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Departamento de teoría de las artes Profesora Isabel Jara H.

Facultad de Artes Ayudante Sofía Hurtado T.


Universidad de Chile Estudiante Ian Mezzano Finsterbuch

Cuestionario 3 Teoría de la Historia


1. A partir de las teorías posmodernas de la historiografía se van a producir nuevos enfoques en los
que se determinara la disciplina de la historia. Desde los aspectos que buscaría cambiar estaría la
forma en que la historiografía tradicional e incluso moderna entendían el campo de la realidad al
que estas se atañían, ya que a menudo se trataba el asunto como si los hechos fueran parte de una
novela realista, adoptando así por lo general la voz narrativa en tercera persona o usando el
recurso de la impersonalidad, aludiendo al relato como una reconstrucción terminada y fidedigna
acerca de acontecimientos pretéritos. Otro aspecto que revisó fue el uso que se le daba a las
fuentes de información, que en el pensamiento tradicional eran un acceso directo y esclarecedor
sobre hechos de antaño, una vía por la cual se creía poder conocer los significados de las culturas
antiguas, o hechos sucedidos, interpretando a partir de la intención de quien dejo constatado en
un vestigio algún determinado contenido. Así, las teorías posmodernas interrogan sobre la
posibilidad de que el conocimiento histórico sea algo factible, analizando este aspecto desde un
ámbito mayormente enfocado al modo en que estos se deben escribir, y además traen consigo la
noción problemática que conlleva representar relatos miméticos acerca del pasado.
Podemos constatar de este modo desde una mirada más escéptica Hayden White se opone a
pensar la historiografía como parte de la realidad, determinándola como un tipo de ficción. En su
trabajo “La imaginación histórica en la Europa del siglo XX”, plantea que no existe un criterio
de verdad en los relatos históricos, a los que se les atribuye y comprende comúnmente en
términos de realismo. Postula que al ser la historia un componente en la literatura esta debe
adoptar los parámetros y funciones literarias que son brindadas por las reglas del lenguaje, y que
le otorgan al historiador recursos retóricos limitados para hacer su labor. Distinto a esto es la
contraparte teórica que también reconoce la dificultad al constatar conocimientos históricos, pero
también usa y asume a los hechos pasados en sus textos como herramienta útil para la
comprensión del pasado, y por lo tanto efectúan tipos de discursos por los cuales es posible
conocerlo.

2. Dentro del capítulo 10, entre los teóricos modernos y contemporáneos, se exponen 2 tendencias
en el campo cientificista que han tomado una postura contraria a la idea positivista sobre la
investigación científica, que comúnmente se entiende como un mecanismo que mediante el
trabajo metódico puede conducir a hallar la realidad de los hechos. Se diferenciará una corriente
que trabaja desde el escepticismo; acá Gastón Bachelard y Paul Feyerabend entienden su labor
como una actividad de carácter poético, por lo que no es pertinente la posibilidad de un discurso
científico, dado que la poesía no se desenvuelve en aspectos de metodología o lógica evidentes, y
más bien resulta en una enorme multiplicidad de interpretaciones.
Desde la segunda tendencia hallamos un matiz ligado al relativismo histórico, Thomas Kuhn
habla en su texto “La estructura de las revoluciones científicas”, como no es posible llegar a una
lectura exacta y objetiva del mundo que conocemos, en términos de la ciencia. La postura
relativista no cuestionaría la posibilidad de un discurso científico racional ya que, al no trabajar
la historiografía dentro del área literaria de la ficción, es posible examinarla desde el discurso
histórico, el que aparece influenciado por los aspectos de la cultura que poseen individuos
entendidos en reglas compartidas que direccionan los discursos. Los teóricos relativistas
determinan a la ciencia como una forma institucionalizada en la investigación científica, un
modo acordado por los científicos en el que podemos comprender la realidad, donde se utilizan
estrategias para indagar y expresar el conocimiento histórico, por ende, significativo. El lenguaje
entrega la capacidad de transmitir información, por lo tanto, desde los orígenes de la ciencia
moderna se sondeó un uso de lenguaje que no provocara contradicciones en las pesquisas y que
pudiera producir conceptos lógicos, y alcances concluyentes y fidedignos.

