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TITULAR
ENTRADA
CUERPO
CIERRE
Fernando recorre desde hace 30 años las cuencas de los ríos que tributan en
el Orinoco y en el Amazonas monitoreando el estado de conservación de
las especies de delfines de río que habitan Sudamérica. Desde que el
célebre oceanógrafo francés Jacques Cousteau le aconsejara buscar delfines
en las selvas de su propio país, el biólogo ha navegado más de 27 000
kilómetros por las arterias de un territorio que empieza a colapsar y
clamar por soluciones.
Desiertos de agua
“¿Cuándo nos contaminan y nuestros hijos mueren, quién nos cura?”, levantó
la voz Paki.
Sin embargo, la demanda del pez mota en los mercados de Brasil, lejos
de detener su pesca y comercialización, ha incentivado notablemente la
extracción ilegal de la especie en los países vecinos. En las cercanías de
Leticia, en Colombia, los miembros de la expedición comandada por
Fernando Trujillo se toparon repetidas veces con grupos de “moteros”
pescando a sus anchas, sin control de ningún tipo.
Ninamata en Manu
Para Francisco Román no se han tomado los datos necesarios para inferir
cómo ha evolucionado el tema de la contaminación mercurial por ingesta de
pescado. La mota se sigue vendiendo en los mercados a vista y
paciencia de todo el mundo y en las comunidades indígenas las
recomendaciones de las instituciones públicas para reducir o evitar su
consumo cayeron en saco roto.
Problemas regionales
Todo está interrelacionado, por tanto, las soluciones a los problemas de fondo
necesariamente tienen que ser conjuntas.
En Perú —nos lo refirió en junio pasado el biólogo José Luis Mena, de la filial
peruana de World Wildlife Fund – WWF—, los requerimientos de pez mota
en algunos mercados locales y la creciente demanda de la misma
especie en Brasil, han exacerbado la cacería ilegal de los dos delfines
que habitan la Amazonía peruana.
Los estudios en los ríos de Perú y Bolivia, sumados a las que ha realizado
Fundación Omacha en Colombia, están aportando datos nuevos sobre la
salud de la cuenca amazónica y están señalando el derrotero que se debería
seguir para evitar el colapso que algunos científicos avizoran. “Si no
implementamos —acota Trujillo— un modelo de desarrollo que tome en
cuenta lo que nos dicen las evidencias que estamos recogiendo, en veinte
años el impacto sobre el ecosistema amazónico va a ser tremendo”.
Análisis:
REPORTAJE INFORMATIVO
Julio García es uno del grupo de más de 30 trabajadores sanitarios que El País
Semanal entrevistó a inicios de la semana pasada tras la declaración del estado de
alarma en España por la crisis del coronavirus. Diez días más tarde hemos vuelto
a contactar con varios de ellos para que nos relaten en primera persona cómo han
visto la evolución de la dramática epidemia hasta ahora. Aunque no ocultan que
día a día las cosas han ido empeorando y se sienten desbordados, en ocasiones
desamparados por la escasez de materiales y física y sobre todo mentalmente
agotados, todos mantienen su confianza en la medicina, en la ciencia y en el
esfuerzo colectivo para salir adelante.
García, jefe del servicio de microbiología del hospital de La Paz de Madrid, uno
de los centros públicos de salud punteros a nivel nacional y que lidia con la
epidemia en la ciudad más dañada, dice que en su hospital el aumento de casos
ha sido vertiginoso y confía en que la apertura del enorme hospital de campaña
El microbiólogo, con todo, está seguro de que la ciencia nos sacará del
atolladero. "Sin duda, sin duda. Esto en un año y medio o dos años será un virus
normal", si bien es consciente de que el tiempo que se tarde determinará la
dimensión de la tragedia. "Vamos a salir de esta, sí, pero el problema es cómo y
cuándo vamos a salir". El doctor García comparte para la situación que vivimos
la metáfora bélica. "Es como si hubiese caído una gran bomba sobre Madrid".
También usaba una analogía similar la semana pasada, la primera vez que
contactamos con él, el enfermero de urgencias Manolo Benjumea, del Hospital
Clínico Virgen de la Victoria de Málaga; decía que se sentía "como un
espartano". Pero una semana más tarde, la situación del soldado ha cambiado.
