuente
a e n tra r en u n m undo de trabajo que le es absolutam ente extraño]
cual es el de la m anufactura. Como observan Piven y C low ard: 3
A costum brados a tra b a ja r al ritm o solar y d e las estaciones, p o r m ás qud
este m odo de tra b ajo sea duro, se resisten a la disciplina que exige la fáj
brica y la m áq uin a, que, aun q u e posiblem ente no sea m ás dura, apareca
com o tal, p o r desconocida. E l proceso de ad ap tació n hum ana a estas transJ
form aciones económicas ocasionó largos periodos de desocupación m asiva, de
m alestar y de desorganización.21

M ás adelante retornaré a esta problem ática, que es fundam ental para


la com prensión de la función que históricam ente tuvo el trabajo for-

21 Sobre el problem a demográfico véase el *nsayo de A. liellettini, “I<a po-


polazione italiana dell’inizio della era volgare ai gorni nostri. V alutazioni e
tendenze” , en Storia D ’Italia, vol v, 1, Torm o, 1973, p. 489. El ensayo toma
en cu enta las variaciones demográficas en Italia y en Europa.
22 Véase M aurice Dobb, op. cit., pp. 2 74,t.f. [p. 281 íj.].
23 Véase supra, p. 31.
21 F. Piven y R. A. Cloward, op. cit., p. 6.
CREACIÓN DE L A IN S T IT U C IO N CARCELARIA MODERNA 35

/oso en las instituciones segregantes, como las houses of correction del


periodo isabelino. Baste p o r ah o ra observar cóm o este tipo de institu­
ciones fue el prim ero y m uy significativo ejem plo de detención laica
sin fines de custodia que se puede observar en la historia de la cár­
cel, y que sus características, en lo que respecta a las clases p a ra quienes
se instituyó, su función social y la organ¡ 2 ación interna son ya grosso
modó las mismas que las del clásico modelo carcelario del siglo xix.

II. LA “ r a s p - h u i s ” DE AMSTERDAM Y LA MANUFACTURA

lis en H olanda, en la p rim era m itad del siglo xvii,25 donde la nueva
institución de la casa de trabajo llega, en el periodo de los orígenes
del capitalism o, a su form a más desarrollada. Y que la creación de
esta nueva y original form a de segregación punitiva responde más a
una exigencia relacionada al desarrollo general de la sociedad capi­
talina que a la genialidad individual de algún reform ador — como con
frecuencia tra ta ría de convencernos una cierta historia jurídica enten­
dida como historia de las ideas o “historia del espíritu”— se evidencia
en el hecho de que parece segura u n a influencia directa entre las
experiencias inglesas anteriores (brideweüs) y las holandesas del siglo
xvii.24 Pero la creación holandesa del T u ckth u is tiene el más alto grado
de desarrollo que el capitalism o hab ía alcanzado en ese tiempo, En
H olanda, a finales del siglo xvi y principios del xvn, hay dos factores
que, unidos, em pujan a la utilización del trab ajo forzado en u n a es­
tructura distinta del modelo que funcionó en to d a la E uropa reform ada
de aquel tiempo. H ay, p o r un lado, la lucha por la independencia,
liderada p o r la clase m ercantil u rb an a y sancionada en la ju n ta de
U trecht en 1579, que hizo que las provincias del norte de los Países
lia jos recogieran la herencia de desarrollo ya en ese entonces secular
de las provincias de Flandes, pero p a ra entonces em pobrecido y tru n ­
cado p o r la represión de Felipe I I .27 Los años que siguieron, fueron
la edad de oro de A m sterdam . Por otro lado, el gran desarrollo del trá ­
fico m ercantil vino a increm entar la dem anda de trabajo en u n m er­
cado en el que no había u n a oferta tan grande como en Inglaterra, y

25 M arx define a H olanda como “la nación capitalista modelo del siglo
xvn” ; véase II Capitule, i, 3, p. 211 [t. i/3 , p. 940],
20 Véase T. Sellin, Pioneering in penology, Filadelfia, 1944, p. 20 M ax
G rünhut, op. cit., p. 17; R. von Ilippel, “ Beitragc zur Geschichte der Frei-
lieitsslrassc”, en Zeitschrijt ¡ür (lie gesamte Sirajrechtwissenschaft, xvm
(1898), p. 648.
27 Véase T . Sellin, Ptonner'.ng in penology cit., pp. 1, 2.
36 CÁRCEL Y TRA BA JO EN E L PERIO DO DE FORM A CÓN D EL M

en u n m om ento en que toda E u ro p a estaba pasando p o r una serj


dism inución dem ográfica.28 Esto representaba el peligro, p a ra el capiti
holandés incipiente, de encontrarse ante u n alto costo de trabajo
ante un proletariado capaz, más allá de las medidas de represión, c
co n tratar la v enta de su fuerza de trabajo. E sta es la situación ec<
nóm ica y social — según la hipótesis interpretativa de Rüsche y Ki:
chheim er—20 que em pujó a la joven república holandesa a cambií
los modelos punitivos, intentando desperdiciar la m enor cuota posibí
de fuerza de trabajo p ara controlarla y regular su uso de acuerdo cq
las necesidades de valorización del capital.
Es necesario aclarar, naturalm ente, que tal hipótesis, basada sobi
todo en la relación existente entre fuerza de trabajo y trabajo forzad
(entendido como trabajo no lib re), no agota la com pleja realidad r
los workhouses. D e ningún modo, como ya vimos para Inglaterra, so
el único instrum ento con el cual se intenta b ajar los salarios y cor
tro la r la fuerza de trabajo, ni tam poco las mismas casas de trabaj
tienen éste como único objetivo. Con respecto al prim er punto, y
vimos cómo en In g laterra — pero en este periodo es válido en un ser
tido más general— las casas de trabajo se acom pañan de topes salari:
les establecidos por ley, de la prolongación de la jornada de trabaji
de prohibiciones p a ra que Iqs trabajadores se reúnan y se organicei
etc.30 E n realidad, la relativa exigüidad cu antitativa que siempre c!
racterizó esta experiencia, induce a considerarla más bien como uri
muestra del nivel general que había alcanzado la lucha de clases qú
com o uno de los factores que la im pulsan. L a función de la casa d
trabajo es indudablem ente más com pleja que la de tasar simplement
el salario libre. O , al menos, se puede tam bién decir que este últim
objetivo se debe entender en la plenitud de su significado, es dec:
como control de la fuerza de trabajo, de la educación y domesticació
de ésta. Como afirm a M arx en un texto ya citado,31 el aprendizaje d
la disciplina de su nuevo estado” , es decir la transform ación del e
trab ajad o r agrícola expulsado de su tierra en obrero, con todo 1
que eso significa, es uno de los fines fundam entales que en sus prif
cipios el capital se tuvo que proponer. L a organización de las casas d
trabajo, y de tantas otras organizaciones parecidas, responde, ante
que nad a, a esta necesidad. Es evidente que este problem a no est

28 Véase G. Rüsche y O. K irchheim er, op. cit., p. 42, y A. Bellettini, o]


cit.
29 Véase G. Rüsche y O. K irchheim er, op. cit., p. 42.
30 ICarl M arx, II Capitale cit., i, 3, p. 192íí. [t. i/3 , pp. 9I8.fi.], y el caj
viii : “L a giornata lavorativa” , t. i, 1, p. 251 [“L a jo rnada laboral” , t. i / l , pj
277«.J.
S1 Véase supra, p. 31.
f
SjlliAClÓN D E LA IN S T IT U C IÓ N CARCELARIA M ODERNA 37

pparado del que plantea el m ercado de trabajo. Y esto no sólo porque


\, través de la institucionalización en las casas de trabajo de un sector,
Hinque lim itado, de la fuerza de trabajo, se tiene contem poráneam ente
lii doble resultado: respecto del trabajo libre en el sentido ya enuncia-
ílo, hacia el trabajo forzado, en general el más rebelde, en el sentido del
aprendizaje de la disciplina, sino tam bién porque la docilidad o la
>posición de la clase obrera naciente a las condiciones de trabajo de-
Sünde de la fuerza que tenga en el m ercado d e trabajo, pues en la
nedida en que la oferta de m ano de obra es escasa, aum enta su capa-
¡idad de oposición y de resistencia, y su posibilidad de lucha p a ra no
Jüblcgarse; esto, aunque no se exprese todavía en form as conscientes
i organizadas, tiende, de todos modos, a poner en peligro el orden
locial y a transformarse objetivam ente en política, expresándose es­
pontáneam ente en el delito, en u n a agresividad en ascenso, en la
'«vuelta.32
C ontinuando los trabajos de Ilipp el y Ilallem a, T horsten Sellin
los h a dado, en Pioneering in Penology,33 la reconstrucción más rica
! im portante de las funciones y de la estructura de u n a casa de traba-
0 en el siglo xvn. El carácter íntim am ente burgués del m ovimiento
|iie comienza a manifestarse en torno a la cuestión penal en el pe-
■iodo del Renacim iento y que tiene en el hum anism o inglés y sobre
Indo holandés del siglo xvi y xvn sus prim eras expresiones, aparece
'Jaramente en la tesis principal de u n opúsculo sobre el vagabundeo
lu D. V. Coornhert. Éste, en 1567, de m anera sem ejante a M oro en
a Utopía, sostiene que si los esclavos valen en España de cien a des­
tientos florines, los hom bres libres holandeses, m uchos de los cuales
Junen un oficio, valen más vivos que muertos, y po r lo tanto lo más
■onveniente es hacerlos tra b a ja r u n a vez que com eten un delito.31 El
¡ensarmentó de C oornhert (y de otros reform adores que lo siguieron)
10 quedó m ucho tiempo sin efecto, ya que en julio de 1589 los magis-
lados de la ciudad de A m sterdam decidieron fu n d ar u n a casa

32 Éste es el aspecto en que más insisten Piven y Cloward {op. cit.,


!lip- *)• . . . . . .
M Ya citamos el trabajo de Sellin. Véase tam bién R. von H ippel, op.
it., pp. 437.M. Son numerosas tam bién las contribuciones sobre este tem a
Id holandés A. Ilallem a; citemos de este autor nada más que In em om de
\evangenis. Van vroeger dagen in Nederland en N ederlandsch-Indie, L a Haya,
[936, pp. 174-176. Las casas de trabajo holandesas se recuerdan, en general,
III todas las investigaciones históricas de pcnalogía. E ntre los italianos, véase
I. P etitt de Roberto, “D ella condicione artuale delle carceri c dei mezzi
11 uiigliorarla (1840), en Opere Scelle, T urín, 1969, p. 369; M. Beltrani-
)<:¡il¡a, S u l goberno e sulla riforma delle carceri in Italia, T nrín, 1867, p. 393.
■ -** Véase T. Sellin, Pioneering in penology, pp. 23-24. Todas las informa-
llones subsiguientes sobre la Rasp-huis se tom an de Sellin.
38 C Á R C E L Y T R A B A JO EN E L PE R IO D O DE FO R M A C Ó N D E L MP¡

d o n d e todos los vagabundos, los m alechores, los holgazanes y gentuza dé


m ism o tip o p u d ie ra ser reclu id a com o castigo y p u d ieran ser ocupados el
alg ú n trab ajo d u ra n te el tie m p o q u e los m ag istrad o s ju zg a ran conveniente
después de co n sid erar sus cu lp as y fechorías.36

T ra s varias discusiones, en 1596 se inauguró la nueva institución ei


u n an tig u o convento. C on el tra b a jo de los internados la instituciói
d ebía estar en condiciones de asegurar su propio financiam iento, per<
no h a b ía g an an cia personal n i de los directores, cuyo nombramient<
era honorífico, ni de los guardias, que recibían un salario. Esto distin
gu ía a la nuev a institución, de la m ism a m a n e ra q ue h ab ía sucedidc
en In g la terra , de las an tig u as cárceles d e custodia, en las que la po
sibilidad que ten ían los guardianes d e extorsionar continuam ente ¡
los prisioneros no era la causa m enos im p o rtan te de la terrible sitúa
ción en que se e n co n trab an las c.ounty gaoh inglesas, p o r ejem plo ci
el M edioevo tardío. L a com posición de la población de estas institu
ciones e ra bastan te sem ejante a sus sim ilares inglesas: jóvenes au tora
de infracciones m enores,30 m endigos, vagabundos, ladrones, los cuale
llegaban a la casa de tra b a jo ya sea p o r u n m a n d ato judicial o p o
u n m a n d a to adm inistrativo. L as sentencias generalm ente e ra n breve
y p o r u n periodo d eterm in ad o , que será m odificado según el com porta
m ien to del detenido. N atu ralm en te, y esto vale tam bién p a ra Ingla'
té rra y p a ra todo el desarrollo posterior que la casa de trab ajo o 1:1
casa d e corrección llega a ten er en to d a E uropa, d u ra n te m ucho tiemj
po no llegó a sustituir com pletam ente to d a la gam a de castigos hasta
entonces vigentes. Se situ ab a en u n a posición in term edia en tre Is
sim ple m u lta y el leve castigo corporal y la depo rtación, el destiem
y la p e n a de m u erte. L o que es im p o rtan te es q ue pertenece al “ tip<
crim inológico” característico de ese periodo, q ue nace al m ism o tiem pa
que el capitalism o, y que tiende a desarrollarse sim ultáneam ente coij
éste.
L a institución te n ía base celular, pero en cad a celda h ab ía varios
detenidos. El tra b a jo se ejecu tab a en las celdas o en el g ran patiq
cen tral, dependiendo de las estaciones. Se tra ta b a de u n a aplicación
del m odelo p roductivo entonces d o m in an te: la m anufactura. L a casa
de tra b a jo holandesa se conoció en todas partes con el nom bre d<
R asp-huis, p o rq u e la actividad laboral fu n d am en tal que allí se desa­
rro lla b a e ra ra sp a r con u n a sierra de varias hojas un cierto tipo d^
m a d e ra fin a h asta h acerla polvo, del que los tintoreros sacaban el

3D Ibid., p. 26.
36 E n el m om ento en que se abrió la casa, se calculaba que e n Arruter-
dam , u n a ciudad de 100 000 habitantes, h ab la alrededor de unos 3 500 jój
venes delincuentes (ibid., p. 4 1 ).
I|<I'ÍAClÓN M-, LA. IN S T IT U C IÓ N CA RC ELA R IA M O D ERN A 39

| tif'ii íonto necesario p a ra te ñ ir los hilos utilizados e n la industria tex-


il. liste proceso de pu lverización se p o d ía h acer d e dos m aneras: con
Uní» p ie d ra de m olino, y éste e ra el m étodo g eneralm ente usado por
quien c o n tra ta b a tra b a jo libre, o bien en el m o d o ya descrito, en la
gusa de tra b a jo . L a m ad e ra , m u y d u ra , im p o rta d a de A m érica del
Rur, se p o n ía sobre u n b u rro y dos trab ajad o res in ternados lo pulve­
rizaban m a n e ja n d o los dos cabezales de u n a sierra de m ucho peso. El
trabajo se consideraba conveniente p a ra los ociosos y los perezosos,
(los cuales com o consecuencia de ello a veces ro m p ían literalm ente
la e s p a ld a ). Éste e ra el m otivo p o r el que se escogía el m étodo de
trabajo m ás fatigoso. Es in teresan te n o ta r que los que com praban el
polvo de m a d e ra de las R a sp -h u is se lam en tab an d e la m ala calidad
del p ro d u c to respecto del que se p roducía con u n m olino. El hecho
es que la casa de tra b a jo de A m sterdam se ad ju d icó el m onopolio de
este tipo de tra b a jo , y en m u ch as ocasiones h u bo pleitos legales entre
la m u n ic ip a lid a d de esta ciudad y aquellas que in te n ta b a n im p lan ta r el
más m o d e rn o sistem a de tra b a jo . Este sistema, de la concesión de
privilegios y m onopolios, es típico de la concepción m ercantilista, o
sea de u n a época en q u e la d ebilidad del cap ital naciente exige u n a
activa interv en ción del estado p a ra afirm arse.37 L a m ism a iniciativa
pública respecto al m an ejo del p ro b lem a de la pobreza p o r m edio de
una política d e asistencia y de las casas de trab a jo es p arte integrante
ile esta visión p artic u la r d e las relaciones económ icas. L o que aquí
interesa, sin em bargo, es ex am in ar la relación p a rtic u la r que se ins­
ta u ra e n tre la técnica p ro d u c tiv a elegida y la función o finalidad d e
la casa de correción. Esto en cu an to se m anifiesta, com o se ve, desde el
principio, la p ro b lem ática de las relaciones, en térm inos económicos,
entre tra b a jo libre y tra b a jo forzado, problem ática que se h ace cada vez
más evidente en la m e d id a en que con el desarrollo del capital crecerá
su p a rte fija.
D u ra n te el periodo q u e podríam os llam ar de “estudios p re p a ra to ­
rios” , antes de la a p e rtu ra d e la institución, el d o cto r Sebastian Egberts-
zoon, cuyas proposiciones fuero n las que aceptó la adm inistración de
A m sterdam , h ab ía criticad o algunos puntos del p ro g ra m a del utopista
Spiegel, especialm ente con relación al trab ajo , sosteniendo que los
prisioneros no estarían suficientem ente em pleados m ás que si se les
rlaba u n solo oficio, p o rq u e m uchos de ellos te n ía n u n a inteligencia
lim itad a y a p re n d e r u n oficio exigía tiem po y d in e ro ; que adem ás la
in d u stria p ra c tic a d a en la in stitución debía g a ra n tiza r el m ínim o de
inversión d e cap ital y el m áx im o de ganancias; que la paga, en fin, no
se deb ía fija r de u n a vez p o r todas sino d ejarla a la discrecionalidad

37 V éase M auricc D obb, op. cit., pp. 2I3w . [pp. 2 15jí.]. .


40 CAUCEL Y TRA B A JO EN E L PERIODO D E FORM ACÓN DHL MP;

de los directores, que la deberían regular de acuerdo con el “compop


tam iento” de los presos.38 Es significativo que ya en la form a d<
m anu factu ra, en la cual, prácticam ente sin existir m áquinas, la inver
sión de capital se reduce más que n ad a al consumo de m ateria prima
el trabajo forzado se caracteriza p o r la baja inversión de capital
p or la producción escasa y de baja calidad, m ientras el mantenimientc
de las ganancias es asegurado por la excepcional compresión de loa
salarios. Es el mismo carácter protector de esta clase de industria lal
que le perm ite sobrevivir en un m ercado libre. Los contrastes con que
intentaban introducir la técnica de m olienda son en este sentido evi­
dentes. Éstos tendían a responder a la escasez de la oferta de la fuerza
de trabajo, a la que la m ism a casa de trabajo debía en gran partí
su existencia, con la introducción de la m áquina, en este caso de uns
de las m áquinas m ás antiguas: el molino;®8 en otras palabras, con la
intensificación del proceso de extracción de plusvalor.’0 El refrena
m iento de la lucha de clases p or medio de los lazos forzosos de h
segregación institucional se m anifiesta así desde el principio comc
freno p a ra el mismo desarrollo del capital y opone al principio de
trab ajo en la casa de corrección no sólo, como es obvio, a los tra b a ja
dores libres, sino tam bién a los sectores del capital que se ven excluido;
del sistema de privilegios. L a elección del proceso productivo má¡
rudo y fatigoso depende así de la posibilidad de obtener altas ganan­
cias sin gran inversión de capital en u n a situación en que el clásicc
monopolio del m ercantilism o protege de la com petencia externa. Esta
elección tiene tam bién otro motivo, escondido en las m edias verdades
proclam adas por los ideólogos de la época sobre el carácter punitivd
del trabajo rudo y sobre la “poca inteligencia” de la fuerza de trabajo
que poblaba la Ras p-Inris. L a m anufactu ra reclutaba su fuerza de tra­
bajo esencialmente entre dos grupos sociales que habían sido arru i­
nados por el desarrollo del capitalismo, dos tipos de pequeños produc?
tores: los ex artesanos y los ex campesinos. E ran esencialmente estos
últimos, menos expertos p a ra trab ajar en un a situación que era m u­
cho más parecida obviam ente a la de los artesanos que a las de loj
campesinos, los que poblaban las casas de corrección. Además, la mar
n u factu ra había desarrollado, como dice M arx,

una clase de trabajadores que la industria artesanal excluía por entero, lo<
llam ados obreros no calificados. Así como aquélla, a costa de la capacidad
co nju nta de trabajo, desenvuelve hasta el virtuosism o la especialización to-

38 Véase T . Sellin, Pioneering in penalogy cit., pp. 29-30.


39 Véase K arl M arx, II Capitale, i, 2, pp. 43 [t. i/2 , p. 424].
40 Para una discusión teórica de este punto, véase M aurice D obb, op. cit.
pp. 31 6xí. 322ss. [pp. 223íj. y 329jsJ.
IH «ACIÓN DE LA IN S T IT U C IÓ N CARCELARIA M ODERNA

41

[límente unilaterizada, com ienza tam bién a h acer d e la carencia de todo


¡^envolvim iento una cspecialización.41

Sillos “obreros no calificados” son justam ente los que trab ajan en
¡iipectos de la producción como los que estamos describiendo, y que
■mistituyen generalm ente las prim eras operaciones del proceso p ro ­
ductivo. Estos obreros son, en la producción m anufacturera, u n a m i­
noría, m ientras que los que conservan habilidad artesanal siguen
¡finiendo u n a cierta capacidad de resistencia y de insubordinación
Sute la producción m anu factu rera hasta que la aparición de las m á­
quinas la viene a destrozar.42 Esto clarifica p o r qué cuando se trata
le m anejar un sector de la fuerza de trabajo que es necesario discipli­
nar para introducirlo coactivam ente en el m undo de la producción
m anufacturera se tiende a escoger aquel proceso productivo que hace
ni trabajador más dócil y menos provisto de conocimientos y de h a ­
bilidad que el que los provee de instrum entos de resistencia.
Así, sea que se trata ra de fuerza de trabajo proveniente del campo,
nca de origen citadino-artesanal, la práctica m onótona y pesada del
Tttsping respondía m ejor que cualquier o tra a lo que ya desde enton­
tas aparece como la función fundam ental d e la institución correccio­
nal : el aprendiza de la disciplina capitalista de producción. Como tam ­
bién nota Sellin,43 las proposiciones contenidas en el program a prim i­
tivo de Spiegel p a ra u n adiestram iento y u n a preparación profesional
de los internados fueron com pletam ente refutadas. Se destacó, en cam ­
bio, cjue la institución tenía como finalidad p rep arar a sus hos­
pedados a llevar después “u n a vida de laboriosa honestidad”,44 fin
que se debía alcanzar p o r m edio de u n com portam iento regulado y
|ior el som etim iento a la autoridad. Esta actitu d debía m anifestarse
sobre todo en la actividad laboral; no es casualidad que la infracción
más grave al reglam ento de la casa, la única que m erecía no u n a san­
ción interna o la prolongación de la pena sino u n a nueva com pare­
cencia an te el tribunal, era negarse a tra b a ja r por tres veces. Esto se
unía a u n a visión ascética de la vida, propia del calvinismo de la joven
república holandesa,46 cuya función en el com plejo de la sociedad
ora reforzar el dogm a del trabajo, y por ende la sumisión ideológica,
dentro del proceso m anufacturero, pero que en la casa de corrección
tenía como objetivo propio, antes que nada, la aceptación de la ideo­
logía, de la W eltanshauung burguesa-calvinista, y sólo en un segundo

41 K arl M arx, II Capitale cit., 1,2, p. 49 [t. i/2 , p. 426].


42 Ibid., pp. 68 y 69 [t. i/2 , pp. 447-448].
48 Pioneering in penology cit., p. 59.
44 Ibid., p. 63.
4Í Sobre esto, véase injra et J 3 de esta parte.
CÁ RCEL Y TR A BA JO EN BL PERIODO DE FORM ACÓN DEL MP

m om ento la explotación y la extracción de plusvalor. Parece así que


ya desde estas prim eras experiencias aparece claram ente que la itiefi-j
ciencia y el retraso de la form a en que se d a la explotación dentro
de la casa de trabajo — retraso que puede subsistir sólo por la violencia
con que el estado perm ite un régimen de salarios extrem adam ente ba­
jos en relación con el exterior— no significa u n a disfuncionalidad de
la institución con relación al sistema, en cuanto que no se tra ta pro­
piam ente de un lugar de producción, sino más bien de un lugar en
que se aprende la disciplina de la producción. Los bajos salarios, poij
el contrario, son m uy útiles, ya que hacen particularm ente opresivo e|
m étodo de trabajo y p reparan p a ra obedecer un a vez que se esté fueraJ
L a dureza p articu lar de las condiciones en el interior de la casa de|
corrección tiene, además, otro efecto sobre el exterior, lo que los ju-|
listas llam an de “prevención general”, o sea u n a función de intimi­
dación, por la cual, el trabajad or libre, antes que term inar en la casa
de trabajo o en la cárcel, prefiere aceptar las condiciones im puestas al
trabajo y, m ás en general, a la existencia. El régimen interno de la casa'
de corrección tiende así, m ás allá de la absoluta preem inencia que en
ella se le da al trabajo, a acentuar el papel de esa W eltanshauung bur­
guesa que el proletariado libre no aceptará nu nca completamernnte.
L a im portancia que se d a al orden y a la limpieza, al vestuario uni­
forme, a !a sanidad de la com unidad y del am biente (pero no a lo
que tiene relación con el proceso de tra b a jo ), la prohibición de blas­
fem ar, del uso del caló popular y del lenguaje obsceno, de leer libros
y cartas, de can tar baladas fuera de las que ordenaban los directores,
(en u n país y en un siglo en que las baladas son m anifestación de la!
lucha por la libertad de pensam iento), la prohibición de ju gar y de!
usar apodos fueron intentos hechos p a ra representar concretamente)
en la casa de trabajo el estilo de vida recién descubierto, y p ara des­
pedazar una cultura popular subterránea que se opone a lo que su­
cede, y que además es el enlace con las formas tradicionales de vida
cam pesina, abandonadas hacía poco, y con formas nuevas de resis-]
tencia a los ataques incesantes que el capital hace al proletariado. Si
no se com prende el estrecho nexo que liga al trab ajador prim ero con
la m an u factu ra y después con la fábrica y con el com plejo de rela­
ciones sociales externas; si no se com prende el cuidado con el que,
en la época aún prim itiva del desarrollo del capital, éste intenta, a to­
dos los niveles, construirse su propio proletariado y asegurarse las con­
diciones óptim as para la obtención del plusvalor, no se llega a ver cómo
una. serie de elementos y hechos sociales, lejos de ser insignificantes,
son m anifestaciones que tienen sentido y que los liga con el proceso
de la m anufactura. M arx describe bien el significado general de esta
relación cuando define la situación del obrero m anufacturero:
(miCAClÓN D E I A IN S T IT U C IÓ N CARCELARIA M ODERNA 43

[ , . .] la m anufactura lo revoluciona desde los cim ientos y hace presa en las


¡‘afees m ism as de la fuerza individual de trabajo. M u tila al trab ajad o r, lo
Convierte en u n a aberración al fom entar su h ab ilid ad parcializada — cual
üi fuera u n a p lan ta de invernadero — sofocando en 61 m u ltitu d de im pulsos y
U|>(iludes productivos, tal com o en los estados del P lata se sacrifica un a n i­
m al entero p ara arrebatarle el cuero o el sebo.10

Asegurar la sofocación de una m u ltitu d de im pulsos y aptitudes produc­


tivas, p a ra valorizar sólo la pequeña p arte del individuo que es útil
para el proceso de trab ajo capitalista, es la función que los buenos
burgueses calvinistas del siglo x vn asignaron a la casa de trabajo, y
iiüi'á más tarde la función de la institución carcelaria. El lugar donde
id! da la depauperación global del individuo es la m anufactura, y la
fábrica; pero la preparación, el adiestramiento, se garantiza en u n a
estrecha red de instituciones subalternas cíe la fábrica, cuyas caracterís-
licas m odernas fundam entales se construyen exactam ente en este tiem ­
po : la fam ilia m ononuclear, la escuela, la cárcel, el hospital, rnás tarde
til cuartel y el m anicom io; todas ellas van a asegurar la producción, la
educación y la reproducción de la fuerza de trabajo que necesita el ca­
pital.47 F rente a esto, se alzará la resistencia, prim ero espontánea e
Inconsciente, criminal, después siempre m ás organizada, consciente,
política, que el proletariado sabrá oponer en la fábrica y en todas las
instituciones m encionadas. U n a vez que la n u ev a sociedad h a nacido
y que están puestos los nuevos térm inos de la lucha de clases, capital y
trabajo, la evolución general de la sociedad va a depender de la evo­
lución que tenga esta relación. Algunas de las últim as observaciones
(le Sellin, sobre las Rasp-huis holandesas parecen ap u n tar en este sen-
lido, al hablarnos de castigos colectivos impuestos debido a la nega-
liva de trabajar."18 Es interesante an o tar que desde el principio del fun­
cionamiento de la casa hasta la segunda m itad del siglo xvm el núm ero
de las hojas de la sierra p a ra pulverizar la m ad era se reducen ele 12 a
11, luego a 6, y por fin a 5. Al mismo tiempo se reduce la cantidad de
polvo que cada internado debe producir p o r sem ana: d e trescientas
a doscientas libras. N aturalm ente esto se debió a la obsolescencia de
un método productivo que era ya atrasado en sus principios y al desa­
rrollo general que la institución tuvo en los siglos siguientes. Pero
tam bién jugó un papel im portante la oposición que siempre se m a­
nifestó en el interior de la institución y que Sellin solamente insinúa
(por no estar particularm ente interesado en reconstruir este aspecto
del p ro b lem a).

iB K arl M arx, II Capitale, i, 2, pp. 60-61 [t. i/2 , pp. 438-4-39].


47 Sobre esto, véase infra el | 4 de la Parte i.
18 T . Sellin, Pioneering in penology cit., p. 68.
44 CÁ RCEL Y T R A B A JO EN E L PERIO DO D E FORM ACÓN DEL

III. GÉNESIS Y DESARROLLO DE LA INSTITUCIÓN CARCELARIA


EN LOS OTOOS PAÍSES DE EUROPA

Se considerará ah o ra la situación más general. Antes que en Inglatefl


rra , algunas formas de producción capitalista se desarrollaron era
ciertas zonas de Italia, A lem ania, H o lan d a y, aunque un poco más
tarde, tam bién en F rancia.4'J No es el lugar aquí p ara exam inar a¡
través de cuáles complejas vicisitudes históricas el precoz desarrollo^
d e estas zonas fue después m uy inferior al inglés o, como en el casa
italiano, incluso, regresivo; lo que im porta ap u n tar es cómo a este]
p rim er desarrollo corresponde la creación de “una clase de hom brea
miserables, vagabundos sin tierras que disputaban entre sí p o r loa
empleos” 50 y de u n a fracción im portante de trabajadores proletariosj
excluidos de las corporaciones como los “C iom pi” de Florencia.51 Enj
el siglo xvi, en Francia, Flandes y A lem ania, al descenso del salario!
real corresponde la así llam ada “ revolución de los precios”, que se ve1
acom pañada de gran oferta de fuerza de trabajo.32 L a “represión san­
g uinaria de los vagabundos” se acom paña de u n a represión casi tan
despiadada y com plem entaria de las masas ocupadas: la asociación, la
huelga, el abandono del lugar del trabajo se castigaban de m aneras muy
severas, se utilizaba con facilidad la pena de la galera, y se m ultipli­
caron las casas de corrección. En París, donde se h abía establecido un
royanme des truands [reino de bandidos], los vagabundos constituían
la tercera p arte de la población.
F ren te a esta situación, u n a de las reacciones inm ediatas es la sus­
titución del antiguo sistema de caridad privada y religiosa por u n a asis­
tencia pública coordinada por el estado. Éste es uno de los éxitos so­
ciales más im portantes del proceso d e incautación de los bienes ecle­
siásticos que acom paña a la Reform a. El mismo L ulero, en su Carta
a la nobleza cristiana, se hizo intérprete y portavoz de las nuevas ideas
sobre la caridad diciendo con m ucha claridad que se debía abolir la
m endicidad y que cada p arroquia debía alim entar a sus propios nece­
sitados.53 Él mismo elaboró después un esquem a detallado de asistencia,
que Carlos V impuso en todo el im perio.54 Para sustraer la asistencia

40 M aurice Dobb, op. cit., pp. 187íí. [pp. 285«.].


60 Loe. cit.
51 Ibid., p. 193 [p. 193]. Sobre los “Ciom pi”, véase V . Rutenberg, Popolc
tm o vim en ti popolari nell’lla lia del '300 e '400, Bologna, 1971, pp. 157-329
52 M aurice Dobb, op. cit., pp. 273.W. [pp. 281ií.] y bibliografía citada.
63 Recordado por G. Rüsche y O . K irchheim er, op. cit., p. 36; F. Pivcr
y R . A. Clow ard, op. cit., p. 9 ; M. G rünhut, op cit., p. 14.
54 F . Piven y R. A. Clow ard, op. cit., p. 9.
PHKACIÓN D E LA IN S T IT U C IÓ N CARCELARIA M ODERNA 45

los pobres de las manos privadas, se tom aron m edidas no sólo en los
fpriíses protestantes sino tam bién en países católicos como Francia, don-
■lo el desarrollo de una burguesía comercial y de un estado nacional
planteaba el mismo problem a y la m ism a solución. Es típico el caso
di! la ciudad de Lyon, centro comercial y de tráfico que dobló su po­
blación en la prim era m itad del siglo xvi.C5 Después que en los años
I í>29, 1530 y 1531 continuas agitaciones de pobres, artesanos y jo rn a­
laros pusieron en peligro el orden social de la ciudad, se decidió crear
una política de asistencia orgánica y centralizada. Dos años después,
finí decreto de Francisco I extendió el mismo sistema a todas las pa-
liTnquias de Francia. Al mismo tiempo se creó la figura francesa de la
<Workhouse: VHdpitál, en la cual, sin embargo, prevalece cada vez más
el principio del simple internam iento que el del trabajo, como había
?fiUlo típico en las instituciones de los países reformados. Sólo en la
hiegunda m itad del siglo siguiente, con un notable atraso respecto de
‘Inglaterra y de los países protestantes y con las limitaciones que ve­
cem os, se generalizó el internam iento en Francia. Éste debió segura-
I Miente depender, más que de influencias religiosas, del desarrollo ca­
fe ta lis ta más avanzado de otras zonas, como Flandes, los Países Bajos
’ y A lem ania septentrional, donde las casas de trabajo y de corrección
1se habían m ultiplicado bastante antes. Por otro lado, tam bién es cier-
? lo que, sea el movim iento reform ador, sea el nuevo m odo de entender
i la pobreza, encuentran en estas sociedades dinám icas y en profunda
[ transform ación su razón de ser y su alimento. Las religiones protes-
[, t.’intcs, en p articular el calvinismo, sum inistran m ucho más que la re­
í ligión católica una visión del m undo y de la vida basadas en la ética
‘ tlcl trabajo, esa religión del capital, que an im a por sí a las institucio-
; nes segregantes.50
En el pasaje de la sociedad agrícola m edieval a la sociedad bur-
51 i'uesa industrial, el trab ajad or no está sujeto ya a un vínculo directo
■e inm ediato con el señor, vínculo jurídica y m ilitarm ente garantizado y
justificado a nivel ideológico por u n a visión teocrática global de la
vida. E lla debe ser conducida ahora por u n a fuerza m ucho más in-

■ 55 Ibid., p. 11. Sobre el caso de Lyon, véase J. P. G utton, La Société et


las pauvres. L ’excmple de la generadle de Lyon, 1534-1789, París, 1971; N. Z.
Duvis, “Poor relief, huinanisin and heresy: the case of Lyon” , en Studies in
medieval and rcnaissatice history, 1968, p. 217; R. Gascón, “ Inrnigration
Ct croissancc au xvi siecle: l’exeinple de Lyon (1529-1563)” , en Anuales,
1970, p. 988.
50 Sobre el tem a específico, véase Ruschc y K irschheimer, op. cit., pp.
33-52. M ás en general, véase J. B. K raus, Scholaslik, Puritanismus und Ka-
jiitalismus, M unich, 1931; P. G. G ordon W alker, “ Capitalisin and the refor-
ination” , en Economic Historrp R eview , vin (1 9 3 7 ), p. 18 y naturalm ente
Max W ebcr, L ’etica protestante e lo spirito del capitalismo, Firenze, 1965.
46 CÁRCEL y TRA BA JO EN E L PERIO DO DE FORM A CÓN D E L MI

directa: la coacción económica. Pero sólo cuando el capitalism o a


cance su pleno desarrollo, con el logro de la hegem onía m aterial,
ideológica de éste sobre toda la sociedad, sólo entonces la fuerza C
la necesidad deviene u n a form a realm ente eficiente de regulació
social. E n el largo periodo de transición que estamos exam inando, e
el que perm anece u n a com penetración de econom ía cam pesina y ec<
nom ia urbana, el trab ajad o r “fuera de la ley” experim entó la excef
cional sistuación de ser “libre”, “sin ligaduras”, como observa M an
E ra un a libertad ficticia, la libertad de morirse de ham bre y qu
frecuentem ente era ab ordada por la autoridad con drásticas medida
terroristas. Sin em bargo se va desarrollando en este periodo u n a reía
ción social en que se colocaba al trab ajad o r ante u n a serie de alte)
nativas, frecuentem ente dram áticas, desesperadas, que en la estructuií
social anterior no existían. Es el m om ento del vagabundeo, del baii
didaje, del robo de cosechas, de las revueltas cam pesinas; de los inicios
en las ciudades, de los choques de clases. L a violencia juega ahora uj
papel determ inante en el m anejo, por p arte del poder m onárquica
burgués, de las clases subalternas y todavía se debe construir u n mundj
en que tal instrum ento se haga cada vez más excepcional. Esta “lj
b ertad ” del trab ajad o r se verá expresada p o r el derecho del Uuminii
rno en el concepto de contrato. Aun cuando, como lo po n d rá en ciar
la crítica m arxista, esta aparente libertad no es más que la sanció:
de o tra fuerza, no ya jurídico-m ilitar, no más política, sino econc
m ica, sin em bargo la diferencia en la organización de u n a sociedaí
en la que el alquiler de la fuerza de trab ajo debe pasar a través de
instrum ento im personal — aunque terriblem ente concreto— del mej
cado respecto de aquella en la que la explotación de la fuerza c|
trabajo se realiza a través del control y la subordinación personal y pej¡
p etu a del explotado a su explotador, la diferencia, decíamos, es consi
derable y com porta u n a serie de problem as com pletam ente nuevos. Ést
es la base estructural sobre la que asienta todo el movim iento de la dia
léctica entre principio de libertad y principio de autoridad que apa
rece con la sociedad burguesa, y que encuentra en la R eform a si
prim er y fundam ental m om ento. En el sistema medieval, la autoridai
os la tram a de las relaciones sociales de u n a com unidad agrícola inde
ferenciada, que encuentra, en la com penetración existente entre Id
órdenes religioso, político, económico, su cohesión y omnicomprensivi
estructura. Con la problem ática, dialéctica, liberación de las ma
sas campesinas y de su transform ación en proletariado tal ordenamient!
jerárquico desaparece y el principio de autoridad, que deviene la basi
m ism a del proceso de producción capitalista dentro de la fábrica, dia
minuye y se refugia en alguna.'; zonas de la vida social externa. Y en 1¡
m edida en que el principio de autoridad progresa y dirige la organí
IIUtAUlÓN DE LA IN S T IT U C IÓ N OA KC KL A KI A MODERNA 47

g ció n de la explotación en la fábrica, fuera de ésta avanza la lucha


51ir el liberalismo y la dem ocracia (por lo m enos m ientras valen las
rylas del capitalismo “clásico” del siglo x ix ) . Esto significa el inicio
jtí una p ro fu n d a contradicción entre el m undo de la fábrica y el
[muido exterior, contradicción que llegará a ser después uno de los
mayores terrenos de luch a del proletariado organizado. Además, la
Minoridad en la fábrica es una autoridad m uda e impersonal, que ha
perdido el rico carácter ideológico que poseía el m undo religioso me-
ilirval. p o r eso ella debe ser necesariam ente acom pañada por un con-
Irol externo de la fuerza de trabajo que se comienza a aplicar preci-
Mini'nte en este periodo y que se desarrolla progresivamente. Se tra ta
■lo form ar u n a tendencia natural y espontánea del trabajador para
Ruineterse a la disciplina de la fábrica, reservando el uso de la fuerza
[u>lo p a ra u n a m inoría de rebeldes. Este control, y aquí se hace evi­
dente la im portancia de la reform a religiosa y su conexión con la
prim era form a de internación, se hace siguiendo dos líneas directrices:
ln interioridad del individuo (y de la familia) y la institución segre-
/¡ante,5T M arx, en un escrito juvenil, expresó todo esto muy bien y en
linas cuantas líneas:

I.ulero venció, efectivamente, a la servidumbre por la devoción, porque la


(instituyó por la servidumbre en la convicción. Acabó con la fe en la auto­
ridad, porque restauró la autoridad de la fe [...] Liberó al hombre de la
religiosidad externa, porque erigió la religiosidad en hombre interior. Eman­
cipó de las cadenas al cuerpo, porque cargó de cadenas el corazón [...] Ahora,
yu no se trataba de la lucha del seglar con el cura fuera de él, sino de la
lucha con su propio cura interior, con su naturaleza curesca.si

Al desm oronam iento de la com unidad campesina, y al aislamiento


ilc cada trab ajad o r respecto de cada capitalista, corresponde la lucha
contra la Iglesia Católica y sus formas com unitarias “externas” y ca­

57 Véase infra el J 4. En el mismo sentido se desarrolla la influencia del


juetodismo en G ran Bretaña, d urante la revolución industrial: véase E. P.
Thompson, T h e making of the English working class, Penguin Boolcs, pp.
,ÍUlñ.«. Por eso M arx se refiere en La Sacra Famiglia (Roma, 1969, p. 242
| La Sagrada Familia, México, G rijalbo, 1967, p. 252]) al “sistema celular meto­
dista”, aunque, como se verá, este sistema era más bien cuáquero que metodista.
Muchas de las posiciones más estrictam ente teóricas asumidas en este trabajo
llenen la misma m atriz en la discusión de la posición m arxista en m ateria penal
en D ario Melossi, L a questione crimínale nel pensiero d i M arx, de próxima p u ­
blicación.
i 58 K arl M arx, Critica delta filosofía del diritlo di Hegel, Inlroduzione,
ru Scritti politici giouanilli, T orino, 1950, p. -104 [En torno a la “Critica de la
lilosofía del derecho”, de H egel en La Sagrada Familia cit., p. 10].
48 CÁRCEL Y TRA BA JO I£N E L PERIO DO D E FORM ACÓN D EL MÍ|

rentes de fe interior, la sustitución de esta relación por la soledad <j


los hombres entre sí y delante de Dios; cuando L utero n a rra la acti
vidad divina, está hablando en realidad del c a p ita l: “Dios h a dispuesc
que los inferiores, los súbditos, estén com pletam ente aislados, sepan
dos entre sí, les h a quitado la espada, y los ha arrojado en la cárcel
L a lucha por la libertad de conciencia y de religión, la lectura “pe:
sonal” de los textos sagrados, la relación directa entre el hom bre y 1,
divinidad, el desprecio de las obras y del m undo ante la fe, son tranj
form aciones muy profundas del habitus religioso, social y sobre tod¡
psicológico del individuo, que tienden a interiorizar la autoridad y I
violencia, y a sustituir, p a ra las grandes mayorías, las cadenas tan vi
sibles de los siervos de la gleba por las cadenas psicológicas del homb]
pío. C ontem poránea y funcionalm ente a este proceso, se d a u n a in
portancia enorm e a los instrum entos “educativos” . E n prim er lugar,
la fam ilia. Es notable como en este periodo, y bajo el influjo de li
doctrinas protestantes, la form a clásica de la fam ilia patriarcal bu;
guesa adquiere un nuevo y singular vigor; es entonces cuando el padi
se convierte en u n a figura social y de control de gran autoridad,
quien los poderes públicos delegan la regulación de la educación c
los hijos y el control de la esposa.00 Es por eso que la socializació
de los jóvenes se hace en este periodo u no de los objetivos fundam er
tales d e las casas de trabajo y de las otras instituciones que estam<
exam inando. El caso que originó la fam osa Rasp-huis de Amsterdai
fue justam ente el de un joven y fue la preocupación por la delincuei
cia juvenil la causa decisiva que determ inó la construcción de la ini
titución. Casas de corrección p a ra jóvenes, precisam ente “correccif
nales” , surgen por doquier sim ultáneam ente con las de pobres,
m uchas veces en las casas de trabajo ordinarias había secciones par
jóvenes, tam bién de buena fam ilia, que eran recluidos allí por volur
tad de sus padres.61 Y esto era así porque se tenía conciencia de qu
este nuevo orden de ideas, esta “ espiritualidad” nueva de orden y rt
presión, experiencia sin correspondencia en los siglos anteriores (po
lo menos a nivel de m asas), debía ser enseñada e inculcada desde l|

59 M artin L utero, Scritti polilici, T orino, 1949, p. 566. .


00 lista es la postura que H erbcrt M arcuse asume en su ensayo L ’auta
rita e la famiglia (Torino, 1970, pp. 4 6.a), prim era traducción italiana a
la parte que M arcuse redactó sobre la encuesta publicada en 1936, por i
Instituto de Ciencias Sociales de F rankfurt, sobre autoridad y fam ilia, obri
que se trad ujo completa en S tu d i sulla aulorita e la famiglia (T orino, 1974]
[Basto ap un tar el hecho de que ésta es la estructura fam iliar que se cncuerj
tra en la base de la teoría freudiana, es decir de una teoría que surge, en esl
siglo, como conciencia burguesa de la crisis de esta determ inada forma q
familia.
81 Al respecto, véase el J 2 de la segunda parte.
(KAOIÓN D E LA IN S T IT U C IÓ N CA RC ELA R IA M O D ER N A 49

i . . .
|fa n c ia , m u y p a rticu la rm en te en la infancia. P a ra L u tero y p a ra C a l­
ino “Dios, p a d re y señor” e ra n la tría d a p erfecta.62 Pero al lado de la
uinilia se v a n form ando las otras instituciones. L a p rim e ra d e todas,
N la casa de tra b a jo y de corrección, que tiene la am b ivalencia de ser
S a la d e ra y p ro p iam en te lu g a r d e p roducción, p o r u n lado, e instru-
¡irnto educativo de tipo “ p a te rn o ” p o r el otro. V erem os com o pre-
tilece el segundo aspecto. L a am bigüedad to davía continúa.
T am b ién con la R e fo rm a cam bia co m p letam ente el m o d o de en-
jflíder la pobreza, q u e n o posee m ás la “ p o sitividad m ística” del
Irislianismo m edieval pero se convierte en signo de la m aldición divina,
fo u cault nos dice que con la R e fo rm a “la p o b reza designa u n cas­
ta ) ” ™ y es com prensible que sea excluido y castigado p o r los horn­
e e s quien es excluido de la predilección d iv in a y castigado p o r su
’ólera. Y esto es ta n to m ás v e rd a d e ro si él — el pobre— no pued e o
lo quiere p a rtic ip a r en las obras h u m an as d estin adas a d a r gloria a
i)ios.B‘ O b ras que, po r o tra p a rte , n o tienen n in g ú n v alo r en sí mis-
iius; la to tal desvalorización de la praxis, expresa la irracio n alid ad de
"lia sociedad en la que la p roducción tiene com o fin la acu m ulación
J no el uso y el consum o de los bienes producidos.65 Pero justam en te
¡Kir esto, p o r la absoluta in d iferen cia de la a ctiv id ad terren a respecto
ni único fin q u e tiene v alo r, el logro del estado d e gracia y la com u­
nión con Dios, el hom bre está libre p a ra o b ra r y vivir en el m undo
í'on el fin de a u m e n ta r la gloria d e Dios y con ello el signo de su
eterna salud. N o hay n in g u n a justificación racional p a ra respetar el
orden y el tra b a jo en sí m ism os: la ideología p ro testan te tiene la visión
pesimista de u n m u n d o sum ergido en el p ecad o : a b su rd a epifanía
divina en la que los hom bres c a n ta n las glorias de Dios, trab ajan d o ,
ahorran d o y acum u land o (a lg u n o s ). L u tero se rep resen ta la situación
hum ana com o u n a cárcel, cárcel canónica probablem ente, ya que él
había sido m onje y h ab la de aislam iento. A dem ás, u n a vez suprim idos
los sacerdotes, L u tero llega a la “ n atu ra le z a sacerd otal” de todos. A la

\ 1,2 V éase H erb e rt M arcuse, op. cit., p p . 46íí.


113 M ichcl F oucault, Sloria della jollín, M ilán, 1963, pp. 91-92 [Historia
ti? la locura en la época clásica, M éxico, F C E , 1967, t. I, p. 91].
04 V éase M ax W ebcr, op. cit., pp. 259¿í. y H e rb e rt M arcuse, op. cit.,
pp. 27-31.
n;! Como M arx lo v a a a cla ra r espléndidam ente, esta desvalorización del
*¡l!M¡icado de la obra como ta l respecto a su valor p a ra la divinidad, com o
j ¡uno, corresponde perfectam ente a la. situación de las obras en u n a sociedad
gil que ellas ya no se p roducen d irectam ente p ara el consumo (com o en la
Hnciedad agrícola) sino p a ra el m ercado, p ara el intercam b io (ésta es la di-
le.icncia entre valor de uso y valor de cam bio) : las obras no valen p o r lo
Huí; son en sí sino p or lo que pueden p ro cu rar (p a ra la religión del capital,
lio hay g ra n diferencia en tre acum ulación y gracia).
50 CÁ RCEL Y TR A BA JO E N E L PERIO DO DE FORM A CÓN D E L Mij
'i
religión la sustituye la eticidad y todos son sacerdotes del nuevo culti
L o que era experiencia de organización eclesiásica se convierte a
experiencia com ún de todos. El aislamiento, que m ás que n ad a es j
aislam iento de la antigua com unidad campesina, de la propiedad c
los instrum entos de producción, en L utero es ya uno de los valor*
m áximos de la nueva sociedad.
Si, hablando en sentido m etafórico, la cárcel es el modelo de 1
sociedad, unos años después la concepción protestante, sobre tod
calvinista de la sociedad,' m odela la form a de la futu ra cárcel m oderri
en la casa de trabajo. Dos siglos más tarde, en un m om ento y en un
región pletóricas de promesas p a ra el desarrollo del capitalismo y c
su espíritu, las ex colonias inglesas de N orteam érica en los prim en
años del siglo xix, los colonos cuáqueros de Pensilvania realizan lis
raím ente las palabras de L utero en sus cárceles celulares, la form
finalm ente descubierta de castigo burgués. Pero ya desde el princip;
el secreto de las Workhouses o de las Rasp-huis está en la representj
ción en términos ideales 00 de la concepción burguesa de la vida y 0
3a sociedad, en el p rep arar los hombres, principalm ente a los pobré,
a los proletarios, p a ra que acepten u n orden y u n a disciplina que 1<
h ag a dóciles instrum entos de la explotación. Los pobres, los jóvene
las prostitutas llenan en el siglo xvn las casas de corrección: son 1¡
categorías sociales que deben ser educadas o reeducadas en la vid
burguesa laboriosa y de buenas costumbres. N o sólo deben aprendo
deben convencerse; desde el principio le es indispensable al sistenj
capitalista la antigua ideología religiosa con nuevos valores y ca
nuevos instrum entos de sometimiento. L a espada no puede ser usad
con las m ultitudes, y el tem or que u n a nueva solidaridad, u n a rme',
com unidad surga p ara rom per el aislamiento de las clases subaltern;
es desde el comienzo u n a concreta realidad. :
Después de proclam ar la voluntad divina del aislam iento de 1<
hom bres, L utero añade: “ Pero cuando se subleven, cuando se una
con otros, cuando se enfurezcan y tom en la espada, a los ojos de Di<
son m erecedores de condenación y de m uerte.” 67 Aquí, L utero, n
únicam ente define la práctica penal de su tiem po (si la “cárcel” <
p a ra todos, es justo que el pobre, por el hecho d e serlo, term ine en 1
cárcel; y si se rebela, que lo cuelguen, como efectivam ente sucedía
sino que tam bién tom a posición contra el m ovim iento que sus propia
palabras h abían ayudado a n acer: la revuelta de los campesinoj
rebelión que en las palabras de su líder Thom as M ünzter apared
como la rebelión de los expropiados en contra del proceso inultiforrrí

00 “An ideal house of terror”, véase infra el j 4, ti. 105.


*7 M artin L utero, op. cit., p. 566. Las cursivas son del autor.
MUACilÓN D E LA IN S T IT U C IÓ N CARCELARIA MODEKNA 51

[lie ya describimos y que M arx llam a la “acum ulación originaria” ,


ion la rebelión colectiva, la rebelión asume u n significado político
¡i ii! va m ucho m ás allá de la respuesta inm ediata del hurto o incluso
Id bandidaje, y es m ucho m ás peligrosa. L a conciencia de M iinzter
"i m uy c la ra ; refiriéndose a L utero, afirm a:

.. . ] en el libro del com ercio dice continuam ente que los príncipes deben
jioilnr an d ar tranqu ilam ente entre los ladrones y los bandidos. P ero no dice
uAl es el origen del hurto y la ra p iñ a [...] Los peores usureros, ladrones y
limididos, son nuestros príncipes, que se posesionan d e todo lo que existe. Los
peces del ag u a y las aves d el cielo, deben ser de ellos (Isaías V ). Y después,
lim en la desvergüenza de predicarles a los pobres el m an d am ien to de D ios:
|ii> deben robar, m ientras ellos no lo observan. D evastan todo, despojan y
desangran al pobre cam pesino, al artesasno y a todos los seres vivientes.88
Il
Mita rebelión es p ara L utero la cosa más grave. C itando a Lutero,
Marcuse dice:

MI bandido y el asesino no ofende a la cabeza, que puede castigarlo, y por


ln tanto d eja la posibilidad d el castigo. L a sedición, al contrario, " ataca al
Mitigo m ism o”, no a una parte del orden existente sino al orden mism o, que
ñu funda esencialm ente en la posibilidad de su p o d er punitivo, en el reco­
nocimiento de su au to rid ad .08

D urante todo el periodo de las m onarquías absolutas aum entan cada


vi!/, más los crimina lesae m ajestatis que conllevan generalm ente la
pena ca p ita l; p a ra éstos, no hay ninguna posibilidad de “corrección” .
Mientras la rebelión se expresa en desadaptación, aunque sea grave,
de. las relaciones sociales dom inantes, la dom esticación a fuerza de
palos y trabajo, puede tener alguna posibilidad de éxito (dependiendo
tío la necesidad existente de fuerza de trabajo en un m undo determ i-
n,'ido), pero si la rebelión se encausa — por más que sea de modo
engañoso y poco claro— en contra de las relaciones sociales en sí m is­
mas, en contra de la autoridad, no queda alternativa. Q uien se rebela
i ontra la disciplina misma, no contra alguna de sus particulares apli­
caciones, no es susceptible de corrección: m erece la m uerte.

08 En Ile rb e rt M arcuse, op. cit., p. 35 (3 ). Es sintom ático cómo los es-


Irntos sociales señalados p o r M ünzter corno víctimas de los príncipes depre­
dadores son “el pobre campesino y el artesano”, exactam ente los que csta-
fjmn padeciendo el peso de la expropiación primero, y de la transformación
-i» proletarios después. Sobre la rebelión de los campesinos en Alemania,
Víase el clásico trabajo de Friedrich Xingcls, L a guerra del conladini in Ger-
\tnania, Rom a, 1949.
00 H erbcrt Marcuse, op. cit., p. 36. Se refiere a L utero, op. cit., pp. 522-
*£>24. Esta concepción es la base de la teoría penal hegeliana.
1

52 CÁ RCEL Y TRA B A JO EN E L PERIO D O DE FORM A CÓN DEL MF¡


j|
El ejem plo de la casa de trabajo de A m sterdam fue seguido e¡
m uchas otras ciudades europeas, sobre todo de lengua alem ana.70 Esti
expansión no se dio por casualidad, sino que se fue dando en aquella
zonas en donde ya había u n notable desarrollo de tipo m ercantil-capi
ta lista : en las ciudades de la Liga Anseática surgieron casas de corred
ción (Z u ch tá u se), en Lubeck y Brem enn (1613), H am burgo (1622)
D anzing (1630). O tra zona en que, unos años después, se difunde í!
experiencia holandesa, es Suiza: B erna en 1614, Basilea en 1616
Briburgo en 1617. A diferencia de la relación entre las casas de correc
ción inglesas y la de A m sterdam , sobre la que se puede únicamenl
suponer u n a influencia indirecta, la Rasp-huis holandesa fue visitad
m uchas veces por invitados de distintas ciudades, que después implan
taron instituciones sem ejantes.71 T am bjcn desde este punto de vist
es indudable que la red económ ica y religiosa, en especial calvinistí
que ligaba a estas diversas zonas, tuvo gran peso en la difusión d
la experiencia. Todas esas instituciones tenían caracteres semejante;
Ellas hospedaban mendigos, ociosos y vagabundos, prostitutas, ladre
nes, p etty offenders [ofensores menores], jóvenes crim inales o qu
debían corregirle, locos. T am bién aquí el trabajo consistía, principa
m ente p a ra los hombres, en raspar la m ad era p a ra los tintes, y par
las mujeres, generalm ente prostitutas o vagabundas, en tejer. L a razó
inm ediata del éxito de la institución fue sobre todo su capacidad d
producir ganancias, que p a ra la casa de Am sterdam , protegida por t
monopolio, resultaban excepcionales. L a finalidad de estas institucio
nes era doble: p o r un lado, el intento puram ente disciplinar, que es o
elem ento que le d a rá continuidad a la institución; y por el otro la e¡
casez de m ano de obra en la prim era m itad del siglo x v i i obligaba
poner un cierto acento en la necesidad de dar a los internados un
preparación profesional (motivo p or el cual las m unicipalidades qu
dirigían las casas se tuvieron que enfren tar m uchas veces a las cor
poraciones de artesanos) ,72 C ada vez más, en el curso del dcsarroll
de la institución, se van internando en ella condenados por delito
más graves y de condenas más largas, llegando en gran parte a sus
tituir, con la cárcel, los otros tipos de castigo. D urante m ucho tiempi
no se hizo ninguna rígida clasificación de las distintas categorías jurí
dicas o hum anas de los internados. Com o notan Rusche y Kirchheim er
se puede suponer una cierta diferencia entre Zuchthaus, cárcel propia
m ente dicha, y A rbeitham , p a ra vagabundos, pobres y detenidos po

70 Véase G. Rusche y O. K irchheim er, op. cit., p. 42, n. 8 4 ; M . Grünhut


op. cit., pp. 18jí.; pero, sobre todo, la cuidadosa reconstrucción de las expe
ricncias anseáticas efectuadas por von H ippel, op. cit., pp. 429jj.
71 R. von Hippel, op. cit., p. 648.
72 G. Rusche y O. K irchheim er, op cit., p. 44.
íltl'.A ClÓ N D E LA IN S T IT U C IÓ N CARCELARIA M ODERNA 53

¡fizones policiacas, pero se tra ta ría de diferencias formales que no


uvieron nin g u n a correspondencia en la realidad.73 Los siglos x v ii y
IVlii fueron creando poco a poco la institución que prim ero el Ilum i-
lismo y después los reform adores del siglo x ix transform aron en la
rirma actual de la cárcel. Así, “la prim era form a de la prisión mo-
Irrna está íntim am ente ligada con la casa de corrección m anufactu­
r a ” .74 Al principio, la experiencia de las casas de trabajo fue pa-
j'imonio protestante, y m ás que n a d a calvinista. Es significativo un
Ijiúsculo holandés de 1612, en que se atacan las posiciones católicas,
■¡diculizando la creencia en los milagros de los santos, com parándolos
¡on los m ilagros de San R aspado, S anta Pona y S an T rabajo, los tres
¡untos que en la casa de corrección de A m sterdam hacen de veras el
Milagro — según el polem ista protestante— de corregir a los vagabun-
Jos y a los criminales.75
Pero la experiencia del internam iento se generaliza rápidam ente
imiljién en los países católicos, sobre todo en Francia. Y a vimos cómo
i mediados del siglo xvi, se fundó en Lyon un hospital, pero este hecho
juedó un tanto aislado. Sólo en 1656 se funda en París el H ópital gé-
n'ral, institución que se extenderá a todo el reino, con un decreto de
I(i76.78 Además del retraso con que se funda la institución en Francia,
[lio m arca la diferencia existente con otras zonas más desarrolladas, el
inspital de París, que es la fusión de distintas instituciones que ya exis-
lun, tiene u n carácter m ucho m ás claro de asistencia a los pobres,
jiKi en París habían llegado a ser un problem a im presionante, que
ii|iicl aspecto correcional y productivo que tenían las Workhouses o
ii:i Tuchthaus. V iudas y huérfanos son hospedados en gran núm ero
mi los hospitales. Su población es vasta y heterogénea.71. A unque se
uniste m ucho en la im portancia del trabajo, el hospital de París, diez
uios después de su fundación, tenía ya fuertes pérdidas económicas.78
Husche y K irschheim er insisten en que la diferencia de religión no
Inte im portancia p a ra la difusión de la institución. Sin em bargo, los
nÍNinos datos que ellos brindan m uestran cómo la situación económica
'ii que se sitúa la experiencia francesa sea diferente de la holandesa
> de la de la L iga A nseática; y es sobre la base de ésta que, tanto la
•una de trab ajo como sobre todo la nueva visión de la vida propia del

i» Ibid., pp. 63ss.


i* Ibid., p. 65.
16 Ibid., p. 51, n. 139. En el ya mencionado trabajo de R . von H ippel,
cit., se cita un amplio trozo de la versión alem ana del libelo.
70 Michel Foucault, Storia della follia, p. 82 [p. 80],
77 G. Rusche y O. K irschheim er, op. cit., p. 4 3 ; M ichel Foucault, Storia
[fila follia, p. 82 [p. 80],
b 78 G. Rusche y O. K irschheimer, op. cit., pp. 45, 4-8.
54 CÁ RCEL Y TRA BA JO EN EL PERIO DO DE FORM A CON DEL M

capitalismo, espera afirm arse. Esto resulta más claro aú n p a ra los ot¿
países católicos.76 A unque la fundación de los hospitales es de inicj
tiva real, fue la enérgica acción de los jesuitas G hauraud, D unod
Guevarre lo que hizo que se extendieran a toda F rancia.8® E n
opúsculo escrito en 1639, G uevarre justifica clara pero ingenuamer
la conveniencia del internam iento de todos los pobres, “ buenos”
“m alos”, siguiendo la teoría que estaba vigente en todas las casas
trabajo, protestantes o católicas: los pobres buenos deben agradec
el internam iento que los asiste y les da la posibilidad de trabajar,
malos se verán justam ente privados de la libertad y castigados con
trabajo. G uevarre resuelve así salomónicam ente la contradicción — c|
entonces no se sentía tal— entre la casa de trabajo p a ra pobres y
casa de corrección p a ra vagabundos y criminales, justificaciones c
eran en realidad la misma cosa, pues el verdadero delito era la pob
za, y la finalidad de la casa e ra el aprendizaje de u n a disciplina, cc
siderada como castigo. Gomo observa Foucault: i

E l internam iento q ueda así doblem ente justificado en un equívoco indisq


ble, a título de beneficio y a título de castigo. I5s al mismo tiem po recd
pensa y castigo, según el valor m oral de aquellos a quienes se impoí
H asta el final de la época clásica, la práctica del in ternam iento será \
tim a de este equívoco; ten d rá aqu ella reversibilidad que le hace camb
d e sentido según los m éritos de aquellos a quienes se aplique.31

E n este periodo, entre el siglo xvn y el siglo xvm , un a gran sensibilid


invade el m undo católico respecto de los problemas del concreto obji
de la pena. En un escrito de finales del siglo xvn, publicado en fon
postum a en 1724, el benedictino francés Dom Jean M abillon, recí
siderando la experiencia punitiva de tipo carcelario que había si
propia del derecho penal canónico, form ula u n a serie de conside;
ciones que anticipan algunas de las afirm aciones típicas del Ilui
nismo sobre el problem a penal. M abillon es gran defensor de la p
porcionalidad de la p en a al crim en com etido y a la fuerza física
espiritual del reo, y el problem a de la reintegración de éste en la i
m unidad, encuentran en M abillon uno de sus primeros defensora

70 Véase \ 5 y la segunda parte, de esta investigación. Respecto de Ita


R uschc y K irchheim er concluyen: “ El hecho que la nueva y la vieja doctr
religiosas colaboren ambas en el desarrollo de la nueva institución testimo
que los puntos de vista puram ente ideológicos son secundarios con rclaciói
los económicos como causantes de todo este movimiento” ( op. cit., p. 52).
80 Ibid., p. 43 ; M ichel Foucault, Storia della jollia, p. 85 y pp. 95jí. [
84 y 95.sí.].
81 M ichel Foucault, Storia della follia, pp. 98-99 [p. 98].
82 G. Ruschc y O. ICircheeimer, op. cit., pp. 69js.; Jean M abillon, “Re
IHEACIÓN D E LA IN S T IT U C IO N CARCELARIA M ODERNA 55

V. ULTERIORES VICISITUDES DE LA INSTITUCION EN LA EXPERIENCIA


INGLESA

i.ft casa de trabajo es u n a de las m anifestaciones típicas del modo en


|iio el estado de las jóvenes m onarquías nacionales, en la época del
Mercantilismo, apoya el desarrollo del capital, todavía incierto, inse-
;mo y necesitado de protección y de privilegios. No sólo respecto del
proletariado “p a ra rregular’ el salario[ . ..] p a ra prolongar la jornada
uboral y m an ten er al trab ajad o r mismo en el grado norm al de depen-
Irncia”,®5 sino tam bién en las relaciones entre estado y estado y — do
nanera m ás evidente todavía— en relación con las colonias,''1 el modo
le producción capitalista naciente tiene que recurrir al poder del es-
lado, a la violencia concentrada y organizada de la sociedad” .815 Más
iii n :

l'.n el transcurso de la producción capitalista se desarrolla una clase traba-


mlora que, p o r educación, tradición y hábito reconoce las exigencias de
ríe m odo de producción com o leyes naturales, evidentes por sí mismas. La
k'f>anización d.cl proceso capitalista d e producción desarrollado q uebranta
IihIm resistencia; la generación constante de u n a sobrcpoblación relativa
m antiene la ley de la oferta y la d em an d a de trab ajo , y p or lo tan to el
q.ilario, dentro de carriles que conviene a las necesidades de valorización
ili'l capital; la coerción sorda de las relaciones económ icas pone el sello a
In dom inación del capitalista sobre el obrero. Sigue usándose, siem pre, la
violencia directa, extracconóm ica, pero sólo excepcionalm cnte. Para el curso
muñí de las cosas es posible confiar el obrero a las “leyes naturales de la pro­
ducción”, esto es, a la dependencia, en que el m ism o se encuentra con res-
jh tio al capital, dependencia surgida de las condiciones de producción m is­
mas y garantizadas y perpetuadas por éstas.86

No se puede expresar de m an era más clara y sintética el desarrollo de


j;iH relaciones de clase entre el siglo x vn y la p rim era m itad del xix,
que explica las vicisitudes que tuvo la casa de corrección en Inglaterra,
CU aquella situación — modelo dnl origen del capital, es decir lo mismo
[que M arx privilegia en sus análisis.

hrtons sur Ies prisons des ordres religicux” , en Ouvrages Posthumes de D. Jean
Mabillon et de D. Thierry R u in a rt.. París, 1724, pp. 321-335. Edición en
¡ÍiikIís de T . Sellin: “D on Jean M abillon - A piison reformar of the seventeenth
¡Oiitury” , en Journal of Am erican Instituto of Criminal Lae and Crtminology”,
i v n (1926-1927), pp. 581-602.
b:i K arl M arx, II Capitale, i, 3, p. 196 [t. i/3 , p. 923].
M Ibid., p. 210 y cap. xxv, pp. ss. [t. i/3 , p. 94-0 y cap. xxv, pp. 955m.].
Ibid., p. 210 [t. i/3 , p. 940].
It" Ibid., pp. 196-sr. [t. i/3 , pp. 922-923],
*
I

56 CÁ RCEL Y T R A B A JO EN E L PERIO DO D E FO R M A C Ó N D EL MI

D u ran te todo el siglo xvii y buena p arte del xvm un o de los pri
blem ar graves que tuvo el capital fue la escasez de la fu e r/a c
trabajo, con el peligro continuam ente subyacente del posible aum cnj
d el nivel de salarios.87 El problem a fue m enos grave en el siglo xi]
sea porque estaba com enzando a darse ya un increm ento demográf,
co, sea porque se continuó, en form a im portante, el proceso de expu
sión y de expropiación de la clase cam pesina. C on todo, es significí
tiva la insistencia, d u ran te todo este tiem po, con la que se sigi
exigiendo el trab ajo f o r z a d o e l m odo de producción capitalista n
cesita m ucho tiem po p a ra term inar de destruir aquella residual capj
cidad de resistencia del proletariado que tenia origen en el viejo moc
de producción.
C u an to m ás avanzan las expropiaciones, en form a correlativa di
m inuyen las posibilidades de defensa de quienes son expropiados, y
econom ía cam pesina de subsistencia se v a destruyendo en la medid
en que se propaga el sistema de m ercado.80 No tiene n ad a de sorprei
dente, p o r tanto, que la gran acusada del periodo sea la ley sobre 1<
pobres de la reina Isabel: hay críticas y ataques continuos al sistem
isabelino de relief, hasta que en 1834, inm ediatam ente después de
tom a form al de poder p o r p arte de la burguesía, la nueva Poor La,
no acep tará ya las solicitudes que se hicieron en m últiples ocasioné
L a O íd Poor L aw — como se llamó com únm ente a la serie de dispe
siciones prom ulgadas entre 1572 y 1601— h ab ía transform ado el si:
tem a de la caridad p rivada en caridad pública y h ab ía obligado, a 1;
com unidades locales, a d a r trabajo a los pobres que estaban en cor
diciones de trabajar. Sin em bargo, el lado asistencial prevalecía, en 1
práctica, sobre el laboral, y era opinión unánim e de quienes criticaba
la ley que ésta tendía a reducir la cantid ad de fuerza de trabajo dii
ponible y p o r lo tanto que sostenía los salarios por encim a del niv<
que hubiera sido posible sin el relief system.

