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Estructura del reportaje

 TITULAR
 ENTRADA
 CUERPO
 CIERRE

REPORTAJE DE TIPOLOGÍA HÍBRIDA

Delfines de río: indicadores


biológicos de la destrucción del
bosque amazónico
por Guillermo Reaño en 30 septiembre 2017 |

Fernando Trujillo, director de la Fundación Omacha de Colombia, ha navegado


más de 27 000 kilómetros de ríos monitoreando el estado de conservación de
las especies de delfines fluviales de nuestro continente.

La pesca de mota, un pez carroñero de amplio consumo en la Amazonía, está


diezmando las poblaciones de delfines de río de Perú, Colombia y Brasil.

Para los indígenas de la floresta amazónica, los delfines rosados son


animales únicos, especiales, seres transformados que habitan ciudades
sumergidas. Por eso es que los respetan, los protegen, no los matan. Para
ellos solo son maravillosas criaturas del agua, del río, de las cochas.

A Fernando Trujillo, 49 años, especialista en cetáceos continentales, los


habitantes de Puerto Nariño, una pequeña localidad del apartado
departamento de Amazonas, en Colombia, no dudaron en llamarlo, viéndolo

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admirar las evoluciones de los delfines del lago Tarapoto, Omacha, en
tikuna, la lengua de los ancestros, hombre que se convierte en delfín.

Fernando recorre desde hace 30 años las cuencas de los ríos que tributan en
el Orinoco y en el Amazonas monitoreando el estado de conservación de
las especies de delfines de río que habitan Sudamérica. Desde que el
célebre oceanógrafo francés Jacques Cousteau le aconsejara buscar delfines
en las selvas de su propio país, el biólogo ha navegado más de 27 000
kilómetros por las arterias de un territorio que empieza a colapsar y
clamar por soluciones.

“En la Amazonía viven 34 millones de personas —ha dicho últimamente— de


esa compacta humanidad solo tres y medio son indígenas, el resto son
pobladores que tienen otros hábitos culturales, otras maneras de pensar y
ocupar el territorio”.

De allí, seguramente, el desdén de los nuevos inquilinos amazónicos por los


delfines de río. Y también por las nutrias, las tortugas, los caimanes, los
manatíes, los bagres, los grandes habitantes de los cuerpos de agua
sudamericanos y sus orillas.

Un río, los mismos problemas

Encontramos a Trujillo en su casa. Son las ocho de la mañana en Bogotá y


el director de Fundación Omacha está terminando de preparar los informes
de la expedición “Un río, cuatro países”, la vigesimosexta que ha realizado su
institución con el objetivo de estimar la abundancia de las poblaciones de
estos cetáceos que se distribuyen a los largo de la cuenca del Orinoco y del
Amazonas.

Los primeros resultados de la expedición que Trujillo lideró en el mes


de junio pasado en el río Putumayo, Colombia, no han sido para nada
halagüeños. Los científicos a bordo del Anaconda, un barco fletado por
los organizadores del proyecto, apenas lograron avistar 559 delfines
(395 rosados o Inia geoffrensis y 165 grises o Sotalia fluviatilis), una
cantidad bastante menor a las registradas en otros lugares. El
investigador comentó a Mongabay Latam que en el río Purús, en el 2012, se
logró avistar 2500 delfines en solo 800 kilómetros de recorrido.

¿Qué es lo que explica el descenso poblacional de una especie cuya sola


presencia nos indica el buen estado de salud de estos ecosistemas?

Desiertos de agua

Para Mariana Frías, de la Universidad Federal de Juiz de Fora, en Brasil, la


baja densidad en un río tan grande como el Putumayo se debe a la
competencia entre delfines y pescadores por las mismas presas. Saulo
Usma, coordinador del programa de agua dulce de WWF Colombia,

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considera que hay que agregarle a la problemática anterior una
situación nueva y ampliamente estudiada: el cambio de uso del suelo.

La expansión de la frontera agrícola para introducir cultivos foráneos y


cuestionados como la palma aceitera se ha convertido en un poderoso vector
de destrucción de los bosques y humedales de la región. Los vertidos de
agroquímicos y combustibles que se utilizan en la agricultura y la
forestería que se han impuesto en la región, suponen un alto riesgo para
la salud de los cetáceos fluviales.

