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Mercados de trueque en los Andes

prehispánicos1
CHARLES STANISH Y LAWRENCE S. COBEN

La perspectiva tradicional de que los sistemas comerciales no existieron en los Andes


prehistóricos se fundamenta en un largo corpus de evidencia histórica. A diferencia de
México Central, donde sistemas de mercado han sido descriptos con el mayor de los
detalles en documentos coloniales tempranos, el comercio y los mercados apenas son
mencionados en textos sobre Andes de la misma época. No tenemos evidencia de
grandes mercados, sino escasas reseñas de comerciantes independientes, excepciones
en los márgenes del imperio, sin discusión sobre los medios de intercambio, ni ningún
detalle sobre estructuras las legales que regulan los negocios. En lugar de comercio y
complejas matrículas de tributos, las fuentes andinas hablan de tributo en trabajo
(mit’a). Conocido como faena en el mundo feudal occidental, este arreglo es trabajo no
remunerado reclutado regularmente por una autoridad política. A pesar de esto, existe
evidencia de pequeños mercados en los Andes Centrales prehispánicos. Florecieron
ferias locales y existió un pujante intercambio de variados bienes, tanto de materias
primas básicas como de productos altamente especializados. El intercambio
interregional de larga distancia de numerosos ítems fue una práctica consolidada e
históricamente profunda.
En este trabajo, trataremos de resolver algunas de estas aparentes contradicciones.
Haremos uso de un conjunto de herramientas teóricas que nos ayuden a comprender
cómo uno de los mayores imperios de la historia global, los Incas, funcionaba sin
mecanismos de mercado de fijación de precios, mientras simultáneamente existía un
panorama económico estructurado por ferias regionales, una intensa producción
especializada y un vigoroso comercio interregional.

Antecedentes del debate


En cierta forma, el debate empezó con las observaciones históricas de los primeros
europeos registradas en las crónicas de los Andes. En México Central, los cronistas
describieron detalladamente mercados y comerciantes y hasta llegaron a hablar de
cierto tipo de moneda. Como Kenneth Hirth (1998:451) advirtió, “el mercado era el
centro de la vida económica en la antigua Mesoamérica. Era allí donde incontables
productos eran comprados y vendidos, y donde las riquezas del Nuevo Mundo eran
desplegadas”. Apenas unos años más tarde, conquistadores españoles de la misma
condición y procedencia que los de México, relataron la economía, estructura política,
religión y otros aspectos de la vida indígena en los Andes sudamericanos. Una de las
primeras menciones del contacto con el mundo andino fue una balsa de las costas de

1
Traducción de Lucía Saavedra para Sistemas Socioculturales de América II, segundo cuatrimestre;
revisión de R. Boixadós. Material de circulación interna para estudiantes del curso.

1
Ecuador, llena de materias primas. Los cronistas españoles interpretaron que tales
marineros eran comerciantes como los pochteca que habían conocido en México
(Pizarro, 1978[1571]:4280). Sin embargo, en los consiguientes meses y años que
siguieron a la conquista inicial, comercios y mercados apenas fueron mencionados en la
literatura histórica andina. Contamos con pocos o casi ninguna descripción de grandes
mercados o comerciantes independientes, y virtualmente ausencia de moneda, medidas
de cambio y similares. Las ferias regionales eran ocasionalmente avistadas, pero
comparado con los textos sobre México Central, aquellas eran anecdóticas y casi
invisibles.
La economía inca fue enorme y profundamente compleja. Contamos con descripciones
sobre la producción masiva de artículos bajo el estado inca, así como del movimiento de
bienes a lo largo del paisaje. Especialización artesanal e intercambio eran la piedra
angular tanto de la economía local como imperial. Pero la forma en que esta actividad
economía tuvo lugar fue muy diferente a la del imperio azteca. Los Incas, como su
contraparte en México Central, eran capaces de extraer una importante cantidad de
recursos de sus provincias; sin embargo, en lugar de la institución de mercados y
matrículas de tributos del centro de México, nos encontramos con la cuestión del tributo
en trabajo en los Andes, también conocido como mit’a. La mit’a es un término indígena
que significa “turno” en el sentido de cumplir una obligación (es decir, en cada
comunidad los tributarios debían cumplir un turno de trabajo impuesto por las
autoridades incas). Del mismo modo que la institución del mercado predominaba en las
observaciones de los europeos en el México Central, la institución de la mit’a dominaba
en la literatura sobre los pueblos andinos.
Los cronistas españoles describieron independientemente el elaborado contrato laboral
a partir del cual se producían todos los bienes, desde construcciones hasta la
elaboración de la chicha, tanto para el suministro de tropas del ejército como para llenar
los ubicuos almacenes que trazaban el gran sistema de caminos. Catherine Julien
(1988:264), haciéndose eco de una generación de expertos sobre los Andes, se muestra
favorable sobre este punto: “El sistema inca de exacciones era diferente al sistema
español en que todo lo que se evaluaba de la población local era su trabajo. […] Los
productos eran elaborados a partir de prestaciones de trabajo, pero los recursos que
eran convertidos en productos eran retenidos por el Estado”.
Fue en este contexto teórico que el ahora agotado debate sustantivistas – formalistas
en antropología económica, acabó con las fuentes andinas. Tan tarde como al comienzo
de la década de 1980, sustantivistas como George Dalton aún argumentaban que los
mercados no podían existir sin dinero. “Lo que está mal […] es proponer […] que
importantes sectores comerciales existieron antes de que exista el dinero” (Dalton,
1982:183)1. La mayoría de los historiadores y etnohistoriadores andinos se preocuparon
por la historia económica y como la antropología estaba inmersa en la corriente
sustantivista, sacaron una conclusión obvia: como no había moneda prehispánica en los
Andes, no podía haber mercado.
Quizás la única gran figura en esta literatura fue el etnohistoriador andino John Murra
(Murra, 1956, 1962, 1985ª, 1985b,1995; ver también Mayer, este volumen). El trabajo
teórico de Murra se enfocó en la supuesta singularidad del paisaje de los Andes. Su

