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internacional-108

LA MUJER TEMBLOROSA,
Siri Hustvedt

Nos recordamos jóvenes y saludables entrando en una habitación


donde varias mujeres de edad madura, vestidas y peinadas con
esmero, sentadas en torno a una mesa llena de tacitas de café y
pasteles charlan de padecimientos, enfermedades graves,
operaciones fatales, molestias crónicas, nervios alterados y niveles
vertiginosos de colesterol, azúcar o ácido úrico. Nos recordamos
saludándolas haciendo alarde, justamente como pide el protocolo,
de nuestra salud, es decir, relatando a grandes rasgos nuestros
proyectos para esa tarde, para el verano y para el futuro. Y mientras
salimos airosamente, tan bien cumplido el papel, escondemos la
risa que nos causa ese discurso morboso “de yayas” sobre asuntos
de salud. Hay demasiado alborozo en su intercambio de
conocimientos prolijos –con qué deleite pronuncia una la palabra

La mujer temblorosa, Siri Hustvedt. María José Furió – Letra 1


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“hematocritos”–, demasiada vehemencia en los susurros y avidez al
recibir noticias  de ingresos urgentes, como para no sospechar que
se trata de uno de tantos discursos de gueto, que funcionan como
santo y seña de afirmación grupal.  Ni el prestigioso y apuesto
doctor Barnard, pionero en operaciones del corazón, habría sido
bien recibido en aquellas meriendas-seminario: la salud de las
mujeres es la cara oscura de la luna, materia confidencial. En La
Dama de las Camelias se agota al parecer la idea de belleza
doliente como sinónimo de erotismo de alto voltaje: una suerte de
carpe-diem apremiante. La mujer enferma es en nuestra sociedad
volcada en la rentabilidad el ser inútil. Y dentro de las fantasías
establecidas sobre la mujer, la enfermedad impone un cortocircuito
al deseo. Lo mismo ocurre con los hombres, claro está, y en mayor
medida: por eso, la enfermedad suele aparecer en boca de un
hombre que se presenta como experto –el Solucionador– o como
superviviente que hace partícipe a la tribu de su experiencia: Orfeo
regresa a la superficie e instruye a sus compañeros.

De modo que si alguna mujer se atreve a romper este conjunto de


ideas propias de la sociedad de consumo, incluido el que restringe
su presencia a los libros de autoayuda, será porque de alguna
manera corrobora el statu-quo: Susan Sontag en su ensayo La
enfermedad como metáfora y ahora Siri Hustvedt en La mujer
temblorosa o la historia de mis nervios.  Dos ensayos de dos
habitantes de Nueva York, el centro mundial de validación de
teorías y significados.

La mujer temblorosa, Siri Hustvedt. María José Furió – Letra 2


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Pero el prejuicio chafaría la posibilidad de leer bien a Hustvedt. La
mujer temblorosa no es un ensayo: es una indagación. Conocida
como esposa del célebre novelista Paul Auster, el físico y el pasado
de maniquí de esta escritora de ascendencia noruega permitían a la
prensa presentarla como architópica “mujer de escritor famoso”,
esbelta flor que mejora cualquier foto. Con el tiempo, la hija de
Auster y Hustvedt alcanza una edad que le permite adoptar poses
sugerentes ante la cámara sin que  nadie sea denunciado por
incitación a la pederastia y se presenta como cantante de
sofisticados textos simbolistas: su progenitora corre el peligro de
verse definitivamente postergada.  Salvo que hacia 2003 publica
Todo cuanto amé, una novela de más de 400 páginas en torno a
dos hombres, un pintor y un historiador, sus mujeres y las
complejas relaciones que traban personas de orígenes cruzados
(“judíos alemanes, ya nadie es judío alemán”) y elevada formación. 
Escrita como si no existieran el cine y la tele, sin hacer tributo a las
elipsis o a las modas, pero con enorme aplomo, Hustvedt reflejaba
las reflexiones, aproximaciones y distanciamientos de sus
cultísimos, bohemios e intensos personajes introduciendo
consideraciones sobre el arte moderno, la anorexia, la histeria y
otros trastornos psicológicos con tremenda solvencia. A ratos
farragosa, desaconsejable para espíritus solares, Todo cuanto amé
es seguramente una novela destinada a durar.

