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UNIVERSIDAD DE HUANUCO

FACULTAD DE DERECHO Y CIENCIAS POLITIAS

ANALISIS DE JUSTICIA Y CARIDAD

CURSO : FILOSOFIA DEL DERECHO

DOCENTE : FLOR F. ABAL BENANCIO

ALUMNO : JHON KENEDY SILVA PEÑA.

CICLO : II

SETIEMBRE 2021

HUANUCO – PERU
DEDICO ESTE TRABAJO A
LA MEMORIA DE MIS
PADRES QUE ME
INCULCARON POR EL
CAMINO DEL BIEN Y LA
JUSTICIA
INDICE

- DEDICATORIA
- INDICE
- INTRODUCCION
-

CAPITULO I

JUSTICIA Y CARIDAD

1- CUANDO EL MERCADO LO DECIDE TODO

2- EGOÍSMO SÍ, PERO CON SENTIMIENTOS MORALES

3-   LA LIMOSNA VUELVE A SER RENTABLE

CAPITULO II

JUSTICIA Y MISERICORDIA

I. EL DIOS DE LA JUSTICIA, DEL AMOR Y DE LA MISERICORDIA

2. LA PRÁCTICA DE LA JUSTICIA

CONCLUSIONES Y SUGERENCIAS

BIBLIOGRÁFIA
INTRODUCCION

El que haya llegado a pensar que, tras la caída del muro de Berlín, han

desaparecido todos los muros, se equivoca, pues todavía existe en nuestro mundo un

terrible muro, que divide a los hombres entre sí, que es el muro de la pobreza o, como lo

expresó Juan Pablo II en la Sollicitudo Rei Socialis, el muro de «la persistencia y a

veces ensanchamiento del abismo  entre las áreas del llamado Norte desarrollado y las

del Sur en vías de desarrollo» (SRS., 14).

Es más, puesto que semejante situación no es efecto de la necesidad o del ciego

destino, sino que en su persistencia tienen que ver decisiones humanas, podemos decir,

hablando en cristiano, que nos encontramos ante un pecado, el pecado de la pobreza,

una de las mayores injusticias que afligen a nuestro mundo. Juan Pablo II llegó a definir

este pecado, en la misma encíclica, como «el pecado estructural», refiriéndose con ello a

los «mecanismos económicos, financieros y sociales» (SRS, 16) que generan de una

manera casi necesaria tales efectos.

Por eso, al abordar este tema de Caridad y Justicia, más que perdernos en

especulaciones teóricas, desearíamos mostrar lo que nosotros, personas creyentes,

llamadas a llevar a los hombres y mujeres de nuestro tiempo el Evangelio (Buena

Noticia) del amor y de la salvación de Dios, podríamos hacer sirviéndonos precisamente

de estas dos virtudes cristianas, la caridad y la justicia, para contribuir a derribar este

muro de la pobreza y de la injusticia, que constituye, a nuestro juicio, una de las peores

blasfemias contra el buen nombre de Dios, pues resta credibilidad a su proyecto de

salvación universal.
Ahora bien, para afrontar esta tarea práctica no deja de ser cierto que es

importante clarificar previamente cuáles sean las auténticas relaciones entre justicia y

caridad, pues no es raro escuchar a quienes reivindican sus legítimos derechos, sean

personas o grupos, frases como ésta: «queremos justicia y no caridad».

Esta frase revela varias cosas. Una, que se sigue manejando el concepto de

justicia expresado por Ulpiano y recordado por Santo Tomás, al entender por tal «la

constante y perpetua voluntad de dar a cada uno lo suyo» 1. Otra, que refleja una muy

pobre concepción de la caridad cristiana, al identificar a ésta prácticamente con la

limosna. Y ambas constataciones dejan en el aire dos cuestiones, a las que vamos a

buscar dar respuesta en estas páginas. Primera, ¿por qué se ha llegado a este

malentendido, a esta visión reduccionista de la caridad, al identificarla con la limosna?

Y, segunda, ¿cómo se podrían superar tales malentendidos, para acercarse a una

correcta visión de las relaciones entre caridad y justicia?

En una primera aproximación al asunto se saca la impresión de que en la raíz del

citado malentendido está, por una parte la determinación de lo que corresponde como

«suyo» a cada cual, sean personas o colectivos, y, por otra, el modo de organizar o de

proceder a esa distribución de lo que es de cada uno, que es a lo que se llama justicia

distributiva, a la que básicamente nos referiremos en nuestra exposición.

