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y desigualdad
Michael W. Apple
/■* ,
Temas de educación
Paidós
Las escuelas estadounidenses, y en general las de todo el
mundo, están experimentando un espectacular giro hacia la
derecha, como expone con elocuencia Michael W. Apple,
educador de prestigio internacional, en el presente libro. Apple
revela las raíces de este giro conservador y arroja luz sobre
los drásticos cambios que está provocando en nuestras
escuelas. También examina minuciosamente los planes de
esta conspiración y nos muestra la amenaza que plantean las
reformas derechistas a la democracia en la enseñanza pública.
Desde los exámenes obligatorios hasta el control del currículo
a escala nacional, este libro nos ofrece un penetrante análisis
de algunas de las cuestiones más importantes a las que
se enfrenta la educación de hoy. Apple, que también ha sido
docente, ofrece soluciones concretas y de sentido común
que muestran lo que pueden hacer los enseñantes y padres
afectados para poner freno a estas tendencias y volver a una
educación más democrática que satisfaga las necesidades
de todos los niños.
SB N 84-493-1250-7
28058
9 788449 312502
Educar «como Dios manda»
Temas de educación
Colección dirigida por César Coll
PAIDÓS y
Barcelona • Buenos Aires • México
Título original: Educating the «Right» Way
Publicado en inglés, en 2001, por RoutiedgeFalmer, Nueva York y Londres
Authorised translation from English language edition published by Routledge,
part of Tkylor & Francis Books, Inc.
Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del copyright, bajo
las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier
método o procedimiento, comprendidos la reprografia y el tratamiento informático, y la
distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo públicos.
© 2001 RoutiedgeFalmer
© 2002 de la traducción, Genis Sánchez Barberán
© 2002 de todas las ediciones en castellano
Ediciones Paidós Ibérica, S.A.,
Mariano Cubí, 92 - 08021 Barcelona
y Editorial Paidós, SAICF
Defensa, 599 - Buenos Aires
http://wwwpaidos.com
ISBN: 84-493-1250-7
Depósito legal: B-19.759/2002
Agradecimientos............................................................................................ .......11
*
Sumario | 9
Bibliografía..........................................................................................................277
índice analítico y de nombres ..................................................................... ....291
AGRADECIMIENTOS
Durante los últimos diez años he dedicado varios libros a los movi
mientos conservadores que no cesan de reconstruir la educación de una
manera perjudicial. En El conocimiento oficial y Política, cultura y edu
cación he combinado investigaciones históricas, empíricas y conceptua
les en un intento de desvelar los principales peligros asociados a estas
«reformas». El dominio que hoy ejercen estas posturas en la sociedad en
general, y en la política y la práctica educativas en particular, no ha dis
minuido. En todo caso, se ha intensificado y se ha implantado aún más
en el sentido común de esta sociedad y de muchas otras. Esta situación
requiere unos análisis críticos más amplios y profundos. Por lo tanto,
aunque el presente volumen, Educar «como Dios manda», se basa en los
volúmenes que lo preceden, amplía su análisis crítico en lo que espero
sean unas direcciones aún más reveladoras.
Aquí debo ser sincero desde el principio. Los argumentos que plan
teo en este libro surgen de varias fuentes: una cantidad considerable de
testimonios nacionales e internacionales que indican los verdaderos
efectos de las políticas actuales en el campo de la educación; mi partici
pación en movimientos contrarios a la reestructuración radicalmente
conservadora de la educación en muchos países, experiencias que ofre
cen pruebas muy convincentes de las vidas y las esperanzas que se van a
malograr si no seguimos batallando contra esas políticas; y, por último,
e igualmente importante, mi propia ira ante la arrogancia de quienes creen
en la lógica del mercado con tanto fervor que no pueden ver el daño que
esta arrogancia genera en el mundo real.
12 | Educar «como Dios manda»
Introducción
* El objeto de los vales ivouchers) es que los padres puedan matricular a sus hijos
en centros privados con ayuda de fondos públicos. (N. del t.)
1. Véase una discusión sobre este y otros problemas derivados de la dicotomía en
tre la fonética y el lenguaje integral en Gerald Coles, Reading Lessons, Nueva York, Hill
and Wang, 1998.
Mercados, niveles, religión y desigualdad | 17
La historia de Joseph
4. Véase un análisis muy claro y reflexivo de estas relaciones en Jean Anyon, Ghet
to Schooling: A Political Economy ofUrban Educational Reform, Nueva York, Teachers
College Press, 1997. Véase también Grace Kao, Marta Tienda y Barbara Schneider, «Ra
ce and Ethnic Variation in Academic Performance», en Aaron Pallas (comp.), Research
in Sociology of Education and Socialization, Greenwich, CT, JAI Press, vol. 11, 1996,
págs. 263-297.
5. Esto se describe con mucho más detalle en Michael W. Apple, Cultural Politics
and Education, Nueva York, Teachers College Press, 1996, págs. 68-90 (trad. cast.: Polí
tica, cultura y educación, Barcelona, Paidós, 1996).
6. Edward Wyatt, «Investors See Room for Profit in the Demand for Education»,
en The New York Times, 4 de noviembre de 1999, pág. A-l.
22 | Educar «como Dios manda»
Por los comentarios hechos hasta ahora, el lector habrá supuesto que
este libro se sitúa en un punto concreto del abanico político/educativo.
Aunque en ocasiones puede haber problemas con las categorías tradi
cionales de «izquierda» y «derecha» al examinar las complejidades de la
política en nuestros países, quiero dejar claro que me sitúo en la iz
quierda de una manera totalmente consciente y sin reparos. Creo que
Estados Unidos sigue siendo un inmenso experimento donde derechas e
izquierdas debaten sobre el objetivo de ese experimento. El debate en
torno a esta cuestión es vital y, sin duda, seguirá abierto. Forma parte del
alma política de este país. Sin embargo, al igual que Richard Rorty, tam
bién creo que es la izquierda la que lo mantiene vivo.
7. Ibid.
8. Ibid.
Mercados, niveles, religión y desigualdad | 23
[...] la derecha nunca considerará que haya mucho que cambiar. La derecha
cree que, en general, el país va bien, y que muy probablemente le ha ido
mejor en el pasado. Ve la lucha de la izquierda por la justicia social como
una fuente de problemas y como una ilusión utópica. La izquierda, por de
finición, es la opción de la esperanza e insiste en que nuestra nación es un
proyecto inconcluso .9
El lugar de la derecha
10. Véanse, por ejemplo, Michael W. Apple y James A. Beane (comps.), Democratic
Schools, Alexandria, VA, Association for Supervisión and Curriculum Development,
1995; y Michael W. Apple y James A. Beane (comps.), Democratic Schools: Lessons from
the Chalk Face, Buckingham, Gran Bretaña, Open University Press, 1999 (trad. cast.: Es
cuelas democráticas, Madrid, Morata, 2000).
Mercados, niveles, religión y desigualdad | 25
nadas por las palabras, sino por las relaciones de poder que imponen su
interpretación de las mismas.11 Hay unas palabras clave que aparecen
continuamente en los debates en torno a la educación. Estas palabras
tienen una historia muy compleja relacionada con los movimientos so
ciales de los que surgieron y que aún hoy luchan por ellas.12 Cada pala
bra tiene su propia historia, pero cada vez está más interrelacionada con
las demás. Estos conceptos son fáciles de enumerar. En realidad, forman
el subtítulo de este libro: mercados, niveles, religión y desigualdad. Tras
cada uno de estos conceptos se encuentra otra serie de palabras que tie
nen un valor emocional y que alimentan las maneras en que las relaciones
de poder actúan en nuestra vida cotidiana. Estas palabras incluyen la de
mocracia, la libertad, la elección, la moralidad, la familia, la cultura y va
rios otros conceptos esenciales. Y, a su vez, cada una de ellas es inter
textual. Todas y cada una de ellas están conectadas con un conjunto
entero de supuestos sobre las instituciones, los valores, las relaciones so
ciales y las políticas «apropiadas».
Podemos concebir esta situación como una especie de mapa de ca
rreteras. Emplear una palabra clave —mercados — nos envía hacia una
carretera que va en una dirección y que tiene salidas en ciertos lugares
pero no en otros. Si estamos en una carretera con el rótulo mercado ,
nuestra dirección general es hacia una parte del territorio denominada
economía. Tomamos la salida denominada individualismo , que pasa por
otra carretera llamada elección del consumidor. Se deben evitar salidas
con palabras como sindicatos , libertades colectivas , bien común , política
y destinos similares, si es que llegan a figurar en el mapa. La primera ca
rretera es una simple ruta con un objetivo: decidir adonde queremos ir
sin perder mucho tiempo en discusiones y de la manera más rápida y ba
rata posible. Sin embargo, hay otra ruta que supone más deliberación
colectiva acerca del destino hacia el que queremos ir. Presupone que
puede darse una deliberación continua no sólo acerca de la meta, sino
incluso acerca de la ruta misma. Sus salidas son las que se han evitado en
la primera ruta.
11. Noam Chomsky, Profit Over People: Neoliberalism and the Global Order, Nue
va York, Seven Stories Press, 1999, pág. 145 (trad. cast.: El beneficio es lo que cuenta: neo-
liberalismo y orden global, Barcelona, Crítica, 2001).
12. Véase, por ejemplo, Raymond Williams, Keywords: A Vocabulary of Culture and
Society, Nueva York, Oxford University Press, 1983 (trad. cast.: Palabras clave: vocabu
lario de cultura y sociedad, Buenos Aires, Nueva Visión, 2000).
26 | Educar «como Dios manda»
13. Eric Hobsbawm, The Age of Extremes: A History of the World, 1914-1991, Nue
va York, Pantheon, 1994, pág. 3.
Mercados, niveles, religión y desigualdad | 27
Uno de los conceptos básicos que está en juego en las discusiones so
bre quiénes somos y cómo nos deben responder nuestras instituciones es
el de la libertad. Muchas de las posturas ideológicas que están actual
mente en liza en el terreno de la educación parten de supuestos diferen
tes sobre esta palabra clave. Será útil hacer aquí un poco de historia de
los usos dominantes de este concepto porque estos usos diversos apare
cen continuamente en los debates actuales sobre la educación.
Algunas de nuestras nociones más antiguas sobre el significado de la
libertad son de índole religiosa. Por ejemplo, el cristianismo tenía un
ideal de libertad que, en general, no era de carácter mundano sino es
piritual. Desde «la caída de Adán», «el hombre ha sido proclive a su
cumbir a la lujuria y las pasiones».14 La libertad tiene aquí un significa
do específico que supone abandonar esta vida de pecado y abrazar las
enseñanzas de Cristo en todas nuestras actividades. Esta definición de li
bertad puede parecer contradictoria porque, en esencia, la libertad y la
servidumbre existen una al lado de la otra. Pero se considera que se re
fuerzan mutuamente. Quienes aceptan las enseñanzas de Cristo están
«libres de pecado» y, al mismo tiempo, son «siervos de Dios».15 Esta de
finición espiritual de la libertad fue difundida al principio de la historia
de Estados Unidos por los colonos puritanos de Massachusetts. Se ma
nifiesta claramente en la distinción entre «libertad natural» y «libertad
moral» realizada en 1645 por John Winthrop, gobernador puritano de la
14. Eric Foner, The Story of American Freedom, Nueva York, W. W. Norton, 1998,
pág. 4.
15. Ibid.
28 | Educar «como Dios manda»
dad económica). «El bien público, más que ser un ideal a alcanzar por el
gobierno, era el resultado de la persecución, por parte de los individuos
libres, de sus innumerables aspiraciones particulares.»18
Esto también tuvo aspectos positivos. Se debe admitir que el libera
lismo clásico puso en entredicho toda una serie de ordenamientos y pri
vilegios jerárquicos que hacían extremadamente difícil el progreso indi
vidual. Estableció derechos para las empresas no ligadas a la aristocracia
y fomentó la tolerancia religiosa. Además, es indudable que su creencia
en que la «humanidad» tenía unos derechos naturales que el gobierno
no podía violar legítimamente permitió a las mujeres, a los trabajadores
y a los esclavos desafiar las barreras sociales y educativas a las que cons
tantemente se enfrentaban. Sin embargo, una vez dicho esto, es igual
mente importante destacar que tanto el republicanismo como el libera
lismo clásico también se basaban en la creencia de que sólo ciertos tipos
de personas eran realmente capaces de ejercer la libertad. «Quienes es
taban subordinados o a cargo de otros carecían de voluntad propia y, en
consecuencia, no podían participar en los asuntos públicos.» Dado el lu
gar central que ocupaba el autogobierno en estas nociones de la libertad,
quienes no podían controlar su propia vida no debían tener voz en el go
bierno. De esta manera, la independencia económica se convirtió en un
elemento esencial de la libertad política. La libertad y la propiedad se
acabaron entrelazando y la independencia económica se convirtió en el
sello distintivo de la respetabilidad.19
No cuesta demasiado ver la relación entre esto y la dinámica de las
clases, los sexos y las razas. Por su propia naturaleza, cualquier definición
de la libertad basada en la independencia económica debe trazar una lí
nea entre las personas que poseen esta independencia y las que no. Esta
definición también tiene raíces en los roles sexuales porque este ideal de
autonomía se ha definido históricamente como un rasgo masculino y el
papel de la mujer se ha considerado dependiente.20 Además, los esclavos
y las personas de color en general se solían ver como animales o niños.
No se puede extender la libertad a quienes por su propia naturaleza son
dependientes, sobre todo cuando «no son personas, sino propiedades».
21. lbid., pág. xx. El libro de Foner es absolutamente esencial para quienquiera que
esté interesado en la lucha continua por el significado de la libertad y por las formas en
que ésta se plasma en nuestra vida cotidiana.
22. lbid., pág. 264.
23. lbid., pág. 269.
Mercados, niveles, religión y desigualdad | 31
25. William Bennett, Chester E. Finn Jr. y John T. E. Cribb Jr., The Educated Child,
Nueva York, The Free Press, 1999; y William Bennett, Our Children and Our Country, Nue
va York, Simón and Schuster, 1988.
26. Foner, op. cit., págs. 310-311.
27. lbid., págs. 317-318.
28. Charles W. Mills argumenta con lucidez que casi todas nuestras instituciones
económicas, políticas y culturales/educativas de ayer y de hoy se apoyan en lo que él lla
ma «el contrato racial» que margina a las personas de color. Véase Charles W. Mills, The
Racial Contract, Ithaca, NY, Cornell University Press, 1997.
Mercados, niveles, religión y desigualdad | 33
Mercantilizar el mundo
pecie de aura sagrada, sobre todo porque se nos dice una y otra vez que
no hay ninguna alternativa digna de consideración. Puede que sea im
perfecto, pero es el único sistema viable en un mundo gobernado por
los mercados globales y una intensa competición. Aunque constantemen
te se nos dice que no es posible nada más, es importante tener presente
que el neoliberalismo, en esencia, es un «capitalismo sin contemplacio
nes».30
Como he argumentado en otra parte y como demuestro en los capí
tulos que siguen, el neoliberalismo transforma nuestra idea misma de la
democracia con virtiéndola en un simple concepto económico, no en uno
político.31 Uno de sus efectos es la destrucción de lo que se podría llamar
«democracia fuerte» sustituyéndola por una versión mucho más «débil»
basada en un individualismo posesivo. McChesney también nos lo ex
plica con su típico estilo mordaz:
Para ser eficaz, la democracia exige que la persona sienta una conexión
con sus conciudadanos y que esta conexión se manifieste mediante una va
riedad de organizaciones e instituciones ajenas al mercado. Una cultura
política efervescente necesita grupos comunitarios, bibliotecas, escuelas pú
blicas, asociaciones de vecinos, cooperativas, lugares públicos de reunión,
asociaciones de voluntarios y sindicatos que ofrezcan a los ciudadanos ma
neras de reunirse, comunicarse e interaccionar con los demás. La democra
cia neoliberal, con su noción del mercado uber alies, tiene este sector como
gran objetivo. En lugar de comunidades produce centros comerciales. El
resultado global es una sociedad atomizada formada por individuos aisla
dos que se sienten desmoralizados y socialmente impotentes.32
Incluso con estos efectos, sigue siendo posible defender por razones
de eficiencia que los modelos empresariales deben dominar nuestra so
ciedad. Después de todo, permiten elegir. Pero creer que esta visión de
la democracia es la correcta equivale a pasar por alto una cuestión sim
ple pero esencial. La mayoría de las grandes empresas no tienen nada de
democráticas. En muchos aspectos, son más totalitarias de lo que se ad
mite abiertamente, y es por ello que son tan implacables a la hora de
eliminar puestos de trabajo. Los beneficios son mucho más importantes
35. Stuart Hall, «The Problem of Ideology: Marxism Without Guarantees», en Da
vid Morley y Kuan-Hsing Chen (comps.), Stuart Hall Critical Dialogues in Cultural Stu-
dies, Nueva York, Routledge, 1996, pág. 40.
36. lbid., pág. 37.
Mercados, niveles, religión y desigualdad ¡ 37
37. Apple, Cultural Politics and Education, op. cit., véanse especialmente págs. 68-90.
38. Jorge Larrain, «Stuart Hall and the Marxist Concept of Ideology», en David
Morley y Kuan-Hsing Chen (comps.), op. cit., pág. 68.
38 | Educar «como Dios manda»
la educación era encontrar maneras de hacer que los «hombres que son
iguales en cuanto a libertad [se contenten con] la distribución desigual
que tan inevitable es en la sociedad moderna».39 No sólo los ricos, sino
también la clase media en general, creían que la incapacidad de alguien
para prosperar en la sociedad era una muestra de su falta de «carácter»
y denotaba una incapacidad moral, una ausencia de las cualidades que
garantizan la ascensión social: la independencia y la perseverancia. Los
sindicatos no eran la respuesta, como tampoco lo era la ayuda guberna
mental. La única manera de prosperar era demostrar la fuerza de carác
ter necesaria para hacer las cosas uno mismo, para «practicar la econo
mía personal, no meterse en deudas y educar a los hijos en los principios
del mercado».40
Así pues, la confluencia entre las necesidades y las normas del mer
cado, por un lado, y las visiones conservadoras del «carácter» apropia
do, por otro, ya tiene una larga historia. Los temores al declive econó
mico, a la desaparición de la cultura «refinada» y a la pérdida de un
lenguaje y una cultura comunes han surgido una y otra vez, casi siempre
en respuesta a las crisis del mercado y a las oleadas de inmigración. En
esencia, las culturas híbridas son malas culturas. Exacerban nuestros
miedos a la decadencia cultural y a la incertidumbre económica. La na
turaleza de estos miedos se manifiesta en la invención de rituales comu
nes (y obligatorios). Como escribe Foner:
educativas y sociales sean los menos críticos en relación con esta historia
y con la posibilidad de que las condiciones ideológicas que tanto lamen
tan sean fruto de la dinámica económica dominante.
Iglesia y Estado
sas perdieron sus privilegios especiales y los fondos públicos que recibían
de la administración, aunque, en muchos Estados, la Iglesia y la admi
nistración siguieron estrechamente unidas: los no cristianos no podían
acceder a cargos públicos y la blasfemia y el incumplimiento del descanso
dominical eran rigurosamente perseguidos.43 A quien nos diga que Esta
dos Unidos ha sido y es «una nación cristiana», deberemos recordarle
que serlo también supone todo lo anterior.
Estos comentarios, y los argumentos que expongo a lo largo del li
bro, no significan que, para mí, la religión no tenga un lugar en la edu
cación. Estoy bastante de acuerdo con la postura de Warren Nord cuan
do afirma, desde un punto de vista laicista y humanista, que «todos los
estudiantes deberían recibir una educación humanista que aborde con
seriedad las diversas maneras de entender el mundo, incluyendo las reli
giosas, si queremos que estén bien informados y sean individuos razona
bles y responsables».44 Nord considera que las escuelas públicas esta
dounidenses son intolerantes por su negativa a tomarse lo bastante en
serio la religión. En la vida de las élites académicas y educativas la sensi
bilidad religiosa tiene un papel escaso o nulo. Ello hace que las institu
ciones educativas hayan «privado de un derecho fundamental a grandes
segmentos de la población estadounidense».45 Puede que Nord exagere
un poco, pero es evidente que la religión desempeña un papel muy im
portante en la vida de muchas personas que se sienten discriminadas por
la ausencia de religión en las escuelas. Naturalmente, lo que muchas de
esas personas desean fomentar no es el estudio de la religión como una
manera entre otras de entender el mundo porque se guían por una visión
particular de la verdad religiosa y desean extender la autoridad de la Bi
blia a todos los ámbitos de la vida. Está claro que entre una cosa y otra
hay una diferencia abismal.
Economía y religión
cación bíblica. Como veremos, esto se plasma de una forma muy creati
va en la educación y en la sociedad en general, de modo que la opción
individual de «renacer» se refleja en un mercado que sanciona la acu
mulación personal de riquezas y la capacidad de elección.
