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TEXTO 16
Fronterizo, provisional, inconcluso y escurridizo. He aquí una serie de características que marcan
tanto la definición del género como los modos de su composición. Su valor, como espacio de ejer-
cicio de la reflexión y de toma de postura, es puesto en relevancia por teóricos de índole diversa,
como es el caso de Edward Said, para quien el ensayo reviste un carácter fundamental, como ins-
trumento y forma de realización de la crítica en la producción cultural contemporánea.
Ahora bien, ¿qué se ensaya en el ensayo?, podríamos preguntarnos. Escudado en la provisio-
nalidad que el mismo nombre genérico propicia, el ensayista juega a lo inconcluso. Plantea más
interrogantes que respuestas, en una autobiografía de las lecturas con las que dialoga.
un género incompleto, que funciona como un “boceto”, o como un texto subsidiario de otros.
El ensayo es, según Bueno, una suerte de teoría expuesta en un lenguaje nacional (ídem: 98-99), un
ejercicio de la escritura intelectual, sustentado en un aparato teórico, pero que se vale de signos
ligados a la experiencia y la vida, y no de categorías y métodos de una ciencia, de una disciplina.
El ensayo es, podríamos decir para finalizar, un gesto: el gesto de abrir camino, el experimento
con la materia de la palabra, que realiza el ensayista – un precursor por excelencia (según lo defi-
ne Lukács), que confronta con la solemnidad de la academia y la ciencia, y que, encogiéndose de
hombros, asume, con actitud similar a la de Montaigne (autorizado padre del género) que Nuestra
propia y peculiar condición es tan risible como ridícula.
BIBLIOGRAFÍA
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ALGUNOS ENSAYOS
MONTAIGNE, Michel E. (1597). “L- De Demócrito y Heráclito” (fragmento) en Ensayos. Libro I. París:
Casa Editorial Garnier Hnos, 1952. (P. 257 – 258)
Es el juicio un instrumento necesario en el examen toda clase de asuntos, por eso yo lo ejercito
en toda ocasión en estos Ensayos. Si se trata de una materia que no entiendo, con mayor razón
empleo en ella mi discernimiento, sondeando el vado de muy lejos; luego, si lo encuentro dema-
siado profundo para mi estatura, me detengo en la orilla. El convencimiento de no poder ir más
allá es un signo del valor del juicio, y de los de mayor consideración. A veces imagino dar cuerpo a
un asunto baladí o insignificante, buscando en qué apoyarlo y consolidarlo; otras, mis reflexiones
pasan de un asunto noble y discutido en que nada nuevo puede hallarse, puesto que el camino
está tan trillado, que no hay más recurso que seguir la pista que otros recorrieron. En los primeros
el juicio se encuentra como a sus anchas, escoge el camino que mejor se le antoja, y entre mil
senderos delibera que éste o aquél son los más convenientes. Elijo de preferencia el primer ar-
gumento; todos para mí son igualmente buenos, y nunca formo el designio de agotar los asuntos,
pues ninguno se ofrece por entero a mi consideración: no declaran otro tanto los que nos pro-
meten tratar todos los aspectos de las cosas. De cien carices que cada una ofrece, escojo uno, ya
para acariciarlo solamente, ya para desflorarlo, a veces para penetrar hasta la médula; reflexiono
sobre las cosas, no con amplitud, sino con toda la profundidad de que soy capaz, y las más de las
veces tiendo a examinarlas por el lado más inusitado que ofrecen. Aventuraríame a tratar a fondo
de alguna materia si me conociera menos y tuviera una idea errónea de mi valer. Desparramando
aquí una frase, allá otra, como partes separadas del conjunto, desviadas, sin designio ni plan, no
estoy obligado a ser perfecto ni a concentrarme en una sola materia; varío cuando bien me place,
entregándome a la duda y a la incertidumbre, y a mi manera habitual, que es la ignorancia.
(…)
VERA, Helio: En busca del hueso perdido. Tratado de paraguayología. Asunción: RP Ediciones, 1990.
(p. 16 – 17)
-I-
En donde se habla de las escuálidas pretensiones de este ensayo y se describe el esfuerzo realizado en su
perpetración
El objetivo confeso de este ensayo es perpetrar un módico y audaz tratado de paraguayología.
Ciencia inexistente, impugnarán airadamente los escépticos profesionales, eternos negadores de
las glorias patrias, mercenarios contumaces al servicio del oro extranjero. Ciencia que declaro
fundada en este mismo acto, replico yo. Fundada al único efecto de contribuir a la exploración de
un territorio apasionante, poco o mal conocido, pero que ha intrigado a encumbrados talentos de
todas las épocas, desde San Ignacio de Loyola hasta Graham Green, desde Voltaire hasta Carlyle.
Alivia descubrir que estamos aquí ante el desafío de escribir un ensayo y no una monografía
científica. El ensayo permite concesiones y libertades que serían repudiadas en una monografía.
Podríamos decir que el género cobija, maternalmente, a la improvisación. Y también a la renuencia
al rigorismo y a la escualidez metodológica. El que estoy comenzando rehúsa, por eso, enmarcarse
dentro de ninguna disciplina: ni Antropología Social ni Sociología ni Psicología Social ni Sicología
ni Ecología Social. Este ensayo las contiene a todas y a ninguna en particular.
El origen histórico del género puede aclarar cualquier equívoco a quienes se sientan asaltados
por la curiosidad o la duda. Se sabe que lo inventó el barón de Montaigne en el siglo XVI para
asentar sus ocurrencias más diversas sobre simples incidentes de la vida cotidiana. Lo hacía con
expresa exclusión de método alguno y bajo el signo de la duda, motor fundamental del pensa-
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miento. Su insistente pregunta: ¿Que sais je? (¿Qué sé yo?) y sus preocupaciones sobre el arte de
vivir lo convirtieron en uno de los más notables abogados del escepticismo.
Escribir un ensayo permite pues, discurrir alegremente, con tenaz irresponsabilidad, sobre cual-
quier tópico elegido al azar. Se trata de [18] una ventaja indudable porque evita la navegación en
alta mar al modo de las grandes aventuras del intelecto. Sólo promete al lector un manso viaje
fluvial en la lenta estructura de una jangada o de un cachiveo. Itinerario sin sobresaltos, apacible y
seguro, con la siempre amigable cercanía de la tierra, pródiga en promesas de techo, pan y abrigo.
Diccionario de literatura española, Edición dirigida por Germán Bleiberg y Julián Marías, Revista de
(*)
la mayor parte de ellos descuellen tanto en el trato social como escribiendo en su gabinete, y en
esto son superiores a los letrados de los siglos precedentes.
Los letrados, por lo general, son más independientes que los demás hombres, y los que nacie-
ron en cuna humilde encuentran con facilidad, en las fundaciones que dejó Luis XIV, los medios
para asegurar su independencia. Y ya no escriben, como antiguamente, las largas dedicatorias que
el interés y la bajeza ofrecían a la vanidad.
Hay muchos letrados que no son autores y probablemente serán los más felices porque están
libres de los disgustos que la profesión ocasiona algunas veces, de las cuestiones y rencillas que
la rivalidad promueve, de las animosidades de partido y de ser mal juzgados.
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