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INTRODUCCIÓN
De este libro quiero compartir una pequeña parte en la que hablaré de la energía de la que
disponemos y de lo que hacemos con ella en las diferentes etapas de nuestro crecimiento.
Son etapas que todos tenemos en
común y que dan lugar a diferentes
tipos de carácter. Todos los caracteres
participan de rasgos propios de otras Para el presente trabajo me he basado en la
etapas del desarrollo, distintas de lectura del libro Ternura y Agresividad,
aquella en la que quedó anclada su de Juan José Albert Gutiérrez, cuyo
fijación principal, siendo precisamente subtítulo es “Gestalt, Bioenergética y
este hecho uno de los factores que más Eneagrama”, pues en él se integran estas
contribuye a caracterizar a cada tres visiones con las que tratamos de
individuo. Dicho de otro modo, todos comprender como funcionamos y quiénes
tenemos una parte de orgullo, de somos.
envidia, de miedo… y a mí lo que me ha
parecido interesante es ver la manera
en que estos han ido apareciendo desde
el momento de nuestro nacimiento y
durante toda nuestra infancia.
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El Carácter. Las etapas de su formación. José Vicente Marín Rubio
CONCEPTOS PREVIOS
Energía básica
Lo primero que me ha llamado la atención es la teoría de Reich de que tenemos una única
fuente de energía disponible puesta en marcha por las excitaciones vegetativas, y que dicha
energía se emplea tanto para la expresión (coger una manzana del árbol cuando tengo
hambre) como para la inhibición (no cojo la manzana porque no debo robar) de la acción
necesaria para restablecer el equilibrio organísmico. Por tanto las excitaciones vegetativas
tienen la función de satisfacer las necesidades del organismo.
Esta energía que no puede seguir el camino de la expresión para la satisfacción por haber
sido inhibida, pero que sigue pulsando hacia el medio, es la energía estásica. Una parte de
esta energía se tiene que disponer como función de defensa para mantener inhibidos los
impulsos. Esta energía pierde su función para el contacto, tanto interno como externo, y
con ello el Impulso Unitario pierde capacidad energética global. Esta pérdida la
experimentamos en nuestro organismo como desenergetización.
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El Carácter. Las etapas de su formación. José Vicente Marín Rubio
Mediante los bloqueos se reprime el fluir energético del impulso, disponiendo una defensa
que se vuelve contra nosotros mismos, conocida como retroflexión. Una vez que el proceso
queda interrumpido se reprimen los contenidos emocionales, dando lugar a también a una
distorsión cognitiva. De esta manera se sigue la ley natural del mínimo gasto energético
para el mínimo displacer posible, ya que no ha podido ser conseguir el máximo placer
posible con el mínimo gasto energético. Esto enlaza con la forma de estructuración de la
neurosis según Perls, que decía que “es la técnica más efectiva para mantener el balance y
sentido de autorregulación en una situación en la cual siente que la suerte no le favorece”.
Lo mismo se puede decir del carácter, ya sea este más o menos neurótico. Cuando un
bloqueo se mantiene en el tiempo la pulsación de energía estasica que siempre tiende a
manifestarse, aparecerá a través de algún rasgo del carácter.
Con la formación del carácter conseguimos el mejor de los equilibrios posibles y estables
para sobrevivir al medio. Cuando los mecanismos de defensa correspondientes a dicho
carácter son insuficientes para esconder la pulsación energética, aparece la angustia.
Según Perls, la angustia es “una excitación tremenda estancada”. Para reducir dicha
excitación hemos de desensibilizar el sistema sensorial, pero lo que ocurre es que si sólo
desensibilizamos el sistema sensorial, lo que se reduce es la percepción, pero la excitación
no sólo continuará, sino que aumentará su intensidad y tenderá a manifestarse como
angustia.
¿Qué es el carácter?
Dicho de una forma rápida, el carácter es el modo como funcionamos. Este modo de
funcionar se ha ido esculpiendo en nuestro organismo, siendo modelados por las huellas
que han dejado las gestalts inconclusas y pendientes a lo largo de nuestra vida y también
por las gestalts que han sido completadas de forma satisfactoria.
