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Y TEORÍA COMUNICATIVA
I. LA RAZÓN ESPECIALIZADA
II. CRÍTICA DE LA RAZÓN FUNCIONALISTA
III. LAS RACIONALIDADES TEOLÓGICAS ESPECIALIZADAS
1. LA RACIONALIDAD KERIGMÁTICA EN LAS TEOLOGÍAS DE LA PALABRA
2. LA RACIONALIDAD HERMENÉUTICA EN LAS TEOLOGÍAS DE LA HISTORIA
3. LA RACIONALIDAD POLÍTICA EN LAS TEOLOGÍAS DE LIBERACIÓN
4. LA HEGEMONÍA FUNCIONAL
• Desde la perspectiva kerigmática
• Desde la perspectiva histórico-hermenéutica
• Desde la perspectiva liberadora
5. LA COMUNICACIÓN DE LAS FUNCIONES
IV. DISEÑO DE LA INTERRELACIÓN DE LAS FUNCIONES
1. LA FUNCIÓN KERIGMÁTICA REQUIERE DE LA FUNCIÓN SOCIAL LIBERADORA
2. LA FUNCIÓN KERIGMÁTICA REQUIERE DE LA FUNCIÓN HERMENÉUTICA
3. LA FUNCIÓN SOCIAL LIBERADORA REQUIERE DE LA FUNCIÓN KERIGMÁTICA
4. LA FUNCIÓN SOCIAL REQUIERE DE LA FUNCIÓN HERMENÉUTICA
5. LA FUNCIÓN HERMENÉUTICA REQUIERE DE LA KERIGMÁTICA
6. LA FUNCIÓN HERMENÉUTICA REQUIERE DE LA FUNCIÓN SOCIAL LIBERADORA
CAPÍTULO II
Y TEORÍA COMUNICATIVA
En los terceros mundos, por obvias razones, se privilegia la función liberadora de la teología,
sin que puedan excluirse la función kerigmática ni la teología de la historia.
I. LA RAZÓN ESPECIALIZADA
Con las aportes de la Analítica existencial de Heidegger y de los Fundamentos para una teoría
de la experiencia hermenéutica de Gadamer distinguimos y unimos, en el capítulo anterior,
tanto los elementos propios para una ontología de la comprensión, como los elementos en
juego en la circularidad hermenéutica.
Distinguir no debiera significar confundir, como tampoco separar, sino mantener en dialéctica
reciprocidad. Sin confusión, sin mezcla, sin separación, fue fórmula feliz con que el Concilio de
Calcedonia fundamentó la diferenciación distinta de naturalezas en Cristo en la unidad de una
sola persona. Se trataba de unir sin mezclar ni confundir los elementos en juego; y sin que la
unidad misma hiciera desaparecer la identidad diferencial de los elementos integrados por la
unidad. Ese ha sido conocido hasta hoy como método calcedónico y a su luz quisiéramos
referir en este capítulo la distinción de los planos teológicos y la reciprocidad indispensable de
los mismos.
Con ese fondo vino a generarse una provincia teológica especializada en la inteligencia
positiva, muchas veces positivista, de la tradición cristiana, referida de manera especial por el
texto. Se trató de una inteligencia acerca de la Palabra, es decir, de una teología kerigmática.
Nació también la provincia teológica de la interpretación de la razonabilidad de la fe, mediante
el empleo de mediaciones de índole racional y filosófica, que conformó la denominada
teología sistemática. En fin, surgió tímida la así llamada teología pastoral, menor en entidad y
consistencia, que quiso ser elemento de aplicación de la verdad, entendida y razonada, a la
mudable y cambiante realidad de la historia.
Tal vez con ello se secundaba la clasificación clásica de las ciencias, que Aristóteles dividió en
metafísica, física y ética, en correspondencia con una visión compartimentada de los planos
objetivos en los que opera el conocimiento humano. La clasificación de ciencias y disciplinas
fue desde entonces una constante en todas las teorizaciones de las ciencias, mucho más a
partir de la Ilustración, con la que irrumpió, no sólo la ciencia ilustrada, sino también la ciencia
especializada.
