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Consejo Editorial
Presidente
Sergio Alejandro Ozuna Rivero
Consejeros
Rodrigo Jarque Lira, Alejandro Fernández Campillo,
Marcela González Salas y Petricioli, Jorge Alberto Pérez Zamudio
Comité Técnico
Félix Suárez González, Marco Aurelio Chávez Maya
Secretario Ejecutivo
Roque René Santín Villavicencio
Prólogo
hemos hecho para ellas. Estas experiencias nos llevan a afirmar que
es indispensable reconocer y valorar diferentes formas y propósitos
del habla propia y ajena para que la lectura y la escritura se incor-
poren a la vida cotidiana de la gente.
Para valorar los actos de lectura y escritura es preciso percibir las for-
mas diferentes en que circula la palabra en nuestro mundo interno
y en nuestro entorno. Por eso, escucharnos y escuchar ocupan el lugar
central de nuestros encuentros con quienes queremos alentar para que
lean y escriban.
Introducción
Cantar, contar y leer son actividades que atraen a los niños porque,
por medio de ellas, escuchan a alguien que les habla para con-
tarles cosas. Les gusta que les narren. Una de sus preferencias
es escuchar la misma historia una y otra vez, ya sea para me-
morizarla, para descubrir las variaciones que introduce el
lector o el narrador, para descubrir características de los
personajes o de los sucesos con los que pueden identi-
ficarse y, por supuesto, para conocer las posibilidades
de significado que la intención de la voz puede dar
a las palabras.
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Cantar
Contar
Contar y cantar son actividades que podemos compartir con ellos, in-
cluso desde antes de que nazcan. Los niños que están acostumbrados
a que les cuenten historias también disfrutan cuando les leen y, en la
mayoría de los casos, se convierten en lectores asiduos.
Cantar, contar, leer. Ellos deciden cuándo quieren compartir cada una
de estas acciones y son explícitos al pedirlas. “Mamá, cántame la de
las estrellitas”; “Abue, cuéntame Caperucita Roja”; “Papá, léeme La
pequeña niña grande”. Cuando las han experimentado, saben distin-
guir el sentido de cada una de estas acciones y comienzan a establecer
vínculos entre la palabra hablada y la palabra escrita.
Durante los primeros años de vida, escuchan con atención los cuen-
tos. Sus primeras narraciones corren al margen del orden de la his-
toria original, con grandes saltos en los sucesos y con varios aportes
de su imaginación. En general, cuando debutan con eficacia en la
narración, es sin ensayo general y en el momento más inesperado.
la niña lleva víveres para su abuelita (si son galletas con miel, panes con
mermelada o bien unas quesadillas de hongos); el paisaje del bosque
por donde se entretiene Caperucita (si hay flores u otros animales).
A los niños los seduce saber que pueden modificar el cuento cada
vez que lo cuentan. Más adelante, ya no se conforman con cambiar
detalles de la historia: se atreven con el argumento y convierten la na-
rración en un juego muy divertido; por ejemplo, Caperucita se come
al lobo, o la abuelita tiene una fábrica de abrigos de piel de lobo. Parte
de esta capacidad de jugar con las historias la aprenden de quienes
se las cuentan; pero también aprenden cuando se escuchan a sí
mismos, al darse cuenta de que sus ocurrencias son bien recibidas.
Cuando los niños empiezan a contar historias, suelen equivocarse
en algunos datos. Pueden decir que el lobo de Caperucita era mitad
negro y mitad rosa porque, en el momento en que lo decían, así lo
imaginaron. Las equivocaciones de este tipo también les da pie para
improvisar, jugar y, sobre todo, rescatar su propia voz.
Quien lee en voz alta transmite por medio de su voz la del escritor que
intentó, por medio de la escritura, narrar una historia para la posteri-
dad. En este proceso de mediación entre el relato y quien lo escucha, la
palabra del escritor ya está involucrada con la de quien hace la lectura
en voz alta. Por ejemplo, quizá el autor de El gato con botas imaginó,
cuando escribía, un gato juguetón y astuto, pero el lector percibió un
gato más bien irónico y oportunista, de modo que la lectura en voz alta
recogerá las palabras del escritor, pero con la interpretación del lector
(su intención, sus pausas, tonos y exclamaciones).