Pero la capacidad de elección tiene sus límites. Para los evangélicos
conservadores, no se puede elegir sin un conocimiento sólido y funda
mental de lo que es correcto. Y sólo hay una manera, un lugar, donde
encontrar este conocimiento: la Biblia. Lo que dice la Biblia «va a misa».
El mejor ejemplo de esta postura inerrante es la «declaración de Chica
go sobre la inerrancia bíblica». «La Sagrada Escritura, que es la auténti
ca Palabra del mismo Dios escrita por hombres preparados y supervisa
dos por Su Espíritu, tiene una autoridad divina infalible en todas las
cuestiones que menciona... Por estar toda ella verbalmente dada por
Dios, la Sagrada Escritura carece de error o de falta en su enseñanza.»49
Por lo tanto, la Biblia no es «la verdad del hombre», sino la verdad de
Dios. Su verdad nunca cambia: fue dada enteramente en tiempos bíbli
cos.50
Esta «verdad» no es nueva en la educación. Incluso un somero exa
men mostraría la poderosa influencia de la Biblia en los inicios de la en
señanza en Estados Unidos. Tomemos como ejemplo la alfabetización de
los niños en las colonias de Nueva Inglaterra. El libro de texto más em
pleado a finales del siglo XVII, el New England Primer, enseñaba el alfa
beto a los niños como sigue:
Gerencialismo
61. John Clarke y Janet Newman, The MatiagerialState, Thousand Oaks, CA, Sage,
1997, págs. 27-28.
*
Mercados, niveles, religión y desigualdad | 47
ello? Sin embargo, y como mostraré más adelante, así no se reduce el po
der del Estado ni se da verdadero «poder» a los miembros menos privile
giados de nuestra comunidad. Además, la visión de unos gerentes organi
zados en torno a una profesionalidad eficaz y revitalizada al servicio de los
consumidores es, en parte, una ficción. Los profesionales activos son libres
de seguir sus impulsos empresariales, pero siempre que «hagan lo correc
to».65 Como veremos, la «panóptica» de Foucault llega hasta muy lejos.
Por esta razón, y aun estando profundamente preocupado por las re
percusiones de los impulsos que guían a los religiosos conservadores, en
los capítulos que les dedico intento comprender sus inquietudes, ya que
muchas de ellas no son fáciles de rechazar. Así pues, me esforzaré en
mostrar los elementos de «sensatez» y de «desatino» de sus críticas a cier
tos aspectos de la educación formal.
Estas son las complicadas tendencias que se abordan en Educar «co
mo Dios manda». Me gustaría que fueran más sencillas, porque harían
más fácil el relato que debo contar. Sin embargo, cuando la realidad es
compleja y contradictoria, también lo deben ser nuestros análisis críti
cos. Aunque a lo largo del libro combino lo teórico y lo empírico, debo
admitir mi profunda preocupación por el hecho de que hemos jugado la
carta teórica con tanta frecuencia y con un nivel de abstracción tan ele
vado que hemos abandonado el espacio empírico dejándolo abierto pa
ra que lo ocuparan los neoliberales y los neoconservadores, cosa que, co
mo era de prever, han acabado haciendo. Con todo, es indudable que en
ocasiones necesitamos la distancia que nos ofrece la teoría para meditar
sobre cuestiones tan difíciles.
Por todo esto admito abiertamente que existen tensiones en lo que
hago aquí. Critico las teorías que subyacen a muchas de las reformas
educativas actuales y a veces lo hago tanto desde una perspectiva teóri
ca como empírica. Sin embargo, una vez hecho esto tiendo a adoptar la
postura según la cual «la única teoría digna de abrazar es aquella que se
rechaza, no la que uno domina con profunda fluidez».66 Naturalmente,
esto es un poco exagerado porque debemos «dominar» cualquier teoría
que nos propongamos emplear. Pero indica que nuestro éxito teórico no
se debe medir por la existencia o no de un «encaje» exacto, sino por
nuestra capacidad de trabajar de una manera productiva con teorías ca
si siempre inadecuadas en algún sentido pero que nos hacen avanzar y
nos permiten ver cosas que antes estaban ocultas.67 El camino que deseo
que emprendamos tiene salidas que no constan en los mapas de la edu
cación, la cultura, el gobierno y la economía que nos han proporcionado
los grupos dominantes. A continuación examinaremos estos mapas con
más atención.
66. Jennifer Daryl Slack, «The Theory and Method of Articulation in Cultural Stu-
dies», en David Morley y Kuan-Hsing Chen (comps.), op. cit., pág. 1 1 3 .
67. íbid.
2 ¿DE QUIÉN SON LOS MERCADOS?
¿DE QUIÉN EL CONOCIMIENTO?
Introducción
2. William Greider, One World, Ready or Not, Nueva York, Simón and Schuster,
1997.
3. Véanse Michael W. Apple, Cultural Politics and Education, Nueva York, Tea-
chers College Press, 1996 (trad. cast.: Política, cultura y educación, Barcelona, Paidós,
1996); y Official Knowledge, 2* ed., Nueva York, Roudedge, 2000 (trad. cast.: El conoci
miento oficial: la educación democrática en una era conservadora, Barcelona, Paidós,
1996).
4. Véase Roger Dale, «The Thatcherite Project in Education», CriticalSocialPolicy,
n° 9, invierno de 1989-1990, págs. 4-19. A causa de la extensión y la complejidad de Es
tados Unidos, no puedo abarcar todas las cuestiones e iniciativas políticas que ahora se
54 I Educar «como Dios manda»
6. Curiosamente y dada la actual insistencia en esta cuestión por parte de los neoli
berales, puede que si bien la obra de Bowles y Gintis sobre la relación entre educación y
capitalismo, La instrucción escolar en la América capitalista, fuera demasiado reduccio
nista, economicista y fundamentalista cuando se publicó en 1976, sea mucho más apli
cable a la situación de hoy en día. Véase Samuel Bowles y Herbert Gintis, Sckooling in
Capitalist America, Nueva York, Basic Books, 1976 (trad. cast.: La instrucción escolar en
la América capitalista, Madrid, Siglo XXI, 1985). Véanse críticas a su postura en Michael
W. Apple, Teachers and Texts, Nueva York, Roudedge, 1988 (trad. cast.: Maestros y tex
tos: una economía política de relaciones de clase y sexo en educación, Barcelona, Paidós,
1997); Education and Power, 2‘ ed., Nueva York, Roudedge, 1995 (trad. cast.: Educación
y poder, Barcelona, Paidós, 1997); y Mike Colé (comp.), Bowles and Gintis Revisited,
Nueva York, Falmer Press, 1988.
7. Véase Michael W. Apple, Ideology and Curriculum, 2* ed., Nueva York, Routled-
ge, 1990 (trad. cast.: Ideología y currículo, Tres Cantos, Akal, 1986).
56 | Educar «como Dios manda»
quality, Filadelfia, Open University Press, 1999; y en Madeleine Amot, Miriam David y
Gaby Weiner, Closing the Gender Gap: Postwar Education and Social Change, Cambrid
ge, Gran Bretaña, Polity Press, 1999.
10. John Chubb y Terry Moe, Politics, Markets, and Americas Schools, Washington,
DC, The Brookings Institution, 1990. Véase también Ernest House, Schools for Sale,
Nueva York, Teachers College Press, 1998.
11. Véanse Amy Stuart Wells, Time to Choose, Nueva York, Hill and Wang, 1993;
Jeffrey Henig, Rethinking School Choice, Princeton, NJ, Princeton University Press,
1994; Kevin Smith y Kenneth Meier (comps.), The Case Against School Choice, Armonk,
NY, M. E. Sharpe, 1995; Bruce Fuller, Elizabeth Burr, Luis Huerta, Susan Puryear y Ed
ward Wexler, School Choice: Abundant Hopes, Scarce Evidence of Results, Berkeley y
Stanford, Policy Analysis for California Education, University of California at Berkeley
and Stanford University, 1999; yjohn F. Witte, The Market Approach to Education, Prin
ceton, NJ, Princeton University Press, 2000.
12. Geoff Whitty, «Creating Quasi-Markets in Education», en Michael W. Apple
(comp.), Review of Research in Education, Washington, DC, American Educational Re
search Association, vol. 22, 1997, pág. 17. Véanse también Chubb y Moe, op. cit.\ y Gary
Rosen, «Are Schools Vouchers Un-American?», Commentary, n° 109, febrero de 2000,
págs. 26-31.
58 | Educar «como Dios manda»
pueden hacer los pobres para tener derecho a «salir de las malas escue
las y entrar en las buenas» es establecer una «alianza no ortodoxa».13 Es
decir, los pobres sólo podrán tener éxito si se alian con los conservado
res republicanos y con el mundo empresarial, los grupos más poderosos
que supuestamente están dispuestos a transformar el sistema.
Como mostraré con más detalle en el capítulo 3, cada vez hay más
pruebas empíricas de que el desarrollo de estos «cuasi mercados» en la
educación conduce a la exacerbación de las divisiones sociales basadas en
la clase y en la raza.14 Aunque el supuesto objetivo de los planes de elec
ción y de los vales es dar a los pobres el derecho a salir de las escuelas pú
blicas, cada vez está más claro que sus efectos a largo plazo pueden ser un
aumento de la «huida blanca» hacia los centros privados y religiosos y la
creación de condiciones para que los padres blancos acomodados se nie
guen a pagar impuestos destinados a sufragar unas escuelas públicas que
padecen cada vez más los efectos debilitadores de la crisis financiera del
Estado. El resultado final es un mayor apartheid educativo.15
Los defensores de la elección presuponen que la competición refor
zará la eficacia y la capacidad de respuesta de las escuelas, además de
brindar a los niños desposeídos oportunidades que hoy no tienen. Sin
embargo, tras su análisis de la experiencia estadounidense, Whitty con
cluye que estas expectativas pueden ser falsas: no se están cumpliendo
ahora y es improbable que se lleguen a cumplir «en el contexto de unas
políticas generales que no cuestionan las desigualdades sociales y cultu
rales más profundas». Como dice más adelante: «Quizá parezca que en
una sociedad muy estratificada una toma de decisiones atomizada pue
de ofrecer las mismas oportunidades a todo el mundo, pero, en realidad,
transferir la responsabilidad de la toma de decisiones desde la esfera pú
blica a la privada puede reducir el alcance de la acción colectiva para
mejorar la calidad de la educación para todos».16
Henig ratifica esta postura cuando afirma que «la triste ironía del ac
tual movimiento para la reforma educativa es que, por su excesiva identi
ficación con las propuestas para la elección de centros, el saludable impul
so de emprender reformas radicales para abordar los problemas sociales
se puede encauzar hacia iniciativas que erosionen aún más el potencial
para la deliberación y la respuesta colectivas».17 Cuando este efecto se
une al hecho de que, en la práctica, las políticas neoliberales pueden aca
bar reproduciendo las jerarquías tradicionales basadas en la clase, la raza
y el sexo, estas propuestas nos deberían dar mucho en que pensar.18
Existe otra variante del neoliberalismo que está dispuesta a destinar
más fondos públicos y/o privados a las escuelas siempre y cuando estas
satisfagan las necesidades expresadas por el capital. Así, se destinan re
cursos a «reformas» y políticas que conecten aún más el sistema educa
tivo con el proyecto de hacer más competitiva nuestra economía. Dos
ejemplos nos permitirán ilustrar esta postura. En varios Estados se ha
aprobado una ley que insta a las escuelas y universidades a establecer
unos vínculos más estrechos entre la educación y la comunidad empre
sarial. Por ejemplo, en el Estado de Wisconsin, todos los programas de
formación de enseñantes han tenido que incluir experiencias de «edu
cación para el empleo» y lo mismo han tenido que hacer todos los cen
tros públicos de primaria y de secundaria adaptando para ello su currícu-
lo formal.19
El segundo ejemplo puede parecer menos importante pero en reali
dad es una expresión muy reveladora de la incorporación de la política
y la práctica educativas a la agenda ideológica del neoliberalismo. Me re
fiero a Channel One, una cadena de televisión comercial que se emite en
las escuelas y que llega a más del 40 % de los estudiantes de secundaria
de todo el país (aunque hay muchos Estados con superávit presupuesta
NY, Prometheus Books, 2000; y en Sheila Slaughter y Larry L. Leslie, Academic Capita
lism, Baltimore, MD, Johns Hopkins University Press, 1997.
20. He realizado un análisis mucho más detallado de Channel One en Apple, Offi
cial Knowledge, op. cit., págs. 89-112. Véase también Alex Molnar, Giving Kids the Busi
ness, Boulder, Westview Press, 1996. Otro buen ejemplo nos lo ofrece ZapMe!, una em
presa con problemas económicos que regala equipos informáticos a las escuelas a
cambio de información demográfica sobre sus alumnos. Naturalmente, también hay to
da una historia de resistencia a iniciativas como Channel One. UNPLUG, un grupo for
mado por estudiantes, ha estado en la vanguardia de la protesta contra la mercantiliza-
ción de las escuelas. Además, y como comento en el último capítulo, varios grupos
conservadores y progresistas se han unido para actuar contra Channel One.
¿De quién son los mercados? ¿De quién el conocimiento? | 61
21. Apple, Cultural Politics and Education, op. cit., págs. 68-90; y Greider, op. at.
62 | Educar «como Dios manda»
22. Ib id. Véase también Christopher Cook, «Temps Demand a New Deal», The Na-
tion, 27 de marzo de 2000, págs. 13-19.
23. Nancy Fraser, Unruly Practices, Minneapolis, University of Minnesota Press,
1989, pág. 168.
¿De quién son ios mercados? ¿De quién el conocimiento? ¡ 63
Este mismo proceso de despolitización hace que sea muy difícil es
cuchar y atender debidamente las necesidades de quienes tienen menos
poder económico, político y cultural con el fin de abordar estos proble
mas en su verdadera dimensión. Para Fraser, esto es el resultado de que
los «discursos de necesidades» se retraduzcan al discurso del mercado y
se plasmen en políticas guiadas por «lo privado».
Para nuestros fines aquí, podemos distinguir dos tipos principales de
discursos de necesidades: el discurso oposicionista y el discurso repriva-
tizador. La forma oposicionista surge cuando las necesidades se politizan
desde abajo y forman parte de la cristalización de nuevas identidades de
oposición por parte de grupos sociales subordinados. Lo que antes se
solía ver como una cuestión básicamente «privada», ahora se traslada a
la escena política. El acoso sexual, la discriminación laboral por razones
de raza y de sexo y las políticas de discriminación positiva en las institu
ciones educativas y económicas son ejemplos de cuestiones «privadas»
que han traspasado estos límites y no se pueden volver a confinar a la es
fera «doméstica».24
Los discursos reprivatizadores surgen como respuesta a formas opo
sicionistas de reciente aparición, e intentan forzar su regreso a los ámbi
tos de «lo privado» o «lo doméstico». Con frecuencia se dirigen a des
mantelar o reducir servicios sociales, a desregular la empresa «privada»
o a detener lo que se consideran «necesidades disidentes». Así, los re-
privatizadores pueden tratar de impedir que ciertas cuestiones —como
la violencia doméstica— lleguen al discurso político intentando definir
las como asuntos puramente familiares o dirán que el cierre de una fá
brica no es una cuestión política, sino una «prerrogativa inalienable de
la propiedad privada o un imperativo irrebatible de un mecanismo im
personal del mercado».25 En cada uno de estos casos, la tarea consiste
tanto en poner coto a posibles necesidades «disidentes» como en des
politizar las cuestiones en sí.
24. Ibid., pág. 172. Véase también la discusión de cómo se pueden «transportar»
los beneficios obtenidos en una esfera de la vida social a otra en Samuel Bowles y Her
bert Gintis, Democracy and Capitalism, Nueva York, Basic Books, 1986; y en Apple, Maes
tros y textos: una economía política de relaciones de clase y sexo en educación. Véase en
Sandra Opdycke, No One Was Turned Away, Nueva York, Oxford University Press,
1999, la historia de estas posturas en el campo de la atención sanitaria.
25. Fraser, op. cit., pág. 172.
64 | Educar «como Dios manda»
26. Roger Dale, The State and Education Policy, Filadelfia, Open University Press,
1989.
¿De quién son los mercados? ¿De quién el conocimiento? | 65
27. Véase otra discusión de las formas ideológicas residuales y emergentes en Ray
mond Williams, Marxism and Literature, Nueva York, Oxford University Press, 1977
(trad. cast.: Marxismo y literatura, Barcelona, Península, 1998).
28. Véanse Alien Hunter, Children in the Service of Conservatism, Madison, WI,
University of Wisconsin, Institute for Legal Studies, 1988; y Apple, Política, cultura y
educación.
66 ¡ Educar «como Dios manda»
29. Véase, por ejemplo, E. D. Hirsch Jr., The Schools We Needand Why We Don’t Ha-
ve Them, Nueva York, Doubleday, 1996. Véase una lúcida crítica de la postura de Hirsch
en Kristen L. Buras, «Questioning Core Assumptions: A Critical Reading of E. D. Hirsch s
The Schools We Need and Why We Don’t Have Them», en Harvard Educational Review,
n° 69, primavera de 1999, págs. 67-93. Véase también Susan Ohanian, One Size Fits Few:
The Folly of Educational Standards, Portsmouth, NH, Heinemann, 1999.
30. William Bennett, The Book ofVirtues, Nueva York, Simón and Schuster, 1994
(trad. cast.: El libro de las virtudes, Buenos Aires, Vergara, 1995).
31. William Bennett, Our Children and Our Country, Nueva York, Simón and
Schuster, 1988, págs. 8-10.
¿De quién son los mercados? ¿De quién el conocimiento? | 67
32. Véase Amy Stuart Wells, Beyond the Rhetoric of Charter School Reform, Los
Ángeles, University of California at Los Ángeles, Gradúate School of Education and In
formation Studies, 1999.
33. Mary Douglas, Purity and Danger, Londres, Routledge, 1966 (trad. cast.: Pure
za y peligro: análisis de los conceptos de contaminación y tabú, Madrid, Siglo XXI, 2000).
34. Véanse, por ejemplo, Cameron McCarthy y Warren Crichlow (comps.), Race,
Identity, and Representation in Education, Nueva York, Roudedge, 1994.
35. Esto se trata con mayor detalle en Apple, Ideología y currículo.
36. Lawrence W. Levine, The Opening of the American Mind, Boston, Beacon
Press, 1996, pág. 20.
68 | Educar «como Dios manda»
37. Ibid.
38. Ibid., pág. 15. Véanse también Apple; y Herbert Kliebard, The Struggle for the
American Curriculum, 2* ed., Nueva York, Routledge, 1995.
39. Levine, op. cit., pág. 15.
¿De quién son los mercados? ¿De quién el conocimiento? | 69
40. Catherine Cornbleth y Dexter Waugh, The Great Speckled Bird, Nueva York,
St. Martin’s Press, 1995.
41. Véase una narración contraria de la historia de Estados Unidos en Howard
Zinn, A People's History of the United States, Nueva York, HarperCollins, 1999 (trad.
cast.: La otra historia de Estados Unidos, Hondarribia, Argitaletxe Hiru, 1997). Véanse
también The Howard Zinn Reader, Nueva York, Seven Stories Press, 1997; y The Future
of History, Monroe, ME, Common Courage Press, 1999.
42. Esto se suele hacer mediante un proceso de «mención» donde los textos y los
currículos incluyen material sobre las aportaciones de mujeres y de grupos «minorita
rios» pero sin dejar que el lector pueda ver el mundo con los ojos de esos grupos opri
midos. O bien, como ocurre en el caso del discurso acerca de que «todos somos inmi
grantes», se hacen arreglos para que se construya el mito de la similitud histórica al
tiempo que las diferencias económicas entre los grupos se ensanchan cada vez más. Véa
se Apple, Official Knowledge, op. cit., págs. 42-60.
70 | Educar «como Dios manda»
47. Véase una discusión crítica detallada de los efectos de esto en los currículos, la
enseñanza y la evaluación en Linda McNeil, Contradictions of School Reform, Nueva
York, Routledge, 2000.
48. Véanse Apple, Educación y poder, Apple, Maestros y textos: una economía polí
tica de relaciones de clase y sexo en educación-, y Acker, op. cit. Aquí se dan unos claros an
tagonismos de clase y de sexo que ya tienen una larga historia. Menos desarrollados son
los análisis de las maneras en que la raza interacciona con esta dinámica y contribuye a
construir la historia y el proceso de trabajo de la enseñanza. Sin embargo, el trabajo en
curso de Michelle Foster y Michael Fultz es muy útil a este respecto.
72 | Educar «como Dios manda»
49. Richard Herrnstein y Charles Murray, The Bell Curve, Nueva York, Free Press,
1994.