E sta vergüenza de los altos salarios de los artesanos se debe, en In g la te rd


al ocio d e tan gran nú m ero de personas q u e pertenecen a tales condicione
sociales: p o r eso, los industriosos y los q u e tienen deseos de trab ajar, s
hacen p agar lo que les viene en gana: pero pónganse a tra b a ja r a los po
bres y entonces estos hom bres se verán obligados a dism inuir sus tarifas [ .. .]9
«i
I
87 M auricc Dobb, op. cit., pp. 268íj. [p. 277.fi.].
1,8 Loe. cit.
«B Ib id ., p. 264- [p. 274],
00 C itado por T . E. Gregory, “T he economics of eraploymcnt in England
1660-1713”, en Economica, 1921,1, p. 44. P ara u n a reseña de las posicione
sobre este tema, véase R. Bendix, Work and authority in industry, Nueví
York-Londres, 1956, pp. 60íí. ; el interesante escrito de D. Defoe, Giving alm¡
ItliA C IÓ N D E LA IN S T IT U C IÓ N C.AKCEI.AKIA M OlJEK N A 57

!n coro u nánim e de voces se alza p ara alab ar los efectos benéficos


ne traería u n uso m ucho m ás exlenso y lendencialm ente exclusivo
c las workhouses.91 U n p rim e r resultado se alcanzó con el workhouse
i General A c t de 1722-1723, en el que se perm itió a un g ru p o de pa-
roquias la construcción de casas de trab ajo p a ra in te rn a r en ellas a
ikIo aquel que pidiera alg u n a form a de asistencia.82 C om o observa
riarshall, las disposiciones de la o p l eran en g ran p a rte im portantes
inte u n a desocupación que tenía orígenes estructurales;03 no había
¡vipitalcs suficientes p a ra d a r trab ajo a todos los pobres, y el núm ero
Je casas de trab ajo que se construyeron fueron m uy inferiores en nú-
íiiero a lo que debía ser según la o p l." 1 Como Jo afirm a un texto de la
'poca, los mismos condenados a los azotes o al destierro, p o r ser con-

Íiderados ociosos o vagabundos, m aldecían ab iertam ente a los magis-


lados en tan to eran incapaces de sum inistrarles trabajos."® Y todo ello
ucedía en u n periodo en que se h ablaba de escasez de m ano de obra.
lUesulta m uy difícil distinguir el desarrollo de la casa de corrección
propiam ente d icha de la w orkhouse p a ra pobres o poorhouse. Com o
«• aclaró anteriorm ente, p o r otro lado tal distinción no estaba incluida
i-n la o p l, que sólo decía q u e la casa de corrección a construir en cad a
parroquia debía ser p a ra desocupados, vagabundos y ladrones, etc.
D urante u n tiem po el sistem a funcionó, pero después se fue deterio­
rando. El trab ajo en las casas de corrección empezó a escasear y se
roinenzó nuevam ente a castigar a los vagabundos con azotes, con
hierros candentes y con el intern am ien to ; pero la práctica de la casa
de corrección lleva a que c a d a vez más frecuentem ente el castigo
fuera de tipo detentivo y fue asi como absorbió poco a poco a la an-
I¡líiia gaol, la prisión de custodia. A unque form alm ente fue sólo el
l'rison A c t de 1865 el que elim inó la diferencia entre gaol y bridewell,
ya en 1720 era posible co n d en ar a los responsables de delitos m eno­
res a cualquiera de las dos instituciones en base a criterios de p u ra
il¡Mcrecionalidad. Desde entonces, frecuentem ente la institución penal,
rl Bridewell, se confundía con la casa de trabajo, dividida sólo for-
innlmcnte de ella como u n a de sus secciones, o viceversa.*0 Sin em bar-

[
no charity, en A Selects Collection of Scarce and Valuable Economic Tracts,
liondrcs, 1859, p. 40; el volumen de Bendix es m uy sugerente para toda la
política social inglesa de los siglos x v i - x i x (prim era p arte, cap. ir).
01 F. M. Edén, op. cit., pp. 25ss.
®s J. D. M arshall, T h e oíd poor law 1795-1834, Londres, 1968, p. 14.
Ib id ., p. 15.
114 F. M. Edén, op. cit., pp. 25, 34-35.
[ 1,5 Ibid., p. 27.
uo S. y B. Webb, op. cit., pp. 15-17; L. W. Fox, T h e modern english prison,
p. 3; M. G rünhut, op. cit., p. 17.
58 CÁ RCEL Y T R A B A JO EN E L PERIO DO DE FORM A CÓN DEL M I

go, m ientras había, como ya vimos, u n a continua presión p a ra “pone


a trab ajar a los pobres” y se h acen tentativas en este sentido durant
todo este periodo, la siem pre m ayor cercanía existente entre la cas
de corrección y la antigua cárcel de custodia hace cam biar el régime:
interno de las instituciones penales, al menos en la In g laterra del Me
dioevo tardío.1’7 El trabajo desapareció com pletam ente de la prisiói
se regresó a la p ráctica funesta de las ganancias privadas de los guaa
dias, desapareció todo rastro de clasificación y diferenciación, por m í
b u rd a que hubiera sido antes. Las secciones fem eninas de la cárcel si
transform aron en burdeles regidos p o r el carcelero; so estableció as
la situación que provocó la intervención y los escritos de los reforma!
dores de la segunda m itad del siglo xvm , situación siniestramente ré
p resentada por el azote de la gaol fever, que m atab a casi a la quintl
p arte de los presos cad a año, sin respetar a jueces, carceleros, testigo
y todos aquellos que de algún m odo tenían que ver con la cárcel. Lj
tendencia histórica que no cam bia, y que se consolida, afirm a en eso
periodo la sustitución de las antiguas penas corporales y de la muere
p o r la detención. D etención que se hace progresivam ente más útil í
m ás dolorosa p a ra los internados.
H ay que buscar la raíz de esta decadencia progresiva en las gran
des transform aciones que se operaron en la segunda m itad del sigli
xvm . L a excepcional aceleración del ritm o del desarrollo económico :
el fenóm eno de la revolución industrial 08 rom pe todos los tradiciona
les equilibrios sociales anteriores. U n a repentina disminución de 1¡
curva del increm ento demográfico, unida a la introducción de 1;
m áquina y al pasaje del sistema m anufacturero al sistema de fábrici
propiam ente dicho, m arcan contem poráneam ente la edad de oro de
joven capitalism o y el periodo más negro de la historia del proleta
riado. L a notable aceleración de la penetración del capital en el campi
y correspondientem ente la expulsión de éste de la clase campesina
sobre todo a través de los bilis for indosures of com mons, leyes parí
el cercam iento de las tierras comunes,00 contribuye a presentar en e
m ercado de trabajo u n a oferta de m ano de obra sin precedentes. Ha;
un nuevo periodo de gran compresión de salarios que d u ra desde 176(
hasta 1815. Los fenómenos del urbanism o, el pauperism o, la “ crirni
n alid ad ”, crecen en m edida antes desconocida. L a “silenciosa coao
ción de las relaciones económicas” sustituye a la violencia de reglaí
m entó: es la era del liberalism o; el capital capaz ya de cam inar coi
sus propios recursos se proclam a orgullosarnente seguro de sí inisrm
" ' ' i
07 Sobre lo que sigue, véase S. y B. Webb, op. cit., p. 17.
08 M aurice Dobb, op. cit., pp. 296«. [p. 305íí.].
98 Véase, supra, nota 6.
l'.Ur,ACIÓN DE LA IN S T IT U C IO N CARCELARIA M ODERNA 59

V ¡tutosuficiente, y se burla del sistema de los privilegios, desigual y


uutoritario, que en los siglos precedentes lo había alim entado. Es un
Inpso que d u ra poco; rápidam ente se deberá com enzar a utilizar la
"violencia inm ediata, extraeconóm ica” , contra los primeros intentos
<l(i organización del proletariado. Y a los acontecim ientos revoluciona­
rios en Francia son bastante claros en este sentido, y el nuevo estado
napoleónico es bastante más fuerte y eficiente que el A n d e n R égim e.
Desde el principio, liberalismo significa que el capital és libre ante el
'ustado, el estado le pertenece — como algunos decenios después lo va
ÍL decir el joven M arx— 100 y debe, por lo tanto, prestar sus servicios a
Monsieur le Capital. Este hecho va a aparecer con bastante claridad
ícn toda la cuestión de la asistencia y de la cárcel. “El delito, las re­
vueltas, los incendios dolosos" son la respuesta necesaria y espontánea
. de la fracción más pobre del proletariado en u n a situación ante la cual
v'»o h a aprendido todavía a reaccionar a través de la lucha de clases
organizada.101 Al gran increm ento del pauperism o, que corresponde,
entre otras cosas, al aum ento de precio de los granos, se responde en
un p rim er m om ento con los instrum entos renovados de la o p l . E ntre
1760 y 1818 los impuestos p a ra los pobres se sextuplican; la asistencia
debe financiarse provocando más pauperism o. Se introduce una serie de
instrumentos que ya se habían usado bastante antes: la deterrent work-
house, el roundstnan systern, la aliofanee in aid of wak.es, 1 0 2 C on la
nueva situación y sobre todo con el costo creciente del relief system
¡sabelino, las críticas que iban dirigidas co n tra éste en los siglos an ­
teriores llegan al extrem o. Sobre todo la állowance in aid of wages o
Speenham land system, u n a contribución en dinero que se daba a los
pobres de acuerdo con el precio corriente del p an (en realidad un
modo de evitar la instauración de un salario m ín im o ), suscitó, después
de 1815, las críticas m ás feroces. A la crítica tradicional y recurrente de
t|ue tales formas de asistencia favorecían el ocio y la negativa al tra­
bajo y m antenían altos los salarios, se sobreponía ahora la visión mal-
thusiana, aspecto extrem o del liberalismo económ ico: el relief per­
mitía la sobrevivencia y la reproducción de u n a población que se
m ultiplicaba, inútil y dañosa p a ra el desarrollo económico. Ésta fue,
esencialmente, la visión que del problem a tuvo la Comisión de E n­
cuesta de 1832-1834 de cuyos resultados salió la nueva Poor L a w .103

100 Kai-1 M arx, D ibattiti sulla legge contro i furti de legna, en Scritti po-
litici giovanili, p. 213.
101 F. Pivcn y R. A. Cloward, op. cit., p. 29. V éase tam bién E. P. T hom p­
son, op. cit., pp. 59íí.
10a Sobre este tem a, véase J. D. M arshall, op. cit.
103 Sobre la elaboración de la nueva ley p ara los pobres, véase ibid. p . 17;
F. Piven y R. A. Cloward, op. cit., pp. 33-34; G. Rusche y O . K irchheim er,
ÜO CÁ RCEL Y TRA BA JO E N E L PERIO DO DE FORM ACÓN DEL M fl

Convencidos, con M altlius y otros partidarios de la libre com petencia, quj


era Jo m ejor d eja r a c ad a uno el cuidado de sí m ism o, d e intro d u cir pd
consiguiente el laissez-faire, hubieran querido de toda gana abolir del todj
las leyes sobre los pobres. Gomo todavía no tenían au to ridad ni valor, prd
pusieron una Jey sobre los pobres, m ah h u sian a al m áxim o, que es m ás báj
b ara que el laissez-jaire, porque es activa, m ientras éste es sólo pasivo.104 j
i
A

¿C uál fue la solución p ropugnada y adop tad a p o r Nicholls y los otrdl


reíorm adores? Y a en 1770 — aunque este m odo de concebir la worÚ
house e ra tam bién anterior— la ideal workhouse era definida come
house of terror, casa del terror.10* Y la solución dada por la burguesía
poquísimo tiempo después de su acceso definitivo al poder político fui
Ja deterrent workhouse, la casa de trabajo terrorista; o sea la sustitución
de cualquier form a de asistencia fuera de las casas de trabajo (ouí.
door relief) con la internación y el trabajo forzado en éste. ¿C uá
era el fin de esta m edida y en qué sentido la workhouse era definida
p o r los mismos reform adores, deterrent? Las condiciones de vida y d<
trabajo en esas casas eran de tal naturaleza, que nadie, fu era de un;
extrem a necesidad, aceptaba hacerse internar en ellas. Las palabras di
los mismos comisarios son claras en este sentido:

E n una casa así, nad ie en trará voluntariam ente; el trabajo, el aislam iento )
la disciplina atem orizarán al indolente y al m alvado, y nadie, si no se en­
cuentra en absoluta necesidad, o btendrá lo q u e necesita, pagando comc
precio la renuncia d e la libertad de contratarse p o r sí mism o, y del sacri'
ficio de la gratificación y d e las prácticas habituales.100
<
El fin de la casa de trabajo era, u n a vez más, forzar al pobre a ofre­
cerse a quienquiera que quisiera darle trabajo en las condiciones que
fueran .107 P ara eso e ra necesario que la casa ofreciera, com o m odo de
vivir, un nivel m ás bajo que el que podía obtener el trabajador libre
del m ás bajo estrato social.108 El internam iento en la casa de trabajo]
a c tú a sobre el m ercado, pero a diferencia de lo que pasaba antes, en]
que un sector de la producción funcionaba a u n costo m uy bajo debido:
al trabajo com prim ido, ah o ra debido al carácter de terror que compor-'
ta, el trab ajad o r evita caer en las garras de la institución cueste lo que’
op. cit., p. 94; Friedrich Engels, La situazione della classe operaría in Jn-
ghilterra, Rom a, 1972, pp. 340jí.
104 Friedrich Engels, L a situazione della classe operaia in Inglhilterra, p. 312
[La situación de la clase obrera en Inglaterra, Buenos Aires, Futuro, 1965,
p. 271],
106 K arl M arx, II Capitale, i, 1, p. 301 [t. i / l , p. 333].
ioo f . Piven y R. A. Clow ard, op. cit., pp. 33-34.
307 Loe. cit.
jos Ibid. p. 34. Este principio se llam aba de less eligibility.
Il* II ACION D E LA IN S T IT U C IÓ N CA RCELA RIA M O D ER N A 61

Cueste. Se quiere o b ten er esta vez u n control del proletariado que no


i'ilA falto, después d e la experiencia de la revolución francesa y de las
|Mhueras lu d ia s obreras en In g la te rra , de u n contenido directam ente
|ml¡tico. Sir G eorge N icholls, el artífice p rin cip al de la nueva Poor
I miv, consideraba a c a d a pobre com o u n “jacobino potencial” “ dis­
puesto a a te n ta r e n c o n tra d e la p ro p ied ad d e su vecino rico” .100
I'iiifjcls describe bastan te bien la v id a en la casa de trabajo, que era
iln todo com o la de u n a prisión, ta n to que el pueblo las rebautizó con
t>l nom bre de poor-law-Bastilles, bastillas de la ley sobre los pobres.110
Kl reglam ento in tern o de la casa, adem ás de aseg urar u n nivel de vida
Inferior, si fu era posible, al de u n a cárcel, pone u n a serie de lim ita-
t ifmes a la libertad personal, típicas de la cárcel; adem ás, el trab ajo
se desem peña en ellas, es totalm ente in ú til, insignificante, p e n ­
a n d o m ás en función de disciplina y de dom esticación que de pro-
ilur.ción.111 E n resum en, com o D israeli llegó a decir, la reform a de
IIIIM- “a n u n c ia al m u n d o q u e en In g la te rra ser pobre es u n delito” .112
M e h e d etenido ta n larg am en te en la cuestión de la asistencia no
nulamente p o rq u e el inicio de la institución carcelaria m o derna está
Intim am ente lig ad a con ella — m ás aú n , se confunde con ella— sino
nnbrc todo p orque en el periodo de la revolución industrial esta rela-
rión perm an ece d e m a n e ra clara, a pesar d e la diferenciación que se
i'ii d an d o en las instituciones y de la d istin ta extensión que tiene su
iiio. E n to d o el periodo precedente, se observaba u n a ap arente con-
liudicción en el desarrollo de u n a política de asistencia que se iba
iirgando cad a vez m ás en nom bre de la intro d ucción de casas de tra -
Iinjo a la p a r de u n retiro del tra b a jo d e las cárceles que decaía p ro ­
fundam ente, d ecad en cia — al m enos en lo q u e respecta a las casas de
i orrección— si no en la difusión cu a n tita tiv a , que continúa, en el em ­
peoram iento del régim en de v id a interno. L a contradicción no es m ás
t|iie a p a re n te , y el destino de las dos instituciones, cárcel y casa de
|i abajo, n o solam ente coincide sino que sufre al m ism o tiem po u n
i iunbio p ro fu n d o en el m om ento de lá revolución industrial. Las p rin ­
cipales características de las casas de tra b a jo im puestas p o r la nueva
i'oor L a w de 1834 son tam bién las de la evolución carcelaria del

L . J,,B E n J. D . M arshall, op. cit., p. 30. Sobre la relación en tre lo que ah o ra


Domamos “crim inalidad política” y “crim inalidad com ún — y que en ese tiem po
,rrnn form as diversas, prim itivas y poco diferenciadas do la lucha de clases,
rcji la G ra n B retaña de la revolución industrial— véase las bellas páginas de
K. 1‘. T hom pson, op. cit., p. 61 .s í .
I) n o F ried rich Engels, L a situazione della classe opérala in In g kilterra , p. 312
le- 271],
I 111 Ib id ., p. 313 [p. 272].
112 C ita d o en F. Piven y R. A. C low ard, op. cit., p. 35.
I
62 . CA RCEL Y TRA B A JO EN EL PERIODO D E FORM AGON D E L MI

¡mismo periodo. C on el pauperism o que crece en la era de la revol’


ción industrial, crecen tam bién el delito y la rebelión.113 El grito “p<
o sangre’"', serpentea por los distritos industriales de In g laterra en 181
E l espectro jacobino tu rb a los sueños no sólo de la aristocracia con1
n en tal sino tam bién de la burguesía inglesa. Con todo, en este prim
periodo, el delito individual y la violencia son las únicas arm as cc
las que las masas empobrecidas logran expresar su oposición.111 No
extraño, por eso, que en el clima de restauración posnapoleónico se s
cen voces pidiendo el regreso del antiguo m étodo de tra ta r la deli:
cuencia: los azotes, la horca y lo demás. U no de los leit-m otiv de I
ataques reaccionarios co n tra la revolución francesa es, entre otras cose
su actitud filantrópica con relación al problem a de la crim inalidad
de la cárcel, que había sido antes la postura de los iluministas, tan
por las garantías individuales que postulaba, como por la reform a (¡

113 G. Rusche y O . K irchheim er, op. cit., pp. 95«.


114 En ibid., pp. 96-97; véanse los datos del rápido aum ento d e los ínc
ces de crim inalidad en In g laterra desde 1810 en adelante. En el estupeni
ensayo del joven Engels de los años 1844-1845, que ya hemos citado, no
casual que retornan continuam ente los temas del pauperismo, el alcoholism
la prostitución y el delito: eran las raíces históricas de la situación que E
gels tenía delante de sí, en la cual una práctica criminal masiva e ra una fom
poco superada de lucha de clases.
Engels lo expresa sintéticam ente cuando dice:
“Y el que, entre los ‘superfluos’, tiene bastante coraje y pasión p ara reb
larse abiertam ente contra la sociedad y responder a la guerra oculta que
burguesía le hace, con la guerra abierta contra la burguesía, roba, saqui
y m ata” (p. 124 [p. 99]).
Ilu stra después las fases a través de las cuales el proletariado inglés pa
del delito a la revuelta y finalm ente a la lucha política por medio de la co,
quista del derecho de asociación (pp. 224-245 [pp. 210-11]). Resulta oportui
p o tar de paso que los famosos juicios de M a rx sobre el subproletariado qi
dieron pie a la reciente querella político-filológica, (véanse los números di
16 al 23 de enero y del C de febrero de 1972 del diario II manifestó) siemp
6e sitúan, igual que los de Engels que estamos comentando, en u n contex
político-social determ inado y de él sacan su validez. L a tarea del movimien
socialista del siglo pasado fue la transformación m is o menos bien hecl
del com portam iento criminal en una práctica política de masas, m ientras qi
el com portam iento criminal sigue siendo la característica de una sección d
proletariado: el subproletariado, m uchas veces usado con fines antiobrerc
Es claro, pues, que en tal perspectiva política, M arx y Engels se lancen <
contra del elem ento ¡umpen. Tam bién hay que recalcar que la cuestión d
subproletariado, como cuestión de análisis de clase, no tiene nada que v
con la violencia y la ilegalidad como formas de lucha política, conceptos qi
resultan absurdos si no se clarifican. Sobre estos temas, véanse las brillant
páginas del M ichel Foucault: Surveiüer et punir, París, 1975, pp. 261jí. [Vigil
y castigar, México, Siglo X X I, 1976, pp. 261j.5.]. (Sobre el texto de Foucaul
véase infra.)
HKIUl ÍÓN B li LA IN S T IT U C IÓ N CARCELARIA MODERNA 6?.

In ii'uv.el que pedía. E l principal representante de esta corriente en


(nnliitcrra es J . H ow ard .115 E sta reacción no pretende el retorno a
lim lum ias de castigo precarcelarias sino un endurecim iento y u n a fun-
i Inii punitoria au m en tad a de la m ism a cárcel, y, si se prescinde de u n a
ilrilu, decencia y dignidad que el m ovimiento ilum inista impuso a la
iclni ma carcelaria, ésta no es m ás que la continuación de la situación
íli’l :ii¡jIo xviii. L a razón de fondo se encuentra en el hecho, ya comen-
I iiiln, del aum ento excepcional de la oferta de trabajo que hacía to-
liilnmitc obsoleta la vieja fórm ula del trabajo carcelario, en beneficio
lid aspecto intim idatorio y terrorista de la casa de trabajo y, más to-
iliivii», de la cárcel. No se tra ta de que no se trab aje más en la cárcel;
*>l Habajo carcelario no se descarta a priori, sólo emerge al prim er
iil>ini> el carácter punitivo, disciplinante del trab ajo antes que su va­
lí n ¡/.ación económica. Y todo esto porque el nivel de inversión de
rujiilal, con la introducción de la m áquina, p a ra cualquier trabajo
pi i>iluctivo, había aum entado de tal m anera que el trabajo en las
i turóles — como lo afirm aba u n estudio de la época— no podía ha-
imci; más que con grandes pérdidas .110 Además, la abundancia de fuer-
*ii de trabajo libre era tal que el trabajo forzado ya no necesitaba
i>|fiT(:r la función de regulación de los salarios, como había sido en
lii época m ercantil. Esto perm itía despreocuparse de la competencia
ipil' el trabajo de las cárceles había hecho al trab ajo libre, y con ello
|n>nlieron fuerza las protestas que la clase trab ajad o ra hacía contra
iM. " 7 Por otro lado, carácter intim idatorio y trab ajo inútil son carac-
ln ¡:>licas de las mismas workhouses p a ra pobres, donde el trabajo de­
ludía haber sido el único fin de la institución. Además, es útil conocer
In proporción del fenóm eno del pauperism o y de las poorhouses res-
|iri:lo del carcelario: según las estimaciones de los W ebb, en 1820 el
pinventaje de la población inglesa que recibía asistencia en las parro-
i|iiius (o sea en el sistema de la o pi .) era del ord en del 12 al 13% del
Ininl de la población.11® E n 1845, se calculaba que de un total de
I ‘170 970 habitantes que recibían asistencia, 215 325 ciudadanos in-
l(!rses, debido a la nueva Poor L a w , estaban internados en las workhou-

110 John H oward, Prisonsand lazareltos, I: T he State of the prisons in


Knuland and ¡Vales, M ontclair (N ueva Y crscy), 1973, reimpresión de la edi-
ilñll de 1972. Véase en particular la tercera sección: “ Proposed improvements
In llie structurc and m anagem ent of prisons” , p. 19.
118 G. Rusche y O . K irchheim er, op. cit., p, 110.
Ibid., p. 111. '
118 E n J. D . M arshall, op. cit., p. 33. El texto fundam ental sobre estos
|irnl ilninas p ara el periodo de la revolución industrial, es, p ara Inglaterra, la
iitini de 5. y G. W ebb, English poor law history, vols. vn, vm y rx de su
Knulish local government, Londres, 1929.
' • 1 fl
64- CIÁROEL Y TRA BA JO EN EL PERIO DO DE FORM A CON D EL M PC

ses.11* Si consideramos el relcvam iento de J. H ow ard de 1782, que arro­


ja un total de 4 439 detenidos en las cárceles inglesas (de los cuales casi
la m itad estaban en la cárcel por deudas ) , 120 y que en 1860 se registran
8 899 detenidos ,121 suponiendo que en la situación d e los años 1820­
1840 el núm ero p u d iera haber sido sensiblemente m ás alto, se ve inm e­
diatam en te la desproporción existente entre el problem a social, que
se m anifiesta en las cifras que corresponden a los pobres, con lo que sé,
podría llam ar la emergencia criminal de la situación im perante.wa
Se puede com prender ahora la pequenez del problem a carcelario en
térm inos d e econom ía social, y el porqué del em peño que se tiene
en solucionar el problem a del pauperism o. Pero del otro lado tam ­
bién se ve el significado simbólico e ideológico que se le atribuye a la
cárcel a p a rtir de ese m om ento.
En las proposiciones de uno de los m áximos representantes de la
burguesía inglesa en ascenso, Jercm y Bentham , la cárcel se presenta
ya en u n a fase interm edia en que a la vocación productivista y reso-
cializante — que había sido la de las prim eras experiencias y que des­
pués fue retom ado p o r el Ilum inism o— se comienza a sobreponer el
fin intim idatorio y de puro control. El problem a carcelario se ve some­
tido en este periodo, como en toda la fase de transición, a continuos
em bates políticos, y se cam bian teorías, proposiciones y soluciones, de­
pendiendo del bando al que se alinean los intelectuales. El Panopticon
de B entham 123 es u n intento ingenuo y nunca realizado de coordinar
u n exasperado sistema punitivo y de control con u n a eficacia produc­
tiva, intento que m uestra la tendencia definitiva que se im pondrá en
los años siguientes en favor del prim er aspecto. El Panopticon es al
mismo tiem po u n a idea arquitectónica y la m aterialización de la ideo­
logía que la sustenta:

El principio form al en que se basaba el Panopticon consistía en el acopla­


m iento d e dos contenedores cilindricos coaxiales, d e varios planos, con fun­
ciones opuestas y com plem entarias: las coronas circulares, en correspondencia
con los planos del cilindro externo, estaban divididas por m edio d e siete
radiales en unidades celulares, com pletam ente abiertas hacia el hueco cen­
tral, y recibiendo la ilum inación desde el perím etro exterior; esta p arte se
reservaba a los individuos que debían ser controlados. E n el cilindro coaxial
no j* p¡ven y R. A. Cloward, op. cit., p. 35.
120 J . H ow ard, op. cit., p. 492.
121 D el oficial Prison Report de esc año del H om e Office.
122 Esto, nos debe hacer considerar, tam bién, como, pasando de u n a deter
m inanada situación social a otra, los mismos resultados pueden ser obtenido:
con otros medios, por ejemplo con otras instituciones segregantes, o con la de
portación, etcétera.
123 Jcrem y Bentham , Panopticon, en T he works of Jeremy B entham , vol
iv, N ueva York, 1962, p. 37.
C R EA C IÓ N O E LA IN S T IT U C IO N CANCELARIA M O D ERN A 65

in tern o , ocu ltad os p o r d elg ad a s p ared es opacas, dispuestas a lo larg o de


todo el p erím etro , se e n co n trab an los puestos d e los carceleros — m uy p o ­
cos, según se precisa— , los cuales sin p osibilidad d e ser vistos, p odían e jercer
un co n tro l constante sobre c u a lq u ie r p u n to d e l cilin d ro ex terno a través de
m iras p racticad as en los m u ro s: n a d a p o d ía h u ir a su m ira d a .124

L a v id a en la “celda elem en tal” , correspondía a la introducción, en


el p rim e r proyecto de B en th ain (1 7 8 7 ), d el principio del aislam iento
absoluto continuo. E n el P ostcriptum de c u a tro años después se a m ­
p lían las celdas p a ra ser ocupadas p o r c u a tro presos .125 E l elem ento
esencial del proyecto era, sin d u d a, “el p rincipio de inspección” , o sea
la posibilidad, con pocos hom bres, de ten er en constante vigilancia, o
de h a c e r p en sar q u e se estab a bajo c o n tin u a vigilancia, a todos los
individuos recluidos en la institución. Si estos dos elem entos, el del ais­
lam iento continuo (q u e después desaparece) y el de la inspección, em -
p a re n ta n el P anopticon con las m odernas p enitenciarías de aislam iento
celular qu e surgen contem p o rán eam en te en Estados U nidos,12® c arac ­
terística de la p o stu ra de B entham es la im p o rta n c ia que le atribuye
a la p ro d u ctiv id ad de la institución .127 E n este sentido B entham es
com pletam ente lib eral: “Y o h a ré todo p o r contrato”,1** dice, y excluye
cu alq u ier concepción p u n itiv a del trab ajo , debiendo adm inistrarse
éste con criterios estrictam en te capitalistas: “D ebo confesar que no h e
visto p ru e b a m ás cla ra y m ás segura de reeducación que el m ejo ra­
m iento d e la c a n tid ad y del v alo r del tra b a jo .” 120 L a esencia de la
p en a e stá co nstituida, tam bién en lo que respecta a la relación de
trab ajo , p o r la p é rd id a d e la libertad, que se m anifiesta sobre todo en
la privació n de la lib ertad p a ra pod er co n tratarse: el detenido está
sujeto a u n m onopolio de o ferta de tra b a jo , condición que hace v en ­
tajosa p a ra el c o n tra ta n te ha utilización de la fuerza de trab ajo ca r­
celaria: “L a privación de la libertad, que constituye su pena, le im p i­
de ofrecer su trab a jo en o tro m ercado, y lo h ace así sujeto de u n
m onopolio; su p a tró n , com o cu alquier m onopolista, saca cu an to m ás
puede d e su trab ajo .” 130 Pero el principio del aislam iento punitivo,
po r u n lado, y la p e n a com o privación de la libertad, p o r el otro, que
en el esquem a tod av ía conviven, son principios qu e se h arán c a d a vez
más contradictorios en tre sí. El proyecto arquitectónico de B entham
121 V éase Comoli M andracci, I I carcere j>er la societa del Selte-O ttocento,
T u rín , 1974, pp. 36-37. V éase tam bién R . Evans, “P anopticon” , en Con-
trospazio, II , 10, pp. 4-18.
,2# P ostcriptum , en Jerem y Bentham , op, cit., pp. 67ss.
129 V éase, en este m ism o volum en, el ensayo de Masshno Pavarini.
127 Jerem y B entham , op. cit., pp. 47ss.
]2S Ib id ., p. 47.
“ a ib id ., p. 50.
130 Ib id ., p. 54.
66 CÁ RCEL Y T R A B A JO EN E L l ’ERIODO DE FORM ACON D EL M PO

se a d a p ta bien al control, custodia e intim idación que él mismo resalta,


pero no a la introducción del trabajo productivo en la cárcel en un
m om ento en que las m áquinas cada vez m ás m asivam ente están pre­
sentes en el ciclo productivo, el que a su vez se organiza más y más
según el principio de colaboración entre los obreros. Es quizás un
signo de ello el hecho de que B entham haya aum entado a cuatro el
«lim ero de detenidos en cada celda. Lo que sí es seguro es que el pro­
yecto de B entham nun ca se puso en práctica, a pesar de la buena
acogida que se dio, en los prim eros años del siglo xix, cuando preva­
lecía la instancia reform adora, a su invitación de utilizar en forma
productiva la cárcel.
Ila y que hacer resaltar todavía otro elemento del proyecto de Ben­
tham , quizás el más significativo de la época y de su ideología. El
frontispicio del volumen en que se expone el proyecto del Panopticon,
tiene el siguiente título:

“panopticon”, o casa de inspección: conlicnc la idea de un nuevo principio'


de construcción, aplicable a cualquier clase de establecimiento, en el cual
cualquier clase de personas sean m antenidas bajo inspección; y en particu lar
a penitenciarías, cárceles, casas de industria, work-houses, poor-houses, m a­
nufacturas, m anicom ios, lazaretos, hospitales y escuelas.

En las prim eras líneas de la obra se repite que esta “idea” es apli­
cable,

sin excepción, a cualquier establecim iento en el q u e [...] se necesita tener


a m uchas personas b a jo control. N o im porta el objetivo, incluso pueden ser
contradictorios: sea que se trate de castigar a los incorregibles, vigilar a los
locos, corregir a los viciosos, aislar a los sospechosos, hacer trabajar a los
ociosos, socorrer a quienes necesitan ayuda, curar a los enfermos, instruir en
cualquier ram o de actividad a quienes lo deseen, o bien conducir a la nueva
generación por el cam ino de la educación: en una palabra, se puede usar
para la prisión perpetua como justificativo de la pena de m uerte, p ara la
prisión de custodia antes del proceso, para la penitenciaría, p ara la casa de
corrección, para la casa de trabajo, la casa de m anufactura, para el m anico­
mio, p a ra el hospital y para la escuela.™1
¡

Después, B entham se dedica, con gran cuidado, a tra ta r la aplicación


de su proyecto al modelo penitenciario, pues, en este caso “los fines
de custodia, aislamiento, soledad, trabajo forzado y enseñanza se de­
ben perseguir al mismo tiem po ” .132 No se puede decir de m anera más
sintética la función de las distintas instituciones segregantes — creadas
poco antes por la sociedad burguesa, en el m omento en que Bentham
Ibid., p. 40.
182 Loe. cit.
C REA CIÓ N DE LA IN S T IT U C IÓ N CARCELARIA M ODERNA 67

escribe esto— unificadas más allá de las funciones específicas en un


fin unitario y esencial: el control del proletariado naciente. Ellas se
caracterizan p o r estar destinadas por el estado de la sociedad burguesa
al m anejo de los varios m om entos de la form ación, la producción y la
reproducción del proletariado industrial; son uno de los instrum entos
esenciales de la política social del estado, política que tiene como fin
garantizar al capital u n a fuerza de trabajo que por sus actitudes
morales, por su salud física, su capacidad intelectual, su conform idad
p a ra obedecer las reglas p o r estar acostum brada a la disciplina y a
la obediencia, etc., pued a fácilm ente adaptarse al régimen de vida
de la fábrica y producir el máximo de plusvalor posible en un m om ento
determ inado. Pero sobre cualquier otro carácter de la institución, es
el inspection principie el que prevalece, es el principio de inspección el
que puede garantizar el respeto a la disciplina. El Panopticon, la ca­
pacidad de control a los subordinados en cualquier m om ento y en
cualquier lugar de la institución es, p a ra decirlo de m anera burda
(pero las teorías burguesas de ese tiem po son burdas, es decir simples,
claras y [casi] sin co n traste), u n a extensión del ojo del patrón. Esto
es verdad sólo lateralm ente si se considera lo que era la organización
del trab ajo de fábrica en este periodo, sobre la cual Bentham apoya
su utopía del control p a ra cualquier institución segregante. U n a or­
ganización de trabajo en la que no se podía asegurar la cooperación 133
p o r el autom atism o del proceso de producción sino por la fuerza y
la autoridad física del capitalista que, produciendo con m áquinas que
pertenecen a la prehistoria de lo que es ahora la técnica industrial,
coordina con su vista, con su voz, con sus órdenes (o con las del ca­
pataz) el buen funcionam iento del proceso productivo.
Es útil, a este respecto, reto rn ar a la historia del origen del capita­
lismo, desde la acum ulación originaria h asta el análisis de la esencia
del capital en su m odelo clásico del siglo xix, o sea, desde capítulo
iv h asta el capítulo v del prim er libro de E l capital. Aquí M arx
nos explica lo que podríam os llam ar el corazón de su teoría, la p ro ­
ducción del plusvalor, o sea el proceso de valoración del capital ,134

133 Sobre el concepto de cooperación, véase K arly M arx, 11 Capitale, I, 2,


pp. 18ís. [t.i/2, pp. 39I«.].
134 Ibid., i, 1, pp. 204jí. [t. i / l , pp. 215w-]- Las tesis que siguen se desarro­
llan más ampliam ente en D arío Melossi, “Crimonologia ct M arxismo: alie
origini della questione pénale nella societa de II Capitale, en La questione
crimínale, i (1975), 2 ; y del mismo au to r véase tam bién “Istituzioni di controllo
sociale e organizzazione capitalistica del lavoro: alcune ipotesi di ricerca” , en
L a questione crimínale, n (1976), 2 /3 . En este últim o ensayo se intenta en­
tender el proceso que hemos descrito aquí desde el punto de vista de la crisis
de las instituciones segregantes (as!, en la n o ta 60 se hacía alusión a la cri­
sis de la fam ilia m ononuelear; lo mismo se puede decir de la crisis actual de
68 CARCEL Y TRA BA JO E N E L PERIO DO DE FORM ACON D EL M PO

Inm ediatam ente antes, al final del capítulo iv, M arx invita a seguir el
análisis que hace de ese extraordinario intercam bio de equivalentes
en tre capital y trabajo, que tiene la propiedad de crear valor, más
allá de la esfera de la circulación monetaria, en la “oculta sede de la
producción”.1*6 A quí se aclara “el misterio que envuelve la produc­
ción del plusvalor”,13# A bandonando esa “esfera” , he aquí cómo M arx
la describe:

La esfera de circulación o del intercam bio de mercancías, dentro do cuyos


lím ites se efectúa la com pra y la venta d e la fuerza de trab ajo , era, en
realidad, un verdadero E d én de los derechos hum anos innatos. Lo que allí
im peraba era la libertad, la igualdad, la propiedad y B en th a m ,137

L a frase de M arx no tiene n a d a m ás que u n a intención irónica. Ya


explicó antes cómo la venta de la fuerza de trabajo respeta el p rin ­
cipio general del cambio de equivalentes: la fuerza de trabajo “se paga
a su valor ” .1 ®8 N o se tiene, en este m om ento del proceso, ningún tipo
de explotación. H asta aquí la ficción juríd ica del contrato, la fic­
ción de las personas que disponen librem ente de sus propias m ercan­
cías p a ra cam biarlas recíprocam ente por valores iguales, no existe. Pero
el enigm a surge del hecho que al final, habiendo pagado en su justo
precio lo que está com prando, el capitalista tiene un valor m ayor que
al principio, posee lo que pagó más el plusvalor. El enigma debe estar
en la p articu lar naturaleza de la m ercancía que compró, en la m er­
cancía fuerza de trab ajo .130 E l valor de uso de tal m ercancía no per­
tenece ya, obviam ente, a quien la vendió, al trabajador, sino al capi­
talista que la compró. L a naturaleza p articu lar de esta m ercancía es
tal que el consum o de su valor de uso produce valor.1™ Pero esto es
verdad solam ente si el uso de la fuerza de trabajo es tal que produzca,
en la jo rn a d a de trabajo, u n valor m ayor que el que el capital había
adelantado. Q ue esto suceda depende de la cantidad de tiempo durante
el cual el capitalista usa la fuerza de trabajo, pero tam bién de la

Jas instituciones carcelarias, y así de las dem ás), o sea desde el punto de vista
de la de transform ación que el control social h a ido teniendo en el desarrolló
neocapitalista. Es oportuno destacar que el trabajo que se lee tiene como punto
de llegada el momento de m adurez del sistema carcelario y por ende el capi­
talismo “clásico” del siglo pasado, lis desde este punto de vista (que es el
mismo del libro prim ero de El capital) que aquí se habla.
185 K arl M arx, II Capitale, i / l , p. 193 [t. i / l , p. 214].
1311 Loe. cit.
137 Loe. cit.
«« Ib id ., p. 184 [t. i / l , p. 203].
330 I,oc. cit.
110 Loe. cit.
CREACIÓN DE X,A IN S T IT U C IO N CARCELARIA M ODERNA 69

capacidad que tenga d e obtener de la fuerza de trabajo un rendi­


m iento m edio por h o ra que no frustre sus expectativas, es decir de
la capacidad que tenga de usar la fuerza de trabajo según sus planes
y según su voluntad (como es, p o r otro lado, su derecho contractual;
pero de la m isma m an era que la m ercancía fuerza de trabajo tiene la
peculiar característica de pro d u cir valor, tam bién tiene la extraña
propiedad, contradictoria pero correspondiente a la anterior: la ten­
dencia a sustraerse a sil consum o). Si esto es verdad, y si es verdad
tam bién que la extracción del plusvalor es cuestión de vida o m uerte
p a ra el capital, pues aquí se decide su propia existencia; entonces, de
hecho, se presenta como cuestión de vida o m uerte p a ra el capital su
autoridad en el proceso de producción, su autoridad en la fábrica, que
se identifica con el poder que tiene el capitalista p a ra disponer, como
cualquier com prador, de la m ercancía que h a com prado .141 L a histo­
ria de la relación entre capital y trabajo, la historia tout court, que
es la historia de la lu ch a de clases ,1 "12 es la historia de las relaciones
capitalistas en el interior de la fábrica, de la autoridad del capital en
la fábrica, de la disciplina del trabajador y de todo aquello que sirve
p a ra crear, m antener o subvertir la autoridad. Es justam ente el carác­
ter irreductible (de clase) d e esta m ercancía p articular lo que hace que
no sea posible d arla como alim ento al capital en form a inm ediata, sin
u n a serie de tratam ientos complem entarios que anteceden, acom pañan
y siguen a su utilización en el proceso de producción. Éste es el objetivo
específico de las instituciones de aislam iento inventadas por la b u r­
guesía capitalista y citadas p o r Bentham , instituciones que, en el sen­
tido que estamos explicando, pueden llam arse subalternas de la fá­
brica. Son a la producción lo que la igualdad civil y política son a la
esfera de la circulación, como lo observa M arx en la frase citada. L a es­
fera de la circulación, del intercam bio de equivalencias es el reino
de la libertad y de la igualdad, el reino de la Declaración de los dere­
chos; la esfera de la producción es el reino de la explotación, de la
acum ulación y por lo m ism o de la autoridad, de la fábrica y de las
otras instituciones segregantes.

111 M arx, en el captíulo sobre la cooperación, aclara muy bien cómo el


principio de autoridad se incorpora al proceso mismo de producción capita­
lista: “C on la cooperación de muchos asalariados, el mando del capital se
convierte en un requisito p ara la ejecución del proceso laboral mismo, en una
verdadera condición de producción. Las órdenes del capitalista en el cam po
d e la producción se vuelven, actualm ente, tan indispensables como las órde­
nes del general en el cam po de batalla.” (11 Capitale, i, 2, pp. 27-28 [t. i/2 ,
p. 402]; véanse también las páginas siguientes y 5 6 « . [t. i/2 , pp. 437¿í.]
1-12 K arl M arx y Friedrich Engels, II manifestó del Partito Comunista,
T u rín , 1948, p. 94- [Manifiesto del partido com unista, en M arx/Engels, Obras
escogidas en 3 tomos, Moscú, Progreso, 1973, t. I, p. 111].
70 CÁRCEL Y TRA BA JO EN EL PERIO DO D E FORM A CÓN D E L M PQ

A p a rtir de aquí es posible entender los contenidos de aquella


religión del capital1*3 que es la ideología dom inante en esos años sobre
todo en el interior de las instituciones de aislamiento. Es un gran
m érito del m ás reciente texto de M ichel F o u c a u lt 144 el haber puesto'
sobre sus pies la relación entre técnica e ideología del control, mos­
trando cómo la ideología (obediencia y disciplina) no determ ina la
razón práctica, la m oral, sino cóm o ésta m ás bien se produce por
particulares técnicas de control sobro el cuerpo (en el arte m ilitar,
en la escuela, en los talleres, e tc .) . En Foucault, en fin, por su postura
epistemológica ,115 las bases de esta relación están en peligro nueva­
m ente de perderse en la indeterm inación de u n a estructura de signos
y de relaciones brillantem ente ligados entre sí, pero cuya razón de
existencia se escapa. El hecho es que “la econom ía política del cuer­
po” que se ilustra es “ la economía política” tout court y está ya com­
p rendida en el concepto de fuerza de trabajo. Baste recordar las
páginas de M arx sobre la m an u factu ra ya citadas, o quizás, incluso
antes, las páginas de los M anuscritos del 44 .148 Esta construcción b u r­
guesa del cuerpo en la escuela, en el cuartel, en la cárcel, en la fa­
m ilia, resulta com pletam ente incom prensible — a menos que sea un
inefable m om ento de la historia del espíritu— si no se parte de la
organización del trabajo capitalista (y en ese m om ento de la historia
del capitalism o) que necesita estructurar al cuerpo como u n a m á ­
quina en el interior de la m áq u in a productiva en su conjunto; es
decir, si no r.e com prende cómo la organización del trabajo no tom a

143 Véase s t i p r a el J 3.
144 Véase vigilar y castigar cit. Pudimos ver el texto de F oucault cuando
esta investigación ya estaba terminada. Es, más que nada, un brillante discurso
de F oucalut sobre la cárcel (o que tom a como pretexto la cárcel, pero eso
quería ser) que una historia de la institución, y es difícilmente utilizable,
aunque no fuera más que por su claro francocentrismo (cada recodo, cada
(acontecimiento, se incluye en la historia de Francia, lo cual, si no d añ a dem a­
siado la reflexión de u n filósofo, resulta desconcertante, como creo haberlo
demostrado, p ara la investigación histórica). Pero, repito, me parece que los
objetivos de Foucault (que son los que más nos interesan de su trabajo) son
otros, no son “históricos” . Para una discusión sobre este texto, véase el núm.
2 /3 de L a queslione crimínale, ii (1976).
Véase V. Cotesta, “ M ichel F oucault: dell’archeologia del sapere alia
genealogía del potere, en L a questione crimínale, i i (1976), 2 /3 .
110 C on relación a la enajenación del hombre con relación a su propio
cuerpo (p. 200 [p. 67]), la reducción del hombre a obrero (pp. 209». [pp.
72».], la tem ática de los sentido.': (pp. 226». [pp. 85.».]) y de las necesidades
(pp. 236». [pp. 91.»]), véase K arl M arx, M anoscritti economico jilos oficie
del ¡844, en Opere Filosoficke giovanili, Roma, 1971 [Manuscritos económi­
cos filosóficos de 1844, en K arl M arx/F riedrich Engels, Escritos económicos
varios, México, G rijalbo, 1962].
CREACIÓN D E LA IN S T IT U C IÓ N CARCELARIA M ODERNA 71

al cuerpo como algo extraño, sino cómo se lo incorpora, en los m úscu­


los y en la cabeza, reorganizando al mismo tiem po el proceso pro­
ductivo y esa p arte fundam ental del mismo que se llam a cuerpo-fuer­
za-de-trabajo. L a m áquina es, en esos años, u n invento complejo, que
tiene u n a p arte m uerta, inorgánica, fija, y otra viva, orgánica, v a ­
riable. H ablando en form a m uy general, se puede decir que las cien­
cias físicas y las morales (después tam bién las sociales), las ciencias
de la naturaleza y las del espíritu, entran en relación con las técnicas de
form ación, de explotación, de “reeducación”, del capital fijo (las
“m áquina” propiam ente dichas” ) y de la fuerza d e .tra b a jo (el cuer­
po, el hom bre, el espíritu, e tc .) . L a historia de las instituciones segre­
gantes y de la ideología que las dirige, se reconstruye a p a rtir de esta
necesidad fundam ental de aum en tar el valor del capital: por eso, su
carácter de subalterna de la fábrica, que no es más que la extensión
de la organización del trabajo capitalista afu era de la fábrica, es la
hegemonía que el capital ejerce sobre el conjunto de las relaciones
sociales. U n a hegem onía que no se debe com prender como una ex­
tensión analógica de la fábrica en el exterior, aunque pueda parecer
así en un prim er nivel de análisis, sino que form a u n continuum que
invade ca d a m om ento de la vida individual, posesionándose y remo-
delando (o creando) las instituciones sociales en el interior del cual
se d a el proceso de form ación. Como observa Foucault, repitiendo a
B entham ,147 es en la cárcel donde se crea el laboratorio experim ental
de este proyecto global: la “m áquina panóptica” tiene como cometido
producir u n tipo hum ano que constituirá la articulación fundam ental
de la m áquina productiva. Permítasenos repetirlo un a vez más: n o se
tra ta de instituciones que sirven p ara la organización del trabajo ca­
pitalista sino de esta organización misma que de la fam ilia a la es­
cuela, al hospital, a la cárcel, etc., organiza un com ponente esencial
de sí m ism a, aquella p a rte del capital de la cual solam ente de ella es
posible extraer plusvalor. Las prácticas form ativas de las instituciones,
las ideologías, las teorías que las rigen, sólo se hacen comprensibles a
p artir de esta necesidad esencial del capital de reproducirse a sí mis­
mo, pasando por los distintos momentos de lo social, produciendo así,
con su propia reproducción, u n a sociedad nueva.
L a contradictoriedad subyacente a las hipótesis de Bentham se
hace evidente en la p rim era década del siglo x ix y después de la Res­
tauración. L a imposibilidad de ju n ta r el principio de la reform a m oral
y de la intim idación con el de la eficiencia productiva y de la reform a
por m edio del trabajo se m anifestó claram ente en el rechazo, por ¡jarte

117 Michel Foucault, Surveiller et punir, pp. 197ss. [pp. 199.».] Tam bién
Bentham, como ya vimos, op. cit., p. 40.
72 CÁRCEL V TRA BA JO KN EL PÜKIODO B E FORM ACÓN DEL M PC

de los reform adores de los prim eros años del siglo xix, de la idea del ais­
lam iento continuo. L a fundam ental orientación reform adora de John
H ow ard, prevalece en la ley de 1810 y después en el Peel’s Gaol A ct
de 1823.14'8 L a idea de la clasificación p o r grupos, de la división entre
sexos, del aislam iento celular nocturno y de la com unicación divina
en el trabajo, la abolición de la ganancia privada del carcelero, de
los castigos corporales y de los peores abusos del periodo anterior,
fueron consecuencias del em peño con que los pensadores de la era
del Uuminismo, desde J. Ilo w ard hasta Jcrem y B entham y de Sir
Sam uel Rom illy a Miss Elizabeth Fry, lucharon por la reform a ca r­
celaria. Pero este m ovim iento reform ador se enfrentó con u n a reacción
que abogaba por la represión y que se fu n d ab a en la situación social
y económ ica que se h abía creado con la revolución industrial. El miedo
al jacobinismo, el aum ento extrem o del pauperism o y de la crim ina­
lidad que acom pañaban al inm enso ejército industrial de reserva y a
un nivel de vida del proletariado extrem adam ente bajo, la aparición
de form as crim inales que aunque no tienen aún u n sentido político sí
lo tienen ya de clase, hacen au m en tar la presión p ara que se vuelva a
los buenos tiempos del terrorism o y del m étodo d uro.11® La contra­
dicción entre burguesía y proletariado, que había aparecido desde
hacía siglos, pero siem pre secundaria respecto a la existente entre
aristocracia y burguesía, aparece ah o ra en escena como la contradic­
ción principal. E sta postura reaccionaria sobre los ta n a s de la crim i­
nalidad coincide con la discusión que atraviesa toda E uropa, prove­
niente de los Estados U nidos, sobre los dos sistemas carcelarios: el de
separación de Filadelfia y el silencioso de A ubu rn .150 El prim er sis­
tem a, que en u n a situación social d ife re n te 151 h abía tenido poca
fo rtun a en América, recibe u n a acogida ca d a vez más favorable en
Europa, porque corresponde perfectam ente a la exigencia de u n a
cárcel pun itiv a y de terror, sin uso de un trab ajo “útil” , que se había
estado form ando en E uropa y particularm ente en Inglaterra. El tra ­
bajo, en el sistema de aislam iento celular, sólo conserva el aspecto
repetitivo, fatigoso, m onótono, en u n a p alab ra punitivo del trabajo
externo, pero que es com pletam ente inútil. L a tread-wheel o el crank
eran simples instrum entos que se podían instalar en u n a celda y cuyo
significado real, a pesar de su apariencia de instrum entos de trabajo,
e ra el torm ento, la to rtura. En el periodo 1840-1865 triu n fa en Ingla-

11s L. W. Fox o/>. cit., pp, 6-7. G. C. M arino, La ¡ormaziones dello spirito
borghese in Italia, Florencia, 1974, pp. 353-355.
119 Véase G. Rusche y O. K irchheim er. op. cit., pp. 9!>ss.
130 Véase el f siguiente.
,;il Véase ol ensayo de Pavarini.
CREACIÓN DE LA IN S T IT U C IÓ N CARCELARIA M ODERNA 73

térra el principio terrorífico y, con él, el del aislam iento c e lu la r 152


y el del trabajo inútil.

V. CONSTRUCCIÓN DE LA MODERNA PRACTICA CARCELARIA EN EUROPA


CONTINENTAL, ENTRE EL ILUMINISMO Y LA PRIMERA
MITAD DEL SIGLO XIX

Jo h n H ow ard, nom brado sheriff de Bedford en 1773, se interesó — cosa


insólita en la época— p o r las condiciones d e la prisión en su conda­
do, dedicó el resto de su vida al problem a d e la reform a carcelaria y
entre los años 70 y 80 realizó varios viajes a In g la te rra y al continente.
El relato que hizo de esos viajes es hoy el m ejo r panoram a de que
disponemos p a ra saber cómo habían evolucionado las prisiones en la
segunda m itad del siglo x v m .163 Si la situación inglesa era la de u n a
grave decadencia de la institución, como ya lo describimos, en la o tra
zona, en los países de h abla alem ana, donde las casas de corrección
habían encontrado u n clim a adecuado p a ra su crecimiento, las cosas
eran bastante distintas. D u ran te todo el siglo x v n y xvm las casas de
trabajo y de corrección se h abían difundido por países que no hemos
nom brado h asta ahora, pero sobre todo en A lem ania. Esta difusión,
que coincide con el despertar económico, político y cultural del Ilu-
minismo —varias de las instituciones visitadas po r H ow ard eran re­
cientes— , corresponde al declinar de las viejas formas de castigo: la
pena capital y los castigos corporales. L a tesis de Rusche y K irchheim er,
pues, según la cual se produce u n a decadencia generalizada de la
institución carcelaria en este periodo, hay que tom arla con un cierto
sentido crítico .154 A nte todo es necesario precisar que estos autores
entienden p o r decadencia no u n a dism inución del uso de la pena de
detención y, por lo tanto, u n a dism inución en la difusión de las ins­
tituciones que la aplican : las casas de corrección (en contraposición
con las antiguas prisiones de custodia, que H ow ard encontró sistemá­
ticam ente sem idesiertas), sino un deterioro del régimen interno de la
cárcel, en la que se abandona la finalidad económica, y por lo tanto
indirectam ente resocializante, y se inician tendencias punitivas y tc-

152 Véase Ij. W. Fox, op. cit., pp. 14 íí.; G. Rusche y O. K irchheim er, op.
cit., pp. I3 2 « .
153 El título completo del prim er volumen de la ya citada obra de John
H ow ard es T he state of the prisons in England and ¡Vales, with preliminary
observations, and an account of some ¡oreign prisons and tíospitáis, reseña de
las prisiones y hospitales extranjeros que se hace en la sección iv, p. 44.
154 Véase G. Rusche y O. K irchheim er, op. cit., cap. vi, pp. 84-ss.
74 CÁ RCEL Y T R A B A JO EN E L PERIO D O D E FORM ACÓN DEL M PC

rroristas. T o d o lo cual es considerado como consecuencia social de la


revolución industrial que, al crear poco a poco en toda E uropa un
enorm e ejército de reserva de desocupados, hace obsoleto e inútil el
trabajo forzado (subrem unerado) en la cárcel y siem bra una exi­
gencia, cada vez más clara, de initimidación y control político. Si esc
proceso está conectado, como ellos afirm an, con la revolución indus­
trial, no es extraño que se dé sobre todo en Inglaterra, y que en u n a
situación m ás atrasada, como la de Alem ania, Ilo w ard no haya encon­
trado más que signos esporádicos del deterioro de la institución; y
que el proceso no resulte realm ente com ún, bajo el influjo del progreso
industrial inglés, por u n lado, y de la revolución francesa, por el
otro, sino hasta los prim eros años del siglo xix, y sobre todo después
de la Restauración.
Las prisiones holandesas, alabadas por H ow ard m ás que las de
cualquier otro país ,155 tienen, por regla general, la organización de Rasp
y Spin-huis, con una más n eta presencia crim inal que en el siglo xvm y
regulada según u n a organización interna m uy parecida a la prim itiva.
El trabajo más practicado sigue siendo el raspado de la m adera para
los tintes; pero, como observa Sellin ,1-’ 0 la carga de trabajo diario
disminuye en un tercio respecto de los orígenes, y, en el tiempo que
sobra, los presos hacen pequeños trabajos de artesanía, que venden a
los visitantes, costumbre que se generalizó con la disminución del tra ­
bajo productivo en las cárceles. H acia fines del siglo xvm hay en Ale­
m ania sesenta casas de trabajo .157 H ow ard visitó varias de ellas: 153
O snabrück, Bremen, H annover, Brunswick, H am burgo. Las prisons
propiam ente dichas, usadas p a ra la detención de deudores, y para
custodia en espera de proceso o de la pena capital, H ow ard las en­
contró, en términos generales, en pésimo estado: viejas, antihigiénicas,
con frecuencia con secretos calabozos subterráneos, llenas de instru­
mentos de tortura, pero con m uy poca población, algunas incluso
vacías. Las casas de corrección o casas de trabajo están por contrario
m ucho más pobladas; en ellas, p o r regla general los hom bres raspan
la m adera — como en el modelo holandés— , las mujeres, los niños y
los ancianos, hilan y tejen. Están com pletam ente mezclados los reos
de crím enes menores, con mendigos, vagabundos y simples pobres.
Frecuentem ente la distinción se m arca con la prohibición, p a ra las
dos categorías, de entretenerse el uno con el otro, de comerciar, etc.
Especialm ente en H am burgo, ciudad con m ucho tráfico ybastante
desarrollada, la casa de trabajo es floreciente. En los años en que
155 Jo h n H oward, op. c i t . , pp. 44 s í .
1,50 T . Sellin, Pioneering i n punology cit. p. 59.
J!i7 Ni. G rünhut, op. cit., pp. I9íj.
i5s véase John H oward, o¡>. c i t . , pp. 66ss.
CREA CIÓ N D E LA IN S T IT U C IO N CARCELARIA M ODERNA 75

H ow ard realizó sus últim as visitas, las autoridades de H am burgo es­


taban preparando u n plan de trabajo p a ra los numerosos pobres de
la ciudad, que tenía corno base la internación en la casa de tra ­
bajo .158 En u n prim er m om ento el efecto fue notable y se proclam ó
orgullosam cnte la desaparición de la m endicidad de las calles de la,
ciudad. Pero apenas diez años después, en 1801, el déficit de la adm i­
nistración era gravísim o: la aparición de las m áquinas p ara h ilar
habían dism inuido m ucho las posibilidades d e producir, con los siste­
mas antiguos y a precios competitivos. En este caso, efectivam ente la
ráp id a propagación de los resultados, in prim us, de aquella tecnología,
de la revolución industrial inglesa, se hace sentir tam bién en la explo­
tación del trab ajo forzoso en A lem ania. Incluso antes de que se pro­
dujeran amplios cambios en el m ercado de trab ajo — la introducción
de las m áquinas estaba am pliando en ese m om ento el ejército de deso­
cupados— , la im portación de m áquinas inglesas y de las ideas revolu­
cionarias francesas provocaron el regreso a los m étodos de terror en la
adm inistración de las cárceles que había caracterizado buena p arte
del siglo xix.
Ilo w a rd visitó otras casas de trabajo en Copenhague y Estocolmo
(fu n d ad a en 1750), en San Petersburgo (en construcción), en Polonia
(donde no hab ía sin em bargo tra b a jo ), en Berlín (fu n d ad a en 1758),
en Spandau, en V iena, en Suiza, en M unich y N ürem berg (las casas
alem anas o suizas que visitó eran bastante a n tig u a s). Existían tam bién
m uchas casas de corrección en el Flandes austríaco (Bélgica), pero
la más fam osa de todas e ra la de G ante, L a M aison de Forcé, recons­
truida totalm ente en 1775, bajo el gobierno de M aría Teresa, según el
modelo de u n a a n tig u a casa de 1627.100 D ebe haber sido grande la
influencia de la M aison de Forcé. Se tra ta de uno de los prim eros
establecimientos carcelarios en form a de estrella octagonal basada
en la separación celular (nocturna) de los criminales (el estableci­
m iento estaba dividido en secciones y en c a d a u n a había u n a clase

150 G. Ruschc y O . K ichheim cr, op. cit., p. 91.


íoo v é ase John H ow ard, op. cit., pp. 145«., donde se reproduce el plano
de la Maison de Forcé; M. G rünhut, op. cit., p. 22; L. Stroobant, “Le Ras-
phuis de G and. Recherchcs sur la repression du vagabondage e t sur le systcme
penitentiaire établi en Flándre au X V IIe et au X V IIIe siécle” , en Anuales
de la Sor. d’IIistorie et d’Archéologie de Gand, iii (1900), pp. 191-307. La
nueva construcción se pudo hacer debido al esfuerzo del conde Hyppolyte
Vilais. Expuso su program a en un ensayo, citado tam bién por H o w ard : M e-
moire sur les moyens de corriger les malfaiteurs et les fainéants a leur propre
avantage et de les rendre U til e s d l’E tat, G ante, 1775. L a cárcel de G ante era
en general considerada como representativa de la etap a fundam ental hacia la
definición del modelo carcelario moderno y se la encuentra citada práctica­
m ente en todas las reseñas históricas sobre la m ateria.
76 C Á R C El. Y T R A B A JO EN » L PERIO DO DE FORM ACÓN D E L M PG

distinta de personas: las m ujeres y los vagabundos, por ejemplo, no


tenían celdas separadas, pero los criminales, s í) . El trabajo, en m a­
nufacturas textiles, se realizaba en grandes ambientes comunes. El en­
tusiasmo de Ilo w ard p o r el orden, la m oderación y salubridad de la
casa se apagó u n tanto, sin em bargo, en su últim a visita, en 1783:

E nco ntré aquí u n gran cam bio, p a ra lo peor: la útil y floreciente m an u fac­
tura, arru in ad a; todas las m áquinas y los utensilios, vendidos, debido a la
exagerada atención d el em perador a las dem andas d e unas cuantas gentes
interesadas. Lo que debía h ab er sido el criterio-guia de todas estas casas, se
había perdido, exactam ente en c sta [.. . ] 101

■También el alim ento se hab ía em peorado, y las pequeñas ganancias


que los presos podían tener se habían reducido a poco o a nada. Las
“pocas, pero interesadas personas” eran probablem ente productores
que estaban en com petencia con la producción de la cárcel: es de
esta m an era como se m anifestó m uchas veces el ataque en contra del
trabajo carcelario. M ientras la industria, en el periodo del m ercanti­
lismo, necesitó del sistema de privilegios y de los monopolios p ara
poderse desarrollar, las autoridades pudieron hacer frente fácilmente
a las quejas de los com petidores de las instituciones como sucedió en
H o lan d a en los comienzos del siglo xvn. Pero en la m edida en que se
desarrolla y se im pone la nueva doctrina del laissez-faire, comienza a
hostigar con éxito las empresas que sobreviven al m argen de la ley de
la libre com petencia, utilizando por ejem plo el trab ajo forzado. El
trab ajo en las cárceles tiende así a desaparecer o a convertirse en un
trabajo im productivo, con fines disciplinarios y de terror. Además,
puede cubrir sus ataques con bellos argum entos sociales, pues en la
situación de desocupación grave de la que goza y en la que prospera,
fácilm ente puede acusar al trab ajo de la cárcel de estar dañando las
posibilidades de los trabajadores libres desocupados. Incluso las pri­
m eras organizaciones obreras h a rá n de esta hostilidad una p a rte de su
patrim onio.
En P o rtu g a l 102 y en E s p a ñ a 103 casi no existen instituciones de este
tipo. E n Francia, desde el principio, el internam icnto fue más un ins­
trum ento p a ra suprim ir la m endicidad que p a ra d a r trabajo a los
detenidos .184 En F rancia, pesa m ucho el retraso en el desarrollo eco­
nóm ico del A n d e n R égim e, por lo que a pesar de todos los esfuerzos,
el C om ité p a ra la m endicidad de la asam blea constituyente francesa

101 John H oward, op. cit., p. 148.


Ibid., p. 150.
163 Ib id ., p. 153. Sobre Italia, véase la Parte n.
164 M ichel í'oucault, Storia della follia, pp. 109íj. [t. i, p. 107.».].
CREACIÓN )>E LA IN S T IT U C IÓ N CARCELARIA M ODERNA 77

indica que la principal causa del m al funcionam iento de los hospita­


les es el ocio im perante en ellos.166 H ow ard encuentra en los distin­
tos establecimientos del H ópita l General d e París, miles y miles de re­
clusos de todas las especies im aginables: deudores, criminales (con­
denados o en espera de ju ic io ), pobres, prostitutas, locos, afectados de
enferm edades venéreas, etc. Las revueltas son continuas, generoso el
uso de la tortura, numerosos los m uertos p o r congelamiento en el in­
vierno. El trabajo es casi inexistente .160 Concluye el análisis de las pri­
siones de París con la descripción de la Bastilla, la prisión del estado
p a ra los delincuentes políticos, descripción que p or cierto I-Ioward la
hace de segunda m ano, p o r cu an to de m anera m uy ru d a se le prohibió
el acceso .167
Es im portante considerar, en la narración de H ow ard, cómo, en
general, hay u n a correspondencia no casual entre trabajo en la cárcel
y condiciones de vida de los detenidos. E n efecto, no obstante resulte
falso establecer u n a n eta correspondencia entre trabajo y actitud so-
cializadora, por u n a parte, y no trab ajo y actitud terrorista, por la
o tra, puesto que desde el surgim iento de la institución las dos actitudes
siempre estuvieron en conexión la u n a con la o tra — como se' evidencia
en el carácter punitivo del trabajo carcelario (lo que, según la ética
capitalista, tam bién es válido p a ra el trab ajo “libre” ) — , sin em bargo
las condiciones m ateriales de vida en la cárcel (condiciones higiénicas,
posibilidad de com unicación y solidaridad en tre los detenidos, ali­
m entación, posibilidad de disponer de u n a pequeña sum a de dinero
persona], etc.) cam bian según la institución esté organizada en torno
a la hipótesis de u n trab ajo productivo o n o ; y esto por la sencilla
razón de que p a ra la adm inistración de la cárcel se le presenta la doble
necesidad de u n a explotación organizada de la m anera más racional
posible y de la reproducción d iaria de la fuerza de trabajo (que va
más allá de la m era subsistencia física). Esto determ ina una situación
en la cual el tenor de vida p a ra el detenido es siempre inferior al
nivel m ás bajo que p u ed a tener u n tra b a ja d o r libre (según el p rin ­
cipio de la less eligibility), pero superior a la del desocupado y p a ra ­
dójicam ente puede significar u n “m ejoram iento”, sea en térm inos de
condiciones de vida o en térm inos de conciencia, p a ra el subproleta-
riado. L o que explica por qué en u n régim en de elevada desocupación
la situación interna de la cárcel se hace m ás áspera y se regresa al
m étodo duro, tendencia que se registró en to d a E uropa durante la pri-

185 Ib id ., p. 110; G. R usche y O . K irchheim er, op. cit., p. 91.


1,10 John H oward, op. cit., p. 165. P ara u n análisis de las tipologías h u ­
m anas encerradas en las cárceles de París, véase M ichcl Foucault, Storia della
follia cit., pp. 126-127 [t. i, pp. 126-127].
107 Jo h n H ow ard, op. cit., p. 174.
CÁ RCEL y T R A B A JO EN E L PERIO D O D E FORMACIÓN D E L M PG

m era m itad del siglo pasado. En general se puede observar, al menos


p a ra el periodo que hemos observado hasta aquí, que la fuerza y las
condiciones de vida y de trabajo de los detenidos tiende a situarse
un escalón m ás bajo que aquel en que se encuentra en un m om ento
dado la m asa p ro letaria en su conjunto. Si esto n o sucede, la cárcel
está en peligro de perder p a ra la clase dom inante todo su poder de
intim idación; no h a sido raro, en los m omentos de grandes transfor­
m aciones sociales y de pauperism o m uy extendido, que los estratos
más desheredados se robustezcan en la lucha, por el hecho de que
hasta en la cárcel las condiciones de vida son más soportables que las
que se tienen fuera. E n la descripción de las condiciones de vida en
las poorhoitses de la nueva ley sobre los pobres, M arx observa que las
raciones alimenticias de los pobres internados en ellas eran peores
que las de las cárceles .1 '78 Esto sucede porque, m ientras en Inglaterra
en 1334 las nuevas instituciones de las casas de trabajo p a ra pobres
era u n a iniciativa creada de acuerdo a la situación y los objetivos que
la burguesía se fija en esc m om ento, la cárcel — que, cada vez menos
poblada, tiene u n a eficacia social m ucho m enor— resiente todavía el
m ovim iento reform ador del siglo anterior, lo que de la R estauración
en adelante se llegó a llam ar con desprecio filantropía iluminista. Po­
cos años después, en In g laterra com o en el resto de E uropa, la insti­
tución sufrirá un vuelvo brusco al elim inarse el principio del trabajo
productivo y al exasperarse con ferocidad el principio de intim idación.
E n el clim a del intenso debate ideológico de la segunda m itad del
siglo xvnr, se desarrolla en F ran cia la discusión sobre el pauperism o,
el delito, y sus remedios. En 1777, la Gacette de Berne organizó un
concurso p a ra “u n plan com pleto y detallado de legislación crim inal” .
E n él participó el médico Jean-P aul M arat, el futuro jefe revoluciona­
rio, con su plan de législation criminelle que se p ublicara en N euchátel
en 1780.1C®En la prim era parte, D ei principi fondam entali d’una buona
legislazione, después del orden social y de las leyes, M a rat tra ta Dell’ob-
bligo di sottom ettersi alie leggi [de la obligación de someterse a las
leyes].170 Seguiremos de cerca su argum entación p a ra com prender bien
la conciencia y la sensibilidad que esta época tenía respecto de los
problem as tratados hasta aquí. M a ra t p lan tea todo el razonam iento
sobre la obligación de someterse a las leyes, a p a rtir del análisis de
la situación m aterial, concreta, a que esas leyes se refieren. Después
de notar como “las riquezas deben, bien pronto, acum ularse en el

108 K arl M arx, II Capitale, x, 3, p. 133 [t. t / l , p. 848].


100 Je a n Paul M arat, Disegno di legislazione crimínale, M ilán, 1971. Para
cualquier ulterior profundización sobre la obra, véase al prefacio de M . A.
G attaneo y la docta introducción de M. A. Aimo.
lí0 Ib id ., pp. 7 lis.
CREACION D E LA IN S T IT U C IÓ N CARCELARIA M ODERNA 79

seno de unas cuantas familias” con la consiguiente formación de “ una


m u ltitud de personas indigentes que d ejarán a su descendencia en la
miseria ” ,171 el continúa:

Sobre una tierra invadida de propiedades d e otros y donde no tienen posi­


bilidad de apropiarse de nada, están reducidos a m orirse de ham bre. Si no
participan en la sociedad, m ás q u e en las desventajas que ésta tiene, ¿están
ellos obligados a respetar sus leyes? In d u d ab lem en te no. Si la sociedad los
abandona ellos vuelven a la sociedad n atu ral, y cuando reivindican p o r la
fuerza los derechos a los q u e renunciaron p o r el único fin de garantizarse
m ayores ventajas, cualquier au to rid ad que se les opone es tiránica y el
juez que los condena a m uerte es u n infam e asesino. Si es verdad que la so­
ciedad, p a ra conservarse, debe obligar a resp etar el orden establecido, es
igualm ente verdad que está cu la obligación d e ponerlos al abrigo d e las
tentaciones que nacen del estado de necesidad. L a sociedad debe p o r lo tan to
asegurar sus m edias adecuados de sostenim iento y las posibilidades d e vestir­
se convenientem ente, garantizando, adem ás, la protección del m odo m ás
adecuado, el socorro en el m om ento en que ap arece la enferm edad y el
cuidado en la an c ia n id ad : ellos no pueden renunciar a sus derechos n a tu ­
rales sino cuando la sociedad haya organizado p a ra ellos un m odo d e vida
preferible a l estado d e naturaleza. L a sociedad n o tiene derecho de castigar
a quienes violan sus -leyes si ella no h a cum plido sus obligaciones con todos
los m iem bros que la constituyen.172

Después exam ina estos principios aplicándolos a u n delito particular:


el robo. Pero “cualquier robo presupone el derecho de propiedad ” ,173
y después de refu tar las distintas teorías en boga sobre el origen de tal •
derecho, d a la palabra “a un desventurado que p odría dirigirse a los
jueces” de esta m añera:

¿Soy culpable? Lo ignoro. Pero lo que no ignoro es q u e no h e hecho nada


q ue no habría debido hacer. H acerse cargo de la p ro p ia conservación es el
p rim er d eb er del hom bre y ustedes mismos no conocen ningún d eber que
esté p o r encim a de éste: quien roba p ara vivir, m ientras no lo puede hacer
d e otro m odo, no hace m ás que usar de su derecho. U stedes me acusan de
h a b er perturbado el orden de la sociedad. P ero ¡cóm o quieren que m e
im porte ese supuesto orden q u e m e ha resultado siem pre tan funesto! Q u e
ustedes prediquen la sumisión a las leyes, ustedes a quienes esa sumisión les
asegura el dom inio sobre tantos infelices, es algo q u e n o m e sorprende en lo
m ás m fn im o [...] D esesperado p o r sus rechazos, privado d e todo y em p u ­
jad o por el ham bre, aproveché de la oscuridad de la noche para arran carle

« i Ibid., p. 72.
Ibid., pp. 72-73.
Ibid., p. 73.
«o C Á R C lil, Y T R A B A JO EN E L PERIO DO D E FORM ACÓN D EL M FO

a un transeúnte la miserable limosna que su duro corazón me había negado.


Y porque hice uso de los derechos que me da la naturaleza, ustedes me
mandan al suplicio.174

¿C uál es la solución?, se p regunta M arat. ¿A utorizar el robo y la


anarquía? ¡C iertam ente que no!