El acto de leer ocurre siempre más allá del desciframiento de las pa-
labras y la lectura que cada persona haga se reconocerá en su voz, su
ritmo, su tono, sus gestos y sus ademanes. Y por si esto fuera poco,
entre una y otra lectura de un mismo texto, la misma persona tam-
bién realizará modificaciones.
En principio, para los niños, el libro es uno más de los objetos que
pueden manejar con las manos: descubren que es posible manipu-
larlo, pero que no es sencillo. Intentan abrirlo, miran sus páginas sin
un orden establecido, lo hojean con las ilustraciones de cabeza pero
conforme observan cómo lo usan los demás e identifican las imáge-
nes que contiene y las relacionan con el mundo que los rodea, apren-
den a utilizarlo, a leerlo. Primero, abren las páginas al azar, y es raro
que se detengan ante un detalle; más adelante, comienzan a fijar su
atención en imágenes similares a las de su entorno, con las que pue-
den identificarse o con aquellas cercanas a alguna experiencia propia.
Entonces, logran concentrarse y las observan. Cuentan lo que están
mirando en las ilustraciones; en principio por imitación y, después,
por motivación de las imágenes. Cuando descubren que en la vida
real y en las historias que se cuentan en los libros, las cosas suceden en
un orden determinado, reconocen este orden en las ilustraciones de
los textos y aprenden a observar las imágenes respetando la secuencia
del libro, aunque no dejan de regresar a las páginas favoritas. En este
momento, tienen claro que, en nuestra forma de escritura, los libros
se miran de adelante hacia atrás y que uno puede volver atrás cuantas
veces quiera.
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Los libros que incluyen palabras impresas son necesarios porque dan
pie a la lectura en voz alta que funcionará como guía para aprender a
mirar los libros y, por supuesto, para comenzar a entrenar el oído en
las sutilezas de la lengua hablada.
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Imágenes y letras
Al mirar las ilustraciones de un libro y relatar lo que ven, los niños ad-
quieren ideas generales acerca de la historia, pero sólo saben con de-
talle lo que sucede si alguien se la ha leído en repetidas ocasiones. En
esas reiteradas vueltas al texto, se organizan y fijan acontecimientos
con minuciosidad, y descubren que las imágenes no pueden contar
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toda la historia; que hay partes faltantes a las que aún no tienen ac-
ceso por sí mismos. Así comienzan a establecer distinciones entre el
sentido de las imágenes y el sentido de la escritura, lo que intensifica
y concientiza la fantasía de saber leer y escribir.
Así, “¿Qué le dice esa escritura al lector?, ¿con qué asocia lo que lee?, ¿qué
puede ver?” son preguntas que, progresivamente, van perdiendo impor-
tancia. Por esto, en los primeros encuentros con la lectura y la escritura,
las personas son realmente usuarias competentes de aquellas, a pesar de
que sus recursos técnicos resulten muy limitados. Son usuarios com-
petentes porque reconocen en estas acciones posibilidades para pensar,
sentir, decir, para hacer. Pero comienzan a dejar de serlo cuando todo el
interés está puesto en el desciframiento o en el cifrado correcto de las pa-
labras, despreocupándose de los vínculos previos que se tengan con ellas.
El problema de la comprensión
les gustaría encontrar en los vínculos con la palabra escrita, sino qué
es lo que tienen que leer, sea porque las obligan a hacerlo o porque se
esfuerzan para realizarlo de este modo para ser buenos lectores. Pues-
tas así las cosas, es probable que entren en contacto con materiales
con los que no existen vínculos suficientes para dialogar con ellos, o
que intenten repetir discursos ajenos suponiendo que, con el tiempo,
se van a transformar en propios. Todo esto puede empezar a ocurrir
muy tempranamente. Es común escuchar a niños de la escuela pri-
maria valorar la lectura de otros capaces de leer libros largos y gordos,
o difíciles, suponiendo que, en la extensión o en la temática, residen las
verdaderas dificultades de comprensión de un texto.