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modelo de la “verticalidad” o “complementariedad ecológica” estaba basado en el
hecho de que las ecozonas de producción agrícola y pastoril dependían de la altitud. Esta
dependencia dio como resultado un conjunto altamente compacto y estratificado de
zonas de recursos a lo largo de la vasta cadena andina. De acuerdo con Murra, este
hecho ecológico promovió sistemas sin mercado por sobre otros tipos de intercambio.
En lugar de comerciantes independientes, los pueblos andinos usaron las relaciones de
parentesco para establecer asentamientos coloniales en múltiples zonas ecológicas. El
intercambio estaba consolidado, pero era un intercambio a través de la redistribución y
la reciprocidad, no mediante mecanismos de mercado.
Murra y sus colegas usaron esta supuesta singularidad natural del ambiente andino para
crear lo que denominaron un “modo de producción andino”. Teóricos que nunca habían
trabajado en los Andes, empezaron a comparar la región con varias formas del “modo
de producción asiático” (ej.: Godelier, 1977). Murra fue un paso más allá, al menos en
implicancia: fundamentando su trabajo teórico se hallaba la idea de que la verticalidad
era una forma recién descubierta de estructurar sociedades no capitalistas. Para Murra,
esta era la base de un nuevo modo de producción en la antropología económica
marxista. Para fines de 1970 y principio de 1980, la noción de que los Andes era diferente
de otras áreas del mundo estaba parapetada en gran parte de la literatura.
Este concepto de la verticalidad ha sido cada vez más criticado (Stanish, 1989; Van
Buren, 1996; ver también Burger, este volumen; Mayer, este volumen). Es importante
recordar que la otra gran economista e historiadora social de este período, María
Rostworowski de Diez Canseco, sutil pero firmemente criticó los intentos teóricos de
Murra de crear un nuevo modo de producción a partir de las fuentes andinas (1977,
1981). Rostworowski consistentemente había mantenido que la especialización
artesanal y el intercambio similar al mercado, eran característicos al menos de las
sociedades costeras del centro del Perú prehistórico. Su rica información etnohistórica
demostraba un comercio de trueque a lo largo de la costa y su trabajo -el más destacado
de sus libros Etnia y sociedad: Costa peruana prehispánica (1977)- siempre fue a contra
corriente de Murra y de las teorías de verticalidad de sus colegas.
La evidencia sobre complementariedad zonal o verticalidad, el concepto de “lo andino”
(es decir, la sociedad andina como una realidad social atemporal y estática), ahora ha
sido cuestionado como un caso clásico de teoría “esencialista” (ver Paerregaard, 2000).
Estudios comparativos igualmente han sugerido que los Andes no eran tan diferentes
de muchas otras áreas del mundo en términos de zonificación ecológica. Regiones como
la Cuenca de México también disponían de grados ecológicos de estratificación basado
en altitud. Timothy Earle (1977), otro crítico temprano de la teoría de Murra, halló que
una diversidad ambiental similar existía en Hawaii, pero sin que exista un intercambio
extenso. Incluso en los Andes, la altitud no es tan rígida como se cree. Por ejemplo, la
mayoría de los grandes cultivos andinos pueden crecer en áreas desde 1500 hasta 2800
metros sobre el nivel del mar (msnm). Desde una perspectiva económica, hay muchas
menos ecozonas, siendo quizás, la costa y la planicie costera, las sierras y la selva las
principales áreas con recursos. Esto no difiere de muchas otras partes del mundo donde
hay montañas o distribución irregular de los recursos. Finalmente, una mirada atenta al
registro arqueológico indica que los patrones esperados de asentamiento son extraños

3
y podrían explicarse sin el recurso de un modo de producción andino único. De hecho,
estos patrones pueden ser entendidos con conceptos generales de ciencias sociales
comparadas, extraídos de una amplia gama de casos estudiados de todo el mundo en
tiempo y espacio (Stanish, 1992; Van Buren, 1996).
Igualmente se ha producido un cambio significativo en la perspectiva de los científicos
sociales en las últimas dos décadas aproximadamente, en cuanto al comercio en el
mundo no occidental. Esta reconfiguración ha sido particularmente oportuna para los
arqueólogos antropológicos. La idea de que los sistemas de mercado son “racionales”
en un sentido económico lleva a algunos a argumentar enfáticamente que los pueblos
no occidentales eran, en efecto, “racionales” también. Desde esta lógica, los pueblos no
occidentales también estructuraban su vida económica a partir de principios de
mercado. El problema comienza con la palabra racional. En términos semánticos,
especialmente en las lenguas europeas, racional tiene connotaciones morales y
cognitivas positivas, mientras que irracional tiene las implicaciones contrarias. Cuando
usamos en un sentido coloquial, comportamiento racional es simplemente lo que más
efectivamente le permite a uno lograr un objetivo particular. Decir que alguien es
irracional implica que carece de cierta capacidad cognitiva básica del ser humano. Usar
este sentido coloquial para una cultura entera es incluso peor y representa el epíteto
del etnocentrismo desinformado. El argumento comprende además que los pueblos no
occidentales tenían mercados por acción racional aunque estos fueron mediados y
estructurados de maneras culturalmente específicas. Efectivamente, la economía del
comportamiento moderno surgió precisamente por esta razón; las personas se
comportan o pueden ser inducidas para comportarse de forma inteligente, pero de
manera “irracional”.
Irónicamente, no fue hace mucho tiempo que los antropólogos se inquietaron con la
noción de que los pueblos no occidentales tuvieron sistemas de mercado. La
observación de Scott Cook (1966) de que el enfoque sustantivista representó una
“mentalidad anti-mercado” permaneció válida para la teoría de la verticalidad en la
década de 1980. La idea de que los pueblos no occidentales tuvieron mercado fue vista
como etnocéntrica y teóricamente insostenible, un intento de interpretar a los no
occidentales a través de los ojos de la economía occidental. En palabras de Richard
Blanton y Lane Fargher (2010:208), esto llevo a muchos a “un consenso antropológico
desafortunado y erróneo sobre que el accionar racional y el intercambio comercial no
podían haber sido aspectos importantes en las complejas sociedades premodernas”.
Ahora reconocemos esta última posición como inadecuada a medida que la etnografía
y la historia nos enseñan los medios altamente sofisticados y variados por los que los
pueblos de todo el mundo estructuran sus vidas económicas.

El meollo del problema: ¿qué es exactamente un mercado?


Definir el término mercados es probablemente el problema más intratable al que se
enfrenta la investigación de las economías andinas. La literatura de antropología
económica e historia económica contiene una multitud de definiciones que van desde
la más general y abarcadora a la más restrictiva (ver debajo). Todas estas clasificaciones
pueden ser conceptos útiles, dependiendo de los objetivos analíticos que uno pretende

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alcanzar. Las definiciones generales se centran en la idea de que un mercado es
simplemente un lugar donde bienes y servicios son intercambiados. Una típica
definición amplia en este sentido es “una reunión pública organizada de compradores y
vendedores de productos básicos reunidos en un lugar designado a intervalos regulares”
(Hodder, 1965:57). Citando esta misma definición en su reseña del comercio de mercado
en Latinoamérica, R.J. Bromley y Richard Symanski escriben:

Estos mercados se encuentran en espacios comerciales a cielo abierto o plazas,


en calles o lugares abiertos, como el cruce de caminos, y en lugares públicos, o
edificios comerciales municipales. Localmente, los mercados se denominan con
nombres como ferias, plazas o mercados para los hispanohablantes
latinoamericanos; feiras en Brasil; tianguis en áreas indígenas del centro de
México; catus en algunas áreas andinas de habla quechua; y marches en países
francófonos. Generalmente ubicados en el medio de grandes asentamientos, los
mercados también pueden encontrarse en pequeñas aldeas, particularmente
aquellos localizados en puntos claves en redes de comunicación. Un
asentamiento puede tener uno o más ubicaciones comerciales distintas. Lugares
con uno o más mercados son generalmente denominados como centros
comerciales. (Bromley y Symanski, 1974:3).