Conocida es la clasificación de Bacon según las potencias del alma: la razón, sede de la
matemática, de la física y de la filosofía; la memoria, sede de la historia; y la imaginación, sede
de las artes y de las letras. Otros, como Spencer, clasificaron por grados de abstracción, desde
las ciencias del concreto puro (geología, biología, sociología); ciencias abstracto-concretas
(mecánica, física, química); hasta las ciencias de la abstracción pura (matemática, metafísica).
Otros, como Comte, clasificaron en perspectiva lineal, desde espectros más generales hasta los
más particulares, como ocurre desde la metafísica hasta la lógica y desde la matemática hasta
la aritmética.
No hay duda de que toda clasificación de las ciencias y de las disciplinas aduce un grado de
especialización del conocimiento, un compartimentar y dividir la realidad conocida y un surgir
paulatino pero inexorable de la denominada razón instrumental o funcional.
Todo lo anterior aduce que un autor ya no se considera capaz de un saber general aunque
compartimentado, sino de un saber particular y especializado. El saber especializado presenta
los graves inconvenientes de los que ha sido re- convenida la razón funcional, en cuanto que
las especializaciones funcionales rompen la unidad del ser y del saber, hacen de la realidad
fragmentos y de las ciencias compartimentos autónomos e incomunicados y, en definitiva,
sirven a campos estrechos y no precisamente al mundo común, en horizontes comunes y
compartidos. “La organización curricular, dividida ya desde el primer grado a la temprana
edad de seis o siete años en áreas del conocimiento con muy poca o ninguna relación entre sí,
fragmenta el conocimiento de una manera que éste no es el resultado de una diferenciación
analítica progresiva hecha por los estudiantes. Por el contrario, el cono- cimiento se les
presenta atomizado, recortado en sus aspectos físicos, químicos, biológicos, geográficos,
históricos, religiosos, etc., simplificándolo excesivamente, presentándolo como una realidad
fija y estática que deben aceptar, y borrando casi todas las relaciones que existen entre los
componentes curriculares. Esta presentación fragmentada del conocimiento pocas veces se
complementa con actividades pedagógicas que les permitan a los alumnos reconstruir la
totalidad.”1
Crítica es la revisión de los principios teóricos de sustentación de las ciencias, de sus métodos
procedimentales, de sus resultados empíricos y de su impacto social. Ya Heidegger afirmó que
“el verdadero movimiento de las ciencias es el de revisión de sus conceptos fundamentales. El
nivel de una ciencia se determina por su capacidad para experimentar una crisis de sus
conceptos fundamentales. En tales crisis inmanentes de las ciencias vacila la relación misma de
la investigación positiva con las cosas a las que se pregunta. Por todas partes se han
despertado hoy en las distintas disciplinas tendencias a poner la investigación sobre nuevos
fundamentos”3.
La racionalidad debe entenderse como la forma en que los sujetos, capaces de lenguaje y de
acción, hacen uso de su propio conocimiento.
1
VASCO, C ARLOS EDUARDO Y OTROS, El saber tiene sentido: Una propuesta de integración curricular, Ediciones del
Cinep, Bogotá, 1999, p. 11.
2
HABERMAS, JÜRGEN, Teoría de la acción comunicativa, Tomo II: Crítica de la razón funcionalista, Taurus ediciones,
Madrid, 1987.
3
HEIDEGGER, MARTIN, El ser y el tiempo, Fondo de Cultura Económica, México, 1969, p. 19.
4
HABERMAS, JÜRGEN, Teoría..., p. 27.
aseguran a la vez de la unidad del mundo objetivo y de la intersubjetividad del contexto en que
desarrollan sus vidas”.5
Semejante estatuto de las ciencias arroja por resultado, en el ámbito de las personas, la
creación de subjetividades e individualidades cerradas, solas, egoístas, narcisistas,
incomunicadas, no relacionadas ni por temas, ni por problemas, ni por propósitos.