3. Dentro del lenguaje y su actividad, que se encarga mediante un conjunto de signos expresar el
desarrollo de contenido conceptual y teórico que se puede estar dando en un foco de interés
receptivo u otros sucesos de menor relevancia, existe la llamada “función referencial”, la cual se
encarga de tomar fuentes o indicios pasados para hacerlos parte de un discurso histórico en aras
de lo verdadero y probado. Los teóricos estructuralistas controvertirían la idea que se le daba a
este aspecto, principalmente postulando que esto causa un inconveniente para el ejercicio
discursivo, ya que en este se ocupaba la imagen ilusoria del referente seleccionado para hacer
constataciones directas acerca de hechos del pasado. Pensaran de esta forma el lenguaje como un
sistema cerrado de signos, que se desenvuelve bajo una forma de producción que no pasa
fundamentalmente por los fenómenos contextuales. Así implicara para la historiografía un
énfasis ahistórico, es decir, dejando de lado el uso histórico de las palabras, lo que nos permitiría
obtener obras o textos sin su orientación contextual, por lo que se le brindaría un análisis más
libre de dificultades ocasionadas por la tergiversación de sujetos, significados o subjetividades.
Esto no se refiere a generar un desconocimiento de los factores históricos, pero sí a encausar con
mayor énfasis las consecuencias en su producción y características principales, teniendo en
mente los contextos particulares. En el ámbito social también se dictaminarían implicancias por
esta dicotomía entre lengua y palabra que buscan como debe ser la norma estructuradora de un
escrito, porque incidirán en el modelo de pensamiento de los sujetos en la comunidad. Esto se
apoyará en los aprendizajes impulsados en psicología, lingüística y retórica, que propondrían la
visión de individuos siendo parte de sistemas estructurales, los cuales estos no pueden
determinar, más sí pueden ser revestidos de significados por las estructuras.
Arthur Danto nos habla, desde una vereda más conciliadora, sobre la posibilidad de instaurar un
discurso historiográfico bajo estas concepciones, más este debe concernir reglas clave en el
modo narrativo de los acontecimientos, ya que se debe formular una relevancia del significado
directamente desde el relato y no desde una acumulación de datos cronológicos. Las frases deben
hacer alusión tanto a la concatenación de los hechos como a la globalidad de lo referido.
En Francia discutirían la postura estructuralista Roland Barthes, Jacques Derrida y Michel
Foucault, cada uno haciendo su aporte y distinción frente a las teorías. Barthes argumentara que
los textos no se refieren a la realidad, por lo que la barrera que diferencia entre la verdad y la
ficción no es real, y que estos dependen de su relación con el mundo externo y la subjetividad de
los autores. A partir de la idea de Barthes, Derrida traza la concepción metodológica
deconstruccionista, que, al igual que Foucault, apunta hacia las preposiciones ideológicas que
subyacen escondidas en escritos, bajo el precepto de que no es evidenciable la unidad entre
significante y significados, más si lo es una cantidad infinita en su construcción, en la cual no
existe un término medio o conciliador para los significados que se busquen obtener. Por su lado
Foucault plantea el texto principalmente desde la idea de eximir al autor de la generalidad en la
obra, por medio del lenguaje, el cual desde su visión sigue siendo conformado por estructuras,
las que responden a un orden sistemático, por lo que mantiene un módulo unitario entre en las
palabras y sus respetivas referencias. Tanto Derrida, como Foucault, señalan las consecuencias
políticas del lenguaje y las relaciones de poder jerárquico, que son parte de nuestra
comunicación.