50. Véanse Michael Omi y Howard Winant, Racial Formatton in the United States,
2* ed., Nueva York, Routledge, 1994; y Steven Selden, Inheriting Shame, Nueva York,
Teachers College Press, 1999. El libro de Selden en particular demuestra que había unas
interpretaciones muy extendidas de la raza en toda una gama de políticas y prácticas
educativas, incluyendo muchos proyectos e individuos cuya participación en movimien
tos como el de la eugenesia es poco conocida.
51. Ihid. Véanse también Richard Dyer, White, Nueva York, Routledge, 1997; y
Cornel West, Race Matters, Nueva York, Vintage Books, 1994.
¿De quién son los mercados? ¿De quién el conocimiento? | 73
bres no lo son por falta de dinero, sino por carecer de una herencia bio
lógica «adecuada» y de unos valores sólidos en cuanto a disciplina, tra
bajo y moralidad.52 Entre otros ejemplos destacados cabe mencionar
programas como «Learnfare» y «Workfare», donde los padres pierden
una parte de sus prestaciones sociales si sus hijos faltan a clase un nú
mero determinado de veces o donde no se ofrece ninguna prestación so
cial a quien no acepte un trabajo mal pagado, por muy degradante que
pueda ser o aunque el Estado no proporcione atención sanitaria o servi
cios de guardería. Estas políticas reinstauran los antiguos «asilos para
pobres» (donde éstos debían trabajar a cambio de comida y alojamien
to) que tan populares —y tan perjudiciales— fueron en Estados Unidos,
el Reino Unido y otros países.53
He dedicado gran parte de esta sección a documentar el creciente
poder de las posturas neoconservadoras en la política educativa y social
de Estados Unidos. Los neoconservadores han forjado una coalición
creativa con los neoliberales, una coalición que —en concierto con otros
grupos— está modificando el terreno en el que se debaten estas políti
cas. Pero aun teniendo en cuenta la creciente influencia de las políticas
neoliberales y neoconservadoras, su éxito sería considerablemente me
nor si no hubieran acogido en su alianza a los evangélicos conservadores
y a los fundamentalistas religiosos populistas y autoritarios. En estos
grupos centraremos ahora nuestra atención.
52. Rebecca E. Klatch, Women of the New Right, Filadelfia, Temple University
Press, 1987. Véase una crítica de algunas de estas posturas y, sobre todo, de la de Herrns-
tein y Murray, en Joe L. Kincheloe, Shirley R. Steinberg y Aaron D. Gresson (comps.),
Measured Lies, Nueva York, St. Martin’s Press, 1996.
53. Véase una discusión de esta cuestión en Apple, Cultural Politics and Education,
op. cit., págs. 11-13.
74 | Educar «como Dios manda»
Puesto que los sexos son algo divino y natural [no] hay espacio para un
conflicto político legítimo... Dentro de la familia, mujeres y hombres —es
tabilidad y dinamismo— se funden en armonía si no se les perturba con el
modernismo, el liberalismo, el feminismo y el humanismo, que no sólo
amenazan directamente la masculinidad y la femineidad, sino [que también
lo hacen] mediante su influencia en la infancia y en la juventud... La «mu
jer de verdad», es decir, la mujer que se tiene por esposa y madre, nunca
pondrá en peligro la santidad del hogar mirando por sí misma. Cuando el
hombre o la mujer ponen en duda sus roles, rompen con Dios y con la na
turaleza; cuando los liberales, los feministas y los humanistas laicistas les
impiden asumir estos roles, están minando los pilares divinos y naturales
sobre los que se asienta la sociedad.54
Según el parecer de la Nueva derecha, hasta hace muy poco las escue
las eran una extensión del hogar y de la moralidad tradicional. Los padres
podían confiar sus hijos a la escuela pública porque estaba sometida a un
control local y reflejaba los valores bíblicos y paternos. Sin embargo, tras
ser ocupada por fuerzas ajenas y elitistas, ahora es la escuela misma la que
56. Ibid.
57. El poder del texto y sus impulsos contradictorios se han detallado en Apple,
Maestros y textos: una economía política de relaciones de clase y sexo en educación y El co
nocimiento oficial: la educación democrática en una era conservadora. Véase otra discusión
sobre la manera en que las luchas en torno a los libros de texto ayudan a movilizar a los
activistas conservadores en Apple, Cultural Politics and Education, op. cit., págs. 42-67.
58. Joan Delfattore, What Johnny Shouldn’t Read: Textbook Censorship in America,
New Haven, Yale University Press, 1992, pág. 123.
76 | Educar «como Dios manda»
puede ver, por ejemplo, en la legislación sobre los libros de texto de Te
xas, donde es obligatoria la inclusión de pasajes que destaquen el patrio
tismo, la obediencia a la autoridad y el rechazo a la «desviación».59 Pues
to que la mayoría de las editoriales que publican estos textos adaptan sus
contenidos y su organización a los gustos de unos cuantos Estados muy
poblados que aprueban y adquieren libros para todas sus escuelas , ciertos
Estados como Texas (y California) tienen un inmenso poder para deter
minar lo que se considera «conocimiento oficial» en todo el país.60
En consecuencia, y actuando en concierto con los elementos neo-
conservadores de la alianza conservadora, los activistas religiosos popu
listas y autoritarios han tenido una enorme influencia en la política y en
la práctica curricular. Para ellos, las escuelas sólo pueden superar la ma
nifiesta «decadencia moral» que nos invade haciendo que todo vuelva a
girar en torno a la autoridad, la moralidad, la familia, la Iglesia y la «de
cencia». Nuestra cultura sólo se puede salvar volviendo a las interpreta
ciones inerrantes de las enseñanzas bíblicas y fomentando (o exigiendo)
un clima en las escuelas que dé un énfasis renovado a estas enseñanzas.61
Como demostraba en Política, cultura y educación , si bien varios Es
tados y sistemas escolares han podido crear mecanismos para desviar al
gunas de estas presiones, la naturaleza burocrática de muchos sistemas
escolares y de la administración local y estatal en general ha acabado
creando las condiciones para que los padres y otros miembros de la co
munidad, que en otras circunstancias podrían discrepar ideológicamen
te de la Nueva derecha, se dejen convencer por ella y apoyen sus ataques
a los contenidos y la organización de la enseñanza.62
Al tiempo que la lucha de los populistas autoritarios por el control
del currículo y de los textos se ha ido intensificando, su desconfianza ha
63. Aunque Benedict Anderson se limita a un debate sobre el país como «comuni
dad imaginada», yo amplío su metáfora para incluir también las comunidades religiosas
porque comparten muchos atributos comunes. Véase Benedict Anderson, Imagined Com-
munities, Nueva York, Verso, 1991 (trad. cast.: Comunidades imaginadas, Buenos Aires,
Fondo de Cultura Económica, 2000).
78 | Educar «corno Dios manda»
sobre todo, con los temores— de varios grupos desafectos para unirlos
en una alianza tensa pero muy eficaz que respalda las posturas reprivati-
zadoras.64 Y esto no se habría conseguido si los grupos derechistas no hu
bieran modificado con éxito el significado mismo de los conceptos esen
ciales de la democracia para que la derecha cristiana pudiera sentirse
cómoda bajo el amplio paraguas de la alianza conservadora.
Como decía en el capítulo 1, hay otro grupo que apoya las políticas de
la modernización conservadora del que hablaré con un poco más de bre
vedad a causa de su poder relativamente limitado (aunque aumenta con
rapidez). Se trata de un sector de la nueva clase media profesional que uti
liza su especialización técnica para medrar en la administración pública y
en la economía. Suelen ser personas con formación en técnicas de gestión
que proporcionan apoyo técnico y «profesional» a los procesos de res
ponsabilidad, medición, «control de calidad» y evaluación que exigen los
partidarios de aplicar a la educación las políticas neoliberales de mercan-
tilización y las políticas neoconservadoras de un control central más firme.
Los miembros de este grupo no creen necesariamente en las postu
ras ideológicas que sustentan la alianza conservadora. En realidad, en
otros aspectos de su vida pueden ser políticamente mucho más modera
dos e incluso «liberales». Sin embargo, como expertos en la eficacia, la
gestión, la comprobación y la responsabilidad, poseen la especialización
técnica necesaria para implementar las políticas de la modernización con
servadora. Su propia prosperidad depende de la expansión de esta espe
cialización y de las ideologías profesionales de control, medición y efi
cacia que la acompañan. En consecuencia, suelen apoyar estas políticas
como «instrumentos neutrales», aunque se puedan emplear para fines
distintos de los objetivos supuestamente neutrales con los que está com
prometido este estrato social.65
turing of Pedagogic Discourse, Nueva York, Routledge, 1990 (trad. cast.: La estructura del
discurso pedagógico, Madrid, Morata, 2001). Para más información sobre las maneras de
actuar e interpretar el mundo de las clases «intermedias» véase Erik Olin Wright (comp.),
The Debate on Classes, Nueva York, Verso, 1998; Classes, Nueva York, Verso, 1985
(trad. cast.: Clases, Madrid, Siglo XXI, 1994); Class Counts, Nueva York, Cambridge
University Press, 1997; y Pierre Bourdieu, Distinction, Cambridge, Harvard University
Press, 1984 (trad. cast.: La distinción, Madrid, Taurus, 1998).
66. Véanse Bourdieu, op. cit.; Homo Economicus, Stanford, Stanford University
Press, 1988; y The State Nobility, Stanford, Stanford University Press, 1996.
80 | Educar «como Dios manda»
Conclusión
67. Una combinación del trabajo de Bernstein, Wright y Bourdieu sería útil para
comprender esta clase. Véase un análisis satírico, pero aun así interesante, de un seg
mento de esta clase en la obra del comentarista conservador David Brooks, Bobos in Pa-
radise, Nueva York, Simón and Schuster, 2000 (trad. cast.: Bobos en el paraíso, Barcelo
na, Grijalbo Mondadori, 2001).
¿De quién son los mercados? ¿De quién el conocimiento? | 81
68. Véase Apple, Cultural Politics and Education, op. cit., págs. 22-41.
82 | Educar «como Dios manda»
71. Véase, por ejemplo, la revista Rethinking Schools, donde se dan a conocer las lu
chas, las políticas y las prácticas progresistas en el campo de la educación. Se puede ob
tener información en Rethinking Schools, 1001 E. Keefe Avenue, Milwaukee, WI53212,
EE. UU., o visitando su sitio web <http://www.rethinkingschools.org>.
3 PRODUCIR DESIGUALDADES:
LA MODERNIZACIÓN CONSERVADORA
EN LA POLITICA Y EN LA PRÁCTICA
La cruda realidad
Durante las últimas dos décadas o más, incluso antes de que el nue
vo bloque hegemónico del que antes he hablado alcanzara el poder que
hoy tiene, se ha ido desarrollando un corpus de literatura sobre la edu
cación que ha intentado ayudarnos a concebir el currículo, la enseñanza
y la evaluación desde un punto de vista político. Yo mismo he participa
do en su desarrollo. Gran parte de esta literatura en torno a las llama
das «pedagogías críticas» ha sido muy importante desde el punto de
vista político y teórico y ha contribuido a diversos avances. Sin embar
go, y a la vista de lo que he comentado en los dos capítulos anteriores,
esta literatura tiene algunas aristas que limitan su eficacia para organi
zar unas alternativas serias a lo que sucede a nuestro alrededor. Pocas
veces ha conectado lo suficiente con los métodos empleados por la mo
dernización conservadora para alterar el sentido común y transformar
las condiciones materiales e ideológicas que rodean la enseñanza. En
consecuencia, a veces se convierte en una especie de «retórica románti
ca posibilista» donde el lenguaje de la posibilidad sustituye a un análisis
táctico coherente del equilibrio real de fuerzas y de lo que hace falta pa
ra cambiarlo.1
3. Herbert Kliebard, The Struggle for the American Curriculum, 2a ed., Nueva York,
Roudedge, 1995.
4. John Rury y Jeffrey Mirel, «The Political Economy of Urban Education», en Mi-
chael W. Apple (comp.), Review of Research in Education, Washington, DC, American
Educational Research Asscciation, vol. 22, 1997, págs. 49-110; Kenneth Teitelbaum,
Schoolingfor Good Rebels, Nueva York, Teachers College Press, 1996; y Steven Selden,
Inheriting Shame, Nueva York, Teachers College Press, 1999.
5. Michael W. Apple, Official Knowledge, 2* ed., Nueva York, Roudedge, 2000
(trad. cast.: El conocimiento oficial: la educación democrática en una era conservadora,
Barcelona, Paidós, 1996); y Cultural Politics and Education, Nueva York, Teachers Co
llege Press, 1996 (trad. cast.: Política, cultura y educación, Barcelona, Paidós, 1996).
88 | Educar «como Dios manda»
6. Richard Herrnstein y Charles Murray, The Bell Curve, Nueva York, Free Press,
1994. Véase también Joe L. Kincheloe, Shirley R. Steinberg y Aaron D. Gresson (comps.),
Measured Lies, Nueva York, St. Martin’s Press, 1997.
7. Apple, Cultural Politics and Education, op. cit., págs. 22-41.
8. Stewart Ranson, «Theorizing Educational Policy», journal of Education Policy,
n° 10, julio de 1995, pág. 427.
Producir desigualdades: la modernización conservadora [...] | 89
Los años de primaria fueron una época feliz. Éramos unos cuarenta ni
ños sentados en pupitres, de madera fijados al suelo, con sus tinteros blan
cos, y sólo nos podíamos levantar cuando, a regañadientes, se nos daba per
miso para ello. La maestra se sentaba frente a nosotros, en una mesa más
alta de la que sólo se alejaba para ir a la pizarra. Olíamos su perfume y nos
inspiraba un respeto reverencial.12
Mis hijos pasaron sus años de primaria en una escuela moderna donde
podían vagar a su aire, desarrollar su verdadera individualidad y escaquear-
se de la lectura, la escritura y la aritmética. Todo era para bien, se nos decía.
Pero no era verdad.13
13. Ib id.
14. Ib id.
Producir desigualdades: la modernización conservadora [...] | 91
15. John Chubb y Terry Moe, Politics, Markets, and American Schools, Washington,
DC, The Brookings Institution, 1990; y Geoff Whitty, «Creating Quasi-Markets in Edu
cation», en Michael W. Apple (comp.), Review of Research in Education, vol. 22, 1997,
págs. 3-47.
16. David Gillborn, «Racism and Reform», British Educational Research Journal,
n° 23, junio de 1997, pág. 357.
17. Michael W. Apple, Power, Meaning, and Identity, Nueva York, Peter Lang,
1999; y Teachers and Texts, Nueva York, Roudedge, 1988 (trad. cast.: Maestros y textos:
una economía política de relaciones de clase y sexo en educación, Barcelona, Paidós, 1997).
Naturalmente, existe una considerable bibliografía en torno a la cuestión de «la clari
dad» de la literatura de la educación crítica, con contribuciones de Burbules, Giroux,
Lather, Gitlin, yo mismo y varios otros autores. Mi postura al respecto es que este deba
te es esencial y que, si bien existe el peligro de sacrificar la elegancia teórica o la riqueza
y la sutileza del lenguaje en nuestros intentos de ser claros, es indudable que a veces se
emplea un estilo arrogante, empalagoso y puramente retórico en las numerosas comuni
dades del trabajo educativo crítico. Sin duda es necesario responder a la complejidad,
pero también lo es no marginar a lectores en principio receptivos.
92 | Educar «como Dios manda»
Mercados y rendimiento
25. Sally Power, David Halpin y John Fitz, «Underpinning Choice and Diversity»,
en Sally Tomlinson (comp.), EducationalReform andIts Consequences, Londres, IPPR/Ri-
vers Oram Press, 1994, pág. 27.
26. Aún está por ver si se han dado cambios significativos a este respecto tras la vic
toria del «nuevo laborismo» en las últimas elecciones. Ciertos aspectos de las políticas
neoliberales y neoconservadoras ya han sido aceptados por él, como el control más rigu
roso del gasto implantado por el anterior gobierno conservador y una gran insistencia en
«elevar los niveles de calidad» y en el empleo de indicadores rigurosos del rendimiento.
Véase, por ejemplo, David Gillborn y Debbie Youdell, Rationing Education, Filadelfia,
Open University Press, 2000.
27. Véanse Power, Halpin y Fitz, op. cit.-, y Gillborn and Youdell, op. cit.
28. Stephen Ball, Richard Bowe y Sharon Gewirtz, «Market Forces and Parental
Choice», en Sally Tomlinson (comp.), op. cit., pág. 39.
Producir desigualdades: la modernización conservadora [...] | 95
30. Mark Olssen, «In Defense of the Welfare State and of Publicly Provided Edu
cation», Journal of Education Policy, n° 11, mayo de 1996, pág. 340.
Producir desigualdades: la modernización conservadora [...] | 97
35. Michelle Fine y Lois Weis, The Unknown City, Boston, Beacon Press, 1998; y
Mitchell Duneier, Sidewalk, Nueva York, Farrar, Straus and Giroux, 1999.
36. Pierre Bourdieu, The State Nohility, Stanford, Stanford University Press, 1996;
y David Swartz, Culture and Power, Chicago, University of Chicago Press, 1997.
Producir desigualdades: la modernización conservadora (...) | 99
37. Apple, Maestros y textos: una economía política de relaciones de clase y sexo en
educación, op. city Official Knowledge, op. cit., págs. 113-136.
38. Whitty, Power y Halpin, Devolution and Choice in Education: The School, the
State, and the Market, Filadelfia, Open University Press, 1998 (trad. cast.: La escuela, el
estado y el mercado, Madrid, Morata, 1999), págs. 12-13.
39. Ibid., pág. 36.
100 | Educar «como Dios manda»
co y lo privado, del conocimiento que tiene más valor y de las mejores ma
neras de concebir y dirigir nuestras instituciones reflejan plenamente la
naturaleza sexista de esta sociedad.45 Estos diversos efectos ideológicos
—como, por ejemplo, posibilitar una coalición entre neoliberales y neo-
conservadores, extender los discursos y las prácticas del gerencialismo
de la nueva clase media y la «masculinización» de las teorías, las políti
cas y el discurso de la gestión— tienen una enorme importancia y hacen
que sea más difícil orientar el sentido común hacia unas posiciones más
críticas.
Sin embargo, en las escuelas vemos otros efectos más inmediatos que
son igualmente chocantes. Por ejemplo, aunque parece que los directores
de estas escuelas supuestamente descentralizadas deberían tener más po
der, la consolidación de las políticas neoconservadoras hace que se vean
«cada vez más obligados a demostrar el cumplimiento de unos currículos
prescritos de una manera centralista y en un contexto donde su control
cada vez es menor».46 A causa de la intensificación que antes he mencio
nado, tanto los directores como los enseñantes sufren un volumen de tra
bajo mucho mayor, unas exigencias de responsabilidad cada vez más ele
vadas, unos programas interminables de reuniones y, en muchos casos,
una escasez creciente de recursos tanto emocionales como físicos.47
Además, en casi todos los países estudiados se ha visto que el merca
do, como ocurre en Inglaterra, no sólo no fomenta la diversidad en el cu-
rrículo, la pedagogía, la organización, la clientela o incluso en la imagen,
sino que devalúa las alternativas y refuerza el poder de los modelos do
minantes. También es muy importante su manifiesta exacerbación de las
diferencias en cuanto a acceso y resultados en función de la raza, la etnia
y la clase.48
45. Entre los mejores trabajos al respecto destacan los de Nancy Fraser: Unruly
Practices, Minneapolis, University of Minnesota Press, 1989; y Justice Interruptus, Nue
va York, Routledge, 1997 (trad. cast.: lustitia interruptus, Bogotá, Siglo del Hombre,
1997).
46. Whitty, Power y Halpin, Devolution and Choice in Education: the School, the
State, and the Market, op. cit., pág. 63.
47. Ibid., págs. 67-68. Véase también Gillborn y Youdell, op. cit.
48. Youdell y Gillborn demuestran esto claramente en Rationing Education. Tam
bién es importante que esto haya ocurrido de forma consistente incluso ante intentos
manifiestos de utilizar estas políticas para alterar las desigualdades existentes. Véase
también Whitty, Power y Halpin, op. cit., págs. 119-120.
102 | Educar «como Dios manda»
hacia las políticas de la Nueva derecha se ha dado allí con más rapidez
que en otros lugares. En esencia, Nueva Zelanda se ha convertido en un
laboratorio para muchas de las políticas que estoy analizando. En su es
tudio excepcional, basado en gran medida en un marco conceptual in
fluenciado por Pierre Bourdieu, Lauder y Hughes documentan que los
mercados educativos parecen conducir a un descenso general de la cali
dad de la educación. Paradójicamente, tienen un efecto negativo —que
no positivo— en el rendimiento de las escuelas con grandes poblaciones
trabajadoras y minoritarias. En esencia, «restan oportunidades a los ni
ños menos privilegiados para aumentar las de los niños que ya gozan de
privilegios».51 La combinación de las políticas neoliberales de mercanti-
lización con la insistencia neoconservadora en «unas exigencias más ele
vadas», tema del que hablaré más en el próximo apartado, crea un con
junto de condiciones aún más peligrosas. El análisis de Lauder y Hughes
confirma los argumentos conceptuales y empíricos de Ball, Brown y
otros según los cuales la mercantilización de la educación no sólo es una
maniobra del capital para reducir la esfera del Estado y de lo público.