Se conoce el mal: pero, ¿qué se ha hecho para ponerle remedio? Se trata


a los mendigos como si fueran vagabundos y se les mete en prisión. Ésta no
es buena política. No voy a discutir si el gobierno tiene derecho de privarlos
así de su libertad, pero lo que sí digo es que esas casas de detención en
donde se les encierra no se sostienen más que a expensas del público, y la
pereza que ellas alimentan en vez de remediar la pobreza individual aumenta
la pobreza colectiva. ¿Cuál es, entonces, el remedio? líelo aquí. No man­
tengan a los pobres en el ocio, ocúpenlos, pónganlos en posibilidad de satis­
facer sus propias necesidades por medio de su trabajo. Es necesario enseñarles
algún oficio, es necesario que vivan como hombres libres. Esto implica la
apertura de muchos talleres públicos donde se acoja a los pobres.175

Estos problem as, en los años de p rofunda crisis económ ica que an te­
cedieron a la gran revolución, estaban a la vista de cualquier francés.
E n las ciudades y en el cam po el innum erable “ejército de reserva” de
desocupados se ve obligado, p a ra no m orir de ham bre, a m endigar,
vagar, robar, y en los casos m ás desesperados, a convertirse en ban­
didos .176 E n el cam po, la rebelión de los miserables contra los proce­
dim ientos que M arx llamó la “acum ulación originaria”, va tom ando
fuerza. Los derechos colectivos, que siempre h abían sido de gran ayuda
p a ra los campesinos pobres, se ven conculcados, en la segunda m itad
del siglo xvm , p or los terratenientes y arrendatarios apoyados por el
gobierno : 177

por todos lados, al final del antiguo régimen, se encuentra gente buscando
tierra desesperadamente; los miserables invaden terrenos comunales y pu­
lulan en. los bosques, páramos, al borde de los pantanos; protestan contra

174 Ib id ., pp. 74-75.


175 Ib id ., p. 78.
176 Vcase Georges Lefebvrc, La grande paura del 1789, T urín, 1953, pri­
m era parte. L a bibliografía en francés sobre estos temas es muy rica. Me limi­
tó a recordar: C. Paultre, De la répression de la mendicité et du vagabondage
en Prance sous V A nden Régim e, París, 190f>; L, Lallemarid, Histoire de la
charité. l.I V : Les temps modernes, Taris, 1910 y 1912; Crimes et criminalité
en France sous VA n d e n Régim e, X V l le - X V I I I e siecles (vol. colectivo) París,
Cakiers des Armales 33, 1971; A. V exliard, Introduclion a al sociologic da
vagabondage, París, 1956.
377 Georges Lefebvre, op. cit., pp. 13-14.
CREACIÓN DE LA IN S T IT U C IO N CARCELARIA M ODERNA 81

los privilegiados y los burgueses q u e em prenden la explotación d e las tie­


rras que les pertenecían p o r inedio d e encargados o jefes de cuadrilla; exigen
la venta y hasta la distribución d e los dom inios d el rey y a veces de los bie­
nes del clero; se m anifiesta u n violento m ovim iento en contra de los grandes
talleres, cuya división h ubiera d ad o trab ajo a num erosas fam ilias.178

Por eso “al menos la décim a p arte de la población rural m endigaba


du ran te todo el año ” .179 Con frecuencia las pequeñas com unidades lo­
cales no eran hostiles a estos vagabundos. E n ciertos “cuadernos de
quejas” se protesta contra su internam iento en las casas de detención,
con argum entos parecidos a los de M arat. Estos desocupados, m en ­
digos y vagabundos que invadían campos y ciudades, se reunían en
grupos; en la m edida en que el grupo crecía, m ás grande e ra la m i­
seria, y con el núm ero y la miseria, aum entaba la desesperación: la
m endicidad se transform aba en bandidaje. Q uien no pagaba la cues­
tación pedida se exponía a que le arrasaran árboles y campos, le m a ­
taran o m utilaran el ganado, le quem aran la casa y en ocasiones se
exponía al plomo de los arcabuces .180 Por o tra p arte “cuando los hos­
picios de m endicidad estaban repletos, las puertas se abrían ” ,1 ®1 lo
cual hacía que todo el m undo se diera cuenta de su inutilidad: pro­
vocaban protestas alegando la contam inación que se producía entre
los criminales propiam ente dichos y los pobres. Lefebvre afirm a que
no fue la única, pero tam poco la causa m enos im portante del “gran
m iedo” que invadió, a F rancia en las cercanías de la revolución del 89.
Como resultado de la intensa actividad reform adora de la se­
gund a m ita d del siglo xvm , el código penal revolucionario del 25 de
septiem bre de 1791 introdujo al mismo tiem po la legalidad en los de­
litos y en las penas y la suprem acía de la pena de detención por en­
cim a de cualquier otra. Al m ism o tiem po se insistía en la necesidad
de hacer que los hospitales y las prisiones fueran lugares donde la
defensa de lo social se basara en el trabajo .1 *2 El principio que pos­
tu la que la determ inación de lo cjue es crim en y la p en a que se debe
im poner deje de ser arbitrio del juez y se convierta en ley taxativa,
y la exigencia de u n a jusla proporción entre la sanción y la gravedad
del hecho cometido, es un aspecto im portante de la lucha que u n a
burguesía desarrollada y segura de si m ism a hace en contra de la

178 Ibid., p. 11.


i™ Ib id ., p. 17.
360 Ibid., pp. 20.r.t. En el segundo parágrafo de la segunda parte, al h ablar
de la Italia de este periodo, se tratará más am pliam ente del tem a del b an ­
didaje. •
is í Georges Lefebvre, op. cit., p. 25.
G. Rusche y O. K irchhcim cr, op. cit., pp. 81-82, 91-92; Michel Fou­
cault Storia della Follia, cit., p. 110 [t. i, p. 107].
82 CÁ RCEL Y T R A B A JO E N E L -P E R IO D O DE KORMACON D E L M PC

an tig u a form a estatutaria, pero tam bién es la formalización de la


praxis de casi dos siglos de tra ta r la cuestión penal. Como observa
con agudez el soviético. E . B. Pasukanis en 1924:
L a privación de la libertad p o r u n periodo determ in ad o preventivam ente
en la sentencia del tribu n al es la form a específica con la que el derecho
penal m oderno, es decir, el derecho penal burgués capitalista, realiza el
principio d e la retribución equivalente. Es u n m edio inconsciente pero p ro ­
fun dam en te ligado a la idea del hom bre abstracto y del trab ajo hum ano
abstracto, m edido p or tie m p o f...] P ara q u e aflorara la idea d e la posibi­
lidad d e exp iar u n d elito con u n quantum d e libertad abstractam ente prede­
term inada era necesario que todas las form as d e riqueza social se p udieran
reducir a la form a m ás sim ple y abstracta: al trab ajo hum ano m édido por
iiem p o [.. . E l capitalism o industrial, la declaración de los derechos del hom ­
b re y del ciudadano, la econom ía política ricard ian a y el sistem a de reclu­
sión p o r tiem po determ inado, son fenóm enos pertenecientes a la m ism a época
histórica.188

Y a en el au to r que representa el m ás alto grado de conciencia de la


burguesía del periodo “clásico”, en Hegel, el principio de la propor­
cionalidad de la p en a tiene este significado .184 Y fue en las casas de
183 E. B. Pasukanis, L a teoría generóle del diritlo e il marxismo, en Teorie
sovietiche del diritlo, M ilán, 1964, pp. 230-231.
184 E n el 5 101 de su Filosofía del derecho, Hegel afirm a a propósito de
la ley del talión: “ Esta identidad, que fundam enta el concepto, no es iguala­
ción con la naturaleza específica de la violación, sino con lo que es en sí
— con el valor de la misma.” Y después:
“ El valor, como igualación interna de las cosas, que, en su existencia es­
pecífica son completam ente distintas, e.s u n a determinación que se presenta
ya en los contratos y tam bién en la acción civil en contra del delito; y cuya
representación es elevada a la universalidad, superando así la naturaleza in­
mediata de la cosa” (G eórg W. F. Hegel, L incam enti di filosofía del diriito,
Barí, 1954, p. 98-99).
El joven M arx desarrolla este concepto en su escrito sobre la ley contra
el robo de leña. Véase D ibattiti sulla legge contro i ftirtl di legna, en K arl
M arx, Scriti politici giovanili cit., pp. 183-184. El propósito de esta investi­
gación excluye cualquier discusión sobre teorías penales. Pero, de todos modos,
es im portante observar la contradicción que p ennea la doctrina hegeliana do
retribución. Es la traducción, en términos filosóficos, del endurecim iento sobre
la cuestión crim inal, que tiene la burguesía al llegar al p oder: su negación del
utilitarism o iluminista deriva de su necesidad de afirm ar el valor general y
universal del orden y del respeto a la ley. Pero, al mismo tiempo, y en las
palabras del mismo Ilegel, es el reconocimiento del crim inal como “ser ra­
cional” (véase \ 100 de la Filosofía del derecho), y es p or eso que M arx
concibe su visión personal de la cuestión penal discutiendo la teoría hegelia­
n a: véase K arl M arx, Friedrich lingels, La. sacra famiglia cit., pp. 233-234
[pp. 244-245], y K arl M arx, C apital Punishm ent, en Selected writings in so-
ciology and social philosopky, Penguin Books, 1963, pp. 233-234. Sobre la fun­
ción de la teoría hegeliana, véase G. Rusche y O. K irchheim er, op. cit., p. 101.
\

CREACIÓN DE LA IN S T IT U C IÓ N CARCELARIA M OD ERN A 83

/
trabajo, en la praxis concreta de las autoridades y de los m ercaderes
que las dom inaban, donde nace el rechazo de la pena de m uerte y de
Jas penas corporales, la id ea de que a un determ inado delito debe
corresponder u n quantum de pena, y la convicción de que la situa­
ción in tern a de la cárcel debe ser más “h u m an a” . El ím petu revo­
lucionario de la burguesía de] siglo xvin añ ad irá a esta praxis ya
existente la lucha p or el principio de la legalidad y de la tax ativ id ad ; y
es im portante observar cómo estos principios que no correspondían ya
ni se derivaban de la lucha entre la burguesía y el proletariado, sino de
la lucha entre la burguesía y el estado absoluto, se convertirán cad a vez
más en arm a del proletariado. El gran pensam iento iluminista del
siglo xvm retom ará y expresará este desarrollo; y no se tra ta ú n i­
cam ente de la enunciación de principios, sino que en muchos países
de E uropa trae como resultado el desarrollo y la difusión de la casa de
corrección. No sólo los políticos y los reform adores sociales ven con
claridad la conexión existente entre reform a penal y casas de trabajo,
tam bién en las obras dedicadas al derecho, adem ás de sostenerse la
validez de estos principios apoyándose en la ley n atural, aparece con
claridad la vinculación entre pobreza y desocupación y m uchas otras
formas de delincuencia.
Por otro lado, la form alización de la potestad p unitiva ínsita en
los principios revolucionarios no hace sino conducir a sus últim as con­
secuencias el concepto expresado por Ilegel y Pasukanis: el concepto
de trabajo representa la necesaria ligazón sobre el contenido de la ins­
titución y su form a legal. El cálculo, la m edida de la p ena en térm inos
de valor-trabajo en unidades de tiempo, sólo se hace posible cuando la
m ism a p en a se h a llenado de este significado, cuando se trab aja o c u an ­
do se adiestra p a ra el trabajo ( trabajo asalariado, trabajo c a p italista).
Esto es cierto aun si en la cárcel no se tra b a ja : el tiempo (el tiem po
m edido, escandido, regulado) es uno de los grandes descubrimientos
de este periodo, tam bién en otras instituciones subalternas, como la
escuela ;185 y aunque con el tiem po pasado en la cárcel no se rep ro ­
duce el bien destruido con el crimen — lo que, com o observa Ilegel,
es la base de la igualación que la ley del talión establece— la n a tu ra ­
leza propedéutica, subalterna, de la institución, hace que baste para
este fin la experiencia del tiem po que se desgrana, del tiempo m edido,
la form a ideológica vacía que ya no es idea sino que m uerde en la
carne y en la cabeza del individuo que se debe reform ar, estructu­
rándolo con parám etros utilizables en el proceso de explotación. Así,

leo Vcase las brillantes páginas de Michel Foucault, Surveiller et punir,


pp. 158íí. [pp. 164jj.J sobre el nuevo modo de adm inistrar el tiempo “por
corte segmentario, por seriación, por síntesis y totalización” . En un sentido
más general, véase pp. 22ss. [pp. 233».].
I

84 C Á K C IX Y TR A B A JO EN EL PERJODO UE FORM ACÓN D EL M PC

el contenido de la pena (su “ejecución” ) se liga a su form a jurídica,


del mism o m odo que en la fábrica la autoridad asegura que la explo­
tación pu eda asum ir el aspecto de contrato; ¿y no es, en efecto, el
valor a determ inar, según Ilegel, tanto la igualdad del intercam bio
contractual como la de los dos términos de la ley del talió n ? 180 U n a
vez más, no se tra ta de analogía sino de la expresión de dos m omentos
recíprocam ente esenciales de la estructura capitalista: circulación y
producción. O sea, u n a vez m ás el reino del derecho (la circulación
de los bienes), que especialmente en el cam po del derecho penal re­
presenta el g ran orgullo de la burguesía revolucionaria, se conecta
intrínsecam ente con las relaciones de explotación, es decir con la au to ­
ridad y la violencia que reinan en la producción (en la fábrica y en
la cárcel). Estas conquistas burguesas, p or lo tanto, tienden más bien
a consolidar la hegem onía de su clase sobre el conjunto de la estruc­
tu ra social, y po r ende contra el proletariado, en cuanto tal, que a
luch ar en contra del estado absoluto, que, p o r o tra parte, en la m e­
did a en que hace suyos estos principios, está m ás en m anos de la bur­
guesía: se trata, pues, de conquistas genuinam ente burguesas-revolu­
cionarias, en el sentido de que revolucionan la antigua m anera de
encarar la cuestión punitiva según los nuevos criterios de las relaciones
capitalistas de producción (como el proletariado que llenará las cá r­
celes: las “clases peligrosas”, ten d rá tiem po de darse cuenta de ello ).
En efecto, m ientras la burguesía revolucionaria encontraba en la pena
detentiva cum plida trab ajan do u n a especie de concretización m aterial
de su concepción de la vida basada en el valor-trabajo m edido por el
tiempo, las masas populares sometidas a ella, quizá protagonistas de
la gran revolución que sacudió a E uropa, m iraban la cárcel con ojos
bien diferentes. L a destrucción de la Bastilla no fue u n hecho aislado;
se tratab a en esc caso de u n a cárcel particular, de un a fortaleza para
prisioneros políticos, pero no d eja de tener ironía que, como ya vimos,
las workhouses inglesas de 1834 fueron inm ediatam ente rebautizadas
po r las masas populares como las bastillas de la ley sobre pobres. A p a r­
tir de entonces el ataque a las prisiones y la liberación de los deteni­
dos se hizo u n a constante de cualquier sublevación o m otín popular.
Estos asaltos se dirigían generalm ente a la liberación de los “políti­
cos", jefes populares o bandidos im portantes, etc.., ligados de algún
m odo con los sentimientos de la masa, pero, sin falsos moralismos y
guiados p o r u n agudo instinto d e clase, abrían tam bién las puertas a los
ladronzuelos, a los vagabundos, etc. L a lección se aprendió tan bien
desde el principio que ya B entham en su proyecto de Panopticon
recom ienda que los m uros exteriores sean lo suficientem ente fuertes

isa Véase sitpra la nota 184.


CURACIÓN DE LA IN S T IT U C IÓ N CARCHI,ARIA M ODERNA 85

como p a ra poder resistir los ataques del pueblo, pero no tanto como
p a ra no poder ser destruidos con cañonazos. E l buen filántropo inglés
daba las oportunas indicaciones del arte m ilitar p a ra poder resistir en
contra de u n enemigo com ún que se encontraba afuera y adentro de
la cárcel.
E n las zonas menos desarrolladas de E uropa, aunque sea con algu­
nos años de retraso, a m edida en que aum enta desm esuradam ente el
ejército de reserva, aum entan tam bién el pauperism o y la crim inalidad.
Además, después de la revolución y la experiencia jacobina, en u n
m om ento en que la organización obrera está en sus prim eros pasos,
es el terreno de la crim inalidad, de la solución violenta personal, d o n ­
de se da la lucha de clases. L a gran cantidad de desocupados, la
desorganización de las masas, la m iseria extrem a, hace d e este periodo
quizás aquel en que el salario real ha llegado a l punto más bajo en
toda la historia del capitalism o: todo im pulsa a la m endicidad, al
robo, en algunos casos a la violencia y al bandidaje, y a formas p ri­
m itivas de lucha de clase, como los incendios de los sembradíos, las
rebeliones contra las m áquinas, etc. A nte este fenómeno, creado por
él mismo, el capital, y las fuerzas políticas burgueses que lo represen­
tan, no necesita responder con u na fuerza de trabajo forzada que
reduzcan los salarios de los trabajadores libres y al m ismo tiem po sea
adiestrada y recuperada p a ra el trabajo en la fábrica. L a institución
carcelaria perm anece como adquisición definitiva y cada vez más
dom inante en la práctica punitiva burguesa, sin em bargo su función,
en E uropa al menos y m ientras d u ra esta situación, o sea más allá
de la m itad del siglo, adquiere un tono cad a vez m ás terrorífico y de
m ero control social; el principio de la disciplina tout court prevalece
sobre el de la disciplina productiva de la fábrica. El vuelco reacciona­
rio de la Restauración, que corresponde en los países más desarrolla­
dos a la unificación de u n frente en el cual la burguesía ya victoriosa
acoge los restos teóricos y prácticos del antiguo absolutismo, si p o r u n
lado m arca todavía u n a resistencia antiliberal, antiburguesa, por el
otro, se caracteriza cad a vez más por su postura antiproletaria. L a
em ergencia de u n incipiente potencial político en las clases dom ina­
das, im pide, a p a rtir de la Restauración, considerar la cuestión crim i­
nal y carcelaria en particu lar como desligada de los conflictos de clase
más generales. Lo que hasta este momento h a b ía sido una relación
inconsciente entre las nuevas clases del régim en capitalista en sus orí­
genes, se torn a cada vez más u n a relación consciente: u n a hostilidad
política. El “terrible aum ento de la reincidencia” 357 es lo que im pulsa
a varios gobiernos europeos en las prim eras décadas del siglo pasado a

187 L a frase está en C. I. Petitti di Roberto, op. cit., p. 372.


86 CÁRCEL Y TR A BA JO EX E L PERIO DO D E FORMACION D E L M PO

ocuparse cada vez m ás activam ente del problem a de la reform a car­


celaria, enviando observadores a otros países, y sobre todo a Estados
U nidos .183 Las prim eras estadísticas sobre la crim inalidad, se dan, y
no es casualidad, en este periodo, y m uestran, sobre todo en Inglaterra
y en F rancia, cómo aum entan rápidam ente los delitos en contra de la
p rop iedad .189 Y a en 1810, con la codificación napoleónica, comienza
u n lento pero continuo movim iento, en la praxis y en la doctrina pe­
nal, hacia u n a m ayor severidad, acom pañada de la crítica a la filantro­
pía. revolucionaria .180 El código penal francés prevé esencialmente tres
tipos de sanción: la pena de m uerte, los trabajos forzados y la casa de
corrección. L a p en a de m uerte no es sin em bargo u n a m edida excep­
cional, como tendía a configurarse en la legislación revolucionaria
anterior, y se aplica a casi toda clase de delitos en contra de la segu­
ridad del estado, a la falsificación de m oneda, al robo calificado, al
incendio doloso, golpeando así por u n lado a todo tipo de subversión
que tenga inm ediata repercusión político-m ilitar y, por el otro, a dos
delitos típicos de las clases dom inadas del cam po y de la ciudad. Para
los delitos menos graves de esla m ism a clase, como la vagancia, la
m endicidad, la rebelión no tipificada como delito en contra de la segu­
ridad del estado, los delitos de huelga y de asociación, etc., se prevé
el uso de la casa de corrección, o sea de u n a pena breve que se centra
sobre todo en la obligación del trabajo, form alizando así u n a práctica
cjue — como ya vimos— estaba en uso desde la fundación de las casas
de trab ajo o de corrección. T am bién en otros códigos, como el de
Baviera de 1813, obra de Anselm Feuerbach, la afinación de la téc­
nica jurídica, y la aceptación cada vez más com pleta de los derechos
civiles fundam entales en m ateria penal, se acom paña con el reforza­
m iento y el endurecim iento de la represión .1 ®1
Como ya se vio, uno de los fines principales que debían lograrse
con el-trab ajo forzoso era, desde el principio de la experiencia carce­
laria, u n efecto liberador p a ra la b aja de los salarios externos, efecto
que, sin em bargo, se lograba sólo parcialm ente con el simple m eca­
nismo económico, es decir con la disponibilidad de fuerza de trabajo

188 El informe probablemente más famoso fue el que realizó G. de


Beauinont y A. de Tocqueville, O n the penitentiary system in the U nited States
and its applicalions in F ranee, Southern Illinois Univers. Press, 1964. En el
libro de C. I. Pctitti, se docum entan am pliam ente estos informes (véase
pp. 372-373). Véase tam bién el ensayo de Massimo Pavarini incluido en. este
volumen.
is9 Vcasc G. Rusche y O. K irchheim er, op. cit., pp. 96-97.
100 Ib id ., pp. 98-99. Esta crítica, se convierte, en el siglo xrx, en u n lugar
común cuando se habla de la política social del siglo xvm.
« i Ib id ., pp. 99-100.
CREACIÓN D E LA IN S T IT U C IO N CARCELARIA M ODERNA 87

no líbre en ciertas ram as de la producción — por lo menos por el n ú ­


m ero exiguo de trabajadores de este tipo— pero que era producto más
que n a d a de la im presión terrorista ofrecida p or la cárcel como destino
obligado p a ra todo aquel que se negaba a trab ajar, o a trab ajar en
condiciones m uy duras. Según el principio de less eligibilily u n tra ­
bajo libre externo era siempre preferible a la cárcel. En el periodo
que examinarnos ahora, caracterizado por desocupación y pauperism o
crecientes, el único efecto intim idatorio posible, p a ra quien no tiene
oportunidad de encontrar trabajo, es de tipo político, en el sentido
de a p a rta r al desocupado, al vagabundo, etc., del intento de sobrevivir
com etiendo delitos, m endigando o haciendo cosas del mismo género.
Pero, dado que lo que está en juego p a ra el desocupado, p ara el po­
bre de estas prim eras décadas del siglo x ix , es precisamente la so­
brevivencia, la posibilidad de sacarse a sí mismo y a su fam ilia del
ham bre, y no la aceptación o el rechazo de contratarse en condiciones
de explotación, el efecto intim idatorio resulta extrem adam ente difí­
cil de alcanzar, ya que basta que la cárcel asegure el m ínim o vital
p a ra que la vida carcelaria resulte m ejor que vivir en libertad. Por
eso, en este periodo se m ultiplican las protestas en contra de reform as
producidas en las postrim erías del siglo xvnr, m eritorias en ciertos as­
pectos, pero que había m ejorado dem asiado las condiciones de vida
en la cárcel cuidando m ás de la cuenta — como se decía— el aspecto
material de la detención, en detrim ento del espiritual .m Se sostiene
que no es posible q u e un preso goce del m ismo n iv e l de vida que
cualquier “artesano” libre ,193 sin considerar que el nivel de vid a de
este último, d urante el periodo que estamos exam inando, era en m u ­
chos casos inferior al nivel mínimo de subsistencia. Sucede así que
en las cárceles com ienzan a enfermarse los presos y a morirse de ina­
nición; la política m althusiana tiende a realizar su propia teoría de
(exterminar al proletariado .194 Es en este clim a en el que la atención
de los reform adores se dirige hacia la experiencia de los Estados U n i­
dos. Allí, desde fines del siglo anterior se h ab ía dado form a, en el
estado cuáquero de Pensilvania, a u n tipo de institución carcelaria,
de aislam iento celular continuo, día y noche, que e ra típico de la con­
cepción calvinista basada en u n a ética del trabajo com pletam ente
espiritual (lo que E u ro p a estaba buscando) que no concedía n ad a al
trabajo productivo. Al contrario, el trabajo e ra la base del sistema
silencioso de A uburn, que preveía, respecto del trabajo, el aislam iento

ifl2 Véase C. I. Petitti di Roreto, op. cit., pp. 374-375 y 469.


10:1 O. Rusche y O. K irchheim er, op. cit., pp. 10G-107.
191 Véase los dates mencionados en ibid., pp. 109.
88 CÁ RCEL Y T R A B A JO E N E L PERIO DO DE FORM ACÓN DEL M PO

nocturno y la reunión diu rn a en silencio .105 Este sistema fue el que


prevaleció rápidam ente en América, lo que indica la giran necesidad
de m ano de o b ra que había, a diferencia de Europa, en los nuevos y
ráp idam en te florecientes estados norteam ericanos.13® E n ese m om ento
■en el viejo continente la discusión sobre la reform a penitenciaria se
funde con la discusión sobre los dos sistemas, que son después m ás de
dos por las varias posibilidades de com binación que generaron nuevas
soluciones ulteriores. E n estas discusiones particip ab an hombres que,
aunque portadores de u n a nueva ideología, continuaban en su acti­
vidad la tradición de los philosophes ilum inistas: cultores de las cien­
cias hum anas m ás variadas, eran frecuentem ente autores de ensayos, re­
latos, diarios de viaje, proyectos de reform a sobre los tem as más diversos
entre sí pero esencialm ente relacionados todos con la organización
global, en sus mil facetas, de la naciente civilización burguesa, en es­
pecial de su estado. M uchas veces comprometidos personalm ente en
actividadess legislativas o adm inistrativas, su interés por el problem a
penitenciario, como se le comienza a llam ar, nunca era casual sino,
p o r el contrario, m uy consciente de las posibilidades concretas y prác­
ticas de realización. C ario Ilarione Petitti de R oretto, típico ejemplo
piam ontés de esa raza de hombres, nos d a en su obra de 1840, Della
condizione attuala delle carceri e dei m ezzi di migliorarla ,147 u n a com ­
paración am plia del estado en que se encontraba la reform a en los
distintos estados europeos y correspondientem ente del estado de la
discusión teórica .198
Ambas posiciones p artían del presupuesto de la necesidad de evitar
la corrupción que causaba el contacto entre las distintas categorías de
detenidos, corrupción a la que se le atrib u ía el fenómeno que m ás
los preocupaba en el problem a p e n a l: el aum ento de la reincidencia.
Si, p o r u n lado, los partidarios del sistema de A ubürn, que eran la
m inoría ,100 denunciaban el notable aum ento de los casos de locura
y de suicidio en las penitenciarías que seguían el modelo filadelfiano
de aislam iento continuo, po r el otro los partidarios de este últim o
hacían suyas las teorías cuáqueras que sostenían la gran eficacia m oral
de la m editación y del consuelo que personas de sanos y probados sen-

íos v é ase ibid, cap. vm , p. 127; el cap. n i del ya mencionado trabajo de


P etitti se dedica a la com paración de los distintos sistemas y trae u n a muy
am plia bibliografía.
loe v é a se G. Rusche y O. K irchheim er, op. cit., p. 130.
107 Véase supra la nota 33.
190 G. I. P etitti, de R oretto, op. cit., pp. 374ss.
198 P etitti enum era como defensores de este sistema, además de él mismo,
a “los señores Lucas, M itterm aier, Béranger, la señora l ’ry, Aubanel, León
la u c h e r y Grcllet Wamray” (p. 4 5 0 ).)
flIUiACIÓN D E LA IN S T IT U C IÓ N CARCELARIA M ODERNA 89

/ *
(¡mientos podían d a r a los reos, cosa que estaba organizada hasta en
los sistemas m ás rígidos .200 Acusaban adem ás al sistema del silencio
de ser m uy difícil de realizar y de d a r oportunidad a los guardianes de
ejercer violencia excesiva sobre los reos p a ra hacer respetar la regla,
l'/l com pleto desinterés de la cultura euro pea sobre el problem a del
trabajo en la cárcel se m anifiesta en el hecho d e que la diferencia
esencial entre los dos sistemas — el de ser en uno posible la realización
de un verdadero proceso de trabajo productivo y en el otro no— p a ­
saba ordinariam ente desapercibido, o p or lo menos n o se le consideraba
diferencia esencial. M ucho más im portante, p a ra el tesoro de varios
estados, fue el hecho de que el sistema filadelfiano exigía la construc­
ción de establecimientos con celdas, lo que exigía im portantes gastos,
y éste fue el motivo p or el cual algunos estados, que en principio' se
habían declarado partidarios de este sistema, después no lo realizaron.
1 S1 sistema del aislamiento continuo fue la línea que acabó p o r pre­
valecer en distintos congresos penitenciarios internacionales, com en­
zando po r el de F ran k fu rt de 1847. Esto sucedió po r las razones en u n ­
ciadas al principio, es decir el desinterés d e sociedades inundadas de
inano de obra por el trabajo forzado, posible en el sistema de A uburn,
y la preferencia, au nq ue no adm itida abiertam ente, p o r la actitud
terrorista que, de hecho, la elección del sistema filadelfiano expresaba,
con el horror que p od ría producir al reo potencial la perspectiva de
pasar en soledad — con frecuencia acom pañada de algún “ trabajo”
inútil y repetitivo, que en realidad era to rtu ra física— durante cinco,
diez o veinte años de condena. Las com plejas razones que hemos
intentado explicar son la causa del grave deterioro de la vida en la
cárcel y del uso ca d a vez m ás limitado del trabajo. H abía adem ás
■una razón técnica: en la época en que nace la fábrica m oderna, con
su m aquinaria costosa y voluminosa, y al desarrollar u n a organización
m ás estructurada del trabajo, sólo una política que con decisión cam -

2 «o Sostienen la segregación continua “ M oreau-Cristophe, Aylics, Detnets,


Blouet, Julius, Crawford, Russel y D ucpcctiaux” (p. 45 2 ). Los nombres ci­
tados en esta nota y en la anterior están entre los mayores artífices, sea a
nivel teórico o práctico, de las políticas sociales de Europa en la prim era m itad
del siglo pasado. L a relación entre aislamiento, concepción penitencial o
iespiritual, como se decía, de la pe.na y la locura, es sintetizada así por M arx
e n L a Sacra Famiglia: “[. . .] describe certeram ente el estado en que el aisla­
m iento del mundo exterior hunde al hombre. El hombre p ara quien el m undo
sensible se convierte en una mera idea ve, p o r el contrario, cómo las simples
ideas se truecan ante ól en seres sensibles. Las quimeras de su cerebro cobran
fuerza corpórea. Se engendra dentro de u n m undo de espectros tangibles
palpables. T al es el misterio de todas las visiones piadosas y tal es tambión,
al mismo tiempo, la form a general de la locura” (op. cit., p. 239 [p. 250]).
90 CAUCEL Y T R A B A JO E N E L PERIO DO DE FORM A CÓN D E L M FC

biara la cárcel en fábrica, ínvirtiendo capitales y demás, hubiera po­


dido m antener la eficacia del trabajo carcelario.
Adem ás, no eran solamente las dudas reaccionarias contra el ré­
gim en interno de la cárcel, como se había practicado hasta entonces, lo
que tendían a hacerlo desaparecer. L as mismas masas populares ad ­
vertían bastante claram ente la am enaza de com pentecia que el tra ­
bajo de la cárcel ofrecía al trabajo libre, especialmente en una situa­
ción de grave desocupación. El movim iento obrero deviene así, por
m uchos años, uno de los obstáculos más im portantes del trabajo en la
cárcel. E n Estados Unidos, po r ejemplo, acaso el único país que ha
tenido experiencias significativas de trabajo carcelario, el continuo
declinar de éste desde fines del siglo pasado hasta 1940, h a sido obra
de la hostilidad de u n movim iento obrero fuerte y organizado. Esto
es ta n real que tam bién en u n a situación más cercana a la que hemos
estado exam inando, en la revolución parisiense de 1848 (la C om una
de P a rís), u n a de las prim eras victorias de las masas populares fue la
abolición del trabajo en la cárcel, prontam ente restaurado después
de la derrota proletaria .201 R esulta interesante n o tar que la reivindi­
cación social fundam ental de la C om una de París fue la realización
de la consigna del “derecho al trabajo”, po r la que se abrieron los
ateliers nacionales atendiendo a la propuesta de G onsidérant y Fou-
rier. A un cuando p a ra la conciencia de la época los dos problemas no
estaban probablem ente ligados, hay, parece, u n a exacta corresponden­
cia desde el p unto de vista del proletariado entre la lucha por el de­
recho de que todos tengan trab ajo y la oposición al trabajo carcelario.
El proletariado parisiense hacía prácticam ente suya la política m ercan-
tilista de dos siglos antes, pero elim inando obviam ente la función de
freno que la em presa pública constituida p o r la casa de corrección
tenía sobre el trabajo libre. E sta tendencia será conform ada en la
posición que años más tard e M arx asum irá a propósito de una reivin­
dicación del Program a de G otha del Partido O brero Socialista A lemán
sobre el trabajo carcelario .202 L a indicación d ad a por M arx de luchar

201 G. Rusche y O. K irchheim er, op. cit., pp. 91-95.


202 M arx com enta: “Kleinliche Fordenm g in einexn allgemeinen Arbeiter-
programm. Jedcníalls musste m an klar atissprechen, dass m an aus Konkurrenz-
neid die gemeinen V erbrechcr niclit wic Vich behandelt wissen und iliruen
nainentlich ilir einziges Bessc ungmitLe!. produktivc A rbeit, nicht abschneidcn
will. Das w ar doch das Geringstc was man von Sozialisten erw arten diirfte”
{Karl M arx, K riíik des Gothaer Programms, en M E W , t. 19, Berlín, 1962,
p. 32) [“ M ezquina reivindicación, en un programa general obrero. En todo
caso, debió proclamarse claram ente que no se quería, por celos de compe­
tencia, ver tratado a los delincuentes comunes como a bestias, y, sobre todo,
que no se les quería privar de su único medio de corregirse: el trabajo pro­
ductivo. E ra lo menos que podía esperarse de socialistas ( Crítica del Programa
(¡REACIÓN D E LA IN S T IT U C IÓ N CARCELARIA M ODERNA 91

a fin de que la com petencia del trabajo forzado respecto del trabajo
libre sea d errotada procurando asimilar la explotación de que es ob­
jeto el prim ero al grado de explotación del segundo, va exactam ente
en la dirección indicida p or el proletariado parisiense. L a fugaz alu­
sión de M arx perm aneció po r largos años como hecho aislado en la
política que el m ovim iento obrero desarrollara en tom o al problem a
carcelario. En todo caso, se tra ta de u n a historia que comienza donde
ésta term ina. H acia la m itad del siglo pasado, en todos los países
burgueses la institución carcelaria se alinea, ya m ad u ra y p ro n ta a
cum plir su cometido, entre los varios mom entos de la organización
social capitalista. L a historia posterior de la institución, que, desde
este m om ento de m adurez en adelante es m ás bien la historia de su
crisis, así como la historia del movimiento obrero organizado, ya for­
m an p a rte de u na sociedad distinta.

de Colha, en Obras escogidas cit., t. ni, pp. 26-27)]” . Incluimos el párrafo en


alem án debido a la am bigüedad de las traducciones existentes. Por otro lado,
para las posiciones del movimiento obrero francés al principio del siglo pasado,
véase Michel Foucault, S u m ille r el punir, pp. 291íj. [pp. 29).«.].
2. GÉNESIS DE LA. INSTITUCIÓN CARCELARIA EN ITALIA

I. SIGLO XVI Y SIGLO XVII

Son notables las dificultades con que se enfrenta la tentativa de recons­


tru ir aunque sea sólo en sus rasgos esenciales el desarrollo histórico
de la institución, como lo hicimos p a ra In g laterra o p ara las otras
grandes m onarquías nacionales, respecto de la situación italiana. Fal­
tan estudios e investigaciones n o sólo sobre el p articular objeto aquí
tratado sino tam bién, m ás en general, sobre la evolución socioeconó­
m ica que está en la base del fenómeno. U no de los mayores obstáculos
p a ra la investigación histórica, causa y efecto al mismo tiem po del
retraso de la historia en Italia, es la ausencia de u n poder central
unificador, de u n a m onarquía nacional, que en los inicios del capi­
talismo, en la época del mercantilism o, se revelará como de fu nda­
m ental im portancia p a ra los otros países europeos. Es superfluo notar
cómo la falta de esta unidad no sólo p rodujo el efecto fundam ental
de no lograr im prim ir a la econom ía de la península u n a m ayor vi­
talidad sino tam bién el efecto colateral de no generalizar, como su­
cedió e n otros países y como es el caso de las instituciones carcela­
rias, u n a serie de experiencias, ideas e iniciativas, que se hacen
patrim onio de ciertos estados o de ciertas regiones. El hecho mismo de
hablar de Italia, se sabe, es un poco arbitrario, especialmente sobre el
tem a que nos ocupa, en el cual la hom ogeneidad económica y la
intervención del estado representan, en otros países, la base de fondo
en la que se d a la posibilidad de im plantar la experiencia.
“E n los Países Bajos y en ciertas ciudades italianas, estos desarrollos
de la producción capitalista que encontram os en la In g laterra de Isa­
bel y en los Estados U nidos pueden descubrirse, ya cumplidos, en fecha
m uy anterior.” 1 En Florencia, p or ejem plo, ya a fines del siglo xm , y
especialmente en el xiv, se h abía desarrollado u n numeroso proletaria­
do de trabajadores jornaleros, excluidos de las corporaciones, como
resultado del proceso de expulsión de los campesinos de sus cam pos ,2

1 M aurice Dobb, Problemi di storia del capitalismo cit., p. 187 [p. 185],
2 En lo que se refiere a la evolución de las relaciones sociales en el campo
italiano se tiene muy en cuenta, aquí y en lo que sigue, a E. Serení, Agricol-
tura e mondo rurale, en Storia d'Italia, i, T urín, 1972, p. 133, donde sin­
tetiza las tesis que lia expuesto en otros trabajos fundam entales. Véase, sobre
todo, en lo que respecta al papel del sistema de aparcería en la dinámica de

[9 2 ]
O ÍÍN E SIS D E LA IN S T IT U C IÓ N CARCELARIA EN ITALIA 93

Jo que determ inó u n a situación de conflictos de clases en la vida de la


ciudad .3 A este clim a político acom pañaba generalm ente u n a serie
tic m edidas represivas — penales— bastante severas en contra de los
jornaleros: “C ontrolaban sus salarios, le dictab an la m ás estricta obe­
diencia hacia su m aestro y proscribían, sin contem placiones, toda for­
m a de organización o hasta de reuniones (a las que se denunciaba, de
m anera invariable com o ‘conspiraciones y cábalas ’ ) . ” 4 E n la fase
todavía de construcción de u n poder estatal que caracteriza a estas
com unas no es raro que la custodia de los prisioneros deudores o que
había que castigar físicamente se ejerciera directam ente por las cor­
poraciones mayores y m ás poderosas en sus cárceles de custodia. Y sin
em bargo, como an o ta Dobb, en Italia, en Flandes, y en A lem ania el
capital comercial y usurario que se desarrollaba rápidam ente no logró
transform arse, como sucedió en Inglaterra, en capital industrial, m ás
que en form a m uy parcial.* En Italia, la presencia de la iglesia y de
los príncipes feudales, que establecían en ca d a república o com una
una estrecha alianza con la aristocracia comercial, tuvo la fuerza sufi­
ciente p a ra bloquear u n ulterior desarrollo industrial y político (el
proceso de unificación) que se hubiera podido alim entar alternati­
vamente.® Si los cambios en el movim iento comercial y el surgimiento
de las potencias m anufactureras d an el golpe de gracia a la Ita lia del
siglo xvi ,7 la base de su debilidad, y la dism inución en el desarrollo,
son las causas estructurales internas de las que hablamos. D urante
todo el siglo xvi el ideal económico consiste m ás y más en el ennoble­
cim iento del dinero y el desprecio de la m ercancía; los capitales se
inmobilizan en grandiosas obras públicas, o regresan al campo, pero
no p a ra producir y como estímulo a nuevas transformaciones, como
hab ía sucedido en el siglo xiii .8 El siglo xvi es todavía un m om ento
de tránsito, que no caracteriza a la península: el profundo estanca-

las relaciones sociales en Ita lia centro-septentrional del siglo x m en adelante, las
pp. 185íj. del mencionado ensayo.
3 Sobre los Ciompi florentinos, que originaron u n a fase muy intensa de
lucha de clases en la segunda m itad del siglo xiv, véase M aurice Dobb, op.
cit., p. 193 [pp. 191íj.],- N. Rodolico, I ciompi, Florencia, 1965; V. Rutem -
berg, Popolo e m ovim cnli popolari nelVItalia del '300 e 400, Bolonia, 1971,
pp. 157-329.
4 M aurice Dobb, op. cit., p. 155 [pp. 148-149]. Sobre estos temas véase
K arl M arx, II Capitale cit., i, 1, pp. 288-w. [t. i / l , pp. 31f!w.] y i/3 , pp. 197jí.
(t. i/3 , pp. 924 jj .].
5 M aurice Dobb. op. cit., p. 197 [p. 195],
« Ib id ., p. 193 [p. 191].
7 A. Fanfani, Storia del lavoro in Italia (D alla fine del secólo X V agli
inizi del X V I I I ) , M ilán, 1959, pp. 1-59.
8 Ibid.
94 CÁ RCEL Y T R A B A JO EN E L PER IO DO DE FORM A CÓN D E L M P 0

m iento, el atraso político y cultural, el aislamiento de la Ita lia de la


contrarreform a del siglo xvn, están apenas en sus comienzos.
Esta diferencia entre los siglos xvi y x v n es im portante, como se
verá, p o r los efctos que tiene en la política social y penal de varios
estados italianos. L a m an u factu ra textil italiana presenta en el siglo
xvi u n a cierta expansión,^ m ientras que la industria textil de la lana
decae en el x vn y la nueva industria de la seda presenta m omentos de
expansión y de retracción en distintas regiones .9 Los fenómenos de la
vagancia y el bandidaje que se m anifiestan en Ita lia en este periodo,
como en los otros países europeos, adem ás de tener su origen en el
proceso de acum ulación originaria en el cam po, son generados fre­
cuentem ente p o r masas de trabajadores desocupados, no de la acti­
vidad cam pesina sino m anufacturera. Amplios fenómenos de represión
del vagabundeo y de la m endicidad y tentativas — similares a las fran­
cesas e inglesas— de expulsar de las ciudades a estas m asas sin trabajo
son registrados p o r F anfani p a ra la Ita lia m eridional, los estados pon­
tificios, Toscana, Lom bardía, Piam onte y Venecia. Pero es sobre todo
en las zonas centro-septentrionales donde se encuentran miles y miles
de trabajadores textiles, metalúrgicos, de astilleros, que se quedan sin ’
trabajo .10 M ientras en Ita lia m eridional la horca fue la única política
social p racticad a du ran te siglos,1 1 en los otros estados, en las postri­
m erías del siglo xvi y a principios del xvn, se intentaron una serie de
m edidas bastante parecidas a las adoptadas p o r Inglaterra, Alem ania,
etc., esto es prohibición de m endigar, internación en los hospitales,
asistencia de los incapacitados, esfuerzo po r conseguir trab ajo a los
capaces .12 N aturalm ente este últim o era el p u ctu m dolens frente a
los desocupados, y numerosos pequeños estados italianos tenían muy
poca fuerza p a ra poder llevar a cabo u n a política m ercantilista de
inversiones públicas p a ra la producción de m anufacturas.
El prim er desarrollo capitalista en Florencia o tra vez había llevado
a u n a revisión de la postura sobre el problem a de la pobreza y de la
m endicidad, alejándose de la visión m edieval plenam ente religiosa
de la caridad. L a actividad p ráctica y teórica de A ntonino de Flo­
rencia en su ciudad, en el siglo xv, anticipa ya algunas actitudes m ás
plenam ente burguesas que se encontrarán luego en la reform a lute­
rana, m ás de u n siglo después, y en los escritos del italiano M uratori

9 Ib id ., pp. 51-52; con un tem a muy específico pero interesante p a ra co­


nocer este tipo de desarrollo productivo, véase el ensayo de C. Pon!, “Archéo-
logie de la fabrique: la difussion des moulins ü soie ‘alia bologncse’ dans Ies
Etats V énetiens du xvicme au x v m eme siccles” , en Armales, 1972, p. 1475.
10 Véase A. Fanfani, op. cit., pp. 113-117.
11 Ib id ., p. 114.
12 Ibid., pp. 118-119.
O ÍÍN E SIS D E LA IN S T IT U C IÓ N CARCELARIA EN ITALIA 95

en el siglo xvii .13 A unque en su obra no se encuentra la perspectiva de


una reform a orgánica de la asistencia, sin em bargo está ya presente
la sustitución del valor m edieval de la pobreza po r el valor laico y
burgués del trabajo, concebido como obligación principal de las masas
populares. Su predicación se refiere a u na situación en la que hospi­
tales p ara enfermos y pobres eran ya u n a realidad en las com unas
italianas .14 Fue en la prim era m itad del siglo x v i que, en correspon­
dencia con la grave crisis económ ica europea y en u na situación italia­
na en progresivo deterioro, se hizo necesario tom ar m edidas más
vastas y radicales. En V enecia, alrededor de 1530, se intenta hacer
trabajar en los astilleros, pagándoles la m itad del salario habitual,
a pobres y vagabundos .15 Se teme la asistencia sin trabajo, que podría
debilitar la presión que la necesidad ejerce sobre los estratos popula­
res. Esto se d a en ciudades florecientes e industriosas como la V enecia
de ese periodo, En los estados pontificios el problem a de la m endici­
dad, que se concentra, viniendo de todas partes, en la capital del
m undo católico, constituye más que nada u n problem a de orden y
de control social. C ada vez más se intenta encerrar a los pobress en los
hospitales de reciente creación, bajo am enaza de penas severas. Pero
tiene que pasar u n siglo p a ra que aparezca la obligación de trab a jar
en el interior de la institución .14 Se fundan hospitales en Parm a, T u -
rín, M ódena, Genova y Pisa .17 E n Bolonia, en 1560, se fundó el Hos­
picio de San Gregorio, al que tres años después fueron conducidos en
procesión los mendigos de la ciudad:

Y como era grato a D ios, reunidos en un día d e fiesta, que fue el xvm de
abril del año m di .xiii, en el p atio del O bispado todos los pobres mendigos
que entonces se encontraban en la ciudad, y h ech a una solem ne procesión,
con grandes limosnas d el pueblo, fueron conducidos en orden, ante la D ivina
M ajestad: y así se comenzó a darles, no sólo com ida y alim ento, sino ta m ­
bién fueron bien instruidos y am aestrados en las cosas de la religión, como
en las buenas costum bres y en diversos ejercicios, a los cuales, aquellos que

13 B. Geremelc, II Pauperismo ncll’elta preindustriale (secoli X I V - X V 111)


en Storia d’Italia, v, 1. T u rín , 1973, pp. 077ss. Sobre el concepto de cari­
dad en L utero, véase supra pp. 40íj. y en A. L. M uratori, infra pp. 107u.
11 B. Geremck, op. cit., pp. 678-683.
33 Ibid., pp. 686-687.
Ib id ., pp. 689-691.
17 Ibid., pp. 691-692. Sobre el origen de los hospitales en Italia y en
Europa, entre el Medioevo tard ío y el Renacim iento, véase el amplio m aterial
registrado en las actas del Prim er Congreso Italiano de H istoria H ospitalaria
(Reggio Emilia, 1957) y del Prim er Congreso Europeo de H istoria H ospita­
laria (Reggio Emilia, 1962), a cargo del C entro Italiano di Storia Ospita-
liera.
96 CÁ RCEL Y TRA B A JO EN EL PERIODO DE FORM A CON DEL M FC

eran capaces, estuvieran dispuestos e inclinados, proveyéndolos de m aestros


expertos y suficientes en esos ejercicios, tan to m ujeres com o hom bres.18 i

Tam bién en otros hospitales, o institutos, frecuentem ente para


jóvenes, u n a de las funciones de la institución era la enseñanza de
■ejercicios; sin embargo, la rareza con la cjue se habla de esta instruc­
ción profesional hace pensar que prácticam ente no se realizaba y que
los hospitales italianos no eran más que u n a racionalización y una'
centralización de la antig ua caridad privada. E n ese m om ento, la
ausencia de capitales industriales, y po r lo tanto de trabajo remu-l
nerado, desanim aba cualquier intento que se pareciera a las experien-i
cias inglesas u holandesas.1® En estas prim eras experiencias italianas, i
el pobre no se distingue del pequeño delincuente: la legislación repre­
siva creaba los delitos de vagancia y de m endicidad, y en la figura del
pobre se veía ya u n a tendencia a la inm oralidad, al hurto pequeño
y a otros delitos. G uando más, según el famoso opúsculo de A ndrea
G uevarre ,20 se distinguía el pobre bueno, que recibía agradecido la
detención, del m alo, que al no acep tarla justificaba p a ra la autoridad,
p or ese solo hecho, el derecho de la m edida de reclusión .21 El m enor
desarrollo de la experiencia italiana aparece en el hecho de que no "
h abía un internam iento punitivo p a ra ciertos delitos, como se daba el
caso en las casas de trab ajo holandesas y alem anas: tanto es así que
el m al com portam iento en el hospital o la reincidencia en la mendici­
d a d no se castigaba con el internam iento sino con “ser enviado a las
cárceles de la O b ra (del hospital) o a las de la ciudad p a ra que el
verdugo lo castigue según su culpa” *2 es decir con las penas tradicio­
nales.
U n a de las prim eras experiencias de cárcel m oderna en Italia,
fam osa adem ás en la historia de la penaJogía, es la que Filippo Franci
estableció en Florencia a m ediados del siglo xvn, y por lo tan to apenas

118 Prefacio de los S ta tu ti de la Opera M endicanti de Bolonia, impresos


en 1574, en G. Calori, Una iniciativa sociale nella Bologna del '5 0 0 - L ’Opcra
M endicanti, Bolonia, 1972, p. 17.
19 Calori m uestra cómo en la Bolonia de la segunda m itad del siglo xvj
«1 continuo flujo de pobres del campo hacia la ciudad acompañó la inxnobi-
lización im productiva del capital, característica de la política económica de la 1
C ontrarreform a, El caso de Bolonia, aunque ya tenía u n a m anufactura bas­
tante desarrollada, es típico de la situación italiana d e este periodo.
El pequeño tratado, L a m endicitá proveduta nella citta di Rom a colYos-
ftizio pubblico. . de 1639, se escribió bajo la expresa petición de Inocencio
X I I p ara defender la práctica del internam iento y, como vimos, ayudó a di- .
fundir en Francia la convicción de la necesidad de los H ópitaux. Véase B. Ge- ¡
remek, op. cit., pp. 692-693.
21 Véase la argum entación de. A. G uevarre en B. Geremek, op. cit. p. 693. ,
22 G. Calori, op. cit., p. 45. i
líl/lN E S IS DE LA IN S T IT U C IÓ N CARCELARIA EN ITALIA 97

posterior al periodo del que liemos estado hablando .23 L a estructura


fundam ental de esa institución, dedicada a los jóvenes, era parecida
«i la de los hospitales de la época. Jóvenes abandonados eran recogidos
por la ciudad, se les asistía y se les d ab a de comer, y se les m andaba
a trab ajar a algún comercio. Lo que la convierte a ésta en u n a expe­
riencia particu lar es la sección especial del hospicio (llam ado de San
Felipe N eri), construida en 1677 o algunos años después, llam ada
“correccional”, destinada a jóvenes de buenas familias, m andados allí
por sus padres p o r h aber descubierto en ellos signos de desadaptación
al estilo de vida burgués .24 lista sección estaba form ada por ocho cel­
das individuales, donde los jóvenes que debían ser corregidos, o incluso
algunos de los que recibían asistencia, eran encerrados en aislam iento
continuo, día y noche. P ara la organización de esta experiencia con­
fluyen — como p a ra todas las experiencias italianas, hechas siempre
en pequeños núm eros— la revitalizada religiosidad de la C on trarre­
form a y la soñolienta y pobre actividad m an ufacturera italiana, que
.no le daban al trabajo, y por lo tanto a la convivencia diu rn a y a
u n a enm ienda m ás “m aterial”, el valor que tenían ya desde hacía
varias décadas en otros países.

ii. e i , s ig l o xvm

L a o b r a d e L u ig i D a l P a n e , Sloria del lavoro in Italia , c o n tie n e u n a


d o c u m e n ta c ió n y u n a n á lisis p re cio so s p a r a p o d e r e n te n d e r el d e s a r ro ­
llo d e las p o lític a s so ciales y c rim in a le s e n I ta lia , d e sd e e l p rin c ip io
d el siglo x v m h a s ta la é p o c a n a p o le ó n ic a .211 E n el siglo x v n se s u p e r a
la reccsió n d e l d e s a rro llo e c o n ó m ic o , p o lític o y c u ltu r a l e n I ta lia . E n
el siglo sig u ie n te , a u n q u e q u iz á le n ta m e n te , se d a , so b re to d o e n la
a g ric u ltu ra , el in ic io d e u n n u e v o d e s a rro llo .20 U n d a to e v id e n te es
el a u m e n to d e la p o b la c ió n q u e p a s a d e 13/14 m illo n e s a 18 a p r in -

23 T . Sellin, “Filippo Franci. A precursor of m odern penalogy” , en Journal


<>l American In siitu te of Criminal Law and Criminotogy, x v i i (1926-1927),
jj. 104. Sobro esta experiencia, véase tam bién M. Beltrani-Scalia, Su l govem o e
fulla riforma delle. carccri in Italia, saggio storico e teórica, T u rín . 1867,
]>. 359; D. “D a Filippo Franci alia riform a D oria (1667-1907)” , en
Rasscgna di ¡ludí penitenriari, 1956, p. 293. P ara la docum entación y la bi­
bliografía del tema, véase T. Sellin, op. cit.. .
24 T Sellin, Filippo Franci” cit.. p. 108.
25 Luigi Dal Pane, Storia del lavoro in Italia ( dagli inizi del secolo X V I I I
al 1 8 1 5 ),' M ilán, 1958.
26 Ibid., pp. 1-5.
98 CÁRCEL Y T R A B A JO EN EL PERIO DO DE FORM A CÓN D E L M P d

.. . ... \
cipio del siglo x ix .27 Se reinicia, fatigosam ente, el proceso de acum ula­
ción prim itiva que, habiéndose iniciado antes que en cualquier otra
zona de Europa, se había estancado en el R enacim iento .28 U n signo
seguro de este fenómeno es el em peoram iento progresivo del nivel de
vida de las clases explotadas, y en particu lar del salario real (que
en muchos casos se daba todavía en especie) .'2ÍI El em peoram iento de
las condiciones de vida de las grandes m asas se acom paña de u n pro­
ceso de proletarización de las capas campesinas y artesanales, que au n ­
que menos extenso que el de Inglaterra y el de otros países europeos,
es índice de desarrollo capitalista: “A la com probación de que el
salario real de los jornaleros agrícolas y de los obreros industriales
disminuye entre 1700 y 1815, se añade el hecho de que su núm ero
va en aum ento con menoscabo de las otras categorías.” 30 Este proceso
se acelera en la segunda m itad del siglo, recibiendo en el norte un im ­
pulso decisivo d u ran te la dom inación francesa. Las leyes que liquida!
el sistema feudal, en Italia, como en los otros países, redistribuyen,
p o r u n lado, parte de los latifundios a los nuevos estratos burgueses,
favoreciendo así la concentración del capital y un m ayor desarrollo
del m undo rural, y destruyen, por el otro, la precaria economía de 3
subsistencia del viejo m undo feudal, creando un ejército de vagabun­
dos. Com ienza, además, la crisis, que se prolongará hasta nuestros 5
días, y que tan ta im portancia h a tenido en la revolución de las rela­
ciones sociales de la llan u ra del Po, el problem a de aparcería que s e l
vuelve u n obstáculo p a ra las transform aciones de la agricultura. Las
com unidades campesinas, en u n a situación de continua alza de pre­
cios, se endeudan cada vez m ás, al mismo tiempo que se endurecen
Jas condiciones de los contratos .31 M uchos se ven obligados a hacerse
jornaleros, simples obreros agrícolas. E sta situación genera estratos
ca d a vez m ás amplios de pobres y mendigos, que no logran, por otra
parte, conseguir trabajo en la m anufactura.
Además, d urante el siglo xvm se va desarrollando cada vez más
en la política social u n a actitud sem ejante a la que concibió la teoría
m ercantilista de otros países, es decir !a idea de caridad restrictiva ,32

27 Ib id ., p. 6 ; véase además, sobre la evolución demográfica de Italia, el


ensayo de A. Bellettini, La popolazione italiana dall’inizio dell’era volgare ai
giorni nostri. Valutazioni e tendenze, en Storia d ’lialia, v, 1, T urin, 1973,
p. 489. Téngase presente que durante el siglo anterior el increm ento de la
población estuvo por debajo de la m itad respecto del siglo xvm . El incremento
italiano es inferior al general europeo.
28 Luic;i D al Pane, op. cit., pp. 84-86.
28 Ib id ., pp. 202-217.
so Ib id ., p. 221.
81 Ib id ., pp. 24-Oss.
32 Ib id ., pp. 309íí.
O É N E S IS D E LA IN S T IT U C IÓ N CARCELARIA EN ITA LIA 99

Se d is tin g u ie ro n c a d a vez c o n m a y o r rig o r los p o b re s in h á b ile s d e los


h á b iles, re s e rv a n d o la a siste n c ia ú n ic a m e n te p a r a los p rim e ro s , y c o m ­
b a tie n d o a l m ism o tie m p o e n é rg ic a m e n te la c a r id a d p r iv a d a y l a m e n ­
d ic id a d , p a r a tr a t a r d e o b lig a r a los o tro s a e n c o n tr a r tr a b a jo . A q u í
ta m b ié n el o b je tiv o e r a p r o c u r a r te n e r m a n o d e o b r a a b u e n p re c io ,
p ro le ta rio s q u e p a r a p o d e r so b re v iv ir e s tu v ie ra n d isp u e sto s a c o n tr a ta r ­
se e n c u a lq u ie r e m p le o . D a l P a n e p la n te a a q u í la a n a lo g ía e x is te n te
e n tr e las d isp o sic io n es d e los esta d o s ita lia n o s y las d e o tro s p aíse s
e u ro p e o s , y la o rig in a lid a d d e la situ a c ió n it a lia n a :
i
[ . ..] se quería dism inuir el salario de los obreros, obligándolos a contratarse
a cualq uier precio. E n los d o cu m cn to sf...] se encuentran verdaderos lam en­
tos de q ue los obreros 1 1 0 quieren y no saben contentarse con los favores
que se les hacen, por eso se Ies acusa y se exige que sean, entregados a la
discrecionabilidad de los p atro n e s[...] Las leyes d e los principados italianos
contra la m endicidad llegan a ser así iguales a las de los otros países euro­
peos, desde In g laterra h asta Francia. Poniéndolas en relación con la prole-
larización de los campesinos de la que ya hem os hablado[ . ..] indican la
tendencia a doblegar a la población cam pesina, desposeída y reducida a
la vagancia, a la disciplina del sistem a del salario. Pero en u n país com o
Ita lia donde el desarrollo industrial encontraba obstáculos difícilm ente supe­
rables, estas m edidas h ubieran producido consecuencias peores si no h ubie­
ran sido usadas con una cierta m oderación. C on todo, la dificultad para
absorber la mano de obra y la proletarización del cam po, explican la existen­
cia de los num erosísim os m alvivientes que infestan los caminos, que roban
en el cam po y que ofrecen a los viajeros el lúgubre espectáculo d e ¡os cuer­
pos en descom posición a la vera de los caminos.33

E l c o n tin u o e x c e d e n te d e fu e r z a d e tr a b a jo c o n re la c ió n a la d e m a n d a
q u e d e él tie n e la in d u s tr ia , e s lo q u e e x p lic a , c o n la s d e b id a s e x c e p ­
cio n es, la p o lític a m a lth u s ia n a lle v a d a a c a b o p o r el c a p ita l ita lia n o ,
so b re to d o e n las re g io n e s m e rid io n a le s : p r im e r o el h a m b r e y la h o r c a
y, d esp u és d e la u n ific a c ió n d e l p a ís, la e m ig ra c ió n , fu e r o n los in s­
tru m e n to s q u e se u tiliz a ro n p a r a re m e d ia r el in s u fic ie n te d e s a rro llo
in d u s tria l d e la p e n ín s u la . E s to e x p lic a ta m b ié n p o r q u é la c á rc e l
it a li a n a n o c o n o c e rá n u n c a o casi n u n c a u n ré g im e n d e tr a b a jo i n ­
d u s tr ia l, cíe tr a b a jo p r o d u c tiv o : éste h u b ie r a q u ita d o tr a b a jo a los
tr a b a ja d o r e s lib res, y p o r o tr o la d o n o h a b r í a n e c e sid a d le p re s io n a r
a sí a l m e r c a d o - d e tr a b a jo .
A p e s a r de e sto e n el siglo x v m se in te n tó u tiliz a r p ro d u c tiv a m e n te
la m a n o d e o b ra b a r a ta , e n c e r r a d a e n los h o sp ita le s y las o b ra s p ía s, a l
irse d e s a r ro lla n d o la in d u s tria , e n los e sta d o s m á s d e sa rro lla d o s, c o rn o

3:1 Ib id ., pp. 313-314. Las cursivas son del autor.


100 CÁ RCEL Y T R A B A JO IÍN KL PERIODO DE FORM ACÓN D EL M PC

Piam onte y Lom bardía, donde se daba m enor desequilibrio entre la


o ferta y la dem an da de m ano de obra .34 H ay u na intensa actividad
en el cam po de la asistencia y de la corrección (antes que en el ám bito
carcelario propiam ente dicho) en los estados de Saboya .35 V íctor
A m adeo I I prom ulga en 1717 las Instruzioni e rególe degli Ospizi ge-
neredi per i Poveri, que plantean claram ente el concepto de caridad
restrictiva de la que ya hablamos. L a única asistencia que se d a rá a
los capaces de trabajar, es el esfuerzo por encontrarles trabajo; si no
lo encuentran, pueden em igrar. Con esto, se puede proscribir la me-
dicid ad .30 Algunos años después’ el mismo príncipe (1723 y 1729)
procede a la reform a de la legislación y de la praxis criminal, introdu­
ciendo el principio de legalidad y de proporcionalidad entre la pena y el
delito com etido (con m uchas lim itaciones ) . 37 H acia la m itad del siglo,
el m arqués di Galione funda un establecimiento para jóvenes díscolos.™
Es interesante el reglam ento de esta Casa del Buon Consiglio, u n a de
las prim eras que proponen en Ita lia u n program a pedagógico correc­
cional de inspiración totalm ente burguesa. “F rugalidad y trabajo” son
las bases que rigen la institución. Se debe obtener,, además, el nivel
m áxim o de aislamiento posible, cosa que se obtiene “sobre todo en la
zona de trab ajo ” , con u n a ley de absoluto silencio (lo que dem uestra
que los famosos “sistemas” norteam ericanos que, se siguieron algunas
décadas después en la organización de las cárceles, en realidad se pro­
ducen como consecuencias de ideas y de u n a praxis ya m uy hom ogé­
n e a de las zonas más d esarrolladas). L a concepción correccional del
trab ajo es de inspiración calvinista,' y m uestra ya las características
que llegarán a ser las del Ilum inism o: se considera a l individuo como
fiera, cuyos instintos se pueden controlar con el trabajo y la obediencia:

A parece claram ente cuán necesario es este trab ajo q u e los aleja del ocio,
causa d e todos los pecados de los díscolos q u e h a n llegado a este lugar y,
consiguientem ente, es el rem edio m ás adecuado, m ás que cualquier otro,
pnra corregirlos, p o r lo cual conviene d a r lugar p ara que este ejercicio dom e

34 B. Caizzi, Storia dell’industria italiana, T u rín , 1965, pp. 31-33. A fina­


les del siglo xvm las obras pías daban trabajo a los maestros artesanos arrui­
nados y desocupados en Piam onte y Lom bardía y en los centros de industria
tíe la seda (Bolonia, Florencia, V é n e to ); al respecto véase Luigi en D al Pane,
op. cit., pp. 384-384 (véase tam bién la bibliografía citad a).
35 G. C andeloro, Storia dell’Italia moderna, i: L e origini del Risorgimenio,
M ilán, 1959, pp. 90*.?.
80 Luigi D al Pane, op. cit., pp. 309-311.
57 M . Beltrani-Scalia, op. cit., pp. 372-373; A. Bemabó-Silorata, vocablo
“Case penali” , en Digesto italiano, vi, T u rín 1891, pp. 307íj, $ 6.
38 M. Beltrani-Scalia, op. cit., pp. 387s.t,; de él se tom an las informacio­
nes que siguen.
n j'iN K S IS li li LA IN S T IT U C IÓ N CARCELARIA r.N ITALIA 101

la ferocidad y la Indolencia de estos ánimos, antes de proponerse exigir de


ellos una verdadera conversión[...]

Gomo ya había pasado en la casa de trabajo de A m stcrdam , es la po­


lítica correccional respecto de los jóvenes la que abre el cam ino para
lina reform a más am plia en la organización de la política crim inal.
Todas las prim eras experiencias italianas, desde la de Franci hasta
la del Hospicio de S. M ichele, en R om a , 10 fueron casas de corrección
para jóvenes. L a convicción de mayores posibilidades pedagógicas, es
lo que explica la tendencia recuperativa y reeducativa de seres h u m a­
nos jóvenes, pero, en este m om ento, se d a b a la preferencia en la indus­
tria a trabajadores adolescentes e incluso preadolescentes, por ser m ás
fácilmente corregibles, m ás dóciles y menos resistentes p a ra dejarse
incorporar en el m undo del trabajo y de la explotación. Las casas de
trabajo se acom pañan con la fundación de escuelas profesionales, o rfa­
natos y toda u n a serie de institutos píos que intentan form ar, desde
el principio, un género hum ano listo p a ra ser insertado en el trabajo
asalariado. L a situación de las cárceles propiam ente dichas era pésima
en T urin , al final del siglo, si hemos d e creer a las descripciones de
Joh n H o w ard .41 Los detenidos no trab ajan pero son enviados a las ga­
leras. “Su aspecto triste y abatido m anifiesta la poca atención de que
son objeto.” 12
E n ningún otro estado italiano, sin em bargo, las nuevas políticas
sociales y criminales dependen de u n nuevo esfuerzo po r el desarrollo
económico tan claram ente como en la L om bardía sujeta a la dom i­
nación austríaca. A principios del siglo xvm la joven industria capita­
lista m ilanesa busca su afirm ación “fuera del régimen cerrado de las
corporaciones ” .49 T iende a tom ar im portancia, así, como había suce­
dido antes en los otros estados europeos, la iniciativa gubernam ental,
pública. L a utilización de las masas de ociosos y vagabundos, prole­
tarios fuera de la ley, y que no pertenecen a las corporaciones deviene
el funcionam iento norm al de esta política: “[ ... ] en 1720 el gobierno
había solicitado, discutido y aprobado el proyecto Ronzio, para hacer
iresurgir el comercio con la fundación de u n a casa de trabajo que

so Ib id ., pp. 309-390.
40 Véase infra.
41 Jo h n H oward, Prisons and lazarettos, i: T h e state of the prisons in
jíngland and Wales (17 9 2), M ontclair (N. J .) , 1973, p. 122.
y¿ Ib id ., p. 123. Sobic la situación de las cárceles en los estados de Saboya
n fines del siglo xvm véase tam bién M. Jleltrani-Scalia, op. cit., pp. 402íí.
43 C. A. Vianello, Introducción a. Relazioni sull’industria, il commercio e
l’agricolttira lombardi del ’700 (recopilados por C. A. V ianello), M ilán, 1941,
p. x m ; en general véanse G. Candeloro, op. cit., pp. 78sí.
102 CÁRCEL Y TRA B A JO E N E L PER IO DO D E FORM ACON D EL M PG

d iera empleo forzoso a los vagabundos ” .44 E n el curso de la lucha


c o n tra las corporaciones, p o r u n lado, y contra la clase obrera nacien­
te, p o r el otro, se proponen y se ejecutan numerosas proposiciones de
reglam entos p a ra la disciplina de la m aestranza: el edicto del 30’
de m ayo de 1764 (inspirado en reglamentos piamonteses anteriores)
“im ponía severas penas a quienes, con ofrecim iento de m ayor ga­
nancia, sobornara a los otros trabajadores p a ra que violaran los acuer­
dos firm ados con su patrón, y condenaba a la cárcel a los trabajadores
que abandonaran al p atrón sin haber concluido el trabajo pactado ” .45
O tro s proyectos de este tipo, provocados p o r los encuentros que suce­
dieron en Como entre 1a. g uardia civil y los obreros en 1790, fueron
preparados p o r Bellerio y Beccaria.4® L a inserción del sistema comer­
cial, cultural y legal austríaco, d a a M ilán posibilidades que la ausen­
cia de un a gran m onarquía nacional italiana, se decía, había siempre
negado. L a cultura ilum inista milanesa e n tra en contacto con la polí­
tica reform adora de M aría T eresa y de José I I y con el gran iluminis-
itio francés. E ntre los años 60 y 80 de ese siglo surgen nuevos insti­
tutos y nuevas ideas; el grupo que se reúne en torno a Pietro V erri
sum inistra a la práctica reform adora del absolutismo ilum inista una
especie de Encyclopédie italian a burguesa que v a desde la economía
h asta el derecho, desde la literatu ra hasta la filosofía, y desde la po­
lítica social hasta las ciencias naturales. L a necesidad de renovación,
en L om bardía, es voluntad y capacidad de hegem onía burguesa: pero
p a ra ejercer la hegem onía es necesario tener la capacidad, en todos
los aspectos de la vida social, de destruir las antiguas concepciones
y de presentar u n a visión orgánica, y al mismo tiem po concreta y
detallada, del m undo y del nuevo m odo de regular las relaciones so­
ciales. L a política crim inal no es la menos im portante en este cuadro,
y el opúsculo de Cesare Beccaria, Dei delitti e delle pene, será la obra
internacionalm ente más famosa de toda la producción del grupo de
Pietro V erri .47 N o es el caso que nos detengam os extensam ente en esta
ob ra tan conocida: baste notar, y es lo que aquí más interesa, como se
h a inten tad o hacer resaltar m uchas veces, que los principios fu n d a­
m entales en m ateria penal, orgullo del Ilum inism o y de la tradición
liberal, que se recogerán en la famosa declaración del 91, y que
Beccaria recoge y expone antes que nadie, están estrecham ente liga-

44 C. A. Vianello, op. cit., p. xm .


40 Ib id ., p. xvi. Es sintom ático el diverso tipo de pena que se da a los
que com eten el mismo delito, dependiendo d e su posición de clase; no se olvi­
de que precisam ente en estos años surgen en M ilán las casas de corrección
(véase in fra ). Sobre este edicto véase tam bién Luigi D al Pane, op cit., p. 295.
46 C. A. Vianello, op. cit., p. xxvi.
47 Cesare Beccaria, D ei delitti e delle pene, M ilán, 1964.
Il/'N B S IS de la IN S T IT U C IÓ N CARCELARIA EN ITA LIA 103

ilos con la práctica de la cárcel tal como se hab ía desarrollado en


JflS países m ás desarrollados de E uropa en los siglos anteriores. Cómo,
, Sobre todo, la organización de un aparato norm ativo que sanciona
laxativam ente los delitos, las penas y las relaciones entre ambos co­
rresponde a u n a visión del m undo en la que tan to el delito como la
pena son susceptibles de u n a rígida valoración económica, por m edio
J ihí cálculo del tiem po de trabajo pasado en la cárcel (entendido en
[ «1 sentido más am plio que se le pueda d ar a este térm in o ). El tiempo
09 dinero, y puesto que cualquier bien que h a sido atacado p o r el
'delito se puede valorar económicamente en u n a sociedad basada en
1 el intercam bio, un-tiem po determinado que se debe descontar (trab a­
jando) en la cárcel puede p ag ar la ofensa com etida .48
Es interesante tam bién saber que B eccaria no es extraño tampoco
id m ovimiento más general de su tiempo sobre política social criminal:
con relación al delito típico de las clases pobres, el robo, pronuncia
frases bastante semejantes a las que algunos años después estarían en
boca de M a ra t:

l,os robos que se h a n hecho sin violencia deb erían castigarse con m ultas.
Q uien busca enriquecerse con lo ajeno debe ser em pobrecido perdiendo lo
propio. P ero com o éste es com únm ente el d elito d e la m iseria y d e )a deses­
peración, el delito de aqu ella infeliz porción de seres hum anos a quienes el
derecho de propiedad (terrible y quizás no necesario derecho) no h a d ejad o
más que la existencia; y com o la m u lta au m en ta el núm ero de los reos por
encim a del de los delitos, y arreb ata el pan de la boca de los inocentes,
p;ira dárselo a crim inales, la pena m ás oportuna es aquella única especie
de esclavitud que puede llamarse justa, la esclavitud por un tiem po, de la
actividad y de la persona, a la sociedad com ún, para resarcirla, con la propia
y perfecta dependencia, d el injusto despotism o usurpado al pacto social.*9

Por los mismos años en que Beccaria escribe estas líneas, se procede,
caso m uy raro en la historia italiana de ese siglo (y no solamente de
éste), a la construcción de dos cárceles, basándose en criterios más
modernos. Bajo el evidente influjo central — ya que la construcción
de M ilán coincide con la de G ante en el F lan des austríaco ,u0 tan ala-

48 V éanse las observaciones hechas en la p rim era p arte d e este trabajo,


í v.
49 Cesare Beccaria, op. cit., p . 97; las cursivas son m ías: aquí Beccaria
formula la definición probablem ente más clara y explícita del significado de
la pena detentiva en la sociedad que surge, la sociedad burguesa clásica,
basada en la libre competencia. Sobre la concepción penal de Beccaria com­
parada con la práctica penal de su tiempo, véase G. Rusche y O . K irchheimer,
Punishm ent and Social Struciure, Nueva York, 1968, p. 76.
y 60 Véase supra p. 73.
104 CAUCEL Y TRA BA JO EN EX. PER IO DO DE FORM A CON D EL M P Í

bada p o r Ilo w ard, y la publicación en 1769 de u n código penal—


se erigen en M ilán la prisión y la casa de corrección. L a historia de
proyecto de esta últim a m uestra el lento deslizarse de la casa de tra^
bajo p a ra pobres hacia la cárcel correccional p a ra criminales. Ilacia
1670, m ientras se desarrollaban la experiencia de Franci en Floren^
cia, y algunos años antes del Hospicio S. M ichele de Rom a, se había
propuesto en M ilán la erección de u n hospicio p a ra pobres o casa d<¿]
trabajo ,51 con una casa de corrección anexa. Sólo un siglo después, conj
el paso de Lornbardía del atrasado sistema español a la avanzada yi
reform adora dom inación austríaca, se acepta (1759) el proyecto de>
tendencia ilum inista propuesto nuevam ente a la em peratriz M aría Te-!
resa, y siete años después sólo la casa de corrección adquirió form a'
correcta .02 El establecimiento tiene 140 celdas, “veinticinco p ara m u­
jeres y veinte p a ra m uchachos; pero sabiendo qué suplicio es la sole­
dad, se reservaron p a ra aquellos que antes se enviaban a las galeras
de V enecia, con la v en taja de que cada día de encierro contaba por -
dos de condena ” .53 E ran celdas individuales, como las de la sección
correccional de la M aison de Forcé de G ante, pero en las cuales el ¡
aislam iento no e ra continuo, ya que en ese periodo — y m ucho m ásl
en u n a situación como la de L ornbardía en que el ejército de desocu- !
pados, resultado de la revolución industrial, todavía no existía— e' '
trabajo de los presos e ra im portante y se les hacía tra b ajar en grandes
salones com unes / ’4 El hecho que u n día pasado en aislam iento noc-

51 M . Beltrani-Scalia, op. cit., pp. 385-386; C . C attaneo, Delle careen


(1840), en Scritti politici, i, Florencia, 1964, pp. 292-295.
62 Véase además de los escritos citados le Beltrani-Scalia y Cattanco, y a
John H ow ard, op. cit., pp. 121-122, que reproduce incluso el plano de la casa
de corrección. Ilow ard afirm a que en 1778, la casa “is now building” [se está
ahora construyendo] pero ya está funcionando. Beltrani-Scalia nos informa de
un Proyecto para un hospicio de pobres y casa de corrección del conde Pie tro
V erri (p. 3 8 6 ). Sobre la casa de M ilán, véase G. I. P etitti d i Rorcto, Della
condizione attuale delle carceri e dei rnezzi d i migliorarla, en Opere scelte,
T urin, 1969, p. 370; véase además V . Com oli-M andraci, II carcere per ¡a
societá del Sette-O ttocenlo, T u rin , 1974, pp. 33-34.
53 C. C antú, Beccaria e il d iñ tto penale, Florencia, 1862, p. 11.
51 Q ue un día pasado en la casa de reclusión se cuente por dosde pena,
es presentado por C an tú y p o r Cattaneo, defensor, este últim o, en las discu­
siones de los años cuarenta, del principio de segregación absoluta (véase infra
p. 127), de tal modo de hacer pensar que en la casa ya se estaba aplicando el
principio. Pero esto está en contradicción con el testimonio directo de H ow ard
Itjue, en la página 121 de su obra, h a b la 'd e dormitory y de amplios workrooms,
distinguiéndolos. R elacionando el núm ero de celdas con el número de deteni­
dos se puede dudar que incluso de noche fuera posible m antener el aisla­
miento (3 0 0 /1 4 0 ). listo último podría ser una necesidad práctica que impi-
d ie r í la realización del proyecto inicial; m ientras que, al contrario, de la
presencia de lugares destinados específicamente al trabajo común puede ex-
lÍH Í'.fJIS D E LA IN S T IT U C IÓ N CARCELARIA EN ITALIA 105

ru n o se con tara p o r dos, m uestra cómo, en este m om ento, el aisla­


miento, que se tornará habitual p a ra los hombres crecidos en la sociedad
luiij'uesa del siglo x jx , resulta desconsolador e insoportable p a ra el
proletariado lom bardo. Además, no parece que se haya m antenido
i'¡l>inosamente el aislam iento; H ow ard, en su visita, encontró cerca
ilr trecientos presos.55 Este establecimiento de M ilán es un m om ento
glacial en la historia de la cárcel en Italia, y no es casual que sea un
producto de la región económ ica y culturalm ente más adelantada de
itóe periodo. En la descripción que hace Ilo w a rd de varias prisiones
il¡dianas, ésta es la única parecida a las experiencias extranjeras que
ya exam inam os; ya es u na institución p a ra criminales, no para po­
tares o sólo p a ra jóvenes ,50 y el trabajo no tiene como fin la instrucción
profesional, sino trabajo productivo de m anu factura textil, que era la
actividad industrial más im portante del periodo .57 Y se debe n o tar
cómo esta cárcel surge al m isino tiempo que las sanciones sobre la
disciplina de la m aestranza, de la que hablam os antes, que im ponía
penas pecuniarias a los dadores de trabajo, y cárcel a los trabajadores.
La descripción de H ow ard parece indicar que, m ientras en la casa
de corrección están encerrados los condenados a penas menos graves,
con trabajo de tipo m anufacturero, dentro de los m uros de la misma
institución, los alojados en la prisión son, por regla general, gente
condenada a penas m ás largas, o tam bién (aunque no necesariam en­
te) a prisión perpetua, y se utilizaban en trabajos de utilidad públi­
ca en las calles. E n la prisión, construcción posiblemente adyacente
a la casa de corrección, no hay separación celular; aquí, los presos
son trescientos cincuenta y nueve .58 El código josefino, de 1785, exten­
dido a las provincias lom bardas, vendrá después a sancionar el aisla­
miento y el trab ajo: “El condenado a cárcel será encerrado solo, en
lugar ilum inado, sin cadenas ni lazos: no p odrá tener, durante la
pena, com unicación con' los otros condenados o con personas de fuera.
A expensas de la casa no se le d a rá más que p an y agua, el resto lo
ganará con su trabajo.”
cluirse que, incluso en las intenciones, se haya pensado en poner en práctica
el principio del aislamiento continuado, diurno y nocturno. H abía grandes
celdas comunes en la sección de mujeres. Ésta es una característica de los
principios reformistas de ese tiempo, según los cuales los hombres, las m uje­
res y los vagabundos se localizaban en distintas zonas del penal, fiero la estruc­
tu ra unicelular (menos para el trab ajo común) estaba reservada solamente
p a ra los criminales hombres. Véase, por ejemplo, la Maisoti de Forcé de G an­
te, bastante parecida, como ya dijimos, a la casa de M ilán, en John H ow ard,
op. cit., pp. 145íj. (véase también el plano).
Ilf; Jo h n H oward, op. cit., p. 122.
50 Esto lo observa tam bién M. A. C attanco, op. cit., p. 295.
97 Jo h n H oward. op. cit., pp. 121-122. •
58 Ibid., pp. 120-121.
106 CÁ RCEL Y T R A B A JO E N E L PER IO D O DE FORM A CÓN D EL M FC