La mujer temblorosa, Siri Hustvedt. María José Furió – Letra 3


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En La mujer temblorosa, Hustvedt toma como punto de arranque el
temblor que sufrió mientras leía el texto de homenaje a su padre –
fallecido tras una larga enfermedad–, y que le afectó a todo el
cuerpo excepto la cabeza: “temblaba como si fuera presa de un
ataque epiléptico”. El hecho tiene lugar en 2006, dos años después
de la muerte del padre, en el campus de la universidad de
Minnesota donde aquél fuera profesor de filología noruega “durante
casi cuarenta años”. Era un acto de homenaje a su memoria ante
unas cincuenta personas, entre colegas y familiares. Sigue una
pormenorizada relación de extraños ataques y sacudidas padecidas
en distintos períodos de su vida, que sirven como autobiografía
menos médica que intelectual: las migrañas que padece la autora
desde la infancia motivaron su pasión por el psicoanálisis, los
trastornos mentales y la neurociencia, recogida en su obra literaria.
El ataque fue descrito por un espectador como un combate entre un
enfermo y un paciente, y así puede definirse La mujer temblorosa.
Hustvedt se presenta como sujeto del trastorno y autora de su
La mujer temblorosa, Siri Hustvedt. María José Furió – Letra 4
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diagnóstico. Apunta que sería un trastorno de conversión, antaño
llamado “histeria”. Esto da pie a una reflexión sobre los mecanismos
de dignificación de la enfermedad cuando aqueja a un hombre: los
síntomas de histeria son los que sufren algunos soldados tras entrar
en combate, entonces se los llama “estrés postraumático”. Siri
Hustvedt acude a médicos, lee a neurólogos y a psicoanalistas de
distintas escuelas y consulta a amigos y a especialistas que no
aciertan a definir por qué tiembla; a veces la minimizan como
derivado de sus migrañas, otras veces sugieren que  “algo” en su
cerebro estaría afectado. Cada visita y cada diagnóstico fracasado
es trampolín para nuevas reflexiones sobre el enfoque que en las
distintas épocas los dos bloques culturales de Occidente
–Europa/Norteamérica– le dan a los trastornos mentales. Un
laberinto de lecturas y de teorías, de disquisiciones que sirven de
documentación a sus novelas y ensayos. A menudo interesantes,
pero perdidas en un texto que parece huir de su objetivo adrede.

Para los lectores que por edad o por temperamento no disfrutamos


haciendo acopio de vocabulario e información sobre enfermedades
o dolencias raras, y nos decepciona que se soslaye el carácter
político de tantas enfermedades mentales padecidas por mujeres
(que en contextos menos dramáticos adquiere la forma de Grupo de
Señoras hablando de sus Cosas; “Mujeres desesperadas” o “al
borde de un ataque de nervios” ) el exhaustivo y erudito recuento de
la autora sobre sus padecimientos e hipersensibilidad solo tiene
interés cuando apunta a una cuestión clave: ¿qué es el yo?  Ese
temblor que delata un desdoblamiento –la mujer aferrada a la
palabra es otra que la que tiembla como sacudida por un rayo– está
reclamando atención. Si se produce recordando al padre “que solía

La mujer temblorosa, Siri Hustvedt. María José Furió – Letra 5


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ser divertido”, o cuando participa en un congreso sobre “la muerte
en la literatura” o al suceder en una intervención a un autor de éxito
tras pasar por el programa de Ophra Witney y entretanto ha
quedado agotada “de exhibir aspectos profundos de mi vida íntima”
recordando públicamente al progenitor, es fácil, abandonando las
teorías feministas, advertir una colisión entre el deber de recordar y
la rebeldía ante la muerte, no del que ya se fue sino del que vive. Y
en este sentido, al contrario de lo que sugería el espectador de la
primera crisis, podría ser que el médico era el temblor y la enferma
era la mujer que continuaba leyendo el texto de homenaje.

Ensayo, Editorial Anagrama, Barcelona, 232 páginas.


Traducción de Cecilia Ceriani

Publ icado en revista Letra I nternacional , 108


Fecha de edición:   Otoño de 2010
Número de páginas:   96
ISSN:   0213-4721

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