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S A N T A 'T E R E S I T / y

MODELO Y MARTIR DE LA VIDA RELIGIOSA


f

\
I

P. ALBERTO BARRIOS MONEO, C. M. F


De la Academia Clareriana de Estudios Místicos

SANTA TERESITA
MODELO Y MARTIR DE LA VIDA RELIGIOSA
í

SEXTA EDICÍON

Colección Vida Religiosa

Vol. 9

H istoria D ocum entada en


loa Procesos de s u Cano­
niza ció n v en sus Ma­
n u s c r i t o s Autobiográficos.
! "
¡ >

E d itorial 7 L ibrería C O C t J L S A
MADRID
1967
APROBACIONES

N ffllL OBSTAT:
C a r l o s E . M esa , C . M . P .,
Censor

IM PRIM I FO TEST:
PSDRO BCHWKCCR, 0 . M. F.,
S up. G en.

NIH3L OBSTAT:
D, P koro AuVAttn^
Censor

IMPRIMASE:
t Jos* M .\ Obispo A ux.
Via. G en.

M adrid, 7 de Junio de 1963.

Depósito legal: M. 1 7 .9 2 3 -.1 9 6 7

HEROES, S. A.— TORRELARA, 8 (POLIGONO SANTAMARCA).— MADRID-16


PROLOGO

En torno a Santa Teresita han pasado cosas muy cu­


riosas. Hoy, por ejemplo, después de leer este libro, nos
escandalizamos de la postura incrédula adoptada por mu­
chos, durante los primeros lustros de este siglo, acerca de la
santidad, canonizable o no, de la Carmelita de Lisieux. Con
su vida sencilla y monótona, sin episodios sensacionales, sin
hacer un solo milagro, ni escuchar revelaciones. ¿Había ma­
teria suficiente para entablar una Causa de canonización?

“La familia Guerin —los tíos de la Santa— , que


conceptuaban la santidad a través de la hagiografía
medieval, se oponían a la Introducción de la Causa.
Monseñor Lemonnier, obispo de Bayeux, se mostra­
ba indeciso; Mons. de Teil —que será el Vicepos-
tulador— no temía decir: “En la Congregación de
Ritos no quieren ya canonizar más Hermanos “Co-
cineros” (1).

Tremendo despiste en la noción de santidad. Lo más


duro, lo más santo, lo más alto se encuentra incrustado
precisamente en esa oculta y perfecta sencillez de vida que
de sencillez no conserva, más que las apariencias. También,
desde tejos, parecen sencillas de escalar las altas cumbres
de los Alpes. -
Los miembros de los tribunales del Proceso, eclesiásti-

(1) PrAT artrnA N í-JosepH . O. P. M,. Céline. Soeur Genevléve d»


la S a ín te Face, Soeur e t tém oln de S a ln te Thérése de lTSnfant-JéauB.
Office C entral de Lisieux, Lisieux, 1963, Ch, IV, 116.
6 SANTA TER E SIT A

eos sabios y selectos, habían aceptado sus cargos por puro


compromiso, sin demasiadas esperanzas de triunfo en una
Causa, a su juicio, falta de interés y de verdadero funda­
mento, Celina, en carta a M. Inés, descubriría algunos datos
alarmantes:

“En los dos Procesos —informativo y Apostó­


lico—; cuando los jueces me interrogaron sobre el
motivo por el que deseaba la canonización de mi
hermana, respondí que “era únicamente para po­
ner de relieve el Camino de Infáncia Espiritual que
ella nos 'había enseñado’*.
Entonces ellos temieron, y siempre que yo pro­
nunciaba estas palabras: “Camino de Infancia” , se
sobresaltaban, y el promotor de la fe, Mons. Du-
bosq, me dijo:
“Si usted habla de Camino echará a perder la
Causa. Bien sabe usted que la de la Madre Chapuis
ha sido abandonada por esta razón.”
A propósito de la heroicidad de las virtudes
tampoco yo quería ceder, y me esforzaba por colo­
carlas en su cuadro sencillo e imitable. Era muy
difícil hacer que lo aceptaran, pues en el primer
Proceso — el Proceso Informativo— los miembros
del Tribunal Eclesiástico desconfiaban de la Causa
propuesta
“Estos señores, que sólo por condescendencia ha­
bían constituido el Tribunal, estaban persuadidos de
no encontrar nada que la impidiera fracasar, como
nos lo confió más tarde el Vicepostulador, Mon­
señor Teil” (2).

Estos documentos, por delante, nos prestan materia de


profunda reflexión. Si este libro ha conseguido, antes del
tercer aniversario de su aparición, la cuarta edición, se debe,
sin suda, más que a ser una historia documentada, a ser la

(2) C a rta & ftf. In és de Jesús, del 10 á t en ero de 1938. E n Ib .,


117-118.
TROLOGO 7

revelación sorprendente de esa perfectísima sencillez. Vivida


en la monotonía de un monasterio y practicada en difíciles
trances de una existencia muy corta y erizada de cortantes
aristas. Cuántos han proclamado que no se podían imaginar
la santidad excelsa de Teresa de Lisieux, presentada siempre
tan vaporosa y exquisita —y a veces tan insulsa—, hasta
que leyeron esta obrita. Esa sencillez es la perfección subi­
dísima del arte consumado.

LA REACCION ESPONTANEA Y ELOGIOSA


DEL CARMELO D E LISIEUX

En septiembre de 1961 nos sorprendía gratamente la si­


guiente carta, para cuya consecución no habíamos movido
ni pie ni mano. Ella manifiesta el aplauso cerrado del Car­
melo, -en el cual se santificó Santa Tereska :

Pax Christi. J, M.
Carmelo de Lisieux, 14 de septiembre de 19-61

“Muy Rvdo. Padre:


A l terminar la lectura de su obra, Santa T eres i -
TA, MODELO Y MARTIR DE LA VIDA RELIGIOSA, hemOS
constatado, con profunda emoción, hasta qué punto
había V. R. apreciado el trabajo de nuestro colabo-
$ rador, R. P. Fran?ois de Sainte Marie.
El ruego que V. R. le hace en el último párra­
fo (3) lo habrá oído desde el cielo. Habrá sabido, sin
duda, por la Prensa, el trágico fin de este religioso,
tan cargado de promesas para el porvenir. Esta muer­
te, llegada inesperadamente el 30 de agosto último,
nos ha consternado, lo mismo que a sus numerosos
amigos.
(3) Cfr. el Cap. X IH , 3, la ú ltim a p ág in a de e s ta obra.
8 SANTA T ER E SIT A

El Rvdo. Padre tenía el don de la simpatía, y si


V. R. le hubiera conocido personalmente, no hubiera
dejado de trabar amistad con él.
El P. Frangois se interesaba por los trabajos de
V. R. y nos había pedido le proporcionáramos vues-
tros libros (4). La muerte se lo ha llevado antes de
haber tenido tiempo de cumplir sus deseos. Pensa­
mos, al menos, interpretar sus sentimientos envián­
dole, como regalo postumo, la última obra, en que
había alcanzado el apogeo de su gloria: Le visage de
Thérése de Lisieux. La San tita juzgó que terminara
ahí la obra de su servidor, y se apresuró a hacerle
pasar de este mundo “a donde los problemas histó­
ricos no se presentan ya, porque allí la historia se
consuma en la Presencia y en el Instante” (5).
Rogamos de todo corazón al P. Frangois le ayude-
desde el cielo a seguir, cada vez más, el camino que
él se había trazado: “Decir la verdad con caridad” ,
Si no es indiscreto, ¿nos permitirá manifestarle un
deseo? Nos causaría un gran placer, muy Rvdo, Pa­
dre, si V. R. nos enviara, para nuestros archivos un
ejemplar de sus nuevas publicaciones sobre la San-
tita,
No es el objeto de esta carta manifestarle el apre­
cio de sus libros. Si V. R. nos autorizara un día,
querríamos profundizar previamente más en su lee-

(4) El P . F bahcois de S a in ts M aris, O. O. D., h a sido el m ayor


y el m ejor esp ecialista e n tem as tereslanos-lexovlenses. L a publicació n
de los M a n u icrits A utobiograpfiiques le reveían am p liam en te, se g ú n lo
c o n statam o s en e sta obra (Cír. Cap. x m , 3). Como st ello fu e ra poco
su ú ltim a obra, Visage de Therése de Lisieux, qu e nos com placem os
en c ita r e n e sta edición m ás de u n a vez, llega a deslu m b rar, a u n a
loe m to entendidos. Im posibilitados de proporcionar m ás detalles de su
vida y de su obra, q u e n o son de este lugar, rem itim os al lecto r a
Pftncsxr Paut., t e P érs Frangois de S a in te M arie, en Vie T h é risie n n e.
E ludes e t D ocum ente, n ú m . 5, J&nvier, 1962, p&gs. 5 -1 0 .
(5 ) P a lab ra s con q u e te rm in a el P, F r a n c o is la In tro d u cc ió n de
de Thérése de Lisieux. Office C en tral de Lisieux, 1901.
PROLOCO 9

tura, sobre todo en los dos tomos de La Espiritua­


lidad de Santa Teresa de Lisieux.
>Dc lo que no hay duda es de que estos estudios,
de gran valor, están inspirados en un amor profundo
a nuestra Santa, sólidamente apoyados en una abun­
dante documentación y que honran a España. De­
seamos que las almas encuentren provecho en ellos.
Oportunamente le enviaremos, la Biografía de Sor
Genoveva de la Santa Faz, que está escribiendo el
R. P, Piat, que la conoció mejor que nadie.
En consideración a la gran estima de V. R. por
el R. P, Fransois de Sainte Márie adjuntamos a la
presente algunos pormenores íntimos sobre su muer­
te inesperada.
Encomendándonos a las oraciones de V. R. y ase­
gurándole las nuestras junto al sepulcro decanta Te­
resa, le rogamos acepte, Muy Rvdo. Padre, la expre­
sión de nuestro profundo y religioso respeto en
Nuestro Señor y en Nuestra Señora.”

Dando gracias a Dios por tanta benevolencia y caridad


por parte de las herederas del espíritu teresiano, contestamos
agradeciéndoles tanta fineza. De su larga y luminosa res­
puesta copiamos solamente el final:

“Pdimos a la Santa, Rvdo. Padre, que se descu­


bra a V. R. más y más, y podemos asegurarle que
ya lo ha verificado en medida no común. Aquí mis­
mo, vuestro libro ha hecho un gran bien.
Con la expresión de nuestra gratitud por vuestra
entrega a la Causa Teresiana y nuestras felicitaciones
por la competencia que V. R. ha adquirido en ella...
Por nuestra Rvda. Madre Priora,
Soeur Cécile de VImmaculée, O. C. D ”
10 SANTA T ER ES IT A

Con gran placer nuestro, y a nuestra petición, las Car­


melitas de Lisieux examinaron línea por línea este libro y
recibimos con gratitud sus pocas e insignificantes adverten­
cias (6), que hemos incluido en esta edición.

(8) U n d etalle rev«lar& la ex q u isita diligencia del Carm elo, E n el


Cap. II-2 decim os que Teresa, de P o stu la n te , llevaba u n vestido azul.
E n Lisieux se e x tra ñ a ro n ; “A p rim era vista, la afirm ación nos h a so r­
prendido, po rq u e hace m ucho tiem po que las p o stu la n te s v isten de
negro. lias contem poráneas h a n m uerto. Las m&s a n tig u a s n o tie n e n
se g u rid ad de lo q u e V. R. dice. A nosotras nos h a rta V. R. u n b u e n
servicio si nos diera la referencia de dónde h a tom ado ese detalle'*.
R espondim os q u e en Histoire d 'u n e F am üle, del P. P ia t , dándoles las
c ita exacta. T el 25 de noviem bre de 1961 c o n te sta b a n : “A nte todo,
gracias p or la c ita referente a lo del vestido azul. La precisión hab itu a l
de V. R . nos aseg u rab a que el d etalle era a u té n tic o , sin q u e nosotras
a certáram o s a e n c o n tra r la fu e n te . El hecho de q u e sea citado por el
R. P . P ia t nos confirm a ahora en la sospecha de q u e le h a b rá sido
dado de viva voz por Celina, q u ien docum entó am p liam en te al au to r.
S u m em oria era prodigiosa y c o n stitu ía el m ás precioso de los a r­
chivos".
MEJORAS DE LA SEXTA EDICION

Asesorados así por el Carmelo de Lisieux, esta sexta


edición sale al público con las mejoras deseadas por él mis­
mo Carmelo, corregido ei estilo, completada con nuevos
documentos, publicados últimamente, y perfeccionada cuan­
to la premura del tiempo ha consentido.
A petición de muchísimos lectores hemos añadido un
breve apartado en el captíulo sexto: La 4‘conversión” de
M. Gonzaga. Era de justicia. Si relatamos, aludimos e insi­
nuamos su desedificante conducta como Priora y como Car­
melita, urgía comentar su grande y sincero arrepentimiento
al final de su vida, gracias, al parecer, a una prodigiosa
intervención de la Santa.
Agradecemos al Carmelo de Lisieux las facilidades para
poder completar esta edición con ocho fotografías auténticas
de la Santa, y al público, en general, y a los Estados de Per­
fección, en particular la benóvola acogida a esta nuestra
obra.
Que Dios, por medio de Santa Teresita, se valga de este
libro para conseguir la perfecta vivencia de su total consa­
gración y holocausto a las almas que moran en los Estados
de Perfección.

A l f e r t o B arrios M oneo , C, M. F.

Roma, 29- de mayo de 19&3, LXXVI aniversario del per­


miso que Teresa pide a su padre para ingresar en el Car­
melo.
A LA SEXTA EDICION

Gracias a Ja favorabilísima acogida del público de habla


española, llega este libro a la sexta edición.
Hoy sólo quiero subrayar muy de propósito — como hice
en la Introducción de la primera y siguientes ediciones—
que esta obra refleja fielmente a Santa Teresita tal como apa­
rece a lo largo de la Causa de su Canonización. Estudios
posteriores matizarán, acaso, y atenuarán algunos detalles.
Gran consuelo ha sido poder constatar el elevado nú­
mero de vocaciones a la vida contemplativa y apostólica sur­
gidas y fortalecidas por estas páginas. Detalle éste que el
mismo Carmelo de Lisieux tenía la deferencia espontánea
de comunicarme en mi visita de septiembre de 1966.

E l A utor
I

BIBLIOGRAFIA

I.—DE SANTA TERESITA

AM. = T h &r e s e d e l T ín f a n t - J í s u s , ¡íanusaH ts A u to *


S a ín t e
biograpfiiques. Carm el do Lisieux, 1950.—P rim era p a r­
te dedicada a s u h e rm a n a P a u lin a , M. Inés.

3M . = I b . (S egunda p arte dedicada a su h e rm a n a M aría, S o r


M a r í a d el S g d o . C o r a z ó n ) , e l antig u o cap ítu lo X I d e
l a H istoria de u n Alm a.

OÍM. = Ib . (T ercera p a rte dedicada a la Rvda. M. M a r í a de


Q onzaga, P riora).

AME. = S a n taT e r e s a d e l N i ñ o J e s ú s , M anuscritos A u tobio­


gráficos, T raducción española del P. E m e t c r i o d e J e ­
s ú s M a r ía , O . C . D . E d itorial '*E1 M onte Carm elo’*,
B urgos. 1958. (P rim era p a rte a M. lu ís ) .

BM E. s Ib . ( S e c u n d a p a r t e a S o r M a r í a ski. S g d o . C o r a z ó n ) .

OME, = Ib. (T ercera p a rte a M. M aría d* O o h za g a ) .

K. A. = T h í r e s k d e l ’E n f a m t - J í s t j s , Histoire d 'u n A m e 4
S a in t e .
A utoblographle, Consells e t Souvenlrs, Lettres^ Piule
des roses. D ocum enta P o n tiflcau x . Office C e n tra l de
Lisieux, 1941.

LETTRES = T k ¿ r e s e d e L 'E w rA N T -J ts u a , L ettres de S a in te


S a im tb
Thérése de V E nfant-Jésus, C arm el de Lisieux. 1948.

N. VERBA — T h é a e s e d b l 'E n f a n t - J é s v s , N ovissim a


S a in t e Verba,
D ernlera e n tre tle n s de S a in te T hérése de 1‘E n ía n t-
Jésuc. M al-Septem bre, 1897. Office C e n tra l de Llslcux,
1926.

Sum m ., I = Bajocen, e t Lexovlen.—B eatlflcatlonla e t C anonizatlonls


Ssrvae dei Sororís T hereslae a Puero Jesu , m onialls
professae O rdints C arm elltarum D lscatceatorum Mo-
n a ste ril Lexovlensls, SUMMARIUM. Rom ae, 1914. (Se­
ñalam os siem pre la página.)
14 SIGLAS Y ABREVIATURAS

. 9UMM., n — IB. 8DUMARIUM, R om ae, 1920. (Señalam os ©I núm ero


del p árrafo y a veces ta m b ié n la página.)

2.—DEL CARMELO DE LISIEUX

ACNES = C arm el d e Lisíeme, Le P etite M ére de S a in te T herise


de l'E n fa n t-Jésw s\ M ére A gnés d e J is u s, 1861-1951.—
195?. (Señalam os la página.)

An s Ther. ss Les A nuales de S a in te Thérése de Lisieux. Desde 1924,

OetS — C arm el d e L i s tro x , C onseil e t Souvenirs recueillis p a r


S oeur G énévléve de la S a in te Face, so c u r e t novlce
de S a in te Thérése de 1‘E n fa n t-J é s w . E d ltlo n 2, 1952.
(Señalam os la página.)

te Pére = Sorra G¿n*vxevx dc la Saotts Face, O. O. D.. Le pére


de S a in te Thérése de V E nfant~Jisus, Office Central de
Lisieux, 1953. (Señalamos la página.)
L'Eaprlt = S osu*. GÍNÍvrEVK se l a Sazmtc P a c í, O. O. D., V E sp rit
de S a in te Therése de V E nfant-Jásus, d'apr&s sea íc rlts
e t les tám olns oculalrea de s& 7le. O ffice C en tral de
Lisieux. (Señalam os l a p&gtna.)

MA. = FRAN5013 d e S aint* M asie, O. C. D., M anuscrita A u to -


bioffraphiques. O ffice C en tral d e Lisieux, 1956. (S eña­
lam os tom o 7 p&glna.)

3.—DE DIVERSOS AUTORES

B arrios = B a r r io s Monío» A lberto, C. M. F., La E spiritualidad


de S a n ta Teresa de' Lisieux. Los G randes Problem as a
l a lu z de los Procesos de s u C anonización 7 de sus
M anuscrita Á utóblographiques. Tom o I : Los G randes
P roblem as Precarm elitanos. Tom o n : t o s G randes P ro ­
blem as de su Transform ación.—M adrid, 1958. (Señalam os
tom o 7 p&glna.)

Dubosq ir D ubo sq,T hom as, M ons., S a in te Thérése de V E nfant-


Jésus, com m e elle e ta it, ETUDBS FRANCISCANS 38
(1926) 9-20. (S eñalam os la página.)
SIGLAS Y ABREVIATURAS 15
Laveillo = L avejlle, Mona., S a in te Thérése de l'E n fa n t-Jésu s,
d ’aprés les docum enta offlclels d u C arm el de Lisieux.
Lisieux. 1926.

Meersch = M axinck Van d e r M eersch, La P etite S a in te Thérése.


E dltion* A lbín M lchel, Parta, 1947. {Señalam os la pá-
glna.)

Noché = N och¿, André, S. J., La R éponse des T extes e t des


A rchives. E n La P etite S a in te Therése de M azence
Van der M eersch d eva n t [a critique e t d e v a n t tes
textes. S d ltio n s S a ln t-P a u l, P arís, 1950. {Señalam os la
página.)

P e títo t = P e tito t, H.. O. P., Vle Integróle de Sain te Thérése de


L isieux. Une RenalssaTice Sptrituelle. Nouvelle édltlon,
P a rís,1925. (Señalam os la página.)

p h illp o n =: P h iu p o n , M., O. P., S a in te Therése de V E nfant-Jésus.


Office C e n tra l de Lisieux, 1946. (Señalam os c a p itu lo y
página.)

Plfit = P ia t S típ iia n í, Joseph, O. F. M.. fllstoire d 'u n e F am ille.


U ne école de a aln teté, ie foyeur oü a ’é p an o u it S a in te
T h értae de l ’B n fan t-Jéau s. Office -Central de Llaleux,
1946. (Señalam os c ap itu lo y página.)

U bald = U salo b*Alzn$on, O. F. M.. Cap., S a in te Therése de


L isieux, com m e je {a connatr, ESTUDIS FRANCISCANS,
37 (1926), 14*28.

tJrs V oa — U r s Vok B a lth a s a r, Sa n ta Teresa de Lisieux. H istoria


de u n a M isión. H erder, Barcelona, 1957. -(Señalamos la
página.)

NOTA.—M ientras n o se diga lo contrario, los subrayados de Los do­


cu m e n to s so n nuestros.
I N T R O D U C C I O N

Esta obra sólo pretende ser un ensayo de la biografía es­


piritual crítica de la vida claustral de Santa Teresa de Li­
sieux, obra que faltaba escribir. Una carmelita descalza, vo­
luntariamente encerrada siempre en una misma casa, no
puede presentar graves problemas para la historia. Su vida
transcurre con la misma monotonía que las aguas de un cau­
daloso río. Historiar esa monotonía se hace en dos páginas;
penetrar, en cambio, en la espiritualidad de esa monotonía
— abrazada por Dios— , deshacerla pieza por pieza contem­
plando su diario y constante desgaste por Dios es lo que
aquí llamamos biografía espiritual crítica. Casi no puede vi­
vir otra una Carmelita descalza contemporánea.
4

La vida religiosa cristaliza en cada uno de un modo dis­


tinto. Muy peregrina, a pesar de la clausura, resulta la de
Teresa. Ya su vocación presenta caracteres extraordinarios
por la corta edad en que el Esposo la llama; luego recorre,
entre mil peripecias, cien caminos hasta conseguir pasar el
portón de la Clausura; en seguida llegan las pruebas tremen­
das de la Priora, la convivencia en el mismo monasterio de
cuatro hermanas carnales y una prima, la elevación de su
hermana Paulina al Priorato, su nombramiento para Maestra
de Novicias a los veinte años con un Camino Nuevo que
enseñar, el gobierno defectuoso de una Priora anormal, la
tuberculosis y la muerte a los veinticuatro años.
Esto ya es llamativo; más las circunstancias especiales de
aquel monasterio — exageradas por autores noveleros— han
levantado en todo el mundo un ansia enorme por conocei
la verdad de la permanencia teresiana en el claustro.
O
18 SANTA TER E SIT A

Por delicado que ello parezca, resulta mucho más ejem­


plar y estimulante la conducta maravillosa de aquella joven
Carmelita cargada con una enorme cruz, como una gran cru­
cificada, y sorteando mil dificultades con mayor prudencia
que un anciano. No se puede admirar e imitar estos he­
roicos ejemplos — hasta ahora ocultos o presentados entre
nieblas— sin referir las circunstancias, siquiera las impres­
cindibles, que endurecían la ya pesada prosa de aquella vida
religiosa.
No nos ha costado escribir esta historia porque de las
fuentes documentales brotaban a borbotones incontenibles
aguas purísimas. Las habrá contemplado el lector en la pre­
ciosa bibliografía que antecede a esta Introducción. Ellas,
por sí mismas, se prestigian, no precisando más presentación
después de haberlo hecho en la Introducción a los dos tomos
de nuestra obra: La Espiritualidad de Santa Teresa de Li­
sieux, Los Grandes Problemas, de la cual es ésta necesario
complemento (1). (

LA NOVELA SE ADELANTA A LA HISTORIA

De la vida de Santa Teresita en el claustro — la más inte­


resante desde cualquier ángulo que se la mire— sabemos
sólo parte. Poderosas razones de prudencia y caridad acon­
sejaban un silencio discreto que fue alterado temprana y
brutalmente’ en contadas ocasiones, pero lo suficiente para
que todo el mundo se enterara antes de tiempo de aconte­
cimientos, no siempre verdaderos, y muchas veces supuestos
y otras falseados
Esto exige una aclaración histórica.
E l P. Ubald d ’Alengon, capuchino, no escribió por escri­
bir (2). Su famoso artículo de 1926 contiene un jondo im-

(1) C f r . B a r r io s , I , 1 6 -1 7 ; I I , 1 6 -1 9 .
(2) Ubalo d'Alenqon, O. F. M. Cap.', S a in te Thérése de Lisieuxt
com m e je la connota. "E studia Franciscana”, 37 (1926), 14-28.
INTRODUCCION 19

prudente, pero histórico. Es indudable que exagera y es


cierto también que en ocasiones hasta ha silenciado grandes
cosas. El mismo ha citado la fuente de sus escandalosos
asertos: un oficio secreto de M. Inés, firmado por otras
cinco Carmelitas, todas testigos, presentado al Tribunal del
Proceso y titulado: Dans quel milieu Soeur Thérése de l’En-
fant-Jésus, s’est santificé au Carmel de Lisieux. Además,
otras informaciones suyas se leen también en las Actas del
Proceso y algunas tas ha supuesto o inventado.
La .desgracia de Ubald es múltiple: revelar el nombre
seglar de' M. Gonzaga viviendo familiares suyos; manifes­
tar demasiado pronto — 1926— cosas muy intimas y gra­
ves; mezclar lo verdadero con lo falso; añadir por cuenta
propia comentarios posibles, pero calumniosos y, sobre todo,
inventar la especie que M. Gonzaga martirizó adrede sólo
a Teresa y que ésta murió tan joven por no haber sido casi
cuidada por la Priora ni por la cocinera.
Cuando Ubald publicaba su famoso artículo, nadie ape­
nas sabía nada de ciertas miserias. Ello causó una sorpresa
indescriptible. A calmar la excitación salió Mons. Dubosq,
Promotor de la Fe en el Proceso Teresiano y a la sazón
Vicario General de Bayeux, desde donde firmaba el 1 de
junio de 1926 una respuesta (3) que inmediatamente lo­
graba un hueco en ETUDIS FRANCISCANS.
Es innegable que la refutación fue casi completa para la
primera patre del artículo de Ubald, es decir, para cuanto
afirmaba de la vida de Teresa en el mundo y respecto a sus
familiares. Pero no puede afirmarse lo mismo de su vida
Carmelitana. Ni siquiera lo intentó. Sabedor, como nadie,
de algunas cosas, Mons. Dubosq no rebate punto por punto,
como antes, salvó en contadas ocasiones. Muy prudente, se
limita a quejarse con sobrada razón, de la incalificable au­
dacia del P. Capuchino que descubre a la faz del mundo se­
cretos de un Carmelo y de varias familias supervivientes.
La reserva de Monseñor a entrar a fondo dentro del
Carmelo de Lisieux denotaba no pequeña sagacidad y a la

(3) D u b o s q T h o m a s , Mons. Therése de V E nfant Jéaus, com m e elle


étalt. “E tú d is Franciscana". 38 (1926), 9-20.
20 SANTA TERESITA

vez su tácita aquiescencia a tanto como él hubiera querido


que permaneciera oculto para siempre. y con ello venía a
confirmar a Ubald, dejando en los ánimos la casi certeza de
que al Capuchino no le faltaba, muchas veces, razón.
La petite S a i n t e T h é r é s e , de Maxence Van der
Meersch (4) no es ningún estudio histórico de Sania Tere-
sita; es, más bien, ««a historia novelada. Estriba su exitazo
no sólo en la pluma del novelista, sino — acaso más toda­
vía— en la oportunidad de su aparición. Cansado el mundo
de tanta y tal literatura teresiana esperaba — y sigue espe­
rando aún— algo que calmara el hormigueo de sus sospe­
chas en torno a la Carmelita de Lisieux. La desgracia ha
estado en haberse adelantado tanto la pura novela a la his­
toria, y una novela tan subyugadora, cuya siembra de pre­
juicios será, por así decirlo, imposible desarraigar. A l silen­
cio casi hermético de la verdadera documentación ha segui­
do el desborde incontenible de noticias falseadas cuando
podía haberse previsto, para más tarde o más temprano, la
reaparición de nuevos discípulos de Ubald, como el tiempo
se encargará de probar, con Delarue-Mardrus (5) y Van
der Meersch.
Tanto retraso puede ser, quizá» irremediable.
Van der Meersch no ha sido, con todo, un despistado.
Le ha faltado primero el conocimiento, siquiera a grandes
rasgos, de un convento de clausura, ignorancia crasa para
escribir de una Carmelita Descalza. En cambio, su ingenio
se revela maravilloso en el trazado y tejido de tos persona­
jes. Lástima — y es su segundo y gran error— que haya
tomado siempre las tintas negras y que su imaginación bri­
llantísima ennegrezca aún más la oscuridad del cuadro. Por-
que no se crea que en la Petite Sainte Thérése todo sea pura
invención. Negarlo tan rotundamente como se. ha hecho no
ha favorecido nada á la historia. Van dér Meersch resulta
(4) V a n d e r M e e r s c h , Maxence. La P etite S a in t Thérése, edit. Albín
M ichel, P arís, 1947, seguida de num erosas ediciones y tra d u c id a a casi
todos las lenguas.
(5> D e u iru e M a rd ru s, Mme., La P etite Thérése de Lisieux, París,
Frasquelle, 1937.
INTRODUCCION 21

la ampliación de Vbald con todos los defectos de éste agran­


dados. Es lamentable que el mundo conozca hoy a Santa
Teresita, al Carmelo de Lisieux y a M , Gonzaga a través
de esta novela que no llega por ningún costado al rango
de historia.

LA HISTORIA, RETRASADA

La, polvareda levantada por esta novela subió hasta os­


curecer el cielo (6). No se la ha podido rebatir porque per­
manecían encerrados en los archivos los documentos y por­
que la única respuesta eficaz era una biografía crítica tere-
siana que todavía no se ha escrito (7). Los meritorios es­
fuerzos de André Combes y un grupo de colaboradores es­
pecializados (8), que todavía trabajan sobre el antiguo texto
de la Historia de un Alma, se perdieron en los anaqueles
de las grandes bibliotecas, incluido el soberano trabajo del
P. Noché (9)' que publicado aparte se hubiera leído ávi­
damente.
En*J 956 presentaba al mundo el P. Fran^ois de Sainte
(8) Cír. B a r r io s , I. 52, n o ta 6; Ib., 170. n o ta 8; Ib., 107-108, n o ­
t a 7.
(7) Al P. F r a n c o is d e S a in t s M a r i e , O. C. D.. le pedíam os la bio­
g ra fía de T eresa m oderna, am plia y crítica. Sólo él —con la to talid ad
de la s fu e n te s en la m an o — puede p re sen ta rn o s la fig u ra de la S a n ta
en- el m arco re alista de la h isto ria y de la esp iritu a lid ad (Cfr. B a r r i o s
M o n e o , A lberto. C. M . F .. La Publicación de los A fanuscriís AntoM o-
íjraphiques de Teresa de Lisievx, apología de Ai, Inés de Jesús, “R evista
de E sp iritu alid ad ", 16 (1957), 288.
(8) '.Cfr. C o m b e s A ndré (en colaboración), La P etite S a in te T h é ­
rése de M axcnce Van der M eersch d eva n t la critique e t d e va n t les
tex tes. G ditíons S a in t-P a u l. París. 1950.
(9) El peso del tra b a jo h istórico de esa m aravillosa colaboración,
de Combes y su g rupo de especialistas recayó sobre el P. A n d r é N o c h é ,
S. J . S u tra b a jo ocupa las p&gs, 173-525, todo u n volum en que ojalá
vea la lu z ap arte, purgado de la excesiva indu lg en cia en to rn o a la
fig u ra de M adre G onzaga, a la que in te n ta salv ar siem pre, a u n co n ­
trad icie n d o a docum entos que él h a leído y q u e e stu d ia co n parcialidad
en el m ism o texto.
22 SANTA TERESITA

Marie, O. C. D., los Manuscrits Autobiographiques de Santa


Teresita, avalados con tres tomos complementarios, dos de
ellos arsenal de preciosos documentos (10). Se rebatía con
esta publicación, bastante sensacional, a los novelistas exal­
tados. Lástima que tamaño esfuerzo no haya recorrido el
mundo como la Petite Sainte Thérése de Van der Meersch.
Nosotros vamos a seguir los derroteros abiertos por los
Padres Noché y Fran^ois, añadiendo a los que ellos publi­
caron, no pocos documentos que ven aquí la luz primera.
Aunque seamos los primeros en acometer en España ta­
maña empresa y aunque a algunos les parezca duro leer
ciertas páginas, sepan que ellos han dado la pauta abriendo
los archivos y que nada de particular hemos escrito que no
lo hayan ellos publicado o por lo menos insituado, y adver­
tirán que limitamos nuestro estudio a Santa Teresita, sin
inmiscuirnos en otros problemas de la Priora o del Car­
melo, salvo lo más necesario para la suficiente comprensión
de las circunstancias, mientras que los dos especialistas cita-
dos abarcan todo el problema — de la Santa, de la Priora
y del Carmelo— por exigirlo así la naturaleza de su estudio.
No encontrarán en estas páginav, por más desfavorables
que parezcan, juicios que desentonen de los que ellos emi­
tieron, porque los tres hemos bebido en tas mismas fuentes
y los tres escribimos historia.
Pensamos que esta obra presenta la biografía de la vida
carmelitana de Teresa de Lisieux, obra lo suficientemente
documntada para que sus directrices sean eternas, aunque
más adelante pueda ser completada en bastantes detalles
secundarios.

LA PRIORA, M. MARIA DE GONZAGA

Dos personajes centrales imprescindibles aparecen desde


el primer momento en esta historia: Sor Teresa del Niño
(10) FnANCOis d e S a i n t e M a r i e , O. C. D., M anuscrita A utobiogra-
phitjucs. Office C entral de Llsloux, 1958.
INTRODUCCION 23

Jesús y M. Maj'ía de Gonzaga. Sor Teresa no hubiera su­


bido a la gloria de Bernini sin una M. Gonzaga, y M. Gon­
zaga no sería umversalmente conocida — para muchos tris­
temente célebre— sin Sor Teresa, a quien ella hizo santa.
Ni siquiera Paulina y Celina — en Religión M. Inés y Sor
Genoveva de la Santa Faz, respectivamente— desempeñan
un papel tan preponderante, aunque sean ellas las mejores
cronistas e historiadoras.
De los nueve años y medio que Teresa vive enclaustra­
da, son seis años y cinco meses los que vive bajo el man­
dato de M. Gonzaga, como Priora, y los tres restantes per­
manece también sometida a ella como Auxiliar suya en el
Noviciado, porque la Maestra Oficial es, precisamente, M.
Gonzaga. Podemos afirmar que la vida carmelitana de Te­
resa transcurre como súbdita de la célebre Priora. Esta ad­
vertencia resulta esencial para poder juzgar los diversos
acontecimientos.
Pudo suceder que M. Gonzaga subiera las gradas del
Priorato por el imperio de su temperamento y por otras
circunstancias — que tantas veces mandan— . Necesita el
Carmelo una mujer de mundo capaz de conocer la com­
pleja trama de terminar de construir un monasterio. Reco­
nozcamos que sus cualidades personales arrastraban a las
monjitas, encandiladas por su exterior imponente y la no­
bleza de su sangre. ¿Quién, humanamente, podía compa­
rarse con ella? La misma Teresa se sentía como presa de
aquella Priora — que parecía fascinar— y se ve obligada a
apretar su corazón, tanto que necesita agarrarse a la baran­
dilla de la escalera para no entrar en su celda (II). Y eso
que la Priora la trataba a palos.
Como gobernadora, no tendría precio. ¡Priora de un
Carmelo!... Un desastre. El mejor cargo, de ecónoma que,
por Regla, debe ir unido al de Priora. No obstante, su gran
manía era mandar y que nadie mandara más que ella y sólo
ella. Médicamente considerado, el caso pertenece en todo
rigor a un especialista psiquiátrico. No puede olvidarse un
instante en la presente obra este diagnóstico. M, Gonzaga
(11) CM E., 300-301.
24 SANTA T ER E SIT A

es una anormal, y además exteriormente lo deja traslucir en


la pasión de la envidia, verdadera envidia, palabra que pro­
nunciarán ante el Tribunal del Proceso con todas sus letras
más de cien veces las testigos, víctimas todas, más de una
vez, de sus excesos, frecuentemente inconscientes, Dos pa­
siones, envidia y soberbia, cuya imputabilidad ante Dios ven­
dría en gran parte disminuida por su palpable anormalidad.
El gran error de Ubald y de Van der Meersch — que
llega a verdadera calumnia— estriba en pensar que Sor Te­
resa es la única víctima de la Priora. Históricamente no
puede sostenerse. Ninguno de tos dos al afirmar tal cosa
dan pruebas de haber leído los Procesos, aunque Ubald los
leyó ciertamente. Que Teresa sintiera muy de cerca los gol-
,pes se explica por el hecho de no haber salido nunca del
ámbito de su poder, como dejamos anotado, Todas las Car­
melitas probaron amarguras. Ya advertirá el lector las enor­
mes de M. Inés. Sor María de los Angeles verá la intromi­
sión de la Priora, deshaciendo sus órdenes> desautorizán­
dola, corrigiendo a las novicias en lugar suyo, sin saber
éstas — cuántas veces— a qué atenerse y a quién obedecer,
si a su Maestra o a su Priora.
Bien claro nos lo revela Celina hablándonos de carácter
altanero e inestable de M. Gonzaga, “que daba mucho que
sufrir a las Religiosas” (12). Todas sufrían, porque todas
eran súbditas, aunque entre ellas no faltaran quienes evitaran
más golpes valiéndose del cumplido y del halago; pero cuan­
do M. Gonzaga tronaba en serio había para todas. Si se
1 escribiera una biografía crítica de M. Genoveva de Santa
Teresa — la fundadora del Carmelo de Lisieux— nos ente­
raríamos de una vez, que Teresa no constituye la tínica víc­
tima de la Priora, para emplear esté desafortunado vocablo
de los mal informadores autores citados (13).
No puede negarse que M. Gonzaga se comportó muy

(12) SUMM., II, n . 484.


(13) P a ra prueba, vea el lecto r c u a n to d e ja e n tre v er la biogra­
fía publicada por el Carm elo, de M. G enoveva de S a n ta T eresa (C/r.
La F ondation du C arm el de L isieu x e t sa Fondatrice, la R . M. Gene~
viéve de Saírtle Thérése, Office C entral de Lisieux, 1912, págs. 93-94,
101- 102, 100.
INTRODUCCION 25

severamente con Teresa. Esta será la primera en escribírselo


a M. Inés y en recordárselo a la misma Priora (14). En las
pruebas tocantes a sus cinco primeros años y a su forma­
ción religiosa — restringidas a estas dos condiciones— nadie
puede razonablemente enmendar a tan excelente Maestra
de Santas Carmelitanas. Que algunas pruebas fueron extra­
ordinarias, y su número excesivo, todo venía conforme al
caso tan extraordinario de aquella niña de quince años; cuya
formación tantos creían deficiente. Error grande el de Ubald
y Van der Meersch al juzgar a posteriori, después de los
esplendores teresianos, el problema de su vida carmelitana.
El historiador debe juzgar desapasionadamente y trasladarse
al tiempo de su héroe. ¿Quién descubrió bajo tan infantiles
apariencias una virtud tan sólida, propia de una gran santa?
¿No habría nuevos surcos en la espiritualidad de la Iglesia?
Si el despiste alcanzó en ciertos grados hasta a sus mismas
hermanas carnales que más íntimamente la trataron, Pau­
lina y Celina (15), ¿cómo lanzar esta mácula únicamente
contra M. Gonzaga?
Quien lea despacio los dos primeros capítulos advertirá
el enorme enredo que obstaculizaba el ingreso de Teresa,
a quien todos decían: Eres una chiquilla. El Superior, M. De-
latroette, en circunstancias delicadísimas para su fama, se
opuso con una tenacidad digna de mejores empresas, y no
se molestó en escuchar las razones favorables para, admitir
a aquella niña. Parte de culpa recae sobre las mismas Car­
melitas, capitaneadas por M. Gonzaga, que orillaron a De-
latroette, por las buenas, a la primera negativa, cuando él,
como Superior, debía haber intervenido en la admisión. Y ,
para colmo, el obispo de Bayeux, pasando por encima de
él, hace caso a las monjas y desestima sus desfavorables
informes. Sin duda que M. Gonzaga se sintió espoleada por
esta espina de Delatroétte que, terco en su postura negativa,
no quiso inmiscuirse ni para las formalidades de la Profe­
sión, puesto que también le habían rebasado para el ingreso.
El no sabía n¡ quería saber nada de aquella Novicia. El

(14) AME., 184-185. 185. 186-187; CME„ 258-253.


(15) Cfr. B a r r i o s , ir, 263-263.
26 SANTA T E R E SIT A

señor Obispo lo arreglaría y de hecho el Obispo tuvo que


solucionarlo todo. Esta situación, así esbozada, explica
— mientras llegan las páginas siguientes— la conducta se­
vera de la Priora.
Sin rehuir las dificultades, Teresa, de quince años, de
notoria sensibilidadt deficiente salud, exterior infantil, no
grata al Superior, reunida con sus hermanas carnales, ¿qué
Carmelita resultaría? ¿Entraría para vivir con sus hermanas,
como no se temía decir bien alto en Lisieux? Existían mo­
tivos suficientes para un sondeo a fondo, sondeo que
M. Gonzaga verificó con gran acierto y completo éxito,
aunque algunos lleguen a pensar que con dudosa rectitud de
intención, problema que en este período no puede probarse,
ajeno al historiador y del que sólo juzga el Señor.
Mayor dificultad para una apología encuentra el histo­
riador en los sufrimientos que M. Gonzaga, como Maestra
de Novicias, pudo originar a Teresa como Auxiliar suya en
el Noviciado y todavía mayor en la conducta innoBle que
llevó durante el trienio — 1893-1896— , tiempo del Priorato
de M. Inés... Pero la envidia desbordada no iba precisa­
mente contra la Santa o contra su hermana, sino contra la
que poseyera la autoridad, fuera quien fuese, suprema aspi~
ración — casi una verdadera ambición— de M . Gonzaga en
el Carmelo. ¡Cuánto podrían confirmar estas ideas las bio­
grafías de M. Genoveva de Santa Teresa, con quien M. Gon­
zaga se turnó en el gobierno del monasterio, y de Sor María
de los Angeles, Maestra de Novicias, si estuvieran escrito
con criterio histórico y exactitud impecable! “A l acercarse
las elecciones — leemos— había una verdadera y vergon­
zosa campaña. Por el bien de la paz, M. Genoveva se reti­
raba humildemente al terminar sus tres años y dejaba gober­
nar seis a M. María de Gonzagan (16).
Van der Meersch amplía desmesuradamente las pers­
pectivas presentadas por Übald respecto al comportamiento
de M. Gonzaga en la enfermedad de Teresa. Que hubo algún
descuido, nadie lo duda. ¿Y dónde no le hay? Pero ese
abandono trágico aireado por ellos, es una gran calumnia.

(16) SVMM., II. p. 168.


INTRODUCCION 27

El silencio de Teresa hermético, constante y heroico, no la


malicia de la Priora, originó la temprana muerte de la Santa,
a quien Dios exigió este asombroso heroísmo que hace bro­
tar las lágrimas a quien lee la relación de tantos sufrimien­
tos soportados con alegría. El capítulo XI, que hemos titu­
lado La Ruina de su cuerpo, quiere ser algo más que media
apología de M. Gonzaga.
En descargo de la M. Gonzaga es menester insinuar si­
quiera que la Priora en su tiempo era una especie de rey
absoluto en el Carmelo, Parece esto como una herencia de
la concepción beruliana de la autoridad, tributaria del Gran
Siglo, que había visto e introducido la Reforma en Francia,
en el siglo del Rey Sol, Luis X IV <
Incluso se admitía, hasta cierto punto, que la Priora
estaba por encima de la Regla. Por ejemplo: se podía hablar
en totlas partes y a cualquier hora con la Priora, y su sola
presencia dispensaba la ley del silencio. En la vida de Te­
resa se lee un hecho que pudo scandalizar a otros Carme-
los franceses, menos influenciados por esta tradición beru­
liana. Se trata de aquella noche en que la Santita evocaba
los recuerdos de su infancia calentándose los pies en la
chimenea de la sala de Comunidad con sus hermanas María
y Paulina, después de Maitines, en el tiempo llamado del
gran silencio. Esto no era contra la regla, pues la Priora,
M. Inés, estaba delante y la conversación se hacía por su
instigación.
Se comprende que los caracteres autoritarios hayan abu­
sado de esta costumbre que tan bien rimaba con M. Gon­
zaga. Esta libertad variaba de un Carmelo a otro y en un
mismo Carmelo de una Priora a otra, de M. Gonzaga a
M. Inés. Hasta más tarde, hasta la restauración de los Car­
melitas en Francia, no se logró mantener los poderes de la
Priora en sus justos límites.
Más van a extrañar las contradicciones existentes en los
distintos capítulos, y aun acaso, en un mismo capítulo, so­
bre el comportamiento de M. Gonzaga. Aquí se la alaba,
allí se la contradice, luego se la disculpa y se la critica dura­
mente. El lector quisiera un juicio cabal y definitivo de la
famosa Priora. No puede ser. M. Gonzaga era así: A distin­
28 SANTA T E RE SI T A

tos problemas distintas conductas; y distintas conductas en


un mismo problema. Su carácter presenta tantas ondulacio­
nes como impresiones alborotaban su imaginación, nunca
una recta, sino en envidiar el mando. Precisamente una de
las características .de su gran anormalidad psíquica se pre­
senta meridiana en este síntoma. Bien lo comprenderá el
lector cuando, con la documentación procesal en la mano,
le vayamos mostrando los diferentes acontecimientos y las.
diversas situaciones de la vida de la Santa. Se empeñará,
por ejemplo, en que su sustituía en el Priorato sea M. Inés,
a quien luego le hará la vida imposible; tendrá ternezas y
delicadezas verdaderamente maternales para con las herma­
nas Martín en los días dolorosos de la humillante enfermedad
de su padre y ¡as herirá la imprudencia de su conversación
calificando la dolencia y describiendo detalladamente ante
la Comunidad los métodos curativos propios de los demen­
tes; amará cada día más a Teresa a partir de su reelección
como priora en 1896 y tratará de desentenderse de M. Inés
y de Celina, queriendo embarcarlas para Conchinchina.
Son efectos clarísimos de su neurastenia que no le dejaba
ver más que su propio “yo” y sus comodidades sin llevar
jamás una línea recta de conducta. “Todo era erttregado al
capricho del momento” (17), dirá Celina. Hacía reglamentos
y los deshacía. Nombraba a Sor Teresa su Auxiliar en el
Noviciado y la destituía para volverla a poner y volverla a
quitar, y así cada quince días. Cuando tropiece el lector con
juicios tan encontrados y con conductas tan diversas, re­
cuerde la advertencia importantísima que le adelantamos.
Una última pregunta, hecha por infinidad de lectores:
¿Cómo se explica todo ese maremágnum en un Carmelo? ¿Es
que no había Superiores? ¿Por qué la reelegían las mon­
jas? La pregunta salta, naturalmente, y la respuesta se en­
cuentra en los Procesos:'

“Se puede preguntar — leemos— ¿cómo no inter­


vinieron los Superiores en una situación semejante?

(17) SUMM., II. n. 484.


INTRODUCCION 29

Pero, amando y temiendo a la vez, la Comuni­


dad a la pobre Madre, no se advertía la extensión
del mal. Algunas Hermanas, almas rectas y clari­
videntes, después de haber sufrido en silencio, pro­
curaron, sin embargo, quejarse.
Entonces, Confesor y Superiores, aterrados del
ascendiente que les parecía imposible destruir, acon­
sejaren la paciencia “para conservar la paz, para
que no trascendiera al £x t e r i o r “Se quemaría vues­
tro convento”, dijo un día M. Delatroette.
Además, la M. Priora, por causa de esto, descar­
taba cuanto podía al mismo Sr. Obispo, su Supe-
rior inmediato, de los asuntos de la Casa.
Después de haber intentado sacudir el yugo, las
Religiosas eran presa de los remordimientos. “Más
vale — decían— sufrir hasta t i fin que pecar de
ingratitud. Madre María de Gonzaga ha edificado
con limosnas la mitad del Monasterio. A casi todas
nos ha recibido. No podemos olvidarla.”
Y las cosas quedaban así, llegando, con los años,
a ser cada vez más difíciles.
Ni siquiera pudo nada Madre Genoveva para
contenerlas. Demasiado buena y demasiado concilia­
dora, se contentaba con llorar y rezar en silencio”
( 18).

PANORAMA DEL CARMELO

Bastante confuso aparece en esta historia el Carmelo de


Lisieux para que no adelantemos algunas aclaraciones. Cier­
ta debilidad en la observancia regular parece históricamente
cierta, motivada en primer término por el gobierno anormal
de la Priora — como afirman cien veces las testigos de los

(18) SUMM., I. págs. 173-174.


30 SANTA TERES1TA

Procesos—, que “daba muy buenos consejos, pero con ma­


los ejemplos” (19).
También por necesidad y, acaso, por afán de vocaciones
en aquel Carmelo — tronco vigoroso del que brotaron dema­
siado apresuradamente otros tres: el de Saigón en 1860, el
de Contantes en 1866 y el de Caen en 1868— no todos los
sujetos admitidos poseían las cualidades que descubren la
auténtica vocación divina. Parece que a nadie se negaba la
entrada. En el capítulo VIII, de “La Caridad Fraterna”,
aparecerá un desfile de monjitas bastante depauperadas psi­
cológica y culturalmente. M. Gonzaga imponía casi su vo­
luntad en el Capítulo Conventual cuando se trataba de ad­
mitir a algunas -—las mismas que luego la levantarían un
doloroso calvario— apoyada en tan fútiles motivos de ex­
ternos encantos o de testimoniarle a ella la afección de sus
corazones (20). Celina, con lenguaje bien claro, cita a tres
novicias: “Una era salvaje, cerrada y huía los avisos; otra
poco inteligente — sin vocación para el Carmelo— agotaba
inútilmente las fuerzas de la Sierva de Dios; una tercera tan
difícil de formar que sólo permaneció en el Carmelo a fuer­
za de paciencia de nuestra joven Maestra” (21). Por su
parte, M. Inés informa de otra neurasténica y de otra, neu­
rasténica también, con la manía de mentir y con otros de­
fectos peores que la caridad obliga a silenciar (22).
Estos sujetos, que amargaron la vida de la Comunidad,
constituyeron también para Teresa — no sólo para ella, se­
gún falsamente han escrito Ubald y Van der Meersch— un
suplicio que ella soportó con tanto amor y paciencia tan ad­
mirable que hacen del capítulo de “La Caridad Fraterna”
uno de los más estimulantes de esta Obra.
En no pocas ocasiones tales monjas daban la tónica a la
observancia. Esto explica que las testigos pongan tantas ve­
ces de relieve circunstancias delicadas que, si necesarias para
comprobar la virtud de Teresa, prestan, con todo, un am-

(19) SUMM.. II. p. 166.


(20) Oír. SUMM., II, p. 166.
(21) SUMM., II. n. 490.
(22) Cfr. SUMM., II, p. 166. *
INTRODUCCION 31

biente un tanto defectuoso que no refleja cabalmente el es­


tado de la Comunidad. Porque también había en ella almas
fervientes. Alguien habla de muchas Religiosas muy edifi­
cantes (23), otra de almas excelentes y muy virtuosa? (24),
Citemos, entre tantas, a M. Genoveva de Santa Teresa, a
M. Inés de Jesús y a sus hermanas camales, a Sor María
de los Angeles y a M. Corazón de Jesúst antigua Priora del
Carmelo de C outanges.
Desde fuera de hoy, en la lejanía de los lustros, se divisa,
en relieve, la actitud defectuosa de las monjas menos obser­
vantes y casi desaparecidos los santos ejemplos de las mejo­
res Carmelitas. Si la virtud de Teresa resaltaba al lado de
éstas, mucho más convenía ponerla junto a aquellas que
— por diversas causas, no siempre voluntarias— no eran, a
veces, espejo de observancia. He aquí por qué se halla tan
acentuada esa especie de relajación en los Procesos. Nos-
otrós retransmitimos al lector esa imagen en ellos reflejada,
la misma que obtuvieron los Emmos. Padres Cardenales y
los Rvdmos. Padres Consultores que tan acertadamente in­
tervinieron en la Causa teresiana. Creemos que con esta
advertencia sabrá el discreto lector discernir los distintos
problemas planteados en la obra.
Alguien puede preguntar: ¿Es que no convivió la Santa
con i as Carmelitas observantes para que casi siempre se nos
la ponga junto al lado contrario? Las fuentes existentes
— principalmente las procesales— nos la pintan de ordinario
con las menos observantes. Todo, por decirlo así, de cuanto
se halla en la documentación procesal y de la vida carme­
litana de Teresa lo hallará el lector en las páginas que le
ofrecemos. Nadie piense que hemos imitado a la araña ex­
trayendo veneno donde la abeja liba su rica miel. Pero sa­
biendo el lector los móviles de las declarantes puede sabo­
rear, ya bien prevenido, las páginas siguientes, rebajando
siempre, más de un poco, los subidos colores, tan acentua­
dos, a veces, por las mismas contemporáneas de la Santa.
Sirva esta llamada de atención para toda la obra, en la que

(23) SUMM.. I I , ». 2196.


(241 SUMM.. II, ». 715.
32 SANTA T ER E SIT A

no lo advertiremos más, sino que seguiremos de ordinario el


atnbiente proyectado en los Procesos de Canonización, el
mismo que examinó la iglesia en toda la Causa.

DESPISTE FATAL

Quien recorra las páginas de este libro puede sufrir un


despiste fatal. Deducirá, tal vez — con enorme falta de ló­
gica— , una consecuencia muy falsa: que la vida religiosa
es un verdadero viacrucis sangriento, que no existen monas­
terios observantes.
Todos los santos — de ley metafísica—- deben necesaria­
mente parecerse a Cristo Crucificado. Cada uno en su am­
biente. El rey en su palacio, el casado en su hogar y el reli­
gioso en su convento. Dios posee en su mano mil caminos
para conducir a todos sus hijos — su Verbo Humanado el
primero— al Calvario.
Santa Teresita muestra con su vida un sendero nunca,
acaso, andado tan de prisa, ni tan fielmente seguido, ni tan
copiosamente regado con el sudor de su frente, ni tan mar­
cado con la sangre de sus venas. No todos los santos Reli­
giosos se han santificado rozando con sus. Hermanos de Há­
bito. La Hagiografía católica prueba con cientos de santos
Religiosos la veracidad de cuanto afirmamos. Que eso ocu­
rra de cuando en cuando, parece normal, puesto que sólo
pueden rozarse los que viven juntos, máxime si cohabitan
bajo un mismo techo día y noche, lo mismo un hogar fami
liar que el santo y cálido hogar, de la vida religiosa. Pensar
que la vida religiosa se traduce, en todas las casas como en
el Carmelo de Lisieux — aun suponiéndole relajado, lo que
no es tan cierto, como acabamos de anotar— es una sim­
pleza. También sería otra gran simpleza imaginar que todos
los Religiosos que quisieran ser santos lo serían precisamente
a causa del martirio que.les darían sus Hermanos.
Además, ésa es una parte. La otra la puso Teresa con
INTRODUCCION 33

su asombroso silencio, pasmo del mundo que contempla a


una joven Carmelita deshojarse por el Divino Esposo que
tales renuncias exige para que un alma llegue a ser toda
suya. Quien vuelve la espalda al claustro ante este soberano
modelo plasmado en una virgen carmelitana, muestra ya la
debilidad, la falta de vocación religiosa. “Quien quiera se­
guir, en pos de mí — ha dicho el Maestro— niegúese a sí
mismo, tome su cruz y sígame’'. Sin cruz, sin la cruz que El
quiera ponernos sobre la espalda, no puede nadie Uegar
hasta Cristo, .Quien no entra con semejante decisión no busca
a Cristo, sino a sí mismo.
Esta obra debe producir un efecto contrario: vivir, a
imitación de Teresa de Lisieux, el martirio de la vida reli­
giosa a pulso, día a día, con entera generosidad. Sin hacer
horas extraordinarias, reproducir la imagen de Cristo en el
alma hasta en sus detalles más microscópicos. Esto realizó
la Santa con una perfección que asombra. Y para esta copia
no existe mejor taller que la vida religiosa.

EL TERCER TOMO

A la obra en dos tomos, que publicamos en septiembre


de J958 —La Espiritualidad de Santa Teresa de Lisieux,
Los Grandes Problemas a la luz de los Procesos de su Ca­
nonización y de sus Manuscrits Autobiographiquas— puede
añadirse muy bien este tomo, el tercero. Una meritísima re­
vista científica encontraba una pequeña laguna: “Quedan
sin estudiar, al menos directamente—decía— , unos cuantos
años de la vida religiosa dé Santa- Teresita" (25).

(25) "C iencia T om ista", 195$, p. 308-309. Desde aq u í agradecem os


al P. A r m a n d o B a n d e r a , O. P„ la bien tra b a ja d a y elogiosísim a crítica
de n u e stra ú ltim a o b ra tere slan a (C ír. C iencia T om ista, 1959, p&glnas
308-310). "La obra en c o n ju n to —afirm a—, es de u n a serenidad, solidez
y agudeza ex trao rd in arias y, a n u e stro Juicio, rebasa n o ta b lem en te to ­
do cua n to d e n tro y fuera de España se ha escrito sobre el tem a. En
34 SANTA TERESITA

Con idénticas características en la documentación, esta


obra completa la precedente y va fundamentada en los dos
tomos citados. Los tres tomos forman, en el fondo, una sola
obra. Este último ptesenta la práctica de la espiritualidad
teresiana en el Carmelo. Las altas cumbres dibujadas en el
tomo segundo encuentran aquí los senderos, no ya señalados
como en un plano, sino recorridos con los pies desnudos y
sangrantes. Los dos, segundo y tercero, se apoyan en el pri­
mero, probada ya su gran normalidad psicológica y su ele­
vada unión con Dios,
De esta suerte se llena esa laguna y coronamos una obra,
largo tiempo soñada, durante no pocos años preparada y
lograda gracias a una serie de coincidencias verdaderamente
providenciales en el hallazgo de los documentos y del tiempo
necesario, a pesar de otros múltiples quehaceres apostólicos.
Con esa obra rendimos nuestro tributo de amor, vene­
ración y admiración a Santa Teresa de Lisieux, a la que he­
mos querido presentar tal como fue, no como nos la habían
presentado. Con aquella literatura sentimental teresiana sólo
se logró una fotografía muy imperfecta que a los intelectua­
les nunca pudo agradar. Ahora, después de haber entronca­
do su espiritualidaíl con el mismo San Juan de la Cruz (26),
podemos pasar a verla subiendo la gigantesca mole de su
calvario. Este ejemplar — no lo dudamos— prestará valor a
muchas almas religiosas para escalar las mismas ensangren­
tadas cumbres.
Todo sea para mayor gloria de Dios, del Inmaculado
t Corazón de María y de Santa Teresa del Niño Jesús.
A lberto B arrios M oneo , C. M. F.

Madrid, 9 de abril de 1960, LXXII aniversario de la en­


trada de Santa Teresita en el Carmelo.

a d elan te será u n a obra Im prescindible p a ra todo e studio acerca de la


E sp iritu alid ad de S a n ta T eresa” (p. 308). “Los especialistas en estos
ternas —concluye el P. B andera— p o d rá n com probar fe lizm e n te que
n u e stro s encom ios se e n c u e n tra n todavía por debajo de la realidad"
(p. 310).
(26) C f r . B a r r i o s , II. 67-73; 81-8; 134-143, etc.
i
C a pítu lo I

EL LLAMAMIENTO DE DIOS

Llamó a los que quiso.


Sólo un Esposo, Jesús.
Eres una chiquilla.
A espaldas del Superior.
Habladurías en Lisieux.
Contrastes en la peregrinación a Roma: jovialidad y lá­
grimas.
1

I
1.—4JLAMO A LOS QUE QUISO

Santa Teresita se -da cuenta desde la primera línea de


su Autobiografía que es una obra de las misericordias del
Señor, una obra gratuita. Dios puso en ella sus compla­
cencias. No hubo mérito de su parte, sino amor por parte
de Dios.
Las primeras páginas de la Historia de un alma no des­
dicen de ningún teólogo:

“He abierto —escribe— los Evangelios, y mis ojos


han tropezado con estas palabras: “Habiendo subi­
do Jesús a un monte, llamó a los que quiso y ellos
acudieron a El” . Este es en verdad el misterio de
mi vocación, el de toda mi vida; y el misterio, sobre
todo, de los privilegios que Jesús ha dispensado
a mi alma. No a los que son dignos; Jesús llama a
los que quiere” (1).

No hay pizca de humildad, es la manifestación clarí­


sima de una gran verdad, contenida, en la revelación. Los
misterios de Dios, insondables, dejan abismados a los hom­
bres. Dios prefiere unas almas a. oirás. Todas'son diferentes,
cada una es como una flor en la naturaleza, distinta de
las otras flores, pero todas hermosas y todas perfumadas
dentro de una gama infinita de colores y de aromas. ¿Por
qué Dios mima y ama, por qué Dios tiene preferencias? Sin
esa variedad maravillosa -—reflejo de la infinitud divina—•
la creación resultaría monótona. Así el mundo de las almas.

(1 ) AME., 4 - 5.
38 E L LLAMAMIENTO DE DIOS

Lo grande es la revelación del amor. A nuestros ojos pa­


recen las almas grandes o pequeñas. Un San Agustín y una
Santa Teresita dan ¡a impresión ¿le un águila y de un rui­
señor. Pero no sabe uno qué admirar más, si la altura del
ave majestuosa dominando serena las crestas más empinadas,
o las maravillosas armonías de ese ser minúsculo con ese
tesoro arrebatador de sus inimitables arpegios. La diferen­
cia es enorme. No siempre la grandeza es sinónimo de mag­
nitud. En la pequenez residen —cuántas veces— maravillas
mayores. Es que Dios se preocupa “particularmente de cada
alma como si no hubiera otras" (2). Y donde Dios pone sus
complacencias fabrica una obra suya, porque El no sabe ha­
cer nada a medias.
Estas ideas explican la existencia de un alma, de Santa
Teresa de Lisieux. Ella corresponde a los designios de Dios
hasta el límite máximo, tanto que repetirá a lo largo de su
vida no haberle negado nada. Presenciar cómo el Señor de­
rrama su amor y su calor sobre este pequeño ser humano,
cómo lo recoge la criatura, cómo lo asimila, cómo la santi­
fica y diviniza — en una palabra— , cómo el Señor cincela
esta obra estupenda de arte sin olvidarse un solo detalle es
el fin de estas páginas. Al final permaneceremos extasiados
ante el poder divino y —también— ante la ductibilidad del
alma.
La vocación religiosa, ante todo, supone un llamamiento
de Dios. El hombre lleva dentro algo de valor positivo, es
más que un pez o que un ave y que una flor. Pensar que el
religioso escoge su destino, como un militar o como un em-
, pleado de banca, es olvidar la providencia. Pío XII hablaba
clarísimamente de la existencia de un fundamento consti­
tuido por dos elementos esenciales, divino el primero y ecle­
siástico el segundo (3). Ya lo ha dicho la Santa: “Dios se
ocupa de cada alma en particular, como si no existiera nin­
guna más. A Dios no le cuesta ningún trabajo cuidar de
tantos millones.”
Ese elemento divino en la vocación, el llamamiento es

(2) AME., 6.
(3) Sedes Sapientiae . AAS.. 48 (i958). 357.
LLAMO A LOS QUE QUISO 39

eco del decreto eterno del Creador. Teresa, llevada de su


propia experiencia, abraza aquí toda la tradición de !a Igle-
cia. He aquí qué palabras pone en labios de la Virgen el
día de la profesión de su querida Celina: "Allí, en el valle
del destierro, se escogió — Jesús— eternamente un alma que
le encanta y le arrebata entre millones, que, sin embargo, El
también crió a su imagen” (4).
Un hombre racional — cuánto más un cristiano— debe
quedar convencido que si Dios tiene providencia de todas
las cosas, con muchísima más razón cuidará del hombre que
de los brutos, del justo más que del pecador, como asegura
el Angélico (5). Creer en un auténtico llamamiento es vivir
de fe y de razón. Teresa lo confesó bien alto y sintió en sí
“la certeza de una llamada divina” (6), y pasados los años
de su niñez “la llamada divina — declara— era tan apremian­
te, que si hubiese sido necesario pasar por entre llamas, lo
habría hecho por mostrarme fiel a Jesús” (7).

2.—SOLO UN ESPOSO, JESUS

Nacida en un ambiente virginal, Teresa se desarrolla sin


más panorama que una azucena. Si exceptuamos los conta­
dos encuentros con hombres camino de Roma — tema para
el capítulo de la castidad— , ella no los trató nunca. Cierto
que aquel joven peregrino llegó a impresionarla. Ello revela
sólo que Teresa era una mujer, como las demás, y no un
ángel. La resistencia fue noble y generosa. El joven caballero
llegaba tarde.
Desde pequeña no aprendió más que a amar a Jesús y
a su familia. Lógicamente hablando no debía padecer nin-

(4) CetS., 229.


(5) S u m m a . q. 22, & 2, &d 4.
(8) AME., 64.
(7) AME., 12fl.
40 EL LLAMAMIENTO DE DIOS

gima crisis al llegar a la encrucijada de la vida, al conocer


la diversidad de caminos,

“No creo —-habla Celina— que jamás haya exis­


tido para ella el problema de su vocación. Nunca
puso en duda si debería consagrarse a Dios. La sola
cuestión que se propuso fue la manera de conse­
guirlo” (8),

Una cosa hay admirable en esta Santa: jamás se le ocu­


rre imaginar que ella pudiera guiar sus pasos a otro estado
que no fuera el claustro. Y lo ve tan meridiano que aunque
todo, incluso León XIII, evadan la cuestión, ella seguirá
esperando contra toda esperanza. No necesita consejero ni
director. Cuando guía el mismo sol no se precisan estrellas.
Este rasgo, inimitable» es altamente revelador del grado de
oración a que Teresa había llegado.

“La cuestión de su entrada en Religión — llega


a afirmar M. Inés— le pareció, tan sencilla que
nunca soñó pudiera existir un problema, para cuya
solución necesitara las luces de un Director; Des­
de los diez años había fijado su porvenir. El único
punto difícil para ella era obtener su admisión” (9).

Pudo ser llamada cabezota y terca. Ella no hacía más


que TtspondcT a Aquel que tan apremiantes timbrazos daba.
La historia habla de no ser ninguna visionaria. Los demás
veían tanto en aquella jovencita de catorce primaveras, en
su juventud, en su ternura, en su sensibilidad, que quedaron
cegados. A Teresa nunca le ayudó la fachada ni en el mun­
do ni, menos, en el claustro; al revés. Juzgando los hombres
por el exterior, sufrieron un enorme despiste, despiste que
continúa todavía.
Precisamos aclarar ideas lanzadas. Es un hecho, aun-

(8) SUMM., II, n . 390.


(9) SUMM., II. n. 1550.
SOL O UN ESPOSO, JESUS 41

„ AYtraño que “su atractivo por la vida re-


que parezca muy ^ ^ más üema in{ancia» (to).
ligiosa se man afinnar: "Desde los dos años, Teresita
Alguien iwg £ stas palabras de M, Inés, que a
pensaba ser retig confinna su hermana mayor: “Des­
tantos harán s ’ ifcstába deseos de ser religiosa” (U ).
de F1 Suoerior del C arm elo, M. D elatroette, revestido de
e s t o f in teS ó g a ante e l Sagrano a T eresa, próxim a a etrn-

tit s^ P L 0uE^ n; iempo hace que se siente im pulsada a la vida

te lig w s a ^ m¡ m ás tiern a infancia me h e sentido in d i-

----- - tt n 468. Cfr. SUMM., III, n . 389*. M. I n ís :


(10) Oeuna' SUMM; H. »•
SV M M - XI. n . 417.
JX ti 36S
(11) SUMM-, • 4 de abril de 1877 T eresita c u e n ta cua»
(12) SUMM,, u . n - s'e glin refiere P a u lin a , to d av ía en el m u n d ó :
tro y discu rre > flUB confidencias. E ra m orir de risa.
«Ayer ta rd e m e corLvento. p ora»# C elina tam b ién quiere serlo,
Yo aeré religiosa e n u fcftbr& que en señ ar a leer a la g en te. ¿Ves?
y adem ás. P a u l i n a nx a. f<iue m e fa stid ia rla dem asiado. ser& C elina. .
No seré yo q u le » dé ® ’ aria, todo el d ía p o r el c la u stro y después
vo •« * «„ H a r.n » y IM S» » 1 - nuiflecaa.
irla con C elina. « « u u n a — Aua «atarlas todo el d ía hablando?

iH o .a b e . „ „ „ TOtontM n o d iré palabra.


-lOa
—¿Q ué h a ría s t u a» ju g a r í a a Jesús, p ero ¿qué h a ce r p a ra rezar
—U n poco m olesto *3, D lm e, ¿ quién m e lo e n señ arla, pues yo
sin h a b la r? V o lo e n tle
se ría la M adre? p ftu iin a — u n a s g an as espantosas de re ír; sin
T e n ía yo —com en a ^ ^ m tra b a ella con aire pensativo. T en ia
em bargo, m e c o n tu v e se ' Wo c u an to m e d ecía n a c ía t a n del fondo
s u ftg « tlta u n aire ^ n0 intereaarse.
de s u cora2 n v a ber reflexionado algunos In sta n te s, fijó e n m í
Al después de rlen(j0 con aire m aligno, h a c e gesticular
. u , g ran d es L ‘ „ * m ayor , m e « c e :
su s braclto s . «...un® , no
tnáci pitunn». ** vale la p e n a de a to rm e n ta rse to*
— " D e s p u é s de w ¿ves? C u a n d o sea m ayor, com o t ú y como
davla. Soy tm*y peque a. e n clau stra rm e cóm o hay q u e ha*
M arta, y a « • e n te ra rá n a n te

cerlo”’ (Letres, 7-8)7-8).
42 EL LLAMAMIENTO DE DIOS

nada a la vida religiosa y nunca he cesado de desearla


ardientemente” (13).
No era otra la realidad. Siempre añorando consagrarse
a Jesús desde que su alma se despierta a este mundo. ¿Dónde
y cómo concretar sus aspiraciones?
Ella no ve más que la Orden Carmelitana. Muchas ad­
vertirán en este gesto una ridiculez, una vulgar imitación
de sus hermanas mayores, y en Lisieux criticará la beatería
y una parte del clero, críticas que todavía hoy no se rubo­
rizan tantos de repetir y de escribir. Dios no la muestra
otros horizontes, no la llama a otros claustros. ¿Coinciden­
cia de convivir casi toda una familia en un mismo Carmelo?
Largamente hablaremos de este enorme martirio.
Ahora escuchémosla cómo razona ante Mons. Hugonin
los móviles de escoger tan austera vida:

“Monseñor me preguntó si hacía mucho tiempo


que deseaba entrar en el Carmelo.
—-¡Oh, sí, Monseñor! Hace mucho tiempo.
—Veamos—replicó riendo el Sr. Reverony— , no
podrá hacer más de quince años.
—iDesde luego— respondí yo, sonriendo también— .
Pero no hay que quitar muchos. He deseado hacerme
religiosa desde el primer despertar de mi razón. Y he
deseado el Carmelo desde que lo conocí bien, pues
he pensado siempre que en esta Orden se verán cum­
plidas todas las aspiraciones de mi alma” (14).

M. Inés le enseñó la vida de un Carmelo, y ya a los


nueve años comprendió Teresa que ése, y no otro, sería
el lugar en que encontraría al Amado (15).
Porque no abrigaba más aspiraciones. Ella caló hondo en
el significado de Esposa de Jesús. Esta realidad, que subli­
ma la mayor ambición de una mujer en la tierra, la añoró
(13) MA.t n , 47.
(14) AME., 143. Cfr. P e l c e r t P a u l , L'Bvéque de S a in te Thérése:
M ons. H ugonin. E n Vie T h e risie n n e. E tu d es e t D ocum ente. N úm , 3,
L ulllat, 1961, p&gs. 28-32.
(15) Cfr. SUMM., n , n. 366, 417.
SOLO UN ESPOSO, JESUS 43

con ardores de verdadera y gran enamorada. Aquel cora­


zón virginal había oído alabar tanto la vida religiosa, se
estimaba tanto en su familia esté modo de vivir consagrado
al Señor que el concepto, maravilloso por su exactitud teo­
lógica y sus bellísimos horizontes, vale un mundo: Es elec­
ción de un alma para Esposa de Dios, es elección para
amar y ser amada por el mismo Amor.
Muy poco montaron siempre los lazos jurídicos. Para
ella ocultaban realidades místicas. Toda la tradición eclesiás­
tica bulle aquí. Ya ha recorrido el mundo la anécdota del
padre de la Santa reaccionando, entre lágimas de emoción,
ante la revelación de Celina, que le descubre sus deseos de
consagrarse a Dios:

“Ven. Vamos los dos ante el Santísimo a agrade-


‘ cer al Señor las gracias que concede a nuestra fa­
milia y el honor que me hace escogiéndose esposas
en mi casa. Sí, Dios me honra grandemente al pe­
dirme todas mis hijas. Si poseyara algo más pre­
cioso me apresuraría a ofrecérselo” (16).

No es esa palabra Esposa retórica huera: encierra una


realidad envidiable. Dios nunca mira lo que el hombre en­
cierra de arcilla, sino el alma; y escogerla por esposa es
escogerla para El con esa elección y amor, con esos destinos
envidiables que canta San Juan de la Cruz en stts canciones
místicas del Cántico y de la Llama.

3.—ERES UNA CHIQUILLA

El 29 de mayo de 1887, fiesta de Pentecostés, descubre


Teresa el secreto de su vocación carmelitana a su buen
padre. En el punto de la pluma bulle todavía toda la emo­
44 EL LLAMAMIENTO DE DIOS

ción de aquel encuentro cargado de amor, de sacrificio y


de victoria. Esas páginas de la Historia de un alma las ha
leído respetuosamente todo el mundo (17). Solamente le
advierte el padre que es todavía demasiado joven, canti­
nela que se hartará de oír en su vida. Catorce años y cinco
meses bien floridos. Vestido blanco adornado con encajes
de Alen?on, debajo de un abrigo, también blanco, un poco
más corto que el vestido, botas embotonadas y altas según
el gusto de la época adornaban aquel, cuerpo virginal, de
rostro de azucena, ojos azules y. la espléndida cabellera
dorada que caía blanda sobre la espalda. Toda una virgen
de leyenda. Padre e hija, sentados en uno de los bancos
del jardín familiar, prestan tema a los mejores artistas.
El alma es más blanca todavía, y nadie la va a compren­
der. Soy joven y me desprecian, puede exclamar con el
Salmista.
En el fondo de todas las respuestas dilatorias de segla-

(17) “P or l a ta rd e , al volver de Vísperas, h a llé ocasión de h a b la r


a n u e stro p adrecito querido. E sta b a él se n tad o al borde de la. c iste rn a
y, desde allí, con las m an o s Ju n ta s, c o n te m p la b a la s m aravU las de la
na tu ra le z a. £1 sol, cuyos rayos h a b la n perdido s u ardor, do rab a la cim a
de. los altos árboles, donde los p a ja rillo s c a n ta b a n alegrem ente s u ora­
ción vespertina.
El ro stro de papá te n ía u n a expresión celestial. C om prendí q u e la
paz In u n d a b a su corazón. S in decir u n a palab ra, í u l a se n ta rm e a su
lado con los ojos bañados en lágrim as.
Me m iró con te rn u ra , y cogiendo m i cabeza, la apoyó c o n tra ' su
corazón, dtcléndom e: "¿Q ué te pasa, R eln ecita m ía?... A ver, c u é n ta -
meló."
Luego, levantándose com o p a ra d isim u lar su p ro p ia em oción, se
puso a pasear len ta m e n te , m a n te n ie n d o m i cabeza j u n to a Su. corazón.
A trav és de m is lágrim as le confié ta l deseo de e n tra r en el Carm elo.
E ntonces su s lágrim as se m ezclaron con las caías;, pero n o m e d ijo
u n a sola p a la b ra p a ra h acerm e d e sistir de m i vocación. Se c o n te n tó ,
sim plem ente, con advertirm e q u e e ra todavia dem asiado Joven p a ra
tom ar u n a determ inación ta n grave.
Yo defendí con ta n to calor m i causa q u e papá, con s u m odo de
se r sencillo y recto, quedó b ien p ro n to convencido de q u e m i deseo
era ta m b ié n de Dios. Fiel a su fe pro fu n d a, d ijo q u e el Señor le
dispensaba u n gran h o n o r pidiéndole de aquel m odo a s u s h ija s"
(AME,, 129-130). Cír. P e lc e k t P a u l , La V ocation de S a in te Thérése
de l'E n fa n t-Jé su s, en An S Ther., 39 (1963), abril, 4-13.
ERES UNA C H IQ U IL LA 45

res y de eclesiásticos late un principio: Se ha fundado el


Carmelo para mujeres hechas, no para chiquillas. Si todas
las mujeres formadas no pueden resistirlo, ¿qué comporta­
miento dará esta colegiala? Físicamente sucumbiría Teresa
muy pronto por vivir sin glosa la austera regla, y en esto
— debemos confesarlo—- llevan la razón los extraños. ¿Todas
las chiquillas en la edad lo son en el alma? ¿Todas las
mujeres por la edad lo son en el carácter? ¡Aquella niña
no valía partí carmelita porquesólo contaba catorce años!
Raro sistema dé medida, de valorar las almas. Toda su vida
será víctima de estos conceptos, y en los últimos días de
su vida lanza una buena indirecta a su encopetada Priora,
M. Gonzaga, que, aunque tarde, se había convencido de
estas palabras que le escribe no sin cierto retintín:
“Ya sé que desde hace muchísimo tiempo se apli­
ca entre los humanos el criterio de medir la expe­
riencia por los años, pues ya el santo rey David,
en su adolescencia, cantaba al señor: Joven soy y
despreciado. Sin embargo, no teme decir en el mismo
salmo 118: He llegado a ser más prudente que los
ancianos, porque he buscado vuestra voluntad” (18).
En realidad —y para disculpa de los contemporáneos—
el caso de Teresa resulta muy extraordinario. Pero, ¿todos
se tomaron la molestia de estudiarlo? Su tío, M. Guerin,
en un pronto muy natural, replica a su sobrina que ni le
■hable del tema hasta los diecisiete años (19). María, la her­
mana mayor, se opone también tenazmente, con una falta
de visión bastante extraña después de -haberla podido co­
nocer espiritualmente durante una larga temporada. “Yo
—confesará— le hice oposición muy viva y obstinada. Mi
oposición tenía, sobre todo, por motivo su corta edad y el
temor que tenía del gran disgusto que se llevaría nuestro
padre, porque Teresa era en su vida su verdadero rayo de
sol” (20).
(18) CME., 264.
(19) Cfr. AME., 131 sgts.
(20) SUMM., II. n. 460.
46 EL LLAMAMIENTO DE ÜIOS

Al fin, miras humanas. Demasiado áspera, María no con­


siente que le miente el tema. “No podía — leemos en los
Procesos— hablar de su deseo sin verse rechazada por María
que la encontraba demasiado joven y 'hacía todo lo imposi­
ble para impedir su entrada” (21).
¿Qué medios tenía a su alcance? Uno muy sencillo, ex­
ponente de cierto despecho y disgusto: el silencio. Venganza
muy dura en aquellas circunstancias. “Por mi parte -—dirá
María— hubiera puesto de buena gana obstáculos a su in­
greso; pero como me lo hubiera reprochado mi conciencia,
me limité a no decir nada” (22).
Aunque M. Inés se constituye en la gran defensora de
la vocación tempranera de su hermana, pasa también un
momento de crisis. ¿Es ceguera su entusiasmo? Muy sincera
es aquí M. Inés: “Yo misma — dice— , impresionada por lo
que decía mi hermana mayor, oponía algunas veces ciertos
reparos a su proyecto” (23), que tendían en ocasiones a
“probar su vocación” (24). Hondas raíces había echado en
el alma de Teresa cuando, a pesar de estos desamparos,
persevera entera en sus ilusiones. Bien lo rconocen los
testigos:

“Yo misma, para probarla — decía M. Inés— , pro-


curaba a veces frenar su ardor. Sin verdadera vo­
cación se hubiera detenido desde el principio, pues
no encontró más que obstáculos para responder al
llamamiento de Dios” (25).

Humanamente; hablando, la serie de visitas que comien­


za ante el Superior del Carmelo, ante el Vicario general
y el señor Obispo, no le favorecen lo más mínimo y consti­
tuyen un soberano despiste de M. Inés, su joven consejera,
puesto que la presencia de Teresa, de apariencias tan in­
fantiles, confirmaba elocuentemente los informes recibidos,
(21) SUMM., II, n. 419.
(22) Sl/MAT., II, n. 383.
(23) SUMM.. II, n. 368.
(24) M a r í a : SUMM.} II, n. 4G0.
<25) SUMM., II. n / 419.
A ESPALDAS DEL SU PERIOR 47

no obstante la estatura elevada de la presunta postulante,


aumentada con la artificiosa recogida de su maravillosa ca­
bellera a guisa de moño.
Teresa esgrime un fuerte argumento. ¿Qué culpa ten­
go yo de que Dios me llame tan joven? El interrogante
dejaba impávidos a los superiores. Con qué candor escribía
la heroína a Mons. Hugoin; “Es verdad que soy ¡oven;
pero, Monseñor, y ¡si Dios me llama y lo consiente mi
papá!” (26).

4.— A ESPALDAS DEL SUPERIOR

El párroco de Saint-Jacques de Lisieux, Jean-Baptiste


Delatroette, era el Superior del Carmelo. Se conserva su
retrato. Su discreta sonrisa corona una firmeza un poco
austera, aunque no exenta de benevolencia. Esta temporada
orillará la benevolencia y se quedará con su austeridad
desconcertante, malhumorada, con ribetes de picante ironía.
Con Teresa se muestra muy antipático e inabordable. No le
entró aquella niña hasta muchos años más tarde en que
llora su ceguera.
M. Gonzaga, la Superiora, le abría las puertas de mil
amores, aunque, aparentemente, por motivos poco sobreña-
turales. Tenía por sistema admitir a todas, por causas que
luego explicaremos en el capítulo X. Consultado M. Dela­
troette, lanza un NO seco. No da más explicaciones. El es
el último del monasterio en enterarse de la nueva petición
de ingreso.
La más dolorosa estación de este camino del calvario
emprendido, para seguir la llamada divina la constituye el
invencible Superior, que pone un tope a la admisión: no
antes de los veintiún años. La muralla se levanta hasta

<26) Lettres, 51. 52.


48 E L LLAMAMIENTO DE DIOS

oscurecer el cielo. Teresa y su padre van a visitarle. Reci­


bidos fríamente, ninguno de los dos logra convencerle.

‘‘Me dijo — refiere la Santa— que no había peli­


gro en la demora, que podía llevar en mi propia
casa una auténtica vida de carmelita; que si no
tomaba disciplina, no por eso estaba todo perdi­
do, etc.” (27).

La plática,., .un poco mordaz/-respondía á la de Teresa,


que había intentado convencerle y probarle la autenticidad
de su vocación carmelitana (28).
Ante esta negativa se lanzan al palenque las monjitas,
que sufren una derrota mayor. Madre Gonzaga debió ma­
rearle instándole mucho admitiera a la joven, pero siempre
recibía la correspondiente negativa. Parece jugaban a ser
tercos. Al final, ganarían las monjitas, por haber, saltado
de un brinco el paredón del Superior, que quedaría en mal
lugar, aunque se resarciría en público de aquella jugada.
Una postrer tentativa, la más fuerte, parecía decisiva. La
fundadora del Carmelo de Lisieux, M. Genoveva, interce­
dería por Teresa. Amaestrada por M. Gonzaga, el Superior
no podía negarse a los ruegos de la venerable anciana, tan
estimada por todo el mundo, comenzando por él. El cho­
que fue tan violento que las pobres monjas quedaron pe­
trificadas.

“Un día de gran fiesta —'refiere M. Inés— entró


el Superior en clausura a visitar a M. Genoveva,
nuestra Fundadora, que estaba en la enfermería.
Esta, que había ,sido rogada por M, María de Gon­
zaga, suplicó ante toda la Comunidad" la entrada

(27) AME., 135.


(28) M. In é s In sin ú a la p ostuca terc a de Teresa. (Ella —afirm a—
procuró conm over a D elatroStte y probarle q u e te n ía vocación de C ar­
m elita" ISUMM., II, n. 424; SUMM., I, p. 77. La fo to g rafía de D e l a -
troette h a Bldo publicada en A n S Ther., 39 (1963), ab ril, pág. 7).
A ESPALDAS DEL SU PERIOR

de Teresa para Navidad. Entonces respondió nues­


tro Superior contrariado:
“¿Todavía hablarme de este ingreso? ¿Tendré que
creer ante tantas instancias que la salvación de la
Comunidad depende de esta niña? No existe peligro
alguno en que espere. Que se quede en casa de su
padre hasta la mayor edad. ¿Creen ustedes, por
otra parte, que yo opongo esta negativa sin haberlo
consultado con Dios? Pido — concluyó— que no se
.. . me hable más. de este asunto” (29).

Nó le faltaban excusas para apoyar su inquebrantable 1


postura; mas, para salir del paso de un ruego tan indis­
creto, podía haber guardado siquiera las formas de la edu­
cación c indicado que estaba aquellos días estudiando el
problema; pero debía ser táctica del Superior, por lo menos
en este caso, porque otro día la pagó M. Gonzaga, que
una vez más intercedía por Teresa, dejándola anegada en
llanto:

“Le ha dicho — escribía M. Inés a su tío— las co­


sas más penosas... Esta Madre querida le ha escu­
chado con su bondad y serenidad de siempre, pero
su corazón tan tierno se ha emocionado al final y
la he visto salir del locutorio llorando.
“Te confieso, mi querido tío, que no puedo ver
sufrir a esta Madre incomparable sin sufrir con
ella. Mi corazón está destrozado” (30).

Tan descortés comportamiento exige sus aclaraciones.


Delatroette se revela menguado caballero y muy descuidado
en estudiar el caso concreto que la Providencia le presenta.
Estos son sus dos defectos. En cuanto al primero, queda
esbozada su conducta. En cuanto al segundo, no se molestó
en informarse a fondo sobre la joven. ¿Por qué? Hoy, des-
pués de la gloria que circunda a Teresa de Lisieux, parece

(29) SUMM., Tí. n . 368.


(30) N o c h é , 356-35?. n o te 11.
50 E L LLAMAMIENTO DE DIOS

inexplicable. Olvidemos, por un momento, a la Santa y


pongámonos en aquellos días, para disculpar en lo posible
a este celoso sacerdote. ~
Delatroétte pasaba por una temporada malísima. También
una de sus dirigidas quería ingresar en el Carmelo de Li­
sieux. Despechado el padre por la pérdida de la 'hija, lanzó
contra Delatroétte las peores calumnias. La influencia del
anticlerical era demasiado notable para que la gente no se
pusiera en guardia y el nombre del pobre Superior corriera
de boca en boca. ¿Cómo, en estas circunstancias, echarse
encima un argumento más contra sí? ¿Cómo admitir a Te­
resa y dejar en la caile a la otra? ¿Por qué esas preferen­
cias? Desde este ángulo, la postura de Delatroétte, exceptua­
das las formas, era prudente.
Nadie negará que la edad era demasiado temprana para
una vida tan austera. Delatroétte “la encontraba demasiado
joven” (31), declara M. Inés, quien pudo escuchar de labios
del mismo Superior la misma idea. “Me declaró —dice—
que encontraba a Teresa demasiado joven. No me dijo nin­
gún otro motivo” (32). La razón, en abstracto, valía. Con
todo, la molestia de estudiar a Teresa le hubiera hecho re­
troceder en este caso concreto.
Debían existir motivos más hondos, porque el Tribunal
Eclesiástico preguntó a M. Inés si Delatroétte se oponía,
por tener ya dos hermanas en el Carmelo. Esto — respondió
» M. Inés— no me lo dijo nunca” (3‘3>). Acaso entrevió la ex­
periencia del Superior lo delicado de vivir en un mismo
monasterio de veintitrés o veinticuatro monjas tres ‘hermanas
carnales. Aquí no andaba despistado, como el tiempo con­
firmaría, y él se remitía a la regla que ya dictaminaba en
esos casos. Parece que esta causa influyó también en su
rígida postura y hasta debió consultar, porque Dom Made-
laine, que años más tarde confesará a Teresa e intervendrá
en ia publicación de la Historia de, un Alma, interpolada y
arreglada, declara en los Procesos:

(31) SUMM., II. n. 368.


(32) SUMM., II. n. 423.
(33) SUMM.. 11. n. 423.
A ESPALDAS DEL SUPERIOR 51

“Podía haber otro obstáculo a su entrada en el


Carmelo de Lisieux por la presencia de tres herma­
nas en la Comunidad. El Superior eclesiástico ha­
bía estado preocupado por ello y me lo había di­
cho” (34).

A M. Inés lo calló como medida elemental de pruden­


cia, ¿Podemos sospechar de la actitud rígida del Superior
que Dom Madelaine aconsejó la misma inflexibilidad? En
el proceso silenció éste su dictamen, que, de seguro, sería
negativo conforme al planteamiento presefitado. La Provi­
dencia pondría en contacto con los años a Teresa y al abad
Premostratense, y cuántas veces reprobaría en su interior
las pocas luces de aquella entrevista con Delatroette, que
ya no olvidaría.
Para decirlo todo, las monjitas, conocedoras de la situa­
ción del Superior, tampoco obraron muy noblemente, teme­
rosas de la esperada negativa; pero como al fin la petición
de ingreso debía pasar por él, se enteró de las diligencias
hechas a sus espaldas, lo cual no pudo agradarle por más
excusa que luego presentaran,

“El Superior inmediato, el Sr. Delatroette — refie­


re M. Inés— estaba tan descontento de todas las di­
ligencias hechas a sus espaldas y de la autorización
obtenida contra su consentimiento, que creíamos me­
jor en el Carmelo darle alguna satisfacción, demo­
rando un poco la entrada de la postulante” (35).