De la fascinación al desinterés
que escriba esto otro?, ¿cómo querrán que lo haga?, ¿este lenguaje es
el adecuado?, ¿qué me convendrá para tener una buena calificación?,
¿podré mostrarles a mis padres y maestros que me gustan estos libros
o me interesan estos temas?”. Todas estas preguntas nos regresan al
principio de estas reflexiones: el lugar del lector se va reduciendo hasta
desaparecer completamente. Por eso, la comprensión es un problema.
Devolver la alegría
Introducción
Disponibilidad
A fin de que los libros estén disponibles para los usuarios, hay que
aceptar que existencia y presencia de materiales de lectura no son si-
nónimos. Pensemos en las bibliotecas escolares, en ocasiones dotadas
con cientos y, a veces, miles de volúmenes cuya existencia es ignorada
por la mayoría de los miembros de la comunidad educativa. Es posi-
ble que exista conciencia acerca de dónde están los libros, qué espacio
ocupan e, incluso, cuántos son. Pero salvo unos cuantos textos utiliza-
dos para resolver exigencias curriculares, el resto suele ser ignorado.
Es frecuente descubrir que un texto incorporado a una biblioteca en
una fecha determinada no ha sido consultado nunca después de años
de permanencia en un estante.
La lista de opiniones podría ser mucho más extensa. Pero estos ejem-
plos alcanzan para mostrar de qué modo las valoraciones sobre la
importancia y la pertinencia inciden en la disponibilidad de los ma-
teriales escritos. Nuestras opiniones respecto de qué y por qué leer,
nuestras ideas sobre los lectores y la pertinencia de las lecturas en
función de sus gustos y necesidades acercarán o alejarán física y emo-
cionalmente a los libros de sus posibles lectores.
Diversidad y lectura
vida hay frescura para mirar y, por lo tanto, plasticidad para ingresar
en mundos diversos. También hay tiempo, no sólo físico sino social
y emocional (volvemos a recordar esa idea, desgraciadamente tan
extendida, del derecho a la fantasía sólo para las primeras etapas de
la vida).
Autonomía
que les demos para leer deben ser alegres. Ya bastantes problemas hay
en la vida”. “Las chicas prefieren novelas de amor; los muchachos, de
aventuras”. “La literatura muestra la belleza del lenguaje; pero pri-
mero tienen que aprender a escribir”.
Los tiempos de relación directa con los materiales escritos, sin me-
diación, sin sugerencia alguna por parte de quienes tienen más ex-
periencia respecto de los actos de lectura, son más que deseables, son
indispensables para quienes están descubriendo las posibilidades, las
oportunidades y la eficacia de la palabra escrita para la recreación de
la experiencia personal. Estos tiempos de autonomía no tienen por
qué interpretarse como antagónicos con los tiempos de mediación;
esto es, con los tiempos en los cuales, a partir de una consigna pro-
puesta por un promotor, el lector indaga acerca de sus relaciones con
una lectura.
respecto del uso de las malas palabras o las expresiones del tipo de
“¡Qué bien habla el maestro de la nena!” o “No tiene acento porque
es gente culta”.
Pensemos en alguna de estas prácticas: los niños que cantan (y que dis-
frutan con el canto) y los que no lo hacen; los niños para quienes los
cuentos cuentan y los niños marginados de esa experiencia de oralidad;
los que evidencian que descubrieron el ritmo de las palabras y de las
estructuras oracionales (realizando transportaciones de la letra de una
canción a una melodía que no le corresponde, por ejemplo) y los que se
paralizan ante cualquier propuesta de juego fónico o rítmico; los niños
que permutan letras, sílabas o palabras para jugar con los efectos en
el significado de dichas permutaciones o que corrigen a otros ante la
menor desviación de la norma; los que de manera precoz comienzan a
hablar de utilidad, pertinencia u oportunidad del lenguaje (aunque no lo
expresen de ese modo) y los que permanecen en el asombro y se sienten
alentados por la novedad y las diferencias entre sus propias formas de
decir y las de los otros.
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Leer y escribir no son actos neutrales. Son acciones que asumen tal
diversidad de formas y propósitos en los diferentes espacios socia-
les donde se ejecutan o podrían ejecutarse, que comprometen a las
personas de diferentes maneras y por distintos motivos. Leer es una
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Quien lee habita, vive en el mundo de lo real aun cuando esté na-
rrando una historia fantástica. Es esa persona con su voz, con sus
posibilidades y sus carencias quien toma y entrega las palabras. Las
palabras que nos llegan de la lectura provienen de discursos mucho
más modelados que permiten la reconstrucción de las ideas y las
emociones sin la presencia del autor. Este ejercicio implica esfuerzos
de abstracción en los que el lector deberá articular sus representacio-
nes de los hechos y las circunstancias en los que acontecieron con lo
que propone el texto. De esta articulación nacerá la lectura.