CAPITULO I
JUSTICIA Y CARIDAD

I. CUANDO EL MERCADO LO DECIDE TODO

- Unos piensan que la caridad es cómplice de la injusticia, pues aminora los efectos, que

harían rebelarse a los que los sufren.

- Otros piensan que en este mundo autónomo, no tiene lugar la caridad, ya que el Estado

cubre todas las necesidades.

- Otros piensan que la cariad ejerce una suplencia hasta que el Estado pueda cubrir esas

necesidades que atiende la caridad.

- Otros piensan que la Iglesia no tiene que ver con la justicia o injusticias, que eso es

política, y corresponde al Estado.

- Otros piensan que la caridad siempre debe existir: para hacer o exigir la justicia; para

seguir desde donde llega la justicia.

Es innegable que para producir lo necesario y satisfacer así el conjunto de las

necesidades humanas hay que arbitrar un sistema de cooperación. Lo es también que el

reparto equitativo de los bienes logrados a través del sistema de cooperación es un

objetivo necesario. Y a esta tarea se la designa, como dijimos, justicia distributiva.

Pero, ¿cómo se puede organizar la distribución de los bienes? A esta pregunta se

le pueden dar respuestas diferentes. Por ejemplo, en la sociedad en la que la economía

funcionó a partir del trabajo de los esclavos, se le dio una respuesta concreta, y la

sociedad feudal tuvo también su manera de organizar esta distribución. Aquí, sin

embargo, vamos a fijamos en el modelo, no superado todavía, que hace del mercado el

factor decisivo en el modo de organizar tanto la producción como la distribución de los


bienes, y a intentar establecer las repercusiones que este modelo pueda tener en nuestro

asunto.

2- EGOÍSMO SÍ, PERO CON SENTIMIENTOS MORALES

En este epígrafe revisaremos la teoría económica de Adam Smith, o su modo de

concebir la organización de la producción y distribución de bienes, al menos en aquellos

elementos que pueden afectar a nuestro tema.

El primer principio de esta teoría, que se refiere a cuál podría ser el factor motor

de la economía, el autor lo expresaba así en su obra «La riqueza de las naciones»: «No

esperamos nuestra comida de la benevolencia del carnicero, del cervecero o del

panadero; la esperamos del cuidado que ellos tienen de su propio interés. No nos

dirigimos a su sentimiento humanitario, sino a su egoísmo,  y jamás le hablamos de

nuestras necesidades, sino de las ventajas que ellos podrán obtener». No es, pues, el

altruismo lo que mueve a las personas a actuar, a tener iniciativas en el orden

económico, sino el egoísmo. Este pasa así a ser un principio determinante en el

funcionamiento de la economía.

El segundo principio es el de la libre competencia: si dejamos a los agentes

económicos actuar con toda libertad para el logro de sus intereses y beneficio, no sólo

tendremos como resultado el cumplimiento de este objetivo, sino que se conseguirá

alcanzar, además, el bien común.

¿En qué basaba A. Smith esta fe en la fácil conjugación entre interés particular y

bien común, dejando margen simplemente a la libre competencia? En la actuación de

una especie de «mano invisible», mano que se identifica con las «leyes del mercado». A

través de éste se va a llegar al establecimiento no sólo del precio justo de los bienes,
sino también del salario justo: el mercado equilibrará por sí mismo tanto los precios

como la participación en los bienes.

Esta era al menos la fe del autor. Pero ¿se confirmaba en la práctica? El propio

A. Smith pudo ser testigo de que si el egoísmo funcionando según las leyes del mercado

y dentro de la libre competencia producía riqueza, también producía pobreza; si llevaba

a unos al triunfo y al éxito, sumía a otros en la miseria, como fue el caso de la masa de

obreros creada por la primera revolución industrial.

Por eso, analizaba en otra de sus obras estos sentimientos y llegaba a una

conclusión optimista: «Por más egoísta que quiera suponerse al hombre, evidentemente

hay algunos elementos en su naturaleza que le hacen interesarse por la suerte de los

otros de tal modo que la felicidad de éstos le es necesaria, aunque de ellos nada obtenga,

a no ser el placer de presenciarla».( Teoría de los sentimientos morales. F. C. E.,

México 1978, p. 31)

Llegamos así al momento de ver cómo puede repercutir esta teoría económica

sobre el modo de entender la justicia y la caridad, y sus relaciones mutuas. Respecto de

la justicia, en esta teoría lo «suyo» o «debido» a cada uno lo establecerán las propias

leyes económicas o leyes del mercado. Y, si en el funcionamiento de estas leyes se pro-

ducen los desajustes citados, es entonces cuando aparece el contrapeso de los

sentimientos morales para, por la vía de la caridad, procurarles remedio. La caridad

queda reducida así a la limosna y cumple, respecto de la justicia, una tarea supletoria:

suple los límites que son inherentes a la justicia.