Ir más allá de la modernidad es ensayar nuevas formas en los discursos argumentativos, que
funden acuerdos y consensos intersubjetivos y que tengan la virtualidad de interrelacionar a
los constructores de vida y de conocimiento, ya sea por temas, o por problemas o, sobre todo,
por proyectos y propósitos de consenso: “El mundo solo cobra objetividad por el hecho de ser
reconocido y considerado como uno y el mismo mundo por una comunidad de sujetos capaces
de lenguaje y de acción. El concepto abstracto de mundo es condición necesaria para que los
sujetos que actúan comunicativamente puedan entenderse entre sí sobre lo que sucede en el
mundo o lo que hay que producir en el mundo. Con esta práctica comunicativa se aseguran a la
vez del contexto común de sus vidas, del mundo de la vida que intersubjetivamente comparten.
Éste viene delimitado por la totalidad de las interpretaciones que son propuestas por los
5
Ibídem, p. 27.
6
Ibídem, p. 27.
participantes como un saber de fondo, desde el que se pueda establecer comunicativamente
un consenso”.7
El aglutinante del consenso resulta ser un imaginario de común referencia que, Habermas con
Husserl y con el último Wittgenstein, llaman “el mundo de la vida”. El mundo de la vida viene a
ser aquel horizonte de universal referencia que hace creíble la verdad del razonar, la
intersubjetividad y la liberación, y en el que recaen los propósitos de la acción conjunta: “Se
trata de la verdad alimentada por el consenso libre de la opresión, por el diálogo y la discusión
pública, el cual supera las perspectivas de los individuos y motiva a cerciorarse de la unidad del
mundo objetivo y de la intersubjetividad inscrita en su contexto vital. En el momento en que se
concibe el saber como mediado comunicativamente, la racionalidad se mide por la capacidad
de los participantes en la interacción para justificar y motivar la necesidad de orientarse por
aquellas pretensiones de validez que pueden contar con un reconocimiento intersujetivo”. 8
La reconstrucción de los saberes y de los conocimientos desde un mundo que nos sea común
en cuanto espacio público y ciudadano, así como el actuar el conocimiento desde los intereses
reales de la vida son la última fase responsable de la razón trasformadora. El círculo
hermenéutico que enlaza los varios elementos de la ontología de la comprensión y la acción
comunicativa que enlaza a los varios participantes en el mundo común de la vida son indicio
del esfuerzo por establecer la radical reciprocidad entre conocer y comprender, entre
comprender y producir, entre producir y desatar en la realidad real de nuestro mundo la
fuerza creadora de quienes lo habitamos. Aquí reside la ética del conocimiento que, en
definitiva, es la ética de generación de vida buena para todos, vivida en la fraternidad y en la
solidaridad. Sólo así se resuelve el subjetivismo y los personalismos cerrados en el uso del
conocimiento y de la ciencia.
Con semejantes premisas, la teología está llamada a revisar sus clásicas y añejas funciones
especializadas con las que, probablemente, ella también ha contribuido al cisma de la unidad
del ser, de la verdad y de la fe. Sólo que alcanzar esas metas de consensualidad al interior
mismo de la labor de quienes producen teología y pastoral obliga, primero, a abrir la crítica de
las propias racionalidades especializadas.
Los métodos progresistas para hacer teología fundamentan las especializaciones funcionales
en las diversas operaciones cognitivas trascendentales que ocurren en la producción de una
única y misma teología: la investigación de los datos, la interpretación de los datos, la historia,
7
Ibídem, pp. 30-31.
8
Ibídem.
la dialéctica, la explicitación de los fundamentos, el estable- cimiento de las doctrinas, la
sistematización de las mismas y, finalmente, la comunicación. 9
Esas especializaciones funcionales son nombres nuevos de las antiguas provincias que se
conocieron como teología positiva y teología especulativa, teología bíblica y teología
dogmática, teología sistemática y teología práctica o pastoral. Cada provincia aduce sus
propios procesos cognitivos diferenciados, sus racionalidades especializadas y funcionales, su
propia metodología y su propio juego de lenguaje exitoso en el mundo de la propia
especialización.
