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Querido niño interior: me dirijo a ti tras años de ausencia porque hoy, al

fin, he logrado verte. Sentado en un oscuro y solitario rincón de mis


adentros. Te he encontrado con la mirada perdida y carente de
esperanza. En el silencio y el abandono más absolutos porque, en todo
este tiempo, nunca reparé en ti.
Te ves tan pequeño, tan frágil y tan solo… Pareces cansado de librar mil
batallas, agotado de soportar cargas que no te corresponden. Sé que has
llorado, sé que has gritado y nadie ha escuchado tus súplicas. Que te
sientes perdido y que no entiendes la vida. Sé que me has necesitado y
yo no he estado ahí.

Perdón
Perdóname, pequeño, por toda una vida dándote la espalda. Perdón por
no haber querido verte, no haber querido oírte, no haber querido
aceptar que formas parte de mí. Te dejé en el pasado y me olvidé de
tus heridas abiertas. Era más sencillo dejarte atrás.
Durante años has guardado el dolor más profundo. El primer rechazo, el
primer abandono, la primera humillación y la primera traición. Y todas las
posteriores. Todas las heridas emocionales de mi infancia recayeron en
ti, y te abandoné en la tarea de procesar el daño. 
Perdón por no comprender que ese trabajo no te correspondía, no
tenías las herramientas para hacerle frente. ¿Cómo pude pedir a un niño
que comprendiera, perdonara y sacara un aprendizaje del sufrimiento?.
Te abrumé y aún te veo confuso y conmoncionado. Viviendo en los
peores recuerdos y sin poder escapar.

Gracias
Gracias, porque sé que, a pesar de todo, hiciste lo que pudiste. Sé
que diste todo de ti porque saliéramos adelante. Sé que intentaste
librarme de las cargas de mi pasado, para que pudiéramos mudarnos a
un futuro mejor. Y no sabes cuánto agradezco tu esfuerzo, tu lucha y
tu perseverancia.
Gracias por la fuerza de soportar tanto por mí, mientras yo me negaba a
hacerlo. Gracias por haber vivido tanto tiempo con las heridas
sangrantes y el alma vacía y no rendirte. Por haber intentado
comunicarme por todos los medios posibles que necesitábamos sanar.
Cada ataque de ira era tu voz recordándome que no nos dejase
humillar de nuevo. Cada súplica a parejas, amigos y familiares era tu
miedo, suplicándome que no dejase que nos volviesen a abandonar. Las
veces que no me atreví a acercarme a las personas, a mostrarme como
soy, era tu pequeña mano reteniéndome para no exponernos a un nuevo
rechazo.
Siempre intentaste cuidar de mi. Con los escasos recursos que un
niño ha podido adquirir, tú tratabas de mantenerme a salvo. Quizá los
llantos, los gritos y el descontrol no fuesen lo más apropiado, pero eran lo
único que tú tenías para darme. Lo que a ti, como niño, te había
funcionado; aunque a mí, como adulto, ya no.

Te prometo, mi querido niño interior


Te prometo que, a partir de hoy, no volverás a estar solo. Ahora que al fin
te he encontrado, no voy a dejarte más. Hoy te libero del peso y me
comprometo a hacerme responsable de mí. Hoy tomo las riendas de
mi vida y asumo mi papel de adulto; deja que, desde ahora, yo cuide de ti.
Te prometo hacer todo lo que sea necesario para integrar las vivencias
dolorosas y zanjar el pasado. Prometo dejar de huir, mirar de frente a
la oscuridad y decirle que, tú y yo, ya no vivimos ahí. Los recuerdos no
volverán a limitarnos, no seguirán controlando nuestra vida.
Voy a aceptarme tal y como soy, sin permitir que las opiniones ajenas me
hagan sentir menos. Hoy son nuestras necesidades y deseos los que
voy a escuchar. Te prometo alejarme de quien nos daña y nos humilla,
aprender a seleccionar mis entornos y librarnos de la necesidad de
agradar a todo el mundo.
Te prometo amarte, y amarme, por encima de todo. Prometo hacer
del amor propio el estandarte de mi vida, para que nunca más te sientas
desatendido. Eres la parte más valiosa de mi propio ser, no sé como
pude estar tanto tiempo sin ti. No sé como pudiste estar tanto
tiempo sin mi. Te prometo que vas a estar en casa. Con amor: yo…. y
tú.

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