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EN PERSPECTIVA BIBLICA
Apuntes para una lectura ecológica de la Biblia
Sin embargo no suele prestarse mucha atención a los efectos ecológicos de las acciones
militares, en especial de las campañas originadas en centros de poder lejanos. La razón
está en que en estos casos los ejércitos debían ser alimentados por lo producido en los
territorios de tránsito o en los que iban ocupando. Se sabe que los egipcios —y la táctica
debió ser general— acostumbraban organizar sus campañas militares en Canaán al
inicio de las cosechas, para asegurar in situ la alimentación de los soldados, y poder
llevarse el resto. Además de esto, los ejércitos cumplían la misión de destruir todo lo
perteneciente al enemigo, y lo más característico eran las casas y los sembradíos. En Jc.
15, 1-8 tenemos el relato, folclórico en cuanto al método pero real en cuanto a la
práctica, en que Sansón prende fuego a las cosechas de los filisteos; la distinción entre
las gavillas y el trigo todavía en pie (v. 5b), nos da una información muy elocuente
acerca de los efectos de tales actos.
1. Los perjuicios ecológicos causados por las invasiones
La Biblia no ha omitido registrar los desastres ecológicos producidos por las prácticas
imperialistas, concretamente de los asirios y de los babilonios, los dos poderes
extranjeros que más influyeron en la vida de Israel y que coinciden con la época
monárquica. Hay que recordar que el Nuevo Imperio asirio (c. 930-612), el más feroz y
desalmado, cubre casi todo el período monárquico de Israel, desde las postrimerías de
Salomón hasta los albores del exilio.
Porque dijo: “con el poder de mi mano lo hice, y con mi sabiduría, porque soy
inteligente, he borrado las fronteras de los pueblos, sus almacenes he saqueado, y he
batido como un fuerte a sus habitantes. Como un nido ha alcanzado mi mano la riqueza
de los pueblos, y como se recogen huevos abandonados, he recogido yo toda la tierra, y
no hubo quien aleteara, ni abriera el pico ni piara” (Is. 10, 13-14)1.
Las frases con énfasis expresan los resultados económicos de las conquistas asirias. Este
texto parecería no hablar propiamente de la devastación de la naturaleza sino de la
expropiación de los bienes de consumo producidos en los territorios ocupados (nótese el
doble “pue-blos”, en plural). Pero era una práctica conocida —que después
refrendaremos con textos mesopotamios— el talar bosques para satisfacer las ansias de
lujo de los reyes (en Mesopotamia no había árboles de gran porte y calidad como para la
construcción). La “riqueza de los pueblos” puede incluir estos bienes naturales, como lo
deja entrever el texto de Is. 14 que se citará en 2.
Antes de ir a este pasaje, es imprescindible aludir al texto del profeta Joel. Ningún texto
bíblico, probablemente, es tan explícito sobre las consecuencias devastadoras, a nivel
ecológico, de las campañas militares. Conviene empezar con una nota hermenéutica. Es
clásico interpretar la referencia a las langostas (1, 4; 2, 25) como una
experiencia real de esta plaga que luego es comparada con un ejército. Las langostas
serían entonces la realidad de un castigo, y el ejército la imagen que sirve de
comparación.
No es una frase puramente poética. La alegría expresada por los cipreses y los cedros
(8a) deja atrás una experiencia trágica, cual es la destrucción de la flora más apreciada
en las regiones montañosas de los montes Líbano y Amanus. Que el poeta, que habla de
Judá, aluda a árboles típicos de otras zonas de Canaán, es indicio de que éstos son
ejemplos “paradigmáticos”, que valen para toda clase de devastación de la flora con
intereses económicos desmedidos y extraños.
Un poco antes, el texto había señalado que ...está tranquila y quieta la tierra toda, [la
gente] prorrumpe en aclamaciones (v. 7).
Si se mira bien, la frase señala el terror y la angustia por la presencia del poder invasor
en el propio territorio. No obstante sólo los árboles son el sujeto de un discurso, breve
pero elocuente. Es un recurso retórico que llama la atención, por lo insólito, sobre los
efectos desastrosos de la rapacidad imperialista de los asirios.
Nuestro oráculo no tiene desperdicio. “Caído” de las alturas, el tirano termina bien
abajo, en el mundo de los muertos (v. 15). Allí es objeto de una gran recepción por
éstos, que lo ven llegar y comentan irónicamente:
¿No es éste el personaje que hace estremecer la tierra, el que hace temblar los reinos,
que pone el mundo como un desierto, y a sus ciudades ha destruido...? (vv. 16-17a).