También puede observarse que cada función construye su propia racionalidad y su propio
juego especializado de lenguaje por relación con los diversos campos del saber. Así, la
racionalidad positiva se relaciona particular- mente con las ciencias humanas de la tradición
hecha lenguaje. La función sistemática entronca con las ciencias humanas de la interpretación
de la historia. En tanto que la función liberadora es correlativa con las ciencias de tipo
emancipador.
Igualmente ha sido reconvenida de identificar con exceso el acto de desvelamiento de Dios con
el texto escrito; y de conducir a una petrificación de la palabra, a una búsqueda teórica de
significados, de doctrinas y de contenidos, con escasa o con ninguna repercusión para la vida
real de quien interpreta. Los diccionarios de teología bíblica corren el riesgo de no ser más que
eso, diccionarios más de vocablos que de genuina palabra, más de significados que de
sentidos.
9
Cfr. LONERGAN, BERNARD, Método en teología, Ediciones Sígueme, Salamanca, 1988.
Esta función pareciera favorecer también, por su carácter empírico-exegético, un positivismo
histórico que mira con éxtasis el pasado de salvación y de revelación, como si allí y sólo allí
todo estuviera dicho, todo realizado, todo resuelto. Y como si, al final de la historia de Israel o
de la era apostólica, la historia se hubiera vaciado de sentido, de potencial revelador, de
presencia y de acción también salvífica y también reveladora. Entonces el cristianismo
pareciera ser religión de libro, de archivo, de código, de exégesis ortodoxa de documentos
para derivar doctrinas, a las que el hombre simplemente se acomode. Pareciera, en fin, ser
función propia de peritos y de archiespecialistas que han secuestrado la Escritura al pueblo
sencillo, a los pequeños y los rudos: “Por obra de la investigación histórico- critica, la Escritura
ha llegado a ser un libro “abierto”, pero también un libro “cerrado”. Un libro abierto: gracias al
trabajo de la exégesis percibimos la Palabra de la Biblia de un modo nuevo en su originalidad
histórica, en la variedad de una historia que evoluciona y crece, grávida de aquellas tensiones y
de aquellos contrastes que constituyen al mismo tiempo su insospechada riqueza. Pero, de esta
manera, la Escritura se ha convertido también en un libro cerrado: se ha trasformado en objeto
de los expertos; los laicos, incluso los especialistas en teología que no sean exegetas, ya no
pueden arriesgarse a hablar de ella. Casi parece sustraerse a la lectura y reflexión del creyente,
puesto que lo que de ellos resultase sería tachado sin más como “cosa de diletantes”. Las
ciencia de los especialistas levanta una valla entorno al jardín de la Escritura, que se ha hecho
casi inaccesible a los no expertos”.10
Por lo demás, la exégesis erudita, el sentido gramatical y la historia textual pueden hacer de la
Biblia un elemento que juega en cualquier sistema, sin que el texto modifique al intérprete y a
su entorno. Es tal la pretensión de objetivismo, que ciertos biblístas imaginan que interpretar
desde la situación y concreción del hombre situado no puede resultar sino en manipulación del
texto.
Pero, pese a toda crítica sobre la función kerigmática de la teología, nunca podrá oscurecerse
el principio funda- mental que reconoce en la Escritura el testimonio fundante y fundamental y
entonces único, irrepetible, paradigmático, normativo. El intérprete genuino al reconocer la
alteridad objetiva del texto, está siempre dispuesto a dejarse modificar por él.
