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Capítulo sexto

PODER POLÍrtICO
Y LEGITIMIDAD

l. EL PODF.R SOCIAL

Hemos aclarado, en el tercer capítulo, el papel fundamental


que, según Weber, desarrolla el poder social en las relaciones
entre grupos. Hemos visto también que el poder social se
puede constituir ele distintas formas, sobre la base del acceso
privilegiado de un grupo a recursos a su vez di versos por
naturaleza: como suele decirse, medios ele coacción, medios
ele producción o medios ele interpretación.
Este capítulo y el siguiente discuten la forma de poder
social basada sobre los medios de coacción -el poder político-.
· Éste constituía, para Weber, un tema de altísima importan-
cia, incluso desde el punto de vista existencial. La temática
política en su acepción suprema ·:__la competición entre Esta-
dos soberanos en torno al poder, que tiene como apuesta los
más altos intereses de la nación y como carta ele triunfo final
el recurso de la guerra- suscitaba las pasiones más encendi-
das, muchas veces frustradas por los errores y por las derro-
tas de la dirigencia política guillermina y sufridas de manera
Úágica, en particular, con la derrota de Alemania en la Pri-
mera Guerra Mundial. Pero también en sede teórica, en el
ámbito de la concepción weberiana del proceso social, se
puede sostener que la esfera política ocupa una posición
central, a pesar del hecho de que en sede científica él la trate
mucho nienos difusamente que la esfera religiosa o la econó-
mica. Sabemos que, hacia el final de su vida, Weher proyec-
taba una Staatssoziologie de gran aliento; y según uno de sus
grandes intérpretes contemporáneoS', Reinhard Bendix, los
fenómenos políticos estaban destinados a ocupar la posición
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dominarite en el proyecto total -nunca llevado a término-de
EconomÍCI y sociedad <a pesar del título ele esta obra, que es,.
por otra parte, conlro\·erticlo).
Otros intérpretes -por ejemplo Friedrich Tenbruck- du-
dan de esto, sosténicnclo que, también en el último Weber, los
fenómenos religiosos o -rn::ís arnpliarnent.c-
gúíii1-Ecriíeñc1o Ta-¡frío-richícfte-rríátiá. Pero 1únguno pone en
eluda que, en pocas palabras, a Weber le importaba mucho la
política, y no sólo corno ciudadano o corno publicista (corno él
se presenta en muchos de los escritos publicados tras su
muerte, como precisamente los Politische Schriften), sino•
también como teórico ele la sociedael;y menos aun se eluda de
que en esta sede él producido múltiples dado contribuciones
científicas, y en algunos casos ele primerísimo orden, para el
entendimiento ele los fenómenos políticos.
Para dar razón, si bien sumariamente, de algunas ele esas
contribuciones, volvamos brevemente al tema del poder so-
cial, y en particular (poi- así decirlo)· a su configuración como
poder político. Como hemos visto, tal configuración se basa
sobre la violencia organizada, y por ello sobre la capacidad ele
infundir miedo, ele poner en juego la supervivencia y la
indemnidad física ele los otros, como Weber a5rma cori refe-
rencia al Estado -expresión institucional dominante del
poder político en la Edad Moderna- en los parágrafos ele
apertura de La política como profesión. Es importante tener-
lo presente porque en otros escritos ele ·weber, y sobre todo en
aquellos ele algunos influyentes comentaristas e intérpretes,·
a la temática de la violencia organizada, y por ello del corazón
mismo ele la experiencia política, se superpone demasiado
rápida y difusamente (a mi juicio) la de la así llamada
legitimidad. En esta temática, como veremos, Weber ha dado·
contribuciones tan originales que, ele algún modo; hacen
perder ele vista el itinerario conceptual que conduce a ella y
que en cierto sentido la contextualiza y la relativiza.

2. UN COl\IPLEJO
ITINERAJUOCONCEPTU AL

PoclEimos recorrElr Eise itinerario partiendo de la noción de


poder. Para Weber se da el poqer (Macht) si, dados dos sujetos
que interactúan, pero entre quyos fines existe un contraste,
. •·--·-· un sujeto tiene cierta probabilidad de realizar sus propios
100
fines aunque el otro se oponga. En uno de los pasajes en Íos
que propone esta definición, Web_cr ·observa, sin ernbargo,
que ella denota un fenómeno altamente difundido y relc1ti,;•a-
mente "amorfo". Los sujetos· a los cuales ;:¡e refiei·e pueden ser
individuales o colectivos, las ocasicines en las cuales, y los
respecto a los cuales, el poder así entendido puede
valer pueden ser los más variados y el mismo poder
puede oscilar al vai·iar las circunstancias entre un sujeto y
otro, e incide ~1 veces sobre intereses ele escasa relevancia
social. Desde un punto ele vista sociológico, es mejor poner
atención a situaciones no tanto ele poder como ele dominio
(Herrslwf't):. es decir, situaciones en la_s cuales la relación - - -
precisamente ele poder es relativamente durable y estructura
visiblemente la diferencia entre los grupos en el interior ele
una determinada sociedad. ···
En Un pasaje de la primera versión ele Economía y sociedad
no retomado expresamente en la sigui·ente, Weber sugiere
que hay dos configuraciones contrastantes del dominio: fo que
opera a través ele la orden que una parte da a otra y la que opera.
mediante el control que la primera ejerce sobre las circuns-
tancias en las que opera la segunda.
La diferencia es significativa. En un caso, la característica
es que la orden da lugar a la obediencia, es decir que quien
recibe la orden deja que su accionar sea orientado no por la
consideración de lo que le convendría o que preferiría hacer
en la situación dada, pudiera obrar por su cuenta, sino por la
... ~onsicleración ele lo que la orden le manda hacer. En el otro
caso, la parte subordinada sigue orientándose principalmen-
te sobre la base ele sus propias preferencias; pero dados los
vínculos que impone a su conducta una situación en la cual
ciertos recursos estratégicos están monopolizados por la otra
· parte, se ve inducido justamente por esa orientación a "hacer
· el juego" a clichá parte, a favorecer los intereses de la misma,
si bien no intencionalmente o contra su propia voluntad.
Mientas el poder político es el ejemplo obvio de la primera
configuración, el poder económico ejemplifica la segunda:
piénsese, dice Weber, en el poder indirectamente ejercido
sobre los agricultores ele una determinada zona por un banco
que constituya la única fuente de crédito a la cual pueden
acceder. · · · ·· · · · ·