También es un intento de la clase media de alterar las reglas de la compe
tición en el campo de la educación ante la creciente inseguridad a la que
se enfrentan sus hijos. «Al cambiar el proceso de selección de las escue
las, los padres de clase media pueden mejorar sus oportunidades crean
do mecanismos de exclusión más firmes para las poblaciones obreras y
poscoloniales que luchan por la igualdad de oportunidades.»52
Los resultados de Nueva Zelanda no sólo reflejan los encontrados en
otros lugares: también indican que cuanto más se basen nuestras prácti
cas en la lógica de actuación que encarnan los principios mercantilistas,
peor tenderá a ser la situación. Los mercados privilegian sistemática
mente los conocimientos y los recursos materiales de las familias con ma
yor estatus socioeconómico (ESE) porque son las familias que más ten
derán a ejercer la capacidad de elección. Los estudiantes de estas familias
son los que tienen más posibilidades de abandonar las escuelas públicas
51. Hugh Lauder y David Hughes, Trading in Futures, Filadelfia, Open University
Press, 1999, pág. 2.
52. Ibid., pág. 29. Véase también Phil Brown, «Cultural Capital and Social Exclu
sión», en A. H. Halsey, Hugh Lauder, Phil Brown y Amy Stuart Wells (comps.), Educa-
tion: Culture, Economy, and Society, Nueva York, Oxford University Press, 1997, págs.
736-749.
104 | Educar «como Dios manda»
y/o con poblaciones mixtas, cosa que no ocurre con la mayor parte de
los estudiantes de clase obrera, pobres o de color. En una situación de com
petición creciente, esto genera una espiral de decadencia en la cual las
escuelas pobladas por estos estudiantes se ven sistemáticamente perju
dicadas, permitiendo así que las escuelas con una población mayorita-
riamente blanca y de ESE más elevado se puedan aislar de los efectos del
mercado competitivo.53 De este modo, la «fuga blanca» refuerza el esta
tus relativo de las escuelas ya favorecidas por las grandes fuerzas econó
micas y la formación del «otro» se polariza aún más y cae en una espiral
descendente.54
Sin embargo, una vez dicho esto, debemos tener la precaución de no
pasar por alto las especificidades históricas. Los movimientos sociales,
las formaciones ideológicas existentes y las instituciones de la sociedad
civil y del Estado pueden ofrecer apoyo a otras lógicas compensatorias.
En algunos casos, en países con una historia más sólida y dilatada de po
líticas sociales democráticas y de visiones positivas de las libertades co
lectivas, la insistencia neoliberal en el mercado ha sido contrarrestada de
una manera significativa. Por ejemplo, como ha demostrado Petter Aasen,
las iniciativas privatizadoras de la educación en Noruega y en Suecia han
tenido que hacer frente a un mayor compromiso colectivo que en Esta
dos Unidos, Inglaterra y Nueva Zelanda.55 Con todo, estos compromisos
en parte también se basan en relaciones de clase y se debilitan cuando
interviene la dinámica racial. Así, por ejemplo, el sentido de la expresión
«todos somos iguales» y el supuesto de que todos estamos sujetos a unas
sensibilidades colectivas similares son puestos a prueba por el aumento
de las poblaciones inmigrantes procedentes de Africa, Asia y Oriente
Medio, y puede surgir una mayor simpatía por las formas mercantiliza-
das cuando el supuesto comúnmente entendido de lo que significa ser,
por ejemplo, noruego o sueco, se enfrenta a la realidad de unas pobla
ciones de color que exigen la ciudadanía. Por esta razón, puede ocurrir
que las sensibilidades colectivas que prestan apoyo a unas políticas me
56. Sobre la cuestión de un contrato racial que subyacé a casi todos los órdenes de
nuestra sociedad, véase Charles W. Mills, The Racial Contract, Ithaca, Cornell University
Press, 1997. También me baso en la postura de Benedict Anderson según la cual los-paí
ses mismos se fundamentan en «comunidades imaginadas». Véase Benedict Anderson,
Imagined Communities, Nueva York, Verso, 1991 (trad. cast.: Comunidades imaginadas,
Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2000).
57. Véase, por ejemplo, el análisis de la dinámica de los sexos en torno a las políti
cas neoliberales en Madeleine Arnot, Miriam David y Gaby Weiner, Closing the Gender
Gap, Cambridge, Polity Press, 1999. Las maneras en que actúan las políticas neoconser
vadoras en relación con la sexualidad y el cuerpo también se describen muy bien en Eps-
tein y Johnson, op. cit.
58. Whitty, Power y Halpin, Devolution and Choice in Education: the School, the
State, and the Market, op. cit., pág. 98. Véase también Amy Stuart Wells, Beyond the Rhe-
toric of Charter School Reform, Los Ángeles, University of California, Gradúate School
of Education and Information Studies, 1999.
106 | Educar «como Dios manda»
59. Whitty, Power y Halpin, Devolution and Choice in Education: the School, the
State, and the Market, op. cit., págs. 112-113.
60. Ibid., pág. 14.
61. Ibid., pág. 42.
62. Jeffrey R. Henig, Rethinking School Choice: Limits of a Market Metaphor, Prin-
ceton, NJ, Princeton University Press, 1994, pág. 222. Véanse también algunos de los co
mentarios en Michael Engel, The Struggle for Control of Public Education, Filadelfia.
Temple University Press, 2000.
Producir desigualdades: la modernización consen/adora [...] | 107
que para mejorar todas las escuelas quizá debamos fijarnos menos en la
organización de los centros que tiene «éxito» y más en las características
del contexto socioeconómico en el que se enmarcan. Erradicar la po
breza mediante unos ingresos más justos, establecer unos programas de
sanidad y de vivienda eficaces e igualitarios, acabar con las políticas más
o menos encubiertas de exclusión racial que aún caracterizan la vida co
tidiana de muchos países (y donde los planes mercantilizados, en el fon
do, actúan para evitar el cuerpo y la cultura del «otro»): si no abordamos
conjuntamente estas cuestiones no podremos hacer unos avances sus
tanciales. Si los debates de la misma pedagogía crítica no se basan en un
reconocimiento de estas realidades, puede que también caigan en la
trampa de suponer que las escuelas se las podrán arreglar por sí solas.
Estos resultados empíricos se pueden comprender mejor en función
del análisis hecho por Pierre Bourdieu del peso relativo que tiene hoy en
día el capital cultural como estrategia para el avance social.65 La crecien
te importancia del capital cultural impregna tanto todas las instituciones
que los privilegios de clase, en lugar de reproducirse de una manera di
recta (principalmente dentro de las familias y por medio de la propiedad
económica) se transmiten por medio de la educación. Aquí, «el legado de
los privilegios se efectúa, y al mismo tiempo se transforma, por la media
ción de las instituciones educativas».64 No se trata de una conspiración;
no es algo «consciente» en el sentido en que se usa normalmente este tér
mino. Más bien es el resultado de una larga cadena de conexiones relati
vamente autónomas entre un capital económico, social y cultural acumu
lado de una manera diferencial que actúa en el nivel de los sucesos
cotidianos a medida que nos abrimos paso en el mundo, incluyendo, co
mo hemos visto, el mundo de la elección escolar.
Así pues, y sin adoptar una postura determinista inflexible, Bour
dieu afirma que hay un «habitus» de clase que tiende a reproducir «in
conscientemente» las condiciones de su propia reproducción creando
un conjunto relativamente coherente, y que posee unas características
sistemáticas, de estrategias aparentemente naturales e inconscientes que,
en esencia, son maneras de comprender el mundo y de obrar en él y que
actúan como formas de capital cultural que se pueden emplear, y se em
63. Véase especialmente el debate sobre el papel del Estado a este respecto en
Bourdieu, The State Nobility.
64. Loic Wacquant, «Foreword», en Bourdieu, The State Nobility, pág. xiii.
108 ¡ Educar «como Dios manda»
*
112 | Educar «como Dios manda»
está ahí. Pero esto no supone que esa acción y esa influencia deban ser
necesariamente poderosas.77
El caso del currículo y los exámenes nacionales de Inglaterra y de
Gales es un ejemplo de las tensiones que se pueden dar a este respecto.
El currículo nacional que primero se legisló y luego se impuso fue moti
vo de acalorados debates. Originalmente era demasiado detallado y es
pecífico y sufrió grandes transformaciones en los niveles del Estado, de
la comunidad, de la escuela e incluso del aula. Sin embargo, aunque tras
varios conflictos y mediaciones sufrió algunas transformaciones en sus
contenidos, su organización y sus formas de evaluación, que eran muy
pesadas y exigían mucho tiempo, lo absoluto de su poder quedó clara
mente demostrado en su reconfiguración radical del proceso mismo pa
ra seleccionar los contenidos, la organización y la evaluación. En esen
cia, alteró radicalmente el terreno mismo de la educación. Sus divisiones
por materias «proporcionan más limitaciones que posibilidades a la dis
creción» de los enseñantes. Sus «objetivos educativos normalizados»
mantienen firmemente estas limitaciones. «La imposición de exámenes
nacionales bloquea el currículo y lo convierte en el marco de referencia
que domina el trabajo de los enseñantes sin que éstos tengan oportuni
dad de eludirlo o reformarlo.»78
En consecuencia, no basta con decir que el mundo de la educación
es complejo y tiene múltiples influencias. El objetivo de cualquier análi
sis serio es ir más allá de estas conclusiones tan generales. Lo que debe
mos hacer es «discriminar distintos grados de influencia» para conside
rar la eficacia relativa de los factores implicados. Por lo tanto, aunque
está claro que el currículo y los exámenes de ámbito nacional que ahora
existen en Inglaterra y en Gales son el resultado de una compleja inte
racción de fuerzas e influencias, está igualmente claro que «al final se
impone el control estatal».79
Con todo, el currículo y los exámenes de Inglaterra y de Gales ge
neraron conflictos en torno a ciertas cuestiones. En parte condujeron a
la creación de espacios sociales para el planteamiento de cuestiones
morales (que ya habían sido planteadas muchas veces por grupos des
favorecidos). Esto hizo ver a muchas personas que el establecimiento
80. Philip O’Hear, «An Alternative National Curriculum», en Sally Tomlinson (comp.),
Educational Reform and Its Consequences, Londres, IPPR/Rivers Oram Press, 1994,
pág. 66.
81. Ibid., págs. 55-57.
82. Ibid., pág. 68.
83. Ibid., págs. 65-66.
»
114 | Educar «como Dios manda»
84. Caroline Gipps y Patricia Murphy, A Fair Test?, Filadelfia, Open University,
Press, 1994, pág. 204.
#
Producir desigualdades: la modernización conservadora [...] | 115
85. Véanse Basil Bernstein, The Structuring of Pedagogic Discourse, Nueva York,
Routledge, 1990 (trad. cast.: La estructura del discurso pedagógico, Madrid, Morata,
2001); y Pedagogy, Symbolic Control and Identity, Bristol, PA, Taylor and Francis, 1996
(trad. cast.: Pedagogía, control simbólico e identidad, Madrid, Morata, 1998); y Apple,
Official Knowledge, op. cit., págs. 61-88.
86. John Evans y Dawn Penney, «The Politics of Pedagogy», en Journal ofEducation
Policy, n° 10, enero de 1995, págs. 27-44. Véase también Ting-Hong Wong y Michael W.
Apple, «Rethinking the Education/State Formation Connection», manuscrito inédito.
116 | Educar «como Dios manda»
89. Véase, por ejemplo, Michael W. Apple y James A. Beane (comps.), Democratic
Schools, Alexandria, VA, Association for Supervisión and Curriculum Development,
1995.
90. Gillborn y Youdell, op. cit.
118 I Educar «como Dios manda»
91. Véanse, por ejemplo, Stephen Jay Gould, The Mismeasure ofMan, Nueva York,
W. W. Norton, 1981 (trad. cast.: La falsa medida del hombre, Barcelona, Crítica, 1997); y
Steven Selden, Inheriting Shame, Nueva York, Teachers College Press, 1999.
92. Gillborn y Youdell, op. cit., pág. 194.
93. lbid., pág. 195.
Producir desigualdades: la modernización conservadora [...] | 121
Pensar estratégicamente
94. Linda McNeil, Contradictions ofSchool Reform, Nueva York, Roudedge, 2000.
95. Véanse Glen Y. Wilson, «Effects on Funding Equity of the Arizona Tax Credit
Law», ponencia presentada en el congreso anual de la American Educational Research
Association, Nueva Orleans, abril de 2000; y Michele S. Moses, «The Arizona Tax Cre
dit and Hidden Considerations of Justice», ponencia presentada en el congreso anual de
la American Educational Research Association, Nueva Orleans, abril de 2000. Véase
también Mary Lee Smith, Walter Heinecke y Audrey Noble, «Assessment Policy and Po-
litical Spectacle», en Teachers College Record, n° 101, invierno de 1999, págs. 157-191.
122 | Educar «como Dios manda»
96. Terri Seddon, «Markets and the English», en British Journal of Sociology ofEdu-
cation, n° 18, junio de 1997, págs. 165-166.
Producir desigualdades: la modernización conservadora [...] | 123
97. Alan Luke, «Series Editor’s Introduction», en Jay Lemke, Textual Politics, Bris-
tol, PA, Taylor and Francis, 1995, págs. vi-vii.
98. Rethinking Schools es uno de los mejores ejemplos de colaboración no elitista
entre académicos críticos, enseñantes de primaria y de secundaria, estudiantes y activis
tas de la comunidad. Se puede obtener información en Rethinking Schools, 1001 E. Kee-
fe Avenue, Milwaukee, WI 53212, EE. UU. El número de fax es 414-964-7220. El sitio
web es accesible en <http://www.rethinkingschools.org>. Véase una exposición muy
clara del trabajo de Freire y de las complejidades de ponerlo en práctica en las escuelas
en María Pilar O’Cadiz, Pia Lindquist Wong y Carlos Alberto Torres, Education and De-
mocracy: Paulo Freire, Social Movements, and Educational Reform in Sao Paulo, Boulder,
Westview Press, 1998. Sin embargo, el trabajo de Freire ha sido tergiversado en Estados
Unidos con demasiada frecuencia mediante el empleo de la retórica y la despolitización.
Véase mi debate al respecto en Michael W. Apple, Power, Meaning, andIdentity, Nueva
York, Routledge, 1999.
124 | Educar «como Dios manda»
101. Apple, Maestros y textos: una economía política de relaciones de clase y sexo en
educación, op. cit.; y Power, Meaning, and Identity, op. cit.
102. Dennis Carlson y Michael W. Apple, «Critical Educational Theory in Unset-
tling Times», en Dennis Carlson y Michael W. Apple (comps.), Power/Knowledge/Peda-
gogy, Boulder, Westview Press, 1998, págs. 1-38.
103. Henry Giroux, Border Crossings, Nueva York, Routledge, 1992, pág. 219 (trad.
cast.: Cruzando límites: trabajadores culturales y políticas educativas, Barcelona, Paidós,
1997).
Producir desigualdades: la modernización conservadora (...) | 127
104. Se puede encontrar una de las discusiones más claras sobre los dilemas éticos
y políticos que supone hacer un trabajo teórico y empírico de carácter crítico, con el de
bido reconocimiento de la importancia de relacionar este trabajo con la cultura vivida
por los actores sociales en su vida cotidiana, en Fine y Weis, op. cit., págs. 264-288. Véa
se también Carlson y Apple (comps.), op. cit.-, y Linda Tuhiwai Smith, Decolonizing Me-
thodologies, Nueva York, Zed Books, 1999.
128 | Educar «como Dios manda»
2. Pam Belluck, «Board for Kansas Deletes Evolution From the Curriculum», en
New York Times, 12 de agosto de 1999, págs. Al y A13. La junta permitió la enseñanza
de la microevolución, la adaptación genética y la selección natural dentro de una especie.
La macroevolución —el origen de las especies— fue eliminada.
3. Belluck, op. cit., pág. A13.
4. Ib id.
132 | Educar «como Dios manda»
res locales para que se adopten libros de texto creacionistas, algo que ya
está sucediendo.5
Por lo tanto, las repetidas protestas y querellas fomentadas por los
activistas religiosos conservadores han tenido unos efectos muy podero
sos. Uno de los más importantes, y que no ha sido tan visible como la de
cisión de Kansas, es la autocensura de muchas editoriales que tienen cla
ro cuál es su negocio.6 En uno de los mejores análisis de la influencia de
estos ataques conservadores en los libros de texto, Joan Delfattore cita a
un representante de una importante editorial: «Si vas a publicar un libro
y ves que hay algo que causa polémica, lo quitas y ya está».7
La naturaleza polémica de esta disputa y su influencia en el conoci
miento escolar se pueden ver en la decisión del superintendente de un dis
trito escolar de Kentucky de encolar las páginas que hablan de la evolu
ción en un libro de texto de primaria. En otro distrito escolar, esta vez
en una zona suburbana a las afueras de Atlanta, los dirigentes escolares
pidieron que se eliminara un capítulo sobre «El nacimiento de la Tierra»
de un libro de texto de cuarto curso. Empleando medios de edición elec
trónica, Macmillan/McGraw-Hill suprimió las páginas en cuestión y per
sonalizó el texto para el Condado de Cobb, Georgia. Y la lista sigue. En
1995, el consejo escolar de Alabama exigió que todos los libros de texto
de biología usados en el Estado incluyeran una advertencia especifican
do que la evolución no es más que una simple teoría entre muchas otras
y que «no había nadie presente cuando la vida apareció por primera vez
sobre la Tierra. En consecuencia, cualquier afirmación sobre el origen
de la vida se debe tomar como una teoría, nunca como un hecho». Lue
go sigue planteando preguntas basadas en el rechazo de la biología evo
lutiva por parte del creacionismo científico. Entre ellas se encuentran las
siguientes:
5. lbíd.
6. Véanse debates más detallados sobre la economía política del mundo editorial en
Michael W. Apple, Teachers and Texts, Nueva York, Routledge, 1988 (trad. cast.: Maes
tros y textos: una economía política de relaciones de clase y sexo en educación, Barcelona,
Paidós, 1997); y O/ficial Knowledge, 2‘ ed., Nueva York, Routledge, 2000 (trad. cast.: El
conocimiento oficial: la educación democrática en una era conservadora, Barcelona, Pai
dós, 1996).
7. Delfattore, op. cit., pág. 120.
El cristianismo en peligro | 133
11. Ibid., págs. 9-11. Véanse también Ronald L. Numbers y John Stenhouse, «An-
tievolutionism in the Antipodes: From Protesting Evolution to Promoting Creationism
in New Zealand», en British Journal for the History of Science, en prensa; y Ronald L.
Numbers, «Creationists and Their Crides in Australia», manuscrito inédito, Madison,
Department of the History of Medicine, University of Wisconsin.
12. Véase más información sobre las raíces históricas de estas posturas en Ronald
L. Numbers, The Creationists, Nueva York, Knopf, 1992.
13. Numbers, Darwinism Comes to America, op. cit., pág. 109.
14. Ibid., pág. 2.
El cristianismo en peligro | 135
15. Ibid.
16. Ibid., pág. 3.
136 | Educar «como Dios manda»
tores y causas: los temores de la guerra fría, las amenazas planteadas a las
creencias tradicionales por el creciente poder de la ciencia, la concen
tración de poder en las estructuras federales, la pérdida de la identidad
de las comunidades ante la creación de zonas residenciales y el incre
mento de la movilidad geográfica, las luchas en torno a la raza y el sexo
y sus supuestas amenazas a la estabilidad familiar y a la pervivencia de
los roles y las conductas «aceptables», la ira desatada por la integración
racial, etc. Sin embargo, y aun reconociendo el importante papel de mu
chas de estas causas, Ronald Numbers, uno de los intérpretes históricos
más lúcidos de las reacciones al darwinismo en Estados Unidos, nos acon
seja no pasar por alto lo teológico en nuestros intentos de comprender las
razones de este resurgir. Para él, la «prodigiosa popularidad» del creacio
nismo científico a finales del siglo XX tiene unas profundas raíces en los
impulsos teológicos:
28. Richard Berke, «Conservatives Look For Believers Amid G.O.P. Presidential
Field», en The Neiv York Times, 4 de febrero de 1999, pag. A19.
142 | Educar «como Dios manda»
29. Laurie Goodstein, «Coalition s Woes May Hinder Goals of Christian Right», en
The New York Times, 2 de agosto de 1999, pág. Al.