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Para Perls, lo que es activo en terapia es lo que no ha sido: un déficit o algo que falta. El
organismo infantil necesita alcanzar el mejor equilibrio posible en relación con el medio en
el que nace, es decir, el balance entre las gestalts inconclusas y las que se han satisfecho
adecuadamente. Este equilibrio está en movimiento, pues pulsan las gestalts inconclusas
para poder completarse, y cuando este movimiento está impedido se estructura en un
carácter con más o menos rigidez, o sea, más o menos disfuncional para la relación consigo
mismo y con el medio, más o menos neurótico en definitiva. Porque, a decir de Perls, si el
individuo ha de sobrevivir, tiene que cambiar constantemente. Cuando el individuo se hace
incapaz de alterar sus técnicas de manipulación y de interacción, surge la neurosis.
El carácter es por tanto la forma que tenemos para alcanzar el equilibrio, neurótico, pero
imprescindible, impuesta por el medio. El medio obstaculiza, y el individuo debe desviar la
dirección de su energía, en un principio encaminada a satisfacer la necesidad, y lograr en
su lugar una satisfacción sustitutiva. El carácter resulta pues de la satisfacción de la
gestalt lograda con el mejor de los equilibrios posibles para el organismo del niño en el
medio en el que se va desarrollando. No puede el niño lograr la plena expresión dirigida a
satisfacerse, y parte de su energía se dispondrá en función de contención, para de esta
manera protegerse a sí mismo de la amenaza de un mundo avasallador (Perls). Esta
energía de contención también evitará que las necesidades a satisfacer se hagan
conscientes, evitando su correspondiente frustración. Sería esta una función
desenergetizadora para evitar que el organismo entre en contacto con esa necesidad. Otra
función del carácter, según Reich, sería la de evitar los peligros implicados en la
gratificación de los instintos. Según el tipo de carácter, estos instintos se verán
gratificados de una u otra manera.
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no se debe intentar eliminar en el proceso de psicoterapia. Ella sola caerá a través del
darse cuenta en el aquí y el ahora, y pueda desarrollar una actitud más madura arraigada
en el presente. Lo que propone es respetar la resistencia y trabajar con lo que la persona
muestra de sí a través de su carácter, con lo más superficial y obvio de las actitudes y
conductas que experimenta en el
presente como fuente de sufrimiento.
Esos rasgos del carácter son huellas
del pasado, por lo que también tiene Juan José Albert, en su trabajo
presente la historia de la persona, con bioenergético, lo que hace es movilizar la
lo que cuenta y lo que no, y de la cual energía que mantiene los bloqueos
se guarda memoria en el organismo, musculares, para ir recuperando la
aunque sea una memoria inconsciente. capacidad sensorial y activando la memoria
La tarea es hacerla consciente y organísmica. Poco a poco la persona irá
asumirla en el presente. desvelando la información necesaria para la
toma de consciencia de aquellas gestalts
Los emergentes intelectuales que inconclusas, y que espontáneamente
aparecen al trabajar el cuerpo han de tienden a hacerse figura.
dejarse discurrir libremente, sin
ponerse a favor o en contra, pues
generalmente son un intento defensivo
más de seguir procesando las sensaciones y emociones que van apareciendo. Son parte de
la resistencia al cambio. El autor insiste tanto en este punto, que aconseja no poner
nombre a estas sensaciones y emociones que aparecen, pues no es necesario nombrarlas
para que existan, y por el contrario, si las nombramos, lo haremos siguiendo la línea de
pensamientos compulsivos que han fijado el carácter, y por tanto, se pueden reinterpretar
distorsionadamente.
El autor se muestra claramente a favor del diagnóstico que nos puede aportar el estudio
del carácter. Es algo así como un mapa, que podemos utilizar. La experiencia individual de
cada persona la hace singular, pero se ajusta suficientemente a unos patrones como para
poder utilizarlos de punto de partida y guía. Dicho diagnóstico debe quedar siempre
abierto, y puede ser modificado a medida que cliente y terapeuta se conocen mejor. Al
contrario que en medicina, un diagnóstico cerrado y rígido es un inconveniente, pues
siempre esperaremos del cliente las mismas cosas, en lugar de ser una guía de inicio y
ayuda para tener una visión panorámica, cambiante y creativa. Si las personas estamos en
constante cambio, el contenido del diagnóstico también ha de estarlo, o se quedará
obsoleto. En resumen, no se trata de un diagnóstico cerrado y condenatorio, sino uno
abierto orientado hacia las salidas y los estados más saludables.
