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Cuerpo y afectividad

en la sociedad contemporánea
Algunas rutas del amor y la experiencia sensible
en las ciencias sociales
Colección Sociología
Serie Estudios

Biblioteca de Ciencias Sociales y Humanidades


Cuerpo y afectividad
en la sociedad contemporánea
Algunas rutas del amor y la experiencia sensible
en las ciencias sociales

Adriana García Andrade


Olga Sabido Ramos
Coordinadoras
Universidad Autónoma Metropolitana
Rector General
Dr. Salvador Vega y León
Secretario General
Mtro. Norberto Manjarrez Álvarez

Unidad Azcapotzalco
Rector
Dr. Romualdo López Zárate
Secretario
Mtro. Abelardo González Aragón

División de Ciencias Sociales y Humanidades


Director
Dr. Óscar Lozano Carrillo
Secretario Académico
Lic. Miguel Pérez López
Jefa del Departamento de Sociología
Dra. María García Castro
Coordinador de Difusión y Publicaciones
Dr. Saúl Jerónimo Romero

Primera edición, 2014


© Universidad Autónoma Metropolitana
Unidad Azcapotzalco
División de Ciencias Sociales y Humanidades
Coordinación de Difusión y Publicaciones
Av. San Pablo 180, Edif. E-004,
Col. Reynosa Tamaulipas, Deleg. Azcapotzalco
C.P. 02200, México, D.F., Tel. 5318-9109
www.publicacionesdcsh.azc.uam.mx

ISBN de la obra: 978-607-28-0261-2


ISBN de la colección de Sociología: 978-607-477-112-1

Se prohibe la reproducción por cualquier medio, sin el consentimiento


del titular de los derechos patrimoniales de la obra.

Impreso en México / Printed in Mexico


Índice

Introducción 11

Cuerpo y afectividad en la sociedad contemporánea 11


Adriana García Andrade y Olga Sabido Ramos

Primera parte

La afectividad 37

Los estudios acerca del amor: un renovado campo de 39


interés para el conocimiento
Anna Jónasdóttir

Dibujando los contornos del amor. Cuatro regiones 81


científicas
Adriana García Andrade

Poliamor – De la promesa de amar a muchos. 131


Un comentario sobre la posición de investigación
Christian Klesse

La envidia como objeto de estudio. Una revisión desde 163


la psicología social
Edwin G. Mayoral Sánchez

Matrimonio, desigualdad de género y bienestar socio- 191


emocional de los miembros de la pareja
Eduardo Bericat

El amor y otros demonios en los tiempos de la moder- 229


nidad tardía
Francesc Núñez, Natàlia Cantó-Milà y Swen Seebach

Emociones, afectividad, feminismo 257


Helena López
Segunda parte

El cuerpo 277

Descifrar el cuerpo. Una metáfora para disipar las 279


ansiedades contemporáneas
Elsa Muñiz

Corporalidad, espacio y ciudad: rutas conceptuales 317


Miguel Ángel Aguilar Díaz

Miradas de las ciencias sociales al cuerpo en México: 347


tendencias temáticas y abordajes disciplinares
Olga Sabido Ramos y Priscila Cedillo Hernández

El cuerpo y las afectividades en Colombia: entre el 393


esteticismo y el miedo
Darío Blanco Arboleda

Índice de autores 435


Cuerpo y afectividad
en la sociedad contemporánea
Adriana García Andrade y Olga Sabido Ramos

Introducción

Es innegable que, en los últimos años, los temas del cuerpo y la


afectividad, específicamente del amor, han sido tratados mun-
dialmente por las ciencias sociales. No es casual que esta plétora
de temáticas tome bríos en nuestra sociedad, en la medida en
que se relacionan con grandes problemas sociales en una época
de incertidumbre y contingencia que se refleja en cuestiones
como por ejemplo, las nuevas formas de emparejamiento, la vio-
lencia en todas sus esferas y los estados afectivos que ésta genera,
la discriminación a personas por su mera apariencia física, los
miedos y angustias que se vuelven cuerpo y que son generados
por condiciones socio-estructurales (falta de empleo o seguri-
dad laboral, inseguridad en las urbes) y un sinnúmero de acon-
tecimientos que se experimentan de manera cotidiana.
En esa medida, la agenda temática no solo es visible en la
academia sino en foros públicos que desde diferentes niveles
tratan de hacer comprensible la conflictiva cohabitación en el
mundo contemporáneo. Por ello, hacer inteligibles los nexos
entre el cuerpo y los vínculos afectivos con procesos científicos
y sociales puede contribuir a ampliar el horizonte de compren-
sión de fenómenos no solo interesantes en las ciencias sociales
sino acuciantes para la sociedad contemporánea.
Sin embargo, no existen investigaciones que den cuenta de las
múltiples condiciones que hicieron posible la aparición expo-
nencial de estas temáticas y cómo esto refleja no solo un cambio
social sino un cambio en las ciencias sociales en general. Menos
aún existen estudios que particularicen acerca de las condiciones

11
específicas en que los temas surgen en México. En tal sentido,
este libro pretende dar cuenta de algunas de las condiciones que
han posibilitado que tal tipo de problemáticas se planteen como
objetos de investigación particulares. Por otra parte, la preten-
sión del libro no acaba con la delimitación de estas condiciones,
sino que busca mostrar algunas de las coordenadas generales de
observación desde donde se leen estos fenómenos.
Es posible afirmar cómo hoy día las ciencias sociales en gene-
ral han dado un viraje significativo en el tratamiento del cuerpo,
la afectividad y más recientemente el amor. Esto no significa
que en el caso de algunas disciplinas dichos objetos de investiga-
ción sean radicalmente nuevos,1 sin embargo, hoy día estamos
ante un escenario que da cuenta de procesos de instituciona-
lización fehaciente en torno a estos temas. Es decir, no estamos
solamente ante la aparición de algún libro o un número redu-
cido de escritos sobre el cuerpo o el amor, sino ante un proceso
colectivo con andamiaje institucional de diversa índole (revistas
especializadas, congresos, proyectos editoriales, seminarios, pos-
grados, grupos de investigación), que se dedica al tratamiento y
discusión de dichos temas a nivel internacional y nacional.2
Esta apertura cognoscitiva ha brindado multiplicidad de po-
sibilidades para hacer inteligibles los diversos sentidos del cuerpo
y los vínculos afectivos entre las personas. Desde esta óptica,
pensar al cuerpo y la afectividad ha significado establecer cómo
aquello que pareciera dado de manera natural se constituye so-
cialmente y de forma diferenciada según la sociedad y configura-
ciones históricas particulares. Acontecimientos que parecieran
explicables desde un orden exclusivamente biológico como
el sexo, nacimiento, enfermedad o muerte; o desde un plano
1
Por ejemplo, para la antropología el estudio del cuerpo desde su dimensión
simbólica no es algo reciente (Turner, 1994). Y para el caso del amor, la
filosofía y la literatura son disciplinas que desde sus inicios lo han tratado.
2
Por institucionalización se entiende la aparición de prácticas de inves-
tigación que implican el habilitamiento de condiciones favorables para la
producción y reproducción del saber a largo plazo (Bourdieu, 2003: 92).
12
meramente individual como la experiencia del amor, los celos,
la envidia; adquieren significados distintos según las culturas,
épocas e incluso las clases sociales, género o la edad. Son diver-
sos los factores que han contribuido a este viraje. Al respecto,
explicaremos este reciente interés por el cuerpo y la afectividad
en dos líneas: el desdibujamiento de las duplas y el proceso de
individualización. Por último, presentaremos algunas delimita-
ciones conceptuales y entrelazamientos analíticos entre cuerpo
y afectividad desde nuestra perspectiva de investigación y que
dan sentido al título del libro.

Desdibujamiento de las duplas

El primero está relacionado con la crítica a los dualismos en el


pensamiento occidental donde uno de los protagonistas en este
giro es el representado por el par cuerpo y mente del cual se
desprenden otros, tales como conciencia/organismo, cultura/
naturaleza y sentido/cuerpo. Dicha herencia tiene larga data,
pero cobra una relevancia significativa con el dualismo carte-
siano y se magnifica en el postulado pienso luego existo, de René
Descartes (Descartes, 1984: 21).3 Tales duplas establecieron du-
rante mucho tiempo una separación entre aquello que sucede
al cuerpo, al organismo, y aquello que es propio de la mente, de la
conciencia. Esta separación tuvo repercusiones en la división de
las disciplinas y sus métodos4 así como en categorías centrales
de la teoría social, por ejemplo, el problema de la acción (García
Selgas, 1994).

3
Descartes es contundente al señalar: “[…] comprendí que yo era una
substancia, cuya naturaleza o esencia era a su vez el pensamiento, substancia
que no necesita ningún lugar para ser ni depende de ninguna cosa material;
de suerte que ese yo […] por el cual soy lo que soy, es enteramente distinto del
cuerpo y más fácil de conocer que él” (Descartes, 1984: 21).
4
Tan solo recordemos la famosa disputa por el método en el siglo xix
entre las denominadas Ciencias del espíritu o Ciencias de la cultura, por una
parte, y las Ciencias de la Naturaleza, por otra.
13
Actualmente las ciencias sociales han atinado en señalar
cómo el cuerpo tanto en su presentación (performance), repre-
sentaciones y sensibilidad está atravesado por la cultura. Si bien
algunos autores mencionan que existió una teoría implícita o
subrepticia del cuerpo en autores clásicos como Georg Simmel
o Marcel Mauss (Turner, 1989; Le Breton, 2002), lo cierto es
que en sus inicios la teoría social no consideraba al cuerpo como
elemento central de sus análisis. Sin embargo, los efervescentes
años sesenta, el posestructuralismo y la fenomenología, el movi-
miento y pensamiento feminista serán centrales para repensar
el problema del cuerpo (Featherstone y Turner, 1995). En los
noventa, tales procesos intelectuales comenzarán a institucio-
nalizarse, como en el caso de la aparición en 1995 de la revista
Body & Society fundada por Mike Featherstone y Bryan Turner,
bajo la firma de la editorial inglesa sage. Un año después, en
1996 se establece en la Asociación Internacional de Sociología
(isa) el grupo temático “Cuerpo y sociedad”. Igualmente en
1994 aparece en lengua castellana un monográfico en la Revista
Española de Investigaciones Sociológicas (reis) dedicada al tema,
coordinado por Carmen Bañuelos.
Las implicaciones analíticas de este viraje al cuerpo han
tenido diversas repercusiones. Así por ejemplo, frente a la idea
cartesiana de que el cuerpo y particularmente los sentidos son
un obstáculo para el proceso de conocimiento,5 se ha apuntado
cómo la experiencia corporal es decisiva en los procesos cogni-
tivos.6 Para sociólogos como Pierre Bourdieu, los desarrollos
de la fenomenología adquieren un significado especial, pues a
contrapelo de la visión cartesiana, para el sociólogo francés
5
Recuérdese que para Descartes: “Como a veces los sentidos nos engañan,
supuse que ninguna cosa existía del mismo modo que nuestros sentidos nos
la hacen imaginar” (Descartes, 1984: 21).
6
Inclusive en el terreno de la sociología de los sentidos, se ha señalado cómo
los sentidos tienen un papel central en el proceso de conocimiento, como en el
caso del olfato, asociado a la memoria en tanto es evocador de recuerdos (Sy-
nott, 2003).
14
“el cuerpo siempre sabe” y lejos de ser un obstáculo en la pro-
ducción de conocimiento, en el cuerpo se condensa un tipo de
conocimiento práctico (Bourdieu, 1991, 1999).
En el terreno de la afectividad, nos enfrentamos con procesos
paralelos que explican el surgimiento de este reciente interés.
Varios de los pensadores clásicos de la disciplina hablaron de
los vínculos afectivos pero, como afirma Eduardo Bericat, este
tema “ocupaba un lugar marginal” en su obra (Bericat, 2000:
147). Un primer viso de institucionalización del trabajo de las
emociones se puede rastrear en los setenta en varios autores y
autoras norteamericanos como Heise, Hochschild, Kemper,
Scheff y Shott (Turner y Stets, 2005: 1; Bericat, 2000); y del
otro lado del Atlántico, a partir de 1989, con el establecimiento
de un grupo de investigación sobre Sociología de las emocio-
nes, bajo el amparo de los organizadores de las conferencias de
Theory, culture and society (Bendelow y Williams, 1998: xv). Y
más reciente, en 2009, aparece Emotion Review bajo el cobijo de
la International Society for Research on Emotions (isre). Pero, al
igual que en el caso del cuerpo, es hasta los noventa que pode-
mos observar una presencia fuerte de artículos y libros de múlti-
ples autores sobre las emociones desde la sociología. De manera
que, en el mismo sentido que en el caso del cuerpo, la pregunta
obligada es ¿por qué el interés en fechas recientes por este tema?
Una de las respuestas a nivel más general tiene que ver con
un cambio en la manera de observar en las Ciencias Sociales y
en las propias Ciencias Naturales. En las primeras, se habla del
cuestionamiento de las tradicionales duplas (mente/cuerpo,
naturaleza/cultura), a la que se añade razón/emoción. Así, las
emociones quedaron fuera del ámbito de investigación cientí-
fica porque se pensaba que eran todo lo que no buscaba la cien-
cia. Para obtener conocimiento objetivo y verdadero, había que
eliminar la emoción –y con ello, la irracionalidad (Idem). Como
hemos señalado, esto se ha visto cuestionado por las líneas de
investigación que se han desarrollado desde los setenta. Del mis-

15
mo modo, en las Ciencias Naturales a través de descubrimien-
tos científicos, la emoción reaparece. Un ejemplo es el emble-
mático texto de Antonio Damasio, médico neurólogo, que en
1994 publica El error de Descartes: emoción, razón y el cerebro
humano (en una clara alusión a la distinción mente/cuerpo im-
plantada por el filósofo francés). Damasio prueba en su libro,
cómo la emoción “asiste al proceso de razonamiento” (2005: 2).
Es decir, desde una visión evolutiva muestra cómo la emoción
permite actuar de manera inteligente “sin tener que pensar de
manera inteligente” (Ibíd.: 3).
Desde otra perspectiva, tres psiquiatras publicaron en el año
2000 un libro sobre el amor. Aquí no plantean que se debe diluir
la diferencia entre razón y emoción. Según afirman, está com-
probado que los “sistemas neuronales responsables de la emo-
ción y el intelecto están separados…” (Lewis, Amini y Fanon,
2000: 1). Esto tiene que ver con que en el desarrollo evolutivo
del cerebro de las especies, las emociones son la parte más primi-
tiva del mismo. Las acciones guiadas por emociones chocan con
aquellas guiadas por el intelecto, porque vienen de circuitos
neuronales distintos. Eso significa que uno no puede decidir si
ama o no a una persona, la razón no controla a la emoción: “La
vida emocional puede influenciarse pero no puede comandarse”
(2000: 31).7
Así, desde otra perspectiva, los autores muestran que para en-
tender diversas acciones humanas, es necesario entender la emo-
ción y no los procesos racionales involucrados. Estos ejemplos,
aunque divergentes en sus aproximaciones, muestran la gestación
de una forma distinta de ver las acciones humanas, una que in-
volucra la emoción sin subordinarla o eliminarla en relación con
7
Al respecto los autores señalan: “[u]na persona no puede dirigir su vida
emocional de la misma manera en que ordena a su sistema motor alcanzar una
taza. No puede imponerse querer la cosa correcta, o amar a la persona correcta…
o a estar contento en tiempos de felicidad. La gente no tiene esta capacidad
no porque les falte disciplina sino porque la jurisdicción de la voluntad está
limitada al último cerebro [en el proceso evolutivo]” (2000: 31).
16
la racionalidad. A todas estas aportaciones se añaden los estu-
dios que desde las ciencias sociales y humanidades se han preo-
cupado por explicar el sentimiento amoroso desde perspectivas
más complejas, que inclusive asocian lo social, psicológico y lo
biológico (García Andrade y Cedillo, 2011a; 2011b).

Proceso de individualización

Otro aspecto relativo al giro se relaciona con un marco epocal


en el que las preocupaciones por el cuerpo y la afectividad ad-
quieren cada vez más relevancia, tanto en espacios públicos
como científicos. Y es que tanto el cuerpo como la afectividad
se inscriben en el marco de las preocupaciones ante el proceso
de individualización en Occidente y su radicalización reciente.
Para el caso del cuerpo, como estableciera Anthony Giddens, en
la actualidad “somos responsables del diseño de nuestros pro-
pios cuerpos” (Giddens, 1995: 132). Así el cuerpo se convierte
en una dimensión que no solo se tiene al nacer, sino que es
sometido a revisión y reelaboración permanente a lo largo de
la vida. En este sentido, el cuerpo se incluye como parte de los
procesos reflexivos propios del self desde la preocupación con-
tinua por ajustarnos a ciertos referentes estéticos, de género
o inclusive estilos de vida hegemónicos; el cuestionamiento de
estos mismos referentes visibles en los usos del tatuaje, piercing,
los cambios de sexo, el vegetarianismo, hasta el uso del cuerpo
como medio de protesta social o los reclamos por los cuerpos
desaparecidos de regímenes autoritarios (Aguilar y Soto, 2013 ).
En el caso de la afectividad para diversos sociólogos, el cambio
epocal y su énfasis en el individuo ha supuesto la construcción
del propio Sentido o de la identidad al margen de las estructuras
tradicionales. El amor se ha convertido en parte del proyecto
vital (Giddens, 2000), una nueva religión que da Sentido (Beck
y Beck-Gernsheim, 2001) o la “validación de la autoexposición”
(Luhmann, 1985). Una de las vertientes en el tratamiento del

17
amor se centra ahora en el individuo, experiencia, cuerpo y rela-
ción con los otros. Por ejemplo, desde el análisis de los mensajes
radiofónicos que la gente envía a sus parientes o parejas, y la re-
levancia que tiene el papel de la voz y la entonación (Boltansky
y Godet, 1995); el papel de la presentación del cuerpo en los
medios electrónicos para la concertación de citas (Illouz, 2007);
o el amor como rito amoroso y la vivencia corporal y emocional
de éste (Collins, 2009).

Cuerpo y afectividad:
delimitación y entrelazamiento

Los debates de la sociología contemporánea señalan  cómo


tanto cuerpo como emociones tienen un papel significativo en
las interacciones, las prácticas y la misma construcción del self.
Para el caso del cuerpo, hoy día autores contemporáneos como
Randall Collins establecen sin reparo que “la sociedad es, ante
todo y por encima de todo, una actividad corporal” (Collins,
2009: 56). Así, el cuerpo no solo es un referente residual en el
análisis de lo social sino un recurso de sentido de la sociedad y
también de la sociología. Es decir, las personas definen marcos
de Sentido con sus cuerpos, ya sea por sus vestidos, gestos, movi-
mientos y sus modos de llevar al cuerpo (según su sexo, clase o
edad); y ello permite la construcción social del mundo, en tanto
con el cuerpo producen significados. Además, dichos significa-
dos son susceptibles de ser interpretados no solo por los pares,
sino también por un observador. Así pues, hoy día la sociología
considera al cuerpo como un elemento clave en la constitución
de la sociedad.
Igualmente, estos reacomodos han posibilitado transitar de
una concepción del cuerpo como objeto, a la noción de corpo-
ralidad como fuente de significados o, según Joanne Entwistle
como “corporeidad” (Entwistle, 2002: 42 y ss.). El cuerpo ya no
se entiende solamente como un agregado de órganos, es corpo-

18
ralidad en la medida en que se asienta en un marco de sentido
delimitado espacio-temporalmente. De la misma manera, el cuer-
po ya no solo es soporte del sentido sino un productor de Sentido
(Sabido, 2012). El legado de Maurice Merleau-Ponty jugó un
papel relevante para el logro de este énfasis tanto en los debates
filosóficos como en las ciencias sociales, pues en la Fenomenología
de la percepción (1945) este autor establece cómo las personas
no solo tienen un cuerpo sino son en el mundo con el cuerpo:
“El cuerpo es el vehículo del ser en el mundo” (Merleau-Ponty,
1957: 88). En tal sentido, tal y como establece Crossley, la ex-
periencia del cuerpo no es solamente una experiencia física sino
significativa (Crossley, 1995: 47).
En este terreno somos conscientes de que no estamos frente
a una sola manera de dar lectura al problema de la corporalidad.
Diversas dimensiones analíticas pueden ser convocadas en di-
cha tarea. Como se verá en los artículos, lo anterior depende de
las disciplinas y de los marcos teóricos en juego. Así, entre las di-
versas posibilidades encontramos la dimensión relativa a los
discursos y su papel en la disciplina y normalización del cuerpo,
donde planteamientos como los de Michel Foucault resultan
clave. Por otra parte, el papel del cuerpo en las prácticas de los
actores es otra dimensión claramente significativa en este viraje
(Bourdieu, 2002). Para Elsa Muñiz, esta vía es una apuesta para
el estudio transdisciplinario de las “prácticas corporales”, tal y
como señala en el artículo de este libro.
Es posible encontrar otra dimensión en el ámbito interactivo
y la atribución de significados que en ésta se da al cuerpo y su per-
formance en tanto vehículo de comunicación (Goffman, 1991,
1997; Collins, 2009; Blanco, 2008). Por otro lado, se encuen-
tran las líneas de análisis que podríamos colocar en la dimensión
de la experiencia, es decir, en la vivencia que atraviesa al cuerpo.
Las perspectivas fenomenológicas y más recientemente la no-
ción de embodiment de Thomas Csordas han sido recuperadas
para este tipo de análisis, tal y como señala Miguel Aguilar en
uno de los trabajos que compila este libro.
19
Una mirada más específica de la experiencia que alude a la
sensibilidad entendiéndola como experiencia sensible llama
nuestra atención, pues constituye una vía analítica a partir de
la cual cuerpo y afectividad se entrecruzan. Como hemos se-
ñalado, los aportes de la fenomenología han jugado un aspecto
central para el estudio de cómo las personas sienten y ello genera
estados afectivos que impactan al cuerpo. Una vía de acceso a
la experiencia sensible se relaciona con la manera en la que se
percibe al mundo desde los sentidos corporales. Esta facultad
del sentir evoca estados de ánimo, emociones y principalmente
afectos que nos hacen relacionarnos con los demás de determi-
nadas maneras (Sabido, 2008: 627-628; Sabido, 2012).
El problema de la relación con los otros a partir de la expe-
riencia sensible, nos ha llevado a precisar la mirada desde la que
entendemos el papel de las emociones. Al respecto hemos op-
tado por el término afectividad; tal decisión tiene que ver con
una posición teórica y analítica que, además, pretende evadir
dos problemas que aparecen desde el estudio de las emociones.
Uno que tiene que ver con un punto de partida individualista y
el otro con la clasificación de qué es una emoción. Respecto al
primer problema, aunque algunos estudiosos de las emociones
puntualizan el “carácter relacional de la experiencia emocional”
(Bendelow y Williams, 1998: xvi), otros abordan el tema res-
pecto a cómo “las estructuras sociales y la cultura influencian el
despertar y flujo de las emociones en los individuos” (Turner y
Stets, 2005: 2). Es decir, aunque se asume que las emociones son
sociales dichos estudios se concentran en el impacto que esto
tiene en el individuo.
El otro problema se concentra en los debates en torno a la
clasificación de qué es una emoción. Un caso emblemático es
el del amor. Como Felmlee y Sprecher documentan, existe una
disputa entre quienes incluyen al amor como emoción y quienes
no. Las razones para afirmar que no es una emoción son que
el amor es una “actitud (Rubin, 1970), una ‘trama’8 (Ekman,
8
Plot, en el inglés original.
20
1992), un sentimiento (Turner, 1970), un síndrome emocional
culturalmente construido (Averill, 1985) […] y es una mezcla de
muchas emociones, como la alegría y la ansiedad (Izard, 1992)”
(Felmlee y Sprecher, 2006: 391). Entre las razones para incluirlo
como emoción está que varios autores tienden a referirse al amor
como una emoción (sociólogos y psicólogos), que “el amor está
presente en diversas culturas, a lo largo de la historia y entre todos
los grupos de edad”, es decir, hay criterios de universalidad que
lo incluyen entre las emociones básicas (Idem).
La anterior discusión nos parece que se puede evitar si el interés
no es la catalogación del amor como emoción sino su relación con
la vinculación entre seres humanos. Desde esta posición, nadie
negaría que el amor supone y/o genera una vinculación afectiva
(una vinculación emocional que puede ser sufrida o gozada).
Nuestro punto de partida es que, la importancia de las emocio-
nes tiene que ver no solo con cómo las creaciones discursivas
históricas moldean la experiencia emotiva, sino con cómo ésta
genera vínculos entre seres humanos corporeizados, los afianza,
los deteriora o los rompe. Lo que nos interesa es la vinculación
humana a través de las emociones como un problema sociológico
central. En ese sentido, consideramos más útil una visión relacio-
nal que permita entender los condicionamientos recíprocos en-
tre corporalidad, emociones y vínculos. Por ello, para enmarcar
nuestra línea de investigación elegimos los rendimientos heu-
rísticos que tiene la mirada eliasiana respecto al terreno de la
afectividad, específicamente lo que Norbert Elias denomina las
vinculaciones afectivas (Affektive Bindungen).
Retomamos la noción de vinculación afectiva de Elias y su
visión relacional y procesual de la sociedad. Para este autor, el
vínculo afectivo supone valencias positivas y negativas, satis-
fechas o insatisfechas. Sin embargo, lo que resulta central en su
argumento es que, “la satisfacción misma no depende tan solo
del propio cuerpo, sino también y en gran medida de las otras
personas” (Elias, 1999: 162). Dado lo anterior, dependemos de

21
los otros para la satisfacción o insatisfacción y esto nos vincula
con ellos. Elias comenta que normalmente se asume que la sa-
tisfacción se limita a necesidades sexuales, pero para este autor
existen otro tipo de impulsos, de vinculaciones afectivas “muy
intensas” que no tienen “coloración sexual” (Ibid.: 163), como
el miedo, la tristeza, el desagrado, la vergüenza (Cfr. 1994).
Pensar en la afectividad en términos de vinculación, no solo
supone lo anterior, también implica repensar la manera tradi-
cional de investigar en sociología que parte de la relación indi-
viduo-sociedad.9 Para Elias, pensar en términos de vínculos su-
pone una complejización de esta distinción elemental. El caso
del amor, afirma, “desafía una conceptualización en términos de
la distinción subjetivo-objetivo, exógeno-endógeno, psicoló-
gico-social” (Elias, 1969: 130). Una relación amorosa entre dos
personas “es subjetiva y objetiva al mismo tiempo” (Ibid.: 131).
Esto es así porque supone varias dimensiones superpuestas: la
experiencia del amor en relación con otra persona, desde el yo;
la experiencia, observación y vinculación en la relación amorosa
que se genera en el nosotros; la observación, experiencia y
vinculación con los relacionados amorosamente por parte de
quienes no están incluidos en la relación amorosa, y que se po-
drían enunciar como ellos. De tal suerte, la sociedad se puede
observar en el moldeamiento de la experiencia afectiva y en la
vinculación con otro específico; en la figuración que aparece en
la relación entre dos personas (que genera una historia especí-
fica inserta en un contexto específico); y en las relaciones de los
amorosos con otras personas.10
9
Para Elias, esta elección de distinciones no es particular de la sociología, la
psicología también parte de la relación individuo-sociedad. La diferencia con-
siste en que los sociólogos señalan la sociedad como la parte elaborada, estruc-
turada que determina al individuo y los psicólogos señalan al individuo como
la parte estructurada y compleja que tiene a la sociedad como entorno.
10
Elias ejemplifica esta complejidad con el caso de la muerte de alguien en la
pareja (cfr. Elias, 1968). Cuando un integrante de la pareja muere, dice Elias,
una parte del que sobrevive muere también (una parte del self diría Mead), esa
satisfacción que se obtenía con esta persona específica se tiene que encaminar
22
A partir de lo anterior, podemos afirmar que la elección de
la propuesta analítica eliasiana nos permite evadir los problemas
del estudio de las emociones (posicionamiento en el individuo,
categorización de lo que es emoción) y subraya aquello que que-
remos resaltar: la afectividad vincula seres corporeizados y, por
lo tanto, personas que sienten. En este volumen nos enfocare-
mos a los vínculos amorosos mayoritariamente (por las razones
antes esgrimidas), pero también se incluye el caso de la envidia
(que puede generar vínculos positivos y negativos, ver Mayoral
en este volumen).

Secciones

Dividimos el libro en dos grandes secciones, la afectividad y el


cuerpo, sin embargo, como hemos señalado, creemos que el fu-
turo de la investigación llevará a la convergencia entre los dos
temas. Por lo pronto se puede trazar una fina línea entre ellos y
a esto responde la división.
La mayoría de los textos aquí incluidos apuntan a una forma
de afectividad: el amor. El énfasis en éste tiene que ver con el
gran interés que ha suscitado en las ciencias sociales a últimas
fechas. Sin embargo, se incluye un texto sobre la envidia y otro
sobre qué implica la aparición de los estudios sobre la afecti-
vidad para las ciencias sociales en general. Con ello esperamos
contribuir al campo de las emociones y los afectos que ya tiene
presencia en México (Aguilar y Soto, 2013).11
Antes de presentar los textos, habrá de advertirse al lector que
el interés principal de los mismos no es decir qué es el amor como

a otras (vincular a otras). Además, las relaciones con otros cambian. Quizá la re-
lación con ciertas personas tenía que ver más con el vínculo que el/la otro/a tenía
con ellas, con la muerte de ésta, la relación también se romperá. La muerte de un
ser querido se traduce en múltiples modificaciones de las relaciones con otros y
de la propia experiencia personal.
11
Por ejemplo con el Coloquio sobre emociones e interdisciplina, que se ce-
lebra desde 2011 organizado por la fes-Iztacala y el iteso-Guadalajara.
23
fenómeno vinculante o por qué es necesario para la humanidad.
La pregunta esencial en todos ellos está puesta en las condiciones
sociales y científicas (el cambio en las ciencias sociales) tanto del
tema como del fenómeno. Es desde esa mirada que mostraremos
los que nos parecen los principales aportes, las coordenadas desde
donde tejen sus contenidos las y los autores en esta sección.
Anna G. Jónasdóttir, especialista en el tema del amor desde
hace varias décadas, nos muestra su sorpresa tanto por la falta
de interés que antes causaba el amor, como por el vuelco y la
atracción que ahora parece generar. Ante las muy variadas for-
mas de investigar el amor en las ciencias sociales y, por ende,
la amplitud de definiciones, logra mapear tres grandes vertien-
tes de investigación en las ciencias sociales. Una marcada por
la disciplina sociológica –y teóricos, en su mayoría hombres
del mainstream–, otra claramente interdisciplinar y una más
con tintes que la llevan fuera del ámbito científico, a la arena
política. Así, el amor se observa desde su posición en la moder-
nidad (su función, su conexión con la economía capitalista, sus
peculiaridades históricas); como una fuerza creativa que está
en el fundamento de la relación humana (que incluye a disci-
plinas como la filosofía, la biología, las neurociencias, incluso
la psicología) y; finalmente, como una fuerza creativa capaz de
modificar la sociedad actual, la fuente de biopoder que acabará
con el capitalismo salvaje.
En el siguiente capítulo Adriana García Andrade busca en-
contrar las diferencias regionales en el tratamiento del amor.
La pesquisa desarrollada en regiones ‘construidas’ apunta a las
diferencias. Sin embargo, como se afirma al final, las diferen-
cias parecen remitir no a contextos regionales o a problemáti-
cas geográficas específicas, sino a las disciplinas que retoman el
tema –a las tradiciones de problemas, autores y teorías discipli-
nares–. Otro de los descubrimientos es el énfasis en las regiones
vislumbradas en el amor de pareja heterosexual por sobre otro
tipo de temática y la existencia de dos grandes marcos de inter-

24
pretación. Uno que apunta a la naturalización de las relaciones
de pareja heterosexuales, diferenciadas por géneros en roles y
poder. Otro, que enfatiza el cambio (como posibilidad o reali-
dad) y en ese sentido desnaturaliza las relaciones de pareja como
un fenómeno cultural, distinto de la reproducción de la especie.
El capítulo referido al poliamor nos presenta las condiciones
de emergencia del tema en la sociedad, a saber, la aparición de
comunidades poliamorosas que comienzan a ‘auto-observarse’.
Pero, además, delinea los tipos de publicaciones al respecto.
Desde los discursos descriptivos del fenómeno (quiénes somos,
qué hacemos, cuáles son nuestros principios éticos), pasando
por los manuales de ‘autoayuda’ (cómo resolver problemas con
tus compañer@s poliamoros@s) ligados a una perspectiva in-
dividualista, y finalizando en los primeros textos científicos. El
fenómeno y el tema del poliamor se presentan en su novedad y,
como afirma Christian Klesse, sus carencias son evidentes: las
diferencias de poder, de clase y étnicos desaparecen en el dis-
curso de esta forma de relación amorosa que promete claridad,
respeto y sinceridad a todos los participantes en la misma.
En el siguiente capítulo, cambiamos de vinculación afectiva,
del amor a la envidia. A diferencia del amor, que parece un tema
ya establecido en el campo de la afectividad, la envidia presenta
un panorama distinto. En una somera revisión de las publica-
ciones sobre envidia, principalmente en el mundo anglosajón
y en México, Edwin Mayoral encuentra que se ha desarrollado
poco. El estudio de la envidia resulta relevante ya que también
es una valencia afectiva que supone comparación con otros. Así,
la diferenciación jerárquica (económica y de poder) de nuestras
sociedades bajo el ideal de la igualdad, puede generar envidia
que se manifiesta en ira y resentimiento. A pesar de la relativa
importancia del tema (como problema social), Mayoral mues-
tra cómo éste ha sido desarrollado por pocos investigadores y
su expansión (mínima) se ha dado más por vinculaciones entre
investigadores (como en el caso de la investigación que se realiza

25
en México) y/o fluctuaciones de interés entre sus cultivadores.
Es decir, el estudio de ‘la envidia’ ejemplificaría cómo la ciencia
tiene sus propias lógicas de evolución y selección de temas plau-
sibles, independientemente de las problemáticas sociales.
Los siguientes dos capítulos presentan dos miradas al fenóme-
no del amor en las sociedades de la modernidad tardía. Una mira-
da privilegia la información cuantitativa y la otra la información
cualitativa. En ambos aparecen las condiciones de posibilidad
del amor en la relación de pareja (heterosexual) contemporánea.
Eduardo Bericat analiza el nivel de bienestar emocional y encuen-
tra que el matrimonio implica bienestar para ambas partes, pero
las mujeres tienen menor bienestar emocional que los hombres.
Tras hacer distintas combinaciones entre hombres y mujeres con
distintos estatus ocupacionales, llega a la conclusión de que es en
la pareja tradicional (donde la mujer tiene un bajo estatus ocu-
pacional y el hombre uno alto) donde ambos obtienen un mejor
nivel de bienestar emocional. Una de las explicaciones a las que
apunta el autor es que los hombres prefieren mantener dominio
económico y de poder a tener un mejor estatus y, para las mu-
jeres, este mejor estatus (dado por el hombre) las coloca en una
posición mejor en la sociedad en general y en comparación con
las otras mujeres. En una fina presentación de posibles relaciones
de pareja y el bienestar emocional, el texto provoca un sinfín de
preguntas al poner en cuestionamiento la supuesta igualación
de los sexos en las relaciones de pareja en las sociedades europeas.
Núñez, Cantó-Milà y Seebach, por su parte, analizan la expe-
riencia del amor en cincuenta personas alemanas y españolas. En
dos lugares aparentemente contrastantes encuentran un mismo
y cambiante sentimiento. Así, la modernidad tardía plantea
condiciones distintas para las relaciones amorosas (sean del país
que sean). Retomando los componentes de la teoría triangular
del amor de Sternberg, analizan las nociones de intimidad, pa-
sión y compromiso en las historias de amor de sus entrevistados.
Encuentran que la intimidad se ha vuelto algo problemático con

26
todos los dispositivos tecnológicos que permiten conservar y di-
fundir detalles privados a lo largo del tiempo y el espacio. Pero
es en el componente de la pasión en donde documentan algo de
lo que ya había perfilado Eva Illouz, el amor en la modernidad
tardía deja de ser comprendido como esa fuerza irracional que
une a una sola persona para siempre, para convertirse en objeto
de una medición racional donde la otra persona puede ser “re-
cambiable”. Así, las emociones quedan también bajo el dominio
de la racionalidad bajo el objetivo de la simetría en la relación.
Finalmente, el compromiso en esta época se resume en una pa-
labra: confianza. La relación puede ser larga o corta, el compro-
miso se acaba cuando la confianza se pierde. Así, confiamos en
el otro (y viceversa), a sabiendas de la imposibilidad de definir la
durabilidad de la relación.
En el último capítulo, dejamos el análisis del fenómeno del
amor para cerrar con las coordenadas del cambio en las ciencias
sociales. Las coordenadas de un cambio que ha permitido que el
amor, la envidia, el cuerpo-emoción o la emoción en el cuerpo
sean temáticas válidas de investigación. Helena López propone,
por un lado, la aparición de un giro afectivo. Después del ‘giro
discursivo’ anclado en la filosofía con Derrida (aunque se po-
drían mencionar a muchos otros autores), aparecen las emocio-
nes y los afectos en el centro del escenario. Emociones y afectos
entendidos como ese excedente de sentido que aparece en toda
interacción, que no se puede reducir al discurso y que tiene efec-
tos en el propio cuerpo y en los otros. Emociones (mediadas cul-
turalmente) y afectos (energía pre-discursiva) que no se reducen
a la experiencia fenomenológica –y por ende quedan encerrados
en el sujeto– sino que pueden modificar/mover al otro y con-
vertirse en fenómenos con consecuencias políticas. La autora es-
boza un ejemplo en el que se observa cómo podríamos entender
estos excedentes de sentido, de tal suerte, un performance tiene
un significado discursivo (escenificación de la violencia), emo-
cional (actos que reflejan dolor, enojo, indignación y miedo) y,

27
afectivo (lo que aparece en la relación entre el performance y el
espectador: las sensaciones sin nombre que se plasman en los
cuerpos en el fluir de la escenificación).
Tal y como deja ver el último capítulo de la sección, la afecti-
vidad y el cuerpo se hallan finamente entreverados. No obstante,
decidimos destinar otra sección a los estudios sobre el cuerpo,
para hacer visible la variedad de disciplinas, temas e inclusive
diferencias de aproximación según los países en torno al mismo.
El capítulo “Descifrar el cuerpo. Una metáfora para disipar
las ansiedades contemporáneas”, de Elsa Muñiz, muestra cuál ha
sido el panorama que ha hecho del cuerpo un objeto de análisis
en las ciencias sociales, en aras de descifrarlo, comprenderlo e
interpretarlo. En esta cruzada, la autora nos presenta algunos
de los aportes fundamentales de disciplinas específicas como
la antropología, la historia y particularmente la teoría feminista.
Igualmente señala cómo las investigaciones alrededor del cuer-
po han logrado establecer un campo de estudio a nivel interna-
cional y nacional. Respecto a esto último, destaca el señalamien-
to del Congreso Internacional de Ciencias, Artes y Humanidades
“El cuerpo descifrado”, celebrado en México desde hace ya diez
años, como espacio institucional que ha sido clave para la comu-
nicación científica de estos intereses en la academia mexicana y
su proyección tanto nacional como internacional.
Del mismo modo, Muñiz establece cómo uno de los grandes
retos en las investigaciones alrededor del cuerpo es trascender el
pensamiento dicotómico entre mente y cuerpo desde una con-
cepción que no escinda al sujeto. En el marco de sus investigacio-
nes recientes, la autora propone “descolocar la dicotomía cuerpo-
mente” mediante el estudio transdisciplinario de las “prácticas
corporales”. Así la autora propone algunos ejes de investigación
específicos, tales como el biopoder y la biopolítica; el disciplina-
miento del cuerpo (gimnasia, medicina, educación); los patrones
estéticos (prácticas de belleza, moda); la sexualidad (identidades
sexuales, pornografía, prostitución); la violencia contra el cuerpo
(mortificación, tortura, guerra); y la protesta del cuerpo.
28
En un esfuerzo por ampliar los estudios en torno al cuerpo, el
capítulo “Corporalidad, espacio y ciudad: rutas conceptuales”,
de Miguel Angel Aguilar Díaz, señala cómo si bien los estudios
sobre cuerpo y corporeidad en las ciencias sociales han ganado
visibilidad y legitimidad recientemente, aún es posible explorar
nuevas rutas de investigación como la relación del cuerpo con
el espacio y la vida urbana. En un primer momento el autor re-
cupera las propuestas de autores que desde diversas disciplinas
(filosofía, antropología, sociología, psicosociología del espacio,
geografía humana, historia) se han dado a la tarea de establecer
vínculos entre cuerpo y espacio, dando lugar al establecimiento
de niveles analíticos, categorías y conceptualizaciones que per-
miten comprender la experiencia corporal del espacio.
Destaca el señalamiento de cómo uno de los autores funda-
cionales en este trazo ha sido Maurice Merleau-Ponty, quien
ya desde la Fenomenología de la percepción (1945) “plantea la
necesidad de recuperar la experiencia de los sujetos en la crea-
ción activa del espacio a partir del cuerpo”. Del mismo modo,
Aguilar muestra cómo otros autores han reflexionado alrededor
del cuerpo y el espacio urbano en las ciencias sociales. Desde
los ensayos pioneros de Georg Simmel, las investigaciones de
Richard Sennett o los aportes de Henri Lefebvre hasta los análi-
sis de Michel De Certeau, es posible advertir diversas figuras y
dimensiones que aluden a las diversas formas de estar con el
cuerpo en la ciudad: actitud blasé, imperio de la mirada, dis-
tanciamiento de los otros, espacios gestuales, ritmos, figuras
del andar y diversas lógicas de desplazamiento; que permitirían
situar al cuerpo en los estudios urbanos y abordar la lógica de
la corporalidad en la ciudad. Como es visible, el interés a escala
mundial del cuerpo, así como los diversos intereses y convergen-
cias disciplinares, invitan a reflexionar sobre cómo aún cuando
se comparten condiciones epocales, debates, preocupaciones,
autores y marcos teóricos específicos, los intereses temáticos y
abordajes según los países presentan particularidades. Si bien,

29
dicha preocupación ya aparece en los primeros capítulos de esta
sección, los dos últimos indagan dicha cuestión para el caso de
México y Colombia respectivamente.
El capítulo “Miradas de las ciencias sociales al cuerpo en Mé-
xico: tendencias temáticas y abordajes disciplinares”, de Olga
Sabido y Priscila Cedillo, muestra cómo a diferencia de otros
contextos, en México el interés por el cuerpo cobra visibilidad
institucional significativa solo recientemente. En el marco de
una “sociología de la sociología” de inspiración bourdiana, las
autoras se dan a la tarea de establecer qué tendencias temáti-
cas predominan en la agenda nacional y qué particularidades
presentan; así como cuáles son los abordajes disciplinares y qué
tipo de encuentros interdisciplinares destacan. Lo anterior a
partir del análisis de artículos de investigación científica apare-
cidos entre 1989 y 2008.
Las autoras identifican cinco tendencias temáticas mayori-
tarias que destacan la relación del cuerpo con el género, salud,
identidad, sexualidad y el problema del sentido; tendencias que
presentan ciertas particularidades ligadas al contexto social del
país y problemas sociales determinados (periodos históricos espe-
cíficos; pluralidad étnica; lucha por los derechos sexuales y repro-
ductivos; problemas de salud pública; violencia, entre otros).
Igualmente, señalan cómo aún cuando el cuerpo como objeto
de estudio representa una posibilidad para “abrir las fronteras dis-
ciplinares” –lo cual es visible en los medios de difusión (revistas
científicas), insumos analíticos, conceptuales y metodológicos–,
no existe un total desdibujamiento de la disciplina desde la cual
se parte. De manera que en el estudio del cuerpo, la porosidad de
las fronteras disciplinares, no implica necesariamente disolución.
Por último, el capítulo “El cuerpo y las afectividades en Co-
lombia: entre el esteticismo y el miedo. Retos para la compren-
sión de la relación intercultural con México”, de Darío Blanco
Arboleda, pone al descubierto las especificidades regionales en
los abordajes latinoamericanos. Su escrito ofrece una perspec-

30
tiva panorámica respecto al tipo de indagaciones e inflexiones
realizadas en Colombia, con la intención de establecer vínculos
e intercambios temáticos y metodológicos con México. Blanco
pone el “dedo en la llaga”: narcotráfico, violencia y miedo son
ámbitos en los que se han concentrado algunas de las recientes
investigaciones en Colombia, cuyo enfoque y perspectivas pue-
den ser útiles para la comprensión de nuestro propio país.
Así por ejemplo, Blanco deja ver cómo en algunas investiga-
ciones se analiza la instauración y difusión de modelos de belleza
y femineidad asociados a patrones hegemónicos de la cultura en
general y de la cultura del narcotráfico masculina en particular.
Así, en determinados contextos el cuerpo femenino se convierte en
“valor de uso y cambio” e inclusive como “herramienta de ascenso”
de muchas jóvenes, aunado a la presión social sobre la apariencia
personal y las respectivas consecuencias en la autopercepción nega-
tiva de ellas mismas.
Igualmente, Blanco señala cómo otro de los ámbitos en los
que se han concentrado las investigaciones en Colombia, se re-
lacionan con el miedo y sus diferentes configuraciones en con-
textos de violencia. De modo que el miedo tiene efectos en la
configuración de las relaciones con los otros, en el uso y la apro-
piación del espacio citadino y en general en las interacciones co-
tidianas. Igualmente, Blanco recupera algunas investigaciones
que en el marco del conflicto colombiano analizan la guerra y
la violencia contra los cuerpos de hombres y mujeres (comba-
tientes, desplazados) y lo que algunos autores han denominado
como un proceso de “encarnación” del miedo. Blanco concluye
en cómo igualmente estas investigaciones dan cuenta de las es-
trategias de las personas que refuerzan vínculos comunitarios a
partir de dichos estados, y logran trascender “la posición pasiva
e inmovilizante de víctima a otra de agente”.
Como un comentario final, queremos resaltar que el mayor
interés en los estudios de cuerpo y afectividad muestra no solo
la variedad de líneas de investigación respecto a estos temas,

31
sino además da cuenta de la necesidad de diálogos transdisci-
plinarios y el enriquecimiento posible de una disciplina como la
sociología frente a otros aportes. Este libro busca ser una contri-
bución a esta tarea.
***

Este libro es producto del proyecto de investigación “Cuerpo


y afectividad en la sociedad contemporánea. Una aproximación
desde la sociología” (conacyt No. 106627) del que fue respon-
sable técnica Adriana García Andrade. El mismo fue registrado
en la uam-Azcapotzalco en el Consejo Divisional de Ciencias
Sociales y Humanidades (No. 961), y fueron responsables
Adriana García Andrade y Olga Sabido Ramos. El mismo se
inscribe en el Programa de Investigación “Modernidad, pensa-
miento sociológico y epistemología” del Área de Pensamien-
to Sociológico, de la uam-Azcapotzalco. Igualmente, Priscila
Cedillo fue parte fundamental en el diseño y desarrollo de este
proyecto. Como toda empresa del conocimiento, este trabajo es
resultado de un esfuerzo colectivo. Por ello, también queremos
agradecer la colaboración de Marian Ferrara, Yolanda Macías,
Patricia Ramírez Lara, Patricia Ramírez Maza, Ángel Ramos,
Víctor Hugo Rodríguez, Viridiana Tejeda, Natalia Tenorio
y Viviana Vargas, quienes con su trabajo y compromiso con-
tribuyeron de manera significativa al proyecto de investigación.

32
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35
Primera parte

La afectividad
Los estudios acerca del amor:
un renovado campo de interés
para el conocimiento1*
Anna G. Jónasdóttir2

A lo largo de los años noventa y especialmente desde el cambio


de milenio, se observa un creciente interés en el tema del amor
en varias disciplinas académicas y en áreas interdisciplinarias de
investigación; entre esas, áreas donde no se esperaría que el amor
fuera uno de sus tópicos. Lo que distingue este interés reciente
es que el amor es visto como un asunto importante, digno de ser
tratado en sus propios términos. Ya sea sexual, filial, religioso, o
“el amor al mundo”, ahora los académicos están explorando el
amor sin traducirlo a otros términos (como trabajo, cuidados,
compromiso, confianza, respeto, deseo o romance). Esta ten-
dencia puede verse, además de en la teoría feminista y los es-
tudios de género, en, por ejemplo, la teoría económica y la fi-
losofía organizacional, la historia, las relaciones internacionales,
el derecho, la medicina y la neurociencia, la filosofía, la teoría/
filosofía política, la psicología, la sociología, la teología. La apa-
rición de redes de investigación o foros que se concentran en
temáticas del amor indica una actitud nueva y afirmativa ha-
cia éste como un tema relevante que puede examinarse bajo sus

1
* Traducción de Yolanda Macías.
2
La primera versión de este capítulo fue presentada como conferencia
inaugural en la conferencia de talleres “Love in our times – A question for
feminism”, efectuada en la Universidad de Örebro, del 2 al 4 de diciembre de
2010; una versión corta de la conferencia se incluye como el Capítulo 1 en
Strid y Jónasdóttir (eds.) 2011. Una versión revisada del capítulo que aquí
se presenta está incluida en Jónasdóttir y Ferguson (eds.) 2014, Love – A
question for feminism in the Twenty First Century, Nueva York, Routledge
Advances in Feminist Studies and Intersectionality.

39
propias condiciones.3 Entre las casas editoriales y los editores de
revistas académicas parece no solo haber desaparecido la renuen-
cia previa para aceptar la palabra “amor” en los títulos de libros
y artículos, sino que ahora incluso es bienvenida. En la sociología
(de la modernidad tardía) la actitud también ha cambiado, allí
en donde el amor había sido percibido (si es que era del todo
percibido) como de interés marginal y en la mayoría de los casos
era considerado como “incómodo” o “imposible” de ser estudiado
sin vincularlo a otros términos. En la teoría/filosofía política, el
amor se ve como el núcleo de un nuevo concepto clave –buscando
desarrollar una nueva teoría acerca del orden social– por muchos
de quienes se concentran en políticas revolucionarias y en la pre-
gunta sobre cómo puede ser posible una transformación funda-
mental del capitalismo global contemporáneo. En la psicología e
incluso en la filosofía, donde el amor ha sido sujeto de considera-
ble interés teórico por más tiempo que en la mayoría de las otras
disciplinas (excepto en la literatura), la influencia feminista so-
bre el trabajo teórico en este campo ha sido sorprendentemente
débil. Aparentemente, y de forma interesante, la creciente aten-
ción puesta en el tema del amor parece ser más fuerte entre los
estudios no feministas que entre los feministas.4
3
Ejemplos de esto se pueden encontrar en los trabajos presentados en foros y
conferencias durante 2008-2009, en España, Reino Unido y Estados Unidos
(Jónasdóttir, 2010: 20). Ejemplos posteriores son: el panel “Geografías
del Amor”, en la Reunión Anual de la Asociación de Geógrafos, Nueva
York, 24-28 de febrero de 2012. La red de investigación “Experiencias
y Representaciones del Amor en el Siglo xxi”, que empezó en 2012 en la
Escuela de Lenguas Modernas en la Universidad de St. Andrews, Escocia.
La segunda Conferencia Global “Género y Amor”, Mansfield College,
Oxford, 25-27 de septiembre de 2012. El seminario “Posicionando el Amor
y el Afecto”, en la Reunión Anual de la Asociación Americana de Literatura
Comparativa, abril 4-7 de 2013. Solo unas pocas de estas instancias están
específicamente relacionadas con la teoría feminista y el género.
4
Nota de la T.: La autora utiliza el término feminist scholars. Elegí tradu-
cirlo como sustantivo y no como sujeto para abarcar tanto a hombres como
a mujeres, respetando así el sentido que la propia autora le da. Sentido que se
pierde en la traducción al español.
40
Entre los estudios de vertiente feminista, el amor –espe-
cialmente el amor sexual y el maternal– ha sido durante mucho
tiempo un asunto con carga política; en consecuencia, ha sido
más difícil tratarlo como tal con seriedad. Aun así, también en-
tre estos estudios el amor se ha hecho más visible (de nuevo)
como un problema teórico sujeto a discusión y como un asunto
político. ¿Por qué? ¿De qué se trata este nuevo y variado interés
en la investigación acerca del amor? ¿Cómo pueden desarro-
llarse aún más los estudios sobre el amor en tanto campo de in-
terés del conocimiento feminista?
El objetivo de este capítulo es mirar más de cerca estos cam-
bios en la atención que le han prestado al tema del amor los es-
tudios de corte feminista y los no feministas. Trataré el “asunto
del amor” de tres modos. En primer lugar, discutiré y argumen-
taré lo que afirmo en el título del capítulo: los estudios sobre el
amor como un nuevo campo. Relacionado con esta discusión,
presento un resumen de mi propio trabajo al respecto. En se-
gundo lugar, continúo con un recuento de la antigua renuencia
para tratar el amor y de cómo es que esa actitud está cambiando.
En tercer lugar, propongo una respuesta preliminar a las pre-
guntas formuladas anteriormente, acerca de cuál es el interés
actual en el amor y cómo podemos entender el surgimiento de
este campo como tal.

Los estudios sobre el amor: un nuevo campo

¿Cuándo es “nuevo” un campo? y ¿qué hace interesantes los es-


tudios acerca del amor? Decir que un campo de estudio puede
tener un sentido nuevo no equivale a negar que algunos aspectos
del tema actual ya fueron tratados antes, ni quiere decir que no
hay continuidad con estudios previos. El carácter relativo de lo
que es y puede ser visto como un nuevo campo en la historia
de la academia se hace evidente si tomamos como ejemplo el
reciente surgimiento y prolífico crecimiento de “el estudio de

41
las emociones como un nuevo campo” desde mediados de los
setenta y en adelante (Wouters, 1992; Kemper, 1990). El in-
terés en las emociones y en cómo estudiarlas no es nuevo en sen-
tido absoluto. Ya Aristóteles había teorizado y definido las emo-
ciones en formas que los filósofos actuales siguen considerando
altamente adecuadas (Lear, 1990: 47-8). Además, las emociones
fueron centrales para los psicólogos y los filósofos (europeos) de
principios del siglo xx (desde Husserl y Heidegger hasta Sar-
tre), y su “reacción contra las insuficiencias de la psicología y el
psicologismo [engendró] una nueva disciplina; la fenomenología”
(Sartre, 1962: 21; énfasis añadido). Aun así, la rápida expansión y
el boom del estudio de las emociones ahora –al final del siglo xx
y principios del xxi– se entienden, y con razón, como nuevos.
Respecto a la “novedad” del campo de los estudios sobre el
amor, esta suposición puede y debe ser respaldada por un con-
junto de, al menos, cuatro criterios (observables empíricamente):
• Hay un crecimiento cuantitativo en el uso del término
amor en las actividades académicas (proyectos, confe-
rencias, redes, publicaciones).
• El amor, como un tema posible de ser tratado en sus
propios términos, se está extendiendo a muchas más dis-
ciplinas y campos interdisciplinarios que los alcanzados
antes de 1990.
• El amor se entiende cada vez más, también entre los teóri-
cos feministas, como un poder creativo, una fuerza pro-
ductiva con (por lo menos) un valor positivo (potencial);
lo que significa que el amor debe ser conceptualizado y
teorizado más allá del poder restrictivo de un (supuesto)
delirio o de una ideología llamada “amor romántico”.
• Tanto entre los filósofos políticos anarquistas intere-
sados en la revolución como en los teóricos políticos y
sociales que prefieren contribuir a mantener el orden so-
cial, el amor es invocado como un concepto clave en sí
mismo interesante.

42
No es posible hacer aquí un recuento exhaustivo acerca de los
dos primeros criterios, que son de índole cuantitativa; aunque
es importante, tendrá que esperar la tarea de mapear y revisar
más a fondo el crecimiento y la extensión del campo. Mi interés
aquí está más enfocado a una cuestión teórica y, por ende, rela-
cionado con los criterios cualitativos anteriormente citados. La
pregunta clave es: ¿por qué el amor es visto ahora como algo
importante y digno de estudio en varios contextos académicos
donde anteriormente no solo era ignorado o ridiculizado sino
también rechazado por (aparentemente bien fundamentados)
argumentos metodológicos? Para responder esta pregunta, dis-
tinguiré y haré un esbozo breve de tres formas de aproximarse
al amor: una sociológica, que sitúa al amor como un problema
central en el estudio del orden/desorden social en la moderni-
dad producido por la individualización, la democratización,
la cultura de consumo y el capitalismo; otra, principalmente
filosófica y biológica, en la que el amor se conecta con la crea-
tividad o con un poder productivo de algún tipo específico; y
una tercera, enmarcada políticamente, donde se invoca al amor
como un concepto clave, útil para una nueva teoría política de
la revolución global.
Mi interés en los enfoques que conectan el amor con la creati-
vidad deriva del modo en que he teorizado el amor, orientada
por un método que he retomado de Marx y que he reinventado
para ajustarlo a ciertas preguntas feministas.
La pregunta clave era ¿cómo puede explicarse la persistencia
del poder de los hombres en relación con las mujeres, o el patriar-
cado, en el occidente contemporáneo, donde las sociedades son
formal/legalmente igualitarias y en el plano socioeconómico,
relativamente igualitarias? Este asunto se relaciona con una teo-
ría de la sociedad y de los cambios sociales, y no primordialmente
con una teoría del self o de la subjetividad. Un concepto dialéc-
tico del amor (que contenía tanto el poder del cuidado5 como el
5
Nota de la T.: La autora usa la palabra care; cuyo significado en inglés va
más allá de “cuidado”; la frase “I care about you” significa decirle al otro: “eres
43
poder erótico/extático) y un distintivo “poder del amor” fueron
el principal resultado de mi revisión del método de Marx en el
(históricamente localizado) campo analítico de la “sexualidad
política” y las relaciones sociosexuales (Jónasdóttir, 1991, 1994,
2009, 2011a). Para el entendimiento del amor es central consi-
derar: (1) que el amor humano es, en ciertos aspectos esenciales,
comparable con, pero no reducible al trabajo humano; por lo
tanto, (2) que el amor como una emoción (y percepción) inte-
rior del individuo está relativamente subenfatizado; focalizo mi
atención en su aspecto o elemento de actividad humana, en las
fuerzas o los flujos relacionales, y los procesos de inter/transac-
ciones que tienen lugar en las relaciones socio-sexuales; (3) que
el “poder del amor” como la “fuerza de trabajo” es una fuerza
social alienable y explotable; (4) que la respuesta, en resumidas
cuentas, a mi pregunta clave anterior es que el patriarcado con-
temporáneo formalmente igualitario depende (además de otras
causas más obvias, como la división del trabajo por géneros) de
la explotación que hacen los hombres del poder del amor de las
mujeres; (5) el “amor humano”, a diferencia de la “fuerza de
trabajo”, califica como una “actividad sensual-humana práctica”
(por citar a Marx, 1970: 122); esto es, como un poder creativo/
productivo específico que provoca cambios y “hace historia”;
(6) que especialmente el “tipo de socialidad que se lleva a cabo
en las relaciones de amor sexual puede ser concebido […] como
poseedor de ‘capacidades para crear al mundo’” (Jónasdóttir,
2009: 65), capacidades que contienen la posibilidad de reci-
procidad genuina entre sujetos co-iguales. Por lo tanto, (7) si
esto es válido, el amor es claramente significativo como un poder
transformador sui generis en la vida social. Tomo el amor y el
trabajo, cada uno a su propio modo, como poderes humanos
causales fundamentales y como “agentes de cambio”, ambos dis-
frutables/útiles para la liberación así como también explotables
para hacer efectiva la dominación de unos sobre otros.
importante para mí”, y esa importancia está dada por afectos. Este sentido es
el más adecuado para lo que la autora quiere decir aquí.
44
Entonces, (8) si el objetivo es estudiar cómo se intersectan,
estructural e institucionalmente, los procesos sociales del amor
y del trabajo (así como otras dimensiones relacionadas con flu-
jos de actividad), se vuelve relevante la naturaleza y significación
distintiva del amor en la vida humana y en el curso de la historia.
Otros procesos sociales –como aquellos por los que se establecen
normas y valores culturales, creencias y conocimiento, o formas
políticas (incluyendo la judicial) y disposiciones instituciona-
lizadas– siempre están involucrados, fusionados o interrelacio-
nados de alguna forma con aquellos del trabajo y el amor. Las
formas culturales y políticas moldean, restringen y promueven,
tanto desde dentro como desde fuera, nuestros enminded bodies6,
las relaciones y marcos sociales, las condiciones cambiantes en las
que las personas trabajan, aman y conducen sus vidas.

Renuencia a estudiar el amor y las razones que


la explican

¿Cómo fue tratado el amor anteriormente en la academia?


Aunque nunca estuvo totalmente ausente, fue común entre los
estudios feministas y entre los no feministas el rechazo a la pala-
bra amor, la falta de atención al tema o la “descalificación” ac-
tiva (cfr. Foucault, 1997/2003: 7) al conocimiento relacionado
con el amor. Para empezar, podemos comparar las condiciones
para lidiar con el amor ahora, a principios del siglo xxi, con la
situación prevaleciente en la década de 1980, cuando yo estaba
escribiendo y publicando por etapas7 el trabajo que después
logré reunir en un volumen, publicado por primera vez como
Love Power and Political Interests (1991). Este trabajo fue tra-
6
Como he escrito en otra parte (Jónasdóttir 1991/1994: 266), la expresión
enminded bodies es mía. Juega con la expresión más común embodied minds.
[Nota de la T.: En la traducción del libro al español, aparece como “cuerpos
con mente” y “mentes con cuerpo”].
7
Todos los capítulos en Jónasdóttir 1991/1994, excepto la introducción
y el capítulo 9, fueron publicados en sueco y/o en inglés, entre 1983 y 1988.
45
ducido al español y publicado como El poder del amor (1993);
así, el título conservó la palabra “amor”. Pero, cuando Temple
University Press publicó el libro (1994), éste fue renombrado
y llamado Why Women Are Oppressed. Yo no estaba conforme
con el título que le pusieron al libro en Estados Unidos, pero
en ese tiempo y espacio no existía la posibilidad de negociar.
Creo que los diferentes títulos de mi libro pueden ejemplificar
claramente lo lejano que parecía, aún a principios de los años
noventa, que los editores más serios utilizaran la palabra “amor”
en el título de un libro, menos aún “el poder del amor”. Es evi-
dente que ha ocurrido un cambio en el mundo de los editores de
trabajos académicos de no-ficción. Un ejemplo de ello es el libro
de Fiona Mackay llamado Love and Politics (2001). En este in-
teresante y buen libro, el amor está únicamente en el título, no
se menciona en el índice, ni en el interior, aunque sí hay mucho
acerca del cuidado [care].
En la década de 1980, el amor era casi inexistente en la teo-
ría feminista, particularmente en el tipo de teoría en el que yo
estaba interesada, es decir, teoría social y política meso y macro
(históricamente localizada, empíricamente orientada) que in-
tentaba analizar y explicar una forma específica de dominación
masculina aún exitosa en las sociedades occidentales contem-
poráneas. Por ejemplo, las afirmaciones tentativas acerca de la
significación teórica y política del amor sexual (como poder
liberador y/o esclavizante) que encontramos en los primeros
análisis feministas radicales, pronto “abrieron paso a una dis-
cusión que se concentró más en las políticas de la sexualidad que
en el amor” (Douglas, 1990: 3). En el feminismo socialista, por
otra parte, los autores de Re-Making Love. The Feminization
of Sex probablemente hablaron por muchos cuando afirmaron
que para las “mujeres, la igualdad sexual con los hombres se ha
convertido en una posibilidad concreta, mientras que la paridad
económica y social permanece elusiva”, y que “el mayor proble-
ma con esta revolución sexual […] es que la liberación sexual

46
de las mujeres se ha apartado del tema más amplio de la libe-
ración femenina” (Ehrenreich, Hess y Jacobs, 1987: 8, 9). En-
tre aquellos que como yo fuimos inspirados por el materialismo
histórico, el centro del análisis feminista siempre fue, de una u
otra forma, el trabajo o la labor [work or labor], dependiendo de
la rama de la tradición de investigación histórico-materialista a
la que se adscribía cada teórico (Jónasdóttir, 1991/1994, cap.
1 y 9). La sexualidad y el amor sexual, cuando se consideraban
teóricamente –si es que eso sucedía– en realidad no contaban
como parte de la “sociedad”. La sexualidad, incluyendo al amor
(especialmente el amor), era parte de la “cultura” y, frecuente-
mente, era teorizada únicamente como medio del poder ideo-
lógico opresivo. En los casos en que el amor, el cuidado y los
afectos, entendidos como prácticas en las relaciones sociales,
incluyendo las relaciones sexuales, eran centrales en los análisis
feministas materialistas, los conceptos medulares estaban atados
al trabajo, se les refería como “trabajo emocional” y “labor emo-
cional” (Hochschild, 1983), “labor sexo/afectiva” (Ferguson,
1989, 1991), o “labor amorosa” que significaba “labor solidaria”
(Lynch, 1989, 2007).8
De cualquier forma, no me parece que la razón por la que en
esa época los estudios feministas se referían en tan raras ocasio-
nes al amor como “amor” se relacionara con un acto pragmático,
con ceder ante las perspectivas de la corriente dominante/mas-
culina entre colegas, editores de revistas o casas editoriales (cfr.
Nota 7). Tampoco creo que fuera necesariamente una conse-
cuencia de las exacerbadas sospechas feministas (y de izquierda)
y de la crítica al amor (especialmente heterosexual) sentimental
y/o romántico, expresadas con mayor o menor fuerza en las dife-
rentes “olas” del movimiento de las mujeres (Goodison, 1983:
48; Hunt, 1994: 401-404; Leach, 1980; Person, 1989: 17). Más
8
De acuerdo con Kathleen Lynch (en una conversación personal), le
recomendaron firmemente no utilizar la palabra “amor”, ni el término
“labor amorosa” en el título de su artículo de 1989; en su lugar, se le solicitó
usar el término “labor solidaria”.
47
bien, parecía improbable, en modo alguno, enfocarse en el amor
per se, al ser un término “cargado ideológicamente” (Rose, 1994:
30), “una obscenidad”, (Ackerman, 1995: xix), o que sonaba
“como una canción pop”, como me dijo en los ochenta un buen
amigo mientras leía mis textos (aunque sin afán de ridiculizar-
los). Los principales horizontes paradigmáticos y los marcos
teóricos que se habían encontrado útiles para los análisis femi-
nistas desde la década de 1960 en adelante (como el materialis-
mo histórico, diferentes vertientes de la teoría psicoanalítica, el
estructuralismo lingüístico francés, seguido por las teorías post
estructuralistas) parecían no tener justificable ningún lugar para
el amor por sí mismo, como algo que no fuera un epifenómeno,
una racionalización de otra cosa más básica. Como tal, el amor
fue reducido a un delirio ideológico, una imagen idealizada de
deseo sexual (inhibido), o un elemento simbólico o discursivo
que desempeñaba un poder disciplinar. En cada caso el poder
explicativo, interpretativo o liberador del amor era visto como
muy limitado.
La rama del pensamiento feminista contemporáneo que
siempre ha estado preocupada por el amor, hasta cierto punto
como una fuerza creativa (Kristeva, 1987a; 1987b) y cada vez
más en los últimos años (Irigaray, 2002, 1996), es la filosofía
del feminismo francés de la diferencia. La proliferación y la in-
fluencia del feminismo de la diferencia ha sido sobre todo en
el plano filosófico, tanto en la filosofía como en la literatura y
los estudios culturales (Toye, 2011, 2010); pero ha tenido una
influencia limitada en las ciencias sociales. Otra rama que recu-
peró el amor en esa época (a lo largo de los años ochenta) fue
la de las académicas feministas que se acercaron a los estudios
de la ciencia y a la teoría del conocimiento. Aquí, el amor era
invocado, en ocasiones vaga y dubitativamente, como un poder
epistemológicamente creativo, que posibilitaba a los científicos
su búsqueda de conocimiento válido y confiable (Jaggar, 1989;
Keller, 1985; Rose, 1994). De forma más reciente, el interés en
el amor “en sus propios términos” entre las teorías feministas
48
puede verse, por ejemplo, en “The politics of love: women’s li-
beration and feeling differently”, de Victoria Hesford (2009).

La oposición y los cambios en curso

En los trabajos recientes que reflexionan sobre este ignorar u


oponerse francamente a tratar el tema del amor, es frecuente
observar que aún existen reticencias y dificultades al acercarse al
tema, pero también hay cambios respecto a cómo se evalúa. Es-
tas muestras del estado cambiante de los estudios sobre el amor
pueden encontrarse tanto en las humanidades como en las cien-
cias sociales y en las ciencias naturales.
De manera sorprendente, si pensamos en el predominio de los
escritos acerca del amor en la historia de la disciplina (Bailey, 1987;
Bologh, 1990; Wernick, 2001), la sociología, y más específica-
mente la teoría social (en el sentido de las teorías de la sociedad
y del cambio social), parece haber sido, por varias décadas, uno
de los contextos académicos donde era más vergonzoso y riesgo-
so para la buena reputación de uno, lidiar con el amor (Dun-
combe y Marsden, 1993; McMahon, 1999; Smart, 2007). Ca-
role Smart, por ejemplo, en su reseña del libro de Paul Johnson,
Love, Heterosexuality and Society (2005), dice que no solo reina
un pesado silencio sobre las áreas del amor y del afecto, sino que
incluso la heterosexualidad como objeto de estudio ha sido evi-
tada. Piensa que esto puede deberse al hecho de que el amor “está
muy dado por sentado como para que el radar sociológico pue-
da percibirlo”, pero añade: “también se debe a que es un campo
analítico minado” (Smart, 2006: 973). De cualquier forma, yo
añadiría, que no hay solo un “radar sociológico”, y tampoco
transfiere automáticamente todo lo que “captura” a los inves-
tigadores o a otras personas interesadas en el conocimiento so-
ciológico. Hay personas –en los distintos radares académicos
de las disciplinas–, entre ellas, personas poderosas, que pueden
percibir problemas que en realidad no eran relevantes anterior-

49
mente, y que así logran legitimarlos, incluso hacerlos centrales
sin preocuparse mucho por los “campos analíticos minados”.
Estoy pensando en el cambio súbito en la sociología en los
primeros años de la década de los noventa cuando los princi-
pales teóricos de la modernidad volcaron su atención hacia el
amor (Beck y Beck-Gersheim, 1995; Giddens, 1992, tras los
pasos de Luhmann, 1986), seguidos por otros a lo largo de los
noventa y en adelante (como Bauman, 2003; Featherstone,
1999; Illouz, 1997, 2007, 2012). Cuando estos teóricos de la
corriente sociológica predominante capturaron en sus radares el
tema del amor, en gran medida pusieron las reglas del juego para
otros –críticos y partidarios por igual– acerca de cómo tratar el
amor en la disciplina. En el Reino Unido, por ejemplo, las tesis
de Anthony Giddens acerca de la transformación democrática de
la intimidad, las relaciones de género y “el amor confluente” han
sido muy influyentes –y criticadas tanto por teorías feministas
como por teorías no feministas–. Algunos que han tratado con
el tema del amor (más o menos abiertamente) por un tiempo
relativamente largo –dentro de los marcos del estudio de la
sexualidad o, en particular, en el subcampo de la sociología de la fa-
milia– aceptaron el reto de evaluar minuciosamente la eviden-
cia que subyace a las afirmaciones de Giddens acerca de los cam-
bios positivos que tenían lugar en la vida íntima de las personas,
y la encontraron insuficiente (Jackson, 1993; Jamieson, 1998;
Langford, 1999). Otros reaccionaron en contra de su versión
de un nuevo ideal y práctica del amor hoy en día, y también en
contra de la expansiva comercialización de las ideas acerca del
amor y del incremento de discursos poco rigurosos en un plano
más general. En consecuencia, argumentaban “en contra del
amor” (Kipnis, 2003) o sugerían que (las construcciones sobre)
el amor, en ese sentido, debían abandonarse (Evans, 2003).
En la filosofía, Irving Singer, autor de la trilogía The Nature
of Love (2009a) [La naturaleza del amor] y de otros trabajos
importantes sobre el amor, escribe, en el “resumen parcial” de su

50
trabajo, que empezó sus “labores en la filosofía del amor en una
época [a principios de los años sesenta] en la que prácticamente
ningún filósofo respetable en el mundo anglosajón consideraba
ese tema profesional, o siquiera digno de respeto” (2009b: xvi).
Psicoanalista practicante, Ethel Spector Person afirmó (1989:
16) que la mayoría de las disciplinas académicas ignoran el
amor y que muchas “personas sienten que tratar seriamente al
amor es como traicionar la propia inocencia”. Los psicólogos
Susan y Clyde Hendrick (1992: 2, ix) señalaron en su libro en
coautoría, Romantic Love, que podían observar “un poco de
aversión hacia el estudio cuidadoso y el análisis del concepto
del amor”; que cuando empezaron su “trabajo acerca de las ac-
titudes amorosas”, más de una década atrás, no sabían cómo lla-
mar su “área de investigación” y “en algunas ocasiones nos senti-
mos como si nuestro trabajo profesional no tuviera un ‘hogar’”.
De cualquier forma, continúan: “Todo eso ha cambiado”, y sub-
rayan la “naturaleza interdisciplinaria” de la nueva disciplina en
crecimiento a la que ellos llaman “relaciones cercanas”. Así, ni la
filosofía, ni la teoría psicoanalítica, ni la psicología han sido un
“cobijo” para el estudio del amor, contrario a lo que se podría
fácilmente pensar; no, sino hasta últimas fechas.
Morton Hunt, un historiador estadunidense especializado
en el estudio psicológico e histórico de esa disciplina, escribe en
una edición revisada y actualizada (1994) de su Natural History
of Love (1959) que, por un largo tiempo, los psicólogos “estu-
diadamente ignoraron el amor como un tema de investigación”,
pero que “la investigación sobre el amor creció lentamente du-
rante los años setenta, explosivamente en los ochenta, y hoy es
un ‘tema de moda’ en la psicología” (Hunt, 1994: 440-41). Que
ciertos temas estén de moda en múltiples y diversas disciplinas
depende, por supuesto, de en dónde miramos (cfr., la queja de
Ornish, más abajo), pero aun así la evaluación de Hunt parece
válida cuando se observa el subcampo psicológico del amor. Por
ejemplo: uno de los teóricos líderes del amor en la disciplina,

51
Robert Sternberg, había coeditado la colección The Psychology
of Love en 1988, un tanto reticente debido al estado de madu-
rez científica del campo. En 2006 publicó The New Psychology
of Love, pero esta vez sin dudar de su legitimidad científica (cfr.
Prefacio del editor, 2006: vii). A pesar de que se representan
visiones diferentes en ese volumen, Karin Weis, la nueva co-
editora de Sternberg, especula en el capítulo de las conclusio-
nes que si bien “es una prospección distante […] la meta final
[quizás es] una teoría del amor que lo abarque todo […] y sea
capaz de explicar todos sus fenómenos sin contradicciones”.
Hasta ahora, por lo menos en la psicología, “uno puede decir
claramente que las cosas se están modificando en el estudio del
amor” (Weis, 2006: 313).
El trabajo en la filosofía del amor también se ha expandido
considerablemente desde que Singer inició su opus en los prime-
ros años de la década de los sesenta, y es considerado tanto “profe-
sional” como “respetable”, aun en la tradición analítica (Frankfurt,
1999; 2004), y no solo en la tradición europea (fenomenológica),
o entre especialistas en Platón y en otros clásicos griegos. Varios de
los trabajos de Singer acerca del amor han sido reeditados, igual
que los de Robert Solomon, otro de los pocos que durante largo
tiempo han sido filósofos del amor. Singer también en fechas
recientes resumió el trabajo de toda su vida y planteó una nueva
visión interdisciplinaria de la investigación del amor, una donde
los académicos humanistas y los neurocientíficos deberían tra-
bajar juntos (Singer, 2009b). Más adelante, en el prefacio de su
libro The Structure of Love, Alan Soble (1990: xi), un promi-
nente filósofo de la sexualidad desde la década de los setenta,
declaró que había “volcado [su] atención hacia el amor”, y que
“las preocupaciones por la naturaleza y la importancia del amor
han reemplazado [sus] preocupaciones respecto a la sexualidad,
en [su] vida intelectual”. También en 1990, Jonathan Lear pu-
blicó Love and Its Place in Nature. A Philosophical Interpreta-
tion of Freudian Psychoanalysis, donde se presenta a Freud como

52
un pensador revolucionario cuya “revolución contuvo tres ele-
mentos relacionados cuya importancia apenas empezamos a en-
tender”. Uno de los tres elementos es “el posicionamiento del
amor como una fuerza básica en la naturaleza” (Lear, 1990: 3).9
De forma similar, cuando en 2009 se vuelve a publicar Works
of Love (1847), del filósofo existencialista Søren Kierkegaard,
el autor del prólogo, el profesor de teología George Pattinson,
da cuenta de un nuevo y exacerbado interés por los trabajos so-
bre la devoción de Kierkegaard, particularmente sobre Works of
Love (Pattison, 2009: vii).
Trabajos recientes en otras disciplinas se quejan de la falta de
conocimiento organizado o acumulado acerca del amor en bases
de datos y en revistas académicas. Por ejemplo, Diane Ackerman
encontró que la “microficha del Archivo de área de Relaciones
Humanas, una base de datos antropológica que representa más
de 300 culturas alrededor del mundo, incluye entradas sobre to-
dos los temas, desde divorcio hasta adornos para la nariz [pero]
no tiene una categoría principal separada o algún código para
el amor”. Añade que los científicos sociales “prefieren estudiar
comportamientos y emociones negativos […] hay incontables
estudios sobre la guerra, odio, crimen, prejuicio, y así sucesiva-
mente”. Así, frecuentemente estudian “lo que pasa cuando el
amor es deficiente, frustrado, deformado o ausente [en lugar
de] el amor per se” (Ackerman, 1995: xxii). Del mismo modo,
el médico Dean Ornish reporta, después de buscar en la base de
datos de la Librería Nacional de Medicina, del año 1966 a 1997,
que “Solo dos de más de nueve millones de artículos […] des-
cribieron la relación del amor con la enfermedad cardiaca”, una
conexión que él asegura, es medible. Al buscar en la psicología,
pensando que “el amor estaría en los dominios de los psicólo-
gos”, en una revisión de veintitrés volúmenes del Annual Review
of Psychology, Ornish “no encontró una sola referencia al amor”
(Ornish, 1998: 9).
9
Los otros dos elementos son “una ciencia de la subjetividad” y “el descu-
brimiento de una forma arcaica del funcionamiento mental”.
53
En la profesión médica, los psiquiatras Thomas Lewis, Fari
Amini y Richard Lannon, cada uno formado en diferentes
tradiciones de su disciplina (en psicoanálisis o bajo la “mano
de hierro del conductismo”), empezaron a colaborar en 1991.
Con tiempo y años de “polinización-cruzada” interdisciplina-
ria, “empezaron a pensar en el amor y a describírselo el uno al
otro en términos que nunca habíamos escuchado”. Habían
perdido confianza en la eficacia del modelo freudiano y en las
explicaciones psicoanalíticas de por qué la gente busca ayuda
por problemas de salud mental y por dificultades en sus relacio-
nes. Su dilema era que otros estudios existentes, que se asumían
como más científicos, tampoco eran de ayuda. Como clínicos,
escribían “debemos responder a las demandas diarias del prag-
matismo”, por lo tanto “peinaron la literatura neurocientífica”
buscando datos que pudieran iluminar lo que nos relaciona, los
lazos que nos unen. “Buscamos, en resumidas cuentas, la cien-
cia del amor”. Sucesivamente, su esfuerzo derivó en lo que
ellos llaman “un paradigma revolucionario dentro [del que]
hemos permanecido […] desde entonces” y que se presenta en
A General Theory of Love [Una teoría general del amor] (2001:
9, 12, 13, 71). Ellos sostienen, por una parte, que la neurocien-
cia moderna ha provisto de aquello que el estudio del amor ha
carecido hasta ahora, y que la “fisiología del amor ha llegado
para quedarse”; por otra parte, evocan una visión humanista no
reduccionista del “amor en sí mismo”, lo que significa que en
su libro los postulados de “investigadores y empiristas se unen
a aquellos de poetas, filósofos y reyes” (2001: 18, vii). Antonio
Damasio, profesor de neurociencia, neurología y psicología, que
ha publicado extensamente (para especialistas y legos) acerca de
las intrincadas conexiones entre emociones y razón en el cerebro
humano, subraya el largo tiempo que tomó, a pesar de teorías
emergentes y evidencia (desde Darwin en ­adelante), dejar entrar
a las emociones en la biología humana y la neurología. “[Con-
forme] las ciencias de la mente y el cerebro fueron floreciendo

54
en el siglo veinte […] las especialidades que agrupamos sin rigor
bajo el nombre de neurociencia, despreciaron tajantemente la
investigación sobre las emociones”, cosa que “empezó a cambiar”
por primera vez hacia el final del siglo (Damasio, [1994] 2006:
xv-xvi). Su trabajo acerca de cómo la razón y la emoción son
interdependientes y de cómo interactúan el cerebro humano, la
mente y el cuerpo también condujo hacia cierto conocimiento
sobre el amor. En la edición revisada de su Descartes’error [El
error de Descartes] (2006: 122) Damasio afirma:

Para la neurobiología del sexo, acerca de la que mucho se sabe ac-


tualmente, ahora podemos añadir el inicio de la neurobiología del
apego, y, armados con ambas, generar un poco más de luz sobre ese
conjunto complejo de estados mentales y de comportamientos que
llamamos amor.

¿P o r qué no estudiar el amor?

Varias razones respaldan la renuencia a estudiar el amor; en su


mayoría son metateóricas (metodológicas, ontológicas o episte-
mológicas) y específicas de un paradigma en lugar de ser especí-
ficas de una disciplina, aunque sí han sido formuladas desde
dentro de una disciplina particular. Incluso podemos encontrar
una postura absolutamente política/ideológica en contra del
estudio del amor, así como ambivalencia, vergüenza y reservas
bien articuladas.10 En una perspectiva positiva, usualmente
seguida, por ejemplo, por la psicología académica, es típico el
argumento metodológico acerca de su elusividad. “[E]l amor era
considerado muy elusivo como para que los psicólogos lo estu-
10
En un artículo en la revista alemana Das Argument, Judith Butler, por
ejemplo, expresa sus “dudas acerca del amor”. En “Zweifel an der Liebe”, esta
autora escribe que le hace sentir incómoda el hecho de no tener respuestas
para preguntas sobre el amor, y deja que su secretaria amablemente rechace
las invitaciones a participar en antologías acerca del amor (Butler, 2007: 13).
55
diaran. No parecía que pudiera ser sujeto de mediciones y análi-
sis sistemáticos”. Pero a finales de la década de los ochenta, el
estudio del amor había “empezado a avanzar de su estatus como
un tema frívolo al de un tema apto para el estudio científico-
conductual” (Weis, 2006: 3; Berscheid, 1988). Es interesante
que Harry Harlow hubiera desafiado treinta años antes esta
razón paradigmática que justifica por qué el estudio del amor
era “ampliamente ignorado” por los psicólogos. Harlow demos-
tró por medio de un experimento (ahora clásico) –el Método
entre métodos en el positivismo y, en gran medida, en las cien-
cias naturales– que los monos bebés necesitaban “amor” (con-
tacto con la piel, suave y tibia) para sentirse bien y desarrollarse.
La sola nutrición les permitía el desarrollo pero eso estaba lejos
de un desarrollo satisfactorio total. En un discurso en el congre-
so como presidente de la Asociación Americana de Psicología,
Harlow (1958) trató de aleccionar a sus colegas y de motivarlos,
pero sin mucho éxito, para dejar de ceder el estudio del amor en
su totalidad a los poetas y artistas. Ahora, en la psicología del de-
sarrollo pocos negarían lo que los psicoanalistas poco ortodoxos
y los conductistas de mente abierta han sabido por décadas, y que
la neurociencia interdisciplinaria empezó a demostrar por medio
de evidencia, concretamente que el “amor, y la falta del mismo”
importa porque “el afecto moldea el cerebro de un bebé” (Lewis,
Amini y Lannon, 2001: 89; Gerhardt, 2004).
También había otras razones metateóricas para ignorar el
amor, o para no tomarlo en serio, además de la razón positi-
vista. Tanto en la teoría psicoanalítica como en el materialismo
histórico (convencional), guiado más por suposiciones onto-
lógicas que por principios estrictos de medición, las razones
para la falta de interés teórico en el amor tenían que ver con que
el amor no era visto como una fuerza en sí misma, sino como
una mera energía sexual sublimada (libido) en el primer caso,
y un fenómeno ideológico de la superestructura cultural (que
ayudaba a mantener la hegemonía burguesa) en el segundo.
Bajo la influencia del giro cultural (incluido el giro lingüístico),
56
que va creciendo en las ciencias sociales, las cosas parecen ser
ahora al revés. El amor como una mercancía construida cultu-
ralmente, que también se cree que funciona como una religión
secular, se ha convertido en un “tema de moda” en la sociología.
Siguiendo a Giddens, a los Beck y a Bauman, Eva Illouz (2012:
9), por ejemplo, afirma que estudiar el amor, específicamente el
amor heterosexual, “no [es] periférico sino central para el estu-
dio de lo que es el núcleo de la modernidad y su fundación” y del
capitalismo consumista contemporáneo.
En el metodológico “no se puede” algunas veces está implíci-
to un ontológico “no se debe” (ético-político): el conocimiento
del amor se idealiza románticamente como perteneciente a no-
velistas, poetas y otros artistas. La naturaleza esencialmente cua-
litativa del amor se representa de tal forma que solo las bellas
artes pueden lidiar con él de forma plausible y como se merece.
Así, se trata de sostener una división natural del trabajo entre
artistas y científicos, las ciencias sociales incluidas.11 Los críti-
cos literarios y los académicos en el campo cultural pueden/de-
ben estudiar el amor porque su materia de estudio es la ficción
y otras formas del arte. De acuerdo con este argumento, tanto
los filósofos como los historiadores del amor deben hacerlo le-
yendo e interpretando ficción en lugar de investigar “la vida en
sí misma”. Así, Martha Nussbaum argumenta, siguiendo a Aris-
tóteles, que “nunca hemos vivido suficiente”; sin ficción, nuestra
experiencia es “demasiado confinada y parroquial” (Nussbaum,
1990: 47).
11
La primera vez que entregué un ensayo sobre el amor en una conferencia
internacional, mi trabajo fue cuestionado con el argumento de que el amor
pertenecía al ámbito de la ficción. Era un taller de Teoría política acerca de la
“explotación” en la conferencia ecpr que tuvo lugar en Barcelona en 1985. El
taller reunía tanto a académicos marxistas como a algunos teóricos liberales.
Yo era la única mujer participante, y nadie, además de mí, mencionó algún
aspecto de la explotación ligada al sexo o al género. Como no era imposible
hablar del amor en ese tipo de encuentros, me dijeron que debía abordarlo en
términos de ideología y posible alienación, no en términos de explotación. El
capítulo 5 en Jónasdóttir 1991/1994 es una versión revisada de aquel ensayo.
57
La antipatía política/ideológica en contra del estudio del
amor tiene más de un tipo de seguidores. De este modo, uno
asume que el amor es una cuestión privada y debe permanec-
er como tal. Posible de conocerse o no, metodológicamente
hablando, el amor, por lo menos el amor sexual, debe permanec-
er en privado, una preocupación de los individuos. Esta postura
tiene su clásico ejemplo, claramente formulado, en las palabras
del senador estadunidense William Proxmire, un “creador de
imágenes poderosas”, cuando en 1975, a través de un comu-
nicado de prensa que “los medios alegremente maximizaron”,
destrozó el trabajo de dos mujeres psicólogas que habían reci-
bido una beca por parte de la Fundación Nacional de Ciencia
para estudiar el amor apasionado y de compañía.12 Hacer pre-
guntas acerca de por qué los hombres y las mujeres se enamo-
ran “no es ciencia”, escribió, y nadie creería las respuestas que
le siguieron. Pero, y éste era su punto principal: “también estoy
en contra de esto porque no quiero una respuesta (itálicas añadi-
das)”. Las preguntas acerca del amor entre hombres y mujeres
estaban “justo en la cima de las cosas” de la vida que él y otros
200 millones de americanos, según él creía, querían conservar
como un misterio (cita de Hunt, 1994: 440-41). Sin embargo,
cuando las y los feministas contemporáneos escriben “en contra
del amor”, como lo dice brutalmente Laura Kipnis (2003) (o,
por lo menos, ¡el título de su libro lo hace!), o sugiere, –con ar-
gumentos bien fundamentados– que la “idea del amor” debe ser
abandonada (Evans, 2003: 143), no es porque quieran “dejar”
[al amor] como un misterio”. Es porque ven que el “prolífico
lenguaje del amor” hoy está siendo usado más para crear miste-
rios que para disiparlos y desterrarlos.