Medida inútil que a nadie, menos a Delatroette, podría


satisfacer. Toda repercutiría sobre Teresa, quien pagaría so­
bradamente la deuda que todos habían adquirido con el Su­
perior.

(34) SUMM., II. n. 413.


(35) SUMM., II, n. 436.
52 E L LLAMAMIENTO DE DIOS

5.—HABLADURIAS EN LISIEUX

En Lisieux, la pequeña ciudad normanda, se conocían


todos. Pocos acontecimientos notables pueden ocurrir que
varíen el tema de conversación de hombres y mujeres. Las
pequeñeces de cada día corren presto de boca en boca y se
les concede una importancia desmesurada.
Nada favoreció a Teresa el caso que tenía malhumora­
do a Delatroétte, La beatería, sobre todo, !o debió comentar
a su gusto, desorbitando el problema, como es costumbre,
puesto que todos ven las ramas y nadie las raíces hondas.
En vez de mirarlo por la parte edificante, se fijan en el lado
contrario. Entrar Teresa a los quince años provocaba un
escándalo. Ni el Carmelo debía, en conciencia, recibirla, so
pena de atentar su observancia, ni la niña debía ingresar
tan temprano sin poner en peligro su salud. Existe siempre
en esta clase de cuchicheos su partecilla de verdad, porque,
en efecto, si Teresa cumplía con la regla exponía, por lo
menos su salud, y s¡ no la observaba podía resultar una
piedra de escándalo o una ocasión de relajación.
Bien claro se lo declaró su tío, presintiendo las habla-
? durías de Lisieux:

“Sería un verdadero escándalo público ver entrar


a una niña en el Carmelo. Yo sería la única en
toda Francia... Me ha dicho — proseguía la Santa
relatando a M. Inés la entrevista con el tío— que
según las reglas de la sabiduría humana, no debe*
ría entrar antes de los diecisiete o odieciocho años.
Aún eso sería muy pronto.
Mi tío me ha dicho también muchas cosas de
este género que sería prolijo contártelas” (36).

(36> L ettrea, 37.


HABLADURIAS EN L ISIE U X 53

Entre esas muchas cosas le expuso que “era un atenta­


do a la prudencia humana; que sería un perjuicio grave
para la Religión; que “todo.el*mundo lo comentaría desfa­
vorablemente” (37).
Confesemos que todo esto no venía a cuento tratándose
de un llamamiento sobrenatural. La sabiduría humana no
es divina, sino opuesta a la divina; pero imposible exigir al
mundo que viva de fe. Ciego para lo sobrenatural, no divisa
cuanto atañe a la locura de la Cruz. La reacción teresiana
resulta muy distinta. M. Inés se la pintaba a su tío con
vivos colores arrancados de la realidad:

“Estaba tan pálida, tan triste, tan apenada esta


mañana, que ha¿ querido confesarme la causa... Una
semana entera de agonía... En sus ojos, llenos de
dulzura y de lágrimas, he creído ver algo más que
una pena de niña:
— ¿Qué tienes? ¿Estas enferma?
— No, Paulina, pero nunca he sufrido tanto; si
esto continúa, moriré de pena. Sé que mi tío espera
, un milagro. Dicen que es extraordinario entrar Car­
melita a los quince años. Desgracia que sea esto
extraordinario; pero me parece que Dios jamás pide
imposibles, y El pide esto de m í...” (38).

Bien arraigada esta vocación, padecería mayores emba­


tes al tocar la Haga abierta ya; nos referimos a la enfer­
medad de su padre que todo el mundo conoce. Precisa­
mente el .1 de mayo de este mismo año, 1887, sufre el pri­
mer ataqiie de parálisis. Sombrío se divisa el porvenir para
quien ha visto a su padre en visión extraordinaria caminar
lentamente por el jardín de los Buissonnets (39) y le con­
templa hoy en la primera estación de su viacrucis. No obs­
tante, le pide el permiso, y aquel padre se lo concede, abra-

(37) AME., 131.


(38) L ettres, 37. notft 3.
(39) B a r r i o s , I, 19-49.
54 EL LLAMAMIENTO DE DIOS

zándola y llorando con ella. ¡Que sacrificios tan enormes


pide Dios a la hija y al padre! Una daga abre menos bre­
cha en el alma. '
Desconociendo el mundo estas tremendas exigencias de
Dios, como Soberano Señor, enreda los acontecimientos y
los achaca a causas falsas.

“Personas poco delicadas — declara Madre Inés—


dijeron delante de Teresa misma que la entrada de
sus hijas en el Carmelo, y, muy particularmente la
entrada de la menor, que él especialmente amaba,
habían causado estos accidentes” (40).
“Afuera, muchas personas' nos hacían responsa­
bles de esta desgracia — paterna— causada —según
ellos— por el exceso de pena, sobre todo por la en­
trada de Teresa” (41).
9

Comentarios necios que ahondarían la herida. ¿Cómo


abandonar al padre presintiendo una vejez tan desgracia­
da? ¿Es que le ama? ¿Así se muestra el amor? ¿Eso es
cumplir el cuarto mandamiento? Sofismas ante la voluntad
de Dios. Nada Ic faltaría a su padre, ni el cariño de las
hijas ni los adelantos de la medicina. Junto a él — como
un ángel representante de todas las Esposas que volunta­
riamente ofrendará a Jesús— permanecería Celina. La san­
tidad de aquel padre incomparable aceptará jubiloso la cruz
y será él, personalmente, quien presente a Dios todas sus
hijas. Nadie violentó su voluntad. Los acontecimientos de
tan penosa enfermedad llegarían lo mismo acompañado de
Teresa que encerrada ésta tras las rejas de un Carmelo.
Junto a estos chismes, verdaderamente cínicos ,y dramá­
ticos, se escucharon otros, en algún sentido opuestos. Ente­
rados de que Teresa se había alistado a la peregrinación a
Roma e ignorando el fin del viaje — conseguir de León XIII
como una gracia de su jubileo sacerdotal la entrada a los

(40) SUMM., n, n. 1171.


(41) A gnés, re.
CONTRASTES EN LA PEREGRINACION A ROMA 55

quince años—■lanzaron la especie de que su padre la enro­


laba para arrancarle la vocación.

“Comprendo — escribió Teresa— a quienes en el


mundo pensaron que papá me había hecho em­
prender aquel viaje con el fin de apartar de mí los
propósitos de la vida religiosa. En efecto, cosas
hubo en él capaces de quebrantar una vocación me­
nos sólida” (42).

En la peregrinación figuraban los apellidos de las fa­


milias más aristocráticas de Normandía. Ambiente seduc­
tor para una jovencita provinciana que apenas sabía más
camino que su casa, et colegio y la iglesia. Lujo, dinero,
confort, sangre azul. Bien los experimentó Teresa cuando
uno de aquellos jóvenes se fijó en ella llenándola de cum­
plidos. Aquel viaje, largo, fecundo en experiencias, le dio
a conocer el mundo que todavía desconocía y proporcionó
la mejor “vacuna“ contra él. “ Yendo a Italia conocí mi vo­
cación” (43), dirá la Santa compendiando tantos días de
turismo.

“Todas las distracciones de mi viaje a Roma, las


bellas cosas que he admirado, no han podido dis­
traer un solo instante de mí espíritu el ardiente
deseo que tengo de unirme a Jesús” (44).

6.— CONTRASTES EN LA PEREGRINACION A ROMA:


JOVIALIDAD Y LAGRIMAS

Ni Mons. Hugonin decidió nada, aun después de la visita


de Teresa y de su padre, ni León XIII resolvería esta en-
(42) AME., 146.
(43) AME., 147.
(44) Letrea, 52.
56 E L LLAMAMIENTO DE DIOS

trada en el Carmelo a los quince años. La petición, tan


extraña a un soberano Pontífice, admira todavía hoy por
el atrevimiento inaudito en una niña tímida, según la han
pintado tantos. Demasiado sencillo presentaban el expediente
y algún tanto candorosas anduvieron en el asunto las car­
melitas de Lisieux y la familia Martín para suponer que,
sin previo estudio, el Papa concedería favor tan grande y
de tal naturaleza, aun cuando se lo suplicaran como gracia
xie su jubileo sacerdotal.
Con todo, tanta sencillez en el procedimiento no resta
nada al mérito y a las lecciones de la peregrinación, tema
que necesita algún esclarecimiento, falseado desde hace va­
rios lustros por indocumentados.
Ha extrañado tanto la jovialidad de Teresa que el ca­
puchino P. Ubald, a quien luego han copiado, escribió ca­
lumniosamente: “Teresa Martín estuvo muy alegre y jovial,
y casi desvergonzada, potrito suelto durante su estancia en
Italia” (45). El P. Ubald se entretiene en recoger qerto falso
ambiente formado en.tom o a la Santa, ambiente que real­
mente existió.

“Encontré una sola vez — declara Dom Madelai-


ne— a un sacerdote muy estimable que afirmaba
haberla encontrado demasiado jovial con ocasión de
su viaje a Roma, cuando sólo contaba quince años.
Yo mismo veía que estaba demasiado severo en su
apreciación hacia una niña de quince años, que,
por lo demás, era de carácter amable y alegre. Ese
sacerdote era el P. Lemonnier, Superior General de
los Misioneros de la Delivrande” (46).

Quien así hablaba no era el P. General, sino uno de sus


súbditos, el P. Vauquelin, malhumorado por las molestias
que las dos hermanas le causaron sin saberlo. En Roma,

(45) U b a u >, 17; Cfr. M e e r s c h , 58, Cfr. M o r t e v i l l e - B l a n c h e , Péle


rinage en Italia, en A n S Ther., 39 (1963), Mars, 16-22.
(46) SUMM., n , n. 2907.
CONTRASTES EN LA PEREGRINACION A ROMA 57

tabique por medio, moraban en el mismo hotel el P. Vau-


quelin y ellas, y acontecía que

“por la noche, molidas de cansancio — refiere Ce­


lina—■, por las idas y venidas del día, y también un
poco entusiasmadas por la novedad de los encuen­
tros, las dos hermanas, echadas sobre la alfombra
de la habitación, como desmadejadas, no tenían ga­
nas de acostarse hasta haber cambiado sus impre­
siones, con tai animación y. vivo júbilo que sus risas
atravesaban, a- veces, el tabique y retardaban el sue­
ño del pobre Padre” (47). i

Naturalmente que todo habría concluido desde el primer


momento si el P. Vauquelin hubiera dado señales de vida
al otro lado. Así se explica la poca simpatía y peor recuerdo
que conservó hacia las dos hermanas. Siendo tan jóvenes
y alegres se divertían a sus anchas. Teresa tenia la propie­
dad de remedar admirablemente• lo mismo a los animales
que a las personas, y se fijaba en mil detalles de los guías
y cicerones, en su gestos, tono de voz, mímica, facciones,
etcétera, para luego, en la intimidad — sin herir a nadie— ,
comentar todo a su placer. Más tarde, ya Carmelita, ame­
nizaría los recreos haciendo las delicias de las monjas, que
reían a veces hasta llorar.
Ella misma cuenta que observó a los sacerdotes. Hasta
aquellos días, por así decirlo, los había visto sólo en el altar
y, como una niña, creía que sólo sabrían decir misa, con­
fesar y predicar. Para ella los sacerdotes eran ángeles y no
hombres. Unos setenta y cinco sacerdotes, peregrinos tam­
bién,. con la variedad de caracteres y de espíritu que se deja
suponeT. No' es qué se escandalizara, pero su ignorancia y
sencillez cayeron de Una vez para siempre.
En los Buissonnets se*'haría clásica la anécdota de aquel
sacerdote que, habiendo pedido en el hotel chocolate en vez
de café y advertido, por el mozo que costaba cincuenta ccnti-

( 47 ) N o c h é , 296 ; M A . , I I , 3& - 40 .
58 EL LLAMAMIENTO DE DIOS

mos más, replicó con acento y mímica características: “ ¡No


me detendré por cincuenta céntimos!”

“Nosotras — revela Celina— éramos del grupo


de las intrépidas. Así subimos, con tres o cuatro
más, las cien escaleras de la torre inclinada de Pisa.
Teresa y yo quisimos inclinarnos del lado en que
la torre está más inclinada para desafiar el vér­
tigo” (48).

En Milán repetirán la misma hazaña, en Nápoles y en


el Colosseo romano llamarán también la atención por lo
arriesgado de sus hazañas. Nadie, sin embargo, ha podido
hablar mal con fundamento de sus costumbres, de sus com­
pañías ni de sus vestidos o conversaciones. Si el P. Ubald
ha podido lanzar contra un sacerdote de Lisieux una espe­
cie de mal género, ni lo ha probado, ni roza para nada con
las dos hermanas, que, a lo más, se verían forzadas a so­
portarlo” (49).
Todo este ambiente, que en otra no hubiera llamado la
atención, atrajo sobre Teresa — la benjamina de la pere­
grinación, con un porte hermoso y con su llamativa cabe­
llera— las miradas de todos y hasta acaparó las simpatías
de la inmensa mayoría, principalmente después de ente­
rarse de su petición al Papa. Como siempre, aquella insig­
nificante minoría lanzó a los cuatro vientos los polvillos
que a ellos y a otros cegaron narrando a su manera casos
y cosas que, centradas en el marco de juventud y alegrías
honestas, dirían mucho no en contra, sino a favor suyo.
Precisamente, el Vicario General de Bayeux, M. Reverony,
que espió sin cesar a la Santa, se convenció en el viaje de
la verdadera vocación carmelitana de Teresa. No existe ma­
yor argumento en pro de una conducta intachable. Los in­
formes de Reverony le abrían las puertas del Carmelo al
llegar a Lisieux contra las propuestas del Delatroette. No
faltaron criticonas que la envidiaban, empequeñecidas ante

(48) N o ch é, 296.
(49) U bald, 17; D ubosq, 16.
C O N T R A S T E S EN L A P E R E G R IN A C IO N A ROMA 59

su porte y exterior limpio, impecable y hasta elegante, por­


que todo le caía a las mil maravillas.
El domingo, 20 de noviembre de 1887, León XIII recibía
a los peregrinos franceses. Traje negro, mantilla a la espa­
ñola visten las señoras y señoritas, Celina lia pintado a
Teresa con León XIII: arrodillada a sus pies, apoyando sus
manos juntas en las rodillas del Papa y sus azules ojos cla­
vados suplicantes en los negros ojos del Pontífice. “Que
hermosura verla así” (5*0), escribió a su hermana Paulina.
Cada peregrino desfilaba ante el Papa, besaba su pie y
la mano y se levantaba. Un momento antes de arrodillarse,

(50) MA.t IX, 43. In te re sa tam b ién en e sta h isto ria sab er nlqo de
la perspicacia y perso n alid ad de Celina, q u e se revela entera y decidida
y co n atisbos de p rofeta en esta e n tre v ista con el fu tu ro F ío X II.
d e n tro del C arm elo de Lisieux, e! d(a 12 de ju lio de 1937, con m otivo
de se r el Legado de F io X I e n l a in au g u ra ció n solem ne de la Basílica
lexovlense:
“ Poco después de la m isa del C ardenal Pacelll en la en ferm ería
—escribe C elina en su s no tas, c uando tie n e ya su s se se n ta y ocho
años—■ m e p rep aré a fotografiarlo e n el claustro. Sola con él le rogué
d isc retam e n te qu e posara bajo la arcada q u e le señalé, y te rm in a d a la
operación, m e acerqué a él p a ra agradecérselo.
E ntonces S u E m in en cia m o dirigió alguniiA palabras feltcUíuidomo por
ser la h e rm a n a de la S a n ttta . Yo le m an ifesté m i edad, q u e le so r­
prendió.
E n seguida, tom ándole la m ano con respeto y besándosela, com o si
fu era la del fu tu r o Papa, le d ije:
—E m inencia, vos seréis Papa después de Pío XI. De ello estoy
segura. Yo pido esto.
—Pedid, m á s bien, p a ra m i —respondió con aire p ro fu n d o — la gra­
cia de u n a b uena m u e rte . E sto es m ás precioso. Q ue Dios tenga m ise-
ricorrdia de m í y q u e m e e n d u lc e esa h o ra suprem a,
—C uando se c a m in a p or el C am ino de la In fa n c ia E sp iritu a l de
n u e s tra S a n ta T ere sita —rep liq u é In m ed iata m e n te — sólo hay lu g ar p ara
la confianza. Decía ella q u e "para los niñ o s no habría juicio y q u e se
podía perm anecer com o n iñ o a u n en los cargos m ás tem ib les”. Por o tra
p a rte , Dios n o quiere que m uráis ahora. Os queda m u c h o bien que hacer
cuando seáis Vicario de Jesucristo.
E nto n ces —aseg u ra C elina— pareció pensativo y me dijo con extrem a
d u lz u ra : “No. e xisten im p e d im en to s para ello; no es probable."
E n este m o m en to vinieron a In terru m p im o s. Pero esta conversación
m e dejó u n recuerdo inefable." (En P i a t S t í p h a n e - J o s e f h , O . P . M ..
Céline. Office C entral de Lisieux, 1963, ch. V, 135-136.)
60 E L L L A M A M IE N T O D E D IO S

Teresa interrogó con la mirada a Celina, que la seguía in­


mediatamente. “ ¡Hala!”, la responde, sabiendo que Reve-
rony lo había prohibido. Armándose de un valor difícil de
explicar:

“— Santísimo Padre, tengo que pediros una gracia


muy grande.
Entonces — escribe la Santa— León X IÍI inclinó
hacia mí su cabeza dé manera que su rostro casi
pegaba con el mío, y vi sus ojos negros y profundos
que me miraban fijamente y parecían penetrarme
hasta el fondo del alma.
— Santísimo Padre — le dije--. En honor de vues­
tro jubileo, permitidme entrar en el Carmelo a los
quince años.
Sin duda — explica ella— la emoción hacía tem­
blar mi voz; por eso, volviéndose al Sr. Reverony,
que me miraba con descontento y asombro, el Santo
Padre le dijo:
—¡No comprendo bien.
—Santísimo Padre — respondió el Vicario Gene­
ral— , se trata de una niña que desea entrar en el
Carmelo a los quince años. Pero los Superiores se
están ocupando al presente del asuntó.”

La intervención era decisiva y la cuestión quedaba re­


suelta. El Papa no podía responder otra cosa:

“— Pues bien, hija mía — replicó el Santo Padre


mirándome bondadosamente— , haced lo que deci­
dan vuestros Superiores.”

Teresa, que veía perdida su causa, apoyó sus manos en


las rodillas de León XIII, intentando un supremo esfuerzo.

“—'¡Oh, Santísimo Padre! Si vos dijeseis que sí,


todo el mundo estaría conforme.”
Vano intento. Imposible saltar, sin más, los estra­
tos de la jerarquía.
C O N TR A S T E S E N L A P E R E G R IN A C IO N A ROM A ' 61

“—Vamos!... ¡Vamos! Si Dios lo quiere entra­


rás...” (51).

Todavía quiso hablar ante Reverony, que la miraba ner­


vioso. Una mirada a los guardias nobles y la tocaban en
en hombro indicándola se levantara. Teresa, como nunca en
su vida, se empeñaba en hablar de nuevo mientras los res­
tantes-peregrinos rompen el desfile cargados de curiosidad.
Revérony, con los guardias, la cogen por los brazos y -tienen
que arrancarla a viva fuerza. En el mismo puerto había nau­
fragado.
Dom Madelanie declara que León X III iba a conceder
la gracia, sin duda con un -breve cambio de impresiones con
Reverony (52); pero las palabras del Vicario General for­
zaron la respuesta dilatoria del Pontífice.
Se ha especulado mucho sobre esta aparente desobedien­
cia teresiana (53), Nosotros no la vemos por ningún lado.
Nadie tiene poder para impedir que cualquiera acuda al
Papa, como Padre de todos los fieles, y más tratándose de
una cuestión religiosa y espiritual que El puede resolver.
Por eso la prohibición de Reverony era inválida. Además,
Teresa tenía de antemano autorización, si se quiere tácita,
de su Obispo, Monseñor Hugonin (54), permiso que su Vica­
rio General no podía, sin más, revocar. Celina ha escrito
certeramente en sus notas íntimas a su Priora: '

“Acaso hayáis pensado algunas veces lo atrevida


que fui osando aconsejar a Teresa que hablara al
Santo Padre, a pesar de la prohibición oficial que
acababa de hacer M. Reverony. Cuando fui inter­
pelada para dar mi consejo, apremiaba el tiempo y
no había lugar a las tergiversaciones.

(51) Cfr. AME., 165-167.


(52) SUMM., II, n . 413. Cfr. P e r c e r f 1 P a u l , Maurice R everony, vi~
caire général de B ayeux au tem ps, de Sta . Thérése d e l'E n fa n t-Jé su s.
E n Vie Thérésienne, núm . 8. octobre, 1962, págs. 17-23. Véase au fo to
e n A n S T her. 39 (1961), a b r i l , p&g, 8.
(53) N o c h é , 298.
(54) Cfr. AME., 144.
t

62 E L L L A M A M IE N T O D E D IO S

Ahora bien, tengo un principio para semejantes


ocasiones, el de seguir al pie de la letra la resolu­
ción buena, porque sin esta postrera condición más
valdría no tenerla. Hablo de una resolución, como
la de Teresa, conocida del señor Obispo de Bayeux,
aconsejada por el Carmelo, la meta, en fin, de todo
un viaje” (55).

Seguramente, conocedor Reverony de los planes de la


familia Martin, aprobados por Mons. Hugonin, planes escu­
chados por el en Bayeux, no tomó a mal la intervención de
Teresa, salvo el primer momento de malhumor, y se com­
portó con ella con toda caballerosidad, y cariño (56).
La mayoría de la peregrinación se enteró del motivo de
aquella extraña detención en el desfile ante León XIII. Al­
gunos, picados de curiosidad y alejados por ideas del grupo
de la familia Martín, no quisieron despedirse sin saberlo.
Y así, en Lyon, un caballero de presencia imponente se coló
con las dos jóvenes en el ascensor del hotel:

“No congeniaba con nuestro grupo — dirá Celi­


na— . Quiso entrar en conversación con nosotros fe­
licitándonos de viaje tan jeliz. Sin embargo, excep­
tuando a León XIII, se burló de él, preguntándonos
con ironía qué había podido decirnos aquel anciano
tan viejo, tan viejo que estaba ya pasado.
¡Aquello era demasiado! ¿Cómo no repeler la in­
juria, cómo no defender al Santo Padre? Yo hervía
y dirigiéndome a él repliqué también con ironía:
¡Ojalá hubiera llegado usted, señor, a su edad!
¡Acaso tendría usted al mismo tiempo su experien­
cia, la cual le impediría hablar inconsiderablementc
de cosas que no entiende!
Calló como un muerto. Aquel señor que había in­
tentado intimidarnos fue intimidado. Me miró con

(55) A n S Ther., 35 (2959), Julllet, p&g. 9.


(56) AME., 172 sgts.; MA., II, 43 sgts.
C O N T R A S T E S E N L A P E R E G R IN A C IO N A ROMA 63

cierto temor y cuando nos separamos nos saludó


respetuosamente” (5'7).

¿Aquel pobre caballero sabía demasiado? ¿Pensaba que


la negativa había encabritado a las dos hermanas y espe­
raba un ataque contra el Papa? La resignación, aun en me­
dio de tanto dolor, en medio del llanto, era admirable.

“Tengo el corazón desgarrado — escribía a M.


Inés— . Sin embargo, Dios no puede enviarme prue­
bas por encima de mis fuerzas. Me ha dado valor
para soportar esta prueba. ¡Oh, qué grande es! Pero,'
Paulina, soy el juguetito de Jesús. Si El quiere es
libre de abrir su juguete. Sí, quiero todo cuanto El
quiere'" (58).

Derrotada ante el mundo y con la esperanza muy en­


hiesta en su alma, esperando contra toda esperanza, tornó
a Lisieux. Amargada, sí, pero rebosando paz. Contrastes muy
fuertes dentro de un corazón tan joven.

(57) A n S Ther,. 35 (1959). Juillet, p&g. 14.


(58) L etres, 48.
C a p ít u l o II

LA CONSAGRACION A DIOS

Tres meses de espera.


Un juguete en el Carmelo.
Nieve para la Esposa.
Retrasada ocho meses.
i

I
1.—TRES MESES DE ESPERA

La derrota de Roma era victoriosa. Reverony debió com­


prender la raigambre de aquella vocación tan firme en cli
ambiente de turismo y tan poderosa para hablar al Papa
con insistencia jamás vista. “Yo asistiré a la ceremonia. Yo
mismo me invito” , dijo al padre de la Santa (1).
.Todos los días, después de misa, va a correos. ¿Estarán
las respuestas de Mpns. Hugunin y de Reverony a sus cartas
con el ansiado permiso? Cada día una desilusión más y
un mayor arraigo en la fe de Aquel que la ha llamado. Pasa
Navidad, y el día primero de enero de 1888 recibe una
nota de M. Gonzaga anunciándola que desde 28 de diciem­
bre obra en su poder carta del Sr. Obispo concediendo la
autorización de su entrada inmediata, pero que no se rea­
lizaría hasta pasada la Cuaresma.

“No pude contener mis lágrimas al pensar en tan


larga demora— Veía rotas mis ataduras con res­
pecto al mundo; pero esta vez era el Arca Santa la
que negaba la entrada a la pobre palomita” (2).

Un retraso demasiado prudente. Extrañaba mucho las ra­


zones. Contentar a Delatroette y la Cuaresma, aquel año
muy temprana. El Superior contaba con motivos, a su en­
tender, fortísímos para no admitir a Teresa, y una espera
de tres meses no podía solucionarlos. Madre Gonzaga no
logra convencer al Superior, que sigue pensando en una
(1) H A., U. 43.
i (2) AME., 180.
68 LA C O N S A G R A C IO N A DIO S

enorme equivocación de su Obispo, cuya orden acata obli­


gado. Inexplicable también que M. Inés pida una prórroga
conociendo la espiritualidad de su hermana. ¿Pensaron co­
ordinar la negativa del Superior con el permiso del Obispo?
*kLa M. Priora, M. M.“ de Gonzaga, influenciada
por el persistente descontento del Superior, solici­
tada tainbién por mí, que temía mucho para los pri­
meros pasos de Teresa la austeridad de ía Cuares­
ma, le impuso todavía tres meses de espera” (3).
Tres meses que no resolvían nada. Nada para Teresa, si
no estaba formada espiritual y físicamente; nada para De-
latroétte, que pedía seis años de espera; nada para el Car­
melo, si vivía empeñado en recibirla; nada para la familia
amargada tantas semanas con la perspectiva de tan dolorosa
separación.
“Tres meses pasan pronto”, escribe la Santa. Por fin llegó
el momento, tan ardientemente esperado (4). ¡Qué admira­
ble contemplar a aquella niña abandonar los seres queridos,
a quienes seguía amando ardiente y apasionadamente. Sólo
Dios merece más amor. Sólo por El merece la pena sepa­
rarse de la familia que se idolatra. Cuando El llama hay
que responder. ¡Qué duras son algunas llamadas y qué do­
loroso d momento de responder!
La víspera, reunida toda la familia en torno a la mesa,
comienza oficialmente la despedida. Desgarrados los cora­
zones por dentro dejan escapar tiernas palabras y se des­
bordan en mayores caricias que nunca. Su padre no cesa de
mirarla amorosamente; su tía solloza de cuando en cuando.
Leona, su hermana, que acaba de salir de la Visitación des­
pués de un infructuoso ensayo de vida religiosa, le prepara
una plática innecesaria e intempestiva. Lo declaTa esta her­
mana suya carnal al informarnos de la valentía de Teresa:
“Le dije reflexionara bien antes de entrar en R e­
ligión, añadiendo que la experiencia mía me había
(3) SUMM., II. n. 370.
141 AME., 181.
TR K S MUSES 1)11 ¡-SP1-RA 69

enseñado que esta vida pedía muchos sacrificios y


que no había que embarcar a la primera. La res­
puesta que me dio y la expresión de su rostro me
dieron a entender que contaba con todos los sacri­
ficios y que los aceptaba gozosa” (5).

Decidida desde siempre, no necesitaba consejos a última


hora. Pasa la última noche con Celina. Por la mañana del
9 de abril de 1888, lunes, sale del -brazo de su padre camino
del Carmelo, y tiene que volver la cabeza a mirar por vez
postrera a los Buissonncts, el nido gracioso de su infancia.
La familia oye misa y comulga. Se oyen muchos sollozos 1
que torturan a la joven. Parece haber apretado el corazón
en su mano juramentándole a no derramar una lágrima, a
sorber tanto dolor en completo c íntimo silencio. Gl mo­
mento más emocionante es cuando, ya en la puerta de la
clausura, se pone de rodillas ante su padre, que también se
arrodilla ante la hija, ante aquella virgen que ofrenda al
Esposo, Y la bendice con mano trémula y entre sollozos que
no puede reprimir. Teresa, que ve llorar a su padre, con­
tiene un río de lágrimas que bulle por saltar la presa de
su corazón y piensa que no puede sentirse mayor sufri­
miento aun en el momento de la muerte, que eso es morir.

“Al darle el beso de adiós en la puerta del mo­


nasterio -—confesará Celina— tuve que apoyarme va-
citante en la pared, y, sin embargo, no lloré; quería
darla a Jesús con todo mi corazón... y en recom­
pensa El me revistió de su fortaleza. ¡Ah, cómo ne­
cesitaba esa fortaleza! En el momento de entrar
Teresa en el Arca Santa, I-a puerta de la clausura,
que se volvió a cerrar sobre nosotras, fue la imagen
exacta de lo que pasó realmente, porque un muro
acababa de levantarse entre nuestras dos existen­
cias” (6).

SUMM., I I, n. 491.
(6) SUMM., n. n . 473.
70 LA C O N S A G R A C IO N A D IO S

El único, fuera de este ambiente delicadísimo, Delatro'ét-


te. ¿Una escena por el tantas veces presenciada? Más que
este motivo da la sensación de despechado. Su cargo le pide
que respete la emoción del momento, que consienta las lá­
grimas, que contemple con envidia la ofrenda de aquel án­
gel. Sin embargo, pone todavía una gota de hiel en el cáliz
que está rebosando. Cierto que él ha quedado al margen de
aquella admisión, que aquella niña- ingresa a pesar suyo,
porque no han convencido al Sr. Obispo sus razones. ¿Por
qué no disimular o callar o guardar para otra ocasión el
amargor que le recome?
Abierta está la puerta y Teresa se ha despedido de los
cuyos. Cuando intenta dar el paso definitivo pisando la
clausura, tiene que volverse. Habla Delatroette:

“Bien, mis Rvdas. Madres. ¡Pueden cantar un Te


Deum! Como delegado del Señor Obispo Ies presento
esta niña de quince años, cuya entrada han querido.
Deseo no defraude sus esperanzas; pero les recuerdo
que si sucediere lo contrario, ustedes solas carga-
rían con la responsabilidad” (7).

Delatroette quiere sacudirse una responsabilidad, inmi­


nente. ¿Cuánto duraría aquella chiquilla en el Carmelo? El
la veía ya salir decepcionada por la misma puerta. Déla-
troette no era un profeta.

2.— UN JUGUETE EN EL CARMELO

Los seglares guardaron mejor las formas. Se limitaron a


cuchichear, a hablar bajo (7 bis>. Las carmelitas tenían ya
su juguete
ífi bis) í4ti S Ther., 36 (1959). Julllet. p&g. 9.
(7) SUMM., II. n. 438.
H bis) P ara q u e se vea con q u é discreción y tin o h a b la que
UN JU G U E T E E N E L C AR M ELO 71

Hasta se enteró Teresa de estos chismes. “¿Qué hubiera


sido de mí —escribe— si, como creían las personas del mun­
do, yo hubiese sido el juguete de la Comunidad?” (8).
El juguete no quiso jugar con nadie, si es que las mon-
jitas lo intentaron. M. Gonzaga no cede a nadie el honor de
enseñarle las distintas partes del monasterio. Luego, poco
a poco, la priora la dejaría de la mano. Llegada a su cel­
da, no puede menos de respirar fuerte, como el náufrago
que al final llega al puerto. “Al entrar en su celda — re­
cuerda M. Inés—-. me dijo con una expresión de paz y de
felicidad que jamás he olvidado. Ahora estoy aquí para
siempre” (9). Esta celda se convertirá en su crisol, en el
centro de sus grandes sufrimientos monacales; aquí el frío
la molestaría, como cruel pirata, sin dejarla dormir desde
el principio. Martirio incruento que más tarde revelaremos
contemplando cómo arruina paulatinamente una existencia
en ia plenitud de la vida.
Nadie esperaba de aquella niña más que chiquilladas.
Constituiría un verdadero estorbo. Algunas se opusieron a

a n d a r en Lisieux con los pequeños sucesos co nventuales p a ra Im pe­


día los cuchicheos d e las devotas, vale la p e n a referir p a rte de la
c a rta de M. Inés a s u s h e rm a n as C elina y Leona, en l a q u e ta n to
encarece el secreto de u n a foto q u e el Abate G o m b a u l t , ecónom o del
S em inarlo Menor, sacó a Sor T eresa, ya novicia, u n día de enero de
1889, aprovechando la ocasión de e n tra r en c la u su ra con el íln de
asesorar técn icam en te a la s C arm elitas en c ie rta Instalación:
"Sobre todo, decir a n u e stro padre querido q u e no enseñe las fo ­
tografías a nadie mAs q u e a m i tío y que no diga a nadie que el
Rvdo. O o m b a u i .t h a fotografiado al ángel. Creerían — y no tes cierto —
que ha entrado expresam ente para eso, pues M onseñor le h a b la con*
cedido perm iso p a ra e n tra r con el em presario a v isita r el M onasterio...
Este secreto —apoetUla al final— es m u y im portante." (F ra n g o is d e
S a i n t e M a r i e . O . C. D . , Visage de Thérése de Lisieux, O ffice C entral
de Ltóleux, 1961, pág. 14, n o te 10.)

(9) SUMM.. n. n . 373.


72 LA C O N S A G R A C IO N A DIO S

que entrara y no podían comprender la tenacidad de la


Priora, M. Gonzaga, y de M. Inés. Ya se convencerán —mur­
muraban—■ de lo que puede ser una niña de quince años
en un Carmelo.
Hay que disculparlas de este desconocimiento absoluto
de Teresa, que no tenían obligación a poseer. Tampoco le
favorecería mucho aquel semblante de aspecto infantil. Pero
nadie imaginaba la soberana formación religiosa y aun. hu­
mana en aquella postulante, y aun M. Inés no la creía tan
avanzada. Aquello no era un juguete, sino una obra de arte.
La primera impresión constituyó un gran triunfo de M. Inés,
que acalló de repente los cuchicheos de las monjitas.

“A su entrada en el monasterio, las Hermanas,


la mayor parte de las cuales no esperaban ver sino
una niña muy ordinaria, se quedaron como embar­
gadas de respeto en su presencia. Había en stt per­
sona algo tan digno, tan resuelto, tan modesto, que
yo misma me quedé sorprendida.
Una de las Hermanas me confesó más tarde que
viéndome trabajar con tanto ardor en su entrada,
había dicho: i Qué imprudencia hacer entrar en el
Carmelo a una niña tan joven! ¡Qué imaginación
la de Sor Inés! jTendrá dcccpcioncs!
Ella me confesó que se había equivocado" (10).

Nadie achaque esta manifestación a orgullo de familia.


Teresa, con su vestido azul, su esclavina negra y el tradi­
cional bonete de postulante,, es por un tiempo la comidilla

(10) • SUMM., II, n. 440.—E n o tra p arte se explica asi: "A b u e n ­


tra d a en el Carm elo, las H erm anas que, advertidas de su c o rta edad
creían ver a u n a n iñ a, quedáronse en su presencia como em bargadas
de respeto, adm iran d o su c o n tin e n te t a n digno y ta n m odesto y su
aire pro fu n d o y resuelto. U na de ellas, la H erm ana S an J u a n de
la Cruz, q u e se h a b ía opuesto a la e n tra d a de u n a P o stu la n te ta n
Joven, díjom c al^ún tiem po después: "Yo c reía que p ro n to se a rre ­
p e n tiría V. C. de h a b er trab a ja d o ta n to en darnos v u e stra h erm an a.
Y roe d ijé : ¡Las dos su frirá n decepciones! Sor T eresa del Niño Jesú s
rs ex traordinaria. Nos enseña a toda6." (SUMM., I. p. 679.)
UN JU G U E T E EN E L C A R M ELO 73

del Carmelo, que no sale de su asombro. Su Maestra de


Novicias lo recordará:

"Desde su entrada, la Sierva de Dios, sorprendió


a la comunidad por su porte, reflejo de una especie
de majestad que estaba lejos de esperarse de una
niña de quince años. Se entregó a sus deberes con
gracia encantadora” (H ).

Su exterior encantador reflejaba su alma. Así lo asegu­


raba su Maestra de Novicias, que llega a admirarla y que
se atreve a aplicarle las palabras de San Lucas a Jesús:

“Desde su entrada creció en gracia y en sabiduría


delante de Dios y delante de la Comunidad median­
te una correspondencia muy constante a la gracia.
Así me explicó la ascensión tan rápida de esta niña
a santidad tan eminente.
La Sierva de Dios tenía, desde su entrada, una
extraordinaria intuición de la santidad de la vida
religiosa y de los sacrificios que impone. Se puso
a la obra con un valor invencible y no retrocedió
ante ningún obstáculo.
Así puedo asegurar que era tan perfecta en todo,
que, como si poco después de su profesión fue pues­
ta Maestra de Novicias, también hubiera sido ca­
paz de ser puesta a la cabeza de nuestra Comu­
nidad” (12).

Confesemos que esta descripción no es de un juguete,


aunque sea vapuleada en comunidad por móviles de forma­
ción que no son fácilmente comprensibles por muchos laicos.
Pronto conoció M. Gonzaga el tesoro que Dios la encomen­
daba, precisamente en las duras pruebas, en las severidades
de su trato, en las repulsas tremendas, en las riñas continuas
cuando la recibía en su celda, en los castigos inmerecidos, en

(11) SUMM., II. n. 405.


(12) SUMM., II. n. 505, 507. 508.
74 L A C O N S A G R A C IO N A D IO S

los actos públicos de humildad que la obligaba a practicar.


Este trato, justo en la Religión —que posiblemente disipó en
la mayor parte de la Comunidad la primera aureola que las
mismas Carmelitas formaron en torno a la postulante— , no
implicaba un concepto mediano ni de su conducta ni de su
valor. .Bien convencida estaba M. Gonzaga de ello. La prueba
reside en que nunca pudo achacar a Teresa ni una sola falta
ni un defecto, salvo el de convivir en un Carmelo con tres
hermanas, defecto procurado a viva fuerza por ella siendo
Priora. Ahora veía en su nueva postulante una obra per­
fecta:

“La Priora del Carmelo, M. María de Gonzaga,


escribía a mis padres — declara Elisa Guerin, prima
carnal— 'hablando de Teresa: Nunca hubiera podido
creer en un juicio tan maduro a los quince años.
Náda hay que advertirla. Todo es perfecto”( (131.

Si extraña este coro de alabanzas es porque Teresa Uega


al Carmelo muy avanzada en los caminos de la oración y
del sufrimiento. No entraba, como tantas, buscando la fe­
licidad, sino el dolor, y por el dolor llegaría a la dicha, en­
contrando el gozo en la amargura de la vida (14). Con se­
mejante ideal, buscado con pasión y abrazado con amor,
se explican esas alabanzas:

“Cuando esté en el Carmelo —escribía unas se­


manas antes de entrar— desearé sólo una cosa: su­
frir siempre por Jesús. Pasa tan pronto la vida que
verdaderamente es preferible conquistar una hermo­
sísima corona y pasarlo mal, que obtener una ordi­
naria sin sufrir.
¡Cuando prenso que, por un sufrimiento soporta­
do con alegría, amaré más a Dios por toda la eterni­
dad! Además puedo salvar almas sufriendo...” (15).

(13) SUAÍM., H, n . 519.


(14) Cír. B a r r i o s . I . 2 1 3 -2 2 8 ; 2 S 0-2S 6.
(15) Léttres, 57.
n ie v e para la esposa 75

El juguete del Carmelo de Lisieux; era para Jesús, no


para la Comunidad. Ser juguete en manos de Dios para di­
vertirle y consolarle, para dejarse punzar y tirar es una
bella imagen y una durísima realidad para el hombre caído.

3.—NIEVE PARA LA ESPOSA

Comúnmente se ha creído que Delatroette -había retra­


sado adrede la toma de hábito a Teresa. El mismo Piat, tan
documentado, afirma que lo hicieron para calmar las sus­
ceptibilidades del Superior (16). Parece que no es cierto. La
Santa afirma que a su tiempo fue aprobada por el Capítulo
conventual (17), y la correspondencia epistolar lo confir­
ma (18).
M. María de los Angeles, la Maestra del Noviciado, lo
achaca a su corta edad, pero en manera alguna por motivo
de descontento relacionado con su conducta (19). Esto res­
pondía ‘al Tribunal Eclesiástico en el Proceso, En cambio,
M. Inés, interpelada a su vez, declaraba:

“Habiendo comenzado su postulantado en abril a


los quince años y tres meses — afirma— , podía ha­
ber tomado regularmente el hábito a los seis meses,
antes de finalizar octubre; pero no lo tomó hasta el
diez de enero” (20).

Quiso el tribunal aclarar el retraso de tres meses, y la


preguntó:

{18) Cfr. P tat, XIV 316: B a r rios M oneo , A lberto. C. M. F.. Santa
T eresita. la Sa n ta incotnprcttdlda, “Vida Religiosa*. 16 (1959), 39-40.
(17) AME., 191.
(18) Cfr. L ettres, 97-98, n o te 4.
(19) SUMM., II. n, 832.
(20) SUMM., II, n. 441.
76 LA CONSACiRACION A DIO S

“— ¿Por qué vistió tan tarde el hábito de ia Orden?


— En esa época —respondió— nuestro padre esta­
ba muy enfermo y se confiaba que, gracias a esta
demora, se encontraría en estado de asistir más tar­
de a la toma de hábito” (21).

De haber y saber otros motivos — y M. Inés en esta cues­


tión estaba perfectamente enterada— ios hubiera dicho. A
Delatroette no le interesaba detener esta ceremonia, que era
el principio del año de noviciado, áño de \ prueba donde
se comprobaría la vocación y cualidades de la postulante.
Por lo demás, parece muy razonable esperar a que su padre
se restableciese de un segundo ataque para no desaprove­
char la última ocasión de verse y abrazarse en esta vida
sin la molesta reja carmelitana.
En aquel tiempo la postulante, en traje de novia, salía
de la clausura para dirigirse a la capilla conf su ,padre, se­
guida de su cortejo, de dos en dos, como en las bodas. Oída
la misa o recitadas las Vísperas y escuchado el sermón, se
formaba de nuevo el cortejo para retornar a la sacristía,
donde la joven Esposa de Jesús abraza por última vez en
su vida a sus padres y familiares, recibía la bendición del
celebrante y franqueaba para siempre la clausura. Luego,
de la mano de la Priora y precedida de todas las monjas,
que portaban un cirio encendido, llegaba al coro, donde se
desarrollaba el rito de la vestición. Asomados los fieles a la
reja, rodeaban al sacerdote, que pronunciaba las fórmulas
litúrgicas, mientras la Priora imponía a la joven el hábito
y el manto blanco (22).
Las hijas querían ver a su padre y darle la enorme ale­
gría de encontrarse con su benjamina. jCon qué ilusión ha­
bía preparado el aderezo de su hija! Vestido de terciopelo
blanco, guarnecido de cisne y punto de Alengon, corona
de lirios blancos, velo blanco y sus largos bucles dorados
flotaban sobre la espalda. Toda una reina, toda una Virgen.
Así ataviada, el 19 de enero de 1889 se abrió la puerta

(21) SUMM,, n . n. 44t.


<221 Oír. P ia t, XIV. 317-317.
R E TR A S A D A O C H O MESES 77

de la clausura, y su padre, al vería, apretándola contra su


corazón, decía llorando: Esta es mi reinecita, y ofreciéndola
el brazo entraron juntos en la capilla. Allí estaba en perso­
na Mons. Hugonin, que ofició en la ceremonia y que al
final entonó el Te Deum contra las leyes del ceremonial
distracción providencial, porque aquel día era la última fies­
ta, el postrer triunfo de aquel padre en la tierra.
Luego entró Teresa en clausura, y la primera mirada la
dio al Niño Jesús del claustro, que ella cuidaba, y en se­
guida contempló el patio cubierto de nieve. Durante la ce­
remonia había nevado. Las. esposas mandan. “Siempre había
deseado que el día de mi Toma de hábito la 'tierra estuviese,
como yo, vestida de blanco.” ¿Qué remedio le quedaba a tal
Esposo en correspondencia a los desvelos cariñosos de su
nueva Esposa? “¿Qué mortal —comentará la Santa— , por
poderoso que sea, puede hacer caer nieve del cielo para
complacer a su Amada?” (23).

4.— RETRASADA OCHO MESES

A Teresa podía haberle favorecido su figura ante ecle­


siásticos y ante las monjas. Con ella se comportaron más
bien con rigor sano, y de ahí los retrasos en su vida. Siem­
pre llega tarde. Retrasada para la Primera Comunión, para
entrar en el Carmelo, para vestir el hábito, para profesar
y hasta para morir, porque expira después de esperar du­
rante varios meses la muerte.
Con los informes de M. Gonzaga podía haberse aquie­
tado Delatroette y concedido el “placet” para que Teresa
emitiera su profesión en la fecha normal, o sea, el año de
noviciado. Oteado su ánimo por la M. Priora, advirtió que
el Superior se oponía. Todavía nadie le había arrancado la
espina de aquel ingreso contra su voluntad. Inútiles cuan­

(23) AME., 193.


78 L A C O N S A G R A C IO N A D IO S

tas alabanzas le dijeran de la novicia. En una chiquilla — de­


bía pensar— no puede haber virtud honda. Hay que pro­
barla mucho más.

“El 11 de enero de 1890 -^-declara M. Inés— ,


después de un año y un día de noviciado, teniendo
diecisiete años, hubiera podido ser admitida a la
profesión. Más la Rvda. M. Priora, presintiendo que
el Superior pondría obstáculos, por la edad, la dijo
que esperara a más tarde” (24).

Juntas estaban M. Gonzaga y M. Inés en la sala capi­


tular, afanadas en la pintura del gran tapiz del Santuario,
cuando la Priora advirtió a M. Inés cuanto había pensado
acerca de la profesión de su 'hermana, y allí la hizo llamar
para comunicárselo. Nunca se imaginó Teresa un suspenso
tan redondo. El choque fue violento. “Todavía la veo — re­
cuerda M. Inés— marcharse toda pálida y el rostro cubier­
to de lágrimas” (25). Pronto se rehizo. “En un principio
se me hizo dificilísimo aceptar; pero pronto brotó la luz en
mi alma” (26).
Se advierte que la Santa no había nacido santa, y es
curiosa esta reacción natural para quienes creen aún que
no fue concebida en pecado, como todas las mujeres.
No es probable, como se ha escrito (27), que M. Inés
compartiera la opinión de su Priora en este asunto, aunque
no le quedaba otro remedio que no disentir de ella exterior-
mente. Para la entrada había sus aparentes razones, más
una vez lograda, todo retraso injusto carecía de objeto.
Cuando afirma que ella se asoció a la repulsa de la Priora
no quiere decir pensara como ella. La etiqueta obligada con
M. Gonzaga.
Para que se advierta con qué severidad se desarrolló el
proceso teresiano, véase cómo el Tribunal investiga a fondo
este detalle, al parecer, insignificante.
(24) SUMM., II. n. 442.
(25) Affnéa, 52.
(26) AME.f 198.
(27) Cír. AME., 195. nota. 2.
R E TR A S A D A O C H O MESES 79

“Preguntada -—M. Inés— por el Rvdo. Juez Dele­


gado si sabe cómo recibió la Sierva de Dios inte­
riormente esta nueva dilación, respondió:
Yo misma estaba con N. M. Priora cuando le dio
esta negativa, a la que me asocié. Se llevó un gran
disgusto; pero casi en seguida comprendió en la
oración que esta espera la quería Dios. Me dijo en­
tonces lo que más tarde consignó en el manuscrito
de su vida:
Comprendí que con el vivo deseo que tenía de
profesar se mezclaba un gran amor propio. Puesto
que me había entregado a Jesús para complacerle
y consolarle, no debía obligarle a hacer mi voluntad
en lugar de la suya” (28).

Reacción valerosa, sin un desahogo pueril. Ya no pediría


profesar. Se empeñará en poner toda su ilusión en preparar
espiritualmente sus vestiduras de bodas, recamadas de per­
las. ¿Para cuándo? 'Dios lo sabría. Pasaba la Semana Santa
y el hermoso mes de mayo. Pasó junio. Ya año y medio de
novicia. ¿CJué hablarían las Carmelitas? Buen golpe para el
amor propio en el reducido ambiente de un monasterio de
clausura papal. Continuaría con su velo blanco tres meses
más.
Parece que Delatroette no quiso saber nada de esta no­
vicia. porque transcurrían los meses sin arreglar el caso, y
cuando ya no se juzgó prudente ni justa tan larga perma­
nencia en el Noviciado, el Superior aconsejó recurrieran una
vez más al Obispo.

“La autorización de someter al voto del Capítulo


la admisión de la sierva de «Dios —explica M. Inés— ,
se tuvo que pedir al Superior inmediato que siem­
pre dudoso/ la remitió al señor Obispo, el cual con­
cedió la autorización pedida” (29).

(28) SUMM., II. M. 442.


(29) SUMM. II, n. 443.
80 LA C O N S A G R A C IO N A D IO S

Esperó ocho meses. Retraso inexplicable que contribuiría,


junto con la severidad y pruebas demasiado numerosas de
la Priora, al casi olvido de aquella aureola conquistada a
su ingreso con tanta facilidad y fundamento. Hasta el 8 de
septiembre no se fijó la fecha. Con el amor propio bien pi­
soteado, Teresa no atiende más que al día prefijado:

“ ¡Qué bella fiesta la Natividad de María para con-


. vertirme en esposa de Jesús! Era la pequeña Virgen,
. ' niña de un día, .la. que presentaba,su pequeña flor
a su pequeño Jesús’" (30), ■ *

/Ser esposa de Jesús! Este sueño de su vida había lle­


gado. Hasta ahora había vivido como Esposa sin serlo ante
la Iglesia y la Orden. Hoy Jesús la puede llamar a boca
llena en todas partes su Esposa. Notemos que Teresa llega
al desposorio monástico después de vivirlo místicamente va­
rios años desde aquel día de Navidad de 1880 (31), 'mientras
para muchas otras éste es el primer peldaño para los ver­
daderos desposorios místicos con el Verbo.
Qué pensaba ella de la profesión lo explicó largamente
a Celina cuando le tocó a ésta consagrarse a su Dios (32).
Llámese alegórica, la descripción no puede superar la rea­
lidad mística por mucho que se imagine. ¡Cuántos planes
de amor acaricia Dios, sobre el alma! En ese primer momen­
to El desborda los efluvios divinales para poseerla. Esta
posesión es esencial, posesión que produce necesariamente
pureza, limpieza, candor virginales.

“Solamente sé —aclarará a Celina— que en ese


momento la Trinidad descenderá al alma de mi que­
rida Celina y la poseerá enteramente, dándole un
esplendor y una inocencia superior a la del Bautis­
mo” (33).

(30) AME., 205; Cfr. SUMM., II, n. 594, p. 242.


(31) Cír. B a r r i o s , I , 192-202.
(32) Cír. C etS, 228-236.
(33) CetS., 235.
R E TR A S A D A O C H O MESES 81

Dios no puede responder a esta consagración, sino con


otra consagración, con la suya al alma. El responde siem­
pre, y esta respuesta, si la entrega es constante, será tam­
bién continua. Estas exigencias y tantas realidades ocultan
una profesión religiosa, comparada en Jos efectos por los
Teólogos a un segundo bautismo.
En el Carmelo, la emisión de los votos se verificaba en
la sala capitular, sin la intervención del clero ni presencia
de los familiares. En manos de la Priora, representante de
Dios, prometía la novicia sus sagrados compromisos. En
seguida, extendida sobre una alfombra, venía la gran pos­
tración, que Teresa aprovehó avaramente para las suplicas
ardientes a su Amado. Tanto la fórmula de los votos como
la corona de rosas que luego le sería impuesta y conserva­
ría todo el día, fue bendecida de antemano, a petición suya,
por su pobre padre, tan enfermo. Postrada ante toda la co-
comunidad, dirigió a Jesús esta abrasada súplica, digna de tal
Esposa, donde no mezcla para nada ninguna petición te­
rrena y que es índice de su elevadísima unión con Dios:

“— ¡Oh Jesús, mi divino Esposo! ¡Que jamás pier­


da la segunda vestidura de mi bautismo!
—Arrebatadme, antes de cometer la más ligera
falta voluntaria.
— Que no busque y que jamás encuentre más que
a Ti. Que las criaturas no sean nada para mí, ni yo
nada para ellas, sino que ¡Tú, Jesús, lo seas todo!
—Que las cosas de la tierra jamás puedan turbar
mi alma, que nada turbe mi paz.
— Jesús, sólo te pido la paz y también el amor
tuyo infinito, sin límites..., el amor que no sea ya
mío, sino tuyo, mi Jesús;
— Concédeme cumplir mis votos con toda perfec­
ción y haz que comprenda lo que debe ser una Es­
posa tuya.
— Haz que nunca sea una carga para la Comu­
nidad, pero que nadie se ocupe de mí, que sea pi­
soteada, olvidada como un granito de arena para
Ti, Jesús.
6
82 LA C O N S A G R A C IO N A D IO S

— Que se cumpla perfectamente en mí tu volun­


tad, que llegue al puesto que me has preparado de
antemano.
— Jesús, concédeme salvar muchas almas, que hoy
no se condene ni una sola y que salgan todas las
del purgatorio...
— Jesús, perdóname si digo cosas que no necesi­
taría decirte. Yo no quiero sino alegrarte y conso­
larte” (34).

Súplica abrasadora, propia de un alma que vive los mis-


ticos desposorios con el Verbo y aspira con todas las veras
a la suprema unión. Esta súplica, escrita de su puño y le­
tra, resulta una fotocopia de su alma. La grafología, por
medio de Mm. Janine Monnot, miembro de la sociedad gra-
fológica Graphologue-Cónseil, nos brinda la maravillosa im­
presión que sigue.

“Se mide en la nota, escrita el día de su profe­


sión, la extensión de su impresionabilidad, de su
debilidad, de sus temores, de sus trastornos de sen­
sibilidad, de la falta de confianza en sus propias
fuerzas, en su ansienad, de su angustia.
Esta nota es patética. Aun desde el plano pura­
mente humano constituye una reliquia.
Pero al mismo tiempo tiene una escritura de éx­
tasis, de visión intuitiva... En el tormento de las
promesas, de las dificultades entrevistas, del temor
de aflojar y de descorozonarse: una decisión de
hierro, una voluntad de lucha, una energía indó­
mita están aquí impresas.
Hay a la vez en estos rasgos el espanto del niño
y la decisión del guerrero (35)

Cabalmente Teresa parece una mezcla de niño y de gue­


rrero. Niño guerrero y guerrero niño. Esas dos razas, esas

(34) AM.. e n tre los folios 76 y 77.


(35) MA.. II, 53.
R E TR A S A D A O C H O MESES 83

dos personalidades unidas forman Teresa de Lisieux. No se


pueden aislar ni disgregar un solo momento. Siempre jun­
tos: guerrero luchando dentro del niño con tesón, constan­
cia y amplitud que espanta. Niño fortaleciendo al guerre­
ro con su plegaria incesante, sus sacrificios ocultos y su pre­
sencia de Dios de. todos los momentos.
A última hora, las ternuras de M. Gonzaga, que en estas
solemnidades parecía una Madre y una Priora, se desbor­
daron, y mandó a Sor Teresa pidiera también por su pobre
padre, cuya curación tanto anhelaba. Mentarlo era tocar
aquella llaga sangrante. Convencida de que Dios quería la
enfermedad de su padre, se limitó a decir: i

“Dios mío, que papá cure si es vuestra voluntad,


pues que N. Madre me ha dicho que os lo pida. Pero
para Leona — aquí se siente ya esposa que exige—
haced que sea vuestra voluntad muera Visitandina,
y si no tiene esa vocación os ruego se la deis. No
podéis negármelo” (36).

Y no se lo negó. La emoción de la Comunidad rebasó


todo cálculo. Madre Gonzaga lo refería al día siguiente a la
Priora del Carmelo de Tours:

“Este ángel de niña tiene diecisiete años y medio


y la razón de treinta, la perfección de una antigua
novicia consumada y la posesión de sí misma de
una perfecta religiosa. Ayer nadie pudo contener
las lágrimas a la vista de su grande y entera inmo­
lación” (37).

Concepto de Teresa que extrañará a muchos en la plu­


ma. de la Priora, pero ése y no otro se iiabía formado de
ella con toda verdad y sinceridad. Nunca habló mal de ella,
y en esto su nobleza de sangre corre parejas con la nobleza
de su corazón. Bien podía escribir así quien con tanta du-

(36) SUMPf., n . n . 1250.


(37) N o c h í , 359.
84 LA C O N S A G R A C IO N A DIO S

reza y perseverancia había probado la calidad de tan pre­


ciosa alhaja en su Carmelo.
M. Inés ha conservado un recuerdo imborrable de la
fecha y un detalle muy típico, desacostumbrado en aquel
convento:

“La fiesta transcurrió sin nubes, hasta brilló el


sol en el firmamento y millares de golondrinas gor­
jeaban desde la mañanita en nuestros tejados. Nun­
ca habíamos visto tan numeroso ejército de esos
pequeños emigrantes. Aquel año escogieron-nuestro
monasterio como punto de partida antes de volar a
climas más benignos.”
“¿No era esto —intuye M. Inés— un símbolo le­
jano de tantas almas que más tarde vendrían aquí
gozosas a emigrar de la tierra de sus pecados al
hermoso ciclo de la fidelidad, de la santa libertad
de los Hijos de Dios?” (38).

Si hasta hoy Teresa ha vivido como Esposa de Jesús,


desde este día, en que oficialmente lo es, su consagración
entera y total la va a transformar día a día en su Amado.
Esta consagración, que la segrega de todo y de todos, de las
criaturas y de sí misma, le va a costar muy cara, nada me­
nos que. la vida; va a convertirse en una víctima, en un
holocausto; porque su vida religiosa será para ella en cada
momento un holocausto para su Esposo. Con tanta avidez
la viviría, con tanta avaricia la retendrá. Sin esta oblación
total y universal de todo y de sí misma, no comprenderá la
esencia de los jirones de vida, de corazón y de alma que supo
dejar por los claustros de aquel Carmelo pensando en el
martirio completo de sí misma. Aquí hallarán los teólogos
una confirmación de aquella frase-que elhos-lanzaron: La
vida religiosa es un martirio.

(38) 54-55.
C a p í t u l o II I

VOTO DE POBREZA

De la frastera a la celda.
Alpargatas de tuberculosa.
Mala pluma y peor luz.
Espíritu de pobreza.
i
1

í
De los Buissonnets, su chalet romántico de Lisieux,
se muda una mañana a un Carmelo pobre. Muchos
son ios contrastes: personas, comodidades, habita­
ción, vestido, calzado, comidas, refrigerios, ajuar y
vajilla. .. Nada le falta en su casa paterna. Si su padre
no es rico, por lo menos su dorada clase media excita
la envidia de muchos. En la villa piensan que aquella
fovencita, tan consentida, tan limpia é impecable en
el vestir, no resistirá largo tiempo en un claustro
con voto solemne de pobreza. ¡Es una locura!

1.—DE LA TRASTERA A LA CELDA

El mundo no la conocía. uMi celdita me entusiasma“ (l),


escribía recordando el momento en que M. Gonzaga se la
presenta por vez primera. Y poco después, “al entrar yo
en su celda — refiere M. Inés— , me dijo con una expresión
de paz y felicidad que jamás he olvidado: “Ahora estoy
aquí para siempre” (2).
Aunque pobre, el cariño de sus hermanas se la había
preparado con lo mejorcito y más decente del monaste­
rio. Muy amplia para tan pocos trastos. El camastro, un
duro jergón, una cruz, un banquillo minúsculo y otro ma­
yor que hacía de mesa, un escritorio, una pluma y tintero,

(1) AME., 184.


(2 ) SUMM.. n . n. 373.
88 V O T O D E P O B R EZ A

un reloj de arena, un cántaro y una pila de agua bendita


colgada de la pared casi junto a la cabecera de la cama (3).
Todo muy sencillo y muy limpio, como gustaban a Teresa
las cosas.
La primera celda de Teresa medía 2,70 por 3 metros y
había más pequeñas en el Monasterio y había también al­
gunas mayores. El panorama, que se presentaba desde la
ventana de aquella primera celda, ño tenía nada de encan­
tador: sólo tejados a muy corta distancia cortando el hori­
zonte. Por el contrario, la última celda daba al patio que
estaba armoniosamente dibujado.
Pasó tiempo hasta que fue comprendiendo los grados de
la pobreza religiosa. Al principio, como a todas, “me gus­
taba tener a mi servicio cosas bonitas y encontrar a mano
cuanto necesitaba” (4). Durante el noviciado, “me entró una
verdadera afición por los objetos más feos e incómodos”
(5). De la noche a la mañana le quitan el gracioso cantarillo
que usaba y en su lugar le ponen otro grande y desporti­
llado. ¿Llorar de rabia? ¿Alborotar? ¿Para qué? ¡Alegría!
Pero alegría, fruto de la virtud. Sabemos que “prefería,
por amor de Dios, poseer solamente los objetos más feos y
usados” . “Digo — confiesa Catalina— por amor de Dios, por­
que, naturalmente, con su temperamento de artista' hubiera
preferido las cosns de buen gusto y no deterioradas” (6).
De niodo que hasta el final de su vida constituye un su­
frimiento tener para su uso objetos rotos o deteriorados” (7).
Incesante fue, pues, la lucha y continuas las victorias.
Cuantos conocieron a Teresa la retratan siempre impecable
en su atuendo, cuidadosa, limpísima y ordenadísima. Era
una maravilla de pulcritud, limpieza y orden. Y lo quiso
ser siempre en el Carmelo. A pesar de ello, por no pedir

(3) Cfr. la íotogr&tia. en L efíres. 184-185; AME., 390-391.


(4) AME., 197.
(5) AME., 198.
(6) C etS., 124-125.
í7í C elina : SUMM., 11. n. 101G.
DE LA TR A S TER A A LA C ELD A 89

otros objetos, conserva dos manchados, según refiere su her­


mana:

“Lo advertí un día en que yo le había echado una


mancha irreparable en su reloj de arena, porque
noté el esfuerzo que hizo para guardarlo así y di-
. simular el sacrificio que yo le imponía, sin que-
^ ferio;. ■: •;
Otra vez había dado una mano dé pintura a una
mesita de su uso. Sucedió que las patas, no -del todo
secas, hicieron varias manchas en el entarimado .-de
su celda. No habiendo podido borrarlas, noté que
tenerlas que soportar era para ella un buen sacri­
ficio” (8),

De Carmelita no resistía la vanidad de la elegancia en


las cosas de su uso personal. Así, raspaba cuidadosamente
el canto dorado de los libros y las estampas.

“Como empezara a deshacerse su cestillo <ie la­


bores, una Hermana lo ribeteó con una banda de
, terciopelo antiguo, porque este tejido es duradero.
Aunque muy rogada Teresa deshizo el trabajo y vol­
vió el terciopelo al revés, es decir, la trama al exte­
rior por la parle que es más pobre y más fea” (9).

No quiso tampoco más que un par de tijeras, y de niña,


las mismas que llevó al Carmelo, aunque no le servían para
muchos trabajos. Al entrar Celina encontró ocasión pro­
picia para desprenderse de los objetos servibles que con­
servaba, de su escritorio, su pila de agua bendita y se mar­
chó a la trastera a tomar piezas que estaban allí inservi­
bles y fuera de uso (10). Y termina Celina su información:

”Sor Teresa —modelo nuestro en todas las cosas—


no tenía nada más que lo rigurosamente necesario
(8) C e l i n a : S U M M II, n. 1844: C etS., 125.
(9) C etS., 125.
(10) SUMM., ir. n. 1018; CetS., 126.
90 V O T O D E P O B R EZ A

y rechazaba con cuidado cuanto le evocara la co­


modidad" (11).

2.—ALPARGATAS DE TUBERCULOSA

11La Sierva de Dios — se nos informa— conservaba como


un tesoro no sólo los objetos defectuosos, sino también los
incómodos” (12).
. Muy edificante y muy- imitable la conducta teresiana en
la custodia de su pobreza. Su carácter, su feminidad ex­
quisita se toman al revés. No hambrear lo cómodo, lo bo­
nito, lo llamativo; buscar lo remendado, lavado o mancha­
do, conservar lo inservible; cubrir su cuerpo con un hábito
cualquiera, le venga bien o mal. Sólo exige la pulcra Teresa
que sea un hábito de su Orden y de su Virgen. Lo 'demás
no importa. “Tomaba las cosas como se las daban lo mismo
para el vestido , que para el alimento” (13), declara una
testigo. Lo mismo que un pobre, a diferencia de que el po­
bre arregla las prendas y las acomoda a su talle; *Teresa,
en cambio, las lleva tal como se las dan. ¿Cortas, largas,
anchas, pesadas? No importa, es un pobre con voto solem­
ne de pobreza.
Nadie, acaso, imaginaría un desprendimiento tal, un pi­
soteo tan notable de los airecillos femeninos que orean, de
cuando en cuando, dentro de los claustros. El vencimiento
de su vanidad llega al colmo.

“Tenía también profundo desprecio por el arreglo


de sus vestidos; no que no los llevara bien, sino que
los llevaba tal como se los daban. Habiendo tenido
uno que le caía muy mal, decía que le era tan in­
diferente como a un chino” (14).
(11) CetS., 126.
(12) SUMM.f XI, n . 1016.
C e l in a :
(13) S o r T e r e s a d e 8. A o u s t í m : SUMM., II, n. 1204.
(14). C elina: SUMM., II, n. 1018.
A L P A R G A T A S D E TU B E R C U L O S A 9t

“En su toma de 'hábito, no obstante sus cortos


años y lo delicado de su salud, le dieron vestidos
muy pesados. Teresa los llevó siempre alegremente
sin dejar sospechar la fatiga que le ocasionaban, fa­
tiga, que sólo en su última enfermedad reveló0 (15).
“No ponía atención alguna en que sus vestidos le
vinieran o fueran bastantes largos. Aparentaba com­
pleta indiferencia de su exterior sin ninguna negli­
gencia de su parte” (16).

Se queda uno pasmado ante tanta perfección en una mu­


jer joven,' de la talla y elegancia de Teresa, y maravillado
de su rápida ascensión a las cumbres en los pocos años de
su vida.

“Me refirió la Hermana encargada de la ropería


que le había pedido la Sierva de Dios, como gran
favor, le diera la ropa más vieja, la más remendada,
cuanto las demás Hermanas no quisieran llevar. La
Hermana accedió a su demanda, lo que colmó de
. gozo a Sor Teresa del Niño Jesús” (17).

Pensativos nos deja esta conducta. Nunca podíamos ha­


ber pensado que Sor Teresa vistiera de cualquier forma,
además de ir siempre limpia. ¿Los remiendos, la compos­
tura, la largura, la pesadez? Son demasiados detalles que
agigantaban su espíritu, soportados en silencio y jubilosamen­
te. ¿Quién sospecharía viéndola tan alegre con su hábitos
archtrremendados, cubriendo su cuerpo con el desecho, el
sacrificio enorme de toda su vida? .
También se ha dado hoy suma importancia a las alpar­
gatas de la Santa. La tiene. Serian el exponente deslumbra­
dor de una pobre cualquiera, mejor dicho, ni una pobre
cualquiera, que mendiga de puerta en puerta, calza sus pies
con unas alpargatas arregladas, rehechas, recosidas por ella

(15) L'E sprit, 165.


(16) C e tS .. 125.
(17) S or M arta: SUMM., II, n. 129é.
92 V O T O D E P O B R EZ A

hasta no conocer la primera pieza, hasta no conservar


nada del primitivo material. Consciente de su pobreza so­
lemne, se abaja tanto. Todo se lo ofrenda al Esposo y no
quiere quitarle ni un céntimo. Después de todo, El nació,
vivió y murió más pobre que ella.
Nunca las había usado. Aún siendo Postulante, escribe a
su tía le compre unas zapatillas como las de su prima, fo­
rradas para el invierno, añadiendo que se las pruebe antes
su prima Juana, pues las dos tenían el mismo pie (18). Mas
a partir de su toma de hábito, 10 de enero de 1889, debió ya
dejarlas para siempre con el fin dé-acomodarse a las cos­
tumbres de la Orden.
Eran una especie de sandalias con suela de cuerda. No
debió usar más que ese par en sus ocho años y medio largos
que vistió el hábito carmelitano. El uso diario desgastaban
hasta la misma suela. Teresa se ingeniaba para coser la tela,
renovarla y remendarla, el cambiar o añadir a las primitivas
medias suelas, depende ya de la encargada.. Esta| conoce­
dora de la pobreza de Sor Teresa, no presta nunca mucha
atención a aquellas alpargatas, ni se molesta demasiado en
componerlas adecuadamente. Sale del paso de cualquier for­
ma, sabiendo que Sor Teresa no se queja. ¿Cuántas medias
suelas? ¿Qué cosidos? Todo más apto para llagar los desnu­
dos pies que para defenderlos.

“La Hermana encargada de las alpargatas —de­


clara María— hacía lo mismo que la cocinera. Para
Sor Teresa del Niño Jesús todo estaba bastante bien.
Ponía remedio sobre remedio, pesaban tanto las
suelas que ninguna hubiera querido llevarlas. Pero
Sor Teresa del Niño Jesús no se contentó, con te­
jido” C19). • , . •' ' -•

Aquellas alpargatas, alpargatas dé tuberculosa, constituían


una reliquia de primer orden. Van der Meersch (20) rasga

(18) Lettres, XIV, 87.


(19) SUMM., II, n. 832.
(20) M e e r s c h , 226-227.
M A LA PLUM A Y P EO R LU Z 93

farisaicamente sus vestiduras ante la pérdida irreparable


por haberlas arrojado al fuego. Un objeto, nidal de micro­
bios, ¿merecía la supervivencia? Mirado bajo el. prisma de
la higiene deberían haber quemado cuanto perteneció a la
Santa, pobre tuberculosa comida por el bacilo. Sor Marta
de Jesús no intuyó más su corto entendimiento y sin la ma­
licia que injustamente se la achaca, las vio chisporrotear en
el horno. ¡Pérdida irreparable! (21), exclama el P. Petitot.

“Después de su muerte vi —declara María— las


pobre alpargatas y quise recogerlas como reliquias.
Pero la Hermana conversa, que se encontraba por
allí, me dijo: “ ¡No conservéis esa suciedad!”, y
arrancándomelas de las manos las arrojó al fuego.
Después me ha dicho muchas veces cuánto lamen­
taba haberlas quemado, y que sería dichosa de te­
nerlas hoy para mostrar hasta dónde llegó su po­
breza" (22).

Alpargatas inconscientes, que no abrigaban nunca los pies


de aquella virgen, que anduvieron con ella, que no la de­
fendieron del bacilo, merecieron mejor fin. ¡Qué resplandor
y qué perfume de buen ejemplo lanzarían hoy sobre el mun­
do aquellas miserables alpargatas de una Santa tuberculosa!

3.— MALA PLUMA Y PEOR LUZ

Sin soñarlo, Sor Teresa escribió, y sus escritos han en­


trado en el torrente de !a espiritualidad de la Iglesia.
Sin soñarlo ella y sin imaginárselo nadie. Tomó la plu-

{21) P etito t, 50.


(22) SUMM,, II, n. 832; Cfr. M. Inés: SUMM., n , n . 692.
94 VO TO DE P O B R EZ A

ma por obediencia en condiciones de inferioridad. Cultura


ordinaria con algunos deslices gramaticales y ortográficos,
tiempo escaso y tomado a ratos perdidos, pésimo escritorio,
peor pluma, papel malo. ¿Es posible escribir así?
Su escritorio, cuatro tablas en rampa. Un día se en­
cuentra con que una novicia lo ha dado una mano de pin­
tura y le manda lavarlo inmediatamente con el cepillo. Más
tarde, al entrar Celina, le da el suyo y ella marcha a la
trastera por otro, arrinconado ya por desgaste (23).
Sobre este escritorio “juera de uso” (24) redacta cuarti­
llas con una pluma que ningún niño de escuela hubiera
aceptado. “Hacía durar sus plumas hasta el último extre­
mo” (25). Cualquiera otra, falta de paciencia, escudada en
la escasez de tiempo, hubiera gastado mil. Ella las mimaba.
Hacia el fin de su vida, sometida al régimen lácteo, las
mojaba en un poco de leche puesta a su disposición. Era
— decía— para suavizar” (26).
Para sus poesías se vale “de sobres viejos de carias o de
trozos de papel inservible” (27). Sobres o trozos de cual­
quier color y tamaño “que nadie hubiera querido” (28). Así
que los borradores están casi ilegibles.
Cuando recibió la orden de escribir su autobiografía se
procurará por su hermana Leona, que vivía en Lisieux, un
cuaderno escolar, como esos que llevan los niños al colegio.
El mal papel le pareció a propósito, pero sintió tener que
gastar dos céntimos para otro cuaderno de idénticas carac­
terísticas que el primero (29).
Más admirable resulta escuchar este relado de Madre Inés,
gozosa de haber obtenido de M. Gonzaga la gracia de que
Teresa — ya deshauciada— complete sus manuscritos auto­
biográficos:

(23) Cfr. SUMM., II, n. 1018, 1846; CetS., 126.


(24) SUMM., II, n . 1018.
(25) SUMM., II, n. 1018; C etS., 128.
(26) SUMM., II, n. 1018: C etS., 18.
(27) SUMM., II, n. 1018.
(28) CetS., 127.
(29) Cfr. SUMM., II. n. 1018; CetS.. 127.
M A LA PLUM A Y PEO R LU Z 95

“Le tenía ya preparado un cuaderno, pero lo en­


contraba ella demasiado bonito, a pesar de ser or­
dinario; /emía cometer una falta de pobreza usán­
dolo. Me preguntó si, al menos, no habría que apre­
tar las líneas para emplear menos papel. Le contesté
que estaba demasiado enferma para fatigarse escri­
biendo así y que, al contrario, había que espaciar las
líneas y escribir con gruesas letras*4 (30).

Ningún hombre grande y, sobre todo, ningún santo, ha


escrito su autobiografía en un humilde cuaderno de cole­
giala.
Santa Teresita debe escribir preferentemente en la hora
libre por la tarde, o por la noche. Todavía en aquel Car­
melo, a fines de siglo, no se conocía la electricidad. Cada
monjita tenía su lámpara. La de Teresa, pequeña y rudi­
mentaria, se la había regalado su prima María (31); al prin­
cipio, como todas las cosas, iluminaba admirablemente; gas­
tado luego el mecanismo hubiera quitado la paciencia a
un ángel. “Durante toda su vida religiosa tuvo una lám­
para, cuya mecha no subía si no era sacándola con un al-
filer” 132).
Hay que imaginarse a la Santa con un alfiler en la mano,
veinte veces por hora, tirando de la mecha y a ésta enco­
giéndose sin cansarse. Teresa no lo toma a mal. Su espí­
ritu de pobreza es demasiado perfecto para procurarse otra
lámpara, que la hubiera logrado con sólo despegar los la­
bios. Serena y amable, sin darle importancia, más aún, como
si estuviera a ella apegada, arregla cien veces a la semana
su trasto de lámpara. “Lo hacía con tanta gracia :—refiere
un testigo— que parecía «natural verla tomarse esa molestia,
y cualquiera se hubiera engañado, persuadida que prefería
ésta a todas las demás lámparas” (33).
Un día se extravió la pobre lámpara. Nadie supo el pa­
radero. Era una. noche en que Teresa pensaba escribir. Como
(30) M. I n é s : SUMM., II. n . 2302.
(31) Cír. Lettres. X X IX. 65; XXXVII, 77; XLIV, 87.
(32) C í l i n a : SUMM.. II. n. 1018.
(33) CetS., 126.
96 V O T O DE P O B R EZ A

era en tiempo del gran silencio no podía hablar ni recla­


marla. ¿Exasperarse? No. Se estuvo toda la hora a oscuras
pensando que siendo verdaderamente pobre le ocurría lo
que a todos los pobres, carecer de lo necesario.

“A pesar de la gran falta que me hacía, en vez


de pasar pena, me alegré mucho, pensando que la
pobreza consiste no sólo en verse privada una de
las. cosas agradables, sino también de los indispen­
sables. Así fue cómo, en medio de las tinieblas ex­
teriores; el Señor..me iluminó interiormente” (34).

Por no endulzar ni aliviar el martirio de su vida reli­


giosa, se abstiene la Santa de mil permisos que una religio­
sa perfecta no creería ser siquiera imperfección. Teresa quie­
re además, llegar hasta donde pueda, rendir no un cien­
to por uno, rendirse ella entera. Esto explica tanto heroís­
mo, silencioso y oculto, en cosas tan menudas como un es­
critorio, unas cuartillas, una pluma y una simple lámpara.

4.—ESPIRITU DE POBREZA

Aacabamos de escuchar a la Santa que para ser pobre es


necesario verse privada de las cosas agradables y también
de las indispensables. El religioso no debe ser pobre a secas,
como un mendigo cualquiera. La teología de la pobreza tien­
de a desprender el espíritu despegando al hombre de los
bienes temporales.
A ella le hizo mucho bien visitar Loreto, la casita de la
Virgen. ¿Es posible tanta sencillezJy tanta pobreza para el
Hacedor de los cielos y la Madre de Dios? Ejemplo tan des­
lumbrador no huiría jamás de sus pupilas (35).

(34) AME., 198.


(35) Cfr. AME., 156-158.
E S P IR IT U D E P O B R EZ A 97

Dos cosas se necesitan para el espíritu de pobreza: per­


derlo tocio y dejarse tomar todo. Lo esencial reside en ese
absoluto: todo. No agradan a Dios las mitades. Cuando El
se da, se entrega entero, como en la Eucaristía, Poco posee
un hombre; pero Dios no exige mucho, sólo cuanto se ten­
ga. Lo mismo que San Pedro, pobre pescador, con cuatro
redes remendadas y una barca de madera. Hoy, como en­
tonces, sabe el Señor la medida y cantidad de nuestros bie­
nes. Entregárselos todos sin engañarle, como Ananías y Sa-
fira, sin reclamarle ni uno sólo con los años; porque es muy
triste que se vaya poco á poco almacenando lo que un día
feliz se le entregó generosamente. Es mucha necedad, pensar
que por muy silenciosamente que se haga el "traslado, Dios
no se va a enterar.

“Como recuerdo de mi profesión compuso para


mi escudo de armas esta divisa: Quien pierde, gana.
Y me explicó que en la tierra era preciso perder
todo, dejarse tomar todo para alcanzar el espíritu
de pobreza” (36).
Tampoco basta perder todos los bienes del mundo y en­
riquecerse en la religión con esa especie de juguetes a que
juegan los religiosos imperfectos. Ella, por ejemplo, no tiene
en su celda más que los objetos que la Regla permite. “A
ejemplo de San Juan de la Cruz, hubiera interrumpido el
sueño antes que almacenar para sus vestidos un alfiler más
dé los tres permitidos” (3*7). Nunca llega a dormir con un
cortaplumas en su celda. Si no tiene tiempo de llevarlo a
su sitio, lo deja en el pasillo junto a la puerta (3'8).
Aquí llega a detalles heroicos. Su hermana Celina le pide
un día una estampa como recuerdo y consuelo para los días
•tristes r^ tan cercanos ya-— después de su muerte. La Santa
no se fija precisamente en el valor ni en lo minúsculo del
don. Va derecha al espíritu. Eso indica estar apegada a
naderías. ¿Importa mucho que el alma esté atada con ma-
(36) C elina: SUMM., II, n. 1020.
(37) L'Esprit, 163.
(38) CetS., 127.
98 V O T O DE POBREZA

roma o con hilo de seda si permanece amarrada al sueló?


Y si se ha despojado, ¿por qué de nuevo vestirse?
La lección de Teresa próxima a morir vale por un tes­
tamento. Habla como una predestinada:

“Cuando yo esté con Dios, no pidas nada de cuan­


to ha sido de mi uso; toma sencillamente lo que te
quieran dar. Obrar de otro modo sería no estar des­
pojada de todo. Y ello, en vez de proporcionarte
consueto, te haría desgraciada. Sólo en el cielo ten­
dremos el derecho de poseer.”
“Poco después de su muerte, como una Hermana
me propusiera — confiesa Celina— hacer yo diligen­
cias para obtener algún objeto perteneciente a mi
querida hermana, se lo consulté preguntándola:
¿Cómo debo comportarme? Y abrí el Santo Evan­
gelio para escuchar su respuesta. Leí: Como un
hombre que al emprender un viaje llama a sus
siervos y les entrega su hacienda” (39).

Teresa — que repite la doctrina sanjuanista— sabe muy


bien que es moralmente imposible que un alma se despoje
de todo si no la despojan los que la rodean. Esta pasividad
es necesaria. Y esto es lo difícil. Parece más noble dar que
dejarse quitar. Esto disgusta, esto es doloroso, más dolo­
roso que si le arrancaran sin anestesia, de un tirón, una
f viscera.
En la vida religiosa, lo mismo que en familia, se presen­
tan mil ocasiones.

“A propósito de un alfiler inglés que me habían


quitado y que yo echaba de menos, Sor Teresa del
Niño Jesús me dijo:
¡“Oh, que rica eres! No puedes ser más dichosa...
“He notado — añadió— que todavía damos bastante
bien, pero, qué pocas almas hay que se dejen tomar

(39) CetS., 124; C fr. SUMM., I I . n . 1020.


E S P IR IT U D E P O B R E Z A 99

lo que les pertenece. Y, sin embargo, el Evangelio


es claro: No reclames de quien toma lo tuyo” (40).

Es ésta una señal certísima del espíritu de pobreza. A


hurtadillas, han echado hondas raíces en el corazón tantas
cosas, de las que se ha apropiado, que no lo advierte hasta
el momento mismo en que se las toman. ¿Por qué tantas
quejas amargas? No las habría, acompañadas, a veces, de
altercados, críticas y murmuraciones, si no se creyeran y
se poseyeran como propias.

“Si es difícil dar a todo el que pide — advierte la


Santa— lo es todavía mucho más dejarse tomar lo
propio sin reclamarlo...
Jesús no quiere que reclame lo que me pertenece.
Esto debería parecerme fácil y natural, puesto que
nada tengo mío. He renunciado a los bienes de la
tierra por el voto de pobreza. No tengo, pues, el
derecho de quejarme si me quitan una cosa que no
me pertenece: antes al contrario, debería alegrarme
cuando se me presenta ocasión de ejercer la po­
breza” (4).

No alcanzó estas crestas desde el primer día. Ella con­


fiesa, mediante ,una instructiva anécdota, la tempestad que
se levanta en su alma a la vista del desorden en el cuar­
to de pinturas. Donde todo es común, nada es de nadie,
y parece que todos tiene derecho a usarlo y tomarlo a
capricho, devolviéndolo sin limpiar o deteriorado. Estas fal­
tas comunes de pobreza revolvían justamente su interior:

“En el estudio de pintura no hay nada mío, lo


sé muy bien. Pero si al ponerme a trabajar hallo
los pinceles y la pintura en desorden, si ha desapa­
recido una regla o un cortaplumas, ya me pongo a
punto de perder la paciencia y he de recurrir a toda

(40) SUMM., U . n . 1020;


C e l in a : C ír. C etS., 123-124.
(4t) CME.. 228.
100 V O T O D E P O B R EZ A

mi energía para no reclamar con enfado los objetos


que me faltan” (42).

Nunca se comportó ella como esos espíritus pobres u


orgullosos que se esconden ante el destrozo que involunta­
riamente han ocasionado en el ajuar del monasterio. Es
famosa la reprimenda recibida de su Maestra de Novicias
al encontrar una vasija rota, escondida detrás, de' una ven­
tana.'N o fue ella. “Sirí replicar besé el suelo *prometiendo
ser más cuidadosa en lo futuro” (43).
Siempre disgustan estos pequeños incidentes. Sólo una
vez se cuenta rompiera una botella, Su espíritu noble y su
espíritu de pobreza le obligaron a acusarse en público. Y
se trataba de una botella vulgar, que en el monasterio las
empleaban como botes rotos y que ella, por pobreza, la uti­
lizaba como vaporizador para su garganta-enferma. “Ha­
biéndola roto un día, por descuido, quiso decirlo en Capí­
tulo, a pesar de mis advertencias” (44).
No ocultaba nada a sus superiores. Para dejar como re­
cuerdo su crucifijo al P. Belliére, Hermano espiritual suyo,
pide el permiso a la M. Priora (45). Cuando liega su fiesta
onomástica emplea, con las licencias debidas, las monedas
en decir misas por su primer redimido, por Pran?ini, el
primer hijo a quien libró, con sus sacrificios, del fuego
eterno (46).

“Estando yo en el mundo — cuenta Celina— , le


enviaba flores. Se cuidaba bien de apropiárselas, a
pesar de recibirlas directamente como portera. An­
tes las hubiera dejado marchitar que tomarlas para
su Niño Jesús sin orden expresa de N. Madre (47).
Durante su última enfermedad se privaba de pe-

(42) CAÍE., 289; Cfr. SUMM., II, n. 1020; CetS., 123.


(43) 198-199.
(44) C etS., 127.
(45) Lettres, 426, 435-433.
(46) C í r . B a r r i o s , I , 249.
(47) SUMM., IT, n. 977.
E S P IR IT U D E P O B R EZ A 101

dir hielo o uvas, diciendo que no podía reclamar lo


que simplemente le agradaba sin ser necesario.
Se encontró feliz de no poseer ninguna copia de
sus poesías, porque las daba todas a medida que las
componía, a pesar de que le hubiera gustado tener
copias para cantarlas durante el trabajo” (48).

Como si lo anotado supiera a poco, Sor Teresa soñaba


mucho más. Todo le parecía regalo, todavía era una vida
cómoda. Ctsidaba — y a veces mimada en su postrera en­
fermedad, aunque experimentando también ciertos graves
desamparos que sabe silenciar— , confiesa a su M. Prioaa
que quiere sufrir más y carecer de más cosas, que no ve
inconveniente en partir para Indochina al Carmelo de Ha­
noi, un Carmelo recién fundado y mucho más pobre. Allí
padecería destierro total hasta para su corazón.

“Aquí — escribe— me veo colmada de delicadezas


maternales por parte vuestra; no experimento la
pobreza, pues nunca me falta nada... Ved por qué
sueño con un Carmelo donde fuese desconocida,
donde tuviese que sufrir la pobreza, la falta de ca­
riño...” (49).

(48) SUMbt., II, n. 1018.


C e l in a :
(49) CME., 276.
C a p ít u l o IV

CASTIDAD VIRGINAL

E! misterio de la vida.
Angel encarnado*
Lucha y vigilancia.
Directora de vírgenes.
La virginidad.
“Es necesario haber 'visto, a la Sierva de Dios para
juzgar de su pureza. Estaba como rodeada de ino­
cencia; pero NO DE UNA INOCENCIA IN F A N T IL , IGNO­
RANTE D E L m a l . Era una inocencia esclarecida que
adivinó el todo de este mundo y resolvió con el au­
xilio de la gracia no mancillar su alma” (1).

Estas palabras de M. Tnés van a alumbrar la castidad


de su santa hermana, tema del que tan poco se ha escrito.
Se ha pensado en una castidad ingenua, más propia de una
niña que de una mujer. No es cierto. Teresa es una mujer
sabedora de que lleva una cuerpo de barro, un cuerpo capaz
de gozar. Es curioso cómo llega a intuir el misterio de la
vida, cómo previene luchas y tentaciones que jamás llegó
a soportar y es también admirable cómo aconseja en las
lides por conservar la castidad a pesar de no haber expe­
rimentado en su vida una sola tentación, propiamente dicha,
que atentara su virtud angélica.

1.—EL MISTERIO DE LA VIDA

Teresa és un caso típico de cómo pueden llegarse a co­


nocer las fuerzas generadoras por el instinto de la natura­
leza. A l parecer, sus hermanas — siguiendo los derroteros
de aquellos tiempos idos— no dicen una sola palabra a aque­
lla niña que se espiga tan pronto. Ella no cae en la cuenta

m M. Inés: SUMM., II. n. 723, 724.


106 C A S T ID A D V IR G IN A L

de tantas cosas como ve en sus hermanas, todas mayores


que e\la. Duerme con Celina, que la lleva cuatro años. Lle­
gada Celina a la pubertad, Teresa, tan observadora, reprime
la curiosidad por motivos sobrenaturales. Ni Celina instruye
a su hermana ni Teresa inquiere nada de Celina.

“Hacia 1883 — refiere Celina— iba yo a cumplir


catorce años y ella apenas tenía diez. Nuestras re­
laciones eran entonces muy íntimas, no nos sepa­
rábamos nunca, compartiendo la misma habitación.
A mi vez, guardó ella, durante varios años, una dis­
creción absoluta, una reserva llena de tacto sobre
una delicada materia que explicaba la diferencia de
nuestras edades.
Cuatro o cinco años después me dijo a este pro­
pósito: Bien vela yo algo que. deseabas ocultarme;
entonces, por agradar a Dios y Mortificarme, y tam­
bién por no apurarte, no pretendí saberlo” (2).