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EL LEGADO FAMILIAR
Desde que nacemos somos un organismo potencial que evolucionamos constantemente
hasta el momento de nuestra muerte, y estamos en disposición de una dotación congénita
que es en parte heredada, en parte propia y en parte adquirida durante la vida en el
vientre de nuestra madre. Lo que heredamos incluye la huella que ha dejado las
experiencias de nuestros antepasados. Lo que adquirimos en el vientre de nuestra madre
son las influencias de experiencias sensitivas, sensoriales y emocionales de esta en la
concepción y durante la gestación. Esto tendrá repercusión sobre el modo en que
reaccionemos tanto ante las percepciones de nuestro propio organismo, como las que
provengan del mundo exterior.
El carácter es, en base a esto, una función de la personalidad que surge reactivamente
como un intento de adaptación del niño ante las vivencias que experimenta consigo mismo
y con el mundo. La patología vendrá determinada por las estrategias y tácticas de defensa
elaboradas frente a las experiencias de insatisfacción y displacer. Para estructurar dichas
defensas es necesario contener el fluir espontáneo de la personalidad, lo que implica una
pérdida de contacto con el ser auténtico de cada persona, y por tanto, con la capacidad de
conocernos, amarnos y satisfacernos.
En cuanto al instinto, este se puede considerar como la dirección que toma la energía
básica de cada individuo, que es la energía sobre la que se desarrolla la personalidad y
más tarde el carácter. Los instintos serían la manifestación del impulso de vida, y uno de
los puentes entre lo orgánico, lo psicoemocional y lo espiritual que constituyen la
naturaleza y esencia del ser humano.
Los instintos humanos que considera el autor son el sexual, el social y el de conservación.
Su desarrollo pleno implican equilibrio y armonía energética, y su desarrollo disarmónico
en la relación entre ellos son los que le dan las cualidades específicas a cada carácter y a
cada individuo.
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Esta fase comprende los tres primeros meses de vida del bebé, y durante estos se
deberían dar las condiciones necesarias para un buen arraigamiento del Sentimiento
Básico de Confianza en la Existencia. Es en este periodo en el que se estructura
nuestra parte esquizoide.
En esta primera fase solamente disponemos del reflejo de succión para alimentarnos y
asegurarnos la vida. Aún permanece inmadura la sensibilidad táctil y oral, y no sentimos
todavía el placer del chupeteo, que se desarrollará al final de esta fase y en los comienzos
de la fase oral. En esta fase sentimos la tensión de hambre, y succionar es un reflejo de
dicha tensión.
Las únicas percepciones que tenemos en estas primeras semanas son las de nuestro propio
sistema sensitivo, sin que el mundo exterior exista para nosotros, y somos por tanto el
centro de un universo ilimitado. Aun no estamos capacitados para proceso cognitivo alguno
por la inmadurez de la corteza cerebral. Somos una percepción sensitiva pura, sin
experiencia alguna de límite, y no tenemos la conciencia de que somos un ser que está en
algún lugar.
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Esto puede ser un estado más o menos permanente en ella, o puede ser simplemente una
coincidencia de las circunstancias del momento. Esta hostilidad no tiene por qué estar
dirigida al bebé, pero existe sin embargo la presencia de un sentimiento de odio en estas
primeras semanas de vida, y probablemente durante el embarazo. Puede tratarse de
estados depresivos en la madre, de moderada intensidad, pero con sentimientos y
pensamientos de muerte (aunque no existan ideas de autolisis), que tendrá un reflejo en la
relación de la madre con su hijo. La madre no se sentirá capaz de atender
satisfactoriamente a su hijo, y llegará a vivir al bebé con sentimiento de estorbo. También
situaciones pasajeras conflictivas, que den lugar a estados de irritabilidad, pueden dar
lugar a la congelación de sentimientos tiernos en la madre.
Más nocivo será para el bebé la relación cuando esta congelación del sentimiento amoroso
tenga su origen en las estructuras caracteriales de la madre, es decir, será peor para el
niño cuanto menos consciencia tenga la madre de que tal sentimiento proviene
exclusivamente de ella, y que el hijo es exclusivamente el receptor.
La proximidad de la madre con este tipo de sentimientos será vivida por el bebé como una
amenaza a su existencia, pues es en esta etapa es muy sensible a su destructiva energía.