30. Apple, El conocimiento oficial: la educación democrática en una era conservado
ra, especialmente el capítulo 2.
El cristianismo en peligro | 143
Una de las raíces del «mal» que se hace en las escuelas se encuentra
en John Dewey y sus seguidores. Su insistencia en la experiencia perso
nal y la experimentación se considera la encarnación misma de la «reli
gión» laica. Para estos críticos conservadores, cualquier cosa que supon
ga una opción moral es, en el fondo, una religión, independientemente
de que se base o no en la fe en un poder superior.36 La fe de Dewey y de
sus seguidores en la experimentación, su rechazo del absolutismo, su no
ción de la democracia basada en la relación entre lo individual y lo co
lectivo y, sobre todo, la integración de todo esto en sus teorías sobre la
educación, ha llevado a las escuelas por el mal camino.
Aunque muchas de las protestas contra estos «peligros del laicismo»
se inician en un nivel local, existen organizaciones nacionales que las pa
trocinan y respaldan. Entre los grupos que se oponen a la «tendenciosi-
dad» de las escuelas públicas se encuentran la American Family Asso-
ciation, con sede en Mississippi y dirigida por Donald Widmon; la
organización Citizens for Excellence in Education, con sede en Califor
nia y dirigida por Robert Simons; la asociación Concerned Women for
America, con sede en la ciudad de Washington y dirigida por Beverly
LaHaye; el Eagle Forum, que actúa en la región central de Estados Uni
dos y está dirigido por Phyllis Schlafly; la organización Focus on the Fa
mily, con sede en California y dirigida por James Dobson; y la National
Legal Foundation, con sede en Virginia y dirigida por Pat Robertson.37
Hay varias más, pero todas están firmemente empeñadas en conseguir
que nuestro país y nuestras escuelas regresen a Dios.
Para estos grupos y para muchos fundamentalistas y evangélicos con
servadores, nosotros y, sobre todo, nuestros hijos, sólo nos podremos
salvar de estos peligros mediante el retorno a una lectura inerrante de la
Biblia. Sólo la Biblia nos puede indicar el camino hacia una sociedad
verdaderamente ética y correcta en todas sus instituciones. Así, según
Pat Robertson, la Biblia es «una guía extraordinaria para la política, el
gobierno, la empresa, la familia y todos los quehaceres de la humani
dad». Nos ofrece unas leyes espirituales universales que son «tan válidas
para nuestra vida como las leyes de la termodinámica».38 Como pregun-
♦
El cristianismo en peligro | 145
39. James L. Guth, John C. Green, Corwin E. Smidt, Lyman A. Kellstedt y Marga-
ret Poloma, The Bully Pulpit: The Politics o/Protestant Clergy, Lawrence, KS, The Uni-
versity of Kansas Press, 1997, pág. 2.
40. Watson, op. cit., pág. 20.
41. Ibid., pág. 3.
146 | Educar «como Dios manda»
ó
El cristianismo en peligro | 147
46. Ib id.
47. Ibid., pág. 3.
48. Ibid.
49. Ibid., pág. 5.
50. Ibid., pág. 7.
148 | Educar «como Dios manda»
54. Ibid.
55. Watson, op. cit., pág. 17. Los fundamentalistas encontraron en Revelaciones 20
exámenes del retorno inminente de Cristo para establecer un período de mil años de
santidad.
56. Ibid., pág. 17.
57. George Marsden, Understanding Fundamentalism and Evangelicalism, Grand
Rapids, MI, Eerdmans, 1991, pág. 1.
58. Ibid., pág. 14. Sin embargo, la sensación inicial entre los fundamentalistas era
que Bryan y la causa antidarwiniana habían derrotado por completo a sus oponentes.
Véase, por ejemplo, Numbers, Darwinism Comes to America.
150 | Educar «como Dios manda»
62. Christine Leigh Heyrman, Southern Cross: The Beginnings of the Bihle Belt,
Nueva York, Knopf, 1997, pág. 6.
63. Ihid., pág. 33.
64. Ibid., pág. 61.
El cristianismo en peligro | 153
9
El cristianismo en peligro | 155
Estas ideas estaban reforzadas por algo mucho más crudo, el dominio
absoluto de los esposos y padres sobre todas las personas a su cargo: espo
sas, hijos y esclavos. El resultado fue que durante la misma época en que
los evangélicos intentaban persuadir a todos los sureños blancos de que sus
iglesias daban primacía a la solidaridad familiar y a la lealtad del parentes
co, también adaptaban sus enseñanzas para reafirmar, de una manera aún
A este respecto debemos tener presente que las relaciones entre los se
xos son precisamente esto, relaciones. En consecuencia, los espacios crea
dos por y para las mujeres suponen necesariamente cambios en los roles de
los hombres. Y es aquí, una vez más, donde el evangelismo produjo en el
pasado unas transformaciones contradictorias que aún siguen con noso
tros hoy en día.
Por ejemplo, el evangelismo también influyó en las definiciones pre
ponderantes de la masculinidad, sobre todo en el sur de Estados Uni
dos, donde pedía a los hombres blancos que renunciaran a unos roles se
xuales rígidamente definidos por su cultura. La hermandad de la Iglesia
parecía ser una pobre sustituía de la «fanfarrona camaradería masculi
na», pero a muchos hombres les proporcionó un modelo diferente.81
Aunque había una desconfianza muy extendida hacia la Iglesia por exi
gir que los hombres se sometieran a la autoridad religiosa y al juicio de
Dios, los temores a esta «dependencia poco viril» fueron mitigados por
la noción de la autoridad masculina sobre la familia. Estas nuevas formas
de masculinidad y de autoridad masculina también se hicieron más legí
timas gracias al desarrollo de una literatura y unos relatos centrados en
lo que se podría llamar «predicadores guerreros». En estos relatos y ser
mones, los hombres de verdad podían abrazar la fe evangélica sin sacri
ficar su masculinidad. Estos relatos eran muy populares y con frecuen
cia adoptaban la forma de una confesión. Blasfemar, pelear, jugar, cazar
y muchas actividades más eran pecados que se relataban con detalle. La
conversión suponía renunciar a todo ello para enfrentarse a los retos
más imponentes y elevados que esperaban al guerrero de Dios. El men
saje era muy claro. Sólo un hombre fuerte podía llegar a ser un cristiano
de buen corazón. Para muchos pastores del siglo XIX, y también para sus
feligreses, la difusión del evangelio era una campaña militar que exigía
nervios de acero, agilidad, ingenio y valor. Ahora eran soldados del ejér
cito de Jesucristo.82
Por lo tanto, de la misma manera que el evangelismo proporcionó
espacios de acción a los afroamericanos y a las mujeres de raza blanca,
también proporcionó una solución creativa a las posturas contradicto
rias en torno a la autoridad masculina, una solución que todavía es cau
sa de lucha para algunas formas modernas como los Promise Keepers,
1. Véase, por ejemplo, Johannes Van Vught, Democratic Organizations for Social
Change: Latin American Christian Base Communities and Literacy Campaigns, Nueva
York, Bergin and Garvey, 1991.
162 | Educar «como Dios manda»
6. Justin Watson, The Christian Coalition, Nueva York, St. Martin’s Press, 1997,
pág. 6.
7. Christian Smith, American Evangelista, Chicago, University of Chicago Press,
1998, págs. 23-24. Smith también encontró que no había diferencias generacionales en
tre los evangélicos. Los evangélicos más jóvenes eran igualmente ortodoxos. Véase pág.
26.
164 | Educar «como Dios manda»
Política y clero
14. Ibid.., págs. 39-43. En comparación, la falta relativa de activismo entre los cris
tianos «liberales» es bastante sorprendente. Véase pág. 43.
15. Ibid., págs. 132-133.
16. Ibid., págs. 34-35.
17. Guth y otros, op. cit., pág. 137.
Dios, moralidad y mercados | 167
18. Ibid., págs. 54-55. La conexión entre el clero evangélico y la juventud no es nue
va. Véase, por ejemplo, Christine Leigh Heyrman, Southern Cross, Nueva York, Knopf,
1997, págs. 77-116.
19. Guth y otros, op. cit., pág. 59.
20. Ibid., pág. 112. Naturalmente, esto se da en los dos sentidos. También ha habi
do movimientos hacia unas creencias sociales más liberales dentro de algunas Iglesias.
Véase Ibid., pág. 121.
168 | Educar «como Dios manda»
El clero electrónico
máxima audiencia que ningún otro programa del país. Se emitía a través
del 60 % de las emisoras asociadas, con una audiencia semanal estimada
en veinte millones de oyentes.23 La radio, y más adelante la televisión, se
han considerado esenciales para cumplir el mandato misionero del Nue
vo Testamento: «Salid al mundo y haced discípulos».24
Esta «captación de discípulos» no sólo tenía y tiene un alcance na
cional: también se ha extendido al ámbito internacional. Mediante redes
internacionales como la HCJB (Heralding Christ Jesús’ Blessings), la
FEBC (Far East Broadcasting Company), la TWR (TransWorld Radio) y
otras, se espera captar a «tantas almas como sea posible» para conver
tirlas en «seguidoras del Señor». Esta meta se puede observar claramen
te en la declaración conjunta que hicieron la HCJB, la FEBC y la TWR
a mediados de los ochenta: «Nos comprometemos a proporcionar a ca
da hombre, a cada mujer y a cada niño de la Tierra la oportunidad de en
cender la radio y oír el Evangelio de Jesucristo en una lengua que pue
dan entender, para que así se puedan convertir en seguidores del Señor
y en miembros responsables de Su Iglesia».25
Otro buen ejemplo, aunque sin duda no el único, del empleo de es
tos medios de comunicación para transmitir y reforzar las cosmovisiones
religiosas y sociales de los conservadores es el «sacerdocio de las ondas»
de Pat Robertson. Robertson, una de las figuras públicas más influyen
tes del frente religioso conservador y antiguo candidato a la presidencia
de Estados Unidos, no es un «telepredicador» corriente. Aunque su his
toria personal parece un caso típico de ascenso de la pobreza a la fortu
na, la verdad es que su padre, Willis A. Robertson, fue diputado duran
te treinta y cuatro años en el Congreso y en el Senado e incluso llegó a
presidir la Comisión Bancaria de la cámara alta.26 También cabe señalar
que el mismo Pat Robertson asistió a la Facultad de Derecho de Yale
y que se hizo pastor después de suspender el examen para obtener el tí
tulo de abogado en el Estado de Nueva York.27
El influyente programa televisivo de Robertson, 700 Club, empezó
en 1963 con la idea de conseguir que setecientos espectadores aportaran
23. Sara Diamond, Spiritual Warfare: The Politics of the Christian Right, Boston,
South End Press, 1989, pág. 3.
24. Ibid., pág. 4.
25. Ibid., pág. 10.
26. Ibid., pág. 12.
27. Véanse más detalles de la biografía de Robertson en Watson, op. cit.
170 | Educar «corno Dios manda»
llegar a tener estos medios, algo que Rush Limbaugh, Pat Robertson y
otros personajes de la derecha saben desde hace mucho tiempo. Mi in
tención es que pensemos en las conexiones que hacen esto posible. Lin
da Kintz da en el clavo cuando nos recuerda que este terreno de juego
no es neutral. La agenda religiosa conservadora y los ataques políticos y
culturales que la acompañan, orquestados por Robertson, Ralph Reed
y otros, se fundan por completo en la minuciosa organización de sus re
des de comunicación y de movimientos de base, en el poder de su imperio
mediático y en sus vínculos con los recursos económicos y los gabinetes
estratégicos conservadores y empresariales. Esta manera de contemplar el
mundo reduce por completo la política local, nacional e internacional a
una agenda cristiana absolutista basada en las palabras de «nuestro Salva
dor, la figura central de toda la historia, el Señor resucitado, el Soberano
de todas las cosas». También ocurre, como nos recuerdan constante
mente estos conservadores religiosos, que Martin Luther King Jr. y gran
parte del movimiento por los derechos civiles empleaban constantemen
te el lenguaje y las metáforas de la Biblia para justificar sus acciones y
captar la atención de los medios de comunicación. Pero es esencial tener
presente que el doctor King «no tuvo acceso a toda una estructura polí
tica y empresarial que le permitiera dar a su lenguaje un significado “li
teral”».31
31. Linda Kintz, Between Jesús and the Market: The Emotions That Matter in Right-
Wing America, Durham, NC, Duke University Press, 1997, pág. 106.
172 | Educar «como Dios manda»
32. Watson, op. cit., pág. 91. Naturalmente, muchos comentaristas neoconservadores
no comparten la noción de los populistas autoritarios de que ésta es una «nación cristia
na». Para los comentaristas neoconservadores judíos, lo que distingue a Estados Unidos
como la nación especial es su apertura, su pluralismo cultural y su espíritu emprendedor.
Véase, por ejemplo, Norman Podheretz, My Love Affair with America: The Cautionary
Tale of a Cheerful Conservative, Nueva York, Free Press, 2000.
Dios, moralidad y mercados | 173
*
Dios, moralidad y mercados ¡ 175
38. Phyllis Schlafly, «Fact and Fiction About Censorship», Washington, DC, Na
tional Defense Committee, National Society, Daughters of the American Revolution,
1984, pág. 1. Véase también Eugene F. Provenzo Jr., Religious Fundamentalism and
American Education, Albany, State University of New York Press, 1990.
39. Smith, op. cit., pág. 44.
40. Ibid.
176 | Educar «como Dios manda»
tir».41 Pero los intereses laicistas de las instituciones que dominan esta
sociedad impiden este compartir «desinteresado».
Así pues, la derecha cristiana rechaza en gran medida la separación
entre lo público y lo privado. Lo que para muchas personas es la más pri
vada de las cuestiones —las creencias religiosas y morales de cada cual—,
se considera un recurso esencial para la reforma moral y la «sanación»
de la sociedad en su conjunto. ¿Cómo podría haber alguien en contra de
esta «sanación» desinteresada? De este modo, parte de su proyecto reins-
taurador es restablecer la autoridad y el rol público de las creencias y los
valores evangélicos con el fin de reparar el evidente desastre que cual
quier ciudadano con los ojos abiertos no puede dejar de ver.
Se podría decir que lo acabado de exponer forma el proyecto «ofen
sivo» de la derecha cristiana. Pero también posee un proyecto «defensi
vo» que muestra la gran paradoja del rechazo evangélico a la separación
entre lo público y lo privado. Y es que para estos mismos conservadores,
la separación entre lo público y lo privado a veces no es suficiente. Así,
en cuestiones como el rezo escolar, el aborto, la educación y la vida fa
miliar, la intrusión pública en la esfera privada en forma de políticas y
regulaciones se debe resistir a toda costa.42 En consecuencia, no estamos
hablando de una simple dicotomía donde lo privado es bueno y lo pú
blico es malo. Traer lo «privado» a una esfera pública que gire en torno
a sus valores religiosos es bueno. Traer los valores «públicos» a su esfera
privada es malo. Dicho de otro modo, lo público puede ser bueno, pero
sólo si se fundamenta en las creencias evangélicas.
cación pública no han sido más que un «vehículo para la infiltración so
cialista y antirreligiosa».43 La hostilidad de la derecha cristiana hacia la
educación pública se extiende a organizaciones de enseñantes como la Na
tional Education Association (NEA). También ellas son extremadamen
te peligrosas. Se trata de organizaciones izquierdistas, radicales y anti
cristianas cuyo principal objetivo es apartar a los niños de su fe en «las
anticuadas supersticiones religiosas», en la familia, en Estados Unidos y
en la economía de libre mercado, para iniciarlos después en la visión
cosmopolita del socialismo».44 ¿Cómo podrán nuestros hijos estar entre
los «salvados» si en su vida escolar cotidiana se les enseñan los valores
de los «condenados»?
Este sentido de la diferencia, del nosotros/ellos, de los salvados y de
los condenados, puede conducir a un «éxodo» de las escuelas públicas y
a una mayor aceptación de la enseñanza domiciliaria, tema del que ha
blaré con más detalle en este capítulo y en el siguiente. Sin embargo,
cuando esto se une al fuerte sentido de misión que tienen tantos conser
vadores religiosos, también puede conducir a un compromiso renovado
para transformar las escuelas públicas. Esta participación activa es muy
patente en el compromiso de algunos evangélicos conservadores de man
tener a sus hijos en centros públicos aun sabiendo que en ellos se expo
nen puntos de vista que contradicen sus creencias. Sin embargo, para su
mentalidad, la escuela es una especie de «minicampo de misión».45 Las
escuelas no podrán ser más cristianas si los cristianos evangélicos y sus
hijos no mantienen su presencia en ellas.
Y si no se puede hacer que el sistema público de enseñanza apoye las
creencias cristianas, siempre quedan los proyectos neoliberales de elec
ción escolar como los vales o las escuelas francas que permiten determi
nar lo que los niños van a aprender y cómo se les va a enseñar. Como gru
po que se considera víctima del sistema educativo y de las leyes actuales,
muchos populistas autoritarios están convencidos de que su identidad
cultural amenazada sólo se podrá preservar dedicando fondos públicos
a establecer y extender el derecho de los padres a enseñar a sus hijos co
mo crean conveniente. Aunque algunos conservadores religiosos temen
43. Pat Robertson, The Turning Tide, Dallas, Word Publishing, 1993, págs. 227-
228.
44. Pat Robertson, The New Millennium, Dallas, Word Publishing, 1990, págs.
174-175.
45. Smith, op. cit., pág. 136.
178 | Educar «como Dios manda»
ne nada que ver con la opinión que les merece su propia conducta. Pe
ro, naturalmente, así es como se suele presentar desde siempre la políti
ca de la supremacía blanca, y el racismo sigue siendo una presencia ocul
ta que enmascara su poder tras nuestra vida cotidiana.55 En el último
capítulo volveré a tratar esta cuestión.
Hacemos lo mismo
55. Véanse Michelle Fine, Lois Weis, Linda C. Powell y L. Mun Wong (comps.),
OffWbite, Nueva York, Roudedge, 1997; Richard Dyer, White, Nueva York, Roudedge,
1997; y Michael W. Apple, «The Absent Presence of Race in Educadonal Reform», Ra
ce, Ethnicity and Education, n° 2, marzo de 1999, págs. 9-16.
56. Watson, op. cit., pág. 171.
Dios, moralidad y mercados | 183
americanos y les negaban todo respeto; hoy son los medios de comuni
cación liberales los que tratan como niggers y sin ningún respeto a los
cristianos evangélicos».57 Y, aunque Ralph Reed no es tan categórico co
mo Robertson, afirma que: «No es exagerado decir que meterse con los
cristianos es la última forma aceptable de prejuicio en América».58
Para la mentalidad de estos evangélicos está claro que no se les trata
con el mismo rasero. Si líderes de los derechos civiles como Martin Lu-
ther King Jr. podían pasar del púlpito a la calle y mezclar la acción polí
tica con criterios religiosos y morales para cambiar leyes injustas, ¿por
qué no puede hacerlo la Christian Coalition? Jerry Falwell lo deja muy
claro cuando afirma que el predecesor de la Moral Majority es el movi
miento inicial por los derechos civiles. Después de todo, fue Martin Lu-
ther King Jr. quien empezó a llevar sus mensajes «del púlpito a la ca
lle».59 ¿No estamos «nosotros» haciendo exactamente lo mismo que han
hecho durante años los activistas políticos liberales y afroamericanos?
Pero lo más importante aquí es que un grupo mucho más acomodado,
que nunca se ha enfrentado a siglos de apartheid sancionado por el Esta
do y que no ha sufrido asesinatos, linchamientos ni una total degrada
ción, no vea que hay muy pocos paralelismos entre sus propias expe
riencias y las de la población afroamericana.
Pero la realidad es que el ejemplo de Martin Luther King Jr. y el mo
vimiento por los derechos civiles es utilizado para múltiples fines por la
derecha cristiana. Al afirmar, como hacen con frecuencia, que están si
guiendo sus pasos cuando actúan contra una sociedad que les niega su
«libertad», intentan apropiarse de su memoria. Ello les permite justifi
car sus acciones y les permite eludir el tinte de racismo que tienen los
efectos de las políticas punitivas que apoyan sin reservas en los campos
de la protección social, de la educación y del castigo penal, políticas que
tienen unos efectos diferenciales simplemente escandalosos en las gen
tes de color cuyos líderes pretenden emular.
57. Robertson, The Turning Tide, pág. 144. Robertson también hace referencia al
sufrimiento de los judíos y traza paralelismos entre la opresión que éstos sufrieron bajo
el régimen nazi y las experiencias contemporáneas de los evangélicos. Con todo, a me
nudo se puede encontrar un trasfondo antisemita en sus escritos.
58. Ralph Reed, «Putting a Friendly Face on the Pro-family Movement», Christia
nity Today, abril de 1993, pág. 28.