Teresa, alta y elegante, de ojos garzos, boca algo grande


y de tez de azucena, cabellera dorada, era, a decir de los
contemporáneos, realmente hermosa. Le gustó siempre ir
impecablemente limpia y aseada y todo le caía bien. Como
a toda mujer, le gustan, naturalmente, las alabanzas. Las
oyó en su vida, pero no le calaron hondo, salvo una vez
camino de Roma. “De joven — declaró su -hermana— no ha­
bría sido indiferente a las alabanzas, por lo menos así lo
dijo ella. Sin embargo, yo, que vivía con ella en esta época,
nunca note en ella ninguna vanidad. Parecía ignorar que
era hermosa y no se miraba sin necesidad en el espejo” (3).
Vestía conforme a su clase, a la época y a su edad. Nun­
ca, desde que tuvo uso de razón, se acusa de vanidad. Con
todo, es revelador de lo innato de este defecto en la mujer,
la enécdota que refiere Celina acaecida precisamente el día
de Navidad de 1887, día en que la Santa estaba desolada
por no haber logrado ingresar, como había soñado, en el

(2) SUMM., n , n. 1762.


(3) C e l i n a : SUMM., n. 1034.
E L M IS T E R IO D E L A V ID A 107

Carmelo de Lisieux, Esa noche fue una prueba tremenda


por verse todavía en el mundo y sin esperanzas inmediatas
de ser Carmelita. Parecía que su alma agonizaba.

“Pues bien — me dijo ella más tarde— , ¿creerías


que, a pesar de ese océano de amargura que me
abismaba, estaba, sin embargo, contenía por estre­
nar mi hermoso sombrero azul, adornado con una
blanca palomita? ¡Qué contrastes tan raros se dan
en la naturaleza!” (4).

Teresa, por primera vez y última vez, va a salir al mundo


y teme por su virtud. Tanto ha oído sobre las ocasiones de
pecar que, instintivamente, teme perder el aroma de su azu­
cena, y en'Nuestra Señora de las Victorias de Parías con­
fía la guarda de su pureza a la Virgen y a San José. Se
parece aquí al niño que se defiende, sin saber de quién,
obedeciendo simplemente a una fuerza innata en su ser.
Porque Teresa ignoraba el mal y temía descubrirlo al torcer
cualquier esquina.
Por cierto que no sobraron las cautelas. En la peregri­
nación a Roma iba la aristocracia normanda con suficiente
boato y esplendor para ofuscar a una jovencita, por muy
alta y muy formada que estuviera. Próxima a cumplir sus
quince primaveras, derrochando encanto y juventud, Tere­
sa entiende en seguida la vanidad de los títulos de nobleza.
Lo único que le hace mella es la sonrisa y las atenciones
de un joven, viajero y peregrino como ella. No debe ocul­
tarse a las almas que agradó íntimamente a la Santa el
cuidado demasiado obsequioso del galán improvisado, aun­
que ella se defendiera al exterior con la más fría reserva.
“Durante nuestro viaje a Roma advirtió que un joven via­
jero sentía hacia ella una complacencia afectuosa. Cuando
estuvimos solas me dijo:

“ ¡Oh! ¡Cuándo llegará el momento en que Jesús


me sustraiga al aire envenenado del mundo! Porque
(4) CetS., 24.
108 C A S T ID A D V IR G IN A L

siento que mi corazón se dejaría contagiar fácil­


mente de la afección, y allí donde tantos perecen,
perecería yo también, porque no somos más fuertes
que los demás” (5).

Muy natural este apresuramiento de salir del mundo en


quien nunca ha gozado las caricias y el amor de este valle.
En el fondo, Teresa revela, sin una pizca de humildad, una
naturaleza igual que todas las mujeres. Ella, de carne y hue­
so como todas, ángel y bestia. En la ocasión, en otro am­
biente pudiera fácilmente haber cambiado de ruta y despo­
sado en la tierra con un hombre cualquiera.
Ella, que violentó su corazón ante esta perspectiva hu­
mana tan halagüeña venida por sus propios pasos, dentro
del marco de legítima honestidad, con mayor valentía re­
chazaría ocasiones presentadas brutalmente.
También se ha especulado sobre el incidente de Bolonia.
No es cierto que su padre prohibiera a Teresa y a Celina
ir por cierta calle llena de universitarios, ni que Teresa
arrastrara a su hermana y se lanzara a la aventura por
el barrio vedado; ni mucho menos que los estudiantes las
tomaron en sus brazos y se las pasaron de uno en uno
hasta el final de la calle burlándose de las lágrimas del
pobre padre y que las restituyeran ante la enérgica inter­
vención de un oficial del ejército italiano (6).
Peligro hubo y grande, y demasiado brutal para que la
Santa cayera de bruces con un estudiante desconocido y
soez. El descaro y atrevimiento del italiano distan mucho
de la caballerosidad de un hombre honrado. Para centrar­
nos únicamente en la realidad dejaremos hablar a la tes­
tigo:
“El tren de la peregrinación llega a la estación de
Bolonia. Las diligencias, encargadas por la Agencia,
(5) C e l in a : SUMM., II, n. 1869. A estas p ala b ras d e C e u n a deberla
haberse a ju sta d o c u an to se h a escrito sobre e6tc a su n to : F r . J u s t o
P é r e z » c U rbex . ( j i f l o C ristiano, E diciones Fax, M adrid, 1940, T . IV. 2 2 ) :
U bald , 17; S t a h e l in C a r l o s M., S . J . . Teresa M artin, la Sa n ta de L isieux,
"Manresa'*, 22 (1 9 5 0 ), 161.
(6) U b a l d , 17.
E L M IS T E R IO D E L A V ID A 109

esperan ante la estación. Pero la misma plaza de


la estación se halla inundada de una oleada com­
pacta de estudiantes, venidos o para aclamar a los
visitantes o simplemente para divertirse con ellos.
El desembarco de los 300 viajeros que se apresuran
ante los carruajes entre la muchedumbre de estu­
diantes no se realiza sin alguna confusión. Las dos
jóvenes se encuentran un momento separadas de su
padre f arrastradas „eñ el remolino. Entonces, un
estudiante, por \ma broma del mal género o por una
valentonada, tomó a Teresa en sus brazos y la llevó
algunos metros. Subyugado por el gesto de enérgica
protesta de la joven, la dejó caer en tierra.
La cosa duró un instante, ningún peregrino ad­
virtió el incidente y nadie lo hubiera sabido si nos­
otras no lo hubiéramos contado” (7).

Este percance explica el mal gusto que le dejó Bolonia.


Así de reales fueron los contados y breves contactos de
Teresa con los hombres. También pudo, sin querer, ver mu­
cho en los numerosos museos de Italia, que no brillan siem­
pre pof su honestidad; pero Celina observa que la mirada
de su hermana no se manchó “ni en las plazas públicas ni
en los museos que visitamos” (8).
Con lo apuntado o sin ello, el caso es que Teresa cono­
ció el misterio de la vida. Sin ñoñez y con una clarividen­
cia tan admirable, que para muchos será una revelación,
confesó un día a M. Inés:

“que se, había instruido, sin buscarlo, observando


las flores y las aves”. Pero añadió: “No es malo el
conocimiento de las cosas. Dios no ha hecho nada
que no esté muy bien. El matrimonio es muy bueno
para quienes Dios llama a él, sólo el pecado lo des­
figura y mancilla” (9).

(7) Dübosq, 14; Cfr. SUMM.. II, n, 1007.


(8) SUMM., II. n. .007.
(9) SUMM.. II, n. 1597.
110 C A S T ID A D V IR G IN A L

Pasma la sensatez, aun humana, de estas palabras, im­


propias de una monja de clausura. Todo lo ve conforme
Dios lo ha hecho. Lo mismo que un ángel que ve y sabe la
realidad-de la vida y no mancilla sus pies ni su alma.
Afortunadamente, M. Inés ha conservado entero el pre­
sente testimonio. Teresa se compara aquí con la Madre de
Dios. Necesita acudir tan alto para aminorar la extrañeza
monjil de su hermana.

“Más tarde — confiesa ésta— comprendió que todo


es puro para los puros. Viendo yo que estaba ins­
truida en las cosas de la vida, la pregunté quién se
lo había enseñado. Me respondió que lo había en­
contrado, sin buscarlo, en la naturaleza observando
las flores y los pájaros. Y añadió:
Pero también lo sabía todo la Santísima Virgen.
¿No replica Ella al Angel el día de la Anunciación:
cómo podrá ser esto, pues yo no conozco varón?
N o es, pues, malo el conocimiento de las cosas.
Dios no ha hecho nada que no sea muy bueno y
muy noble. El matrimonio es hermoso para quienes
Dios llama a este estado. Sólo el pecado lo desfi­
gura y mancilla” (10).

Esta visión, tan digna, del matrimonio, no sólo es exac­


ta, sino, sobre todo podía parecer extraña en ella que ja­
más pensó casarse, y, sin embargo, su amor a Dios le obliga
a verlo como una de sus buenas y nobles obras. Adviértase
cómo ella entrevé abusos dentro del matrimonio cuando
afirma que lo desfigura y mancha el pecado.

2.-—ANGEL ENCARNADO

Era consciente la castidad virginal de la Santa. Elevada


a las cumbres de la transformación, lo ve todo en Dios ya
(10) SUMM., I I . n . 125.
A N G E L ENCARNADO 111

en la tierra con el mismo cristal de los espíritus celestiales.


Aunque monja de clausura, es una mujer entera, grande,
con espíritu sereno, con la carne de tal modo sometida que
aconseja certeramente a las novicias como una señora ma­
yor o como una venerable maestra.
Ella fue un ángel Así la llamaba Celina: Angel encar­
nado (11). Y Sor María de la Trinidad: “Un ángel en un
cuerpo mortal” (12). Aquí no existe exageración. Teresa, aun
conociendo la debilidad de la carne y las expansiones lícitas
y las pecaminosas de los apetitos, pasa por este valle sin
experimentar, contrariamente a cuantas mujeres, en su pro­
pio cuerpo el deleite carnal. ¿Privilegio? ¿Milagro? Ella ama­
neció a la vida transformada ya en Dios. Y porque la trans­
formación fue genuina produjo este maravilloso efecto que
la gracia, propia de los dones místicos del Espíritu Santo,
produce en los santos avanzados en edad y en santidad.
Su castidad fue perfectísima. En esto se pareció muy de
cerca a las grandes vírgenes del Cristianismo.

“Hay una cosa — dijo en cierta ocasión— que ja­


más ha experimentado; es eso que llaman placer en
ésta materian (13).

Sí esto es mucho con un cuerpo igual que todas las mu­


jeres, parece todavía mayor esta otra afirmación teniendo
en cuenta la psicología femenina tan rauda en pensar e
imaginar: no supo en vida lo que era un mal pensamiento.
Su cuerpo no se excitó nunca para enturbiar la imaginación
con placas voluptuosas, ni su fantasía molestó torpemente
al entendimiento, ni su mente incitó al placer prohibido a
su voluntad.

“No era escrupulosa — declara Celina— . Su espí­


ritu recto y perspicaz le había hecho conocer todas
las cosas y todo era hermoso a su mirada límpida.

(11) SUMMM., H . N. 1005.


(12) SUMM.. II, n . 2031.
(13) S o r M a r í a d e tA. T r i n c a d : SUMM., n . 2182.
112 C A S T ID A D V IR G IN A L

También ignoraba lo que juera un mal pensamien­


to. ¡Tan puro era su corazón!
Alabada a' Dios por todas sus obras y todas las
encontraba selladas coa el sello de la divina pro­
mesa.
Yo hablo aquí — anota Celina— de sus estados
del alma después de sus catorce años, porque no
he sabido en qué consistían sus escrúpulos de
niña” (14).
/ Todos saben lo-que fueron estos, escrúpulos (15). Alguien
preguntará si Teresa heredó un cuerpo animal o un cuerpo
celestial. Lo cierto es que su instinto de reproducción per­
maneció aletargado durante toda la vida, porque no sólo él
no despertó las fuerzas generativas, sino que ni siquiera las
alborotaron los agentes externos. Ella jamás fue tentada con­
tra la castidad. El dato es bien curioso.
“Me confió un día que jamás había sentido ten­
taciones contra la castidad” (16).
“Puedo decir que tuvo tentaciones contra la es­
peranza —revela su confesor Dom Madelaine— , pero
jamás contra la pureza” (17).
“Me confesó humildemente que jamás había sido
tentada contra la pureza” (18).
Esto, que puede abobar a almas ingenuas, no satisfacía
a la Santa enteramente. Las tentaciones no son caídas, ni
señal de no ser castas. Como el oro se purifica al fuego, así
la castidad se castifica más en la guerra. Ella, que siempre
sintió el vacío del martirio de su castidad, envidiaba a las
tentadas porque; no podía ofrecer -a Dios estas espinas.
“Me confió en el Carmelo haber echado dé menos
el n o sufrir tentaciones contra la castidad para

(14) SUMM., II, n . 1853, 1854; Cfr.' SUMM., II, n . 1088, 1009.
(15) Cfr. B a r r i o s , I, 94-103.
(16) C e l i n a : SUMM., II, n. 1861.
(17) SUMM., II, n. 1452.
(18) S o r M a r í a d e l a T r i n i d a d : SUMM., II, n . 1385.
LUCHA Y V IG IL A N C IA 113

ofrendar a Dios todos los géneros de martirio. En­


contraba que no era menos glorioso haberlas pade­
cido que haber sido preservada de ellas” (19).

Sin embargo, de i<na manera peculiar y, si se quiere, in­


fantil, piensa que también ha ofrecido a Dios el martirio de
su castidad, porque lo ha sufrido su Celina, su hermana de
alma, a la cual dice, abrazándola y con voz entrecortada por
las lágrimas:

“ ¡Qué feliz soy!... ¡Qué orgullosa estoy de mi Ce­


lina! Sí, hoy veo todavía realizado uno de mis-de­
seos, porque siempre había deseado dar a Dios este
sufrimiento que no había visitado mi alma. Pero,
puesto que ha visitado el alma de mi Celina, esc
, otro yo, me quedo plenamente satisfecha. Entre las
dos ofreceremos a Jesús todos los géneros de mar­
tirios” (19 bis).

En cada santo aparecen las virtudes con un colorido dis­


tinto. Y aun en la castidad, cuántos matices, cuántos he­
roísmos, cuántas variedades para poder reflejar — tan de
lejos— la pureza cristalina de Jesús, hecho hombre.

3.—LUCHA Y VIGILANCIA

Teresa quiere imitar en este aspecto a la Virgen, que


siendo inmaculada, virgen e impecable, se comporta al ex-
(19) C elina: SUMM., II. o. 1014.—M adre I n í s a firm a: "Creo que
Jam ás tuvo lu ch a s violentas sobre e sta m a te ria ” (SUMM., II, n. 1598).
E sta d u d a y e sta lim ita c ió n a ten ta cio n es pequeñas, a u n siendo posi­
bles, no parecen t a n probables, puesto q u e loe testim onios anotados son
bien claros y a u n ella m ism a asegura h aber ofdo a la S a n ta : "Que
jam ás Tiabta sido te n ta d a contra la santa v irtu d " (SUMM., II, n. 725).
(19 bis) E n P i a t S t e p h a n e - J o s e p h , O. F. M., Celine, Soeur G eneviéve
de la S ainte Face, Soeur e t tém o ln de S a in te T hérése de l ’E n fan t-Jé su s.
Office C en tral de Lisieux, 1963, III. 75.

8
114 C A S T ID A D V IR G IN A I

terior como sí fuera una mujer vulgar, guardando su cora­


zón y sus sentidos de toda ocasión de pecado.

“Ella pensaba —confiesa M. Inés— que era nece­


sario luchar y a pesar de haberme revelado que ja­
más había sido tentada contra la santa virtud, ob­
servaba gran vigilancia para conservar hasta el pos­
trer suspiro la integridad de su tesoro" (20).

Comportarse de otra suerte revelaría ausencia de la marca


divina. Dios no dispensa de poner los medios, lo contrario
sería tentar a Dios. ¡Qué aleccionador resulta ver a la Vir­
gen Madre modesta y recogida!

“En el Carmelo — habla su confesor— a esta pu­


reza, ya perfecta, añadió la mortificación de los
sentidos y todos los medios propios para conservar
y aumentar esta virtud” (21).

Dadas las circunstancias de su vida carmelitana, librc.


por la clausura, de peligros externos, puso empeño particu­
lar en vigilarse a sí misma, y uno de sus principios era
siempre “obrar .sola como si estuviera en presencia de al-
guien" (22). Su vida cutera fue la aplicación do este prin­
cipio (23). Declaró M. Inés: “Cuando estaba sola no aflojaba
un punto su reserva y su modestia, diciendo que estaba en
presencia de los ángeles” (24).
Un caso práctico:

“Pongo atención extrema cuando estoy sola, yu


al levantarme ya al acostarme, para tener la reser­
va que tendría si estuviera delante de otras perso­
nas. Y por otra parte, ¿no estoy siempre en presen­
cia de Dios y de sus ángeles? De tal forma estoy
(20) SUMM., II, n. 725-
(21) D O M M a d e l a in e : SUMM., I I . n. 7452.
(22) C e i .i n a : SUMM.. Tí. n. 1852.
(2 3 ) C e u n a : SUMM., I I . n . 1010.
(24) SUMM., II. n. 1601.
L U C H A Y V IG IL A N C IA \\5

habituada a esta modestia que no sabría obrar de


otro modo” (25).

El remedio no es original de Teresa, sino tradicional en


la Iglesia; pero su vitalidad y eficacia es perenne. La pre­
sencia de Dios viva, actual, encendida, conserva siempre
fresca la azucena en los cuerpos y en las almas. Y en la
Santa, por ser permanente desde niña — nunca estuvo tres
minutos sin pensar en Dios— (26), se mantuvo siempre en­
cendida la lámpara de la castidad virginal.
Ninguna libertad dio a su lengua, siguiendo el consejo
del apóstol: “Jamás una palabra, aunque fuera poco incon­
siderada, salió de sus labios” (27). Solamente en particular
y según las necesidades de las almas y por cumplir su cargo
de Maestra de Novicias hablaba c instruía a sus dirigidas.
Y era tan remirada en todo y siempre tan alerta que “antes
se hubiera arrojado a las llamas — afirma una testigo— que
exponerse al menor soplo que pudiera empañar su inocencia
bautismal'* (28).
Nadie crea por esto que cayera en la ñoñez y en el es­
crúpulo (29). La tranquilidad de su conciencia jamás se vio
turbada por ninguna inquietud referente a la pureza. Ni la
interesada ni las testigos de su vida han manifestado un
solo caso o testimonio que revele la más ligera turbación*
De hecho resultó casi imposible por no haber experimen­
tado jamás placer en su carne ni fantasmas deshonestos en
su imaginación y haber calado muy hondo en el concepto
auténtico de castidad y virginidad. “Tenía —se nos dice—
de la castidad una idea muy exacta, a la vez exenta de
escrúpulos y de ilusión” (30).
¡Qué naturaleza tan equilibrada y serena revela la visión
cabal de este delicado problema en una jovcncita que ha
conocido la realidad de la vida en un claustro! ¿No sería

(25) Sor M a s ía de la T r in id a d : SUMM., II, n. 1386.


(26) Cfr. B a rrio s, II. 36.
(27) Sor M a r ía de la T r in id a d : SUMM., IX, n. 2032.
(28) Sor M a r ía de la T r in id a d : SUMM., II, n. 2033.
(29) SUMM., n . n. 1088. 1853.
(30) M. Inés: SUMM., II. n. 1595.
116 C A S T ID A D V IR G IN A L

campo abonado para una cadena ininterrumpida de asaltos


lujuriosos presentados por la imaginación de entre las fotos
abundantes archivadas de su peregrinación por Francia, Sui­
za e Italia? Esto, que es lo natural, no sucedió. Teresa vio
el mundo cuando no era del mundo, cuando se despedía del
mundo para entrar en la vida religiosa, cuando sus grandes
ojos azules miraban limpiamente las cosas con la pureza
de Dios, como las miran los ángeles. Porque todo es puro
para los puros” (31).

“Tenía una modestia que admiraba a cuantos la


encontraban. Cuando la epidemia gripal, M. Youf,
nuestro Capellán, entró varias veces en la clausura
para visitar a las enfermas y moribundas. En se­
guida observó esta modestia excepcional y me lo
hizo notar en estos términos: “Ninguna de ustedes
iguala a Sor Teresa del Niño Jesús en su actitud
tan perfectamente serena y religiosa ”
“El mismo jardinero, viéndola pasar cabe nues­
tros claustros cuando trabajaba en el patrio, la reco­
nocía, a pesar de su gran velo, por su porte tan
edificante. Decía un día con su lenguaje de obre­
ro: iOh! Nunca veo correr a Sor Teresa del Niño
Jesús” (32).

Lo más admirable no es esta pureza, sino la extrema


y heroica vigilancia de esta virgen, santamente recelosa de
una posible emboscada en cualquier momento, momento que
nunca llegó. ¡Lo mismo que la Virgen Santísima! Y el Es­
poso la halló vigilante con la lámpara frágil de su carne
encendida, lámpara que no pestañeó siquiera ante el céfiro
de la lujuria y consumió todo su aceite en holocausto del
Cordero Inmaculado.

(31) T ito . I, 15.


(32^ SUMM., n. n . 2033.
D IR E C T O R A D E V IR G E N E S 117

4.— DIRECTORA DE VIRGENES

Lo más curioso es ver a Teresa cómo comprende a las


almas tentadas y las aconseja con prudencia de., anciano,
aun sin saber por experiencia ninguna de. e.áas exigencias
de la carne. Admirada de esta sabiduría, declaraba M. Inés:
“La encontré acertada en los consejos que daba a las novi­
cias: ¡Y no era ciertamente la experiencia del mal el ma­
nantial de esas lucesl (3*3).
Primeramente su dirección inspiraba una gran confian­
za y seguridad. Cuánta seria para que Sor María del Sa­
grado Corazón, hermana carnal suya y casi trece años ma­
yor que ella, fuera a confiarle sus pruebas, como una niña
descubre a su madre sus inquietudes. “Era tan pura — ano­
ta— y al tiempo tan sencilla que se podía confiarle cualquier
tentación -sobre esta materia. Se veía que por ello no se
turbaba” (34).
Tal serenidad en una monja de clausura y en plena ju­
ventud es admirable. Con qué paz escucha, con qué acierto
aconseja, con qué palabras anima. Cuánto bien sembrara
en el reducido número de sus novicias nos lo manifiesta
elocuentemente Sor María de la Trinidad, una de esas al­
mas a ella confiadas, bien necesitada de alientos y dirección.

“Todo en la Sierva de Dios respiraba pureza. Yo


no sabría decir el bien que hizo a mi alma en esta
virtud. EUa me enseñó a ver todas las cosas con
pureza. “Todo es puro para los puros, gustaba de
repetirme, el mal se encuentra sólo en la voluntad
perversa” (35).

(33) SUMM., II, n. 1596.


(34) SUMM., II, n. 1670.
(35) SUMM., H, n. 1383, 1384.
118 C A S T ID A D V IR G IN A L

Este doble principio embarga gérmenes suficientes para


tranquilizar et océano más alborotado. La carne, las ima­
ginaciones, los pensamientos no son pecado mientras per­
manezca valiente la voluntad. Sólo la voluntad perversa ofen­
de al Señor. Lo demás, sin consentimiento de la voluntad,
no es nada. El hombre es 'hombre por su voluntad.
Adviértase cómo su dirección no era nada negativa. La
frase paulina que no se caía de sus labios. Todo es puro
para los puros, la desdoblaba y aplicaba a las almas con
la certeza y aplomo de un experimentado piloto. Nosotros
maliciamos las cosas. Dios hizo todo bueno y puro. Ver las
cosas limpias como salieron de las manos divinas es el se­
creto de la castidad y el escudo impenetrable, contra los
dardos del mundo y de la carne. Y no es poco mérito el
lograr penetrar en las almas estas ideas, a pesar de las cri­
sis de la juventud, a monjas atribuladas por la desorienta­
ción de las exigencias de un cuerpo de barro y alborotadas
por una maravillosa imaginación, cristal de aumento siem­
pre en fantasmas impuros.
Va Sor María de la Trinidad a detallamos algo más sus
direcciones con la Santa. En aquel claustro, con las circuns­
tancias difíciles que atravesaba, fue gran fortuna hallar tal
Maestra de Novicias.

“En mis relaciones íntimas con Sor Teresa del


Niño Jesús, tuve ocasión de recoger algunos rasgos
sobre su pureza angelical. Teníamos entonces de
capellán a M. Youf, enfermo de anemia cerebral,
que no podía soportar le pidiéramos la menor direc-
» ción fuera de la confesión. Por otra parte, el ca­
rácter de nuestra Priora, M. María de Gonzaga, no
me inspiraba apenas confianza para dirigirme a ella.
En este extremo, tm día que padecía cierta inquie­
tud a propósito de la pureza, me decidí a abrirme
a la Sierva de Dios.
—Temo —le dije— no comprenda nada de las pe­
nas de mi alma.
— ¿Cree usted — me respondió sonriendo— que la
D IR E C T O R A DE V IR G E N E S 119

pureza comiste en ignorar el mal? Puede sin temor


confiarme cuanto quiera, nada me admirará.
Y después de haberme consolado, y vuelto la paz
me hizo esta confesión: “Hay una cosa que jamás
he experimentado; es eso que llaman placer en esta
materia” (36).

Para ella no son las tentaciones una alarma exagerada,


como si tentación fuera, por así decirlo, sinónimo de caída.
Lo más natural parece que las espinas puncen a los lirios
viviendo entre ellos. Esa molestia se presenta necesaria de
ley ordinaria. Además son estímulos para levantar más al 1
ciclo la mirada y un consuelo como preludio de grandes
merecimientos.

“Los corazones puros, me escribía — declara Ca­


lina— están frecuentemente rodeados de espinas...,
entonces creen los lirios haber perdido su blancura,
piensan que las espinas que los rodean han desga­
r r a d o su corola...; pero los lirios entre espinas son
más amados de Jesús: bienaventurado quien lia
sido encontrado digno de sufrir la tentación” (37).

Lo más extraño es la ausencia de lo negativo para como


en los tiempos de la Santa se veía el problema de la casti­
dad. No hay motivos para temblar, todo paz, todo se pre­
senta como lo más natura! del mundo. Tampoco se tiende
a arrancar de raíz esos gérmenes de concupiscencia mez­
clados con nuestro propio ser. La Santa parece una maestra
consumada en años, en experiencia y en virtud. Sólo peca
la voluntad perversa. Dios ha hecho buenas todas las cosas:
todo es puro para los puros.

<30 SUMM.. II, n . 2182.


(37) SUMAf., n . n. 1013.
120 C A S T ID A D V IR G IN A L

5.—iLA VIRGINIDAD

El concepto de virginidad teresiana es de la mejor so­


lera. Apenas alude a esa virginidad corporal —que ella su­
pone ciertamente— y que para ella, monja de clausura, la
da por supuesta. No insiste ella demasiado aquí, veía vír­
genes en el cuerpo que rompían voluntariamente la integri­
dad del alma con faltas de caridad. Sabía de vírgenes ne­
cias con la lámpara de su corazón llenísima, hasta rebosar,
del aceite de la tierra y vacía del óleo santo del amor a
Jesús. ¿Eso es ser virgen? Más de una vez se hizo esta pre­
gunta recordando la célebre parábola dé las diez vírgenes.
Mucho es ya la virginidad física y la renuncia a la ma­
ternidad. Pero esto no es el término, es un camino para
llegar a la virginidad afectiva. Así hay muchas vírgenes.
Son pantanos sin agua, cofre sin joyas, jardín sin flores.
La teología de la virginidad va muoho más adentro. La con­
sagración a Dios es total, no sólo del vaso del cuerpo, sino
del ánfora del corazón. El ser de la Virgen, toda su perso­
nalidad es, como si dijéramos, Esposa de Dios.
La virginidad en sí es algo material y no puede ser una
finalidad suprema, es sólo medio para lograr esa consagra­
ción total en Dios; esa vida en Dios, esa transformación
abismal en Dios; es remover los obstáculos que pueden im­
pedir la unión con Dios. San Pablo contraponía admirable­
mente los dos caminos de la vida.

—>“JE1 célibe se cuida de las — ‘'El casado ha de cuidar-


cosas del Señor, de cómo se de las cosas del mundo, de
agradar al Señor” cómo agradar a su mujer, y
así está dividido
L A V IR G IN ID A D 121

—■"La mujer no casada y — “La casada ha de pre-


la doncella sólo tienen que ocuparse de las cosas del
preocuparse de las cosas del mundo, de agradar al mari-
Señor, de ser sania en caer- do” (39).
po y en espíritu” (3'8).

Santa Teresita repite a San Pablo: "La virginidad es un


silencio profundo de todos los cuidados de la tierra, no sólo
de los cuidados inútiles, sino de todos los cuidados” (40).
Teresa abarca aquí el concepto neto. Cuando no hablen al
alma las cosas terrenas, hay virginidad. ¿Son celos? Llá­
mense como se quiera. Dios exige la exclusiva absoluta. Des­
prendida el alma de todas las cosas del mundo, quiere decir
de todas, no sólo de las inútiles. Si la casada ha de pre­
ocuparse de las cosas del mundo, dice San Paiblo, ¿en qué
se distinguirá la virgen que se cuida, porque la interesan,
porque ama las cosas del mundo?
Una condición exige la Santa. “Para ser virgen hay que
pensar sólo en el Esposo” (41). Y se piensa en quien pre­
ocupa,, en quien interesa, en quien se ama. Y después de
advertir que Jesús no sufre nada en tomo suyo que no sea
virgen — la prueba está en su Madre, en su Precursor, en su
Padre adoptivo, en su discípulo amado y hasta en su sepul­
cro— , continúa:

“También se ha dicho que cada uno ama natu­


ralmente su tierra natal, y como la tierra natal de
Jesús es la Virgen de las vírgenes y como Jesús
nació, por propia voluntad, de un Lirio, gusta en­
contrarse en los corazones vírgenes” (42).

Para conservar intacto un sello de carne no se consagra


a Dios la virginidad. Eso es muy poco. ¿Qué aprovecha esa
integridad si el alma arde en deseos de lujuria, si ama a
(38) 1 Cor., v n , 32, 34.
(39) 1 Cor., V i l . 33. 34.
(40) SUMM., II. n. 1015; Lettres, 179.
(41) Lettres, 179.
(42) Lettres, 179.
122 CASTIDAD V IR G IN A L

todos menos a Dios? La soberbia de una virgen necia es


terrible. A cuántas origina grandes pecados de caridad.
Es muy triste que resista, sin morir, el corazón esas gran­
des arrancadas y desgarrones al renunciar a formar un ho­
gar santo, florecido en querubes de carne, y besar por úl­
tima vez a los seres más queridos para luego, en la Reli­
gión, entregar el alma con cariño sensible a una Hermana,
a una Superiora, o sencillamente, a unos cargos u oficios o
a unas alumnas. ¿No es esto una especie de adulterio espi­
ritual? Dios reclama en justicia todo. Y el cuerpo sólo que
a nadie satisface no puede llenar al Señor.

“Teresa había consagrado a Dios la obediencia


más entera y todo el reconocimiento y amor de su
corazón. Tenía una idea justa de los derechos de
Dios que ella, por otra parte, daba sin contar, si­
guiendo más bien los impulsos de su amor gene­
roso que la llevaban mucho más de las exigencias
del deber” (43).

Teresa no supo regatear con el Señor. Darle en el mo­


mento de la profesión el alma, el cuerpo y los bienes para
robarle paulatinamente, con el correr de los años, cuanto
un día se le entregó no es justo. A cada uno lo suyo. Cuan­
do la vida religiosa debería constituir una entrega incesante,
continua y perfecta del ser humano, consciente de que cada
día completa aquella donación con más amor y conocimien­
to, en la realidad puede existir el peligro de un arrepenti­
miento tardío y necio, que 'borra la generosidad del mo­
mento más grande de la vida.
Muy edificante resulta la vida de la Santa. Cierto que
vivió en el claustro con sus hermanas carnales, pero nadie
ha podido rfirmar que las prefiriera a las demás. Un dato:

“No tuvo jamás en el Carmelo preferencia seña­


lada por sus tres hermanas. Aun en la recreación
jamás buscaba su compañía, sin afectar, no obstan­

(43) SUM M ., II, 11. 688.


L A V IR G IN ID A D

te. que huía de ellas: Iba indistintamente con cual­


quiera y muy frecuentemente la Hermana con quien
conversaba con más agrado era con la que estaba
sola, abandonada” (44),

Cómo reprimiera ella las afecciones naturales de toda


mujer nos lo revela este testimonio de su Maestra de Novi­
cias. Jovencita de dieciséis años, necesitaba el cariño, como
la flor los'rayos del sol.

‘Tuvo que luchar — de ello fui testigo— para no


dejar que se apegara su corazón a la Priora sobre
todo, a quien amaba mucho. Dios, en cambio, la
ayudó permitiendo que no tuviera para ella más que
severidades que herían su corazón...” (45).
“Recuerdo — cuenta la Santa— que siendo postu­
lante me venían a veces tan violentas tentaciones
de entrar en vuestra celda para darme gusto, para
encontrar algunas gotas de consuelo, que me veía
obligada a pasar rápidamente por delante de vues­
tro despacho y agarrarme al pasamanos de la es­
calera.
Se me representaba una multitud de permisos que
pedir, hallaba mil razones para complacer a mi na­
turaleza. ¡Cuánto me alegro ahora de las renuncias
que me impuse en los principios de mi vida reli­
giosa!” (46).

Consecuente con su vida y doctrina, “no permitía a sus


novicias jaitas de afección natural por donde pudiera en­
trar el menor resquicio de sensualidad” (47).
Prudentísima medida para monjas de clausura con es­
casos peligros externos. También orientó sabiamente a Madre
Gonzaga sobre la correspondencia epistolar con los sacerdo­
tes, no porque en Teresa degenerara el carteo con sus Her-
(44) M. iN ts: SUMM.. II, n. 700.
(45) SUMM., II. n. 1170.
146) CM.„ 21; CME.. 300-301.
(47) M. Inés: SUMM.. 1600.
124 C A S T ID A D V IR G IN A L

manos Misioneros, sino porque podría dañar a la Carmelita


perdiendo un tiempo precioso e imaginando obraba prodi­
gios en los ungidos del Señor.
Teresa no duda de la grandeza de la virginidad tal como
ella la entendía. La virgen entra a formar parte de la fa­
milia de Jesús nada menos que como Esposa (48). Amarle
como Esposa, dicha inenarrable. Pero ella soñó muoho más:
tocarle y abrazarle como Esposa virgen. ¿Quién sabe las sor­
presas del cielo?

“El pensamiento de haber llevado Santa Bárbara


la comunión a San Estanislao de Kostka, la arre­
bataba. ¿Por qué no un ángel, por qué no un sacer­
dote, sino una virgen? Presiento que quienes lo ha­
yan deseado en la tierra gozarán en lo alto de los
privilegios del sacerdote: tocar la Hostia consagra­
da, etc.” (49).

(48) Cfr. Lettres, 192-103.


(49) C elina: SUMM., n . n. 881; Cfr. SUMM., II, n. 3741.
C a p ít u l o V

SEVERIDADES DE LA PRIORA

— Espinas en los cinco años primeros.


— Auxiliar de M. Gonzaga en el Noviciado.
— ¿Inquina en M. Gonzaga?
I

De los nueve años y medio que Teresa moró en


el Carmelo de Lisieux, gobernó sólo tres años su
hermana Paulina; 1893-1896. Cuanto podamos pen­
sar de la sumisión amorosa y fiel a su hermana
Priora se quedará muy atrás de la realidad. “Desde
el día bendito de vuestra elección — escribe a Ma­
dre Inés— vuelo por los caminos del amor. A q u e l
d ía P a u l in a se c o n v ir t ió en mi J esús v iv ie n ­
te ” (1 ).
Este Jesús viviente lo vio primero en Madre Gon-
zaga y la postrera mirada terrena se la dirigió a
ellat consciente de tributarle el testimonio excep­
cional de su fe y de su amor en el momento supre-
* mo de la vida. Dios, que reparte los cargos y la
autoridad según sus designios, encomendó aquel
Carmelo a una Priora, que no siempre se revelaría
como espejo de regularidad y como humilde depo­
sitaría y lugarteniente suyo. Sería M. Gontaga, como
lo fue para todas sus súbditas, el crisol de Teresa
puesto por Dios en su camino, la proeza mayor
que decidiría su ascensión a las cumbres de la san­
tidad o encogería para siempre sus alas. Estudiar
a fondo la conducta de Madre Gonzaga para con
Teresa y el comportamiento de Teresa para Madre
Gonzaga resulta, a veces, estremecedor, doloroso,
muy emotivo, con una ejemplaridad deslumbradora
que incita a las almas a las lides de la caridad y
obediencia heroicas.
A veces será obligado dirigir la mirada claustro
adentro. L a s c i r c u n s t a n c i a s d e a q u e l m o n a s t e r i o

(11 A M E . , 215 - 21 6 .
S E V E R ID A D E S D E LA P R IO R A

no SE r e p i t e n e n t o d o s , como espíritus simples quie­


ren pensar. Quienes leyendo estas páginas lleguen a
escandalizarse ignoran la enorme fragilidad de los
hombres que no dejan de serlo por vestir un hábito
religioso, aunque sea el sayal de una Orden. Esos
niños escandalizados deben saber que, por una au­
toridad religiosa incrustada en M. Gonzaga, habla
la historia de muchos millares de laicos que han
ostentado el poder con tiranía infinitamente mayor
que aquella pobre Priora neurasténica. Y esta en­
fermedad disminuye mucho la imputabilidad y lan­
za un manto de perdón.
No todo cabe en el reducido espacio de dos capí­
tulos que quieran abarcar la obediencia de toda su
vida religiosa. Mucho se ha dicho y mucho más
habrá que escribir en los capítulos venideros. No­
temos que nos limitamos e x c l u s i v a m e n t e a l a s m u ­
tuas RELA CIO N ES EN TRE M . GONZAGA Y LA SANTA,
orillando diversos problemas que atañerían al Carme­
lo — temas desorbitados desgraciadamente por Ubald
y Van der Meersch— , pero que no se rozan direc­
tamente con Teresa, aunque la necesidad obligue
alguna vez a aludirlos. También eludimos de pro­
pósito la conducta de Sor Teresa durante el prio­
rato de su hermana Paulina, Madre Inés, no porque
se relajara escudada en la protección de la Priora,
sino porque en el capítulo X “Cuatro hermanas y
una prima en el mismo Carmelo”, hablamos largo
rato acerca de este trienio en que la Santa no sólo no
abusó, sino que fue la monja que menos visitó a
la Priora.
Aquí convendría el último apartado: “Madre Gon-
zaga en la enfermedad de Teresa”, puesto al final
del capítulo X I, “La Ruina de su c u e rp o R a zo n e s
varias nos han movido a retrasarlo tanto, pero el
lector ya queda enterado dónde puede completar
tema tan interesante.
E S P IN A S EN LO S C IN C O PRIM EROS AÑ O S 129

1.—ESPINAS EN LOS CINCO AÑOS PRIMEROS

Santa Teresa ha escrito: “Dios me concedió la gracia


de no llevar n i n g u n a (ilusión) al Carmelo. Hallé la vida
religiosa tal como. me ia había figurado. Ningún sacrificio
me extrañó. Y ,.., sin embargo, mis primeros' pasos encon­
traron más espinas que rosas... Durante cinco- anos éste
fue mi camino; pero mi sufrimiento no se traslucía al ex­
terior” (2).
He aquí un brevísimo esquema de esos primeros años:
espinas, pero ocultas. La Santa ha subrayado dos veces la
palabra ninguna, al referirse a las ilusiones que ella, de quin­
ce abriles, podía haber alimentado, como tantas, antes de
pasar la clausura. ¿Quiere esto decir que estaba ya cate­
quizada sobre M. Gonzaga o solamente que iba en pían de
abrazar todos los sacrificios? Sin duda, las dos cosas. Ella
afirma haber encontrado la vida religiosa tal (el subrayado
es de la Santa) como se la había figurado, lo cual indica
que, a pesar de un conocimiento nada vulgar de su Car­
melo, no retrocedió un paso, porque su ideal misionero lo
exigía.
No hay que ocultar que precisamente los cinco primeros
años coincidén con los dos prioratos sucesivos de M. Gon­
zaga y terminan con la elección de M. Inés para Priora. Y
la advertencia no es mía, sino oficial (3).
Teresa ha sido aquí muy parca. “Dios permitió que Ma­
dre Gortzaga, sin darse cuenta, se mostrara MUY SEVERA
conmigo” (4). La Santa subraya dos veces la palabra “muy”
y tres veces “severa” . El subrayado vale por un discurso. 1
Es innegable que Teresa fue tratada duramente, con po-

(2) AM., 69 v-70.


(3) MA.. II. 47.
(4) AM„ 70.

9
130 S E V E R ID A D E S D E L A P R IO R A

eos o ningún miramiento, sin razón alguna que justifique,


ante el mundo, semejante comportamiento de la Priora. “No
podía encontrarla mi paso sin verme obligada a besar el
suelo” (5). El gesto supone una reprimenda a cada encon­
tronazo, como lo afirma la Maestra de Novicias: “Cuando
encontraba a M. Gonzaga, no recibía más que reproches que
soportaba en silencio” (6).
El texto antiguo de la Historia de un alma trae aquella
anécdota de la telaraña olvidada por la joven novicia. Fue
M. Gonzaga, y no la Maestra, quien la reprendió, no en pri­
vado, sino ante toda la Comunidad:

“ ;Bien se advierte — dijo— que ha barrido el


claustro una niña de quince años! ¡Es una calami­
dad! Vaya a quitar aquella telaraña y sea más cui­
dadosa en adelante” (7).

Aunque los Manuscritos autógrafos no lo mencionan, es


verdad que Teresa recibía diariamente una buena reprimen­
da de la Priora en el jardín, a donde la mandaba la Maestra
de Novicias, cosa que disgustaba mucho a M. Gonzaga (8),
quien, en vez de prohibirlo y advertirlo a la Maestra, des­
cargaba contra la inocente novicia:

“Los primeros pasos fueron muy penosos. Le cos­


taba mucho ir a arrancar hierbas al jardín, a don­
de la mandaba yo todos los días a las cuatro y
media para que tomara el aire; pero se guardaba
bien de decírmelo, tanto más que era buena ocasión
para ella por encontrar a N. Madre que no dejaba
de humillarla diciendo: ¿Qué haremos con una no­
vicia a quien todos los días hay que mandarla de
paseo?...

(5) AM., 70.


(6) SÍ/AÍAf., II. n. 1009.
(7) H. A., ch. VII. 117.
(8) S . Verba, 73.
E S P IN A S EN LO S C IN C O PRIM ER OS AÑO S 131

Y también la oía decir: Esta niña no hace abso­


lutamente nada” (9).

Ni siquiera M. Gonzaga era amable con Sor Teresa cuan­


do acudía ésta a su 'habitación en busca de consejos o cuan­
do le tocaba el tumo. Primero la admitía muy raras veces y
segundo se pasaba la hora entera riñéndola. Es testimonio
de la Santa y de su Maestra (10).
Sor Teresa de San Agustín refiere:

“Durante su Postulantado fue tratada.muy seve­


ramente por la M. Priora. Nunca la vi rodeada de
cuidados ni de miramientos. Esta manera de com­
portarse con la Sierva de Dios no se modificó con
los años; pero la dulzura y humildad con que acep-
. taba las advertencias, las reprimendas, no se \les-
mintieron nunca, aun cuando no eran merecidas
“Un día fue presa en el refectorio de un ataque
de tos*. Cansada la M. Gonzaga de oiría toser, la
dijo con bastante viveza: "Pero, sálgase ya, Sor
Teresa del Niño Jesús” Ella se retiró sin perder un
punto su calma y su serenidad” (11).

No se crea que fueron casos aisladoe, era lo ordinario.


Y nq valían recomendaciones:

“Un día en que me confiaba yo a esta M Priora


— refiere M. Inés— mi tristeza por ver a mi joven
hermana tan mal cuidada y siempre humillada sin
razón, me respondió con viveza:
' — ¡Aquí está el inconveniente de tener hermanas.
Deseáis, sin duda, que Sor Teresa sea puesta delan­
te; pero yo debo hacer lo contrario. Ella es mucho
más orgullosa de lo que pensáis; necesita ser cons­
tantemente humillada. Y si venís a interceder por

(0) SUMM., Tí, n . 1205; H. T., ch. V II. 118.


(10) AM„ 10; SUMM., II, n. 1209.
(11) SUMM., II, n . 1110.
132 S E V E R ID A D E S D E L A P R IO R A

su salud, dejadme hacer, porque no os toca a


Vos” (1'2).

Si ante M. Gonzaga no valía desahogarse, Celina recibió


más de una vez las confidencias de su hermana Paulina ante
la propia Teresa. Recordando aquellos tiempos, declaró:

“Comprendí en las CQnversacioncs del locutorio


que mi hermánita tenía que sufrir mucho durante
su noviciado. Mi hermana Paulina, sobre todo, me
confesaba su pena por ver a nuestra hermanita mal
• cuidada, expuesta a la contradicción de muchas y
reprendida a tontas y locas. Entonces Teresa, con
aire angelical, la consolaba, la aseguraba que no
era desgraciada, que tenía lo suficiente para vivir.
Yo la veo todavía con semblante pálido, pero con
un aire santamente gozoso de sufrir por Dios” (13).

Celina ha indicado aquí algunos de los motivos que lace­


raron el alma y el cuerpo de su hermana: descuidarla, con­
tradecirla y reprenderla por sistema. Oigámosla cómo explaya
más estas ideas y completa el ambiente adverso que rodeaba
a Teresa:

“Resultaba de estas conversaciones en el locuto­


rio que las causas principales de esas pruebas eran:
1) un estado casi ininterrumpido de sequedad en la
oración; 2) la indiscreción de algunas Religiosas
que abusaban de su heroica paciencia. Viéndola tan
dulce, no quejándose nunca, pasaban las sobras de
la comida a esta niña que deberían cuidar. Varias
veces no tuvo en su plato más que algunas cabezas
de arenques o restos recalentados muchas veces se­
guidas; 3) e! gobierno bastante defectuoso de Ma-

(12) SUMM., II. » . 755.


03) SUMM., II, n . 482.
A U X IL IA R D E M. G O N Z A G A EN E L N O V IC IA D O 133

dre Gonzaga, cuyo carácter inestable y altanero


daba mucho que sufrir a las Religiosas. Todo era
entregado al capricho del momento. Lo bueno du­
raba poco y a fuerza de diplomacia y finura se lle­
gaba a disfrutar algunas semanas de una situación
tal cual.”
“Cuando entré en el Carmelo — 1894— ■mfe fueron
confirmadas estas informaciones por los relatos de
las Religiosas” (14).

Muy enmarañado el ambiente para una jovencita cuida­


da con relativo bienestar en ira chalet, amada por su padre ,
y hermanas e ignorando las disensiones, las discusiones y
los acaloramientos, porque en su casa eran todos un solo
corazón y un alma sola,
Teresa repitió más de una vez que no reconoció en su
vida de carmelita los consuelos de Dios (15); pero en este
primer período monástico probó, sin duda, mayores seque­
dades por el conjunto de causas apuntadas y por la nece­
sidad que experimentó, como nunca en su carrera mortal
de Director Espiritual. Abocada a dar una solución a su
Camino de Infancia que le bullía muy dentro, halló tras
algunas tentativas un solo sacerdote que la entendiera: el
Padre Alexis Prou, franciscano, a quien M. Gonzaga no la
dejó volver (16).

2.—AUXILIAR DE M. GONZAGA EN EL NOVICIADO

Después de seis años de priorato, debía M. Gonzaga ¡de­


jar el puesto* Él Derecho no consiente que se continúe en
el cargo más de dos trienios seguidos. Y M. Gonzaga pensó

(14) SUMM., II, n . 483, 484. 485.


(15) B a r r i o s : II, 65 sts.
(16) AM„ 80.
134 S E V E R ID A D E S DE LA P R ÍO R A

en M. Inés, “porque estaba persuadida que M. Inés, de ca­


rácter dulce, se dejaría dominar enteramente por ella” (17).
Este rasgo indica muchas cosas: que M. Gonzaga conocía
admirablemente las cualidades de gobierno de M. Inés, que
no sabía bien hasta dónde llegaba la dulzura y la fortaleza
—las dos fuertemente enlazadas— del carácter de su susti­
tuía, y, sobre todo, que todavía no abrigaba contra ella el
menor rencor ni la más ligera envidia.
Sólo dos novicias — y por cierto conversas— había en el
año 1893. Al siguiente año entraron otras dos: Sor María
de la Trinidad y Celina, y en 1895, Sor María de la Euca­
ristía, prima carnal de la Santa. Para un monasterio de
Carmelitas Descalzas no está ma|.
M. Inés, conocedora de la autoritaria priora saliente, la
nombró Maestra de Novicias. Fue una estratagema y un
acierto de primer orden. “Creí no poder hacer otra cosa
para evitar males” (18). De esta manera calmaba las ansias
de M. Gonzaga, y para atenuar la deficiente formación que
de sus ejemplos pudieran recibir las novicias le dio por Au­
xiliar a Sor Teresa, entonces de veinte años irecién cum­
plidos.
Todo esto es muy llamativo. Hoy día reconocemos el exi-
tazo. ¿Cómo justificar entonces ese cargo? ¿No era poner
en manos de una familia todo el Carmelo? ¿Cuándo se ha
visto jamás una Maestra de Novicias efectiva con sólo vein­
te años? De hecho no a todas debió caer bien. Sor María de
la Trinidad nos ha conservado esta anécdota:

“Una religiosa anciana que no podía comprender


que Sor Teresa del Niño Jesús, tan joven, se ocu­
para de las novicias, la dijo un día que tendría
más necesidad de saberse dirigir a sí misma que di­
rigir a las demás.
Yo fui testigo de esa conversación. La Sierva de
Dios la respondió con dulzura angelical: “ ¡Oh, Hcr-

(17) SUMM.. II, n . 2896.


(18) SUMM.. II, n . 377.
A U X IL IA R DE M. G O N Z A G A EN E L N O V IC IA D O 135

mana mía, tiene razón. Todavía soy más imperfecta


de lo que creéis” (19).

Necesariamente este hecho inusitado — atendida la edad


y el parentesco— fue dilucidado en los Procesos, Muy clara
y muy circunspecta fue M. Inés. He aquí el interrogatorio a
que fue sometida y sus valiosas respuestas:

“Preguntada por el R. Juez ¿por qué la nombró


sólo. Auxiliar y no Maestra de Novicias? Respondió:
—Llegada en 1893 a Priora creí deber dar el tí­
tulo de Maestra de Novicias a M. Gonzaga que salía
de Priora.
Interrogada ¿por qué decretó se uniera a Madre
María de Gonzaga, Maestra de Novicias, como Au-
• xiliar la Sierva de Dios? Respondió:
— Saliendo de Priora M. María de Gonzaga, me
creí obligada, por conveniencia, nombrarla Maestra
de Novicias. Pero, a sus verdaderas cualidades, se
mezclaban en ella lagunas y defectos, cuya molesta
influencia esperaba contrarrestar dándola a Sor Te­
resa en el ejercicio de este cargo” (20),

Sor María de Magdalena, una de las dos primeras novi­


cias, fue también interrogada, y su respuesta, paralela a la
de M. Inés, dejó bien aclarada la cuestión:

“Preguntada por el Rvdmo. Sr. Promotor si du­


rante ese tiempo la Rvda. M. María de Gonzaga,
Maestra de Novicias, ¿cumplía con el Jítulo y con
él cargo? Respondió:
„ ;—Sí, M. María de Gonzaga, antigua Priora, había
sido nombrad^ oficialmente Maestra de Novicias;
pero fue para tener paz. Ella no podía formar a las
novicias como era necesario, y Sor Teresa del Niño
Jesús había recibido la misión oficiosa de suplirla

(19) SUMM., n, n. 1401.


(20) SUMM., U . n. 447. 448.
136 S E V E R ID A D E S D E L A P R IO R A

de manera tan discreta como posible en el minis­


terio de la formación” (21).

“Mal definido” estaba el cargo de Auxiliar (22). ¿Maes­


tra titular? No. ¿Los deberes de tal? Sí. Para M. Gonzaga
el título sin desear cumpliera semejantes obligaciones. Esto
no se comprende, y fue el origen de las intromisiones de
Madre Gonzaga — que no eran jurídicamente intromisiones—
y de las intromisiones de Sor Teresa, que no eran, intromi­
siones, sino una obligación que cumplir. “Y resultó —decla­
ra Sor Marta de Jesús, la otra novicia conversa— que, de
hecho tratábamos con Sor Teresa del Niño Jesús como con
una venerable Maestra de Novicias” (23). Y Celina: “Nos
encontramos así cinco novicias bajo la dirección real, aun­
que no oficial de Sor Teresa del Niño Jesús” (24).
“En realidad —confesó M. Inés— , contaba con
Sor Teresa para conducir el Noviciado. Además, lle­
gué a hacer comprender a M. María de Gonzaga,
Maestra titular de las novicias, que acaso podría
Sor Teresa serle útil en el cumplimiento de su car­
go” (25).
La indirecta estaba clara. Una Maestra con dos o cinco
novicias no necesita ningún Auxiliar. Sabían las novicias
que podían abrir libremente sus almas a la Santa: “Todas
las novicias, como yo — declara una— , experimentábamos
la necesidad de recibir sus avisos, sus ánimos y seguir sus
consejos. Nuestra Priora había dado permiso general para
comunicar sobre estas cosas con„ la Sierva de Dios” (26).
Este “statu quo” indefinido podía haber originado nume­
rosos conflictos si Sor Teresa no poseyera la prudencia y la.
sagacidad de un anciano. Acaso M. Gonzaga no se preocu­
para demasiado de la marcha del Noviciado con un Auxiliar
( 21 ) SUMM., n, n . 516.
(22) SUMM., II n. 380.
(23) SUMM., II, n. 512.
(24) SUMM., II, n. 39T.
(25) StWAf., II, n. 377.
(26) SUMM., H. n. 512.
A U X IL IA R D E M. G O N Z A G A E N E L N O V IC IA D O 137

tan fiel, como “un perrito de caza” —éste era el precioso


sobrenombre con que la llamaba— tan observante y diligen­
te. Sólo parecía sentirse Maestra de Novicias cuando “no­
taba que la influencia de la Sierva de Dios era demasiado
efectiva o también cuando su humor voluble la perturbaba” ,
entonces “entraba en sospechas y la trataba duramente” (21).
Eran los síntomas terribles de su carácter. Su autoridad
era algo intocable, origen'de muchos, celos, y- de continuos
enfados. Conocedora la Santa de estos excesos y de seme­
jantes dificultades, se comportó “con gran valor, no temien­
do cumplir su deber, aunque ello pudiera originarle mo­
lestias” (28).
Sabedor el Tribunal Eclesiástico de misión tan delicada,
propuso a M. Inés aclarara el comportamiento de su her­
mana cón M. Gonzaga:

“Preguntada por el R. Sr. Juez ¿cómo se com­


portaba la Sierva de Dios con la Maestra de Novicias,
es decir, con M. María de Gonzaga, mientras des­
empeñó el cargo de Auxiliar? Respondió:
— Se mostró siempre muy respetuosa y deferente,
y se condujo con gran prudencia en esta delicada
situación” (29).

El 21 de marzo de 1896 tomaba de nuevo las riendas del


gobierno M. Gonzaga después de una difícil y laboriosa elec­
ción. Muy doloroso para su orgullo salir Priora al séptimo
escrutinio. Y comienza aquí el segundo período de su Auxi-
liarató, sin duda un poco más delicado que el primero. La
Priora es a un tiempo Maeátra con todos los resortes del
mando en su poder. No imitó M. Gonzaga el gestó de M. Inés
declinando en ésta el cargo de las novicias, sino que se lo
reservó para sí. Revelaba una de sus grandes debilidades:
no compartir con nadie la aureola de la autoridad. “No
nombró Maestra de Novicias. Se reservó este cargo haciért-

(27) SUMM., n . n. 378.


(28) SUMM., rr, n. 467.
(29) SUMM., n, n. 455.
J38 SEVAR1DADES D E LA P R IO R A

dose ayudar, como antes, por Sor Teresa del Niño Jesús” (30).
Esto prueba el valer de su Auxiliar y, sobre todo, la do­
cilidad de ésta y su sencillez y modestia, capaces de ple­
garse en el preciso momento en que la Priora necesitara
aparecer con las dos coronas de Priora y Maestra. ¿No es
también una gran prueba del aprecio y estima de M. Gon­
zaga? Además, ¿quién, en tales circunstancias, con Priora
tan caprichosa, aceptaría semejante cargo, de no ser una
Santa?
Ahora más que antes era necesaria una prudencia exqui­
sita. “Cuando parecía que Sor Teresa era y hacía algo, se
ofendía la M. Priora, la humillaba y se enfadaba contra
ella” (31).
Otra enorme dificultad era la inestabilidad en el cargo,
lo cual dependía del humor de la Priora. Orillando algunas
exageraciones (32) nadie puede cegarse ni cegar (33). Lo me­
jor es atenerse sólo a la verdad. Hable Celina, testigo pre­
sencial:

“A causa de la volubilidad de M. María de Gon­


zaga no tuvo Sor Teresa un instante seguro en el
susodicho cargo que le era quitado y dado cada quin­
ce días. Siempre era el comenzar de nuevo...” (34).

Absurdo sistema de gobierno e ineficaz para impedir a


los demás la visión de los verdaderos valores. Conscientes
las novicias de todo esto, se apretaban más junto a la joven
.Maestra y disimulaban su aprecio ante la Priora.

“Si la acción de la Sierva de Dios parecía dema­


siado intensa, M. María de Gonzaga se enfadaba di­
ciendo que Sor Teresa no tenía derecho a damos
' * consejos, que sobrepasaba las instrucciones recibi­
das. Era necesario que nosotras, las novicias, .obrá-
(30) SUMM., n , n . 379.
(31) SUMM., ir, n. 380.
(32) TJbau», 23; Mezrsch , 85, 157.
(33) N oché, 371-373.
(34) SUMM,, II, n. 488.
A U X IL IA R DE M. G O N Z A G A EN E L N O V IC IA D O 139

ramos con astucia paira no ocasionar disgustos y


recurriendo a mil estratagemas” (35).

¿Es que desobedecía Teresa? No. Ella había recibido de


su Priora la facultad de dirigir a las novicias. Con estilo
florido y elegante, muy propio de aquel aftvbiente, se lo
recuerda la Santa a M. Gonzaga en las primeras páginas
del cuaderno que le dedica. Va a ser curiosa esa cita, por­
que, a través de las primeras líneas, puede sospecharse que
M. Gonzaga insinuó a su Auxiliar la idea de encargarse
completamente del Noviciado. ¿Fue mero cumplimiento? Es
fácil. No iría tan en serio cuando a las primeras vacilacio­
nes teresianas no insistió más la Priora, que, sin duda, no
hubiera resistido mucho tiempo con esta mutilación de su
autoridad.

“Como un día Jesús a San Pedro — escribe la


Santa— dijisteis a Vuestra Hija: Apacienta mis cor­
deros, y yo me quedé asombrada. Os contesté que
ejra demasiado pequeña— , os supliqué que apacenta­
rais Vos misma vuestros corderitos y me guardaseis
a mi dejándome, por gracia, pastar entre ellos.
Y Vos, Madre mía querida, respondiendo un poco
a mi justo deseo guardasteis los corderitos con las
ovejas, pero, encomendándome llevarlos frecuente­
mente a pastar a la sombra, indicarles las mejores
y las más fortificantes hierbas, mostrarles las flo­
res seductoras que jamás debieran tocar sino para
aplastarlas con su pie...
Ningún miedo tuvisteis, Madre mía querida, de
que yo extraviara vuestros corderitos. Mi inexpe­
riencia, mi juventud no os asustaron, acordándoos
acaso, de. que frecuentemente el Señor se complace
en conceder la sabiduría a los pequeños...” (36).

(35) SUMM., n . n . 489.


(36) CM., 3-3 V.
140 S E V E R ID A D E S D E L A P R IO R A

Esas quejas injustas de la Priora revelaban una vez más


el fondo oscuro de su carácter, que es necesario apuntar.
Teresa no desobedecía. Era que M. Gonzaga mandaba y
en seguida olvidaba lo mandado. Nadie podía fiarse de su
palabra, quebrantada al instante si imaginaba ser contra su
autoridad lo que ella había ordenado.

“Con esta Madre era necesario no fiarse de un


permiso, de una confianza dada en un momento de
buen, sentido, porque tenía momentos vde perfecto
buen sentido en“ que habí aba" y ' obraba como una
santa Priora” (37).

Teresa, no obstante, obedecía sencillamente. Cuando la


mandaba dirigir a las novicias, lo hacía, y cuando se lo
prohibía o la retiraba, abandonaba el cargo. Esto puede ilu­
minar acerca de las enormes dosis de prudencia y discreción
asimiladas por la joven Carmelita. Aquello fue uná perfecta
escuela de santificación cuando para otra podía haber sido
la ruina de su vocación. Teresa aprendió a “ocultarse cons­
tantemente” para no excitar la envidia de su Priora. Prac­
ticar esto en plena juventud, ahogando el torrente de ener­
gías, parece el culmen de la sabiduría humana y el ápice de
la espiritualidad.

3.—^¿INQUINA EN M. GONZAGA

Ubald y Van der Meersch se mueven en un terreno muy


sospechoso. Para ellos en todo este conjunto existía verda­
dera inquina contra la Santa. A pesar de lo expuesto, no es
cierto. Ni ahora, ni nunca, se ensañó Madre Gonzaga m a l i ­
c i o s a m e n t e contra Teresa. Nunca, decimos; mucho menos
en estos cinco primeros años.
Él carácter de la Priora, tan tremendamente opuesto al

(37) SUMM., II. p. 170-171.


¿ IN Q U IN A E N M. G O N Z A G A ? 141

de Teresa, constituyó, a no dudarlo, un agente importantí­


simo, Piensan muchos que la Sania fue la única tratada
severamente. Eran, más bien, la mayoría de las Carmelitas.
Todo el Monasterio sufría —y sufrió muchos años — de la
brusquedad y altanería de la Priora. No se ha publicado
más que la vida de Teresa. Si las Circulares Necrológicas
de las Religiosas revelaran este lamentable aspecto, vería­
mos que la Santa no es ninguna excepción.
Nadie, ni M. Inés en su documento reservado al Tribunal
del Proceso;' ha podido manifestar una sola palabra de la
Priora contra la joven Carmelita. Al revés, M. Gonzaga ha­
bla siempre bien de ella, lo mismo a sus súbditas que a los
seglares (38), La misma Santa lo confiesa en su Autobio­
grafía diciendo esta verdad, cuando no podía sospechar que
su primer cuaderno pudiera caer nunca en manos de Ma­
dre Gonzaga.

“Sé que me quería mucho y hablaba muy bien de


mí. Sin embargo, Dios permitió que, sin darse cuen­
ta, se mostrara muy severa conmigo” (39).

.^sos arrebatos, como el citado de M. Inés, eran muy pro­


pios de la Priora que no admitía, ni a buenas ni a malas,
consejos que limaran las crestas de su autoridad; debían
ser, "al contrario, contraproducentes. Lo que entonces lanzó
contra la pobre Carmelita fue producto del momento.
Todavía en este período — 1888-1893*— no inmaginaba
Madre Gonzaga que era oscurecida por M. Inés para descar­
gar, de rechazo, sobre Teresa, algo la envidia que pudo sen­
tir luego contra su sucesora en el cargo prioral. Las inten­
ciones fueron honestas: educar santamente a, esta niña que
solo era- niña en la edad y sólo muelle en Iá apariencia
y sólo infantil al exterior. Las pruebas están justificadas
ante ese caso insólito en un Carmelo. Y la norma de pe­
dagogía espiritual —que se sigue practicando hoy todavía

(38) SUMM., n . n. 519.


A X ., 7 0 . Cfr. F r a n ^ o i s d e S a in t e M a i u e , O . C. D., Visage de
(3 9 )
Thérése de Lisieux. Office C entral de Lisieux, 1961, pág. 44, n a tn 10.
142 SEVERIDADES DE LA PRIORA

en tantos noviciados— es sapientísima. ¿Que hubo excesos?


Esos mismos excesos eran requeridos por el exceso de cir­
cunstancias desfavorables en apariencia en aquella /oven-
cita, excesos que produjeron necesariamente santidad he­
roica, prudencia de anciano en una nina y experiencia con­
sumada de la vida claustral en una joven.
Más adelante, quiso M. Gonzaga excusarse, y su excusa
— aunque no llegue a abarcar todos y cada uno de sus actos
de severidad; motivados algunos por su carácter y fragilidad
humana— puede revelar muy bien su intención general;

“M. María de Gonzaga me confió — refiere Dom


‘ Godofredo Madelaine—■que, para ejercitar la virtud
de Sor Teresa, estudiaba probarla, afectando, a su
modo de ver, cierta indiferencia y alguna aparien­
cia de severidad. Me atestiguó que este aparente de­
saire había sido, ciertamente, muy penoso para la
Sierva de Dios en los primeros años; que, por ello,
había logrado ser señora absoluta de sus impresio­
nes, de las cuales hacía gozosamente ocasión de
sacrifcios” (40).

También llega uno a sospéchar que esa severidad no par­


tió siempre de M. Gonzaga, sino que a ello debió ser azu­
zada por algunas Hermanas y casi cierto por el Superior
del Carmelo, el abate Delatroette.
Al entrar Teresa a sus quince primaveras, causó una in­
mejorable impresión contra todo lo que habían murmurado
la mayor parte de las religiosas. ¿Todas éstas se conven­
cieron de la sólida santidad de Teresa? Parecía imposible
que en tan cortos años fuera todo santidad. Normalmente
no es así. Nada extraño que la M. Priora, impulsada, indi­
rectamente, por otras, golpeara fuerte.
El gran enemigo de Teresa en su odisea vocacional fue
Delatroette. Se opuso hasta el último momento y sólo la
dejó entrar porque lo mandó el Señor Obispo. Bien claro se
lo dijo a la Priora y al Carmelo oyéndolo Teresa y sus fa­

(40) SUMM ., II. n . 2263.


¿INQUINA EN M. GONZAGA?

miliares en el mismo momento de pasar la gran puerta <Je


la clausura estando ésta abierta y llena de monjas con stis ■
largos velos echados sobre el rostro: Habéis querido que'1,
entre esta niña. Vosotras seréis, no yo, las responsables” (41).
Esta conducta del Superior debió influir no poco en el
comportamiento del M . Gonzaga, que se veía obligada a dar
pruebas positivas y convincentes de la virtud y de las cua­
lidades de la novicia. Y aun todavía Delatroette, escarmen­
tado por algún otro caso, no llegó a convencerse demasiado
pronto.

“Tardó muchos años este santo sacerdote — decla­


ra M. Inés— en cambiar de sentimientos, pero al
fin llegó a admitir profundamente a la Sierva de
Dios hasta decir a la Priora: “ ¡Ah, verdaderamente
que esta niña es un ángel! Yo misma le oí estas
palabras, y al pronunciarlas el buen superior tenia
los ojos arrasados en lágrimasn (42).

Hoy, después de este huracán de gloria teresiana, es muy


fácil criticar a todos. Es preciso pensar que Delatroette juz­
gaba riiuy prudentemente y su juicio era exacto en los casos
con las circunstancias que concurrían en Teresa. Aquí había
una excepción muy excepcional que casi nadie llegó a intuir.
Una excusa ha presentado M. Gonzaga a la historia, ex­
cusa convincente al que mire con serenidad los aconteci­
mientos: “A un alma de este temple no hay que tratarla
como a un niño ni hay que temer humillarla siempre“ (43).
Se nos ocurre afirmar que la Priora hubiera podido barrenar
los fundamentos de haber tratado a la Santa como a otra
cualquiera. Esto es conocer el tesoro que poseía. Sor Teresa
del Niño Jesús no sería hoy Santa Teresa del Niño Jesús
con otra priora distinta de M. Gonzaga. Esta la humilló, la
formó, la robusteció, la santificó. El caso extraordinario de
esta Carmelita necesitaba una formación extraordinaria, for-

(41J SUMM., II, n . 371. 438.


(42) SUMM., n, n . 439. 372.
(43) SUMM., n , n . 2831.
144 SEVERIDADES DE LA PRIORA

mación que no debe darse a la mayoría, pero que era obli­


gatorio ante este caso inaudito en un Carmelo. La Iglesia
y los cristianos deberíamos agradecer la severidad de esta
Priora. Y, al escribir la Santa estas palabras en su autobio­
grafía, nos presta la gran explicación del fenómeno. No son
un necio cumplimiento, ni una lisonja de cortesano, son la
verdad de una santa que muere agradecida a la Madre que
la empujó a la oima del Calvario:

“Muchas Hermanas piensan que me habéis mima­


do, que desde mi entrada en el Arca Santa sólo he
recibido de Vos caricias y cumplimientos. Sin em­
bargo, no ha sido así. Podéis ver, Madre mía, en el
cuaderno que contiene los recuerdos de mi infancia,
lo que pienso de la educación fuerte (lo subraya la
Santa) y maternal que de Vos recibí. Os agradezco
de lo profundo de mi corazón no haberme contem­
plado. *
Sabía Jesús que su Florecilla necesitaba el agua
vivificante de la humillación. Era demasiado débil
para poder arraigar sin esta ayuda, y-por Vos, Ma­
dre mía, se le dispensó este beneficio” (44).

No es verdad, históricamente hablando, que M. Gonzaga


se ensañara especialmente con Sor Teresa. Cualquiera otra
en su cargo de Auxiliar hubiera padecido lo mismo, y, sin
duda, más. Aquellos arrebatos eran hijos de su genio, sólo
de su personalidad psíquicamente desequilibrada.
También es menester insinuar que M. Gonzaga no envi­
diaba a la Santa. ¿De qué? Más que de envidia debíamos
haber hablado de envidietas, de rabietas pasajeras. Teresa
era demasiado joven. Otra cosa hubiera sido si contara diez
años más, como ocurría con M. Inés. Esta ha sido aquí muy
clara, y en el documento que entregó al Tribunal del Pro­
ceso declaró lealmente el comportamiento de M. Gonzaga
con su hermana. Es un párrafo que no debían haber olvi­
dado algunos escritores. Las razones alegadas son graneles

(44) CAÍ-, i.
¿INQUINA EN M. GONZAGA? 145

y ciertas. ¿Quién mejor que M. Inés conoció estos enredos,


estos contrastes?

“Contra Sor T,eresa del Niño Jesús no se cebaba


su envidia. A ella, al contrario, mostró mucha con­
fianza dándole parte de su autoridad junto a las
novicias y hasta escogiéndola por confidente al fi­
nal de la vida.
La prueba de que apreciaba mucho a la Sierva
de Dios es que decía de ella cosas muy buenas a su
* . familia, a los Predicadores de Ejercicios, a sus Her­
manos Misioneros, a todos. La carta escrita al Pa­
dre Rouland, fechada el 1 de noviembre de 1897, á
da fe. Y yo añado que era s i n c e r a (45).

A todos estos argumentos es menester añadir hi gran


muestra de aprecio que supone dar a la Santa por Hermano
Espiritual al P. Roulland, a pesar de saber que ya tema
otro, el P. Belüére (46), “Es la mejor entre mis mejores”,
escribía la Priora entusiasmada al P. Roulland (47). “Tenéis
una Auxiliar muy fervorosa que nada omitirá por salvar
almas. La monjita es toda de Dios” (48). Y respecto al cargo
de Auxiliar suyo en el gobierno del Noviciado, escribió de
su puño y letra al margen del Acta de la Profesión de la
Santa apenas murió ésta:

“Cumplió la difícil obediencia de Maestra de No­


vicias con una sabiduría y perfección sólo compa­
rables con su amor a Dios” (49).

(45) SUMM., n . p. 170.


(46) CM., 32 V-33.
(47) Lettres. 317 note.
(48) Lettres. 333.
(49) Lettres, 324 note.

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C a p ít u l o VI

SANTA TERESITA CON SU PRIORA

Psicosis de autoridad.
Priora al séptimo escrutinio.
Ni una sola crítica.
Dos rebeldías.
Su Jesús Viviente.
La “conversión*’ de M. Gonzaga.
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1.—'PSICOSIS DE AUTORIDAD

En 1860, a los veintiséis años, entraba Carmelita Madre


Gonzaga. Su educación, sus modales finos y distinguidos y
las dotes de inteligencia y de organización le daban una
prestancia innegable que todas reconocían. Para ser conci­
sos y-verídicos vamos a transcribir un informe de los Pro­
cesos:

“Por sus encantos exteriores, talla elevada, dis­


tinción, timbre de voz agradabilísima, por su pie­
dad, sencillez que llegaba a veces, hasta el candor,
se ganó pronto todas las simpatías.
Pero era de naturaleza poco equilibrada. Tan
. pronto aparecía alegre hasta el exceso como abis­
mada por nada en negras melancolías. Tenía, a pe­
sar de su salud robusta, inexplicables anomalías de
carácter.
Hizo penitencias extraordinarias y hubiera teni­
do un alma elevada, muy generosa, con un corazón
de oro, si esos desgraciados contrastes y sin una
pasión de envidia, frecuentemente inconsciente, cho­
ques frecuentes, susceptibilidades y hasta escenas
terribles” (1).

Con esta ficha psicológica tan anormal gobernó más de


veinte años el monasterio como Priora, cuando le faltaban
dotes tan necesarias como prudencia, serenidad, imparcia­

(1) SUMM., II. p. 1S5; C tr. M T., I I , 48.


150 SANTA T E R E SIT A CON SU PRIO RA

lidad y equilibrio, por sólo enumerar virtudes humanas y


morales. Se le notaba exteriormente una envidia inconte­
nible, cuya raíz era el ansia desmedida de gobernar. Esto
originaba órdenes locas que ni ella observaba ni luego re­
cordaba, tempestades de verano al notar que cualquiera ha­
bía cumplido con su cargo pensando que se arrogaba una
autoridad que ella no le había dado. Todo dependía del
humor del momento o de las noticias buenas o malas que
le hubieran llegado. ¿Quién puede contar las sospechas, los
celos y las reprimendas, las correcciones públicas innecesa­
rias que causaban falsas alarmas por darlas en cualquier
sitio y a voz en cuello?
No precisamos detallar más cuando Ubald y Van der
Meersch han descendido a casos particulares que nadáe pue­
de contradecir. I-o único digno de nota es la calumnia que
lanzan sobre M. Gonzaga, afirmando que todo este ambiente
lo formó ella contra la Santa. Teresa fue una de tantas.
Todo el monasterio sufrió del carácter de M. Gonzaga, y la
Santa, como todas. Aquí nos toca anotar las relaciones con
la Priora; pero si se tratara de escribir la biografía de las
contemporáneas, de cada una podrían llenarse páginas re­
latando, poco más o menos, iguales cosas.
Qué resonancia obtuviera esta palpable anormalidad pa­
tológica, qué choques tuviera con la Santa queda ya insi­
nuado en el capítulo anterior. Es hora de narrar, acaso por
vez primera, los golpes que ella, como súbdita, recibía de
gobierno tan defectuoso y la edificante conducta, hermosa
y valiente réplica a un Superior que, en último término,
representaba a Dios.
Un Superior, al fin, no lo es todo en una Comunidad,
porque él no la forma sin súbditos, y éstos seguirán o no
sus huellas, sus consejos o mandatos. En Lisieux, la postura
de la Priora origina partidarias y partidos. La diplomacia
y la lisonja se cultivaban bien (2), lo cual hacía creer a la
Priora que su gobierno era un exitazo, y lo fue hasta cierto
punto en orden a la terminación y ornato del edificio con­

(2) SU MM., II. p. 166.


PSIC O SIS DE AUTORIDAD 151

ventual. La causa del mal estado lo constituía Madre Gon­


zaga.

“Me veo obligada a decir —declara María-r—que


durante los anos que Sor Teresa del Niño Jesús
pasó en el Carmelo de Lisieux, tuvo que sufrir esta
Comunidad agitaciones deplorables. Existían oposi­
ciones de partidos, luohas de caracteres, cuyo origen
era el temperamento fastidioso de M. María de Gon­
zaga, que durante más de veinte años fue Priora en
distintas ocasiones” (3).

Estas circunstancias denotaban a las prudentes y a las


virtuosas, lo mismo que prueban las tempestades la forta­
leza de los bosques. Para mayor prueba, Teresa estuvo siem­
pre bajo la dependencia de M . Gonzaga. De novicia y recién
profesa, la Maestra “pintaba” muy poco y era corregida por
la Priora. Durante el Priorato de Madre Inés quedó todavía
bajo la tutela de ella, pues era su auxiliar en el Noviciado,
y cuando en 1896 toma de nuevo el gobierno del Carmelo,
está doblemente sujeta como su Auxiliar y como súbdita.
Pocas se rozarían más en la Comunidad con la Priora
y pocas también sufrirían más los bruscos altibajos de su
carácter, porque si cumplía con su deber y las novicias da­
ban impresión de observancia y progreso, no faltaba la
Priora en presentarse altanera clamando en público contra
su pobre Auxiliar, a quien llamaba intrusa y, si se le anto­
jaba, la destituía inmediatamente; pero observando que ella
le era insustituible le encomendaba nuevamente el cargo
para nuevamente quitárselo. Y así cada quince días. “Siem­
pre era el comenzar de nuevo”, confiesa Celina (4).

“En el Carmelo — continúa— la Sierva de Dios


tuvo buenas ocasiones de ejercitar la prudencia.
Toda su vida religiosa transcurrió bajo el descon­
certado gobierno de M. María de Gonzaga. Esta,

(3) SUM M ,, U , n .1645,


(4) SUM M ., n , n. 488.
152 SANTA T E R E SIT A CON SU PRIO RA

fuera o no Priora, no sufría que otra tuviera la au­


toridad. No puede hacerse una idea de la diploma­
cia que había que emplear para evitar escenas” (5).

Con tales orientaciones, suficientes para el avisado lec­


tor, pueden ya suponerse los casos delicadísimos en que
tendría que intervenir aquella joven Carmelita, cuya corta
edad no dabaJpara almacenar tantas toneladas de pruden­
cia, como demostró poseer. Refieren los Procesos que “esce­
nas espantosas estallaban como una tempestad, a propósito
de nada, pero siempre la envidia era su origen” (6).
;Qué difícil resulta mantener en esos momento la se­
renidad, los labios cerrados y el alma en paz! Teresa ex­
cusa cuando es posible excusar, soporta en silencio la tem­
pestad y siempre ora y respeta sometiéndose a las órdenes
dadas, aun en esos momentos locos en que parece no man­
dar un hombre.

“Si era posible — nos dicen— , procuraba excusar;


si no, se contentaba con soportarlo, con orar. Testi­
moniaba a la M. Priora, que era la causa de este
desorden, el respeto que debía a la autoridad" (7).

No quedaba más solución, porque la Priora no cedía.


Cuando la tormenta se cernía sobre la Comunidad intentaba
mediar, apaciguar los ánimos.

“Dio prueba de gran prudencia para evitar cuan­


to hubiera podido agravar la situación ya difícil.
Procuraba conciliar las cosas, calmar los espíri­
tus turbados a fin de que. tornara ía paz. y las al­
mas pudieran reemprender su vida - interior, tur­
bada tan frecuentemente” (8). •

Que algo lograra en su papel de intermediaria lo da a


(5) SVMM., II, n. 965.
(6) SUMM. , II. n. 1000.
(7 ) Sor T en esa de S an A g u s tín : SUMM. , TI, n . 1 0 8 7 , 1 0 8 8 .
(8 ) Sor T e resa de S an A g u s tín : S UMM. , II, n . 1 0 9 1 , 1 0 9 2 .
PSIC O SIS DE AUTORIDAD 153

entender su hermana María: “En este ambiente tan turbio


— dice— brilló mucho más la prudencia y la virtud de la
Sierva de Dios. Supo evitar, en medio de este tumulto, todo
conflicto...” (9).
Admirable y envidiable que ella conserve intacta la paz
de su alma. Sin llevar ni traer chismes, sin curiosear, pa­
recía que tales acontecimientos no la rozaban. Continuaba
su recogimiento, su modestia, sus labores y cargos como si
viviera en el mismísimo cielo. Se preguntaba Sor Teresa de
San Agustín cómo era posible mantenerse en la práctica de
la virtud en semejante ambiente (10) y confiesa que no obs­
tante darse cuenta de todo supo aprovecharse admirable­
mente para su adelantamiento espiritual (11). Cuántas, por
otra parte, muy dignas, decayeron del primitivo fervor, arras­
tradas por la fuerte corriente. Por nada se pierde la cari­
dad y luego, parapetado el amor propio, resulta muy duro
abajarse a pedir perdón y a perdonar. Celina no deja de po­
ner de relieve tales contrastes.

“La Sierva de Dios supo sacar de estas dificulta­


des una ocasión de virtud mientras algunas almas
encontraban aquí un escollo. En este general tras­
torno no se apartó jamás de su unión con Dios, del
cuidado de su perfección personal” (12).

Era imposible que estando unida a Dios no viviera unida


a sus Hermanas de hábito, a sus hermanas carnales y a su
Priora. No existe una caridad distinta para amar a Dios y
otra para amar al prójimo. No hay más que una caridad
con la que amamos a Dios y al prójimo. Y cuando no se
ama a Dios no se ama al prójimo y cuando no se ama al
prójimo tampoco se ama a Dios, aunque se .ece mucho y
aunque se disciplinen hasta derramar sangre. De ahí la im­
portancia de esta conducta teresiana que prueba su grado

(9) SUMM., II. n. 1846.


(10) SUMM., II. ru 1087.
(11) SUMM., IT n. 1092.
(12) SUMM.. II. n. 996.
154 SANTA T ER E SIT A CON SU PRIORA

de unión con Dios. Conforme con esta vivencia teológica es


el testimonio de su hermana María, coincidente con el de
Celina: “No se apartó nunca de su unión con Dios, del cui­
dado de su perfección personal, de la caridad hacia todas
sus Hermanas y del más religioso respeto a la autori­
dad” (13).
Y eso que veía tantos defectos en la Priora. Mas la Prio­
ra podrá faltar, arruinar a la Comunidad, sd se quiere. La
representación, en cambio, de la Priora, era sagrada. Nin­
guna oposición ni violencia contra ella se justificaba ante
Dios, aunque los hombres lo explicaran. Sólo Dios juzga. El
súbdito debe saber con San Pablo que

“no hay autoridad sino por Dios, y las que hay por
Dios han sido ordenadas, de suerte que quien re­
siste a la autoridad, resiste a la disposición de Dios,
y los que la resisten se atraen sobre sí la conde­
nación” (14). '

Aunque, como' M. Gonzaga, tengan psicosis de autoridad.

2.—PRIORA AL SEPTIMO ESCRUTINIO

El trienio prioral de M. Inés descubrió la veta de, esta


gran mujer para gobernar. Bien lo advertía Madre Gonzaga
que “trabajó por impedir h reelección” (15). Por mucho que
cañara M. Inés en prestigio no logró todavía una mayoría.
La elección resultaba difícil y fácil. Difícil por saber quién
de las dos quedaba Priora y fácil porque ciertamente no ha­
bía más candidatos. Aunque en declive, M. Gonzaga espe­
raba un triunfo arrollador mientras la víspera confiaba Te­
resa a su hermana la esperanza de que la investidura recae-
(13) Sl/AfAT., n , n. 1S46
(14) Jtom ., x m . 1, 2.
(15) SUM M ., II, p. 16».
PRIO RA AL SE PT IM O ESCRUTINIO 155

ría sobre ella (16). Esta ciega confianza sufrió un choque


violento.

“Sor Teresa del Niño Jesús esperaba juera, an­


siosa y en oración, el resultado. Cuando sonó la
campana llamando a las Hermanas, que no tenían
voz ni asiento, al coro, para rendir obediencia a la
Priora nombrada, y vio que era Madre María de
Gonzaga fue, por un instante, como herida de estu­
por; pero inmediatamente su espíritu de fe dominó
esta primera impresión y los sentimientos de sumi­
sión filial que mostraba fuera los tenía en el fondo
de su corazón” (17).

Duro golpe y certero para purificar hasta el extremo el


espíritu de fe. A Teresa no la importó “la insignificante
mayoría" (18) obtenida ni otros polvillos, hijos de la hu­
mana fragilidad, que se mezclaron en aquella pequeña bo­
iras ca.

“Esta vez — leemos— fue nombrada sólo al sépti­


mo. escrutinio. Dura lección, de la cual se resintió
« todo lo restante de su vida.
Después de la elección algunas Hermanas imagi­
naron el extravío de alguna? cédulas llevando su
nombre para que, encontradas por la Priora, des­
viara de ellas las sospechas” (19).

Victoria tan a punto de lanza conseguida, no sólo no


satisfizo a M. Gonzaga, sino que la creyó una derrota para
su amor propio, ciego en un triunfo arrollador a la primera
votación. La pobre Madre, dada a imaginar, pensaría en
muchas a quienes ella había abierto las puertas del Car­
melo. Con prudencia, muy humana, las monjitas procuraron
escudar el golpe por esos medios anotados, explicables ante
(16) Agnéit. 69.
(17) SUMM.. II. 11. 592; Agnés, 69.
(18) SUMM., II, n . 2004.
(19) SUMM., II, p. 189.
156 SANTA T E R E SIT A CON SU PRIORA

posibles represalias. Quiso M. Gonzaga buscar alivio a su


honda pena y dirigió sus pasos a Sor Teresa, a aquella, mon-
jita sobre quien no podían recaer las sospechas de sus celos
por no haber intervenido en el Capítulo. Para una determi­
nación tan grave en tan encopetada Priora, grande debió de
ser la humillación y mayor el aprecio íntimo en que la tenía
para no hallar ni en sus partidarias un alma en quien vol­
car la suya, tan, a su entender, injustamente tratada. No des­
oyó aquella joven de veintitrés años las quejas de su Priora
de sesenta y dos años y le propinó consejos bien apropiados
a las circunstancias abriéndole los ojos sobre la volubilidad
de las criaturas y el modo de sorber las hieles del amargo
cáliz en orden a su aprovechamiento espiritual.

“Jamas se quejaba de M. Gonzaga —leemos— no


obstante su injusticia y a veces su dureza para con
ella. Al contrario, la consoló en sus penas.
Después de las elecciones de 1896, M. María de
Gonzaga quedó herida en lo vivo con la afrenta su­
frida al no haber sido elegida hasta el séptimo es­
crutinio, lo cual calificó de espantosa ingratitud.”
“Fue a confiar su pena a Sor Teresa del Niño Je­
sús, que, muy dulcemente, con muoho respeto, pro­
curó esclarecerla y la insinuaba que podía sacar de
esa humillación gran provecho para su alma” (20).

Muerta debía estar la naturaleza de Teresa, que veía


pospuesta a su Madrecita tan digna por M. Gonzaga,- y su
amor propio muy arrancado de raíz para no revolverse inte­
riormente y cantar a su Priora las menguadas glorias de
aquellas hazañas de las que se resentía todo el monasterio.
No puede dudarse, del espíritu-de fe teresiano en esta deli­
cadísima ocasión cuando vé ante sí humillada -—¿acaso por
vez primera?— a M; Gonzaga y siente — al menos pudo sen­
tirla— la humillación social de su entrañable hermana Pau­
lina. ¿Quién puede impedir en estos casos elaborar un con­

(20) S U M M ., I I , n . 6G5.
PRIORA A l. SEPTIMO ESCRUTINIO 157

traste entre aquellas dos Prioras, entre el comportamiento de


las dos para con Teresa?
Desde el 21 de marzo de 1896 en que fue reelegida, Ma­
dre Gonzaga lleva clavada, como un arpón, en su corazón
esta inmensa pena. Es posible que a fines de junio volviera
a abrirse otra vez a Sor Teresa, porque ésta le escribe una
sapientísima nota, que fecha el 29 de ese mes, donde fin­
giendo un sueño va rebatiendo una a una las débiles obje­
ciones y los pequeños motivos de su resquemor, demasiado
humanos. La Santa —el corderito—■duerme a los pies de
su Pastora, qué representa a la Priora. Jesús, el buen Pas­
tor, va respondiendo y deshaciendo los fútiles razonamientos
que antes Madre Gonzaga ha volcado en Teresa, y es el cor­
derito el encargado por el Pastor de transmitir a su Pastora
los consejos que deberían h a b e r. tornado al alma la paz,
perdida hacía meses. Resulta curiosa esta carta, porque se
refleja, como en un lago, el estado de ánimo de Madre Gon­
zaga, rebelde tanto tiempo, sin aquietarse al duro golpe que
la Providencia le propina. Con exquisita delicadeza y con
verdad de historiador, Teresa habla así a su Priora:

“Escuchad, divino Pastor, el motivo de sus lá-


‘ grimas:
Antiguamente se creía amada de su querido re­
baño, habría dado su vida por hacerle feliz; pero
por orden vuestra fue obligada a ause^'.arse duran­
te algunos años, a su vuelta le pareció no recono­
cer ya el mismo espíritu que tanto había amado en
su rebaño.
Señor, lo sabéis. Vos habéis dado a vuestro re­
baño poder y libertad para escoger su Pastora.
Pues bien: en vez de verse escogida, como antes,
unánimemente, sólo después de haber deliberadp sie-
. té veces le pusieron en sus manos el cayado...” (21).

En seguida va la Santa deshaciendo las objeciones de


Madre Gonzaga, más propias de una novicia que de una

(21) Lettres, 320-321.