Cualquier bebé es capaz de percibir sentimientos que, aunque no se manifiesten
explícitamente, están presentes en el estado emocional desde el que la madre se relaciona
con él, debido a que en esta época, aún se mantiene plenamente abiertos sus canales
intuitivos de percepción sensitiva, siendo receptivo a las sensaciones de placidez,
tranquilidad y confianza que le transmiten algunas personas; o a las de intranquilidad y
desconfianza que le transmiten otras, que se vivirán como amenazantes cuando sean lo
suficientemente intensas y prolongadas.
En el caso de que la madre esté vivenciando estos sentimientos de odio, sea cual sea el
objeto del mismo, el bebé lo experimentará de manera directa e intensa, sin distorsiones
sensoriales. Experimentará la destructividad de dicho sentimiento como una sensación
intensamente displacentera y amenazante, que interrumpirá el contacto plácido consigo
mismo. Lo que ocurre, por tanto, es que en el momento en que el bebé manifiesta su
necesidad, a fin de que ésta sea satisfecha para poder relajarse de nuevo, sentirá un
intenso displacer producido por el estado emocional de la madre, por lo que sentirá
interrumpido el contacto por el que experimenta su existencia. Dicho de otro modo, al
tiempo que satisface una necesidad básica, percibe como su vivencia de existir se ve
interrumpida, quedándose fijado, no en dicha experiencia de satisfacción sino en la del
displacer, al ser ésta sensorialmente mucho más intensa.
Aclara el autor que el nombre esquizoide hace referencia a la dificultad de integrar las
percepciones intelectuales, emocionales, sensitivas y sensoriales, puesto que su mecanismo
de defensa contra el displacer que experimenta, ha recurrido a la compartimentación de su
propio organismo y de la vida, de manera que mantiene una disociación parcial entre lo
que necesita, lo que siente y lo que piensa. Esta desconexión evita que la percepción de la
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Repito que en este momento del desarrollo, como el bebé carece de capacidad perceptiva
del mundo exterior, procesa su experiencia como si fuese autogenerada y autosatisfecha:
cuando siente necesidad y la expresa, él mismo se satisface. El otro (la madre) no existe
todavía. Por tanto es la percepción de su propia necesidad lo que siente que le amenaza. A
medida que avanza en su desarrollo intelectual, si esta sensación displacentera persiste,
su fijación será “cuanto menos necesite, más seguridad tendré”.
Esta fase comprende el periodo que va desde el final del tercer mes de vida hasta el
decimoctavo. En estos momentos se produce la maduración neurológica, tanto sensitiva
como motora, de la boca. Esta zona comienza a existir en su cuerpo, y por lo novedoso que
le resulta, acaparará toda su atención. Se percibe a sí mismo y al mundo externo a través
de la función oral, de modo que todas sus experiencias irán ligadas y superpuestas a
dichas percepciones.
En esta etapa pasará de sentirse el centro del universo (fusionado como estaba con la
madre a la que no diferenciaba de sí mismo) a darse cuenta de que se encuentra en una
situación de indefensión y que depende de otra persona ajena y externa a él. Esto
supondrá evolucionar desde el sentimiento de que todas sus necesidades han de ser
satisfechas inmediatamente, sin tolerancia a la frustración, hasta ir asumiendo que
depende de otro, que aunque lo cuide y alimente, también será fuente de dolorosas
frustraciones. Frustraciones que van desde la postergación en la satisfacción de sus
necesidades hasta la percepción de sí mismo de no encontrarse en el centro del mundo. Así
aprenderá a verse como un ser dependiente, y pasará a ver como la madre empieza a
atenderle cuando ella lo decida y no cuando él lo necesite o quiera.
Paralelamente también van madurando otros sistemas y funciones del organismo, como
son el sistema locomotor y la función cognitiva, que son determinantes para que el niño
pueda alcanzar independencia y autonomía, y mayor capacidad de comunicarse y expresar
sus necesidades.
Durante esta época el niño se empieza a despegar de la madre, intentando contactos más
allá de esta. Por eso necesita tener seguridad en el medio que le rodea y la máxima
satisfacción de sus necesidades básicas, para que el desarrollo esté ligado lo menos posible
a sensaciones displacenteras que puedan originar experiencias de angustia.
