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El sistema financiero argentino tiene dos características distintivas: es pequeño,

básicamente alimentado por el dinero transaccional y, por otro lado, es


sumamente sólido, tal como lo demostró durante la última crisis cambiaria.

A diferencia de lo que ocurre en otros países de la región, la participación del


sistema financiero en la economía es muy baja. La relación préstamos privados
sobre PIB es inferior a 15%, una cifra muy menor comparada con el 112% de
Chile o el 60% de Brasil o incluso del 65% que exhibe Bolivia, según los datos
del Banco Mundial.

Ese escenario es consecuencia de décadas de persistente maltrato a los


ahorristas, con tasas de interés negativas; devaluaciones sistemáticas derivadas
de políticas fiscales desaprensivas y hasta episodios esporádicos de incautación
de depósitos.

A raíz de este historial, los argentinos tienen una relación meramente


transaccional con el sistema financiero, en el que mantienen en su gran mayoría
el dinero necesario para los gastos del mes pero concentran sus ahorros en
dólares o en ladrillos.

La consecuencia de esa baja profundidad del sistema financiero es la falta de un


mercado de capitales robusto que redunda en una baja capacidad prestable para
financiamiento de largo plazo.

Como contrapartida, ese tamaño reducido y una serie regulaciones que se


vienen implementando desde la crisis de 2001, le han dado al sistema financiero
una solidez sin precedentes para la historia moderna argentina.

Argentina está dando pasos firmes para construir un sistema financiero que,
además de confiable, sea profundo.

De hecho, en la última crisis cambiaria que se originó a mediados de 2018 en


buena medida a raíz del cambio de las condiciones de financiamiento de
mercado internacional, los depósitos del sistema financiero no solo no cayeron,
sino que crecieron tanto en pesos como en dólares.

Estoy convencido de que Argentina está dando pasos firmes para revertir ese
escenario y construir un sistema financiero que, además de confiable, sea
profundo y se dedique a lo que hacen los bancos en el resto de los países del
mundo: tomar depósitos a tasas razonables para los ahorristas y prestar al sector
privado, empresas y familias.

El acuerdo parlamentario que devino en la Ley de Déficit Cero implica un paso


trascendental en esa dirección. El déficit fiscal crónico nos ha llevado por
décadas a desvalorizar nuestra moneda nacional, que es pieza fundamental para
un sistema financiero profundo.

El Ministerio de Economía reveló recientemente que el resultado fiscal de mayo


fue el mayor superávit en términos reales de los últimos 8 años, con $26.000
millones.

Los resultados de esa y otras medidas comienzan a verse. La inflación


profundiza su tendencia descendente y hay también señales a la baja de la tasa
de interés. Pero un cambio de semejantes proporciones tomará tiempo.

En 2015, durante la administración anterior, el Banco Provincia ofreció la


increíble cifra de apenas 315 créditos hipotecarios. A partir del surgimiento del
sistema UVA que permite celebrar contratos de largo plazo en economías
afectadas por la inflación pudimos apoyar el esfuerzo de decenas de miles de
bonaerenses para llegar a la casa propia.

La devaluación corrió el arco para los compradores, pero el sistema probó su


fortaleza y salvo algunos casos puntuales, que atendimos con la flexibilidad que
debe tener la banca pública, está listo para recuperar el protagonismo que
exhibió antes de la crisis cambiaria.

Hoy el sistema financiero tiene además unos US$ 15.000 millones ociosos
disponibles para financiamiento de largo plazo a tasas muy razonables para
proyectos vinculados a la cadena exportadora.

De hecho, durante buena parte de 2017 y en los primeros meses de 2018 el


sistema financiero mostró una expansión en términos reales cercana al 25%
interanual.

A diferencia de las crisis previas en las que el impacto había minado la capacidad
prestable de los bancos, el sistema está pronto para impulsar el desarrollo de los
argentinos. Pero la aplicación de las reformas requiere de tiempo.

Estoy convencido de que somos mayoría los argentinos que queremos vivir en
un país con un Estado de Derecho pleno y democrático. Un país abierto al mundo
de manera inteligente, con estadísticas serias, cimentado sobre el respeto a la
libertad de poderes, la independencia de la Justicia y la libertad de expresión.

Y no tengo dudas de que esa mayoría que se expresará en las urnas permitirá
sentar las bases también para un sistema financiero más profundo, con
financiamiento para las Pymes, crédito hipotecario y un circulo virtuoso de
inversión, empleo y crecimiento.

https://eleconomista.com.ar/2019-07-un-sistema-financiero-profundo/

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