12
Nota de la T.: Passionate and companionate love en la version original en inglés.
58
¿P o r qué/cómo, ahora, es interesante el amor?

El interés actual en el amor regresa a, y reformula, viejas pre-


guntas y propone nuevas acerca de lo que es el amor y cómo
es importante para los individuos y la especie humana, para
diversos componentes y procesos de la vida social en sociedades
presentes, pasadas y futuras o en el mundo en general. Las tres
formas de abordar el amor que se bosquejan en las siguientes pági-
nas indican, me parece, una parte de lo que es nuevo en el campo.
La pregunta que aquí busca respuesta es: ¿qué hace interesante
al amor en tres formas diferentes, y qué espacio –si es que se le
da alguno– se le da al género o al feminismo? La falta de espa-
cio permite solo esbozar la respuesta. Lo que sigue, por lo tanto,
debe ser visto como una agenda sobre la cual habrá que profun-
dizar más adelante.

Un problema en la modernidad

Este modo particular de abordar el amor, que lo ubica como


central para entender algunas de las características principales
de los cambios que están ocurriendo en la modernidad (occi-
dental tardía), ha sido desarrollado por sociólogos alemanes y
británicos. Inicia con Love as Passion. The Codification of In-
timacy [El amor como pasión. La codificación de la intimidad]
(1986) de Niklas Luhmann; fue desarrollado más allá, en di-
recciones parcialmente diferentes, por Ulrich Beck y Elisabeth
Beck-Gernsheim (1995) The Normal Chaos of Love [El normal
caos del amor] y por Anthony Giddens (1991; 1992) especial-
mente en su libro The Transformation of Intimacy. Sexuality,
Love and Eroticism in Modern Societies [La transformación de la
intimidad. sexualidad, amor y erotismo en las sociedades moder-
nas]. Estos trabajos fueron seguidos (y de nuevo, parcialmente
redirigidos) por Eva Illouz, Consuming the Romantic Utopia.
Love and the Cultural Contradictions of Capitalism [El consumo
de la utopía romántica: el amor y las contradicciones culturales del
59
capitalismo] (1997), Cold Intimacies. The Making of Emotional
Capitalism [Intimidades congeladas: las emociones en el capitalis-
mo] (2007) y Why Love Hurts. A Sociological Explanation [Por
qué duele el amor: Una explicación sociológica] (2012); Zygmunt
Bauman, Liquid Love: On the Frailty of Human Bonds [Amor
líquido: Acerca de la fragilidad de los vínculos humanos] (2003);
también para algunas contribuciones francesas, más popular-
mente escritas: Kaufmann, The Curious History of Love, 2011.
Mientras Giddens, después de 1991, 1992, estableció las prin-
cipales condiciones disciplinares sobre las cuales los sociólogos
anglosajones habrían de aproximarse al tema del amor durante
dos décadas, más o menos (por sus tesis: las relaciones amorosas
son interesantes teóricamente porque toman la forma de “la rela-
ción pura” que es característica de la modernidad; la sexualidad
enunciada como “sexualidad plástica” en tanto está desconecta-
da de la función reproductiva; el “amor confluente” ha ganado
terreno sobre el “amor romántico” como el ideal, por lo menos
respecto a cómo deben ser vividas las relaciones heterosexuales
y del mismo sexo), es ahora el trabajo de Illouz –que se enfoca
en las complejas funciones económicas y culturalmente intra-
relacionadas del amor romántico– el que parece estar al frente
de esta forma de teorizar el amor.
Los trabajos mencionados anteriormente tienen similitudes
y diferencias en sus premisas teóricas generales, en su perspectiva
de por qué y cómo el amor es un problema de investigación, si es
visto como interesante teóricamente y cómo, y si los análisis del
amor se vinculan con las relaciones de género o la teoría femi-
nista y cómo. En este espacio no se pueden resolver estas cues-
tiones, ni evaluar el subcampo de los estudios del amor desde
una perspectiva feminista, en forma más completa que como se
ha hecho hasta ahora; pero bien valdría la pena hacer un estudio
más a fondo.13

13
Un nuevo programa de investigación acerca del amor iniciará próxi-
mamente en el Centro gexcel de la Universidad de Örebro.
60
Algunos trabajos sobre el amor escritos por feministas, deli-
beradamente provocadores, están relacionados con esta forma
de estudiar el amor desde la modernidad. Entre ellos existe
un debate en el que posturas feministas opuestas se encuentran.
Una argumenta en contra del amor (en un sentido limitado de
la palabra) precisamente por su asumida subordinación hacia/
y su ocupación por los intereses comerciales y/o poder discipli-
nario de otro tipo; la otra postura aboga por una “reivindicación
del amor”. Por un lado, Laura Kipnis (2003: 39) en su Against
Love. A Polemic [Contra el amor: (una diatriba)] argumenta en
contra del amor considerándolo como la “forma de control so-
cial más eficiente”, y Mary Evans en Love. An Unromantic Dis-
cussion, sugiere que la “idea del amor” debe ser abandonada, no
en el sentido del cuidado y del compromiso, sino en sus “formas
romantizadas y comercializadas” (Evans, 2003: 143). Por otra
parte, Cristina Nehring, en A Vindication of Love. Reclaiming
Romance for the Twenty-First Century [A favor del amor], con-
fronta esa postura. Nehring piensa que Evans y Kipnis “sugie-
ren algo” digno de tomarse en cuenta, pero para esta autora el
argumento sigue siendo que: “El amor romántico necesita ser
reinventado para nuestra época”. Mientras que especialmente
Evans reitera la idea del “amor racional” encontrada en las nove-
las de Jane Austen (un ideal que también fue apasionadamente
defendido en algunas fases del movimiento estadunidense de las
mujeres en el siglo xix, (cfr. Leach, 1980), Nehring afirma que:
“Para aquellos de nosotros que estamos tan aburridos por el
culto al amor seguro, como repelidos por los clichés de odio ha-
cia los hombres, del feminismo de viejo cuño, [el amor román-
tico] necesita ser reformulado” (2009: 15). Los análisis sociales
y políticos sobre el amor, alrededor de los cuales está construido
este debate, se empalman pero también trascienden el amor y la
complejidad de la modernidad como la han presentado los so-
ciólogos de la corriente predominante. El objetivo al traer aquí
este debate es que las posturas opuestas se expresen francamente
y con claridad. Los autores de ambos polos están conscientes de
61
que los hechos y los argumentos en cada caso son, como lo pone
Nehring, “simples y no tan simples”.
Lo que conecta las diferentes contribuciones que se incluyen
en esta forma de estudiar el amor es, entre otras cosas, que se
le trata como un medio constituido culturalmente (un “medio
simbólico de comunicación”, un “código” o una “matriz semán-
tica”) para resolver problemas de índole social; una perspectiva
que presupone una visión, por lo menos implícita, descriptivo-
analítica, incluso explicativa, de múltiples causas del desorden.
El desorden es visto como causado por y causante de cambios
continuos, que genera una diferenciación infinita de todas las
formaciones sociales (Durkheim, Parsons) y/o en la forma de
contradicciones y crisis inherentes en el capitalismo (consumis-
ta) contemporáneo (Marx). Lo que separa las contribuciones es,
por ejemplo, que Luhmann, los Beck, y Giddens se concentran
en el espectro específico de la intimidad, en el amor como un
código históricamente cambiante que regula el “muy normal
caos” en las relaciones íntimas, particularmente, las relaciones
sexuales. En cambio, el énfasis de Illouz está en la economía
(empapada culturalmente), en la cambiante “estructura del self
romántico”, y en el amor romántico como una mercancía cul-
turalmente construida, un producto que –ella asegura– se ha
convertido en una “parte íntima, indispensable” del mercado
capitalista. “Finalmente”, escribe, su “meta es hacer con el amor,
lo que Marx hizo con las mercancías”, mostrar cómo es “pro-
ducido” y cómo circula en el mercado. Illouz piensa que el pa-
triarcado ciertamente explica mucho de la desigualdad estruc-
tural entre los sexos y los privilegios heterosexuales, “pero por sí
mismo no puede explicar la sujeción extraordinaria del ideal del
amor en los hombres y mujeres modernos” (Illouz, 2012: 5-6;
1997: 2). Estoy de acuerdo completamente con Illouz en este
último punto, pero nuestros objetivos teóricos y nuestras pre-
guntas de investigación son muy diferentes, así como nuestras
maneras de hacer un uso metodológico de Marx.

62
Hay mucho más qué averiguar y qué decir acerca de las co-
nexiones implícitas y explícitas entre estos trabajos y el género
y la teoría feminista. Mucho se ha dicho ya acerca de Giddens,
especialmente en las múltiples lecturas críticas feministas. Para
mí, el trabajo de Luhmann ofrece una rica historia conceptual
sobre el lenguaje cambiante y la producción de significados del
amor. En mi lectura, sus análisis (cfr. también Luhmann, 2010),
incluyendo aquellos de la codificación contemporánea de la
intimidad, están mucho más libres de ilusiones contaminadas
ideológicamente (ambivalentes hacia el feminismo) que los tra-
bajos de los Beck, de Giddens y de Bauman.

Poder creativo

Una parte de mi respuesta tentativa a la pregunta de a qué se


debe el interés actual en el amor es que éste está siendo conecta-
do cada vez más, en varios contextos disciplinares e interdiscipli-
nares, con la creatividad. Se considera que es un poder creativo/
productivo fundamentalmente significativo y único, por lo tanto,
capaz de producir cambio, algo nuevo. Sea para bien o para mal,
eso es otra cosa. Pensar de esta forma lo que el amor (en realidad
o potencialmente) es, está no solo abierto a varias perspectivas
teóricas, también nutre diferentes intereses del conocimiento
que se encuentran en conflicto, como la forma parcialmente
dividida, esbozada anteriormente, de tratar el amor como un
problema del orden social cambiante en la modernidad, o el
aparentemente contradictorio interés en el amor como algo vi-
tal tanto para el orden social como para la revolución. ¿Por qué
delimitar esto como una forma particular de pensar el amor?
¿No se empalma en gran medida con la otra forma ya referida
relacionada con la modernidad, donde la fuerza codificadora
del lenguaje del amor está amarrada al “capitalismo emocional”
(Illouz, 2007) y, por lo tanto, toma la forma de lo que podría
ser llamado creatividad comercial, que también se une con las

63
fuerzas liberadoras democráticas del individualismo institucio-
nal (los Beck y Giddens)? La delimitación se justifica en tanto la
teoría sociológica de la modernidad propone el amor como esen-
cialmente una representación (aparente) de algo más; el amor
–en cuanto arena de conflicto– es visto como el epicentro de
tensiones sociales provenientes primariamente de otras fuerzas
que se están moviendo más profundamente. Los trabajos men-
cionados aquí para ejemplificar la forma de tratar el amor desde
la creatividad no piensan en el amor como un epifenómeno; el
amor, por sí mismo, es una de las fuerzas que se están moviendo.
La tercera perspectiva (que se bosquejará más adelante), enton-
ces, sería un caso especial, políticamente cargado de esta segunda
forma. Las tres formas se intersectan en varios puntos pero, con
la finalidad de discernir cómo, primero deben ser distinguidas
analíticamente.
¿Cómo es abordado el amor en esta segunda forma y qué se
asume que crea el amor entendido como una fuerza creativa?
Para la última pregunta, tengo un listado con seis esbozos de
respuesta; ya he hecho referencia a algunos anteriormente. La
primera (desde la epistemología feminista) sugiere que el amor
puede generar conocimiento (científico) más válido y confiable
del que produciría una actitud sin-amor en aquel que busca cono-
cimiento (Keller, Jaggar, Rose). La segunda (desde la psicología
del desarrollo, la medicina y la neurociencia) dice que el amor
moldea el cerebro humano, afecta mensurablemente la salud
de la gente y su bienestar en general (Lewis, Amini, Lannon;
Gerhardt; Ornish; Damasio); una tercera (de un biólogo) pro-
pone que juega un rol fundamental en la evolución de la espe-
cie humana (Maturana y Verden-Zöller, 2008). Para la cuarta,
una relación amorosa crea valor afectivo, tanto en uno mismo
como en el otro (Singer, 2009b: 112-16); la quinta afirma
que el amor incondicional es la fuerza sanadora, totalizante,
vinculante, unificadora en el universo, un poder que hace la
identidad, la unidad y la paz posible (Bhaskar, 2002: 175, xiv);
y la sexta sostiene que al permanecer fiel a su género, hombres
64
y mujeres, en los encuentros amorosos liberan los “productos
de la creatividad de la diferencia”, y así –posiblemente– pueden
generar felicidad en la historia (Irigaray, 1996: 30, 146).
En esta segunda forma de estudiar el amor es común encon-
trar un llamado al trabajo interdisciplinario. Nadie asegura que
todas las “fronteras disciplinares [hayan] desaparecido” (García
Andrade y Cedillo, 2011), pero algunas de las contribuciones
más interesantes al campo vienen de colaboraciones interdis-
ciplinarias como las mencionadas anteriormente entre físicos
y neurocientíficos. Otro ejemplo de trabajo interdisciplinario
fructífero es The Origin of Humanness in the Biology of Love, de
Humberto Maturana y Gerda Verden-Zöller. Ellos piensan que
la historia evolutiva de nuestro linaje “debió haber sido […] a
través de la conservación sistémica, generación tras generación,
de una forma de vida en el aprendizaje de los niños, y no a
través de alguna afortunada serie de mutaciones y recombina-
ciones genéticas”. Verden-Zöller, un psicólogo del desarrollo, y
Maturana, un biólogo, desarrollaron un punto de vista acerca
de “la naturaleza biológica-cultural intrínseca de lo humano”.
La evolución de “la matriz biológica-cultural de la existencia hu-
mana” deriva de relaciones lúdicas padres-hijos14 y argumentan
que “el amor era la emoción fundamental que hizo posible el
surgimiento del lenguajear15 en la familia ancestral”. El libro
fue escrito en 1994 pero se publicó por primera vez en 2008.
Maturana menciona que lo que en 1994 parecía ser una osada
proposición evolutiva, “actualmente parece más que posible”
(2008: 4, 7, 5). Hay muchas otras teorías especulativas acerca
de la evolución de lo humano. Una es de la autoría de Jürgen
Habermas, quien asume que el estado inicial de la evolución
social y que derivó en la forma específica en que los humanos
reproducen la vida “tuvo lugar, primero, en la estructura del

14
Estos autores escriben “padre-hijo”, pero nada en el texto, pienso, con-
tradice que la “madre” pueda ser la persona a cargo de la crianza.
15
Nota de la T.: Languaging, en el inglés original.
65
trabajo y del lenguaje” (1984:137). Podría resultar interesante
una comparación entre estos dos trabajos, cuyo foco de aten-
ción es la importancia relativa que se le otorga al amor, el trabajo
y el lenguaje.
En su prospección para la filosofía del amor, Singer contem-
pla que los estudios humanistas y la ciencia se unan –en tér-
minos iguales–. “Me gustaría que mis especulaciones futuras
acerca del amor se amalgamaran con algo de la investigación que
está ocurriendo actualmente en la neurociencia y en los estudios
cognitivos”. Le gusta la idea de una investigación interdisciplina-
ria entre científicos y humanistas, lo que muchas universidades
norteamericanas, la suya incluida, han fomentado. El problema
es que hasta ahora “poco se ha logrado en esa dirección” (Singer,
2009b: 117).
La división entre quienes conforman esta segunda forma de
tratar el amor se ubica en la disyuntiva: el amor como fuerza/
ideal “real” en un mundo trascendental versus el amor terrenal
en toda su pluralidad. Y es aquí donde se oponen de forma más
evidente la filosofía de Bhaskar y la de Singer.

Entre la religión y la revolución

Tanto la experiencia como los discursos sobre el amor han es-


tado por largo tiempo, y siguen estando, íntimamente relacio-
nados con las religiones y las revoluciones; para bien y para mal
y, al parecer, para el mundo en general y para sus mujeres en
particular. Terry Eagleton, por ejemplo –uno de los numerosos
intelectuales de izquierda de las décadas sesenta y setenta que
se han volcado/regresado a la religión y a las fuentes bíblicas tex-
tuales buscando fundamentos para las luchas políticas y las fuer-
zas revolucionarias– escribe en su Reason, Faith and Revolution
que una razón que explica la influencia cristiana es que “sitúa
el amor en el centro de su visión del mundo” (Eagleton, 2009:
31). Sin embargo, situar el “amor en el centro” de una visión del

66
mundo y de una visión de un futuro glorioso no ha evitado que
sus seguidores/creyentes hagan cosas malas. Al contrario, como se
ha señalado en múltiples ocasiones, muchos crímenes de odio y
terrible violencia en el mundo actual se llevan a cabo en nombre
del amor, tanto o más que a partir del odio. En su “A Catholic
Modernity” Charles Taylor, uno de los fundadores de la Nueva
Izquierda en Inglaterra a finales de los cincuenta y sesenta, de-
claró –en contra del marxismo y de lo que considera debilidades
del humanismo– que “la religión católica era su marco de refe-
rencia preferido desde el cual perseguir el bien” (Fraser, 2007: 3).
Un aspecto medular de su “marco de referencia” es la fe en el
“amor o compasión” incondicional propia de la espiritualidad
cristiana, y piensa que este tipo de amor es posible para los seres
humanos “solo en la medida en que nos abrimos a Dios” (Taylor,
1999: 35).
Del mismo modo, muchos anarquistas contemporáneos creen
en el amor como un poder revolucionario. La misión anarquista
no es “abrirnos a [l amor incondicional de] Dios”, o a la “meta-
Realidad” (Bhaskar), aun si la Biblia y las leyendas religiosas son
invocadas en algunas ocasiones para fortalecer los argumentos.
Es preferible dejar que la “productividad social del trabajo bio-
político” flote sin trabas (por las instituciones capitalistas y las
estatales) en un proceso de amor y, así, “el común” de una nueva
sociedad será constituido y “múltiples singularidades” serán
creadas (Hardt y Negri, 2009: 179-84).
¿Puede emplearse el amor como un concepto útil y clave
para la nueva teoría política de la revolución global? Una afir-
mación tal ha estado por algún tiempo en la agenda del filósofo
italiano izquierdista anárquico Antonio Negri y de su coautor y
académico literario estadunidense Michael Hardt. “Lo que hace
falta” para una teoría completa de cómo representar “el retiro del
mando capitalista […] es el amor” (Hardt y Negri, 2009: 179).
Aunque ha sido severamente criticada por muchos (Brennan,
2006; Mouffe, 2004-5), esta idea, obviamente, ha causado im-

67
pacto y está siendo retomada cada vez más en muchos contex-
tos académicos; tiene resonancia en el trabajo de autores que
pensé improbables; científicos sociales empíricos e histórica-
mente orientados, como, por ejemplo, el suizo (ahora resi-
dente en Cambridge–Reino Unido) Göran Therborn, en su
From Marxism to Post-Marxism? (2008). Este programa de
política del amor, pensado para tener un potencial revoluciona-
rio, traduce el amor en placer, dicha, diversión, y la idea clave es
lo “universal” en oposición a las festividades/luchas segregadas
de diferentes grupos de personas. Así, Therborn piensa que es
importante voltear la mirada hacia el placer universal. “El sig-
nificado del comunismo marxista era el disfrute humano” es-
cribe; y piensa que “un compromiso con el placer universal” y
“el derecho al placer” (“universal en lugar de segregado”) es una
de las tres raíces que “la izquierda del siglo xxi tiene que apro-
vechar”. Las otras dos “raíces” son una dialéctica social y un dis-
curso moral. Cree que el compromiso político de la izquierda
debe visualizar una sociedad universal de la diversión y el dis-
frute, y una festividad sensual. Espera que funcione bien en lo
general, porque “solo los pervertidos del ala derecha se divierten
a costa de los otros” (Therborn, 2008: 64-65).
En otro lugar pregunto: “¿Qué hay por decir y hacer desde
el punto de vista feminista sobre la revitalización posmoderna
(o “altermoderna”, en Hardt y Negri) de las ideas premodernas
del amor apasionado?” (Jónasdóttir, 2010: 22). Mi intención
no es ridiculizar los intentos mencionados anteriormente, ni
otros similares orientados a la búsqueda de ideas y de “raíces en
las cuales profundizar”, como lo pone Therborn, que pudieran
impulsar el cambio y hacer de éste un mundo mejor para todos.
Pregunto por trabajos relacionados con estos asuntos, elabo-
rados desde los estudios feministas, pues el amor humano, el
placer, la dicha, el deseo de diversión y, de forma más general,
el espectro completo de los afectos humanos (y no humanos) se
ha convertido en un “tema muy de moda” en múltiples círculos,

68
con temas variados e incluso con intereses opuestos.16 Pienso
que estos intereses del conocimiento situados de manera diversa
en la ontología y las políticas del amor necesitan ser tomados en
serio y escudriñados por feministas desde diferentes perspecti-
vas.17 Al hacerlo, es importante considerar que el amor no solo
“está de moda” entre hombres mayores, de izquierda, que ahora
quie-ren divertirse, que están buscando formas de escapar de
uno u otro dogma previo, y que también están en busca de nue-
vas formas de acercarse a algún tipo de futuro socialista.
Mucho tiempo antes de que Hardt y Negri lanzaran el amor
como la solución a la falta de un concepto político viable, el
principal y, hasta la fecha, muy influyente teórico del orden so-
cial, Talcott Parsons “descubrió el amor”. En sus últimos tra-
bajos cambió su foco teórico respecto a cómo y dónde colocó la
solución del problema del orden social. Influenciado directa-
mente por, y respondiendo a, las expresiones de los afectos y la
tematización política del amor en los movimientos sociales de
1960, Parsons cambió lo que había considerado la solución nor-
mativa al problema del orden. Cambió la fundamentación del
orden, desplazó la dimensión cultural entendida como normas
y valores (aunque la cultura sigue siendo importante). El pro-
blema –y la solución– del orden social debe ser entendido como
si tuviera una base social de naturaleza propia (sui generis). Esta
base es la comunicación del afecto en el plano de las relaciones so-
ciales y su institucionalización. Para este pensador, la imposición
de valores culturales y de normas sobre los individuos está ahí,
es importante, pero no es fundamental (Chen 2004; Parsons,
1974). Entre los seguidores de Parsons, muchos relacionan su
teoría modificada del orden con la filosofía confuciana (Chen,
2004), pero –junto con Luhmann– en este punto interpreto
que Parsons ofreció más posibilidades, no solo esa.
16
Ver, por ejemplo, el número especial de Body & Society (2010: 1) dedi-
cado a los estudios del afecto.
17
Esto se hace en “Las políticas del amor y la transformación radical/revo-
lucionaria”, en Jónasdóttir y Ferguson (eds.), 2014, Parte iii.
69
¿Por qué la academia feminista debería interesarse? En primer
lugar, creo que es importante considerar cuidadosamente que los
pensadores radicales, revolucionarios, reformistas y evolucionis-
tas –incluso reaccionarios– frecuentemente juegan en el mismo
campo. Debido a que el amor es una de las cuestiones más vitales
y difíciles –no menos importante para las mujeres– con la cual
se lidia en la vida práctica y en la teoría, debería ser particular-
mente urgente para los estudios feministas ser (pro) activos en
esta área y no solo reactivos ante problemas y soluciones for-
mulados por teóricos varones de la corriente principal. En se-
gundo lugar, y quizá más importante, me parece que los grupos
de expertos utilizados por el liderazgo global capitalista siempre
parecen estar un paso adelante de otras instituciones y movi-
mientos al hacer uso de ideas y técnicas eficientes para alcanzar,
afectar y gestionar los afectos humanos, incluyendo el amor. En
la medida en que la academia de corte feminista piense que un
mejor futuro posible presupone, si no un retiro del capitalismo
global por lo menos sí domar sus fuerzas destructivas más evi-
dentes, debería ser urgente, también, prestar atención a cómo se
invoca el amor para que permita que el crecimiento florezca y/o
salve el mundo.

En lugar de una conclusión

Para no terminar con una nota pesimista, quisiera traer a co-


lación (de nuevo), el entendimiento de la revolucionaria sig-
nificación del amor sexual que puede encontrarse en Marx.
Éste es un entendimiento que difiere de, pero que puede incluir
la evocación del placer universal y del derecho a divertirse, como
es sugerido por algunos de sus seguidores o disidentes contem-
poráneos. Antes de Hardt y Negri, e incluso antes de Parsons,
Marx tocó, aunque nunca elaboró, la idea de que la “comunica-
ción del afecto” en las relaciones sociales era fundamental para
definir qué tipo de sociedad y qué tipo de futuro era posible.

70
Descubrió en la relación sexual el paradigma del futuro total-
mente humanizado, en el que la necesidad de compañero en una
relación sexual derive en que su propia satisfacción dependa de
la satisfacción de la otra persona. En otras palabras: “se asume
que esta relación particular genera necesidades de reciprocidad
y de igualdad entre personas humanas, como ninguna otra re-
lación lo hace” (Jónasdóttir, 2009: 75). El problema es, enton-
ces, evitar romantizar lo anterior. La buena sociedad no puede
y no debe ser imaginada como una relación de amor íntimo o
ser instituida como una familia. En tanto las ideas de Marx al
respecto se toman como una visión, lo que debería convertirse
en un “principio universal de organización social”, en palabras
de Shlomo Avineri, es el “principio estructural básico de las re-
laciones sexuales”, es decir, “la posibilidad de relaciones orienta-
das hacia otros” entre sujetos iguales (Avineri, 1968: 91). La po-
sibilidad de reciprocidad genuina y de igualdad, ofrecida por el
asumido patrón único de la relación sexual humana es una cosa,
sin embargo, su realización es otra. Comprender la importancia
revolucionaria del amor sexual puede –como lo he dicho al co-
mentar The World We Have Won (El mundo que hemos gana-
do) de Jeffrey Weeks (Weeks, 2007: 7)– “ayudarnos a avanzar y
lograr más en las múltiples ‘revoluciones sin terminar’ que están
teniendo lugar en el ‘mundo de la sexualidad y la intimidad’”.
Weeks piensa que de todas esas revoluciones, la “revolución del
género”, la lucha por socavar la dominación masculina sobre la
femenina es fundamental también para lograr progresar en cada
una de las otras luchas revolucionarias (sexuales) (Jónasdóttir
2011a: 57). Hasta ahora, estoy de acuerdo con él.

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80
Dibujando los contornos del amor.
Cuatro regiones científicas.
Adriana García Andrade

En este escrito pretendo mostrar una cuestión que se ha observa-


do no solo para el caso del amor, sino también del cuerpo como
objeto científico (cfr. García Andrade, 2013). Ésta se refiere a
que existe una tendencia mundial en la investigación científica que
ha retomado al amor como objeto científico; pero, a su vez, los
problemas, disciplinas y formas de abordaje varían en distintas
regiones. Las regiones son lugares construidos, mas no inventa-
dos. De esta manera, partimos de ciertas premisas teóricas que
se verán avaladas o refutadas por elementos empíricos, lo que a su
vez dará sentido a las premisas teóricas. Esto parecería ser una
enunciación típica de lo que hace la ciencia, sin embargo, aquí
no se afirma que se esté encontrando ‘la Verdad’, ‘la Realidad’,
sino una verdad con minúscula, producto de un determinado
momento histórico y del desarrollo de la ciencia en tal momen-
to –lo que incluye las luchas en el campo por definir qué es lo
verdadero y la aparición de esquemas de conocimiento que se
aceptan como plausibles–.
Estas regiones tienen un elemento geográfico y uno cientí-
fico. Es decir, lo que aquí llamamos regiones están compuestas
como formas de dos lados –siguiendo la propuesta luhman-
niana–. En un lado, está lo que se puede publicar como artículo
científico en una zona geográfica (selección dada por una plata-
forma electrónica y las revistas ahí incluidas adscritas a una sede
geográfica); del otro, lo que no es ciencia para la región dada.
En ese sentido, aún cuando el amor es un tema aceptado
como científico en las regiones revisadas, las disciplinas, autores
y teorías con los que se interpreta y la especificidad de los pro-
blemas relacionados al amor se diferencian en cada una.

81
Introducción

El amor no es un tema nuevo en las ciencias sociales, la filosofía


lo ha tratado en su relación con la ética, la religión y la solidari-
dad social; la psicología y el psicoanálisis también lo hicieron
parte de su campo de estudio desde inicios del siglo veinte.
Si esto es así, ¿por qué sería importante preguntarse acerca de
este campo de estudio o de este tema? Desde la perspectiva de la
sociología de la ciencia, lo interesante es que el tema en últimas
fechas no solo incluye a un número cada vez mayor de ciencias
sociales (y de ciencias naturales, por ejemplo en la neurocien-
cia) que se abocan a investigar este objeto, sino que también las
publicaciones han aumentado exponencialmente en los últimos
quince años (cfr. García Andrade y Cedillo, 2011a y Jónasdóttir,
incluido en este volumen).
¿Qué relación tiene este crecimiento con la sociedad mun-
dial actual? ¿En qué medida la ciencia refleja una necesidad so-
cial de entendimiento de lo que nos vincula con otros (siendo
el amor uno de estos afectos que nos relaciona con ‘el otro’ con
mayor fuerza)? Esta inquietud no se logrará dilucidar en este es-
crito, sin embargo, se espera dar algunos pasos en esa dirección.
Por lo pronto se presentarán las diferencias entre regiones y
cómo esto nos muestra que el amor es un ejemplo, un caso que
nos puede ayudar a dilucidar la relación de la ciencia con los
problemas sociales, y la relación entre las inquietudes temáticas
con la propia historia de conformación del campo científico so-
cial en cada región.

La semántica científica y las regiones: supuestos


teóricos

Para llevar a cabo lo anteriormente mencionado, utilizaremos


la perspectiva luhmanniana de la semántica. Esta opción se ha
aplicado fructíferamente en otros escritos por lo que se busca

82
observar su utilidad para ‘el amor’ (García Andrade, 2013; Gar-
cía Andrade y Cedillo, 2011b).
Primero hay que entender que Luhmann no está hablando
de semántica en sentido semiótico (relacionada con el signi-
ficado y significante), sino que construye su propio concepto
en referencia a su propuesta teórica. Así, para él la semántica es
“la distinción que adquieren las observaciones cuando son fi-
jadas por observaciones, es decir cuando son reconocidas como
dignas de ser conservadas y puestas a disposición para ser repeti-
das” (1996: 81). La semántica ‘no es un signo para designar otra
cosa’, sino una estructura que permite enlaces de comunicación.
La semántica aparece claramente cuando emerge la escritura y se
consolida con la aparición de la imprenta. Estas condiciones
permiten desarrollos separados entre la estructura de la socie-
dad y la estructura de la semántica (Luhmann, 2007: 420). Es
decir, una diferencia entre cómo opera la sociedad (estructura de
la sociedad) y la ‘memoria’/historia de la sociedad. Afirmar que la
semántica es una estructura que permite enlaces es aludir a que
ésta implica repetibilidad. Lo que se repite no es un objeto, sino
una operación. La repetición permite condensación, es decir, re-
ducir lo inicialmente diferente a ‘lo idéntico’. Lo condensado
se confirma cuando se aplica en diversas situaciones e incluye
“su otredad” (1996: 82). Tener registrado algo en la semántica
implica que este ‘sentido’ puede ser reutilizado. Cuando es re-
utilizado (repetido) se condensa. Cada repetición confirma que
lo utilizado es, existe, sirve, muestra, designa. Esto es, se constru-
yen estructuras de plausibilidad que permiten enlaces, permiten
continuar la comunicación. Así, es posible analizar los cambios
en la sociedad a través de lo que se condensa y confirma y de
cómo esto permite enlazar más comunicación. Desde la pers-
pectiva luhmanniana, la sociedad moderna es una sociedad dife-
renciada en sistemas con sus propias lógicas de operación. Pero,
al paralelo, la comunicación escrita con sus variaciones, confir-
maciones y oposiciones observa lo que sucede (lo que está suce-

83
diendo) en la sociedad y lo deja registrado. Luhmann afirma que
la realidad de estas observaciones registradas no está dada porque
reflejen ‘la realidad’, porque sean objetivas o verdaderas. Son rea-
les porque existen, porque quedan como marcas (por escrito) en la
sociedad. Su realidad, en términos de plausibilidad, se consolida o
asienta en tanto se vuelven recursivas y generan estructuras semán-
ticas “que identifican, retienen, recuerdan o dejan caer en el olvido
al sentido digno de ser conservado” (Luhmann, 2007: 425).
Para Luhmann, el cambio en la semántica implica tres pro-
cesos: la variación, la selección y la reestabilización. Aquí utiliza-
remos los dos primeros, dado que el último es más bien la con-
firmación de que ciertos criterios de plausibilidad y evidencias
se han asentado (Luhmann, 2007: 435).

Variación
Se refiere –como su nombre lo indica– a cómo es posible que la
semántica varíe y bajo qué condiciones generales, es decir, qué
es lo que hace plausible la variación. Ésta se da porque se pro-
ducen textos a partir de textos. Es decir, cada nuevo texto, no
reproduce exactamente lo que dice el anterior sino que gene-
ra diferencias. Las diferencias están dadas por la posibilidad de
crítica. Luhmann afirma que gracias a que la crítica no se da en
condiciones de interacción, esto permite mayor variación. Esto
es así porque hay más tiempo, las contradicciones, paradojas y
huecos en los argumentos son difíciles de observar en la interac-
ción, pero sí lo son con un análisis sistemático –que requiere más
tiempo que la simultaneidad en que se realiza la interacción–.
Esto permite sostener la oposición y por ende la variación del
texto. Además, las condiciones de ‘acoplamiento estructural
comunicación-sistema psíquico’ varían. Es decir, es posible que
se generen interpretaciones novedosas de la comunicación de-
pendiendo de la(s) conciencia(s) que leen y esto puede dar lugar
a variaciones.1 En lo que aquí se presentará, se retomarán las
1
Esto puede sonar al ‘círculo hermenéutico’, en donde cada persona depen-
diendo de su situación histórica, social y personal puede hacer una interpre-
84
condiciones específicas que dan lugar a las variaciones: sobre
qué textos se lee, se comenta, se critica o se retoma. Es decir, qué
se lee (delimitación de textos) y a quién se atribuye (autores).

Selección
La selección refiere al proceso que se pregunta ¿por qué algu-
nos sentidos permanecen y otros no? Un sentido se selecciona
cuando logra plausibilidad y obtiene evidencias (Luhmann,
2007: 432). La plausibilidad se logra mediante la aparición de
‘esquemas cognitivos’.2 A decir de Luhmann, los esquemas son
“descripciones de algo en calidad de algo, pero también atribu-
ciones causales que vinculan ciertos efectos con ciertas causas”
(Idem). Los esquemas cognitivos pueden pensarse como los topos
de Foucault, que son esquemas “a manera de rejilla o filtro que
permite el paso de algunos elementos y la exclusión de otros”
(Foucault citado por Cárdenas, 2002: 75), o como la figura del
topos religioso.3 También podemos pensar en lo que Hacking
denomina estilos de razonamiento. Esto es, formas de razonar
que implican la obtención de ciertos resultados, que responden

tación propia. Para Luhmann esto es posible, aunque desde premisas distintas.
Las conciencias son sistemas cerrados, y procesan sus propios sentidos (pueden
entender cuestiones muy distintas de un mismo texto). Sin embargo, sus inter-
pretaciones solo pasan a la comunicación –científica– es decir, solo se vuelven
plausibles, aceptables si la comunicación ha condensado esos sentidos como in-
terpretaciones correctas. Es decir, hay una tendencia a la estabilización del sig-
nificado de los textos (Luhmann, 2007: 431). Así las interpretaciones ‘raras’ no
serán aceptadas –sino, quizá, hasta siglos después o nunca.
2
La referencia a los esquemas, Luhmann la asocia a la psicología cogni-
tiva actual. Sin embargo, esto no significa que los esquemas sean improntas
psíquicas –cuya comprobación estaría sujeta a poder estar en la mente de los
agentes–. Desde esta posición son más bien lecturas sociales (deducciones
que aparecen en la comunicación) que explicarían por qué se llega a conclu-
siones semejantes en un determinado momento histórico.
3
Por ejemplo, el topos patrístico, en el que se identifica a la mujer “con la
encarnación del sexo”, como un mal terrenal que “aleja al hombre del Paraíso”
(Peláez, 2003: 214). Son topos porque la historia puede variar, pero los prota-
gonistas (hombre/mujer) y sus relaciones siempre recrean las anteriores ideas.
85
a ciertos estándares (Hacking, 2004: 181). Luhmann dirá que los
esquemas son formas de enlazar causalidad y propone que tanto
‘las descripciones de algo en calidad de algo como las atribucio-
nes causales conminan a actuar, valoran o alientan juicios mora-
les’ (Luhmann, 2007: 432).
Se selecciona lo que es plausible, lo que es convincente y no
requiere de “mayor fundamento en el proceso de comunicación”
(Ibid.: 433). Es convincente porque parte de un esquema cogni-
tivo que desemboca en una determinada conclusión. La eviden-
cia, por su parte, se refiere a “cuando algo convence excluyendo
alternativas” (Idem). Por ejemplo, en la actualidad es muy difícil
que alguien niegue el calentamiento global, las causas y conse-
cuencias difieren, pero el hecho es difícilmente negado.
Entonces, tanto la plausibilidad como la evidencia dependen
de “estructuras sociales predeterminadas por la forma domi-
nante de diferenciación sistémica correspondiente” (Luhmann,
2007: 434). Por ello, no todo es plausible de ser dicho o escrito
como comunicación científica. Lo plausible se asume como real
(dice Luhmann que se convierte en “una especie de índice de
realidad”) y quien no se apega a lo plausible “tendrá poco éxito”
(Idem). Las innovaciones en las ideas tienen que apegarse a ‘las
plausibilidades’ y no ir contra ellas.
Aquí no se observarán los esquemas cognitivos que implica un
análisis más refinado. Sin embargo, para hacer patente el proceso
de selección se mostrarán las temáticas del amor –qué problemas
se seleccionan– y algunas maneras de abordarlas para presentar lo
que es plausible de ser comunicación científica según las regiones.

Las regiones científicas


Las regiones científicas no son un a priori, son, más bien, algo
que se pretende comprobar a partir de las diferencias encon-
tradas. Ciertamente la delimitación inicial tiene que ver con
lugares geográficos. Por ejemplo, en este estudio se analizan los
artículos y las revistas científicas de ciertas plataformas elec-
trónicas. En primer lugar, las plataformas electrónicas (aunque
86
se pueden consultar en cualquier parte del mundo) son iniciati-
vas adscritas a un lugar geográfico específico; en segundo lugar,
las revistas también son iniciativas adscritas a un país y, final-
mente, incluso los idiomas nos presentan las diferencias de los
lugares de origen. Sin embargo, esta delimitación arroja tenden-
cias que trasgreden los lugares geográficos, a saber, el tratamiento
genérico del amor. La regionalización se perfila en la bibliografía,
autores, disciplinas y temas específicos sobre el amor que se conden-
san y confirman de forma diferenciada.
Desde esta perspectiva, la diferenciación semántica de las
regiones científicas tiene dos grandes ámbitos de explicación:

a. Variación: que supone que las ideas científicas varían bajo


la lógica de crítica de textos a partir de textos. Así, la varia-
ción en las regiones se podría explicar por una diferencia
en los textos de referencia (sobre los que se habla, discute
y continúa hablando). Esto se observará empíricamente
a través de los textos más citados para el tema del amor
y su atribución a autores, cuestiones que ponen algunos
límites de la variación.
b. Selección: que supone que las ideas científicas se seleccio-
nan a través de criterios de plausibilidad y evidencias his-
tóricamente establecidas. Es decir, la selección de temas
tiene que ver con la propia historia del discurso científico
regional en términos de sus datos (evidencia) y estilos de
razonamiento (plausibilidad). En ese sentido, las tenden-
cias centrales en los temas se apegarán a la forma de plau-
sibilidad dominante y las evidencias presentadas estarán
en concordancia con tal forma. Este segundo ámbito se
observará aquí a través de la presentación de las discipli-
nas que aparecen como idóneas para el tema; y la especifi-
cación de los problemas que sobre este objeto se plantean
(que indicaría qué es plausible trabajar sobre el amor, qué
es relevante y qué queda fuera).

87
Precisiones teóricas
Como he presentado en otros escritos (García Andrade y Ce-
dillo, 2011a); (García Andrade y Cedillo, 2011b); (García An-
drade, 2013), no me comprometo con el concepto de sistema de
Luhmann, sino con uno más abstracto que aquél: la forma. Un
sistema es una forma, pero no toda forma es un sistema. El con-
cepto sirve para delimitar las regiones científicas como formas
que distinguen ciertas cosas y excluyen otras. Esta distinción
y exclusión está anudada a la lógica (a la historia) de la propia
forma. En este caso, a su semántica, es decir, a su memoria que
aparece en escritos como comunicación. De esta manera, las
condiciones de selección y variación de la semántica de las re-
giones científicas serían aquellas que propone Luhmann para la
semántica en general, pero sin asumir que estas son sistemas o
subsistemas.

Características de la ‘población’ estudiada

Es importante aclarar que la indagación que aquí se presenta se


dedicó específicamente a plataformas electrónicas y las revistas
de ciencias sociales y humanidades ahí incluidas. La revisión in-
cluyó artículos publicados entre 1989 y 2008. Se escogieron cin-
co sitios electrónicos relacionados con cuatro regiones: Redalyc
(mexicana), Persée (francesa),4 E-Revistas y reis (española) y
sage (anglosajona). La elección de estos sitios operó bajo dos
supuestos: 1) que fueran iniciativas regionales –con adscripción
geográfica específica– y, 2) que mayoritariamente difundieran

4
Como una particularidad de la región francesa, tenemos que el sitio no in-
cluye la totalidad de los años de las revistas debido a que cada editor libera los
contenidos dependiendo de políticas internas. De tal suerte, de las 19 revistas en
las que se encontraron artículos, al momento de la búsqueda 14 habían liberado
18 años o más (de los considerados en la investigación, que incluye veinte años);
una revista había liberado 16 años y cuatro habían liberado 14 años o menos.
Esto podría indicarnos un sesgo en los resultados que se presentarán en este es-
crito y que se deberá tomar en cuenta para la ponderación de los mismos.
88
revistas de tales regiones.5 Esta delimitación geográfica inicial se
vio confirmada utilizando los criterios de autonomización de la
semántica (variación y selección), como se verá posteriormente.
Cada plataforma incluye un número diverso de revistas, de
acuerdo con sus políticas de inclusión6 y es sobre ese universo
que se hizo la búsqueda de artículos. A continuación se presenta
un cuadro comparativo del número de revistas (cuadro 1).
En cada uno de las plataformas mencionadas se buscaron en
todas las revistas artículos de 1989 a 2008 que incluyeran la pa-
labra “amor” (love, amour), en el título y/o abstract del artículo.
Se eliminaron las reseñas de libros y en total se encontraron 613
artículos entre 1989 y 2008, que son nuestra población de estudio.

5
De hecho, para la selección de revistas en la plataforma de E-Revistas y
Redalyc, solo se seleccionaron revistas españolas en el primer caso y mexicanas
en el segundo. En México y España, redalyc y E-Revistas son las únicas
iniciativas electrónicas existentes que reúnen multiplicidad de revistas. En
Francia existe otro portal, incluso más antiguo, Revues, sin embargo, su
propósito es la difusión del conocimiento científico social mundial e incluye
una gran cantidad de revistas de otras zonas geográficas. Este no es el caso
con Persée, que fue creado para la difusión del conocimiento en francés y
solo incluye revistas en ese idioma y mayoritariamente francesas, de ahí que
se prefiriera este sitio. En el caso de la región anglosajona existen otros sitios
(como el portal de Blackwell: Wiley Online Library), sin embargo, se eligió
sage porque incluye dos de las primeras revistas especializadas en el cuerpo y
las emociones desde la ciencia social en general. Me refiero a Body and Society,
de 1995 y a Emotion review, de 2009.
6
Las particularidades de cada sitio (año de formación, políticas de inclu-
sión de revistas, historia del sitio) han sido abordadas en otro sitio (García
Andrade, 2013).
89
Cuadro 1.
Revistas de Ciencias Sociales y Humanidades por regiones
Plataforma/Región Revistas en Revistas con artículos Artículos
que se hizo la sobre amor encontrados
búsqueda
redalyc/ Mexicana 100 13 38
Persée/ Francesa 95 19 41
E-Revistas/reis
234 37 63
Española
sage / Anglosajona 236 122 471
total 665 191 613
*Elaboración propia con información de los sitios web. Las búsquedas se
hicieron en distintos momentos en el tiempo. La búsqueda de artículos en
sage se hizo en abril de 2009; en Persée, en diciembre de 2009 y E-Revistas,
reis y redalyc, en enero de 2011.

Las regiones científicas: variación y selección

Como ya se ha dicho, el análisis de la semántica supone la ob-


servación de condensaciones de sentido y su confirmación (Luh-
mann, 1996: 81-82). Es decir, la reiteración de palabras, ideas,
personas –vistas desde la comunicación– y formulaciones en
idiomas permite condensar sentidos, estabilizar formas de obser-
var la sociedad. A continuación se mostrará la aplicación de los
criterios de variación y selección para cada una de las regiones.

Variación
Para este criterio se analizaron los autores y las obras a las que
mayoritariamente se cita por región. Esto nos muestra cuáles
son las obras relevantes sobre las que se hace interpretación y
que puede dar lugar a variaciones. Para la localización de autores
mayoritariamente citados se utilizó el programa maxqda para
analizar todos los artículos reunidos en las regiones anglosajo-
na, francesa y española. El programa permite leer pdf y contar
palabras por frecuencia. Para el caso de la región mexicana, se
hizo la captura a mano de todos los autores citados y se conta-
bilizó la frecuencia. Para el análisis de resultados se partió de la

90
premisa de que un autor citado en el 5% del total de los artícu-
los en cada región es un autor representativo –es una referencia
para la región en el caso del tema del amor–. Esto significó para
la región anglosajona por lo menos 20 menciones (casi 6% del
total de artículos disponibles), con la cláusula de que estas apa-
recieran en 17 publicaciones distintas (casi el 5% de los artícu-
los disponibles). Para la región francesa implicaba por lo menos
dos menciones en dos artículos distintos. Sin embargo, de esta
manera el listado de autores se elevaba a más de setenta, por lo
que se hizo el corte en tres menciones en tres artículos distintos.
Este último criterio se aplicó en las otras dos regiones (repre-
sentando más o menos el 5%). Los resultados de esto mostraron
una diferenciación de las regiones de la siguiente manera.

Región anglosajona
Para la región anglosajona, la mayoría de los autores se pueden
clasificar como pertenecientes a la disciplina psicológica tal y
como se desarrolla en la región. Los autores citados son Robert J.
Sternberg, Philip R. Shaver, D.M. Buss, Clyde Hendrick, L.M.
Barnes y Susan Sprecher. En el caso del primero aparece citado
en el mayor número de casos por ser el editor del libro The new
Psychology of Love, publicado en 2006 (en el que aparecen Clyde
Hendrick, D.M. Buss y el propio Sternberg como articulistas), y
en otras por ser el proponente de la ‘teoría triangular del amor’
y de la teoría del ‘amor como una historia’ (love as a story). D.M.
Buss también resulta relevante con su artículo “Sex differences
in human mate preferences: Evolutionary hypotheses in 37 cul-
tures. Universal dimensions of human mate preferences” en el
que propone que la selección de pareja está dada por cuestiones
biológicas y no culturales. El único sociólogo que aparece entre
los mayoritariamente citados es Anthony Giddens. Los textos
que se citan son: La transformación de la intimidad y Moder-
nidad e identidad del yo. Una autora que resulta relevante, entre
las más citadas, es Judith Butler con los textos de Gender trou-

91
ble. Feminism and the subversión of identity y Bodies that matter:
On the discursive limits of Sex. Su caso es interesante ya que se
inscribe entre las autoras de los estudios de género –una disci-
plina recientemente institucionalizada–.
Es importante resaltar que en estas citaciones aparecen dos
grandes corrientes de investigación e interpretación de los da-
tos. Una de ellas, representada por D.M. Buss, que enfatiza la
permanencia, lo biológico sobre lo cultural, y en ese sentido
tiene una perspectiva heteronormativa. Esto se ve enfatizado en
los trabajos de muchos de los investigadores de esta corriente
que no tematizan la orientación sexual de su población en-
cuestada y con ello dan por sentado que es heterosexual (García
Andrade y Cedillo, 2011b). La otra, representada por Butler y
que perfila lo que Giddens denomina “la construcción social del
género y el sexo” (2001). Para Butler, especialmente en Bodies
that matter…, el sexo no se puede tomar como un basamento
biológico sobre el que se construye o al que se añaden caracte-
rísticas culturales. Su posición es más radical, el propio sexo es
construido socialmente.7 Entonces, su crítica es hacia el punto
de partida heteronormativo y contra la permanencia. La socie-
dad, la cultura modifica incluso los cuerpos, los sexos y por ende
las prácticas. Así, ambas tendencias tienen puntos de partida
totalmente opuestos: uno aboga por la permanencia biológica y
el otro por el cambio cultural.
Además de los anteriores, entre los más citados se encuentran
Michel Foucault y Sigmund Freud. Para el caso de Foucault, la
obra más citada es La historia de la sexualidad (volúmenes i y
ii), y le siguen –aunque en menor medida– Vigilar y castigar
(que en inglés apareció como Discipline and Punishment) y una
compilación denominada Power/knowledge: selected interviews
and other writings. 1972-1977. En el caso de Freud es más difícil
señalar una obra privilegiada. La obra más repetida es El ma-
lestar de la cultura, pero se repite apenas tres veces. En general
7
Agradezco los comentarios de Priscila Cedillo respecto al trabajo de Butler.
92
aparecen diversos artículos sobre transferencia, sexualidad, fe-
tichismo, histeria y ansiedad. Ambos autores son citados en la
mayoría de las regiones y, por ello, se regresará a ellos al finalizar
el apartado.

Región francesa
Para la región francesa aparece un sesgo distinto. La variación
en la región (construida) se da por referencias de análisis lite-
rario y de historia. Tres de los autores más citados son poetas
de siglos pasados (Ovidio, Virgilio y Ronsard). Además, autores
como Paul Laumonier, G. Mathieu-Castellani, Michel Simonin
y Henri Weber, que también aparecen como los más citados,
son editores de la obra de Ronsard –y por ende aparecen más
por el interés en Ronsard que por sus propias propuestas–. En-
contramos también varios historiadores como Georges Duby,
Marc Fumaroli y Denis de Rougemont –que aparece con la
emblemática obra: L’amour et l’Occident (El amor y el occi-
dente)– y dos autores que se caracterizan por estar cercanos a la
historia (Michel Foucault y Norbert Elias). La aparición de Ro-
land Barthes tampoco sorprende mucho si pensamos que es el
creador de una de las revistas que publican artículos sobre amor,
Langues, y tres de sus citas son en Romantisme, una revista de
literatura.
Además de Norbert Elias, aparece el sociólogo Michel Bozon.
Este es un caso interesante ya que se especializa en la investigación
de las parejas y la sexualidad, y los artículos que se tienen de esta
disciplina lo citan en el tema. Eso nos hablaría de su representa-
tividad para el estudio del tema del amor dentro de la sociología
en la región francesa. Además de él, en el recorte de 76 autores
con por lo menos dos citas solo aparecen los sociólogos Fran-
cesco Alberoni y Niklas Luhmann. Es significativo el ‘olvido’
de Pierre Bourdieu que sí aparece como autor relevante en la
región española y en la mexicana. Entre los artículos de socio-
logía encontrados, rastreamos dos que tienen reminiscencias

93
bourdianas (uno de Boltanski (1995) –antiguo colaborador de
Bourdieu– y otro de Philipe Juhem (1995) –que incluso habla
de capitales y disposiciones– aunque en ningún momento ha-
cen mención a Bourdieu).
Lo que es evidente en esta región es el énfasis en el estudio del
amor en la Edad Media. Aunque Ovidio aparece como uno de
los autores más citados, éste aparece en relación o comparación
con textos medievales para ver su influencia. A decir de Iogna-
Prat, en Francia el estudio del amor (en la Edad Media) es
abordado en tres campos: 1) El de los historiadores, protago-
nizado por Duby, cuyo objetivo es sociologizar el objeto; 2) La
psicologización del problema, protagonizado por el psicoanáli-
sis lacaniano y; 3) El regreso a las letras (la lettre), protagonizado
por Christopher Lucken, donde el sujeto está determinado por
el significante (Baladier, et al., 2001: 153). En la región francesa
que delimitamos, solo aparecen la primera y la tercera formas
de interpretación (selección). Es decir, encontramos textos que
recurren a interpretaciones históricas y sociológicas, o interpre-
taciones de los textos y lo que los textos reflejan –sus influencias
literarias anteriores–.
En esta región, el autor más citado es Michel Foucault. La
obra más citada, al igual que en la región anglosajona es La histo-
ria de la sexualidad (mayoritariamente el volumen 1). Además
de ésta, aparece la obra Las palabras y las cosas. Al finalizar el
apartado haremos una comparación entre las obras citadas para
poder referir las particularidades (cómo un mismo autor se lee
de manera diferente en cada región).

Región española
En la región española, lo primero que salta a la vista, como en el
caso de la región francesa, es la cantidad de autores que son poe-
tas, escritores o filósofos del pasado: Ovidio, Séneca, Eurípides,
Arcipreste de Hita, Homero, Sófocles, Platón y José Ortega y
Gasset. Destacan también los historiadores: Georges Duby,

94
Denis de Rougemont (con la mencionada obra El amor y occi-
dente), Jacques Le Goff, Marc Bloch, C. S. Lewis (medievalista
inglés), Francis X. Newman (medievalista norteamericano) y
Paul Veyne, (cinco de ellos historiadores franceses). De Geroges
Duby, la obra más citada es la colección La historia de las mujeres
en cinco tomos. También aparecen Carlos García Gual, filólogo
español; Emilio García Gómez, arabista y traductor español.
Entre los sociólogos se encuentran Jürgen Habermas, Pierre
Bourdieu (La dominación masculina) y Zygmunt Bauman.
Como en el caso de la región francesa, el estudio del amor
está mayoritariamente enfocado a la Edad Media. Sin embargo,
la interpretación de los textos excluye la relación entre sociedad
e historia y está más bien referida a recuperar reminiscencias
y contrastes con los escritores del pasado: cuál es la influencia
de Platón, Sófocles, Homero, Eurípides, Ovidio en el llamado
amor cortés, por ejemplo. A decir de Michael Graetske,8 inves-
tigador de la universidad de St. Andrews en la Gran Bretaña
para los estudiosos de la literatura de la Edad Media, por una
parte “es interesante en sí mismo entender más acerca de perio-
dos pasados en la historia y la literatura para obtener un mayor
entendimiento de la Edad Media y, por el otro, algunos estudio-
sos tratan de dibujar una línea diacrónica del pasado al presente
para explicar cómo se han transformado las formas que percibi-
mos el amor ahora”. En lo encontrado en la región castellana,
la totalidad de los estudios dedicados al análisis de textos de
Edad Media se remiten al primer aspecto. Es decir, no aparece
un intento por explicitar cómo esto es distinto en la actualidad
o qué es lo que permanece. El interés se centra en un análisis
pormenorizado de los textos.
Aquí Foucault no aparece entre los autores mayoritariamen-
te citados (es la única región en que no aparece), pero Freud sí.
Las obras citadas son, en primer lugar, El malestar en la cultura
y, en segundo lugar, La interpretación de los sueños, y aparecen
8
Comunicación personal vía correo electrónico, cita con permiso del autor.

95
en revistas de derecho, filología y filosofía. Es decir, el impacto
del autor trasciende la frontera de su disciplina de origen.

Región mexicana
Aquí se encontraron en total 19 autores con tres citas o más
en distintos artículos. Resalta en primer lugar la cantidad de
sociólogos que aparecen: Luhmann, Alberoni, Bourdieu, Elias,
Giddens, Luckman, Marcuse y Schütz. Luhmann es el más cita-
do de todos los sociólogos y la obra citada es casi en su totalidad
El amor como pasión. Es interesante decir que se cita la obra en
alemán, inglés y español. Desde nuestra lectura, esto significa
que la variación en esta región no se limita a un idioma. De Al-
beroni, no aparece una sola obra sino múltiples, aunque todas
directamente relacionadas con el tema del amor: Te amo, El
primer amor, El Erotismo, El misterio del enamoramiento (ésta
última aparece citada en portugués). En el caso de Bourdieu y
Schütz, aparecen distintas obras y ninguna directamente rela-
cionada con el tema.9 De Elias se cita El proceso de la civilización;
de Giddens, La transformación de la intimidad; de Luckmann,
La construcción social de la realidad; y de Marcuse, Eros y civili-
zación. En todos los casos, las citas incluyen textos en español y
en otro idioma (portugués, inglés, alemán). Aparecen autores de
otras disciplinas como Roland Barthes (Fragmentos de un dis-
curso amoroso), Philipe Ariès, Erich Fromm (El arte de amar),
Gilles Deleuze y Julia Kristeva. Es significativa la aparición de S.
J. Taylor y Robert Bogdan con la obra Introducción a los mé-
todos cualitativos de investigación. De las cuestiones resaltables
está la inclusión de dos autores mexicanos, un poeta y una
investigadora del Colmex. En el primer caso nos referimos, ob-
viamente, a Octavio Paz10 con su obra La llama doble. Amor y
9
Las obras citadas de Bourdieu son Meditaciones pascalianas, Las reglas del
arte y “Lo que quiere decir hablar”; y las de Schütz son: Estudios sobre teoría
social; El problema de la realidad social y The structures of the Life-World.
10
Autor que también es incluido en otras regiones pero no alcanza los crite-
rios de citación. Por ejemplo, Mike Featherstone lo cita en un artículo sobre
96
erotismo. En el segundo a Ivonne Szaz, las obras que se citan de
ella giran alrededor del cuerpo, la sexualidad y la salud desde una
perspectiva cualitativa.
Podemos decir, entonces, que el sesgo de la región está del lado
de los sociólogos, aunque hay una fuerte influencia de autores
dentro de la teoría social contemporánea.11
Otra particularidad de la región es que los dos autores más
citados son, en orden, Sigmund Freud y Michel Foucault. Sobre
Freud, los artículos específicos difieren (igual que en el caso de
la región anglosajona) aunque se cita mayoritariamente el volu-
men ii de Obras completas, dedicado al análisis de la histeria. En
éste aparecen varios casos de análisis de pacientes y, por ende, de
transferencia,12 lo que explicaría su reiterada mención. Respecto
a Foucault, la obra más citada es, como en el caso de la región
anglosajona, La historia de la sexualidad (en francés, inglés y es-
pañol).
Para finalizar, examinaremos con más detalle la repetición
de Michel Foucault y Sigmund Freud en las cuatro regiones. Por
una parte, es posible observar similitudes entre las obras cita-
das de Foucault en las tres regiones que lo citan (la anglosajona,
francesa y mexicana). En ellas, la citación mayoritaria es para
La historia de la sexualidad, los volúmenes 1 y 2. Pero en una
lectura más atenta se observa que es el volumen 1 el que más
se cita. Esto resulta importante porque es posible observar una
diferencia entre los tres volúmenes. El 2 y el 3, como menciona
Sergio Pérez, apuntan lo que será la última propuesta del au-

amor. Featherstone es un autor importante para este tema, no solo como autor
sino como alguien con capital temporal (editor de dos revistas muy influyentes
en estos temas: Theory, Culture and Society y Body and Society) (Cfr. García
Andrade, 2012).
11
Anthony Eliott y Bryan S. Turner (2001), al hacer una compilación de
los autores de teoría social contemporánea más relevantes incluyen a Barthes,
Kristeva y Deleuze.
12
Elemento fundamental para entender la relación paciente-psicoanalista
como un acto de amor (desplazado, pero de amor finalmente).
97
tor. Es decir, un viraje desde el sujeto sujetado hacia un sujeto
como un agente activo que puede autodeterminarse en lo que
Foucault llama “preocupación de sí” (Pérez, 2012: 518). De esta
manera, la lectura de Foucault en las tres regiones está vincu-
lada a la sexualidad como forma de dominación (que aparece en
el volumen 1). Sin embargo, podemos ver algunas diferencias
entre la región anglosajona y la francesa. Para la primera, la se-
gunda obra relevante es Vigilar y castigar y para la segunda Las
palabras y las cosas. A decir de Pérez Cortés, Vigilar y castigar
quiere mostrar cómo se han transformado “las formas de con-
trol y de vigilancia individual y colectiva”(Ibid.: 512). La tesis
central es la aparición de un proceso social de gran alcance, a
saber, la disciplinarización. Esta implica “una serie de procedi-
mientos que les permiten [a las sociedades modernas] un con-
trol minucioso de las conductas y las operaciones del cuerpo”
(Idem). Por el contrario, Las palabras y las cosas está más intere-
sado en presentar las condiciones de verdad del conocimiento.
Es decir, cómo un dato “es una consecuencia del entramado de
categorías y discursos con los que es enunciado” (Ibid.: 505). En
ese sentido, podemos decir que en la región anglosajona Foucault
se interpreta como un autor dedicado al análisis de las relaciones
de poder, de sujeción de la sociedad hacia el individuo. Para el
caso de la región francesa, la utilidad de Foucault parece enfo-
carse en ser un instrumento de análisis epistemológico de los
discursos literarios sobre el amor.
El caso de Freud es más difícil de discernir ya que no existe una
obra que sea primordialmente citada en las regiones. Aunque en
la región anglosajona, española y mexicana se cita El malestar de
la cultura, solo es predominante en la región española. La mul-
tiplicidad de obras citadas aparece en revistas de psicología pero
también en revistas de estudios culturales, de género, de filosofía
y de literatura, entre otras. Esto impide observar una tendencia
única. Lo que es posible afirmar es que un autor proveniente de
la psicología que ahora es considerado patrimonio de diversas
ciencias sociales para el análisis del amor.
98
En síntesis, podríamos decir que la repetición de los autores
(su condensación) parecer indicar que existen cruces entre regio-
nes o, que para el caso del amor, mundialmente se reconocen las
aportaciones de estos dos teóricos.
Para terminar este apartado, solo quiero reafirmar que es evi-
dente una regionalización científica. Es decir, las regiones tienen
condiciones distintas para la variación. La creación científica so-
bre el amor está relacionada con tales condiciones. Estas condi-
ciones distintas se observarán también en la forma de abordaje
(en la selección).

Selección

Como se mencionó anteriormente, para verificar este criterio se


utilizaron dos vías. En primer lugar se analizaron las revistas de
publicación de artículos. A través de la adscripción disciplinar
de las revistas podremos observar qué disciplinas aparecen
como idóneas para el tema del amor. En segundo lugar, se ana-
lizó la manera en que tendencialmente se trata el amor. Esto es,
qué problemas son relevantes cuando se estudia el amor según
la región. Con ello se observará, cuando se analiza el amor, qué
es plausible de ser dicho y/o problematizado.

Selección por disciplinas


Para la aplicación de este criterio, en todas las regiones, se ana-
lizaron las revistas en las que mayoritariamente se publican
artículos sobre el amor. Su ubicación por disciplina está dada
por la clasificación de la plataforma (en caso de dobles o triples
clasificaciones, se contrastó con la clasificación de la propia re-
vista para confirmar la adscripción disciplinar). Para evitar que
hubiera un sesgo por la existencia de una mayor cantidad de
revistas en una disciplina, se hizo un promedio de los artículos
publicados por revista en función del total de artículos.

99
Región anglosajona
Ésta, como ya mencionamos anteriormente, incluyó 122 revis-
tas con 471 artículos sobre amor (ver cuadro No. 1). En esta
región el promedio de publicación de artículo por disciplina
es de 3.9. El número de disciplinas encontradas es de 19, pero
las disciplinas que publicaron este número o más de artículos
en veinte años, son 7. Éstas concentran más de la mitad de los
artículos (303) y son: metodología, estudios teológicos y bíbli-
cos, psicología, estudios de género, estudios sobre la familia, fi-
losofía y estudios culturales. Como ya habíamos notado en otra
publicación (García Andrade, 2013), es interesante recalcar que
en esta región aparecen disciplinas no tradicionales como ‘estu-
dios de género’, ‘estudios culturales’, ‘estudios sobre la familia’,
‘metodología’ (como una disciplina en sí misma) y estudios
teológicos y bíblicos.13 Y, en este caso, son estas disciplinas no
tradicionales las que concentran una gran cantidad de artículos
sobre el amor y, por ende, parecen ser los lugares donde el amor
se vuelve un tema plausible para su selección.
Ahora bien, si la mirada es a las revistas que mayormente
publicaron (casi un artículo por año durante los veinte años del
estudio), encontramos que es la psicología la disciplina más rele-
vante ya que dos revistas de esta disciplina concentran más del
17% de los artículos totales. Además, aparece la sociología14 y los
estudios de género (ver cuadro 2).
Lo anterior nos muestra que la psicología sigue siendo una
disciplina de gran importancia en la región anglosajona para la
publicación de artículos sobre el amor. Es decir, el tema sigue
13
El caso de esta última delimitación es interesante ya que, para el caso
del estudio del amor (cuestión que se repite en el caso del cuerpo), solo
incluye a una revista: Theology and Sexuality, que se dedica a hacer análisis
hermenéuticos de las escrituras descifrando el papel de la sexualidad
(incluyendo las orientaciones sexuales) en la vida religiosa y práctica.
14
La revista de sociología en que se publica (Theory, Culture and Society)
es editada por Mike Featherstone, una persona con capital temporal, parte
de una red académica influyente que indaga sobre el cuerpo y el amor (ver
García Andrade, 2012).
100
siendo seleccionado como plausible en esta disciplina tradicio-
nal, y a ésta se añaden nuevos campos de estudio.

Cuadro No. 2
Revistas que más publican artículos sobre amor (ra)
Revista No. Artículos Promedio de Disciplina
artículos por año
(20 años)

Journal of Social and Personal 54 2.7 psicología


Relationships
Personality and Social Psychology 29 1.45 psicología
Bulletin
Theory, Culture & Society 18 0.9 sociología
Sexualities 17 0.85 estudios de
género

Elaboración propia con información de la plataforma sage.

Región francesa
En esta región, el promedio de publicación por disciplina es de dos
artículos. De nueve disciplinas que publican artículos sobre el
amor, destacan cuatro que reúnen el 85% de los artículos en la
región. Estas son literatura, historia, ciencias sociales/sociolo-
gía y arqueología.15 De estas, la literatura es la que concentra
la mayor cantidad de artículos (22 de 42 totales). En esta cate-
goría se incluyen tres revistas, pero son dos las que incluyen diez
artículos cada una: a saber, Bulletin de l’Association d’étude sur
l’humanisme, la réforme et la renaissance y Romantisme.
El énfasis en la literatura y la historia concuerda con lo en-
contrado en el análisis por obras citadas. Es decir, que la mayor
citación de obras literarias está dada en revistas de literatura.
Esto que parecería una redundancia obvia, nos muestra dos co-
sas: que esta disciplina sigue estando cerrada y delimitada (los
autores que escriben en revistas de literatura citan primordial-
mente autores de literatura) y, que en la región, cuando se es-
15
Dos de ellas no llegan al criterio de dos artículos en promedio, pero son
las más altas.
101
cribe sobre amor, se escribe en revistas de literatura principal y,
en segundo lugar, en revistas sobre historia.16

Región española
En esta región, catorce disciplinas publican artículos sobre amor;
el promedio de artículos por disciplina en los veinte años de es-
tudio es de 2.4. Cuatro disciplinas publican esta cantidad de
artículos o más, a saber, filología, literatura, filosofía y lingüís-
tica. Éstas cuatro concentran más del cincuenta por ciento de
los artículos (62%). En una mirada más fina, observamos que las
revistas que más publican artículos replican las disciplinas en-
contradas y solo destaca Thélème… (ver cuadro No. 3). Como
en el caso de la región francesa, aquí parece replicarse lo encon-
trado en los criterios de variación. El análisis sobre el amor se
remite a textos literarios y, en su mayoría, a una descripción
pormenorizada de sus orígenes para entender su sentido (de ahí
que la mayoría de textos encontrados se publiquen en revistas
de filología).

Cuadro No. 3
Revistas con mayor número de artículos publicados (re)
Revista Artículos Disciplina
publicados

Thélème. Revista Complutense de Estudios 7 Literatura


Franceses
Cuadernos de Filología Clásica 5 Filología
Daimon. Revista de filosofía 4 Filosofía
Anales del Seminario de Historia de la Filosofía 3 Filosofía
Dicenda 3 Filología
Revista de Filología Romántica 3 Filología

Elaboración propia.

16
Recuérdese que la región es una construcción analítica que se visualiza
empíricamente. En ese sentido, si la región se hubiera construido con otros
criterios, habría lugar a variación de los resultados.
102
Región mexicana
En esta región trece disciplinas publican artículos sobre amor,
el promedio de artículos por disciplina en los veinte años de es-
tudio es de 1.4 y son seis las disciplinas mayoritarias. En primer
lugar la sociología, seguida por la psicología, estudios culturales,
relaciones internacionales, salud y, finalmente, literatura. Aquí
hay varias cuestiones interesantes. Por un lado, se reitera que
es la sociología la disciplina que más trata sobre el tema (en las
revistas y en los autores citados). Pero, por el otro, la cantidad
de artículos registrados en la disciplina psicológica no se refleja
en los autores mayormente citados. Como se recordará, entre
éstos solo se cita a dos autores claramente relacionados con la
psicología: Sigmund Freud y Erich Fromm. Esto nos hablaría
de una apertura en esta disciplina a otros autores (utilización de
prestaciones, ver García Andrade y Cedillo, 2011a: 553-557), o
una dispersión en los autores de psicología citados y, con ello, una
amplia pugna por la definición de la plausibilidad y la validez en
la investigación psicológica –cuestión que contrasta con lo que
sucede en la región anglosajona–). Además, la salud17 (como
disciplina) aparece de manera relevante, cuestión que podría in-
terpretarse con una mayor relación entre los problemas sociales
(de salud) y los problemas de investigación. Al observar la pu-
blicación de artículos por revistas no aparece una que sobresalga
claramente. De hecho, se encontró que dieciocho de veintisiete
revistas que publican sobre amor tienen un artículo a lo largo
de veinte años. Las dos que publican tres artículos cada una (las
que más publican sobre el tema) son Estudios sociológicos (re-
vista publicada por el Colegio de México) y Estudios sobre las
culturas contemporáneas (revista publicada por la Universidad
de Colima), clasificadas como de sociología y estudios cultura-
les, respectivamente.
A pesar de las diferencias regionales que hemos presentado,
es interesante constatar dos coincidencias disciplinares. En las
17
La salud como disciplina también aparece en la región anglosajona pero sin
artículos referidos al amor.
103
cuatro regiones, la sociología y, lo que se denomina ciencias de
la información –con sus diferencias cuantitativas– aparecen
en estos años como disciplinas que incluyen el tema del amor
como legítimo objeto de investigación. El caso de las ciencias
de la información resulta sumamente interesante y, aunque aún
no se cuenta con elementos sustanciales para clarificar su apa-
rición, es evidente que las nuevas tecnologías de información y
comunicación (redes sociales, Twitter, Skype) han impactado
drásticamente en las relaciones interpersonales en general y en
las amorosas en particular. Eso daría cuenta del interés crecien-
te y global en la relación amor-ciencias de la información. En
ambos casos, el amor se selecciona como tema en estas discipli-
nas porque se ha convertido en un objeto científico que resulta
plausible y válido.

Selección por temática específica


Aquí buscaré mostrar cómo el tema del cuerpo se vuelve plau-
sible en cada región desde problemas distintos (el amor como
objeto científico posible se presenta de forma distinta). Para
lograr este objetivo, se observaron las temáticas específicas más
recurrentes por región. Este análisis se llevó a cabo a través de un
análisis de frecuencia de palabras (utilizando el programa max-
qda) de los abstract de los artículos de todas las regiones. Las
palabras más recurrentes fueron clasificadas en campos léxicos
(palabras con relación temática) asociados con el amor. Con es-
tos campos se hizo un diccionario en el programa mencionado,
lo que posibilitó seleccionar cinco palabras clave y cinco cam-
pos léxicos –asociados a las palabras clave– para cada artículo.
Posteriormente, se seleccionaron los artículos con los campos
léxicos más frecuentes por región, dando como resultado 39
artículos para la región anglosajona, 10 para la francesa, 7 para
la región española y 6 para la mexicana.18 Lo que se presenta a
18
En cada región se encontró que los campos léxicos más frecuentes fueron
distintos. Se seleccionaron aquellos artículos que incluyeran los campos léxicos

104
continuación son las regularidades encontradas en los artículos
discriminados.

La región anglosajona: hombres y mujeres (heterosexuales) somos


diferentes al amar
En la región anglosajona, que es la que reúne el mayor número de
artículos, podemos observar un tema recurrente respecto al amor.
Primeramente, se habla del amor de pareja, mayoritariamente he-
terosexual (26 artículos). Y, en este amor de pareja heterosexual,
se subrayan las diferencias entre hombres y mujeres (24 artícu-
los). Ya que ésta es la línea dominante, es sobre la que abundar-
emos más, aunque se harán algunas precisiones sobre los artículos
que relatan relaciones homosexuales o de diversidad sexual.
Los autores afirman que hombres y mujeres somos diferen-
tes al amar. Sin embargo, aparece la diversidad al contestar en
qué somos diferentes, y, más importante, por qué somos dife-
rentes. La respuesta del porqué somos diferentes se divide en
dos grandes marcos de interpretación. Éstos se relacionan con
lo encontrado en el apartado sobre los autores y las obras más
recurrentemente citados: por un lado una explicación biologi-
cista que enfatiza la permanencia (tipificada, en nuestra base
por Buss) y, por el otro, una explicación culturalista que enfa-
tiza el cambio (tipificada, también en nuestra base por Butler).
Es decir, un conjunto de artículos, publicados en revistas de
psicología (ver García Andrade y Cedillo, 2011b) afirman que
hombres y mujeres son distintos en sus comportamientos e
ideas por una razón evolutiva. Ciertamente, esto no se explicita
en todos los casos, pero subyace la relación de pareja hetero-
sexual como algo indiscutible y necesario. Las investigaciones
incluyen comparaciones culturales en las que los resultados re-
saltan esta diferencia entre hombres y mujeres y la coincidencia
entre sexos. Cuando se menciona la palabra ‘género’, ésta apa-

más frecuentes, por eso el número de los seleccionados no tiene que ver con un
porcentaje específico del total de los artículos existentes.
105
rece como un sinónimo de sexo. Los resultados incluyen cues-
tiones como que los hombres, independientemente de la cultura
“tienden a buscar compañeras más jóvenes y físicamente atracti-
vas… Esta preferencia por las diferencias de edad se sugiere que
están relacionadas a las estrategias reproductivas de los sexos
que les han sido heredadas… en las que el éxito reproductivo
de los hombres es más posible si se opta por mujeres en edad de
tener hijos” (Khallad, 2005: 156). O que las mujeres prefieren
evitar el sexo casual y los hombres son proclives a éste porque el
“sexo casual tiende a conferir mayores beneficios físicos (fitness
benefits) y menores costos físicos a los hombres que a las mu-
jeres” porque la paternidad en el hombre es de “pocos minutos
y pocos gametos” y para la mujer implica el riesgo de “los cos-
tos del embarazo, la lactancia y el cuidado de los niños” (Roese
et al. 2006: 771). Así, las mujeres buscan en la pareja seguridad
económica; y los hombres, mujeres bellas y jóvenes (Basu y Ray,
2000; Khallad, 2005). Lo que está implícito en estos resultados
es un marco explicativo que privilegia el objetivo de la repro-
ducción de la especie y que, por ello, muestra las continuidades
en los comportamientos de hombres y mujeres sin mediación
social y/o cultural. Es de destacar que estos artículos recurren a
una metodología cuantitativa, privilegiando el uso de encuestas.
El otro conjunto de artículos, que –por cierto– es más nu-
meroso, abunda también respecto a las diferencias de compor-
tamientos y actitudes entre hombres y mujeres. Sin embargo, el
marco interpretativo privilegia la influencia social y cultural y,
por ende, los cambios históricos y contextuales. En ese sentido,
los resultados se reportan o como algo sujeto a cambio (un des-
equilibrio injusto, provisto de poder de un lado y no del otro)
o como algo en proceso de cambio y diverso (en el momento de
la propia investigación). Los métodos utilizados son de corte
cualitativo, especialmente con el uso de entrevistas. ¿Qué pre-
sentan los artículos y cómo lo presentan? De entrada, plantean
que su estudio se refiere a la población heterosexual –afirmando

106
con esto la existencia de otro tipo de orientaciones y de parejas–
y, declarando implícitamente la diferencia entre sexo y género
–abogando por el género como una construcción social que
determina comportamientos diferenciados–. Entre los resul-
tados, podemos mencionar cómo algunos se centran en las dife-
rencias de trabajo en la pareja y la familia y lo que esto supone.
A la ya conocida división genérica entre proveedor (hombre) y
ama de casa (mujer), se suma una diferenciación emocional: las
mujeres buscan y piden validación emocional, mientras que
los hombres no lo hacen (Duncombe y Marsden, 1993), o, en
una versión de esto, el peso del trabajo emocional de la relación
lo carga normalmente la mujer19 (Walzer, 2008). Otros en cam-
bio, afirman cómo esta división desigual de poder (económico,
sexual, emocional) a favor del hombre, está siendo resignificada
por las parejas como igualitaria. Así, para justificar que la mujer
cocine y el hombre no, se dicen cosas como: “ella es mucho me-
jor cocinera, o, él no disfruta tanto cocinar” (Jamieson, 1999:
484). O, también la diferenciación de labores y de ejercicio de
poder se explica como efecto de factores estructurales que están
fuera de su control; por ejemplo, “la incompatibilidad en com-
binar las demandas de criar a los hijos y un empleo de tiempo
completo” (Idem). Lynn Jamieson sugiere que esta elaboración
discursiva tiene que ver con la popularización del discurso de la
‘relación pura’ de Giddens (en la literatura de autoayuda, prin-
cipalmente), es decir, la aparición de parejas democráticas que
buscan cuidar al otro, desarrollarse, ser equitativas en las relacio-
nes de poder. De tal suerte, estos discursos en lugar de contribuir
a la democratización de las relaciones, ayudan a la perpetuación
de inequidad (hombres y mujeres los retoman para adecuar su
relación al nuevo discurso democrático). Un ejemplo más de
esta diferencia entre hombres y mujeres se observa desde la sig-
nificación que se da al coito. Para Gavey, McPhillips y Braun

19
Solución de problemas de la pareja que afectan sentimientos, relación con
los hijos (cuidado y afecto).
107
(1999), las mujeres separan esta forma de sexo (afirmando que
tener relaciones sexuales no se puede reducir al coito) de la in-
timidad con la pareja. Para ellas, el coito aparece en muchas oca-
siones como un “compromiso pragmático para poder manejar
su falta de deseo en una relación” (1999: 55). Esto es, el coito es
parte de la relación de pareja (como lavar los platos) y, por ende,
es una obligación por cumplir. Para los hombres, por el con-
trario, el coito significa orgasmo y, en ese sentido, es parte de la
satisfacción del deseo.
Otro frente para ahondar en las diferencias hombre/mujer
es el estudio de mujeres que salen del patrón ‘normal’ y son de
culturas no occidentales, para observar si sus acciones y roles
se han modificado respecto de la tradicional división genérica.
Aquí, se encuentra que, a pesar de cambios en los sujetos (hostess
de origen rural que tienen independencia económica en China
o mujeres educadas de clase media en Sudáfrica), permanecen
las relaciones de pareja inequitativas entre hombres y mujeres.
En el caso de las hostess, aunque ellas controlan con qué hom-
bre se involucran para obtener sustento económico, en realidad
buscan el amor romántico (el hombre que las sacará de trabajar,
las amará y las sostendrá económicamente) (Zheng, 2008). En
el caso de las mujeres de la élite sudafricana, aunque inteligentes e
independientes, actúan el papel que el amor romántico les ha en-
comendado: ser sumisas, recatadas, incompetentes e indefensas
(Vincent y McEwen, 2006: 58).
Éstos son solo algunos de los casos, pero muestran no única-
mente el interés en las relaciones de pareja heterosexuales y la
diferencia entre hombres y mujeres, sino, también, una dimen-
sión analítica que no aparece de forma contundente en las otras
regiones, a saber, cómo hombres y mujeres le dan sentido a sus
prácticas. Esto es, una separación entre la praxis individual y el
discurso que se retoma para darle sentido. Esto se replica en al-
gunos de los estudios sobre amor entre personas con orientación
homosexual y de mujeres que sufrieron abuso sexual por parte

108
de sus parejas. Respecto a los agentes con orientación no hete-
rosexual Mutchler (2000) y Worth, Reid y McMillan (2002),
muestran cómo hombres gay utilizan scripts heterosexuales para
darle sentido a sus relaciones amorosas –en el caso del primero–
o para justificar no utilizar condón –en el caso de Word, Reid
y McMillan–. Otro caso es el artículo de O´Sullivan (1999),
quien desde una perspectiva autobiográfica muestra cómo las
fantasías románticas heterosexuales son parte de su ‘dar sen-
tido al amor y las relaciones’, incluso después de asumir abier-
tamente su lesbianismo. Respecto a las mujeres heterosexuales
en relaciones violentas, los resultados son interesantes porque
los discursos heterosexuales del amor romántico y la pareja
protectora que da la felicidad son utilizados por las mujeres de
maneras diversas. Por un lado, Wood (2001) observa que las
mujeres utilizan la narrativa del amor romántico para justificar
la violencia que sufren en la pareja; en forma contrastante, Sue
Jackson (2001) afirma que algunas lo retoman para justificar la
violencia y otras para dar sentido a lo que había sucedido (por
qué se habían enganchado con una persona así). Por otro lado,
Marshall, Weston y Honeycutt (2000) afirman que muchas
mujeres que han sufrido abuso relatan amar a sus parejas y estar
satisfechas, en sus hallazgos observan que las mujeres tienden a
resaltar las características positivas de la pareja para “evaluar la
calidad de la relación”. Es decir, significan a la pareja respecto a
su rol protector y la felicidad que les da (olvidando el abuso y
la violencia).
Para finalizar el apartado, podemos afirmar que existen dos
grandes marcos de análisis, uno que enfatiza el cambio cultural
y otro que enfatiza la permanencia dada por lo biológico. La
atención en la región está centrada en la relación de pareja hete-
rosexual y, en específico, en las diferencias entre hombres y mu-
jeres respecto al amor. Además, el interés está puesto también
en la significación de los sujetos respecto a su praxis en el amor.
Aunque el énfasis está puesto en la relación heterosexual, no se
puede dejar de mencionar que sí existe interés en hablar de rela-
ciones no heterosexuales ni monogámicas. 109
La región francesa: el amor, la mujer y el pasado
En esta región, de los artículos seleccionados, todos a excepción
de uno, son análisis de textos literarios del pasado ubicados entre
los siglos xii y principios del siglo xix. En todos hay un interés
especial por las relaciones de pareja y las posiciones de género.
Especialmente por el papel de la mujer en el amor. Así, la mujer
en una posición de poder en la tribu de los Moundang puede
tomar amantes y no ser tratada como adúltera –esto en el único
artículo no referido a un análisis literario (Adler, 1989: 76)–;
o la mujer aparece como la “sacerdotisa del amor”, la única que
puede asegurar “el triunfo del amor” (Bernard-Griffiths, 1990:
123 y 124) en una concepción heteronormativa de las relacio-
nes como la que planteaba Edgar Quinet. También se analiza
cómo la mujer debe emanciparse como condición para fundar
“el nuevo mundo amoroso” de Fourier (Desbazeille, 1990:
102). Esto supone la abolición del matrimonio (heterosexual)
y la liberación sexual donde hombres y mujeres, jóvenes y viejos,
tienen el derecho a la satisfacción sexual. La liberación “no lleva
al individualismo, sino que refuerza los vínculos sociales” (Ibid.:
106). O, una nueva lectura de viejos textos (un texto clásico de
Helisenne de Crenne de 1538), en el que la autora observa que
el amor para la mujer aparece como “manifestación de una vo-
luntad” individual (Incardona, 1996: 28). Así, el amor, el deseo
de amor y de pareja es emancipador porque implica toma de de-
cisión y afirmación de la propia voluntad, implica agency –como
diría Giddens–. Y, finalmente, dos análisis del amor como for-
ma de sujeción de la mujer, específicamente en el Renacimiento.
Una época de aparente cambio pero que para la mujer, a decir
de los autores, sigue siendo de opresión. Para ambos, el amor
del renacimiento es narcisismo puro: el hombre enamorado de
sí –o de su poesía, o del amor. Uno de los casos es un análisis
no complaciente de la poesía de Ronsard (s. xvi),20 en la que se
puede leer cómo “el hombre le da ‘el ser’ a la mujer”, de tal suerte,
20
Ronsard, inicia diciendo el autor, ha sido tomado como “un poeta de la
mujer” (Pérouse, 1997: 39)
110
la mujer es “frágil y fugaz” y a la espera de un hombre adulto,
con conocimientos, que domine “a este pequeño ser inmaduro
y graciosamente inculto [para forjarlo]… como objeto de amor”
(Pérouse, 1997: 46). Ronsard no es pues, un exaltador de las
mujeres, sino un poeta hablando de la vida, del “gozo pánico de
existir” (Ibid.: 50) y que refleja, más bien, las ideas médicas de la
época sobre la mujer.21 El otro quiere probar que la poesía de la alta
Edad Media y del Renacimiento son misóginas y reflejan el es-
píritu de la época (Martines, 1996: 580). En la poesía, la mu-
jer es divina, pero también es dibujada como una bruja, como
fuente de todo mal. Estos retratos de la mujer como espíritu o
animal (una bestia) eliminan –dice el autor– toda posibilidad
de igualdad. Las relaciones amorosas no son entre iguales que
pueden relacionarse, son entre un ser humano (hombre) y una dei-
dad (buena o mala). El protagonista es el hombre que sucumbe
ante o conquista a alguien que no tiene calidad de ser humano.
De tal suerte, la poesía es sobre él (su arrojo, su ser miserable, su
felicidad infinita) y ella aparece por reflejo de su actividad.
Como hemos podido observar, si bien no hay una imagen
única de la mujer (del pasado), si es posible observar que está
en el centro del interés sobre el amor. Podríamos decir que, en
esta región, investigar sobre el amor implica indagar acerca de la
posición/relación de la mujer con respecto a éste.
Otra cuestión interesante que se puede encontrar en estos ar-
tículos, relacionada con la plausibilidad, se refiere a los marcos
de análisis encontrados. Aquí podemos afirmar que existen tres.
En primer lugar, un análisis textual más cercano a la filología: el
sentido del texto en sí mismo; un análisis contextual más cercano
a la sociología: cómo la estructura social del momento histórico
delimita las coordenadas de interpretación del texto y un intento
de teorización respecto a la construcción del concepto de amor.
Respecto al segundo caso, es interesante cómo permea la idea
foucaultiana respecto a la construcción del objeto, pero sobre
21
Donde la mujer, a decir del autor, es tachada de imbécil y “mal formada
para la acción y la creación” (Pérouse, 1997: 47).
111
sale el input sociológico más general. Por ejemplo, Lauro Mar-
tines afirma que para el análisis de textos se requiere “oscilar
entre el análisis del mundo exterior (instituciones/estructura
social) y el mundo interior” (1996: 599). Es decir, el análisis de
los textos no solo permite entender el sentido de los mismos,
sino mostrar cómo “la manera de aprehender y experimentar
el amor es sensible a las tensiones de la época y el lugar” (Ibid.:
576). C. Stephen Jaeger (1991) también utiliza el análisis de los
textos como un pretexto para mostrar estructuras sociales, es-
pecíficamente estructuras de sensibilidad que son distintas a las
actuales. Para el autor, el amor en la Francia de la alta Edad Me-
dia tenía un rol social: representar y diferenciar un grupo social
(la aristocracia). En ese sentido, las declaraciones de amor entre
dos reyes en este momento histórico no se pueden leer como
ejemplos de amor homosexual sino como forma de distinción y
alianza entre ellos.
La aparición de esta forma de interpretación de los textos
(como reflejo de la estructura social y signo de otras formas de
experimentación) se puede asociar con la influencia de la socio-
logía (prestación) en el análisis histórico de la literatura.22

La región española: la caracterización del amor heterosexual,


influencias del pasado y cambios en la historia
En el análisis cualitativo de los artículos se observa una continui-
dad con lo encontrado anteriormente respecto a las citaciones
mayoritarias. Todos son análisis de textos literarios23 o filosófi-
cos. Algunos análisis se remontan a textos del siglo i (un análisis
sobre Avicena y el amor), aunque la mayoría se sitúan entre el
siglo xii y xiv y se centran en el llamado amor cortés24. Éstos
22
De hecho Jaeger afirma que “los que hacen estudios sobre amor cortés no
avanzan porque no se preguntan por su función social” (Jaeger, 1991: 558-559).
23
Uno de ellos no analiza fuentes literarias escritas sino orales, pero son,
finalmente, fuentes literarias: canciones de herranza que se recuperan o in-
ventan en una zona de Los Andes.
24
A decir de Lucken, es Gaston Paris quien en 1883 introduce el término
112
últimos buscan mostrar cuáles son las fuentes de los textos del
medievo. Por ejemplo, Galmés de Fuentes (1992) quiere probar
que Ovidio no es la principal fuente del concepto de amor en
la alta Edad Media, sino Ibn Hazm, es decir, nuestro concepto
de amor no viene de los griegos, sino del mundo islámico. O
Ruiz Capellán (1996) pretende documentar que el adulterio tal
y como lo presenta Homero (s. viii a. C.) en la Odisea u Ovidio
(s. i d. C) en Ars Amatoria aparece en las versiones francesas de
Tristán e Iseo (Tristán e Isolda) de los siglos xii y xiii.
Pero más allá de lo que los autores intentan probar o mostrar
en sus artículos, es posible observar en todos ellos ciertos énfa-
sis. Me refiero a que en todos ellos, cuando se habla del amor
de pareja,25 aparece una concepción de amor heterosexual (en
ningún caso se tematiza la posibilidad o existencia de un amor
de otra orientación) y en una buena cantidad de ellos aparecen
caracterizaciones del amor (qué sucede o qué requisitos tiene el
amor). Aquí, al hablar del amor, no se enfatiza la posición de la
mujer, sino del enamorado o la situación amorosa en la que el
hombre es el protagonista.
Presentaré a continuación, siguiendo una progresión históri-
ca, varios ejemplos de esto. En el análisis de Ramón Guerrero
(2008) sobre Avicena (siglo i d. C.), se habla de tres tipos de
amor (el amor místico, el humano y el natural). Respecto al
amor humano, aparece veladamente la posibilidad de un amor
no heterosexual26, pero cuando se habla de cohabitación y de
equívoco de amor cortés (Baladier, David-Menard, Iogna-Prat y Lucken,
2001: 145), refiriéndose a la noción de amor que aparece en las cortes del siglo
xii, a través de los trovadores.
25
Solo en dos casos se habla también de otros tipos de amor: el amor por los
animales y el amor como fuerza vital, más allá de una relación de pareja (Rivera,
2008; Ramón Guerrero, 2008).
26
Esto porque el amor es “por la forma humana bella”; este amor se puede ex-
presar abrazando y besando a ‘la forma humana bella’. Hasta aquí no se explicita
si esta forma humana es hombre o mujer, solo cuando se habla del amor y la co-
habitación se explicita que la relación es entre varón y mujer (Ramón Guerrero,
2008: 258-259). Así, uno podría interpretar (de manera laxa) que se puede abra-
zar y besar homosexualmente, pero no cohabitar.
113
generación de hijos se explicita la relación heterosexual. En pa-
labras de Avicena, es condenable la cohabitación si no “se rea-
liza con un propósito racional, como puede ser la generación de
un hijo”. Pero es lícita y aceptable “para el hombre con su mujer
[legítima] o con su esclava” (Ramón Guerrero, 2008: 258-259).
Para Galmés de Fuentes, el texto de Andrés el Capellán (s. xii)
muestra claramente su relación con el mundo islámico porque
el enamorado (hombre) tiene las siguientes características: “lo
asaltan temores” (ante la posibilidad de rechazo de la dama); “se
imagina la forma del cuerpo de su amada”; cuando los abrazos
son “escasos y difíciles” el deseo y la pasión se incrementan; se
requieren los celos para que exista “un amor verdadero”; cuan-
do un amante está enojado con otro, el amor aumenta (1992:
55-56). Para Ruiz Capellán, el adulterio es una forma de amor
que parece ser universal –aunque su definición de adulterio se
limita a la mujer casada que tiene relaciones con un soltero y
no viceversa–. A decir del autor, la universalidad del fenómeno
explica que haya coincidencias entre textos separados a lo largo
de los siglos y los lugares. Las características del adulterio que
encuentra Ruiz Capellán son tres personajes: “los amantes y el
esposo engañado”; un observador u observadores del suceso; la
trampa para atrapar a los amantes en falta; la ausencia del es-
poso; el escenario del adulterio y un desenlace no feliz para los
amantes –entre otras características (1996: 214 y ss)–. Dufour
(1999) sigue con la tónica del amor y el adulterio al caracterizar
el amor cortés del siglo xii al xiv (que es aquél entre una mujer
casada de elevado rango de la corte y un trovador –y, por ende,
coincide con la caracterización de Ruiz Capellán). Para ésta,
el amor cortés tiene cuatro características: humildad, cortesía,
una religión del amor y el adulterio. La primera se refiere a que
la relación del trovador con la dama es una de total devoción,
“como si el amante fuera el ‘criado’ de su dama” (1999: 216).
La segunda a que esta forma de amar está reservada al cortesano,
es una forma de estatus, tal y como lo afirma Jaeger de la región

114
francesa y el propio Norbert Elias (1996). Por ello, afirma Du-
four, citando a Vedel, “la diferencia entre el amor de una pastora
y el de las mujeres cultas cortesanas [es] que la mujer de clase alta
se autoestima, solamente se entrega después de transcurrir algún
tiempo y de verificar ciertas pruebas, es decir, cuando se con-
vence de que [el otro] ama” (Dufour, 1999: 218). Es decir, la
cortesía implica no ceder al deseo, proteger la virginidad como
distinción de clase. En el caso del hombre, implica no tomar por
la fuerza a la dama, sino esperar a que ella ceda (lo que es pro-
ducto y parte de un proceso de pacificación, diría Elias). El amor
también implica una religión porque es “un amor de lejos”, que
sí incluye el placer carnal que no se realiza.27 Finalmente, la ca-
racterística del adulterio es imprescindible porque la pertenen-
cia de la dama a otro (su casamiento) es el obstáculo mayor
para la realización del amor, superado solo a través del adulterio
–que la autora también define únicamente como la relación en-
tre una mujer casada y un soltero, y no viceversa. Este impedi-
mento contribuye a la delectatio morosa, a la ‘religión del amor’.
Unos siglos después, para Peláez Benítez (2003), es posible
observar un cambio en la caracterización de la relación amo-
rosa (siglo xvi), con la versión castellana del Roman de Troie
(siglo xiv), la Celestina. Como menciona la autora, el cambio
se aprecia en el héroe que se enamora. Las versiones literarias
anteriores utilizan el modelo del héroe que sucumbe ante la mu-
jer y se pierde. La mujer es “la encarnación del sexo”, del “mal
terrenal” (2003: 214) que pervierte al hombre. El nuevo héroe,
también se pierde, pero la causa ya no es la mujer sino el amor. El
amor se observa como un agente independiente que deriva en la
caída del hombre. Para la autora esto es importante porque “por
un lado, absuelve a la mujer y, por el otro, libera al hombre de
27
Para Charles Baladier esta característica del amor cortés coincide con el des-
cubrimiento religioso de que la imaginación, el deseo, también genera placer (y,
por ende, es fuente de pecado) (Baladier et al, 2001). A esto, le denomina delecta-
tio morosa, una especie de contemplación que es en sí misma placentera y gozosa,
aunque no llegue a la realización del evento carnal.
115
responsabilidades (el amor es una fuerza incontenible)” (Ibid.:
215). Pero, más allá de eso, la autora da un giro de tuerca más
en el análisis al proponer que en la literatura aparece el agente
(el hombre) que utiliza este discurso (‘sucumbí ante la fuerza
del amor’) para manejarlo respecto a sus propios intereses. Esta
nueva figuración del amor presenta cómo éste es un sentimien-
to que es subjetivo y se desarrolla al interior del individuo, en el
enamorado.
El último caso que presentaré en que el hombre es el prota-
gonista, es el de Rivera (2008). El autor analiza canciones de
herranza en los Andes del siglo xx, de los que deriva varias
caracterizaciones del amor (amor de pareja, amor filial y amor
por los animales). Para el caso del amor de pareja, aparece solo
la relación heterosexual –en continuidad con los anteriores
artículos– y en ésta se incluye la posibilidad de infidelidad, la
aparición de sentimientos apasionados, de tristeza en el des-
amor y, de manera explícita, la afirmación de que el amor puede
ser temporal (dependiendo de si los individuos lo desean o no).
El relato de lo anterior (del apasionamiento, de la tristeza, de la
infidelidad de la otra) aparece desde la voz del hombre que es el
que canta y crea las canciones de herraje.
Podemos concluir que el interés en esta región está puesto
en la caracterización del amor, específicamente del amor hete-
rosexual y, en muchos casos, del amor adúltero. Al ser el amor
heterosexual el protagonista, la caracterización sigue el perfil hete-
ronormativo que enfatiza relaciones desiguales con el papel subor-
dinado de la mujer.