15S SANTA T E R E SIT A CON SU PRIO RA

Priora de sesenta y dos años. A través de esta maravillosa


epístola, impropia de una joven y cargada de atinadísimos
consejos y subida espiritualidad — acaso demasiado subida
para quien moraba tan a ras de tierra— se pueden barrun­
tar las pobres ideas de M. Gonzaga: Si Dios — venía a de­
cir— es tan bueno, tan dulce, podía haber dado a otra el
cayado “como lo deseaba mi Madre querida” , dice muy de­
licadamente Teresa, o bien —continuaba la Priora— , si El
quería ponérselo en sus manos, ¿por qué no brindárselo al
primer escrutinio? (22).
Había que trasladar aquí íntegra esta carta que — por
fortuna ha sido publicada hace años, y a la que tan poca
importancia se ha concedido a pesar de ser límpido reflejo
del ideario teresíano del sufrimiento y de su exquisita ca­
ridad— para caer en la cuenta de que Sor Teresa podía a
sus años ser toda una Priora, conforme lo reconocía la
misma M. Gonzaga: “Si hubiera necesidad de escoger Prio­
ra de entre la Comunidad, yo escogería sin dudar a Sor
Teresa del Niño Jesús, no obstante su corta edad” (23).
Desde la jecha de su reelección, M. Gonzaga cambió mu­
cho respecto a la severa conducta con Teresa, viendo el sin­
cero amor sobrenatural que Ja tenía. También la Santa se
creyó en la obligación de unirse más a su Priora volcando
entero su corazón por ella. Con qué candidez se lo dice en la
primera página del cuaderno que la dedica:

“Hay un momento en mi vida en que mi alma se


unió aún más, si es posible, a la vuestra. Fue.el día
en que Jesús os impuso de nuevo la carga del go­
bierno. Aquel día sembrasteis en medio de las lágri­
mas, pero en el cielo os veréis henchida de gozo,
cargada de preciosas gavillas” (24).

(23) Cfr. Lttres, 321 «a.


(23) SUMM., II, n. 2897.
(24) CME., 258.
NI UNA SOLA CRITICA 159

3.— NI UNA SO LA CRITICA

Quien haya convivido días de ambiente enrarecido en


una familia o en una comunidad habrá caído en la cuenta
de la enorme facilidad de deslizarse la lengua en ese pobre
desahogo que llamamos crítica. Repetir siempre lo mismo
confirmándolo con nuevos casos y anécdotas no conduce a
nada, si no es a empobrecer la propia espiritualidad cubrién­
dose de faltas. Celina resalta precisamente la conducta de
su hermana con la poca fidelidad de algunas Carmelitas:

“A pesar — dice— de que semejante gobierno fue


para las Hermanas motivo continuo de tentaciones
—porque es muy difícil no murmurar frente a la in­
justicia—■, la Sierva de Dios hacía brillar su fortale­
za de alma soportando con dulzura el mal que no se
podía impedir y no admitiendo ninguna crítica
amarga contra quien poseía la autoridad” (25).

No .sólo ella, también sus novicias debían respetar a Ma­


dre Gonzaga. Este muro que Ies imponía, a pesar de todos
los pesares,. debió costarles tiempo en construirlo, porque
necesitaba corregir los desvíos propios de semejante am­
biente y el apodo que habían inventado, acorde con su ofi­
cio de Maestra de Novicias que no quiso abandonar. Sor
María de la Trinidad habla claro:

“Cuando M. María de Gonzaga era Priora me re-


: prendía al criticar yo su conducta y llamarla “el
lobo'\ sobrenombre que la habíamos puesto.
Pase cuando no era Priora — decía— , pero ahora
que tiene el sacramento de la autoridad debemos
respetarla” (26).

(25) SU M M .. II. n . 100.


(28) SUMM . i r . n. 1343.
160 SANTA T ER E SIT A CON SU PRIO RA

No cabe duda de que le costaría adquirir semejante há­


bito de “no quejarse nunca a Af. Gonzaga, no obstante su
injusticia y a veces su dureza para con eila” (27). Debe en­
terarse el lector de encuentros delicadísimos entre Madre
Gonzaga y Teresa, como cuando la prohíbe terminantemente
volver al'confesionario del P. Alexis, franciscano, en un abu­
so verdaderamente inexplicable de autoridad, según acla­
ramos en el capítulo VIII hablando de la Dirección Espiri­
tual (28). Más adelante tropezaremos también con aquel gran
desamparo, que aún hoy causa lástima recordarlo, cuando
Madre Gonzaga no permitió que el doctor La Néelle — espo­
so de Juana Guerin y prima ésta carnal de la Santa, sus­
tituto del Doctor De Comieres que estaba de vacaciones-
pasara la clausura y teniéndola un mes sin médico durante
su postrera enfermedad. Aunque lo niegue Noche, Celina re­
cuerda que para calmar las iras, mal reprimidas» de ella y
de sus hermanas, las decía: “Hermanitas mías, no hay que
murmurar contra la voluntad de Dios. El permite que N. Ma­
dre no me procure alivio” (29).
Ahora bastará recordar un caso donde brillan desigual­
mente el atrevimiento abusivo de M. Gonzaga admitiendo en
el Carmelo a su familia, incluso para dormir, contra las nor­
mas establecidas, y el gran vencimiento de la Santa, que,
bien despierta para comprender semejante conducta, logra
dominar su naturaleza, no tan plácida ni tan amorfa como
se ha imaginado.

“Me confió la Sierva de Dios — habla M. Inés—


la lucha íntima y muy viva que había tenido que
sostener a propósito de una lámpara vieja que le
habían encargado preparase para la hermana y un
sobrino segundo de M. María Gonzaga, porque los
parientes de esta M. Priora, contra nuestros usos,
venían con bastante frecuencia, unos u otros, a alo­
jarse en el edificio exterior de las torneras.

(27) Sl/JtOf., H . 655.


(28) Cfr. SUMM., II. n. 1225.
(29) SUMM., II. n . 1028: c íf. SUMM., TL, n . 1001.
NI UNA SOLA CRITICA 161

El diablo, me dijo, me tentaba violentamente de


rebelión no sólo contra la lámpara, sino contra la
conducta de N. Madre que ponía una parte de la
Comunidad al servicio de su familia y toleraba para
los suyos lo que nunca hubiera permitido para las
familias de las demás Hermanas. Pero vi que iba a
ofender a Dios y le pedí la gracia de calmar la tem­
pestad que se había levantado en mí. Hice un gran
esfuerzo sobre mí misma y me puse a preparar la
vieja lámpara como si fuera destinada a la Santí­
sima Virgen y al Niño Jesús. Puse un cuidado in­
creíble, no dejando ni una mota de polvo. Entonces *
se calmó mi corazón y me hallé en la sincera dis­
posición de servir durante toda la noche a los pa-
, rientcs de N. Madre si me lo hubieran pedido” (30).

Victoria conseguida abstrayendo “graciosamente" los per­


sonajes reales por las personas más queridas para ella y
con esa serenidad peculiar teresiana que mira sin prisas las
dificultades y las resuelve con la perfección microscópica de
su santidad tan típicamente minúscula en apariencia. Triun­
fo arrollador como se lo confesó luego a M. Inés: “Desde
aquel día — la dijo— tomé la resolución de no considera
jamás si las cosas mandadas eran útiles o no” (31).

(30) E ste te s tim o n io d e T eresa descubre el e n red ad o a m b ie n te c o n tra


la M. Q onzaga por ser u n monigo te de s u h e rm a n a q u e m a n d a b a en el
M onasterio m ás q u e en su casa, p u e sto q u e s u h i ja se h a b la alzado
sobre ella {Cfr- SUMM., I. p. 171-173). R e fere n te al te m a se lee en loa
Procesos: “La C o n d e sa 'd e X co n sid erab a al Carmelo como su cosa y las
Hermanas. a 'q u ie n e s )lam ab& su s am igas, fu e ro n , frec u e n te m en te, sus
sirvientas. Q uando v e n ia a Llaleux h a b la que servirla como a u n a reina.
No e n tra b a en el M onasterio, pero el locutorio del S uperior y u n a h a b i­
tación del to rn o e ra n s u s dominios y el de sus hijos. T oda la C om uni­
d ad su sp ira b a cu an d o d e cían : ¡La señora X está aquí" (SUMM., 1, p. 172).
(31) SUMM.. II, h. 741.

U
162 SANTA TERESITA CON SU PRIORA

4.— DOS REBELDIAS

A primera vista parecen rebeldías. Hubo dos ocasiones


en que Teresa se desvió de M. Gonzaga siendo Priora. La
primera quedó aclarada en nuestra obra (32). La Santa dijo:
“No, no debe la Priora regular las comuniones’\ León XIII
había quitado por un Decreto este abuso y encomendado
al Confesor el permiso o la prohibición de conceder o negar
la comunión; pero M. Gonzaga obstaculizó de tal forma la
aplicación de las orientaciones pontificias que el Carmelo
de Lisieux continuó, como siempre, su precario acercamien­
to al Comulgatorio. Cuando Teresa protestaba sólo repetía
las palabras del Papa” (33).
Otra vez fue en público, en recreo. El tema apasionó al
Carmelo, que no juzgaba el asunto uniformemente ni con idén­
tica ecuanimidad. Aireado el caso por Ubald (34) y por Ma-
xence Van der Meersch (35) no puede ser negado ni ami­
norado, haciendo resaltar pequeñas inexactitudes (36) que
restan poca importancia al triste cuadro de M. Gonzaga
— simple Maestra de Novicias—, que esperando en breve to­
mar las riendas del monasterio como Priora —y que anota­
do lo difícil de su reelección al séptimo escrutnio— quiere
reservarse el honor de recibir la profesión de dos novicias.
Se toca la llaga, su loca manía. Aquí se revela M. Gonzaga
en toda su anormalidad. Sirva esta relación como una mi-
(32) B a r h i o s : II, 196 ss.
(33) Q uien lea despacio la ú ltim a c ita de n u e s tra o b ra (B a r r io s ,
II, 19G ss.) y la com pulse con M axence Van d e r -M e e r sc h (cfr. M eer sc h ,
84) y con N oc h é (N oché , 366). advertirá, en este a u to r, en N oché .
c ie rta s lag u n a s q u e podía h a b er llenado. E stos silencios no favorecen,
n a d a a la h isto ria qu e él h a escrito, no sin p a rcialid ad , en ía v o r de
M. Gonzaga.
(34) U b a l d , 21-22.
(35) M ee r sc h , 138-140.
(36) Como lo h a c e N o c h é , 374-376.
DOS REBELDIAS 163

rilla para hacerse cargo de algunos otros casos sólo aludidos


en esta obra.
Queremos hablar poco y dejar al lector el juicio de estas
lastimosas escenas. Basados en la documentación procesal
no nos saldremos un paso de la verdad histórica.
Se trataba de dos novicias, de Sor Genoveva de Santa
Teresa —Celina— y de Sor María de la Trinidad. Práctica­
mente llevaba Teresa todas las obligaciones dé la marcha
del Noviciado, incluso la dirección espiritual, aunque osten­
taba el título de Maestra M, Gonzaga. Esta, que, ciega, es­
peraba tomar pronto el puesto de M. Inés, a la sazón Prio­
ra, “pretendió retardar a las novicias para reservarse el ho­
nor y el gozo de estas profesiones” .
No obstante, estando el Superior, M. Maupas, en el Car-r
mclo y enterado del proyectado c injustificado retraso “dijo
bien alto que la M. Priora debía proponer las dos novicias
al Capítulo”. Presente M. Gonzaga a estas palabras “palide­
ció, pero se contuvo hasta salir del locutorio, donde se con­
certó con las religiosas que había ganado para su partido:
Que ella, M. Inés, haga profesar a su hermana, puesto que
no se puede impedir — dijo ella— pero me opongo formal­
mente, a la de Sor María de la Trinidad” . No obstante, se
nos advierte, “Sor María de la Trinidad tenía dos meses más
de noviciado que Celina” . Y no hubo más remedio que ceder.
Hoy día no acertamos a comprender tanta testarudez en
un monasterio. Tantas ganas bullían dentro a M. Gonzaga
de sentarse —después de casi un trienio— en el sitial de la
Priora que, con el pretexto de no poder votar una Hermana
por su hermana carnal, encontró motivo para poner en la
puerta del Capítunlo a M. Inés, que aguantó fuera las tres
sesiones presididas por la improvisada Priora, quien también
pronunció las exhortaciones acostumbradas. “Sólo el útlimo
día, cuando Sor Genoveva fue recibida, envió a llamar a la
Madre Priora, pero sin invitarla a tomar su puesto, sino de­
jándola de pie detrás con el Noviciado y las Hermanas con­
versas, llamadas también para abrazar a la novicia, según
costumbre del Carmelo” (37).

(3?) SUMM., II. p. 169-170.


164 SANTA TERESITA CON SU PRIORA

Por sí misma se califica semejante conducta. Nada ex­


traño que existiera cierta atmósfera enrarecida y que los
ánimos explotasen con el roce de la conversación. También
saltó Teresa. Hasta en los procesos fue dilucidado el asunto.
Interpelada M. Inés muy discretamente para que aclarase su­
ceso tan penoso, brindó esta exacta declaración:

“Preguntada por el Rvdo. Sr. Juez, Vicario Gene­


ral, si la Sierva de Dios se había apartado alguna
vez de aquélla igualdad de ánimo hacia M .Gonzaga,
respondió: *
Reconozco que en una sola circunstancia criticó
abiertamente, sin dejar de ser justa, la conducta de
M. María de Gonzaga, en la circunstancia que voy
a explicar.
Era en enero de 18*96. Yo era Priora, y debía yo
permanecer en el cargo hasta el 20 de febrero. Sor
Genoveva —Celina— , llegaba al término del año de
su noviciado, y según los usos de nuestra Santa Or­
den, podía ser admitida a la Profesión el 6 de fe­
brero. Era, pues, cuestión de presentarla al Capí­
tulo, y en el caso probable de ser admitida, hacerla
profesar en mis manos antes de las elecciones, que
no tuvieron lugar hasta el 21 de marzo.
Madre María de Gonzaga, que esperaba ser elegi­
da Priora, quiso aplazar hasta después de las elec­
ciones la admisión de Sor Genoveva a la Profesión.
Nuestro P. Superior juzgó de otro modo. Esto dis­
gustó mucho a M. María de Gonzaga, y dijo que
no daría su voto en favor de la novicia, y comenzó
una campaña entre las Hermanas Capitulares para
hacer enviar a Sor Genoveva ál. Carmelo de Saigón,
que pedía personal. .
Mientras tanto, durante una recreación, ausente
M. M aría de Gonzaga, sacaron las Hermanas la con­
versación acercav de la situación planteada a Sor
Genoveva, dejando algunas de ellas entrever bas­
tante claro la malevolencia que las animaba hacia
las “cuatro hermana?”, como se tenía costumbre en
SU JESUS VIVIENTE
165
circunstancias análogas designarnos con d e s d é a
hubo una invectiva particularmente hiriente
Sor Genoveva, más o menos en estos términos*
pués de todo, la Maestra tiene derecho a
esta novicia como a otra cualquiera. ar a
Fue entonces cuando Sor Teresa dijo con '
emoción: “Hay formas de p r o b a r Retardar po*6^
vidia una profesión religiosa y aun arriesgarse a * Cn~
derla declarando públicamente que no la dar'^ er~
voto es lo que llama Sor-Teresa del Niño Jesús ^
prueba que no se debe imponer” (3*8). Una

El Tribunal aprobó con su silencio —silencio qUe n


alterado en la causa del Proceso contra la heroicidad d i
virtudes— este sereno acto de justicia. e las

5.—SU JESUS VIVIENTE

Alguien ha dicho que “un Dominico es una ¡ntelio


que ama y que un Carmelita es un amor que ve". Esta 0 °*°
melita es Teresa. En ella no parece haya razones nar "
a Jesús en sus superiores, en sus compañeras, en jos a ver
tecimientos: es un amor que ve. Ella sólo tiene a J e s ú ^ 0"
su corazón y en su mente, lo ve en todas las cosas. Es S Cn
una obsesión de amor. Por eso lo ve tan fácilmente a
de las personas y de las circunstancias más desconcert 3VeS
Este amor, por otra parte, es el resorte más s e c r e t
toda la vida de la Santa. Este, amor es un don grcituit ° °
Padre “secundum menáúram donationis Christi” . ^ ^
dado gratuitamente el Padr^ y ella ha trabajado con i
lento de Dios. Ella se siente amada del Padre a t r a v é s
todo, aun de tantas adversidades que provienen de su p •
Ante nuestra consideración el secreto de la heroidfwj
(38). SUMM., II. n. 718. 719; C ír. SUMM., II. n. 13$4 ^
Céiine, III, 88. r ‘ PlATr
166 SANTA TERESITA CON SU PRIORA

de esta obediencia teresiana: su espíritu de fe. Abstraer lo


humano de la persona del Superior resulta difícil en' las
circunstancias particulares de aquel Carmelo, y levantar so­
bre la arcilla de un superior de escasas cualidades la esta­
tua de la divinidad, creer que representa a Dios, y que Dios
obra, dirige o permita tantas cosas, torcidas a la vista de
los hombres, supone un espíritu de fe muy hondo. Por fondo
los apartados precedentes nos costará muy poco ponerlo de
relieve.
Dios dentro de la autoridad. Este principio vivificó su
obediencia y la sublimó a cumbres altísimas. El crucifijo,
que sustituía a su Dios, no era de marfil ni de oro; pero
era un crucifijo. Y al crucifijo no se le adora por el metal,
sino por la imagen adorable del Redentor que representa.

“Sólo consideraba a Dios en la autoridad — dice


su Maestra de Novicias— . Esta era para ella la ima­
gen del crucifijo, y aunque hubiera sido de cobre le
hubiera rendido el mismo respeto que si fuera de
oro” (39).

Cuántas veces ha querido el Señor ocultarse en la auto­


ridad como se esconde tras los harapos del pobre mendigo.
Externamente sólo se divisan la ‘imprudencia, el egoísmo, la
falta de ciencia y alguna vez cierta malicia. Los que man­
daron en tiempo de Jesús fueron los Sumos Sacerdotes, He-
rodes y Pilatos. Al fin retenían una autoridad prestada por
Dios. Mediante ellos se obró lá redención. Ellos buscaron el
deicidio, cometiendo el más enorme pecado de la historia.
Dios intentó y logró la mayor misericordia en favor de la
humanidad caída. —
Madre Gonzaga miraría — es posible— a la tierra. Para
Teresa el dedo de su Priora constituía la sombra del dedo
de Dios, de su divino querer, cuando otras verían sólo ras­
treras intenciones de la persona. Mientras el señor no le dio
otra autoridad, otro representante, la Santa se contentó con
él y no siguió más derroteros que los que ella señalaba.

(36) SUM M ., U , n . 1143.


SU JESUS VIVIENTE 167

“Madre mía — la dice a M. Gonzaga— , va? sois ¡a


brújula que Jesús me ha dado para guiarme con
seguridad hacia las riberas eternas. ¡Que dulce es
para mí fijar en vos la mirada y cumplir pronta­
mente la voluntad del Señor!
Desde que permitió en mi alma las tentaciones
contra la fe (40), el espíritu de fe lia aumentado
grandemente en mí corazón. Y este espíritu no sólo
me hace ver en vos una Madre que me ama y a
quien yo amo, sino a Jesús mismo viviendo en vues­
tra alma y comunicándome por medio de vos su vo­
luntad” (41).

Un ramalazo de escalofrío habrá pasado por algún lec­


tor al escuchar de labios teresianos que M. Gonzaga, su
Priora^ era su Madre y su Jesús viviente. ¿Madrastra? Es
blasfemia en labios de un cristiano con fe. Las pruebas de
Dios llegan a las almas por mil caminos, sin excluir la ruta
de sus embajadores. Quien divisa a Jesús en el Superior,
aunque en apariencia de un crucifijo caído, lleno.de polvo,
sangre y lágrimas, merece más que si apareciese El en
visión extraordinaria para manifestar su voluntad. El justo
vive en este valle de fe.
Hablando M. Inés de la obediencia de su hermana de­
clara que “era enteramente sobrenatural. Era a Dios a quien
obedecía en las personas de sus Superiores que, de lejos, le
revelaban también la voluntad de Dios” (42).
De esta forma las dificultades de la obediencia se de­
rrumban por los suelos desde el momento en que el Supe­
rior se transforma en Dios para el súbdito. ¿Mandan cosas
graves o leves? Poco importa la categoría de las órdenes
cuando el que ordena es el Señor. Teresa cumplía hasta
las “menores recomendaciones” (43). Cuántas pequeneces
excitan los ánimos y enturbian la paz por mirarlas exclusi-

(40) C í r . B a r r i o s , n , 101-127.
(41) CME., 277-278.
(42) SUMM., n , n . 740.
(43 SUMM., 2842.
i uO SANTA TERESITA CON SU PRIORA

vamente como caprichos y abusos de autoridad. Celina des­


ciende a detalles muy prácticos:

“La ví observar pequeñas cosas, como cerrar tal


puerta, no pasar por tal sitio, no atravesar el coro
y otras mil recomendaciones de este género en las
que N. Madre — la Rvda. M. María de Gonzaga— no
pensaba ya al cabo de algunos dújs. Para, esta alma
fiel todas sus palabras llegaban a oráculos que cum­
plía como la voluntad expresa de Dios” (44). •

Uná testigo llega a decir que “había que prestar gran


atención a lo que se decía delante de ella, porque una ad­
vertencia constituía para ella una orden que observaba no
un día sólo ni quince días, sino hasta el final de su vi­
da” (45). Y Celina, que aplica este testimonio a M. Gonzaga,
lo comenta así:

“Tal obediencia en su tiempo fue particularmente


heroica, porque la pobre M. María de Gonzaga, con
su carácter voluble, elaboraba reglamentos que caían
en desuso sin que soñara en revocarlos. Y yo he
visto a la Sierva de Dios observar estas recomenda­
ciones muchos años después de haberlos hecho y
cuando nadie se acordaba ya de ellos” (46).

La perfección de la obediencia se mostró en adelantarse


a cumplir los deseos de la Priora, aunque no llegara a ex­
presarlos. M. Inés lo refiere: “Había llegado a obedecer no
sólo los mandatos formales, sino los deseos adMnados de los
Superiores, porque siempre veía a-Dios en ellos” (47).
Bien los escribirá más tarde en la Historia de una Alma.
a propósito de su ansiada partida para Cochinchina. “No
sería necesaria una orden, bastaría una mirada, un simple

(44) CetS., 117-118.


(45) SUMM., II. n. 1832.
(46) SUMM., II. n. 1025.
(47) SUMM., II. n. 1026.
SU JESUS VIVIENTE 169

gesto” (4-8). Como veremos luego (49), todo quedó en ei aire,


pero la admirable disposición de su espíritu fue muy meri­
toria.
Para admiración del mundo estamos obligados a mani­
festar que la Santa amó de veras a M. Gonzaga. Teresa pa­
rece un ángel, que ignorando las posibles flaquezas humanas,
parte, raudo, abriéndose paso entre malezas, a adorar y
a amar a.su Dios oculto en su Priora. Cierto que ella tra­
taba con iodos sus Superiores "como con Dios misrho” (50).
Ninguna excepción fue M. Gonzaga:
•En la primera página del cuaderno que le dedica se sien­
te latir su corazón, tan purificado con las severidades de su
Priora. Tres motivos encuentra de momento para amarla:
Haberse consagrado al Esposo en sus manos mediante la
Profesión Religiosa: “¿No me entregué a El en vuestras ma­
nos maternales?n (51). Otro motivo, la tristeza de M. Gon­
zaga al resentirse su amor propio por ser reelegida al sép­
timo escrutinio, y el tercero, por haberla tratado sin mira­
mientos, por haberla 'humillado. La Santa se lo dice abier­
tamente, sin velos.
4

“Muchas religiosas piensan que me habéis mima­


do desde mi entrada en el Arca Santa; que de vos
sólo halagos y caricias he recibido. Sin embargo, no
ha sido así.
En el cuaderno que contiene los recuerdos de mi-
infancia encontraréis, Madre mía, lo que pienso acer­
ca de la educación, fuerte y maternal a la vez, que
he recibido de vos. Desde lo. más profundó de mi
corazón os agradezco el nó haberme halagado.
Sabía bien Jesús que- a su FloreciHa le era nece­
sario el agua vivificante de la humillación. Era de­
masiado débil para echar raíces sin esa ayuda, y

.(48) CME.. 273.


(49) Cfr. Cap. X. «.
(50) SUMM., II, n. 1343.
(5!) CME., 258.
170 SANTA TERESITA CON SU PRIORA

el Señor me la dispensó por medio de vos, Madre


mía” (52).

En último término, M. Gonzaga se constituyó, sin saber­


lo, en uno de los grandes medios de santificación que Teresa
halló en el Carmelo. Consciente la Santa de este gran favor,
que en pocos años la encumbraría a la perfección, se lo
demuestra incontables veces en el manuscrito auténtico del
cuaderno que le dirige. A quien lo lea en su lengua original
— el traductor español ha omitido no pocas veces los apela­
tivos cariñosos— (53) le extrañará las veces que la Santa
le llamá Madre querida, queridísima Madre. La misma Santa
se adelantó a explicar a M. Inés que esos epítetos no eran
un cumplimiento, ni una frase hecha, brotaban de ■su co­
razón:

“Hasta me afirmó — confiesa M. Inés— que ver­


daderamente amaba a M. María de Gonzaga y que
los apelativos de Madre queridísima, Madre querida
que yo encontraba en el cuaderno de su vida expre­
saban los sentimientos de su corazón” (54).

El espíritu de fe, producto de los dones del Espíritu San­


to, rompió en flor delicadísima en la postrera enfermedad
y en el momento de morir. Teresa quiere entregar a Dios
su alma por medio de M. Gonzaga. Bien claro se lo mani­
fiesta a sus hermanas carnales. Ella busca espiritualizar
todo, y prepara, como virgen sabia, todos los detalles del
encuentro con el Esposo.

“Me siento dichosa — dijo a M. Inés— de morir en


los brazos de N. Madre, porque personifica a Dios.
De hacerlo en los tuyos posiblemente me embarga­
ría un sentimiento natural. Prefiero que todo sea
sobrenatural” (55).
(52) CME., 258-259.
(53) CMS., 257, n o ta 1.
(54) SUMM., H , n. 592.
(55) N. Verba, 88-87; C ír. SUMM., II, n. 2589; H. A., ch. X H , 225.
SU JESUS VIVIENTE 171

Aunque doloridas, comprendieron sus hermanas la razón


de esta conducta. Mucho más edificadas, profundamente
emocionadas cuando- les advierte de antemano que la pos­
trera mirada de sus ojos en este valle se la daría a M. Gon­
zaga privándolas conscientemente de este consuelo humano
que tanto podía aliviar el desgarro del corazón al verla mo­
rir. Los cariños naturales quedaban sobrenaturalizados, per­
fectamente sometidos al espíritu, a la familia religiosa, al
Dios en último término. Celina, que había ansiado este gran
consuelo en su aflicción, va a referirnos toda la realidad.
Sus tres hermanas carnales quieren esa dicha. Cosa impo­
sible. No sabe lo que hará en esa hora suprema, pero no les
oculta que su deseo es rendir a M. Gonzaga el último tri­
buto de sumisión. Ella, como representante de Dios, debe
ofrendarla.

“Hermanitas mías —las advierte— , no quisiera


apenaros si, al morir, fijo mi postrer mirada a una
y no a otra. Ignoro lo que haré, lo que Dios quiera.
Si E l me dejara escoger, mi última mirada será para
Nuestra Madre, porque ella es mi Priora” (56).

¿Qué sucedió? En su terrible agonía (57) conserva entera


la lucidez de su razón. Nunca brillaron tan alto sus facul­
tades. Consciente del momento en que se encuentra busca
ávidamente, después de clavar sus ojos en Celina, a Madre
Gonzaga. No importa que su mirada haya perdido parte de
su brillo peculiar; eso, independiente de ella, revela su gran
esfuerzo, su espíritu de fe. Después de mirar a Celina y a
Madre Gonzaga fijaría sus ojos, durante el éxtasis que pre­
cedería a su muerte (58), en el Esposo que se acercaba con
los brazos abiertos a llevársela a la gloria. Dejemos a Celina
el honor de descubrimos aquellos preciosos instantes:
“Durante su agonía enjugué el sudor de su frente,
me sonrió con una sonrisa inefable que a todas es-
(56) CetS., 168.
(5 7 ) B a a h io s , II. 1 4 8 -1 5 2 .
(58) B a r r i o s , II, 152-160.
172 SANTA TERESITA CON SU PRIORA

tremeció, y fijó en mí una larga y penetrante mira­


da. Bajando luego los ojos, buscó a N. Madre Prio­
ra; pero su mirada había perdido su brillo” (59).

En otro lugar, Celina ha explicado esa larga y pentrante


mirada de Teresa, que no acierta a morir sin recorrer la celda
con sus ojos, prontos a cerrarse para siempre, para dar a
su Priora el último adiós:

“Durante su agonía, minutos antes de expirar,


posé en sus labios un trocito de hielo; entonces me
• sonrió deliciosamente y me miró con insistencia pro-
fética.
Su mirada estaba llena de ternura, tenía al mis­
mo tiempo una expresión sobrehumana, mezcla de
valor y de promesas, como si me dijera:
— ¡Anda, anda, mi Celina, yó estaré contigo!
¿Le reveló Dios entonces, comenta su hermana,
la larga y laboriosa carrera que debía yo, por su
causa, recorrer aquí y quiso, pór esto, consolarme
de mi destierro? Porque el recuerdo de esta postrer
mirada, tan deseada por todas, y que fue para mí,
me sostiene siempre y me da una fortaleza inde­
cible.
La Comunidad se estremeció, pero de repente,
nuestra querida hermanita buscó los ojos de nues­
tra Madre, que estaba arrodillada a su lado, mien­
tras que su mirada velada tomaba la expresión de
sufrimiento que antes tenía” (60).

6.—LA CONVERSION DE M. GONZAGA

Los documentos publicados dan la impresión de cernerse


una eterna tragedia sobre M. Gonzaga. A su vista, la con­
Í59) SUMM ,, I I. n. 2435.
(60) CetS., 198-199.
LA CONVERSION DE M. GONZAGA 173

ducta de !a Priora atrae sobre ella todas las maldiciones


tradicionales de la ascética, lanzadas sobre los Superiores
débiles, aprovechados y maliciosos.
Humanamente hablando, no puede culpársela a M. Gon­
zaga de plena advertencia y consentimiento, pues que in­
cluso padece alguna vez arrebatos de locura (61), aireados,
a bombo y platillos, por sus detractores. Sin embargo, las
consecuencias sobre la regularidad del Carmelo, sobre la vida
común y la virtud de la caridad, no dejaron de ser fatales.
Santa Teresa lo dijo cpn frase muy gráfica, aludiendo a las
difíciles situaciones de los equilibristas de circo:

“La Comunidad parece que anda sobre una cuer­


da. Es un verdadero milagro el que Dios obra a
cada instante, permitiendo que guarde el equili­
brio” (62).

Acaso pronunciara la Santa estas palabras, duras y tre­


mendas, después de alguno de sus escándalos, tan frecuen­
tes en aquella Priora alborotada; pero aún así, revelan un
fondo muy negro, cuyas aguas nadie se atreve a revolver.
Con semejante panorama a la vista, nublado todavía por
la cerrazón de su ceguera, no le queda a Teresita otro re­
medio que rezar por su Priora y hacer que también recen
sus novicias, exhortándolas a que pidan para ella su con­
versión. Palabra fuerte para una Priora y para una Car­
melita.

“Me decía — declara Sor María de la Trinidad—


que era un deber rogar por la conversión de Madre
María de Gonzaga” (63).

No sabemos si tan fuertes,, impresiones teresianas se ba­


saban en justos motivos —todavía secretos— o en hechos
algo abrillantados por su imaginación, tan purificada en

(61) Cfr. SUMM., I. p. 166.


(62) SUMM., r. p. 174.
(Sil SUMM., 11. tí. 1474.
174 SANTA TERESITA CON SU PRIORA

Dios, para calibrar, tan justicieramente, desde la divina jus­


ticia, la conducta de la M. Priora. El hecho es que la Santa
llega a temer por su salvación, y un día rogaba “con ansie­
dad por su salvación” (64).
Sea lo que fuere de estas ligeras insinuaciones, Teresa se
comporta como una Santa, es decir, como discípula fiel de
Jesús.
Parece que desde el cielo se empeña en convertirla de
veías a Dios, dando la mayor señal de amor y de gratitud
a M. Gonzaga, a cuyos esfuerzos y testarudez debe el haber
podido entrar tan joven en el Carmelo y alcanzar, gracias
a su duro comportamiento con ella, una santidad altísima
en tan cortos años de Carmelita. Esto es devolver bien por
mal.
Celina pinta un hermoso cuadro, que representa a Tere-
sita sentada en las rodillas de su mamá (65). Nena de tres
años, con manga corta y opulenta cabellera dorada, entre­
lazada con un lacito y su carita de ángel encarnado. Im­
presiona enormemente su sencillez.
Madre Gonzaga, ella sola, se contrasta con la madre de
Teresa, la incomparable doña Celia. ¡Qué dos madres tan
distintas!... De este cuadro se valdrá el Señor para dirigir
a la encopetada Priora los reproches que originarán su con­
versión.

“Nuestra pobre Madre — declara Celina— no po­


día mirarla sin llorar. Yo fui testigo de esa emoción
renovada muy frecuentemente, y ella me decía en­
tonces:
—Yo sola sé lo que le debo... ¡Oh! ¡Qué me ha
dicho!... /Cuánto me ha reprochado!... Pero, ¡tan
dulcemente!...
Con frecuencia la buena Madre volvía a tomar el
cuadro” (66).

(64) SUMM., I. p. 174.


(65) P u ed e verse u n a reproducción, en H. A., e n tre las p&gs. 12-13.
(66) E n F ra n c o is de S a in te M ame, O. C. D., Visage de Thérése de
Lisieux. Office C e n tra l de Lisieux, 1961, p&gs. 39-40,
LA CONVERSION DE M. GONZAGA 175

Dios prueba a M. Gonzaga con un cáncer, precisamente


en la lengua. Arrepentida de sus extravíos, confía en Dios
y en su Teresita. Es menester que el mundo se entere no
sólo de sus debilidades, sino también de su dolor por haberlos
cometido. Quienes, como el fariseo, claman en medio del
Templo que no han pecado como ella, no se desdeñen de
edificarse con la figura de M. Gonzaga convertida en pu­
blicarlo.
Madre Inés asegura:
“Me decía en su lecho de muerte, en 1904, siete
años después de la muerte de la Sierva de Dios:
“Madre mía, nadie ha sido tan culpable como yo lo
he sido, y sin embargo confío en Dios y en mi Te­
resita. Ella me obtendrá mi salvación” (67).

Ahora M. Inés es la Priora y M. Gonzaga le habla sin


resolverse como antes. Se la ve humillada, confesándose cul­
pable, como nadie y más que nadie, de ios malos ejemplos
pasados. Algún resquemor le asalta sobre su salvación, pero
confía en Dios y en su Teresita.
Más claro todavía, llorando en alto sus pecados, confe­
saba “con humildad” a M. Inés de Jesús, su Priora, la vís­
pera de*morir:
“Madre mía, mucho he ofendido a Dios. Soy la
más culpable de toda la Comunidad. No esperaría
salvarme si no tuviera para interceder por mí a mi
Teresita. Siento que le deberé mi salvación” (68).
Con tales acentos que enternecen entregaba su alma a
Dios el 17 de diciembre de 1904. Todo hace suponer, funda­
dos en su arrepentimiento y en la reparación de sus escán-
dados, que Dios la perdonó y la acogió como Padre, en su
infinita misericordia. La misma Santa, que moviliza todo el
cielo para salvar a su Priora, conoce en un sueño que “pa­
saría sólo por el fuego y no se quemaría eternamente” (69).
(67) SUM M ., I, p. 88.
(68) SUM M ., I. p. 174-175.
(69) SUM M ., I, p . 174.
C a p í t u l o VII

CARIDAD FRATERNA

— En un Carmelo dividido.
— Antes que ortigas, caridad.
— Molestonas y egoístas,
— Harían impacientar a un ángel.

—■ Juicios temerarios.
— Una antipatía de Santa Teresita.
— Las pocas simpatías de la cocinera.
— SoKcita enfermera.

12
I

} I
La vida religiosa, como la vida de familia, es et
instrumento más apto para limar tas aristas del
carácter q acrecentar la separación de los corazo­
nes. Convivir en comunidad caritativamente resulta
no siempre fácil, atendida la cultura humana, la
formación de la personalidad, la variedad y grados
del talento y aficiones, la misma educación y hasta
los gustos, distintos siempre y, a veces, opuestos in­
cluso entre personas nacidas en un mismo hogar.
No hay dos personas iguales como no existen dos
rostros iguales. Y, naturalmente, el claustro es una
escuela maravillosa de santidad.
En un convento, y más si es de clausura, la cari­
dad lo es todo. No debe haber más reina ni más
preocupación que la caridad y a conquistar esta
virtud debe tender todo.

I.— EN UN CARMELO DIVIDIDO

No resaltaría debidamente la caridad heroica de Teresa


si no diéramos antes dos pinceladas — históricamente im­
prescindibles y demasiado reales— en el cuadro de su vida
carmelitana de Lisieux. De antemano pedimos perdón al
lector (1). Advertimos que ahora no es momento de hablar

(i) Creem os h a b e r dicho lo su fic ie n te sobre la pobre estim ación de


la sa n tid a d te re sla n a de su s H erm anas la s C arm elitas de Lisieux (Cfr. Ba­
r r i o s , II. 254, ss.).
180 CARIDAD FRATERNA

ni de las relaciones de M. Gonzaga y Sor Teresa, ni del


comportamiento de la Santa con su Priora, temas que cae­
rían dentro de este ambiente, pero que han exigido capítu­
los aparte- Nos referimos sólo a la convivencia conventual
con sus Hermanas de Hábito.
En realidad, el Carmelo de Lisieux en la época de la
Santa no está relajado. Sin embargo, existían dentro cier­
tas faltas habituales que restaban no poco la perfección
primitiva. Cierto que alguna habla em los Procesos de “am­
bienté más bien relajado" (2). Acaso sea exageración.
Lo grave es que* la caüsá era la mismísima M. Priora.
Ella daba ocasión con su carácter, con su envidia; ella arras­
traba a la comunidad a faltas de caridad, de silencio y re­
gularidad.
Escuchemos un testimonio de Sor María de la Trinidad.
Esta Carmelita, siempre al lado de ia Santa y de sus her­
manas carnales, y si no opuesta, al menos fría con el par­
tido de la Priora, debe ser creída en las líneas generales
de sus declaraciones, que coinciden en todo con la docu­
mentación secreta aportada por M. Inés al Tribunal ecle­
siástico.
“Lo que todavía parece acentuar la heroicidad de
su virtud — afirma— es que vivió en el Canftelo en
un tiempo en que todo estaba en desorden en la
Comunidad. Se habían formado partidos bajo la in­
fluencia de M. María de Gonzaga. Se faltaba mu-
oho a la caridad. Se observaba mal la regularidad
y el silencio.
Para mantenerse en una perfecta fidelidad den­
tro de semejante ambiente —como lo verificó Sor
Teresa del Niño .Jesús— era necesario ir contra co­
rriente, resistir el arrastre general, lo cual exigía
una virtud verdaderamente extraordinaria” (3).
M;is extraordinaria brilla esa virtud sabiendo que el par­
tido de M. Gonzaga — formado entre quienes querían estar
S o r M a ría a* ia T rin iu a d : SUM M ., I X , n . 1311.
(3) S or M a rIa de la T r in id a d : SUM M ., II. n. 1405.
EN UN CARMELO DIVIDIDO 181

a biea coa ella, generalmente por motivos de medro y am­


paro personales— originó forzosamente otros. Sin quererlo,
sin pretenderlo, nació otro por el solo hecho de no alistarse
a ninguno, de permanecer al margen de todos. Era el de
las Hermanas Martín, cuya benjamina era la Santa. Sobre
este grupo inocente y observante recaerían bidones de vi­
nagre, especialmente sobre M. Inés de Jesús, y de rechazo
sobre Sor Teresa, por el único motivo de guafdar fidelidad
a Dios y a la Regla carmelitana.
Este estado lamentable de cosas latía en la comunidad
y solamente saltaba a borbotones en contadas ocasiones al
año con motivo de admitir el Capítulo Conventual a la pro­
fesión a las novicias, y principalmente cada tres años, cuan­
do se trataba de elegir Priora, lo cual originaba una ver­
dadera campaña electoral. Mientras tanto, las aguas corrían
mansas, aunque podían verse en el fondo grandes y oscuros
manchones.
Una de esas ocasiones fue en 1893, cuando M. Inés, apo­
yada por M. Gonzaga, que pensaba que M. Inés, sería un
monigote de sus caprichos autoritarios, salió Priora. Las que
quisieron se enteraron de quienes le dieron y le negaron el
voto, porque no se guardó suficientemente el secreto. Sor
Teresa lo supo todo. Alguien califica de heroica la caridad
de la Santa, porque “mi hermana Teresa del Niño Jesús
nunca demostró el más pequeño sentimiento de animosidad
hacia las Hermanas que no votaron por Madre Inés de Je­
sús.” (4).
Y conste que quien esto testifica no simpatizó mucho
con la Santa. “Yo fui, confiesa arrepentida, uno de los ins­
trumentos de que Dios se sirvió para sacrificarla, porque
mis defectos, que soportó muy pacientemente, la hicieron
ilegar a un grado eminente de santidad’.’ (5). ‘

“En los momentos críticos — refiere otra— la Sier-


va de Dios no perdía nada de su recogimiento. Pro-

(4) Sor A m ada de J e s ú s : SUMM., II. n . 2220.


(5) Sor A m ada djc J e s ú s : SUMM ., H . n . 2219.
182 CARIDAD FRATERNA

curaba excusar, sí era posible, si no se contentaba


con soportarlo, con orar” (6).

Esta conducta supone dominado el ardor de su sangre


joven, la prudencia de una persona mayor y la virtud de
un santo. Es M. Inés, testigo y mártir tantas veces del am­
biente, quien rinde un testimonio valiosísimo, sabedora del
dolor íntimo y lacerante de su hermana, que sabía sufrir,
callar y orar, cuando otras, con más edad y más años de
Carmelo, se rendían a las exigencias de almas no entera­
mente purificadas.

“En el Carmelo — sobre todo en tiempo de Sor


Teresa, a causa de las condiciones de ambiente que
ya expuse— eran continuas las ocasiones de cho­
ques, de roces y, por consiguiente, de sufrimientos.
Almas, aun excelentes y muy virtuosas, dejaban ver
faltas de impaciencia y descontento.
Puedo testimoniar que jamás Teresa, aun en oca­
sión de tocarle lo más 'humillante y penoso, desis­
tió de su calma, de su dulzura, de su caridad siem­
pre amable.
Estimo que, para quien conozca bien el alma hu­
mana y la vida de Comunidad, no es una prueba
despreciable de fortaleza sobrenatural” (7).

Nadie crea que habla aquí el cariño de su “madrecita” .


Otra, testigo cercano y novicia de la Santa, coincide en todo.
Dejémosla hablar en su lengnaje sencillo, y en sus expre­
siones un tanto absolutas, entreveamos que no. todo era en
el Carmelo relajación y división. Notemos también que Te­
resa fue objeto de criticas motivadas por su conducta santa,
alejada de todo espíritu de partido (8).
“Desde el principio de mi entrada en el Carmelo
advertí que Sor Teresa del Niño Jesús no se parecía
(6) S o r T e íie s a d s S a n A g u s t í n : SUMM ., I I , n . 1067.
(7) SUMM ., 11, n. 175
(8) Cfr. B a r r i o s , II, 258 8S.
ANTES QUE ORTIGAS, CARIDAD 183

a las demás religiosas. Es verdad que al entrar en


el Carmelo de Lisieux encontré a la Comunidad en
un estado que me decepcionó. Yo creía que todas
Ias religiosas eran santas; pero, poco a poco, me
apercibí que allí había muchas religiosas imperfec­
tas. Se faltaba notablemente al silencio, a la regu­
laridad y, sobre todo, a la caridad mutua. Había
entre las religiosas lamentables divisiones.
La dirección impresa a la Comunidad originaba
en gran parte estos desórdenes. En este ambiente,
tan poco edificante, Sor Teresa del Niño Jesús no
cometió jamás la más pequeña falta. No sólo no
imitaba a las religiosas imperfectas, sino que, in­
cluso, parecía muy distinta de muchas muy edifi­
cantes, que también había. Su virtud era sin ningún
desfallecimiento y siempre ferviente.
Hasta me proponía pedirme cuenta a mí misma
si era posible hallarla en falta, porque yo escuchaba
con ella muchas críticas inspiradas en el espíritu
de partido” (9).

2.— ANTES QUE ORTIGAS, CARIDAD

Parecía imposible que algunas monjitas no comprendie­


ran la jerarquía de los valores divinos. No contentas con las
penitencias de regla se esforzaban por superar las costum­
bres monásticas, orillando caprichosamente las grandes mor­
tificaciones del silencio, de la regularidad y de la caridad.
Violentísimo choque para Sor Teresa contemplar la simpleza
de sus Hermanas cuidando mimosamente en el jardín gran­
des brazadas de ortigas para las penitencias supererogato­
rias y admirar con dolor el olvido y el quebranto del man­
damiento de Jesús: Esto os mando, que os améis mutua-

(9) Sor M aría M a g d a l e n a : SUMM ., II, n . 2195, 2190.


184 CARIDAD FRATERNA

mente. Tan grande fue el contraste que la Santa compren­


dió ser menester emprender una ruta distinta.

‘‘Un detalle bastante original que notar —leemos


en la Vida de la Fundadora del Carmelo de Li-
sieux— , las ortigas se multiplicaban libremente en
el jardín, para servir a las penitencias suplemen­
tarias de la Comunidad.
Viendo con sus ojos el resultado producido por
estas penitencias con respecto a la santificación de
. las almas, Sor Teresa del Niño-Jesús se; aplicó a
' buscar un medio más rápido y más seguro para ele­
varse a la santidad” (10).

El contenido íntimo de estas palabras debe abrir nues­


tros ojos sobre el carácter y Ir gran personalidad humana
de esta jovencita de Lisieux. Para nosotros, la gran lección
encerrada en el manuscrito autógrafo dirigido a M. Gon­
zaga, la propulsora y animadora del jardín convertido en
malezas y ortigas, era éste: llamar la atención sobre la pri­
macía absoluta de la caridad. Bien clara lanzó la indirecta
cuando, recibida la orden de escribir, dijo a M. Inés que
hablaría de la caridad, de la que tantas veces había reci­
bido, concluyendo con estas palabras, denuncia del claustro
en que vivió, pues no había conocido, prácticamente, más
mundo que aquel Carmelo: “Le aseguro que la caridad no
es comprendida en la tierra, y, sin embargo, es la principal
de las virtudes” (11).
Lo que a las demás no podía enseñar ni, acaso, lograría
convencer, guiadas por M. Gonzaga, a sus novicias quería
infiltrar ideas exactas: “Nos decía que todas las penitencias
corporales no eran nada comparadas con la caridad” (12).
Todo su empeño se centró en estudiar a fondo el precep- ,

(10) La F o n d a tlo n dtt C arm el d u L is ie u x et »a F o n d c trtc e : La


R. M. G enevléve de S ain te Thérése, O ffice C e n tra l de Ltaleux, 1912, p. 57.
Cfr. B a r r i o s M o n e o , A l b e r t o , C. M . F .: Santa Teresita, la Santa In -
com prendida, "V ida R eligiosa", 16 (1959), 40-41.
(11) SUMM ., n . n. 643.
(12) C e lín a : SUMM ., TI, n. 943; cfr. V E s p r it , 80; C e t S 93-96.
ANTES QUE ORTIGAS, CARIDAD 185

to del Señor. Es menester verla leyendo y anotando los pa­


sajes de los cuatro evangelitas cuando hablan de la caridad.
Enferma y tuberculosa desahuciada no deja el Evangelio y
escribe, sin más fuentes de inspiración que la palabra de
Jesús hecha vida en la historia de su vida terrena, agotada
en un Carmelo por cumplir el mandato del Señor.

“La Sierva de Dios estudió hasta en sus profun­


didades las diferentes palabras de Jesús a propósito
de la caridad hacia el prójimo, y me habló muchas
■veces del deseo de poner en práctica 16 que com­
prendía tan bien.
La he visto aplicar constantemente y en todos
lar detalles de su conducta con el prójimo esas di­
vinas instrucciones, pero con tanta sencillez que ja­
más se hubiera sospechado los sacrificios que im­
ponía a su viva naturaleza para vencer sus repug­
nancias.
Dios le recompensó sus esfuerzos continuos, por­
que me dijó al final de su vida no tener ya qué
combatir y se inclinaba a la caridad fraterna con
verdadero atractivo.
Pero si la Sierva de Dios me confió muchos ras­
gos de su caridad, si yo he visto otros — de los que
citaré algunos— me quedo persuadida de que la
mayor parte son conocidos solamente de Aquel que
ve en el secreto*1 (13).

Aunque M. Inés no hablara así, bastaba -haber hojeado


la Hisioria de un Alma para haberlo afirmado. Teresa pasó
su existencia estudiando el Evangelio de Jesús, que llevaba
día y noche sobre su pecho. Y es muy aleccionadora esta
conducta en una monja de clausura. No se limita a un estu­
dio teórico; éste será la base y el arranque de su espiritua­
lidad. ¿Por qué no encontró en la biblioteca del monasterio
un libro apropiado? No podemos responder, pero su cons­
tancia y tenacidad, estimuladas de continuo por el ambiente

(13) M. I n é s : SUMM ., I I . n . 645. 64S.


186 CARIDAD FRATERNA

monacal, logra una victoria completa sobre la naturaleza. AI


final de este capítulo aparece la Santa como si hubiera
sido concebida en gracia. Ni un rencor, ni una envidia. Un
ángel más que una mujer. Y lo más admirable es esa senci­
llez, en cuyos pliegues ha sabido ocultar un heroísmo sobre­
humano. 11
Su caridad no saltó de su exquisita educación social. Ba­
sada en ésta, en sus sentimientos femeninos puros, a los
que consigue cristianizar enteramente, su caridad es fruto
admirable de su amor a Dios. El amor de Dios corre para­
lelo y de la mano del amor al prójimo. Es una sola caridad
con dos pies: Dios y el prójimo.
“Amaos unos a otros como yo os he amado”, dice el Se­
ñor. Teresa ha comentado como un teólogo este precepto.

“Sabéis que nunca podría amar a mis Hermanas


como Vos las amáis, si Vos mismo, ¡oh Jesús!, no
las amáis también en m í... (14). Lo experimento,
cuantas veces soy caritativa es Jesús quien obra en
mí. Cuanto más unida estoy a El, tanto más amo a
mis Hermanas“ (15).

Magnífica solución que obliga a amar a Dios para que


Dios more más íntimamente en nosotros y obre a través de
nosotros el misterio insondable de la caridad.
Contraste enorme el que al final de estas líneas se ad­
vierte en el Carmelo de Lisieux. Mientras las ilusiones de
muchas monjitas, capitaneadas por M. Gonzaga, cultivan or­
tigas para herir sus carnes y se olvidan de la caridad, Te­
resa estudia y practica la caridad y se olvida de que hay
un jardín que produce ortigas. ¿Por qué el jardín de una
monja, Esposa de Jesús, va a producir ortigas?

(14) SUM M ., H, n . 570-


(15) AM E., 281.
MOLESTONAS Y EGOISTAS 187

3.—-MOLESTONAS Y EGOISTAS

A sus veinticuatro años, sentada sobre el cochecito de


ruedas de su padre paralítico, como una paralítica más, es­
cribía en pleno junio, sombreada por copudos castaños, las
últimas páginas de su Autobiografía, precisamente sobre la
caridad. Estaban en la faena del henaje. Cada Hermana,
que pasaba con el hieldo a la espalda, había de cortar el
hilo del discurso hablándola de la hierba, de los patos y de.
las gallinas, de su salud, del doctor y de las flores. Y Te­
resa, con amabilidad de ángel, cerraba su cuaderno. “Creo
que no he logrado escribir diez líneas seguidas, lo cual — ad­
vierte— no me hace ni pizca de gracia” (1'6). A todas aten­
día y agradecía el interés por distraerla y por su salud,
cuando ansiaba soledad y silencio previendo el final de sus
días y el agotamiento de sus fuerzas. Cualquiera en su lugar
hubiera hallado muy justas excusas. Ella, impotente los úl­
timos días para sostener la pluma y para mojarla en el tin­
tero, tuvo que- escribir las postreras páginas a lápiz.

“Fue constantemente molestada, confirma Madre


Inés. No he escrito lo que quería, me dijo triste­
mente, necesitaba más soledad. Sin embargo, mi
pensamiento está ahí” (17).

Practica lo que escribe. Pero no son estas molestias, ori­


ginadas por la caridád, las que pretendemos resaltar. En
toda sociedad, aun en el claustro vive gente egoísta que se
aprovecha de la bondad de los buenos y hastá de la santi­
dad de los santos para santificarlos más.
Sor Teresa no quiso rehusar tantas ocasiones, como se

(16) AME., 291.


(17) SUMM., II. n. 643.
188 CARIDAD FRATERNA

ofrecen en los monasterios, de servir cumplidamente a to­


dos, sin excluir a nadie, ni a las aprovechadas, con una son­
risa amable como s: fuera la cosa más apetitosa, y aunque
Sqr María de la Trinidad proteste y la llame los consiguien­
tes calificativos de “tonta” y le presente delante las inten­
ciones, más o menos egoístas de las interesadas. Abandonar
el quehacer propio por éstas para luego terminarlo perdien­
do, quizá, tiempo libre o descanso, y con la mirada elevada
en Dios, sólo en Dios y habitualmente, es característica de
almas santas.

“Siempre —declara Sor María de la Trinidad—


estaba dispuesta a molestarse para prestar servi­
cios, y lo hacía con tan amable sonrisa que se hu­
biera podido creer que estaba obligada a prestar ?u
contribución. No temía la molestaran cuando venían
a destiempo y, aun sin razón, a turbarla en su tra­
bajo. Inmediatamente se ponía a prestar el servicio
que le pedían.
Mostraba tanta complacencia que advertí que al­
gunas Hermanas abusaban y le pedían su ayuda co­
mo cosa obligada. Y esto era hasta el punto de
que yo me revolvía, pero ella lo encontraba lo más
natural, y su caridad la hacía ingeniosa para agra­
dar a todos” (18).

Nadie sospecha tanta dulzura y tanto vencimiento. A ella


le gustan el arte, el adorno, la poesía y la pintura. Y ella
quema ocultamente sus aficiones, día tras día, en aras de
sus Hermanas. Los domingos y los días festivos — los días
más ansiados por las monjitas para dar rienda suelta a sus
caprichos dentro de la más honesta regularidad— dedica el
tiempo libre complaciendo a las demás.
Compone sus poesías según se lo piden las Hermanas no
rehusando una sola, de suerte que no encuentra tiempo de
componer las que le hubieran agradado más. Ni siquiera
se queda con una copia a pesar del placer grande de poder

(18) Sí/M M ., n , n. 1347.


MOLESTOLAS Y EGOISTAS 189

conservar las producciones- de su lira. Su tiempo es absor­


bido por la caridad (19).

“Yo la he visto — declara Celina— con un libro


que le gustaba muchísimo por ei bien que le hacía,
y no acabó su lectura, sino que lo dejaba a las Her­
manas, sin poderlo acabar jamás, a pesar de sus
deseos" (20).

• Podría pensarse que esta serviciaüdad le es connatural.


En manera alguna. La adquirió a fuerza de actos. Escuche­
mos a Celina cómo nos pinta a su hermana pasando delante
de algunas oficinas para que la encargada la llame. La ma­
licia del ingenio consistía en buscar precisamente los días
de vacación, los días libres, una vez cumplidas sus obliga­
ciones. Y Celina, sabiendo cuánto le costaba, le hacía señas
desde la otra esquina para que no fuera.

“Noté que siendo sacristana, y concluida su labor


personal, hacía adrede los días de vacación por pa-
. sar delante de la sacristía para que la llamaran. Se
ponía en el paso de su primera de empleo a fin de
que pudiera pedirle un servicio, lo que acontecía.
Sabiendo yo que esto, en el fondo, le costaba mu­
cho, le hacía señas para que no juera por allá, y
lo procuraba, pero en vano” (21).

Es curiosa la disposición de ánimo en que se pone espe­


rando, como lo más natural, el llamamiento y la petición de
las demás en los tiempos libres, cuando el egoísmo más in-
. timo y más solapado no admite otras exigencias que fas
propias. He aquí cómo consagra su tiempo: a ser molestada:

“Estaba yo muy apegada — refiere Celina— a


practicar tranquilamente mí retiro mensual y era

(19) CetS.. 9 6 .
C e lin a :
(20) SUMM .. II. p. 373.
(21) CetS.. 104-IOS.
190 CARIDAD FRATERNA

un verdadero problema para escoger un domingo


en que no saltara una pega a causa de mi empleo
o de cualquier otra razón.
Sor Teresa del Niño Jesús me dijo:
— ¿Es que entras en retiro para tener más tiem­
po libre, para tu satisfacción? Yo voy por fidelidad,
para dar más a Dios... Si ese día tengo mucho que
escribir, me pongo, para desapegar mi corazón, en
la disposición de espíritu de ser molestada, y me
digo: Tal hora libre la consagro y l a quiero consa­
grar a las molestias. Cuento con ello, y si estoy tran-
■ quila se lo agradeceré a ¡Dios como una gracia con
la que no contaba. Así, estoy siempre contenta”
(21 bis).

Tan sencillamente acertó a hacer feliz su vida. ¡Cuántas


faltas, cuántos malhumores, rencillas, altercados y críticas
se originan de encastillarse en esos momentos libres que se
dedican al recogimiento y la oración, a la lectura espiritual
mientras un hermano necesita nuestra ayuda o, simplemen­
te, desea nuestro apoyo? La mejor oración — aunque no lo
creamos— no será permanecer encerrados en nuestro egoís­
mo santo. Esa obra de caridad, que originará un buen sacri­
ficio, saltará hasta la vida eterna. Lo más perfecto será ese
sacrificio, no nuestra comodidad. Primero, la caridad.
Puede ser que este gran egoísmo santo tan canonizado
en algunos, no sea realmente tan santo como para llegar a
ser canonizado. Sor Teresa nos ha dejado un ejemplo mara­
villoso aceptando practicar los Ejercicios Espirituales anua­
les con una pobre y ruda Hermanita lega, cuyo espíritu dis­
taba mucho de morar en las alturas del suyo.

“Cuando sus grandes ejercicios anuales, en que


tanto gustamos quedarnos en completa soledad, de­
jaba a Sor Marta, novicia suya, que pidiera a la
Madre Priora hacer sus Ejercicios con ella. Acep-

I
(21 bis) CetS., 104.
MOLESTONAS Y EGOISTAS 191

taba gustosa este verdadero sacrificio, y diariamen­


te pasaba una hora entera con esta pobre Herma-
nita ininteligente. Además, para animarla a hacer al­
gunas mortificaciones humillantes en el refectorio,
las hacía con ella” (22).

Junto a estos detalles de la vida religiosa tan prácticos


y, a veces, tan relegados, se ofrecen otros muchos muy dig­
nos de nota si se quiere conservar la paz de las almas y
la paz de los claustros. El Carmelo de Lisieux presentaba
entonces algunas costumbres con motivo del onomástico de
la M. Priora. Aquellas monjitas se esforzaban por ofrecer
sús regalitos, dentro de los cuales iban, a veces, dosis de
amor propio. Dejemos a una de ellas entreabrirnos las puer­
tas del convento con las consiguientes miserias, hijas de la
fragilidad humana. Mas, por encima de éstas, el espíritu
compasivo y magnánimo de Teresa, elevándose, como un
ángel, sobre las alturas:
“Al aproximarse la fiesta de la M. Priora todas
las Hermanas llevaban sus regalos a Sor Teresa del
Niño Jésús para adornarlos con alguna pintura. To­
das querían ser servidas las primeras y, en vez de
agradecerlo, recibía frecuentemente reproohes: Ha­
béis puesto más cuidado en la obra de m i Herma­
na... Habéis comenzado por ella, etc.
Había bastantes, poco delicadas, que exigían pin­
turas muy complicadas. Ella se cansaba y se fati­
gaba mucho para contentarlas^ lo que ocurría pocas
veces.
A pesar de todo, estos fracasos y estos reproches,
tan penosos a la naturaleza, parecían no rozarla.
Cuando se trabaja por Dios — decía— no se espera
recompensa alguna de la criatura, y estos reproches
no pueden quitamos la paz” (2‘3).

A estas peripecias monásticas, queremos añadir un caso


(22) M. I n ís : SUMM., U , n . 664.
(2 3 ) S o r M a s ía d c l a T r i n i d a d : SU M tí., n , n. 1247.
192 CARIDAD FRATERNA

muy concreto que probó muchos años la gran paciencia de


la Santa. Se trata de una Hermana que, al fin, abandonó la
vocación y que siempre fue atendida cariñosamente, no obs­
tante sus deseos opuestos al arte, la envidia que abrigaba
contra su favorecida y las veces, que más o menos intencio­
nadamente, la hacía sufrir.

“Una Hermana, que era muy envidiosa de ella y


que no perdía ocasión de mortificarla, ponía a con­
tribución su caridad pidiéndola adornara don pin­
turas las ojjras-que hacía para la fiesta de Madre
Priora.
Como esta pobre Hermana era muy original, exi­
gía atributos enteramente extravagantes. Sor Tere­
sa jamás le rehusó su concurso. Trabajaba para
buscar modelos de cuanto deseaba esa Hermana, y
se esforzaza por seguir sus indicaciones singulares
y de mal gusto. Esta Religiosa dejó ya la Orden y
volvió al mundo.
En 1897, el último año de su vida, pintó todavía
Sor Teresa pequeñas obras para esa Hermana. Fue
la última vez que tomó los pinceles.
Parecía que bastaba hacer sufrir a Sor Teresa
para obtener de ella cuanto se quería” (24).

El caso es de esos que exasperan e irritan a cualquiera


menos a los Santos. ¡Y luego decía Sor Teresa que no podía
hacer más que cosas bien pequeñas!

4.—HARIAN IMPACIENTAR A UN ANGEL

Este apartado, que no quiere agotar Ia‘ documentación,


intenta revelar un matiz hermosísimo de la caridad teresia-
na. Mucho de lo que vamos a escribir ya se ha publica­

(2 4 ) M . I n la : S U M M ., I I , n . 687.
HARIAN IMPACIENTAR A UN ANGEL 193

do (25). Nos bastará leer los Procesos de canonización para


dar al relato el matiz histórico y caritativo, propios ambos
del carácter de éste estudio.
Neurasténica rematada estaba Sor María de San José, una
Hermana de Coro que abandonó el monasterio. Era una
carga insoportable. A esta monja se le ocurrió poco menos
que dirigirse espiritual mente con Sor Teresa. El caso era
perdido sin remedio e inútil perder tiempo. No obstante, no
se ocultó seguramente a la Santa el lamentable futuro de
la pobre enferma.y no sólo le dedicó horas y horas, sino que
suplicó a la Priora la pusiera.» sus órdenes. Esto es heroico
porque ninguna Priora -habría juzgado humano ponerle ayu­
dantas (26).

“La pobre Sor María de San José, ahora en el


- - mundo — declara M. Inés— , obtuvo de mí el permiso
de aconsejarse con Teresa. La Hermana de que ha­
blo no tenia más que buenas intenciones, pero con
su pobre espíritu enfermo hizo sufrir un verdadero
martirio a su heroica consejera, que nunca dejó de
consagrarle su tiempo y sus fuerzas.
Además, en 1896. Sor 1 cresa, estando ya enferma,
pidió como gracia, ser agregada a la ropería, cómo
ayudante de Sor María de San José. Desde luego,
jamás esta religiosa había tenido auxiliar en su car­
go, porque la M. Priora juzgaba con razón que no
. se podía imponer a nadie una carga tan pesada.
Sin embargo, concedió a la Sierva de Dios, a peti­
ción propia, juntarse así a Sor María de San José
y hasta que la enfermedad la derribó completamen­
te quedó con abnegación perfecta y sin la menor
impaciencia al servicio, de esta' singular maes­
tra” (27).

(25) Cfr. Nociifc, 309-350, cfr. el Indice o nom ástico de NocrtÉ y de


Aí A., Tom oa I y II.
(26) M A., I, 12. 14.
(27) . SUMM .. II, n. 716; cfr. N o c u í, 310-312, 326. 395; MA.. II. 72.
194 CARIDAD FRATERNA

Carácter difícil, inteligencia mediocre, espíritu de con-


Irnilloplrin Jíum »t'Mn lim pohrei auiilittiiilQ* vlp Sai- MurVu
do unit rmvlol» quc> hl/o nutrir mucho « Tereiui y u
Itttt iloimU. Sólq un itlnui i-iulioHotlii, uhrfumda en Jn« llamns
iltí! iimctr »il prójimo, ptnlíu coiiqulutur y rgdimk p«ni lu
vlüti curmutllimu u uiiu persona con «omcjnnlo Nvlm psico­
lógica. Va a referirnos lu misma Sor María qué mudro fue
para ella su joven muestra anto sus caprichos, sus minios,
sus rebeldías, su pesadez, sus exigencias desorbitadas en una
novicia carmelita. Veámosla también impresionada por Ja
conducta heroica de la Santa, y, al fin, a fuerza de cariño
y de paciencia, conquistada para Dios y para la Orden. Cai­
gamos en la cuenta de esas frases centrales: Cuanto más la
hacía sufrir yo, más redoblaba sus atenciones conmigo. ¿Qué
interés podía encontrar en una Hermana lega como yo?
JEn la Hermana lega, no. En esa obra de Dios, en Dios
mismo, cuya imagen era ella, aunque lega, mucho. Adoraba
y amaba a Dios en ella.
Aunque largo, el testimonio es de una sinceridad y arre­
pentimiento encantadores. Porque todo hay que revelarlo.

“Debo rendir — declara Sor Marta— un testimo­


nio muy particular y personal acerca de los proce-
cliniionios que la Sierva de Dios empicó conmigo.
Fue para mí de una bondad y de una caridad que
no podrá revelarse si no es en el cielo, donde se
sabrá lodo el bien que me hizo, por haber agotado
conmigo toda su abnegación.
Sin embargo, la hice sufrir mucho por mi cará-
ter difícil; pero puedo afirmar, con toda verdad, que
conservó siempre la misma dulzura, la misma igual­
dad de carácter. Mejor, diría que cuanto más la
hacía sufrir parecía redoblar más los agasajos y
atenciones.
Nunca me rechazó a pesar de la frecuencia de
mis visitas; nunca manifestó el menor enojo ai re­
cibirme. Sus admirables virtudes hacían que yo la
amara mucho.
Sin embargo, experimentaba yo, a veces, la ten­
HARIAN IMPACIENTAR A UN ANGEL 195

tación de enfadarme. Entonces me alejaba de ella


y no quería hablarla más. Pero en su gran caridad
me buscaba siempre para hacer bien a mi alma, y,
con su dulzura, conseguía ganarme siempre.
Un día que estaba yo descontenta, le dije cosas
que debieron causarla gran pena; pero no lo de­
mostró, y me habló con calma y bondad, suplicán­
dome con instancias la ayudara en cierto trabajo.
Me rendí a su petición, pero murmurando, porque
me molestaba mucho. Me vino entonces la idea de
ver hasta dónde aguantaría su paciencia, y para ejer­
citar su virtud afectaba ya no responder a cuan­
to me decía; mas no pude menos de doblegarme
a su dulzura y acabé por pedirle perdón por mi
conducta.
Sor Teresa del Niño Jesús no me hizo ningún re­
proche, no me dijo ninguna palabra mortificante, y
aunque mostrándome mis sinrazones, me animó a
ser más dulce cuando se tratara de hacer servicios.
Yo no me cansaba de ver con qué caridad me tra­
taba. Con cuánta frecuencia me preguntaba qué in-
‘ terés podía encontrar en interesarse así por una
pobre Hermanita conversa. Con todo, yo me sabría
expresar la grande abnegación que ella infiltró en
mi alma” (28).

No debemos silenciar que Sor Amada de Jesús — otra


Hermana de Coro— ocultaba verdaderas cualidades de co­
razón bajo una rudeza un poco desconcertante (29). Falta
de clarividencia, no intuyó la santidad de Teresa hasta que
la muerte en el éxtasis supremo (30) y el torrente de mila­
gros la despertó de su letargo. Muy sincera en su declara­
ción procesal: “Supo pasar inadvertida y tener ocultos las
gracias y los dones de Dios y que muchas, como yo, no han
conocido hasta después de su muerte” (31).
(28) SUMM., II, n . 2065-2078; c fr . N ociit, 346-347.
(29) MÁ., n , 57.
(30) B a r r i o s , II, 154-160.
(31) SUMM., n, n. 1264.
196 CARIDAD FRATERNA

Estas palabras, que hoy pueden sonar a ironía amarga,


son exponente fiel de una santidad eminente, fruto de una
caridad exquisita. Y esta Carmelita, sin comprenderlo, era
objeto de ese amor tierno, pero oculto, tan oculto que no
lo entendería hasta después de morir la Santa. Contrastes
sorprendentes, pero tan verídicos que bien necesitan una
documentación de primera mano para entenderlos y poder
catalogarlos entre esas envidias y antipatías naturales mezr-
ciadas con esa especie de celo divino que tantas veces logra
ocultar al alma el verdadero móvil inconfesable.
Nunca es tarde para el arrepentimiento. Y esta Hermanita
ha confesado, para que el mundo se entere, la intransigen­
cia de su rudeza, ignorando que podía herir tan hondo la
'fina sensibilidad de una Carmelita, a quien nunca juzgó
como santa, ni la respetó ni amó como santa. “Yo fui —pu­
blica arrepentida— uno de los instrumentos de que Dios se
sirvió para santificarla, porque mis defectos, que soportó
muy pacientemente, la hicieron llegar a un grado eminente
de santidad” (32).
Sor Amada fue el gran obstáculo para que Celina ingre­
sara carmelita en Lisieux. Su voto negativo paralizó los pri­
meros pasos. ¿Por qué razones? Celina era una artista, toda
una pintora. “En la comunidad — alegaba la monja— no
necesitamos artistas, no hay que tender más que a la-prác­
tica, y tener buenas enfermeras, roperas, costureras, etc., y
nada más” (33). La oposición era irreductible. “Si temía la
influencia de las cuatro hermanas reunidas, temía, ante todo,
los talentos de Sor Genoveva” (34). Pudiera ser una rareza,
una incomprensión suya de tantas. También lamentaba la
pobre el tiempo que perdían en el jardín mimando las flo­
res: “¡Con las patatas que podía producir!... ” (35).
La Historia de un Alma relata la emoción del encuentro
de Teresa y Sor Amada de Jesús al salir del coro;-la oración
de la Santa al Señor: Si papá ha ido derecho al cielo, que
(32) SUMM., XI, n. 2219.
(33) C trcuiaíre Necrologique de Soeiir A im ée de Jérua, pág. 5. E n
MA., II, 57.
(34) M A.t II. 57.
(35) NOCHÉ, 318.
HARIAN IMPACIENTAR A UN ANGEL 197

Sor Amada de Jesús consienta en la entrada de Celina o


por lo menos no ponga obstáculos; y la realización de este
deseo, “el más íntimo, el más grande de todos” (36); y Ce­
lina fue Carmelita gracias a Sor Amada. Teresa le guardó
por esto una gratitud inmensa. La misma Carmelita habla
emocionada:

"Mi Hermana Sor Teresa del Niño Jesús, hasta


■ en los brazos de la muerte, tuvo valor de sufrir sola
para no molestar a las demás... Como he dicho, tuve
pocas relociones con mi Hermana Sor Teresa del
Niño Jesús; debería, pues, haberla sido yo, más bien,
indiferente. Sin embargo, yo sentía en esas pocas
relaciones la ternura de su afección para conmigo
y una caridad que provenía de su ardiente amor
de Dios y de su profunda humildad. Durante su
enfermedad, una sola vez pude ofrecerle un peque­
ño servicio. No olvidare jamás ni la dulzura de su
mirada expresándome su vivo reconocimiento ni su
sonrisa angelical” (37).

Termina Sor Amada la declaración alabando la elevada


humildad de la Santa, causa, a su juicio, del inexplicable

(36) C ír, AM E., 218-221.— "U n d ía — re fie re la 8a.nta— en q u e las


d ificu lta d es p a re cía n Insuperables, le d ije a Jesú s d u ra n te la a cció n
d e g ra cia s: “ S abéis, D io s m ío , c u á n v iv o e s m i d eseo de c o n o c e r sí
papá h a ido derecho al cielo. N o os p id o q u e m e h a b léis; d a d m e só lo
u n a señ al. SI l a H erm an a A m ada de Jesús c o n sie n te en la en trad a d e
C elina o . p o r l o m en os, n o p o n e o b stá cu lo s , será señ al d e q u e papá. h a
Ido d e re c h o a u n irs e c o n V os.”
Y a sabéis, M adre q u e rid a , q u e a q u e lla R elig iosa Juzgaba q u e tres
herm anas éramos ya dem asiadas; y, p o r co n sig u ie n te , se n eg a b a a ad ­
m itir a o tra . P e ro D ios, q u e tie n e e n s u m a n o el corazón. - d e la s c ria ­
tu ras 7 lo m a n e ja c o m o q u ie re , c a m b ió las d isp os icion es de d ich a R e ­
ligiosa.
L a p rim e ra person a q u e e n co n tré al salir d e la a c c ió n de gracias fu e
ella p re cisa m e n te . Me lla m ó c o n gesto a m a b le, m e d ijo qu e su biese a
estar c o n V o s y m e h a b ló d e C e lin a c o n lá g lm a s en loe ojos'* {AME.,
220-221).
(37) SUMM., II. n. 2221-2222
198 CARIDAD FRATERNA

olvido y desconocimiento de sus cualidades naturales y so­


brenaturales.

“Jamás hizo valer, para manifestar a los demás,


los dones naturales y sobrenaturales que tan larga­
mente había recibido de Dios. Tanto sabía ocultar­
se que era menester tener íntimas relaciones con ella
para apreciar su virtud. También confieso para con­
fusión mía, no reconocí bastante pronto todas las ra­
ras cualidades de que el Señor la había dotado” (3'8).

Había en el monasterio, una portera, Sor San Rafael, ya


en declive mental, en cuyos extremos moriría. Estaba, pues,
enferma. A esta enfermedad se juntaba, al parecer, la hi­
dropesía. Fuera por sus cortos alcances, fuera porque pen­
sara candorosamente que Sor Teresa no tenía sed, el caso
es que se bebía todos los días la pequeña botella de sidra
que en el comedor ponían para ella y para la Santa. El
mérito está en que Teresa jamás dijo una palabra para des­
cubrirla o avisarla, privándose así de tomar el vaso de sidra
que le correspondía.
Otro rasgo revelador del estado de Sor San Rafael es
el modo de curar los grandes sabañones reventados de la
Santa; no terminaba de envolver los dedos con tiras de
hüadillo sin caer en la cuenta del tiempo que perdía en
esta sencilla operación y de que inutilizaba las manos de su
ayudante. Porque Sor Teresa fue durante dos años su auxi­
liar en la portería. Madre Inés la retrata así: “Era muy
lenta, excesivamente maniática y sin inteligencia. Se decía
que haría impacientar a un ángel” (3'9).
Sor María de la Trinidad amplía esta informoción y nos
muestra cómo ella no pudo soportarla. Admiremos la con­
ducta de Teresa con esta pobre Hermana, su gran paciencia,
cómo la disculpa, cómo la hace feliz en su enfermedad ha­
ciéndola creer que hace bien. Era la única manera de te­

{38) SUMM ., I I. n . 2228-2230: c fr. N o c h í, 317-318-, 369.


(39) SUMM ., I I . n . 716.
HARIAN IMPACIENTAR A UN ANGEL 199

nerla callada y de que sus gritos no se oyeran por todo el


monasterio. Pretender llevarla por otros cauces era copiar,
en otro orden, la incipiente locura que se trataba de curar.

“Durante dos o tres años tuvo como primera de


empleo a la Hermana más exacerbante que se pue­
de encontrar. Por sus numerosas manías haría per­
der la paciencia a un ángel Era necesario una vir­
tud heroica para plegarse a todas sus exigencias.
Esta es ía apreciación de cuantos la conocieron.
Todo el día aturdía a los demás con sus sermones
y sus discursos que eran verdaderas charadas.
Un día que me hablaba así, la repliqué con algu­
na impaciencia. ¡Oh Hermamta mía!, me dijo. Ja­
más la Hermana Teresa del Niño Jesús me ha ha­
blado como V. C. lo hace.
Lo comuniqué a la Sierva de Dios, que me dijo:
¡Oh! Sé muy amable con ella que está enferma,
pues es caridad dejarla creer que nos hace bien, y
esto nos brinda ocasión de practicar la paciencia.
Si tan pronto te quejas teniendo tan pocas relacio­
nes con ella, ¿qué dirías si estuvieras en mi puesto
obligada a escucharla todo el día? Pues bien, lo que
hago yo, puedes tú hacerlo, no es tan difícil. Es ne­
cesario vigilar para no irritarse interiormente, en­
dulzar el alma con pensamientos caritativos. Des­
pués de esto, se practica la paciencia como la cosa
más natural.
Confieso — termina M. María de la Trinidad— que
he sido tantas veces edificada de la paciencia y de
la caridad siempre igual de Sor Teresa del Niño
Jesús hacia esta Hermana que juzgo que sólo por
esto habría merecido ser canonizada, porque cons­
tancia semejante con tanta dulzura me parece im­
posible sin una virtud heroica’1 (40),

Este final nos obliga a callar. ¿No descorre este solo

(40) SUM M ., II. n . 1348; c f r . N o c h é , 311-312.


202 CARIDAD FRATERNA

Estando en recreo, se oyeron dos campanadas, señal de


que la portera necesitaba compañera. Unos obreros iban a
pasar dentro de la clausura. Como en aquel momento la
conversación era sosa, pensó Sor Teresa: ¡Qué bien si me
mandaran a mí! La Madre ordenó que fuera la Santa o la
que estaba junto a ella, que era precisamente la neurasté­
nica Sor María: de San José (46).
r '•
“Inmediatamente— escribe en su Autobiografía—
• empecé a desatarme'el delantal, pero muy despacio
para dar tiempo a mi compañera que se lo quitase
antes que yo, convencida de que también a ella le
gustaría hacer de tercera. La Hermana que suplía
a la tornera nos miraba sonriendo; y al ver que yo
era la última en levantarme me dijo: “ ¡Ah! Ya me
parecía a mí que no ibais a ser vos la que ganase
esta perla para vuestra corona; os despachabais con
demasiada lentitud”
Bien seguro que toda la Comunidad pensó que
yo habría obrado así obedeciendo a mi gusto natu­
ral” (47).

En la vida se dan también otros casos en que no existe


omisión o . comisión de falta, más que a medias. Según los
indicios externos ha habido negligencia, pereza o descuido
y la obra no se ha realizado perfectamente, ha quedado a
la mitad. ¿Se puede deducir de aquí un pecado formal de!
prójimo? No siempre. ¿Quién sabe y puede discernir que en
ese caso particular nuestro Hermano procede de mala vo­
luntad? ,La experiencia cotidiana y la caridad la habían obli­
gado a Sor Teresa a ser cauta en juzgar.

“Muy frecuentemente — aconsejaba— lo que pa­


rece negligencia a nuestros ojos es heroísmo ante
Dios. *
Una persona fatigada o que tiene jaqueca o que

(46) MA., II. 72.


(47) CME., 282.
JUICIOS TEMERARIOS 203

sufre en su alma hace más, cumpliendo la mitad de


su obligación que otra sana de cuerpo y espíritu
que la realiza entera.
Nuestro juicio debe ser, pues, en toda ocasión,
favorable al prójimo. Siempre se debe pensar bien,
siempre excusar” (48).

Nadie que haya vivido entre hombres echará a simplezas


estas sabias experiencias de una mujer tan prudente a sus
cortos años. La disculpa es muy real dentro de la benigni­
dad evangélica. Cuántas veces se opina a través de las pro­
pias obras, hijas de nuestro carácter, de la robustez corpo­
ral, de un período de vida en que todo' nos sonríe. Metidos
nosotros en el cuerpo de nuestro Hermano con sus altera­
ciones somáticas, psicológicas, morales y espirituales ¿rea­
lizaríamos la obra a medias? ¿La comenzaríamos? No siem­
pre la perfección de las obras da ecuación perfecta con el
mérito. Dios posee un metro que no coincide muchas veces
con el nuestro. Dios jnira preferentemente al esfuerzo, al
trabajo, al vencimiento; no al fruto, no a la coronación, no
a la vistoria perfecta, si han brotado al calor del capricho
y de la inclinación.

“Si algún motivo no parece valedero —-anota la


Santa— cabría el recurso de decir: tal persona apa­
rentemente no tiene razón, pero no cae en la cuenta
de ello; y si poseo yo un juicio mejor, razón de más
para compadecerme de ella y para humillarme de
ser severa para con ella” (49).

Rarísima vez poseerá un hombre todos los elementos, ro­


das las circunstancias excusantes, atenuantes y agravantes
para juzgar justamente, ni más ni menos, a otro hombre.
Sólo Dios juzgará a cada uno según sus obras e intenciones,:
Por eso, nos ha dicho: No juzguéis y no seréis juzgados (50).

(49) CetS.. 106-107: C fr. SUM M ., II. n. 042.


(49) C etS., 107.
'50) Lu c ., V I. 37.
204 CARIDAD FRATERNA

De esta doctrina saca todavía la Santa dos lecciones muy


legítimas: “Pueden equivocarse al tomar por virtud lo que
sólo es una imperfección” (51). Es una advertencia sapien­
tísima contra la vanidad, porque los hombres no penetran
el corazón y sus intenciones. “Poco me importa ser juzgada
por ningún tribunal humano. Yo 110 me juzgo a mí misma.
Quien me juzga es el Señor, escribía la Santa copiando a
San Pablo (52).
Por fin, Teresa advertía, como una maestra consumada,
a su Hermana el castigo que ei Señor proporciona en este
mundo, a quienes saltan su precepto.

“También me hacía caer en la cuenta que, ordi­


nariamente, permite Dios que suframos las mismas
debilidades que nos han disgustado en los demás:
olvidos, negligencias involuntarias, fatigas... Enton­
ces, muy naturalmente, nos excusamos de las faltas
en que hemos caído ”(53). *

¿Por qué disculparnos nosotros y no disculpar a los de­


más si hemos terminado los dos en la cuneta? El castigo
silencioso de Dios es muy elocuente y soberano para quienes
se entrometen a juzgar sin ser jueces.
De seguro que al final de la vida podemos concluir todos
asegurando la veracidad de estas lecciones teresianas, como
lo verificaba Celina:

“Instruida por una guía tan clarividente — escri­


bió—• vi yo misma por experiencia que las Herma-
ñas que yo creía imperfectas no lo eran de verdad.
Una obra cumplida por obediencia, una acción más
útil las habían impedido, a las miradas ajenas, cum­
plir su deber y soportaban en silencio esa humilla­
ción*’ (54).

(51) CM E ., 2 82.
(52) 1 C or., IV , 3-4.
(53) CetS.. 107.
(54) CetS., 107.
UNA ANTIPATIA DE SANTA TERESITA 205

6.— UNA ANTIPATIA DE SANTA TERESITA

Las simpatías y las antipatías brotan naturalmente del


corazón humano. Teresa reconoce que incluso un Carmelo
es campo abonado para poder cultivar estas malezas.

“Ciertamente, en el Carmelo no- encuentra una


enemigos; pero en fin, hay simpatías. Hay quien os
atrae, y hay también quien os hace dar un largo
rodeo para evitar su encuentro, convirtiéndose, sin
ella saberlo, en elemento de persecución” (5'5).

Tan práctico es el caso en la vida religiosa y el ejemplo


de la Santa tan maravilloso que es menester manifestar un
hecho que puede ser clásico en la ascética cristiana.
Noché (5’6) no se atreve a revelar el nombre de la Car­
melita, aunque pocos años después la descubra el P. Fran-
Cois de Sainte Marie, O. C. D. (5'7). Se trata de Sor Teresa
de San Agustín, cuya declaración procesal es muy notable
en favor de la Santa.
Nada tenía Sor Teresa de San Agustín contra Sor Teresa
del Niño Jesús, sino la Santa contra ella por uno de esos
misteriosos complejos propios de nuestra naturaleza caída.

“Hay en la Comunidad una Hermana — escribe—


que parece tiene el don de resultarme antipática en
todo; sus maneras, sus palabras, su carácter, todo
en ella me desagrada sobremanera. No obstante, se
trata de una religiosa santa que ciertamente es muy
agradable a Dios” (5'8).

(55) C M E ., 287.
(56) N o c h é (319, 320. 326, 392, 400, 427, 472, 481, 486. 493).
(57) M A ., H , 73.
(58) . CME., 293.
206 CARIDAD FRATERNA

Muy bien ha descrito su antipatía, que es total. Todo le


repele en esa monja. Pero el sentir no es consentir. De se­
guro que era, la pobre, antipática para todas Jas carmelitas.
Su carácter resultaba de los más difíciles del monasterio.
Enmarañado, casi selvático, adornado de una voluntad muy
tenaz, le costó muchos años dominarlo. Ella misma lo re­
conocía:

“Yo trabajaba seriamente en corregir mis defec­


tos; sin embargo, mis esfuerzos no eran coronados
por el éxito. El más saliente, la rudeza de mis pa­
labras y de mis maneras, continuaba reprochándo­
melo frecuentemente hasta el punto de desesperar
casi de vencerme, puesto que mi voluntad no podía
con él... También era muy inclinada a la impacien­
cia: si pedía un servicio era necesario prestármelo
inmediatamente, yo no sabía esperar. Y, por encima
de todo, tenía que combatir mi amor propio” . (59).

En conjunto, un alma grande encerrada en una bestia


indómita,* o, como decía graciosamente la Santa, “un tirio
en un b o t e Puede advertirse que Santa Teresa encontró
su polo opuesto en Sor Teresa de San Agustín.
La lucha fue denodada. “Me determiné a portarme con
dicha Hermana como me hubiera portado con la persona
que más quiero”. Resolución valentísima, ¿Caminos para
conseguirlo? “Cada vez que me la encontraba pedía por ella
a Dios ofreciéndole todas sus virtudes y todos sus méritos” .
Este método, tan peculiar de Teresa, lo basa en que el
alma es una obra de arte de Jesús, a quien agrada penetre­
mos hasta el interior sin fijarnos demasiado en la corteza.
Allí, dentro, mora El.
La Santa reconoce que esa monjita le originaba muchas
y grandes luchas interiores. Y resulta muy aleccionador con­
templar a Sor Teresa de San Agustín luchar como un atleta
contra su carácter y a Sor Teresa del Niño Jesús combatir

(59) N o c h í , 319.
UNA ANTIPATÍA DE SANTA TERESITA 207

denodadamente en campo contrario. Cada alma es como una


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Hogar por oU« ¡¡rtln m pne»** fttontfíri* tw l0
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to único hftocdcro, porque ps pava menas í/iíi? Imimihle, éwh
vencer « nadie %U iu vacuidad o Invonvunfanda o falsedad
de sus idvas.
■ “Cuando sentía la tentación de contestarla de manera
poco amable, me limitaba a dirigirle la más encantadora de
mis sonrisas, procurando cambiar de conversación” (60).
Sonreir es muy teresiano. Una sonrisa de Teresa, brote
de su amor, apagaba el ardor de la pasión y cortaba el
torrente de ira que se aprestaba a saltar. Pero no siempre
ni su alma permanecía serena ni la rudeza de los modales
o de las palabras de Sor Teresa de San Agustín eran tan
benignos y a la Santa no le quedaba más remedio que huir.
Huida, sondeo de su debilidad, exponente de la encarnizada
lucha y presagio de victoria. Buena muestra de que la natu­
raleza de la Santa había sido concebida en pecado, como
toda hija de Adán, “Cuando los combates eran demasiado
violentos yo huía como un desertor”, ha escrito sincera­
mente (61).
Esto puede alentar mucho a las almas que luchan. Verla
sin dirigir un reproohe, sin manifestarle nunca un senti­
miento de repulsión; más todavía, ¡buscar su compañía, su
conversación, su trabajo, es de personas que se aman o se
quieren amar. Nunca sospechó la monjita las pasiones que
revolvía ni el motivo de la sonrisa tan tierna de la Santa.

“— ¿Me quiere decir, Sor-Teresa delN iño Jesús,


que es lo que tanto os atrae de mí? Cada mirada
me la acompaña con una sonrisa.
La corilesfó í (j;c sí:-iíív;¡;; por.¿j ; verla,

(60) C M S ., 284.
(61) C M E .. 284.
2 08 CARIDAD FRATERNA

aunque, bien entendido, sin añadir que era bajo


un punto de vista espiritual.
¡Ah! Lo que me atraía — confiesa la Santa— era
Jesús escondido en el fondo de su alma. Jesús, que
hace dulce lo que hay más amargo” (62).

Esto es practicar et Evangelio y vivir Ja teología.


Tan convencida permaneció la Hermana de que la Santa
era amiguísima suya, que llegó a afirmar muy ingenuamen­
te: “Desde que nos conocimos, experimentamos mutuamente
un atractivo irresistible.” “Esla es la hora — escribe Teresa
semanas antes de morir— en que está persuadida de que me
agrada su carácter” (63). Y en el convento creyeron que
entre Sor Teresa de San Agustín y Sor Teresa del Niño Je­
sús existían lazos muy tiernos de amistad, tan grandes que
María, Ja hermana carnal de Teresa, se sentía como poster­
gada por aquella y Ja envidiaba de verdad:

“Un día — refiere Celina—>no teniendo otro me­


dio de abrirme los ojos sobre la caridad fraterna y
las luchas que exigía, me confió los esfuerzos que
debía hacer para sobreponerse su antipatía natural
por una Hermana. El nombre de esta Hermana me
sorprendió, porque con ella parecía tener la mayor
intimidad, tanto que Sor María del Sagrado Cora­
zón tenía de ella envidia” (64).