¿Pueden ir de la mano?
El tiempo y el espacio
Estas diferencias entre el tiempo y el lugar del lector y del escritor nos
llevan a echar mano de lo que tengamos en nuestra mente y en el so-
porte del texto que estamos leyendo para reconstruir el ámbito desde
donde nos está hablando el escritor. Para entender la palabra que pro-
cede de otro tiempo o de otra cultura, es necesario percibir su diferen-
cia entre nuestro tiempo y nuestra cultura. Sin duda, entenderíamos
mejor a Cristóbal Colón y a los hombres que lo acompañaban desde
la visión de un renacentista que desde la mirada del hombre actual.
La limitación del texto escrito, el no tener cara a cara a la persona que nos
habla no es tan grande si aprendemos a leer más allá de lo que dicen
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Memoria y cultura
La razón y el conocimiento
cultura escrita y, por otro, la que vive en la tradición oral de las clases
populares. Sin embargo, todavía a finales del siglo XIX los literatos
escribían pensando que sus obras iban a ser leídas en voz alta.
Introducción
A las palabras escritas se les da crédito no sólo por quien las dice, sino
por el espacio en el que se inscriben. Ese espacio tiene tanto peso en el
reconocimiento o negación de la importancia de lo dicho que resulta,
para muchos, inconcebible que ciertas formas de escritura se lleven a
cabo en espacios no predecibles. Desde esta percepción, un escritor
puede sentirse preso de sus espacios naturales. Alguien que escribe en
un medio considerado serio por quienes tienen la posibilidad de opi-
nar y formar opinión entre la sociedad puede ser juzgado duramente
si escribe para uno frívolo o de poca monta. Los asuntos vinculados
con el encuentro entre las palabras y las cosas, tanto en el plano lin-
güístico, en particular, como en el cultural, en general, son inagotables.
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Hace cuarenta o cincuenta años era difícil encontrar gente que ha-
blara acerca de planes de lectura o programas de radio, televisión
o notas periodísticas que trataran el tema de la importancia de la
lectura en relación con la formación de los ciudadanos. Tampoco era
habitual encontrar proyectos de difusión de ideas para mejorar o in-
crementar las prácticas de lectura.
Para que resulte evidente que leer es un hacer, que el lector realiza un
trabajo intenso, que dicho trabajo puede generar un producto apre-
ciado y compartido, la lectura en voz alta resulta un recurso decisivo.
Esto no sucede sólo con algunas obras, tampoco con algunos indi-
viduos. Puede ocurrir en el vínculo de cualquier obra con cualquier
persona. Son usuales los ejemplos acerca del impacto de libros y lec-
turas clásicas en relación con sus lectores. Un caso siempre citado es
el de los libros considerados sagrados por algunas culturas. La escu-
cha de una lectura del Corán no emociona igual a un musulmán que
a quien no lo es; la Biblia o los Evangelios no significan lo mismo
para los católicos que para los cristianos. Sobre esto, nadie duda. Pero
los ejemplos pueden obtenerse de experiencias más cercanas, más
masivas, más cotidianas.
Según podemos recordar, a estos dos signos les tocó, además de las
vaguedades, la ambigüedad de la referencia a dos puntos: por un lado,
al punto y, por otro, a la coma. La cuestión del valor la aprendimos
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siempre en relación con otro signo; relación que, para colmo, no po-
día medirse estrictamente como puede hacerse, por ejemplo, con la
escritura de los silencios de la notación musical, en la que un silencio
de una nota redonda vale el doble que uno de nota blanca; y ésta, el
doble que uno de nota negra; y así sucesivamente. De este modo,
según recordamos al maestro de música: el silencio de nota semifusa
vale sesenta y cuatro veces menos que uno de redonda.
que deben traer todos los elementos para poder realizar los traba-
jos que les proponga: lápiz, goma, regla, escuadra, transportador
y compás”.