La región mexicana: el amor de pareja en


Latinoamérica en el siglo xx
Si en la región francesa y la española el énfasis estaba en el pa-
sado y fijado a Europa, en la región mexicana la investigación se
centra en la vida contemporánea. El amor es netamente el amor
en la pareja, o más bien en las parejas. Es decir, queda claro desde

116
el inicio que no podemos hablar de un tipo de pareja, sino que
las parejas están situadas en contextos culturales y sociales distin-
tos –con cercanías y semejanzas, pero también con sus diferen-
cias–. Por ejemplo, Valdés, Sapién y Córdoba (2004) hablan de
hombres y mujeres de la zona metropolitana de México; Batista
(2002) compara nociones de amor de pareja en las telenovelas
mexicana y brasileña; Marroni (2006) presenta los encuentros
y desencuentros amorosos de los migrantes de Atlixco, Puebla;
Hagene (2008) de las relaciones de pareja en La Esperanza, Ni-
caragua. Así, si se habla de tipos de amor, se los relaciona con
casos específicos, como el amor de transferencia de Frida Kahlo
(Cristian, 2006) o el amor infiel de Pablo Neruda (Cepeda,
2005). Los amores, las parejas existen con nombre y apellido y
están cercanos a nuestra propia experiencia.
Y como las parejas son múltiples, los abordajes y los resulta-
dos también lo son. No aparece ningún análisis literario, como
en las regiones anteriores. El amor infiel de Neruda se analiza
a través de su biografía y el amor de transferencia de Frida, a
través de su obra pictórica y una película sobre su vida, utilizan-
do herramientas del psicoanálisis (en este caso del amor como
forma de transferencia). En el caso del análisis de las telenove-
las, se revisan los diálogos pero se utiliza el marco teórico de los
campos semánticos que, como dice la autora “sirve para señalar
sinonimias formales, sobre todo respecto al sentido” (Batista,
2002: 5). A los hombres y mujeres de la ciudad de México, se los
entrevista, y con los migrantes y las parejas nicaragüenses se utili-
zan varios planos: el contexto histórico-social, trabajo de campo y
entrevistas a lo largo del tiempo.
¿Qué hallazgos hay que en las relaciones de pareja las expe-
riencias y repercusiones para hombres y mujeres son diferen-
tes –normalmente en perjuicio de las mujeres? Por ejemplo,
para Valdés, Sapién y Córdoba, en los hombres la sexualidad es
genital y en las mujeres, la sexualidad involucra “amor, caricias,
ternura y estabilidad” (2004: 34). Los hombres afirmaron ac-

117
tuar bajo el supuesto “de que la forma de estimular sexualmente
a las mujeres consiste solo en ‘meter y sacar’… y que eso les
gusta a ellas tanto como a ellos” (Ibid.: 40). Para Marroni, la
migración a Estados Unidos ha permitido a algunas mujeres
tomar roles que en su comunidad no pueden (como ser inde-
pendientes, trabajar). La dificultad es que los migrantes están
siempre entre dos tierras, las familias (y las parejas) a veces se
tienen que separar lo que entraña no sólo dolor y desamor, sino
también divergencia en los géneros. Si al hombre lo deportan, la
mujer debe regresarse; si esto es al contrario, el hombre se queda
en la Unión Americana (2006: 680). La mujer ‘fracasa’ cuando
tiene un hijo fuera del matrimonio, el padre sigue soltero (Ibid.:
675). En la investigación de Hagene, el amor tiene un papel pro-
tagónico en la asimetría entre los géneros. A decir de la autora, el
amor es requerido por las mujeres para “llenar sus anhelos emo-
cionales” (2008: 170). En la comunidad de La Esperanza, “los
maridos se construyen como un Bien Limitado” (Ibid.: 183), lo
que hace que las mujeres hagan todo para evitar que “el hombre
se vaya con otra” (Ibid.: 170). Y eso supone, aguantar la infideli-
dad, con tal que la relación extramatrimonial no sea permanen-
te y en la misma ciudad. El amor aparece así como una forma de
poder. Finalmente, en el análisis de las telenovelas, aunque la
autora no lo retome de esta manera, también se puede observar
una diferencia de géneros. Primeramente, los protagonistas de
la historia de amor si son hombres tienen “inteligencia, inde-
pendencia económica, buena situación social y probablemente
buena apariencia”; si son mujeres son bellas, buenas y fieles (Ba-
tista, 2002: 7). En segundo lugar, y aunque al parecer solo aplica
a las telenovelas mexicanas, el amor es “más púdico, más beato,
más restringido a una moral tradicional en donde el papel de
la mujer se divide fácilmente en dos: el del ángel y el del demo-
nio; éste último no tiene cabida en el Amor, solo puede ocupar
el lugar de la antinomia para reforzar al Amor mismo” (Ibid.:
18). Una cuestión a destacar, y en contraste con la región an-

118
glosajona, es que esta diferenciación de comportamientos no se
lee como producto de una diferencia biológica. Es producto de
un “aprendizaje diferenciado… que ocurre en contextos socio-
culturales de inequidad genérica” (Valdés, Sapién y Córdoba,
2004: 34), es “una construcción social de diferencia sexual”
(Hagene, 2008: 171).
Podemos concluir que en la región se observan más investiga-
ciones empíricas sobre parejas latinoamericanas que retoman li-
teratura científica latinoamericana y de otras regiones del mundo
para dar sentido a los comportamientos diferenciados entre hom-
bres y mujeres en el amor.

Conclusiones

Como se ha intentado mostrar, podemos encontrar una diferen-


ciación por región en cuanto al tema del amor. Esto es posible
porque cada región tiene condiciones de variación distintas (que
aquí se observaron a través de los textos y autores que se utilizan
mayoritariamente), así como criterios de selección diversos (ob-
servados a través de las disciplinas que publican artículos sobre
amor y los problemas que se trabajan). En ese sentido, lo que se
considera como problema científico relevante y válido cambia
según cambien tanto las condiciones de variación como los
criterios de selección. Ahora bien, como se enunció al inicio,
éstas son regiones científicas construidas utilizando ciertos cri-
terios. Para tener una visión más compleja de las regiones habría
que complejizar los criterios utilizados. Por ejemplo, incluir otras
plataformas (en el caso de la región francesa y anglosajona), ana-
lizar las revistas que no se encuentran en plataformas (en el caso
de la región española y mexicana), e incluir libros. La inclusión de
los libros resulta aún más importante después de observar que
las citaciones mayoritarias son de este tipo de materiales y no de
artículos científicos (esto quizá tiene que ver con el tema más

119
que con lo que sucede en las ciencias sociales en la actualidad).
De esta manera, se podrá sostener de manera más contundente
la diferencia regional. Por lo pronto, y gracias a los criterios de
selección y variación se pueden observar las siguientes diferen-
cias. En primer lugar, la selección de textos para analizar y estu-
diar el amor es diferente según la región. En la anglosajona, el
amor se analiza en parte, desde una visión de la psicología, con
autores muy específicos; y, por otra parte, sobresale la referencia
Judith Butler. En la región francesa el amor se observa a través
de textos literarios e históricos. En la española, nuevamente apa-
recen textos literarios e históricos (más literarios) desde los que
se tematiza el amor como objeto. Finalmente, en la región mexi-
cana la selección del amor prominentemente se hace a través de
sociólogos. El criterio de variación aunado al de selección nos
ayuda a complejizar el panorama. De tal suerte, podemos ob-
servar que la variación en la región anglosajona proviene de la
disciplina psicológica y de un conjunto de ‘nuevas disciplinas’
(como los estudios culturales y de género). Esto nos permite
decir que la psicología en esta región está prácticamente cerrada
a autores de la propia disciplina y en las disciplinas recién es-
tablecidas los autores utilizados varían –solo Butler parece ser
retomada en estudios de diferentes orígenes–. En la región cas-
tellana y la francesa, autores citados y disciplinas mayoritarias
concuerdan lo que parece revelar cierres disciplinares en los au-
tores seleccionados y plausibles para la interpretación del fenó-
meno del amor. En el caso de la región mexicana, a pesar de la
preeminancia de autores de sociología, los artículos provienen
de disciplinas diversas. Esto podría referir a dos fenómenos, o las
disciplinas que cultivan el tema en esta región están más abiertas
a retomar prestaciones de otras disciplinas (en este caso de la
sociología) o, dado lo reciente de la aparición del tema en esta
región, aún no hay un consenso o legitimación de los autores
relevantes o idóneos para el estudio del amor. A pesar de los ma-
tices, es evidente –en todas las regiones– una relación entre las

120
disciplinas encontradas y la adscripción de los autores citados,
lo que hablaría de la existencia de fronteras disciplinares y de
una legitimación del tema que corresponde a la historia de los
desarrollos disciplinares locales.
A través del criterio de variación referido a los problemas
que se plantean como plausibles, podemos observar dos diferen-
cias regionales. En primer lugar, cuando se analiza el amor se
privilegia el estudio de casos regionales,28 ya sean autores de la
literatura, periodos de la historia o personas, éstos aluden a lo
que sucede en la región. En segundo lugar, nuevamente las dis-
ciplinas juegan un papel central en lo que puede ser problema-
tizado y cómo puede ser problematizado: en la región anglosa-
jona, la observación de las diferencias entre hombres y mujeres
al amar desde dos miradas, la biológica-psicológica o la cultural
(estudios culturales y de género); en la región francesa, hay un
énfasis en la contextualización del amor, como un discurso
epocal que refiere a condiciones históricas concretas (historia
y análisis literario); en la región española, se busca la precisión
en las fuentes, orígenes y construcción del discurso del amor de
manera ahistórica (filología), y en la región mexicana se analizan
casos específicos (grupos e individuos situados) en la sociedad
contemporánea (sociología).
Pero, más allá de las diferencias observadas en cada región,
es posible observar coincidencias en todas. Respecto al amor, la
mirada primordial es a la pareja (aunque se menciona el amor
entre amigos, el amor de padres e hijos y el amor como vínculo
de la humanidad). Además, no es cualquier pareja, sino la pare-
ja heterosexual. La indagación se centra en la diferencia entre
sexos y el desequilibrio entre géneros. Especialmente, la vulnera-
bilidad de la mujer, su menor poder (de decisión, emocional) y
la posición de superioridad del hombre (por gracia de la evolu-
ción o por una tradición cultural patriarcal).
28
Aunque en la región anglosajona se publican estudios acerca de otras regio-
nes, en un ochenta por ciento los estudios son acerca de la región (Estados Uni-
dos y Gran Bretaña principalmente y , en menor medida, Canadá y Australia).
121
Pero estos resultados aparecen enmarcados en dos grandes
perspectivas: una que naturaliza esta situación y otra que in-
tenta desnaturalizarla. Entre los que naturalizan la existencia de
la pareja heterosexual, se encuentra una rama de la psicología
en la región anglosajona. Aquí, el amor es amor de pareja y es
heterosexual porque la función del amor es la reproducción de
la especie. Las diferencias son útiles y necesarias para la humanidad.
El objetivo parece ser mostrar, cada vez con más elementos, la exis-
tencia de la permanencia. También se pueden incluir aquí los estu-
dios de la región española ya que la mayor parte sólo enuncia la
diferencia sin cuestionarla. Al reproducir y resaltar en los textos
literarios únicamente la relación heterosexual con preeminen-
cia del hombre, ayudan a mantener la idea de la permanencia: de
Homero y Ovidio a los siglos xii y xiv, las relaciones de pareja
son las mismas (el adulterio, donde es la mujer casada la que en-
gaña, es universal, parece decir un autor).
Entre los que desnaturalizan este desequilibrio en las rela-
ciones está la otra parte de artículos en la región anglosajona (el
otro gran marco de análisis). Aquí, la preeminencia de la cul-
tura como determinante o coadyuvante en la desigualdad es la
regla. Algunos artículos incluso apuntan a la utilización de sus
resultados en la terapia (de mujeres que han sufrido abuso), al
señalamiento de que lo que aparentemente es la liberación de
la mujer, implica incluso una subordinación mayor (al aparecer
como liberación). En este marco también se incluye la región
francesa, como un excelente contraste con la región española.
En la región francesa, hay una preeminencia de análisis de textos
literarios y filosóficos (igual que en la española), también el én-
fasis está puesto en las relaciones de pareja heterosexual. Sin em-
bargo, el análisis tiende a desenmascarar al llamado amor cortés.
No se trata de la elevación de la mujer a un mayor estatus, se
trata de un amor misógino (aunque esto parezca una contradic-
ción), de un amor narciso que en el fondo sigue replicando la
dualidad de la mujer como deidad o como bestia, es decir, la mu-

122
jer sigue siendo un ‘no-igual’, alguien con quien no se relaciona
uno. Finalmente, en la región mexicana, los análisis empíricos
muestran en casos específicos cómo se da la desigualdad entre
los géneros, enfatizando que son géneros (construidos social y
psicológicamente) y no sexos biológicamente determinados.
Encontramos entonces, diferencias regionales pero también
traslapes mundiales en el tema del amor, lo que perfila hacia una
indagación más compleja más que a conclusiones definitivas.
Así, el presente escrito pretende ser una contribución al dibujo
de los contornos de un tema tan complejo como lo es el amor en
una sociedad global –incluso en la ciencia–.

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129
Poliamor – De la promesa de amar
a muchos. Un comentario sobre la
posición de investigación29
Christian Klesse

La crítica de la monogamia y la relación de pareja solamente de


dos personas es ya desde 1960 un componente fijo de las inter-
venciones referentes a la política de los sexos y la sexualidad por
parte de muchos movimientos progresistas feministas, lésbicos,
homosexuales, bisexuales y de izquierda, o de contraculturas. Se
rechaza el ideal de la relación de pareja monógama, como ele-
mento esencial de las relaciones heterosexuales entre los sexos
y de las estructuras familiares patriarcales (glf [1971] 1995).
El carácter obligatorio de la exigencia monógama aparece como
continuación del pensamiento burgués de posesión (Red Co-
llective, 1978; Pieper y Bauer, 2005), y el acoplamiento norma-
tivo de la sexualidad y el amor se ve como expresión de una orien-
tación social hostil al placer y a la sexualidad (Bronski, 1999).
Desde el punto de vista feminista, la estilización de la relación
heterosexual de pareja como condición previa de una vida feliz es
incompatible con la idea de la autonomía femenina (Stelboum y
Munson, 1999a; Jackson y Scott, 2004; Evans, 2003). Muchos
partidarios y partidarias de los movimientos homosexuales, lés-
bicos, bisexuales y bdsm rechazan la monogamia como un valor
a final de cuentas heteronormativo (Seidman, 1991; Weeks et
al., 2001; Klesse, 2007a). En opinión de algunos autores, las rela-
29
Esta es una versión ampliada y actualizada de un artículo que apareció
originalmente con el título de ‘Poliamor – De la promesa de amar a muchos.
Un comentario sobre el estado actual de la investigación’ en la Revista de
Investigaciones Sexuales (Zeitschrift für Sexualforschung) [diciembre de 2007,
20 (3): 316-330]. Agradezco a los editores y editoras de la revista y a la Edito-
rial Georg Thieme Verlag kg por el permiso para traducir y volver a publicar
dicho artículo en este tomo, y a Marcos Romano por la traducción.
131
ciones no monógamas conducen a un entendimiento más amplio
de la praxis de la relación, a la formación de subculturas afirmati-
vas de la sexualidad, y son experimentos de formas de vida comu-
nitaria o comunal (Weeks, 1991; Power, 1995).
El poliamor surgió de los variados debates sobre la no mono-
gamia en diferentes movimientos sociales y subculturas (Hari-
taworn et al., 2006b). El concepto describe una concepción de
la relación en la cual es posible mantener relaciones románti-
cas y/o sexuales con varias parejas simultáneamente. La palabra
combina una raíz latina amore (amor) con la raíz griega poli
(muchos). La combinación de estos elementos da como resul-
tado un sentido de ‘amar a muchos’ o ‘más de un amor’. En este
contexto, un criterio central es que todos los involucrados en
una relación estén enterados del carácter no monógamo de la re-
lación, y lo afirmen fundamentalmente. Tony, un participante
en un estudio que llevé a cabo en Gran Bretaña sobre poliamor
y no monogamia, lo expresa muy adecuadamente de la siguiente
manera:

Bueno, existe una especie de mantra entre lo que podría llamarse la


comunidad poliamorosa. ¡Y ese es el de la honestidad, honestidad!
¡Tienes que ser honesto respecto a todo, y decir cómo te sientes al
respecto! (Tony).

La honestidad y el esfuerzo por conseguir un consenso son


componentes importantes de un repertorio de valores que fun-
damentan una ética de la relación específicamente poliamorosa
(Emens, 2004; Klesse, 2011a). El poliamor se dirige a personas
de diferentes identidades sexuales. Sin embargo, las discusiones
sobre el poliamor se llevan a cabo con especial intensidad en
las subculturas bisexuales, lésbicas y/o alternativas (Stelboum
y Munson, 1999a; Anderlini-D’Onofrio, 2004a). En los años
1980 y 1990 surgió un movimiento pequeño pero no poco sig-
nificativo en los Estados Unidos y Canadá (Stelboum y Mun-

132
son, 1999a; Anderlini-D’Onofrio, 2004a). Pero el movimiento
no se limita al Norte del Continente Americano, sino que re-
des y subculturas correspondientes se han formado también en
Australia (Pallota-Chiarolli, 2010a) y en diferentes países de
Europa Occidental (Lano y Parry, 1995a; Mérrit et al., 2005;
Schroedter y Vetter, 2010).
Ya desde los años 1950 se pueden documentar utilizaciones
tempranas de conceptos semejantes (Alan, 2010). La palabra
cobra una definición más exacta a principios de los años 1990
(Anapol, 2010) y se ha dado a conocer sobre todo durante los
últimos dos decenios. Muchos autores y autoras se explican este
desarrollo con el importante papel que desempeña la comuni-
cación a través del Internet para los contextos poliamorosos
(Barker, 2004). Desde hace algunos años ha estado aumentan-
do también el interés de los medios de comunicación por este
tema. La ponencia de Ani Ritchie y Meg Barker sobre “Lengua-
je, emocionalidad y poliamor” en la Quinquennial Conference
of the British Psychological Society (en Manchester, en 2005)
encontró una asombrosa resonancia en la prensa británica e in-
ternacional (Ritchie y Barker, 2006). Entretanto es posible ya
encontrar también registros sobre el poliamor en los manuales
científicos o en diccionarios generales (Anderlini-D’Onofrio,
2004b; 2004c; Klesse 2006a; Noël, 2006). Aunque el concepto
de poliamor es ahora conocido para un público más amplio, las
formas de vida poliamorosas no han sido dilucidadas apenas
desde el punto de vista científico.
Este artículo se propone dar una visión general de los debates
sobre el poliamor, contextualizar el poliamor como concepto y
praxis, y comentar el estado actual de la investigación. Sería de-
seable una mayor discusión del poliamor por parte de las cien-
cias sociales o de la sexualidad, ya que éste contiene el potencial
para procesar cuestiones sobre la transformación social de la cul-
tura sexual, la ética y la política. Pero el movimiento en torno al
poliamor también debería ser tomado en serio en su pretensión

133
de fundamentar una praxis ética de las relaciones que afirme la
sexualidad. El poliamor se presenta como una crítica vivida de
los ideales ya superados de las relaciones y de un orden represivo
de los sexos y la sexualidad. Debería ser un interés de la investi-
gación crítica de la sexualidad averiguar los potenciales y las con-
tradicciones de los discursos poliamorosos, para fortalecer sus
elementos críticos de la dominación. En lo que sigue discutiré
la literatura accesible hasta el momento bajo los puntos de vista
de las definiciones, las identidades, el lenguaje y las prácticas de
relaciones y de familia. Mencionaré los puntos fuertes, las debi-
lidades y los puntos ciegos en la discusión de la ciencia popular y
la académica respecto al poliamor, y señalo puntos de referencia
sobre el debate académico sobre sexualidad e intimidad.

Poliamor como forma explícitamente ética de la


no monogamia

En su concepción de sí mismo, el movimiento poliamoroso se


distingue claramente de la cultura dominante de la praxis no
monógama, que se basa en una aceptación oficial de la mono-
gamia y una práctica institucionalizada de la infidelidad (Mint,
2004; Emens, 2004; Rambukkana, 2004). El énfasis en la
honestidad y consenso es el credo de los variados manifiestos
y publicaciones populares sobre poliamor (Bloomquist, 2000;
Anapol, 1997; Easton y Lizt, 1997). Los editores y editoras de
The Chambers Dictionary han captado muy adecuadamente
este aspecto ético cuando definen el poliamor como una forma
de no monogamia que se basa en el consenso. La edición del año
2003 describe el poliamor de la manera siguiente: “la práctica de
tener más de una relación sexual y emocional al mismo tiempo,
con el total consentimiento de todos los involucrados” (2003:
1166). También el Oxford English Dictionary declara el con-
senso como criterio central. De acuerdo con esto, el poliamor
es “la costumbre o práctica de tener múltiples relaciones sexua-

134
les con el conocimiento y consentimiento de todas las parejas
involucradas” (The Oxford English Dictionary Online, 2007).
El poliamor se entiende como una forma explícitamente ética o
responsable de la no monogamia (Anapol, 1997). Kevin Lano y
Claire Parry resumen esta visión de la siguiente manera:

El término poliamor: ‘más amores que uno’ se ha convertido en un


término genérico con el que se pretende cubrir todas las formas de
la no monogamia responsable, y ayuda a enfatizar que existe algo
más que solamente sexo en el asunto de la no monogamia (Lano y
Parry, 1995b: v).

La pretensión ética del poliamor consiste en comunicar


necesidades y realidades de las relaciones, en negociar respecto
a ellas, y –si es posible– en encontrar un consenso entre todas
las parejas. Aquí no solamente se trata del sexo, sino –como ya
lo señala la relación etimológica a la palabra amor– de encuen-
tro emocional o vinculación emocional. El poliamor es un espejo
del concepto del amor que experimentó transformaciones en
los decenios en torno al cambio de siglo (Schroedter y Vetter,
2010; Klesse 2011a). Las relaciones poliamorosas pueden ser de
naturaleza sexual, pero no forzosamente tienen que serlo. Por lo
tanto, no se pueden reducir a un encuentro puramente sexual
(Klesse 2006b; Scherrer, 2010). Así que el poliamor describe un
principio, una filosofía de la relación, un estilo del amor, o una
ética sexual.
Pero qué formas de la relación o maneras de vivir la sexuali-
dad son las que se describen concretamente con este concepto es
algo que hasta el momento sigue estando poco claro y es motivo
de un constante debate dentro y entre los círculos que se refieren
a este concepto. Marcia Munson y Judith P. Stelboum, las edi-
toras del Lesbian Polyamory Reader, favorecen una definición
amplia, que abarque también los encuentros sexuales esporádi-
cos y no solamente las relaciones románticas de largo plazo:

135
El término ‘poliamor’ incluye muchos distintos estilos de múlti-
ples relaciones íntimas, tales como la polifidelidad, o matrimonio
de grupo; relaciones primarias abiertas a relaciones secundarias; y
relaciones sexuales casuales con dos o más personas’ (1999b: 2).

Otros autores y autoras se muestran más inseguros cuando


se trata de “casual sex”, en el cual no desempeña ningún papel
de importancia el estado de la relación. En especial el “swing-
ing” o “cruising” son desechados por algunos como una forma
de promiscuidad superficial (Klesse, 2006b). Sin embargo, tam-
bién hay voces que reconocen posibles puntos en común entre
diferentes formas de la no monogamia (Anapol, 2010; McDon-
ald, 2010). A final de cuentas no es posible definir de forma in-
equívoca el poliamor: el poliamor tiene diferentes significados, y
algunas interpretaciones y posiciones son bastante polémicas y
discutidas. En la raíz de estos conflictos se encuentra, entre otras
cosas, una falta de consenso respecto a cómo desea presentarse el
mo-vimiento del poliamor ante un público más amplio.

La literatura surge de la praxis

Al momento presente, existen relativamente pocos trabajos de


investigación sobre el poliamor. En la mayoría de las publica-
ciones se trata o bien de antologías que reúnen reportes de ex-
periencias, tratados históricos más bien breves, o consideracio-
nes políticas sobre las relaciones múltiples, o bien de libros con
consejos de ciencia popular sobre cómo llevar las relaciones no
monógamas. Los editores de antologías por lo regular participan
ellos mismos en movimientos de la subcultura que tienen una
actitud positiva respecto al poliamor como modelo de vida o de
relación. Piensan que ocuparse de y discutir abiertamente sobre
formas de relación no (hetero) normativas es de importancia
política, con el fin de conmover los cimientos de las relaciones
de poder que se expresan en la cultura hegemónica de la relación.
Un ejemplo de una posición de este tipo es el libro Breaking the
136
Barriers to Desire. Polyamory, Polyfidelity and Non-Monogamy.
New Approaches to Desire, (Rompiendo las barreras del deseo.
Poliamor, polifidelidad y no monogamia. Nuevos enfoques del
deseo), que fue publicado a mediados de los años 1990 por Kevin
Lano y Claire Parry (1995a) en una pequeña editorial inglesa.
El libro presenta historias de vida, relaciones y “salidas del cló-
set”, así como discusiones teóricas y políticas. Estas contribucio-
nes analizan los fundamentos históricos, culturales y filosóficos
de la mononormatividad heterosexual30 y abogan por una ética
que afirme la sexualidad. El volumen contiene el primer texto que
yo conozca sobre el poliamor que esté basado en un estudio cua-
litativo: una contribución de la investigadora australiana Maria
Pallota-Chiarolli (1995).
Marcia Munson y Judith P. Stelboum (1999a) documentan
la historia de las relaciones y comunidades lésbicas no monóga-
mas en el Lesbian Polyamory Reader. Open Relationships, Non-
monogamy and Casual Sex. Esta selección de textos reúne
artículos personales, poéticos, políticos y sociológicos. Ilustra
el papel central de las posiciones feministas y lésbico-feministas
dentro de los debates sobre el poliamor (Barker, 2004; Klesse
2006b). Además, los textos recuerdan qué papel tan impor-
tante desempeñó la crítica de la monogamia en las discusiones
(lésbico)-feministas de los años 1970 (Jackson y Scott, 2004).
Adicionalmente, señalan una línea de tradición específicamente
lésbica dentro de la ética poliamorosa de las relaciones y la amis-
tad. También en el feminismo bisexual se manifestó una crítica
de la monogamia, frecuentemente centrada en la mujer, la cual,
sin embargo, por lo regular se mantuvo apegada a una opción
de relaciones sexuales o íntimas con hombres (Gregory, 1983;
Weise, 1992; Ritchie y Barker, 2005; Klesse 2010a).
El Journal of Bisexuality publicó en el año 2004 una edición
especial editada por Serena Anderlini-D’Onofrio sobre las re-
30
El concepto de mononormatividad fue acuñado por Marianne Pieper y
Robin Bauer. Designa las presiones sociales que favorecen y naturalizan una
cultura de la pareja monógama (Pieper y Bauer, 2005; 2006).
137
laciones poliamorosas. Esta edición apareció simultáneamente
como libro con el título de Plural Loves: Designes for Bi and
Poly Living (2004a). También este libro combina textos perso-
nales con la discusión teórica y de la ciencia de la cultura, pero
se cuenta más bien entre las publicaciones científicas. Ilustra dos
temas dominantes en la recepción contemporánea: la estrecha
asociación del poliamor con la bisexualidad, y una mezcla de po-
liamor con el esoterismo. Estos aspectos resultan claros ya en la
introducción de Serena Anderlini D’Onofrio:

El poliamor […] se desarrolló de manera paralela a la bisexualidad,


incluso mientras ésta era más visible como movimiento e identidad
política, y aquél era más audaz en las prácticas utópicas que proponía,
diseminaba, y creaba espacios acogedores. El pensamiento polia-
moroso del tipo consciente del género y la orientación sexual com-
partía con la bisexualidad un interés por las organizaciones sociales
premodernas y ‘primitivas’, donde no se imponían las diferencias
entre homo y hetero. Frecuentemente, el amor erótico es parte de
un concepto panteísta de lo sagrado que aboga por una relación
más gentil, contemplativa y más ‘femenina’ con la naturaleza (An-
derlini D’Onofrio, 2004a: 3).

Las referencias de Anderlini D’Onofrio al politeísmo y la es-


piritualidad son características de la influencia de diversas ideas
del New Age sobre determinados discursos poliamorosos (Ha-
riatworn et al., 2006; cfr. Anderlini D’Onofrio, 2004b; 2009;
Anapol, 1997; Merrick, 1999). Las corrientes neopaganas son
especialmente fuertes (Kaldera, 2005; Anapol, 2010). Las
influencias espirituales están fuertemente marcadas, especial-
mente en la literatura de guías sobre el poliamor (Noël, 2006).
Aunque Anderlini D’Onofrio quería que su primitivismo
programático se entendiera como un multiculturalismo ilus-
trado y crítico del racismo, su presentación es heredera de dis-
cursos colonialistas, según los cuales las culturas supuestamente

138
“primitivas” (una categoría que ya en sí es racista) estaban o están
caracterizadas por la bisexualidad, una reducida diferenciación
de los sexos, y una sexualidad sin complicaciones o desbocada.
Estos supuestos eran una parte integral tanto de las teorías de la
ciencia de la sexualidad, como también de las presentaciones de
cultura popular en el siglo xix y principios del xx (Storr, 1997;
Angelides, 2000; Sommerville, 2000; Willey, 2006). Ellos
constituyen el fundamento para una estrecha vinculación de
la sexualidad con cuerpos no blancos o “etnificados”, que hasta
ahora mantiene los clichés racistas de la sobresexualización de
las mujeres y hombres de piel oscura (El Tayeb, 2003; Bhattacha-
rya, 1997).
Además del primitivismo aquí descrito, muchas publicacio-
nes sobre el poliamor, en su adhesión a la espiritualidad tántrica,
están caracterizadas por un fuerte orientalismo (Haritaworn et
al., 2006b). Ante este trasfondo resulta comprensible (aunque
no menos problemático) que en una contribución periodística
sobre el poliamor publicada en 2007 en el Sunday Times bri-
tánico apareciera una foto de escenas eróticas de grupo sobre los
relieves del templo de Kandariya Mahadev en la India, aunque
en el texto no se encuentra ninguna referencia a la India (Gill,
2007: 54). Este ejemplo ilustra cuánto ha contribuido la dimen-
sión exótica y esotérico-espiritualista a la orientalización del
concepto del poliamor en la percepción pública.31
En lengua alemana, hace poco apareció una antología con
textos sobre el poliamor. Mehr als Liebe. Polyamörose Beziehun-
gen (Más que amor. Relaciones poliamorosas) contiene contribu-
ciones y referencias literarias, poéticas, periodísticas, sociológicas
y políticas sobre las culturas poliamorosas lésbicas, bisexuales,
gay y transgénero en Alemania y en Austria, así como en Gran
Bretaña y los Estados Unidos (Mérrit et al., 2005). El tomo con-
31
La fuerte referencia al Tantra dentro de una concepción esotérica del
poliamor queda documentada de forma impresionante por una gran cantidad
de textos en la página web de Sasha y Kira Lessins “School of Tantra”: http//
www.schooloftantra.com/ (visitada por última vez el 21/05/2006).
139
tiene también una contribución de Marianne Pieper y Robin
Bauer (2005) que discute el poliamor desde una perspectiva
histórico-sociológica en un contexto más amplio de contra-
modelos no monógamos a la monogamia forzosa de la sociedad.
Gracias a un gran número de contribuciones originales, este li-
bro es tal vez el más accesible y entretenido texto de entrada en
alemán para el tema del poliamor.

Libros de consejos psicológicos

La mayoría de los libros publicados sobre el poliamor son conse-


jeros de ciencia popular sobre las relaciones (Haritaworn et al.,
2006). No debemos subestimar la influencia de algunos de es-
tos textos, especialmente de los libros The Ethical Slut (Easton
y Liszt, 1997) y Polyamory: The New Love without Limits
(Anapol, 1997). Estos libros, como dicen Ani Ritchie y Meg
Barker: “fijaron un marco inicial para muchas personas poliam-
orosas, y frecuentemente se encuentran referencias a ellos en
línea” (2006: 589). Especialmente The Ethical Slut es designado
frecuentemente como la Biblia del poliamor.
En este artículo no quisiera entrar con detalle en estos libros,
dado que ya han sido comentados por otros autores (Pallota-
Chiarolli, 2004; Noël, 2006; Petrella, 2007). Por lo regular,
ellos tienen una recepción muy positiva. Los libros de consejos
ponen a disposición ideas y estrategias para aquellas personas que
buscan nuevas soluciones para determinados problemas de sus
relaciones. Sirven como textos de introducción informativos,
como apoyo pragmático en el intento de manejar las crisis, o
como modelo sobre cuya base se pueden pensar nuevas formas
del trato (Barker y Langdridge, 2011).
En opinión del sociólogo Anthony Giddens (1991; 1992), los
libros de autoayuda pueden ser un medio de autorreflexión críti-
ca, y contribuir a las decisiones informadas (Hazleden, 2004).
Sin embargo, a algunos autores y autoras, una visión semejante

140
les parece muy poco crítica. Melitta Noëls (2006) muestra en su
análisis de doce populares libros de consejos que las cuestiones de
la diferencia apenas son tratadas con seriedad por esta literatura,
aun cuando está muy extendida una retórica de la variedad. El in-
dividualismo filosófico que sostiene al modelo psicológico de la
negociación igualitaria y contractual, y el manejo intersubjetivo
de los sentimientos, que propagan estos consejeros, impide una
elaboración activa de las desigualdades estructurales del poder
en las relaciones poliamorosas (Easton y Klesse 2006; Klesse
2007b). La visión de un afecto universal poliamoroso, de una
cultura uniforme de los sentimientos, no se ve complementa-
da por una reflexión crítica de las diferencias culturales, o una
mención de las relaciones de poder emocionales y materiales en
torno a la “Race” (“raza”)32, etnicidad, clase, género o minusva-
lía (Ahmed, 2004; Haritaworn et al., 2006b: 520).
La apreciación optimista de que sería posible resolver deter-
minados problemas si disponemos de suficientes conocimientos
sobre nosotros mismos, y aplicamos técnicas sensibles de comu-
nicación y de manejo de los sentimientos, encubre la sutil nor-
matividad respecto a la identidad, las expectativas a la relación
o la dinámica de la pareja, que se revela en los consejos de los
expertos (Rose, 1999; Petrella, 2007; Klesse 2007b). La fuerte
influencia de la literatura de libros de consejos puede explicar
hasta cierto punto la evasión del poder y los puntos ciegos en
los análisis políticos del movimiento del poliamor.33 El indivi-
dualismo psicológico se refleja en una concepción de sí mismo
en la cual el poliamor aparece como el epítome de una cultura
democrática de la relación (véase Giddens, 1992).
32
En el debate político y de las ciencias sociales en el área de habla inglesa
existe un amplio consenso respecto a que ‘Race’ (‘raza’) es una invención
social de gran fuerza eficiente, al servicio de las visiones y prácticas racistas.
Una visión semejante se manifiesta, por ejemplo, en el concepto usual de la
‘racialisation’ (‘racialización’) (Murji y Solomos, 2005).
33
El concepto de la evasión del poder es utilizado por Jin Haritaworn toman-
do como base el concepto de power evasiveness, de Ruth Frankenberg (1993).
Éste describe la negativa de sujetos relativamente privilegiados para ocuparse
de las relaciones de poder (Haritaworn, 2005a; 2005b).
141
El discurso académico

Actualmente existen pocos trabajos empíricos de investigación


sobre las formas de vida no monógamas. Las relaciones polia-
morosas raras veces son tomadas en cuenta por la investigación
sociológica, y sin duda se cuentan entre las formas de vida “sub-
investigadas” (Wood y Duck, 1995). Parcialmente, esto resulta
de una orientación heteronormativa en la sociología de las re-
laciones y la familia, y también en la investigación general de la
sexualidad. En términos generales, se les dedica poca atención
a las relaciones o formas de vida no heterosexuales, que no se
orientan por el ideal del vínculo dual, fuertemente anclado en
la cultura heterosexual. De esta manera, también los investi-
gadores e investigadoras que se esfuerzan por documentar las
formas de vida no heterosexual, raras veces se han ocupado ex-
plícitamente de la no monogamia. Aunque un gran número de
trabajos sobre la cultura de la relación homosexual hace destacar
el carácter no monógamo de muchas relaciones homosexuales,34
las relaciones poliamorosas entre hombres muy raras veces se
han investigado a detalle (Adam, 2010; Shernoff, 2006). Esto
también es válido para las relaciones no monógamas lésbicas o
bisexuales (Munson y Stelboum, 1999a; Rust, 1996; Rodríguez
Rust, 2000; McLean, 2004; Klesse 2007a). Aquí queda claro
que la “heteronormatividad” no puede reducirse a un hetero-
centrismo. Ella se continúa en significados y valoraciones más
sutiles respecto a la praxis erótica, la identificación personal, y
una “estética de la intimidad” (Berlant, 1998).
El poliamor también quedó mucho tiempo ignorado, por-
que sus partidarios no lograron dar un mayor público al discur-
so sobre poliamor. Sin embargo, esto se ha modificado desde
hace algunos años por el fuerte crecimiento de una comunidad
en línea del poliamor y una resonancia cada vez más fuerte en
34
Para una visión general de la investigación de la literatura de los años
1980 y principios de los 1990, ver Weeks et al. (1996).
142
los medios de comunicación (ver arriba).35 Ani Ritchie y Meg
Barker argumentan que la tesis de Ken Plummers (1995) de una
génesis de nuevas “historias sexuales” tiene una relevancia pre-
cisamente para el poliamor. El poliamor es una de estas “sexual
stories” que han encontrado un público interesado a finales del
siglo xx y principios del xxi (Ritchie y Barker, 2006).
Hasta el cambio de siglo, los textos de investigación sobre el
poliamor se podían contar con los dedos de una mano (Char-
lotta-Piarolli, 1995; Rust, 1996). La discusión siguió estando
limitada en buena parte al círculo de los y las activistas (Lano y
Perry, 1995; Tucker et al., 1995). Empero, en los últimos años
apareció una serie de publicaciones en las cuales los académicos
y académicas presentaban resultados de investigaciones empíri-
cas y también analíticas del discurso. En noviembre de 2005 se
llevó a cabo en la Universidad de Hamburgo la primera Inter-
national Conference on Polyamory & Mono-Normativity (Con-
ferencia Internacional sobre Poliamor y Mononormatividad), en
la cual los investigadores e investigadoras de los Estados Uni-
dos, la India, Gran Bretaña, Italia y Alemania presentaron y
discutieron sus trabajos.36 En diciembre de 2006, la prestigiada
revista interdisciplinaria Sexualities presentó una edición espe-
cial sobre los aspectos del poder en las relaciones poliamorosas
(Haritaworn et al., 2006a). El Critical Sexology Workshop (Taller
Crítico de Sexología), que se llevó a cabo en noviembre de 2008
en Londres, estuvo dedicado al tema del poliamor.37 También la
conferencia internacional realizada recientemente en Londres en
la Brunel University ‘Sexual Cultures. Theory, Practice, Research’
35
Muchos reportes en los medios son sensacionalistas y sirven a los estereo-
tipos de la promiscuidad y la irresponsabilidad (Ritchie, 2010). Véase el blog
en Internet de Alan ‘Polyamorous Percolations. Polyamory in the News’ for
up-dated discussions: url: http://polyinthemedia.blogspot.co.uk/2012/05/
sweet-reward-of-open-loving-but.html
36
En la siguiente página web se encuentran detalles sobre el programa:
http://www.sozialwiss.uni-hamburg.de/publish/isoz/lehrende/pieper.html
37
Para detalles del programa, véase: http://www.criticalsexology.org.uk/.
143
(‘Culturas Sexuales. Teoría, Práctica, Investigación’) (20-22 de
abril de 2012) presentó un panel completo sobre el poliamor.
Los trabajos de investigación existentes tienen diferentes
prioridades: algunos autores analizan, recurriendo al concepto
de Michel Foucault de la gobernabilidad, el discurso sobre po-
liamor en los libros de consejos de ciencia popular (Noël, 2006;
Petrella, 2007; Klesse, 2007b). Otros investigan los debates so-
bre poliamor en Internet. Ani Ritchie y Meg Barker (2006) seña-
lan la creatividad lingüística de las redes poliamorosas en Inter-
net. Así, por ejemplo, las mujeres y los hombres de la escena del
poliamor británica se han apropiado la palabra slut (golfa) como
un concepto positivo. Además, Barker y Ritchie le adscriben a
la escena británica el mérito de haber inventado palabras como
wibbly (describe el estado de ánimo de ligera inseguridad sobre
los amoríos de una pareja) o frubbly (designa la alegría sobre la
felicidad en el amor que una pareja siente con otros). Ritchie y
Barker evalúan tales intervenciones en el uso hegemónico del
lenguaje como un acto político de resistencia. Ellos se adscriben
a una tradición de investigación sociolingüística que investiga
el lenguaje sobre el amor, la sexualidad y el deseo desde un
punto de vista crítico de la heteronormatividad (Harvey y
Shalom, 1997).
La falta de aceptación social de las formas de vida “paralelas”
y/o poliamorosas, y la ignorancia dentro de las disciplinas profe-
sionales de la psicoterapia y el asesoramiento psicológico condu-
cen a un estado de emergencia. Frecuentemente se malentien-
den y patologizan las identidades poliamorosas y las formas de la
relación (Easton y Klesse, 2006); Weitzman, 2006; Weitzman
et al., 2009; Klesse, 2010b; 2011b). Por ello, las publicaciones
científicas que reflejan las representaciones normativas sobre
sexualidad en la relación entre los terapeutas y sus clientes son
de enorme importancia (Davis y Neal, 1996; Firestein, 1996;
2007; Fox, 2006; Monn, 2007; 2010).
Por lo demás, la investigación de Meg Barker (2004) con
participantes en foros de la red sobre poliamor deja en claro
144
que el poliamor no solamente es una etiqueta para un determi-
nado concepto de la relación, sino que describe un importante
aspecto de la identidad. También mi propia investigación sobre
el poliamor y la no monogamia en Gran Bretaña confirma cuán
influyente puede ser una forma de vida poliamorosa para la con-
cepción personal propia (Ritchie y Barker, 2006; Klesse, 2007a).
Las personas que se identifican con el poliamor frecuentemente
cuentan historias de salir del clóset que en sus elementos cen-
trales se asemejan a las de las personas homosexuales, lésbicas o
bisexuales (Martin, 1993; Plummer, 1995; Hemmings, 2002).
Tales resultados de investigación subrayan la relevancia de
las visiones teóricas paralelas sobre la orientación sexual. Un
modelo de orientación sexual (o preferencia) que solamente se
base en el género de la pareja sexual, es insuficiente. (Sedgwick,
1995). La complejidad de la identificación sexual resulta más
que clara en las narraciones de las personas que comparan una
con otra su experiencia de “salir del clóset” como, por ejemplo,
bisexual, bdsm y poliamoroso. Entretanto se están llevando ya
a cabo discusiones que están considerando la inclusión del po-
liamor en las normativas antidiscriminatorias legales respecto
a la orientación sexual (Tweedy, 2011). Un paso semejante
estaría tomando en consideración tanto la significación de las
identidades poliamorosas, como también el espeluznante nivel
de la discriminación social. Por otro lado, la equiparación del
poliamor con una orientación sexual estaría sirviendo a un esen-
cialismo inflexible, que no puede hacer justicia a la contingencia
de las identificaciones y praxis vitales no monógamas (Klesse,
2012a). Sin embargo, incluso una comprensión más flexible de la
identidad sexual no puede fundamentar respuestas universalis-
tas. El estudio de Sik Ying Ho (2006) de las formas de vida no
monógamas en Hong Kong indica que el concepto de una iden-
tidad sexual, que desempeña un papel tan importante en la inves-
tigación sexual europea y angloamericana, no debe tener una im-
portancia especialmente grande en muchos contextos culturales.

145
Una perspectiva del futuro – los más recientes
desarrollos

En la sociología de las relaciones y de la familia, y en la investi-


gación sexual se ha establecido en los últimos años la valoración
de que las formas de las relaciones se encuentran en un proce-
so de cambio radical (Beck y Beck-Gernsheim, 1990; Weeks,
1995; Weeks et al., 2001; Schmidt et al., 2006). La gran varie-
dad de las formas de vida sexual y de las vinculaciones íntimas ha
logrado encontrar un mayor reconocimiento. Es bastante bien
conocido que el modelo de una relación de pareja pensada para
toda la vida, y de una forma familiar que consta de dos miem-
bros casados y un número indeterminado de hijos ha perdido
su status hegemónico. El concepto de chosen families (Weston,
1991; Stacey, 1996) que ha logrado una amplia recepción, in-
dica que a las vinculaciones familiares definidas a través del pa-
rentesco biológico se han agregado nuevas formas de familia. Sin
embargo, el discurso de la afinidad electiva sigue reproduciendo
todavía la imagen de una relación entre dos personas fijada en la
reproducción (incluso cuando ahora los miembros masculinos
o femeninos de la pareja puedan ser pensados como siendo del
mismo sexo) (Weston, 1995). En cambio, las comunidades de
vida poliamorosas demuestran el largo alcance que tienen los
procesos creativos en el desarrollo de nuevas formas de vida.
Muchas vinculaciones poliamorosas no se orientan en absoluto
con el concepto de familia, y aquellas que lo hacen son bastante
más complejas de lo que son capaces de representar los discursos
familiares habituales. Apenas hace poco tiempo han empezado
los científicos y científicas sociales a discutir las variadas cuestio-
nes que se plantean en relación con la paternidad no monógama
o poliamorosa (Riggs, 2010). Debido al rechazo moral de la vida
no monógama, las familias poliamorosas con hijos se ven ex-
puestas a una mayor estigmatización y discriminación (Pallota-
Chiarolli, 2010a; 2010b; Iantaffi, 2006). Esta discriminación

146
tiene dimensiones tanto sociales como también jurídicas, como
se expresa por ejemplo en la práctica de las decisiones respecto a
cuestiones de la custodia (Emens, 2004; Tweedy, 2011). El nue-
vo credo de la variedad en la investigación de las relaciones, de
la familia y de la sexualidad no ha conducido hasta ahora a una
orientación fundamentalmente nueva en el trabajo práctico
de investigación. Una discusión seria del poliamor abriría aquí
nuevos terrenos, y podría lograr hallazgos que podrían obligar
a revisar radicalmente las tesis habituales de la formación de
teorías sociológicas y de ciencia sexual.
Como lo muestra mi breve presentación general de la inves-
tigación, actualmente se está formando un discurso académico
respecto al poliamor. El volumen antológico de Meg Barker y
Darren Langdridge (2010), Understanding Non-monogamies
[Entendiendo a las no-monogamias], y su artículo que presenta
una perspectiva general “Whatever happened to non-mono-
gamies. Critical reflections on Recent Research and Theory”
[“¿Qué pasó con las no-monogamias? Reflexiones críticas so-
bre la investigación y la teoría recientes”] (2011) en la revista
Sexualities documentan estos desarrollos de manera excelente.
Los estudios presentados en los últimos años se están volviendo
cada vez más diferenciados y se dedican a cuestiones más espe-
cíficas al interior de la investigación del poliamor. La contribu-
ción de Sik Ying Ho antes mencionada es parte de un creciente
número de estudios cualitativos más recientes sobre las sub-
culturas y/o prácticas de relación poliamorosas (Sheff, 2005;
2006; 2010; Bauer y Pieper, 2005; 2006; Klesse, 2007a; Jamie-
son, 2004; Bauer, 2010; Pallota-Chiarolli, 2010a). La investiga-
ción etnográfica de Elizabeth Sheff sobre las comunidades po-
liamorosas hetero y bisexuales en los Estados Unidos se ocupa
de la cuestión de qué formas de masculinidad y feminidad se
manejan en estos medios (Sheff, 2005; 2006). Amy C. Wilkins
investiga el papel de la no monogamia en una comunidad lo-
cal Goth en los Estados Unidos (Wilkins, 2004). Yo mismo he

147
trabajado sobre el poliamor desde una perspectiva discursivo-
analítica (2007a), y he discutido el papel del concepto de po-
liamor en discusiones políticas al interior de los movimientos
homosexuales y bisexuales. En un gran número de publicacio-
nes, he escrito sobre los efectos de los discursos hegemónicos
antipromiscuidad para las mujeres bisexuales no monógamas y
poliamorosas en Gran Bretaña. Debido a los estereotipos bífo-
bos habituales, las mujeres bisexuales normalmente están bajo la
sospecha de promiscuidad. En vista de un doble estándar sexista
de moral sexual activo en muchos ámbitos de la sociedad, es-
pecialmente las mujeres no monógamas o poliamorosas están
expuestas a una fuerte discriminación (Klesse, 2005; 2007c; ver
también Ritchie y Barker, 2005). Pero algunas mujeres también
reportan encontrar en determinados contextos sexopositivos
(poly-queer o poly-bisexual) un mayor espacio de movimiento
que los hombres heterosexuales o bisexuales, porque en estos
contextos sobre todo la conducta sexual masculina no monóga-
ma se ve sometida a una mirada inquisitiva desde una perspec-
tiva feminista (Klesse, 2006c; 2010a). Marianne Pieper y Robin
Bauer han publicado artículos sobre la idea que tienen de sí mis-
mas y la praxis de las relaciones de las personas poliamorosas
en Alemania (Pieper y Bauer, 2005; 2006). Robin Bauer, 2010,
ha investigado sobre la no monogamia y el poliamor en las co-
munidades lésbicas y trans* bdsm38 en Europa Occidental y los
Estados Unidos (2010). En algunos trabajos de investigación
ocupan el primer lugar los procesos de negociación (McLean,
2004; Adam, 2006; Shernoff, 2006; Wosik-Correa, 2010). El
poliamor se basa en un trato abierto con la no monogamia y las
relaciones múltiples entre los miembros de las relaciones. Aun
cuando el consenso es evocado como un ideal, en la cotidiani-
38
Trans* (con asterisco) significa aquí tanto transgenérico como transexual.
bdsm es una sigla de ‘Bondage and Discipline, Dominance and Submission
and Sadomasochism’ [esclavitud y disciplina, dominación, sumisión y
sadomasoquismo]. Debido a sus significados de varios niveles, este concepto
muchas veces se prefiere frente al concepto más antiguo de sadomasoquismo.
148
dad de las relaciones naturalmente hay muchas veces diferentes
deseos, ideas y expectativas. También los celos no son necesaria-
mente extraños para las personas que practican el poliamor. Las
diferencias, los conflictos y las crisis se trabajan abiertamente en
el poliamor, normalmente con el objetivo de lograr una coinci-
dencia entre todos los participantes en la relación.
Sin embargo, a pesar de una creciente diferenciación de la
discusión e investigación también hay también muchos huecos:
son raras las investigaciones que se ocupen del poliamor fuera
de las metrópolis occidentales (Ho, 2006; Agrawal, 2004). Sólo
unas pocas publicaciones se esfuerzan seriamente por lograr una
perspectiva respecto a la “raza” y etnicidad (Hong y Rivera, 2005;
Farajajé-Jones, 2000; Haritaworn et al., 2006; Willey, 2006;
2010), la clase (Sheff y Hammers, 2011; Rambukkana, 2010;
Klesse, 2012b), la edad/generación (Mint, 2009), el transgé-
nero (Richards, 2010; Sanger, 2008; 2010; Bauer, 2010) o la
minusvalía (Iantaffi, 2010). Por un lado, esto es expresión de una
marginación fundamental de determinadas realidades de la vida
en la investigación de las ciencias sociales sobre la intimidad y la
sexualidad. Ante el trasfondo de que la mayor parte de las pu-
blicaciones sobre el poliamor provienen de la pluma de autores
y autoras que se localizan ellos mismos en el entorno de las sub-
culturas poliamorosas, este hecho refleja, sin embargo, una ten-
dencia existente dentro del movimiento poliamoroso mismo
a evitar las cuestiones del poder y de la diferencia. Queda por
desear que la investigación futura se dedique más a fondo con
los problemas que resultan de las desigualdades estructurales.
Esto requeriría abandonar el individualismo liberal que está en
la base del marco de consideración de la mayoría de las publi-
caciones sobre el poliamor a favor de una consideración más
orientada con las relaciones sociales de poder. En mi opinión,
una nueva orientación de este tipo requiere también dedicarse
a cuestiones de economía política y los mecanismos de diferen-
ciación geopolíticos, culturales, sexuales y etnicizados/racia-

149
lizados [ethnicised/racialised] que le están suscritos. La investi-
gación en este sentido también pondría en cuestión algunas de
las más habituales premisas de las ciencias sociales dentro de la
sociología de la relación familiar y amorosa.

Agradecimientos

Mis discusiones con Jin Haritaworn y Chin-ju Lin durante


nuestra cooperación en la edición del número especial de la
revista Sexualities sobre el tema del poliamor fueron determi-
nantes para mi comprensión del poliamor, e influyeron en mi
propia investigación sobre el tema.

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161
La envidia como objeto de estudio.
Una revisión desde la psicología
social
Edwin G. Mayoral Sánchez

El objetivo de este capítulo es hacer una revisión de las publica-


ciones que han conformado el panorama actual en el estudio de
la envidia en las ciencias sociales en general y en específico en la
psicología social. En concreto, este escrito pretende establecer
un primer diagnóstico y ofrecer evidencia del interés creciente
de la envidia como objeto de estudio, entre los que se encuen-
tran sus desafíos conceptuales y metodológicos, sus efectos psi-
cosociales, laborales y de salud, con miras a abrir nuevas líneas
de investigación sobre el tema.

Justificando el estudio de la envidia

El crítico de literatura y cultura George Steiner comentó en una


entrevista: “Toda mi vida he tenido la sensación de vivir en una
época no de angustia, como con frecuencia se dice, sino de des-
precio, envidia y celos. Estamos en una cultura de la envidia”
(Steiner, 2007: 140-141). La reflexión de Steiner es compren-
sible si se piensa en los estándares prescritos en la sociedad con-
temporánea: la superioridad, el éxito, la riqueza y la belleza son
bienes valorados en la mayoría de las culturas, y pueden incitar
a envidiar. La noción de envidia es arquetípica, se encuentra en
espacios simbólicos, alegorías, relatos y leyendas, por lo tanto
en religiones, literatura, filosofía y arte (Steiner, 2008). Libros
de amplia divulgación como Los envidiosos, de Alberoni (2006),
muestran ilustrativamente que la envidia ha sido compañera fiel
de la humanidad en su historia.
La justificación del estudio de la envidia contrasta con la
opinión de distintos autores de que su investigación ha sido
163
superficial, ignorada y negada tanto en la filosofía, al no existir
una indagación filosófica a profundidad, como en las ciencias
sociales (Schoeck, 1969; Salovey, 1991; Steiner, 2008). Esto
probablemente obedezca a que la envidia es una experiencia so-
cioemocional tan cotidiana, parece natural e inofensiva, y por lo
tanto irrelevante como objeto de estudio (Smith y Kim, 2008).
Otro factor es que en comparación a otras emociones negati-
vas, en la conciencia popular subsiste la idea de que la envidia
es perjudicial, no se debe sentir ni expresar, y en consecuencia
se miente o se niega cuando se experimenta (Reidl, 2005). Uno
de los clichés más utilizados por las sociedades para prevenirla,
refrenarla y entenderla es el “mal de ojo”, el cual se remonta al
menos al 4,000 a.C. (Lindholm, 2008). Los antiguos egipcios,
por ejemplo, utilizaban distintos amuletos como escarabajos y el
ojo de Horus para atraer la suerte y evitar el mal de ojo.
La envidia pertenece al catálogo de las llamadas emociones
sociales, disparadas por procesos de comparación social. Con el
tiempo, y de acuerdo a la forma en que se desarrolle la compara-
ción social generadora de envidia, ésta se puede transmutar, es
decir, transformarse en otras emociones como los celos, la ira,
o vergüenza ante la propia envidia (Smith, 2004). Por lo tanto,
esclarecer su definición no ha sido sencillo, ya que es un con-
cepto que se traslapa con otros estados emocionales, sobre todo
con los celos. Esto tiene varias razones. Envidia y celos pueden
presentarse en una misma línea afectiva, muchas veces una con-
tiene a la otra, ocurren antes o después en el tiempo dependien-
do del contexto, estado anímico y percepciones de la situación.
Debido a las normas morales y a la incomodidad de aceptar la
envidia, muchas personas prefieren emplear la palabra celos, ya
que revelarla públicamente no es bien visto. Además, ambas at-
entan contra la autoestima (Reidl, 2005).
Para el presente texto se define envidia como una experien-
cia emocional discreta que ocurre cuando las personas se com-
paran socialmente con otra persona o grupo que posee objetos,

164
habilidades y logros similares a ellos. Por lo general es insatis-
factoria y dolorosa, produce sentimientos de inferioridad, e im-
plica el deseo por obtener y/o malograr los aspectos materiales o
cualidades envidiados, causando emociones de malestar físico y
emocional (Harris y Salovey, 2008; Smith y Kim, 2007).

Los inicios del estudio de la envidia:


la sociología y la psicología social

La sociología y su hermana disciplinaria, la psicología social,


tienen mucho en común en el nacimiento y conformación del
estudio contemporáneo sobre envidia. La investigación de la en-
vidia en las ciencias sociales inicia en 1966 con el libro capital
Der Neid. Eine Theorie der Gesellschaft [La envidia. Una teoría
de la sociedad] del sociólogo austriaco Helmut Schoeck (P. Sa-
lovey, comunicación personal, 18 de enero de 2012), en el in-
tento de construir una teoría sociológica de la envidia. El libro
fue bien recibido por la crítica y se reconoció innovador para su
época, tan pronto como en 1969 se tradujo al inglés y al espa-
ñol (Schoeck, 1969), y aún hoy constituye una referencia clásica
y obligada. El libro de Schoeck constituye un tratado amplio,
abarca un abanico de disciplinas y temas, entre los que desta-
can: la envidia en la historia, en la filosofía, en la religión, en la
poesía, en la literatura, en la política, la psicología de la envidia
vista a través del psicoanálisis, la envidia a través de la sociología,
así como la envidia y su relación con el lenguaje y la justicia. En
suma, la aportación de Schoeck es haber escrito un libro especí-
fico y a profundidad, inaugurando el tema en ciencias sociales.
Si en el seno de la sociología están los orígenes del estudio de
la envidia en las ciencias sociales, la psicología social fue también
precursora al publicar los primeros artículos académicos sobre el
tema. El primero de ellos sobre las causas que genera la reacción
envidiosa (Lieblich, 1971), y el segundo sobre la percepción de
la envidia (Silver y Sabini, 1978). Éstos fueron los estudios em-

165
píricos iniciales, los cuales utilizaron métodos cuantitativos y
experimentales para evaluar y definir la envidia. Aún teniendo
como base esta investigación previa, en la actualidad resulta
desconcertante la aparente indiferencia hacia la “envidia y los
envidiosos” por parte de los científicos sociales. Haciendo una
búsqueda rápida del término en todos los números del Journal
of Personality and Social Psychology –una de las revistas con más
alto impacto en psicología–, se pueden encontrar solamente
nueve artículos (de 1965 a 2012) que versan sobre el tema
(Mayoral, 2012). De lo anterior se desprenden las preguntas:
¿Qué se ha investigado desde las ciencias sociales y en particular
en la psicología social para comprender la envidia? ¿Las publica-
ciones sobre el tema son realmente escasas como parecen?

Un panorama de las publicaciones sobre envidia


en las ciencias sociales y en la psicología social
( 1 9 8 0 - 2 012)

Con el objetivo de conocer la evolución de las tendencias te-


máticas sobre envidia desde las ciencias sociales en general y en
concreto en la psicología social, tanto en México como a nivel
internacional, se realizó una búsqueda hemerográfica de artícu-
los en las bases electrónicas de dos editoriales anglosajonas,
sage y Taylor & Francis, reconocidas por su impacto y calidad
internacional, y su manejo en temas heterodoxos. Para el caso
latinoamericano y mexicano, se emplearon las bases de datos de
la Red de Revistas Científicas de América Latina y el Caribe, Es-
paña y Portugal (Redalyc), y de la Biblioteca Digital de la Uni-
versidad Nacional Autónoma de México (bidi-unam), la cual
incluye artículos, libros y tesis.
La razón por la cual se eligieron estas bases de datos obedece
a que, en el caso de sage y de Taylor & Francis (que incluye a
las revistas del mismo Taylor & Francis, de Routledge y de Psy-
chology Press), contiene algunas de las publicaciones de mayor

166
impacto, no solo en psicología, sino en general de las ciencias so-
ciales, por lo que es un repertorio de amplia consulta, diversa, y
en donde se difunden hallazgos de investigación entre académi-
cos y estudiantes de todo el mundo. Tan solo sage tiene 91
títulos de revistas en su sección de Psychology & Counseling, y
Taylor & Francis maneja 222 revistas en ciencias sociales y 252
en ciencias del comportamiento. La misma lógica se aplica en
el caso de Redalyc y de la bidi-unam, en donde al ser recono-
cidas e importantes fuentes de información digital, se pueden
rastrear estudios representativos de México y América Latina.
Como muestra, Redalyc acoge en su índice a 479 revistas en el
área de ciencias sociales, con artículos publicados en castellano,
portugués e inglés.
Conviene recordar que si bien los artículos en dichas bases
de datos son electrónicos, la mayoría de ellos se divulgan en im-
preso. Además, la tendencia que se vuelve cada vez más común,
al menos en las empresas editoriales en terreno anglosajón, es
tener disponibles los artículos en electrónico antes de que apa-
rezcan publicados en papel, lo que anticipa y da agilidad al ac-
ceso a los resultados de investigación más recientes.
Los criterios de búsqueda fueron la palabra envy (envidia)
en el título, en el abstract (resumen) y en las keywords (palabras
clave). Se buscó en todas las bases en el periodo comprendido
de enero de 1980 a mayo de 2012, a excepción de Redalyc en
la que sus registros estuvieron disponibles de 1993 a 2012. Se
hizo la depuración correspondiente para agrupar los resultados
solo en ciencias sociales y en psicología social, descartando las
publicaciones filosóficas, teológicas, psicoanalíticas, históricas,
interpretaciones literarias o éticas, los libros de autoayuda y su-
peración, los artículos periodísticos, y las reseñas de libros.

Sage

Fueron 24 los artículos seleccionados, divididos de la siguiente


manera: 1 desde las ciencias de la comunicación, 1 de sociología,
167
1 de ciencia política y economía, 1 de antropología, 1 de psi-
cología educativa, y 19 de psicología social. A continuación se
hace un breve resumen de cada una de estas publicaciones por
orden disciplinar.
Con un énfasis en la comunicación, Yoshimura (2010) inves-
tigó la manera en que se experimenta y comunica la envidia entre
hermanos, esposos y con sus parientes cercanos, y cómo afecta a
la satisfacción relacional. Desde la sociología, se indagó el efecto
de la envidia en las desigualdades de género y clase social, así como
en el surgimiento del resentimiento (Hughes, 2007). Con una
perspectiva entre la ciencia política y la economía, se estudió la
relación de la envidia con la toma de decisiones desde la teo-
ría de juegos, con sus implicaciones teóricas para la división y el
reparto de bienes equitativo (Brams y King, 2005). Un trabajo
de campo en una pequeña comunidad en los Andes bolivianos
señala que el chisme como práctica social y el género narrativo
se entrelazan con los discursos de la envidia y el progreso (van
Vleet, 2003). Estudiantes de bachillerato canadienses sintieron
más envidia hacia los éxitos de sus compañeros social y finan-
cieramente, que hacia sus logros académicos o de inteligencia
(Massé y Gagné, 2002).
En cuanto a las investigaciones enmarcadas en la psicología
social, un estudio comprobó la hipótesis que la envidia benigna
(inofensiva), y no así la admiración y la envidia maligna, motiva
a las personas a superarse (van de Ven et al., 2011). Igualmente,
van de Ven et al. (2010) encontraron que algunas personas de
estatus social alto actuaron de forma más prosocial, como una
estrategia de apaciguamiento de la envidia. Por su parte, Broude
(1989) discute sobre la identidad sexual y la envidia. Polman y
Ruttan (2012) analizaron los efectos de la ira, la culpa y la en-
vidia sobre la hipocresía, con su posible aplicación en dilemas
morales tales como la donación para la investigación sobre cán-
cer (según la página web del Personality and Social Psychology
Bulletin, este artículo fue el 41 más leído en esa revista en el mes
de mayo de 2012).
168
En el ámbito laboral, la competencia en el trabajo puede ge-
nerar envidia, celos y posible resentimiento en los empleados
(Dogan y Vecchio, 2001). También, en una muestra argentina,
la competencia en el trabajo y diferencias entre hombres y mu-
jeres al responder a los celos son importantes, pero la envidia
juega un papel secundario en esta relación (Buunk et al., 2010).
Los resultados de una investigación con estudiantes de licencia-
tura indican que el resentimiento por los logros de otros estu-
diantes fue más fuerte que la envidia, siendo el Schadenfreude
(vocablo alemán que designa el sentimiento de alegría originado
por el sufrimiento, desgracia o infelicidad ajena) predicho por el
resentimiento y no por la envidia, y la simpatía no jugaba nin-
guna relación (Feather y Sherman, 2002).
Se encontraron 5 artículos de Ralph Hupka, de la Universi-
dad Estatal de California, Long Beach. Las expresiones de celos
y envidia romántica son similares a lo largo de siete naciones, en-
tre los que se encontraban Estados Unidos, Países Bajos, Croa-
cia, México y Rusia (Hupka et al., 1985). En este artículo, cabe
destacar la coautoría de Elsa Ortega, de la Universidad Nacional
Autónoma de México (unam). Resultados similares se encon-
traron en Alemania, Polonia y Estados Unidos, las situaciones
de celos y envidia son equivalentes a través de las muestras de
países industrializados, pero los acontecimientos particulares
que despiertan dichos afectos difieren entre los países (Hupka
y Zaleski, 1990).
Una investigación comparó a estudiantes universitarios de
cinco países (Alemania, Estados Unidos, México, Polonia y Ru-
sia) para saber en dónde se siente en el cuerpo la envidia, rela-
cionándola con los celos, el miedo y el enojo. En todos los países,
la envidia se notaba en la respiración, el pecho y el corazón (rit-
mo cardíaco) (Hupka et al., 1996). En las mismas naciones y
también con jóvenes, Hupka et al. (1997) asociaron el color a
las emociones de celos y envidia, encontrando que las personas
identificaron a la envidia con negro, verde, morado, rojo y ama-

169
rillo; siendo el negro y el morado los que más resaltaron los me-
xicanos. En Alemania, Rusia y Estados Unidos, se determinaron
las variaciones en la asociación de conceptos de celos, envidia,
ira y miedo (Hupka et al., 1993). En cuanto a la distinción con-
ceptual entre celos y envidia, las asociaciones se superponen con
fuerza en Estados Unidos, algo en Alemania, y nada en Rusia.
Lucy Reidl de la Facultad de Psicología de la unam es coautora
en estos últimos tres artículos. Más adelante se ahondará sobre
el trabajo de Reidl.
Más recientemente, Kim y Hupka (2002) publicaron sobre
el significado que daban estudiantes estadounidenses y coreanos
a los conceptos de ira, envidia, miedo, celos y tristeza. La trans-
posición de envidia y celos fue similar para ambos grupos. Aquí
es de resaltar que todos los artículos de Hupka son intercultura-
les, esto debido a que el autor fundamenta que estas nociones
emocionales son universales lingüísticos, pero dependen tam-
bién de variables específicas de las culturas tales como el len-
guaje, la mitología y la literatura. Se encontraron 4 artículos de
Smith et al. (1988; 1994; 1996; 1999), pero sus publicaciones se
tratarán en otro apartado de este trabajo.
Los últimos artículos tratan sobre la evaluación de la envidia
en grupos. La disposición a envidiar puede facilitar la coopera-
ción, además los autores plantean que las simulaciones mentales
reducen los efectos de la envidia (Parks et al., 2002). Por otro
lado, Duffy y Shaw (2000) indican consecuencias negativas de
la envidia sobre el desempeño grupal.

Taylor & Francis

Fueron 6 los artículos encontrados: 2 de psicología clínica/psi-


coterapia, 1 de psicología organizacional, 1 de educación, y 2 de
psicología social, los cuales se resumen enseguida.
La envidia y los celos pueden ser vistos como patrones de res-
puesta específicos biopsicosociales, los cuales involucran fun-

170
ciones mentales de percepción, cognitivas, afectivas y volitivas
ligadas a dos condiciones básicas de la existencia: el no tener
(envidia) y el tener (los celos), considerados requisitos necesa-
rios de la vida (Anderson, 1987). El artículo de Church (2000)
ofrece un análisis cualitativo de cuarenta y dos madrastras que
experimentaron celos y/o envidia en sus familias adoptivas. En
un estudio se evaluaron dos aspectos de la envidia a nivel laboral,
el sentir envidia de los compañeros de trabajo y el sentir envidia
hacia ellos, que se reflejan en permanencia en el trabajo y en la
sensación de recompensa competitiva (Vecchio, 2005). Ahier y
Beck (2003) analizan el estado actual de la educación superior
en Gran Bretaña y su relación con la envidia y el resentimiento
social, a través de la llamada política de la envidia.
Los dos últimos artículos se enfocan en cuestiones de justicia
ligadas a la envidia. Basándose en la teoría del equilibrio cogni-
tivo de Fritz Heider, se analizaron las exigencias de justicia que
desencadenan los sentimientos envidiosos (Lieblich, 1971). Por
su parte, Feather y Nairn (2005) relacionan el resentimiento, la
envidia, Schadenfreude, y la simpatía, las cuales intentan explicar
la justicia social y el merecimiento de recompensas y castigos.

Redalyc

Se localizaron 4 artículos: 1 de antropología, 1 de enfermería, 1


de psicología organizacional y educativa, y 1 de psicología social.
La investigación antropológica encontrada se llevó a cabo en
México, se trata de un estudio de caso en los Altos de Chia-pas
en las que se generan tensiones sociales y envidias por los pobla-
dores que poseen la mayor cantidad de tierras (Contreras, 2003).
Un estudio cualitativo exploró los sentimientos de negación,
envidia, tristeza, inutilidad, miedo, impotencia y aceptación
de mujeres de Río de Janeiro, Brasil, embarazadas, con vih
impedidas para amamantar (Barbosa y Rangel, 2007). Justicia
et al. (2006) investigaron sobre el acoso psicológico en el ám-

171
bito universitario. Entre las atribuciones causales de las víctimas
encontraron las luchas de poder, la envidia, la prepotencia del
acosador y la competitividad como las más importantes. Con
la idea de que la envidia es una parte esencial de la condición
humana que posibilita el correcto desarrollo del niño; González
et al. (2011) mostraron que el entramado de relaciones entre la
envidia y otros estados afectivos como la depresión, la ansiedad
y la ira están condicionados por la edad y el sexo de los sujetos.
La envidia reveló una clara relación con la ira.

bidiunam

Se encontraron trabajos en idioma español, portugués, inglés


y alemán. Entre los hallazgos está el libro de Helmut Schoeck
en alemán, y el de Salovey (1991) sobre la psicología de los
celos y la envidia, el cual se detallará más adelante. Las publica-
ciones consideradas al final fueron las siguientes: 1 de ciencia
política, 1 de antropología, y 5 de psicología social.
Desde la ciencia política, pero basándose en otras disciplinas
sociales y humanistas, Márquez (1997) intenta seguir la trans-
formación de la envidia a nivel filosófico, político e histórico.
En la antropología se estudia la envidia, el mal de ojo y la paura
(miedo o susto ocasionado por un ser sobrenatural) en Leonessa,
Italia (Chávez, 2009). Destacan los libros de Reidl (2002) so-
bre evaluación de los celos y la envidia, y la caracterización de
dichos afectos en mexicanos (Reidl, 2005); además de una tesis
de doctorado asesorada por Reidl acerca de la regulación emo-
cional de la envidia en jóvenes mexicanos (López, 2009). Existe
un libro sobre la envidia en chilenos, paraguayos y peruanos,
permitiendo comprender el fenómeno envidioso en estos países
latinoamericanos (León et al., 2003). En una muestra brasileña
se evalúo la envidia y su impacto en el bienestar, el cual se refle-
ja en una baja satisfacción con la vida e infelicidad (Milfont y
Gouveia, 2009).

172
Los estudios encontrados en la revisión de las cuatro bases
de datos coinciden en lo siguiente: la situación y la percepción de
justicia e igualdad resaltan como provocadoras de la envidia; el
estatus y jerarquía social son procesos centrales que la disparan;
la ira y el resentimiento están estrechamente relacionadas con la
envidia, de hecho podrían ser componentes de ella; los celos
y la envidia son constructos interrelacionados; la envidia es in-
satisfactoria, indeseable y nociva para el bienestar. Los estudios
difieren en delimitar qué es más relevante de investigar, qué va-
riables están mejor relacionadas o deberían enlazarse para com-
prender la envidia; y si el Schadenfreude es explicado primordial-
mente por el sentimiento envidioso.

Tres psicólogos sociales clave en el estudio de


la envidia

Peter Salovey
Desde julio de 2013 es Rector (President) de la Universidad de
Yale, además de ser Profesor Chris Argyris de psicología. Den-
tro de las dos grandes líneas de investigación que Salovey cultiva
desde la psicología social y de la personalidad se encuentran el
significado, función y consecuencias psicológicas del estado de
ánimo y la emoción. Como un apartado concreto de esa línea
está el estudio de emociones sociales complejas tales como los
celos y la envidia. Este eje de investigación se unifica desde un
marco teórico de la inteligencia emocional para aprender es-
trategias moderadoras de emociones negativas. De hecho, Sa-
lovey acuñó junto con John D. Mayer el término inteligencia
emocional (Salovey y Mayer, 1990).
Cuando Salovey realizaba su tesis de maestría sobre los celos
se percató de la importancia que jugaba la envidia en las com-
paraciones sociales (Salovey y Rodin, 1984). Años más tarde,
publicó uno de los libros que hoy son una referencia esencial,

173
The Psychology of Jealousy and Envy (Salovey, 1991). Hasta la fe-
cha se trata de su único libro sobre el tema; no obstante, constituye
el segundo más importante para las ciencias sociales después del
de Schoeck y el primero en la psicología. Este libro abundó más
sobre los celos, ya que de 12 capítulos, solo 3 fueron dedicados a la
envidia: uno sobre las experiencias emocionales de la envidia y los
celos; otro referente a la envidia y el sentido de la injusticia; y el
último relativo a la envidia y los celos a nivel individual y social.
El trabajo académico y científico de Salovey es bastante mani-
fiesto. Entre sus innumerables publicaciones se encuentran 21
trabajos relacionados directamente con la envidia, distribuidos
de la siguiente manera: 1 libro, 7 capítulos de libro, 4 artículos, y
9 ponencias. La investigación de Salovey al respecto podría sin-
tetizarse en que los celos y la envidia son inducidos involunta-
riamente por condiciones situacionales, interviniendo procesos
de personalidad como el mantenimiento del autoconcepto y la
autoestima en la modulación de la reacción celosa o envidiosa.
A pesar de sus esfuerzos y trabajo pionero, P. Salovey (comuni-
cación personal, 18 de enero de 2012) reconoce que los trabajos
de Richard H. Smith son los más importantes en este campo.