El énfasis tiene que ver con los efectos ecológicos de la acción del tirano. La expresión
es, nuevamente, exagerada, sin embargo corresponde a la dimensión de la desmesura
del rey.
Cuando se vuelve al discurso de Yavé (vv. 18-20), se recuerda una vez más la acción
devastadora de la naturaleza y homicida del opresor, con estos términos:
Dos rasgos merecen ser notados en esta sátira contra el imperio: en primer lugar, la
correlación constante entre lo político y lo económico (dominación de
pueblos/destrucción de la naturaleza). En segundo lugar, la cuádruple referencia a la
devastación de la naturaleza:
— “Está tranquila la tierra toda” (expresa el profeta, v. 7);
— “No sube el talador a nosotros” (dicen los árboles, v. 8);
— “El que pone el mundo como un desierto” (definen los otros muertos, v. 17);
— “Tu tierra has destruido” (confirma Yavé, v. 20).
2. La praxis israelita
Tenemos dos leyes del Deuteronomio que vale la pena recordar por lo atinentes que son
a nuestro tema.
En Dt. 22, 6 se prohíbe dañar la vida de las aves, y se manda usarlas sólo para la
alimentación:
Si sitias una ciudad por muchos días para combatir contra ella con el fin de tomarla, no
destruirás su arboladometiendo en él el hacha; en efecto, de él te alimentarás pero a
él no lo cortarás. ¿Acaso son seres humanos los árboles del campo para desaparecer de
tu presencia durante el sitio?5 (v. 19).
La última imagen es por demás elocuente. La ley quiere preservar la función de la flora
como fuente de vida. Ni en una guerra debe ser devastada. En aquel tiempo era el hacha
el instrumento de destrucción, hoy son los herbicidas químicos, las bombas
de napalm, etc. El v. 21 añade un detalle también interesante, por cuanto determina que,
de necesitarse madera para la construcción de obras de asedio, sólo se usen árboles no
frutales.
Ninguna guerra se puede justificar, al menos hoy que el derecho internacional permite
arreglar de forma pacífica los conflictos. Pero cabe observar que, dada la realidad de la
guerra, la Biblia al menos reclama hacer el menor daño posible, justamente a la fauna y
a la flora.
3. Las prácticas de los asirios
4
Cf. nuestro estudio de fenomenología de la religión, Los lenguajes de la experiencia religiosa. Buenos
Aires, Universidad Abierta y a Distancia "Hernandarias", 1994, págs. 109s (con ejemplos de dioses
protectores de los animales y de los vegetales).
5
No suele traducirse de esta manera la última frase, pero creemos que ese es el sentido del texto hebreo.
Tiglat-Piléser I (1115-1076), rey en las postrimerías del Imperio Asirio medio,
caracterizado por sus guerras brutales (devastación de ciudades, masacres en masa,
deportación de los vencidos), dice con satisfacción en sus Anales:
Me dirigí al Líbano. Corté madera de cedros para el templo de Anu y Adad, los grandes
Dioses, mis señores, y [la] llevé [a Asur]6.
Más tarde, en plena hegemonía de Asiria sobre los estados del litoral mediterráneo,
Asurnasirpal I (883-859) describe su expedición militar a Carquemis y a la región del
Líbano. Al regressar ...subí las montañas del Amanus y derribé troncos de cedros...
cipreses [y] pinos, e hice ofrendas de ovejas a mis Dioses... Los troncos de cedro de la
montaña del Amanus los envié para el templo Esarra...7.
Salmanasar III (858-824), quien se autoproclama como “rey del mundo, el rey sin rival,
el ‘Gran Dragón’... el que no muestra piedad en la batalla”, en por lo menos tres de sus
muchas campañas al oeste hace talar grandes árboles en los bosques del Amanus 8. La
“pasión por el cedro”, que Jeremías atribuye a Joaquín, hijo de Josías (Jr. 22, 15a), era
un rasgo de todos los reyes asirios.
Samaria fue conquistada en diciembre del 722 por Salmanasar V (cf. 2 R. 17, 1-6), no
obstante Sargón II (721-705) se atribuye a sí mismo ese suceso. En un pasaje de sus
Anales afirma que ...yo conquisté y saqueé las ciudades de Inuhtu [y] Samaria, y todo
Israel [lit. “el país de Omrí”]9.