Todas las cosas leídas, todas las experiencias vividas se ponen en mo-
vimiento frente a ese texto que me pide que decida, las marcas gráfi-
cas se transforman en lectura: las ideas y emociones de quien escribió
una historia se funden con las de quien la está reconstruyendo. Y
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aunque el oficio del escritor sea grande, aunque el lugar que ocupa
cada nombre, cada acción, cada punto y cada coma están ahí con
la intención de provocarnos una emoción determinada, eso siempre
será relativo. A veces, escritor y lector coincidirán; a veces, no; a veces,
un poco.
Una lectura en voz alta bien trabajada ocurre cuando quien la realiza
escucha a quien escribe, ve lo que cuenta y se escucha a sí mismo a
medida que hace suya la historia que este descubriendo.
Reunirse en grupo para leer en voz alta es una práctica habitual entre
los actores. Cuando un elenco teatral pretende montar una obra, en
general, antes de ensayar la primera escena, lee incansablemente los
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Evite imitar las voces de los personajes que puedan aparecer en los
textos elegidos. Usted estará frente a su auditorio. Nadie podrá negar
su presencia ni su identidad, de modo que lo que se espera de usted
es que sea creíble lo que está leyendo. Si el personaje que vive a través
de su voz está enojado, usted expresará el enojo desde la manera en
que usted lo sienta. Lo mismo vale para cada sentimiento o inten-
ción que suceda en el texto que presenta.
Hasta que esté muy seguro acerca de lo que el texto dice y le dice a
usted, lea con mucha calma, a un ritmo menor del que, seguramente,
asumirá con posterioridad. Esto le permitirá sentirse tranquilo en
lo relativo al desciframiento del texto y, simultáneamente, percibir
las imágenes interiores que toda lectura real construye. Ya habrá
tiempo para los cambios de ritmo, para acelerar el paso cuando se
juzgue necesario.
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Para que un auditorio disfrute de la lectura en voz alta, tiene que po-
der ver a través de las palabras lo que está escuchando. Las palabras
de quien lee son la materia con la que construirá sus propias imáge-
nes. Quien está ejerciendo la lectura en voz alta tiene que estar viendo
lo que lee; es decir, tiene que construir las imágenes que sus palabras
están modelando. Si el lector en voz alta ve, el auditorio ve; aunque
las imágenes de uno y otro no coincidan exactamente.
Escuchar y escucharse
Narración y lectura
Factores como el tema, los usos lingüísticos, los gestos y los movi-
mientos deberán coincidir con el gusto del narrador y con la percep-
ción que éste tenga de cómo ocurrirá la recepción de la historia entre
los miembros del grupo a los que pretende contarla.
Por otro lado, cuando una historia arraiga en una colectividad, cuando
los personajes y sus simbolismos tienen cabida en la historia de una
comunidad, la narración adquiere una fortaleza que la hace inmune
al tiempo. Las versiones se irán modificando, sin duda, pero a lo largo
de generaciones podrá reconocerse una historia, los personajes que la
integran y las circunstancias que los vinculan.
Ingredientes y condimentos
Ahora bien, si nos resulta muy difícil escribir un texto para narrar un
acontecimiento o una historia, sugerimos realizar una tarea previa:
armar una columna de palabras, cada una representativa de un suceso
clave en la historia. Esa columna deberá construirse secuencialmente
de modo que la primera palabra de la lista evoque un suceso relativo
a uno de los primeros acontecimientos del relato y la última, a los
hechos vinculados al cierre. Cada eslabón formado por dos palabras
podrá indicar un personaje, una descripción, una circunstancia. No
creemos que incluir varios conceptos en un eslabón sea lo más ade-
cuado. La construcción de esa cadena siempre será previa a la re-
dacción de la historia. Aunque sin duda puede llevarse a cabo como
recurso de ordenamiento y fijación sin que la redacción ocurra. Esto
será cada vez más habitual en la medida en que la práctica de la na-
rración oral se fortalezca.
que se asocia. Los gestos y los movimientos a los que recurre serán
aquellos a los que apela en su vida cuando transita por emociones se-
mejantes. Pero la búsqueda deberá ser muy intensa: qué dice, por qué
y cómo lo dice y, muy especialmente, preguntarse y poner singular
atención en la recepción de sus palabras por parte del auditorio.