Richard H. Smith
Es profesor de psicología en la Universidad de Kentucky. Su
línea de investigación se centra en procesos de comparación
social y emociones sociales. Smith incursionaría en el tema a
finales de los ochenta, al publicar un artículo en el que analiza
los problemas conceptuales entre celos y envidia (Smith et al.,
1988). Cuenta en su haber con 48 trabajos sobre envidia, dis-
tribuidos de la siguiente forma: 2 libros, 7 capítulos de libro,
10 artículos, 14 pósteres y 3 ponencias en congresos, y 12 po-
nencias, conferencias y coloquios por invitación. De manera
general, la obra de Smith presenta cinco grandes momentos no
lineales en el tiempo.

174
El primero de ellos es diferenciar conceptual y metodoló-
gicamente la envidia de los celos (Parrott y Smith, 1993), así
como definir las características propias de la envidia, su transfor-
mación a otras emociones, su regulación y su impacto negativo
en la salud (Smith, 2004; Smith y Kim, 2007; Smith et al., 2008).
El segundo momento es la relación entre envidia, injusticia, in-
ferioridad y sentimientos hostiles (Smith, 1991; Smith et al.,
1994). La tercera fase corresponde a la edición del libro Envy:
Theory and Research, publicado por la renombrada Oxford Uni-
versity Press (Smith, 2008). Dicha obra es única porque com-
prende las temáticas de vanguardia sobre envidia (además de ser
un recuento histórico), abordándose las conceptualizaciones
teóricas y metodológicas en el campo. Entre los contenidos se
encuentran sus fundamentos teológicos, filosóficos y evoluti-
vos; las perspectivas psicosociales, económicas, antropológicas,
neurocientíficas; y el impacto a la salud. Cada capítulo en ese
libro es una contribución de primer orden, lo que lo vuelve la
compilación más original, importante e intrigante hasta ahora
(Harris y Salovey, 2008).
El penúltimo momento consiste en explicar la correspondencia
entre envidia y Schadenfreude, para intentar comprender cuándo
la envidia es benigna o maliciosa, es decir, con fuertes sentimientos
de hostilidad y resentimiento (Smith et al., 1996; 2009). Recien-
temente apareció el libro The Joy of Pain: Schadenfreude and
the Dark Side of Human Nature publicado también por Oxford
University, en el que se aborda la cuestión de qué tanto influye
la envidia en el mal ajeno. La última etapa probablemente con-
sista en evaluar el impacto de la envidia en aspectos fisiológicos y
biológicos. Un ejemplo de ello es la coautoría de Smith en medir
cómo el asombro, la envidia y la jerarquía de otra persona juega
un papel importante en estimular la piel de gallina o piloerec-
ción, para mostrar que emociones sociales como el asombro,
y no así la envidia, influyen en generar este proceso fisiológico
(Schurtz et al., 2012). Del mismo modo, es factible también que

175
la investigación de Smith transite cada vez más hacia la distin-
ción entre envidia y Schadenfreude, porque este último es en de-
masía nocivo y peligroso.

Lucy Reidl
Lucy María Reidl Martínez es en la actualidad coordinadora del
Consejo Académico del Área de las Ciencias Sociales y profeso-
ra titular definitiva de psicología en la unam. La investigación
de la envidia en México llega de la mano de Reidl, cuando en
1982 tuvo la fortuna de establecer contacto con Ralph Hupka,
comenzando así su interés en el tema de los celos y la envidia
(Reidl, 2005). En 1985, Reidl presentó su tesis de maestría en la
que examina las diferencias culturales de los celos y la envidia en
la pareja en México y la Unión Soviética. En este trabajo encon-
tró, entre otros resultados, que los hombres mexicanos son más
envidiosos que las mujeres, así como una gran preocupación por
establecer relaciones interpersonales profundas. En casi todas
las comparaciones, los mexicanos fueron menos envidiosos y celo-
sos que los rusos. Años más tarde, en 2002, Reidl defendería su
tesis doctoral, titulada Caracterización psicológica de los celos y la
envidia. Ambos grados académicos los obtuvo en la unam.
Por casi 30 años, Reidl ha desarrollado su línea de investi-
gación sobre celos y envidia desde la etnopsicología mexicana,
ofreciendo así una explicación del comportamiento cultural-
mente relevante. Se suman en 66 los trabajos de Reidl al respec-
to: 2 libros, 11 capítulos de libro, 6 artículos, 42 conferencias
y ponencias, y 5 conferencias magistrales. Su libro Celos y en-
vidia: emociones humanas es una de sus obras más importantes
(L. Reidl, comunicación personal, 25 de junio de 2012). En la
Facultad de Psicología de la unam ha dirigido 6 tesis de licen-
ciatura, 7 de maestría, y 1 de doctorado respecto al tema. Los
tópicos de dichas tesis abordan cuestiones como la evaluación
de los celos y la envidia en grandes muestras de mexicanos, su
caracterización por género, estado civil, tipo de relación (pare-

176
ja, amigos, hermanos, etc.), así como su regulación emocional
(López y Reidl, 2010).
Su más reciente proyecto de investigación trata sobre celos,
envidia y Schadenfreude en jóvenes mexicanos (L. Reidl, comu-
nicación personal, 25 de junio de 2012), en el que colaboran sus
estudiantes, lo que, en un futuro cercano, podría verse reflejado
en un incremento de los académicos interesados por abordar el
tema en México. Por otra parte, gran parte de sus ponencias y
conferencias han sido dictadas en el congreso que realiza la Aso-
ciación Mexicana de Psicología Social (amepso), sin embargo,
pareciera ser que este canal de difusión le ha faltado el impacto
suficiente para convocar a otros estudiosos de las ciencias socia-
les a interesarse en el tema.
La mayoría de sus publicaciones han sido en español, solo
tres artículos (todos con Hupka et al., 1993; 1996; 1997) y
una ponencia son en inglés. Por ello, es probable que los artícu-
los más conocidos de ella a nivel internacional sean en los que
aparece como coautora con Hupka, por la razón que el tipo de
revista tiene circulación internacional amplia y porque fueron
publicados en inglés. Quizá esto ha invisibilizado un poco su
trabajo, ya que como se concluye en el Informe sobre las ciencias
sociales en el mundo 2010, una brecha importante en el acceso al
conocimiento científico es el sesgo hacia el idioma inglés (Sané,
2011). Aún con las limitaciones para difundir el conocimiento
en México, la labor de Reidl es innovadora en muchos aspectos;
sus publicaciones atestiguan un trabajo que no se encuentra en
la revisión aquí realizada, lo que la posiciona como una investi-
gadora de vanguardia en el tema a nivel nacional e internacional.

Consideraciones finales

Aunque la revisión es de carácter descriptivo, ayuda a dar espe-


cificidad y difiere de otras publicaciones, porque si bien varios
académicos resaltan que la envidia es un tópico poco estudiado
177
en ciencias sociales, como es de mi conocimiento, nadie ha ofre-
cido un panorama concreto de lo publicado y de los autores rele-
vantes en el área, por lo que este trabajo sería el primer mapeo/
diagnóstico formal sobre la envidia como objeto de estudio.
Según la revisión, las investigaciones destacan los aspectos y
las connotaciones negativas que se le atribuyen a la envidia, así
como su discreción. Cabe resaltar que cada ciencia social aborda
el problema de la envidia desde su nicho, desde su trinchera y,
ciertamente, todas las disciplinas reconocen la complejidad del
objeto de estudio, tanto teórica como empírica.
De acuerdo a la revisión, el ratio de publicaciones en las dé-
cadas de 1980 y 1990 es de un artículo por año, se rompe en
1996, 1997 y en el 2000, en donde aparecen dos trabajos. 2002
es el periodo con mayor cantidad de publicaciones con cinco
artículos, le siguen el 2003 y 2005 con cuatro. En definitiva, la
evolución y el interés en el tema se visualizan en la última dé-
cada, en particular en el 2002, en donde a partir de ese lapso se
aprecia una producción mínima, pero sostenida. En resumen, la
revisión de publicaciones señala la fragmentación y escasez en el
abordaje de la envidia en comparación a otras emociones espe-
cíficas como el amor, u otros intereses temáticos más generales
como el cuerpo y la afectividad, que presentan en la actualidad
un despliegue internacional y particularmente en América La-
tina (Sabido, 2011; García y Cedillo, 2011a).
Como se supuso, la psicología social domina el campo, esto
no debería ser así porque la complejidad de la emoción ame-
rita miradas inter y multidisciplinarias para su comprensión.
A propósito, Harris y Salovey (2008: 335), hacen la siguiente
reflexión: “Veinticinco años atrás, la investigación psicológica
necesitaba justificar a los colegas por qué era necesaria una se-
ria atención empírica a un tópico tan efímero y “suave” como
la envidia. Afortunadamente, en el presente siglo, la envidia
representa una oportunidad para investigar un fenómeno psi-
cológico poderoso que, de hecho, tiene fuertes implicaciones

178
para las vidas emocionales de los individuos, para el éxito o el
fracaso de relaciones sociales, y el diseño de estructuras sociales
que la regulen. El estudio de la envidia, en cierto sentido, es una
oportunidad para la colaboración entre las ciencias humanas en
el desarrollo de un entendimiento sintético de ésta y sus conse-
cuencias”.
Sobresale que una minoría de estudios utiliza la metodología
cualitativa para validar sus resultados. Esto en parte se debe a que
la psicología social incorporada en esta revisión es la dominante,
donde el método hegemónico es el cuantitativo y experimental.
No es casualidad que van Raan (2011) señale que las prácticas
de comunicación científica de la psicología sean equivalentes a
las de las ciencias exactas. Uno de los retos que siempre han en-
frentado los académicos es el adecuado planteamiento del pro-
blema y del diseño de investigación para evaluar la envidia, para
ello hay que auxiliarse en otros métodos y formas de análisis.
¿Cómo investigar algo que las personas niegan sentir o son dis-
cretas al expresarlo? Dado lo complejo y multidimensional del
objeto, se recomienda encarecidamente el uso de metodologías
mixtas o combinadas en la investigación de la envidia.
Cada vez gana más fuerza la ciencia afectiva y neurociencia
social, con la que se evalúan experiencias afectivas complejas
como la envidia, la música, o las expresiones faciales. Una téc-
nica muy utilizada es la imagen por resonancia magnética fun-
cional. Si bien las observaciones y resultados en esta área son
controvertidas, tienen potencial debido a que ante la negación
de la envidia, el examinar reacciones involuntarias como los ras-
gos faciales o algo “palpable” y observable como lo es la actividad
cerebral, puede aportar información diferente desde otra forma
de exploración (Harris y Salovey, 2008).
En este sentido, aunque la idea del cuerpo está implícita, son
los trabajos recientes con estos distintos análisis los que estable-
cen de manera clara el puente entre corporalidad y envidia –y en
esta revisión solo Hupka et al. (1996) estudió de manera explíci-

179
ta la relación envidia-cuerpo–. Un estudio publicado en la revista
Science, por ejemplo, apunta cómo la envidia puede llegar a ser
sentida como una enfermedad corporal, como un dolor físico, o
al menos se observan patrones similares de actividad eléctrica en
el cerebro cuando se envidia y cuando se siente dolor corporal
(Takahashi et al., 2009).
El total de libros, capítulos y artículos de los tres psicólo-
gos sociales clave que se analizaron suma las 50 publicaciones
sobre el tema. Y en la revisión de las cuatro plataformas da un
total de 42 publicaciones. Lo anterior se traduce en que solo
ellos tres han publicado más que el conjunto de la producción
científica de alcance internacional representada en las bases
de datos. De esto se devela que la envidia no ha adquirido un
espacio de reconocimiento institucional significativo. Como
muestra, no existe ninguna revista académica especializada en
el tópico, y apenas en 2011 se celebró en Turín, Italia, el primer
simposio internacional en la historia, dedicado a la envidia en el
trabajo, haciendo énfasis en los costos emocionales y económi-
cos de la envidia en las organizaciones (R. Smith, comunicación
personal, 7 de junio de 2012; Smith et al., 2011; http://www.
envy2011.org/).
Es complicado establecer el rumbo de la investigación sobre
envidia, pero tal vez haya un par de factores inmediatos que la
favorecerán. Gracias a la difusión de los dos libros de Smith
a través de la Oxford University Press –la casa editorial más
grande del mundo–, y del simposio internacional en Italia, con-
siga cambiar el futuro cariz de su indagación. En la actualidad se
están haciendo distintos trabajos, cada vez más multidisciplina-
rios: administración y mercadotecnia, neurociencia, economía,
y en diversas áreas de la psicología (R. Smith, comunicación per-
sonal, 7 de junio de 2012).
Sin duda, Richard Smith y Lucy Reidl seguirán siendo en el
futuro próximo figuras centrales en el desarrollo y definición
de las líneas de investigación dominantes internacional y nacio-

180
nalmente. Es probable que Peter Salovey se vaya distanciando
cada vez más del tema, pues en los últimos doce años solo ha
publicado dos capítulos de libro al respecto (Tangney y Salovey,
2010; Harris y Salovey, 2008). En definitiva, Salovey parece con-
solidarse en sus ámbitos de interés más evidentes, la inteligencia
emocional y comportamientos protectores de la salud; aunque se
muestra satisfecho de haber hecho contribuciones en el campo
(P. Salovey, comunicación personal, 18 de enero de 2012).
La envidia como objeto estudio es importante por diferentes
motivos, tanto psicosociales como teórico-metodológicos. Los
efectos negativos de la envidia son patentes en los conflictos in-
terpersonales, lo cual se traduce en una disminución de la ayuda
de los demás (Smith et al., 2008). De manera paulatina, el cor-
pus de hallazgos señala que la envidia juega un papel central en
numerosas consecuencias, desde la insatisfacción personal hasta
el prejuicio, pasando por la violencia de pareja y el comporta-
miento criminal (como los delitos de cuello blanco y el robo), es
decir, en la salud, los delitos de odio y el comportamiento moral
(Harris y Salovey, 2008; Smith y Kim, 2008).
Epstein (2005) es más arriesgado en sus suposiciones, y sos-
tiene que en el origen de las guerras está la envidia (la apropia-
ción de algún terreno, del petróleo de otro país, etc.). Además,
la envidia informa sobre la ventaja o desventaja en algún área
concreta de la vida, incide sobre las metas personales. Por ejemplo,
en el lugar de trabajo puede motivar o desmotivar al haber una
especie de competencia social, lo que impacta de forma directa
en la productividad laboral.
Algunos autores dan por hecho que la envidia siempre es
sentida por las personas, y sostienen que si ésta es productiva o
contraproducente depende de su control, el punto sano estaría
en su regulación emocional (López y Reidl, 2010; Harris y Sa-
lovey, 2008). Se baraja la hipótesis de que la envidia podría mo-
tivar un cambio social positivo, al ser una posible emoción que
se presenta cuando ocurre una injusticia. Por lo tanto, es nece-

181
sario saber más de la emoción envidiosa teóricamente para de-
tectar sus implicaciones y encausarla de forma adecuada (Smith
y Kim, 2008).
No se pueden negar, sin embargo, los desafíos conceptuales
y metodológicos, las “vacantes” que hay para comprender esta
emoción, por lo que resulta de primera importancia analizar
las emociones emanadas del contexto social y cultural donde se
construyen y se manifiestan. Además de allanar los vacíos teóri-
cos y metodológicos para comprender afectos presumiblemente
poco estudiados en las ciencias sociales, convendría analizar a
detalle el discurso científico de la envidia perpetuado al interior
de la psicología, desde la mirada crítica de la sociología de la cien-
cia, tal y como ya García y Cedillo (2011b) han hecho al abordar
el proceso de normalización científica del amor en la psicología
evolutiva.
Se recomienda estudiar otras emociones generadas por com-
paración social y mecanismos psicológicos ligados a intercam-
bios sociales de costos y beneficios que tienen fuerte conexión
con la envidia: el prestigio, la hipocresía, el resentimiento, la
venganza, la humillación o el orgullo. Pero también aquellos
que están en conflicto y que son los antagónicos de la envidia:
el amor, la gratitud y el perdón. Georg Simmel le daría un lugar
especial a la gratitud al insinuar que “es la memoria moral de la
humanidad” (Emmons y McCullough, 2004: 265). Sin embar-
go, también la gratitud y el perdón son objeto de investigación
reciente en las ciencias sociales, su estudio se remite al menos a
la década de 1990 (Emmons y McCullough, 2004).
Durante mucho tiempo se ha pensado que la envidia causa
agresión, desdicha e infelicidad, razones por lo demás justifica-
das para considerarla un objeto de estudio relevante en ciencias
sociales. Leon Festinger, eminente psicólogo social, criticó que
uno de los problemas que enfrentaba la psicología era que sufría
de ambiciones excesivas (Elster, 2011). Haciendo una excep-
ción a lo expresado por Festinger, existe la necesidad de que la

182
investigación de la envidia sea una labor ambiciosa y envidiable.
Como consecuencia, es factible que se conduzca a un terreno
que admita optimizar y ampliar el discurso teórico y las reglas
metodológicas existentes más pronto de lo que se piensa. Lo an-
terior permitirá darle el espacio que merecen como objeto de
estudio a las comparaciones sociales envidiosas, tan habituales
en la sociedad contemporánea.

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190
Matrimonio, desigualdad de género
y bienestar socioemocional de los
miembros de la pareja
Eduardo Bericat

Introducción

En este capítulo no se habla del amor-pasión, este sentimiento


arrollador que, como cualquier otra intensa experiencia emo-
cional, inunda absolutamente la conciencia del sujeto arrastrán-
dolo hacia un destino desconocido incluso para él mismo. El
amor, como el horror (Bericat, 2005), constituyen emociones
fundantes, pero siempre transitorias o pasajeras que, tras el ven-
daval levantado por ellas, dejan en los seres humanos una marca
casi indeleble que alimenta posteriormente, prolongándose du-
rante bastante tiempo, sentimientos más leves y aparentemente
insustanciales, livianos y casi insignificantes, pero que consti-
tuyen los afectos que nos acompañan cada día, cada hora, cada
minuto y cada segundo, tiñendo de color y llenando de sentido
nuestras vidas. El curso existencial de los seres humanos se nutre
de intensas aunque esporádicas vivencias pasionales que, sin em-
bargo, fundamentan los afectos, los sentimientos y los estados
emotivos perdurables que silenciosamente, sin apenas llamar la
atención, nos acompañan la mayor parte del tiempo, es decir,
constituyen nuestras vidas.
La pasión del amor, el enamoramiento ciego, el goce sin
límites de la tormenta y de la conquista dejan siempre paso a
un mar de fondo y en calma, a un viento suave o a una ligera
brisa, que nos permite navegar con la persona amada o querida
por el curso cotidiano de nuestras vidas. De estos estados afec-
tivos que deja la marea del amor-pasión, bien en la tradicional
institución del matrimonio, bien en la moderna institución de
la pareja (Illouz, 2012), tratará el presente capítulo. Queremos
191
saber, más allá de las experiencias y valoraciones originales que
dieron lugar al establecimiento del vínculo, qué nivel de bien-
estar socioemocional disfrutan las personas que han decidido
contraer matrimonio o mantener una relación de pareja. Que-
remos saber, también, hasta qué punto este bienestar comparte
idéntico fundamento en los dos miembros de la pareja, es decir,
si tanto las mujeres como los hombres logran el mismo grado re-
lativo de bienestar subjetivo cuando viven similares condiciones
o circunstancias. Y queremos saber, por último, si la desigualdad
de género matrimonial, esto es, la diferencia de estatus existente
entre los dos miembros de una pareja, condiciona el bienestar
socioemocional de mujeres y de hombres. En suma, estamos in-
teresados en obtener evidencia empírica que muestre si el bien-
estar subjetivo consecuencia del amor, tal y como se desenvuelve
en las vivencias de un matrimonio o de una pareja, está condi-
cionado o no por el género y por la desigualdad de género.
La socióloga Jessie Bernard, con su libro El futuro del matri-
monio, publicado en 1972, fue una de las primeras investigado-
ras sociales que puso al descubierto la gran asimetría de género
que caracterizaba a la institución del matrimonio. Analizando
un amplio conjunto de datos demográficos, sociales y psicológi-
cos, especialmente el nivel de estrés que sufrían las solteras, las
casadas, los solteros y los casados, puso de manifiesto, contra
la opinión tradicional, que el matrimonio era más beneficioso
para los hombres que para las mujeres (Bernard, 1982: 25).
Amparándose en los resultados de este estudio concluyó que no
existe un matrimonio, sino dos, el de “ellos”, los hombres, y el
de “ellas”, las mujeres. El matrimonio del hombre, que en prin-
cipio aparece como lleno de cargas, para finalmente beneficiarse
de los servicios dispensados por la mujer. Y el matrimonio de
la mujer, que se presenta como destino idealizado pero que, en
realidad, se caracteriza por la ausencia del poder y por la obli-
gación de prestar servicios (Camarero, 2010).
Estos resultados, que causaron un gran debate en el momen-
to de su publicación, han terminado formando parte del acervo
192
de nuestras sociedades. Y aunque Bernard nunca lo expresó ex-
plícitamente así, la idea de que “el matrimonio es bueno para
los hombres y malo para las mujeres” está presente en todos los
manuales de sociología de la familia. Ahora bien, los numerosos
estudios e investigaciones realizadas al respecto desde entonces
muestran, al menos en algunos casos, resultados contradictorios
(Starbuck, 2000; Baxter y Gray, 2003). Sea como fuere, es evi-
dente que desde la década de los sesenta la institución matrimo-
nial ha evolucionado mucho, adaptándose en parte a la ingente
cantidad de transformaciones que ha sufrido la sociedad. Por
otro lado, también es evidente que los beneficios o perjuicios
que obtengan tanto las mujeres como los hombres por el hecho
de participar en la institución matrimonial pueden ser muchísi-
mos y de muy distinto tipo, lo que dificulta la obtención de un
único balance final.
En el trabajo que se presenta en este capítulo, asumiendo la
importancia de evaluar la estructura de beneficios y perjuicios
que el matrimonio comporta para las mujeres y los hombres
de una determinada época y sociedad, se ofrecen los resultados
básicos de un estudio exploratorio y descriptivo realizado con el
objeto de obtener evidencia empírica sobre el balance subjetivo
que establezcan los propios sujetos sobre su participación en la
institución matrimonial. Ahora bien, este balance subjetivo se
determinará, indirectamente, analizando la valoración emo-
cional que estos sujetos hacen de su vida en general. Supuesta
la importancia que tiene el matrimonio o la pareja en la vida de
una persona, podremos suponer que su bienestar subjetivo ge-
neral estará en alguna medida condicionado por los beneficios
y perjuicios que deriven directamente de su relación de pareja.

El Índice de Bienestar Emocional (ibse)


Con el objeto de medir el bienestar subjetivo general experi-
mentado por las personas, hemos creado el Índice de Bienestar
Socioemocional (ibse) (Bericat, 2013), y utilizaremos los va-
lores de este índice para realizar el análisis comparativo que
193
desarrolla la presente investigación. El Índice de Bienestar So-
cioemocional es un indicador compuesto que mide el bienestar
subjetivo de las personas teniendo en cuenta la intensidad de un
conjunto de estados emocionales, tanto positivos como nega-
tivos, que los sujetos han declarado experimentar con alguna
frecuencia durante la última semana. Tal y como se muestra
en la Figura 1, la puntuación global del índice se obtiene mediante
la agregación multivariable de las valoraciones establecidas en
cuatro dimensiones básicas (“estatus”, “situación”, “persona” y
“poder”), derivadas de sus correspondientes estados emociona-
les: a) tener sentimientos de tristeza, de depresión y de soledad,
b) sentirse feliz y estar disfrutando de la vida, c) sentirse orgu-
lloso de sí mismo y ser optimista, y d) tener la sensación de estar
descansado, estar relajado y en calma, y sentirse lleno de energía
y vialidad. El índice está inspirado en la sociología de las emo-
ciones (Bericat, 2000 y 2012b) y, particularmente, en la teoría
socio-relacional de las emociones de Kemper (1978), en la teo-
ría de las cadenas de rituales de interacción de Collins (2004), y
en la teoría de la vergüenza y del orgullo de Scheff (1990).
La puntuación global del índice se ha obtenido mediante
la aplicación del Análisis de Factor Común, y su modelo de
medición se ha validado mediante pruebas de bondad de ajuste
establecidas mediante el Análisis Factorial Confirmatorio (Be-
ricat, 2013). Frente a las escalas de bienestar subjetivo basadas
exclusivamente en la valoración cognitiva que establece el indi-
viduo sobre su propia vida, este índice se basa en una valoración
emocional compuesta. Dado que el conjunto de estados emocio-
nales fueron seleccionados con el objeto de reflejar la valoración
de las relaciones sociales de estatus y de poder que mantiene el
sujeto, así como la valoración emocional de su persona y de su
situación general de vida, muy condicionadas por sus recursos y
por su posición en la estructura social, puede decirse que este ín-
dice mide el bienestar socioemocional de las personas. En con-
creto, el índice ha sido construido utilizando preguntas sobre
estados emocionales contenidas en la tercera oleada de la Eu-
194
ropean Social Survey, cuyo trabajo de campo se realizó en 2006
(ess-2006). Por tanto, en este capítulo se analiza el bienestar
socioemocional de los europeos,1 según su género, su situación
de convivencia, su situación laboral y su estatus ocupacional.
fig 1.pdf 1 26/03/14 19:02

Figura 1.
Índice de Bienestar Socioemocional (ibse)
Estructura de dimensiones y estados emocionales

BIENESTAR
SOCIOEMOCIONAL

ESTATUS SITUACIÓN PERSONA PODER

TRISTEZA DISFRUTE ORGULLO DESCANSO

DEPRESIÓN FELICIDAD OPTIMISMO CALMA

SOLEDAD ENERGÍA

Asimetrías de género en el bienestar socioemocional


En este trabajo estamos especialmente interesados en compro-
bar si existen asimetrías de género en el bienestar socioemo-
cional que, según su situación de convivencia y su situación la-
boral, experimentan las personas de países desarrollados, como
los países europeos, que han realizado ya importantes avances
en el proceso hacia la igualdad de género. Pese a estos avances,
algunos autores consideran que, en el momento actual, el cam-
bio hacia la igualdad avanza mucho más lentamente de lo desea-
ble y de lo esperado, o incluso que está prácticamente detenido
(Hochschild, 1989; Esping-Andersen, 2009). Por este motivo,
1
Los veinte países incluidos en el análisis son Austria, Bélgica, Bulgaria,
Suiza, Chipre, Alemania, Dinamarca, Estonia, España, Finlandia, Francia,
Reino Unido, Irlanda, Holanda, Noruega, Polonia, Portugal, Suecia, Eslove-
nia y Eslovaquia.
195
resulta especialmente relevante analizar las asimetrías en el bien-
estar socioemocional que puedan existir entre los miembros de
una pareja cuando la mujer dispone de un mayor estatus social
que el hombre con el que convive, esto es, en las parejas en las
que se invierta la tradicional jerarquía de género. Dado que en
numerosos países el nivel educativo de las mujeres está supe-
rando al de los hombres (Bericat, 2012a; Esteve et al., 2012), y,
por tanto, también el estatus ocupacional de las mujeres super-
ará más temprano que tarde al de los hombres, el análisis de esta
dinámica socioemocional es determinante a la hora de evaluar el
futuro del matrimonio y de las relaciones de pareja.
En el cuestionario correspondiente a la oleada de 1995 de
la World Values Survey (wvs) se introdujo una pregunta para
medir el grado de acuerdo o desacuerdo con la siguiente afir-
mación: “Si una mujer gana más dinero que su marido, es casi se-
guro que surgirán problemas”. Los datos incluidos en la Tabla 1
muestran la opinión de los europeos. Cuatro de cada diez creen
que si la mujer gana más dinero que el marido pueden surgir
problemas en la pareja, mientras que seis de cada diez opinan lo
contrario. Según la opinión de algunos, podría pensarse que los
hombres siguen oponiendo resistencia a una eventual inversión,
a favor de las mujeres, en la jerarquía social de las parejas. En el
caso de que estas resistencias perduren realmente, y los datos no
expresen una mera opinión sin fundamento, es obvio que los
problemas y la tensiones que cobren vida en la dinámica de la
convivencia han de alterar necesariamente el nivel de bienestar
socioemocional de sus miembros.
En la Tabla 1 también puede comprobarse que las mujeres
(43.6%) tienen un porcentaje de acuerdo superior al de los
hombres (37.8%). La proporción de personas de 50 años o más
que opinan que surgirán problemas (45.1%), es mayor que la
de las personas más jóvenes, tengan entre 30 y 49 años (38.3%),
o entre 15 y 29 (38.6%). En el banco de datos de la Encuesta
Mundial de Valores (wvs) pueden consultarse resultados para

196
otros muchos países. Noruega (28.7%), Suecia (30.9%), Fin-
landia (33.9%) o Estados Unidos (35.5%) destacan por sus ba-
jos porcentajes de acuerdo, mientras que Nigeria (65.8%), Bra-
sil (62.3%) o Turquía (60.9%) cuentan con altos porcentajes de
acuerdo. El porcentaje de acuerdo en España es del 41.9%, y en
México del 56,9%.
Tabla 1
Grado de acuerdo con: “Si una mujer gana más dinero que su marido,
es casi seguro que surgirán problemas”. Europa,2 1995-1997.
Surgen problemas Género Edad Total
si una mujer gana Mujer Hombre 15-29 30-49 50 y +
más dinero que su
marido
Muy de acuerdo 11.5 9.9 9.3 9.3 13.3 10.7
De acuerdo 32.1 27.9 29.3 29.0 31.8 30.1
En desacuerdo 39.1 40.8 41.9 40.4 38.1 39.9
Muy en desacu-
erdo 17.3 21.4 19.5 21.3 16.8 19.3
Total 100.0 100.0 100.0 100.0 100.0 100.0
Fuente: EMV, 1995-1997.

La teoría de los intereses y la teoría de la dignidad


Con el objeto de interpretar adecuadamente el supuesto plan-
teado por la anterior pregunta de encuesta, es necesario hacer
algunas importantes clarificaciones conceptuales. En primer
lugar, debe distinguirse entre estatus social y estatus matrimo-
nial. Por un lado, el estatus social hace referencia a la posición que
ocupa un individuo en la estructura social general, posición
que está normalmente asociada con una cierta cantidad de re-
cursos, sean económicos, sociales, culturales o de poder, que per-
miten al individuo disfrutar de un determinado nivel o calidad
de vida. Por otro lado, el estatus matrimonial haría referencia
exclusivamente a la posición que un individuo ocupa en el seno
de la unidad social formada por el matrimonio o la pareja. Desde
2
Los países europeos incluidos en el análisis son Bulgaria, Suiza, Alema-
nia, Estonia, España, Finlandia, Reino Unido, Noruega, Polonia, Suecia, Es-
lovenia y Eslovaquia. Las encuestas se realizaron entre los años 1995 y 1997.
197
la perspectiva establecida por esta distinción, es obvio que un
estatus social de la mujer superior al del hombre no implica
necesariamente que la mujer ocupe el rol dominante en el seno
de la pareja. Ahora bien, aunque sean conceptos distintos, sus
realidades no dejan de ser interdependientes. Esto es, un incre-
mento del estatus social de la mujer conllevará necesariamente
un incremento de su estatus matrimonial.
Según el estatus social que tenga cada uno de los cónyuges
o miembros de una pareja, podemos clasificar los matrimonios
en homógamos o heterógamos. Independientemente del cri-
terio utilizado para establecer el estatus social de una persona,
sean sus ingresos, su estatus ocupacional, su edad o su nivel
educativo, un matrimonio homógamo es aquél en el que am-
bos cónyuges tienen el mismo estatus social, mientras que un
matrimonio heterógamo es el que está formado por dos perso-
nas con diferente estatus social. En este tipo de matrimonios,
cabe hablar de hipergamia cuando una persona establece una
relación matrimonial o de pareja con otra de un estatus social
superior al suyo, y cabe hablar de hipogamia cuando la persona
mantiene relación con otra de un estatus social inferior. Dado
el inferior estatus social de las mujeres en la sociedad tradicio-
nal, la hipergamia era un fenómeno típicamente femenino. En
las sociedades tradicionales el matrimonio constituye para las
mujeres una oportunidad y vía de ascenso social casi exclusiva.
Ahora bien, como en las sociedades desarrolladas las mujeres
están incrementando sus niveles de estatus social, también se
incrementan los matrimonios constituidos por hombres que
tienen un estatus inferior al de sus mujeres. Esta hipogamia fe-
menina se corresponde, precisamente, con la situación a la que
alude la pregunta de la Encuesta Mundial de Valores.
¿Por qué razón debería causar problemas en la pareja el hecho
de que la mujer gane más que su marido, si el hecho de que el
marido gane más que su mujer no los causa? Desde la perspectiva
del bienestar material que los miembros de la pareja obtienen
compartiendo todos su ingresos, es obvio que los hombres tam-
198
bién se benefician cuando las mujeres aportan mayores ingresos
al hogar. Es decir, desde una pura teoría del interés material no
podría entenderse el hecho de que un hombre cause problemas
si su mujer aporta más dinero que él. Ahora bien, teniendo en
cuenta, en primer lugar, que la sociedad tradicional asigna al
hombre el rol productivo y de provisión de los bienes materiales
necesarios para el sustento familiar, y a las mujeres el rol repro-
ductivo vinculado tanto a la procreación como a la realización
de las tareas domésticas asociadas con el mantenimiento fami-
liar, el hecho de ingresar menos que la mujer, o el hecho de in-
gresar poco o nada, supone para el hombre una violación de esa
norma social, así como un incumplimiento de las expectativa
que sobre él puedan tener los otros, incluida su misma pareja.
En segundo lugar, tal y como se ha indicado arriba, el estatus so-
cial y el estatus matrimonial son interdependientes, y una mujer
con mayores ingresos que su marido puede también poner en
riesgo la posición dominante que la cultura y la sociedad tradi-
cionales asignan al hombre en el seno del matrimonio y de las
relaciones de pareja.
En suma, la existencia de problemas, si los hubiere, cuando
una mujer gana más dinero que un hombre, solo podría com-
prenderse desde una teoría de la dignidad, sea moral, por cuanto
está asociada con el cumplimiento de normas sociales, sea polí-
tica, por cuanto está vinculada al poder o logro de la posición
dominante en el mismo seno de la pareja. Cuando, indepen-
dientemente del bienestar material, la dignidad de los seres hu-
manos entra en juego, las pasiones y no los intereses ocupan el
centro de la escena. Los sentimientos de culpa, de vergüenza o
de humillación, derivados del incumplimiento de la norma y de
las expectativas operantes en una sociedad tradicional, machista
y patriarcal, pueden perturbar las relaciones de pareja, produ-
ciendo tensiones y creando problemas. Tal y como sostiene Al-
bert O. Hirschman en Las pasiones y los intereses (1999), cuando
la motivación humana está fundamentalmente animada por el
interés, resulta más fácil pacificar las relaciones sociales, resul-
199
tará más sencillo alcanzar la paz social. En el juego de los intere-
ses siempre hay espacio para la negociación, para el intercambio,
para el compromiso, para el contrato e incluso para la compo-
nenda. No sucede así cuando la motivación está dominada por
el cumplimiento de estrictas normas sociales y férreos códigos
de honor. Aquí no hay negociación ni componenda posible,
tan solo el orgullo que provoca la dignidad o el sentimiento de
vergüenza que provoca la violación de la norma. En estos casos,
también puede proyectarse ira sobre los demás si las personas
son incapaces de identificar y reconocer sus propios sentimien-
tos de vergüenza (Scheff, 1990).
Analicemos, pues, qué tipo de asimetrías existen en el bien-
estar socioemocional de los miembros de una pareja por el mero
hecho de ser mujeres u hombres en una sociedad y en un ma-
trimonio caracterizados por un cierto grado de desigualdad de
género. Conviene advertir, que los datos presentados a conti-
nuación, aunque metodológica y técnicamente robustos, fia-
bles y válidos, son datos descriptivos que informan cómo es la
realidad, no explican por sí mismos por qué es así la realidad que
describen. La explicación y la comprensión de esta realidad
quedan fuera del alcance de este trabajo. Las interpretaciones que
se ofrecen deben ser consideradas como meras sugerencias o
estímulos para la reflexión y el pensamiento.

Matrimonio, trabajo y bienestar socioemocional

Estimado el índice de Bienestar Socioemocional para las mu-


jeres y para los hombres, se comprueba que los hombres (6.50)
disfrutan de un mayor bienestar socioemocional que las mujeres
(-5.97).3 Considerando que el “bienestar socioemocional es un
estado anímico general y relativamente estable que señala la va-
loración o balance emocional que hace el sujeto de los resulta-
3
La aplicación del análisis factorial al conjunto de los elementos de la mues-
tra utilizada ofrece, como es propio de esta técnica, un valor cero para la po-
blación total.
200
dos del conjunto de sus interacciones sociales” (Bericat, 2013),
no debería extrañarnos que, en el seno de una sociedad carac-
terizada por la desigualdad de género, el balance o valoración
emocional que hacen las mujeres de sus vidas sea más negativo
que el que hacen los hombres. Se revela así la primera asimetría
fundamental de género. Sin embargo, en función de las com-
paraciones entre mujeres y hombres que van a mostrarse en los
siguientes análisis, es importante tener en cuenta que siempre
deberemos hacer estas comparaciones en términos relativos, sin
olvidar que los niveles absolutos de bienestar socioemocional de
las mujeres son ya, de partida, inferiores al de los hombres.

Tabla 2
Índice de Bienestar Socioemocional (ibse), según género. Europa, 2006.
Bienestar N
socioemocional
Mujeres - 5.97 16.755
Hombres 6.50 15.407
Total 0.00 32.162
Fuente: ess-2006. Elaboración propia.

Estado civil y bienestar socioemocional


En la Tabla 3 se presentan los niveles de bienestar socioemo-
cional de hombres y de mujeres según su situación de conviven-
cia. Estos datos ofrecen una primera evidencia empírica sobre el
valor del matrimonio, y sobre la tesis sostenida por Jessie Ber-
nad. Observando los datos totales, vemos que la convivencia en
pareja incrementa en 11.57 puntos el bienestar socioemocional
de las personas. Así pues, queda demostrado que el matrimonio
es socioemocionalmente “bueno”.

201
Tabla 3
Índice de Bienestar Socioemocional (ibse), según género y
situación de convivencia. Europa, 2006.
Situación de convivencia Bienestar N

socioemocional %
No conviven en pareja - 13.21 65.66

Mujeres Conviven en pareja - 1.39 34.34

Total - 5.97 100.00


No conviven en pareja - 0.15 61.69

Hombres Conviven en pareja 10.03 38.31

Total 6.50 100.00


No conviven en pareja - 7.32 63.59

Total Conviven en pareja 4.25 36.41

Total 0.00 100.00


Fuente: ESS-2006. Elaboración propia.

Ahora bien, desde una perspectiva de género, la pregunta


que importa responder es la siguiente: ¿provoca la convivencia
en pareja un incremento mayor en el bienestar socioemocional
de los hombres que en el de las mujeres, tal y como sostuvo esta
socióloga? En la tabla vemos que el incremento en los hombres
es de 10.18 puntos (10.03 menos -0.15), mientras que en las
mujeres es de 11.82 puntos (-1.39 menos -13.21). Según estos
datos, el matrimonio beneficiaría un poco más a las mujeres que
a los hombres.
Considerando que entre las personas que “no conviven en
pareja” se dan muy diversas situaciones, es necesario analizar los
datos con algo más de detalle. En la tabla 4 se incluyen los da-
tos de hombres y de mujeres según su estado civil. Aquí es evi-
dente que entre los hombres casados (10.21), el nivel absoluto
de bienestar socioemocional es más elevado que entre las mu-
jeres casadas (-1.34). Sin embargo, dados los diferentes niveles
absolutos de partida, debe calcularse el incremento relativo que
experimentan las mujeres y hombres casados, con respecto a las
mujeres y hombres “nunca casadas/os”, es decir, solteros. En este
202
caso observamos que las mujeres casadas, respecto a las solteras,
incrementan en 1.82 puntos su bienestar socioemocional (-1.34
menos -3.16), mientras que en los hombres este incremento al-
canza los 14.79 puntos (10.21 menos -4.58). Según estos datos,
el matrimonio no es bueno para los hombres y malo para las
mujeres: el matrimonio es bueno para ambos. Ahora bien, es
evidente que Bernard estaba en lo cierto al hablar de dos matri-
monios, pues los datos confirman que el matrimonio, respecto
a la soltería, mejora mucho más el bienestar socioemocional de
los hombres que el de las mujeres, es decir, es mucho mejor para
los hombres que para las mujeres. Estos datos muestran la exis-
tencia de una asimetría de género fundamental.

Tabla 4
Índice de Bienestar Socioemocional (ibse), según género y estado civil.
Europa, 2006.
Estado civil1 Bienestar socioemocional
Mujer Hombre Total
Casada/o - 1.34 10.21 4.37
Separada/o - 25.22 - 24.19 - 24.83
Divorciada/o - 16.15 - 3.51 - 11.08
Viuda/o - 26.15 - 16.60 - 24.27
Nunca casada/o - 3.16 - 4.58 1.04
Total - 6.03 6.46 - 0.05
Fuente: ESS-2006. Elaboración propia.

La tabla 4 también pone de manifiesto los beneficios del ma-


trimonio comparado con la viudez, la separación o el divorcio,
tres estados que tienen por consecuencia un verdadero desastre
socioemocional. La magnitud del desastre socioemocional de la
separación es obvio. En los hombres en proceso de separación,
el índice desciende 30.65 puntos con respecto a su valor general
(-24.19 menos 6.46). En las mujeres el índice desciende 19.12
puntos (-25.22 menos 6.03), un descenso muy importante pero
mucho menor que el de los hombres. Si el matrimonio es mejor
para los hombres, es comprensible que el proceso de separación
resulte más traumático para ellos. Sin embargo, una vez que se
203
estabilizan en el estado del divorcio, las diferencias existentes
entre mujeres y hombres desaparecen prácticamente. En el caso
de la viudez, hombres y mujeres comparten un destino socioe-
mocional similar, si bien la distancia de los viudos con el total de
hombres (-23.06), es un poco mayor a la que existe entre viudas
y el total de mujeres (-20.12).

Situación laboral y bienestar socioemocional


El trabajo, como puede verse en la tabla 5, constituye también
un claro determinante del nivel de bienestar socioemocional
que disfrutan las personas, sean hombres o mujeres. La dife-
rencia entre las personas que trabajan y no trabajan es de 10,16
puntos. Considerando a hombres y mujeres conjuntamente, el
hecho de que su pareja trabaje o no trabaje no parece afectar
mucho a su bienestar socioemocional. Ahora bien, si la persona
no trabaja, y además no tiene pareja, su bienestar socioemocio-
nal disminuye sensiblemente, llegando al nivel de -11.75.

Tabla 5
Índice de Bienestar Socioemocional del entrevistado (ibse),
según situación laboral y de convivencia. Europa, 2006.
Entrevistado Pareja del entrevistado
Tiene pareja Su pareja no No tiene pareja Total
y trabaja* trabaja*
Trabaja* 7.33 6.90 - 1.46 4.70
No trabaja - 1.14 0.16 - 11.75 - 5.46
Total 5.44 2.52 - 7.32 0.04
Fuente: ESS-2006. Elaboración propia.
* Ha trabajado durante los últimos siete días.

Analizando los datos de la Tabla 6 desde una perspectiva de


género, también pueden observarse asimetrías muy significati-
vas y reveladoras. Por ejemplo, en el caso de una pareja en la que
el hombre trabaja, pero la mujer no, el hombre tiene un bien-
estar socioemocional de 10.75 puntos, y la mujer de -2.05. Pero,
¿qué ocurre en una situación inversa, es decir, en una pareja en

204
la que el hombre no trabaja, pero la mujer sí? En este caso, el
nivel de bienestar socioemocional del hombre desciende a 1.76,
mientras que el de la mujer hasta -3.02. Dicho de otra manera,
si el hombre no trabaja, aunque trabaje su mujer, se produce
un gran descenso en su bienestar, equivalente a -8.99 puntos.
En cambio, si la mujer no trabaja, pero sí trabaja el hombre,
entonces el bienestar socioemocional de la mujer apenas queda
afectado, descendiendo tan solo un punto (-0.97). En suma,
situaciones similares producen en ambos géneros consecuencias
socioemocionales muy diferentes.

Tabla 6
Índice de Bienestar Socioemocional del entrevistado (ibse), según
género, situación laboral y de convivencia. Europa, 2006.
Pareja del entrevistado
Entrevistado Tiene pareja Su pareja no No tiene Total
y trabaja* trabaja* pareja
Trabaja* Hombre 13.10 10.75 3.45 9.84
Mujer 1.89 - 3.02 - 6.81 - 1.20
No trabaja Hombre 1.76 6.37 - 3.73 1.48
Mujer -2.05 - 6.51 - 17.08 - 10.33
Total Hombre 11.69 8.25 - 0.16 6.53
Mujer 0.72 - 5.68 - 13.21 - 5.92
Fuente: ESS-2006. Elaboración propia.
* Ha trabajado durante los últimos siete días.

Otra asimetría de género destacable, también muy signifi-


cativa y relevante, es la que puede observarse en el cambio del
nivel de bienestar socioemocional de hombres y mujeres que
no trabajan, cuando conviven con una pareja que trabaja o con
una pareja que no trabaja. En el caso de los hombres que no
trabajan, pasan de 1.76 cuando tienen una pareja que trabaja, a
6.37 cuando tienen una pareja que no trabaja. Paradójicamente,
estos hombres que no trabajan muestran un nivel de bienestar
socioemocional bastante mayor cuando sus mujeres tampoco lo
hacen. La diferencia entre ambas situaciones es de 4.61 puntos,
y todas las interpretaciones que pudieran imaginarse para expli-

205
car esta preferencia masculina serían bastante complejas. Ahora
bien, en el caso de las mujeres que no trabajan, pasan de -2.05
cuando tienen una pareja que trabaja, a -6.51 cuando tienen una
pareja que no trabaja. La diferencia entre ambos niveles de bien-
estar emocional de la mujer es de -4.46, como corresponde al paso
de una situación mejor (su pareja trabaja, y ella no trabaja), a
una situación peor (ella no trabaja y su pareja tampoco). Mien-
tras que el cambio de la mujer podría explicarse en términos de
la teoría del interés, parece que el del hombre requería como
complemento un pormenorizado análisis desde la teoría de la
dignidad.
Por último, con los datos de la tabla 6 también puede des-
tacarse otra importante asimetría de género. Según hemos visto,
en el caso del hombre, el hecho de que su mujer trabaje, si él
no trabaja, disminuye su bienestar socioemocional al valor 1.76.
En este caso su bienestar socioemocional aumenta cuando su
mujer tampoco trabaja, llegando al valor 6.37. Ahora bien, el
bienestar de los hombres aumenta mucho cuando pasan de una
situación en la que ellos no trabajan y su mujer trabaja (1.76), a
una situación en la que los dos trabajan (13.10). En este caso el
incremento de los hombres es de 11.34 puntos. Para las mujeres,
este mismo cambio de situación no supone un incremento tan
elevado de su bienestar socioemocional. El incremento de bien-
estar socioemocional que experimentan las mujeres al pasar de
una situación en la que ellas no trabajan, pero su pareja sí tra-
baja (-2.05), a una situación en la que tanto ella como su pareja
trabajan (1.89), es de tan solo 3.91 puntos, bastante inferior al
crecimiento experimentado por los hombres en un similar cam-
bio de situación.

El bienestar socioemocional en las parejas


homógamas y heterógamas

Con el objeto de comprobar si existen asimetrías de género en


el bienestar socioemocional de los miembros de una pareja,
206
según cual sea el estatus social de ambos, se ha seleccionado de
la muestra a los entrevistados que; a) trabajan, b) conviven con
una pareja, y c) su pareja también trabaja. Dado que en estos ca-
sos conocemos tanto la ocupación laboral de los entrevistados
como la de sus parejas, también podremos conocer el bienestar
socioemocional de aquellos entrevistados, sean mujeres u hom-
bres, que conviven con parejas de un estatus ocupacional igual
(homogamia), superior (hipergamia) o inferior al suyo (hipo-
gamia), es decir, podremos comprobar si algunas de estas situa-
ciones, tal como presupone la pregunta de la Encuesta Mundial
de Valores, y piensan buena parte de los europeos, afecta posi-
tiva o negativamente al bienestar socioemocional de cada uno
de los miembros de la pareja.
En las siguientes tablas se presentan los valores del Índice de
Bienestar Socioemocional (ibse) de todos estos entrevistados,
según su estatus socioeconómico y el de sus parejas. La tabla 7
contiene datos del bienestar socioemocional de las mujeres, y
la tabla 8 los datos de los hombres. Combinando las informa-
ciones de ambas tablas, podemos saber cuál es el bienestar socio-
emocional de los dos miembros de cada modelo de pareja.
Con el objeto de desarrollar un análisis categórico que permi-
ta analizar las distintas clases de parejas, homógamas o heteróga-
mas, se ha construido una tipología de estatus socioeconómico
compuesta por cinco estratos. Estos estratos se han calculado
utilizando el International Socio-Economic Index of Occupa-
tional Status (isei), de Ganzeboom, De Graaf and Treiman
(Ganzeboom et al., 1992). Usando el valor isei correspondi-
ente a cada una de las ocupaciones (Ganzeboom y Treiman,
1996), se han establecido los cinco estratos siguientes: Bajo
(isei= 16-27), Medio-Bajo (isei = 28-34), Medio (isei =
35-46), Medio-Alto (isei = 47-61) y Alto (isei = 62-90). Las
tablas también ofrecen el número de entrevistados en el que
se basa el cálculo de la media (columna “N”), así como la dis-
tribución porcentual de los diferentes estatus de la pareja para
cada nivel de estatus del entrevistado (columna “N (%)”). Este
207
último dato permite conocer la frecuencia con la que mujeres u
hombres de un determinado estrato socioeconómico conviven
con parejas pertenecientes a otros estratos. Con respecto a la
población europea general, la forma de la curva incluida en el
gráfico 1 muestra que, entre los europeos que conviven en pare-
ja y ambos trabajan, las frecuencias más altas se dan en parejas
homógamas, es decir, en parejas en las que sus dos miembros
tienen un isei similar. También puede observarse que las fre-
cuencias de las parejas hipógamas (femeninas) son muy similares
a las de las parejas hipérgamas (femeninas). La variable represen-
tada es la diferencia entre el isei del hombre y el isei de la mujer.
La media de esta variable es igual a 0.7283. En suma, en Europa
la homogamia está muy extendida, pero la hipogamia está tan
extendida como la hipergamia.

Gráfico 1
Parejas en las que ambos miembros trabajan, según la distancia entre el
estatus socioeconómico del hombre y de la mujer. Europa, 2006.

La información contenida en las tablas 7 y 8 es tan compleja


como la realidad de la que proceden los datos. De ahí que no
quepa extraer una única pauta que resuma o represente adecua-

208
damente el conjunto de resultados socioemocionales que pue-
dan derivarse de las diversas combinaciones de estatus socio-
económicos existentes en las parejas. Por este motivo, en este
análisis exploratorio y descriptivo tan solo comentaremos tres
pautas que reflejan evidentes asimetrías de género en el bien-
estar socioemocional de los miembros de la pareja. Estas pautas
asimétricas solo pueden observarse comparando conjuntamen-
te informaciones contenidas en ambas tablas, la de las mujeres
y la de los hombres.

El modelo de hipergamia femenina tradicional


Observando en la tabla 7 el ibse de las mujeres con bajo nivel
de estatus, según los diferentes estatus de sus parejas, se pone
de manifiesto una pauta clara: cuanto mayor es el estatus socio-
económico de sus parejas, mayor es el bienestar socioemocional
de las mujeres de bajo estatus. El progresivo aumento de su bien-
estar socioemocional es evidente: -12.1; -7.2; 0.5; 1.6; y 6.0.
Atendiendo ahora a la distribución poblacional contenida
en la columna izquierda de la tabla, se observa que un porcen-
taje relativamente elevado de mujeres de bajo estatus conviven
con hombres de estatus medio-bajo (40.37%). Sin embargo, la
probabilidad de convivir con parejas de un estatus más elevado
disminuye progresivamente conforme aumenta éste. La hiper-
gamia extrema, esto es, la convivencia de una mujer de bajo es-
tatus con un hombre de alto estatus, es bastante infrecuente.
Entre las mujeres de bajo estatus que trabajan y viven en pareja,
solamente un 7.32% conviven con un hombre de estatus alto.
Considerando conjuntamente estas dos series informativas, po-
dría afirmarse que, para las mujeres de bajo estatus ocupacional,
la progresiva improbabilidad de convivir con un hombre de ele-
vado estatus avanza en paralelo con el progresivo incremento de
su bienestar socioemocional.

209
Tabla 7
Índice de Bienestar Socioemocional (ibse) de las mujeres,
según estatus socioeconómico (isei) de los miembros de la pareja.
ESTATUS ESTATUS IBSE N N
MUJER HOMBRE MUJER (%)
Bajo Bajo -12.1189 218 26.59
Medio-Bajo -7.1675 331 40.37
Medio .4530 115 14.02
Medio-Alto 1.6841 96 11.71
Alto 6.0431 60 7.32
Total -5.4089 820 100.00
Medio-Bajo Bajo 1.7978 77 16.78
Medio-Bajo 9.8913 235 51.20
Medio 7.3560 81 17.65
Medio-Alto 3.6001 52 11.33
Alto 11.4493 13 2.83
Total 7.4134 459 100.00
Medio Bajo 5.3829 95 8.50
Medio-Bajo 2.4943 331 29.61
Medio 2.8013 210 18.78
Medio-Alto 2.0106 298 26.65
Alto .1698 183 16.37
Total 2.2872 1118 100.00
Medio-Alto Bajo 1.9089 76 6.48
Medio-Bajo .9878 306 26.11
Medio -6.3317 190 16.21
Medio-Alto 2.8551 374 31.91
Alto 7.3221 227 19.37
Total 1.6858 1172 100.00
Alto Bajo -4.4788 20 2.67
Medio-Bajo 17.0124 86 11.47
Medio 16.6058 90 12.00
Medio-Alto .0936 201 26.80
Alto 5.4066 352 46.93
Total 6.4008 750 100.00
Total Bajo -3.6363 490 11.32
Medio-Bajo 1.9094 1293 29.87
Medio 2.2472 687 15.87
Medio-Alto 2.0032 1022 23.61
Alto 4.9765 837 19.33
Total 1.9501 4329 100.00
Fuente: ess-2006. Elaboración propia.

210
Tabla 8
Índice de Bienestar Socioemocional (ibse) de los hombres, según esta-
tus socioeconómico (isei) de los miembros de la pareja.
ESTATUS ESTATUS IBSE HOMBRE N N
HOMBRE MUJER (%)
Bajo Bajo 14.6294 147 32.96
Medio-Bajo 6.2849 51 11.43
Medio 16.5228 89 19.96
Medio-Alto 17.3492 121 27.13
Alto -0.7300 38 8.52
Total 13.4788 446 100.00
Medio-Bajo Bajo 10.4436 328 2845
Medio-Bajo 8.9542 185 16.05
Medio 13.1466 293 25.41
Medio-Alto 8.5965 284 24.63
Alto 12.0118 64 5.55
Total 10.5240 1153 100.00
Medio Bajo 11.8746 122 16.85
Medio-Bajo 13.4339 70 9.67
Medio 12.6067 257 35.50
Medio-Alto 12.5602 199 27.49
Alto 9.8117 77 10.64
Total 12.2540 724 100.00
Medio-Alto Bajo 16.5631 125 11.03
Medio-Bajo 15.2947 68 6.00
Medio 19.0928 303 26.74
Medio-Alto 13.9803 457 40.34
Alto 15.4378 179 15.80
Total 15.9433 1133 100.00
Alto Bajo 28.2804 56 5.69
Medio-Bajo 11.6524 32 3.25
Medio 12.2392 229 23.25
Medio-Alto 14.2603 308 31.27
Alto 9.7168 361 36.65
Total 12.8369 985 100.00
Total Bajo 14.0504 793 17.57
Medio-Bajo 11.9267 418 9.26
Medio 14.5395 1187 26.30
Medio-Alto 13.1300 1386 30.70
Alto 10.8452 731 16.19
Total 13.1808 4514 100.00
Fuente: ess-2006. Elaboración propia.

211
Si para la interpretación de estos datos recurriéramos a las dos
teorías expuestas en la introducción, podría afirmarse que la
pauta observada se ajusta perfectamente a la teoría del interés
material. En estos casos, la elección de pareja estaría motivada
o condicionada por la satisfacción que produce el logro de una
movilidad social ascendente que determina un incremento del
estatus social de la mujer. Desde esta perspectiva, se entiende
que el bienestar socioemocional de la mujer crece conforme au-
menta el estatus de su pareja, porque crece correlativamente el
nivel de gratificaciones económicas y simbólicas que puede dis-
frutar en el seno del matrimonio. Ahora bien, esta explicación
puede sostenerse únicamente bajo el supuesto de que en las
mujeres no opera el fundamento motivacional de la teoría de la
dignidad, esto es, que a la mujer le resulta indiferente el estatus
matrimonial o el poder relativo que tiene en el seno de la pareja.
Solamente en este caso puede explicarse que una mayor desigual-
dad de género conyugal, es decir, una mayor desigualdad en el
seno de la pareja, esté correlacionada con un mayor grado de
bienestar socioemocional. Esta teoría del puro interés por el as-
censo social, indiferente al aumento de la desigualdad de género
en la pareja, se corresponde con el modelo de rol que la sociedad
y la cultura tradicionales asignaban a la mujeres. Este modelo
quizás siga operando entre las mujeres de clase baja, cuyas cir-
cunstancias de vida pueden ser relativamente más propicias para
el mantenimiento del mismo. Sin embargo, tal y como ponen de
manifiesto otros datos de la tabla 7, no constituye en la actuali-
dad el modelo vigente en el conjunto de las mujeres europeas.
Comparando estas informaciones sobre el bienestar socio-
emocional de las mujeres pertenecientes a los estratos ocupacio-
nales bajos, con las correspondientes al bienestar socioemocional
de los hombres pertenecientes a esos mismos estratos (tablas 7
y 8), podemos observar la existencia de una evidente asimetría
de género. La pauta de correlación que mostraban los datos de
las mujeres no aparece tan claramente en el caso de los hombres.

212
Los hombres de bajo estatus también incrementan su bienestar
socioemocional cuando conviven con mujeres de estatus ocupa-
cional medio (16.52) o medio-alto (17.35), es decir, en casos de
hipergamia masculina, cuando logran por vía del matrimonio
una movilidad ascendente considerable. Sin embargo, no sucede
así en todos los casos. Cuando la desigualdad marital es máxima,
es decir, cuando la mujer pertenece al estrato ocupacional más
alto y el hombre al más bajo, el bienestar socioemocional de éste
(-0.73) desciende mucho con respecto al bienestar medio de los
hombres de bajo estatus (13.48). Dado que en estos casos de hi-
pergamia masculina extrema habremos de suponer que también
los hombres obtienen, vía matrimonio, un máximo incremento
en su nivel de vida y bienestar material, no podríamos explicar
este último dato exclusivamente desde la perspectiva del interés.
Desde la teoría de la dignidad, puede entenderse que un esta-
tus de la mujer tan elevado quizás ponga en riesgo la posición
dominante que la sociedad y la cultura tradicionales asignan a
los hombres en el seno de la pareja. Cuando la diferencia de es-
tatus socioeconómico favorece a la mujer, pero no es demasiado
grande, el elevado bienestar socioemocional de los hombres se
explicaría porque, en estas parejas, los hombres disfrutarían de
una moderada movilidad ascendente sin que tal desigualdad
pudiera poner en peligro su estatus matrimonial.
El bienestar socioemocional de un hombre de bajo estatus
desciende cuando la pareja pertenece al estrato ocupacional
inmediatamente superior al suyo (6.28). En esta situación, las
pequeñas ganancias de interés que puede tener el hombre quizás
no compensen el riesgo de perder su estatus o poder marital.
Por último, cuando ambos miembros pertenecen al estrato
ocupacional inferior (14.62), quizás el potencial conflicto en el
seno de la pareja se resuelva, en virtud del efecto de la cultura
y la sociedad tradicionales, patriarcales y machistas, a favor del
hombre, por lo que el conflicto marital entre los géneros resul-
tará menos probable. Supuesta una pura motivación tradicio-

213
nal de movilidad ascendente en las mujeres de bajo estatus, el
hecho de no haber logrado siquiera alcanzar el mínimo ascenso
(-12.11), quizás deje una marca de fracaso o devaluación que,
provocando en la mujer sentimiento de culpa, abra las puertas
al puro dominio masculino, lo que explicaría el mayor bienestar
socioemocional de éste (14.62).
En suma, y más allá de las interpretaciones sugeridas como
estímulos para la necesaria comprensión, los datos correspon-
dientes a las personas que pertenecen a estratos ocupacionales
bajos ponen de manifiesto las evidentes asimetrías de género
que perduran entre el bienestar socioemocional de las mujeres
y de los hombres. La pauta de las mujeres es más sencilla, y se
explicaría en términos del interés y la motivación por el ascenso
social que las sociedades y culturas tradicionales canalizan, en
ellas, exclusivamente a través del matrimonio. Por otro lado,
en este contexto se supone que la dignidad no opera en las mu-
jeres, es decir, que no deben tener ningún deseo de obtener la
posición dominante o el estatus matrimonial superior en el seno
de la pareja. En el caso de los hombres de bajo estatus también
opera el interés, pero el logro de la dignidad tradicional, vincu-
lada al poder y al estatus matrimonial, provoca efectos comple-
mentarios en el bienestar socioemocional de los hombres.

Modelos de pareja homógamos y heterógamos


Un modo de comprobar si existen tendencias de asimetrías de
género en el bienestar socioemocional de los miembros de pare-
jas heterógamas sería comparar el ibse de mujeres y hombres
que convivan con parejas de mucho mayor o de mucho menor
estatus ocupacional que el suyo. Es razonable pensar que tales
asimetrías, de existir, se manifestarán de una forma más clara en
los casos de máxima heterogamia, esto es, en las parejas que con-
vivan, bien una mujer de bajo estatus con un hombre de alto es-
tatus, o bien una mujer de alto estatus con un hombre de bajo
estatus. En la terminología tradicional y convencional, que toma

214
como sujeto de referencia a la mujer, estos son los casos extremos
de hipergamia (femenina) y de hipogamia (femenina).
Observando los datos de la tabla 7, puede comprobarse que
el índice de bienestar de una mujer de bajo estatus que convive
con un hombre de alto estatus asciende 11.45 puntos con res-
pecto al del total de mujeres de bajo estatus (6.04 menos -5.41).
Observando la tabla 8, puede comprobarse que el bienestar so-
cioemocional de un hombre de alto estatus que convive con una
mujer de bajo estatus también asciende. El índice sube exacta-
mente 15.44 puntos con respecto al del total de hombres de alto
estatus (28.28 menos 12.84). En suma, en el cuadrante inferior
izquierdo de la tabla 9, puede verse que en las parejas hipérga-
mas (mujer de bajo estatus con hombre de alto estatus) tanto las
mujeres como los hombres incrementan bastante su bienestar
socioemocional, aunque el incremento en los hombres sea lige-
ramente superior.
Veamos ahora el modelo inverso, esto es, una pareja hipóga-
ma. Cuando conviven una mujer de alto estatus con un hombre
de bajo estatus (ver tabla 7), el índice de bienestar socioemocio-
nal de la mujer desciende -10.88 puntos con respecto al del total
de mujeres de alto estatus (-4.48 menos 6.40). En este tipo de
parejas, también el bienestar del hombre desciende (ver tabla 8),
exactamente -14.21 puntos con respecto al del total de hombres
de bajo estatus (-0.73 menos 13.48). En suma, en el cuadrante
superior derecho de la tabla 9, puede verse que en las parejas
hipógamas (mujer de alto estatus con hombre de bajo estatus)
el bienestar socioemocional tanto las mujeres como los hombres
disminuye bastante, aunque la disminución en los hombres sea
ligeramente superior.

215
Tabla 9
Variación en el ibse de mujeres y de hombres, que conviven en parejas
homógamas y heterógamas, respecto al total de su correspondiente nivel
de estatus. Europa 2006.
MUJER
BAJO ALTO
Estatus Estatus
HOMBRE BAJO M= - 6.71 M= -10.88
Estatus H= 1.15 H= -14.21

ALTO M= 11.45 M= - 0.99


Estatus H= 15.44 H= - 3.12

Fuente: ess-2006. Elaboración propia.

Es evidente que los datos expuestos muestran una muy signi-


ficativa y relevante asimetría de género en el bienestar socio-
emocional de mujeres y de hombres que conviven en parejas
heterógamas. En términos de bienestar subjetivo, lo que es bue-
no para las mujeres, esto es, convivir con un hombre de mayor
estatus que ellas, no es bueno para los hombres, y viceversa. Lo
relevante es que la hipergamia, que se corresponde con el mo-
delo heterógamo tradicional, satisface socioemocionalmente a
ambos cónyuges. A las mujeres, por cuanto logran así un ascenso
social que en el orden de una sociedad tradicional no pueden
lograr por sí mismas, al estar excluidas del poder, del trabajo y de
la educación. Y a los hombres, por cuanto les permite combinar
un estatus social alto con un alto estatus marital, esto es, les per-
mite mantener una posición dominante en el seno de la pareja.
Ahora bien, todavía es más significativo el hecho de que la
hipogamia disminuya el bienestar socioemocional de ambos
miembros de la pareja, esto es, no solo el de la mujer, sino tam-
bién el del hombre. Sin duda, estos datos constituyen una prueba
incontestable de la persistencia de asimetrías en el modo en que
los hombres y las mujeres afrontan el matrimonio, es decir, po-
nen de manifiesto la persistencia de una cultura tradicional que
sigue asignando, si quiera inconscientemente, roles sociales dis-
tintos a los hombres y a las mujeres.
216
La dinámica socioemocional que se observa en la parejas
hipógamas es socialmente muy relevante en la actualidad porque,
debido al progresivo incremento de los niveles educativos y de
los estatus ocupacionales de las mujeres, el modelo hipógamo, es
decir, el modelo que reduce en términos relativos el bienestar
socioemocional de los dos miembros de la pareja está destinado a
ser el modelo heterógamo del futuro (Esteve et al., 2012). En los
casos de hipogamia femenina extrema, quizás algunas mujeres
de alto estatus, en el contexto de un determinado mercado ma-
trimonial, hayan podido realizar una óptima elección de pareja
en plena concordancia con sus valores, con sus gustos o con sus
deseos. Pero también pudiera ser que la elección de pareja rea-
lizada por estas mujeres de alto estatus haya estado condicio-
nada por el factor demográfico, es decir, por la relativa escasez
de hombres de alto estatus existente en el mercado matrimo-
nial. También podría pensarse que han elegido convivir con
un hombre de bajo estatus con el fin de disponer de un estatus
matrimonial lo suficientemente alto para lograr un modelo de
convivencia no tradicional, mucho más igualitario, simétrico y
acorde con sus nuevos valores. En suma, y debido a la persisten-
cia de la cultura tradicional, las mujeres estarían renunciando
parcialmente a sus aspiraciones de logro socioeconómico, lo que
explicaría en parte la reducción de su bienestar socioemocional.
Los hombres de bajo estatus que conviven con mujeres de
alto estatus logran mediante el matrimonio un importante au-
mento de estatus social. Ahora bien, dado que en estos casos
el estatus socioeconómico de la mujer es mucho más alto que el
suyo, el hombre puede perder la posición dominante en el seno
de la pareja, lo que, a tenor de la norma y la expectativa tradi-
cional, pudiera provocar en algunos hombres sentimientos de
vergüenza o incluso de humillación, según predice la teoría de
la dignidad. Dicho de otro modo, en los hombres de clase baja
la ganancia de estatus social no parece compensar la pérdida,
frente a la mujer, de estatus matrimonial. Desde la perspectiva

217
de una socialización tradicional del hombre, solo cuando la ga-
nancia de estatus social derivada de la hipergamia masculina no
ponga en riesgo la superioridad su estatus matrimonial podrían
darse aumentos de bienestar socioemocional. Esto es lo que
efectivamente sucede cuando un hombre de estatus bajo con-
vive con una mujer de estatus ocupacional algo superior al suyo.
Considerando ahora los casos de homogamia en los extre-
mos de la escala de estatus ocupacional, en el cuadrante supe-
rior izquierdo de la tabla 9 se comprueba que la unión de dos
personas de bajo estatus apenas afecta al bienestar emocional
del hombre, que asciende muy poco (+1.15), mientras que dis-
minuye sensiblemente el bienestar de la mujer (-6.71). La expli-
cación de este descenso, como ya se ha mencionado, podría for-
mularse en términos del fracaso que, en el modelo tradicional de
hipergamia femenina, podría sentir la mujer por el hecho de no
convivir con un hombre que tenga al menos un nivel de estatus
ocupacional superior al suyo.
Como puede verse en el cuadrante inferior derecho de la
tabla 9, en el caso de que ambos miembros de la pareja tengan
alto estatus ocupacional, y frente a lo que pudiera esperarse por
el incremento de nivel de vida que implica la correspondiente
suma de ingresos, tanto el bienestar socioemocional de la mu-
jer (-0.99) como, sobre todo, el del hombre (-3.12) descienden.
Una explicación tentativa de este descenso podría estar basada
en el conflicto potencial implícito en relaciones de pareja simé-
tricas e igualitarias, en una cultura y sociedad caracterizada por
relaciones de género asimétricas y desigualitarias. Como puede
comprobarse en la tablas 7 y 8, la homogamia suele reducir lige-
ramente el bienestar socioemocional que les correspondería a
los miembros de la pareja en función de su estatus social.

El modelo óptimo de hipogamia masculina


Los datos de la tabla 8 mostraban que en casos de hipogamia
masculina extrema, es decir, cuando un hombre de alto estatus

218
convive con una mujer de bajo estatus, se eleva el bienestar so-
cioemocional tanto de la mujer como del hombre. Ahora bien,
el mayor bienestar socioemocional de los hombres en este tipo
de parejas puede tener unos fundamentos muy particulares. En
primer lugar, quizás algunos hombres de alto estatus pudieran
estar relativamente menos interesados en elevar aún más su esta-
tus por vía matrimonial. En segundo lugar, debido a la gran dife-
rencia de estatus existente entre los miembros de la pareja, quizá
algunos hombres pudieran en estos casos proyectar su voluntad
de dominio en el seno de la institución matrimonial. En tercer
lugar, quizás algunos hombres, en el marco de un determinado
mercado matrimonial, hayan podido realizar una óptima elec-
ción de pareja en plena concordancia con sus valores, con sus
gustos o con sus deseos. Ahora bien, sean cuales sean los funda-
mentos del mayor bienestar socioemocional de los hombres en
estos casos de hipogamia masculina extrema, lo cierto es que son
casos muy especiales en los que el incremento de bienestar socio-
emocional puede tener fundamentos diversos y muy particulares.
Por tanto, debemos observar ahora las variaciones en el bien-
estar socioemocional de los hombres en casos de hipogamia
masculina que no sea extrema. Así, observando en la tabla 8
el valor del índice de los hombres de alto estatus, y salvando
la excepción de quienes conviven con mujeres de bajo estatus,
se comprueba que el mayor incremento del ibse, respecto al
total de hombres de alto estatus, se encuentra en aquellos que
conviven con mujeres de estatus medio-alto (14.26), es decir,
con mujeres que pertenecen al estrato de estatus ocupacional
inmediatamente inferior al suyo. Este incremento con respecto
al total es relativamente pequeño, de tan solo 1.42 puntos. Aho-
ra bien, si calculamos la diferencia respecto a quienes conviven
con una mujer de alto estatus (9.72), el incremento alcanza los
4.54 puntos. Asimismo, existe un aumento de 2.02 puntos
con respecto a los hombres de alto estatus que conviven con
mujeres de estatus medio.

219
Centrando ahora la atención en el bienestar socioemocional
de los hombres de estatus medio-alto, puede comprobarse que
la pauta se repite (tabla 8). Los hombres de estatus medio-alto
que muestran un mayor grado de bienestar socioemocional son
aquellos que conviven con mujeres de estatus medio (19.09),
es decir, con mujeres que pertenecen al estrato de estatus so-
cioeconómico inmediatamente inferior al suyo. En este caso,
el incremento respecto al total de su estrato es de 3.15 puntos.
El incremento con respecto a los hombres que conviven en
parejas homógamas, esto es, con mujeres de estatus medio-alto
(13.98), es de 5.11 puntos. Asimismo, el incremento respecto
de los hombres que conviven con mujeres de estatus medio bajo,
es decir, con mujeres pertenecientes a un nivel socioeconómico
dos estratos por debajo del suyo, es de 3.79 puntos. Si observa-
mos en la tabla 8 los valores de los hombres de estatus medio, y
pese a que las diferencias en estos hombres son más reducidas,
debido a que en este estatus se combinan de una forma mucho
más compleja las consecuencias emocionales de muy diversos
factores, también puede comprobarse que los hombres que con-
viven con mujeres pertenecientes a un estrato ocupacional in-
mediatamente inferior al suyo disfrutan de un mayor bienestar
socioemocional.
La pauta que muestra un incremento en el bienestar socio-
emocional de los hombres que conviven con mujeres pertene-
cientes a un estrato de estatus socioeconómico inmediatamente
inferior al suyo indica la existencia de un modelo de matrimo-
nio óptimo para los hombres, basado en la hipogamia mascu-
lina mínima. Mediante este modelo, los hombres tratarían de
maximizar el nivel de vida que les reporta la suma de ingresos
procedente de la unión matrimonial, minimizando el riesgo
de pérdida de la posición dominante en el seno de la pareja. En
suma, aplicando el modelo de hipogamia masculina mínima, los
hombres elevan lo más posible su estatus social, preservando en
todo caso frente a su pareja un estatus matrimonial superior.

220
¿Qué sucede con el bienestar socioemocional de la mujer en
una situación similar a la que se acaba de analizar para el hom-
bre, es decir, en casos de hipogamia femenina mínima, cuando
el hombre con el que convive pertenece al estrato de estatus
ocupacional inmediatamente inferior al suyo? Observando los
datos contenidos en la tabla 7, puede comprobarse que el bien-
estar socioemocional de las mujeres, contrariamente a lo que
le sucede al hombre en casos de hipogamia masculina mínima,
desciende. Cuando una mujer de estatus alto convive con un
hombre de estatus medio-alto, su bienestar socioemocional de-
crece 6.31 puntos con respecto al total de las mujeres de alto
estatus (0.09 menos 6.40); si la mujer pertenece al estatus me-
dio-alto, y convive con un hombre de estatus medio, su bien-
estar socioemocional decrece 8.02 puntos (-6.33 menos 1.69); si
perteneciendo al estatus medio-bajo, convive con un hombre de
bajo estatus, entonces el ibse disminuye 5.61 puntos (1.80 me-
nos 7.41); y si la mujer es de bajo estatus y el hombre también, el
descenso en el bienestar socioemocional de la mujer es de 6.71
puntos (-12.12 menos -5.41).
Sin duda, estos datos constituyen una nueva evidencia
empírica de las asimetrías de género que todavía persisten en
la dinámica socioemocional de los cónyuges en el seno de la
institución matrimonial o de las relaciones de pareja. Lo que
parece ser bueno para los hombres, no lo es para las mujeres.
El modelo de hipogamia femenina mínima, lejos de constituir
para las mujeres, al igual que hemos visto para los hombres, un
modelo socioemocionalmente óptimo, es para ellas un modelo
pésimo. Por un lado, cuando las mujeres conviven con una pareja
de menor estatus socioeconómico que ellas, ni satisfacen las as-
piraciones de ascenso social, ni tampoco cumplen las expectati-
vas de logro de mayor estatus social, que la cultura y la sociedad
tradicionales vincula al matrimonio de las mujeres. Por otro lado,
y en claro contraste con la hipogamia masculina mínima, en
las parejas que conviven mujeres que pertenecen a un estrato de

221
estatus socioeconómico tan solo inmediatamente superior al
del hombre, pueden surgir tensiones por el hecho de que algu-
nos hombres, imbuidos por la cultura de un orden tradicional,
patriarcal y desigualitario, considerarían que esta pequeña dife-
rencia de estatus social favorable a la mujer no puede justificar
la inversión del estatus matrimonial y de posición de dominio
que, en el seno de la pareja, tradicionalmente corresponde a los
hombres.
La hipótesis que justificaría el descenso del bienestar socio-
emocional de los miembros de estas parejas, debido a las ten-
siones que introducirían los hombres en su lucha por mantener
la dignidad del orden tradicional, también se ve indirectamente
confirmada por el hecho de que en los casos de hipogamia fe-
menina que comportan una mayor distancia de estatus, es decir,
en los casos en que el estrato de estatus ocupacional de la mujer
no es el inmediatamente superior al del hombre, sino superior
en dos o incluso tres estratos, entonces el bienestar socioemo-
cional de las mujeres aumenta sensiblemente con respecto a
su bienestar en parejas de hipogamia femenina mínima. Esto
podría interpretarse en el sentido de que cuando la distancia
de estatus socioeconómico entre la mujer y el hombre es sufi-
cientemente grande, el hombre dejaría de introducir tensiones
asociadas con la lucha por el estatus matrimonial, adaptándose a
la realidad de los hechos. En estos casos, el hombre quizás asuma
un cambio cultural que le permite liberarse de los controles nor-
mativos que fundamentan su dignidad tradicional, pudiendo
disfrutar así tanto del incremento de nivel de vida alcanzado
mediante la unión matrimonial, como de unas nuevas relacio-
nes de pareja basadas en un nuevo modelo de dignidad compar-
tida entre hombres y mujeres, un modelo simétrico e igualitario.

Conclusiones

Desde que Jessie Bernard publicara, hace ya cuatro décadas,


su clásico trabajo acerca del futuro del matrimonio, las socie-
222
dades occidentales han experimentado múltiples y profundas
transformaciones sociales orientadas al logro de la igualdad de
género. En esta investigación, utilizando el Índice de Bienestar
Socioemocional (ibse), hemos querido comprobar hasta qué
punto la tesis de esta socióloga norteamericana sigue vigente. En
el proceso de análisis llevado a cabo han emergido conclusiones
muy significativas.
El matrimonio es socioemocionalmente bueno tanto para
los hombres como para las mujeres, si bien esta investigación
muestra que el matrimonio es bastante mejor para los hombres
que para las mujeres.
Estas asimetrías también se ponen de manifiesto al anali-
zar el bienestar socioemocional de mujeres y hombres según
su situación laboral y de convivencia. Así, en un matrimonio
en el que el hombre trabaja y la mujer no, el bienestar socio-
emocional de ambos miembros de la pareja es mayor que en un
matrimonio en el que la mujer trabaja y el hombre no. Además,
paradójicamente, los hombres que no trabajan tienen mayor
bienestar socioemocional cuando sus parejas no trabajan que
cuando trabajan. En suma, estos datos confirman la persistencia
de la asignación asimétrica, según género, de roles productivos
y reproductivos.
En cuanto a las consecuencias socioemocionales que tienen
los diferentes modelos de pareja, según cuál sea el estatus social
de cada uno de sus miembros, el estudio ha revelado la configu-
ración de tres pautas asimétricas.
El modelo de hipergamia tradicional, en el que las mujeres
ascienden socialmente por medio del matrimonio, consiguiendo
así progresivos incrementos de su bienestar socioemocional, sigue
operando claramente en el caso de las mujeres europeas con un
bajo nivel socioeconómico. Ahora bien, esta pauta no se manifies-
ta en las mujeres europeas que pertenecen al resto de los estratos.
En los hombres, esta pauta de continuo aumento del bienestar
socioemocional conforme aumenta el nivel socioeconómico de
la pareja, no aparece en ninguno de los estratos, ni siquiera entre
223
los hombres que tienen un bajo nivel socioeconómico. Aquí, la
persistencia del modelo de dignidad masculina tradicional po-
dría estar interaccionando con la satisfacción que el hombre ob-
tendría por el progresivo aumento de nivel de vida que el mayor
estatus socioeconómico de su pareja podría estar reportándole.
En casos de hipergamia femenina extrema, cuando la distan-
cia entre el alto estatus social del hombre y el bajo estatus social de
la mujer es muy grande, el bienestar socioemocional de los dos
miembros de la pareja aumenta, esto es, aumenta en los hombres,
pero también en las mujeres. Sin embargo, en casos de hipoga-
mia femenina extrema, cuando la distancia entre el alto estatus
social de la mujer y el bajo estatus social del hombre también es
muy grande, el bienestar socioemocional de los dos miembros
de la pareja disminuye, esto es, disminuye en las mujeres, pero
también en los hombres. Estos datos ponen de manifiesto la
persistencia, en el corazón emocional de las relaciones de pareja,
de una asignación asimétrica, según género, del estatus social
asignado a hombres y mujeres.
La tercera asimetría, revelada por esta investigación compa-
rando el bienestar socioemocional de las parejas según el esta-
tus social de sus miembros, se pone de manifiesto al verificar
que existe un modelo socioemocionalmente óptimo para los
hombres. El hombre obtiene mayor bienestar socioemocional
en el modelo de hipogamia masculina mínima, es decir, cuando
convive con una mujer que pertenece al estrato de estatus socio-
económico inmediatamente inferior al suyo. En estos casos, el
hombre obtiene el mayor incremento posible de nivel de vida y
de estatus social, sin poner en riesgo ni su posición dominante
en el seno de la pareja, ni su superior estatus matrimonial.
A la inversa, cuando las mujeres conviven con un hombre
que pertenece al estrato de estatus socioeconómico inmediata-
mente inferior al suyo, los índices de bienestar socioemocional
descienden, poniendo de relieve que esta mínima inversión del
orden social tradicional puede suscitar importantes resistencias

224
en algunos hombres, dando lugar a conflictos de convivencia
que introducen tensiones emocionales en el corazón de la pare-
ja. La existencia de este tipo de tensiones también se advierten
en las parejas homógamas.
Solamente en los casos en que el estrato socioeconómico de
la mujer es dos o tres niveles superior al del hombre con el que
convive, las tensiones producidas por la inversión del orden
tradicional parecen atenuarse. En esta situación, puede que el
disfrute generado por el significativo incremento de los benefi-
cios masculinos en el ámbito de sus intereses, compense el sufri-
miento derivado de la pérdida de su posición de dominio en el
matrimonio, contribuyendo así a la disolución de su dignidad
patriarcal, machista, desigualitaria y asimétrica.
En conclusión, tal y como nos muestran estos últimos datos,
también en este proceso de cambio social, cultural y socioemo-
cional, son las mujeres las que tienen que pagar un sobreprecio
para conseguir, tanto un modelo más simétrico e igualitario de
sociedad, como un modelo más simétrico e igualitario de matri-
monio. Parece que solamente mediante el logro de un estatus
socioeconómico bastante superior al del hombre, las mujeres
consiguen diluir las tensiones generadas en el matrimonio por
la persistencia del orden asimétrico tradicional, logrando así im-
pulsar la vieja dignidad masculina hacia nuevos modelos mascu-
linos de identidad y de relación.

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228
El amor y otros demonios en los
tiempos de la modernidad tardía1
Francesc Núñez, Natàlia Cantó-Milà y Swen Seebach

Introducción

El título de este artículo parafrasea dos novelas de Gabriel Gar-


cía Márquez, El amor y otros demonios y El amor en los tiempos
del cólera. De la primera, queremos conservar la idea del amor
como demonio; de la segunda, la temporalidad de su experien-
cia. De la primera, destacamos la capacidad del amor, como de-
monio, para enraizarse en nuestro cuerpo y en nuestra mente,
para condicionar nuestros actos y nuestra vida, llenándolos de
un sentido que, aunque puede parecer descabellado a la mente
racional, puede perdurar más allá de la muerte. De la segunda, nos
atrae la duplicidad entre el amor deseado, nuestra aspiración a
un amor ideal, y sus múltiples concreciones, las tramas diarias del
amor terreno, de lo cotidiano.
El amor así entendido pone de relieve las tensiones básicas
entre el deseo de ser uno mismo (autenticidad) y el de fundirse
con otro (vínculo social), entre las exigencias del cuerpo (el amor
pasión) y la voluntad del alma, es decir, la apuesta insensata por
la libertad del otro, el querer hacer del azar necesidad y destino
(Octavio Paz, 1993). Como enseñaba Platón, seguimos creyen-
do que el amor puede ser pensado como un demonio, esto es,
como un ser intermedio entre lo ideal y lo sensible, un colabo-
rador del alma que puede dar consistencia a nuestros deseos y
propósitos. No cabe duda de que los tiempos de la modernidad
1
Los resultados y análisis presentados en este artículo se inscriben en el
contexto de una investigación más amplia titulada “Las formas de com-
promiso de pareja y la expresión de las emociones en la era de la comuni-
cación electrónica” (Proyecto I+D de ayuda de investigación fundamental no
orientada, 2011-2013, otorgado por el Ministerio de Innovación y Ciencia,
CSO2010-16502)
229
tardía no son los de la República griega y nos proponemos re-
flexionar y mostrar algunos de los cambios experimentados por el
amor, por su experiencia y por los discursos que nos hablan de él.2
Qué entendemos por amor, o por estar enamorados (aún sin
saber si se trata de lo mismo), es algo que sin duda cambia con
el tiempo y también con el espacio. La experiencia del amor y
los discursos sobre él pueden estar tan alejados que cuesta iden-
tificar que se trata de un mismo objeto o de un mismo sentido.
¿Cuál es el sentido del amor en la actualidad? Para tratar de res-
ponder hay que tener presentes varias dimensiones (Hatfield
y Rapson, 2000): el complejo emocional que acompaña a eso
que llamamos amor, los pensamientos que sobre él tenemos, las
acciones a que nos incita y, también, a quién se dirige o hacia
dónde nos lleva.
Para responder a estas cuestiones, se analizarán cincuenta
entrevistas de hora y media cada una (aproximadamente), rea-
lizadas en España (28) y en Alemania (22).3 Las entrevistas
tratan temas muy personales e íntimos y los entrevistados en un
primer momento se mostraban algo recelosos. Sin embargo,
una vez iniciada la conversación, las personas entrevistadas se
iban abriendo y comentaban aspectos de su vida personal que,
según ellos mismos confesaron, nunca hubiesen imaginado que
podrían llegar a explicar. De este modo, las visiones y experiencias
sobre el amor y las relaciones de pareja de nuestros entrevistados
alcanzan un elevado grado de profundidad y nos han propor-
cionado una importante cantidad de matices. A partir de estas
“confidencias”, hemos estructurado este capítulo basándonos
en los elementos más significativos, así como en las transforma-
ciones, silenciosas, pero profundas, que ellos nos narraron.
2
Nos aproximamos al concepto de la modernidad tardía a través de las obras de
Peter Wagner (Wagner, 1993; Wagner, 2001; Wagner, 2008; Wagner, 2012).
3
Estas entrevistas se realizaron en los años 2011 y 2012 en Leipzig, Berlin,
Freiburg, Bielefeld y Ausgburg (Alemania) y Barcelona, Granada, Sevilla,
Madrid y Bilbao (España). Las personas entrevistadas fueron localizadas por
bola de nieve.
230
A lo largo del texto expondremos, pues, nuestros resultados
y conclusiones, acompañándolos en todo momento de citas de
las entrevistas. La citas nos servirán para ilustrar y mostrar el
origen de nuestras conclusiones, pero también para fundamen-
tar nuestra argumentación con las voces de quienes nos abrieron
la puerta de su vida: a nosotros, a nuestra grabadora, a nuestra
libreta de notas y a las preguntas con segundas… Estos testimo-
nios nos han permitido conocer un poco más el mundo en el que
vivimos y el demonio quimera del amor que da sentido a nuestras
existencias, nos estabiliza y desestabiliza, y nos liga a aquellos que
caminan, por un tiempo, con nosotros.