Kenneth Hirth es uno de los principales teóricos sobre mercados en Mesoamérica y


comercio en estados antiguos. Haciendo eco de un consenso en la literatura, clasifica los
mercados para incluir aquellos lugares donde el intercambio ocurre mediante trueque
o con moneda. Él nota que “estos intercambios [en los mercados] pueden ocurrir como
eventos singulares balanceados y recíprocos o en grupos como lo hacen en un mercado”
(Hirth, 1998:451-452). En esta perspectiva, un mercado es tanto un lugar como un
sistema donde bienes y servicios son intercambiados mediante varios mecanismos
(Hirth, 1996).
Esta definición de mercado es bastante útil. Orienta nuestra investigación en la variedad
de significados en las que bienes y servicios eran intercambiados en el mundo
premoderno. También nos permite comparar efectivamente cómo diferentes
sociedades crearon mecanismos de intercambio y superaron la irregularidad de
recursos, desarrollaron grupos especializados, trasladaron bienes a través de distancias
cortas y largas, y alcanzaron eficiencia económica mediante diversas formas. Lo más
importante, nuevamente citando a Hirth, es que la existencia de mercados “ha tenido
un efecto tremendo en la demanda de recursos, la cantidad de artículos intercambiados
y la eficiencia con la que eran trasladados” (Hirth, 1998;452). La creación de
instituciones mercantiles, según esta definición, los coloca en el centro del desarrollo de
jefaturas complejas y Estados. Los mercados redireccionan y concentran los esfuerzos
económicos humanos. Facilitan la emergencia de sistemas de intercambio eficientes y
son la base para el desarrollo de Estados a lo largo del mundo.
Esta definición amplia efectivamente cubre los intercambios de bienes en la mayoría de
las sociedades con asentamientos aldeanos conocidos en el registro histórico y
etnográfico. Incluso comprende a los grupos móviles que periódicamente se reúnen

5
para intercambiar bienes, información y así sucesivamente, en lugares
predeterminados. Como argumentamos previamente, esta definición es apropiada
porque permite la comparación transcultural entre diferentes contextos sociales e
históricos. Y según esta definición, ciertamente hubo mercados en los Andes, que se
remontan al menos al segundo milenio antes de Cristo y continúan hasta los períodos
inca y colonial temprano. Si aceptamos este punto de vista, nuestro debate queda
definitivamente cerrado: existieron mercados en el Andes prehistórico. Tales mercados
se basaban en el trueque sin el uso de moneda, oscilaciones de precio y de una clase de
comerciantes independientes.

Reconociendo mercados: lugares vs normas


Sin embargo, todavía nos enfrentamos a las discrepancias bastante evidentes entre los
datos históricos del intercambio de mercado en los Andes frente a los del centro de
México. Aunque por lo general se acepta que, si bien ambas áreas tuvieron un fuerte
intercambio de bienes en lugares periódicamente, la organización económica de los
imperios y estados que gobernaron cada área difieren considerablemente. Esta realidad
empírica probablemente explique la disparidad entre los reportes de los cronistas
españoles tempranos.
Como Darrell E. La Lone (1982:300) advirtió treinta años atrás, debemos distinguir entre
el mercado como lugar, la economía de mercado y el mercado (comercio). Existe, de
hecho, en el estudio del intercambio en el mundo premoderno otra tradición que hace
distinción entre varios tipos de mercados. Economistas e historiadores económicos han
desarrollado largamente esta tradición. Esta es una perspectiva del mercado “como un
conjunto institucional de reglas” y no necesariamente como un lugar donde se realizan
los intercambios. Creemos que este enfoque nos permite entender la gran pregunta
detrás de las diferencias entre Andes y Mesoamérica.
Donad Kurtz puso de relieve este problema, haciendo hincapié en Mesoamérica, hace
una generación atrás:
Los mercados con los que los antropólogos han estado tradicionalmente
enfocados son los sitios y lugares en donde los bienes y servicios son
comercializados e intercambiados. Este es un concepto considerablemente
diferente del mercado sobre el que se ocupan los economistas. El mercado de
los economistas es una institución especifica con reglas propias cuya función es
regular la oferta de bienes y servicios en relación a la demanda y la consideración
de los precios, para que los supuestos deseos infinitos de los seres humanos
puedan ser satisfechos con los recursos finitos disponibles. (Kurtz, 1974:686)

Esta aproximación realiza una distinción entre el “mercado como una institución” y el
“mercado como un lugar concentrado para el intercambio entre compradores y
vendedores”. Esta definición más restrictiva se centra en las formas a través de las cuales
se establece valor y la naturaleza de los costos de la transacción (en el sentido definido
por Douglass North, 1984). Tal propuesta realiza una diferenciación entre el mercado
como lugar y el mercado como un conjunto de reglas específicas y/o estrategias para el
intercambio.

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El comercio clásico ocurre cuando los actores que realizan transacciones
participan en negociaciones descentralizadas y en condiciones de plena
competencia, las partes generalmente están organizadas de manera informal y
se mantienen autónomos, cada actor puja fuertemente por sus propios intereses
y la contratación es relativamente completa. Los actores entonces especifican
sus preferencias y precios mediante contratos que, una vez completados, son
autoliquidantesii y no requieren mayor interacción entre las partes contrayentes.
Además, la identidad de las partes no influye en los términos en los que se realiza
el intercambio […] no se observan relaciones durables entre los actores
económicos, y el único objetivo de la regulación comercial es hacer transacciones
coherentes e instantáneas en el lugar, sin ningún riesgo por estrategias futuras.
(Hollingsworth y Boyer, 1997:7)

Esta “regla” o definición “basada en estrategia” de un mercado, además de aquellas más


amplias mencionadas anteriormente, nos brindan las herramientas teóricas para
entender las fuentes historias del siglo XVII sobre los mercados en el centro de México
y los Andes centrales. Enfocándonos en la naturaleza de las interacciones económicas,
podemos ver que existieron diferencias sustanciales en las formas en las que el
intercambio tuvo lugar en varios mercados en ambas áreas. Asimismo, este enfoque nos
ayuda a entender las economías estatales que desarrollaron en los sistemas imperiales
del prehispánico tardío en ambas regiones.