La expresión “todo Israel” no debe referirse solamente a las ciudades, sino que puede
incluir también los campos. Su sucesor, Senaquerib (705-681), el autor de la campaña
contra Judá del 701 (narrada también en 2 R. 18-19 y en su paralelo de Is. 36-37), se
jacta de que, después del castigo a Sidón, ...devasté el extenso distrito de Judá, y
coloqué las correas de mi [yugo] sobre Ezequías, su rey10.
Este dato es por demás interesante, por cuanto revela una táctica de presión mediante la
destrucción de todos los recursos vitales de un pueblo.
4. Legitimación de las prácticas de devastación a través del mito y la leyenda
Las prácticas de devastación usadas por los imperios mesopotamios son recogidas en los
relatos epopéyicos y en el mito, lo que a su vez las legitima como “modelos” a ser
imitados11. Para dar sólo un ejemplo, pero elocuente por su difusión y efecto cultural,
recordaremos la epopeya de Guilgamés, cuyo tema global es la búsqueda de la
inmortalidad, una de cuyas expresiones es la fama heroica, encarnada en el caso aquí
citado en el episodio de la conquista del país de los cedros 12, custodiado por el monstruo
6
Textos en ANET (= J. B. Pritchard, Ancient Near Eastern Texts Relating to the Old Testament.Princeton
University Press, 1969, pág. 275a.
7
Ibid., pág. 276b.
8
Ibid., págs. 278a. 280a.
9
Ibid., pág. 285a.
10
Ibid., pág. 288b.
11
Sobre esta función del mito, cf. la obra ya citada, Los lenguajes de la experiencia religiosa, págs. 202-
205 ("Legitimación práxica por el mito").
Húwawa. En una escena de este relato (narrado en las tabletas III-V), una vez muerto el
guardián Húwawa, recita el poeta:
A dos leguas dobles (¿gimieron?) los cedros; ... Las selvas se lamentaron (?), y gimieron
(?) los cedros.
Guilgamés era rey de Uruk (I: 9; XI: 301-307). De esa misma Mesopotamia salían los
conquistadores asirios y babilonios que menciona el libro de Isaías.
5. La ecología en los discursos proféticos de juicio
Cuando los libros proféticos ponen en boca de Yavé amenazas de destrucción, utilizan
también un discurso “anti-ecológico”. Esto no significa que Yavé quiera la destrucción
de la naturaleza sino que (pues se trata de un lenguaje simbólico), al expresar la
intención del juicio y castigo por el pecado, se parte de la experiencia, y una de estas
experiencias terribles es la devastación de la naturaleza por agentes del poder. Veamos
algunos ejemplos.
Entre las siete maldiciones que en Am. 4, 4-11 Yavé recuerda haber infligido a Israel
sin resultado, la tercera se expresa así:
Os había herido con sequía y con pulgón; habíais multiplicado vuestras huertas y
vuestras viñas, pero vuestras higueras y vuestros olivares los ha comido la oruga... (v.
9).
La furia de Yavé pasará por los campos de Israel como un ejército invasor:
12
"Quiero ir a cortar los cedros / y hacerme, para mí mismo, un nombre eterno" (tableta II, columna v,
líneas 185s).
13
Fragmento de la versión babilonia, cf. R. Labat, Les religions du Proche-Orient asiatique. París,
Fayard-Denoel, 1970, págs. 180s.
“Con mis muchos carros subo a las “Secaré montes y
cumbres de los montes, a las laderas colinas, toda su
del Líbano, derribo la altura de sus hierba resecaré;
cedros, la flor de sus cipreses...
Igualmente se ha observado que, a la luz de los textos registrados, unos gozan de tal
destrucción (porque obedece a fines económicos y de rapacidad o de lujo), mientras
otros “gimen” y lloran.
¿No es ésta la realidad que viven tantos países dominados por las grandes potencias o
empresas que destruyen la naturaleza en las guerras o en el despojo desmesurado de las
riquezas naturales, lo mismo que en el uso de agentes (químicos por lo general)
devastadores de la vida del planeta? Hay en la Biblia también una “reserva-de-sentido”
para una reflexión ecológica.
14
Ver el comentario en Isaías. La palabra profética y su relectura hermenéutica. Vol. II: 40-55: La
liberaicón es posible. Buenos Aires, Lumen, 1994, pág. 75.