Y si a los anterior le sumamos el impacto de la contaminación por


mercurio producida por la minería aurífera, el incremento de los cultivos
ilícitos para el narcotráfico, la construcción de megaobras que se siguen
auspiciando a lo largo y ancho de toda la cuenca amazónica, además de
las pandemias estructurales que azotan desde hace tanto a sus
poblaciones, el panorama es desolador.

Como refiere Fernando Trujillo, “nuestros ríos otrora llenos de vida, se


están convirtiendo en desiertos de agua”. Cauces sin vida, cloacas donde
van a parar los desechos contaminantes de las ciudades.

“Nosotros, los afectados”

Para conocer en detalle lo que viene ocurriendo en el bioma amazónico


conversamos en Bogotá con un grupo de ‘sabedores’ indígenas colombianos
reunidos en un cónclave para analizar los impactos de la minería ilegal en los
resguardos indígenas de Caquetá, Putumayo y Amazonas, tres de los
departamentos afectados por un flagelo que abate principalmente a las
poblaciones más pobres de la Amazonía de Perú y Colombia.

“Nos han contaminado”, comentó Eduardo Paki Kumimarima, de la


comunidad Villa Azul, en el resguardo indígena Nonuya del departamento de
Amazonas, un abuelo sabio, un sabedor muy querido en su región. “Desde el
año 75 para aquí las bonanzas de las pieles, el narcotráfico, el oro, han
destruido la vida en el río Putumayo. Con las bonanzas llegaron también las
enfermedades”.

El anciano se refería con “bonanzas” a los repetidos ciclos de relativo


bienestar económico que suelen vivir los pobladores amazónicos como
consecuencia del crecimiento desmedido de la extracción de los recursos de
sus bosques. Coyunturas definidas, por cierto, por el apetito voraz de los
mercados foráneos, casi siempre transfronterizos.

“Es así —corrobora, Vicente Hernández, uitoto de la comunidad Guacamayo,


en el resguardo Andoque de Aduche del departamento de Caquetá—, el
dinero y las cosas bonitas nos enloquecieron y ahora nuestras selvas están
contaminadas. A falta de trabajo, de oportunidades nuestra gente se emplea
en el negocio de la madera, de la coca, de la guerra, del oro”.

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La contaminación por mercurio en los territorios indígenas colombianos es de
tal naturaleza y complejidad que el propio presidente Santos, en medio de las
negociaciones del acuerdo de paz que se firmó con las

“¿Cuándo nos contaminan y nuestros hijos mueren, quién nos cura?”, levantó
la voz Paki.

El mercurio de cada día

Por lo menos desde el año 2000, instituciones de indudable prestigio


académico como el Instituto Amazónico de Investigaciones Científicas –
SINCHI, de Colombia, han venido denunciando la alta concentración de
mercurio en algunas especies de peces amazónicos de gran consumo, una
de ellas la mota (o blanquillo en Bolivia), un bagre que es pescado con un
señuelo preparado a base de carne o grasa de delfines.

La mota (Calophysus macropterus) es uno de los carroñeros más activos de


los fondos fluviales sudamericanos, un pez oportunista que puede
desplazarse mil kilómetros a lo largo de los ríos más importantes de la cuenca
alimentándose de todo lo que encuentra a su paso. Comemierda lo llaman en
Colombia quienes saben de su voracidad y gusto por los desperdicios.

La mota, llamada piracatinga, pintado, zamurito y de muchas otras maneras


a lo largo de la Amazonía, es uno de los mayores recolectores del
mercurio que arroja al ambiente la minería del oro aluvial.

Cuando el mercurio ingresa al ambiente acuático —nos lo explicó en Puerto


Maldonado (capital de Madre de Dios, en el sur del Perú) el biólogo Francisco
Román, director científico del Centro de Innovación Científica Amazónica –
CINCIA— es transformado por los microorganismos en metilmercurio, un
compuesto mucho más tóxico que el mercurio elemental. Los pequeños
organismos acuáticos, esos que la mota y los demás peces amazónicos
consumen a su antojo, son la base de una cadena alimenticia contaminada
en exceso y letal para delfines… y seres humanos.

Un estudio realizado en el año 2009 por el Instituto Carnegie en Madre de


Dios, encontró que la mota era el pez con más trazas de mercurio entre los
de mayor consumo en los mercados de Puerto Maldonado.