Compraventa vs trueque
Richard Wilk (1996:469) apunta que “los mercados presentan una variedad de formas y
tamaños, no existe un solo principio de mercado y los mercados pueden estar integrados
a una increíble variedad de sistemas económicos”. La definición basada en estrategia de
mercado proporcionada más arriba, describe lo que los economistas denominan
“mercado con establecimiento de precios” o economía de compraventa (North, 1977),
en oposición a otros tipos de sistemas de intercambio. Un mercado que establece
precios (price-making markets) es aquel donde éstos se determinan a partir de la
negociación entre compradores y vendedores autónomos sin mucha consideración
sobre su clase o estatus social. Oferta y demanda es la principal fuerza que subyace a la
negociación y al valor de cambio final alcanzado, expresado casi siempre en un "precio"
por algún tipo de unidad de cambio independiente o moneda. El dinero o algún tipo de
medio de cambio, de hecho, es virtualmente un prerrequisito para el funcionamiento
eficaz de una economía de compraventa. Mientras que en teoría un mercado con
precios puede existir con varios medios cambio o incluso sin ningún tipo de moneda,
una moneda habitualmente reconocida suele estar asociada con estos sistemas. La
primera moneda acuñada fue producida en Tracia o India en el siglo VI antes de Cristo,
surgiendo relativamente tarde en el mundo de las economías de compraventa que se
habían desarrollado al menos 1500 años antes. Otros tipos de moneda incluyeron

ii
N. de T.: La autoliquidación es un término que se utiliza para describir cualquier inversión en la que las
acciones, bonos, propiedades u otras tenencias adquiridas tienen la capacidad inherente de compensar
los gastos incurridos para adquirir el activo.

7
cuentas, cacao, lingotes, plumas, anillos de metal estandarizados, bullae (dispositivos
contables de bolas de arcilla) y cosas por el estilo que se remontan a milenios atrás y
que han sido hallados alrededor del mundo en diversos contextos culturales, tanto en
el Viejo Mundo como en América (Silver, 2010).
El contexto social de intercambio tiende a ser diferente en economías de compraventa
que en otros tipos de sistema de mercado. Hirth (1996:445) ha notado que
“compradores y vendedores interactúan dentro de los espacios de mercado
independientemente de su rango social”. Pasa a caracterizar este sistema como uno
donde no existen “relaciones duraderas” entre compradores y vendedores. Las
unidades domésticas, las unidades básicas de producción, operan libres de
interferencias de autoridades políticas o sociales. Todo esto converge para producir una
“red de aprovisionamiento centralizada pero no jerarquizada, que opera
independientemente de otras relaciones sociopolíticas en la sociedad” (Hirth,
1996:455).
Otro tipo de intercambio de mercado que observamos en las fuentes etnográficas e
históricas está basado en el trueque, una forma de comercio encontrada en todas las
sociedades. El trueque es un intercambio donde bienes y servicios son permutados
directamente sin la necesidad de usar divisas. Estos canjes utilizan equivalencias
habitualmente acordadas que también fluctúan, pero oscilan mucho menos que los
valores en una economía de compraventa. Una canasta de maíz por un celemín iii de
trigo, o un hacha de piedra por una concha marina labrada, caracterizan este tipo de
intercambio. Hay una infinidad de variaciones en estas equivalencias de cambio que
emplean otros bienes, todas sin usar dinero. Como con todas las transacciones
económicas, oferta y demanda afectan las equivalencias relativas (Smith, 1980:876),
pero lo hacen dentro de un contexto social mayor. Tal contexto social incluye grupos de
parentesco, autoridades políticas y religiosas, etc.
La clave está en que en ambos tipos de intercambio comercial – la compraventa y el
trueque- las personas actúan racionalmente, en un sentido coloquial, para maximizar
las utilidades. En economía, una utilidad es simplemente una medida de satisfacción que
un agente recibe por el consumo de un bien o servicio. Las personas buscan
enriquecerse, adquirir estatus social y disputar entre sí por aventajar en cada uno de
estos sistemas. Como antropólogos, entendemos que las diferentes culturas valorizan
los bienes y servicios de formas distintas. Es casi una perogrullada para el antropólogo
percatarse de que la utilidad de los bienes y servicios en toda sociedad esta
culturalmente determinada. Quizás menos obvia es la observación de que lo que difiere
entre estos diversos tipos de sistemas de intercambio son las reglas de competencia y
las correspondientes estrategias usadas para maximizar utilidades, culturalmente
determinada como están. Y, por supuesto, ambos sistemas no son mutuamente
excluyentes: trueque y compraventa coexisten con frecuencia, incluso hoy en día en un
mundo moderno y globalizado (Prendergast y Stole, 2000).

iii
N. de T.: El celemín es una medida agraria que se utilizaba en algunas partes de España antes de que
fuera obligatorio el sistema métrico decimal.

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Las diferentes estrategias de competencia en economía de compraventa y en el
trueque
Como mencionamos, la idea de que los pueblos de sociedades no occidentales no
perseguían fines de lucro es ingenua y un poco paternalista. Más bien lo contrario, la
mayoría de los científicos de comportamientos sociales comparados observaron este
problema y pueden afirmar que los actores de todos los sistemas de intercambio buscan
maximizar sus utilidades. Acordamos con el gran Raymond Firth, en su crítica a
Malinowski, que el deseo de maximizar la ventaja individual es un rasgo universal
humano (ver Schneider, 2002:66 para una interpretación diferente de este supuesto
“neo-formalista”). Pero, como antropólogos, nos damos cuenta que las ventajas de
maximizar (las utilidades) no son universales: diferentes culturas valoran diferentes
cosas, y este hecho fundamentalmente antropológico siempre debe formar parte de
cualquier análisis sobre cualquier economía. Es más, como los contextos en los que
tienen lugar los intercambios son distintos tanto en el trueque como en una economía
de compraventa, las correspondientes estrategias de maximización son igualmente
adecuadas a cada sistema particular en donde se distribuye la riqueza.
En las economías de compraventa, la competencia entre los comerciantes individuales
es disputada mediante la negociación del precio. Los vendedores individuales
maximizan sus ventajas vendiendo más productos básicos a precios adecuados que
fluctúan según la oferta y la demanda. Los compradores, en cambio, buscando bajar el
precio lo más posible. En términos económicos, el precio encuentra su equilibrio entre
la oferta y la demanda. Los mercaderes se enriquecen al encontrar el precio justo que
maximice sus ganancias, vendiéndole a un comprador sin tener en cuenta otros factores.
Los principios de este tipo de comercio son tan corrientes en las economías occidentales
que no requieren de mucha explicación en este trabajo.
Sin embargo, en una economía de trueque, los precios son más estables. Las
fluctuaciones en las equivalencias de cambio son mucho más lentas a lo largo del
tiempo, aunque en última instancia, oferta y demanda afectan los valores igualmente.
En casi todas las etnografías de las que disponemos, la mayoría de las unidades
domésticas y, verdaderamente, aldeas enteras, son en gran parte autosuficientes para
producir las materias primas básicas de subsistencia. En términos económicos, diríamos
que esa oferta es relativamente elástica para la mayoría de los bienes básicos (aunque
no todos), incluyendo aquellos que están naturalmente disponibles. Un mayor valor
agregado a partir de la actividad económica está dado no solo por recolectar o producir
algo poco común, sino también por el transporte de esos bienes del productor al
comprador. De hecho, comparado con las economías occidentales modernas, los costos
de una transacción por el traslado son extremadamente altos en un contexto
premoderno. Es por esto que la oferta de materia prima tiende a ser menos importante
que el costo de transacción de realizar un intercambio (un ejemplo podría ser la
obsidiana, virtualmente existe un suministro inacabable y sin costo de origen volcánico,
pero adquirir el material crudo a partir de la fuente tiene un gran costo para los
consumidores, especialmente si hay conflictos regionales). Por supuesto, los altos costos
de transacción llevan a una escasez que afecta la oferta incluso en estas situaciones. Sin