Los hospitales españoles son estos días una máquina que bombea agua de la
inundación sin descanso. Felipe Pérez, responsable de Micobacterias y Biología
Dice Tamara González, enfermera del hospital Clínico de Málaga, sin tomar
aliento, pidiendo auxilio.
–Falta de todo. Mascarillas con filtro, batas de plástico, que las de papel no nos
sirven para nada, patucos, gorros, de todo, es que nos falta de todo. Y encima las
donaciones de la gente van a parar a almacenes y no llegan a nosotros por culpa
de la burocracia.
La enfermera describe el momento actual por lo que le cuentan sus colegas por
Whatsapp, porque ella lleva una semana en casa en aislamiento –sus síntomas
comenzaron horas después de que la contactáramos para la primera entrevista– y
sigue esperando los resultados de la prueba de coronavirus. "Me han dicho que
ayer [por el miércoles] teníamos a medio centenar de pacientes en urgencias con
Covid-19 sentados en sillas sin poder ser atendidos, y algunos llevaba así más de
24 horas. Es terrible, de verdad. Y nosotros estamos psicológicamente hundidos,
destrozados. Espero que el pico llegue la semana que viene, porque si no esto no
hay manera de que se sostenga", dice. Lo único que desea es que sus pruebas
salgan negativas para poder volver al tajo: "Por más oscuro que esté todo
tenemos que seguir y tirar del subidón que nos da la solidaridad de la gente".
Cuanto más aprieta el virus, los sanitarios sacan más fuerzas de flaqueza. Naiara
Uriarte, técnica de rayos del hospital de Santiago de Vitoria, cuenta que cuando
Desde las Islas Baleares, el director médico del 061 de la comunidad, Txema
Álvarez, transmite un mensaje de confianza pese a su evidente agotamiento.
"Creo que ya estamos atravesando el peor momento y que ayuda mucho que toda
la sociedad se haya concienciado de la gravedad del problema". Lleva semanas
durmiendo apenas tres horas al día. Nos repite, como nos dijo hace una semana,
que a veces llora "de cansancio", y no se imagina cómo se sentirá "cuando todo
acabe". "¿Será suficiente con pasarme un mes de vacaciones o será que me
encontraré vacío, con que no me queda nada más dentro?", se pregunta.
Nadie, ni los médicos, ni los enfermeros, ni los celadores, nadie de los hospitales
ni de fuera de los hospitales, de los que estamos en nuestras casas a la espera de
que esto amaine, es capaz de asimilar lo que nos está sucediendo, y recurrimos a
ese salvavidas del lenguaje que son las metáforas, aquello de la guerra y de los
espartanos, o la que propone Elena Cela, la jefa de oncología pediátrica del
hospital Gregorio Marañón de Madrid. "A lo largo de esta semana ha ido
aumentado y aumentando la preocupación por lo que se nos ha venido encima.
Médico adjunto de urgencias del Ramón y Cajal de Madrid desde el año 1991, el
muy experimentado doctor Jesús Corres asiste día a día a un acontecimiento que,
del mismo modo que Cela o el resto de sanitarios, nunca hubiera podido esperar.
"El número pacientes aumenta enormemente y ya casi solo tenemos pacientes de
Covid-19", dice, igual que nos contaba la doctora Vegas de Alcorcón. "Las
urgencias están abarrotadas y existe un gran confinamiento de los pacientes, hay
falta de espacio y están demasiado juntos". Agradece que muchos ciudadanos
estén evitando acudir a urgencias en la medida de lo posible, aunque también le
preocupa que se estén quedando en casa personas que puedan estar en riesgo
inminente por otros factores. Corres llama a que nadie deje de acudir al hospital
si tiene síntomas de dolencias como podrían ser un ictus o un infarto. Elogia por
encima de todo la labor de "auxiliares y enfermeras" que están practicando
"auténtica medicina de guerra" y pone sus esperanzas en que la curva de
infecciones se aplane para que no se desborden las Unidades de Cuidados
Intensivos.
Fuentes:
https://elpais.com/elpais/2020/03/26/eps/1585244219_908683.html
https://es.mongabay.com/2017/09/delfines-rio-indicadores-biologicos-la-destruccion-del-
bosque-amazonico/