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ASPECTOS ÉTICOS Y PASTORALES DE LA DROGADICCIÓN

Se debe identificar al drogadicto con la imagen de un enfermo que necesita ayuda


familiar, social y médica, no como una persona necesariamente culpable de su mal y a la
que hay que rechazar.

Cualquiera tiene un cierto riesgo, mayor o menor, de acabar dependiendo de una droga
si comienza a utilizarla; la intensidad del peligro depende en buena parte de las
características psicológicas del sujeto, de sus circunstancias ambientales, de la facilidad
que tiene para encontrar alternativas a las drogas.

Esto no quita el que se diga claramente a los jóvenes que el ponerse en peligro de
convertirse en drogadicto (y la marihuana es generalmente el primer paso) es una actitud
incompatible con una vida cristiana auténtica. Dios nos llama a no esclavizarnos y a ser
dueños de nosotros mismos.

Desde el punto de vista pastoral, hay que insistir en la importancia

de la información y la educación sobre las drogas. Pero para que sean efectivas hay que
completarlas con otras medidas:

 creación y promoción de centros de asistencia terapéutica;

 promoción de actividades recreativas y culturales para los jóvenes, que


disminuyan la tendencia a recurrir a las drogas por problemas de aburrimiento;

 programas de orientación y asistencia familiar que sirvan para prevenir o disminuir


los conflictos familiares;

 promover entre los jóvenes las inquietudes religiosas, sociales y políticas, ya que
la drogadicción se da sobre todo entre aquéllos que no han encontrado un sentido
a su vida;

 superar la situación del desempleo juvenil y promover la satisfacción en el trabajo


a todos los niveles, ya que las frustraciones laborales, incluyendo las estudiantiles,
parecen relacionarse con un mayor consumo de drogas.

Acerca de los tratamientos médicos y psíquicos contra la enfermedad de la drogadicción


cf. F.J. Elizari pp. 245-253. Dicho autor enumera entre ellos la psicocirugía, la terapia
convulsiva, la psicofarmacología, la psicoterapia y las terapias conductistas.

EL PROBLEMA DEL NARCOTRÁFICO

El narcotráfico es un pulpo que con sus tentáculos domina cada vez más las estructuras
sociales y políticas de los países productores de droga o que son vías de tránsito para
llegar a los países consumidores. Su capacidad para corromper a todo tipo de autoridades
es real mente enorme. Se ha hablado incluso de las “narcolimosnas”.
Por otra parte, las mafias de los narcos a través del lavado de dinero influyen también
poderosamente en las instituciones bancarias. Acerca de una visión teológica y pastoral
del cáncer del narcotráfico recomiendo especialmente la pastoral de los Obispos de la
Región Pacífico Sur de México, cuyos datos se encuentran en la bibliografía.

De ella saco los siguientes puntos:

1. Existe un elemento interno que es fundamental para entender el incremento de la


siembra de la marihuana y amapola: la extrema pobreza a que han sido conducidas las
comunidades campesinas, como consecuencia del despojo sistemático de sus tierras, de
sus bosques y demás recursos naturales, de su producción y de sus mejores hijos.
Pobreza que ha sido agravada en los últimos años a consecuencia de la crisis general
que vive el país y que repercute en los sectores marginalizados (n° 31).

2. El dinero obtenido por los campesinos en la siembra de la marihuana es poco en


relación a lo que obtienen los grandes del negocio, pero es mucho en relación a lo que
normalmente obtenían de la siembra de maíz. Esto necesariamente provoca un desajuste
notorio en la comunidad. Desajuste que inmediatamente engendra divisiones y discordias.
Los supuestos afortunados de la marihuana, al no tener en qué gastar el dinero, son
presa fácil del consumismo, del alcoholismo y hasta del armamentismo. De esta manera
son de nuevo despojados de lo que ilícitamente obtuvieron (n° 38).

3. En vista de las perspectivas halagadoras del negocio los campe sinos se confían del
futuro promisorio que se les presenta. Piden créditos cada vez más altos a los promotores
del negocio y deciden ampliar sus áreas de cultivo. En esto viene el ejército o la policía
federal, queman algunos plantíos y detienen a varios de los productores, normalmente
con lujo de violencia.

Ante esto algunos del pueblo reaccionan y deciden abandonar el negocio, pero es
demasiado tarde. Están tan endeudados o compro metidos con el dueño del “negocio” ,
porque los liberó de la policía, que ya no pueden echarse atrás. Los que persisten en
zafarse son amenazados directamente en sus personas o en sus familias y, en último
caso, son asesinados (n° 20).

A la luz de la situación anterior podemos decir con la Conferencia Episcopal Mexicana:


“Sin duda alguna, la solución de raíz del narco tráfico sería la supresión de la demanda,
saneando la sociedad que la exige; por esta razón, los países consumidores deben
asumir también la cuota de responsabilidad que les corresponde” (p. 50).

Desde el punto de vista ético, en el caso de las personas cuya vida o la de sus familiares
corre serio peligro si dejan de plantar la droga, creo que podría aplicarse en ciertas
situaciones el principio del conflicto de deberes. Aunque también hay que recordar que a
veces el tomarse el Evangelio en serio puede llegar a pedir actos heroicos.

En este sentido, en el negocio de la droga hay que distinguir diversos grados de


responsabilidad. No es igual la culpa de los grandes jefes del narcotráfico que cuentan
con todo el poder y la lucidez para llevar a cabo su tarea siniestra o la de las autoridades
implicadas, quela de muchos trabajadores del campo que se ven obligados a esa
actividad a causa de su ignorancia o de su extrema necesidad económica (cf. Conferencia
Episcopal Mexicana, p. 50).

Hay, por otra parte, un aspecto de ética ecológica que también hay que tener en cuenta.
Con el trabajo del hombre la naturaleza es ennoblecida y, de algún modo, también
humanizada, pues se convierte en parte integrante del hombre. De ahí que sea ilícito
degradar la naturaleza, destruyéndola o sometiéndola a actividades contrarias al ser
humano y a su dignidad.

La tierra es para alimentar al hombre y no para destruirlo. Cuando se emplea, como se


hace con la siembra de droga, para productos que son causa de injusticias y de muerte, la
tierra se degrada y queda maldita. En el plan salvífico nadie tiene derecho a sembrar
muerte sobre la tierra, porque Dios le pedirá cuentas de ello.

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