Según expertos en la materia, la contaminación por mercurio genera


problemas en la memoria, deficiencias en las funciones neuromotoras,
pérdida de la visión y el oído, disturbios graves en el funcionamiento de los
riñones y el hígado y una serie interminable de afectaciones que golpean con
más fuerza a los que consumen mayor cantidad de pescado, los pueblos
indígenas.

Agua que no has de beber

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Fernando Trujillo calcula que deben haberse vertido en toda la Amazonía más
de 200 000 toneladas de mercurio en los últimos cuatro siglos. La totalidad
de consultados por Mongabay Latam para este informe no dudaron en
señalar que son las poblaciones indígenas de los resguardos
colombianos y las comunidades nativas del Perú las más afectadas por
la creciente contaminación de sus ríos.

De acuerdo a cifras que maneja el Ministerio del Ambiente peruano, un


poblador que ingiere 2 kilos de mota a la semana, cantidad de consumo
promedio para un nativo de la selva baja peruana, podría estar superando 24
veces la cuota máxima de mercurio que sugiere la OMS.

La toxicidad comprobada de la carne de este buitre amazónico, así lo llama


el director de Fundación Omacha, fue lo que impulsó la moratoria comercial
que desde el 2013 rige en Brasil. En Colombia, el Instituto Nacional de
Vigilancia de Medicamentos y Alimentos – INVIMA ha venido recomendando
a la población ribereña, por lo menos desde el 2014, no consumir la carne
del controvertido bagre.

Sin embargo, la demanda del pez mota en los mercados de Brasil, lejos
de detener su pesca y comercialización, ha incentivado notablemente la
extracción ilegal de la especie en los países vecinos. En las cercanías de
Leticia, en Colombia, los miembros de la expedición comandada por
Fernando Trujillo se toparon repetidas veces con grupos de “moteros”
pescando a sus anchas, sin control de ningún tipo.

Lo mismo ocurre al otro lado de la frontera colombiana. Los trabajos de


Solinia y ProDelphinus, dos instituciones peruanas dedicadas al estudio de
los mencionados cetáceos, indican que en las localidades de Requena
(región Ucayali) y Caballococha (región Loreto), la cacería de delfines para
la pesca de bagres se ha incrementado.

Según lo ha indicado el director de Fundación Omacha, para acopiar 300 kilos


de mota se emplea en su pesca, en promedio, un delfín. Esto quiere decir, lo
dice Trujillo, que posiblemente los “140 000 kilogramos de mota que
ingresan a Colombia podrían estar significando la muerte de 1600
delfines al año solo para el área de Mamiraguá”, en la Amazonía de Brasil.

Ninamata en Manu

En Perú, el “estado de contaminación por mercurio de las aguas de los ríos,


de las especies hidrobiológicas y de la población (…) a consecuencia de la
minería artesanal”, señala el Decreto Supremo Nº 034-2016-PCM, fueron los
detonantes para que el gobierno del expresidente Ollanta Humala declarara,
en mayo del 2016 , el estado de emergencia en once distritos de Madre de
Dios.

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La medida que fue cuestionada por el gobierno regional de Madre de Dios
motivó la suspensión de las actividades de extracción, comercialización,
distribución y almacenamiento de la mota punteada en todo el departamento.

¿La prohibición de pescar y consumir mota en Madre de Dios ha detenido la


contaminación por mercurio en los seres humanos?

Para Francisco Román no se han tomado los datos necesarios para inferir
cómo ha evolucionado el tema de la contaminación mercurial por ingesta de
pescado. La mota se sigue vendiendo en los mercados a vista y
paciencia de todo el mundo y en las comunidades indígenas las
recomendaciones de las instituciones públicas para reducir o evitar su
consumo cayeron en saco roto.

Román recuerda que en el año 2014 el actual director ejecutivo de CINCIA,


el ecólogo Luis Fernández, dirigió una investigación para determinar el grado
de contaminación por mercurio entre los indígenas machiguengas asentados
al interior del Parque Nacional del Manu, una de las áreas protegidas de
mayor riqueza biológica del planeta, cuyos resultados fueron aterradores: los
65 pobladores evaluados dieron positivo. Solo tres niños estuvieron por
debajo de la tolerancia de la OMS y los adultos tenían altos contenidos de
mercurio.

El metal que ingresa a sus organismos para debilitarlos se introduce en


el territorio más virginal de la Amazonía peruana a través de los peces que
se desplazan desde las zonas mineras —centenares de kilómetros río
arriba— hacia el corazón del Manu.