Sobre los cambiantes rostros del demonio Amor

Ya en la novela de Gabriel García Márquez El amor en los tiem-


pos del cólera se apunta a las singularidades –y a los efectos no
previstos– que puede tener la mediación técnica en las relacio-
nes personales. Florentino Ariza consigue despertar la simpatía
de Fermina Daza gracias a que sus cartas están mecanografiadas,
lo que les confería una originalidad que pronto dejaría de tener
por efecto de la domesticación tecnológica (y su integración en
los diferentes mundos de vida). También en esos tiempos ya
pretéritos empezaba a ser evidente la importancia del consumo,
de los regalos y de los viajes en las relaciones amorosas. Juvenal
Urbino se presenta como pródigo príncipe de Fermina Daza en
su viaje de novios por Europa. París es la ciudad de los enamora-
dos. Y en todo momento están presentes los demonios del amor
y de las emociones tiñendo de singularidad su relación y su vida.
Estas tendencias, que ya apuntaban en el ocaso de la primera
modernidad, no han hecho más que tomar más forma y fuerza
en nuestras vidas cotidianas, en nuestras relaciones y en los
mitos que nos narramos y que contribuimos a construir con
nuestros sueños, ilusiones y prácticas. Y también nuestras en-
trevistas nos dejan entrever el papel del consumo, de las prác-

231
ticas de la pareja que, participando en el mundo multicolor del
consumo, encantan y reencantan la convivencia y el caminar
juntos por la vida.

En las vacaciones… vives muchos, muchos momentos bonitos… el


paisaje, los edificios bonitos que hay ahí, que nos alegran a los dos,
que nos ilusionan… o incluso… una habitación de hotel bonita, una
buena comida… (Anna, 48, Augsburg).

No cabe duda de que el amor tiene un papel preeminente a la


hora de dar sentido a muchas de nuestras acciones. ¿Qué puede
mover el amor? ¿A quién deja indiferente? ¿Quién no valora –o
cree– en su poder para transformar(nos) profundamente, para
transformar, incluso, lo que parece inamovible? En Dostoievski
es el amor el que redime el mal, el que salva al condenado. En
la novela romántica francesa, el amor, pese a ser como la lote-
ría, una insensatez, colma de esperanza a los enamorados. En el
poema “Veles e vents” Ausiàs March nos advierte: “Yo temo la
muerte porque me hace ausente / porque anula el amor / pero
yo no creo que mi amor sobrado/ pueda tener este final”.4
Así pues, el amor, como las emociones, forma parte de los
vínculos más importantes que nos ligan a las demás personas,
haciéndolas necesarias e insustituibles, convirtiendo así en sig-
nificativo el mundo indiferente (Elster, 2002: 485). En su na-
turaleza demoníaca, doble, el amor combina mecanismos de
percepción, procesos interpretativos y respuestas a estímulos fi-
siológicos (Illouz, 2009). El amor hace de puente entre el cuerpo,
la cognición y la cultura.5
4
“Io tem la mort per no ser-vos absent /Perquè Amor per mort és anul·lats
/ mas io no creu que mon voler sobrats / Pusca ésser per tal departiment”
Ausiàs March. “Veles e Vents”. La traducción al castellano es nuestra.
5
Concretamente Illouz define emociones de la siguiente forma: “For an
emotion to be activated, a few components of human action need to be put
into motion: first is a cognition, that is, a belief about the world (e. g. ‘to be
nicely dressed is a sign of femininity and to be feminine is to be sexy’); se-
232
En un mundo donde todo lo sólido se desvanece en el aire,
donde cada vez es más difícil hacer frente a la complejidad sin ries-
go, donde los criterios para determinar nuestras acciones o bien
se desdibujan o bien se simplifican y mercantilizan, el amor man-
tiene su carácter liminal (Illouz, 2009), su poder en tanto que re-
ligión de los tiempos modernos (Beck y Beck-Gernsheim, 2001).

Con ella se para el tiempo… y las piezas del puzzle encajan de una
vez… todo lo que he hecho, he pensado, soñado, sufrido… cobra
sentido y de repente sé por qué existo (Thomas, 30, Berlin).

En este sentido el amor actúa como emoción que tiñe de


significatividad nuestras relaciones e interacciones sociales. No
cabe duda de que, por su naturaleza emocional, pero también
discursiva, se trata de un mecanismo de regulación social funda-
mental, que se ha mostrado capaz, en muchos lugares, de poner
en jaque las reglas del parentesco, situando la soberanía del indi-
viduo por encima de los intereses del grupo. Basta recordar a los
prematuros Romeo y Julieta queriendo anteponer su amor a las
exigencias del honor familiar. Se adelantaron a los tiempos y lo
cond is an evaluation that is, a positive or negative attitude towards a specific
object (‘I like this dress because it is feminine and sexy and being feminine is very
desirable’); third, is a bodily reaction that can run from mild to acute physical
sensations (‘I felt twitches of pleasure when I tried this fancy dress on’); fourth,
an affect (‘I feel sensual and self-confident when I put this dress on’);1 and
finally, emotion also contains a motivation to act (‘wanting to buy this femi-
nine, sensual dress’). While emotion is not action per se, it is what orients and
implicates the self in its social environment. It is both what gives a particular
‘mood’ or ‘coloration’ to a particular act, and the inner energy that propels us
toward that act. Emotion can thus be defined as the ‘energy-laden’ side of ac-
tion, where that energy is understood to simultaneously implicate cognitions,
affect, evaluation, motivation and the body. What makes emotion carry this
‘energy’ is the fact that emotion always concerns the self and the relationship
of the self to its environment. Emotion is less a psychological entity than it is a
cultural and social one: through emotion we enact cultural definitions of per-
sonhood as they are expressed in concrete and immediate relationships with
others. Emotion is thus about where one stands in a web of social relation-
ships.” (Illouz, 2009: 382-383)
233
pagaron con la vida. ¡Cuántas revoluciones a dos en nombre del
amor! (Alberoni, 1986).
No obstante, en su naturaleza intermedia, también es una prác-
tica, una tejné para disciplinar cuerpos y deseos. Hay que practicar
y aprender el arte de amar (Fromm, 1991), convirtiéndolo en co-
nocimiento y sabiduría social. Las artes amatorias de cada sociedad
se convierten en hexis (Aristóteles), en hábitus (Bourdieu) para los
individuos.
Y también el amor se convierte en idea, verbo, en discurso.
Poetas, dramaturgos, ensayistas, moralistas, psicólogos o simples
enamorados discurren sobre el amor y sus efectos. A veces, se le ha
considerado una fuerza cósmica que junto con el odio regula el
universo (Anaximandro), un don del hombre para con su seme-
jante (el Ágape cristiano), una alegría acompañada por la idea de
una causa exterior que aumenta nuestra potencia de existir (Spi-
noza) o una trampa para las mujeres, un invento de los hombres
para dominarlas (García Calvo 1984; Esteban, 2011). No hay
duda de que el amor es una institución social. El joven que ex-
perimenta la convulsión emocional que la relación o la proximi-
dad con algunas personas le despiertan, y que seguramente ha
visto docenas de películas e imágenes de amor, ha leído historias
de amor y ha hablado sobre el amor con sus padres y amigos,
siente que el daimon le susurra en la oreja “eso que te pasa, sí,
todo eso que sientes es amor”. Y, entonces, cuando se sabe así
enamorado, se le despeja el horizonte de acción: capaz o no,
tímido, vergonzoso o taimado, sabe qué debe hacer, cómo hay
que comportarse si eso es amor. Flechazo súbito o devenir paus-
ado en algún momento de la relación decidimos que eso es amor
y actuamos en consecuencia.

Vi su foto y (…) le envié una invitación y le dije “sé que no me cono-


ces, pero es que he visto tu foto y ha sido… como un flash”… No sé,
no me había pasado nunca, es la primera vez que me pasa. O sea que
yo vi la foto y no solo es que la encontrase guapa, es que toda ella, es

234
simpática. La forma que tiene de estar en la foto… O sea fue ver la
foto y decir “¡Yo quiero esto!”. Y después cuando la conocí todavía
me gustó más. (Pere, 35, Barcelona)

En contraste con:
Lo que pasa, que bueno, que estaba muy a gusto con él, me reía
mucho con él y, entonces, pues ahí tampoco un poco me embaucó.
¡Me embaucó! ¡Me engañó! (medio ríe) ¡Me engañó, como yo le
digo! No, pero en cierto sentido sí. Eso fue una relación que no fue
buscada, que no fue un flechazo. (Rocío, 43, Sevilla).

Prácticas, emociones y discursos se entrecruzan y tejen la


dialéctica del amor. Amor demonio, amor conglomerado. Mil
caras del amor. Nuestros entrevistados narran su experiencia del
amor –porque responden a nuestras preguntas– y hablan de lo
que creen que mejor caracteriza una buena relación, de sus me-
jores momentos, de sus viejos amores y desamores. Pero siempre
en la realidad cotidiana de la relación se entrevé la necesidad
de ser práctico, de pactar entre los diferentes desacuerdos, de
ajustarse a los imperativos del momento.
El demonio tiene muchos rostros y se nos presenta de múlti-
ples maneras. Su papel de intermediario nos permite vivir de
forma interesada lo que, sin embargo, podemos pensar, razonar
o aspirar a que sea una historia de amor idílica. “Nosotros sabe-
mos que hay relaciones interesadas; quizá todas lo sean, pero –
nobleza obliga– razonamos y actuamos como si eso no ocurriera.
¿Nos engañamos? No, simplemente resulta que para actuar de
manera práctica y utilitarista es preciso razonar de manera idea-
lista.” (Fernández Porta, 2010: 247).

Dimensiones del amor

De entre las múltiples definiciones del amor, nos serviremos de


la teoría triangular del amor de Robert Sternberg (Sternberg,
1989) porque los tres componentes que según esta teoría con-
235
figuran las relaciones amorosas (intimidad, pasión y compromi-
so) nos resultarán de gran utilidad para caracterizar al demonio
del amor y sus particularidades en los tiempos de Internet. Sin
que necesariamente tengamos que aceptar las definiciones de
Sternberg de estos tres componentes del amor, sí compartimos
su apreciación de que hay numerosas pruebas que sugieren que
la intimidad, la pasión y el compromiso desempeñan una fun-
ción primordial en el amor (Sternberg, 1998: 17).

¿Transformaciones de la intimidad?
La intimidad es un elemento importante en la caracterización
que las personas entrevistadas hacen de sus relaciones afectivas
de pareja, de sus relaciones interpersonales. La intimidad es una
marca de la relación, que la diferencia de otras, una catapulta ha-
cia la autenticidad y la posibilidad de vivir con el “yo” al desnudo:

Tengo la sensación de que ahora con él puedo ser… como yo soy… y


no tengo que cumplir con expectativas… con él me puedo bajar los
pantalones. (Sirah, 31, Berlin).

Sternberg entiende la intimidad como aquellos sentimientos


dentro de una relación que promueven el acercamiento, el vín-
culo, la conexión y principalmente la autorrevelación. (Stern-
berg, 1998). No obstante, la intimidad no es una característica
específica y propia de las relaciones afectivas, sino que puede
estar presente y puede producirse en cualquier relación inter-
personal. Entendemos por intimidad una relación en la que se
produce una comunicación y un conocimiento entre dos o más
personas en la que lo que se llega a saber del otro, de la otra o
de las otras personas (o saben de uno mismo, claro está) puede
utilizarse en otros contextos para perjudicar o hacer daño a las
personas (Zelizer, 2009: 30). Por ejemplo, saber que se lleva de-
terminado tatuaje en una parte no frecuentemente visible del
cuerpo, que tiempo atrás se cometió una infracción, o poseer unas
fotos de la pareja tomadas al salir de la ducha, forman parte de la
236
intimidad y según donde se muestren estas informaciones pueden
perjudicar el honor, la credibilidad o la integridad de la persona.

A ver… yo ya sé que es una situación en la cual me expongo… m-u-


c-h-o… pero quiero c-o-n-f-i-a-r que puedo exponerme con alguien
porque si no… Quiero confiar que él preservará, que él no permitirá
que yo me exponga. (Eva, 50, Barcelona).

Cuáles sean las relaciones, las informaciones o los conoci-


mientos que pueden considerarse íntimos y en qué contextos
pueden resultar perjudiciales (y que son distintos a los contex-
tos donde se han producido) varía con el tiempo. Lo que con-
fiere intimidad a una relación no es pues que se produzca en un
determinado espacio de privacidad (frente al espacio público),
sino su descontextualización. Que la intimidad se haya recluido
al espacio de la privacidad es un proceso histórico relativamente
reciente (Foessel, 2010).6 La tesis que defiende Foessel es que la
intimidad es un concepto relacional, que la intimidad implica
establecer relaciones entre los individuos que no pueden siem-
pre reducirse al cálculo (al interés privado), porque las emo-
ciones que intervienen son irreductibles a la cuantificación al
encontrarse siempre contextualizadas. Pero, además, mientras
que lo privado es siempre individual, lo íntimo se elabora como
vínculo y no puede ser propiedad de una sola persona. La de-
bilitación de este vínculo en la esfera privada (y su elaboración
como cálculo) es parejo a la debilitación del vínculo democrático
en la esfera pública (Foessel, 2010). El hecho de equiparar las rela-
ciones íntimas (o los espacios de la intimidad) con los de la priva-
cidad, y las dificultades de delimitación de lo público y lo privado
en la comunicación electrónica, intensifica las tensiones propias
de las relaciones personales.
6
A juicio de Michaël Foessel, la esfera de la intimidad surgirá en la vida mo-
derna como una exigencia de autonomía personal frente a las intromisiones de
la familia, la tradición y la religión. El mundo moderno, claro está, no inventa la
intimidad pero sí que proporciona las condiciones de posibilidad de su institu-
cionalización. Al prometer lo íntimo se lo equipara con lo privado.
237
En nuestras entrevistas hemos encontrado formas abiertas
de discusión sobre la intimidad compartida con otra persona
equiparada a una relación sexual (de hecho, quince de nuestros
entrevistados hablan de “relaciones íntimas” de forma directa
cuando se refieren a tener una relación sexual con esa persona).
En este punto no hemos hallado diferencias entre una relación
sexual en una situación de proximidad o mediada a través de
una webcam. En ambas ocasiones se habla de intimidad.
Hemos hallado también formas más indirectas de temati-
zar el frágil vínculo de la intimidad que se establece entre dos
personas a nivel menos físico y corporal. En estas ocasiones, a
menudo los entrevistados nos han hablado de complicidad, un
fenómeno que, después del análisis de las entrevistas, identifi-
camos como perteneciente a una relación caracterizada por un
alto nivel de intimidad.
En este sentido no se puede afirmar que la comunicación
electrónica, y las formas y dimensiones de relación que permite,
modifique esencialmente la intimidad de las relaciones perso-
nales. Sin duda este tipo de comunicación abre nuevos espacios
de relación y permite conservar y reproducir las informaciones
(conversaciones, imágenes, vídeos, etc.) de formas insólitas; in-
cluso alterarlas.
También hay que tener presente la manera en cómo se pro-
ducen algunas de estas comunicaciones (en soledad). La soledad
puede producir unas “impresiones” de privacidad o de control
que no son las que las trazas electrónicas nos permitirán consta-
tar. Es una privacidad parecida a la que podemos sentir cuando
viajamos en coche y nos rascamos o nos arreglamos la camisa
como si nadie nos pudiese ver, como si el cristal que nos separa
del mundo exterior fuese opaco. Pero no lo es.
Así, por ejemplo, uno de nuestros entrevistados constató que
guardaba todo tipo de imágenes de antiguas relaciones y que las
protegía creando carpetas de archivos ocultos para que su com-
pañera actual no pudiese encontrarlas, pero sin ninguna inten-

238
ción de llegar a borrarlas jamás. De hecho, hablaba de ellas en el
sentido que antes destacábamos como imposible en relación al
vínculo de intimidad: las fotos –la imagen objetivada de esa otra
que una vez fue para él y que sigue siendo para ella– pertenecen
a “su” esfera privada e íntima y puede hacer con ellas lo que le
parezca más adecuado sin tener que consultar a su compañera,
pero tampoco a las personas que salen en las imágenes y/o gra-
baciones.
También podríamos destacar el ejemplo de un joven que
narró en su entrevista haber recibido fotos de su pareja en situa-
ción “comprometedora” y comentó que en bastantes ocasiones
había visto imágenes en situaciones igual de comprometedoras
de las parejas (y sobretodo exparejas) de sus compañeros (ado-
lescentes como él) y que estos habían mostrado voluntaria y
orgullosamente en su círculo de amistades (y, en ocasiones, de
venganza o rabia, más allá de estos).
Estas entrevistas nos hicieron reflexionar sobre la calidad de
la relación “íntima” cuando esta es mediada electrónicamente y
así grabada en la memoria del ordenador: siempre podrá ser re-
producible y mostrable a terceros –y esto no sucederá necesaria-
mente de mutuo acuerdo entre las personas más directamente
involucradas, sino a menudo de la voluntad individual de los
que tengan guardados esos momentos congelados, digitaliza-
dos, que una vez fueron compartidos o creados desde la soledad
para el otro y solo para ese otro u otra.

Transformaciones de la pasión
La pasión es entendida por Strenberg como estado de intenso
deseo de unión con el otro, como expresión de deseos y nece-
sidades. La idea del amor como pasión, o de la pasión en el
amor como atracción irresistible, como deseo de proximidad,
especialmente física, pero no solo es una constante en la tradi-
ción del amor en Occidente (Rougemont, 2002). Por ejemplo,
aunque la intención de Sócrates por mantenerse próximo al
bello Agathon durante el banquete en que se había acordado
239
hablar del amor fuera engendrar en su alma bellos discursos,
más tarde, Alcibíades, en las intimidades que cuenta nos desvela
sus vanos esfuerzos y estratagemas por romper la contención
de Sócrates y conseguir una unión de los cuerpos más que de
las almas. Platón, en su narración de los hechos, hace pactar a
sus personajes que no se injerirá alcohol durante el simposio.
Además, previamente se han expulsado a las flautistas para que a
la manera de Ulises no se pueda sucumbir a la atracción sensible.
En la tradición del amor romántico, tan bien descrita por
Stendhal, Flaubert o Lawrence, la pasión amorosa juega el pa-
pel de fuerza irresistible que puede sellar en el mismo instante
los destinos de los enamorados. El amor pasión ciega, obnubila,
puede arrastrar a uniones absolutamente destructivas. Una re-
volución a dos que destruye el pasado pero que se queda a las
puertas de engendrar el nuevo mundo, la felicidad prometida.

Cuando finalmente nos enamoramos… era verdaderamente un


mal momento. Mis hijos pequeños, mi trabajo caótico… él vivien-
do lejos… Vaya… una de esas situaciones en las que las amigas, la
madre, te dicen… “¡No, no hagas eso!” Pero a mí me daba igual… o
no me daba igual pero me daba igual. No sabría explicarlo. No me
daba igual pero no podía actuar de otra forma. Estar cerca de él,
tocarlo, era como una necesidad. (Elisabet, 38, Barcelona)

Por más que la novela, el cine y muchas de las microhistorias


de la publicidad siguen considerando que el amor-pasión se en-
ciende como un fuego súbito que quema o arrasa voluntades,
nuestros entrevistados se dividen entre aquellos que narran
haber sido arrebatados al conocer a su pareja actual o alguna de
sus parejas pasadas y los que describen un amor que fue cuaján-
dose poco a poco.

Puesssss, tenía doce o trece años, aproximadamente, cuando me lo


presentó una compañera del colegio. […] ¡Es que aquello fue un

240
amor a primera vista! […] ¡Fue un flechazo! ¡Es que éramos muy
chiquititos! (Ana, 34, Barcelona).

En contraste con:

O sea, literalmente, nos empezamos a sentar juntos en el pupitre,


en el instituto. Empezamos a pasarnos apuntes. Empezamos a es-
tudiar juntos, y no sé cuando fue que pasamos de estudiar juntos a
tener una relación. Fue muy muy muy progresivo. De hecho, hubo
un momento que le digo, estamos saliendo, o algo así. (Ramón, 42,
Barcelona).

Como hemos dicho, la modernidad ha desplazado la intimi-


dad a la esfera racional de la privacidad (la esfera por excelencia
de las relaciones económicas) (Foessel, 2010) y ha hecho del
consumismo un estilo de vida imperante (Illouz, 1997; Camp-
bell, 2004). Estas inercias han radicalizado las tensiones propias
del amor, siempre moviéndose entre los intereses de clase y per-
sonales, y las exigencias del deseo y la pasión.
Nos podemos preguntar con Illouz (2007, 2012) si ha ha-
bido una pérdida del modelo del amor como emoción intensa
y espontánea, un “desapasionamiento” del amor, un amor que
llevó a huir a Tristán e Isolda, o a Romeo y Julieta, de sus des-
tinos y de su condición. Illouz considera que si esto es así tiene
que ver con que el modelo está inmerso en una corriente más
amplia de liberación (sexual y de género) y que, en ello, el cono-
cimiento progresivo de la otra persona se transforma en la única
vía fiable de construir la relación romántica.
El arco de Cupido se ha destensado y el amor a primera vista
ha dado lugar a un hedonismo consumista (el ocio como con-
sumo) y a la búsqueda racional de una pareja que encaje per-
fectamente con nuestra naturaleza. Estamos ante una nueva
base metafísica del consumo (Campbell, 2004) que aboca al in-
dividuo, solitario, a la dinámica de la elección para la construc-
ción de la propia personalidad.
241
Actualmente la pasión se funde y se confunde con los intere-
ses personales (y económicos); la búsqueda de la igualdad y de la
satisfacción personal guía nuestras elecciones. La pasión incon-
tenible y las sensaciones pseudorreligiosas que antaño pudieran
caracterizar al amor no son signos confiables de un amor ver-
dadero. Como argumenta Illouz (Illouz, 2009: 384):

Si esto nos ha hecho perder en relación con el compromiso y la es-


tabilidad de la pareja… son el precio que hay que pagar por un con-
trol más grande de las relaciones amorosas, el autoconocimiento
y la igualdad entre los sexos… No es cuestión de preguntarnos si
estamos dispuestos a pagar este precio porque ya lo hemos pagado.

En una conferencia que la propia Illouz dio en Barcelona (el


lunes 21 de Febrero de 2011 en el Centro de Cultura Contem-
poránea de Barcelona (cccb)) y cuyos argumentos ahora repro-
duce en su última obra (Illouz, 2012: cap. 5), esta autora repa-
saba la influencia de la razón en el amor, el efecto corrosivo de la
racionalidad (ilustrada) en algunos ámbitos de la vida humana.
La idea de que la racionalidad podía erosionar parte de la expe-
riencia humana ya fue denunciada por algunos autores (reaccio-
narios) como Burke, que denunciaban que un exceso de racio-
nalidad podía resquebrajar las necesidades de mito, de ilusión o,
incluso de “mentiras”, necesarios para la vida social. Se trata de
la misma incomodidad que siente Weber ante la desaparición
de la categoría de misterio, ante la racionalidad instrumental y
su efecto racionalizador.
La razón domesticada e introducida en cada vez más esferas de
la vida supondrá la incorporación de un poderoso instrumento
de cálculo en las relaciones personales y sociales. En este sentido,
el amor dejará de ser, como se le había venido considerando, un
sentimiento irracional capaz de hacernos enloquecer a primera
vista por la singularidad de un individuo (Isolda descubre los
ojos de Tristán) que no es “recambiable” por ningún otro.

242
Tenemos veinte años y ahora tener veinte años no es como era
antes. Antes con veinte años te casabas y tenías hijos; ahora tene-
mos hijos a los cuarenta,… y prefiero pues eso: sí, sí que veo una
posibilidad de futuro, podemos estar bien, pero […] prefiero que
sea algo como muy fácil. A mí, complicaciones no. Que sea el día a
día. Tenemos algo que no coincidimos, pues hablamos. Con alguna
lágrima o no sé qué, pero hablamos y adelante. Que no, pues, o sea…
me sabría muy mal, parece que sea fría y no, ¿eh?! Pero es que… no…
no quiero imaginarme nada. […] No quiero plantearme que será el
padre de mis hijos o que estaremos juntos cuando tenga ochenta
años. Esto no. (Irene, 22, Barcelona).

Para Illouz (2007 y 2012), el triunfo del psicoanálisis y la cada


vez mayor medicalización de la vida psíquica y afectiva nos llevará
a una nueva interpretación de la experiencia amorosa desde ca-
tegorías como la madurez afectiva y mental, el bienestar y la salud.
Nada que pueda compararse con la pasión amorosa o con las pe-
nas del amor. En definitiva, la norma de la igualdad y de la reci-
procidad en las relaciones personales y amorosas (fuertemente
promovida en todos los ámbitos de la vida social y política por
los movimientos feministas) deconstruirá algunas de las carac-
terísticas esenciales del sentimiento amoroso al negar las relacio-
nes de poder (especialmente dentro de la pareja) en nombre de la
simetría. La simetría, como efecto no previsto, introduce la métri-
ca y el cálculo en la emoción por tal de encontrar las equivalencias.

Creo que esto también tiene mucho que ver como con la socie-
dad que tenemos, que todo es mucho más desechable, somos muy
egoístas. Es como, tú no me apañas en esto, no me sirves, busco
otro. Creo que tiene mucho que ver con esto, pero es algo que al ser
humano le está pasando hoy con todo. Y la, y hoy en día, también
como que los seres humanos también nos hemos vuelto reempla-
zables. Al final te das cuenta que todo es reemplazable en la vida.
Antes yo sentía que si uno amaba a alguien como queeee era muy
difícil reemplazarlo. Y ahora te das cuenta que todo se puede rem-
plazar. (Serena, 30, Barcelona). 243
Illouz, en su conferencia, insistió en contrastar la multitud de
matices que el conocimiento experto incorpora en la vida amo-
rosa frente al poco conocimiento del deseo del otro que había en
el mundo moderno. El comportamiento de un amante del, pon-
gamos el siglo xvi, frente al de un joven que pide a sus amigos
que promuevan su perfil –y su condición de “sin pareja”– por
la red, nos parecería el de un perfecto ingenuo por su falta de
estrategia en su elección de pareja por lo que a la compatibili-
dad emocional, afectiva o de gustos, o capacidad de compartir
y comprender se refiere. Cualquier revista para adolescentes o
cualquier revista del corazón nos da mucho más conocimiento
experto que el que pudiera tener el buen cortesano del siglo xvi.
Contrariamente al que podríamos pensar, el hombre o la mujer
premoderna se mostraría más apasionado y mucho menos cal-
culador que nuestro joven.
Permítasenos un último argumento también de una confe-
rencia de Illouz, recogida en el libro Las intimidades congeladas
(2007). Las tecnologías digitales pueden jugar un importante
papel “seleccionador” para las personas que buscan pareja, ampli-
ficando la capacidad de cálculo y aumentando el control racional.
Conmensurabilidad de la red (que permite comparar diferentes
opciones), visualización (que hace más presente y más real al
otro), maximización (de la capacidad de elección) y proyección de
futuro (respecto de la elección que se lleva a cabo) son cuatro
de las características de los espacios electrónicos de relación so-
cial (y de búsqueda de pareja) que facilitan que nuestra elección
pueda ser percibida (o quiera ser considerada) como la mejor po-
sible, la que será más compatible con nuestro yo.
El resultado, la ironía –dice Illouz–, es que este exceso de
conocimiento, de elementos que están bajo nuestro control y
que aumentan sobremanera nuestra potencia para elegir, nos
pueden llegar a paralizar, a convertirnos en una especie de idio-
tas racionales incapaces de asumir nuestras decisiones.

244
Me alegro un montón de no ser joven ahora… con tanta página
web, tanto Facebook, tanto Meetic… ¡No sé si jamás llegaría a tener
una pareja estable! Si hubiese visto todo esto cuando estaba sol-
tero… creo que no me habría casado jamás. Habría pasado la vida
picoteando… [ríe] (Alfonso, 49, Barcelona)

Seguramente haya en estos procesos mucho del desencan-


tamiento que ha llevado del amor eterno (“polvo seré, más
polvo enamorado”) al amor finito, al amor circunstancialmente
apasionado y conveniente. Recordemos: Florentino Ariza no
renuncia a su amor eterno, pero lo realiza en múltiples circuns-
tancias y cuerpos.
Pasemos a analizar algunos de estos efectos.

Transformaciones del compromiso


Según Sternberg, la tercera dimensión del triángulo amoroso es
la decisión o compromiso, la decisión de amar a otra persona y
el compromiso por mantener ese amor. En todas las entrevistas
analizadas, con excepción únicamente de dos (que no obstante
tematizan la infidelidad como un problema), la respuesta a la
preguntas ¿qué consideras importante en una relación de pareja?
O ¿qué es esencial en una relación de pareja? contienen las ideas
de “confianza”, “sinceridad” y/o “respeto”. Casi sin excepción,
la confianza y la sinceridad son las piezas clave y las dimensiones
más valoradas en una relación amorosa.

Para mí, es que en verdad, esto de la confianza creo que es todo


en una pareja. Porque yo creo que si confías en tu pareja, todo lo
demás ya va a seguir y, no sé, yo valoro la confianza, sobre todo. Es
lo que más valoro. (Olga, 36, Barcelona).

Todo aquello que rompe la confianza, desde una infidelidad


a una mentira considerada como grave y que afecte cualquier
otro aspecto de la vida en común, pone en duda la continuidad
de la relación. La rompe o la transforma en otra cosa. La con-
245
fianza es como la clave de bóveda de la cúpula de la relación, la
pieza que da solidez al edificio. No obstante, no está hecha de
piedra y de la solidez que ésta le confiere, si no de cristal, llena
de reflejos y matices; frágil, extremadamente fácil de romper y
casi imposible de reparar.

A partir de esa ruptura de la confianza… Se rompió totalmente mi


confianza más primaria, mi capacidad de confiar… y cuando em-
pezó esa nueva relación…, por ejemplo…, se dice que cuando se ini-
cia una nueva relación… uno tiene que traer un tanto de confianza
consigo… se da una cierta confianza… a crédito. Y no. Yo no puedo.
Digamos que empiezo a menos diez… y esa persona debe casi traba-
jarse lo que en realidad, desde un punto de vista lógico, no debería
ser, y no puede ser. (Matti, 32, Berlin).

La deriva racional de la pasión, nuestra autocomprensión como


individuos autónomos y la capacidad de elección y el aumento de
sus posibilidades han debilitado no el valor de la confianza como
clave de bóveda de la relación, pero sí su capacidad para soportar
las presiones de los diferentes arcos que descansan en ella.
Giddens (1998) ha caracterizado la emergencia de un amor
confluente basado en lo que denomina “relación pura”. Se trata
de una situación en la que la relación social se establece por ini-
ciativa propia, relativamente apartada de las presiones familiares
y sociales (aunque esto sería muy discutible –porque incluso
cuando Cupido tensaba bien su arco, la cinta que cubría su
rostro dejaba un ojo al descubierto para poder atravesar los cora-
zones de dos seres no demasiado diferentes). Se asume, pues, lo
que se puede derivar de un compromiso y asociación con otra per-
sona siempre y cuando las dos partes “contratantes” consideren
satisfactoria esa asociación.

Yo estoy en esta relación por lo que me aporta, por lo bien que es-
toy. Si en algún momento esto cambia… pues tendremos que hablar.
“Oye que no me estás aportando lo que me deberías aportar... ¿no?
246
Que me estás frenando y tal”. Y a ver qué dice y cómo reacciona,
¿no? Y a partir de ahí pues ya se verá… (Sandra, 23, Berlin).

Hace falta que los dos individuos se sientan satisfechos para


que la relación pueda continuar, por no hablar de prosperar. Y
a esta forma de compromiso (“hasta que los intereses o nuevos
horizontes nos separen”) es a lo que se denomina relación pura.
Se trata de una reestructuración genérica de la intimidad que ha
dado lugar a una nueva forma de amor, el “amor confluente” que
sustituye (aunque sería más exacto decir que se sobrepone o se
compatibiliza) al amor romántico. No es que el amor román-
tico desaparezca, a veces incluso encontramos ambas formas de
pensar el amor coexistiendo a pocos minutos la una de la otra
en la misma entrevista. No obstante, sí constatamos un mayor
peso del amor confluente en la forma de presentar el amor y sus
relaciones amorosas en las voces de nuestros entrevistados y en-
trevistadas. De hecho, hallamos incluso la expectativa implícita
por parte de los entrevistados de que nosotros, los entrevista-
dores, buscábamos esa narración más calculada y calculadora,
basada en equivalencias, del amor más que el amor pasión o
el amor locura del ideal romántico. En ocasiones, cuando este
apareció, los entrevistados nos pidieron excusas por anticipa-
do, como para lavar su imagen de estereotipos negativos que
pudiesen estar asociados con ese ideal:

Llámame tonta, si quieres, y probablemente tendrás razón… pero


yo todavía creo en ese amor que te arrebata el alma y te lleva a luga-
res que antes no conocías. (Elisabet, 38, Barcelona).

Este nuevo modelo de amor, en contraposición al amor loco,


ciego, que no reclama explicaciones, tal y como describían las
dos entrevistadas (a modo de ejemplo), es un amor contingente,
activo y poco amante de las expresiones “para siempre” (“hasta
que la muerte nos separe”) y de un amor “solo” y “único” como
el amor romántico (la afirmación que en nuestra vida encontra-
247
remos a muchísimas personas que podrían ser nuestras parejas en
determinados momentos apareció en las más variadas ocasiones).
La relación pura implica la aceptación por parte de cada
uno de los miembros de la pareja que la relación sigue adelante
mientras cada uno obtenga suficientes beneficios de la relación
como para que merezca la pena continuarla. Según Giddens, la
sociedad de los divorcios y la separación es un efecto del amor
confluente, no su causa. (Giddens, 1998: 63.)7
La contrapartida de esta tendencia hacia el amor confluente
son las tensiones que se producen en la relación, algunas de las
cuales ya hemos señalado. El demonio del amor nos obliga a
movernos por cauces turbulentos. El miedo al compromiso, a to-
mar decisiones que tendrán consecuencias en un mañana del que
no queremos hacernos responsables, sobre todo cuando afecta la
vida del otro, moldea las decisiones y los vínculos que tomamos y
establecemos hoy. Un cálculo racional en el que una de las varia-
bles centrales está teñida de la incertidumbre del futuro.
La idea de un amor perfecto es una construcción cultural,
claro está, y el sentimiento amoroso no es uno y el mismo que se
va expresando de diferentes maneras; se transforma con el tiem-
po para dar lugar a diferentes formas de vivir, sufrir y narrar el
amor. En nuestra modernidad tardía los amantes se encuentran
sometidos a una importante tensión: por un lado, se les pide
autenticidad, librarse con sinceridad al otro y confiar plena-
mente en él. Éste es parte del legado del amor-ágape (Rouge-
mont), del amor como “arte de amar” (Fromm). Y se trata de un
imaginario que, como hemos visto, se halla muy extendido entre
los entrevistados. El amor se fundamenta, principalmente, en la
confianza y no caben medias tintas a la hora de plantearse una
relación de pareja, independientemente de que pueda ser más
larga o más corta.
7
Denis de Rougemont (Rougemont, 2002) explica que el enorme número
de divorcios en Estados Unidos (más del 50% de matrimonios se separan
durante el primer año) tiene su causa en la tradición del amor-eros, que si bien
está en la base del amor romántico lo hace poco sólido en su deseo insaciable.
248
No obstante, y por otro lado, se nos advierte que este amor sin
condiciones, este entregarse por completo a la relación, tenemos
que vivir con la consecuencia de una pérdida de autonomía que,
a su vez, debilita nuestra posición en la pareja.
Nadie está dispuesto a renunciar a las promesas del amor, al
amor religión de los tiempos modernos (Beck y Beck-Gernsheim,
2001) que nos promete un hogar para nuestra expresividad más
íntima y emocionalmente satisfactorio. Las posibilidades de
elección para encontrar pareja, y una pareja que combine con
nuestras particularidades y se ajuste a nuestras exigencias, no han
parado de aumentar. Pero, por otro lado, si bien nuestras poten-
cialidades y capacidades para amar y de ser amados aumentan,
también aumenta la incerteza de que la duración sea limitada.
Y siempre habrá el próximo “gran amor” esperándonos en la
próxima esquina.

Siempre te puedes decir a ti mismo que sencillamente te habías


equivocado y que “esa” no era “ella”. (Matthias, 24, Berlin).

Hochschild, en su artículo “Dos maneras de ver el amor”


(2008) muestra que si bien el miedo a la pérdida del amor, al
desamor y el sufrimiento que comporta, no es una novedad en
la experiencia humana, sí que cuando la incertidumbre amorosa
surge de la propia cultura del amor, estrechamente ligada a las
estrategias capitalistas, como más arriba apuntábamos, hemos
de empezar a gestionar nuestras emociones de otra forma a
como lo pudieran hacer nuestros mayores. ¿Estamos afirmando
con esto que el amor se ha vuelto más móvil y cambiante o que
ha adoptado la estrategia calculadora del capital? Hochschild
argumenta que no estamos ante un caso de determinismo, sino
construcción social: “Al manejar el sentimiento en parte lo crea-
mos... no estoy diciendo que la gente establezca relaciones más
livianas que hace treinta años, o que considere que los vínculos
superficiales son mejores que los profundos, sino que una im-

249
portante estrategia para manejar las emociones consiste en de-
sarrollar la habilidad de limitar los vínculos emocionales, dado
que nos adapta a la supervivencia en la cultura desestabilizadora
del capitalismo...” (Hochschild, 2008: 187). Está por ver si al
adoptar esta estrategia también transformamos el sentimiento
y los lazos que genera.
La economía conductual (Ariely, 2008) distingue dos tipos
de normas, las normas sociales y las normas de mercado. Las
primeras gobiernan el espacio de las relaciones personales, el
intercambio de favores entre los amigos, las ayudas familiares,
los tratos amorosos, etc. Son normas que facilitan y hacen po-
sible la vida en común. El mundo que configuran las normas
de mercado es muy diferente, no hay nada que parezca “cálido
ni confuso”, los intercambios son claros y están bien acotados:
salarios, precios, alquileres, intereses, en definitiva el cálculo de
costos y beneficios propio de la racionalidad instrumental. En
los experimentos llevados a cabo por Ariely y sus colaboradores
(Ariely, 2008: 86ss.) se puso en evidencia que donde entran las
normas de mercado las sociales son expulsadas. Cuando se pasa de
la norma social a la económica no hay vuelta atrás. “De hecho, solo
pensar en el dinero hace que nos comportemos como la mayoría
de los economistas creen que nos comportamos, y menos como
el animal social que somos en nuestras vidas cotidianas” (Ariely,
2008: 93).
Como argumenta Viviana Zelizer en La negociación de la in-
timidad (2008), desde el sentido común tendemos a asociar las
relaciones íntimas y los espacios de la intimidad con los propios
de las relaciones emocionales y de la privacidad. Nuestra valo-
ración de estos ámbitos de relación es muy positiva porque con-
sideramos que se trata de los espacios de recogimiento personal
y de relaciones afectivas donde nos sentimos seguros y protegi-
dos de un mundo potencialmente agresivo. Todavía la pareja, la
vida familiar, es percibida como refugio de un mundo despia-
dado (Lasch, 1996). Según esta apreciación del sentido común,
en la esfera íntima y privada nos movemos por sentimientos y
250
emociones, por lealtades y ternura y, de ningún modo, por in-
tereses económicos, políticos o de los que se dan más allá de los
muros del hogar (Zelizer, 2008: 310-311). No obstante, con-
tinúa el argumento, cuando nos distanciamos mínimamente de
esta visión del mundo dado por supuesto, nos percatamos que la
idea de que solo en las relaciones íntimas florecen las emociones
es tan falsa como la idea que las personas pueden permanecer
protegidas del mundo exterior ancoradas en la esfera íntima.
El libro de Zelizer desenmascara estas supuestas evidencias
y afirma que la esfera íntima no está en absoluto separada de la
económica y que, en las condiciones de la sociedad actual, los
entrecruzamientos entre esfera económica e íntima son múlti-
ples y, muchas veces, fuentes de conflicto. No podemos obviar
que vivimos y circulamos libremente por las dos esferas.

Eh… m… sinceramente, es muy feo decirlo, pero en una pareja donde


no no hay un sustento económico, a la larga, la pareja se rompe. A
ver, si nosotros siempre nos hemos llevado bien, ¿vale? Y ha sido a…
a raíz de que él no ha encontrado trabajo, de que él… no llega un
momento que se ha acomodado y que no veo yo que avanza, pues, al
final, acaba cansando. A cualquiera, yo creo. (Inma, 29, Barcelona).

En las entrevistas realizadas hallamos cuatro mujeres que uti-


lizaron exactamente la misma retórica a la hora de diagnosticar
un problema grave en su vida de pareja. Una de ellas acababa de
separarse de su pareja (Nancy, 39), las otras estaban en proceso
o muy tentadas de hacerlo (Inma, 29; Inés, 41; Serena, 30). Las
cuatro entrevistas giraron completamente alrededor del dinero
y el desempleo, de las expectativas creadas y no cumplidas, de
la decepción y el desengaño y de un cálculo de equivalentes (lo
que he hecho yo, lo que ha hecho él) que no funcionaba. Que las
cuatro entrevistadas sean mujeres no significa que el cálculo de
equivalentes solo funcione en el caso de las mujeres, ni que la in-
timidad, el amor y la economía solo se entremezclen en ese caso.
Lo que sí creemos que muestra es que la aceptación social de que
251
una mujer se canse de una relación porque “no quiere mantener
a su pareja” (Inés, 41) es mayor, y por lo tanto ese rechazo y esa
posición son más “expresables”, que si fuese el caso de un hom-
bre que habla de su mujer, sea ama de casa o desempleada. No
obstante, tenemos también casos de hombres que se referían a
un cálculo de equivalentes, con parámetros distintos pero una
lógica similar, y también hablaban del malestar por la irrupción
de la economía en la pareja. De hecho, se trata de dos esferas que
nos esforzamos por separar, pero más artificialmente de lo que
nuestra vida cotidiana nos permite realizar.

Sería incapaz de volver a estar con esa persona. Era egoísta, solo
pensaba en ella. Yo le di todo lo que pude, pero nunca recibí nada a
cambio. (Thomas, 30, Berlín).

O bien:
Era una chica tailandesa… me encantó. Hablábamos de su país y
de la prostitución. Y ella me contó que cuando una chica siempre
hacía pagar al hombre, era la primer señal de prostitución. La pros-
titución no era pagar después del acto. Eran los regalos, las comidas,
las invitaciones… […] Después de un mes de relación me di cuenta
de que ella no había pagado ni una sola vez. Y empecé a plantearme
en qué tipo de relación estaba. (Paul, 31, Berlín).

El triángulo del amor

En este capítulo hemos intentado mostrar las múltiples caras del


amor, siguiendo de cerca las voces de nuestros entrevistados, sus
confesiones y anécdotas, sus historias de vida. Las expectativas
que el amor genera, los monstruos y hadas dormidos que des-
pierta, sus momentos de dotación de sentido y sus momentos de
sinsentido… Hemos introducido también la obstinación de ese
amor y de la relación social que teje cuando éste se convierte en

252
el medio, en el lenguaje, del sistema de la intimidad, como in-
dicaría Luhmann (2008), vinculándose, interpenetrándose con
otros sistemas y mostrando que, hasta en las relaciones puras
(recordando el término de Giddens), hay interferencias y deri-
vaciones hacia otros sistemas, hacia otras lógicas. Las investiga-
ciones de Zelizer muestran con claridad cómo los individuos
nos sabemos desenvolver entre las diferentes lógicas; no nos
queda más remedio. El triángulo del amor de Sternberg existe
como triángulo a través de sus fronteras, límites y vértices con
todo lo que está más allá del mismo.
No se pretende argumentar en este capítulo que las transfor-
maciones asociadas a las tres dimensiones del amor destacadas
por Sternberg sean una novedad de la modernidad tardía. Las
relaciones de pareja siempre han estado tejidas sobre la base de
intereses y relaciones amorosas. Pero sí nos atrevemos a afirmar
que, cuando el amor romántico se convirtió en el paradigma ex-
plicativo del amor, cuando extendió sus alas a través de las clases
sociales y nos prometió a todos redimirnos con esa experiencia
mágico-casi-religiosa del amor verdadero, creó un paradigma
del amor y de cómo debía ser una “buena y satisfactoria” rela-
ción amorosa, que no contemplaba criterios prácticos. A la vez,
la penetración de la racionalidad instrumental en las relaciones
personales, la comparabilidad y hasta cierto punto intercambia-
bilidad han hecho/hacen que nuestras narraciones y experien-
cias amorosas se vean divididas, bipolarizadas por dos demonios
paralelos que sostienen nuestro ideal y nuestra práctica amo-
rosa, y nos obligan a malabares de conciencia dignas del mejor
circo para construirnos una biografía amorosa coherente con lo
que es y con lo que creemos que debería ser el amor. Luchando
por un equilibrio entre el yo y el nosotros, entre los intereses y
las pasiones, el compromiso y la inexistencia de límites, la inti-
midad y la soberanía personal, tejemos nuestras relaciones siem-
pre conscientes de lo que estamos perdiendo al tejerlas, con el
interrogante de la durabilidad, de la realidad incluso de nuestros

253
sentimientos y de los del otro, con un extraño miedo de conver-
tirnos en vulnerables (en el eje de la intimidad), en insatisfechos
(en el eje de la pasión), en prisioneros (en el eje del compro-
miso), mientras que la ausencia de vínculos nos asusta de igual
o mayor manera. No obstante, cuando narramos nuestra bio-
grafía amorosa, cambiamos, difuminamos y enfocamos los pla-
nos con la habilidad de un gran director que conoce los puntos
débiles del guión, así como también sus momentos más álgidos.

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255
Emociones, afectividad, feminismo1
Helena López

Consideremos esta foto (imagen 1). Consideremos en particu-


lar la estructura emocional de esta foto. Con este fin pregun-
témonos por la relación espacial de estos cuerpos generizados y
racializados.

Imagen 1. “Integration at Harding High School and Alexander Graham


Junior High in Charlotte”. Fotografía de Don Sturkey. Copyright North
Carolina Collection, University of North Carolina Library at Chapel Hill.

Una joven negra camina con serenidad por la calle en medio


de una multitud. Su mirada cruza transversalmente la escena y
1
Este capítulo es una versión revisada y ampliada de la conferencia que
dicté en Xalapa, en octubre de 2012, durante la celebración del 55 aniver-
sario de la inauguración de la Facultad de Letras de la Universidad Vera-
cruzana. Agradezco a Rían Lozano, Marisa Belausteguigoitia, Álex Hincapié
y Daniela Gontijo la lectura y comentarios a este texto. Gracias también a
Susana Vargas por permitirme leer y citar su tesis doctoral inédita.
257
contiene, al igual que el gesto en su rostro, una forma extraordi-
nariamente dignificada de enojo. Alrededor de la joven, algunas
mujeres y una mayoría de hombres blancos –jóvenes y adultos–
sus cuerpos en movimientos alterados, expresando con carcajadas
y sonrisas su curiosidad, desprecio y odio hacia la muchacha.
Consideremos ahora el contexto de esta imagen. En 1957
Dorothy Counts fue una de las primeras mujeres negras admitida
a una prepa de blancos en Carolina del Norte. En sus primeros
días de clase Dorothy fue objeto de innumerables burlas y humi-
llada con escupitajos, piedras y basura. En menos de una semana
los padres de la joven decidieron interrumpir su matrícula en esa
escuela y se mudaron a Pensilvania donde Dorothy pudo cursar
sus estudios en una institución educativa no segregacionista.
Al considerar la estructura emocional de esta imagen vemos
desplegarse un escenario de flujos afectivos: desprecio, odio,
enojo, dignidad. No me voy a ocupar ahora de los regímenes
discursivos y emocionales que operan como mandatos sociales
para decidir qué cuerpos importan y qué cuerpos no impor-
tan. No me voy a ocupar ahora, por lo tanto, de la ideología
y las prácticas del sexismo y el racismo. Me interesa en lo que
sigue examinar las emociones que informan lo que llamo cono-
cimiento-acción feminista, entendido como una relación entre
teoría y práctica de acuerdo a los postulados de la Teoría Crítica
(Horkheimer, 1985).2 Dicho de otra manera, ¿qué sabe y qué
hace la joven negra Dorothy Counts cuando se enoja frente a
un abuso colectivo? ¿Qué nos dice esta reacción emocional del
feminismo como una forma de conocimiento y de acción?
Para intentar contestar a estas preguntas creo que un texto
de 1981 de la escritora y activista negra Audre Lorde, titulado
“The uses of anger: women responding to racism”, puede ser un
buen punto de partida.

2
Por teoría entiendo la producción de conocimiento tanto académica y
formal como cotidiana e informal.
258
My response to racism is anger. […] But anger expressed and trans-
lated into action in the service of our vision and our future is a libe-
rating and strengthening act of clarification, for it is in the painful
process of this translation that we identify who are our allies with
whom we have grave differences, and who are our genuine enemies.
Anger is loaded with information and energy. […] If it leads to
change then it can be useful, since it is then no longer guilt but the
beginning of knowledge (1984: 124, 127, 130).3

Este trabajo de Lorde se inscribe en el contexto de un de-


bate que en cierto sentido está inaugurando desde los eeuu, a
principios de los años 80 del siglo pasado, la política del movi-
miento queer que cuajaría en la primera mitad de los 90 alre-
dedor de la crisis del sida. Este debate no fue sino la respuesta
al feminismo de la segunda ola que, al reificar y universalizar a
“la mujer” como categoría de sus demandas, imponía una agenda
blanca, clasemediera, metropolitana y heterosexual a expensas de
muchos otros sujetos –mujeres y hombres– subalternos. No en
vano Audre Lorde reconoce en la cita anterior que las alianzas
feministas pueden cortocircuitarse por lo que ella misma califica
de “serias diferencias”. Por esta razón apela a un feminismo orga-
nizado alrededor de los intereses de una proliferación de clases,
una multitud, que no son coextensivas a las relaciones de pro-
ducción. Esta reconceptualización de la idea marxista de clase
propone, vía Gramsci y notablemente en las formulaciones de
Ernesto Laclau y Chantal Mouffe, que el capitalismo no es sólo
un sistema económico. El capitalismo es un estilo de vida –gene-
rizado, racializado, heteronormativo- al servicio de los intereses
3
“Mi respuesta al racismo es el enojo […] Pero el enojo expresado y
traducido a la acción, al servicio de nuestra visión y nuestro futuro es un acto
liberador y que fortalece para clarificar, ya que es en el doloroso proceso de
esta traducción que identificamos quiénes son nuestros aliados con quienes
tenemos graves diferencias, y quiénes son nuestros genuinos enemigos. El
enojo está cargado de información y energía. […] Si lleva al cambio puede
ser útil ya que, entonces, no es sólo culpa sino el inicio del conocimiento.”
Traducción de las editoras.
259
de unos y a expensas de los intereses de otros. Entender esto es
admitir que, como ya señalaba Audre Lorde hace tres décadas,
existe un régimen de odio contra “all women, people of color,
lesbians and gay men, poor people –against all of us who are
seeking to examine the particulars of our lives as we resist our
oppressions, moving toward coalition and effective action”
(1984: 128).4
Lo que Lorde está proponiendo desde su celebración de la
centralidad del enojo para la lucha feminista y antirracista son,
al menos, tres cuestiones. Uno, lo emocional es político. Dos,
lo emocional es una instancia epistemológica. Es decir, cono-
cemos cuando sentimos. Tres, este conocimiento emocional
requiere de una reelaboración productiva, una traducción, para
activarse como una acción transformadora.
Desde comienzos del siglo xxi el feminismo queer –me
niego a llamarle ni posfeminismo ni transfeminismo–5 ha co-
4
“todas las mujeres, gente de color, lesbianas y hombres gay, gente pobre
–contra todos los que estamos buscando examinar lo particular de nuestras
vidas en tanto resistimos nuestras opresiones, moviéndonos hacia la coalición
y la acción efectiva–” T. de las eds.
5
Algunas activistas y teóricas queer –creo que es muy importante señalar
que situadas en los eeuu y Europa– están promoviendo el uso de los térmi-
nos posfeminismo y transfeminismo precisamente para reivindicar un sujeto
político excéntrico respecto de la matriz heteronormativa que nos produce
como mujeres y hombres. Sin embargo, pienso que es importante no renun-
ciar al término feminismo. En primer lugar, hay que entender que la lógica
geopolítica del capitalismo global ha intensificado el empeoramiento de las
condiciones de vida de millones de personas de las cuales una mayoría son
mujeres y niñas. En segundo lugar, y como demuestra dramáticamente la
feminización de la pobreza a la que me acabo de referir, el poder hegemónico
en su articulación capitalista, colonial, sexista, homófoba y racista continúa
vulnerando muchos cuerpos que no se ajustan a las feminidades y las mas-
culinidades dominantes. El feminicidio y la violencia homófoba en México
son ejemplos muy graves de esto. En este sentido Sara Ahmed propone una
de las autocríticas queer más potentes que conozco: “The hope of feminism
can stay alive, as that which moves and allows movement, not by letting the
objects of feminist critique go, but by turning towards those very objects,
as signs of the persistence of that which we are against in the present. As such,
placing hope in feminism is not simply about the future; it is also about
260
menzado a recuperar creo que de una manera muy interesante
varias de las cuestiones contenidas en el texto de Lorde que, en
último término, suponen la apuesta del feminismo por “el giro
emocional” y “el giro afectivo” que están actualmente resignifi-
cando los modelos constructivistas y discursivos de las Ciencias
Sociales y las Humanidades. En lo que sigue abordaré dos cues-
tiones. Por un lado, los retos epistemológicos que plantean los
Estudios de las Emociones y la Afectividad al “giro discursivo”.
La cualidad textual y construida de la realidad social ¿es todo lo
que podemos conocer sobre ésta? Si adoptamos el cuerpo como
categoría analítica, ¿qué elementos no estrictamente discursi-
vos es posible identificar? Y, por otro, el significado que tanto
emociones como afectos tienen para el conocimiento y la acción
del feminismo queer.6 En particular, y en estrecho vínculo con
la crítica de epistemologías estrictamente discursivas que acabo
re-cognizing the persistence of the past in the present”(2004: 187). [La es-
peranza en el feminismo puede mantenerse como aquello que se mueve y
permite el movimiento, no dejando ir los objetos de crítica feminista, sino
refiriéndose a esos objetos, como signos de la persistencia de aquello con lo
que estamos en contra. En ese sentido, tener esperanza en el feminismo no
se refiere simplemente a algo en el futuro, sino al reconocimiento de la per-
sistencia del pasado en el presente”. T. de las eds.]. Por último, me parece que
conservar el término feminismo es un ejercicio elemental de res-peto y recono-
cimiento hacia las luchas de muchísimas mujeres a lo largo de la historia. No
por nada Monique Wittig, una de las madres del feminismo queer, afirmaba en
1981: “Elegimos llamarnos «feministas» hace diez años, no para apoyar o for-
talecer el mito de la mujer, ni para identificarnos con la definición que el opresor
hace de nosotras, sino para afirmar que nuestro movimiento tiene una historia y
para subrayar el lazo político con el primer movimiento feminista” (2006: 37).
6
Utilizo el término queer porque en este capítulo estoy examinando cómo
los Estudios de las Emociones y de la Afectividad dialogan actualmente,
creo que de una manera productiva, con el feminismo de la tercera ola. Este
diálogo se está produciendo principalmente en centros metropolitanos de
producción de conocimiento. Sí entiendo que un diálogo similar en Lati-
noamérica, sin duda ya en curso (impresionante el trabajo de ecap/unamg
Tejidos que lleva el alma. Memoria de las mujeres mayas sobrevivientes de vio-
lación sexual durante el conflicto armado), tiene unas características propias.
Para la pertinencia (o no) de adoptar desde Latinoamérica el término queer
véase el monográfico “Raras rarezas”, en Debate feminista, 1997; Arboleda
2011; Vargas s/f.
261
de mencionar, ¿qué lugar ocupa la ontología para el feminismo
del nuevo milenio? ¿y la experiencia? Y en todo caso, ¿por qué
ontología y experiencia son instancias importantes para el femi-
nismo? ¿Cuáles serían las estrategias de recuperación de ambas?
Emociones y afectos: retos epistemológicos

En 1962 Thomas Kuhn publica La estructura de las revoluciones


científicas. Frente a la idea positivista clásica de que existe una
realidad objetivable que la ciencia tiene como tarea desvelar en
un proceso acumulativo de descubrimientos, Kuhn postula que
toda especulación está mediada por un conjunto de suposicio-
nes y creencias –un paradigma– que determina los hechos que
se quieren objetivos. En 1966 Jacques Derrida presenta en un
encuentro en la Universidad Johns Hopkins “Estructura, signo
y juego en el discurso de las Ciencias Humanas”. En uno de los
momentos más eficaces de este texto Derrida afirma:

A partir de ahí, indudablemente se ha tenido que empezar a pensar


que no había centro, que el centro no podía pensarse en la forma
de un ente-presente, que el centro no tenía lugar natural, que no
era un lugar fijo sino una función, una especie de no lugar en el
que se representaban sustituciones de signos hasta el infinito. Éste
es entonces el momento en que el lenguaje invade el campo pro-
blemático universal; éste es entonces el momento en que, en ausen-
cia de centro o de origen, todo se convierte en discurso –a condición
de entenderse acerca de esta palabra– es decir, un sistema en el que
el significado central, originario o trascendental no está nunca ab-
solutamente presente fuera de un sistema de diferencias. La ausencia
de significado trascendental extiende hasta el infinito el campo y el
juego de la significación (1989: 385).

Tanto Kuhn como Derrida están formulando una de las


premisas fundamentales del pensamiento postestructuralista: la
realidad se eventualiza como un efecto discursivo. Esta impor-
tantísima premisa pone automáticamente en crisis la operativi-
262
dad de varias nociones constitutivas de los modelos de saber/
poder que subyacen a toda una tradición metafísica en Occi-
dente. Estoy hablando de la profunda problematización de tér-
minos como “verdad” o “esencia”.7
Ahora, y ésta es la pregunta que concentra las insatisfaccio-
nes que ha venido produciendo el modelo discursivo, ¿es en de-
finitiva la realidad social reducible al discurso? Esta cuestión
ha dado paso a los llamados “giro emocional” y “giro afectivo”.
Es decir, a un enfoque teórico-metodológico que, sin negar la im-
portancia crucial de la maquinaria discursiva, sostiene la necesi-
dad de reconocer que en las dinámicas sociales están en juego
fuerzas del orden de lo corporal irreductibles a la interpelación
discursiva.
Recordemos al espía británico Thomas Edward Lawrence,
notablemente interpretado por Peter O’Tool en la película Law-
rence de Arabia (1962), de David Lean. En una escena memo-
rable, el gobernante turco de la ciudad de Daraa –interpretado
por un apuesto José Ferrer y estableciendo así las condiciones de
7
He elegido dos escenas, la publicación de La estructura de las revoluciones
científicas, de Kuhn, y la conferencia “La estructura, el signo y el juego
en el discurso de las ciencias humanas”, de Derrida, para anclar en mi
argumentación “el giro discursivo” que el pensamiento postestructuralista
introduce en las Ciencias Sociales, las Humanidades y las Ciencias “duras”.
Tres cosas. Por un lado, soy consciente de que bajo el marbete de pensamiento
postestructuralista o posmoderno se concentran nombres y propuestas muy
diferentes y, en ocasiones, hasta divergentes; pensemos, por ejemplo, en la casi
irreconciliable distancia entre la noción de escritura femenina en Kristeva o
Cixous y la performatividad de género de Butler. Por otro lado, desde luego
y como afirma Chantal Mouffe (1993: 3-4) muchos de los postulados del
postestructuralismo están anticipados en autores cruciales del siglo xx como
Heidegger, Gadamer o Wittgenstein. Sin embargo, me parece indiscutible
que es sólo a partir de la década de los 60 cuando la idea de la textualidad
de la realidad subjetiva y social impacta muchos campos disciplinarios.
Por último, no hay que olvidar que este impacto no ha transformado de
manera equivalente ni a todos estos campos (las Ciencias “duras” han sido
especialmente resistentes) ni en todos los contextos académicos (¿cómo
comparar, por ejemplo, el desarrollo de los Estudios Literarios en la academia
anglosajona y en la academia mexicana o española?).
263
posibilidad de un intercambio homoerótico– tortura a Lawrence
–O’Tool– de Arabia. Deleuze lleva a cabo una lectura paradis-
cursiva y deseante de esta escena, tomando como fuente las me-
morias de T. E. Lawrence Los siete pilares de la sabiduría, para
ilustrar el principal empeño del “giro afectivo”:

Tener vergüenza por el cuerpo implica una concepción del cuerpo


muy particular. Según esta concepción, el cuerpo tiene unas reaccio-
nes exteriores autónomas. El cuerpo es un animal. Lo que el cuerpo
hace, lo hace solo. Lawrence hace suya la sentencia de Spinoza: ¡na-
die sabe de lo que es capaz un cuerpo! En plena sesión de tortura,
una erección (1996: 195).

Este cuerpo impredecible ya no es, ya no puede ser, o no solo,


un cuerpo discursivo. Y es precisamente esta dimensión no
lingüística aunque significante de la subjetividad y la vida social
que “el giro emocional” y, particularmente el afectivo, quieren
recuperar. Hay que señalar que los Estudios de las Emociones y
los Estudios de la Afectividad muestran claras conexiones entre
sí, tanto en lo que se refiere a su identificación del cuerpo como
recurso de sentido (Sabido, 2012) como en su impugnación de
una epistemología de la representación de naturaleza especu-
lar basada en las oposiciones razón / cuerpo y sujeto / objeto
(Thrift, 2008). La apuesta consistiría precisamente en la diso-
lución de estas oposiciones (Greco y Stenner, 2008: 8; Callard
y Papoulias, 2010: 247-249) para, a su vez, operar un desplaza-
miento desde un paradigma ontológico –emociones y afectos
son propiedades y estados internos de los sujetos– a otro de tipo
relacional emociones y afectos vinculan a distintos actores, hu-
manos y no humanos, situados en una red (Labanyi, 2010: 223-
224)–. Merece la pena señalar, sin embargo, que en la literatura
especializada emociones y afectos han sido teorizadas como re-
acciones psico-fisiológicas diferenciadas. Veamos cómo.
Desde los años 70 del siglo xx diferentes disciplinas –antropo-

264
logía, sociología, historia, psicología– se han venido preocu-
pando por las dinámicas emocionales de la subjetividad y la vida
social entendiéndolas como lo que Michelle Rosaldo llama “em-
bodied thought” (1984: 143).8 Las emociones conformarían
un sistema comunicativo integrado por elementos expresivos,
fisiológicos, conductuales y cognitivos (Greco y Stenner, 2008:
7). Además, y éste es el punto diferencial respecto a la noción
de afecto, estas respuestas emocionales están informadas cultu-
ralmente. En su construcción, por lo tanto, hay que tomar en
cuenta la intersección de una miríada de variables sociales (gé-
nero, sexualidad, raza, clase, etc.) y condiciones espacio-tempo-
rales que explican la gran variabilidad sincrónica y diacrónica de
experiencias de, por ejemplo, miedo o alegría.9
En cuanto a los Estudios de la Afectividad, que como vere-
mos a continuación son una respuesta radical y poshumanista a
las epistemologías discursivas, su trayectoria de configuración se
constituye a partir de una definición de afecto como “an amor-
phus, diffuse and bodily ‘experience’ of stimulation impinging
upon and altering the body’s physiology”10 (Callard y Papou-
lias, 2010: 247).11 Brian Massumi traza una genealogía de los
afectos, que en Spinoza y Deleuze tiene algunos de sus puntos
nodales determinantes, en los siguientes términos:

Según Spinoza, el cuerpo es uno con sus transiciones. Cada tran-


sición está acompañada por una variación en la capacidad: un

8
Para una introducción a la configuración de los Estudios de las Emociones
en las Ciencias Sociales véase Jimeno, 2004: 30-39.
9
Para un muy estimulante estudio con perspectiva de género, desde la
neurociencia social de la experiencia de la compasión véase Mercadillo, 2012.
10
“Una ‘experiencia’ de estimulación corporal difusa y amorfa que afecta y
altera la fisiología del cuerpo” T. de las eds.
11
Los Estudios de la Afectividad se han constituido a partir del trabajo in-
terdisciplinar impulsado particularmente desde la Filosofía, la Antropología,
los Estudios Literarios y las Ciencias de la Comunicación. Para un mapeo de
la constitución del campo véase Ticineto y O’Malley, 2007.
265
cambio en el que los poderes de afectar y ser afectado son aborda-
bles por una serie de acontecimientos y por lo accesibles que estos
sean, o en la medida en que éstos existen como sucesos futuros. La
“medida” es una intensidad corporal, y su carácter de futuro una
tendencia. La problemática spinozista del afecto ofrece una manera
de entrelazar los conceptos de movimiento, tendencia e intensidad
(2011: 23).

Tomarse en serio el cuerpo como categoría analítica supone


necesariamente, de acuerdo a Massumi, la promesa de una ima-
ginación teórica que formula la afectividad como una forma de
intensidad de la materia en acción. Y por otro lado esta energía
afectiva pertenece al orden de lo prediscursivo –aunque no está
exenta de valor y significado (Labanyi, 2010: 224)– y en este
sentido no es equivalente a las respuestas emocionales construi-
das culturalmente.12
Las prácticas artísticas evidencian con particular efectividad
este ensamblaje discursivo, emocional y afectivo.13 Pensemos
en el performance El peso de la sangre (2004) de Regina José
Galindo (imagen 2). Una pieza en la que la artista camina hasta
12
Los Estudios de la Afectividad, creo que precisamente porque proponen
una crítica radical tanto al textualismo como al humanismo de las Ciencias
Sociales, ensayan modos teórico-metodológicos experimentales. Este riesgo
imaginativo me parece fascinante aunque, como era esperable, plantea al-
gunas debilidades que, insisto, no me parecen necesariamente nocivas si las
vemos como una oportunidad para repensar nuestras inercias como inves-
tigadoras; no en vano afirma Eve Kosofsky Sedgwick: “And where some
approaches may be new or unarticulated, a sense of possibility [emerges]”
(2003: 1). [“Y ahí donde aparecen nuevas aproximaciones o aproximacio-
nes desarticuladas, [emerge] una posibilidad” T. de las eds.] Entre estas de-
bilidades se encuentran principalmente el reto metodológico por un lado y
la incertidumbre sobre la cualidad a-social de la afectividad por el otro. Un
aspecto, este último, que si tomamos al pie de la letra para establecer una dis-
tinción analítica entre emociones y afectos podría rehabilitar la falsa división
entre naturaleza y cultura.
13
En este mismo sentido, Diana Taylor señala que “los campos performáticos
y visuales son formas separadas, aunque muchas veces asociadas, de la expresión
discursiva a la que tanto ha privilegiado el logocentrismo occidental” (2011: 24).
266
la plaza central de la Ciudad de Guatemala y allí, a plena luz
del día, deja caer sobre su cuerpo, gota a gota, un litro de sangre
humana. Veamos entonces los tres cortes analíticos –discursivo,
emocional y afectivo– que operan como un ensamblaje sin solu-
ción de continuidad.
• Corte discursivo: a través de un discurso estético-políti-
co Regina José Galindo actúa y eventualiza alegórica-

Imagen 2. “El Peso de la Sangre. Un litro de sangre humana, cayendo gota


a gota, sobre mi” Performance de Regina José Galindo, Guatemala 2004.
Fotografía de Belia de Vico. Publicado con permiso de Regina José Galindo.
267
mente la violencia en su país –auténtico terrorismo de
Estado, auténtico genocidio– a lo largo de las últimas
cinco décadas.
• Corte emocional: si realizamos una lectura emocio-
nal –a la manera que propuse al inicio de este capítulo a
propósito de la fotografía de Dorothy Counts– se puede
trazar un mapa que incluye el dolor, el enojo, la indig-
nación y el miedo movilizados por el conflicto guate-
malteco.
• Corte afectivo: las fuerzas afectivas que atraviesan El
peso de la sangre apelan a la relación dialógica entre la
pieza y las espectadoras, entre la pieza y el mundo, desde
el orden de lo Real lacaniano. Es decir, desde un exceso
significante que exudan los siempre frágiles cierres dis-
cursivos en los procesos de simbolización. Estas respues-
tas afectivas explicarían nuestra posible fascinación ante
la belleza convulsiva –una noción de filiación surrealis-
ta– del rostro ensangrentado de la artista-mártir. Insisto
en la contundente frase de Deleuze: “¡Nadie sabe de lo
que es capaz un cuerpo! En plena sesión de tortura, una
erección”.

Emociones, afectividad, feminismo

Veamos en la parte final de este capítulo por qué el feminismo


queer está encontrando en los Estudios de las Emociones y de la
Afectividad plataformas muy productivas para la producción de
conocimiento y para la acción transformativa.
Si volvemos a ese momento fundacional, a finales de los años
sesenta del siglo xx, del pensamiento postestructuralista y al que
me he referido anteriormente con los nombres de Kuhn y Der-
rida (obviando otros muchos de crucial importancia), hay que
subrayar cómo este clima se fue constituyendo no sin diferentes

268
luchas discursivas. Una de estas luchas tiene que ver con varias
contestaciones desde los feminismos; especialmente, y para los
propósitos de esta última sección, aquélla referida a las limitacio-
nes del cuerpo discursivo (Massumi, 2002: 2). Unas limitaciones
que no solo desatienden las dimensiones emocionales y afectivas
ya referidas. También reproducen en su negación de los elemen-
tos no discursivos de la subjetividad y la vida social el binomio
opositivo lenguaje/emoción que estructura el pensamiento he-
teronormativo occidental en una reverberación de antinomias en
las que consistentemente el segundo elemento del binario tema-
tiza una posición femenina devaluada. El feminismo queer que,
al menos en su vertiente teórica más sofisticada se interesa por
la articulación en el cuerpo de lo discursivo, lo afectivo y lo ma-
terial, está identificando en los Estudios de las Emociones y la
Afectividad un lugar muy productivo teóricamente desde el que
pensar en todas aquellas regulaciones que exceden lo social y lo
discursivo –no en vano la multitud queer como sujeto políti-
co abyecto es el afuera constitutivo de los discursos aceptables
sobre lo humano– sin perder al mismo tiempo de vista la rele-
vancia de una ontología refundada. En su fascinante Touching
Feeling. Affect, Pedagogy, Performativity, Eve Kosofsky Sedg-
wick lamenta la cualidad totalmente lingüística de la noción de
performatividad elaborada por Derrida y Butler.14 Sedgwick se
arriesga a plantear en los siguientes términos su crítica a esta de-
riva textualista en la deconstrucción:

Perhaps attending to the textures and effects of particular bits of


language, as I try to do in many of these essays, requires a step to

14
Por otro lado al brillante e importantísimo trabajo de Judith Butler le
ha perseguido, desde la publicación de su muy influyente Gender Trouble en
1990, la acusación de antimaterialista. Butler respondió a estas críticas con
Bodies that Matter. On the Discursive Limits of Sex, en 1993 y más adelante
en 2009, explicitando ya su filiación con los Estudios de la Afectividad, con
Frames of War. When Is a Life Grievable?.

269
the side of antiessentialism, a relative lightening of the epistemo-
logical demand on essential truth. […] I assume that the line be-
tween words and things or between linguistic and non-linguistic
phenomena is endlessly changing, permeable, and entirely unsus-
ceptible to any definitive articulation (2003: 6).15

Este nuevo materialismo, en Sedgwick y en otras feministas


queer,16 creo que es un intento por recuperar lo ontológico, de
lo que quizás podríamos llamar un cierto dominio de la epis-
temología impulsado por el pensamiento postestructuralista, a
partir de diversas formas de solidaridad afectiva (Hemmings,
2012). En realidad pienso que el feminismo queer está actual-
mente articulando una de las críticas teóricas más inteligen-
tes a dos de los postulados más problemáticos de la agenda
posmoderna:17 la naturaleza discursivo-performativa de la rea-
lidad social y de la subjetividad por un lado, y el rechazo a una no-

15
“Quizá atender a las texturas y efectos de pedazos particulares del lenguaje,
como trato de hacer en muchos de estos ensayos, requiere poner a un lado el
antiesencialismo. Requiere iluminar la demanda epistemológica acerca de la
verdad esencial. […] Asumo que la línea entre las palabras y las cosas o entre
fenómenos lingüísticos y no lingüísticos está cambiando todo el tiempo, es per-
meable y no susceptible de una articulación definitiva”. T. de las eds.
16
Para un buen estado de la cuestión véase Pedwell y Whitehead, 2012.
También Ahmed, 2004.
17
Digo crítica teórica porque creo que la gran asignatura pendiente del femi-
nismo queer es precisamente la articulación de un programa de acción política
que aborde problemas gravísimos y muy urgentes que afectan dramáticamente
a muchas mujeres y hombres feminizados en el mundo, entendidos como lo
que Sara Ahmed llama “signs of the persistence of that which we are against
in the present” (2004: 187). [“Signos de la persistencia de aquello con lo que
estamos en contra en el presente “. T. de los eds.] Claro que a su vez esta forma
de intervención política al ser necesariamente local precisaría de traducciones
situadas; en este sentido señala Jesús Carrillo que “Uno de los puntos más dé-
biles de la performatividad butleriana es, precisamente, su escasa atención a
la especificidad espacial de los procesos identitarios” (2004: 48). Este trabajo
para Latinoamérica, en el entendido de que el diálogo norte-sur puede ser pro-
ductivo en la medida en que seamos capaces de negociar satisfactoriamente los
riesgos de colonización discursiva, está aún por hacerse.
270
ción fenomenológica de experiencia. El primer punto lo acabo
de abordar brevemente al referirme al nuevo materialismo. Vea-
mos la cuestión de la experiencia. Si el conocimiento patriarcal
y eurocéntrico de la modernidad dominante metropolitana es
producido por una razón comprometida con una noción “neu-
tral” y “universal” de objetividad.18 Si esta razón objetiva sabe-
mos que se construye a partir de la exclusión e invisibilización
de numerosos sujetos y saberes generizados, sexualizados, ra-
cializados y producidos por su posición respecto a las relaciones
de producción capitalista, entonces no debería sorprendernos
que a lo largo de la historia del movimiento y el pensamiento
feminista la categoría de experiencia, entendida como un cono-
cimiento encarnado (embodied), haya tenido una importancia
decisiva. Ahora, y como efecto del énfasis textual que moviliza
el postestructuralismo, la centralidad de la experiencia como in-
stancia de conocimiento comienza a debilitarse a partir de los
90: “la experiencia es un evento lingüístico” (Scott, 2001: 66).
Scott de hecho está criticando la idea de que la experiencia per-
sonal sea transparente y nos garantice el acceso a una verdad que
de otro modo permanece obturada. De acuerdo. Pero, y como
argumenta muy eficazmente Linda Alcoff, esto no significa au-
to-máticamente que la experiencia no constituya una estructura
epistemológica válida. Alcoff reformula esta noción en términos
de toda existencia humana vivida en la intersección histórica
entre el mundo y la conciencia encarnada (embodied). Y esta
experiencia incluye, de acuerdo a Alcoff, elementos discursivos
y no discursivos (afectos, intenciones, decisiones). Pienso que
el feminismo queer se ha tomado muy en serio esta reivindi-
cación de una fenomenología de la experiencia y la hace propia
a través de un renovado interés por las emociones, afectos y
18
Al hablar de modernidad dominante metropolitana estoy reconociendo
que existen modernidades alternativas, con sus particulares configuraciones
espacio-temporales, tanto en los centros metropolitanos como en las periferias.
Por otro lado, no olvido que la historia de la dominación masculina va mucho
más allá del proyecto de la modernidad, de sus tiempos y de su geografía.
271
pasiones que, merece la pena no olvidar, están en la base de la
política feminista. Y además, que el cuerpo emocionado, afec-
tado y apasionado conozca supone una oportunidad para la
acción política transformativa:

If, as I want to argue, the relationship between ontology and epis-


temology is precisely that, a relationship, and if the experience of
that relationship is one of critical dissonance that has a politicising
potential, then we might say that politics can be characterised as
that which moves us, rather than that which confirms us in what
we already know. This dynamic understanding of knowledge and
politics is central to feminist epistemology, both through the cha-
llenges to objectivity that prioritise embodiment and location, and
very importantly through a focus on knowing differently, as well as
knowing different things or knowing difference. […] My delinea-
tion of affective solidarity in this piece has been concerned to keep
ontology and epistemology together within feminist theory, and
to integrate an account of experience that is dynamic rather than
essentialising (Hemmings, 2012: 151 y 158).19

Y el nuevo vocabulario de esta solidaridad afectiva –en sus


formas cognitivas y políticas– da cuenta no tanto de la inter-
pelación ideológica como una posición en el campo discursivo
sino como un movimiento accionado por todas las ocasiones
19
“Si, como quiero argumentar, la relación entre ontología y epistemología
es precisamente eso, es decir, una relación. Y si la experiencia de esta relación es
de disonancia crítica con un potencial politizador, entonces podemos decir
que la política puede caracterizarse como aquello que nos mueve, más que
aquello que nos confirma en lo que ya sabemos. Este entendimiento dinámi-
co entre conocimiento y política es central para la epistemología feminista.
Tanto a través de los retos a la objetividad que priorizan el encarnamiento
y la localización como, y de forma muy importante, a través de un énfasis
en conocer de manera diferente, en conocer cosas diferentes o conocer la
diferencia. […] Mi propuesta de la solidaridad afectiva en este trabajo, tiene
que ver con mantener la ontología y la epistemología juntas con la teoría
feminista, y con integrar un recuento de la experiencia que es dinámica más
que esencializante”. T. de las eds.
272
–constantes, incesantes– en que la economía emocional y afec-
tiva desmiente la implacabilidad de la regulación normativa. A
veces pienso que el creciente interés en las Ciencias Sociales y
las Humanidades por las nociones de emoción y afectividad es
una forma de pensamiento mágico. Y pienso también, con una
mueca de satisfacción, que quizás por fin ha llegado la hora del
retorno de las brujas.

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275
Segunda parte

El cuerpo
Descifrar el cuerpo
Una metáfora para disipar las
ansiedades contemporáneas
Elsa Muñiz

…el cuerpo humano es el actor principal de todas las utopías.


El cuerpo utópico, Michel Foucault

Introducción

La producción artística y las diversas expresiones de la cultura


popular en los albores de la década de los ochenta son un claro
ejemplo tanto del renovado interés social por el cuerpo como
del surgimiento de fórmulas contemporáneas para atender la
corporalidad de los sujetos. Sensiblemente, la academia captó
esta preocupación y se inició también una línea de reflexión cul-
tural y de estudio dirigida a la corporalidad como un producto
de la cultura, pues si bien la forma de materializar a los sujetos es
histórica, también lo es la mirada sobre dicho proceso. Caderas
estrechas, piernas largas y delgadas, senos poco voluminosos,
cuellos espigados, envueltos en payasitos, con calentadores, ban-
das en la cabeza y prácticas como la danza, la gimnasia reductiva
y los aerobics, junto a las dietas, el naturismo y el vegetarianismo,
se convertían en la manera idónea para moldear la silueta.
La inquietud por el cuerpo se traduce en la necesidad de co-
nocerlo y descifrarlo, significa esclarecer la ansiedad que pro-
duce a los individuos el conjunto de relaciones que lo rodean
y lo determinan en muchos sentidos. Es por eso que el malestar
que causa el deterioro corporal, el envejecimiento o la lejanía res-
pecto de los patrones de belleza, es la misma desazón que acarrea
la imposibilidad de incidir en los procesos sociales amplios. Bajo

279
las actuales circunstancias lo único sobre lo que aparentemente
el individuo tiene poder de acción es sobre su cuerpo, el que lo
constituye, el que lo identifica, pues su cuerpo le pertenece y pue-
de repararlo, mantenerlo, mejorarlo y moldearlo materialmente
a gusto. De este modo se mantiene la noción del cuerpo que
semeja una máquina, que en algún sentido ata al individuo al
pensamiento moderno, el que separa el cuerpo de la razón y que
inevitablemente lo condena a seguir pensando en él como en un
accesorio o un instrumento.
Si el cuerpo ha sido una constante en las preocupaciones de
los seres humanos es porque siempre ha estado ahí como sus-
tento del ser, como esa parte indescifrable e inconfesable que el
pensamiento moderno hace patente, curiosamente, al privilegiar
la razón. El cuerpo ha estado presente pero su separación del yo
y del llamado espíritu no, ese ha sido el trabajo del pensamiento
moderno: escindir al sujeto y subordinar su carnalidad. En este
sentido, en las sociedades contemporáneas descifrar el cuerpo,
las concepciones que tenemos sobre él y acerca de sus prácticas,
se convierte en una metáfora de la necesidad de los sujetos por
comprender las ansiedades que caracterizan sus sociedades. In-
terpretar lo que pasa por la corporalidad individual puede dar-
nos la pauta para descifrar el confuso y complejo mundo actual.
En los últimos años se han empeñado en esta búsqueda cientí-
ficos sociales que advierten esta necesidad de entendernos como
sujetos en el mundo que habitamos y han recogido las incerti-
dumbres colectivas tratando de interpretarlas y darles un sen-
tido. Algunos esfuerzos disciplinarios llevaron al estudio de los
sujetos y de las sociedades por rumbos más abarcadores trascen-
diendo sus propias fronteras, sin embargo, solo de manera tan-
gencial se habían acercado al cuerpo. Tales estudios enfrentaban
un problema de orden epistemológico al mantener la separación
entre el cuerpo y la razón preservando la idea de una dimensión
biológica del sujeto distinta y hasta opuesta expresada en el cuer-
po y otra espiritual, racional, pensante, expresada en la mente.

280
Hacia la década de los noventa, tanto en México como en
otras latitudes, comenzaron a surgir algunos trabajos que colo-
caban ya al cuerpo en el centro de los análisis con la firme inten-
ción de reconocer tanto su importancia en la definición de la
subjetividad como la posibilidad de comprender las sociedades
desde la corporalidad de los sujetos, partiendo de la convicción
de que el cuerpo es también una construcción cultural. Estas
aproximaciones han dejado en claro la necesidad de elaborar
herramientas teóricas que hagan estos acercamientos más fruc-
tíferos y que permitan una mayor comprensión de la corporali-
dad, pues esta noción del cuerpo como una construcción cul-
tural también acarrea determinismos que en un momento dado
remiten a anteriores limitaciones al dejar de lado la materialidad
del cuerpo y su fisiología ¿cómo acercarse entonces a él? ¿cómo
se debe entender el cuerpo? Y, en todo caso ¿cómo y porqué es
que se puede decir que es un constructo cultural?
En el presente texto destaco la importancia de la corporali-
dad humana como objeto de análisis en los estudios culturales
y enfatizo sus particularidades como un tema de interés fun-
damental para las sociedades contemporáneas. Por tanto, en la
primera parte planteo algunas de las circunstancias sociales y
reflexiones que han propiciado el interés por su estudio desde
disciplinas como la Antropología y la Historia y desde la teoría
feminista, pues, en este caso, la dimensión política que le ha im-
preso a los estudios sobre el cuerpo ha sido fundamental.
Las investigaciones sobre el cuerpo y la corporalidad han lle-
gado un tanto tardíamente a la academia en los países de América
Latina, y en particular a México, sin embargo, las propuestas
temáticas y de enfoques teórico-metodológicos, se reflejan en
una producción considerable de publicaciones, tesis de grado,
ponencias presentadas en algunos foros, grupos de investigación,
lo que configura ya un vasto campo de estudio. Así, en el segundo
apartado doy cuenta de algunos trabajos realizados en México y
apunto algunas líneas de investigación y temáticas para futuros
trabajos que se hacen necesarias bajo las actuales circunstancias.
281
Finalmente, he destinado el último segmento del artículo a
discutir sobre la postura que concibe los eventos mentales y los
eventos físicos como sucesos de distinto orden, lo que ha mar-
cado los ejes de toda indagación posible acerca del cuerpo desde
el punto de vista de las ciencias humanas, justamente la postura
dicotómica que ve separados al cuerpo y a la mente, oposición
que logra expresarse en la cultura como elemento constitutivo
del imaginario social. En este sentido, me pregunto ¿cuál es la
manera de trascender este pensamiento dicotómico? ¿Cómo
entender el cuerpo desde su materialidad sin menoscabo de las
percepciones, las emociones y los sentimientos? ¿De qué mane-
ra apuntar a una concepción que no escinda al sujeto?, y para
responder a tales interrogantes propongo una heurística, misma
que ha guiado algunos de mis trabajos recientes.