101
En lo que concierne al poder político, la única forma ele poder
social que nos interesa aquí, Weber se plantea el prgbléma de: ...
cuéiles son las motivaciones típicas que inducen al subordina':' \
do a obedecer la orclen. También aquí, la respuesta no se re-
ffeYe, é.ri pfinffffro~-y muc:Eo menos exclusivainente, a fa.-],
noción de legitimidad. Weber menciona inicialmente dós <
motivaciones de otro género. En un caso, e1 sujeto obedece
una determinada orden sin deliberar expresamente en ha-
cerlo, pcfrque lo ha hecho siempre, porque no le pasa por la
cabeza el desobedecer -:-como dice Bagehot, The best security
/or people cloing their cluty is tlwt they shoulcl lmow nothing
else to do (la máxima garantía ele que la gente hará lo que debe
hacer se da no puede pensar hacer.lo ele otra manera)-. Muy
frecuentemente, en el curso ele la historia (y de la prehistoria)
para el sujeto, en cuanto esclavo frente al patrón, en cuanto
niüo frente al adulto; en cuanto mujer frente al honJ,bre, ia
obediencia ha siclo una dimensión a-problemática, totalmen-
te descontada, ele la propia posición existencial.
El otro caso es bastante diferente: aquí la situación creada
por la orden es intrínsecamente problemática, porqüe incide
sobre µna situación en la cual el sujeto a quien le viene dada·
la orden tiene preferencias propias, ideas propias sobre cómo
emplear sus recursos, que contrastan con el contenido de la
orden, y por esta razón se empeña (aunque sumariamente) en
una consciente deliberación de cómo reaccionar a la orden
misma. Compara las ventajas y las desventajas dela desobe-
diencia con las de la obedie11cia (la entidad y la probabilidad,
respectivamente, del castigo o de la recompensa) y este
cálculo determina una solución o la otra. ·
A estas dos modalidades de respuesta a la orden (una
totalmente rutinaria y no reflexiva, la otra altamente reflexi-
va) se les yuxtapone una tercera, en la cual la obediencia se
verifica, si se da el caso, sobre la base. de un sentido de
obligación moral, de deber. Es sólo en este ámbito donde se
vuelve decisiva la consideración, de si la orden es legítima.
· Hasta este momento d~l itinerario conceptual que hemos
recorrido hasta aquí, no había lugar precisamente para la
idea de legitimidad. ·

102
·1. L\ LEGITIMIDAD Y SUS LÍMlTES

En el paso siguiente, Weber se asocia más o menos expresa-


rne.nte con una opinión frecuentemente elaborada por la.
. teoría política y social de Occidente, y que Rousseau ha·
:.::__G~flI_"esado de manera particularmente incisiva: El {uerle no
es nunca tan fuerte como cuando puede transformar su fuerza
en derecho y la obediencia en deber. En este caso la obediencia
puede provocar acciones que rompen con la rutina y no
requiere que las consideraciones subjetivas que la favorecen
sean netamente preponderantes respecto a las que la desCa-
vorecen (por ejemplo, que la probabilidad ele ser castigados y
la gravedad de la pena hagan de la desobediencia un compor-
tamiento fuertemente irracional). General mente, la obedien-
cia n10i·almente motivada es más generosa y disponible que
la que se basa sobre el cálculo, menos costosa para quien
ordená, a menudo psicológicamente· menos gravosa para
quien obedece, y así por el estilo. Un ordenamiento político
que.sea considerado legitimo es, ceteris paribus, más durable,
más eficaz·, más seguro que uno que no sea considerado
legítimo.
Es sólo en este punto que Weber hace lo suyo, introduciendo
en el discurso sobre las ventajas de la legitimidad un argu-
mento nue·vo y muy creativo, aunque se refiere a la antigua
. temática de las "formas de gobierno". Weber está de acuerdo
con que es importante que en un ordenamiento político los
gobernantes estén en condiciones de proponer razones plau-
sibles que por una parte justifiquen sus órdenes, y por otra
motiven en los gobernados tina obediencia moralmente orien-
tada, inspirada principalmente en un sentido de obligación.
Pero si esto es verdad, argumenta Weber, entonces

. - es importante también preguntarse cuáles sean típica-


mente esas razones plausibles; y
- es razonable prever que, dada una pluralidad de ordena-
mientos políticos, a la diversidad de ellos en lo que concierne
al contenido de esas razones plausibles corresponda también
una diversidad en lo que concierne a otros aspectos significa-
tivos, entre los cuales algunos que aparentemente tienen
poco que ver con tales rázones.

Sobre la base de estas tesis, Weber elabora una tipología


de los ordenamientos políticos y los distingue, en primer
103
lugar, por los m0dos característicos en_ los CLiales en cllot)f
da razón del· derecho que tienen los que mandan a d~
órdenes y del deber que tienen los mandados a obedecer. 0
'

la tipología no se detiene aquí: esos modos característico


presentan como uínculos, como límites impuestos a la n
· ·b-i fi cl-ad-que-las-crrdenmnientospóiiticó·s-niües fra1icon res
- lo a otros aspectos ele su estructura o ele su funcionamie ·
Hablo de "vínculos" porque, en m_i opii1ión, Weber, por
parte, tiene intención de nfirmar que la naturaleza de
legitimicbcl de un ordenamiento político es una
altamente significativa, e indebidamente descuidada
teorías precedentes, y por otra, se cuida mucho ele
tal naturaleza como la causa ele los otros modos en los que
ordenamiento difiere de los otros. Una concepción· tan
idealista es extrai'ia a la organización fuertemente
que Weber da a su cliscmso sobre l:;t política, y que se
en las siguientes consideraciones:
En primer lugar, la-legitimidad no es una cua,lidad
de cada ordenamiento político al que se refiere, sino q-ue
adquirida por un ordenamiento en el curso ele un proceso,
histórico. En efecto, a menudo un ordenamiento al pi'incipi.o
se constituye y se impone puramente ele hecho, haciendo
valer exclusivamente la superioridad de quien ordena en
que concierne a 1a capacidad de sancionar las órcle11es me~
cliante el recurso inmediato a 1a violencia o a la amenaza ele
---v.io1encia. Sólo posteriormente tal ordenamiento llega a cir-
cundarse ele un halo de legitimidad, a eng·endrar y activar
sentimientos ele voluntarios·a sumisión e identificación. ·
parte de los mandados.
Además, cuando dicho ordenamiento sufra una "crisis de
legitimidad"; es deéi'r cese de inducir a los destinatarios de
sus órdenes a prestarles una obediencia voluntariosa y obli- -··
gatoria, el ordenamiento puede entonces, al menos en el corto
plazo, mantenerse sobre la base de sus recursos coercitivos o
activando otras consideraciones. puramente de hecho que
indµcen a los mandados a obedecer. Y no está dicho que ese
"corto plazo" sea luego tan breve. Por ejemplo, según autori-
zados intérpretes, los regímenes políticos impuestos por la
Unión Soviética a los·países de Europa oriental después de
la Segund~a Guerra Mundial sufrían, digamos, constitucio-
nalmente de un grave déficit de legitimidad, pero duraron
bastante tiempo porque se fundaban, al fin de cuentas, sobre
la posibilidad de una iptervención represiva del ejército ruso
104
'.·én el caso de que en u no de esos países se w3·omase seriamente
(fa subversión del régimen existente y la defección del bloque
;-soviético. .
·· En tercer lugar, Weber no sostiene que, donde existe,
~g:itimidad ele un ordenamiento inviste necesariamente la
.relación entre el vé1tice mismo de ese ordennmiento y todo el
'r-esto de la sociedad. Ella puede volver más durable y eficaz
ordenamiento aunque se refiera sólo a las creencias y a las
(ljsposiciones de una minoría social restrin 6rida, la que·asiste
directamente al vértice en la gestión colicliana ele los asuntos
políticos y aclriúnistrativos y que ele éste obtiene beneficios
f." directos y consistentes. Dicho ele otro modo, el oclerint dum
:- metuant atribuido a un emperador romano-"no me importa
· que me ele testen con tal que me obeclezcan"-es mucho menos
peligroso, como máxima para orientar la gestión ele las
relaciones ele poder, si se refiere a la· genernli~lad ele los
súbditos que si se refiere al aparato administrativo, comen-
zando por la guardia pretoriana. En lo que concierne a este
aparato,· es importante, si no indispensable, que el mismo
funcione también sobre la base ele un sentido ele lealtad hacia
el vértice del ordenamiento, de reconocimiento ele su derecho
a gobernar. _(De nuevo, piénsese en los países satélites del
bloque soviético. Es probable que en cada uno ele éstos el
vértice para gobernar se valiese ele una minoría relativamen-
te amplia ele individuos que, por así decir, "creían en él", que
se identificaban también por razones ideológicas con el siste-
ma y que, -relativamente- en el largo plazo, precisamente la
disminución de esta identificación haya negado al sistema la
capacidad y la voluntad de sobrevivir.)
· Además, la legitimidad tal como la discute Weber no se
deja entender exclusivament~ como un simple medio de los
·p0<;lerosos, ·como algo que incondicionalmente incrementa el
poder y lo estabiliza. Como veremos, cada forma de legitimi-
dad implícítamente pone algunos límites al poder, y está
sujeta a crisis potencialmente r_~cürrentes, a ocasiones en las
cuales, por- así decir, la legitirriiaad misma no se presta para
apoyar y justificar ciertas acciones de poder.
Para finalizar, la dinámica política central -y la que más
gustaba a Weber-,- es la relativa a las relaciones entre Estados.
soberanos, cada uno empeñado en definir y afirmar autóno-
. mamente los propios intereses, y si es nece'sario hasta con la
guerra:Ahora bien, a esta dinámica no se aplica la temática
de la orden y la obediencia, y por ello, de la relativa legitimi-
105
dad. Los Estados sobcn:rnos no se clan órdenes y no piden
obediencia unos a los otros; sus relaciones recíprocas se basan
sobre el relativo quantum de poder, ele mera capacidad de
bloquear o ele vencer la resistencia o interfere,ncia ele los otros.