10
RATZINGER, JOSEPH, Informe sobre la fe, Madrid, 1985, p. 84.
hermenéutico-histórico para la interpretación de la historia de ayer y de hoy como historia de
salvación y de revelación a la luz de la palabra. La realidad con la que se trabaja es con la
historia real, concreta, situada, de personas y de comunidades, con acontecimientos que
median la revelación histórica de Dios y que son, tanto de signo positivo como negativo, tanto
de grandeza como de miseria, tanto de conflicto como de esperanza. El interés o finalidad que
se persigue es el sentido salvífico del acontecer y la razonabilidad de la historia como digna de
ser hecha y de ser vivida en el horizonte de la revelación y de la fe.
Además, la hermenéutica histórico-teológica debe responder por los grandes relatos que ella
ha prohijado y a los que ha servido: el gran relato de la revolución francesa, de la revolución
industrial, de la técnica y del desarrollo, de las libertades formales, de la gran cultura cristiana
de Occidente. Esos grandes relatos, fundamentados en ciertas visiones teológicas, se yerguen
hoy como superestructuras de dominación que, una vez más, oscurecen los relatos de
fragmento de todos los envilecidos de la tierra.
Por lo demás, esta función hermenéutica, así como los hermeneutas mismos, pueden no ser
sino intérpretes teóricos de una historia teórica, sabida o escrita antes que vivida. Eso sucede
cuando el teólogo hermeneuta interpreta, quedándose él mismo con su teología al margen de
las concreciones y de las realizaciones liberadoras, de espaldas a las angustias y aspiraciones
de hermanos concretos. Entonces la función hermenéutica, por más que se entendiera como
interpretación crítica y existencial, no vendría a ser más que un puntal progresista al servicio
de lo usual y dominante.
Esta función política y liberadora de la teología y, toda- vía más en su versión latinoamericana,
ha sido duramente criticada de desfasar el estatuto epistemológico habitual de la ciencia
teológica, que usó más de las mediaciones filosóficas antes que de las mediaciones de las
ciencias sociales; pareciera que entre teología y ciencias de lo social se opera una simbiosis tal,
que lo primero resultaría supeditado a lo segundo.
La crítica a la razón política indica también la peligrosidad de desfase de los habituales lugares
teológicos (Escritura, tradición, padres, concilios, doctores) hasta introducir en ellos la
experiencia social y la praxis liberadora como elementos formalmente constitutivos de la razón
teológica. Tal crítica se hace en perspectivas que no honran la ontología de la comprensión ni
la circularidad hermenéutica, en cuyos ámbitos es imposible un entender y un interpretar que
no sean al mismo tiempo y en el mismo acto un poder aplicar.
4. LA HEGEMONÍA FUNCIONAL
El endurecimiento intransigente en una sola de las tres funciones señaladas, con radicales
exclusiones de las restantes y excomuniones de las mismas, da por resultado agrias polémicas,
hondas divisiones, integrismos defensivos y, lo que es más grave aún, persecución de
personas, de comunidades y de teólogos por “crímenes de opinión” y de método. Porque en
efecto:
Se llegó a juzgar poco menos que sacrílego infeccionar la divina y trascendente Palabra de Dios
con las situaciones de opresión, de miseria y de subdesarrollo de la vida real. ¡Como si la
Palabra de Dios, dicen, tuviera en cuenta semejantes concreciones!
Entonces la lectura situada y situacional de los tex- tos, es decir, la relectura de la Biblia desde
el cautiverio o desde la opresión o desde la dependencia o desde el avasallamiento o desde la
depauperización sería sólo simple manera de manipular y de malinterpretar los textos bíblicos
y lo que el autor o autores quisieron decir.
Esta queja y sospecha de positivismo se hace muchas veces con olvido de que la historia de
Israel, el acontecimiento de Jesús y la interpretación inspirada que de los hechos ofrece la
Escritura son momento singular, privilegiado, fundamental, clave en la historia de salvación y
de revelación; y que por ello esa secuencia histórica no es simplemente homogénea con todo
decurso histórico, sino punto clímax al que todo otro segmento histórico debe ser referido; y
que a ese clímax de salvación y de revelación tenemos acceso sólo por la exégesis cuidadosa y
paciente de la Escritura.