Las lecturas, las voces y sus espejos
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Introducción
De ese modo, una tecnología que siempre debió estar a nuestro ser-
vicio se convirtió en una evidencia de nuestra incapacidad para or-
denar y desarrollar nuestros pensamientos y nuestras emociones con
criterios socialmente aceptados.
Esta no fue una expectativa más. Fue, tal vez, la principal motivación
para ingresar a la escuela, el aprendizaje por excelencia que nos incor-
poraría al mundo de los grandes. Aprender a escribir, como aprender a
leer, nos daría prestigio.
que no se habla y que existen cosas que hay que saber cuándo contarlas y
a quién.
Olvidamos gran parte de las anécdotas sobre las que se fue cons-
truyendo nuestro miedo a escribir, entre otros motivos porque, a raíz
de este temor, casi no usamos la escritura para poder mirarnos. Y
menos, para mostrarnos.
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Nos parece importante tender puentes entre las palabras de cada per-
sona y la técnica de la escritura, de modo que esto sirva para que la
gente pueda expresar ideas y sentimientos propios. Por supuesto, sin
negar la importancia de algunas prácticas escolares para la ejercitación
de la escritura. Incorporar al error como una característica insustituible
del aprendizaje y, además, la precariedad como condición misma de la
escritura, dado que la construcción y el ajuste permanente es algo que
valoran quienes están acostumbrados a escribir con frecuencia.
Pero el ingreso masivo a la escritura obligó a pensar cosas que antes hu-
bieran sido innecesarias: la influencia de las formas de habla en la pro-
ducción de textos escritos, los valores predominantes y su influencia para
motivar o prohibir su escritura, las nuevas voces y sus maneras de expre-
sarse, y la legitimidad de hacerlo más allá de los modelos reconocidos y
valorados. Todo esto forma parte de las discusiones que hoy tienen quie-
nes se interesan, dentro de la escuela y fuera de ella, en promover y fortale-
cer nuevas formas de circulación de la palabra apoyándose en la escritura.
Leer y elegir
Esa cita recurrente fue el pretexto para plantear en este capítulo que
las opiniones, afirmaciones, hipótesis o teorías siempre son suscep-
tibles de apreciarse desde otro punto de vista. Al escucharlas, po-
dríamos encontrar que coincidimos con ellas, o quizá no tanto, o tal
vez casi nada. Sin embargo, escuchar atentos y dispuestos al diálogo
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Digamos que la lectura nos ofrece un tiempo del que difícilmente po-
demos echar mano cuando enfrentamos otros procesos de recepción. La
simple conversación cotidiana da lugar a que pasen por nuestra mente
evocaciones y deducciones traidas por los procesos cognitivos del habla
y la escucha, y por el resto de procesos perceptivos en función. Pero ob-
viamente el ritmo de la conversación cotidiana imprime un tiempo a los
participantes que no da lugar a que se detengan a cada momento para
recuperar, pensar y hablar acerca de lo que les pasa por la cabeza, si esto
no está relacionado directamente con el motivo de la charla.
155
Con este recorrido rápido por los tiempos y por la estética que ofrecen
la escritura y otros medios pretendimos ilustrar que cuando un lector
encuentra el sentido o los sentidos de su lectura siempre volverá a
ella. No sustituirá la lectura por la televisión, el internet o el cine, ni
a la inversa. Toma conciencia de lo que ofrece cada uno de ellos y los
disfruta, los utiliza en la medida en que los necesite y lo satisfagan.
Antes de los años ochenta del siglo pasado, casi todos los modelos de
las propuestas teóricas cognitivas entendían los procesos mentales como
un sistema de símbolos; explicaban las funciones cognitivas como suce-
den las de una computadora. Una computadora se puede definir como
un sistema de propósito general; es decir, se puede programar para cualquier
tipo de cómputo. En este sentido, se hace la analogía con la diversidad
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Por ejemplo, un niño pequeño que quiere decir una palabra nueva in-
tentará hacerlo siguiendo el esquema de pronunciación previamente
adquirido en el ejercicio del habla. Además, es probable que enriquezca
su capacidad de pronunciación para decir con naturalidad la nueva pa-
labra. En la medida en que enfrente nuevos aprendizajes de pronuncia-
ción, sintácticos o semánticos, ampliará y volverá más sofisticadas sus
capacidades de adquisición y manejo del lenguaje.