··5_ TIPOLOGÍA DE LA LEGITI:\IIDAD

Con esto he pretendido indicar qué posición ocupa y qué papel


desarrolla el discurso weberiano sobre la legitimidad en e1
interior del más amplio sobre el dominio y,. en particular,
sobre el dominio político, para disuadir al lector de exagerar
el alcance empírico ele la legitimidad misma. Pero en este
punto podernos preguntarnos cuáles son las configuraciones
típicas ele la legitimidad y cómo se relacionan con otros as-
pectos ele los ordenamientos políticos.
Ante todo, está claro que, en el curso ele la experiencia
histórica,los que mandan han argumentado de maneras muy
diversas el propio derecho a mandar, y han sido también
variadas las razones por las cuales los mandados han siclo
inducidos a prestar a las órdenes una obediencia no total-
mente irreflexiva y no dictada por consideraciones ele mera
conveniencia. Sin embargo, según Weber, es posible llevar
toda esta variedad a no más de tres configuraciones, cada una
ele las cuales orienta ele manera muy diversa la relación entre
gobernantes y gobernados. Se trata naturalmente de confi-
guraciones ideal típicas que, tornadas en su conjunto, clelimi~
tan el ámbito de variación del fenómeno de la legitimidad, si
bien ninguna de ellas se presenta en la realidad concreta de
la manera neta y exclusiva en la cual se puede construir con-
ceptualmente. Veámoslas:

Legitimidad tradicional. Aquí lo que justifica la orden y


vuelve obligatoria la obediencia es la apelación a la intrínseca
validez y bondad de lo que ha sido siempre, la c;oncepción del
pasado -y del pasado cuanto más antiguo posible, a menudo
transmitido sólo a travé1;, del mito- como fueiite de toda sa-
biduría y de todo correcto .accionar. Es la perduración en el
tiempo lo que vuelve sagrado, a largo plazo, un determinado
modo de concebir la realidad y de vincular y orientar el
querer. Es pues legítima una orden que plausiblement~ se
represente como la re-afirmación en el hoy de debere1 y
obligaciones.ya presentes en el ayer, y así por el estilo. El
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propio comandante se propone como encanrnción temporaria
de una larga secuencia de antepasados a su vez investidos de
facultad de mando, secuencia cuya continuidad está garanti-
zada por la memoria colectiva; él exige la obediencia· ele
personas a su vez vistas corno los sucesores ele los destinata-
cle las órdenes de aquellos antel?asaclos.

Legitim.idacl carismática. La situación es completamente


distinta cuando la devoción a la tradición como fundamento
mismo de lo verdadero y ele lo justo se ve desafiada y
subvertida por la evocación a fuerzas extraordinarias, que
irrumpen en el presente exigiendo obediencia a órdenes
innovativas, privadas de precedentes. Jtstas pueden válida-
mente romper con el pasado porque expresan la voluntad y el
juicio de personas dotadas precisamente ele carisma (don ele
gTacia), en las cualés se encarnan tales fuerzas, manifestán-
dose en excepcionales gestas materiales o espirituales (gue-
rras ele conquistas, la proclamación ele nuevas verdades y de
nuevos caminos hacia la salvación). Es en el nombre ele estas
fuerzas que tales personas exigen imperiosamente la obe-
diencia a sus órdenes, entendida ésta como debido homenaje
a la superioridad ele esas fuerzas con respecto a la cotidianei-
dad, a la rutina, a la tradición .

.Legitiniiclacl legal-rcicional. De los dos tipos de legitimidad


vistos hasta aquí, la tradicional-en sus múltiples formas- es
la que más a menudo se evidencia en la historia. La carismá-
tica es un fenómeno recurrente pero relativamente raro, que
corresponde a momentos-ele ruptura y ele cambio radical en la
experiencia histórica, como aquellos en los cuales profetas
inesperados anuncian "nuevos cielos y nuevas tierras" y
encuentran un séquito de creyentes, o bien formidables
condotieros desafían y derrotan imperios, y los crean de
riuevo (a menudo por breve tiempo). La legitimidad legal-
. racional, a su vez, es principalmente un aspecto político de la
sociedad moderna, un componente de su institución política
central-el Estado-. En éste, las simples órdenes se represen-
tan como correctas aplicaciones de órdenes más generales, y
éstas, a su vez, como especificaciones de órdenes más genera-
les, y así sucesivamente. La validez de todas estas órdenes se
basa sobre el hecho de haberse producido sobre la base de
determinadas reglas procedimentales, por obra de indivi-
duos expresamente delegados para producirlas o para apli-
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carlas, en l.a obsen·ancia de límites constitucionales más 0
menos explícitos al contenido que las órdenes pueden tener.
Por ello, la obediencia se configura no como conformidad a la
voluntad de esos individuos en cuanto tales sino como volun-
taria obsei-vancia ( implícita) ele todo un sistema de normas
que justificc.1 y 01·ienta las órdenes.