El vehículo de la identidad moderna

Delgadez, belleza, flexibilidad, agilidad para el trabajo y para el


placer, son las metas individuales de quienes toman el cuerpo
en sus manos. Decidir sobre sus cuerpos es arbitrar sus propias
vidas. Éste es el mensaje de uno de los filmes más emblemáticos
de la década de los ochenta. Flashdance (1983) muestra, parafra-
seando a Alejandra Kollontai, a la mujer nueva y la moral sexual
que se pretende reconocer hacia finales del siglo xx, poseedora
de un cuerpo que ella misma controla. La protagonista es una
chica que arduamente trabaja para ganarse la vida desempeñando
una labor antes solamente aceptada para los hombres como es
el oficio de soldador. Vive sola, es independiente, no requiere
la ayuda de nadie y por las noches baila en un bar para ejercitar
sus rutinas. Su deseo es ingresar en una reconocida academia de
danza y se somete a ejercicios y disciplinas férreas que ella misma
diseña para mantener la elasticidad de sus movimientos y la fir-
meza de sus músculos. Exhibe su cuerpo sin falso pudor, ejerce su
sexualidad libremente. Recuperar el cuerpo es recuperar el yo, tal

282
como lo habían reivindicado las feministas de los setenta. Esta
nueva mujer es la que se hace a sí misma.
¿Por qué señalar la década de los ochenta como el inicio de
esta nueva mirada sobre la corporalidad? ¿Cuáles son las preo-
cupaciones de las sociedades contemporáneas al respecto? ¿Cuá-
les son las exigencias de la sociedad actual que reposan en la
corporalidad? Sabemos que el cuerpo siempre ha sido impor-
tante para las sociedades, pues a pesar de que hasta nuestros
días se le considera como la materia inerte y prescindible que
constituye a los sujetos, los individuos somos nuestro cuerpo.
No obstante, debemos enfatizar que la nueva mirada sobre el
cuerpo desde nuestras sociedades contemporáneas es producto
de los procesos históricos posteriores a la Segunda Guerra Mun-
dial que marcaron el consecuente desarrollo de la humanidad.
La preeminencia del capitalismo industrial y el estado de bien-
estar surgido de un importante crecimiento económico postbé-
lico dieron paso a una dinámica en la que cobraron importancia
el gozo del tiempo libre, el hedonismo y el consumo desenfre-
nado; en dicho contexto, el cuerpo se convirtió en el espacio
privilegiado para el disfrute (Davis, 2007) a la vez que refrendó
su calidad como vehículo por excelencia de la individualidad mo-
derna. Paralelamente la crítica a estas formas de vida se reflejó en
movimientos políticos que colocaron la atención social sobre el
cuerpo de los sujetos, aflorando cuestionamientos tanto al con-
trol corporal de los individuos como a la intervención del cuerpo
colectivo: el feminismo, las luchas raciales, las demandas de los
jóvenes y la aguda crítica de quienes se pronunciaban por el re-
greso al comunitarismo y a la vida saludable y “natural”.
De este modo, los años ochenta inauguraron la noción del
cuerpo como una hechura de sí mismo, convirtiéndose en uno
de los objetivos personales más relevantes en las sociedades pos-
industriales. En un contexto de crisis e incertidumbres, el cuerpo
de los sujetos representaba algo más que sus capacidades físicas,
adquirió una importante significación para su propia existencia

283
al tener la posibilidad de construirse de la manera en la que le
gustaría ser. La protagonista del filme narrado aquí, demuestra
claramente que lo individual es responsabilidad del propio ac-
tor. Disciplina corporal, para el baile de la vida; esfuerzo y tra-
bajo para lograr el éxito y la fama.
Bajo un tipo de relaciones sociales en las que el Estado parece
haber dejado el campo libre al mercado para ejercer poder y con-
trol sobre los individuos, no solo se promovía el ejercicio y la pre-
paración física para lucir jóvenes, bellos y exitosos, lo exigía como
una condición de felicidad. Indudablemente, la preocupación
por el cuerpo y su apropiación han significado un avance al consi-
derar la identidad como un proyecto, a la vez que hace evidente
la presencia del cuerpo como parte fundante de la subjetividad y
subraya su carácter de producto social, sin embargo, en su carácter
de metáfora cultural, el cuerpo representa lo paradójico de las so-
ciedades actuales, pues observamos un mayor control sobre él y
hasta un desprecio por la carnalidad de los sujetos.
Desde esa perspectiva, los años ochenta significaron una
apertura para el reconocimiento de la diferencia, para la acep-
tación del otro no heterosexual y no blanco, en una sociedad que
se presumía postclasista. La globalización y el Estado neoliberal
propiciarían sociedades multiculturales y pluriétnicas en donde
todos podríamos convivir. Se consentían, por ejemplo, las re-
presentaciones genéricamente ambiguas proliferando la imagen
del andrógino. Sin embargo, el modelo de mujeres y hombres
que se hacen a sí mismos, jóvenes, bellos y exitosos trajo nuevas
formas de exclusión para quienes no lo adoptaron; otras no tan
nuevas se exacerbaron dando paso a formas de discriminación
por raza y por edad.
Dar cuenta de estos procesos ha originado un campo de es-
tudio que coloca en el centro de las reflexiones la corporalidad
de los sujetos, su desarrollo se ha alimentado de estudios clásicos de
los que solo mencionamos algunos, como Las técnicas del cuerpo
que escribiera Marcel Mauss en 1934 en el que argumentaba

284
sobre la noción de técnicas corporales para nombrar los gestos
codificados que una sociedad genera para obtener una eficacia
práctica o simbólica, se trata de modalidades de acción, de se-
cuencias de gestos, de sincronías musculares que se suceden para
obtener una finalidad precisa. Para el antropólogo francés, las
técnicas corporales refieren a los modos en que los hombres, so-
ciedad por sociedad y de un modo tradicional, saben servirse de
su cuerpo. Bronislaw Malinowski (1948) señalaba que la antro-
pología “nació bajo el signo del evolucionismo entusiasta, de los
métodos antropométricos y de los reveladores descubrimientos
prehistóricos” (p. 14). Margaret Mead, en sus conocidas obras
Adolescencia, sexo y cultura en Samoa (1928); y Sexo y tempera-
mento (1935), afirmaba que los ritmos culturales son más fuertes
y coercitivos que los fisiológicos y los cubren y los deforman,
así que no satisfacer una necesidad artificial y culturalmente
estimulada puede producir más infelicidad y frustración en el
corazón humano que el más riguroso cercenamiento cultural de
las demandas fisiológicas del sexo o el hambre. Asimismo llega
a la conclusión de que el temperamento de hombres y mujeres
no son producto fatal de un determinismo biológico sino que
derivan de formas particulares de la cultura. Tomando parte
de esta discusión sobre la distinción naturaleza-cultura, Claude
Lévi-Staruss apuntaba en su obra Las estructuras elementales
del parentesco (1949) que el hombre es un ser biológico al mismo
tiempo que un individuo social y añadía que negarle importancia
a esta oposición podría limitar la comprensión de los fenómenos
sociales.
Por su parte historiadores como Peter Brown (1983), Aline
Rouselle (1983), Georges Vigarello (1991) y Thomas W. Laqueur
(1994) han elaborado importantes acercamientos a la historia
del cuerpo humano desde temas como la higiene, la violación,
la construcción social del sexo, la prostitución, la pornografía
y el placer. En el mismo sentido, han aparecido obras como La
historia de la vida privada (Ariès y Duby, 2001), obra colectiva

285
que ha reunido diversos acercamientos a la vida cotidiana de
hombres y mujeres desde la historia cultural en las cuales se puede
constatar que el cuerpo es fundamental en la construcción de las
diferencias entre los géneros y la manera en la que a través de
la historia el cuerpo se ha concebido de manera diferente y se le
han dado usos y tratos particulares, sobre todo, cómo se ha in-
tentado recluirlo en el ámbito de lo privado y, finalmente, cómo
dicho tratamiento, en particular de la sexualidad, da cuenta de
los vaivenes de la sociedad. Entre estos trabajos sobresale tam-
bién la obra editada y compilada por Michel Féher, Ramona
Naddaf y Nadia Tazi, Fragmentos para una Historia del cuerpo
humano (1991), en la cual se tratan una serie de problemas y
aspectos sobre el cuerpo humano desde diferentes disciplinas
–historia, antropología, filosofía– con lo que se intenta dar una
visión panorámica de la amplitud del campo investigado y seña-
lar diversos modos que hay de enfocarlo.
Junto a estas obras precursoras, los cuestionamientos feminis-
tas y el auge de los estudios de la mujer y de género, contribuye-
ron a la legitimación de los estudios sobre el cuerpo y la sexuali-
dad produciéndose una amplia bibliografía. Las investigaciones
cobraron un importante impulso a partir de las propuestas de
Michel Foucault, desde la perspectiva de este autor, el cuerpo
y la sexualidad se presentan como aspectos permanentes sobre
los que cada sociedad ha construido sus respuestas y éstas se or-
denan de forma minuciosa bajo la mirada médica, anatómica,
filosófica, religiosa, estética, política, y educativa.
En México, a partir de los años setenta se multiplicaron los
estudios que en nuestra realidad atendían a los grupos étnicos en
tópicos como las enfermedades, la salud, la curación, la sexuali-
dad y la medicina tradicional, ocupando el quehacer de investi-
gadores tanto nacionales como extranjeros. Sin embargo, los es-
tudios que planteaban el análisis tomando como objeto central
de la investigación la corporalidad eran y todavía son escasos.
Debemos mencionar la relevante obra de Alfredo López Aus-

286
tin, Cuerpo humano e ideología (1979), donde el antropólogo
señalaba que las concepciones que se forman acerca del cuerpo
humano son meollos receptores, ordenadores y proyectores de
las esferas físicas y sociales que las envuelven. El estudio de estas
concepciones debe partir del conocimiento de las sociedades que
las crean y, recíprocamente, puede dar debida cuenta del mundo
natural y social en el que los creadores han vivido. La relación
entre estas concepciones, la acción y el entorno humano es tan
íntima como se creyó en la antigüedad que lo era el vínculo
entre el microcosmos y el macrocosmos. Para López Austin, el
cuerpo es el “núcleo y vínculo general de nuestro cosmos, centro
de nuestras percepciones, generador de nuestro pensamiento,
principio de nuestra acción, y rector, beneficiario y víctima de
nuestras pasiones” (p. 7).
Para los años ochenta, bajo la influencia de la historia de las
mentalidades se realizaron interesantes trabajos, en particular so-
bre la represión sexual en la época colonial, en los cuales se vincu-
laban a un tema de carácter audaz y con una serie de preocupa-
ciones contemporáneas: la condición de las mujeres, la crítica
del machismo, el persistente influjo de la moral católica, el efi-
caz papel de la Iglesia católica, sobresalen los trabajos realizados
por Solange Alberro (1988), Pilar Gonzalbo (1990), Serge Gru-
zinski (1988), y, en general, las reflexiones dentro del Seminario
de Historia de las Mentalidades del inah.
Como puede advertirse a partir de los enfoques antropo-
lógico e histórico, las representaciones del cuerpo humano se
advierten en imágenes performativas que proyectan los valores
sociales y los sistemas simbólicos en la subjetividad de los indi-
viduos mediante los diferentes códigos que las construyen. La
comprensión del cuerpo y su construcción conducen a otras
preguntas y reflexiones, tales como ¿de qué manera se entiende
el ser humano? ¿Qué sentido tiene la vida y cómo puede cons-
truirla o modificarla a través del cuerpo? ¿Bajo qué cultura de
género se construyen los cuerpos femenino y masculino? La

287
historicidad de dichos interrogantes se muestra en los discursos
acerca del cuerpo y la concepción o concepciones sobre él, en
particular en la modernidad y en los procesos de legitimación
del poder. Los estudios culturales en la actualidad tienen en el
análisis del cuerpo humano uno de los principales motivos de
reconocimiento subjetivo y cultural, y a uno de los más prolí-
ficos escenarios de creación metafórica de que ha dispuesto la
imaginación en todos los tiempos.
Así, el cuerpo no es concebible como hecho objetivo, sino
como un producto del proceso de materialización a partir de
un conjunto de prácticas y elaboraciones discursivas que solo
cabe interpretarse a la luz de los temores, los conocimientos, los
intereses, los tabúes y la imaginación de cada época. Efectiva-
mente, cada época, sus prácticas y sus discursos, han producido
y han definido una determinada corporalidad susceptible de
ser descifrada, al mismo tiempo, esta visión de la materialidad
del sujeto pone de manifiesto una determinada concepción de
sociedad. En cada sociedad y contexto cultural, la corporalidad
tiene un itinerario ya definido, para lo cual hay fórmulas y sa-
beres desde los más sofisticados y científicos elaborados por los
intelectuales, hasta los más cotidianos y populares que pasan por
los mitos, las tradiciones y los rituales. Cada sociedad requiere
un tinte particular para los cuerpos porque su puesta en escena
presupone la representación estética adecuada, anticipando los
comportamientos, el aspecto externo, los géneros, las edades, la
figura, las percepciones o estilos de vida y la particular relación
con los otros lo mismo que con el poder, la muerte y la naturaleza.
Como ya he argumentado antes, en las disciplinas antro-
pológicas el cuerpo siempre ha estado presente, sobre todo si en-
tendemos a la Antropología como el estudio del hombre y en tal
sentido de su cuerpo, no obstante, el cuerpo deviene en tema polí-
tico en la medida en que la lucha feminista gana espacios y propi-
cia que las mujeres adquieran control sobre su fertilidad y discu-
tan sobre su derecho al aborto reclamando su expropiación. Las

288
feministas recuperaron el cuerpo como prioridad en sus análisis
sobre las relaciones entre mujeres y hombres bajo el patriarcado
y, desde el análisis del poder y del género, explicaron la manera
en la que sus cuerpos son concebidos en el discurso científico.
Teóricas como Susan Bordo (1987), Evelyn Fox-Keller (1985)
y Moira Gatens (1996), analizaron la indiferencia de la cien-
cia moderna hacia el cuerpo a partir de una crítica al dualismo
del pensamiento cartesiano que ubica en el centro a la razón.
Sin embargo, la dicotomía mente-cuerpo ha estado presente en el
pensamiento occidental, desde Platón hasta Bacon, lo cual se ha
traducido en la separación de la experiencia humana en una esfera
corporal y una espiritual.
En esta lógica dualista, explorar la dicotomía naturaleza-cul-
tura propia del pensamiento occidental, condujo a las estudio-
sas feministas a reconocer la inclinación de la ciencia moderna a
“negar” el cuerpo, en particular el cuerpo de las mujeres y a ins-
trumentar una crítica que promovió la elaboración de una teoría
social que tomara en cuenta el poder, el género y los cuerpos de
los individuos.
El interés por el cuerpo de los hombres y las mujeres con-
dujo a las discusiones sobre la sexualidad y a la búsqueda de
nuevas interpretaciones sobre el erotismo. Se han explorado el
deseo y las experiencias sexuales poniendo especial atención en la
normatividad constitutiva de la heterosexualidad. En las dos
pasadas décadas el trabajo se ha realizado en torno a la violen-
cia sexual: desde el abuso a menores, la violencia doméstica,
la explotación de las trabajadoras sexuales, la práctica de tradi-
ciones culturales como la cliterectomía, al rapto masivo de mu-
jeres en tiempos de guerra, el comercio internacional de esclavas
sexuales y la pornografía infantil. La legislación y las políticas
estatales referentes a temas ligados a la corporalidad como son
los derechos reproductivos, la pornografía, la prostitución, la
salud sexual, la clonación, el transplante de órganos, la eutanasia
han sido sometidas a un crítico escrutinio en su capacidad de

289
socavar el derecho de los individuos a decidir sobre su propio
cuerpo. En el caso de las mujeres, el discurso legal ha desmem-
brado el cuerpo femenino en formas que reducen su autonomía
(Einsestein, 1988).
Desde el pensamiento dicotómico, los cuerpos adquieren
diferente categoría, el cuerpo femenino se convierte en una
metáfora del polo corporal del binomio al representar la natu-
raleza, la emocionalidad, la irracionalidad y la sensualidad. Las
imágenes del cuerpo femenino apetitoso, frágil, guiado por sus
emociones contrastan con el cuerpo de los hombres concebi-
dos como el lugar de la racionalidad y el autocontrol, eje de la
supremacía masculina y centro del poder social.
Las experiencias corporales de las mujeres, en relación a su
apariencia, han sido exploradas desde las prácticas más cotidia-
nas de belleza, los tratamientos para adelgazar y las modas; la
reciente “epidemia” de los desórdenes alimenticios (bulimia y
anorexia), así como la cirugía cosmética. Los estudios culturales,
desde una perspectiva feminista, han promovido la investiga-
ción sobre la representación del cuerpo femenino en el cine y la
televisión, mostrando la manera en la que la cultura de la imagen
en los medios de comunicación “normalizan” a las mujeres pre-
sentando imágenes del cuerpo femenino como glamorosamente
opulento, imposiblemente delgado e invariablemente blanco.
A través de diversos estudios, las teóricas feministas contem-
poráneas han tratado de definir históricamente el cuerpo de las
mujeres para comprender la construcción del género y su impli-
cación en la definición de la feminidad; del mismo modo que
han abundado en las maneras en las que se establecen las dife-
rencias constituidas a lo largo de las líneas trazadas por la clase
social, la raza, la etnia, la nacionalidad, la sexualidad, las capaci-
dades corporales y más.
Algunos estudios han mostrado cómo el cuerpo ha sido cen-
tral a la construcción de “la raza”. Las mujeres no-blancas fueron
pensadas como dotadas de una sexualidad animal y sin control,

290
un mito que justificaba la utilización de las mujeres negras o in-
dígenas para engendrar esclavos y serviles trabajadores (Fausto-
Sterling, 1995). Las diferencias raciales han desentrañado la
definición de las “otredad”, el poder y las jerarquías.
Además de ser usado para la construcción de las diferencias
raciales, el cuerpo femenino ha sido siempre el blanco de los dis-
cursos nacionalistas. Los cuerpos de las mujeres han sido usados
como metáfora de la patria, la cual una vez ultrajada o poseída1 debe
ser defendida y protegida, porque de su fecundo vientre ha de emer-
ger el hombre nuevo, patriota, trabajador, etc. En este sentido, el
control sobre el cuerpo femenino representa no la libertad pero
sí la liberación de una nación, es además la marca simbólica de
las fronteras entre “nosotros” y “ellos”; las mujeres y sus cuerpos
se movilizan para encender la flama de los conflictos étnicos y el
militarismo.
A pesar de las diferencias en temas, orientación teórica y apro-
ximación metodológica, los estudios del cuerpo desde una pers-
pectiva feminista, invariablemente atienden a tres problemáticas:
la diferencia, la dominación y la subversión. Estos temas forman
parte de los análisis de las experiencias de apropiación del cuerpo y
de las prácticas corporales de las mujeres, así como de los estudios
que muestran la manera en la que el cuerpo femenino es construido
en las diferentes culturas, contextos sociales y épocas históricas.
Desde el análisis feminista se ha discutido la importancia
que han tenido las concepciones sobre el cuerpo para explicar la
construcción social de la diferencia entre los sexos; por un lado,
se han cuestionado a los estudios que tratan el cuerpo de hom-
bres y mujeres por igual, ignorando las características específi-
cas de la corporalidad de las mujeres; por otro, se ha intentado
desmantelar la noción de que tal diferencia es biológica/natural
y, por tanto, incuestionable. Entender la diferencia a partir del
sexo biológico y/o la raza legitima las desigualdades sociales que

1
Debemos recordar el Laberinto de la soledad, escrito en 1950 por Octavio
Paz, en el que se habla de la Malinche como metáfora de la patria mancillada.
291
se establecen como inmutables porque se sustentan en la natura-
leza y van de la mano con el esencialismo y la homogeneización.
Inicialmente la distinción sexo/género parecía resolver el pro-
blema del cuerpo. La famosa frase de Simone de Beauvoir, que se-
ñala “no se nace mujer, llega una a serlo”, inició a una generación
completa de feministas y fue un primordial intento por desestabi-
lizar la doctrina de la diferencia natural mostrando que las dife-
rencias entre los sexos son socialmente construidas (De Lauretis,
1986; Butler, 1989). Este planteamiento propició el surgimien-
to de infinidad de estudios dedicados a la deconstrucción de las
nociones biológicas de las diferencias racial y sexual así como
al análisis de las representaciones de los “cuerpos naturales”,
con la finalidad de buscar explicaciones a las relaciones de domi-
nación y subordinación.
Pero la distinción sexo/género que fue fundamental para las
estudiosas feministas también tuvo algunos problemas. Uno de
ellos fue que el cuerpo permaneció rezagado teóricamente. La
teoría feminista se concentró en los significados culturales atados
al cuerpo o a las consecuencias sociales dejando de lado las formas
en las que los individuos interactúan desde su corporalidad.
En años recientes las académicas han comenzado a cuestionar
la distinción sexo/género, pues si bien ha permitido a las feminis-
tas formular generalidades en las experiencias de las mujeres sin
revertir el determinismo biológico, no se hace justicia a la diver-
sidad de formas que adopta históricamente la corporalidad (Ru-
bin, 1984). El género parece ser socialmente construido, mien-
tras que el cuerpo sexuado, no. Estos niveles del cuerpo material
como un sustrato sobre el cual se expresa el género es una espe-
cie de percha sobre la cual se cuelgan las diferencias culturales,
especialmente las de la personalidad y el comportamiento.
Cuando las estudiosas feministas hablan sobre el cuerpo, in-
variablemente ligan las experiencias corporales con las prácticas
de poder. Desde la sexualización del cuerpo femenino en la pu-
blicidad masiva, hasta el rapto de mujeres en las guerras, los cuer-

292
pos de las mujeres han sido sujetos de procesos de explotación,
exclusión, control y violencia. El cuerpo femenino es simbóli-
camente considerado en los discursos de poder, discursos que
justifican la inequidad y las jerarquías basadas en el sexo y en otras
formas de diferencia corporal. Aunque el poder es una medida
para cualquier perspectiva feminista sobre el cuerpo, varía de-
pendiendo de cómo el cuerpo es conceptualizado (como entidad
material, como texto, o como práctica negociada) o la clase de
armazón teórica que se usa para interpretar las condiciones so-
ciales, culturales y simbólicas de los procesos de construcción y
las experiencias corporales.
Inicialmente, se observaba el poder como un directo asunto
de dominación masculina y subordinación femenina en un orden
social patriarcal. El análisis se centraba en mostrar las maneras
en las que los cuerpos de las mujeres han sido regulados, colo-
nizados, mutilados o violados. Las mujeres eran vistas como las
víctimas de la opresión y todas las mujeres eran oprimidas en
y a través de sus cuerpos. El cuerpo femenino, en toda su ma-
terialidad, fue visto como el objeto primario a través del cual
el poder masculino operaba. Un cuerpo político/feminista fue
defendido, con el cual se atacó todas las prácticas e ideologías
opresivas. La aspiración fue, finalmente, proporcionar direccio-
nes para formas colectivas de resistencia, para el establecimiento
de una estética feminista o alternativas al régimen patriarcal del
cuerpo para ayudar a las mujeres individuales a desarrollar re-
laciones más auténticas con sus cuerpos.

Un nuevo campo de estudio

A partir de la última década del siglo pasado, las investigaciones


sobre el cuerpo intentaron trascender los estudios empíricos que
estudiaban el rol activo que juega el cuerpo en los regímenes con-
temporáneos. Las preocupaciones viraron hacia el cómo los in-
dividuos a lo largo de la historia y en todos los caminos de su

293
vida han negociado continuamente las limitaciones y posibili-
dades de sus experiencias corporales. El cuerpo emergió enton-
ces como un sitio para actos de resistencia y rebelión así como de
control extremo. Por ejemplo, prácticas como las restricciones del
vestido religioso o el uso del velo, que a primera vista parecen
represivas y restrictivas, para muchas mujeres significan un es-
pacio de los intentos de las mujeres por darle sentido a sus vidas.
Cuando las mujeres confrontan los discursos culturales que
las instruyen en su inferioridad corporal y aquellos que les pre-
sentan posibilidades reales para apropiarse de su cuerpo, se crea
una brecha entre el cuerpo defectuoso y el cuerpo como un ob-
jeto a ser remodelado. El desacuerdo se transforma en un activo
proceso desde el cual las mujeres se comprometen con sus cuer-
pos como un objeto de trabajo para “hacer feminidad”. Explorar
las luchas de las mujeres con los discursos culturales de la belleza
femenina y sus ambivalencias por decidirse a tener sus cuerpos
alterados quirúrgicamente, ha propiciado el surgimiento de una
armazón teórica que permite comprender las prácticas corpora-
les (como la cirugía cosmética) como parte de un proceso de ob-
jetivación del cuerpo femenino y como una oportunidad para
ser un sujeto corporizado o encarnado (Davis, 1995).
Otra vertiente de los estudios sobre el cuerpo es aquella en la
que la atención se ha trasladado desde las prácticas más frívolas
de la corporalidad a las posibilidades simbólicas de subvertir
normas culturales del género a través del cuerpo. Se argumentó
que prácticas como el travestismo o la transexualidad rompen
o subvierten la homogeneización de las normas culturales del
género. Las construccionistas del cuerpo femenino o el trasvesti
masculino, son los orígenes potenciales del “género en disputa”
(Butler, 1989), precisamente porque ellos alteran nuestras con-
cepciones normativas de la apropiación del cuerpo femenino o
masculino y proporcionan inspiración para un cuerpo político
transgresor. Sin embargo, esas prácticas pueden en sí mismas
apuntalar las nociones de la feminidad, es el caso de las drag queen,
y no necesariamente ser sujetos de un proceso de transformación,
294
creando así ciertos espacios simbólicos que dan la posibilidad para
experimentar con identidades alternativas, lo que ha propiciado
que muchas feministas académicas vislumbraran la existencia de
una “teoría postfeminista sobre el cuerpo” (Davis, 1997).
La reciente emergencia de la teoría queer confirma esta nueva
tendencia. Inicialmente desarrollada como una reacción a la “pa-
tologización” del deseo por el mismo sexo, la teoría queer propor-
ciona una voz a los activistas gay. Fuertemente influenciada por
Foucault y la teoría constructivista, la crítica literaria y los estu-
dios culturales, la teoría queer se ha movido sobre la que ha sido
una de las más potentes críticas al pensamiento moderno (in-
cluyendo algunos planteamientos del feminismo). Ataca todas
las formas de pensamiento binario incluyendo todas las formas
dualistas del sexo y del género. La hipótesis de que hay dos géne-
ros los cuales están invariablemente definidos por los genitales
está desterrada a favor de una visión que trata a todos los cuerpos
como un relato, un texto o una actuación (performance) de gé-
nero. La teoría queer arremete contra el centrismo hegemónico
de la heterosexualidad y somete la iconografía homosexual a la
crítica cultural en la modernidad tardía. Algunas feministas aca-
démicas han sido más escépticas, y argumentan que estas nuevas
formas de transgresión son meramente rebeliones sin conteni-
do, una propia conciencia posando, la cual carece de un sentido
moral. Mientras los alcances de la teoría queer son cuestionados,
ésta permanece como una poderosa invitación a tomar la sub-
versión a través del cuerpo, seriamente y explorando las posibi-
lidades para una política alternativa del cuerpo.
En México se ha desarrollado también una vertiente de estu-
dios, desde la perspectiva queer, aunque el acento de estos análisis
está puesto en la sexualidad, podemos citar a Guillermo Núñez
(1994), Gloria Careaga (2004), Marina Castañeda (1999), Mau-
ricio List (2006 y 2009). En esta línea de la sexualidad y el cuerpo
también encontramos los trabajos de Rosío Córdova (2003) y
María Eugenia D’aubaterre (2000), solo por citar algunos.

295
En la configuración de este nuevo campo de estudio, diversas
han sido las posturas teóricas que han influido señeramente, la
ya mencionada de los textos de Foucault La historia de la sexua-
lidad (1976-84), El nacimiento de la clínica (1963), Vigilar y
castigar (1975), Los anormales (1999). Merece mención especial
la presencia de la obra del antropólogo francés David Le Breton
con los textos clásicos más difundidos en México Antropología
del cuerpo y la modernidad (1990), Adiós al cuerpo (1999) y La
sociología del cuerpo (1992). Son también significativos los aportes
de Erving Goffman: La presentación de la persona en la vida coti-
diana (1959) y Estigma. La identidad deteriorada (1963).
Las políticas se ven dotadas de una estética corporal y, sor-
prendentemente, el cuerpo toma un rol central en la estética
transgresora de actuación y exhibición. La política del cuerpo
involucra experimentación, cruce de fronteras, y una continua
determinación a la sorpresa y el trastorno. Un trabajo que abre
brecha acerca de la importancia de las disciplinas y la apariencia
para los cuerpos de las mujeres es Las metáforas del cuerpo (1996),
realizado por Margarita Baz con jóvenes bailarinas de ballet
quienes manifestaban desórdenes alimenticios (anorexia y bu-
limia). Otro trabajo que podríamos considerar como pionero es
el de Antonella Fagetti (1998), Tentzonhuehue. El simbolismo
del cuerpo y la Naturaleza. En fin, la producción en este ám-
bito apunta a un aumento en las investigaciones, sin embargo,
el espacio es reducido y solamente por mencionar algunas que
ya se consideran como importantes en el estudio del cuerpo en
nuestro país remito a las obras de Sergio López Ramos (2000),
Oliva López (1998), Elsa Muñiz (2002), Laura Cházaro y Ro-
salina Estrada (2006). También debemos resaltar el tratamien-
to y la atención puesta en fenómenos que apuntan al análisis
de los cuerpos transgresores como es el caso de los trabajos rea-
lizados por Alfredo Nateras (2002, 2007, 2009) en relación a
los tatuajes entre los jóvenes, el uso de piercing, los implantes y
modificaciones corporales. De muy reciente publicación, encon-

296
tramos el texto de Olga Sabido, El cuerpo como recurso de sentido
(2012), en el que la autora “parte del supuesto de que el cuerpo
es un auténtico e infalible recurso de Sentido que marca zonas de
familiaridad y extrañeza entre los seres humanos” (p. 16).
A raíz de la publicación en 2002 del libro Cuerpo, represen-
tación y poder. México en los albores de la reconstrucción nacional,
surgió la iniciativa de organizar un encuentro internacional en
el que se abordara la temática del cuerpo de manera particular.
Contando con el apoyo institucional y la colaboración de algu-
nos colegas interesados, se efectuó el I Congreso Internacional de
Ciencias, Artes y Humanidades “El cuerpo descifrado”. La respuesta
a la convocatoria fue sorprendente y se pudo constatar la preocu-
pación de la academia por abundar en la reflexión sobre el cuerpo.
Hasta el momento se han organizado cinco congresos en un lapso
de casi diez años. El conjunto de aportaciones ha sido abundante,
podríamos contabilizar alrededor de seiscientas ponencias abor-
dando los más disímbolos temas.
La idea inicial de convocar a quienes estudian la temática se
ha cumplido, y en cuanto a las apuestas teóricas se puede afirmar
que a pesar de estar conscientes de que el cuerpo debe estudiarse
desde diversas disciplinas y miradas, de ahí el nombre del con-
greso, al comienzo se trabajó sobre una mirada disciplinaria
tradicional. Para los posteriores congresos se ha ido perfilando
una propuesta de análisis trasndisciplinario a partir de plantear
problemáticas, y para el iv congreso las ponencias presentadas
giraron en torno a las disciplinas y prácticas corporales. Para
el V congreso profundizamos en las prácticas corporales y la
belleza. Además de los congresos internacionales que se han rea-
lizado, y que han permitido conocer el estado de la cuestión, se
han organizado seminarios internacionales (2009) y se obtuvo
un financiamiento por parte del Consejo Nacional de Ciencia y
Tecnología para un proyecto que estuvo vigente de 2006 a 2009
cuyo título era “Disciplinas y prácticas corporales en la moderni-
dad mexicana. Una mirada transdisciplinaria a la construcción

297
cultural del cuerpo y las identidades (género, raza, clase, sexuali-
dad)”, mismo que está vigente en la Universidad Autónoma Me-
tropolitana, Unidad Xochimilco.
Cabe mencionar que se obtuvo apoyo también de diversas
instituciones en las distintas ediciones del congreso,2 incluyendo
universidades extranjeras. Han participado como conferencistas
algunos teóricos que han alimentado los estudios del cuerpo en
México como David Le Breton (Francia), Teresa de Lauretis (Ita-
lia-usa), Thomas Laqueur (usa), Naief Yehya (México-usa),
Zandra Pedraza (Colombia), Mario Luis Fuentes (ceidas),
Alfredo Nateras (México), Zillah Einsestein (usa). La retroali-
mentación académica ha sido fructífera y además de las memorias
de los cinco congresos contamos con la publicación de tres libros
colectivos: Pensar el cuerpo (2007) en la línea de los temas gene-
rales; Registros corporales. Hacia una historia cultural del cuerpo
humano (2008) con la intención de iniciar un recorrido por la
historia del cuerpo en nuestro país; y Disciplinas y prácticas cor-
porales. Una mirada a las sociedades contemporáneas (2010) en el
que los participantes abundan sobre propuestas teóricas. Se han
producido también libros individuales como Transformaciones
corporales. Etnocirugía (2010) y La cirugía cosmética: ¿Un desafío
a la naturaleza? (2011) de Elsa Muñiz. Así como varios artículos
en revistas y libros nacionales y extranjeros. Se han dirigido ya
algunas tesis sobre belleza, enfermedad, sexualidad, medios de
comunicación, entre otros que parten de problemáticas que gi-
ran en torno a la corporalidad.
Aunque el abordaje sobre el cuerpo es cada vez más amplio y
las investigaciones más creativas y novedosas, considero que to-
davía hay muchos problemas por explorar en lo que a la corpora-
lidad concierne. Me parece fundamental analizar la importancia
e impacto social de los trasplantes de órganos y sus consecuen-
2
De la unam, la Facultad de Psicología, el ceiich y El Instituto de Investig-
aciones Filológicas; participó la Universidad Iberoamericana, la Universidad
del Claustro de Sor Juana, la Fundación del Centro Histórico, la Universi-
dad Autónoma de Buenos Aires y la Universidad Autónoma de Barcelona.
298
cias en los proceso de donación y tráfico. Considero que actual-
mente, y gracias a eventos que han conmocionado a la sociedad
mexicana se empieza a conocer más ampliamente el problema
del tráfico de personas, no solamente para el uso de su fuerza de
trabajo, sino para el comercio sexual y la pornografía para pro-
fundizar en la manera en la que se ha encarnado la explotación
en mujeres y hombres. Temas como la prostitución se han visto
complementadas por el surgimiento de variantes como el table
dance, o el fenómeno de las call girls, así como la prostitución
masculina y transexual. Resulta indispensable la reflexión sobre
la violencia sexual, la producida por la delincuencia y los ejércitos,
desde la corporalidad. El dolor y el sufrimiento impresos en la piel
y en la memoria. La inexistencia del cuerpo en el caso de los
desaparecidos. La muerte, el cadáver y la fragilidad de la vida.
Los cuerpos fragmentados, la ausencia del rostro y el proceso de
desidenificación de los cadáveres. El lenguaje y el cuerpo.

¿C ó m o estudiar la corporalidad?

Hasta hace muy poco tiempo no teníamos ningún “problema


con el cuerpo”, sobre todo los científicos sociales, pues la parte
biológica del sujeto era objeto del estudio de la biología, la me-
dicina, la anatomía, no había duda de que nuestro campo de in-
vestigación era lo social, lo cultural. Pero todo se ha complicado
desde que antropólogos, sociólogos e historiadores han señalado
que el cuerpo es una “construcción cultural”, y antes que nada
debemos demostrarlo, por lo que algunos teóricos se han dedi-
cado a “pensar el cuerpo”, a conocer su “naturaleza” cultural. Ya
he dicho antes que la preocupación por el cuerpo no es nueva
y si nos remitimos a las sociedades antiguas veremos que desde
entonces se pensaba al hombre en su completud, como carne y
como sustancia, pero no es la filosofía lo que aquí está en juego,
o no solamente, lo que aquí queremos enfatizar es la necesidad
de los estudiosos e investigadores de pensar el cuerpo en térmi-

299
nos metodológicos y una tarea permanente es buscar formas de
acercamiento.
La ciencia occidental y el conocimiento que de ella deriva,
han obedecido a ciertos principios ordenadores que definen los
campos del saber y legitiman determinadas formas de acerca-
miento al cuerpo humano como objeto de estudio. Tales prin-
cipios ordenadores se han presentado como oposiciones bina-
rias, como polos opuestos, antagónicos e irreconciliables que
en realidad son meras diferencias convertidas en jerarquías. Las
dicotomías naturaleza/cultura, cuerpo/mente, instinto/razón,
femenino/masculino, sujeto/objeto, han de considerarse como
pilares fundamentales, no solamente del conocimiento cientí-
fico, sino de la misma concepción del mundo en occidente. Así,
en este apartado me interesa discutir acerca de la definición de
nuestro objeto de estudio y la posibilidad de desestabilizar la di-
cotomía cuerpo-mente desde el análisis crítico de las experien-
cias y prácticas corporales en la conformación de la cultura y las
relaciones de poder que en ella se crean. Descolocar la dicotomía
cuerpo-mente, nos permitirá desencadenar la desestabilización
de las otras dicotomías concatenadas a ésta, de tal manera que
se propicie la “incongruencia” entre cuerpo, naturaleza, mujer/
razón, cultura, hombre.
Por “descolocar” la dicotomía cuerpo-mente me refiero a la
consolidación de una propuesta de investigación que se inte-
rese por el estudio de lo que he llamado “prácticas corporales”.
Desde la perspectiva de las prácticas corporales, los usos inten-
cionales del cuerpo (amputaciones, mutilaciones, modificacio-
nes intencionales, maquillaje cosmético, tatuajes, perforaciones)
son superpuestos a las imágenes del cuerpo que nos ofrecen las
variaciones fisiológicas humanas (peso, altura, color de piel, ór-
ganos sexuales, color de cabello, deformaciones congénitas). Una
consecuencia inmediata de este desplazamiento desde el cuerpo
hacia las prácticas corporales es que al tiempo que deja de lado
la discusión específicamente filosófica del problema mente-cuer-

300
po, sugiere que la comprensión del cuerpo humano no depende
crucialmente del conocimiento de la naturaleza de sus sustancias
constitutivas (material o mental), sino de lo que se hace depen-
der de él, de lo que se hace con él, en fin, de los usos intenciona-
les del cuerpo.
En esta propuesta, se considera útil adoptar este “giro prac-
ticista”3 en los estudios sobre el cuerpo, al colocar al concepto de
práctica en el papel central y a las prácticas corporales como la
unidad del análisis. Al mismo tiempo, me parece fundamental
retomar los planteamientos de Judith Butler cuando se refiere
a la materialización del cuerpo como un proceso, producto de
los efectos discursivos, de las prácticas corporales y de la perfo-
matividad.
Si definimos a las prácticas corporales como sistemas dinámi-
cos y complejos de agentes, de acciones, de representaciones del
mundo y de creencias que tienen esos agentes, quienes actúan
coordinadamente e interactúan con los objetos y con otros
agentes que constituyen el mundo; si consideramos que forman
parte del medio en que se producen, es decir, que son históricas,
estaremos de acuerdo en que los procesos cambiantes que las
caracterizan y diferencian no son independientes de la transfor-
mación del medio y/o del contexto en el que se desarrollan. En
principio, reconocemos en las prácticas corporales la virtud sis-
témica de ser una unidad compleja, ambigua, cuya posibilidad
de conocimiento debemos situar en un nivel transdisciplinario
que permita concebir, al mismo tiempo, la unidad y la diferen-
3
“… se habla desde hace tiempo de un giro practicista, de manera análoga
como en las primeras décadas del siglo xx se dio un “giro lingüístico” en Fi-
losofía. La novedad desde luego no está en la asignación de un papel impor-
tante a la práctica, para comprender y explicar a las sociedades humanas, sus
instituciones y sus productos, incluyendo a la ciencia. Ni siquiera en otorgarle
a este concepto un papel central. Varias versiones del marxismo lo hicieron,
lo mismo que el pragmatismo y otros filósofos antiguos y modernos… Pero lo
que llama la atención, y es digno de calificarse como giro, es el aglutinamiento
de muchas disciplinas científicas y áreas de la filosofía en torno al concepto de
práctica” (Olivé, 2004: 165).
301
ciación de las ciencias, tanto como la “naturaleza” del objeto y
los tipos y complejidades de los fenómenos de asociación/orga-
nización (Olivé, 2004: 165).
Y puesto que las prácticas no están en, sino que forman parte
del medio, el proceso cambiante de las prácticas no es indepen-
diente de la transformación del contexto en el que se desarrollan,
es decir, son históricas. Hemos propuesto como eje de la inves-
tigación las prácticas corporales a las cuales consideramos, en
primer término, desde las dos series que constituyen el biopo-
der y la biopolítica: la serie cuerpo-organismo-disciplina-insti-
tuciones; y la serie población-procesos biológicos-mecanismos
reguladores-Estado (Foucault, 1999: 202). Estos dos conjuntos
de mecanismos, según Foucault, uno disciplinario y otro regu-
lador, no se ubican en el mismo plano, esto permite que no se
excluyan y se articulen uno con otro, como casi siempre los en-
contramos. En segundo lugar, y de manera más particular, desde
las siguientes perspectivas:
a) la del disciplinamiento del cuerpo (gimnasia, medicina,
educación); b) la de los patrones estéticos (raza, prácticas de
belleza, moda); c) la de la sexualidad (identidades sexuales, por-
nografía, prostitución), d) la de la violencia, la mortificación, la
tortura y la guerra; e) la referida a la subversión, a la disidencia
y a la protesta.
La perspectiva del disciplinamiento del cuerpo aborda la
manera en la que discursos tales como la medicina, la religión,
los medios masivos de comunicación y la educación, controlan y
disciplinan los cuerpos con la finalidad de “normalizar” y “natu-
ralizar” la existencia de los sujetos, al mismo tiempo que definen
la “anormalidad” y documentan los procesos de exclusión/dis-
criminación para los diferentes. El interés por el disciplinamien-
to corporal está en articular las formas de control que se han
ejercido sobre los cuerpos a partir del siglo xviii y más clara-
mente durante los siglos xix y xx, donde la medicina y la ciencia
dan a la sociedad su interpretación última y definitiva. Esta di-

302
mensión permitirá observar la manera en la que la modernidad se
ha impuesto a los sujetos a través de la concepción dominante del
cuerpo, emanada del pensamiento cartesiano, que lo asume como
una máquina, como un instrumento de la razón, susceptible de
ser reparado y refaccionado, lo cual nos lleva a reflexionar acerca
de prácticas corporales tales como la donación y el tráfico de
órganos. Asimismo, nos permitirá observar los cambios y las
permanencias de estas prácticas disciplinarias que arriban al siglo
xxi, en el contexto de lo que algunos llaman modernidad reflexi-
va (Beck, 1993) o extremo contemporáneo (Le Breton, 2007).
Los patrones estéticos que transitan de la “superficialidad”
de la moda y lo que ella implica hacia las prácticas de belleza
(depilación, maquillaje, cabello) y las transformaciones corpo-
rales (cirugía estética) que buscan alcanzar un ideal de belleza
impuesto. El interés por estudiar este tipo de prácticas es anali-
zar y comprender las formas que adquieren la discriminación y
exclusión por raza, etnia, edad, discapacidad, en un contexto
en el que el discurso dominante se refiere al reconocimiento y
aceptación del “otro”. Este aspecto es fundamental debido a que
precisamente en la imposición de los modelos corporales y de
belleza se advierte una de las mayores expresiones de la violencia
(simbólica y real) así como una de las más importantes parado-
jas de las sociedades contemporáneas donde la tendencia es a
homogeneizar a los sujetos y donde la distancia entre la “nor-
malidad” y la “anormalidad” es abismal (Muñiz, 2011).
En cuanto a la sexualidad, ha sido la que sistemáticamente
desde hace algunas décadas ha colocado en el centro de sus re-
flexiones al cuerpo. Herederos del feminismo, particularmente
de “la nueva ola”, el estudio del cuerpo y las prácticas sexuales
han permitido un acercamiento a la construcción de las iden-
tidades de género enarbolando una crítica consistente al marco
heterosexual como un obstáculo al reconocimiento de la diversi-
dad sexual. Desde la crítica feminista se ha evidenciado el pro-
ceso de naturalización del que ha sido objeto el género a partir

303
de una concepción del cuerpo como lo puramente biológico y,
por tanto, inamovible, y en este sentido el cuerpo es entendido
desde la crítica feminista como el espacio de materialización de
dos de los más importantes imperativos sociales: el género nor-
mativo y la heterosexualidad obligatoria. Con estos elementos
es posible acercarse a la comprensión de procesos tales como
la transexualidad o el transgénero y otros fenómenos como la
pornografía y actualmente la pornografía infantil, o problemas
como el tráfico de personas y el comercio sexual y el cybersex
(Yehya, 2004 y 2008).
En las sociedades contemporáneas la violencia, la tortura y el
desprecio por el cuerpo y por la vida se hacen evidentes de manera
cotidiana. En el caso de México, los feminicidios, la utilización de
los fragmentos corporales para enviar narcomensajes, la violencia
callejera y la violencia estatal a través de diversos mecanismos
como las cárceles, los grupos paramilitares o el ejército mismo
deja en claro que el cuerpo sigue siendo el espacio para la vio-
lencia. No obstante, la violencia corporal también se lleva a cabo
de maneras sutiles al imponer modelos de belleza y pautas inal-
canzables para una feminidad cada vez más exigente y sofisticada.
Los desórdenes alimenticios, la cirugía cosmética con consecuen-
cias funestas y la discriminación que va de la mano al no encarnar
tales imágenes idealizadas.
El cuerpo como medio de subversión, implica en primer tér-
mino, aquellas prácticas dirigidas a su reapropiación por parte de
los sujetos, en este sentido contamos entre ellas a la práctica del
aborto voluntario; en alguna medida, a ciertas cirugías cosméticas
(Davis); a la prostitución, las prácticas homosexuales y las ope-
raciones para reasignación de sexo. La desnudez pública, en las
manifestaciones que reclaman derechos laborales, a la tierra y
hasta los derechos humanos; aunque también estaría comprendi-
da la pornografía. El cuerpo utilizado como superficie de inscrip-
ción es el caso de los tatuajes, en particular los que trascienden
una moda generacional y son utilizados para expresar historias

304
personales de marginación y violencia como lo hacen los Mara-
Salvatrucha (Nateras, 2009).
Es necesario llamar la atención en el entramado que consti-
tuyen las prácticas corporales, pues como pudimos observar y a
pesar de un intento clasificatorio con fines heurísticos, vemos que
todas ellas son complejas y polisémicas. Con el análisis de estas
formas en las que se expresan las prácticas corporales me intere-
sa recuperar una visión de largo plazo y destacar su dimensión
histórica, es decir, el contexto en el que se llevan a cabo las dife-
rentes prácticas corporales y su desenvolvimiento en diversos
momentos de la modernidad. Es importante también profun-
dizar en la concepción o concepciones del cuerpo que subyacen
al ejercicio de las prácticas corporales analizadas y que tienen
como un objetivo primordial la normalización de los sujetos por
su carácter eminentemente regulador.
Desde el planteamiento que hemos desarrollado, vemos que
la corporalidad es producto y efecto de diversas prácticas corpo-
rales, complejas y polisémicas, cuyo proceso de materialización
le otorga al cuerpo un carácter también complejo. Siguiendo
a Edgar Morin (2008: 89), se puede afirmar que hasta el mo-
mento, nuestra concepción sobre el cuerpo obedece al principio
de la simplicidad que ha separado (disyunción) la naturaleza de
la cultura, y por tanto, el cuerpo de la mente, al mismo tiempo
que ha unificado (reducción) la concepción del cuerpo en la mo-
dernidad, a partir de una sola explicación, la biológica; y ha sub-
ordinado el polo más “simple” (el cuerpo) a la más compleja (la
mente). Para concebir el cuerpo como una complejidad, debe-
mos comenzar por conjuntarlo en sus significados biológicos,
culturales e históricos y dejar de advertirlo como ente dividido;
al mismo tiempo que descolocamos la subordinación del cuerpo
respecto de la mente, lo cual se logrará en la medida en la que
desestabilicemos la noción del cuerpo como objeto del cono-
cimiento y del sujeto como cognocente. No obstante, la comple-
jidad se afianza al reconocer la contradicción que existe entre

305
los componentes biológicos y culturales, al mismo tiempo que
hablan del carácter multidimensional del cuerpo, lo cual nos
muestra la imposibilidad de comprenderlo desde una visión es-
pecializada, que sería parcial o empobrecida.
Con base en las anteriores consideraciones, se propone aquí
concebir el cuerpo como un continuo entre biología y cultura,
lo cual significa no cosificarlo, no reducirlo a uno u otro, pues
su comprensión en la ciencia moderna ha estado determinada
por alguno de los dos polos: o bien es un objeto biológico, como
lo vería la medicina, o bien se presenta como una construcción
cultural, tal como se ha propuesto desde la antropología y otras
ciencias sociales. Se sugiere verlo, más bien, como punto de par-
tida y llegada del proceso de materialización, producto de la
performatividad que está dada por los discursos que producen
representaciones y las prácticas corporales cotidianas y ritua-
lizadas que producen cuerpos dóciles, maleables y controlables.
La complejidad, ha dicho Morin, es el desafío y no la respues-
ta porque incluye la imperfección, la incertidumbre y el recono-
cimiento a lo irreductible, así la define:

A primera vista, la complejidad es un tejido de constituyentes hete-


rogéneos, inseparablemente asociados: presenta la paradoja de lo
uno y lo múltiple. Al mirar con más atención, la complejidad es, efec-
tivamente, el tejido de eventos, acciones, interacciones, retroac-
ciones, determinaciones, azares, que constituyen nuestro mundo
fenoménico. Así es que la complejidad se presenta con los rasgos
inquietantes de lo enredado, de lo inextricable, el desorden, la am-
bigüedad y la incertidumbre (Morin, 2008: 32).

Indudablemente, la corporalidad responde a estas condiciones


de existencia biológica, social y cultural, por lo tanto, para pen-
sar su complejidad requerimos de las prácticas corporales, en-
tendidas como un macro-concepto. La corporalidad se aprecia
entonces como un continuo entre biología y cultura o como el

306
punto de partida y de retorno de la matertialización, proceso
en el cual las prácticas corporales son los productos y los efec-
tos al mismo tiempo que causales y productoras de aquello que
nombran y representan, que es el cuerpo (principio de recur-
sividad). Esta idea de “recursividad” rompe con la linealidad de
causa-efecto de producto-productor, estructura-superestructura,
porque todo lo que es producido reentra en lo que lo produce
en un núcleo en sí mismo autoconstitutivo, autoorganizador,
autoproductor (Morin, 2008: 32). En esta lógica, más bien
circular, podemos conocer el cuerpo como complejidad, es
decir, como corporalidad a partir de las prácticas, pues dada
su concreción y especificidad tendremos la vía para conocer el
todo por sus partes, al mismo tiempo que conoceremos las par-
tes por el todo (principio hologramático). Tal principio está tanto
en el mundo biológico como en el mundo sociológico y trasciende
tanto el reduccionismo que solo ve las partes o el holismo que
no ve más que el todo. Desde estas nociones, estamos frente a la
posibilidad última de descomponer la dualidad cuerpo-mente y
empezar a ver al sujeto en su completud.
Por otro lado, si bien la complejidad no es lo mismo que com-
pletud, la completud está comprendida en la complejidad y, de
esta manera, podemos trascender la separación cuerpo-mente y
pensar en los sujetos en su corporalidad.
El estudio de las prácticas corporales desde una mirada trans-
disciplinaria nos permitirá esbozar una manera de pensar en el
sujeto en su corporalidad más allá de “las imágenes y represen-
taciones autorizadas, ligadas al conocimiento y saberes oficiales…
y podremos avanzar hacia una concepción que trascienda la pasi-
vidad-mecanicista con la que la anatomía opera sobre el cuerpo”
(Torras, 2006: 13). El cuerpo dejará de ser el objeto particular
de la ciencia médica, a partir de lo cual se considerará como algo
digno de estudiarse, pensarse, teorizarse (Torras, 2006: 14).

307
Colofón

La importancia del cuerpo en la vida social contemporánea ha


conducido a una búsqueda de explicaciones e interpretaciones
del cuerpo de los individuos al grado de comenzar a desarrollar
un ámbito específico de estudio. Críticas al consumo cultural
en occidente y a las tecnologías del cuerpo son incorrectamente
asumidas e inciden en los modernos procesos de autodefinición
y en sus propios proyectos de identidad sin ninguna considera-
ción, le son atribuidos al género, a la etnicidad o cualquier otra
diferencia socialmente construida.
Las críticas a la inclinación de la ciencia hacia el cuerpo inexis-
tente, es decir, hacia la opacidad del cuerpo en el pensamiento
occidental, apuntan al problema de nuestro legado cartesiano
del dualismo mente-cuerpo. La radicalización de la modernidad,
con su demoledora crítica a las dicotomías como mente-cuerpo,
naturaleza-cultura, y emocionalidad-racionalidad, ciertamente
ha ayudado a hacer del cuerpo un tema popular. Sin embargo, las
perspectivas contemporáneas sobre el cuerpo no han dejado de
tener sus problemas, pues la teorización ha sido también una ce-
rebral, esotérica y, últimamente, una actividad descorporeizada.
El problema es que las teorías sobre el cuerpo nos distancian de
las experiencias diarias de la corporalidad y hasta de los placeres
y peligros del propio cuerpo, por esta razón es necesario hacer
énfasis en la definición de las actuales tecnologías del cuerpo así
como de las prácticas corporales como eje de los análisis.
La teoría feminista sobre el cuerpo ha proporcionado un
esencial correctivo al carácter masculino de mucha de la teoría
tanto clásica como nueva, precisamente porque toma la dife-
rencia, la dominación y la subversión como punto de partida
para comprender las condiciones y experiencias de la construc-
ción corporal en las culturas contemporáneas. Los cuerpos no
son genéricos sino que soportan las marcas de la diferencia cul-
turalmente construida. Comprender lo que la apropiación del

308
cuerpo significa para los individuos depende de ser capaces,
hasta cierto punto, de cómo las diferencias sexuales, raciales y
otras, se vinculan y dan significado a sus interacciones con sus
cuerpos y a través de sus cuerpos con el mundo que los rodea.
Las condiciones de apropiación de los cuerpos son organizadas
por patrones sistemáticos de dominación y subordinación, ha-
ciendo imposible comprender las prácticas del cuerpo indivi-
dual, los regímenes del cuerpo, y los discursos acerca del cuerpo
sin tomar en cuenta el poder. Las investigaciones que hacemos
deben apuntar a la apertura de posibilidades para explorar nue-
vas formas de hacer teoría, formas que conciban al sujeto en su
corporalidad como un recurso teórico para una explicación y
una epistemología o ética corporal explícita.

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315
Corporalidad, espacio y ciudad:
rutas conceptuales
Miguel Ángel Aguilar Díaz

Introducción

Probablemente no sería erróneo afirmar que una de las experien-


cias contemporáneas en relación con el cuerpo es la insatisfacción.
Algo falta o sobra, no se entiende cabalmente la aparición de
una nueva sensación, que se traduce en malestar, y se recurre
al especialista. Esta misma insatisfacción es compartida no solo
por los individuos, sino también en algún grado por los estudio-
sos de las ciencias sociales. El cuerpo y la corporalidad durante
mucho tiempo no fue considerado como tema relevante de es-
tudio en las ciencias sociales, y solo hasta relativamente poco
tiempo ha sido reconocido como fundamental para entender
múltiples dinámicas socioculturales actuales. A pesar de ser ya
un campo de análisis que goza de reconocimiento y legitimidad
existen hasta la fecha ciertas áreas de interés poco exploradas.
Una de estas áreas tiene que ver con la comprensión del papel
del cuerpo en relación con el espacio y la vida urbana.
Las razones de tal insuficiencia son de diverso orden; por un
lado, se puede mencionar la escasa relevancia que ha tenido el
tema del espacio y la espacialidad en las ciencias sociales al ocu-
parse poco del sujeto, y eventualmente al hacerlo, otorgarle un
peso explicativo menor a su condición corporal y afectiva (ver
Lindón, 2009). Igualmente, en el terreno de los análisis sobre
el cuerpo y la corporalidad, se ha tenido que recorrer un amplio
camino para generar posturas conceptuales que se deslinden
de enfoques objetivistas o naturalistas y reconozcan las posi-
bilidades de análisis del cuerpo a partir de lógicas no binarias
(naturaleza–cultura; mente–cuerpo). Así, las dificultades han
surgido desde ambos campos del conocimiento.
317
Con todo, existe ya una amplia gama de trabajos de investiga-
ción que apuntan a reducir la brecha en el conocimiento de las
relaciones entre cuerpo, espacio y vida urbana. De este modo,
el objetivo del presente trabajo es de analizar diversos aportes
realizados desde las ciencias sociales que permitan abordar este
vínculo. La intención no es la de realizar un recuento exhaus-
tivo, sino proponer un recorrido en donde se vean representa-
dos temas y autores significativos en la conformación de este
campo temático.
El punto de partida en el presente análisis será el del cuerpo,
la corporalidad y las prácticas corporales y de ahí se realizará un
recorrido analítico sobre las diferentes maneras en que desde
estos conceptos emergen pautas de comprensión alrededor de las
nociones de espacio y entornos urbanos. Esta búsqueda de ar-
ticulación conceptual permitirá explorar un conjunto amplio
de temáticas que van de la dimensión sensible de la experiencia
urbana hasta el de la emergencia de procesos de fragmentación
y exclusión, tomando en consideración referentes espaciales y
corporales. Se trata de un acercamiento que busca abordar al
cuerpo no solo desde una perspectiva que enfatiza la expresión
del individuo a través de él, sino, y de manera más significativa,
como el resultado de una elaboración sociocultural en donde
se plasman gran cantidad de nociones que no solo atañen a un
sujeto único e individual, sino que ponen en juego categorías de
pensamiento social.
Son múltiples los motivos invocados al señalar la centralidad
que ha tomado la temática del cuerpo en la actualidad. Bien se
menciona la importancia del individuo como eje de la vida so-
cial, lo significativo de la identidad personal lograda a través de
las modificaciones en la apariencia o simplemente la relevancia
de los nuevos discursos sobre la salud que enfatizan el cuidado
corporal. Incluso se resalta su papel como articulador de imagi-
narios sociales que se ubican en el continuo individuo-comu-
nidad: “Se busca el secreto perdido del cuerpo; convertirlo ya

318
no en el lugar de la exclusión, sino en el de la inclusión, que no
sea más el interruptor que distingue al individuo, lo separa de
otros, sino la conexión con los otros. Este es, al menos, uno de los
imaginarios sociales más fértiles de la modernidad”. (Le Breton,
2011, p. 11).
Este conjunto de preocupaciones sociales se ven acompa-
ñadas, en la producción académica, por una constante tensión
epistemológica en donde se plantea la necesidad de abandonar
formas de comprensión duales, cuerpo/mente, naturaleza/cul-
tura, en aras de construir formas de conocimiento que de inicio
no establezcan una separación entre ambas instancias, lo cual
tiene implicaciones clave en el desarrollo de la discusión.
Si bien desde el sentido común el cuerpo aparece como algo
evidente, y por tanto no se problematiza de inicio su existencia y
sus atributos, desde la mirada de las ciencias sociales su abordaje
no es posible de manera “ingenua” y se requiere hacer uso de las
herramientas conceptuales que le son propias a diversas disci-
plinas para llevar a cabo su análisis y problematización. Se trata
de aproximaciones intelectuales que en su abordaje no remiten
al cuerpo de manera lineal, es decir, pensar que solo es com-
prensible a partir de una materialidad unidimensional, sino que
trazan coordenadas sociales y conceptuales para su compren-
sión en términos más amplios. Buscan enlazar el discurso sobre
el cuerpo con sistemas conceptuales que refieren a lo social. El
cuerpo aparece entonces como referente para hacer explícito lo
que está socialmente presente en sus formas de comprensión.
Como una primera forma de mostrar la diversidad de abor-
dajes se puede hacer referencia al texto de David Le Breton so-
bre la Sociología del cuerpo (2011).1 Aquí es interesante constatar
que el autor advierte de inicio que es menester el estudio de la
corporalidad humana como fenómeno social y cultural, objeto
1
Éste es un autor significativo en la discusión actual sobre el cuerpo,
sus textos Antropología del cuerpo y modernidad (1995); lo mismo que El
sabor del mundo. Una antropología de los sentidos (2009) han posibilitado de
manera amplia la discusión sobre el cuerpo y la corporalidad.
319
de representaciones e imaginarios. Así, hay una primera demar-
cación importante: el paso del cuerpo a la corporeidad. Mien-
tras que el cuerpo remite a su dimensión material, la noción de
corporeidad apunta su dimensión simbólica, a la manera de re-
presentar los diferentes valores y sentidos puestos en él. Por otro
lado, el énfasis en sus representaciones e imaginarios acentúa de
nueva cuenta la tarea de captar el cuerpo desde sus modali-
dades de elaboración simbólica a nivel social. Aquí la pregunta
no es, de manera inocente, sobre qué es el cuerpo, sino una
pregunta mediada por herramientas conceptuales como la de
representación e imaginario. Así, el cuerpo es accesible para su
comprensión a través de las representaciones e imágenes que de
él se elaboran. Esto plantea la accesibilidad del cuerpo a través
de diversos procesos de simbolización, ya que por fuera de es-
tos procesos no es posible su comprensión, sea desde las cien-
cias sociales o el conocimiento cotidiano. Esto presenta diversas
implicaciones relevantes, ya que la misma noción de un cuerpo
“natural” es impensable, al ser esta idea de “lo natural” una ela-
boración simbólica socialmente situada.
En el mismo sentido, en cuanto a la búsqueda de formas de
aproximación a la corporalidad se encuentran aquellas discusio-
nes que pugnan por desestabilizar la dicotomía cuerpo/mente al
pensarla como limitante y reduccionista. En efecto, al despojar a
la capacidad de conocimiento de una dimensión sensible/senso-
rial y ubicar ésta por fuera del cuerpo se efectúa una operación
de ruptura cuya consecuencia es la de proponer que se puede
pensar al cuerpo, pero no es factible hacerlo desde él.
Una propuesta fecunda en este sentido es la de abordar el
cuerpo a través de las prácticas que sirven para expresar algu-
na intencionalidad de modificar alguna de sus dimensiones:
estética, salud o reelaboración identitaria. De acuerdo con
Elsa Muñiz, “Las ‘prácticas corporales’ en tanto usos y disci-
plinas se constituyen en el epicentro de las exploraciones; en
dicha exploración están comprendidas imágenes y representa-

320
ciones, sensaciones y vivencias, tanto como los procesos de
cons-trucción y deconstrucción de las subjetividades y las iden-
tidades de los sujetos”(2010: 20-21). Subrayar las prácticas de
los sujetos marca un énfasis significativo al no solo considerar
la dimensión de la simbolización y el imaginario, sino la acción.
Dicha acción se encuentra ubicada en el contexto de institucio-
nes que generan marcos para el disciplinamiento del cuerpo de
acuerdo a sus lógicas de regulación. Es así como en esta perspec-
tiva se da cabida al análisis sobre patrones estéticos, sexualidad,
violencia, medicina, gimnasia, ámbitos todos ellos en donde se
puede apreciar su articulación desde normas institucionales y al
mismo tiempo la posibilidad de transgresión.
Recapitulando lo presentado hasta ahora es posible recono-
cer las múltiples tensiones que están presentes en el acercamien-
to hacia la corporalidad desde las ciencias sociales. No se trata
solo de abordar el cuerpo desde su concreción material, sino
haciendo referencia a articulaciones conceptuales que lo vuel-
ven una realidad analizable desde tradiciones de investigación
en las ciencias sociales, y, más aún, se plantea el reto de desarro-
llar nuevas aproximaciones intelectuales y acercamientos desde
otras formas de comprensión.

Hacia el cuerpo en el espacio

En la sección anterior se ha querido mostrar la manera en que


el abordaje de la corporalidad requiere del reconocimiento de
un conjunto de mediaciones conceptuales de diverso orden.
En este apartado se buscará ahora desarrollar la forma en que
emerge el tema de la espacialidad en relación con el cuerpo, re-
cuperando perspectivas de diversas disciplinas pero que com-
parten la premisa de pensar al espacio como construcción social
(ver Lindón, 2012).
Una primera aproximación, que podríamos considerar como
fundacional, es la planteada por Maurice Merleau-Ponty en

321
su Fenomenología de la percepción. Esta perspectiva toma como
punto de partida la experiencia sensorial del sujeto en la cual el
espacio no es un mero contexto físico donde se ubican objetos,
en la que desempeña la función de contenedor, más bien, plantea
el autor, “El espacio es el medio gracias al cual es posible la dis-
posición de las cosas” ([1945] 1993: 258). Sería entonces una
categoría de orden mayor con un carácter de constitución del
mundo sensible. La capacidad relacional del espacio es subraya-
da cuando se afirma su carácter espacializante, es decir, capaz de
crear conexiones indeterminadas entre objetos. De este modo se
busca superar la separación sujeto-objeto ya que la experiencia de
la percepción no se origina en los objetos, sino a través del cuerpo,
el cuerpo en el mundo. Más aún, el cuerpo no está en el espacio,
“es del espacio” (1993: 165).
Lo anterior plantea entonces la necesidad de recuperar la
experiencia de los sujetos en la creación activa del espacio a par-
tir del cuerpo. Afirma Merleau-Ponty: “En tanto que tengo un
cuerpo y que actúo a través del mismo en el mundo, el espacio y el
tiempo no son para mí una suma de puntos yuxtapuestos, como
tampoco una infinidad de relaciones de los que mi consciencia
operaría la síntesis y en la que ella implicaría mi cuerpo; yo no
estoy en el espacio y en el tiempo, no pienso en el espacio y en
el tiempo, soy del espacio y del tiempo y mi cuerpo se aplica a
ellos y los abarca… el espacio y el tiempo que yo habito tienen
siempre, por una parte y otra, unos horizontes indeterminados
que encierran otros puntos de vista. La síntesis del tiempo como
del espacio está siempre por reiniciar.” (1993: 157). Bajo estas
premisas, insistimos, no habría de inicio una separación entre
sujeto, aquel que percibe, y el espacio, como objeto de percep-
ción. Ambas instancias se encuentran imbricadas en la misma
estructura relacional que solo es posible comprender dentro
de ella misma, sin distinguir alguno de sus elementos. Este es el
sentido de proponer que el sujeto es del espacio, al encontrarse
ubicado en un flujo de experiencias que hacen posible el espacio

322
vivido. Estos planteamientos de Merleau-Ponty han posibilita-
do el surgimiento de una categoría ampliamente productiva en
relación con el análisis de la corporalidad. Se trata del concepto
de embodiment2 o corporalización.
Para Csordas (1990) la noción de embodiment emerge a par-
tir del postulado metodológico de que el cuerpo no puede ser
analizado en relación con la cultura, lo cual supondría su exis-
tencia como una entidad relativamente autónoma, sino como el
sujeto de la cultura, es decir como el sustento existencial de ella.
Así, no habría la posibilidad de pensar la relación cuerpo/cul-
tura en términos duales, ya que constituyen una unidad analíti-
ca. Tal y como se podía constatar en Merleau-Ponty en relación
al proyecto de concebir espacio y sujeto implicados en la misma
estructura, la propuesta de Csordas participa del impulso por
superar un cierto pensamiento dicotómico, ahora bajo otros
ejes de relación.
Es en este sentido que el embodiment supone una forma de
conocimiento desde la experiencia, elaborada intersubjetiva-
mente y recurriendo a multiplicidad de lenguajes (ver Aguilar
Ros, 2009a y 2009b). Implica formas de conocimiento y acción
que no solo poseen una dimensión textual, sino también senso-
rial y se estructuran a partir de prácticas sociales que reproducen
o transgreden. Se trata de acción encarnada en los sujetos que
ponen en juego su propia condición corporal (posicionamiento,
punto de vista, situación sensorial) en relación a la elaboración
del sentido de lo vivido.
Es siguiendo los planteamientos vinculados con el proceso
de embodiment o corporalización que Low (2003a) propone
la elaboración del término espacios corporalizados (embodied
spaces) para dar cuenta de la intersección entre cuerpo, espacio
y cultura. A través del concepto se busca subrayar la importan-
2
El término es de difícil traducción al castellano, ha sido vertido como
incorporación o corporalización, sin embargo, no refieren con precisión al
sentido original en inglés, es por eso que en este texto se le empleará seguido
de una posible versión en castellano.
323
cia del cuerpo como entidad física y biológica, la experiencia
vivida, su carácter de punto de partida para la agencia, una ubi-
cación para hablar y actuar en el mundo. Es ahí, de acuerdo con
la autora, donde la experiencia y la consciencia humana toman
forma material y espacial. Más que tratarse de una propuesta
consolidada y desarrollada, lo que propone la autora es la rein-
terpretación de estudios antropológicos, tanto clásicos (Marcel
Mauss, Pierre Bourdieu, E. T. Hall) como recientes, bajo esta
mirada interpretativa. De esta forma, el término de “espacios
corporeizados” remite a la búsqueda de articulación entre estas
dimensiones y su relación con la cultura.
Un antecedente significativo en esta discusión que permite
entender no solo el cuerpo desde sus acciones, sino también
como resultado de procesos culturales, es el concepto de téc-
nicas del cuerpo, acuñado por Marcel Mauss (1934). Con esta
expresión se hace referencia a la forma en que los hombres en
diferentes sociedades saben servirse de su cuerpo. La técnica
es concebida como un “acto tradicional y eficaz” y supone una
transmisión social a partir de formas diversas de educación. Para
Mauss el cuerpo es el primer y más natural objeto y medio técni-
co. Así, antes que las técnicas en relación con instrumentos están
presentes las referidas al cuerpo. Acto seguido, el autor propone
un sistema clasificatorio de las técnicas, comenzando por diferen-
ciaciones entre sexos, grupos de edad y formas de transmisión de
estas técnicas. Lo relevante de la aportación de Mauss radica, por
un lado, en colocar en el centro de la indagación antropológica
el tema del cuerpo como producto y productor cultural y, por el
otro, posicionarlo como el resultado de cierta reflexividad social,
al poner en él rasgos de distinción y de ordenación clasificatoria
de sujetos y eventos.
Como bien apunta Muñiz (2011) las técnicas corporales se
establecen en relaciones sociales, lo cual las dota de un carácter
relacional y comunicativo. Permiten igualmente definir enti-
dades simbólicas de acuerdo con el tipo de actividad que se lleve

324
a cabo. Así, habría técnicas vinculadas con la higiene y la salud
(lavarse las manos y los dientes), otras asociadas con el deporte
(nadar o correr), otras vinculadas con la apariencia personal
(peinarse y vestirse) y así sucesivamente.
El concepto de técnicas corporales se encuentra vinculado
al de incorporación, o embodiment en la medida en que busca
re-crear la articulación entre entidades discretas, los cuerpos,
y los saberes socialmente construidos que le proporcionan se-
cuencias de acciones social y culturalmente pertinentes. La pere-
grinación, por ejemplo, es una manera de acercarse a lo sagrado,
pero es también la puesta en juego de saberes sociales, tanto pro-
fanos como vinculados con lo religioso, en relación con el cami-
nar y el movimiento. De esta manera particular de andar emer-
gen evocaciones sobre el pasado y lo sobrenatural (ver Aguilar
Ros, 2009b).
Por otra parte, resulta interesante constatar las diferentes
maneras en que dentro de las ciencias sociales se asigna un papel
al cuerpo en la configuración del espacio, sea interpersonal o so-
cial. En algunos casos en el intento de enfatizar la condición de
transversalidad del cuerpo se anticipa la idea de la embodiment,
o incorporación, o, en otros casos, se trata más bien de perspec-
tivas de carácter lineal o acumulativo. En ellas el espacio es visto
como la sucesión de un conjunto de escalas en donde el sujeto
es el centro, y a partir de la movilidad por entornos ambientales
complejos va integrando estas diversas esferas.
Una aproximación que bien podría representar esta idea del
espacio conformado a partir de la sucesión acumulativa es pre-
sentada por Abraham Moles (1998) en relación con la psico-
sociología del espacio. El punto de partida es el proponer una
tipología del espacio a partir de un conjunto de “caparazones”
que el sujeto construye alrededor de sí mismo, a la manera de
las capas de una cebolla, y que representan vectores de un pro-
ceso de apropiación del espacio. En esta aproximación de orden
topológico el cuerpo es el punto de origen de toda espacialidad.

325
Y en particular es la piel, a partir de su capacidad de ser la fron-
tera sensible con el mundo exterior, la que ocupa el lugar central
en el análisis. Ésta, la piel, puede ser recubierta por el vestido,
de aquí que se le confiera el carácter de una segunda piel en la
medida en que permea el contacto con el exterior. Una última
característica relevante de la piel es la de ser el contener del sen-
tido del “Yo”, a partir del cual se elaboran nociones topológicas
del “aquí” y el “allá”.
De este primer nivel de espacialidad a partir del cuerpo surge
otro nivel que es el del gesto inmediato que se desprende de la
acción corporal. Se trata de aquellas acciones que se desarrollan
en relación a objetos accesibles al cuerpo en sus movimientos:
tomar cosas, utilizar herramientas. El tercer caparazón surge de
la actividad visual y es ubicado en la habitación ocupada por la
persona, pensada como unidad visual. De aquí se agregan otro
conjunto de unidades, o caparazones, como la vivienda, el ba-
rrio, la ciudad, el centro de la ciudad. Cada una de ellas supone
la puesta en marcha de un conjunto de actividades perceptivas
particulares y ubican a la persona en relación con la cantidad de
interacciones posibles, la variedad de estímulos que proporcio-
nan, el esfuerzo físico que se requiere para desplazarse por ellas,
su personalización y la capacidad de ser anticipadas. El cuerpo,
o más específicamente, la piel resulta ser el centro originario
de la espacialidad, y, sin embargo, a medida en que la escala de
acción aumenta, éste se disuelve como unidad explicativa.
El planteamiento de Moles sobre los diversos caparazones
que configuran la experiencia frente al espacio tiene puntos de
coincidencia con las aportaciones del antropólogo norteameri-
cano E. T. Hall sobre la proxémica. Para este autor la proxémica
es “el estudio de la percepción humana y el uso del espacio”
(1968: 8), mediada y formada bajo premisas culturales. Lo que
está en juego es, de manera particular, la manera en que en situ-
aciones llamadas por el autor como microculturales, es decir,
cierto tipo de espacios y distancias interpersonales, llegan a ten-

326
er diversos significados. Éstos no son plenamente conocidos por
los participantes de la situación y sin embargo guían sus actos y
percepciones. Esto le permite formular la tesis de que personas
provenientes de diferentes culturas habitan mundos sensibles
distintos, al no ser universales sino conformados en contextos
específicos (Hall, [1969] 2001).
Probablemente la formulación más conocida de Hall sea la
referida al espacio interpersonal, definido como “una conste-
lación de estímulos sensoriales que son codificados de una
manera particular”. Este espacio interpersonal se encuentra
fuertemente relacionado, como lo apunta el autor, con aquello
que es posible percibir sensorialmente de la otra persona al tiem-
po que esta percepción se estructura a partir de pautas cultu-
rales. Así, la cercanía y el contacto físico puede ser interpretada
como admisible, irruptiva o agresiva de acuerdo con entornos
culturales particulares. El espacio personal es la primera frontera
humana, activamente resguardado por la persona, asemejando a
una burbuja. De este primer límite se generan otro conjunto de
rangos de distancia, cada uno con sus propias especificidades,
de acuerdo con la dimensión sensorial y las normas sociales
que regulan tipos de interacción: distancia social y pública. Se
reconoce el carácter relativo de estas distancias y, por tanto, su
no universalidad. A partir de esta perspectiva Hall enfatiza la
importancia del cuerpo en el manejo de relaciones interperso-
nales, ya que la distancia en relación con los otros constituye un
lenguaje que al ser interpretado, prácticamente de manera no
reflexiva, orienta el sentido de la situación de interacción.
Desde los planteamientos de la geografía humana, en par-
ticular el trabajo de Yi-Fu Tuan (1977), es posible acercarse a
una visión de la corporalidad y el espacio que se sustenta en las
capacidades de orientación dadas por la condición corporal de
las personas. De inicio el autor plantea la necesidad de consi-
derar al cuerpo como “cuerpo vivido” y el espacio como huma-
namente construido. La estructura del cuerpo humano orga-

327
niza el espacio de tal manera que habrá un delante y un atrás, lo
mismo que lateralmente una dimensión izquierda y una dere-
cha, igualmente un abajo y arriba. Puede pensarse entonces al
cuerpo como contenedor de puntos cardinales, como origen de
sistemas de orientación que son necesariamente humanos. No
solo eso, también emergen dimensiones temporales a partir de
la condición corporal. Propone Tuan que la parte frontal del
cuerpo es eminentemente visual ya que lo que está delante de
la persona es percibido a través de la vista, es un ámbito amplio,
a diferencia de un atrás del cuerpo que no genera percepciones.
Lo que está delante remite entonces al futuro y lo que está atrás,
consecuentemente, al pasado, lo que se deja atrás.
“Las proposiciones espaciales son antropocéntricas” plan-
tea Tuan (1997: 45), esto remite a la relación entre lenguaje
y corporalidad en el sentido de considerar en términos físicos
la ubicación de la persona al momento de realizar enunciados
que sitúan su punto de vista. Así entonces a través del lenguaje
no solo se da cuenta de aquello que es visible en el espacio per-
ceptual, sino que también localiza corporalmente a quien mira.
Siguiendo con esta línea de razonamiento tenemos que el mis-
mo principio del antropocentrismo lingüístico puede conside-
rarse también al realizar afirmaciones no de orden factual, sino
metafórico. En la perspectiva de Lakoff y Johnson (1995) las
metáforas orientacionales, es decir, las que remiten a un arriba-
abajo, delante-detrás, derivan su eficacia y comprensión a partir
de la condición corporal y cultural de aquellos que participan
en estos sistemas de comunicación. Así, la referencia al cuerpo
hace inteligibles expresiones que asemejan lo alto con lo feliz,
lo bajo con la tristeza (de esta forma se levanta el ánimo o se cae
en la depresión). De este modo, las dimensiones corporales per-
mean nuestro lenguaje cotidiano y la manera de expresar estados
afectivos.
Los acercamientos expuestos tienen en común, más allá de
su ubicación conceptual, el acercarse al cuerpo desde los espa-

328
cios más próximos o inmediatos a través de los sentidos, sea
como principios de orientación o bien desde la capacidad de
acción en una escala cuya medida es el cuerpo. Cuando la escala
espacial sobrepasa al cuerpo o el nivel de análisis se vuelve más
abstracto, como el espacio al que refiere, el cuerpo se extravía.
Parecería entonces que en estas aproximaciones la espacialidad
del cuerpo está vinculada a lo cercano más que a lo distante, a
lo sensorial más que a lo reflexivo. Es a través del acercamiento
a otras escalas de análisis, en donde participan concepciones más
elaboradas sobre el espacio, en particular el espacio urbano, que
pueden encontrarse claves para cruzar las fronteras de lo inmediato.

Hacia el cuerpo en el espacio urbano

Los acercamientos mostrados en el apartado anterior apunta-


laban la idea de que la relación cuerpo y espacio se desarrollaba
en el ámbito de lo cercano e inmediato, así es en el espacio
vivido en donde el cuerpo despliega sus posibilidades de acer-
camiento sensible con el mundo. Con todo, otras escalas de
análisis son posibles y han sido frecuentadas. El espacio urbano
posee un ámbito mayor a lo próximo, a pesar de que es en esa
escala donde se inserta el habitante. En este apartado se quisiera
explorar diversas maneras en que se ha reflexionado el vínculo
entre cuerpo y espacio urbano en las ciencias sociales.
En los trabajos del sociólogo alemán Georg Simmel es po-
sible encontrar aportes significativos y pioneros para entender
no solo la manera en que el habitante de las ciudades desarro-
lla una percepción particular de su entorno, sino en términos
más amplios, las transformaciones en la vida social derivadas
de la emergencia de nuevas formas de agregación social. En el
conocido ensayo sobre “La vida del espíritu en las grandes ciu-
dades” ([1912] 1988) el autor formula una visión del individuo
desprendido de sus vínculos comunitarios y expuesto a una gran
cantidad de estímulos sensoriales que no puede atender cabal-

329
mente. De aquí se sigue un proceso de selección y descarte de
aquello que no se precisa como información relevante. El in-
dividuo descrito ahora como hastiado (blasé en el original) ve
reducido su mundo sensorial y social, descrito éste como frágil
y fugaz. Lo que resulta profundamente original en la visión de
Simmel es la existencia de un correlato entre formas de cono-
cimiento sensible del mundo social y su estructuración. De forma
tal que se puede señalar que el tema en el ensayo es la emergencia
de una sensibilidad moderna, o de la modernidad, asociada con
la ciudad.
En la digresión sobre la “Sociología de los sentidos” (1986) se
atestigua el desarrollo de preocupaciones del mismo orden por
parte del autor. Al indagar sobre qué tipo de conocimiento so-
cial se produce desde la proximidad entre individuos, o la copre-
sencia, emerge el papel protagónico de los sentidos, en donde a
través de ellos no solo se capta la presencia de los otros, sino se
producen formas sociales de relación. La mirada recíproca, por
ejemplo, ofrece un conocimiento interpersonal sin mediaciones
que no encuentra equivalente en otra forma de conocimiento
mutuo. De ahí su carácter en muchas ocasiones perturbador al
ocurrir entre extraños. En palabras del autor “La vivísima acción
recíproca en que entran los hombres al mirarse cara a cara no cris-
taliza en productos objetivos de ningún género; la unidad, que
crea entre ellos, permanece toda en el proceso mismo, sumida en
la función” (1986: 477). Y un poco más adelante señala “En
la mirada que el otro recoge se manifiesta uno a sí mismo. En el
mismo acto en que el sujeto trata de conocer al objeto, se entrega
al objeto. No podemos percibir con los ojos sin ser percibidos al
mismo tiempo”.
El sentido de la vista resulta ser primordial para estructurar
encuentros en las ciudades, dada la perdida de relevancia de los
otros sentidos en la conformación de actividades cotidianas,
como contactos, traslados y esperas. Apunta con agudeza el au-
tor “[a]ntes de que en el siglo xix surgiesen los ómnibus, ferroca-

330
rriles y tranvías, los hombres no se hallaban nunca en la situación
de estar mirándose mutuamente, minutos y horas sin hablar].
(1986: 681). Encontramos aquí la idea de que la relevancia de
un sentido, en este caso la vista, no se encuentra constreñida a la
información que le brinda al sujeto, sino a la manera en que es
usado y significado a partir de la estructuración de actividades
sociales históricamente situadas. Una implicación de lo anterior
sería pensar que la vida urbana genera sus propias formas de apro-
piación sensible. Un caso que ilustra esto, igualmente abordado
por Simmel, bien podría ser el del sentido del olfato, en la me-
dida en que las sensaciones percibidas crean y son producto de
distancias sociales. En la perspectiva del autor, el sujeto moder-
no busca la autonomía a través de un desprendimiento social y
físico en relación a los otros, lo cual le asegura una mayor in-
dividualidad. Es de esta forma que el papel a distancia de los
sentidos se atenúa y se fortalece la esfera personal. Con todo,
es entonces en las relaciones próximas en donde los sentidos,
y particularmente el olfato, adquieren un papel protagónico, al
proporcionar impresiones sensibles que fácilmente conducen a
la repulsión en mayor medida que a la atracción o el placer. Es
precisamente entonces en la cercanía humana inevitable en las
multitudes urbanas, donde encuentra el olfato los argumentos
para procurar la distancia de los demás.
De esta forma, y en esta perspectiva, los sentidos no atañen
de manera directa al acercamiento a un mundo sensible, sino
que participan de manera activa en la creación y recreación de un
mundo social, compuesto entre muchos otros elementos, de cer-
canías y deslindes, de contactos y su evitación.
La ciudad como entramado de formas materiales y sociales
conocidas a través de los sentidos, al tiempo que los estruc-
turan, aparece de manera contundente en la obra del sociólogo
norteamericano Richard Sennett. Tanto en el libro Carne y
piedra (1996) como en La consciencia del ojo (1990) despliega
una amplia argumentación no solo sobre el papel de las con-

331
cepciones del cuerpo y del poder de la mirada en el desarrollo
histórico de la ciudad como forma humana, sino también como
forma moral, en el sentido de contener un discurso sobre la dife-
rencia y el otro.
Uno de los temas recurrentes en Carne y Piedra es el del con-
tacto humano, interpersonal, y la manera en que en las ciudades
contemporáneas, los habitantes, se encuentran en una situación
de falta de estimulación sensorial, resultando esto en una desco-
nexión respecto al espacio. Sea a través de los desplazamientos
o en el diseño de la traza urbana, el cuerpo aparece más como
dispositivo de distanciamiento que de conexión con los otros,
al ser visto como amenazante en condiciones de heterogeneidad
social. Más aún, la complejidad social, con la posibilidad que
conlleva de enfrentar nuevas situaciones, se reduce en la vida
urbana al apelar el habitante a categorías simples o elementales
para hacer comprensible esa experiencia. Así, formas de cla-
sificar habitantes o situaciones bajo esquemas de conocido/no
conocido, semejante/diferente, más que producir cierto invo-
lucramiento con lo experimentado, lo ubican en un proceso en
donde la diferencia se vuelve en indiferencia.
Esta dinámica diferencia/indiferencia en relación con la he-
terogeneidad social y la ciudad multicultural también se puede
localizar en las aproximaciones de la antropología urbana. Para
Lacarrieu la ciudad contemporánea contiene la máxima hetero-
geneidad social, sin embargo, ésta es conducida o reflexionada
desde formas de pensamiento que enfatizan la integración o la
uniformización. Ubicando la discusión sobre cómo las ciencias
sociales se enfrentan a la diversidad, afirma la autora “La metrópo-
lis multicultural es el producto de un principio de regulación de la
diversidad, a través de un formato multicultural segregacionista,
arreglado mediante el aprendizaje y socialización de formas de ur-
banidad, tendientes a vivir la diferencia en estado de indiferencia”
(2007: 26). Así, el cuerpo extraño percibido desde su distancia,
y al ser ésta gestionada socialmente por normas de cortesía o de

332
regulaciones instituidas, produce el efecto de incomprensión y
aislamiento.
Volviendo a Sennett podemos apuntar que la tensión entre
unidad y diferencia, entre un mundo visual cuya integración se
busca a través del diseño y las diferentes capas temporales que
constituyen materialmente a toda ciudad, es uno de los temas
del libro La consciencia del ojo. Reaparece la dimensión sensible
y social del cuerpo como elemento indisociable en la vida ur-
bana y, en particular, la manera en que el diseño de los espacios
en la ciudad conforma modalidades de contacto. Al trazar la
historia de la forma urbana en Londres, bajo principios del ilu-
minismo, Sennett reflexiona sobre la profunda ironía contenida
en el hecho de que el diseño de plazas urbanas, de inicio pensa-
das para contener multitudes, evolucionara de tal forma que su
límite se convirtiera en el punto vital de desarrollo, y el centro
tuviera menos valor. “En la dispersión hacia el límite vacío, el
diseño evita la otredad concentrada en el centro” (1990: 95).
Por otra parte, uno de los acercamientos más elaborados y
fecundos sobre el tema del espacio y su relación con la corpo-
ralidad ha sido el del sociólogo francés Henri Lefebvre, a partir
del análisis presentado en los libros La Production de L´Espace
(1974) y Rythmanalysis ([1992] 2004). En el primer texto el au-
tor presenta una concepción del espacio, basada en tres elementos
fundamentales, en los cuales se inscribe la concepción del cuerpo.
Estos elementos son: a) La práctica espacial, que engloba pro-
ducción y reproducción, lugares específicos y conjuntos espacia-
les propios a cada formación social. Para el sujeto esto supone la
habilidad para desempeñarse en el espacio, es decir, una compe-
tencia y una capacidad performativa. En relación con el cuerpo
esto supone el despliegue práctico de conocimientos sobre su
uso en diversos contextos. b) Las representaciones del espacio, se
encuentran ligadas a las relaciones de producción, al orden que
éstas imponen y a su conocimiento a través de signos y códigos,
se trata del espacio concebido por especialistas. En el caso del

333
cuerpo esta dimensión remite a sus representaciones, origina-
das tanto en el conocimiento científico como en una mezcla de
ideologías múltiples sobre la salud y la enfermedad. c) Los espacios
de representación, presentan una simbólica compleja, ligadas al as-
pecto más clandestino y subterráneo de la vida social, lo mismo
que al arte, definido éste no como un código del espacio sino
como código de los espacios de representación. Así, los espacios
de representación recubren el espacio físico utilizando simbóli-
camente sus objetos (1974: 43, 48, 49). Lo corporal vivido cor-
respondiente a esta dimensión, es propuesto como complejo en
la medida en que intervienen aquí ideologías judeocristianas y
múltiples sistemas simbólicos que conducen al extrañamiento
frente al cuerpo.
En La Production de L´Espace, Lefebvre parte de la problema-
tización en torno a lo que identifica como la descorporeización
del espacio, es decir, la consistente ausencia del cuerpo en la teo-
rización sobre el espacio. Surge así entonces la necesidad de
analizar la transformación de “el espacio del cuerpo al cuerpo
en el espacio” (1974: 302). Para realizar esta tarea es menester
realizar la crítica de su fragmentación, proceso visible tanto en
el lenguaje (la manera en que la infancia se “aprende” el cuerpo
a partir de la nominación de sus partes), como en procesos de
trabajo que de la totalidad corporal toman solo aquellos movi-
mientos útiles para la producción, generando así acciones en
una secuencia lineal y desmembrada, la requerida por la línea de
producción. Con todo, para el autor son las situaciones fuera
de la esfera del trabajo, como el uso del tiempo libre, el juego,
o la sexualidad, aquellas que restituyen al cuerpo su capacidad
de ser experimentado de manera integral al situarse fuera de
limitaciones socialmente impuestas, es decir todo aquello que
se vincula con los espacios de representación señalados ante-
riormente.
Como bien señala Simonsen (2005) las dimensiones de la
práctica social y laboral junto con las referidas a la creatividad

334
y la sexualidad están presentes en la concepción del cuerpo en
Lefebvre. Estas concepciones dan origen a reflexiones en donde
la espacialidad y temporalidad del cuerpo aparecen fuertemente
entrelazadas. Como señala la autora, esto permite abordar
“cómo las prácticas corporales que dan origen a modos social-
mente construidos de espacio y tiempo, son al mismo tiempo
definiciones internalizadas en el cuerpo” (p. 4).
El espacio sensorial se encuentra ubicado en el espacio so-
cial; sin embargo, desde el uso de los sentidos no es posible
descifrar en primera instancia las articulaciones sociales que lo
estructuran. Más bien disimulan, ocultan las relaciones sociales
referidas al mundo de la producción. Es “el espacio sensorial-
sensual lúdico quien sin saberlo contiene las relaciones sociales;
aparecen como relaciones de oposición y contraste, secuencias
en un encadenamiento” (Lefebvre, 1974: 243). De esta forma
el espacio sensorial-sensual es una capa más en la sedimentación
de espacios sociales. Es partir de esta capa del espacio social que
toma importancia el encadenamiento de gestos. Son gestos so-
cialmente ubicables en la medida en que se conforman a partir
de los objetos disponibles en el entorno y la relación con ellos.
Su característica principal consiste en ser movimientos articu-
lados siguiendo un patrón conformado por oposiciones: lento-
rápido, rígido-suave, pacífico-violento. Este conjunto de micro
gestos cotidianos produce espacios como lo pueden ser la ban-
queta, el pasillo, o también lo macrogestual da origen a espa-
cios más solemnes como la iglesia. Afirma Lefebvre “Cuando se
produce el encuentro entre un espacio gestual y una concepción
del mundo que posee un simbolismo, surge una gran creación,
por ejemplo, el claustro”. (1974: 249). De esta forma, los siste-
mas gestuales unen cuerpo y espacio a través de prácticas social-
mente codificadas, formando un sistema de articulación que
remiten al espíritu de la noción de incorporación o embodiment
ya planteada.
El análisis del ritmo plantea igualmente la dimensión tempo-
ral del cuerpo. El ritmo supone el movimiento y la repetición,
335
y, sin embargo, cabe distinguir entre una repetición cíclica y
otra lineal, aunque no son excluyentes una de otra, más bien se
traslapan continuamente. La primera se origina en la natura-
leza, están los días y las noches, las estaciones, etc.; la segunda,
lineal, tiene su origen en las prácticas sociales, la monotonía de
acciones y movimientos. “El ritmo aparece como tiempo regu-
lado, gobernado por leyes racionales, pero en contacto con lo
menos racional en el ser humano: lo vivido, lo carnal, el cuer-
po” (2004: 9). Más aún, el ritmo es un componente esencial de
la aglutinación entre lugar, tiempo y gasto de energía: sea en la
repetición, en la interferencia entre procesos lineales y cíclicos,
lo mismo que el surgimiento, desarrollo, cúspide, declive y final
(para un análisis de esta concepción del ritmo en relación con la
esfera laboral ver Molina, 2012).
El ritmo se encuentra contenido en la vida cotidiana. Las
actividades desarrolladas por los habitantes de una ciudad no
ocurren de manera azarosa, encuentran una coordinación en la
manera de moverse en común y en los indicios sensoriales que
se producen en la actividad: sonidos, desplazamientos acompasa-
dos, gestos reiterados. El analista del ritmo piensa con su cuerpo,
no en la temporalidad abstracta, sino concreta. Vergunst (2010),
siguiendo estos planteamientos, propone que los ritmos de la
calle permiten experimentarla como lugar, al tiempo que se le
da forma como tal. A partir de esta idea, es posible pensar en la
capacidad del ritmo para encontrar eco en otros movimientos y
así afectarlos, creando una suerte de atmósfera hecha de apela-
ciones mutuas y recursivas. De esta forma, la calle podría ser vis-
ta como una estructura de ritmos corporales en continua rela-
ción, lo que le confiere un carácter único como espacio vivido.
El vínculo del cuerpo con el espacio es múltiple y complejo,
para ser cabalmente atendido se requiere situar al cuerpo como
producido y productor de espacio a partir de prácticas que
muestran tanto creatividad como su inclusión en sistemas ya es-
tructurados. Gestos y ritmos son formas de expresión del cuerpo

336
móvil, en acción, que al entrar en contacto con sujetos, lugares y
adscripciones simbólicas crean poderosas formas de espacialidad
en su yuxtaposición y vitalidad. El cuerpo representa, entonces,
la superación de las divisiones entre lo sensorial, lo mental y lo
social, incluso si la tensión entre procesos biológicos y sociales
no está del todo resuelta (ver Simonsen, 2005).
En otra perspectiva sobre el cuerpo en la ciudad, Michel De
Certeau en La invención de lo cotidiano (1996) reflexiona sobre
la estructura urbana que emerge para el visitante desde lo alto del
World Trade Center e intitula al apartado del libro “Mirones
o caminantes” con lo cual queda expresada una de las tensio-
nes recurrentes en el análisis de la espacialidad en la ciudad. La
ciudad-panorama, y bien podríamos añadir la ciudad-imagen, es
para él un simulacro “teórico” forjado sobre el desconocimien-
to de las prácticas, y probablemente también de los cuerpos,
añadiríamos una vez más. Hay igualmente una oposición entre
la ciudad planificada, bajo una racionalidad política y adminis-
trativa, y la ciudad practicada, aquella que obedece a la lógica
opaca, no comprensible a simple vista, de los habitantes. Una
vía de acceso a esta dimensión de la ciudad es través de seguir
los pasos de aquellos que se trasladan y más específicamente aún
considerar al acto de caminar como un sistema de enunciacio-
nes, como elementos de un discurso.
Esta propuesta de De Certeau está ampliamente emparen-
tada con la realizada previamente por Jean-François Augoyard
en el libro Pas a pas (2007), o Paso a paso.3 En este libro el au-
tor se pregunta sobre las retóricas caminantes y las figuras del
andar. Enfatiza el papel de las micro acciones cotidianas, de lo
casi nada, invisibles bajo una mirada puramente administrativa
de la vida urbana y que, sin embargo, conforman un modo de
hacer en la ciudad. Caminar asemeja un escribir y reescribir,
su repetición muestra y está basada en un estilo particular. Así,

3
De hecho el libro de Augoyard se publicó originalmente en 1979, y el de
De Certau en 1990.
337
llega el autor a proponer la idea de retóricas caminantes, en tanto
que son una organización de un estilo o estilos existentes. Dis-
tingue entonces múltiples figuras: de exclusión y evitación, de
ambivalencia, de redundancia. Más allá de las particularidades
del análisis que presenta el autor, resalta la tesis inicial de pensar
al cuerpo como un dispositivo de escritura en el espacio, capaz
de configurar un habla, un decir, desde sus propias lógicas recu-
rrentes de desplazamiento.

