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Periodismo narrativo
Mostrar y explicar
El diario Clarín, en su edición en Internet, publica una columna semanal en la que Miguel Winazki
reflexiona sobre el periodismo, los periodistas y las diferentes perspectivas analíticas que se pueden
generar en torno a los medios de comunicación. El 23 de mayo de 2006, el artículo se llamó “A
sangre ardiente” y hacía referencia a la situación en que Truman Capote leyó en el New York Times
la noticia del asesinato de una familia en Kansas y decidió, en ese momento, escribir la historia del
crimen.
Decía Winazki que a Capote la simple lectura de la noticia le “disparó su obsesión, gatilló lo
periodístico en su sentido más profundo”. Capote -continúa Wiñazki- “lee la crónica que lo
conmueve, porque entrevé allí algo profundo, demasiado profundo y oscuro… él también tendrá
que descender a ese infierno, a ese pueblo perdido en la nada, en el que se cometió ese crimen
horroroso, y vivir en ese horror, sólo para narrarlo. Nada hay más importante”.
Para el periodista de Clarín, “el ejercicio activo del periodismo no se reduce al automatismo de
emitir noticias. Más bien se trata, tal vez esencialmente, de contar historias reales… La sangre de ‘A
sangre fría’ fue la sangre ardiente e inapelable que llevó a Capote al fin del mundo para contar por
qué se mata. No para explicar por qué se mata. Eso sería teoría. Sólo para contarlo, y para contarlo
de verdad. El periodismo en sí no es una teoría. Es una crónica. Nada más”.
Las palabras de Winazki podrían ser refrendadas por muchos y buenos periodistas. El periodismo es
contar historias, es contar el por qué de las cosas, es narrar, es escribir crónicas; pero ¿por qué “nada
más”? ¿Por qué el periodismo que narra, que cuenta de verdad, no es explicativo; ¿por qué no
podría revelar, además, el por qué profundo de los acontecimientos?
La narrativa es entendida como “largas secuencias con un valor simbólico dentro de la sociedad” y
está constituida por conjuntos de narraciones cuyo significado “resulta de un proceso cognitivo que
organiza la experiencia en episodios temporalmente significativos” (Contursi y Ferro, 2000:16).
Narrar no es sólo mostrar lo que ocurre, sino que, a la vez, es una forma de explicarlo. El
periodismo y la literatura no son los usuarios exclusivos de la narración para dar cuenta del mundo.
También las ciencias sociales recurren a ella para analizar la realidad o para utilizarla como un
modo vital por medio del cual se atribuyen significados a las prácticas humanas (Contursi y Ferro,
2000:16).
El empirismo positivista es una vía, pero no la única, para entender el mundo. La narración es otro
de los caminos para acceder al conocimiento. Y el periodismo se vale de él. El periodista observa,
comprende y luego comunica. Las fuentes empíricas narran sus experiencias, el periodista las
transforma en textuales y, si “relata” lo que recibió, es mejor la comprensión que obtiene por parte
de sus lectores o audiencia. Como afirma Umberto Eco, leer relatos es participar de un juego a
partir del que se aprende a dar sentido al mundo y explicar la propia posición en él.
Ocurre que la narrativa es, simultáneamente, “un fenómeno de comunicación que justifica la
reflexión intelectual y (epistemológicamente hablando) representa una orientación particular con
relación al estudio de los fenómenos sociales” (Mumby, 1197:13).
En todo caso, conviene, antes de seguir defendiendo el uso de la narración en el periodismo -y las
ciencias sociales- definir de qué se está hablando.
Narraciones
Un texto narrativo es aquel
…en que un agente relate una historia. Una historia es una fábula presentada de cierta
manera. Una fábula es una serie de acontecimientos lógica y cronológicamente
relacionados que unos actores causan o experimentan. Un acontecimiento es la
transición de un estado a otro. Los actores son agentes que llevan a cabo acciones. No
son necesariamente humanos. Actuar se define aquí como causar o experimentar
acontecimientos (Contursi y Ferro, 2000:12).