59. Heineman, op. cit., pág. 146.
184 | Educar «como Dios manda»
9
Dios, moralidad y mercados | 185
68. Raymond Williams, Marxism and Literature, Nueva York, Oxford University
Press, 1977 (trad. cast.: Marxismo y literatura, Barcelona, Península, 1998). En cierto
sentido, esto se parece al concepto de «habitus» de Bourdieu. Véase Pierre Bourdieu,
Distinction, Cambridge, Harvard University Press, 1984 (trad. cast.: La distinción, Ma
drid, Taurus, 1998).
69. Kintz, op. cit., pág. 3.
70. Ibid., pág. 6.
71. Elaine Pagels, The Origin of Satan, Nueva York, Random House, 1995, pág.
181. Véase también Stephen D. O’Leary, Arguing the Apocalypse, Nueva York, Oxford
University Press, 1994.
188 | Educar «como Dios manda»
Creo que Dios ha asignado una tarea particular a cada mujer cristiana.
Algunas son llamadas a ser «la luz y la sal» de su propia Iglesia, cubriendo
allí una necesidad. Otras pueden ser llamadas a actuar en la comunidad lo
cal, organizando una manifestación contra el aborto o protestando contra la
pornografía que vende el quiosco de la esquina [...]. Otras pueden cumplir
la voluntad de Dios actuando como intercesoras o redactando cartas [...].
Pero deseo lanzar una advertencia a las mujeres que son «activistas»
por naturaleza. Si estáis casadas y tenéis niños pequeños, deberéis tener
muy presente cuál es vuestra máxima prioridad [...]. Vuestra «llamada» en
este momento de vuestra vida se debe situar y centrar en la familia. Si via
jáis y descuidáis vuestro hogar no cumplís la principal misión que Dios os
ha encomendado para este momento, y que no es otra que formar a vues
tros hijos.77
80. Julie Kristeva, «Women’s Time», Signs, n° 7, otoño de 1981, págs. 13-35.
81. Kintz, op. cit., págs. 39-40.
192 | Educar «como Dios manda»
dense se definen ahora, abiertamente y sin ambages, como una de las ex
presiones más elevadas de la voluntad de Dios: la expansión misionera
de Su cultura al resto del mundo.85 La naturaleza humana es el mercado
y la voluntad de Dios es la expansión sin freno de este mercado hasta el
último rincón del planeta (incluyendo, como hemos visto, las escuelas).
En consecuencia, las identidades —y las correspondientes creencias y
prácticas— que no se rijan por la lógica del mercado sólo pueden ser im
pías. Así pues, vemos que muchas ideas neoliberales se pueden conectar
fácilmente con esta gama de sentimientos porque reciben una justifica
ción bíblica.
Como dice el católico conservador y «economista moral» Michael
Novak, que suele estar de acuerdo con las creencias de los protestantes
evangélicos derechistas: «La iniciativa económica personal es un dere
cho fundamental y ejercerlo es realizar la imagen de Dios inherente a ca
da ser humano».86 Para Novak, la responsabilidad moral exige la crea
ción de riqueza porque ella es la única garante verdadera de la libertad y
de la democracia. De ahí que su consejo a los «cristianos y judíos jóve
nes, inteligentes, ambiciosos y moralmente serios» sea el siguiente: «Sal
varéis vuestras almas y serviréis mejor a la causa del Reino de Dios en to
do el mundo reinstaurando la libertad y el poder del sector privado que
trabajando para el Estado».87
Esto está muy relacionado con algo que ya hemos visto anteriormen
te: la política «blanca», porque casi siempre podremos encontrarle un
trasfondo racial. Lo podemos ver claramente en el hecho de que para
muchos estadounidenses de ascendencia europea ser de la clase media se
define, en parte, como no ser negro. La ausencia de afroamericanos es lo
que hace que un barrio sea «un lugar decente para vivir».88 «Ellos» (los
negros) tienden a depender de la tutela del Estado por no ser eficaces ni
productivos, cosa que «nosotros» sí somos. Y aunque todos somos hijos
de Dios, algunos —sobre todo ciertas personas de color— sólo se po
drán salvar si se ponen en manos del mercado. De nuevo vemos aquí que
89. Como expongo en Política, cultura y educación, tener un puesto de trabajo re
munerado es el sello distintivo de la plena ciudadanía en esta sociedad, a menos que uno
sea una madre de raza blanca. Véase Michael W. Apple, Cultural Politics and Education,
Nueva York, Teachers College Press, 1996 (trad. cast.: Política, cultura y educación, Bar
celona, Paidós, 1996).
Dios, moralidad y mercados | 195
mos por amor a los homosexuales y por amor a esta sociedad. ¿O es que
hay otra manera de poderlos salvar?
Gran parte de estas estructuras de sentimientos giran en torno a lo
que se puede llamar «americanismo del pueblo llano», una identidad que
tiene sus raíces en las tierras populistas y libertarias del sur y el oeste de
Estados Unidos. También obtienen su fuerza de las tradiciones pente-
costales que tienen su propia base en la ética del trabajo, la responsabi
lidad personal y los valores tradicionales. Este americanismo llano, que
fue bastante racista durante los inicios del populismo, también se cen
traba en una crítica de las élites. (Recordemos mi observación de que el
término redneck, hoy peyorativo, tuvo sus orígenes en el orgullo de mu
chos granjeros y obreros del sur que se diferenciaban así de las élites cu
yo trabajo no hacía que sus cuellos se enrojecieran por el sol.) Durante
los años sesenta y setenta, estas críticas se fueron centrando cada vez
más en las personas de color, los feministas, los sindicatos, las élites ur
banas, los «liberales» y el Estado.93 En realidad, no creo que sea posible
comprender la seducción de los mensajes populistas autoritarios a me
nos que apreciemos su trasfondo de dura crítica moral al elitismo, que
responde a un profundo descontento popular ante las direcciones que ha
emprendido nuestra cultura,94 un descontento que forma parte de esa
economía moral que suena tan justificada en los labios de los conserva
dores religiosos.
Por todo lo dicho en este apartado debería estar claro que estas es
tructuras de sentimientos, aun siendo tensas y contradictorias, propor
cionan un significado y un aglutinante emocional que otorgan a la gente
un lugar seguro en un mundo cada vez más incierto. En estas estructuras
se encarnan varias tendencias concretas. En primer lugar, existe el horror
a la mezcla, una dicotomía entre pureza y peligro. En segundo lugar, exis
te el temor a la soledad. En tercer lugar, existe la profunda ansiedad ge
nerada por la posibilidad de que la igualdad pueda producir uniformi
dad. Estos elementos conducen a una economía emocional que produce
y refuerza unos tipos concretos de «circuitos de solidaridad» basados en
una visión del mundo convertido por siempre en una pequeña aldea,
donde todas las personas conocerán su lugar y se atendrán a unas jerar-
f
Dios, moralidad y mercados | 197
quías basadas en los designios de Dios. Pero éstos no son unos circuitos
de solidaridad cualesquiera; son unos circuitos de solidaridad preferen
te. La limitada visión absolutista de una democracia bajo la ley de Dios
convierte a esa democracia en una «religión patriótica» excluyente.95 Las
mujeres, los gays y las lesbianas, las gentes de color, los pobres, los des
poseídos y los oprimidos: para ellos no debe haber ningún recurso pro
cedente del Estado. La fe lo solucionará todo. Puede que Michelle Le-
Doeuff tenga razón cuando dice que estas estructuras de sentimientos
apoyan «unas estructuras de vasallaje que no pueden ser más antidemo
cráticas».96
da.98 Pero esto es verdad hasta cierto punto porque uno de los logros más
señalados del evangelismo conservador moderno ha sido su estrategia de
poner freno a parte del rígido absolutismo del fundamentalismo y a su se
paración del mundo. Al reducir el nivel de rigurosidad y ofrecer la ima
gen de una Iglesia «cordial con quienes buscan la verdad», el evangelis
mo nos permite llevar la religiosidad a todos los ámbitos de la vida. Nos
ayuda a emprender la tarea de adentrarnos en el mundo y transformar su
misma esencia, en lugar de alejarnos de él para mantener nuestra pureza.99
Estas acciones incrementan la vitalidad de estos movimientos, su im
presión de ser tradicionales y al mismo tiempo modernos. La misma fal
ta de un único credo autorizado por alguna forma de autoridad central
posibilita que el evangelismo conservador cree «un espacio de identidad
significativa». Su misma naturaleza como movimiento de identidad trans-
confesional lo convierte en una red flexible y muy abierta desde el pun
to de vista estructural que facilita la aparición de líderes emprendedores
y de gran inventiva. Pero también asigna a las personas unas posiciones
sometidas, unas identidades que responden a la definición que las per
sonas hacen de sí mismas como individuos que han tomado la decisión
personal de «renacer».100 ¿Cómo podría interpretar que mis actos están
llenos de odio y son autoritarios si estoy tan comprometido con mi op
ción personal y con la búsqueda de la «verdad?».
El hecho de que muchísimos ciudadanos consideren que esta postura
es arrogante y agresiva confirma a los seguidores del evangelismo que es la
postura correcta. Según Christian Smith, las tensiones y conflictos que ge
nera el evangelismo en su compromiso con el mundo de lo público, en lu
gar de amenazar su crecimiento, aún lo fortalecen más. Es precisamente
este compromiso lo que mantiene su vitalidad, lo que le otorga su propó
sito y su identidad.101 Esto está relacionado con la producción social de las
categorías del «nosotros» y los «otros». «La existencia de identidades co
lectivas depende básicamente del contraste y de la negación. En gran me
dida, los grupos sociales saben quiénes son sabiendo quiénes no son.»102
98. Dean Kelly, Why Conservative Churches Are Growing, Nueva York, Harper and
Row, 1972.
99. Ibid., pág. 85.
100. Ibid., pág. 87.
101. Christian Smith, op. cit., pág. 89.
102. Ibid., pág. 91.
Dios, moralidad y mercados | 199
103. Bourdieu, La distinción. Véase también Smith, op. cit., págs. 96-97.
104. Smith, op. cit., pág. 121.
105. He dedicado mucho tiempo a rebatir los usos conceptuales y políticos de ideas
como la falsa conciencia. Véanse, por ejemplo, Michael W. Apple, Education and Power,
2a ed., Nueva York, Routledge, 1995 (trad. cast.: Educación y poder, Barcelona, Paidós,
1997) y Official Knowledge, 24 ed., Nueva York, Routledge, 2000 (trad. cast.: El conoci
200 | Educar «como Dios manda»
te intento del evangelismo. Casi todos los movimientos religiosos han in
tentado crear comunidades de significado, de memoria y de afiliación.
Es una manera de proporcionar una base sólida desde la que compren
der el mundo. Como ocurrió al principio de su historia, el resurgimien
to activista del evangelismo se produce en una época en la que la gente
experimenta alienación, desarraigo, aislamiento y una sensación de in
significancia.106 Lo que se debería explicar no es el resurgimiento del ac
tivismo evangélico, sino el hecho de que no se hubiera dado.
Sin embargo —aunque era de esperar— el evangelismo conservador
ha ampliado y transformado de maneras muy definidas esas claves para
la movilización religiosa. Las ha transmutado de una manera creativa pa
ra hacer que los elementos conservadores pasen a un primer plano. Es
tas alteraciones creativas —que aun habiendo sufrido una profunda
adaptación siguen conectadas con los significados históricos— se pue
den ver en las resonancias y conexiones del evangelismo conservador
con el individualismo que está tan arraigado en la mentalidad estado
unidense. Como decía anteriormente, las fuerzas de la modernización y
la reinstauración conservadoras han tenido mucho éxito en alterar nues
tras nociones de la democracia y de la ciudadanía. En parte las han des
politizado (y las han vuelto a politizar después en torno a unas visiones
totalmente conservadoras) traduciendo unas formas colectivas anterio
res al lenguaje del consumo y de la libertad de elección. El evangelismo
es una respuesta a ello y, al mismo tiempo, una reproducción y una am
pliación de ello. Como vimos en mi anterior debate sobre sus inicios his
tóricos, el evangelismo proporciona una colectividad, pero al mismo
tiempo hace que parezca el resultado de una elección individual. Ello
queda muy claro en la siguiente cita:
mente porque lo creen o desean los padres o los amigos, o porque lo hace
alguien más, se considera inferior y falto de autenticidad [...]. Indica estre
chez de miras, conformidad y falta de naturalidad. Todo se debe personali
zar y corroborar por medio de la elección individual. Y aunque (como suele
ocurrir) elijamos algo que ya hemos heredado o asumido, sólo la observan
cia de la elección individual —sea real o ritualizada— hará que sea «verda
dero» y personalmente significativo.107
Mano de santo
nidades evangélicas, sus proclamas sobre el lugar que debe ocupar la re
ligión en la vida pública y en las escuelas indican claramente de qué nos
debemos preocupar. Para él, la actual separación entre Iglesia y Estado
es un «escándalo intelectual». Por el bien de nuestros hijos, debemos de
volver a Dios a las aulas, a los hogares y a las empresas de América. El
hecho de que los descreídos gocen del derecho a la ciudadanía no se de
be emplear para aducir que «el 94 % de nosotros, los que creemos en
Dios, tengamos el deber de renunciar a profesar en público nuestra fe en
el Señor para contentar a una ínfima minoría que no cree en nada».114 El
tono de esta declaración es bastante alarmante.
Pero por mucho que nos inquiete esta clase de retórica debemos te
ner presente que hay movimientos religiosos aún más conservadores que
los vistos hasta ahora. Van desde el movimiento Christian Reconstruc-
tionism hasta grupos de la ultraderecha abiertamente racistas y en oca
siones muy violentos como los neonazis y los seguidores de la Christian
Identity, The Order y otros.115 Aunque en modo alguno deseo minimizar
el peligro de los grupos radicales fascistas y paramilitares —dada su lar
ga y sangrienta historia en Estados Unidos y la reciente oleada de asesi
natos racistas— su misma existencia hace que las posturas de los grupos
religiosos ultraconservadores parezcan más «normales». Es decir, su
existencia otorga legitimidad a unos grupos religiosos conservadores a
los que, en caso contrario, la opinión pública mayoritaria situaría más
allá de los límites de lo aceptable. El movimiento Christian Reconstruc-
tionism, o «reconstruccionista», nos ofrece un buen ejemplo.
Aunque este movimiento es relativamente pequeño en cuanto a nú
mero, su lenguaje y sus principios han ido ejerciendo una influencia cada
vez mayor entre los cristianos carismáticos, los partidarios de la ense
ñanza domiciliaria y la derecha religiosa. Se basa en el llamado «presun-
cionismo», la idea de que la realidad sólo se puede comprender desde la
Biblia. En consecuencia, la Biblia es el texto que debe regir la educa
ción, las leyes, el gobierno y todas las áreas restantes de la vida pública y
privada. La familia, la Iglesia y el gobierno se deben someter a la volun
tad de Dios. En esta alianza, la familia nuclear es la unidad básica. Las
mujeres y los hijos se deben someter a la autoridad del esposo y padre.
res a sacar a sus hijos de las escuelas y, al mismo tiempo , a que se presen
ten como candidatos a las juntas escolares locales, la tarea —una vez ob
tenido el cargo— es suprimir los fondos destinados a estos centros has
ta conseguir «que el barco se hunda».121 Como mínimo, «nuestra» tarea
será volver a la situación existente antes de 1837, cuando prácticamente
toda la educación del país era cristiana y privada. Mediante las escuelas
cristianas y la enseñanza domiciliaria se espera adoctrinar a toda una ge
neración en la verdad de que la neutralidad religiosa es una ficción. Co
mo dice Christopher Klicka, un defensor de la enseñanza domiciliaria:
«Enviar a nuestros hijos a las escuelas públicas viola prácticamente to
dos los principios de la Biblia [...] Equivale a mandar a nuestros hijos a
que los adiestre el enemigo».122
Muchos conservadores religiosos se han tenido que distanciar públi
camente del movimiento reconstruccionista porque éste se ha hecho de
masiado polémico. Por ejemplo, Pat Robertson ha tenido que desmentir
la acusación de que desea instaurar una teocracia. Y aunque esta acusa
ción se puede sustentar en algunos de sus escritos, ha procurado desde
cirse de sus proclamas más agresivas al respecto.123 Pero a pesar de estos
desmentidos públicos, el movimiento reconstruccionista ha impulsado a
mucha gente aún más hacia la derecha. La influencia de esta y otras «cos-
movisiones bíblicas» similares de este segmento de la derecha cristiana
está más extendida de lo que se admite normalmente, sobre todo porque
muchos evangélicos conservadores se relacionan constantemente con fi
guras de este movimiento y con los símbolos a los que otorga legitimidad.
Por ejemplo, el programa de televisión semanal del telepredicador
D. James Kennedy se emite por más de trescientas emisoras y por la red
del ejército estadounidense. Kennedy organiza cada año la conferencia
política nacional «Recuperemos América», que ha contado con más de
dos mil participantes incluyendo a insignes personajes conservadores co
mo el optimista candidato a la presidencia estadounidense Gary Bauer,
del Family Research Council; Beverly LaHaye, de Concerned Women of
America; Bob Dugan, de la National Association of Evangelicals; Bob
121. Véase Robert Therburn, The Children Trap: Biblical Principies for Education,
Fort Worth, TX, Dominion Press and Thomas Nelson Publishers, 1986, págs. 171-172.
122. Christopher Klicka, The Right Choice: The Incredible Failure of Public Educa
tion and the Rising Hope ofHome Schooling, Gresham, OR, Noble Publishing Associa
tes, 1992, pág. 109.
123. Véase, por ejemplo, Watson, op. cit., págs. 109-119.
206 | Educar «como Dios manda»
venidas. Son vías que emplean las fuerzas del humanismo laicista para
«descristianizar América».127 Esto no supone que sean abiertamente an
tisemitas o anticatólicos, aunque a veces han llegado a traspasar esta fron
tera. Sus verdaderos enemigos son aquellos a quienes consideran antirre
ligiosos y en su lucha por la reinstauración están dispuestos a establecer
compromisos y alianzas con sectores conservadores del judaismo y del
catolicismo (aunque no del islamismo).
Cuando digo que los populistas autoritarios como Robertson, Reed
y otros están dispuestos al compromiso y que no son tan radicales como
los reconstruccionistas en cuanto a conseguir el dominio de cada insti
tución para lograr la instauración de una «teonomía», no pretendo mi
nimizar su constante —y en gran parte exitoso— intento de reconstruir
nuestro sentido común. En realidad, puede que esto los haga aún más
poderosos porque su objetivo no es sólo transformar unas cuantas leyes,
sino alterar las estructuras de sentimientos de toda una cultura.
1. Es importante recordar que las escuelas públicas fueron —y son— un triunfo pa
ra la mayoría de las personas a las que se negaba la posibilidad de progresar y de tener
acceso al capital cultural valorado en una sociedad estratificada. Pero esto no quiere de
cir que la enseñanza pública no tuviera —o no tenga— efectos diferenciales. En reali
dad, he dedicado muchos libros a revelar las conexiones existentes entre la educación
formal y la reproducción de las desigualdades. La enseñanza pública es un terreno de
conflicto, pero también ha sido un terreno de grandes victorias para los grupos popula
res, y los conservadores no serían tan contrarios a ella si no encamara tantas tendencias
progresistas. Para más información sobre estas victorias —y derrotas— véase William
210 | Educar «como Dios manda»
Reese, Power and the Promise of School Reform, Nueva York, Routledge and Kegan Paul,
1986. Para más información sobre la lucha por los contenidos y los procesos de la ense
ñanza, incluyendo las batallas parcialmente perdidas, véase Kenneth Teitelbaum, Schoo
ling for Good Rebels, Nueva York, Teachers College Press, 1996.
2. Para más información sobre el National Home Education Research Institute y
sus datos sobre la enseñanza domiciliaria, véase el sitio web <http://www.nheri.org>.
¡Abajo los enseñantes! La política cultural de la enseñanza domiciliaria | 211
Pero antes deseo dejar bien claro que los padres que se preocupan
por la experiencia educativa de sus hijos hasta el extremo de participar
personalmente en ella son merecedores de admiración, no de repren
sión o rechazo. También considero improcedente crear un estereotipo
de quienes rechazan la enseñanza pública3 presentándolos automática
mente como promotores irreflexivos de unas formas ideológicas ina
ceptables por la amenaza que suponen. Sin duda, las razones que sub-
yacen al crecimiento de los impulsos antiescolares son muy complejas y,
como hemos visto, en estas posturas también hay elementos de buen
juicio o sensatez. Muchos sistemas escolares son excesivamente buro
cráticos, no atienden como es debido las inquietudes de los padres o de
la comunidad y actúan demasiado a la defensiva cuando se les pregun
ta qué conocimiento —y de quién— se considera «oficial». En cierto
sentido, estas críticas surgen desde todo el abanico político y tanto la
derecha como la izquierda plantean reivindicaciones similares en tomo
al reconocimiento.4 Estas mismas críticas han llevado a muchos educa
dores y activistas progresistas a diseñar modelos de currículo y de ense
ñanza más receptivos y más acordes con la comunidad para las escuelas
públicas.5
Sin embargo, una vez dicho esto, sigue siendo importante compren
der que si bien las intenciones de quienes practican la enseñanza domi
ciliaria pueden ser meritorias, los efectos de sus acciones quizá no lo sean
tanto. Y aunque muchos de ellos no han tomado su decisión basándose
6. Véase Fitz Detwiler, Standing on the Premises of God, Nueva York, New York
University Press, 1999; y Brian Ray, Home Schooling on the Threshold, Salem, OR; Na
tional Home Education Research Institute, 1999.