2. ¿QUÉ DESIGUALDADES SERÍAN DE RECIBO?

La anterior teoría económica ha sido a través tiempo reformada y reformulada,

pero no abandonada. Una de esas reformulaciones en el plano estrictamente económico

fue la teoría de J. Maynar Keynes. La modificación que este va a introducir será, en


pocas palabras, cambiar el sujeto que haga frente a los desajustes producidos por las

leyes del mercado. La «caridad» que ejercían los empresarios «filántropos», se la confía

al Estado, que pasa a ser de esta manera un Estado «benefactor». Este ejercerá funciones

redistributivas de la riqueza por diversos cauces: jubilaciones pagadas, seguridad social,

ayudas al paro, etc.

A esta reformulación se la ha llamado el «Estado del Bienestar», el cual también ha

tenido su justificación desde el campo filosófico-moral. Una de estas justificaciones ha

sido la «teoría de la justicia», elaborada y difundida por John Rawls. De ella pasamos a

hablar muy brevemente.

Para este autor la equitativa distribución de los bienes, la determinación de lo «suyo» o

«debido» a cada uno no la fija la naturaleza, sino que debe ser establecido a través de

acuerdos racionales. Por eso va a resucitar la teoría del contrato social, pero no para

explicar el origen de la sociedad o de la autoridad, sino para llegar a través del pacto a

un acuerdo sobre los «principios de la justicia».

El punto de partida de su teoría será la concesión a todos los hipotéticos

pactantes de la condición de «personas morales». Ello significa que quienes van a pactar

serán personas libres e iguales, esto es, capaces de decidir sobre sus propios intereses y

con posibilidad de presentar demandas racionales. Y lo que van a decidir mediante

pacto no es la fijación hasta el mínimo detalle de lo que a cada uno corresponderá

recibir en el marco de la cooperación, sino un procedimiento a través del cual las

instituciones, esto es, el Estado, o lo que llama Rawls la estructura básica de la

sociedad3, pueda proceder a una distribución equitativa de los frutos de la cooperación

social.

A este procedimiento le llama «justicia como imparcialidad». Consistiría en

colocar a los hipotéticos pactantes o personas morales en una situación en la que


pudieran decidir con imparcialidad. A esa situación la llama posición original. Está

caracterizada por el velo de la ignorancia4. Se trataría de que los pactantes prescindieran

de todos aquellos conocimientos, como podría ser el del puesto que iban a ocupar en la

sociedad, las ventajas que acompañarán al ejercicio de determinadas profesiones, etc.,

que les impedirían ser imparciales o les inducirían a obtener ventajas a través del pacto.

Dada esta situación estarían en las condiciones adecuadas para pactar unos principios,

los «principios de la justicia», que servirían a las instituciones de criterio a aplicar a la

hora de hacer la distribución equitativa de los bienes producidos por la cooperación

social. Y, supuesto que de lo que se trata es, por una parte de conseguir un adecuado

margen de libertad y, por otra, una igualdad adecuada en el disfrute del resto de los

bienes, como son la riqueza, el poder y el prestigio social, dos serán los principios de la

justicia. «Primer principio: toda persona debe tener igual derecho al más extenso

sistema total de libertades básicas iguales, compatible con un sistema similar de libertad

para todos (principio de la libertad). Segundo principio: las desigualdades sociales y

económicas deben estar ordenadas de tal forma que ambas estén:

a)  Dirigidas hacia el mayor beneficio del menos aventajado, compatible con el

principio del ahorro justo (principio de la diferencia), y

b)  vinculadas a cargos y posiciones abiertas a todos bajo las condiciones de una

equitativa igualdad de oportunidades (principio de la igualdad de oportunidades)»

Se trata, como es fácil de comprobar, de una propuesta moderada, nada

revolucionaria, pues ni cuestiona la libre iniciativa, ni la existencia de desigualdades,

sino que su objetivo es alcanzar una igualdad proporcional y no matemática, a la vez

que un margen adecuado en el ejercicio de la libertad, llegar a un tipo de reparto de los

bienes tan razonable que pudiese ser aceptado por todos, incluso por los menos

favorecidos.
Por eso, la obra de Rawls ha sido interpretada «como una contribución a un intento de

restablecer el consenso, erosionado por la crisis, en torno a las bases normativas del

llamado «Estado social de derecho» o «Estado del bienestar»5.