Por lo demás, sensible hasta el exceso a todo desfasamiento del estatuto de la teología hacia
las regiones de lo puramente empírico y mecanicista de la exégesis o hacia lo puramente
sociológico y político, la función hermenéutico- histórica ha engrosado el número de las
sirenas que pre- caven contra los escollos reales o aparentes de la función liberadora.
Hecha, pues, la crítica de los ámbitos especializados de la teología, es posible tender los
puentes hacia la comunidad de lenguajes diferenciados, en un diseño como el que ahora
presentamos.
En ese horizonte consensual quedan sin vigencia los integrismos defensivos, los dogmatismos,
las intransigencias y, sobre todo, la pretendida no pertinencia de lo liberador y social a la
función hermenéutica y a la función kerigmática de la teología.
Jamás la teología puede volver a esconder su inequívoca intención de proporcionar todos los
elementos, los métodos y los criterios para una interpretación general de la historia que se
elabore desde el compromiso cristiano práctico; y que al mismo tiempo predisponga, invite y
aun, a veces, enfatice hasta el cansancio la teleología y la ética del conocimiento y de la acción,
que no puede ser otra más que la praxis histórica de liberación.
En esas situaciones históricas del entonces y del hoy, el Señor se revela salvando
históricamente a los que son débiles y pequeños. Y salva revelándose en la historia de los
pequeños y de los débiles.
No hay para qué decir que la lectura, interpretación y comprensión de la palabra desde la
situación, y de la situación a la luz de la palabra constituye una práctica cristiana de los
terceros mundos, especialmente en los contextos de las comunidades de minoridad y
marginalidad.
2. LA FUNCIÓN KERIGMÁTICA REQUIERE DE LA FUNCIÓN HERMENÉUTICA
La identidad metodológica de las teologías sociales se configura por la reflexión crítica sobre la
praxis histórica. Pero, tanto la praxis como la reflexión, se hacen a la luz indeficiente de la
Palabra, servida por la función kerigma- tica. Es, pues, la función kerigmática la que puede
asegurar el estatuto teológico de la praxis y de la reflexión libera- doras, supuesta su esencial
referencia normativa a la Palabra de Dios revelada y testificada en la santa Escritura.
Además, la función liberadora necesita de la kerigmática para evitar reducir todo el alcance de
la Palabra a las solas urgencias de lo económico, político, cultural y social.
Sólo con fundamento en la kerigmática logrará la función social identificar y establecer los
ámbitos de analogías políticas y sociales (la proporción de proporciones, de algunos autores)
entre el pasado y el presente de nuestra salvación.
Como interpretación crítica de la estructura social, la función social de la teología resulta ser
campo especializado de la interpretación teológica de la historia. Es entonces claro hasta qué
punto debe la hermenéutica suministrar a la función social liberadora sus principios
metodológicos y la interpretación de las mediaciones históricas por las que debe pasar la
reflexión crítica sobre la praxis social de los cristianos.
Además, la función kerigmática es la que puede asegurar que la norma última o regla suprema
de toda interpretación teológica de la historia sea, en términos absolutos, la Palabra de Dios
testimoniada en la Escritura.
En primer lugar, para que la hermenéutica no se reduzca a una aclaración teórica de sentidos,
sino que llegue hasta formas programáticas y operaciones de sentido concreto.
En segundo lugar, para que la hermenéutica logre juntar realmente los planos de una historia
salvífica y reveladora con la historia real de los hombres de aquí y de ahora.
En tercer lugar, para que toda praxis de interpretación se articule e interactúe de modo
indisoluble con la praxis de trasformación y de cambio.
Así distinguidas pero no separadas, las tres funciones básicas de la teología sirven al proyecto
unitario de la revelación de Dios en la historia y a la liberación del hombre en el plano presente
y trascendente.
Así también, la función liberadora de la teología rescata a la función clásica kerigmática de sus
peligros de ahistoricidad y de textualismo y a la función hermenéutica de su pretendida
neutralidad y de interpretar al margen de compromisos ciertos en favor de los hermanos.