La definición es esquemática, pero útil para distinguir un texto narrativo de uno que no lo es. Su
característica principal es que se refiere a los hombres y sus acciones. Las circunstancias quedan
subordinadas a aquéllos. Un hablante explicará los sucesos y acciones que resulten interesantes.
Una narración debe tener como referencia un acontecimiento que cumpla con el requisito de
suscitar interés (Contursi y Ferro, 2000:30).
Las historias pueden ser reales o ficcionales. Teun van Dijk distingue entre una narrativa natural y
otra artificial. Así,
… es narrativa natural el relato que podría hacer sobre lo que me pasó ayer, una noticia
de un periódico o toda la Historia del reino de Nápoles de Benedetto Croce”. Por su
parte, la narrativa artificial estaría representada por la ficción narrativa, la cual finge…
decir la verdad, o presume decir la verdad, en un ámbito de discurso ficcional (Contursi
y Ferro, 2000:39).
De igual modo, a la luz del denominado “giro lingüístico”, Albert Chillón distingue entre prosa
facticia y prosa ficticia. La primera buscaría imitar la realidad con las aporías propias de la
naturaleza logomítica del lenguaje. Este es el ámbito de los enunciados de carácter documental y
testimonial -v.gr. periodismo e historia-. La prosa ficticia, en cambio, está basada en la invención de
su autor; va desde los enunciados realistas de la novela o cuento, donde existe un pacto de lectura
con el lector, hasta la mentira lisa y llana que busca el engaño deliberado (Chillón, 1999)1.
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Para continuar con el campo histórico, Peter Gay afirma que la narración histórica sin análisis es
banal, pero que el análisis histórico sin narración es incompleto. Así, la narración exige su lugar en
el discurso histórico y de otras ciencias sociales.
La narración literaria
El historiador Paul Veyne define a la narración histórica como novela verdadera. Algo similar dice
el escritor Norman Mailer cuando se refiere a su trabajo de non fiction “Los ejércitos de la noche” y
lo subtitula “La novela como Historia. Historia como la Novela”. Por su parte 3, el escritor Truman
Capote (“A sangre fría”) y el periodista Rodolfo Walsh (“Operación Masacre”) utilizaron técnicas
literarias para plasmar textualmente el resultado de sus investigaciones sobre hechos verdaderos.
A todo evento, las indagaciones de los historiadores, escritores y periodistas versan, en esos casos,
sobre acontecimientos ciertos. El discurso utilizado es el narrativo, tan válido para dar cuento del
mundo como el histórico tradicional, el empírico cuantitativo, el filosófico, el teórico abstracto o el
periodístico informativo. Todos ellos enunciados facticios o narrativa natural.
Ahora bien, el tópico se complica si para representar la realidad se utiliza la ficción. El historiador
Roger Chartier llegó a afirmar que “la historia no aporta más (ni menos) verdadero conocimiento de
lo real que una novela” (Morales Moya, 1995:191). La literatura tiene en innumerables ejemplos,
una dimensión testimonial similar a la historia o al periodismo. Dickens, Balzac, Dostoievsky,
Flaubert, Stendhal, Maupassant, Zola, Twain, Dos Passos, Hemingway, Martí, Hammett, Chandler,
Soriano, T.E. Martínez,… con sus ficciones ayudaron a recrear épocas y situaciones que hicieron
más comprensibles el tiempo pasado o el presente.
El siglo XIX fue la era de la novela (Chillón, 1999:92). Entre los diversos géneros o estilos se abrió
paso la novela realista. “Los realistas incorporaron al arte literario la conciencia histórica y social
imperante en la época, de acuerdo con lals tendencias historicistas y sociologistas que
predominaban en las por entonces nacientes ciencias sociales” (Chillón, 1999:93). Lo que buscaban
estos novelistas era una verosimilitud que representara fielmente los tipos y situaciones que
describían4. No era un realismo superficial, sino problematizador. Si tradicionalmente la literatura
buscaba temas elevados y los trataba con esmero estilístico, marcando con firmeza los límites entre
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ficción y no ficción, la novela realista poseían “ambición cognoscitiva… querían conocer,
desentrañar con atención casi científica la realidad de su época” (Chillón, 1999:94).