Respecto a nuestro tema, la teoría de la justicia de Rawls amplía el margen de

las exigencias de la justicia y reduce, en la misma medida, la necesidad del recurso a la

caridad-limosna, pues lo otorgado por el Estado a través del cauce de los principios de

la justicia acordados por todos, se considera como algo «debido» y no como un regalo o

limosna.

En cualquier caso, y sin entrar en las diferentes críticas que se han hecho a esta

teoría, todo parece indicar que sólo sería válida o aplicable a las naciones desarrolladas,

que es donde únicamente se hallan cubiertas las necesidades básicas de la mayoría de la

población y es pensable, en consecuencia, negociar sobre los niveles adecuados del

reparto. Pero, allí donde la mayoría de la población se encuentra prácticamente excluida

del reparto de los bienes, pues carecen de libertad muchas veces, de alimentación y

vivienda adecuadas, de atención médica, etc. casi siempre, ¿sería posible llegar a

semejante acuerdo? Todo parece indicar que no.

Más aún, si los postulados de la teoría se quisieran trasplantar a los países pobres

del llamado tercer mundo, el acuerdo requeriría que las poblaciones del mundo rico

renunciaran a parte de su nivel de vida, para proceder a la nueva redistribución de los

bienes a escala universal. Ahora bien, ¿estarían dispuestas estas poblaciones al sacrificio

de parte de su nivel de bienestar? Tampoco esto resulta evidente.

Para los millones de desheredados, ¿qué quedaría entonces? Parece que no mucho más

que las migajas, esto es, la limosna. Y con ello no habríamos superado la fórmula de las

relaciones caridad-justicia derivadas de la economía de mercado.


3. LA LIMOSNA VUELVE A SER RENTABLE

A pesar de lo dicho en el apartado anterior, no cabe duda que el «Estado del

Bienestar» supuso un avance sobre la teoría de A. Smith. Pero incluso este avance

resultó relativo por varias razones. Primera, porque sólo pudo realizarse en los países

desarrollados, mientras que en los países pobres puede decirse prácticamente que la

situación empeoró durante este tiempo. Y, segunda, porque allí donde se alcanzó el

Estado del Bienestar pronto entró en crisis.

Hoy, en el contexto de la crisis económica mundial, se cuestiona por una parte el

modelo de la redistribución de los bienes del Estado del Bienestar y se está reclamando,

por otra, la vuelta al individualismo y proclamando las ventajas de la libre iniciativa y

de la libre competencia. Las críticas al Estado del Bienestar se multiplican y con ellas

llegan las llamadas a las privatizaciones, a la reducción de las prestaciones sociales y a

la recuperación de la iniciativa privada.

Milton Friedman y los neoliberales advierten que no se puede ser liberal y comunitario a

la vez, que el individualismo y la libre competencia casan mal con las medidas

socializantes y de carácter distributivo propiciadas por el Estado del Bienestar.

El pensamiento neoconservador, por su parte, apuesta fuerte por lo que llaman

«capitalismo democrático». No tienen nada en contra de la vigencia de los supuestos de

este modelo económico y político y sólo piden algunos cambios en el sistema cultural,

como sería el fomentar más la disciplina frente a un uso desmedido de la libertad, que se

habría abierto camino tanto en el arte como en las costumbres; pero todo en orden a

facilitar el mejor funcionamiento de capitalismo democrático.

En lo que respecta al tema de las relaciones caridad-justicia estas nuevas teorías

y sus defensores recuperan la interpretación del liberalismo original en el sentido de

dejar en manos de la iniciativa privada el remedio de las necesidades de los


desfavorecidos y marginados del sistema. Pero con una marcada diferencia. Ahora la

práctica de la caridad-limosna no se fundamenta acudiendo, a unos supuestos

«sentimientos morales» favorables a esa actitud de caridad-limosna, sino acudiendo a

razones económicas: la limosna es rentable, porque desgrava fiscalmente.

En cualquier caso, la redistribución se vuelve a poner íntegramente en manos del

mercado y éste decide los límites de las exigencias de la justicia. El mercado vuelve a

estar por encima de las personas y para paliar los fallos del mercado o curar a sus

víctimas estaría la caridad-limosna.