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embargo, comparado con el intercambio de objetos exóticos en las economías de
compraventa en contextos premodernos, la economía del trueque se destaca en que el
valor de cambio de los bienes tiende a ser más estable.
Otra forma de explicarlo es que esta elasticidad en la oferta y los altos costos del traslado
conduce a precios relativamente estables en los trueques frente a negocios de
compraventa, es decir, los precios son “habitualmente” aceptados y las nociones de “lo
que es justo” y la reputación se mantiene rígidamente. Suceden importantes
excepciones y cuando escasea cierto artículo de valor las permutas tienden a tomar
atributos de la compraventa por ese bien en particular. El mismo Malinowski advirtió
que ese tipo de negociación tenía lugar en el trueque de bienes comunes, un negocio
llamado gimwali, “donde un artículo es intercambiado con otro, con valoración directa
de su equivalencia e incluso con regateo” (Malinowski, 1921:13). Pero él rápidamente
califica esto al observar que “en todos los casos el intercambio prosigue reglas
consuetudinarias, que determinan qué y cuánto debería ser cambiado por cada objeto
dado” (Malinowski, 1921:13). La conclusión obvia de ésta y muchas otras observaciones
de los etnógrafos como Malinowski, fue que los trocadores no regateaban sobre los
valores establecidos por la costumbre, que por lo general son inflexibles, sino que,
negociaban sobre la calidad y naturaleza de los objetos intercambiados mismos, en un
intento de conseguir un mejor trato al “reclasificar” un objeto en una categoría distinta.
Por regla general, los actores de una economía de trueque habitualmente entienden el
valor de cambio de los bienes y servicios: “Toda transacción es efectuada de la misma
manera, dado el artículo y las comunidades entre las que se comercia, cualquiera sabría
su equivalente, estrictamente prescrito por la costumbre” (Malinoswski, 1921:14). En
lugar de precios que cambian rápidamente determinados por negociaciones
individuales, los precios en una economía de trueque son el resultado de un consenso
social más amplio, que incluye vendedores, compradores, productores y autoridades
políticas.
La escasez de un artículo que de otro modo podría obtenerse, ocurre cuando una
entidad política restringe el acceso a un bien natural, o cuando los bienes básicos son
elaborados por una tarea altamente especializada que no puede satisfacer la demanda.
En estas instancias, la oferta es claramente menos flexible. Sin embargo, en estas dos
instancias, la demanda es a menudo controlada por entidades dentro de la unidad
doméstica. El ideal de una economía de libre mercado en donde las partes de un
intercambio comercian con poca consideración a la casta o clase social se pierde donde
la oferta es directamente monitoreada por autoridades políticas. Para volver a nuestro
ejemplo de la obsidiana, cuando una entidad política controla una fuente volcánica,
pueden restringir su acceso a varios subgrupos de una sociedad. Las unidades
domésticas que no tienen acceso a esta fuente no pueden permutar ni vender en el
mercado; en su lugar, deben trabajar dentro de un contexto social mayor para que la
obtención (producción) e intercambio tengan lugar.
En la economía de trueque, los socios de intercambio son sostenidos mediante
elaboradas reglas sociales, esta es otra diferencia con los comercios de compraventa.
Los intercambios económicos están altamente ritualizados, muchos más que en las
economías de compraventa. El circuito del Kula de las islas Trobriand es uno de los

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incontables ejemplos de intercambio ritual en un sistema de trueque. Participantes
individuales tienen compañeros de por vida con quienes deben intercambiar. Como Rolf
Ziegler (1990:143) notó, reflejando un trabajo anterior de J. P. Singh Uberoi (1971): “El
intercambio de Kula no se lleva a cabo en un mercado anónimo, sino entre asociaciones
estables, generalmente de por vida, que se transfieren a los herederos mediante ritos
mortuorios que simbolizan la estabilidad de la relación”. Los miembros del Kula pueden
tener múltiples socios, dependiendo de su estatus social. El estatus de un asociado
puede variar a lo largo del tiempo basado en la calidad y cantidad de los artículos del
Kula que cada hombre adquiere (brazaletes y collares). Existe un debate en la literatura
sobre si el comercio del Kula está conectado con el comercio paralelo de artículos
domésticos (han, 2006:210; Strathern y Stewart, 2005). Hemos visto a los dos como
inseparables y observado el estatus de los miembros del Kula como directamente
relacionado con su éxito en el comercio local, al menos durante el cambio de siglo,
cuando Malinowski completó sus famosos estudios etnográficos 2. El estatus puede subir
o bajar dependiendo de si se proporcionan bienes de calidad durante las expediciones
comerciales. Desde la perspectiva que ve al Kula como el marco ritualizado para el
intercambio doméstico, la calidad de los artículos del Kula reflejan el valor que cada
miembro agrega al intercambio local. El circuito del Kula también nos muestra que
algunos miembros se vuelven ricos mientras otros se hacen pobres y esta condición está
igualmente vinculada a sus estatus. Como la oferta es flexible, el precio habitual de los
bienes básicos se mantiene relativamente estable (más bien, es la cantidad de miembros
que determinan el éxito relativo de cada intercambio del Kula).
El punto teórico más importante aquí es este: La estrategia clave de un miembro para
volverse rico en un sistema de trueque no es vender más a un precio que se negocia
constantemente (como en una economía de compraventa), sino más bien incrementar
sus redes sociales y por lo tanto incrementar el número de socios comerciales. Teniendo
en cuenta que los valores de cambio en un sistema económico de trueque tienden a
mantenerse relativamente estables comparado con una economía con establecimiento
de precios, donde las fluctuaciones son necesarias para generar ganancias, las personas
en una economía de trueque se enriquecen obteniendo más socios en sus facciones y no
recortando la competencia.
Todas las estrategias para la construcción de facciones que los antropólogos han
estudiado entran en juego en estos contextos. Los anfitriones agasajan a sus socios,
buscan alianzas estratégicas con otras familias o facciones, se comprometen con
estrategias inter-matrimoniales, configuran sus unidades domesticas con parentescos
reales y ficticios, tratan de acumular deudas diferidas para convertirlas en eventos más
grandes (como los potlatches), y mantienen a sus competidores a raya mediante la
fuerza o una fuerte persuasión. En el circuito del Kula, vemos el siguiente proceso en
acción:
El intercambio de regalos crea o refuerza relaciones de alianza entre los
individuos y los grupos de los que son representativos. […] En el circuito del Kula,
la asociación establece una alianza con matices políticos. […] Abre canales de
intercambio substancial y la interacción social. Pero la posición de un hombre en
el circuito no está predeterminada ni es estática. Un participante comienza desde

11
una posición de relativa ventaja o desventaja de capital. […] desde esta posición,
si es ambicioso, puede maniobrar para incrementar el número y la escala de las
alianzas, y de ahí su dominio sobre el flujo de riqueza y el grado en que se busca
su buena voluntad, y por lo tanto su estatus y prestigio (Cyril Belshaw, 1965:19) 3.