Según ha dado cuenta Mongabay Latam, Fernández regresó a la zona de


Yomibato y Takayome, en el Manu, a mediados de este año para realizar una
nueva medición. “No se trata de alarmar a todo el mundo, ha referido, y decir
que no se coma pescado. Los pescados contaminados son los bagres
grandes. El dorado, la doncella o el zúngaro, porque son los que se comen a
los más pequeños”.

En Lima buscamos a Patricia Balbuena, quien fue viceministra de


Interculturalidad del Ministerio de Cultura durante la emergencia en Madre de
Dios, para preguntarle sobre la continuidad de los protocolos sanitarios
puestos en marcha. La antropóloga fue enfática en sus declaraciones: “la
salud de los indígenas amazónicos pareciera no estar en la agenda del
nuevo gobierno”.

Problemas regionales

Fundación Omacha estuvo detrás de la organización de la expedición que


WWF Bolivia y Faunagua, una ONG boliviana, realizaron en la cuenca del río
Itenez – Guaporé con el objetivo de conocer el estado de conservación de las
poblaciones del bufeo boliviano (Inias boliviensis) en una zona comprendida

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entre el Parque Nacional Noel Kempff Mercado y los estados brasileños de
Mato Grosso y Rondonia.

Los investigadores lograron avistar 230 delfines de río durante su recorrido


de 270 kilómetros, una cantidad que podría estar definiendo una situación
opuesta a la registrada en el río Putumayo, en Colombia.

Para el biólogo belga Paul van Damme, director de Faunagua, las


poblaciones del bufeo boliviano se encuentran en buenas condiciones. Sin
embargo, el cetáceo que fuera declarado Patrimonio Natural del Estado
Plurinacional de Bolivia en el año 2012 también se enfrenta a las mismas
amenazas que sus congéneres sudamericanos: la utilización de su carne
para la pesca de mota, la eventual construcción de represas que obstruirían
su migración y la contaminación de los ríos producto de la minería aurífera
que se desarrolla en el río Madre de Dios, en Perú, al otro lado de la frontera.

“Se trata en su mayoría de problemas transfronterizos —advierte— que


golpean a una especie que solo habita los ríos de Bolivia (…) Aunque no
tenemos datos precisos sobre el grado de contaminación por mercurio es
evidente que si los pobladores indígenas en el lado peruano del Madre de
Dios y en el boliviano presentan niveles de mercurio en la sangre más
elevados que los permitidos, los delfines deben estar padeciendo lo mismo”.

Volvemos a Fernando Trujillo, el investigador colombiano. Para él “los


delfines son los jaguares de los ríos amazónicos”. El biólogo sostiene
que bufeos, bagres y lobos de río sirven de excelentes indicadores del
estado de conservación de los ecosistemas acuáticos. Al igual que el
carismático felino, se trata de especies que requieren de gran cantidad de
hábitats en buen estado para poder vivir. Su sola presencia permite que
empecemos a entender el territorio que poblamos de una manera diferente,
global. “Quizás sea por esta razón —anota— que los indígenas amazónicos
los consideran seres transformados, únicos”.

27 000 kilómetros de biodiversidad

Donde hay abundancia de peces, es posible encontrarlos. Donde los seres


humanos han logrado convivir con armonía con los bufeos de río —y con los
grandes mamíferos terrestres y acuáticos— los ecosistemas se perpetúan y
todos ganamos.

De allí la necesidad de regular las pesquerías en los cuerpos de agua de la


cuenca amazónica a partir de criterios comunes y organizar de otra manera
la minería aurífera. Es evidente para todos los consultados que las normativas
nacionales, si no tienen un correlato regional, son letra muerta.

Las prohibiciones pesqueras en Brasil aceleran la sobrepesca en Colombia y


en el Perú. La incapacidad para detener el avance de la minería aurífera en
Perú genera a la postre situaciones problemáticas en territorio boliviano. La

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construcción de represas en Brasil afecta la migración anual de los delfines
endémicos de Bolivia

Todo está interrelacionado, por tanto, las soluciones a los problemas de fondo
necesariamente tienen que ser conjuntas.