Sor María del Sagrado Corazón la envidiaba. Es curiosa


esta confesión de María, que no resiste verse antepuesta a
ninguna carmelita. Veámosla cómo increpa cariñosamente
a la Santa y cómo esconde esta en los pliegues de su sonrisa
característica el heroísmo de su gran antipatía vencida:

“Tuve por ello — refiere María con harta senci-

(62) CM E., 284.


(63) CM E., 284.
(64) SUM M ., TI, n. M9.
LAS POCAS SIMPATIAS DE LA COCINERA 209

Hez— cierto sentimiento de envidia y se lo dije un


día:
—No puedo menos de confiarte una pena que ten­
go. Me figuro que quieres más a mi Hermana Sor
Teresa de San Agustín que a mí, y no lo encuentro
justo, porque, al fin, Dios ha 'hecho los cariños de
familia. La recibes siempre con un aire tan simpá­
tico...
Sor Teresa rió de buena gana, pero no me con­
fió nada de las impresiones de antipatía que le daba
esa Religiosa” (651).

7.—LAS POCAS SIMPATIAS DE LA COCINERA

Volvamos la cara de la medalla. Ahora es una Hermana


la que siente autipatía por Teresa. El relato puede ser muy
instructivo, y hemos puesto interés especialísimo en hablar
con la documentación en la mano para que el lector sepa
juzgar serenamente a esta buena cocinera que la ha hecho
tristemente célebre la novela de Maxence Van der Meerseh.
Era una Hermana lega, con grandes aptitudes para el
trabajo, fuerte salud, activa por cuatro, rápida en la aguja,
en una palabra, toda una verdadera ama de casa y cons­
ciente de serlo. Viva por temperamento, caritativa según
sus cortos alcances y un gran corazón completan su ficha
psicológica. Espiritualmente, parecía edificante y alma de
oración aficionada al rezo del Gloria Patri. Dormía en el
suelo.
Quien haya estudiado casos como éste no lo maliciará
enteramente. Su poco talento, escasa educación social para
vivir en un monasterio, temperamento más bien burdo, acre­
centado todo con la anemia cerebral bastante acentuada
que le impedía frecuentemente la oración mental y la lec­

(65) P etitot , 250.

14
210 CARIDAD FRATERNA

tura espiritual aminoran mucho los juicios temerarios lan­


zados contra ella.
Los cincuenta años de Sor X — así la llamaremos tam­
bién nosotros (66)— contrastaban con las quince primaveras
de la nueva Carmelita, nada acostumbrada a las labores de
casa. En los Buissonnets era Celina quien se encargaba de
todo (67). Teresa casi una señorita, que, al ingresar en el
monasterio, no pudo improvisar un saber y una destreza
de que carecía. Sor X no comprende la lentitud de la nueva
postulante y corea a M. Gonzaga, que la ordena barrer de
nuevo el claustro y quitar una telaraña.

“Miradla cómo anda —'grita viéndola venir a la


cocina— , no se apresura. ¿Cuándo comenzará a tra­
bajar? No vale para nada” (68).

Lindezas durísimas para una novicia, dichas en un her­


vir de la sangre y perdido el control de la lengua, pero que
se dirigieron rectas a clavarse, como un arpón, en el alma,
aunque, en el fondo, resultaban algo verdaderas. Hasta Ma­
dre Inés lo creyó un tiempo. “Me recordó (Teresa) humilde­
mente cómo en otro tiempo se la criticaba sin causa por
lenta y poco dada a sus oficios, hasta parecérmelo a mí mis­
ma alguna” (69). “Recordamos juntas qué fuerte la reñí por
un mantel del comedor que guardó largo tiempo en su cos­
turero sin remendar. Yo la acusaba de negligencia, y me
engañaba, porque le faltaba tiempo. Esta vez sin excusarse
del todo, había llorado mucho viéndome triste y muy des­
contenta” (70).
Hemos de reconocer que, no acostumbrada Teresa a mor­
daces ironías y a semejantes tratos, debió, sufrir, lo indeci-

(60) NochA (313, no te (19) y F ra n ijo is dk S a in ti M arle, O. C. D. (MA.,


' I y II), ta m b ié n e n cu b re n s u nom bre y n i siq u ie ra h a n dado lea in i­
ciales (MA., I, )& m en c io n ad a tre s veces a este propósito).
(67) Cfr. AME., 113.
(68) S o r M a r í a M a g d a l e n a : SUMM., II, n . 2218.
(69) N. Verba, 74.
(70) AM., II, 72.
LAS POCAS SIMPATIAS DE LA COCINERA 211

ble. La mañana del 7 o del 8 de enero de 18>89 sucedió otro


encontronazo: “Me alejé de ella con el corazón bien ape­
nado”, escribía Teresa a M. Inés (71), Y pocas horas después:
“Me acribillaba con pinchazos de alfiler. La pobre pelotita no
puede más, muestra por todas partes pequeños agujeros que
la hacen sufrir más que si fuera uno grande” (72).
Por lo menos esta primera época de su vida conventual
resultó muy dura, en gran parte, por la cocinera. No pode­
mos asegurar si cambió de táctica. Es muy posible, puesto
que Teresa no emplea su famosa frase “pinchazos de alfi­
ler”, alusión a Sor X. De hecho continuó siempre- con el
mismo juicio de la aptitud y virtud de la Santa, como va­
mos a ver. Celina, que cita el nombre de esta Hermana, dice
en los Procesos Uque la había hecho sufrir” (73); y más ade­
lante: “que tanto la había hecho sufrir con sus palabras
picantes” (74). Una anécdota.
Hacia el 5 de diciembre de 1891 se ingeniaba la Santa
en adornar la capilla ardiente de M, Genoveva, la Fundadora
del Carmelo de Lisieux, con los ramilletes de flores regala­
dos por su familia y otras de la población. También los obre­
ros que trabajaban en el monasterio habían comprado su
ramo de flores. El gusto de Sor Teresa era exquisito y aquí
superaba en mucho a la buena cocinera. Quiso Dios que
Sor X sorprendiera en la faena a la joven Carmelita, y le
tiró una buena puntilla: Ya se ve que esos ramos más nu­
tridos los ha regalado su familia. ¡Los de los pobres obreros
quedarán bien disimulados!
Una dulce sonrisa fue la respuesta. Inmediatamente, y
a pesar de la falta de estética, realizó el cambio, poniendo
en primer término los ramos de los pobres (75).
Es de justicia añadir que Sor X se quedó admirada de
la actitud de Teresa y fue a acusar su falta a M. Gonzaga,
alabando la paciencia y humildad de la Santa.

<71) L ettres, 97.


(72) L ettres, 100.
(13) SUMM., I I , n . 2853.
(74) SUMM., n , n. 2917.
(75) C ír. M. I m í s : SUMM., EL. n. 1544; C e lin a : SUMM., II, n. 1029.
H. A., Ch. X n , 228-229.
212 CARIDAD FRATERNA

Pasajera resultó la enmienda, porque, aun en la última


enfermedad, sigue idénticos derroteros.

“Sor Teresa — dijo un día bastante alto para oírlo


la interesada— va a morir pronto. De verdad me
pregunto que podrá decir nuestra Madre después
que muera. Bien apurada se verá: muy amable esta
Hermanita no ha hecho nada, por cierto, que valga
¡a pena de ser contado” (76).

Este testimonio — revelación formidable de los exiguos


alcances y de las miras rastreras de Sor X— era justamente
una porfecía al revés. No nos llaman la atención estas pa­
labras, sino que nadie replique ni la haga callar. ¿Acaso
por no originar un altercado? Ella sí que contestó bien alto
a las alabanzas prodigadas en un corro:

“No entiendo por qué se habla de Sor Teresa del


Niño Jesús como de una santa. Es verdad que ha
practicado la virtud, pero no era una virtud adqui­
rida en las humillaciones y los sufrimientos” (77).

De haber escuchado Sor X el comentario de Teresa a sus


palabras se hubiera quedado pensativa:

“ ¡Y eso que he sufrido tanto desde mi más tierna


infanciaf ¡Ah, cuánto bien me hace saber la opinión
de las criaturas en el momento de morir” (78).

Con estas ideas en la cabeza se acercó un día al lecho del


dolor de la joven Carmelita llevando una taza de caldo de
carne. En mala hora, porque Teresa lo hubiera vomitado.

“No recuerdo — afirma la testigo— si, al fin, lo


bebió. Sólo sé que pidió humildemente perdón a la
(73) C e lin a ; SUMM.. II, n. 2917; N o c th í, 343; H. A., ch. X II,
234.
(77) SUMM., IT. n. 2604; N. Verba, 66.
(78) N. Verba, 96.
LAS POCAS SIMPATIAS DE LA COCINERA 213

Hermana conversa. Esta, no obstante, quedó dese­


dificada de esta resistencia y fue a decir a otra
Hermana: “Sor Teresa del Niño Jesús no sólo no es
santa, pero ni aún una Religiosa perfecta?
Esta frase fue referida a la Sierva de Dios y le
causó tal gozo que no pudo resistir sin confesar su
dicha a una Hermana, de quien Sabía era compren­
dida, y quien me dijo: ¡Es el recuerdo más edifi­
cante de la Sierva de Dios!" (79).

¿Entraña todo lo referido algo más que una antipatía?


El juicio sobrepasa los poderes del historiador. Una monja
la juzgaba así: “Una Hermana que no la amaba y hablaba
de ella con desprecio” (80).
Sor Teresa nunca la replicó. Con el amor de su sonrisa
bastaba. Lo demás resultaría inútil y contraproducente. “Sé
muy bien — escribía— que tales enfermedades morales son
crónicas, que no hay esperanza de curación” (8*1).
No dudamos en afirmar que Sor X, acaso todavía más
que M. Gonzaga, constituyó su mayor martirio humano en
el claustro. También reconocemos que, sin duda, la pobre
cocinera no era capaz de intuir el doloroso viacrucis que la
hizo recorrer. Sin embargo, más emotivo que esta enorme
cruz, soportada con resignación y con gran alegría, es toda­
vía la venganza de esta noble y magnánima virgen Carme­
litana.
Con juramento declaró Celina en los Procesos que la
muerte de su hermana en aquel éxtasis sorprendente, largo,
emocionante — el único éxtasis de su vida (82)— , hizo fuerte
impresión sobre las Hermanas de la Comunidad, sobre aque­
llas que en su vida la habían apreciado menos (83). De éstas
(79) M. Itfts : SUMM., II. n . 1610; Cfr. N o c h é , 485-486.
(80) S o r M a r í a . - M a g d a l e n a : SUMM., II. n . 2218.—K o c h í com enta
así, dem asiado b e n ig n a m en te, sobre to d o en la ú ltim a p a rte : “ La H er­
m a n a X n o a m a b a n a tu ra lm e n te a S a n ta T eresa y n o sa b ia dom inarse
lo .s u fic ie n te ; pero no te n ía g ra n e stim a a su e m in e n te virtud*1 (Cfr. No*
c h é , 340, n o te 19).
(81) CME.. II. 152-160.
(82) B a r r i o s , II. 152-160.
(83) SUMM., n . 2917.
214 CARIDAD FRATERNA

la primera que cita es Sor X. ¿Que remordimiento sintió


al contemplar a su víctima expirar en un acto de amor y eu
un genuino éxtasis, como otra Santa Teresa?
Sor X abrió los ojos enormemente, marchó ante el cadá­
ver, “se arrodilló, apoyó su frente sobre los pies de Teresa
y le pidió perdón de sus ofensas” (84).
¿Ahora, arrodillada ante ella como ante una Santa? El
'prim er milagro de Teresa de ^Lisieux; para Sor X. Y en el
mismo momento el hielo de aquellos pies que a su juicio
tan lento caminaron siempre, la curaron de una anemia ce­
rebral. Y Sor X fue el primer vocero de la santidad de Sor
Teresa. Se levantó y fue a encontrar a las tres hermanas
camales, a referirlas el gran acto de humildad practicado
juntQ a los restos mortales de M. Genoveva. Aquellos po­
bres ramos de los obreros los llevaba ella bien prendidos en
su recuerdo (85).

“Después de la muerte de la Sierva de Dios la


actitud de las Hermanas que la habían sido hostiles
se trocó en veneración. No había otras más empe­
ñadas en conservar sus recuerdos y sus retratos,
como Sor X , la Hermana conversa que la había he­
cho sufrir” (86).

8.— SOLICITA ENFERMERA

La enfermería conventual es campo de caridad. A pe­


sar de sus deseos, Teresa no llegó a enfermera, pero caló
hondo en las pobres miserias de las enfermas y de las an­
cianas. Sus manías, la falta de cariño, los pequeños egoís­
mos, amparados, a veces, bajo capa de necesidad o conve­
niencia, esa especie de tozudez en exigir, las continuas mo-

184í SUMM., II. n. 2917.


(85) SUMM., II. n . 2853.
(86) C e l i n a : SUMM., II, n . 2853.
SOLICITA ENFERMERA 215

lestias a cualquiera hora del día o de la noche, sin llegar a


comprender el trastorno que ocasionan..., convierten la en­
fermería en un campo de batalla donde se pueden conquis­
tar grandes laureles o almacenar enormes piras de leña para
él purgatorio.
Celina, enfermera en vez de Teresa, comprendió muy pron­
to el sacrificio de su cargo. Vamos a verla combatir, huir a
veces, llorar de dolor y acudir en busca de consuelo y orien­
tación a su joven Maestra dé Novicias. Parece imposible
tanta experiencia y tan gran prudencia en tan cortos años.
Esta larga cita de Celina nos va a pintar admirablemente la
deficiente personalidad de las enfermas, la reacción dolo-
rosa de la enfermera y los atinados consejos y la caridad
exquisita de una Santa. Tres cuadros muy realistas y muy
instructivos.
Habla Celina:

/ ‘En la enfermería —donde estuve empleada des­


de mi entrada en el Carmelo— no había ninguna
enferma grave, pero sí Religiosas con deficiente sa­
lud.
Entre ellas se encontraba una afectada de ane­
mia cerebral crónica y atacada de manías que ha­
cían el oficio de enfermera un continuo ejercicio de
paciencia.
Esta enferma tenía por principio: que había que
ejercitar adrede a las novicias. En consecuencia, me
sucedía que, encontrándome en el otro extremo del
monasterio, me llamaba para decirme: Hermanita,
he reconocido vuestro andar y el de su compañera.
Una vez, no aguantando más, llegué arrasada en
.. ‘ . lágrimas, a Sor Teresa, que me acogió con ternura,
me consoló, me animó. Todavía la veo sentada a mi
lado, en un baúl, apretándome entre sus brazos.
Con todo era menester retornar sin cesar a mi
campo de batalla y con frecuencia me sorprendí
haciendo un gran rodeo para no pasar bajo las ven­
tanas de la enfermería, porque si advertía la Madre
mi proximidad, me hacía señas para hacerle cuo!-
216 CARIDAD FRATERNA

quier servicio.superfluo. Otras veces pasaba yo rá­


pidamente bajando la cabeza para no ser vista de
ella, aunque con cierto remordimiento en el co­
razón.
Sor Teresa del Niño Jesús, que conocía la situa­
ción y, en el fondo, me exclusaba de todo corazón,
me dijo en una de estas circunstancias:
— Habría que pasar expresamente delante de la
enfermería para que te molesten, y, cuando estés
ocupada o no puedas detenerte, responder amable­
mente prometiendo volver, estar contenta como si
te hicieran un favor.
La campana de la enfermería debería ser para tí
una melodía celeste. Cuando te llame, es lo mejor,
habría que desearlo... ¡Oh! Mira. Pensar bellas y
santas cosas, hacer libros, escribir biografías de
santos no valen un acto de amor de Dios, ni el
acto de responder cuando llame la campana de la
enfermería y moleste.
Cuando te piden un servicio o cumples tu obliga­
ción con las enfermas que no son agradables de­
bes considerarte como una esclava a la que todos
tienen derecho de mandar y que no sueña en que­
jarse, puesto que es esclava.
— Sí, pero frecuentemente —bien lo sabes— mé
llaman, para nada. ¡Entonces me consumo!
— Comprendo que te cueste, pero si vieras a los
ángeles que te contemplan en la arena y esperan
el final del combate para arrojarte coronas y flo­
res como antiguamente a los valerosos caballeros.
Puesto que queremos ser pequeñas mártires, ¡a ga­
nar nuestras palmas! Y no creas que estos comba­
tes sean sin valor; Mejor que el fuerte es el pacien­
te, y el que sabe dominarse vale más que el que
expugna una ciudad (87).
Si hubiera de vivir, el oficio de enfermera sería,
(87) P r o v X V I, 32.
SOLICITA ENFERMERA 217

para mí, el que más me gustaría (88). No lo solici­


taría temiendo fuera presunción, pero, si me lo die­
ran, me creería muy favorecida. ¡Oh! Sí, sería di­
chosa si me lo -hubieran ofrecido. Acaso la natura­
leza lo hubiera encontrado costoso, me parece, con
todo, que hubiera obrado con mucho amor pen­
sando en las palabras de N. Señor: “Estaba enfer­
mo y me visitaste” (89).
Me recomendaba mucho cuidar a los enfermos con
amor, no hacer esta obra como otra cualquiera,
sino con tanto cuidado y delicadeza como si sirviera
a Dios mismo.
No obstante, después de una jornada de labor,
me parecía duro ir anochecido, durante la hora de
reposo o después de maitines, a llevar algún alivio
a las Hermanas fatigadas. Me quejaba de ello y me
dijo:
—rAhora eres tú la que llevas tazas a derecha e
izquierda; pero un día, en el cielo, será Jesús quien
vaya y venga a servirte” (90).

A juzgar por estos preciosos documentos a su hermana,


Teresa hubiera sido una Hermana enfermera modelo, sacri­
ficada, cariñosa, previsora, atenta, solícita, ilusionada con
cuidar a Jesús en la persona del enfermo.
No parece que brotaran tantas ilusiones y previsiones en
momentos de fervor, que nos llega a admirar y a emocionar
en el caso de la Hermana Sor S. Pedro, reumática y para­
lítica. Teresa misma lo ha referido con tanta sencillez y
encanto, que todavía nos imaginamos verla llevándola de la
cintura al refectorio entre las naturales sobresaltos de la
pobre lisiada, que terminó por admirar y amar a su joven
Hermana. Pero la relación de la Historia de un Alma no se
puede mutilar. Oigámosla:

(88) SUMM., ir. n . 1510.


(89) M ath., XXV. 36.
(90) C etS., 100-103.
218 CARIDAD FRATERNA

“Recuerdo un acto de caridad que Dios me ins- '


piró cuando aún era novicia... Era en los días en que
la Hermana San Pedro iba aún al coro y al refecto­
rio. En la oración se colocaban delante de mí. Diez
minutos antes de la seis, una Hermana debía ocupar­
se de conducirla al refectorio, pues las enfermeras
tenían por entonces demasiadas enfermas y no podían
ir a buscarla.
A mí me costaba mucho ofrecerme para prestar
aquel servicio, pues-sabía que. jno era cosa fácil con­
tentar a la pobre Hermana San Pedro, a quien la
disgustaba muchísimo que la condujeran. No obs­
tante, f/o no quería perder aquella hermosa ocasión
de ejercitar la caridad, acordándome de que Jesús
lo había dicho: Lo que hiciereis con el más peque-
ño de los míos, conmigo lo hacéis (91).
Me ofrecí con mucha humildad a conducirla, aun­
que me costó gran trabajo hacerla aceptar mis ser­
vicios. Por fin, puse manos a la obra, y era tanta la
buena voluntad que me animaba, que conseguí un
triunfo completo.
Todas las tardes, cuando veía a mi buena Her­
mana San Pedro sacudir su reloj de arena, sabía
que aquello quería decir: Vamos.
Es increíble lo que me costaba, sobre todo al prin­
cipio, tomarme aquella molestia. Acudía, sin embar- >
go, inmediatamente, y daba comienzo la complicada
ceremonia .
Había que mover y llevar el banco de una deter­
minada manera y no de otra; sobre todo, sin apre­
surarse. Luego venía el paseíto. Se trataba de seguir
a la pobre enferma sosteniéndola por la cintura. Yo
lo hacía lo más suavemente posible; pero si por
desgracia ella daba un paso en falso, en seguida le
parecía que no la sostenía bien y que iba a caerse;
IAy. Dios mío! Vais demasiado aprisa, me voy a es­
trellar.

(91) Math,, XXV. 40.


SOLICITA ENFERMERA 219

Si yo trataba entonces de ir más despacio, ella


se quejaba; “ ¡Pero seguidme..., no siento vuestra
m ano..., me soltáis..., me voy a caer! ¡Ah! Ya decía
yo que erais demasiado ¡oven para llevarme
Por fin llegábamos sin contratiempo al refecto­
rio. Allí surgían otras dificultades. Había que sen­
tar a la Hermana San Pedro; y* Obrar' hábilmente
para no lastimarla. Luego recogerle las mangas,
también de una determinada manera; y después...,
ya podía marcharme.
Con sus manos lisiadas echaba el pan/en su es­
cudilla como mejor podía. No tardé en (darme cuen­
ta de ello, y ya ninguna noche la dejaba sin haberle
prestado también'aquel pequeño servicio. Como no
me lo había pedido, mi atención la conmovió mu­
cho; y por este sencillo detalle — no buscado inten­
cionadamente por mí— llegué a ganarme todas sus
simpatías. Y sobre todo — según más tarde supe—
porque después de cortarle el pan y antes de mar-
charme la dirigía la más graciosa de mis sonrisas...
Una tarde invernal estaba yo cumpliendo, como
de costumbre, mi dulce tarea al lado de la Hermana
San Pedro; hacía frío, era de noche... De pronto, oí
a lo lejos el sonido armonioso de un instrumento
musical... Me imaginé un salón muy bien iluminado,
todo resplandeciente de ricos dorados; y en él, a
unas señoritas, elegantemente vestidas, prodigándo­
se mutuamente cumplidos y delicadezas mundana*.
Instintivamente posé la mirada en la pobre enfer­
ma a quien yo sostenía. En lugar de una suave mú­
sica, escuchaba de cuando en cuando sus quejidos
lastimeros. En vez de ricos dorados, .veía las baldo­
sas de nuestro claustro austero apenas iluminado
por un débil resplandor...
No puedo expresar lo que pasó por mi alma. Lo
único que sé es que el Señor la iluminó con los ra­
yos de la verdad, los cuales de tal modo sobrepasa­
ron el brillo tenebroso de las fiestas de la tierra,
que no cabía en mí de felicidad.
220 CARIDAD FRATERNA

¡Ah! No hubiera cambiado los diez minutos em­


pleados en mi humilde oficio de caridad por mil
años de fiestas m undanas..” (92).

Teresa, al volcar su alma en esta página, no inventaba


nada; no hacía más que historiar diez minutos de su vida
carmelitana.

“A los primeros días después de mi ingreso — re­


fiere Celina— Sor San Pedro me hizo llamar a la
enfermería diciendo que tenía una cosa muy impor­
tante que confiarme. Me hizo sentar en un banqui-
to frente a ella y me contó al detalle toda la cari­
dad que Sor Teresa había tenido con ella. Después
con tono solemne me dijo misteriosamente:
—-Me callo lo que pienso de e s t o . p e r o esta niña
llegará múy arriba... Si os he contado todo es por­
que sois joven y podréis referirlo a otros a su tiem­
po, porque tales actos dé virtud no deben quedar
bajo el celemín” (93).

A este larguísimo capítulo, en el que no hemos podido


incluir toda la caridad teresiana hacia sus Hermanas, no
queremos añadirle una palabra más. Queremos terminarle
con las palabras con que la Santa concluye su acto de ca­
ridad con Sor San Pedro:

“Si aun en medio del sufrimiento, del combate,


pensando que Dios nos ha retirado del mundo, es
posible gozar un instante de dicha que supera a
todos los placeres de la tierra, ¿qué será cuando en
el cielo, abismadas en un gozo y descanso eternos,
veamos la gracia incomparable que el Señor nos ha
concedido escogiéndonos para vivir en su casa, ver­
dadero pórtico del paraíso?” (94).

(5)2) CME., 314-315; C fr. N ocné, 411, no te 8.


(03) SVMM., 11, n. 2847.
(94) CME., 317.
C a p í t u l o VIII

SIN DIRECCION ESPIRITUAL

Una Santa sin Director.


Miopía de un confesor.
Director sin dirigida.
Soledad.
Dirigida ejemplar.
1.— UNA SANTA SIN DIRECTOR

Rarísimo es el caso de Teresa de Lisieux entre los santos


de los últimos siglos. No podemos asegurar tuviera un Di­
rector espiritual, queremos decir, un sacerdote a quien re­
currir habitualmente en busca de luces, de orientación y
consejo para la santificación de su alma. Aquel convento se
contentaba con un confesor, el abate Youf, a quien se pre­
sentaba Teresa cada ocho o quien días a recibir la absolu­
ción de sus faltas. Cada trimestre venía de confesor extra­
ordinario otro sacerdote, el abate Faucón hasta el 1891 y
el abate Baillon los años siguientes. Los tres nunca pasaron
de simples confesores, aun reconociendo la Santa el don de
consejo del abate Baillón (1). Anualmente daban los Ejer­
cicios a la Comunidad Religiosos de distintas Ordenes, veni­
dos de fuera, y en ellos buscó siempre Teresa auxilio y luces
para su camino espiritual, aunque con variada fortuna.
A su bondad y santidad no enlazó el señor Youf ni cua­
lidades de director y consejero ni ilusión por encaminar a
las Carmelitas a la santidad: “Enfermo de anemia cerebral,
leemos en los Procesos, no podía soportar le pidiéramos la
menor dirección fuera de la confesión” (2). Ciertamente por
su falta de salud, y también por imposibilidad, humana­
mente hablando, de encauzar aquellas discusiones internas
de la Comunidad que podían impedir el vuelo a las altu­
ras (3). Y aunque estimó en su valer a Sor Teresa, no atinó

(1) C ír. SUMM.. n , n. 2871.


(2 ) S o r M a r ía , d e l a T r in id a d : SUMM., II, n . 2182.
(3) B a r r io s , II, 106-203.
224 SIN DIRECCION ESPIRITUAL

ni se atrevió a orientarla en su gran prueba, como luego


veremos.
Se ha atribuido al jesuíta P. Almire Pichón los honores
de Director de la Santa. Cierto que Teresa intentó tomarlo,
Pero Dios no lo quiso. Ella, ya Carmelita, le escribía men­
sualmente; él, sin embargo, no la respondía más que una
sola vez al año (4). Esto es muy poco para poder concederle
este cargo honrosísimo. ¿Por qué tanta aureola? Por haber
frecuentado los Buissonnets, dirigido a sus hermanas e in­
tervenido tan certeramente una vez en ei espíritu de Te­
resa. La historia lamentará siempre que por una excesiva
discreción no conservara las cartas de la Santa (5), aunque
le agradece su valiosa declaración procesal.
Por otra parte, su influencia — hay que reconocerlo—
es inferior a la del P. Alexis. Aquí se lleva la razón el Padre
Ubald d’Alengon (6). Conociendo a la Santa, el. proceso y
desarrollo de la enfermedad de su infancia y el feliz e in­
esperado desenlace, la famosa intervención es correcta y
brillantísima, pero limitada a cortar de raíz el escrúpulo
roedor. La sonrisa de Balthasar imaginando al P. Pichón
dogmatizar tan solemnemente la inocencia bautismal de la
novicia no deja de ser pueril, aunque ver aquí una exaltación
de consecuencias fatales para la espiritualidad teresiana es
maliciar infundadamente esta muestra soberana de una larga
y experta dirección de almas (7).
Lo cierto es que terminada la entrevista conservó Te­
resa las postreras palabras: “Hija mía, que Nuestro Señor
sea siempre vuestro Superior y Maestro de Novicias.” Lo fue
en efecto — apostilla la Santa con cierto dejo de amargura—
y también mi Director” (8). Y a continuación revela que
Madre Gonzaga no tenía tiempo de ocuparse de ella por

(4 ) ÁM., 70 V.
(5) L ettres, 343; Cfr. U r s Von, 103, n o ta 10.
(6 ) U bald , 26.
(7) Cfr. B a r r i o s M o n e o , A l b e r t o , C. M. F., "R ev ista d e E sp iritu a ­
lidad". 16 (1957); U r s V o n , 103-104.
(8) AME., 186. Cfr. P l a t , S t é f h a n e - J o s e p h , O. P . M-, L e Pére
P ichón e t S a in te Thérésieu. E tu d ea e t D ocum enta, n . 6, a b ril 1962,
págs. 14-21.
UNA SANTA SIN DIRECTOR 225

enfermedad, y cuando le concedía audiencia se pasaba la


hora de sesenta minutos riñénddlá. Tampoco la Maestra,
Madre María de los Angeles, dulce, distraída y 'bonachona,
entendió en dos años a la Santa, a la que casi continua­
mente hablaba de Dios en la ropería pretendiendo iniciarla
en la perfección, cuando, elevada ya a las cumbres, necesi­
taba el silencio y la soledad del Amado (9).

“He dicho —puntualiza la Santa ante el forzoso e


involuntario abandono del P. Pichón por su destino
al Canadá— que Jesús había sido mi Director. Cuan­
do entré en el Carmelo conocía al que debía haberlo
sido. Pero apenas me había él admitido en el nú­
mero de sus hijas espirituales, cuando partió para
el destierro. Le conocí para perderle en seguida. Re­
ducida a no recibir de él más que una carta al año
por doce que yo le escribía, mi corazón se volvió
muy pronto hacia el Director de los directores, y
desde entonces fue El quien me instruyó en esa
ciencia que esconde a los sabios y prudentes, y se
digna revelar a los más pequeños” (10).

Sin esa santa desesperación que amarga, a veces, a la


monja de clausura ante la forzosa presentación al confesor
ordinario, Teresa consulta siempre con el primero que llega.
Forzosamente el éxito variaría. Llevada de su fe le abría el
alma y en la respuesta veía siempre la aprobación de sus
aspiraciones, la rémora o la prueba del Señor. Un gran mar­
tirio proporcionado por la vida religiosa serenamente abra­
zado y sobreabundantemente premiado por el Esposo, que
no consintió que nadie más que El la guiara a la espesura
del amor.

(S ) BA.t U , 48, 49; N oché, 305,308.


(10) AME., 188.

15
226 SIN DIRECCION ESPIRITUAL

2.—'MIOPIA DE UN CONFESOR

“En el Carmelo — anota M. Inés contrastando el camino


radiante de luz seguido por su hermana en el mundo, donde
no necesitó Director— el sol se oscureció,.y buscó' ávidamen­
te ser iluminada, desconfiando, por otra'parte, de sus pro­
pias luces” (11).
Derroteros nuevos en la Iglesia corría la Santa. A oscu­
ras, por aquella luz que en el corazón ardía, andaba pen­
sando se perdía. Sólo un Director de mirada amplia, sabedor
del ubi Spiritus ibi libertas, con la suficiente ductilidad para
saber dejar andadores y cuadros de escuela cuando existen
razones fundadas del aleteo de Dios, sería capaz de aprobar
este espíritu excepcional. Tan alto la llamaba el Señor, tan
adentro y con tanta sencillez que ni M. Genoveva, la Fun­
dadora del Carmelo de Lisieux, de gran virtud y vida inte­
rior, llegó a entender a aquella jovencita que desde los al­
bores de su Postulantado mendiga horizontes. La antigua
Priora “se espantó repetidas veces de la osadía de sus pen­
samientos y la desconcertó con algunas reflexiones. Hasta
creyó la venerable Madre una obligación advertir discreta­
mente a Sor Inés de Jesús velara sobre su hermana para
prevenirla contra las ilusiones de una confianza que le pa­
recía exagerada” (12).
Nadie podía sospechar en aquella joven Carmelita, de

(U ) SUMM.,' IT, tí. 684.


(12) La Fon da tio n d u C arm el de Lisieux e t sa F ondatrice, la
R. M, C ttie viév e de S a in te Thérése. Orflce C en tral de Lisieux, 1912,
pág8. 88-89. Cfr, L o u is p e S a i n t e T h é r j e s k . O. C. D.. S a tn te Thé~
rése de l'E n fa n t-J é su s e t la Direeticm. En E tu d es Carm éU taines. D i-
rection S p iritu e lle e t Psychologle. Desclée de Brouw er, 1951, p á g i­
nas 246-263. En este d ocum entadísim o a rticu lo , el P . L ouis d e S a i n t e
T hékese coincide en todo con n u e stra s apreciaciones. T am b ién en
i i r i S T H c t ., E tu d es el D ocum ents Thérésiens, 27 (1951), 168-176, se halla
u n e x tra cto m uy bien logrado de eete a rticu lo .
MIOPIA DE UN CONFESOR 227

facciones infantiles, una virtud que no fuera en mantillas.


Con estos prejuicios llegaría un jesuíta, el P. Blino, que es­
tuvo a punto de desorientarla para siempre. Sin detenerse
a estudiar el caso prudentemente, quiso detener a esta he­
roína en su carrera de gigante.

“Después de su entrada en el Carmelo ■—declara


Madre Inés—- experimentó la necesidad de someter
a un Director competente el camino espiritual por
donde se sentía llevada y que comprendía, junto
con un deseo ardiente de muy elevada santidad,
un atractivo poderoso a una confianza de niño y
un total abandono en la bondad y el amor de Nues­
tro Señor” (13).

En gestación, el camino de infancia no iba a nacer tan


pronto por el despiste del P. Blino.

'*— Padre mío — le consultó— , quiero ser santa,


quiero amar a Dios tanto como Santa Teresa.
— Qué orgullo — la respondió— y qué presunción.
Limítese a corregir sus defectos, a no ofender a
Dios, a realizar cada día pequeños progresos y mo­
dere sus deseos temerarios.
—Pero, Padre mío, yo no veo que sean temerarios»
puesto que Nuestro Señor dijo: Sed perfectos como
nuestro Padre celestial es perfecto” (14).

“El religioso — concluye M. Inés— ño se convenció” (15).


¿Por qué dictaminar que era orgullo, presunción y teme­
ridad sin averiguar que la Santa ya había corregido sus de-

’ (13) SUMM., n , n. 1551.


(14) Sin h a b e r leíd o a S a n t o T o m á s , T eresa responde com o él aJ
P . B u s o , S. J.. cu an d o se p re g u n ta : Sí es posible a lcan zar la p erfec­
c ión e n e sta vida. Y re sp o n d e: "La ley div in a n o exige im posibles. S i n
em bargo, n o s in v ita a la perfección diciendo; S e d perfectos com o vuestro
,
Padre C elestial es p e rfec to ” {S u m m a p. 184, & 2, sed c o n tr a ) ,
(15) SUMM.. II. n. «05.
228 SIN DIRECCION ESPIRITUAL

fectos, no había ofendido a Dios deliberadamente desde los


tres años y progresaba no paso a paso, sino velozmente en
las vías el espíritu?
>E1 frenazo paralizó, de momento, el vuelo, pero la es­
timuló a buscar un apoyo en la Escritura. La réplica de la
Sania al teólogo rezagado era soberana. Ella estaba conven­
cida de que Jesús había hablado y de que interpretaba or­
todoxamente su Evangelio.

“Celina — escribía a su hermana reafirmándose en


sus ideas y en la réplica al jesuíta— , ¿piensas que
Santa Teresa recibió más gracias que tú? Yo no te
digo que aspires a su santidad seráfica, sino que
seas perfecta como es perfecto tu Padre Celestial.
¡Ay, Celina! Nuestros deseos infinitos no son, pues,
sueños ni quimeras, puesto que el mismo Jesús nos
ha dado este mandamiento” (16).

3.— DIRECTOR SIN DIRIGIDA

Pasaron muchos meses hasta ios Ejercicios de Comuni­


dad, J5 de octubre de 1891. Venía a darlos un franciscano,
el P. Alexis Prou, guardián de Saint-Nazaire contra el ca­
pricho de las monjitas, que habían oído que valía más para
convertir pecadores que para hablar a Esposas de Jesús.
¿También nosotros país de misión? Tan pésimo ambiente
influyó en Sor Teresa, que se dispuso con una novena calla­
damente para que el Padre lograra comprenderla. Poco fru­
to debió conseguir el buen franciscano cuando enjuiciando
la Santa su actuación escribe que sólo ella lo apreció en la
Comunidad. Sacudirían las demás los bellos sermones del
predicador creyéndose ya, como el fariseo, justificadas (16).
(16) L ettres, 154; SUMM., II. n. 902.
(18 bis) "O rd in a ria m en te, los Ejercicios predicados m e re su lta n
a ú n m ás penosos que los qu e hago sola. Pero aquel aflo (1891) no
Tue así.
DIRECTOR SIN DIRIGIDA 229

“Sufría por entonces grandes inquietudes de toda


clase, hasta llegar a dudar, a veces, si existía el
cielo” (17).

Era la verdadera noche del espíritu junto con una des­


orientación absoluta sobre sus derroteros. Abocada a dar una
solución definitiva a su camino de infancia, que le bullía
muy adentro, y paralizada en sus vuelos por el P. Blino»
“estaba ya dispuesta a callar” para no repetir la escena
ante la dificultad de expresarse.

"Pero apenas entré en el confesionario, sentí que


mi alma se dilataba. Después de pronunciadas unas
pocas palabras, fui comprendida de un modo mara­
villoso y hasta adivinada. MÍ alma fue como un
- libro abierto, donde el Padre leyó mejor que yo
ifiisma.
Me lanzó a velas desplegadas por ¡os mares de
la confianza y del amor que me atraían tan fuerte­
mente. pero por los que yo no me atrevía a navegar.
Me dijo que mis faltas no desagradaban a Dios, y
que él, en funciones de Vicario de Jesús, me decía de
su parte que Dios estaba contento de mí” (18).

Gracias al P. Alexis tenemos Camino de Infancia. Cono­


cedor de las grandes misericordias divinas sobre los grandes
pecadores, intuyó, a fortiori, las grandes misericordias sobre
los grandes justos. Y a Teresa le faltaba sólo una aproba­
ción, la de un confesor. Instintivamente le repugnaba volar
por la vía del amor sin eí Visto Bueno de un ungido de
H ab la h ech o u n a noveno, -de ¿preparación con m u ch o fervor, a
pesar del in tim o conv en cim ien to - .q u é ' te n ía en c o n tra rio , pues m e
parecía q u e el Predicador — dedicado m ás a los grandes . pecadores
que a la s alm as R eligiosas— n o 1ÜHt a ser capaz de com prenderm e.
Dios, q u e rie n d o d e m o stra rm e q u * - sólo El e r t el D irector de m i
alm a, se sirvió p recisam en te de aquel P adre, q u e sólo yo aprecié en la
C om unidad" (AME., 214).
(17) AME., 214.
(18) AME., 215.
230 SIN DIRECCION ESPIRITUAL

Jesús. Y “Dios, queriendo demostrarme que sólo El era mi


Director — subraya intencionadamente ia Santa— , se sirvió
precisamente de aquel Padre” (19), en quien Teresa no ima­
ginaba una sabiduría tan grande de los caminos del Espí­
ritu Santo.
Todos le debemos gratitud a este Hijo del Poverello de
Assisi. Pensaba aquella Carmelita que sus faltas apenaban
a su Amado, que le tenía disgustado porque caía tantas ve­
ces al día, impotente para estar incesantemente pensando
en El e'incapaz. de rechazar las distracciones involuntarias
y las faltas de fragilidad. Como faros de luz potentes sal­
taron a la oscuridad del alma las palabras.

“ ¡Oh, qué dicha experimenté al escuchar estas


consoladoras palabras! Nunca había oído decir que
las faltas pudiesen no desagradar a Dios. Aquella
seguridad me colmó de alegría y me hizo, soportar
pacientemente el destierro” (20).

Segura ya, empezó a volar. “A pesar de sentirse muy in­


clinada hacia el camino del amor y del abandono, no se
entregó a él con entera confianza hasta que el P. Alexis le
hubo dicho que estaba en el buen camino, lo cual no la di­
jeron varios directores antes que él" (21).
Qué efectos maravillosos produjo en la Carmelita la pri­
mera y última entrevista con el P. Alexis, que no fue lla­
mado más a Lisieux, quedan bien concretados en estas de­
claraciones:

“La gran preocupación de Sor Teresa en el Car­


melo fue todavía no desagradar a Dios. El día de su
Profesión llevaba sobre su corazón esta plegaria:
“Llevadme, ¡oh Jesús!, antes de cometer la menor
falta voluntaria” .
No pudo soportar la vida hasta que el P. Alexis

(19) 214.
(20) A ME . , 215.
(21) M. I n é s : SUAÍJIÍ., ET, n. 684.
DIRECTOR SIN DIRIGIDA 231

le dijo que sus faltas — o lo que ella llamaba sus


faltas— no apenaban a Dios.”
"Por ello, para no desagradar a Dios, quería per­
manecer siempre pequeña, para que, así como las
pequeñas torpezas de los niños no contristan a sus
padres, así también las imperfecciones de las al­
mas humildes no podrían ofender gravemente a
Dios (22).
A partir de estos Ejercicios se entregó de lleno
a la confianza en Dios. Buscó en los libros santos
la aprobación de su osadía. Repetía feliz la frase de
San Juan de la Cruz: Se obtiene de Dios cuanto se
espera. También decía haber hallado un ascensor,
es decir, los brazos de Jesús para ir al cielo. Aquí
reposaba sin temor, no conociendo nada absoluta-
- mente de los males de esta vida” (23).

Ai fin Sor Teresa pudo ilusionarse con el hallazgo feliz


de un excelente Director para su alma. ¿Cuánto tardó en
confesarse? Aquella Priora, entre otras manías, no podía
soportar permanecieran las religiosas con el predicador de
Ejercicios, y para estos casos tenia montada una "verdadera
supervigilancia” (24). ¿Imaginaría que Sor Teresa había con­
tado el P. Alexis los chismes del convento, tan poco favo­
rables a la encopetada Priora? Tan admirablemente bien
funcionaron sus vigías que M. Gonzaga encargó a la Santa
no tornara al confesonario.
El grave abuso de autoridad, el sentimiento de la atri­
bulada Carmelita, su heroica obediencia, la renuncia a sus
derechos y la exacta veracidad de este hecho van a quedar
.— renunciamos :a Comentarlo— expuestos en-este, precioso
documento: «'

“La Sierva de Dios recibió de M. Gonzaga, su


Priora, la orden durísima de no volver al confeso-

(22) C e u n a: SUMM., II. n . 918.


(23) Af. Inés: SUMM., II, n. 1490. X497.
(24) SUMM., II. p. 168.
232 SIN DIRECCION ESPIRITUAL

nario del P. Alexis, Franciscano, predicador de nues­


tros Ejercicios. Tenía. sin embargo, derecho como
las demás Hermanas.
Este santo religioso había pacificado su alma ator­
mentada entonces por un verdadero martirio inte­
rior y la había dicho que volviera. Pero ella no se
atrevió a quebrantar la prohibición de su Madre
Priora. Ella me confió su dolor. Yo me emocioné, y
la aconsejé insistiera ante N. Madre Priora; pero,
por mayor perfección prefirió callar, poniendo en
práctica nuestra Santa Regla; Honrad a vuestra
Priora con entera humildad, viendo en ella no lo
que es en sí, sino a Jesucristo” (2’5;).

“El sacrificio fue tanto mayor — anota la Circular de Ma­


dre María de los Angeles—■cuanto que la Santa, segunda
Sacristana, oía al Religioso pasear de aquí para allá en la
sacristía exterior, donde rezaba su breviario, después de ha­
ber advertido que se ponía a disposición de tas Religio­
sas** (26).
Nunca más lo volvió a ver ni le escribió ni le habló. Y el
Director quedó sin dirigida, aunque ésta le quedara eterna­
mente reconocida.

4.—SOLEDAD

1-¿Quién os ha enseñado vuestro camino de


Amor que tanto dilata el corazón?
— Sólo Jesús — me respondió, refiere Sor María
de la Trinidad— me ha instruido; ningún libro,
ningún teólogo me lo ha enseñado, y, sin embargo,
siento en el fondo de mi corazón que estoy en la
verdad. No he recibido ánimos de nadie, excepto de
(25) SUMM., II, n. 125.
(26) MÁ.. II. 55.
SOLEDAD 233

Madre Inés de Jesús. Guando se presentaba la oca­


sión de abrir mi alma era tan poco comprendida
que decía a Dios como San Juan de la Cruz:
No quieras enviarme
De hoy más mensajero,
Que no saben decirme lo que quiero*’ (27).

Nadie le enseñó el camino de infancia, y nadie, salvo su


hermana, la alentó. Aunque muchos abran desmesuradamen­
te los ojos, ésta es la verdad. Celina llega a afirmar en los
Procesos esta cosa inaudita de una Santa canonizada: “La
Sierva de Dios, propiamente hablando, no tuvo nunca Di­
rector de alma”. Extrañado enormemente el Promotor Fis­
cal la preguntó si se abstenía de propósito de consultar a
los maestros de espíritu.

“No — replicó— . Siempre que venían al Carmelo


predicadores de Ejercicios o confesores extraordi­
narios solicitaba largamente sus consejos; pero per­
mitió N. Señor que raras veces encontrara en ellos
las. luces que buscaba” (28).
“A causa de estas malas fortunas, sin duda que­
ridas por Dios, se tornó hacia Jesús, el Director de
los directores, y dijo haber hecho la experiencia de
que no es necesario contar demasiado en los socorros
que pueden faltar en el primer momento" (29).

En aquel monasterio no había más solución. Y esta ejem­


plar conducta de Teresa mereció la mejor recompensa. Hu­
manamente hablando era una desgracia no tener un Direc­
tor ni hallarle entre tos Sacerdotes que visitaron el monas­
terio. Todo es providencial, o, como .diría la Santa, todo: es
gracia. Todo inútil cuando Dios quiere ser El sólo el Direc­
tor. Pero, advirtamos, aquí Teresa no puede ser modelo paré
nadie. Ley universalísima es que Dios guíe a través del Di-

(27) SUMM., IX. n. 1358.


(28) SUMM., II. n. 1764.
(29) C e l i n a : SUMM .. II, n. 970.
234 SIN DIRECCION ESPIRITUAL

rector. Modelo exactísimo, en su conformidad, en su obe­


diencia y en el silencio. Jamás una crítica.
Esta incomprensión de sus confesores, cuyas causas no
queremos analizar, culminó en la última prueba de la Santa
que hemos calificado de “martirio de fe” (30). Cuando más
necesitó de Director, el señor Youf rehuía atenderla, porque
no la entendía. El pudo sospechar serían escrúpulos necios
de monja y acrecentaba más aún la espesura de las tinie­
blas declarándola que su estado de alma era peligrosísi­
mo (31). No le daba alientos, ni luces, ni ánimos, ni jmaneras
de comportarse.
Puesto que el confesor ordinario no presentaba una solu­
ción, la Santa “pidió a varios sacerdotes ayuda y consuelo
para conducirse prudentemente en su gran prueba contra
la fe” (32). De entre ellos sólo el P. Godefroy Madelaine pudo
orientarla en los Ejercicois de 1896 y la lanzó a resistir y a
replicar al enemigo con el Credo, aconsejándola que lo co­
piara con la sangre de sus venas, lo que realizó escribién­
dolo con la tinta de su corazón en la última página del libro
de los Santos Evangelios que constantemente llevaba sobre
su pecho” (33).
Aunque transitorio, el consuelo resultó eficaz, más dura­
dero si hubiera vivido en Lisieux el P. Madelaine. De esta
forma Teresa se vio a los pocos días sin ningún apoyo.
Sin embargo, el galardón a tan gran conformidad, a tan
heroico silencio, a tan completo vacío, a tan absoluta ca­
rencia de apoyo en ninguna criatura fue realmente divino.
Cuántas, en lugar de Sor Teresa, pedirían correspondencia
epistolar, criticarían a la Priora por dejar sin atención es­
piritual a las monjas, desconfiarían de la providencia, se
desalentarían. Teresa es un modelo acabado de perfección,
por más que aquellas carmelitas no lo vieran. Convengamos
en que ella puso los medios a su alcance y que Dios suplió
como sólo El sabe, a los mejores guías, conduciéndola por

(30) Cfr. B a r r i o s , II. 101-128.


(31) SUMM.. II, n. 864, 2532. 910; W. Verba, 2».
(32) M. Inés: SUMM., II. n. 684.
(33) C elina : SUMM,, II. n . 804.
DIRIGIDA EJEMPLAR 235

el camino de infancia espiritual sin torcer a la derecha ni


a la izquierda, iluminándola más y mejor en medio de la
niebla más cerrada (34). •

“La fe inspiradora de su vida, de sus escritos, de


sus poesías, sometida a muchas pruebas, a crueles
tentaciones muy largas y terribles.”
“Fue, sin duda, en estas horas de angustia extre­
ma cuando Dios hizo respandecer en ella raudales
de su luz que debían darle la inteligencia del cami­
no del abandono y de infancia espiritual...” (35).

5.—DIRIGIDA EJEMPLAR

“Cuántas almas llegarían a la santidad si fueran bienJ


dirigidas” (36). Teresa, que no era sacerdote, ha revelado
aquí su amargor ante la mala suerte de la mayor parte de
sus confesores. Estos volverían, acaso, la frase terminán­
dola así: si se dejaran dirigir. Preciso es reconocer que si
todos los sacerdotes no somos “directores", tampoco todas
las almas son “dirigidas” .
Edificante resulta después de haber leído estas páginas
saber la conducta de Sor Teresa: “A pesar de manifestar
que no siempre se sentía comprendida en sus direcciones
por sus confesores ordinarios y extraordinarios, no dejaba,
por eso, de someterles .sus pensamientos y seguía sus con­
sejos sin restricción” (37). Sú' espíritu, de fe se revela es­
plendorosamente. El sacerdote, otro Cristo, su palabra, pa­
labra de Cristo. “El que os oye a mí me oye” .
“Siendo Maestra de Novicias no sufría que se criticara
la manera de predicar. No creía que todos los sacerdotes
_ __ . \
(34) Cfr. B a r r io s , n . 177-183.
(35) Sor M a r ía de los An g e les: SUMM., TI, n. 1148, 1147.
(36) AM., 53.
(37) S o r M a ría de la T r in id a d : SUMM . II, n. 1892.
236 SIN DIRECCION ESPIRITUAL

hablaran igualmente bien; pero no sufría que se comenta­


ran las imperfecciones de su predicación. También decía
que el espíritu de fe no permitía hablar de los defectos de
los sacerdotes” (38).
De estos maravillosos consejos, tan prácticos, sacaban to­
das las consecuencias. “Sé que confiaba todo a los sacerdo­
tes” (39). “Cuidaba de pedir consejo cada vez que encon­
traba dificultad en la vida espiritual” (40). “Decía en su
lecho de muerte: No hay nadie menos segura de sí mis­
ma que yo” (41).
Cuánto dice en favor suyo esta desconfianza propia en
quien dirigía tan sabiamente, el Noviciado y escribía ese
epistolado soberano a unos sacerdotes, Hermanos espiritua­
les suyos. Ella, que era faro para los demás, que deja al
morir un camino del todo nuevo, no queda satisfecha mien­
tras no somete al sacerdote los problemas de su alma. “Gus­
taba consultar a los sacerdotes que daban los Ejercicios y
les obedecía punto por punto. Así no tenía confianza en el
acto de donación al amor que había compuesto sin ser antes
revisado por un teólogo” (42).
El caso citado es magnífico exponente. Es ella misma
quien manifiesta a su Priora los deseos de que su Ofrenda
sea revisada (43). Y en los Ejercicios del 8-15 de octubre de
aquel año 1895, la entrega al P. Lemmonnier por manos de
Madre Inés, Priora a la sazón. Examinado por este Padre y
por el Superior de su Congregación “nos pareció a los dos
muy hermoso y perfectamente conforme a la sana doctri­
na’1 (44). La única advertencia del P. Constancio Lemonnier
fue casi un capricho, porque la mutación que él exigía — de­
seos infinitos por inmensos— no era heterodoxa (45). ¿Por
qué no manifestarlo? “ Esto fue un sacrificio' para la Sierva

(38) SUM M ., n, n. 1470.


(39) M. I n ts : SU M M ., H. n . «84. ■! . 1
(40) C e lin a : SUM M ., T I , n , 6 f f l . V '’f í/
(41) M . i N t s : SUM M ., II. n . 684. '
(42) C e l i n a : S U M M ., II. n. 882.
<43) M. I n é s : SUM M ., T I , n. 1542.
(44) SUMM., II. n. 2206-2325.
(45) C f r . B a r r i o s , II, 187-188.
DIRIGIDA liJ EMtM.AR 237

de Dios. Con todo, lo hizo sin recriminar nada” (46). Y a


pesar de traatrse de una sola palabra se apresuró a corre­
girla en algunas copias que había hecho” (47).
A esta obediencia perfecta, hija de su fe, se unían otras
tres cualidades hermosas y necesarias en la mujer: la sin­
ceridad, la brevedad y la humildad: “No se perdía en un
flujo de palabras. Exponía sus cuestiones muy claramente
pero con gran sobriedad, sin insistir nunca para hacer pre­
valecer su opinión” (48).
Estas-palabras del P. Pichón, que lá oyó más de una vez
en confesión, coronan bellamente el cuadro de una santa,
difícil, muy difícil de dirigir, porque su edad, su carácter y
su espíritu no permitía suponer a un Director superficial,
que la oyera por primera vez, la gran santidad que ocultaba
bajo apariencias infantiles. Por la otra parte, la novedad
del camino de infancia que ella iba descubriendo, tan con­
natural a su psicología, tan sencillo y vulgar al perecer,
coronado por el acto de su ofrenda que se concretó en ella
en tres horrorosos martirios (49), era suficiente para des­
pistar. Quiso Dios reservarse para sí la honra de Director,
como lo declara la Iglesia en la Communio de la Misa de
la Santa: “La rodeó y enseñó, la guardó como a la niña de
sus ojos. Como el águila extendió El sus alas y la cogió y la
llevó sobre sus plumas. Sólo Dios fue su guía” (50).
(46) M. In é s: SUMM., II, n. 1524.
Í4 7 ) S o r M a r ía d e la T r in t o a o : SUMM., II. n. 1882.
<48» P . P i c h ó n : SUMM., I I , 361.
(49) Cfr. B a r r i o s , II, 84-99; 101-107.
(50) D eut., X X X II, 10-12.
C a p ítu lo IX

ARIDEZ EN LA ORACION

Toda sü vida religiosa.


Dormida en el coro.
Rosario mal rezado.
El suplicio de los Ejercicios.
El oasis del Evangelio.
Fatales apariencias.
Por El, no por sus dones.
A mil leguas del quietismo.
S '

jr

i
Cada capítulo de esta obra parece una doloroso
estación del tremendo viacrucis teresiano. El gran
alivio de las almas tan atribuladas, lo constituye,
de ordinario, el Señor, que suele dejarse sentir en
la oración. Teresa, sin embargo, no supo, sino rarí­
simas ocasiones.durante su vida religiosa de nueve
años y medio a qué sabían las mieles divinas. Este
enorme martirio añade un peso y un amargor muy
particular a tantas penalidades como padeció en el
claustro. Y — notémoslo bien— es un detalle pecu­
liar de la espiritualidad de esta Carmelita. Acaso
no se cuente de ninguna otra religiosa canonizada
cosa semejante, aunque las monjitas del monaste­
rio la creyeron inundada de celestiales consolacio­
nes. Muy aleccionador y muy revelador puede re­
sultar este capítulo para quienes todavía creen a
Santa Teresita como la Santa del diminutivo, de
los perfumes y de las rosas.

1.—TODA SU VIDA RELIGIOSA

Quedaron anotados en otro lugar (l) los primeros pasos


de la oración de Teresa de Lisieux y también el doble as­
pecto de su martirio de amor (2) con la gran aridez que
siguió a su Ofrenda al Amor Misericordioso. Quedaba en

(1) Cfr. B a r r io s , I . 77-103.


(2 ) Cfr. B a r r i o s , T I. 8 4 -8 2 .

16
242 ARIDEZ EN LA ORACION

medio una laguna que ahora pretendemos llenar para des­


cubrir, en toda su extensión, la heroicidad de esta admira-
bre testigo de Jesús que, sin gustar sus mieles, sabe dar
testimonio de El ante los ángeles, ante su conciencia y hoy
ante el mundo, que puede contemplarla amándole sin ex­
perimentar la dulzura del amor y sirviéndole sin ver premio
ni salario por tantos años de fidelismo e incesante servicio.
Por mucha extrañeza que cause, la verdad es que sólo
gustó al Señor en el tiempo de sus místicos desposorios des­
de Navidad de 1886 hasta otoño de 1887 (3). Es una excep­
ción que no se repetirá más a lo largo de su vida. Gráfica­
mente io dijo M. Inés: “En el Carmelo el sol se oscure­
ció" (4).
Entrada en Religión el 9 de abril de 1888, ya pudo ad­
vertir el P. Piohon dando Ejercicios en el otoño de ese mis­
mo año: “Dios la ejercitaba — declaró— en una virtud sóli­
da, conduciéndola por la vía de las sequedades, de las pri­
vaciones y de las pruebas interiores” (5). La .misma Santa
recordaba al escribir su Autobiografía sus primeros meses de
Carmelita: “La sequedad fue mi pan de cada día” (6).
M. Inés ha compendiado la oración de su hermana du­
rante 1888-1893, es decir, los cinco primeros años:

“La nota característica de este período de su vida,


que se extiende desde su ingreso hasta que le enco­
mendaron las novicias es la humildad, el cuidado
de ser fiel hasta en las cosas más pequeñas, a pesar
de las constantes arideces.
Sé todo esto por las confidencias que me hacía
de su estado de alma en los días en que la Regla
nos permitía hablar” (7).

Siempre un poco despistada con sus novicias, Sor María


de los Angeles, encargada también de la ropería, donde tra­
ta» Cfr, B a r r i o s . I, 202-213.
f4j SÍ/MJtf., II, n. 684.
15) SUMA I., n , n. 1925. ' ‘
(fij AME., 195.
SUMM., II, B. 444.
TODA SU VIDA RELIGIOSA 243

baja Teresa, se había propuesto iniciarla en la vida inte­


rior y la hablaba de Dios casi continuamente. La pobre no­
vicia, que no podía soportar esas pláticas tantas veces for­
zadas, hubiera preferido el silencio, porque su buena Maes­
tra no se acomodaba a su estado de alma.

“Un día — refiere la misma Madre—■creí facili­


tarle la oración sugiriéndole un pensamiento que
creo podía ayudarla; pero supe le servía.de fatiga.
Sin embargo, nada me dijo, y se hubiera sujetado a
meditar aquel pensamiento si yo no hubiera sido
prevenida” (8).

Es fácil que la previsora fuera M. Inés, conocedora de


que su hermana no sólo sufría la aridez de la oración, sino
de que le eran mayor tormento esas injerencias extrañas en
su espíritu, aunque ella silenciara su dolor. El detalle revela
la magnitud de la prueba.
Prosiguiendo el recorrido de su árido desierto, a fines
de 1895 seguía en el mismo estado. “En vez de alegrarme de
mi sequedad —escribe— debiera atribuirla a mi falta de fer­
vor y de fidelidad” (9). “Aún continúo en este estado” , con­
fiesa en enero de 1896 (10). Y a su hermana María revelaba
en septiembre de este año; “Mi consolación es no tenerla en
la tierra” (11).
Celina habla particularmente de siete años pasados en
la mayor aridez (12), años que deben ser los que precedieron
a su Ofrenda, junio de 1895. En otro lugar advierte que su
aridez fue casi continua (13), ya desde el principio, puesto
que una de las causas principales, la primera, de los sufri­
mientos durante .el noviciado fue ‘fu n estado casi continuo
de sequedad en la oración” (14). Incluso Dom Madelaine, su

(8) SUMM., n . n. 1222.


(9) AME., 202.
(10) AMK., 223.
(11) BMK., 234.
(12) Ceta., 78.
(13) SUMM., Et, n. 1728. ;
(14) SUMM.. n . n. 483.
244 ARIDEZ EN LA ORACION

confesor extraordinario, pudo hablar en los Procesos de “un


estado habitual de aridez y desamparo interior” (15). Y Ma­
dre Inés: “Fue probada con sequedades casi continuas du­
rante su vida de Carmelita” (16). No falta testigo que afírme
haber padecido la aridez durante toda su vida” (17).
Para coronar esta pesada letanía —necesaria, porque no
faltan incrédulos que sonrían estoicamente— no queremos
silenciar el testimonio de la propia interesada, manifestado
el 7 de julio de 1897, tres meses escasos antes de morir, tes­
timonio que abarca toda su vida y que brota de sus labios
después de referir a M. Inés la llaga de amor (18), contras­
tando aquel delicioso inefable instante con la tremenda ari­
dez de toda su carrera humana:

“Solamente — dijo— lo he experimentado una vez


en toda mi vida y la sequedad tornó muy pronto a
habitar en mi corazón.
He pasado en esta sequedad toda mi vida religiosa,
por así decirlo. Además, ha sido muy raro que yo
haya sido consolada. Nunca lo he deseado” (19).

Acaso alguien restregue sus ojos pensando que sueña. ¿Es


posible que Santa Teresita no viviera anegada en las dul­
zuras celestiales gustadas en la oración? A tantos sufrimien­
tos, se unió éste con una perseverancia inaudita. Durísimo
perseverar meses y años sin esperanza de ver rasgados los
cielos. Vea el lector la descripción de una de sus postreras
comuniones:

“Es como si se hubiesen puesto dos niños juntos


y no se dijeran nada. Con todo — explicaba la San­
ta— yo ya le he dicho alguna cosita, pero no me
ha respondido. ¡Sin duda, dormía/” (20).

(15) SUMM., n . n. 2280.


(16) SUMM., n . n. 1507.
(1 7 ) M . l u i s : SUMM ., ir . n . 1470.
(18) C í r . B a r r i o s , n , 48-65.
(19) SUMM.. II, n. 2353.
(20) SUATA/., n , n. 2756.
DORMIDA EN EL CORO 245

2.—DORMIDA EN EL CORO

En el coro, frente por frente de Teresa y de sus novicias,


murmuraba incesantemente el tic-tac de un reloj. Más de
una vez, en aquellos ratos de oración en que nada se le
ocurría a su mente ni brotaba un afecto de su corazón, la
tentaba aquel péndulo a mirar, siquiera furtivamente, la
hora. ¿Cuánto tiempo faltará pora salir? Gran violencia, gran
serenidad contener tantos años los párpados de los ojos.
“¿Qué me importa — decía a Celina—> que falten cinco o
diez minutos?” (21). Y guardaba pacientemente a que so­
nara la flora.
Durante mucho tiempo estuvo colocada en la oración de
la tarde delante de Sor María de Jesús, que apenas llegada
a su sitio se ponía a meter un ruido extraño, semejante al
roce continuo de dos conchas. No eran dos conchas, ni me­
nos enredaba con el rosario, según se leía en la antigua
Historia de un Alma (22). La manía, verdaderamente rarí­
sima, que la caridad y modestia de la Santa nunca llegó a
saber, consistía en pasar y repasar las uñas de sus manos
sobre sus dientes (23). Para los nervios de Teresa, con su
delicadísimo oído, resultaba una prueba tremenda y la pri­
vaba de entregarse de lleno a la oración. Cómo sacar pro­
vecho de la oración salvando la caridad — reina sin segunda
de todas las virtudes-— lo refiere la misma interesada con
cierto humor, premio al enorme vencimiento de sujetar la
fácil exasperación que pudo originar tantas faltas de mo­
destia, tantos comentarios en recreo y tantas distracciones
voluntarias:

“Sentía — confiesa Teresa— grandes deseos de

(21) SUMM., II. n. 985; Ceta., 141.


(2 2 ) H. A., c h . X . 195-
(23) M A ., II. 77.
246 ARIDEZ EN LA ORACION

volver la cabeza y mirar a la culpable. Mirar hacia


atrás hubiera sido el único modo de hacérselo notar.
Pero en el fondo del corazón comprendía que
era mejor sufrirlo por amor de Dios y no causar
pena a la Hermana. Así que permanecía tranquila
procurando unirme a Dios y olvidar el pequeño rui­
do. Pero todo era inútil; sentía que me inundaba el
sudor y me veía obligada a hacer sencillamente una
oración de sufrimiento.
Aun entonces, procuraba sufrir sin irritación, con
alegría y paz, al menos en lo íntimo del alma. Me
esforzaba por hallar gusto en el soniquete, o bien
hacía los posibles para no oírlo. ¡Todo en vano! Sin
querer ponía todo mi intención en escucharlo bien,
como si se tratara de un maravilloso concierto. Y
toda mi oración, que no era en absoluto oración de
quietud, se me pasaba en ofrecer a Jesús aquel con­
cierto” (24).

Cuánta perfección suponga en un alma, este, al parecer,


insignificante pormenor de la vida de comunidad, podrá juz­
garlo sólo quien haya experimentado un caso semejante..
¿No parece esta oración de sufrimiento un efecto del rato
de contemplación del cual la priva, precisamente, la manía
de Sor María de Jesús? ¿Para qué empeñarse en orar,' a es­
tilo clásico, cuando se ha metido en el oído el sonsonete,
imposible de sacar, que produce los maravillosos frutos de
tantas virtudes? Cuando en uno de estos casos desea el alma
contemplar parece que es egoísmo, parece que se mira a sí
misma, al goce y provecho propio. Ese mismo provecho más
centrado y firme le vendrá por un medio tan impensado, t’an
desproporcionado según las miras de los hombres, pero ap­
tísimo para los caminos y planes de Dios..
Escribimos todo esto paFa que se aprecie la actividad te-
resiana en tan aparente inactividad de las' potencias supe­
riores de su alma. Ella pone de su parte cuanto puede, aun-

(24) CM E., 318.


DORMIDA EN EL CORO 247

que no pueda más que escuchar un horroroso concierto para


su sistema nervioso. Aliviarse con mil excusas, de cien de­
talles que ocurren todos los días en la meditación practicada
en Comunidad, no lo hizo jamás.

“Nada podía distraer a la Sierva de Dios —habla


una testigo— de su recogimiento durante la misa,
el oficio divino, la oración. “Oía ruido, no prestaba
atención, o si no podía evitar ser molestada, sabía
sacar partido para su alma” (25).
. S0r María de Jesús — novicia.cónversa que se ponía muy
'cerca de su Maestra— testifica la compostura en el coro.
“Me edificaba mucho — declaró— por su porte humilde, mo­
desto y recogido. Parecía toda absorbida y como perdida
en Dios'1 (26).
Mucho nos ha extrañado que a lo largo de los Procesos
nadie hable del sueño de Teresa en la oración. ¿Nadie lo
advirtió? Por la mañana se durmió siempre. Esto, que va a
escandalizar en una santa canonizada, no es ningún sambe­
nito. “Debería causarme pena el dormirme, desde hace siete
años, durante la oración y la acción de gracias" (27). Esta
página de su Autobiografía, además de ‘brindarnos el tiem­
po en que la escribía —abril o mayo de 1895— , nos revela
una ralidad tristísima desde otro ángulo de vista que expo­
nemos en los capítulos siguientes. Con el trabajo agotador
de las labores comunes, la dirección de las novicias, la in­
tensa vida de piedad y los grandes sufrimientos de todo gé­
nero padecidos en el Carmelo; con la deficiente alimenta­
ción y el escaso tiempo dedicado al sueno, alterado y dis­
minuido por el frío, que tan poco tiempo la dejó dormir: la
pobre monjita. falta de sueño y quieta ■en su rincón del
coró, caía rendida por el sueño\ Externamente recogidísima;
su cuerpo de barro ;—qué distinto de los espíritus angélicos,
como se ha creído— tributaba eníretanto a la naturaleza de
Adán. .
(25) SUMM., ir. n. 1048, 1049.
(26) SUMM., II. n. 2052.
<27) AME.. 202.
248 ARIDEZ EN LA ORACION

No hay por qué ocultar a las almas estas miserias, como


si Teresa de Lisieux no fuera una mujer de tantas. Pensa­
mos que cuando ella lo confiesa no exagera nada. Más ade­
lante lo repite a propósito de sus comuniones, que impor­
tunaban el sueño y mil otras distracciones (28). Sólo Madre
Inés lo ha confirmado al copiar la reacción teresiana valen­
tísima, realzada con la noticia de que se quedaba dormida
“a pesar de sus esfuerzos” (29). Lo suponíamos, pero quería­
mos sal '.rio de buena fuente. Lo importante es contemplarla
cómo saca provecho de sus miserias, sin apurarse, sin des­
alentarse y supliendo la hora de la mañana con la oración
de todas las horas del día (30), intensificando la presencia
de Dios y la acción de gracias de la comunión, que para
tantas almas se limita a un rato después, prolongándola y
permaneciendo “durante el resto del día en una continua
acción de gracias” (31). Su hermana María llega a afirmar
que “la vida de la sierva de Dios fue una oración conti­
nua*’ (32). De esta suerte el demonio burlador salía bien
burlado.

3.— ROSARIO MAL REZADO

Santa Teresita, ni siquiera de niña, gustó el don de la


oración. Lo dijimos en otra parte (33), y ahora sólo nos
queda anotarlo respecto de su vida enclaustrada. Contra lo
ordinario, la Santa parece haber nacido derecha a la con-

(28) "N ada de esto Im pide, sin em bargo, qu e la» distracciones


y el tu e ñ o ven g a n a v ic ia rm e . P or eso. cu an d o salgo de la acción
de gracias v iendo lo m al q u e la h e hecho, to m o la resolución d»
perm anecer d u ra n te el resto del d(a e n ttfto c o n tin u a acción d e gra­
cias" (AME., 213).
(2») SUMM., n . n. 630, p. 264.
(30) Cfr. B a r r i o s , II, 202, 203; P r r r r o T , 81.
(31) AME., 213.
(32) SUMM., II, n . 798.
(33) Cfr. B a r r i o s , I, 77-94.
ROSARIO MAL REZADO- 249

templación. Los libros le hablaron siempre muy poco. La


imitación, El fin del mundo presente y misterio de la vida
futura, del Abate Arminjon; Los Fundamentos de la vida
espiritual, del P. Surin; las obras de San Juan de la Cruz,
y la Escritura Santa, principalmente el Evangelio. Muy po­
cos autores podemos añadir a esta breve lista (34). Quien
más influjo ha ejercido en ella — exceptuando el Evangelio—
es San Juan de la Cruz; nadie puede compararse con él.
Sanjuanista cien por cien, la quinta esencia de las obras
de su Padre, es el camino de infancia (35). “A la edad de
diecisiete o dieciocho años — confiesa Teresa— no tenía otro
alimento espiritual. Más tarde los libros me dejaron en la
aridez, y aún continúo en este estado” (36).
Por si estas afirmaciones teresianas no resultasen sufi­
cientemente claras, añade con un aplomo que declara des­
caradamente toda su gran aridez.

“Si abro un libro compuesto por un autor espi­


ritual — aun el libro más bello, más conmovedor—
siento inmediatamente cerrárseme el corazón, y leo,
por decirlo así, sin comprender; y si comprendo, mi
entendimiento se atrofia, sin conseguir meditar” (37).

Que esta situación no fuera pasajera lo revelará más tar-

(34) Cfr. S e tS ., 77-78.


(35) C ír. B arrios , II, 67 ata., 128-146.
(36) AME:, 222-223.—A la Insin u ació n da l a c ita procedente, d o n ­
de ta n to s docu m en to s recogim os p a ra poder p ro b a r la entera d e p e n ­
dencia do ctrin a l sa n fu a n ista , plácenos a ñ a d ir e ste precioso de C elina:
“C uando m e re u n í c o n ella en el m onasterio, f u i testig o de su
en tu sia sm o al d e te n erse d e la n te del gráfico do n u e stro S a n to Padre
e n la S u b id a del M onte y h acerm e n o tar- esa lín e a en que escribe:
T a p or a q u í n o h a y cam ino, qu e para el fu s to n o hay ley."
' ‘E ntonces, de em oción, le fa lta b a la. respiración p a ra expresar su
felicidad. E sa frase l a ayudó m ucho a independizarse en su s explora­
ciones sobre el a m o r pu ro , qu e m uchos tra ta b a n de presunción "
(C etS., 78). L a a lu s ió n e n e sta s lín e a s a la d e sacertad a in te rv en c ió n del
p . Blino, s . J., es ev id en te (Cfr. el cap. v m , 2 de e sta o b ra ).
(37) AME.. 223.
250 ARIDEZ EN I.A ORACION

de, en septiembre de 1896, a su hermana María: “Jesús me


instruye en secreto, no por medio de libros, pues nó en­
tiendo lo que leo” (38).
Existe un detalle elocuente, cual ninguno, del poco atrac­
tivo por Ja oración vocal. No obstante, su gran amor a la
Madre de Dios, le es imposible rezar bien el rosario. Van a
escandalizar a muchos estas palabras:

uLo que me-cuesta en gran manera, más que po­


nerme un instrumento de' penitencia es únicamente
—-y me da vergüenza confesarlo— el rezo del rosa­
rio... Reconozco que lo rezo muy mal. En vano me
esfuerzo por meditar los misterios del rosario; no
consigo fijar mi atención" Í39).

S i. el rosario se consigue sólo en la meditación de los


misterios, Teresa no rezaba bien el rosario. No podía medi­
tar. Pero nadie defenderá que el único medio de agradar a
la Virgen en esta devoción príncipe es meditar en los mis­
terios. Pocas líneas más adelante razona la Santa esta im­
posibilidad de meditar porque recita precipitadamente y mu­
chas veces seguidas el Pater y el Avemaria.
Para remedio de su aridez empleaba el rezo “muy des­
pacio” de estas oraciones. Ese muy despacio le traía al alma
ia unión con Dios. No es. pues, que le causen hastíos esas
dos plegarias, sólo es que el modo y el decirlas tanta.? veces
en veinte minutos no le daba tiempo para descubrir los se­
cretos divinales encerrados en las dos oraciones dichas.

“Algunas veces cuando mi alma se halla en tanta


sequedad que me es imposible formar un solo pen­
samiento para unirse a Dios, rezo muy despacio
el Padre nuestro y el Avemaria. ¡Estas oraciones,
así rezadas, me gustan mucho, y me alimentan el

(38) BME., 234.


Í391 CMS.. 3<W
ROSARIO MAL REZADO 251

alma mucho más que si las recitara precipitado-


mente un centenar de veces” (40).

La alusión al rosario, en estas últimas palabras, parece


evidente. No todos los santos se parecen aquí a Santa Tere-
sita o ésta no se parece a los santos. San Antonio María
Claret encontraba pábulo a su contemplación en la oración
vocal y la alimentó siempre, aun durante sus últimos años,
con el rezo del rosario (41). Pero como la conducta teresíana
. no ^dependía de la malicia de su voluntad, pasado un tiempo
de disgusto, comprendió que la Virgen no debía estar des­
contenta de ella. “Pienso que la Reina de los cielos, siendo
mi Madre, ha de ver mi buena voluntad y contentarse con
ella” (42).
Nadie debe escudarse en Santa Teresita para orillar el
rosario, ni son legítimas las consecuencias de despreciarlo.
Dios da sus dones a los santos. Rarísimo resultará encontrar
en la hagiografía católica otro caso parecido en que la con­
templación infusa estorbe la meditación de los misterios del
rosario. Como, sin embargo, puede rezarse el rosario de va­
rias maneras y Teresa lo rezó toda su vida desde niña (43),
la Santa, a pesar de todo, resalta como ejemplar de esta
mañana devoción que no abandona, no obstante las excusas
sinceras y. valederas. Y es muy fácil que ella lo rezase de
forma que favoreciera a su grado de unión con Dios.
(40) CMB., 308., "D e testa b a . las pequeñas devooiones de m u jeres
b e atas que, a veces, se In tro d u c e n en la s com unidades. Las coleccione*
de oraciones le daban dolor de cabeza. D ecía q u e fu era d e l o ficio D i­
v in o t el P a te r y el Ave le b a sta b a n p a ra a b ra sa r su corazón". (M. Irrts:
SUMM., II, n . 688.)
(41) Cfr. B a r r i o s M o n e o , A i -b e r t o , C. M . F . : La E spiritualidad. C o r -
d im a fiá n a de San A n to n io Marta Claret, M adrid, 1954. c a p ítu lo X II.
232-233,
(421 CME., 308.
(43) SUMM., II, n, 887: C e tS .. 89.
252 ARIDEZ EN LA ORACION

4.— EL SUPLICIO DE LOS EJERCICIOS

Para que a nadie escandalice este calificativo confesa­


mos que. no es nuestro, sino de Celina, cuyas palabras han
sido publicadas: “Sus Ejercicios anuales, sus retiros men­
suales, eran para ella un suplicio" (44).
La espiritualidad teresiana no camina paralela a otras
que reglamentan los vuelos del alma con mil reglas, anota­
ciones, adiciones, repeticiones; con temas fijos de medita­
ciones para cada día y cada hora; con modos varios de orar,
con exámenes generales y particulares. Teresa rebasó desde
siempre estos métodos, eficaces para la mayoría de los hom­
bres. Ella no los necesitó nunca ni en el mundo ni ya Car­
melita; pero en el claustro practicó, por no salirse de la vida
común, los Ejercicios Espirituales todos los años y los que
se acostumbraban a hacer en particular. Debemos advertir
que Teresa no aparece aquí como ejemplar imitable.
En la infancia tuvo algunos días de Ejercicios para su
'"primera Comunión, para recibir el sacramento de la Confir­
mación y para renovar su primera Comunión. Mala fortuna
le cupo escucharlos de labios del canónigo Domin, capellán
del Colegio, tímido y escrupuloso, aunque dignísimo sacer­
dote. La pobre niña que prácticamente hizo para su primera
Comunión dos meses de ejercicios acomodados a su edad y
a su espíritu, dirigidos por M. Inés, sólo se aprovechó de la
mayor soledad vivida en la Abadía, porque Domin, que, sin.
duda, se acomodaría mejor a las demás niñas, no hizo vi-,
brar a Teresa espiritualmente y sembró en su alma gérme­
nes escrupulosos, que allí anidarían hasta que en 1891, .siete
años después, se los arrancaría de raíz el franciscano Padre
Alexis Prou. Quien lea los breves apuntes de la santa (45),

f44 1 CetS., 76,


f45) MA., I I . 22, 26-27.

i
EL SUPLICIO DE LOS EJERCICIOS 253

advertirá la dosis excesiva de terror propinada a tan pe­


queños corazones. Ambientada Teresa en el camino del amor
desde su más tierna ifancia, resultaron desastrosos aquellos
primeros Ejercicios, tanto que a raíz de los que precedieron
a la renovación de su primera Comunión, mayo de 1885,
cayó escrupulosa rematada, enfermedad que le duró año y
medio (46).
En el Carmelo, obligada a los Ejercicios, se vio en ver­
daderos aprietos de espíritu y de salud. Antes escuchemos los
testimonios de la interesada: “Mis Ejercicios para la pro­
fesión fueron, como todos los que vendrían después, Ejerci­
cios de gran aridez” (47). Regla general que luego la con­
firma: “Ordinariamente los Ejercicios predicados me son
todavía más dolorosos que los que hago sola” (48).
Importa examinar el porqué de semejante reacción. No
la achaquemos a la preparación maravillosa de los Direc­
tores de Ejercicios. Por el Carmelo de Lisieux pasaron reli­
giosos de diferentes Ordenes. Los años 1890, 1892 y 1896 los
dio Dom Madelaine, premostrátense; en 1893', 1894, 1895, el
Padre Lemonniér, de los Misioneros de la Délivrande; en
1891 el P. Alexis Prou, franciscano recoleto de Caen. Antes
de 1891 dieron también Ejercicios dos jesuítas, los Padres
Pichón y Blino (49). Aun los del P. Pichón, cuya interven­
ción acertada en el alma de Teresa se ha exagerado, no los
exceptúa la Santa de esta regla general. La única excepción,
la del P. Alexis. Menos éste, todos debieron tronar hasta
atontar a las Carmelitas, por lo menos a Sor Teresa, Repe­
tirían hasta la saciedad de mil formas “que era muy fácil
ofender a Dios y perder la pureza de la conciencia” (50).
Daban en la llaga y favorecían los gérmenes de inquietudes
inoculadas por Domin. La reacción espiritual intensísima se
volcaba en el cuerpo. Palidecía, perdía el apetito y el sueño.

(46) C fr. B a r r i o s , I , 94-102: p a ra los E jercicios p re p ara to rio s a la


p rim era C om unión. Cfr. B a r r i o s , I . 1$4-170.
(47) AM., 78.
(48) AM.. 80.
<49) Cfr. SUMM., II, n . 520, 524.
(50) M. I n £s : SUMM., II. n . 1495
254 ARIDEZ EN LA ORACION

“Mientras los Ejercicios — declara M. Inés— la


veía yo pálida y abatida, no podía comer ni dormir,
y hubiera caído enferma si duraran mucho” (51).

Todavía M. Inés refiere una anécdota en que afirma que


su hermana no sólo llegaría a enfermar, sino incluso a mo­
rir de prolongarse más de ío ordinario la tanda de ejer­
cicios.

“Madre Inés — leemos en su vida— nos contó mu­


chas veces cómo los Ejercicios predicados turbaban
a Santa Teresa del Niño Jesús.
Durante uno de aquellos Ejercicios — decía— ser­
vía yo en el refectorio y me espantó su expresión
de angustia. No podía ella comer. La interrogué des­
pués y me confió que las pláticas la dejaban en ese
estado. Creo que hubiese muerto si se hubieran pro­
longado los Ejercicios” (52).
“— Pero V. R., Madre —fe preguntaron— , ¿qué
sentía en esas mismas predicaciones?
—En general, estaba contentísima, y sin temor
alguno. Pero las fundamentaban principalmente en
el espíritu de temor, y nuestra santa, cuya alma se
dilataba sólo en la confianza, se ahogaba.
De ahí que gustara tanta paz — como lo advierte
ella— en los Ejercicios del P. Alexis, franciscano,
que la lanzó a velas desplegadas por los mares de
la confianza y del amor” (53).

La excepción del P. Alexis, notada expresamente por la


Santa (54), no se repitió. Tanto temía que iba a sufrir que
se preparó con una Novena. A las monjitas disgustó viniera
el Padre franciscano, porque — dijeron— sólo valía para
convertir pecadores. Los hechos demostraron que no Ies ha-
(M> S U & M ,, I I , n . 522.
(52) S&MM., n , n . «23.
(53) &*-
(54) AM>, 80-80 Y.
EL SUPLICIO DE LOS EJERCICIOS 255

bló con ei látigo de las misiones populares, sino como a Es­


posas de Jesús, que ni aun así logró el buen Padre abrirse
paso entre bosque tan enmarañado de prejuicios, y sólo
Teresa lo apreció (55). Hasta él nadie la había entendido.
El P. Pichón calmó sólo su alma del temor de haber podido
pecar mortalmente. Dentro le dejó, y por designios divinos,
la espina dolorosa de estar ofendiendo a Dios por las faltas
de fragilidad en que caía todos los días involuntariamente.
..Este dolor de pensar que, no obstante sus esfuerzos y su
querer,, apenaba y' desagradaba a su Dios, le arrancaba la
vida. Si a ella, a quien tan difícil le parecía ofender a Dios,
a quien tanto amaba, la insistían en la facilidad con que
se puede caer en pecado mortal, aun de pensamiento, ¿no
podía llegar a enfermar, a morir o a enloquecer? (56).
El P. Alexis le devolvió la vida. Teresa emplea palabras
de gratitud no dedicadas a ningún otro Director.

“Me dijo —escribe—■que mis faltas no apenaban


a Dios;, que, ocupando su lugar me decía de su
parte que esta contentísimo de mí.
¡Dichosa me sentí al escuchar tan consoladoras
palabras! Jamás había oído afirmar que las faltas
podían no apenar a Dios. Tal seguridad me colmó
de gozo, me hizo soportar pacientemente el destie­
rro de la vida*1 (57).

Uno se pregunta si —en lugar de cartearse con ei Pa­


dre Pichón, que no contestaba más que una sola vez al
año— hubiera mantenido correspondencia con el P. Alexis,
¿qué vuelos, qué, profundidad, qué rapidez en alcanzar los
secretos del camino de infancia? Pero si.M. Gonzaga la ha­
bía prohibido volver al confesionario de aquel predicador,
¿cómo soñar en dirigirse por carta?
También los Ejercicios practicados en privado te resul­
taban áridos. Por no alargar demasiado estas páginas remi-

(55) AH., 80 V.
(501 Cír. SUMM ., n . ü . « 2
(57) AM., 8® 7.
256 ARIDEZ EN LA ORACION

timos al lector a que estudie en particular los Ejercicios pre-


paratoiros a la toma de hábito y para piofesar (58). Ya nos
lo ha dicho Celina: “Sus Ejercicios anuales, retiros mensua­
les, eran para ella un suplicio” (59).
Los directores enfocaban los temas desde un ángulo fa­
tal para Teresa. Si a ello se añade la dificultad que sentía
en descubrir su alma o el despiste de algunos, como el del
Padre Biino, S. J., nadie se extrañará de que la Santa no
dedique una sola alabanza a los Ejercicios Espirituales, ex­
cepción rarísima entre los santos canonizados de los últi­
mos siglos.
El camino especial de ella corría directrices aparte. Quiso
Dios que apenas nadie lograra dirigirla espiritualmente.
Nunca tuvo dirección. Si escoge al P. Piohon, luego es des­
tinado al Canadá; si la encuentra apropiada en el Padre
Alexis no puede ya retornar más a él. Sólo Dios fue su guía.
Lo dejamos insinuado en otro estudio (60). Aquí sólo adver­
timos que ésta es la solución presentada por la Santa para
explicar esta gran anomalía espiritual, tan rara en la hagio­
grafía moderna. A solas su querido, su Dios, la alimenta.
Sóio y a solas. Sin libros, sin doctores ni teólogos, también
sin Ejercicios y sin directores de Ejercicios, lo contrario e^
una notable excepción en su vida.

“He observado muchas veces que Jesús no quiere


darme provisiones, me alimenta en cada instante
con alimento enteramente nuevo, lo encuentro en
mí sin saber cómo está allí.
Creo sencillamente que es el mismo Jesús, oculto
en el fondo de mi pobre corazón, quien me hace el
favor de obrar en mí y me hace pensar cuanto El
quiere que haga en el momento presente” (61).

(58) Cfr. AM., 75 v, 76; SUMM., 11. n . 624. 641; L e ttres, 97-102, 104-106,
107-109, 161-169.
(M) CetS., 76.
(60) Cfr. B a r r io s , IX. 33-35.
(61) AM., 76.
EL OASIS DEL EVANGELIO 257

Más tarde lo repetiría y hasta lo aclararía todavía (62);


pero habiéndolo ya insinuado, no creemos sea necesario es­
cribirlo también en esta obra (63-. La influencia de los Ejer­
cicios en Santa Teresita es prácticamente nula. Un autor mo­
derno, don Baldomero Jiménez Duque, ha escrito con mucha
verdad: “En Santa Teresita pudieron influir todos — Santa
Teresa de Jesús, San Juan de la Cruz, San Francisco de Sa­
les— . Pero de San Ignacio apenas se nota nada” (64).

5.—E L OASIS DEL EVANGELIO

Teresa probó mil medios para combatir la aridez hasta


comprender la voluntad de Dios. San Juan de la Cruz, la
Imitacóin de Cristo, la Sagrada Escritura y, sobre todo, el
Evangelio. Paulatinamente, según se acercaba al ocaso de
su vida, se iban esfumando esos bellos libros hasta quedar
casi solo el Evangelio, como un oasis delicioso en el desierto
árido de su orientación.
Remediar tanta aridez con la palabra de Jesús fue pri­
vilegio de la Santa. Cuando nadie le hablaba al corazón
podía abrir las páginas santas del Evangelio. Su fe descu­
bría a Jesús que hablaba para ella, como si aquellas pala­
bras las hubiera pronunciado sólo para ella. Allí veía senti­
dos ocultos, aunque luego no supiera expresarlos. Intuía to­
do, lo contemplaba. Por eso llevaba continuamente consigo
un ejemplar del Evai^elio.

“Durante toda su vic i experimentó aridez, decla­


ra M. Inés. Cuando se agrandaban sus penas, la
lectura de los autores espirituales la dejaban en Ja

(62) Cfr. AM., 83 v; BM., 1.


(63) Cfr. B a r r i o s . H . 33-35.
(64) B a l d o m c r o J o i í n k z D u qtjt :, Cinco M aest. os E spirituales, “Reyls-
T t a de Espiritualidad**. 18 (1959). 213.

17
258 ARIDEZ EN LA ORACION

aridez; pero el santo Evangelio, que llevaba cons­


tantemente en su pecho, embargaba entonces su es­
píritu y alimentaba su alma" (65).

En él buscaba cuanto necesitaba. Le parecía que la pa­


labra de Jesús no había perdido eficacia a pesar de las si­
glos. Como en aquellos lejanos días, también hoy puede se­
renar los mares, curar, consolar y perdonar. Si el espíritu
de fe abriera los ojos del alma, descubriría en el Evangelio
escrito la misma vitalidad y Jesús instruiría, como e! mejor
de los Maestros, a cada uno en particular.

“Siempre llevaba también el santo Evangelio para


tenerle de continuo a su disposición. De él hacía sus
delicias, y en él, en sus penas, en toda circunstancia
iba a buscar luz, consuelo y la fortaleza que nece­
sitaba” (66).

Teresa llegó a revelar a M. Inés: “¡Qué dulzura no apren­


der nada sino de labios de Jesúsr (67). Sabedora de seme­
jante comportamiento del Señor, para su oración llevaba el
santo Evangelio (67 bis). Como ningún libro le hablaba, de
hablarle alguien sería Jesús. Más que la Imitación, más que
cualquier libro del Nuevo y del Viejo Testamento, el Evan­
gelio:

“Pero lo que sostiene durante la oración es, sobre


todo, el Evangelio; halló en él lo que necesita mi
pobrecita alma. Siempre descubro en él nuevas lu­
ces de sentidos ocultos y raisteriosaos” (68).

V- esto se fue acentuando cada vez más* “sobre todo


— anota Celina— al fina! de su. vida, cuando ningún libro.