Las cárceles y las galeras de V enecia fueron los lugares de con­


dena que, más que cualquier otro, horrorizaron a John H ow ard.ss
En una república véneta atrasad a y en decadencia, no hay ningún
rastro de reform a penal .00 Sólo hacia finales del siglo se nom bran
comisiones p a ra estudiar la posibilidad de utilizar el trabajo de los
detenidos en obras públicas .61 Toscana, ligada a A ustria por la casa
de L orena, tuvo tam bién la v en taja de la relación con los Absburgo,
aunque no ta n directa como con L om bardía y dejase amplio, espacio
p a ra la política in tern a .02 Sobre todo con la guía de Pietro Leopoldo,
entre 1765 y 1790, la región toscana conoció u n periodo de intensa
reform a, con influjo y participación de la cultura ilum inista europea
y toscana en el gobierno del G ran D ucado. Así fue tam bién p a ra la
actividad en m ateria pena!. L a Legislazione crimínale toscana de 1786
se consideró por m uchos como influencia de Beccaria y de H ow ard .88
En ella se abolía la pena de m uerte y la to rtu ra (cuyos instrum entos
fueron quem ados en p ú b lico ), los delitos de lesa m ajestad se reducían
a los que habían sido habituales, y se ponía claram ente como fina­
lidad de la pena la corrección del reo. El hum anitarism o de Leopoldo
se apoyaba en u n a situación social bastante estática y homogénea, ap ta
p a ra experim entos iluministas. Sin embargo, tal estaticidad — por
ejem plo las relaciones campesinas en T oscana perm anecieron sin cam ­
bios en el m om ento de la introducción de la aparcería— com portaba
el agravam iento dé la crisis de la industria de la seda y la m iseria y
desocupación p a ra muchos trabajadores artesanos. Es por eso que, en
1790, coincidiendo con el inicio de la revolución francesa, se suceden
diversos acontecim ientos: el alejam iento de Pedro Leopoldo, tum ultos
populares de artesanos y obreros y la reintroducción de delitos en con­
tra de la seguridad del estado. Al final del siglo, el breve sueño de
los filósofos y los m onárquicos iluministas se estrellaba ya contra las
diferencias de clase que fueron dom inando cada vez más la sociedad
del siglo siguiente .6'1 Se hizo un cierto esfuerzo p ara que a la reform a
legislativa siguiera la reform a del sistema punitivo: H ow ard describe

5° Ibid., p. 106.
60 Véase en general G. C ándcloro, op. cit., pp. 98s.t.; M. Beltrani-Scalia,
op. cit., p. 374; A. Bernabó-Silorata, op. cit., f 6.
151 M. Beltrani-Scalia, op. cit., pp. 400-401.
52 G. C andeloro, op. cit., pp. 11 lw.
03 Ib id ., p. 121; M. Beltrani-Scalia, op. cit., p. 374; D. Palazzo “A ppunti
di storia del carcere”, en Rassegna d i S tu d i Penitenziari, 1967, p. 20; A. Ber­
nabó-Silorata, op. cit., 5 6.
04 G. Candeloro, op. cit., p. 125; véase tam bién P. Nócito, I reati d i Stato,
T urín, lf¡93, pp. 202íí.; p ara las relaciones sociales en el campo, véase el en­
sayo de E. Sereni, Agricoltura e mondo rurale.
II&NHSIS D E LA IN S T IT U C IÓ N CARCELA RIA EN ITA LIA 107

«los cárceles florentinas: el Palazzo degli O tto y las S tin ch e.os Su es-
liulo es el h ab itu al y no hay en ellas n in g u n a señal d e m ejoría. Es
mucho m ás im portante la fortaleza de L iorna, donde están encerrados
■lento tre in ta y dos prisioneros .06 Los culpables de delitos graves per-
■Himecen en el presidio, m ientras q u e los otros tra b a ja n en obras p ú ­
blicas (cuando se suprim ió la p en a de m uerte en 1786, se sustituyó
iton trabajos forzados). L a vida en la cárcel está totalm ente regulada
y licne las huellas de las reform as hechas p o r Leopoldo en el ám bito
m lininistrativo. Y a están presentes casi todas las reglas clásicas de las
frirceles m odernas: horarios, lim pieza, inspecciones, uniform e, corte
iló cabello, etc. Los condenados se dirigen a trab ajar, trabajo por el
Cual son retribuidos, encadenados y en filas de dos en dos. T ra b a ja n
Cl) la lim pieza del p uerto y en la construcción de edificios públicos,
fum o el lazareto. R esultan interesantes las estadísticas recogidas por
Ilow ard sobre el G ran D ucad o :

r.n los diez años anteriores a 1765 fueron encarcelados 3 076 hombres por
(leudas, 704 por delitos leves, 210 fueron condenados a las galeras, 27 fue­
ron. ajusticiados, de los cuales 5 sufrieron la hoguera, suplicio que fue su-
jirimido por el príncipe Leopoldo. En los cuatro años siguientes no hubo
ninguna pena capital. En los diez años que van desde 1769 hasta 177.9
(nerón encerrados 3 036 deudores, 1 126 por delitos leves, hubo 142 conde-
mulos a galeras y 2 fueron ajusticiados.67

K» el R eino de Nápoles, la situación de la cárcel reflejaba en gran


Medida la sistuación feudal im peran te .118 A quí e ra más acentuada que
en cualquier, o tra p arte la característica de toda la península, p o r la
cual a la depauperación de grandes masas campesinas, que se veían
em pujadas, por este hecho, a la vagancia, al b an d id aje y a la rebelión
prepolítica, correspondía u n a m uy pequeña acum ulación de capital
en la agricultura y en la industria, esta ú ltim a casi inexistente. D e
allí se seguía la im posibilidad de resolver, au n q u e no fuera más que
lendencialm ente, los problem as sociales m encionados. L a horca, en esta
mluación, diezmó, sin cansarse y d u ran te siglos, la sobrepoblación m e­
ridional; y la intensa actividad del iluminism o napolitano ,®9 se tuvo
que contentar, con relación al problem a de la cárcel, con m eras d en u n ­
cias de la gravedad de la situación .70 El que más com batió contra la

03 Jo h n H oward, op. cit., p. 107.


«» Ibid., pp. 108-110,
07 Ib id ., p. 110.
cflG. Candcloro, op cit., pp. 136w.
Ibid., p. 150.
70 Beltrani-Scalia, op. cit., pp. 401-402; A. Bernabó-Silorata, op. cit., $
5 y í Cu
10(1 CÁ RCEL Y T R A B A JO EN EL PERIO DO D E FOKM ACÓN D EL MPQ

situación cíe miseria fue Giuscppe M aria G alanti, que auspició la fun­
dación de hospitales p a ra pobres y m ostró cómo la m ayor parte de los
cielito del reino de Nápoles eran robos en el cam po, el delito típico de,
los campesinos pobres:

[ . . . ] el origen de los m ayores desórdenes políticos se deben a las inmensas


fortunas que !a organización social lia acu m u lad o en unas cuantas manos.
Los excesos de opulencia han provocado los excesos d e indigencia; y en pro­
porción a los magníficos palacios edificados p o r los particulares, el gobierno
ha debido construir vastas prisiones. A pesar de eso, es muy difícil contener
a tantos infelices atenazados p or el ham bre, q u e ven a tantos felices n ad ar
en la abundancia. H ay que cerrar, g u ard ar y custodiar to d o : u n a puerta no
se puede d ejar im punem ente abierta. M uchas leyes se h an hecho para
■asegurar a los que poseen respecto de los que no poséem elos principios de
la m oral, m ás fuertes que las leyes, h an concurrido, ju n to con las sanciones
penales, a cubrir de infam ia el robo; pero, los m iserables que ven tanto oro
y tanta abundancia en la casa de los ricos, tienen violentos deseos d e to m ar­
los, p a ra satisfacer la necesidad que los m ata. E l dispendio del lujo, las
extravagantes m anifestaciones d e opulencia, deben, a sus ojos, dism inuir la
injusticia, si no la infam ia del robo.71

Para entender el gran núm ero de detenidos que pueblan las prisiones
napolitanas hay que tener en cuenta que en 1791 esta ciudad, con
su casi medio millón de habitantes, era, sin lugar a com paración, la
más grande de Italia y entre las prim eras de Europa. L a prisión más
im portante, la V icaria, tenía en 1781, 980 presos .72 Algunos trab aja­
ban — según la descripción de H ow ard— , pero la m ayor parte per­
m anecían ociosos. D om inan la suciedad, el calor (que los obliga a estar
desnudos), las infecciones. H ay otros ciento cincuenta presos disemi­
nados en otras tres cárceles. H ay cuatro cárceles, con 1 130 hombres, y
por fin, en el Serraglio o casa de pobres, están encerrados otros 360

7' G. M. G alanti, N uova descrizione storica e geográfico delle Sicilie,


Nápoles, 1787-1790, in, pp. 68-69; sobre la obra de G alanti, véase Luigi D ál
Pane, op. cit., pp. 42ÜJÍ.; véase en general todo el capítulo x n i de la obra de
Luigi D al Pane: L e questioni socialinegli scrittori italiani del Setlecento,
desde la página 389.
72 John H oward, op. cit., p. 117. L a V icaría era u n tribunal y cárcel ju ­
dicial de Nápoles, hecha en el siglo xiii p o r Carlos I de Anjou, tribunal su­
premo, sede del vicario del rey con funciones de juez (había una cárcel con
el mismo nombre en P alerm o). L a V icaría e ra siniestramente famosa entre
Jas masas m eridionales; un canto del siglo pasado dice así: “Alcé los ojos y
vi la V icaría, adentro sentí la condena m ía” ; y otro: “ Vi la V icaría y me
desvanecí” (véase la nota introductoria a Canti e racconti di prigione (reco­
pilados por S. B oklini), I dischi del solé, DS 1 3 5 /3 7 /C L , 1969, pp. 31 jj ., a
las que referimos p ara otras expresiones de la visión que el pueblo tiene de la
cárcel; en general son posteriores al periodo que estamos analizando).
(ÍK N E SIS D E I,A IN S T IT U C IÓ N CARCELARIA EN ITA LIA 109

presos, empleados, al menos los que son capaces, como peones. Aquí
están encerrados los viejos, los enfermos, los mendigos, los vagos. H o ­
w ard añade algunas consideraciones sobre los hospitales y sobre los
delitos de sangre en Italia. Sobre los hospitales, que encuentra en
general numerosos y bien atendidos, observa que “ los italianos cuidan
m ucho a sus enfermos, pero no tom an precauciones p a ra evitar las
enferm edades. Se diría que son m ucho más sensibles que previsores ” .73
Después ano ta cómo los hechos de sangre son bastante comunes en
Italia: los homicidios que se com eten en R om a o en Ñapóles, en u n
año, son m ás numerosos que los que se com eten en G ran B retaña e
Irlanda juntas. Y cómo es orgullo p a ra los presos aceptar que h an
usado el cuchillo, pero que nun ca h an com etido u n robo, (lo que
m uestra cómo ya existía, en ese tiem po, u n a distinción clara entre
el m undo de la delincuencia y la m asa de los vagabundos, desocupa­
dos, etc., que sobrevivían a base de pequeños hurtos).
U n caso interesante es el del ducado d e M ódena, debido a un
amplio estudio de G. Poni que perm ite relacionar las transformaciones
socioeconómicas de este periodo en esta zona con la tem ática que
tratam os aq u í .74 A pesar de que el pequeño ducado no esté p articu ­
larm ente a la v an g u ard ia de la actividad reform adora por los límites
que le dab an su atraso estructural y la fragm entación territorial, la
obra de Ludovico Antonio M uratori es u n a de las más conscientes y
eficaces en el tratam iento de los problem as del pauperism o y del deli­
to .75 Gomo p ara los ilum inistas lombardos o napolitanos, el tra ta r la
cuestión de la caridad y de los pobres y de los modos de d a r solucio­
nes, n o es m ás que u n aspecto de u n a lucha antifeudal más com pleja .76
M uratori se da cuenta del progresivo empobrecimiento del campo, pero
no lo liga con el pauperism o urbano, que, según él, se alim enta con la
'limosna excesiva .77 El hecho es que, tam bién en esta zona, se había
dado, al principio del siglo xvi, u n m odesto proceso de acum ulación
prim itiva en el cam po, p o r la que los aparceros o pequeños propie­
tarios se fueron transform ando en proletarios (braceros o jornaleros)
o en vagabundos, y las pequeñas propiedades se fueron reuniendo en

13 John H oward, op. cit., p. 290.


14 C. Poni, A spetti e problemi delVagricoltura modense dell’ettá dellc rifar­
m e alia fine delta restaurazione, en Aspetti e problemi del Risorgimento a
M odena, M ódena, 1964, p. 123.
5S L. A. M uratori, Della carita cristiana in quanto essa é amare del prossimo
(1723), en Opere, i, M ilán-Nápoles, 1964; G. Candeloro, op cit., pp. 110-111,
destaca la gran contribución de la obra de M uratori p ara la vida cultural y
política del Ducado.
70 C. Poni. A spetti e problemi delV agricoltura modense, pp. 123íí.
"• Ibid., p. 130.
n ü CÁ RCEL Y T R A B A JO EN E L PERIODO DE FORM A CON DEL M
, -j
concentraciones de tierra m ás vastas . ' 8 El proceso era m oderado po
que la aparcería (el sistema de m edieros), que significaba la presencí
de numerosos campesinos sin tierra, tenía larga data, y porque en i
siglo xvm el proceso de acum ulación prim itiva no había todavía lie
gado a destruir com pletam ente la organización anterior, defendid
po r los mismos propietarios, po r tem or a la gestación de m asas amj
mazantes de trabajadores agrícolas .70 Pero aquí tam bién el aumentj
de las deudas con los patrones y con los acreedores usureros, y la man
n itu d de los impuestos, provocaron la fuga del cam po ,80 Las proposiü
dones de M uratori p a ra enfrentar el problem a del pauperism o está]
a la altura de las actitudes terrorista inglesas del mismo periodo. El
pu n to de p artid a de M uratori es que “ cada quien debe vivir de lo suyaj
y procurárselo con el sudor de su frente, m ientras se tengan las fuerzaj
p a ra hacerlo " ,® 1 pues la limosna atrae a los pobres y 110 sólo echa i
perder a sus hijos “que pésim am ente instruidos en la religión, y llenoj
de los vicios que el ocio provoca, p o r la necesidad iniciados a sel
ladronzuelos, después de haber d añado a muchos finalm ente se dañat
a sí mismos, term inando su vida en las galeras o sobre un patíbulo” ;8!
pero adem ás “pueden surgir los deseos a los trabajadores” 113 de hacej
]o mismo, en el caso — aunque M uratori 110 lo dice— de que las conj
diciones de vida de estos últimos se deterioraran hasta hacerse semej
jantes a la de los mendigos. Partiendo de estos presupuestos, p a d
resolver el problem a se debe tender a no “aum entar el pueblo de lo|
perezosos y de quienes saben tan bien cubrirse con el m anto de la po<
b rez a [.. .] por el contrario, la sabia econom ía de la limosna debe ten­
d er a hacer industriosos y am antes de la fatiga a los mismos pobreci-
líos y a corregir y m ejorar sus costumbres” ,s‘‘ lo que se puede
obtener con

la institución d e los hospicios públicos para pobres. Se debe recoger en uno 0


varios edificios, siem pre con la debida separación entre hom bres y m uje­
res, a todos los pobrecillos que andan o q u e p udieran a n d a r m endigande
el p an p ara sí mismos, sum inistrar a cada u n o una alim entación y un ves­
tid o necesarios, pero frugales, obligar a todo el que puede al ejercicio de
sus fuerzas en trabajos continuos, excepción hecha de quienes por la edad
avanzada o p o r la in capacid ad de su cuerpo, no puede m antenerse a si
m ism o [...] U n hospicio general para todos los que p id en : esto sí qu e parece

™ Ibid., p. 131.
79 Ib id ., p. 170; lo mismo sucedió d urante gran parte del siglo siguiente,
8“ Ib id ., p. 134.
81 A. L. M uratori, op. cit., p. 397. .
Ib id ., p. 397. .
Ibid ., p. 398.
81 Ib id ., p. 401.
IJÍíN E S IS D E LA IN S T IT U C IO N CARCELARIA EN ITALIA 111

ln m edicina universal capaz de hacer concordar la ley del santo am o r al


prójim o con la del sabio gobierno político. Y con este sistem a ya no seria
i.necesario reu n ir en u n solo lu g ar a todos los pobrecillos, pudiéndose y d e­
biéndose m uy bien d e ja r en sus casas a quienes tuvieren fam ilia y n o qui-
fiicren p artir, sum inistrándoles a éstos, si se sabe que su necesidad es justa,
nljjím socorro discreto y regulado, pero con la prohibición de pedir, adem ás
de que p o r experiencia se sabe q u e muchos, aborreciendo encontrarse cn-
1cerrad os en un hospicio, eligen irse con Dios, o bien ganarse la com ida con
m i trabajo, en estado d e libertad, m ás bien q u e en aquella honorable p ri­

sión, ayudando así, a los directores do la o b ra p ía, a no ten er que pensar


en prestarles ayuda.85

lín una situación como la de M ódena, ya descrita, en la que abunda


Ja m ano de obra, pero n o el capital, se entiende cómo el efecto que
tenía el internam iento era más bien de intim idación sobre el exterior
que la función <le disfru tar el trabajo interno, y falta poco p ara que
“el aborrecim iento de verse encerrados en u n hospicio” se asegure con
una ideal house on terror de tipo inglés.8® Y como consecuencia, el
‘'irse con Dios” es escoger entre morirse de ham bre, em igrar, o en los
casos más afortunados, aceptar algún trabajo en las peores condicio­
nes. Sólo muchos años después, en 1764, año de terrible carestía, se
siguieron las indicaciones de M uratori y se comenzó a construir el gran
hospicio de los pobres .87 T am bién la codificación penal de M ódena
se inspira abundantem ente en la obra de M u rato ri .88 M ás tarde, L udo-
vico Ricci, en su R ifo rm a degli istituti p ii della citta di M odena (1787),
retom a las mismas ideas, y su o b ra “fue d u ran te m ucho tiempo la de­
licia de los escritores libertadores y liberales” .8® E n ella se critican aún
más claram ente los subsidios inm oderados como “la causa principal
de la m iseria constante. Si éstos llegaran a faltar, los pobres se sacu­
dirían de la indolencia, emigrarían o perecerían”.00
Kn los estados pontificios las prisiones están prácticam ente todas

ss Ib id ., pp. 402-403: las cursivas son del autor.


80 Vcase supra p. 58.
87 C. Poni. Aspelli e probtemi dell’agricoltura modense, pp. 140-141. Allí
se ve cómo la constitución de una O pera Pia G enérale dei Poveri, a quien
se confiara la construcción del albergue, significa al mismo tiempo la laiciza­
ción de la caridad y la confiscación de los bienes eclesiásticos; véase tam bién
Ja obra de A. L. M uratori sobre este terna en Luigi D al Pane, op. cit., p. 398;
B. Geremek, op. cit., pp. 693íí.
L. A. M uratori, D ei d ijetti deUa giurisprudenza (1742). Roma, 1933;
véase B. V eratti, Intorno al Iratlato de L. A. Aíuratori sopra i dijetti della
giurisprudenza riguardato como uno dei ¡onti del Códice estense, M ódena,
1859. El nuevo código es de 1771.
60 Luigi D al Pane, op. cit., p. 311.
112 CÁRCEL Y T U A nA JO EN E L PERIO DO DE FORM ACÓN D E L M PO

ubicadas en R om a, con excepción, evidentem ente, de las galeras, que


están en Civitavecchia .01 R om a, la segunda ciudad más poblada de
Ita lia , se caracterizaba p or la contradicción existente entre su cosmo­
politism o, p o r ser la capital del m undo católico, y la grave situación
económica de la ciudad misma, gran centro de consumo, pero de muy
escasa producción. E ra m uy alto el núm ero de pobres y mendigos que
en ella había. En el resto del estado se daba la m ism a situación, au n ­
que en m enor grado. El proceso de proletarización de los campesinos
y de los medieros y la decadencia de la industria de la seda de biologne-
sa que había sido d u ran te u n tiem po la m ás fam osa de toda Europa,
llenaban tam bién la ciudad de Bolonia de u n gran núm ero de m en­
digos, m ientras que las legaciones pontificias estaban cada vez más
infestadas de bandidos .92 El bandidaje estaba de alguna m anera pre­
sente en todos los estados sometidos a la dom inación papal, aunque
menos que en el sur. E sta situación explica por qué, desde el siglo
xvi, como ya vimos, el problem a de la m endicidad y del internam iento
de los pobres es tratado con recurrencia cíclica por la autoridad pon­
tificia .93 A fines del siglo xvn se hace u n nuevo esfuerzo, con la fun­
dación de un hospicio general p a ra pobres, que debería haber agrupado
todas las instituciones que ya existían en R om a p a ra pobres, jóvenes,
m ujeres, etc., hospicio que sólo se com pletará un siglo después .94 Con
todo, la sección más fam osa del Hospicio de S. M ichele, y la más
interesante p a ra esta investsigación, es la casa de corrección erigida en
icl interior de este proyecto m ás vasto, por m o tu p ro p r io de Clemente
X I en 1703.05 En él el P apa ordenaba que todos los jóvenes, menores
de veinte años, que fueran condenados a la cárcel, debían pagar su

91 Sobre la situación en los estados pontificios, véase en general G . Cande-


loro, op. cit., pp. 125jí.; sobre las galeras de Civitavecchia, véase John Howard,
op. cit., pp. 115-116; después, en la pág. 107, hace consideraciones sobre Bo­
lonia, y en las páginas 111-115, de los hospitales y prisiones de Rom a
92 G. Candeloro, op. cit., pp. 131 íí.
93 V éase supra p. 92.
94 Las fechas de los dos m ola proprio son 1693 y 1790. Véase T . Sellin,
“ T he house of correction for boys in the Hospice of Saint M ichael in Rome,
en Journal of American Instituí? of Criminal Lato and Criminology, xx (1929­
1930), p. 533; B. Geremek, op. cit., p. 691.
95 '1'. Sellin, T he house of correction, pp. 5 39íj.; véase M. Beltrani-Scalia,
op. cit., pp. 3 8 4 « .; C. I. Petitti di Roreto, op. cit., p. 36í!; M. A. Cattaneo, op.
cit., p. 293; D. Izzo, op. cit., pp. 290, 298; G. Minozzi, “II trattam ento del
detenuto nella storia dcll’edilizia carceraria italiana”, en Rassegna di studi
penitenziari, 1958, I, p. 696; D . Pul a 7.7.0, op. cit., p. 20; John H oward, op. cit.,
pp. 113-114 (con plano de elevación). P ara una bibliografía suplementaria,
véase el texto T . Sellin. Se debe, con todo, citar la obra de C. L. M orichini,
Dcgli stitu ti di pubblica caritá ed útruzione primaria e delle prigioni di Roma,
Roma, 1842.
I lííN E S I S p e la IN S T I T U C I Ó N C A R C E L A R IA EN IT A L IA 113

pena, p a ra arrebatarlos al am biente de corrupción que reinaba en la


cárcel, en la nueva institución. T am bién debía servir p a ra aquellos
jóvenes que, a fin de ser corregidos, fueran encom endados a la ins­
titución po r sus padres. El edificio, diseñado por el arquitecto Cario
Fontana, era lo que m ás adelante se llamó u n blocco cellulare: rec­
tangular, con sesenta celdas dispuestas en tres pisos, que m iraban a
un patio interior;08 en el local com ún se realizaba el trabajo, que
consistía en hilar algodón y tejerlo, siempre unidos los reos con la
cadena al banco sobre el que se sentaban, y perm anecían allí, con
brevísimas interrupciones, desde la m añ an a hasta la noche. Prédicas,
cantos y severos castigos (generalm ente azotes), com pletaban la jo r­
nada. U n gran cartel, con u n a sola p alabra: silentium , dom inaba la
sala de trabajo. Los corrigendi propiam ente dichos debían p ag ar su
estancia; y según visitantes de fines del siglo xvm , el aislam iento de
éstos, que no trabajab an , e ra continuo.07 El hecho, que retom a la ex­
periencia de Franci, es interesante, pues viene a distinguir una presión
sobre ia voluntad, más ideológica e interior p a ra los corrigendi, que
eran en general jóvenes aristócratas o burgueses, m ientras la regla del
trabajo se aplicaba a quienes estaban sufriendo u n a pena judicial, o
sea a los proletarios. M ás tarde, en 1735, se organizó otra casa seme­
jante para m uchachas crim inales o prostitutas. C uando H ow ard visitó
esta casa de correción quedó favorablem ente im presionado. Nos in­
form a de dos inscripciones, que, en latín, dom inaban los muros del
edificio: “P apa Clem ente X I. P ara la corrección y la instrucción de
los jóvenes perdidos, p a ra que los que eran u n peso lleguen a ser
útiles al estado” y “de poco sirve oprim ir a los m alvados con la pena
si no se les hace buenos con la disciplina” .08 Sallin observa, repitien­
do la opinión de M orichini, que la casa de corrección de S. M ichele
es un paso interm edio entre el m odelo de la celia del castigo canónico
y la pena laica.00 Diversos autores suponen u n a influencia de la cárcel
de R om a sobre modelos posteriores, lo que puede ser cierto: en rea­
lidad la aparición de fenómenos bastante parecidos en realidades
bastante lejanas unas de otras, parece m ás bien u n a respuesta simi­
lar d ada a problemas análogos.10'1 De todos modos es oportuno señalar
la dureza de la disciplina en la institución de S. M ichele in R ip a; por
medio de estas experiencias de la prim era m itad del siglo xvm. que
por lo general tienen como objeto a jóvenes, delincuentes o indisci-

00 T . Sellin, T h e house of corred-ion, ilustraciones de las pp. 548-549.


Ibid., p. 547.
!lB John Ilow ard, op. cit., p. 114. Ilow ard adoptó la segunda como lema
de su Prisons and lazarettos.
3I) T . Sellin, The house oj correction, p. 550.
’oo Ibid., pp. 552-5513
114 C Á R C E L Y T R A B A JO EN EL P E R IO D O D E FO RM ACON DEL MFC

p l i n a d o s , se v a d a n d o e l p a s o d e l a c a s a d e t r a b a j o p a r a p o b r e s d e
p e r i o d o m e r c a n t i l , c o n c a r a c t e r í s ti c a s d e p r o d u c c i ó n m u y c la r a s , a la
c á r c e l p r o p i a m e n t e d i c h a d e f in a le s d e l sig lo x v i i i , c u y o ú n ic o o b jeto ;
y l a ú n i c a p r e o c u p a c i ó n d e su s id e ó lo g o s y a d m i n i s t r a d o r e s n o es sino'
la d e t ip o t e r r o r i s t a , c a d a v e z m á s “ id e o ló g ic a ” , d e i m p r i m i r e n los]
c u e r p o s y e n la s m e n t e s d e la s c la s e s e x p lo t a d a s l a m a r c a d e fu e g o ;
d e l a o b e d ie n c i a d i s c ip l i n a d a .

ni. DESDE EL PERIODO NOPOLEONICO I-IASTA ANTES DE LA UNIDAD

El periodo que va desde la revolución francesa hasta la R estauración


es particularm ente im portante para nuestra investigación. Y lo es por
dos razones: p o r las transform aciones que provocó en la realidad de
Italia, y p o r la dirección ya abiertam ente burguesa que tiene este desa­
rrollo en m uchas regiones de Italia. N o es el lugar p a ra analizar deta­
lladam ente las distintas situaciones, pero, hay que tener presente, una
vez m ás, que a pesar de la función homogeneizadora de la dominación
francesa, la existencia de sociedades económ ica y políticam ente bas­
tan te distintas entre sí produjo respuestas diferenciadas a las medidas
que se impusieron. El periodo entre 1795 y 1814 corresponde, antes
que nada, al intento hecho p o r los grupos burgueses italianos de tom ar
en sus m anos, con el apoyo de Francia, el gobierno de la península, lo
que, en términos generales, se logró con m ayor o m enor necesidad
de alianzas con las antiguas fuerzas feudales o aristocráticas, y con
grandes diferencias entre el norte y el sur.101 Esto significó, sobre
todo, la m ultiplicación y en muchos casos la agudización de procesos
y fenómenos que ya se habían presentado en el siglo xvm. Se puso en
acción u n a im portante legislación que intentaba subvertir el poder
¡económico y político feudal y eclesiástico y poner las bases del nuevo
estado burgués, construido sobre las mismas bases que el estado fran­
cés de Napoleón. Las leyes destructoras del sistema feudal en el M e­
dio D ía,102 la introducción del servicio m ilitar obligatorio, el pesado
sistema fiscal, basado sobre todo en impuestos indirectos, fueron los
elem entos que produjeron m ayor confusión en el cam po, oponiendo,
m uchas veces, a los campesinos contra las fuerzas reaccionarias.11'3 És-

101 G. Candeloro, op. cit., cap. m y iv.


i»2 Jbíd., pp. 329íí.
103 Baste recordar el famoso ensayo de V . Cuoco sobre el fracaso de la
revolución jacobina de Nápoles de 1799, y la m anera cómo se usaron los
“lazzaroni” en esa ocasión: V . Cuoco, Saggio storico sulla riuoluzione' di Na-
poli del 1799, Barí, 1929; G. Caitdeloro, op. cit., p. 273.
(IK N E S IS D E L A I N S T I T U C I Ó N C A R C E L A R IA E N IT A L IA 115

lux, bastante ligadas ideológicamente al poder eclesiástico, se vieron,


«ubre todo en el norte, atacadas en todos los puntos por las transfor­
maciones en curso. Los robos y las devastacioses llevadas a cabo por
,lns tropas francesas, y en sus breves apariciones tam bién por las aus­
tríacas, el nuevo y pesado yugo del servicio m ilitar, la exageración de
'luda u n a serie de tributos, apresuraron el proceso de acum ulación p ri­
m itiv a en el cam po, que culminó hacia la m itad del siglo y sobre
todo después de la unificación. Se realizó u n a im portante redistribu­
ción del capital y de la fuerza de trabajo, sea presionando con el ins­
trum ento fiscal y el endeudam iento, sea con la confiscación de los
fundos, que los campesinos, aniquilados, ya no eran capaces de h a ­
cerlos funcionar. Al mismo tiem po se estaba comenzando a plan tear
<il problem a de la transform ación inm obiliaria, de la am pliación de
los modos de producción capitalistas. Se p onían así las bases de los
futuros desarrollos productivos y tam bién de las posibilidades de res­
cate que los trabajadores agrícolas, partiendo de su situación de
expropiados, podrían llegar a obtener. M ientras tanto, lá llanura del Po
se vio sujeta a frecuentes carestías y a u n extenso bandidaje alimen-
lado por los desertores y los expropiados y p or grupos de ociosos y
vagabundos que con los delitos que com etían m anifestaban tanto su
necesidad de sobrevivir como su oposición a la situación existente.
El bandidaje seguía ciclos de desarrollo y decadencia que dep en ­
dían sobre todo de las cosechas, y por lo ta n to del ham bre que se podía
presentar cualquier año, de la situación político-m ilitar general, de
Ja represión de la que eran objeto, etc. A pesar de ello, ya vimos que lo
anterior fue siempre u n a constante de la situación m eridional ya
entonces secular y expresión esencial de u n a autonom ía y u n a tra ­
dición cam pesina, en relaciones complejas con los otros agentes so­
ciales y sus ideologías. E ric J. Hobsbawn, h a observado en 1 banditi
[Los bandidos],104 cómo, lo que él llam a bandidaje social, tiende a
producirse en cualquier sociedad en el m om ento largo y doloroso,
p a ra decirlo con palabras de M arx, del p arto de la nueva sociedad del
■capital de la sociedad agrícola.105 Es fácil así que la rebelión del b an ­
dido, que objetivam ente es u n a rebelión d e clase, se opere sea contra
los viejos patrones feudales, sea contra los nuevos patrones burgueses
(los cuales, en Ita lia m eridional, por ejem plo, son la misma cosa), y
pueda ponerse al servicio de las fuerzas m ás reaccionarias que saben
■manejar la única estructura ideológica que el bandido siente como
p rop ia: la religiosa. Así fue p ara los holgazanes napolitanos, p ara las
bandas del C ardenal R uffo en 1700, y así será (en p arte) p a ra la gue-
J(J1 E ric J. Hobsbawm, I Banditi, T urín, 1971, el subtítulo es: II ban
ditismi sociale nell’etd moderna.
203 Ibid., pp. llss.
116 C Á R C E L Y T R A B A JO KN EL P E R IO D O I)lv F O R M A C Ó N DEL W PO

rrilla cam pesina después de la U nificación. Pero eso sucede también!


porque las masas campesinas no logran encontrar, p or lo menos hasta!
m uchos años después de la U n idad, fuerzas políticas democrático-revoA
iucionarias100 que logren hacerse eco de sus verdaderos intereses. No.
es aquí el lugar oportuno p a ra discutir qué posibilidades haya de que
esto suceda en un m arco de referencia de revolución burguesa, o si
no es m ás funcional p a ra la burguesía u n a política de despiadada
destrucción económica, cultural y frecuentem ente física de los grupos
campesinos,107 Baste observar cómo, en la Ita lia septentrional, las ra a-j
sas campesinas y tam bién las fuerzas m ás avanzadas de la ciudad son ]
derrotadas por la alianza de los grandes propietarios de tierras y de
la burguesía m oderada, ayu dada por el proceso antijacobino propio
de la operación napoleónica, y que corresponde después a la estabi­
lización del poder de la burguesía, en el m om ento en que surge, como
contradicción prim aria, la lu ch a entre, burguesía y proletariado. Los
reaccionarios, y especialmente el clero, se lim itan a utilizar la rabia
de los campesinos, al menos en el norte, sin tom ar nu n ca su dirección
política hasta que en los años 80 y 90 la ulterior transform ación ca­
pitalista de la llanura del Po producirá la hegem onía socialista en las
masas de braceros y aparceros.108
Q ue el bandidaje exprese u n a lucha que se dirige esencialmente
contra la burguesía y contra los procesos de acum ulación, aparece
claram ente al exam inar, po r ejem plo, la situación de la R om ana. Esta
zona, duran te toda la dom inación francesa, está infestada de bandidos.
Este bandidaje, frente a la dom inación y los saqueos franceses, tiene
un fuerte contenido patriótico y m unicipa lista, que muchas veces s¡6
‘ -i
'I
100 P ara esta tesis véase A ntonio Gramsci, Quaderni d i carcere, iii, T urin,
1975, pp. 2010-2154. El análisis de Gramsci es criticado ásperamente por R.
Romeo en el ensayo Lo sviluppo del capitalismo in Italia, segunda p arte de su
Jiisorgimento e capitalismo, Barí, 1959. De aquí surgió una polémica que
se puede seguir en la antología de A. Caracciolo, La formazione dell’Italia in­
dustríale (Barí, 1973), en p articular en los ensayos de A. Caracciolo, Luigi
D al Pane y D . Tosí. El tem a de fondo de la polémica coincide sustancial­
m ente con la cuestión de la acumulación prim itiva en Italia, sobre todo con
relación al periodo posterior a la Unificación. Sólo después de la Unificación
los elementos fundam entales de la acum ulación prim itiva en Italia, unidos
al mom ento de la revolución industrial, y del “despegue” económico, adquieren
im portancia. Y lo mismo pasa con relación al problem a central de esta inves­
tigación, la formación del proletariado de fábrica y la cuestión carcelaria.
107 Éste es uno de los puntos de interrogación de la discusión a la que sei
alude en la nota anterior.
108 E. Sereni, I I capitalismo melle campagne, T u rin , 1948, pp. 355jí.;
Serení es uno de los más im portantes representantes de la elaboración poli-
tico-teórica inspirada en las posturas de Gramsci.
r jN ü S IS DE LA IN S T IT U C IÓ N C A R C E L A R IA EN IT A L IA 117

Bífm:sa objetivam ente en movimientos ciudadanos y democráticos.109


Además, se dirige con tra las instituciones del nuevo poder burgués,
imlire todo contra la conscripción m ilitar que a rra n c a a los campesinos
dij la tierra, arruinándolos con frecuencia, y añadiéndose como una
m usa m ás al abandono del cam po.110 E n este periodo hay continuos
limitados del poder napoleónico a los desertores, prom etiéndoles inclu-
■i'j gran indulgencia, lo que dem uestra la im potencia y la debilidad
que tenía ante el fenóm eno.111 Además los ataques de los bandoleros
¡Lion siem pre bastante bien calculados, siempre se golpea al que tiene,
fliunca al pobre; esto no es tan obvio, pues en m uchas ocasiones se ve
d uram en te que la rap iñ a rebasa el aspecto puram ente económico, y
¡je acom paña de burlas, desprecio e incluso de gran crueldad, pero
Siempre con el que tiene. Lo misino pasa cuando se consideran to d a
una serie de delitos, que m uchas veces tienen el valor de aviso o de
Chantaje, como el incendio de los establos, la m uerte del ganado, la
poda de las viñas o de los árboles frutales, los cuales revelan la volun­
tad de golpear donde se sabe que el corazón del p atró n m an a sangre:
en sus propiedades; y donde antes de que llegara la usurpación y los
derechos del pueblo fueran anulados por la ley del p atrón, se podía
libremente cortar leña, recoger espigas y fruta, ap acentar los anim a­
les, etc. T am bién es sintom ático el indigno fin destinado a quien
"hace de espía” o se ponen del lado de la autoridad en contra de
los bandidos.
En el sabroso texto de M anzoni los docum entos registran docenas
y docenas de hurtos, encuentros, arrestos, ejecuciones, rapiñas, m u ti­
laciones, y hechos grotescos e irónicos. Sin hacer distinción entre los
robos de los campesinos pobres, que en los inviernos más fríos apenas
alcanzan a sobrevivir, de los de los desocupados que “viven en el ocio”
y “en la vagancia” en el campo, y de los de los conscriptos que desertan
y los de los bandidos propiam ente dichos, que term inan por perecer
cu algún encuentro. Y esta falta de distinción lleva consigo, obviam ente,
una gran solidaridad de clase entre las varias categorías. Los bandi­
dos son curados, alojados y alim entados por los campesinos, a quienes
ellos pagan. Éste es el motivo p or el que son inalcanzables, por el
cual, d u rante m uchos años, son señores, com o dice Pascoli, “de los
i«o p or ejem plo el movimiento de Bolonia en 1802: véase G. Candeloro,
op. cit., p. 307. Véase en general, en este texto, la conquista y organización
ilcl poder napoleónico en Italia septentrional, en las pp. 289-322.
Ibid., p. 318.
m Lo que sigue sobre el bandidaje en la R om ana bajo la dominación
napoleónica está tom ado de G. Manzoni, Briganti in Romagna, 1800-1815,
Rávcna, compuesto, casi todo, de reproducciones de documentos. Sobre el
problema de los desertores, véanse circulares y avisos reproducidos en las
pp. 173tt.
118 C Á RC EL Y T R A B A JO I¡N EL P E R IO D O D E P O R M A C O N D E L M PÜ

caminos y de los bosques”, unidos con u n sólido cordón um bilical a


sus com unidades y al bajo clero, en contra de los señores, “los jaco­
binos” y “los franceses” . L a dem ostración más clara y evidente, baste
indicarlo puesto que se h a escrito tanto sobre ellos, 112 es el m ito
creado p o r las clases explotadas en torno al bandido, su héroe y su
representante, el que tiene el coraje de rescatar con la violencia contra
del patró n , años y años de sumisión, sufrim iento y miseria. E n el
.bandidaje está la m atriz y la oscura m em oria de las m odernas gue­
rrillas populares.
F rente a estos fenómenos, y más bien en su m ism a raíz, se produce
la lenta y gradual organización del estado m oderno. L a autoridad
central del Reino de Ita lia intentó siempre utilizar a los párrocos como
agentes de la política de vigilancia y control;113 aparecen las prim eras
m edidas policiacas, la obligación de registro p ara quienes reciben hucsi
pedes,114 la prohibición de p o rtar arm as sin permiso especial,nr> el
censo de habitantes, la obligación de denunciar los casos de m uerte
violenta y las causas de la m uerte.11® Se in ten ta desanim ar el bandida­
je, aterrorizando a quienes d an asilo a los bandidos, y se inventan
todas las formas clásicas de prevención y represión en práctica en
ítodas las policías de los estados burgueses. Es en este cuadro, en toda
la región italiana som etida a la dom inación francesa, que son casi
todas, que en 1811 se impone, últim o entre varios, el código civil francés
de 1810.117 Y a vimos cómo este código tiene en m ira sobre todo la

112 Ésta es la tesis de Hobsbawn, (véase p. 123: “El bandido como sím­
bolo” ). Hasta pensar al inmenso florecimiento de m aterial folclórico al que la
figura del bandido social h a dado origen
113 Véanse los numerosos documentos recopilados por Manzoni, op. cit., pp.:
165«. .La insistencia se derivaba, naturalm ente, de la ambigüedad del compor­
tam iento del bajo clero, ligado a la población, con la autoridad napoleónica;]
114 Véase F. Manzoni, op. cit., p. 94-, aviso del 7 de junio de 1005. J
113 Ib id ., p. 119, decreto del 21 de noviembre de 1806.
Ib id ., pp. 153-194.
117 Véase supra p. 84; vale la pena reproducir la carta en la que el pre­
fecto del departam ento del Rubicón daba la noticia a los párrocos: “[. . .] Ha
sido del placer de nuestro sapientísimo soberano otorgar a sus pueblos del
R eino de Italia un Código de Leyes Penales. Todos los párrocos deberían
tener este libro tan necesario p ara la instrucción de sus fieles. Es cosa muy
conforme con su santo ministerio que en los días de fiesta, después de la expli-;
cación del Evangelio que da luz a los hombres sobre las ofensas que cometen
contra Dios y contra el prójim o y sobre las penas eternas, también sean ilusr
trados sobre los delitos y las penas temporales.
”Se invita, por lo tanto, a los señores párrocos a explicar desde el altar
Con qué penas amenaza el código, para que cada quien sepa de qué delitos
se debe abstener, que son la causa de aquéllas.
"Especialm ente es necesario que la población conozca bien el libro cuarto
que contiene las contravenciones y las penas de orden público. Porque cuando
W N H S IS D E LA IN S T IT U C IÓ N CARCELARIA EN ITA LIA 119
r
ili'fcnsa de la propiedad — en las formas en las que en ese m om ento
5o atacaba, y p o r lo tan to sobre todo de la propiedad agraria— y de la
Autoridad legal. Pero las penas, y entre ellas la prisión, bajo las dos
formas de casa de fuerza y casa de trabajo, se extienden a los vaga­
bundos desde 1802.118 Por otro lado, el interés po r la reform a carce­
laria, ya m uy vivo desde el periodo del Ilum inism o, se acelera con la
('fervescencia m aterial y m oral que la revolución burguesa provocó.
El principio de la pena de detención y del trabajo en la cárcel, aunque
ya presente en la m ayor parte de los estados italianos del siglo xvm , se
difunde de m anera uniform e por las tropas francesas en todo el terri­
torio de la nación hasta convertirse en la práctica y en la costumbre de
Jos italianos (al menos como principio). Aquí tam bién, como ya vimos
para los otros países de E uropa, y precedentem ente tam bién en Italia,
Jas relaciones sociales propias del modo de producción capitalista
conllevaban los problemas y las soluciones (desde el punto de vista
de estas relaciones) : creaban al mismo tiem po el delito y la pena,
los vagabundos, los bandidos, los desertores, y el trabajo en las casas
de corrección, los trabajos públicos forzados y los pelotones de eje­
cución.
El periodo que siguió a la derrota de los franceses no com prom e­
tió profundam ente, tras u n a pausa, el proceso inevitable que ya so
había puesto en movimiento. G uando más, solidificó el status quo,
especialmente en Italia, entre las viejas fuerzas aristocráticas y la b u r­
guesía, que esta últim a inclinó siempre m ás a su favor hasta lograr,
bajo la bandera de la m oderación y del compromiso, la prim era etapa
del desarrollo capitalista italiano, la obtención de la U nidad nacional.
Las características de varios estados no cam biaron mucho, en el siglo
xix, en relación con la situación que en ellos prevalecía antes de la
revolución, menos en Piam onte que, quizá debido a u n desarrollo siem­
pre más rápido, se hizo capaz de dirigir el proceso de unificación.

se tra ta de un crimen o de un delito, el sentim iento interno de la propia


conciencia instruye al hombre sobre la gravedad del m al y la voz de la n a tu ­
raleza lo llam a para que se abstenga: no así cuando se tra ta de algunas con­
travenciones de m aterias puram ente de orden público. El conocimiento que
se tiene del mal que no es intrínsecam ente tal sino que lo es con relación al
orden social, está en razón directa con la educación y con las costumbres.
Las clases inferiores del pueblo m uchas veces no conocen esta clase de con­
travenciones más que por las penas con que se ven amenazados, en caso que
las cometanf. ..]
"V igilare a quienes, obsequiosos a mis insinuaciones, quieran distinguirse
por su celo, y haré notar y haré del conocimiento del Gobierno a aqxiellos
que por descuido no se preocuparen de una cosa tan im portante” (F. M an-
zoni. op. cit., pp. 196-197).
m M. Beltrani-Scalia, op. cit., pp. 4 12íí.; A. B arnabó-Silorata, op. cit., J 7.
120 nÁ R C EL Y T R A B A JO E N EL P E R IO D O D E FO RM A C Ó N 11EI. M F

Y , como en otros campos, tam bién en el penitenciario devino estado


g uía y en el propio ordenam iento de las cárceles preparó al futun
ordenam iento italiano.
C on el edicto de m arzo de 1814, V íctor M anuel I, rey de los esta
dos sardos, estableció re to rn a r simplemente a la situación que habíi
antes de la revolución francesa,110 introduciendo de nuevo las penal
y torturas que ya en ese tiempo se consideraban como bárbaras. Sólc
con la llegada al trono de Garlos A lberto se comienza a h ablar d<
nuevo de reform a, incluso en el cam po penal.1*0 E n octubre de 1835
se publicó u n nuevo código; pero el interés del gobierno no fue úni­
cam ente el cambio de leyes, se dirigió tam bién, sobre todo por la obra
del conde Ilarione Petitti di R oreto, a reform ar m aterialm ente el
estado de la institución carcelaria. E ntre los años 30 y 40, y bajo la in­
fluencia tam bién de estudios extranjeros, en Ita lia está en su cúspide
la discusión entre “las dos escuelas” : la de A uburn y la de Filadelfia,
Piam onte escogió la prim era, y sobre la base de este sistema (aisla*
m iento nocturno y trabajo com ún pero en silencio d u ran te el día) se
construyen las dos nuevas penitenciarías de Alessandria y de O neglia.m
M ás adelante hablarem os de la discusión sobre las dos líneas de polí­
tica penitenciaria, pero aq u í debemos decir que según las indicaciones
del mismo Petitti, el sistema de A uburn, que perm itía el trabajo colec­
tivo y p or lo tanto productivo, se consideró particularm ente favorable
al esfuerzo que Piam onte estaba haciendo p a ra industrializarse, cuan­
do estaba apenas dando los primeros pasos.122 H asta 1848 se siguió
este sistema, y ya no hubo mayores innovaciones. L a discusión se
encendió de nuevo con u n a intervención que C avour hizo en el Par­
lam ento en 1849. Partidario del sistema en Filadelfia, propuso que se
reconsiderara la cuestión.123 Siguió u n informe del ministro, pero no
se cam bió la posición de fondo, publicándose sólo algunos reglamentos
nuevos, hasta que se volvió a plan tear el problem a a propósito de un
proyecto de ley del m inistro del interior, bajo cuya jurisdicción habían
pasado las cárceles como resultado de la reform a de las cárceles judi­
ciales.124 P ara éstas, que presentaban menores dificultades, el proyecto
preveía la adaptación del sistema de separación continua. A pesar
de num erosa oposición, finalm ente se aceptó el proyecto, gracias al

119 M . Beltrani-Scalia, op. c i t . , p. 416; A. Bernabó-Silorata, op. c i t . , f 9.


120 M . Bcltrani-Scalia, op. cit., p. 420; A. Bernabó-Silorata, op. cit., J 9,
121 Véase sobre todo C. I. P etitti di R oreto, op. cit., pp. 423-434; M. Ber-
trani-Scalia, op. cit., p. 422; A. Bernabó-Silorata, op. cit., \ 9 ; V. C o r’''1’
M andracci, op. cit., pp. 41-52.
J 22 D. Izzo, op. cit., p. 303.
123 Véase M. Beltrani-Scalia, op. cit., p. 424.
124 Ib id ., pp. 430íí.
mA n F.SIS D E LA IN S T IT U C IÓ N CARCELARIA EN ITALIA 121

n|joyo que le dio C avour, que p a ra entonces ya e ra presidente del con-


iii'jo de ministros. Las objeciones se hacían particularm ente sobre dos
puntos: las críticas que el sistema había provocado donde se había
instaurado, por su inhum anidad, y la dificultad p a ra recabar los fon-
iliw necesarios p a ra la reorganización de los establecimientos existen-
Irit. Ei código penal sardo-italiano de 1859, llam ado así por haberse
i onvertido en el código del nuevo Reino de Italia, prevé, en su títu-
ln prim ero, hasta seis tipos diferentes de pena detentiva, separadas en
jimias criminales: trabajos forzados perpetuos o p o r un tiem po, re-
riusión o destierro y penas correccionales: cárcel y custodia, p ara la
i nal todo, excepción hecha del destierro y de la custodia, estaba p re­
visto la obligación y la posibilidad del trabajo, p a ra descontar la
jiona. El código no dice n a d a sobre el régim en al que los condenados
«eran sometidos: si al aislam iento continuo, trab ajan d o en la propia
celda, o a u n trabajo com ún, o bien, según u n a tesis que en ese m om en­
to se estaba delineando y que se aceptarán en 1889, a algún tipo de
cisterna m ixto.
Después del brillante renacim iento del periodo del xv m y de la era
napoleónica, la dom inación austríaca que siguió a la R estauración
nignificó p a ra L om bardía u n m ejoram iento incluso desde el punto de
vista penal.125 Se introdujo el código austríaco de 1803, que distin­
guía p en a de cárcel, de cárcel d ura y de cárcel durísim a, esta últim a,
fin opinión de Rossí, verdaderam ente u n a form a de “ lento suplicio” .126
Se continuó sin em bargo, al menos en los reglamentos, a an im ar el
trabajo de los detenidos, uniendo incluso al trabajo la misma posi­
bilidad de sobrevivir, en cuanto la comida, al m argen de lo que podían
com prar con las pequeñas ganancias que obtenían, estaba claram ente
|)or abajo del m ínim o vital.127 En 1847 se pidió, entre otras cosas, tam ­
bién la reform a penitenciaria. E n 1852, con el nuevo código penal,
desapareció la cárcel durísim a.126 Pero poco o n ad a cambió hasta la
U nidad.
E n donde se procedió, más que en cualquier o tra parte, a u n a vas­
ta reform a de los reglam entos y de ios misinos establecimientos peni­
tenciarios, fue en el O ran D ucado de T oscana.120 Tam bién aquí, des­
pués de haberse reim plantado el régimen prcrrevolucionario, las
reform as se iniciaron alrededor de 1840. Prim ero se destinó la casa
de V olterra a los trabajos forzados: después se suprim ió la cárcel de

125 I b i d pp. 41 4m.; A. Bcrnabó-Silorata, op. cit., J 8.


126 M . Beltrani-Scalia, op. cit., p. 413.
127 Ib id ., p. 414.
i»» Ib id ., p. 416.
129 Ibid., pp. 4 3 5 jí.; G. I. Petitti di Rorcto, op. cit., p. 421; A. Bernabó-
Silorata, op. cit., $ 10.
122 CÁRCEL Y TRA B A JO EN E L PERIO DO D E FORM A CON D EL M r< J

las Stinche en Florencia, y al llevar a las m ujeres a S. Gimignanct


se abrió la nueva cárcel de las M úrate. AI principio de los años cua-fl
rentas se transform a en cárcel celular el M aschio de V olterra y las!
M úrate. E n 1845 se adoptó un reglam ento general que reform ó pro»
fundam ente el régimen carcelario toscano.130 Se establecería la separa-*!
ción nocturna, pero perm anecía el principio com unitario d u ran te el1
trabajo y la escuela. El reglam ento prohibía u n a serie de costumbres i
todavía de origen medieval, como las ventajas bajas — que perm itían
un continuo contacto con el exterior— ,131 el uso de banquetes en los
días de fiesta, etc. Se introducía así el régim en carcelario burgués
propiam ente dicho, siendo notable el hecho de que, a pesar de que este
tipo de reform as aparecieran como hum anitarias, se establecía, cons­
cientes de que se trataba de un endurecim iento de la pena, su no
retroactividad: sólo se sometieron a ellas los que fueron condenados
después de haber entrado en vigor.1-12 En 1848, G. Peri, máximo res­
ponsable de la reform a penal en T oscana desde los años cuarenta
hasta la U nidad, publicó Cenni sulla riform a del sistema peniten
ziario in Toscana, adonde exam ina m inuciosam ente la situación car­
celaria de la época y se registran num erosas e interesantes estadísticas.
Recoge la historia de cada establecimiento, el m ovim iento de los dete*
nidos, el costo del m antenim iento y el producto del trabajo, el registro
moral (prem ios y castigos) y las enferm edades padecidas por los re­
clusos en el curso del año. Incorpora adem ás los planos de las cons
trucciones. No es posible aquí exam inar definidam ente estos datos que
serían extrem adam ente significativos si tuviéram os otros con los cua­
les com pararlos. Baste decir que los establecimientos penales en Tos-
cana e ra seis: los Bagni de L iorna y Portoferraio, p ara los forzados
a trabajos públicos, el establecimiento penal de V olterra, el esta­
blecim iento penal y correccional de Florencia, la casa correcional dt
Piombino y el establecimiento penal y correccional femenil de S. Gi-
m igniano con u n núm ero de detenidos hacia fines del año que en
total, respectivam ente p a ra los años 1844, 1845, 1846 y 1847 era igual
a 672, 658, 759 y 770. E n 1849 se estableció en todas partes el sistema
filadelfiano del aislamiento continuo, fuertem ente defendido por Peri,
sistema que se estableció definitivam ente con el reglam ento general
de 1850 y después con el nuevo código penal de 1853, que seguirá en
vigor incluso hasta después de la U nidad. L a introducción del
sistema de Filadelfia corresponde a la pérdida de valor del trabajo

130 M . Beltrani-Scalia, op. cit-., p. 441; A. Bem abó-Silorata, op. cit., f 10;
C. Peri, C enni sulla riforma del sistema penitenziario in Toscana, 1848, trae el
reglam ento en la página 15.
131 M . Beltrani-Scalia, op. cit., p, 440.
132 Ib id ., p. 441; A. Bem abó-Silorata, op. cit., 5 10.
IflN t'.íilS DE I.A IN S T IT U C IÓ N CARCELARIA E N ITA LIA 123

lú'celario, que se orienta entonces a las necesidades internas de la


i'Mi'i'.ol (muebles, vestido, etc.) con la expresa motivación del peligro
Ir la com petencia p a ra las empresas externas.133 E l aislamiento con­
tinuo no perm aneció largo tiem po sin detractores: se form a u n “par-
iiilo de filántropos” que critica duram ente las dañosas consecuencias
id sistema p a ra la salud de los condenados. D e particu lar eficacia es
rl escrito del módico C. M orelli, Saggio di studi igienici sul regim é
iwnale della segregazione fra i reclusi.rM Se form a así u n a comisión
encargada de estudiar el problem a, la que, aceptando como indiscu­
tible la bondad del principio del aislam iento, concluye sin em bargo
¡(lie la gran rigidez del sistema filadelfiano es inaceptable — por m o­
tivos bastante comunes entonces— “p a ra los países meridionales de
E uropa.133 El resultado de toda esta discusión que se lo encuentra en
)¡i reform a que entra en vigor el 1 de enero de 1860, está ya en el
clima anterior a la unificación, que suprim e la pena de m uerte, dis­
minuye la duración de casi todas las penas y, sobre todo, introduce
el principio m ixto según el cual la p rim era p arte de la condena debe
cumplirse en aislam iento continuo, m ientras la o tra — al menos p a ra
las condenas más largas— se regula según el principio del trabajo en
común y en silencio. Esto parece particularm ente im portante no sólo
porque la legislación penal toscana estará en vigor hasta el código
Xanardelli sino tam bién porque este código a d o p tará ese sistema p a ra
,1a disciplina de las penas de detención.
No hay ninguna innovación, n i n a d a im portante de señalar en
los ducados y en los estados pontificios. B asta observar cómo los pro­
cesos de transform ación social que ya describimos p a ra los periodos
anteriores se aceleran, p reparando la explosión que hubo en las déca­
das postunitarias. Se d a así u n a intensificación de robos en el cam ­
po, vagancia, etc. Es justam ente en los años 40 y 50 cuando el rei­
nicio del desarrollo de la llan ura del Po perm itió la creación de los
institutos de policía preventiva p a ra el Piam onte, que pasaron después
a la legislación del nuevo estado italiano. Esto sucedió precisam ente
p a ra controlar a los “ociosos y vagabundos” , a los ladrones de los cam ­
pos, a los obreros — y esto es u n a innovación en aquel tiem po.138 En
esta época, en la R om ana, continúa el fenóm eno del bandidaje, dando

133 M. Beltrani-Scalia, op. cit., p. 445.


Florencia, 1859. Pcri publicó una Risposta del cav. Cario Peri all’opus-
colo del dottor Cario M orelli, Florencia, 18G0.
135 M. Beltrani-Scalia, op. cit., p. 449.
130 Sobre la figura del “ocioso y el vagabundo” en el origen de las m e­
didas de prevención en la legislación italiana, véase M , Pavarini, “ II social­
mente pericoloso nell’attivitá di prevenzione” , en Rinista italiana di diritto e
procedtira penale, 1975, p. 396.
124 CÁRCEL Y TRA B A JO E N E L PER IO DO D E FORM A CON D EL M P

origen a figuras legendarias corno la del Passatore.53T Esto dernuestr;


el estancam iento económico de las Legaciones, estancam iento bajo e
cual está en ferm entación todo el tejido de las relaciones sociales
aquí m ucho m ás en crisis que en la T oscana o en el M edio D ía.158 Ndl
pasarán m uchos años antes de que el joven abogado Enrico Ferrh
p u ed a atrib u ir al m ovim iento socialista, delante del jurado del tri­
bunal crim inal de V enecia, el m érito d e haber sabido transform ar las
m asas de braceros empobrecidos que vivían del hurto campestre en
com batientes de la causa proletaria.139 L a situación de estancamiento
se n o ta sobre todo en las instituciones, y entre ellas la cárcel, m ante­
nidas p or la “abom inable clerícalla” 140 en u n estado de abom inable
corrupción y confusión, al menos según cuenta Beltrani, que no es
precisam ente tierno con el estado pontificio. E ntre otras cosas, una
crónica de 1838 describe la utilización de fierros de to rtu ra en las
cárceles de Bolonia.141 No es m ucho m ejor el estado de las prisiones
del R eino de las Dos Sicilias, a pesar de u na cierta acción de refor­
m a de M ancini y Volpicella.342 Se debe decir, con todo, que tanto
el Pontífice como los Borbones, en el m om ento de su derrota, abrieron
con m agnanim idad todas las prisiones de sus reinos.
L a función que tuvo la cultura burguesa entre el Ilum inism o y la
R estauración en los países europeos en que ya h ab ía tenido lugar
la revolución industrial, principalm ente en Inglaterra, tiene que crear­
se en Italia, a p a rtir de los años cuarenta, y después de la U nidad.
L a cultura italiana se propone en este periodo d a r a la clase dirigente
las indicaciones teóricas y prácticas — y al mismo tiempo, n atu ral­
m ente, la ideología— p a ra el proceso de estructuración del sistema
capitalista, o al menos de las condiciones p a ra que este proceso se
p ueda desarrollar. D ejando de lado el aporte en el cam po m ás estric­
tam ente económico, que aquí no interesa, uno de los componentes
fundam entales es el de la elaboración de u n a política social, diferen-

137 F. Serantiní, F atti memorabili della banda del Passatore in térra di Ro-
magna, R ávena, 1973.
138 E. Serení, I I capitalismo nelle campagne, pp. 216-221.
130 E. Ferri, “I contadini m antovani all’Assise di Venezia (1 8 8 6 )”, en
Dijese penali e studi di giurisprudenza, T u rin , 1899.
1)0 M . Beltrani-Scalia, op. cit., p. 464.
* « Ib id ., p. 466.
142 Ibid., pp. 467.fí.; C. I. P etitti di R oreto, op. cit., p. 420; se recuerda el
escrito de F. Volpicella Delle prigioni e del loro ordinamento, Nápoles, 1837;
sobre la obra de Volpicella véase D. Palazzo, “A proposito di ‘riforma delle
prigioni1 nella prim a m eta del secolo scorso, en Rassegna di S tu d i Peniten-
ziari, 1970, p. 677; id., “ Su alcune speciali prigioni del sccolo scorso, ibid., 1971,
p. 591; id., “Delle careen che si disrro di “buon govemo’ e ‘di polizia’ ” ,
ibid., 1972, p. 377.
tlÍN K S IS DE ,\A IN S T IT U C IÓ N CAKCl'.LARIA KN IT A U A 125

Linda y profundizada en todos sus m últiples aspectos, que favorezxa


y complete el desarrollo que está en la lógica m ism a de los hechos: la
¡i>>marión del proletariado. Se tra ta de la form ación consciente y cui-
iIdiosam ente cultivada de u n a m asa de campesinos y artesanos expro­
piados que deben transform arse en m oderno proletariado industrial.
I ) sea que la educación de la fuerza de trab ajo se hace necesaria p a ra
•j.irantizar su transform ación de la vieja a la nueva situación de la
manera más ordenada y m ás productiva posible. Esto quizá no se pue­
do hacer con la m ism a generación que h a sido brutalm ente trasla-
ilucla de u n a condición a la otra, pero es un problem a que se debe
^necesariamente colocar en la confrontación de las generaciones siguien-
Irs, y p o r lo tanto de la educación de la juventud. Y a observamos que
íste es el porqué de u n a serie d e m edidas correccionales, que an te­
cedieron a las de la cárcel propiam ente dicha, que se crearon en el
«iijlo xvm p a ra jóvenes criminales o que debían corregirse. U n a polí-
lica social de este tenor, que históricam ente se identifica con la polí­
tica social, se articula en diversos m om entos: la escuela, con sus dis­
tintos grados y diferencias; la asistencia social; la m ultiform e variedad
de instituciones de aislam iento: cárceles, colegios, institutos p a ra m e­
nores, hospitales psiquiátricos, hospitales p a ra pobres y ancianos; ins­
titutos hospitalarios; el servicio de leva (el c u a rte l), y otros más. Los
filósofos y los científicos trab ajan en la m ultiplicidad de estos m eca­
nismos p a ra p lantear los problemas, p a ra sugerir las soluciones, y con
frecuencia p a ra colaborar en la actividad del gobierno.143 N atu ral­
mente se tra ta de que la ciencia, neutra y objetiva — ¡ al poco tiem po
llegará la gran hora del positivismo!— , indique las exigencias objeti­
vas de los hechos, y sus soluciones tam bién objetivas. U n a ciencia a
decir verdad u n poco incierta, tan poco especializada y refinada que
reflejaba aú n el universalismo ilum inista en el tratam iento — de la
misma persona y en los mismos hechos— 1H de toda la vasta gam a

14!l T odo este proceso se desarrollará en la práctica después de la U n i­


dad. Pero las bases ya estaban puestas — ejem plar es el caso de la cuestión
carcelaria— sobre todo en Piam onte, estado-guía del ordenam iento burgués en
el proceso de U nidad. Aquí solamente se dan algunas indicaciones; así como
para la reforma penal sería necesario reconstruir científicam ente el modo
cómo las demás instituciones se concretan a la cuestión central de la form a­
ción y del control del proletariado. En el m om ento de la U nidal ya está
elaborado en sus aspectos principales el patrim onio cultural, científico c ideo­
lógico que servirá de base a la construcción de la sociedad capitalista en I t a ­
lia. M uy interesante, en este sentido, es el volumen de G. C. M arino, L a
formazione dello spirito borghese in Italia (Florencia, 1974), que se basa sobro
todo en las Actas de las varias "Reuniones de científicos italianos” que tuvie­
ron lugar en los años cuarenta.
144 Es el caso de. las “ reuniones de científicos italianos” que M arino exa­
mina en su obra.
126 CÁRQEL Y T R A B A JO EN E l. PERIO DO IDE FOItM A CÓ N D E L MPO

de la Encyclopédie, u n a ciencia pues que, ante la falta de división


intelectual del trabajo, m al podría desem peñar su papel de servidora
en cuanto conviene poco — si no se tra ta m ás de idealismo sino de
calar en los hechos—- a la preescripta dom esticidad de éste, como
algunos equívocos, en efecto, tra ta n de dem ostrar. U n a ciencia bur­
guesa t í o sólo en sus soluciones, naturalm ente, sino tam bién en sus
presupuestos m ás íntimos, en los problem as de los que surge, y a los
que debe d ar solución. E n los varios congresos organizados por los
intelectuales italianos de los años cuarenta, se reunieron los filántropos
p a ra discutir todo lo que u n país pobre y todavía poco desarrollado,
pero ya decididam ente destinado a la hegem onía de las relaciones
sociales propias del m odo de producción capitalista, debía enfrentar
y resolver. E ntre estos problem as, entre las discusiones sobre técnicas
agrícolas y sobre el sistema de fábrica, entre el problem a financiero y
el religioso, entre la m edicina y las ciencia naturales, tam bién esta­
ban las cuestiones de política social y penitenciaria.
Se continuaba en la postura que había sido la de M uratori y
que h abía triunfado en la In g laterra de ese tiempo postulando la ne­
cesidad de excluir de la asistencia al “pobre no trabajador” y a pro­
poner formas de trabajo obligado fuera del cual se debeiía negar cual-'
quier ayuda. Sintom áticas de la situación italiana, y de su escaso de­
sarrollo industrial en este periodo, son las proposiciones no de casas
de trabajo sino de colonias agrícolas que sanearan terrenos en breña,
pantanos, etc., iniciando esa ex trañ a asonancia, que estará en boga
m ucho después de la U nidad, entre bonifica sociale (saneam iento so­
cial) del pauperism o y de la crim inalidad y bonifica agrícola (sanea­
m iento agrícola) de los terrenos no cultivados.145 Quizás esta visión
correspondía a la indiscutible suprem acía de los grupos capitalistas
agrícolas; lo que sí es u n hecho es que con estas propuestas no se tra ­
tab a tanto de recibir al cam pesino arrojad o a la ciudad cuanto de
em pujarlo hacia atrás, al lug ar de donde venia, p a ra volverlo a em ­
plear en la tierra. E n todo caso, m anifestaban todavía aquel estado
de m alestar tan eficazmente ilustrado p or Del Pane p a ra el siglo xvnr:
sin que hubiera la capacidad industria] necesaria p a ra absolverla. Se
el fenómeno de u n a proletarización cam pesina y u n a h u id a del cam po,
estaba p reparando la gigantesca deportación de millones de trab aja­
dores italianos de las postrim erías del siglo x ix y los principios del x x :
la acum ulación desborda las fronteras y la fuerza de trabajo librea que
se p roducía en Ita lia se destina a otras realidades industriales.
Gomo ya vimos, en los comienzos de los años cuarentas, en todos
los estados italianos donde el problem a era más grave, principalm ente

Ib id ., p p . 330.W .
I
G É N E S IS DE LA IN S T IT U C IÓ N CARCELARIA EN ITALIA 127

l'iam ontc, Lom bardía-V enecia y Toscano (que po r otro lado eran los
más adelantados en todos los cam pos), se produce un a gran activi­
dad en. el ám bito de la reform a carcelaria. Se estaban poniendo las
bases p a ra el periodo de intensa actividad de las instituciones que
seguirían a la U n id ad ; tam bién se ocupan de eso los congresos de
intelectuales, en p articu lar los de Florencia (1841), P adua (1842) y
Lucca (184 3 ).14* En Florencia se suscitó el problem a por la in ter­
vención de Petitti. E n el intervalo entre éste y el de Padua, aparecie­
ro n un a serie de memorias sobre el tem a, entre las cuales se cuentan
las del mismo Petitti y la de Cario C attaneo. Estas obras no hacen más
que continuar los escritos con que, desde 1840, ambos autores habían
tornado posición sobre el tem a.14* Típico representante de una cultura
sólidamente ligada a u n a actividad p ráctica y de gobierno, Petitti
estaba en contacto con los m ás ilustres autores europeos del campo de
la reform a penitenciaria y profundam ente com prom etido en la discu­
sión, bastante viva en ese m om ento, sobre los “dos sistemas” norte­
am ericanos.1'18 Después de describir la “condición actual de las cár­
celes” 140 y la “historia de la educación correctiva” 150 de los distintos
países europeos y de Italia, afron ta el tem a fundam ental de su escrito
Del sistema d i educazione correctiva che sem bra degno di preferenza
[Del sistema de educación correctiva que se debe escoger],151 y por
consiguiente analiza las ventajas y los defectos de los varios sistemas,
el de la vida en común, el filadelfiano y el de A uburn, y el m ixto, que
los com bina de varios modos. Lo que aparece a prim era vísta es la
absoluta indiferencia que m uestra p a ra escoger cualquiera de los dos
sistemas que se com paran, debido a la im portancia que le d a al p rin ­
cipio del aislamiento. Petitti, como todos los escritores de su época,
m anifiesta u n a hostilidad extrem a contra la vida en común en la cár-

144 Ibid ., pp. 345jj.


147 Se tra ta del trabajo, tantas veces citado de Petitti, Della condizione
attuale delle carceñ e dei m ezzi di migliorarla; aquí retom a los temas de otra
obra suya de 1837, en la que dedica un lugar im portante al problema de las
cárceles, Saggio sul buon governo della m endicitá, degli istituti di benejicenza
e delle carceñ, T urin, 1837. IÍ1 escrito de C attaneo, Delle carceñ, que ya
citamos, se publicó en II Politécnico en 1940.
148 Petitti di Roreto, Della condizione attuale delle carceñ e dei mezzi di
migliorarla, pp. 448íí. Petitti era un intelectual de estatura europea, en con­
tacto con los más conocidos teóricos y gobernantes de su tiempo en lo que
respecta al problem a carcelario. Se ocupaba de u n a tem ática socioeconómica
m ucho rnás vasta: se pueden ve» todos los trabajos reunidos en la ya citada
Opere Scelte. Su contenido es muy variado, pero siempre está relacionado con
la organización del estado de Piam onte.
141 P etitti di Roreto, op. cit., pp. 327ss.
160 Ib id ., pp. 361
151 Ibid., pp. 448tt.
128 CÁRCW . Y T R A B A JO EN EL i’.'ÍRIODO UB 1<'0RMAUÓN DKI. M r a

reí. Todos estos trabajos, estas afirmaciones, estos escritos son una
especie de florilegio de la W eltanshauung burguesm anchesteriana. Se
citan, como testimonio de esto, la obra de Petitti las Ragioni addotte
dagli aderenti alia scuola detía della segregazione notturna y della
riunione süenziosa diurna col lavoro.152 No tiene m ayor im portancia
citar estas antes que aquellas que sostienen el sistema de Filaclelfia,
puesto que, con relación al problem a fundam ental, las diferencias son
m ínim as. Nótese en p articu lar la estrecha correlación entre fobia se­
xual, productividad del trabajo, espíritu de obediencia y disciplina.

Los adhcrentes a la escuela p artid aria de la separación nocturna y de la


reunión silenciosa diurna p a ra el trabajo, sostienen:
1] Q u e gracias a la separación nocturna, se elim inan los m ás graves in­
convenientes de las m alas costum bres q u e suelen suceder en los dorm itorios.
2] Q ue, separado en la celda, el reo, cansado p o r el largo y pesado
trabajo, corre m enos peligro d e abandonarse a los otros actos viciosos, a los
cuales, solo, podría aún abandonarse.
3] Q u e la regla del silencio, hecha observar con exa ctitu d im p id e las
relaciones corruptoras, y m ientras tan to acostumbra a la reflexión, com o a
una coacción m oral sobre la voluntad; coacción que obra eficazm ente para
determ inar a esos espíritus, antes indisciplinados y rebeldes, a la obediencia y
a la sum isión.
4] Que mientras el trabajo hecho en común atem pera los efectos funes­
tos de la soledad por la mirada de los compañeros, los hace al mismo tiempo
más asiduos, m ás productivos, más eficaces por la fatiga material continua a
la que somete.
5] Q u e este estado de coacción m aterial y m oral consigue la tan nece­
saria intim idación producida por el rigor de la pena, lo cual se ve claro en
el hecho de que a pesar de que en las cárceles organizadas de esta m anera se
da m ejo r com ida a los presos, los allí detenidos que son reincidentes pre­
ferirían volver a las oirás cárceles — gobernadas con oíros sistemas d e vida
com ún— , incluso a las galeras, aunque estén som etidos a trabajos m ás pe
nosos, a los golpes, y tengan com ida y cam a m ucho peores.

Este últim o punto, que Petitti cita como ventaja del sistema de aísla
m iento, es el más terrible, y manifiesta claram ente lo que significa 1i
decantad a civilización carcelaria. ¡ Son preferibles los golpes, la inmvin-
dicia, la abyección y la fatiga a un orden y u n bienestar que sor
torturas peores que la abyección de las antiguas galeras! 153 Sigue final-

!r'“ Ibid., pp. 450íí .