En Perú —nos lo refirió en junio pasado el biólogo José Luis Mena, de la filial
peruana de World Wildlife Fund – WWF—, los requerimientos de pez mota
en algunos mercados locales y la creciente demanda de la misma
especie en Brasil, han exacerbado la cacería ilegal de los dos delfines
que habitan la Amazonía peruana.

La expedición Marañon 2017 que impulsó su institución con el apoyo de


Pro Delphinus y otras organizaciones peruanas, registró en un
segmento de 300 kilómetros del río Marañón 93 delfines, 33 de ellos
rosados y 60 grises. Una cifra reducida si la comparamos con los 2500
delfines avistados hace cinco años durante un recorrido de 800
kilómetros en el río Purús, en Brasil, hecho por el propio Trujillo.

“Estamos analizando los datos recogidos —agrega Mena—. Para nosotros


es muy importante construir una línea de base en uno de los sectores más
amenazados de la Amazonía peruana por la posible construcción de
hidroeléctricas”. Su institución, consciente del rol que juegan los grandes
mamíferos como bioindicadores de la salud de los ecosistemas que habitan,
viene desarrollando investigaciones con tapires, osos de anteojos, jaguares
y delfines de río.

Los estudios en los ríos de Perú y Bolivia, sumados a las que ha realizado
Fundación Omacha en Colombia, están aportando datos nuevos sobre la
salud de la cuenca amazónica y están señalando el derrotero que se debería
seguir para evitar el colapso que algunos científicos avizoran. “Si no
implementamos —acota Trujillo— un modelo de desarrollo que tome en
cuenta lo que nos dicen las evidencias que estamos recogiendo, en veinte
años el impacto sobre el ecosistema amazónico va a ser tremendo”.

Lo dice un investigador que ha trabajado en la India con delfines del río


Ganges, una especie declarada en extinción que habita una de las goegrafías
más densamente pobladas del planeta. “En el Ganges viven, en medio de un
paisaje totalmente humanizado, 445 millones de seres humanos, ¿estamos
esperando que el Amazonas tenga en 20 o 50 años un paisaje similar?”,
acota.

Análisis:

El texto anterior es de tipología híbrida, ya que el agua es un tema de


interés humano, todo ser vivo necesita agua y en este escrito se
presenta exactamente la problemática de la contaminación del
amazonas, lo que se evidencia allí no es sólo una problemática de la

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zona del amazonas, sino también de todo el mundo, esto además de
afectar el agua afecta el bosque y todos los habitantes en ella, entre
estos los delfines.

Hay diferentes voces de expertos y habitantes del sector, por esto


también es científico, muestran las consecuencias y lo que está
pasando ahora, hay números y seguimiento del delfín, el indicador
principal en este estudio.

REPORTAJE INFORMATIVO

Héroes del coronavirus: la batalla


continúa diez días después
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Tras entrevistar a algunos de los sanitarios que están
en el frente de la batalla contra la pandemia, nos
relatan cómo ha evolucionado la situación.

– Doctor García, ¿cómo definiría la situación hace unos diez días?


– Preocupante. Muy preocupante.
– ¿Y ahora?
– Ahora, extenuante. Demoledora.

Julio García es uno del grupo de más de 30 trabajadores sanitarios que El País
Semanal entrevistó a inicios de la semana pasada tras la declaración del estado de
alarma en España por la crisis del coronavirus. Diez días más tarde hemos vuelto
a contactar con varios de ellos para que nos relaten en primera persona cómo han
visto la evolución de la dramática epidemia hasta ahora. Aunque no ocultan que
día a día las cosas han ido empeorando y se sienten desbordados, en ocasiones
desamparados por la escasez de materiales y física y sobre todo mentalmente
agotados, todos mantienen su confianza en la medicina, en la ciencia y en el
esfuerzo colectivo para salir adelante.

García, jefe del servicio de microbiología del hospital de La Paz de Madrid, uno
de los centros públicos de salud punteros a nivel nacional y que lidia con la
epidemia en la ciudad más dañada, dice que en su hospital el aumento de casos
ha sido vertiginoso y confía en que la apertura del enorme hospital de campaña

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de Ifema en la capital alivie la saturación de centros como el suyo. De no ser así,
todo se desbordaría. "Sería un verdadero problema", afirma. El doctor cuenta que
él y sus compañeros han estado subidos en los últimos días "a una montaña rusa
emocional de constantes subidas y bajadas de ánimo" en la que se aferran "al
sentimiento de equipo" y a las lágrimas ocasionales que ayudan a liberar el
estrés: "Estamos todos muy blanditos", explica. "Lo peor no está siendo el
cansancio físico sino el psicológico".