(65) SUM M ., n , U. 1478; Cfr. SUM M ., I I . n . 589.


(66) SUMM.. H. n. 1148.
(07; SUMM., n, n . 589.
<67 tala) Sl/MAT.. II. n. 1677; C etS., 77.
(68> AM S., 223.
FATALES APARIKNCÍAS 259

aun aquellos que ic habían hecho tanto bien, no le hablaban


ya al corazón” (69).
Jesús no envía a su Esposa mensajeros que no saben de­
cirla lo que Ei quiere. Como sí viviera cargado de celos no
consiente que nadie se acerque a ella. Si El no la habla, si
no la guia, si no la inspira, si no la ensena no hay nadie
—ni doctor, ni teólogo, ni santo— que la hable, que la guíe,
que ia inspire ni la enseñe. En unas frases, que cada día
se admiran más, lo manifiesta con tanta sencillez, como si
no descubiera la completa pasividad de su oración , y de
toda su espiritualidad. A continuación del inmenso bien que
le proporciona el Evangelio, lo aclara maravillosamente con
estas palabras:

“Comprendo y sé por experiencia que ei reinado


de Dios está dentro de nosotros. Jesús no tiene ne­
cesidad de libros ni de doctores para instruir a las
almas.
Nunca le oigo hablar, pero sé que está dentro
de mí. Me guía, me inspira en cada instante lo que
debo decir o hacer. Justamente en el momento en
que las necesito, me hallo en posesión de luces cuya
existencia ni siquiera habría sospechado, Y no es
precisamente en la oración donde se me comunican
abundantemente tales ilustraciones; las más de las
veces en medio de las ocupaciones del día” (70).

6.—FATALES APARIENCIAS

El estado habitual de aridez resulta una gran prueba que


Dios pone a las almas escogidas. Teresa de Lisieux padeció
tanto dolor en su segunda purificación mística. Si muchos
no hallan vestigios de tal pasividad es, seguramente, que,
(S 9 ) CetS.. 77; C ír. M. In é s: SUMM ., I I . n . 589.
(70) ÁMS., 223.
260 ARIDEZ EN LA ORACION

como a Jas Carmelitanas contemporáneas, Ies ha despistado la


sonrisa de sus labios. ¿Por qué no encontrar en la Santa los
tremendos amargores clásicos de la noche pasiva del Espí­
ritu? Los capítulos de esta obra dirán que, ciertamente, la
pasó. A l exterior apenas dejó entrever nada. Purificada des­
de sus más tiernos años, con una vida parelela a las exigen­
cias de las inspiraciones de la gracia, Teresa siente en su
espíritu, con calma y serenidad y hasta complacida, los des­
garrones propios de la segunda noche. Nos dice M. Inés unas
palabras reveladoras de las grandes pruebas que sufre en
silencio, tan en silencio, tan disimuladamente que muy pocas
lo advierten. ¡Cuántas lo confesarían en los Procesos! jNo
sabíamos que teníamos una Santa! (71).

‘‘‘E ncuentro — dice M. Inés—• que tanto más


fuerte ante Dios cuando que supo ocultar a las cria­
turas bajo apariencias de serenidad y gozosa ama­
bilidad, sus verdaderos sufrimientos. Tan bien lo
consiguió que en la Comunidad creían muchas que
no había sufrido nada.
Jamás, en su grandes pruebas interiores, aflojó
en su fidelidad en el cumplimiento de todos sus
deberes. Jamás daba señales de couardía y pere­
za” (72).

Pocas supieron calibrar la magnitud de aquella virtud


tan constante. Como nunca la veían triste ni apesadumbra­
da juzgaron que aquella monjita caminaba sobre ruedas.
Aquello no tenía gracia. Nadie podía sospechar otra cosa,
porque el hombre sólo ve el rostro; Dios, en cambio, el co­
razón. E l mismo P. Pichón se despistó al principio. Durante
los Ejercicios que dio al Carmelo en mayo de 1888 distinguió
a Teresa todavía postulante, entre las monjas porque todavía
no llevaba el gran velo de las profesas o novicias. La viera
en oración durante la misa o en oración antes de las pláti­
cas, lo cierto es que contemplándola en el coro creyó que su

(71) Cfr. B a r r i o s . II. 254-265.


(72) SUMM., TI. n. 713.
FATALES APARIENCIAS 261

fervor era enteramente infantil y muy embriagador su ca­


mino. Aunque siempre la trató como a una niña bien pronto
advirtió la falacia de las apariencias (73).

“En los ratos de dirección que tuve con ella —de­


clarará después— quedé particularmente extrañado
de que, contrariamente a las apariencias, Dios no le
prodigaba las dulzuras de la piedad afectiva, sino
que la ejercitaba en la virtud sólida conduciéndola
por el camino de lar- sequedades, de las privaciones
y de las pruebas interiores. Nunca estas pruebas se
traslucían en el exterior triste y preocupado. Las
soportaba con serenidad e igualdad de humor in­
alterables” (74).

. No todos podían recibir tales confidencias. Si al Padre


Pichón deslumbró verla en oración y sólo se convenció cuan­
do la oyó en el confesionario, las demás, que la miraban
siempre tan recogida, ni les pasó por la imaginación que
aquello no obedecía al cúmulo de consuelos que el Señor le
concedía. Una de sus novicias, Sor Marta de Jesús, abrió
desmesuradamente los ojos al escuchar de labios de su Maes­
tra la situación angustiosa en que ésta vivía.

“La encontré —refiere— muy valiente en sopor­


tar las penas interiores.
Particularmente, viéndola un año tan fervorosa,
la creía inundada de consolaciones sobrenaturales
y envidiaba su dicha, porque sufría yo mucho inte­
riormente.
Se lo dije. Sonrió de mi confianza y me confesó
que su alma estaba, como la mía, en la mayor oscu­
ridad. La respuesta me sorprendió. ¡Tan lo contra­
rio me había persuadido su gozo exterior!” (75).

(73) C ír. MA„ II. 47 ü


(74) SUMM., II. n . 192«; Cfr. AME., 185-186.
(75) SUMM., II. n. 1293.
262 ARIDEZ EN LA ORACION

Tanta desorientación se explica por una norma sapien­


tísima de conducta que ella seguía: cuanto mayores eran
sus penas interiores o exteriores tanta mayor era su alegría
en los recreos, más generosa en sus esfuerzos, más alerta
en sus trabajos (76). Dominada su naturaleza y su sensibi­
lidad, no dejaba evaporar el perfume de sufrimiento con
desahogos necios o aflojando sus obligaciones. Pero nadie
piense que la sonrisa, perenne en sus labios, procedía de una
naturaleza ignorante de las mil pasioncillas humanas. Aque­
lla sonrisa no brotaba natural, como brota del capullo la
flor o de . la fuente el agua cristalina. -Fue la gracia y su
vencimiento quienes sobrenaturalizaron armoniosamente los
pliegues de sus labios que nos velaron tanto dolor íntimo y
oculto, llegado de las alturas, porque de nuestro Padre Dios
viene lo que llamamos gozo y lo que los hombres llamamos
dolor. El don es divino, pero al choque con nuestra n a t u r a ­
leza se trueca en rosa o en espina, aunque de los cielos cai­
ga de la misma mano y con el mismo amo. Bien deja en­
tender vividas, convertidas en sangre de su corazón, tan
bellas ideas estas palabras de M. Inés:

“Estaba siempre en paz, a pesar de sus arideces


y sufrimientos. Era toda dulzura. La gracia aparecía
derramada en sus labios en perpetua sonrisa, v lo
más frecuente, su sonrisa no era la expansión de un
gozo natural, sino el resultado de su puro amor a
Dios que le hacía mirar el sufrimiento como motivo
de gozo” (77).

7.— POR EL, NO POR SUS DONES

Muchas almas se desalientan en la aridez y caen en ba­


rrena en la tibieza. Santa Teresita se presenta como un
(70) Cfr. M. Inés: SUMM., TI. n. J466.
177» SUMM.. n . n. 14fi7.
POR EL, NO POR SUS DONES 263

modelo confortador en medio de la que podía haber sido la


mayor desorientación de su vida;
Durante los Ejercicios preparatorios a su toma de há­
bito, enero de 18'89, se encuentra en el mayor desconsuelo.
Pensada bien la causa de semejante situación espiritual, se
da cuenta de que si Dios la consolase, se lanzaría a los gus­
tos, poco menos que como fin, que servía a Dios por esas
mieles. "Si El me consolase, me detendría en esas dulzuras:
pero quiero que todo sea por El. Pues bien -p ro m e te a sus
dieciséis años— todo será por El, todo. Aún cuando no ten­
ga nada que ofrecerle, entonces, como esta tarde, le daré
esa nada..." (78).
L a mayor parte de las almas al sentirse vacías creen que
están perdidas. Ese sentimiento del vacío ■ —causa de ver­
dadero terror— es necesario y es un gran bien y un efec­
to maravilloso de la eficacia de la obra divina. En lugar de
apurarse, el alma debe trabajar con esa nada. Tan gran ta­
lento espiritul no puede quedar inactivo. Puesta esa nada
en Dios, de ella hará brotar un hermoso vergel, porque de
esa nada hay que partir. #
Quien piense que la aridez señala un apartamiento o
huida de Dios se equivoca. Que esa idea se le ocurra al alma
es muy natural, pero no muy exacta. Aun en familia ocurre
muchos veces que se deja a los de casa por atender a los
forasteros. Teresa de Lisieux piensa así. Lejos de enfadarse
lo ve natural: “Me siento muy dichosa que no se preocupe
de mí, tratándome así me muestra que no soy para El una
extraña...” (79).
Estos principios, que nadie le enseña, los aplicará ahora •
al principio de su vida religiosa y siempre (80), Extraña
cómo giiía a sus dieciséis años a su hermana Celina^ Escu­
chemos admirados esta maravillosa lección, más propia de
los grandes escritores másticos.

“Tú no sientes tu amor por tu Esposo, quisieras

(78) L ettrcs, 99.


(79) L ettres, 100.
í80) Cfr. Barjrios, II. 87 8ta.
264 ARIDEZ EN LA ORACION

que tu corazón juera una llama que subiera hacia


El sin una pizca de humo... Mira bien, que el humo
que te rodea es sólo para ti, para quitarte toda la
vista dé tu amor a Jesús.
La llama, por lo menos entonces, sólo El la ve,
la tiene toda entera, porque cuando nos la muestra
un poco, en seguida viene el amor propio como vien­
to fatal que todo lo apaga...” (81).

Que lo vea Dios, que se goce Dios, que lo sienta El. Si el


alma tiende sólo a Dios — como tantas veces al día lo dice
y lo promete—• debe tener como axioma: “No deseo el amor
sensible, sino solamente sentido de Jesús” (82). Esta frase,
que firmaría de buen grado San Juan de la Cruz, puede cla­
rear mil días las nu-bes y prestar alas y espuelas a las po­
bres almas descorazonadas. En tales circunstancias ya no
importaría vivir siempre, con tal “que El esté contento cuan­
to puede estarlo. Entonces — afirma la Santa— yo también
estaré contenta, y consentiré, si fuera su voluntad, caminar
toda mi vida en la ruta oscura en que estoy, mientras llegue
un día al término de la montaña del am or...” (83).
La orientación del alma debe mirar no a sí misma, a su
complacencia, a su felicidad, sino al Corazón del Esposo.
Entonces se le ama con amor puro, lo contrario es refinado
egoísmo. De esta manera, cuando la aridez continúa pesada
y Jesús permanece callado el alma puede conducirse como
Teresa:

“No me dice nada, y yo tampoco le digo nada, sino


que le amo más que a mí. Y siento en el fondo de
mi corazón que es verdad, porque estoy más en El
que en mí (84).

Oír estas palabras y ver que de verdad se le ama en los


momentos de aparente ausencia, tiene que proporcionar a
(81) L tttr e s , 108.
(82) L ettres, 182.
(83) L ettres, 164.
(84) L ettres, 165.
A MIL LEGUAS DEL QUIETISMO 265

Jesús inenarrable complacencia. Esto es seguir, como afir­


ma la Santa, “por el amor de El solamente y no por sus
dones” (85).

“Mi alma — escribía durante los Ejercicios para la


Profesión— permanece siempre en el subterráneo,
pero es feliz, sí, feliz de no tener ninguna consola­
ción, porque me parece que así su amor no es como
el amor de las novias de la tierra que siempre miran
las manos de sus novios para Ver si les traen algún
regalo o a su rostro para sorprender en él una son­
risa amorosa que las fascine../’ (86).

¿Qué importa la insensibilidad del alma si El siente, si


El sólo siente porque aquélla no siente? ¿No le privará a
Jesús parte del dulzor el deseo del alma de gozar cuando
sólo El quiere gozar? No todos se atreven a practicar la
doctrina que de estas páginas se deduce, como Teresa que
“prefería vivir con consolación, porque pensaba dar así a
Dios mayor señal de confianza” (87).

8.— A M IL LEGUAS DEL QUIETISMO

Leemos en los Procesos unas frases que a muchas almas


alentarán: “Amar a Dios como un serafín, consumirse en
las llamas abrasadoras de puro amor sin sentirlas, a fin de
que el sacrificio de sí misma fuese más completo, tal era su
ambición” (88).
Una ambición típicamente teresiana que ansia el amor
de Dios sin gustar las mieles embriagadoras. Lección su­
bidísima, reproche de egoístas, modelo de amadores. Ahora
<85> L ettres, 166.
(86) L ettres, 167.
(87) SUMM.. n . n . 1500.
(88) SUMM., n , n . 1948.
266 ARIDEZ EN tA ORACION

comprendemos que Teresa de Lesieux viviera tan descono­


cida en su propio Carmelo. Su oración no rasgó, más que
rara vez y a ocultas, la penumbra, y nadie advirtió, sino en
el éxtasis de su muerte, aquella santidad admirable. Sólo
después caerían en la cuenta y nos dirían que “en el cora­
zón de Sor Teresa del Niño Jesús el amor divino fue en la
tierra un fuego oculto bajo las cenizas...” (891).
Lo esencial, que haya amor, que haya fuego. Teresa no
anhelaba otra cosa, mejor dicho, ansiaba el fuego y las ce­
nizas para ocultarlo. “Nunca buscaba las’ consolaciones y
las dulzuras en la vida espiritual... Se complacía en no ver
nada, en no sentir nada, excepto su debilidad y su impoten­
cia para todo bien...” (90). Quien añada tal abnegación su­
prema a los grandes martirios de su vida religiosa, esboza­
dos en los capítulos de esta obra, advertirá el grande he­
roísmo, no inferior, ciertamente, a otros heroísmos en apa­
riencia, por lo menos, más fascinadores. Sin descanso, acu-
mulados uno encima de otro, dolor sobre dolor, martirio so-,
bre martirio, resulta la espiritualidad teresiana de una gran­
deza, aun humana, deslumbradora y soberana. Pocas pudie­
ron, como Celina, darse cuenta de tanta amargura que for­
zosamente parece debía haber cristalizado en cansancio, en
aburrimiento, de ese hacer y deshacer de tantas almas que
andan y desandan tantas veces el camino. Teresa, en su
silencio abrumador, en esa aparente pasividad, bulle en una
actividad absorbente. Todo golpe lo acusa con paciencia,
abandono y silencio. Y esa es su vida.
“Hay un hecho que noté siempre en la vida de la
Sierva de Dios — refiere Celina— y es que el Divino
Maestro le servía prueba sobre prueba, tribulación
sobre tribulación. Siempre le venía todo al revés o
tan mezquinamente que necesitaba una paciencia y
abandono constantemente en ejercicio. De esta for­
ma. no puede ser más admirable la firmeza de vo­
luntad que demostró durante su vida” (91).
(89) SUMM., TI. n. 1179.
(9 0 ) SUMM., n. n. 1072
1911 SUMM., I I . n . 1812.
A MIL LEGUAS DEL QUIETISMO 267

Uno de los mayores móviles que la arrastraron a tanto


heroísmo fue su ideal misionero que fundamenta la Ofrenda
al Amor misericordioso. No debemos detenemos aquí des­
pués de haber hablado tanto sobre el tema (92); tan sólo diga­
mos con los testigos de su vida que aceptaba “gozosa las
desolaciones espirituales, ofreciéndolas a Dios para que diese
sus consuelos a las almas que ella podría ganar así a su
amor” (93).
Nadie se engañe pensando que esta espiritualidad puede
llevar a un quietismo, más o menos disimulado. Nada más
falso. Tanto padecer no permanece inactivo, es el talento
con que Teresa negociaba, y aparentemente tan mezquino,
tan diminuto que nadie podía imaginar se pareciera a la
mostaza, la menor de las semillas. Trabajar con la sequedad
y en la sequedad constituyó siempre una labor, ingrata cier­
tamente, pero constante de Teresa. Cómo arrojaba virutas al
rescoldo, cómó ofrecía al Señor la nada que sentía, como
después de la oración quebraba la tremenda flojedad y el
enorme cansancio de la exasperante monotonía de su vida
enclaustrada se lo refiere a su hermana Celina en una pá­
gina que debe ser clásica en los tratados ascético-místicos.
Sufra el lector la extensión de la cita en compensación de
esta lección tan práctica en la vida espiritual, bebida en un
capítulo de la Vida de su Santa Madre y Reformadora (94.

"Santa Teresa — escribe su Hija— , dice que hay


que entretener ei amor. Cuando estamos en tinie­
blas, en sequedad, no encontramos leña a mano, pero
¿no estamos, al menos, obligadas a arrojar virutas?
Jesús es bastante poderoso para entretener sólo el
fuego, sin embargo, se alegra viéndonos alimentarlo,
es una- delicadeza que le encanta y entonces arroja
, . El mucha leña al fuego; no jo vemos, pero sentimos
la fuerza del calor del amor.
De ello hice experiencia; cuando no siento nada.

(92) C fr. B a r r io s , n. 67-73, 84-99, 124-127,


(93) SUMM., II, n. 1172.
Í94} S anta T eresa de J esús, Vida. cap. XXX, n. 20.
268 ARIDEZ EN LA ORACION

cuando soy incapaz de rezar, de practicar la virtud,


entonces es el momento de buscar pequeñas ocásio-
nes, nadas que agradan a Jesús más que el imperio
del mundo o incluso que el maritirio sufrido gene­
rosamente. Por ejemplo, una sonrisa, una palabra
amable cuando me encuentro desganada para hablar
o enojarme, etc.
Mi querida Celina, ¿lo comprendes? Y no es por
labrar mi corona, por ganar méritos, es para agra­
dar a Jesús. Cuando no tengo ocasiones, quiero, al
menor, decirle frecuentemente que le amo; esto, que
no es difícil, entretiene el fuego. Y aun cuando óie
pareciese apagado el fuego del amor, desearía arro­
jar en él algo y Jesús lo volvería a encender...” (95).

Esto, que escribía a su Celina el 18 de julio de 1893 y


que llena de confusión, confiesa que no siempre logra ob­
servar, debía, a pesar de su afirmación, ser norma invaria­
ble de conducta. Nos lo dice M. Inés:

“Su amor se traducía entonces — en las sequeda­


des— en una atención muy generosa a tomar todos
las ocasiones de hacer obras agradables a Dios. No
dejaba escapar una. Buscaba esas ocasiones de ha­
cer actos de caridad, sobre todo en los detalles de
la vida común. Deseaba encontrar ocasiones más
difíciles para testimoniar más amor, pero se dejaba
guiar de la obediencia” (96).

Esto dista infinito del quietismo. Cuando no siente el


Amor, dárselo a demostrar en mil pormenores que El veía
complacido, resulta una ingeniosa manera del verdadero ena­
morado. Cuántas almas en ocasiones semejantes se arrojan a
la cuneta en inacción completa esperando venga el Señor a
sacarlas de su falso éxtasis con un milagro. No es ése el mo­
mento de descansar, sino de cansarse buscando a quien se

(95) L ettres, 225-226; L ettres, 287.


f96) SV M H ., n , n. 1509.
A MIL LEGUAS DEL QUIETISMO 269

ama. Quien no busca no ama. Quien rehúse la oración, es


ceder, decaer. Precisamente entonces se presenta la ocasión.
¿Por qué rechazarla? No existe mejor medicina que marchar
a buscar a Jesús y permanecer en su compañía todo el tiem­
po, al menos, que la regla señala. Teresa ni por ocupaciones
necesarias abandonaba la oración.

“A pesar de este estado de sequedad — refiere Ce­


lina— era siempre asidua a la oración, dichosa, por
eso mismo, de dar más a Dios.
No sufría que se robsase un solo instante a tan
santo ejercicio y formaba a sus novicias en este
sentido.
Un día que estaba ocupada la Comunidad en el
lavado, cuando tocaron a la oración y fue necesario
continuar el trabajo, Sor Teresa, que me observaba,
trabajando con ardor, me preguntó:
—¿Qué haces?
— Lavo— respondí.
:—Está bien — replicó— , pero interiormente debes
hácer oración, es el tiempo de Dios y no hay que
quitárselo” (97).

Para consuelo de las almas y para corona de este capí­


tulo queremos transcribir la definición de oración que Te­
resa, después de una vida pasada en la aridez, ha com­
puesto:

Para mí la oración es un impulso del corazón,


una simple mirada dirigida al cielo, un grito de gra­
titud y de amor, tanto en medio de la tribulación
cómo en medio de la alegría. En fin, es algo gran­
de, algo sobrenatural que me dilata el alma y me
une con Jesús” (98).

(97) CetS., 16-17.


(98) CMK., 307-308.
1

l(
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I
t
C AP í TU I. O X

CUATRO HERMANAS Y UNA PRIMA EN EL MISMO


CARMELO

— Amo mucho a mi familia.


— No estamos ya en casa.
— Lo mismo que a todas.
—■ En el calvario paterno.
— David con el arpa y Saül con la lanza.
—■ A la Cochinchina,
Se pudo murmurar en Lisieux la razón de escoger
Teresa el Carmelo de la villa y no otro distinto. En
él habían abrazado la vida religiosa sus dos her­
manas Paulina y María. Con Teresa eran tres las
hermanas carnales. Luego, en septiembre de 1894,
entraría la cuarta, Celina, y poco después una pri­
ma carnal, María Guerín, hija de sus tíos, él her­
mano de la madre de la Santa. Cuatro hermanas y
una prima en el mismo convento. Un caso bien raro.
Si se tiene en cuenta que el Carmelo constaba de
unas 23 monjas, se adivinará la proporción enor­
me: no había cinco para cada una de ellas, casi
eran la cuarta parte de la Comunidad. A esto de­
ben unirse las cualidades nada comunes que ador­
naban a todas, cada una en su género.
Ya el número plantea problemas delicados, pero
tales sujetos los agudizarían. En vida de la Funda­
dora de aquel Carmelo, M. Genoveva de Santa Te­
resa, todo giraba en torno a ella hasta que se abrió
paso M. Gonzaga, de familia noble normanda, cuya
misión quedó centrada en construir el Carmelo y
llenarlo de almas santas. Logró lo primero y tam­
bién lo segundo con notables deficiencias, contra­
rrestadas más tarde con la admisión de Teresa y
sus hermanas, mérito soberano que nubla tantos
otros desaciertos de gobierno.
Teresa debió intuir las situaciones agudas que la
presencia de una familia, trasplantada casi en blo­
que, podía originar. “Ya presentía yo — confiesa—
que vivir con mis hermanas había de ser un sufri­
miento continuo cuando una está decidida a no con-
274 CUATRO HERMANAS Y UNA PRIMA EN E l MISMO CARMELO

ceder nada a la naturaleza'' (I). Con esta condi­


ción, basada en la negación absoluta, la convivencia
se trocaría en verdadero martirio.
Queremos advertir al lector que no juzgue hoy los
acontecimientos ni las personas después que Teresa
ha subido al honor de los altares. Es preciso plan­
tarse en el Carmelo cuando vivía aquella Comuni­
dad sin los esplendores fulgurantes del porvenir.
Criticar duramente a la Priora y a otras carmelitas
resulta muy fácil, vista la historia. Debemos caer
en la cuenta de que ellas juzgaron — cuántas ve­
ces— a las hermanas Martín como un caso ordi­
nario, como un grupo de hermanas que podían in­
clinar a su favor la balanza de la observancia, de
la autoridad, de las costumbres. Este temor, agu-
Idizado en algunas, pudo dar ocasión a ciertos he­
chos deplorables que fueron motivados seguramente
con recta intención. El caso resulta demasiado ex­
cepcional, demasiado extraordinario para que se re­
pita muchas veces en aquellas circunstancias. Fal­
tó visión de la realidad. Es muy difícil discernir una
excepción de la regla generalísima. Este fallo, muy
real, que el tiempo confirmó, es defecto, desgracia­
damente, no siempre ajeno a todos los talentos,'ni
a todos los prudentes.

1.— AMO MUCHO A MI FAMILIA

Teresa ha escrko unas palabras dignas de un maestro


de espíritu: “Al entregarse a Dios, el corazón no pierde su
ternura natural; antes bien, la ternura crece a medida que
se hace más pura y más divinaM (2), Este principio, impro-

U , C»SB.. 273
¡2,1 CMS., 273
AMO MUCHO A MI FAMILIA 275

pío de aquellos itemipos — en que se juzgaba que el religioso


debía aborrecer a los padres y familiares, interpretando mal
el Evangelio— revela su corazón purificado y una experien­
cia consumada. No se pueden arrancar de la naturaleza las
raíces de los progenitores ni cortar los lazos de la sangre.
La Santa lanza en su Autobiografía una apología vibrante
— buena y certera indirecta a M. Gonzaga— defendiendo no
sólo la posibilidad, sino incluso la conveniencia de vivir en
un mismo claustro personas de una familia. Pocas veces
toma la pluma? de la Santa tanta elevación y deja desbordar
tanto ardor y empeño en la prueba. Se advierte que pone
el dedo en la llaga. Para ella no es más perfecto alejarse
de los suyos, es decir, entrar en monasterios distintos por­
que nadie, ni Dios, ha prohibido luchar a los hermanos en
el mismo frente de batalla. Por el contrario, el dolor y el
sufrimiento también es de todos. Un ejército bien ordenado.
compuesto de familiares, puede resultar en la Religión un
arma poderosísima para Dios y aun para la Orden misma.
El caso de la familia Martín constituye un ejemplo deslum­
brador. El Carmelo de Lisieux, y aun la misma Orden, ha
abrillantado hasta las nubes su gloria con la familia de Te­
resa. Espíritus tímidos pueden dudar de esas ardorosas fra­
ses de Teresa. Ahí está su caso. Siempre que concurran
idénticas circunstancias producirán los mismos efectos.

“¿Cómo se puede decir — empieza Teresa— que es


más perfecto alejarse de los suyos? ¿Se les ha re­
prochado nunca a los hermanos combatir juntos en
eí mismo campo de batalla? ¿Se les ha reprochado
el volar unidos a recoger la palma del martirio?
Por el contrario, siempre se ha juzgado, y con razón,
que en la lucha los hermanos se animaban mutua­
mente. Pero se ha tenido también como cosa cierta
que el martirio de cada uno era el martirio de to­
dos” (3).

Cierto, el martirio de uno es de todos, porque el corazón

(3) CM S., 273.


276 c u a t r o h e r m a n a s y u n a p r i m a e n e l m ism o C a r m e l o

no pierde la ternura al ingresar en Religión. Aquí ha pro­


nunciado Teresa dos verdades que prueban su vida. Jamás
advirtió en ninguno de su familia una sola mirada para
entibiarla en el divino servicio. Todo lo contrario. Todos la
apoyaron, la animaron, la auparon y ella a todos. Su ho­
gar santo fue su escuela primera de santidad. Por ello no
comprendía la postura distinta de tantas lecturas, de tantos
predicadores y de algunas carmelitas. En la casa de Dios
— decía-— hay muchas moradas. Sólo cuando el amor a la
familia es desordenado, es preferido, es obstáculo para amar
a Diost sólo entonces es malo, y como tal, indigno de un
cristiano, anatematizado en el Evangelio.
Sintió un poco regocijo al saber que el venerable Teófanes
Vénard amaba también, como ella, a su familia, porque las
biografías de la inmensa mayoría de los santos las encon­
traba imperdonables en este aspecto. “Quería él mucho a
la Virgen Inmaculada, quería mucho a su familia.”

“ ¡Yo también quiero mucho a mi familia; ¡No


comprendo a los santos que no aman a su fami­
lia..." (4).

Las páginas siguientes nos dirán cómo la amaba> un


amor tierno, afectuoso, pero en el Carmelo completamente
íntimo de modo que nadie pudo advertir prefiriera sus her­
manas camales a sus Hermanas de hábito, esforzándose por
hacer olvidar a las carmelitas que en el monasterio vivía
una familia casi entera.
Refiere Celina el sacrificio de su hermana al no apro­
piarse las flores que ella le enviaba estando aún en el mun­
do, ni en su postrera enfermedad los preciosos racimos de
uvas de sus tíos, y anota:

“Y, sin embargo, no se puede sospechar el corazón


afectuoso que para los suyos tenía. Sor Teresa de!
Niño Jesús. Un la\ intimidad nos testimoniaba toda
su ternura para con nosotras.

(4) II . A., ch. XI I . 250.


AMO MUCHO A MI FAMILIA 277

“Habiendo visto ejemplos de santos que se apar­


taban de sus padres por mayor perfección o cesando
o modificando sus relaciones con ellos, decía ser
dichosa, porque hay muchas moradas en la casa de
Dios, y que su morada no sería la de esos grandes
santos, sino la de los pequeños santos que aman
mucho a su familia” (5).

Radicado en Dios* su amor se presenta enteramente so-


brenaturatizado. Como muestra, se priva de toda satisfac­
ción humana; y esta maravillosa conducta permanecerá co­
mo ejemplo admirable que imitar en la Iglesia. Mientras
llegan las páginas siguientes escuchemos a una testigo:

“Cuando se trataba de su familia, a quien, sin


embargo, amaba mucho, no se daba la más ligera
satisfacción, cercenaba todos esos gozos de que el
corazón humano es tan ávido” (6),

Al final de sus días pudo escribir a su M. Priora, a Madre


M ana de Gonzaga, que tanto la había hecho sufrir, que no
la quería menos que a sus hermanas: “Con esta ternura
—pura y divina.— ay amo a Vos y a mis hermanas” (7). Mas
para llegar hasta estas crestas en un monasterio de pocas
monjas hubo de escalar todo un viacrucis. La Santa sólo ha
lanzado indirectas en su postrer manuscrito, indirectas que
iremos recogiendo.

“Tenía razón el santo rey David cuando cantaba:


¡Qué dulce y bueno es que los hermanos vivan jun­
tos en perfecta unión! Es verdad — comentaba Te­
resa— , y yo lo he experimentado muchas veces. Pero
esa unión sólo puede conseguirse en la tierra a fuér-
za de sacrificios” (8).
(5) SUMM., TI. n . 997; Cfr. CctS.. 13«.
(6 ) T e r e s a d e S a k A g u s t í n : SUMM.,
Sor n , n. U03.
■(7) CMME., 273.
(8J CME., 272. 273.
278 CUATRO HERMANAS Y UNA PRIMA EN EL MISMO CARMELO

2.—NO ESTAMOS YA EN CASA

No se le ocultó a Teresá el grave problema que para al­


gunas de la Comunidad planteaba la estancia en el con­
vento de tantas hermanas. La idea de la caridad- bulle en
su corazón y la del holocausto perfecto. Al entrar, le dieron
por “ángel” , por encargada de enseñarle las ceremonias co­
rales, las costumbres, las reglas y demás usos monásticos, a
Sor María del Sagrado Corazón, su hermana mayor, María.
Una ocasión que podía aprovechar para cambiar impresio­
nes y noticias. Teresa, muy despierta para cnanto fuera ser­
vicio de Dios, reglas y reglamentos, en pocos días alcanzó
a saberlo todo. Su Maestra declarará que “no había, por así
decirlo, que instruirla en la Regla, constituciones y usos
propios de nuestra Santa Orden” (9).
María intentó alguna vez, durante los primeros días y
entre una cosa y otra, mezclar las rubricas de! oficio divino
con preguntas más o menos inútiles, y parece haber querido,
alargar algo estas primeras clases. Bien pronto la joven pos­
tulante le dio una estupenda lección que no desmentiría ya
jamás a lo largo de su vida.

“Intenté — refiere a su propia hermana— detenerla


frecuentemente para decirla alguna palabra qeu me
parecía útil. Algunas veces le daba la razón de que
... era necesario le enseñara yo a buscar el oficio del
día.
Sólo tres semanas después de haber ingresado en
el Carmelo me dijo en una de esas ocasiones:
—Te lo agradezco. Hoy lo he encontrado bien.
Seria feliz de estar contigo; pero debo privarme de
esto, porque na estamos ya en casa” 0 0 ).

(ft) SUMM ., II. n. 403.


(io) suM M ..r i r f n.
NO ESTAMOS YA EN CASA 279

No volvió más su hermana. Aquella niña no daba mues­


tras de ser el juguete, el pasatiempo de la Comunidad, como
susurraba a media voz en los corrillos la beatería de Li­
sieux, tan enterada de las intimidades de los claustros.
Su hermana Paulina, todavía simple Carmelita, s e g u í a
los derroteros de Teresa o. Teresa los caminos de ella, aun­
que bien pronto la superó. Todo el día juntas, pidiéndose
tan sólo los objetos y utensilios necesarios para las comidas.
Ni una palabra de afecto, ni un desahogo, ni un comentario,
ni un consejo con la que había sido su segunda madre, “su
madrecita”,, como gustaba llamarla. Dentro, ansias de explo­
tar, de romper el silencio. “Las dos, como unas desconoci­
das. Las dos, a cual más ejemplares” . ¿Madrecita mía — ex­
clamaba Teresa en el ocaso de su vida— , cuánto sufrí en­
tonces! ¡No podía yo abrirte mi alma y pensé que no me
conocías ya! (U ).
Se conocían y se amaban entrañablemente. Por encima
de su cariño reinaba su Dios. ¡Todo por El! Teresa se lo
recuerda en la Historia de un Alma, Se oye todavía palpitar
aquel corazón de hija que sabe contener el desbordamiento
que la Regla prohíbe:

“No gozaba — dice—, como en otro tiempo, de li­


bertad para decíroslo todo. Había una regla que
observar; no podía abriros mi alma, En una pala­
bra: estaba en el Carmelo, y no en los Buissonnets
bajo el techo paterno” (12).

Nos explicamos que Paulina se viera precisada a pedir


permiso a la M. Priora para mil cuestiones de familia y
principalmente para apoyarse en su .hermanitá con las lu­
ces que del cielo recibía o únicamente para volcar su al­
ma. Está dentro de lo lícito. Teresa, recta hacia su cal­
vario, se priva de idénticos desahogos, aunque para conseguir
semejante Ucencia sólo era cuestión de hablar a M. Gonzaga.
Es un hecho sorprendente en ella, que en el mundo nunca

(11) H. A., ch . X II. 225.


uai AM E.. 300.
280 CUATRO HERMANAS Y UNA PRIMA EN EL MISMO CARMELO

pudo ocultar nada a su Paulina, ni podía vivir sin ella, ni


andar un paso sin su consejo. Hoy todo ha cambiado. Se ha
fortalecido en Dios para saber represar el corazón.

“Me confió — refiere María— que habiendo per­


mitido N. Madre Priora a M. Inés de Jesús ir alguna
vez a hablarla, era para ella ocasión de grandes sa­
crificios, porque no habiendo ella, por su parte, re­
cibido permiso para revelarle sus pensamientos ín­
timos, se limitaba a escuchar simplemente las con­
fidencias de la que llamaba su madrecita, sin hacer­
le las suyas. Sin embargo, ella, con una sola palabra
hubiera obtenido hábilmente el permiso” (13).-

Con Celina siguió idéntica conducta. Era, prácticamente


Maestra de Novicias, y tenía obligación de recibirla para
orientarla, corregirla, animarla en la vida espiritual. Ce­
lina, con plena libertad le planteaba problemas, dificultades,
pedía consejos, y Teresa la instruía y guiaba admirablemen­
te. Teresa era para Celina su Maestra de Novicias, no su
hermana carnal. ¡Qué ocasiones más hermosas y numerosas
para aprovecharse las dos solas, sin nadie adivinarlo, en la
habitación destinada a recibir a las novicias, charlando de
mil cosas, recordando los años de infancia, los éxtasis del
mirador en los Buissonnets (14), las peripecias y anécdotas
de la peregrinación a Roma, las estaciones del viacrucis del
padre!... No. El permiso de hablar Celina con ella no se
diferenciaba del permiso de Jas demás novicias o postulan­
tes. Los lazos de la sangre montaban aquí bien poco. Es Ce­
lina quien lo declara:

“ La Sierva de Dios tenía permiso para hablar con­


migo como novicia. Frecuentemente advertía que se
privaba de expansionarse conmigo sobre lo que per­
sonalmente le atañía, porque no había recibido per­
miso formal para ello.

(13) SUMM., II. n. 1674.


(14) Cfr. B a r r io s , I, 202-213.
NO ESTAMOS YA EN CASA 281

Ejercía una vigilancia verdaderamente heroica


para no sobrepasarse en cuanto creía ser la medida
de la obediencia” (15).

Antes había dado un alto ejemplo de desprendimiento


que pudo ser observado por la comunidad en el momento
de pasar Celina la gran puerta de la clausura.

“A mi entrada en el Carmelo —cuenta Celina— 14


de septiembre de 1894, después de haberme abraza­
do como todas las demás Hermanas, se marchaba ya,
cuando N. Madre le hizo seña de acompañarme a la
celda que me habían señalado. Ella no hubiera ve­
nido sin esta llamada.
* En la toma de Hábito de Sor María de la Euca­
ristía, su prima hermana — prosigue Celina—. se
privó de acompañarla a la puerta de la clausura para
remitirla a su familia. Y como la reprochara yo por
no haber estado, me dijo que se había mortificado
porque tenía un deseo exagerado de hacerlo” (16).

Sobre este último hecho nos brinda todavía la misma


Celina preciosos detalles que abrillantan más el sacrificio.
Recuérdese que por salir fuera de clausura la postulante era
una bonita ocasión para ver a sus parientes que esperaban

(15) SUMM., n , n . 1027: Cfr. C etS., 13. La ml6m& C elina te n ia q u e


se r m uy p ru d e n te para n o levantar los cellllos de las o tra s novicias.
C u á n ta *discreción y c u á n to su frim ie n to ocasiona a laa dos h e rm a n as
el vivir ta n Ju n ta s, lo m a n ifie s ta C elina:
“A c au sa del encargo de las Novicias qu e le h a b ía n encom endado,
m is relaciones co n m i q u e rid a T eresa fu e ro n m uy frec u e n te s, pero, Aún
aquí, d ebía yo e n c o n tra r la cruz. N o siendo yo sola el ún ico g a tito
q u e te n ia q u e beber e n la escudilla del N iño Jesús (alegoría del papel
de la Joven M aestra de Novicias) no podía y o beber m ás qu e los otros,
m i discreción, el privilegio de ser s u h e rm a n a. E sto fu e m a te ria p a ra
m i dlscrecclón, el privilegio de ser su h e rm a n a. E sto fue m a te ria p ara
m í de g ran d es sacriflctos." E n P i a t S t í p h a n e - J o s e p h , O . P . M ., C éllne,
Office C en tral de L isieux, 1963. III, 76).
(10) SUMM., II, n. 994.
282 CUATRO HERMANAS Y UNA PRIMA EN EL MISMO CARMELO

a su hija con los brazos abiertos, máxime haciendo un año


que do los veía.

“En la toma de Hábito de nuestra prima, María


Guerin, Sor María de la Eucaristía, al acompañarla
ia comunidad a la puerta de la clausura para lle­
varla a su familia, Sor Teresa del Niño Jesús estuvo
en un lugar apartado y no apareció. Encontrándola
una Hermana la dijo: "¡Vaya usted también para
ver a su fam iliar Pero ella no hizo nada.
Es de advertir — anota Celina— que estando en
construcción los locutorios, hacía un año que no
veíamos a nuestros parientes.
Como le reprochara yo más tarde haber sido la
única en fallar a la cita, me dijo que se había pri­
vado para mortificarse, añadiendo que le había cos­
tado mucho este sacrificio” (17).

¿Qué dirán ante la elocuencia de los hechos quienes to- s>


davía se imaginan a una Santa Teresita —cón diminutivo—
en brazos de sus hermanas por los claustros del Carmelo de
Lisieux, como una muñeca? ¿No era al revés? La muñeca
ha sentado cátedra y sus lecciones se copian en todo el
mundo.
Necesariamente las cuatro hermanas iban, de ordinario,
juntas al locutorio para hablar con sus parientes. Teresa,
por mortificación, hablaba muy poco, tomando la palabra
sólo cuando la preguntaban. Esta reserva, acaso demasiada,
se interpretaba mal. Incluso su misma familia lo achacaba
a que “había entrado demasiado joven en el convento, su
instrucción había sido truncada y que de ello se resentiría
toda la vida” (18). Pojr dejar hablar a sus hermanas, pasaba
Teresa por tonta., Si después ¡seguían algtfna vez ¿hartando,
comentando noticias o incidentes, disgustaban a Teresa.

‘'Otra vez — refiere M. Inés— me dijo a mí y a

(17) SUMM., t i , u. 1828.


(18) C etS.. 133.
LO MISMO QUE A TODAS 233

mis dos hermanas cuando salíamos del locutorio:


—-Prestad atención a la Regía. Después del locu­
torio no os detengáis a hablar entre vosotras, porque
entonces es como en casa, no os priváis de nada.
Cuando yo ‘haya muerto, guardaos de llevar entre
vosotras vida de familia” (19.

Igual consigna les dejó en sus postreros días;

“Durante su última enfermedad nos dijo a las


tres: M. Inés, Sor María del Sagrado Corazón y a
mí — declara Celina—•: Cuando yo haya muerto,
prestad mucha atención a no llevar vida de fami­
lia” (20).

Sólo la virtud prestaba tanto ascendiente sdbre sus her­


manas que recibían las consejos y correcciones de la pequeña
con verdadera sumisión y agradecimiento, viendo en su con­
ducta un ejemplo que imitar. Fuera del locutorio nadie diría
que en el Carmelo había cuatro hermanas y una prima. Te­
resa permanecía como el eje de tanta regularidad. Así res­
pondía María a quien la preguntaba cómo había procurado
tan poco la compañía de la Santa:

“ ¡Ah! ¿Cómo hubiera podido acercarme? No era


que no me faltasen ganas, sino que ella, por fide­
lidad a la Regla, no quería hablarme” (21).

3.— LO MISMO QUE A TODAS

¿Cómo trató a sus hermanas? Lo mismo que a Codas.


Quien, haya leído (despacio los primeros capítulos de la His-
(m SUMM. II. n. 318.
(W) SUMM., n , 71. 994.
(2J.Í . $UM M .r U.r p. 509.
284 CUATRO HERMANAS Y UNA PRIMA EN EL MISMO CARMELO

toria, de un Alma habrá admirado las dulzuras*1de aquel


cálido hogar donde se amaban todos entrañablemente, don­
de,la pequeña era de.verdad la reina, ídolo de todos, devol­
viendo a todos su cariño.
■"'V. Un Carmelo es- un hogar muy distinto. Trasplantadas
cuatro de las cinco hermanas al vergel de la Virgen, no
dan señales de haber convivido en un ambiente familiar tan
extraordinario, desde el punto de vista de la unión y del
amor. Dios no ha roto los lazos, se los ha dorado, y ellas no
son ni conocidas.
i ?/ . ,. t .
“Entrada en el Carmen a los quince años — in­
forma una testigo— y volviéndose'a encontrar con
sus hermanas, se habría podido creer que buscaría
al lado de ellas consuelos y los goces de familia. .
■ En manera alguna. Quiso que este:sacrificio fuera
completo. Así, jamás testimonió más preferencia -a
' sus hermanas carnales que a quienes le estaban uni-
r.:.,": ' das por los vínculos de la Religión” (22): »i;' '
. -aT ; : : ■ - <: • ■ ■' •".< " i t rr¡'
: Un principio-tan absoluto, tan adm irable,'tan inesperado
exige aclaraciones y pruebas. Difícil resulta aquí escoger tes­
timonios. Este capítulo es un rosario de documentación, mu­
chas veces, inédita; pero la hermosura de esta vida, a (basc
de sujetar un corazón ardoroso y amante, salta en surti­
dores blanquísimos, algunos de los cuales bien vale la pena
de contemplarlos extasiados.
Cuántos se preguntarán con cierta justa curiosidad con
quiénes pasaría los recreos. Si en horas de silencio se falta
hablando con cualquiera, aun con las hermanas, es intere­
sante averiguar sus compañeras en las recreaciones.
Con cualquiera, respondemos, menos con' sus hermanas.
Claro que esta regla admitiría alguna excepción, que nadie,
sin embargo, advirtió. Oigamos a las testigos presenciales:

“Sor Teresa del Níñó Jesús no tuvo jamás en el


Carmelo preferencia señalada por\ sus tres herma-

(22) S o r T e r e s a de S an A g u s tín : S U M M . , I, p. 227.


LO MISMO QUE A TODAS 285

ñas. Aun en la recreación no buscaba jamás su com­


pañía sin afectar, no obstante, que huía de ellas. Iba
indistintamente con cualquiera. Y muy frecuente­
mente la Hermana con quien conversaba más a gus­
to era la que estaba sola, desamparada...” (23).

Un día ocurrió una anécdota que no gustó ,a M. Geno­


veva. Si tanto fue el rigor, la aspereza del desprendimiento
y el dolor causado a M, Inés venía motivado justamente
por. las circunstancias de aquel Carmelo, como páginas ade­
lante estudiamos. Lo contrario, el ir derechamente a süs her­
manas, como buscando su calor y compañía, podría no ser
interpretado con benevolencia. Despierta la Santa para in­
tuir el pequeño mundo femenino de los claustros, creyó más
perfecto y más prudente, atendiendo el ambiente que la ro­
deaba a ella y a sus hermanas, comportarse así en esta
ocasión:

“Al salir de unos Ejercicios llegó al recreo sin


saludar a M. Inés de Jesús, lo cual la disgustó gran­
demente. Esperaba ésta, por lo menos, se pusiera a
su lado, pero no lo hizo. Fue a ponerse junto a la
última que había venido.
Contaron esto a M. Genoveva, que la riñó dicién-
dola que no era entender la verdadera caridad” (24).

Imposibilitada M. Genoveva por su enfermedad, que la


tenía- recluida en la enfermería, no poseía todos los datos
suficientes para emitir un juicio práctico. No llegaban hasta
su lecho mil detalles que la elemental discreción silenciaba.
Su parecer, exacto en sí, quizá no lo fuera en este caso par­
ticular. Sin duda, se oculta alguna indirecta en estas pala­
bras de Sor María de los Angeles, la testigo,, que preceden
inmediatamente a su declaración:

“En los recreos no buscaba la compañía de sus

'(2 3 ) M . I n í s : SUMM., I I . n . 700.


(24) S o r M a r í a b s l o s A n g e e .e s : SUMM., II.'n. 1181.
286 CUATRO HERMANAS Y UNA PR'iftiA EN EL M3SMO CARMELO

hermanas según la naturaleza, a pesar de su amor


hada ellas. Se imponía este sacrificio para que su
caridad tan viva hacia su familia del Carmelo no
sufriera por ello" (25).

Y para que no sufriera ponía cuanto estaba de su parte


a fin de no originar por su culpa, con causa o sin ella, un
comentario fácil que nublara la caridad. Ni siquiera en los
días de . libertad para hablar, según los usos de entonces,
ponía inconveniente en alternar con las demás, privándose
de esta honesta y lícita expansión.

“Durante una de las Ucencias (26), en las que nos­


otras teníamos permiso para hablar, la hice esta re­
flexión:
—No le pido que venga un momento con nosotras;
antes son sus hermanas. Debe tener muy poco tiem­
po libre.
— i Oh!, no lo crea —me respondió— ; no les doy
más tiempo que a las demás. Todas son mis Her­
manas'* (27).

El tema interesó mucho ai tribunal del Proceso. Se tra­


taba de una piedra de toque admirable para llegar al co­
nocimiento de la heroicidad de las virtudes. Como pudo ori­
ginar escándalos, faltas de caridad, pudo también ser fuente
cristalina de finísimo desprendimiento. Por eso preguntaron
a Madre Inés:

"Si apetecía preferentemente — Sor Teresa— la


conversación con sus hermanas según la carne.
—Al contrario —respondió M. Inés— , en recrea­
ción y en tas demás circunstancias se privaba de
(15) SUMM., n , n . 1187.
(26) Lab carm elita s lla m a n día de licencia a la conversación que
p uedan te n e r J u n ta s u n d ía de recreo e x tra o rd in a rio con p erm iso de
la M. Priora.
(27) S o» T e r e s a d b S jln A q u b t í k : SUMM., I, p. 237-228.
LO MISMO QUE A TODAS 287

nuestra compañía» y buscaba preferentemente tas


Hermanas que le eran menos simpáticas" (28).

Con esta conducta pretendía, además de otros sobrenatu­


rales, un móvil, por así decirlo, humano, que se ajustaba
más a la visión, delicadísima de unas monjitas de clausura
que, siendo pocas, necesitaban variar de compañía, para
sobrellevar mejor las penalidades de la vida; intentaba bo­
rrar la idea de que en aquel Carmelo había una familia
reunida. Celina brinda un dato preciosor examínense las fo­
tografías de la Comunidad y vean entre quiénes se ha co­
locado. Un detalle femenino que, él sólo, dice muchas cosas.

“La Sierva de Dios >r—afirma Celina— se esforzó


siempre por hacer olvidar a las Religiosas que tenía
sus hermanas en el mismo monasterio«
Decía que es necesario hacerse perdonar por vivir
bajo el mismo techo.
Para dar muestra sola que hoy se puede com­
probar, de esta caritativa discreción, en los grupos
fotográficos de la Comunidad está ella siempre ro­
deado. de otras religiosas y casi nunca reunida con
sus hermanas” (29).

Celina cuenta cómo se apretaban tanto las novicias jun­


to a su joven Maestra que ella, que preparaba el dispositivo,
la máquina y el grupo, apenas encontraba un hueco donde
meterse cuando una anciana, Carmelita, indiferente a tan
modernos inventos, sacaba la fotografía.

.* “Siendo yo la encargada de preparar el aparato


y de disponer los grupos, acontecía, llegado el pre­
ciso momento, que habían cogido mi puesto, pre­
parado para mí entre las novicias. Estas $e habían
pegado a su Maestra a ver quien se ponía más cerca.
Mi querida hermana las dejaba hacer, no sin la-

(2&) SUMM .. I I , n . 443.


(29) 3U M M ., II. n . M3.
288 C U A TR O HERMANAS Y UNA PRIM A EN E L MISMO CARM ELO

m entar que, de tiempo en tiempo, no tuvieran la


delicadeza de darnos la alegría de estar ¡untas. M e
confesó que lo había sentido” (30):

Quien hojee Conseils et Souvenirs, esa inapreciable obra


de Celina, adm irará una preciosa fotografía de Teresa y
ella lavando las dos. ¿Cómo se logró? H abía ocurrido ya lo
de siempre. Todas, las primeras, menos Celina, entretenida
con la m áquina fotográfica. Teresa pidió a Sor M arta de
Jesús que se apartara un poco para dejar sitio a Celina. Sin
el arte de ésta, la joven M aestra m ira serena al objetivo.
E n su mirada límpida hay paz, am or de Carmelita contem­
plativa.

4.— EN E L CA LV A R IO PA TERN O

Grande ocasión para quebrantar esta disgregación fra­


terna pudo ser, con sobrado motivo, la enfermedad de su
pobre padre, que duró cinco años. No vamos a relatarla.
La suponemos sabida (31). Limitaremos estas líneas al com­
portamiento heroico de la Santa en tan triste enfermedad,
siguiendo la rigidez de la regla y sobreponiéndose, a pesar
del llanto y del dolor, a los sufrimientos naturales del co­
razón.
La terribilidad de la prueba se deja entrever contrastan­
do los primeros capítulos de la Historia de un Alm a, donde
revela el idilio encantador de aquel hogar, con la relación
auténtica presentada por Celina y por el Padre Piat (32).
“ La más dura prueba de la vida de Sierva de Dios fue la
enfermedad de mi padre” (33), afirma Celina. Coincide con
ella M. Inés:
(30) CetS., 135. C ír. P i g t , Céline, 55, 84.
(31) U n a sín te s is de e s ta h u m illa n te e n fe rm e d a d , en B a r r io s I, 41-44.
(32) Cfr. Le Pére, 67-101; P i a t . XIV. 305 sts.
(33) C e l i n a : SXJMM., II, n. 1004.
/

EN EL CALVARIO PATERNO 289

“Una de las mayores pruebas de la Sierva de Dios,


como nuestra, fue la enfermedad cerebral de mi
padre. Poco antes de la Tom a de Hábito de Sor Te­
resa los ataques de parálisis que mi padre había te­
nido el año precedente tom aron un sesgo gravísimo
y tristísimo. En la imposibilidad de cuidarle en casa,
entró en una casa de salud especial para enajenados
mentales el 12 de febrero de 1889.
De modo m uy especial sintió la Sierva de Dios
esta prueba, porque m i padre había sido todo para
ella" (34).

No era sólo la enfermedad en sí, era lo humillante de la


enfermedad que tocaba las facultades mismas superiores del
hombre, y también la indiscreción de las monjitas y de la
Priora.

“Nuestra pena era frecuentemente avivada de ma­


nera cruel por la indiscreción de las conversaciones
que se tenían delante de nosotras.
Un día escuchamos en el locutorio las cosas más
duras sobre nuestro padre; empleaban, hablando de
él, términos despectivos.
Otras veces, en recreo, la M adre Priora dictami­
naba abiertamente en nuestra presencia, la enfer­
medad de m i padre, hablaba del régimen de la casi,
de salud, de cuanto los locos hacen o pueden hacer,
de las camisas de fuerza, etc.” (35).

Sin ver malicia en este comportamiento, como han que­


rido otros, la simpleza o la falta de visión no dejan de ser

(34) SUMM., H , n. 720. S in n a d ie p re te n d e rlo , p re c isa m e n te o tro 12


de feb rero , p ero de 1960, se ría la C la u s u ra del P roceso In fo rm a tiv o en
v ista s a la B e a tific a c ió n de este s a n to v aró n . S ab em o s q u e ta n to la C ausa
de B e a tific a c ió n del P a d re com o de la in c o m p a ra b le d o ñ a Celia, la m a ­
d re de S a n ta T e re slta , lle v a n u n ritm o seguro, a u n q u e le n to , con la es­
p era n z a , m u y fu n d a d a , de lleg ar am bos a la g lo ria de B e m in l.
(35) M. I n í s : SUM M., II, n . 720.

19
290 CUATRO HERMANAS Y UNA PRIMA £N EL MISMO CARMELO

notorias. Negar este despiste es contrario a la historia. Tam­


bién en el Proceso Diocesano habló M. Inés claro:

“Personas bien intencionadas nos hablaban en el


locutorio sin consideración. Aun en la Comunidad
conversaban frcuentemente delante de nosotras en
los recreos, de este tema tan desolador para nos­
otras” (36).

Teresa abrazó tanto dolor con amor y gratitud a Dios.


Sabía que se cumplían así los designios divinos para santi­
ficar al padre y a las hijas. La M. Priora, Madre Gon¿aga,
dijo a Teresa que pidiera el día de su Profesión, cuando
estuviera prosternada, la salud de su padre. Teresa dijo en
aquel momento: ‘'Dios mío, haced que papá cure si es vues­
tra voluntad, puesto que N. Madre me ha dicho que os lo
pida.”
Qué segura estaba de que se cumplía la voluntad de Dios,
se adivina por el modo con que exigía el don de la vocación
religiosa para su hermana Leona con estas palabras, pro­
nunciadas a continuación: “Pero para Leona haced que sea
vuestra voluntad que muera Visitandina, y si no tiene ese
vocación os pido que se la deis. No podéis negármelo” (37).
Hubo unos días —junio de 1889— de terrible incertidum-
bre por el paradero de su padre, que huido de casa, estuvo
vagando cuatro días por el mundo.

“Estábamos tan aterradas — escribe en sus notas


íntimas M. Inés— que no salimos de la sala, donde
M. María de Gonzaga nos había instalado bondado­
samente.
En fin, al atardecer, volvimos a ver a M. Geno­
veva. Nos tendió los brazos, y nos dijo entre so­
llozos:
— ¡Pobres hijas míns, venid! ¡Oh, qué largo se me
ha hecho el día sin veros!

(36) SUMM.. n . n. 1571.


(37) SUMM., r , n. 1250.
L eona:
¿N EL CALVARIO PATERNO 29 l

Nos habló como quien sabe lo que es sufrir. Des­


pués añadió:
—No lloréis, vuestro padre está a salvo. He aquí
las palabras que entendí esta mañana, después de
rogar por vosotras y por él: Diles que volverá ma­
ñana y que no le ha pasado nada.
Lo cual sucedió contra toda previsión” (38).

Una vez que la parálisis invadió las piernas del pobre


enfermo se le sacó de la casa, de salud, Bon Sauveur de
Caen, y lo trasladaron a Lisieux. Era el 10 de mayo de 1892.
A los dos días lo llevarou al Carmelo. Aquel día, uno de los
más lúcidos, fue el último que las hijas verían a su padre.
Cambiado, aviejado, desconocido, paralítico, miraba sin bri­
llo, agotado, hinchado. ¿Era aquel su padre? Se despidieron
sus hijas: “ ¡Hasta la vista!” Replicó él con voz anegada en
lágrimas: “ ¡Hasta el cielo!” Y apenas dejó el locutorio,
aquellas hijas rompieron la presa de sus lágrimas contenida
ante la deshecha figura del autor de sus días (39).
Teresa era la benjamina. Cortos años, pero cimentados
en la roca inconmovible de Dios. La unióu con El le había
traído el don de la fortaleza. Nadie hubiera soñado tanto
valor sobrenatural en una niña, capaz de consolar y calmar
el llanto y el dolor de sus hermanas, todas mayores que ella.
María la llevaba casi trece años y diez años y ocho meses
Paulina. La Santa, como madre tierna que ahoga sus lágri­
mas y aprieta el corazón, “no cesó de sostener nuestro áni­
mo con palabras de fe y esperanza” (40), afirma Celina. Y
María: “En el momento de la prueba de nuestro padre Sor
Teresa del Niño Jesús era quien sostenía nuestro ánimo.
Viéndola tan fuerte, a nadie le ocurría ocuparse de ella” (41).
Más valerosa que todas, parecía que las peores noticias,
que los días de cruz más pesada, caminaba más aprisa y
abría con más amor sus brazos al dolor siguiendo a la Co-

(38) A gnés, 55-59.


(39) C elina: Le Pére, 82-83.
(40) C e l i n a : SUMM., II. n. 1004.
(41) SUMM., II, n. 1655.
2 9 2 CUATRO HERMANAS Y UNA FRJMA EN EL MISMO CARMELO

munidad, sin entretenerse en mendigar en sus hermanas el


lenitivo del consuelo que tanto necesitaba humanamente su
corazón. ¿Qué momentos más propios para convivir? Todo
parece justificado. Como se quiera. Siempre las exigencias
del Señor constituyen un mandato para el alma.

“En nuestras grandes penas de familia fue más


valerosa que nosotras — testifica M. Inés— . Después
de haber recibido aquellas noticias tan tristes, por
ejemplo, sobre el estado de salud' de nuestro padre,
en vez de buscar consolarse conversando con nos­
otras, reemprendía inmediatamente sus ejercicios de
comunidad” (42),

No provenía este aparente endurecimiento de frialdad, de


temperamento amorfo. Su corazón, abierto por los cuatro
costados, sangraba a borbotones incontenibles. Mas, por en­
cima de tan nobles sentimientos, su deber, su regla, su Dios.
Excusaba a sus hermanas, se lo explicaba. Violentándose ella,
violentando el corazón, violentando el abatimiento terrible,
la imaginación, los pensamientos, todo. ¡Qué conducta más
acabada presentara a sus novicias nos lo revela Sor Amada
de Jesús:

“La fortaleza fue heroica durante la prueba de la


enfermedad de su venerable padre por su admira­
ble sumisión y por su exactitud a los ejercicios de
comunidad en el momento en que sus hermanas
estaban ausentes. Ella nos hablaba con serenidad
perfecta mientras gruesas lágrimas, que se le esca­
paban, mostraban bien que no era insensible a estos
sufrimientos” (43).

(42) SUMM., II, n. 1463.


(43) SUMM., n , n. 2233.
DAVID CON EL ARPA Y SAUL CON LA LANZA 293

5.— DAVID CON EL ARPA Y SAUL CON LA LANZA

El 21 de febrero de 1893, Paulina era elegida Priora, car­


go que desempeñó hasta el 21 de marzo de 1896. Tres años
dolorosos para M. Jnés y para sus hermanas, principalmente
para Teresa. Aunque a primera vista salta el triunfo, la
situación del Carmelo podía agravarse tremendamente. Se
necesitaba una prudencia exquisita, un tacto finísimo, y aun
tanta precaución no bastaría para impedir alteraciones en
la caridad, debida al carácter envidioso de M. Gonzaga.
Madre Grtzaga preparó lealmente la elección de Madre
Inés-para Priora, pues ella no podía continuar, terminados
los dos trienios seguidos, bien rebasados. ¿Por qué tanta
diferencia? Sin género de dudas, M. Gonzaga amaba y apre­
ciaba sinceramente a M. Inés. Pero eligiéndola Priora pen­
saba que, en la práctica, gobernaría ella el monasterio. To­
camos su punto débil, su gran debilidad, “su pasión de en­
vidia, frecuentemente inconsciente” (44).
Se ha querido ver exageración en este testimonio de Sor
María de la Trinidad por ser ésta una víctima de M. Gon­
zaga en su profesión solemne: ‘‘Ella misma la había hecho
nombrar Priora, porque estaba persuadida de que Madre
Inés, de carácter dulce, se dejaría dominar enteramente por
ella. Cuando vio que, bajo esa dulzura, se encontraba una
firmeza de carácter que se imponía a la Comunidad cambió
enteramente de' disposiciones frente a ella” (45).
Desgraciadamente no hay exageración. Los Procesos ha­
blan claro. Y es una necesidad para la historia decir las
cosas como sucedieron. Lástima que se hayan adelantado
otros, como Ubald y Van der Meerch, muy deficientemente
informados, exagerando y ensombreciendo el cuadro ca-

(44) SUMM.', II, p. 16S.


(45) SUMM.. II, n. 2896.
294 CUATRO HERMANAS Y UNA PRIMA EN EL MISMO CARMELO

liunniosamente. ¿Quién puede 'hoy encauzar las aguas que


ellos desbordaron?

“Después de la muerte de M. Genoveva, viendo


que era imposible permanecer siempre Priora, orien­
tó ella —M. Gonzaga— los votos del Capítulo hacia
Sor Inés de Jesús, cuyo carácter conciliador conocía
bien. Creía así quedar la señora y hacer obrar a la
nueva Priora según sus caprichos. Cuando la vio to­
mar la autoridad, la hizo sufrir mil persecucio­
nes" (46).

Acostumbrada M. Gonzaga a ser siempre Priora menos


el tiempo que, forzosamente, debía ser el paréntesis entre
el futuro sexenio del nuevó Priorato, cuando no lo era “se
mostraba su carácter — leemos en los Procesos— más som­
brío que nunca. Veía con pena que se le escapaba la auto­
ridad y concentrarse las afecciones en otra, distinta a
ella” (47). ¿Hasta dónde llegaba la malicia? La nobleza de
su cuna, su educación, su carácter muy anormal disminuyen,
aun para los hombres, muchos de sus actos, en sí reproba­
bles. Debemos saber —-como demostraron algunos hechos de
su vida que silenciamos de propósito— que M. Gonzaga es
un caso patológico. Esta advertencia, que disminuye la impu-
tabilidad, explica, por desgracia, demasiados disgustos a Ma­
dre Inés, a sus hermanas e, incluso, a toda la Comunidad.
M. Gonzaga llevaba por norma recibir a cuantos sujetos
pidieran la admisión. De este modo abrió las puertas a al­
gunos, depauperados písiquicamente, que la harían derramar
muchas lágrimas, desequilibrarían tantas veces la Comuni­
dad y serían para todos y para Teresa un martirio a pin­
chazos de alfiler, como referimos en el capítulo de la “Ca­
ridad fraterna” . Así M. Gonzaga admitió a las cuatro her­
manas, a la prima y hubiera recibido a todas las que fue­
ran. Luego, agradecidas a la Madre que las abrió los brazos
del Carmelo, no querrán pecar de ingratitud denunciando

(46) SUMM., rr, p. 168; Cfr. Agnés, 63. 64.


(47) SUMM., II, p, 168.
DAVID CON EL ARPA Y SAUL CON LA LANZA 295

tantos hechos y favorecerán su reelección para Priora, su


sueño dorado (48).
Las hermanas Martín, aun quedando tan agradecidas a
Madre Gonzaga, caminaban de prisa a las alturas, orillando
ciertos cumplidos que, si valen para el mundo, en la Reli­
gión sobran, porque entran en el monasterio para ser car­
melitas de verdad. Bien formadas humanamente — esa base
humana tan necesaria como olvidada, sobre todo antes—
miran a la Priora no como una jefa que adular para ser
correspondidas, sino a la representante de Dios.
Visión cabal del claustro que les hará crecer ante Dios
y ante las monjas sensatas. Naturalmente, las que seguían
ciegas a María Gonzaga, notaron, como ésta, la calidad de
tales sujetos. Bien conocedoras de las dotes de M. Inés y de
sus hermanas intuyeron agudamente el porvenir no dudando
que un día llevaría la familia Martín las riendas del Car­
melo. En fin, las cuatro hermanas debieron padecer por tan­
tas pasioncillas tan propias de la fragilidad humana.

“Muchas religiosas extendían hasta ella — Tere­


sa— la animosidad que sentían contra el grupo de
las cuatro hermanas Martín, como desdeñosamente
1 llamaban a Sor Teresa del Niño Jesús y a sus her­
manas.
Este movimiento de antipatía fue despertado y
avivado por M. Gonzaga que, sin embargo, había
hecho todo para favorecer la entrada de las cuatro
hermanas en la Comunidad; pero su carácter envi­
dioso la hizo arrepentirse amargamente de este paso.
Las cualidades superiores de estos sujetos excep­
cionales le hicieron sombra y puso por obra todo
para impedir que la Comunidad las apreciara” (49).

Ruines objetivos propios de la ceguera de su gran anor­


malidad psíquica. Postura difícil la de M. Inés que subía

(48) C ír. SUMM., I I , p. 173, 174.


(49) SUM M ., II, n. 2895, 2898; C fr. B a h i i o s , I I. 258-259.
2 9 6 CUATRO HERMANAS Y UNA PRIMA EN EL MISMO CARMELO

de la nada a la cumbre y también para sus 'hermanas, por­


que el martirio de una constituye para todas otro martirio.
La Biografía de M. Inés confiesa sencillamente que “esa
postura era, a veces trágica” (50).

“Un día una Hermana, con ser la más ferviente


de su partido, testigo de una escena terrible no
pudo contener su indignación:
— ¡Oh, M. María de Gonzaga —dijo— , está muy
mal hacer sufrir así a vuestra M. Priora” (5*1).

Podemos entrever el sufrimiento de Teresa. Y a es mu­


cho ver sufrir a la hermana, para ella verdadera madre y
directora, pero los móviles y el modo suben el tono y añaden
infinita amargura.

‘Testigos a veces de las penosas dificultades que


Madre María de Gonzaga suscitaba a M. Inés de
Jesús, ya Priora, sufría cruelmente por ello la Sier­
va de Dios; pero callaba.
Sin embargo, un día me dijo con el corazón Heno
de lágrimas: Ahora comprendo lo que sufrió Nues­
tro Señor al ver sufrir a su Madre durante la Pa­
sión" (52).

Lejos de resolverse contra tanta injusticia y levantar


bandera al lado de la autoridad, Teresa no perdía la sere­
nidad y aparecía siempre amable. Rogaba por Madre Gon­
zaga y hacía rogar por ella. Más aún que por su hermana,
penaba por la ofensa a Dios, lo cual, para un santo, es
un dolor insufrible.

“Cuando ingresé en el Carmelo — declara Sor Ma­


ría de la Trinidad— su hermana, nuestra Rvda. Ma­
dre Inés de Jesús, era priora, y me edifiqué de la

(50) A g n is, 64.


(51) SUMM., H . p. 168.
(52) Sor M a r ía ws los Ahok lx s: SUMM.. IX, p . 1185.
DAVID CON EL ARPA Y SAUL CON LA LANZA 297

fortaleza de alma de que daba muestras la Sierva


di? Dios cuando asistía a las escandalosas escenas
de envidia que diariamente hacía M. María de Gon-
zaga a su madrecita tan amada. Su corazón era en
extremo sensible y afectuoso, particularmente con
esta hermana que la había servido de madre, y, sin
embargo, su serenidad de ahna jamás fue turbada.
En medio de estas tempestades permanecía siem­
pre graciosa y amable. Me decía: Dios, que permite
el .mal, sacará de ahí el bien. Nuestra Madre es una
santa, por eso Dios no. lo evita.
Me decía también que era un deber rogar por la
conversión de M. María de Gonzaga y que tenía más
pena de ver a Dios ofendido que de ver sufrir a su
Madrecita” (53).

No saltar viendo tan pisada a su Madrecita, se sale de lo


ordinario; pero no dar la razón a nadie, callar, sellar ios
labios en tales circunstancias es prudencia consumada, se­
llada por los dones del Espíritu Santo. Nos dicen: “La Sier­
va de Dios no dio jamás ninguna muestra de parcialidad,
ni aun respecto de sus 'hermanas según la naturaleza... No
se sospechaba la violencia que se veía obligada a hacerse
para mantenerse siempre en los límites de la más exacta .
reserva” (54).
¿Puede afirmarse que Teresa diera motivos para tales es­
cenas? En manera alguna. Su silencio edificó siempre, aun
cuando se enteró de las Hermanas que no dieron su voto a
Madre Inés (5’5). Nada tuvo contra ellas.
Motivos sobrados podría alegrar para pasar horas enteras
en la celda prioral, consolando, aconsejando, ayudando a su
hermana. “De todas las. Religiosas — nos ín fo rm án -rfue ella
la que menos vio a ‘su M. Priora” (56). “Yo —confesará Ma­
dre Inés— la veía menos veces que a todas las Herma-

(5 3 ) SUM M ., n . n . 1474.
(5 4 ) S or T eresa de S an A g u s t ín , ir, n. 1099.
(55) SUM M .. XI. n. 2290.
(56) H. A., ch. X II. 225.
298 CUATRO HERMANAS Y UNA PRIMA EN EL MISMO CARMELO

ñas" (57). Ni un solo abuso. Sabemos que “dejaba pasar su


turno de dirección con nuestra Madre — su querida Pau­
lina, su Madrecita. Me quedé edificadísima de su despren­
dimiento” (58).
En aquel ambiente se necesitaban estos heroísmos. Lás­
tima que no todas abrieran los ojos para verlos y para com­
prenderlos. Pero no importan tantas desorientaciones. Te­
resa no acudía a la celda de su hermana para cambiar im­
presiones, para pasar el rato, para mil asuntos de familia,
pra escuchar los cien apuros de la Priora. La fidelidad a la
gracia, a la regla, a su Dios estaba por encima de afectos
humanos, de pasiones de hermanas. Quienes la observaron
de cerca, como Sor María de la Trinidad, pudieron declarar:

“Teniendo tres hermanas y una prima en la Co­


munidad y estando como Priora a la cabeza de la
Comunidad la más querida de estas hermanas, le
hubiera sido muy fácil y como natural darse$ sin
faltar a la Regla, muchas satisfacciones. Según mi
conocimiento no lo hizo jamás” (59).

Si Sor María de la Trinidad nos parece partidaria del


grupo Martín, escuchemos a Sor Teresa de San Agustín, en
todo acorde con su Hermana de hábito:

“Cuántas victorias ganó sobre sus sentimientos


naturales cuando las elecciones le dieron por Priora
a M. Inés de Jesús, su hermana Paulina. ¡Fue ad­
mirable! Jamás se pudo sorprender en ella, bajo
este gobierno maternal, la menor flojedad en su he­
roica virtud. Ten perfectamente practicaba el silen­
cio aun con su Madre Priora, para la cual, sin em­
bargo, da la Regla cierta amplitud. Los lazos de la
sangre no pudieron debilitar en nada su voluntad
de practicar el despego absoluto" (60).
(57) Agnés, 66.
(58) StfAÍM., rr. n. 994.
(59) SU M M ., n . n. 1405.
(60) SUMM., II. n. 1103.
A LA COCHINCHINA 299

Esta correspondencia magnífica supera cuantos elogios


pudiéramos tributar. Años difíciles que comprometían la me­
nor de las acciones, de las palabras, de la conducta externa.
Vive a sus cortos años en tales circunstancias, con un tacto,
con tan admirable prudencia que nadie puede echarle nada
en cara. Esto, que parece leyenda, es historia. La misma
Madre Gonzaga no podía lanzar contra ella más que estas
palabras: “Es perfecta en todo. Su único defecto, tener con
ella tres hermanas" (61).
En estas,páginas hemos dejado entrever el panorama. Al
final de la tormenta aparece el sol. Madre Inés sorteó con
tacto mil escollos. Nadie piense que hemos exagerado. La
misma vida de M. Inés trae a esta síntesis gráfica dicha por
Teresa a su hermana, resumen certero del Primer Priorato:

“Has imitado a David tocando el arpa delante de


Saúl” (62).

6.— A LA COCHINCHINA .

En el 1861 se fundaba en Saigón el primer Carmelo de


todo Extremo Oriente, cuna de tantos Carmelos.
Monseñor Lefébre, Vicario Apostólico de Cochinchina
occidental, consiguió esta gracia logrando que su prima, Sor
María Filomena de la Inmaculada Concepción, Carmelita de
Lisieux, partiera para aquellas tierras lejanas.
Este brote-misionero del Carmelo de Lisieux caló en Te­
resa. Apenas entrada sintió deseos de volar tan lejos (63).
Ya en 1890 reveló sus ansias al P. Piohon, que le respondía:

(91> S o n M a ría de la T r in id a d ; SUM M ., IT, n. 2801.


(62) Agnés, 64.
(63) C fr. CME., 273-274; D b s t o m d c s , Un centeitalre m ém orablc: la
fo n d a tio n d u C arm el de Saigon , e n V ie T hérésien n e . E tu des et D o c u -
raents, n. 4. o c to b re , 1961, págs. 3-24,
?00 CUATRO HERMANAS Y UNA PRIMA EN EL MISMO CARMELO
«
“Esa ambición de su destierro más desterrado la encomen­
daré a Nuestro Señor” (64).
Leemos en los Procesos: “Deseó mucho ser enviada al
Carmelo de Hanoi, y hasta hizo para ello instancias” (65).
Precisamente en este tiempo el Carmelo de Saigón pedía
personal al de Lisieux para la nueva fundación de Hanoi.
Teresa se ofrece buscando un destierro más desterrado para
su amor fraterno. ¿No era una deserción del martirio ori­
ginado por la convivencia con sus hermanas?
Incluso una monjita de Saigón propuso nominatim la
pártida de Sor Teresa. Naturalmente, la -correspondencia en­
tre Lisieux y Saigón era frecuente y se contaban los prin­
cipales sucesos de ambos monasterios. Así, refirieron el in­
greso de las cuatro hermanas Martín, y enviaron, incluso,
algunas poesías de Teresa.

“Un día M. Filomena — confiesa M. Amada de Je­


sús—■me suplicó escribiera en su nombre a Lisieux
para agradecer la última poesía recibida. Así lo
hice. Pero como estábamos preparando la fundación
del Carmelo de Hanoi, añadí en mi carta que si
nosotras eramos dichosas recibiendo las poesías de
Sor Teresa del Niño Jesús seríamos todavía más
felices recibiendo a la autora de esas poesías.
Este discreto llamamiento quedó mucho tiempo
sin respuesta. Muy tarde me enteré que mi llama­
miento no había caído en el vacío. Había dado oca­
sión a M. María de Gonzaga para hablar a Sor Te­
resa del Niño Jesús de nuestro deseo de tenerla en
Hanoi” (66).

Ciertamente, Sor Teresa habló con su M. Priora (67). En­


terada Celina de tales aspiraciones, se sintió preocupada,
mereciendo una nota muy divertida de su hermana (68), que
(54) Lettres, 177.
(65> C elina: SU M M ., II. n. 994.
(66) M A., II. 61.
(67) Cír. Lettres , 389: CM S.. 273-277.
(68) L ettres, 333-334.
A LA COCHINCHINA 301

le debió arrancar de momento la espina. Porque ni Madre


Gonzaga soltaría a Teresa,, ni la salud de ésta la consentía
salir del Carmelo de Lisieux. He aquí como expone la Santa
la cuestión al P. Roulland, que leería la carta, las grandes
y elevadas miras centradas exclusivamente en agradar a
Dios. Esta carta completa la Historia de un Alma (69).

“No es un sueño ■
—escribe a su Hermano— y aun
puedo asegurarle a usted que sí Jesús no viene pron­
to á buscarme para el Carmelo del cielo, partiré
un día para el Carmelo de Hanoi, porque existe en
esta ciudad un Carmelo, fundado recientemente por
el de Saigón.
Ha visitado usted este último y usted sabe que
en Cochinohina una Orden como la nuestra no
puede sostenerse sin personal francés. Pero, jah!,
escasean las vocaciones y frecuentemente los supe­
riores no quieren dejar partir a Hermanas que creen
capaces de rendir servicios en su propia Comunidad.
Así, de joven, fue impedida N. Madre, por voluntad
de su Superior, de ir a sostener el Carmelo de Sai­
gón. No me quejo de ello, agradezco a Dios haber
inspirado 'también a su representante; pero me
acuerdo de que los deseos de las Madres se realizan,
a veces, en las hijas y no me sorprendería nada ir
a tierra infiel a rogar y a sufrir, como Nuestra Ma­
dre quiso hacer.
¿Quiere saber usted lo que piensa nuestra Madre
. de mi deseo de ir al Toniin? Ella cree en mi vo-
- cacióu -— porque de una parte es necesaria y no
todas las carmelitas se sienten llamadas a desterrar­
se— , pero no cree que mi vocación pueda reali­
zarse jamás. Sería menester que la vaina fuera tan
sólida como la espada y acaso — nuestra Madre así

(69) C fr. Lettres, 373-370; C M E ., 273-277.


302 CUATRO HERMANAS Y UNA PRIMA EN EL MISMO CARMELO

lo cree—- fuera arrojada la vaina ai mar antes de


llegar a Tonkín.
De verdad que no es nada cómodo estar com­
puesta de cuerpo y de alma. Este miserable herma­
no asno, como lo llamaba San Francisco de Asís,
molesta con frecuencia a su noble hermana y la
impide lanzarse donde ella quiere...
En fin, no quiero maldecir a pesar de sus de­
fectos; algo bueno tiene, pues, que hace ganar el
cielo a su compañera y lo gana para él mismo. No
me inquieta absolutamente nada el porvenir, segura
estoy de que Dios hará su voluntad. Es la única
gracia que deseo. No hay que ser más realista que
el rey” (70).

Esta carta estaba fechada el 19 de marzo de 1897, cuando


todavía arrastraba Teresa su cuerpo por los claustros, pró­
xima ya a ser tratada como enferma, aunque llevara casi
un año tuberculosa. Constituyó un ensueño lejano que no
abandonaría en este mundo. Aun desahuciada la quemaba
dentro del pecho esta ilusión, y vive preparada para todo.

“Estoy contenta con combatir en familia por la


gloria del rey del cielo. Pero estoy igualmente dis­
puesta a volar a otro campo de batalla si el divino
General me hace saber que así lo quiere. No sería
necesaria una orden, bastaría una mirada, un sim­
ple gesto” (71).

¿Por qué quiere marchar? Anhelaba el destierro del co­


razón. “No para ser útil —<lecía— , sino para sufrir allí el
destierro del corazón” (72). A pesar de tanto sufrimiento, se
siente capaz de sufrir más. Ella divisa sufrimientos nuevos
que no ha probado, y tras ellos se le van los ojos, como al
mundano tras los placeres. “No me dio el Señor — escribe—

(70) L ettres, 377-378.


(71) CME., 273.
(72) C e lin a : S l/M A f., II. n. 994; C fr. C ctS., 136.
A LA COCHINCHINA 303

un corazón insensible. Pero precisamente porque es capaz


de sufrir, deseo que le dé a Jesús todo lo que pueda
dar” (73). Y porque le puede dar el destierro, lo envidia; y
le parecen nada las penas de su vida religiosa en el am­
biente no poco enrarecido en que le toca convivir, y escribe,
con admiración de cuantos estudiamos su vida y espiritua­
lidad, olvidando tantos cosas:

“Aquí me veo colmada de delicadezas maternales


por parte vuestra. No experimento la pobreza, pues
nunca me falta nada.
Aquí, sobre todo, me siento amada de Vos y de
todas mis Hermanas, y este cariño es para mí muy
dulce.
Ved por qué sueño con un Carmelo donde fuese
desconocida, donde tuviese que sufrir la pobreza, la
falta de cariño, el destierro del corazón” ... (74).

El cáliz era todavía más amargo. Dios se contenta con


los deseos de la Santa mientras los hombres traman deste­
rrar a sus hermanas. Muy prudente sé revela Teresa. De­
bemos seguir aquí sus huellas.
El mismo día que embarcaba el P. Roulland para China,
2 de agosto .de 1896, “se trató en serio la idea de la Madre
fnés de Jesús” (75); La Santa no mueve un dedo para im­
pedirlo, aunque puede hablar muy alto. Sufre en silencio,
calla y ora.

“ ¡Ahí Ño hubiera hecho yo ni un leve movimiento


para impedir que partiese. Sin embargo, experimen­
taba una gran tristeza en el corazón. Comprendía
que su alma, tan sensible y delicada, no estaba he­
cha para vivir en medio de almas que no sabían
comprenderla. Otros mil pensamientos se agolpaban
en mi mente” (76).
(73) C s u n a : SUMM .. U. n. 904; Cfr. CetS., 138.
(74) CM E., 276.
(75) CME.d 274.
(76) CME., 274.
304 CUATRO HERMANAS Y UNA PRIMA EN EL MISMO CARMELO

Se advierte que Teresa escribe a M. Gonzaga y que no


puede hablar con libertad. Lo que más le apena es que
Dios no anda de por medio en este destino. Es fácil suponer
que la Priora quisiera desentenderse de M. Inés después de
haber comprobado en el día de su reelección que su impe­
rio comenzaba seriamente a declinar ante la virtud, pru­
dencia y cualidades de la hermana de Teresa. “Dios mío
— exclama ésta, viendo que no se conjuraba la tormenta— ,
por vuestro amor lo acepto todo. Si así lo deseáis, estoy
dispuesta a morir de pena” (7'7).
No descargó, al fin, la tormenta, que se dirigió contra
Celina y Sor María de la Trinidad.
Quien haya leído páginas anteriores (78), sabrá discernir
ia razón de escoger, por las buenas, a estas dos recién pro­
fesas para el Carmelo de Hanoi. Sí Teresa se plantó, caso
único, ante M. Gonzaga; si ésta no pudo, más que en parte,
realizar su vivo deseo de recibir la profesión de las dos; si
Sor María de la Trinidad exteriorizó su poca simpatía por
su Priora; si ésta decide embarcarlas, son ideas que se en­
lazan bien en el ambiente. Delicadamente la Santa atribuye
a la prudencia de M. Gonzaga haber hecho desistir a las
dos de sus deseos de volar al Tonkín. Teresa no podría es­
cribir otra cosa. Intimamente no debía estar convencida de
tanto. A su hermana María se lo dijo voladamente, y bajo
esos velos dejamos también la cuestión.

“En l ' m , M. Inés de Jesús y Sor Genoveva —Ce­


lina— , declara María, estuvieron a punto de partir
para Saigón.
Sor Teresa del Niño Jesús me confió que esta
partida le era muy penosa “porque — me dijo— es­
toy segura que no es la voluntad de Dios”.
Sin embargo, no dijo una palabra para apartar­
las de este proyecto” (79).

(77) CME., 274.


(78) Vea el lec to r el c a p itu lo VI. 4, de e sta obra.
(79) SUMM., H , n. 026.
A LA COCHINCHINA 305

jNo era la voluntad de Dios! ¿Era algo más que un ca­


pricho?
Quien imaginara la felicidad de Teresa al entrar y vivir
en un Carmelo con sus hermanas no habría leído estas pa­
labras suyas, que la historia documentada de su vida han
hecho tan verdaderas:

“Ya presentía yo que vivir con mis hermanas ha­


bía de ser un sufrimiento continua” (80).

(80) CUE., 273, Cfr. P ia t, céline, U , 95.

20
C a p ít u l o XI

LA RUINA DE SU CUERPO

— Las sobras de las comidas.


— Una hora para desnudarse.
— Frío hasta morir.
— M. Gonzaga en la enfermedad de Teresa.
i

I
Antes de introducir al lector en estexapítulo, cua­
jadlo- de heroísmos^ és menester aclarar las razones
de ese impresionante silencio teresiano, ese tremen­
do ramalazo que escalofría a los espíritus apocados.
Teresa aquí es hija de su tiempo y de su total
entrega a Dios, sin excluirle su cuerpo. Antes no se
prestaba atención a la salud más que en el último
extremo. ¿Iba a ser ella de esas monjas que cuidan
sus pequeñas enfermedades como si fueran graves?
No quiso en este terreno imitar las imperfecciones
que pudo contemplar a su alrededor. Y reacciona
por ley de constraste.
Las circunstancias de su admisión pudieron tam­
bién influir no poco. No se quiso hacer perdonar el
haber sido recibida tan joven eu la Comunidad. Y
no quiso ser una tremenda carga ante una enfer­
medad tan precoz. ¿Siempre enferma? ¿Su larga
vida enferma? Esto le fuerza a resistir, a callar y
a sufrir amando.
Por otra parte, su cargo de Maestra de Novicias
la obliga a dar ejemplo y no aparecer ante las No­
vicias cargada de debilidades que le impidieran
cumplirlo. Si ella no las entiende, ¿qué formación
las daría M. María de Gonzaga? Había que evitar
esa penosa influencia.
Además, reconozcamos — para que otras almas no
la imiten en esto— que aquí Teresa no es imitable.
Esta completa renuncia a la vida, llevada tan secre­
tamente, es una exigencia divina, pedida a ella en
particular por designios ignoradas para nosotros.
De no existir ese mandato, ¿se hubiera Teresa rom-
310 LA RUINA DE SU CUERPO

portado así? Difícilmente. En otras circunstancias,


hubiera hablado a tiempo. Ella misma reconoció ha­
ber ido demasiado lejos y recomendó a M. Inés cui­
dara de la salud de todas y se preocupara del su­
frimiento del frío.
Pero aquel Monasterio — con la Priora exigentona
que no sabe, lo que es una enfermedad; con los
murmullos y el ojo avizor de las monjitas que no
simpatizan con las cuatro hermanas; con el peso
abrumador de su juventud amenazada de una lar­
guísima enfermedad para toda la vida; con el cargo
de las Novicias que quedarían en manos de la Ma­
dre Gonzaga, incapaz de hacer Carmelitas— ; aquel
Monasterio no consentía otra cosa. Y por encima
de todo, Dios, lleno de amor, exigiendo este sacri­
ficio. ¿En reparación de los excesos contrarios?
¿Para presentarla como un modelo acabado, per-
feotísimo, de la vida religiosa en este siglo de co­
modidades y de exigencias desorbitadas con la con­
sagración total de la persona, incluido el cuerpo,
a Dios?

I.— LAS SOBRAS DE LAS COMIDAS

La verdad es que Teresa no se alimentó lo suficiente en


su vida religiosa. ¿La culpa? Ya se la han echado a la pobre
cocinera Sor X .f a M. Gonzaga y a otras. No es toda la ver­
dad. Toda la culpa, en último término, recae sobre la Santa.
Su silencio absoluto, total, admirable, mil veces heroico y
emocionante. Está dicho todo. Leídas estas páginas, siente
uno la necesidad de gritar y de ir corriendo a la celda de la
Priora y repetirle muchas veces seguidas: Sor Teresa del
Niño Jesús come poco y malo. Pero uno cae en la cuenta,
como en las novelas y en el cine, que Sor Teresa hace mu­
chos años que murió. ¡Ah! Tan grande es su mortificación,
LAS SOBRAS DE LAS COMIDAS 311

tan deslumbrante el ejemplo, que no parpadean las pestañas


mirando a esa monjita en el refectorio. ¿Es posible tanto
sacrificio encerrado en tanta oscuridad?
En el Carmelo se ayuna desde el 14 de septiembre hasta
Pascua, además de los ayunos de la Iglesia, viernes de todo
el año y numerosas vigilias. Toda la vida, abstinencia com­
pleta. Hasta los veintiún años, Teresa no ayunó (1). Como
murió a los veinticuatro y casi nueve meses, la mayor parte
de vida carmelitana hizo las comidas normales. Lo peor es
que ayunó el último año, minada ya por la tuberculosis.
Nunca M, Gonzaga se entrometió en la alimentación de
Teresa si no fue para hacerla tomar platos supererogatorios.
¿Despiste o descuido? Nadie pudo sospechar, viendo a la
joven tomar cuanto la daban, que no se alimentaba. Menos
la Priora, tan distante en el refectorio.
Precisamente por ser tan joven a su ingreso, M. Gonzaga
y la' Maestra de Novicias procuraron darle más alimento
durante el postulantado. Cuatro meses después, el 31 de ju­
lio de 1888, en una carta a su padre, rebosando felicidad, le
dice: “Nunca he comido tanto hasta entrar en el Carme­
lo" (2). Y poco después a su prima María: “Siempre tengo
que estar comiendo” (3).
Ño obstante estos cuidados, la abundancia estaba con­
trarrestada con la frugalidad de la comida y principalmente
con el estómago de la joven, cuya delicadeza no se acomodó
ni debió jamás acomodarse aí sistema alimenticio peculiar
dél Carmelo (4).
Cargado el estómago y cargado de alimentos que le iban
mal e incluso la enfermaban (5), las digestiones eran lentas
y muy difíciles. Obediente en todo, hasta en la cantidad, se
fue un día a manifestar a su Maestra su dolor de estómago.
Madre María de los Angeles, la ordena la avise siempre que
lo sienta. He aquí a Teresa, día tras día, presentarse a su
despistada Maestra. Notemos en este documento, junto con
(1) H. A.. ch. xn, 229; N oché. 338, 391.
(2) L e.ttres, X X X m , 70.
(3) L ctí -’s. XLTV, 87.
(4) II. A., ch. X II, 230.
(5) H. A., ch. X II, 230.
312 LA RUINA DE SU CUERPO

la obediencia fiel de la novicia, la persistencia del mal que,


a los dos años, continúa y cuyo final —si lo hubo— igno­
ramos por haber dispensado a Teresa de la obligación de
revelarlo:

“Cuando yo era postulante y novicia, me ordenó


nuestra Madre decirle cada vez que me dolía el es­
tómago. Como me dolía todos los días, fue para mí
este mandato un verdadero suplicio. Cuando me
daba el mal de estómago hubiera preferido recibir
cien bastonazos antes que ir a decírselo; pero se lo
comunicaba cada vez por obedecer. Nuestra Maes­
tra, que no se acordaba ya de la orden que me había
dado, me decía: ¡Pobre hija mía, nunca vas a tener
salud para Carmelita! ¡Esto es demasiado para ti!
O bien pedía para mí algún remedio a M. María de
Gonzaga, que respondía descontenta: “Pero ¡siempre
quejándose esta niña! ¡Al Carmelo se viene a sufrir!
¡Si no puede soportar sus males, que se vaya!”
Por obedecer continué mucho tiempo manifestan­
do mi dolor de estómago, aun con riesgo de ser des­
pedida, hasta que Dios, al fin compadeciéndose de
mi debilidad, permitió me dispensaran de esta obli­
gación” (6).