4. El giro lingüístico es un fenómeno producido esencialmente durante el siglo XX, más


específicamente alrededor de los 70’, y que tiene implicaciones hasta la actualidad por su aporte
en el área de producción de textos, influyendo así ampliamente en distintas áreas disciplinares,
pero destacando la contribución que esto tuvo en la historiografía, dotándola de nuevas
directrices y perspectivas en continuo debate. En esta manifestación crítica se instalará la
primacía del signo, desde la concepción semiótica, que le da al lenguaje el carácter de un sistema
cerrado de signos, cuyas relaciones producen por sí mismas el sentido que se desee explorar.
Este punto de vista empieza a tener mucha influencia en la historiografía, desarrollando el rasgo
de la ajenidad con que se deben tratar las subjetividades, ya que la realidad no es una referencia
objetiva exterior al discurso que se ocupe, sino que esta constituida por y en el lenguaje. Así
dentro del giro lingüístico se crea la división entre sincronía y diacronía. Lo primero atiende a los
eventos culturales que ocurren en un instante desde la no consideración del transcurso temporal,
y el segundo concepto se encarga de la evolución de las circunstancias a través del tiempo. Se
caracteriza así esta cuestión por la comprensión de las acciones de los seres humanos en la vida
cultural, lo que se deberá traducir a través de signos que fundan constructos sociales
significativos, lo que conllevará la configuración de las sociedades.
Clifford Geertz, antropólogo cultural estadounidense, que fue participante del “giro
antropológico” con su mirada etnográfica, dirá primeramente que somos animales que se
desarrollan en el entramado de significados que son resultado nuestra propia acción, lo que seria
un aspecto primordial para la cultura que, plantea, debe pensarse desde una ciencia interpretativa,
y no así la norma que tendía concebirla desde la ciencia planteada como actividad experimental
que pude dilucidar la globalidad cultural. Sus postulados están dirigidos desde un examen
extensamente descriptivo, por lo que es factible verificar directamente hechos y expresiones
simbólicos del pasado, las que deben permanecer fuera de teorización ajena, para no quitarle
importe a las interpretaciones culturales correctas según esta directriz. A pesar de lo aludido
Geertz no logra mecanismos interpretativos para analizar las culturas, dándole cabida así a su
subjetividad particular. A diferencia de esto, y previamente, Max Weber, sociólogo alemán,
también reconoció las redes de significados, pero a diferencia de Geertz, para Weber representan
el rechazo del método positivista, con su labor empírica de la realidad, la que es accesible gracias
a categorías lógicas en las que se puede entender el mundo, dejando de lado estrechez empírica,
lo que le permitiría el uso del recurso científico-social. Weber ve en la objetividad un aspecto
esencial en su labor, dándole incluso el carácter de metodología, la cual permite comprender el
mundo desde las ciencias sociales, por lo que estudiara por sobre el ámbito cultural, las
estructuras, y los procesos macrohistóricos y macrosociales.
5. El giro lingüístico, desde su momento de aparición tendrá implicaciones sustanciales sobre la
historiografía, ya que esta jugará papel fundamental en el modo de utilización del lenguaje, y en
las formas discursivas. Esto resulta en términos conceptuales, simbólicos y subjetivos de los
individuos, sin la cualidad de ser estos nuevos parámetros algo que podría reemplazar los hechos
reales, pero que si organizan y brindan sentido al contenido de las teorías y relatos posmodernos
que son parte de este nuevo paradigma que interpela la disciplina de la historia, la que se
empezará a plantear desde la concepción de esta como una red de referencias que produce el
conocimiento.
Un ejemplo de esto se constata en el pensamiento político conceptual, el que se desarrolla
manteniendo algunas de las nociones tradicionales de la historia como garante de realismo.
Estudian los textos más relevantes del ámbito político desde la interpretación de estos, ya que
desde su particular visión encontraban en los textos la intencionalidad con que el autor los
produjo y creen que la tarea del historiador es desentrañar los significados de estos textos, dado
que las ideas deben ser vistas como parte del discurso de la comunidad intelectual dentro de la
cual fueron gestadas. Entrega su énfasis a las estructuras discursivas que persistieron por largos
períodos de tiempo, tomando así distancia con las teorías posmodernas sobre el lenguaje y
discurso. Ven a los seres humanos bajo su capacidad de conciencia autónoma y de comunicación
reciproca, expresándose y determinándose en grupos sociales que poseen un discurso propio de
su experiencia, lo que incide en la divulgación de la realidad política, la que también influye en
el discurso.
El pensamiento político simbólico también tiene su relación con el giro lingüístico que se efectuó
en la historiografía. Acá los símbolos tienen preferencia por sobre los conceptos presentes en un
escrito histórico. A través del estudio de fenómenos sociales, como lo fue la Revolución
Francesa, se podría reproducir la historia mediante el análisis cultural, donde las estructuras
políticas pierden importancia ya que no son suficientes para explicar los eventos seleccionados.
Lo que poseería mayor relevancia para estos teóricos sería el lenguaje, su imaginario y sus
actividades políticas específicas en el día a día. Su aporte principal será generar escenarios
sociopolíticos regidos en criterios mutables, entremezclando gestos simbólicos, imágenes y la
retórica.
Por último, y desde un carácter más identitario, la lectura feminista de la historia defenderá una
posición radicalizada ante la importancia del lenguaje, explicando que el lenguaje tradicional,
través de sus jerarquías imperantes que someten al género femenino a su ordenamiento dado
básicamente por hombres, que también rigen el conocimiento, el cual es usado para prevalecer su
poder y dominio, en términos tanto sociales como académicos. La política feminista se vale del
campo deconstruccionista, en el que se superpone al género sociopolíticamente y no lo establece
desde su biología, pero sí desde la idea que esto ha sido compuesto este concepto por el lenguaje.
Criticaran desde su vereda entonces las teorías que piensa al lenguaje como una forma para
comunicar ideas, y no como pretende el enfoque feminista que lo presenta como un sistema de
significados y métodos para plantearlos, desdibujando así las distinciones entre historia y
literatura.
6. Los encargados de criticar la noción de sujeto histórico, en la que se debatirá los teóricos
posmodernos, trazaran la historiografía considerándola como total, el cual no posee una unidad
de cohesión consiste sobre la realidad. De este modo toda concepción de la historia es una
construcción constituida a través del lenguaje. Se les reprochará a los individuos de la sociedad,
al momento de ser considerados como sujetos históricos, que estos se establecen subordinados en
su actuar por aspectos que superan sus capacidad de discernimiento, causando así en la
mentalidad de la humanidad continuas contrariedades al momento de desarrollar su pensar, así
como ambigüedades que resultan en ideas erróneas. A menudo esto es impulsado por la
equivocación de adoptar el contenido de un texto sin antes formular un esquema que busque
desmenuzar los diferentes razonamientos que pueden darse a partir de una única referencia.
Sus argumentos para criticar se basan en las consecuencias que tiene el lenguaje en el campo
político, y desde una visión más sociológica, en las relaciones de poder, las que ocasionarían
jerarquías en disputa en las que se extienden los grupos sociales. Para el sujeto histórico le es
inherente la cualidad contradictora, al pensarlo en la disciplina historiográfica, puesto que fuera
de un marco en el que se consideren las atribuciones lingüísticas y psicosociales, no se pueden
dilucidar todos los elementos en los que estos se desarrollan.
Los sujetos históricos están constituidos por su propia realidad, la cual es comunicada por la
palabra o el discurso, pero también en sí mismos. Esto ocasiona la disputa entre los signos e
ideas, lo que produce en un debate interno de la cuestión de estudio, por lo que la tarea del
historiador pasa a ser vinculada a la traducción de las obras, signos o representaciones, donde
debe reconocer los sujetos fundamentales de las referencias, distinguiendo así entre el autor o
sujeto histórico de una determinada fuente (sujeto de la enunciación) y su dimensión como
narrador o productor ficticio (sujeto del enunciado), que tiende a ser un efecto del primer sujeto.