Situar el cuerpo en los estudios urbanos

Retomemos la disyuntiva planteada por De Certeau en lo alto


del ya inexistente World Trade Center, ¿mirones o caminantes?
Ciertamente enfatizar la dimensión corporal en la experiencia y
en la vida urbana nos ubica del lado de los caminantes. Al aten-
der a procesos socio históricos de construcción de lo urbano se
dejó de lado como perspectiva explicativa aquello que ocurría
entre sujetos de carne y hueso, sus prácticas y la manera de dar
sentido a lo cotidiano en la ciudad. Si bien esta tendencia co-
mienza a ser revertida, incluso al grado de que se ha llegado a
hablar de la ciudad descorporeizada o sin aparente cuerpo (ver
Lacarrieu, 2007b), para enfatizar ahora el cuerpo sensorial y ex-
periencialmente activo de los sujetos, esto abre un nuevo campo
de problemas de indagación.
Al proponer Kevin Lynch (1984) la indagación de la imagen
de la ciudad, a partir de la reconstrucción cartográfica de los ha-
bitantes para conocer la manera en que se construye una sintaxis
espacial de lo urbano, atendiendo a sus límites, nodos, senderos,
barrios, enfatizaba que la ciudad era legible desde su forma mate-
rial. Por la naturaleza misma del acercamiento, basado en la capa-
cidad cognitiva de representar mentalmente un lugar, los sujetos y
sus cuerpos se encontraban ausentes. Ciertamente los habitantes
están ahí, un tópico de indagación entonces sería el cómo ubicar
a estos habitantes desde los espacios de representación (reto-

338
mando así uno de los componentes de la concepción del espacio
de H. Lefebvre). O, puesto en otros términos, cómo analizar las
formas de representación de la corporalidad urbana de manera
tal que figuren en un mapa, sea cartográfico o simbólico, de la
ciudad.
Para tal tarea es necesario hacer un conjunto de precisiones
analíticas que tienen que ver tanto con la perspectiva episte-
mológica que se adopte, los procedimientos metodológicos y la
escala espacial y social del fenómeno que se estudiará. Quisiera
en lo que resta del texto trazar algunos apuntes al respecto, en
diálogo implícito con lo ya planteado hasta el momento, recupe-
rando dimensiones a considerar en el abordaje de la corporalidad
en la ciudad. Estas dimensiones que no tienen un ánimo exhaus-
tivo, ni son excluyentes entre sí, tienen el propósito de reconocer
pautas para una discusión necesaria en la apertura de ámbitos de
reflexión pertinentes.
El cuerpo desde los sujetos, sus experiencias, transgresiones,
interrelaciones, requeriría de una aproximación que recupere
los supuestos de la corporalización o el embodiment, elaborando
el cuerpo vivido en la perspectiva fenomenológica. Sería perti-
nente reconstruir los modos de concreción de cultura, cuerpo y
espacio atendiendo a formas de conocimiento no dicotómicas,
es decir, abordar al cuerpo como dispositivo de comprensión e
interpretación cultural y situacionalmente ubicado.
Una aproximación metodológica de corte etnográfico pare-
cería particularmente atinada para este propósito. En la medida
que atiende al dominio de las prácticas desde la perspectiva de los
sujetos, permite entonces “escuchar” a los cuerpos desde múlti-
ples perspectivas: su hacer normativizado (lo que se debería),
actuantes (lo que hacen) y sus múltiples formas de presentación
(lo que dicen que hacen).4 La transversalidad de la perspectiva
4
Esto es una paráfrasis de lo planteado por Rossana Guber (2004) en
relación a una de las características del trabajo etnográfico: “… la capacidad
de descubrir desfasajes y contradicciones internas en una cultura, entre lo
que los actores dicen que hacen y lo que realmente hacen” (p. 76).
339
etnográfica también es significativa en la medida en que pone
en contacto entre sí diversos materiales de observación, de en-
trevista y contextuales bajo una óptica no lineal. Recuperar el
flujo de la vida social para elaborar hipótesis, contrastarla con la
información disponible y atender a sensibilidades no necesaria-
mente objetivables puede resultar fundamental en la compren-
sión del cuerpo en el espacio. Esta perspectiva evidentemente
no excluye otras de orden histórico o filosófico, en donde inte-
rese reconstruir procesos y narrativas sobre la conformación de
ideas y prácticas en torno a la corporalidad.
Pensar al cuerpo como representación y transgresión de un
sentido social a través de actos distingue a la perspectiva que
podemos llamar performativa. Formada desde la concurrencia
de múltiples disciplinas, “se refiere a la ejecución y el intercam-
bio material de expresiones en una interacción comunicativa
concreta, por parte de actores situados en el aquí y ahora”, igual-
mente, “designa un tipo específico de evento social caracteriza-
do por su carácter intenso, acotado en el tiempo y en espacio,
estéticamente marcado, encuadrado por ciertas formalidades
para su exhibición ante un público (Cruces, 2009: 167-168).
Evento comunicativo y representacional, el performance pen-
sado en relación con la articulación cuerpo y espacio sería capaz
de poner en evidencia los temas que configuran identidades y
sujetos en el ámbito urbano a partir de ubicar sus elementos ex-
presivos. Esto equivale a afirmar que los sujetos traducen aquello
que entienden como dimensiones constitutivas de lo urbano a
través de actos enmarcados en situaciones, así el caminar por la
ciudad podría entenderse, si es el caso, como puesta en escena de
un discurso sobre la soledad, la libertad, la sexualidad o la otredad.
La elección de la interpretación más atinada de todo lo anterior
estaría en función de contextos y dimensiones comunicativas,
con todo muestra también la profunda indeterminación de la
vida urbana.
¿Cuerpos urbanos o cuerpos en lugares? La escala de análisis
aquí resultaría fundamental. Pensar en un cuerpo urbano supone
340
asumir la perspectiva de que la ciudad conforma en sus múltiples
experiencias una forma de concebir y practicar el cuerpo que
atraviesa todo tipo de situaciones. Habría entonces una sensi-
bilidad y un conjunto de procedimientos o técnicas recurrentes
que cumplen una función interpretativa y de acción consistente.
Aquí el aspecto material de la ciudad, su traza, su conformación
histórica, las modalidades de categorización territorial (qué hay
en dónde) resultaría fundamental en el diálogo con las maneras
de ejercer y su expresividad (ver Paquot, 2006 y Gaytán, 2011).
Igualmente es posible pensar a la ciudad desde los espacios exte-
riores en tanto contenedores de micro situaciones urbanas (ver
Lindón, 2009).
Proponer el abordaje de cuerpos en lugares supone el recono-
cimiento del valor estratégico de la corporalidad en situaciones
espacialmente acotadas en la vida urbana. Importaría aquí no
solo atestiguar la manera en que los lugares producen cuerpos
(posturas, presentaciones, juegos de miradas, gestos), sino tam-
bién la manera en que el cuerpo crea lugar, o, más precisamente,
da sentido del lugar. En la dinámica de constricción/creatividad
es posible encontrar pautas para entender una reflexividad so-
cial puesta en actos. Por otra parte, si múltiples diagnósticos
sobre la vida urbana contemporánea apuntan a la emergen-
cia de cierta insularidad y desconexión, es decir, el desarrollo
de actividades en ámbitos fragmentados y discontinuos, queda
entonces por averiguar cómo se presenta y practica la corpora-
lidad en estos entornos particulares (ver Duhau y Giglia, 2008 y
2012), probablemente en el sentido de corporalidades también
fuertemente codificadas en su acción.
Los lugares contagiados de cuerpos y los cuerpos de lugares
desbordan cada uno a su manera un marco material originario,
produciendo de esta forma nuevas espacialidades. Este es el caso
del estar “fuera de lugar”, en donde ocurre el desplazamiento de
un sentido dominante al estar ubicado en un contexto diverso.
En esta perspectiva sería posible entender las marcas corporales,

341
o tatuajes, que dada su ubicación temporal, el pasado, son por-
tados como huellas de sentido de una situación que en el pre-
sente de los sujetos es vivida como estigmatizadora (ver Nateras,
2012), o bien prácticas religiosas en lugares públicos que desco-
locan el sentido de la situación (iconos religiosos viajando en el
transporte público como una nueva forma de peregrinación).
Se trata entonces de abordar un desplazamiento que puede ser
físico, localizar un tipo de corporalidad en un ámbito distinto
al normativizado, o bien simbólico, a través de la evocación de
otra temporalidad o espacialidad.
Por último, un elemento no menor al considerar el abordaje
del cuerpo en el espacio urbano es la diversidad. Los estudios
pioneros de la escuela de Chicago enfatizaban ya a la heteroge-
neidad como elemento constitutivo de lo urbano, al tiempo
que se preocupaban por las transformaciones que ocurrían en los
márgenes de la ciudad consolidada, sea como forma material o
de vida. Este impulso intelectual sigue vigente al considerar el
surgimiento de nuevos actores en el espacio urbano, nuevas de-
mandas por derechos e incluso concepciones mismas de sujetos
(pensemos en la idea de actor-red). El cuerpo y sus prácticas de-
sempeña aquí un papel importante como marcador y produc-
tor de diferencia.
Es recurrente en términos contemporáneos la figura del su-
jeto que desde su sola apariencia corporal irrumpe en el espacio
público y al hacerlo desestabiliza el paisaje conocido y esperado,
volviéndolo otra cosa. Esta irrupción puede estar asociada con
la inseguridad, pero ese es también ya el nombre que se le da a lo
que se ubica en los márgenes de lo esperado. Presencias que mar-
can otredad generan una distancia que involucra lo sensorial y
lo simbólico; lo deleznable, abyecto, amenazante se ubicarían
en el extremo de lo corporalmente humano. El análisis de estas
presencias “otras” señalaría la forma no solo en que se construye
socialmente la diferencia, sino también su carácter definitorio
de espacios desde su aparición fugaz, intersticial, y que, sin em-

342
bargo, produce efectos a través del tiempo. Trabajos como el de
Makowski (2010) a través de un análisis de grupos de jóvenes
que viven en la calle apuntan igualmente a una comprensión de
su corporalidad en diálogo profundo con el espacio que habi-
tan desde la itinerancia.
Claramente, este conjunto de temas esbozados no agota las
posibilidades de análisis del cuerpo en la ciudad. Existen temas
emergentes que también pueden ser abordados desde esta ópti-
ca. Es el caso de situaciones vinculadas con la violencia, la trans-
gresión y el miedo, el sentido del lugar a partir de conformacio-
nes corporales de los transeúntes sea en ámbitos de multitudes
o situaciones de relativo aislamiento, o bien el uso de la mirada
como recurso de descubrimiento o de vigilancia. Con todo, a
partir de los referentes conceptuales explicitados en el texto es po-
sible el acercamiento a nuevos temas apelando a tradiciones de
reflexión en las ciencias sociales.

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346
Miradas de las ciencias sociales
al cuerpo en México: tendencias
temáticas y abordajes disciplinares1
Olga Sabido Ramos
Priscila Cedillo Hernández

No existe una realidad objetiva


independiente de las condiciones de su observación
Pierre Bourdieu

Introducción

En uno de los artículos que conforman el Informe sobre las Cien-


cias Sociales en el Mundo, publicado en 2010 por la unesco,
Björn Wittrock señala cómo “El cuerpo humano está lejos de
ser un objeto obvio para las ciencias sociales” (Wittrock en
unesco, 2011: 217). Y es que como lo han advertido otros au-
tores, hasta hace dos décadas el cuerpo era un referente indis-
cutible de la medicina o la biología (Turner, 1989; Le Breton,
2002) más no –o al menos no de forma evidente– de las ciencias
sociales.2 No obstante, para Wittrock desde los años noventa el
cuerpo ha sido un “punto de encuentro interdisciplinario” para
diversas ciencias sociales y naturales, lo que “ha obligado a las
ciencias sociales a contemplar más profundamente sus supues-
1
Este escrito se realizó en el marco del proyecto “Cuerpo y afectividad en
la sociedad contemporánea. Una aproximación desde la sociología”, cona-
cyt No. 106627/uam-Azcapotzalco, No. 961. Una versión preliminar
fue presentada en isa-Buenos Aires, Argentina, el 4 de agosto de 2012 en
la mesa Cuerpo y sociedad: elementos para su conceptualización con el título
“El cuerpo como objeto de estudio en las ciencias sociales en México. Una
perspectiva desde la sociología de la ciencia”. Agradecemos los comentarios
enriquecedores que realizó Sylvia Sosa a esta última versión.
2
Con excepción de los acercamientos tempranos que tuvo la antropología
(Turner, 1994).
347
tos epistémicos” (Wittrock en unesco, 2011: 217). Y es que
se ha puesto de manifiesto cómo el cuerpo no es un ‘objeto’
que pertenezca a una rama del conocimiento por sí mismo,
sino es la mirada del observador la que lo convierte en algo per-
tinente para su análisis.3 En las ciencias sociales este supuesto ha
posibilitado la apertura cognoscitiva hacia el estudio del cuerpo,
el planteamiento de temáticas, ángulos analíticos, conceptua-
lizaciones y metodologías que permitan hacer inteligible los di-
versos sentidos de este.
De modo que el giro corpóreo por el que han atravesado las
ciencias sociales ha consistido no solo en poner atención al
carácter histórico-social del cuerpo, su sensibilidad, gestualidad
y moldeamiento; también ha apuntado a trascender el dualis-
mo cartesiano mente/cuerpo, que se retraduce en duplas como
sentido/cuerpo, conciencia/organismo, y/o cultura/naturaleza,
entre otras. En este viraje se inserta un proyecto de investigación
colectivo que ha buscado dar cuenta de las condiciones sociales de
posibilidad del conocimiento, que explican el advenimiento
del cuerpo y la afectividad (concretamente el amor), como obje-
tos de estudio en las ciencias sociales en general y en la sociología
en particular (García, Sabido y Cedillo, 2011).
En concreto, hemos constatado (García y Cedillo, 2011; García,
2011; Sabido, 2011) cómo aún cuando existen intereses com-
partidos a nivel mundial, los énfasis temáticos y abordajes dis-
ciplinares a nivel regional presentan particularidades4. Inclusive,
3
Bernard Lahire ha criticado esa “epistemología realista” que considera
que solo algunos ‘objetos’ son propios de las ciencias sociales. Lejos de ello,
para este autor: “[…] en su práctica científica efectiva, los investigadores
están en el trance de hacer volar en pedazos esas fronteras realistas. En efecto,
[…] es el punto de vista el que crea el objeto y no el objeto el que esperaría
sensatamente en lo real al punto de vista científico que vendría a revelarlo”
(Lahire: 2005: 144).
4
Para el caso del cuerpo, este proyecto registró la población de artículos
de investigación en cuatro regiones (anglosajona, castellana, francesa y la que
corresponde a México), publicados entre 1989 y 2008 a partir de diversas
plataformas electrónicas (cfr. García, Sabido y Cedillo, 2011).
348
muchos autores, categorías, niveles analíticos y debates que en
ciertas regiones resultan relevantes son apenas visibles en otras.
A diferencia de otros contextos, en algunos países de América
Latina, y particularmente en México, el interés por dichos obje-
tos cobra visibilidad significativa –en términos de un proceso de
institucionalización5– solo recientemente. De manera que aún
cuando existe un horizonte de internacionalización del cono-
cimiento, encontramos peculiaridades en el caso de México. En
concreto nos interesa mostrar en qué consisten dichas peculiari-
dades y qué factores las explican. Nuestra hipótesis consiste en
señalar que dichas particularidades no solo se relacionan con
el hecho de que las investigaciones se realicen desde contextos
sociales distintos, sino con procesos propios de las condiciones
sociales en las que se produce el conocimiento.
En esta ocasión presentaremos los resultados relativos al caso
de la aparición del cuerpo como objeto de estudio en las ciencias
sociales en México a partir de artículos de investigación publica-
dos entre 1989 y 2008.6 Generalmente cuando se hace alusión
5
Por institucionalización nos referimos no a la aparición aislada de traba-
jos que se interesan en el cuerpo, sino a un esfuerzo colectivo y sostenido por
visibilizar a éste como objeto de estudio en las ciencias sociales. En la ciencia,
los procesos de institucionalización se relacionan con “[…] la creación de las
condiciones favorables a la producción de saber y a la reproducción a largo
plazo del grupo; y en segundo lugar, la constitución de un grupo reconocido
como socialmente diferenciado y de una identidad social, bien disciplinaria a
través de la creación de asociaciones científicas […]” (Bourdieu, 2003: 92). Lo
anterior se traduce en encuentros nacionales e internacionales [v.gr. la creación
del Comité de investigación “El cuerpo en las ciencias sociales” desde 2008
en la Asociación Internacional de Sociología (isa)]; la aparición de revistas
especializadas, (v.gr. Body & Society, fundada desde 1995 por Bryan S. Turner
y Mike Featherstone o la reciente Revista Latinoamericana de Estudios sobre
Cuerpos, Emociones y Sociedad relaces, creada a partir del Congreso de la
Asociación Latinoamericana de Sociología alas 2007 dirigida por Adrian
Scribano, por mencionar algunos referentes). En lo que toca a México, destaca
el Congreso Internacional de Ciencias, Artes y Humanidades: El cuerpo desci-
frado, coordinado por Elsa Muñiz y Mauricio List, desde el 2003.
6
El rastreo de las y los precursores del estudio del cuerpo en las ciencias
sociales en México trasciende los artículos analizados. Para abundar en éstos
349
a la presencia del cuerpo en las Ciencias Sociales, se toma por
referencia los intereses surgidos en Europa o Estados Unidos de
Norteamérica (Le Breton, 2002; Turner, 1994), sin hacer pre-
cisiones respecto a las variaciones temáticas que pueden llegar
a presentarse según los países o las regiones. Consideramos que
atender a dichas especificidades nos llevaría a tener un pano-
rama global y al mismo tiempo plural en torno al estudio del
cuerpo y nuestras prácticas de investigación. Así pues, para el
caso del interés en torno al cuerpo en México nos interesa res-
ponder a las siguientes preguntas: ¿Qué tendencias temáticas
mayoritarias prevalecen entre los intereses de los científicos so-
ciales? ¿Qué particularidades presentan? ¿Qué tipo de abordajes
disciplinares destacan en la agenda de investigación nacional?
¿Es posible advertir que el estudio del cuerpo opera como un
referente que posibilita un “punto de encuentro interdiscipli-
nario” de las ciencias sociales? ¿Cómo y en qué sentido?

véase el artículo de Elsa Muñiz en este libro. Cabe señalar que se advierte
un viraje a estos temas entre finales de los años ochenta y principios de los
noventa, principalmente en los campos disciplinares de la historia, antro-
pología, psicología social e indiscutiblemente los estudios de género (Sabido,
2007: 232-241). Muñiz ha destacado cómo un texto pionero es: “la relevante
obra de Alfredo López Austin, Cuerpo humano e ideología, (1979)” (Muñiz,
2008: 21). También son significativos los trabajos de Serge Gruzinski relativos
a la colonización de los cuerpos (1982 y 1986) y, en general, la línea de la in-
vestigación histórica heredera de la “historia de las mentalidades” (Ibidem). En
la psicología social sobresale el trabajo de Margarita Baz Metáforas del cuerpo.
Un estudio sobre la mujer y la danza (1996). Inscrita en el marco de los estudios
de género, la historia y la antropología destaca la investigación de Elsa Muñiz,
Cuerpo, representación y poder. México en los albores de la reconstrucción nacio-
nal, 1920-1934, (2002). También en 2002 aparece Cuerpo: diferencia sexual y
género, de Marta Lamas, referente central en los estudios de género. Respecto
al estudio de tatuajes tenemos la línea de investigación inaugurada por Alfredo
Nateras (2002) y recuperada por autores como Piña Mendoza, Cuerpos po-
sibles. Cuerpos modificados (2004). Carlos Aguado publica en 2004 la inves-
tigación Cuerpo humano e imagen corporal: notas para una antropología de la
corporeidad. Muchos otros libros colectivos han aparecido resultado de semi-
narios de investigación y encuentros interinstitucionales (Cházaro y Estrada,
2006; Parrini, 2007; Tuñón, 2008; Muñiz y List, 2007; Muñiz, 2008; 2010).
350
Para dar cuenta de lo anterior hemos dividido este trabajo en
tres apartados centrales y una conclusión. En el primero abor-
damos la estrategia teórico-metodológica que hemos diseñado
desde la perspectiva del sociólogo francés Pierre Bourdieu; en
el segundo damos cuenta de las tendencias temáticas que preva-
lecen en los estudios sobre el cuerpo en México y sus particu-
laridades; en el tercer apartado abundamos en las miradas del
cuerpo desde las distintas disciplinas, los abordajes e intersec-
ciones disciplinares encontradas. Finalmente elaboramos algu-
nos puntos conclusivos.

E s t r a t e g i a T e ó r i c o -M e t o d o l ó g i c a

Como hemos señalado, la fundamentación teórico-metodoló-


gica que sustenta este trabajo se inscribe en el marco de la “so-
ciología de la sociología”, propuesta por Pierre Bourdieu, para
quien el conocimiento científico, como cualquier otro fenómeno
cultural, tiene particulares condiciones sociales de producción.
Para dar cuenta de ello, Bourdieu entiende a la ciencia como un
campo constituido por las posiciones y pugnas de quienes par-
ticipan en éste (científicos e instituciones); que son quienes a
partir de la acumulación de capital científico,7 se encargan de
visibilizar y legitimar ámbitos de investigación así como temas,
teorías y metodologías pertinentes (Bourdieu, 2000: 19). Igual-
7
El capital científico es un tipo de “capital simbólico” (Bourdieu, 2003: 64),
ya que consiste en la capacidad de “hacerse un nombre”, procurarse recono-
cimiento y distinción al interior del campo científico. Para Bourdieu, la dis-
tribución de capital científico es resultado de la historia de la composición
del campo y luchas anteriores que se objetivan tanto en instituciones, como
en agentes (Bourdieu, 2000: 25-27). Es decir, se relaciona con los procesos de
institucionalización y profesionalización de una disciplina en específico. Bour-
dieu también realiza una distinción entre capital científico y capital tempo-
ral. El primero es un capital que otorga “autoridad” al interior del campo, el
segundo “poder”, ya que se relaciona con la dimensión administrativa de las
instituciones científicas (decanos, rectores, administradores) (Bourdieu, 2003:
103). Una misma persona puede tener ambos capitales, no obstante el capital
temporal es esporádico y su peso es local.
351
mente los científicos que llevan a cabo ciertas prácticas de in-
vestigación, cuentan con el estado incorporado de las reglas im-
plícitas y explícitas de su campo de conocimiento (formas de
percibir y clasificar la realidad), es decir, portan habitus cientí-
ficos, productos de su formación y desempeño en el campo, que
les permite elegir temas y construir objetos de investigación, así
como solucionar problemas de investigación y evaluar dichas
soluciones (Bourdieu, 2000: 33).8 Convertir al habitus cientí-
fico en variable tiene diversas posibilidades,9 elegimos la dimen-
sión relativa al “estilo de pensamiento” entendido como todos
aquellos presupuestos de la tradición disciplinar compartidos,
relativos a cuestiones teórico-metodológicas, hipótesis, formas
de razonamiento, e inclusive el lenguaje y la manera de enunciar
problemas que se usa según las disciplinas.
Un campo científico –señala Bourdieu– también engloba
a todo ese conjunto de instituciones que posibilitan la produc-
ción y circulación de los bienes científicos, los productores y con-
sumidores (v.gr. sistema de enseñanza, asociaciones científicas,
encuentros nacionales e internacionales).10 Igualmente com-
prende los instrumentos de difusión, en particular las revistas
científicas (Bourdieu, 2000: 34) que en gran medida consagran
8
Bourdieu distingue entre el habitus individual del científico, relacionado
con las prácticas diferenciadas que realice según determinadas disposiciones,
v.gr. sexo, origen social, nacionalidad, trayectoria escolar. Y, por otra parte, el
habitus disciplinar relacionado con diversos aspectos, entre ellos el lenguaje
disciplinar y el estilo de pensamiento que se realiza al interior de un campo
(Bourdieu, 2003).
9
Inclusive algunas se relacionan con la misma hexis corporal de cómo llevar
el cuerpo en los seminarios, exposiciones y conferencias (Bourdieu, 2003: 82).
10
Para Bourdieu una asociación disciplinaria, contribuye a la gestión de
intereses de determinada comunidad disciplinaria pero para que ésta pueda
ser comprendida es necesario considerar las posiciones que ocupan en el
campo aquellos que la integran y dirigen (Bourdieu: 2003: 86). Para el caso de
los recientes intereses sobre el cuerpo y la afectividad en América Latina fue
de gran utilidad el rastreo de la Asociación Latinoamericana de Sociología
(alas) como asociación científica que ha jugado un papel significativo en la
promoción de dichos objetos (Sabido, 2011).
352
la visibilización y circulación de determinados objetos, temas y
abordajes. Es por ello que para el análisis de la presencia del
cuerpo en las ciencias sociales, en este trabajo elegimos a los
artículos de investigación como fuente primaria.
La decisión de trabajar con artículos de investigación se debe
además a dos razones. Consideramos que éstos aparecen en un
canal privilegiado de la comunicación científica, toda vez que la
temporalidad de publicación de una revista académica es más
corta, comparada con otros productos académicos (García, Sa-
bido y Cedillo, 2011). Además, actualmente el acceso en línea
facilita su consulta. Igualmente por tratarse de una problemáti-
ca que recientemente ha ido institucionalizándose en nuestro
país, fue de gran utilidad comparar el momento en que aparece
una tendencia constante en la publicación de artículos orientados
al cuerpo, con el resto de las regiones. De esta manera, si com-
paramos la tendencia registrada en el proyecto general (gráfica 1),
notamos cómo en el caso de México la aparición sistemática de
artículos comienza en 1998, con un repunte significativo a partir
del 2004 (gráfica 2).
En lo que toca a México el corpus de artículos se construyó
a partir de la plataforma Redalyc (Red de Revistas Científicas
de América Latina y el Caribe, España y Portugal)11. Se com-
pilaron 53 artículos a partir de los siguientes criterios: a) que
tuvieran la palabra “cuerpo” en título, resumen o palabra clave;
b) que estuviesen publicados en una revista de investigación con
adscripción en México y; c) que la fecha de publicación fuera
entre 1989 y 200812. En un primer momento se realizó una lec-
11
“Redalyc es un portal multidisciplinario de libre acceso a revistas cien-
tíficas con una colección disponible de 550 publicaciones arbitradas en
texto completo. De las cuales 401 son de ciencias humanas y sociales. Re-
dalyc ofrece acceso a 79, 702 artículos completos en ciencias humanas y
sociales” (unesco, 2011: 326).
12
En el registro de información, cuantificación y rastreo de artículos y revis-
tas participaron los siguientes prestadores de servicio social de la licenciatura en
Sociología de la uam-Azcapotzalco: Diana Ramírez Maza; Víctor Hugo Rodrí-
guez; Viridiana Tejeda Valdivia; y Viviana Vargas Sandoval, a quienes agradec-
emos su apoyo y trabajo comprometido.
353
tura cuantitativa de los resúmenes respectivos con el apoyo del
programa maxqda, que procesó la frecuencia de palabras.

Gráfica 1

Fuente: Elaboración propia.

Gráfica 2

Fuente: Elaboración propia.

Frente a la variedad de temas que encontramos, y ante la necesi-


dad de identificar algunas de las tendencias mayoritarias, hicimos
una depuración bajo un conjunto de agrupaciones de palabras
que denominamos “campos semánticos”. Lo anterior consistió

354
en la organización de algunas palabras en grupos que compartían
significados relacionados con líneas de investigación reconoci-
das en el campo de estudio del Cuerpo en las ciencias sociales.13
Por ejemplo, femenina, femineidad, masculino, masculinidad,
género, rol de género. Como puede apreciarse, tal agrupación
de palabras están asociadas con lo que Marina y López denomi-
narían como “una representación semántica básica” (Marina y
López, 2005: 16). Es decir, podemos reconocer dichas palabras
como pertenecientes a un mismo núcleo de Sentido, en el ejem-
plo mencionado con los estudios que vinculan Cuerpo y Género.
Las palabras mencionadas de manera frecuente en el análisis
de resúmenes, título y/o palabras clave, fueron agrupadas en di-
chos “campos semánticos”, y éstos conformaron un diccionario
que posteriormente fue utilizado para analizar los resúmenes de
cada artículo. En el Cuadro 1 mostramos una síntesis de tales
campos con algunas de las palabras asociadas a éstos. Los grupos
de palabras o “campos semánticos” nos permitieron ubicar las
tendencias generales de los temas tratados. Bajo tal criterio re-
cuperamos 35 artículos, agrupados en cinco “campos semánti-
cos” que denominamos Cuerpo y género, Cuerpo y salud, Cuerpo
e identidad, Cuerpo y sexualidad, y Cuerpo y Sentido (gráfica 3).
A continuación describiremos los intereses que comparten los
artículos de investigación agrupados en cada campo, así como
algunos de sus rasgos más significativos. La intención no es reali-
zar una descripción de cada uno, cuestión que rebasaría nuestras
posibilidades en este espacio, sino enumerar los principales in-
tereses que éstos suscriben.

13
Consideramos que el lenguaje de los recientes estudios sociales sobre el
cuerpo, organiza temáticas asociadas a campos de significado diverso, esto es
visible en los criterios que subyacen a la organización de mesas temáticas en con-
gresos especializados, índices de libros o monográficos de revistas. Lo anterior
permitió una organización informada de determinados “campos semánticos”.
355
Cuadro 1
campos semánticos

CUERPO Y CUERPO Y CUERPO E CUERPO Y CUERPO Y


GÉNERO SALUD IDENTIDAD SEXUALIDAD SENTIDO
Femenina Alimentación Alteridad Acto sexual Conciencia
Femineidad Anorexia Subjetividad Bisexual Experiencia
Masculino Obesidad Cultura Deseo Percepción
Masculinidad Enfermedad Identidad Erótica (o) Sentido
Género Salud Imaginario Homosexual Significado
Rol de género Médica (o) Memoria Sexualidad Vivido
Fuente: Elaboración propia.

Gráfica 3

Fuente: Elaboración propia.

356
Cuerpo y tendencias temáticas mayoritarias
Campos semánticos

Cuerpo y género
Indudablemente los trabajos feministas, así como su más re-
ciente viraje hacia los estudios de género y las masculinidades,
han sido uno de los ámbitos de conocimiento precursores en los
estudios sociales del cuerpo a nivel mundial (cfr. Turner, 1994;
y Featherstone y Turner, 1995). El caso de México no es la ex-
cepción; el material que revisamos lleva ya desde sus primeros
artículos fechados en 1998, la impronta del género. Algunos de los
rasgos que los caracterizan son:14 a) El reconocimiento del cuerpo
sexuado como un fenómeno cultural e históricamente situado y
sus implicaciones en términos de la configuración de identidades
de género. b) Las inflexiones históricas propias del país y la región,
sobre todo las relativas a los procesos de la colonización del cuer-
po.15 Y c) Un viraje hacia los estudios sobre masculinidades.
Como hemos mencionado, uno de los puntos de partida de
este campo es el reconocimiento del cuerpo sexuado como un
fenómeno cultural e históricamente situado. Los trabajos de
corte más teórico que encontramos son realmente ilustrativos
a éste respecto. Así, uno de los escritos que distingue concep-
tualmente entre sexo, género y diferencia sexual (Lamas, 2000)
14
Se trata de los artículos: “¡Ámame por ser bello! Masculinidad=cuerpo+
eros+consumo” (G. Aguiar, 1998: 269-284); “Diferencias de sexo, género y
diferencia sexual” (Lamas, 2000:1-24); “El feminismo, la cultura occidental y
el cuerpo” (Bordo, 2001: 7-81); “Doña Bárbara de Echegaray, beata y pecadora
Xalapeña de fines del siglo xviii” (Núñez, 2001: 207-242); “Representación
en el discurso poético de la frontera, el desierto y el cuerpo femenino (2001-
2004)” (Báez, 2005: 105-127); “Mujeres frente a los espejos de la maternidad:
las que eligen no ser madres” (Ávila, 2005: 107-126); y “El cuerpo como para-
digma teórico en literatura” (Vivero, 2008: 56-83).
15
Aspecto que también se destaca en los intereses recientes en América La-
tina y en concreto en un canal institucional de la sociología como la Asociación
Latinoamericana de Sociología (alas) (Sabido, 2011).
357
nos exhorta a investigar la simbólica social que se inscribe en los
cuerpos sexuados y que está en la base de la actuación del género.
Por su parte, otro de los artículos llama al análisis del “complejo
y densamente institucionalizado sistema de valores y prácticas”
(Bordo, 2001: 62) que configuran los cuerpos y las subjetivi-
dades de hombres y mujeres en las sociedades contemporáneas.
Otra veta particularmente estudiada tiene que ver con la
configuración de las identidades de género en relación a un de-
ber ser naturalizado –las mujeres como seres para otros– (desde
la estructuración de la psique hasta las políticas del cuerpo y la
apariencia, como nos insisten Lamas y Bordo), las representa-
ciones culturales alrededor del cuerpo femenino y por supuesto
temas como la interrupción voluntaria del embarazo, la decisión
sobre el propio cuerpo y el ejercicio o no de la maternidad. Éste
último tema es trabajado por el artículo de Yanina Ávila “Mu-
jeres frente a los espejos de la maternidad: las que eligen no ser
madres” (2005) donde señala cómo la naturalización del vín-
culo mujer-maternidad da lugar a una fuerte estigmatización y
presión social sobre aquellas mujeres que lo desafían.
También es evidente cómo se han problematizado más algu-
nas temáticas que otras, caracterizadas por ciertas inflexiones
históricas propias del país y la región. No es casual el interés por
indagar las configuraciones del cuerpo en el periodo colonial
y en particular la conformación del cuerpo femenino en este
periodo histórico de América Latina. Al respecto destaca un
artículo de investigación que se acerca al estudio de las atribu-
ciones de Sentido que la sociedad realiza al “cuerpo femenino
novohispano” (Núñez, 2001).
Por último, los estudios sobre masculinidades ampliaron el es-
pectro de temáticas tratadas al insistir en el carácter relacional de
las identidades de género desde otra perspectiva. Así, en México
esta vertiente también va ganando presencia; otro de los escritos
nos muestra la influencia de los medios de comunicación en un
imaginario del cuerpo, que se ha vuelto un referente hegemónico

358
de las identidades masculinas y la construcción de la subjetivi-
dad a partir de ello (G. Aguiar, 1998).16

Cuerpo y salud
Este campo semántico ha sido agrupado bajo la relación cuerpo
y salud; en este sentido, los artículos que lo componen abordan
temáticas relacionadas con las concepciones de cuerpo, salud y
enfermedad.17 Entre los aspectos más relevantes de este campo
se encuentran: a) La preocupación que existe por desarticular
duplas como cuerpo/naturaleza y mente/cuerpo en las explica-
ciones relativas a las afecciones y padecimientos del cuerpo. b)
La alusión a la medicina como discurso hegemónico encargado
de producir saberes, técnicas y prácticas específicas para lograr la
regulación de los cuerpos. Y c) El énfasis en problemáticas socia-
les, propias del país en el que vivimos relacionadas con proble-
mas de salud. Esto último es uno de los rasgos más significativos
que caracterizan las tendencias temáticas en general, aspecto que
enfatizaremos más adelante.
En estos artículos existe una preocupación por articular la con-
cepción del cuerpo en tanto organismo biológico y cómo éste se
encuentra mediado por la cultura.18 Podemos señalar –siguiendo
16
De tal suerte que G. Aguiar nos recuerda como “Se es hombre mediante
un cuerpo sexuado, un conjunto de músculos, una apariencia elaborada. El
consumo de productos ofertados en los medios de comunicación se ubica como
un definitivo patrón de diferenciación y de amoldamiento simbólico que define
la masculinidad” (Aguiar, 1998: 283).
17
Los artículos son: “Biomagnetismo: el magnetismo del cuerpo humano”
(Sosa, 2002: 31-43); “Análisis de la interrelación entre alergia y variables
psicológicas” (Gualberto Buela et al., 2002: 23-28); “Análisis de muertes
por suicidio en el Estado de Querétaro” (Espinosa; Almeida; Cortés y Leo,
2003: 47-54); “Representaciones del estrés y su invisibilidad para la atención”
(Ramírez, 2005: 27-60); “Prácticas alimentarias de mujeres rurales: ¿una nueva
percepción del cuerpo” (Pérez; Vega y Romero, 2007: 52-62); “La construcción
de una ética médico-deportiva de sujeción: el cuerpo preso de la vida saludable”
(Pedraz, 2007: 71-78); y “Práctica deportiva, alimentación y construcción del
cuerpo” (Espeitx, 2006: 1-22).
18
Al respecto, Bryan Turner ha señalado como “el concepto de ‘enfermedad’
359
a Bryan Turner– que los escritos provenientes de diferentes dis-
ciplinas muestran un intento por disolver la dupla naturaleza/
cultura para dar cuenta de cómo “la cultura configura y media a
la naturaleza” (Turner, 1989: 247). Otro intento por lograr el
desdibujamiento de las duplas, se relaciona con aquellos estu-
dios que intentan trascender la pareja cuerpo/mente. Algunos
escritos mencionan cómo las enfermedades físicas (cuyas mani-
festaciones aparecen en el organismo) están asociadas a factores
psicológicos, como el caso de las alergias (Buela et al., 2002).
De la misma manera, independientemente de la disciplina desde
la que se realizan estos análisis, existe un esfuerzo por relacionar
los aspectos psicológicos, psiquiátricos e inclusive neuroquímicos
con las afecciones que presentan las personas inmersas en un con-
texto socio-cultural y afectivo.
En el caso de una investigación sobre el estrés, se muestra
cómo el cuerpo aparece desde su dimensión biológica (la mani-
festación física de una enfermedad) pero en el marco de un con-
texto cultural e ideológico (Ramírez, 2005). Desde estos análisis,
el individuo experimenta y padece su cuerpo como consecuen-
cia de una lógica social. En el mismo sentido, en otro estudio
sobre el suicidio los autores enfatizan como éste es un fenómeno
sumamente complejo tanto desde el punto de vista individual
como social –concretamente epidemiológico–, ya que explicar
la causas del suicidio supone la intervención de “variables so-
ciales, culturales, económicas, psicológicas y neurobiológicas”
(Espinosa; Almeida; Cortés y Leo, 2003: 51).
También llama la atención que en su mayoría los artículos
hacen referencia a la medicina como un discurso que configu-
ra prácticas y evoca representaciones hegemónicas del cuerpo.
Cabe señalar que ya Bryan Turner había advertido cómo para
enfocar la enfermedad de manera sociológica debemos conside-
rar que se trata de un fenómeno social y “la medicina una prác-

es el indicador más sensitivo de la cualidad problemática de la división natura-


leza/cultura” (Turner, 1989: 249).
360
tica política” (Turner, 1989: 253). Por ejemplo, en el caso del
artículo “Prácticas alimentarias de mujeres rurales: ¿Una nueva
percepción del cuerpo?”, las autoras señalan cómo se ha cons-
truido una ‘normalidad dietética’: “[…] cuyos objetivos princi-
pales han sido disciplinar y estandarizar los cuidados del cuerpo,
por un lado, y procurar el mantenimiento de un orden social, por
el otro” (Pérez, Vega y Romero, 2007: 53). Igualmente sobre-
sale la resignificación del legado de Michel Foucault, al respecto
uno de los autores insiste en cómo: “[…] el estilo de vida salu-
dable médicamente definido se construye –empleando el análisis
foucaultiano– a partir de sutiles pero permanentes técnicas de
acondicionamiento (social) que penetran el cuerpo y crean una
retícula de lazos (emocionales, ideológicos, prácticos) a través de
los que discurre el poder (Pedraz, 2007: 74).

Cuerpo e identidad
Más allá de un concepto unívoco de identidad, en este campo
encontramos un ángulo de lectura analítico que podría enun-
ciarse en cómo la concepción sociocultural que tienen los gru-
pos sobre el cuerpo forma parte de los criterios de pertenencia
con los que las personas se identifican o se sienten excluidas de
un nosotros. Asimismo, existen preocupaciones por entender
los procesos sociohistóricos en la construcción de la subjetivi-
dad y cómo estos atraviesan al propio cuerpo. Algunos rasgos
comunes de éstos artículos son19 a) El predominio que tiene la
19
Los artículos agrupados en este campo son “La enfermedad y la medicina
en las culturas precolombinas de América: la cosmovisión nahua” (Villaseñor;
Malpica y Berganza, 2002: 1-13); “Elocuencia y magia del cuerpo. Un enfoque
negroafricano” (Kasanda, 2003: 589-616); “Imágenes de la sexualidad y po-
tencias de la naturaleza: el caso de las esculturas fálicas Chalchihuiteñas de mo-
lino, Durango” (Aedo, 2003: 47-71); “El sonido numinoso. Música ritual y
biología” (Ramírez, 2004: 81-97); “La inscripción de la ley en los cuerpos: Un
recorrido por los límites. Foucault, Bourdieu, De Certeau” (Rodríguez, 2005:
7-39); “El cuerpo y la persona en el espacio-tiempo de los Mayas de los Chenes,
Campeche” (Hirose, 2007: 1-30); “Cuerpo, Ch´ulel y Lab, elementos de la
configuración de la persona Tseltal en Yajalón, Chiapas” (Sánchez Carillo,
361
antropología como disciplina en el tratamiento de este tema. b)
El interés que existe por investigar la concepción de persona en
grupos indígenas y su cosmovisión así como el contraste de esta
con la concepción fragmentada del individuo moderno. Y c) La
preocupación reciente por indagar la experiencia y prácticas de
la subjetividad contemporánea en contextos específicos.
Como señalamos, el primer rasgo se relaciona con el predo-
minio que tiene la antropología como disciplina en la medida en
que 60% de los trabajos agrupados en este campo se inscriben
en ella.20 Una referencia clásica en estos artículos es el libro de
Alfredo López Austin, Cuerpo humano e ideología. Las concep-
ciones de los antiguos nahuas (1979). Igualmente otros autores
destacan el trabajo de Gonzalo Aguirre Beltrán, Medicina y
magia (1963) “pionero en la antropología médica” (Villaseñor;
Rojas y Berganza, 2002). Podemos señalar cómo estos trabajos,
especialmente el de López Austin, se inscribe en un periodo
(las décadas setenta y ochenta del siglo pasado) que Alejandro
Araujo ha denominado como el aporte de la antropología en
México en tanto “pieza clave para erosionar la noción de una
identidad nacional homogénea” (Araujo, 2011: 142). De ahí
que resulta significativa esta manera de comprender cómo los
procesos identitarios atraviesan al cuerpo, dando lugar a para-
dojas y contradicciones dada la diversidad cultural en nuestro
país y su historial colonial. Como se advierte, en estos trabajos
estamos ante la presencia de la categoría de identidad colectiva,
a diferencia de aquella que nos remite al self como construcción
del sí mismo.
Otro aspecto significativo se relaciona con el interés que
existe por la concepción de persona en grupos indígenas y, en
2007-2008: 1-58); “Aproximación a la noción de persona en Mam” (Ro-
sales, 2007-2008: 1-35); “La imagen corporal sin cuerpo: angustia, motri-
cidad e infancia” (Levin, 2008: 91-112); y “De jóvenes, cuerpos y alimentos:
la reconstrucción de un itinerario de investigación” (Tinat, 2008: 179-186).
20
De los 10 trabajos revisados, 6 se inscriben en la Antropología, 1 en Cien-
cias de la Salud, 1 en Psicología, 1 en Arqueología y 1 en Estudios Culturales.
362
general, la cosmovisión de estos grupos, así como el contraste
de esta con la concepción del individuo moderno. Subyace la
oposición que realizan los autores entre la concepción anatómi-
ca y cartesiana del individuo moderno, por un lado, y la con-
cepción del cuerpo como algo indisociable del cosmos, los otros
y la persona (Kasanda, 2003). La noción de persona adquiere
ciertos rasgos que permiten ligar cuerpo, comunidad, entidades
anímicas y cosmos; misma noción que se manifiesta en prácti-
cas de curación, danzas, ritmos y rituales estudiados minuciosa-
mente a través de trabajos etnográficos o estudios arqueológicos
(Villaseñor; Malpica y Berganza, 2002; Aedo, 2003; Ramírez,
2004; Hirose, 2007; Sánchez Carillo, 2007-2008; Rosales,
2007-2008).
Más recientemente encontramos algunos trabajos preocu-
pados por indagar la experiencia y prácticas en la construcción
del sí mismo (self) en la modernidad contemporánea. Desde
aquellos que presentan autores y herramientas conceptuales
para comprender la construcción histórico-social de la subje-
tividad a través del cuerpo (Rodríguez, 2005); hasta aquellos
que indagan los procesos tempranos en la adquisición de una
“imagen corporal” como rasgo constitutivo de la identidad. En
tal sentido destaca un artículo relacionado con los síntomas cor-
porales actuales de la infancia, los problemas de atención, apren-
dizaje y estrés infantil (Levin, 2008: 101); y también un escrito
relacionado con el itinerario de una investigación en el que se
han estudiado los trastornos alimenticios de anorexia y bulimia
en mujeres jóvenes del contexto rural mexicano (Patámban, Mi-
choacán) (Tinat, 2008: 188).

Cuerpo y sexualidad
Pese a la cercanía de este campo con Cuerpo y género, decidimos
mantenerlos separados en la medida en que se aprecian algunas
diferencias. La primera tiene que ver con un registro temporal,
si Cuerpo y género data de 1998, el primer artículo de Cuerpo y

363
sexualidad fue publicado hasta 2003; es decir, con cinco años de
diferencia. Otros rasgos que los distinguen son21 a) La reivindi-
cación de un principio de placer abierto a la diversidad sexual.
Y b) El ejercicio y demanda por el reconocimiento de derechos
sexuales así como su legitimación social y política.
Respecto al primer rasgo, en los artículos agrupados bajo este
campo si bien se reconoce que existe un ordenamiento de género
en el campo de la sexualidad (en la medida en que se imponen
ciertas representaciones, expectativas y usos del cuerpo sexuado)
se insiste en la reivindicación de un principio de placer abierto a
diversas identidades sexuales que ponen en jaque la normatividad
heterosexual. Así, uno de los trabajos que traza la trayectoria del
movimiento lésbico-gay en México alude a la marcha del orgullo
gay como un “mosaico de identidades, entre las cuales está la rei-
vindicación de la diversidad sexual” (González, 2005: 90).
Igualmente notamos un considerable interés por el ejercicio de
los derechos sexuales y su legitimación social, por lo que este cam-
po radicaliza la consigna feminista de cómo lo personal es político,
para el caso no solo de las mujeres sino de las diversas identi-
dades sexuales. Igualmente se reivindican estos derechos como
parte fundamental del ejercicio de la ciudadanía (Amucháste-
gui y Rivas, 2004 y González, 2005). Por otra parte, el material
que revisamos hace alusión a la violencia simbólica y física que
se ejerce contra quienes transgreden el orden heterosexual vi-
gente; así como el impacto del vih-sida en las demandas de
una población que no solo reivindicaría la identidad sexual sino
la garantía de sus derechos sexuales y de salud. Por ahora solo lo
mencionaremos, puesto que será materia de otro apartado.
21
Se trata de los artículos: “Notas sobre la representación del cuerpo en la
obra de Michel Foucault” (Uribe, 2003: 127-139); “Los procesos de apro-
piación subjetiva de los derechos sexuales: notas para la discusión” (Amuchás-
tegui y Rivas, 2004: 543-597); “Marcha del orgullo por la diversidad sexual.
Manifestación colectiva que desafía las políticas del cuerpo” (González, 2005:
90-97); “La politización contemporánea: feminidad y sexo servicio” (Carreras,
2007: 177-194); y “Notas sobre violencia, tortura, terrorismo del estado y ero-
tismo” (Manero y Villamil, 2007: 18-25).
364
Cuerpo y sentido
Hemos constatado por la periodicidad de los artículos que apa-
recen en este campo,22 un interés reciente por rescatar a la pers-
pectiva fenomenológica para indagar la relación entre cuerpo y
experiencia. Por ello, hemos denominado a este campo semán-
tico como aquél que se ocupa de la relación entre el Cuerpo y
el Sentido, considerando algunos supuestos y niveles analíticos
propios de la fenomenología23 tales como a) El tratamiento del
problema del cuerpo pero desde “el punto de vista del sujeto”
(Turner, 1989: 83; Rábade, 1998: 86). b) El énfasis en la expe-
riencia, es decir, la preocupación por el análisis del cuerpo como
realidad vivida. Y c) El predominio de la filosofía como disci-
plina en estos abordajes.
Sin duda el impacto que ha tenido la fenomenología en las
ciencias sociales ha sido relevante y ha permitido replantear el
problema del cuerpo (Entwistle, 2002) no obstante, la recep-
ción y resignificación de la misma no ha sido unívoca. Es por
ello que conviene tener presente que uno de los elementos que
identifican a un planteamiento de corte fenomenológico res-
pecto al tratamiento del cuerpo, tiene que ver con cómo su pun-
to de partida es el sujeto, o en palabras de Rábade un interés por
“integrar la corporalidad al sujeto” (Rábade, 1998: 86).

22
Los artículos son “GS o Mirar los cuerpos sociales y emociones desde Georg
Simmel” (Aguiluz, 2005: 120-132); “En torno al sentido del dolor” (Dörr-
Zegers, 2006: 9-17); “Cuerpo, disciplina y técnica: problemas de la formación
dancística profesional” (Ferreiro, 2007: 23-55); “Aspectos intrapersonales
y familiares asociados a la obesidad: un análisis fenomenológico” (Cabello y
Zúñiga, 2007: 183-188); y “El ser del hombre, vértice del entrecruzamiento
entre la voluntad de poder ser y la inminencia de la muerte (a propósito del
cuerpo y el dolor)” (González, 2008: 139-148).
23
Bryan Turner ha señalado cómo desde los años sesenta la fenomenología
fue una de las corrientes de pensamiento –en especial la fenomenología fran-
cesa– que cuestionó las duplas conciencia/cuerpo, para articularlas en una
idea de “conciencia corporificada” (Turner, 1989: 83). Inclusive para algu-
nos autores la fenomenología contribuye a la “redención del cuerpo” en la
filosofía (Rábade, 1998: 89-91; Turner, 1989: 83).
365
De acuerdo a lo anterior, resulta pertinente aclarar que el
cuerpo que interesa a la fenomenología no es el cuerpo fisiológi-
co sino el cuerpo vivido, el cuerpo como sede de la experiencia.24
Igualmente, una de las diferencias más importantes de este cam-
po es su adscripción a una disciplina: la filosofía.25 En cuanto a
las temáticas estudiadas, podemos apreciar preocupaciones pro-
piamente filosóficas como es el caso de dos artículos relativos a
la muerte y el dolor (Dörr-Zegers, 2006: 9-17; González, 2008:
139-148), donde se reflexiona en torno a dichos acontecimien-
tos pero entendidos como una condición paradójica y trágica de
la existencia humana, a saber, “[…] el contraste entre la concien-
cia del ser como apertura [al mundo] y el brusco encuentro con
la noticia de la muerte” (González, 2008: 145).
Igualmente, en otro escrito que indaga la experiencia del dolor
se hace alusión a cómo ésta no es solo un acontecimiento físico,
sino una experiencia subjetiva. Así, por ejemplo: “En la depresión
es el sufrimiento espiritual el que se hace corporal y al mismo
tiempo la víscera, de algún modo disfuncional (el estómago en
la úlcera gastroduodenal, el intestino grueso en el colon irritable,
las arterias cerebrales en la jaqueca, etc.), la que se espiritualiza al
hacerse vehículo de un significado” (Dörr-Zegers, 2006: 12).
24
Al respecto señala Rábade: “Este es el cuerpo fenoménico, el cuerpo que,
al mismo tiempo que se me da en la experiencia, la posibilita. Es el cuerpo
como realidad vivida, es el cuerpo habitado por la conciencia: cuerpo con-
cienciado o conciencia corporalizada. Es un cuerpo-no-objeto sino el origen
de toda significación objetiva, vehículo de significaciones y posibilidad de los
objetos” (Rábade, 1998: 92).
25
Cabe señalar que la fenomenología se ha retraducido disciplinarmente;
en ocasiones no necesariamente a partir de un marco conceptual explícito,
pero sí del trazo de dimensiones analíticas relacionadas fundamentalmente
con la experiencia. En el caso de la sociología, una de las dimensiones que han
sido destacadas de algunos de los diagnósticos de la modernidad se relaciona
justamente con este ángulo. Así por ejemplo, el artículo “GS o Mirar los
cuerpos sociales y emociones desde Georg Simmel” (Aguiluz, 2005: 120-
132) realiza un recorrido por algunos de los temas y figuras sociales que
plantea Georg Simmel en su obra sociológica y específicamente cómo se
fue constituyendo un tipo particular de condición y experiencia moderna.
366
Como se ve, el autor hace referencia a padecimientos aparente-
mente orgánicos, que, sin embargo, están atravesados por inter-
pretaciones subjetivas.
En cuanto a las temáticas estudiadas, podemos apreciar dis-
ciplinas que acuden a la fenomenología para explicar determi-
nados fenómenos, como, por ejemplo, el proceso formativo y
educativo del bailarín. La autora de este trabajo señala cómo las
recientes preocupaciones por la formación del intérprete creati-
vo en la danza han dado un viraje a otro tipo de enfoques en los
que se considera al cuerpo vivido, y no solo al cuerpo moldeado
por la disciplina dancística (Ferreiro, 2007: 46). Por otro lado,
existen investigaciones preocupadas por indagar los aspectos
intrapersonales y familiares asociados a la obesidad, donde el
énfasis está puesto en la “percepción de la imagen del cuerpo”
y, sobre todo, en las “experiencias de vida de las personas” (Ca-
bello y Zúñiga, 2007).

Problemas sociales

Uno de los rasgos más significativos del corpus consultado tiene


que ver con la mención de problemas sociales que aquejan al
país. Vale la pena recordar que la definición sociológica de un
problema social tal y como lo propone Remi Lenoir tiene que
ver con su formulación pública, lo que implica un trabajo de
evocación y legitimación orquestado por agentes tanto del ám-
bito civil y estatal, así como del académico (Lenoir, 1993). En
este sentido, otro de los hallazgos consistió en descubrir que la
mayoría de los artículos forman parte de un esfuerzo colectivo
por hacer visibles fenómenos que preocupan tanto a diversos
sectores de la sociedad mexicana contemporánea como al Es-
tado, y que a su vez se consideran pertinentes de análisis en el
ámbito académico.
Por ejemplo, en la actualidad es visible la emergencia de análi-
sis sobre los trastornos alimenticios como la bulimia, la anorexia,

367
el sobrepeso y la obesidad que en los artículos quedan definidos
como “problemas de salud pública”.26 De ahí el interés por de-
sarrollar estudios que contribuyan a la elaboración de diagnósti-
cos confiables para lograr una mejor comprensión y atención
efectiva. Vale la pena mencionar que se trata de investigacio-
nes de corte cualitativo que se preocupan por comprender el
horizonte significativo desde donde se percibe y experimenta
el cuerpo. Así, los trabajos de Tinat (2008), Espeitx (2006) y
Pérez, Vega y Romero (2007) parten de la consideración de los
factores socioculturales que originan los trastornos alimenti-
cios en el marco de sociedades que equiparan la delgadez con
la salud y la belleza. También dan cuenta de cómo esto supone
experiencias distintas entre hombres y mujeres. En ese mismo
tenor, existe una preocupación por indagar en la experiencia vivida
del cuerpo obeso en el marco significativo ya mencionado (Cabe-
llo y Zúñiga, 2007: 183-188). Mientras que otro artículo plantea
cómo las definiciones de salud elaboradas desde la medicina con-
temporánea imponen formas de relación con el cuerpo propias de
un modelo hegemónico de clase (Pedraz, 2007: 71-78).
Por su parte, el estrés, como un fenómeno que afecta por
igual a niños y adultos en México, reclama la atención de los
investigadores y se define en términos de interés público. De
ahí que se vaya más allá de la dimensión biológica del fenóme-
no para evidenciar los marcos sociales y culturales en los que
se inscribe y los conflictos a los que da lugar, sea en relación a
las condiciones laborales de un grupo de telefonistas (Ramírez,
2005) o respecto al sufrimiento y la imagen del cuerpo que los
niños tienen de sí mismos en el marco de la cultura contem-
poránea (Levin, 2008).
26
El trabajo de Pérez, Vega y Romero (2007) señala “En once años, las cifras
de obesidad en mujeres de 18 a 49 años pasó de 9% en 1998 a 24% en 1999
(aumento superior a 150%) y el sobrepeso de 24% a 35% (aumento de casi
50%). En este sentido el sobrepeso y la obesidad se han convertido, junto con
otras enfermedades crónicas, en un problema de salud pública en México”
(Pérez, Vega y Romero, 2007: 53).
368
El suicidio es otro de los problemas sociales que se definen
como de salud pública y que cada vez tiene más presencia en
los jóvenes. Espinosa, Almeida, Cortes y Leo (2003: 47-54)
reconocen que se trata de una epidemia que va en aumento en
el país y llaman la atención sobre una variable estructural aso-
ciada con el sistema de salud en México en donde no existen
recursos humanos y materiales suficientes en materia de salud
mental, lo que propicia que “muchos individuos no reciban un
tratamiento adecuado o ni siquiera reciban uno, lo que acarrea
consecuencias devastadoras para la salud” (Espinosa; Almeida;
Cortés y Leo, 2003: 53).
Para cerrar con este bloque hay que mencionar que observa-
mos cierto grado de reflexividad respecto a la práctica médica.
Dicha reflexividad gira en torno a dos ejes: una preocupación
por desarrollar métodos no invasivos en los tratamientos que se
le dan a los pacientes, por un lado; y, por otro, el reconocimien-
to del condicionamiento recíproco entre cuerpo y mente (Sosa,
2002 y Buela, de los Santos, Carretero y Cachinero, 2002). Si
bien no se trata de problemas sociales en el sentido en que lo
empleamos aquí, supone una forma de sensibilización respecto
a las críticas de las que ha sido objeto la medicina alópata, pues
como dijera Norbert Elias, ésta se ocupó más por cuidar de los
órganos del cuerpo que de las personas (Elias, 1989).
Otra de las preocupaciones reflejadas en algunos artículos se
relaciona con los obstáculos que enfrenta el país para el ejercicio
de derechos reproductivos y sexuales de hombres y mujeres, al
tocar temas como la posibilidad de ejercer o no la maternidad,
el reconocimiento de la diversidad sexual y la propuesta de una
ética ciudadana que garantice el derecho al placer, en un marco
de respeto mutuo (Ávila 2005; González, 2005 y Amucháste-
gui y Rivas, 2004, respectivamente). Estos artículos también ha-
cen alusión a los procesos de estigmatización y violencia que se
ciernen sobre las personas que actúan mal el género –siguiendo
la categoría de performatividad de Judith Butler– (por ejemplo,

369
cuando las mujeres eligen no ser madres); o cuando su identidad
sexual desafía la lógica heteronormativa como es el caso de las
identidades queer,27quienes además han sido víctimas del hostiga-
miento y asesinato en nuestro país.28 Los artículos de este bloque
también refieren el impacto del vih-sida en las agendas públicas
y académicas, toda vez que las luchas por el reconocimiento de la
diversidad sexual pasan por la garantía de los derechos sexuales
y de salud. Tal fue el caso del movimiento lésbico gay en la ciu-
dad de México durante la década de los ochenta del siglo pasado,
pues, como nos recuerda González, la aparición del sida obligó
al movimiento a luchar por “cambios en las políticas de salud
y por campañas preventivas específicas, así como en la orga-
nización de espacios de información sobre la enfermedad y las
infecciones de transmisión sexual its” (González, 2005: 93).
27
La palabra queer proviene de lo que más recientemente se ha denominado
“la sexualidad alternativa” (Ritzer, 2011: 76; Elliot, 2009: 206-209). Algunos
autores señalan cómo la “Teoría queer” toma su nombre a partir de una re-
semantización de la palabra inglesa peyorativa “queer”, que podría traducirse
como maricón, homosexual, gay, marica, torcido (Fonseca y Quintero,
2009: 43-60). En México, en el primer monográfico dedicado al tema de
la diversidad sexual en la revista Sociológica (núm. 69), Fonseca y Quintero
señalan cómo la primera Universidad que contribuyó al desarrollo de la
Teoría Queer fue Columbia, en 1989, y, posteriormente, la Universidad
de Duke y el Centro de Estudios de Lesbianas y Gays de la Universidad de la
Ciudad de Nueva York. En Europa la pionera fue la Universidad de Utrech,
ubicada en el centro de los Países Bajos con su Departamento de Estudios
Interdisciplinarios Gays y Lesbianas. Señalan también la institucionali-
zación del tema en España y América Latina, así como la aparición de dicha
área de investigación en la Universidad de Bahía en Brasil y el Programa
Universitario de Estudios de Género (pueg-unam) en México que desde
1999 ofrece el Seminario de Investigación en Diversidad Sexual (Ibidem)
28
Algunos investigadores han hecho un esfuerzo por documentar el registro
de crímenes por homofobia. A partir de diversas fuentes, Mercado señala: “En
América Latina un homosexual es asesinado cada dos días. El país que enca-
beza la lista es Brasil, en dónde tan solo en 2007 se registraron 122 homicidios
de esta naturaleza […] México ocupa el poco honroso segundo lugar, con 35”.
(Mercado, 2009: 135). El autor también recupera los datos vertidos en el “Re-
porte anual de crímenes de odio por homofobia” que publica el suplemento de
un periódico de circulación nacional (“Letra S.” periódico La Jornada), donde
se registran: “337 personas asesinadas en los años 1995 a 2003” (Ibíd. 138).
370
Finalmente, en un país como México donde la violencia se
ha vuelto cotidiana, no es casual que este fenómeno constituya
un reto de análisis en las ciencias sociales. En el material que
revisamos aparece una preocupación clara por la violencia de gé-
nero, que se torna como un problema social cada vez más visible.
Tal es el caso del feminicidio en Ciudad Juárez y que compete
también a otras entidades del país como el Estado de México.29
Aquí, es visible la saña que se vierte contra el cuerpo femenino:
“Los actos violentos que el agresor o los agresores producen en
el cuerpo de la mujer […] golpes, estrangulamiento, heridas pro-
ducidas por un arma o cualquier objeto que pueda ser utilizado
como tal, mutilaciones, torturas, violación e incineración” (Glo-
sario, 2010) como se constata a través del trabajo de Báez (2005)
quien señala el desplazamiento de la función poética que va del
goce estético a la denuncia social ante una realidad violenta como
la que se vive en aquella ciudad.30
Desde otra perspectiva, aparece una preocupación por la vio-
lencia de Estado y, en concreto, algunos referentes coyunturales
como la masacre de Acteal, Chiapas, ocurrida en diciembre de
1997 bajo el gobierno del presidente Ernesto Zedillo; y el con-
flicto en San Salvador Atenco, Estado de México, por la defensa
de la tierra que terminó con un desalojo, que incluyó agresiones
y hostigamiento sexual contra los manifestantes, el 3 y 4 de mayo
de 2006. Al respecto Manero y Villamil definen la violencia de
29
Algunas investigaciones apuntan la necesidad de entender el fenómeno
en un contexto amplio relacionado con la transformación de la economía
local, el advenimiento de las maquiladoras y las condiciones precarias de las
mujeres en nuevas condiciones laborales; que a su vez generan reajustes en sus
roles de género (Arteaga y Valdés, 2010: 15). No existen registros oficiales de
las también denominadas “muertas en Juárez” pero se calcula que hay más
de 700, desde que el asesinato masivo de mujeres comenzara en 1993 (cfr.
http://es.wikipedia.org/wiki/Feminicidios_en_Ciudad_Ju%C3%A1rez;
http://www.mujeresdejuarez.org/ y Arteaga y Valdés, 2010).
30
Este trabajo aborda los crímenes contra las mujeres que se viven en Ciu-
dad Juárez a través del análisis semiótico de una serie de ejercicios poéticos
hechos a propósito de estos sucesos (Báez, 2005).
371
Estado como “la presencia del Estado en las esferas más sagradas
de la intimidad” (2007: 18-25) y el cuerpo, como el uso de la
violación y la tortura en tanto formas de dominación política.
Igualmente ante la aparición cuasi cotidiana de cadáveres, nar-
cofosas, cuerpos mutilados y decapitados, se apuntan algunas
hipótesis que aún dejan abiertas lapidarias interrogantes en la
investigación sobre el cuerpo en las ciencias sociales en México
pues como Manero y Villamil advierten, en contextos de vio-
lencia hay “una lógica comunicacional: el cuerpo, aún muerto,
puede decir muchas cosas […]” (Manero y Villamil: 2007: 23).
En suma, el cuerpo aún como cadáver produce Sentido, y ello
constituye un reto de análisis en la agenda de investigación de
las ciencias sociales en México.

El cuerpo a través de las disciplinas

E ntrecruce disciplinar : el encuentro de especialidades

Si bien hemos visto el tipo de problemas sociales a los que se aso-


cian las temáticas relativas a la aparición del cuerpo como objeto
de investigación en las ciencias sociales en México, también es
posible apreciar especificidades relacionadas con las disciplinas
y los cruces disciplinares que se realizan. En este apartado dare-
mos cuenta de lo anterior a la luz del corpus construido. Como
señalamos al inicio del escrito, el cuerpo es por excelencia un
“punto de encuentro interdisciplinario”, pero ¿cómo se mani-
fiesta lo anterior? En este análisis hemos optado por utilizar el
término “intersección disciplinar” en lugar de interdisciplina,
pues coincidimos con Dogan y Pahre en que ésta puede llegar
a convertirse en una noción engañosa (1993: 137-141). Lo an-
terior debido a que los intercambios disciplinares no se dan de
manera “omniabarcante” (Ibíd., 138), en la medida en que ello
sugeriría un intercambio en igualdad de condiciones entre dis-
tintas disciplinas (García y Cedillo, 2011). Antes bien, lo que

372
se aprecia es cómo el intercambio disciplinar se da a partir de la
especialización en los campos de conocimiento, en este caso los
estudios sobre el cuerpo.
De esta manera, más allá de aludir a un objeto de abordaje
“interdisciplinar”, consideramos más preciso señalar que para el
caso del cuerpo se trata de un típico caso de “intersección” o
hibridación, en el que los dominios especializados de discipli-
nas diferentes se entrecruzan (Dogan y Pahre, 1993: 79-93).31
Por ejemplo, es más factible que un antropólogo médico, pueda
encontrarse en términos de intereses compartidos con un so-
ciólogo de la salud, que con un antropólogo de la religión. Así,
es posible entender la cercanía entre las disciplinas no a partir
de sus campos generales de conocimiento, sino de las especia-
lizaciones disciplinares.
La aclaración anterior resulta pertinente pues permite con-
siderar que en la construcción de los objetos de estudio, las dis-
ciplinas no renuncian a sus enfoques y patrimonios disciplinares,
sino establecen “préstamos” (Ibid., 1993: 145-163) con otras
disciplinas de acuerdo a la especialización desde la que traba-
jan. Los préstamos pueden ser conceptuales, teóricos o inclusive
metodológicos. En el material analizado encontramos algunos
entrecruces disciplinares relacionados con los estudios de género,
conceptos, autores, metodologías y el mismo medio de difusión, a
saber, las revistas científicas.
No es casual que para Dogan y Pahre uno de los “híbridos
más conocidos está constituido por los estudios sobre la mujer”
(Dogan y Pahre, 1993: 86). Hoy día, podemos decir que los es-
tudios sobre las mujeres y su viraje a los estudios de género han
resultado vitales para el surgimiento de los intereses recientes
en torno al cuerpo y han servido como espacio de encuentro
31
Para estos autores: “La hibridación científica no se fundamenta en la
colaboración interdisciplinaria, sino en la especialización realizada en dos o
más disciplinas. La verdadera hibridación no es omniabarcante, y los inves-
tigadores híbridos no son individuos que hagan toda clase de oficios, sino
especialistas” (Dogan y Pahre, 1993: 138).
373
con otras disciplinas. En concreto, identificamos la importan-
cia de la antropología para los estudios en torno al género, en la
medida en que esta disciplina remite al interés por los aspectos
simbólicos del cuerpo vinculados con la división sexual del tra-
bajo que organiza las sociedades. En nuestro material, esto se
aprecia particularmente en el campo semántico Cuerpo y género
y, concretamente, en el trabajo de Marta Lamas “Diferencia de
sexo, género y diferencia sexual” (2000), y el de Yanina Ávila
“Mujeres frente a los espejos de la maternidad: las que eligen no
ser madres” (2005).
Respecto a algunos préstamos conceptuales observamos có-
mo el concepto de identidad es reapropiado según las disciplinas
y el problema de investigación en cuestión. Así, por ejemplo, en
el caso de los intereses agrupados en el campo Cuerpo e identi-
dad, encontramos en un trabajo antropológico la recuperación
del concepto de persona (self) del sociólogo Erving Goffman,
para explicar cómo la representación de persona de los tseltales
se inscribe en la cosmogonía maya donde ésta se relaciona tanto
con el cuerpo como con las entidades anímicas, el cosmos y las
relaciones de parentesco (Sánchez, 2007-2008: 56).
Igualmente podemos señalar que en esta investigación en-
contramos el predominio de un autor: Michel Foucault, inde-
pendientemente de los temas y procedencia disciplinar de los
artículos. Sin duda, este autor ha marcado un viraje a los estudios
sobre el cuerpo en las ciencias sociales a nivel mundial (Turner,
1989: 61-63; Featherstone y Turner, 1995: 2; Turner, 1994: 28-
30; Entwistle: 2002, 31).32 En el caso de México, si bien la recep-
ción de su obra varía según las disciplinas, es notable su presencia
tanto en la sociología como en la antropología y en temáticas
32
En la bibliografía de cada artículo agrupado en los campos semánticos
seleccionados, Michel Foucault aparece citado en nueve ocasiones. Dada la
diversidad de lecturas e inflexiones relacionadas con disciplinas e intereses,
así como por la extensión de dicho apartado, hemos decidido dejar dicho tra-
bajo para una presentación posterior. La elaboración de la base bibliográfica
estuvo a cargo de Viridiana Tejeda Valdivia y Viviana Vargas Sandoval.
374
relativas a la relación entre cuerpo, poder, normalización y dis-
ciplina. Concretamente en lo relativo a la producción de los
cuerpos y su disciplina a partir de ciertos discursos, como el
médico, religioso y jurídico.
Otro entrecruce disciplinar lo encontramos en la línea de
investigación trazada por Karine Tinat alrededor de los estu-
dios sobre cuerpo y juventud, desde la sociología y la antro-
pología social. La autora señala cómo desde la “antropología de
la comunicación” ha enriquecido su trabajo de campo: “Más
que una disciplina en sí, la antropología de la comunicación es
una actitud de investigación que indaga etnográficamente los
comportamientos, las situaciones y los objetos que se perciben
dentro de una comunidad dada como portadores de un valor
comunicativo” (Tinat, 2008: 181). Como se advierte este tipo
de prestación se da a nivel metodológico.
Por otra parte, los medios de difusión (las revistas académi-
cas) aparecen como un espacio de entrecruce disciplinar. En
este caso pudimos advertir cómo los artículos seleccionados a
partir de los cinco campos semánticos se concentran en 19 re-
vistas que se distribuyen en las diversas disciplinas o campos de
conocimiento.33 Sin embargo, aún cuando algunas revistas apa-
recen clasificadas como monodisciplinares, destaca la apertura
de estas a otras áreas del conocimiento o disciplinas (cuadro 2).
Así, por ejemplo, la revista Investigación en Salud se cataloga
dentro de la disciplina Ciencias de la Salud y Medicina, pero
del mismo modo existe una apertura a la Antropología Médica.
Otra revista emblemática es la Revista de Estudios de Género. La
ventana –adscrita al Centro de Estudios de Género (fundado
en 1994), de la Universidad de Guadalajara–; ésta se clasifica
como perteneciente a la Sociología, pero ahí convergen también
los estudios de género en general. En este caso es notable cómo
el medio es el que permite el encuentro disciplinar.

33
19 revistas según los cinco campos seleccionados, 28 revistas según la
totalidad de artículos encontrados en toda la base.
375
Abordaje disciplinar:
los “estilos de pensamiento”

Por otra parte, si bien encontramos una tendencia al “entre-


cruce disciplinar” en el tratamiento del cuerpo en las ciencias
sociales, así como en los medios de difusión; no es menos cierto
que igualmente sobresalen artículos con una clara adscripción
disciplinar, tanto en el uso de marcos teóricos y metodologías
como bibliografía compartida. Y es que como también ha se-
ñalado Bourdieu, una disciplina no solo se define por el soporte
institucional con el que cuenta, además genera un acervo de
conocimiento invisibilizado pero siempre a mano que permite
a los investigadores plantearse y resolver problemas relevantes
dentro de la misma disciplina.34

34
A esto es a lo que Bourdieu denomina como “Trascendental histórico”
(Bourdieu, 2003: 116) en las disciplinas.
376
Cuadro 2
Revista Artículos Clasificación Redalyc Disciplina 1 Disciplina 2 Disciplina 3

Acta Universitaria 1 Multidisciplinaria Salud y Medicina Sociales, Artes y Humani- Ciencias e Ingeniería
dades
Anales del Instituto de In- 1 Arte Historia del Arte    
vestigaciones Estéticas

Bajo el Volcán 1 Sociología Ciencias Sociales Humanidades  


Ciencia Ergo Sum 1 Multidisciplinaria Ciencia y filosofía Análisis prospectivo
Ciencia uanl 1 Multidisciplinaria Ciencia y tecnología
Convergencia 1 Sociología Ciencias Sociales
Cuicuilco 2 Antropología Antropología social y física Historia Etnohistoria
Culturales 1 Cultura Estudios Culturales Ciencias Sociales Humanidades
Desacatos 1 Antropología Ciencias Sociales Antropología social  
El Cotidiano 2 Sociología Sociología  
Estudios de Asia y África 1 Interdisciplinaria Historia Antropología Ciencias Sociales
Estudios Demográficos y 1 Demografía Demografía Urbanismo
Urbanos
Estudios sobre las culturas 1 Cultura Sociología Antropología Semiótica
contemporáneas
Estudios Sociológicos 1 Sociología Sociología
Investigación en Salud 1 Salud Salud y Medicina Antropología Médica  
Liminar. Estudios Sociales y 1 Antropología Ciencias Sociales y
Humanísticos Humanidades

377
Revista Artículos Clasificación Redalyc Disciplina 1 Disciplina 2 Disciplina 3

378
Noesis. Revista de Ciencias 1 Sociología Ciencias Sociales y    
Sociales y Humanidades Humanidades
Relaciones 1 Historia Historia Etnografía Ciencias sociales
Revista de Estudios de
3 Sociología Estudios de Género Masculinidades  
Género. La ventana
Revista Intercontinental
2 Psicología Psicología educativa
de Psicología y Educación
Revista Pueblos y
4 Sociología Antropología    
Fronteras Digital
Salud Mental 3 Medicina Psicología Psiquiatría Neuropsicología
Ciencias Clínicas y
Salud Pública de México 2 Salud Ciencias biológicas Ciencias Sociales
de la conducta
Fuente: Elaboración propia.
De tal suerte que tras las huellas de Karl Mannheim, Bour-
dieu recurre al concepto “estilo de pensamiento” acuñado por el
sociólogo alemán, para dar cuenta de la “tradición de presupues-
tos compartidos” (Bourdieu, 2003: 116) relativos a cuestiones
metodológicas, hipótesis plausibles y problemáticas pertinen-
tes que caracterizan las formas de razonamiento de un grupo
disciplinar respecto a cualquier objeto de estudio. El “estilo de
pensamiento” se vuelve entonces el trasfondo desde el cual se
construye la noción de habitus (cfr. Bourdieu, 2003: 116).35
Por tanto, en el habitus disciplinar se condensa el dominio de la
tradición de la disciplina en cuestión que se convierte en automa-
tismo “natural”, ya que opera como una cuasi-intuición, como un
despliegue de ciertas habilidades prácticas, que permiten al inves-
tigador plantear y resolver problemas interesantes, cuyos aportes
solo adquieren sentido en el marco de un “estilo de pensamiento”
particular, a saber, el de la disciplina de adscripción del investigador.
Bourdieu señala cómo los habitus disciplinares se ponen en
evidencia cuando se da un contacto con otras disciplinas. En es-
tos encuentros se hace evidente cómo aquello que percibimos,
la forma en que clasificamos, argumentamos y razonamos no es
algo que necesariamente compartan otros habitus disciplina-
res. Por ello para Bourdieu, el estudio de tales contactos permite
“una explicitación de las disposiciones” (Bourdieu, 2003: 79).
La manera en la que esto puede apreciarse en el material revisa-
do remite a cómo aun cuando el tema que convoca a los inves-
tigadores es el cuerpo en ciencias sociales no se alude al mismo
cuerpo y dicha variación está asociada a las disciplinas. O, en
otras palabras, las disciplinas parten de distintos “principios de
construcción de la realidad objetiva” (Bourdieu, 2003: 94), y en
35
El habitus disciplinar cuenta con cierta especificidad que lo distingue
de otros: las habilidades prácticas de los investigadores se adquieren a través de
años y años de socialización formal y explícita (las escuelas como espacios privi-
legiados de transmisión del conocimiento acumulado por la disciplina) pero
también implícita (el trabajo cotidiano entre el sabio y su aprendiz) que facilita
el dominio de esquemas teóricos y experimentales).
379
tal medida, los énfasis que se dan en una disciplina se vuelven
irrelevantes para otra.
Lo anterior queda claramente representado en nuestro cor-
pus a través de dos tipos de abordaje: el que hace la antropología,
donde se parte del cuerpo como representación dentro de un
horizonte histórico y culturalmente significativo; en contraste
con otro razonamiento propiamente filosófico, donde se plan-
tea la experiencia del cuerpo de manera ahistórica.36 Ello es vi-
sible en uno de los trabajos que indaga el significado del cuerpo
desde una perspectiva filosófica (Dörr-Zegers, 2006: 9-17).
Una peculiaridad de este ángulo de lectura es que apunta a la
condición del ser humano en general, más allá de cualquier hori-
zonte histórico cultural. Así, por ejemplo, otro de los artículos
aborda la condición paradójica y trágica de la “existencia huma-
na”, que descansa entre “la conciencia del ser como apertura”
al mundo y la conciencia de la muerte (González, 2008: 145).
Puede apreciarse cómo inclusive la forma de enunciación es dis-
tinta a otras disciplinas que enfatizan las dimensiones históricas
y culturales desde las cuales se significa al cuerpo.