En otras palabras, a medida que las redes sociales aumentan, también lo hacen el
número de “socios” comerciales. La maximización de ventajas es alcanzada al aumentar
el número de compañeros comerciales mediante incentivos no económicos, no
solamente por obtener una ganancia de la diferencia de precios. Esta es la principal
diferencia entre el trueque y la economía de compraventa.

Las ferias andinas como mercados de trueque


“En todo este reino del Perú […] hubo grandes tiangues, que son mercados
donde los naturales contrataban sus cosas” (Cieza de León, 1967 [1553], Capítulo
CX).

Las fuentes históricas son poco claras sobre la existencia de algunos pocos mercados de
compraventa, pero principalmente comercios de trueque, en los Andes. En un ejemplo
contundente de la evidencia histórica, el diccionario aymara-español de Ludovico
Bertonio de 1612 demostró que existía una distinción emic entre las formas europeas e
indígenas de intercambio. Una entrada es “mercader a nuestro modo: mircatori ves
Tintani” e inmediatamente abajo otra entrada dice “mercader a modo de indios,
Hanrucu, Alasiri”. La palabra para el primero es obviamente una aymarización para el
mercado español (los hablantes aymara hoy en día todavía ocasionalmente pronuncian
las e como las I). Dicho de otro modo, dos generaciones después de la conquista, no
existía aún una palabra indígena para el “mercado” al “estilo europeo”, y, para expresar
tal concepto, debían tomarlo prestado de la lengua española. Estas dos modestas
entradas del diccionario en cierto sentido comprenden una de las primeras
descripciones antropológicas registradas sobre las economías andinas: dos culturas,
coexistiendo en el mismo espacio, estructuran sus vidas económicas de modo tan
diferente que literalmente requieren de vocabularios independientes para describir y
comprenderse. El capítulo de Hirth en este volumen, refuerza esta distinción entre
Mesoamérica y los Andes. Este autor provee numerosas referencias de mercaderes que
tienen “ganancias”, de una forma inmediatamente reconocibles para los españoles que
registraban estas prácticas.
Ese vocabulario distingue entre los conceptos españoles (y los de México central) de
mercado de compraventa y el concepto andino de trueque. Estos mercados de trueque
fueron mencionados como ferias, mercados, o tiangues en la literatura etnográfica e
históricas (por ej.: Cieza de León, 1967 [1553]:32,96,110; Cobo, 1890-98 [1653]: Libro 1,
capítulo 8) y como La Lone (1982:299-300) advirtió, éstos no deben ser confundidos con
los mercados de compraventa como los de Europa o Mesoamérica.
Para aquellos como nosotros que hemos trabajado muchos años en las tierras altas de
los Andes, las ferias comerciales periódicas (semanal, mensual o anual) es un fenómeno
común. Las ferias todavía se encuentran en las sierras de forma regular, y comerciantes

12
de lugares lejanos despliegan sus mercancías allí. En la región de Titicaca, por ejemplo,
las ferias ganaderas son una gran empresa. Gente de todas partes de la región se
congregan en una aldea o ciudad específica para comerciar ganado, ovejas, cabras,
camélidos y otros animales. Ferias más pequeñas pero similares, se llevan a cabo
semanalmente virtualmente en todos los poblados.
Que nos topemos con mercados de trueque en los Andes no es ninguna sorpresa. La
naturaleza de la sociedad andina obvia la necesidad del desarrollo de una economía de
compraventa mejorando la debilidad de teórica de una economía de trueque. Las dos
debilidades principales (Jevons, 1879 [1871], falta de coincidencia y falta de una medida
de valor, son resueltos, en gran parte, por la estructura de la sociedad andina y sus
mercados, y ayuda a explicar las descripciones etnohistóricas de las ferias andinas.
Consideremos la debilidad más comúnmente adscrita a la economía de trueque, la falta
de coincidencia, o la doble coincidencia de deseos. Esta noción refiere a la posibilidad
de que aquellos que poseen los bienes por los cuales uno quisiera intercambiar, no
desean nuestros artículos, o que quienes quieren nuestros productos no posean lo que
deseamos intercambiar. No obstante, esta formulación teórica ignora las relaciones
sociales entre los participantes del comercio andino. La mayoría de ellos viven cerca del
mercado al que asisten; conocen a casi todos, si no todos, los otros participantes de ese
lugar y son conscientes de las complejas relaciones de parentesco que vinculan a los
individuos. Aún más, las personas sobrentienden qué, cuánto y cuál es la calidad de los
productos disponibles.
Por lo tanto, el conocimiento y la practica social harían poco probable la falta de
coincidencia, o casi imposible, excepto para alguien inexperto o un visitante infrecuente
del mercado. Este visitante carecería de dicho conocimiento. En el caso de una escasez
anormal, mientras que un ajuste de precios sucedería en un mercado con precios, los
trocadores con los bienes escasos, por su parte, probablemente favorecerían a sus
relaciones más cercanas o sus clientes más fieles.
Del mismo modo, en economías circulares con participantes que comparten una
comunidad, como aquellos que comúnmente caracterizan a los Andes prehispánicos, la
configuración de medidas de valor y de cambio son procesos sociales y consuetudinarios
que no requieren complejas listas de precios, como sugieren la literatura teórica sobre
el trueque. El clásico trabajo de William S. Jevons supone que las economías de trueque
“la lista de precios debe ser un documento sumamente complicado, ya que cada
producto debe ser cotizado en términos de todos los demás productos, si no sería
necesaria una compleja sumatoria con regla de tres. Entre mil artículos deben existir no
menos de 4950 posibles ratios de cambio y todas estas ratios deben ser ajustadas
cuidadosamente para que sean consistentes entre sí, de lo contrario, un comerciante
perspicaz podría sacar provecho comprándole a unos y vendiéndole a otros” (Jevons,
1879 [1871]: I.7). A pesar de todo, mercados de trueque modernos existen en los Andes
sin la necesidad de complicadas listas y aparentemente sin sagaces especuladores que
jueguen con el sistema, y nosotros proponemos que los mercados prehispánicos
probablemente funcionaban de igual forma. En una serie de modernos mercados de
trueque de alimentos en el Valle de Lares en Perú, conocido como chalayplasa, “los
productos son medidos en unidades de puñados, de acuerdo con los acuerdos sociales