1113 E n la nota de la página 451 de la obra citada. Petitti refiere una
conversación que tuvo con un detenido de la cárcel de Ginebra, que funcio­
naba según el sistema de A uburn, y que antes había purgado una condena
en las galeras de T olón: “ íil decía que desde que había adquirido mejores
sentimientos, se había dado cuenta que el rigor de la disciplina de la cárcel
|
11Í.NRSIS DE LA IN S T IT U C IÓ N CARCELARIA EN ITA LIA 129

. '
¿tiente la opinión de! propio Petitti, que en general se declara parti-
llario de la escuela de A uburn en lo que se refiere a las condenas la r­
cas, en cuanto éstas perm iten un m ás productivo rendim iento industrial
•y la posibilidad de participar en los ritos que se desarrollan en com ún,
i/u la religión católica. P or el contrario, p a ra las condenas breves en
Jtfs que sólo se puede recurrir a medios de intim idación pero no co­
rrectivos, prefiere el m étodo del aislamiento continuo.154 C altaneo se
'pronuncia siempre a favor de este últim o sistema, insistiendo así sobre
la eficacia psicológica del aislam iento continuo.155 Y tal tesis, en efecto,
fue casi acep tada en el Congreso de P ad u a de 1842.150 Esto, no obs­
tante que de otros sectores, sobre todo de los médicos, se obtuvieran
resultados de investigaciones desarrolladas exteriorm ente sobre los efec­
tos de los dos sistemas com parados, que m ostraban u n a gran a cen tu a­
ción de la m ortalidad (tam bién de los suicidios) y de la alienación
luental ( ¡ la “eficacia psicológica” !) m ientras se llevaba a cabo el
Aislamiento continuo.157 L a comisión, que debería haber entregado
tm inform e al Congreso de Lucca, se dividió; la reacción de los m é­
dicos provocó u n a severa crítica en su contra, pues pretendiendo salirse
de su papel de “ técnicos de la salud” se estaban mezclando en proble­
mas políticos.158 E sta crítica no tom aba en cu en ta que se había llam ado

era por su bien, pero que antes se reprochaba no haber cometido el segundo
delito (de traición) en Francia, porque hubiera vuelto a las galeras, porque
ft pesar ele la apariencia de una vida más d u ra la estancia resultaba más agra­
dable para la mayor parte por poder gozar del aire libre, p o r las relaciones más
libres, por la esperanza de la inga, la posibilidad de tener bebidas alcohólicas,
Clc. A ñadió que incluso después de haberse hecho m ejor, el recuerdo de la
vida m ejor de la galera le volvía de vez en cuando, y lo hacía odiar su per­
manencia en la cárcel en que estaba.”
151 Ib id ., pp. 455íí .
I3S¡ M. A. Cattaneo, op. cit,, pp. 302íj.
,5a F. C. M arino, op. cit., p. 351.
157 E n la nota 200 de la prim era parte de esta investigación nos referimos
íil párrafo de M arx en el que relata la situación del aislamiento continuo con la
creación, por parte del hom bre aislado, “de espectros tangibles, palpables” ,
proceso idéntico al “misterio de todas las visiones piadosas” y “ la form a ge­
neral de la locura” (K a rl M arx y Friedrich ISngels, L a Sacra famiglis, cit.,
p. 239 [250]; éste parece ser el proceso que describe C attaneo en la obra
citada, donde describe la eficacia psicológica que el aislam iento tiene sobre
ni reo: “En el silencio de los hombres y en el sueño de las pasiones, los con­
sejos tantas veces desoídos, las palabras que parecían no tener im pacto, vuel­
ven a la mem oria; los terrores religiosos, todas las imágenes y los recursos del
bien y del mal, resurgen en la conciencia culpable y se hacen dia a d ía más
potentes c irresistibles” (p. 304). T an to Petitti (en la p. 462) como M arino
registran los resultados de las encuestas de la época sobre los desastrosos resal­
lados (suicidios y casos de locura) del sistema de Filadelfia.
" 138 F. C. M arino, op. cit., pp. 362-363.
130 CÁRCEL Y TRA B A JO EN E L PERIO DO D E FORM ACON B E L MJ

a los médicos precisam ente con ese objetivo, es decir para que dieran s
aprobación científica a la solución política que, por lo visto, ya S
hab ía tom ado.109 L a contradicción fue resuelta en el Congreso co'
Ja intervención de Petitti, quien hizo aprobar la solución que él pro
ponía: el sistema de Filadelfia p a ra las sentencias cortas y el silent sys
tem p ara las prolongadas. Él fue, así, el verdadero, triunfador de todi
la disputa, no solam ente porque finalm ente se aceptó su hipótesis sino
sobre todo, porque, como ya vimos, en vísperas de la unificación, la
experiencias m ás avanzadas se hacían en dirección del sistema mixto
q ue de un m odo o de otro se fue consolidando en el nuevo R eino d<
Ita lia y en los otros países europeos. M arino destaca justam ente qu<
el filantropism o de los partidarios del sistema de A uburn resulta bas4
ta n tc falso, p o r cuanto se preocupaban más de las finanzas del gobier^
no que de la salud de los detenidos en razón de los enormes gastos
que se necesitaba hacer p a ra introducir un sistema celular com pleto.10l|
E n Italia, la discusión sobre el problem a carcelario, asi como toda¡
las soluciones practicadas, siguen el camino obligado de las circuns-jj
tancias sociales existentes, y, sin em bargo, sustancialm ente sim ilar a |
del resto de E uropa. Las experiencias verdaderam ente reformadoras,
com o las lom bardas, las toscanas y las saboyanas nacen y se desarrollan
en periodos limitados, cuando la orientación “correctiva” de u n a fuer­
za de trabajo todavía escasa y reluctante, se presenta como verdadera
necesidad del m odo de producción. Pero la discusión en los años cua­
renta, presenta ya u n a realidad bastante p arecida a la existente en
ese m om ento en In g laterra o en F ran cia (y es significativo como
va penetrando en la cu ltu ra ita lia n a ). L a introducción de las m áqui­
nas, la ráp id a aparición de u n a gran sobrepoblación como consecuen­
cia de la revolución industrial, alejan cada vez más la hipótesis de
u n a cárcel productiva y, al mismo tiempo, readaptadora social (según
los criterios capitalistas). L a discusión sobre los distintos sistemas se
colora sobre todo de contenidos ideológicos “espirituales” . En una
situación así, se confiere cada vez más, a la institución, u n significado
simbólico y representativo: el único valor en el que se tiene, o se
dice tener, confianza es el del aislamiento, garantizado por la segre­
gación física o por el silencio. V alor por abajo del cual hay una
única exigencia: el control y la intimidación,"*1 así como aparece en

358 En este sentido, tam bién M arino, op. cit.


Ibid., pp. 364-365.
101 C attaneo se expresa así con toda claridad: “Desgraciadamente las re­
formas incompletas que el m oderno hum anitarism o había introducido en la |
cárcel, le quitaron, a este único instrum ento de pena, todo terror. El malvado (
holgazán encontraba allí alojamiento y cama, comida segura, trabajo ligero y I
com pañía que era de su agrado; para muchos obreros honestos, cargados de
llflN F.SIS D E LA IN S T IT U C IÓ N CARCELARIA EN ITA LIA 131

til análisis que hemos hecho y como lo reconoce Petitti, el autor políti-
«■¡miente más lúcido del periodo, quien se m uestra sustancialm ente
indiferente al “sistema” escogido. L a decisión en favor del sistema de
jAuburn p a ra las detenciones prolongadas deriva de las exigencias finan-
jfieras de no gravar dem asiado el gasto del sistema carcelario: entre
.imienes lo defienden, nadie sostiene lo que debería ser el motivo fun­
dam ental p a ra hacerlo, esto es la posibilidad del trabajo en com ún, de
,iui trabajo productivo, de tipo industrial. E l acento que todos ponen en
Ja necesidad del aislam iento enm ascara — bajo las fórmulas de la pe­
nitencia y de la polém ica espiritualista con tra la excesiva atención de
la filantropía ilum inista p o r la situación material de los detenidos— la
concepción de la cárcel como instrum ento de intim idación y de “pre­
vención general”. Y en este sentido, más allá de las bellas palabras
«obre la “eficacia psicológica” del aislam iento, tam bién un sistema car­
celario como el que existió después aun de la U nid ad , que m antiene
prisiones sobrepobladas como las de Nápoles, R om a o Palermo des­
critas por H ow ard, responde m uy bien a sus fines, El principio de
less eligibility, de la m enor elegibilidad del régim en penitenciario
respecto del peor existente en el exterior, es salvaguardado a toda
costa. El esplritualismo del siglo x ix en el tem a carcelario encuentra
su núcleo de verdad en el perseguir el em peoram iento de las condi­
ciones de v ida en la cárcel y en la im presión que la institución debe
producir en el “espíritu” de los reos, pero especialmente de los reos
potenciales. L a actividad anterior a la U nidad p rep ara así el am plio
uso que se le d a rá a la cárcel inm ediatam ente después de producida
aquélla: no sólo porque construye (pocas) cárceles nuevas y los ins­
trum entos legales penales correspondientes sino porque tam bién in­
dica u n a línea de tendencia que explotará literalm ente con la con­
quista, po r parte de los estados de Saboya, de las provincias m eri­
dionales, y la consecuente creación de u n enorm e ejército industrial
de reserva, que la crónica falta de capitales del mezzoqiorno de
Italia, u n id a a.1 m oderado desarrollo de las regiones septentrionales,
de ningún modo será capaz de encam inarla hacia la fábrica. Esto
explica la situación crónica de “crisis” de la cárcel en Italia. D epen­
de, más que de razones intrínsecas de ]a institución, de la sobreviven­
cia de relaciones precapitalistas en el sur del país y de la utilización

hijos, p ara muchos jornaleros descalzos y famélicos entre fértiles campiñas,


vivir en la cárcel resultaba seductor. Pero, ante una severa soledad, p o r más
que la celda sea espaciosa, lim pia, bien ilum inada, ventilada, caliente, dotada
de todo lo que una laboriosidad pobre quiere, el verdadero criminal preferirá
siempre la hediondez y la incom odidad de u n subterráneo, aunque el piso
esté desnudo y haya cadenas y palos, puesto que todas estas cosas le dejan
libre su perfidia” (op. cit., p. 305).
132 CÁRCEL V TK A B A JO EN E L PERIODO DE FORM ACON D E L M p |

qu e se h a rá del proletariado m eridional como ejército industrial dj


reserva de la industria septentrional (y, después, con la emigración)
de la industria extranjera) y m asa de m aniobra p a ra las fuerzas poli*
ticas de gobierno. T am bién en Italia, la institución es creada coma
institución esencialmente burguesa, cuyo principal fin es la educación
en la disciplina y la obediencia, pero, más que en otras situaciones na'
cionales, el desprecio de u n a fuerza de trabajo perm anentem ente so­
b reabundante, la transform a en instrum ento terrorista de control so-]
cial. Así, la revolución en los modelos punitivos que se va dando!
lentam ente desde los orígenes del m odo de producción capitalista hasta1
el capitalism o desarrollado del liberalismo del siglo xix, hace de la
cárcel tam bién en Ita lia el tipo de pena dom inante, la pena burguesa
p o r excelencia. Por otro lado, los caracteres particulares de la insti­
tución reflejan aquellos propios de cada sociedad nacional en los
diversos períodos. Y si la estructura de fondo, igual en todas partes,
se m odela sobre exigencias ideológicas del m odo p articular de pro­
ducción (el de la fáb rica), la utilidad de la institución no se detiene
aquí sino que se integra en la totalidad de las relaciones de clase de
u n contexto determ inado. E n la Ita lia que se dirige hacia la U n i­
dad, com o en la In g laterra o la F rancia de la prim era m itad de)
siglo xix, la existencia de capas inuy vastas de proletariado no ocu­
pado hace que la cárcel no tenga finalidades inm ediatas de readapta
ción social (como sería, y como fue, en sociedades caracterizadas por
•una disponibilidad lim itada de fuerza de tra b a jo ), sino que se adapte
a la gestión, ideológico-terrorista, de estas capas de población ex­
cluidas de la producción. En las discusiones de los científicos sociales
filántropos, penalistas, y médicos de los años cu aren ta (así como en
los años que siguieron a la U nidad, y d u ra n te m ucho tiem po más
estará encerrada, bajo la envoltura ideológica de sus ciencias, esta
sencilla verdad.
jl'ARTE I I

^ÍA SSIM O PA V A RIN I

,I,A IN V E N C IÓ N P E N IT E N C IA R IA : LA E X P E R IE N C IA
,1)E L O S E ST A D O S U N ID O S D E A M É R IC A
JíN LA P R IM E R A M IT A D D E L SIG L O X IX
I. LA ER A JA C K SO N IA N A . D E S A R R O L L O E C O N Ó M IC O ,
M A R G IN A L ID A D Y P O L ÍT IC A D E C O N 'I’R O L SO C IA L

El trabajo es la providencia de los pueblos modemosf...] El


.trabajo debe ser la religión de las prisiones. Una sociedad-
¡máquina necesita de los medios de reforma puramente me­
cánicos. .
;(L. Faíicher, De la reforme des prisons, París, 1838, p. 64.)

|, P R O P IE D A D INMOBILIARIA E INSTITUCION FAMILIAR


COMO ASPECTOS DlíL CONTROL SOCIAL EN EL PERIODO COLONIAL
l
J.a originalidad, la naturaleza de verdadera revolución que caracteri-
rjf.i a los Estados U nidos de A m érica de lá prim era m itad del siglo xix
en la política de control social sólo se puede entender si se tiene p re­
sente la consideración social expresada en las confrontaciones de los
/enómenos existentes en periodo colonial, o sea en el periodo prece­
dente al nacim iento de la Nueva República.
Querem os trazar, antes que nada, en form a sintética, las coorde­
nadas generales en las que es posible resum ir la evaluación-reaccióri
que la sociedad colonial conoce y expresa ante los procesos de desinte­
gración social de la época.
En los confines de la “econom ía sofocada” que fue la América del
fiiglo x v i i i , tanto la pobreza como el crimen no conoce aquella atención
política que caracterizará el periodo posreyolucionario, en el sentido
que la presencia del vagabundo, del loco, del crim inal mismo no se
.considera corno reveladora de u n a situación socialmcnte crítica; por
ende, duran te esa época se careció de un a verdadera política social,
entendida como un esfuerzo p a ra solucionar estos problemas, y m ucho
menos se percibe el que en alguna form a se consideren desde el punto
(le vista político.
Por el contrario, la perspectiva que se tuvo para solucionar el pro­
blema del pauperism o fue la de tipo religioso, unida a posturas m uy rígi­
das sobre un orden social estático (típico reflejo de una economía
exclusivamente agrícola) y un m arcado y m uy peculiar sentido de
com unidad, propio de los prim eros asentam ientos coloniales.1

1 L a tesis es casi unánim e entre los autores que se h an ocupado del poor
relief en la época colonial. E ntre los estudios más documentados y más inte-

[1 3 5 1
, I
136 LA IN V E N C IO N P E N IT E N C IA R IA : LA E X PER IEN C IA DE EEll

L a iglesia protestante fue un a de las instituciones más influycnt


en el proceso de condicionam iento de la opinión pública respecto d
pauperism o; y, de hecho, este se consideró como fenómeno natura
¡inevitable y justo, como tam bién era justa y obligatoria la asistenci
a los indigentes, pero siempre desde u n a perspectiva de caridad ind
vidual. E n la raíz de esta postura religiosa se encuentra la convicció;
d e que la estratificación social existente refleja un orden divino, por 1
pual el estatus de pobre no debe considerarse ni accidental, ni fortuito
pino providencial. L a presencia del pobre era u n a oportunidad que li
providencia ofrecía a la hum anidad p a ra que ésta a través de la cari]
d a d pudiera redimirse. El socorro a los pobres, afirm a S. Coopeti
.pastor de Boston, “ennoblece nuestra naturaleza, conform ándola set
:gún los más gloriosos ejem plosf...] L a caridad nos hace conformes a
mismo H ijo de Dios” .2 - .
É sta es la concepción que se tiene prácticam ente sin excepción
Es interesante observar cómo emerge aquella voluntad clasificatorií
destinada a distinguir entre pobreza culpable y no culpable, entn
desocupación voluntaria e involuntaria; esta actitud hubiera reflejadc
juna preocupación ya política ante el problem a, al percibir el paúl
perism o como u n problem a de la realidad social. 1
Las razones de u n a valoración del pauperism o todavía carente dd
preocupaciones políticas debe ser ubicada en la p articu lar situación
económ ica y, m ás significativamente, social. En efecto, aunque una1
historiografía reciente 3 h a esclarecido la entidad, p a ra n ad a despre­
ciable, de las clases m arginales de algunas colonias de la América
del siglo xvm , es necesario destacar la capacidad de la organización
■social de los prim eros asentam ientos coloniales p a ra absorber, tanto'
en térm inos económicos como políticos, las fracciones sociales m argi­
nales locales, o sea internas a la misma com unidad.
Al contrario, la reacción respecto del vagabundeo (el pauperismo
así llam ado fluctuante) y más en general la consideración colectiva del
fenóm eno de la m ovilidad social fue muy diferente; en otras palabras,

rosantes sobre el tema véase D. M. Schneider, T h e history of public w etfare'


in N ew York, 1609-1866, Chicago, 1938; M. Crecch, Three centuries of poor
law administration, Chicago, 1942; J. Lelby, Charity and corrections in New
Jersey, New Brunswick, N. J., 1967; y, finalmente, el primer capitulo (“The
jjoundarics of colonial society” ) de D. J. Rothman, T h e discovery of the Asy-
lum , social order and disorder in the New R e public, Boston-Toronto, 1971.
2 S. Cooper, A sermón preached in oston, N ew England, before the society
for encouraging industry and employing the poor, Boston, 1753, p. 20.
3 Además de los autores ya citados en la nota 1, sobre el tema de la inc­
ivilidad social en el siglo xvm americano véase R. W. Romscy, Carolina Cradle:
Selllem ent of the Northwest Carolina Froslier, 1747-1796, Chapel Hill, N. C.,
1964.
I*
lU líUA J A C K S O N I A X A 137

la obsesión que condicionó el pensam iento de la época no fue tanto el


problema de la m arginalidad cuanto el de la movilidad de la pobla­
ción indigente, denotando así la presencia im portante de un ideal
tle estabilidad en el fondo ideológico dom inante.
V ale la pena desarrollar esta últim a observación. Las formas de
aglutinación social de los asentam ientos coloniales primitivos fueron
Ciertamente m uy sentidos; los momentos de verdadera coesión y u n a
espesa red de relaciones m utuas no pudieron menos que cim entar
fuertem ente la pequeña com unidad agrícola: las dificultades n a tu ­
rales enfrentadas y sufridas p or los colonizadores, p o r u n a parte, y
el relativo aislam iento de las com unidades, por la otra, acentuaron
este proceso de hom ogeneidad cultural.1 L a im perm eabilidad social
fue el efecto de esta situación. Por o tra parte, la presencia de vas­
tísimos territorios todavía no colonizados, o sea la presencia de esa
"frontera móvil” que condicionará tanto la m ism a originalidad
del pensam iento sociopolítico am ericano,5 im pulsaba a las poblaciones
de reciente inm igración a no detenerse en las áreas ya ocupadas,
hasta que surgió, naturalm ente, la em ergencia de u n a economía m a ­
nufacturera que impuso la necesidad de violentas y masivas concen­
traciones urbanas.
Adem ás, hay que considerar que en algunas provincias las tierras
fértiles va se habían distribuido entre las tres prim eras generaciones
de colonos, y si esta circunstancia ofrecía pocos incentivos a los nue­
vos residentes, provocaba tam bién, en parte, los prejuicios en contra
de los outsiders, especialmente si estaban desprovistos de medios.®
E sta situación explica tam bién el fenóm eno, ya antes apuntado,
de la presencia im portante de elementos dé estabilidad en la pequeña
co m u n id a d 7 a que correspondía, en el plano ideológico, tanto una
concepción fuertem ente jerarquizada del orden social cuanto un pro­
fundo sentim iento comunitario.*

* Además de las obras ya citadas, véase S. V. Jam es, A peo pie among
people: quaker benevolence in eighteenth-century America, Cambridge, Mass,.
J963, en particular los capítulos n y m.
5 Vcasc la obra ya clásica, aunque muy criticada de I’. J. T u rn er, T h e
jronlier in American history, Nueva York, 1920, traducida al italiano b ajo el
título: L a ¡rontiera nella storia americana, Bolonia, 1959, publicada también
en los Paperbaclts del Mulino, 1975.
0 D . J. Rothm an, op. cit., p. 12.
7 P ara \in análisis de los primeros asentamientos urbanos en la época co­
lonial, véase M. Zuckerman, Peaceble kingdoms: N ew England towns in eighte-
enth century, Nueva York, 1970; P. J. Grevin, Jr., Four generations: population,
land and fam iliy in colonial Andover, Massachusells, Ith aca, Nueva, York, 1970.
8 Además de la obra de Romsey, para un análisis de la cultura social de las
comunidades de colonizadores, véase V. Bridenbaugh, Crities in revolt, N ueva
138 LA IN V E N C IÓ N P E N IT E N C IA R IA : LA EX PE R IE N C IA DE EEU U

L a presencia de estos elementos se reflejaba en la concepción mis*


m a del pauperism o, que era endém ica, o sea intern a a la com unidad:
n inguna preocupación po r elim inar al pobre en tanto fenóm eno “na­
tu ral”, po r un lado; deber m oral de socorrerlo como m iem bro de la
com unidad, p o r el otro. E n este sentido la gran fam ilia colonial pudo
“recuperar” en el interior del mismo proceso productivo — aunque
con actitudes de caridad individual— a los estratos sociales más dé­
biles, con m odalidades que encontraron en la hospitalidad y en la en­
com ienda de trabajos agrícolas y estacionales, los modos ordinarios
del poor-relie}.0 Lo que emerge como elem ento característico de la
ayuda a los pobres es la utilización de medios no institucionales,
pero tam bién no segregativos, como, por ejemplo, la ayuda doméstica
(Household), realizada por los indigentes residentes.10
Es m uy distinta, por el contrario, la actitud con el pauperism o no
residente — sobre todo con los nuevos inm igrantes indigentes— sobre
quienes se descarga la tensión provocada po r la obstinada convicción
de que el fundam ento del orden social es la estabilidad de la resi­
dencia,11 opinión esta últim a estrecham ente ligada a la presencia
dom inante de la propiedad p rivada inm obiliaria.

York, 1955; H . Adams, The U nited States ni 1800, Ith aca, Nueva York [en ita ­
liano: CU Stati U niti nel 1800, Bolonia, 1960].
0 Además de los autores citados en la nota 1, véase S. Riesénfeld, “T he
íonnative era of am crican assistence law”, en California Law Review , 1955,
jiúm. 43, pp. 175-223.
10 Las informaciones y las fuentes más fidedignas sobre el sistema asisten-
cial en la América colonial, incluso desde el punto de vista cuantitativo, se en­
cuentran en C. G. Chamberlayne, Veslry Book of St. Paul’s Parish, Hannover
Counlry, 1706-1786, Richm ond, V a., 1940; Idem , Vestry book and Register oí
St. Peter’s Parish, N ew K en t and James C ity Counties, Virginia, 1684-1786, i
jRichmond, V a., 1937; Idem , Vestry Book of Blisland Parish, N ew K e n t and j
James City Counties, Virginia, 1721-1786, Richm ond, V a. 1935.
11 L a fuente más im portante que docum enta la convicción de que el orden ¡
social óptimo se fundam enta en la estabilidad de la residencia y en la propiedad
inm obiliaria, está en la abundante producción de prédicas y sermones entonces
publicados en ediciones populares; véase entre otros 15. Colm an, T h e unspealca^
ble "ift of god: a rigkt charitable and bountiful spirit to ihe poor and needy
members of Jesús Christ, Boston, 1739; C. Chaumcy, T h e idle poor secludedj
f r o m the bread of charily bi chrisiian law, Boston, 1752.
D e Chauncy se recuerda aquí un trozo citado por A. H eim ert, (editando
a P .M iller), T he greal A w akening (Indianapolis, 1967, p. 302), que en pocas,
palabras resume la concepción entonces dom inante del orden social: “151 orden,
divino es fuerza y belleza del m undo. L a prosperidad del estado y de la iglesia
depende en m ucho de esto, ¿ l’uede haber orden donde los hombres, pasando
sobre los límites de su situación, se entrom eten en los negocios ajenos? Lejos ,
de todo esto, la única regla verdaderam ente eficaz[.. .] es que cada quien,
para ser fiel, se ocupe únicam ente de lo que le pertenece, perm aneciendo en
su lugar.”
f 1
I.A ERA JA C K S O N IA N A 139

C iertam ente esta situación no puede ser generalizada; en los asen­


tim ientos coloniales de frontera, por ejemplo, no se dio obviam ente
[Osla discrim inación entre viejos y nuevos inm igrados; así sucede en
'•jus colonias como C arolina y Pensilvania, áreas de grandes y cons­
ientes inmigraciones, donde se sintió menos la hostilidad contra los
¡jiuevos colonizadores. A pesar de esto se puede afirm ar que el ideal
(leí ¡armer am ericano del siglo xvm era el de u n a com unidad econó­
micamente autosuficiente; con lo que se privilegia a la población
Residente (to w n m en ) en detrim ento de la población em igrante e in­
digente (dependent outúders).
Por eso la sociedad colonial tenía u n a legislación tendiente a li­
mitar el fenómeno de la vagancia, con norm as particularm ente seve­
ras aunque no sanguinarias como las vigentes en algunos países eu­
ropeos, y en especial en Inglaterra. Ya en el prim er código de N ueva
York en 1683 se trazan las que después serían las líneas constantes
ele la legislación colonial contra la vagancia y el pauperism o por
más de u n siglo: form as de asistencia a la indigencia local residente,
y formas de lucha en contra de la inm igración pobre.12
E sta ley obligaba a los capitanes de los barcos a registrar los nom ­
bres de los pasajeros y a reem barcar por la fuerza a quienes no p u ­
dieran dem ostrar que tenían propiedades o trabajo seguro en su lugar
de destino. D e la m ism a m anera, los agentes de policía debían acom ­
pañar h asta la fron tera a los vagabonds y beggars que entraban en
la jurisdicción sin autorización.13
L a legislación neoyorquina de 1721 endureció todavía más las san­
ciones en contra de la inm igración clandestina, previendo, p a ra los
reincidentes, m ultas, penas corporales y, por prim era vez, interna-
niiento obligatorio p o r un periodo determ inado en las jails, original­
mente cárceles preventivas.14 E n 1773, la asam blea legislativa de la
colonia de N ueva York im puso el certificado de residencia; a través
de él la autoridad adm inistrativa tuvo u n rígido control de la m o­
vilidad social interna y externa.15
Este modelo legislativo fue rápidam ente im itado. La provincia
de R hode Island, p o r ejem plo, ya en 1748 obligaba a los nuevos in­
migrantes a com prar tierra por un a determ inada cantidad, bajo pena

12 E n Colonial laws of N ew York frorn the year 1664 ¡o the revolution, AI-
J>any, 1894.
15 D. M. Schneider, T h e history of public ívelfare in N ew York state, 1609­
1866 , Chicago, 1938, cap. 2.
14 E n Laws of N ew York state frorn the year 1691 to 1751, inclusive, Nueva
York, 1752, pp. 143-145.
13 E n Colonial laws of N ew York, v, pp. 513-517.
140 LA IN V E N C IÓ N P E N IT E N C IA R IA : LA EX PE R IE N C IA D E EEUU

d e expulsión.16 Lo mismo sucedía en las colonias del sur: la asam­


blea de D elaw are prom ulgó en 1741 u n a ley m uy parecida a la de la
colonia de N ueva York 17 y C arolina del N orte en 1754 reglamentó
la m ateria con un a ley que insistía u n a vez m ás en la diferencia de
tratam iento entre local poors y straingers.1S i■
L a situación cam bia sensiblemente — sobre todo respecto del con­
trol de la población no residente— en las colonias más densamente
pobladas, donde el fenóm eno de constantes procesos inm igratorios te-"
nía proporciones im portantes; en estas áreas asistimos al nacimiento,
aunque todavía lim itado, de las instituciones europeas tradicionales
de control y represión de la vagancia: los workhouses, los almshouses
y las houses of correction.
L a introducción de estas instituciones en la A m érica colonial se
rem onta, probablem ente, hasta el periodo de la legislación de W.
Penn en 1683; la variada suerte que acom paña a estas instituciones
m anifiesta la presencia de actitudes contradictorias respecto del con­
trol social d u ran te el siglo x vm norteam ericano.
L a reconstrucción cronológica, aunque no sea m ás que en form»
sum aria, de estas instituciones ofrece un cuadro general de la comple­
jid ad de la legislación p a ra controlar las clases m arginales en la
Am érica colonial; y este análisis introduce, luego, tam bién el tema
más específico de la prevención-represión de la crim inalidad.
El teatro de esta prim era política social es Pensylvania ;19 y sus
autores principales las com unidades cuáqueras.20 Antes de la legisla­
ción de 1682, en la colonia de Pensilvania, la única institución que
<
10 E n A cts and laws of the English colony of R hode Island and Providence
plantations, in N ew England, in America, New Port, R. I., 1767, pp. 228-232.
17 E n Laws of the government of N ew Castle, K ent and Sussex upon Dela­
ware, Filadelfia, 1741, pp. 208-215.
18 E n A complete record of all the A cts of the Assembly of the Province of
N o rth Carolina N ow in Forcé and Use, Newbern, N. C., 1773, pp. 172-174. ¡i
10 Sobre las posiciones de vanguardia en política social en general y sobre
la reform a penitenciaria, en particular de Pensilvania, véase, entre muchos
ensayos, T . Selling, “ Philadelphia prisons of the eigliteenth century” en Tran-
isactions of the American Philosiphical Society, 1953, vol. 43, parte i, pp. 326­
3 3 0 ; H . E. liarnos, T h e euolution of penology in Pennsylvania, Indianapolis,
1927; IX. E. Barnes, N. K. Teeters, New horizons in criminology, Nueva York,
1943, pp. 49(kr.; N. K. Teeters, T he eradle of the penitentiary, Filadelfia, 1955
(cap. i) ; O. F. Lewis, T h e development of american prisons and prisons cos-
ítums, 1776-!845, Albany, 1922; B. McKclwcy, American prisons. A study in
american social history prior lo 1915, Chicago, 1936.
20 Sobre las implicaciones sociales del sentim iento religioso en la política
norteam ericana prerrevolucionaria, véase A. H aim ert (editando a M iller), The
great awakening; A. H airnert, Religión and the American m ind: from the great
awakening to the revolution, Cambrige, Mass., 1966.
Sobre el papel de las sectas cuáqueras en las colonias de América, véase
I.A ERA JA C K S O N IA N A 141

iir conocía e ra el country jaü, originalm ente un fortín m ilitar, que se


¡jlilizaba exclusivamente p a ra la detención preventiva;21 en este pe-
Bmlo estaban en vigor los códigos de la m adre p a tria (la legislación
penal anglosajona) ; en lo que respecta al sistema de sanciones pre­
valecían las penas corporales y en prim er lugar la muerte.
AV. Penn, inspirador de la prim era legislación de 1682, suprim e
la pena de m uerte p a ra todos los crímenes, con excepción del hom i­
cidio prem editado y voluntario y p ara el delito de alta traición;22
k'rn la voluntad del g ran reform ador, el country jail debería haber
Conservado su papel de cárcel preventiva, m ientras que una nueva
institución — la house of correction— organizada según el m odelo
holandés, estaba hab ilitada p a ra in tern ar a los fellons ( trasgresores
de las norm as que no com portaban pena corporal o pena de m u e rte ),
quienes coactivam ente debían ser obligados al trabajo forzado. En
1718, siempre con nuevas leyes, se decide la construcción de u n n u e­
vo jail p a ra los deudores, los prófugos, los acusados en espera de
juicio, y de u n a workhouse p a ra los convictos.23 L a empresa, en esos
tiempos, resulta utópica y veleidosa, pero es significativa desde el
punto de vista político. Varios factores concurrieron en esta reform a
revolucionaria de la legislación penal: la voluntad política de “em an­
ciparse” de la dependencia legislativa de la m adre patria, la necesidad
de proponer una hipótesis punitiva que de alguna m anera se arm o­
nizara con la fuerte tendencia ético-moral cuáq uera y la fascinación
que tenían las experiencias más avanzadas d e política social sobre una
cierta “intelligentzia” cosm opolita y todavía culturalm ente ligada con
la realidad europea.
H ay que ver desde este punto de vista el proyecto de Penn p a ra
la H ouse o f correction — a veces llam ada workhouse— en el que se
contem pla ya el aislam iento de los detenidos, la división de los presos
sobre la base de u n a articu lad a tipología y el internam iento obli­
gatorio de los ociosos y vagabundos; m ás aún, se hace necesario em ­
plear a los internados en actividades laborales, como así tam bién la
retribución al trabajo forzado.24
El experimento, en los hechos, fracasó. A la m uerte de Penn se
reintrodujo la legislación inglesa de penas corporales y en particular
J. Sykes, The quakers. A neta look at their place in socieiy, Nueva York, 1958.
21 El texto legislativo, aprobado en la asamblea de Chester el 4- de diciem bre
de 1682, llevó el nombre de T h e great law o Body of laws.
22 Este texto se abre con u n a declaración, nada usual en la época, g aranti­
zando la libertad de conciencia y la libertad de culto, aboliendo así una larga
lista de delitos religiosos. En este p u n to se detiene N. K . Teeters (T h e eradle
of the penitentiary cit., p. 3 ).
23 L a noticia se tom a de N. K. Teeters, T he era d le.. p. 3.
24 Loe cit.
142 LA I N V E N C I Ó N P EN IT E N C I A R I A ! LA EX P ER IE N CI A DE EEUI
1
la p en a de m uerte. Pero, significativamente, se abrogó la institucioi
de la m áxim a pena p a ra el robo (los delitos en contra de la pro
piedad ajen a eran las dos terceras partes del to ta l), dejando sin can}
bio la reform a de 1682, es decir la p en a de internam into en la work
house p o r u n periodo determ inado. L a situación penal en la Pensil
van ia colonial vino así a presentarse en estos térm inos:
1] El jail m antiene su función original de cárcel preventiva. E]
esta institución dom ina el fee system, de origen anglosajón, segúl
el cual el detenido debe proveer con sus propios bienes al manteni;
m iento, pagando u n canon al jailer, el cual, a su voluntad, no siendfl
retribuido con dinero público, de hecho busca explotar la posición
de inferioridad del detenido. Sólo en 1736 se introdujo la obliga;
ción de m antener con fondos públicos a los detenidos en form a pre
ventiva.25
L as condiciones d e sobrevivencia en el jail son descritas como do
plorables; la plum a crítica del moralismo cuáquero encuentra así
m ateria p a ra invectivas y p a ra denunciar la peligrosa promiscuidac
en que viven los detenidos:
1
¡Q ué espectáculo — escribe R. V aux— se ve en este lugar, donde, comt
en una sola m anada, están tirados p or el suelo, día y noche, prisioneroi
de todas las edades, colores y sexos! N o se hace ninguna separación en<
tre el crim inal cogido in fraganti y los detenidos que pueden h ab er estado(
quizá, b ajo una falsa sospecha de h ab er com etido alguna falta m enor; entrfl
viejos y endurecidos m alechores y jóvenes aprendices de crim inal.20

El diario de S. 11. Fisher — cuáquero renuente al servicio m ilitar, en«


cerrado en u n jail d u rante la revolución— d a testimonio de los abuso!
que los jailers cometían con los detenidos, de la violencia de las penaj
corporales por las violaciones disciplinarias, de la brutalidad de las
relaciones entre los detenidos, etcétera.27
2] Las houses of correction o workhouses se presentan, originaria­
m ente, como apéndices arquitectónicos del jail, y en ellos la disciplina
no debe haber sido muy diferente de la que existía en las cárceleB
preventivas.23

23 Ibid., p. 4.
20 Estos testimonios de R. V aux sobre el régimen interno del jail son espe*
tíficam ente del “O íd stone Prison” . Está en la obra de este autor: Ñotices of
th e original and succesive efforts, to improve the discipline of the prison of PhU
ladelphia, 182G, p. 14.
27 El diario de S. R. Fisher (1745-1834) describe su experiencia de encar»
cclam iento (1779-1781). Fue publicado, después de su muerte por su sobrina
A nna W harton Morris, en Filadelfia, sin fecha.
'ss T . Selling, Philadcphia prisons of the eighteenth century, p. 326.
A BRA JA C K S O N IA N A 143

D istinta es, en cam bio, Ja población intern ad a en .estas institu­


í-iones: la m ayor p arte de ella estaba constituida p or pequeños tran s­
íspesores de leyes por las cuales no se condenaba a ninguna pena
m rp o ral; los que h abían violado las leyes de inm igración, y en general
los ociosos y vagabundos; no faltan, en fin, tam bién aquellos pobres
(j uc no logran solucionar su problem a p or m edio del home-relief.
D ejando a u n lado la situación de Pensilvania, analicemos ahora
lú situación global del sistema de control social en la América colonial,
j, Desde el punto de vista cuantitativo al final del periodo colo­
nial en A m érica había alrededor de 400 workhouses, con capacidad
¡mía alo jar a unos 100 000 internados, y m ás o menos el mismo n ú ­
mero de almshouses o poorhouses (casas p a ra pob res).29 L a situación
piiülitucional es por lo tanto, al menos en lo que concierne a la di-
/nensión del fenómeno, similar a la europea; 30 hay que tener presente
f j u e la población de todas las colonias, apenas llegaba a cuatro mi-

llones, de los cuales medio millón eran esclavos negros, p a ra los cua­

[les estas instituciones no funcionaban.31

L a inteligencia global de estos datos puede facilitarse si se tiene


presente que el sistema todavía dom inante de ayuda a la población-
indigente, sobre todo la local, era el household relief (servicio domés­
tico) y el neighbor relief (la ayuda co m unitaria de tipo caritativ o ).32
1 Es interesante observar tam bién cómo — en la hipótesis en la que
un recurre a la asistencia a través del internam iento forzado— el m o­
delo paradigm ático sigue siendo el de tipo doméstico-familiar. La
.irquitectura m isma de la almshouse o de la poorhouse es la de la casa
colonial. O riginariam ente, en efecto, esta institución no tenía ni si­
quiera la exigencia de u n proyecto edilicio específico; utilizaba
para sus fines cualquier edificio ya existente.33 El modelo de la vida
doméstica inspiró las reglas de la institución: el personal y los guar-

"u Este dato está tom ado de D. J. Rothrnan, T h e áiscovery of asyhtm. . . cit.,
1'. 31.
3U P ara la descripción del sistema preventivo represivo de la vagancia y del
l>iUi|Jcnsmo en la m adre patria, y p ara información sobre cantidad de in tern a­
dla en las poorhouses y workhouses, véase Sidney y Beatrice Wcbb, English
local í’ouernment: english poor law history, parte i, T h e oíd poor law, Londres,
1!>H7; M. Blaug, “T he m yth of the oíd poor law and the making oí the ne'.v” , en
Jnurnal of Economic History, 1967, núin. 23, pp. 151-184.
111 Los datos sobre la población están tomados de t i . S. Census Bureau,
Jlistorical slalistic so) the U nited States, colonial times lo 1957, W ashington,
i% 0 , p. 14. '
; 112 Se pueden encontrar informaciones precisa:) sobre esta forma de socorrer
(i los pobres en la época colonial, en los volúmenes publicados por Chamberlayne,
■finados en la nota 10.
«a D. Carrol, “History of the Baltimore cily hospitals” , en M ary ¡and State'
jjHodical Journal, 1966, p. 15.
. "
144 LA IN VENCIO N ' P E N IT E N C IA R IA : L A EX PER IEN C IA D E EEUU

dianes, con sus familias, vivían en la poorhouse; los internados no


tenían uniform e y la única segregación de la que se tiene noticia —y
no se sabe con qué rigor se haya im plantado— es entre hombres y muí
jercs; los alimentos se com ían en la m ism a mesa en que los keepen
lo hacían, y los internados tenían libre acceso a todos los locales.34
En otras palabras, la poorhouse — donde se intern aban los pobres
de la localidad, los huérfanos y las viudas indigentes— funcionaban
teniendo como modelo a la household; esta institución — como lo
nota R othm an— 20 no se puede clasificar como verdadero asylum;
quienes la habitaban, form aban en efecto u n a ja m ily y no u n a co­
m unidad de imnates, o sea u n a com unidad de internados. El modelo
de la poorhouse, con el tiempo, llegó a “contam inar” las otras insti­
tuciones.
Así, p o r ejemplo, el problem a social de los lunatics (locos) era
norm alm ente resuelto por medio de la ayuda dom éstica; sólo cuando
la enferm edad se consideraba como socialmente peligrosa se inter­
naba, en form a obligatoria, al enfermo, en u n a sección especial de
u n a almshouse y, en otros casos, en los locales de alguna house of
correction,30
Las mismas instituciones hospitalarias (hospital) surgieron como
servicios especiales de la m ism a poorhouse; en m ucho casos, ésta se
transform ó, poco a poco, en u n a enferm ería. Al final de la época
colonial, cuando ya h abía lugares especiales, públicos y privados,
p ara d a r asistencia hospitalaria, la poorhouse tendió progresivamente
a transform arse en verdadero hospital p a ra enfermos pobres.37
M enos articulad a se presenta en cam bio la estructura del control
social respecto de las desviaciones criminales. Y a hablam os de que
el jail e ra esencialmente u na cárcel preventiva, así como acentua­
mos la presencia dom inante de penas corporales. E n tre éstas, la horca
(gallow) fue la p en a capital que estuvo m ás en uso en las colonias
norteam ericanas, sobre todo en los periodos de graves tensiones so­
ciales.88

34 D . J. R othm an, T he discovery of A sy lu m .. . cit., p. 43.


35 l.oc. cit.
35 H . M . H urd, The. institutional care of the insane in the U nited States
and Ganada, Baltimore, 1916, vol. iii, p. 3fi0.
37 R. H . Shryock, M edicine and society in America: 1660-1860, Nueva
York, 1960.
3S De 446 casos llevados a la Suprem a Corte de Nueva York entre 1693 y
1776, 87 recibieron sentencia cíe m uerte (de J. Goebel, T . R. N uughton, Law
enforcem ent in colonial N ew York, Nueva York, 1944, p. 702, n. 139).
Sobre el papel de la pena capital en el periodo colonial, véase también
L. H . Gipson, “Crim e and punishm ent in provincial Pcnnsylvania”, en Lehigh
University Publicotions, 1935, núm. 9, pp. 11-12; II. F. R ankin, Criminal trial
■\ EKA JA C K S O N tA N A 145

lis interesante observar cómo entre las otras sanciones penales de


]|io corporal, después de la pena de azotes (w h ip ), la más conocida
li 10 la picota (stocks); este tipo de sanciones penales, por su natu-
mltaa esencialmente pública, evidencia u na atención volcada más al
irnlido m oral que al dolor físico de la p en a; en otras palabras, pone
lili relieve u n a estructura social en la que la reputación y el sentido
ili'l honor eran valores fun d am en tales30 y, p o r lo tanto, por reflejo,
«confirm a, en el nivel cultural, un sistema socioeconómico de tipo
Horario, profundam ente ligado a la propiedad inm obiliaria.
En la m ism a perspectiva, y teniendo en cuenta el peso de la tra ­
dición biblicorreligiosa en las com unidades de los primeros coloni-
5;i<lores, se debe in terp retar la pena de la m arca de fuego (branding),
ji través de la cual se señalaba a los condenados con la letra inicial
tlel delito que habían cometido.'10 Y a hablamos tam bién de que h a­
bía penas específicas p a ra los transgresores de las norm as de inm i­
gración; a esta gente, adem ás de internarlos a veces en la house of
üorrection, generalm ente se les expulsaba de la colonia o de la ciudad;
rute mismo tipo de sanción se aplicaba a los pequeños transgresores
de leyes penales, sobre todo si no eran residentes.
L a naturaleza y la función de la house of correction y de la work-
.house conservan p ara nosotros u n am plio m argen de incertidum bre
y am bigüedad; seguram ente los dos térm inos se utilizaron indistinta­
mente p a ra designar la m ism a realidad. O riginariam ente diseñada
Sobre la base del m odelo europeo, la workhouse debía servir para
castigar a los transgresores m enores de las leyes penales (fellons)
para los que no había penas corporales; de hecho, con el tiempo, fue
también el lugar en que se concentraron a los vagos y ociosos ( beggars,
vagrants), es decir los no residentes que violaban las leyes de inm i­
gración. M ás adelante se la utilizó p a ra in tern ar a los pobres de la
localidad, v en algunas ocasiones sirvió tam bién como cárcel para deu­
dores. En este m undo heterogéneo, caracterizado por la indigencia
y m arginación social, se debía establecer la disciplina institucional
con el fin de imponer, coactivam ente, el proceso reeducativo que — a
nivel puram ente ideológico y no ya im itativo de la práctica dom i­
nante en los países de la m adre patria— se juzgaba socialmente
oportuno.
En la práctica colonial esta finalidad se descuidó com pletam ente.
La estructura Institucional de la workhouse o house of correction pocas

proceedings in the general court of Virginia, Charlestonville, V a., IM S, pp.


12 1 - 1 2 2 .
VJ Sobre osle punto, véase G-ocbel y N aughton, L ew enjorcemerd. . . cit.,
p. 707, n. 151.
40 Ibid., p. 55.
146 LA IN V E N C IÓ N P E N IT E N C IA R IA : LA E X P E R IE N C IA D E EEtl

veces difería de la de la poorhouse o almshouse, así como esta ú l


tim a, en la realidad factual, se organizó según el m odelo de householi
relie/. L a m ism a obligación de trab ajo forzoso que debía — al mo
nos en las declaraciones— caracterizar la ejecución penal en le
workhouses no se diferenciaba tam poco del sistema de utilizació
de la fuerza de trabajo en las poorhouses; o sea u n trabajo que re
p roducía exactam ente el m odelo productivo de la gran fam ilia co
lonial.41
Concluyendo este análisis sintético de la Am érica prerrevolució
naria, podemos afirm ar que los mecanismos principales de contro
social en la p ráctica siguieron el modelo d e la institución fundam en
tal de ese tiem po: la fam ilia colonial.42 A ■
Probablem ente sea razonable pensar que, m ás que un control socia
de las clases peligrosas o m arginales, lo que pasó fue que la familií
institucionalm ente ya tenía el papel de educación-represión de lai
posibles desviaciones juveniles. H ay numerosos testimonios de la époJ
ca que son síntomas de esta situación. E n ellos se ve cómo la familia!
p or medio del control de la juventud, se convertía en el agente dfl
control de toda la sociedad. S
L as predicaciones y sermones de carácter cívico-religioso publican
dos entonces en ediciones económicas y distribuidos entre los fielesj
avalan esta observación.43

Guando los hijos son desobedientes con sus padres —amenaza en su opúscu*
lo The Well-Ordered Family el Ministro de culto Wadsworth— Dios so
siente tentado de abandonarlos a aquellos pecados que traen después
inevitablemente la más grande infamia y miseria [...] Cuántas veces, los
condenados al patíbulo, han confesado que la desobediencia a sus padre!
fue lo que los llevó al crimen.44

El papel educativo de la fam ilia, el deber que los padres tienen d€


rep rim ir las acciones que desvían á los hijos del buen cam ino, se pro­
yectan hacia el exterior del problem a juvenil y los “errores en la
educación fam iliar” se interpretan como causa principal de la patolo­
gía social en su conjunto:

Pongan atención y hagan que todos los niños sean obedientes, se reco­
mienda; los apetitos y las pasiones no controladas en la juventud se vuelven

41 Ibid., p. 55
42 Loe. cit.
43 Vcase nota 11.
** B. W adsworth, T h e well-ordered fam ily or relative duties: Bcing the
substance of several ser m am , Boston, 1712, p. 90.
|,1 ritA JA. CKSONIANA 147

lliruntrolables en la edad m adura, y conducen a l deshonor, a la enferm e-


llml y a la m uerte.'15

1(1 pnpel de la fam ilia íto se agota en el nivel ético-ideológico, sino


i|iir se concreta tam bién a través de u n a estructura norm ativo-insti-
liu ional, como la obligación, por ejemplo, que tenían los padres de
Impartir u n a rígida disciplina a los propios hijos. En caso de que
tu familia fallara en este proceso educativo, la autoridad estaba pron-
Iii ¡t intervenir, q uitando p o r la fuer/,a al m enor de la potestad de sus
(milrcs, encom endando su cuidado sea a o tra fam ilia, sea — en un
M'i;imdo m om ento— a la asistencia pública. Y es p or esta razón que,
y» en el periodo colonial, es posible encontrar casos de internam iento
ilc menores en las workhouses, no porque hubieran violado las leyes
límales, sino p o r haberse m ostrado carentes de la educación ade-
i nacía.40
Arriesgándonos a esquem atizar demasiado, podríam os afirm ar que
In institución fam iliar p ro p ia de u n a com unidad agrícola territorial­
mente estable tiende, p o r u n proceso de progresiva dilatación, a repro­
ducirse como por segm entación en un reticulado com plejo de estruc-
luras sociales de control, análogas entre sí. El proceso es, así, sim étrico:
n i la m edida en que la situación de las clases sociales m arginales (poors,
lunatics, crimináis, etc.) es vista e interpretad a en términos no disím i­
les que la de los menores, la fam ilia — de u n a institución originaria­
mente delegada al control de la infancia solamente— deviene térm ino
paradigm ático p ara el control social de todas las otras form as d e des­
viación ( household, neighbor relief, almshouse, workhouse, etc.).

EL CUADRO ESTRUCTURAL: DE UNA SOCIEDAD AGRÍCOLA


A UNA ECONOMÍA INDUSTRIAL

rt] E l periodo posrevolucionario: procesos de acumulación


y econom ía m ercantil

P.n 1790, los Estados U nidos de América eran aún u n país de menos
de cuatro millones de habitantes y sin u na ciudad de 50 000 perso­
nas ; hab ía sólo siete centros urbanos de m ás de 5 000 habitantes y

45 S. W illard, Im p en iten t sinners uiarned of their misery and sum moned


io judgem ent. . Boston, 1698, p. 26.
46 Como se verá, el internam iento institucional de la infancia y de la ju ­
ventud descarriadas y abandonadas se hace dom inante sólo a p a rtir del si-
K lo x ix .
148 LA. IN V E N C IÓ N P E N IT E N C IA R IA : LA EX PER IEN C IA D E BZXj

doce con más d e 2 500; el resto de la población (3.7 millones) viví


en el cam po;47 en 1820 la población ru ral se h ab ía duplicado, y 1
población urbana, con 700 000 habitantes, se h ab ía m ás que tripl
c a d o ;<8 en 1791 existía u n solo establecimiento textil, dos en 179!
otros dos se construyeron en 1803, y diez más entre 1804 y 180¿
a finales de 1809 ya eran 87; la capacidad de la industria textil cr¿
ció de 8 000 husos en 1808 a 31 000 p a ra finales de 1809;40 y en 181
ya era de 80 000 husos.60
E n el m om ento de la declaración de la independencia, en todo e
país no existía u n solo banco. El prim ero en surgir fue el N o rth Amef
ica Bank, fundado por u n a asamblea de ciudadanos de Filadelfia el
1780 p a ra financiar el aprovisionam iento del ejército. Este banco co
menzó sus actividades con u n capital de 300 000 dólares. Y a en 178Í
entraron en funcionam iento otros dos bancos: el de M assachusetts ti
Boston y el Banco de N ueva York.*1
Estos datos, tan heterogéneos entre sí, m uestran un proceso rápide
y violento de cambio de la econom ía norteam ericana posrevolucio'
naria. E n efecto — como tratarem os de verificarlo más adelante— , í
la separación de las colonias norteam ericanas de la m adre p atria s<
siguió u n proceso (exigido p or el nuevo régimen autárquico que se ge­
neró autom áticam ente al independizarse de Inglaterra) de transfor
m ación económica. Si es cierto que se puede hab lar de despegue sók
a p a rtir de 1820, los trein ta años anteriores están signados por loii
procesos económico-sociales que constituyen las necesarias premisas es­
tructurales p a ra la posterior revolución industrial. En otras palabras,'
en las postrim erías del siglo xvin y los principios del xrx, en un pe-;
riodo relativam ente breve, los Estados U nidos de A m érica conocieron:
u n acentuado y aprem iante proceso de acum ulación capitalista y laa;
consiguientes transform aciones socioculturales.
U n a de las prim eras y m ás im portantes consecuencias de esta nueva
realidad socioeconómica d e la A m érica independiente fue el distinto
sentido que comenzó a tener la propiedad de la tierra. Sin que este
proceso haya alterado el papel central que tenía la agricultura en la
política económ ica estadounidense, en los años que precedieron y que

47 U . S. Census Burcau, Historical Statistics. . , cit., p. 14.


48 Loe. cit.
i0 D . N orth, L ’industrializzazione degli S ta ti U niti, en Storia economiza
di Cambridge, vol. V I: la rivoulzione industríale e i suoi sviluppi, T urin,
1974, p. 738.
50 F. W. Taussig: T h e tarif ¡history of the U nited States, Nueva York,
1914, p. 28.
01 J. í'. Jameson, La rivoluzione americana come m ovim ento sociale, Bo­
lonia, 1976, p. 97.
I A ERA JA C K S O N IA N A 149

Siguieron in m ed ia ta m e n te a la revolución, asistim os a la disolución del


l'.nm latifu n d io y al aflo jam ien to d e las relaciones que existían entre
lu fuerza de tra b ajo de los jornaleros y la p ro p ied ad latifundista.
Es necesario d estacar cóm o en el periodo colonial la propiedad de
lu tierra en A m érica se h a b ía estru ctu rad o según el m odelo económ ico
ilum inante en In g la te rra , es d ecir el sistem a d e la g ran propiedad. E n
*■1 estado de N u ev a Y ork, en Pensilvania y en M ary la n d , así com o en
Virginia y en las colonias del sur, h ab ía pro p iedades de miles de acres;
i’ii el estado de N u ev a Y ork, p o r ejem plo, m ás d e dos m illones y m edio
il<; acres eran p ro p ied ad de u n as pocas fam ilias, y en 1769 cinco sex­
tas p artes de los h a b itan tes del W estchester C oun try vivían en los
Confines de g randes propiedades. H u b o u n tiem po en que la sola p ro ­
piedad de F a irfa x en V irg in ia ten ía seis m illones d e acres, y la de L o rd
](JrandvilIe, en C aro lin a del N o rte, ab a rc a b a la tercera p a rte de to d a
i,la colonia.sí Estas enorm es p ropiedades e ra n cultivadas con el tra b ajo
í ilc asalariados y con el d e los esclavos.
H u bo distintos factores q u e cam biaron p ro fu n d a m e n te este orden
económico. E n p rim er lu g a r las disposiciones que regían la ocupación
ile nuevas tierras; se abrogó la o rd en an za real de 1763 que prohibía
la colonización y la d onación de tierras p o r p a rte del gobierno, m ás
«llá de los m ontes A llegheny. Lo m ism o sucedió con el Q uebec A ct de
1774, q u e im p ed ía la expansión h a c ia occidente.
E n segundo lugar, en la m ay o r p a rte d e las colonias desaparecieron
las leyes q u e im ponían a los colonos u n a tasa p o r cad a acre de terreno
poseído en beneficio de la c o ro n a y del p ro p ietario de la provincia.53
Pero lo q u e m ás afectó al antiguó sistema de p ro p ied ad fueron las
grandes confiscaciones que, en general, al final de la guerra, el poder
legislativo decretó sobre las posesiones de los T ories. E n el estado de
N ueva Y ork, p o r ejem plo, se confiscó en 1782 u n a extensión territorial
que h a b ía p ertenecido a los antiguos realistas, que se v a lu ab a en dos
millones y m edio de dólares, y en Pensilvania se confiscó la propiedad
entera de Penn, que se estim aba en u n m illón de libras esterlinas.54
Las tierras expropiadas se vendieron después a pequeños pro p ieta­
rios en extensiones que g eneralm ente no su peraban los 1 500 acres. Al
mismo tiem po, p a ra h acer fren te a los créditos de g u e rra que iban siem­
pre en au m en to , varios estados v en d iero n a pequeños propietarios las
vastas tie rra s ‘estatales.
P a ra cam b iar la geografía social de la p ro p ied ad , concurrió ta m ­
bién, en p a rte , la abrogación de antiguas leyes de tipo m edieval que
hab ían sido im puestas p o r In g la te rra , cómo el derecho de prirnogeni-
G- Ib id ., pp. 59-60.
1,3 Ib id ., pp. 62-63.
« Ib id ., p. 66.
150 LA IN V E N C IÓ N P E N IT E N C IA R IA : LA EX PER IEN C IA 1>E EE<

tu ra y las limitaciones al fraccionam iento de la propiedad de la tien


El Jefferson A ct de 1776 liberó de los fideicomisos al menos las ti1
cuartas partes de las propiedades de V irginia.60 T odo esto tuvo corf
resultado fundam ental u n a redistribución m ás dem ocrática de la pr
piedad de la tierra (el derecho de voto estaba condicionado a s
propietario de tie rra s), pero tam bién provocó u n vasto proceso de m
vilidad social. El cambio en la distribución de la tierra transformó
m ucha gente en propietarios, pero tam bién estratos im portantes (
ex colonos, que habían estado trabajan d o como braceros en los grai
des latifundios, fueron obligados o convencidos a abandonar las árei
originales en que habían vivido y trasladarse a nuevas tierras inculta
E n los viejos estados asistimos en efecto a amplios fenómenos ni
gratorios hacia el altiplano de las zonas occidentales; éste había sid
antes la etap a interm edia que precedía la inm igración hacia las mor
tañas Allegheny. En 1791 las regiones al occidente de las montañi
tenían ya u n a num erosa población; ya se h abían realizado las cond
ciones necesarias p a ra que com enzara la gran “carrera hacia el nuev
y lejano oeste” .00 E n este periodo desaparece casi com pletam ente
vieja legislación colonial con tra la inm igración: el ideal prim itivo c
la com unidad territorialm ente estable q u ed a así definitivam ente ií
fringido.
C ontem poráneam ente con la disgregación del viejo orden ec.onóin
co-territorial, el periodo posrevolucionario se caracteriza por la rápid
form ación de grandes patrim onios individuales, derivados no ya de 1
tierra sino de las enormes ganancias que se conseguían en algunas act
vidades comerciales. 1
Los sectores más im portantes de esta lucrativa actividad fueroij
por u n lado, el comercio de esclavos y, por el otro, la im portación dj
m anufacturas del extrem o O riente con el que las colonias de Américl
nunca habían tenido contacto directo. El comercio de esclavos, sobn
todo p a ra los estados del sur, era u n a necesidad económica provocad!!
por la constante y casi endém ica carencia de fuerza de trabajo y pon
el alto costo de la m ano de obra.57 D u ran te la revolución, las dificuK
tades de la navegación y las repetidas incursiones de los ejércitos d<]
invasión, h abían reducido, si no interrum pido, la “inm igración” de gen**
te d e color. C on el advenim iento de la paz la fuerte dem anda di]
fuerza, de trab ajo reactivó el comercio de esclavos.

55 Ib id ., p. 68.
50 Ib id ., p. 74.
87 H . C onrad y J. R. Meycr, “T he cconomic of si a ver y in the antebcllum
south, en Journa lof Political Economy, 1958, vol. l x v i , núm, 2, pp. 95-130;
P. S. Foner, Business and slavery: the Neui Y ork mcrchants and the irrepressi»
ble conflict, Chapel Ilill, 1941.
I.A ERA JA C K S O N IA N A 151

Las ganancias del comercio con O riente, en especial el comercio


ilu artículos de lujo, cada vez más difíciles de conseguir en un m er­
cado que no podía tener contactos con Inglaterra, eran exorbitantes.
¡]ameson cu en ta que cargam entos de vasos de vidrio, im portados de
*¡¡la M auricio por menos de 1 000 dólares, se vendían en Estados
[Unidos en m ás de 12 000. L a im portación de café de la In d ia podía
-rendir ganancias de trescientos o cuatrocientos por ciento.-,lf!
Después de la revolución se abrogaron tam bién las Actas de nave­
gación con los cuales la m adre p atria había monopolizado el comercio
Con las colonias, abriendo así nuevas vías al comercio. Por ejemplo,
la exportación de tabaco a F rancia, España y H o landa se comienza a
hacer directam ente a través de las posesiones que estos países te­
nían en las Indias Occidentales. Nace, así, en este periodo, junto a
las grandes concentraciones de capital, u n a v erdadera clase m ercan­
til, que si todavía no tiene la capacidad em presarial y las costumbres
de la burguesía, es ya sum am ente hábil p a ra com erciar y tiene una
gran sensibilidad p a ra los negocios.
En este periodo la actividad m an u factu rera es, esencialmente, de
tipo doméstico-artesanal. E n las pequeñas com unidades aisladas y dis­
persas en el continente existía, en efecto, u n a rudim entaria división
de trabajo, con u n a cantidad de productores locales que cubren pe­
queños m ercados locales autosuficientes. É sta era una actividad d e­
term inada por las necesidades de u n a econom ía autárquica, sin gran
preocupación por buena p arte de la población.50
En cad a fam ilia — recuerda Jam eson— se renovó el uso d e la rueca, y
hasta los m ás ricos se vestían con telas caseras. L as com petencias en el h i­
lado, cu la casa de los vecinos, de m anufacturas com unes, eran u n excelente
m edio p a ra desahogar el a rd o r patriótico. E n 1769 las im portaciones d e
In glaterra de las colonias del n o rte b ajaron h asta casi una tercera p arte
de lo que habían sido en 1768. P o r eso se revocaron todos los im puestos,
menos el d el té. En la cerem onia d e graduación d e H arv a rd de 1770, los
estudiantes qu e se recibían se presentaron en toga de paño negro, de con­
fección norteam ericana.1'0

L a presencia económ icam ente relevante y en am plia escala de la


m anufactura, era pues u n fenóm eno com pletam ente m arginal. Pero
ya en este periodo es posible individuar algunas, si bien lim itadas
excepciones, sobre todo en el sector de transportación de las m aterias
prim as localmente disponibles. L a producción resource-oriented es por
68 J- F' Jameson, L a rivoluzione americana come movim enlo sociale cit.,
p. 104.
59 D . N orth, L ’industrializzazione degli Sta ti U niti, p. 737.
00 J- F. Jameson, L a rivoluzione americana come m ovim ento sociale cit.,
J>. 87.
152 LA IN V E N C IÓ N P E N IT E N C IA R IA : LA E X PER IEN C IA DE E E U lI

eso c.1 aspecto más significativo: la construcción de barcos represente!


el ejem plo más notable d a d a la enorm e riqueza forestal, sin que lí
vaya a la zaga la industria de la m olienda y la industria de la m a­
dera.01 1
El p u n to nodal de la explicación de este retraso en el despegua
industrial está esencialmente ligado a la escasez de m ano de obra y]
al consiguiente alto costo de la fuerza de trabajo; y es por esta razón,1!
en efecto, que los capitales disponibles, todavía limitados, se dedi-'
carón más bien a operaciones comerciales o especulativas conectadas1
con el tráfico m arítim o. ,■ !
L a situación cambió u n tanto por el em bargo con que Jefferson'
lim itó en 1807 el comercio con el extranjero, po r 'el tem or de que
Estados U nidos se viera envuelto en la guerra europea; esta m edida 1
causó u n a grave depresión sobre todo en el sector comercial. A laj
fuerte reducción del comercio de exportación se añadió, en conse­
cuencia, tam bién el de las im portaciones, sobre todo en la ram a textil. 1
El inevitable aum ento de precios abrió nuevas posibilidades de pro-i
ducción en el ram o textil ni bien com enzaron a utilizarse los capita-1
les que antes se h abían dedicado al comercio de exportación.
E n esta contingencia política otros sectores de la actividad rnanu-.
facturera se desarrollaron con gran rapidez, tratando de sacar ventaja
de la p ausa obligada en la im portación d e m anufacturas. L a crisis
económ ica que siguió a 1814 — consecuencia de la abolición del em
bargo y de la im posibilidad de resitir la com petencia de la produc
ción ex tran jera— obligó al gobierno central de los Estados U nidos a
im poner u n a política proteccionista a través del establecimiento dfc
altos aranceles a las m ercancías im portadas. L a crisis tuvo, sin em­
bargo, u n efecto saludable: las cláusulas tarifarias devinieron una
protección eficaz en presencia de u n a b aja del precio de las telaí
más usuales.
i
L a depresión — com o observa N o rth — fue el banco de prueba de las p ri­
m eras tentativas industriales norteam ericanas [ . . . ] Al recom enzar el auge,
en los inicios de los años veinte, las m anufacturas que hab ían logrado sor-i
tear la crisis sirvieron de base al desarrollo g rad ual que debía a rrib a r a
la econom ía industrializada d e 1860.62

Podemos a ñ a d ir — sintetizando lo que hemos venido diciendo— que


la base del futuro desarrollo industrial deberá ser ubicada en el em er­
ger, en el periodo posrevolucionario, d e algunas constantes estructu­
rales, tales como:
61 N. N orth, L ’industrialhzazionc degli Stati U nili cit., p. 737.
o* I b i d p. 739.
(A liltA JA C K S O N IA N A 153

1] U n a distinta redistribución de la propiedad de la tierra y el


uinsiguiente delineam iento de u n vasto proceso de movilidad social.
2J L a endém ica escasez de fuerza de trab ajo y la consiguiente de-
Irm iinaeión de un nivel alto de salarios; razón esta que obligará a
U fu tura organización industrial a 1a utilización de capitales más
grandes, si los compararnos en paridad de condiciones de producción
m u los que se invirtieron en esa época en E uropa.
|i 3] L a concentración, en poco tiempo, de grandes capitales, debido
[#l comercio m arítim o.
4] L a presencia de grandes riquezas naturales y en general de b a­
jos costos en el aprovecham iento de las m aterias primas.

/>] El despegue industrial (1820-1860)

Kn la d écada 1320-1830 el sector m anufacturero de los estados del


noreste se consolidó en u n a vasta serie de sectores; en la década si­
guiente, el crecimiento económico, todavía tutelado por aranceles
proteccionistas, tuvo u n increm ento acelerado. E n 1845, el censo in­
dustrial de M assachusetts arro jab a u n a producción valuada en
124 749 457 dólares, frente a los 86 282 616 dólares de la valuación
de 1837.63 E n el quinquenio 1844-1349 la tasa de crecimiento de la
producción norteam ericana — a precios constantes— fue de 68.3(/ o .0i
lin 1860, los Estados U nidos eran ya el segundo país industrializado
del m undo.
E n 1820, la población u rb an a era algo superior al medio millón,
en 1830 se había triplicado, y en 1860 se hab ía más que decuplicado
(exactam ente: 6 216 5 1 8 ), m ientras que d u ran te el mismo lapso la
población ru ral sólo se m ultiplicó p o r tres.®5 El fenómeno de concen­
tración u rb an a fue enorme. L a industria que utilizaba los recursos
disponibles, influyó sobre el tipo de urbanización: el noreste, com ­
prendido los estados que se encuentran algo m ás al sur y que limitan
con el A tlántico, contaba en 1850 con más de la m itad de la plan ta
industrial; y en 1860, con el 71% .““

0:1 J. P. Bigelow, iStalistical tablas: exhibiting the condition and producís


of certain branch.es of industry in Massachusetts, for year ending april 1, 1837,
Boston, 1838; D. Francis, Stalistical Information relating to certain branch.is
of industry in manufactures for the year ending ju ne 1, ¡S55, Boston, 1956.
04 R . Gallm an, “Commodity output, 1839-1899” , en Trends in the American
Economy in the N ineteenth Century, Studies in Incom e and W ealth, vol. xxiv,
Priceton, 1961, tabla A-5, p. 56.
06 U . S. Censas Bureau, Historical Statlstics. . . cit., p. 14.
®c D. N orlh, L ‘industrializzazione degli Stati U niti, p. 742.
154 I.A IN V E N C IÓ N P E N IT E N C IA R IA : LA EX PER IEN C IA D E E E U 'jj

El sector de p u n ta de este excepcional economical growth fue la]


industria textil. E n 1831 las industrias de algodón eran 795 y el valor]
global de la producción giraba alrededor de los 32 millones de dó-j
lares; en 1860 los establecimientos del sector eran ya 1091, capaces]
de p roducir por u n valor de 115 700 000 dólares.07
L a im portancia de la producción general del sector textil es eco-f
nóm icam ente dem ostrable; este tipo de elaboración jugó, en efecto,’
un papel estratégico p ara el enlace “h acia arriba” y “hacia abajo” con
otro tipo de m anufacturas: p o r u n lado, la del vestido, y por el otro
la de las m áquinas utensilios.08
E n 1860 el sector industrial más im portante e ra el del algodón,,
que utilizaba 114 955 obreros y ocupaba tam bién el prim er lugar en;
la gradación en base al valor agregado que resultaba igual al 50%
del valor de toda la producción;"" p o r utilización de fu e r/a de tra­
bajo le seguía el sector del vestido, con 114 800 empleados, y en tercer1
lugar el sector de m áquinas utensilios y productos de la lana, qu&
conjuntam ente dab an trab ajo a 80 000 obreros.70 i
Gom o ya dijimos, el gran increm ento de la producción textil y
actividades afines a ella se debió, en parte, al empleo masivo de capi­
tales y a la utilización ca d a vez más intensiva de m áquinas (sobro
todo el telar m ecánico). Este proceso — dependiente tam bién de la
renovación tecnológica— sólo se pudo desarrollar en gran escala des­
pués de 1830.
Fueron luego los enlaces “hacia arrib a” , con la m aquinaria textil;
los que jugaron u n papel esencial en la actividad m anufacturera y los
que llevaron la econom ía norteam ericana a los prim eros lugares de
la producción m undial.
E n efecto, observa G ibb:

L a fabricación de m aquinaria textil p arece h ab er sido en A m érica la in­


d ustria pesada m ás im p o rtan te, que ocupó el prim er lugar p or cantidad
y po r valor de su producción en tre todas las industrias que fabricaban pro­
ductos m etálicos. Pero estos d ato s n o d an sin em bargo la m ed id a d e la
im portancia de esta industria. De los establecim ientos y de los talleres de
m aqu inarias textiles salieron los hom bres q u e fueron los instrum entos
de la revolución industrial norteam ericana. D e estos establecim ientos y talleres

67 M . Y. Copeland, T h e cotton m anufacturing industry of the U nited St&


tes, Cam bridge, Mass., 1912, p. 6.
68 V . S. Clark, History of m anufactures in the U nited States, 1860-1914,
vol. u , Nueva York, p. 452.
60 U . S. Gcnsus Office, T h e Eighth Censas: M anufactures of the United
¡States in 1860, W ashington, 1865, pp. 733-742.
70 Ib id ., pp. 733-742
I.A ERA JA C K S O N IA N A 135

salieron directam en te las industrias d e m áquinas utensilios y de locom o­


toras y de una gran v aried ad de productos m enos inm portantes."1

El desarrollo, pues, de los talleres de m aquinarias textiles condicionó


favorablemente la industria norteam ericana en u n doble sentido: por
un lado determ inó un proceso de especialización industrial, al se­
parar la construcción de m aquinaria de la fabricación de las telas,
con la consiguiente reducción de costos; y, p o r el otro, constituyó,
de hecho, u n a im portante fuente de experiencias que influyó sobre
otros tipos de empresas mecánicas.™
A unque en m edida menos im portante, el mismo fenóm eno se dio
en la industria de la lan a y en la del calzado.
Fue así como, hacia 1860, los Estados U nidos tenían ya m ás de
millón y medio de em pleados en la in dustria m anufacturera.73
Este rápido proceso de industrialización, caracterizado por altos
costos del factor trabajo, determ inó u n crecim iento constante del ni­
vel de vida, fenóm eno particularm ente perceptible en el noreste, la
región m ás industrializada. U no de los efectos más significativos
de esta contingencia económ ica fue el notable increm ento de la de­
m anda in tern a; tal expansión del m ercado influyó positivam ente du­
rante u n largo periodo, en la oferta de m anufacturas. Ésta, p a ra hacer
frente a u n a d em anda en expansión, se especializó en las funciones
y determ inó el nacim iento de la producción estandarizada.
E sta favorable situación económ ica fue exam inada cuidadosam ente
por las comisiones inglesas que analizaron la m anu factura estadouni­
dense hacia los años cincuenta.74 L a causa principal de esta am plia­
ción del m ercado fue localizada en el desarrollo de la especialización
tam bién a nivel regional y en el creciente comercio interregional. Por
esta razón la in dustria textil, la del vestido y en general la producción
de bienes de consumo masivo asum en u n carácter racional.75
. 11 G. S. Gibb, T h e Saco-Lowell skops, textile m achinery building in N ew
England, 1813-1849, Cambridge, 1950, p. 179.
72 A. H . Colé, T h e american wool m anufacture, Cambridge, 1926, I, p. 276.
73 U . S. Census Office, T h e eighth census: manufactures of the U nited
States in 1860, pp. 733-742.
74 Estas comisiones inglesas, cuyos informes son la valoración más cui­
dadosa de que disponemos sobre el desarrollo de la industria norteam ericana
antes de la guerra civil, destacan tam bién el alto nivel de riqueza, el robus­
tecimiento numérico absoluto y la tasa de crecimiento de la población. Tales
informes oficiales presentados al parlam ento inglés, se publicaron después con
e l siguiente título: J. W hitw orth y G. W allis, T h e industry of the U nited
States in machinery, manufactures, and useful and ornamental arls, Londres,
1854; ídem, “R eport of the Comíssion of the M achinery of the U nited States” ,
en Parliamentary Papers, 1854-1855.
75 D. N orth, T h e economic growth of the U nited States, 1790-1860, En-
glewood Cliffs, 1961.
156 I.A IN V E N C IÓ N P E N IT E N C IA R IA : ¡LA E X PER IEN C IA D E E E U U

L as reducidas dimensiones del m ercado de trabajo, si por un lado


im pulsaron favorablem ente el empleo de grandes capitales en la pro­
ducción, p o r el otro fueron siem pre u n obstáculo que frenó la poten­
cialidad productiva. E n otras palabras, las altas tasas de inmigración
europea y la notable m ovilidad social que acom pañó el proceso no
lograron n u n c a alcanzar el ritm o del proceso de industrialización.
Aunque esta situación perm anece constante durante el periodo que
estamos estudiando, es posible, con todo, percibir en los años treinta,
aunque sea en form a parcial, procesos internos en el m ercado de tra ­
bajo que aum entan u n tanto la oferta de m ano de obra y, por lo
tanto, increm entan tam bién la capacidad productiva. E n efecto, el
proceso de especialización regional ya indicado subrayó ulteriorm ente
la fractu ra socioeconómica entre los estados del noreste y los del sur.™
El comercio del algodón fue la causa inm ediata de este fenómeno.
L a constante especialización algodonera del sur hizo que los estados
m eridionales p ro du jeran u n a p arte m uy m odesta de otros bienes de
consumo y sobre todo de m áquinas utensilios y auxiliares para su eco-;
nom ía, y así se fueron haciendo cada vez m ás dependientes de la
econom ía m an u factu rera del norte y de la agrícola de los estados del
oeste. Así, los crecientes beneficios que la economía del sur obtenía
de la exportación del algodón, desaparecían en la com pra de bienes y'
servicios. Este proceso aum entaba la dem anda global y por lo tanto
la capacidad productiva de las regiones agrícolas y de las industria­
lizadas, pero hacía al mismo tiem po más dependiente a la economía
esclavista del sur.77
A m ediados del siglo xix, el territorio de los Estados U nidos po­
d ía así dividirse en tres partes, donde florecían tres tipos de sociedad
com pletam ente diferentes: el sur latifundista y esclavista, donde se
producía fundam entalm ente el algodón; el occidente agrícola, carac­
terizado p o r la presencia dom inante de pequeños agricultores libres;
y, en fin, la región del noreste, fuertem ente industrializada. L a clase;
cam pesina que vivía en las fértiles tierras occidentales, tendía, sea
económ ica o culturalm ente, a estar más ligada con los intereses polí­
ticos del sur, con cuya región se hacía el más intenso comercio de
productos agrícolas.73 Las tierras todavía no cultivadas del oeste
atraían, adem ás, a la m ayor p arte de la m ano de obra inm igrante,
sustrayéndola así a la dem anda de fuerza de trabajo de las industrias

7® B. M oore Jr., L e origini sociali della dittatura e della democrazia. Pro-


prietari c contadini nella ¡ormazione del mondo moderno, T u rin , 1969, cap.
iii: “L a guerra civile am ericana: l’ultim a rivoluzione capitalisíica” , p. 126.
77 B. Moorn Jr., Le origini sociali. . . cit., p. 128.
78 P. W. Gates, T h e farme.rs a ge: agriculture 1815-1860, Nueva York,
1962, p. 143; D. N orth, Economic grow th. . . cit., pp. 67-68.
LA ERA JA C K S O N IA N A 157

del noreste. El intento político del capital del norte p a ra rom per el
cerco económico en que se encontraba acorralado de hecho, determ i­
nó profundos cambios sociales y la radicalización del choque de los
intereses políticos-económicos entre sur y norte que llevó después a
la guerra civil.79
E ntre el final de las guerras napoleónicas y la iniciación de la
guerra civil, el oeste se desarrolló, después de ser tierra de pioneros,
hasta llegar al nivel de agricultura m ercantil. Ila s ta finales de la dé­
cada de los treinta, la m ayor p arte del exceso de producción agrícola
se m andó al sur p ara alim entar la econom ía m ás especializada de esta
zona. L a situación cambió con el desarrollo industrial del este y el
aum ento de dem anda de productos agrícolas del oeste. Esta especia­
lización de la economía del oeste y su relación con el norte llevó a la
producción de estos estados a presentarse en el nuevo m ercado con
precios competitivos respecto de la economía agrícola todavía flore­
ciente en estas zonas industrializadas. Esto llegó a ser desventajoso
para la agricultura de New E ngland — en la m edida en que los pro­
ductos del oeste se hicieron c a d a vez más baratos gracias, en parte,
a la reducción de los fletes— y provocó u n flujo constante de pobla­
ción cam pesina hacia la industria, increm entando así en form a no­
table la o ferta de m ano de obra asalariada.80
Esta situación favoreció en form a notable al capital industrial,
sin suprim ir, por esto, el problem a crucial de u n a m ano de obra d e
costo elevado, sobre todo si se com para con la paga que los tra b a ja ­
dores del viejo m undo tenían en esa época.