El microbiólogo, con todo, está seguro de que la ciencia nos sacará del
atolladero. "Sin duda, sin duda. Esto en un año y medio o dos años será un virus
normal", si bien es consciente de que el tiempo que se tarde determinará la
dimensión de la tragedia. "Vamos a salir de esta, sí, pero el problema es cómo y
cuándo vamos a salir". El doctor García comparte para la situación que vivimos
la metáfora bélica. "Es como si hubiese caído una gran bomba sobre Madrid".
También usaba una analogía similar la semana pasada, la primera vez que
contactamos con él, el enfermero de urgencias Manolo Benjumea, del Hospital
Clínico Virgen de la Victoria de Málaga; decía que se sentía "como un
espartano". Pero una semana más tarde, la situación del soldado ha cambiado.

–El espartano está aislado en su casa con neumonía y a la espera de que se


confirme si tiene coronavirus –nos dice con sentido del humor, dentro del drama.

Empezó a tener fiebre el miércoles y cuando ya la tenía en 39 grados le hicieron


una radiografía, vieron la afección pulmonar y lo mandaron a su domicilio. Hasta
ahí había estado peleando por los pacientes, "frustrado por no poder hacer todo lo
que quisiera por ellos" y muy dolido por el sufrimiento de los ancianos. "Se nos
están muriendo solos, sin nadie que los pueda coger de la mano y darles cariño
en sus últimas horas de vida", dice este enfermero de frondosa barba y voz
afectuosa.

–Valiente 2020 este, valiente 2020... –se lamenta.

Los hospitales españoles son estos días una máquina que bombea agua de la
inundación sin descanso. Felipe Pérez, responsable de Micobacterias y Biología

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Molecular del Hospital Príncipe de Asturias de Alcalá de Henares, nos dice:
“Aquí seguimos, al pie del cañón. Estamos trabajando bajo una gran presión para
cubrir una demanda cada día mayor de pruebas. En las guardias no hay
momentos de descanso, ya que estamos procesando muestras 24 horas al día. El
trabajo aumenta de forma exponencial, pero tenemos la enorme suerte de contar
con un equipo magnífico, a nivel técnico y humano. Nos apoyamos y ayudamos
en las horas bajas, y cuando uno está falto de sonrisas, se las da el compañero.
¡Con semejante equipo no existe problema al que no podamos enfrentarnos!”.

El conocimiento, saber hacer y compromiso de los sanitarios, sin embargo, no


basta. Reclaman a las autoridades que los provean de equipamiento.

Dice Tamara González, enfermera del hospital Clínico de Málaga, sin tomar
aliento, pidiendo auxilio.

–Falta de todo. Mascarillas con filtro, batas de plástico, que las de papel no nos
sirven para nada, patucos, gorros, de todo, es que nos falta de todo. Y encima las
donaciones de la gente van a parar a almacenes y no llegan a nosotros por culpa
de la burocracia.

La enfermera describe el momento actual por lo que le cuentan sus colegas por
Whatsapp, porque ella lleva una semana en casa en aislamiento –sus síntomas
comenzaron horas después de que la contactáramos para la primera entrevista– y
sigue esperando los resultados de la prueba de coronavirus. "Me han dicho que
ayer [por el miércoles] teníamos a medio centenar de pacientes en urgencias con
Covid-19 sentados en sillas sin poder ser atendidos, y algunos llevaba así más de
24 horas. Es terrible, de verdad. Y nosotros estamos psicológicamente hundidos,
destrozados. Espero que el pico llegue la semana que viene, porque si no esto no
hay manera de que se sostenga", dice. Lo único que desea es que sus pruebas
salgan negativas para poder volver al tajo: "Por más oscuro que esté todo
tenemos que seguir y tirar del subidón que nos da la solidaridad de la gente".