6. CORRELATOS DE LA LEGITH,l!DAD

Corno ya hemos indicado, Weber sostiene que la legiti-rnidacl


cle-11:1 que se inviste-un oi'clenarnienfo-jJcilítico no es tma
característica en sí misma y privada ele ulteriores consecuen-
cias y vínculos, sino que se asocia sistemáticamente con
rn últi ples aspectos significativos ele 1 ordenamiento. Véanse,
por ejemplo, los siguientes aspectos:

- En un determinado ordenamiento, ¿cómo se representan


el vértice y la base del ordenamiento mismo? Cuando el
ordenamiento es ele legitimidad tradicional el titular supre-
mo del dominio se representa y se jústifica corno patriarca,
como patrón y custodio ele la población sometida a su rhanda-
to, que a su vez se configura como compuesta por dependien-
tes personales y por familiares. Un ordenamiento ele legitimi-.
dad carismática hace jefe a un individuo que se repi'esenta
como un líder cuyas elotes excepcionales le permiten aportar ·
beneficios extraordinarios a una población vista como un
conjunto de seguidores. En un ordenamiento de legitimidad
legal-racional también quiei1 ocupa la posición de vértice
aparece c·omo titular de un papel que, por así decirlo, lo
despersonaliza, y la población aparece como un conjunto de
ciudadanos, de individuos, en principio, iguales el uno al otro.
- Una función recurrente de los ordenamientos políticOs
consiste en imponer la observancia de las reglas de conviven-
cia propias de la colectividad, mediante veredictqsjudiciales.
En ordenamientos de legitimidad tradicional los veredictos
· sejustificiü1 típicamente como confirmación o reencuentro
de una regla éxistente desde tiempo inmemorial. En los de
legitimidad carismática, los veredictos no se remiten a una
regla preexistente,_sino que expresan principalmente eLjui- ·
cio intachable del jefe,1 expresado directamei1te o mediante
personas de su confiari~a delegadas para ello. En los ordena.,
mientas legales-racionales, la producción de veredictos es
108
-
alLamentc discursiva, fundándose, en princ1p10, sobre el
denominado silogismo judicial, é¡ue se remite ú una regla
generalmente establcci_da, verifica una situación concreta y
aplica la primera a la segunda. ·
-, 6Cómo se provee de recursos económicos un ordenamien-
to político para financiar sus propias actividades? Por lo
general, en un qrdenam ien to ele legitimidad tradicional no es
posible distinguir entre los recursos personales del jefe del
ordenamiento y los propios del orclena:miento mismo, que -
funciona valiéndose principalmente de los p1imeros, acaso
integrados por tributos en los cuales se expresa la sumisiór1_
· ··ae los miembros ele la colectividad. Un ordenamiento de
legitimidad carismática se financia principalmente con los
botines producidos por los éxitos militares del jefe, o.sob:z:e la
base ele exacciones ocasionales, de rega_los que manifiestan
lá gratitud y la lealtad hacia el líder por parte de sus·
seguidores. En un ordenamiento de legitimidad legal-racio-
nal es posible distinguir claramente entre los recursos "públi-
cos", es decir propios del ordenamiento mismo, y continua-
mente provistos por regulares y previsibles exacciones fisca-
les median te tasás e impuestos, y los "privados", tanto los ele
los individuos comunes corno los ele aquellos investidos con
cargos. .
- ¿A qué dificultades recurrentes y significativas se expo-
rie.n los ordenamientos políticos en razón del tipo ele legitimi-
dad propio? .
Los de legitimidacl tradicional se enfrentan al peligro ele
verse "enyesados;' precisanieiile por la evocación a la tradi-
ción, al punto ele no saber hacer frente a nuevas necesidades
y nuevas oportunidades que exigen acciones políticas desco-
nocidas por la tradición misma. _Generalmente obvian tal
peligro yuxtaponiendo a los modos de obrar propiamente
tradiciona.les,. adecuados a circunstancias recurrentes y de ·
rutina, algunas modalidades de.acción que se basan sobre el
arbitrio de los poderosos (tal vez enmascarado por la evoca-
ción a precedentes ele antigua data, pero por entonces olvida-
dos). Con todo, el recurso-a tales "i:mprovisaciónes" tiene a su
vez ciertos límites, porque si se hace demasiado frecuente y
ostentoso no vuelve plausible la evocación misma a la tradi-
ción como" valor fmida.nte del sistema.
- _·:_ Un ordenamiento de legitimidad carismática incurre en el
peligro de tener continuamente que dar razón de sí y adquirir
-"'nuevos recursos, produciendo siempí;e nuevos sucesos, en
J 109
particular ele carácter militar y económico, que renuevan en-
los seguidores la fe en las cualidades extr·aordinaiias clel·lícler
-y al tratar de hacerlo se expone nécesariamente a serios
riesgos, visto que "tanto va el·cántaro a la fuente ... "-. Ade-
más, tal or,tjenamiento, que depende intrín-secamente de las
cualidades excepcionales ele un individuo, encuentra difícil
áscgifrai~-ra·propia coñtínllidácI una vez qüe e!Tnciíviduo en
cuestión sale de esce1ia, y este problema expone al ordena-
miento _al riesgo dé con tiendas_ debilitantes entre los aspiran-
tes a la sucesión o, después, entre los diádocos.
Ni el problema ele la sucesión a las posiciones ele poder ni
el de cómo legitimar nuevas formas ele acción política se
muestran tan agudamente para los ordenamientos de legiti-
midad legal-racional, los que, por otro lado, están expuestos
a problemas diversos -en particular el (puesto en evidencia
no tanto por el mismo Weber como por Carl Schmitt y Ha-
bermas) de cómo atribuir auténtica validez moral (diría casi
una especie de sacralidad) a órdenes (sean tanto de carácter
general como ele carácter particular) que d-eben la propia
validez exclusivamente al hecho ele ser producidas sobre la
base ele determinados {irocedimientos-. Pero éstos garanti-
zan a las órdenes así producidas como mucho una validez
formal, sin radicarlas en otros valores compartidos que los
representados por las "reglas del juego". En otras palabras,
en este tipo ele ordenamiento la mera "legalidad" a mem1do no
llega a generar auténtica "legitimidad".

7. EL ASPECTO COTIDIANO DE LA POLÍTICA


Y EL PAPEL DEL STAFF.

Hasta aquí he indicado sumariamente algunos de los modos


en los que Weber diferencia conceptualmente el fenómeno del
dominio político, iniciándolo desde el te_ma de la legitimidad,
pero integrando en la discusión aspectos muy diversos, desde
los jurídicos a los fiscales. Pero lo que más le interesa de todos
es un aspecto ulterior: la relación que se establece entre el
vértice político de un ordenamiento (respectivamente, el pa-
triarca o el emperador, el profeta religioso o el condotiero, el
monarca o el parlamento) y lo que Weber llama su staff, un
número.relativamente alto de individuos que se ponen al
servicio de ese vértice, lo informan de las necesidades y de los
sentimientos 'de la colectividad, extraen de ésta los recursos
110
necesarios para ejecutar las políticas decididas por el v.érti-
ce, colaboran en la formación de esas políticas y dirigen su
ejecución.
Este tema era de gran interés para Weber ante todo por
razones, digamos, biográficas. En la·Alemania guil!Úmina,
en su opiniói1 y en la de otros, esa relación estaba organizada
de manera insatisfactoria. El alejamiento de Bismarck de-
seado por el emperador había dejado un vacío en el vértice del
sistema político: ni las instituciones parlamentarias federa-
les ni el gabinete ni el emperador y su corte lograban efecti-
vamente guiar el sistema, contrabalancear el poder que se
había venido. acumulando en el aparato burocnitico y sobre
todo en las instituciones militares; y después de la derrota
alemana en la Guerra Mundial, ese desequilibrio corría el
iiesgo ele reproducirse en el régimen republicano si el sistema
ele partidos no lograba producir un liderazgo adecuado.
Una razón .ulterior era probablemente la intención de
Weber ele elaborar una teoría expresamente sociológica del
funcionamiento de los ordenamientos políticos, diferencián-
dola ·ele las teo1ias de inspiración diversa, que tendían a
privilegiar el diseño constitucional ele máxima del ordena-
miento y su momento propiamente político. Quedaba así en
la sombra el papel desarrollado por aquellos que asisten
directamente a quien eje1,cita el comando supremo como
también el de los titulares de papeles políticos menos visibles,
y quedaba mal conocida la importancia ele los arreglos y ele las
prácticas administra ti vas. Y era a esto a lo que Weber quería
poner remedio en su teoría ele la política.