El criterio central de la producción artística realista era la verosimilitud. Con ella,
las grandes novelas del XIX no pretendían meramente alcanzar la veracidad
positivista… sino una verdad sustancial, de resonancias al mismo tiempo concretas y
universales. Como diría Aristóteles, no buscaban el conocimiento verificable sobre el
pasado que cultivaban los historiadores, sino un conocimiento profundo sobre “las cosas
que podrían suceder”… No iban en pos, en definitiva, de la simple representación
verídica de la realidad social, sino de su representación verdadera (Chillón, 1999:94).
La representación a que se alude se realiza por medio del lenguaje. Si se tiene presente el
denominado “giro lingüístico” en el que el lenguaje deja de ser una herramienta del pensamiento y
se considera que pensamiento y lenguaje son indisolubles, que conocimiento y expresión son una
sola cosa, puede decirse que -al decir de Nietzsche y Von Humboldt, entre otros- la realidad es una
convención lingüística. Los que más se acercan a la “realidad objetiva”-exterior- es la prosa facticia
o natural y los que más difieren de ella la ficticia o artificial.
Con este norte, Albert Chillón ensaya una definición de literatura como “un modo de conocimiento
de naturaleza estética que busca aprehender y expresar lingüísticamente la calidad de la
experiencia” (Chillón, 1999:69/70).
Desde Daniel Defoe (“Diario del año de la peste”, 1722), hasta Susan George (“El Informe
Lugano”, 2001), han sabido conjugar la precisión en los datos y la estructura narrativa en una
novela, con el fin de dar cabida muestra de situaciones históricas. Por sus similitudes con la
realidad, tanto la Europa del siglo XVII, asolada por la peste, de Defoe, como el mundo globalizado
del siglo XXI de George, hacen dudar que merezcan la etiqueta de ficción.
La literatura se planta ante las ciencias sociales y el periodismo -sean narrativos o no- como otra
forma de acceder al conocimiento. No es un conocimiento verídico, pero sí verdadero. Busca hallar
una verdad profunda que no puede medirse empíricamente. No por ello deja de ser verosímil. A
todo evento, no se erige como alternativa y sí como una dimensión más a tener en cuenta para
aproximarse finamente a la “realidad objetiva”.
En periodismo
Pero también la narración, como ya se señalara, es importante a la hora de ordenar la información
para hacerla más comprensible. Observar, comprender y comunicar es la tarea del periodista, y si no
se entiende lo que comunica, de poco sirve su trabajo. Con este fin, las historias juegan un papel de
ingente importancia. Ocurre
que los datos, la información “sintáctica”, no tienen sentido si son considerados como
meros “hechos mostrencos”: ha de recibir una configuración adecuada para que tenga
sentido vital en la persona del destinatario. Los “hechos”, lejos de merecer la adoración
propia de lo sagrado, exigen ser explicados y valorados conforme a razón5 (Puente,
1999:39).
En sintonía con tales pareceres está el historiador Antonio Morales Moya, para quien el discurso no
es solo un medio del investigador para exponer las explicaciones del pasado, sino que la misma
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estructura discursiva utilizada -la narración- determina el modo de organizar el pasado y de producir
su inteligibilidad (Morales Moya, 1995:183).
(Cabe recordar que la narración no es un método inocente y desprovisto de suspicacias
epistemológicas. El sólo hecho de elegir un relato para presentar los datos indica qué camino se
seguirá para construir una realidad. Otros caminos construirán otras realidades. Gustave Flaubert
decía que el estilo es una manera absoluta de ver las cosas; es decir, la realidad que se muestra
depende del estilo que se utilice para reconstruirla. Si hablamos de periodismo, un mismo
acontecimiento representado como noticia, crónica, entrevista o reportaje novelado, puede dar lugar
a realidades distintas. El historiador Michel de Certeau también reflexiona sobre estos tópicos. Cree
que la historia narrativa, por ejemplo, se abre a los problemas de la forma, del lenguaje, a la teoría
literaria y a la perspectiva semiótica, y que el contenido de la representación no es indiferente a la
forma, pues lo intrínseco de ésta es producir significados).