7. La conclusión que propone George Iggers en primer lugar se refiere a la representación de la


realidad, en la que concuerda con Roland Barthes, entendiendo así que lo que es transmitido en
los textos, y por la manera en que se transmiten, hacen alusión al límite entre lo que
comprendemos por verdad y la ficción, la cual puede invitarnos a un medio en el que prima la
creación de acontecimientos, por sobre la exploración de resultados exactos y medibles.
Aun con esto dicho, piensa que esta enunciación de carácter lingüístico cae mejor en el área de la
crítica literaria que en la historiografía, y esto es causado porque los relatos históricos, aunque
utilicen los mecanismos literarios en su afán por alcanzar el conocimiento real, todavía buscan
reconstruir el pasado prexistente, a diferencia de la ficción, que no necesariamente tiene que
guiarse por cuestiones acontecidas. Los historiadores sociales y culturales han ido ampliando el
campo de la disciplina, aun cuando estos si utilizaron la teoría lingüística posmoderna en sus
planteamientos, más no lo brindaron un carácter rígido las presunciones que criticaban el
lenguaje.
Se busca a través del giro lingüístico terminar con el determinismo en ideas que atañen a la
sociedad, y también realzar el aspecto cultural, en el que el lenguaje es elemental. Se determina
así mismo que no es suficiente suplir las interpretación sociales por medio de la lingüística, ya
que son más trascendentes las relaciones entre estos dos ámbitos, lo que explica el valor que
posee el análisis lingüístico como suplemento para investigar la historia política, social o
cultural. A pesar de esto postular la inexistencia de la realidad, ya que esta supedita por el
lenguaje, no es una noción muy compartida entre los historiadores, los que sí estarían de acuerdo
con un enfoque complementario entre sociedad y lingüística, donde estos elementos trabajan
recíprocamente, expresando el origen de cada uno a partir del otro.

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