También es en esta fase cuando se inicia la estructuración del núcleo del yo, cuando el niño
empieza a crearse una cognición de sí mismo a través de la imagen especular que le
devuelven las personas que le rodean (sobre todo sus padres, y la madre en mayor
medida). Dicho yo se estructurará a partir de las percepciones sensitivas que el niño tenga
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Si bien en un principio los estados displacenteros son vividos como ocasionados por él
mismo, más adelante los relacionará con la madre, también percibida como parte de sí
mismo, por lo que introyectará a la madre hostil, que no le ha proporcionado satisfacción
en el momento de su demanda. La introyección de la madre buena vendrá condicionada
por la posibilidad del niño de ver reconocida su necesidad por parte de esta, es decir, que el
niño pueda comprobar que cuando siente una necesidad esta se ve satisfecha de forma más
o menos satisfactoria.
El niño en esta etapa permanece en un constante anhelo de satisfacción. Por eso en este
tipo de carácter la dependencia emocional, la tendencia a la angustia fácil y el estado
subdepresivo de base resulta nuclear. También hay una tendencia a percibirse a sí mismos
con un sentimiento de devaluación,
mayor cuanto mayor haya sido la
frustración y la angustia, que
conducen a un déficit del Sentimiento Todos elaboramos defensas contra el
Básico de Seguridad en el medio, en sí sentimiento de angustia que la carencia
mismo y en la vida a causa de la falta origina. Aunque tengamos el derecho
de reconocimiento satisfactorio por natural de ser atendidos, amados, cuidados,
parte de la madre. El niño sólo se estimulados, alimentados y satisfechos en
siente reconocido cuando siente que nuestras necesidades, las cosas no ocurren
sus necesidades básicas son así. Por ello la carencia oral está presente
reconocidas, cuando son satisfechas y en la estructura de todos los caracteres.
se le proporciona seguridad.
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Las tensiones originadas por el displacer son vividas como un peligro real para su vida, y
dará lugar a la aparición de la angustia intensa, pues no es capaz de concebir que lo que
está viviendo es algo momentáneo y que podrá ser satisfecho más tarde.
A medida que se da cuenta de que la fuente de insatisfacción es ajena a él, parte de esta
hostilidad se dirigirá a la madre. Si esta hostilidad es muy intensa, puede llegar a sentir
odio hacia la madre (o necesidad de destruir a quien necesita), de modo que se verá
atrapado en la angustiante experiencia de necesitar a la madre a quien necesita y el deseo
de destruirla. Este odio se convertirá, para no destruir realmente a la madre, en una
agresión hostil sádica que frustrará a la madre. Castigará a la madre negándole el amor.
Estos sentimientos acabarán siendo introyectados, de modo que el amor que se le negaba a
la madre, se lo acaban negando también a ellos mismos.
En primer lugar aclarar que los rasgos masoquistas no implican un disfrute con el dolor o
con el sufrimiento, sino una dificultad para la obtención de placer, ya que el intento de
obtener placer está obstaculizado por una fantasía que implica miedo al castigo.
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La fase anal comienza aproximadamente en el año y medio de vida y llega hasta los dos y
medio o los tres años. El niño empieza a tener nuevas sensaciones como consecuencia de la
maduración del aparato excretor. A partir de este momento comienza a percibir la tensión
propia de la necesidad de evacuar, y su correspondiente relajación y placer cuando lo ha
hecho. Es decir, desde este momento puede empezar a relacionar el placer y la relajación
con la satisfacción de las necesidades.
El control voluntario sobre sus esfínteres le otorgará el poder de dar o no dar algo de sí
mismo. Irá conociendo cuales son las
consecuencias de dar o no dar, y
descubrirá que tiene cierto poder sobre
sí y sobre los que le rodean. Significa Algunos rasgos masoquistas están, en mayor
que comienza a influir voluntariamente o menor medida, presentes en todas las
sobre el medio, y desarrollará una estructuras caracteriales como pautas de
intuición que cristalizará en consciencia conducta estructuradas y repetitivas que nos
de sí y de sus actos. Pero también dificultan la obtención de satisfacción y
percibirá las manipulaciones de que es placer. Suponen una desconexión del
objeto por parte del medio y le contacto con la necesidad y el deseo como
infundirán confusión en esta estrategia de evitación de la angustia.
consciencia de sí y en su autonomía.
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sí. Ante esta manifestación espera que se le apoye, que se le mire y se le admire, y necesita
que le devuelvan seguridad y buena imagen de sí mismo. Manipularlo, ignorarlo,
descalificarlo o humillarlo supone un serio inconveniente para la idea que se va forjando
de su estar autónomo en el mundo.