8. LA RELACIÓN
ENTRE CENTRO POLÍTICO Y STAFF

El aporte de estos temas consiste en esclarecer, por un lado,


cuál es la dimensión cotidiana de la experiencia política
(dimensión que en buena medida se identifica con la adni.irtis-
tración), y por otro cómo las iniciati vas tomadas por el c·eñtro
de un ordenamiento político se realizan (o no) en la periferia
del mismo, en el nivel regional y local. No sólo esto: el estudio
de la relación entre vértice político y personal político-admi-
nistrativo sirve, no sólo para esclarecer los procesos internos -,-1
1
de un determinado ordenamiento, sino también para indivi-
dualizar algunas tendencias a su cambio. Por ejemplo, en un
111
ordenamiento de lcgitimiélacl carismática el personal políti-
co-~1dininistratiYo, por temo.raque" la desaparición del líder
pueda de un momento a otro comprometer su aspiración a
pcrmanccú instalado en posición de poder, tiende a estabi-
lizar es~;s posiciones, haciendo asumir al ordenamiento los
rasgos típicos de la legitimidad tradicional o los de la legal-
raé1onaf fo.cfe ambas,· corno e"i-1 el ca.so cie ía "institucionaliza-
ción del carisma" propia dq la iglesia católica). O bien las
tendencias ele ciertos arreglos administrativos típicos ele un
ordenamiento de legitimidad tradicional pueden, directa-
mente, poner en eluda la continuidad, desmembrándolo.
Cualesquiera que fueren las razones, Weber proc1újo algunas
ele sus n-iás significativas contiibuciones sociológicas poniendo
a punto algunos conceptos ideal ti picos tendientes a responder a ]as
siguientes preguntas: ¿En quién se apoya el jefe ele un ordena-
miento político tomar sus decisiones, al determinare] contenido
ele sus órdenes y ele su,¡ políticas? ¿Qué arreglos aclministrati vos
clidgen lª- ajecución ele esas políticas? ¿Qué personal se instala
en esos arreglos, cómo es elegido, motivado, controlado en su
comportamiento? ¿A qué tendencias ele máxima da lugar la
relación entre el vértice y el centro del ordenamiento, por un
lado, y por el otro sus articulaciones periféricas y las pnkticas
relativas? ·
Las respuestas a estas preguntas, una vez más, varían
según el tipo de legitimidad propio ele cada ordenamiento.
Para simplificar la compleja tipología construida por Weber
'para caracterizar esas respuestas, cito un párrafo de El
· príncipe que propone las p1:íncipales, a .las cuales se pueden
asimilar la mayor parte ele los tipos weberianos:

Los principados ele lo que se tiene memoria, son gobernados


ele dos modos diversos: o por un príncipe y todos los otros
siervos, los cuales como ministros por gracia y con.éesión- ··
suya, ayudan a gobernar ese reino; o por un príncipe y por
· barones, los cuales, no por gracia del señor sino por antigüe-
dad ele sangre tienen ese ~racl.o (Maquiavelo, El príncipe, IV).

Eri el primer caso, argumenta Weber (sin referirse a


M;aquiavelo), los arreglos administrativos elaboran y ampli-
fican la relación entre un señor y sus subordinados domésti:-
cos,en.pál'ticular-aquellos a·los que está.confiada la gestión--
del patrimonio del señor. Ellos tienen únstatus social drás-
ticamente inferior al del señor, dependen completamente del
favor de ~ste, son sustentados por él directamente coníó ·
112
cornponcntcs de su "familia" -en el sentido amplio dc:l inglés
houselwlcl, que comprende a todos aquellos que viven ei1 la
misma morada, si bien en condiciones muy diversas- n
indirectamente, concecliendoles la posibilidad ele utilizar por
cuenta propia algu11as de las rentas de las actividades de
g()bierno o de aclminishación que les confiara el sci'lor.
Los barones, por el contra1io, tienen u11 status social honora-
ble y relativamente similar al del sei'ior. Las relaciones que
establecen con éste tienen un gradiente jerárquico marcado que
los obliga a prestar servicio al sei'ior. Pero son ubicados con su
consenso, y su lugar es, al menos parcialmente, negociado, lo
que impide c¡üe-esa colaboración tenga un carácter abyecto-e
implique una sumisión total. Si bien la asigrn,-ición de recursos
al barón por pmte del sc11or -típicamente, la concesión de un
feudo- es constitutiva de la relación, conceptualmente ella
presupone, y respeta, la identidad social del barón, que a
menudo es en pl"imer lugar la ele un guerrero que, en cuanto tal
y en cuanto jefo de sus propios dependientes, es, en alguna
medida, un "par" del scüor mismo.
Ambos tipos ele personal político-administrativo-los sier-
vos y los barones- tienen en común la tendencia a tratar los
recursos que se les confían para desarrollar sus tareas en
beneficio, del señor, preferentemente como recursos propios,
apropiándose ele ellos en lo posible o ele algún modo sustra-
yéndolos ele hecho (o directamente, en el largo plazo, de
derecho) a la disponibilidad del señor mismo. Si y en cuanto
esta tendencia se reaJiza (el señor naturalmente tiene interés
en obstaculizarla) resulta ele ella una especie ele entropía del
ordenamiento político, su progresiva desarticulación y en
particular la pérdida del control del centro del ordenamiento
sobre la periferia. .
En los ordenamientos ele legitimidad carismática, el líder
· . elige libremente a quién colaborará con él en el dominio,
entre los seguidores que más prestamente han respondido a
la apelación de su carisma, a la imperiosa exigencia de rendir
homenaje a las cualidades excepcionales que lo caracterizan.
El resultado es que/escribe Weber,

el staff administrativo de un líder carismático no está confor-


mado por "titulares de cargos" y menos aun forman parte de
éi personas técnicamente preparadas. No se lo sobre-la base
del prestigio social ni sobre! la base de una situación de
dependencia familiar o persohá.CSe lo elige, en cambio, con
referencia a las cualidades carismáticas de quien forma parte
- .. ·113
de éi. El profeLU licne sus'discipulos, c,l condotiero, ,;u guardia
de corps, el líder, generalmente háblando, sus hombres de
confianza. No se dan ni el nombramiento, ni el licenciamien-
to, ni la cnrrern, ni la promoción. Existe solamente el llamado
por parte del líder sobre la base de las cualidades carismáti-
c::is de aquellos que quiere consigo. i']o hay jerarquía, el líder
queda libre ele inten·en_i]_' º-n:;itl._lQ,Cionesggnerales o parfü!J~
lares cuando juzga éiue los miembros de su staíTfoltan a las
cualificaciones carismáticas exigidas pnra un.cargo determi-
nado. No existen circu~scripciones o esferas bien delineadas
de competencia ... No se dan ni estipendios ni beneficios.