CAPITULO II

JUSTICIA Y MISERICORDIA

I. EL DIOS DE LA JUSTICIA, DEL AMOR Y DE LA MISERICORDIA

Hasta aquí nos hemos movido en un plano filosófico-moral y hemos descrito el

concepto de justicia y de caridad y el tipo de relaciones que entre ellas se dan partiendo

de los supuestos de la economía de mercado. Desde ella parece que se llega a una

concepción de la justicia un tanto alicorta y salen malparadas tanto la caridad, casi

reducida a la actividad limosnera, y sus relaciones con la justicia. ¿Es ésta la única

forma posible de entender las relaciones caridad-justicia? Pensamos que no y, por ello,

pasamos a contemplar otras posibilidades.

Desde una perspectiva diferente y todavía en el plano filosófico-moral se puede

poner como centro y factor determinante de la producción y distribución de los bienes

no ya al mercado, sino a la persona, concebida como centro y meta de todas las

actividades económicas.

Y también, dando el salto hasta una perspectiva teológico-moral, se puede

intentar contemplar el tema desde el proyecto de Dios sobre la persona e intentar


descubrir cómo se entiende desde ese proyecto la justicia y la caridad y sus mutuas

relaciones.

Situados en esta óptica, ahora el problema va a ser no sólo el plantearse ¿cómo

ser bueno en esta sociedad?, sino llegar hasta otra pregunta más radical: «¿cómo ser

bueno haciendo buena a esta sociedad? (es decir, transformándola) en vistas a una

liberación plena e integral»8 de las personas. O dicho en términos más teológicos, la

cuestión que ahora nos planteamos no es la de «¿cómo ser buenos en Egipto?», sino la

de que «¿cómo salir de Egipto?»9. Queremos, en suma, plantear el tema de cómo

abordar la erradicación de lo que Juan Pablo II ha llamado el «pecado estructural»,

dando por supuesto que tal es el proyecto de Dios.

La caridad no es sólo dar un poco de dinero o de tiempo, ropa usada, o palabras

de consuelo. Es la principal de las actitudes cristianas, que todo lo envuelve y

engrandece. Y en relación con la justicia, “el amor –‘caritas’– es una fuerza

extraordinaria, que mueve a las personas a comprometerse con valentía y generosidad

en el campo de la justicia y de la paz”.

Si esto es así, entonces deberíamos preguntarnos –especialmente los cristianos,

que conocemos que “Dios es amor” (1 Jn 4, 8 y 16)–: ¿cómo es posible que no nos

comprometamos más en estos campos? Y la respuesta sólo puede ser: es que no

amamos bien –“de manera auténtica”, según la encíclica–, o no amamos

suficientemente. Pero este amor nuestro imperfecto y limitado puede ser purificado por

Cristo, si llegamos a conocerle e identificarnos con Él

.En segundo lugar, “La caridad va más allá de la justicia –continúa el texto–,

porque amar es dar, ofrecer de lo ‘mío’ al otro; pero nunca carece de justicia, la cual

lleva a dar al otro lo que es ‘suyo’, lo que le corresponde en virtud de su ser y de su

obrar”.
En efecto. De por sí, la justicia como virtud humana no lleva a dar “lo mío” al otro. Esto

es propio de la caridad o del amor. Ahora bien –continúa el documento–‘ “no puedo

‘dar’ al otro de lo mío sin haberle dado en primer lugar lo que en justicia le

corresponde”. Antes de dar “lo mío” tengo que reconocer “lo suyo” y dárselo. Por eso

“quien ama con caridad a los demás, es ante todo justo con ellos”. En definitiva, “no

basta decir que la justicia no es extraña a la caridad, que no es una vía alternativa o

paralela a la caridad: la justicia es ‘inseparable de la caridad’, intrínseca a ella”.

De aquí deduce el texto que la justicia es ya una primera forma, un primer

camino para la caridad; una parte integrante y necesaria de la caridad; su “medida

mínima” (Pablo VI), pues el amor debe ser “con obras y según la verdad” (1 Jn 3, 18).

Así que la caridad exige la justicia, por un lado. Por otro lado, “la caridad supera

la justicia y la completa siguiendo la lógica de la entrega y el perdón” (Juan Pablo II).

Los hombres –imágenes de Dios– no pueden relacionarse sólo a base de derechos y

deberes, sino también mediante “relaciones de gratuidad, de misericordia y de

comunión”.