Cuanto más aprieta el virus, los sanitarios sacan más fuerzas de flaqueza. Naiara
Uriarte, técnica de rayos del hospital de Santiago de Vitoria, cuenta que cuando

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se decretó el estado de alarma "no estábamos tan preparados para enfrentarnos a
esto porque fue muy imprevisto, y de algún modo todo era más lento y
dificultoso, pero vamos aprendiendo a marchas forzadas y cogiendo velocidad.
Cada vez nuestro ritmo de trabajo es mejor y más cañero". Ana Vegas,
infectóloga del Hospital Universitario Fundación Alcorcón, dice: "Nos estamos
dedicando más y más a atender a pacientes de Covid-19. Todos los médicos de
todas las especialidades, toda la plantilla está volcada en esto, y practicamente
todas las camas está ocupadas por pacientes infectados de coronavirus. Hace
unos días todavía no era así". Vegas espera que esta última semana de marzo sea
la del tan ansiado pico infeccioso y que "esto se estabilice y vaya bajando".
Afirma que están pasando "momentos muy, muy duros" pero se queda con la
fortalecedora sensación de formar con sus compañeros una piña de trabajo y con
el "calor humano" que están recibiendo de la sociedad. "Han venido a darnos las
gracias los policías, los barrenderos", cuenta. Otro pilar está siendo su familia.
Llegar a casa, charlar con sus hijos de cualquier cosa y sentarse a cenar lo que
haya preparado su marido, que telebraja.

Desde las Islas Baleares, el director médico del 061 de la comunidad, Txema
Álvarez, transmite un mensaje de confianza pese a su evidente agotamiento.
"Creo que ya estamos atravesando el peor momento y que ayuda mucho que toda
la sociedad se haya concienciado de la gravedad del problema". Lleva semanas
durmiendo apenas tres horas al día. Nos repite, como nos dijo hace una semana,
que a veces llora "de cansancio", y no se imagina cómo se sentirá "cuando todo
acabe". "¿Será suficiente con pasarme un mes de vacaciones o será que me
encontraré vacío, con que no me queda nada más dentro?", se pregunta.

Nadie, ni los médicos, ni los enfermeros, ni los celadores, nadie de los hospitales
ni de fuera de los hospitales, de los que estamos en nuestras casas a la espera de
que esto amaine, es capaz de asimilar lo que nos está sucediendo, y recurrimos a
ese salvavidas del lenguaje que son las metáforas, aquello de la guerra y de los
espartanos, o la que propone Elena Cela, la jefa de oncología pediátrica del
hospital Gregorio Marañón de Madrid. "A lo largo de esta semana ha ido
aumentado y aumentando la preocupación por lo que se nos ha venido encima.

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Esto es nuevo. No es como, por ejemplo, el atentado terrorista del 11-M, que fue
horripilante pero ocurrió en unas horas. Esto es como un tsunami progresivo y
mantenido, muy, muy largo, y que por más que estuvieras mejor o peor
preparado sobrepasa todos los límites imaginables".

Médico adjunto de urgencias del Ramón y Cajal de Madrid desde el año 1991, el
muy experimentado doctor Jesús Corres asiste día a día a un acontecimiento que,
del mismo modo que Cela o el resto de sanitarios, nunca hubiera podido esperar.
"El número pacientes aumenta enormemente y ya casi solo tenemos pacientes de
Covid-19", dice, igual que nos contaba la doctora Vegas de Alcorcón. "Las
urgencias están abarrotadas y existe un gran confinamiento de los pacientes, hay
falta de espacio y están demasiado juntos". Agradece que muchos ciudadanos
estén evitando acudir a urgencias en la medida de lo posible, aunque también le
preocupa que se estén quedando en casa personas que puedan estar en riesgo
inminente por otros factores. Corres llama a que nadie deje de acudir al hospital
si tiene síntomas de dolencias como podrían ser un ictus o un infarto. Elogia por
encima de todo la labor de "auxiliares y enfermeras" que están practicando
"auténtica medicina de guerra" y pone sus esperanzas en que la curva de
infecciones se aplane para que no se desborden las Unidades de Cuidados
Intensivos.

Todos son conscientes de que la posibilidad de que la epidemia se contenga


pronto, que se refrene en los próximos días, es clave para no verse abocados a
una situación tan espantosa como sería tener que priorizar la atención a los
pacientes con más esperanza de vida. "Estamos en un punto crítico", nos dice
Corres al otro lado del teléfono. "A ver cuándo vemos la luz".

Fuentes:

https://elpais.com/elpais/2020/03/26/eps/1585244219_908683.html

https://es.mongabay.com/2017/09/delfines-rio-indicadores-biologicos-la-destruccion-del-
bosque-amazonico/

Nataly Gálvez Oyola - Grado 11

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