Cuando el niño no se siente apoyado, al igual que ocurría en las etapas anteriores, el ciclo
de satisfacción de la necesidad no conduce a la relajación, sino que se mantiene la tensión
o aparecen nuevas tensiones. Para evitar la tensión y el displacer se puede llegar a evitar
el contacto con la necesidad, y que su defensa de disponga en el sentido de interrumpir la
satisfacción antes de evocar el estado displacentero.
Paralelamente sucede que no son respetadas las necesidades genuinas del niño y se le
imponen satisfacciones para necesidades que no siente y no demanda, o que son
inadecuadas y contradictorias con las que siente como propias, con lo que quedará
dificultada también su capacidad para evitar tensiones y displacer. Se bloquea entonces su
mecanismo de diferenciación cuando dice NO, a través del cual el niño intenta establecer
límites a las experiencias displacenteras.
Con todo esto se dificulta su capacidad para estar en contacto íntimo con sus deseos, para
sentirlos como propios y para, a través de ellos, ir reafirmando su individualidad como ser
autónomo. Se produce por tanto un insuficiente arraigamiento del Sentimiento Básico en
la individualización para la autonomía del ser y para procurarse activamente satisfacción
a sus propias necesidades y a sus deseos.
Cuando el niño es obligado a ponerse en contra de sus necesidades básicas reales mediante
coacción, descalificación y negación en las manifestaciones de sus necesidades, y se le
fuerza a la satisfacción de necesidades ajenas, llega al olvido sensorial y sensitivo de sí
mismo, y posteriormente al olvido emocional y distorsión cognitiva. De forma defensiva
sustituirá sus propias percepciones por las demandas de la madre, pasando a ser más o
menos confluyente con ella, pagando el precio de un estado de tensión interna permanente.
Resumiendo, las necesidades básicas del niño se ponen en función de las necesidades de la
madre, de su necesidad de contener la angustia. Pondrá las necesidades básicas del hijo en
función de la contención de su angustia. Por ejemplo, forzará a su hijo a comer para ella
sentirse tranquila al tener un niño bien nutrido. Cuando el niño esté satisfecho dirá NO,
pero esto la angustiará más y deberá comer más hasta que ella considere que es lo
adecuado. Se unen en este caso dos circunstancias desagradables para el niño: ver como
aumenta su tensión por tener que comer sin apetito, y sentir la impotencia de no poder
poner sus límites.
Las necesidades básicas de un niño a esta edad son las de alejarse de la madre, correr,
tocar, oponerse y diferenciarse, mostrarse y exhibirse, saber lo que siente y lo que le
satisface… En definitiva, necesita ser aceptado tal y como es, ser protegido y respetado.
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Esta fase abarca desde los dos años y medio hasta los tres años y medio o cuatro. Coincide
esta fase con la situación edípica, que se prolonga durante esta fase y la siguiente, la fase
genital. Durante este tránsito el niño trata de encontrar su lugar en la familia, tanto entre
ambos progenitores como entre sus hermanos; un lugar desde el cual luego se proyectará
socialmente. El modo como se logrará esto dependerá de la cantidad de energía dispuesta
en función de defensa que haya necesitado fijar durante las fases anteriores, ya que los
rasgos de carácter ya estructurados determinarán unas estrategias de relación poco
móviles, e incluso rígidas. Por tanto, la capacidad del niño de satisfacer sus necesidades y
poder ubicarse en el mundo de manera saludable dependerá de la energía libre (no
utilizada como defensa) que pueda ser dirigida en una función expresiva de buscar y
situarse en su lugar de poder.
Para posibilitar el desarrollo y arraigo del subimpulso agresivo (el que posibilita conseguir
de forma autónoma independencia y satisfacciones), el niño comenzará a demandar la
presencia del padre. Por eso la madre,
sin abandonar su función, debería dejar
espacio “mirando” también al padre. La
operatividad de la función padre Hasta ahora la estructuración del carácter se
dependerá no sólo del padre real, sino centraba en torno a la relación con la madre.
de la investidura emocional que la En esta etapa el niño comienza a necesitar la
madre deposite en él, ya que la madre función padre, como figura de referencia en
es la que tiene el poder afectivo real en su proyección a la familia ampliamente
la familia. considerada y hacia la sociedad.