36
Esta apreciación no incluye a los préstamos que ha establecido la misma
fenomenología con otras disciplinas de las ciencias sociales, tal y como hemos
señalado en el caso del campo Cuerpo y sentido. A la cabeza están las resig-
nificaciones de Edmund Husserl y M. Merleau-Ponty. Es el caso del escrito
“Cuerpo, disciplina y técnica: problemas de la formación dancística profe-
sional” de Alejandra Ferreiro Pérez (Ferreiro, 2007: 23-55), quien señala
cómo desde la concepción del cuerpo de Merleau-Ponty es posible recuperar
la conciencia de un cuerpo que además de rutinas específicas de movimiento
pueda cobrar capacidad expresiva por la “intensidad de la experiencia” que
vivía el bailarín en escena. Del mismo modo el artículo “Aspectos intraper-
sonales y familiares asociados a la obesidad: un análisis fenomenológico” de
Cabello y Zúñiga (2007: 183-188) recupera la categoría de la “percepción
de la imagen del cuerpo” para estudiar la experiencia del cuerpo obeso.
380
Conclusiones

Como puede apreciarse, los trabajos de investigación sobre el


cuerpo en México a los que hemos aludido coinciden con el lla-
mado giro corpóreo que se ha registrado a nivel internacional en las
ciencias sociales en general y en la sociología en particular. Desde
hace tres décadas se han venido fortaleciendo las condiciones
institucionales que permiten el arribo del cuerpo como un ob-
jeto de investigación reconocido. Lo anterior desemboca en la
publicación constante de artículos científicos a partir de 1998.
Ahora bien, la revisión de dicha producción nos obliga a pen-
sar en las dinámicas propias de la producción del conocimiento
científico en ciencias sociales. Si bien podemos decir que se
comparten horizontes de interpretación propios de la interna-
cionalización del conocimiento, no debemos dejar de lado los
matices que adquieren las agendas de investigación nacional e
inclusive regional. Como señalamos al inicio, lo que marca las
diferencias no es sólo es el hecho de que las investigaciones se
desarrollen en “realidades distintas”, sino que existen una serie de
mediaciones relacionadas con la dinámica de producción del
conocimiento en el país.
En primer lugar, existe una preocupación por discutir pro-
blemáticas sociales relevantes, a propósito del cuerpo tanto en la
agenda pública como en el debate académico. Esto se distingue
además por la selección de las problemáticas estudiadas, como
es el caso de los trastornos alimenticios tales como la anorexia
y la obesidad; los procesos de estigmatización y discriminación
por la preferencia u orientación sexual, la violencia de género; o
bien, la falta de condiciones para el ejercicio de los derechos se-
xuales y reproductivos. Dichos problemas sociales son definidos
por los investigadores así como por las instancias públicas como
“problemas de salud pública” e investigados en clave corporal.
Lo anterior, resulta fundamental para entender el desarrollo,
aceptación e inclusive el financiamiento alrededor de dichas in-
vestigaciones.
381
En segundo lugar, la consideración del cuerpo como un ob-
jeto de estudio pertinente dentro de las ciencias sociales en
México está mediada tanto por las experiencias históricas del
país, así como por los horizontes teórico-analíticos que las hacen
visibles. Al respecto destaca el énfasis puesto en los procesos de
colonización que tienen impacto en la producción de los cuer-
pos femeninos novohispanos; o bien, las contradicciones entre
la cosmovisión de persona y cuerpo de grupos indígenas y la
concepción moderna e individual del cuerpo. Tales experiencias
históricas generan determinado tipo de inflexiones en las inves-
tigaciones. Igualmente, es preciso señalar que son ciertos hori-
zontes analíticos los que dan visibilidad a dichas experiencias, es
decir, son estos los que permiten ciertas lecturas de la realidad y
no otros. En el caso del estudio del cuerpo femenino en la época
colonial sobresale el impacto que ha tenido la “historia de las
mentalidades” en este tipo de intereses. Igualmente, respecto a
la concepción identitaria de los grupos indígenas, es notable el
legado de clásicos disciplinares como López Austin, cuya obra
ha contribuido a la visibilización de la composición pluriétnica
en el país y la antigua cosmovisión en torno al cuerpo. 
Lo anterior nos lleva a enumerar otro aspecto relacionado
con las condiciones de producción del conocimiento, a saber,
cómo los tipos de abordaje dependen del predominio local de
ciertas disciplinas. En ese sentido, no es casual el interés por re-
construir históricamente los significados que adquirió el cuerpo
femenino durante el periodo colonial; como tampoco el énfasis
que tiene el estudio de la identidad colectiva a partir de la con-
cepción del cuerpo de los grupos indígenas desde un punto de
vista antropológico, en tanto que la historia y la antropología son
dos disciplinas con arraigo significativo en términos de los pro-
cesos de institucionalización y profesionalización en México. 
Por otra parte, no puede soslayarse el significado de ciertas
subdisciplinas predecesoras en los estudios del cuerpo. Al res-
pecto, resulta pertinente señalar que las novedades disciplinares

382
no surgen espontáneamente, sino tal y como señalan Dogan y
Pahre “suelen ser producto de una gestación y una serie de tra-
bajos acumulados previamente”. En el caso de México, podem-
os afirmar que los estudios de género han permitido visibilizar la
dimensión corporal como recurso analítico en las ciencias socia-
les; sin éstos no podría comprenderse cómo es que los estudios
sobre el cuerpo han ganado cada vez más terreno en la agenda
de investigación.
Otro de los hallazgos significativos consistió en dar cuenta
de qué manera el cuerpo como objeto de estudio representa una
posibilidad para “abrir las fronteras disciplinares”. Llamaron
nuestra atención las “intersecciones disciplinares” que se rea-
lizan a partir de préstamos entre disciplinas de determinados
insumos analíticos, conceptuales o metodológicos, pero sin des-
dibujar la disciplina desde la cual se parte. Por lo que queremos
enfatizar que los préstamos vuelven porosas las fronteras disci-
plinares, pero no necesariamente implican su resquebrajamien-
to; indican, más bien, cierta apertura que enriquece los marcos
desde donde se emprende la investigación. Igualmente, pudi-
mos constatar cómo las revistas, en tanto medios de difusión,
permiten el encuentro de disciplinas, lo que hace pertinente el
estudio de las mismas como canales de cruces disciplinarios.
Finalmente, también apreciamos cómo existe el predominio
de las disciplinas y sus propios estilos de pensamiento en las
que no se renuncia al patrimonio disciplinar, entendido como
el acervo de conceptos, categorías, estrategias metodológicas e
inclusive el tipo de lenguaje a partir del cual se enuncian deter-
minados problemas. Lo anterior nos lleva a tener una visión más
compleja en torno al llamado interdisciplinario que supone el
estudio del cuerpo.

383
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391
El cuerpo y las afectividades en
Colombia: entre el esteticismo
y el miedo1
Darío Blanco Arboleda

El objetivo de este capítulo es dar cuenta de los recientes trabajos


colombianos sobre el cuerpo y las emociones. Esto con el fin de
establecer un estado del arte y plantear temáticas de interés para
la investigación entre Colombia y México. Construí los datos
y escribí este texto pensando no tanto en Colombia, sino hacia
afuera, como un muy acotado esfuerzo que nos permita sensi-
bilizarnos con las metodologías y temas de la creciente inves-
tigación sobre los cuerpos y las afectividades en nuestros países
latinoamericanos. En esta revisión se advierte cómo en el campo
del cuerpo y las emociones los aportes teóricos y empíricos que
tenemos en Colombia desde hace dos lustros se concentran por
una parte en los estudios que advierten las presiones sociales, las
resistencias y las paradojas en torno al cuerpo femenino; cuya
valía se deposita en modelos de belleza hegemónicos inscritos en
la sociedad en general y en la cultura masculina del narcotráfico
en particular. Por otro lado, existe un interés marcado de inves-
tigaciones que señalan la presencia del sentimiento del miedo, y
su papel en la configuración del orden social, así como las múlti-
ples consecuencias emocionales-corporales de la violencia. De
igual manera entiendo y siento que es un capital derivado de la
dura experiencia social de una nación y que puede devenir fun-
damental hoy para las realidades que enfrenta México.
1
Este capítulo originalmente fue una ponencia escrita para el panel Body and
Emotions: A Latin American Perspective, que tuvo espacio en el congreso LASA
2010. Para acceder a la versión original visitar: https://docs.google.com/viewer?
a=v&pid=explorer&chrome=true&srcid=0B1FElnrJAGG9MjYxZDI3MjQt
ZmFjNC00MzI0LTk2MDgtZTVjNDg0NDQyNTc2&hl=en.
393
Así pues en este trabajo busco, y he trabajado por desen-
trañar, elementos de interculturalidad que unen de singulares
maneras a las dos comunidades, lo anterior con el fin de sentar
bases y despejar un campo de trabajo desde donde conjunta-
mente podamos avanzar en el conocimiento de los cuerpos y las
emociones. El intercambio de nuestros países, como es apenas
lógico y a pesar nuestro, parece sobrepasar los elementos que nos
pueden dar orgullo, como el cine, la música o modelos de siste-
mas de transporte y urbanismo. Y es que las problemáticas so-
ciales derivadas de la influencia de la violencia y el narcotráfico,
antes estigma casi exclusivo colombiano, hoy son compartidas.
Esta situación como académicos interesados en los cuerpos-las
emociones, y todo el complejo holístico que implica el vivir-en-
este-mundo, nos plantea serios retos.
Para dar cuenta de lo anterior el presente escrito, buscando un
estado del arte, está dividido en cuatro momentos. En el primero,
aclaro la metodología utilizada; presento las principales líneas
temáticas y establezco cuáles considero de mayor relevancia para
entender algunas problemáticas interculturales. Continuo con
la presentación de múltiples trabajos en el terreno de lo que he
denominado estética e hipercorporalización, una de las cuatro
temáticas predominantes en el abordaje colombiano, y escogida
como relevante; a la que posteriormente acompaña el rubro de
emociones, específicamente el miedo, donde de igual manera
presento trabajos relacionados con dicho ámbito. Finalizo con
reflexiones en relación a los aportes teóricos-metodológicos y el
planteamiento de retos a futuro.

Nota metodológica

Buscando ciertas delimitaciones-encuadramientos y evidencian-


do los límites y sesgos del presente texto, explico la metodología
seguida.2 Ante la creciente avalancha de títulos, y diferentes pers-
2
Una ayudante de investigación (agradezco a Natalia Martínez por su
394
pectivas sobre el tema que nos convoca, resultó claro que los ha-
llazgos debían ser delimitados y clasificados. Por lo anterior, se es-
cogieron las investigaciones sobre cuerpo y emociones realizadas
desde las ciencias sociales y el arte, o las interdisciplinares con
alguna ciencia social, dejando fuera la miríada de trabajos que se
realizan desde otras disciplinas como la medicina o la ciberné-
tica, por poner solo un par de ejemplos.
La exploración se realizó a dos tiempos, en primer lugar por
internet, usando buscadores, las bases de datos de ciencias so-
ciales en línea, y los catálogos de las bibliotecas. Posteriormente
dicha búsqueda se centró en dos bibliotecas universitarias de la
ciudad de Medellín: la de la Universidad de Antioquia y la de la
Universidad Nacional. Esto lógicamente lleva a que se vea sobre-
representada la ciudad de Medellín y estas instituciones sobre el
resto del país. Sin embargo, hoy en día, al estar disponibles on line
tal cantidad de títulos, considero que el sesgo no es del todo insal-
vable con la excepción del rubro de las tesis de grado, documentos
de los que encontramos el título, pero a las que en general, no
tuvimos acceso. Debido a esto, manejamos en una abrumadora
mayoría las de la Universidad de Antioquia. Se ficharon un total
de 141 trabajos entre libros, capítulos de libro, artículos de revis-
ta, informes de investigación y monografías de grado, que corres-
pondieron con el filtro usado (cuerpo y emociones).
Con este material terminado me dispuse a leer las fichas para
identificar tendencias generales y así establecer categorías. En la
media que avanzaba con este trabajo y se evidenciaba la multi-
plicidad de temáticas, decidí restringir las categorías al máximo
para hacer el ejercicio operativo. Así agrupé los trabajos en los
rubros: esteticismo, emociones, disciplina-salud y motricidad
[Tabla 1]. En particular la categoría de emociones se vio afecta-
da, creciendo el número de títulos que se alojaron allí hasta con-
vertirse en la más nutrida, en general recibió los que no entraban
en las otras tres categorías.
dedicación en esta labor), trabajó por espacio aproximado de 2 meses bus-
cando trabajos y publicaciones relacionadas con el tema que nos convoca.
395
Bajo el título de “Estética” alojé trabajos referentes a esteticis-
mo, cirugías estéticas, desórdenes alimenticios causados por una
preocupación excesiva sobre el cuerpo, el sistema hegemónico
en moda, peinados, ropa y accesorios que buscan una apariencia
‘bella’ establecida ‘mayoritariamente’ por la sociedad y perfilada
principalmente desde el mercado. Aquí aparecen 20 trabajos.
En el rubro de “Emociones” agrupé los trabajos donde la re-
lación del cuerpo con los sentimientos y las sensibilidades fue-
ran preponderantes sumando 64 trabajos.
En la categoría “Disciplina-salud” se encuentran intereses en
la historia de construcción social del cuerpo (Norbert Elias),
higienismo, salud, regulación, en general biopolíticas (Michel
Foucault) relacionadas al perfilamiento y control de los cuer-
pos y emociones, enmarcados dentro del proyecto moderno y
la construcción del Estado-Nación. Encontré aquí, al final de la
clasificación, 42 títulos.
Por último, la categoría motricidad recibió los trabajos que
se centraron en el cuerpo en sus aspectos de desplazamiento, en
el deporte, en las técnicas corporales (Marcel Mauss), posee 15
títulos.
Una vez establecidos los temas dentro de cada categoría,
procedí a identificar la disciplina desde donde se escribía prin-
cipalmente el texto. Establecidas las categorías y habiendo leído
múltiples textos, decidí que por fines de espacio y de relevancia
intercultural, el recuento de las categorías disciplina-salud y la
de motricidad sería dejado para un momento posterior. La pri-
mera porque la reflexión en parte es común a todas las naciones
latinoamericanas –como el proyecto eugenésico, aun cuando
se implemente de manera distinta en cada una– y por su corte
evidentemente más histórico, médico y su pertinencia contem-
poránea, en mi criterio, más localista. La segunda por tratarse
de abordajes mucho más corporales, dejando, en su mayoría, de
lado los contextos, la sociedad y la cultura en la que se enmarcan
los movimientos que los convocan.

396
Escogí algunos de los títulos que consideré más relevantes y
representativos con el fin de usarlos para llevar un hilo argumen-
tal coherente, dada la imposibilidad de presentar aquí la totalidad
de los trabajos. En términos generales se recogió la producción
más reciente, los últimos dos lustros, aun cuando se incluyeron
unos pocos títulos anteriores a esta fecha.

Cuadros de categorías y disciplinas por categoría


Tabla 1

Fuente: Elaboración propia.

Tabla 2. Emociones
Disciplina No. de artículos Porcentaje
Antropología 34 53
Arte 10 16
Psicología 6 9
Pedagogía 5 8
Sociología 4 6
Educación física 2 3
Comunicación 2 3
Trabajo social 1 2
Total 64 100

397
Tabla 3

Tabla 4. Disciplinas y artículos totales


Disciplina No. de artículos Porcentaje
Antropología 59 42
Educación física 17 12
Arte 14 10
Psicología 11 8
Historia 9 6
Sociología 8 6
Comunicación 6 4
Pedagogía 6 4
Filosofía 3 2
Trabajo social 3 2
Medicina 3 2
Derecho 2 2
Total 141 100

398
Estética: hipercorporalización

Bomba Estéreo3 - Las muñecas de la mafia

(mujer) Dame tu amor, tu corazón / enchapado en oro y en billete


mi amor / hazme volar pero en tu avión/ quiero ser la reina de Miami
a New York... / (hombre) ha, ha, te volveré una muñequita / tendrás
escoltas, camionetas y hasta piscina... / (mujer) yo quiero lo mismo /
que cualquier otra que se aprecie un poquito / un carro, cariño / que
me saquen a lucir el domingo / yo quiero ser hembra / que se tropie-
cen cuando voy por la acera / un yate, carteras / y quiero más, quiero
más, quiero más.../ Yuh, yuh, YUHHH, CUMBIAAAA / Quiero
ser la reina pa’ cuando vuelvas/ por eso quiero un hombre rico pa’
que me mantenga / dile a todo el mundo que estás con una hembra
/ que tienes un juguete nuevo pa’ que te entretengas / todo lo que se
consigue con una Mini Uzi / una finca grande con jardín y jacuzzi /
méteme a certamen de reina de belleza / no puedes pedir tanto con
tan poco en la cabeza.../ Papii ¿y que querías..?/

El evolucionismo decimonónico, en su reacción al iguali-


tarismo ilustrado, tuvo gran énfasis en las diferencias y su je-
rarquización. Es así como desarrolla unos encuadramientos so-
ciales que se mantienen hasta hoy y que catalizan dentro de los
modelos consumistas posmodernos. Hablamos de una hiper-
corporalización de las personas e identidades, ya que los sujetos
pasaron a ser encuadrados, valorados y jerarquizados determi-
nantemente según la etnia, el género o el fenotipo.
De esta manera, se potencia la corporalización de las identi-
dades, es decir, la encarnación de los conceptos bajo los cuales
3
Una de las más interesantes propuestas musicales colombianas recientes,
mezclan sus natales ritmos caribes, como la cumbia, con electrónica, y su ca-
rismática cantante, Li Saumet, escribe acidas letras y las presenta bajo influen-
cia del rap y del hip-hop. La letra arriba, corresponde al tema presentación de
la telenovela de 2009, Las muñecas de la mafia, disponible en: http://www.
youtube.com/watch?v=__l9gMOw_40&feature=related
399
serán valoradas las personas. Se genera así el ‘cuerpo-identidad’,
se percibe el cuerpo y la identidad como uno solo, como conse-
cuencia los ‘estigmas’ incorporados, son blanco fácil de discrimi-
nación, opresión y explotación. La modernidad tardía potencia,
cataliza, estos encuadramientos con base en el cuerpo, como lo
desarrollaremos en este acápite, por lo que el concepto de lo hi-
percorporal lo considero muy útil para nuestra reflexión.
Un par de interesantes y reveladores trabajos sobre Colom-
bia, y en particular de Medellín en su relación con el cuerpo,
son abordados desde problemáticas enmarcadas en el saber
médico. Se trata de las investigaciones de Uribe (2006 y 2007)
en relación a la anorexia, y de Penagos et al. (2006), quien busca
validar la importancia de la cirugía reconstructiva en el caso del
cáncer de mama.
Uribe se interesa principalmente en el complejo cuerpo-ali-
mentación-imagen corporal. El estudio inicia señalando cómo
la anorexia entre las jóvenes de Medellín fue aumentado desde
1990 hasta convertirse en un foco de interés para las autoridades
municipales y de la población en general. Dicha investigación se
realiza desde la antropología, con una metodología de observa-
ción participante, en escenarios donde se mueven las mujeres
jóvenes, durante un año entre julio 2003 y julio 2004. De igual
manera, realizó entrevistas formales e informales con mujeres
jóvenes con factores de riesgo, pero que no sufren de anorexia, y
a jóvenes con diagnóstico previo de anorexia con indicios claros
de presentar la enfermedad. Su metodología lo lleva a caracteri-
zar la problemática en jóvenes habitantes de las barriadas pobres
de la ciudad, con edades entre los 12 y los 24 años. También
entrevista a profesionales de la salud, vinculados con el manejo
de la anorexia en las jóvenes populares, médicos psicoanalistas,
psicólogos, nutricionistas y un entrenador de gimnasia. De igual
manera a amigos y familiares de las pacientes.
Por otro lado, la investigación de Penagos, et al. (2006) quien
es médica (investigadora principal), está alojada en el centro inter-

400
disciplinario de estudios de género, en la línea de investigación-
salud de las mujeres. Abordan el asunto de las representaciones
sociales sobre los senos, el consumo y las ofertas de servicios rela-
cionados con los mismos, desde saberes médicos, el psicoanálisis
y la investigación de ciencias sociales.
Se realizó en Medellín durante 18 meses, a partir de encues-
tas con población general, con mujeres con mastectomía por
cáncer, estudiantes de colegios públicos y privados, mujeres
quienes se habían realizado una cirugía estética, cirujanos plásti-
cos y diseñadores de ropa interior y exterior. Su preocupación
parte de estudios previos realizados en la ciudad que dan cuenta
de que el 100% de un grupo de mujeres con mastectomía por
cáncer de mama, que no tuvieron acceso a la cirugía reconstruc-
tiva, presentaron en diversos grados problemas (salud mental y
sexualidad). El punto es que estas mujeres no pudieron reali-
zarse la cirugía ya que el sistema general de seguridad social en
salud la considera un procedimiento estético.
Lo relevante de una investigación interdisciplinar como
está consiste en que parte del reconocimiento que estas trans-
formaciones corporales vía cirugía no son una decisión que re-
posa únicamente en la persona, sino que responden también a
contextos sociales de preocupación y a presiones por alcanzar
determinadas características estéticas físicas. Los autores com-
prenden el fenómeno de las cirugías como una tecnología, que
permite cambios en la identidad, siendo determinadas por
los criterios socio-culturales hegemónicos. A diferencia de las
transformaciones que retan estos criterios, como lo fueron los
tatuajes antes de su masiva aceptación contemporánea o las ac-
tuales prácticas de transformación transgresoras.4
Se busca alcanzar así una nueva identidad idealizada, pero
acá no se trata simplemente del campo estético sino también del
social y relacional. Entienden que la cirugía estética inscribe en

4
Como marcar la piel con fuego o buscar transformaciones radicales, por ejem-
plo, una apariencia ‘atemorizante’ (vía lengua bífida o protuberancias en la cara).
401
el cuerpo, los valores socio-culturales imperantes de la comuni-
dad de referencia, y, posteriormente, esta incorporación emite
una comunicación no verbal poderosa y determinante. Parten
de la premisa que la práctica se enmarca preferentemente en
las mujeres, para quienes el concepto de la ‘belleza’ es una pre-
sión y una herramienta fundamental, a diferencia de los hom-
bres quienes no están hipercorporalizados y pueden obtener la
misma aceptación, por ejemplo, vía inteligencia o sociabilidad.
Asumen que la belleza en la mujer se puede entender como in-
dicador de la capacidad de su ajuste a las expectativas sociales.
En las dos investigaciones, con intereses iniciales en pa-
tologías, su cabal comprensión los lleva a una reflexión en rela-
ción a la sociedad de la Medellín contemporánea, apareciendo
elementos como la violencia, la influencia y transformaciones
asociadas al narcotráfico tales como la afición por el dinero fácil,
la creciente tensión sobre la apariencia personal ya que se hace
más marcado el cuerpo como valor de uso-cambio y las rupturas
de los tejidos sociales. Buenos resúmenes de estos escenarios
colombianos post 1980 se encuentran en los libros, películas y
telenovelas5 que se producen como Sin tetas no hay paraíso, El
cartel de los Sapos, Las muñecas de la mafia, entre una amplia
variedad de títulos que se han convertido en el lugar común de
los mass media del país quienes difunden y afianzan el más re-
ciente estereotipo de la identidad colombiana: el binomio del
narco y la modelo o reina de belleza.
Dentro de universos de pobreza y exclusión, de imposibili-
dad de ascenso social, el dinero del narco penetra todos los esce-
5
Dignas de estudio son las temáticas y el contenido abordado por las más
recientes telenovelas (éxitos de rating en los horarios estelares de la noche, pro-
ducidas por las dos más importantes cadenas nacionales Caracol y rcn), en las
que se presentan los contemporáneos modelos de la imaginación colectiva y los
derroteros comportamentales, derivados de la llamada ‘cultura del narcotráfi-
co’. Fundada sobre valores de ascenso social y económico inmediato, violencia,
y extrema mercantilización de todos los aspectos sociales, incluidos el complejo
vida-muerte y el cuerpo. Dentro de este modelo, los protagonistas son ‘exitosos
narcos’ y las protagonistas, sus esposas, amantes o ‘prepagos’.
402
narios y clases sociales, la violencia crece exponencialmente, se
comienzan a reclutar a los jóvenes populares para hacer parte de
las bandas de narcos, en gran medida como sicarios, quienes ven
en esta opción la entrada al mundo que los medios masivos les
interiorizaban. Las mujeres a su vez fueron seducidas por los lu-
jos y los bienes, usan su cuerpo como herramienta de ascenso, en
este contexto no es casual que en la realidad nacional aparezca el
concepto de mujeres prepago.6
Como si el panorama no fuera lo suficiente complejo, la
ciudad crece desmesuradamente, sin planeación, debido a los
desplazamientos generados por los conflictos entre guerrilla y
paramilitares, y una vez vencida la primera por la toma de los
territorios campesinos por parte de los segundos, la ciudad se
desborda en las periferias, alimentada por los millones de des-
plazados rurales del conflicto armado, quienes han sido victi-
mizados y aterrorizados sistemáticamente en los últimos años,
principalmente por los grupos paramilitares quienes tras las ma-
sacres y el posterior éxodo de la población civil se adueñan de las
tierras (Romero 2007).
Todo este macabro escenario permite la transformación de
los valores y las conductas frente al cuerpo, exacerbando el valor
diferencial de los sexos. La violencia y el narcotráfico dentro de
una sociedad patriarcal y machista, la falta de oportunidades y la
pobreza hacen que los recursos para los jóvenes populares sean
su capacidad de lucha y de perpetrar violencia y el de las mujeres,
su belleza corporal para hacerse de los favores y la protección de
6
Jóvenes a quienes se les brindan regalos costosos y que ellas deben re-
gresar con favores sexuales. Un libro de 2007, de la editorial Oveja Negra,
Las prepago, causó gran controversia por relacionar nombres de famosas
actrices y presentadoras de televisión, modelos y reinas de belleza, con nar-
cotraficantes, paramilitares, políticos y empresarios. El libro se escribe con
base en los relatos de una madame de alto nivel que afirma haber llegado a
manejar 5.000 mujeres de este perfil para su negocio. Habla de carros del
año, casas y hasta 150.000 us como el pago realizado a las más famosas y
deseadas. Disponible en: http://www.scribd.com/doc/3281545/Las-Pre-
pago-Relato-de-Madame-Rochy.
403
los hombres violentos. Los mass media, el poder del dinero, y el
propio conflicto ayudan a perfilar modelos de hombría y femi-
nidad, los primeros son impulsados a la avalancha de violencia, y
las segundas se convierten en símbolo del poder de ellos, siendo
usadas como objetos sexuales.
Siguiendo con la argumentación de Uribe (2007), los des-
plazamientos forzados, el conflicto generalizado, y las masacres
aumentan las jefaturas femeninas de las familias en la ciudad y
rompen los tejidos sociales, generando desarraigo y desesperanza
en las poblaciones desplazadas. Las mujeres representan más del
50% de esta población y las niñas y los jóvenes quedan en alto
riesgo de ver violentados sus derechos sexuales y reproductivos.
Plantea así un escenario de conflicto donde son los jóvenes va-
rones, de clase popular, los que mueren. Un poco menos de la
mitad de las víctimas están en un rango de edad entre los 15 y
los 24 años y el 86.2% de estas muertes violentas ocurren en las
barriadas populares.
Las mujeres, además de esta violencia directa, sufren la de sus
parejas y jefes en el trabajo, también los grupos armados ilegales
ejercen funciones de control moral y regulan las manifestacio-
nes de afectividad, la sexualidad, el uso del tiempo, la forma de
vestirse y las técnicas corporales de ellas.7 Adicionalmente, even-
tualmente, son violadas como estrategia de guerra o sometidas a
la prostitución o el comercio sexual.
Otra forma de violencia contra el cuerpo femenino es aque-
lla de la que da cuenta la investigación de Penagos et al. (2006),
quienes muestran cómo las jóvenes de Medellín viven construc-
7
Una investigación sociológica de Vélez (1997) muestra cómo para las
mujeres de los barrios populares la vigilancia sobre la intimidad es mayor y el
acceso a los placeres del cuerpo es mucho más limitado. Encuentra que a los
hombres de las familias no les gusta que las mujeres hagan deporte en zonas
públicas exponiéndose a miradas en ropas apretadas. Debido a esto ellas deben
lidiar con la consecución de aprobaciones y permisos, con las ideas del ‘riesgo’
para ellas y de la ‘tentación’ para los otros, que hacen parte de la cultura tradi-
cional, situación que termina siendo entendida como que a las mujeres les da
pereza, o les gusta menos realizar actividad física.
404
ciones sociales de armonía corporal descontextualizadas de sus
realidades cotidianas y fenotípicas. Encuentran como recurrente
el anhelo de un cuerpo alto y muy delgado, no obstante volup-
tuoso en ciertas zonas, (busto y glúteos), con una cadera amplia,
sin embargo, con una cintura mínima, del cabello claro, largo y
liso, y una nariz respingada enmarcada en un rostro con armonía.
Las jóvenes al estar tensionadas por este prototipo que no encaja
con el cuerpo de la mujer latinoamericana,8 buscan alcanzarlo en
los quirófanos.
En el mismo sentido, en otro trabajo realizado con entre-
vistas a mujeres que decidieron realizarse una cirugía estética,
Moreno (2010) encuentra cuatro bloques de respuestas al cues-
tionamiento del por qué de la misma. Uno es el desfase entre la
imagen ideal del cuerpo que querrían y la herencia genética, este
desfase disminuye la autoestima y la confianza de las mujeres. El
segundo es la presión y el ideal estético masculino que se relacio-
na con el estatus y una satisfacción visual y sexual de los varones.
El tercero es la construcción mediática, y los discursos médicos,
sobre el complejo salud-enfermedad, obesidad-esbeltez. Final-
mente la influencia de la cultura del consumo y la distinción
social vía corporal bajo argumentos de refinamiento.9
Es importante señalar que en este contexto, en la ciudad de
Medellín, los narcotraficantes y los sicarios han sido dos impor-
tantes fuentes de financiamiento de las cirugías estéticas, dina-
mizando el mercado. Otros procedimientos muy usuales son
la liposucción, la lipoescultura, la tonificación de glúteos y la
reconstrucción de la nariz. Adicionalmente, son muy comunes
en la ciudad otras intervenciones corporales menos radicales como
la generalización del maquillaje facial, las uñas de manos y pies
pintadas semanalmente desde muy tempranas edades, el peina-
8
Probablemente solo encaje con los prototipos de cuerpos mass mediatiza-
dos que ya han sido transformados artificialmente.
9
Otro trabajo, en este mismo sentido, pero desde el psicoanálisis, buscando
reflexionar en las lógicas de lo ‘bello’ y su relación con la cirugía estética, rea-
lizado con cirujanos plásticos, lo presenta Gómez en el 2003.
405
do profesional y el alisamiento del cabello son parámetros en la
ciudad. Se consumen con avidez la miríada de productos estéticos
y dispositivos para adelgazar y tonificar, que el mercado ofrece.
Las industrias relacionadas con la apariencia, la belleza y el
modelaje tienen gran importancia en la ciudad. Existen nume-
rosas escuelas de modelaje que reciben las niñas desde los cinco
años. Las jóvenes aspiran a ser reinas o modelos y sus familias
hacen importantes esfuerzos para pagarles esta instrucción. Al
año se realizan entre 25 y 30 reinados e innumerables desfiles
de modas. Uribe (2007) refiere un estudio del 2003 donde se
señala que en Medellín el 12% de las jóvenes de la ciudad se en-
cuentran inscritas en escuelas y academias de modelaje.
Otro trabajo, el de Castañeda del 2007, busca aproximarse a
la construcción del ideal femenino en Medellín, en la moda y las
modelos, sus datos los construye a partir de las historias de vida
de tres mujeres modelos que sufrieron problemas de salud de-
bido al afán por encajar en el concepto de belleza impuesto pesa-
damente a la profesión. De igual forma Jensen compila un libro
del 2005 en torno a los reinados de belleza, su función política,
la construcción del Estado-Nación, los discursos de género, de
clase y raciales, el concepto de belleza, entre otras reflexiones, so-
bre un espectáculo de máxima importancia para el país. En el mis-
mo sentido, y desentrañando las lógicas de belleza y perfección
femenina en el reinado nacional de la belleza de Cartagena, Per-
domo (2009) revisa publicaciones desde 1934 hasta el presente.
No obstante otros trabajos establecen un giro de tuerca refe-
rido a los modos de reapropiación y resignificación de los mode-
los de belleza y femineidad en juego. Así, por ejemplo, Gómez
y González realizan una investigación de 2007, con jóvenes de
clase media en Cali, tras la búsqueda de sus percepciones del ves-
tir y la moda, de la presentación del cuerpo, los lleva a comparar
dos historias de vida, distanciadas medio siglo en el tiempo, para
poder dar cuenta de las transformaciones en el campo. Su pos-
tura y conclusión está muy relacionada con los planteamientos

406
de García Canclini y Martín-Barbero sobre los usos críticos del
consumo que se contraponen a la idea Adorniana de homoge-
nización de la identidad por la producción y el consumo de bie-
nes masivos. Para ellos el cuerpo y las inversiones en él es el si-
tio de experimentación donde se generan formas de resistencia
personal, anclajes y mapas a la fragmentación identitaria y a la
avalancha de opciones que amenazan con disolver un mínimo
de sentido y comprensión en el mundo vivido. Usan el concepto de
consumo personalizado, categoría que les permite distanciarse
de las visiones fatalistas asociadas a la Escuela de Frankfurt, sobre
la anomia y la pérdida de la identidad.
Concluyen, de esta manera, que lo que logran los jóvenes es
una intensificación de las vivencias mediadas por el uso de bie-
nes que, si bien son masivos, ellos han singularizado, y así los
jóvenes contemporáneos, de manera crítica, podrían aprovechar
el mercado pero guiados por las emociones y las vivencias del mo-
mento. De esta forma, plantean que las presentaciones corpora-
les juveniles no se explican solo en las ideas de superficialidad,
inmadurez y alienación, ya que en ciertos casos pueden ser for-
mas críticas y proactivas de lidiar con las matrices de consumo,
buscando adaptarlo, de la mejor manera posible, a sus vidas.10
A pesar de la presencia de estos procesos críticos de reinven-
ción, no puede soslayarse el impacto e imposición de modelos
de femineidad y belleza en las mujeres. De regreso con Pena-
gos et al. (2006) los autores señalan que los cirujanos plásticos
en sus encuestas refieren que la intervención que más realizan
(80%) es la inserción de prótesis mamarias. La característica
más importante, referida en las entrevistas a población general,
en relación con los senos, es el tamaño, por encima de la forma,
la armonía u otras características. Las mujeres que se hicieron
implante de prótesis mamarias, señalan el tamaño como lo más
importante, y argumentan que ellas parecen querer cumplir el
10
Otros trabajos que abordan el tema del cuerpo, la moda, la vestimenta
y la personalidad son los de Murillo, 2010, desde la psicología y el de Álzate y
Ramírez, 2006, desde la antropología.
407
estereotipo de los deseos masculinos. Deseos que quedarán in-
corporados, aparecerá el deseo de otro como propio, dejando de
ser externos y fusionándose en mí.
En las entrevistas con mujeres diseñadoras, es visible cómo la
referencia del vestido es mostrar y competir, llamar la atención,
exhibir e innovar; se evidencia así una presión del medio hacia
su condición de mujeres. Ante preguntas en relación a la trans-
formación del tipo de diseños, hacia formas que buscan mostrar
más el cuerpo, y la transformación de las medidas de las prendas,
buscando cinturas pequeñas, caderas anchas, bustos grandes, se-
ñalan que es a partir de 1985 y que lo asocian a la influencia
cultural del narcotráfico que transforma el diseño de vestuario.
El 80% señala que existe una influencia masculina en el diseño
del vestuario femenino actual ya que éste representa los deseos
masculinos11. El 80% señala que es muy relevante el papel de
los senos a la hora del diseño y ante la pregunta, en relación a si las
prendas se ajustan a las mujeres de Medellín o si por el contrario
las mujeres deben ajustarse a las prendas.
Una diseñadora contesta que es lo segundo, que el diseño
está perfilado por directrices globales y mediado por los deseos,
por los imaginarios; ellos diseñan para el tipo de mujer ideal que
sus clientas buscan ser, así, en realidad, no lo sean. Consideran a
las mujeres como las ‘víctimas’ de la moda, ya que ésta es la que
afianza la seguridad y todos creen en una marcada relación entre
moda y autoestima.
El impacto que pueden tener este tipo de fenómenos, en la
autopercepción es abordado en una investigación de Restrepo
11
Al preguntársele a las diseñadoras por la función de la moda en la ropa
interior femenina, éstas mencionan que tiene que ser sexy, para ellas es más
claro que la función no es la de protección y comodidad sino la de exhibición.
Por eso su diseño debe tener en cuenta lo sexy, lo atrevido, lo colorido y el
uso que se le vaya a dar (si es para seducir, para hacer deportes, descanso o
trabajo). Aun cuando el concepto de comodidad es fundamental al discurso
del campo del diseño (Bourdieu), la realidad es que no siempre corresponde
con lo que se ofrece, se sacrifica comodidad en pos de la exhibición y del
resaltar el cuerpo.
408
del 2003, en donde analiza consultas psicológicas con algunas
jóvenes (15-18 años), quienes presentan problemáticas relacio-
nadas con su cuerpo, evidenciados en trastornos de la alimen-
tación, en autoagresión, en el consumo de drogas y en las sexua-
lidades riesgosas. Estas jóvenes poseen grandes problemas en
relación a su autopercepción corporal, se identifican como poco
estéticas y desagradables, ya que no llenan ciertos modelos idea-
lizados. Señala la anorexia y la bulimia como trastornos muy co-
munes, impulsados culturalmente por la presión de las amigas,
los medios masivos, y las parejas, quienes les realizan continuas
exigencias en relación a sus cuerpos.12
Según Restrepo, lo corporal se presta para juegos de poder,
los jóvenes quienes tienen la posibilidad de transformar, o han
recibido por herencia modelos corporales ‘correctos’ o que po-
seen los ‘artefactos protectores’ (ropa y accesorios válidos), están
en capacidad de dominar a los otros, lo cual refuerza fantasías de
inmortalidad, omnipotencia y aumenta su posibilidad de desa-
fiar las normas de su entorno. Aquí las relaciones en el plano de
los géneros son diferenciales. Las mujeres ponen gran énfasis en
su propia corporalidad, objetualizándose, y usándola como se-
ñuelo para atraer al objeto de deseo y al entorno, es un ejercicio
de internalización corporal de las relaciones. Los varones, por su
parte, buscan dominar el entorno, sus luchas son más por poder
y los lleva a comportamientos riesgosos asociados a ideas de om-
nipotencia e inmortalidad. Concluye que para solventar estas
investiduras de los hombres, y el cuerpo como objeto fetiche de
las mujeres, la cultura propone soluciones por intermedio del
12
La misma investigación, encuentra casos de consumo de cocaína relacio-
nados con el acallamiento de la sensación de hambre, para posteriormente
poder lucir ropa de moda (pantalones ‘descaderados’ y blusas entalladas).
Plantea una doble constricción ya que es a través del cuerpo que los jóvenes
deben encajar con sus pares, y para esto deben usar los modelos culturales
que se les imponen desde los medios masivos, así los impelen a intervenir
profundamente sus cuerpos o que éstos sufran afecciones como consecuen-
cia de las presiones para encajar.

409
consumo, de dispositivos ideales, que generan tanto seguridad
como inseguridad en las relaciones con sus pares.
Regresando nuevamente a las lógicas de Uribe (2007) y las
explicaciones que encuentra para los trastornos alimenticios
femeninos, asociados a ideales de estética corporal, su eje argu-
mentativo es el superávit de mujeres. Plantea que si las víctimas
mortales de la violencia citadina se encarnan en los varones
jóvenes de los barrios populares esto repercute en un desequi-
librio demográfico en este sector de la población. Dándose la
diferencia más grande, según estimaciones de la población joven
de Medellín para el año 2002, en la franja entre 20 y 24 años,
con un 16.5% más de mujeres que de hombres (76.451 hombres
por 92.877 mujeres) cuando en la franja de 10-14 años, para ese
mismo año, la diferencia es de 1.1% a favor de las mujeres.
Así plantea que este fenómeno demográfico es reflejo de la po-
breza, la violencia y la influencia del narco en la ciudad, creando
en estos sectores una ‘escasez’ de jóvenes varones. Esto llevaría un
factor de presión para las mujeres hacia la competencia, entre
ellas, por el acceso a los jóvenes varones, y donde la herramienta
fundamental, en esta disputa, es el cuerpo y la apariencia física.
En este caso, son las más ‘bellas’ las que logran la compañía de
los jóvenes más poderosos de sus barrios. Afirma que al tratar
de alcanzar estos ideales estéticos de delgadez las jóvenes termi-
nan asumiendo riesgos importantes para su salud.13
Es preciso señalar que no solo las ciencias sociales se han
dado a la tarea de investigar estos procesos de constitución, im-
posición y resignificación de modelos de femineidad y belleza,
también son destacables las reflexiones que se realizan desde

13
Otros trabajos que profundizan esta relación entre los ideales corporales
mass mediatizados, la consolidación de nuevos patrones, referencias y
expectativas en la presentación corporal, y las presiones que derivan de
las mismas son Pérez (2004) desde la comunicación social y periodismo,
Muñoz, Muñoz y Yepes, (2009), Carvajal y Restrepo, 2008), desde el trabajo
social, Arboleda (1997) y Galeano (2007) desde la antropología, Acevedo
(2010) y Rojas (2008) desde la psicología.
410
las artes. Montoya (2009) realiza performances evidenciando y
siendo crítica con estas construcciones de fetichización y mer-
cantilización corporal. Mediante un recorrido por diferentes
publicidades de productos relacionados con la estética corporal, y
evidenciando cómo ciertos objetos se convierten en talismanes o
amuletos para conseguir mágicamente la belleza, también presen-
tándose en un proceso de maquillaje extenso durante tres horas.
Quiñonez (2010) igualmente desafía las concepciones de la
mujer objeto y de los objetos que transforman y crean ‘belleza’,
como el maquillaje; realizó una serie fotográfica que presenta
la transformación del cuerpo femenino en una muñeca y vice-
versa. Ochoa (2009), en la misma lógica, se lanza en contra de la
comercialización del cuerpo femenino y la función de Medellín
como ‘cuna y fábrica’ de las modelos del país. Con este fin usa el
icono de las muñecas Barbie en fotografías, videos y esculturas.
Finalmente, Muñoz (2009) desafía y subvierte, con la pre-
sentación de su cuerpo desnudo, en espacios públicos, denun-
ciando la presión que siente por vivir en una ciudad hipercor-
poralizada y esteticista. Hace un recorrido desnuda, por ciertos
espacios públicos de la ciudad, instrumentalizando su cuerpo
obeso, que no posee las medidas ni las características aparentes
que la ciudad demanda, para generar reflexión. También realiza
un ejercicio con ‘cuerpos plásticos’, cuerpos que envuelve en
este material y se exhiben buscando una crítica a las demandas
sociales sobre el cuerpo y el vacío que generan.

411
Emociones: el miedo

Fíjate bien- Juanes14

Te han quitado lo que tienes /te han robado el pan del día /te han
sacado de tus tierras / y no parece que termina aquí / Despojado de
tu casa / vas sin rumbo a la ciudad / sos el hijo de la nada / sos la vida
que se va / Son los niños, son los viejos /son las madres, somos todos,
caminando / y no te olvides de esto no, no, no / Fíjate bien donde
pisas/ fíjate cuando caminas / no vaya ser que una mina / te desbarate
los pies amor / fíjate bien donde pisas / fíjate cuando caminas / no
vaya ser que una mina / te desbarate los pies.../ Ya no sé quién es el
dueño / de tu vida y de la mía / solo sé que hay un cuento / que no
parece que termina aquí / Como dicen en los diarios / y como dicen
en la tele / y como dicen en la radio / que no parece que termina aquí
/ Porque ellos no van a buscarte / ellos no van a salvarte / ellos no
van, ellos no van, no, no / y tú no lo vas a creer.

Como se señaló al inicio del texto, otro campo temático que


predomina entre los intereses de investigaciones realizadas en
Colombia, bajo el filtro del cuerpo y la sensibilidad, es el que
se refiere al miedo en el contexto de la experiencia social de la
violencia. A partir de una encuesta publicada el 12 de marzo
de 2000, por el diario más poderoso del país, Barbero (2003)
nos brinda una imagen que sirve como abrebocas. El 85% de

14
Canción que además da título a su disco debut, como solista, en el 2000. Es
de resaltar esta producción del cantante hoy figura de talla mundial. Las letras son
políticas y tienen marcada sensibilidad hacia las problemáticas del país, siendo
su único trabajo con este perfil. Esta posición desaparece, posteriormente, del
cantante en la medida que se hace un gran éxito internacional y se ve sometido
a los desplazamientos éticos y estéticos que implica un sonido comercializable
al mundo. La referencia de la canción es a las ‘minas antipersonales’ conocidas
localmente como ‘quiebra patas’, con las cuales la guerrilla ‘siembra’ sus territorios
de influencia con el fin de desestimar acciones del ejército y de las cuales la real
víctima es la población civil –los campesinos que viven en estas zonas.
412
los colombianos, que habitan las seis más grandes ciudades15,
confiesan no hablar con extraños; el 72% redujo la frecuencia
en que salen a la calle; el 8,54% ha dejado de salir para cuidar
la casa; para el 73% la seguridad es una obsesión cotidiana. Los
miedos son bien concretos: a ser secuestrado en los retenes gue-
rrilleros llamados ‘pesca milagrosa’, a abordar un taxi en la calle,
a sacar el carro de noche.
El miedo, una ‘simple’ emoción, transforma las realidades
del colectivo; ahora los jóvenes se quedan en las casas donde se
realizan las fiestas para no salir en la madrugada, los centros co-
merciales se perciben como el único lugar de encuentro seguro,
se crean frentes de seguridad locales enlazando los teléfonos de
todos, se instalan alarmas en sitios estratégicos activados por
cualquiera que detecte personas extrañas, o que sea testigo de
atraco o robo en el barrio.
Niño, Lugo, Rozo y Vega en 1998 realizaron un mapeo lla-
mado Territorios del miedo en Santafé de Bogotá. Imaginarios
de los ciudadanos. Su investigación parte de la búsqueda de sen-
sibilización e intento de desnaturalizar determinadas prácticas.
Encuentran que en Bogotá son comunes actitudes y medidas
tales como: encerrar conjuntos residenciales, poner rejas a casas,
patios, y ventanas, controlar con circuito cerrado de televisión
edificios y centros comerciales, usar vigilantes armados con pe-
rros entrenados para agredir, hacer privadas calles públicas im-
pidiendo de manera física el acceso, no usar o quitarse las joyas
si se sale a la calle, aislarse progresivamente y desconfiar de todas
las personas, instalar blindajes de diversos tipos a los vehículos,
pertrechar con vidrios y alambres de púas los muros, salir a la
calle poco y no hacerlo después de ciertas horas. Concluyen en
su diagnóstico que todo lo descrito anteriormente es sinónimo
de un ambiente de miedo que se vive en la ciudad o mejor de un
‘miedo ambiente’.
Villa, Sánchez y Jaramillo, en 2003, realizan una investi-
gación sobre los miedos sociales urbanos en Medellín. La inves-
15
Bogotá, Medellín, Cali, Barranquilla, Cartagena y Cúcuta.
413
tigación, Rostros del miedo, buscaba entender el papel del miedo
en la configuración del orden social y como transforma la apro-
piación de la misma. Los autores se centran así en los procesos
de inclusión-exclusión social, en la dimensión social, cultural y
colectiva del miedo. Así para ellos el temor y sus objetos, y el
cómo reaccionar, son construidos en parte por la experiencia
propia, pero de igual manera por el ‘conocimiento’ alcanzado
en las ‘creencias’, en lo social o en los medios masivos de comu-
nicación. Reflexionan para entender cómo el miedo transforma
los contactos sociales, cómo se carga la relación con las alteri-
dades. Ante la presencia del miedo se construye la imagen de una
alteridad lejana, peligrosa y amenazante a la cual se responde des-
de un nosotros protector. Intentan, al igual que el proyecto de
Bogotá, cartografiar los miedos y establecer su encarnación.
Estos autores, compararon las percepciones del nosotros con
las de los otros, en las diferentes zonas, intentando comprender
el universo de los imaginarios, como unas representaciones y
simbolismos que influyen, que perfilan, el comportamiento de
los urbanitas. De igual manera, además de diagnosticar el pro-
blema, los trabajos de Niño et al. (1998) y Villa et al. (2003)
también buscaban determinar las actitudes y estrategias que los
ciudadanos tienen para enfrentar o evadir situaciones de miedo
en la ciudad o para cambiar la imagen negativa de la misma.
Se preocupan ya que la violencia se ha convertido en forma
natural de transacción, es la interacción social cotidiana, que se
materializa tanto en lo público como en lo privado. Caracteri-
zan las ciudades como el escenario de atracos y retaliaciones, que
se van convirtiendo en parte de la vida y se termina aceptando
la violencia como inevitable e inherente a la colombianidad. La
inseguridad, la frecuencia de los crímenes, el miedo rampante,
transforma la capacidad de uso y apropiación de la ciudad y de
igual manera los comportamientos ciudadanos, en las formas
señaladas en el diagnóstico del apartado previo.
En el trabajo de Niño et al., sobre Bogotá, metodológica-
mente, usaron el concepto de ‘posicionamiento’ con el fin de
414
cartografiar las miradas y las proyecciones desde donde pienso e
imagino y cómo me piensan e imaginan desde afuera. Buscaban
establecer el lugar desde donde se vive y se construye la ciudad.
De esta manera el locus del urbanita que percibe constituye un
tipo de ciudad y las permutaciones de este locus nos refieren in-
finidad de ciudades, completamente diferentes, que tienen la
misma topografía y el mismo tiempo.
La segunda mirada, es la de la proyección, la denominan ciu-
dad imaginada de miedo, pues los ladrillos, cemento y varillas
con la que se construyó fueron los miedos de los sujetos, ya que
se determina a partir espacios que el sujeto no conoce, espacios
que se busca no transitar, ya que son aquellos que les producen
miedo. En esta ciudad podemos encontrar tipos diferentes de
espacios referenciados de miedo.
En la investigación de Villa et al. (2003), sobre Medellín, a
partir de prospecciones llamadas ‘los rostros del miedo’, se crean
tipos ideales, figuras donde se puedan encarnar los males y las
bondades. Se trataba de seguir las representaciones de imagi-
narios, de miedos y deseos, a partir de las figuras prototípicas
sobre las que se consultó a la población. Mediante esta recons-
trucción se logra una descripción previa del clima de miedo, para
encontrar las nociones preexistentes sobre lo que amenaza, lo que
es peligroso, lo que se siente que produce mal16. En esta primera
aproximación se parte de la idea de que el temor al otro es uno de
los principales dispositivos para encausar el miedo personal y gru-
pal, que de esta forma se transforma en otra pasión, que ayuda
lidiar con el miedo: el odio; se odia lo que nos asusta y amenaza.
Algunos resultados de Niño et al. (1998), el 58% asoció a
Bogotá con imagen de miedo; el 15% expresó que sí le produce
16
De esta manera, en esta serie de figuras prototípicas se fijan las amenazas
y los miedos y en otras las esperanzas y el sentimiento de protección. Los
resultados de las entrevistas, evidencian las siguientes figuras, en orden
descendiente de valoración positiva: (de bueno a malo) mujer, maestro, líder
social, sacerdote, joven, empresario, desplazado, empleado, juez, periodista,
policía, indigente, prostituta, político, drogadicto, paramilitar, miliciano,
narcotraficante, guerrillero, atracador y en el último lugar, como la figura
percibida como la más peligrosa socialmente, el sicario. 415
miedo pero aclarando que no su totalidad, ni a todas horas, sino
en partes y a horas específicas; el 27% de los encuestados mani-
festó que no le produce miedo. El 54.4% vive la ciudad con un
nivel alto de miedo, el 41. 4% en el medio, y solamente el 4.3%
con un nivel bajo.
Bajo este panorama, las conclusiones a las que llegan estas in-
vestigaciones, en las dos ciudades, son: El miedo es enormemente
expresivo. Una persona con miedo modifica sus enunciados y su
comportamiento, su comunicación no verbal se transforma, y
este acto comunicativo se constituye en señal para el otro. En
ocasiones, el reconocer el miedo en el otro, es aprovechado por
el agresor. El miedo es contagioso. Una persona con miedo tiene
la agencia para trasmitir sus miedos a otros, alimentando así un
imaginario del miedo que se expresa en los otros individuos. Lo
interesante aquí es como los otros, incorporan el miedo, así no
hayan tenido la experiencia directa. De esta manera se construye
más bien una experiencia no personal sino social del temor.
Otro de los hallazgos hace referencia a cómo el miedo es
aprendido. La activación cultural del miedo, la respuesta a qué
o a quién le tengo miedo, difieren según la posición del indi-
viduo dentro del grupo social. En algunas ocasiones el miedo
y la curiosidad van disminuyendo con el hábito, la cercanía, a
fuerza de presentarse reiteradamente. Una persona temerosa se
encuentra socialmente debilitada y muy probablemente actúe a
la defensiva. La generalización del miedo da paso a una sociedad
desvalida, disminuida, en la que se deteriora inevitablemente
el tejido social pues el presupuesto es que el otro, el de al lado, el
vecino, es un enemigo o un agresor potencial. De esta manera
busco protegerme, potenciando así la individualidad, la descon-
fianza y la insolidaridad.
Las reflexiones previas, dan un giro de tuerca en lo que res-
pecta a la caracterización de la actitud blasée, a la que se le suma
el miedo. De esta forma las consecuencias no serán simplemente
la distancia, las corazas sociales, que generaban el hastío y la re-

416
carga de percepciones, que caracterizaba Simmel (1903), sino
donde además, aparece la predisposición a la violencia. El miedo
puede llevar a atacar al otro, si éste es social una pequeña acción
de violencia puede generar un efecto dominó, una bola de nieve,
creando la profecía autocumplida. Incluso se puede recurrir a la
violencia anticipándose al ataque del otro17.
Consideran que esta imagen de ciudad productora de miedo,
responde parcialmente a las manifestaciones de violencia, pero
de igual manera es perfilada e impulsada a partir del flujo de
información, sería una construcción de los medios de comuni-
cación18, o de instancias comunicativas, y reguladoras sociales
premodernas, como el rumor y el chisme. Estos últimos per-
miten la recreación de sucesos y experiencias, y la difusión de
imaginarios, que circulan por la ciudad boca a boca, reforzando
la idea ya bien establecida, de una ciudad violenta, de una ciu-
dad que produce miedo (Niño et al., 1998).
En la caracterización del miedo de Medellín (Villa et al.,
2003), usan un encuadramiento similar, quieren evidenciar cómo
viven los miedos individuos que están bajo situaciones sociales
complejas como la pobreza, el resquebrajamiento social, la iniqui-
dad, la muerte, el desempleo, la guetización geográfica-social. A
17
Lógica que se usa como validación, hoy común, en la política exterior de
‘defensa’ estadounidense, por poner un ejemplo.
18
Los mass media, principalmente la televisión y los periódicos, juegan un
papel fundamental en la creación de estos escenarios del miedo, el milita-
rismo y la violencia. En el caso de la primera, canales como History Chanel se
dedican en buena medida a difundir y apoyar las políticas militaristas de ee.
uu. y sus aliados. Para la consolidación de este fin, por ejemplo, la continua
difusión de los eventos de 11 de septiembre, y la idea subyacente de unos
difusos enemigos de la “civilización” que deben ser atacados y reprimidos
en diversos países, es fundamental. En cuanto a los noticieros y diarios la
creación de unos sospechosos de planta, llámense inmigrantes, grupos étni-
cos o jóvenes de clase popular es tarea cotidiana que desemboca en profecías
auto cumplidas y la criminalización de la juventud y la pobreza. Para el caso
de ee. uu. sobre los estigmas, la represión y la creación de miedo, dirigido a
ciertos grupos, los señalamientos de M. Moore desde sus documentales o de
L. Wacquant desde la academia son contundentes.
417
partir de entrevistas presentan percepciones colectivas como:
“cualquiera puede ser un agresor, uno no puede ni preguntar la
hora”, “uno no puede confiar en el vecino”, “a uno le parece que
toda la gente lo está viendo para hacerle algo”, “Está lleno de in-
digentes”, “a uno primero lo matan y después lo atracan”, aparece
la idea de que “todos somos secuestrables”, la generalización de
la extorsión, como un peaje imaginario, que aparece en todos los
lugares y grupos sociales. El peaje sería una supuesta ‘seguridad’
que venden a los grupos armados ilegales, prácticas que fueron
bien caracterizadas por Foote White (1943) en su trabajo clásico
sobre los rackeets en los ee. uu. de la primera mitad del siglo xx.
En este sentido, Barbero (2003) caracteriza como preocu-
pante que, en el ejercicio de “domesticación” de la violencia, la
sociedad se somete a una disminución de la calidad de vida y a
un franco deterioro de la convivencia ya que valida socialmente
el sentimiento del miedo y como consecuencia lógica también
lo hace con la desconfianza.
El panorama de violencia, y de urbanización del conflicto, se
torna cada día más desolador; la guerra, el uso de las masacres y
todo tipo de violación de derechos a los campesinos y sus cuer-
pos19, el uso del temor, la creación del horror, como estrategia
para desplazar poblaciones y tomar ilegalmente sus tierras,
creando verdaderas romerías hacia los cordones de miseria en las
ciudades. Las localidades más pobres se llenan de desplazados
que sobreviven bajo el peso del sentimiento persecutorio, bajo
la mirada de sospecha y rechazo de las comunidades receptoras,
en ausencia de auténticos mecanismos de seguridad legal que
los proteja y les ayude a la inserción citadina, desplazan de esta
forma, consigo, sus miedos. (Niño et al.; 1998)
Con estas investigaciones se deja ver cómo el vacío de justicia
sirve al miedo, un miedo muy grande a la agresión y otro tanto a
la impunidad. La generalización y naturalización del miedo ali-
menta a los agentes y oscuros intereses que lo provocan. Como
19
Incluyendo violaciones a las mujeres, desmembramientos con machetes
y motosierras, juegos de futbol con cabezas y otros horrores.
418
sabemos las consecuencias no son menores, ya que el terror
paraliza los movimientos sociales, imponiendo la desconfianza
y el aislamiento, legitima el abuso de poder y la violencia.
En otra investigación Arboleda (2009) trabaja los usos del
cuerpo en los desplazados, negros del Chocó, hacia Medellín,
rastreando, los vestigios del miedo generados por la violencia y
el conflicto y cómo deben reconfigurar su identidad ya no como
campesinos, sino como desplazados en las periferias urbanas. La
autora propone al cuerpo como un objeto metodológico; de tal
manera da cuenta de la incorporación, la ubicación del miedo,
por las víctimas, señalándolo en el corazón, o en el pecho, y una
vez ubicado se abre la posibilidad de tratársele con algún tipo de
medicina o ritual, y continuar así con la vida.20
Por otro lado, Jimeno (2007) señala que las violencias trans-
forman las percepciones de los entornos sociales y rompen las
seguridades sobre las cuales los individuos cimientan sus vidas.
Las violencias al desencadenar estas enormes complejidades,
como el aislamiento de la víctima, la búsqueda de la negación de
lo ocurrido y la generación de emociones muy contradictorias, se
podría afirmar que, justamente por eso, devienen en una herra-
mienta atractiva para los agentes desestabilizadores, por la capa-
cidad de producir impacto social e individual. Son de esta mane-
ra necesarios mecanismos deliberados que los contrarresten.
La autora señala escenarios, usados a manera de conjuro,
donde la sociedad colombiana ha intentado lidiar y reaccionar
frente a la violencia: la música21 o salir a marchar a las calles son
buenos ejemplos. Estos conjuros ayudan a manejar el impacto
emocional de la violencia y a encontrar caminos para retomar
la vida sin caer en la depresión inmovilizante. Propone valorar-
los como mecanismos de sanación social e individual y como
20
Otros trabajos que se inscriben dentro de esta perspectiva serían los de
Berrio (2005), Mejía (2008) y Piedrahita y Restrepo (2003).
21
En Blanco (2010) realizo un análisis de cómo la música ha servido a los
colombianos para enfrentar las duras cotidianidades de violencia, pobreza e
iniquidad.
419
estrategia para corroer el horror que implica el silencio, la natu-
ralización de la violencia y el aislamiento de las víctimas.
En esta misma línea de investigación, relacionada con el con-
flicto colombiano y sus principales actores, Aranguren (2006)
aborda la relación guerra-cuerpo-dolor. Su análisis se centra en
las técnicas corporales de los combatientes, las marcas e inscrip-
ciones que les quedan en el cuerpo, la capacidad de soportar e
infringir dolor, la guerra como discurso, construyendo datos a
partir de comentarios de combatientes de grupos insurgentes y
entendiendo al dolor como la percepción que crea comunidades
emocionales extremadamente sólidas entre los grupos de gue-
rreros, en este caso los guerrilleros.
Siguiendo esta lógica, Londoño (2005) analiza la relación
guerra-cuerpo pero ahora desde la perspectiva de mujeres insur-
gentes. Encontrando, igualmente, que la percepción del dolor,
el sufrimiento, es una sensibilización primordial en sus vidas de
guerreras. Las transformaciones corporales que sufren por ser
parte activa del conflicto, (dismenorrea) o la incorporación de
elementos externos como el fusil, se convierten en parte fun-
dante de su identidad corporal. Encuentra también que ellas, a
diferencia de los hombres, no logran una separación del ámbito
público=guerra / privado =familia, y no los viven como dos mun-
dos. Solo en la desmovilización del conflicto, y regreso a la vida
civil, logran retomar plenamente una feminidad que debieron
aplazar para llenar los requerimientos corporales emocionales
(masculinos) de la guerra.22
De igual forma, en sus conclusiones y como propuestas,
Villa et. al (2003) señalan que el miedo tiene la potencialidad
de vincular, de propiciar nuevas culturas, alrededor de una her-
manamiento sensible vía la sensación de vulnerabilidad. Pueden
reactualizar y potencializar los capitales sociales y culturales que
están siendo minados por los actores violentos.

22
Otro trabajo, en esta misma perspectiva y, con las mismas sujetos es el de
Ospina de 2006.
420
Esta fuerza cohesiva del miedo se puede dar como una reac-
ción, ante él mismo, se deben crear y revitalizar las comunidades
emocionales. Para construir este concepto y validarlo usan las
teorías del Estado Nación de Benedict Anderson y muestran
cómo, para Medellín, se crearon ciertas campañas mediáticas,
que reaccionaron vigorosamente, frente a la brutalidad de la
violencia de 1990 y el peligro de la dilución social.23
Como reacción al miedo que generaba Medellín, se buscó
potenciar el amor por la ciudad implementando el Sistema de
Transporte Masivo Metro, y gracias a él se reconfiguró la arqui-
tectura, (creando ejes turísticos) y diseñando campañas de ima-
gen ante la prensa internacional. Con estas campañas, sumadas
a la gran inversión del municipio para atraer empresas, turistas
y eventos internacionales, se busca posicionarla como la ciudad
turística, internacional, de Colombia. Dentro de este proceso,
campañas, como Hecho en Medellín, o Quiero a Medellín fueron
sumamente exitosas; de igual manera, la instrumentalización
del arte y la ‘cultura’24 ha rendido importantes frutos.
23
Otros esfuerzos que dan cuenta de la relación del cuerpo, las emociones
y sus potencialidades pedagógicas los encontramos en Cajiao (1996),
Morales y Pérez (2007) y Villa y Giraldo (2007). Reflexiones en relación a
cómo las emociones pueden curar o enfermar, las afectaciones del cuerpo
y las sensibilidades a partir de prácticas de medicina y regulación social
premodernas encontramos en Gutiérrez y Vila (1985), Pinzón y Suarez
(1992) y en Muñoz y Torres (2009); sobre ritualidades que afectan
marcadamente el cuerpo y las sensibilidades en Mazzoldi 2004 y Ospina
2004. Un trabajo en relación al proceso de donación y trasplante de órganos,
la afectación sensible de la enfermedad, su implicación en la vida emocional, la
recuperación y los cambios en los aspectos culturales de comportamiento, el
manejo del dolor y la ansiedad y la repercusión familiar lo encontramos en
Díaz y Sacklert (2002).
24
Por ejemplo con la creación del parque Botero, ubicado en el centro, en
el eje turístico que se crea gracias al urbanismo asociado al metro. En el caso
de la ‘cultura’ se crea el concepto de parques-bibliotecas que se implementan
en las zonas más deprimidas de la ciudad buscando crear ‘oasis’ y opciones no
violentas para los residentes con especial atención a los niños y jóvenes. Aquí
el ejemplo paradigmático (que hoy se exporta) es el de la Biblioteca Reyes
Católicos, en el barrio Santo Domingo Savio, antigua zona de reclutamiento
de sicarios por parte de Pablo Escobar y sus sucesores.
421
Para Bogotá, de igual manera, Barbero (2003) concluye que
la ciudad no solo ha sufrido de miedo y violencia, sino que vivió
una de las transformaciones más vanguardistas del mundo, de la
mano de administraciones de alcaldes como Antanas Mockus,
que apostó por la creación de cultura ciudadana desde micro
procesos ligados al arte y la pedagogía, creyendo que reeducando
a los ciudadanos se puede construir y reconstruir la ciudad y sus
solidaridades. Posteriormente, también se logra transformar
la identidad de los ciudadanos, su sensibilidad hacia la ciudad,
de igual manera que en Medellín con el metro, en relación a la
implementación de un sistema de transporte masivo, que trans-
forma el urbanismo, en este caso El Transmilenio.25
Otro bloque de reflexión sobre este tema es el realizado desde
el arte, sobre la violencia, el erotismo, la sexualidad y las trasgresio-
nes a los valores hegemónicos. Desde las obras, y las puestas en
escena, de igual forma, se cuestiona la violencia, el miedo y el do-
lor como forma primordial de interacción en la sociedad colom-
biana. Esta preocupación se logra abordar de diversas maneras
principalmente vía el análisis de la representación artística de la
propia violencia, del cuerpo fragmentado y agredido, aquí se ins-
criben los trabajos de Arroyabe (2001), Giraldo (2009 y 2010),
Gaviria (2008), Gómez (2007) y Cárdenas (2010).
De destacar el trabajo de Pedraza aproximándose al fenóme-
no moderno de las hiperestesias (1999), entendidas como un se-
gundo momento de procesamiento de las percepciones sensibles,
cargándolas con las referencias éticas-culturales, convirtiéndolas
así en emociones; artículo que se ha convertido en referencia obli-
gada para los estudiosos del tema. También se inscribiría aquí su
trabajo en relación al saber emocional, donde a partir del estu-
25
Sistema de buses articulados que transitan por vías exclusivas, original de
Brasil. La ciudad de México lo copia y se asesoró con ex administradores de Bo-
gotá para su implementación en la avenida Insurgentes. En el caso de Bogotá, la
eficiencia del sistema y el urbanismo que lo acompaña modificó la percepción
de sus habitantes frente a la ciudad, encontrándola más amable y generando un
sentido de pertenencia hacia la misma, completamente inédito.
422
dio etnográfico de la aromaterapia, también llamada medicina
floral, en Bogotá 2007, desentraña lógicas de relacionamiento
con el propio self (Mead), como procesos de exploración y auto
conocimiento, en intentos por tomar conciencia de las propias
emociones como fenómenos incorporados. Una vez adquirido
este sutil conocimiento del ser-en-el-mundo, le permite al su-
jeto ponerlo al servicio del propio bienestar y salud, vía la auto-
medicación, que lo desplaza de la posición de actor pasivo a
activo, de paciente a agente, y fortalece su carácter en un mundo
de consumo con inercias alienantes.

Desenlaces y retos

Como vimos a lo largo de este texto, los intereses en torno al


cuerpo y la afectividad en Colombia pueden agruparse dentro
de determinadas categorías temáticas: emociones, disciplina-
salud, esteticismo y motricidad. Es de notarse cómo son pre-
dominantes los temas donde se relacionan los cuerpos con las
emociones y las identidades26 que surgen de estas sensibilizacio-
nes, seguidos de cerca por los abordajes que rastrean los biopo-
deres. De igual manera son importantes las reflexiones estéticas
y un poco más atrás se encuentran los esfuerzos en relación a la
motricidad. En este caso, podemos señalar que Colombia posee
un gran acervo y potencial de aportar a la discusión en relación
al complejo emociones-cuerpo y las identidades que derivan de
estas sensibilidades.
Es de resaltar la abrumadora presencia de la antropología con
un 42% de los títulos escogidos y la relativamente pobre de la so-
ciología. Aquí podríamos encontrar marcadas diferencias con
México donde ésta última es mucho más vigorosa, así aparece
como una gran potencialidad las investigaciones interdiscipli-
nares entre los dos países cada uno aportando desde sus fortalezas.

26
Posiblemente ayudados por la manera como se establecieron las categorías.
423
La antropología es seguida, en esta muestra, muy lejos en pro-
ducción, por la educación física a quién se le debe reconocer su
esfuerzo y posición central en la comprensión del cuerpo como
vehículo humano, además su capacidad autocrítica y progresivo
esfuerzo por anexar lo emocional y sociocultural a su análisis.
Me resulta sorprendentemente feliz descubrir la fuerza, crea-
tividad y constancia con que el arte ha aportado en la temática
del cuerpo y las emociones. Es un escenario ideal para evidenciar
los múltiples problemas e iniquidades, que en ciertos contextos y
bajo ciertas presiones –la sociedad, primero y la cultura, después–,
incorporan, y, lo que es realmente perverso, naturalizan.
En relación a los propósitos delineados al inicio de este traba-
jo, donde parto del supuesto de que México hoy está afrontando
una dura prueba por parte del terrorismo del narcotráfico, su
agencia de violencia y su búsqueda instrumental del terror, bus-
co señalar algunos retos comprendiendo que su gente, su socie-
dad, está, y tendrá que seguir, resistiendo y movilizándose.
En el tema estético, la sociedad colombiana ha sufrido pro-
fundas transformaciones, de los valores y de la cultura, más mar-
cadas que en otras zonas del mundo. Se ha dado un refuerzo, de
modelos patriarcales y machistas como consecuencia de la en-
trada del dinero fácil del narcotráfico, que fomenta la violencia,
la pérdida del valor del trabajo y el esfuerzo, potencia el consu-
mismo acrítico y que, implementado en escenarios de exclusión,
iniquidad y pobreza, perfila modelos de hombría y feminidad
muy complejos de resistir para los jóvenes.
Hombres que valen en la medida de su agencia violenta, en el
dinero que ganan de manera profusa y rápida, en el poder y con-
trol que adquieren sobre los demás sujetos. Este modelo puede
llevarlos a destellos de vidas violentas que descapitalizan las fa-
milias y la sociedad creando fuertes desbalances.
Mujeres con identidades hipercorporalizadas donde su máxi-
mo valor radica en un concepto de ‘belleza’, descontextualizado
y acrítico, las puede llevar a incorporar los deseos e imagina-
rios sexuales de los varones y la sociedad, asumiendo conductas
424
riesgosas para su integridad físico-emocional. Además, puede
llevarlas a un repliegue de sus esfuerzos, anhelos, e inconformi-
dades, hacia adentro, hacia sus propios cuerpos, impidiendo que
trabajen en pos de vidas con mayor riqueza en otros escenarios
y bajo otras valías que no sean tan fugaces, relativas y alienantes.
Puedo señalar que Colombia ha trabajado con detalle, fi-
neza y profusión las emociones que se generan en contextos de
violencia (debido a la constante guerra fratricida) y la descom-
posición social catalizada por fenómenos desintegradores como
el terrorismo generado por los más diversos actores armados y del
narcotráfico. Este amplio acervo y experiencia puede servir para
delinear proyectos de investigación conjuntos sobre el tema,
que nos permitan aportar en estrategias para enfrentar el miedo,
la descomposición de los tejidos sociales y la anomia que buscan
generar los actores desestabilizadores del orden social.27
Son de resaltar, para el México contemporáneo, los cono-
cimientos logrados de las experiencias de trabajo con los sen-
timientos derivados de la violencia y el terrorismo. La idea de
que las emociones se pueden incorporar, encarnar, como una
estrategia de enfrentamiento a las profundas rupturas emocio-
nales, la depresión y la inmovilidad es fundamental. Al lograr
ubicar corporalmente la afección emocional-sensible, al incor-
porarla, se puede negociar con ella y pasar de la posición pasiva e
inmovilizante de víctima a otra de agencia, y así llegar a tratarse
mediante alguna de las medicinas, la palabra o las ritualidades.
El entender que el miedo fractura la sociedad, que su vivencia
se traduce en la vida cotidiana en una desconfianza progresiva
hacia mis pares, en una vivencia temerosa de las interacciones
27
Una mirada atenta a ciudades como Monterrey, a sus nuevas dinámicas
sociales y culturales, a sus problemáticas contemporáneas, y los retos que
éstas conminan a enfrentar, podría señalarnos que el camino, ya ampliamente
recorrido por la sociedad colombiana y paisa, puede estar ya iniciándose allí.
Un artículo de Cantú de 2011 cita un análisis muy similar al expuesto para
Medellín aquí, por parte del rector del Sistema Tecnológico de Monterrey,
para intentar comprender qué está pasando con la ciudad que llegó a ser
titulada “la mejor para vivir y hacer negocios en Latinoamérica”.
425
(Erving Goffman), resulta fundamental para el análisis de las
consecuencias y la búsqueda de estrategias para enfrentarlo.
Los perpetradores del terrorismo entienden que su verdade-
ro poder no está en las consecuencias físicas directas sino en el
miedo que se genera en la población general. Aquí la instrumen-
talización de la cultura, la búsqueda de estrategias que enfrenten
la descomposición y la anomia, tales como campañas mediáticas,
el refuerzo de los vínculos de las comunidades, la búsqueda de
nuevas empatías y sensibilizaciones conjuntas, bajo el hermana-
miento identitario como cuerpos sufrientes, puede resultar una
estrategia feliz para resistir los embates de la violencia.
Dentro de esta estrategia de resistencia-movilización, igual-
mente se debe sensibilizar y racionalizar a la sociedad que estas
acciones no son perpetradas por ‘bestias’, ‘monstruos’, ‘indi-
viduos irracionales’, ‘locos’ o ‘enfermos mentales’, sino que son
mecanismos de guerra premeditados, estrategias planeadas y,
posteriormente, implementadas, con el fin específico de crear
miedo, pánico, terror. En pocas palabras, para inmovilizarnos y
bloquearnos, pero sobre todo fragmentarnos por la vía del mie-
do, buscan ponernos unos contra otros, y lo logran en la medida
en que dejamos que la desconfianza hacia los otros se establezca.
Aquí deseo proponer como operativo el concepto de cuerpo-
social-sensible, para evidenciar, materializar, estas prácticas de
resistencia-movilización frente al miedo y la violencia desde lo
social. Estos oscuros agentes atacan, buscando enfermar el cuer-
po social, pero nosotros en lugar de victimizarnos, disgregarnos,
llevar vidas de profunda desconfianza en las interacciones con
nuestros pares, que nos llevarán a la inmovilidad y a la fragmen-
tación, tenemos la agencia, la posibilidad de curar, de reconsti-
tuir, desde múltiples prácticas y escenarios, y de manera con-
junta, este nuestro cuerpo-social-sensible.

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Índice de Autores

Miguel Angel Aguilar es profesor e investigador en la licencia-


tura de Psicología Social y Geografía Humana en la Universi-
dad Autónoma Metropolitana‑Iztapalapa. Profesor titular “C”
tiempo completo. Doctor en Ciencias Antropológicas por la
uam-i. Miembro del Sistema Nacional de Investigadores, Nivel
1. Líneas de investigación: narrativas urbanas, apropiación y uso
de espacios públicos, cuerpo y ciudad. Últimas publicaciones:
“Del espacio al lugar: un análisis de la consolidación urbana
local desde la perspectiva narrativa. Un caso en el oriente de
la zmcm”, Alteridades, 21 (41): pp. 145-160, 2011. “Antro-
pología urbana y lugar: recorridos conceptuales”, en Giglia,
Angela y Signorelli, Amalia (coords.) Nuevas topografías de la
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Pablos Editor, 2012. “Ciudad de interacciones: el cuerpo y sus
narrativas en el metro de la ciudad de México”, en Miguel Angel
Aguilar Díaz y Paula Soto, (Coordinadores) Cuerpos, espacios
y emociones aproximaciones desde las ciencias sociales, México,
Miguel Ángel Porrúa/Universidad Autónoma Metropolitana–
Iztapalapa, 2013.

Eduardo Bericat Alastuey es sociólogo e investigador social.


Catedrático de Sociología de la Universidad de Sevilla. Ha rea-
lizado estancias de investigación en la Universidad de Michigan
(Ann Arbor), en la Universidad de California (Santa Barbara),
y en la Universidad de Essex (Colchester). Ha realizado más
de treinta investigaciones en los ámbitos del desarrollo socio-
económico y cultural de las sociedades contemporáneas, de los
valores sociales, de las emociones y del cambio social. En la ac-
tualidad trabaja en el desarrollo de sistemas de indicadores so-
bre calidad de las sociedades; en sociología visual, desarrollando
el análisis socioiconográfico; y en sociología de las emociones,
estudiando la estratificación social del bienestar socioemocio-

435
nal. Entre sus libros más recientes destacan: Sociologías en tiem-
pos de transformación social (cis, 2012); La calidad social en An-
dalucía, España y Europa. Un sistema de indicadores (Biblioteca
Nueva, 2011); y El cambio de valores en la sociedad andaluza,
1996-2006 (iea, 2011). Entre sus artículos: “Emotions” (So-
ciopedia, isa-sage, 2012) y “The European Gender Equality
Index: Conceptual and Analytical Issues” (Social Indicators Re-
search, 2011).

Darío Blanco Arboleda es profesor investigador del Depar-


tamento de Antropología en la Universidad de Antioquia,
Colombia. Doctor en Ciencia Social con Especialidad en So-
ciología por El Colegio de México. Adscrito al Grupo de In-
vestigación y Gestión sobre Patrimonio. Director de la línea de
investigación sobre Patrimonios Contemporáneos. fcsh-Uni-
versidad de Antioquia. darioblanco1@gmail.com

Natàlia Cantó-Milà es profesora agregada titular de la Univer-


sitat Oberta de Catalunya (uoc) en Barcelona. Es doctora en
sociología por la Universität Bielefeld (Alemania) y miembro
del grupo de investigación grecs. En la actualidad dirige el
proyecto i+d, financiado por el Ministerio Español de Ciencia
e Innovación sobre las formas de compromiso y expresión de
emociones en las relaciones de pareja. Es autor, entre otros, de “A
Sociological Theory of Value” (Transcript/Transaction Publi-
shers) y de varios artículos sobre la sociología de las emociones.

Priscila Cedillo Hernández es socióloga por la Facultad de Cien-


cias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional Autónoma
de México (unam). Actualmente cursa la Maestría en Estudios
Políticos y Sociales en la misma institución, donde lleva a cabo
el proyecto de tesis intitulado Socialización cotidiana y duradera
de los cuerpos sexuados. La organización social del género en la
escuela secundaria. Colaboradora externa del proyecto de inves-

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tigación Cuerpo y afectividad en la sociedad contemporánea. Una
observación desde la sociología (conacyt-Universidad Autóno-
ma Metropolitana, Unidad Azcapotzalco). Entre sus publica-
ciones recientes está en coautoría con Adriana García Andrade
(2011) “Tras los pasos del amor: un recuento desde las ciencias
sociales”, en Estudios Sociológicos, El Colegio de México, Méxi-
co, vol. xxix, pp. 551-602.

Adriana García Andrade es profesora titular de Sociología en


el Departamento de Sociología de la Universidad Autónoma
Metropolitana, Unidad Azcapotzalco, en la ciudad de México.
Doctora en Historia y Filosofía de la Ciencia por la uam-Iz-
tapalapa. Sus intereses de investigación son la sociología de la
ciencia, la teoría sociológica y, actualmente, el amor como ob-
jeto científico en las ciencias sociales. Sus últimas publicaciones
incluyen cuestiones como la relación entre redes académicas y la
construcción de objetos de estudio, la ciencia como generadora
de ‘discursos normalizadores’ que impactan en cómo se piensa y
practica el amor (este trabajo en coautoría con Priscila Cedillo);
y la problematización del cuerpo como objeto de estudio en dis-
tintas regiones. Forma parte del Sistema Nacional de Investiga-
dores (sni), nivel 1 y es responsable del proyecto de investigación
Cuerpo y afectividad en la sociedad contemporánea. Una aproxi-
mación desde la sociología. No. 106627.

Anna G. Jónasdóttir es profesora emérita de Estudios de Género


en la Universidad de Örebro en Suecia. Es codirectora del GEXcel
International Collegium for Advanced Transdisciplinary Gender
Studies. Sus intereses de investigación son la teoría política y la
teoría social feminsita, especialmente las continuidades y cam-
bios de las relaciones de poder sociosexuales en las sociedades
occidentales contemporáneas. Sus publicaciones (traducidas al
inglés, islandés, español y sueco) incluyen: The Political Interests
of Gender (co-ed. con Kathleen B. Jones, 1988); Love Power and

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Political Interests (1991), también publicado como El Poder del
Amor; Le Importa el Sexo a la Democracia? (1993) The Politi-
cal Interests of Gender Revisited (co-ed. con Kathleen B. Jones,
2009); Sexuality, Gender and Power (co-ed. con Valerie Bryson
y Kathleen B. Jones, 2011); y Love – A Question for Feminism
in the Twenty First Century (co-ed. con Ann Ferguson, 2013).

Christian Klesse es Senior Lecturer en Estudios Culturales en el


Departamento de Sociología de la Universidad Manchester Me-
tropolitan (Gran Bretaña). Sus temas de interés son la sexualidad,
intimidad, modificación del cuerpo, política sexual e investiga-
ción metodológica. Es autor de The Spectre of Promiscuity. Gay
Male and Bisexual Non-monogamies and Polyamories (Ashgate,
2007). Es co-editor de un número especial sobre el Poliamor en
Sexualities (9(5), Diciembre 2006).

Helena López es doctora en Literatura Hispánica Contem-


poránea (Universidad de A Coruña, España). Ha sido becaria
Fulbright en el Departamento de Estudios Hispánicos de la Uni-
versidad de Brown (ee. uu.) y estancia posdoctoral en la Escuela
de Estudios Avanzados de la Universidad de Londres (uk). Su
principal campo de investigación se encuentra en el cruce entre
el Feminismo, los Estudios Literarios, Fílmicos y Culturales. En
la actualidad trabaja como docente e investigadora en el Pro-
grama Universitario de Estudios de Género (pueg) de la Univer-
sidad Nacional Autónoma de México (unam). Su última in-
vestigación, El clamor de las ruinas. Una interpretación cultural
de narrativas personales de exiliadas españolas, ha sido recien-
temente galardonada en el v Premio Internacional de Ensayo
Mariano Picón Salas y pronto será publicada como libro.

Edwin G. Mayoral Sánchez es técnico académico en el Cen-


tro Universitario de Investigaciones Sociales de la Universidad
de Colima. Es licenciado en Psicología por la Universidad de

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Colima y en la actualidad cursa la Maestría en Psicología Social
de la Universidad de Guadalajara. Colaboró en la traducción
inglés-español del Informe sobre las ciencias sociales en el mundo
2010. Las brechas del conocimiento (2011, unesco). Ha publi-
cado en Journal of Transpersonal Research; Psychology Journal;
International Journal of Hispanic Psychology; y Pensamiento Psi-
cológico. Es miembro de la Asociación Mexicana de Psicología
Social. <e_mayoral182@hotmail.com>

Elsa Muñiz es profesora-investigadora del Posgrado en Estudios


de la Mujer de la Universidad Autónoma Metropolitana, Uni-
dad Xochimilco; doctora en Antropología, maestra en Historia
y Especialista en Estudios de la Mujer por El Colegio de Méxi-
co; sni Nivel ii. Autora de los libros Cuerpo, representación y
poder. México en los albores de la reconstrucción nacional, uam-
Azcapotzalco/Miguel Ángel Porrúa, 2002; Transformaciones
corporales: la etnocirugía, Universidad Autónoma de Barcelona,
(2010); La cirugía cosmética: Un desafío a la Natruraleza, uam-
conacyt (2011). También ha coordinado diferentes libros en-
tre lo que destacan: Pensar el cuerpo, uam Azcapotzalco, 2007;
Registros corporales. Una aproximación a la historia cultural del
cuerpo humano, uam- Azcapotzalco, 2008; Disciplinas y prácti-
cas corporales. Una mirada a las sociedades contemporáneas, An-
thropos, Barcelona, 2010. Organizadora desde 2003 del Con-
greso Internacional de Ciencias Artes y Humanidades El cuerpo
descifrado, e-mail: muniz.elsa.garcia@gmail.com

Francesc Núñez es profesor agregado titular de la Universitat


Oberta de Catalunya (uoc) en Barcelona. Director del depar-
tamento de Humanidades. Es doctor en sociología y licenciado
en filosofía y sociología. Miembro del grupo de investigación en
sociología de la religión (isor/uab) y miembro del grupo de
investigación ‘grecs’ (Grupo de Estudios en Cultura y Socie-
dad). Participa dentro del grecs en un proyecto i+d financia-

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do por el Ministerio Español de Ciencia e Innovación sobre las
formas de compromiso y expresión de emociones en las relacio-
nes de pareja y es autor, entre otros, de ‘Les Plegades: Sacerdotes
Secularizados (Mediterrània), así como de varios artículos sobre
sociabilidad online.

Olga Sabido Ramos es profesora-investigadora del Departamen-


to de Sociología de la Universidad Autónoma-Metropolitana,
Unidad Azcapotzalco. Es integrante del Área de Investigación de
Pensamiento Sociológico. Doctora en Ciencias Políticas y Socia-
les con Orientación en Sociología por la Universidad Nacional
Autónoma de México. Sus líneas de investigación son: Teoría so-
ciológica clásica; Sociologías interpretativas; y los debates socio-
lógicos en torno al cuerpo y la sensibilidad. Entre sus recientes
publicaciones se encuentran El cuerpo como recurso de sentido en
la construcción del extraño. Una perspectiva sociológica, Madrid,
uam-Azcapotzalco/ Séquitur, 2012; además es autora del posfa-
cio “La mirada a la religiosidad en Georg Simmel” (2012) en Sim-
mel, Georg, La religión, Barcelona, Gedisa. También es miembro
del Sistema Nacional de Investigadores, nivel 1. 

Swen Seebach es investigador y candidato doctoral en el Inter-


net Interdisciplinary Institute (in3/uoc) en Barcelona. Actual-
mente está trabajando sobre el tema de los rituales amorosos en
la modernidad tardía. Colabora, además, con el proyecto i+d,
financiado por el Ministerio Español de Ciencia e Innovación so-
bre las formas de compromiso y expresión de emociones en las re-
laciones de pareja y es autor de varios artículos sobre la sociología
de las emociones.

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Cuerpo y afectividad
en la sociedad contemporánea
Se terminó de imprimir en el mes de
septiembre de 2014 en los talleres
de navegantes de la comunicación
gráfica, s.a. de c.v.
México, D.F.
La edición estuvo a cargo de la
Coordinación de Difusión y Publicaciones
de C.S.H. de la UAM-Azcapotzalco
Se imprimieron 1,000 ejemplares más
sobrantes de reposición.

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