Los rasgos que indican el modo en que debe tomarse un texto son
los que activan los procesos mentales que se corresponden con su
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una misma clase social, a una comunidad o un país; pero acotados por
las diferencias que a cada uno le imprimen la vida y los intereses, las
condiciones y los motivos por los que cada quien lee.
mundo editorial no los refleja. Por esto, gran parte de lo que leen
son textos que ellos mismos producen y hacen circular como pueden:
textos de jóvenes elaborados con letras que ellos reinventan y pintan
sobre muros, asfalto, camiones, tambos; cualquier espacio es bueno,
incluidos los recetarios de cocina colectivos que hacen circular las
señoras en los barrios. Se trata de una producción literaria cuyo valor
no coincide con el mercado y se difunde por medio de producciones
caseras o ediciones independientes. Entre ellas: historias familiares
tipeadas con máquinas de escribir o que algún antepasado legó es-
critas de su puño y letra; innumerables ensayos, narraciones, poe-
mas, refranes o chistes que circulan entre amigos como documentos
breves y que no han franqueado —y quizá nunca lo harán— la vo-
luntad de un editor; textos de organizaciones políticas clandestinas;
archivos de cartas íntimas y familiares; y más y más escrituras que, a
veces, ni imaginamos.
Todos estos textos contienen las voces de los lectores. Cada uno de
estos materiales es producto de distintos ámbitos sociales, escolares,
culturales y generacionales. Probablemente, en muchos de ellos, se es-
cuchen voces distintas a la voz cada vez más única que representa al or-
den establecido. Son voces no reconocidas. El reconocimiento de la voz
propia, de grupos diferentes al que pertenecemos, de otras sociedades,
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Dominios y predominios
Bibliografía
Por lo tanto, este libro concluye con una bibliografía que permita
al lector dirigir su atención hacia un conjunto de obras que, direc-
ta o indirectamente, influyen en la escritura. Pero antes de iniciar
esta enumeración, vamos a detenernos, aunque sea sólo unas líneas,
en algunas obras a las que hemos vuelto más de una vez con gran
provecho. Desde esas obras pudimos realizar muchas lecturas y en-
contrar ideas que han sido hilos conductores de nuestras reflexiones
y punto de partida para generar ideas que ayuden a contar, leer y
escribir. Estas obras son, para nosotros, referentes permanentes para
imaginar acercamientos a la palabra escrita que ayuden a todos los
lectores a realizar todas sus lecturas.
Dos son los ensayos que más nos enriquecieron: “Los campesinos
cuentan cuentos: el significado de Mamá Oca” y “Los lectores le res-
ponden a Rousseau: la creación de la sensibilidad romántica”. En el
primero percibimos el paso de los relatos populares de la oralidad a la
escritura, y viceversa, y los que se modificaron y adaptaron en virtud
de las necesidades de explicación del mundo de cada época y de las
posibilidades de expresarlo. En el segundo valoramos la importancia
182
Borges, Jorge Luis, Obras completas 1923-1972, Emecé, Buenos Aires, 1992.
Cortázar, Julio, Último round, tomos I y II, Siglo XXI Editores, Mé-
xico, 1984.
7 Prólogo
11 Introducción
177 Bibliografía
, de Gerardo
Cirianni y Luz María Peregrina, se terminó de im-
primir en noviembre de 2018 en los talleres gráficos
de Editorial Impresora Apolo, S. A. de C. V., ubi-
cados en Centeno núm. 150-6, colonia Granjas Es-
meralda, delegación Iztapalapa, C. P. 09810, Ciudad
de México. El tiraje consta de tres mil ejemplares.
Para su formación se usó la familia tipográfica Ado-
be Caslon Pro, de Carol Twombly, de la Fundidora
Adobe Systems Inc. Formación y portada: Irma
Bastida Herrera. Supervisión en imprenta y editor
responsable: Juan José Salazar Embarcadero. Cui-
dado de la edición: Doricela Córdoba Embarcadero
y Juan José Salazar Embarcadero.