13
tradicionales” (Argumedo y Pimbert, 2010:345). Como en el circuito del Kula, “estos
principios han estado institucionalizados en los intercambios y las reglas de participación
mediante costumbres ritualizadas que expresan generosidad y solidaridad” (Argumedo
y Pimbert, 2010:345). Ninguna moneda es intercambiada, no existen listas de precios y,
aun así, los mercados funcionan bien. Argumedo y Pimbert afirman que las economías
de trueque proporcionan seguridad alimenticia y nutrición, así como también diversidad
agrícola, mientras mantiene el control local sobre la oferta de alimentos.
Una supuesta ventaja de la moneda es la posibilidad de almacenar y transportar valor.
En otras palabras, se puede vender un producto en un mercado A y llevar el dinero, en
lugar de bienes, al mercado B para realizar una compra. La divisa también permite el
almacenamiento de valor por cierto tiempo hasta que el propietario decida gastarla, lo
que sería imposible, al menos en el caso de productos perecederos. Sin embargo, la
capacidad de almacenar y transportar valor no es necesaria en una economía de
subsistencia como la que predominaba la vida de los Andes prehispánicos. El valor aún
podría acopiarse y transportarse si se trata de bienes durables, como la obsidiana y los
textiles, y tal vez incluso productos alimenticios almacenables como el chuño y el charki.
Transportar valores también depende de que estos bienes estén disponibles en una
cantidad suficiente para que valga la pena un intercambio de larga distancia,
transportable a un costo razonable y deseado. Esto hace que estos bienes sean
comerciables en otros mercados. El comercio de larga distancia, entonces, es una
profesión altamente especializada, ya que los comerciantes deben mover productos
constantemente, en el momento justo hacia los mercados adecuados, y tener el
conocimiento y los recursos necesarios para hacerlo. Debido a este constante
movimiento, no es de extrañar que haya muy poca evidencia documental o
descripciones sobre alguno de estos comerciantes. Dado los recursos necesarios, ¿es
sorprendente que un comercio de larga distancia eficaz sea mejor administrado por una
entidad estatal, como el programa de redistribución observado en el Imperio inca? Sin
o además del patrocinio del gobierno, el comercio de larga distancia podía operar
mediante una serie de ferias interregionales que tenían lugar por un breve periodo de
tiempo en distintos lugares, con su bien conocido itinerario proveyendo un mapa para
los comerciantes de larga distancia.

Ejemplos de ferias andinas


Una relación de 1573 de Quito (Marcos Jimenez de la Espada, 1965 [1897]:220, N° 115),
ha proporcionado una probable guía descriptiva de un mercado de trueque y enfatiza la
diferencia con los sistemas de intercambio monetizados españoles: “Entre los indios
hacen sus mercados en sus pueblos, de manera que hoy se hace en un pueblo y mañana
en otro más cercano […] Entrellos no tienen peso ni medida, sino su contratación es
trocar una cosa por otra […] [En contraste], los españoles se rigen por el peso y el marco
de Avila”4.
En lugares como Pucara, la feria anual de julio es un evento espectacular. Incluso hoy en
día, la fama de este mercado se extiende hasta países limítrofes como Argentina, Chile
y Bolivia. Pueblos de la costa y del sur del altiplano disputan con los cusqueños, pueblos
de Carabaya, Ilave y muchos otros lugares, para vender sus productos. Modernos

14
Kalawaya continúan su comercio ancestral en medicina. los justamente famosos
alfareros de Pucará sacan lo mejor de sí. Todo tipo de bienes abundan en estos
mercados.
Mientras que espectaculares para el ojo moderno, aparentemente los mercados son un
pálido reflejo de la gloria del pasado. Sintetizando las observaciones de varios viajeros
decimonónicos, europeos y peruanos, (tales como Antonio Raimondi, Clements
Markham, Jorge Basadre y Paul Macoy), G. M. Wrigley poéticamente escribe que la
ciudad de “Pucara, 'cien chozas de barro asentadas en el silencio de la Pampa' de Puno,
también durante una quincena del año se transformó en 'una Babel comercial e
industrial'” (Wrigley, 1919:78).
A pesar de que Pucara fue un importante mercado, no fue el más grande ni el más
famoso. El honor de ser la mayor feria periódica del norte de la cuenca de Titicaca
aparentemente fue de, la ahora encantadora pero anódica, ciudad de Vilque. En el siglo
XIX, Vilque se transformó en un inmenso mercado durante dos semanas al año:

“La feria de Vilque, hoy abandonada pero alguna vez la más famosa de todo el
Perú, es un buen ejemplo. Vilque es un pequeño y triste poblado en la desolada
puna, seis leguas al oeste de Puno, el puerto de Titicaca. Durante la mayor parte
del año lo más probable es que un viaje encuentre el lugar prácticamente
desprovisto de recursos, ¡pero en Pentecostés! Afuera de la ciudad había cientos
de mulas de Tucumán; […] en la plaza había puestos llenos de toca clase de
productos de Manchester y Birmingham; en lugares más alejados se hallaba
polvo de oro y café de Caravaya, plata de las minas, lajas de chocolate de Bolivia,
alemanes con cristalería y tejidos de lana, modistas de Francia, Italia, indios
Quechua y Aymara […] lana de alpaca y cinchona eran otros artículos
importantes en venta. El número de asistentes ha alcanzado los 15.000”.
(Wrigley, 1919:78)

Las ferias documentadas se llevaron a cabo a lo largo de los Andes durante el periodo
colonial y principios de la república. En la gran feria de Huari, cerca de la ciudad minera
de Potosí en Bolivia, Wrigley escribe que la gente fue sacada de un área más grande que
todo el territorio de Francia para esta feria anual, trayendo todos los bienes imaginables
para vender: “Durante la mayor parte del año Huari conduce a una existencia desolada
y monótona, pero para la quincena que sigue a la Semana Santa la transformación es
completa. Huari es un mercado concurrido; una aglomeración de 10.000 personas no es
usual” (Wrigley, 1919:69). La feria de Huari fue digna de mención por la amplia variedad
de productos y por los numerosos lugares desde los que los comerciantes venían para
vender sus mercancías en esta región minera:

Los visitantes de la feria proceden de una amplia zona y traen consigo una gran
diversidad de productos. Desde las pampas argentinas, vía Salta y La Quiaca,
venían mulas, burros, toros castrados y productos de cuero. Más bestias, que
han estado engordando durante el verano anterior en los prados de alfalfa del
alto valle de los Andes de la Puna de Atacama. Y hoy esos no vendibles en los

15
campos de salitre también se llevan a Huari. El grano proviene de Tupiza y Sucre
y de las regiones del alto valle; el vino de Cinti; la fruta y la coca de los valles
cálidos, como Mizque; azúcar, arroz, coñac de Santa Cruz. Del altiplano mismo
vienen textiles de lana, plata labrada, chuño (papa deshidratada) y piel de vicuña
y chinchilla de la desolada región de Lipez, al sur de Bolivia. El comercio del último
artículo mencionado, reducido hoy en día, ha sido por mucho tiempo una de las
características principales del mercado de Huari. Las grandes ciudades (La Paz,
Oruro y Potosí) envían bienes europeos. Hacia el sur, donde la influencia de la
feria se extiende largas distancias, su atracción se siente al menos unas 500 millas
‘como el cóndor que planea.’ (Wrigley, 1919:69-70).