Sabemos que las alubias le sentaban muy mal y los ali­


mentos feculentos, precisamente los más abundantes en la
mesa monacal. La leche también la repugnaba. No se olvide
que las carmelitas comen todo el año de vigilia. Acaso no
esté aquí todo el misterio. Nos referimos a la famosa cues­
tión de las “sobras ” tan aireada por Van der Meersch (7).
No exageraremos como este novelista ni disculparemos
demasiado. Se impone la verdad para revelar la depaupera­
ción, no tan lenta, de un organismo joven como el de Teresa

(6) SUM M., n . n. 2176.


(7) M eersch , 90.
LAS SOBRAS DE LAS COMIDAS 313

de Lisieux. Los Procesos hablan terminantemente que le da­


ban, con frecuencia, las sobras de la comida.

“Viéndola tan poco difícil, las Hermanas de la


cocina le servían, invariablemente, las sobras" (8).

¿Eran las sobras sobrealimentación a los platos ordina­


rios? Aquí está la tragedia humana y el heroísmo sorpren­
dente. Atemos los nervios. Cuando Dios, Señor y Dueño de
todos los seres, exige tanto de úna Carmelita, no existe nin­
guna razón de murmurar.' Hablan los testigos:

“Bien pronto la conocieron en la cocina, pero si


fue para admirarla en secreto, lo más a menudo
fue, sobre iodo, para aprovechar las sobras... Y así,
con mucha frecuencia se componía su comida, du­
rante muchos días consecutivos, de trozos de pes­
cado frito, secos como una tabla. Tantas veces los
habían recalentado” (9).

‘E stas palabras de Celina pueden llamar la atención. En


los procesos habló con la misma dureza: “Muchas veces no
tuvo en Su plato sino algunas cabezas de arenque o restos
recalentados muchas veces seguidas” (10). Y su hermana
María: “A su entrada en c! Carmelo, a pesar de tener sólo
quince años, la trataban sin ningún miramiento, sirviéndole
las sobras más retrasadas” (11). La Maestra de Novicias ha­
bla sólo de que las sobras eran casi su comida ordinaria:

“Tomaba las cosas como se las daban, lo mismo


,pará vestir que para alimentarse.
Sobre esíc último punto tuvo mucho de sufrir,
porque frecuentemente no tenía más que sobras,
cuando a su edad tan tierna hubiera necesitado so-

(8 ) H. A., c h . X n , 230.
(9 ) U E sp rit , 164.
(10} S U M M . , U , n . 484.
(11) S U M M . , I I . n . 1662
314 LA RUINA DE SU CUERPO

brealimentación fuerte, como debe darse a todo suje­


to tan joven y de salud tan frágil y delicada” (12).

La realidad, bien triste, es ésta. ¿Por malicia y venganza


de las cocineras, como han querido Ubald y Van der
Meersch? No se pueden probar semejantes juicios. Demasia­
da ligereza en las cocineras y abuso de la virtud de Teresa,
ya es más fácil de entrever en estos documentos.

“Decían en la cocina: Nadie comerá esto. Démo­


selo a Sor Teresa del Niño Jesús, que no rehúsa
nada. Así veía reaparecer en su plato hasta el fin de
semana tortilla o arenque cocido el domingo" (13).

Se advierte que a otras también Ies pasaban las sobras


qué, a su vez, las dejaban hasta que Sor Teresa ponía fin
a aquella falta de pobreza.
Realizar, más o menos- habitualmente, estas bajas “ha­
zañas” supone una ligereza, fácil de concebir en algunas
Hermanas conversas que, en aquel tiempo, vivían en el Car­
melo de Lisieux y que no dieron muestras, aunque no todas,
de ser sujetos demasiado completos. Celina bien lo revela
apuntando una de las grandes causas que contribuyeron a
hacer muy penosos los años primeros de su hermana en ei
monasterio:

“La indiscreción de algunas religiosas. que abusa­


ban de su heroica paciencia. Viéndola tan dulce, no
quejándose nunca, pasaban las sobras de las comi­
das a esta niña que deberían haber cuidado” (14).

Puede suponerse entre estas indiscretas a Sor X., la co­


cinera de Van der Meersch, que no simpatizó demasiado
con Teresa, que “no la amaba”, leemos en los Procesos (15).
(12) S U M M ., XI. n. 1204.
(13) SUMM.., II, n . 1662; Oír. P tttito t, 50; N o c h í, 339*340.
(14) SUM M ., II. n. 484.
(15) SUMM.. II, n. 2218.
LAS SOBRAS DE LAS COMIDAS 315

Suposición, por otra parte, fácil de hacer y difícil de probar,


puesto que en este tema no dan ios Procesos un solo nom­
bre. No eran todas; las novicias de la Santa, Sor Marta
y Sor María Magdalena, conversas también, se desvivían
por su buena Maestra cuando estaban de semana, pues en
el Carmelo no había una Hermana con el cargo de cocinera,
sino que pasaban por turno todas las conversas. Sor Marta
la invitaba a calentarse en invierno, por más que Teresa no
accedía (16). Sor María Magdalena refiere:

“Un día me reprochó — Sor Teresa— porque le


había hecho una sopa expresamente para ella. Como
días después lo repitiera, a pesar de su recomenda­
ción, testimonió una verdadera pena. Sin embargo,
— anota la Hermana— , estaba ya muy enferma en
esta época” (17).

El motivo de una conducta tan extraña ha de buscarse


en una idea más extraña aún. En vez de pensar aquellas
Hermanas que la indiferencia por las comidas y por las so­
bras procedía de espíritu de mortificación terminaron por
achacado a una falta, poco menos, que del sentido del gus­
to. ¿Les parecía imposible una virtud sin eclipses, constante
y universal, en una jovencita. Estas escamas no cayeron
hasta el momento de morir la Santa.

“Como no se quejaba nunca — de ningún alimen­


to— terminaron por creer que no tenía las mis­
mas repugnancias, ni las mismas delicadezas que
las demásu (18).

Precisamente sucedía todo lo contrario. Pocas carmelitas


poseían .gustos más exquisitos ni eran más delicadas y sen­
sibles. Sólo Dios podía exigir tantos detalles y sólo a El valía
la pena ofrecerlos.

(16) SUMM.. II. n. 1292.


(17) SU M Ai.; II. n. 2218.
(18) SUMM., n . n. 1S82.
316 LA RUINA DE SU CUERPO

Un hecho tan admirable en una mujer como Teresa me­


rece destacarlo. Parece imposible si no lo revelaran las mis­
mas qu^ comían a su lado.

‘^Estaba en el refectorio con ella en la mesa, y


a pesar de toda mi atención jamás pude notar lo
que le gustaba o le desagradaba. Comía iodo indi­
ferentemente. Cuando se puso muy enferma y la
obligó la enfermera a revelar sus gustos confesó que
algunos manjares le habían hecho mal. Yo se los
había visto comer con la misma indiferencia que
los demás alimentos” (19).

¡Quién pensara que una de las causantes era su herma­


na María, contra su voluntad! Naturalmente, ella pretendía
y pensaba mirar a Sor Teresa. La realidad era muy otra.

“Cuando Jesús quiere que sufra, no hay ríiás re­


medio que pasar por ello. Así mientras fue proviso-
ra mi Hermana María del Sagrado Corazón se es­
forzaba por cuidarme con la ternura de una madre
y yo parecía muy mimada. Sin embargo, ¡cuántas
mortificaciones tuve que hacer! Porque me servía
según sus gustos, absolutamente opuestos a los
míos” (20).

Esta revelación, de última hora, pone un tinte admirable


en el cuadro. Por lo menos —comentamos— no le faltaba
alimento. Lo peor ocurría cuando la compañera de refecto­
rio, despistada completamente, no advertía que la buena
Sor Teresa quedaba sin servir.

‘'Desde su entrada en el Carmelo, la Sierva de


Dios tuvo que soportar las privaciones de la pobre­
za. Puesta en el refectorio junto a una Hermana,
que, sin duda por distracción, no prestaba atención

(19) St/MAf., I. n. 1369.


(20) H. A., ch. X II, 230.
LAS SOBRAS DE LAS COMIDAS 317

a su vecina, estuvo privada durante largo tiempo


de lo necesario. Ella no dejó ver nada, sino que
esperaba pacientemen que la Providencia viniera
en su ayuda” (2'1).

¿Se trataba de la Hermana Portera, Sor San Rafael?


Anciana ya y cortita para comprender algunas, cosas se be­
bía casi toda la botella de sidra, puesta entre ella y Teresa;
y ésta, para no humillarla, no debía agua, de modo que casi
se privaba enteramente de beber (22).
Lo admirable resulta en el número de años que pasó en
esta gran mortificación. Siete años tomando con harta fre­
cuencia tas sobras de las comidas y hubiera continuado toda
su vida, si enterada la M. Priora —por las señas M. Inés— ,
no pusiera coto a las desaprensivas cocineras.'1

“E n fin — escribe Celina— , a los siete años de


este régimen, plugo a Dios hacerlo cesar. Una de
sus compañeras abrió los ojos y marchó a decir
muy alarmada a la Madre Priora: “Madre mía, es
deber mío advertiros que se está perdiendo la salud
*de la pobre Sor Teresa del Niño Jesús” (23).

¿Es posible olvido tan completo en todas? Sólo un con­


junto de circunstancias providenciales puede explicarlo. De­
cimos providenciales porque era Dios quien permitía tantos
descuidos y eí que mendigaba de Teresa continuara sellando
sus labios. Pero siguió ocultando los alimentos que la hacían
daño hasta el final, seguramente 'hasta mayo de 1897, cuan­
do por intervención de Sor María de la Trinidad — la mis-
,ma, seguramente, qué ahora— empezaron a cuidarla en se­
rio, ¡ay!, cuando no había salvación posible.
Ahora, después de escritas estas páginas, pueden com­
prenderse las siguientes líneas de la Historia de un A lm a:
“No conocieron sus hermanas —camales— este
(21) SUMM., n , n . 1118.
(22) V E sp rit, 164; N o c h í , 312.
(23) L'E sprit, 164-165.
318 LA RUINA DE SU CUERPO

accidente —su primera hemoptisis del jueves y vier­


nes santo de 1896— hasta mayo de 1897, y como
Madre Inés de Jesús la reprochara dulcemente ha­
bérselo ocultado:
—'¡Oh madrecita mía — exclamó— , dad gracias
a Dios! Conociendo mi estado y viéndome enton­
ces tan poco cuidada, hubierais" tenido demasiada
pena!” (24).

Desdé luego, aquí resumía su vida claustral, cuajada de


sufrimientos, y aludía a que M. Inés 'había cesado en el
Priorato para haber podido cuidarla a su gusto. Con todo, la
declaración revela una parte de la medalla, la otra parte
— bien se comprende— era su silencio hermético. Una sola
palabra de ella hubiera bastado, como bastó — y mucho me­
jor—• la intervención de Sor María de la Trinidad. Provi-
dencialista hasta en lo mínimo, pensó la Santa que Dios
guiaba, que era su voluntad esta inmolación total, tún san­
tificad ora, tan oculta, y la apretó contra su pecho sin dejar
escapar ni la más pequeña astilla de tan enorme cruz.

2:— UNA HORA PARA DESNUDARSE

El frío trajo una consecuencia maligna, no poder conci­


liar el sueño. Breves horas dedica la Carmelita al descanso.
No se levanta a media noche para salmodiar el Oficio Di­
vino, que comienza a recitarlo a las nueve para acostarse a
eso de las once, poco más o menos.
Muy duro debió ser para Teresa acomodarse a este ré- i
gimen monacal. La palidez de su rostro hablaba por sus
labios un lenguaje que nadie comprendió. Sólo sus compa­
ñeras de Noviciado lo sospecharon y la Santa recibía perió­
dicamente la orden de levantarse, a veces durante. quince

(24) H . A „ c h . X ir , 233. I-
UNA HORA PARA DESNUDARSE 319

días seguidos, a las seis, una 'hora más tarde que la Comu­
nidad. ¿Con qué régimen curativo?

“ Viéndola apenada — escribe su biógrafo— y a ve­


ces algo agotada físicamente por las austeridades
de la Regla, la Maestra de Novicias trataba de pro­
curarle alguna mitigación, dejándola, por ejemplo,
prolongar algo su sueño. Desgraciadamente la pobre
Madre andaba .a menudo distraída. Después de ha­
berse olvidado de darle este alivio durante semanas
enteras, la obligaba' después, sin motivo suficiente,
a descansar quince días consecutivos, y la Madre
Priora, no viendo a la novicia en la oración de la
mañana, la tramaba con Teresa, que no sabía en­
tonces a quién obedecer” (25).
“A veces, sus compañeras de Noviciado advertían
su palidez y probaban conseguirla dispensa del Ofi­
cio de media noche o de levantarse a primera hora.
La Rvda. Madre Priora no accedía a sus peticiones:
Ün alma de este temple — decía— no de*be ser
tratada como una niña, las dispensas no se han he­
chos para ella. Dejadla, Dios la sostiene. Pero si está
enferma ella misma debe venir a decírmelo” (26).

Se han maliciado enormemente estas palabras (27). Bien


examinadas contienen primeramente una soberana alabanza
de la novicia y un conocimiento raro de la fuerza de su vo-
luntad. Apretada M. Gonzaga por M. Delatroette necesitaba
probar a Teresa. ¿Quién en el puesto de la encopetada Prio­
ra obraría lo contrario? Además, ocurre aquí, por parte, de
las incautas novicias, una ignorancia, fácil de comprender,
del carácter de M. Gonzaga que nunca se doblegaba, sino a
la petición de la propia interesada. Entonces el halo de su
autoridad — así lo creía— aumentaba.

(25) L a v b l l e , c b . VII. 181-182.


(26) H. A., ch. x r r , 230.
(27) M craacH, 171-172.
320 LA RUINA DE SU CUERPO

Lo tremendo del caso está en que al trabajo, a la defi­


ciente alimentación, a su edad, se añadía el frío que la im­
pedía dormir cuando más lo necesitaba. La Historia de un
Alma ha compendiado su vida religiosa en una austeridad
de palabra que es menester completar. El cuadro impre­
siona. Parece una película.
Pasa el día helada. Termina de helarse en el coro re­
tando maitines. Unos momentos en la sala de Comunidad
al amor de la estufa. Urge el sueño. Su celda está apartada,
y los 50 metros de claustro al aire libre, cuando irnpera el
hielo y el viento Helado, arrebatan .a la monjitá las cortas
calorías de la madre estufa monacal. Las estrellas conocen
a la monjita alta que va con paso grave a su pobre celda.
La siguen a través de los ventanales por el largo corredor
— aquel corredor glacial— y la pierden de vista. Entra en su
celda. Un jergón duro, sostenido por tres tablas, la espera,
y sólo dos mantas pequeñas y pobres. Sería el momento de
descansar. Aterida de frío — cuantísimas noches— 'no puede
dormir. Insomnios, pesadillas. Cuando acurrucada, sin sá­
banas, ha logrado trasponerse, la despierta sobresaltada la
matraca, que anuncia el final del reposo. Son las cinco de la
madrugada. Un salto. Un día más que sufrir y que aguantar.
Reclina a su Cristo en la almohada y le dice con amor:

“ ¡Jesús mío! Harto trabajaste y lloraste durante


los treinta y tres años de tu vida en este mísero
mundo. Ahora, descansa... A mí me toca batallar y
sufrir” (28).

Esto, que parece novela, resultó demasiado trágico, hu­


manamente hablando, y .necesita ser comprobado, por la do­
cumentación- del.Carmelo.de Lisieux. '

“Cuando la temperatura, era más rigurosa, después


de haber pasado todo el día transida de frío, luego
de. Maitines por la noche, iba la Sierva de Dios a
calentarse algunos instantes a !a sala de Comuni-

(28) SUM M .. I I . n . 1378.


UNA HORA PARA DFSNUDARSli 321
» .

dad. Mas, para llegar a su celda, había de andar


cincuenta metros a la intemperie bajo las arcadas
del claustro. En io restante del trayecto, por la
escalera y el largo corredor glacial, oca haba de per­
der el poco calor obtenido.
Por eso al echarse en su jergón, envolviéndose
con sus dos pobres mantas, no lograba sino un des­
canso interrumpido por frecuentes insomnios. Y le
acontecía -a veces pasar la noche entera temblando
de «frío sin poder dormir.
Inmediatamente hubiera obtenido remedio si des­
de los primeros años lo hubiera notificado a la
Maestra de Novicias; pero prefirió aceptar esa pe­
nosa mortificación sin quejarse y no la reveló hasta
verse en su lecho de muerte” (29).

Largo, tremendo calvario que agotaría en pocos años la


salud de Teresa. Nadie logró barruntarlo. Sólo pudieron
advertir que se dormía habitualmente en el coro por la ma­
ñana. ¿Podría este dato haberla descubierto? ¿Pensarían en
pereza, en flojedad, en todo, menos en la realidad? El cuerpo
exige.. Rendida materialmente por el peso de la naturaleza
dormía apaciblemente, a pesar de su buena voluntad. A
quien le extrañe esta revelación, escuche la humilde confesión
de la interesada. Escribe en 1895:

“■Debería causarme pena el dormirme, desde hace


siete años, durante la oración y la acción de gra­
cias" -(30).

Los dos años que le restan se dormía, sin duda, mis


todavía. Martirizada y agotada cada día más se rendiría
mucho más el cuerpo en la única ocasión en que permanecía
quieto. Todo se puede barruntar de ios extremos a que llegó
el último año que pasó en la tierra.
No encontramos palabras para calificar la postura tere-

<29) H . A ., c h . x n . 23 1-2 3 2 .
(3 0 ) A M E .. 20 2; C ír . A M E ., 213.

21
322 LA XUINA DE SU CUERPO

siana. Ya un año antes de morir apenas puede dormir. Tu­


berculosa, sin saberlo nadie, se agota rápidamente. Ella, d i­
chosa de sufrir sola en su apartada celda, pasa las noches
tosiendo, pero no Hega el ruido a ninguna Carmelita que
duermen lejos. Tos seca, inpertinente, accesos violentos que
la obligan a sentarse en su duro jergón. Teresa descubre su
calvario ya desahuciada, y de esas comunicaciones pudo
declarar M. Inés.

“Tosía mucho en esa época, septiembre de 1896,


sobre todo durante la noche. Se veía entonces obli­
gada a sentarse en su jergón para disminuir la
opresión. Tan flaca estaba entonces que le era muy
penoso permanecer sentada horas enteras en su
cama tan dura.
Yo hubiera preferido descendiese a la enfermería,
pero respondía que le gustaba más su celda: Aquí
— decía— nadie me oye toser y no molesto a nadie,
y, además, cuando me cuidan demasiado, ya no
gozo” (3’1).

Al día siguiente se levantará a la primera señal, irá al


coro y volverá a dormirse. Si es día de comunión la tomará,
aunque se duerma durante la acción de gracias. Un día
— estando todavía en septiembre de 1896, justamente un
año antes de morir—

“después de la acción de gracias, subí a su celda


— refiere M. Inés— . La encontré extenuada, sentada
en su pobre banquito, apoyada la espalda contra el
tabique de tablas que separa su celda del oratorio
de la Santísima Virgen. No pude contenerme y se lo
reproché. Ella me respondió: “No veo que sea esto
sufrir demasiado por ganar una comunión” (32).

No dispensada de los trabajos comunes ni del reglamento

(31) SUMM., n , n . 722.


(32) SUMM., II. n . 722.
UNA HORA PARA DESNUDARSE 323

de Comunidad, porque ella no se queja, continúa perdiendo


jirones de vida por aquel bendito Carmelo. ¿Qué padeció
aquel póster invierno cuando un día, a fines de marzo o
primeros de abril de 1897, según cuenta una testigo, “ h a b í a
tardado media hora para subir a su celda, viéndose o b l i g a d a
a sentarse en caita escalón y había necesitado esfuerzos
inauditos para desnudarse sola?” (33).
Mucho más trágico ha pintado la Historia de un Alma
este último período sin una sola dispensa de los rigores de
la Regla.

“Habituada su M . Priora a verla siempre sufrir


y, con todo, siempre valiente, la permitió seguir los
ejercicios de comunidad, algunos de los cuales la
fatigaban extremadamente.
Venida la noche la heroica joven había de subir
sola a su celda; siéndola forzoso detenerse en cada
escalón para recobrar el aliento, llegaba de tal modo
agotada que necesitaba a veces — según reveló más
tarde— una hora para desnudarse. Y después de
tantas fatigas tenía que pasar el tiempo de reposo
sobre un duro jergón. También pasaba las noches
malísimameníe” (34).

¿Cuántos ángeles anotarían aquellos pasos, aquellos mi­


nutos? ¿Quién puedé imaginarse el agotamiento tan enorme
que la imposibilita quitarse el ancho hábito? Helada de frío,
sin reservas, depauperada la sangre, debilitado el corazón,
comidos los pulmones por el bacilo, parece una paralítica.
Todavía le quedan muchas noches en su celda. Antes de
ser bajada a la enfermería sobre un jergón al atardecer
del 8 de julio de 1897, sufre solitariamente. dolores horro­
rosos. La antevíspera de ese día, después de varios vómitos
de sangre, continúa la ceguera de la Medicina:

“El doctor dictaminó una congestión pulmonar

(33) SUMM., II, n. 1382.


(34) H. A.. ch. X ir, 233-234.
324 LA RUINA DE SU CUERPO

muy grave. Prohibió todo movimiento, prescribió


hielo, cataplasmas con sinapismos, ventosas, etc.
Pasó una noche molísima en su duro jergón con
intensa fiebre. Estaba muy deprimida y sufría gran
abatimiento” (35).

Con la mejor voluntad, el médico acentuaba la opresión


con tales remedios. Dios lo quiso así para merecimiento de su
Sierva que no acierta a abandonar su celda donde ha ganado
un alto cielo.
Por fin se la baja a la enfermería.

“Contemplando vacía su celda y sabiendo que ya


no la vería más, la dijo M. Inés de Jesús:
— ¡Qué pena sentiré al mirar esta celda cuando
no vivas entre nosotras!
—Madrecita mía, sírvate de cbnsuelo pensar que
soy feliz allí en el cielo y que una gran parte de
.mi dicha la he conseguido en esta celdita; porque
— añadió levantando al cielo su bella y profunda
mirada— aquí he sufrido mucho y aquí hubiera
muerto dichosa” (36).

.¡Aunque tardara todas las noches una hora en desnu­


darse!

3 — FRIO HASTA MORIR (37)

“El sufrimiento físico mayor de mi vida religiosa ha sido


el frío. Lo he sufrido hasta morir" (38). Ante estas palabras
(35) Sl/M K ., XI, n. 2780.
(36) H. A., cb. X II, 240.
(37) Sin maMcia de nadie, com o se advierte en el texto. Tereea sufre
allencloa&monte el m ayor m artirio aorporal de su vida religiosa' el frío.
(39) 11. A., ch. X II. 332.
FRIO HASTA MORIR 325

de la Santa moribunda se queda uno boquiabierto. Muere


a los veinticuatro años largos, en. plena juventud, y vive
congelada como una ancianita. Lo grande de este sufri­
miento reside en padecerlo voluntariamente, en no buscar
el calor por propia iniciativa, en ni siquiera frotarse las
manos, en callar este dolor íntimo con un silencio sepulcral.
La frugal alimentación del Carmelo originó una lenta y
continua depauperación de su organismo precedida del ago­
tamiento de las reservas y motivando la tuberculosis que
derrumbaría aquel cuerpo delicado en plena primavera.
Trasplantada de los Buisonnets — donde crepitaba cons­
tantemente la clásica chimenea francesa— se encontró en
un monasterio con una sola estufa en la sala de Comunidad.
Escaso ejercicio físico, largas horas de coro, inviernos largos
y húmedos de Normandía, comida de vigilia todo el año
para una muchacha joven no era panorama apto para con­
servar las calorías que su edad exigía. Su vida monacal fue
un descenso continua al sepulcro.
Y el primer invierno 1888-1889 pedía a María Gucrin.
prima suya, unas zapatillas forradas “como las que te he
visto muchas veces en invierno” (39). Zapatillas que aban­
donó poco después al tomar el hábito el 10 de enero de 1889
cambiándolas por las tradicionales alpargatas del Carmelo.
Nada le favoreció su pardo hábito, cuya amplitud dejaba
margen suficiente al aire — sobre todo el hábito que a ella
le dieron— ni, principalmente, la desnudez de sus pies (3-9 bis).
Quien imagine poder hallar el calorcito amante en la cama,
sepa que su duro jergón podía recibir el cuerpo, mas sólo dos
mantas — dos pobres mantas, el máximum permitido por la
Regla—' lo envolverían. La cama no constituyó, más que un
suplicio.
Contra el instinto natural, ella, por mortificación, no
movió un dedo para arrojar de sí tan desagradable huésped.

(39) L ettres, XLTV, 87.


(39 bis) “E n tiem p o de S a n ta T eresita. las C arm elltaa llevaban
d u ra n te todo el a ñ o a lp a rg a ta s cu b ie rta s. S olam ente desds hace algunos
años llevam os a lp a rg ata s descu b iertas desde Jueves S a n to h u t a el 1 de
noviem bre" fD ocum entación del C arm elo de Llslexixl.
326 I.A RUINA DE SU CUERPO

¿Por que? Por lo delicado de su complexión no le permiten


grandes mortificaciones, y ésta le parece tan pequeña en su
enorme magnitud que dedica toda su atención a sufrirla en
el más absoluto silencio, aceptándola tal y como se la manda
el Hacedor del frío y del calor sin mitigarla con nada ni
por nada.

“Se inclinaba con gran generosidad —habla Madre


Inés— hacía las prácticas de mortificación corporal
determinadas por las Reglas. Quiso multiplicarlas y
pidió repetidas veces autorización, pero se la nega­
ron a causa de sw delicada complexión.
Para suplirlas aprovechaba habitualmente, y sin
aparentar nada, todas las ocasiones de sufrir que
se la presentaban. Sólo supimos, al final de su vida,
que el frío, sin duda a causa de su estado de salud,
le hacía sufrir de manera particularmente penosa,
Sin embargo, nunca se la vio frotarse las manos en
invierno o tomar una actitud que dejara sospechar
su sufrimiento. Nunca decía: Hace frío o calor.
Y así en mil ocasiones que sabía aprovechar para
hacerse sufrir. Jamás se quejó de nada (40).

Son muy típicas estas invenciones y muy llamativas y


estimulantes para no completarlas con este testimonio de
Celina:

“La Sierva de Dios ponía gran atención para no


tomar comodidades. Así, jamás estando sentada
apoyaba la espalda, ni cruzaba los pies. Cuando
hacía calor evitaba secarse ostensiblemente el ros­
tro y en Invierno no se frotaba las manos ni cami­
naba encogida. Reprendió severamente a una no­
vicia que en invierno había puesto un alfiler ¡' ira
cerrar sus mangas con el fin de tener me-..- s
frío” (41).

(40) SUMM., n . n. 1575.


(41) SUMM., II. n. G3S.
FRÍO HASTA MORIR 3 2 7

En ei lavadero buscaba en invierno la peor parte junto


a las corrientes de aire helado. Tomando así el sitio temido
por todas, aliviaba a las demás y se mortificaba por el aire
y agua fríos (42).
Cuántas veces siendo portera se ve obligada a llevar a
Ia cocina la “compra” traída de la población. La ocasión de
aliviarse es magnífica.

“Cuando me tocaba de cocina — declara Sor Mar­


ta—■y tenía ella ocasión de venir, lo que acontecía
frecuentemente, pues era portera, ¡a invitaba yo a
calentarse un poco. No quería, y tedas mis instan­
cias resultaban intitiles” (42 bis).

Nada extraño que sus manos se llenaran de sabañones.


Contra todas las suposiciones ella no se cuida. Celina m an i­
fiesta, en vano, su indignación por la conducta de su her­
mana.

liUn día que se helaban hasta las piedras, y que


no teníamos fuego, advertí que tenía sus manos
todas cubiertas y puestas sobre sus rodillas. La indi­
qué que eso me exasperaba; pero ella se contentó
con sonreirme con cierto aire malicioso” (43).

¡Precisamente a la pobre y maniática Sor San Rafael,


bajo la cual estaba en la portería, se le había ocurrido ven­
darle de tal manera los dedos que la dejaba inútil para
cualquier quehacer. Además del enorme tiempo gastado por
su lentitud excesiva — capaz de impacientar a un ángel,
como se decía en el Carmelo (44)— no podía aliviarla de­
masiado sin medicinas apropiadas y mientras no mudaran
en la cocina el “raro sistema” de alimentar a la Santa. La
buena intención de Sor San Rafael no merecía ningún re­
proche, y Sor Teresa se dejaba hacer, como si fuera una
(42) Cfr. SUMM., n . n . 649, 1347.
(42 bis) SUMM., II, n . 1292.
(43) SUMM., II, n. 1824.
(44) SUMM., n, n. 71«, 1348.
I A RUINA DE SU CUERPO

estatua. Sufrir tal manía exaspera más los nervios que los
mismos sabañones.

“Soportó con paciencia de ángel y por espíritu de


mortificación los cuidados excesivos proporcionados
por su primera de empleo en el tomo. Era una buena
anciana lentísima y muy maniática que le cuidaba
Jas manos cubiertas de sabañones y agrietadas en
invierno. Esta Hermana le envolvía uno por uno los
dedos con infinidad de menudas vendas
Un día, no quedaba libre más que la última falange
del dedo meñique, pero ¡no tardó en' ser envuelta
como las demás! ¡Y ante mi estupefacción, Sor Te­
resa se reía” (45).

Sin embargo, Sor Teresa empleó por orden médica y por


obediencia un braserillo para calentarse los pies, excepción
que no debía ser rara en el convento. ¿Con qué espíritu,
con qué limitaciones?
Por lo menos desde el invierno 1894-1895 dispuso de uno
de esos braserillos, pero — confiesa Celina— “si hacía menos
frío apagaba sin remisión el braserillo que le habían dado
por orden del médico” (46). Esta condescendencia de Madre
Inés fue conservada por M. Gonzaga, su sucesora en el Prio­
rato durante el invierno último, 1896-1897, lo cual dice bas­
tante en su favor contra la tiranía y saña que — según tan­
tos— mostró contra Teresa.
Admirable resulta su reacción frente al disgusto tremen­
do ocasionado a Celina que presentía los próximos arreboles
de su hermana:

“No queriendo nuestra Rvda. Madre Priora — Ma­


dre María de Gonzaga—• que Sor Teresa del Niño
Jesús tuviera frío en los pies, exigía que en el in­
vierno de 1896-1897 se sirviera de un braserillo ar­
diendo, para que dispusiera siempre de un par de

(45) CetS., 141.


(40) SUMM., I I , n. lOlfi.
FRÍO HASTA MORIR 329

alpargatas calientes; pero no' lo empleaba sino por


obediencia y gran necesidad, apagándolo inexora­
blemente, con gran desagrado mío, cuando juzgaba
no hacía bastante frío.
Las demás se presentaban en el cielo — me dijo—-
con sus instrumentos de penitencia y yo con un
braseriUo; pero sóio valen eí amor y la obedien­
cia” (47).

Odiaba Teresa cuando tendía a aliviar el martirio de la


•vida religiosa. En busca,.de esta palma martíriál — mucho
más difícil de conseguir .que el martirio del cuerpo por la
multitud de heridas, por su frecuencia, su continuidad y
lentitud de tantos años— rechaza todo. Y si la obediencia
la obliga,* orilla la más insignificante comodidad desde el
momento primero al cual podía no llegar el mandato. Nadie
achacará a exaltación y cariño que pregonemos la sublimi­
dad de este martirio lentísimo sellado con el más irrevocable
silencio. Este silencio anonada, abisma al religioso quejoso
de cualquier defecto, propio de su vida de pobreza. Verla a
Teresa helada, cada invierno más helada, como una anciana
ochentona a sus veinticuatro años; no revelar a nadie lo que
nadie podía sospechar y verla vivir muriendo cada día en el
desamparo voluntario, ajeno a ninguna voluntad de los su­
periores es un heroísmo genuino, magnífico, soberano al que
ella incita desde la oscuridad .de un Carmelo. Emociona
fuertemente escuchar a su hermana María, que vivió con
ella los nueve años largos de su vida religiosa, decir en el
Proceso: “Jamás la oí una sola vez quejarse del frío" (48).
Su Maestra de Novicias declara: “Nunca supe que Sor
Teresa del Niño Jesús tuviera frío, ¡Ah, si lo hubiera sa­
bido!, ¿qué no hubiera hecho yo para remediarlo?" (49).
Tarde, muy tarde, llegaba esta lamentación. El hielo que
hería implacablemente los desnudos pies y su cuerpo habrá
formado una corona de siemprevivas en el cielo. Más que

(47) CetS., 63-64.


(.48) P rrrro T . 48.
(49) SUMM., II, n . 1021.
330 LA RUINA DE SU CUERPO

las malas comidas, más que el calor, más que las coladas
en el lavadero, más que cualquier trabajo en el monasterio,
el frío. “La privación del fuego durante el invierno — escribe
la Historia de un Alma— fue el más rudo de sus sufrimien­
tos físicos en el Carmelo” (50). “Lo he sufrido — confesará
la Santa demasiado tardíamente emulando otras palabras
de Cristo en Getsemaní— , lo he sufrido hasta morir” (51).

4.—-M. GONZAGA EN 'LA ENFERMEDAD


DE TERESA (5*2)

El Jueves Santo, 3 de abril de 1896, después de haber ve­


lado hasta media noche ante el Monumento, Sor Teresa mar­
cha a dormir. Apenas apoya la cabeza en la almohada siente
'que la sangre sube a borbotones hasta sus Idbios. E ra lai
primera hemoptisis. Estaba tuberculosa. Todo queda referido
en la Historia de un alma (531). Sor M. de la Trinidad va a
completarnos esa página:

(50) H. A., ch. X n , 231.


(51) H. A., ch. x n , 232.
(52) E ste a p a rta d o 8© reílore e xclu siv a m e n te de a b ril de 1896 a l 30 de
sep tiem b re de 1897, d ía en q u e m urió. Cfr. B a r r i o s M o k i o , A l b e r t o ,
C. M. F.. S a n ta T eresita y s u Priora, " V irtu d y L etras1', 18 (1959), 100-189;
p rin c ip a lm e n te 183-189.
(53) He aq u í el re la to au to b io g ráfico : "El añ o pasado (1890) el
Señor m e concedió el consuelo de p o d sr observar los ayunos de C ua­
resm a en to d o su rigor; n u n c a m e h a b la se n tid o t a n fu e rte y m ti fu e r ­
zas se m a n tu v ie ro n h a sta el día de Pascua.
Sin em bargo, el V iernes S a n to q uiso Je sú s d a rm e la esperanza de Ir
m uy p ro n to al cielo... |O h , q u é dulce es p a ra m i aq u el recuerdo!
D espués de h a b e r perm anecido en vela a n te el M onum ento h a sta
la m edia noche, volví a n u e s tra celda. P ero n o h a b ía hecho m ás que
apoyar m i cabeza en la a lm o h ad a cu an d o se n tí com o u n flu jo qu e m e
j-ubta o borbotones h a sta los íabío?.
No sabfn. lo q u e era. pero pensé si estarla a p u n to de m orir; y
mi almn se sin tió In u n d a d a de gozo. No o h sta n te , com o m uestra lin te rn a
estaba apagada, vi q u e era necesario esperar a lft m a ñ a n a p a ra c o n ­
firm a r m i dicha, pues me parccia que era sangre lo que había arrojado.
M. GONZAGA EN LA ENFERMEDAD DE TERESA 331

“AI final de la Cuaresma de 1396, que había ob­


servado con todo el rigor de nuestra Orden sufrió
la hemoptisis de sangre .de que habla en su Vida.
Por mi cualidad de ayudante de la enfermera me
lo comunicó a la mañana del día siguiente.
Me explicó también su gozo porque M . Gonzaga
la había fácilmente permitido, a pesar de este acci­
dente, practicar todos los ejercicios de penitencia
de esos dos últimos santos días. Me hizo prometer
que guardaría secreto para no afligir a Madre Inés
de Jesús.
Este Viernes Santo ayunó, pues, como nosotras
durante todo el día, no comiendo más que un poco
de pan seco y bebiendo agua a mediodía y a las
seis de la tarde. Además, después de los oficios, no
cesó de hacer limpiezas muy fatigosas. Por la tarde
tomó también la disciplina durante tres “Misereres
AI volver a su celda agotada, también sufrió nue­
va hemoptisis, como la víspera” (54).

L a m a ñ a n a n o se h iz o esp e ra r dem asiado. Al d e sp e rta rm e pensé en


seguida cjue algo m u y a gradable Iba a d escubrir. A cercándom e a la
v e n ta n a p u d e co m p ro b ar q u e n o m e h a b ía equivocado...
{Ahí, m i a lm a se s in tió h e n c h id a de consuelo. E stab a in tim a m e n te
p ersu ad id a de q u e Jo sü s quería hacerm e oír u n a prim era llam ada en
e l aniversario de s u m u e rte . E ra com o u n dulce y le ja n o m u rm u llo que
a nunciaba la llegada d e l Esposo...
Con g ra n ferv o r asletl a P rim a y al C apitulo de loa Perdones. T en ia
p risa de q u e m e llegase el tu r n o de pediros perdón, p a ra confiaros al
m ism o tie m p o lo q u e m e había pasado y la d ich a q u e ex p erim en tab a.
Así lo hice, a ñ ad ien d o —y e ra verdad— q u e n o se n tía m olestia a l­
guna. Os su p liq u é q u e n o m e diéseís n in g ú n alivio p articular. En
efecto, tu v e el consuelo de p a sa r todo el d ía de V iernes S a n to seg ú n
n ils deseos.
N unca m e parecieron ta n deliciosas las austeridades del Carmelo.
ijfi esperanza de Ir al Cíelo m e In u n d a b a de goao.
Llegó la noche de a q u el b ie n a v e n tu ra d o día, y cpn ella el m om ento
«te en tre g arm e al descanso. Y. com o la noche a n te rio r, Je sú s m e dio
la ecíial de q u e m í e n tra d a en la vida eterna no estaba lejos“ {AME.,
- 266 ) .

j3'S) SUMM.. II. n. 137».


332 LA RUINA DE SU CUERPO

Obligada a revelar este accidente a su Priora, Teresa


consiguió despistarla:

"Esto me ha pasado —la dijo— ; pero os suplico


no le deis importancia, no es nada; no sufro, y os
pido me dejéis continuar, como todas, los ejercicios
de la Semana Santa" (55).

■Triple despiste: en Teresa, en la Priora y en los médicos.


Con una salud robusta M. Gonzaga no puede sospechar la
trascendencia. No es ceguera exclusiva suya. ÉUa se guía
por los doctores. Y los doctores De Comiéres y la Néele
tampoco ven. “Por el momento, nada grave” , diagnostican.
Y recetan medicinas que no alcanzan el mal, porque lo ig­
noran. Y continúan tan ciegos casi hasta el final. Pero no
les critiquemos hoy con los adelantos modernos. El retraso
de entonces los disculpa admirablemente.

“Desde entonces, Viernes Santo — continúa Sor


María de la Trinidad— . su salud declinó con alter­
nativas de mejor y peor, lo cual no la impedía seguir
todos los ejercicios de Comunidad y parecer siem­
pre sonriente” (5'6).

Esta, sonrisa en los labios, tan peculiar en Teresa, oculta


hasta a sus hermanas carnales el verdadero declive de su
vida. Es un heroísmo continuado, incomprensible, si no su­
piéramos que Dios, en sus altísimos designios, se lo exigía.
Y continuaba yendo al coro.

“Me confió — sigue Sor M. de la Trinidad— que


con frecuencia le fallaba el corazón durante el Ofi-

(55) SUMM., IX, n. 1568. ’*Por la m a ñ a n a del Viernea S a n to —refiere


su h e rm a n a M aría—la e n co n tré p álid a y ago tad a, y fa tigándose en las
labores de casa. La p re g u n té qu é la pasaba—t a n m ala me pareció—y le
ofrecí mlB servicios. Me lo agradeció, se n cillam en te, y no m e d ijo una
palabra del a ccid en te q u e le h a b la o cu rrid o ’* (SUMM., TI. n. 1359).
Í561 SUMM., II. n. 1380.
M. GONZAGA EN LA ENFERMEDAD DE TERESA 333

ció Divino por la violencia que hacía para salmo­


diar y tenerse en pie” (57).
í

Todo esto, que hoy nos parece absurdo, era indepcndienle


de M. Gonzaga, que no sospecha más que leves accidentes.
Aun la misma Celina, que confiesa estos descuidos, lo achaca
a la reserva de su hermana.

“Al principio de su postrera enfermedad — dice—


no se tuvieron con ella suficientes cuidados, por­
que nunca se quejaba. Así se le hizo rezar el oficio
hasta el agotamiento de sus fuerzas, se le dejó sin
colcfión en su celda después de los tratamientos de
vesicatorios y plintos de fuego; no fue dispensada
de los trabajos comunes: colada y limpieza hasta
el último día y trabajaba tendiendo la ropa con la
espalda y el pecho desgarrado por los recientes ve­
sicatorios” (58).

Si Celina nunca logra sospechar todo, ¿cómo iba a re­


mediar la Priora males cuya naturaleza se ignora y cuya
gravedad nadie dictaminó hasta el final? No hay duda que,
humanamente hablando, Teresa se hubiera salvado cqn es­
tas dos condiciones: saber que estaba tuberculosa, aplicarla
los remedios curativos propios de la tuberculosis. No adelan­
temos ideas. Veamos a Celina, ignorando tantas cosas, cuidar
a su Hermana como una madre, y entreveamos la amargura
íntima y resignada que revela este documento:

“En sus graves enfermedades, la Sierva de Dios


sufrió males, que una dirección bien regulada hu­
biera evitado fácilmente. Por eso sufrió, tanto más
cuanto se olvidaba de sí misma al necesitar que le
impusieran alivios que nunca solicitaba.
Después de su primera hemoptisis estuvo santa­
mente gozosa de tener permiso para continuar !a

• (57) SUM M .. rr. n . 13B0.


(58) SUM M ., II, u , 401.
334 LA RUINA DE SU CUERPO

Cuaresma en todo su rigor, de modo que viéndola


tan fervorosa no sospeché el accidente que le había
ocurrido.
Supe después que eí ayuno de ese año le había
hecho sufrir mucho, pero, siguiendo su costumbre,
no se había quejado. Lo mismo, no reclamó ningún
<alivio en la enorme fatiga que sentía diariamente
al rezar el Oficio Divino a la hora misma en que
la fiebre era más alta.
Después de haberla puesto puntos de fuego — has­
ta 500 conté un día— íbase a acostar en su jergón,
venida la noche. No teniendo permiso para ponerle
un colchón — era yo entonces ayudante de la en­
fermera— no me quedaba más remedio que plegar
en cuatro partes mi gran manta y ponerla debajo
de su sábana, lo cual aceptaba agradecida la Sier-
va de Dios, pero sin una palabra de crítica sobre la
manera como eran cuidadas las enfermas” (519).

Estas últimas palabras de Celina y las intervenciones de


Sor M. de la Trinidad en favor de Teresa, exigen eclaración.
Todo es verdad, pero — sin olvidar esa reserva teresiana que
sorprende—•, antes de juzgar esos descuidos se necesita es­
tar bien enterados de todas las circunstancias.
“Cuando observé —refiere Sor M. de la Trinidad—
que había llegado al final de sus fuerzas fui a pedir
a M. M. de Gonzaga la dispensara, por lo menos,
de Maitines; pero mis pasos no obtuvieron resul­
tado.
Me suplicó la Sierva de Dios no interviniese, ase­
gurándome que N. Madre estaba al corriente de sus
fatigas y que si ella no poma cuidado, es que era
inspirada por Dios que quería escuchar su deseo de
ir sin alivios hasta el final de sus fuerzas” (60).

Es curioso escuchar el sermón de la Priora a la enfcr-


(59) SUMM ., IX, n . 1001.
(flO) SUM M ., I I , n . i 381.
M. GONZAGA F.N LA ENFERMEDAD DE TERESA 335

mera. Aquella Priora con. su salud de hierro, se queja de la


flojedad de las jóvenes, repitiendo el estribillo de hoy y de
siempre:

“Jamás se ha visto una juventud igual para cui­


darse de sus males, como usted lo hace: Antigua­
mente nunca se habría faltado a Matines. Si Sor Te­
resa del Niño Jesús no puede más, que venga ella
a decírmelo” (61).

¿De qué le informaba Teresa a su Priora? Aquí la enfer­


mera no iba a la par con su Maestra ni ésta con su novicia.
Se advierte también que el carácter sencillo de Sor M. de la
Trinidad no -había todavía calado «hondo en la manera de
ser de la Priora. Dar a ésta un consejo y dárselo una ayu­
dante de enfermera no era vía segura de éxito, máxime
sabiendo que la enferma se siente sólo fatigada y conociendo
las relaciones entrañables entre Teresa y Sor M. de la Tri­
nidad. ¿No eran exageraciones de ésta, motivadas por el
excesivo cariño a su joven Maestra? La Priora así lo debía
pensar. La cuestión de la supuesta crueldad de M . Gonzaga
es inadmisible.

“Nuestra Madre ■—dijó la enferma a Sor M. de la


Trinidad— sabe bien que estoy fatigada; es mi de­
ber decirle cuanto siento, y pues que quiere permi-
• tirme, a pesar de todo, seguir a la Comunidad, ella
está inspirada por Dios que quiere escuchar mi deseo
de no pararme y marchar ¡hasta el fin” (62).

Había, pues, informaciones distintas. “No había peligro


de que ía Sierva de Dios fuera a quejarse”, refiere Sor Ma­
ría de la Trinidad” (63;). Por ella se quejaba la enfermera.
La Santa decía: Me siento fatigada, y quitaba importancia
o lo decía escuetamente. Y M. Gonzaga era incapaz de ver
ahí el abismo por su salud y su carácter y porque ta/npoco
(81) SUMM., II. n. 2162.
(62) SUMM., n . n. 2163. 21<i4.
(63) SUMM., II, n. 2163.
336 LA RUINA DE SU CUERPO

veían los médicos. “No puede más” , suplicaba la enfermera.


¿A quién creer? ¡Si la Santa se hubiese quejado! Y a la
Priora no le cabía en la cabeza que la virtud de Teresa
-—que ella era la primera en pregonar— podía ocultarle la
gravedad, si la sintiera, y que las alarmantes informaciones
de la enfermera — cuyo carácter infantil y exagerado era
notorio—■no fueran hijas de su modo de ser, y, por tanto,
infundadas y exageradas. En esta situación resuelve creer a
la enferma.
El fatal desenlace se avecina por esta triple permisión
de Dios en esta ceguera de la Priora, de los médicos y esta
falta de expansión de Teresa. Ahora comprendemos que la
razón apuntada por la Santa para calmar las inquietudes
de sus novicias era sapientísima. La Providencia del Señor
guiaba con mano segura los acontecimientos de aquel os­
curo Carmelo provinciano.
Teresa decae por días en el silencio impresionante de su
celda. Emociona tener que leer estas líneas:

“Venida la noche, la heroica niña debía subir sola


a su celda, deteniéndose en cada escalón para reco­
brar el aliento, y llegaba tan agotada que, a veces,
necesitaba — lo reveló ella más tarde— una hora
para desnudarse. Y después de tanta fatiga tenía que
pasar en su duro jergón el tiempo de descansó” (64).

t
Helada de frío, agotadas en flor sus veinticuatro prima­
veras, llega un momento en que ya no puede más. Y todavía
no se queja. Por ella se queja por última vez Sor M. dé la
Trinidad:

“Me confesó —declara ésta— la víspera del día


en que todavía fue a la recreación de la tarde, que
el día anterior había empleado más de media hora
para subir a su celda; que se vio obligada a sen-

(M ) H- A., ch . X H , 234.
M. GONZAGA EN LA ENFERMEDAD DE TERESA 337

tarse en cada escalón; que había hecho inauditos es­


fuerzos para desnudarse sola.
A pesar de su ¡prohibición se lo advertí a M. Ma­
ría de Gonzaga y también a M. Inés de Jesús, Y
desde entonces se ocuparon seriamente de cuidar­
la" (65).
Ante estos alarmantes datos que ignoraba, M. Gonzaga
abrió desmesuradamente los ojos. ¿Por qué no haberlo sa­
bido antes? Este descuido pone alas a ia Priora que no re­
para en gastos. “Ningún demedio os parece demasiado caro,
y si no da resultado, probáis otro sin desalentaros” (66).
Estas palabras de la Santa dan fe del interés de Madre
Gonzaga desde el momento en que se entera de todo. Acha­
car a crueldad esta ceguera, es calumnia. La misma Madre
Inés lo hubiera dicho bien alto en los Procesos, como in­
formó de cosas muchísimo más graves, si hubiera sido ver­
dad, y sin embargo, confiesa que fue su hermana quien ocul­
ta a la Priora la importancia del mal durante un año, pre­
cisamente durante el año que podía haberse curado, es decir,
desde abril de 189*6 hasta abril de 1897, desde la primera
hemoptisis hasta el agotamiento completo de las reservas de
la joven.

“Por espacio de un año — aseguró M. Inés— per­


suadió tan bien que no había que dar importancia
a sus sufrimientos, que la dejaron continuar todos
los ejercicios y trabajos de Comunidad” (67).
No obstante lo apuntado, ¿tuvo M. Gonzaga en verano
de 1897 una debilidad enorme, como se ha publicado? Oiga­
mos a Celina:
“>La heroicidad de su obediencia se manifestó aún
en la última enfermedad, cuando quedó un mes sin
médico sufriendo atroces dolores” (68).
(95) S U M M ., El, n. 1282.
(W) CM., 2#.
(87) SU M M ., II. n. 1570.
(08) SU M M .. H, n. 1001.
338 LA RUINA DE SU CUERPO

“Al final de su enfermedad quedó un mes sin mé­


dico. El de la Comunidad, Doctor De Comieres, al
marchar de veraneo encomendó su enferma a los
cuidados del Doctor La Néele, primo de la Siervade
Dios. Pero no había contado con el carácter de Ma­
dre Gonzaga, que tuvo celos de ver a Sor Teresa en
manos de su familia, y negó la entrada al doctor.
En estas circunstancias la Sierva de Dios no sólo
no se quejaba, sino que detenía los escapes de nues­
tra justa indignación” (69).
“Hermanitas mías, nos decía, no hay que murmu­
rar contra la voluntad de Dios. El permite que Nues­
tra Madre no me alivie” (70).

Es menester advertir que Noché niega rotundamente esta


acusación:

“En verdad, escribe, durante el mes de vacaciones


del Doctor De Comieres, M. María de Gonzaga hizo
venir varias veces de Caen, donde residía, al Doctor
La Néele. Después de su visita del 17 de agosto, Sor
María de la Eucaristía, cuñada de aquél, escribía a
su padre, M. Guerin:
“Francisco ha encontrado a nuestra enfermita ad­
mirablemente cuidada y ha dicho que si no se había
restablecido es porque Dios, a pesar de todo, quiere
llevársela para sí” (71).

Ante noticias tan dispares preferimos dejar al lector que


opine.
A pesar de todo, debemos hacer una consideración muy
justa, juzgamos hoy, desde la cumbre del siglo XX, el caso
de Teersa como si sucediera ayer. En seguida se nos ocurre
el tratamiento para un tuberculoso: reposo, sobrealimenta­
ción, sanatorio en plena sierra. A finales del siglo pasado

(60) SUMM.. n . n . 1028.


(70) S U M M ., IT, n. 1001. 1038.
Í71) NOCK*, 388-38».
M. GONZAGA EN LA ENFERMEDAD DE TERESA 339

no era así. Además se debía haber sabido que dos meses


antes de morir todavía no dictaminaban los médicos el ca­
rácter de aquella enfermedad. La culpa residía, no en los
doctores, sino en el atraso de la Medicina.
A primeros de julio de 1897 se desangra Santa Teresita
en sus frecuentes 'hemoptisis. ¿Qué opina de esto el Doctor
De Comieres?

“Ayer — escribía el 8 de julio Sor María de la Eu­


caristía a su padre— vino dos veces M. de Comie­
res.., Está excesivamente inquieto. NO ES LA TU­
BERCULOSIS, es un accidente a los pulmones, una
verdadera congestión pulmonar.
Ella vomitó ayer dos veces sangre y durante todo
el día expectoró... Siente un abatimiento grandísi­
mo.
M. de Comiéres, venido esta mañana, ha encon­
trado mejor la respiración..., pero siempre encuen­
tra congestionado el lado derecho. Dice que no exis­
te gran destrozo en el pecho, pero que tiene ata­
cado un pulmón. Su gran debilidad le inquieta mu­
cho.,.” (72).

¿Pensamos que Teresa hubiera estado mejor cuidada en


Los Buissonnets? Celina piensa que no:

“No, ciertamente; y aun probablemente, no tan


bien. Tampoco desde el punto de vista de la abne­
gación y ternura, evidentemente, porque el Carmelo
ofrece más recursos y habilidad para dar los cui­
dados apropiados” (73).

Es induuable que M. Gonzaga se portó con Sor Teresa


como una buena Priora, desde ei momento que supo el es­
tado de su auxiliar. Quiso curarla, puso los medios, medicinas
y médicos, imploró el auxilio del cielo mandando decir una

(7 2 ) N o c k í , 403.
(7 3 ) N ock¿, 383.
340 LA RUINA DE SU CUERPO

novena a Nuestra Señora de las Victorias, creyendo en una


nueva intervención de Ja Madre de Dios, como en los días
ya lejanos de la infancia de Teresa. Y con qué fervor su­
plicaba, lo revela M. ínés de Jesús: “Nuestra Madre se ha
puesto a llorar a lágrima viva al comenzar la Salve Regi­
na...” 74).
Madre Gonzaga apreciaba en serio los valores humanos
y la virtud de su súbdita. Después de una larga prueba, des­
pués de casi ocho años de severidad, durante los cuales pudo
ver, cual ninguna, los verdaderos quilates de aquel tesoro,
había cambiado de táctica. La Santa se lo confiesa y se lo
agradece:

“Desde hace año y medio Jesús ha querido cam­


biar la manera de hacer crecer a su Florecilla. La
encontraba, sin duda, bastante regada, porque ahora
el Sol es quien la hace desarrollar. Jesús no quiere
ya para ella más que su sonrisa, que todavía se la
da por medio de Vos, mi querida Madre” (75).

Fue M. Gonzaga quien dispuso fuera atendida y cuidada


siempre por sus hermanas carnales Carmelitas durante los
últimos meses hasta el momento de morir. Gracias a tanta
benevolencia pudo M. Inés escribir Novissima Verba, ese dia­
rio inapreciable para la espiritualidad teresiana. Quienes otra
cosa pensaron y escribieron faltaron a la verdad histórica.
Más rigurosos y más enterados que los mismos testigos han
levantado, con sus falsedades, una torre de granito que cos­
tará mucho tiempo derrumbar. Las dos hermanas carnales
Paulina y Celina, hubieran protestado de tantas supuestas
crueldades y desamparos y lo hubieran declarado ante el Tri­
bunal eclesiástico en -ql Proceso de Teresa. Ctiaiitó dijeron
queda estampado en estas páginas.
Véase, para terminar, el concepto que M. Gonzaga se ha­
bía formado de Sor Teresa. Lo encontramos estampado de

(74) N ochJ, 403.


(75) CU., 1.
M. GONZAGA EN LA ENFERMEDAD DE TERESA 341

su puño y letra al pie del Acta de la Profesión de la Santa.


Apenas había expirado escribió M. Gonzaga:

“Esta flor, más del cielo que -de la tierra, fue co­
gida por el Divino Jardinero a la edad de veinti­
cuatro años y nueve meses, el 30 de septiembre
de 1897.
Los nueve años y medio pasados entre nosotras
deja nuestras almas embalsamadas de las hermosas
virtudes que la vida de una Carmelita puede prac­
ticar.
Modelo exacto de humildad, de obediencia, de
caridad, de prudencia, de desprendimiento y de re­
gularidad, cumplió la difícil obediencia de Maestra
de Novicias con una sagacidad y perfección sólo
comparables con su amor de Dios.
Remitimos al precioso manuscrito que edificará
al mundo entero dejándonos a todos los más per­
fectos ejemplos.
Este ángel de la tierra tuvo la didha de volar a
su Esposo en un acto de amor.
jOh, queridísima Hija, vela por tu Carmelo!” (76).

(70) Lettrot, 324, nota 1.


C a p í t u l o X II

EL MARTIRIO DE LA REGLA

Hasta el final de las fuerzas.


Martirio sin aderezos.
Esos permisos...
Aunque todas falten.
No hacer las cosas a medias.
Una regla vale un mundo.
La Regla viva.
Avivar el martirio.
I

Santa Teresita no se presenta como un teólogo de


la vida religiosa, sino como una mártir de la vida
religiosa refrenando con la caída tempranera de su
Cuerpo la gran verdad enseñada por la teología:
la vida religiosa es un verdadero martirio. Cuántos
mártires, rendidos ante el verdugo segador de fru
cuello, no se rendirían ante esa muerte continua, de
todos los momentos. Cansados por tanta lentitud,
por tanto esperar hubieran, acaso, apostatado. Es
más fácil abrazar la muerte en un instante por la
fe de Cristo que entregarle día, a día, jirón a jirón,
trozo a trozo, una vida que tanto se ama.
Este capítulo va a explicar los silencios impresio­
nantes de Teresa en la caridad, en la pobreza, en
la obediencia, en las comidas, en el frío, en el sue­
ño. . Escuchar semejante ideario muy subido y puro,
muy genuino, será una sorprendente revelación para
maestros indocumentados y para la flojedad de al­
gún religioso.
Teresa ha vivificado y actualizado éstas palabras
de San Gregorio: “Cuando alguien promete a Dios
omnipotente todo lo que tiene, toda su vida y todo
lo que ama, ofrece un holocausto” (í).
Donde Teresa fia akondado es en ese “t o d o D e
ordinario se arranca de ese todo lo principal, con­
tenido en los votos religiosos. Lo característico de
Teresa no es eso, es haber agotado exhaustivamente
ese “todo” por sus partes más microscópicas. Aquí
el don de fortaleza es más maravilloso que acome­
tiendo.

(t> a. 2. q. 184. fc 0.
346 EL MARTIRIO DE LA REGLA

Comentando Santo Tomás a San Gregorio, escri­


bía: “La perfección de la vida religiosa exige, se­
gún San Gregorio, consagrar a Dios toda la vida.
Pero el hombre no puede de una vez entregar toda
su vida a Dios, porque no existe entera en un mo­
mento, sino que es sucesiva” (2).
La Santa no entenderá esta distinción tomista y
entregará a Dios toda su vida cada momento, olvi­
dándose de que el holocausto se hace al final. ¿Cuán­
do? Ese holocuasto de cada instante es su nota ca­
racterística. La suma de tantos holocaustos como ins­
tantes vividos en el claustro será la prefección de la
vida religiosa.

í .—HASTA EL FINAL DE LAS FUERZAS

"Es un alma varonil, es un gran hombre” , dijo Pío XI (3).


A primera vista parece que el enunciado, que ese principio
no es femenino. Imposible que el sexo débil consienta, fuera
de momentos aislados, en arrumar su delicada hermosura y
el vigor de su juventud.
Teresa da muestras soberanas de cumplir las palabras de
la Reformadora: No os quisiera, hijas, fuerais mujeres en
nada, sino varones fuertes” (4).
Dificilísimo se le hizo siempre la asistencia al coro, no
por cantar las alabanzas divinas, sino porque su débil cuerpo
no caminaba tan veloz como el alma. Las difíciles digestiones
desde el principio de su vida religiosa, debido a las sobras
de las comidas, 1c crearon graves problemas que sólo su gran
energía superó. Otra cualquiera, se hubiera dispensado fácil­
mente. Con la comida en ia boca, próxima a devolverla todavía
en los Maitines nocturnos, partía al coro queriendo olvidar
(2) 2, 2. q. 186, * « &<1 2.
(3) PHiuyow, 215.
(4) C am ino Ac Perfección, c. VTT. n. 43.
HASTA EL FINAL DE LAS FUERZAS 347

esas molestias desagradables. Con su don de fortaleza acome­


tía serena y ciega esas punzantes debilidades.

“Muchas veces fue al coro a rezar el Oficio Di­


vino con tan mal estómago que le parecía imposible
poder retener la comida sin desfallecer; pero jun­
taba todas sus energías diciendo: ¡Si caigo, ya se
verá!
Esta frase, que repetía frecuentemente, la ayudó
mucho — así me confió— sobre todo al principio de
su vida religiosa” (5).

Más adelante esta frase, aprendida de un soldado que


exponía su vida por apoderarse de una bandera enemiga,
la cambiará, así: Si muero, ya se verá. En esas circunstan­
cias ya sería auxiliada. Hasta entonces debía trabajar, ca­
minar, seguir la vida de comunidad.
Estos rasgos, acaso típicos de Teresa, en la historia de
las Ordenes Religiosas, revelan un alma de temple extraordi­
nario. Cumple tan al pie de la letra su axioma: Hasta el final
de las fuerzas, que nadie advierte los marcos que la agotan
por las pésimas digestiones y las malas comidas.

‘‘Tenía el principio — leemos— que había que lle­


gar hasta el final de sus fuerzas antes de quejarse.
¡Cuántas veces fue a Maitines con vértigos o vio­
lentos dolores de cabeza! Puedo todavía andar — se
decía ella— ; pues bien. Debo cumplir mi deber.
Y gracias a esta energía, cumplía, sencillamente,
actos heroicos” (6).

Nunca se quejó porque antes de llegar al agotamiento to­


tal se quejaron otras por ella. ¿Hasta dónde pudo 'fiaber re­
sistido? Harta lástima causa contemplar que tarde media hora
para subir unas escaleras que normalmente se suben en dos
minutos y desnudarse en media hora y hasta en toda una

(5) C etS.. 118-117.


«n //. a., ch. xrr. 2.10
3 4 -8 EL MARTIRIO DE LA REGLA

hora para quitar un tosco y anchísimo hábito que se quita


en menos de rezar un Avemaria. Sólo en el caso que material­
mente no hubiera podido ya subir un escalón ni mover sus
dedos agarrotados por el frío, lo hubiera manifestado a la
Priora. Es decir, únicamente una parálisis total, en el más
riguroso sentido de la palabra.

“La Sierva de Dios tenía la norma de que era pre­


ciso ir hasta el final de las fuerzas antes de que­
jarse. Puedo todavía caminar *—decía— , debo estar
en mi obligación” (7).

Sor Teresa de San Agustín se lo advirtió cuando estaba


ya muy enferma, es decir, después de la hemoptisis de abril
de 1896, cuando sólo una palabra de sus labios hubiera lo­
grado el reposo absoluto.

“A pesar de su mal estado, no se dispensaba ja-


más de los ejercicios comunes y de los trabajos pe­
nosos. Iba, sin quejarse, hasta el agotamiento de sus
fuerzas. Puedo todavía andar -—decía—■, debo estar
en mi obligación” (8).

Lo pesado que resultan las largas horas de coro para una


enferma, el lavado de la ropa, levantarse por la mañana al
primer toque de la campana, seguir el régimen de comidas,
permanecer sin ganas en la recreación; eternas' las horas de
la noche pasadas tiritando de frío sin poder abrigarse por­
que la Regla sólo consiente dos pobres mantas. ¿Quién puede
valorar esos sacrificios oscuros soportados no un día ni un
mes, sino meses y años, viendo cómo se desmorona y se
cuartea el cuerpo sano y joven?
Las exigencias divinas son misteriosas. Cuando El pide,
e! Señor absoluto de la vida y de la muerte, cuando ‘E l pide
se soporte con tanto silencio, y con tanto abandono no pide
imposibles. El da el valor para cada momento. Si Teresa no

(7 ) B o a M ju U a be lqb Am o eles: S V Ü ií., TJL, n . 2210.


(8 ) SU M M H . n. 1115.
MARTIRIO SIN ADEREZOS 349

tiembla ni una sola vez, si no lanza una palabra de auxilio


al llegar a la su celda exhausta y helada, si pasa las noches
tosiendo apartada de las Hermanas sin que se le ocurra re­
velar su estado, es porque Dios mendiga de ella, en sus
altísimos designios, tantos sacrificios. “Cuando Jesús quiere
que una sufra, no hay más remedio que sufrir" (9). Estas
palabras lo explican todo. Y cuando El quiere que se sufra
hasta el agotamiento de las fuerzas, también.

2.— MARTIRIO SIN ADEREZOS

Dice Santo Tomás:


“Se llaman por antonomasia religiosos los que se consa­
gran totalmente ai servicio de Dios, ofreciéndose a El en
holocausto” (10). Santa Teresita quiso este holocausto sin
aderezos, sin golosinas, a secas, crudo. Lo escogió, lo abrazó,
y sin necios arrepentimientos, lo vivió.
Se lo dijo bien claro a una novicia que había puesto a
calentar sin permiso y sin ser mandada, sus alpargatas en
un braserillo:

“Si yo, sin habérmelo ordenado, hubiera hecho lo


que acaba usted de hacer, creería haber cometido
una grande mortificación. ¿De qué nos serviría ha­
ber abrazado una vida austera si buscamos aliviarnos
en todo cuanto puede hacernos sufrir?” (11).

Temple magnífico de héroes. Volcar los sufrimientos para


arrancarles el leño de la cruz es destrozar la vida religiosa,
que se instituyó sólo para las almas que aspiren a imitar
al Crucifijo.

(9) II. A.. Ch. n i , 230.


(10) 2. 2.. q. 186. % 1.
(11) P * rrro r, 50-51.
350 EL MARTIRIO DE LA REGLA

Teresa parte de este concepto, como de un principio in­


concuso. Cierto que practicar las exigencias de la Regla lleva
a un verdadero martirio, difícil por la fidelidad exacta a
mil menudencias observadas durante toda la vida. Entrar
religioso para tomar avaramente cuanto pueda existir de co­
modidad y para lanzar a mil leguas cuanto hay de dolor,
de vencimiento, de austeridad, es vida libre de solterón, o,
como dijo el Maestro, de virgen necia. Porque también en la
vida religiosa se dan vírgenes necias.

“No debemos darnos una vida cómoda. Puesto que


pretendemos ser mártires, es preciso emplear los
instrumentos que para ello tenemos y hacer de nues­
tra vida religiosa un martirio’' (12).

Lo difícil en este martirio reside en que cada uno debe


aplicarse a sí mismo voluntaria, constante y amorosamente
los instrumentos de suplicio. En los demás, verdugos sin pie­
dad terminan con los cristianos. Se ama demasiado la car­
ne propia para aborrecerla, se quiere demasiado el alma pa­
ra perderla por Dios enteramente y se juega con Dios, co­
mo un niño, enseñándosela ahora para ocultársela en se­
guida, prometiéndosela toda entera para dársela a medias,
jurándole amor inmediato y eterno para quebrantar las pa­
labras más serias mañana y repetir mañana que hoy no,
pero que mañana sí, y decir lo mismo mañana.
Hallar tanta magnanimidad en la Santa constituirá para
muchos un descubrimiento sensacional. La misión de Teresa
en este mundo es dar un toque de alarma también a los
religiosos. Decirles bien alto cómo se vive en religión. Se
vive para lo que se entra. No se entra para mimarse, para
cuidarse, para huir del sufrimiento, para tratarse. Se entra
para seguir a Cristo. En el cristianismo — sobre todo en el
cristianismo de la vida religiosa— no hay más que un Cris­
to y Cristo está crucificado. Pero hay que seguir al crucifijo
no por un camino caprichoso, sino por la senda estrecha y
recta de la Regla.

(12) CetS., m .
MARTIRIO SIN ADEREZOS 351

“Ponía estos sentimientos en práctica —declara


una testigo— e hizo en realidad de su vida religiosa
un martirio por su grandísima fidelidad.
No quiso dejar escapar ningún pequeño sacrificio,
ninguna mirada, ninguna palabra. Quiso hacer las
menores acciones por amor” (13).

La gracia bulle en las cosas pequeñas. Las grandes, la


fidelidad a misa los domingos, a los mandamientos de la
Iglesia, ya se observan. De eslo no hay cuestión. Lo peculiar,
lo característico es “in modico fidelis” , la fidelidad en las
mil ocasiones microscópicas. Esto constituye la vida reli­
giosa. Si no se observan no hay religioso, no hay holocausto
a Dios.
Teresa enseña a Celina la misma norma de conducta. Le
confiesa ingenuamente el gran sacrificio practicado copian­
do sus poesías, compuestas a lo largo del día, sólo en el
tiempo libre de la noche, en vez de escribirlas conforme iban
viniendo a la cabeza las ideas y la rima. “Yo aguantaba hasta
la hora de tiempo libre, y no sin gran esfuerzo me acorda­
ba a las ocho de la noche lo que había compuesto por la
mañana.”

“Estas nadas — continuaba— son un martirio, es


verdad; pero hay que guardarse mucho de dismi­
nuirlas, permitiéndose o haciéndose permitir, mil co­
sas que tomarían agradaíble y cómoda la vida reli­
giosa” (14).

Cuántos permisos quebrantan neciamente la fortaleza del


alma derribándola por los suelos. Desmantelada, no podrá
resistir los. embates. Y lo peor de todo está en que, con la
sonrisa en los Jabios, cree aportarse un triunfo. Piensa ha­
ber sido un santo religioso, que ha santificado el derribo
con licencia del Superior. Pero la fortaleza, derribada queda.
Lo derruido en un momento, ¿se construirá en un instante?

(13) M a r í a : SUMM., II, n 7»5.


(14) CetS.. 120-121
352 EL MARTIRIO DE LA REGLA

Para cumplir estas normas cuidaba escrupulosamente de


no pedir para ella absolutamente nada, aun cuando lo ne­
cesitara por su delicado estado de salud. Sólo cuando los
demás, sin ella habérselo rogado, se adelantaban, lo tole­
raba, aunque no siempre lo aceptaba, como hemos advertido
en los capítulos anteriores y veremos luego. Su hermana
Celina declaró: “En ninguna ocasión tomaba socorros o ali-
livio a no ser que se los propusieran, sin ninguna insinuación
de su parte” (15).
Pudo acontecer alguna vez lo que cuenta M. Inés de Je­
sús. Pidió un día a Ja cocinera un huevo pasado por agua
para Teresa. Bien podían derrochar hoy lo que tantas veces
regateaban. Con buenas palabras —ciertas •o ficticias— se
excusó la buena cocinera. Si los huevos estaban caros, si el
Carmelo era pobre... M. Inés volvió desolada a su hermana
con las manos vacías: “No sufras por mí, te lo suplico. To­
davía me veo muy bien cuidada” (16).
Estos alivios — a veces tan posibles como el relatado-— se
convierten en martirios. ¿Por esta razón se dejaba cuidar?
Sabemos cómo su hermana M aría,' siendo depositaría, mi­
maba a Teresa. Y todas la creían mimada. Una palabra hu­
biera bastado y la advertencia surtiría efecto inmediato. Ma­
ría tenía la llave de la despensa, Pero creía que coincidía
con los gustos de su hermana. Y eran diametralmente opues­
tos (17). Bien puede valer para toda su vida religiosa el
testimonio de Celina sobre la última enfermedad. “Creyendo
aliviarla, la hacíamos —cuántas veces— sufrir, y sufría sin
oponerse jamás a cuanto habíamos juzgado deberla pres­
cribir” (18).

(15) SUMM., n , n. 1810.


(15) SUMM., n , n. 831.
(17) H. A., ch. X H . 230.
(18) SUMM., H . n . 1830.
ESOS PERMISOS 353

3.— ESOS PERMISOS

No se puede negar a Santa Teresita un conocimiento ca­


bal de la vida religiosa. Enseña, como maestra consumada,
en este delicado asunto de los permisos. Para ella muchí­
simos son la puerta falsa de la religión. Con la mayor na­
turalidad, viéndolos todos, se salen del espíritu de Cristo al
espíritu de comodidad. Para muchos son mieles con que
enduzan el martirio de la Regla. Intimamente, producen gran­
des catástrofes en la santidad, enormes heridas en las al­
mas, sangrías, las más de las veccs irreparables.
La postura de la Santa ante los permisos resulta muy
rígida, conforme en todo a su concepto de vida religiosa y
a las exigencias divinas sobre su alma. Muy rígida para quie­
nes no lleguen a calar el profundo de la cruz y no hayan
abrazado el estado religioso con móviles genuinamente cris­
tianos. Esa postura no es manía, es exacta, muy exacta, la
única exacta.
“N o pedir permisos hasta el último extremo” (19). Prin­
cipio soberano, tan admirablemente cumplido que no lo usó
jamás, ni para poco ni para mucho, ni para frío ni para
calor, ni para las comidas, ni para dormir más. A su enten­
der nunca Uegó el último extremo, aunque regaba todas las
noches las escaleras con jirones de su vida.
“No buscarse permisos que puedan dulcificar el martirio
de la vida religiosa” (20). Ley sapientísima. El gran enemigo
de la vida común el oermiso inmotivado. Resulta muy có­
modo eludir la carga y la regía cuando se siente su peso.
Lá Santa llegó a límites insospechados. Un caso referido por
su hermana María:

“Me confió —-dice— que habiendo permitido

(19) N o c h í , 366.
(20) SU M M .. n . n. 1875.
354 EL MARTIRIO DE LA REGLA

Nuestra Madre Priora a M. Inés de Jesús —su her­


mana Paulina— ir alguna vez a hablarla, era para
ella un gran sacrificio porque no habiendo ella, a su
vez, recibido permiso para revelarle sus pensamien­
tos íntimos, se limitaba simplemente a escuchar las
confidencias de la que llamaba su Madrecita, sin ha­
cerle las suyas. Sin embargo, eiía con una palabra
hubiera obtenido hábilmente el permiso.”
“Pero — decía— no hay que buscarse permisos que
puedan dulcificar el martirio de la vida religiosa,
porque entonces sería una vida natural y sin mé­
rito” (21).

¿Qué queda de sacrificio a la vida religiosa si le arran­


camos esas minúsculas cruces?
Sólo admitía ios permisos si espontáneamente se los daba
la Priora. Si sabiendo ésta la necesidad, el apuro, la ocasión
se adelantaba y dispensaba la Regla los recibía de buena
gana, como señal de la voluntad de Dios. En caso contrario,
adelantándose ella a pedir una licencia, ¿no era buscarse
a sí misma? ¿No venía de ella misma, en vez de venir de
Dios por medio de la Superiora?
Ya referimos antes el caso, bien penoso, de verse preci­
sada a escribir sus poesías en el tiempo libre de la noche,
lo cual restaba no poco a la inspiración. Celina lo refiere
con todo detalle: i
“Componía sus poesías durante el trabajo y espe­
raba el tiempo libre de la noche para plasmar sus
pensamientos en el papel. La dije que era dema­
siado severa, que además hubiera obtenido fácilmen­
te el permiso de escribirlas durante el día.
Me respondió: Me he cuidado bien de conseguir­
me permisos que me hubieran hecho la vida reli­
giosa fácil y agradable. Si Dios no ha permitido que
nuestra Madre me lo diera de por sí, señal de que
quería le ofreciera ese sacrificio” (22).
(2 \) S U M M .. r i. n . 1674, 1S75.
(¿■¿i S U M M ., II. n . 1025.
ESOS PERMISOS 355

No limitó ias consecuencias de este principio a lemas


más o menos 'baladíes, como ..escribir o dejar de anotar unas
ideas preciosas. Lo vivió tan a la letra que viéndose aca­
bada, agotada de salud, no quiso cedcr nunca a las presiones
de Sor María de la Trinidad que la instaba a pedir a Madre
Gonzaga la liberación total de los actos de comunidad. Uni­
camente consiguió revelara el cansancio, pero añadía siem­
pre su deseo de seguir en todo a la Comunidad.

“Nuestra Madre —respondía a la noyieia— sabe


que estoy fatigada. Obligación mía es decirla cuanto
siento, y puesto que todavía quiere permitirme se­
guir a la Comunidad, está inspirada por Dios que
quiere escuchar mi deseo de no detenerme y de ir
hasta el final” (23),
-Cómo cumplía tan bello ascetismo queda ya referido, aun­
que muchos lectores protesten y achaquen tanta perfección
a descuido imperdonable. La vida religiosa necesita ejem­
plares fuertes, confortables. Dios pide a cada alma mil ca­
prichos. "La santidad consiste —escribe Teresa— en cum­
plir la voluntad de Dios, en ser lo que El quiere*seamos" (24).
Y El la quiso así, con esta modalidad de sufrir tan heroica
como otras, en apariencia, mayores. Esto es lo más perfecto,
la respuesta exacta a la petición de Dios; esto es ser santa
de cuerpo entero. Teresa tiene una página admirable que
explica y respalda teológicamente su conducta, su entrega
total al dolor.
“Comprendí que para llegar a ser santa era nece­
sario sufrir mucho, buscar siempre lo más perfecto
y olvidarse de sí misma.
Comprendí que en la perfección había muchos
grados y que cada alma era libre de' responder a
las insinuaciones de Nuestro Señor, libre de hacer
poco o mucho por El. En una palabra: libre de es­
coger entre los sacrificios que Jesús pide.
(23) SUMM.. II. n. 2163-2164.
(24J AME.. 6.
356 EL MARTIRIO DE LA REGLA

Entonces, como en ios días de mí infancia, excla­


mé: Dios mío, lo escojo todo. No quiero ser santa
a medias. No me asusta sufrir por Vos” (25)

De verdad que nunca retrocedió ante uno solo de los pe-


pequeños o de los grandes sufrimientos. Ella sola, sin ayuda
de criaturas, supo sorber sus lágrimas, supo llevar por de­
lante, sin atenuaciones, sin mitigaciones, l a austera vida car­
melitana. Precisamente una de las ideas suyas era que “en
comunidad debiera cada una a F r e g la r s e pata bastarse a sí
misma y portarse de tal suerte que no se pidieran favo­
res sin gran necesidad“ (26). Bien podía aconsejar así ella
que era el socorro y paño de lágrimas de tantas que la mo-
lestabaij continuamente para ocupaciones o labores bastante
superfluas.
Aunque enemiga personal de los permisos, quería que se
ajustaran a esta norma:
“Para guardar el justo medio — enseña Teresa—
cuando una cree poder dispensarse de una obra co­
mún o solicitar una excepción de la Regla, aconse­
jaba preguntarse interiormente: ¿Si todas hacen lo
mismo?
La respuesta sería — añadía— que resultaría un
gran desorden, porque todas encontrarían buenas
razones y siempre bastantes ocupaciones de su gus­
to o en su empleo para sustraerse a las obligacir^ec
comunes” (27).

4.— AUNQUE TODAS FALTEN

A Teresa no le tocaba acotar, limitar, criticar la Regla.


Esta es algo sagrado, la voluntad de Dios aceptada, además,
(25) AME., 25-20.
Í28) CetS., 115.
I'¿ 1) CetS., 115.
AUNQUE TODAS FALTEN 357

voluntaria y libremente. Ella recordaba bien las penosas an­


danzas de sus grandes Reformadores para implantar la Re­
gla en la Iglesia.

“La fidelidad de mi querida hermana — ha escrito


Celina— por la observancia fue proporcionada a su
estima hacia nuestras santas Reglas y constituciones:
—'Demasiado dichosas somos — decía— de prac­
ticar solamente lo que nuestros santos Reformado­
res instituyeron con tanto sufrimiento.
Tampoco podía soportar tuviéramos algo que de­
cir contra lo que estaba prescrito" (28).

Puesto este axioma de la intnngibíÜdad de la Regla se


lanzó a practicarla a pesar de tantos pesares, como a veces
saltan en los monasterios. No podía oír la falsa y necia
excusa de todas faltan. “Aunque todas falten a la Regla
— decía— no es ninguna razón para justificarnos. Cada una
debería obrar como si la perfección de la Orden dependiera
de su conducta personar (29).
Recia personalidad la que se revela aquí. Los espíritus
pobres, débiles se tumban en la cuneta al ver faltar a los
demás y creen que su inercia y el quebrantar tantas reglas
no es culpa suya, sino de sus compañeras. Tampoco las ob­
servan, luego parece que no obligan. Felizmente las conse­
cuencias son falsas e injustas. Teresa se levanta de un salto
para gritar a sus novicias que la obligación de cumplir las
Reglas es independiente de las demás, sean observantes o
inobservantes, santas o tibias. Es una obligación personalí-
sima. En absoluto para ser Carmelita debería abstraerse de
todas, como si la santidad de la Orden dependiera exclusi­
vamente de la conducta de cada una.
Reacción admirable, por ley de contraste. No pocas de­
bían escudarse en las faltas de silencio, de crítica, come­
tidas sin escrúpulos por otras. “Se faltaba mucho a la cari-

(28) C etS., 115.


(2 9 ) S or M a r ía d* la T rutoad: SUMM., II. n . 1312.
358 EL MARTIRIO DE LA REGLA

dad» se observaba mal la regularidad y el silencio. Para


mantenerse en una fidelidad perfecta dentro de semejante
ambiente como lo verificó Sor Teresa del Niño Jesús, era ne­
cesario remontar la corriente, resistir la avalancha gene­
ral, lo cual exigía una virtud verdaderamente extraordina­
ria" (30).
En estas circunstancias también reacciona el monasterio.
Los comentarios se adivinan, las suposiciones se barajan a
favor y en contra; por fortuna para Teresa, hay más con
ella que contra ella, aunque nadie llegue a descubrir la ver­
dadera heroicidad de su virtud.

“En el Carmelo — anota su hermana María— su


extraordinaria regularidad parecía a algunas reli­
giosas como un reproche mudo y a veces manifes­
taban por ello desprecio y envidia.
Otras al contrario, en mayor número, hacían
justicia a su favor. Algunas decían abiertamente que
esa constancia en Ja virtud salía de Jo ordina­
rio” (31).

Los testigos de su vida revelan datos asombrosos, no por


su grandeza externa, sino por su infinita pequenez. Autori­
taria como era M. Gonzaga hacía y deshacía los reglamen­
tos conforme al humor del momento (3'2). “Hay que hacer
esto así..., no se puede ir ya por allá... en adelante...” AI
poco tiempo, no exigidas o cansadas de tanta mudanza y
conocedoras de la volubilidad de la Priora, caía todo en des­
uso. El detalle es hermoso. Pero Teresa, independiente de
todas, sin querer saber las razones de la pronta observancia,
las cumplían a rajatabla desde el primer día hasta su muerte,
mientras la Priora no las aboliera, aunque contemplaba con
sus ojos que nadie hacía caso.
“Cuando la M. Priora había hecho una recomen­
dación general, Sor Teresa permanecía fiel a ella,
(30) S on M a s í a p * la Trxhtduu»: SUM&f., H . n . 1403.
(31 > SUMM., I. p. 466.
(32) C e u n a: SUMM., IT. n. 1000.
AUNQUE TODAS FALTEN 359

aun después de muchos años, mientras que las demás


olvidaban fácilmente estos detalles” (33).

Celina explica mejor todo el ambiente monacal alimen­


tado inconscientemente por la Priora y descubre los quilates
finísimos de la virtud teresiana:

“Había— dice— que poner mucha atención en lo


que se decía delante de ella, porque un aviso de su
Madre Priora fue para ella, hasta el fin de su vida,
una orden.
En su tiempo, esta obediencia fue particularmen­
te heroica, porque la pobre M. María de Gonzaga,
con su carácter voluble, hacía reglamentos que caían
en desuso sin que soñara revocarlos.
Y yo he visto a la Sicrva de Dios observar estas
recomendaciones muchos años después de haberlos
hecho y cuando nadie se acordaba ya de ellos” (34).

Ahora puede comprenderse el mérito excepcional de esta


recta contra la cual nadie logró un solo desvío ni a la de­
recha ni a la izquierda, ni el ambiente, ni los comentarios,
ni los ejemplos. Nadie puede arrancarle sus ideas acerca de
la observancia regular. Bien se la puede aplicar el texto de
la Escritura como lo verifica su querida novicia Sor María
de la Trinidad:

"Lo que 'hacía heroico este espíritu de fe era el


desorden en que vivía la Comunidad en su tiempo.
No teniendo otro estímulo que su fe y amor por
Dios viviendo en un ambiente más bien relajado,
mereció de verdad la alabanza dirigida al justo en
el Eclesiástico: Que pudo violar la ley y no la violó,
hacer mal, y no lo hizo” (3'5).

(33) M. l u is : SUMM., n , n . 746.


(34) SUMM., n , n . 1026.
(35) SUMM., 11. n . 1311.
360 EL MARTIRIO DE LA REGLA

5.— NO HACER LAS COSAS A MEDIAS

El 8 de mayo de 1888, al mes de haber pasado la puerta


de la Clausura, escribía a Celina: “Un día de Carmelita pa­
sado sin sufrir, es un día perdido” (3*6). Siempre con nue­
vos arrestos se lanza a la observancia.cabal y exacta de las
Reglas. Su temperamento exquisito y su ardiente natura­
leza no entienden de medianías, al revés de esos espíritus
depauperados para quienes — por comodidad, por dejadez,
por ignorancia— todo está bien hecho, aunque quede a me­
dio hacer o sin hacer.
Si en ello intervino su privilegiada naturaleza, perfeccio­
nada por la selecta educación de famlia, todo lo sublimó
su amor a Dios. Por Dios llegaba a pormenores delicadísi­
mos, más tiernos aún que esos detalles curiosísimos que pue­
de tener la recién desposada con su nuevo esposo. Y al pensar
que todo era a base de sacrificio y de dolor, puede barrun­
tarse la grandeza deí amor.
Sabemos de su vida casos admirables, como el modo de
tomar la disciplina. ¿Qué postura, qué inclinación, qué apre­
suramiento? Dentro de la enorme variedad y de la perfección
posible, Teresa escoge los más dolorosos, coronando este es­
fuerzo tan penitente con delicada sonrisa para ocultar a su
Dios las lágrimas que los golpes pudieran hacerle saltar.
Emociona escuchar este relato de Celina que logra arrancar
a Teresa un detalle elocuente del modo cómo se daba la
disciplina, acto oculto, en el que caben cien trampas, más
o menos subrepticias, si no arde dentro el fuego del amor.

“La decía yo — cuenta Celina— que cierto senti­


miento natural lleva a evitar algunos movimientos
cuando se lleva el cilicio o para matenerse tiesa

L r t t r a . XXVI, 81.
NO HACER LAS COSAS A MEDIAS 361

bajo la disciplina con el fin de sufrir menos. Sor


Teresa me miró espantada y replicó;
—-Para mí, creo que no vale la pena hacer las co­
sas a medias. Yo tomo la disciplina para hacerme
daño y quiero me haga el mayor posible. Por eso me
inclino de modo que tenga el cuerpo muy flexible
para sentir mejor los golpes.
Tan aprisa iba la Sierva de Dios que alcanzaba
la cifra de 300 golpes por Miserere. Me dijo que
cuanto más vivo dolor sentía, más sonreía para que
viera Dios, hasta en su rostro, que era feliz su­
friendo por El” (37).

Todavía en este acto, eminentemente santificador, re­


salta su valentía y fortaleza como don del Espíritu Santo.
Pero era así en todo. Sucede en los conventos que, a veces,
las oficinas con.muchos encargados son las peores cuidadas.
Sobre todos y sobre nadie recae la responsabilidad. Cada
uno deja la limpieza y el orden para el siguiente. En el
Carmelo de Lisieüx se turnaban por semana para los servi­
cios 'higiénicos. Salir del paso de cualquier forma nunca fue
lema ni práctica de Sor Teresa, ni siquiera en estos menes­
teres tan humildes. Aquí ponía el mayor cuidado posible para
que brillara la limpieza, el decoro y la higiene, lo cual no
debía ser regla general para llamar la atención de Celina.

“Cuando estaba de semana én los lugares excu­


sados se empleaba con tal cuidado que me quedé
admirada, y se lo dije. Me respondió tristemente:
— ’jOh, qué pocas religiosas hay santas! ¡Qué po­
cas hay que no hagan las cosas de cualquier ma­
nentf
Y me suplicó no fuera yo del número de las re­
ligiosas negligentes” (38).