En esta situación la preocupación dominante ele los miem-


bros del staffno es tanto la de asegurarse ciertos márgenes de
independencia como la de garantizar en lo posible la continui-
dad ele la propia posición ele ventaja, potencialmente arnena-
zacla por la mortalidad del líder, por la posibilidad ele que
cesen las empresas excepcionales que clan prueba ele su
carisma. Como ya hemos visto, se puede conseguir· una
transformación del ordenamiento carismático, que en cuanto
tal es esencialménte inestable, en la dirección ele una forma
ele legitimidad o prevalecientemente tradicional o prevale-
cientemente legal-racional.
En fin, en ordenamientos que tengan esta última forma ele
legitimidad, el stafj' es reclutado y organizado según un
modelo que Weber, como otros ya lo habían hecho, llama
burocrático. Su análisis de la burocracia constituye ele mrn
sus más significativas contribuciones a la teoría social, y en
cuanto tal merece ser retornado mc.1s profundamente, en el
contexto ele un tema de grandísima importancia para Weber
del cual se ocupa el capítulo siguiente -la naturaleza del
Estado .moderno-.

114
Capítulo séptimo
EL ESTADO
Y EL FENÓI\1ENO BUROCRkrrco

l. MODERNl!J:\D DEL ESTADO

Para ·weber las expresiones "Estado". y "Estado moderno"


esencialmente son equivalentes. Aunque algunos pasajes ele
sus escritos puedan hacer pensar ele otro modo, según vVeber
los entes políticos que se pueden caracterizar razonablemen-
te como "Estados" aparecen enla escena bistórica sólo con los
inicios de la mod_ernidad occidental, aunque modos de acu-
mular y gestionar el poder político similares a los precisa-
mente estatales se habían manifestado en forma ocasional
precedentemente en-otras épocas y en otras partes del mun-
do. Esta particularidad histórica del Estado resulta princi-
palmente de dos consideraciones.
Ante todo, el Estado, naturalmente, no se presenta en la
historia de gol pe) sino como resulta do de una compleja y original
elaboración institucional de arreglos políticos previos que, fue-
ron una premisa indispensable de esa elaboración, y han dejado
impresas en ella algunas de sus características propias. Ahora·
bien, entre estos arreglos previos, dos, a su vez, según Weber,
han siclo exclusivos de Europa en su historia tarclomeclieval y en
la primera mocleniiclacl: la variante precisamente europea del
feudalismo (fenómeno que tiene también variantes no occiden-
tales) y el así llamado Stéi.ndestaat, o "Estado estamental", que
por su parte es, según Weber, un fenómeno exclusivamente
europeo.
En segundo lugar, Weber considera al Estado como un
aspecto altamente significativo de una más amplia vocación
histórica de Occidente, que se despliega de manera visible
especialmente en la modernidad, como el mismo Weber
115 i

·,,,
argumentó ele manera particularmente explícita en la Vorbe-
mcrlmng ("Nota·introeluctoria") incorporada, en 1920, a In
rceclición ele sus ensayos de sociología ele la religión. Según
este texto, Occidente -particularmente pero no exclusiva-
mente en la edad moderna-ha emprendido de manera severa
y consCrente la racionalización ele múltiples fenómenos socia-
les-ycü1tlü-ale·s: fü1 su fó1'úü1. ¡:ir"ecisa~nieiife -1\.:1cii:maliZada:·;·--
tales fenómenos han desarrollado una clinúmica irresistible,
que a la1·go plazo los ha llevado a debilitar, marginar, suplan-
tar los diversos modos en que esos mismos fenómenos habían
siclo autónomnrncnte interpretados y gestionados en otras.
civilizaciones y culturas.
En esta f'unción histórica -que se presta a valoraciones
muy diversas, ninguna ele éstas atribuible ajuicias puramen-
te de hecho, y que por e1lo sea posible discutir y convalidar
científicamente- el Estado rnoden10 se asocia de manera
particular al capitalismo moderno y a la ciencia moderna.
Forma parte, pues, de-t.iri complejo ori 6rinariarnente occide'n- .
tal de modos muy originales de enfrentar temáticas -políti-
cas, económicas, cognoscitivas-comunes a toda civilización y
cultura. Es además el producto ele las transformaciones
sucesivas ele órdenes políticos particulares como el feudalis-
mo y el Stéinclestaat. Por estas dos razones, ·weber considera
al Estado -con o sin el adjetivo "moderno"- una realidad
intensamente histórica, es decir, fuertemente marcada por el
dónde y el cuándo ele su génesis y ele su desarrollo posterior.

2. EL ESTADO .
EN LA PERSPECTIVA SOCIOLÓGICA

Weber no logró jamás terminar el proyecto de una Staats-


soziologie y los distintos textos dedicados a este proyecto o a
otros en los cuales se refiere al Estado no nos proporcionan
una teoría completa o particularmente elaborada que indi-
que, en el plano intelectual, la importancia existencial que los
temas 'el.e la política y del Estado tenían para él. Además,
varias de las cosas que Weber tiene para decir del Estado
formaban parte del pabimonio intelectual alemán de su
tiempo, ~§pecialmente entre e_studiosos del Derecho,y_g§ .
solamente nuestra: escasa familiaridad con ese patrimonio la
que nos esconde que, porsignificativas que sean, a veces ellas
no eran originales·." Tal vez el proyecto de escribir una Staats-
116
sn:::iulogie se debía a la intención ele agregar éo_nocimientos
nuevos sobre el Estado a ·los relativamente adquilidO!';', que
llernban la impronta pi·ecisamente ele una impostación jurí-
dica, o bien la cié una impostación estrechamente historicista
(en el sentido indicado en la cita· con la que he abierto el
capítulo tercero ele esta obra).
En todo caso, tengo la impresión de que las pocas cosas que
Weber nos dice sobre su modo expresamente sociológico de
discurrir sobre el Estado (como de otras realiclcicles sociales
de gran peso) intentan diferenciarlo netamen.te de cliscui:sos de
mat1-izj uriclica e historicista. A.Jguien ha dicho que existe un mo-
do anglosajói1 ele entéhcler al Estaclo os a con.uenience, yun
modo alemán de entender al Estado asan entity. Y en efecto,
en la Alemania guillermina esos discursos por lo general
presuponían, elaboraban y proyectabaq una imagen del Es-
b1do como algo que ex.iste y actúa sobre las cabezas de los
individuos, un ente con una lógica del obrar, unajµstificación
ética, una dignidad intelectual, urf1:íroyectó histórico propio.
El discurso sociológico, como Weber lo concebía y lo cons-
truía, no podía no diferenciarse netamente ele tal modo de
entencle1~ al Estado (u otras realidades colectivas, de la familia
a la corporación, a la clase) que le atribuyese una identidad y
una voluntad unitaria, trascendente con respecto a la ele los
indi vicluos·que allí se incluyen. Como ya hemos visto hablando
. ele los Stéinéle, según Weber toda realidad de ese tipo existe si
y en cuanto.una pluralidad ele individuos está atravesada por
procesos subjetivos (y los individuos son las únicas entidades
capaces de tales procesosfque-orientan la conducta sobre la
base ele formas comunes en los :rnodos de definir y evaluar la
situación en la que se encuentran, diri,giendo tal condueta a
intereses (¡materiales e ideales!) compartidos, generando
disposiciones relativamente estables para accionar concerta-
damente en vista de tales intereses.
Un discurso semejante vale también para el Estado. Diría
que para Weber el Estado se da si y en cuanto en una
pluralidad de individuos relativamente amplia y estable las
actividades en las que se expresa el poder político (tari.tó entre
quien está en posesión del poder como entre quien está
sometido a él) se configuran_en un cierto modo. Por ello, en
principió, la "estatalidad"; por así decir, de un ente pülítico es
inevitablemente variable en el tiempo y en el espacio, no "·,·,--,-"·"-
dada (o excluida) de una vez para siempre. Se da el Estado.en
la medida en que determinados modos de constituir y gestionar"
117
rélacioncs po!íi:ic:i.s operan en un ;írnbito teJTitorial cklimitac!o,
invisten ele manera duradera un cornplcjo·relativamente am-
plio ele intereses sociales, programan y disciplinan de manera
relatirnmente explícita la acción de los poderes públicos, ad-
quü,rcn de 111<).nera relativamente previsible los recursos econó-
micos que esii"'bcción requiere, la confían a personal selecciona-
do; activado-rcontrobdo·mediantc determinadas prácticas, y
así por el estilo. Y, recuérclr,se bien, los modos en cuestión se
·1·ealizan si y c11 cuarílo engendran efectivamente _flujos conti-
nuos, coherentes de actividades individuales. ·
En Weber esta crítica (casi se diría, este descnmascara-
mienLo) ele la tendencia común en la cultura alemnna a
hipostatizar al Estado, a considerarlo como una entidad en sí
misma, reconduciéndolo en cambio al converger y al entrela-
zarse ele múltiples líneas de acción individual, a fin de
cuentas, e_stá contrnbalanceacla por tres consideraciones.
Ante todo esa tendencia tiene una validez en el marco ele
algunas tradiciones de discurso científico, en particular c1
derecho. En segundo 1ugar, también en el cliscur~so sociológico
es legítimo, en ciertas circunstancias, servirse ele expresio-
nes potencialmente reificantes como "el Estado", sin evocar
explicitamente los componentes individuales y subjetivos,
porque eso puede simplificú el discurso.
Existe además una tercera consideración, que me parece
particularmente significativa, aunque más no sea porque
·revela la complejidad y agudeza del pensamiento weberiano,
si ·bien aquí lo expreso de manera grosera. "El Estado" como
entidad superior, como protagonista ele la historia, es una
__ quimera. Pero es una quimera en la cual cierta gente (tengo
la impresión de que Weber piensa principalmente en los
funcionarios que componen un gran aparato burocrático
corno el prusiano) cree, y justamente esta creencia orienta
significativamente su conducta, volviéndola expresa, dura-
ble y coherentemente "estatal"-.
Dos observaciones sobre esta tercera· consideración. En
primer lugar, evoca algo que he dicho a propósito ele la
antropología filosófica de Weber: las atribuciones de signifi-
cado, de las cuales los seres humanos no pueden prescindir,
son inevitablemente arbitl'arias, pero su arbitrariedad debe
en alguna medida ocultarse a los individuos, por cuanto la
conciencia de ella las privaría de su capacidad ele orientar
la conducta de los individuos mismos.
En segu_ndo lugar, nos remontamos implícitamente a esa
118
consideración cada \·cz que decirnos "los italianos no Lic11cn el
sentido del Estado·'. El significado de esta frecuente y des-
afortunadamente plausible afirmación es el siguiente. :i\Iuy a
menudo, en Italia, modos potencialmente estatales, fijados
por e1 derecho público, ele encaminar y disciplinar el obri.ir ele
los políticos, de los funcionai·ios, de los ciudachrnos, no logran
generar flujos ele actividad efectivamente estatales. Eso
súcec1e tari1bién porque procesos subjefrí os coherentes con
1