La curiosidad será una de sus necesidades básicas en esta fase a las que necesitará dar
satisfacción. Quiere saberlo todo y explorarlo todo, pero también necesita tener la
seguridad de que van a estar detrás de él, sentirse seguro cuando al volver la cabeza sienta
que están papá o mamá. Necesita sentir que puede volver a un sitio seguro y acogedor
donde se valoren sus logros. En este momento de su evolución se arraiga el Sentimiento
Básico de Seguridad en la capacidad de independencia.
El niño necesita sentirse apoyado por la función padre en su aproximación a los demás, sin
sentirse exigido o penalizado por los posibles errores o travesuras, aunque siendo también
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Para construir su mundo cognitivo y emocional preguntará ¿POR QUÉ?, y se hará una
idea de sí mismo, de sus padres (a quienes idealizará), de sus iguales, de otros adultos…
También proyectará hacia el mundo exterior sus afectos, deseos, ilusiones, inquietudes,
miedos…, y será capaz de asumir sus propios límites y de aceptar los que le vienen
impuestos.
En esta dinámica relacional con los padres, el niño deberá actuar haciendo cosas y
obteniendo logros que agraden a los padres y por los que reciba valoración y
gratificaciones, y en un principio espera conseguir esto satisfaciendo sus propios deseos.
Pero en el caso de un futuro niño psicopático, no coincidirán los intereses de los padres con
los del niño. Tendrá que aprender a posponer sus intereses para satisfacer los de sus
progenitores, especialmente los intereses del progenitor aliado, para defenderse de la
posible hostilidad del otro progenitor, a quien evita satisfacer porque considera (acertada o
equivocadamente) que le ha retirado parte de su afecto. Este progenitor hostil le resulta
una figura inquietante, e irá desarrollando con él una relación de competitividad.
El progenitor seductor mostrará satisfacción por las gratificaciones que en el ámbito social
su hijo le proporciona, y así potenciará sus logros, pero estos no serán igualmente
atendidos en lo que respecta al ámbito íntimo de la relación familiar. Como consecuencia
de esto el niño no se sentirá seguro y dudará de que sus esfuerzos vayan a proporcionarle
la seguridad de aceptación que necesita. De esta manera dispondrá una parte de su
energía tierna para distanciarse de sus propios deseos, mientras que la energía agresiva la
dispondrá para tratar de conseguir lo que le demanda el progenitor seductor, tratando con
ello de obtener la seguridad y satisfacción que necesita. Pero esto no lo conseguirá, puesto
que el afecto recibido tras haber intentado satisfacerle es bastante precario. Así, se
instalará en la actitud de duda acerca de su capacidad para satisfacer al otro, y en un
sentimiento de inseguridad sobre su capacidad para la propia satisfacción.
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La demanda del progenitor seductor es diferente si se trata del subtipo obsesivo (eneatipo
VI) a la actuación del progenitor del subtipo histérico (eneatipo III). En el primer caso la
demanda se hace mediante coacción y descalificación, y usa frases como “nunca lo haces
suficientemente bien” o “siempre lo haces mal”. En el segundo caso sobrevalora la acción a
realizar mediante frases como “puede hacerlo aún mejor” o “está bien, pero es necesario
esforzarse y hacerlo aún mejor”. Con esta diferencia lo que ocurre es que el subtipo
obsesivo se instala en la duda, como modo de frenar la acción, ya que en su experiencia
suele ser motivo de descalificación y de rechazo; y el subtipo histérico se instala en la
sobreseguridad, para no frenar la acción y así sentirse valorado y no dar lugar a ser
rechazado.
Cuando se dan cuenta de esto suelen preguntarse “¿y ahora qué hago yo?” “¿cómo me voy a
relacionar de ahora en adelante?”. El autor dice que continúen actuando “como si”, con la
diferencia de que ahora lo harán “como si tuvieran fe en ellos mismos” y “como si tuviesen
el coraje para mostrarla”, incluso si se están muriendo de miedo. Han de concederse el
derecho de equivocarse y de rendirse, pero asumiendo su responsabilidad relativa a la
parcela de poder conseguida.