2. LA PRÁCTICA DE LA JUSTICIA

La ética tiene un enorme aprecio por la justicia. Ella se manifiesta por un

innegociable respeto por la ley. Por tanto, se deben respetar y cumplir las diversas leyes

que existen en los distintos reinos; asimismo, no se debe dejar de pedir permiso a las

autoridades civiles competentes en las acciones que corresponder hacerlo’. Se deben

cumplir las ordenanzas que dictaminan los magistrados, ya que entiende que ellas se

deben o debieran elaborar desde la virtud de la justicia; además, acepta que el gobierno

de los príncipes es de derecho divino». El respeto debido a los jueces y a las demás

autoridades públicas, más allá de cómo sean en concreto, se les debe por su investidura;

ya que Dios ejerce su justicia indirectamente a través de los hombres revestidos de


autoridad legítima. Desde esta convicción, le dirá al presidente del Parlamento de

Rennes «es usted el principal ministro de la justicia de Dios en su provincia». Lo

expuesto, no quita que el supiera que el drama de su época era que se daban

escandalosas injusticias legales. Constataba tristemente que la justicia de Dios, en

muchas áreas no coincidía con la justicia de los hombres.

CONCLUSIONES Y SUGERENCIAS

La justicia y la caridad, tanto en la antigüedad y hoy, puede parecer una tarea

relativamente simple acceder a ese contenido, meditarlo y practicarlo en lo cotidiano de

nuestras acciones a favor de los más necesitados. Sin embargo, justicia y caridad,

aunque se consideren palabras prácticamente sinónimas, pero son dos conceptos

distintos.

La verdadera caridad no puede resumirse en gestos de asistencia paternalista. la

caridad es el amor desinteresado por toda persona humana, en razón de su intrínseca

dignidad. Es amor al prójimo, que es imagen y semejanza de Dios. Se basa en la

profunda fraternidad de todos los hombres. La caridad tiene una función social, mientras

complementa las exigencias de la justicia, sin sustituirla.

La justicia social tiene como interés específico el bien común colectivo, por

encima de los intereses particulares. Es la dimensión social de la justicia: recibir del

poder público la asistencia a los más pobres, luchar por empleo, vivienda, salud y

educación; y mitigar los efectos negativos de los sistemas económicos que generan

concentración de renta y más desigualdad social.

Muchos confunden la caridad con acciones meramente asistenciales, o entienden

la justicia como un «castigo». Recordemos que la caridad tiene una triple dimensión:

asistencial, promocional y liberadora.


Quien practica la caridad, como dice la Biblia, no puede quedarse solo en la

«conmoción del corazón» (sentir pena o dolor), sino que debe actuar. La caridad es

también colocarse en el lugar del otro, sentir el sufrimiento del otro como si fuera

propio, y ayudarle a liberarse de esa situación de desamparo, abandono y desesperanza.

BIBLIOGRAFIA

1. Teoría de los sentimientos morales. F. C. E., México 1978, p. 31.


2. Teoría de la justicia. F. C. E., México 1979, p. 23.
3. Ibid., p. 29; 133-134; 163-164; etc. J. Rawls, Dewy Lectures,
en «The Journal Of Philosophy», 77, 1 (1980) 518.
4. J. M. González Thiebaut, Convicciones políticas,
responsabilidades éticas. Anthcopos, Barcelona 1990, p. 116.
5. Cit. en J. Rubio Carracedo, Paradigmas de la
política. Anthropos, Barcelona 1990. p. 243.
6. J. M. González-C. Thiebault 1. c., p. 117.
7. E. Dussel: Etica comunitaria. Ediciones Paulinas, Madrid 1986, p.
255.
8. A. Nola M. O’Driscoll : La justicia y la verdad se
encontrarán. Editorial San Esteban, Salamanca 1987, p. 58.
9. R. Aguirre F-F. J. Vitoria: Justicia, en «Myterium Liberationis».
Editorial Trotta, Madrid 1992, vol. II, p. 541.
10. R. Aguirre-F. J. Vitoria, 1. c., p. 552.
11. El principio misericordia. Sal Terrae, Santander 1992.
12. J. Sobrino, La misericordia, principio configurador de lo
cristiano, en Los pobres nos evangelizan. Nueva Utopía, Madrid
1992, p. 66.
13. J. Sobrino, El principio misericordia, p. 32.
14. Idem., La misericordia…, p. 65-66.

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