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Para empezar, el cáncer no es una sola enfermedad. Bajo este término encontramos
agrupadas a más de un centenar de patologías. No se aborda igual un cáncer de mama,
que un cáncer de piel, que otro que afecte al cerebro, ya que las células tumorales que se
desarrollan en cada uno de estos órganos son completamente diferentes.
Además, dado que estás células pueden adaptarse o mutar de diversas maneras, dentro de
cada tipo de cáncer podemos encontrar diferentes variedades o subtipos, que también
deben tratarse de una forma diferente, porque no todos responden a los mismos fármacos.
Incluso la misma enfermedad puede comportarse de forma distinta cuando se produce en
diferentes individuos.
Para complicarlo más aún, dentro del mismo tumor y del mismo individuo, puede haber
zonas que se comporten de manera diferente al resto. ¿A qué se debe esta variabilidad?
Pues a un fenómeno que llamamos heterogeneidad intratumoral.
Imaginemos una masa tumoral como un cubo de Rubik. Cada cara muestra un color
diferente, es decir, una población de células característica. Ahora pensemos que hay cubos
de Rubik de muchos tamaños y formas diferentes, en los que tanto el número de piezas
como el de caras puede aumentar su complejidad. Y las caras no permanecen estáticas.
Las piezas pueden cambiar su posición constantemente, provocando cambios en varias de
las caras del cubo. Pues algo así pasa con los tumores.
Además, quien alguna vez ha intentando resolver un cubo de Rubik sabe que siempre hay
un color que se nos resiste más que el resto. En los tumores también ocurre, ya que
algunas células cancerosas son capaces de protegerse frente los ataques contra el tumor,
bien camuflándose para no ser detectadas, bien consiguiendo resistir al ataque. Y eso las
hará más fuertes frente a tratamientos futuros.
Por tanto, pretender que se descubra una “fórmula milagrosa” capaz de tratar todos los
cánceres de la misma manera es ignorar la biología de los tumores.