Con esta fase llegamos al desenlace a partir del cual se estructuran tanto la personalidad
como el carácter de modo definitivo. Para que esta situación llegue a buen fin, la madre
debe darse cuenta y respetar el movimiento emocional del hijo para afianzar su identidad
y ampliar su libertad, y es necesario que renuncie, al menos en parte, a que el hijo
continúe siendo su objeto de deseo. Lo ideal para esto es que la madre vuelva su deseo al
padre, y de esta manera investirá de poder afectivo al padre (hasta ahora lo tenía la
madre). Y es que ahora el hijo necesita sentir que el padre, que en este momento es muy
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importante para él, también lo es para la madre. De esta manera la función madre y la
función padre quedan equilibradas.
La madre debe por tanto soltarle, y el padre recibirle, teniendo en cuenta que intentará
preservar el amor de la madre, y que la fantasía de su posible pérdida le causará angustia.
Si en este intento de separarse de la madre el niño no se siente aceptado por el padre o
bien se sienta abandonado por la madre al ser demasiado posesiva, fracasará en su intento
e iniciará un movimiento de regresión hacia las etapas anteriores de su desarrollo. En
concreto a aquella que le haya resultado más difícil superar, y por tanto más energía fijada
como defensa haya quedado.
En esta fase toman importancia para la socialización del niño la pareja de progenitores, los
padres por separado, cada miembro de la familia y el conjunto de la familia en la sociedad
circundante. Del resultado de todos estos factores resultará la estructura definitiva de los
caracteres rígidos y obtendrán así su parcela de poder personal, que estos caracteres sí que
logran, aunque no todos se contenten con una parcela de poder.
Esta fase evolutiva se caracteriza por la madurez del sistema nervioso y locomotor, de
manera que las excitaciones plasmáticas (energía sexual y su estasis, angustia) se
expandan por todo el organismo. Comienza a madurar el sistema de unidad individual e
identidad relacional frente a los demás individuos, así como el sentimiento básico de
seguridad en la capacidad y libertad para la entrega amorosa tierna, erótica y placentera.
Con este sentimiento se cierra la estructuración del carácter.
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dicha rabia reactiva a la frustración buscará cauces más tolerables por el medio, de modo
que dicha rabia se socializa, razón por la cual estos caracteres tienden a situarse social y
laboralmente a la altura de sus aspiraciones, aunque dependiendo de cómo sea su
componente tierno, lo hagan con poca consideración hacia las necesidades de los demás.
La rabia se convertirá en una hostilidad encubierta, socialmente más aceptable, por lo que
utilizarán la seducción y manipulación, y aparecerán sentimientos hostiles de desprecio,
resentimiento, odio o venganza, que deberán estar suficientemente camuflados o
justificados racionalmente. De ahí que no aparezcan sentimientos de culpa, y la
agresividad, cuyo fin es estar al servicio de la expresión tierna, se pone al servicio de la
obtención de poder.
La hostilidad está originalmente dirigida hacia el progenitor que ostenta el poder, y que en
la visión del niño obstaculiza la satisfacción de su deseo. Es por ello que el niño irá
transformando su deseo de contacto tierno en deseo de poder, arrebatándoselo a dicho
progenitor.
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El Carácter. Las etapas de su formación. José Vicente Marín Rubio
RE-CONOCERNOS
Podría haber una fase final, que según yo lo veo, es vivir, y a poder ser, vivir de forma
adulta y responsable. Para ello se tiene que intentar desmontar lo que hemos armado,
para así ablandar nuestras rígidas corazas y alcanzar un mayor conocimiento de nuestro
ser real y poder hablar de un mayor goce de la vida. De alguna manera hemos de desandar
el camino.
En primer lugar tomar consciencia de las disfunciones en las relaciones con nosotros
mismos y con los demás. Esta será la manera de darnos cuenta de que necesitamos vivir
mejor y más plenamente, lo que nos puede servir como motivación suficiente para iniciar el
camino a nuestro re-conocimiento.
Tras esta toma de conciencia nos tendremos que enfrentar al miedo a vernos realmente.
Esta es la gran paradoja: queremos conocernos y ser libres y al mismo tiempo tememos
esto. Si queremos esto tendremos que atravesar el miedo, pues no desaparecerá, y tener el
coraje suficiente para poner en duda la imagen que nos hemos formado de nosotros
mismos, lo que creemos que somos, y dar un paso al vacío, el vacío fértil, para obtener un
poco más de luz acerca de nuestra realidad objetiva, y encontrar la satisfacción que
produce encontrar algo nuestro que teníamos perdido.
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