L a diferente densidad com parativa del viejo y del nuevo país — observan
con agudeza los comisarios ingleses enviados p o r el gobierno de Londres
para an alizar la situación económ ica de la ex colonia— explica probable­
m ente las actitudes tan distintas con las que se recibe el aum ento de las
m aquinarias en Inglaterra y en Estados U nidos. A quí, los obreros saludan
con satisfacción cualquier m ejora m ecánica, cuya im portancia, por librarlos
de la fatiga a la que están som etidos los trab ajad o res m enos calificados,
son capaces de com prender y de apreciar.81

7a B. Moorc Jr., Le origini. xociali della dittalura. . . cit., pp. 14-3-144.


so D. N orth, L ’industrializzczionc degli Sta ti U niti cit., p. 750
B1 W hitworth Wallis, Industry of the U nited S ta te s .. . cit., Prefacio, p. vin.
150 LA IN V E N C IÓ N P E N IT E N C IA R IA : LA E X PER IEN C IA DE E E U 'J,

III. PROCESOS DISGRF.GATIVOS Y NUEVA POLÍTICA DE CONTROL


s o c i a l : l a h i p ó t e s i s INSTITUCIONAL

E ntre los efectos más im portantes de esta profun d a transform ación


económ ica de los Estados U nidos en la prim era m itad del siglo xrx
se deben señalar la em ergencia de u n a nueva composición de las cla­
ses sociales y el determ inarse de vastos procesos disgregativos del viejo
orden sociocultural de tipo colonial; y frente a estos cambios, una
valoración distinta del orden social, adem ás de u n a consideración,
ya política, del problem a del control de las clases m arginales.
E n el origen de este cam bio del m odo de considerar los proble­
m as sociales está la pro fu n d a convicción, com ún entonces, de la pecu­
liarid ad estructural del proceso que estaba sucediendo. Esta concepción
— alim entada en buena p arte por el optim ism o con que se veía el
fu tu ro de la N ueva R epública—, al destacar la originalidad del uni­
verso social en que se vivía, negaba resueltam ente la posibilidad de
q u e experiencias pasadas o realidades de otros países pudieran, de al­
gún m odo, resolver los problem as que estaban surgiendo.
L a euforia que surgía de la conciencia de estar “viviendo una
¡realidad d istinta”, la voluntad polém ica de estigm atizar los nuevos
c inconm ensurables horizontes que en ese tiem po se abrían al joven
estado, agudizaron la conciencia crítica de la cu ltu ra norteam ericana]
en el análisis de su p ropia realidad social. E n esta perspectiva, tanto la
luch a contra el pauperism o cuanto la voluntad de derrotar la cri­
m in alid ad fueron, p or u n lado, vividos como justos movimientos de
oposición a la vieja herencia del periodo colonial, ligados, en reali- \
dad, con el viejo m undo, y p o r el otro, como problem as que se podían
resolver en el nuevo contexto económico.
El cambio es significativo y ra d ic a l: los fenómenos ligados a los
procesos de m arginalización social, en vez de considerarse como efec- :
tos inevitables de la convivencia h u m an a se com ienzan a interpretar
como problem as políticos, es decir como problem as que podían y,
m ás aún, debían encontrar u n a solución positiva. E sta íntim a y di- j
fu n d id a convicción se basaba en la seguridad — como ya dijim os—
de que se estaba en presencia de u n a situación económ ica favorable
y quizás in é d ita : el bienestar y la prosperidad estaban al alcance de
todos.

En este país —se afirmaba con entusiasmo— el trabajo de tres días puede
dar para vivir una semana entera, mientras que en Europa el trabajo de una
I.A ERA JA C K S O N IA N A 159

i «emana es apenas suficiente p a ra el m antenim iento d e la fam ilia d e un


■laborioso obrero o cam pesino.82

,De esta prem isa se sigue necesariam ente q ue:

[ . . . ] en un país en d on d e el trab ajo se paga al doble, donde todos los


bienes necesarios son abundantes y baratos no debería h ab er ningún peligro
para q u e u n individuo decidido debiera sufrir.88 t

L a m ism a abundancia de tierras fértiles todavía no colonizadas, con­


validaba la opinión de la época sobre la posibilidad de d errotar de­
finitivam ente al pauperism o. E n 1819, C adw alleder Colden, alcalde
de N ueva York, podía afirm ar:

La situación no es ni p ued e ser d u ran te m ucho tiem po com parada con la de


In glaterra [ . . . ] M ientras tengam os m illones d e acres de terreno sin cul­
tivar es im posible que una p a rte d e nuestra población p ueda sufrir p o r falta
fie trab ajo .84

I.a visión optim ista de u n inm inente futuro de riqueza y prosperidad


para todos no conocía excepciones; esta tensión ideal cim entaba, así,
Jos esfuerzos políticos que se hacían en la lucha contra la indigencia
y la pobreza, con la seguridad, siempre viva, de la victoria.

El pueblo de los Estados U nidos — se afirm aba— ya se liberó de la m iseria


de E uropa; h a llegado el m om ento de luchar del m ejo r y m ás rápido m odo
posible p ara q ue se libere d e su pobreza.85

Las comisiones de encuesta, que en la d écada de 1920-1930 se cons­


tituyeron p ara estudiar e inform ar a los cuerpos legislativos sobre el
(pauperismo en los estados de la Confederación, anim ados con los
ideales antes descritos, m uy a su pesar tuvieron que com probar u n a
isituación m uy distinta de la hipótesis de la que habían partido: los
(Estados U nidos eran u n país con u n a densidad relativam ente alta
de pobres.
L a comisión dirigida p o r Yates calculó que en 1822, en el estado
de N ueva York — cjue contaba entonces con un millón trescientos mil

82 L a observación está tom ada del famoso informe de Yates (1824) al p ar­
lam ento de Nueva York. El texto del informe definitivo se puede consultar
en el N ew York Senittc Journal, 1824.
83 Del informe Yates.
84 N .Y.S.P.P ., Second A nnual Rejiort, N ueva York, 1819, Apéndice, p. 6.
85 T . Sedgvvick, Public and prívete economy, parte i, Nueva York, 1836,
p. 95.
160 LA IN V E N C IÓ N P E N IT E N C IA R IA : LA E X P E R IE N C IA D E E E U l

habitantes— 22 111 pobres recibían distintas form as de asistencia, coi


u n costo superior a los 250 000 dólares.80 L a comisión Q uincv, a sv
vez, registró que. sólo en la ciudad de Boston se daba asistencia a 6 000
personas cada año.87 L a situación e ra parecida en los centros pequeJ
ñor. y tam bién en el cam po. ,
L a causa del fenóm eno, al menos h asta la década de 1930, es fácil
de encontrarse: los amplios procesos de m ovilidad social interna, e)
abandono masivo del latifundio por p arte de los braceros p a ra irse
a l oeste, las tasas crecientes de inm igración, no lograron encontrar,]
en el corto plazo, u n a salida ocupacional como fuerza de trabajo in?1
dustrial. En otras palabras, en un prim er m om ento, la manufactura]
y la fábrica no estuvieron en condiciones de absorber completamente;:
la m ano de obra disponible. Se h a calculado que en la época db'
Jackson solamente el 5 % de la población activa tenía trabajo estable
en la industria.88
P or o tra p arte, en el periodo inicial del proceso de acumulación^
la econom ía estadounidense se presenta todavía como esencialmente:
agrícola y el nivel salarial de la m ano de o b ra braceril es claram ente
inferior al de la m ano de obra industrial.
Evidentem ente, éstas no fueron las conclusiones a las que llegaron
las comisiones de encuesta de este tiempo. El esfuerzo analítico para
detectar las causas del fenóm eno que se estudiaba, en un país rico
y necesitado de fuerza de trabajo, siguió el mismo esquema interpre­
tativo que en los siglos precedentes se hab ía utilizado en E uropa para
en ten d er el fenómeno de las clases m arginales. E n efecto, la conclu­
sión a la que se llega es la m ism a: si la situación económica es capaz
d e sum inistrar pleno empleo, la causa principal del pauperism o no
puede ser sino de naturaleza individual.
Se rom pe así, definitivam ente, la antigua consideración social del
pobre, típica de la época colonial; se comienza a hablar de pauperis­
m o culpable (pauper) y no culpable (p o o r), y m ás en general de la
responsabilidad subjetiva del estatus de indigente y necesitado.
Sin em bargo, en la aceptación del m om ento volunlarístico y respon­
sabilizante del “ser pobre” — m om ento este que condicionará una
postura “p unitiva” ¡jara resolver el problem a— es necesario recono­
cer que, aunque inconscientemente, el análisis de la época fue capaz
de recoger los procesos sociales degenerativos derivados de los fenó­
menos económicos del m om ento; os decir, captaron los efectos que

,l> Véase nota 82.


#v Del informe Q uincy al parlam ento de Massachusetts, en Massachusetts
G eneral Commitee on Pauper Laws, Rcport of the Comm itee, 1D21.
88 S. Lebergott, M anpower in economic groiuth: the American record fine*
1800, N ueva York, 1964, p. 188.
I.A JtUA JA.CK SOK IA NA 161

Un) rápido proceso de industrialización y de desm oronam iento de la


neja composición político-cultural tuvieron en el com portam iento so-
<mi de capas cada vez más am plias de la población.
El tem a del pauperism o es ligado estrecham ente con el problem a
iii¡ la conducta desviada y crim inal; y esta conexión tenderá a per-
mmne.cer constante en el futuro.

b is datos oficiales dem uestran — según la conclusión d e la “Association


Iftr Im proving th e G ondition of th e P oor” d e N ueva Y ork— que la m ayor
lu rte de los pobres de la ciu d ad y del estado lo son po r indolencia o por
In intem perancia en el uso de bebidas alcohólicas o p or otros vicios [ . . . ]
IIí«y poca m iseria entre nosotros q u e no se deba a esas causas.89

I'il tem a del alcoholismo com o causa p rim aria de los procesos de des­
integración social es recurrente en los docum entos de la época; se
jista c a con obstinación su conexión con la indigencia económica (más
bien con la absoluta ausencia de “voluntad” y de “am or” al tra ­
bajo) .
L o que es cierto es que el fenóm eno del uso desmedido y masivo
¡leí alcohol alcanzó niveles elevadísimos, sobre todo entre la población
íijue vivió en las prim eras grandes concentraciones urbanas.

J as resultados de atentas investigaciones d em uestran que los obreros de


w ui ciudad — reza una encuesta d e la “ Association fo r Im proving th e Gon-
’ilition of the Poor”— gastan sumas im p o rtan tes en alcohol [ . . . ] E n la
Jiludad hay un a taberna p o r cada dieciocho fam ilias, pero en los barrios
imputares se llega a encontrar u n lugar donde se vende alcohol p o r cad a
tinco o diez fam ilias.00

lista observación la confirm a u n médico, el cual afim a, con estadís­


ticas en la m ano, que el 90% de los internos de la almshouse deben
Ponsiderarse alcohólicos.91
Las invectivas moralizantes contra el vicio de la bebida —verda­
dero flagelo de las clases subalternas— se acom pañaba de otras afir­
maciones que atribuían el fenóm eno de depauperización del proleta­
riado urbano al descuido, a la falta de atención, y a la falta del hábito
dei ahorro.92

Kíl New York Association for Improving the Condition of the Poor, T hirte-
entk A nnual R eport, Nueva York, 1856, p. 36.
00 New York Association for Im proving the Condition of the Poor, Vourte-
i'iith A nn ual R eport, N ueva York, 1857, p. 16.
nl New York Almshouse Comniissioncr, A n n v a l Report for 2848, Nueva
York. 1849, p. 86.
D. Rothm an, T he discovery o¡ asylum. . . cit., p. 164.
162 LA IN V E N C IÓ N P E N IT E N C IA R IA : LA EX PER IEN C IA DF. EEO'

E n esta perspectiva, el problem a de la presencia de am plias capa


m arginales entre las clases menos pudientes, se atribuye, directa '<
indirectam ente, a u n a actitu d culpable y por lo tanto condenable
L a difusión de esta distinta conciencia del problem a destruye com
pletam ente la concepción que la cu ltu ra norteam ericana colonial ha
bía tenido del sentido del pauperism o. T odo el sistema del poor-relit
prerrevolucionario se fu n d ab a en u n a visión en la que estaba ausent
la percepción política del problem a de la pobreza y la valorización
m oral del m ismo; la convicción de que la presencia del indigente erJ
u n fenóm eno natu ral y necesario de la vida social había desarrolla­
do un sistema de asistencia fundado en el socorro de tipo caritativo <
individual (Household y neightbor relief). Es claro, por lo tanto, qu<
en el m om ento en que se com ienza a atrib u ir a la pobreza un origen
“vicioso” — léase: no q uerer trab ajar— , autom áticam ente el sistema
con que la sociedad colonial había respondido al problem a entró en
crisis.
D e hecho, en los comienzos de los años veinte, y en adelante1
siempre do m anera m ás enérgica, el sistema asistencial colonial fue
objeto de violentas criticas. El razonam iento en contra del viejo siste«
m a era, d ad a la prem isa, consecuente: si el estado de indigencia gol;
peaba los estratos sociales degenerados p o r el alcohol y por la pereza,
el socorro caritativo no podía sino aum en tar las causas del fenómeno,
induciendo a la población que recibía la asistencia y el socorro a
confiar más en la generosidad y benevolencia de la colectividad que!
en sus propias fuerzas y capacidad de trabajo. i
L a alternativa operativa en que esta perspectiva era propuesta noj
podía sino orientarse en sentido unívoco: la abolición progresiva del
sistema asistencial privado y su sustitución progresiva por el socorro
publico (public relief) acom pañado del trabajo obligatorio. Las viejas
poorhoitses, workhouses, almshouses fueron p or lo tanto revitalizadas;
había u n nuevo interés p o r estas instituciones que h asta entonces no
habían representado u n a verdadera alternativa del sistema de control
social vigente. L a propuesta institucional, o sea la propuesta del in­
ternam iento forzoso de las masas de pobres, ociosos y vagabundos
en estas instituciones donde la adm inistración pública debía encar­
garse de su educación por medio del trabajo, se hizo cada vez más
la alternativa real.
Así, la propuesta institucional — o sea. el privilegiar el momento
del internam iento— se hizo en la A m érica de la prim era m itad del
siglo xix, la característica de toda la política de control social. La
elección segregativa, originariam ente circunscrita a la solución del
problem a del pauperism o, se dilató progresivam ente v como por con-
I\ KRA JA C K S O N IA N A 163

luj'io, hasta llegar a ser el m odelo paradigm ático en la lucha en contra


ile lodas las form as sociales de desviación.
El problem a de los vagrant children y de los destitute orphans
luí: de los prim eros que se afrontaron con la clara conciencia de su
dependencia causal del estado de desintegración social de las lower
ilnssas y en p articular con la profunda crisis de la institución fam iliar
¡lií lipo p atriarcal.93 Se consideraba como serio peligro la posibilidad
ile que estas masas juveniles desbandadas pudieran, con el tiempo,
innverlirse en criminales. L a respuesta a esta am enaza fue tam bién el
liilernamiento obligatorio: la jarm -school, la escuela-fábrica organi-
/..ula sobre el modelo de la workhouse se ofrece así como la institución
mlccuada p a ra la ju v en tu d .04
Así tam bién — aunque con características específicas— se consi­
deró el problem a de las enferm edades m entales. El pu n to de apoyo
fie toda la discusión político-científica sobre el origen de la locura en
l.i época jacksoniana presenta interesantes analogías con el interés,
[Milonccs dom inante, de situar las distintas form as de “desorden so­
cial” — en este caso, la enferm edad m ental— en el interior de los
procesos económicos del nuevo estado. Superada críticam ente la expli­
cación original del “disturbio psíquico” como fenóm eno diabólico o,
ííli sus form as más refinadas, como aspecto inevitable de u n a p a­
tología, anatóm icam ente perceptible, de la m ente, la locura se reía-
dona con el proceso m ás vasto de la erosión de la prim itiva coesión
uncial.95 Los desórdenes m entales — aclaraba E. Javis— 08 son parte del
¡irccio que tenemos que p a g a r a la civilización. P. Earle a su vez
(üieguraba que e ra posible dem ostrar u n constante paralelism o entre

03 L a literatura sobre el origen histórico en A m érica del childcare es muy


t k a ; entre los muchos ensayos véase H . Folks, T h e care of destitute, neglacted
iinií delinquent children, Albany, 1900; H . T hurston, T h e dependent child,
Nueva York, 1930; R. S. Pickett, H ouse of refuse: origins of juvenile rejorm
in New York State, 1815-1857, Syracuse, N. Y., 1969; M. K atz, T h e irony of
ftirly school reform, Cambridge, Mass., 1968; R. Bremmer, Children and youth
í» America, Cam bridge, Mass., 1970, vol. i.
01 D . R othm an, T h e discovery of asylum. . . cit., p. 170.
U!i Sobre el modo específico cómo se interpretó la locura en la nueva re-
Jil'ililica, y más en general sobre la reconstrucción histórica de la reacción so-
dfil institucional y segregativa del world of insane, véase A. D cutsch, T h e
lenlally ill in America: a history of their care and trealm ent, Nueva York,
1949; N. D ain, Concepts of insanity in the U nited States, 1789-1865, New
Itmnswick, 1964; R. C aplan, Psychiatry and the com m unity in nineteenth
eentury Am erica, Nueva York, 1969; M. D. Altschule, R oots of modern Psy­
chiatry: essays in the history of psychiatry, Nueva Y ork, 1957.
*M* E. Javis, Causes of insanity: an address delivered befóte the Norfolk,
Massachusetts, District M edical Society, Boston, 1851, p. 17.
164 LA IN V E N C IÓ N P E N IT E N C IA R IA : LA E X P E R IE N C IA DE P.KU

el progreso de la sociedad y el aum ento de casos de locura.97 Y ést


— se afirm aba— era la razón principal de las tasas relativam ente el(
vadas de locura en el nuevo m undo.88 ,
I
En este país —explicaba todavía E. Javis en una conferencia médica dad
en Massachusetls—, donde ningún hijo está obligado necesariamente
seguir el trabajo o la ocupación del padre, sino que todas las oportunidad!
de trabajo, de ganancia y de éxito están abiertas a quien quiera compr<
meterse con decisión, y donde todos son invitados a subir a la liza par
sacar lo que puedan ganar en la lucha, es inevitable que la ambición llev
a algunos a aspirar a cosas que están lejos de su alcance y a luchar po
cosas más allá de lo que pueden tener [ . . , ] Como resultado final, su
capacidades mentales se ven sometidas a una tensión excesiva, su actividai
de trabajo se toma agitación [ . . . ] y sus mentes se doblan y llegan a li
opresión de este peso desproporcionado.8*
, • .
El análisis de las causas rem otas de la enferm edad m ental se púa
tualiza cada vez m ás: el proceso cíclico del fenóm eno inflacionaria
I
1
los riesgos de la especulación, la innovación de técnicas comerciale
e industriales, en cuanto qu e hacen precaria la vida económica, au<
m entan las tensiones, que inevitablem ente repercuten en el nivel psl
cológico particularm ente entre los sujetos m ás “ expuestos” y los má
“frágiles” .100
Por otra parte, los mecanismos tradicionales de nivelación de lo
conflictos — se afirm a— 101 están obsoletos; no se puede tener ya nin
guna confianza ni en la religión ni en la familia. Las confesiones ro
ligiosas, igual que la institución familiar, sufren u n a p ro funda crisii
de autoridad, sobre todo entre la clase o brera urbana, y no dan, poi
lo tanto, ninguna garantía de poder operar como instrumentos efl<
cientes de socialización y de control social. El hecho de que esta)
instituciones estén en ese estado de desm oronam iento, les quita e
papel que habían antes tenido, es decir el de asistir y de cuidar al eni
fermo m ental.
C om o se ve, el esquem a argum entativo es análogo, en este casa,
al que encontram os con motivo de la crítica que en ese entonces sd
hacía respecto del sistema colonial ele “socorro” caritativo e indivi*
dual al pobre y al joven desviado y abandonado. L a solución tampoco

9T O . Earle, A n address on psychologic medicine, U tica, N. Y., 1867, p. 1Si


08 G. Howe, “ Insanity in M assachusctts”, en North Am erican Review¡
1843, núm . 56, p. 6. '<
90 E. Javis, Causes o¡ in s a n ity ... cit., p. 14.
100 E. Javis, “O n the supposed increase of insanity, en American Journal,
of Insanity, 1852, p. 34.
101 I. Ray, M ental hygiene, Boston, 1963, pp. 259-261.
lA ER A J A C K S O N I A N A 165

r:i distinta de la que ya conocemos: la necesidad de que sea la au­


toridad pública la que, de m anera exclusiva, se ocupe del problem a
iIr las desviaciones mentales. L a solución final, en la práctica, es la
Jiiisrna: la internación, la segregación en un a institución especial.102
ba solución tiene u n a justificación ideológica irrebatible: si la locura
<"i el resultado de ciertas contradicciones sociales, es absurdo pensar
<|uc se puede elim inar o siquiera detener, m anteniendo al enferm o en
rl am biente que es la causa segura del fenómeno que se quiere corn-
lu lir,103 El objetivo de. fondo es explícito: sólo erradicando del con-
Irxto social al producto inconsciente del “desorden” que es la locura,
notamente apartándolo a u n m undo donde reinen las reglas óptim as
ili! la vida social (jerarquía, disciplina, trabajo, oración) ten d rá po­
sibilidades de “ curarse”, de “reeducarse”.
p No es distinta — dentro de las características que le son propias—
iii historia de las nuevas form as de lucha en contra de la desviación
jiijcial del crimen, y en particular la m ism a “invención” de la cárcel.

* ,
JV, EL NACIMIENTO DE LA PENITENCIARIA:
M
DE WALNUT STREET JAIL A LA PRISION DE AUBURN

í,n situación norteam ericana de fines del siglo xvm , con relación al
problema del control social de la crim inalidad, hab ía perm anecido,
n i cierto sentido, parecida a la de la época colonial, aunque la nueva
tcalidad socio-económica h ab ía hecho profundam ente obsoleto el vie-
|i> sitsema de represión.
í El jail había conservado su finalidad prim itiva de cárcel preven­
tiva, pero el control que se basaba en la house of correction o (con
,n| nombre que se le d ab a debido a su función) workhouse, había cam-
liliido m ucho. Y a dijim os cómo, surgida en u n principio de acuerdo
<un el m odelo europeo, la workhouse o house of correction servía
pura que los pequeños transgresores de la ley (fellons) purgaran su
pena; de hecho, con el tiempo, se transform ó tam bién en lugar de re­
clusión p a ra ociosos y vagabundos; más adelante se utilizó tam bién
rumo hospedaje obligatorio para los “pobres residentes” y en ocasio­
ne!) como cárcel para los deudores.
Desde el pun to de vista teórico, dentro de la institución debería
luiljer reinado la disciplina del trabajo, con el fin de im poner, por la
Jucr/a — im itando la práctica dom inante en E uropa— , el proceso

102 Véase nota 95.


103 D. R othm an, T h e discovery os a sylu m .. . cit., p. 129
166 LA IN V E N C IÓ N P E N IT E N C IA R IA : L A E X P E R IE N C IA D E EEU

d e reeducación o p o rtu n o p a ra fo rm a r al futu ro proletariado. E n 1


p rá c tic a colonial — com o ya vimos— esta fin alid ad se descuidó com]
p le ta m e n te ; la m ism a obligación d e tra b a jo forzoso que debía —a
m enos en las declaraciones— caracterizar el sistem a penal de las work\
housesj no se diferenció sustancialm ente del sistem a de em pleo di
la fuerza d e trab ajo en las poorhouses: o sea u n trab ajo que calcabil
el m odelo productivo d e la g ran fam ilia colonial.
C on el advenim iento del sistema de producción m anufacturen)
y con los vastos procesos de transform ación social que acom pañaroi1
el m om ento de la acum ulación capitalista, el tra b a jo forzado de tipfl
agrícola, q u e to d av ía se eje c u ta b a en esas instituciones, resultaba cadi
ve/, m ás anacrónico. E n razón, sobre todo, de las dificultades técnica^
y económ icas p a ra in tro d u c ir a través de las m áquinas un sistem a d<
tra b a jo com petitivo respecto del que d o m in ab a en el m u n d o de lü
libre p roducción entonces d om inante, la house o f correction asumid
c a d a vez m ás la función atíp ica de institución carcelaria, o sea a
papel de u n universo segregativo en el que se in tern ab an , con fine
exclusivam ente punitivos, aquellos condonados que no e ra n acreedore
a o tra clase de sanciones.
E sta transform ación de la “ casa de corrección” traía , com o con
secuencia directa, la dism inución progresiva de la finalidad origina,
de reeducación p o r el trab ajo , au n q u e este perm aneció en form a
antieconóm icas de tra b a jo m a n u a l de tipo repetitivo, sin el auxili(
de m áquinas. P o r eso m ism o la institución perdió to d a dimensióf
económ ica y se convirtió en algo gravoso p a ra la adm inistración. Estal
preocupaciones de tipo financiero e ra n sentidas fuertem ente entre lo|
ad m inistradores del “ nuevo m u n d o ” .,ot 1
P o r o tra p arte, el originario sistem a colonial de asistencia fui*
d a d o en el socorro caritativ o ( household y neightbor relief) establ
d efinitiv am en te en crisis. E n efecto, con la abolición progresiva de
sistem a asistencial p riv ad o sin intern am ien to y p otenciam iento alten
n ativ o del public relief a través de la obligación a tra b a ja r, la pr<*
p uesta institucional — o sea el privilegiar el m om ento de la interna1
ción— llegó a ser la n o ta característica de la política de control so'
cial. Así, la segregación, o rig in ariam en te circunscrita a la soluciói
d el pauperism o, se dilató progresivam ente: el efecto inm ediato y di­
re c to fue el aum ento sin control de la población in tern ad a.
L a situación global, al final del siglo xvm , ap arecía asi contradio
to ria y no m u y d istin ta de aquella descrita a la vez p o r H ow ard eí
In g la te rra : las cárceles p ro p iam en te dichas — nos referim os a lal
104 II. E. Barnes, T h e evolulion o f penology in Pennsylvania, In d ian ip o ü l
1927, pp. 63ss.; !•'. Lewj?, T h e devclopm ent of A m erican prisons and fnisoti
costum s, 1776-1845, Albany, 1922, pp. 5 !íj.
I A EKA JA C K S O N IA N A 167

hiils com o instituciones de detención p reventiva— vacías o casi vacías,


y las houses of correction o w orkhouses ab a rro ta d as p o r u n a población
tío lo m ás heterogénea (pequeños transgresores de leyes penales, ver­
duleros crim inales p a ra los que la ley no p rev eía p e n a corporal, viola­
dores de las leyes de inm igración, pobres n o residentes del lugar, ne-
i('sitados de la región, e tc .).
L a contradicción fu n d a m e n ta l estribaba así en esta p a ra d o ja : en
in m edida en que a u m e n ta b a la presencia institucional como eje d e la
política del control social, al m ism o tiem po, p o r razones objetivas
libadas al proceso económico, se desvanecía en la p rá ctica la función de
irad ap tació n social que se deb ería h ab er realizado en esas instituciones
ICoii el trab ajo obligatorio y productivo. Y en este m om ento, in evita­
blem ente, el in ternam ien to se transform ó en p e n a p ro piam ente d icha,
)‘n la que el aspecto de te rro r e intim idación tom ó definitivam ente la
delantera sobre la inicia! fin alid ad reeducativa.
> P ara in te n ta r resolver este problem a la fan tasía refo rm ad o ra del
¡joven estado n orteam ericano encontró, en la p o lítica d e control so-
L'ial, su “invención” m ás o rig in al: la p en iten ciaría ( penitentiary
¡ystem ).
E n la últim a d écad a del siglo x v n i la caren cia endém ica de fuer-
2,1 de tra b a jo pasó p o r u n a situación m uy fav orable; la violenta red is­
tribución de la p ro pied ad de la tie rra h a b ía desencadenado u n vasto
'proceso de m ovilidad social in te rn a que, a c o m p a ñ ad a d e un índice
íiicmpre creciente de inm igración europea, h a b ía perm itido, p o r el
liajo costo de las m aterias prim as, u n ven tajoso em pleo de capitales
la naciente m a n u fa c tu ra. •
Q u izá ésta sea la razón fu n d am en tal que condicionó en u n sentido
particu lar la solución del p ro b lem a d e la antieconom icidad, del sistem a
«le las workhouses. E l déficit crónico que d ebían e n fre n ta r las ad m i­
nistraciones locales en la conducción do estas instituciones se de-
liia a dos razones: el alto costo de la vigilancia y la no prod u ctiv id ad
fiel trab ajo de los internados. L as soluciones posibles eran p o r lo
tanto, abstractam en te, dos: en c o n tra r u n sistem a m ás económ ico de
funcionam iento, o bien a u m e n ta r la p ro d u ctiv id a d del tra b a jo
<le la institución.
En el periodo que estam os exam inando se d a preferencia a la p ri­
mera a lte rn a tiv a .105 L a ev en tu alid ad de a u m e n ta r la p ro d uctividad
<lel tra b a jo h u b iera co m p o rtad o necesariam ente la inversión de g ra n ­
. des capitales (privados o públicos) p a ra in d u strializar el proceso la ­
' Ij o ral de los internados. E sta solución no fue vista con buenos ojos,

f 105 G. Riischc v O. K ifchhoim nr. P uniskm ent and social structure, N ueva
1 York, 1963, pp. (27.™.
, !
16» LA IN V E N C IO N P E N IT E N C IA R IA ; LA E X P E R IE N C IA DE ElSUl^

p o r la sencilla razón d e que la relativ a disponibilidad de fuerza d$


tra b a jo hacía m ás provechosa la inversión de capital en el rnercai
d o libre. i
E sta sencilla valoración económ ica — seguram ente presente y eij
ocasiones explícita en las explicaciones de los mism os protagonista^
d e la refo rm a carcelaria— fue aco m p añ ad a, adem ás, de u n a serie da
consideraciones de índole p u ra m e n te ético-social.
L as sectas cu áq u eras fueron, u n a vez m ás, las protagonistas dfl
esta significativa “ revolución” en el sector de la política crim inal. <
E n 1787 se fu n d ó la. “ P h ilad clp h ia Society fo r the Alleviatinjj
the M iseries of Public Prisons” ; la ten d en cia m oral y el fin clarai
m e n te filantrópico d e los asociados aparecen de m a n era evidente efl
la m ism a a c ta constitu tiv a de la sociedad: ;

Cuando consideramos —se afirma en el preámbulo— que los deberes d<


caridad que se fundan en los preceptos y los ejemplos del Fundador de la
Cristiandad no se pueden cancelar por los pecados y los delitos de miesi
tros hermanos los criminales [ . . . ] todo esto nos lleva a extender nuestra
compasión a esta parte de la humanidad que es esclava de estas miseriasi
Con humanidad se deben prevenir sus sufrimientos inútiles [...] y se deber]
descubrir y sugerir las formas de castigo que puedan —en vez de perp»
tuar el vicio— ser instrumentos para conducir a nuestros hermanos dcl
error a la virtud y a la felicidad.10® i
j
F u e o b ra d e esta sociedad filan tró p ica y su c o n tin u a e incisiva ape«
lación a la opinión p ú b lica lo que hizo que la a u to rid a d com ena/ara
a m overse en 1790 p a ra re a liz a r- la institución en la que “el aisla­
m ien to en u n a celda, la o ración y la abstinencia to tal de bebidas al*
cohólicas d ebían crear los m edios p a r a salvar a ta n ta s c ria tu ra s infe!
lices” .107 C on u n a ley se ordenó así la construcción de un edificio
celular en el ja rd ín in terio r de la cárcel (p reventiva) de W alnul
Street, p a ra el solitary c o n fm m c n t de los condenados, m ien tras que
Ja construcción que y a existía debía seguir funcionando com o cárcel
p rev en tiv a.’08
C o n la m ism a disposición legislativa se decidió que las au torida­
des d e la cárcel de W a lm u t S treet recibieran en la m ism a construc«
ción tam b ién a los in tern ad o s d e las workhouses de otras ciudades de!
estad o de Pensilvania, h a sta q u e se construyeran cárceles del misme

100 C itad o p o r H . E, Barnes, T h e evolution of penology in Pennsylvanitt


rit., p . 82.
10* Ib id ., p. 90.
108 B. M e Kelwey, A m erica n prisons: a study in A m erican social history¡
N ueva Jersey, 19fi8, p. 6.
J.A ERA JACKSONIANA 169

tipo en otros lugares. Esto no sucedió n u n c a , p o r lo cual el sistem a


penitenciario de F iladelfia se im puso, desde el. principio, como “ p e­
n ite n c ia ría estatal” y n o m unicipal. L a situación no cam bió n i si­
q u iera cuando se im itó la experiencia de F iladelfia en otros estados,
siem pre con las m ism as dim ensiones y en el m ism o nivel: en 1796
en N ew gate, en el estado de N ueva Y o rk ; en 1804- en C harleston,
del estado de M assachusetts, y en B altim ore, en M a ry lan d ; en 1803 en
W indsor, en el estado de V e rm o n t.109
L a estru ctu ra de esta fo rm a de p u rg a r la p e n a se fundaba en el
aislam iento celular de los internados, en la obligación al silencio, en
la m editación y en la oración. Por m edio d e este sistem a se reducían
drásticam ente los gastos de vigilancia, y este rígido estado de segre­
gación individual n e g ab a a priori la posibilidad d e in troducir u n a
organización de tipo in d u stria l en las prisiones.110
Este proyecto — es o p o rtu n o tenerlo en cu en ta— no era com ple­
tam ente o riginal: ya “la M aison de F orcé” belga y el m odelo del
“ P anopticon” de B en th am 111 — que se aplicó parcialm ente en In g la ­
te rra — prean u n ciab an claram en te la in tro d u cción de la cárcel de
tipo celular. El aspecto ideológico que sostiene este proyecto es d e fá ­
cil identificación: esta estru ctu ra edilicia satisface las exigencias
de cu alq u ier institución en la q u e se necesite “tener personas b ajo
vigilancia” 112 y p o r lo ta n to n o sólo cárceles sino tam bién casas de
trabajo, fábricas, hospitales, lazaretos y escuelas.
E l m olesto p roblem a de los altos costos adm inistrativos se resolvió
en p a rte , y ésta es u n a de las razones de la rá p id a difusión d e este
m odelo de ejecución en los distintos estados de A m érica.
L as preocupaciones de tipo económ ico a q u í descritas en co n traro n ,

Ibid., p. 7.
na H . E. Barnes, T h e repression of crim e, N ueva York, 1926, pp. 2 9 « .;
O . F. Leváis, T h e developm ent o f A m erican prisons and prison costums, 1776-
lf¡45, pp. 4 3 « .; Kelwey, A m erican prisons, a study in A m erican social history,
pp. 4 « . •
1,1 J. B entham , Panopticon (1 7 8 7 ), e n T h e W orks of ] . B entham , vol. iv,
N ueva Y ork, 1962.
112 J . B entham , P anopticon, citado del subtítulo. A este propósito M . F o u ­
cault a p u n ta con agudeza, en u n a encuesta lan za d a p o r la revista Pro Justitia
(1973, núms. 3 y 4, p. 7 ) : “ Le rüvc de B entham , le Panopticon, oú u n scul
¡ndividu p ou rrait surveiller to u t le m onde, c’est au fond, le riv e, ou p lú to t,
un des reves de la bourgeoisie (parce q u ’clle a beaucoup des reves” ) [El sueño
<1(5 B entham , el P anopticon, d o n d e un solo individuo p o d ría v igilar a todo
inundo, es en el fondo, el sueño o, más bien, u n o de los sueños de la bu rg u e­
s a (porque la burguesía h a soñado m ucho)].
170 LA IN V E N C IÓ N P E N IT E N C IA R IA : LA E X P E R IE N C IA D ü E E U U

a nivel ideológico, su sublim ación en las form ulaciones m ás radicales


del pensam iento protestan te, lo que es relativ am en te com prensible si­
guiendo el análisis w eberiano. L a observación tiene im p o rtan cia; en
.efecto, es útil com p ren d er la indiscutible buena fe que caracterizó
a l fan atism o con el que determ in ad as creencias religiosas fu ero n lú­
cida y despiad ad am en te realizadas en la organización de la cárcel
de tip o filadelfiano. N o se pued e pen sar en que alg ú n tipo de per­
p lejid ad h a b ía ofuscado la m en te de estos reform adores, convencidos
como estab an de que el solitary co n fin m en t podía resolver todo p ro ­
blem a p en iten ciario ; im pedía la prom iscuidad entre los detenidos,
que se consideraba u n fa c to r crim inógeno de efecto desastroso, ade­
m ás d e prom over — p o r el aislam iento y el silencio— el proceso psico­
lógico de introspección que se ju zg ab a el vehículo m ás eficaz p a ra la
regeneración.113 A dem ás de estas razones, im p orta no despreciar la so­
lución global que se daba, de este m odo, al pro b lem a del tra b a jo :
en el sistem a de in tern am ien to celular, en efecto, el sistem a del em ­
pleo de la fuerza de tra b a jo carcelaria n o podía ser sino necesaria­
m ente antieconóm ico en razón de su carácter artesanal. Por o tra parte,
el tra b a jo no tenía,, ni siquiera teóricam ente, función económ ica
alg u n a ; p o r el co ntrario, e ra in te rp re ta d o com o u n instrum ento p u ra ­
m ente terapéutico.
E l inform e del “Board of In sp ecto r” de 1837 en el estado de N ue­
va Jersey llegó a la conclusión de que el sistem a filadelfiano e ra sin
d u d a a lg u n a el m ás h u m a n o y civilizado de todos los conocidos, a
pesar de que la realid ad m o strab a u n a u m en to de la tasa de suicidios
y de locura com o consecuencia d irecta de este sistem a d e reclusión.
L a crisis definitiva del sistem a de F iladelfia no se operó p o r ra­
zones h u m an itarias, que q uizá n o faltaro n , sino p o r u n im portante
cam bio en el m ercado de tra b a jo . E n los prim eros años del siglo xix,
A m érica conoció — com o ya vim os— u n increm ento m uy im portante
de dem anda, d e trab ajo , m ás intensa, p o r ejem plo, que la que se pre­
sentó en E u ro p a d u ra n te el m ercantilism o. L a im portación de escla­
vos se h a c ía cad a vez m ás difícil a causa de la nueva legislación,
m ientras la conquista de nuevos territorios y la rá p id a industrializa­
ción determ in aro n u n vacío en el m ercado de trab ajo , q u e no se podía
llenar con los índices crecientes de n a ta lid a d y de inm igración: el
efecto m ás inm ediato fue u n m uy im p o rtan te aum ento del nivel de
salarios, nivel que ya desde antes h ab ía sido im portante.
L a escasez de fuerza de tra b a jo d eterm inó, entre las consecuencias

113 P a ra un análisis de la organización de la p enitenciaría del tipo fila-


dclfiano, véase adem ás la P arte i i , f 3, a.
I,A ERA JACKSONIANA 171

más im portantes en el cam po social, u n a nueva consideración políti­


ca de los estratos m arginales de la sociedad. Se comenzó a considerar
como esencialmente “distintas” las razones de fondo que caracteriza­
ban la “cuestión crim inal” en los estados de A m érica respecto del
viejo continente: p o r ejemplo, el nivel más bajo de los índices de cri­
m inalidad. Se llegó a la convicción de que las posibilidades de encon­
trar fácilm ente trabajo bien retribuido reducían en A m érica las
ocasiones de com eter crímenes contra la p ropiedad: la reincidencia
misma se dism inuía p o r la necesidad en que se estaba de ofrecer tra ­
bajo a los ex convictos. Se puede entender fácilm ente que en esta
discusión se hicieron cada vez m ás insistentes — sobre todo por parte
de los adm inistradores responsables de la justicia penal— las acusa­
ciones en contra del sistema penitenciario vigente, que a través de la
realización del solitary confinm ent no sólo privaba al m ercado de
fuerza de trabajo sino que tam bién, con la imposición de un trabajo
antieconómico, deform aba a los in te rn a d o s,. reduciendo en ellos la
capacidad de trabajo que ya tenían. Estas críticas y reservas de fondo
en contra del sistema penitenciario celular no difieren m ucho de las
que en su tiempo se form ularon en E uropa p a ra oponerse al exter­
minio de la fuerza de trabajo a través de la “legislación sanguinaria”
en contra de los ociosos y vagabundos.
P or estas razones se comenzó a introducir —m ejor, a reintrodu-
cir— el trabajo productivo en las cárceles; pero, en un prim er m o­
mento, se m antuvo sin cam bio el sistema de aislamiento, viciando
así toda la experiencia.114 O bligar a los internados a trab ajar en las
propias celdas era u n obstáculo insuperable p a ra introducir la orga­
nización m anufacturera, las m áquinas y el com m on work. En otras
palabras, este intento de cam bio no hacía m ás que repetir la co ntra­
dicción económica que había sido la causa principal de la desaparición
tlel trabajo en las ivorkhouses o houses o[ correction. O bligar a los
presos a u n trabajo en que la fuerza física jugaba el papel fu nda­
m ental no podía servir p a ra superar la dificultad que se había diag­
nosticado: la cárcel seguía siendo u n a inversión im productiva al no
poder com petir con la producción externa, al mismo tiem po que
no educaba en los presos la habilidad y capacidad profesionales nece­
sarias en los obreros modernos.
El prim er intento razonable de organización penal capaz de supe­
rar estas contradicciones se experim entó, p o r prim era vez, en la pe­
nitenciaría de A uburn — de allí el nom bre de sistema de A u b u rn — ,
que en ese tiempo, por la difusión de que gozó, llegó a ser sinónimo
de adm inistración penitenciaria norteam ericana.
114 Kelwey, American prisons, p. 9 ; O . F. Lewis, T h e development o f
American prisons and prison customs, p. 77.
172 LA IN V E N C IÓ N P E N IT E N C IA R IA : LA EXPER1ILNC1A 1)E E E U V V

Este nuevo “sistema penitenciario” se basaba en dos criterios fu n -l


dam entales: el solitary confinm ent du ran te la noche y el comrnon
w ork d uran te el día.115 E l principio del solitary confinm ent mantuvOj
en cierta m edida, g ran influencia sobre esta m odalidad, m anteniendo
la obligación del silencio absoluto (a veces al sistema de A uburn se lo
designa como silent system) p a ra evitar contacto entre los internados1
y obligarlos a m editar, justificándolo después con motivos atribui­
dos tanto a la disciplina como a la educación en general. 1
L a originalidad del nuevo sistema consistía esencialmente en l a '
introducción de un tipo de trabajo de estructura análoga a la e n to n -:
ces dom inante en la fábrica. A este resultado se llegó progresiva-!
m en te: al principio — como tendrem os oportunidad de exam inar de­
talladam ente en el parágrafo siguiente— se perm itió a capitalistas
p riv a d o s. tom ar en concesión la cárcel mism a, con posibilidad de
transform arla, a costa suya, en fábrica; después, se siguió un esquema
de tipo contractual en el cual la organización institucional estaba en
m anos de la autoridad adm inistrativa, perm aneciendo a su vez bajo
dirección del em presario el trabajo y la venta de la producción. En
u n a fase ulterior la em presa privada se limitó a colocar la producción
en el m ercado. E sta ú ltim a fase m arcó el m om ento de la total indus­
trialización carcelaria.11® Pero la peculiaridad de este tipo de organi­
zación no se limitó al sector económico sino que abarcó fenómenos
como la educación, la disciplina y las modalidades en el tratamiento
m ism o: efectos todos de la presencia del “ trab ajo productivo” en eí
cum plim iento de las sentencias.
L a disciplina, p or ejem plo, cam bió radicalm ente; las causas de!
fenóm eno son fácilm ente detectables: en p rim er lugar, el mismo
trabajo productivo — que im ponía reglas necesarias de interacción en­
tre los reos determ inando los tiem pos y los modos mismos del trabajo
obrero— sustituyó, de hecho, la disciplina fu n d ad a en la simple vi­
gilancia por la disciplina interna de la organización del trabajo. En
segundo lugar, rápidam ente se vio qu e era m ás fácil estim ular a
los internados p ara que trabajasen a través de la expectativa de “privi­
legios” que p o r m edio de la am enaza de “castigos” .
Es en este segundo sentido que se estructura un tipo de ejecución
penal en el que por d etrás de la p an talla ideológica del tratam iento
que finalizaba con la reeducación del delincuente se hacía de la capa-

115 P ara la organización interna de la cárcel de este tipo, véase la Parte n


f 3, b.
116 Véase el J 5 de la Parte i: “ Las formas de la explotación y la po­
lítica del trabajo carcelario” .
l,A F.RA JA C K S O N IA N A 173

ciclad laboral el p arám etro real de la buena conducta.117 En este cri­


terio se inspiró, p o r ejemplo, la com m utation, según la cual los reos
condenados a penas de m ás de cinco años de reclusión podían ob­
tener p o r buena conducta h asta u n a c u a rta parte de reducción en la
]>ena. Siempre con el criterio fundam ental de la actitud que tenía
el reo p a ra aprender nuevas técnicas de trab ajo , se comenzó a distin­
guir entre internados p o r “condena breve” y los de “condena larga”,
destinando estos últimos a instituciones especiales donde el trab ajo
estaba organizado en form a m ás productiva, aun si era necesario p ara
rilo u n m ayor grado de habilidad, y p o r lo tanto u n tiem po más
largo de entrenam iento.11® Por el mismo m otivo, aunque en otro sen­
tido, se encuentran críticas en contra de las sentencias breves que se
consideran contrarias a las posibilidades de educación, y sobre todo
improductivas.
Pero, el objetivo m ás im portante que se alcanzó por medio de la
introducción del trab ajo productivo en las cárceles fue la posibilidad
—m antenida d u ran te todo el siglo x tx — de ab atir los costos de pro­
ducción de algunos sectores industriales, poniendo así — a través de
la com petencia— u n tope al aum ento del nivel salarial.

V. LAS FORMAS DE EXPLOTACION Y LA POLÍTICA


DEL TRABAJO CARCELARIO

D urante el periodo que hemos estado considerando, el sistema peni­


tenciario norteam ericano desarrolló ■—aunque en algunos aspectos
sólo superficialm ente— las distintas form as de utilización-explotación
del trab ajo carcelario, que constituirán, h asta nuestros días, las líneas
conductoras de la política económica penitenciaria.119 Si el aspecto
central de esta política se p u d o realizar plenam ente en Am érica sólo
en los prim eros años del siglo x x — con la intervención program ada
dcl estado en la econom ía y la activa participación de las organiza­
ciones de la clase obrera con tra el empleo privado de la fuerza de tra­

117 T . Selling, “C om m utation of sentence”, en Encyclopedia of Social Scien­


ces, iv, pp. 108-109.
11S I-I. E. Barnes, T h e repression of crime cit., pp. 272-273.
119 Las obras más im portantes, por la riqueza de la documentación y por
la extensión con que la tratan , sobre el tem a convict labor politics, en la
América dcl siglo xix, son: H . G. M ohler, “ Convict labor policies” , en Journal
of American Institule of Criminal Law and Criminology, 1924-1925, vol. 15,
pp. 530-597; II. T . Jackson, “ Prison labor” , en Journal of American Instituí*
of Criminal Law and Criminology, 1927-1928, vol. 15, pp. 218-268.
174 LA IN V E N C IO N P E N IT E N C IA R IA : LA E X P E R IE N C IA DE E E U U

bajo carcelario— es significativo destacar cómo, desde la época an­


terior a la guerra civil, o sea en el m om ento del surgimiento y
form ación del estado capitalista, el tem a del convict em ploym ent
fue el centro de im portantes polémicas.
E n el m om ento en que nos disponemos a considerar críticam ente
los proyectos político-económicos que em ergían respecto del tem a del
trabajo carcelario, parece oportuno realizar antes algunas considera­
ciones de tipo general con el fin de valorizar las constantes estructu­
rales que en u n análisis histórico-retrospectivo perm iten distinguir los
aspectos reales y no ideológicos del problem a.
Prescindiendo de la voluntad reform adora, siempre presente en
esa época, que pretendía transform ar la penitenciaría en u n a em­
presa productiva, de hacer del convict labor u n economical business¡
de hecho ra ra vez esta finalidad pudo realizarse en el periodo que
consideramos.
L a alternancia de distintos sistemas de producción carcelaria, de.
mismo m odo que las fórm ulas jurídicas distintas con las que se justi­
fica la utilización de la fuerza de trabajo internada, hay que interpre­
tarlas como intentos o proyectos p a ra m odificar (redefinir) el uni­
verso institucional sobre el modelo económico-productivo entonces
dom inante en el m ercado libre (léase: m anufactura, fábrica).
El sucederse de estos distintos intentos —verdaderas "invenciones”
jurídicas— si no encuentra el éxito esperado desde el punto de vista
de la producción, no por eso incide menos en la form a de la práctica
penitenciaria, transform ando, así, en los hechos, el modelo de ejecu
ción carcelaria. El trabajo penitenciario encontrará asi modelos dirigi­
dos m ás a la creación de “sujetos virtuales” , tal corno son necesarios
para el m ercado de libre com petencia, que a la producción, económi­
cam ente ventajosa, de m ercancías.
El tem a de la retribución, del salario clel preso-obrero, conserva,
en este periodo, u n a pro fu n d a am bigüedad. Estos términos se mane-j
ja n en u n a acepción jurídicam ente im propia, en cuanto que n o 1
existe ninguna relación de proporcionalidad ni con la productividad!
desarrollada por el internado, ni con el nivel de salario que impera]
en el m orcado libre. í
L a introducción de esta variante ele la participación económica;
del preso-obrero tiene como fin indirecto im poner al detenido la for­
m a m oral del salario como condición de la propia existencia. j

E l salario p o r el tra b ajo carcelario no retribuye una prestación; funciona;


m ás bien com o una m áquina de transform ación individual; es una ficción1
jurídica, porque este (el salario) no representa la “ libre cesión” de fuerza;
Í I A ERA JA C K S O N IA K A 175

de trab ajo sino que es un instrum ento que da eficacia a las técnicas de
corrección.120

Los sistemas principales de em pleo de la fuerza de trabajo carcelario


conocidos en A m érica fueron los siguientes: 1] Public account; 2]
Contract; 3j Piece-price; 4] Leasej 5] Stateuse; 6] Public works. L a
lectura de estos “modelos” (cad a uno de los cuales tuvo, tanto en sí
mismo, como en conexión con los otros, u n a am plia variedad de m o ­
dalidades y formulaciones) se puede facilitar teniendo presente que
cada uno representa el compromiso de instancias aun sintéticas
que, contingentem ente a las particulares situaciones económico-polí­
ticas externas, en aquel p articu lar sistema jurídico se realizaban. Las
variables principales que condicionaron el predom inio de un sistema
jurídico sobre los otros, fueron:
i] L a presión de la clase em presarial — p a ra doblegar las dem an­
das del trabajo— p a ra utilizar el trabajo penitenciario como tope
en. la espiral de los salario^
; n] L a resistencia de las organizaciones de la clase obrera contra
el empleo de la m ano de obra carcelaria en los sectores en que la
producción penitenciaria se insertaba, con precios competitivos, en
el m ercado.
, iii ] Las dificultades económicas que tenían las adm inistraciones
para industrializar el proceso productivo en la cárcel.
> iv] E l predom inio — en relación a la situación económico-geográ­
fica— de u n a economía esencial o principalm ente agrícola, m anufac­
turera o industrial.
v] E n dependencia de estas razones “objetivas” , la em ergencia
de actitudes “hum anitarias” y “filantrópicas” falsam ente progresistas,
interesadas en afirm ar la naturaleza esencialmente reeducativa y m e­
dicinal de la pena carcelaria y por ello vigorosam ente opuestas a la
explotación de la fuerza de trabajo internada en m anos de empresas
privadas.
Los sistemas norm ativos ya mencionados se despliegan asi en un
“arco d e posiciones” fácilm ente individualizables, dependiendo de
la fuerza m ayor o m enor de las variables que acabamos de enum erar.
En las antípodas de esto encontrarnos dos “situaciones” com pletam en­
te “invertidas” :
<z] E l trabajo carcelario está com pletam ente organizado y dirigido
por la administración de la m isma cárcel. A esta situación se sigue
que: 1] la disciplina está com pletam ente en m anos del staff de la pe-

12 ° Michel Foucault, S u m ille r el punir. Naissance de l<¡ prison cit., p. 24G


[p. 246],
176 LA IN V E N C IÓ N PJ'.NITEiNCIARIA: LA EX PER IEN C IA D E EEUUI

nitenciaria; 2] las m anufacturas no se introducen en el m ercado sino*


que son “absorbidas” p o r las adm inistraciones estatales; 3] no existe
“retribución” p a ra la m ano de obra em pleada; 4] el sistema pro­
ductivo es atrasado, poco industrializado, fundam entalm ente m anual,
/>] E l trabajo de la cárcel está organizado por un empresario pri
vado, incluso ‘"fuera” de la institución carcelaria. Las características'
que acom pañan a este sistema son: 1] el m antenim iento y la discipli­
n a de los presos está a cargo totalm ente de la em presa; 2] las m er­
cancías se colocan en el m ercado; 3] el preso-obrero es parcialm ente
“retribuido” ; 4] la producción es económicam ente eficiente y frecuen­
tem ente industrializada.
E ntre estos dos “extremos” se sitúan los otros “modelos” interm e­
dios. E n la lectura esquem ática de los distintos sistemas de utilización
del trab ajo carcelario, en u n prim er m om ento seguiremos el orden,
lógico-sistemático que hemos propuesto, y que en parte contradice el
orden tem poral. E n un segundo m om ento, al hacer el análisis histó~-
rico, restableceremos el “orden real” m om entáneam ente desatendido.;

/] El “m odelo” del state-use system, introducido en la práctica peni­


tenciaria relativam ente tarde, es, de hecho, análogo al sistema de'
trabajo “en econom ía” propio de nuestro ordenam iento (el italia­
n o ).121 T ra ta de evitar las desventajas de la explotación privada de
la m ano de obra penitenciaria, y antes que n a d a los “inconvenientes”;
de la com petencia entre trabajo libre y trabajo carcelario. Las insti­
tuciones penitenciarias producen m anufacturas pero, en vez de lan­
zarlas al m ercado, se “consum en” en la m isma adm inistración carce­
laria o en otras adm inistraciones estatales. ■
Si este sistema tiene la v entaja de n o acarrearse la oposición de
los sindicatos y d e los “m oralistas” que se oponen a la explotación
privada, tiende irrem ediablem ente a reducir el trabajo a un proceso
poco productivo cuando la dem and a de bienes y servicios por parte
de la adm inistración resulta inferior a la oferta.

2] U n a variante particu lar del state-use system es el public-works sys­


tem .122 E n este sistema los internados son utilizados por la adminis-
.ll
121 Además de los autores citados en la nota 11, véase L. CoUins, “The
State-U se system”, en Annals of the American A cadem y of Political and Social
Sciences, 1913, vol. x lv i, pp. 130-141; H . Frayne, “T he State-Use System”,
en Journal of Criminal Law and Criminology (1921), pp. 330-338.
122 S. J. Barrows, “Convict road building” , en Charities, 1908-1909, vol.
xxi, pp. 18 79í.r.; ídem, “Roadm aking as a reform mensure” , en The Survey,
1911, vol. xxvi, pp. 157jj.; H . R. Cooley, “T h e outdoor treatm ent of crime”,
en T he outlook, 1911, vol. xcvii, pp. 403-411; O . R. Geyer, “ Making roads
(.*' 1ÍKA JA C K S O N IA N A I 177
I I ' '
Irución carcelaria p a ra hacer obras públicas fuera de la penitenciaría,
b i n o construir carreteras, vías de ferrocarril o hasta otras cárceles.

i'J| U no de los prim eros sistemas jurídicos de utilización de la fuerza


i Iií trabajo penintenciaria es el public account.1M Por m edio de este
‘linterna la institución carcelaria se convierte en em presa: com pra las
mulerias prim as, organiza el proceso productivo y vende el producto
en el m ercado a los precios convenientes. Así, todas las utilidades
rnnscguidas son apropiadas por el estado, y la disciplina es responsa­
bilidad de las autoridades penitenciarias.
■ liste sistema encontró gran oposición por p arte de la clase obrera;
un se retribuye el trab ajo de los internados y eso perm ite a la adm i­
nistración colocar los bienes en el m ercado a precios totalm ente com­
petitivos. Además, la ausencia en los costos de producción de la
irlribución p o r el trabajo, concede altos m árgenes de ganancia, y de
rMc m odo im pulsa a la adm inistración a n o au m entar la cuota
dcl capital (estructuras, m aquinaria, etc.). El tipo de trab ajo que se
hace en el sistema de public account es por eso “atrasado” (se fa ­
brican cuerdas, sandalias, botas, cepillos, e tc .),
i
7| Un m odelo de utilización de la fuerza de trab ajo poco empleado
el piece-pricc system.™* Con este sistema se intenta conciliar la
presencia de un em presario privado, sin renunciar, p o r parte de la a d ­
ministración, a la im plantación de la disciplina y del trabajo. L a em ­
presa concesionaria está totalm ente excluida de la “vida” del penal;
rl em presario sum inistra sólo la m ateria p rim a y excepcionalmente
luí utensilios y las m áquinas. Recibe después de la adm inistración las
m anufacturas term inadas, pagando el precio pactado por cada pie/a
iroibida. Las m ercancías ingresan a! m ercado y el internado-encar-
i i'lado es “retribuido” a destajo.

| Uno de los modos m ás utilizados p a ra el empleo de la m ano de


ultra carcelaria es el contract system.125 En este sistema los presos son
i'
?
■iiid men”, en Seienti/ic Am erican, 1916, vol. l x x x i , suplemento núm. 2112,
|i|i. 40íkr.; S. Hil!, “Convict labor in the road building” , en T ow n Develop-
m(*nt, 1913, pp. 1 19.rí.
r E. H . Sutherland, Criminology, Nuev:-. York, 1926, pp. 456-457; H . T .
.|>u;kson, Prison labor, pp. 225-226; II. G. M ohler, Convict labor policies cit.,
||, 548.
134 L. N. Robinson, Penology in the U nited States, Filadelfia, pp. 159j.r.;
II. G. M ohler, Convict labor policies cit., p. 551.
r* 125 L. N. Robinson, Penoiogy in the U nited States cit., pp. 1G4».; H . T .
I.'flcsoii, Prison labor cit., pp. 22f>.u. 1
178 ' LA IN V E N C IÓ N P E N IT E N C IA R IA : LA E X PER IEN C IA DE E E í!

■ ■
em pleados en actividades internas de la cárcel pero no en depende)
cia y bajo el control de la adm inistración penitenciaria. E l empresar\
contratante — quien p ag a al estado u n precio determ inado por cad
d ía de trabajo y por preso que em plea— es quien, por m edio de su
empleados, dirige y vigila la producción en los talleres del penal. I
detenido-trabajador queda así sujeto a dos autoridades: a la dista
p lina del trabajo, bajo la dirección del em presario, y a la carcelari|
en el tiempo en que no está trabajando. ■ 1
Bajo este régim en se asiste a u n tipo de “retribución” diaria. L'i
utensilios o las m áquinas son generalm ente sum inistradas por el
nal, m ientras que la m ateria prim a, la organización del trabajo *
la colocación de la m ercancía en el m ercado corren por cuenta di
em presario privado. Este funcionam iento ofrece ventajas económicÉ
innegables p a ra la adm inistración; en efecto: -j
a] la m ano de obra carcelaria se em plea con ganancia; 1 i
¿>] la utilidad p a ra el estado está g arantizada y no está sujetaj
ningún riesgo. Las cárceles que adop tan este sistema de empleo ci
la fuerza de trabajo llegan a reponer hasta el 65% de los gastC
de funcionam iento, m ientras que en el sistema de public account ^
llega cuando más al 32% .1ZG Sin embargo, la explotación del encaj
celado-trabajador inevitablem ente tiende a au m entar hasta nivelj
inaguantables; al mismo tiempo la com petencia entre trabajo libij
y trab ajo carcelario lleva a las organizaciones de la clase o b re ra 1!
lu ch ar p o r la abolición de este sistema ocupacional correetamen^
visto como instrum ento p a ra im poner topes a las dem andas salaríale!
T am bién en esta hipótesis la dimensión reeducativa tiende a suboí
diñarse a las exigencias puram ente productivas, hasta el punto d
destruir, en ocasiones físicamente, la fuerza de trabajo em pleada

6] E l últim o sistema, el m ás im portante y el m ás difundido, es c


leasing system .m A través de este modelo, el estado abdica, temporal
m ente, de la dirección y control de la institución: los internados so:
“confiados” a u n em presario p o r u n periodo acordado y p o r u n a sumí
establecidos. El empresario tiene la obligación de proveer a la ma
nutención y a la disciplina de la población carcelaria de la qué Si

l2e II. C. M ohler, Convict labor policías cit., p. 548.


127 M. N. Goodnow, “ Turpentinc-iinprcssions of the convict camps o
Florida”, en T he Survey, 1915, vol. xxxiv, pp. 103-180; O . F. Lcwis, ‘T h
bright side of Florida penal methods” , en Literary Digest, 1923, vol. L-xxvil
pp. 2 I0 íí.; ídem, “T h e spirit of R aiford-Florida’s substitution for the léase
system”, en T he Survey, 1921, pp. 45-48; P. S. J . Wilson, “Convict camps li
south” , en Proceedings N ational Conference of Charities and Corrections, Bal
timore, 1915, pp. 378jj. 1
I.A ERA JACKSONIANA 179
Ic _ _ _

Imc.e cargo. Tam bién aquí son innegables las ventajas p a ra la adm i­
nistración; en efecto el leasing system resulta el m ás “rem unerativo”
«lu todos: p o r más bajo que sea el precio pagado por el empresario,
lo conseguido en el contrato es ganancia libre de cualquier gasto
pura el estado.
i liste sistema, que se aplicó am pliam ente en los estados del sur, so-
lire todo p a ra hacer tra b a ja r a los presos como braceros en las plan-
liic.ioncs, adem ás de extrem ar la explotación (se asiste a la reaparición
iln las form as m ás brutales de castigos Corporales p a ra los presos-
<ilii'eros reacios a la disciplina y al ritm o de trabajo) genera un pe­
ligroso compromiso entre los órganos judiciales y los intereses em pre-
iiilríales, con la consecuencia de transform ar las condenas cortas en
condenas largas o de duración interm edia.128
i P ara reconstruir la historia de los sistemas de empleo de la fuerza
ili\ trabajo carcelaria en la Am érica de la prim era m itad del siglo x ix
r» preciso ver de nuevo, pero fijándonos ah ora en el aspecto de la
organización del trabajo, la evolución m ism a del sistema penitencia­
rio; es decir, la organización del sistema penitenciario se corta y se
modela sobre las líneas de evolución del trabajo penitenciario. M ejor
iiiin: la historia de la cárcel norteamericana, en sus orígenes, es (ta m ­
bién) la historia de los modelos de empleo de la población internada
i’n ella (con la advertencia de leer el térm ino “modelo de empleo”
lio en clave exclusivamente económica sino tam bién en el sentido de
“modelo de educación y tipo p articular de trab ajo subordinado” ).
• De este m odo se reconfirm a la estrecha dependencia entre el “fue-
in“ y el “dentro” no sólo en general sino en u n a acepción más ca­
lificada y cualificante; exactam ente: entre los procesos económicos
ilc.I/en el m ercado libre de trabajo y la organización penitenciaria. La
lühma contraposición entre el solitary confinm ent y el silent system
(mitre los modelos penitenciarios de Filadelfia y de A uburn) encuen-
Im su propia justificación en el predom inio (económico-social) de la
producción m an ufacturera o de la producción industrial, y m uestra
Inmbién la naturaleza estructuralm ente antinóm ica del empleo misino
ild la fuerza de trabajo carcelaria: el sistema penitenciario que se
Inspira en el solitary confinm ent ,dc hecho ad o p tará el criterio del
jiublic account, m ientras que el que se organiza en torno al sistema
iln silent system se inclinará a su vez por el covtract. Dos sistemas
jiniitenciarios radicalm ente diversos; dos modos diam etralm ente
njiiiestos de explotar la fuerza de trabajo.
L a contraposición entre los dos modelos de ejecución penitenciaria
inicialm ente propuesta con fines pu ram ente expositivos— encuen-

128 H . T . Ja c k so n , Prison labor c it., p . 230.


180 LA IN V E N C IÓ N P E N IT E N C IA R IA : LA E X P E R IE N C IA D E E B l

tra tam bién u lterio r confirm ació n en este sector específico. E n efectt
a] L a cárcel celular filadelfian a p ro p o n e n u ev am en te en ésca(
red u c id a el m odelo ideal (o sea la id e a a b s tra c ta de cóm o debería
organizarse las relaciones d e clase y de p ro d u cció n en el “m ercad o 1
bre” ) de la sociedad b urguesa d el p rim e r capitalism o. E l trab a jo r
debe ser necesariam ente productivo, en c u a n to in stru m en ta l pal
el proyecto entonces hegem ónico, p o rq u e su objetivo fu n d a m e n ta l (
“ tran sfo rm ar” al crim inal en u n “ser su b o rd in a d o ” ; el m odelo virtui
de “su b o rd in ad o ” que el cum plim iento de la p e n a fu n d a d a en (
solitary confinrnent p ro po ne es la del tra b a ja d o r o cu pado en u n a pr4
duc.ción de tipo artesanal, en u n a m a n u fa c tu ra . P a ra este fin la edi
cación p a ra el tra b a jo debe hacerse en u n proceso p ro d u ctiv o esencia’
m ente m an u al, donde el peso del cap ita l fijo es casi inexistente. i
E l sistem a del public account satisface estos requerim ientos; I
organización del trab ajo está com p letam en te a cargo de la adminil
tración p en iten ciaria y ya qu e al n o “ re trib u ir” en m odo alguno (
costo del trab ajo , p uede e n fre n ta r el m ercad o con precios absoluto
m ente com petitivos, sin necesidad de “in d u strializar” el proceso prc
ductivo.
. b] E l m odelo p en iten ciario de A u b u rn p rop on e, p o r el con trark
u n a fo rm a de trab a jo su b o rd in ad a a l de tipo in d u strial. D o n d e rein
el silent system se in tro d u cen las labor saving m achines, el tra b a jo e
com ún, la disciplina de fábrica. El contract system se ofrece, as
com o el m odelo m ás útil p a ra estos fin e s: el em presario ingresa en 1
cárcel, organiza eficientem ente la produ cció n, in d ustrializa los tallerci
retribuye — parcialm en te— el tra b a jo , p ro d u ce m ercancías no m u1
artesanales y procede personalm ente a colocar lo pro d u cid o en el mer
cad o libre. , i
H istóricam ente, sólo en 1796, en la cárcel de N ew gate (Nuevl
Y ork) — que fu n cion ab a con el sistem a de solitary co n fin m en t— , si
in tro d u jo p o r p rim era vez el tra b a jo carcelario en la fo rm a del publiá
account; en 1797 el estado de V irgin ia in tro d u jo en la penitenciaría
de R ich m o n d el m ism o tip o de em pleo de la fu erza de tra b a jo ca n
celaria; en los dos casos se pro d u cían zapatos y botas.129 U n poco des^
pues se abro g aro n en N u ev a Yersey (1799) y en M assachusetts (1802)]
las viejas leyes que im p on ían la obligación a los p arientes y a los supe¡¡
riores de p ro c u ra r tra b a jo a los m enores y a los dependientes preso!
en las houses o f correction;130 c o n tem p o rán eam en te se construyerort
nuevas cárceles p a ra custodia preventiva y algunas p en itenciarías esJ

120 G. Ivés, A history of p enal m ethods, L ondres, 1914, pp. 174.


130 H . C. M ohler, C onvict labor policies cit., p. 556.
1 IA ERA JA C K S O N IA N A 181
I
luíales, en las que se impuso el trabajo bajo la form a del public
iii’count. - ■
\ Este sistema se impuso, inicialm ente, tam bién en la penitenciaría de
Anburn, m ientras que la penitenciaría de Sing-Sing fue edificada en
IH25 po r u n centenar de trabajadores-encarcelados, o sea a través
tlt'l sistema de public works.1S1 Siguiendo este ejemplo, en 1844 el
rutado de N ueva York erigió la cárcel de D onnem ore. Sólo en 1807
rl estado de M assachusetts introdujo en su penitenciaría el sistema
ilcl contract. Con el tiem po, este modelo de em pleo d e la fuerza de tra-
kijo se im puso: en 1824 fue adoptado en la penitenciaría de A uburn,
n i 1828 en el estado de Connecticut, y, finalm ente, en 1835 en
( Miio.102
í L a razón principal p o r la que el sistema de public account system
1ue progresivam ente abandonado y sustituido con el contract sys­
tem fue de orden exclusivamente económico. L a producción en el ré-
l<inien de public account resultaba de calidad inferior a la del mer-
r;ulo libre y podía, por lo tanto, ser colocada sólo en un m ercado
restringido, determ inando, de este modo, u n déficit crónico para la
mlministración penitenciaria.
. Para em peorar la ya p recaria situación financiera del trabajo
oircelario interviene el proceso de ráp id a industrialización que se es-
Inba dando en la producción “ libre” : fuertes inversiones p ara renovar
rl capital obsoleto y la introducción de nuevas y m ás eficientes m á ­
quinas provocó, entre otras cosas, u n a sensible reducción en el costo
i!e producción y por ende en los precios del m ercado; de tal modo se
fueron reduciendo los m árgenes de ganancia que se obtenían con el
Imbajo carcelario. El efecto inm ediato y directo de esta situación “ex­
lerna” fue la elevada “desocupación” de la fuerza de trabajo en las
cárceles.133
A este proceso económico correspondió, en la cárcel, un deterioro
do la situación general; al aum ento del déficit, la adm inistración
penitenciaria respondió con u n a progresiva reducción de los costos
de adm inistración, bajando así el estándar de vida de la población in­
ternada hasta el nivel mínim o d e la sobrevivencia; el precio de la
contradicción económica lo pagó el pellejo de los detenidos. L a “re­
form a penitenciaria” autom áticam ente se atrasó: la pena volvió a
liér un a “form a de destrucción” de la fuerza de trabajo.334

i 131 J. B. M cM aster, A history of the people of th e U nited States, from the


rni'olution to the civil zvar, vol. vi, Nueva York, 1920, p. 101.
, i.-sa H. x . M ohler, C onvict labor policies, p. 557.
y l;i3 Loe. cit.
,t 131 “L a consideración del criminal debe representar el punto cero de la
; o.icala que la sociedad tiene p ara tra ta r a sus distintos miembros. Si se eleva
!
!
182 LA IN V E N C IÓ N P E N IT E N C IA R IA : LA EX PE R IE N C IA DE EEU

El fenóm eno que aquí describimos sucintam ente, por u n a part


preocupó a los reform adores “ilum inados” , y po r la o tra “interesó11
ca d a vez m ás a la clase em presarial, seriam ente inquieta p o r la escg
sez de fuerza de trab ajo disponible en el m ercado p a ra la nueva pro
ducción industrial. Así, m ientras los “reform adores” presionaban par
u n a distin ta utilización económica de las masas de internados
m ientras las adm inistraciones se quejaban de la antieconom icidad de
trab ajo carcelario, los empresarios, por su lado, se ofrecían como altei
nativa p a ra resolver definitivam ente el problem a: 1313 ya estaban prfl
sentes las condiciones p a ra pasar al contract system.
El ingreso del em presario-capitalista en la penitenciaría y la con
siguiente transform ación de la cárcel en fábrica — a través de un rá
pido proceso de industrialización de los talleres— cambió la situació;
en que crónicam ente se había estado estancando la “reform a peniten
ciaría” ; el modelo basado en el principio del silent system vino ai
a definir el nuevo sistema penitenciario fundado sobre el contract, i
sea sobre la explotación intensiva y privada de la fuerza de trabaji
carcelaria. O m ejor: la necesidad de utilizar económicamente tam
bién el trabajo de los internados hab ía llevado el capital privado a 1
cárcel por m edio del esquem a jurídico del contract; el capital prí
vado transform ó la cárcel en fábrica, im poniéndole a la poblaciói
encarcelada la disciplina del trab ajo ; el silent system llegó así a proj
ponerse como m odelo de “pedagogía penitenciaria” p a ra u n a cárcfi
industrializada, p a ra u n a cárcel-fábrica. :' ¡
Los efectos de esta transform ación en la m anera de purgar la penlí
serán exam inados más adelante, cuando se describa el modelo peí
nitenciario de A uburn; baste p o r ah o ra recordar que en este nuev<j
m odelo penitenciario el hombre virtual (entiéndase: producto del proj
ceso educativo) que se im ponía con el trabajo subordinado no era máij
el artesano-dependiente, o sea el trab ajad o r de y p ara la m anufactura]
sino el obrero, el trab ajad o r disciplinado y subordinado de y para la
fábrica. ]
Este cam bio radical en la “práctica penitenciaria” , este sucedersei
de los distintos modelos de “educación” del crim inal, p a ra transfor«]
m arlo en u n ser subordinado, encuentra fuertes resistencias en la Amé-I

este punto, se debe elevar todo el nivel de la escala. El más pobre, puede es-:
perar, y con razón, algo más que el crim inal; el hombre y la m ujer indigentes,!
algo más que el pobre” (L. T . Hobhousc, “Moráis in evolution” , en Lato
and Justice, 1915, p. 113).
133 E. T . Hiller, “Development of the system of control of convict labor
i n the U nited States” , en Journal of Criminal Law and Criminology, vol. V,
1915, p. 243.
|A KRA J A G K SO N IA N A 183

rica del siglo xix, tanto p o r p arte de u n a p arte d e la opinión pública


"influyente” como po r p a rte de las organizaciones de la clase obrera.
A unque estas fuerzas sociales frecuentem ente se encontraron lu-
i hundo ju n tas en favor de la abolición del sistem a del conlract system,
lus razones de su oposición a esta nueva altern ativa de explotación
ilií la fuerza de trabajo en prisión fueron distintas y, a veces, antité­
ticas. L a prim era form a de disenso fue gestada por aquellas fuerzas
tid a le s que tem ían que la nueva alternativa dism inuyera, si no es
i|iie hiciera desaparecer, el aspecto punitivo de la sanción penal. Esta
posición se envolvió después de ropajes hum anitarios y filantrópicos,
m ostrando u n hipócrita tem or de que la explotación privada pudiera
"em brutecer” a los internados, alejando así la posibilidad de una
''educación” m oral; privilegiando el m om ento m oral religioso de la
pena reafirm ó la superioridad del modelo filadelfiano y por lo tanto
l.i superioridad del trabajo im productivo.136 Fueron m uchas y muy
influyentes las voces que defendieron esta instancia “conservadora” .
I'or ejem plo, E. Lynds, director de Sing-Sing, entrevistado a este
propósito p o r B eaum ont y Tocqueville, afirm ó que la presenecia del
nnpresario en el interior de la prisión habría causado, antes o después,
U com pleta destrucción y ru in a de cualquier posibilidad de disci­
plina.187 G. Powers a su vez así hablaba al Parlam ento de N ueva
York en 1828:
'.Ha forma de empleo de los encarcelados se debe considerar peligrosa para
i disciplina carcelaria si se deja a los presos en contacto continuo con el
mpresario y con sus empleados, sin que, al mismo tiempo, se les impongan
(('idamente normas muy severas.138

’inalmente, A. Pilsbury, del estado de C onnecticut, llegará a afirm ar


mi 1839 que el contract system se debía considerar “negación de cual­
quier cosa que se pued a llam ar buena, tan to p a ra la penitenciaría
.orno p a ra el prisionero” .139
Pero no fueron éstas las protestas que pusieron en crisis el sistema
:!o contract; al contrario, a fines de la d écad a de 1850 este m odelo de
empleo de la fuerza de trabajo penitenciaria se había difundido en
casi todos los estados norteam ericanos,140 con excepción de los estados
del sur, donde las nuevas limitaciones a la im portación de esclavos de
Africa habían hecho que los presos se utilizaran en las plantaciones
,:;c II. C. Mohler, Convict labor policies cit., p. 558.
137 G. De Beaumont y A. De Tocqueville, On penitentiary system in the
United States cit., p. 36.
1!ls E. G. Wuios, T h e State of prisons and o¡ child-saving instilutions in
the civilizcd world, Cambridge, 1800, p. 109.
139 E. C. Wincs, T he state of prisons. . . cit., p. 109,
110 H. C. Mohler, Convict labor policies cit., p. 558.
104 LA IN V E N C IÓ N P E N IT E N C IA R IA : LA E X PER IEN C IA DE E E U U

á través del leasing system.141 Por el contrario, fue precisam ente respec­
to del uso cada vez m ás difundido del contract, contra lo que se
organizaron las prim eras protestas del movimiento sindical,142 Y a una
convención de trabajadores temporales, reunida en N ueva Y ork en
1823, tom ó posición ante la am enaza que representaba p ara su orga­
nización la colocación en el m ercado de las m anufacturas fabricadas
por los presos.143
T am bién en 1823 los obreros del sector m ecánico efectuaron una
petición a las autoridades p a ra que se aboliera la com petencia que
significaba el trabajo carcelario; sus dem andas se sintetizaron en un
docum ento, en estos térm inos:

Vuestros funcionarios son testigos de que los presos no están perfectamente


instruidos en las diversas disciplinas profesionales; esclavizados por los em­
presarios privados, en algunas ocasiones con un salario reducido y en otras
trabajando para provecho del estado, su producción se coloca en el mercado
a precios apenas superiores al costo de las materias primas, y todo esto
para ruina de los obreros libres.114

En este docum ento se pedía adem ás que los internados fueran en todo
caso em pleados en public works en las canteras de márm ol. U n expe­
rim ento de este tipo realizado con internados de Sing-Sing, en 1825a
no satisfizo las exigencias de la clase obrera y en breve tiem po fue
abandonado.146 Poco después, en la convención o brera de U tica de
1834, los obreros del sector m ecánico reafirm aron sus posiciones ante
el trabajo penitenciario según el régimen de contract, de este modo:

Los obreros no sólo están obligados a pagar con sus impuestos el mante­
nimiento de los detenidos sino también a través de los productos fabricado!
en las cárceles y que son vendidos en el mercado a precios inferiores en un
40-60% a los producidos por el trabajo libre. Con esto, el nivel de sata
rios se retrae hasta el punto de que un obrero no logra vivir y mantcnei

111 V éanse los autores citados en la nota 19. Sobre la -utilización del leas­
ing system en los estados del sur, véanse tam bién: H . Alexander, “ T he convic
lcase and the system of contract labor. T hcir place in history” , en T h e Soutl
M obilizing for Social Service, 1913, p. 167; G. W . Cable, “T he convict least
system in the Southern states”, en Proceedings of N ational Conference 0
Charities and Correclions, 1883, pp. 296-297; C. E. Russell, “A burglar in thi
making” , en Everybody’s M agazine, 1908, vol. xxvm , pp. 753-760.
142 J . C. Simmonds y J. T . M e Ennis T h e story of manual labor in <i¡
lands and ages, Chicago, 1886, pp. 486-494.
143 J. R. Commons et al., H istory of labor iti the U nited States, Nuevi
York, 1921, vol. i, p. 155.
144 J. R. Commons et al,, History of l a b o r ... cit., vol. i, p. 155.
140 H . C. M ohler, Convict labor, p. 559.
I L A JiUA JA C K S O N IA N A 185

' a su fam ilia, y la consecuencia de esta situación es que hay centenares de


trabajadores libres que n o tienen trabajo, y en m uchos casos sus fam ilias
se ven obligadas a m endigar.14®

L a oposición de los sindicatos se hizo más enérgica du ran te la depre­


sión económ ica de 1834, en oportunidad del aum ento del índice de
, desocupación; en ese año los sindicatos ele N ueva York exigieron al
poder legislativo que creara u n a comisión especial p a ra exam inar
j la situación general dcl trabajo carcelario en todos los estados de la
\ C onfederación.117 A la comisión se le dieron amplios poderes de inves-
{ ligación. E n sus conclusiones reafirm ó la necesidad de que los presos
fueran ocupados en actividades laborales, no sólo por razones h u ­
m anitarias, sino tam bién p o r el interés general de la producción; por

¡ esta razón, el trabajo debía ser, necesariam ente, productivo, lo que
■ adem ás tenía como resultado u n aflojam iento en la presión fiscal,
í Los sindicatos buscaron, entonces, u n a m ediación, pidiendo que al
menos el trabajo de los presos se utilizara en obras públicas (public
works), como la construcción de caminos o vías de ferrocarril.148 L a
1 comisión p arlam en taria contestó que esta sugerencia no solucionaba
). el problem a de com petencia con el trabajo libre, ya que tam bién en
este tipo de actividad la situación ocupacional e ra “problem ática” ,
Propuso, en cambio, algunas limitaciones legales al sistema del con­
) tract: a] que se lim itara su d u ració n ; b] que no se incentivara ninguna
nueva producción a través del trabajo carcelario; c\ que en las esti­
pulaciones del contrato se obligara al em presario a no colocar en el
m ercado las mercancías por abajo de los precios que resultaban del
1 trabajo libre. Los sindicatos juzgaron de “engañosa” la conclusión
de este inform e 140 y en u n docum ento sindical prorratearon el p re ­
ció de las m ercancías p a ra dem ostrar cómo las m anufacturas produ-
! cidas en la cárcel se vendían a u n precio inferior.1' 0
1 U n índice más de las grandes utilidades que eltrabajo carcelario
reportaba al empresario contratante y de reflejo las consistentes ven­
tajas económicas con que se beneficiaban las adm inistraciones peni­
. tenciarias estaba dado p o r el trend creciente en el proceso de am orti­
zación de los costos de la gestión penitenciaria y de las utilidades netas
(jue el estado obtenía. Tenem os el ejem plo de la penitenciaría de
. i ■

> 140 J. R. Commons et al., History of la b o r . . . cit., vol. i, p. 347.