Las mayores ferias del sur central de los Andes se llevaron a cabo en otras ciudades –
Yunguyu (agosto), Sauces (agosto), Mocomoco (septiembre) y La Quiaca (octubre)-
(Wrigley, 1919:70). Algunos poblados que estaban prácticamente abandonados y
desolados la mayor parte del año, volvían a la vida por dos semanas con una gran
congregación de personas que viajaban desde todas partes. Otras ciudades como
Yunguyu (que aún conserva un importante mercado regional semanal) eran grandes
municipios con áreas residenciales considerables. Aunque estas observaciones fueron
realizadas a comienzos del siglo XX, reflejan patrones de tiempos anteriores y están
respaldadas por fuentes históricas y arqueológicas.
La existencia de la institución de las ferias andinas como una economía de trueque es, a
nuestro parecer, la clave para resolver la cuestión de mercados en los Andes
prehispánicos. Abundaron los mercados donde la gente iba a intercambiar una infinidad
de productos. Como en las economías de compraventa, las personas actuaban
racionalmente y buscaban maximizar sus ventajas en un mercado donde el precio de los
bienes era relativamente estable, con una oferta elástica que satisface la demanda con
bastante rapidez para la mayoría de los artículos.
Quizás el mayor valor agregado en el intercambio andino haya sido el traslado de los
productos de una región a otra. Tenemos fuerte evidencia del periodo colonial
temprano de la visita de la corona del administrador Garci Diez de San Miguel en 1567
(1964). Por supuesto, esto fue una época en el periodo colonial, y las estrategias de
economías de compraventa ya estaban expandiéndose mientras los indígenas en los
Andes se adaptaban rápidamente a la introducción de la moneda. Como se ve en la tabla
17.1, los costos de transporte eran bastante altos, al menos en el centro-sur de los
Andes.

Tabla 17.1
Precios de productos seleccionados en la visita de Diez de San Miguel (en pesos y tomines).
EN LA CUENCA DE TITICACA
Una fanega de harina 5-8 p.
Una fanega de maíz 5-6 p.
Una fanega de chuño 4-7 p.
Un camélido 5-7 p.
Un cerdo 3.5-4 p.
Una fanega de papas 2 p.

16
Una perdiz 0.5 t.
EN EL VALLE DE SAMA
Una manta de algodón 4 p.
Una jarra de vino 4 p.
Una fanega de trigo 1.5-1.75 p.
Una fanega de maíz 7 t.
Una pequeña canasta de algodón 3 t.
p. = peso, t. = tomines (8 tomines/peso)
Nota: una fanega es una medida de peso seco que equivale a unos 55 litros aproximadamente.

El traslado del maíz por apenas 200 km aumentó el valor de siete tomines a cinco a seis
pesos, un salto masivo en el valor agregado por el transporte. En la región, el maíz era,
y aún es, un cultivo sumamente valorado que se usaba como alimento, pero aún más
importante, para la fermentación de la chicha, una bebida ceremonial. El valle de Sama
es una región de cultivo de maíz, mientras que la cuenca de Titicaca tiene una
producción indígena de maíz bastante pequeña. Podemos suponer que este equilibrio
oferta-demanda existió también en el periodo prehispánico y que las equivalencias del
trueque reflejaron esta realidad.
Sostenemos que las ferias de trueque fueron el medio por el cual muchos productos
fueron comerciados en los Andes antes e incluso durante el Imperio inca. Hubo, sin duda
alguna, una economía del Estado imperial que producía y trasladaba grandes cantidades
de bienes fuera de cualquier trueque o cualquier otro tipo de mercado. Pero en el día a
día, a nivel doméstico, las personas probablemente producían e comerciaban
productos, al menos localmente, e incluso quizás regionalmente, por fuera de la
economía estatal. Sin embargo, el Imperio no configuró una economía estatal basada en
un sistema comercial de truque. Es más probable que el sistema de la mit’a puede verse
como una consecuencia lógica de este contexto histórico. Requiere de una elaborada
burocracia con toda la población de tributarios a lo largo y ancho del imperio,
teóricamente organizado sobre un sistema decimal. Es probable que el comercio de
trueque continuara existiendo durante el periodo inca, mientras el estado superpuso el
sistema de trabajo.
En resumen, los pueblos indígenas de los Andes efectivamente participaron de un
pujante comercio, reuniéndose en mercado e intercambiando productos mediante el
trueque. Las equivalencias, establecidas por la costumbre, eran indirectamente
afectadas por la oferta y la demanda. Las monedas no existían, ni eran necesarias.
Comerciantes independientes posiblemente existieron, compitiendo entre ellos por una
“mayor cuota de mercado” no rebajando los precios, sino incrementando sus redes
políticas y de parentesco. El ejemplo andino nos proporciona el estudio de uno de los
casos más fascinantes en la historia económica, uno que demuestra la enorme
adaptabilidad e ingeniosidad de los pueblos alrededor del mundo para adquirir, producir
e intercambiar bienes.

17
NOTAS

1
La cita completa: “No hay dudas de que cuando muchos productos diferentes son cotizados en dinero,
los intercambios comerciales se ven fuertemente facilitados por las ventajas de compradores y
vendedores. Lo que está mal en el ejemplo es postular que alguna vez existió en las economías del mundo
real, en tiempo y espacio, una situación de trueque generalizado; que los intercambios en el mercado
siempre fueron frecuentes, cuantitativamente importantes o que tramitaron una gama apreciable de
recursos naturales, mano de obra, bienes o servicios antes de que el dinero entrara en uso; que
importantes sectores del mercado existían antes de que existiera el dinero” (Dalton, 1982:183).
2
Annette Weiner (1988) describe el Kula luego de la introducción de lanchas y economías de mercado. El
tradicional intercambio del Kula se adaptó a esta transformación de las condiciones.
3
De Nort (1977:712), citando un re-análisis sobre fuentes de Malinowski, por Belshaw (1955) en Uberoi
(1971).
4
El pasaje completo: “Entre los indios hacen sus mercados en sus pueblos, de manera que hoy se hace en
un pueblo y mañana en otro más cercano, y ansí andan por su rueda. Entrellos no tienen peso ni medida,
sino su contratación es trocar una cosa por otra, y esto es a ojo. Los españoles se rigen por el peso y marco
de Avila y la hanega es mayor que en estos reinos”.

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