esas leyes no se verifican efectivamente en las mentes y no se


traducen en lasprúcticas, ele políticos, funcionarios, ciudada-
nos. Dante, hace muchos siglos, captó un aspecto muy signi-
ficativo ele este, pot: así decirlo, déficit de mediación subjetiva,
en particular, del derecho: ''Le lcggi son, mu chi pon mono ocl
esse?" ("Las leyes están, pero ¿quién echa mano ele ellas?"). En
otras palabras, el derecho establecido encuentra dificultad
.para establecerse como derecho auténticamente vigente.
Aesta altura, ya hemos insistido cleáiasi.ado sobre el modo
sociológ·ico ,.veber·iano ele discurrir sobre el Estado, acentuan-
cloJ~ diversidad con respecto a modos diferentes, comunes en
su ambiente intelectual (y que tienen un eco también en el
italiano, sobre todo entre juristas). Ha llegado el momento ele
enfrentar la sustancia de ese discurso, incluso para evitar un
posible malentendiso con su método. Si, a fin ele cuentas,
como hemos insistido., se cla el Estado siy en cuanto múltiples
individuos, en el ámbito de ciertos aspectos ele su existencia,
accionan de determinados modos, típicamente estos modos
son a su vez prescriptos por expectativas consolidadas y
sancionadas, constituyen complejos de prácticas que se han
vuelto posibles y necesarios por determinados recursos inte-
lectuales y materiales, y se inscriben en un contexto institu-
cionaf preestructurado: Esto vale para Weber como para
Marx, que expresó esta.intuición en un pasaje memorable de
El 18 Brwnario de Luis Bonaparte: "Los hombres hacen la
historia, pero no la hacen a su gusto, en circunstancias
elegidas por ellos, sino en aquellas en las que se encuentran,
y que les han sido dadas y transmitidas por el pasado" ..
Aunque ese escrito de Marx tiene una temática expi·esa-
mente política, su. pensamiento generalmente privilegiaba
netamente el aspecto económico del proceso económico-so-
cial, ·es decir los medios y las relaciones de producción y el
modo en los cuales éstos condicionaban el accionar indivi-
dual. Sabemos ya que Weber, en cambio, consciente de la
importancia de ese aspecto, era igualmente consciente de
~ 119
l1J
la importancia de otros y, en particulpr, del aspeclo político,
del cual-se trata en el éapílulo precedente y en este. En el
_ casó del contex_to político moderno, ¿qué vínculos caracterís-
ticos establece la éxistencia ele un ente político que se pueda
llamar Estado al accionar individual y de grupo, qué altenrn-
_tivas Je.abre. oué_ recursos_e-enera o _sustrae. qu9. i1_1te_r§!~es__
favorece o desfavorece, qué problemas resuelve o crea? En
resumen, ¿qué clase ele animal político es, según Weber, el
Estado?

3. N.-\Tl.iR.-\LEZA DEL ESTADO

Algunas respuestas ya se dieron en el marco ele la discusión


de la tipología weberiana del clorninio político. Volvamos a ver
algunas:

- la identidad fristitutional del Estado, en cuanto ente


político, tiene que ver con la violencia organizada como
instrumento de una forma específica ele dominio del hombre
sobre el hombre; ·
- la legitimidad típica del Estado (a diferencia, en este caso,
ele otras formas ele clomínio político) es de naturaleza legal~
racional; vale decir, el derecho desarrolla un papel crítico en
la generación de esta forma ele legitimidad (y sus límites,
cuando ésta se degrada, podemos decir, a pura legalidad);
~ el Estado se aprovisiona ele recursos princípalrnei1te
·,friediántélos'impuestos;
los objeto.s del dominio político se colifiguran ca_cla vez
más como ciudadanos, es decir, como individuos dotados ele
__ .una subjeti:viclad que el Estado reconoc"e y tutela y, en su
conjunto, constituyen una comunidad política cletipo nuevo:
la nación; ···-- ··
- los.arreglos administrativos a los cuales el Estado confía
la ejecución de sus políticas son_ de tipo burocrático (y de esto
hablaremos mucho más).