147 J. G. Traey, “The trade unions’ attitude toward prison labor”, en
' ,1««aíí of the American Ácadem y of Political and Social Sciences, 1913, vol.
¡¡t.vr, pp. 132-130.
i 148 H. T. Jackson, Prison labor c.it., p. 245.
}_ 140 J. R. Commons et al., History of la b o r ... cit., vol. i, p. 369.
í 150 II. G. Mohler, Convict labor cit., p. 560.
I
186 LA IN V E N C IÓ N P E N IT E N C IA R IA : LA E X PER IEN C IA D E E E U U 1

A uburn que equilibró su balance en 1829, y ya en 1830 podía jac­


tarse de u n a ganancia de 25 dólares, y posteriorm ente, en 1831, de
1 800 dólares. Así tam bién la cárcel de W cthersfield pasó de 1 000
dólares de utilidad en 1828 a 3 200 en 1829 y a 8 000 en 1830; a su
vez, la adm inistración carcelaria de Baltim ore pasó de 11 500 dólares
de utilidad en 1828, a 20 000 en 1829. Finalm ente, en 1835, la cár­
cel de Sing-Sing tuvo u n a utilidad de 29 000 dólares.151
L a enérgica oposición de las organizaciones sindicales obtuvo mo­
m entáneam ente u n éxito parcial, inm ediatam ente antes de la guerra
civil, consecuencia tam bién de u n a dism inución en el ritm o de desa­
rrollo industrial; en este periodo asistimos al comienzo de otros sis­
tem as alternativos del contract .152 Pero, d u ran te la guerra, con la ex­
pansión de la industria directam ente relacionada con la producción
bélica, se registra nuevam ente u n aum ento de la explotación de la
fuerza de trabajo en prisión a través del co n tra ct153 con la consecuen­
te respuesta del movimiento obrero en contra de la utilización de la
m ano de obra internada. Así, en 1864, los miembros de la “Chicago
T ypographical U nion” votaron u n a resolución en contra del sistema
de trabajo carcelario y exigieron la ráp id a publicación de una ley
que prohibiera el contract system, considerado corno la form a de ex­
plotación más perjudicial a los intereses de su organización.1r’4
U n a vez más en 1878 u n a convención de peluqueros produjo un
docum ento oficial en el que reafirm aba la posición del sindicato
en co n tra del trabajo carcelario en estos térm inos:

L a convención ha expresado su persistente oposición en contra del “ alqui­


ler” del trab ajo d e los detenidos por p arte de em presarios privados y se
declara: contra d e la transform ación d e las prisiones en talleres privados;
contra el gobierno que no tiene ningún derecho de im poner im puestos al
obrero cuando, al mism o tiem po, em plea el peso de su au toridad p a ra des­
truirlo; en favor de una pena que persiga la reeducación como fin principal
y q u e considere a la ganancia com o finalidad secundaria; [ . . . ] finalm ente
la convención h a exhortado p a ra que en todos los estados se proceda a:
1] la abolición del sistem a d el contract;
2] rem over las m áquinas d e las fábricas y em p lear a los reos en traba­
jos forzados;
3] utilizar a los presos en Public W orks, para la producción exclusiva
d e m anufacturas necesarias a la m ism a adm inistración d e las cárceles;
4] instruir a los encarcelados a través d e actividades educativas;

.
m ,f. R. Commons et al., History of labor . . cit., vol. í, p, 3+7.
152 H . T . M o h le r, Convict labor c it., p . 561.
153 Loe. cit.
151 J. R. Commons et al., History of la b o r. . . cit., vol. n, p. 37.
LA ERA JA C ItSO N IA N A . 187

5] p rohibir que los em presarios-com erciantes que tenían que v er con la


producción carcelaria sean d irecta o ind irectam en te favorecidos;
6] que los obreros se nieguen a tra b a ja r p a ra quienquiera que haya
oslado involucrado en trab a jo carcelario, o haya sido instructor de cual­
quier disciplina profesional.135

í.as protestas y la agitación del m undo del trabajo contra la produc­


ción penitenciaria continuaron prácticam ente hasta 1930, a pesar de
que el problem a de la com petencia entre producción carcelaria y pro­
ducción libre se podía considerar resuelta a fines del siglo pasado.
Las estadísticas oficiales sobre el tipo de empleo de la fuerza de tra ­
bajo intern ad a en las dos décadas de finales y principios de siglo
son significativas. En 1885, p o r ejemplo, el 26% de todos los dete­
nidos empleados en actividades productivas trabajaban bajo el leas­
ing sistem ; en 1895, el 19% ; en 1905, el 9 % ; en 1914, el 4 % y en
1923 el sistema podía considerarse com pletam ente desaparecido.159
lis posible observar el mismo fenómeno en lo que respecta al empleo
del contract: si en 1885 el 40% de loa presos empleados en actividad
laboral producía a las órdenes de u n em presario privado, en 1923 el
porcentaje era sólo del 12% .1,17 O tro dato todavía más significativo:
en 1885 el 75% de todos los presos era em pleado en un trabajo de
tipo productivo, m ientras que en 1923 el porcentaje había dism inuido
hasta el 61% . Este dato hay que relacionarlo con este otro: el siste­
m a de public account, unido al stale-use y al public works system,
empleaba en 1885 sólo el 26% de la fuerza de trabajo carcelario, con-
ira el 81% de 1923.»5S
Así aparece claram ente la obsolescencia de la explotación privada
del trabajo carcelario respecto de u n a utilización cada vez m ás m a­
siva de los sistemas de em pleo de la población in ternada que no sea
com petitiva en relación al trabajo libre. L as razones del fenómeno
son dos: por un lado la creciente dificultad que encuentra el capital
privado p a ra industrializar el proceso productivo de las cárceles de
m anera que siguiera siendo com petitivo cuando se estaba dando la re­
novación tecnológica en el m undo de la producción libre, y p o r el
otro el peso creciente de las organizaciones sindicales en la vida eco­
nómico-política norteam ericana.

155 E. T . H illcr, D evelopm ent of the system of control of convict labor in


the U nited States, p. 256.
168 U nited States Bureau of Labor, Convict labor, Boletín núm. 372, 1923,
p. 18.
1D7 Loe. cit.
KlS Loe. di.
1 líO LA IN V E N C IÓ N P E N IT E N C IA R IA : LA EX PER IEN C IA DE EETjU'

A principios de este siglo, la penitenciaría dejó de ser u n a “em­


presa productiva” : los balances comenzaron a acusar nuevamente
pérdidas crecientes.158 ,

ic t V é a n s e Tw enly-Seventh A nnual Repurt of the State Commission oj ■


Prisons, ütale oj N ew York, Nueva York, 1921; Proceedings of the National j
Prison Association, 1870, 18715. 1871, 1883-1921, vol. 40, Nueva York, 1871*.J
1921.
2. LA P E N IT E N C IA R IA C O M O ' M O D E L O
D E L A SO C IE D A D ID E A L

El hombre en la penitenciaria es la imagen virtual


del tipo burgués que debe intentar llegar a ser en la
realidad [ . . . ]
Ellos (los presos) son la imagen del m undo bur­
gués del trabajo llevada hasta sus últimas consecuen­
cias, que el odio de los hombres por lo que se deben
hacer a sí misinos pone como emblema del m un­
do [ . . . ]
Como — según Tocquevillc— las repúblicas b ur­
guesas, a diferencia de las m onarquías, no violentan
el cuerpo sino que atacan directam ente al alm a, las
penas da esta institución agreden al alma. Sus vícti­
mas ya no mueren am arradas a la rota durante largos
días y noches enteras sino que perecen espiritualm en­
te, ejem plo invisible y silencioso, en los grandes edi­
ficios carcelarios, que sólo el nombre, o casi, distingue
de los manicomios. (M ax Horkhcim cr y T heodor W.
Adorno, Dialéctica dell’Illum inism o, T urín, 19C6,
pp. 34-3-344.)

I, LA C Á R C E L C O M O “ F A B R IC A D E H O M U ItE s ”

)•'n la tesis antes desarrollada, considerando la penitenciaria como


^Manufactura o como fábrica, se puede esconder un equívoco: pensar
que la penitenciaría haya sido “ realm ente” u n a célula productiva; o
inejor, que el trabajo penitenciario haya “efectivam ente” tenido la fi­
nalidad “de crear u n a utilidad económ ica” . Como examinamos, aun­
que históricam ente se buscó hacer del trab ajo carcelario un trabajo
productivo, en la realidad este intento casi siempre fracasó: desde el
jmnto de vista económico, la cárcel apenas h a podido llegar a ser tina
["empresa m arginal”. Por eso, como actividad económica la peniten­
ciaría n u nca h a sido “útil”, y en este sentido no es correcto hab lar de
.¡a cárcel como m an u factu ra o como fábrica (de m ercancías). M ás
[Correctamente se debe decir que, en lo que se refiere a la cárcel, la
prim era realidad históricam ente realizada se estructuró (en su orga­
nización interna) sobre el modelo de la m anu factura, sobre el modelo
(tle Ja fábrica.
, Pero u n a finalidad — si queremos “atíp ica”— de producción (léa­
se: transform ación en otra, cosa de m ayor utilidad) fue perseguida

[1 8 9 }
i

190 LA in v e n c ió n p e n it e n c ia r ia : la E X P E R IE N C IA D E E E U U

p o r la cárcel, al m enos en sus orígenes, con éxito: la transform ación


del crim inal en proletario. E l objeto d e esta prod u cción h a sido por
ende no ta n to las m ercancías cu an to los hom bres. E n esto consiste la
v e rd a d e ra “invención p en iten ciaria” : la “ cárcel com o m áq u in a” ca­
paz d e tra n sfo rm a r — después de u n a a te n ta observación del fenó­
m eno desviante (léase: la cárcel com o lu g ar privilegiado de observa­
ción c rim in a l)— al crim inal violento, febril, irreflexivo (sujeto re a l),
en deten id o (sujeto ideal) disciplinado y m ecánico.1 E n definitiva,
u n a funció n no sólo ideológica sino tam bién, au n q u e sea en form a
atípica, económ ica: o sea la producción de sujetos aptos p a ra una
sociedad industrial, la p roducción, en otras palab ras, de proletarios
a través del apren d izaje forzado, en la cárcel, d e la disciplina de
fábrica.
El objeto y las form as de este proceso de “m u tació n antropológica”
(de crim in al a p roletario) están p o r d ebajo de las leyes férreas y
m ecánicas de la econom ía ric a rd ia n a, h ab ien d o así u n a estrecha liga­
zón entre la “lógica del m ercad o libre” y la “lógica institucional” .
D e hecho la hipótesis de la peniten ciaría m althusiana se percibe, d u ­
ran te todo este tiem po, en algunas constantes:
а] Si en el m ercado libre la o fe rta de fuerza de tra b ajo excede
a la d e m a n d a — d eterm in an d o fuerte desocupación y deterioro del
nivel salarial— el “grado de subsistencia” en el in te rio r de la cárcel,
tiende au to m áticam en te a b a ja r: la cárcel vuelve a ser lugar de des­
trucción de fuerza de trab ajo . E n este m odo ayuda, siguiendo las
leyes d e la oferta y de la d e m an d a, a b a ja r la curva de aquélla.
б] V iceversa: ante u n a o fe rta de tra b a jo estable, y a n te un consi­
guiente au m en to del nivel salarial, la cárcel no solam ente lim ita su
cap acid ad d estructiva sino q u e em plea útilm ente la fuerza de trabajo,
reajustándola, después de h a b e rla recalificado (reed u cad o ) en el m e r­
cado libre.
L a cárcel ay ud a así a dism inuir la curva de la dem an d a, p ara
servir de tope a la espiral salarial.
El universo institucional vive así de reflejo las vicisitudes del “m u n ­
do de la prod u cció n ” : los m ecanism os internos, las prácticas p en iten ­
ciarias resu ltan así oscilantes e n tre la p revalencia de instancias nega­
tivas (la cárcel “destructiva” , con finalidad terro rista) y la instancia
positiva (la cárcel “p rod uctiv a” con fines esencialm ente ree d u cativ o s).
E n tre estos dos extrem os (tom ados com o “ puntos ideales y ab strac­
tos” ) se sitúan las experiencias concretas de la cárcel.
L a p en iten ciaría es, p o r lo tan to , u n a fábrica de proletarios y no
de m ercancías:

1 M ichel Foucault, Surreiller et punir cit., p. 246 [p. 246].


1
J,A p e n it e n c ia r ía ; m odelo de la so c ie d a d id e a l 191

Debemos darnos cuenta de que, en analogía con las instituciones que sirven
para la infancia y para la mujer, los presos son una inversión educativa,
y éste es el único fin que se debe perseguir. Los costos de su mantenimiento
se deben considerar como se consideran los gastos de educación o la ayuda y
(mandamiento dados a las universidades.2

Jista prem isa nos es útil p a ra introducir u n tipo de análisis que es


esencialmente diferente al histórico-cconómico desarrollado en la pri-
■mera parte. Aquí vamos a poner nuestro interés en el estudio de los
' mecanismos institucionales a través de los cuales se realiza la “trans­
formación” del “crim inal encarcelado” en “proletario” .

ir. la doble id e n t id a d : “ c r im in a l -e n c a r c e l a d o ”
y “no p r o p ie t a r io - e n c a r c e l a d o ”

U n tem a constante, u n a n o ta que se torna m onótona — hoy ricam ente


docum entada en los archivos y en las bibliotecas— es la m asa de in­
formes — a veces agudos a veces pedantes, pero todos precisos— de
las inspecciones, visitas e informes respecto de la realidad peniten­
ciaria norteam ericana de la p rim era m itad del siglo xix.
L a cárcel se transform a así en el jard ín botánico, en el parque
zoológico bien organizado de todas las “especies criminales” ; la “pe­
regrinación” a estos santuarios de “racionalidad” burguesa — lugares
en donde es posible u n a observación privilegiada de la m onstruosidad
social— se convierte a su vez en u n a necesidad “ científica” de la nueva
política de control social.
Es variado el universo de los “visitantes” (extranjeros extravagan­
tes, em bajadores de gobiernos europeos interesados en la reform a
penitenciaria, penalistas, reform adores, utopistas, etc.) pero una sola
la intención que los anim a: la observación, el conocimiento del
criminal. El problem a no debe ser subvaluado: la conciencia de la
realidad delictiva es interpretada, claram ente, como condición necesa­
ria p a ra la resolución de u n a evidente preocupación social de la épo­
ca: la lucha contra la crim inalidad desbordada.
E n los Estados U nidos del siglo xix el fenómeno tiene fácil expli­
cación: se asiste a u n proceso acelerado y violento de acum ulación
de capital acom pañado de inevitables fenómenos de disgregación so­
cial.® El interés se sitúa en la originalidad del pensamiento político-

2 P. Klein, Prison m ethods in N ew York staie, Nueva York, 1920. p. 28!.


3 Véanse \ f 2 y 3 de la Pai te i.
192 I.A INVKNC.IÓN PENITENCIARIA: LA EXPERIENCIA DE EE U lí

social de la época en su intento por conocer las causas de la crimi*


nalidad. En prim er lugar, lo que llam a la atención es la capacidad
que se tuvo p a ra no caer en la “ilusión represiva”, en la obsesión de
in te n tar detener con la simple violencia penal un proceso esencialmen­
te objetivo. L a reform a de los códigos, el alejam iento de los principios
penales de los viejos códigos ingleses, la abolición de la pena de m uer­
te y de m uchas penas corporales, la invención de la cárcel com o sis­
tem a global de control social son testimonios concretos de las distintas
revisiones a la crim inalidad. Pero la originalidad del sistema norte­
am ericano no se detiene aquí: la concepción crim inal del periodo
jacksoniano in tenta u n a explicación etiológica de la desviación, una
explicación que no sea religioso-individualista sino tam bién — algunas
veces— social. El problem a del violento hacinam iento, la disgregación
de la “sana” fam ilia colonial, el fenóm eno de la juventud abando­
nada, p o r u n lado; y las iniciativas p o r m oralizar la sociedad (sobre
todo en las grandes ciudades), el nuevo régimen institucional (de la
poor-house a la work-house) p a ra “reeducar”, “reinsertar” a las capas
más débiles en el tejido social, por el otro, son los aspectos más im­
portantes — sea tan to a nivel cognoscitivo como a nivel reform ista—
de esta origianl “revolución” .4 Pero en este sistema diferente de con­
trol, la cárcel viene a tener — adem ás de las funciones que ya exami­
namos— un papel “instrum ental”, “subordinado” y u n a exigencia
entonces insurgente: el conocim iento criminal. L a observación no es
m arg in a l: la criminalogía — como ciencia de la crim inalidad— es ante
todo, en sus orígenes, conocimiento del criminal.
Exactam ente, e interpretando a Foucault: 8 conocimiento del cri­
m inal y no conocim iento del “ transgresor de la n orm a penal” .
El interés por el crim inal se autolim ita a su estudio, su análisis,
su clasificación, su m anipulación y su transform ación, independiente-1
m ente de la realidad social en la que había vivido y a la que va a
volver a vivir. E l criminal se transforma por eso en un desviado ins­
titucionalizado: en últim a instancia en el encarcelado.
En esta perspectiva es ya posible darse cuenta del equívoco en
que se fu n d ará todo el interés positivista por el fenómeno criminal,
esto es, la estrecha equiparación entre delincuente y encarcelado.
Sobre la identificación acrítica de estos dos términos se funda un tipo
particu lar de ideología cientifista; u n a ideología que confundirá la
agresividad y enajenación del “hom bre institucional” con su intrín­
seca perversidad; un a ideología que clasificará y tipificará como mo­
dos diversos del ser crim inal, las formas de sobrevivencia en la realidad

■* Véanse 1 ( 3 y 4 de la Parte i.
r‘ Michel Foucault, Surveiller et punir cit., p. 254 [p. 254],
|,A p e n i t e n c i a r í a : m o d e lo de la s o c ie d a d id e a l 193
i i I
iirnitenciaria, y las adaptaciones con que responden los detenidos a
Iipii modelos impuestos y a la violencia clasificatoria que están sufrien­
do, Pero p a ra que esta “ciencia infeliz” p udiera crecer y pudiera im ­
ponerse como “ciencia positiva”, como “ciencia de la sociedad”, queri-
ilu por la burguesía ilum inada, e ra necesario que la cárcel m oderna, la
"ntrcel panóptica” , se transform ara en laboratorio, en gabinete cien­
tífico donde después de la a ten ta observación del fenómeno, se in ­
tentara el gran experim ento: la transformación del hombre.
Foucault descubre con extrem a lucidez el sentido del panoptism o
i"¡í* m ovim iento ideológico que en términos completos y orgánicos se
iralizará en las instituciones disciplinarias norteam ericanas del si-
l'.lo xix. L a cárcel, como todas las otras “instituciones totalizadoras” ,
*r-estructura de acuerdo con el “modelo panóptico” . Es u n a m áquina
excepcional que rom pe el binom io “ver-ser visto” ; 7 en este sentido es
un dispositivo que perm ite a pocos no vistos observar, escrutar y
iinalizar continuam ente a u n a colectividad perm anentem ente expues­
ta, Se realizan así las condiciones p a ra que los pocos se conviertan en
científicos; los m uchos en objetos, en conejillos de indias; la cárcel
en laboratorio.
L a exposición a la “curiosidad científica” es absoluta: cada gesto,
ruda signo de incom odidad, de dolor, de im paciencia, cada intim idad
«ti describe, se clasifica, se com para, se analiza, se estudia. El in ter­
nado introycctará, progresivam ente, la conciencia de su perm anente
visibilidad, de la exposición expropiante. E n este nivel consciente su
imlvación — o su com pleta enajenación como realidad “distinta” y
"desviante”— dependerá solam ente de su autocontrol, de la disciplina
que im ponga a su propio cuerpo, de su capacidad de tom ar com o
modelo de com portam iento el estar “sujeto al poder” . L a otra alterna­
tiva es sólo “la destrucción”, la locura. El detenido observado se tran s­
forma así en el instrum ento de su propio som etim iento, de su trans­
formación en algo distinto.8
L a inspección, hecha principio e interiorizada, transform a el m o­
mento disciplinar en ejercicio de poder tout court. Pero, ¿sobre cuál
"proyecto ideal” el poder disciplinar, el p oder institucional m edirá
hu capacidad de transform ar el objeto crim inal?
L a hipótesis proyectual que emerge en su cristalina racionalidad
rn total; su capacidad de resolver, en términos generales, el control
•nidal de las clases peligrosas, es, en efecto, exhaustiva. El “modelo” ,

8 Ibid.j cap. m, pp. 197-229. [pp. 199-230].


» Ib id ., p. 203 [p. 205] .
n M. H orkheim er y T heodor W. Adorno, Dialettica dell’Illum inismo, T u-
iln, 1966, pp. 343-344.
194 LA INVENCION PENITENCIARIA: LA EXPERIENCIA DK E E l^

el “paradigm a” es único; diversas, a su ve/, las áreas de aplicación


los sectores y los objetos de sus intervenciones. Sea que se realice en li
cárcel de tipo filadelfiano, sea que se concrctice en las institucione]
asistenciales (p a ra /c o n tra los m enores desviados;9 p a ra /c o n tra 1(
infancia abandonada,10 e tc .), sea, siguiendo la dilatación m ism a dej
proyecto hegemónico, que inspire las nuevas form as de disciplina mili
ta r 11 o la reform a de la escuela, el ordenam iento arquitectónico ]
la geografía u rb an a dcl barrio obrero, su dimensión real, será, siernj
p re y al infinito, de reproducir — hasta en los espacios sociales mái
pequeños— el orden social burgués. L a cárcel — en cuanto que oj
lugar “concentrado”, en el que la hegem onía de clase (antes ejercidí
en las form as rituales del “terror punitivo” ) puede racionalmente
desarrollarse en u n reticulado de relaciones disciplinarias— se hace o,
símbolo institucional de la nueva “anatom ía” del poder burgués, el lu|
g ar privilegiado — en térm inos simbólicos— del “ nuevo orden” . Más
la cárcel aparece así como el modelo de la “sociedad ideal” . L a peni
carcelaria — como sistema dom inante de control social— aparece sieirii
pre m ás corno el p arám etro del cam bio radical en el ejercicio de
poder. En efecto, la elim inación del “otro” , la eliminación físic?
del transgresor (que en cu an to “fuera del juego” se hace destructi'
b le), la política del control por medio del terror se transform a —)
la cárcel es el soporte de este cam bio— en política preventiva, eij
freno de la destructividad.12 Se pasa de la elim inación del crimina,
a su reintegración en el tejido social. Los tiempos, los modos y la]
form as de esta “transform ación” del crim inal en la imagen burgués!
de cómo “debe ser” el “no propietario” , o sea de cómo “debe ser” e
“propietario” es com pleja y se funda en o tra id en tid ad ; exactamenti
aquella entre no propietario y criminal.™ El tem a central — vivido el
térm inos de v erdadera obsesión— llega a ser por eso la peligrosidac
social del agresor potencial a la propiedad.1*
E n esta perspectiva la clase de los no propietarios se considerí
— ideológicam ente— como hom ogénea a la de los criminales, y vice
versa. L a relatividad de la diferencia entre los dos términos encucntr¡
luego un a correspondencia — especular— en la diferencia entre lo
mecanismos económicos y extraeconóm icos del control social. L a cárce
— en su dimensión de instrum ento coercitivo— tiene un objetivo mu;

9 Véase n ota 93 de la Parte i.


10 Véase n ota 94 de la Parte i.
11 Michel Foucault, Sitrueillcr et punir cit., pp. 2i2ss. [pp. 213jí.].
32 P. Costa, E l progetto giuridico. Ricerche sulla giurisprudenza del libe
ralismo classico. Vol. i: Da Hobbes a Bentham , M ilán, 1974, p. 3G4.
“ Ib id ., p. 358.
14 Ibid., pp. 334.fi.
I.A p e n it e n c ia r ía : MODELO I)í ¡ la so c ie d a d id e a l 195

preciso: en la reconfirm ación del orden social b u rg u és,(la neta distin­


ción entre el universo de los propietarios y el de los 110 propietarios)
iliíbe educar (o reeducar) al crim inal (no propietario) p ara que se
['(invierta en u n proletario socialmente no peligroso, es decir para que
' un no propietario que no am enace la propiedad.
iii í i

El proyecto roza la utopía. Pero la educación p a ra la sujeción, la


educación p ara la disciplina del trabajo asalariado, la reducción de
loila individualidad pro letaria a “sujeto de necesidades m ateriales”
Mtisfacible sólo cn /co n el trab ajo alienado, en co n trará en la cárcel
-sobre todo en la versión penitenciaria norteam ericana— un modelo
históricamente realizado.
Pero — incluso prescindiendo de esta dimensión objetiva (educa­
ción para el trabajo asalariado)— la pena carcelaria ofreció al dis­
curso hegemónico burgués u n a aportación ideológica im portante. En
efecto, la organización interna de la cárcel, la com unidad “silenciosa”
y “laboriosa” que la h ab ita; el tiempo inexorablem ente repartido en-
Irc trabajo y oración; el aislamiento absoluto de cada encarcelado-
U’ab ajador; la imposibilidad de cualquier form a de asociación entre
los obreros-internados; la disciplina del tra b a jo como disciplina “ to-
lul” resultan los térm inos paradigm áticos de lo que “debería ser” la
iiociedad libre. “ El interior” surge como modelo ideal de lo que debe­
ría ser “el exterior” . L a cárcel asume p o r eso la dimensión de proyecto
organizativo del universo social subalterno: modelo a im poner, ensan­
char, unlversalizar:

Si todos estuviéram os en la cárcel d u ra n te dos o tres generaciones, el m undo


m tero, finalm ente, se h a d a m ucho m ejor.’5

III. “THE P E N IT E N T IA R Y SYSTEM ” : EL NUEVO M ODELO


DEL p o d e r d is c i p l i n a r io

I.os m uros del “gran laboratorio” — ya no fortaleza inaccesible, como


fuera en otro tiem po, a la curiosidad de los “súbditos”— se tornan en
¡ligo relativam ente “ transparente” : el interés burgués puede, final­
mente, satisfacerse, casi regocijarse. U n a apariencia de dem ocratici-
dad, en efecto, acom paña los prim eros pasos de la “aventura peniten­
ciaria” : los ciudadanos buenos pueden ahora, personalm ente, verificar
el empleo (útil y proficuo) del patrim onio público (¡se justifican en
cierto m odo los altos costos de la c á rc e l!); com probar el empeño cívi-

15 J. B. Finlcy, Memorials of prison life, C incinnati, 1851, p. 41.


1% LA IN V E N C IÓ N P E N IT E N C IA R IA : I-A E X P E R IE N C IA D E E E IJ t
J
co-rel¡gioso que anim a al staff; verificar el orden que í'eina en el “uniJ
verso institucional” ; complacerse de la “dulzura” del tratam iento j
del com portam iento “remisivo” de los internados; inform arse de loí
alagiieños resultados conseguidos (por ejemplo, la disminución de la
reincidencia, e tc .). Los testimonios escritos, resultado de estas visitaij
institucionales — como ya se dijo— son numerosos y ricos en anotado^
nes interesantes, que m uestran — con ciertas e im portantes excepj
ciones— m ás la diligencia del coleccionista que u n a verdadera y propid
lucidez científica; un am or, casi u n a obsesión, por recoger, registran
am ontonar el núm ero más grande posible de datos, incluso muchoi
contradictorios entre sí, antes que la capacidad de sistematizar, eii
térm inos teórico-políticos, el m aterial recogido.18 )¡
Quisiéram os reinterpretar estas experiencias con un “modelo teój
rico de poder disciplinario” , del que ya hablam os en las páginas ante]
riores, y que ah o ra reproducim os — com pletándolo— en término!
sintéticos.
El prim er m om ento penitenciario — prim ero, tanto desde el punt(j
de vista tem poral como desde el p u n to de vista funcional, si se presj
cinde, p o r u n m om ento, de su función de inspección (la cárcel cons^
derad a como observatorio privilegiado de la m arginalidad social) -ií
se caracteriza p o r u n a tensión hacia la progresiva reducción de lj
personalidad crim inal (rica en su individualidad desviante) y uní
dim ensión “hom ogénea” : o sea haciéndolo, exclusivamente, sujeto di
necesidades.17 E sta “operación” tiene sus medios e instrum entos mí]
idóneos en los procedim ientos de clasificación crim inal (classificatioq
of crimináis) y en la n orm a disciplinar de la segregación celulái
(solitary confinm ent). {
El aislam iento en particu lar — realizado todavía en form a m¡!u
acentuada en la postura extrem ista y exasperada del m odelo filadeli
fiano (absolute solitary co n fin m en t)— tiende, tanto factual comjj
ideológicam ente, a contraponerse, p o r u n a parte, con lo que siemprj
' .<
10 Además de la obra de B. De Beaumont y A. de Tocqueville, O n thi
penitentiary system in the U nited States and its applications in France (tríj
ducido del francés, con introducción, notas y comentarios de F. L icber), Fila)
dclfia, 1035, que sigue siendo la fuente más lúcida sobre los orígenes de 11
experiencia penitenciaria en los Estados U nidos, tam bién son muy interesa»)]
tes las encuestas, hechas en cada estado, por la “Sociedad de Reformadores’^
entre las que recordamos: Philadelphia Association for Alleviating the Miseriíl
of Public Prisons, Extracts and remarks on the subject of punishm ent and
reformation of crimináis, Filadelfia, 1790; R. SuIIivan et a i, Reports of thi
(M assachusetts) C om m ittee, “T o inquire into the mode of governing the peni
nitentiary of Pennsylvania" , Boston, 1817; ídem , T h e report of the CommU>
te i [ . . . ] in the C onnecticut state prison, H artford, 1833.
11 P. Costa, II progetto g iu rid ico . . . cit., p. 373.
I.A p e n i t e n c i a r í a : m o d e lo de la s o c ie d a d id e a l , 197
f ' I
había sido la adm inistración caótica y prom iscua de la cárcel p re ­
ventiva (ja il) y, por el otro, con el intento de im pedir la espontánea
cohesión-unión entre los desheredados, entre los miembros de la mis­
ma clase. Cohesión-unión doblem ente peligrosa: por ser el alim ento
de una subcultura (sobrevivencia de un com plejo de “valores alter­
nativos”, aunque no sea más que en form a m arg in al), y por su po-
tibilidad de ser vehículo de difusión de u n orden, de una disciplina
‘distinta” (la disciplina, p o r ejem plo, de la organización política
‘subversiva” ). El aislam iento — los largos años de com pleta separa-
ión-escisióri de los “otros” , el coloquio constante con la propia
•onciencia— reducen progresivam ente, hasta la com pleta destrucción,
loda “estructura del sí” : 18 asi se exorciza p a ra siempre el miedo de
la contam inación crim inal (en el sentido del “desviado” como germ en
peligroso, posible p ropagador de la “desobedencia” , testim onio de un
modo distinto de ser “subalterno” ).
Desarraigado de su universo, el detenido en aislam iento progresi­
vamente tom a conciencia de su debilidad, de su fragilidad, de su
absoluta dependencia de la adm inistración de la cárcel, es decir “del
otro” ; tom a conciencia de ser sujeto-de-necesidades. Así se logra el
primer estadio de la reform ation: la transform ación del “sujeto real”
(el crim inal) en “sujeto ideal” (encarcelado).
Al mismo tiempo, el aspecto disciplinar, y éste es el segundo as­
pecto — rígido y minucioso en la descripción de funciones, compe­
tencias y cometidos de la adm inistración— , coactivam ente propone al
encarcelado (“ser abstracto” ) , en escala de m iniatura, el m ecanismo
del universo social perfecto: o sea un “conjunto” de relaciones je ra r­
quizadas, piram idalm ente orientadas.10
El m odelo disciplinar que reina en la (libre) producción — desde
la etap a de la m an u factu ra hasta la organización de la fábrica— se
impone como “proyecto” dom inante en el interior de la organización ,
de la penitenciaría (tan to en la de tipo filadelfiano, como en la de
A u b u m ). Con sus im portantes diferencias (diversificadas del sistema
de producción, diversidad p o r lo tanto en la “educación” p a ra el
"trabajo subordinado” ) las dos experiencias tienen u n a nota com ún:
la destrucción, por m edio del aislamiento, d e toda relación paralela
(entre los internados-obreros, entre los “iguales” ) , enfatizando, por el
contrario, p o r m edio de la disciplina, las relaciones verticales (en ­
tre superior e inferior, en tre “ distintos” ) .
En todo lo demás, los dos modelos de cárceles difieren profunda-
f '
P
18 E. Goffman, Asylums. Le istiluzioni totali: i meccanismi delta esclusione
* della violenta, T urín, 1968, pp. 43».
10 M ichel Foucault, Surveiller et punir cit., pp. 240«. [pp. 240jí.].
1
198 ' I.A IN V E N C IÓ N p e n ite n c ia ria : la E X P E R IE N C IA D E E E U U !
i
m en te; su constitución y su estru ctu ració n d epende to talm en te de las\
transform aciones que se v a n d an d o en el proceso de acum ulación capi-'
talista. D e esta realidad se prop o n e — en a rm o n ía con el “modelo
ideal de p o d er disciplinar” q u e se desea d iseñar— el perfil esencial.,
U n a ad v erten cia: los m odelos que se p ro p o n en son resultado de
u n a abstracción (abstracción d e u n a realid ad que en la historia fue
m uy c o m p le ja ); su validez, resulta superfluo recordarlo, es por lo tan to
p u ram en te eurística.

a] Solitary C on fin em en t: la hipótesis carcelaria filadelfiana

É sta es la enum eración sintética d e las características esenciales del


sistem a “ filadelfiano” :
1] L a cárcel de este tipo es, antes que n a d a , u n a hipótesis arqui­
tectónica, en el sentido d e u n proyecto arq u itectón ico que se eleva
a principio del proceso educativo. O m ejo r: la ciencia arq u itectónica
se transform a, en el caso específico, en ciencia social. Es el sueño de
JJentham hecho rea lid a d :

O bservando ciertos principios arq u itectó n ico s se p u ed en o b te n e r fácilm ente


cam bios m orales im p o rtan tes en las capas m ás c o rro m p id a s d e n uestra so­
ciedad.20

T a m b ié n :

L a ciencia arq u ite c tó n ic a se h a consum ido en ex p erim en to s p a ra co nstru ir


penitenciarías en las cuales la fo rm a d e las celdas esté en condifinnps Wf
tran sfo rm ar un corazón vicioso en u n o virtuoso.21

Los m uros de la celda son instrum entos eficaces d e castigo: ponen


al preso d elan te de sí m ism o; está obligado a “e n tra r” en su con­
ciencia. L a a n tig u a fórm ula canónica de cárcel ( ergastulum ) revive,
en form a p o r dem ás exasperada, en la nueva técnica ca rc elaria cu á­
q u e ra: “ E n esta celda aislada, sepulcro provisorio, los m itos d e la
resurrección fácilm ente to m an cu erp o ” .22

C ad a ind iv id u o se tran sfo rm ará, n ecesariam en te, e n el in stru m e n to de su


p ro p ia p e n a : la conciencia m ism a d e l en carcelad o v e n g ará a la socie­
d a d [ . . . ] A sí se p araliza el proceso d e co rru p ció n ; n in g u n a u lte rio r conta-

20 bpd s (Boston Prison D iscipline S ociety), F ourth A n n u a l R ep o rt, p. 54.


21 J . R eynolds, Recollections o} W indson prison, Boston, 1934, p. 209.
22 M ichel F oucault, Surveiller et p u n ir cit., p. 242 [p. 242].
I , 199
I.Á P E N IT E N C IA R IA : M O D EL P DI! LA SOCIEDAD IDEAL

luinación. se podrá recibir o com unicar [ . . . ] El encarcelado se verá obli­


gado a reflexionar sobre los errores d e su vida, a escuchar los rem ordi­
mientos de su conciencia y los reproches de la religión.23

ü] El aislam iento (diurno y nocturno) es absoluto (absolute solita-


ry conjinem ent). El proyecto arquitectónico unicelular perm ite llevar
i'l principio del aislamiento hasta sus últimas consecuencias. El peli­
llo de “contam inación” entre presos y otros encarcelados y el m undo
uxterno se debe im pedir p o r todos los medios: fu e ra de los cuatro m u ­
ros de la celda el encarcelado p o d rá moverse, p or exigencias de la
adm inistración, solamente “vendado” o “encapuchado” .

La celda com pletam ente aislada del crim inal, está, algunos días, llena de
terribles fantasm as. Agitarlo y ato rm entado por m il m iedos, acusa a la socie­
dad de ser injusta y cruel, y con ta l disposición d e espíritu, en algunos
casos no es difícil que se rebele contra las órdenes que se le dan y se nie­
gue a las consolaciones que se le brindan. E l único castigo que el regla­
m ento contem pla es la segregación en una celda oscura y la reducción dcl
alim ento. Es muy raro que hasta los prisioneros m ás reacios pasen m ás
de dos días en este tratam iento sin que se dobleguen.21

3] El tiem po —vivido en el m ás absoluto silencio y escondido sólo


por los ritos de las prácticas penitenciarias (alim entos, trabajo, vi­
sitas oficiales, oración, etc .)— tiende a dilatarse y a hacerse abso­
luto, conciencia!; pronto el detenido pierde su noción objetiva, física.

4] L a disciplina institucional — en esta form a “simplificada” de


vida no asociativa— se transí o r n a (reduciéndose) en u n a disciplina
del cuerpo (disciplina p a ra im poner un hábito al centro-autocontrol
físico). El desorden físico (com o reflejo de la turbación m oral) se
debe transform ar (léase: educar) en orden -juico (exterior). P ara esta
educación del cuerpo hay reglas establecidas. Léanse, como ejemplo,
algunos artículos del reglam ento interno de la penitenciaría de Cherry
I-Iill (F iladelfia), que entró en vigor el 5 de diciem bre de 1840:

Art. 1: debes conservar tu persona, la celda y los utensilios, limpios y en


orden; art. 2: debes obedecer pron tam en te a todas las órdenes que se te
den [ . . . ] ; art. 3 : no debes provocar ningún ru id o inútil, sea cantando
o silbando, sino que debes, con el m áxim o respeto, m an tener el silencio
más absoluto [ . . . ] ; art. 4: el alim ento que sobre debe conservarse en el

23 G. W. Smith, A defem e on the syslem of soliiary confinement of prison-


ners, Filadelfia, 1833, p. 75.
24 G. Bcaumont y C. A. H . Tocqueville, On the pennitentiary systern in
the U nited States, pp. 39-40.
200 LA INVENCIÓN PENITENCIARIA.: LA EXPERIENCIA DE EEU¡¡|

recipiente adecuado; todas las sobras se deben recoger con cuidado y colo«
carse fuera de la celda, en el momento en que los celadoras den la ordenj
art. 7: sé, en todo instante, respetuoso y cortés con todo el personal de la
penitenciaria y no te dejes jamas desviar de tus deberes ni por la cólera
ni por el deseo de venganza; art. 8: santifica el Sábado; debes saber que nC
por estar separado del resto del mundo, este dia es inenos sagrado.25

L a razón analítica — que tiende a fragm entar lo “diverso” p a ra desí


pués “reconstruirlo” (cuasi puzzle) a im agen y semejanza del “ser-
civilizado”— inspira este proceso disciplinar: el “hom bre del desor-;
den” , el “hom bre salvaje” debe transform arse en “hom bre m áquina”,i
en el “hom bre disciplinado” . Si el “salvajismo” (exuberancia natural J
del rebelde, o extrem a, desesperada oposición a la “destrucción” ) nos
debe encontrarse “m edicina” adecuada en la disciplina institucional!
(soledad, oración y tra b a jo ), el m om ento de la violencia física no1
ta rd a rá en materializarse en nuevas form as: duchas heladas p a ra losi
rebeldes, “m ordazas de fierro” (ivon gags) y “horquillas de fierro”.
(iron gibbets) p a ra los “indom ables” .26 L a inspiración técnico-disci-,
plinar que crea estos “objetos” no está estim ulada p o r la voluntad de
“au m entar” el sufrim iento o el torm ento del preso (en este sentido
no son instrum entos de to rtu ra ). D e lo que se tra ta es de “obligar"
m ecánicam ente al internado a “m odelar” su cuerpo y su espíritu a la
disciplina que se le im pone: se sostiene que la “m ordaza de fierro”
le enseñará el silencio, obligándolo, m ecánicam ente, a callarse; si está j
agitado, la “horquilla de fierro” lo educará p a ra que controle su pro­
pío cuerpo, inmovilizándolo m ecánicam ente con el ap arato y sujetán­
dolo a u n palo.27 Son los mismos instrum entos con los que se “do­
m estica” ciertos anim ales y se “ civilizan” los salvajes; son los medios
de la nueva ciencia pedagógica burguesa:

De los múltiples expedientes que utilicé, el calor me pareció el más efi­


caz [ . . . ] Usé este estímulo en todas sus formas [ . . . ] Los hice tomar todos
los días, baños de dos o tres horas a temperatura muy alta, mezclados con
regaderazos en la cabeza f . . . ] Estoy convencido que la pérdida de fuerzas
que sufrían era provechosa para su sensibilidad nerviosa [ . . . ] Después de
algún tiempo, nuestro joven salvaje se mostró sensible a la acción del
frío [ . . . ] No me fue difícil obligarlo a vestirse solo: lo logramos en pocos

85 N . K . Teeters y J. D. Shcarcr, T h e prison at Philadelphia, Cherry Hill.


T he tepetate system of penal discipline: 1829-1913, Nueva York, 1957, pp.
137-138.
20 T . Selling, “T h e Philadelphia gibbet ¡ron” , en T h e Journal of Criminal
Lava and Criminology, vol. 46, pp. 11-25.
” Ib id ., p. 20. ,
LA p e n it e n c ia r ía : m odelo de la s o c ie d a d id e a l 201

días, d ejánd olo expuesto al frío en la m añana, ju n to a sus ropas, hasta que
aprendió a ponérselas.28

Por o tra p arte la reform ation significa “educación a la sumisión” ,


aceptación de la propia inferioridad, del propio “ser sujeto de ne­
cesidad”.

5] L a religión (o m ejor: la instrucción religiosa) llega a ser el ins­


trum ento privilegiado en la retórica de la sujeción: la ética cristiana
(en su acepción protestante) se usa, en este sistema, como “ética d e /
p ara las m asas”. Bible es la p alab ra m ágica, siem pre recurrente, en
este universo. M ostrar “signos evidentes” de “arrepentim iento” (de
haberse encam inado p o r el cam ino seguro de la spiritual salvation)
equivale a d a r u n a p rueb a segura de reform ation (de estar avanzado
en el proceso “reeducativo” ) . L a práctica religiosa se convierte así en
práctica adm inistrativa: el Chaplain es u n contador diligente que
rinde cuentas a la adm inistración. En esta perspectiva se debe leer en
el diario de Lacom bre (1845-1850), capellán de C herry H ill, la si­
guiente anotación:

N . 876. Jo h n N ugent. Peluquero. C om prende b a stan te bien q u é cosa hay


que hacer p a ra "salvarse”, pero no parece ten e r ningún deseo de hacer­
lo [ . . . ] E n ju lio de 1839 se acercó a la religión, pero lo hizo por hipo cre­
sía, como yo lo había sospechado [ . . . ] Incorregible, irrecuperable.
N. 874. H iram Kelsey. U n a especie de salvaje de la jungla. H a llevado
una v ida de vagabundo p o r las praderas' del oeste. N o tiene ningún sentido
religioso.
N . 879. Jam es L oller, 33 años. M ulato de V irginia. T aciturno . N inguna
inclinación p ara h a b lar d e m otivos religiosos; consecuentem ente m uestra
indiferencia hacia ellos.
N . 920. G eorge T hom as. N o lee las S agradas Escrituras. N o se qu iere
arrepentir. A firm a ser un hom bre libre (seguram ente está loco ). M e dice:
¡ve a aconsejar a otros estas tonterías! Es u n individuo peligroso.28

6] T ra b a ja r es u n prem io: se suspende o se niega a quien no “co­


labora” con el “proceso educativo” . Así escribe el juez Charles Coxe
en su prim er informe a la comisión legislativa respecto del trabajo
penitenciario en Cherry H ill:

C uando llega un prisionero se le lleva a su celda y allí se le deja solo, sin


tra b a ja r [ . . . ] Pocas horas después, ya suplica que se le perm ita hacer

*8 J. Itard , II giovane selvaggio, P an n a, 1970, pp. 41-42.


29 N . K . Teeters y J, D. Shearer, T h e prison at P hiladelphia. . . cit., pp.
154-155.
202 :_,A INVENCIÓN PENITENCIARIA: LA EXPERIENCIA Dli EEUU

algo [ . . . ] S i el prisionero sabe h a c e r algo que se p ueda realizar- en su cel­


da, se le perm ite tra b a ja r como prem io y estím ulo de b uena conducta [ . . . ]
Este trabajo se considera com o recom pensa, y su privación es in terp re tad a
com o un castigo.20

>. En esta situación, el trabajo resulta la única alternativa posible a la


inercia y al ocio forzado; es la única tabla de salvación p ara huir
de la locura, que de otro m odo aparece como segura.

E l trabajo — contesta un preso al interrogatorio de B eaum ont y Tocquevil-


lc— m e parece absolutam ente necesario para sobrevivir; creo que m e m o­
riría si m e lo q u itaran .31

O tro prisionero, entrevistado en la misma ocasión, se expresó así:

N o sería posible vivir aquí ad entro sin trabajo. ¡Les aseguro, señores, que
el sábado es un día interm inable! 32

En las cárceles de este tipo se fabrican zapatos y botas, se esterillan


■ sillas, se tra b a ja la estopa, se hacen puros, se cortan y cosen unifor­
mes, e tc .; 33 todos, trabajos que requieren esencialmente tiempo, ha­
bilidad puram ente m anual y m uy pocos utensilios. Es el único trabajo
que puede ser practicado por u n trab ajad or solitario, en u n local
pequeño, con pocos instrum entos de trabajo: la operación se debe eje­
cutar m anualm ente con un gasto de energía desproporcionado con el
resultado obtenido.
Este proceso de “inducción obligada al trabajo” no tiene fines eco­
nómicos: es cierto, en efecto — y de esto son conscientes los propug-
nadores del sistema filadelfiano— , que con esta actividad laboral (no
productiva) la cárcel no podrá nunca ser autosuficiente ni el preso
nunca p o d rá “pagarse” su pena (la experiencia del trabajo peniten­
ciario será siempre un pasivo y no un paving systern of prison dis­
cipline) ,M P ara que el trabajo pued a ser productivo — se afirm a—•
t
so First A nnua l Report, 1830, p. 9.
31 G. Beaumont y C. A. H. Toccjueville, On the penitentiary system in
the United States cit., pp. 187íí. (véase tam bién el Apéndice i de la Parte ii).
32 G. Beaumont y C. A. II. Tocqucville, On llie penitentiary system . ..
cit., p. 108.
33 N. K. Teeters y J. D. Shearcr, T h e prison at PhUadelphia . . . cit., pp.
141 ,r,f.
Sobre las modalidades y el tipo de trabajo en la cárcel de Filadelfia, véase
tam bién: R. V aux, A brief sketch of origin and history of the State penitentia­
ry for the eastern district of PhUadelphia, Filadelfia, 1872, pp. 87ss.
3t J. R. C handler, en Journal of Prison Discipline and Philantrophy, 1875,
nt'un. 14, p. 63.
LA p e n it e n c ia r ía : m odelo de la s o c ie d a d id e a l 203

sería necesario introducir m áquinas en la cárcel (labor-saving machina-


ry, o sea las m áquinas que ah o rran trabajo) y producir mercancías
que pudieran com petir en el m ercado “libre” ; pero exactam ente esto
es lo que no se quiere:

El estado no tiene ningún derecho a in terferir en el tra b ajo (d el obrero li­


bre) ni d e proporcionar a estos (los presos) toda clase d e m áquinas p e r­
feccionadas. D ejen que el hom bre, afuera, use las m áquinas; dejen que el
hom bre, adentro, use sus m anos.35

O riginariam ente, y por un breve periodo, el “m odelo” que los teó­


ricos del sistema filadclñano consideraban como “ ideal” p ara el “en­
carcelado-reeducado” se estereotipaba en el incansable, servicial, fiel y
silencioso trab ajo de taller, de m anufactura (léase: el sastre, el za­
patero, el esterillero, etc.). Pero, en u n segundo m om ento, frente
;il proceso de industrialización que anim aba el m undo de la produc­
ción “libre” , ya nadie sostuvo que “el fin de la disciplina carcelaria
fuera ed u car no sólo p a ra buenos propósitos sino p a ra m antenerse
con un trab ajo honesto” : 30 afu era ya reinaba la fábrica, o sea el rei­
no del com m on work, de la labor saving m achinery y de la habilidad
m ecánica. E l trabajo carcelario de tipo filadelfiano — en esta segunda
etapa en la que la producción industrial sustituye a la m anufactura
y a la producción artesanal— , habiendo perdido toda función “obje­
tiva” de educación p a ra un trab ajo subordinado y productivo, m an ­
tiene, enfatizándolos, sólo algunos caracteres ideológicos propios del
trabajo alienado, caros a la burguesía. Sustituido, cada vez más, por
el sistema de A uburn, el modelo filadelfiano, especialmente el régimen
de trabajo que puede realizarse en las cárceles donde reina el prin­
cipio de solitary confinem ent, aparece como u n “proyecto organiza­
tivo” de todo el universo social subalterno, como “idea abstracta” (y
en este sentido sólo “ideológica” ) de cómo deberían organizarse las
relaciones de clase y de producción en el “m ercado libre” . El trabajo
carcelario, en este sistema de ejecución penitenciaria, viene a ser “el
sueño del empresario ( el capital como anarquía) más que un “pro­
yecto racional” del sistema en su conjunto, ( el capital como raciona­
lidad). En efecto:
a] El aislamiento del encarcelado-trabajador destaca la voluntad
burguesa del obrero solo, o sea no organizado.
b] El m om ento disciplinar unido a la falta de com petencia ofre­
cen al em presario la m ás absoluta disponibilidad de la fuerza de tra ­

35 W. Cassidey, On prisons and convicts, Filadelfia, 1897, p. 30.


36 F. Gray, Prison discipline in America, Boston, 1847, p. 70.
204 LA IN V E N C IÓ N P E N IT E N C IA R IA : I<A E X P E R IE N C IA DE E E U U

bajo; la fuerza de trabajo, disciplinada y violentam ente “abstraída”


del juego del m ercado libre, se presenta como factor “no problem áti­
co” de la producción.
c] L a reform ation del internado encuentra — como parám etro de
valuación— adem ás de las “form as externas” de la sujeción a la auto­
ridad, la producción cuantitativa de m ercancías en la unidad de
tiem po; emerge la idea del obrero no retribuido “por jornada” sino
a “destajo” . .
<¿] L a dependencia absoluta (más existencial que real) del “ no
propietario” “crim inal” “encarcelado” respecto del “propietario”'
“em presario” se hace m anifiesta; aunque es sólo en el m undo de la
“producción libre” donde esta sujeción-dependencia del proletario
con relación al capital se hace real; m ás exactam ente: en el/con el
trabajo asalariado.

¿>] Silent system: el modelo de A u b u m

P ara la propuesta carcelaria estructurada a p a rtir del modelo de


A u bum , ofrecemos u n esquem a sintético, lim itándonos a analizar los
elementos y las características que diferencian este proyecto del mode­
lo de Filadelfia.

1] El trabajo carcelario en el proyecto de A ubum , escapa, aunque


sea p o r u n instante, tanto a su original dim ensión ideológica (el tra­
bajo como única solución p a ra la satisfacción de las necesidades de
no p ro p ietario ), como a la (sólo) pedagógica (el trabajo formado
como modelo educativo d e /a l trabajo alien ad o ), p a ra definirse en
térm inos más económicos: el trabajo como actividad productiva digna
de explotarse empresarialmente.
Este proyecto fracasó. Bien pronto, en efecto, la presión de las
organizaciones sindicales profundam ente opuestas al trabajo carcela*
rio productivo (la producción de la cárcel — fruto de u n a m ano de
obra n o retribuida— se distribuía en el m ercado a precios totalmente
fuera de com petencia, sirviendo como freno p a ra la escalada salarial)
y las dificultades con las que se tropezaron p a ra la industrialización
com pleta de las cárceles, como ya tuvimos ocasión de ver antes,37 im­
pidieron que la penitenciaría se convirtiera en fábrica. Pero, la “ilu­
sión productiva” por más m om entánea y fracasada que haya sido,
im prim ió a este sistema penitenciario algunos caracteres estructurales

37 V éase J 5 de la Pai te i.
LA p e n it e n c ia r ía : m odelo de la so c ie d a d id e a l 205

originales. Estas características, qué en seguida vamos a analizar, se


pueden reducir a esta nueva “dimensión del trab ajo” .

2] E l'rég im en de la day-association y night-separation es la colum ­


na vertebral del sistema de A ubum . Es, decididam ente, un com pro­
miso: por u n lado perm anecen los aspectos pedagógico-reeducativos.
propios del experim ento filadelfiano (la negación de toda relación
entre encarcelados p a ra im pedir que la “m orbosidad delincuencial”
se difunda) ; por otro lado — en términos cad a vez más presentes—
la nueva “obsesión reform adora” : el trabajo productivo (o sea la cár­
cel organizada como em presa) ; la night-separation y el silent-systcm
todavía orientados, así, a la p rim era instancia; el principio de la day
association (necesaria p a ra introducir el com m on work y las labor
saving machines) tendiente a realizar la segunda exigencia. Así se
llega al com promiso: day-association p a ra la m áxim um industrial
production; night-separation y silenl system p a ra la m áxim um preven-
tion o f contam ination:

Permite que los prisioneros que no están en solitary confinemcnt trabajen


bajo una disciplina tan rígida que les impida hablar entre sí y se vean obli­
gados a producir la cantidad máxima de trabajo que su salud y sus fuerzas
físicas puedan permitir.38

Los presos deben ser em pleados en alguna actividad productiva: se


considera idóneo p a ra este fin el com m on hard labor (el trabajo for­
zado realizado en com ú n ). Ila rd Labor es, así, la nueva “consigna”
en el universo carcelario.

3] L a relevancia del modelo y del estilo de vida m ilitar encuentra


en la realidad carcelaria u n a dim ensión en p a rte ignorada en la cárcel
celular filadelfiana. L a razón es sencilla: la nueva institución debe
organizar y gestar m om entos de vida colectiva. P ara este fin la m isma
disposición de las celdas m anifiesta la obsesión de uniform idad es­
tético-form al im puesta a los internados: un cam astro, una cubeta,
unos cuantos utensilios de h o ja de lata iguales p a ra todos, son los
únicos objetos entregados p o r la adm inistración: pero, además, los pri­
sioneros deben llevar uniform e y tener la cabeza rap ad a.39 L a adm i­
nistración penitenciaria m isma tiende a organizarse en términos je-
rárquico-m ilitares; m uchas veces los carceleros provienen de la m arina
o del ejército, y m uchas otras siguen dependiendo (en la disciplina y

08 En O . F. Lewis, T h e development of Am erican prisons and Prison Cus-


toms: 1776-1845, Nueva York, 1922, p. 86,
80 D, J . R othm an, T he discovery of asylum cit., p. 106.
I.A IN V E N C IÓ N p e n it e n c ia r ia : LA E X P E R IE N C IA !)Ii EE U U j

p a ra su c arrera) de los cuerpos m ilitares a los qu e pertenecen. Lie-'


van uniform e, tienen reuniones en m om éntos fijos y hacen guardias
como centinelas.40
L as norm as disciplinarias o rd en an , adem ás, a todo el staff carce-,
lario com portarse con g en llem a n ly m anner, com o si fu eran oficiales,
Sus relaciones con los internados deben llevar el sello de im persona­
lid ad que caracteriza las relaciones en tre oficiales y tropa. En el re­
glam ento de Sing-Sing se lee:

E llos (los g u ard ias) deben te n e r con los in tern ad o s el m ás g ra n d e respeto,


y de n ingu na m an e ra deben p e rm itir que éstos se les a c e rq u en si no es en la
form a m ás respetuosa; n o deb en , tam p o co , concederse la m ás p eq u eñ a fa­
m iliarid ad ; deben, en fin, estar m uy aten to s p a ra m a n d a r y p a ra obtener
respeto.-11

L a disciplina del cuerpo, en este tipo de institución p enitenciaria, se


realiza esencialm ente en las acciones reglam entarias: los reclusos no
pueden cam in ar, antes bien deben proced er siem pre en orden cerrado
o en fila in d ia, m iran do siem pre la espalda de q uien v a adelante,
con la cabeza ligeram ente in clin ad a h acia la derecha y con los pies
encadenados m oviéndose al unísono.'12
E l horario es distinto del de los m ilitares: al toque de u n a cam ­
p a n a los carceleros abren las p u ertas de las celdas y los presos salen
al corredor, y u n a vez encadenados m a rc h a n h acia el ja rd ín ; en fila
van a v a c ia r los cubos, luego se lav an y, siem pre e n fila, van a los ta ­
lleres; allí tra b a ja n , sentados en largos bancos, en absoluto silencio,
h asta que su ena u n a segunda cam p an a, la del desayuno; en grupos,
pero siem pre en fila de u n o en uno, p a sa n al com edor, y habiendo
recibido su ración de alim ento (las norm as obligan a no ro m p er el
paso) co n tin ú an m a rc h a n d o h a sta sus celdas; a l toque d e u n a tercera
cam pana, vuelven a e n tra r, siem pre en filas, a los talleres, etcétera.43

4] E l m om ento d isciplinar se ritualiza en la retó rica p u n itiv a de


tipo corporal. T a m b ié n en este aspecto original estam os frente a u n a
“necesidad” de la vida p arcialm en te asociativa de los reos, exigencia
con ectad a a la gobernabilidad de u n a colectividad coactivam ente a d ­
m inistrada. C orrectam ente se observa q ue:

i
10 Loe. cit.
41 En G o vem em ent, discipline o f the N ew Y ork state prison, 1834, p. 16.
12 S. G. Howe, A n essay on separóte and congrégate systems o f prison
discipline, Boston, 1846, p. 55.
43 Loe. cit.
I.A p e n it e n c ia r ía : m odelo de la so c ie d a d id e a l 207

Ij'aa sola rasgadura en las redes d e la disciplina [ . . . j y -la actividad dcl


capellán no tendría, aq u í d en tro (en la c á rc e l), m ás posibilidades de las
que tiene en u na taberna.-1'1
C onsidero — añade E. Lynds, d irector de la cárcel de Sing-Sing, en
una conversación con B eaum ont y T o rq u ev ille— que el castigo dcl látigo
es el m ás eficaz y al m ism o tiem po el más h u m an o que existe; no es p e r­
judicial p ara la salud, y educa p ara una vida espartana. Al contrario, el
aislam iento resulta frecuentem ente ineficaz-., desde el punto de vista de la dis­
ciplina, y es peligroso. l i e visto en m i vida a m uchos presos que no han
sido capaces de sobreponerse a este castigo y que u n a vez abandonada la
celda de aislam iento h a sido necesario llevarlos al hospital. P or eso creo
que es im posible gobernar una prisión grande sin usar el látigo. Sólo quien
conoce la naturaleza del hom bre únicam ente a través d e los libros, puede
opinar lo contrario.45

La presunta “h u m an id ad ” del castigo con látigo com parada, por ejem ­


plo, con la “celda de aislam iento” no satisface a B eaum ont y a T o o
quevllle (partidario, p or otro lado, del sistema filadelfiano), quienes
agudam ente observan a este respecto:

Por varias razones este castigo se prefiere a otros: provoca, en efecto, la


inm ediata sum isión dcl transgresor y no in terru m p e ni por un instante
la actividad laboral.-14

Pero, adem ás: el látigo produce sufrim iento (y por lo tanto se le


teme) sin perju d icar irrem ediablem ente la integridad física (léase:
laborativa) del transgresor; alternativa disciplinaria, por lo tanto, que
al contrario del castigo de la “celda de aislam iento” (acom pañada
de la dism inución del alim ento, de la privación de la luz y de la im ­
posibilidad física de acostarse) no “destruye” fuerza de trabajo.
El poder de castigar es absolutam ente discrecional: no existen re­
glamentos que determ inen cuándo la sanción se puede o se debe im po­
ner, ni hay ninguna autoridad que decida al respecto. El poder disci­
plinar se identifica, p or eso, con el ejercicio del poder tout-court.

El derecho de los carceleros sobre la persona de los presos es el mismo que


el padre tiene sobre sus hijos, el m aestro sobre sus alum nos, el instructor
sobre su aprendiz, el capitán sobre su tripulación.47

4-1 Board of Inspcctors of Iow a Penitentiary, Reporl for the lwo years end-
ing oclober, 1, 1859, Desmoines, la , 1859, p. 10.
45 G. Beaumont y C. A. II. Tocqucvillc, O n the penitentiary system U nited
States cit., p. 201.
40 Ibid., p. 41.
47 R eporte de G. Powers (1827, p. ii) en G. B eaum ont y C. A. H . Toc-
qiicville, O n the penitentiary system . . . cit., p. 44.
208 LA IN V E N C IÓ N P E N IT E N C IA R IA : L A E X P E R IE N C IA DE E E U U

L a sujeción discrecional persigue u n fin específico:

Los presos —afirma explícitamente R. Wiltse, subdirector de Sing-Sing en


1834— deben aprender que aquí adentro están sometidos a todas las reglaá
y que deben siempre y en toda ocasión obedecer a cualquier orden que les
de su carcelero.4®

5] L a reg la del silencio in in terru m p id o se presenta com o el único


m edio posible p a ra im pedir la com unicación y los procesos osmóticos
y contam inantes, d e o tro m odo inevitables entre los internados de u n a
Congrégate prison:

Todo el sistema disciplinar —se afirma— se funda sobre el impedimento


de toda relación entre los presos [ . . . ] Su unión (la de los presos) es estric­
tamente material o, para hablar con mayor exactitud, sus cuerpos están
juntos pero sus almas están separadas, y no es la soledad del cuerpo la
que es importante sino la del espíritu.*®

L a represión de cu alquier fo rm a de interacción subjetiva por m edio


del “silencio in in terru m p id o ” es, adem ás, u n instrum ento esencial de
“poder” : o sea necesidad p a ra que unos cuantos p u ed an gobernar
a u n a m u ltitu d . L a observación d e B eaum ont y T ocqueville tiene
agudeza:

[ . . . ] así, novecientos criminales, vigilados por treinta carceleros, traba jan


libres, sin cadenas [ . . . ] Es evidente que la vida de los carceleros estaría
a merced de los prisioneros si a estos últimos bastase la sola fuerza física;
pero los presos carecen de fuer/a moral. ¿Por qué novecientos malhechores
juntos son menos fuertes que treinta individuos que los vigilan? Sencilla­
mente porque los guardias pueden comunicarse libremente entre sí y obrar
simultáneamente cutre ellos, teniendo, así, toda la fuer/a que da la asocia­
ción, mientras que los presos, separados unos de otros por el silencio, tie­
nen, a pesar de su fuerza numérica, toda la debilidad de la separación.80

6] L a obligación del silencio en el in te rio r de u n a institución fu n ­


d a d a en v id a asociativa, p lan tea inm ed iatam en te el problem a de la
obediencia a las norm as y a las órdenes; el abanico d e las posibles
infracciones tiende a am pliarse en razón d irecta de las nuevas exi­
gencias disciplinarias. E n la cárcel de tipo filadelfiano — cuyo m odelo
de organización reducía drásticam en te las norm as disciplinarias, sen-

ÍB T exto citad o p o r D . J. R oth m an en T h e discovery of asylum cit., p. 101.


* ' G. B eaum ont y G. A. H . Tocqueville, O n the penitentiary system of
the U nited States cit., p. 24.
#* Ib id ., p. 26.
í.A p e n it e n c ia r ía : m odelo de la s o c ie d a d id e a l ’ 209
i ' ' '
pillamente porque no se le perm itía “físicamente” al encarcelado
comportarse de otro modo— la posibilidad de infracciones era m uy
limitada. E n u n a cárcel fu n d ad a sobre una parcial com m on lije, el
momento asociativo im pone u n a infinidad de norm as de com porta­
miento que deben ser respetadas.
E n efecto:

Cuando respetan la norma del silencio, ellos (los presos) están necesaria­
mente tentados de violar este precepto. Tienen, así, un cierto mérito en la
obediencia, sencillamente porque ésta no es “necesitada”. Y es por eso qué
la disciplina de Auburn educa los presos en una moral social que no re­
ciben en las prisiones de Filadelfia.51

L a obediencia a un tipo de reglam ento que se fu n d a en el control


adm inistrativo del cuerpo del prisionero, tiende, inevitablem ente, a
transform ar al encarcelado en u n autóm ata, en u n a m áquina progra­
m ada y diligente, no sólo “abstractam ente disciplinada” (como en el
modelo carcelario de Filadelfia) sino perfectam ente “sincronizada”
a la acción colectiva disociada:

Los internados se sientan, en filas de uno, en estrechas mesas, con la es­


palda hacia el centro, para que no se puedan comunicar entre sí. Si uno
recibió más alimento del que quiere, debe levantar la mano izquierda, y
si recibió menos del que necesita, debe levantar la derecha, as! los guardias
pueden proveer inmediatamente. Cuando terminan de comer y al toque
de una campana o de una sirena, se levantan de las mesas y, en filas, ante
los ojos de los guardianes, regresan a los talleres [ . . . ] Se presta la más
diligente atención al trabajo, desde la mañana hasta la noche, interrum­
piéndolo sólo el tiempo necesario para comer, y nunca porque los presos
hayan terminado el trabajo que sé les había asignado [ . . . ] ®2
■r

IV. F.I. PRODUCTO DE LA M AQUINA PEN ITEN C IA R IA : E L PROLETARIADO

El largo camino de reintegración del crim inal (sujeto real) en el pro­


yecto hegemónico burgués, tiene como prim era etapa la reducción
del encarcelado a sujeto coactivam ente privado de sus relaciones in­
tersubjetivas, a sujeto reducido a “p u ra y abstracta existencia de nece­
sidades” .
Es decir:

al Ibid., p. 25.
52 b p d s (Boston Prison Discipline Socie.ty), A n im a l R eport, 1826, p. 36.
210 LA IN V E N C IÓ N P E N IT E N C IA R IA : LA EX PE R IE N C IA DE E l i l j l

[ . . . ] el sujeto “ re al”, inserto en u n a realidad social espontáneam ente lid


terogénea con relación a lo “ju ríd ico ” y a sus reglas [ . . . ] es arrancad'!
de las concretas determ inaciones d e aquel estar “ fuera” en el que se fufll
daba su peligrosa agresividad, p ara reducirlo a la idea de sujeto homogénoflj
perteneciente a lo “ju ríd ico ”, q u e se considera com o su “ térm ino primQ
tivo”, qu e existía “antes” de las reglas concretas de la sociedad, del cual
el sujeto “ fuera” de ellas no es m ás que som bra o el negativo.63

El m odelo celular es el instrum ento m ás apto p a ra reducir al encai'J


celado en sujeto abstracto:

[ . . . ] hom bre abstraído de todas las emociones [ . . . ] que la sociedad iníi


p ira [ . . . ] > P01' m edio del aislam iento se le abstrae d e todas las sensacional
externas.1'4

Abstraído de su dimensión real, reducido a sujeto sin relación cofl


lo social, el encarcelado se siente “solo” frente a sus necesidades mate*
ríales. E n esto no se diferencia del burgués m ás que por un elemento
esencial: m ientras este últim o puede satisfacer sus necesidades por
m edio d e /c o n la propiedad, al encarcelado se le im pide (su existen»
cia, o sea la satisfacción de sus necesidades m ateriales depende sólü
y únicam ente de la adm inistración). A este estatus (político-existen*
cial) de insatisfacción se llega p o r medio de u n proceso de m anipu­
lación (léase: “cambio progresivo de la valoración que el individuo;
tiene de sí” ) 615 que podríam os describir como carrera moral del in?5
tem ado. U n a vez reducido a sujeto abstracto; u na vez “anulada’M
su diversidad (hasta la p érdida a la que conduce la soledad del -que3
no tiene relación con lo so c ia l); un a vez puesto frente a sus necesi* '
dades m ateriales que no puede satisfacer en form a autónom a, hecho
totalm ente dependiente de l a / a la soberanía adm inistrativa, a este
producto de la m áquina disciplinar se le im pone la única alterna»
tiva posible p a ra escapar a la propia destrucción y a la locura: la
form a m oral del sometimiento, o sea la fom a m oral del estatus de
proletariado. O m ejor: la form a m oral de proletariado se impone
como condición existencial, en el sentido de única condición para
la sobrevivencia del n o propietario. A la etap a de la destrucción
(reducción del “diverso” a “hom ogéneo negativo” ) sigue la acción de

53 P. Costa, II progetlo giuridico. Ricerche sulla giurisprudenza del libe*


ralismo classico cit., p. 373.
54 J. Bentham , Principhs of penal law, en T h e Works of ]. Bentham,
editados por J. Bowering, Nueva York, 19(52, vol i, p. 425.
Sl! E. Goffmnn, Asylums. L e istituzioni tolali: i meccanismi della esclusione
e della violenza cit., p. 44. 4
J.A P E N IT E N C IA R ÍA : M ODELO D E LA SOCIEDAD IDEAL 211

reconstrucción (de “concepto abstracto” a fig u ra “socioeconómica


mal” ) , p a ra llevar a efecto, de este m odo, el proyecto hegemónico
burgués: el n o propietario hom ogéneo al crim inal — el criminal ho­
mogéneo al encarcelado— , el encarcelado homogéneo al proletario.
Lo que, en otras palabras, significa que el no propietario encarce­
lado debe existir sólo como proletario, como quien h a aceptado el
rstado de subordinación, como quien se reconoce en la disciplina
tlcl salario. L as prácticas de este caos disciplinario que es la cárcel
están, po r eso, teleológicamcnte orientadas: educar p a ra el trabajo
expropiado, ed u car p a ra el trab ajo asalariado como único medio para
satisfacer las propias necesidades, educación-aceptación del no ser
propietario.
Los dos m om entos en que se realiza la p ráctica penitenciaria — re­
ducción, p o r u n lado, del encarcelado a “puro sujeto de necesidad”,
y luego educación del “sujeto de necesidad” a proletario— serán, de
aquí en adelante, analizados en la específica experiencia carcelaria nor­
team ericana de la prim era m itad del siglo xrx.