Tomás Eloy Martínez es partidario del uso de la narración en el periodismo:
Uno de los más agudos ensayistas norteamericanos, Hayden White, ha establecido que
lo único que el hombre realmente entiende, lo único que de veras conserva en su
memoria, son los relatos. White lo dice de modo muy elocuente: «Podemos no
comprender plenamente los sistemas de pensamiento de otra cultura, pero tenemos
mucha menos dificultad para entender un relato que procede de otra cultura, por exótica
que nos parezca». Un relato, según White, siempre se puede traducir «sin menoscabo
esencial», a diferencia de lo que pasa con un poema lírico o con un texto filosófico.
Narrar tiene la misma raíz que conocer. Ambos verbos tienen su remoto origen en una
palabra del sánscrito, gna, conocimiento (Martínez, 1997).
La narración estructura en forma lógica los datos dispersos y le da sentido de coherencia. Además,
Soledad Puente (1999) cree que las historias en periodismo despiertan interés a partir de la
identificación con los personajes y la emoción que se sienta al leerlas o mirarlas. Es a través de la
identificación que se crean lazos emotivos entre la audiencia o lectores y el hacedor. Puente también
afirma que para transmitir mensajes, sean cuales sean, “a través del medio audiovisual, se debe
conmover y también entretener al público” (Puente, 1999:148). A lo que agrega que es necesario
aprovechar el medio y su forma para transmitir enseñanzas.
Las historias que provocan emociones para transmitir enseñanzas cuentan, a priori, con un aporte a
favor y otro en contra.
Puente cita una investigación efectuada en Chile en los años 1990 y 1991 sobre los informativos
locales. En ella se descubrió que “las personas mayores o las con menor educación son las que
manifiestan más dificultades de retención. Sin embargo, las mismas lograban un alto grado de
recuerdo en informaciones de interés humano, en las que el factor de identificación es muy fuerte.
La investigación sostiene que en esos casos se recuerda con gran detalle, tanto el contenido como
los protagonistas del relato (Puente, 1999:158).
Por su parte, Ignacio Ramonet opina que la emoción -en su artículo habla de hiper-emoción- es un
mal del periodismo actual. Ramonet observa que la audiencia ve las imágenes de la televisión y se
emociona; al sentir su emoción como verdadera traslada esa veracidad a lo que está viendo: sólo
una imagen sin más información. Por lo tanto, las imágenes que provocan emociones como fuente
de verdad no hacen más que debilitar al periodismo (Ramonet, 2001).
En todo caso, el prurito de Ramonet estaría dado por un mal ejercicio del periodismo. El periodismo
es, esencialmente, contar historias. Lo decía Winazki al comienzo de este trabajo, lo refrenda Puente
(1999:22) y lo argumenta Tomás Eloy Martínez6, sólo por citar unos pocos autores. Si la narración
es útil en sociología, antropología e historia, mucho más lo es en periodismo, donde cotidianamente
hay comprender la realidad y comunicarla en forma eficaz.
No son pocos los autores que comparan al periodismo con la historia7, por lo que todo lo
mencionado para el oficio de historiador en cuanto a la narración es aplicable al de periodista. Por
ejemplo, Morales Moya cita un libro histórico, Les Crématoires d´Auschwitz de Claude Pressac y
critica: “Un lenguaje analítico, cifras, presupuestos, planos, esquemas de montaje… ¿es suficiente
para mostrar el horror del Holocausto” (Morales Moya, 1995:190). Pareciera que para dar cabal
dimensión de un drama humano, las estadísticas no alcanzan. Son necesarias, también, las historias
que cuenten lo que ocurrió allí con las personas, sus acciones, sus diálogos, los acontecimientos en
los que se vieron envueltas.
Pero utilizar la narración y todo su bagaje de técnicas literarias no implica abandonar las reglas del
oficio, sea éste el periodismo o, v.gr. la historia. Las operaciones específicas de esta última
disciplina son
construcción y tratamiento de los datos, producción de hipótesis, crítica y verificación
de los resultados, validación de la adecuación entre el discurso cognitivo y su objeto…
dependencia del archivo… la escrupulosidad en la indagación del testimonio y el
cuidado que se ponga en la acreditación, el dominio y lo fidedigno de dicha evidencia
(Morales Moya, 1995:192/193).