7. Detwiler, op. cit.\ y Linda Kintz, Between Jesús and the Market, Durham, NC, Du
ke University Press, 1997. En parte, el atractivo de la enseñanza domiciliaria para los pa
dres con motivación religiosa también se debe a una diferencia estructural entre las es
cuelas estadounidenses y las de muchos otros países. Históricamente, la separación entre
la enseñanza sostenida por el Estado y una religión estatal definida oficialmente ha sido
una característica distintiva de la educación en este país. En consecuencia, la ausencia de
unos tipos concretos de enseñanza religiosa en las escuelas ha sido causa de tensión en
tre muchos grupos y aún ha generado más sentimientos antiescolares. Véase Warren A.
Nord, Religión and American Education, Chapel Hill, University of North Carolina Press,
1995. La idea de que siempre ha habido un sustrato religioso —básicamente blanco y
protestante— se plantea de una forma muy interesante en Randall Collins, The Credential
Society, Nueva York, Academic Press, 1979 (trad. cast.: La sociedad credencialista: socio
logía histórica de la educaáón y de la estratificación, Tres Cantos, Akal, 1988).
¡Abajo los enseñantes! La política cultural de la enseñanza domiciliaria | 213
cho de que se les enseñe a cuestionar nuestras ideas hace que se vuelvan
contra nosotros. Las críticas a la enseñanza pública que he comentado
antes, a veces fundadas —por su naturaleza demasiado burocrática, su fal
ta de coherencia curricular y su desconexión con la vida, las esperanzas
y las culturas de muchas comunidades—, aquí suelen estar conectadas
con unos temores más íntimos y profundos. Estos temores nos recuerdan
el argumento de Elaine Pagels según el cual el cristianismo ha definido
históricamente sus amenazas satánicas más espantosas no a partir de
enemigos distantes, sino en relación con otros mucho más cercanos.8 «La
característica más peligrosa del enemigo satánico es que parece ser exac
tamente como nosotros, pero en el fondo es todo lo contrario.»9
Podemos encontrar algunas raíces de estos temores en el llamamiento
de la activista conservadora Beverly LaHaye para crear una organización
contraria a la creciente oleada de feminismo. En apoyo de Concerned Wo-
men of America, así hablaba de su preocupación por la familia, el país y la
religión:
Esta cita deja muy claro qué es lo que se percibe como amenaza sa
tánica y qué es lo que está en juego. Estos temores por el futuro del país,
por el hogar, la familia y la «inocencia» de los niños, por los valores reli
giosos y las nociones tradicionales del papel de la mujer, todos se funden
en un temor más profundo a la destrucción de nuestro norte moral y de
la libertad personal. «Nuestro» mundo se está desintegrando a nuestro
alrededor. Las causas no son las políticas económicamente destructivas
8. Elaine Pagels, The Origiti ofSatan, Nueva York, Random House, 1995.
9. Ibid., pág. 49.
10. Citado en Kintz, op. cit., pág. 80.
214 | Educar «como Dios manda»
11. Véase William Greider, One World, Ready orNot, Nueva York, Simón and Schus-
ter, 1997.
12. Aquí estoy pensando en Channel One, el proyecto de televisión comercial que
está presente en un porcentaje cada vez mayor de nuestros centros de secundaria. En es
ta «reforma», los estudiantes se venden como público cautivo a empresas interesadas en
vender sus productos a nuestros hijos en la escuela. Véanse Michael W. Apple, Official
Knowledge, 2* ed., Nueva York, Routledge, 2000 (trad. cast.: El conocimiento oficial: la
educación democrática en una era conservadora, Barcelona, Paidós, 1996); y Alex Molnar,
Giving Kids the Business, Boulder, Westview Press, 1996.
13. Naturalmente, la distinción misma entre «lo público» y «lo privado» tiene una
estrecha relación con la historia de los supuestos patriarcales. Véase Nancy Fraser, Un-
ruly Practices, Minneapolis, University of Minnesota Press, 1989.
¡Abajo los enseñantes! La política cultural de la enseñanza domiciliaria | 215
21. Ibid.
22. Kintz, op. cit., pág. 168.
23. Ibid., pág. 186.
24. Christian Smith, American Evangelicalism, Chicago, University of Chicago
Press, 1998.
218 | Educar «como Dios manda»
Atacar al Estado
25. John Clarke y Janet Newman, The ManagerialState, Thousand Oaks, CA, Sage,
1997.
26. Ibid., págs. 5-7.
¡Abajo los enseñantes! La política cultural de la enseñanza domiciliaria | 219
28. Véase Apple, El conocimiento oficial: la educación democrática en una era con
servadora, especialmente el capítulo 2.
29. Véase una imagen mucho menos estereotipada que muestra las complejidades y
las luchas de la gente pobre y de la clase obrera en Michelle Fine y Lois Weis, The Unk-
nown City, Boston, Beacon Press, 1998.
30. Clarke y Newman, op. cit., pág. 15.
¡Abajo los enseñantes! La política cultural de la enseñanza domiciliaria | 221
31. Véase cómo ha influido esto en los debates sobre la enseñanza y el currículo en
Joan Delfattore, What Jobnny Shouldn’t Read, New Haven, CT, Yale University Press,
1992.
32. El discurso contra los enseñantes tiene una larga historia, sobre todo en Esta
dos Unidos. Con frecuencia se ha utilizado para legitimar los currículos normalizados y
centralizados y la toma de decisiones centralizada acerca de los libros de texto en el ni
vel del Estado. Véase, por ejemplo, mi exposición sobre el crecimiento de la adopción
de políticas estatales referidas a los libros de texto en Apple, El conocimiento oficial: la
educación democrática en una era conservadora.
33. Apple, Cultural Politics and Education, op. cit., págs. 68-90.
222 | Educar «como Dios manda»
34. Durante los últimos años se han producido varios tiroteos en escuelas estadouni
denses que han tenido mucho eco en los medios de comunicación. El más conocido se pro
dujo en la Columbine High School, un centro de secundaria de una comunidad relativa
mente acomodada de Colorado donde dos estudiantes enajenados mataron a un enseñante
y a otros doce estudiantes, además de colocar varios explosivos por todo el edificio. Otro
caso reciente se produjo en una comunidad suburbana mucho menos acomodada de Mi
chigan, donde un niño de seis años de edad mató a una compañera de clase de la misma
edad después de una discusión en el recreo. La amenaza de la violencia en las escuelas se
ve ahora como una posibilidad muy real en todo Estados Unidos. Es fundamental tener
presente que la violencia, sea simbólica o material, está presente en las comunidades, so
bre todo en las pobres, todos los días. Cuando familias y comunidades enteras son des
truidas por la pérdida de puestos de trabajo, la falta de atención sanitaria y de unas vi
viendas decentes, una asistencia a la infancia mala o inexistente, etc., esta sociedad
tiende a no hacer caso hasta que estalla lo que se etiqueta oficialmente como violencia.
Hay millones de vidas que se ven afectadas por estas formas de violencia «extraoficia
les», pero como de algún modo se han acabado «naturalizando», nosotros, como socie
dad, parecemos muy poco dispuestos a abordarlas en serio y a largo plazo.
¡Abajo los enseñantes! La política cultural de la enseñanza domiciliaria | 223
Los padres pueden presentar todas las materias académicas desde una
perspectiva bíblica e incluir formación espiritual.
«El temor de DIOS es el principio de la sabiduría y el conocimiento del
Altísimo es la base de la comprensión» (Proverbios, 9,10 ÑAS).
La enseñanza domiciliaria otorga una mayor calidad a la formación e
influye en los niños de una manera integral en todas las áreas.
38. Para más información sobre la visión de las relaciones entre los sexos que sub-
yacen al hogar, véase Kintz, op. át.
¡Abajo los enseñantes! La política cultural de la enseñanza domiciliaria | 225
Pero denunciar todo esto no debe servir como pretexto para negar
los elementos de inquietud que expresan estos padres. Están profunda
mente preocupados por la vida y el futuro de sus hijos, hijos por los que
están totalmente dispuestos a sacrificar muchas cosas y mucho dinero.
Quieren que sus hijos disfruten de un entorno afectuoso donde todos
los miembros de la familia se respeten y se cuiden mutuamente. Y en es
tas afirmaciones hay poderosos elementos positivos. En una época en
que muchos grupos con diversos sentimientos religiosos y políticos ex
presan su preocupación por los niños —ante la poca atención que les
dedica esta sociedad, porque personas que sólo se interesan por los be
neficios que de ellos puedan obtener les tratan como simples consumi
dores presentes y futuros, porque nuestras principales instituciones no
muestran hacia ellos la necesaria sensibilidad y porque la cultura popu
lar les ofrece muchos elementos negativos— es lógico que también sea
esta preocupación lo que mueve a muchos practicantes de la enseñanza
domiciliaria.
Ante todo esto, debemos reconocer que hay elementos de buen juicio
en las críticas que recibe el Estado desde la izquierda y desde la derecha,
como en el caso de los partidarios de la enseñanza domiciliaria. El go
bierno tiende demasiado a suponer que los únicos expertos en educa
ción, asistencia social, etc., son quienes ocupan puestos de autoridad en
esas áreas. Esto ha conducido a una situación de tecnocracia y ha hecho
que el Estado esté parcialmente «colonizado» por un sector concreto de
la nueva clase media que intenta asegurar y mejorar su propia posición
utilizando al Estado para sus propios fines.39 Algunas escuelas son real
mente peligrosas a causa de la sensación de alienación y de falta de senti
do que genera en ellas la sociedad y por el predominio de la violencia co
mo «solución imaginaria» en los medios de comunicación «populares».
Sin embargo, existe una enorme diferencia entre reconocer que el Esta
do tiene una tendencia histórica a hacerse demasiado burocrático y a no
atender lo suficiente a las necesidades expresadas por los ciudadanos a
las que se supone tiene que servir, y rechazar de plano el control público
39. La dinámica de las clases dentro del Estado es muy complicada. Véase Pierre
Bourdieu, The State Nobility, Stanford, Stanford University Press, 1996. Para las especi
ficidades de los sexos en el Estado y en sus políticas, véanse Madeleine Arnot, Miriam
David y Gaby Weiner, Closing the Gender Gap, Cambridge, Polity Press, 1999; y Suzan-
ne Franzway, Diane Court y R. W. Connell, Staking a Claim: Feminism, Bureaucracy and
the State, Boston, Alien and Unwin, 1989.
226 | Educar «como Dios manda»
Público y privado
45. Amy Stuart Wells, comunicación personal. Para más información sobre la ma
nera en que las escuelas francas han proporcionado estos mecanismos, véase Amy Stuart
Wells, Beyond the Rhetoric of Charter School Reform, Los Ángeles, Gradúate School of
Education and Information Studies, UCLA, 1999.
230 | Educar «como Dios manda»
Conclusión
47. He examinado estas cuestiones con mucho más detalle en Apple, Política, cul
tura y educación; y en Power, Meaning, and Identity, Nueva York, Peter Lang, 1999.
232 | Educar «como Dios manda»
51. Para más información véase Michael W. Apple, Education and Power, 2‘ ed.,
Nueva York, Routledge, 1995 (trad, cast.: Educación y poder, Barcelona, Paidós, 1997).
52. Raymond Williams, Resources of Hope, Nueva York, Verso, 1989, pág. 322.
7 FRENAR A LA DERECHA
La cultura cuenta
1. Michael W. Apple, Teachers and Texts, Nueva York, Routledge, 1988 (trad. cast.:
Maestros y textos: una economía política de relaciones de clase y sexo en educación, Barce
lona, Paidós, 1997).
Frenar a la derecha | 237
3. Tim LaHaye y Jerry B. Jenkins, The Indwelling, Nueva York, Tyndale, 2000. Tim
LaHaye es el marido de Beverly LaHaye. Como he comentado en capítulos anteriores,
los dos están muy comprometidos con causas políticas y culturales de carácter ultracon
servador.
4. Naturalmente, la gente lee todo tipo de obras de ficción y no tiene por qué seguir
sus consignas al pie de la letra. Por ejemplo, la lectura de novelas con protagonistas que
realizan violentas acciones de represalia no supone que el lector esté necesariamente de
acuerdo con esas acciones. La política del placer sigue su propia lógica relativamente
autónoma. Muchas personas se entregan a lo que se ha llamado «placeres prohibidos» y
leer libros como The Indwelling puede entrar en esta categoría. Sin embargo, el hecho
de que sea uno de los libros más vendidos en todo el país sigue siendo muy significativo.
Frenar a la derecha | 239
Reformas contradictorias
5. Los paralelismos entre esta postura y la epistemología del punto de vista deberían
ser evidentes. Sin embargo, esta actitud tiene una larga historia que se remonta a muchos
años antes del desarrollo de unas posturas más matizadas dentro del discurso feminista.
Véanse Sandra Harding, Whose Science? Whose Knowledge? Thinkingfrom Women’s Li-
ves, Ithaca, Cornell University Press, 1991; y Gyórgy Lukács, History and Class Cons-
ciousness, Cambridge, MIT Press, 1971 (trad. cast.: Historia y conciencia de clase y esté
tica, Fuenlabrada, Magisterio Español, 1987).
Frenar a la derecha | 241
6. José Segarra y Ricardo Dobles (comps.), Learning as a Political Act: Struggles for
Learning and Learning from Struggles, Cambridge, Harvard Educational Review, col.
«HERReprint Series», vol. 33, 1999, pág. xiii.
7. E. D. Hirsch Jr., The Schools We Need and Why We Don’t Have Them, Nueva
York, Doubleday, 1996. Véase también la convincente crítica a Hirsch en Kristen Buras,
«Questioning Core Assumptions: A Critical Reading and Response to E. D. Hirsch, The
Schools We Need and Why We Don’t Have Them», en Harvard Educational Review, n° 69,
primavera de 1999, págs. 67-93.
242 | Educar «como Dios manda»
8. Michael W. Apple, Cultural Politics and Education, Nueva York, Teachers Colle-
ge Press, 1996 (trad. cast.: Política, cultura y educación, Barcelona, Paidós, 1996).
9. Naturalmente, el contenido y la forma de los currículos y de la enseñanza siem
pre han sido cuestiones políticas. Véase ^lichael W. Apple, Ideology and Curriculum, 2“
ed., Nueva York, Routledge, 1990 (trad. cast.: Ideología y currículo, Tres Cantos, Akal,
1986). Para información sobre los recientes debates en torno al currículo en Inglaterra y
en Gales, véase Richard Hatcher y Ken Jones (comps.), Education After the Conservati-
ves, Stoke-on Trent, Gran Bretaña, Trentham Books, 1996.
10. Jo Boaler, Experiencing Scbool Mathematics, Filadelfia, Open University Press,
1998.
Frenar a la derecha | 243
dos y en otros países. La mayoría de los alumnos que asisten a estos dos
centros proceden de la clase obrera, aunque también los hay pertene
cientes a minorías y a la clase media. Anteriormente, los dos grupos de es
tudiantes habían asistido a centros basados en métodos académicos más
tradicionales. Y los dos presentaban unos perfiles de rendimiento simila
res. Uno de los centros se dedicaba explícitamente a preparar a sus alum
nos para los exámenes nacionales. Prácticamente todo el programa esta
ba dirigido por el enseñante, se organizaba en torno a libros de texto
orientados a los exámenes, agrupaba a los alumnos por nivel de aptitud y
se impartía de modo que lo más valorado era la velocidad y la precisión
de los cálculos y el aprendizaje de reglas y procedimientos para resolver
problemas matemáticos, aspectos todos ellos que los tradicionalistas es
tadounidenses dicen echar en falta en la enseñanza actual de las matemá
ticas. Además, los límites entre las matemáticas, por un lado, y el mundo
real y otras materias, por otro, eran muy definidos.11 El otro centro no
agrupaba a los alumnos según su aptitud. Era decididamente más «pro
gresista» tanto en su actitud hacia los estudiantes (había una comunica
ción muy fluida entre enseñantes y estudiantes y se procuraba incluir en
el currículo propuestas de los segundos) como en su programa de mate
máticas. En este centro de secundaria, la enseñanza se basaba en la reali
zación de proyectos, con un apoyo mínimo en los libros de texto y pro
curando fomentar al máximo la cooperación entre los estudiantes. Los
límites entre las matemáticas y el «mundo real» eran difusos.
En el primer centro reinaban el silencio, la dedicación y la organiza
ción: la encarnación misma del sueño de casi todos los grupos de la mo
dernización conservadora. El segundo centro era más ruidoso, la dedi
cación de sus alumnos no siempre era completa y tenía unos horarios
muy flexibles. Los dos centros contaban con enseñantes muy dedicados
y trabajadores. Pero las diferencias en cuanto a resultados fueron sor
prendentes, tanto en lo que se refiere al rendimiento global como a los
efectos de cada orientación en los alumnos mismos.
El centro más tradicional, guiado por su objetivo de «cubrir el ma
terial» que entraría en los exámenes, destacaba el conocimiento basado
11. Empleando la terminología de Basil Bernstein podríamos decir que, en este ca
so, el marco y la clasificación del currículo y de la enseñanza eran fuertes. Véase Basil
Bernstein, Class, Cod.es and Control, 2a ed., vol. 3, Londres, Routledge, 1977 (trad. cast.:
Clases, códigos y control, Tres Cantos, Akal, 1988-1989).
244 | Educar «corno Dios manda»
12. La insistencia en tener a la juventud «bajo control» está relacionada con una
larga historia de temor a los jóvenes y de considerar que necesitan una constante regula
ción. Véase una lúcida exposición de esta historia en Nancy Lesko, Act Your Age!, Nue
va York, Routledge, 2001.
Frenar a la derecha | 245
ocultos de las políticas más generales que proponen los reformadores neo-
conservadores, que desean un retorno en todas las materias a lo que, de
una manera más bien romántica, conciben como «la tradición».
Si las conclusiones de Boaler se pueden generalizar aunque sólo sea
en parte, cosa que creo que muy bien se puede hacer, los efectos ocultos
de ciertos movimientos de reforma puede que no sean los que pensa
mos. Un control más firme del currículo, los exámenes como guía del
enseñante y del currículo, más presión: todo ello puede conducir a unos
resultados menos justos. El aburrimiento, la alienación y el aumento de
las desigualdades no son los resultados ideales de la educación. De nue
vo vemos que mirar un poco más allá de nuestros límites normales y de
masiado estrechos puede sernos muy útil. La minuciosa investigación en
la que se basa el libro de Boaler debe ser tomada muy en serio por
quienquiera que suponga que en nuestra desigual sociedad existe una
relación directa entre las intenciones de las políticas y sus resultados. En
modo alguno es así.
En consecuencia, una de las tareas más importantes de la educación
crítica es de índole empírica. Como ha hecho Boaler, debemos publicar
investigaciones que, además de demostrar los efectos negativos de las po
líticas de la modernización conservadora, también presenten —y esto es
muy importante— los efectos positivos de otras alternativas más críticas
en el plano social y educativo. Un buen ejemplo de ello es el programa
SAGE de Wisconsin, donde una reducción significativa del tamaño de
las aulas en escuelas que históricamente habían servido a sectores desfa
vorecidos, ha tenido unos resultados mucho más sólidos que la mercan-
tilización y los planes de vales.13 Esto es sólo una manera de frenar los
discursos y las políticas dominantes y aún quedan por hacer muchas co
sas más. Sin embargo, al hacerlas tampoco nos podemos limitar a las for
mas dominantes, de lo que cuenta como «evidencia». Como dice Linda
Tuhiwai Smith, necesitamos «metodologías descolonizadoras».14 Más
13. Véase Alex Molnar, Philip Smith, John Zahorik, Amanda Palmer, Anke Halbach
y Karen Ehrie, «Evaluating the SAGE Program», en Educational Evaluation and Pohcy
Analysis, n° 21, verano de 1999, págs. 165-177. Véase también Alex Molnar, Vouchers,
Class Size Reduction, and Student Achievement, Bloomington, IN, Phi Delta Kappa Edu-
cation Foundation, 2000.