APÉNDICE I

J.A SUBORDINACIÓN DEL H O M B R E PARA CONVERTIRSE


11N SER INSTITUCIONALIZADO.
(EN C U EST A EN LA PENITENCIARÍA DE FILADEI.FIA
UN OCTUBRE DE 1831.)
m

Gustave de Beaum ont y Alexis de Tocqueville visitaron la cárcel de


Filadelfia en octubre de 1831. E ra el m om ento en que el principió
del solitary confinem ent se veía seriam ente am enazado p o r el nuevo
sistema penitenciario del silent system de A uburn. Las impresiones de
aquella visita oficial, las m inuciosas anotaciones sobre la m anera como
se tratab a a los presos en esa cárcel, fueron com pletadas e integradas
con los registros escritos de los coloquios que sostuvieron con los
miembros de la adm inistración y con u n a encuesta hecha entre los,in­
ternados; todo encontrará pues diligente ubicación como apéndice
de la obra que escribieron sobre el sistema penitenciario norteam e­
ricano en 1832.36

00 Como ya dijimos, todas las referencias a G. B eaum ont y C. A. H .


Tocqueville, O n the penitentiary system in the U nited States and' its applica-
tion in France, están tom adas de la traducción al inglés de F. Lieber (1833).
Para el punto que nos ocupa en este momento, véase el apéndice núm. 10:
“Inquiry into the pcnitenciary of Philadelphia. O ctober, 1831”, pp. 187-190.
212 LA IN V E N C IÓ N P E N IT E N C IA R IA : LA E X P E R IE N C IA D E EEUX^

A través de los ojos atentos de estos “exploradores” , a través de su',


p lum a casi siempre lúcida y analítica, podemos adentrarnos en el lá*;
berinto de la anorm alidad social norteam ericana de la prim era mitad'
del siglo xix, sucum biendo, lo confesamos, a la fascinación casi morí
bosa de u n a indiscreción, de u n a violación que rebasa todo límite del
respeto a la persona, que más de cien años de distancia no han lo*,
grado desvanecer.
C on todo, antes de ofrecer la traducción de algunos trozos de la.
inquiry hecha entre los internados de la Penitenciaría de Filadelfia,
querernos hacer algunas precisiones;
d] Consideramos útil — p a ra el discurso que hemos venido desa­
rrollando— utilizar este m aterial porque la situación existcncial vi;,
vida en la penitenciaría de Filadelfia — la m ás cercana al “modelo”
de penitenciaría celular— m uestra en térm inos paradigm áticos e£
nivel m ás alto de expoliación y reducción del detenido a “sujeto de
necesidad”, a “p u ra y abstracta existencia de necesidad” .
b] El detenido, tal como “aparece” en estas entrevistas, ya es “su­
jeto institucionalizado” , en el sentido de que los mecanismos maní*
pulatorios ya h an transform ado al “detenido” en “ser virtual” . Lo
que emerge es el fantasm a monstruoso, el nuevo anim al antes salvaje
y ah o ra domesticado.
<] En efecto, la “acción de decantación” o “program ación” (el
procedim iento de adm isión), a p a rtir del cual el detenido se codifica
como objeto institucional, como “objeto del proceso m anipulatorio”,
ya h a probado su eficacia. L a ley del 23 de abril de 1826 — que dicta
las norm as disciplinarias p a ra la Penitenciaría O riente de Filadel­
fia— en su artículo 5 prescribe que el nuevo prisionero sea:

In terro g ad o [ . . . ] con el fin d e conocer su persona y su fisosonomía, su


nom bre, edad, estatura, lugar de nacim iento, ocupación, aspecto físico,
color d e cabello y d e ojos, largo de los pies [ . . . ] todo esto se debe registrar
en un libro especial, ju n to con cualquier otra señal, n atu ral o accidental, o
peculiaridades de los rasgos o fisonomía q u e puedan ser útiles p ara identi­
ficarlo, y si el internado sabe escribir, debe firm ar la declaración que des­
cribe su persona.41
' í
d\ U n a vez que se haya “despojado” al reo de su “ ropa externa”
(ro p a necesaria p a ra su propia identidad) la adm inistración le sum i­
n istrará diligentemente “objetos desinfectados” que no tengan po­
sibilidad de identificarse como personales.
Después d e haber hecho el “registro” : ¿

87 E n N. K . Teeters y J. D . Shearer, T h e prison of Pkiladelphia: Cherry


HUI. T he separóte systejn of penal discipline: lf!39-19¡3 cit., p. 135.
LA P E N IT E N C IA R ÍA : M OD ELO D E I-A SOCIEDAD IDEAL 213

[ . . . ] un médico verifica el estado de salud (del internado). Es bañado


y rapado y se le entregan nuevas ropas, de acuerdo con el uniforme de la
prisión. En Filadelfia se le conduce después a la celda de aislamiento,
de la cual ya no saldrá; allí trabajará, comerá, descansará [ . . . ] En Aubum,
en Wethersfield y en otras prisiones de este tipo, el prisionero sólo está en
un primer momento en total aislamiento, pero esto dura pocos días, des­
pués de lo cual comienza a trabajar en cualquier taller.68

e] L a “expropiación to tal” del encarcelado (el poder ser visto sin


poder ver) lleva progresivam ente al rom pim iento de la “frontera que
lodo individuo edifica entre lo que es “él y lo que lo circunda” ,50
y de este m odo se p ro fan a definitivam ente “la incorporación de sí” .
/] Estos procesos de estandarización a través de los cuales el “yo”
del internado es m ortificado conducen al sujeto m anipulado a asum ir
—corno práctica de defensa— “ la práctica de la simulación” ; o m e­
jor: la “reproducción exterior” del m odo de ser que la adm inistración
le propone como lo m ejor.60
Beaum ont y Tocqueville ap u n tan al respecto:

No tenemos ninguna duda sobre el hecho de que la costumbre del orden


al que los presos están sometidos durante años [ . . . ] la obediencia en cada
momento a reglas inflexibles, la regularidad de una vida uniforme, en una
palabra, todas las circunstancias que constituyen este sistema, están calcu­
ladas para producir una profunda impresión en la mente de los internados.
Cuando dejen la cárcel quizá no sean hombres honestos, pero ciertamente ha­
brán aprendido un modo honesto de comportarse [ . . . ] y si no son virtuo­
sos, serán seguramente más sensatos.81

En la encuesta-entrevista — de la que transcribim os a con tin u ació n 68


únicam ente las partes que nos parecían significativas— aparecen así,
e n / térm inos aparentem ente confusos, locura y simulación, extravio e
hipocresía; u n conjunto de posiciones antagónicas que describen un
estado de profunda degradación y subordinación del “ser institucio­
nalizado” .

Internado n úm . 28. El prisionero sabe leer y escribir; fue condenado poi


homicidio. Afirma que su salud, sin ser mala, no es tan buena como cuando
estaba en libertad; niega, con firmeza, haber cometido el crimen por el que

58 G. Beaumont y C. A. H . Tocqueville, O n the penitentiary system in


the U nited States cit., p. 31.
50 E. Goffman, Asylum s . . . cit., p. 51.
00 Ibid., p. 89.
61 G. Beaumont y C. A. H . Tocqueville, O n the penitentiary system in
the U nited States cit., p. 90.
62 Ibid., pp. 187-198.
214 I.A IN V E N C IÓ N P E N IT E N C IA R IA : LA E X PER IEN C IA DE EE U U '

fue condenado; al contrario, confiesa haber sido un borracho turbulento e,


irreligioso. Pero, ahora, añade, su espíritu ha cambiado: encuentra una for­
ma de placer en la soledad y lo único que lo atormenta es el deseo de ver1
a su familia y de educar moral y cristianamente a sus hijos, cosa que nunca
había pensado cuando estaba en libertad.
Pregunta: “ ¿Piensas que podrías vivir, aquí dentro, sin trabajar?”
Respuesta: “El trabajo me parece absolutamente necesario; pienso que mo­
riría, si me lo quitaran.”
Pregunta: “ ¿Ves con frecuencia a los guardias?”
Respuesta: “Unas seis veces al día.”
Pregunta: “ ¿Te da consuelo verlos?”
Respuesta: “Sí, señor. Es un verdadero placer ver su figura. Este verano
entró un grillo en mi patio; me parecía que me estaba haciendo compañía,
Si una mariposa o cualquier otro insecto entra en mi celda, yo no le hago
ningún m al.” .

Internado núm. 41. Es un joven; confiesa haber sido un criminal; llora du<
rante toda la conversación, particularmente cuando recuerda a su familia.
“Afortunadamente —añade— ninguno de ellos puede verme en este estado, (
aquí adentro”; espera poder regresar a la sociedad sin llevar el sello de lo
infamia y sin que ésta lo rechace. ■1
Pregunta: “ ¿Te es difícil soportar la soledad?” '
Respuesta: “ ¡Ah, señor, éste es el castigo más horrible que se puede uno
imaginar!” '«"
Pregunta: “¿Se resiente tu salud por ello?” 'j
Respuesta: “No, de salud estoy bien, pero mi alma está muy enferma.” *
Pregunta: ¿En qué piensas más?
Respuesta: “En la religión: los pensamientos religiosos son mi consuelo mAÍ*
grande.” _,
Pregunta: “¿Ves con frecuencia al pastor?”
Respuesta: “Sí, cada sábado.”
Pregunta: “¿Te gusta platicar con él?”
Respuesta: “Es la más grande felicidad ser admitido en su presencia. El slV
bado pasado se quedó conmigo una hora completa; me prometió que martes
na me traerá noticia de mi padre y de mi madre. Espero que todavíj
vivan; hace un año que no sé nada de ellos.”
Pregunta; “ ¿Qué idea te has hecho del sistema a que te han sometido?
Respuesta: “Si hay algún sistema capaz de hacer reflexionar a un hom brl’,
y de hacerlo mejor es, sin lugar a duda, éste.” >>'•
v
Internado núm. 61. Fue condenado por robar caballos; afirma ser inoccnlfli .
Nadie, se lamenta, puede imaginar el horrible sufrimiento que es la solcdafl
continua. Interrogarlo cómo pasa su tiempo, responde que de dos modoil
trabajando y leyendo la Biblia. La Biblia es su más grande consuelo. P h »
rece estar fuertemente “invadido” de ideas religiosas; su conversación Ai
animada; no logra hablar sin estar agitado y sin llorar. Es alemán de uncí*
LA p e n it e n c ia r ía : m odelo de la so c ie d a d id e a l 215

miento; perdió a su padre cuando era pequeño y recibió úna mala educa­
ción. Ya estuvo en prisión por un año, pero en otra parte. Buena salud.

Internado núm. 31. Es un negro de veinte años; no ha recibido educación


alguna y no tiene familia; fue condenado por robo con violación de domici­
lio; ya tiene catorce meses en la cárcel; salud excelente; el trabajo y las
visitas del capellán son su consuelo. Este hombre joven, que no parece
muy “despierto”, aprendió, con mucha dificultad, las letras antes de su
internamiento, y con gran esfuerzo ya es capaz de leer correctamente la
Biblia.

Internado núm. 72. Es un joven de veinticuatro años; condenado por robo,


es reincidente; parece bastante inteligente.
Pregunta: “Ya estuviste internado en Walnut Street. ¿Que diferencia en­
cuentras entre aquella cárcel (jail) y esta penitenciaría (penitenliary)?”
Respuesta: “Los presos eran mucho menos infelices en Walnut Street que
aquí, porque allá se podían comunicar más fácilmente entre ellos.”
Pregunta: “Pero, parece ser que tú trabajas aquí con gusto; ¿te pasaba igual
en Walnut Street?”
Contestación: “No, allá el trabajo era una carga que siempre intentábamos
evitar; aquí, al contrario, trabajar es un placer.”
Pregunta: “¿Lees la Biblia de vez en cuando?
Respuesta: “Con mucha frecuencia.”
Pregunta: “¿Te pasaba igual en Walnut Street?”
Respuesta: “No. Nunca encontré antes ningún gusto en leer la Biblia o en
escuchar sermones religiosos.”
liste prisionero está internado desde hace apenas seis meses. Salud excelente.

Internado núm. 00. Condenado por intento de homicidio; edad: cuarenta


y dos años; padre de siete hijos; recibió una buena educación; ya estuvo
preso en Walnut Street; cuenta en términos espantosos los vicios que rei­
naban en aquella prisión, pero cree que todos los presos preferirían regresar
a Walnut Street más Jbien que estar en esta penitenciaría. Pedida su opi­
nión sobre este sistema de internamiento, responde que éste no puede fallar
en provocar una profunda impresión en el ánimo del encarcelado.

Internado núm. 22. Edad: treinta y cuatro años. Ya había estado condenado
por hurto; dieciocho meses de internamiento; bastante buena salud.
Pregunta: “ ¿Piensas que la disciplina a la que estás sometido es tan severa
como parece?”
Respuesta: “No. Pero eso depende de la disposición del que está en la cár­
cel. Si se rebela al aislamiento, cae inevitablemente en estado de desespe­
ración; si, al contrario, intuye las ventajas que puede tener un tratamiento
así, el aislamiento ya no es insoportable.”
Pregunta: “¿Antes estuviste internado en Walnut Street?”
Respuesta: “Sí, señor. Y no puedo imaginar un lugar en donde haya más
216 LA IN V E N C IÓ N P E N IT E N C IA R IA : LA EX PER IEN C IA DE EE U U

crímenes y pecados que allí. Bastan unos cuantos días para que una per­
sona poco honesta se transforme en consumado criminal.”
Pregunta: “ ¿Piensas que este sistema penitenciario sea superior al de la
vieja cárcel?”
Respuesta: “Es como si me preguntara si el sol es más bello que la luna.”

Internado núm. 67. Edad: treinta y odio años; condenado por robo, inter­
nado desde hace ocho meses, buena salud. Se ha convertido en zapatero
y fabrica seis pares de zapatos a la semana.
Este individuo parece tener por naturaleza una mente severa y medita­
tiva. La soledad de la cárcel ha acentuado mucho esta disposición. Sus
reflexiones son el resultado de un nivel intelectual alto. Parece sólo intere­
sarse en pensamientos filosóficos y cristianos.

Internado núm. I. Este prisionero, el primero que fue internado en esta


penitenciaría, es un negro. Ya lleva internado más de dos años. Goza de
excelente salud. Trabaja con pasión; fabrica diez pares de zapatos a la sema­
na. Su espíritu parece muy tranquilo; su carácter es dócil. Afirma que su
detención en la penitenciaría es una señal de la Providencia. Sus pensamien­
tos son, generalmente, religiosos. Quiso leernos, del Evangelio, la parábola
del Buen Pastor, cuyo significado lo ha impresionado grandemente. (¡Uno
que nació de una raza socialmente considerada como inferior, y que no
había conocido otra cosa más que indiferencia y crueldad!)

Internado núm. 62. Es un hombre bien educado; treinta y dos años; es mé­
dico. El aislamiento parece haber provocado una profunda turbación en el
espíritu de este hombre joven. Habla del periodo de su primer intemamien-
to con horror; el sólo recordarlo lo hace llorar. Actualmente está resignado
a su destino, por más cruel que pueda ser. Durante los dos primeros meses
—afirma— vivió en un estado de desesperación pero el tiempo ha alige­
rado esta situación. No estaba obligado a trabajar, pero la ociosidad es tan
terrible que no ha dejado de trabajar. Como no tiene ninguna habilidad
manual, se dedica a cortar el cuero que van a trabajar los zapateros de la
prisión. Su más grande sufrimiento es no poderse comunicar con su familia.
Puso fin a nuestra conversación afirmando: “El aislamiento es muy dolo­
roso, pero lo considero un instrumento muy útil para la sociedad.”

Internado núm. 00. Cuarenta años. Condenado por rapiña a mano arma­
da. Parece inteligente; nos cuenta su historia en los términos siguientes:
“Tenía catorce o quince años cuando llegué a Filadelfia. Soy hijo de un
pobre campesino del oeste, y vine aquí buscando trabajo. No sabía hacer
nada, y no encontré trabajo; la primera noche me vi obligado a dormir
bajo el puente de una nave, al no tener otro lugar donde refugiarme. Allí
me descubrieron la mañana siguiente, me arrestaron y me condenaron a
un mes de cárcel por vagancia. Mezclado, durante mi corta estancia en la
cárcel, con malhechores de todas las edades, perdí los buenos principios
LA P E N IT E N C IA R ÍA : M ODELO D E LA SOCIEDAD IDEAL 217:

que mi padre me había dado, y al salir de la prisión lo primero que hice


fue unirme con algunos delincuentes de mi edad para ayudarlos a cometer sus
robos. Fui arrestado, juzgado y absuelto. Me consideré entonces inmune a
la justicia y, confiando en mi habilidad, cometí otros delitos que me lle­
varon de nuevo frente al tribunal. Me condenaron a nueve años de cárcel,
que debía purgar en la vieja cárcel de Walnut Street.
Pregunta: “¿Este castigo no produjo en ti la conciencia de que debías co­
rregirte?”
Respuesta: “No, señor. La prisión de Walnut Street nunca provocó en mí
remordimiento alguno por mis acciones criminales. Confieso que nunca
me hubiera arrepentido de mis acciones en ese lugar, y que ni siquiera me
pasó por la cabeza mientras estuve allá. Pero, rápidamente me di cuenta
que en aquel lugar aparecían siempre periódicamente las mismas personas
y que por más grande que fuera la habilidad, el valor y la fuerza de los
ladrones, siempre terminaban por cogerlos; este hecho me hizo pensar se­
riamente, y al final me decidí a poner fin a esta vida tan peligrosa en cuanto
saliera de la prisión. Tomada esta decisión, me porté mejor y, a los siete
años, me “liberaron”. En la cárcel había aprendido el oficio de sastre y
rápidamente logré encontrar un buen trabajo. Me casé y comencé a ganar
algo de dinero. Pero Filadelfia está llena de personas que me conocieron
en la cárcel y siempre tuve miedo de ser traicionado por ellas. Un día,
dos antiguos compañeros de prisión fueron al negocio del patrón y pidieron
hablar conmigo; al principio fingí no conocerlos, pero finalmente me obli­
garon a confesar mi identidad. Me exigieron una enorme suma de dinero;
ante mi negativa para dársela, me amenazaron con revelar la historia de
mi vida al que me estaba dando trabajo. En este momento me comprometí
a satisfacer su demanda y les pedí que volvieran al día siguiente. Apenas se
fueron, yo también dejé el negocio y me fui con mi mujer a Baltimore.
En esta ciudad encontré también trabajo con facilidad y viví un periodo
prolongado en tranquilidad, hasta que un día mi patrón recibió una carta
de un agente d? policía de Filadelfia en la que le informaba que uno de sus
empleados había estado internado en Walnut Street. Todavía no entiendo
qué pudo haber impulsado a esa persona a hacer eso. A él le debo estar
ahora aquí. Apenas el patrón leyó la carta, me despidió y me echó lleno de
indignación. Fui a ver a otros sastres en la ciudad, pero todos, habiendo
recibido la información, se negaron a darme trabajo. La miseria me obligó
a buscar trabajo en la construcción del ferrocarril que se estaba tendien­
do entonces entre Baltimore y Ohio. El dolor y el cansancio me llevaron en
poco tiempo a un estado de fiebre muy intensa. La enfermedad duró mucho
tiempo, y mi dinero bien poco. Apenas restablecido volví a Baltimore, don­
de recaí. Al llegar a la convalecencia me encontraba sin un centavo y
sin pan para mi familia. Si ahora pienso en los innumerables obstáculos que
encontré para ganarme el pan honradamente y en todas las persecuciones
injustas de que fui objeto, estallo en un estado de indecible desesperación.
Entonces me dije: ya que me obligan, volveré a ser ladrón. Si hubiera un
solo dólar en todo Estados Unidos y estuviera en la bolsa del Presidente,
218 LA IN V E N C IÓ N P E N IT E N C IA R IA : I,A E X P E R IE N C IA DE E E U U

ese dólar lo quiero yo. Llamé a mi mujer y le ordené que vendiera toda la
ropa que no fuera estrictamente necesaria y que con el dinero que obtuviera
me comprara una pistola. Comencé cuando tuve fuerzas suficientes para
caminar sin muletas; me fui a las orillas de la ciudad, detuve al primero
que pasó y lo obligue a entregarme su portafolio. Me arrestaron esa misma
tarde. Me había denunciado la persona a quien había robado. Obligado por
el cansancio me había tenido que esconder en un bosque cercano. No se
necesitó mucho para descubrirme. Confesé mi delito sin dificultad, y me
internaron en esta prisión.” /
Pregunta: “ ¿Qué piensas hacer en el futuro?”
Respuesta: “No me interesa, se Jo digo francamente, reprocharme lo que
hice, ni me importa comenzar de nuevo eso que se llama una vida cristia­
na; pero, al mismo tiempo, estoy decidido a no robar más, sobre todo ahora
que veo Ja posibilidad (le poderlo hacer. Cuando deje, dentro de nueve
años, esta prisión, nadie en el mundo me podrá reconocer; nadie, de hecho,
puede conocerme aquí adentro y tampoco yo puedo entablar relaciones
que puedan resultar peligrosas. Seré, finalmente, libre, para poderme ganar
en paz el pan de cada día. Ésta es la gran ventaja que encuentro en esta
penitenciaría y que me hace que la prefiera cien veces a la cárcel de Wal-
nut Street, a pesar de la severidad de la disciplina a la que estamos some­
tidos aquí.”
Ya ha purgado un año de prisión; óptima salud.

Internados núms. 00 y 00. Estos dos encarcelados están locos. El director


dcl penal nos aseguró que llegaron aquí ya en este estado. Su locura es muy
tranquila. Del modo incoherente de hablar no se puede derivar la sospecha
en el sentido de que su estado confuso e infeliz se deba atribuir a la peni­
tenciaría.

Internado núm. 00. Es un médico; es el farmacéutico de la prisión. Con­


versa inteligentemente y habla de los distintos sistemas de encarcelamiento
con una libertad de pensamiento que la situación en que está hace aparecer
como verdaderamente extraordinaria. La disciplina de esta penitenciaría le
parece, vista globalmente, como suave y cuidadosamente sopesada para pro­
ducir las condiciones necesarias para la reeducación. "Para un hombre bien
educado —afirma— es mejor vivir en absoluta soledad que estar mezclado
con toda clase de malvivientes. Después de todo la soledad favorece la re­
flexión, y ésta lleva a la reeducación.”
Pregunta: “¿Ha notado que el aislamiento sea perjudicial para la salud?
En su calidad de médico y de prisionero es la persona más indicada para
contestar esta pregunta.”
Respuesta: “No pienso que, en su conjunto, la gente que está aquí adentro
esté más enferma que la que está en la sociedad. No creo que la gente,
aquí, tenga menos salud.”

Internado núm. 00. Treinta y odio años; apenas hace tres semanas que
está en la penitenciaría y parece sumergido en la más negra desesperación.
la p e n it e n c ia r ía : m odelo de la s o c ie d a d id e a l 219

“La soledad me va a matar —dice—; no voy a resistir hasta el final. Me


voy a morir antes.”
Pregunta: “¿No encuentras algún consuelo en el trabajo?”
Respuesta: “Sí, señor; la soledad sin trabajo es mil veces más horrible, pero,
el trabajo no me impide pensar y, por lo tanto, ser infeliz. Aquí adentro, mi
alma está enferma.”
El infortunado sollozó al hablar de su mujer y de sus hijos, a los que
pensaba no volver a ver. Cuando entramos en su celda, nos dimos cuenta
que trabajaba y lloraba al mismo tiempo.

Internado núm. 00. Edad: veinticinco años. Proviene de la clase más pri­
vilegiada de la sociedad. Se expresa, de hecho, con elegancia y facilidad.
Fue condenado por bancarrota fraudulenta. Este joven mostró gran satis­
facción por vernos. Es fácil darse cuenta que para 61 la soledad es un
tormento enorme. La necesidad de un contacto intelectual con otras gentes
parece atormentarlo mucho más que a sus compañeros de prisión, que han
recibido una educación inferior. Se obstina en contarnos su historia; habla
de su delito, de su posición en la sociedad, de sus amigos y, en especial, de
sus padres. No puede hablar de estas cosas sin llorar; saca de debajo de la
cama algunas cartas que su familia ha logrado enviarle y que ya están
despedazadas de haberlas leído tantas veces; las lee una vez más y
las comenta.
Pregunta: “No crees que el aislamiento pueda afectar la razón?”
Respuesta: “Creo que el peligro del que hablan sí existe. Recuerdo que
durante los primeros meses de mi soledad fui visitado muchas veces por ex­
trañas visiones. Durante muchas noches seguidas me pareció ver un águila
posada en los pies de mi cama. Ahora me pongo a trabajar; ya me acos­
tumbré a esta vida y ya no me atormentan ideas de este tipo.”
Un año de internamiento. Buena salud.

a p é n d ic e ii ■ ;

LA SOBERANÍA ADMINISTRATIVA EN EL REGIMEN DEL “ SILENT SYSTEM” .


(CONVERSACIONES SOSTENIDAS CON G. BARRETT, B. C. SM ITH
Y E. LYNDS.)

Son tam bién B eaum ont y Tocqueville quienes en su peregrinar por


el universo penitenciario de la A mérica de principios del siglo xix,
con su acostum brada diligencia, visitan las cárceles que se están or­
ganizando de acuerdo con el modelo au burniano del süent system..
Tienen ocasión de conversar y en trar en contacto con los directores,
los capellanes y en general con el staff; en el inform e rendido al go­
220 LA IN V E N C IÓ N P E N IT E N C IA R IA : LA E X P E R IE N C IA D E E E U l

bierno francés existe u n a ab u ndante docum entación sobre esta ex­


periencia.
Es interesante, p a ra nosotros, observar cómo de la lectura de este
m aterial se perfila, con suficiente claridad, tanto la realidad de lo¡
hechos como la ideología del sistema analizado. Es necesario recordai
que en 1830 la oposición entre el sistema del solitary confinement
y el de silent system. dividía a la opinión pública, provocaba polém i­
cas académ icas y separaba las políticas adm inistrativas de los dis­
tintos estados, sin que fuera posible, en ese m om ento, saber cuál de las
dos tendencias, con el tiempo, llegaría a predom inar. Es evidente,
así, que ante tan ilustres “visitantes” extranjeros, los órganos direc­
tam ente interesados tiendan a enfatizar los aspectos positivos del
sistema que siguen y critiquen al sistema “contrario” .
A pesar de esta actitud apologética que im pregna los contactos
personales y epistolares con la adm inistración penitenciaria, nos p a ­
rece poder recoger la presencia de dos tendencias, sólo aparentem ente
contradictorias. L a prim era, m ás m arcadam ente ideológica, es patro­
cinada en este caso por los capellanes y tiende a hacer n o tar la “m al­
d ad " del crim inal y la “fuerza m oral” de u n proceso capaz de trans­
form ar este “universo bestial” en u n ejército de pious and religious
m en ; la segunda — en la b rutalidad de su argum entación, definitiva­
m ente m ás “realista”— presenta la cárcel como “em presa privada
y productiva” donde no caben más símbolos de autoridad que los
de tipo em presarial: la fría lucidez del “director-em presario” , el des­
precio p o r las masas de “encarcelados-obreros”, el cálculo económico,
el pesimismo de fondo sobre la posibilidad de u n a “regeneración
m oral” del detenido. Ambas perspectivas se ofrecen a los dos “extran­
jeros” con la intención de a rra n c ar su aprobación y su adm iración,
pero, no podemos menos de reconocer que hay siem pre elementos de
verdad, en p articu lar cuando la exigencia de explicar las dificultades
que han encontrado las adm inistraciones lleva a los entrevistados a
“exaltar” la im placable severidad de la disciplina.
la p e n it e n c ia r ía : m odelo de l a ; s o c ie d a d id e a l 221

Carta del señor Barret, capellán de la Penitenciaría de W ethersfield 68

Wethersfield, 7 de Oct. de 1831.

A los Sres. Beaumont y Tocqueville.


Señores:
La población de Connecticut asciende a casi 280 000 almas. Durante
36 años los calabozos cercanos a Tincsburg, conocidos como la cárcel de
Newgate, se utilizaron como penitenciaría estatal. La nueva prisión funcio­
na desde hace sólo cuatro años. Durante los cuarenta años anteriores a 1831,
el número de los internados en las dos instituciones fue de 976 [ . . . ]
Hay en Connecticut tres negros por cada cien habitantes; en las prisiones
la población de color es de casi el 33% del total. De 182 habitantes a los
que he seguido personalmente, 76 no sabían escribir y treinta eran incapaces
de leer una sola letra. Sesenta eran huérfanos de ambos padres desde la
más tierna edad, y 36 habían perdido a sus padres antes de cumplir quince
años.
De estos 172 internados, 116 eran nativos del estado de Connecticut;
90 estaban entre los 20 y los 30 años y 18 habían sido condenados a re­
clusión.
Actualmente hay 18 mujeres en la cárcel; algunas trabajaban en las
cocinas o la lavandería de la prisión, otras en la fábrica de zapatos. Reciben
cuatro céntimos por cada par de zapatos que hacen; una mujer puede fa­
bricar entre 6 y 10 pares por semana [ . . . ]
En la mañana y en la noche siempre se rezan las oraciones en presencia
de los presos; se leen pasajes de la Biblia y, generalmente, se hace un co­
mentario. Los internados, en estas ocasiones, se muestran atentos y diligentes.
■Cada preso recibe, desde el principio de su condena, una copia de la
Biblia, que puede leer a placer. Los sábados se pronuncia un sermón que
los presos nunca dejan de escuchar con gran atención. Con frecuencia hacen
preguntas sobre el significado de lo que acaban de escuchar.
Cuando los principios de las Sagradas Escrituras se han grabado en el
corazón del preso, podemos estar seguros que su reeducación es completa,
y yo tengo motivos para pensar que este momento se ha realizado muchas
veces: afirmo que entre 15 y 20 de los que actualmente están en la cárcel
han llegado a este estado [ . . . ] Ningún internado, que esto quede claro,
rehúsa completamente la instrucción religiosa y nunca he encontrado un
detenido que no me haya mostrado respeto cuando he ido a visitarlo
a su celda.
He observado que la ignorancia, el descuido de los padres y la intem­
perancia son, en general, las tres grandes causas que generan el crimen [ . . . ]
El resultado final que se puede esperar de la cárcel depende también,
en gran medida, de la capacidad de los carceleros. Es necesario que tengan
un sentido moral sobresaliente, que hablen poco y que sean capaces de
observar hasta la cosa más insignificante.

9» Ibid., pp. 223-225.


222 LA IN V E N C IÓ N P E N IT E N C IA R IA : LA E X P E R IE N C IA D E EE U U

Si los vigilantes son lo que deben ser, si los detenidos, separados durante
la noche, trabajan durante el día, si la continua vigilancia se mezcla con
una apropiada instrucción religiosa, la prisión puede llegar a ser un lugar
de reeducación para los internados en ella y una fuente de ganancias
para el estado. i
Con mis respetos.

G. Barrett, capellán de la cárcel

Opinión del reverendo, señor B. C. Smith,


capellán de la Penitenciaria de A ub um 04

El hecho más evidente para quien debe ocuparse del problema religioso
de los detenidos es la extendida y profunda ignorancia de la Biblia que reina
entre la población internada [ . . . ] Sin mencionar ejemplos concretos de
esta ignorancia —que resultarían en verdad increíbles— baste decir que
muchos prisioneros no han sido capaces de citar el título de ningún libro
de los que componen la Biblia [ . . . ]
Otra característica [ . . . ] es el analfabetismo; [ . . . ] y, también, aunque
ya es conocido por todos, el elevado porcentaje de alcohólicos. El número de
presos, actualmente internados en la penitenciaría de Auburn, es de 682;
de ellos, 230 son intoxicados crónicos y 278 están, con frecuencia, en estado
de ebriedad; [ . . . ] más aún: 380 han confesado haber estado bajo la in­
fluencia del alcohol cuando cometieron el delito por el que están en prisión
y 219 han confesado que sus padres eran alcohólicos [ . . . ]
Otro elemento interesante: el porcentaje de las personas no casadas: de
683 internados, ¡319! [ . . . ] Las personas casadas, actualmente en prisión,
tienen, entre todos, 901 hijos menores, 679 de los cuales no tienen medio
alguno de manutención; de éstos, solamente 180 es seguro que tienen al­
gún pariente que se ocupe de ellos.

Conversación sostenida con el señor E. Lynds,


director de la Penitenciarla de Sing-Sing<J5

Pie pasado ya diez años de m i v ida en la adm inistración penitenciaria;


fui durante m ucho tiem po cxpectador de los abusos que se com etían en el
viejo sistem a carcelario: las prisiones eran, en ese entonces, causa de gran­
des gastos y los presos p erdían el poco sentido m o ral que todavía tenían. La

M T exto citado por F. Lieber, traductor y com entador de la edición en


inglés de la obra de Beaumont y Tocqueville (1 8 3 3 ), en la que se transcribe
un trozo del A nnual Report of the Inspectors of the A uburn Penitentiary to
the Legislalure, del 8 de enero de 1933; véase G. Beaumont y C. A. H . loc-
queville, O n the penitentiary system. . . cit., pp. 225-230.
Ibid., pp. 199-203.
la p e n it e n c ia r ía : m odelo de la s o c ie d a d id e a l 223

opinión pública se comenzó a disgustar con todas las ideas filantrópicas,


cuya imposibilidad de aplicación parecía ya demostrada en la práctica co­
tidiana. Fue precisamente en estas circunstancias cuando comencé a entre­
ver la posibilidad de adoptar el sistema de Auburn. Al principio encontré
gran oposición por parte de las autoridades y de la opinión pública, sobre
todo por las modalidades “tiránicas” que tengo de dirigir una cárcel. Pero
el éxito obtenido es la completa justificación de mi elección.
Pregunta: “¿Piensa que la disciplina que usted ha impuesto se puede apli­
car también en otros países que no sean los Estados Unidos?”
Respuesta: “Estoy absolutamente seguro que tendría éxito en cualquier par­
te, con tal que mi método se aplique rigurosamente. En mi criterio, en
Francia, por ejemplo, debería haber más posibilidades de éxito que aquí
en América. Yo sé que las cárceles francesas dependen directamente de la
administración gubernamental, que puede, por lo tanto, dar un durable y
sólido apoyo a los administradores y funcionarios; nosotros, aquí, somos
esclavos de la opinión pública que cambia continuamente. En mi opinión,
es absolutamente necesario que el director de una prisión —sobre todo si
se está probando un nuevo método disciplinario— tenga un poder abso­
luto, lo que, entre nosotros, en un estado democrático, es prácticamente
imposible [ . . . ]
Mi principio siempre ha sido éste: para reformar y gobernar una cárcel
es necesario concentrar en las manos de un solo hombre todo el poder y
toda la responsabilidad. Muchas veces, cuando los inspectores intentan im­
ponerme sus puntos de vista, yo les respondo: están en su derecho de remo­
verme de este cargo, y en ese caso a mí no me queda más que obedecer,
pero mientras yo esté aquí voy a hacer lo que pienso que se debe hacer.
Escojan ustedes.
Pregunta: “Hemos oído decir, aquí en América, y nos inclinamos a creerlo,
que el éxito del sistema penitenciario se debe, en parte, a la costumbre, tan
extendida en este país, de respetar escrupulosamente las leyes. ¿Usted qué
piensa?”
Respuesta: “No creo que la observación sea correcta. En Sing-Sing, por
ejemplo, la cuarta parte de los presos son extranjeros de nacimiento. He
sometido a éstos exactamente de la misma manera que a los nacidos en este
país. Ix)s más difíciles de doblegar son los prisioneros de origen español
que provienen de Sudamérica; raza esta más semejante a los animales fe­
roces y a los salvajes que al hombre civilizado [ ■ • • ] ”
Pregunta: “¿Cuál es el secreto de esta disciplina tan eficaz que ha impuesto
usted en Sing-Sing y de la cual hemos podido admirar los efectos?”
Respuesta: “Es difícil, en verdad, dar una respuesta exhaustiva; porque mi
método es el resultado de una serie de intentos y de esfuerzos cotidianos,
l’or eso no puedo dar reglas generales. El punto fundamental, con todo, es
obtener un silencio ininterrumpido y un trabajo también ininterrumpido.
Para obtener esto es necesario vigilar tanto a los reos como a los vigilantes,
y ser, al mismo tiempo, inflexible y justo.”
Pregunta: “¿Piensa que sea imprudente que los presos trabajen, como en
Sing-Sing, cielo abierto, en el campo?”
224 LA IN V E N C IÓ N P E N IT E N C IA R IA : LA E X P E R IE N C IA D E E E U U

Respuesta: “Personalmente prefiero dirigir una cárcel donde hay esta posir
bilidad. Si evidentemente es imposible obtener la misma disciplina que se
podría tener en una cárcel circundada por altos muros, también es cierto
que si se logra doblegar al prisionero bajo el yugo de la disciplina, es po­
sible hacerlo trabajar, sin peligro, en el tipo de trabajo que aparezca como
más conveniente. Solamente así puede el estado utilizar a los presos para mil
trabajos productivos.”
Pregunta: “¿Piensa que sea absolutamente imposible imponer su disciplina
en una cárcel ,que no disponga de un sistema de celdas para la noche?”
Respuesta: “ Pienso que. seria posible, mantener, aun en ese caso, un orden
aceptable, e incluso un buen nivel de productividad en el trabajo, pero se­
ría absolutamente imposible prevenir una infinidad de abusos, cuyas conse­
cuencias, a la larga, podrían ser muy serias.”
Pregunta: “¿Está realmente convencido de la posibilidad de reformar un
número considerable de presos?”
Respuesta: “Queridos señores, deben entender una cosa: yo, personalmente,
nunca lie creído en la posilibidad de una completa y absoluta reeducación.
En verdad, nunca se me ha ocurrido que un prisionero adulto pueda trans­
formarse en un ciudadano religioso y virtuoso. Se los confieso abiertamente:
no creo en la santidad adquirida por quien abandona la prisión y no pienso
que los consejos del capellán o las meditaciones religiosas del detenido
puedan, por sí mismas, crear un buen cristiano. Al contrario, mi modesta
opinión es que un buen porcentaje de criminales pueden convertirse en bue­
nos trabajadores en la medida en que en la cárcel hayan aprendido un
oficio údl y contraído la costumbre de un constante y disciplinado trabajo
subordinado. Ésta es la única reforma que pretendo realizar aquí adentro
y que, creo, es la única que la sociedad puede esperar,”
Pregunta: “¿Qué signos, cree usted, puede mostrar que el internado ha in­
gresado en el camino de la reeducación?”
Respuesta: “Que esté claro: mientras esté en la cárcel, ninguno. Si estu­
viera obligado a hacer pronósticos, yo diría que el que aquí adentro se com­
porta correctamente, lina vez fuera, con toda probabilidad, volverá a delin­
quir. IIc tenido la oportunidad de observar cómo los criminales más peligrosos
casi siempre se portan como prisioneros excelentes; son, normalmente, las
personas más inteligentes y más hábiles de los detenidos: con más rapidez
que los demás se dan cuenta que la única manera de hacer su situación más
tolerable es evitar a toda costa los castigos que inexorablemente siguen a
cualquier acto de insubordinación. Fingen. La consecuencia evidente de
esta observación es que la instilución de la reducción de la pena por buena
conducta no debe establecerse, de otro modo se acaba haciendo a todos los
presos unos hipócritas.”
Pregunta: “ Pero esta institución que usted critica tan acerbamente es defen­
dida por todos los juristas.”
Respuesta: “En este caso, como para muchas otras cosas, los teóricos se en­
gañan porque no tienen la más mínima experiencia práctica de las cosas
de las que hacen graneles discursos. Si el señor Livingston, por ejemplo, qui­
siera aplicar sus teorías penales a gente como 61, nacida y perteneciente a
la p e n it e n c ia r ía : m odelo de la s o c ie d a d id e a l 225

una clase social en la que la inteligencia y la moral existen de verdad, sin


lugar a duda obtendría óptimos resultados, pero las prisiones, por el con­
trario, están llenas de gente vulgar que nunca ha recibido educación y
que con dificultad logra entender los conceptos más sencillos y que con
frecuencia es insensible incluso ante las sensaciones más violentas.”
Pregunta: “ ¿Cuál es su opinión sobre el sistema del contrato?”
Respuesta: “Pienso que es útil dar en contrato el trabajo de los detenidos,
a condición de que el director siga siendo el jefe en todos sentidos. Cuando
fui director de Auburn firmé contratos con varios empresarios en los que
se les prohibía entrar a la penitenciaría. Su presencia en los talleres, aunque
sea esporádica, no sirve más que para dañar la disciplina.”
Pregunta: “¿Cuál es, en su opinión, la cualidad más necesaria en una per­
sona para poder ser director de una penitenciaría?”
Respuesta: “El arte práctico de dirigir y disciplinar a las masas. Antes que
nada, debe estar completamente convencido —corno yo siempre lo he es­
tado— que el hombre deshonesto es un cobarde. Esta convicción, que los
prisioneros rápidamente perciben, le dará un gran ascendente y le permitirá
atreverse a hacer cosas que, en un primer momento, pueden parecer hasta
temerarias.”
3. C O N C L U S IO N E S : R A ZÓ N C O N T R A C T U A L
Y N E C E S ID A D D IS C IP L IN A R EN L O S O R ÍG E N E S
D E L A PENA P R IV A T IV A D E LA L IB E R T A D

Las luces, que han. descubierto las libertades, in­


ventaron tam bién las disciplinas.
(M ichel Foucault, Survciller et punir. Naissance de
la prison, París, 1975, p. 247 [p. 225].)

L a idea de la penitenciaría como “ap arato disciplinar” se impone


con fuerza casi definitiva como resultado del análisis que hemos
hecho h asta aquí de la estructura organizativa de las cárceles nor­
team ericanas de la prim era m itad del siglo xix.
D e m odo sintético se puede decir que el núcleo teórico del pro­
blema se puede expresar en esta contradicción (por el m om ento no
im porta determ in ar si es “aparente” o “real” ) : la concepción de la
cárcel como instrum ento de reform ation del encarcelado p ara llevar­
lo a la subordinación p o r m edio de la disciplina (interpretación no
“ideológica” del concepto de reeducación) está acom pañada y com ­
p enetrada p o r la lucha p a ra llevar a la certeza de que se ejerce el
derecho, p o r la lucha p ara llegar a la certeza de que se im pone una
pena, y en últim o análisis, po r la p en a como retribución (léase pena
carcelaria como privación de un quantum de libertad preventivam en­
te, abstracta y proporcionalm ente determ inado).
Este aspecto — llamémoslo p o r ahora antinóm ico— es fácilm ente
com probable en la concepción jurídico-penal del liberalismo clási­
co. Bentham , p o r ejemplo, al m ismo tiempo que hace el proyecto
arquitectónico, m odelo del poder disciplinar-correctivo del universo
de la burguesía,1 con su obra A n inlroduction to the principies of
moráis and legislation es el propulsor de las reform as en la legisla­
ción penal que invocan como fundam ento el “principio de legali­
d a d ” ; 2 de igual m odo, Beccaria, al mismo tiem po que exige la

1 “El panóptico, o modelo de construcción para todos los edificios en el


que [ . . . ] un grupo de personas deben ser vigiladas; no im porta cuál sea
la fin alid ad: sirve p ara prisiones perpetuas [ . . . ] , o para prisiones preven­
tivas, penitenciarías, casas de corrección, casas de trabajo, m anufacturas, m a­
nicomios, hospitales o escuelas” (J. Bentham , Panopticon or the inspection
house . . . , en J. Bowering, T h e Works of J. Bentham cit., vol. iv, p. 37.
2 J. Bentham , A n introdnetion to the principies of moráis and legislation,
en J. Bowering, T he Works of ]. B entham cit., vol. I, pp. 194.

[2 2 6 ]
C O N C L U S IO N E S 227

debida proporción entre delito y pena, elevando asi el principio de


retribución a necesidad lógica-política,3 pone como frontispicio de- la
tercera edición de su obra (Liorna, 1765) a la Justicia, vestida
de M inerva, expresando un gesto de horror ante el verdugo que le
presenta u n racimo de cabezas cortadas, tornándose com placida h a­
cia algunos instrum entos de trabajo (azadones, martillos, sienas,
etc.) como medios de educación penitenciaria;"1 de igual m odo, y
p a ra volver a la realidad norteam ericana, B. Rush, W. Bradford, C.
Lownes y en general todos los filántropos cuáqueros pertenecientes
a la “Philadelphia Society for Alleviating the M iseries of Public
Prisons” , al mismo tiem po que luchan por la reform a de los códigos,
p o r la abolición de las crueles y sanguinarias leyes penales del periodo
colonial, p o r la aplicación de los principios de la Ilustración a la le­
gislación del joven estado norteam ericano, se esfuerzan por transfor­
m a r la cárcel de W alnut Street en el prim er ejem plo de cárcel con
celdas individuales.0
Frente al reconocimiento de estos mom entos presentes en el dis­
curso político-jurídico ilum inista, u n a tentativa de resolver el proble­
m a surgido de la contradictoriedad con que algunas proposiciones se
presentan se h a realizado atribuyendo a la “in sta n c ia. retributiva”
(proporción entre crirne y punishem ent) y, más en general, al “p rin ­
cipio de la certeza del derecho” , la validez de instancia racionalizado-
ra d e l'te rro r represivo:

E l razonam iento de m uchos “reform adores” — se lia dicho— era sencillo:


las norm as penales funcionan, son eficaces y logran ser medios de p re­
vención y de control social en la m edida en que am enazan no con un
terro r genérico c indiscrim inado sino rnn un terro r cierto.8

3 Si fuera posible ad a p ta r la geometría a las infinitas y oscuras combina­


ciones de la acción hum ana, debería haber una escala correspondiente de
penas que fuera de la más fuerte a la más débil [ . . . ] Si el placer y el sufri­
miento son el m otor de los seres sensibles, así si el premio o el castigo de­
terminados por el invisible legislador se encuentran entre los motivos que
im pulsan al hombre para actuar, cuando esto no sucede, y hay una inexacta
distribución de penas y de castigos, se vive la contradicción tanto más común
cuanto más inconsciente, de que las penas castigan los delitos que ellas mis­
mas han provocado. Si se destina la misma pena a dos delitos que ofenden
a la sociedad de distinta m anera, los hombres no encontrarán motivo por
qué no cometer el delito más grave si en ello no encuentran mayor castigo,
G. Beccaria, Dei delilli e delle pene, T urin, 1970, p. 22.
4 D e la Introducción de F. V cnturi a Becaria, Dei delitti e delle pene,
p . XVII.
5 Véase el J 4 de la Parte i.
6 P. Costa, II progetto niuridico.Ricercke sulla giuñsprudenza del libe­
ralismo classico cit., vol. i: Da Hobbes a Bentham, p. 267.
228 LA INVENCIÓN PENITENCIARIA: LA EXPERIENCIA DE EEUU

El tem a de la “certeza de la represión” (en con tra de su aplicación


indiscrim inada), el tem a de la “retribución” (en contra de la irra­
cional y políticam ente irrazonable desproporción entre delito y pena)
se debe, así, in terp retar como racionalización de un sistema jurídico
penal que se transform a en instrum ento consciente de la política de
control social burgués en el sentido que “la invocada racionalidad
del derecho penal coincida con la necesidad del carácter instrum en­
tal, funcional de su lógica” .7
El m om ento retributivo de la pena — p a ra regresar a nuestro tem a
específico— m antiene así u n carácter subordinado a la exigencia he-
gemónica, que a su vez debería encontrar en el m odelo disciplinar
de la penitenciaría la p ropia realización (lim itadam ente, claro está,
al control social de la desviación crim inal). L a contradicción exis­
tente entre rejorm ation y retribution resultaría po r lo tanto “aparente”
después de h aber envilecido, a nivel instrum ental y subordinado, al
segundo de los términos.
E sta interpretación no nos parece satisfactoria en cuanto no con­
sideramos “instrum ental” y por lo tanto “ideológica” la instancia
(léase: razón) retributiva de la pena en el pensam iento jurídico
burgués. Parecería más convincente, desde el p u n to de vista teórico,
la interpretación que ve en el principio de la proporcionalidad en­
tre la pena y el delito la traducción, a nivel jurídico-penal, de un
tipo de relaciones sociales que se basan en el “cambio de equivalen­
tes”, o sea en el “valor de cam bio” .
L a hom ogeneidad entre el “valor-delito” y el “valor-pena”, y por
lo tanto la posibilidad lógica de su com paración, como tam bién la
naturaleza “ contractual” de la pena, son ya patrim onio de la especu­
lación burguesa clásica. L a idea de “equivalencia”, como idea ju rí­
dica, encuentra, ya en I-Iegel, su m atriz en la “idea de m ercancía” .8
En esta perspectiva el “delito” se debe in terpretar como “una variante

7 P. Costa, I I progetlo giuridico. . . cit., p. 366.


8 “El valor, como igualdad interna de las cosas que en su existencia espe­
cífica son distintas, es una determ inación que se encuentra tanto en los
contratos como en la acción civil contra el delito, y de la cual la represen­
tación se eleva a lo universal, superando la naturaleza inmediata de las cosas.
En el delito, en el que lo infinito del hecho es la determ inación fundam ental,
desaparece tanto más la especificidad simplemente exterior, y en lo esencial
la igualdad perm anece como regla fundam ental, y por eso el delincuente m e­
rece castigo, pero no en el aspecto externo y específico de este castigo. Sólo
según este aspecto el hurto, la rapiña, la m ulta o la pena carcelaria,
etc., son simplemente cosas heterogéneas, pero, según su valor, en su propie­
dad general de ser lesivas, son cosas comparables. T oca al intelecto, como ya
dijimos, in ten tar aproximaciones p a ra igualarlas en su valor” (G. W. F.
Hegel, Lineam enti di Filosofia del D iritto, Bari, 1974, J 101, p. 112).
CONCLUSIONES 229

particu lar del cambio” , en el cual la relación, o sea la relación por


contrato, se establece post fa ctu m , después de lesionar la norm a: así,
la proporción entre delito y pena es necesariam ente retribución
(W iedervergeltung), o sea es proporción de cambio.
M arx, com o ya se dem ostró,0 desarrolla, después, la tesis hegeliana
de la naturaleza “real” y “no ideológica” del concepto retributivo,
m ostrando cómo llega a su grado máximo de diferenciación cuando
se realiza objetivam ente en el proceso económico en que la “form a de
equivalencia” y el “principio de estudio del intercam bio” llegan a
ser dom inantes, o sea en la sociedad capitalista. Pero el “concepto
de retribución”, en esta original form ulación, todavía no abarca otro
proceso posterior de historización: la retribución equivalente como
fundam ento de toda tipología punitiva (de la m u lta y la pena cor­
poral hasta la pena capital) debe aún encontrar su especificidad origi­
nal en la p en a carcelaria, o sea en la pena privativa de la libertad.
Sólo con Pasukanis, como se sabe, la tesis contractual-sinalagm á-
tica de la pena carcelaria llegará a su m áxim a elaboración te ó ric a ;10
y es esencial p a ra la validez de tesis misma que ésta se haya realizado
plenam ente sólo en la hipótesis de la pena carcelaria, o sea de la
pena privativa de la libertad.
L a idea de la privación de u n quantum de libertad, determ inada
de m odo abstracto, como hipótesis dom inante de sanción penal, sólo
se puede realizar con el advenim iento del sistem a capitalista de p ro ­
ducción, o sea en aquel proceso económico en el que todas las formas
de riqueza social se reducen a la form a m ás simple y abstracta de
trabajo hum ano m edido en el tiem po.11
L a pen a de cárcel — como privación de u n quantum de libertad—
deviene la pena por excelencia en la sociedad productora de m er­
cancías; la idea de retribución por equivalente encuentra en la pena
carcelaria su m áxim a realización, en cuanto la libertad im pedida

8 D. Melossi, “Criminología e marxismo: alie origini della questione pe-


nale nella societa de II C apitale”, en L a questione crimínale, i (1 975), núm. 2,
pp. 319.».
10 “ L a privación de la libertad p or un lapso preestablecido en el tribunal,
representa la forma característica en la que el derecho penal moderno, es
decir el derecho penal burgués-capitalista, pone en práctica el principio de
retribución equivalente. Este medio se relaciona profundam ente, aun cuando
suceda en form a inconsciente, con la idea del hombre abstracto medido en el
tiempo. Esta forma de la pena se afirm a más y más hasta alcanzar caracteres
de naturaleza y de racionalidad propios del siglo xix, cuando la burguesía
estaba desarrollando y consolidando plenam ente todas sus características” (E.
B. Pasukanis, La teoría generale del dirillo e il marxismo, Bari, 1975, p. 189).
11 Ibid., p. 189.
230 LA INVEN'CIÓN PENITENCIARIA: LA EXPERIENCIA DE EETJU

(tem poralm ente) está en condiciones de representar la form a más


simple y absoluta del “valor de cam bio” (léase: valor del trabajo asa­
lariado) .
H ab er conducido así la experiencia carcelaria, en la acepción de 1
pena privativa de la libertad, a su originaria m atriz contractual, per­
m ite explicarnos — en permisos racionales— algunas características
esenciales de la fenomenología sancionatoria burguesa; más exacta­
m ente :
a] L a cárcel como instrum ento represivo de m odulación de la pena
(días, meses y años) puede satisfacer la nueva exigencia de proponer
u n a distinta (y rigurosa) jerarq u ía de valores p a ra tu telar penal­
mente.
í>] El m odelo de contrato (el contrato de trabajo, como veremos
después) acentúa ulteriorm ente la ductilidad de la pena. L a pena
retributiva es como el salario: toda circunstancia inherente a la si­
tuación debe ser valuada, todo lo inherente al delito debe ser consi­
derado. L a pena carcelaria realiza en el plano de las sanciones, el
delito circunstanciado.
c] L a instancia racionalista, la obsesión clasificatoria (en la que
se agota la voluntad de com prender a los “diferentes” ) encuentran
en la pena carcelaria el m edio idóneo p a ra justificar y racionalizar el
sistema represivo de control social.
d\ L a cárcel es así u n a pena (form alm ente) dem ocrática. Al h a­
ber reducido todo valor a la form a m ás sencilla de trabajo asalariado
hace que la p en a privativa de la libertad aparezca socialmente con un
ropaje de pena igualitaria y dem ocrática. L a pena de cárcel deviene
así la form a jurídica general de un sistema de derechos (d e /p o r prin­
cipio) igualitarios. Estos elementos, que se derivan de la naturaleza
sinalgam ática de la p en a y que son esenciales p a ra la comprensión
del fenóm eno punitivo burgués, se deben “reinterpretar” después a
la luz de la función propia del a p a ra to penitenciario: la rejormation
por medio de la disciplina. Podemos ah ora reform ular la contradic­
ción entre retribution y reform ation, de la que ya hablam os, en los
siguientes “binomios-antitéticos” :
i] M om ento jurídico (en la pena como retrib u c ió n ); aspecto dis­
ciplinar (en la ejecución de la p e n a ).
n] Igualdad form al (en la pena como retribución) ; desigualdad,
inferioridad, subordinación sustancial (en la pena como ejecución).
ni] Certeza jurídica (en la pena como retrib u c ió n ); arbitrariedad
factual (en la pena como ejecu ció n).
En el microcosmo de la pena carcelaria encontram os reflejada la
contradicción central del universo burgués: la form a jurídica gene­
CONCLUSIONES 231

ral que garantiza un sistema igualitario de derechos se neutraliza con


u n a espesa red de poderes no igualitarios, que introduce nuevam ente
las desigualdades político-económico-sociales negadoras de las mismas
relaciones form alm ente igualitarias surgidas de la naturaleza (con­
tractual) del derecho. Asistimos, así, a la presencia contem poránea
de un derecho y de un contraderecho, o de u n a razón contractual
y de una necesidad disciplinar. L a contradicción, en este nivel de in­
terpretación, es “objetiva” y refleja la aporía presente en el m odo
mismo de producción capitalista entre la esfera de distribución o
circulación de m ercancías y la esfera do producción o extracción, de
plusvalor.12
E l contrato, por lo tanto, se puede tom ar corno fundam ento ideal
del poder político burgués, con tal que se reconozca, como coesencial
á esto, el principio disciplinar que sostiene el a p a ra to técnico de la
coerción. Si la pena de la privación de la libertad se estructura según
el m odelo de la “relación de cam bio” (en cuanto la retribución p o r
equivalente) su ejecución (léase: penitenciaría) se m odela sobre el
modelo de la “m anufactu ra”, de la “fábrica” (en cuanto disciplina
y subordinación).
En esta perspectiva el modelo paradigm ático a que parece referir­
se la relación entre “razón contractual” y “necesidad disciplinar” de
la pena no puede ser m ás que el que reina en la “relación de trabajo” ,
entre “contrato de trabajo” y “subordinación obrera” . En efecto:
1] Si el contrato de trabajo supone form alm ente la igualdad en­
tre “dad or” y “prestador” como “sujetos libres” en un plano de pari­
dad, la relación de trabajo dicta la necesaria subordinación del prole­
tario al empresario. Así tam bién en las relaciones punitivas: la “pena
como retribución” supone al “hom bre libre” ; y la “cárcel” tiene a su
disposición a “hombres esclavos” .
2] L a m áxim a discrecionalidad del dador de trabajo en el empleo
de la fuerza de trabajo del prestador coincide — históricam ente—
con la m ism a “deducibilidad del cuerpo” de este últim o en el objeto
de la relación. Lo mismo sucede en la relación disciplinar propia de la
pena como ejecución. _
3] Como el contrato de trabajo entre pares (“ relación horizon­
tal” ) crea un “superior” y un “ inferior”, así la pena-retribución crea
(es) ejecución penitenciaria, o sea aparato de “relaciones verticales” .
4] “L a subordinación en el trabajo” es el ejercicio de un poder

13 D. Melossi, Criminología e marxismo: alie origini della questione penale


nella socieiá de “II Capitale” cit., po. 327-328.
232 LA IN V E N C IÓ N P E N IT E N C IA R IA : LA EX l'Ü RIU K C IA BE E E U Ü
4
que confiere el “ contrato” . L a “subordinación del preso” es ejercicio
de u n poder que confiere la “pena-retribución” .
5] En la relación de trabajo la suboidinación del prestador de
trabajo es (tam bién) “alienación de los medios de producción” .
En la relación penitenciaria la subordinación del preso es “expro
piación (tam bién) del propio cuerpo”.
6] L a libertad contractual del proletario encuentra su objeto proí
pió en la “prestación como contenido inactivo” (pérdida de la liber-í i
tad p or un quantum de tiem p o ). A esta p érdida de libertad y auto­
nom ía hace frente el poder disciplinario del em presario. Lo mismo
sucede en la pena carcelaria: el objeto de la pena es la “privación
de un tiem po” (un quantum de lib ertad ), que deberá ser visto como
sujeción en el proceso de ejecución.
7] El trab ajo subordinado (labor, travail, e tc ,), como prestación,
es esfuerzo penoso, es sufrim iento, es “pena” p a ra el proletario. La
pena carcelaria, como contenido de la retribución que se modela
según el ejem plo de la m anufactura-fábrica, es esencialmente “tra ­
bajo”.
8] Si el trab ajo subordinado es por lo tanto coacción, la pena
carcelaria es “el nivel más alto” (el punto term inal e ideal) de la
coacción. D e aquí la función ideológica principal de la penitencia­
ría : la cárcel como universo donde la situación del encarcelado es
siempre “inferior” a la del últim o de los proletarios.
9] L a p en u ria del trabajo subordinado es “directam ente propor­
cional” al grado de subordinación, o sea al nivel de p érd id a de au to ­
nom ía y de independencia del prestador. L a pena, como aparato dis­
ciplinar que se m odela según el ejemplo de la m anufactura-fábrica,
en cuanto a p érd id a total de autonom ía, representa el “punto más
elevado” de subordinación y p or lo tanto de sufrimiento.
10] El m om ento disciplinar en la relación de trabajo coincide con
el m om ento institucional, o sea con el “ingreso” del prestador de tra ­
bajo (con tratan te) en la fábrica, es decir en el lugar donde el dador de
trabajo (otro contratante) coactivam ente organiza la producción.
Así sucede tam bién en la relación punitiva: el condenado (sujeto li­
bre) se hace sujeto subordinado (encarcelado) con su “ingreso” en
la institución penitenciaria.
11] Finalm ente: la “fábrica es p a ra el obrero como una cárcel”
(pérdida de la libertad y subordinación) ; la “cárcel p ara el internado
es como u n a fábrica” (trabajo y disciplina).
El significado ideológico de esta com pleja realidad se resume en
la tentativa de racionalizar, aunque proyectualm ente, una doble ana­
logía: los detenidos deben ser trabajadores y los trabajadores deben
ser detenidos.
CONCLUSIONES 233

Así se abre el cam ino, sin solución de continuidad, entre organización co-
activo-carcelaria y organización coactivo-económ ica del trabajo. Los límites
son difusos, y ciertam ente no cualitativos, puesto que el mism o ap arato
institucional resulta funcional para am bas organizaciones.18

13 P. Costa, H progetto giuridico . . . cit., p. 377.


ÍN D IC E D E N OM BRES

A dam s, II., 140 C able, G. W., 184


A dorno, T h eo d o r W ., 189, 193 Cachvallcder, C olden, 159
Aimo, M . A., 78 Gaizzi, B., 100
A lexander, H ., 184 C alori, G ., 96
A ltschule, M . D ., 163 Galvino, G., 49
A ntonino de Florencia, 94 C andeloro, G ., 100, 101, 106, 107,
A ubauel, 88 109, 112, 114, 117
Avlies, S., 89 C antú, C., 104
C aplan, R ., 163
B aratta, A., 16 C aracciolo, A., 116
Barnes, H . E ., 140, 166, 168, 169, 173 C arlos A lberto, de C crdcña, 120
B arrct, G., 219, 221, 222 C arlos I de A njou, 108
Barrows, S, J., 176 C arlos V , 44
B eaum ont, G ustavo de, 86, 183, 196, C arrol, D ., 144
199, 202, 207, 208, 211, 213, 219, Cassidey, W., 203
221, 222 C attaneo, C ario, 104, 127
Beccaria, C esare, 102, 103, 106, 226. C attaneo, M . A., 78, 105, 112, 129,
227 130
Bellerio, 102 Cavour, C. B., 120, 121
B ellettiñi, A., 34, 36, 98 C lark, V. S., 154-
B eltrani-Scalia, M ., 37, 97, 100, 101, C lem ente X I, Papa, 112, 113
104, 106, 107, 112, 119, 120, 121, C low ard, R . A., 32, 33, 34, 37, 44,
122, 123, 124 59, 60, 61, 64
Bendix, R ., 56, 57 Colé, A. H ., 155
B cntham , Jcrom y, 64, 65, 66, 67, 68, Collins, L., 176
69, 71, 72, 84, 169, 194, 198, 210, C olm an, B., 138
226, 227 Com m ons, J. R ., 184, 185, 186
Béranger, A., 88 C om oti-M andracci, V ., 65, 104, 120
B em abó-Silorata, A., 100. 106, 107, C onrad, H ., 150
119, 120, 121, 122 C onsidérant, V . P., 90
Bigelow, J. P., 152, 153 Cooley, II. R ., 176
Blaug, M ., 143 Cooper, S., 136
Blovct, A., 89 C oonihcrt, D. V ., 37
Boldini, S., 108 C opeland, A. J., 32
Bowering, J ., 210, 226 C opeland, M . T ., 154
B radford, W ., 227 Costa, P., 194, 196, 210, 227, 228, 233
Brem ner, R ., 163 C otesta, V., 70
Bricola, F., 16 Coxe, C harles, 201
Bridenbaugh, V ., 137 C raw ford, W ., 89

[234]
ÍNDICE IMi NOMBRES 235

C reech, M ., 136 Francis, D ., 152, 153


Cuoco, V ., 114 Francisco I , d e F rancia, 45
l'ray n e, H ., 176
Chanriberlayne, C. G., 138, 143 Fry, Elizabeth, 72, 88
C h an dler, J. R ., 202
C haum cy, C., 138 G alanti, G iuseppe M aria, 108
C hai irau el, 54 G alione, M arques de, 100
G allinan, R ., 152, 153
Gascón, R ., 45
D ain, N., 163
G ates, P. W ., 156
D al Pane, Luigi, 97, 98, 99, 100, 102,
Gerem ck, B., 95, 96, 111, 112
108, 111, 116, 126
Gcvcr, O . R ., 176
D'avis, N. Z., 45
G ibb, G. S., 154-, 155
D efoe, D., 56
Gipson, L. II., 144
Dcm etz, 89
Goebcl, J ., 144, 145
D eutsch, A., 163
G oífm an, E., 197, 210, 213
D israeli, B., 61
Goodnow , M . N ., 178
D obb, M aurice, 29, 30, 33, 34, 39, 40,
G ordon W arker, P. C ., 45
44, 56, 58, 92, 93
G ram sci, A ntonio, 116
D om M abillon, Jean , 54, 55
G randville, L ord, 149
D ucpóctiaux, E., 89
G ray, F , 203
D unod, 54
G regory, T . E ., 56
G revin, P. J. Jr., 137
E arle, P., 163, 164 G rellct, W am m y, 88
Edén, F. M ., 32, 33, 57 G rü n h u t, M ax, 32, 33, 35, 44, 52v
Egbertszoon, Sebastian, 39 57, 74, 75
Engels, F riodiich, 51, 60, 61, 62, 69, G uevarre, A ndrea, 54, 96
70, 82, 129 G uitón, J. P., 45
Evans, R ., 65
H eim ert, A., 138, 140
Fanfani, A., 93, 94 I-lallema, A., 37
Faucher, León, 88, 135 Hegel, G eorg W. F., 4-7, 82, 83, 84,.
Felipe IT, d e E spaña, 35 228
F en i. E nrique, 124 H ill, S., 177
Fcucrbach, Anselm, 86 H illcr, E. T „ 182, 187
lrinley, J. B., 195 I-Iobbes, T hom as, 194, 227
Fisher, S. R ., 142 Hobhouse, L. T ., 182
Folks, II., 163 Ilobsbaw n, E ric J ., 115, 118
Foner, P. S., 150 H orkheiner, M ax, 189, 193
Fontana, Cario-, 113 H ow ard, Jo h n , 11, 63, 64, 72, 73, 74,.
Foucault, M ichel, 7. 8, 13, 14. 18, 49, 75, 76, 77, 101, 103, 104, 105, 106,
53, 54, 62, 70, 71, 76, 77, 81, 83, 107, 108, 109, 112, 113, 131, 166
91, 169, 175, 190, 192, 193, 194, Ilow e, G ., 164, 206
197, 198, 226 Tlurd, H . M , 144
Fourier, C h., 90
Fox, L. W „ 57, 72, 73 Inocencio X I I , P ap a, 96
F ranci, F ilippo, 96, 97, 113 Isabel I, d e In g laterra, 32, 56, 92
236 ín d ic e de n o m b res

Isaías V, 51 Marx, Karl, 9, 29, 30, 31, 33, 34, 35,


Itard, J., 201 36, 40, 41, 42, 43, 46, 47, 49, 51,
Ivés, G., 180 55, 59, 60, 62, 67, 68, 69, 70, 78,
Izzo, D., 97, 112, 120 80, 82, 89, 90, 91, 93, 115, 129, 229
Me Ennis, J. T., 184
Jackson, H. T., 173, 177, 179, 185 Me Kelwey, B., 140, 168, 169, 171
James, S. V., 137 Me Master, J. B., 181
Jameson, J. F., 148, 151 Melossi, Dario, 7, 8, 10, 11, 13, 18,
Javis, E., 163, 164 23, 28, 47, 67, 229, 231
Jefferson, T., 150, 152 Meyer, J. R., 150
José II, de Austria, 102 Miller, P., 138, 140
Julius, 89 Mingay, G. E., 30
Katz, M., 163 Minozzi, G., 112
Kelsey, Iliram , 201 Mittermaier, K. J. A., 88
Kinsey, R., 24 Mohler, II. C., 173, 177, 178, 180,
Kirchheimer, Otto, 10, 18, 24, 32, 33, 181, 183, 184, 185, 186
36, 44, 45, 52, 53, 54, 59, 62, 63, Moore, B. (Jr.), 156, 157
72, 73, 75, 77, 81, 82, 86, 87, 88, Moreau-Cristophe, L., 89
90, 103, 167 Morelli, Cario, 123
Klein, I\, 191 Morichini, C. L., 112, 113
Kraus, J. B., 45 Moro, Thomas, 30, 31, 37
Morris, Ana Warton, 142
Lacombc, 201 Mosconi, G., 17
Lallemand, L., 80 Miinzter, Thomas, 50, 51
Lebergott, S., 160 Muratori, Lurovico Antonio, 94, 95,
Lefebvre, Georges, 80, 81 109, 110, 111, 126
Leiby, J., 136 Napoleón, 114
Lewis, O. F., 140, 166, 169, 171, 178, Naughton, T. R., 144, 145
205 Neri, Felipe San, 97
Lieber, F., 196, 211, 222 Nicholls, George, 60, 61
Livingston, E., 224 Neppi Modona, Guido, 14, 16
Loller, James, 201 Nocito, P., 106
Iiowncs, C„ 227 North, D., 148, 151, 152, 153, 155,
Lucas, C., 88 156, 157
Lutero, Martin, 44, 47, 48, 49, 50, 51, Nugent, John, 201
95
Lynds, E., 183, 207, 219, 222 Palazzo, D., 106, 112, 124
Pasukanis, E. B., 19, 20, 82, 83, 229
Mallhus, Thomas R., 60 Paultre, C., 80
Mancini, P. S., 124 Pavarini, Massimo, 7, 8, 10, 12, 13,
Manzoni, G., 117, 118, 119 18, 65, 72, 86, 123, 133
Marat, Jean-Paul, 78, 80, 81, 103 Pelloni, S., el “Passatore”, 124
Marcuse, Ilerbert, 48, 49, 51 Penn, W., 140, 141, 149
María Teresa, de Austria, 75, 102, Peri, Cario, 122, 123
104 Petitti de Roretto, Garlo Ilarione, 37,
Marino, F. C., 72, 129, 130 85, 86, 87, 88, 104, 112, 120, 121,
Marshall, J. D., 57, 59, 61, 63 124, 127, 128, 129, 130, 131
ÍNDICE DE NOMBRES 237

Pickett, R. S., 163 Spiergel, 39, 41


Pedro Leopoldo, de Toscana, 106, Stroobant, L., 75
107 Sullivan, R., 196
Pilsbury, A,, 183 Sutherland, E. I-I., 177
Piven, F., 32, 33, 34, 37, 44, 59, 60, Sykes, J., 141
61, 61- Taussig, F. W., 148
Poni, C., 94, 109, 111 Teeters, N. K., 140, 141, 200, 201,
Powers, G., 183, 207 202 , 212
Pugh, R. B., 19 Thierry Ruínart, D., 55
Quincy, J., 160 Tilomas, George, 201
Thompson, E. P., 47, 59, 61
Rankin, H. F.( 144 Thurston, I-I., 163
Ray, I., 164 Tocqueville, Alexis de, 86, 183, 189,
Reynolds, J., 198 196, 199, 202, 207, 208, 211, 213,
Ricci, Lurovico, 11.1 219, 221, 222
Riesenfeld, S., 138 T osí, D., 116
Robinson, L. N., 177 Tracy, J. C., 185
Rodollco, N., 93 T urncr, F. J., 137
Romeo, R., 116
Van der Slice, A., 32, 33
Romilly, Samuel, 72
Vaux, R., 142, 202
Ronsey, R. W., 136, 137
Venturi, F., 227
Rossi, P., 121
Veratti, B., 111
Rothman, D. J., 136, 137, 143, 144,
Vcrri, Pietro, 102, 104
161, 163, 165, 205, 208
Vexliard, A., 80
Ruffo, F. Cardenal, 115
Vianello, C. A., 101, 102
Rüsche, George, 10, 18, 24, 32, 33,
Víctor Manuel I, de Cerdeña, 120
36, 44, 45, 52, 53, 54, 59, 62, 63,
Víctor Amadeo II, de Saboya, 100
72, 73, 75, 77, 81, 82, 86, 87, 88,
Vilais, Hyppolyte, 75
90, 103, 167
Volpicella, F., 124
Rush, B., 227
Von Hippel, R., 35, 37, 52, 53
Russell. C. E., 184
Russel, J., 89 Wadsworth, B., 146
Rutcnberg, V., 44, 93 Wallis, G., 155, 157
Webb, Beatrice, 32, 33, 57, 58, 63,
Sbriccoli, M., 16 143
Schneidcr, D. M., 136, 137 Webb, Sidney, 32, 33, 57, 58, 63, 143
Sedgwick, T., 159 Weber, Max, 45, 49
Sellin, Thorsten, 35, 37, 40, 41, 43, Whitworth, J., 155, 157
55, 74, 97, 112, 113, 140, 142, 173, Willard, S., 147
200 Wilson, P. S. J., 178
Serantini, F., 124 Wiltse, R , 208
Serení, E„ 92, 106, 116, 124 Wínes, E. C., 183
Shearer, J. D., 200, 201, 202, 212
Shryock, R. H., 144 Yates, J., 159
Simmonds, T. C., 184 Zanardelli, G., 123
Smith, B. C„ 219, 222 Zangheri, R., 30
Smith, G. W., 199 Zuckei-man, M., 137

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