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2. Dentro del capítulo 10, entre los teóricos modernos y contemporáneos, se exponen 2 tendencias
en el campo cientificista que han tomado una postura contraria a la idea positivista sobre la
investigación científica, que comúnmente se entiende como un mecanismo que mediante el
trabajo metódico puede conducir a hallar la realidad de los hechos. Se diferenciará una corriente
que trabaja desde el escepticismo; acá Gastón Bachelard y Paul Feyerabend entienden su labor
como una actividad de carácter poético, por lo que no es pertinente la posibilidad de un discurso
científico, dado que la poesía no se desenvuelve en aspectos de metodología o lógica evidentes, y
más bien resulta en una enorme multiplicidad de interpretaciones.
Desde la segunda tendencia hallamos un matiz ligado al relativismo histórico, Thomas Kuhn
habla en su texto “La estructura de las revoluciones científicas”, como no es posible llegar a una
lectura exacta y objetiva del mundo que conocemos, en términos de la ciencia. La postura
relativista no cuestionaría la posibilidad de un discurso científico racional ya que, al no trabajar
la historiografía dentro del área literaria de la ficción, es posible examinarla desde el discurso
histórico, el que aparece influenciado por los aspectos de la cultura que poseen individuos
entendidos en reglas compartidas que direccionan los discursos. Los teóricos relativistas
determinan a la ciencia como una forma institucionalizada en la investigación científica, un
modo acordado por los científicos en el que podemos comprender la realidad, donde se utilizan
estrategias para indagar y expresar el conocimiento histórico, por ende, significativo. El lenguaje
entrega la capacidad de transmitir información, por lo tanto, desde los orígenes de la ciencia
moderna se sondeó un uso de lenguaje que no provocara contradicciones en las pesquisas y que
pudiera producir conceptos lógicos, y alcances concluyentes y fidedignos.
3. Dentro del lenguaje y su actividad, que se encarga mediante un conjunto de signos expresar el
desarrollo de contenido conceptual y teórico que se puede estar dando en un foco de interés
receptivo u otros sucesos de menor relevancia, existe la llamada “función referencial”, la cual se
encarga de tomar fuentes o indicios pasados para hacerlos parte de un discurso histórico en aras
de lo verdadero y probado. Los teóricos estructuralistas controvertirían la idea que se le daba a
este aspecto, principalmente postulando que esto causa un inconveniente para el ejercicio
discursivo, ya que en este se ocupaba la imagen ilusoria del referente seleccionado para hacer
constataciones directas acerca de hechos del pasado. Pensaran de esta forma el lenguaje como un
sistema cerrado de signos, que se desenvuelve bajo una forma de producción que no pasa
fundamentalmente por los fenómenos contextuales. Así implicara para la historiografía un
énfasis ahistórico, es decir, dejando de lado el uso histórico de las palabras, lo que nos permitiría
obtener obras o textos sin su orientación contextual, por lo que se le brindaría un análisis más
libre de dificultades ocasionadas por la tergiversación de sujetos, significados o subjetividades.
Esto no se refiere a generar un desconocimiento de los factores históricos, pero sí a encausar con
mayor énfasis las consecuencias en su producción y características principales, teniendo en
mente los contextos particulares. En el ámbito social también se dictaminarían implicancias por
esta dicotomía entre lengua y palabra que buscan como debe ser la norma estructuradora de un
escrito, porque incidirán en el modelo de pensamiento de los sujetos en la comunidad. Esto se
apoyará en los aprendizajes impulsados en psicología, lingüística y retórica, que propondrían la
visión de individuos siendo parte de sistemas estructurales, los cuales estos no pueden
determinar, más sí pueden ser revestidos de significados por las estructuras.
Arthur Danto nos habla, desde una vereda más conciliadora, sobre la posibilidad de instaurar un
discurso historiográfico bajo estas concepciones, más este debe concernir reglas clave en el
modo narrativo de los acontecimientos, ya que se debe formular una relevancia del significado
directamente desde el relato y no desde una acumulación de datos cronológicos. Las frases deben
hacer alusión tanto a la concatenación de los hechos como a la globalidad de lo referido.
En Francia discutirían la postura estructuralista Roland Barthes, Jacques Derrida y Michel
Foucault, cada uno haciendo su aporte y distinción frente a las teorías. Barthes argumentara que
los textos no se refieren a la realidad, por lo que la barrera que diferencia entre la verdad y la
ficción no es real, y que estos dependen de su relación con el mundo externo y la subjetividad de
los autores. A partir de la idea de Barthes, Derrida traza la concepción metodológica
deconstruccionista, que, al igual que Foucault, apunta hacia las preposiciones ideológicas que
subyacen escondidas en escritos, bajo el precepto de que no es evidenciable la unidad entre
significante y significados, más si lo es una cantidad infinita en su construcción, en la cual no
existe un término medio o conciliador para los significados que se busquen obtener. Por su lado
Foucault plantea el texto principalmente desde la idea de eximir al autor de la generalidad en la
obra, por medio del lenguaje, el cual desde su visión sigue siendo conformado por estructuras,
las que responden a un orden sistemático, por lo que mantiene un módulo unitario entre en las
palabras y sus respetivas referencias. Tanto Derrida, como Foucault, señalan las consecuencias
políticas del lenguaje y las relaciones de poder jerárquico, que son parte de nuestra
comunicación.