Detalle tan típico habla por muchas páginas. ¿Quién

Í37> SUMM ., rr. n. 990.


(36) SUMM .. ir . n. 2023.
362 EL MARTIRIO DE LA REGLA

hubiera soñado en tan exacto cumplimiento? Para Teresa


no existe bajo ni humilde, tratándose de deber. Tan obli­
gación es la limpieza como la oración, tan querer de Dios
es hacer la colada como el oficio divino. Los hombres dis­
tinguimos y medimos con distinciones utópicas y metros des­
conocidos en la otra vida.
Observadora por instinto, advierte la Santa negligencia
en las reglas con disculpas incomprensibles. Al fin y al
cabo por esto no va a ocurrir nada grave, dicen tantas con
la única preocupación de proseguir su vida rutinaria, fal­
tas de ilusión por formarse enteramente, por valer para la
Comunidad, para los hombres y para Dios. Ansiosa de per­
feccionarse en todos los aspectos, en la santidad principal­
mente, constituyó para Teresa no pequeño sufrimiento advertir
esa dejadez y descuido lamentables. Su hermana Paulina
declaró:

“Tenía la mayor estima de la regularidad reli­


giosa, y sufría mucho cuando constataba infraccio­
nes en la Comunidad. Oí todavía esta queja salida
de sus labios el año de su muerte:
■—-¡Oh! Qué pocas religiosas hay perfectas que
no hagan nada por un poco más o menos, diciendo:
No estoy obligada a esto, a eso... Después de todo
no hay gran mal en hablar aquí, en hacer aquello,
etcétera. ¡Qué raras son las que hacen todo lo mejor
posible!” (39).

Siempre abundan más los espíritus vulgares que los se­


lectos. Lo peor reside en que satisfecha la vulgaridad, nun­
ca aspira a superarse. En Teresa se descubre esa ansia su­
prema de ascender rauda a las alturas. Antes de entrar
suspiró, no con fuegos fatuos, por una entrega total a Je­
sús, y con frase, fuerte, ardorosa escribió: “No caeré en la
desgracia de aficionarse a unas pajas” (40). Para ella
“paja” es todo cuanto no conduzca recto a su Dios. No

(39) SUMM., H . n. 644.


(40) AME.. 153.
UNA REGLA VALE UN MUNDO 363

entendía de rodeos, de medianías, de disculpas. Su nobleza


la dijo que era menester cumplir su profesión, lo que ha­
bía pensado entregar a su Dios. ¿Por qué arrebatarle pau­
latinamente lo que un día le brindó en bandeja de plata
para siempre?

6.—UNA REGLA VALE UN MUNDO

El concepto teresiano del sacrificio es muy original. Sa­


crificio y tiempo son dos tesoros de valor eterno para todo
viador. Dos cosas que, aprovechadas para amar a Dios, no
dan que envidiar a nadie ni a nada y constituyen la má­
xima ilusión de un cristiano. En su correspondencia se le
caen frases admirables: “ ¡Cuando pienso que si Dios nos
diera el universo entero, con todos sus tesoros, no sería
comparable con el más pequeño sacrificio!" (41).
¡Estos universos grandiosos, con los que se ama al Señor
aquí y se le amará muchísimo más en la patria, los en­
cuentra en la vida religiosa a montones, a cada paso en la
observancia fiel a la Regla, a esas reglas microscópicas que
no se cumplen, precisamente, por su pequenez. Teresa tam­
poco sabe distinguir en las Reglas lo pequeño de lo grande,
siendo voluntad de Dios. ¿Por qué el religioso no va a
agradar a Dios en lo pequeño, puesto que en lo grande
tantos le contentan? ¿No puede ser éste un verdadero dis­
tintivo ascético del religioso?

uHay “nadas" — decía Teresa en su lenguaje pe­


culiar— que agradan a Jesús más que él imperio
del mundo; por ejemplo, una sonrisa, una palabra
amable cuando tendría ganas de callar o de apa­
recer enojada” (42).

(41) L e ttres, XL. 81.


(42) P k t i t o t . 260.
364 EL MARTIRIO DE LA REGLA

En su epistolario se encuentra una carta a su 'hermana


María que interrumpió al sonar la hora, “aunque justamen­
te en ese momento hubiera querido decirte muchas co­
sas” (43). Esto era una práctica y una costumbre en ella.

“Al primer tañido de la campana —se nos dice—


interrumpía, aun en la mitad de palabra, la escri­
tura. Conservo una tarjeta suya que termina así:
Me veo obligada a dejaros, las nueve sue... (sue­
nan).
Un día que, al contrario, me vio terminar de es­
cribir una línea después de la hora, me dijo: Más
valdría perder esto y practicar un acto de regula­
ridad'. ¡Si se supiera lo que valer (44).

Y aprovechando otra ocasión aquilataba más su pensa­


miento a Celina: “Mira, tener ideas sublimes, escribir libros,
publicar vidas de santos no valen la acción de responder cuan­
do te llaman” (45).
Su puntualidad era muy notoria y se esmeró cuidado­
samente. Dejaba el trabajo al primer tañido de la campana,
sin tomarse tiempo para terminar una palabra empezada
o escribir una letra más. Estando en recreo, apenas había so­
nado la campana, se marchaba medio cuarto de hora antes
del tiempo reglamentario conforme a la costumbre de enton­
ces, aunque estuviera en lo más interesante de la conversación.
Hacer esto “siempre — anota Celina— resulta muy mortifi­
cante” . “Es heroico, porque se nos da en esto cierta libertad
y muchas parten al último minuto” (46).

“Faltar lo menos posible al horario de comuni­


dad: Oficio Divino, oración, recreos, tal era su en­
señanza.
— Hay algunas —decía— que con pretexto de ab-
(43) t.ettrr.':, XXVTil, 62.
(44) MarLa: SU M M ., II, n. 839.
(45) SU M M ., Q, n. 93.
(46) C etS .. 116: SU M M ., U . n. 2923.
LA REGLA VIVA 365

negación en el trabajo, abrevian aquellas horas cuyo


empleo está especificado en la Regla. ¡Esto es robar
el tiempo a Dios.” (47).

7.— LA REGLA VIVA

El 18 dé mayo de 1897, cuidada ya como: enferma, des­


pués de un año de estarlo sin verse atendida' y sufriendo
horrores, manifestó lo arrepentida que estaba por haber reve­
lado su enfermedad, a requerimiento de la Priora. Siente
no seguir arrastrándose a su celda, no ir a Maitines, no tomar
la misma colación que sus Hermanas, no seguir los actos de
Comunidad. Y discurría así: por continuar mi vida de Car­
melita no moriría un minuto antes. A este razonamiento
podían haberle replicado. ¡Cuando vas a morir tantísimos
años antes!

“¡Ah! ¡Yo había pedido a Dios seguir los ejerci­


cios de comunidad hasta morir! jY no ha querido
escucharme! Sin embargo, me parece que podría
seguir yendo a todos. Por ello no moriría un mi­
nuto antes. También me imagino, a veces, que si
no hubiera dicho nada, no me encontrarían en­
ferma” (48).

. Esa regla y esa,'vida común, que labrarán su santidad


y su cielo, son amadas apasionadamente y recordadas con
gran melancolía cuando la obediencia dispensa, aunque dis­
pense tan tarde. Llegar a estas cimas en tan pocos años

(47) C e ts.. 116-117.


(48) SUMM., ir. II. 2500; N. Verba, 11.
366 EL MARTIRIO DE LA REGLA

de vida religiosa no es fácil si no existe una entrega ab­


soluta y una abnegación total sin un decaimiento, sin una
palabra inútil (49), sin perder un minuto, sin una falta de
caridad (50), sin una infidelidad a la regla más insignifi­
cante (51), sin un momento de mal humor (52).

“Observaba la Regla— se nos dice también— hasta


en los más mínimos detalles y sujeciones con regu­
laridad ejemplar” (53).

Una de sus novicias se empeñó en espiar todos los mo­


vimientos para sorprenderla en alguna falta. Oía comenta­
rios, quizá no tan favorables para Sor Teresa, y quiso cer­
ciorarse de “visu” de la veracidad de aquellas críticas. ¿Pro­
cedían del celo de la observancia, de la envidia, del espíritu
de partido? Desorientada Sor María Magdalena por estos
murmullos, le dio su prudencia observadora este balance que
luego presentó a los Procesos:

“No sólo no imitaba a las religiosas imperfectas,


sino que, incluso, parecía muy distinta de muchas
muy edificantes que también había. Su virtud era
sin desfallecimiento alguno y siempre ferviente.
Hasta me propuse pedirme cuenta de mí misma
si era posible encontrarla en falta, porque escuchaba
yo contra ella muchas criticas inspiradas en el espí­
ritu de partido.
La examiné, pues, en todas partes: en el lava­
dero, en el fregadero, en los trabajos comunes, en
recreo; hasta intenté muchas veces probar stt re­
gularidad. Jamás pude cantar victoria por pillarla
en falta" (54).

(49) SUMM., II, n. 1289.


(50) SUMM., II. n. 1183.
(51) SUMM., II, n. 1297.
(52) SUMM., II. n. 2211.
(53) SUMM., ir. n. 1126.
(54) SUMM., U. tt. 2199, 2107.
LA REGLA VIVA 367

Aquí falla el refrán: No hay hombre grande para su


ayuda de cámara. Y notemos que precisamente no es la
piedad excesiva la que origina y preside estas originales
pesquisas. Resultado tan positivo convino con el de Sor
María de la Trinidad que intentó lo mismo con el fin de
tener que contestar a su joven Maestra cuando ésta la co­
rrigiera: También lo hace usted. Y nunca pudo echarle en
cara nada.

“Yo, que vivía con ella y recibía sus consejos, no


pude menos de admirarla en toda circunstancia.
Nunca la vi cometer ninguna imperfección, y siem­
pre la vi hacer cuanto creía ella era lo más per­
fecto...
Como me reprendía mis faltas, tenía yo interés
en encontrar también en ella alguna imperfección
para excusarme; pero jamás lo conseguí” (55).

Lo que eleva esta verdadera heroicidad no es sólo tanta


perseverancia y tanta actuación, sino tanta perseverancia
y tanta presencia de espíritu en medio de tan grandes prue­
bas. Ni un momento de flojedad, de desesperación, de impa­
ciencia, de mal humor, de cansancio; ni un paréntesis, ni
una vacación. Sin apoyo humano de los superiores ni de
las Hermanas, sin críticas, sin murmuraciones, sin desahogos
necios con nadie. Alguien hizo méritos en los Procesos de
semejante heroicidad en medio de cien obstáculos.

“La característica de su vida religiosa — dice—


fue una grandísima fidelidad en el cumplimiento
de su Regla, una constante igualdad de alma, una
caridad siempre amable, a pesar de las pruebas
ocultas, de las sequedades casi ininterrumpidas que
tuvo que soportar y la falta de apoyo y de con­
solación de parte de la Madre Priora, María de
Gonzaga” (56).

(55) S U M M ., t i . n . 2168, 2100.


(58) M a r U : S U M M ., T í, n . 385.
370 EL MARTIRIO DE LA REGLA

clara Sor María de la Trinidad— me hacían adver­


tir más fácilmente la suya, porque nunca me daba
un consejo sin cumplirlo ella a perfección.
Así me recomendaba hacer mezclas en mi alimen­
tación para tomarla más desagradable, no apoyar
la espalda contra la pared — esto exige gran aten­
ción, porque los bancos, bastante estrechos, están
apoyados al muro— , terminar mi comida por algo
que no halague el gusto, como un bocado de pan.
Todas estas pequeñas “nadas” , me decía, no da­
ñan la salud, nadie las advierte, y mantienen nues­
tra alma en un estado sobrenatural de fervor.
También me recomendaba el apiartar el banqui­
llo del muro para no apoyarme en él, al estar sen­
tada en la celda.
En una palabra, me incitaba a la mortificación
en todos mis actos, lo cual me daba una prueba de
la atención que ella misma ponía en ellas” (60).
“En los trabajos comunes la veta siempre tomar
preferentemente la parte más difícil y menos atra­
yente. La pregunté un día qué era lo mejor, si ir
a aclarar la ropa con agua fría o quedarme lavan­
do en el lavadero con agua caliente.
Me respondió: ¡Oh! No es difícil adivinarlo. Cuan­
do os cuesta ir al agua fría es señal de que también
cuesta a las demás. Id, pues, ahí. Si, al contrario,
hace calor, quedaos preferentemente en el lavade­
ro. Tomando los peores puestos se practica la mor­
tificación para sí y la caridad para los demás” (61).
Qué admirablemente practicara el consejo nos lo re­
cuerda M. Inés de Jesús. En el lavadero, el sitio peor, se
llama el “puesto de Sor Teresa” .
“Tomaba parte activa, la más penosa posible, en
los trabajos comunes, escogiendo para ella el pues­
to menos cómodo para evitárselo a las demás.
(60) St/AÍM., II, n. 1370.
(6 !) B oa M a ría dx T rix id a d ; S U M M ., n , n. 1347.
AVIVAR EL MARTIRIO 371

Así, durante el verano, en el lavadero se ponía


en el sitio en que daba menos aire. Se recuerda
esto tan bien que se denomina el puesto de Sor
Teresa, y las Hermanas jóvenes se ponen a Ib' para
imitar su mortificación y su caridad” (62).

Su Maestra de Novicias se lo advirtió ya desde el prin­


cipio. E>e Teresa declaró: "No recuerdo haberla tenido que
dar nunca un reproche” (63). Y la tuvo bajo su dirección
cuatro años y cinco meses. Aquí, la Maestra, más retrasada
que la novicia, aprendió el secreto de aquella fidelísima
regularidad: el abrazo, la búsqueda de las pequcñeces de
la vida religiosa para avivar el martirio.

“L a mortificación de la Sierva de Dios — dijo—


fue heroica, porque la hizo consistir particularmen­
te en soportar los mil y mil pequeños sufrimientos
que componen la vida religiosa y en la dulzura
constante para con todas, a pesar de los roces con­
tinuos que se encuentran sin cesar aun en las co­
munidades’ más perfectas, como consecuencia de la
diferencia de caracteres y de educación. La Sierva
de Dios soportaba todo en silencio” (64).

Uno de los medios, más fiel y constantemente empleado,


parece haber sido no quejarse jamás de nadie ni de nada,
de personas, de los elementos, de las cosas. Pinchazos se­
guros, infalibles que diariamente venían a herirla. Le sa­
bían muy mal las querellas contra Dios. Harto sufre El
teniéndonos en este valle de miserias para que encima se
lo echemos en cara con las palabras o con los gestos, por­
que. también los gestos hablan,

“Dios, que tanto nos ama —<Jecíá— , tiene bast: ate


pena viéndose obligado a dejarnos en la tierra cjm -

(62) SUMM., n, n . M9.


(63) SUMM., II, n . 400.
(64) SUMM., rr, n . 1204.
372 EL MARTIRIO DE LA REGLA

pliendo nuestro tiempo de prueba, sin que estemos


nosotros recordándole continuamente que la pasa­
mos aquí mal. ]No hace falta que El lo note!
Si sudaba en los grandes calores o si padecía de­
masiado frío en invierno, tenía esa exquisita delica­
deza de no limpiarse el rostro y de no frotarse las
manos más que a hurtadillas, como para no dar
tiempo a Dios de verla” (65).

Si amó tanto el martirio de la vida religiosa fue porque


el sólo podía conducirla a la santidad, la cumbre donde
mora cí Señor. Por eso nunca olvidó una frase citada por
el Padre Pichón: “¡Hay que conquistar la. santidad a punta
de espada, hay que sufrir, hay que agonizar! (66). ¡Como
Teresa de Lisieux!”

(65) L 'E fp rit, 45; C etS., 38.


(66) L ettres, LXV. 122.
C a pítu lo X III

DOS PRIORAS Y UN MONJE PARA PUBLICAR


INTERPOLADA LA “HISTORIA DE UN ALMA”

— Recelos y réplicas.
— Apología de ia Madre Inés.
— El estudio magistral del P. Fran^ois de Sainte Ma­
ne, O. C. D.
I
I
1.—RECELOS Y REPLICAS

El 30 de septiembre de 1897 fallecía en un éxtasis de


amor Sor Teresa del Niño Jesús (1). Antes de un mes se
daban los primeros pasos para publicar sus manuscritos au­
tobiográficos, escritos en cuadernos de colegiala. Retoca­
dos, recortados e interpolados salían de la imprenta el pri­
mer aniversario de su muerte con el título Histoire d'tme
Ame. ¿Dónde — se preguntaban las editoras— colocar los
2.000 ejemplares?
Monseñor Hugonin, Obispo de Bayeux y Lisieux, no con­
cedió, sin más, el imprimatur. “Hizo algunas objeciones
— declaró Dom Madelaine— y, finalmente, me encargó ha­
cer el informe” (2). Serán cosas de mujeres — replicaba el
Prelado. El Abad Premostratense tuvo que defender la cau­
sa de Teresa. Por esta carta del 8 de marzo de 1898 a Ma­
dre Gonzaga puede barruntarse el forcejeo entre ambos:

“Puede estar tranquila acerca del imprimatur. Lo


tenemos ya. Vi ayer a Monseñor y, tras mi informe
verbal, lo concedió.
Mire lo que pasó: A l oír hablar Monseñor de un
manuscrito de Sor Teresa, objetó, de buenas a pri­
meras, que había que desconfiar de la imaginación
de las mujeres; pero le pude asegurar en conciencia
y después de profundo estudio que, en el caso pre­
sente, me había visto obligado a reconocer que todo
el manuscrito llevaba las huellas evidentes del espí-

(1 ) C fr. B a r r io s ,, n . 1 5 4 -1 6 0 .
(2 ) S U M M ., n , n. 2299.
376 DOS PRIORAS Y UN MONJE PARA PUBLICAR.

ritu de Dios y que no se le podía señalar error doc­


trinal. Con este testimonio concedió Monseñor, inme-
diata/nente, la autorización para la impresión” (3).

Sin embargo, no accedió Monseñor Húgonin a escribir la


carta de aprobación que le suplicó Dom Madelaine.
Nadie, fuera del Carmelo Iexoviense, sospechó hasta 1907
que aquella autobiografía no fuera escrita por Sor Teresa
con todos sus puntos y comas. Una advertencia del Pré-
face levantaba en los críticos el primer polvillo de descon­
fianza, acentuado con las ediciones de 1914, que restable­
cían para siempre la distinción de los tres manuscritos.
Aumentando el revuelo, Monseñor Lemonnier, Obispo de Li­
sieux, viose obligado en 1924 a escribir una seria Adverten­
cia que, justo es confesarlo, ni fue cumplimentada por to­
dos, ni surtió el efecto deseado, sino que por el contrario,
originó fuertes repulsas contra los editores de la Historia de
un Alma por no haberla publicado en su integridad.
Este “Avis” del 6 de marzo de 1924 revelaba sencillamen­
te la existencia de supresiones y retoques, dando las razo­
nes jurídicas y humanas concernientes. Bastó esta confe­
sión oficial para que sonase el timbre de alarma. Razón
tenía el P. Petitot para insinuar en el Prólogo de su libro
y en el libro mismo una apología de la autenticidad de la
Historia de un Alma. “Aun suponiendo que no sea apócrifo
—se había escrito maliciosamente—■, ¿qué vale este libri-
to?” (4). No andaba tan indocumentado el Padre Petitot,
como se ha creído (5), cuando, meses más tarde, se atrevía
a escribir públicamente, no ya uno de la escuela natura­
lista, sino un Capuchino, estas palabras criticando la su­
puesta ingenuidad de un gran biógrafo de la Santa: “Es deplo­
rab a que Monseñor Laveille no haya dado su opinión sobre la
au' nticidad de la Historia de un Alma. La “Advertencia”

(3) SUMM., U, n. 2326, p. 784.


(4) Cfr. P i r r r o T . —P réface 6-10; Cfr., IB., 131 ata.
(5) Cfr. A. C o m b e s , Le P roblém e de VHistoire d'tine A m e e t des
oettvres com pletes de S te. Therése de L isie u x.—BSdttlons 3 a ln t* P a u l.
París, 1950. P art. II, ch 1, 3. n o t e 1
RECELOS Y REPLICAS 377

publicada por el Obispo de Bayeux el 6 de marzo de 1924


deja muy angustioso este asunto” (6).
Es muy desagradable continuar esta enojosa historia.
Preferimos callar. Sólo indicaremos que en 1950, con el am­
biente demasiado enrarecido, publicaba Combes un opúsculo,
si no inoportuno en sus líneas generales, sí con harto des­
enfado y falto, en ocasiones, de algunos de los respetos de­
bidos a Monseñor Lemonnier que en su famosa Advertencia
no hablaba seguramente sin aconsejarse de la Santa Sede.
El opúsculo, en última instancia, empeoraría la cuestión (7).
Tres años más tarde, en 1953, escribía Marcel More un
artículo, exento de documentación sobre este punto, que­
jándose a veces de las omisiones y retoques de la Historia
de un Alma (8).

(6) U salo d 'A u e n c o n , O. F. M. Cap. “á tu d e s Franclacalnea". 38


(1026), 204. H em os tra d u c id o así esta ú ltim a /ra s e por c ree rla fiel
re fle jo de s u p e n s a m ie n to ,' a u n q u e , parece, le fa lta a lg o : “L'Avt*
e x p rim í p a r M gr de B ayeus le 6 m ars 1924 lalsse b ien an g o tssa n t
(slc) k ce a u je t". E ata cu fia Incisiva del F. A bald y el a rtícu lo que
p u b lic a b a p o r ^queUos d ía s : S a ín te Therése de V E n fa n t-Jésu s, com -
m e je la ‘c o n n a ís: "E atudls F ra n c isca n a ”, 37 (1926), 14-28, envene­
n a ría n n o poco la o p in ió n , p o rq u e ae creyó h a b ía tom ado esas i n ­
form aciones n a d a m enos q u e del SUM M ARIUM n q u e c ie rta m e n ­
te debió leer.
(7) Cfr. Combes, o. e., p a rt. I c h . i n , 29-44.
(8) Cfr. M. M o r í. La T abte dea Pécheurs, “D leu V lvant", n. 24
(1953), 13-103. R en u n ciam o s in te n c io n a d a m e n te a copiar n in g u n o d«
loa p árrafo s aludidos. El a rtíc u lo m ereció d u ra s criticas, Oír. A. M.
H k n ry , O. P„ La T áble de* P écheurs. "L a Vte S p irltu e lle ”. 89 (1853),
201-205; Die e c h te n T e x te der k le ín er h eilígen Therese. (H erder-K o-
rreepondenz", 8 (1953), 561-585; T. K s u l e m a n s , O. C.. Aan de ta fel der
zondaars. “C arm el”, 6 (1954), 235-241; L a m b e r t d e S . P a u l , O . C. D . ,
La Table dea Pécheura, “C h ro n lq u es d u C arm el", 86 (1954), 49-52.
Pu ed e el le c to r c o m p le ta r e s ta h is to ria In sin u a d a : L. D e l a r it e -
M a r d r u s , La P e tlte Therése de Lisieux, P arís, 1937. p. 130-132. I . F.
G o s r r e s , Das verborgene A n tlitz . E ine E tu d ie ü b e r T herese von L tsleux.
F rlboug, 1946, p. VXC R. Iottqtj e t t e , S . J „ Un Térm oignage Spirituet.
V an d e r M eersch d e v a n t T herése de Ltsteux. “É tudea", 255 (1947). 158
not.e 1: M k h r s c h , 210; G a b r x e l l e d i S t a . M agdalena , O. C. D„ M anas-
c ríííí e R itr a tti di S. Teresa del B am bino Gesü. “R ev ista di V ita Sptrl-
cuflle**. (1949). 431-442; U ns Von. no ta 18, p. 35.
378 DOS PRIORAS Y UN MONJE PARA PUBLICAR..

Pesadas bien las razones, y distintas ya las circunstan­


cias que motivaron las interpolaciones de la autobiografía
teresiana, juzgó la Santa Sede llegada la oportunidad de
publicarla íntegramente. Y esta labor, encomendada al Pa­
dre Gabriel de Ste. Maric Madelaine, O. C. D., y a su muerte
al Padre Fran^ois de Ste. Mane, O. C. D., ha fructificado
hoy en una obra magistral, aparecida a mediados de 1956
y de la que en seguida nos ocuparemos.
Pero si no historia, queremos intentar hacer un poco de
filosofía de la historia. Algunos grupos exaltados vieron
en ésta conducta un error, o poco menos, de la infabilidad
de la Iglesia al canonizar a la Santa. Desconocedores, en la
práctica, de la marcha de un Proceso Canónico, pensaron
que sólo habían presentado al Tribunal Eclesiástico el texto
retocado y que la Iglesia había dictaminado y juzgado por
él la ortodoxia de la doctrina teresiana. Era juzgar de mio­
pe e inexperta a la Iglesia que lleva siglos entendiendo ma­
ravillosamente en estas Causas. No sabían que se habían
hecho copias de los auténticos originales y que sobre ellos
había emitido el Teólogo Censor de Roma un juicio favora­
bilísimo el 6 de diciembre de 1912 (9). Nota convincente
son Jos frecuentes textos de la Historia de un Alma toma­
dos en ambos s u m m a r i u m de los originales auténticos (10).
No era ignorancia ni ingenuidad el silencio de la auto­
ridad eclesiástica. Precisamente porque lo sabía todo —ella

(D) " In hlB p raodictls sc rip tts —in fo rm a b a el Teólogo C ensor—


n lh ll ln v en l q u o d re p u g n e t re c ta s fldel ac b onls moribufl, a u t q u o d
olt alle n u m a co m m u n l se n su Eccl&3lae e t c o n su e tu d in e. E c o n tra
ln ipsls e lu c et ln te n slsa lm u s ansor erga C h ristu m , vehem ens d eslderlum
pro Ipso p a tte n d l,' a rd e n s zelus a n im a ru m , n e c n o n re c tlsslm u m Judi«
clum "3e n a tu r a c h rla tla n ae ■p erfectlo n ls ac de n eeesaitate h u m U ltatla
nd b a n c períectio n em assequendam . Ex a tie n ta lectlo n e h o ru m ecrip-
to ru m m ena lílu m in a tu r, cor ln fla m m a tu r, p te ta s a d au g e tu r, fervor
re n o v atu r" (B ajocen, e t Lexovlen. B e attilca tlo n ia e t C anonlzationls S er-
vae Del Sor. Thereeiae a Puero Je su . Ord. C a rm e lltaru m excalceat, ln
MoQaaterlo Lexovlensl. JTTDICIUM THEOLOQI CBN8ORI8 a u p e r acrlptla
Servae Deí T hereslae a P. J. e t Sacro VuHu. monlalLa proíesaae Ord.
Carm l. Excalc. m o n aste ill Lexov. in Dloecesl B ajocensl.—D atum Ro-
m ae. C-XIl-1912. Pág. 3).
110) Cfr. SUMM., II. n. 1550: 1571; 1033; 1495; 1476; 1849, etcétera.
RECELOS Y REPLICAS 379

sólo lo sabía— y porque había estudiado los pros y los con­


tras, comprendió la existencia de graves inconvenientes, y
juzgó más oportuno continuara publicándose la Historia de
un Alma como en 1898, pero annuciando al público el estado
de la cuestión.
Ha habido en esta polémica bastante pasión, bastante
curiosidad, espíritu crítico un poco incontenible y tempra­
nero, y, por lo que respecta a algunos sacerdotes, sus dejos
* de pequeña rebeldía y de desconfianza, como si temiera
algo la Iglesia de presentar ante los sabios los mismos ori­
ginales y no supiera Ella cuándo debía llegar el momento
oportuno de levantar su prohibición. Sus “dilata”, forzosos
y sapientísimos, no han sido comprendidos por todos. ¿No
son preferibles las exigencias de la prudencia y de la cari­
dad a la integridad de una autobiografía, cuya doctrina y
contenido en sus partes esenciales y principales poseíamos
ya? Quienes así hablaban denotaban menos información que
la Iglesia. Y seguros estamos de que ellos mismos — los
mismos que tanto -han protestado— se comportarían de modo
muy distinto de conocer a fondo toda la realidad del Car­
melo de Lisieux en 1898, todas las circunstancias de los
originales y el contenido de los Procesos Informativo y Apos­
tólico.
Ni la Santa ni su doctrina salen hoy reformadas. Contra
lo que pensaban, poseíamos, ayer como hoy, toda la espi­
ritualidad teresiana en su integridad. Conocía M. Ifiés a su
santa hermana mejor que nadie para saber que nos la en­
tregaba, aun en el texto por ella intervenido, tal como ha­
bía sido. Tampoco existen' motivos para escribir exagera­
ciones como ésta: “El solo hecho de saber que se ha aña­
dido un epíteto es fuente inagotable de inquietud'! (11).
Se debía haber creído a M. Inés, a las hermanas de Te­
resa y a Dom Madelaine (12) cuando declaraban con jura­
mento que los retoques y supresiones no cambiaban el señ­

e n ) COMBE3, O. I. c., 35-38.


(12) M. INÉ9: SUMM., IT. n . 2274; 2302. p. 785. M aría: SUM M„ I I .
». 2204. p . 783. C elina: SUMM., I I , n . 2308, 769. P . O onorR oa M adkuu-
s i- SUMM.. II . n . 2328. p. 783.
380 DOS PRIORAS Y UN MONJE PARA PUBLICAR.

tido general y sustancial del original. Eran para tranquili­


zar a cualquiera estas palabras solemnes y oficiales de Mon­
señor Lemonnier:

“Este mismo Tribunal {del Proceso) comparó con


los Textos originales del texto de las ediciones im­
presas y reconoció que las ligeñsimas modificacio­
nes hechas no afectaban a la verdad sustancial de
los textos publicados” (13).

Esta breve, pero necesaria Introducción, acaso desvele ante


nuestros ojos panoramas oscuros que no intentaremos ilu­
minar. Son munchos los que han hecho de sus escritos y su
opinión un calvario para Sor Genoveva y principalmente
para M. Inés. Y ha sido medíante una crítica acerba, dema­
siado objetiva, desenfocada y fundada en principios teóricos
que no se dieron, ni podían de hecho darse en el caso pre­
sente. Debían haber estudiado las causas. Ha sido curioso
que hablaran tantos de concepto, porque nadie, excepto uno,
había compulsado el texto publicado con c{ original; mo­
viéndose en terreno probable, ciertamente, pero ignorando
la magnitud y dimensiones del problema.
Hoy. con los originales en la mano, se puede ya comen­
tar. Y por eso intentamos una sucinta apología de M. Inés
de Jesús —contra quien iban en primer término las críti­
cas— , apoyada principalmente en la documentación proce­
sal y sugerida por la introducción del P. Frangois de Ste.
Marie a la edición crítica y definitiva, de cuyos principales
capítulos será, sin duda, no despreciable complemento.

2.— APOLOGIA DE LA MADRE INES

Es innegable que se siente defraudado quien compare


los dos textos de la Historia de un Alma. Eran 420 los pa-
^13) Avte, G'III-19'24. Se p ublicó elem pr* a co n tin u a ció n del Prífftco
d f Ift f í i s t o i r c d'-itne A r n r
APOLOGIA DE LA MADRE INES 381

sajes de más de una línea los omitidos, son 1.000 los reto­
ques hallados en el manuscrito A y más de 7,000 las varian­
tes entre los tres manuscritos. Las cifras son elocuentes.
“De hecho, M. Inés de Jesús ha reescrito la autobiografía
de Teresa” (14), ha afirmado el P. Frangois de Ste. Marie.
Tomada rigurosamente la expresión es una pequeña hipér­
bole, aun aplicada al manuscrito A, más al C y mucho más
al B; pero da una impresión de la labor realizada por Ma­
dre Inés sobre los originales. Y, sin embargo, son tan idén­
ticos ambos textos en su contenido y en su doctrina que el
lector del novísimo, en la primera línea o en. cualquier pá­
gina que se encuentre, no extraña en modo alguno la auto­
biografía de Teresa de Lisieux, que se pone en sus manos.
¿Por qué estas anomalías? Antes de juzgar es preciso
aclarar las causas, ¿Es justo pretender que se aplicasen los
últimos criterios de la crítica positiva de pleno siglo xx a
los cuadernos de una monja, que no se escribieron para la
publicidad? No podemos juzgar con la misma medida a un
profesional que a una monja de clausura; ni — tratándose
de una autobiografía publicada al año de la muerte— exigir
su revelación total. Es menester atender a la finalidad del
escritor, luego del editor, y en el presente caso, además, a
los imperativos de la obediencia y a las directrices de la
Santa Sede. No era Priora M. Inés en 1898. Todavía más:
aquella Sor Teresa es hoy una Santa canonizada. Entonces
nadie lo soñó jamás, y nadie sospechó al publicarla inter­
polada, que la Historia de un Alma entraría un día en el
torrente doctrinal de la Iglesia.
La crítica histórica — si verdaderamente lo es, y no hi­
percrítica o murmuración callejera— debe en justicia, antes
de juzgar a M. Inés desfavorablemente, escuchar estos seis
breves alegatos, basados en la mejor documentación.
1. L a c e n s u r a d e Dom M a d e l a i n e . — De seguro que
Madre Inés no se hubiera metido a fondo con la Historia de
un Alma de no exigirlo la censura rigurosa de D om Madelaine.
Pensamos que seguramente no partió de ella esa idea. Ya
Madre Gonzaga escribía el 29 de octubre de 1897, pocas se-

(14) MA., i. n .
382 DOS PRIORAS y UN MONJE PARA PUBLICAR.

manas después de morir Teresa, al Rvdo. Abad de Mon-


daye: “Hágame el favor de corregirnos el manuscrito, o de
hacerlo corregir, si sus ocupaciones no se lo permiten” (15).
Dom Madelaine tomó en serio el encargo: “Yo —declaró en
los Procesos— estudié el manuscrito como unos tres meses:
lo distribuí en capítulos e hice algunas correcciones de
forma” (16).
No todas las correcciones proceden de M. Inés. Fue Dom
Madelaine el primero en hacerlas, y en aconsejar las supre­
siones y en modificar el estilo. Fruto de su estudio escribía
a Madre Gonzaga el 1 de marzo de 1898:

“Lo conservo todavía {el manuscrito)', porque ten­


go que volverlo a leer. Señalaré después con lápiz
azul cuanto crea deba ser omitido para la impre­
sión. Todo, absolutamente todo, es precioso para
V. R. en este manuscrito; pero para el público con­
tiene detalles tan íntimos, tan elevados por encima
del nivel común, que es preferible — yo creo— no
imprimirlos.”
“También hay ligeras faltas de francés o de es­
tilo, pequeñas tachas tan sólo, que es fácil hacer
desaparecer. En fin, también hemos marcado de
trecho en trecho las amplificaciones; para los lec­
tores será preferible suprimir algunas repeticiones
que yo señalaré.”
“Esta es la parte de la crítica; pero mi buena
Madre, no sabría yo expresaros con qué placer, con
qué gusto espiritual he leído estas páginas embal­
samadas todas ellas con los perfumes del amor di­
vino” (17).

Las normas críticas de Dom Madelaine son exigentes.


Suprimir para el público, esa parece ser la consigna. ¿Qué

(1 5 ) S U M M . , n, 2326, p. 782-783.
(16) S U M M . , I I , n . 2326, p . 783. C fr. L e P a r r a i n d e V H i s t o i r e d ’u n e
A m e , T. ü . P . G o d o f r o i d . M a d e l a i n e . " A n S . T h e r . “) . 8 (1832), 333-337.
(17) S U M M . , I I , 2326, p . 783-784.
APOLOGIA DE LA MADRE INES 383

marcó el lápiz azul de Don Madelaine sobre la copia de ios


manuscritos teresianos? Nunca se sabrá. Desgraciadamente
se han perdido los cuadernos así señalados, que nos brinda­
rían, en bandeja de plata, la gran intervención de Don Ma­
delaine en la corrección, sobre todo en la supresión de infi­
nidad de pasajes, y la exigua iniciativa de M. Inés. ¿No
aparece ya el papel secundario de M. Inés ante la prepon­
derancia de Dom Madelaine y de M. Gonzaga? Sin duda
que M. Inés, como hija de obediencia, se limitó a cumpli­
mentar casi exclusivamente las orientaciones del Abad Pre-
mostratense, que para la Priora eran verdaderos mandatos
y el non plus ultra de una obra perfecta. De hecho Madre
Inés confiesa esta obra de fondo de Dom Madelaine: “Mi
copia fue impresa después de algunos retoques indicados por
el P. Godofredo” (18). Y ya sabemos su extensión y su pro­
fundidad.
Ante esta documentación, y examinadas las correcciones
y las omisiones, es obligación concluir que la reforma de la
Historia de un alma se debe, principalmente, a Dom Made­
laine. Por mucha que fuera la cultura literaria de M. Inés
era, por así decirlo, imposible que ella sola presentara la
Autobiografía de su hermana tan correcta e impecable en
el estilo; y que manejara, con tanta destreza y maestría,
el bisturí de la supresión. Por fuerza se adivina detrás la
experta mano del P. Godofredo. De hecho, su carta, arriba
transcrita, a M. Gonzaga se halla cumplimentada al pie de
la letra en la Historia de un Alma, editada desde 1898.
2. U na C lá u s u la T e s ta m e n ta ria d e T e r e s a .— P o r
muy extraño que nos parezca su proceder, M. Inés cumplía
además una consigna de su santa hermana moribunda, que
— consciente de la mediocridad de su formación literaria,
del ambiente defícil de su Priora, del escaso tiempo para
escribir y de las varias circunstancias que afectaron la com­
posición deficiente de sus cuadernos—* quería presentarlos
al público, si no impecables, al menos dignos en el fondo
y en la forma.
Nunca, ciertamente, soñó Teresa que su primer cuaderno

(18) SUMM .. II . n . 2302. p. 164.


384 DOS PRIORAS y u n m o n je PARA PUBLICAR.

viese íntegro la luz pública. Ni siquiera lo escribió con esa


finalidad, ni en sus postreros meses —cuando lanzaba su
mirada escrutadora y profética en la lejanía de los siglos—
pensó pudiera imprimirse tal como salió de su pluma.

“Sabía entonces, en los últimos meses de su vida,


que yo utilizaría para esta publicación (su Circular
Necrológica) una parte al menos de lo que me ha­
bía escrito sobre su niñez y juventud. Por esto me
dijo: Podéis añadir o quitar, etc., del manuscrito
de mi vida” (19).

Por lo que atañe al tercer manuscrito queda bien claro:


al verse un día molestada más que de ordinario por las no­
vicias que le impedían reconcentrarse para escribir y la
interrumpían en la explanación de las ideas, dijo a Madre
Inés:

“Escribo sobre la caridad, pero no lo que quería.


No puede estar peor. Tendréis que retocar esto. Os
aseguro que no tiene ninguna ilación” (20).

La mente de la Santa aparece meridiana. Sor Genoveva,


que como enfermera no abandonaba a su 'hermana más que
lo imprescindible, es con M. Inés testigo excepcional:

“En la composición de la segunda parte— decla­


ró—•, hecha la petición de M. María de Gonzaga
cuando la Sierva de Dios estaba ya muy enferma,
preveía —creo— no que se editasen esas notas tal
cual las había compuesto, sino que las utilizarían
retocándolas para la publicación de un libro que
diese a conocer el camino que la había conducido
a Dios e indujese a las almas a seguir la misma
dirección” (21).

(19) M. lu ía : SUMM., Et. n . 2275.


(20) M. iN ts: SUMM., II, n. 2302, p. 762; /b ., Q. 2272.
(21; SUMM., II. 2281.
APOLOGIA DE LA MADRE INES 385

Eran pues, sólo materiales o fichas para su biografía,


para su Circular, y hasta parece que Teresa no pretendía
una biografía, sino, a lo más, una biografía casi autobio­
gráfica para propagar el camino de infancia. Así lo enten­
dieron sus hermanas, y así lo hicieron. La Historia de un
Alma que poseíamos hasta ahora no era más que eso: una
biografía casi autobiográfica. Los editores no merecen re­
pulsa, porque respetaron las exiguas ambiciones de la Santa
Carmelita.
No ocurrió una sola vez, ni fue mero cumplimiento, la
encomienda teresiana a M. Inés. Revisar, añadir, corregir
y suprimir sería su tarea, exclusiva de ella, porque sólo ella
conocía toda su alma hasta sus repliegues más recónditos.

“Madrecita mía — le dijo el 16 de julio de 1897— ,


será necesario que reviséis todo lo que he escrito.
Si os parece bien suprimir algo o añadir de lo que
os haya dicho de viva voz, es como si yo misma lo
hiciera. Acordaos de esto para después y no ten­
gáis escrúpulo alguno sobre ello” (22).
“Todavía me dijo otra vez: Cuanto os parezca
bien suprimir o añadir en el cuaderno de mi vida;
soy yo misma quien lo suprimo y quien lo añado.
Acordaos de esto para más tarde, y no tengáis es­
crúpulo alguno sobre ello” (23).

A estas notas, tan precisas, es menester añadir unas li-


níeas de la carta que M. Inés dirigió a Mons. De Teil, Vice-
postulador de la Causa:

“Una vez, en la enfermería, cuando vio que iba a


morir, comprendió lo que podíamos hacer más tar­
de del manuscrito y me dijo — lo atestiguaría bajo
juramento:
— Madrecita mía, yo os confío mi manuscrito.

(22) N. Verba, 80.


(23) M. Inés: SUMM.. n . 2272; ta m b ié n en Ib., n . 2303. p ágina 763.

25
386 DOS PRIORAS Y UN MONJE PARA PUBLICAR..

Dios se servirá de él para hacer mucho bien; pero


debéis hacerlo imprimir con mucha prudencia, su­
primiendo muchas cosas y retocando lo que yo he
hecho mal. Todo cuanto hagáis es como si lo hu­
biera hecho yo.
He retenido, sobre todo, esta postrera frase que
me emocionó mucho, y puedo afirmar que no he
abusado de su confianza” (24).

Quien hubiera leído documentación tan terminante, con


esas palabras: “Debéis hacerlo imprimir con mucha pru­
dencia, suprimiendo muchas cosas y retocando lo que yo
he hecho mal” ; comprenderá que, aun partiendo de Madre
Inés todos los retoques y supresiones — que es difícil probar
no vinieran de Dom Madelaine— , no se había arrogado des­
pués de todo ninguna libertad, sino que se había limitado
a cumplir una cláusula testamentaria de su hermana. Así
quería ella publicar sus manuscritos.
Y añadiendo los hechos a las palabras, insinuó un tema
que aclarar, dato éste importantísimo para comprender la
amplitud enorme que Teresa daba a su encomienda:

“Madre mía, sólo dos palabras he escrito en mi


cuaderno acerca de la justicia de Dios. Pero si lo
desáis, encontraréis mi pensamiento íntegro en
una carta al Padre Roulland, donde me expliqué
bien” (25).

Y el domingo, 11 de julio:

líPodrán creer que tengo gran confianza en Dios,


porque no he pecado: Decid bien alto, Madre mía,
que. tendría la misma confianza aunque hubiera co­
metido todos los crímenes posibles. Siento que toda

(24) ATA,, I, 72. no te 1.—Lo m ism o a firm a Sor G enoveva; Cfr.


SUMM.. II. n. 2308, p. 769.
N. Verba, 80-81. La c a rta a lu d id a está p u blicada, t e t t r e í
V.V1II, 390-395.
APOLOGIA DE LA MADRE INES :87

esa multitud de ofensas sería como una gota de


agua arrojada en un brasero ardiendo. Contad luego
la historia de la pecadora convertida que murió
de amor. Inmediatamente comprenderán las almas,
porque es un ejemplo sorprendente de lo que que­
rría decir; aunque estas cosas no pueden expre­
sarse.”
MSobre todo — repetía el 20 de julio— no os olvi­
déis de referir la historia de la pecadora. Esto pro­
bará que no engaño” (26).

3. E l c o n t e n id o .

“Una tarde invernal de principios de 1895, Sor


Teresa del Niño Jesús nos contó varios rasgos en-
' cantadores de su infancia. Animada por Sor María
del Sagrado Corazón ordené a la Sierva de Dios
escribir para nosotras solas todos los recuerdos de
su infancia” (27).

Esta finalidad exclusivista del Manuscrito A — él más


extenso, y donde se hallan 3 1 0 de los 4 2 0 pasajes omitidos
en los tres cuadernos— explica muy satisfactoriamente esta,
por decirlo así, infinidad de cortes. No estando destinado
a la publicidad, Teresa se desbordó en detalles de familia,
en nimiedades, que hubiera silenciado de pensar que un
día podían ver la luz pública.

“Escribió únicamente por obediencia — declaró


Sor Genoveva— , esforzándose siempre en referir
algunos hechos propios de cada uno de jos miembros
de su familia, con el fin de agradar a todos me­
diante el relato de los recuerdos de su juventud”
(íEsto explica — continúa Celina— el abandono
(26) MA., I, 67, 63. L a a lu d id a h isto ria do la pecadora se e n c u e n ­
tra en MA., IT, 79-80.
(27) M. Inés: SUMM., U , n. 2270. Cfr. M a ría: SUMM., U . n. 2278.
2304. Y M. Itita: SUMM., II, n. 2302, p. 759-760.
388 DOS PRIORAS Y UN MONJE PARA PUBLICAR...

familiar con que fue escrito y también ciertas pe­


ripecias infantiles ante las cuales hubiera retroce­
dido de prever que su escrito saldría del círculo fra­
ternal” (28).

No es justo olvidar esta circunstancia que anula en gran


parte — ya que la inmensa mayoría de los retoques, correc­
ciones y omisiones se encuentran en el primer cuaderno—
la supuesta legitimidad de las reclamaciones de los críticos.
Si quienes hoy tanto exigen hubiesen leído íntegro el ma­
nuscrito A en 1898 — principalmente sus 25 primeros fo­
lios— habrían sin duda lanzado fina y despectiva sonrisa
que no ondularía sólo sus labios, sino que se volcaría en
la publicidad literaria, a la vista de la autobiografía de una
monja, envuelta entre muñecas y ñoñeces de familia bur­
guesa.
No faltó circunspección a la Santa, y ante la idea de
que se publicarían muchas páginas de su primer manus­
crito, concedió licencia a M. Inés de escoger, según su pru­
dencia, cuanto creyera conveniente,

“Sabía entonces, en los postreros meses de su


vidat que yo utilizaría para esta publicación (su
Circular Necrológica) una parte, al menos, de cuan­
to sobre su infancia y juventud, me había escrito.
Por eso me dijo: Podéis añadir o quitar, etc., del
manuscrito de mi vida" (29).

Vemos, por tanto, muy oportunas tantas supresiones:


1) de niñerías, de juegos, anécdotas, familiaridades... in­
fantiles que restarían en aquel tiempo visión exacta y cabal
de la Carmelita de Lisieux (30); 2) las referencias a inti­
midades de hogar y familia, cuyo secreto es costumbre y
(28) SUMM., n , n. 2308, p. 768-769. Cfr. SUMM., XI. n. 2306. p. 760:
n. 2281. M. In és: Ib,, n. 2270, 2275. 2278. 3279, 2302, pAgtna 7«3.
(29) M. I n é s : SUMM., IT. n. 2275.
(30) Cír. e n tra otro s p e sa je s: AM.. 17: 18-18 v; 19; 24; 24 v; 25:
26 v; 34; 34-34 v; 39 y; 47 v; 55, 57 V. 62, 72.
APOLOGIA DE LA MADRE INES 389

prudente silenciar a los extraños (31); 3) cuanto la caridad


y prudencia obliga a celar en vida de los aludidos y nom­
brados (32). Se suprimieron detalles favorables a M. Incs y
aun a M. Gonzaga, por exigirlo seguramente las costumbres
carmelitanas (33). Otras omisiones, la mayor parte, se de­
bieron a la iniciativa de Dom Madelaine. Hay que enumerar
entre ellas las referentes a la vida espiritual de Teresa en
1887, y particularmente las repeticiones, circunlocuciones y
ampliaciones innumerables, que se le escaparon a la joven
escritora al correr de la pluma, que tanto restan al estilo y
cuyo número es elevadísimo.
4. P o r s a l v a r d e l f u e g o l o s a u t ó g r a f o s , — Teresa
moría en manos de M. Gonzaga, la Priora que a ciegas o a sa­
biendas la había aupado con su caprichoso gobierno, sus
rarezas y envidias, a ios altares. Cuando le presentó Madre
Inés el plan de publicar la Historia de un Alma consintió
de buen grado, halagada su vanidad con la idea de verse
recorriendo, en alas de la fama, los conventos carmelitanos
de Francia. Pero — eso sí— ella sola había de figurar como
la iniciadora y la destinataria de los tres manuscritos. Ma­
dre Inés quedaría entre sombras y en segundo término,

uMadre María de Gonzaga — leemos en los Pro­


cesos— consintió publicar en un volumen estos tres
manuscritos a condición de modificarlos para dar
a entender que todos se los *había dirigido a
ella” (3 4 ).

(31) Cfr. AM., 23. 27. 29 y . 37 7, 38. 42, 42 7-43. 43 7, 49 V, 51, *8


7-69, 71 V, 72 V, 75/75-75 V, 82, 82 V.
(32) De Ut Abadía, Ahí., 22, 22 7. Sor Teresa de S. A g u stín , AM., 28
v; M. Delatro&tte, 52. N om bres e Intim idades del Carm elo, C A 9 v.
14, 30-30 7, etc. Vario» m otivos, AM., 32 V. 39 v-40, 54, 54 v. 57 V, 59 v.
60, 62 V, 63 V, 67 7-88, 69 V, 72, 74 7, 76 v, 77 V. 78 V, 19, 80 V. 82 v...
De U . G onzaga, CAÍ., 1. 1 7. 2. etc. Léase el In te re sa n te pan o ram a del
C arm elo de Llaleux (A(A., I, 79-80).
(33) De Af. Inés, A M 19. 55 v, 61 7-62. CiA„ 1. De M adre Gonzaga,
CM.t 8. 9 v, 10. 11. 13. 32 v. etc.
(34) M. In ís : SVM M ., n . n . 2274. Cfr. Ib., n . 2303, p, 165.
390 DOS PRIORAS Y UN MONJE PARA PUBLICAR.

11 En el momento de imprimir el manuscrito, la


R. M. María de Gonzaga, Priora a la sazón, quiso
que apareciera como a ella dirigido. Por esto se ta­
charon ciertas referencias y algunos detalles de vida
de familia demasiado particulares” (3’5),

He aquí otro motivo de nuevas supresiones y correccio­


nes en las que no intervino la iniciativa de Madre Inés. La
condición era injusta y absurda; pero aquella Priora lo exi­
gía, y hubo que acceder so pena de no cumplir la enco­
mienda de la Santa. Y así, con un atrevimiento increíble,
dejando en la penumbra a M. Inés, escribía M. Gonzaga a
Dom Madelaine:

“Nuestro ángel (Teresa) antes de volar al cielo


nos dejó un tesoro. Es el manuscrito de su biogra­
fía que yo le ordené escribir.”
"Por obediencia me dejó páginas deliciosas que
tengo propósito de publicar con Madre Inés de Je­
sús" (36).

Se falseaba la historia, pero se salvaba lo esencial. Mu­


chas veces debió agarrarse M. Inés a aquella frase de su
santa hermana: “En mi misión, como en la de Juana de
Arco, se cumplirá la voluntad de Dios, a pesar de la envidia
de los hombres” (37).
Y aconteció lo que podía haberse previsto. Que para al­
guna Carmelita — Sor María de los Angeles o Sor María
de la Trinidad, por ejemplo— muy conocedora de la familia
Martín, eran inexplicables demasiadas anécdotas y páginas
de las que no podía ser protagonista Madre 'Gonzaga tal
como se publicaban, sino M. Inés, l a ' “madrecita” de Sor
Teresa; y suplicaron a la Priora la gracia de confrontar la
(35) M arU : SUMM., IX, n . 2304. p. 768. Cfr. C e l i n a : SUMM., TI. n.
2306, p. 769'770.
(?0) C urtas a Dom Madklainjc. en SUMM., U . n. 2297. 2298 y 232fl.
pfcg! * 782
•:.> Sí/.tf Af . XI. n 2275. Cfr /b . n. 3254
APOLOGIA DE LA MADRE INES 391

Historia de un Alma, que se conservaba intacto, puesto que


las alteraciones se habían hecho sobre una copia. El golpe
era tan certero que, temerosa y segara de verse descubierta,
pidió consejo a alguna de sus partidarias, y resolvió quemar
los manuscritos originales. Aquí mostró M. Inés su forta­
leza, su prudencia y su visión futura prefiriendo retocarlos
a ver aquellas preciadas reliquias pasto de las llamas. La
historicidad de estas insinuaciones es innegable. Leemos en
la portada del primer manuscrito una advertencia escrita
de mano de M. Inés y firmada por todo el Consejo Direc­
tivo del Carmelo de Lisieux:

“Poco después de la publicación de la obra supli­


có una Religiosa de la Comunidad a M. María de
Gonzaga le mostrara el manuscrito original. No que­
riendo ésta, a ningún precio, que ni entonces ni
más tarde se descubriera no ser ella la destinatario
de la primera parte, decidió, según consejo que le
dieron, quemar el manuscrito
“Para salvarlo de la destrucción propuso M. Inés
de Jesús tachar su nombre y reeniplazarlo por el
de M , María de Gonzaga. Suprimió al mismo tiem­
po, ayudada de un raspador, algunos pasajes a ella
reservados y que no podían referirse a M . María
de Gonzagay* (38).

Por muy extraño que parezca, era algo que M. Inés — co­
nocedora íntima de su Priora, y blanco de sus iras y envi­
dia— había previsto. De ahí aquella pregunta a su hermana,
de la que Teresa estuvo lejos de escandalizarse:

“— ¿Y si nuestra Madre lo arroja al fuego?


-r~.Pues bien, no tendría la menor pena, ni la me­
nor duda acerca de mi misión. Pensaría, sencilla-

(38) A H ., 1. Cfr. MA., I, 91. Alguno» de estos retoques e n AM.f 13


16 V, 18 V, 20. 21 V, 22. 22 V. 25. 20. 20 V, 27. 31, 31 V, 33, 43. 49, 55 V.
etcéter».
392 DOS PRIORAS Y UN MONJE PARA PUBLICAR.

mente, que Dios escucharía mis deseos por otro me­


dio" (39).

5. E l e s t il o .— Nadie piense que Teresa escribió para el


público. Su preparación literaria era más bien escasa; su
vocación carmelitana se lo impedía, y su vida claustral era
un obstáculo casi imposible. La Santa no hizo borrador
de una sola línea y escribía conforme le venían las ideas.

“Escribía — declaró Sor Genoveva— a ratos per­


didos, durante los contados momentos que le de­
jaban la Regla y sus ocupaciones con las novicias.
No hizo un solo borrador, escribiendo al correr de
la pluma” (40).
“Continuó escribiendo — refiere M. Inés— tan sen­
cillamente aún estas postreras páginas de su ma­
nuscrito. Basta, por otra parte, leerlas para dar­
se cuenta que están escritas casi sin orden y al
correr de la pluma. Hasta me preguntaba: ¿Qué
quiere que escriba?” (41).

Y lo confesaba la propia Santa:

“No reflexiono antes de escribir, y lo escribo, a


causa de m i poco tiempo libre, a ratos tan distan­
ciados, que mi relato os parecerá, sin duda, eno­
joso* (42).

Y del manuscrito C llega a afirmar:

“No sé si he podido escribir diez líneas sin ser


molestada” (43).

(39) M . I n í s : SUMM., n , n . 2276; Ofr. ib ., 2302, p . 763: M a r ía :


SUMM, n . n. 2279.
(40) SUMM ., n , n . 2308, p. 769.
(41) M. I n í s ; SUMM., n . n. 2302. p. 764.
(42) ÁM., 56 v.
(43) CM., 17 v. La S a n ta d e ta lla e stas m olestias en CM.t 17 v-18.
M Tni* declaró tam b ién "La Sierva de DUm era c o n tin u a m e n te m o-
APOLOGIA DE LA MADRE INES 393

Nada extraño que la Historia de un Alma no sea ninguna


obra clásica, literariamente hablando. Si todo literato co­
rrige una y varias Veces sus manuscritos, ¿por qué exigir a
la Santa páginas acabadas, cuando ni tuvo tiempo, ni hizo
nunca borrador, ni poseía preparación .cultural, ni escribió
por propia voluntad, ni para el público, sino que llenaba
cuartillas a medida que le venían las ideas a la mente, sin
tiempo para repasarlas? Ella, ignorada en 1898, no se hu­
biera abierto camino en el mundo qon su texto original.
Aquel tiempo daba exagerada importancia a la corrección
del estilo y a la dicción esmerada, para recibir, con brazos
abiertos, la autobiografía de una monja, cuajada de repeti­
ciones innecesarias y de incorrecciones gramaticales.
Las correcciones, hechas por M. Inés, eran imprescin­
dibles. Y si es verdad que su número es, objetivamente,
exagerado, acaso no lo sea tanto miradas las rigurosas eti­
quetas estrictamente literarias de entonces. Así, tan reto­
cada, fue leída la Historia de un Alma. Quizá no pudiésemos
afirmar otro tanto si M. Inés, aconsejada por Dom Made-
laine, no se hubiera mostrado tan generosa en las correc­
ciones.
6. M io p ía ante la auténtica santidad de T eresa.—
También se ha errado al criticar a M . Inés por no haber en­
tregado íntegro a la Iglesia el tesoro de la autobiografía de
una monja canonizable.
Es mucho especular. Nadie sabía que alboreaba en aquel
librito una era de espiritualidad. Nadié soñó en Lisieux co­
sas tan grandes. No había otra aspiración que elaborar la
nota necrológica de Sor Teresa, como la de cualquier otra
monja del monasterio. Pero eso de la santidad canonizable
de Teresa no pasó por la mente de ninguna Carmelita, ni
siquiera por la cabeza de M. Inés. Por muy absurdas que
parezcan hoy a muchos estas ideas, son éstas — y no otras—
las verdaderas.
1e stad a p o r la s Idas y venidos da las enferm eras y novicias qu e q u e ría n
a provechar su s ú ltim o s días. Me d ecía; No só lo q u a escribo. Esto no
tie n e Ilación... S erá preciso q u e lo reto q u éis" (SUMM., TI, n. 2272. Lo
m ism o en Ib., n. 2302, p. 762; n. 2277 Lo m ism o C b u s a . en Ib., n. 2306.
página 769).
394 DOS PRIORAS Y UN MONJE PARA PUBLICAR..

Al filo de la media noche del 2 de junio de 1897 — ator­


mentada M. Inés por la salud ruinosa de su hermana, mi­
nada sin remedio por la tuberculosis a sus veinticuatro pri­
maveras—- encaminó sus pasos a la celda prioral, harto
temerosa de sufrir un desplante de Madre Gonzaga:

“Madre mía —le dijo— , me es imposible dormir


sin confiar a V. R. un secreto. Siendo yo Priora, me
escribió Sor Teresa, por complacerme y por obe­
diencia, algunos recuerdos de infancia. Lo releí todo
el otro día. Es muy hermoso; pero no podrá V. R.
entresacar gran cosa que la ayude a escribir su
circular después de su muerte, porque apenas hay
nada de su vida religiosa. Si V. R. se lo mandara,
podría escribir alguna cosa más seria..." (44).

Fina captadora de la psicología de la encopetada Priora,


Madre Inés se apuntó una victoria que todo el mundo aplau­
de. Ninguna otra razón habría sido valedera y convincente
para M. Gonzaga. Cuatro meses escasos antes de morir co­
menzaba Teresa su tercer manuscrito que concluiría a lápiz
a primeros de julio.
Que sola esa fuera la finalidad de la publicación lo con­
firma Sor Genoveva:

“Su fin — declaró— era procurar esta lectura a


los Monasterios de nuestra Orden reemplazando a
la carta circular que es costumbre enviar después
de fallecer cada Hermana” (45).

Acaso no comprendamos hoy esto nosotros, que vivimos


en pleno huracán de gloria terésiana. Sepamos que las pri­
meras sorprendidas fueron las mismas Carmelitas y sus her­
manas camales, aunque perfectas conocedoras de la Santa
desde; el primero al último de sus días.
Para juzgar con causa y serenamente es obligación grave

(44) M. iN ts: SUMM.. XI. n. 2302, p. 781.


(45) SC/MM., II, n. 2306, p. 770.
APOLOGIA DE LA MADRE INES 395

retroceder sesenta años. Pongámonos en Lisieux en 1897, y


escuchemos asombrados los que vivimos estos testimonios
de sus contemporáneos, avalados con el más serio de los
juramentos ante el Tribunal Eclesiástico:

“Siendo la Sierva de Dios muy sencilla y muy


modesta, aplicada en disimular su virtud, no se no­
tó en la Comunidad mientras'vivió, toda su per-
. .. fección de vida, tal como ahora nos aparece” (46).
"En cuanto a decir que se la consideraba enton­
ces como “santa", en el sentido estricto de la pala­
bra, es decir, como digna de ser puesta en los alta­
res, no me atrevería a afirmarlo** (47).
“Es justo decir que si las Religiosas que vivían
con ella la tenían una estima y veneración como
ninguna, sin embargo, no pensaban durante su vida
que un día se cuestionaría su 'beatificación. Yo mis­
ma, que desde entonces la miraba como a verdadera
santa, sobre todo después de haberla visto en su
última enfermedad, no soñaba entonces que alguna
vez se ocupasen de su canonización, persuadida de
que para esto era necesario haber realizado en vida
milagros y cosas ostentosos” (48).

Prolijo sería introducimos en los grandes secretos que


ocultan estas declaraciones procesales. Y tampoco — porque
abrirían panoramas nada gratos— es tiempo de revelar el
ambiente claustral de Lisieux, ni la novedad doctrinal de la
espiritualidad teresiana. Los documentos —ellos solos-— ha­
blan.

(46) SUMM., I, p. 503. S on M a s ía M a oda L k h a .


(4 7 ) P. A rm an d o C o n s ta n c io L e m o n n ik r: SUMM., TL, n. 2812.
(48) M. h i ts : SUMM., n . n. 2833. Cfr. B a sh zo s, H , 254-265.
396 DOS PRIORAS Y UN MONJE PARA PUBLICAR..

3.—EL ESTUDIO MAGISTRAL DEL PADRE FRANQOIS


DE SAINTE MARIE, O. C. D. (49)

Santa Teresa de Lisieux ha logrado, desde el cielo, quien


le abra definitivamente en. la tierra y para la Iglesia las
páginas de sus Manuscritos Autobiográficos. Y hoy podemos
hojearlos, tal como ella los escribió, gracias al. trabajo, pe­
ricia y empeño de un Hermano suyo de hábito, el P. Fran-
gois de Ste. Marie, Director de “La Vigne du Carmel”.
Para acallar voces desafinadas nos ha brindado la foto­
copia de los tres manuscritos, completados con tres selectí­
simos tomos de‘ comentarios. Esta reproducción fotocópica
es la primera de las maravillas de la edición. Todas las
ponderaciones resultarían pálidas. Una sacudida de verismo,
de sensación de tener en sus manos los manuscritos origi­
nales de la Santa, sacude al alma del no avisado y engaña
a cualquiera. Hemos oído de fuentes autorizadas que esto
último ha sucedido ¡hasta con las mismas religiosas de Li­
sieux...! Las distintas caligrafías, las tonalidades de tinta
o lápiz, las más leves enmiendas, retoques, raspaduras, todo

(48) Cfr. a lg u n o s de lo s C om entarlos escritos «obre el te m a ; M. P h t -


lipom, O. P ., La PubOcaxUme del T esto autografo delta. Storia Ai tin a
'A n im a . "L ’Osservatore R o m a n & \ 28 G luguo, l 9 5 5 , p . 3; F . M. O*-
THJnuNrr, "L 'A m i d u Clergé", 68 (1956). 523-527; A. T apiador, Se ha
publicado el T e x to integro y a u té n tic o de la H istoria de u n A lm a.
"Eccleala" (M adrid), 10 (1956), 323-325; A. P l*, O. P „ Les M anuscrita
A utobiographiques de S te. Thérése de l'E n fa n t-Jésu a . "L a Vle S p lrltu e -
Ue". 38 (1956), 443-446; B, AlUfUOH, S. J., Les M anuscrita A utobiogra-
priques de S te . Thérése de V E n fa n t-Jé su s. "C hrlstua", 12 (1956), 546-
5660; I. C., L eí M anuscrita de S a in te Thérése, "C arm el”, 29 (1956), 296-
306; Phix-ippk d e la T iu n ití, O. C. D.. A c tu a lité s T hérétiens. Les M a­
nuscrita A utobiographiques, "E phem eridea C arm ellticae”, 7 (1956), 528-
557. El P . FHAsgoia d e S a x n t í M a k d c , O. C. D ., Jaa m erecido u n a c a rta
elogiosísim a de la S e c retarla de E stado de 8. S a n tid a d . Cfr. “A cta
O rdtnls C a rm e lltaru n i D lacalceatorum ” , 1 (1 9 5 6 ) , 172-173.
EL ESTUDIO MAGISTRAL DEL P. FRAN£OIS DE SAINTE MARIE 3 9 7

está perfectamente logrado. La pluma de la Santa parece


verse correr y brincar sobre estas páginas que quedan para
el futuro, como modelo insuperable e irrefutable de edición
crítica, para prestigio universal de los Talleres Draeger de
Montrouge, editores de esta obra perfecta. La reproducción
del “Acto de ofrenda” es, sencillamente, maravillosa.
Los dos primeros tomos de los dichos comentarios nos
parecen decisivos, definitivos y exhaustivos desde el punto
de vista de la crítica histórica. Habla muy claro, aunque
prudente, cuando necesita revelar datos tristes de una Prio­
ra, psíquicamente anonnal. Revela una documentación im­
portantísima, definitiva, de primera mano, como nadie 'has­
ta él ha podido verificar. Ha estudiado los archivos secretos
del Carmelo lexoviense, cuya erudición engalana todas las
páginas de estos dos tomos. Ha bebido en los Procesos de
Canonización, no en los summarium, sino en sus mismas
fuentes, en las copias auténticas e íntegras, y los ha estu­
diado a conciencia compulsando testimonios y dando a veces
juicios definitivos que la historia respetará (50). Ha com-,
pulsado frase por frase las distintas versiones de Noyissima
Verba, el diario valiosísimo de M, Inés referente a los últi­
mos meses de la vida de la Santa, y brindado, por vía de
nota, las variantes interesantes para el lector.
T om o I.— (En páginas densas descorre el Padre las fuentes '
y testimonios teresianos. Uno a uno nos son revelados con
sus características peculiares y con la más escrupulosa cri­
tica. Ello implica la búsqueda, el hallazgo, la clasificación
y el estudio de un verdadero arsenal de documentos inédi­
tos, y señala a los especialistas las fuentes cristalinas donde

(50) D ato revelador de e sta a firm ac ió n es eate Juicio q u e su p o n e


h a b e r leído y e stu d ia d o m u y despacio la larg a d o cu m en tació n pro­
cesal, re fe re n te a l a in trin c a d a e n ferm ed a d de la in fa n c ia de la S a n ta :
“Las h e rm a n a s de T eresa h a n n o ta d o so la m e n te dos ligeras recaldas en
el m al" (AfA., t . II, 19). C u a n to su p o n g a n e sta s tree p a la b ras su b ra ­
yadas pueda adiv in arse po r lo q u e escribim os corrigiendo al P. O. M.
S t a k h l i n , 8. J. (Ofr. O. M. Q t a i h l i n , S. J., Teresa M artín, la Sa n ta d t
L isleuxt "M anresa*', 22 (1050), 153-154; A. B a r r i o s M o n x o , C. M. F.. Un
■problem a oscuro en la in fa n c ia de Teresa de Lisieux. ¿Histeria o Dia­
blo?, “R evista de Espiritualidad**, 16 (1057), 60-68. B a j u u o b , I. 148-158.
398 DOS PRIORAS Y UN MONJE PARA PUBLICAR.

recurrir en sus estudios. En un desfile sereno y acompasado


a lo largo de 34 páginas bien apretadas.
Comienza por los autógrafos: cartas, tarjetas, poesías, ora­
ciones y textos menores (p. 5L24). Esta parte es toda una
revelación de lo que todavía queda por conocer. Describe a
continuación las copias de los manuscritos: copia canónica
y extracanónica (p. 24-25). Sigue con los impresos: Historia
dé un Alma, cartas y tarjetas, poesías, recreaciones piadosas
y oraciones (p. 25^-29). Continúa con las palabras de la San­
ta conocidas por testimonios, es decir: Novissima Verba de
Madre Inés y Conseils et Souvenirs de Sor Genoveva (pági­
nas 30*33). Viene, por último, la documentación general,
primero la canónica y después la extracanoniea (p. 33^*40).
Aquí se encuentra toda la relación del formida/ble archi­
vo teresiano, desde la Historia de ün Alma hasta cualquier
carta de las primas de la Santa. No se podía ser más exi­
gente (51).
Los ocho capítulos dedicados a los Manuscritos Autobio­
gráficos son pasmo de erudición teresiana, de precisión y,
principalmente, de serenidad. Ni una alusión a los detrac­
tores de la antigua Historia de un Alm a. Los rebate sin co­
mentarios. Su documentación es la mejor y más lograda
refutación. Ahora puede advertir que no ha sido mero cla­
sificador o recapitulador de documentos. Es el especialista
consumado, el primer especialista teresiano. Ha dicho sólo
y todo cuanto debía, con esa serenidad propia de quien
posee, la verdad y la airea a vista de todos. El aparato crí­
tico, impecable.

(51) U na in sig n ific a n te lag u n a : se olvida de revelarnos la a p a ­


rición de a lg u n a s c a rta s y exhortaciones de M. In és, Cfr. Q uelques
L ettres de la R . M. A gnés de Jésu s á S te . Thérése de V E nfant-Jésits,
An S T h er. E t., 27 (1951), 186-192; í i t r o i í í dé la C orrespondance de
to R . M. Agnés de J ésu s é divers Personnages s‘ in té re ssa n t directe-j
m e n t á. la Cause de S te. Thérése de V B n fa n t-Jésu s, 1t»., 201-206; Ex-
tra its d ’exh o rta tio n s de la S. M. A gnés de Jésus d ses filies. Jb., 206-
208. Las citas, sin em bargo, e n MA., I, B3, no te 3; MA., H , 21 43-66.—
8e le h a pasado c ita rn o s (MA., I, 39-40) la herm osa b io g rafía de la
prim a de la S a n ta. Cfr. E. J . F ia t , O. F. M., M arle G uerin, C ousine e t
Novice de Ste. Thérése de V E n fa n t-Jésu s (1870-1905). C arm el de L i-
sieux, 1953.
EL ESTUDIO MAGISTRAL DEL P. FRAN£OIS DE SAINTE MARIE 3 9 9

Conocedor admirable de la espiritualidad teresiana, hay


momentos en que parece no puede contener dentro sus opi­
niones; como, por ejemplo, cuando ahonda en !a “gracia
navideña” de 1886 que es, por encima de todo, “la irrupción
del Dios fuerte y poderoso que la transforma, inyecta en
ella deseos apostólicos intensos y la confirma, definitiva­
mente, en el bien” (52). Así, tan indirectamente, sale al paso
de los modernos psicoanalistas del espíritu teresiano.
Por.encima de todos los caracteres (oh.; II y Ifí, 50-63),
la Historia de un Alma es, ante todo y sobre todo, la auto­
biografía espiritual de la Santa o —para emplear su cali­
ficativo, rigurosamente técnico, empleado tres veces por
ella—■“historia de mi alma” (5!3). Aquí reside su valor, por
aquí se ha de apreciar. Ante esta cualidad, que nadie puede
negar, palidecen esos defectos de .estilo, esos detalles apa­
rentemente pueriles, esas confidencias femeninas. También
tiene el sol lunares, pero los lunares no son el sol. Lo dijo
bien claro M. Inés: “Escribió la Historia de un Alma, que
es su propia biografía espiritual” (54).
Cierra el tomo I el desfile, verdaderamente impresionante,
de ios 420 pasajes omitidos hasta ahora en la Historia de un
Alma,

T omo II.—El tomo II contiene tres partes: notas, com­


probaciones periciales e índices. No encontramos palabras
para ponderar la selección, la oportunidad, el interés y el
valor de esas notas, que amplían y explican el texto auto­
biográfico. Seleccionando en los Procesos, en apuntes de co­
legiala, en agendas particulares, en papeles sueltos, en cartas
propias, de familiares o de extraños, leyendo Circulares de
las Carmelitas contemporáneas. Crónicas y correspondencia
entre conventos . carmelitanos, hojeando revistas, artículos,
obras, diarios de personajes y periódicos, ha bordado y en­
trelazado unas notas interesantísimas. Basado en esta docu­
mentación envidiable, nos brinda la cronología teresiana au~
(52) StA., 58, not»: I. Sin. em bargo, e sta pasividad aq u í Indicada
q u e d a u n ta n to d ism in u id a en MA„ II, 30.
(53) AM .t 2, 4, 27.
(54) SUMM., n, n . 2210.
40Ü ! DOS PRIORAS Y UN MONJE PARA PUBLICAR.

téntica y definitiva, tan definitiva que las anteriormente pu­


blicados no servirán sin antes haber consultado la del Padre
vFrangois de Sainte Marie.
En estas notas nos ha descubierto el P. F ran g ís de Saín-
te Marie su talento investigador, su tacto exquisito para
escribir y su exacto conocimiento de las exigencias más fi­
nas del crítico lector. Tan es así, que leyendo los autógrafos
a la luz de esas Notas se tiene la impresión de estar leyendo
una biografía de Teresa de Lisieux enteramente nueva y crí­
tica cien por cien. ¡Qué magistralmente ilumina esas pági­
nas dejadas por la Santa, en su humildad, entre penumbras!
i Y qué finura de mano para escoger lo mejor, lo necesario,
lo conveniente, lo emocionante! Ejemplo destacado son esas
notas de la peregrinación a Roma (p. 3'S-45). Aquí, como en
todas las páginas, queda todo esclarecido: personajes, luga­
res, hoteles, ciudades, libros, revistas... (5'5).
Una de las fechas corregidas es la visión del Crucifijo,
que se creía, hasta ahora, ocurrida en un domingo de julio
de 1887. Para quien 'hubiera calado hondo en la espiritua­
lidad teresiana se le haría muy extraño distanciarla tanto
de la Noche de Navidad precedente, de la que es comple­
mento maravilloso. Ahora sabemos que hay que retrasarla
bastante, hacia la noche de su famosa conversión. Nadie
negará el enorme servicio de esas correcciones y de estas
precisiones (56).

(55) U n a p e q u e ñ a e rra ta se le d esliza (MA., 1, 87, n o te 1). El te x to


alegado d e l P. U bald d ' a u ^ o n , O . M, O ., n o apareció e n l a re v is ta c a ­
ta la n a q u e c ita a si: "E studia F ranciscana”, t . X X X V IH , 1926, sin o e n
"É tudes F ra n c lsc a ln e s”, 38 (1926), 204. Es el n . 214 de en ero -leb rero .
(56) El P a d re p ie n s a qu e la visión de s u p a d re en el ja rd ín no
h a podido o rie n ta r a T eresa fo rm a lm e n te h a c ia la devoción a la S a n ta
F az (MA., II, 14). La S a n ta , de hecho, e n c o n tró e n tre la F a z del Sefior
y de s u p a d re u n p a ralelism o su b je tiv o , adm irable, c o m ía n te e in e ­
quívoco. 81 b ie n es verdad q u e n o co m prendió el aecreto preciso de
la visión h a s ta después de m o rir s u padre, n o se puede negar, com o
a rtrm a ella m ism a (AM., 20 v) y su s h e rm a n a s (Cir. SUMM., n , - n r
2656, 2343. 2363; SUMM ., I, p. 338), q u e desde a q u e lla esplendorosa
ta rd e , y siem pre, e stab a a b so lu ta m e n te p e rsu a d id a del tris te presagio.
¿Sobre q u ién ‘ recala7 N adie se a tre v ía a p ro n u n c ia r nom bres, pero a »
sabia q u e era el p a d re querido. N adie m ás h a b ía aparecido en. l a
EL ESTUDIO MAGISTRAL DLL P. l-RAN^OlS DE SAINTE MARIE 40 i

Plácenos ver resaltar, siempre que puede, la influencia


doctrinal de San Juan de la Cruz en Teresa de Lisieux (5'7),
advertencia muy necesaria, destinada a orientar y a lograr
rectificaciones de quienes piensan en una tesis preconce­
bida de la espiritualidad española o carmelitana.
A continuación de las Notas (p. 5*-80), vienen los infor­
mes periciales de los doctores Trillat y Michaud (p. 83^-117),
estudio acabado que todos agradecemos.
Ambos doctores, expertos de los Tribunales de París, han
verificado letra por letra de los Manuscritos una pacientí-
sima labor de revisión de todas las correcciones, añadidu­
ras, raspaduras y retoques que en ellos se encuentran. El
examen del doctor Trillat se limita a algunos pasajes particu­
larmente difíciles del Manuscrito A. El primero de ellos com­
pleta su trabajo en una “Note complementare” (páginas
153-154). Los juicios que, a base de su examen, da sobre
la psicología de la Santa (p. 83:, 15<4) son interesantísimos.
Coronan el tomo variadísimos y muy útiles Indices: analí­
tico, cronológico, de las religiosas contemporáneas de la

visión. P ág in as a d e la n to a te n ú a el P a d re Frangois s u p a rec er: "aportó,


desde el p la n h u m a n o , e m o cio n an te reso n an c ia a l m iste rio de la S a u ta
Paz" (AfA., H . 49), C ír. B a r r i o s , I, 49. n o ta 71.
A no tan d o l a O fre n d a T e re sian a (MA., 11, 59), se h a ce eco y sin te ­
tiz a u n a rtic u lo de A. C o m b e s : N ote s u r la sig n ific a tio n hU to riq u e d«
l ’O ffra u d é th érésie n & 1‘A m o u r M üéricordieux, “R e ru e d'A scétlque et
de M ystlque", 25 (1949), 490-505. Pensam os q u e la idea de v íctim a del
Amor, y no de l a Ju s tic ia , n o b ro tó e n KUa com o reacción a l Tresor
d u Carm el n i a la v ista de M. G enoveva de 8 ta . T eresa. Es sencilla­
m e n te la gracia, cu m b re y la U um lnación precisa del 9 d e ju n io de 1893.
Lo revela b ien claro la S a n ta (AM ., 84). De ver an te ce d e n te s, loa p o n ­
d ríam os e n la visión del c ru cifijo de 1887 (AM., 45 v-46 V), visión que
c u lm in a en e sta fe c h a de 1895. Al c o n te m p la r e l c ru c ifijo san g ran d o
por sus cinco lla g a s recibió la se m illa d e e ste a m o r v íctim a —la V íctim a
del C alvarlo lo fu e de am or— q u e ro m p erla e n la fe ch a in d ic a d a en
la O fren d a te re sia n a , co ro n ad a d e bocho esa victim ación ta n parecida
a la de Jesús, m ie n tra s se co n su m ía y m oría de am o r el 30 de sep­
tiem b re de 1897. C fr. B a r r i o s , n , 79-84.
(57) M A., I. 20-21, 37. n o te 1, 3, 28; MA.. II, 24, 25. 28, 29. 33.
51, 52, 57. 59-60. 81. «4. 85, 71. 73. 74, 76.

26
402 DOS PRIORAS Y UN MONJE PARA PUBLICAR.

Santa en el monasterio de Lisieux, escriturístico, de los tex­


tos de San Juan de la Cruz y de la Imitación de Cristo que
se hallan en ios Manuscritos, de nombres propios, de citas
de los Procesos (p. 119-151).

T omo III.—(Está exclusivamente dedicado a las Concor­


dancias» al estilo de lo verificado con la Sagrada Escritura,
Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz. Nadie dejará
de agradecer esta gentileza que torna tan manejables los
manuscritos de la Santa (58).
No queremos levantar la pluma sin felicitar cordialmcn-
te al P. Frangois de Ste. Marie por su estudio magistral y
su esfuerzo — coronado con el éxito más rotundo— , y pedirle
en hombre de todos cuantos se interesan por los estudios
teresianos una biografía moderna, amplia y crítica de la
Santa; una edición completa de todas sus obras con esas
mismas características, junto con una edición critica de
novissima verba. Creemos que sólo él es el llamado a estas
empresas y a presentarnos la figura de la Santa en ¿1 marco
realista de la historia y de la espiritualidad.

(58) “ C iertos defectlllos a n o ta d o s p o r el P. P h lllp p e d® la T rtn lté


(orí. cit.. no te 3, p. 528-530), no re sta n n a d a al m érito in c o n tra s ta b le
do la labor adm irable y d e fin itiv a del P. Francote de S a in te M arle,
adem ás de que algunos se rá n apreciaciones personales y otros m ás
d etalles de su b id a perfección en u n a o b ra de m u c h a perfección.
INDICE
[

¡
1

i
INDICE

Página

Siglas y abreviaturas:
P ró lo g o .................................................................................................. 5
J.— De Santa T e r e s ú a ................................................................ 13
2.— Del Carmelo de Lisieux ................................................... 14
3.— De diversos a u to r e s ............................................................. 14

INTRODUCCION

La N ovela se adelanta a la H is to r ia .......................................... 18


La Historia, retrasada ..... ........... .................................................. 21
La Priora, M. M aría , de G o n z a g a ................................................ 22
Panoram a del C a rm e lo ....................................... ............................ 29

CAPITULO PRIMERO

EL LLAM AM IEN TO D E DIOS

1.— Llamó a los que q u is o ............................................................. ........ 37


2.— Sólo.un Esposo: J e s ú s ............................................................. ........ 39
3.— Eres una c h iq u illa ............................................................... ...............43
4.— A.espaldas del S u p e r io r ........................................................... ........ 47
5.— H abladurías en L is ie u x .......................................... . . . ..................52
6.-^Contrastes..en la peregrinación a Roma: Jovialidad y
lá g rim a s - ........... ..................55
406 INDICE

Página

CAPITULO SEGUNDO

LA CONSAGRACION A DIOS

1.—Tres meses de espera ... ........................................... .......... 67


2.— Un.juguete en el Carm elo ................................... ... ... ... 70
3.— Nieve para la E s p o s a ............................................................... 75
4.— Retrasada ocho meses ... ................................................. ... 77

CAPITULO TERCERO

VOTO D E POBRjEZA

1.— De la trastera a la c e l d a ........................................................ 87


2.— Alpargatas de tu b e rc u lo sa ....................................................... 90
3.— M ala.plum a y peor l u z ........................... ................................ 9í3
4.— Espíritu de p o b r e z a .................................................................. 96

CAPITULO CUARTO

CA STID A D V IRG IN A L

1,— El misterio de la vida .............................................. *.............. ...... ^ 5


Angel e n c a rn a d o .........................................................................
to

.— Lucha y v ig ila n c ia ........................................................................... 113


Ui A. w

—Directora de V írg e n e s .....................................................................117


.— La Virginidad .....................................................................................120

cA prrm o quinto •

SEVERIDADES DE LA PRIORA

1.— Las espinas de los cinco años p rim e ro s............................. 129


2.— Auxiliar de M. Gonzaga en el N o v ic ia d o ........................ 133
3.— ¿Inquina en M. G o n z a g a ? ................ ............................. ••• 140
INDICE 407

Página

CAPITULO SEXTO

SANTA TERESITA CON SU PRIORA


1.— Psicosis de autoridad ... ... ... ••........................................ ...... 14$
2.—P riora.al séptimo e s c ru tin io ............................-............................. 154
3.“ ~Ni..una sola c rític a '.......... .......................................... .................159
4.— Dos rebeldías ........... ... ... ................ . ............... .. ... 162
5.—Su.Jesús V iv ie n te .................................; ......................................... 165
6.— La ‘‘conversión” de M. G o n z a g a ................................... ... , 172

CAPITULO SEPTIMO

C A R ID A D FRA TERN A

1.— En un Carm elo d iv id id o .................... ........................... . ... 179


2.— Antes que ortigas, caridad .................................................... 183
3.— Molestonas y e g o ís ta s ............................................................... 187
4.— H arían.impacientar a un ángel ............................................... 192
5.— Juicios temerarios . . . ................................................................. 200
6.—U n a..antipatía- de Santa T eresita ....................... ................ 205
7.— Las pocas simpatías de la c o c in e r a ............. ...................... 209
8.— Solícita e n f e rm e ra ...................................................................... 214

CAPITULO OCTAVO

SIN D IR ECCIO N ESPIRITUAL

1.— U na Santa sin D ir e c to r ............................................................. 223


2.— M iopía de un c o n fe s o r........ .................................................... 226
3.— Director sin d irig id a ................................................................... 228
4.— Soleda d 232
5.— Dirigida e je m p la r............... . ................................................... 235

CAPITULO NOVENO

A RID EZ EN LA ORACION

1.-r—Toda su vida religiosa ........................................................... 241


2.— D orm ida en ei c o r o ......................................... ... .<............. 245
408 INDICE

Página

3.— Rosario mal r e z a d o .................................................................. ..... 248


4.— El..suplicio de los E je rc ic io s ....................................................... 252
5.— El oasis del E v a n g e lio ..................................................... . ... 257
6.— Fatales a p a rie n c ia s.......................................................................... 259
7.— Por..El, no por sus d o n e s .............................................................262
8.— A ..mil leguas del q u ie tis m o ............... . ................. .......... ......265

CAPITULO DECIMO

CUATRO H ERM A N AS Y U N A PRIM A


EN UN MÍSMO CARM ELO

1.— Amo mucho a mi fam ilia . . ............i ...........................................274


2.—N o..estamos ya en c a s a ...................................................................278
3.— Lo mismo que a t o d a s ............................................................. ......283
4.— En el calvario p a te r n o ................................. . .............. ................288
5.— David con el arpa y Saúl con la la n z a '.......... ............. ......293
6.— A.la C o c h in ch in a........................................................... ................299

CAPÍTULO UNDECIMO

LA R U IN A D E SU CU ERPO

1.—Las sobras de las com idas . .. .. .. ..... ................................... 310


2.— U na hora para d e s n u d a rse .....................1 ... ....................... 318
3.— Frío hasta m o r i r ........................................................................ 324
4.—M ...Gonzaga en la enferm edad de T e re s a ......................... 330

CAPITULO DUODECIMO

EL M A R TIR IO D E LA REGLA

1.—H asta el final de las f u e r z a s ................................................. 346


2.—M artirio sin a d e re z o s ............................................................... 349
3.— Esos.p e r m is o s ............................................................................. 353
4.-—Aunque todas falten ..................................... .......... .......... 356
5 .— N o..hacer las cosas a m e d ia s ................................................. 360
6.—U na Regla vale un m u n d o ...................... ............................. 363
7.— La..Regla v i v a ........................................ ;.................................. 365
8.—Avivar el m a r tir io ...................................................................... 368
INDICE 409

Página

DOS PRIORAS Y U N M O N JE PARA PUBLICAR


INTERPO LAD A LA “H ISTORIA EXE UN ALM A”

1.— Recelos y ré p lic a s ..................................................................... 1375


I) La censura de D om M adelaine ............................. ... 381
1) La censura de Dom M a d e la in e .................................... 382
2) U na cláusula testam entaria de T e r e s a ....................... 383
3) El c o n te n id o ........................................................................ 387
4) Por salvar del fuego los a u tó g ra fo s ............................. 389
5) El e s tilo ................................................................................ 392
6) Miopía ante ia auténtica santidad de Teresa .......... 393
3.—<E1 estudio magistral del P. Fran?oise de Sainte Ma-
rie, O. C. D .................................................................................. 396
t

i
PUBLICACIONES DEL MISMO AUTOR
SOBRE SANTA TERESITA

El llamamiento de Santa Teresa de Lisieux al Aposto­


lado. “Ilustración del Clero", 41 (1948), 14-21; 51-56.

Ejercicios Espirituales sobre la doctrina y vida de Santa


Teresita. Noción teresiana de la vida. “Ilustración del
Clero”. Oratoria Sagrada, 44 (1951), 28132; 54-56.

Ejercicios Espirituales sobre la doctrina. y la vida de


Santa Teresita. La Vocación. “Ilustración dei Clero”. Ora­
toria Sagrada, 44 (195<1), 56-62.

Ejercicios Espirituales sobre la doctrina y vida de Santa


Teresita. El dogma de la paternidad dividida. “Ilustra­
ción del Clero” , 44 (195'!), 108-113.

Un problema oscuro en la infancia de Teresa de Lisieux.


¿Misterio o diablo? “Revista de Espiritualidad”, 16 (195>7),
25-58).

La publicación de los Manuscrits Autobiographiques de


Teresa de Lisieux, apología de M. Inés de Jesús. “Revista
. de Espiritualidad” , 16 (1857), 208-22'8).

El problema de la conservación de las especies sacramen­


tales en Santa Teresa de Lisieux. “Revista de Espiritua­
lidad", 16 (1957), 337-382.

La Espiritualidad de Santa Teresa de Lisieux. Los Gran­


des Problemas a la luz de los Procesos de su Canoniza­
ción y de sus Manuscrits Autobiographiques.
Tomo) I: Los Grandes Problemas Precarmelitanos.
Tomo II: Los Grandes Problemas de su Transformación.
Madrid, 195*. '

Santa ,Teresita, la Santa Incomprendida. “Vida Religio­


sa^,. 16 (1959), 39*43.

—• Santa Teresita y su Priora. Media apología de Madre


Gonzaga. ‘‘yirtud y Letras’’, 18 (1959), 169-189.
- iít‘ l h
■% ?'
— Celina, hermana de alma de Sarita Teresita. “Vida Reli­
giosa” , 16 (í95'9), 3<5'7-361.

— Santa Teresita, modelo y mártir de la vida religiosa.


Historia documentada en los Procesos de .su .Canoniza­
ción y en sus Manuscritos Autobiográficos.—Quinta edi­
ción. Madrid, 1963.

DEL MISMO AUTOR:

La Espiritualidad Cordimariana de San Antonio María


ClareL Estudio 'histórico místico sobre la espiritualidad y
apostolado cordimariáno de San Antonio María Claret. Ma­
drid, 1 9 5 4 .

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