_ Para completar esta respuesta se puede partir de una


definición -w_:eberiana relativamente elaborada del Estado/
Estado rrioclemo:

Forma parte de las características formales del Estado actual


un ordenamiento
'. -~
.
administrativo y jurídico sujetó a cam_bios
..... -

::_;
120
mediante leyes, y sobre la base del cunl se orienta el ejercicio
del accionar de grupo del aparato administrativo, n su vez
ordenado mediante leyes. Este ordenamiento pretende tener
\·alidez con respecto no sólo a los miembros del grupo, gene-
ralmente llegados al mismo por nacimiento, sino tamhión en
amplia medida sobre toda acción que tenga lugar dentro del
territorio dominado. Es por ello una organización coactiva de
base territorial. Además, el empleo de la violencia está
considerado legítimo sólo en la medida en que el Estado lo
permite o lo impone ... Este aspecto monopólico del dominio
c:o;:icLi\·o del E,-;lado es un cnr.:íct.cr igualmente esencial de su
:1clunl situación como lo es su naturaleza ele organizaci6n
racional y que funciona continuacTái'nente.

Sirviéndonos ele esta definición y ele otros pasajes tomados


ele varios escritos ele Weber, podemos completar el retrato
conceptual del Estado. En particular, el Estado es un conjun-
to ele prácticas, de recursos, ele personal, cte., que, aun siendo
internamente complejo y divcrsificaélo, se configura y se
. representa cono un todo. En la definición, esto resulta en
particular de la referencia al monopolio de la violencia orga-
nizada (un monopolio puede ser tal sólo si: y en cuanto
encabeza un solo centro ele iniciativa y ele posesión) y ele la
referencia al tenitorio sobre el cual el Estado afirma la unicidad
de su propia jurisdicción.
Qué haga el Estado, y en particular a qué fines miente su
propia acción, es una cuestión muy importante pero a la cual
no es posible dar una respuesta válida para todos los Estados
en todas las situaciones. Dicho ele otro modo, el accionar
estatal es intrínsecamente contingente, el conjunto de los
fines que persigue es (para decirlo en inglés) open-ended. En
la definición esto resulta del hecho ele que el mismo atribuye
a la legislación la tarea ele cambiar expresamente el coriteni-
·do de los ordenamientos jurídicos y administrativos ele cada
Estado y ele determinar el de sus actividades administra-
tivas.
En otros pasajes ele Econoniía y sociedad y en uno de' La
.política comoprofáió1i, Weber es aun más explícito en este
punto en lo que concierne a los fines ele la acción estatal: no
es posible delimitarlos conceptualmente, porque histórica-
mente varían mucho de casoé1i caso. Esto resulta, entre otras
causas, por la concepción posit~'vista del derecho a la que se
asocia Weber, y que resulta, entre otras causas, por recurrir
a-la expresión "leyes" en la definición. Vale decir, que se
121
considera ley toda disposición estatal con. determinadas ca-
n:ictcdsticas formales, producida observando determinados
procedimientos, a su vez formales, y por ello sin referencia
vinculante con n.ingún principio ele carácter sustancial. (De
aquí la problemí:itica, ya mencionada, de
la difícil relación
entre legalidad y legitimidad.) "
'EircJ-Rst~1do libcrül~clcfüocrálifo, adeüüís, lá-cxfsfoncfri. ---
misma de partidos en competencia los unos con los otros, cada
uno ele los cwlles trata de dar al Estado un programa distinto
y un personal dirigente distinto, vuelve parLicularmentc
visible la naturaleza conlingen te de estos dos aspectos vitales
del Estado mismo.

4. MoDALID:\IJES TÍlºlC:\S
DE LA ,\CCIÓN ESTATAL

La acción estatal típica se puede caracterizar como racional:


mente orientada. Esto resulta ele la denominación misma ele
la legitimidad del Estado como legal-racional y se refleja en
varias características ele sus instituciones político-adminis-
trativas.
Típicamente éstas son, ante todo, construidas y puestas en
marcha mediante elecciones constitucionales y organizativas
en buena meclidaexplícitasyconscientes(y, precisamente por
esto, sujetas arevisiones legislativas luego ele los cambios en
las relaciones ele poder entre los partidos). Las propias insti-
tuciones, además, funcionan ele modo ele maximizar la racio-
nalidad. Vale decir que obran: sobre la base ele una considera-
ción consciente ele fines y de medios; tratan ele optimizar la
relación entre empleo ele medios y logro de fines; están
dispuestas a suspender y a sustituir, si fuere necesario,
arreglos y prácticas existentes y sustituirlos por otros; persi-
guen el objetivo de volver, en lo posible, su obrar (y al que es
el sujeto de ese obrar) programable y previsible en sus moda-
lidades, en sus resultados, en sus costos.
En Weber, la acentuación del carácter racional del Estado
(en el sentido indicado) se halla acompañadÓ por un sentido
agudo de los límites y de las paradojas de la racionalidad en
la esfera política en general y de la racionalidad estatal en
particular. Ante todo, la elección misma de la racion13-lidad
como criterio y guía principal de la acción no se pued~, a su
vez,justificar racionalmente. En segundo lugar, esa elección
122
tiene sus costos ~comenzanclu.por la supresión y neutraliza-
ción de los valores incompatibles con ella) y crea sus proble-
mas. Adcrnüs, en cuanto la esfera política gira, al fin ele
cuentas, en torno al poder, y en_ particular a una forma ele
poder que se funda a su vez en !A violencia, es inevitable en
ella un quantwn ele irracionalidad que se revela de manera
particularmente aguda en la esencial irnprcvisibilicbd ele los
resultados de un enfrentamiento armado.
A su vez, este elernentll de irracionalidad se acentúa por
una cnra.cterística central del universo político moderno del
cunl cada E:staclo forma parte, vale decir por la multiplicidad
ele los Estados. Por a1guna razón, en sus escritos sociológicos
Weber no insiste en esta característica ele tal universo, pero
1a da por descontada. Por otra parte, en la definición de Es-
tado nniba mencionada. la referencia a un territorio corno
ürnbito de la acción ele u1~ Estado implica que cada Estado se
yuxtapone con otros, todos con una base territorial di versa.
Ahora bien, las relaciones entre estos Estados que existen
en presencia el uno del otro no son mediadas por la común
subordinación a un ente político que los domine a todos, vale
decir, que instituya a los Estados mismos, los autorice, regule
y sancione sus actividades, ejercite sobre ellos una \'crclaclera y
propia jurisdicción. En cambio, cada Estado 1:iuecle y debe
definir y perseguir. autónomarnente los intereses vitales
· propios, y recurrir a la violencia armada cuando ellos están
en contraste con los intereses vitales de otros Estados, si tal
contraste no se puede mediar o moderar de otra manera. Todo
esto está clarament_e indicado en los escritos, sociológicos o
no, en los que Weber habla ele la así llamada Machtpolitik
("política ele poder") y en particular del papel histórico ele las
grandes potencias. Resulta además ele la recurrencia en la
obra de Weber de lél expresión·; in'spirada por textos de
Tucíclicles, "politisches Pragma", que yo interpretada, un
poco libremente, como sigue: en política, a f'in ele cuentas, son·
los' hechos los que cuentan.
Pero esos hechos son múltiples, deben ser evaluados y
pueden cambiar continuamente, entre otras causas porque
en la búsqueda ele los propios intereses cada Estado puede
aliarse con otros y cambiar con esto los arreglos existentes
dentro del universo político. Esto imparte a la acción estatal
una ulterior característica -su dinamismo, la disposición de
cada Estado a emprender polfticas dirigidas a aumentar su
poder, vale decir, su capacidad de realizar sus propios intere-

® 123

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