Morales Moya afirma que la única garantía de objetividad en el oficio histórico es que el quehacer
nunca está concluido y siempre es revisable (cuestión que no ocurre con la ficción)8.
A su vez, en el campo periodístico, Tomás Eloy Martínez (1997) plantea cuáles serían las
operaciones pertinentes:
De todas las vocaciones del hombre, el periodismo es aquella en la que hay menos lugar
para las verdades absolutas. La llama sagrada del periodismo es la duda, la verificación
de los datos, la interrogación constante. Allí donde los documentos parecen instalar una
certeza, el periodismo instala siempre una pregunta. Preguntar, indagar, conocer, dudar,
confirmar cien veces antes de informar: esos son los verbos capitales de la profesión
más arriesgada y más apasionante del mundo.
No son pocos los periodistas que han sabido cumplir los requisitos del buen periodismo y que, a su
vez, lo han volcado en forma narrativa a las páginas de un diario, revista o libro. El resultado fue
periodismo de calidad o, como lo llama George Steiner, alto periodismo.
Pueden ser citados como ejemplos: James Agee (“Alabemos ahora a los hombres famosos”, 1941),
John Hersey (“Hiroshima”, 1946), Lillian Ross (trabajos en la revista The New Yorker en las
décadas del cuarenta y cincuenta), Truman Capote, Norman Mailer, Hunter Thomson “Los ángeles
del infierno”, 1966), Tom Wolfe, Ryszard Kapuscinski (“El emperador”, 1978), Günter Wallraff
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(“Cabeza de turco”, 1985) y los latinoamericanos Gabriel García Márquez, Rodolfo Walsh, T.E.
Martínez, Osvaldo Soriano, Sandra Russo, Cristian Alarcón…
En síntesis: la narración es otra forma de entender y explicar el mundo. No suplanta el camino
racional-positivista, sino que lo complementa, aportando nuevas explicaciones desde otra dimensión
cognoscitiva. Un artículo que provenga de las ciencias sociales o el periodismo siempre es
perfectible. En él importa tanto el dato, como la forma en que se da a conocer. El periodismo
narrativo presenta tales características. Fusiona investigación y técnicas literarias para llegar de
manera verosímil, verídica y estética, a una verdad profunda destilada de la realidad social.
NOTAS:
Soledad Puente (1999) -citando a Miecke Bal- establece la distinción entre fábula e historia. La primera es el resultado
de la imaginación y la segunda el resultado de una ordenación.
Ver, en este sentido, ANDERSON, Benedict (1993): Comunidades imaginadas. Reflexiones sobre el origen y difusión
del nacionalismo. México, Fondo de Cultura Económica.
Se nombran sólo unos ejemplos conocidos y sus obras emblemáticas. La lista de autores y obras de no-ficción es
ingente.
El realismo en literatura no era nuevo, pero sí su dimensión y fines a medidos del siglo XIX.
Cita de J.J. García-Noblejas en “Fundamentos para una iconología audiovisual”, en Comunicación y Sociedad, nro. 1,
vol. I, pág. 32.
“El periodismo nació para contar historias, y parte de ese impulso inicial que era su razón de ser y su fundamento se ha
perdido ahora. Dar una noticia y contar una historia no son sentencias tan ajenas como podría parecer a primera
vista. Por lo contrario: en la mayoría de los casos, son dos movimientos de una misma sinfonía” (Martínez, 1997).
Ver: Colomer Pellicer (1997), Paul Ricoeur en Bastenier (2001), Velásquez (2000), Casasús (2001), entre otros.
En este sentido, el filósofo Kart Popper buscó establecer una demarcación entre lo que es ciencia y lo que no lo es: son
científicos aquellos enunciados que pueden ser refutados.
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México), en biblioteca de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano, www.fnpi.org.
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NAKAGAWA, Gordon (1997): “Sujetos deformados, cuerpos dóciles: prácticas disciplinarias y
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PUENTE, Soledad (1999): Televisión: la noticia se cuenta. Cómo informar utilizando la estructura
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