14. Linda Tuhiwai Smith, Decolonizing Metbodologies, Nueva York, Zed Books,
1999. Véase también Andrew Gitlin (comp.), Power and Method, Nueva York, Routled-
ge, 1994.
246 I Educar «como Dios manda»
15. En Apple, Cultural Politics and Education, op. cit., págs. 68-90, se presenta una
síntesis de una gran cantidad de datos.
16. Véase, por ejemplo, Michael W. Apple, Power, Meaning, and Identity, Nueva
York, Peter Lang, 1999. Para más información sobre el debate en torno al análisis de las
clases y a la manera de realizarlo véanse Erik Olin Wright (comp.), The Debate on Clas
ses, Nueva York, Verso, 1989; y Erik Olin Wright, Class Counts: Comparative Studies in
Class Analysis, Nueva York, Cambridge University Press, 1997.
Frenar a la derecha | 247
17. Michael Orni y Howard Winant, Racial Formation in thè United States, Nueva
York, Routledge, 1994, págs. 158-159.
18. Ibid., pág. 159.
248 | Educar «como Dios manda»
19. Aquí estoy pensando en Richard Hermstein y Charles Murray, The Bell Curve,
Nueva York, Free Press, 1994.
20. Véase Daniel Listón, Capitalist Schools, Nueva York, Routledge, 1988.
Frenar a la derecha | 249
ciar (con toda la razón) que era racista, sexista y elitista.21 En realidad, no
es muy difícil encontrar educadores progresistas que se basan en el tra
bajo de Thorndike para apoyar lo que entonces se consideraban posturas
radicales.
Cuando hablamos de racismo y de reforma en las políticas actuales,
debemos darle la vuelta a la falacia genética. Puede que los impulsores
de las políticas del «nuevo laborismo» en el Reino Unido o de propues
tas educativas como el establecimiento de vales o los exámenes obliga
torios en Estados Unidos no hablen explícitamente de la raza o supon
gan que sus propuestas crean un «terreno de juego neutral». Puede que
sus intenciones manifiestas sean totalmente encomiables. Sin embargo,
como he mostrado repetidamente a lo largo de este libro, los motivos de
clarados originales de unos argumentos o de unas políticas no garantizan
en última instancia cómo se van a emplear, cuáles serán sus múltiples fun
ciones y efectos, a qué intereses van a servir y qué beneficios diferencia
les van a generar en función de las desigualdades ya existentes en nuestra
sociedad en cuanto a capital económico, cultural y social y en cuanto a las
estrategias para convertir una forma de capital en otra. En realidad, la
raza obtiene buena parte de su poder por el hecho mismo de su oculta
ción. En ningún lugar se puede ver esto mejor que en el discurso de los
mercados y de los niveles de exigencia.
Por ejemplo, algunos comentaristas pueden tener razón cuando di
cen que «el mercado competitivo de las escuelas en el Reino Unido, tal
como lo concibieron los neoliberales, se estableció sin ninguna relación
con las minorías étnicas»,22 pero puede que ello sólo sea cierto en el ni
vel de las intenciones conscientes. Puede que las alusiones a la raza estén
ausentes en el discurso de los mercados —salvo si actúa como elemento
legitimador23— pero siguen siendo una «presencia ausente» que está to-
21. Véanse, por ejemplo, Stephen Jay Gould, The Mismeasure ofMan, Nueva York,
W. W. Norton, 1981 (trad. cast.: La falsa medida del hombre, Barcelona, Crítica, 1997); y
Donna Haraway, Primate Visions, Nueva York, Routledge, 1989.
22. Sally Tomlinson, «New Inequalities: Educational Markets and Ethnic Minori-
ties», ponencia presentada en el simposio Racism and Reform in the United Kingdom
durante el congreso anual de la American Educational Research Association, San Diego,
abril de 1998.
23. Véanse, por ejemplo, los argumentos en pro de los vales presentados por Gary
Rosen, quien afirma que los vales son la única manera de que los afroamericanos puedan
tener la posibilidad de recibir una «verdadera» educación. Véase Gary Rosen, «Are School
Vouchers Un-American?», en Commentary, vol. 109, n° 2, febrero de 2000, págs. 26-31.
250 | Educar «como Dios manda»
24. Linda McNeil, Contradictions of School Reform, Nueva York, Routledge, 2000.
Frenar a la derecha | 251
26. Richard Dyer, White, Nueva York, Routledge, 1997, pág. 19.
27. Sobre esta cuestión existe una literatura abundante. Véanse, por ejemplo, Omi
y Winant, op. cit.\ Cameron McCarthy y Warren Crichlow (comps.), Race, Identity, and
Representation in Education, Nueva York, Routledge, 1994; William Tate, «Critical Ra
ce Theory and Education», en Michael W. Apple (comp.), Review of Research in Educa
tion, Washington, DC, American Educational Research Association, vol. 22, 1997, págs.
195-247; Michelle Fine, Lois Weis, Linda C. Powell y L. Mun Wong (comps.), Off Whi
te, Nueva York, Routledge, 1997; y Cameron McCarthy, The Uses of Culture, Nueva
York, Routledge, 1998, por nombrar sólo unos cuantos.
28. Dyer, op. cit., pág. 1.
254 | Educar «como Dios manda»
33. Véase Joe Kincheloe y Shirley Steinberg (comps.), White Reign: Deploying Whi
teness in America, Nueva York, St. Martin’s Press, 1998.
34. Michael W. Apple, Official Knowledge, 2a ed., Nueva York, Routledge, 2000
(trad, cast.: El conocimiento oficial: la educación democrática en una era conservadora,
Barcelona, Paidós, 1996).
35. Steven Selden, Inheriting Shame, Nueva York, Teachers College Press, 1999.
256 | Educar «como Dios manda»
Gary Rosen en favor de los vales que este autor publicó en la revista neo-
conservadora Commentary ,36
36. Rosen, op. cit. En el siguiente número de Commentary se publicó una versión
revisada de mi respuesta junto a muchas otras que criticaban la postura de Rosen. Véa
se Michael W. Apple, «Response to Gary Rosen», en Commentary, n° 109, junio de 2000,
pág. 20.
Frenar a la derecha | 259
rar la vida de los estudiantes de las zonas deprimidas. Si bien puede que
sea éste el objetivo de algunos partidarios de los vales, omite el hecho de
que este movimiento tiene una agenda global mucho más ambiciosa. En
Wisconsin, Polly Williams, una legisladora afroamericana del partido de
mócrata, se alió hace una década con el gobernador del partido republi
cano para diseñar un plan de vales limitado a los niños pobres de las zo
nas deprimidas de Milwaukee. El objetivo de Williams era, como dice
Rosen, dar a los padres pobres y afroamericanos el derecho a abandonar
los centros públicos. Pero en cuanto el Tribunal Supremo del Estado dic
taminó por un estrecho margen de votos que este proyecto era constitu
cional, los impulsores conservadores del proyecto empezaron a exigir su
ampliación a todos los padres en un ataque claro y directo a la educación
pública que, además, propugnaba la concesión de subvenciones incluso
a los padres más acomodados que deseaban sacar a sus hijos de los
centros del Estado. Aunque Williams siguió apoyando los vales para las
familias con ingresos bajos, se volvió contra sus antiguos aliados acu
sándoles de haber traicionado los intereses de sus votantes.3
Pero esta cuestión no se reduce simplemente a unas creencias so
ciales encontradas. También está relacionada con lo que realmente dice
la investigación. Los defensores de los vales también son muy selectivos
en el empleo que hacen de estos datos para apoyar su causa, y Rosen, en
su artículo, no es una excepción. Rosen señala los datos de Paul E. Pe-
terson sobre el «éxito» de los vales y luego cita el reciente estudio a largo
plazo de estos proyectos realizado por John Witte para reforzar aún más
su argumentación. Pero no dice nada de las conclusiones del propio Wit
te de que los vales no elevan necesariamente el nivel de rendimiento y
que la investigación en modo alguno apoya su implantación.4 Como mucho,
la investigación disponible sigue siendo poco clara. No se puede utilizar
para apoyar los vales de una manera tan rotunda.
Además, las advertencias de Witte no son las únicas. En el panorama
internacional, varios estudios han demostrado con claridad los efectos de
las políticas encaminadas a privatizar los centros de enseñanza y a con
vertir la educación en una institución sometida a los dictados del mercado.
Muchos estudios han demostrado repetidamente que, salvo para un gru
po de estudiantes muy limitado, imponer a las escuelas una dinámica de
mercado no hace más que reforzar las jerarquías existentes, intensifican
do aún más la estratificación de la educación.5 Los niños pobres y de la
clase obrera aún son más marginados. Y aunque una pequeña cantidad
de niños de color obtienen el derecho a elegir el centro, la inmensa mayo
ría de estos niños o bien no obtienen ningún beneficio o bien se quedan,
al igual que sus escuelas, en peores condiciones que antes.
Los datos también indican unos efectos preocupantes para los ense
ñantes y los administradores. Aunque Rosen afirma, sin ningún dato que
260 | Educar «como Dios manda»
Notas
1. Gary Rosen, «Are School Vouchers Un-American?», en Commentary, vol.
109, n° 2, febrero de 2000, págs. 26-31.
2. Ibid.
3. También es importante tener presente que muchas de las fundaciones que in
vierten dinero en la campaña para los planes de vales son las mismas que han
prestado apoyo financiero y logístico a la publicación de libros como la obra de Ri-
262 | Educar «como Dios manda»
chard Herrnstein y Charles Murray, The Bell Curve (Nueva York, Free Press, 1994).
En esta obra, muy desacreditada en la literatura científica, se afirma que los afro
americanos son en general menos inteligentes que los americanos europeos.
Aunque esto no invalida todos los argumentos a favor de los vales, debería ha
cernos evaluar con gran cautela cómo encajan los planes de vales en el conjunto
más amplio de compromisos sociales que guía a muchos de sus partidarios.
4. John Witte, The Market Approach to Education: An Analysis of America’s
First Voucher Program, Princeton, NJ, Princeton University Press, 2000.
5. Véanse los siguientes:
Geoff Whitty, Sally Power y David Halpin, Devolution and Choice in Educa
tion, Filadelfia, Open University Press, 1998.
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David Gillborn y Deborah Youdell, Rationing Education: Policy, Practice, Re
form, and Equity, Filadelfia, Open University Press, 2000.
Sharon Gewirtz, Stephen Ball y Richard Bowe, Markets, Choice, and Equity in
Education, Filadelfia, Open University Press, 1995.
6. Grace Kao, Marta Tienda y Barbara Schneider, «Racial and Ethnic Varia
tion in Academic Performance», en Aaron Pallas (comp.), Research in Sociology
of Education and Socialization, n° 11, 1996, págs. 263-297.
7. Michael W. Apple y James A. Beane, (comps.), Democratic Schools, Wa
shington, DC, Association for Supervision and Curriculum Development, 1995.
8. Todo el número de Educational Evaluation and Policy Analysis, vol. 21, n° 2
(verano de 1999) está dedicado a evaluar diversos programas basados en la re
ducción del tamaño de las clases.
9. Michael W. Apple, Cultural Politics and Education, Nueva York, Teachers
College Press, 1996.
37. Por ejemplo, en uno de los seminarios en los que participé antes de las moviliza
ciones antiglobalización de Seattle y de Washington, DC, muy pocas personas habían
pensado en incorporar al movimiento los periódicos, las televisiones, las radios y las pá
ginas web de habla hispana. Pero éstos se encuentran entre los medios de comunicación
que experimentan más crecimiento en Estados Unidos y llegan a un público que está su
friendo profundamente los efectos de la globalización y de la explotación económica.
Frenar a la derecha | 263
38. Véase un análisis de los distintos controles a los que actualmente están someti
dos los medios de comunicación, así como propuestas para reconstruir estos procesos en
Robert McChesney, Ellen Meiksins Wood y John Bellamy Foster (comps.), Capitalism
and the Information Age, Nueva York, Monthly Review Press, 1998. Véase también Dou-
glas Kellner, Media Culture, Nueva York, Roudedge, 1995. Véase una útil guía para em
plear las tertulias radiofónicas para fines progresistas en Ellen Ratner, 101 Ways to Get
Your Progressive Issues on Talk Radio, Washington, DC, National Press Books, 1997. Los
debates sobre el papel que pueden desempeñar aquí los «intelectuales públicos» han si
do muy variados. Entre las discusiones recientes más interesantes se encuentra la de Pie-
rre Bourdieu, Acts of Resistance, Cambridge, Polity Press, 1998. Naturalmente, no sólo
están las tertulias radiofónicas. También puede ser muy útil el uso creativo de Internet.
Por ejemplo, el Institute for Public Accuracy actúa como enlace central para un gran nú
mero de informes, medios de comunicación y activistas de carácter progresista. Su di
rección electrónica es institute@igc.org.
264 I Educar «como Dios manda»
tiempo, pero está demostrado que el tiempo que se dedica a esto se aca
ba compensando de sobra.
Se puede contar una historia similar de otra parte de Brasil. En Be-
lem se instituyó un proceso de «participación presupuestaria de la ju
ventud» que proporcionó recursos y espacio para que miles de jóvenes
participaran en las deliberaciones sobre los programas para la juventud
que era necesario desarrollar, sobre cómo se debían emplear los fondos
y sobre la creación de una serie de foros políticos que los jóvenes pudie
ran emplear para hacer públicos sus deseos y sus necesidades. Este tra
to dispensado a la juventud es muy diferente del que recibe en muchos
otros países, donde se la considera más un «problema» que un recurso.41
Podemos encontrar un ejemplo similar en Nueva Zelanda, donde bajo la
dirección del International Research Institute on Maori and Indigenous
Education, se forman grupos multirraciales de jóvenes en las comunida
des para que debatan públicamente cómo ven su realidad y planteen pro
puestas para mejorarla.42 De este modo se empiezan a desarrollar alianzas
que abarcan una variedad de razas, clases y edades. Por lo tanto, existen
modelos de verdadera participación de los que podemos aprender y que
ponen en entredicho la visión descarnada de la democracia que propug
nan los neoliberales, implementando unos modelos más sustantivos y ac
tivos de un verdadero «vivir en libertad». Pero la cuestión no es la exis
tencia de estos modelos, sino procurar que sean lo más visibles posible.
Propuestas heréticas
politizaran tanto. Por ejemplo, una de las razones de que los grupos re
ligiosos populistas hayan sido atraídos hacia una alianza con la derecha
es la creencia de estos grupos de que el Estado está totalmente en contra
de los valores que dan significado a su vida. Después, en el seno de esta
alianza, otros elementos del discurso de la derecha se van conectando
lentamente con los suyos. Así pues, creen que el Estado es antirreligio
so. Otros dicen que el Estado pretende imponer su voluntad sobre los
padres trabajadores de raza blanca otorgando un «tratamiento especial»
a las personas de color y dejando de lado a los blancos pobres. Estos dos
elementos no se tienen que combinar necesariamente. Pero poco a poco
se empiezan a ver como si fueran homólogos.
¿Es posible que algunas partes de la comunidad religiosa que ac
tualmente encuentran sus identidades colectivas en la derecha fueran
menos susceptibles a esta llamada si en la escuela hubiera más contenidos
religiosos? Si los estudios religiosos ocuparan un lugar más destacado en
el currículo, ¿hasta qué punto quienes encuentran en la religión las res
puestas a todo desconfiarían menos del Estado y estarían menos inclina
dos a dejarse atraer hacia la postura de que lo público es malo y lo priva
do es bueno? No estoy muy seguro de cuál es la respuesta, pero creo
firmemente que debemos considerar esa posibilidad.
Que no se me entienda mal. En modo alguno defiendo la postura de
que debamos emplear vales para financiar las escuelas religiosas priva
das y tampoco estoy diciendo que debamos hacerle el juego a la derecha
religiosa populista y autoritaria. Más bien estoy adoptando una postura
similar a la expresada por Warren Nord y de la que ya he hablado en el
capítulo 1. Nuestra incapacidad de ofrecer un lugar claro al estudio de
la religión en el currículo nos hace «intolerantes». Pero no deseo acabar
con la postura de Nord porque más bien la veo como un punto de par
tida. Tanto en éste como en otros libros he sostenido que, en ocasiones,
la gente se hace «de derechas» a causa de la falta de sensibilidad de las
instituciones públicas a los significados y las inquietudes que desempe
ñan un papel central en su vida. Enseñar más sobre —no para— la reli
gión no sólo nos hace más «liberales» en palabras de Nord. También
nos puede ayudar a frenar la formación de identidades contrarias a lo
público. Esto tiene unas importantes repercusiones porque puede dar
pie a movimientos estratégicos para contrarrestar la integración de gran
des cantidades de personas bajo el paraguas de la modernización conser
vadora.
Frenar a la derecha | 267
43. Ruth Coniff, «Left-Right Romance», en The Progressive, mayo de 2000, págs.
12-15.
Frenar a la derecha | 269
Sin embargo, una vez planteada esta propuesta en favor del estable
cimiento de alianzas tácticas, es prácticamente imposible pasar por alto la
cuestión de las escuelas francas. Para muchos elementos de la izquierda y
de la derecha, las escuelas francas son una especie de compromiso que
permite satisfacer algunas de las reivindicaciones de cada grupo. Sin em
bargo, creo que en este caso la precaución es aún más necesaria. Gran
parte del debate en tomo a estas escuelas se ha caracterizado por una ac
titud excesivamente romántica. La retórica de la «desburocratización», la
experimentación y la diversidad se ha aceptado como si fuera una reali
dad. Pero como han demostrado Amy Stuart Wells y sus colegas, las es
cuelas francas pueden servir —y con frecuencia sirven— a fines menos
loables. Como he señalado en el capítulo 6, se pueden manipular para
obtener fondos públicos que luego se dedican a proyectos muy discuti
bles desde el punto de vista ideológico y educativo, y sin necesidad de
rendir cuentas públicamente de ello. Tras los datos estadísticos sobre la
igualdad entre las razas que supuestamente producen, vemos que pueden
estimular la «huida» de las familias blancas y que pueden acabar en ma
nos de grupos que, en realidad, tienen muy poco interés en la cultura y en
el futuro de aquellos a quienes consideran el Otro. Se emplean como «ex
terior constitutivo» en los ataques a las escuelas públicas, desviando la
atención de lo que en realidad se debería hacer en ellas. Y con frecuencia
pueden actuar —y actúan— para desviar la atención de nuestra falta de
compromiso con brindar apoyo y recursos suficientes a las escuelas de las
áreas urbanas y rurales desfavorecidas. Todo esto hace que, en muchos
aspectos, puedan ser la brecha por la que se cuelen los planes de vales.47
Sin embargo, una vez dicho esto debo añadir que no creo que las es
cuelas francas desaparezcan. Durante los muchos años que llevo dando
47. Véase una interesante discusión sobre estas y otras cuestiones en Amy Stuart
Wells, Alejandra López, Janelle Scoot yjennifer Holme, «Charter Schools as Postmodern
Paradox: Rethinking Social Stratification in an Age of Deregulated School Choice», Har
vard Educational Review, n° 69, verano de 1999, págs. 172-204. Por ejemplo, recientes in
vestigaciones sobre el funcionamiento de las escuelas francas y de las «reformas» en tor
no a la financiación escolar en Arizona nos deben hacer recelar de las conexiones entre
la retórica y la realidad. Véanse, por ejemplo, Michele Moses, «The Arizona Tax Credit
and Hidden Considerations of Justice», ponencia presentada en el congreso anual de la
American Educational Research Association, Nueva Orleans, abril de 2000; y Glen Y.
Wilson, «Effects on Funding Equity of Arizona Tax Law», ponencia presentada en el
congreso anual de la American Educational Research Association, Nueva Orleans, 2000.
272 | Educar «corno Dios manda»
51. Véanse, por ejemplo, Deborah Meier, Theodore Sizer, Linda Nathan y Abigail
Thernstrom, Will Standards Save Public Education?, Boston, Beacon Press, 2000; y Da
vid Levine, Robert Lowe, Bob Peterson y Rita Tenorio (comps.), Rethinking Schools: An
Agenda for Change, Nueva York, New Press, 1995. Véanse también Robert Lowe y Bar
bara Miner (comps.), Selling Out Our Schools: Vouchers, Markets, and the Future of Pu
blic Education, Milwaukee, WI, Rethinking Schools, 1996; y Robert Lowe y Barbara Mi
ner (comps.), False Choices: Why School Vouchers Threaten Our Children’s Future,
Milwaukee, WI, Rethinking Schools, 1992.
52. Véanse descripciones de estas prácticas en Apple y Beane (comps.), Democratic
Schools-, y en Gloria Ladson-Billings, The Dreamkeepers, San Francisco, Jossey-Bass,
1994. Véase también Meier y otros, op. cit.
Frenar a la derecha | 275
El recurso de la esperanza
53. Leo Panitch y Colin Leys, «Preface», en Leo Panitch y Colin Leys (comps.), Ne-
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